Culpa y Alegría en Las Tradiciones Bíblica y Andina II: Pontificia Universidad Católica Del Perú
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los hijos e hijas de Pariacaca, los que crean y viven bajo el auspicio de
los relatos del Manuscrito de Huarochirí, no han hecho del sufrimiento la
marca más profunda de su existencia. Para ellos la alegría es un deber,
pues a través de ella se expresa la gratitud hacia las huacas que los prote-
gen. la fertilidad debe celebrarse pues resulta del esfuerzo de hombres y
mujeres, y de la benevolencia de las huacas. la ausencia de celebración y
alegría sería una ingratitud, un pésimo augurio para el futuro.
las hijas e hijos de Pariacaca, que son los sujetos que enuncian los
relatos del manuscrito, viven dentro del mundo. situación muy diferente
a la del hombre de la tradición bíblica. Dice levinas que «el hombre es
una interrupción del ser por la bondad». la primera parte de la frase es
acertadísima dentro de la concepción bíblica en la que Dios dona la natu-
raleza a la humanidad. «todo lo que se mueve y vive, os será para mante-
nimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo».
la humanidad está pues llamada a apropiarse y redefinir «todo lo que
vive» en su propio provecho. los hijos de Pariacaca, en cambio, no están
enfrentados a la naturaleza, no tratan de «conquistarla». Forman parte de
ella. la naturaleza no es objetivada como un dominio diferente a lo
humano. lo que existe está permeado de sacralidad. las huacas están por
todas partes. los hombres y mujeres engalanan a las huacas y les rinden
culto, así ganan su apoyo para que las cosechas sean abundantes.
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las fiestas a las divinidades andinas suelen durar cinco días. El sacrificio,
que es la manifestación del culto a las huacas, es una muestra de agradeci-
miento que autoriza la alegría y la fiesta, una explosión jubilosa donde la músi-
ca y el baile ciegan la mirada de la conciencia y estimulan la desinhibición que
posibilita recuperar la libertad del cuerpo y la entrega a la sexualidad.
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a las que preñadas estuviesen, ansí puede resolverse pacíficamente mediante alianzas matrimoniales
vivas como estaban, les fuesen
sacados de los vientres los hijos que hacen posible, por ejemplo, que el agua, siempre escasa, sea
que dentro tenían; y luego fue compartida entre colectividades vecinas. El destino de los pueblos
hecho. E así, [a] algunas de ellas
que tenían otro hijos de Guascar, vencidos no genera preocupación entre «los hijos de Pariacaca».
mandó que los abriesen como las
que vivas estaban, y que todas las sus tierras serán ocupadas y aquellos tendrán que mudarse a
demás hijas de Guayna Cava fue- territorios menos pobres y lejanos.
sen colgadas de aquellos palos e
de los mas altos de ellos, y que los
hijos sacados de los vientres fue-
sen colgados de las manos y bra- las huacas más cercanas tienen un arraigo local. son venera-
zos y pies de sus madres, que ya das por colectividades con las que los pobladores tienen un pacto
eran colgadas de los palos. Y a los
demás señores y señoras que ansí que significa la provisión de buenas cosechas a cambio de genero-
eran presos, fuesen primero que
los matase en el monte atormenta- sas ofrendas. Esta alianza es conveniente para ambas partes.
dos, al cual tormento ellos llaman
chacnac, y despues de ansí ator-
mentados, fuesen muertos, hacién-
doles hacer la cabeza pedazos con
una hachas que ellos llaman cham- IX
bi, con las cuales pelean y entran
en guerra».
sabemos que el Manuscrito de Huarochirí fue escrito por un
relator indio o mestizo a instancias del padre Francisco de Ávila.
Ha habido diversas especulaciones sobre el autor del manuscrito, pero
más importante que conocer su nombre es inferir su lugar de enuncia-
ción, las coordenadas sociales que explican los deseos que dan forma a
sus narraciones. A la manera en que da cuenta de los relatos y ritos de los
hijos de Pariacaca. Y es evidente que este relator no es un sujeto íntegro y
coherente. Está dividido entre vectores muy difíciles de reconciliar. De un
lado, aspira a preservar las tradiciones de su pueblo, está orgulloso de
ellas y hasta se puede sentir en el texto cierta simpatía por los cultos indí-
genas. No obstante, de otro lado, son muy prominentes las protestas de fe
cristiana y la reiterada desaprobación a las prácticas idólatras de los
«hijos de Pariacaca». Entonces, no llegamos a saber lo que el escritor
quiere. Podemos presumir que es un hombre que tiene un pie en cada
uno de estos mundos. Una situación aparentemente insostenible pero
que, paradójicamente, es muy representativa del universo indígena, que
participa en sistemas de creencias y ritos que desde occidente se definen
como antagónicos. Pero no desde ese mundo indígena.
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los indios, según considera Ávila, son llevados a ingerir alcohol por
la «presteza de sentir», o lo que también podríamos llamar «ganas de
gozar». Una vez embriagados son presa fácil del demonio. Entonces el
culto a las huacas, y el consiguiente despliegue festivo, significa abrir la
puerta a los «pecados a que la misma embriaguez inclina como son forni-
caciones, adulterios, incestos, y otras más execrables torpezas y abomina-
ciones». Es muy interesante constatar que para Ávila lo más censurable
no es tanto el rendir culto a los ídolos sino las «torpezas y abominacio-
nes» que se cometen bajo el influjo del demonio. Y es también muy nota-
ble que esas «torpezas» se refieran a prácticas sexuales que se consideran
como la esencia de la transgresión al orden moral establecido por Dios.
En la secuencia «fornicaciones, adulterios, incestos» hay implícita una
gradiente de va de lo malo a lo peor. ¿Y cuáles serán esas «otras más exe-
crables torpezas y abominaciones» que el autor guiado por una suerte de
afán pudoroso ya no se atreve a mencionar? Aunque toda respuesta sea
conjetural, es muy probable que Ávila se esté refiriendo a la homosexuali-
dad, al «pecado nefando» contra la naturaleza y el orden de Dios.
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oíd más: así como esos malos que fueron ricos y vivieron con-
tentos han de padecer con almas y cuerpos; así también los buenos,
los justos que cumplen los Mandamientos de Dios, y mueren en su
gracia, aunque aquí hayan sido pobres, sin hacienda, sin qué vestir-
se, sin comer, ni tener qué entrar en la boca, aborrecidos y desecha-
dos de otros. Estos en muriendo han de ir a la bienaventuranza de
Dios, sus almas a ser ricos, hermosos, y a conseguir todo género de
contentos. Y en el último día cuando Dios tome cuenta, han de
bajar estas almas para juntarse con sus cuerpos y resucitar y así jun-
tos han de volver al cielo, para vivir allí en la preferencia de Dios
eternamente. (Ávila 1648: 97)
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Pero esta compleja estrategia tiene sus limitaciones. Ávila sabe que
puede muy poco contra los cultos y las fiestas indígenas.
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Muchas cosas han cambiado desde los tiempos de Ávila. Pero la fiesta
indígena sigue teniendo esa vitalidad sin culpa, ese desenfreno que no
excluye, sino supone el compartir con los demás la comida y la bebida. Es
un momento de encuentro entre lo sagrado y lo profano. todos reciben lo
suyo: las huacas sus ofrendas y los hombres la posibilidad de abrirse al
goce, con la intensidad y el peligro que ello conlleva. No obstante, aún
tiene vigencia también el estereotipo colonial que ve en la fiesta indígena la
causa de la abyección del indio. Una inmoralidad, un desperdicio de recur-
sos, una causa del «embrutecimiento» colectivo del pueblo indígena. Pero
lo que la fiesta pone en evidencia es la vitalidad de una economía libidinal
sobre la que se funda un complejo mítico y ritual que se niega a desapare-
cer aunque pueda ser muy dinámico en sus transformaciones sucesivas.
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11 la misma idea está en individual y colectiva, produce una disciplina lacerante sobre un
muchos autores: Foucault, Elias,
Burke y desde luego Freud. sus número cada vez mayor de personas, sobre todo entre aquellos
antecedentes pueden remontarse que no acceden a salidas creativas que les permitan sublimar su
al romanticismo y la idea de una
naturaleza corrompida, depredada angustia y descontento a través de la creatividad. Disciplina que
por el progreso.
se complementa con diversas formas de embriaguez, con adic-
12 Dice Adam Philips: «Every- ciones anestesiantes12. la producción de individuos culpabiliza-
body is dealing with how much of
their own aliveness they can bear dos y obedientes es una solución que deja como saldo una capa-
and how much they need to anest-
hetize themselves» (Popova s. f.). cidad científica y económica sin precedentes en la historia de la
humanidad, pero asimismo individuos saturados de una agresi-
vidad con la que no saben lidiar y que se convierte en culpa y
autoflagelo.
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Pero tenemos que preguntarnos en qué medida las ideas de Freud son
válidas fuera de occidente, en especial en el mundo de los Andes. Quizá
allí no serían tan vigentes. todo indica que la defensa del orden y la ley
no da lugar, en este mundo, a una represión excesiva, que se pueda con-
vertir en una fuente de goce, en un fin en sí mismo, en una instancia sádi-
ca en nuestra interioridad.
Desde la época colonial el mundo criollo vio con horror a las fiestas
andinas. la percepción ha ido cambiando: borracheras demoniacas, igno-
rancia embrutecedora, gastos improductivos que dificultan el progreso;
pero la condena implícita no ha variado. tampoco ha cambiado la continui-
dad del espíritu que nutre las fiestas: la alegría de celebrar a la divinidad, la
cual, si seguimos a Durkheim, es solo la representación simbólica de la
misma sociedad que la crea, sociedad que proyecta en ella el drama de su
propia construcción de la subjetividad. Y lo que en esas fiestas se proyecta
es una situación que escapa del dilema freudiano de un orden sin goce, de
un trabajo sin fiesta o, alternativamente, de un goce caótico y sin orden.
Una fiesta sin trabajo.
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Bibliografía