Informe Dives in Misericordia

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“Tu misericordia, ¡Oh!

Señor, se extiende hasta los cielos, tu fidelidad, hasta el firmamento”


(Sal 36,5). Sin duda alguna que la misericordia divina es una de las propiedades más excelsas
que Dios mismo posee en su esencia y, a la que el hombre puede recurrir dentro de su libertad
como hijo de Él, es por ello, que el salmista al identificar a Dios con entrañas de misericordia lo
busca comparar con aquello que se encuentra a su alrededor, la Creación, la misma en la que
Dios ha sido el autor, y busca que aquella misericordia no se vea limitada de ningún modo para
con el género humano. Solo un corazón que se reconoce urgido del auxilio divino es capaz de
reconocer a Dios que acoge con un amor que traspasa toda lógica y razonamiento humano.

Así como el salmista sintió la necesidad de expresar la misericordia del Señor, diversos
hombres y mujeres, caracterizados por un corazón amante hacia Dios, experimentaron y
plasmaron sus conocimientos, como fruto de una riqueza intelectual, pero sobre todo espiritual.
El Romano Pontífice Juan Pablo II, dentro de las grandes características que tuvo en su haber,
amén del prolongado gobierno Petrino, fue su abundante capacidad para abarcar diferentes temas
de índole doctrinal, dogmático, eclesial, jurídico y demás. Acerca de la misericordia del Señor,
en su carta encíclica Dives in Misericordia promulgada el 30 de noviembre de 1980, regalo a
toda la Iglesia una gran riqueza en la que expone la misericordia de Dios.

En este mismo sentido, esta encíclica encuentra un carácter más profundo y amplio en las
Sagradas Escrituras, desde su inicio: “El concepto de misericordia tiene en el Antiguo
Testamento una larga y rica historia” (n°4). Teniendo como punto de referencia principal la
Alianza pactada por el pueblo de Israel con El Señor su Dios, (Ex 19), surgiendo de este Pacto
una cercana e íntima relación, citada en reiteradas ocasiones un amor de tipo esponsal, Israel es
la amada y la predilecta del Señor Dios de entre todas las naciones de la tierra, sin embargo,
dicho amor no se ve correspondido hacia su Dios, ya que, se ve manchado por la infidelidad
hacia otros dioses, o comportamientos que los desvinculan del orden social, ético, político y
cultural.

A pesar de contar con un sinfín de tropiezos en al camino, el pueblo de Israel nunca estuvo
solo, contó con la presencia de profetas y líderes, que los exhortaban a no olvidar el inmenso
amor que Dios les había manifestado, es decir, que: “la predicación de los profetas la
misericordia significa una potencia especial del amor que prevalece sobre el pecado y la
infidelidad del pueblo elegido” (n° 4). En este momento, traer a colación los diversos pasajes y
escenas bíblicas relacionadas con el amor misericordioso de Dios para con Israel se convertiría
en un escrito ampliamente dilatado, lo importante es ver reflejado que, el amor de Dios está
impreso en el ser humano desde el momento de su creación, pues, dotados de sentimientos y
razón han sido creados por amor y para amar y perdonar así como su Dios ha sido capaz de
hacerlo.

Ahora bien, teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado, es quien Cristo Jesús salido
desde el Padre quien, “confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria
de la misericordia divina” (n° 2). Evidencia de ello, se halla en primer lugar en el Misterio de la
Encarnación de Cristo, pues, en la infinitud de su amor, quiso compartir la naturaleza humana,
siendo semejante en todo, menos en el pecado, es Él es el Dios hecho carne por amor a toda la
humanidad, su estancia en este mundo en medios de los desafíos y vicisitudes propios del mismo
hacen aún más válidas las palabras de reflexión hechas por Moisés: “¿Qué nación hay que tenga
un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos?”(Dt 4,7).

Dicho sentimiento de cercanía hacia los pobres, enfermos y menos desfavorecidos de la


sociedad, por parte de Cristo, resulta todo un escándalo para algunos de sus paisanos, quien en su
lógica enmarcada en la Ley, se consideraban los más aptos y cualificados para heredar el Reino
de Dios, es por eso, que no dudan en reprochar en más de una ocasión a Jesús diciéndole: “Este
hombre da buena acogida a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,2). Son diversas las repuestas
dadas por Jesús cuando es cuestionado por sus actos, sin embargo, en este mismo contexto el
evangelista Mateo ayuda iluminar de manera contundente cuando Cristo les dice: “Vayan, pues, a
aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,13).

Cristo, con la misión de predicar el Reino de Dios, atrae a todos de manera cautivadora por
medio de sus gestos, palabras y obras, enseñando en la Sinagoga, “quedaban asombrados de su
doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas." (Mc 1,22).
Pero, también ya sea en la montaña, estando en casa de alguna persona que lo ha invitado a
comer, yendo de camino, o algún otro escenario, nunca hace falta su enseñanza por medio de
palabras que transmiten de manera sencilla el mensaje de querer buscar aquella oveja perdida
(Lc15,4-7) de buscar la moneda extraviada, (Lc 15,8-10) y ambos casos culminando con una
gozosa celebración, pero, la mayor celebración es la que lleva a cabo aquel Padre que recibido a
su hijo que se encontraba extraviado. (Lc 15, 24).

Resulta pertinente exponer en este punto que, el mensaje Misericordioso del Padre anunciado
por Cristo no debe entenderse como ajeno al concepto de justicia y conversión, en este sentido, el
papa Francisco, en la Bula Misericordiae Bultus, afirma: “La misericordia no es contraria a la
justicia, sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior
posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (n° 21). Resulta importante que un fiel cristiano
en determinado momento de su vida realice una seria reflexión acerca del concepto que posee de
misericordia y su relación con la justicia.

Por lo general, en la opinión de los creyentes la misericordia de Dios, no va más allá de un


sentimentalismo en el que Dios es capaz de llevar cabo algún cambio dado en forma de milagro
físico, o, por otra parte, de aquellos que consideran la misericordia divina como la vía en la que
se presenta la imagen de Dios que perdona todo a tal punto de dar una connotación, en la que
Dios se vuelve permisivo con los errados comportamientos y actitudes “porque es
misericordioso” sin ningún tipo de exigencia para la vida cristiana, desligado del concepto del
sentido de justicia. Estos modos de razonamiento tergiversan totalmente el mensaje de salvación
anunciado por Cristo, imagen del Padre.

Dicho cuestionamiento, el apóstol Pablo no duda en reprocharlo cuando afirma:


“Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se
sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que
cree” (Rm 10, 3-4). Es un peligro inminente la formación de ideas subjetivas relacionadas con
Dios mismo y sus atributos, ya que, estas ideas generalmente poseen una actividad de dinámica
de transmitirse en la educación de la fe de los padres hacia sus hijos, y teniendo como
consecuencia un espiral de subjetivismo en la doctrina católica. Widow L. (2016) en su serio
análisis realizado en este tema, concluye que: “La misericordia puede suspender la justicia
cuando esta mira simplemente el bien particular. La misericordia no puede suspender la justicia
cuando lo que está en juego es el bien común.” (p. 7).

Evidentemente, las Sagradas Escrituras reflejan un cambio de vida en aquella persona que
desea seguir a Cristo, no en vano su predicación mesiánica inicia diciendo: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Un
claro ejemplo de misericordia y conversión se da en aquella escena en la que le presentan a Jesús
a la mujer adultera, claramente le dice: “Tampoco yo te condeno” pero, enseguida, añade “Vete,
y en adelante no peques más" (Jn 8,11). De esta manera se puede comprender que, “Dios no
rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor
que está a la base de una verdadera justicia” (Francisco, 2015, Bula Misericordiae Bultus. n°21).

En el Misterio Pascual se aprecia la máxima obra de amor misericordioso de Cristo por la


humanidad, por tanto, la redención conlleva la revelación de la misericordia en su plenitud, pues,
aquella noche de Pascua compartiendo en la intimidad de la mesa con sus amigos, les da un
mandamiento nuevo, les lava los pies como signo de servicio y entrega, y mayor aún, les da a
comer y beber su propio cuerpo y sangre, como anticipo de lo que vivirá de manera cruenta en la
cruz. Su sacrificio perfecto, agradable al Padre, culmina en un profundo diálogo con Él, y su
triunfante resurrección llena de gozo a quienes servirán como sus testigos. De esta forma, se
puede concluir que: “La dimensión divina de la redención no se actúa solamente haciendo
justicia del pecado, sino restituyendo al amor su fuerza creadora en el interior del hombre” (n°
7).

El Romano Pontífice Juan Pablo II sabe reconocer en su encíclica, de forma especial, en la


Santísima Virgen María la glorificación que le da a la misericordia del Señor en el cántico del
Magníficat, y aprovecha de anclar su reflexión acerca de la generación que se aproxima a vivir el
tercer milenio, acerca de la confianza que ha puesto en el rápido desarrollo de las ciencias e
informática, advierte en sintonía con el Concilio Vaticano II de los peligros de la modernidad y
que se combaten en el interior del hombre, afianzando sus raíces en el corazón.

La Iglesia a la cual Cristo ha confiado por excelencia el depositum fidei, “debe profesar y
proclamar la misericordia divina en toda su verdad, cuál nos ha sido trasmitida por la revelación”
n°13). Estas palabras cobran actualmente más fuerza en el actual sucesor de san Pedro, el papa
Francisco, quien frecuentemente usa y pone en práctica un lenguaje de misericordia y caridad
para toda la Iglesia Universal, ya en el año 2015 convoco al jubileo de la misericordia, invitando
a más allá de las indulgencias ofrecidas, a acercarse con un corazón arrepentido al sacramento de
la confesión, en el que Dios sigue abriendo sus brazos por aquel hijo suyo que ha regresado. En
un libro titulado: El Nombre de Dios es Misericordia; fruto de una entrevista realizada al papa
Francisco, afirma con gran elocuencia:
La Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de madre, a la
humanidad herida. No espera a que los heridos llamen a su puerta,
sino que los va a buscar a las calles, los recoge, los abraza, los cura,
hace que se sientan amados. (p.14).
BIBLIOGRAFÍA

Biblia de Jerusalén
Francisco, (2015). Bula Misericordiae Bultus. Bula de convocación del jubileo extraordinario
de la misericordia.

Francisco, (2016). El Nombre de Dios es Misericordia. Una conversación Andrea Tornielli.


Ediciones Planeta Testimonio

Juan Pablo II, (1980). Carta Encíclica Dives in Misericordia. Ediciones paulinas.
Widow L. (2016). ¿Puede la misericordia suspender la justicia?. XLI Semana Tomista –
Congreso Internacional, Sociedad Tomista Argentina Facultad de Filosofía y Letras – UCA.
Documento en línea: https://repositorio.uca.edu.ar/bitstream/123456789/3698/1/puede-
misericordia-suspender-justicia.pdf.

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