El Cuerpo Habitado PDF
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https://doi.org/10.5565/rev/brumal.650
Revista de Investigación sobre lo Fantástico
Research Journal on the Fantastic Vol. VIII, n.º 1 (primavera/spring 2020), pp. 157-177, ISSN: 2014-7910
Recibido: 13-12-2019
Aceptado: 22-03-2020
Resumen
Palabras clave: Solange Rodríguez Pappe, La primera vez que vi un fantasma, inusual,
ficcional insólito, identidad.
157
Víctor Manuel Sanchís Amat
Abstract
Taking its cue from the bounty of theoretical revision of non-mimetic literary discours-
es in recent years, the paper addresses imaginings of such narrative in stories that are
part of La primera vez que vi un fantasma (2018), by the Ecuadorian writer Solange
Rodríguez Pappe. The study focuses especially on the characteristics that Carmen Ale-
many (2016b, 2019) and Benito García-Valero (2019) establish in their theories about
the discourses of the unusual, related to the singular subversions of identity and social
order. Thus, in several stories in the collection, the Ecuatorian writer presents a study
of female characters’ identity awareness through the exploration of family relation-
ships, symbolism of the inhabited body and animalization.
Keywords: Solange Rodríguez Pappe, La primera vez que vi un fantasma, unusual, fic-
tional uncommon, identity.
R
1. Figuraciones de la narrativa de lo inusual en La primera vez
que vi un fantasma, de Solange Rodríguez Pappe
la que ha indagado sobre los límites de los géneros sobre los que ha orbitado
su obra de ficción, sobre todo relacionados con los grandes marcos genéricos
del fantástico y el policial (en 2019 publica un ensayo sobre la ciencia ficción
ecuatoriana), y se ha encargado de preparar antologías de microrrelatos, como
Ciudad mínima (2012), o la parte ecuatoriana de la antología de micro policial
Dispare usted o disparo yo (VV.AA., 2017).
Pese a la heterogeneidad formal y temática de su narrativa breve, la
singular evolución de su relación con los diferentes discursos de lo insólito en
los últimos años, desde los grandes marchamos del fantástico, el gótico o la
ciencia ficción de su producción inicial, ha motivado que las primeras voces
críticas que se han acercado a su narrativa última la definan como una de las
narradoras emblema de su generación en su país, con una raigambre creadora
que entronca además con la sensibilidad y las hechuras discursivas de otras
narradoras que empiezan a visibilizarse con fuerza en el panorama literario
latinoamericano y que Carmen Alemany ha agrupado en torno a la definición
de una nueva modalidad de lo insólito que ha llamado narrativa de lo inusual:
2018, 2019) y Benito García-Valero (2019), relacionadas con las singulares sub-
versiones de la identidad y del orden social que recorren buena parte de los
relatos de Solange Rodríguez Pappe.
La editorial Candaya, que ya apostó por la literatura ecuatoriana con
las ediciones de las novelas de Mónica Ojeda Nefando (2016) y Mandíbula
(2018), presenta en coedición con la Universidad de las Artes los relatos de La
primera vez que vi un fantasma (2018), en cuya contracubierta se nos anuncia
que «la escritora ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe, hábil para suponer
tramas perturbadoras que dejan huellas hondas, parece haber venido para
expulsarnos de la realidad y empujarnos fatalmente a la incertidumbre y a la
extrañeza». Efectivamente, a lo largo de los quince relatos que conforman el
libro, la autora plantea un discurso que desde el asidero de la realidad trans-
porta al lector a una experiencia de tramas inciertas, inusuales, a partir del
hilo conductor de la escritura del fantasma, semánticamente marcado en el
título del volumen y en la elección de la imagen de cubierta de Patrick Tomas-
so. Como apunta simbólicamente esta fotografía, que presenta una silueta hu-
mana claramente reconocible recubierta por una sábana blanca, simulando un
fantasma, cerca de un no-lugar, con la imagen de una casa de suburbio reco-
nocible, con vegetación descuidada, grafitis urbanos y coches mal aparcados,
los relatos principales que presenta Rodríguez Pappe se alejan de la concep-
ción tradicional del relato de terror o del fantástico, pues como trataremos de
demostrar su objetivo esencial radica en la indagación intimista de unos fan-
tasmas interiores que alegorizan los miedos que conforman la identidad per-
sonal de los personajes femeninos que protagonizan las historias y el contexto
social en el que habitan.
José Miguel Vilar-Bou, en una entrevista a la autora en Eldiario.es el 12
de marzo de 2019 apunta hacia esta cuestión identitaria en su entradilla: «Su
nuevo libro, La primera vez que vi un fantasma, ahonda en la figura del espectro,
pero no desde lo terrorífico, sino como metáfora de la pérdida, la nostalgia.
Otros relatos se adentran en mundos extraños, a menudo íntimos» (Vilar-Bou,
2019). A la pregunta «En tu libro están muy presentes los fantasmas. Sin em-
bargo, contrariamente a lo que se podría suponer, no se trata de cuentos de
terror», la escritora ecuatoriana confirma esta cuestión: «No, no lo son. El libro
se puede leer en diferentes claves: hay fantasmas, pero no son fantasmas lite-
rales, sino metáforas. Lo que me interesaba trabajar era el concepto de nostal-
gia, de pérdida» (Vilar-Bou, 2019).
La diferencia principal de estos relatos de Solange Rodríguez con los
discursos más puramente fantásticos, hacia los que podría apuntar el título y
Porque los seres humanos tendemos al pensamiento mágico tanto como al racio-
nal: La gente ora para pedir cambios en sus vidas. Y creemos que Dios es capaz
de obrar ese milagro. El milagro es parte de lo fantástico. Los seres humanos,
aunque muchos hagan como que no existe, conviven con lo fantástico: la propia
esperanza lo tiene como base. No creo, por tanto, que ficción y realidad sean
oposiciones, sino más bien dos maneras de estar en el mundo (Vilar-Bou, 2019).
Aunque a lo largo de estas líneas abordaré otros de los cuentos del vo-
lumen que considero más definitoriamente inusuales, esta cuestión introduc-
toria que justifica el interés principal de La primera vez que vi un fantasma por la
reflexión identitaria intimista del sujeto narrativo por encima de las conside-
raciones tradicionales del terror o la ciencia ficción se manifiesta claramente
en los relatos «Un paseo de domingo» y «La primera vez que vi un fantasma»,
que da título al volumen. El primero relata el paseo de una mujer por un cen-
tro comercial junto a su madre, que se convierte en una presencia ausente
cuando al final de la narración se revela que ya está muerta: «Es un cuento
muy triste, sí: Esta hija que cumple un ritual un poco absurdo y solitario que
es ir por el centro comercial con su madre, o con la idea de su madre... Si es
real o no, no sabemos y finalmente no importa. Lo que importa es que la hija
cumple un ritual de memoria» (Vilar-Bou, 2019). En el cuento «La primera vez
que vi un fantasma» la protagonista es abandonada en un hotel a las afueras
de Las Vegas y su soledad se manifiesta en la visión de la fantasmagoría, que
como corrobora la autora, es más bien el símbolo del quiebre de su conciencia
identitaria: «Esta mujer está siendo abandonada por el hombre al que ama,
mucho más joven que ella. Quería que él la acompañara hasta el final de su
sueño, que consiste en llegar a un lugar llamado Liberty. Ella ve el fantasma
justo cuando se queda sola, pero ¿qué le espanta más? ¿El fantasma o la sole-
dad? Yo creo que finalmente teme más la soledad» (Vilar-Bou, 2019).
Así, los cuentos del volumen de Solange Rodríguez Pappe se definen
estructuralmente por la maestría de la escritora ecuatoriana en la construcción
del ambiente del relato, que apunta a los marcos genéricos tradicionales de lo
insólito, generando un principio de incertidumbre que en algunos relatos ni si-
quiera se resuelven en la escritura, convirtiéndose en protagonista principal del
relato. En este sentido, muchos de estos relatos coinciden con los argumentos de
Carmen Alemany cuando define la narrativa de lo inusual como una «forma de
ficción en la que prima la incertidumbre aunque los hechos transcurran en el
plano real con transiciones hacia lo onírico o delirante» (Alemany, 2016b: 135).
Benito García-Valero (2019) plantea una caracterización teórica de los
mecanismos definitorios de este discurso de la narrativa de lo inusual que nos
ofrece un marco metodológico interesante para profundizar en el análisis de
algunos relatos de La primera vez que vi un fantasma. García-Valero sistematiza
el debate genérico sobre lo inusual presentando claves de análisis significati-
vas, que bien podrían agruparse en la gran cuestión que fundamentan la sin-
gular narrativa de estas narradoras: la reflexión identitaria. Una indagación
intimista acerca de la identidad, para la que se utilizan diversos recursos for-
males como «el apropiamiento de motivos de la literatura fantástica clásica
para explorar posibilidades identitarias, como el doble» (García-Valero, 2019:
José Carlos González Boixo, en un lúcido texto del que se hace eco Car-
men Alemany (2019: 317), afirmaba lo siguiente acerca de las historias de algu-
nas narradoras mexicanas nacidas a finales de los 60 y los 70: «lo que en un
principio podría parecer una historia habitual en la literatura fantástica y, en
especial, de la ciencia ficción, se convierte en vehículo simbólico para indagar el
universo femenino y en el reconocimiento de su identidad» (González Boixo,
2014: 7). El guante es recogido por Carmen Alemany (2016a, 2016b, 2019) en sus
sucesivos estudios sobre la narrativa de las mexicanas Patricia Laurent Kullick
(El camino de Santiago, 2003), Cecilia Eudave (Bestiaria Vida, 2008), Daniela Tara-
zona (El animal sobre la piedra, 2008), Paulette Jonguitud Acosta (Moho, 2010) y
Lourdes Meraz (Los abismos de la piel, 2013) cuando afirma que
desde una perspectiva temática las autoras y obras citadas se adentran de una
manera menos ortodoxa que las narradoras anteriores en el universo femenino,
una identidad más actualizada y adaptada a la propia evolución de los roles de
género. Una novedad, o quizás una evolución, que surge del internamiento en
otras vías para hablar de la mujer desde un afán intimista y de búsqueda. Sus
personajes, siempre femeninos, narran desde la primera persona en una decla-
ración de autoanálisis que apela al tono confesional; mujeres en tránsito, frági-
les e inestables que referencian sus cuerpos, cuerpos invadidos como línea ar-
gumental (Alemany, 2019: 321).
hemos sido durante muchos años ese gran otro. Ese cuerpo que pare, que se
embaraza, que arroja sangre, que arroja leche, como esa construcción ambigua
y monstruosa, porque la deseas y al mismo tiempo la aborreces. Ese otro nos
causa curiosidad y deseo, una vía para crear fantasías terroríficas: las brujas, las
vampiras, las demonias... la contradicción humana (Eduard Aguilar, 2019).
«La historia incómoda que nos contó Olivia el día de su cumpleaños», respon-
de de manera inusual durante su discurso de cumpleaños a una situación de
tensión familiar generada por su marido y su hijastro, mimetizando su actitud
con la de una mujer fantasmagórica de un barrio humilde que la persigue por
la ciudad llegando hasta un delirante final monstruoso. El conflicto de «Mata-
dora», al que volveré, es el más abiertamente comprometido con la mirada
feminista, donde se mezclan las voces luchadoras de una madre ante los pro-
blemas de una hija preadolescente, la muerte a puñaladas de una mujer a
manos de un hombre despachado y el metafórico maullido de una gata en
celo. En «El atanudos», Rodríguez Pappe construye la imagen de una mucha-
cha extraña cuya cicatriz esconde una historia popular de una fuerza inexpli-
cable capaz de hacer nudos en los cuerpos de la que solo se puede escapar,
como nuestros miedos, exteriorizándolos para sacarlos afuera. El último pen-
samiento del personaje de «Confeti en el cielo», un cuento de tono apocalípti-
co que narra la última tarde sobre la Tierra, desgarra los fantasmas interiores
de su protagonista: «me concentré en mis sueños que se trizaron en su pecho,
para el crujido del agua congelada: mi madre y el hombre que amé fueron
entonces dos siluetas de hielo que estallaron en centenares de pedazos» (Ro-
dríguez Pappe, 2018: 125). Por último, la narradora de «La primera vez que vi
un fantasma» narra la aventura de unos buscavidas que viajan a Las Vegas
por un futuro mejor. Ella, abandonada y engañada, exterioriza la visión del
fantasma del hotel, esperando a Vico, que ya nunca volverá, generando otro
final abierto que apunta hacia la soledad y la tristeza de la protagonista.
Como apuntan los conflictos principales de las tramas de los relatos del
volumen, hay un interés notable en Rodríguez Pappe por explorar las relacio-
nes de las protagonistas con su entorno más cercano, generalmente en el ámbi-
to familiar, pues son estas las que provocan los fantasmas interiores. Carmen
Alemany afirma con respecto a estas narradoras que «estamos ante novelas
que cuestionan constantemente sus relaciones con los otros; unas relaciones
familiares que siempre se tornan conflictivas: con su pareja, con sus progenito-
res —especialmente la madre (matrofobia), que es vista opresora— o con sus
hermanas. La maternidad, tema tan recurrente en la narrativa escrita por mu-
jeres, se asume en algunas autoras citadas desde la exasperación, la rabia, el
arrebato, la locura» (Alemany, 2019: 321), cuestión decisiva en la narrativa de
Rodríguez Pappe. Efectivamente, las mujeres del conjunto de relatos que nos
ocupan se enfrentan a matrimonios insatisfechos («Paladar»), con el tema de la
infidelidad («Pequeñas mujercitas»), la maternidad conflictiva y delirante («La
historia incómoda que nos contó Olivia el día de su cumpleaños»), la violencia
Olivia. Ya que estás despierta, por favor, baja a hacerme un café»; 82), aunque
se haya desempeñado laboralmente en una agencia de publicidad que final-
mente decide echarla con insinuaciones de que ya es demasiado mayor para
el mundillo: «Hugo me dijo que renunciara. Pero yo no quise, porque ustedes
saben cómo son de contradictorios los hombres, dicen que quieren una mujer
independiente, pero se van con las más pendejas» (76). Pero el nudo del relato
se activa en torno a la maternidad, puesto que Olivia tenía ilusión de ser ma-
dre, pero su marido se había negado porque ya tenía un hijo de una relación
anterior, Huguito, un adolescente insoportable y caprichoso que respeta muy
poco a la nueva mujer de su padre. La posición antagónica de Olivia con res-
pecto a Huguito la convierte en el personaje clásico de la madrastra. Una ma-
drastra posmoderna que en pleno siglo xxi se había dedicado a guardar las
apariencias para mantener su estabilidad familiar:
Y yo, con la sonrisa congelada, cosida a las comisuras, sudando frío porque nos
han dicho que debemos ser buenas con los hijos de nuestros esposos. ¿Verdad
que la palabra madrastra tiene algo de odioso? Seguro que la inventó alguien
que tuvo que soportar a la esposa de su padre, que, así fuera Mary Poppins, de
todas formas la detestas por una única y crucial razón: ¡se está cogiendo a tu
papá! (76-77).
él. Todavía la autora nos ofrece un guiño metaliterario final, pues Olivia ha
envenado las copas de todos los asistentes a la fiesta, entre ellos la amante de
su esposo: «Digamos que, por mi abuela, siempre me han gustado los finales
dramáticos. Yo me iré a otro país. Este niño que espero, esta extraña y caliente
cosa que está dentro de mí va a protegerme» (87). La transformación en la
mala del cuento se ha completado, y es paradigmática la inusual afirmación
final: «Los monstruos, cuando nos encontramos, jamás volvemos a estar so-
los» (87) que resignifica el rol de la protagonista y pone en valor su nueva
identidad de mujer libre.
Por otro lado, una de las sinécdoques más utilizadas por estas escritoras
a la hora de reflexionar sobre la identidad propia ha tenido un amplio espacio
de trabajo en las figuraciones del cuerpo femenino, que a menudo se convierte
en indiscutible protagonista del relato, como ocurre por ejemplo en Moho
(2010), de Paulette Jonguitud Acosta, o en Los abismos de la piel (2013), de Lour-
des Meraz, por citar tan solo algunos de los más representativos. El cuerpo
como espacio del relato tiene una amplia reflexión crítica, con calas excelentes
como los trabajos que han generado el grupo de investigación de la Universi-
dad de León, entre muchos los de Natalia Álvarez (2003) o el volumen editado
por Ordiz-Alonso y Díaz Cobo (2015). Recientemente, Eva Valero (2016) ha
profundizado esta significación en un estudio sobre El camino de Santiago, de
Patricia Laurent Kullick, que también interesa a las propias narradoras de esta
estética de lo insólito como académicas, como muestran los artículos de Danie-
la Tarazona (2014) o Cecilia Eudave (2019). Como establece la propia Eudave,
la problemática del cuerpo femenino en la ficción latinoamericana tiene ante-
cedentes más que notables en las obras de Amparo Dávila y Elena Garro, y en
otras narradoras fundamentales como Margo Glantz, en cuya obra es esencial
la reflexión en torno al cuerpo y sus posibilidades simbólicas (Franco, 2003),
pues «el cuerpo es lugar propicio para evidenciar las problemáticas, no solo
genéricas sino sociales y filosóficas» (Eudave, 2019: 49). Muy interesante a este
respecto es la noción que plantea la escritora mexicana a lo largo de su estudio
acerca de la necesidad de las escritoras más jóvenes de «personalizar el cuer-
po» (Eudave, 2019: 54-55) frente a la despersonalización de la literatura de cor-
te socialrealista más mediática. La reflexión interior se manifiesta en «el cuerpo
habitado» (Eudave, 2019: 49) de las protagonistas, cuyas heridas físicas o me-
tamorfosis pretenden alegorizar la conciencia identitaria:
El cuerpo, entonces, no es solo materia viva o muerta, sino que está habitado o
se habita. Y cuando se habita de lo insólito exterioriza, por medio de analogías
Me habían extraído los ganglios de un pecho, pudieron ser los dos o pudo ha-
ber sido todo el cuerpo. Si sacaba cuentas, había sido afortunada: estaba viva,
aunque la cicatrización era muy lenta. Si llevaba la mano al seno derecho, sin
presionar demasiado, el relleno que usaba en el brasier lo hacía sentir muy
parecido al pecho original, aunque dolía, dolía terriblemente. En apariencia
nada había cambiado y tenía la impresión de que para Ian yo me había elevado
a la categoría de rareza apreciada. El problema estaba en que por la noche había
siempre un rato de silencio, y no tenía más remedio que pensar (25-26).
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