Reino A
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Reino A
EL REINO
a) Instauración de la monarquía
Desde la entrada en la Tierra prometida Israel comienza un proceso que le
lleva a establecerse en Canaán como “pueblo de Dios” en medio de otros
pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto, bajo la guía directa de
Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios
es su Dios y Señor. Durante el período de los Jueces no entra en discusión esta
presencia y señorío de Dios. Pero, pasando de nómadas a sedentarios, al poseer
campos y ciudades, su vida y fe comienza a cambiar. Las tiendas se sustituyen
por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día
manda su alimento, en confianza en el trabajo de los propios campos. Al pedir
un rey, “como tienen los otros pueblos”, Israel está cambiando sus relaciones
con Dios. En Ramá Samuel y los representantes del pueblo se enfrentan en una
dura discusión: “Mira, tú eres ya viejo. Nómbranos un rey que nos gobierne,
como se hace en todas las naciones” (1S 8,5; Hch 3,21- 23). Samuel, persuadido
por el Señor, cede a sus pretensiones y, como verdadero profeta del Señor,
descifra el designio divino de salvación incluso en medio del pecado del pueblo.
Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de gritos
de angustia, a los que Dios responde fielmente con el perdón y la salvación. Pero
el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae continuamente en la
opresión. El pecado de Israel hace vana la salvación de Dios siempre que quiere
ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su pequeñez y queda a
merced de los otros pueblos más fuertes que él (1S 12,6-11). Esta historia, que
Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se repite constantemente, hasta el
momento presente (1S 12,12-15).
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