Cuadernos: "Un Imaginario Estadístico para La Argentina Moderna (1869-1914) "
Cuadernos: "Un Imaginario Estadístico para La Argentina Moderna (1869-1914) "
Cuadernos: "Un Imaginario Estadístico para La Argentina Moderna (1869-1914) "
Cuadernos
del
ISSN 1668-1053
CLAUDIA DANIEL
17
AGOSTO 2009
La serie Cuadernos del IDES tiene por objeto difundir avances de los resultados
de las investigaciones realizadas en el seno del Instituto de Desarrollo Económico
y Social.
ISSN 1668-1053
Indice
1. La concepción de la sociedad inscripta en los
números oficiales 5
1.1 La visión holista de la sociedad presente
en la práctica estadística local 5
1.2. Los censos como instantáneas de un
cuerpo social en movimiento 6
1.3. Sociedad y medio ambiente en la
estadística pública nacional 10
1.4. La concepción de un universo social
sujeto a leyes 13
2. Los matices de la sociedad “capturada”
por las cifras oficiales 15
2.1. La grilla interpretativa de una Argentina
próspera, urbana y moderna 16
2.2. El cifrado de la salud del cuerpo social 18
2.3. Argentina: un laboratorio antropológico 24
2.4. La sociedad bajo examen. Educación,
moral y los signos de la mala vida urbana 28
3. A modo de cierre 32
Bibliografía 34
* Este trabajo sintetiza aspectos de mi tesis de Maestría en Investigación en Ciencias Sociales (UBA): "El
primer observatorio social argentino. Estado, censos y estadísticas oficiales, 1869-1914", Buenos Aires, abril de
2006.
* * Socióloga y Magíster en Investigación en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad de Buenos
Aires.
1 Para una historia neoinstitucional de la estadística argentina, ver: González Bollo, Hernán: “La estadística
pública y la expansión del estado argentino: una historia social y política de una burocracia especializada (1869-
1947)”, Departamento de Posgrado, UTDT, Buenos Aires, 2007.
En esta misma línea, este trabajo indaga en el campo del poder simbólico del estado
argentino durante el período liberal (cristalizado a través de una de sus herramientas modernas
por excelencia: la estadística) integrando otras fuentes de análisis en complementariedad a los
censos2; publicaciones regulares del aparato estadístico que formaron parte también del lente
a partir del cual el estado argentino observó la realidad social –instituyendo principios de visión
y división social oficiales (Bourdieu, 2000). Un repaso sistemático de sus páginas, introduccio-
nes, gráficos y tabulados, permite observar el modo en que el estado argentino, a través de
sus tareas de recopilación y producción de información (estuvieran éstas basadas en registros
administrativos o en investigaciones especiales), configuró una matriz sobre la que representó
a la sociedad bajo su dominio. Esas prácticas de objetivación de lo social fueron desarrolladas
por un cuerpo burocrático, crecientemente especializado, que no sólo realizó censos, sino tam-
bién lideró rutinas de recuento (publicadas en anuarios y boletines); ello les posibilitó traducir
en números oficiales las cuestiones socialmente problematizadas en el período.
Este trabajo tiene como objetivos principales, por un lado, identificar y describir la con-
cepción de la sociedad que elaboró el discurso estadístico argentino del período 1869-1914,
teniendo en cuenta que no sólo las estadísticas o sus lecturas interpretativas pueden estar
formadas por ideologías, sino que a través de su “poder de nominación” ellas también tienden
a formar percepciones e ideas, que –en tanto números oficiales– devienen en modos de re-
presentación cristalizados (Desrosières, 2004). Por otro lado, se propone reconstruir algunas
de las representaciones sociales volcadas por el lenguaje estadístico en el espacio público,
teniendo en consideración las condiciones sociales e históricas en que esa producción tuvo
lugar, de manera tal de dar cuenta del origen social de las categorías utilizadas3.
2 Para el análisis se delimitó un corpus documental específico, ya que la producción estadística, en la etapa
de conformación del estado moderno en Argentina, fue bastante prolífera y abarcó una variedad de temáticas. Me
limito aquí a un recorte, las estadísticas específicamente sociales, y dentro de ellas, las recopiladas y hechas públicas
por determinadas instituciones que tuvieron un rol importante en la producción de representaciones formalizadas
del espacio social nacional en la etapa 1869-1914. Por ser una de las herramientas principales que detenta el
estado para la producción de conocimiento sobre la sociedad, los primeros censos nacionales de población, de
carácter moderno, que se realizaron en Argentina en los años 1869, 1895 y 1914, constituyen fuentes ineludibles
de este análisis. Componen también el material analizado los Boletines y Anuarios de la Oficina de Estadística
Municipal de la Ciudad de Buenos Aires del período 1887-1914 (en adelante AEM y BMEM) y las publicaciones de
la Oficina Demográfica Nacional, entre 1899 y 1906 (BD), cuyos encargados (Alberto Martínez y Gabriel Carrasco,
respectivamente) participaron, además, en realización de los censos del período liberal.
3 En la medida en que este trabajo se enfoca en la producción simbólica del discurso estadístico, desatiende,
de algún modo, la historia institucional de las oficinas productoras de dichas publicaciones, como la Dirección General
de Estadística Municipal y la Oficina Demográfica Nacional. Su estudio merece tal profundidad que preferimos dejarlo
para ser tratado en futuras publicaciones.
Las obras compiladoras de las cifras de los censos, principalmente, pero también las
publicaciones estadísticas de carácter regular del período aquí estudiadas (Boletín Mensual de
Estadística Municipal, publicado entre 1887 y 1914, y el Boletín Demográfico Argentino, entre
1899 y 1906), expresan en qué medida la práctica estadística oficial se planteaba como una
descripción sintetizadora del conjunto de la comunidad nacional, considerada como un todo.
Se inscribía así en una perspectiva holista4, mostrando ciertas huellas del legado de la statistik
alemana que, originalmente orientada a la descripción global del poderío de los estados (siglo
XVII), propuso un lenguaje general abarcador y aportó la lógica catalogadora y taxonómica a la
estadística moderna. Por holismo entendemos aquí a una perspectiva que prioriza su atención
al todo y a sus características como conjunto, antes que a las partes, puesto que éstas pierden
su significado o entidad al margen del todo.
En Argentina, por ejemplo, las obras que enmarcaron la publicación de los datos
censales de 1869, 1895 y 1914 procuraban un análisis comprensivo, integral, de la vida social
nacional a través de la combinación de los números oficiales con una descripción minuciosa de
la variedad de aspectos “internos” y “externos” que influían en la sociedad. Para los productores
de las cifras oficiales, ese conjunto social que se pretendía plasmar en la obra censal sólo podía
ser descrito mediante la articulación de numerosos rasgos, muchos de los cuales quedaban
fuera de las posibilidades de la grilla censal; el entorno físico, el clima, los recursos naturales,
así como la organización económica, el sistema político y la historia nacional eran aspectos
que contribuían a esa comprensión integral, que servía, a su vez, como retrato global del país
4 El holismo es una posición epistemológica y metodológica según la cual todo sistema complejo (sea el
organismo o la sociedad) debe ser estudiado no como la suma de las partes sino como una totalidad organizada,
de modo que sea el todo lo que permita distinguir y comprender sus partes, y no al revés.
en el exterior5. Por esta razón, las obras censales fueron tan abarcadoras y contaron con la
contribución de especialistas de cada una de esas temáticas6.
De esta manera, los informes finales de los censos articulaban el punto de vista cuan-
titativo con otro esquema de conocimiento del mundo social difundido entonces y representado
por la monografía. En las publicaciones estadísticas periódicas también se expresó el punto
de vista holista en la misma pretensión abarcadora de conocer cada aspecto de la vida social,
catalogarlo y reducirlo a una dimensión cuantitativa7. Para los promotores de las cifras oficia-
les, la estadística constituía, principalmente, un esfuerzo descriptivo orientado a construir con
los números una imagen comprensiva del país, en función de evaluar sus condiciones y, más
importante, su “grado de civilización”. Tal como puede reconstruirse a través de sus diversos
escritos, Francisco Latzina (1843-1922) consideraba a la estadística, al mismo tiempo, como
un arte de observación y una ciencia de gobierno. Esta concepción articulaba la idea de una
práctica clasificatoria y descriptiva, que se constituía en el basamento empírico de otras ciencias,
así como en el fundamento del ejercicio del poder político. De esta manera, se presentaba a
sí misma como una opción “realista”, empírica –frente al discurso doctrinario y “generalista” de
generaciones intelectuales previas–, que reclamaba autoridad como forma de entendimiento
de esa sociedad.
5 La “vocación enciclopedista” de los organizadores de los tres primeros censos nacionales, plasmada en
los planes generales de las obras presentados y aprobados por el Congreso Nacional, hizo de ellos obras volumi-
nosas para su edición, de difícil circulación pública, más orientada al intercambio con agencias estadísticas de los
países centrales y, por lo tanto, a su función de propaganda externa para la atracción de inmigración.
6 Como una expresión más de la inscripción de la práctica estadística en el cientificismo reinante en la
Argentina moderna, surge la presencia, en el informe del censo de 1895, de los más distinguidos naturalistas ar-
gentinos, como Eduardo L. Holmberg y Florentino Ameghino, “apóstol laico” –en la expresión de Terán– que ejercerá
influencia en el imaginario de sectores sociales más allá del mundo académico. (Terán, 2000)
7 La búsqueda de los estadísticos nacionales por poner en funcionamiento una suerte de vigilancia es-
tadística de la sociedad, como parte de esa pretensión de captación totalizadora, no puede ser desestimada, aún
cuando su producción se encontrara muy lejos de ello, concretamente, debido a los obstáculos con que se topó esta
práctica en el período.
conformada por el individuo aislado8. La segunda, que identifica a la sociedad con un organismo
de la naturaleza, sujeto a los cambios que le imprime el paso del tiempo, emerge en la etapa
de interpretación y lectura de los datos.
Esta sociedad, que en el discurso censal se representa como un cuerpo físico, articula
sus partes como componentes funcionales en dependencia recíproca. Este organismo social
quedaría así apoyado en los principios spencerianos de estabilidad y de evolución. El equilibrio
entre sus partes o funciones era el pilar del mantenimiento del todo, así como su transforma-
ción en el tiempo, la manifestación de su “progreso”. Los censos vendrían a constatar dichos
equilibrios, a partir de la identificación y descripción de los elementos que fundan el cuerpo
social, así como a medir sus progresos, al evaluar los movimientos mediante la realización de
comparaciones en el tiempo. Por lo tanto, el censo se constituye como una “fotografía instantá-
nea de una fisonomía destinada por el transcurso del tiempo y por las evoluciones de la edad,
a modificarse constantemente”"9.
8 Los tres primeros censos nacionales contabilizaron la población a partir de cédulas individuales, si bien
se conocía la aplicación de fichas de tipo familiar, por la experiencia de otros países como Estados Unidos, y por su
utilización en el Censo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires en 1887.
9 Segundo Censo Nacional, 1895, TI: X.
10 Por esta razón, De la Fuente, director del censo de 1869, alertaba apenas realizado el primer releva-
miento nacional: “Las cifras, pues, que se consignan como de cosas existentes, deben entenderse de cosas en
pleno movimiento”. (Segundo Censo Nacional, 1895, TI: X)
CUADERNOS DEL IDES Nº 17 7
CLAUDIA DANIEL UN IMAGINARIO ESTADÍSTICO PARA LA ARGENTINA MODERNA (1869-1914)
En las últimas décadas del siglo XIX, el evolucionismo de Spencer ejerció una influencia
significativa en los círculos políticos e intelectuales argentinos, introduciendo una filosofía de lo
social en la que los rasgos dominantes de una organización social no estarían más determinados
por la voluntad de los individuos, sino que pasaban a ser consecuencia de causas naturales.
En la teoría spenceriana, toda organización social se explica por analogía con un organismo
vivo. Entonces, así como los organismos biológicos aumentan en masa, se desarrollan de una
estructura sencilla a otra más compleja y alcanzan una mayor dependencia mutua, las socieda-
des también se ven involucradas en un proceso de crecimiento gradual, que significa, al mismo
tiempo, el pasaje de la simplicidad a la complejidad de su estructura y la mayor dependencia
funcional entre sus partes. Algunos rasgos de esta concepción empezaban a mostrarse en el
discurso censal, expresados en la pluma de Diego G. De la Fuente, quien analizó las cifras del
primer relevamiento de carácter nacional. En las páginas del informe de 1871, la sociedad se
definía como “...un compuesto necesitado de diversos, extraños y encontrados elementos; así
es en ella armónico lo mismo que parece desconcierto"11.
En este sentido, es posible constatar que, desde el punto de vista de los estadísticos
nacionales, el orden social fue entendido en términos de fuerzas sociales en equilibrio o que
tienden a ello. En el discurso censal, la sociedad era presentada como un todo armónico com-
puesto de diversos elementos en frágil contrapeso. El punto de equilibrio social no implicaba
la inexistencia de tendencias o elementos disfuncionales, sino que suponía que éstas se en-
contraban en un nivel medio de “tolerancia” para el cuerpo social: “...las sociedades (...) llevan
dentro de sí cierta capacidad para el vicio, (...) deficiencias orgánicas imposibles de colmar,
utilizaciones, el término raza se prestaba a cierta polisemia, constituyendo una categoría que
construía distinciones, según el caso, basada en factores biológicos o geográficos, climáticos
o históricos, físicos o culturales. En el discurso del censo, la raza fue generalmente asimilada
a la nacionalidad.
En relación con esta temática, los estadísticos se agruparon entre quienes veían los
beneficios del entrecruzamiento de las razas, como José María Ramos Mejía, distanciándose
de las visiones más extremas que desestimaron la mezcla de razas; postura personificada por
Carlos O. Bunge. En este sentido, en los comentarios del censo de 1914, Martínez sostenía:
“Obsérvese que el alma de una nación se vigoriza más cuantos más sean los elementos que
concurran a formarla en su cruzamiento. El cruzamiento psíquico correspondería, como factor
de vigorización para el hombre, al cruzamiento de la sangre”18.
Desde el discurso censal, la asimilación del inmigrante a la vida del país se postuló,
como tendré ocasión de fundamentar en profundidad más adelante, como un proceso “aceita-
do”. La mezcla de razas se convirtió, entonces, en una forma de diluir las diferencias sociales a
través de la representación de una sociedad integrada y homogénea: “La homogeneidad, bajo
aspectos diversos, es condición nacional y de familia; y responderá, en todo caso, a estrechar
los vínculos que aproximan a los individuos y consolidan la solidaridad política”19. La matriz
organicista de representación de la sociedad veló así las tensiones propias de la estructura-
ción de toda sociedad capitalista, como la que se estaba conformando en ese momento en el
país20. Bajo el paradigma biologicista, las diferencias sociales se pensaron como la traducción
de jerarquías naturales. Los conflictos, crisis y perturbaciones del orden fueron simbolizados
por el código médico como factores degenerativos del organismo social. En el ideal de socie-
dad, que los estadísticos contribuyeron a construir, se conjugaban orden, salud y virtud. Los
axiomas spencerianos, con su recurrente tendencia al equilibrio, contribuyeron a una lectura
de la sociedad más propensa a encontrar armonía que conflicto.
Antes que José Ingenieros colocara al clima, junto con la raza y las condiciones econó-
micas, como factores determinantes en la formación de la sociedad (Terán, 1986), el estadístico
Francisco Latzina sostuvo la tesis de la influencia de las estaciones del año en los fenómenos
demográficos, “a las cuales están físicamente ligados”21. De acuerdo con su interpretación,
los cambios climáticos modificaban de un modo fundamental el número de nacimientos, matri-
monios y defunciones; de allí la necesidad de llevar un registro mensual de estos hechos, de
modo de contar con los elementos de comprobación de esta teoría. Los boletines municipales
de estadística, dirigidos por Alberto Martínez, también compartieron esta idea, como se ob-
serva en sus registros, que ordenaban la información sobre las defunciones según los meses
del año, de manera de facilitar la apreciación de su asociación con las estaciones. Los cuadros
por estacionalidad se erguían en el fundamento de una explicación de fenómenos, como la
nupcialidad, que no incluía factores sociales, sino que se basaba en la salubridad del clima22.
En esta misma línea, el entonces director de la oficina estadística municipal explicaba:
“El cuadro núm. 2 tiene por objeto hacer conocer las correlaciones entre
las defunciones generales y de cólera en cada día y los principales datos meteo-
rológicos durante el tiempo que ha reinado la última epidemia (...) Están anotados
con la mayor prolijidad, día por día, el agua caída, los vientos reinantes, la presión
barométrica y termométrica en relación con las defunciones generales y de cólera.
(...) Cabe el honor a la Oficina de Estadística presentarlos a fin de que ellos puedan
prestar un servicio cuando se estudien las causas de la epidemia que acaba de
dejarnos”23.
21 Latzina, Francisco, “Procedimientos del Departamento Nacional de Estadística durante el año 1886”,
Imprenta de Stiller y Laas, San Martín 160, Buenos Aires, 1887:76.
22 En su lógica naturalista, esta publicación contaba, además, con una sección meteorológica que se
amplió, en 1889 (con datos específicos, como las horas de sol o la cantidad de lluvias), y una tabulación de los
nacimientos y defunciones clasificados según las horas del día en que tuvieron lugar.
23 BMEM, AÑO 1, Nº4, Buenos Aires, abril de 1887: 4.
En todo inventario censal del período, este naturalismo tuvo lugar en la propia organi-
zación de la exposición de los datos. El consenso imperante entre los estadísticos era que, a
los hechos demográficos, debía anteceder la información referida al territorio, bajo la idea de
que no puede “...prescindirse de los lugares que, según sus condiciones típicas, actúan sobre
los diferentes reinos y especies, y sobre los estados permanentes o accidentales de individuos,
razas y agrupaciones. (…) bien pronto se apercibe que [el ser] no es sino entidad secundaria
dentro de las fuerzas todopoderosas que lo rodean”24.
La naturaleza se imponía entonces como aquello que era necesario observar y analizar,
si lo que se quería era conocer y explicar la sociedad argentina27. “Muchas cuestiones, políti-
cas o sociales, se hacen así de repente entre nosotros como accesorias, ante dos fenómenos
formidables que las dominan o las complican: el desierto y la ignorancia.”28 Estos eran los
componentes de la ecuación de la barbarie, que resultaba de la imposición de la naturaleza
sobre el hombre y la cultura argentinos. En esta lógica, el desierto aparecía como causa, se
transformaba en “el verdadero creador de la barbarie”29. La barbarie se identificaba, entonces,
con un principio de disolución social. En estas condiciones, la civilización (=sociedad) no era
posible; el progreso, directamente inalcanzable. Por contraposición, la ciudad era la imagen de
esa civilización; la urbanización, condición y signo, a la vez, de ese progreso.
Sin embargo, esta representación cristalizada en los censos nacionales es, en algún
punto, paralela y se encuentra en tensión con otra imagen de la ciudad, plasmada en las publi-
caciones estadísticas corrientes, paradójicamente a cargo de las mismas figuras que participa-
ron de los operativos censales (Alberto Martínez). En la medida en que se fue extendiendo el
estudio estadístico regular de los problemas sociales, las explicaciones ambientalistas de los
mismos se fueron corriendo de los factores físicos a los sociales. En estas lecturas estadísticas
de lo social, en cambio, la ciudad pasó de ser el centro de la civilización, a constituirse como
el medio ambiente pernicioso que afectaba los comportamientos sociales. En este registro, la
idea de medio ambiente empezó a estar asociada con el entorno de relaciones sociales, el
barrio urbano, el lugar de trabajo, aunque no la clase social.
27 Cabe señalar, como ejemplo, que en el censo de 1895, frente a la observación de la “involución” de-
mográfica de algunas provincias, se aseveraba que eran las condiciones físicas y topográficas las que le asegu-
ran mayor crecimiento relativo a las provincias del litoral. Segundo Censo Nacional, 1895, TI: XII.
28 Primer Censo Nacional, 1869: LIV.
29 Svampa, 1994: 49.
viados” como efectos del medio urbano. La idea de hábitat, la higiene y los valores morales
comenzaron a ser utilizados para explicar esos hechos sociales “degenerativos” que objetivaban
las estadísticas.
Las estadísticas morales, tal como fueron promovidas por Adolphe Quetelet en Euro-
pa, a mediados del siglo XIX, no se limitaban a contar, sino que procuraban medir cualidades
abstractas de una población, como su “moralidad”, a través de los números. Así fundamentaba
Francisco Latzina, en una conferencia dictada en el salón de claustro de la Universidad Mayor
de San Carlos, el 11 de junio de 1876, el sentido de la llegada de este tipo de estadísticas al
contexto nacional: “La estadística es el inventario, o mejor dicho, el libro “Mayor” de los recursos
de una nación, que representan el “Haber”, y de los males sociales que la aquejan, y que figu-
ran como su “Debe”. (...) De los recursos, o del “Haber”, se ocupa la estadística económica (...)
De la interpretación del inventario de los males sociales, o del “Debe”, se ocupa la estadística
moral, que ha dado ya más de una buena lección a los moralistas y magistrados encargados
de velar por la moralidad pública y de curar en lo posible ciertas llagas sociales ineludibles en
toda congregación humana”30.
Por aquel entonces, las estadísticas morales procuraban, a partir de su objeto propio
(los fenómenos de “desvío”), encontrar las leyes de la sociedad. La idea de un universo social
cambiante, “movible”, pero sujeto a leyes, estaba en el trasfondo de esta práctica contable y
era el principio rector de las interpretaciones de los datos que desarrollaron los estadísticos
argentinos. Ellos se presentaron como “aquellos que en el desarrollo de la humanidad ven el
cumplimiento de las leyes naturales, tan armónicas como hermosas, que el hombre comprende a
veces, ignora casi siempre, pero que, de todos modos, conducen a la realización de los destinos
sociales tan regularmente como la siembra de la simiente produce en el futuro la cosecha”31.
30 Latzina, F., “Conferencia en el salón de claustro de la Universidad Mayor de San Carlos, el 11 de junio
de 1876”, Imprenta del “Eco de Córdoba”, Córdoba, 1876: 6.
31 Segundo Censo Nacional, 1895, TII: CXX.
32 Sobre el movimiento positivista, ver: Terán, 1987; Hale, 1991.
Aunque no se contaba con una tradición uniforme de registro en el país, los datos de
los censos locales bastaban a los estadísticos para la “comprobación” de esas “leyes naturales”.
En los tres primeros censos nacionales de población, la recurrencia a esas regularidades em-
píricas que, se entendía, caracterizaban a los fenómenos sociales, como “la ley de crecimiento
de la población” (Malthus), “las leyes de la selección natural” y “la lucha por la vida” (Darwin), y
la “ley o tendencia general de equilibrio de los sexos”, estuvo presente en la etapa de la lectura
interpretativa de los datos. Pero, incluso antes de ello, los estadísticos consideraron necesario
reproducir en la exposición de las obras censales el orden y la relación entre los elementos “tal
como se daba en la realidad”, en función del mejor entendimiento del lector, al que le imputaban
la lógica causal que ellos compartían. Por ello, en el orden de presentación de la obra, los datos
sociales eran antecedidos por los factores físicos. En este sentido, la propia organización de la
exposición implicó un esquema de causalidad. En este esquema, los factores físico-naturales
adquieren un peso explicativo propio, en la medida en que “el conjunto de estos hechos es del
todo anterior a los otros, a los cuales envuelven, dominan, modifican y caracterizan"35. De este
modo, los fenómenos demográficos aparecen directamente condicionados por hechos físicos,
bajo un determinismo propio de la época.
33 Esto se observa desde el primer censo nacional. En el primer informe de 1872, De la Fuente refleja
esta concepción moderna en la que ni Dios ni el Destino manejan los resortes del acaecer humano: “Fuera de lo
que alcanzamos, fuera del mundo, no hay motores externos, inmediatos, para los sucesos humanos; la Providen-
cia, como intervención caprichosa, es una blasfemia; el Destino, como voluntad ciega que previene fatalmente las
cosas, es un absurdo; la Casualidad, erigiendo el imperio de lo accidental y fortuito, no es sino una palabra vana”.
Primer Censo Nacional, 1869: XIII.
34 Primer Censo Nacional, 1869: XIV.
35 Segundo Censo Nacional, 1895, TI: XIV.
Por otra parte, uno de los principios fundamentales que incorporó el paradigma censal
en Argentina fue el del progreso, postulado tiempo antes por Spencer como ley universal. En
la concepción de los estadísticos nacionales, la naturaleza humana estaba sujeta a leyes de
cambio, a movimientos de progresión o retroceso, pero siempre sobre una misma línea evolu-
tiva general, a partir de la cual las naciones podían ser comparadas por el grado de progreso
alcanzado. Al igual que el sujeto individual, la evolución de las organizaciones sociales suponía
el pasaje del período de infancia al de madurez36. Aunque con ritmos propios, el progreso se
manifestaba como un hecho necesario, irresistible. Como expresión de esta noción, en 1895,
Gabriel Carrasco llegaba a la conclusión de que el país estaba destinado al progreso por su
propia naturaleza. Más tarde, Martínez lo asociaría al trabajo y a la pujanza del componente
inmigrante que, como lo habían proyectado Alberdi y Sarmiento, constituía el motor del progreso
nacional. En todos los casos, los estadísticos no fueron ajenos a la fe en esa “religión secular”
que impregnó la etapa de la consolidación del estado argentino.
36 Esta idea se expresaba en los comentarios del Segundo Censo Nacional de la siguiente manera: “Se
comprende que en una población tan heterogénea como la de la República Argentina no puede buscarse las pro-
porciones naturalmente establecidas en naciones que han llegado al periodo de madurez en su desarrollo y que
están completamente constituidas desde el punto de vista de su organización social”. Segundo Censo Nacional,
1895, TII: CXIII.
37 Desde el primer censo nacional, se tuvieron como criterios prioritarios la definición de la población en
terrestre o fluvial y en urbana o rural, buscando dejar sellado, en la lectura interpretativa de los datos, su carácter de
indicadores del progreso del país. La identificación de población fluvial, por ejemplo, se utilizó en el censo de 1895
como expresión del progreso económico argentino. Indicador de este progreso era el incremento del número de la
población en los puertos, el que se asociaba con el aumento del comercio exterior e interior.
38 De los criterios reconocidos se optó en 1869 por clasificar a la población en urbana o rural de acuerdo
con la importancia relativa otorgada a la localidad por los ejecutores del empadronamiento; es decir, la clasificación
se hacía en el momento mismo del empadronamiento. En 1895, el censo tomó como centros urbanos a los lugares
así definidos por los comisarios provinciales. Sin embargo, estos sistemas de clasificación fueron criticados en
1914, por ser una forma “defectuosa y anticientífica” y, además, “poco ventajosa”, en un contexto en el que cada día
se hacían menos perceptibles las diferencias entre la población urbana y la rural. (Tercer Censo Nacional, 1914, TI:
124) Presentándose como un salto cualitativo en términos de la rigurosidad del procedimiento de construcción del
dato, y apoyándose en la autoridad de los más respetables autores y congresos de estadística, se adoptó entonces
el sistema clasificatorio alemán de la población urbana, basado en un criterio cuantitativo que identificaba a los
centros urbanos como núcleos de población de más de 2.000 habitantes.
por comparar el ritmo nacional de urbanización con el de otros países, como signo del progre-
so moderno representado en “los grandes centros donde se acumulan todos los recursos que
ofrece la civilización"39.
El efecto simbólico producido a raíz de este esquema clasificatorio inicial, era refor-
zado luego, en la etapa interpretativa de los datos, en la que la lectura de las cifras censales
aparece atravesada por pares categoriales como ciudad / desierto, sedentarismo / nomadismo,
civilización / barbarie, contraposiciones que terminaron por solidificar una lectura evolutiva de
las transformaciones sociales argentinas, en clave de la transición hacia una sociedad urbana y
moderna. Los primeros términos de estas dicotomías constituían los símbolos de esa moderni-
zación en marcha, mientras que los segundos cargaban en el discurso censal con la connotación
negativa de expresar –desde la mirada de los estadísticos– esos residuos de arcaísmo que
aún permanecían en el país. Desierto, nomadismo, barbarie se construían así, simbólicamente,
como la contraimagen de la sociedad moderna (deseable e instituida como realidad, por ese
mismo proceso de registro estadístico).
viven en nuestros desiertos"40. La población indígena no fue censada, sino sólo estimada en
cada uno de los operativos41. De este modo, esta población, reconocida como primitiva o incivil,
quedaba fuera de lo que se incluía como sociedad, cuyos aspectos demográficos interesaban
tanto conocer para el ejercicio del gobierno en esa nación en construcción. En este sentido,
los aspectos citados revelan la manera en que la propia población, como objeto de los censos,
es resultado de aquello que éstos definen como tal, en un determinado momento histórico, a
través de una operación de conocimiento (que es, a la vez, de reconocimiento) de los grupos
que la conforman. Esta operación se realizó en los tres primeros censos nacionales montada
sobre una identificación de la idea de sociedad con la de civilización.
Por otra parte, como efecto del proceso abierto de inmigración aluvional, la evolución de
la densidad demográfica, observada por comparación entre los censos, pero también estimada
en las publicaciones estadísticas regulares, se postuló como un indicador de la prosperidad
a la que estaba asistiendo la sociedad argentina. La representación numérica del progreso,
concepción rectora del pensamiento de la época, tampoco estuvo ausente en los boletines
demográficos. En su dimensión cultural, la ilustración del progreso del país se presentó en
sus páginas mediante el operativo de recuento y verificación de cada una de las publicaciones
periódicas hechas en Argentina (diarios), mientras que el registro de los avances en el nivel
de instrucción de la población se dejaba a cargo de operativos censales específicos42. En su
dimensión económica, la representación del progreso quedaba anudada al registro numérico
de la expansión de la propiedad privada en Argentina. En las cifras oficiales, la modernización
del país fue representada a través de la medición exhaustiva de la extensión de los cercos de
alambrado que delimitaban la propiedad de los campos, a las que se sumaba la presentación
de las estadísticas sobre ferrocarriles, como signos cabales del progreso argentino.
Las cifras oficiales fueron también un ámbito de construcción de esa ciudad higiénica
procurada por el estado argentino mediante el despliegue de todo un dispositivo institucional
específico durante las últimas décadas del siglo XIX43. Enfocadas a observar los factores que se
consideraba afectaban la salud del cuerpo social, cristalizaron la forma en que las enfermedades
se entendieron como un problema social a ser resuelto para el mantenimiento del orden.
En los primeros años de la publicación del Boletín Estadístico Municipal, así como más
tarde en el Boletín Demográfico, la salud de la población de la capital del país se manifestaba
como una preocupación central44. Entonces, las prácticas de carácter higienista se habían
expandido en Argentina como respuesta a la serie de epidemias que terminaron con la de
fiebre amarilla en 1871 (Murillo, 2000). En este marco, surgió la medicina política y se impul-
saron investigaciones de carácter científico, leyes, obras de saneamiento urbano, hospitales y
prácticas de educación popular, que apuntaron a “preservar” el cuerpo social de las patologías
físicas, que más tarde serían traducidas en “sociales”. Los boletines estadísticos de la Ciudad
de Buenos Aires contribuyeron a la conformación de ese corpus de conocimientos que cons-
tituiría la base de una política científica, a través de la construcción de series estadísticas que
mostraban la evolución de la incidencia de las enfermedades, el perfeccionamiento de la forma
de clasificación de las causas de muerte45 y el desarrollo de planos de distribución topográfica
de las defunciones producidas por ciertas enfermedades46, “suministrando así una base sólida
a la profilaxia administrativa”47.
Durante los años de su existencia (1899-1906), la salud también fue uno de los te-
mas principales tratados por el Boletín Demográfico48. Pero, a diferencia de su par municipal y
debido a su carácter posterior, sus estadísticas actuaron como una medida de los resultados
del trabajo de construcción de la ciudad higiénica que se había iniciado en el año 1874, como
parte del proyecto modernizador que unía higiene, civilización y progreso (Salessi, 1995).
Ellas mostraron la influencia de las obras de salubridad, realizadas en la capital del país, en la
incidencia de las enfermedades, así como los efectos del establecimiento del agua corriente
y las cloacas en la disminución de la mortalidad de la población porteña. Así, se accedía al
cálculo del número de vidas salvadas, “ahorradas” en palabras de Carrasco, su director, como
consecuencia de las políticas implementadas, aportando elementos a la configuración de la
representación de una ciudad “moderna” y “salubre”. Las cifras oficiales pasaron, entonces, a
formar parte de esa estrategia de prevención y cura de las enfermedades físicas y “sociales”
que encabezó el higienismo49.
Aunque de una forma más discontinua50, los censos nacionales de población tam-
bién se propusieron como una herramienta de medición de la salubridad del cuerpo social,
señalando, a veces, las ventajas de las condiciones higiénicas y lo saludable del clima del país
(cuando las cifras arrojadas eran positivas), y advirtiendo, otras, a los poderes públicos acerca
de las deficiencias del estado sanitario argentino51. En este sentido, en el censo de 1895, fue-
ron agrupadas una serie de situaciones en la categoría general de enfermos, definidos como
personas afectadas de alguna dolencia física o psíquica que los hacía inútiles para el trabajo,
de una forma más o menos permanente. Los cuadros estadísticos presentados en el informe
muestran que, en este y en otros aspectos relativos a la salubridad de la población, el interés
48 Recordemos que la Oficina Demográfica reconocía como precedente los trabajos estadísticos del Dr.
Emilio R. Coni, primero de los médicos higienistas argentinos en especializarse en demografía, quien publicó duran-
te diez años un “Boletín demográfico y estadístico”. Años más tarde, en 1890, el Boletín Demográfico de Carrasco
estaba en condiciones de presentar series estadísticas sobre mortalidad y continuar la publicación de mapas con
la distribución topográfica de las defunciones causadas por distintas enfermedades en la Ciudad de Buenos Aires,
“suministrando por medio de los datos estadísticos que existen acumulados, un nuevo elemento de estudio que
puede facilitar a los poderes públicos la adopción de medidas concurrentes a disminuir en lo posible [cualquier]
flagelo”. (BDA, AÑO I, Nº 4, octubre de 1900: 110)
49 Como estrategia de intervención en lo social, el higienismo se consolidó con la hegemonía del discurso
médico y el acceso de los médicos, como grupo social profesional, al aparato del estado. Eduardo Wilde, fue el
higienista clave en los años ’80 y José Ramos Mejía, en los ’90; ambos fueron directores del Departamento Nacio-
nal de Higiene. Para un análisis en profundidad de la relación de los médicos con la esfera política, ver González
Leandri, 2000.
50 Téngase en cuenta que la Constitución Nacional dispuso la realización de censos nacionales de pobla-
ción cada 10 años, pero hasta la década de 1970 esta regularidad no fue cumplida en Argentina.
51 Aún en 1914, seguía vigente en el discurso censal la apelación a “los esfuerzos de los higienistas, de
las autoridades sanitarias y de los filántropos”, pues éste consideraba que quedaba mucho por hacer en materia de
“progresos sanitarios” e higiene urbana. (Tercer Censo Nacional, 1914, TI: 74)
Sin embargo, iniciado el siglo XX, en tensión con esa imagen del inmigrante vital y
enérgico, elemento de prosperidad nacional, el extranjero comenzó a ser identificado como un
factor nocivo, perturbador. Su figura empezó a quedar asociada con la de un virus ideológico;
lo cual despertó en los sectores dominantes el miedo a la propagación y el contagio. Por aque-
llos años, en la elite dirigente e intelectual del país se comenzaba a plantear la necesidad de
“discriminar capilarmente entre la energía humana animada por la moral del productor y otra
aplicada a alterar por vía revolucionaria el orden trabajosamente conquistado”53. Es decir, como
propondría José Ingenieros, separar las multitudes productivas de las patologizadas (Terán,
1987). Los conflictos sociales producto de la modernización argentina en curso dispararon un
proceso de desencantamiento con el proyecto inmigratorio cuyos inicios pueden rastrearse a los
años ‘90. Este cambio de mirada terminó por trasladar al extranjero de paradigma de progreso
al lugar de la amenaza social54. Este pasaje no dejó huellas en el boletín demográfico, y quedó
tímidamente evidenciado en los censos nacionales, pero sí se cristalizó en las estadísticas
publicadas por la oficina municipal, como tendré oportunidad de resaltar más adelante.
la vivienda “de las clases jornalera o menesterosas” estaba asociado al acelerado aumento de
población, la corriente migratoria y el encarecimiento de la vida porteña55.
Cuando, a fines del siglo XIX, la vivienda se instituyó en Argentina como problema so-
cial, por su peligrosidad epidémica y social, comenzó a ser objeto de medidas de intervención,
inspección y control higiénicos que generaron no pocas resistencias56. El conventillo (junto al
rancho, el matadero, el taller) se instituyó entonces como “foco”, punto de irradiación de enfer-
medades, que era necesario controlar. La vivienda de los pobres, en particular, se transformó
en el blanco de la lucha contra el contagio a través de estrategias preventivas, curativas, pero
también compulsivas57. Los estadísticos apoyaron estas medidas de “policía médica”, al mismo
tiempo que monitoreaban a través de los números la evolución –el crecimiento o disminución– de
esos “focos” en la trama urbana.
Aires, que era resaltado por Alberto Martínez en todas y cada una de sus publicaciones, las
cifras públicas mostraban una progresión alarmante de la cantidad de hogares insalubres. Para
los estadísticos porteños, este problema reclamaba la atención de los poderes municipales,
encargados de velar por la higiene de la población, de manera de afrontar sus consecuencias
negativas en la moral pública59.
Por último, ciertas cuestiones relativas a la asistencia social fueron abordadas en los
tres censos nacionales. Bajo el rótulo de “condiciones especiales”, éstos clasificaron y cifraron
una población que era identificada, según la perspectiva del censo de 1869, como aquellos
miembros pasivos o inútiles de la sociedad. La clasificación inicial identificaba a amancebados,
dementes, ciegos, sordo-mudos, cretinos-imbéciles-estúpidos-opas, con bocio o coto, inválidos,
ilegítimos y huérfanos; conformando una minuciosa grilla del espacio social de la asistencia.
Llama la atención la exhaustividad con que se pretendió captar esa parte de la población so-
cialmente invalidada, la especificidad de sus categorías, y la continuidad en el interés por este
tipo de registro; la permanencia de esta pregunta a lo largo del período, e incluso su presencia
en los censos locales61, resalta aún más en un contexto estadístico en el que constituía una
práctica poco común entre las naciones estadígrafas, tal como lo indican las dificultades que
se le presentaron a los censistas locales para la comparación de las cifras nacionales con las
de otros países.
59 De forma coherente con la ideología liberal imperante, estos estadísticos consideraron que la tarea del
estado debía limitarse a la inspección de las condiciones higiénicas de las viviendas, aún cuando ello implicara vul-
nerar los derechos individuales, pues suponía la injerencia del estado en el ámbito familiar. No era función de éste
avanzar en materia de construcción de casas para pobres; misión que, a su entender, correspondía, en todo caso,
al capital privado o a la filantropía.
60 A través del Dispensario de Salubridad, anexado a la Asistencia Pública en 1888, la Ciudad de Buenos
Aires disponía de un registro de prostitutas, contabilizadas y clasificadas por nacionalidad, edad, estado civil, de
acuerdo a la parroquia en que vivían, la cantidad de años transcurridos desde que abandonaron a su familia, su
antigüedad como residentes de la Capital, si eran analfabetas o no, y según si habían sido tratadas por enferme-
dades venéreas en una época anterior a su inscripción. Estas cifras eran compiladas por la Dirección General de
Estadística Municipal y publicadas en sus anuarios.
61 Provincia y Ciudad de Buenos Aires, en los años 1881 y 1887, respectivamente.
no nativa en el lugar de llegada (Massé, 2000). La forma de medición del fenómeno migratorio,
ligada a una conceptualización de la movilidad territorial basada en la idea de residencia única
y de por vida, siguió vigente hasta 1914.
A través del discurso censal, la influencia del elemento extranjero fue exaltada tanto
en la lectura de los datos como en los tabulados que, a partir del segundo censo, tuvieron a
la dicotomía nacional / extranjero como criterio rector. Como señala Otero, en los esquemas
categoriales las nacionalidades se ajustaron más a parámetros estatales (la pertenencia de
65 Para un análisis histórico profundo de la cuestión inmigratoria en Argentina, ver: Devoto, 2004.
66 La cuestión de la naturalización de los extranjeros comenzó a ser debatida en Argentina a fines de los
años ’80. Al respecto ver: Bertoni, Lilia A. (1992), “La naturalización de los extranjeros, 1887 – 1893: ¿Derechos
políticos o nacionalidad?” en Revista Desarrollo Económico, vol. 32, nº125, Buenos Aires, abril-junio 1992.
67 Segundo Censo Nacional, 1895, TII: CVII.
los individuos al estado-nación del cual emigraban) que a criterios de auto-identificación étnica
y muchas veces fueron asimiladas a las razas en la lectura interpretativa de los datos (Otero,
2006).
Desde 1869, la afluencia inmigratoria fue un eje central del discurso censal, así como
era vertebral a las metas modernizadoras de la elite político-intelectual de entonces. Sin em-
bargo, el rol del inmigrante fue adquiriendo distintas connotaciones, en el nivel de las lecturas
interpretativas de los informes; ellas van desde la exaltación racista de su contribución a la
refundición de un hombre nuevo, superior, como resultado de un proceso de selección natural
(1895)68, a su valoración económica, como fuerza de trabajo y motor del progreso (1914)69.
Aún cuando los tres primeros censos nacionales mantienen una lectura en clave ra-
cista de los grupos que componen la sociedad, la inclusión en la cédula censal de la pregunta
relativa a la pertenencia a una raza sólo se materializó en el de 189570. En esa ocasión, los
estadísticos arribaron a las conclusiones esperadas desde los propios presupuestos a los que
ellos adscribían: la pertenencia de casi la totalidad de la población a la raza blanca, la práctica-
mente nula influencia de las razas negras y asiáticas, y la fecunda mezcla de razas, producida
por la generación de vínculos filiares (casamiento), como resultado del proceso migratorio al
que estaba asistiendo el territorio argentino. Esta representación homogénea de la población,
tuvo como efecto velar un eje de diferenciación social (y de posibles tensiones) que atravesó
la sociedad argentina. Esto la diferenciaba de otros laboratorios antropológicos modernos: “La
cuestión de las razas, tan importante en los Estados Unidos, no existe pues en la República
Argentina, donde no tardará en quedar su población unificada por completo formando una nueva
68 Basta la simple lectura de estos datos para comprender cuan grande es la influencia étnica del ele-
mento extranjero en la República Argentina, y que se ha formado y continúa formándose en ella una nueva raza,
inteligente y vigorosa, como que con arreglo a las leyes de la selección natural los productos de la refundición son
superiores a cada uno de los seres que le dieron vida.” (Segundo Censo Nacional, 1895, TII: XLIII)
69 Esta inmigración, o sea la población extranjera que ella ha traído a la Argentina, ha constituido y cons-
tituye la principal fuerza y el primer elemento de progreso y de trabajo de la República. Ella abre en nuestras tierras
el surco donde se deposita la semilla que produce cosechas colosales, fomenta la industria, activa el comercio,
construye ferrocarriles, edifica ciudades, valoriza las tierras, y produce mil sorprendentes transformaciones de índo-
le demográfica y económica. (...) la suspensión de la corriente inmigratoria que fecunda el territorio argentino, seria
bastante para matar o detener el progreso de esta República.” (Tercer Censo Nacional, 1914, TI: 201)
70 El antecedente inmediato anterior a esta incorporación, al margen de la grilla colonial que observaba
aspectos como el color y la religión que analizó Otero (2006), fue el censo general de la provincia de Córdoba,
dirigido por Martínez y Latzina en 1890. Una vez llevado adelante el relevamiento de 1895, la población fue agru-
pada –en el informe de los resultados– en las razas latina, germánica, anglosajona, eslava, escandinava, asiática y
africana. Bajo el rótulo “demás razas” se constituyó un aglomerado indiscriminado que ocuparía el quinto lugar en
valores absolutos, tomando en cuenta una escala decreciente.
y hermosa raza blanca producto del contacto de todas las naciones europeas fecundadas en
el suelo americano”71.
Los censos de 1895 y 1914 hicieron sus mayores esfuerzos en dejar registrado el
proceso de mestización de la población, cifrando así la formación de una nueva raza, un hom-
bre nuevo: “...la población argentina empie[za] a constituir una raza nueva, vigorosa y activa,
que está sin duda destinada a ejercer grande influencia en la América Latina”72. El censo de
1914 se presentaba como la manifestación de “un espectáculo de la época moderna (…) La
elaboración de un pueblo, como dentro de una inmensa usina, por la confluencia de muchos
tipos extranjeros, a la manera de materias primas, con el aporte de sus cualidades étnicas, de
sus características mentales y morales”73.
de amor a la patria. En las obras del censo, la presencia de cuadros estadísticos con los pro-
pietarios de bienes raíces clasificados por nacionalidades, construía esa imagen de bienestar
entre los miembros extranjeros de la población. Asimismo, expresaba, a través de sus tabulados
comparativos, las ventajas que ofrecía Argentina a la inmigración –en relación con los países
europeos– para radicarse y adquirir la propiedad “y todo lo necesario para su bienestar físico
y su progreso moral e intelectual”75. La propiedad quedaba “sencillamente” al alcance de todo
hombre laborioso, pues “La amplitud del territorio y lo escaso de la población, constituyen,
pues, dos factores concurrentes para el mismo resultado –facilitar la adquisición de la propiedad
territorial”76.
La valoración positiva del proceso dirigido por el estado hacia la incorporación de in-
migrantes al país no fue sólo propia de los censos, sino compartida por el discurso estadístico,
en general. En el Boletín Demográfico, la representación de su integración exitosa al país se
deslizó a través de dos operaciones. Por un lado, el arribo a conclusiones separadas de cual-
quier referente estrictamente estadístico, al considerar que los nombres ingleses, franceses,
alemanes o italianos de las colonias agrícolas en el país, bastaban para demostrar “empírica-
mente” la distribución de los inmigrantes en el territorio. Por otro, el recorte selectivo de las cifras
publicadas. Respecto de la participación del extranjero en la propiedad de la tierra, el Boletín
Demográfico se limitaba a mostrar sólo las cuatro provincias en que el número de propietarios
extranjeros era casi igual o mayor al de argentinos77.
2.4 La sociedad bajo examen. Educación, moral y los signos de la mala vida
urbana
la acción de sus fuerzas morales. En este marco, los censistas se abocaron, por una parte, a
estimar el grado de “madurez” cultural de la sociedad o su “progreso intelectual”, a partir de los
elementos que consideraban los acercaban a ello, como la educación, y en segundo término,
la religión, como otro registro contribuiría a delinear la fisonomía moral de la sociedad.
es decir, los que están en aptitud de conocer sus deberes y sus derechos, como miembros
de la sociedad constituida”82. Si bien, para 1914, su estudio en el país se planteaba como
un “balance de su cultura”83, no perdió su carácter político, pues, sancionada ya la nueva ley
electoral (Saenz Peña), no abandonaba la interrogación respecto a la “aptitud de esta sociedad
para ejercer el gobierno de sí misma”84. Evidencia de ello es la presencia de una matriz que
representa el número de ciudadanos analfabetos que se hallan inscriptos en los registros del
padrón electoral.
A su vez, estos censos también expresan que la observación del grado de instrucción
de la población estuvo asociada al examen del estado moral de la sociedad. El analfabetismo
fue identificado por el discurso censal como un factor de degeneración social, y de allí su pe-
ligrosidad:
“De cada mil niños en edad escolar hay todavía 568 para los cuales no
existen escuelas públicas ni particulares, y que no tienen en la familia un ser bené-
fico que alumbre las tinieblas de su espíritu, siendo por lo tanto abandonados, sin
armas, a la terrible lucha por la vida, en la cual muchos de ellos sucumbirán ante
la miseria o quizás caerán embrutecidos por el vicio o el crimen, formando la parte
desheredada del pueblo argentino" 86.
El discurso censal vinculó así la falta de educación con las “patologías sociales” de
la vida adulta. El analfabetismo, como consecuencia de los males de la niñez (ilegitimidad, or-
fandad, abandono), se traducía entonces en una inclinación a la delincuencia, la holgazanería,
o cualquier tipo de vicio. Incluso la falta de instrucción se identificó como un factor causal del
crimen. De este modo, la vinculación analfabetismo - criminalidad convertía a los niños analfa-
betos en esa “masa aterradora” que era un peligro para el orden público87.
Paralelamente, movilizada por esta misma preocupación por el orden, la oficina de esta-
dística municipal introdujo las cifras de “la mala vida urbana” en 1889. Las estadísticas policiales
publicadas en sus anuarios se ocupaban de la clasificación de crímenes y contravenciones, el
recuento de accidentes, suicidios e incendios, a lo que se agregó después el movimiento de las
cárceles (con la realización de un censo carcelario en 1904). De este modo, el anuario municipal
se convirtió en una forma más continua que el censo de vigilar estadísticamente los espacios
de “fabricación oficial de viciosos y malvados”, que contribuían, en la visión de los estadísticos
nativos, a la degeneración moral de la sociedad en su conjunto88.
fue la criminología estatal91. Este discurso concebía la criminalidad como una enfermedad psi-
cológica y moral que amenazaba la salud del cuerpo social. En esta misma línea, se inscribían
las estadísticas de Martínez, que procuraban manifestar “el estado patológico del organismo
social, (…) patentizado por mil síntomas diversos, apreciables a la vista del observador menos
avisado y atento...” (ese observador era el estadístico que recopilaba, en trabajo paciente, las
cifras del delito). Acto seguido, Martínez atribuía el alza de la delincuencia de la Capital a “una
corriente inmigratoria de criminales”92.
Así, entre 1890 y 1920, el discurso de la criminología estatal expresó los problemas
y las tensiones sociales producto del proceso de inmigración y modernización que vivía la Ar-
gentina. En el área de las estadísticas municipales, la transición del boletín mensual al anuario
estadístico mostraba el pasaje de la preocupación por una profilaxis que, de orientarse a las
enfermedades físicas, pasó a ocuparse de enfermedades “espirituales”, “morales”, “ideológicas”.
La colección de datos sobre delitos y delincuentes, (junto a los informes clínicos y estudios
antropométricos desarrollados en los nuevos espacios creados por el estado médico legal en
Argentina), configuraron las bases empíricas para la lectura interpretativa que se hizo de la
“cuestión social” en el país desde determinados sectores de la clase dirigente94.
Durante los años de publicación del Anuario, las estadísticas se ocuparon de cuantificar
y clasificar minuciosamente el comportamiento social de las personas. La conducta desviada
91 La importancia de las estadísticas criminales se resaltaría algunos años después: en el Anuario Es-
tadístico del año 1893, Martínez afirmaba que: “no encuentro otra materia en todo este libro que pueda superar a
la presente en gravedad y en trascendencia”. Esta vez, da un paso más e interviene promoviendo la reforma de la
legislación penal nacional. (AEM, AÑO III, 1893: XXVII)
92 AEM, AÑO I, 1891: 461.
93 De esta manera, se constituía en el sujeto-objeto del discurso criminológico, que construyó una repre-
sentación del anarquista como un tipo psicológico patológico, “el delirante”, producto de un medio ambiente y una
herencia biológica (Salessi, 1995).
94 Al respecto ver: Salvatore, 2000.
fue analizada en detalle, como fenómeno y a partir de los sujetos cuyas acciones de una u
otra manera afectaban el orden público. Los criminales, contraventores, suicidas, etc. fueron
clasificados por edad, sexo, nacionalidad, profesión, estado civil, grado de instrucción, etc.,
buscando trazar un perfil que recortara la forma en que se manifestaba esa predisposición a la
inmoralidad en el país. Como lo muestra el orden de los cuadros publicados, al analizar los fe-
nómenos de “desvío”, el criterio prioritario utilizado en el Anuario Estadístico fue la nacionalidad,
expresando así los supuestos implícitos que llevaban a la asociación de la conducta “desviada”
con la procedencia extranjera95. De esta manera, a diferencia de lo plasmado en los censos,
el Anuario Estadístico Municipal dejó impreso en sus cifras la representación del inmigrante
como una amenaza antisocial, un factor potencialmente disolvente de la sociedad; mirada que
convalidaría la “política de cierre de fronteras” del estado nacional, representada por las leyes
de Residencia (1902) y de Defensa Social (1910) (Villavicencio, 2003).
3. A modo de cierre
Centralizado el poder político y afianzado un sistema de dominación, bajo un régimen
político conservador, el lenguaje estadístico se convirtió en Argentina en una de las formas
privilegiadas de aprehender el espacio social. La selectividad temática, los intereses cognosci-
tivos y el cariz de las lecturas interpretativas de los datos aquí descriptos son indicativos de la
medida en que la práctica estadística del período estuvo ligada a los valores y perspectivas de
los sectores sociales dominantes; de la forma en que este discurso contribuyó a la legitimación
del proyecto político en marcha.
95 Esto era diferente, por ejemplo, respecto del tema de los suicidios, en donde la primera dimensión para
caracterizar a los suicidas pasaba a ser el sexo de la persona, y cuya explicación se montó sobre otras hipótesis
que suponían ligar al fenómeno con aspectos novedosos, hasta entonces, como la condición social y la religión de
las personas.
BIBLIOGRAFÍA
ARMUS, DIEGO, “El descubrimiento de la enfermedad como problema social”, en LOBATO, MIRTA
(ed.), El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916). Sudamericana, Buenos
Aires, 2000.
BOTANA, NATALIO, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Sudamericana,
Buenos Aires, 1994.
DESROSIÈRES, ALAIN, La política de los grandes números. Historia de la razón estadística. Me-
lusina, Barcelona, 2004.
ELIA, OSCAR, “Los censos argentinos”, en Revista de Ciencias Económicas, XXXIIII, Nº 287,
Buenos Aires, 1945.
GONZÁLEZ BOLLO, HERNÁN, "Para medir el progreso de la Argentina moderna. Formación y con-
solidación de una burocracia estadística en el Estado conservador", Tesis de Maestría,
Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 2000.
HACKING, IAN, La domesticación del azar. La erosión del determinismo y el nacimiento de las
ciencias del caos. Gedisa, Barcelona, 1991.
HALE, CHARLES, “Ideas políticas y sociales en América Latina, 1870-1930”, en BETHEL (ed.)
Historia de América Latina, Crítica, vol. 8, Barcelona, 1991.
MASSE, GLADIS, “Fuentes útiles para los estudios de la población argentina en el Instituto Nacional
de Estadísticas y Censos (INDEC). Una visión histórica”, INDEC, Dirección de Estadísticas
Poblacionales, Buenos Aires, 2000.
MENTZ, RAÚL P., “Sobre la historia de la estadística oficial argentina”, en Estadística Española,
vol. 33, Nº 128, Madrid, 1991.
ISSN 1668-1053
Serie
CUADERNOS DEL IDES
Títulos publicados:
Nº 1. SERGIO CAGGIANO: "Fronteras múltiples: afiliación sindical: Estudio comparativo
Reconfiguración de ejes identitarios de Argentina, Chile y México".
en migraciones contemporáneas a la
Nº 9. RAMIRO SEGURA: "Segregación residencial,
Argentina".
fronteras urbanas y movilidad territorial.
Nº 2. ELIZABETH JELIN: "Los derechos humanos Un acercamiento etnográfico".
y la memoria de la violencia política y la
Nº 10. L AURA P ERELMAN : "Sindicalización y
represión: la construcción de un campo
Obras Sociales".
nuevo en las ciencias sociales".
Nº 11. GABRIELA ADRIANA SALA: "Trabajo y salario
Nº 3. A R I E L A L B E RTO C O R E M B E R G : "El
de los emigrantes argentinos residentes
crecimiento de la productividad de la
en el Brasil".
economía argentina durante la década
de los noventa: «Mito o realidad»". Nº 12. SANTIAGO CANEVARO: "Cuerpo, teatro
y migración. Movilidad identitaria de
Nº 4. ADRIANA MARSHALL y LAURA PERELMAN:
jóvenes migrantes en Buenos Aires".
"Sindicalización: Incentivos en la norma-
tiva socio-laboral". Nº 13. V A N E S A C O S C I A : " U s u a r i o s v s.
Trabajadores: Construir y jerarquizar
Nº 5. M ARCELA C ERRUTTI y A LEJANDRO
como formas de politizar/despolitizar
GRIMSON: "Buenos Aires, neoliberalismo
reclamos laborales".
y después. Cambios socioeconómicos y
respuestas populares". Nº 14. G A B R I E L A A. S A L A : "Segregación
laboral de los países limítrofes en
Nº 6. ANDREA MASTRÁNGELO: "Entre la selva
provincias argentinas. Una propuesta de
y el río. Búsqueda etnográfica de
medición".
indicadores de evaluación en un proyecto
de «recuperación de la selva marginal Nº 15. DIANA MILSTEIN "La escuela, territorio
con promoción de la comunidad» en el urbano en disputa".
Nordeste de Brasil". Nº 16. R OSANA G UBER "Política nacional,
Nº 7. JOSÉ GARRIGA ZUCAL: "Amigos y no tan institucionalidad estatal y hegemonía en
amigos". Los integrantes de una hinchada las periodizaciones de la antropología
de fútbol y sus relaciones personales. argentina"
Nº 8. ADRIANA MARSHALL: "Efectos de las Nº 17. CLAUDIA DANIEL "Un imaginario estadístico
regulaciones del trabajo sobre la para la Argentina moderna (1869-
1914)"