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Derechos de autor ©2021 Nessa McDubh
Primera edición: octubre 2021
ISBN:978-84-09-32857-4
Sello: @Nessa McDubh
© Del texto: Nessa McDubh
© De la corrección: Paola C. Álvarez
©Maquetación y diseño: Nessa McDubh
©Imagen de cubierta: Pixabay.com
Todos los derechos reservados. Los personajes y eventos que se presentan en este libro
son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una
coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del cpoyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, incluídos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo
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45).
Copyright ©2021 por Nessa McDubh
A ti que me has enseñado tanto.
A ti que me has acompañado durante todo este camino.
A ti, que me has inspirado tanto y que tienes un pedacito tuyo dentro de su
alma.
A ti, que te has llevado por completo mi corazón.
A ti, que fuiste mi alma gemela y mi fiel amigo y compañero.
Porque fueron dieciséis maravillosos años a tu lado y porque no sabes el
tremendo vacío que me has dejado.
Para ti, mi querido amigo.
Siempre Charly.
NOTAS DE LA AUTORA
Queridos lectores, como vais a poder comprobar a medida que os sumerjáis
en estas páginas, la maquetación para este libro es diferente a los dos
anteriores. No estaba muy contenta con el resultado final de los dos
primeros, pero había decidido seguir la línea del primero para no tener
libros diferentes. Pero con este no he podido mirar para otro lado.
Este tercer libro es muy especial para mí, por no decir que es el más
bonito y el que más me ayuda a reconectar conmigo mismo. Por eso, decidí
cambiar el estilo de maquetación por uno que me inspirase y me gustase.
Soy de la opinión que un libro debe decirte en qué tipo de mundo te vas a
meter ya desde que ves la portada y el interior no debería ser menos
importante. Un libro de fantasía debe llevar un tipo de trabajo que te
indique que estás viviendo en un mundo mágico. Un libro de romance,
igual. Por eso decidí cambiar la de este libro y darle ya mi propio estilo, ese
que me define y con el que me siento identificada. Pero no os preocupéis,
todos irán así a partir de ahora. No han sido unos cambios muy bruscos,
pero sí son perceptibles y yo sentía la necesidad de hacerlo.
Espero que lo disfrutéis igualmente.
Prólogo
LA CONDENA DEL TÁRTARO
Los pebeteros caen uno a uno empujados por Amenadiel. Las brasas se
extienden por toda la superficie, rodeando a Sheena y a Samael en un
círculo de ardientes llamas imposibles de atravesar. El calor se apodera del
suelo, haciéndolo casi insoportable de pisar. Salvo el altar. Allí, por alguna
extraña razón, las agobiantes llamas no se atreven a acercarse.
El cuerpo de Sheena, aún en brazos de Samael, lucha por mantenerse
con vida, pero apenas le quedan fuerzas. Tan solo puede ver a un gran
demonio de llameantes ojos rojos saltar sobre ellos, rugiendo cual león
salvaje que lucha por su trono. Cierra los ojos esperando el doloroso golpe,
siente como su cuerpo cae y choca contra la dura piedra.
Parpadea con dificultad, intentando fijar la vista y ver lo que sucede a su
alrededor. Oye gritos, espadas chocar, voces confusas y lamentos. Distingue
una voz entre toda aquella locura de sonidos: Miguel. Trata de buscarlo con
la mirada; un último aliento, un último esfuerzo. Lo ve al otro lado de las
llamas, gritando, desesperado, su nombre, tratando de llegar hasta ella
luchando con fiereza y esquivando los obstáculos que los separan. Tan solo
quiere tocarlo, volver a sentirlo, pero las fuerzas la abandonan poco a poco.
Oye un tremendo grito sobre ella y ve como Samael rompe todas las
cadenas que lo mantienen preso. Moviéndolas como gigantescos látigos
candentes, el arcángel le asesta un golpe mortal al demonio al que llaman
Abaddon, partiéndolo por la mitad. De sus brazos brotan unas brillantes
llamas azules que deshacen las cadenas y los restos del cuerpo dividido en
dos del demonio.
Samael, tras aquel despliegue de poder, se tambalea y se desploma junto
a ella, respirando ambos con dificultad. Se miran fijamente el uno al otro.
Él extiende la mano hacia su rostro, acariciando su mejilla y sus labios
mientras ella roza su mano. Una extraña unión se forja entre ellos; una
extraña y fuerte conexión.
De pronto, Sheena siente que su cuerpo se eleva y se aleja de Samael.
Unos fuertes brazos la rodean y la acunan con delicadeza. Mira al hombre
que la sujeta y ve unos cristalinos ojos inundados en lágrimas, observando
su rostro y repitiendo su nombre una y otra vez. «Miguel…», dice con un
hilo de voz. Pero las fuerzas ya no pueden sostenerla por más tiempo y
abandona su cuerpo para sumirla en una profunda oscuridad.
—¡Miguel! ¡Miguel!—le grita Lilith junto a Samael, tratando de cargar
con él.
Pero Miguel no puede oír nada, no atiende a razones. Llora con el
cuerpo de Sheena entre los brazos, meciéndolo como si fuese una niña que
acaba de tener una pesadilla. Suplicándole que se despierte sin obtener
respuesta.
—¡Miguel, mírame! ¡Mírame!—lo insta Lilith. Él la mira con lágrimas
en los ojos—. Necesito tu ayuda, yo sola no puedo.
—Está muerta, Lilith—dice entre sollozos.
—¡No, maldita sea! Si algo hemos aprendido hasta ahora, es que la
muerte no es para siempre. Yo cargaré con ella, pero necesito que tú lleves a
Samael. No puedo cargar con él, es mucho más pesado y caeríamos al
vacío. ¡Te necesito, Miguel!—suplica, desesperada.
Aún en shock, saca fuerzas y se recompone para seguir los consejos de
Lilith. Ella carga con el cuerpo de Sheena mientras él coge a su hermano en
brazos. Deben avanzar rápido hasta la entrada y así tener espacio suficiente
para extender las alas.
Por suerte, el camino por el que han entrado está libre del abrasador
fuego de las llamas de los pebeteros. Ayudados por Amenadiel, corren hasta
la salida, pero otro gran grupo de demonios hace acto de presencia en la
gruta. Están perdidos. Si no logran llegar al claro y levantar el vuelo, todo
habrá sido en vano.
Entonces, justo cuando entran en el largo pasadizo, un pebetero cae al
suelo, taponando la salida. Al otro lado de las llamas, Amenadiel los mira y
sonríe mientras empuja con las manos otro de los recipientes.
—¡Amenadiel, no!—grita Lilith al intuir que el ángel se quedará
atrapado dentro de la gruta, solo y con toda una horda de demonios
sedientos de sangre. Está sentenciado.
—Tranquila, todo está bien. Os daré tiempo—responde, sonriendo con
tristeza.
—¡Te matarán!—dice Lilith, desesperada.
—Es mi penitencia y mi billete a la libertad—confiesa el ángel—. No
me olvides, Lilith. Y recuperad el reino por mí, por todos. Restaurad el
equilibrio. —Y tras aquellas palabras, se dirige hacia la lucha. Una lucha
que tiene perdida, pero que les dará el tiempo suficiente a ellos para lograr
huir.
Jadeantes por el gran esfuerzo que están haciendo, Miguel y Lilith
llegan al cráter. La noche ha caído y los ampara un cielo cubierto de densas
nubes. Parece como si la propia tierra los estuviese protegiendo. Sin
pensarlo dos veces, levantan el vuelo con los cuerpos inertes de Sheena y
Samael entre los brazos.
A través de las gruesas nubes y el frío de la noche, baten sus alas con
fuerza y se alejan de allí, echando una última mirada atrás para comprobar
que nadie los persigue. Con lágrimas en los ojos, vuelan en silencio hasta el
único lugar donde estarán a salvo.
****
La conexión entre Sheena y Samael cada vez es más fuerte y lo que parece
ser la antesala de una muerte anunciada se transforma en un profundo e
intenso limbo. Un limbo del que se nutren el uno al otro. Un limbo en el
que ambos se transmiten su conocimiento y sus recuerdos.
Y en un largo sueño, el conocimiento los envuelve.
1.
EN EL LIMBO DEL CONOCIMIENTO
PARTE I
—Despierta, sanadora.
Sheena escucha la dulce y melodiosa voz de Samael en un susurro,
instándola a dejar el mundo de los sueños. Le vienen vagos recuerdos de lo
sucedido, aunque está un poco desorientada todavía. Poco a poco vuelve a
la realidad.
Al abrir los ojos, se cruza con la hipnotizante mirada del hombre con el
que lleva tanto tiempo soñando. Una mirada gobernada por unos
enigmáticos ojos azules, tan intensos como el más azul de los océanos.
Samael acaricia sus mejillas con suavidad, sonriendo y sin poder dejar de
mirarla.
—Bienvenida. Ya creía que no ibas a despertar nunca—le dice con
ternura.
—Samael…, ¿qué…qué ha pasado?
Con su ayuda, logra incorporarse, pero la debilidad que aún siente le
juega una mala pasada y pierde el equilibrio. Él la coge entre los brazos, a
los que Sheena se sujeta con firmeza, dejándose envolver por el aroma de
su cuerpo. Un gesto bastante íntimo y cercano que hace que sus mejillas se
sonrojen. Aunque ese aroma es tan embriagador que no consigue soltarse.
O, más bien, no quiere. «¿Es que todos los arcángeles huelen así de bien?»,
se pregunta ella. Y, en ese momento, a su memoria vuelve el recuerdo del
beso de uno de ellos: Miguel.
Mira a su alrededor y solo ve oscuridad. Tan solo a lo lejos cree ver
gigantescas estrellas brillantes, bolas de fuego y una luz cegadora.
Desconcertada, mira a Samael, que aún la sostiene. Instintivamente, se
suelta y dirige la vista al suelo, viendo así una serie de líneas rojas que
parecen salir de debajo de sus pies, como si ellos dos fuesen el centro de
algo. Intenta seguir la trayectoria de las líneas, pero le resulta imposible.
—¿Dónde estamos? ¿Qué lugar es este? —pregunta a un Samael
divertido mientras la ve girar como si fuese una peonza.
—Estamos en los confines del universo, en el origen de la Creación. Es
un efecto del Limbo del Conocimiento —responde Samael.
—¿En los confines del…universo?¿El Limbo de…qué? Oh, creo que
me estoy mareando de nuevo…—Sheena se lleva la mano a la cabeza y, de
no ser por la rápida reacción de él, se hubiese caído de bruces al suelo.
—Vale, te tengo. Debes moverte más despacio, sanadora, o te volverás a
desmayar. Aún te estás acostumbrando a este plano, tranquila.
—No entiendo nada. ¿Estamos muertos?─pregunta con miedo. Teme la
respuesta, pues no está preparada para morir. Aún no.
—¡Ja, ja, ja! No, mi querida nihúva. No estamos muertos, estamos en
una zona de aprendizaje. De ahí su nombre: Limbo del Conocimiento. ¿No
recuerdas nada anterior a esto?
—Recuerdo estar ante ti, intentando hacerte una transfusión de mi
sangre, el ataque de Abaddon y poco más. El resto lo tengo algo difuso, por
decirlo de alguna forma…—Se rasca la cabeza, nerviosa, tratando de
ordenar sus pensamientos. Ante ese gesto, Samael sonríe, divertido.
—Me diste tu sangre, cierto, pero no mediante una transfusión. En la
batalla se rompieron las bolsas y me hiciste beber directamente de tu cuello.
—Me mordiste—afirma, recordando los dientes de Samael clavados en
su garganta y bebiendo la sangre que brotaba de su yugular.
Se lleva la mano al cuello, esperando notar las marcas de los orificios,
pero no hay nada. Su piel está intacta.
—Lo siento, Sheena. No quería…
—No, tranquilo. Yo te lo pedí y no había otra forma de que mi sangre
entrase en tu cuerpo. Al menos, estás despierto y vivo.
—Es una forma de verlo, sí. —La enigmática sonrisa de Samael vuelve
a asomar en su rostro, dejándola embobada durante unos segundos. Sheena
cierra los ojos y toma aire, rompiendo así el embrujo.
—Bien. Pues, si esto es el Limbo del Conocimiento, ¿qué debemos
hacer? —En ese momento, una de las líneas rojas se ilumina y su brillo se
vuelve más intenso. Parece estar marcándoles el camino a seguir. Sheena se
queda boquiabierta al ver tal despliegue de magia.
—Aprender—responde Samael a su pregunta. A él parece no
sorprenderle nada de lo que los rodea.
—¿Se supone que eres mi guía espiritual, entonces?
—O tú la mía. Estamos conectados, Sheena. Eso significa que debemos
aprender el uno del otro y del pasado que se nos muestre. Debemos vivirlo
paso a paso, pero sin entrometernos. El pasado es el pasado y debe seguir su
curso—le explica.
—Aprendamos pues.
No tienen que caminar mucho, aunque a Sheena le resulta extraño y
divertido pasear por los confines del universo. Intenta tocar una pequeña
estrella, pero solo consigue perder el equilibrio. Ella y su siempre fiel
inestabilidad.
En ese momento, se ríe al recordar a Jared protestando con cada uno de
sus aparatosos accidentes. Hasta siente el suave y firme tacto de su mano
sujetándola, pero no se trata de su amigo. Al otro extremo de esa mano está
Samael, quien la mira fijamente a los ojos.
Es entonces cuando se da cuenta del gran parecido que tienen ambos:
Jared y Samael. Aunque tiene más parecido con Miguel, claro está. Pero le
sorprende ver tantas semejanzas entre aquel poderoso arcángel y su más que
amado amigo. La tristeza invade su corazón al recordar su dolorosa
despedida.
—¿Estás bien? —le pregunta él.
Acaricia su mejilla, limpiando con los dedos una lágrima involuntaria
que invade su rostro. Sheena toca su mano con ternura y sonríe en señal de
gratitud por aquel gesto.
—Sí. Son solo recuerdos…, dolorosos recuerdos.
—Los recuerdos no duelen, sanadora. Solo los sentimientos que afloran
de ellos—le dice sonriendo.
—Vaya. Si eres el arcángel filósofo…—Tras esa burla, Samael estalla
en carcajadas.
De pronto, ante ellos aparece una puerta del mismo rojo que la línea que
los ha llevado hasta allí. Obviamente, él no se sorprende, pero ella, en
cambio, no es capaz de cerrar la boca. «No sé si decir que es el mejor sueño
de mi vida, o el más extraño de todos», piensa Sheena. Mientras ella sigue
en su asombro, Samael decide ser quien haga los honores de abrir la
primera Puerta del Conocimiento.
—¿Lista? —le pregunta, girando el pomo. Ella asiente, ansiosa por ver
qué los deparará al pasar el umbral.
Una luz cegadora los envuelve, impidiéndoles ver más allá de sus
narices. Sheena levanta las manos, tratando de eclipsar aquel destello.
Cuando la luz se vuelve menos intensa, siente una suave brisa arremolinarle
el pelo y rozarle el rostro. Un olor a naturaleza y a frescura invade sus fosas
nasales.
De forma instintiva, cierra los ojos, respira profundamente y llena sus
pulmones de aquel aire tan puro. Oye cantos lejanos de pájaros y el susurro
del viento agitando las hojas de los árboles. Abre los ojos y se queda
maravillada de lo que tiene ante ella.
Una hermosa pradera llena de vida, de un verde casi sobrenatural que
jamás ha visto. Parecen estar en un claro porque ve a lo lejos un profundo
bosque rodeando toda esa llanura. Tras ella, escucha el ruido del agua
agitarse y, cuando se gira, ve un gran lago cristalino custodiado por un viejo
roble. Samael apoya la mano contra el tronco de aquel robusto árbol,
acariciándolo con añoranza.
—Me resulta familiar este sitio—susurra Sheena sin dejar de observar
todo a su alrededor.
—Bienvenida a mi hogar, sanadora. Bienvenida a Eden—dice Samael,
esbozando una sonrisa y mirándola.
—Eden…Vaya, es precioso.
—Me alegro de que te guste, pero esto es solo una mínima parte de mi
reino. Te lo mostraré con mucho gusto. —Samael deja de hablar justo
cuando una sombra los sobrevuela.
Haciéndole un gesto para que no haga ningún ruido, coge a Sheena de la
mano y se la lleva al cobijo de las copas de los árboles. Un ser alado recorre
los cielos de esa parte de Eden, en dirección a una abertura horadada en las
montañas.
—Gabriel—pronuncia Samael, apretando la mandíbula de forma
inconsciente.
La rabia comienza a aflorar en su rostro. Al percibir su malestar, Sheena
aprieta su mano con delicadeza para calmarlo. Y surte el efecto deseado,
pues observa cómo las facciones de su rostro se relajan al momento.
—Ven, vamos—dice él en ese instante.
—Espera. Pero… ¿a dónde? —Samael camina con ella sujeta de su
mano a tal velocidad que le cuesta seguirlo.
—Va a hablar con Uriel y quiero saber de qué—afirma.
—¡Samael, para! —Sheena se detiene de golpe. Se cruza de brazos,
mirando de forma inquisitiva al arcángel y exigiéndole una explicación.
—No podemos intervenir, pero estamos aquí por algún motivo.
—Para aprender—responde.
—Sí, para aprender, pero lo que el universo cree que debemos saber. Por
algún motivo, esta es la primera Puerta del Conocimiento. Justo ahora,
cuando Gabriel decide visitar a nuestro hermano pequeño. El universo
quiere que sepamos algo y voy a averiguarlo—sentencia.
—Pero podrían vernos…
—Solo seremos visibles si nosotros accedemos a ello, como simples
ciudadanos del reino. Si no, seremos sombras invisibles. Ahora, por favor,
sanadora, necesito escuchar esa conversación. —La explicación, con su
posterior súplica por parte de Samael, hacen replantearse su decisión.
Extiende su mano hacia Sheena, quien la toma con suavidad. No
desconfía de él, pero todo aquello es nuevo para ella. No está del todo
segura de no ser descubiertos y, por las cosas que ha oído y visto en sus
sueños sobre Gabriel, sería un gran problema si los ven. Piensa en todos los
contras que podrían surgir si los descubren mientras Samael la ayuda a subir
colina arriba hasta llegar a la entrada de la gruta.
Justo unos metros antes de llegar, Sheena pisa un montón de pequeñas
piedras sueltas que la hacen resbalar y perder el equilibrio. Samael la sujeta
con fuerza, rodeando su cintura con los brazos y quedándose
peligrosamente cerca el uno del otro.
Sus respiraciones se vuelven más agitadas y se miran a los ojos. Sheena
logra esbozar una leve sonrisa nerviosa que es correspondida por una media
sonrisa del arcángel, provocando que un cosquilleo recorra todo su cuerpo.
Sin perder más tiempo, logran llegar a un risco desde el que pueden
escuchar toda la conversación sin ser vistos.
PARTE II
—¡No te atrevas a mentirme, Uriel! ¡O te juro que no dudaré en castigarte a
ti también! —grita Gabriel.
¡Te he contado todo lo que sé, maldita sea! ¡No sé dónde está Caín!—
Oír a Uriel levantarle la voz a Gabriel es algo que deja sorprendido a
Samael. La última vez que habló con él tenía miedo a desatar la ira de su
hermano, aun siendo un arcángel también poderoso. Y un buen luchador,
pues él había sido su maestro en las enseñanzas de la lucha con espada.
—Y ¿por qué demonios vino a verte justo ayer?
—Quería saber algo sobre los portales, si existían otras formas de
moverse por los mundos y…—Uriel duda si continuar hablando.
—Uriel, te juro que mi paciencia tiene un límite y tú estás llegando a
sobrepasarlo—sentencia Gabriel.
—Quiso saber más sobre Niberius. —La respuesta del arcángel menor
deja a Gabriel sorprendido, y también a Samael. Sheena, por el contrario, ya
era conocedora de aquella conversación y no le resulta extraña.
—¿Qué, exactamente, le has contado a mi…a Caín?—Gabriel aprieta
los puños con fuerza, tratando de controlar su rabia.
Su hijo Abel agoniza postrado en una cama, luchando por sobrevivir a
una mortal herida que le es más que familiar. Sabe lo que su hijo está
sufriendo y ha conseguido que uno de los compañeros de ambos le confiese
lo sucedido.
Los médicos del reino han hecho lo que han podido, ya que tiene el
interior de su cuerpo repleto de pedazos minúsculos de aquel acero nimerio.
No, el pronóstico de su hijo no es nada bueno. Tan solo les queda esperar
junto a su cama y ver si el muchacho es capaz de expulsar el veneno por sí
mismo.
Uriel le relata, detalle a detalle, toda la conversación que han tenido el
día anterior. Obviamente, se deja algunas cosas, como la conversación sobre
su hermano Samael. Gabriel escucha atento, sin mirar a Uriel, pero
tomando buena nota mental de cada palabra. Y aunque su hermano no sabe
decirle dónde está el joven Caín, tiene un fuerte presentimiento.
Cree saber cómo ha huido del reino. De la misma forma que Na’amah
entra y sale de cada mundo. Sin decir nada más, se gira y sale de la gruta,
dejando a su hermano desconcertado por aquel interrogatorio.
—Vaya. Abel sigue con vida—susurra Sheena. Samael la mira, extrañado.
—¿Sabes de qué trataba la conversación?—Ella asiente con la cabeza
—. Bien. Me la contarás por el camino. —Y sin previo aviso, la coge en
brazos y salta al vacío.
Sheena, de la impresión, se aferra con fuerza a su cuello y esconde la
cabeza para no ver el aterrizaje. Una vez en suelo firme, él la suelta con
delicadeza y la coge de la mano.
—¿A dónde vamos ahora?—le pregunta, intrigada.
—Al castillo—sentencia. Sheena decide no preguntarle nada más y,
simplemente, lo sigue.
No pueden ir volando, así que recorren la distancia entre el claro y el
castillo andando. Y es una larga caminata. Por suerte, Sheena tiene mucha
información que darle a Samael y eso hace. Le va relatando cada recuerdo
que tiene de sus sueños, cada visión. Con cada descripción, Samael pasa de
la ira a la más absoluta pena y angustia.
Llegan a una cabaña hacia la mitad del camino. Parece estar
abandonada, pues no hay signos de haber vivido nadie allí en mucho
tiempo. Sheena se fija en el pequeño jardín que hay en la parte trasera de la
cabaña, invadido por la maleza y las hierbas altas.
Samael abre la puerta, dispuesto a entrar, pero no logra pasar del
umbral. Un aluvión de recuerdos y sentimientos lo golpean con fuerza.
Sheena, al ver la tristeza en sus ojos, y reconociendo el lugar en el que se
hayan, coge su mano y la acaricia con ternura. Él la mira sonriendo y
asiente en señal de agradecimiento.
Continúan su camino en dirección al castillo mientras ella prosigue con
el relato de las visiones que más o menos ya consigue recordar bien. Llegan
a la llamada Villa del Valle de Eden, asentada a escasos metros del
imponente castillo, y atraviesan la calle central, llena de gente que camina
de un lado a otro.
Sheena mira todo a su alrededor maravillada y completamente
extasiada. Casas de una sola planta, construidas con la madera de los
árboles antiguos del reino; tenderetes donde se intercambian productos; una
enorme posada con su particular taberna y el típico bullicio de una villa que
rezuma vida. Aunque es una vida algo oscura, pues la gente apenas levanta
la cabeza del suelo. Lo justo para hablarse o saludarse y nada más.
«Toda una pintoresca ciudad medieval, se podría decir», piensa ella sin
perder detalle de todo a su alrededor. De repente, Samael la coge por la
cintura y se la lleva al interior de un pequeño callejón situado a su derecha.
—Pero ¿qué…?—protesta, sorprendida.
—Shhh…, calla y escúchame atentamente, sanadora. Voy a besarte. —
Ante aquella afirmación, Sheena solo consigue abrir los ojos y emitir un
pequeño quejido de protesta, pues él silencia sus palabras con sus labios.
Una descarga recorre todo su cuerpo al sentir su boca sobre la suya.
Quizás debería separarse de él antes de perder el control, pero no puede. No
quiere. Su cuerpo ha tomado el control por completo. Abre los labios para
dejarlo entrar, recibiéndolo con la lengua, que se enreda con la suya.
Casi al instante, el beso comienza a tornarse posesivo. Un remolino de
sensaciones los envuelve. La pasión se apodera de ambos, que no pueden
dejar de besarse y de saborearse. Una sensación que a ella le resulta de lo
más familiar y placentera. El deseo crece cada vez más entre ambos,
olvidándose por completo del entorno.
Sheena rodea su cuello con los brazos, aferrándose con fuerza a él y
profundizando más en ese apasionado beso. Al sentir su urgencia, Samael
gruñe y devora cada centímetro de su boca. Sus lenguas danzan,
enredándose la una con la otra, acelerando cada vez más el pulso y la
respiración de ambos.
—¡Eh, muchacho! ¿Por qué no te la llevas a la posada, hombre? Este no
es lugar indicado para una joven…—Unos soldados, que para Sheena
aparecen de la nada, se paran junto a ellos.
—Sí, lo siento, señores. Es el ímpetu de la pasión—contesta Samael,
separándose de ella.
Aturdida y con los labios hinchados, se queda apoyada contra la pared
porque siente que, si se mueve, se caerá de bruces. Aunque lo que más la
sorprende es que los vean como dos jóvenes recién enamorados. «Curioso
esto del Limbo…», piensa ella. De forma instintiva, se lleva la mano al
pecho, sintiendo así el fuerte latir de su corazón, completamente desbocado.
—Ya, ya. Lo entendemos, pero aquí, a la vista de todos…, sabes que
está prohibido—explica uno de los soldados.
—Vamos, Adriel. Ten un poco de compasión, que tú has pasado por esa
misma etapa—bromea su compañero.
«Adriel», piensa Sheena al reconocer ese nombre. Y no es la única pues
la mirada de Samael se torna oscura y sus facciones se endurecen.
—Lo sentimos, fue un lapsus. No volverá a suceder. Ya nos vamos. —
Samael toma a Sheena de la mano y comienzan a andar, pasando entre los
soldados, que los observan con suma atención.
—¡Esperad un momento!—dice Adriel. Samael aprieta la mandíbula y
la mano de Sheena—.¿Nos conocemos?—pregunta el ángel.
—Es posible, señor. Soy sobrino del herrero—contesta rápidamente
Samael.
—Tú no. Ella. —De forma instintiva, Samael se coloca delante de
Sheena, protegiéndola con su cuerpo.
—Depende. ¿Habéis estado en Uthurum?—responde él por ella.
Samael mira al ángel, con porte erguido, fuerte e imponente. El gran
poder que emana de su cuerpo es tal que Sheena siente miedo de que sean
descubiertos. ¿Quién no reconocería un poder así?
—¿Eres uthuriana, muchacha?—le pregunta Adriel a Sheena.
—Sí, señor. Nacida y criada allí hasta que mis padres murieron y me
vine a vivir aquí con mi tía Hellen—contesta. Samael se sorprende de la
destreza que acaba de mostrar inventando una historia tan rápido.
—¿Hellen, la maestra?
—Sí, señor. —No es ninguna mentira, la verdad. Aunque de otro
tiempo, otro mundo y otra vida.
—Vamos, Adriel. Deja a los muchachos que disfruten de su mutua
compañía—interviene otro soldado en ese momento.
No del todo convencido, el ángel los deja marchar y desaparece, junto
con sus compañeros, entre el gentío de la villa. Una vez fuera de su vista,
Samael se gira hacia Sheena y la mira a los ojos, posando las manos sobre
sus caderas. Ante ese gesto, ella siente un cosquilleo recorrer todo su
cuerpo hasta aflorar en sus mejillas sonrojadas.
—¿Estás bien?—pregunta él.
—Pues no lo tengo muy claro, la verdad…¿Me explicas qué acaba de
pasar?—Aún siente que sus piernas le fallan, por lo que se sujeta con
firmeza a los brazos de Samael.
—Vi cómo nos miraban y se acercaban hacia nosotros. Decidí
improvisar…
—Ya. Y no se te ocurrió improvisar de otra forma, ¿verdad?
—Así es más divertido—responde con una pícara sonrisa asomando en
su rostro. Ella lo mira con semblante serio—. Perdona, no volverá a pasar.
Fue lo primero que se me ocurrió, la verdad. Una pareja de amantes es
menos sospechosa que dos desconocidos sin rumbo ni hogar.
—Está bien. Te perdono por esta vez. —Samael la mira, divertido.
—¿Esta vez? ¿Es que habrá más besos, sanadora?—bromea mientras ve
cómo sus mejillas se sonrojan de nuevo.
—No pretendía decir eso—protesta ella, agachando la cabeza,
avergonzada. Samael la toma del mentón y la obliga a mirarlo, provocando
que su respiración se acelere y el nerviosismo invada de nuevo todo su
cuerpo.
—Tranquila. Me estaba burlando de ti.
—Parece ser que los arcángeles tenéis tendencia a la burla…—Aquella
afirmación hace que Samael estalle en risas.
—¿Es que mi hermano se ha vuelto un bromista? ¿El serio y
responsable de Miguel?—pregunta, divertido. Sheena se sorprende ante
aquellas palabras, pues no le ha dicho en ningún momento que mantuviese
una relación con su hermano.
—¿Cómo has…? Bueno, da igual. Y sí, tu hermano es bastante
bromista. O eso, o empiezo a pensar que os divierte burlaros de mí. —
Samael vuelve a reírse al ver aquel despliegue de sinceridad. Una risa que a
ella le resulta de lo más encantadora y que provoca que su corazón se agite,
añorando a alguien de una vida pasada…, de un tiempo pasado.
Juntos prosiguen su camino hacia el castillo, que ya está a su alcance.
Sheena se queda boquiabierta al ver ante ella aquellas gigantescas y
majestuosas puertas que custodian la entrada al castillo. Abiertas de par en
par, son dos grandes e imponentes maravillas artesanales. Quien quiera que
tallase aquello debía ser un dios de las artes porque es tal la perfección en
cada detalle que Sheena siente la necesidad de acariciar y estudiar más
profundamente esas tallas.
Samael, en cambio, lo mira todo con tristeza y añoranza a la vez. Ese
había sido su hogar, el lugar donde nació, creció y encontró el amor. Y el
hogar del que tuvo que huir dejándolo todo atrás. Sheena lo observa con
atención, sintiendo gran compasión por él. «Has sufrido mucho sin
merecerlo…», piensa, caminando tras aquel ser de facciones perfectamente
cinceladas.
Entran en uno de los almacenes del castillo y encuentran varios sacos de
ropa de los sirvientes. Deciden vestirse con ellas, ya que deben pasar lo más
desapercibidos posible. Vestidos así nadie se fijará en ellos. Solo esperan no
volver a encontrarse con Adriel y sus compañeros, pues los reconocerían y,
esta vez, sí tendrían problemas.
Al pasar por las cocinas, Samael ve demasiada actividad para lo que
suele haber en ese castillo. Ven gente subiendo y bajando con baldes de
agua y trapos ensangrentados, comadronas agitadas dando órdenes y
deambulando de un lado para otro. En general, todos y cada uno de los allí
presentes tienen un semblante serio, angustiado. Entonces, escuchan a una
de las chicas hablar sobre Dios, comentando que está mal herido y postrado
en su cama.
Samael siente una enorme punzada en el pecho, ya que recuerda el
motivo del malestar de su padre, y sale corriendo escaleras arriba hasta
llegar al pasillo que da a las habitaciones de los reyes. Sheena va cogida de
su mano, siguiéndolo no sin esfuerzo.
Se detienen al ver salir a Gabriel y a Eva de la habitación de su padre y
se esconden entre el hueco que forman dos grandes columnas. No se los oye
hablar, solo ve a su hermano ir hacia unos guardias y darles una orden. Los
soldados pasan por el lado de ellos sin percatarse de su presencia y
desaparecen escaleras abajo.
Eva se retira a la que, intuye Samael, debe ser la habitación de Abel.
Pero Gabriel permanece ante las puertas de su padre, como un perro
custodiando su comida. Su semblante es frío, serio, y se diría que hasta
lleno de ira. Samael pronto entiende el motivo de la rabia de Gabriel.
A los pocos minutos, los soldados vuelven a aparecer y, con ellos, un
Miguel algo desaliñado para lo que suele ser su hermano. Fuertemente
custodiado y desarmado, camina rodeado de aquellos soldados, con
semblante serio y actitud serena.
En un impulso, Sheena intenta correr hacia él, pero Samael la detiene.
No sin antes de que esta pronuncie el nombre de su hermano, quien se gira
al sentir una extraña aunque familiar presencia. Se detiene por unos
segundos al oír su nombre y mira en su dirección, pero no ve nada. Solo
sombras y oscuridad.
Prosiguen su camino y, cuando llegan a la altura de Gabriel, se detienen.
Ambos hermanos se miran con frialdad y parecen decirse algo, pero Samael
y Sheena no logran oírlos bien. Después, Miguel entra en la habitación de
su padre y desaparece de su vista durante un largo rato.
—Sheena, no puedes volver…—comienza a susurrarle Samael.
—Lo sé, lo siento. Ha sido una imprudencia. Es solo que…—Sheena
siente una enorme punzada en el pecho y no puede seguir hablando. Las
lágrimas comienzan a asomar en su rostro. Ver a Miguel ante ella le ha
producido una alegría enorme y una necesidad aún más grande por volver a
abrazarlo. Samael limpia el agua que arroya por sus mejillas y la abraza con
ternura.
—Ya, sanadora. No llores. Sé lo que estás sintiendo, de verdad. Pero
debemos mantenernos al margen, o puede que no podamos volver a nuestra
realidad. Lo entiendes, ¿verdad? No estaremos aquí para siempre, te lo
prometo—dice, acariciando con suavidad su espalda y sus cabellos.
Sheena recupera poco a poco la compostura, dándose cuenta de lo
difícil que será toda esa experiencia para ambos. Aprender de los recuerdos
del pasado es muy doloroso. Hay ciertos recuerdos que van a causar
profundas heridas, o a abrirlas quizás más. Y no sabe si lograrán superarlo.
En ese momento, Miguel sale de la habitación de su padre. Pasa de
nuevo por su lado, pero, esta vez, parece estar en shock. ¿Qué habrá pasado
allí dentro? ¿Qué le habrá podido decir su padre para que su hermano se
haya quedado en ese estado? No habla con Gabriel, aunque intenta
sonsacárselo sin insistir mucho, ya que Migueles más fuerte y poderoso que
él, aun estando desarmado.
Los soldados lo custodian de vuelta a los calabozos. Y es ahí a donde se
dirigen Sheena y Samael, siempre amparados por las sombras y los
escondrijos del castillo.
2.
DOLOROSOS RECUERDOS DEL DESTINO
PARTE I
Las puertas de la cárcel se vuelven a abrir y, tras ellas, aparece Miguel
custodiado por los guardias que se lo acaban de llevar. Lilith está leyendo
un libro que Adán le ha traído de la biblioteca, mientras Seth, como
siempre, ojea el libro familiar.
Apenas se separa de él. Mira aquellas páginas cada día, poniendo
especial atención y devoción sobre los textos e imágenes que hablan sobre
su padre. Algo que a Lilith la entristece y enorgullece a la vez. Triste
porque Samael se ha perdido todo el crecimiento de su hijo, y orgullosa por
ver cómo Seth no quiere perder su herencia, ni reniega de ella.
Un soldado abre la celda para dejar entrar a Miguel, cerrándola después
casi de golpe y abandonando los calabozos. Solo cuando están solos,
Miguel se atreve a hablar.
—Mi padre ha visto a Samael—afirma.
Lilith se levanta de golpe, con el corazón sobresaltado ante aquellas
palabras.
—¿Está vivo? ¿Está aquí?—pregunta, nerviosa y ansiosa por verlo de
nuevo.
—No. Sigue bajo el control de Niberius. Bueno, más concretamente de
Na’amah. Lo tienen embrujado y…—Miguel no sabe cómo contarle todo
aquello a Lilith sin romperle el corazón en mil pedazos.
—¿Y? Miguel, no me dejes así. ¿Qué sucede?
—Samael ha…ha hecho cosas, muy malas. M-mi hermano ha…—
balbucea.
—¡Miguel, por favor! ¿Qué? ¿Qué es eso tan horrible que no te atreves
a contarme?—La desesperación de Lilith crece por momentos.
—Ha matado gente…, inocentes para ser más exactos. Los ha matado
de…Lo siento, Lilith, pero no soy capaz ni de repetir esas atrocidades. —
Miguel se sienta en su camastro y se lleva las manos a la cara, tratando de
respirar de forma pausada para no desmayarse ante toda aquella
información. Ella se sienta a su lado y se abraza a él.
—Cuéntamelo, Miguel. Por favor—suplica con temor a sentir un dolor
tremendo en su corazón. Necesita oírlo, no puede seguir viviendo en la
oscuridad del saber.
El arcángel toma aire y, poco a poco, le relata todo lo que su padre le ha
contado hace unos minutos. Las lágrimas asoman en los ojos de una
angustiada Lilith, quien mira a su hijo con absoluta tristeza.
En algunos momentos, Miguel llora al imaginarse todas las torturas a
las que su hermano estará siendo sometido. No estarán torturando solo su
cuerpo, sino también su alma, su esencia y su poder mientras él permanece
ahí encerrado sin poder hacer nada para ayudarlo.
Necesita, al menos, de tres descansos para poder seguir contándole todo
a Lilith. Cuando finaliza, es él quien tiene que abrazar a su desconsolada
cuñada, quien llora y solloza con el rostro entre las manos.
Seth, simplemente, observa todo desde su cama, apoyado contra la
pared de la celda. Prefiere seguir pasando las hojas de aquel libro. Se
detiene en la imagen de su padre, encabezando lo que parece ser una
batalla, acaricia el dibujo y susurra al viento: «Papá, vuelve con nosotros».
Nadie, salvo las sombras de aquel lugar, escucha su plegaria.
—Lilith, tenemos que huir. Debemos salir de este encierro y tratar de
buscar a mi…—comienza a decir Miguel cuando, de pronto, el cuerno de
Gabriel resuena en el cielo. Le siguen el resto de trompetas del reino—.
Están tocando a réquiem—dice, sorprendido.
—No creerás que…—Lilith no consigue acabar la frase. Se le hace un
nudo en el estómago solo de pensar que Dios haya podido morir, y a manos
de Samael.
—No. Hubiesen venido a buscarme. —Y, en ese preciso instante, se
abren las puertas de la cárcel para dejar entrar a Gabriel, acompañado por
un séquito de soldados armados. Sus ojos están completamente anegados en
lágrimas y su semblante, demacrado.
Una gran tristeza se asienta en el corazón de Miguel, que teme oír la
noticia de boca del que ha provocado todo este caos. Lilith se apresura a
sentarse junto a Seth mientras Miguel se acerca a los barrotes de la celda
para recibir la terrible noticia.
—Mi hijo ha muerto—sentencia Gabriel.
Aunque se trata de una terrible noticia, Miguel no puede evitar suspirar
de alivio y mira a Lilith, quien suspira al igual que él. Ambos han contenido
su respiración al ver entrar a Gabriel en los calabozos. Miguel trata de
controlar sus expresiones para no herir ni provocar a su hermano.
—Lo siento, hermano. Debe ser muy duro perder a un hijo—le dice con
absoluta sinceridad.
—Gracias, pero no vengo por eso. Vengo a deciros que os quiero ver en
el funeral de Abel. Iréis escoltados, por supuesto. Al fin y al cabo, sois
familia también. Pero, en cuanto todo se acabe, volveréis aquí y nada habrá
cambiado.
—¿Y padre?—pregunta Miguel.
—Padre no podrá asistir, ya lo has visto. Pero siente tanta pena como
nosotros por la pérdida de su nieto y heredero. —Pone especial énfasis en la
última palabra, mirando fijamente a Lilith y a Seth. Esta le responde
mirándolo con semblante altivo y desafiante.
—Está bien. No habrá problemas por nuestra parte—afirma Miguel.
—Eso espero…por vuestro bien—sentencia. Y sin mediar más palabras,
ni dar opción a una respuesta, se aleja de allí, dejándolos estupefactos.
Ya solos, y a salvo de ser escuchados o espiados, se sientan en el
camastro de Miguel y tratan de urdir una forma de salir de allí. Hablan de
las probabilidades de que alguno de sus planes tenga éxito, pero no
encuentran una forma poco peligrosa de escapar. Y mucho menos para Seth,
porque ellos saben luchar, pero el muchacho nunca ha tenido que poner en
práctica sus lecciones y no están dispuestos a correr ningún riesgo.
Mientras hablan, Seth permanece concentrado en el vacío oscuro de la
celda contigua a la suya. Piensa y divaga hasta que un destello azul llama su
atención. En el fondo, entre las sombras, le parece ver dos ojos azules que
lo observan atentamente. Al fijarse bien en ese familiar destello, se queda
ojiplático, como si hubiese visto a un fantasma. «¿Papá…?», susurra su
pregunta a las sombras.
En el momento que pronuncia esa palabra, esa mirada azul se inunda de
lágrimas y comprende que, esa sombra, en verdad es él. El ser que lleva
tanto tiempo viendo en sus dibujos, aquel ser que su corazón anhela
conocer. Pero, al tratar de acercarse mejor para verlo, los ojos desaparecen y
solo ve la profundidad de la oscuridad. Entristecido, Seth vuelve a su
lectura.
—Samael, debemos irnos—susurra Sheena a su compañero de viaje,
inmóvil, fijo en aquella imagen.
Siente una punzada en el corazón cuando se acerca más a él y ve
lágrimas arroyar en sus ojos. Una extraña congoja se apodera de ella al ver
a aquel grandioso arcángel, que hace tan solo unos minutos se veía fuerte y
seguro de sí mismo, derrotado por la imagen de un hijo al que nunca podrá
abrazar.
Cuando escucha a Seth llamarlo papá, Samael le ha apretado la mano
inconscientemente. Se ha emocionado al ser reconocido por su hijo, pero
¿cómo ha podido saber Seth que se trata de él? ¿La habría visto a ella
también?
Desaparecen sin ser vistos, sin poder despedirse tan siquiera. Caminan
por la ciudadela del castillo, juntos pero en silencio. Sheena lo observa,
dejándole espacio para ordenar sus pensamientos y recuperarse de aquella
dura lección.
«¿Qué es lo que quieres mostrarnos, señor universo?», se pregunta ella,
tratando de entender qué extraña forma de aleccionar es esa. Parece todo
una tortura. Al menos, para él. Algo que, insólitamente, a ella le rompe el
corazón. Apenas hace unas horas que se conocen, pero siente que tienen un
vínculo muy fuerte. Casi hasta irrompible, se podría decir.
Salen del castillo en dirección a la villa. Aún siguen en silencio, pero
Samael está volviendo poco a poco a la realidad de sus vidas. Toma aire,
llenando sus pulmones, y mira a Sheena, quien lo observa con suma
atención.
—Gracias—le dice rompiendo el silencio entre ambos.
—¿Por qué?
—Por darme mi espacio y no insistir en que hablase.
—Pues de nada. —Ella sonríe al ver que la sombra de la tristeza se
desvanece.
—Ahora debemos buscar dónde pasar la noche, porque aquí fuera
tendremos un poco de frío—comenta Samael.
—Ya, pero… ¿dónde? No podemos pedir alojamiento sin más. Además,
podrían reconocerte. Y en la cabaña…—comienza a divagar. Él extiende la
mano hacia ella.
—¿Confías en mí?—pregunta.
—Sí. —La rápida y sincera respuesta de Sheena lo hace sonreír, algo
que a ella le gusta, y le corresponde con esa hermosa sonrisa en la que
Samael ya se había fijado en el primer instante que posó sus ojos en ella.
Caminan hasta una gran casa de madera con un letrero que dice
«Herrería». Sheena mira extrañada a Samael. ¿Acaso en la herrería no
reconocerán al legítimo heredero de Eden? Él sonríe, divertido,
comprendiendo las dudas que empiezan a inundar la cabeza de su
compañera.
—Sigufroud es un gran amigo de la familia, concretamente, de mi
madre; es un guardián. No desvelará quiénes somos y nos dará alojamiento
sin pedirnos nada a cambio. Confía en mí, sanadora—le explica para
asombro de ella.
—No, si en ti confío. Pero…—comienza a decir con dudas.
—Tranquila. Estaremos bien con Sigu, te lo prometo.
Acepta, no le queda otra, y confía en Samael. Sabe que no dejará que les
pasase nada malo a ninguno de los dos, y menos a ella. Entran en aquella
acogedora herrería y lo primero que le llama la atención es la cantidad de
espadas que hay sobre una enorme y robusta caja de madera llena de hollín.
Se oyen fuertes ruidos de martillo contra metal y se encuentran a
Sigufroud dando golpes a una especie de daga en un gran yunque. A Sheena
siempre la han maravillado las espadas. Aunque su especialidad es el tiro
con arco, le hubiese gustado aprender el manejo de estas armas. ¿Quién
sabe? Tal vez Samael pueda enseñarle.
Ante la llegada de extraños, Sigufroud levanta la vista para ver bien de
quién se trata y, al reconocer a aquel gran hombre, deja su martillo caer al
suelo. Boquiabierto, con expresión de alegría, se quita los guantes, que le
llegan hasta el codo, y los arroja al otro lado de la mesa. Se quita la máscara
protectora de la cabeza y hace lo mismo. «¿Cómo puede, luego, encontrar
nada?»,se pregunta Sheena al ver con qué despreocupación se desprende de
su material de trabajo, dejándolo en cualquier sitio y sin mirar.
—¡Por todos los reinos!—dice el herrero con una gran sonrisa
asomando en su rostro. Se acerca en dos zancadas y le da un fuerte abrazo a
Samael.
Sigufroud es un hombre alto, fuerte y bien musculado. Su trabajo lo
obliga a tener buenos brazos o no podría levantar ni un mísero martillo.
Aunque la piel se ve oscura, en realidad su tez es blanca. Unos extraños
tatuajes cubren sus brazos hasta asomar por el cuello. Marcas tribales diría
Sheena que son, pero no reconoce bien esos símbolos, aunque le resultan
muy familiares.
Se le ve mayor, mucho mayor que Samael. De pelo y barba blancos, lo
hipnótico en Sigufroud son sus verdes ojos. Cuando Samael los presenta y
este le da la mano, Sheena observa que son unas manos fuertes, curtidas por
el trabajo y con sus correspondientes callos, pero grandes manos
protectoras. Al tocarlo, siente algo extraño, como una descarga. Sigufroud
parece haber sentido lo mismo, ya que se queda perplejo, mirándola.
—¿Dices que eres una nihúva?—le pregunta, intrigado.
—Bueno, eso dicen…Soy nueva en todo esto y no sé mucho más. Mis
padres me adoptaron desde bien pequeña, así que no sé nada de mi familia
biológica—contesta Sheena. Sigufroud mira a Samael, extrañado.
—Habla raro—afirma.
—Estamos intentando averiguar más sobre ella, pero, en principio, es
una nihúva. Una sanadora—responde Samael, divertido. El herrero los mira
a ambos algo desconcertado.
—Parece ser que tenéis mucho que contarme, mi príncipe. Será mejor
que nos sentemos a la mesa y hablemos relajadamente. —Una propuesta
que no le disgusta nada a Sheena, ya que lleva un rato muerta de hambre.
La cena, con toda su tertulia antes, durante y después, se alarga casi tres
horas. Hablan de todo, no solo de lo que les trae por esos lugares. Sigufroud
les explica el porqué de la importancia de estar en ese Limbo, según la
sabiduría de los guardianes.
Una conversación muy amena pero que acaba por derrotar a Sheena.
Agotada, no deja de bostezar de forma compulsiva al final de la velada y
opta por irse a dormir, seguida por Samael. Sigufroud les ha habilitado el
altillo que hay sobre el taller para utilizarlo como alojamiento todo el
tiempo que necesiten.
Sheena coloca bien las mantas para no pasar frío. Se descalza y se mete
en su cama, emitiendo un gemido de absoluto placer. Samael la observa,
divertido y sonriente, mientras hace lo mismo. Una parpadeante vela
ilumina toda la estancia, produciendo misteriosas sombras que darían
mucho juego a escritores de novelas de misterio.
—Creo que esta es tu segunda oportunidad—dice en ese momento
Sheena, dejando a Samael intrigado por aquel comentario.
—¿Cómo dices?
—Digo que el universo, o las líneas del destino, o como narices se llame
todo esto, te ha enviado aquí para darte la oportunidad de poder ver a tu hijo
y, tal vez, de hablar con él—comenta, convencida.
—No debemos interferir en los acontecimientos del pasado, podríamos
no regresar a nuestra realidad tal y como la conocemos, o quedarnos aquí
atrapados.
—No lo sabes. Si no, no tiene sentido que esta sea la primera puerta.
Todo tiene un porqué, ¿no es así? Pues este es mi razonamiento: es tu
segunda oportunidad con tu hijo, Samael—afirma.
Él sonríe ante la perspectiva de que ella pudiera estar en lo cierto y en
verdad sea una oportunidad de conocer a su hijo.
—No deberías llamarme por mi nombre, mientras estemos en Eden al
menos. Podrían reconocernos—comenta él.
—¿Y cómo quieres que te llame? ¿Sam? ¿Luci?
—Sam está bien—responde.
—¿Sabes?, me resulta muy curioso esto del Limbo. Cuanto menos, raro
de entender. Se supone que estamos en unos sucesos del pasado en los que
no debemos interferir, pero resulta que nos pueden ver y sentimos y
vivimos como si fuésemos personas de este tiempo. Pero, en realidad, no
estamos aquí, aunque hay momentos en que sí se nota nuestra presencia…
—Sheena comienza a divagar, dejando a Samael completamente
impresionado por toda esa verborrea.
—¿Y dices que mi hermano es capaz de comprender tu lenguaje?—
pregunta, tratando de contener la risa.
—Pse, a veces…—Ambos se ríen tras esa sarcástica respuesta. Luego,
el cansancio se apodera de ellos y comienzan a relajarse—.¿Sam?—dice
rompiendo el silencio.
—¿Mmm?—le responde con los ojos cerrados, boca arriba y con los
brazos colocados detrás de la cabeza.
—Sea lo que sea lo que nos depare el Limbo, lo superaremos juntos. Me
alegra estar aquí contigo. —Aquella confesión lo saca del umbral del sueño
y posa sus ojos en ella. Sonríe al ver el destello de sus ambarinos ojos,
mirándolo.
—Descansa, sanadora. Serán unos días muy largos.—Sheena sonríe
levemente, cierra los ojos y se queda dormida, observada por un Samael
absorto en recorrer cada línea de su rostro.
Su parecido con Nimhué es tan grande que no puede evitar, a veces,
confundirlas y sentir ese remolino de emociones y sentimientos que creía
apagados. Tras aquel beso en el callejón, algo que estaba muerto se ha
despertado dentro de él. Y con la tenue luz de la vela agonizando por
apagarse, Samael se duerme, mirando a su compañera y añorando a un
antiguo amor.
A la mañana siguiente, Sheena se despierta descansada y renovada. Ha
sido capaz de dormir tan profundamente que incluso se despierta algo
desorientada. No tarda mucho en recordarlo todo y darse cuenta de que aún
sigue en aquel Limbo extraño del que deben aprender algún tipo de lección.
En ese momento, se da cuenta que está sola. No hay rastro alguno de
Samael. Se incorpora en la cama, nerviosa al no saber dónde puede estar su
compañero de viaje. La pequeña estancia, ahora, está iluminada por la
blanca luz del día. Mira a su alrededor y ve su calzado en el mismo lugar
donde lo había dejado la anterior noche. La cama de Samael está deshecha,
pero él no está, ni tampoco se oyen voces abajo.
De pronto, escucha unos pasos subir por las escaleras del altillo. Pasos
firmes, fuertes.
—Bien. Estás despierta. Buenos días, sanadora—dice Samael,
apareciendo ante ella. Porta un vestido largo color verde y de corte
medieval entre las manos.
—¿Dónde estabas? ¿Y de dónde demonios has sacado ese vestido?—
pregunta, algo confusa.
—Vaya…, nos hemos levantado gruñones esta mañana—se burla de
ella, sonriendo.
Le hace entrega de la prenda, que la toma tratando de no mirarlo
directamente. Sheena se da cuenta de lo autoritarias que han sonado sus
palabras y se siente algo avergonzada. Samael, por su parte, se sienta en su
cama.
—N-no, no es eso. Es que…Me desperté, no te vi y…pensé…
—¿Pensaste que te había abandonado aquí?—La mira fijamente,
sorprendido por la inquietud de ella ante su ausencia.
—Bueno, no. Pero habías desaparecido…y…no sé. Me asusté, Sam,
solo eso.
Siente el calor en sus mejillas y agacha la cabeza, ruborizada, tratando
de que él no se dé cuenta. Pero Samael es consciente de todo. Se sienta
junto a ella y la toma del mentón, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Escúchame bien, sanadora. No te abandonaré nunca. Te debo mi vida
—dice con ternura.
Se miran mientras él acaricia con suavidad sus labios. Sus respiraciones
se aceleran. Sienten el mismo deseo de volver a besarse, de volver a
sentirse. Se van acercando poco a poco hasta notar el aliento el uno del otro
en sus rostros. De forma instintiva, Sheena humedece los labios,
preparándolos para ser besados.
En ese instante, el cuerno de Gabriel resuena seguido del resto de las
trompetas del reino, rompiendo así la magia entre ambos.
—Vamos, vístete. Debemos irnos—sentencia Samael.
PARTE II
Todos los habitantes de Eden están en la plaza de la ciudadela del castillo.
Algunos tristes, otros angustiados y otros, simplemente, serios. Un ritual
funerario no es motivo de alegría, aunque en ese reino ya no hay alegría
desde hace mucho tiempo. En el centro de la plaza, donde se ejecutan los
castigos, hay una pequeña pila de madera lista para recibir el recuerdo del
príncipe Abel.
Miguel, Lilith y Seth están en una de las esquinas del emplazamiento,
escoltados y bien custodiados por una decena de guardias armados.
Observan todo con tristeza, pues ellos habían estrechado lazos con Caín y
no descansarán hasta darle caza. Metatrón los ha informado sobre la pena
de muerte que Gabriel ha firmado y, por consiguiente, ha enviado a sus más
fieros cazadores en busca del asesino de su hijo.
Por suerte para Caín, la Tríada solo obedece órdenes del rey de Eden y,
por mucho que se empeñase, aún no ha sido coronado como tal.
Tras unos largos minutos de espera, el séquito real aparece entre la
multitud, que se va apartando y dejando un camino directo a la pila. A la
cabeza de la comitiva están Gabriel y Eva, quien lleva en sus brazos la ropa
de Abel. No hay cuerpo que quemar, ya que los seres como ellos y sus
descendientes se desintegran en millones de motas de luz al morir. Su
energía es reabsorbida por el universo, solo quedan los recuerdos
materiales. Esos son los que se queman en señal de luto y liberación.
Lilith suspira al ver aquella dolorosa imagen de una madre portando los
últimos recuerdos de su hijo. No puede evitar sentir compasión por su gran
enemiga, ya que ella también es madre y no se imagina cuán grande debe
ser el dolor de una pérdida así.
De forma inconsciente, unas pequeñas lágrimas comienzan a descender
por sus mejillas. Se limpia el rostro con la mano, tratando de recomponerse
de aquel sentimiento. Miguel, que se da cuenta, la abraza con fuerza para
transmitirle su apoyo y cariño. Con su otro brazo, arropa también a Seth,
quien se aferra a su cintura.
Cuando Gabriel y Eva llegan a la altura de la pila, depositan sobre las
tablas de madera los recuerdos que ella lleva entre los brazos. Gabriel, serio
y frío, pero con una gran tristeza en su rostro, le da la mano a su mujer, que
no puede dejar de llorar por el gran dolor que está padeciendo. Eva besa una
de las camisas de su amado hijo y se aleja de allí, con la cara tapada por las
manos y envuelta en un llanto desgarrador. Él toma una antorcha y prende
fuego a la pila, dejando así que el recuerdo de Abel desaparezca por
completo.
Todo el mundo está hipnotizado por el brillo intenso de las llamas y el
calor que de ellas emana. Seth observa uno a uno los rostros que allí se han
congregado. Ve a su tío Uriel situado al frente de los soldados del reino,
quien lo mira y asiente con la cabeza. Seth le responde el saludo y prosigue
con su inspección.
Reconoce los rostros de Adán y Metatrón entre la masa de cabezas que
hay tras su tío, pero no se detiene a esperar una señal de saludo. Sigue
mirando los rostros de los habitantes de Eden hasta que, de pronto, se para
en uno que le resulta familiar. A lo lejos, y casi oculto entre las sombras,
vuelve a ver la figura imponente de su padre Samael.
Le da un vuelco el corazón de alegría, sintiendo el impulso y la
necesidad de acercarse para comprobar si se trata de una ilusión, un sueño
o, por el contrario, en verdad es real. Pero cuando vuelve a fijar la vista para
ver con más detenimiento, ya no hay nada. Solo sombras y varios
ciudadanos del reino.
—¿Ocurre algo, Seth? —pregunta Miguel al sentirlo revolverse entre
sus brazos.
—No…no. Es solo que he creído ver a alguien, pero no es nada. Solo
son sombras—responde con desilusión.
El acto fúnebre no se demora mucho tiempo y, tras ello, son llevados de
nuevo a su celda. Aún se están recomponiendo del mal trago de aquella
situación cuando los informan de que tienen una visita. Miguel y Lilith se
miran, sorprendidos. No puede ser su padre, ya que está postrado y
malherido en la cama. Y dudan mucho de que Eva o Gabriel bajen a hablar
con ellos en esos momentos.
—Miguel, traigo algo que os va a gustar mucho. Sobre todo, a Seth.
Tiene mucho que ver con él. —Adán llega con un libro en la mano, pero
parece bastante agitado. Algo que extraña mucho a su protector—. Ten,
ábrelo—dice, entregándoselo a través de los barrotes.
Intrigado, Miguel lo coge y lo abre, pasando una a una las hojas. De
pronto, entre dos páginas, encuentra una nota escrita en el lenguaje con el
que solían hablar él y Metatrón. No necesita cogerla para entenderla, pero
se queda pasmado al ver lo que dice: «Seth corre peligro de muerte. Eva
está planeando acabar con su vida envenenándolo. Debe huir del reino».
Miguel levanta la vista y mira a Adán, que está más angustiado aún.
—¿Cómo sabes esto?—pregunta Miguel entre susurros para no ser
escuchados ni por los guardias ni por Lilith.
—¿Te acuerdas de Yedhaya, la sobrina de Madgreth?—Miguel se tensa
al oír el nombre de aquella muchacha. ¿Cómo no se va a acordar de la
nihúva que lo ayudó a regenerarse? Esa niña con la que se acostó para tal
fin y que no se perdonaría jamás haber hecho algo así—. Es una de las
sanadoras que estuvo junto a Abel hasta su muerte. Tras la desintegración
del chico, Eva se volvió loca y empezó a decir todas esas cosas. Al
principio, pensaron que se trataba de una reacción al dolor de la pérdida de
su hijo, pero hoy la han escuchado urdir su malévolo plan con Gabriel y sus
fieles seguidores—le cuenta.
Miguel se queda en shock, sin saber qué decir ante esa noticia. No
consigue reaccionar. No puede creerse que su hermano sea capaz de
asesinar a su propio sobrino. ¿Tanto odia a Samael? ¿Está dispuesto a
arriesgarse tanto en desatar su ira?
Miguel sabe que aún puede haber esperanza de redención para Gabriel,
pero, si decide cometer un delito así y llega a oídos de Samael, no habrá
salvación alguna por su parte. Su hermano atravesará el corazón de Gabriel
sin pensarlo dos veces.
—¿Miguel? ¿Has oído lo que te acabo de decir?—pregunta Adán al ver
que no dice nada.
—Debo contárselo a Lilith. Tiene que saberlo… Tiene…—comienza a
decir, desconcertado.
—Escucha. Tenemos una forma de sacarlo de aquí, de ponerlo a salvo.
Uriel nos está ayudando con los preparativos…, pero no podemos perder
más tiempo, Miguel.
—Cuéntame más sobre ese plan. Aunque insisto en poner a Lilith en
conocimiento de todo esto. Es su madre y tiene derecho a saberlo—afirma
Miguel.
—Yedhaya y yo nos escabulliremos en la noche, llevando con nosotros
a un «sobrino» suyo. Osea, Seth. Irá vestido como un niño más de la villa.
Uriel nos estará esperando en la gruta para abrirnos un portal que nos
llevará directos a tu madre. Nos está esperando, de hecho. No me preguntes
cómo, pero ella lo sabe—le explica con sumo detalle aquel apresurado plan.
—Espera, ¿hablas de separar a Lilith de Seth?
—No hay otra forma. Si esperamos para poder sacaros de aquí, podría
ser muy tarde y debemos ponerlo a salvo. Por Samael, por el reino. Por
Lilith—responde Adán.
Miguel sopesa durante unos intensos minutos aquella inesperada
proposición. Será un duro golpe para ella. Primero, la separan de su
hermano y, ahora, de su amado hijo. El universo no está siendo nada justo
con ellos.
—Está bien—contesta al fin—. Trataré de que lo acepte como
buenamente pueda. Pero, Adán, por tu vida, protege a ese niño como sea
necesario—dice. Adán desaparece de allí, dejando a Miguel el mal trago de
poner en antecedentes a Lilith.
Tras horas de discusión, de negación y de llantos, Miguel por fin
consigue hacerla entrar en razón. Le ha costado alguna que otra bofetada
por parte de su temperamental cuñada, pero al final logra aceptarlo. Aunque
es muy dura la decisión de separarse de Seth. Para ambos, pero más para
ella. Y no solo por ser su madre. Lilith ha tenido que renunciar a muchas
cosas por su libertad, por querer ser dueña de sus actos y de su propia vida.
Al caer la noche, tal y como Adán había explicado, Lilith y Miguel se
despiden de Seth entre lágrimas y sollozos. Adán siente que se le rompe el
corazón en mil pedazos por provocarle aquel inmenso dolor a la mujer que
aún ama. Pero sabe que no hay otra forma de hacerlo. De esta manera,
existe la posibilidad de volver a encontrarse.
Los esperarán en el reino de Asherah y podrán vivir una vida juntos,
libres de barrotes y de celdas mugrientas. Y podrán centrarse en salvar a
Samael del tormento al que está siendo sometido. Sí, de esta forma se abren
infinidad de opciones, todas positivas y favorables para todos. Solo espera
que tanto dolor no ensombrezca demasiado el corazón de Lilith.
Cuando llegan al lago, Seth les pide a Adán y Yedhaya unos momentos
a solas. Por lo visto, tanto ajetreo le ha provocado algo de dolor en la tripa y
quiere aliviarla un poco antes de partir. Aceptan, pero sin alejarse
demasiado, porque, aunque saben que allí están a salvo, no quieren
arriesgarse a que una partida de ángeles los vea y tiren por tierra todo el
plan. El castigo sería tremendo. Seth asiente y se adentra en la espesura del
bosque.
En realidad, no le pasa nada a su tripa. Pero tiene una extraña intuición
y quiere comprobarlo por sí mismo. Camina entre los árboles, mirando a
todas partes con atención hasta que encuentra su objetivo.
—¿Papá? ¿Papá, eres tú?—pregunta Seth a las sombras que lo vigilan
desde hace unos días.
No está seguro de si, en verdad, ese presentimiento es real o mera
imaginación suya, pero debe intentarlo. Entonces, de la oscuridad del
bosque, surge una figura alta que avanza hacia él.
Sheena y Samael caminan entre las sombras, acompañando a los tres
fugitivos del reino. Ella es consciente de la gran lucha que él está teniendo
en esos momentos. Tener a su hijo tan cerca y no poder abrazarlo, o
despedirse de él… Pero las normas en el Limbo son muy claras: no alteres
el pasado o te arriesgas a quedar atrapado para siempre. Aunque quedarse
atrapada en esa realidad, junto a Samael, no la disgusta del todo. Al menos,
no estaría completamente sola.
Cuando escucharon a Adán contar aquella horrible historia sobre la
intención de Gabriel y Eva de matar a Seth, Sheena pudo ver como la rabia
se apoderaba de Samael. Todo su cuerpo se endureció, apretando sus puños
tan fuerte que parecían dos rocas imposibles de separar. Ella le había
acariciado el brazo, tratando de calmarlo, pero solo conseguía tensarlo más.
Samael, por su parte, al sentir el contacto de la suave mano de Sheena sobre
su piel, se había puesto más tenso, pero no por la rabia.
Están escondidos entre las sombras que proyectan los antiguos árboles
de Eden cuando ven aparecer a Seth. Al oír que lo llama, Samael sonríe con
tristeza y le coge la mano a Sheena, buscando un refugio de seguridad para
no salir corriendo hacia él. Pero cuando la mira, ella asiente con la cabeza y
le hace un gesto para que salga y se deje ver. Con el corazón lleno de una
inmensa alegría, y con algo de miedo, Samael sale de entre las sombras y
avanza hacia su hijo.
—Hola, Seth—le dice cuando está ante él.
Seth lo mira, embobado, sin dejar de sonreír. No es más que un niño, de
apenas unos doces años, que ve cumplido su deseo de conocer, por fin, a su
padre. Sin previo aviso, sale corriendo hacia Samael y se abraza a él con
fuerza. Aquella escena tan tierna, y a la vez tan triste, hace que a Sheena le
broten las lágrimas mientras los observa, dejándoles espacio e intimidad.
—Sabía que eras tú, que eras real. Algo me decía que estabas ahí,
protegiéndome—dice Seth entre sollozos y con sus ojos llenos de lágrimas
de alegría por poder abrazar a su padre. Es más grande y fuerte de lo que se
ha imaginado viendo sus imágenes en el libro familiar. Incluso más grande
que su tío Miguel.
—Sí, hijo mío. Era yo, pero no podía dejarme ver…—explica Samael
sin dejar de sonreír con lágrimas también en sus ojos. Acaricia con dulzura
las mejillas de su hijo, volviéndolo a abrazar con fuerza.
—¿Por qué no le has dicho nada a mamá? Se habría alegrado mucho de
verte. Y el tío Miguel también. Y todos—comienza a decir Seth.
—Hijo, mírame. —Samael se arrodilla para poder estar a su altura y
posa las manos sobre sus pequeños hombros—. No puedes decirle a nadie
que me has visto, ¿lo entiendes? Nadie debe saber que estoy aquí, nadie
puede verme.
—Pero…
—Seth, prométemelo. No le hablarás a nadie de este encuentro—lo
insta Samael.
—Te lo juro, papá—responde por fin.
Cuando vuelve a oírlo llamarlo así, vuelve a abrazar con fuerza a su
hijo. No quiere soltarlo, no puede. Le habían arrebatado su nacimiento, su
crecimiento y poder tener una vida feliz, juntos. En ese momento, se da
cuenta de que Sheena tiene razón en su teoría. El universo le ha dado una
segunda oportunidad de poder estar, aunque sean escasos minutos, con su
hijo.
—¡Seth!—Se oye a Adán llamarlo en la lejanía del bosque.
—Debes irte, muchacho—dice Samael.
—¿Volveré a verte?—Aquella pregunta le golpea el corazón con fuerza.
Hasta Sheena siente emoción al oír el ansia del niño por volver a
reencontrarse con su padre.
—Por todos los reinos que removeré todos y cada uno de los universos
hasta encontrarte, Seth. Volverás a verme, te lo juro—sentencia.
Un último abrazo de despedida y Seth se pierde entre las sombras de la
noche. Samael permanece arrodillado, observando cómo su hijo se aleja
alegre por haberse conocido al fin. Las lágrimas brotan de forma
descontrolada y rompe en llanto. Lleva las manos a la cara, dejándose
vencer por el dolor.
Sheena sale de las sombras y se acerca corriendo a él para abrazarlo sin
decir ni una sola palabra. Aquella imagen de derrota le parte el corazón.
Samael se abraza a ella y llora, apoyado contra su hombro.
Ella, simplemente, le acaricia los dorados cabellos mientras le susurra y
lo acuna como si fuese una madre calmando el llanto de su hijo. Y así
permanecen abrazados durante un largo tiempo. Hasta quedarse dormidos
bajo la protección del bosque ancestral y el abrigo de la noche estrellada de
Eden.
3.
CONSPIRANDO ENTRE LAS SOMBRAS
PARTE I
Con el cuerpo magullado de dormir en el duro y frío suelo de aquel bosque,
Sheena se despierta poco a poco. Hace mucho que no duerme a la
intemperie, ni en una cama tan dura. Ya no tiene cuerpo para esas
experiencias, lleva demasiado tiempo fuera del trabajo de campo y eso se
nota a la hora de retomar ciertos hábitos.
Consciente ya de dónde está, intenta moverse para incorporarse, pero
siente que algo pesado se lo impide; un fuerte brazo la tiene sujeta por la
cintura, oprimiendo su cuerpo contra el suyo.
—Te mueves más que un grillo entre las manos—protesta Samael, aún
con los ojos cerrados, al notar sus movimientos.
—Perdona, yo…no recuerdo haberme pegado a ti por la noche y me ha
sorprendido… Bueno…—Sheena balbucea, nerviosa por su cercanía.
—Tranquila, no fuiste tú. Estabas tiritando como una niña, hecha un
ovillo, pegada a mi espalda, y te abracé para darte calor—explica para
sorpresa de ella.
—Oh, pues gracias…
—No tienes que dármelas, sanadora. Es lo mínimo que puedo hacer por
ti. —Samael abre los ojos y la mira con ternura. Ella sonríe, tímida.
—Bueno…, yo solo hice lo que debía, Sam. Cumplía con mi destino,
nada más.
—No. Has hecho más que eso. Me has animado a acercarme a mi hijo y
eso no podré pagártelo jamás—afirma.
Samael se incorpora, quedándose de pie frente a ella. Estira cada
músculo de su perfecto cuerpo, que parece esculpido por los mismísimos
dioses para tentar a todo ser vivo. Se gira hacia ella y extiende la mano.
—Mi señora, seré vuestro más ferviente caballero; vuestro leal servidor
y protector por el resto de mis días—dice entonces con una pícara sonrisa y
en tono de burla.
—Ya… ¿No crees que es una promesa un tanto complicada de cumplir?
Yo no soy tan longeva como tú. —Sheena estira la mano y toma la de
Samael, quien tira de ella con fuerza hasta cogerla.
Se miran. Él nota como su respiración se acelera y su corazón comienza
a latir más fuerte. Tiene la sensación de que ella siente el mismo deseo que
él. Nerviosa, le pide con un gesto que la devuelva al suelo y él,
amablemente, la deja deslizarse poco a poco hasta posarse sobre tierra
firme.
—¿Quieres ser tan longeva como yo, o como mi hermano?—La
pregunta la deja asombrada.
—¿Puedes hacer eso?
—No, pero estoy seguro de que encontraría quien pudiese hacerlo.
Además, eres una nihúva. Por lo tanto, tendrás una larga vida. Más que el
común de los humanos.
—Pues…no sé si estoy preparada para vivir más que mis amigos. Ya he
visto partir a demasiados seres queridos—afirma.
Se sacude las pequeñas ramas y hojas que se le han quedado pegadas al
vestido y se lo coloca bien. Él la observa con atención, intrigado por saber
más sobre la mujer que tiene delante y por la que siente una irresistible
atracción.
—Me gustaría saber más sobre ti, sanadora. ¿Qué te parece si me
cuentas tu historia por el camino?
—¿Es que vamos a volver al castillo?—pregunta, curiosa.
—Bueno, parece ser que debemos seguir aquí. ¿Has visto algún camino
iluminado o alguna puerta abrirse?—Ella niega con la cabeza—. Bien, pues.
Queda claro que aún hay algo que debemos aprender de este tiempo.
—Adelante, entonces, amigo. ¿Qué quieres saber sobre mí? ¿Algo en
especial?—dice mientras echan a andar.
—Todo. Me gustaría saberlo todo sobre ti.
Sheena comienza a relatarle la historia de su vida mientras caminan
entre la espesura del bosque. Casi al llegar al final de la enorme arboleda,
sus tripas rugen con fuerza. Se lleva las manos al estómago, que protesta
por el hambre que tiene en ese momento.
Samael se ríe al ver cómo se sonroja de vergüenza y, apoyando la mano
sobre un árbol, hace descender de entre las ramas una manzana. Una
redonda y brillante manzana roja que más bien parece sacada del
mismísimo cuento de Blancanieves. Sheena se queda boquiabierta,
maravillada por esa muestra de poder.
—Vaya—dice, atónita—. Miguel me había hablado de esto, pero…una
cosa es que te lo cuenten y otra muy distinta es verlo. —Samael sonríe,
divertido.
—Mi señora…—Le entrega la fruta, haciéndole una reverencia de lo
más teatral.
Ella se ríe tímidamente y la toma entre las manos. Le da un pequeño
mordisco y cierra los ojos al sentir el dulce sabor impregnar toda su boca.
En cuanto ese néctar resbala por su garganta, de forma inconsciente, gime
mientras degusta ese manjar de dioses.
—Cuidado. Esos gemidos pueden dar lugar a equívocos—bromea él
con gesto burlón.
—Eso es que tu mente es un poco perversa, arcángel. —Ante aquella
rápida respuesta, Samael estalla en carcajadas.
Devora la manzana con absoluto deleite y, por supuesto, sin dejar de
emitir esos placenteros gemidos. Su sabor es diferente a las de la Tierra.
Dulce y ácido a la vez. Embriagador. La saborea como si fuese la primera
vez que probase una manzana. Y en cierto modo es verdad.
Nunca ha comido fruta del Eden y ahora entiende todas esas referencias.
Comprende por qué se la nombra como El Fruto Prohibido, porque debería
estar prohibido comerse algo tan delicioso.
Terminado el sabroso desayuno, prosiguen su camino hacia el castillo y,
por consiguiente, ella continúa con su relato. Habla con añoranza cuando
nombra a sus padres y a su tía Hellen. Le cuenta cómo se convirtieron en un
referente en su vida, cómo su tía fue su inspiración para elegir la carrera que
eligió. De sus viajes y excavaciones junto a sus queridos amigos Sophie y
Jared.
Habla sobre su fallida boda, de cómo se encontró al que iba a ser su
compañero por el resto de su vida con la novia de Jared y de la reacción de
este cuando se tropezó con ella y la vio destrozada. De cómo la cuidaron
todos esos meses tras el suceso, de su viaje y accidente en Saint Michel.
—Parece un buen amigo ese Jared. Lo nombras mucho y, por lo que
dices, siempre cuida de ti—comenta Samael.
—Ya, sí. Jared es…—Las palabras no consiguen brotar sin amenazar
con ir acompañadas de lágrimas.
—Cada vez que hablas de él, noto una cierta angustia. Tristeza y
melancolía a la vez. Algo que no veo cuando hablas de mi hermano. ¿Qué
ocurrió para que te duela tanto su recuerdo?
—Digamos que se complicó. El amor lo complicó—responde con
resignación.
—El amor no complica las cosas, sanadora. Solo los seres que lo
albergan.
—¿Estás seguro que no eres el hermano filósofo?—Samael vuelve a
estallar en carcajadas ante aquella pregunta, casi afirmación. Sheena se
contagia de su risa y acaban riendo los dos.
A unos escasos metros, llegan de nuevo a la cabaña de Lilith y Adán.
Samael se queda quieto, mirándola con añoranza.
—¿Quieres que volvamos a entrar? Tenemos tiempo—le propone
Sheena.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Mmm. Intuición femenina. —Sin esperar respuesta, ni darle siquiera
opción a pensarlo, abre la puerta y entra.
Está tal y como la encontraron ayer: abandonada. Aún están las sillas
tiradas en el suelo y se ven algunas cortinas rasgadas, tal vez por los
roedores. Polvo, mucho polvo que indica que hace mucho tiempo que esa
casa no acoge vida alguna.
Sheena mira a Samael, que permanece serio, acariciando y recorriendo
cada uno de los rincones de la cabaña. Intuye lo que debe de estar
pensando. Aquella podría haber sido su casa, su hogar. Donde vería crecer a
su hijo junto a su mujer. Un hogar que estaría lleno de alegría y felicidad. Y
seguro que Seth no hubiese sido el único hijo que tendrían. Siente una
punzada en el pecho al imaginárselo.
Samael entra en el dormitorio y se sienta en el borde de la cama, con las
manos entrelazadas y los codos sobre las rodillas. Mira a todas partes, y
mira a su espalda. Las sábanas están revueltas y la almohada también algo
roída, como las cortinas. Acaricia la cama con suavidad para luego apretar
el puño con fuerza. El dolor se apodera de él y su semblante se vuelve
oscuro.
Ella se sienta junto a él y, simplemente, lo mira. Apoya la cabeza contra
su hombro y suspira. Él responde al gesto apoyando la suya contra ella y
cogiéndole la mano con fuerza. Sin hablar, solo mostrándose una mutua
compasión, permanecen unos largos y casi eternos minutos.
—Gracias—dice Samael rompiendo el silencio.
—¿Por qué?
—Por estar ahí.
—Bueno, no tengo otro sitio a donde ir—responde, divertida. Él se ríe,
recobrando así la estabilidad y dejando ir la tristeza—. Aún la amas,
¿verdad?—pregunta.
—¿A quién?
—A Lilith.
—¿Y tú a mi hermano?—Su pregunta la deja algo desconcertada.
—Yo he preguntado primero—se apresura a decir.
—Es complicado. —Una corta respuesta, pero que entraña mucha más
historia de la que parece.
—El amor no es complicado, mi querido amigo. Solo los seres que lo
albergan—Sheena repite su frase anterior, logrando así sacarle de nuevo una
sonrisa.
La agudeza que tiene lo deja maravillado. Acaricia con suavidad su
mano, entrelazada en la suya, y le da un beso en la frente. Ella suspira al
sentir sus labios y el suave tacto de sus dedos acariciando su piel. Un leve
cosquilleo recorre toda su espalda y, como si una chinche la hubiese picado,
se levanta de un salto.
—Venga. Tenemos mucho que aprender, arcángel. Paso ligero.
La distancia desde la cabaña hasta la villa es larga, pero se hace más
amena hablando de sus historias. Sheena le cuenta cómo llegó a verse
envuelta en toda esta vorágine de peligros, de cómo Abaddon había
intentado acabar con ella en varias ocasiones y de cómo se habían conocido
ella y Miguel. También le habla sobre su tensa relación con Lilith.
—¿Lilith siente celos de ti?—pregunta, sorprendido.
—Esa es la explicación que tu hermano me dio. Tampoco es que se
pueda hablar mucho con ella. Es bastante irascible y fría, la verdad. Y tiene
cierta tendencia a sacarme de mis casillas…
—Sí, esa es Lilith. Aunque me sorprende la frialdad y oscuridad que me
describes de ella. No era así. Temperamental, irascible e impulsiva sí, pero
nunca oscura.
»La gente de Eden la quería mucho por su amabilidad. Desde bien
pequeña se mostraba cariñosa y afectuosa, salvo cuando se enfadaba. Cierto
es que es muy pasional en todo.
Aquella visión de Lilith, desde el punto de vista de Samael, la deja algo
sorprendida.
—Bueno. Con todo lo que ha pasado en su vida es normal. Te perdió a
ti, perdió a vuestro hijo, su hogar…Nadie podría soportar ese dolor durante
tantos siglos sin sucumbir a la oscuridad—comenta ella.
—Permíteme que me atreva a decir que tú no serías capaz de volverte
así de oscura. Y no creo que sea porque no sientas el dolor de igual forma.
—Cada uno sobrelleva el dolor como buenamente puede…
—¿Seguro que eres arqueóloga y no filósofa?—pregunta burlándose de
ella.
Sheena le da un codazo y él responde haciéndole cosquillas. Una risa
nerviosa se apodera de ella e intenta parar los ataques. Consigue zafarse y
salir corriendo campo a través, huyendo de Samael, que la persigue de
cerca. Ya a su altura, salta sobre ella, cogiéndola de la cintura y cayendo al
suelo los dos. Ruedan unos metros sin dejar de reír hasta quedar uno sobre
el otro.
A horcajadas sobre él y con el cabello alborotado y lleno de las hojas
que se han enganchado, se miran a los ojos, jadeantes, más por el creciente
deseo que por el esfuerzo. Samael le aparta el pelo de la cara, acariciando
sus mejillas con ternura. Ella cierra los ojos al sentir su tacto e,
instintivamente, lleva su mano hasta tocar la suya. Ambos se sonríen y se
quedan así un largo tiempo. Hasta que oyen unas voces en el camino que
los saca de su embrujo.
—Hemos recorrido todo el reino y no hay señales del niño, ni de Adán.
—Escuchan decir.
Samael gira con ella hasta invertir sus posiciones. Con ella tumbada
bajo su cuerpo, le hace un gesto para que se mantenga oculta y en silencio.
Pero ella mira a su alrededor y apenas ve un hueco donde poder permanecer
ocultos.
Intuyendo sus dudas, él apoya la mano sobre la tierra y, como por arte
de magia, la hierba comienza a crecer hasta dejarlos completamente
cubiertos a su alrededor. «Qué maravilloso poder», piensa, embobada.
—No creo que los vayamos a encontrar a estas alturas. —Reconocen
esa voz. Es la de Adriel.
Un pequeño grupo de ángeles se ha parado casi a su lado en el camino,
hablando sobre la desaparición de Seth y Adán. Por lo visto, y sin saber
cómo, llegó a oídos de Gabriel y enseguida envió a las patrullas a buscarlo.
Samael siente una punzada en el pecho. Solo espera que hayan cruzado bien
al otro lado del portal y ya estén a salvo con su madre.
—Tal vez deberíamos buscar entre los pueblos de las montañas. Quizás
se hayan refugiado allí—dice uno de los soldados.
—¿Te crees que han podido recorrer una distancia tan larga a pie? Te
recuerdo que no tienen alas—comenta Adriel con semblante serio.
—Las patrullas de Gabriel han ido hacia allí, hacia las montañas. Deben
estar allí porque ¿qué sentido tiene que envíe a toda su guarnición personal
hacia esos parajes?
«¿Las patrullas de Gabriel?», susurra Sheena. Samael se pregunta lo
mismo. ¿Hay dos bandos formados entre los soldados de Eden? Y si
Gabriel no los ha enviado a buscar a su hijo, ¿quién demonios ha sido?
—Nuestras órdenes vienen del rey, no del usurpador—sentencia Adriel.
—Adriel, deberías tener cuidado con lo que dices en voz alta. Si algún
simpatizante de Gabriel te escucha…—se apresura a decir otro soldado.
—Dios aún sigue vivo, por lo tanto, sigue siendo el legítimo rey. Y
pronto regresará Samael para poner orden en todo este caos. —A Samael le
sorprende la firmeza con la que habla aquel joven ángel castigado
severamente por su padre y Gabriel, por el simple delito de enamorarse de
Lilith.
—Vale, dejémoslo ya. Será mejor que volvamos al castillo. Tal vez haya
alguna novedad. —Y acabada la conversación, los soldados abren las alas y
desaparecen en las alturas.
Sheena hace ademán de levantarse, pero Samael la sujeta por la cintura,
indicándole que aún deben permanecer ahí tumbados y protegidos por la
hierba. Le señala el cielo y ella comprende lo que intenta decirle; aún
pueden ser avistados por los ángeles que sobrevuelan los cielos de Eden.
—¿Qué crees que han querido decir con eso?—pregunta ella en voz
baja.
—Que mi padre está protegiendo a mi hijo. Y preparando un
levantamiento, pero…
—Está herido de muerte—Sheena finaliza la frase.
Samael se pone en pie de golpe, tendiéndole la mano para ayudarla a
levantarse.
—Ven, vamos. Debemos apresurarnos—dice.
—Pero ¿a dónde vamos?
—A ver a mi padre—sentencia.
Caminan con paso ligero, acortando cada vez más la distancia que los
separa del castillo. Atraviesan la villa, no sin tener algún que otro problema,
pues es día de mercado y está la calle central atestada de gente vendiendo y
comprando. Samael coge a Sheena de la mano para no perderla entre la
multitud y tira de ella, apartando con delicadeza a cada persona que se van
cruzando.
«Madre mía. Voy a conocer al mismísimo Dios Todopoderoso. A Jared
le va a encantar cuando se lo cuente. Aunque…igual nos descubre, puede
vernos. Es un ser omnipotente y omnisciente. Lo puede ver todo y estar en
todas partes. ¿Y si está aquí también?». Sheena comienza a divagar sin
darse cuenta de que está siendo observada por Samael.
—Estás vagando entre tus pensamientos, ¿verdad?—pregunta para su
sorpresa.
—¿Cómo lo sabes?
—Tienes la misma expresión que cuando explicabas tus teorías la otra
noche—responde.
—Vaya…¿Ya eres todo un experto en Sheena Murray?
—Solo en lo que me dejas. —Esa respuesta, acompañada de una pícara
sonrisa, provoca el sonrojo de las mejillas de Sheena. Samael ríe, divertido,
ante esa reacción. Empieza a gustarle provocarla de esa manera.
Consiguen llegar al castillo y pasar desapercibidos para todos los allí
presentes. Caminan por los anchos pasillos marmolados, adornados con
cuadros y figuras de Dios. Suben las escaleras de caracol de la torre sur
hasta llegar a la galería que lleva a la estancia real. No hay nadie en la
puerta, así que entran sin hacer ruido.
Postrado en su gigante cama está Dios, padre de todos los arcángeles y
legítimo rey de Eden. Tapado hasta la cintura, con el torso desnudo, parece
estar profundamente dormido. Samael se fija en la herida del hombro, la
que él le ha provocado con su espada. Está negra. Todo el hombro y el
brazo están negros como la misma noche.
Samael siente unas ganas enormes de acercarse a su padre y suplicarle
perdón, pero no debe salir de las sombras. No a menos que quieran ser
descubiertos y no está dispuesto a poner a Sheena en peligro. Se había
acabado el hacer insensateces sin pensar en las consecuencias. Ese Samael
murió el día que fue capturado por su primo.
En ese momento, entra Adriel en la habitación y Dios sale de su
profundo letargo.
PARTE II
—No hay rastro del muchacho, ni de Adán, mi señor—dice Adriel.
—Bien, bien. Eso quiere decir que han conseguido escapar y están a
salvo…
De forma involuntaria, comienza a toser con brusquedad. Se lleva la
mano a la boca y mira el color de sus esputos: negros. Aquello es una mala
señal, muy mala. Adriel lo mira con tristeza y lo ayuda a colocar mejor las
almohadas bajo su cabeza. La respiración de Dios es costosa, con pequeños
pitidos cada vez que llena sus pulmones.
—Necesito que vayas en busca de mi hijo, Adriel—le pide a su fiel
confidente.
—¿De Miguel?
—No. De Uriel. Necesito hablar con él, debemos dejarlo todo bien
preparado para la huida de Lilith y Miguel. Solo ellos pueden traer a mi hijo
de vuelta. Solo el amor que siente por esa muchacha…—Aquellas palabras
de Dios hacen que el corazón de Samael se sobrecoja de tristeza. Están
siendo las últimas horas de vida de su padre y no puede pedirle perdón.
—Ahora mismo iré a buscarlo personalmente. Solo…aguante hasta que
llegue, señor. Le necesitamos—suplica Adriel.
—No tengo pensado irme a ninguna parte, muchacho. Aún tengo
aguante para rato—bromea.
La espera se hace eterna. Apenas lleva un minuto recorrer volando la
distancia entre el castillo y el portal. La respiración de Dios es más
agonizante y sepulcral. Cada vez que respira y llena sus pulmones, se
escucha ese sibilino pitido que no pronostica nada bueno. Y a todo eso, hay
que sumarle las fuertes convulsiones provocadas por aquella gruesa tos que
lo hacen doblarse, incluso.
—Padre, estoy aquí. ¿Qué sucede?—Uriel entra apresurado en la
habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—Mi querido hijo, el menor de todos ellos. Necesito que llames a tu
hermano…—comienza a decir. La tos vuelve a apoderarse de él.
—¿A Rafael? Iré en su busca si es preciso. Dejaré a Adriel guardando el
portal…
—No, Rafael no. Ya es tarde para mí, Uriel. He vivido mucho y estoy
preparado para irme—afirma de forma costosa tras la tos.
—¿A quién, entonces?
—A Azrael. Necesito que lo llames y le entregues esto. —Dios saca una
carta de debajo de sus almohadas y se la entrega a Uriel. Lleva el sello de
Eden y el de los guardianes.
—¿Pero…?
—Hijo, no hay tiempo que perder. Debes darte prisa y debes llamarlo ya
—insta a su hijo.
Uriel coge la carta y sale de la habitación, dejando a Dios entre los
agonizantes susurros de su respiración y una tos endemoniada que apenas le
da tregua. Sin pensarlo, Samael da un paso al frente, pero esta vez Sheena
se lo impide. Lo coge con fuerza de la mano, suplicando con la mirada que
no la deje sola. Justo en ese momento, entra Gabriel con semblante serio y
airado.
—¿Qué hacía Uriel aquí?—pregunta con tono autoritario.
—¿Acaso necesita permiso para venir a ver a su padre enfermo?
—Uriel no abandonaría su puesto si no fuese requerida su presencia.
Sabe que no debe dejar desprotegido el portal…—dice Gabriel.
—¿Qué quieres, Gabriel?
—¿Que qué quiero? ¡Que abdiques y me nombres rey! ¡Eso es lo que
quiero!—grita con furia. En las sombras, Samael observa la escena, lleno de
rabia. Aprieta los puños tratando de contenerse y no saltar contra su
hermano.
—Jamás—sentencia su padre, seguido de otra fuerte tos. Esta vez, los
esputos caen sobre la almohada dejando una gran mancha negra.
—Viejo estúpido, vas a morir de todas formas.
—De eso estoy más convencido que tú. Tranquilo, pronto acabará todo.
—¡Maldito desagradecido! ¡Tú me has puesto en esta posición! ¡Tú me
has involucrado en tus conspiraciones, tus locuras, y ahora pretendes
apartarme de todo para devolvérselo al hijo al que tú sentenciaste!—le
reprocha, encolerizado.
—Un hijo que rechaza el trono que le ofrezco y otro que lo ambiciona
demasiado. Ese es mi legado…—Esta vez la tos es más fuerte y deja a Dios
exhausto, casi sin fuerzas para otro asalto.
—Pagarás por esto, te lo juro.
Gabriel desaparece de su vista dando tal portazo que sobresalta a
Sheena. La rabia y la impotencia que Samael siente en ese momento
provocan que una lágrima se deslice por su mejilla.
Impulsivamente, Sheena posa la mano sobre su cara, limpiando el agua
que corre por su rostro. Él besa su palma y asiente, indicándole que está
bien. Ella le sonríe con ternura. De verlo grandioso, dando rienda suelta a
su maravilloso poder, a verlo tan derrotado le parte el corazón.
Anoche perdió a un hijo y hoy perderá a un padre. ¡Qué injusto es el
destino! Este aprendizaje está siendo una auténtica tortura para él. Sheena
no comprende por qué el universo, o quienes quieran que sean los creadores
de ese Limbo, lo someten a algo tan horrible. Ni en el infierno se sufren
torturas tan terribles.
De pronto, una brillante luz inunda toda la estancia hasta casi cegarlos.
Una figura femenina se yergue ante Dios, a los pies de la cama. «Madre…»,
susurra Samael, sorprendido ante la presencia de Asherah en la habitación.
Se abraza a Sheena como tratando de buscar fuerza y refugio en ella.
Asherah se acerca a la cabecera de la cama y acaricia el rostro de su esposo
con ternura.
—Mi querida esposa, has venido a mí—dice entre susurros un Dios
agonizante.
—Me has llamado y aquí estoy.
—Asherah, ¿podrás perdonarme alguna vez todo el daño que te he
hecho?—Ella se sienta en el borde de la cama, junto a él, y le toma de las
manos.
—Te perdoné en el momento en el que atravesé el portal. —Dios sonríe
ante aquella afirmación, pero la tos lo vuelve a sacudir. Asherah lo ayuda a
incorporarse y le limpia las manchas negras de la boca.
—Ojalá pudiese verlo. Ojalá pudiese volver a abrazar a mi hijo y pedirle
perdón a él también. Es al que más daño he hecho y, ahora, está atrapado en
su propio cuerpo y dominado por una…—No consigue acabar la frase
porque no puede parar de toser. Asherah toma una de sus manos entre las
suyas y la coloca en su regazo, sonriéndole con dulzura.
—Estoy segura de que tu hijo ya te ha perdonado y que, esté donde esté,
Samael lucha por volver aquí, a su hogar. Nuestro hijo es el más bondadoso
de todos, de un corazón puro y sincero. Vendrá a ti, te lo aseguro.
En ese momento, Asherah levanta la vista y la fija en las sombras de la
habitación. Concretamente, en los ojos de Samael, aunque este se sorprende
y piensa que es pura coincidencia. No puede verlos, o no debería. Pero su
madre es una guardiana. La más poderosa, de hecho. ¿Acaso puede caminar
entre el Limbo y la realidad sin quedar atrapada? ¿Puede verlos a ambos?
No hay mucho más, puesto que, de igual forma que ha llegado, Asherah se
marcha envuelta en aquella cegadora luz.
Samael y Sheena caminan por los pasillos del castillo, deambulando casi
entre las sombras y aún sorprendidos por lo que acaban de vivir. La extraña
conversación con Adriel y Uriel; la discusión con Gabriel y, para rematar
más la historia, la sorprendente aparición de quien se conoce por el nombre
de Diosa Madre.
—¿Crees que nos habrá visto?—se apresura a preguntar Sheena.
—Si te soy sincero, no lo sé. Pero parece que todo es posible. No sé
muy bien cómo funciona el dejarse ver o no—responde él.
—Tal vez tenga que ver con el deseo. —Samael la mira intrigado por
aquella respuesta—. Quiero decir, por lo que sientes en el momento en el
que te muestras. Con Seth estabas deseando abrazarlo, hablar con él. Y
pudiste mostrarte ante tu hijo. Ahora, quizás, haya pasado lo mismo—
explica.
—En verdad que cada vez me dejas más asombrado, sanadora. Tus
deducciones y razonamientos superan, incluso, a mi hermano.
—¿A cuál? Porque tienes seis…
—A Miguel.
Al oír su nombre, Sheena siente una punzada en el corazón.
«Miguel…», piensa con nostalgia. Debe de estar sufriendo horriblemente.
Lo último que recuerda es oírlo llorar mientras la sujetaba con fuerza en
aquella infernal caverna. «El maldito Tártaro materializado», se dice a sí
misma. Eso es lo que le pareció la cárcel donde tenían retenido a Samael; la
antesala del reino del Hades.
Caminan en silencio por las calles de la villa, que aún muestran algo de
vida. Sheena se sorprende mucho al ver lo tarde que es. ¿Cuánto tiempo han
estado en el castillo? A ella le han parecido apenas unas horas, pero el
tiempo es bastante extraño en aquel lugar. No consigue controlarlo y eso la
molesta un poco.
Llegan a la herrería. Samael golpea suavemente la puerta y, al poco,
Sigufroud aparece ante ellos.
—Vaya. Ya creía que habíais atravesado otra puerta, pero veo que aún
tenéis algo que aprender de este tiempo. Pasad, estaba preparando la cena—
comenta, sonriente, al verlos en el umbral de su casa.
—Sigu, necesito hacerte una pregunta que no sé si podrás responder o
interferirá en algo en el pasado…o en el futuro—dice Samael.
—Adelante. Pregunta lo que quieras, mi príncipe. —Sigu acaricia su
espesa barba mientras Sheena los escucha, atenta.
—No me llames así, por favor—protesta Samael.
—Bueno, es lo que eres. Eres mi príncipe y el príncipe de todos. Debes
aceptar tu destino, Samael. Has nacido para esto, tú eres el elegido. Yo no
pongo las normas—afirma Sigu—. Vamos, cuéntame. ¿Qué te ronda por la
cabeza?
—Se supone que, en el Limbo, nadie me reconoce salvo que yo quiera.
Es decir, tú me reconoces y sabes dónde estoy porque he dejado que me
vieses. Me he mostrado ante ti. Pero si permanezco entre las sombras y no
elijo mostrarme, ¿un guardián podría verme de igual forma?
—La has visto, ¿verdad?—Aquella pregunta de Sigu, refiriéndose a
Asherah, los deja a ambos atónitos.
—¿Cómo has…?—se apresura a preguntar Sheena.
—Porque ha venido a mí. Y sí, los guardianes podemos ver aquí y allí.
Podemos verlo todo. Y más alguien tan poderosa como es tu madre, Samael
—responde Sigu.
Sheena siente que se marea y tiene que apoyarse contra algo o se caerá
de bruces al suelo. Toda aquella información está siendo demasiado para
ella. Samael la sujeta con fuerza por la cintura, evitando así que se golpee
con el yunque.
—Creo que necesitáis comer algo y, luego, descansar bien—afirma el
viejo herrero.
—Más bien necesito un buen baño reparador—susurra Sheena.
—Las aguas del lago están estupendas en esta temporada—dice Sigu,
guiándolos hasta la cocina, donde el olor a comida hipnotiza a Sheena.
—¿Pero tenéis estaciones aquí?—Aquella pregunta, casi dicha sin
pensar, provoca las carcajadas de Sigufroud y Samael al instante.
La cena se hace muy amena y necesaria para ambos, pero el cansancio
pronto se apodera de ellos. Sigufroud les dice que siguen teniendo
disponible la habitación del ático y, juntos, se dirigen hacia allí. Sheena
sube primero, vigilada por Samael para que no resbale en los peldaños y se
vaya directa al piso.
Ya en su cómoda y reconfortante habitación, ella intenta quitarse el
vestido, pero no logra desabrochar bien las ataduras de la espalda. El
cansancio parece haber anulado por completo la poca coordinación que le
queda. Samael se ofrece a ayudarla y abre, nudo por nudo, su vestido.
Cuando termina, tiene ante él la hermosa piel desnuda de Sheena y todo
su cuello al alcance de las manos. Ella mantiene sujeta su larga melena a un
lado para que le sea más fácil maniobrar. De forma involuntaria, Samael
acaricia su cuello para después masajear sus desnudos hombros con
suavidad. Sheena emite un gemido de absoluto placer, lo que hace que él
casi pierda el poco autocontrol que le queda.
Desciende suavemente por su espalda hasta posar las manos en sus
caderas. Como llevado por un extraño embrujo, le besa el cuello. Pequeños
y sensuales besos que ella acepta inmersa también en un remolino de
emociones. Sus respiraciones se aceleran y la excitación comienza a
envolverlos. Samael prosigue con sus sensuales besos, acariciando de tal
forma su cuerpo desnudo que Sheena siente cómo su humedad aparece.
En ese momento, le viene a la mente el rostro de Miguel. Coloca las
manos sobre las de Samael, evitando que prosiga con sus caricias.
—Sam… —susurra, recobrando el control de su cuerpo—, no
podemos…—Él parece despertar también y deja de besarla.
—Lo sé. Mi hermano—responde.
—Y Lilith.
—Sí, Lilith…—Retira las manos de su cuerpo, dejando a Sheena con
una gélida sensación—. Acuéstate, Sheena. Necesitas descansar. —Se gira
en dirección a las escaleras, pero ella lo coge de la mano, impidiéndolo
marchar. La mira a los ojos y sonríe, apretando suave su mano—. Tranquila,
sanadora. Estoy bien. Iré a hablar unas cosas con Sigu y vuelvo enseguida
—dice.
—Pero tú también debes descansar, Sam…
Su tono de preocupación y culpabilidad por aquella situación lo
enternece. Se acerca a ella y le acaricia las mejillas. Le da un beso en la
comisura de los labios, tan sensual que hace que a Sheena le fallen las
piernas.
—Yo soy un arcángel y apenas necesito descansar. Duerme, Sheena.
Que tengas dulces sueños. —Y se aleja de ella, dejando un tremendo vacío
en la habitación.
Sheena siente frío al verse sola. Amparada por la luz de la vela, suspira
y se acaricia la zona donde la acaba de besar. Cierra los ojos y se lleva la
mano al cuello, masajeando en el mismo punto donde hace tan solo unos
minutos le ha dado aquellos sensuales besos.
Comienza a imaginarse cómo sería estar entre sus brazos y siente un
calor repentino recorrerle todo el cuerpo. Sacude la cabeza, tratando de
quitarse esos pensamientos de la mente, y se desviste por completo,
poniéndose después un fino camisón de lino blanco que Sigu le ha prestado.
En la cama, tumbada boca arriba, no deja de pensar en todo ese
remolino de sentimientos que está teniendo. No puede controlarlos, pero
tampoco puede evitar sentirse culpable y la persona más infiel del universo.
Ella ya está con un arcángel, pero ahora tontea con su hermano. Se
siente muy atraída por Samael. Cada vez que mira esos azules ojos, pierde
el control de su cuerpo. Pero, a la vez, se siente completa cuando está junto
a él, e incompleta cuando se aleja de ella.
«¡Demonios, Sheena! Eres la persona más inestable, sentimentalmente
hablando, del mundo», se recrimina. Aunque lleva soñando con aquellos
ojos desde antes de conocer a Miguel. Soñaba con él, con Samael. Siempre
tuvo la sensación de pertenecerle. Y quizás, por eso, sus relaciones no
habían llegado a funcionar.
¿Y si eso es lo que ella debe aprender en ese Limbo? ¿Y si, en verdad,
ella pertenece a Samael de igual forma que él le pertenece a ella? ¿Es eso
posible? Y con todas esas preguntas y divagaciones, Sheena se rinde al
cansancio, quedándose dormida.
Quizás, demasiado.
****
Sin ser consciente, el sueño la transporta a otra época. Una que no
recuerda, pero que permanece latente en su interior. Un recuerdo olvidado,
o tal vez borrado de su memoria, y que ahora, en ese Limbo, emerge con
fuerza. ¿Acaso se puede soñar en aquel lugar?
Tal vez.
4.
RECUERDOS DE UNA ÉPOCA OLVIDADA
PARTE I
Sheena deambula de una estancia a otra en su casa de Circus Lane,
cargando con ropa y los utensilios de aseo necesarios para pasar su última
semana de enero en Lerwick. Una semana que, tanto ella como sus amigos,
llevan planeando desde hace varios meses.
Mientras lo mete todo en su mochila, recita una lista mental para estar
segura de no olvidarse nada. Está nerviosa y algo ansiosa por ese viaje que,
augura, será maravilloso. No es que sea su primera escapada ni nada, pues
tiene la suerte de poder decir que ha viajado a sitios exóticos desde bien
pequeña de la mano de su tía Hellen. Pero esta vez es diferente. Con sus
diecinueve años, camino de los veinte, por fin hará su primer viaje sin
adultos. Sola con sus amigos.
Su único problema es que algunos compañeros de clase se han sumado
a la aventura y eso la molesta bastante, pero tendrá que aceptarlo y vivir la
experiencia vikinga al máximo. Porque a eso es a lo que van a Lerwick, a
vivir el Up Helly Aa de las Islas Shetland, que todos los años se celebra
desde el mes de enero hasta marzo para darle la bienvenida al nuevo año
con fuego.
Tan absorta está en sus divagaciones que se sobresalta cuando su
teléfono comienza a sonar con fuerza, avisándola de una videollamada
entrante.
—¡Hola, tía Hellen!—responde tras descolgar y ver el rostro de su
mentora al otro lado de la pantalla.
—¡Hola, cariño!—dice Hellen sonriendo—. ¿Lo tienes todo listo ya?—
pregunta.
—Sí, creo que no me dejo nada. Al menos, nada importante—contesta,
volviendo a mirar en el interior de su mochila. En ese momento, llaman al
timbre y Sheena baja corriendo las escaleras para abrir la puerta a Jared y a
Sophie.
—¿Lista para unos días de fiesta, bebiendo cerv…?—comienza a decir
Jared cuando ella le hace un gesto con la cabeza, señalando su móvil—.
¡Ah, hola, Hellen!—se apresura a saludar, esperando no haber desvelado
demasiado de sus festivos planes.
—¡Hola, Hellen!—saluda Sophie con alegría, dejándose asomar por una
esquina del teléfono.
—¡Hola, chicos!—responde al saludo—. Será mejor que os controléis
con esas bebidas. No queremos disgustos de última hora—comenta Hellen,
divertida.
—Tranquila, prometemos portarnos bien y cuidar mucho de esta
señorita—dice Jared, abrazando a su amiga y dándole un beso en la frente.
—Más bien yo cuidaré de vosotros dos—responde Sheena, mirando
fijamente a su amigo a los ojos.
—¿Nunca os han dicho que hacéis muy buena pareja los dos?—
comenta Hellen en ese instante.
—¡Tía!—protesta ella, sorprendida por el comentario tan inesperado.
—¡Yo sí! ¡Se lo digo muchas veces, Hellen, pero no me hacen caso!—
grita Sophie desde el sofá.
—¡Sophie! ¿Tú también?—le recrimina a su amiga.
—Hellen, no hay nada que hacer con esta jovencita. Tiene sus miras
puestas en otros lares. No soy su tipo de hombre—comenta Jared, divertido,
al ver el apuro que Sheena está pasando.
—Oh, créeme, Jared. Si tú supieras…—Hellen dice esas palabras con
tal convicción que deja a su sobrina atónita.
—¿Podríais dejar de intentar emparejarme con todo hombre que se me
acerque, por favor?—protesta Sheena.
—Solo nos preocupamos por ti, amiga. Y ahora que vuelves a estar
soltera, pues…—comienza a decir Sophie.
—¿Jackson ha pasado a mejor vida?—pregunta Hellen, sorprendida. Su
sobrina no le ha contado nada sobre su ruptura con su actual novio.
—Sí, Hellen. Jackson McGregor no estará más con nosotros—responde
Jared. Sheena pone los ojos en blanco ante tal escenificación, pues sabe de
sobra que no era del agrado ni de sus amigos, ni de su tía—. Ya duraba
mucho, sinceramente. —Tras esa afirmación, ella le da un codazo a su
amigo en el estómago, provocando que él se doble y le dé la risa al mismo
tiempo.
—Bueno, será mejor que os deje terminar con los preparativos o
perderéis el vuelo. Sheena, cielo, no te olvides de tomarte las infusiones que
te recetó el doctor—comenta Hellen.
—Sí, tía. Me las llevo conmigo, por si acaso.
—Muy bien, cariños míos. Que tengáis buen viaje y que lo paséis muy
bien. No hagáis nada que yo no haría y, recuerda sobrina: diviértete. —
Dicho eso, Hellen finaliza la conferencia y Sheena deja el móvil sobre la
encimera de la cocina.
—Ya has oído a tu tía—le dice Jared—: diviértete.
—Buena suerte con eso—se burla Sophie, que conoce bien a su amiga.
—Perdonad, pero yo me sé divertir muy bien—protesta Sheena.
—Ya—responden sus amigos al unísono.
****
El aeropuerto de Edimburgo está abarrotado de gente, como siempre. Una
ciudad tan turística como es la capital de Escocia es lo que tiene. La
cantidad de turistas que viajan hasta allí es increíble. Caminar por el centro
de la ciudad es algo que a Sheena siempre la ha agobiado sobremanera. No
lleva nada bien las aglomeraciones, ni la masificación. Le gusta disfrutar
con calma y tranquilidad. Por eso adora su pequeña y pintoresca calle,
porque apenas se encuentra uno o dos transeúntes.
El resto del grupo, incluido Jackson, los están esperando en la puerta de
entrada a la zona de salidas. Todos llevan sus grandes mochilas bien
repletas de todo lo necesario para poder pasar una gran festividad.
Obviamente, el alcohol lo tendrán que comprar allí, pues no se puede viajar
con tanto líquido en el equipaje de mano. Algo que agradece porque conoce
bien a su grupo y sabe que son capaces de llevarse una destilería entera con
ellos si los dejan.
Hora y media más tarde, aterrizan en el aeropuerto de Sumburgh, donde
tienen que alquilar un par de coches para poder trasladarse hasta la capital
de las Islas Shetland, Lerwick. No está muy lejos. A unas veinticinco
millas, que serán un total de unos treinta minutos en coche…si no se
desvían por el camino para comenzar la fiesta antes de tiempo, claro está.
Alice Sutherland, una de sus compañeras de clase que se había apuntado
la primera al viaje, se encargó de hacer la reserva del alojamiento y no lo
hizo nada mal. Dos casas adosadas que pueden albergar hasta nueve
personas cada una, cerca del parque Gilbertson, lugar donde se realizará la
famosa quema del drakkar vikingo. Luego, continuarán la fiesta durante
toda la noche en el Andersons High School, ya que su novio Jonathan se
había encargado de comprar los tickets.
Todo perfectamente planificado. Tal vez demasiado, piensa Sheena
mientras observa los acantilados de la costa a través de la ventanilla del
coche que Jared conduce.
****
Una vez distribuidos cada uno en sus respectivas casas, los tres amigos,
junto a Alice, Jonathan y tres compañeros más, se reparten las habitaciones.
Aunque dormir, lo que se dice dormir, lo harán poco. Por suerte, en la casa
hay dos baños completos y un aseo en la planta baja. Así no habrá muchas
peleas por ver quién entra primero, ni el tiempo que tendrá cada uno de
utilización. No así, siguen teniendo que repartirse los tiempos porque son
un total de ocho a compartir casa.
Mientras las chicas se asean y se preparan para la fiesta, ellos salen en
busca de las bebidas que deben llevar a la celebración que se hará en el
instituto, pues es muy común allí que cada uno se lleve la suya. Sheena no
necesita mucho tiempo para hacerse nada. Apenas una ducha, ya que su
pelo está limpio de esa mañana y no se va a maquillar. No le gusta mucho
todo ese despliegue de colores pomposos en su rostro, a pesar de ser muy
común entre todas las mujeres que conoce. Hasta Sophie emplea su tiempo
en acicalarse.
—Bueno, al menos no llevas tu clásica coleta—le dice al verla con su
larga melena ondulada suelta.
—No siempre llevo el pelo recogido, Sophie. Pero sabes que no me
gustan esas excentricidades—responde Sheena.
—Si por excentricidades te refieres a arreglarte un poco, maquillarte y
vestirte de forma más femenina y provocativa, amiga, tienes un serio
problema.
—Tal vez. —De pronto, en la habitación ubicada en la planta baja,
comienzan a escucharse jadeos y el rechinar de los muelles del colchón.
—Vaya. Parece que nuestra parejita ha decidido comenzar la fiesta antes
que nadie—bromea Sophie, arrancándole una carcajada a su amiga—. En
serio, Sheena. Deberías intentar no dormir sola estos días. Date una alegría
al cuerpo. Jared…
—No termines esa frase, Sophie Campbell—le reprocha—. No sé qué
os ha dado hoy a ti y a mi tía con Jared, pero no pienso acostarme con el
que considero casi un hermano. ¿Es que os habéis vuelto locas?—dice.
—No. No nos hemos vuelto locas. Vemos la complicidad que existe
entre ambos, la química que hay y lo bien que os entendéis. Y luego está
que no quiero verte sola, Sheex.
—Bueno, pues eso es problema mío. Y, de todas formas, si quiero dejar
de estar sola, no será con Jared. Te lo garantizo. —Jared aparece en ese
momento junto a ellas, sorprendiéndolas—. Voy a tomar un poco el aire—
dice Sheena, pasando por delante de su amigo.
—¿Va todo bien, Sophie?—pregunta Jared, extrañado de verla así.
—Pues no lo sé, JJ, no lo sé. Este viaje debía ser un momento para
divertirse, para recordarlo, pero… Jackson no debería haber venido—
afirma. Él la mira, intrigado, instándola a explicarse para poder comprender
cuál es problema—. Ya sabes. Rompió con ella porque se negó a acostarse
con él y…
—¡¿Cómo?!—pregunta un atónito Jared.
—Creía que lo sabías.
—Pues ya ves que no, no sabía nada. Será cabrón hijo de puta…
—Escúchame bien, MacKenzie. No hagas ninguna locura de las tuyas.
Sheena sabe defenderse sola y no necesita que le vayas rompiendo las
narices a todo aquel que ose ultrajarla. No estamos en el Medievo, amigo
mío—le dice Sophie.
—Voy a matarlo—asevera él.
—Ya empezamos—protesta Sophie con resignación, poniendo los ojos
en blanco en un claro signo de desesperación—. Te he dicho que tú no vas a
hacer nada, Jared. Prométemelo—le ordena.
—Pero…
—JJ—insiste ella.
—Dios, está bien. No voy a hacer nada…siempre y cuando él se
comporte y no se pase de listo.
—No me vais a dejar tener una fiesta tranquila, ¿verdad?
—Si piensas que voy a dejar que ese gilipollas se propase con ella, pues
no. No tendrás una fiesta tranquila.
—Entonces, tú y yo tendremos que hacer de niñeros y no dejarla sola
con Jackson en ningún momento—propone Sophie, cruzándose de brazos.
—Me parece bien—sentencia Jared.
****
Todo Lerwick se ha vestido para su gran festividad. Mire donde mire, se ven
referencias a los vikingos. Ya desde bien entrada la mañana, los elegidos
para representar el Jarl Squad recorren las calles, vestidos para la ocasión.
Solo cuando ya cae la noche, unos mil hombres con todo tipo de disfraces
de lo más variopinto, repartidos en squads, forman filas en las calles
oscuras de la capital de las Shetland.
Sheena, Jared, Sophie y el resto de su grupo se encuentran junto al
Ayuntamiento, esperando a que el sonido del petardo dé por iniciada la
fiesta. Hablan entre ellos cuando este suena en los oscuros cielos de la
noche, momento en el que todos comienzan a vitorear y aplaudir. Tras ese
despliegue de voces, las antorchas se encienden y la procesión empieza.
Es toda una visión. Más de mil antorchas llenan el aire de Lerwick de
humo, luz y olor a quemado. Los squads cantan y marchan al ritmo que
marcan los tambores y el drakar, con el jarl y su casco con alas de cuervo,
son el centro de todas las miradas. Es en ese instante, hipnotizada por el
brillo de las llamas y el resonar de la música, cuando Sheena siente que
todo le da vueltas.
De pronto, todo a su alrededor desaparece y se ve ante lo que parece ser
una gigantesca biblioteca completamente destruida. Mira en derredor y solo
ve libros esparcidos por todas partes y estanterías hechas añicos. Nota una
angustia que le resulta conocida, como si ya hubiese estado en aquel lugar.
Una tremenda familiaridad con lo que allí ha ocurrido se aloja en su
interior. Hasta que siente el tacto de una mano que la sujeta con fuerza.
—Sheex, ¿estás bien?—pregunta Jared, trayéndola de vuelta de su
extraña visión.
—S-sí, eso creo—responde ella sin saber muy bien qué es lo que le
acaba de pasar.
—Parecías ida por completo. Un poco más y te desplomas aquí mismo.
¿Seguro que estás bien?
—Ha debido ser el calor, tal vez.
—O que apenas has comido nada y te has enganchado a tu jarra de
cerveza como si no hubiese un mañana—le reprocha él con ternura. Una
tierna regañina de las de Jared que tanto la hacen sonreír.
—Lo siento, papá—responde ella de forma burlona.
—Anda, vamos. Tendré que hacerte de niñera toda la noche—dice,
asiéndola de la cintura y caminando con ella bien sujeta.
—¿Y me vas a arropar en la cama también?—pregunta con picardía,
mordiéndose el labio inferior. Ante ese gesto, los azules ojos de Jared se
tornan oscuros y sus pupilas se dilatan.
—Sheex, no provoques—le responde. Ella se ríe ante aquella situación
—. Genial. Ya estás borracha—protesta, divertido.
Todo el grupo se mueve al ritmo de la procesión, viendo cómo ese barco
vikingo, cuya cabeza de dragón es incluso más aterradora de lo que en su
día pudieron llegar a pensar los que los veían asomar en el horizonte,
avanza lentamente. A ese halo de misticismo hay que sumarle el envolvente
sonido de los tambores y los cánticos en nórdico antiguo. Así, hasta llegar
al centro del parque, donde se procede a la quema del barco. Los miles de
antorchas portadas por los hombres que dirigen el desfile caen sobre la
cubierta y toda la madera comienza a arder formando una enorme hoguera
mientras los cánticos prosiguen.
Los tambores retumban aún más fuerte que antes y eso provoca que
todos entren como en una especie de éxtasis ceremonial. Pero, de repente,
unos susurros provenientes de no se sabe dónde le cantan algo diferente a
Sheena. Voces que le resultan familiares y a la vez extrañas. Mujeres que
susurran algún tipo de mensaje que hacen que vuelva a sentir ese repentino
mareo de antes. «Acepta tu destino. Él te espera. Es tu otra mitad. Él te
completa», le dicen las voces. Se aferra con fuerza al brazo de Jared porque
siente que las piernas comienzan a fallarle.
—Sheena, me empiezas a preocupar. Voy llevarte de vuelta…
—No. No, Jarjam. Estoy bien, de verdad—se apresura a decir ella. No
está tan borracha, pero no entiende muy bien lo que le está pasando. En ese
momento, las risas de Katherine, una chica del grupo, atrae sus miradas.
Está junto a Jackson y parecen muy cercanos, ya que este la tiene sujeta por
la cintura y le susurra al oído algo que a ella la hace reír.
—Sheex, ¿por qué no me contaste lo de Jackson?—le pregunta Jared.
—Veo que Sophie ha hablado contigo—responde para después suspirar
profundamente—. Porque no es algo de lo que me apetezca hablar, Jared.
Es…
—Es un hijo de puta. Siempre lo ha sido—afirma con dureza su amigo.
—Jarjam, no hagas nada. Es mi problema y ya está solucionado.
Jackson está fuera de nuestras vidas. No tienes por qué mancharte las
manos por mí. Ya me queda claro que soy rara y que…
—¡Oye!—la insta Jared parando en seco su paso. Se gira para poder
colocarse frente a ella y la toma del mentón, obligándola a mirarlo a los
ojos—. Eres una mujer maravillosa y de gran belleza. Cualquier hombre
que se precie se sentiría afortunado de tenerte a su lado. Y tú no eres rara,
Sheex. Eres única. Y sí, me mancharía las manos por ti. Incluso mataría por
ti. No quiero volver a oírte decir nada parecido, ¿queda claro?—asevera él.
Ella tan solo logra asentir con la cabeza, pues si habla, siente que romperá a
llorar por la emoción que sus palabras le acaban de provocar. Jared la
abraza al ver el brillo acuoso en sus ojos.
—Gracias—dice ella, separándose de él tras unos segundos sumergida
entre los reconfortantes brazos de su amigo, y recuperando la compostura.
—¿Por qué?
—Por estar siempre ahí. Por protegerme, por…por ser tú.
—Es todo un honor, Sheena Murray. Además, para eso están los amigos
—responde esbozando una media sonrisa de lo más sensual y pícara al
mismo tiempo.
PARTE II
Las horas pasan lentas, entre risas, bailes y mucha cerveza. Sheena tiene
algún que otro flashback y siempre con las mismas imágenes: la extraña
biblioteca derruida. Imágenes que se parecen bastante a los sueños que está
teniendo últimamente y que apenas la dejan dormir bien. Por eso, las
infusiones que se toma, para poder conciliar el sueño y descansar.
Pero hay algo diferente entre las visiones y sus sueños. Una presencia,
más bien. Cuando se sume en el sueño, Sheena se encuentra ante un hombre
alto, fuerte y de cabellos dorados. Siempre de espaldas a ella, mirando al
suelo. Solo cuando se acerca a él y posa la mano sobre su espalda desnuda,
se gira para clavar su mirada sobre ella. Una mirada gobernada por unos
hipnóticos ojos azules, los cuales ella reconoce e incluso añora.
—Eh, soñadora—dice Sophie, sentándose junto a ella y trayéndola de
vuelta del mundo de las ilusiones. Sheena sonríe a su amiga, quien ha ido
en busca de otra jarra de cerveza y se ha demorado más de lo necesario.
—Te vas a emborrachar, Sophie, como sigas bebiendo tanto—le
comenta ella.
—Dijo la sartén al cazo—responde Sophie burlándose de ella.
—Yo no estoy borracha—protesta Sheena, ya que, en cierto modo, así
es. No ha bebido tanto, pero sí reconoce que no se siente nada bien.
—Ya. —Sophie le da un trago a su jarra, observando a todos los
congregados a la fiesta en aquel instituto.
Como siempre, ya le ha echado el ojo a más de uno. Esa pelirroja
alocada no está dispuesta a perder tiempo ni oportunidades. Carpe diem es
uno de sus muchos lemas para justificar sus locuras. Y por eso Sheena la
adora tanto. Ojalá fuese tan desinhibida como ella y fuese capaz de dejarse
llevar, sin miedo al fracaso y sin todos esos complejos grabados a fuego en
su interior. Ojalá fuese alguien distinto, diferente.
—¿Alguna vez te has sentido fuera de lugar, Sophie? Como si no
pertenecieses a este mundo—comenta entonces, dejando a su amiga
sorprendida.
—¿A qué viene esa pregunta ahora, Sheex?
—¿En serio nunca has tenido la sensación de pertenecerle a otra
persona, de no encajar…?
—¿Sheena, estás bien?—pregunta Sophie, dejando la jarra a un lado.
—Sí, estoy bien. Es… Solo es algo que me ha dado por pensar mucho
últimamente. No sé. Siento que no encajo, que no pertenezco aquí. Siento
que le pertenezco a alguien—comenta, mirando al horizonte hasta localizar
la figura de su amigo en la lejanía, bailando con una hermosa joven vestida
con un traje vikingo. Sophie se da cuenta de hacia dónde está mirando su
amiga y sonríe.
—Y ese alguien no será alto, guapo, con unos ojazos azules
impresionantes y que siempre está pendiente de ti, ¿verdad?—Sheena sale
de su hipnotismo y mira a su amiga, intrigada por su pregunta, hasta que
entiende por quién van esas palabras.
—No sé qué os ha dado hoy con Jared, pero no pienso acostarme con él.
Es mi amigo, mi hermano, y…
—Y os morís el uno por el otro, Sheex. Que la química que hay entre
ambos es innegable—contesta Sophie. Sheena responde con un simple
bufido en señal de protesta. Una carcajada atrae la mirada de ambas hacia
un lado de la sala—. Como puedes ver, Jackson no ha perdido el tiempo y te
ha encontrado sustituta ya—comenta.
—Puede hacer lo que le plazca. No es mi problema—responde Sheena.
—Amiga, tómate esto que te voy a decir como un consejo. Hoy no
deberías dormir sola. Si no es con quien tú ya sabes, al menos búscate a
alguien con quien desahogarte. —Como movida por un resorte, Sheena se
levanta de su asiento y se coloca bien la camiseta. Se ahueca el pelo con las
manos y comienza a andar—. ¡¿A dónde vas ahora, Sheex?!—pregunta
Sophie.
—¡A buscarme un vikingo!—responde con firmeza, provocando las
risas de su amiga.
Segura de que lo que está haciendo es una locura, Sheena avanza entre
la gente allí aglomerada con cierta dificultad en alguna que otra ocasión.
«No sabía que había tanta juventud en este remoto lugar, leches», protesta,
intentando abrirse paso entre un grupo de jóvenes que cantan y alzan sus
jarras de cerveza al grito de Sköl!, que es como se brinda en noruego
antiguo. De pronto, una mano la coge de la muñeca y tira de ella, sacándola
de allí.
—Hola, preciosa. ¿Me buscabas?—Al otro lado de ese agarre está su
ex, quien la mira con deseo mientras se acaricia el mentón.
—Estás borracho, Jackson—protesta ella, intentando liberar su muñeca.
—Sheena, Sheena, Sheena… —Sin soltarla, tira de ella hasta tenerla
bien sujeta entre los brazos. Mete el rostro entre sus cabellos y aspira
profundamente el aroma que emana de su cuerpo—. No sabes cuánto te
deseo ahora mismo. Se me pone dura solo de imaginarte sobre mí. Lo
pasaríamos tan bien juntos, mi amor—le susurra, intentando apoderarse de
sus labios mientras mete la mano por debajo de su camiseta.
—¡Jackson, para! ¡Suéltame! ¡Te he dicho que no!—Sheena forcejea,
sintiendo absoluta repulsión al notar sus manos manosear su cuerpo. Pero,
aun estando borracho, es más fuerte que ella. De pronto, una sombra
gigantesca se interpone entre ambos, liberándola así de su captor. Jackson
sale despedido hacia atrás, llevándose las manos al rostro y gritando de
dolor.
—¡Si te vuelvo a ver cerca de ella, te juro que te mato!—le grita un
Jared encolerizado y con los ojos inyectados en sangre. Por lo visto, estaba
observando los movimientos de su amiga y, cuando ve lo que sucede, no se
lo piensa dos veces. En casi dos zancadas, ha llegado hasta ellos, liberando
a Sheena de las manos de Jackson, propinándole tal puñetazo que lo ha
lanzado al otro extremo de donde se encuentran.
—¡Maldito cabrón de mierda! ¡Me has roto la nariz!—protesta, mirando
sus manos ensangrentadas. Se levanta casi de un salto, algo difícil teniendo
en cuenta su estado, y se dirige hacia Jared—. ¡Me las vas a pagar,
MacKenzie!—ruge, mirando con rabia a su oponente, quien ya está
preparado para recibirlo y soltarle otro puñetazo. La gente se interpone
justo a tiempo, sujetando a ambos muchachos para evitar que se desatase
una dura pelea.
—¡Jared, no! ¡Basta los dos!—les grita Sheena, pero sus gritos no
surten el efecto deseado. Ambos jóvenes están más que decididos a pelearse
por ella. Solo se logran calmar los ánimos cuando se llevan a Jackson de
allí, entre protestas y amenazas, para poder parar la hemorragia de su nariz.
—¿Pero se puede saber qué demonios ha pasado?—pregunta Sophie,
apareciendo junto a ella en ese instante.
—Que Jackson…
—Que ese cerdo intentó propasarse con Sheena. Eso es lo que ha
pasado—responde Jared aun con los puños apretados y los ojos enrojecidos
por la rabia.
—¡Dios mío, Sheex! ¿Estás bien?
—Sí, Sophie, tranquila. Es solo que…
—Venga, te llevo a casa—sentencia Jared, interrumpiendo a sus amigas.
—¿Pero qué…?—dice Sheena, desconcertada.
—Voy con vosotros—afirma Sophie.
—No, tranquila. Tú sigue la fiesta, Soph. Ya me ocupo yo—se apresura
a responder él.
—Bueno, está bien. Pero me llamas si surge cualquier cosa. —Sheena
mira, atónita, a sus amigos, hablando de ella y tomando decisiones como si
no estuviese allí.
—Oye, que yo no quiero que ninguno deje de divertirse por mi culpa.
Puedo ir…
—Como se te ocurra decir que puedes ir sola para casa, Murray, te juro
que te meto en vuelo directo a Edimburgo—asevera Jared.
—Y yo lo ayudo—afirma Sophie. Sheena se cruza de brazos y suelta un
bufido en señal de protesta. No está para nada de acuerdo con tener que irse
para casa de esa forma, y menos si eso implica que uno de sus amigos tiene
que abandonar la fiesta.
—Deja de bufar y camina—le ordena Jared, cogiéndola de la mano.
—A sus órdenes, mi señor—responde ella burlándose de él.
Su alojamiento no está muy lejos de allí, así que no los lleva mucho
recorrer las calles desde el instituto hasta la casa. Sheena tiene que
reconocer que agradece el estar de vuelta a la confortabilidad de su
habitación, pues es cierto que ya hace un largo rato que no se encuentra
nada bien. Pero no es por la bebida. Lo cierto es que está mareada y le
cuesta mantenerse en pie.
Ya solos, Jared la ayuda a quitarse el calzado bajo su divertida mirada
ambarina. De pronto, Sheena vuelve a oír esas extrañas voces, seguidas del
resonar de unos tambores que la hipnotizan. Cierra los ojos, intentando
sacar de su cabeza esos sonidos, llevándose las manos a la frente.
—Sheena, no estás bien—comenta Jared, preocupado, sentándose en la
cama junto a ella.
—¿No oyes esos tambores?—pregunta ella. Su respiración comienza a
ser agitada y su corazón late cada vez con más fuerza. Se siente acelerada,
excitada más bien.
—¿Qué tambores, Sheex? —Sheena abre los ojos en ese momento y se
quedan fijos en él, pero sin ser el rostro de su amigo el que ve.
Ante ella, se ha materializado el extraño hombre con el que lleva días
soñando. Sus cabellos dorados como el mismo sol, alborotados y cayendo
de forma grácil sobre su rostro; y esa hipnótica mirada, de un azul tan
intenso que la hace perder el sentido. Sin ser consciente de sus actos, se
coloca a horcajadas sobre él y toma su rostro entre las manos.
—Tú estás en mis sueños, en mis pesadillas…, y te deseo. Te deseo
como nunca antes he deseado a nadie—dice, dejando a Jared atónito.
—Sheena, no…—Pero ella calla sus palabras con los labios,
apoderándose de forma fogosa de su boca.
No encuentra mucha resistencia por parte de Jared, quien acaba
sucumbiendo al deseo y abriendo la boca para dejar que sus lenguas se
enreden de forma grácil y sensual. Sheena rodea su cuello con los brazos,
profundizando aún más en ese beso y haciendo que él gruña al sentirla tan
predispuesta. Jared acaricia su espalda con las manos y le quita la camiseta
casi de un tirón, dejándola semidesnuda ante él.
Jadeantes los dos, y movidos por un enorme deseo, vuelven a besarse
con pasión al mismo tiempo que él masajea sus hinchados pechos. Necesita
saborearlos y, sin demorarse más, Jared toma uno de sus erectos pezones
entre los labios y lo succiona, pasando a juguetear con su lengua sobre él.
Eso provoca tal excitación en Sheena que arquea la espalda y, sujeta entre
los fuertes brazos de su amigo, gime de placer.
Con tal despliegue de sensualidad, él prosigue saboreando sus pechos,
pasando de uno a otro y volviendo a apoderarse de su boca con fervor. Baja
las manos hasta sus pantalones y los desabrocha, metiendo la mano entre su
ropa y encontrando la humedad que ya es más que evidente. Al sentir el
movimiento de sus dedos sobre su sexo, Sheena vuelve a gemir, siendo
acompañada por un gruñido proveniente de lo más profundo de la garganta
de Jared. El placer parece estar servido para ambos.
De repente, Sheena siente que algo sube por su garganta desde su
estómago. Eso no es un orgasmo y, recuperando por completo la realidad,
se inclina hacia un lado de la cama y deja salir lo poco que tiene en el
interior de su cuerpo. Jared la sujeta con fuerza para evitar que se caiga de
bruces sobre su propio vómito y le aparta el pelo de la cara.
—Te dije que habías bebido demasiado—comenta él, entre divertido y
resignado, porque la magia entre ambos se haya roto de esa manera.
—Lo siento—dice ella tras expulsar lo último que le queda en el
estómago.
—No tienes que pedir perdón, Sheex—responde él con ternura—.
Anda, será mejor que te acuestes. Ya voy yo a por algo para limpiar todo
esto—dice, ayudándola a incorporarse para después meterla en la cama.
—Eres mi mejor amigo, Jarjam—pronuncia ella, agradecida,
comenzando a cerrar los ojos y dejándose llevar por el sueño y el cansancio.
Jared la mira y sonríe, apartando un mechón de su rostro y
colocándoselo detrás de la oreja. Acaricia su mejilla y su mentón, y suspira
por lo que pudo haber sido y no fue. Decepcionado, sale de la habitación en
busca de un cubo y una fregona con la que limpiar todo aquello, o la dueña
de la casa no los dejará volver. Por no hablar de cómo se pondría Alice
cuando lo viese.
En la soledad de su cama, Sheena cae en un profundo sueño del que
solo pronuncia un nombre antes de sucumbir del todo a los poderosos
brazos de Morfeo: Samael.
Y es en ese instante en el que el Limbo del Conocimiento reclama de nuevo
su presencia para cumplir con su destino.
5.
REQUIESCAT IN PACE
PARTE I
Dolorida y con el cuerpo entumecido, Sheena se despierta algo
desorientada. Ese sueño, o ese recuerdo más bien, la ha dejado algo
confusa, pues no era consciente de haber tenido ningún encuentro con
Jared. Y su amigo tampoco le había contado nada. Tan solo le dijo que él y
su ex habían tenido una pequeña discusión y que, sumado con las
cantidades ingestas de alcohol que llevaban, habían acabado llegando a las
manos.
«Tengo que hablar con Jared—piensa segundos antes de darse cuenta de
dónde se encuentra—. Tal vez cuando regresemos a nuestro tiempo…». Se
incorpora en la cama y estira cada uno de sus machacados músculos. No
hay rastro de Samael.
La ventana está entreabierta, dejando pasar una cálida y suave brisa
mañanera. Sheena respira profundamente, percibiendo los diferentes olores
que invaden la estancia. Se levanta para mirar por la ventana y ver el gentío
de la villa.
Se oyen voces de tenderos, risas de niños jugando y susurros de las
conversaciones de los que por allí pasean. Eden sería un lugar muy hermoso
para vivir, sino fuese por las estrictas leyes y castigos que Gabriel ha
decidido instaurar.
De pronto, un olor procedente de la cocina de la casa adyacente provoca
el rugir de sus tripas. Se lleva las manos al estómago y se vuelve hacia la
cama buscando su ropa. No está su vestido. Ese vestido verde que Samael le
había traído el día anterior.
En su lugar, encuentra unos pantalones de cuero marrones y una especie
de túnica entallada de color blanco, con unas cintas en la parte baja de la
espalda que ayudan a ajustarlo más al cuerpo. Se apresura a vestirse,
emocionada por encontrarse con Samael y ver su expresión cuando la vea
con las prendas elegidas por él. «Precioso», piensa al verse con él puesto.
—Bueno. Al menos no me enredaré en las faldas de este, como en el
otro—dice mientras se ata los cordones de las botas.
Se peina la larga cabellera con los dedos, atusándola y acomodándola
bien, aunque no le vendría mal un buen baño para lavársela. Sus tripas
vuelven a protestar, pero esta vez con más fuerza y energía. Sin más
dilación, baja las escaleras del altillo y se dirige hacia la cocina para acallar
esos molestos rugidos. De camino, no puede evitar volver a respirar
profundamente y empaparse de aquella fragancia a hierro y a óxido.
—¡Oh, querida niña! ¡Por todos los reinos, ya estás despierta!—Sigu la
abraza con fuerza al verla aparecer—.Samael se va a alegrar mucho cuando
se entere.
—Sigu, que solo me fui a dormir anoche. Sé que ha sido un sueño algo
profundo, pero han pasado solo unas horas…
—No, querida mía. No han sido solo unas horas. Llevas durmiendo casi
cinco días. —Aquella afirmación la deja atónita.
—¿Cómo que cinco días? Eso no es posible…, pero ¿cómo transcurre el
tiempo aquí? ¡Madre mía! Cinco días—dice, sorprendida.
—El tiempo en cada uno de los universos, planetas y reinos de la
Creación transcurre de forma diferente y aleatoria, mi niña. No te
preocupes. Te irás acostumbrando poco a poco—le explica el anciano
guardián.
—Sí…, ya lo veo, ya. Ahora entiendo esta hambre tan voraz que tengo.
—Te prepararé algo. Tú siéntate y relájate, querida.
Sigu comienza a sacar utensilios de cocina, alimentos como huevos,
mantequilla y varias frutas. Con auténtico sigilo y agilidad, el hombre se
mueve como si flotase entre los obstáculos que hay por allí esparcidos.
Todo un espectáculo culinario el que se desarrolla ante ella, que sonríe
viendo su esmero mientras le va sugiriendo qué desayunar.
—Sigu, ¿podría hacerte una pregunta?
—Por supuesto, niña. Pregunta. Trataré de contestar con la mayor
sinceridad.
Un movimiento más de sartén y listo. Unos fantásticos huevos
revueltos, tostadas y un delicioso zumo. Se lo sirve con una amplia sonrisa
y se sienta frente a ella. Sheena le da un bocado al revuelto y comienza a
gemir de absoluto placer.
—Mmm…¡Madre mía, Sigu! ¡Esto está delicioso!
—Me alegro de que te guste. Pero, dime, ¿qué es eso que quieres saber?
—pregunta con las manos cruzadas sobre la mesa, observando, alegre, a
Sheena devorar su desayuno.
—¿Cuál es la misión exactamente del Limbo del Conocimiento?
—Extraña pregunta, puesto que su propio nombre lo dice todo, pero…
—Sigu toma aire para poder centrar sus pensamientos y responderle de la
forma más clara posible—. El Limbo es un lugar donde se deben aprender
ciertas cosas: pasado, presente y, a veces, futuro. No todos tienen por qué
pasar por esta experiencia. Solo si el universo lo cree conveniente, si existe
algún motivo—explica con calma.
—¿Y siempre es tan tormentoso?—Aquella pregunta extraña al
guardián, que la mira fijamente.
—¿Por qué dices eso, Sheena?
—Bueno, verás…, no creo que esté siendo un camino de rosas para
Samael vivir todo lo que está viviendo. Tal vez tenga sentido el que conozca
lo que sucedió en su ausencia, pero, igual, eso se podría conseguir con una
charla y no reviviendo todos estos acontecimientos. Está sufriendo mucho,
lo noto y lo veo en sus ojos—comenta ella.
—Pero te tiene a ti para poder soportarlo mejor.
—Sí, bueno. Ya sé que yo estoy aquí para ayudarlo a aprender de su
pasado, pero…
—Tal vez no solo sea ese tu cometido, querida nihúva—afirma Sigu.
—¿Hablas de cuál es mi destino?
—O de quién…
En ese momento, Samael aparece ante ellos. Se queda estático, casi en
shock y a la vez sonriendo al verla allí sentada tan llena de vida. Hasta se
podría decir que hay lágrimas de felicidad en sus ojos. Sheena lo mira y le
sonríe con ternura, dándole un mordisco a su tostada.
—Hola, arcángel—lo saluda con alegría.
Sin decir una sola palabra, la abraza con fuerza, metiendo la cabeza
entre sus cobrizos cabellos y aspirando su aroma con profundidad. Sheena
le corresponde el abrazo, sin poder evitar reírse al verse alzada entre sus
brazos.
—¡Gracias al universo! ¡Te has despertado! Por favor, Sheena, no
vuelvas a darme un susto así—le dice, tomando su rostro entre las manos.
Ella se las acaricia, sonriendo, divertida.
—Prometo no dormirme más tan profundamente.
—No se ha separado ni un segundo de tu lado durante estos días. Has
hecho que se angustiara mi príncipe, nihúva—le cuenta Sigu, divertido.
—Sigu—protesta Samael.
—Intuyo que esta ropa es cosa tuya, ¿verdad? —comenta ella.
—Vi que tenías ciertos problemas de movimiento y agilidad con el otro
vestido y busqué algo más apropiado para alguien como tú.
—¿Y cómo es alguien como yo, arcángel?—pregunta con una pícara
sonrisa.
—Bien, una broma. Eso es que estás completamente recuperada. —
Samael se fija en la mesa y ve que hay un plato vacío y un zumo a medio
terminar—.¿Has acabado de desayunar? Porque tenemos mucho que hacer,
sanadora.
—Ohm, deja que me acabe el zumo y soy toda tuya. —Sigu no puede
evitar reírse ante aquella afirmación, lo que hace que Sheena se dé cuenta
de cómo ha sonado la frase—. Toda suya en cuestión de trabajo, Sigu. No
seas mente sucia—protesta.
—No he dicho nada. —El herrero levanta las manos en señal de
disculpa, sin dejar de sonreír de forma burlona. Samael se ríe, divertido,
aliviado a la vez al verla tan llena de vida de nuevo. Está bien, está viva.
—Muy bien. ¿Lista? Vámonos a ver qué aprendemos hoy.
Sigufroud camina tras ellos acompañándolos, pues él tiene que hacer
una serie de trabajos fuera de la herrería. Se despiden y Sheena y Samael
prosiguen su camino.
—¿Y bien? ¿Cuál es el plan de hoy?—pregunta Sheena.
—Volver junto a mi padre. Hoy tendrá una visita importante.
—¿Ah, sí? ¿Y quién es?
—Ya lo verás, sanadora. Auguro que te será de gran agrado.
Intrigada, sigue a Samael camino al castillo. Lo mira de vez en cuando,
tratando de leer alguna pista en su rostro, pero nada. Él sonríe al verla
divagar entre sus pensamientos, intentado averiguar de quién se trata esa
misteriosa visita de la que van a ser testigos.
En la ciudadela del castillo, Sheena observa a un grupo de soldados
adentrarse en los pasillos que dan a los calabozos. Van bien armados, por lo
que adivina a quién tienen que escoltar.
Miguel camina pensativo de camino a su reunión con su padre mientras es
escoltado por el séquito de guardias fieles a Gabriel. Su hermano se ha
encargado de elegirlos en persona.
Desarmado y ferozmente custodiado, lo sorprende que no lo lleven
atado. No solo sabe luchar con una espada. El cuerpo a cuerpo también es
su fuerte y podría hacer frente a un pequeño grupo de siete ángeles, siempre
y cuando no lo atacasen a traición por la espalda como ocurrió en la cabaña.
Lleva días visitando a su padre e interrogado por Gabriel. Está inquieto,
airado y bastante fuera de control. Algo le ronda por la cabeza y eso no es
buena señal. No, nada está siendo bueno.
Miguel puede percibir un extraño aroma a caos, una horrible sensación
de que algo terrible va a pasar en cualquier momento. Pero también lleva
días con una familiar sensación. Un sentimiento de no estar solo por
completo, de tener a su lado a su compañero de batallas.
A veces, cree ver a su hermano Samael entre el gentío del pueblo, o por
los pasillos del castillo. Una idea absurda, pero que hace que su corazón se
agite de alegría y le brinde un atisbo de esperanza.
—¡Miguel!—La profunda y sepulcral voz de Gabriel lo saca de sus
pensamientos.
Levanta la cabeza para enfrentar su mirada, sorprendiéndose de la
visión tan fantasmal que ve ante él. Gabriel está demacrado, envejecido
diría. El rubio de sus cabellos se ha tornado blanco como la nieve, con
algunos tonos grisáceos. Y comienza a brotarle una espesa barba del mismo
color que sus cabellos. «Tanto odio y tanta envidiaestán acabando contigo,
hermano», piensa Miguel.
—Es la cuarta vez seguida que vienes a visitar a nuestro padre y no me
digas que es solo una visita rutinaria. Sé que estáis tramando algo y, esta
vez, me lo vas a contar todo—asevera con ira.
—Hermano, no todos vivimos entre conspiraciones como tú. Deberías
calmarte un poco porque solo vengo a visitar a nuestro moribundo padre. Se
está muriendo, ¿recuerdas?
—¡No me provoques, Miguel!—Ambos hermanos se miran desafiantes,
pero es Gabriel quien da un paso atrás. Sabe que Miguel, a pesar de llevar
tanto tiempo preso, sigue siendo más fuerte que él.
—Si me disculpas, Gabriel, voy a ver a mi padre. Aunque me encantaría
continuar con este debate en cualquier otro momento.
Sin darle opción a responder, Miguel entra en la habitación y cierra la
puerta de golpe, dejando a Gabriel furioso al otro lado. No puede evitar
sonreír tras haber conseguido provocar tanto a su hermano. Solo espera que
no la tome con Lilith o con cualquier otro ciudadano del reino por su culpa.
La habitación está casi en penumbra, salvo por la luz que entra a través
de las cortinas y de algunas velas sobre la repisa de la chimenea. Su padre,
tumbado boca arriba, duerme profundamente. Su respiración es lenta, emite
pequeños silbidos cada vez que coge aire. Miguel lo mira con semblante
triste. Sabe que es su fin, por mucho que lograsen escapar y llevarlo ante
Rafael, no cree que pueda sobrevivir.
De pronto, una brisa agita las cortinas y parece susurrarle algo a Miguel.
Este se gira hacia un rincón de la habitación, invadido por la más absoluta
oscuridad. Se queda mirando al vacío de las sombras, con la extraña
sensación de que hay alguien observándolo todo. Alguien familiar, cercano.
Su corazón se agita mientras intenta fijarse mejor. Siente el impulso de
acercarse más y comprobar si se está volviendo loco o su instinto le es
certero, pero la tos de su padre lo hace obviar esa decisión.
—Padre, estoy aquí—dice, arrodillándose junto a la cama, tomando su
mano entre las suyas.
—Miguel, hijo mío…—Dios no consigue articular dos palabras
seguidas sin toser—. ¿Cómo está la muchacha?
—Lilith…me preocupa, padre. La huida de Seth no ha hecho más que
crear una enorme y fría coraza en su corazón. Intento calmarla, ayudarla,
pero el llanto la consume día a día. Y me rompe el alma verla así. Ya no sé
qué más hacer…
—Esa muchacha tiene la suerte de tener el amor y la protección de mis
dos mejores hijos. Pero se le ha causado mucho daño a su corazón y a su
alma…y, de todo ello, soy el mayor culpable. —Su cuerpo vuelve a
convulsionar por la tos—. No te desesperes, Miguel. Y no dejes que la
oscuridad se apodere de ella, hijo mío.
—Padre, debes aceptar mi ofrecimiento y venirte con nosotros. Iremos
junto a Rafael y madre y ellos podrán…—intenta suplicarle de nuevo.
—Tu madre ya ha estado aquí, hijo mío, y nada se puede hacer salvo
dejar que el curso de los acontecimientos suceda como está marcado en
nuestros caminos. Debe ser así, debo pagar por todo lo que he hecho.
»Solo tengo una gran pena con la que, me temo, partiré sin ser calmada:
tu hermano Samael. Tendré que abandonar mi vida sin poder pedirle perdón
por todo el mal que le he causado…—Aquella confesión hace que a Miguel
se le llenen los ojos de lágrimas.
—Mi hermano es de gran corazón. Estoy seguro de que ya te ha
perdonado, padre. Sabes el profundo amor y devoción que siente por ti y
por toda la familia. Pero me encargaré de transmitirle tus últimas palabras.
Te lo juro. —Miguel no puede contener las lágrimas y llora sobre la mano
de su padre. Se acerca el fin de un reinado, el fin de un gran rey.
Dios intenta consolarlo, pero la tos se apodera de él de nuevo. En ese
momento, la puerta se abre y un guardia le informa a Miguel que es hora de
volver a su celda. Él sabe que no es a su celda a donde se lo llevan, pero
tienen orden de no hacer a Dios sabedor de los interrogatorios de Gabriel.
Se despide de su padre cariñosamente y desaparece de la habitación.
PARTE II
—Sam, deberías salir y despedirte de él—susurra Sheena, acariciando su
brazo con suavidad.
—No podemos interferir, Sheena…
—Sam, si no lo haces ahora, te arrepentirás el resto de tu vida. Créeme,
sé de lo que hablo. Cada día deseo poder volver a ver a mis padres una
última vez, y también a tía Hellen y a Callum…, pero me arrebataron a mis
padres muy pronto. Sal, Sam. Yo vigilaré la puerta, confía en mí.
Samael la mira fijamente a los ojos. Le acaricia las mejillas, sonriendo,
y asiente en señal de gratitud. Le da un beso en la frente y sale de las
sombras, dejándose ver. Despacio, se acerca a la cama y se queda
observando a su padre, que permanece con los ojos cerrados y las manos
entrelazadas sobre su pecho. La tos lo vuelve a sacudir, lo que provoca que
los abra. Se queda atónito ante la visión de su hijo mirándolo con tristeza y
lágrimas en los ojos.
—Hijo, has… has vuelto…—Samael cae de rodillas al suelo, llorando
como un niño pequeño.
—Padre, perdóname. Siento mucho el daño que te he causado, lo siento
en el alma. ¿Podrás perdonar a este hijo tuyo testarudo que siempre te ha
desafiado?
Dios estira la mano y la coloca sobre la cabeza de su hijo, acariciándolo
con ternura. Samael alza la cabeza, mirando a su padre con los ojos
anegados en lágrimas. Con un gesto paternal, roza de forma suave el rostro
de su hijo. Un gesto que provoca una punzada en el corazón de Sheena,
quien los observa en la distancia, vigilando desde la puerta.
—Tú no debes ser quien pida perdón, mi amado hijo. Yo soy el que te
ha causado el mayor mal, el mayor dolor. Por mi culpa te he privado del
amor de tu vida, de poder ver nacer y crecer a tu hijo junto a la que es tu
mujer, formar una familia y ser feliz. Samael, ¿podrás perdonarme tú a mí,
hijo mío?—Unas palabras pronunciadas como la mayor de las súplicas
entre un padre y un hijo. Las últimas palabras de amor de dos seres que se
han amado por encima de todo.
—Padre, te perdonaría una y mil veces…
—Sam. Viene alguien—dice Sheena entrando en ese momento en la
habitación—. Creo que es Eva…—Dios la mira y se queda estupefacto al
ver a la mujer que tiene ante él.
—Prin-princesa…, estás… estás viva—pronuncia entre tos y tos.
—¿Quién?—pregunta Sheena, sorprendida.
—Padre…
—Ve, hijo mío. Ahora podré irme en paz. Vete. Restaura el orden.
Lucha por recuperar todo lo que yo te quité, Samael. —Y sin decirse más
palabras, solo abrazándose por última vez, Samael y Sheena salen de aquel
lugar.
Como es habitual entre ellos, caminan juntos y en silencio. Sheena lo
mira de vez en cuando para asegurarse de que está bien. No puede evitar
sentir una enorme ternura y unas inmensas ganas de abrazarlo para
consolarlo.
Este aprendizaje está siendo muy duro para él. Tan pronto lo ve como
alguien invencible y un ser de una enorme fuerza, como lo ve romperse en
mil pedazos en cuestión de segundos. Se le parte el alma verlo tan
derrotado.
Inconscientemente, lo coge de la mano con cariño y le da un beso en el
dorso. Sam la mira a los ojos y sonríe, devolviéndole la gratitud de su
apoyo con un fuerte abrazo. Permanecen así durante unos largos minutos,
arropándose el uno al otro. Consolándose ambos.
—¿Qué te parecería darnos un relajante baño? Creo que nos lo
merecemos. Han sido unos días muy duros—comienza a proponerle.
—¡Oh, sí! Lo estoy deseando. —La efusividad con la que responde ante
esa sugerencia provoca una carcajada en Samael.
—Cuidado, sanadora, o empezaré a pensar que escondes otras
intenciones—dice burlándose de ella.
—Me parece a mí que tenéis unas mentes un poco sucias por estas
tierras, mi querido príncipe…—Samael vuelve a estallar en risas al oírla
poner especial énfasis en esas últimas palabras.
Caminan relajados durante un largo trecho, riendo y bromeando entre
ellos, hasta que Sheena se da cuenta de que ya han dejado atrás la herrería.
Pero se sorprende aún más cuando Samael le confiesa que la está llevando
hacia el lago de Eden. No tiene claro cómo van a meterse en esas aguas sin
trajes de baño. Además, para ella un baño relajante es en una bañera con
espuma, sales, velas y algo de música a poder ser.
Ya ha estado allí, pero no puede dejar de maravillarse con el despliegue
de colores y de vida de camino al lago. La bóveda que protege el sendero e
indica la proximidad del lugar la deja casi sin habla. La mira con tanta
admiración y asombro que casi se tropieza con una rama y se cae al suelo.
Él la coge rápidamente, sonriendo, divertido por la situación.
—Ya hemos llegado. ¿Lista para el baño?—Samael comienza a quitarse
la ropa con lentitud mientras se acerca al gran árbol.
—Oye, ¿no esperarás que nos…?¿Dices que nos bañemos desnudos?
—Bueno, siempre puedes meterte con la ropa, pero sería algo
incómodo. Por no hablar de que se empaparía entera y tardarías mucho en
secarte…
Cuando él se quita la última prenda, Sheena se queda boquiabierta ante
el escultural cuerpo del arcángel. De dimensiones equilibradas y músculos
bien marcados, Samael es todo digno de ser admirado. No puede evitar
sentir un calor recorrerla hasta llegar a sus mejillas.
—Tranquila, puedes bañarte desnuda. Prometo no lanzarme sobre ti—
bromea, mirándola por encima del hombro.
—Oh, gracias. Eso es todo un alivio…
—Está bien. Prometo no dejar que te lances sobre mí…—Una mirada
traviesa y una pícara sonrisa asoman en su rostro. Sin más, se lanza al agua
con suma elegancia.
—Bueno, Sheena. Si te quieres dar un baño refrescante, hay que
quitarse la ropa—se dice a sí misma.
Se lo va quitando todo poco a poco, avergonzada por lo que está a punto
de hacer. Mostrar su cuerpo desnudo es algo que siempre le saca los
colores. Incluso quedarse con un simple biquini hace que se sonroje.
«¡Debes soltarte más, amiga!», recuerda las palabras que siempre le decía
Sophie sin poder evitar sonreír.
—¡Fuera complejos!
Y tras esas palabras, se queda desnuda del todo y se lanza al agua. Se
esperaba que estuviese más fría de lo que se la encuentra, algo que agradece
porque le hubiese costado mucho no gritar.
Nada tranquila durante unos minutos, dejándose envolver por el aroma
del lago y la hierba que lo reviste. Se relaja tanto que no ve acercarse a
Samael peligrosamente hacia ella. De repente, la coge en brazos y la lanza
al aire, dejándola caer al agua entre gritos.
—¿Estás bien?—pregunta entre risas al verla salir a la superficie entre
protestas.
—¡Te odio, arcángel!
Esa expresión de auténtica indignación provoca en Samael tal carcajada
que casi se le oye reír en todo el reino. Sheena se quita el pelo de la cara,
escupiendo el agua que le arroya por ella y protestando sin parar.
En ese momento, nota que algo le roza los pies. Durante unos segundos
se queda quieta, intentando cerciorarse de que ha sido solo su imaginación,
pero vuelve a sentir lo mismo. Esta vez lo nota en las pantorrillas.
—¡Aaahh! ¡Algo me ha rozado las piernas! ¡Hay algo en el agua, hay
algo en el agua!—grita de forma descontrolada. De un salto, acaba entre los
brazos de Samael, quien casi se va al fondo del lago al tratar de sujetarla.
—¡Cálmate, Sheena! Son solo peces y raíces del lago. Son inofensivos
—dice tratando de calmarla. Sheena se aferra a él como una lapa, con su
cuerpo desnudo pegado al suyo—.Ehm…Sé que te prometí que no saltaría
sobre ti, pero…uno no es de piedra, sanadora.—Avergonzada, se suelta de
su cuello y se aleja unos metros.
—Perdón, no me di cuenta. Fue el miedo…
—No tienes que pedirme disculpas, Sheena. Y no deberías disculparte
siempre por todo.
—Lo sé. Lo sie…—Consciente de que va a pedir disculpas de nuevo,
opta por callarse y sonreír.
—Venga. Será mejor que salgamos y dejemos que el sol nos seque un
poco antes de vestirnos. ¿No crees?
—Por una vez, estoy de acuerdo contigo.
—¡Un triunfo! Bien. Me lo anoto.
El sol calienta lo justo para poder secar sus desnudos cuerpos, pero sin
agobiarlos de calor. Parece como si, en Eden, la naturaleza y todo en
general se adaptase a cada ser vivo que allí existe. Como dándole a cada
individuo lo que necesita.
Samael está tumbado boca arriba, con los brazos colocados tras la
cabeza y los ojos cerrados. Sheena lo observa. Centímetro a centímetro
recorre todo su cuerpo con la mirada, recreándose y deteniéndose en cada
músculo.
«Cuerpo de guerrero…», piensa bajando tímidamente hasta llegar a un
lugar que hace que se le corte el aire. Se fija en su grande y grueso
miembro, tan perfecto como el ser que lo porta. No puede evitar
preguntarse cómo sería acostarse con un ser tan imponente.
Entonces vuelve a sentir el mismo calor recorrerle todo el cuerpo salvo
que, esta vez, nota cierta humedad y excitación que le es familiar.
Avergonzada, aparta la vista hacia el lago y suspira.
—¿Sam…?
—¿Mmm?
—¿A quién se refería tu padre antes?—Aquella pregunta le extraña
tanto a Samael que abre los ojos y la mira, intrigado—.Cuando entré en la
habitación para avisarte, tu padre dijo: «Princesa, estás viva». ¿A quién se
refería?
Comprendiendo la pregunta, ahora es él quien suspira. Se incorpora y se
sienta junto a ella, fijando su mirada en esos ojos ambarinos que lo
hipnotizan tanto y en los que adora verse reflejado.
—A Nimhué.
—Tú también me confundiste con ella cuando te encontramos y te di mi
sangre. ¿Tanto nos parecemos?
—Como dos gotas de agua, salvo por el color de pelo. El de ella era
negro como el ébano. —El tono de su voz denota añoranza y tristeza—.Me
sorprende que mi hermano no te lo haya dicho nunca. La conocía muy
bien…
—Ya…, hay muchas cosas que Miguel parece haber obviado contarme
—dice Sheena con resignación. Samael le acaricia la espalda con suavidad.
—No se lo tengas en cuenta. Miguel siempre fue el más racional.
Medita mucho las cosas antes de hacerlas o decirlas. Es el pragmático de la
familia.
—A veces me gustaría que fuese menos pragmático conmigo y me
hiciese más participe de sus pensamientos. Con Lilith lo hace.
—Estás viendo todo por lo que han tenido que pasar juntos. Las
desgracias unen mucho más a las personas que las alegrías, sanadora.
—Sigo insistiendo en que tú eres el sabio de la familia. —Samael se ríe
de nuevo.
—¿Te gustaría verla?—pregunta. Sheena lo mira extrañada por la
pregunta.
—Pero ¿no se supone que no está…?¿Que está…?—Duda si decir la
palabra «muerta».
—Sí, Nimhué está muerta. Pero puedo mostrarte imágenes de ella. Con
Lilith lo hice en su momento, quiso saber cómo era ella—afirma Samael.
Sheena lo mira y asiente. Él coloca las manos sobre su cabeza y le
transmite sus recuerdos sobre Nimhué. La ve correr alegre y feliz por los
pasillos del palacio. Una joven muy risueña, llena de vida y de gran belleza.
«Me has hecho una promesa de amor eterno, arcángel, y te haré
cumplirla cada día», le dice Nimhué a Samael. Se besan con gran pasión.
Ve la devoción y el gran amor que había entre ellos. Cuando abre los ojos,
ve su penetrante mirada azul puesta en su rostro.
—¡Dios mío, Sam! Ha debido de ser horrible perderla…—Se abraza a
él con ternura, sin poder evitar el impulso de arroparlo entre sus brazos—.
Era preciosa y muy alegre…
—Sí, lo era. —Samael se separa de ella para poder mirarla—. Como tú,
sanadora.
—No, yo no…¡Oh, venga ya! ¡Madre mía! ¡Ahora lo entiendo todo!
¡Por eso me odia tanto y se siente tan amenazada por mí!—Se pone a
divagar al darse cuenta del porqué del rencor que Lilith siente hacia ella.
—Sheena, necesito más información porque no tengo ni idea de lo que
estás hablando.
—¡De Lilith!
—¿Qué pasa con Lilith?
—¡Que me odia! Y yo pensaba que era porque, en el fondo, sentía algo
por Miguel y tenía celos de mí por nuestra relación. ¡Ahora entiendo las
palabras de tu hermano cuando me dijo que ella se sentía amenazada por
mí! ¡Dios! ¡Soy el recuerdo viviente de Nimhué!
—¡Ja, ja, ja!—Samael se ríe al imaginarse la situación vivida con Lilith,
ya que conoce a la perfección su temperamento—.Solo puedo
compadecerme y decirte que lo siento mucho por ti.
—Hombre, gracias. Me alegro de que te divierta, pero te puedo asegurar
que es una auténtica tortura de mujer.
—Lilith no es mala, Sheena. Solo lleva una coraza para protegerse. Ten
en cuenta todo por lo que ha pasado—comenta Samael.
—Lo sé y lo siento mucho por ella, pero yo no tengo la culpa, Sam.
—Ten paciencia con ella.
—Ya. Es lo mismo que me dice tu hermano cada vez que acabamos
discutiendo las dos.
—Venga. Será mejor que nos vistamos y vayamos a comer algo o tus
tripas delatarán nuestra presencia en cualquier momento—bromea con ella.
Sheena arranca un puñado de hierba del suelo y se lo tira a la cara.
Comienzan a vestirse lenta y pausadamente, sin prisa alguna. Se van
colocando prenda a prenda cada pieza de su indumentaria. Samael es el
primero en vestirse del todo, pero a Sheena le está dando problemas la cinta
que se ajusta en su espalda. Empieza a resoplar frustrada, dando giros sobre
sí misma e intentando coger el extremo para poder anudarla.
—A ver, déjame que te ayude.
Samael se acerca a ella, que se aparta el cabello hacia un lado para que
no lo moleste ni se le enrede entre los dedos. Comienza a tensar el cordón
hasta dejarlo ajustado a su cuerpo.
En uno de los movimientos, le roza el cuello con los dedos y todo el
cuerpo de Sheena se estremece. Le hace un fuerte nudo y posa las manos
sobre sus caderas. Durante unos segundos, se quedan en esa posición. Una
postura ya familiar entre ellos dos. Sin pensarlo, Samael le da un suave beso
en la base del cuello.
De pronto, el cuerno de Gabriel resuena con fuerza en todo el reino
seguido del resto de trompetas. Ambos se estremecen al reconocer el sonido
y su significado. A los pocos segundos, una sombra sobrevuela el cielo
sobre ellos. Samael mira hacia arriba y ve la figura de su hermano Uriel
dirigirse a toda velocidad al castillo. Traga saliva sin poder evitar que de sus
ojos broten las lágrimas.
—Tocan a requiem. El rey ha muerto—logra pronunciar con voz
temblorosa sin dejar de mirar al cielo.
Sheena se gira hacia a él. Se le encoje el corazón al verlo otra vez así.
Este aprendizaje está siendo una tortura peor que la del propio infierno. O
tal vez están en él y no han logrado salir de aquella tenebrosa cueva. Sus
ojos también comienzan a llenarse de lágrimas y se abraza a él con fuerza.
6.
LA CORONA DEL REY
PARTE I
Todo el reino se ha sumido en una enorme tristeza porque, a pesar de haber
sufrido el repentino cambio de su rey, en el fondo todos siguen amando al
que un día fuera llamado Yhawhel, protector de Eden y de toda la Creación.
Atrás quedan esos días de castigos y torturas, edictos y leyes restrictivas
promulgadas por el proclamado Dios Todopoderoso. Atrás quedan los
rencores, las luchas y el odio por las injusticias impartidas bajo la locura de
sus últimos años de reinado.
Al funeral acude gente de todas partes: los habitantes de las montañas,
de la villa, hasta de otros mundos y reinos que aún sienten apego por Eden.
Se establecen cinco días de tregua para poder dar la oportunidad de
despedirse del rey de reyes. Los caminos de Eden se llenan de antorchas
que permanecerán prendidas hasta el final del sepelio.
Las cortinas de todas las habitaciones y salones del castillo se cambian
por unas gruesas telas negras en señal de luto. Los habitantes de Eden
también cambian sus vivarachos colores por unos más oscuros y apagados.
Todo el mundo se viste con capas negras encapuchadas, tapando por
completo sus cabezas para no mostrar el dolor reflejado en sus rostros. Una
imagen lúgubre y tétrica. El silencio gobierna los cielos, salvo cuando se
tocan las trompetas en señal de duelo.
La ciudadela comienza a llenarse de gente mientras en el centro
terminan de colocar los últimos maderos para la quema. En la primera línea
de la corte real están Gabriel, Eva, Metatrón, Uriel, Miguel y Lilith. El
pequeño de los hermanos tiene los ojos anegados en lágrimas sin levantar la
vista del suelo y arropado por Miguel, quien también tiene sujeta a Lilith
abrazada a él. Se mantiene fuerte y entero por ellos, pero, en el fondo, desea
gritar de rabia.
Lilith, quien una vez tuvo intención de matarlo, ahora llora su pérdida.
Estos últimos años se había portado muy bien con ella, pero, sobre todo,
con Seth. Había vuelto a ver al padre que una vez vislumbró. Y ahora se ha
ido para siempre. Se abraza a Miguel con fuerza, sin poder dejar de llorar y
empapando la camisa de este con sus lágrimas.
—Debemos ser fuertes, por él, por Seth y por Samael. Así lo habría
querido…—susurra Miguel a su hermano y a Lilith, con la mirada fija en el
vacío.
—¿Por qué, Miguel? ¿Por qué ha pasado toda esta desgracia en nuestra
familia? Éramos felices. Hace unos días estábamos riendo todos juntos y
ahora…estamos separados, o enjaulados, o…o…—Uriel no consigue
terminar de hablar. Se arrodilla en el suelo y se lleva las manos a la cara,
sollozando como un niño pequeño. Miguel lo ayuda a ponerse en pie de
nuevo, ante la triste mirada de los allí presentes.
—Vamos, hermano. Sé fuerte. Ven, apóyate en mí.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Miguel? ¿Qué va a ser de nosotros?—
pregunta Lilith, mirando la pila de maderos que comienzan a arder.
—Seguiremos adelante, tal y cómo él nos ha dicho.
En ese momento, Gabriel se acerca a ellos portando la corona de su
padre entre las manos. La aferra con fuerza y semblante serio, plantándose
ante Miguel y haciéndole entrega de esta.
—Deberías ser tú quién la eche al fuego—le ofrece para asombro de
todos.
Miguel asiente y toma la corona con una mano. La mira fijamente,
esperando quizás ver el reflejo de su padre en ella. La acaricia con suavidad
con los pulgares, toma aire y se dirige hacia la pila en llamas. Su paso
empieza siendo firme, pero poco a poco se va apagando.
Ante el calor abrasador de la pila, vuelve a tomar aire y lanza el objeto
al fuego, quedándose fijo en la imagen de las llamas que derriten el último
recuerdo de su padre. En ese momento, cae al suelo de rodillas, tapándose
la cara con las manos y rompiendo a llorar. Su alma se resquebraja en mil
pedazos, su fortaleza lo abandona y grita. Cierra los puños y golpea el suelo
con furia, con rabia.
Lilith sale corriendo hacia él y lo abraza con fuerza, llorando los dos y
consolándose al mismo tiempo, de rodillas ante el altar fúnebre del rey de
Eden. Uriel hace lo mismo. Ahora son ellos dos quiénes deben darle fuerza
a Miguel, quienes lo ayuden a levantarse. Miguel sigue gritando, pero, esta
vez, grita el nombre de su hermano Samael. El rostro de Gabriel se
ensombrece al oírlo llamar a su hermano y a Eva se le hace un nudo en el
estómago.
Todo el mundo guarda silencio mientras las llamas de la hoguera
consumen los restos del rey. En los últimos destellos de las agonizantes
brasas, Gabriel da un paso al centro de la plaza seguido por Metatrón y Eva.
El escriba porta un gran pergamino enrollado con manos temblorosas.
Los guardias golpean el suelo con sus lanzas, exigiendo la atención y
silencio de todos los allí presentes. Metatrón mira a su alrededor, cabizbajo
y dubitativo. Desenrolla el pergamino, carraspea para aclarar su garganta y
comienza a leer.
—Nuestro rey ha muerto. Hoy lloramos la pérdida de un gran hombre,
un gran líder que llevó a este reino a su máximo esplendor. Pero, hoy,
ganamos un nuevo rey, un nuevo líder que devolverá la grandeza del reino.
Un rey que ha luchado en sendas batallas y salido siempre victorioso. Un
rey que, mañana, será coronado ante todos los aquí presentes junto a su
reina…
—¡¿Qué?! ¡Nooo! ¡¿Cómo te atreves, Gabriel?! ¡Aún no han pasado los
días oficiales de luto y tregua!—protesta Miguel, mirando a su hermano con
rabia. Lilith y Uriel intentan calmarlo y sujetarlo, pero la ira se apodera del
arcángel, que avanza firme hacia su hermano.
—¡Atrás, Miguel! ¡Guardias! ¡Lleváoslos a los calabozos!—grita
Gabriel.
Aunque intenta demostrar entereza y valentía, está aterrado al ver la
decisión de luchar en la mirada de su hermano. Miguel siempre ha sido el
más equilibrado y quien mediaba siempre entre él y Samael, evitando así el
enfrentamiento entre ellos dos. Pero ahora es él el que está decidido a
pelear. Justo cuando está a su altura, los soldados logran apresarlo y sacarlo
de la plaza a rastras.
—¡Te mataré, Gabriel! ¡Juro por la memoria de nuestro padre que
pagarás por todo el daño que le has hecho a esta familia!
La firme promesa de Miguel, gritando mientras es llevado a rastras a su
celda, hiela la sangre de Eva. Solo consigue extender su mano y sujetarse
con fuerza a la de su esposo, quien la aprieta para transmitirle seguridad.
Lilith y Miguel desaparecen de la plaza, guiados por un séquito de guardias
que los llevan hacia el que se ha convertido en su hogar todos estos años.
—¿Por qué haces todo esto, Gabriel?—pregunta Uriel.
—Vuelve a tu puesto de guardián del portal, hermano. Tu deuda se
considera saldada para con el nuevo reinado—responde Gabriel con
frialdad.
Las palabras esconden un claro mensaje que Uriel comprende al
momento: «Obedece a tu rey o sufre su ira». El pequeño de los arcángeles
lo mira desafiante por unos segundos, apretando con fuerza la empuñadura
de su espada. Como si una misteriosa voz le susurrase al oído, decide tomar
la sabia decisión de no enfrentarse aél y levanta el vuelo, desapareciendo
entre las nubes del cielo.
—Sam, debemos irnos…¡Sam!—susurra Sheena a Samael, instándolo a
salir de allí. La gente empieza a disiparse y es el momento perfecto para irse
sin levantar sospechas.
Salen en silencio de la ciudadela del castillo, caminando despacio y
sumidos en la tristeza de los acontecimientos que acaban de ver. Sheena se
limpia las lágrimas que aún corren por sus mejillas. La imagen de Miguel
llorando y derrotado le ha producido tal dolor en el pecho que no puede
contener su llanto. Deseaba tanto poder correr a abrazarlo y consolarlo.
Samael se da cuenta del duelo por el que ella está pasando y la envuelve
con sus brazos.
—Sé fuerte, sanadora. Sé que es duro todo lo que acabas de ver y sentir,
pero…—le susurra Samael.
—¿Yo? ¿Y qué hay de ti, Sam? ¡Todo esto es el peor de los tormentos
que un corazón pueda soportar!—Sheena levanta la cabeza para mirarlo,
con lágrimas aún en sus ojos. Samael la mira con ternura, sonríe y le limpia
el agua que arroya por sus mejillas con los pulgares, envolviendo así su
rostro entre las manos.
—Mi corazón y mi alma están en paz gracias a ti, Sheena. Pude
despedirme de mi padre, pude recibir su perdón y su amor. Y tú me
empujaste a hacerlo.
—Samael, hijo mío…—Una voz femenina, proveniente del callejón que
tienen a su izquierda, llama la atención de Samael.
—¿Madre?
—¿Qué? ¿Cómo que madre?—pregunta Sheena.
—Venid. Debemos ir a un lugar seguro. —Asherah les hace un gesto
con el brazo para que vayan tras ella.
Ambos se miran, sorprendidos, sin comprender nada. Observan la figura
de la reina moverse entre las sombras casi como si flotase. Una imagen un
tanto espectral, piensa Sheena. Cogidos de la mano, echan a andar tras ella.
Atraviesan el callejón siguiendo la estela de la capa negra que viste
Asherah, al igual que ellos.
Dejando atrás la ensombrecida villa, se dirigen al este. Concretamente,
hacia las montañas. Para ello, toman el sendero que lleva hasta los pueblos
montañeses. Caminan durante un largo rato a tan grandes pasos que a
Sheena le cuesta seguir el ritmo.
Ascienden ladera arriba, arropados por la espesura de los bosques de las
montañas. El aire comienza a ser más frío y la niebla se espesa poco a poco,
humedeciendo cada roca y raíz del camino. Y es en una raíz invadida por
una gruesa capa de musgo donde Sheena resbala y, de no ser por los rápidos
reflejos de Samael, se hubiese ido de cabeza al suelo.
—Te tengo—dice, sujetándola con fuerza por la cintura.
—¡Deprisa!—los insta Asherah.
—Ni que nos persiguiese el mismísimo demonio—protesta Sheena.
Samael se ríe ante aquel comentario. Con un ágil movimiento, la levanta
del suelo y la coge entre los brazos, cargando con ella mientras emprende
camino de nuevo.
—¡Sam! No vas a llevarme en brazos todo el camino…, donde quiera
que sea que finalice…
—Tranquila, sanadora. He cargado con cosas peores. Además, eres
bastante ligera y es un placer tenerte en brazos. —Una traviesa sonrisa
asoma su rostro.
—Bastante ligera, ¿eh?
PARTE II
Una eterna ascensión, eso es lo que Sheena piensa sujetándose con fuerza a
su cuello. Asherah les ha sacado bastante ventaja, tanta que ya ni la ven.
Llegan a la pared de la montaña y Samael la deposita en el suelo con
delicadeza. Miran a su alrededor, buscando alguna señal de su madre, pero
no ven nada. Sheena mira hacia arriba, hacia la escarpada roca que tienen
ante ellos.
—No tendremos que escalar esta pared, ¿verdad? Porque nunca he sido
muy buena escaladora…
—Por aquí—Asherah los llama desde la entrada de lo que parece ser
una cueva.
Se miran el uno al otro y siguen a la guardiana por el laberíntico
pasadizo, húmedo y oscuro, de aquella cavidad horadada en la montaña.
Sheena se apega a Samael, entrelazando sus manos. No tiene ni la más
remota idea de hacia dónde se dirigen, pero siente una intriga enorme por
descubrir el final del camino y el mensaje que Asherah les tiene que dar.
«Voy a conocer a la Diosa Madre en persona. Su madre…», piensa
caminando con cuidado de no volver a resbalarse. No puede negar que se
siente nerviosa.
De pronto, una blanquecina luz brilla al fondo del camino. Cuando
llegan, se abre ante ellos una enorme gruta gobernada por un gran árbol de
corteza blanca como la nieve y hojas azules como el cielo. El brillo que
emana de él ilumina todo el interior, dejando a Sheena maravillada ante
aquella visión. El árbol parece estar vivo, incluso le resulta algo familiar.
Protegiendo sus raíces, hay una pequeña laguna de aguas cristalinas.
—Oh, madre mía…—Sheena se queda boquiabierta sin dejar de
admirar toda esa magia. Porque eso es lo que parece todo aquello: pura
magia. Asherah se acerca a ella y le da un maternal abrazo. Ella se
sorprende ante ese gesto y mira a Samael, que sonríe, divertido, sin soltar su
mano.
—Gracias por devolverle la vida a mi hijo.
—Oh…d-de nada. Ha sido un placer y un gran honor—responde,
nerviosa.
—Madre, ¿cómo es que estás aquí?—interviene Samael.
—Porque amaba a tu padre con todo mi corazón. Aun habiéndome
producido el mayor de los males, sabía que su bondad volvería a su alma.
Necesitaba poder decirle adiós, al igual que tú, Samael—explica Asherah.
Toma el rostro de su hijo entre las manos y acaricia con ternura sus mejillas
—. Y porque necesitaba poder verte de nuevo, hijo mío. —Samael coge sus
manos entre las suyas, acariciándolas con ternura, y las besa, con ojos
vidriosos producidos por lágrimas que amenazan con brotar.
—Madre, te he echado mucho de menos. —Tras esas palabras, abraza a
la reina con fuerza. Una escena que enternece a Sheena tanto que tiene que
hacer un esfuerzo enorme por no volver a llorar.
—No tengo mucho tiempo, debemos apresurarnos—dice Asherah,
separándose su hijo.
—¿Apresurarnos para qué?—pregunta Sheena, intrigada.
—Para tu despertar.
No es la primera vez que oye hablar de ese despertar. Ildryss le había
recriminado estar resistiéndose a su despertar tras haberle mostrado aquel
conocimiento en Saint Michel. En ese momento, Sheena mira al brillante
árbol y comprende que se trata de un árbol del conocimiento, al igual que su
sabio amigo.
—Pero yo no sé cómo debo hacer eso…, ni siquiera sé cómo funciona
mi supuesto poder…
—Tranquila. Yo te guiaré y te ayudaré, hija mía. Ven. —Asherah
extiende la mano hacia Sheena, que la toma algo dudosa.
Guía a la joven hasta el borde del agua y se agacha lentamente,
metiendo la mano y recitando una especie de plegaria en un idioma
desconocido para ambos. Temblorosa, mira a Samael, que está situado tras
ella. La pequeña laguna comienza a brillar y el árbol se agita, como si de un
baile se tratase.
Él se acerca a Sheena. Masajea sus hombros con suavidad, tratando de
transmitirle calma. Ella acaricia su mano, agradecida por ese gesto, aunque
desconcertada y sin entender muy bien lo que está pasando.
—Bien. Listo. Ahora, es tu turno—afirma Asherah, levantándose y
secando su mano con la capa.
—¿Qué? ¿Tengo que meterme ahí?—pregunta, confundida. Asherah
responde asintiendo con la cabeza.
—Si te sientes más segura, puedo entrar contigo—comenta Samael.
—Debe entrar sola, hijo. Son las Aguas del Conocimiento y solo
alguien como ella puede sumergirse.
—Está bien, pero…tendré que quitarme la ropa. No quiero coger una
pulmonía, si es que eso es posible en este Limbo extraño…—Sheena se
desviste poco a poco hasta quedarse sin ropa—. No me mires así, arcángel.
Ya me has visto desnuda —se burla de él al verlo recorrer todo su cuerpo
con la mirada.
—Eso no quiere decir que no me guste admirar la belleza de tu cuerpo
cada vez que te quites la ropa. —Samael se acerca a ella y coloca las manos
sobre sus caderas—. Estaré aquí fuera esperándote, sanadora—susurra.
La sensual voz de Samael y el tacto de sus manos sobre su piel hacen
que todo su cuerpo se estremezca. Sheena toma aire y avanza hasta quedar
cubierta por unas heladas aguas que brillan y reflejan la luz que emana del
árbol.
Empieza a notar cómo el frío entumece sus articulaciones, así que opta
por moverse y nadar un poco para entrar en calor. Samael la observa con
atención sin quitarle la vista de encima y con semblante preocupado.
Se siente a gusto en el agua, nota menos el frío. Decide bucear un poco
y empapar todo su cuerpo con aquellas cristalinas aguas. Toma aire y mete
la cabeza bajo el agua. Es tan transparente que se puede ver perfectamente
el fondo, lleno de rocas recubiertas de musgo y una brillante mucosa azul.
Cuando decide salir, algo la agarra con fuerza del tobillo. Intenta
soltarse, pero no logra ver qué la está sujetando. Grita bajo el agua, dejando
subir una serie de burbujas. Entonces, un fuerte destello la envuelve y
empieza a oír una serie de cánticos que se repiten en una especie de bucle.
Unas voces femeninas que le susurran palabras que apenas consigue
entender bien: «Es tu destino… Él es tu destino… Estáis unidos a través del
tiempo y el espacio, escrito desde el origen de la vida».
Samael camina de un lado a otro, cual tigre enjaulado, y sin quitar la
vista de la laguna. Apenas han pasado cinco minutos desde que Sheena
entrase en esas aguas, pero su intranquilidad crece por momentos. Tiene un
mal presentimiento. De pronto, observa unas burbujas de aire emerger de
las profundidades.
—No sale a la superficie. Le pasa algo —se apresura a decir Samael,
quitándose la ropa rápidamente. Asherah lo frena cogiéndolo de la muñeca.
—Hijo, no. Esas aguas no son para…
—¡Me dan igual las normas, madre! Voy a sacarla. —Y sin mediar más
palabras, se zambulle.
Para ser una laguna pequeña, es bastante profunda porque le cuesta un
buen rato encontrarla. Bucea casi hasta el fondo y la ve estática, enredada
en unas raíces con forma de garras. Se acerca a ella y la sacude,
comprobando que aún está consciente. Sheena abre los ojos, agradecida de
que haya ido a rescatarla.
Samael posa los labios sobre los suyos, dándole oxígeno y llenando sus
pulmones. La mira a los ojos y ve que ella asiente en señal de estar bien.
Nada hasta la raíz que la mantiene prisionera e intenta romperla, pero es
muy gruesa y se resiste a su fuerza.
Entonces, aprieta los puños sobre la raíz y unas llamas azules envuelven
sus manos. Vuelve a hacer fuerza de nuevo, logrando, así, romperla en mil
pedazos. La coge por la cintura y nada hasta la superficie con ella en
brazos. En cuanto sacan las cabezas del agua, Sheena toma una gran
bocanada de aire y tose.
—Te tengo, Sheena. Estoy aquí, tranquila—le dice Samael, apartándole
el pelo de la cara.
—Dios mío. Creí que me ahogaba, Sam. Si no llegas a bajar por mí…—
Se abraza a él, angustiada y sin dejar de temblar. Samael la rodea con sus
brazos, transmitiéndole el calor de su cuerpo y besando su hombro desnudo.
—Nunca te dejaré sola, sanadora. Prometí protegerte y eso haré.
De repente, la laguna vuelve a brillar con fuerza, pero, esta vez, el brillo
no es blanco. Es del mismo color azul que las llamas de Samael. Ambos
miran ese espectáculo de magia y luminosidad, atónitos, sin soltarse ni dejar
de nadar. Asherah, desde su posición, lo observa todo de igual forma
sorprendida y, a la vez, emocionada: la profecía ha empezado a cumplirse.
Cuando las luces se disipan y devuelven la oscuridad a la laguna,
Samael sale del agua ayudando a Sheena, quien no deja de tiritar. Ya en la
orilla, la abraza con fuerza y frota su cuerpo con sus fuertes manos para
darle calor.
Asherah se quita la capa y se la coloca por encima a Sheena, dejando así
que Samael pueda secarse y vestirse. Ayuda a Sheena a hacer lo mismo, ya
que sus dientes no dejan de castañear y le cuesta mover las manos.
—Mi niña, no sabes el gran poder que llevas dentro de ti. Ni el destino
que aún te queda por cumplir, Sheena Murray—susurra con ternura
Asherah, abrazándola y frotando su espalda.
—Empiezo a sentir una gran emoción por descubrir ese destino tan
maravilloso que me espera—bromea Sheena sin dejar de tiritar. Samael no
puede evitar reírse.
—Es hora de que volváis al valle. Sigu os estará esperando. Descansad,
mañana será un largo día—comenta Asherah.
—¿A dónde irás ahora, madre?
—Vuelvo a mi reino, a mi tiempo. Aún queda mucho por hacer, hijo
mío. Pero te estaré esperando. —Toma el rostro de su hijo entre las manos y
le besa las mejillas. Se gira y coge la mano a Sheena—. Os estaré esperando
a ambos.
Un mensaje bastante críptico y místico, pero al ver que Samael no
intenta hablar más con ella, Sheena opta por colocarse la capa y hacerle un
fuerte nudo para que no se le caiga por el camino de vuelta.
Asherah y Samael se abrazan con cariño, como si la despedida fuese
para siempre. Es en ese momento cuando se fija en que ella le susurra al
oído de su hijo algo que hace que Samael abra los ojos con sorpresa y mire
hacia ella con asombro.
Tras despedirse y salir de la gruta, comienzan a descender la ladera de la
montaña. Él abre paso entre la maleza, ayudándola a ella cada poco. No
tienen prisa, pero tampoco quieren que la fría noche de la montaña los pille
allí.
Ya en el sendero, prosiguen su camino de regreso. Caminan en silencio,
de forma tranquila y relajada. El oscuro manto de la noche envuelve todo el
reino, salpicado por estrellas tintineantes y gobernado por una enorme luna
que ilumina todo a su alrededor.
—¿Qué te susurró tu madre antes?—pregunta Sheena, rompiendo el
silencio.
—Que pronto averiguaremos quién o qué eres en realidad y…—toma
aire para contarle la otra parte del mensaje, la coge de la mano y la obliga a
pararse frente a él—,y que nuestro poder solo crecerá estando juntos. Tú me
curas a mí, y yo te curo a ti. A nadie más—afirma, colocando la mano sobre
su pecho. Sheena puede sentir, entonces, la fuerza con la que late su
corazón, ya que el suyo late de igual forma por él.
Comprendiendo lo que esas palabras quieren decir, suelta su mano y le
da la espalda. Nerviosa, se frota las manos mientras una vorágine de
sentimientos golpea duramente su corazón.
—N-no entiendo muy bien eso último. O sea, sí lo entiendo, pero…
—No quieres entenderlo, lo sé. Para mí también es difícil, Sheena. No
quiero hacerle daño a mi hermano, pero…—comienza a decir.
—Sam…—Sheena agacha la cabeza e intenta retomar el camino
tratando de no seguir con aquella conversación, pero él la sujeta de la
muñeca y la atrae hacia su cuerpo, tomándola del mentón y obligándola a
mirarlo a los ojos.
—Siento una conexión muy fuerte contigo, sanadora. Una enorme
atracción y sé que tú también la sientes. Noto como te estremeces cuando te
rozo sin querer. Tu respiración y tu corazón se aceleran cuando estoy cerca
de ti, Sheena.
»Lo sé porque a mí también me pasa y no lo puedo evitar, ni lo quiero
callar más. Pero te respeto y respeto a mi hermano por encima de todo. No
pasará nada entre nosotros si tú no quieres, pero debía ser sincero contigo.
No quiero ocultarte nada—confiesa finalmente.
—Sam, yo…Necesito ordenar mis pensamientos y mis sentimientos
porque, ahora mismo, estoy en una auténtica encrucijada. Quiero mucho a
Miguel, no te haces una idea de cuánto, pero no puedo negarte que…que…
—toma aire para poder continuar.
»Yo también siento algo. Y me encantaría aplicar la teoría de lo que
pase en el limbo, se queda en el limbo, pero no va a ser así. Sé que, cuando
volvamos a nuestra realidad, me voy a sentir la peor persona del mundo al
verlo ahí sufriendo por mí, por ti, mientras tú y yo… Bueno, ya me
entiendes—afirma.
—Sheena, no…—intenta decir Samael. Ella lo para con la mano para
que la deje continuar.
—Sam, dame tiempo para aclararme y poner en orden mis sentimientos.
Por favor. Solo te pido eso, tiempo. —Él la mira y asiente—. Bien, pues…
Ahora necesito un buen sueño reparador porque siento que me ha pasado
por encima una apisonadora. —Samael sonríe y la abraza con ternura,
dándole un suave beso en la frente.
Llegan a la herrería y se disponen a entrar cuando él le dice que necesita
unos minutos a solas. Quiere acercarse a la ciudadela del castillo para
rendirle homenaje a su padre y despedirse a solas.
—No vas a ir solo, Sam. No te dejaré pasar por eso—protesta Sheena.
—Tranquila, no me pasará nada. Estaré bien. Tú descansa, que yo
vendré enseguida. Te lo juro.
—Maldita sea, arcángel. Como abra el ojo y no te vea junto a mí, te juro
que iré a buscarte y te daré tal patada en el culo que…—Pero no consigue
acabar su protesta, ya que Samael calla sus palabras tomándola de la cintura
y dándole un profundo beso. Un beso posesivo, pero cargado de una
sensualidad tremenda.
—Lo siento, sanadora. No he podido evitar besarte al verte tan
preocupada por mí…—Sheena, con los labios aún hinchados por ese
apasionado beso, solo logra asentir con la cabeza. Samael le acaricia las
mejillas y sonríe—. Vendré enseguida, Sheena.
Sin mediar más palabras, Samael desaparece entre las sombras de la
noche de Eden. Ella, sujeta a la manilla de la puerta de la herrería, se lleva
la mano hasta los labios y los acaricia con suavidad.
Suspira tratando de recobrar la compostura, de calmar ese cosquilleo
que le ha producido el beso. Decide hacerle caso e irse a dormir, aunque no
logra conciliar bien el sueño hasta que no lo siente llegar y acostarse en su
cama. Solo entonces, se deja llevar por el cansancio y se sume en un
reparador sueño.
7.
SENTENCIA DE MUERTE
PARTE I
La brisa de la mañana acaricia el rostro de Sheena, trayéndola de vuelta de
su profundo sueño. Poco a poco abre los ojos, permitiendo que se vayan
acostumbrando a la claridad del día. Respira despacio mientras estira todo
el cuerpo. Mira a su izquierda esperando encontrarse con los brillantes ojos
azules de Samael, pero no lo encuentra.
Al ver su cama vacía, se incorpora de golpe. Mira hacia la ventana y lo
ve allí asomado, con su elegante porte, totalmente relajado. Se coloca una
manta alrededor y se acerca a él.
—Buenos días, sanadora ¿Has dormido bien esta noche?—le pregunta
sonriente y mirándola a los ojos. Pasa su brazo por detrás de sus hombros y
la abraza, dándole un tierno beso en la frente.
—La verdad es que he dormido estupendamente—responde, apoyando
la cabeza sobre su pecho—.¿Qué observas con tanta atención?
—El silencio del reino.
Sheena se asoma para ver mejor la calle. No hay niños jugando, ni el
clásico sonido de la gente paseando o dialogando. Tan solo cabezas bajas,
semblantes serios y tristes; gente saludándose apenas con leves gestos de
respeto, pero nada más.
Todo el mundo sigue vistiendo sus capas negras en señal de luto. Un
silencio que encoge el corazón de cualquiera, que ensombrece las almas que
allí habitan. Un silencio que recuerda a todos la tragedia en la que está
sumido el reino: la muerte de su rey.
—Debemos vestirnos, Sheena. Hoy es la coronación de mi hermano y
tengo el presentimiento de que sucederán muchas cosas importantes que
debemos aprender.
—¿Qué crees que va a pasar?
—Pues que obligará a que le rindan pleitesía todos y cada uno de los
asistentes.
—¿Y si alguno se niega?—Una pregunta que, por su conocimiento de la
historia, sabe cómo acabará, pero tiene la esperanza de que las reglas aquí
sean diferentes.
—Sentencia de muerte.
Esa respuesta le hiela la sangre. ¿Qué pasará con Lilith y Miguel? Está
claro que no le rindieron pleitesía a Gabriel, pero siguen vivos. ¿Acaso se
enfrentaron a él? Y si así lo hicieron, ¿recibieron algún tipo de ayuda?¿O es
que serán testigos de su huida del reino?
Demasiadas incógnitas que Sheena no puede responder y que,
posiblemente, Samael tampoco. Pero tiene claro que no lo dejará solo.
Estará ahí, junto a él, en todo momento.
En ese instante, recuerda su conversación con Sigu y sus palabras: «Tal
vez no estés aquí para saber cuál es tu destino, sino quién». Y las palabras
que Asherah le había susurrado a su hijo, donde le revelaba parte de sus
destinos: «Tú me curas a mí y yo te curo a ti…».
Entonces suspira comprendiendo lo que el universo, o quién quiera que
sea ese poder superior, le quiere decir. Pero ¿y qué pasa con Miguel? No
puede evitar pensar en él y sentirse triste. Tiene la sensación de estar
traicionándolo, pero no se puede luchar contra el destino. ¿O sí?
—¿Sam?
—Mmm…
—Anoche, cuando te fuiste a la plaza, estuve pensando…—comienza a
decir ella.
—Te dejé aquí para que descansaras, no para que pensaras—bromea.
—Ya, bueno. Ve acostumbrándote. Mi cerebro tiene autonomía propia y
va por libre. —Samael se ríe ante aquel comentario tan gracioso y le da un
beso en la mejilla.
—Dime. ¿En qué has estado pensando, sanadora?
—Pues verás. Yo…—Sheena no puede acabar su explicación, ya que las
trompetas suenan de forma atronadora en todo el reino.
—Es la coronación. Rápido, debemos irnos.
Frustrada por no haber podido sincerarse con él, se visten rápido y salen
de la herrería a toda velocidad para estar lo más cerca posible, pero siempre
ocultos para no ser descubiertos.
Miguel y Lilith, junto con los demás presos del reino, permanecen de pie a
un lado del gran salón, custodiados por todo el grueso del ejército de
Gabriel. El semblante de los pocos compañeros que quedan fieles a él y a
Samael es de preocupación.
Los representantes y líderes de otros reinos tienen la misma
incertidumbre reflejada en sus rostros. Saben que no se trata de una
coronación típica de cualquier rey. El sadismo de Gabriel ha llegado hasta
los confines de la Creación y nadie quiere despertar la ira de un arcángel
fuera de control.
Miguel tiene a Lilith cogida de la mano, con sus dedos entrelazados con
fuerza y transmitiéndose calma mutua. Saben lo que tienen que hacer, están
preparados para la lucha y para afrontar lo que tenga que ser.
De pronto, entre los rostros de los allí presentes, Miguel reconoce uno
que le es gratamente familiar. Su hermano Azrael ha acudido a la llamada
de su padre. Se miran desde la distancia y ambos asienten con la cabeza. El
plan está en marcha.
Las puertas se abren para dejar entrar a la comitiva real.
Encabezando la marcha, con paso lento y cabizbajo, camina Metatrón
portando el cetro de Eden y una nueva corona de color dorado. Tras él, van
Eva y Gabriel con actitud altiva y sonriente por el ansiado trono. Los
acompaña un amplio grupo de hombres y mujeres: fieles a su
nombramiento, unos; otros, por no acabar siendo pasto del sadismo de los
nuevos gobernantes.
Ya en el altar, Metatrón toma aire y alza la corona sobre la cabeza de
Gabriel. Con los brazos extendidos, sosteniéndola en el aire, recita el
discurso de coronación ante la atenta mirada de los allí presentes.
Coloca la corona en su cabeza y le entrega el cetro, quedando así
erigido como nuevo rey de Eden. Cede su sitio en el altar a Gabriel y se
arrodilla ante él, mostrando su fidelidad como escriba del reino y aceptando
su mandato.
Gabriel sonríe, asintiendo en señal de conformidad. Toma a Eva de la
mano y la hace subir junto a él, nombrándola reina de todos los reinos como
lo es él. Todos aplauden y alaban a los nuevos reyes regentes. En ese
momento, Gabriel da un paso al frente y todos callan.
—Todo el que hoy no rinda pleitesía ante mí, Gabriel, rey de Eden, hijo
del gran Yhawhel y la gran Asherah, y guardián de la Creación, será
considerado enemigo del reino y, por lo tanto, será perseguido y ajusticiado.
Por lo pronto, los primeros enemigos del reino ya han sido nombrados: mi
hermano Samael y el reino de Nimeria—sentencia con actitud prepotente y
mirada fría.
—¡No puedes hacer eso!—grita Miguel sujetado por Lilith—. ¡Estás
loco si piensas que así saldrás ganando algo!
—Ya he ganado, hermano. Soy el rey y protector del poder de la
Creación. Por lo tanto, todo aquel que no obedezca mi mandato será
castigado severamente. —Los dos hermanos se miran desafiantes—. Es
hora de rendir tu pleitesía, Miguel. ¿Qué va a ser? ¿Amigo o enemigo del
reino?
—Jamás me arrodillaré ante ti, Gabriel. Tendrás que matarme si quieres
verme doblar la rodilla.
—Bien. Que así sea. ¡Guardias!—Gabriel da la orden a sus ángeles,
pero una oscura figura avanza hacia el centro del salón.
—Tal vez debas pensártelo mejor, hermano. —Una voz fría, casi venida
de la ultratumba, deja a toda la sala sin aliento.
—Azrael…, veo que has venido a mi coronación—dice Gabriel de
forma sarcástica.
—En realidad, he venido a despedir a nuestro padre, pero veo que tienes
prisa por llevar esa corona.
—¿Qué haces aquí, hermano?—pregunta Gabriel.
—Vengo a buscar a lo que queda de mi familia y a tratar de salvar, así,
el legado de nuestros padres.
En ese momento, Azrael abre su negra capa, sacando de su espalda dos
espadas que lanza a las manos de Lilith y Miguel. Al grito de Gabriel, sus
soldados entran en batalla, creyéndose en superioridad numérica. Pero nada
más lejos de la verdad.
De entre los allí presentes, se quitan las capas todo un ejército de
ángeles de la muerte. La lucha da comienzo entre gritos de pánico de la
gente y el chocar de espadas de unos y otros. Gabriel protege a Eva con su
cuerpo mientras son rodeados por su escolta personal.
Aterrorizados, observan la batalla que se desata en el salón del castillo.
Podría coger su espada e intervenir en la lucha, pero sabe que está en
inferioridad de poder. Si es consciente de no poder ganar un cuerpo a
cuerpo con su hermano Miguel, menos podría hacer contra Azrael.
El Ángel de la Muerte, el único en igualar a su hermano Samael en la
lucha y en el manejo de la espada, e incluso en llegar a ponerlo en serios
aprietos cuando entrenaban de niños. Azrael parece estar bailando más que
luchando. Sonríe ante cada ataque que logra esquivar, girando su espada
mediante un increíble juego de muñeca y moviéndose sobre los talones, que
casi no tocan el suelo.
Lilith y Miguel luchan espalda con espalda, con suma agilidad y
destreza. Los ángeles de Azrael se mueven de tal forma que crean un
escudo protector que los permite huir del salón. Uno de los soldados de
Gabriel atraviesa con su espada el pecho del Ángel de la Muerte, quien lo
mira, divertido ante su cara de estupor.
—Querido mío, no se puede matar lo que ya está muerto. Mi hermano
debió advertírtelo. —Atraviesa el corazón del joven ángel, quien sí muere
—. Tu energía será devuelta al universo a la espera de tu regeneración—
recita en forma de plegaria.
El caos de la batalla llega hasta la plaza de la ciudadela, donde Miguel
toma a Lilith entre sus brazos y levanta el vuelo, agitando con fuerza las
alas y saliendo a toda velocidad hacia el portal donde Uriel los espera.
—¡Miguel!¡Arqueros!—grita Lilith, aferrada a su cuello, señalando
hacia las almenas del castillo.
Dos arqueros tensan los arcos, listos para disparar las flechas de acero
nimerio que Gabriel se empeñó en fabricar. Miguel esquiva los primeros
disparos, pero duda en poder esquivar los siguientes sin poner en riesgo a
Lilith.
Mira por encima de su hombro y ve caer a los arqueros al suelo,
atravesados por unas flechas fantasmas venidas de algún lugar de las
sombras del castillo. Parece que tienen más ayuda de la que creían. Solo
espera conocer a ese arquero que les acaba de salvar la vida. Azrael, junto a
todo su ejército, más los ángeles fieles a su padre y su hermano Samael,
siguen de cerca a Miguel.
Sheena deja caer al suelo el arco ante la atónita mirada de Samael. Cuando
ha visto a los arqueros dispuestos a disparar, no ha podido evitar tomar
aquella arma con sus manos. Un arco que ha salido de la nada. Recordando
su época de juventud como arquera, no lo duda: tensa el arco y dispara casi
sin necesidad de fijar su mirada en el objetivo.
—Lo siento, pero iban a matarlos—comenta al ver la cara de estupor
con la que la está mirando.
—¿Dónde has aprendido a disparar así?
—Me enseñó mi padre cuando era pequeña. Hice mis pinitos en las
competiciones de tiro con arco y…
Movido por un impulso, sin control alguno, Samael la toma entre sus
brazos y se apodera de sus labios, besándola con pasión y reclamando ser
correspondido. Sheena sucumbe ante el deseo, abriendo la boca para
permitir que su lengua se enrede con la suya. Se aferra a su cuello,
profundizando más en el tan ansiado beso.
Él gruñe al notar el roce de su cuerpo mientras devora con ansia cada
rincón de su boca. Desciende con las manos por todo su cuerpo, dejándose
llevar ambos por el deseo mutuo y la enorme atracción que se ha
establecido entre ellos. Sus respiraciones se vuelven jadeantes y sus
corazones se agitan ante la pasión que se ha desatado.
Samael la oprime más contra su cuerpo, llevándola hasta la pared que
tiene a sus espaldas. La desea más que a nada en el mundo, la necesita.
Siente la enorme urgencia de profundizar más en ella, de hundirse dentro de
ella. Su hambre se desboca al ver su predisposición y la pasión con la que le
corresponde. Pero es consciente de que, si no le pone freno, le acabará
haciendo el amor allí mismo.
El cuerno de Gabriel resuena de forma atronadora, rompiendo la magia
entre ambos. Obligados a detenerse, separan sus labios y, jadeantes por la
tremenda excitación, se miran el uno al otro, maldiciendo para sus adentros
la inoportuna interrupción.
—Vamos. Debemos llegar al portal.
La coge con fuerza de la mano y salen corriendo del castillo. Samael
murmura protestando durante todo el camino por no poder extender sus alas
e ir más rápido. Sobre sus cabezas ven pasar al ejército de Gabriel, aunque
su hermano no va con ellos.
—Maldito cobarde—maldice.
Casi sin aliento, llegan a las faldas de la montaña donde empieza el
camino que va hacia al portal. Sheena tiene que apoyarse contra la pared
para tomar una buena bocanada de aire y llenar así sus pulmones.
Oyen gritos y el estruendo de las espadas al chocar. Samael siente la
imperiosa necesidad de subir corriendo, pero no quiere dejarla sola. Ella lo
mira y asiente, transmitiéndole la seguridad que necesita para ir en ayuda de
sus hermanos. Sin mirar atrás, Samael asciende por el sendero a toda
velocidad.
La escena que se encuentra al entrar en la gruta del portal es
devastadora. Miguel y Lilith, junto con Azrael y todo el grueso de su
ejército, han conseguido cruzar el portal. En su lugar, quedan Uriel y un
pequeño grupo de ángeles rebeldes, luchando con fiereza pero en una más
que clara desventaja.
Uno a uno, van cayendo a manos de los soldados de Gabriel, que son
más fuertes y diestros en la lucha. De pronto, Uriel se ve rodeado por siete
ángeles. Sujeta su espada con fuerza, aunque le tiemblan por completo las
manos. Nunca le han gustado los enfrentamientos, a pesar de que Samael se
encargó de entrenarlo.
Agotados y jadeantes, se miran fijamente esperando que alguno dé el
primer paso. En ese momento, Uriel se lanza contra ellos, gritando y
levantando su espada por encima de la cabeza, recordando las enseñanzas
de su hermano.
Uno de los ángeles lo ataca por la espalda, atravesándole el pecho. El
guardián del portal cae al suelo de rodillas, soltando su espada y llevándose
las manos a la enorme herida de la que empieza a brotar la sangre. Samael
no puede controlar su ira y sale de las sombras, gritando lleno de rabia.
Sorprendido ante la aparición de su hermano, Uriel toma su espada y se
la lanza a Samael, quien la coge con suma agilidad. Comienza la lucha
parando y esquivando ataques, girando sobre sus pies y asestando golpes
con gran destreza. Mira a esos asesinos con odio, moviendo la espada con el
mismo giro de muñeca que su hermano Azrael y creando un efecto casi
hipnótico.
Aun siendo Samael un solo oponente, están en gran inferioridad. Él ha
nacido para la batalla y se crece en ella. Su poder aumenta con cada golpe y
los ángeles caen uno a uno. Hasta que cae el quinto ángel de rodillas al
suelo, herido de gravedad, y sus dos compañeros, con heridas leves, lo
toman en brazos y salen huyendo.
Sheena ve salir a los tres ángeles volando justo cuando se dispone a
entrar en la gruta. Por suerte, van tan pendientes de huir de allí que no se
percatan de su presencia. Los ve desaparecer entre las nubes, alejándose a
toda velocidad.
Cuando por fin entra, lo que ve ante ella le rompe el alma en mil
pedazos. Samael está en el suelo, sujetando a su moribundo hermano, que
apenas logra hablar sin ahogarse en su propia sangre.
—Samy…, ha-has vuelto…por mí…
El siempre sonriente de Uriel, el pequeño de los siete hermanos y el que
más lo admira, intenta incorporarse, pero el dolor de la herida se lo impide.
Aquel esfuerzo provoca una fuerte tos y, por ende, vuelve a brotar la sangre
con fuerza de su pecho y su boca. Samael intenta taponar la herida,
llenándose por completo las manos de la sangre de su hermano.
—Shhh, Uri, no hables más. Estoy aquí, hermano, ya estoy aquí—
susurra entre lágrimas sin dejar de abrazar a su joven hermano.
En ese momento, el cuerpo de Uriel comienza a brillar con intensidad,
desvaneciéndose en millones de haces de luz. Samael grita de dolor con los
ojos anegados en lágrimas, golpeando el suelo con rabia hasta hacerse daño
en los nudillos.
Sheena no soporta verlo sufrir así y corre junto a él. Con lágrimas en los
ojos, abraza con fuerza a un derrotado arcángel, que llora sin consuelo.
Llora y maldice a Gabriel, haciéndole una promesa a su hermano muerto:
vengará su muerte y la de todos los que han caído por su ambición.
Un fuerte viento se levanta a su alrededor, envolviéndolos en un
gigantesco torbellino. La gruta desaparece y, en su lugar, se suceden
secuencias de imágenes y recuerdos que pasan a gran velocidad a su
alrededor. Hasta que todo se disipa y vuelven a estar en el principio de todo:
en los límites de la Creación.
Como un niño pequeño, Samael llora entre los brazos de Sheena, quien
lo acuna igual que si fuese una madre. Con el corazón roto, acaricia sus
dorados cabellos con ternura, pero sin poder contener sus propias lágrimas.
Permanecen así largo tiempo, hasta que él logra calmarse y dejar de llorar.
—¿Qué he hecho, Sheena? Todo esto es culpa mía. Por mi maldito y
estúpido orgullo—dice con voz apagada.
De repente, bajo ellos se ilumina un sendero rojo que llega hasta una
nueva puerta de la que brota una cegadora luz. Sheena se pone en pie
mirando a su alrededor, aún con algunas lágrimas en su rostro.
—¡No tenéis corazón alguno! ¡Fundadores, ancestros o lo que quiera
que seáis! ¡¿No ha sido bastante tortura ya para él?! ¡¿Acaso os divierte este
sádico juego?! ¡No sois mejores que Gabriel, ¿me oís?!—grita Sheena con
furia al universo que se abre ante ellos.
—Sheena, estoy bien—susurra Samael.
—¡No, maldita sea! ¡Sam, no estás bien! ¡No está bien, pedazo de
insensibles!
Samael se levanta y la coge de las muñecas, obligándola a mirarlo a los
ojos. Unos ojos que aún reflejan el tremendo dolor que acaba de sufrir. De
forma instintiva, Sheena acaricia sus mejillas y limpia el agua de unas
lágrimas furtivas que se niegan a desaparecer. La mira fijamente a los ojos y
sonríe con ternura, colocándole un mechón de su largo cabello tras la oreja.
—Estoy bien, sanadora. Gracias por mostrarte tan protectora conmigo,
pero estoy bien. Y estaré bien. Debemos continuar si queremos salir de
aquí. —La coge de la mano y caminan juntos hacia la puerta.
—¿Estás seguro de que puedes seguir, Sam?
—Siempre que tú estés a mi lado, sí.
—Tú me curas a mí, y yo te curo a ti. —Y tras esas palabras, Samael
abre la puerta y pasan a través de ella.
Una enorme ola de calor golpea los pulmones de Sheena. No pueden ver
nada con claridad aún, pero sienten el abrasador aire caliente que los
envuelve. Cuando la cegadora luz desaparece, se ven dentro de una oscura
habitación. Aunque la temperatura es tan alta que hasta las paredes parecen
sudar. A Sheena le resulta familiar ese lugar. Intenta respirar, pero el aire le
quema los pulmones.
—¡Dios! Qué agobio de sitio. Ni que estuviésemos en el mismísimo
infierno—protesta, llevándose una mano al pecho.
—Lo es—comenta Samael. Ella lo mira intrigada—. Bienvenida a mi
infierno, sanadora. Esto es Neb’Heru—afirma.
Sheena se queda boquiabierta al oír sus palabras, pero pronto sale de su
estupor, ya que oyen voces al otro lado de la puerta de la habitación en la
que se encuentran.
PARTE II
—Debes mantener más firme esa muñeca, Caín. No es el brazo el que carga
con el peso de la espada, es tu mano. De nada te sirve tener brazos fuertes si
luego tus muñecas no pueden sostener bien una espada. Te desarmarán
enseguida y, por consiguiente, estarás muerto. —Samael entra en la que ya
es su estancia en Neb’Heru, seguido de su sobrino Caín.
Llevan meses entrenando juntos. Ya que Niberius se desentendió por
completo de su hijo, Bael y Samael lo tomaron bajo su protección. Y quién
mejor para entrenar al joven Caín que su propio tío, al que el muchacho
admira como nunca lo ha hecho con nadie hasta ahora.
—Lo sé, tío. Pero es que, desde el enfrentamiento con mi hermano, me
duele mucho la mano y no consigo sostener la espada mucho tiempo—
responde Caín mientras deja su arma en la repisa.
—Pues tendrás que aprender a trabajar tus otras cualidades, muchacho,
o no durarás mucho aquí.—Samael se da cuenta de lo duras que han sonado
sus palabras y se gira hacia él, quien mira al suelo, entristecido—. No me
malinterpretes, sobrino. Para nada quiero que te vayas de aquí, pero… este
lugar es duro, extremo. Si no eres fuerte, te devora por dentro hasta
destrozarte. Solo quiero protegerte, Caín.
—Lo sé, tío, lo sé. Quizás podrías enseñarme a utilizar mejor mis alas,
como las usas tú. Jamás he visto a nadie moverse así en el campo de batalla.
Luchas igual que entrenas, tío. Apenas hay diferencia en tus movimientos,
en tus ataques…—Caín lo admira desde el primer momento en el que le
estrechó la mano, llegando incluso a envidiar la suerte de Seth por tenerlo a
él como padre. Samael sonríe y posa la mano sobre su hombro.
—Muchacho, voy a contarte la primera lección de todas: en el campo de
entrenamiento, lucha para ganar; en la batalla, lucha para vivir.
En ese momento, Bael entra como una exhalación en la recámara con
expresión de júbilo y alegría. Antes de cerrar la puerta, mira a ambos lados
del laberíntico pasillo, asegurándose de que nadie lo ha seguido hasta allí.
Samael y Caín observan la extraña actuación del viejo rey, pasando a
mirarse el uno al otro, intrigados.
—Bien, estáis los dos aquí. Perfecto—dice Bael, cerrando la puerta tras
de sí.
—¿Sucede algo? Te veo un poco agitado, amigo—comenta Samael.
—He encontrado la cura, Samael. Tu cura. —Aquellas palabras
sorprenden a ambos, pero más a Samael, que abre los ojos, esperando
alguna explicación más por parte del que se ha convertido en su mejor
aliado en aquel reino de fuego.
—Explícate mejor, Bael. ¿Cómo que hay una cura?
—La sangre de mi hija es la que te está causando todo ese mal, te está
envenenando.
—Eso lo sé. Por eso no he regresado junto a los míos, porque aún tiene
poder sobre mí.
—Mi hija tiene sangre de guardianes, Samael. Su madre era hija de una
poderosa guardiana, del clan de tu madre. En alguna ocasión me ha contado
historias sobre las propiedades curativas de su sangre. No solo las nihúvas
pueden curar. Pero, para un caso como el tuyo, debe ser un tipo de sangre
específica. Una nihúva que sea también guardiana—explica, emocionado.
—Pero esa estirpe a la que te refieres está extinguida.
—Nada más lejos de la realidad, mi querido amigo. He encontrado un
lugar donde guardan sangre de guardianes. Concretamente, la sangre de la
última de esa especie. Pero hay un problema…
—¿Cuál?
—Está en un planeta de un universo diferente al nuestro y ferozmente
vigilado. Por no hablar de los cien mil candados que, dicen, tiene la
fortaleza que la guarda…
—Yo soy bueno abriendo puertas y ágil para escabullirme sin ser visto.
—Emocionado, Caín interrumpe. Bael y Samael lo miran.
—No. Es muy peligroso para un muchacho joven como tú e inexperto.
Encontraremos otra forma.
—Siento discrepar contigo, Samael, pero… nos vendría bien algo de
ayuda—afirma Bael.
—No voy a exponer a mi sobrino a peligros que no conoce solo por
salvarme a mí.
—Pero quiero hacerlo, tío. Déjame serte de utilidad y ayudarte a volver
junto a tu familia. Tú me has arropado, me has protegido y me has enseñado
todo lo que tengo que saber. Prometo no enfrentarme cara a cara con nadie,
y menos con una espada—suplica el joven muchacho.
Samael mira a su sobrino, pudiendo ver la firme decisión tomada en sus
ojos. Mira a Bael, buscando su apoyo, pero este asiente en señal de estar de
acuerdo. Suspira, aceptando la derrota de esa batalla. Mira a Caín y lo
abraza con ternura.
—Ten mucho cuidado, muchacho, ¿me oyes? No arriesgues tu vida por
mí. Ya he perdido demasiado en esta guerra.
De pronto, y sin previo aviso, Na’amah entra en la estancia, abriendo de
golpe la puerta. Los observa uno a uno con semblante altivo.
—¡Salid!—ordena a Bael y a Caín.
Estos miran a Samael, quien les hace un gesto con la cabeza para que la
obedezcan. Sin mediar más palabras, ambos salen de la recámara, dejando
solos al arcángel y una airada Na’amah.
Desde que Niberius la ha repudiado y echado de su lecho, está
desesperada por recuperar su posición. Y la mejor forma que conoce es
mantener un control absoluto sobre Samael. Tiene que conseguir
manipularlo siempre que lo desee, y para ello debe destruir su férrea
voluntad.
Tras el enfrentamiento con Dios en Babilonya, Samael ha logrado
romper parte del control que ella ejerce sobre él. Algo que a Na’amah la
tiene aún desconcertada, ya que jamás le había pasado algo así.
Tal vez Niberius tuviese razón cuando le dijo que el amor del arcángel
por su padre era superior a cualquier poder o control. Aunque no entiende
su enfado, ni su repudia. Él fue quien tomó la decisión de enfrentar a padre
e hijo. No entiende por qué la sigue culpando a ella cuando todo lo que ha
hecho hasta ahora ha sido por contentarlo a él.
—¿Qué quieres, Na’amah?—pregunta Samael, dándole la espalda para
dirigirse a su habitación.
—A ti, arcángel. Lo sabes de sobra.
—Y tú sabes que no me acostaré contigo por voluntad propia.
—¿Prefieres más este aspecto?—Na’amah se transforma en Nimhué,
tratando de convencerlo. Samael se gira y la coge con fuerza por el cuello,
haciendo un enorme esfuerzo por convencer a su corazón de que no se trata
de su princesa nimeria.
—¡Si vuelves a transformarte en ella, te juro que te mato, Na’amah!
Ella intenta soltarse, pero no tiene tanta fuerza. Él la lanza al otro
extremo de la estancia, mirándola con auténtica rabia.
—¡Maldito seas, Samael!—grita, levantándose, invadida por la rabia y
la frustración.
—No es no. Lo siento.
—Yo también lo siento, arcángel. Por una vez quería darte la opción de
acostarme contigo con tu consentimiento, pero, visto lo visto, no me dejas
otra opción.
Na’amah fija su sangrienta mirada sobre Samael, quien comienza a
retorcerse de dolor tratando de luchar contra su influjo. Se lleva las manos a
la cabeza, gritando con fuerza, pero no consigue ganar la lucha. Esa no. El
poder de la sangre de Na’amah sobre su cuerpo y su voluntad es muy
poderoso, y cae de rodillas al suelo. Ella camina sigilosamente hacia él,
contoneándose cual serpiente dispuesta a devorar su presa y relamiéndose
los carnosos labios.
Cuando está ante él, acaricia su mandíbula y toma su mentón con
delicadeza, obligándolo a mirarla a los ojos. Ahí está la señal que necesita:
ojos negros. Samael ya no tiene sus brillantes y profundos ojos azules. En
su lugar, están aquellos zafiros negros sin vida.
Lo toma de la mano, ayudándolo a levantarse para llevarlo al centro de
la cama redonda de la estancia. Se quita la ropa y, con una orden, Samael la
toma en brazos y la tumba boca arriba, dispuesto a saciar el deseo de su
dueña.
—Ne-necesito salir de aquí…—Sheena siente una extraña opresión en el
pecho que le impide respirar.
Nerviosa y angustiada, mira a su alrededor buscando la forma de salir
de allí. Tratando de distraer a su cerebro para no oír los gemidos de la otra
estancia, camina por la habitación palpando las paredes.
—¿Qué te ocurre?—Samael intenta cogerla de la mano, pero ella la
retira rápidamente sin mirarlo—. Sheena…—Se apresura a sujetarla, pero,
cuando vuelve a cogerla, ella hace un movimiento brusco con el brazo y
choca contra la pared. Esta se abre, dejándolos caer contra el duro suelo de
una nueva estancia.
—¡Auch! Joder—protesta Sheena con el cuerpo magullado, tratando de
ponerse en pie.
Samael se levanta, la coge de las manos y tira de ella tan fuerte que
vuela hasta sus brazos. Con la respiración agitada, se miran. Sheena aparta
la mirada y lo insta para que la deje de nuevo en el suelo.
—¿Puedes explicarme qué te ha pasado ahí dentro?
—No…nada—contesta, colocándose la ropa. Sigue sin atreverse a
levantar la cabeza y encontrarse con sus ojos. Él la sujeta por la cintura, la
toma del mentón y la obliga a mirarlo.
—Sheena…
—H-ha debido de ser el calor, nada más. Me empecé a sentir algo
mareada y…, bueno, que no me encontraba bien y necesitaba salir de allí.
Ya está—responde, nerviosa. Samael sonríe, acariciando sus mejillas con
suavidad. Le da un tierno beso en la frente y la vuelve a mirar.
—Sé que me estás mintiendo, pero confío en que, en algún momento,
me contarás la verdad.
En ese instante, se abren las puertas de la sala en la que están, dejando
entrar a Niberius y a Sathaniel seguidos de Gabriel. Samael coge a Sheena
por la cintura y se la lleva al abrigo de las sombras, protegiéndola con su
cuerpo. Esa cercanía y el tacto de sus manos sobre sus caderas hacen que a
Sheena le recorra un cosquilleo por todo el cuerpo.
El aroma embriagador que emana de Samael la envuelve por completo.
Respira profundamente para embeberse de él y siente un repentino mareo
que hace que la sujeción de sus piernas le falle. Si no llega a ser porque él la
coge con fuerza entre sus brazos, se hubiese ido al suelo.
—Déjame que lo adivine: el calor—afirma, divertido. Ella solo asiente
y agacha la cabeza, avergonzada, tratando de esconder la rojez de sus
mejillas.
—Mis hombres dicen que era el mismísimo Samael quien apareció ante
ellos y acabó con la vida de cuatro de mis soldados más fuertes—afirma
Gabriel.
—Sentémonos a la mesa y hablemos tranquilos, sobrino. —Sathaniel le
ofrece tomar asiento a un airado rey, que porta su nueva corona con orgullo.
Niberius pasa por detrás de ellos y se sienta junto a su padre, frente a su
arrogante primo. Sathaniel, ya en su silla, mira a Gabriel, que permanece en
pie mirando a ambos. Resopla y termina sentándose donde le han ofrecido.
Los dos reyes se miran y se estudian mientras Niberius lo observa todo
desde una posición más que divertida.
La noticia de la muerte de Yhawhel y posterior coronación de Gabriel,
sin haber esperado los días de luto, han preocupado un poco a Sathaniel.
Incluso llega a sentir tristeza por la pérdida de su hermano, aunque no la
muestre. Este es el precio que se paga con las guerras: la muerte de tus seres
queridos. En cuanto a la preocupación por la coronación de su sobrino, no
tiene nada que ver con el miedo. Pero él ansiaba esa corona tanto como
Gabriel.
—Es imposible que Samael haya estado allí, primo. No ha salido de
estos muros desde que regresamos de la Tierra—contesta Niberius. Gabriel
lo mira con furia.
—¡¿Me estás llamando mentiroso?!
—Bueno. O mientes tú, o mienten tus hombres—responde Niberius,
divertido. Provocar a su primo es algo que le ha encantado desde siempre.
—¡¿Cómo te atreves…?!—grita un descontrolado Gabriel, que se
levanta de golpe dejando caer la silla contra el suelo.
—¡Ya está bien!—Con un fuerte golpe en la mesa, Sathaniel finaliza el
careo entre su hijo y su sobrino, que optan por desafiarse solo con la mirada
—. Gabriel, no te estamos llamando mentiroso, pero te aseguro que tu
hermano no ha movido una pluma de Neb’Heru—afirma.
—Entonces, ¿cómo explicáis lo sucedido?—pregunta Gabriel. Se cruza
de brazos, esperando una respuesta razonable.
—Fácil: tus hombres no ven bien—responde Niberius. Sathaniel mira a
su hijo con severidad, instándolo a cesar sus constantes provocaciones.
—Sobrino, ¿y no puede tratarse de un simple simpatizante de Samael,
diestro en la lucha y de gran parecido a él? Yo te garantizo que no ha ido a
ninguna parte. Y mucho menos a Eden.
Gabriel resopla tratando de aceptar sus argumentos. Es posible que sus
hombres se hayan equivocado. No existe otra explicación. De todas formas,
no duda en volver a interrogarlos, pero, esta vez, pondrá más esmero.
—Veo que aún tienes dudas, Gabriel. ¿Por qué no vienes conmigo a
hablar con tu hermano y se lo preguntas tú personalmente?—le propone con
astucia su tío.
—No. Si me aseguráis que no ha salido de aquí, confío en que no me
estéis mintiendo.
—Te garantizo que no hay mentira alguna en nuestras palabras, sobrino.
—Bien. Pues he de irme. Tengo dos reinos que poner en orden. —Y sin
más, gira sobre sus talones, saliendo de la sala con actitud altiva.
—Deberías controlar un poco tus bromas, Niberius—recrimina
Sathaniel a su hijo cuando se quedan solos.
—¿No me dirás que temes su reacción? Es un rey débil. Hasta una
mosca podría vencerlo. No es rival para mí.
—No subestimes nunca a tu oponente, hijo mío. Gabriel es peligroso
porque no tiene control sobre su ira.
—Vive con miedo a ver aparecer a su hermano por las puertas de Eden.
Es un caguica. —Sathaniel observa con atención a Niberius, acariciando su
espesa y larga barba blanca.
—¿Cuándo piensas perdonar a tu esposa?—La pregunta pilla por
sorpresa a Niberius, que se envara en su asiento.
—No creo que sean asunto tuyo mis problemas maritales…
—Sí, si interfieren en mis planes—asevera su padre.
—Por el control de Samael no te preocupes. Ella es la primera en querer
seguir manteniéndolo aquí.
—Pero…—comienza a decir Sathaniel.
—Si me disculpas, tengo cosas que hacer y me esperan en el campo de
entrenamiento.
Niberius abandona la sala como una exhalación, dejando a su padre
pensativo en su asiento. Sathaniel mira fijamente al vacío de la gran sala y
vuelve a acariciar su barba. Pasados unos minutos, se levanta y sale al
balcón para ver, como siempre, el entrenamiento de sus soldados. Se apoya
en la ardiente roca y observa a cada uno de ellos.
A lo lejos ve aparecer a su sobrino Samael, portando su poderosa espada
con semblante serio. Comienzan los entrenamientos y el sonido de las
espadas al chocar resuenan en todo el reino de Neb’Heru.
Acabada la reunión, Sheena se da cuenta de que sus manos están
entrelazadas y se gira hacia Samael, quien la mira a los ojos. En ese
momento, una brillante luz aparece tras ellos y una nueva puerta se abre allí
mismo. Sin soltarse, cruzan al otro lado. Cuando la cegadora luz
desaparece, ante ellos queda la visión de unas tierras verdes bañadas por
cristalinas aguas.
—Babilonya—susurra Samael.
8.
LA BELLA Y ENIGMÁTICA BABILONYA
PARTE I
—Los textos no mentían cuando la describían como una impresionante y
maravillosa ciudad, digna de ser considerada toda una obra del mismísimo
Dios —susurra Sheena, mirando a todas partes, maravillada por lo que tiene
ante sus ojos.
—Cuidado, sanadora. Dudo mucho que al rey de estas tierras le guste
que atribuyas su éxito a mi padre. Nemrod no estaría nada contento si
escuchase tus palabras—comenta Samael al oírla susurrar esas palabras
mientras observa todo con tanto asombro.
—Es cierto…estamos en época de otro rey—dice.
La Babilonia que más se conoce, o de la que más restos se han
descubierto y textos encontrados, es la del gran Nabucodonosor II y sus
magníficos jardines colgantes. Sobre el rey Nemrod solo hay evidencias
difusas y, a veces, contradictorias. Más bien, se encuentra su rastro en las
sagradas escrituras, donde se habla de un rey que se enfrentó a Dios y
renegó de su poder. Un descendiente de Noé.
Una pena no poder ver de primera mano la grandiosidad de esos
jardines, pero no deja de ser toda una grata experiencia el estar ahí. Para
alguien como ella, arqueóloga de profesión y de pasión, estar ante aquellos
muros es un sueño hecho realidad. Si ya se había emocionado cuando
estuvo en las excavaciones de los restos arqueológicos de la gran Babilonia,
ahora lo está aún más.
Se siente como una niña en un parque de atracciones. Está nerviosa,
ansiosa por poder ver más rincones de ese reino. Por conocer mejor la
cultura y costumbres de los babilonios. «¡Dios! A Sophie le encantaría estar
aquí», piensa emocionada. Solo lamenta no tener a mano su bloc de notas
para anotar todo lo que hay a su alrededor.
Levanta la vista para ver con auténtico asombro aquellas edificaciones
no muy altas, de apenas dos o tres plantas, y de dimensiones estrechas.
Nada que ver con las construcciones de su tiempo. Su instinto le grita que
tome muestras del terreno para poder estudiarlas más adelante. «Cálmate,
Sheena. No estás en una excavación. Estás en el maldito Limbo», protesta
para sí misma.
El sol calienta esas tierras, aunque no en exceso gracias a los canales
que atraviesan la ciudad. Sheena no puede cerrar la boca de lo sorprendida
que está. De pronto, se oye un estruendo y el suelo comienza a vibrar bajo
sus pies. Un gran grupo de jinetes, cabalgando a toda velocidad, se acerca
peligrosamente hacia ella. Samael la coge entre los brazos y la salva en el
último momento, protegiéndola con su cuerpo.
—Sheena, ¿estás bien? ¡Por todos los reinos, casi te arrollan!—dice,
angustiado y sin soltarla.
—Sí, sí…, estoy bien, pero…, Sam, me estás ahogando—protesta,
aprisionada contra el pecho del arcángel.
Samael afloja su abrazo. Le aparta unos mechones de la cara,
acariciando después sus mejillas y tomándola del mentón para mirarla a los
ojos y comprobar que no se ha hecho ningún rasguño.
—Sanadora, si sigues dándome esos sustos, no creo que pueda salir de
este Limbo —se burla de ella, que sonríe con timidez.
—Bueno, esta vez no ha sido culpa mía. Deberían multarlos, conducen
como locos…
—Van en busca de Avraham. —Una pequeña niña, de no más de doce
años, se aparece ante ellos—.No sois de aquí, ¿verdad? Deberíais venir a la
casa de mis padres. Allí estaréis a salvo. Los extranjeros no son muy bien
recibidos en este reino, ya no.
—¿Has dicho Avraham? ¿Hijo de Terah?—pregunta Sheena.
—¿Lo conocéis?
—Sí—responde sin pensar. Samael aprieta su mano para que no diga
nada que los delate—. Bueno…, de oídas—corrige.
—Si lo apresan, será ajusticiado por negarse a idolatrar a los dioses del
reino. Será quemado en el fuego purificador, como el rey lo llama—
comenta la pequeña.
—Los dioses no existen—sentencia Samael con tono serio. La niña lo
mira con auténtico pavor.
—Shhh, no debéis decir eso en público. Os apresarán y juzgarán, igual
que a Avraham. —Asustada, mira a su alrededor, asegurándose de no haber
sido escuchados por los espías del reino—. Seguidme, no está muy lejos.
—Espera. Al menos dinos tu nombre—la insta Sheena—. Yo soy
Sheena y este es Sam.
—Me llamo Samira.
Emprenden camino con la pequeña, que los guía por las estrechas calles
de Babilonia. Sheena sigue mirando embobada cada rincón a su alrededor;
Samael la lleva bien cogida de la mano y vigilando que no tropiece contra
nada y se vaya de bruces al suelo mientras observa a la niña con atención.
Samira tiene un gran parecido con Lilith cuando esta tenía esa misma
edad. El recuerdo de aquellos felices años invade su mente. Esos años en
los que él era el protector de una indomable niña, ávida de aprender todo lo
relacionado con el arte de la lucha. No así de las lecciones de conocimiento,
las cuales trataba de evitarlas siempre que podía. Samael no puede evitar
sonreír con añoranza y tristeza al recordar todo aquello.
Sheena, mientras tanto, sigue extasiada observándolo todo. «La Venecia
de Mesopotamia», piensa ella, caminando a grandes pasos tras ellos. Para
ser una niña pequeña, anda bastante rápido.
Llegan a una pequeña edificación, de dos plantas, hecha de adobe.
—Bienvenidos a mi casa, Sheena y Sam—dice Samira, empujando la
puerta de madera e invitándolos a entrar.
Una vez dentro, Sheena se queda absorta mirando todo a su alrededor.
Sufre una especie de déjà vu que la lleva al recuerdo de una de sus
expediciones con su tía Hellen. «Esta era una típica casa en tiempos de
Babilonia. Apenas una cocina y una zona de comedor, donde se sentaba
toda la familia a comer. A veces tenían una o dos plantas para dormir, que
solían ser compartidas por varios de sus miembros», recuerda las
explicaciones de su tía en uno de los campos arqueológicos en la Babilonia
de su tiempo.
El poder ver con sus propios ojos la veracidad de aquellas palabras la
deja fascinada y boquiabierta.
—Ellos son mis padres: Jareqh y Sarahí. —Samira hace las debidas
presentaciones y explica a sus padres lo sucedido en las calles.
—Sed bienvenidos a nuestra humilde casa. No tenemos mucho, pero
estaremos encantados de compartir mesa con vosotros—dice Jareqh.
—Samira, ve a preparar tu cuarto para nuestros invitados—le pide
Sarahí a su hija.
—Sí, madre.
—Oh, pero…no hace falta, de verdad—se apresura a decir Sheena.
—Tranquila, no pasa nada. Hoy dormirá con nosotros, no es la primera
vez—comenta Sarahí.
—Vaya, pues gracias. Déjame, al menos, que te ayude con la cena.
Sarahí acepta su ofrecimiento con gratitud y comienzan a preparar una
deliciosa comida. Jareqh aprovecha para pedirle ayuda a Samael con una de
las ruedas de su carro y ambos salen de la estancia dejando a las mujeres
obrar su magia.
Sentados a la mesa los cinco, la cena se hace amena hablando sobre el
choque de creencias y religiones que empiezan a aflorar en esas tierras. Con
mucha prudencia, Samael les expone su punto de vista sobre los dioses. Al
igual que Sheena, quien les muestra el suyo basado en su experiencia y
conocimientos, pero sin desvelarla verdad sobre ellos dos.
Jareqh cuenta, entonces, sobre los dones de su hija. No solo es una
buena sanadora, sino que también tiene el don de la visión. Samira puede
ver el aura y la energía de las personas.
—Una herencia familiar—comenta Sarahí.
—¿Tú también tienes ese don?—pregunta Sheena.
—No. Por desgracia, o por suerte viendo los tiempos que corren, parece
saltarse una generación.
—Pero mi tatarabuelo posee el mismo don que yo. Él, incluso, puede
ver la energía que hay en las sombras. Y dice que ha visto el jardín del Eden
con sus ojos. Que es el lugar más bonito y maravilloso que pueda existir en
el mundo—afirma Samira con la típica alegría de una niña de su edad.
—¿Has dicho que tu abuelo ha estado en Eden?—pregunta Samael,
intrigado.
—Tatarabuelo. Y sí, siempre nos ha contado historias sobre Eden…
—Cielo, son historias que el abuelo Seth cuenta a los niños—explica
Sarahí. Al oír el nombre de su hijo, Samael se atraganta con la comida.
—Perdona, ¿dices que se llama Seth?—pregunta Sheena.
—Sí. Es nuestro pozo de sabiduría en la familia. Aunque ya está muy
mayor, el pobre. De hecho, no vendrá con nosotros a la tierra de nuestros
ancestros. —La explicación de Jareqh sorprende a ambos y se miran el uno
al otro.
—¿Os vais?—pregunta Sheena.
—Debemos ir en busca de los maestros antiguos de nuestra estirpe.
Ellos serán buenos guías para nuestra Samira y la ayudarán con sus
habilidades. Nos vendría bien tu ayuda, Sam—comenta Jareqh. Samael lo
mira, intrigado, sin entender muy bien ese comentario—.Tienes porte de
guerrero. Intuyo que sabrás cómo manejar una espada llegado el caso…
—Me defiendo bien—contesta con modestia.
—Es el mejor guerrero que puedas tener a tu lado—se apresura a decir
Sheena. Samael la mira, sorprendido por sus palabras de elogio, y sonríe.
Ella le corresponde con otra sonrisa y, este, entrelaza su mano con la suya.
—¡Oh, hacéis una pareja tan bonita!—comenta Sarahí.
—¿Qué…? N-No, no somos…—intenta decir Sheena.
—¿Recuerdas cómo te enamoré con mis cartas, mujer?—Jareqh coge a
su esposa por la cintura y la sienta sobre su regazo. Ella sonríe con ternura y
le da un beso en los labios. Sheena entiende que es tontería intentar explicar
nada, optando por el silencio mientras Samael observa todo con diversión.
—Pues vaya…Si os vais a poner todos cariñosos, me quedo a dormir
aquí—protesta Samira, cruzándose de brazos, con gesto molesto. Todos
estallan en risas ante el gracioso comentario de la niña, aunque a ella no le
hace mucha gracia ver tantas muestras de cariño.
Cuando acaban la cena, la velada se alarga un poco más con
explicaciones de cómo está planeado el viaje hasta la tierra de sus ancestros.
Sheena ayuda a Sarahí a recoger los restos de la cena y dejar la estancia
limpia mientras los hombres conversan tranquilos y relajados. Al acabar,
ella se despide de todos y se va a la habitación acompañada de Samira, que
está deseando enseñársela.
Una vez sola, Sheena se quita la ropa poco a poco y se viste con un fino
camisón largo que Sarahí le ha dejado. Se siente muy cansada, pero, al ver
la claridad que entra por la ventana de la habitación, no puede resistir la
tentación de mirar aquella luna llena tan grande y brillante que ilumina todo
el reino.
Se asoma a la ventana, cierra los ojos y respira profundamente,
empapándose de los olores de la noche de uno de los reinos más famosos de
los que, aun hoy en día, se sigue admirando tanto. Aunque son tierras
calurosas, la noche es bastante refrescante. Una pena no poder pasear por
sus calles bajo la luz de la luna.
—¿Qué haces, sanadora? —La profunda voz de Samael trae a Sheena
de vuelta de su viaje imaginario. Se gira lo justo para poder ver su cuerpo
iluminado por los blancos rayos de la luna. «Imponente y aún más hermoso
que a la luz del día», piensa.
—Observar la majestuosidad de la bella Selene en estos tiempos—
responde con una sonrisa en el rostro.
Samael pega su cuerpo al suyo, colocando las manos a ambos lados de
la ventana e inclinándose para observar lo que ella le muestra. Sheena
vuelve a respirar profundo, pero, esta vez, es el aroma de Samael el que
penetra en ella.
Deja su cuerpo caer sobre el reconfortante torso del arcángel, apoyando
la cabeza y dejándose envolver por el calor que emana de su cuerpo.
Instintivamente, la coge por la cintura y la acerca más a él. Sheena acaricia,
entonces, su mano y sonríe.
—¿No es hermosa?—pregunta ella, relajada y sin dejar de mirar al
frente.
—Lo es. Una belleza incalculable e insuperable. Digna de ser amada y
adorada por siempre—responde, dándole un tierno beso en la mejilla,
aunque su respuesta nada tiene que ver con la luna.
Ante aquel gesto, Sheena cierra los ojos y suspira arropada por los
fuertes brazos de Samael. Siente tanta paz y tranquilidad cuando está con él,
tan protegida y con tanta seguridad que podría hacer cualquier cosa que le
pidiese.
Aún sigue debatiéndose entre ambos hermanos. No puede evitar sentirse
culpable por tener esos sentimientos tan fuertes por Samael, y a la vez
seguir pensando en Miguel. Se lo imagina postrado a los pies de su cama,
vigilando su sueño día y noche, angustiado. Eso le oprime el corazón de tal
forma que, a veces, le cuesta hasta respirar. Pero tampoco puede pensar en
separarse de Samael, ya no.
—Será mejor que nos acostemos ya—susurra él. Sheena se gira y lo
mira, sorprendida. Él sonríe, divertido, al comprender cómo han sonado sus
palabras, y le acaricia el mentón con ternura—. Para descansar, sanadora.
No seas mal pensada—bromea.
—¿Has hablado con Jareqh sobre ese Seth?—pregunta para cambiar de
tema.
—Sí. Y mañana iremos a conocerlo. Quiero comprobar si se trata de mi
hijo o de un impostor.
—¿Y qué hay de la proposición de acompañarlos en su viaje hasta sus
ancestros? ¿Vas a aceptar?
—No lo sé, Sheena. Mañana será otro día. Pero decida lo que decida, lo
consensuaré antes contigo y tomaremos la decisión juntos—afirma,
sonriendo—. Ahora, sanadora, debemos dormir algo. Auguro que serán días
muy largos.
Y sin demorarse mucho más, se acuestan para poder tener un
reconfortante y regenerador sueño. Puesto que solo hay una cama, Samael
decide tumbarse sobre una manta junto al colchón de Sheena.
Se tumba boca arriba, con una mano tras la cabeza y otra, apoyada sobre
su pecho. Parece estar pensando más que durmiendo. Ella lo observa
durante un largo rato, recorriendo cada centímetro de su cuerpo, hasta
quedarse profundamente dormida.
A la mañana siguiente se despiertan con los primeros rayos de sol que
entran por su ventana, calentando sus rostros. Se han quedado dormidos el
uno frente al otro y, cuando Sheena abre los ojos, se encuentra con la
profundidad de la azul mirada de Samael observándola.
Él estira la mano, le aparta un mechón de la cara y acaricia su mejilla
con suavidad. Algo soñolienta aún, sonríe, tímida, y estira todo el cuerpo.
De un salto, Samael se pone en pie y le tiende la mano para ayudarla.
Los habitantes de la casa están también despiertos, ya que se oyen
ruidos en el piso de abajo y a Samira, corretear por las escaleras. Mientras
Sheena se viste, Samael decide bajar y dejarle su momento de intimidad.
No se demora mucho en ponerse toda la ropa, aunque protesta por las
dichosas cinchas de su vestido. Se asoma a la ventana para ver cómo se ve
Babilonia a la luz del gran astro de fuego y se queda aún más maravillada.
«No. Los textos no mienten en nada. Es un reino de gran belleza», susurra.
Toma aire y se dirige al encuentro del resto de la familia y de Samael.
—¡Bien! ¡Ya estás aquí! Vámonos, hay mucho que hacer esta mañana—
se apresura a decir Samira al verla aparecer en la cocina. Sentados en la
mesa están Jareqh y Samael, quien sonríe, divertido, al ver la reacción de la
niña.
—Samira, ten paciencia. Sheena debe desayunar algo, hija—le
recrimina su madre.
—Tranquila, no pasa nada. Es la efusividad de los niños—responde
Sheena, sonriendo a la pequeña. Le acaricia el cabello con ternura, pasando
a hacerle cosquillas y provocando la risa de Samira.
—Se te dan bien los niños ¿Tienes alguno?—pregunta Sarahí.
—No, no puedo tener hijos. Tuve una extraña enfermedad de pequeña
y…digamos que en mi cuerpo no se puede gestar vida—contesta con
semblante triste, agachando la cabeza. Samael coge su mano y la acaricia,
mirándola con ternura. En el rostro de Sheena asoman un par de lágrimas
que él limpia con los dedos.
—Oh, vaya. Lo siento, no quería ser una imprudente—comenta,
angustiada.
—Tranquila, Sarahí. Es solo que…, bueno, me hubiese gustado mucho
poder formar mi propia familia.
—¡Venga, vámonos!—Samira interviene de forma insistente, sacándole
una sonrisa a Sheena y a todos los allí presentes.
PARTE II
Media hora más tarde, recorren las calles de Babilonia, guiados por una
alegre e incansable Samira, que va dando pequeños saltos delante de ellos.
Sheena y Samael se miran, divertidos, y se ríen ante el despliegue de
absoluta felicidad de la pequeña.
Cruzan uno de los puentes que pasan sobre los canales y comunican
unas partes del reino con otras. Una vista maravillosa, a juicio de Sheena.
Solo ha visto grabados antiguos sobre Babilonia. Poco se sabe, o se ha
encontrado, sobre la época de Nemrod.
Como si estuviese recorriendo los famosos canales de Venecia, así se
siente Sheena. La gente camina por aquellas estrechas calles, o cruza los
puentes con absoluta tranquilidad. Algunos hablan entre ellos, otros cargan
cestos con comida y enseres, etc. Vida, un reino lleno de vida. Y poder
verlo en estado puro, y no sobre supuestos textos recogidos de otros
testimonios, es el sueño de todo arqueólogo e historiador.
Cruzan otro gran puente, ancho y más robusto que los anteriores. Por su
estructura y tipo de construcción, debe de tratarse de una vía de circulación
más para carros y caballos que para personas. De piedra cincelada con
mucho mimo y detalle, y un color amarillo arenoso que, a veces, se
confunde con el sol, se parece más bien a un puente de enamorados.
De pronto, Samira sale corriendo hacia la primera casa de piedra que
hay al final del puente y abre la puerta. Se gira, sonriente, hacia ellos,
instándolos a apresurar el paso, y desaparece tras el umbral.
De misma distribución que el resto de las edificaciones del reino, esa
casa tiene un aroma especial. Unas telas de colores cuelgan de las escaleras
que dan a los siguientes pisos, a modo de separación. También están los
mismos estampados en las ventanas. Una inteligente forma de evitar que el
polvo de la calle se cuele en la casa sin necesidad de cerrarlas y morirse de
calor.
La estancia está vacía cuando entran ellos, ni rastro de Samira o de
nadie más. Hasta que la niña aparece apartando la cortina de las escaleras.
Tras ella va un señor bastante mayor para la media de edad que se supone
existía en aquella región y en aquellos tiempos.
Cuando Samael y él se miran, se quedan petrificados por unos
segundos. La última vez que lo vieron era apenas un niño casi de la edad de
Samira, pero era él. Los mismos ojos de Lilith, de mirada felina y piel
blanca, y cabellos dorados y revoltosos como su padre. Seth sonríe al
reconocer a los desconocidos y corre a abrazarse con Samael.
—Padre…, ya creía que no volvería a verte—dice Seth, emocionado,
abrazándose con fuerza a un Samael atónito.
—¿Cómo…? ¿Qué ha…? ¡Oh, Seth, por todos los reinos del universo!
—Samael abraza con fuerza a aquel hombre de avanzada edad.
—Has venido, tal y como me habías prometido. Gracias al universo por
darme la oportunidad de volver a verte antes de partir.
—Pero ¿qué ha pasado, Seth? Hace apenas unos días eras un niño y
ahora…
—El tiempo no corre de igual forma en estos lugares, padre—responde.
—Eso ya lo sé, pero ¿por qué estás tan mayor? ¿Qué ha ocurrido?
—Se lo pedimos a los guardianes, a la abuela. —Samael se queda
sorprendido al oír aquello.
—¿Has visto a mi madre?—pregunta sin dejar de mirarlo.
—Será mejor que nos sentemos y te lo explique todo. —Seth mira a
Sheena, intrigado por su presencia.
—Hijo, ella es Sheena. Es…—comienza a decir Samael.
—La sanadora que te trajo de vuelta—contesta Seth, sonriente. Una
sonrisa igual de seductora que la de su padre—. Gracias, Sheena—le dice.
—Ha sido un placer—responde ella.
Se sientan a la mesa y hablan. Hablan durante largo rato mientras
Samira desaparece de la casa, dejándoles intimidad para ponerse al día con
todo lo acontecido todo este tiempo. Seth les cuenta que, tras su huida de
Eden, Adán, Yedhaya y él acabaron en Scissy. Allí vivieron un largo
tiempo, protegidos por los guardianes, pero era peligroso para ellos. Gabriel
había dado orden de capturarlos y matarlos.
Todos en Scissy corrían peligro y la única forma que encontraron de
protegerlos a todos y salvarse ellos era renunciando a su longevidad. Vivir
como humanos, sin ser reconocidos. Asherah así lo hizo: les entregó una
vida humana.
Al no poseer la energía del reino de luz de Eden, no les podían
encontrar. Eso les permitió formar sus propias familias, sus clanes, y vivir
en paz con todos. A salvo de los cazadores de Gabriel, Adán y Yedhaya
tuvieron hijos que crecieron junto a Seth como si fuesen sus propios
hermanos.
Al ser Yedhaya una nihúva, la descendencia de ambos también poseía
sus dones. Sobre todo, las mujeres, de las que comenzó a correr el rumor de
ser unas grandes sanadoras.
Seth, por su parte, se había enamorado perdidamente de una joven
muchacha con antepasados guardianes. Ancestros, como los llamaban en
aquellas tierras. Adán y Yedhaya tuvieron doce hijos y Seth tuvo siete, de
los que desciende Samira. El arcángel escucha pasmado toda la historia y
entiende, entonces, el parecido tan grande de la pequeña con Lilith. Todo su
linaje desciende de ellos.
—Y,¿dónde está Adán, entonces?—pregunta Samael.
—Adán murió hace muchos años ya, padre. Somos los humanos más
longevos que pueblan en la Tierra. Hay cosas que ni la abuela ha podido
cambiar.
—¿Cuántos años tienes, Seth? Si no es mala pregunta—dice Sheena,
intrigada por su respuesta.
—Casi doscientos diez años, sanadora.
—¡¿Doscientos diez años?!
—Casi—responde con una burlona sonrisa en su rostro. Samael también
parece divertido, pues esboza la misma sonrisa que su hijo.
—¿Y tu mujer?—pregunta Samael.
—Mi mujer está arriba, aquejada de una enfermedad de estas tierras. No
le queda mucho tiempo de vida…—El semblante de Seth se oscurece y su
mirada se vuelve triste. Samael lo abraza con ternura.
—Lo siento mucho, hijo mío. Sé lo duro que es ver partir a un gran
amor—le susurra. Al oír decirle aquellas palabras a Seth, Sheena siente un
nudo en el estómago y unas tremendas ganas de llorar.
—Samira me ha dicho que os han ofrecido viajar con ellos hasta Scissy
—comenta en ese momento Seth.
—¿El viaje en busca de sus ancestros es allí? ¿Van en busca de mi
madre?
—Sí, se lo sugerí yo. Es el mejor lugar para la pequeña. Allí aprenderá
todo lo necesario y se podrá convertir en una guardiana más. Ese es su sitio,
no este reino de mentiras y castigos.
»Cuentan historias horribles sobre ti y sobre madre. Y yo no puedo
decir nada porque prometí guardar el secreto de quién soy, de quién eres tú
o mamá. Ha sido muy duro y lo sigue siendo…, aún los echo de menos, a
mamá y al tío Miguel—dice Seth.
Con una punzada en el pecho y la sensación de ahogo, Sheena siente la
inminente necesidad de salir de allí. Se va corriendo a la calle, tratando de
tomar aire con fuerza, pero no lo consigue. En su lugar, se apoya contra la
fachada de la casa y rompe a llorar. Se lleva las manos a la cara y se deja
vencer por la angustia acumulada de todos estos días.
Oír a Seth hablar con esa ternura y añoranza de Miguel es algo que la
rompe en mil pedazos. «¿Qué quieres de mí, maldito universo? Me estás
rompiendo el corazón», susurra al viento que sopla en las calles en ese
momento.
—Sheena, ¿estás bien?—La preocupada voz de Samael la saca de sus
angustiosos pensamientos.
Levanta su mirada para cruzarse con la suya y, movida por un enorme
impulso, se abraza con fuerza a él, aferrándose a su cuello con miedo a
soltarse y caer. Samael la abraza, sorprendido por esa reacción.
Acaricia con suavidad su cabello, susurrando palabras tranquilizadoras a
su oído. Pero de poco le sirven a Sheena, que llora desconsoladamente entre
sus brazos. Desesperado por saber el motivo de ese llanto, Samael toma su
rostro entre las manos y la mira a los ojos.
—¿Qué ocurre, Sheena? ¿Por qué este llanto?—le pregunta con
preocupación mientras le acaricia las mejillas, limpiando las lágrimas que
brotan de sus ojos.
—Ha sido…al oír a Seth hablar con esa añoranza de…de…
—Mi hermano—Samael termina por ella, siendo conocedor de la
angustia que la oprime.
—Lo siento, Sam. Yo…—balbucea.
—¿Sientes llorar por alguien a quien amas? No debes pedir perdón por
amar, ni por sentir dolor por su ausencia, sanadora. No me gusta verte así,
tan triste. Sé que es duro todo esto, pero saldremos de aquí y volverás a
estar con él.
Pero Sheena quiere decirle que no llora solo por eso. Que su angustia se
debe más bien al sentir que se ha desprendido de un sentimiento para dejar
entrar otro en su corazón. Que su lucha interna está siendo más una cuestión
de lealtad. Porque, aunque no quiere reconocerlo, ya ha tomado su decisión.
En ese momento, en la lejanía del reino, suena un cuerno, que inunda
todas las calles con su atronador sonido. Seth sale corriendo junto a ellos.
—Vamos, es la hora—les dice—. ¡Samira!—grita llamando a su
pequeña tataranieta.
—¿La hora de qué?—pregunta Samael.
—De que salgáis todos de Babilonia sin ser vistos—responde Seth.
Samira aparece en ese momento junto a ellos.
—¡No pienso abandonarte aquí, maldita sea!
—No me vas a abandonar, padre. Yo elijo quedarme junto a mi mujer y
marchar con ella cuando abandone este mundo. Pero mi sangre, mi familia,
debe irse lejos de aquí, y me gustaría que los acompañes y protejas por mí.
Sabes lo que hacen aquí con las niñas como Samira. —La afirmación de
Seth, refiriéndose a los sacrificios en los que él había participado durante el
tiempo que permaneció en cautiverio, hace que Samael se tense al
recordarlo.
—Pero, Seth…—dice Sheena, limpiándose las lágrimas.
—Tranquilos, estaremos bien. Estaremos juntos para siempre. Y uno de
mis deseos se ha cumplido antes de partir de este mundo: volver a verte,
papá. —Ahora es Samael quien tiene lágrimas en los ojos.
Padre e hijo se abrazan de nuevo, llorando ante la pronta despedida,
aunque esta vez será para siempre. Samira se abraza a la cintura de Sheena,
que mira aquella escena aún con lágrimas en los ojos. «Este maldito Limbo
va a acabar con la poca resistencia que nos queda», protesta para sí.
El cuerno vuelve a sonar con más fuerza y la gente sale de sus casas en
dirección a la llamada. Algunos semblantes son serios, otros, tristes, y otros,
de auténtica excitación.
Sheena observa como todos caminan en la misma dirección, como si de
una horda de zombis se tratase. Cuando levanta la vista para ver el lugar al
que se dirigen, se queda atónita y boquiabierta. Un gigantesco templo se
yergue en la lejanía, un templo que le es familiar.
—¿Eso es un zigurat? ¿E-es Etemenanki?—pregunta, sorprendida, al
ver la grandiosidad de aquel templo en el que había estado con su tía hacía
años. Aunque, obviamente, no lo recordaba con tanto esplendor.
—Es el lugar donde se hacen los sacrificios a los dioses y se les pide
protección—explica Samira.
—Es el mejor momento para irse. Todos estarán participando en la
bacanal que tendrá lugar en los jardines del templo—comenta Seth—.
Protégelos, padre. Por mí —le pide a Samael, quien asiente con la cabeza y
le da un último abrazo de despedida. Para ir más rápidos, coge a Samira en
brazos y salen a grandes pasos de allí sin volver la vista atrás. Sheena los
sigue de cerca, pero sin dejar de observar todo lo que pasa a su alrededor.
Ve salir, de una de las casas, a unos padres llorando, desconsolados y
cogidos de la mano de una joven vestida de blanco, tapada por un largo velo
del mismo color que su vestido. «El sacrificio», piensa al verla. Recuerda,
entonces, su última regresión tras sumirse en el coma.
En pocos minutos llegan a la casa de Samira, donde están sus padres
esperando fuera, subidos en una gran carreta de madera y listos para irse a
toda velocidad. Sheena se sienta en la parte trasera, junto a Samira y Sarahí,
mientras Samael viaja junto a Jareqh, quien lleva las riendas del carro.
Con un seco golpe y un potente silbido, los caballos relinchan y
emprenden camino hacia la gran muralla de la ciudad. De otra de las casas
vecinas, ven salir a otros padres también llorando y cogidos de su hija.
Sheena los mira con tristeza.
—Otra ofrenda para Lucifer—susurra Sarahí, cogiendo con fuerza la
pequeña mano de su hija.
Samael se gira y las mira a las tres, mostrando remordimiento en su
semblante. Todos esos sacrificios son por su culpa, en cierto modo. Parece
ser que en ese reino han hecho un pacto con Niberius y deben cumplirlo de
aquella horrible forma. Poco recuerda de su época de cautiverio, ya que el
veneno de Na’amah corría por sus venas. Pero sí lo suficiente como para
saber todo el mal y el daño que ha hecho.
Aún nota el sabor de la sangre en sus labios, la sangre de aquellas
pobres víctimas. Y puede oír los gritos de las muchachas mientras las
devoraba y las violaba sin control ni compasión alguna. Es un recuerdo que
lo atormentará por toda la eternidad.
Siendo consciente de lo que él está pensando y recordando, Sheena coge
su mano y la acaricia con suavidad. Se miran a los ojos y se sonríen,
mostrándose apoyo el uno al otro. La conexión entre ellos es cada vez más
fuerte y, tal y como había dicho Asherah, se curan mutuamente.
Llegan a las puertas del reino y Jareqh azuza a los caballos para ir más
rápido, pero unos soldados los sorprenden justo a escasos metros de la
salida, dándoles el alto y obligándolos a parar de forma brusca.
Sarahí le dice a su hija que se tumbe en el suelo de la carreta y la tapa
con mantas y sacos poco pesados. Sheena la ayuda a ocultarla bien mientras
Samael sujeta con fuerza la empuñadura de la espada que Jareqh le ha
entregado al subir a la carreta.
—El templo está en dirección opuesta—dice uno de los soldados. El
otro comienza a caminar alrededor de la carreta, inspeccionando cada
mínimo detalle y relamiéndose mientras observa a ambas mujeres.
—Lo sabemos, pero mi madre se está muriendo y debemos ir a Mari
cuanto antes—responde Jareqh con absoluta templanza.
—¿Qué lleváis en esos sacos? ¡Mujeres! ¡Bajad de la carreta!—dice con
voz autoritaria el segundo soldado.
—No llevamos nada malo, señor. Solo lo necesario para tan largo viaje
—comenta Sarahí.
—¡He dicho que os bajéis!—les vuelve a gritar.
Sarahí, temblorosa, obedece y baja con lentitud. El soldado la coge del
brazo y la zarandea hasta alejarla de la carreta. Sheena aprovecha para
bajarse, pero el soldado llega antes y la coge con fuerza del brazo. Ella se
suelta hábilmente y lo empuja. Él la coge con más fuerza aún, tratando de
doblegarla, pero Sheena lo mira desafiante y sin dejarse humillar. Le da un
rodillazo en sus partes, dejándolo doblado durante unos largos minutos.
Mientras el soldado se retuerce de dolores en el suelo, Sheena ayuda a
Sarahí a subir al carromato otra vez, seguida por ella. Momento en el que
Samael aprovecha para bajarse, espada en mano. Este mira a Jareqh, quien
asiente y azuza a los caballos para salir a galope de allí.
—¡Espera, Jareqh! ¡No!—grita Sheena al ver que se alejan dejando a
Samael atrás.
Tan solo pasan escasos minutos desde que Jareqh detiene la carreta tras
aquella loma, pero para Sheena son eternos. Camina de un lado a otro,
mirando en la lejanía esperando verlo emerger de entre las sombras. Se
abraza el estómago, nerviosa y angustiada por su ausencia, preguntándose si
estará herido.
De pronto, escucha unas ramas romperse y, ante ella, la imponente
figura del arcángel portando la espada ensangrentada. Sheena corre a su
encuentro y salta sobre él, abrazándose con fuerza. Este la recibe con gusto
entre sus brazos y la aprieta contra su cuerpo.
—Vaya…,¿preocupada por mí, sanadora?—pregunta, divertido.
—Como vuelvas a hacer algo así, estúpido cabezota, te juro que te clavo
una flecha en el culo. —Esa amenaza sorprende a Samael tanto que le
provoca una carcajada.
—Pues sí que debes de estar enfadada. Es la primera vez que me hablas
así.
—Tómate mis palabras en serio, arcángel. Siempre cumplo mis
promesas—le recrimina.
—Igual prefiero que me castigues de otras formas más satisfactorias
para ambos—bromea, tomándola del mentón. En su rostro asoma esa pícara
media sonrisa que a ella tanto la pone nerviosa.
—Te dije que tu esposo estaría bien. Se le ve buen guerrero, y no me
equivocaba—comenta Jareqh, apareciendo junto a ellos. Sheena intenta
protestar por la insistencia en decir que están casados—. Debemos irnos.
Nos queda un largo camino por recorrer y aún no estamos a salvo del yugo
del rey—afirma.
Sin mirar atrás, suben a la carreta y emprenden camino hacia el puerto
de Gubla. Allí deberán tomar un barco que los llevará a tierras de la
creciente Grecia, donde se unirán a la caravana de guardianes que lleva
rumbo a Scissy desde Anatolia.
9.
ÉXODO HACIA SCISSY
PARTE I
Durante una larga y calurosa semana viajan apenas sin descanso hasta llegar
a la creciente ciudad de Gubla, a orillas del mar Mediterráneo. Allí los
espera un barco de mercancías que los llevará a Ática, donde continuarán su
camino hasta encontrarse con otros de igual condición que Samira.
Llegan al anochecer, amparados por un cielo despejado que comienza a
teñirse de negro. Y como ya es costumbre por aquellas tierras, una brillante
luna gobierna los cielos.
Solo encuentran alojamiento en un pequeño hospedaje cerca del mar,
pero sin posibilidad de poner a techo a los caballos y, por consiguiente, al
carro. Deben permanecer atados en la calle, algo que disgusta bastante a
Jareqh.
Al final, pagan dos habitaciones por unas horas de descanso. La más
grande se la queda la familia y la más pequeña, para Sheena, ya que Samael
se ofrece a quedarse junto al carro y cuidar de los caballos. Tras una ligera
cena, entra en su habitación y comienza a quitarse la ropa cuando Samael
llama a la puerta. Ella, con la ropa a medio desabrochar, abre.
—He pedido una manta extra para ti, por si pasas algo de frío por la
noche—comenta él, entregándosela. Sheena sonríe y la coge, sintiendo el
suave tacto de aquella gruesa tela.
—¿Estarás bien, Sam? ¿Seguro que no te quieres quedar aquí? Hay sitio
para los dos…—dice ella.
—Estaré bien, sanadora. Alguien debe vigilar del carro y los caballos.
Recuerda que no necesito el descanso tanto como vosotros los humanos.
—Aun así. Siempre es mejor descansar bien que no descansar…—
Samael sonríe y le acaricia las mejillas, agradecido por la preocupación que
muestra siempre hacia él.
—Tranquila. Descansa, Sheena. Nos veremos mañana.
Samael se aleja de allí, dejando un enorme vacío en el rellano. Ella
cierra la puerta, acaricia la manta y la acerca a su nariz para absorber su
aroma. «Huele a historia», piensa sonriendo.
Se sienta en la mullida cama, dispuesta a quitarse la ropa, cuando
escucha el cantar de algunas gaviotas rezagadas. Sin poder resistir la
tentación, se asoma a la ventana para ver dos aves revolotear por encima de
los tejados de las casas aledañas. «Estarán buscando algo de comer…»,
piensa ella.
El resoplar de los caballos en la calle atrae la mirada de Sheena, que ve
cómo Samael acaricia y calma a los inquietos animales. Parece susurrarles
algo al oído mientras pasa su mano por sus cuellos y sus crines. Luego les
da un poco de comida a cada uno y sube a la parte de atrás de la carreta,
tumbándose boca arriba. Lo observa con ternura, sonriendo, y decide, en
ese preciso instante, que ella también debería descansar.
Una hora más tarde, sigue sin poder conciliar el sueño. Da vueltas de un
lado a otro en la cama, ofuscada y resoplando, sin poder dormirse. Se siente
extraña en aquella soledad. Se levanta de un salto, toma la manta entre las
manos y sale de la habitación con decisión.
Todo está en un sepulcral silencio, salvo por algunos roedores que
corretean entre las sillas del hospedaje. Apoyado cómodamente en la
barandilla de las escaleras, se encuentra el gato de la posada. Un precioso
felino de grandes y brillantes ojos verdes, quien al verla emite un ronco
maullido.
—Hola, amiguito. Tú tampoco puedes dormir, ¿eh?—dice, acariciando
su cabeza mientras este ronronea al sentir sus caricias.
Sheena prosigue su camino y sale de la posada, colocándose mejor la
manta alrededor del cuerpo. Como toda ciudad costera, la noche es bastante
fresca. Camina en dirección al carro, despacio e intentando no hacer mucho
ruido. Pero sigilo y ella no son buenos amigos.
—Se te oye venir a kilómetros, sanadora—dice Samael en ese
momento, tumbado boca arriba y con los ojos cerrados.
—¿Cómo has…?—pregunta, sorprendida, Sheena.
—Siento tu presencia. Estamos conectados, ¿recuerdas?—Él se
incorpora para mirarla—. ¿No puedes dormir?
—Pues la verdad es que no. No consigo conciliar el sueño. Me he
acostumbrado a tu compañía y me cuesta—responde, sonrojándose. Samael
sonríe y se baja del carro, quedándose frente a ella.
—¿Y quieres dormir conmigo a la intemperie?
—Hombre, no voy por ahí tapada como E.T. por gusto. —Samael la
mira sin entender muy bien sus palabras. Finalmente, se ríe y la ayuda a
subir.
Sí que hace frío a la intemperie. Sheena se enrosca en la manta, cual
capullo apunto de florecer, y pega su cuerpo al de él, que la abraza para
transmitirle calor.
—¿Tú no tienes frío?
—Puedo regular la temperatura corporal para no notar los cambios…—
responde Samael.
—¡Dios!¡Tu cuerpo debe de ser una maravilla!—Consciente de cómo
ha sonado esa expresión, Sheena se tapa con la manta para que no pueda ver
la enorme vergüenza que siente en ese momento. Él se ríe y le da un beso
en la frente.
—¿Qué sabes sobre este lugar, sanadora? Te vi muy emocionada cuando
llegamos, mirando a todas partes sin parar. Intuyo que ya has estado aquí—
le pregunta.
Sheena le cuenta la historia de Gubla, que en su tiempo se la conoce
más por el nombre de Byblos y se la considera como el origen de la primera
Biblia escrita. Le cuenta que fue una importante ciudad que comerciaba con
la madera que obtenía de sus cedros e intercambiaba por papiro, lino,
vasijas y joyas. Y por su gran fama como constructores de barcos.
Se sienta frente a él para explicarle mejor toda la historia de aquel lugar
y de cómo ella había estado allí mucho tiempo después, en unas
excavaciones arqueológicas.
—¿Ves aquella edificación del fondo? ¿La que está en lo alto de ese
montículo y con tantas columnas?—le pregunta a Samael, señalando a los
lejos. Este se incorpora para ver lo que ella le muestra—. Es el templo de
Baalat Gebal, o Dama de Byblos. Está erigido en honor y adoración de
Astarte, y donde realizan sus ofrendas y rezos—explica.
—No entiendo esa necesidad que tenéis los humanos de ponerle un dios
a todo. Los dioses no existen. Simplemente, somos seres de avanzada
evolución a vosotros —comenta Samael.
—Bueno…, la gente necesita obtener respuestas y explicaciones a cosas
que están fuera de su alcance. Y más en estos tiempos, en los que no
existían telescopios, ni la ciencia tal y como la conocemos en mi tiempo.
—Tonterías. Las cosas tienen siempre fácil explicación. Es una pérdida
de tiempo emplearla en pensar en posibles irracionales—contesta él.
—Pues te iba a encantar una de las tesis en las que Jared estuvo
trabajando respecto a este templo y sus deidades. —Samael la mira
intrigado y, con un gesto, la insta a continuar y sacarlo de dudas—.Esta
ciudad fue creada por el dios El, quien estaba casado con la diosa Astarte. Y
su hijo, Baal, es una de las divinidades más importantes y adoradas de
Byblos.
—No sé en qué me podría crear curiosidad esa historia…
—Según esa tesis, El es Dios, o sea, tu padre; Astarte es Asherah, tu
madre, y Baal eres tú. Parece existir mucha similitud con vosotros en casi
todas las religiones y deidades de la Tierra—explica, sonriente.
—Lo dicho: tonterías. —Sin más, se vuelve a tumbar con los brazos tras
la cabeza. Sheena se tumba junto a él y prosigue con sus divagaciones.
—A donde vamos también tienen la misma similitud de dioses: Zeus, tu
padre; Juno, tu madre, y Ares, tú. Aunque contigo hay más variedad y
amplitud de dioses. Podrías ser Cupido, Hades, incluso Apolo, por tus
dorados cabellos…
—Duérmete, sanadora, o te llevaré de vuelta a tu habitación—protesta
Samael.
—Pues ibas a tener una noche ajetreada porque estarías subiendo y
bajando esas escaleras cada dos por tres. En cuanto cerrases la puerta,
volvería a aparecer aquí contigo—bromea ella.
De pronto, y sin previo aviso, Samael se coloca sobre ella, oprimiendo
su cuerpo contra el suyo. Su mirada se torna oscura y todo su cuerpo se
endurece al sentirla atrapada bajo él. Tanto que ella puede sentir la dureza
de su miembro contra su vientre, dejándola casi sin aliento.
—A lo mejor encuentro otra forma de tenerte callada…
Una pícara sonrisa asoma en su rostro, poniéndola tan nerviosa que
siente un leve cosquilleo por todo el cuerpo. Puede ver el hambre en su
mirada. Un hambre que difícilmente se sacia de cualquier otra forma. Por
unos segundos, se pregunta cómo sería dejarse llevar por la pasión y
sentirlo dentro de ella. Pero su cuerpo decide tomar el control y se tapa con
la manta hasta los ojos.
—Vale. Ya me duermo, y en silencio—opta por decir ella, sonrojada y
con un calor abrasador recorriendo todo su cuerpo.
—Bien.
****
Al día siguiente, ya en el barco, Sheena camina por toda la cubierta
acariciando con sus dedos la madera y cuerdas de cada rincón, asombrada y
sin poder cerrar la boca. Estar subida sobre un barco fenicio es todo un
sueño para ella. De verlos solo como meros restos arqueológicos, ahora
viaja en uno de ellos, comprobando en persona su majestuosidad.
Un barco mercante panzudo y ancho, de unos treinta metros de manga
por siete de ancho y con dos timones laterales en la popa. Tal y como los
describen los textos y libros de historia. «Gaulós…», susurra mirando hacia
el alto del mástil, aún con la vela plegada. Ese es el nombre con el que los
griegos llamaban a ese tipo de embarcaciones: bañera.
—Estás igual de emocionada que un niño cuando le dan su primera
espada, sanadora—dice Samael, apareciendo junto a ella.
—No sabes lo que significa para mí estar en un barco como este, Sam.
Es magnífico, impresionante y superemocionante.
Pero pronto se le borra la sonrisa de la cara, ya que la primera parte de
la travesía se torna algo agitada y angustiosa. Con un viento a favor que los
mantiene a una velocidad constante de cinco nudos, el mecer de las olas
mantiene a Sheena en un estado de mareo constante.
—Y eso que apenas llevamos unas millas recorridas—bromea Samael al
verla cambiar de color como si fuese un camaleón.
—No te burles de mí, arcángel…¡Dios! Menos mal que es el mar
Mediterráneo y son aguas tranquilas. Si llego a ir en este barco cuando
visitamos Saint Kilda, muero. ¿Cómo demonios lo hicieron los vikingos?—
protesta Sheena.
Apiadándose de ella, y riéndose de forma sutil, Samael la envuelve
entre sus reconfortantes brazos, tratando de transmitirle calma. En algo la
ayuda, aunque no consigue relajarse y dejar de marearse hasta estar bien
lejos de la costa.
A mitad de camino, cerca de la isla de Creta, el capitán del barco no se
encuentra bien. Sheena y Sarahí lo ayudan a sentarse en cubierta, dejando
su puesto en manos de su segundo. Se retuerce de dolores, llevándose las
manos al estómago. Sheena recuerda técnicas que le había enseñado su
madre cuando era niña, y le palpa la zona buscando evidencias de
apendicitis, pero no hay señales de ningún tipo.
En ese momento, Samira coloca las manos sobre la tripa del capitán y
cierra los ojos. Comienza a darle un suave masaje, formando una especie de
triángulo y respirando con calma.
Al cabo de unos minutos, el capitán recobra el ánimo y empieza a
encontrarse mejor. Aun así, le recomiendan descansar hasta estar seguros de
su mejoría. Sheena se queda fascinada al ver el despliegue del poder de la
niña. «¿Se supone que yo puedo hacer eso?», se pregunta a sí misma.
Con el capitán perfectamente recuperado, prosiguen travesía hasta su
destino: Setines o, como se la conoce en la actualidad, Atenas.
PARTE II
Tras una semana desde su partida del puerto de Gubla, llegan por fin a
tierras griegas. Una ciudad que ya despunta entre las demás y con un gran
flujo de movimiento tanto de barcos pesqueros como de mercancías o de
guerra. Una ciudad que, tal y como Sheena sabe, llegará a alcanzar un
esplendor e importancia hasta su actualidad.
Aunque el olor, obviamente, no es el mismo que ella recuerda. Al no
existir aún el sistema de alcantarillado, de las calles emana un olor bastante
desagradable para la sensibilidad de sus fosas nasales. Pero, aun así,
observa todo a su alrededor con suma emoción.
Avanzan despacio ya que, cada pocos metros, Jareqh se ve obligado a
parar a los caballos por la afluencia de gente que hay por todas partes. Para
ser una pequeña ciudad en pleno crecimiento, está bastante concurrida.
Hay zonas donde se amontonan carretas grandes y pequeñas, y algunos
incluso que tiran de sus pequeñas carretillas, ya que no disponen de caballo
alguno. Para Sheena todo está siendo muy instructivo y enriquecedor, y eso
se refleja en su rostro.
—Hoy dormiremos en un lugar que se llama Stibes—explica Jareqh.
—Tebas—susurra Sheena. Stibes es el nombre por el que se conoce, en
ese tiempo, a la actual Tebas. Su viaje se vuelve cada vez más emocionante
y su sonrisa no desaparece en ningún momento. Algo que a Samael parece
divertirlo.
—¿La conoces? ¿Has estado allí?—pregunta Samira, entusiasmada.
—Se podría decir que sí, jovencita—responde Sheena sin querer dar
muchos más detalles, ya que nadie puede saber su verdadera identidad.
—¿Y cómo es, Sheena?
—Pues es una ciudad magnífica, hermosa y de gran importancia en
estas tierras. Muy próspera—explica.
—¿Qué es próspera?—Sheena se ríe al darse cuenta que su lenguaje es
algo complejo para ese tiempo. Mira a Samira y le revuelve el largo pelo
negro.
Llegan a Tebas casi al anochecer y van directos a la posada que les
recomendó el capitán del barco. El viaje los ha dejado bastante agotados a
todos. Por suerte, esta vez no hay necesidad de vigilar a los caballos. Aun
así, Samael decide demorarse en subir a la habitación para poder acomodar
bien a los animales. Un gesto que, a Sheena, la enternece.
No sabe si es parte del aprendizaje del Limbo o no, pero está
descubriendo un Samael amable, protector, cariñoso y compasivo. Había
oído a Miguel describir a un hermano fuerte, prácticamente invencible,
diestro en la lucha, e impulsivo. Para nada se esperaba ver esa faceta tan
tierna. «¿Puede un guerrero albergar tanta ternura?», se pregunta apoyada
contra el marco de la ventana, observando el negro manto de la noche que
los envuelve.
Esa noche no hay luna por ningún lado. Pero sí hace un frío horrible, tal
vez sea la noche más fría que ha tenido en toda esta locura de viaje. No
puede evitar pensar en Miguel y Lilith, y si estarán bien. De pronto, oye
pasos acercarse a la habitación. Su corazón da un vuelco al oír la voz de
Samael al otro lado de la puerta. Parece estar hablando con alguien más.
—¿Aún despierta?—pregunta, entrando en la habitación con una manta.
Sheena se gira y sonríe.
—No podía dormir, tenía algo de frío y…pensaba en cosas…
—Pensabas en ellos, en mi hermano. —Samael se acerca y la arropa
con la manta, algo que ella agradece.
—Sam, yo… solo me pregunto dónde estarán o si estarán bien. O sea,
sé que no les pasa nada grave porque están en mi tiempo, pero…
—Tranquila. Yo también estoy preocupado, si te soy sincero. No
entiendo el motivo de este viaje, pero, si lo estamos haciendo, es que algo
debemos aprender de él.
—¿Cómo es que siempre sabes qué decir, arcángel?—pregunta. Samael
la mira a los ojos, acaricia su mentón y le da un beso en la frente.
—Observación, sanadora. Simple observación. Si observas bien, puedes
saber qué decir o qué hacer…, o qué piensa o siente la otra persona. —Le
aparta el pelo hacia atrás y le acaricia las mejillas con ternura—. Es hora de
descansar. Nos espera un largo viaje los próximos días—susurra a una más
que nerviosa Sheena, que tan solo consigue asentir con la cabeza.
****
Las primeras luces del alba invaden la estancia, acompañadas de una cálida
brisa que acaricia el rostro de Sheena. Se tapa la cara con la manta,
resistiéndose a abrir los ojos y a volver a la realidad.
—Despierta, sanadora—susurra Samael. Aparta las mantas de su cara,
dejando que la luz ilumine su rostro. La mira y sonríe al verla hacer un
gesto de desaprobación.
—No, un poquito más—protesta ella, volviendo a hacerse un ovillo.
De pronto, Samael la coge en brazos y la saca de la cama, dejando caer
al suelo las mantas. Sheena patalea intentando resistirse, pero su fuerza es
mucho más inferior a la del arcángel. La deja en el suelo, de pie frente a él,
y la toma del mentón para obligarla a mirarlo a los ojos. Unos profundos
ojos azules que la tienen completamente hipnotizada.
—La familia ya se ha levantado y están abajo esperando por ti para
desayunar.
—No sé qué es lo que quieren que aprendamos de esta experiencia, pero
tengo claro que buscan matarnos de sueño. ¿Estás seguro de que son
amigos?—Las protestas de Sheena le causan tanta gracia a Samael que
estalla en risas.
—Te esperaré abajo, pero no tardes o volveré a buscarte…
Va a responderle a aquella amenaza velada, pero prefiere asentir y
dejarlo marchar. Con un porte elegante, digno de un gran príncipe, o rey,
Samael sale de la habitación. Sheena suspira cuando se queda sola y se viste
sin poder dejar de pensar en todos los sentimientos que se están despertando
en ese viaje. Piensa en todas sus relaciones hasta Miguel y se da cuenta de
que jamás ha sentido la conexión tan grande que tiene con Samael.
Desde que empezó con toda esa locura de sueños, o visiones, no dejó de
darle vueltas a todo lo acontecido en su vida. Siempre tuvo la extraña
sensación de no pertenecer a su mundo, pero sí de pertenecerle a alguien y,
quizás, por eso, ha tenido todas esas relaciones fallidas e inseguridades a la
hora de reconocer sus sentimientos. Lo más cerca que estuvo de sentirse
completa fue con Jared y con Miguel.
En ese momento, mientras anuda las cintas de su vestido, mira hacia la
puerta y suspira. «Una perfecta mezcla de ambos», dice al vacío de la
habitación. Y, de forma inconsciente, y para su sorpresa, Sheena aprende su
primera lección del Limbo: Samael representa el perfecto equilibrio entre
los dos hombres que más cerca han estado de su corazón y de su alma.
Tras un breve desayuno, y organizarse bien en la carreta, emprenden
rumbo a las inmediaciones de Lamia, donde tienen previsto encontrarse con
otro grupo como ellos. Esta vez, Samira y Sarahí viajan sentadas junto a
Jareqh.
Samael viaja junto a Sheena, quien va recostada sobre su pecho. El
camino es bastante abrupto pero de fácil tránsito para un carro. Toman
dirección hacia su siguiente destino, bordeando la costa del golfo de Eubea.
Deciden no parar para comer y hacerlo sobre la marcha mientras
continúan viaje. Samael y Sheena comen primero para así pasar al frente de
la carreta y dejar a la familia comer y descansar tranquila. El día está
despejado y el sol calienta casi en exceso, aunque es un calor soportable.
A la altura de las montañas Chlomo, la carreta sufre un pequeño
percance con una piedra, provocando que una de las ruedas se suelte. Con
gran agilidad, Jareqh y Samael logran colocar y ajustar de nuevo la rueda en
su sitio y pueden emprender camino de nuevo.
—Arriba de esa montaña hay una ciudad—afirma Samira, señalando al
frente. Sheena mira en su dirección. Cree saber dónde están, si su
orientación y memoria no le fallan.
—Es la ciudad de Atalandi—le responde sonriendo.
—¿Has estado allí, Sheena?—pregunta la niña.
—No, pero he oído hablar de ella. Dicen que tiene unas playas
preciosas, de aguas cristalinas y cálidas.
—¿Podemos ir a ver esas playas, mamá?
—No, hija. Lo siento. El viaje es largo y no podemos perder más
tiempo. En otro momento podremos venir a ver esas playas—responde
Sarahí a Samira, que se queda algo disgustada ante la negación de su madre.
Para contentar un poco a la pequeña, Sheena decide contarle historias
durante el viaje. Sin entrar en grandes detalles, para no interferir en los
sucesos del pasado, le habla de los griegos, de su forma de vida, sus dioses
y costumbres, etc.
Samira va completamente entretenida, mirándola boquiabierta y con
absoluta adoración mientras le cuenta historias sobre grandes guerreros.
Aunque parece más interesada en conocer más sobre la diosa Atenea.
No sabe en qué momento se debieron de quedar dormidas las tres, pero
Sheena se despierta al sentir que la carreta se detiene. Abre los ojos y ve la
oscuridad del negro manto de la noche estrellada sobre sus cabezas.
Samael, que es quien lleva las riendas, las anuda y se baja, seguido de
Jareqh. Ambos hombres las ayudan a bajar del carro y montan un pequeño
campamento improvisado para pasar la noche.
—¿Dónde estamos?—pregunta Sheena a Samael mientras amontonan
una serie de mantas a modo de cama en el interior de su pequeña tienda.
—Un mercader nos ha dicho que estábamos cerca de un sitio llamado
Termópilas.
—Y trescientos valientes aguerridos espartanos darán su vida en la que
será una de las batallas más recordadas a lo largo de la historia, dirigidos
por el gran Leónidas, que morirá junto a sus hombres—susurra ella,
estirando un par de mantas más sobre la improvisada cama.
—También conoces este lugar, ¿verdad?
—Sí. Y lo encuentro hasta romántico. Triste pero romántico. —Samael
la mira con admiración, sonríe y se gira para irse de la tienda—.¿A dónde
vas?—pregunta, intrigada.
—Alguien debe cuidar de los caballos y del carro, sanadora.
—¿Vas a volver a dormir ahí fuera?
—Será lo mejor, Sheena. —Esa respuesta contiene un cierto tono de
resignación que percibe a la perfección.
—Pero…
—Veo la lucha interna que tienes día tras día. Y no quiero que te veas
obligada a hacer algo que no quieres, Sheena. Yo ya te he expuesto mi
situación y mis sentimientos creo que son más que evidentes. Dormir juntos
es una tortura para mí. Agradable, pero tortura al final. Descansa, sanadora.
Te veré por la mañana. —Y sin más, sale de la tienda dejando un terrible
vacío en su interior.
Sheena se coloca una manta sobre el cuerpo porque siente un frío
tremendo, más que si estuviese durmiendo a la intemperie. De pronto, oye
voces en el exterior y no puede evitar levantarse para escuchar mejor la
conversación. Son Samael y Jareqh. Parecen estar hablando sobre los planes
del viaje y del itinerario que deben seguir.
—Deberías irte a dormir con tu mujer, Sam. Los caballos estarán bien—
le dice Jareqh, para asombro de ella.
—No es mi mujer. Es… Ella es la mujer de mi hermano. —Otra vez ese
tono de resignación que solo consigue entristecer a Sheena.
—Pues lo siento por tu hermano.
—¿Por qué dices eso, Jareqh?
—Amigo mío, esa mujer está completamente enamorada de ti. Al igual
que tú de ella—comenta con total seguridad. Sheena se sorprende ante tal
afirmación.
—No lo sé. A veces creo que solo soy el recuerdo de mi hermano…
—Hazme caso, amigo. Ella te ha elegido a ti. Tal vez no lo sepa, o tal
vez se esté debatiendo porque siente que le está siendo infiel a tu hermano,
algo que la honra, pero tú eres el elegido, Sam. —Jareqh le da una palmada
en el hombro y se va junto a su mujer e hija, dejando a un pensativo Samael
mirando fijamente las llamas que arden en la pequeña hoguera.
Sheena se sorprende de la convicción que Jareqh sobre ellos y sus
sentimientos. ¿Tan evidente es? ¿Tanto se le nota su lucha interna? Está
claro que siente algo muy fuerte por Samael, no solo es atracción física
pura. Es algo más profundo, más intenso, pero aún no tiene claro el qué.
Sacude la cabeza y se vuelve a la cama para tratar de dormir y
descansar. Al poco, Samira aparece por su tienda y se tumba junto a ella.
—¿Qué haces aquí, pequeña bribona?—le dice Sheena, abriendo su
manta para dejarla entrar y arroparla.
—No quería que durmieses sola.
—Gracias. —Sheena le da un tierno beso en la frente.
—Sheena, sé lo que eres. Lo que sois tú y Sam. —Ante aquella
afirmación de Samira, la mira intrigada sin comprender a qué se está
refiriendo. ¿Los habría descubierto?
—¿A qué te refieres con eso, Samira?
—A que sé que sois guardianes, como yo—sentencia la niña.
Las palabras de Samira dejan a Sheena boquiabierta, sin saber qué decir.
¿Guardianes?¿Ella y Samael? Eso no es posible, se lo habrían dicho.
Miguel lo sabría y se lo habría contado en algún momento… O tal vez no.
«Existe una raza ancestral de nihúvas que son también guardianas. Su
sangre te puede curar y librar del influjo del veneno de Na’amah», recuerda
Sheena las palabras que Bael había dicho en Neb’Heru. Se queda atónita
ante la posibilidad de pertenecer a esa rara estirpe que se supone extinta.
En ese momento, siente la inminente necesidad de hablar con Samael,
pero no quiere dejar sola a la niña. Decide, entonces, hablarlo con él al día
siguiente. Tal vez Samael pueda aclararle algo más sobre esa raza de
nihúvas. Tal vez pueda arrojar algo de luz sobre quién es ella en verdad y
conocer, por fin, sus orígenes.
10.
CAMINANDO ENTRE GUARDIANES
PARTE I
Extraños sueños invaden la mente de Sheena, que la transportan a un espeso
bosque bastante familiar. La luz apenas logra llegar al suelo, lo que dificulta
la visión del camino. Angustiada, avanza a gran velocidad en dirección a
unos sonidos que reconoce bien.
Gritos, voces, el estruendo que emiten las espadas al chocar entre ellas y
unos susurros que la envuelven a cada paso. «Acepta tu destino», le susurra
el viento que acaricia sus mejillas.
De pronto, a lo lejos, ve una figura emerger de entre las sombras,
caminando en su dirección. Asustada, mira a su alrededor intentando buscar
algún refugio, pero no encuentra nada. Esa sombra cada vez está más cerca
y el pánico se apodera de ella.
Sin apartar la vista de aquella negra figura, camina hacia atrás hasta
chocar contra algo. Cuando se gira para ver contra qué o quién ha chocado,
solo puede ver unos brillantes ojos azules que reconoce al instante. «Es tu
destino. Despierta, sanadora. Acéptalo», vuelve a susurrarle el viento.
—Despierta, sanadora.—La melodiosa voz de Samael la trae de vuelta
de su extraño sueño. Al sentir el tacto de su mano acariciando su rostro,
Sheena abre los ojos y se encuentra con la hipnotizante mirada del arcángel,
quien sonríe al verla despertar.
—Mmm, buenos días—dice mientras estira todo el cuerpo. De repente,
se incorpora de golpe y mira a su alrededor—.¿Samira?—pregunta,
sorprendida al no ver a la niña con ella. Lo último que recuerda es el rostro
de la pequeña antes de sumirse en esa extraña pesadilla.
—Siempre es la primera en levantarse. Ya sabes, la energía de los niños
es inagotable.
—Sí, esa niña es insaciable. Tiene unas ganas inmensas de aprender
cosas. Me recuerda a mí cuando era pequeña…—En ese momento, recuerda
lo que Samira le ha dicho la noche anterior—. Sam, ¿qué sabes sobre esa
raza de nihúvas que también son guardianas?
—Extraña pregunta—responde, sorprendido—. Bien. Poco te puedo
contar, ya que esa raza llevaba mucho tiempo extinta cuando nací…
»Sé que fue una raza muy poderosa. Se sabe tan poco de su origen como
del de los fundadores. Eran conocidas por el nombre de Ancianas del
Conocimiento. Todas ellas eran en su mayoría mujeres, dotadas de gran
sabiduría y poder de sanación.
»No eran guerreras y quizás ese fue el motivo de su destrucción. Pero
no puedo decirte nada más. Eso es todo lo que yo sé—le cuenta.
Sheena se queda pensativa durante unos segundos, digiriendo sus
palabras y sintiendo una tremenda familiaridad con esa historia.
—Sam, creo que tengo algo que contarte…—comenta.
—Soy todo oídos. Pero deberías ir vistiéndote mientras me lo cuentas y
yo voy recogiendo todo esto. —Samael la ayuda a levantarse, dejándole
espacio para vestirse mientras él va enrollando las grandes mantas.
—Samira me dijo anoche que sabe lo que nosotros somos. Dice que ella
puede ver la energía de las personas y de los seres mágicos, así los llama. Y
según ella, tú y yo somos guardianes. Nuestra energía, dice, es la energía de
los guardianes más viejos de la Creación—comenta mientras se abrocha el
cinturón de los pantalones. Deja descender el vestido por su cuerpo hasta
tenerlo bien asentado, y comienza a anudárselo.
—Bueno, yo soy hijo de una guardiana. La más poderosa hasta el
momento, es normal que tenga energía de guardián en mí. En cuanto a ti, no
sabemos gran cosa sobre tus orígenes, Sheena. Pero todo puede ser posible,
por qué no. —Samael ve que, como siempre, tiene problemas para atarse
bien el vestido y se acerca a ella—.Trae, déjame que te ayude—dice,
cogiendo las cintas y comenzando a anudarlas una a una.
—Creía que no querías estar cerca de mí…—bromea, provocando una
pequeña risa en él. Al notar los dedos de Samael rozarle la piel, siente un
ligero cosquilleo recorrerle todo el cuerpo.
—Yo no he dicho que no quiera estar cerca de ti. He dicho que dormir
contigo es una tortura para mí porque solo pienso en poder besarte de nuevo
y en hacerte el amor. Y no puedo hacerlo. No hasta que no estés lista. Debes
tomar tú la decisión. —Cierra el último nudo y le besa la base del cuello tan
sensualmente que casi hace que Sheena se desmaye—.Pero no tardes
mucho en decidirte, sanadora—susurra.
Y tras ese breve momento de intimidad, Samael sale de la tienda
cargando con las mantas y dejando a una Sheena embriagada de su aroma, y
hasta algo excitada por ese sensual beso. «¿Qué voy a hacer, Dios mío? Mi
propio cuerpo me traiciona. Hasta mi corazón parece haberse puesto en mi
contra», protesta en la soledad de su tienda.
Recoge el resto de las cosas y sale para dejar a los hombres desmontar
el campamento mientras ellas colocan el resto en el carro. Con todo cargado
y cada uno ocupando sus correspondientes asientos, emprenden rumbo a
Dodona.
Samira, como es ya costumbre en ella, le pide a Sheena que le cuente
cosas sobre el lugar al que van.
—Pues Dodona es más conocida por su oráculo.
—¿Qué es un oráculo?—pregunta Samira.
—Un oráculo es la respuesta dada por un dios a una pregunta realizada
por un mortal. Es un método de adivinación, de obtener respuestas a ciertos
aspectos de la vida que estén ocasionando algún tipo de incertidumbre en
ese momento. O la necesidad de saber qué te deparará el futuro. Y el de
Dodona es el más antiguo de todos—relata.
«Se dice que los sacerdotes de ese lugar apenas se lavan los pies y
duermen en el suelo. Y que interpretan los ruidos que hace el viento en una
gran encina que gobierna el centro de su templo. Algo bastante celta, a mi
parecer, porque la adoración de los árboles es más propia de esa cultura…
Sheena se da cuenta de algo importante. No ha caído en ello hasta
ahora, pero, al hablarle a Samira sobre el lugar al que van, la asaltan todos
los recuerdos de golpe. Está realizando el camino que los antiguos celtas
habían hecho hacia tierras del norte. La migración de los pueblos
indoeuropeos, esos viajes que eran el centro de todo su estudio. El proyecto
que le había costado su relación con Liam.
De pronto, su semblante se vuelve triste. Le pide a Samira un descanso
y se va al fondo de la carreta. Se sienta mirando al vacío del camino que se
va alejando lentamente de ellos, tratando de contener las lágrimas que
amenazan con salir.
El recuerdo de aquellas imágenes, de aquellos gemidos, le golpean con
fuerza el corazón. Y no es porque aún esté enamorada de él, pero la traición
es algo que no consigue superar. Si al menos hubiese hablado con ella para
decirle que tenía dudas, que se sentía solo… No. Liam optó por la
infidelidad.
—¿Va todo bien?—pregunta Samael, sentándose junto a ella—.Samira
dice que te has puesto triste…
—Sí. Bueno, no del todo. Son solo recuerdos, malos recuerdos.
—Ven, cuéntamelos. A lo mejor, si los dejas salir, se alejan de ti para
siempre. —Le pasa un brazo por detrás y la acerca a él, dejando que ella
apoye la cabeza sobre su pecho.
—Recuerdas que te conté que estuve a punto de casarme, ¿verdad?
—Ajam.
—Bien, pues no te conté toda la verdad sobre mi ruptura. Sabes que lo
descubrí con otra mujer, pero no sabes el motivo de la infidelidad—
comienza a contarle.
«Mi trabajo, por desgracia, me mantiene mucho tiempo fuera de casa.
Tanto física como mentalmente. Absorbe muchas horas de mi vida y el
proyecto en el que he trabajado los últimos casi diez años tuvo mucho que
ver en la ruptura. Creo que descuidé mi relación, lo descuidé a él y…,
bueno, eso dio lugar a que buscase calor en otro cuerpo—le cuenta con
tristeza. Sheena siente que las lágrimas le afloran y se limpia con la manga
del vestido.
—Escúchame bien. No debes culparte porque alguien no haya sabido
valorarte. Eres una mujer espléndida, maravillosa, y, si él no ha sabido
verlo, es que no es merecedor de tenerte. Ningún hombre que te ame de
verdad osaría perderte, Sheena. —Samael la obliga a mirarlo a los ojos y ve
las lágrimas asomar otra vez. Se las limpia y le da un tierno beso en la
frente—. No te castigues más así, sanadora. Tu corazón es puro y sincero.
Simplemente, no era tu destino.
Agradecida por aquellas sinceras palabras, se abraza a él y se recuesta
más cómoda sobre su pecho, sintiendo el latir calmado de su corazón.
Samael la abraza y le acaricia el pelo, enredando los dedos entre sus
cobrizas ondulaciones.
—Tiene suerte de que no estuviese allí. No hubiese dudado en hacérselo
pagar…—comenta Samael.
—Eso es exactamente lo que hizo Jared. Le dio tal puñetazo que le
rompió la nariz y el labio—responde, divertida.
—Cada vez me cae mejor ese muchacho.
—Estoy convencida de que os llevaríais muy bien. —Y entre los fuertes
brazos de Samael, la calidez de su cuerpo y el vaivén del carro transitando
por aquel camino de tierra, Sheena se queda dormida.
A la altura de Lamia, tal y como tenían previsto, se unen a más familias
como ellos que van camino a Scissy. Ahora se puede decir que viajan en
una gran y protectora caravana de unas seis carretas, incluida la de ellos.
La previsión de parada es a la llegada del monte Timfristos, la actual
Karpenisi. Está claro que todo aquel paisaje nada tiene que ver con los
recuerdos que Sheena tiene de sus viajes con su tía Hellen. Aunque por
aquella zona es la primera vez que pasa.
Con el campamento levantado, y tras una alegre y dinámica velada
nocturna con el resto del grupo, Sheena se despide y se refugia en la calidez
de su tienda. Convencida de que dormirá sola una noche más, comienza a
quitarse la ropa lentamente.
Se siente algo cansada, aunque es un cansancio más emocional que
físico. Aún se oyen las risas de algunos integrantes de la caravana viajera de
supuestos guardianes y nihúvas. Algo que la reconforta en cierto modo. Al
menos, no se sentirá tan sola.
—Una mujer tan bella como tú no debería dormir sola…—Sheena se
gira, sorprendida, al oír esa voz. Se trata de Kaleb, uno de los hijos de la
familia Karbas. Un joven alto, de tez morena y cuerpo atlético.
—Y no dormirá sola, amigo. Pero gracias por preocuparte por ella—
dice Samael, apareciendo tras él.
Entra en la tienda con porte erguido, pasando junto al muchacho sin
apenas dirigirle la mirada. En ese momento, Samael parece aún más alto y
más poderoso de lo que ya se aprecia a simple vista.
Se coloca junto a ella y la abraza con fuerza, mirando fijamente al
joven, a quien no le ha gustado mucho la intromisión del arcángel en sus
planes. Aceptando la derrota, y siendo consciente de su inferioridad física,
se despide y se va.
—¿Me explicas lo que acaba de pasar?—pregunta ella.
—Lleva observándote y vigilando tus movimientos desde que nos
juntamos. Estaban bien claras cuáles eran sus intenciones en cuanto vino
tras de ti.
—Y tú has venido en mi ayuda…
—Siempre. Te dije que te protegería por encima de todo, Sanadora. —
Samael sonríe de forma pícara.
—¿Y qué hay de tu tortura por dormir conmigo?
—Sería peor tortura dejar que te ocurriese algo malo, ¿no crees?
—Entonces, vas a tener que dormir conmigo todas las noches, o Kaleb
volverá a intentar colarse en mi tienda—comenta, victoriosa.
—Será un placer dormir contigo todas y cada una de las noches,
sanadora. En cuanto al muchacho, no lo culpo por desearte.
—Ya…Será mejor que nos acostemos—afirma. Samael la mira,
divertido por el comentario—. Para dormir, mente sucia—le reprocha,
haciendo que Samael se ría.
A la mañana siguiente, Sheena siente unas suaves caricias en las
mejillas que la despiertan y devuelven al mundo de los vivos. Samael está
junto a ella, con su hipnotizante sonrisa y mirándola con sus profundos ojos
azules. Ella coge su mano y la acaricia con ternura, sonriéndole algo
adormecida.
—Buenos días, sanadora. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Qué es?
—Si te lo digo, ya no será sorpresa—bromea—. Vístete. Te esperaré
fuera.
Sheena se levanta como una exhalación y se viste apresuradamente,
emocionada y sin dejar de sonreír. ¿Qué será lo que le quiere mostrar
Samael?¿Acaso la va a llevar a un lugar apartado de todos, algún lugar
romántico solo para ellos dos? «¡Sheena, quítate esos pensamientos de
cabeza! Cerebro malo, no me traiciones así», se regaña para sí. Se acomoda
bien la ropa, se peina con los dedos su ondulado cabello y sale de la tienda.
—¿Confías en mí, sanadora?—pregunta Samael, tendiéndole la mano y
sonriendo.
—Siempre.
Cogidos de la mano, caminan en dirección a las faldas de la montaña,
dejando atrás el campamento. Avanzan entre la frondosa vegetación durante
casi una hora, con el sol ascendiendo y comenzando a calentar aquellas
tierras.
Sofocada, Sheena se detiene para recuperar las fuerzas y tomar oxígeno.
No entiende por qué tienen que ir caminando entre los árboles y helechos,
teniendo un sendero con menos dificultad que ese, pero Samael no le quiere
contar nada.
Llegan por fin a un claro a mitad del sendero que lleva hasta la cumbre
de la montaña. Sheena se fija en que hay una especie de asentamiento, un
campamento improvisado. Se queda boquiabierta al ver a los integrantes de
aquel lugar.
Muchos ángeles caminando de un lado para otro, unos aterrizando y
otros levantando el vuelo. Siente que le da un vuelco el corazón al pensar si
Miguel y Lilith estarán ahí. Comienza a sentirse muy nerviosa y
emocionada, tanto que aprieta la mano de Samael sin darse cuenta. Este la
mira y asiente con la cabeza.
Ayudándose de la protección que les aporta la vegetación y las sombras
que proyectan los árboles, se van moviendo hacia el centro del
campamento.
Justo al final, en la pared de la montaña, hay una gran cavidad con una
fantasmal forma que, más bien, parece la boca de la montaña, gritando.
Consiguen llegar hasta ella y entrar pegados a la pared sin ser vistos.
En las profundidades de la gigantesca cueva, una gran hoguera calienta
el interior y le da luz. Sheena y Samael permanecen en una zona
completamente oscura, donde es imposible ser descubiertos.
De pronto, ven entrar a un grupo de ángeles cargando con una camilla.
Tras ellos van Lilith y Azrael. El corazón de Sheena casi se para al ver que
el enfermo que transportan es Miguel. Movida por un impulso instintivo, da
un paso al frente para acercarse a él, pero Samael la retiene a tiempo.
Con lágrimas en los ojos, comprende que no debe dejarse ver, pero la
angustia que está sintiendo le dificulta hasta respirar. Samael la abraza y le
da un beso en la frente, transmitiéndole calma.
—Miguel, estás malherido y no te estás curando—comenta Azrael,
agachándose junto a su hermano, prestando atención a las heridas de su
costado.
Gabriel había enviado a la Tríada tras ellos, sus cazadores más
sanguinarios y peligrosos. No los vieron aparecer y, cuando se quiso dar
cuenta, Senoy había saltado sobre Lilith y casi la atravesó con su espada.
Miguel se interpuso entre ellos, parando el ataque con su cuerpo y evitando,
así, la muerte segura de ella.
Suerte que no estaban solos y Azrael y sus ángeles iban con ellos para
ayudarlos. Si no, hubiesen muerto allí mismo.
—Estoy muy débil. Llevamos demasiado tiempo viajando,
ocultándonos de todo y de todos, y no consigo regenerarme bien. Ha sido
un cúmulo de muchas cosas, Azrael. Yo…—comienza a explicarle.
—No tenemos ninguna nihúva que te pueda ayudar, Miguel. Algo
debemos hacer, no pienso perderte a ti también. Si hubiese sido más rápida,
si hubiese sujetado con más fuerza la espada…—Lilith está junto a él,
cogiendo con fuerza su mano y temblando como una niña, casi con lágrimas
en los ojos. Miguel la mira y sonríe.
—Voy a recuperarme, Lilith. No te preocupes. —Una repentina tos
sacude el cuerpo de Miguel, provocando que la sangre brote con más fuerza
de la herida. Azrael mira a su hermano con semblante serio y preocupado.
Luego mira a Lilith, negando con la cabeza.
—Salid todos—ordena Lilith en ese momento. Cuando se quedan solos,
lo mira fijamente y comienza a quitarse la ropa.
—No vas a hacer lo que…—empieza a protestar Miguel. Intenta
incorporarse, pero el dolor de la herida lo vuelve a tumbar, llevándose la
mano al costado, que deja de sangrar.
—No hay otra opción, Miguel. Y no pienso discutir contigo.
—¡No, maldita sea, Lilith! Que Azrael mande buscar a alguno de sus
ángeles, a una nihúva. Tú no.
—¿Tan horrible me consideras que no quieres tocarme, Miguel?—
pregunta ella mientras le quita la ropa a él.
—No digas tonterías. Claro que no. Eres preciosa, pero Samael no me lo
perdonará nunca. Ni yo tampoco. Lilith…—Miguel la sujeta por las
muñecas, tratando de impedirle hacer lo que se propone.
—Azrael podría tardar mucho tiempo en encontrar a una nihúva lo
suficientemente poderosa para poder curarte. Y es un tiempo que no estoy
dispuesta a arriesgar, Miguel.
Lilith se coloca a horcajadas sobre él, balanceándose despacio para
estimularlo. Acaricia su torso ensangrentado y lo obliga a acariciar sus
pechos. Sus respiraciones comienzan a acelerarse al compás del balanceo de
sus cuerpos.
Miguel la atrae hacia él, besándola con pasión y penetrándola en ese
momento. Lilith gime al sentirlo dentro y acelera su ritmo. En ese
momento, la herida de Miguel empieza a cerrarse y, poco a poco, va
desapareciendo.
De repente, coge con fuerza a Lilith y la tumba contra la camilla,
colocándose sobre ella. Se miran excitados, jadeantes, y se besan con
pasión. Hacen el amor durante un breve instante, pero suficiente para que él
se regenere. Cuando Miguel llega al clímax, extiende sus alas y grita. Ella
lo acompaña y también grita cuando llega al suyo. Agotados, se tumban uno
junto al otro y se duermen abrazados.
PARTE II
Sheena sale de la gruta, consternada, seguida por Samael, que la vigila con
preocupación. Si llega a saber que pasaría eso, no la hubiese traído con él.
Regresan por el mismo camino por el que han subido, en silencio. Hasta
que ella se apoya contra un árbol, llevándose una mano al estómago y
comenzando a llorar.
Se tapa el rostro con las manos y se deja vencer por la angustia. «Me
mentiste, Miguel. Me dijiste que había sido solo una vez. ¿Por qué?», se
repite una y otra vez. Samael la abraza con fuerza, sujetándola para que no
se deje caer al suelo.
—Sheena, no llores. No es más que…—comienza a decir.
—Me mintió, Sam. Me dijo que solo había sido una vez y no es verdad.
—La rabia comienza a aflorar en su interior mientras las lágrimas
encharcan sus ojos.
—Escúchame bien, Sheena. Es solo un acto de regeneración, nada más.
Y es parte del pasado, no de vuestro presente—le dice, tomando su rostro
entre las manos.
—Ya sé que es un acto de regeneración, pero es que él no me habló de
este. Me juró que solo había sido una vez y no fue en este momento. No me
habló de esto, Sam. ¿Lo entiendes? ¿Por qué me lo ocultó?¿Por qué me
oculta las cosas?
Sheena llora desesperada, más por sentir que Miguel no ha confiado en
ella lo suficiente como para contárselo todo que por verlo entre los brazos
de otra. Siempre ha tenido el presentimiento, o la sensación, de que entre
ellos dos hay algo más que simple cariño fraternal. Y sus sospechas se
acaban de confirmar.
—Sheena, escúchame bien. Estoy seguro de que mi hermano te ama con
todo su corazón.
—¿Y por qué me miente, Sam?
—Pues porque, a veces, Miguel es demasiado racional. Piensa mucho
las cosas, las sopesa y elige las opciones más razonables que considera en
cada momento. Debes entender que no lo hace por dañar, sino por proteger
—le susurra, atrayéndola hacia él. Acaricia su cabeza con suavidad y le da
un beso en la frente. Sheena lo mira a los ojos.
—Tú no me mientes, no me ocultas cosas. Eres sincero siempre y no
piensas por mí. Me dejas elegir. —Samael sonríe ante aquella afirmación y
la toma del mentón, acariciando sus labios con ternura.
—Bueno, yo no puedo mentir, sanadora. Es un rasgo distintivo de mi
personalidad.
Se miran fijamente a los ojos durante eternos segundos. De forma
impulsiva, Sheena se acerca a él y lo besa, aferrándose con fuerza a su
cuello. Samael la abraza y gruñe al sentir sus carnosos labios devorarlo con
tanta urgencia.
Acaricia su cuerpo, urgiéndola a abrir la boca y dejando entrar su lengua
hasta encontrarse con la suya. Ella gime al sentir sus manos recorrer todo su
cuerpo y se aprieta más contra él, notando la dureza de su miembro contra
su vientre. Sus respiraciones son cada vez más agitadas y el ardiente deseo
comienza a apoderarse de ambos.
—No, para—dice Samael, separando sus labios de los suyos—. Aunque
lo deseo con toda mi alma, estás muy sensible ahora mismo, Sheena. No
quiero tenerte así, no de este modo.
Sheena lo mira, aún jadeante por la excitación de ese apasionado beso, y
asiente con la cabeza. Lentamente, separan sus cuerpos sin dejar de mirarse.
—¿Significa eso que ya no dormirás más conmigo?
—¿Y dejar que el joven Kaleb se meta en tu cama? Ni en broma. Me
tendrás vigilando tus sueños y protegiéndolos cada noche.
—Acabas de hacerme una promesa, arcángel. Y no dejaré que la
rompas. —Samael acaricia sus labios, mirándola a los ojos.
—Yo siempre cumplo mis promesas, sanadora—susurra con tanta
sensualidad que a punto está de perder el equilibrio—. Ahora, cuéntame
más sobre ese otro encuentro entre Lilith y mi hermano.
Mientras descienden de vuelta a su campamento, Sheena le relata todo
lo que Miguel le había contado cuando Lilith pasó por esa etapa de
oscuridad y fue en su busca por todos los confines del universo. Le cuenta
también sus sospechas cuando él se la presentó.
No entendía el porqué de su desprecio hacia ella, llegando a pensar
incluso que había algo entre ellos dos. Pero Miguel le había jurado mil
veces que no estaba enamorado de ella, que no sentía nada por Lilith. Algo
que, ahora mismo, Sheena pone en duda.
****
Retoman el largo, y a veces irritante, viaje rumbo a Dodona. Un viaje que
se eterniza cada vez más, ya que se ven obligados a parar cada poco debido
al estado de algunos carros. Y para dejar descansar a los caballos, que
llevan todo el peso del viaje tirando de aquellas pesadas carretas.
En uno de los tramos, a la altura del golfo de Ambrakia, el carro de los
Karbas sufre un severo accidente y una de sus ruedas se hace añicos al
desprenderse de su sujeción.
Al no tener forma alguna de arreglarla, se ven obligados a dejar
abandonado el carro en el camino. Se reubican para poder transportar sus
pertenencias y a la familia. Los padres se suben en el carro que va al frente
de la caravana. Dos de los hijos mayores, en el segundo.
La niña pequeña, que es de la misma edad que Samira, pide permiso
para poder viajar en su carro, ya que las niñas se han hecho buenas amigas.
Pero cuando Kaleb intenta subir con su hermana pequeña, la severa mirada
que Samael le lanza lo hace retroceder e irse junto a sus dos hermanos
mayores.
Casi una semana más tarde, llegan por fin a su destino: Dodona. Un
lugar sagrado donde empieza a florecer la vida, aunque apenas se ven
construcciones de ningún tipo. Mucho peregrinaje, eso sí. Y el lugar donde
más afluencia y vida se concentra es alrededor de un enorme roble. «El
oráculo de Dodona», piensa Sheena, mirando asombrada aquel gigantesco
árbol.
En ese momento, el viento sopla sobre sus cabezas, meciendo
suavemente la copa del viejo árbol. Cree oír una especie de voz o susurro
que sale de las ramas. Se acerca un poco más para poder verlo bien y se
sorprende al darse cuenta de que se trata de un Árbol del Conocimiento.
Uno como su amigo Ildryss.
—¡Sheena!¡Ven con nosotras hasta aquella colina!—dice Samira,
cogiéndola de la mano y tirando de ella.
Con su gran energía y vitalidad, la pequeña nihúva y su amiga se llevan
a Sheena del campamento. La vegetación, de un verde intenso, no es muy
alta, pero sí espesa y mullida. Tanto que parece que estén caminando sobre
colchones. Hay abundantes matorrales tan altos como una persona,
suficiente para ocultarse.
Caminan ladera arriba hasta llegar a un grupo de frondosos árboles que
forman un pequeño bosque. El suelo en ese sitio está lleno de pequeñas
flores amarillas y azules que Sheena reconoce enseguida. Se agacha para
acariciar algunas de ellas, sonriendo casi por primera vez desde que salieron
de Karpenisi.
—¿Sabes qué flores son?—pregunta Samira, agachándose junto a ella.
Su fiel amiga y casi su sombra, Diona, hace lo mismo.
—Por supuesto. Mira. Estas de aquí, las doradas, se llaman Ranunculus
acriso botón de oro. Y estas otras azules son las más bonitas de todas y mis
favoritas. Se llaman Myosotis sylvatica, comúnmente conocidas como
nomeolvides —les explica a las niñas.
—Es muy bonita la azul—dice Diona.
—Es la flor del amante eterno, o del amor desesperado.
—Tal vez deba tener algunas de esas plantas en mi tienda. Igual
consigo, así, obtener tus atenciones. —Kaleb aparece tras ellas,
sorprendiéndolas a todas. Sheena se coloca delante de las niñas,
protegiéndolas con su cuerpo y sin dejar de mirar a su joven acosador.
—¿Qué haces aquí, Kaleb?—pregunta Sheena.
—Mamá y papá te tienen dicho que no espíes a la gente—le recrimina
Diona.
—Niñas, ¿por qué no vais a jugar con los demás mientras Kaleb y yo
hablamos? Samira, dile a Sam que te cuente la historia de esta flor. —
Sheena le entrega a la niña una flor azul y les indica que se alejen de allí.
Ya solos, Kaleb acorta la distancia entre ambos casi en dos zancadas.
Parece volar más que caminar. Sheena retrocede sin dejar de mirarlo hasta
chocar contra uno de los árboles. Justo entonces, Kaleb coloca las manos a
ambos lados de Sheena, impidiéndole así cualquier intento de huida. La
mira con deseo, con lujuria, sin dejar de relamerse y sonriendo victorioso.
Por fin la tiene sola para él.
—Sabes. Es interesante lo que se aprende escuchando a la gente que te
rodea. Resulta que sé que entre tú y Sam no hay nada. No mantenéis
relaciones, no os besáis ni os acariciáis como una pareja. Y si a eso le
sumamos que alguien me ha dicho que tú le perteneces a otro…—le susurra
cada vez más cerca, pegando casi por completo su cuerpo al suyo.
—Yo no le pertenezco a nadie. Y será mejor que me dejes marchar,
Kaleb—responde, desafiante.
—¿O qué, Sheena? Estamos solos, nadie nos ve y podemos desatar la
pasión de nuestros cuerpos todo lo que deseemos. —Kaleb le lame el lóbulo
de la oreja, algo que le provoca arcadas a ella.
De pronto, y sin previo aviso, la toma entre los brazos y la besa
posesivamente. Introduce la húmeda lengua en su boca mientras acaricia
con absoluta lascivia su cuerpo. Toma uno de sus pechos con la mano y lo
aprieta, gimiendo de completa excitación. Sheena puede notar su dureza
contra su cuerpo. Tomando fuerzas casi del propio árbol, lo empuja con
rabia y lo abofetea.
—Eres peleona… Bien, me gusta lo difícil.
Kaleb la vuelve a empujar contra el árbol, pero Sheena consigue
asestarle un puñetazo en la nariz antes de que se abalance de nuevo contra
ella. El joven grita de dolor y comienza a sangrar. Del deseo, su mirada pasa
a la ira.
—¡Ah! ¡Puta zorra!—protesta, llevándose las manos a la cara. Sin más
palabras, la coge con fuerza del brazo y la zarandea. Se dispone a darle un
bofetón cuando sale volando por los aires con cara de auténtica sorpresa.
—Si te vuelvo a ver cerca de ella, o mirarla siquiera, será lo último que
hagas. —Imponente, emanando un gran poder, Samael se coloca entre
Sheena y Kaleb. El joven se levanta del suelo, furioso y dispuesto a entrar,
esta vez sí, en combate—.Piénsatelo bien, joven Kaleb. No suelo dar
segundas oportunidades. —Samael aprieta con fuerza los puños, tensando el
cuerpo y mostrando todo su esplendor a un atónito muchacho.
La tensión entre ambos hombres es más que evidente. Se miran
fijamente durante unos largos segundos, tanteándose el uno al otro. Más
bien es Kaleb el que intenta encontrar la forma de atacar a Samael,
buscando algún punto débil. Pero no hay ninguno.
Lo que el muchacho no sabe es que tiene ante él al ser más poderoso de
toda la Creación, a un arcángel curtido en la batalla y con pocas derrotas a
sus espaldas. Como si alguien le susurrase aquella información, Kaleb se
marcha de allí con su dignidad más que humillada. En ese momento,
Sheena se deja caer al suelo.
—¿Estás bien?—pregunta Samael, agachándose junto a ella.
—No sabría decirte, la verdad—responde ella, intentando llenar sus
pulmones de aire—. Veo que has entendido el mensaje…
—¿En qué estabais pensando para alejaros tanto, Sheena?—Samael le
aparta el pelo de la cara, inspeccionando su rostro en busca de algún golpe o
herida.
—Las niñas me trajeron hasta aquí y yo me distraje con las flores. Les
estaba explicando la historia de una de ellas cuando Kaleb apareció por
sorpresa.
—¿Esta flor?—pregunta, abriendo su mano.
—Nomeolvides, sí.
—¿La conoces?
—Es mi flor favorita. Tengo algunas plantadas en el jardín de mi casa—
responde.
—Sanadora, eres toda una sorpresa. Agradable y más que deseable
sorpresa—comenta él sonriendo y acariciando sus mejillas.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Contigo nunca nada es malo, Sheena. Venga, vamos. Están
preparando una especie de fiesta ceremonial. Habrá una gran hoguera y esas
cosas que soléis hacer los humanos por vuestros dioses. —Samael se
incorpora, extendiendo su mano para ayudarla. Sheena la toma y se levanta,
sacudiendo su vestido lleno de pequeñas hierbas.
—Sam, gracias por no excederte con Kaleb—comenta en ese momento.
—Bueno. Hubo un tiempo en el que no lo hubiese dudado, la verdad.
Mi antiguo yo no hubiese tenido tanta indulgencia con él. Espero que sepa
apreciarla. Además, tú ya habías hecho un buen trabajo. Golpeas bien,
sanadora.
Descienden la pequeña colina hasta regresar al centro del campamento,
donde se ve una enorme hoguera con grandes troncos colocados alrededor
de la gigantesca pira de leños, emanando calor y una luz casi cegadora;
todos cenan, ríen y hablan en una noche calurosa. Una brillante luna llena
irrumpe el negro manto, confiriéndole al lugar un aspecto mágico.
Acabada la cena, algunos miembros de la caravana sacan sus tambores
y comienzan a tocarlos. Mujeres y niños saltan y bailan alrededor de la
hoguera al ritmo que los músicos marcan.
Jareqh rellena el vaso de Sheena y Samael con un vino traído por uno de
los grupos provenientes de Anatolia. Un vino dulce que entra demasiado
bien, dejando un ligero regusto a miel.
Samira y Diona cogen a Sheena de las manos y se la llevan a su tienda.
Allí, se encuentra a Sarahí sentada al borde de su cama con un precioso
vestido blanco extendido sobre ella. Se lo ofrece, sonriente, mientras
Sheena lo mira, asombrada.
Con su ayuda, se quita la ropa poco a poco, vistiéndose después con ese
vestido de fina seda egipcia, sujeto a un hombro por un brillante broche que
Sarahí le coloca, dejando el otro hombro desnudo por completo. La belleza
de la prenda se completa con un cordón dorado anudado bajo su busto y
resaltando así su pecho. Fresco y ligero, cae por su cuerpo marcando el
resto de sus curvas de forma ligera.
—¡Es precioso, Sarahí!¡Muchísimas gracias!—dice Sheena, agradecida
por el regalo.
—Cuidas muy bien de mi pequeña y ambos sois una grata compañía
para nosotros. Este viaje no sería lo mismo sin vosotros dos, Sheena. Ahora,
sal ahí y deslúmbralo. Realmente, pareces una auténtica diosa griega bajada
del Olimpo—comenta Sarahí. Ambas se abrazan, sonriendo.
Sheena sale de la tienda y avanza con lentitud entre la gente. Pasa junto
a Kaleb, que se queda mirándola, boquiabierto y casi sin respiración.
Camina en dirección a Samael, nerviosa y sin saber cómo reaccionará al
verla así. Pero cuando llega a su altura, todas sus dudas desaparecen. Sin
dejar de tragar saliva, la mira, embobado, recorriendo todo su cuerpo con la
mirada. Jareqh, muy sigilosamente, se levanta y se aleja de allí, dejándolos
solos.
—¿Esa cara quiere decir que te gusta el vestido?—pregunta Sheena,
divertida. Samael se incorpora, nervioso, tropezándose consigo mismo.
—Estás preciosa, sanadora. Si existiesen los dioses, serían algo así
como la visión que estoy teniendo en estos momentos. ¿De dónde lo has
sacado?
—Me lo ha regalado Sarahí. Es una familia encantadora, Sam, y están
muy agradecidos por haber aceptado venir con ellos—responde Sheena sin
perder la sonrisa. Coge la copa de vino de Samael y le da un trago a ese
dulce vino. En ese momento, los tambores vuelven a sonar con fuerza y la
gente vuelve a saltar al centro a bailar y cantar—.¿Bailas conmigo,
arcángel?—pregunta con una pícara sonrisa en su rostro.
—Será todo un placer—responde. Le da un trago al resto de su copa de
vino y se lleva a Sheena de la mano.
Al mágico ritmo de los tambores, bailan, saltan y ríen sin parar. Samael
la coge de la mano y la hace girar y dar vueltas mientras ella no deja de reír.
El calor de la hoguera y la música a su alrededor los induce a una especie
de estado de embriaguez.
Sheena pega su espalda contra Samael, que la abraza y acaricia su
hombro desnudo con tal sensualidad que siente que le tiemblan las piernas.
La sujeta con fuerza de la cintura, pegándola más a su cuerpo y dándole
suaves besos en el cuello.
Sheena acaricia sus dorados cabellos, con la respiración agitada y
sintiendo el corazón latiendo con fuerza. Él baja la mano por todo su cuerpo
hasta llegar a sus caderas, girándola de golpe y colocándola frente a él.
Completamente excitados, se miran con deseo, con una enorme
necesidad de tocarse y de sentirse. Sin más demora, Samael se apodera de
sus labios, besándola con absoluta pasión y tomándola entre sus brazos para
llevársela a la intimidad de la tienda.
Con gran habilidad se desnudan el uno al otro. Samael la levanta del
suelo y la coloca sobre su cintura, dejándola descender lentamente. Cuando
Sheena lo siente dentro de ella, gime de placer mientras sigue besándolo
con pasión. Camina con ella aferrada a su cuerpo hasta caer sobre la cama,
sin poder dejar de besarse ni acariciarse.
Esa noche, al ritmo de los tambores y como poseídos por un extraño
hechizo, hacen el amor hasta quedar exhaustos.
11.
EL CORAZÓN DEL ARCÁNGEL
PARTE I
A la mañana siguiente, y con los rayos del sol invadiendo de forma furtiva
la estancia, Sheena se despierta poco a poco. Abre los ojos, desorientada y
mirando a su alrededor tratando de recordar dónde está. Nada le resulta
familiar, salvo ver toda su ropa a los pies de la cama. Pero todo lo demás
allí dentro le es completamente desconocido.
«¿Dónde narices estoy?¿Y cómo demonios he llegado aquí?¡Dios! Ese
vino es mortal. Apenas recuerdo nada, salvo…», piensa. De repente, levanta
las mantas y ve que está desnuda. Sorprendida, se gira para ver a su
acompañante y ve a Samael igual de desnudo y durmiendo junto a ella.
—Mierda, Sheena. Otra vez no—se regaña así misma.
De forma brusca, se incorpora hasta quedar sentada, despertando a
Samael con sus movimientos, quien abre los ojos, despacio.
—Sheena, ¿qué haces desnuda en mi cama?—pregunta, aún soñoliento.
—Yo podría preguntarte a ti lo mismo. —Levanta las mantas para
mostrarle que él también está desnudo. Sorprendido, se incorpora y la mira.
—¿Nos hemos…?
—Eso parece. ¿Tú tampoco recuerdas nada?
—No. Lo último que recuerdo es verte con ese vestido, bailar contigo al
ritmo de los tambores y el sabor del vino, que…—En ese momento, sale de
la cama, se acerca a una pequeña mesa que hay en la tienda, algo diferente
de la suya, y toma la copa que hay sobre ella. Se la acerca a la nariz para
oler su interior y le da un pequeño trago, saboreando ese dulce néctar—.
Hum…
—¿Qué?¿Nos han drogado o algo así?
—Ambrosía—responde sin más.
—¿La bebida de los dioses?
—Los dioses no existen, sanadora. Ya deberías saberlo. —Sheena lo
mira de forma inquisitiva, exigiéndole una respuesta más clara—. La
ambrosía es de Neb’Heru, y es la que utilizan para sus bacanales. Sus
fiestas…
—Sé lo que es una bacanal—se apresura a responder—. Pero siempre
pensé que se trataba de un mito. Aunque también vosotros eráis mitología,
y mira.
De repente, en el exterior, se empiezan a oír gritos de lucha y espadas
chocar. Algo que sorprende a ambos, pues no sabía que se celebrasen
juegos de lucha en Dodona. Samael piensa que están siendo atacados y se
viste a gran velocidad, instando a Sheena a hacer lo mismo. Como él es más
rápido, coge una espada que hay sobre una silla y sale de la tienda. Ella,
mientras, termina de anudarse bien las correas de las botas.
Aún le queda ponerse la parte de arriba, pero Samael entra corriendo en
la tienda, cogiéndola por la cintura y llevándosela al fondo para ocultarse
ambos tras el cobijo de las sombras de un biombo. Sheena, sorprendida y
aún desnuda de cintura para arriba, lo mira, intrigada. Él le hace un gesto
para que se mantenga en silencio y la ayuda a terminar de colocarse bien el
vestido.
—¿Aún no hay noticias de Caín?—pregunta Samael a Bael una vez que se
sienten a salvo en su tienda.
—Nada, no sé nada. Ya hace demasiado tiempo, Samael. Empiezo a
preocuparme por el muchacho. Tal vez deba ir en su busca y ayudarlo en
caso de estar en problemas—responde Bael, cerrando las gruesas telas de la
entrada, echando un vistazo para asegurarse de no estar siendo espiados.
—Te dije que era una misión muy peligrosa para alguien tan joven e
inexperto como él. Además, esa raza ya había desaparecido antes de que yo
naciera. Ya hace muchos milenios de eso. La guardiana más poderosa,
actualmente, es mi madre y ella no es nihúva.
—Debíamos intentarlo, amigo. No puedo seguir viendo cómo mi hija te
manipula de esa forma. No está bien.
—¿Has hablado con ella ya?—pregunta Samael. Comienza a
desprenderse de sus armas, colocándolas una a una sobre su silla. Se
extraña al notar la falta de una de las espadas con las que suele entrenar a
los novatos.
—No quiere saber nada de mí. Sigue culpándome de la muerte de su
madre y no quiere escuchar la verdad de lo sucedido. Niberius le ha lavado
bien el cerebro. Por orden de su padre, claro. Veían que me acercaba
demasiado a ella y, teniendo en cuenta nuestra amistad, han debido pensar
que intentaría convencerla para que te dejase libre y sin veneno—explica
Bael.
Na’amah entra en ese momento en la tienda. Se queda mirando de
forma inquisitiva a Bael con actitud altiva.
—Fuera—le ordena. Este, obediente ante su hija y futura reina de
Neb’Heru, asiente con la cabeza y sale, silencioso.
—¿No te cansas de mendigar mis atenciones, Na’amah? ¿Mi primo ha
vuelto a echarte de su lado o tienes nuevas torturas que mostrarme?—dice
Samael con desprecio, dándole la espalda mientras se desabrocha el
cinturón.
—Veo en tu interior, arcángel. Sé lo que tu corazón anhela, conozco tus
secretos más profundos y no vas a poder resistirte eternamente a mí.
Acabarás doblegándote y suplicándome que me convierta en ella. —
Mientras habla, Na’amah se va transformando en la princesa nimeria, la que
aún sigue agitando el corazón de Samael.
Él, siendo consciente de que su captora ha mudado su piel, opta por no
girarse. No quiere tener que volver a encararse con ella y que sus
sentimientos lo traicionen. Cada vez le cuesta más resistirse a la imagen de
Nimhué, aun sabiendo que está muerta y que es solo producto de la maldad
del súcubo.
—Vete de aquí, Na’amah. No me obligues a hacer algo que no quiero, te
lo suplico—le pide con tono frío. En su fuero interno está roto en pedazos y
desea que toda esa tortura se acabe cuanto antes.
Sorpresivamente para él, ella acepta la tregua por esta vez y desaparece
de la tienda. Samael suspira y aprieta los puños contra la mesa, tratando de
controlar las lágrimas que intentan aflorar en sus ojos. Una leve brisa entra
en el interior de su tienda, removiendo algunos de los papeles que tiene ante
él.
—Ya te he dicho que no vas a conse…—dice, girándose de golpe para
enfrentarse con Na’amah. Pero a quien ve ante él lo deja atónito—. Lilith.
Sin pensárselo dos veces, corre hacia él y se aferra con fuerza a su
cuerpo. Abrazada a su cuello y con lágrimas arroyando por sus mejillas,
Lilith lo besa con pasión. Con mucha delicadeza, Samael la sujeta de los
brazos y la aleja de él, mirando al suelo, entristecido.
—¿Qué estás haciendo aquí? Podrían haberte visto…
—¿Que qué estoy haciendo aquí? ¿Cómo puedes preguntarme eso,
Samael? Estoy aquí por ti. Vengo a sacarte de aquí, mi amor. Venimos a
salvarte, tu hermano y yo—responde, sorprendida ante la frialdad de su
reacción.
—¿Miguel está aquí?¿Y te ha dejado venir sola, exponiéndote a que te
descubran?
—No, exactamente. Me lo ha prohibido, pero…no podía no venir a ti,
Samael. Te he echado tanto de menos, mi amor… —Lilith intenta volver a
acercarse, pero él retrocede y extiende la mano para frenarla.
—Lo siento, Lilith. No voy a ir contigo. Este es mi sitio ahora y tú
debes irte de aquí. Debéis olvidarme, los dos—afirma. Ella lo mira,
aturdida.
—¿Cómo…cómo puedes pedirme eso? Ya sé que te tienen controlado.
Que estás bajo un embrujo, o hechizo, pero podemos curarte. Yo te curaré,
Samael. No pued…
—¿Es que no lo entiendes? Ya no tengo salvación alguna, Lilith.
Na’amah ha conseguido controlarme viendo en lo más profundo de mi ser.
Transformándose en quien más deseo en mi alma y en mi corazón—explica,
frustrado.
—Ya sé que esa zorra súcubo se va paseando por ahí haciéndose pasar
por mí, pero…—Lilith intenta tocarlo, acercarse a él, pero Samael la
rechaza otra vez.
—No me controla transformándose en ti, Lilith. Se convierte en ella, en
Nimhué—confiesa, derrotado y con lágrimas en los ojos. Ella se queda en
shock al oírle aquella confesión.
—Pe-pero ella está muerta, Samael. Yo estoy aquí…y…te he dado un
hijo, maldita sea—le reprocha. Con los ojos comenzando a inundarse en
lágrimas, siente como la rabia se va apoderando de ella.
—Lo sé, y me parte el corazón decirte todo esto, pero no es justo que
vivas a la sombra de un fantasma. ¿Es que no lo entiendes, Lilith?
»Cada vez que Na’amah viene a mí convertida en ella, mi corazón se
agita, mi alma brilla intensamente y cada vez me cuesta más discernir entre
lo que es real y lo que no. Porque, en verdad, deseo que ella sea real. Que
vuelva a mí. Aún sigo enamorado de ella y siempre anhelaré volver a verla.
—¿Es-estás rompiendo conmigo, acaso?¿Es eso lo que intentas
decirme, Samael?
—Lilith, yo…no quiero hacerte daño, pero no puedo negar lo que mi
alma y mi corazón sienten. Llevamos mucho tiempo separados. Todo ha
cambiado. Yo he cambiado. No puedes estar con alguien que está roto, no
es justo para ti—intenta explicarle.
—¡Lo que no es justo es que te rindas, Samael!¡Que no seas capaz de
luchar contra lo que te están haciendo!¡Lucha por nosotros!¡Por mí, por tu
hijo!¡He renunciado a tener una familia por salvarte!¡Tu hermano casi
muere por ti!
—¡No puedo luchar porque no quiero, Lilith!—La confesión de Samael
la deja aturdida, completamente en shock—.Mi vida, yo…—dice,
acercándose a ella al darse cuenta del daño que le acaba de provocar. Pero
ahora es ella la que pone distancia entre ambos.
—No. No me llames así. Si tanto amas a una muerta, y tanto deseas
quedarte con su recuerdo, bien. Que así sea.
—Lilith…—Samael intenta retenerla, pero ella desaparece de la misma
forma en que ha aparecido.
—Sheena, espérame aquí—le dice Samael.
—¿Qué?¿A dónde demonios vas?
—Quiero asegurarme de que no le pase nada y que abandona el
campamento ilesa. —No del todo segura, pero comprendiendo sus motivos,
Sheena asiente con la cabeza. Él se gira para levantar la tela de la tienda y
salir sigilosamente, pero ella lo sujeta de la muñeca.
—No cometas ninguna estupidez, Sam. Y no tardes en volver…—Su
sincera preocupación le produce tal regocijo que se acerca a ella y le da un
tierno beso en los labios. La mira y sonríe mientras le acaricia las mejillas.
—Tranquila. Siempre volveré a ti, sanadora. —Samael se escabulle de
la tienda mientras ella se queda mirando al arcángel del pasado.
Observa cómo se acerca a la cama y se sienta en el borde, llevándose las
manos a la cara y rompiendo a llorar. El sufrimiento que él está padeciendo
le produce tal dolor en el pecho a Sheena que tiene que taparse la boca con
una mano para no romper a llorar con él y ser descubierta.
Samael se incorpora con los ojos anegados en lágrimas, toma su espada
y sale de la tienda. Movida por un impulso y una fuerte intuición, Sheena va
tras él.
Cuando sale de la tienda, se da cuenta de que no están en Dodona, sino
en otro lugar remoto que no reconoce. El campamento está montado cerca
de un espeso bosque de árboles extraordinariamente altos.
Las copas son tan frondosas que la luz del sol tiene problemas para
penetrar en su interior. Pero no da la sensación de ser un lugar tenebroso, ni
lúgubre. Es allí hacia donde se dirige Samael, con paso firme y portando su
brillante espada. «La espada de un rey», piensa Sheena, observando desde
una distancia prudencial.
Se adentra en la espesura, buscando cobijo entre las sombras, pero sin
perderlo de vista. Un horrible presentimiento oprime su pecho. «¿Qué vas a
hacer, Samael?¿A dónde te diriges?», se pregunta a sí misma.
Caminan durante un largo tramo hasta llegar a un pequeño claro
iluminado por los rayos del sol de forma casi mágica y sobrenatural. Sheena
se queda observando en la periferia del claro.
Samael se arrodilla, apoyando la espada contra el suelo y llevándose
una mano a la cara. Llora otra vez, llora y grita de rabia, de impotencia y
frustración. Mira al cielo y grita más fuerte, casi como el rugido de un león
herido. Vuelve a agachar la cabeza, cerrando los puños contra el espeso
verde del suelo, y suspira. Parece estar debatiéndose o tratando de tomar
algún tipo de decisión.
Entonces, se incorpora con semblante derrotado y una enorme tristeza
en los ojos. «Perdóname…», le dice al cielo. Cierra los ojos y levanta su
espada, dispuesto a atravesarse el pecho con ella.
—¡Nooo!¡Para!—grita Sheena inconscientemente. Samael, con la
espada a escasos centímetros de su corazón, mira en dirección a la
oscuridad del bosque, buscando el origen de esa voz.
—¿Quién anda ahí? Sal y muéstrate.
—Mierda…—Sheena protesta en voz baja, pero ya no puede dar
marcha atrás. Toma aire y sale a la luz, dejándose ver y mostrándose ante un
Samael que la mira con semblante serio.
—Te dije que te mataría si te volvías a transformar en ella—pronuncia
con rabia y avanzando hacia a ella a grandes pasos, empuñando con fuerza
su espada.
—No soy Na’amah—se apresura a decir Sheena, levantando las manos.
Él se detiene frente a ella, observándola con atención—. Ni tampoco soy
ella…, no soy Nimhué—afirma.
—¿Quién eres?
—Yo…, lo siento, te he visto tan decidido a…No deberías hacerlo,
Samael.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Porque, en el futuro, yo seré quien te cure. —Samael se queda fijo en
ella, estudiando su rostro y valorando si le está diciendo la verdad, o no.
Llevada por un impulso, Sheena se acerca a él y posa la mano sobre su
pecho—.Tú me curas a mí, y yo te curo a ti.
Tras esas palabras, el pecho de Samael comienza a brillar, mostrando
pequeñas venas de un azul intenso que brotan del lugar donde ella tiene su
mano. Con los ojos cerrados, se lleva la mano al pecho, sujetando con
fuerza la de Sheena.
Deja caer su espada al suelo, abriendo los ojos y mirándola fijamente.
De forma impulsiva, la coge por la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo, y
la besa. Un beso apasionado pero posesivo. «Sabe a él», piensa ella,
dejándose llevar por la pasión de aquel beso. Es él, aunque de forma
diferente.
Sheena nota rabia, dolor. Un gran dolor que le rompe el alma en mil
pedazos. De pronto, se oyen gritos en la lejanía del bosque provenientes del
campamento. Samael se separa de ella y mira en aquella dirección.
—Debo irme. Pero, seas quién seas, gracias. Y si como dices nos
volveremos a ver en un futuro, estaré esperando ansioso a que llegue ese
momento.
Sin más demora, desaparece entre la espesura y oscuridad del bosque
sin volver la vista atrás. Sheena se queda estática y con los labios aún
hinchados por aquel apasionado beso. Se lleva la mano a la boca y la
acaricia con ternura.
PARTE II
«Estás sufriendo tanto, Samael, que se me parte el alma ¿Por qué te hacen
esto, mi amor?», susurra al vacío a su alrededor. «Mi amor…», piensa en
ese momento. Ya no lo puede negar más. Se ha enamorado perdidamente de
aquel arcángel. Del presente, del pasado y hasta del futuro si eso es posible.
Y comprende, entonces, que ya ha aceptado su destino.
—Perdóname, Miguel—suplica, tapándose la cara con las manos y
rompiendo a llorar.
—Estás aquí. ¡Por todos los reinos, Sheena! Te he buscado por todas
partes…—Samael aparece junto a ella.
Sheena lo mira, con lágrimas en los ojos, y su corazón se agita. Su
arcángel de dorados cabellos y profundos ojos azules está ahí, junto a ella.
De pronto, salta sobre él y se aferra a su cuello con desesperación. Como si
temiese que se lo arrebatasen. Él, sorprendido, la abraza.
—¿Sheena, qué pasa?¿Qué sucede?—pregunta con ella entre sus
brazos.
—Estabas sufriendo tanto, Sam. Ibas a…ibas a atravesarte el corazón
con tu espada y yo…yo no pude evitar no interponerme. Yo…salí de las
sombras—responde entre sollozos.
»Tuve que hacerlo. Sentí que mi corazón se rompía al verte sufrir de esa
manera. Cuando te oí gritar, mi alma comenzó resquebrajarse en millones
de pedazos. Sentí un gran dolor en el pecho que casi me deja sin
respiración, Samael. Yo…yo no…
—Shhh, estoy aquí, Sheena. Ya estoy aquí, todo está bien—le susurra
con ternura, tratando de calmarla.
—No. Nada está bien, Sam. Y-yo…—Se separa de él, toma aire y
fuerzas, y lo mira a los ojos—.Me he enamorado de ti, Samael. —
Sonriendo, él la toma del mentón y lo acaricia suavemente.
—¿Y eso es malo?—pregunta, divertido.
—¿Cómo que…?—No logra acabar su protesta, ya que sus labios son
sellados por un apasionado y ardiente beso.
Samael la toma entre sus brazos y la acerca a su cuerpo, profundizando
más en ese beso y urgiéndola a abrir la boca para poder enredar sus lenguas.
Ella se aferra a su cuello, accediendo a su demanda y dejando que su lengua
baile con la suya. Él gruñe contra su boca mientras ella profundiza en el
beso.
Samael desciende las manos por todo su cuerpo hasta llegar a sus
caderas. Tomándola de las nalgas con firmeza, la levanta hasta colocarla
sobre su cintura, sin separar sus labios. Ella se aferra con fuerza, sintiéndose
muy excitada y con el corazón desbocado por completo. Su dureza es más
que evidente, ya que Sheena puede sentirla al rozarse contra él.
—Hazme el amor, arcángel. Quiero sentirte dentro de mí—susurra
jadeante. Samael gruñe y la devuelve al suelo para poder quitarse la ropa—.
Ayúdame con estas dichosas cinchas—protesta ella, intentando soltarse las
ataduras del vestido.
Él sonríe, chasquea los dedos y, como por arte de magia, sus ropas caen
al suelo, quedando ambos desnudos. Sheena se queda atónita, viendo con
sorpresa sus prendas bajo sus pies. Levanta la mirada y lo ve observarla con
una pícara sonrisa asomando en su rostro.
—O puedes hacer eso y ahorrarnos tiempo. ¿Algún poder más que deba
conocer?
—Estás a punto de descubrirlo.
La coge por la cintura y la vuelve a besar apasionadamente, con la
respiración agitada y el corazón latiendo a toda velocidad. Acaricia con
suavidad su piel desnuda, desde su cuello hasta su trasero, pasando por sus
redondeados pechos. Sheena gime al sentir su tacto y se aferra a él.
—No sabes cuántas veces deseé tenerte así, Sheena. Poder acariciarte,
poder besarte y hacerte el amor hasta que los mundos dejen de existir—le
susurra, besando su cuello, tomando uno de sus pechos en la mano y
acariciando el erguido pezón con el pulgar.
—Pues no te demores más—responde con urgencia. Samael la coge en
brazos y la deposita con suma delicadeza en la parte más acolchada de
aquel claro sin dejar de besarla.
De nuevo, hace despliegue de su magia, aunque, esta vez, no hay
enredaderas que los cubran. No. Esta vez Sheena ve como se crea una
especie de cúpula transparente a su alrededor que los mantiene fuera de la
vista de cualquiera que se adentre en el bosque. Ni serán vistos, ni serán
oídos.
—Oh, al contrario, sanadora. Pienso demorarme todo el tiempo que
haga falta y saborear cada rincón de tu cuerpo hasta quedar empachado.
Esta vez quiero recordarlo absolutamente todo.
Con pequeños y sensuales besos, recorre todo su cuerpo sin dejar de
acariciarla. Toma sus pechos entre las manos y besa sus rosados pezones.
Sheena gime, excitada, arqueando su espalda y reclamando más caricias.
Samael desliza la mano entre sus piernas y comienza a juguetear con su
botón del placer.
—¡Oh, dios, sigue, no pares!—le urge, abriendo las piernas al sentir sus
caricias.
Él gruñe contra sus pechos, mordisqueándolos con sensualidad.
Intensifica sus caricias, frotando su húmedo clítoris con el pulgar mientras
introduce uno de los dedos en su interior. Con suavidad y lentitud, va
metiendo más profundamente el dedo hasta llegar al punto anhelado.
Entonces, empieza a mover los dedos al mismo ritmo, estimulando esa
sensible zona. Sheena se retuerce de placer y arquea la espalda, lista para
llegar a un más que deseado orgasmo. Demasiada tensión acumulada entre
ellos durante todo ese tiempo y que amenaza con dejarla exhausta. De
pronto, siente como el clímax empieza a recorrerle todo el cuerpo.
Se aferra a las pequeñas hierbas a su alrededor, arrancando un puñado
con cada mano cuando sucumbe al éxtasis de sus caricias y su cuerpo
convulsiona debido al orgasmo. Con una sonrisa victoriosa, Samael se
coloca sobre ella, instándola a abrir más las piernas. Fija en ella su profunda
mirada de un azul intenso.
—¿Preparada, sanadora?
—Llevo preparada mucho tiempo, arcángel—responde, excitada,
levantando las caderas e invitándolo a entrar.
Samael la besa mientras se desliza con suavidad dentro de ella.
Lentamente, profundiza en su invasión mientras ella le acaricia el trasero y
lo empuja con las manos para acompañarlo. Se quedan así durante unos
segundos, dejando que su interior se acostumbre a su intrusión.
Poco a poco, Samael aumenta el ritmo. Entrando y saliendo de ella,
viéndola gemir de placer bajo su cuerpo. Con cada embestida se sienten
cada vez más cerca de alcanzar el éxtasis de su pasión, llegando ella,
incluso, a arañarle la espalda al notar cómo la aborda otro orgasmo.
Se acompañan el uno al otro en el ritmo, besándose, saboreándose y
deseándose. Aceleran cada vez más, gimiendo de absoluto placer los dos.
Samael la embiste una vez más y se derrama dentro de ella, sucumbiendo
ambos al deseado clímax. Para no aplastarla, se deja caer a un lado y la
abraza, extendiendo las alas para arropar sus cuerpos desnudos.
Relajados, disfrutan de la calma que el bosque les brinda. Samael la
apega más a su cuerpo, dejándola así notar el calor que emana de él. Con la
punta de los dedos, Sheena acaricia con suavidad sus blancas plumas,
provocando que se agiten y emitan pequeños destellos azules.
—Cuidado, sanadora. Acariciar así unas alas es un gesto muy íntimo.
—¿Siempre te pasa esto?
—No solo a mí. A todos nosotros. Y solo cuando, quien las acaricia, es
nuestra alma gemela—responde.
—Por vuestra alma gemela, ¿te refieres a vuestro amor verdadero?—Al
hacer la pregunta le vienen a la memoria las veces que acarició las alas de
Miguel sin obtener el mismo resultado.
—No todo tiene que ver con el amor o con el deseo carnal. —La coge
por la cintura y la acerca más a su cuerpo, dándole un sensual beso sobre su
hombro desnudo—. Verás. Un alma gemela es aquella que completa la tuya
de mil formas. Alguien en quien te ves reflejado, a quien admiras y
respetas…
»Por supuesto que, en la mayoría de las situaciones, va de la mano de
los sentimientos y el deseo carnal. Pero se puede dar el caso de,
simplemente, sentirte completo con la amistad de otra persona. También
puedes no ser el alma gemela de alguien que sí lo es para ti. Por eso puedes
llegar a tener varias almas gemelas—le explica entre besos y caricias.
Sheena se tumba boca arriba para poder mirarlo a los ojos. Unos azules
ojos que se tornan oscuros como el más profundo de los océanos y la miran
con deseo y adoración. Samael comienza a acariciarle el ombligo y la tripa
con la punta de los dedos mientras prosigue con sus sensuales besos.
—Sam…
—¿Mmm?
—No estás conmigo solo porque me parezco a ella, ¿verdad?—La
pregunta tan directa hace que Samael cese sus besos y caricias para pasar a
mirarla a los ojos.
—Mentiría si te dijera que no—responde él. Sheena se queda callada,
seria—. Quiero decir que, cuando te conocí, lo primero que me atrajo de ti
fue tu gran parecido con ella, pero, poco a poco, te he ido conociendo y me
he ido enamorando de ti. De tu personalidad, de tu forma de ser. Eres muy
inteligente, Sheena; cariñosa, protectora y de alma guerrera. No me creo
que vaya a decir esto, pero…
—Dilo, por favor.
—Eres mejor que ella. Sheena, tú has conseguido cerrar esa herida
abierta. Tú ocupas ahora mi corazón y mi alma. —La mira con ternura,
acariciando sus mejillas. Al sentir el tacto de su mano sobre la piel, cierra
los ojos y suspira para volver a abrirlos y mirar fijamente el rostro del
hombre que acaba de entregarle su alma.
—¿Qué pasará cuando volvamos a nuestro tiempo, Sam? Cuando
abandonemos el Limbo…
—Los problemas de uno en uno, sanadora—sentencia Samael.
La coge por la cintura y, con un rápido y ágil movimiento, la coloca
sobre él. Se besan apasionadamente y vuelven a hacer el amor, amparados
por la espesura del bosque y la protección de la cúpula.
Unas horas más tarde, Samael termina de ayudarla a colocarse el vestido,
dándole un sensual beso en el cuello. La abraza con fuerza, atrayéndola más
hacia su cuerpo. Ella acaricia sus fuertes brazos, sonriendo como una
colegiala que acaba de conocer el amor.
Samael gira hasta tenerla frente a él y la besa, recorriendo con los dedos
su espalda. Sheena se aferra a su cuello, profundizando más en ese beso
mientras él gruñe entre sus brazos al sentir su lengua juguetear con la suya.
La levanta del suelo y la coloca sobre su cintura, sujetándola bien fuerte por
sus nalgas. Ella rodea su cuerpo con sus piernas, sin dejar de besarlo. Un
beso que se torna ardiente, urgente, posesivo. No pueden separar sus labios,
ni dejar de acariciarse el uno al otro.
—¿No crees que deberíamos dejar algo para más tarde?—pregunta
Sheena, separando sus labios con la respiración agitada.
—¿Por qué? Más tarde podremos tener más—responde.
Su mirada felina, con esa pícara sonrisa hipnotizadora, provocan una
excitación enorme en Sheena. Con suavidad, Samael toma uno de sus
pechos y lo acaricia, estrujándolo ligeramente y provocando que ella gima.
Arquea la espalda, moviéndose en su cintura y levantando los pechos hacia
su rostro. Samael los toma entre los labios y juguetea con sus pezones.
—Sam…, acabamos de vestirnos—dice jadeante.
—Ya sabes que no es problema para mí. Quitarte la ropa siempre es un
gran placer, sanadora. —Y con un chasquido de dedos, ambos vuelven a
estar desnudos.
—No vamos a salir nunca de aquí, ¿verdad?—pregunta Sheena,
mirándolo fijamente.
—No, hasta estar saciados. —La besa de nuevo y vuelven a hacer el
amor con absoluta pasión.
****
La luna brilla en el oscuro cielo del desconocido lugar en el que se
encuentran. Caminan en dirección norte, de eso está segura, pero sigue sin
saber dónde están. Si siguen en Grecia o no. Y si no es así, ¿cómo narices
han acabado allí? No hubo viento, no hubo caminos rojos, ni puertas
dimensionales. ¿En qué momento avanzaron al siguiente nivel de
conocimiento sin darse cuenta? ¿Y qué deben aprender de este?
El suelo es algo irregular, pero al haber tantos árboles puede apoyarse y
ayudarse de ellos para no caerse. Samael camina con suma desenvoltura, sin
tropezar con nada. Hasta apenas se escuchan sus pisadas. En cambio, a ella,
como le ha dicho él en una ocasión, se la oye a kilómetros. Sheena pierde la
noción del tiempo que llevan caminando, buscando alguna aldea o señal de
vida.
Poco a poco, y con algo de dificultad, ascienden una ladera cubierta de
helechos y grandes árboles. Antes de que el manto de la noche los envuelva,
Sheena puede fijarse bien en el tipo de árboles que pueblan ese espeso
bosque. Hayas, robles y pinos silvestres. Pero ella es arqueóloga, no
botánica. Así que de poco o nada le sirve esa información.
Cuando llegan a lo alto de la colina, ven como al otro lado hay una
pequeña villa construida sobre una gran llanura que se abre entre la
espesura del bosque, dando la sensación de ser una aldea encantada, llena
de magia. Sheena observa con atención todo a su alrededor y se fija que,
junto a ellos, hay una especie de círculo de piedras erigidas en esa colina
con extraños símbolos tallados.
En el centro del círculo, un gran árbol extiende sus frondosas ramas casi
hasta formar una perfecta cúpula sobre las piedras. Con absoluta sorpresa,
Sheena reconoce ese árbol. Es más joven, pero es él: Ildryss.
—¡Oh, madre mía! No puede ser…, creo que ya sé dónde estamos—
dice ella en ese momento.
—Sí, yo también lo sé. —Samael la coge por la cintura, atrayéndola
hacia él y dándole un beso en los labios. Toma su rostro entre las manos,
fijando sus ojos en ella y acariciando sus mejillas. Sonriendo, dirige su
mirada hacia la villa y suspira—.Bienvenida a Scissy, sanadora. Cuna de los
guardianes y el hogar de mi madre.
12.
SECRETOS Y CONFESIONES QUE
GUARDA EL LIMBO
PARTE I
Una cálida brisa salida de la nada agita las copas de los árboles hasta llegar
a envolverlos a ambos, revolviendo sus cabellos ligeramente. Sheena mira
en dirección a la pequeña villa, hogar de guardianes, y ve cómo las luces de
las velas iluminan las calles y el interior de las casas.
—Vamos. Debemos buscar un sitio donde pasar la noche o te helarás de
frío—dice Samael, cogiéndola de la mano y emprendiendo camino colina
abajo.
—Espera. —Sheena se para de golpe, instándolo a mirarla—.Si este es
el hogar de los guardianes, seremos muy vulnerables. Todos saben quién
eres y eso podría causar cambios en la línea temporal del pasado—afirma.
—¿Y qué sugieres que hagamos?¿Dormir aquí, bajo aquel árbol?
—No. Me acercaré yo y buscaré algún tipo de ropa que nos pueda
ayudar a pasar desapercibidos—responde. Samael se cruza de brazos,
mirándola con semblante serio.
—No me gusta la idea de dejarte vagar sola por un lugar que no
conoces, Sheena. Iré contigo—asegura. Ella le sonríe y posa la mano sobre
su rostro, acariciando su mejilla.
—Sam, a mí nadie me conoce aquí. Es imposible que me relacionen
contigo, o con nadie más. Estaré bien, te lo prometo. Volveré lo antes
posible junto a ti.
—Eso espero, porque iré a buscarte y…—comienza a replicarle.
—¿Y qué?¿Vas a castigarme, arcángel?—pregunta, esbozando una
traviesa sonrisa. Él la coge por la cintura y la atrae hacia su cuerpo, dándole
un posesivo beso.
—No me provoques, sanadora—le susurra al oído. Una amenaza
pronunciada con tanta sensualidad que casi hace que pierda el sentido.
Cierra los ojos y suspira profundamente, dejándose envolver por el
aroma embriagador que emana de su cuerpo. Huele a poder, a pasión y a
deseo. Un deseo que martillea con fuerza todo su ser, impidiéndole
separarse de él. Pero, muy a su pesar, se recompone y emprende camino
hacia la villa.
Desciende la ladera hasta llegar a la parte trasera de lo que parece ser
una pequeña casa rectangular hecha de ladrillo y recubierta con barro en
algunas zonas. «Una típica edificación celta. Impresionante», piensa
Sheena, acariciando la rugosa pared.
Se fija en un pequeño tendedero con algunas prendas colgadas y se
acerca, sigilosa, para verlas más de cerca. Toca la ropa para asegurarse de
no estar húmeda y escoge dos prendas negras para él. Coge también dos
gruesas capas de color oscuro, con una amplia capucha que les servirá para
ocultar sus rostros.
Con la capa bien colocada, y el resto de prendas envueltas con la otra
capa a modo de saco, emprende camino de nuevo hacia la colina. Pero,
cuando dobla la esquina de la edificación, una voz familiar hace que se le
pare el corazón.
Por el camino van hablando Miguel y una extraña mujer. Sheena,
nerviosa, busca rápidamente dónde ocultarse para no ser vista. Corre hacia
un extremo de la casa y se agacha junto a una pila de leños colocados contra
la pared. Se pone la capucha, quedándose inmóvil y deseando no ser
descubierta.
—¿Cómo está Lilith?—pregunta la mujer que camina junto a un cabizbajo
Miguel.
—Pues te puedes imaginar, Sheeloá. Está destrozada, pero…
—¿Pero?
—Hay una extraña oscuridad que percibo dentro de ella, y me preocupa
—responde con resignación.
—¿Has hablado con tu madre de esto, Miguel? Tal vez ella pueda hacer
algo para aliviar su dolor y matar esa oscuridad—le sugiere su amiga.
Miguel mira al cielo y suspira.
—Madre le va a crear unas alas a petición de Lilith. Pero dice que no
puede hacer nada por calmar su oscuridad. Ella…ella cree que tal vez yo
pueda hacer algo al respecto, pero…no sé qué podría hacer yo, Sheeloá
¿Cómo podría ayudarla a no sucumbir al dolor que le atenaza el corazón?—
pregunta con desesperación. El semblante de Miguel es triste, afligido, por
ver sufrir a su compañera de penurias.
—Ay, Miguel…, siempre te acabas enamorando de las mujeres de tu
hermano. Eso no es bueno, querido amigo. Es una tremenda tortura para ti
—contesta Sheeloá.
—No entiendo a qué viene eso, amiga.
—Sé lo de mi hermana, Miguel. Te recuerdo que ella y yo nos lo
contábamos todo. Sé que eras el hombro sobre el que lloraba cuando veía a
Samael con otras mujeres. Y también sé que, aquella noche, Nimhué no
rechazó a un solo hermano por él, sino a dos. —Aquella afirmación lo deja
asombrado y boquiabierto por completo—.Tranquilo. Nadie más lo sabe y
no seré yo quien lo cuente. Tu secreto está a salvo conmigo, amigo mío. —
Miguel vuelve a mirar al suelo, cerrando los ojos y suspirando.
—Nunca me atreví a contárselo a mi hermano porque sentía vergüenza.
Sentía que le estaba fallando a su confianza, que estaba siendo desleal con
él.
—Entonces, ¿estás enamorado de Lilith?—pregunta sin rodeos Sheeloá.
—No lo sé. No sé lo que siento, la verdad. La quiero muchísimo, eso sí.
Me duele verla tan triste, ha pasado por un auténtico calvario y no se lo
merece. Su único delito es haberse enamorado de mi hermano y haberle
dado un hijo—confiesa.
»En verdad que había amor entre ellos dos, Sheeloá. No el mismo que
veía cuando estaba con tu hermana, pero amaba a Lilith a su manera. Tal
vez lo que yo siento es afecto por todos estos años de cautiverio y todo lo
que hemos vivido juntos…, no lo sé…—Miguel parece estar en una
encrucijada de sentimientos y no es capaz a salir de ella. Sheeloá lo coge
del brazo y le da un beso en la mejilla.
—Esas cosas se saben al instante. ¿Qué sientes por tu hermano?
—Que lo quiero con toda mi alma y que me siento incompleto sin él—
responde rápidamente. La joven sonríe.
—Ahí lo tienes. Tal vez no sea una mujer la que complete tu alma. Tal
vez tu alma gemela sea tu hermano y por eso te enamoras de las mujeres
que ocupan su corazón. Porque son una parte de él.
—Te has golpeado la cabeza, amiga. Deberías ir a que te miren bien…
—protesta Miguel.
—Puede ser, pero sabes que tengo algo de razón.
—Anda. Volvamos, no vaya a ser que a Lilith le vuelva a dar otro
ataque y acabe destrozando la aldea…
Pasado ya el peligro, y asegurándose de estar sola, Sheena sale de su
escondite. Con los ojos vidriosos, entristecida por la confesión que ha
escuchado en boca de Miguel, mira en la dirección en la que ambos se
acaban de marchar.
«Tantos secretos que me has ocultado, Miguel…», piensa, mirando al
vacío del camino. A punto de llorar, suspira y se gira para emprender rumbo
hacia lo alto de la colina.
Con el corazón roto, camina despacio teniendo que pararse casi a cada
paso para apoyarse en los árboles y llorar. ¿Por qué Miguel no le había
contado nada de todo aquello?¿Por qué no le confesó la verdad cuando le
había preguntado?
No soporta las mentiras, ni la deslealtad, y eso es lo que está sintiendo
ahora mismo. Él debería de haberlo sabido, pero, al parecer, Miguel no la
conocía tan bien como sí parece hacerlo su hermano. Se para junto a un
grueso árbol para tomar aire y tratar de calmarse. No quiere que Samael la
vea así, y mucho menos por su hermano.
Mira al cielo con los ojos llenos de lágrimas, se arrodilla y se lleva las
manos a la cara, sollozando. No entiende el porqué de todos esos secretos.
No con ella. Lo fácil que hubiese sido todo si Miguel le hubiese sido
sincero desde el principio. Piensa, entonces, en Jared. En su desconfianza
hacia él, intuyendo que ocultaba algo. Pero ella achacaba esas cosas a los
celos y al excesivo fervor con el que su amigo siempre la protegía.
«Lo siento muchísimo, Jarjam», susurra con gran pesar al viento.
Pasado un tiempo, no sabe cuánto, logra calmarse. Respira
profundamente y se limpia el rostro. Se levanta sacudiéndose la capa para
quitarse algunos hierbajos que se le han quedado pegados y retoma el
ascenso hacia su destino. Es noche cerrada, así que Samael no se dará
cuenta de que ha estado llorando. O eso espera al menos.
Cuando llega a la cima, puede verlo caminando de un lado a otro,
nervioso e intranquilo. Sheena lo observa escondida entre las sombras, sin
poder dejar de sonreír. Su corazón se agita y hasta su alma sonríe al verlo.
«Tú me curas a mí, y yo te curo a ti…», piensa mientras lo observa.
Todo el dolor y la tristeza que acaba de sentir por la falta de confianza
de Miguel se han evaporado al ver al hombre del que ya no puede negar
estar enamorada. Intenta avanzar con sigilo hasta él, pero unas ramas en el
suelo se parten al pasar por encima de ellas, delatando su presencia ante el
arcángel.
—¡Por fin!¡Por todos los reinos que estaba a punto de ir a buscarte!—
protesta Samael, caminando hacia ella con rapidez.
—Lo siento. Surgieron algunos imprevistos y me llevó un poco más de
tiempo del necesario. Pero te he podido conseguir estas prendas. Ten,
póntelas. Ayudará a ocultar tu rostro—responde, entregándole el saco de
prendas. Samael la coge del brazo, intuyendo que algo ocurre por el sonido
de su voz, y la obliga a mirarlo a los ojos.
—¿Va todo bien?
—Sí, tranquilo. Es solo…ha sido el esfuerzo de la subida, nada más.
Cámbiate y busquemos un sitio donde pasar la noche. Empiezo a tener algo
de frío.
Por la expresión de él, Sheena sabe que no la cree del todo, pero
también sabe que no la presionará. Que esperará pacientemente hasta que
ella esté lista para hablar.
Eso es algo que le encanta de él. Su absoluta confianza y su lealtad,
porque en ningún momento le ha mentido, ni intentado ocultarle nada.
Samael es sincero y protector al mismo tiempo. «Demasiado tiempo
esperando tu llegada a mi vida», piensa mientras lo observa vestirse.
Ayudada por Samael, ambos descienden la colina y se dirigen a la villa
en busca de un lugar donde pasar la noche. La Casa del Viajero, que así es
como los guardianes llaman al hostal, es el lugar al que se dirigen. No
tienen que buscar mucho, ya que está en el cruce de caminos de las dos
calles principales del poblado.
Una edificación rectangular, grande y amplia. De unas dos plantas, con
paredes de ladrillo enlucidas en blanco. Rara y bastante llamativa, ya que
desentona del resto. «Parece que estemos a punto de entrar en una taberna
típica de la Edad Media. ¿Habrá caballeros armados ahí dentro?», piensa,
divertida. Cuál es su sorpresa al entrar y ver que no es nada de eso.
Se esperaba ver una estancia llena de gente bebiendo, sentados mientras
ríen y dialogan; con las típicas escaleras de madera que llevarían al piso
superior donde se encontrarían las habitaciones. Pero nada más lejos de la
realidad. La Casa del Viajero es una sencilla casa donde solo se permite la
pernocta de viajeros que están de paso, y sin percibir ningún tipo de dinero
a cambio.
Samael habla con la dueña del alojamiento, quien le entrega una llave y
le indica dónde se encuentra su habitación. No lo ha reconocido y eso es
todo un alivio para ambos. Suben las escaleras de madera hasta la última
planta y se dirigen hacia el final del corredor. Parece ser que la señora, muy
amablemente, les ha concedido lo que vendría a ser una suite nupcial.
Es una habitación grande y amplia, con una gran chimenea calentando
la estancia y una cama, frente a ella, digna de los mismísimos reyes. Hasta
una bañera enorme los está esperando. Sheena emite un gemido de placer al
saber que por fin podrá darse un relajante baño y lavar su pelo.
La estancia está iluminada por algunas velas, pero la luz que llama su
atención es la que entra por la ventana del fondo de la habitación. Una luna
llena perfecta y brillante entra a hurtadillas atravesando el cristal. Sheena se
acerca a ella, como atraída por su magnetismo, cierra los ojos y suspira. Él
se acerca a ella y la abraza, dándole un tierno beso en la mejilla.
—¿Me vas a contar lo que te pasa?—pregunta
—Nada. Es… es solo que…—Sheena no sabe cómo contarle su
encuentro con Miguel y lo que ello le ha producido en su interior—. He
visto a tu hermano—responde finalmente. Samael se tensa y se separa de
ella, provocándole una horrible sensación de frío.
—Y te estás replanteando lo nuestro—comenta, serio, pero con
semblante caído.
—¿Qué?¡No!¡No, Sam! Por Dios que no me estoy replanteando nada.
Te amo con locura, arcángel testarudo y cabezota. ¿Cómo puedes pensar
eso?
—Porque también amabas a mi hermano.
—No te voy a negar que sentí algo al volver a verlo, pero ni por asomo
es comparable con lo que siento cuando te miro, Samael—dice, acariciando
su rostro—. No voy a irme a ninguna parte, ¿me entiendes? Cuando estoy
lejos de ti, siento un vacío enorme. Me siento intranquila. Pero cuando estás
conmigo, siento que estoy completa. Tú eres mi mitad, arcángel. Tal vez me
haya costado un poco darme cuenta y aceptarlo, pero estoy contigo y lo
estaré siempre.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Porque está claro que hay algo que te
está atormentando, Sheena. —La mira fijamente, esperando una respuesta.
Ella suspira, sabiendo que no puede ocultárselo más tiempo. Lo coge de la
mano y se lo lleva hasta el borde de la cama.
—Será mejor que nos sentemos. —Y comienza a relatarle lo que ha
escuchado entre su hermano y Sheeloá.
Con cada palabra, el semblante de Samael cambia de tristeza a estupor,
y a sorpresa. Se revuelve el pelo, intentando gestionar toda aquella
información, mirando al suelo y, posteriormente, apoyando los brazos en
sus piernas. Sheena se siente angustiada al verlo en ese estado, pero debía
contárselo. Debía saber la verdad. Algo que se le ha estado ocultando
durante milenios.
Samael era conocedor de la estrecha amistad entre Nimhué y Miguel.
Ahora entiende el distanciamiento que se produjo entre ellos cuando él
comenzó su relación con ella. Aunque siempre pensó que su hermano por
quien sentía algo era por Sheeloá.
—¿Sam?¿Estás bien?—pregunta Sheena al verlo cabizbajo y serio.
—Mi hermano enamorado de Nimhué—dice, fijo en la madera bajo sus
pies—. Y yo se la quité…
—¿Ella nunca te dijo nada al respecto?
—No, jamás mencionó nada. Sé que eran buenos amigos, inseparables,
a decir verdad, pero nada más. Nimhué siempre buscaba la forma de
encontrarse conmigo y no pensé mucho más. Miguel tan solo intercedía por
ella, me hablaba sobre ella y…—En ese momento, la aplastante verdad
cobra vida en su cabeza y se lleva las manos a la cara—. ¿Cómo no me he
dado cuenta antes? Él me hablaba sobre ella, no para intentar juntarnos,
sino porque necesitaba hablarlo con alguien. Las cosas que me decía sobre
ella eran porque estaba enamorado de Nimhué…Yo me la llevé y ahora se
la vuelvo a quitar…
—¿Ahora eres tú el que se replantea lo nuestro?
—Jamás—responde, mirándola fijamente—. Pero no quita que me
sienta mal por todo ello, Sheena.
—Creo que Miguel nos ha guardado demasiados secretos y tal vez el
Limbo o el universo considera que tenemos derecho a saberlos. Lo que no
logro entender es por qué se calla tantas cosas. A ti te quiere con toda su
alma, eso lo sé. Y a mí…, bueno, a mí me dice que me ama también, pero…
¿es que no confía en nosotros?—comenta ella.
—Debes saber una cosa sobre mi hermano, sanadora. —Samael toma
sus manos entre las suyas y habla con total sinceridad—. Miguel es el ser
más racional que jamás conocerás. Si guarda secretos es porque considera
que no debe contarlos. Lo hace para protegernos, a todos. Y esa carga es el
mayor de sus tormentos—le explica con calma.
»Él siempre era el que conseguía frenar mis impulsos, el que me hacía
recapacitar. Miguel ama tanto a sus seres más queridos que opta por cargar
él solo con los problemas. Antepone la razón al amor, siempre. —Toma aire
para continuar, bajo la atenta mirada de Sheena.
»Calcula y mide mucho sus palabras y no es para nada impulsivo. Lo
que hace que, a veces, se pierda muchas cosas buenas de la vida. Es algo
que siempre le he dicho: hermano, debes soltarte más y dejarte llevar—
finaliza su explicación.
—¿Y qué te respondía a eso?—Samael sonríe, divertido, recordando lo
que Miguel le contestaba siempre.
—«Mi querido hermano, si yo me suelto y me dejo llevar, ¿quién
evitaría tus constantes meteduras de pata?»—responde imitando su voz.
Ambos se ríen ante aquella expresión, muy típica de él—. Antes, yo era un
ser descontrolado. No medía ni pensaba mucho las cosas. Estaba tan seguro
de mi poder, tan arrogante…
»Simplemente, me dejaba llevar convencido de ser invencible y
superior. Miguel era quien siempre estaba ahí para devolverme a la realidad,
o incluso arreglar mis destrozos. Mi sufridor hermano…, la de disgustos
que le he dado…
—Sam…—comienza a decir ella. Sin dejarla hablar más, él la acerca a
su cuerpo y la besa.
—Siento haberme enamorado de ti, Sheena. Siento haberme interpuesto
entre tú y mi hermano, pero ahora me es completamente imposible alejarme
de ti. Tengo la sensación de que llevo toda mi vida esperando tu llegada. No
puedo, ni quiero, dejar de besarte, ni de tocarte o de amarte.
»El deseo que siento por ti crece con cada roce de tu piel, con cada
mirada. Eres hermosa, sensible y delicada. Pero también eres fuerte,
inteligente y luchadora. Te has grabado a fuego en mi alma, sanadora.
—Mmm…¿Cómo un ser como tú, tan implacable y temido por muchos,
tan fuerte y tan poderoso, puede ser a la vez tan tierno y dulce?
—Porque cierto es que soy implacable y temido por mis enemigos,
porque es verdad que soy fuerte y poderoso… —susurra, sensual, mientras
le besa el cuello y acaricia su espalda—, y todo eso es lo que me hace
implacable en el amor.
—Hazme el amor, arcángel, o mi cuerpo explotará con tanta tensión—le
ordena ella, excitada.
—Tus deseos son órdenes para mí, sanadora. —Haciendo uso de su
poder, en cuestión de segundos están los dos desnudos sobre la cama
haciendo el amor con pasión.
Con las velas apagadas y una chimenea que aún agoniza por seguir
emanando calor, Samael duerme abrazado al desnudo cuerpo de Sheena
para transmitirle su calor. La luz de la luna ilumina casi por completo la
estancia, proporcionándole una romántica y a la vez lúgubre imagen.
De pronto siente como ella comienza a temblar y a tener pequeños
espasmos. Instintivamente, la abraza más fuerte, consiguiendo así calmarla.
O eso es lo que piensa.
PARTE II
Sheena está de pie frente a una gran cama de llamativas y sedosas sábanas,
con un majestuoso dosel del que cuelgan cuatro gruesos telones negros con
bordados dorados y anudados con unos cordones del mismo color. La
habitación es grande, o más bien gigantesca a su parecer. La estancia de una
reina.
Entre las manos tiene una nota que no consigue leer bien, pero siente
tristeza mientras la mira. De pronto, a sus espaldas, oye abrirse y cerrarse
de golpe una puerta. Su corazón se agita en ese momento, girándose con
rapidez para mirar a su desconocido invitado. Se queda helada al ver un
rostro familiar, un hombre que la mira con un deseo carnal y visceral. Unos
azules ojos inyectados en sangre que le producen pánico.
«Gabriel…», pronuncia en voz alta, reconociendo al ser que tiene ante
ella. Él sonríe, mordiéndose el labio inferior y acariciándose el mentón
mientras la devora con la mirada. Siente repulsión solo de pensar en sus
manos tocándola. Todo su cuerpo le grita que salga huyendo de allí, pero
está acorralada.
Intenta salir corriendo hacia el otro extremo de la habitación,
pretendiendo coger su arco y sus flechas, pero él es más rápido. La coge por
la cintura y la lanza contra el suelo. Sheena se siente mareada, desorientada
del golpe, y trata de incorporarse. «¿Sabe tu hermano que estás aquí?», le
pregunta a Gabriel. No obtiene respuesta, solo la ira creciente en su mirada
al oír su nombre.
De repente salta sobre ella, la coge fuertemente por el cuello y la lleva a
rastras hasta la cama. Ella intenta luchar contra él, pero su fuerza es cien
veces superior a la suya. No tiene opción de ganar a un arcángel. Piensa en
llamar a su hermana, en gritar pidiendo auxilio, pero sabe que la estaría
sentenciando a muerte a ella también.
Patalea con fuerza, logrando asestarle un buen puntapié en la cara a
Gabriel, quien grita de dolor y se lleva la mano a la sangre que brota de su
labio. Sin más preámbulos, le da una fuerte bofetada, dejándola aturdida y
notando un enorme escozor en el rostro. Se lleva la mano a la mejilla, con
los ojos comenzando a llenarse de lágrimas.
Lleno de furia, la coge de las muñecas y la ata a la cama. Ella trata de
luchar contra él, retorciéndose sin parar, sabiendo las obscenas intenciones
de ese ser. Pero Gabriel le ata las piernas para tenerla totalmente
inmovilizada para él.
Se quita la ropa a gran velocidad, relamiéndose y sin dejar de mirarla.
Después, le arranca su precioso camisón de lino blanco, dejándola desnuda
bajo su cuerpo. Se coloca sobre ella y lame sus mejillas y acariciando cada
rincón con sus sucias manos.
Toma uno de sus pechos con la mano y lo aprieta con fuerza,
provocando que ella grite de dolor. Se apodera, entonces, de su boca,
besándola posesivamente para acallar sus gritos y urgiéndola a abrir la suya.
Ella abre los labios y, justo cuando él introduce la lengua, cierra con fuerza
y rabia.
Con sangre en la boca, Gabriel se incorpora, mirándola con furia.
«¡Zorra!», dice, dándole un puñetazo en la cara. Ese golpe la deja casi
inconsciente, pero no lo suficiente como para no sentir cada una de las
atrocidades que él le hace a su cuerpo.
Sheena quiere llorar, quiere gritar, pero solo consigue sollozar y mirar
hacia arriba, implorando que alguien entre en ese momento y la salve.
Rogando porque Samael aparezca en su ayuda. Lo llama con la mente, le
suplica que vaya en su busca y la salve. Pero nadie acude en su auxilio.
Cierra los ojos, controlando las arcadas, al sentir la lengua de Gabriel
recorrerle todo su cuerpo desnudo. Intenta cerrar las piernas, pero las
ataduras son muy fuertes y no puede evitar que el arcángel se coloque entre
ellas.
Sin ningún tipo de tacto, o delicadeza, la penetra sin parar y sin dejar de
gemir mientras succiona sus pezones y araña su piel. Sheena solo siente su
cuerpo balancearse con cada embestida y a Gabriel derramarse una y otra
vez dentro de ella, sin descanso alguno y gruñendo cual animal salvaje.
En ese momento, se despierta de golpe, tratando de coger aire, asustada
y aturdida. Samael despierta al sentirla sollozar y la abraza con fuerza,
acariciando su cabeza y su espalda con ternura. Sheena se abraza a él
angustiada, aún con el miedo y el dolor en su cuerpo.
—Shhh, tranquila, mi amor. Estoy aquí, no pasa nada. Ha sido solo un
mal sueño—le susurra, tratando de calmarla.
—No ha sido un sueño, Sam. No ha sido… Era un recuerdo, un horrible
y doloroso recuerdo. T-tu hermano m-me…, la violó…, lo sentí todo.
Quería gritar, llamarte, pero no…—balbucea sin control entre sus brazos.
—Sheena, respira. Cálmate, estoy aquí. Mírame, mi amor. —Samael
toma su rostro y la obliga a mirarlo a los ojos—. Cuéntamelo.
Sheena toma aire y le relata todo lo que acaba de ver. Atónito y casi en
shock, él la escucha con atención, apretando la mandíbula en señal de rabia.
Su mirada se torna oscura y su semblante, peligroso. La atrae hacia su
cuerpo y la abraza con fuerza, dándole un tierno beso en la frente.
—Intenté…, intentó luchar, resistirse, pero…—comienza a decir ella.
—Lo sé. Sé que luchó hasta el final. Siempre luchaba hasta agotar la
última de sus fuerzas. Ella era así: salvaje e indomable.
—Tu hermano es un ser horrible y despreciable, Samael. Pude sentirlo
todo. E-es…
—El culpable de todo este caos y de todo el dolor causado en el
universo y a sus seres. Y debe pagar por ello—sentencia con un tono frío y
profundo.
—¿Vas a matarlo?
—Solo sé que lucharé con todo mi poder y sin miramientos.
Sheena se abraza con fuerza a él, quien le corresponde de igual modo.
Se vuelven a tumbar sin soltarse, quedándose dormida entre sus brazos y
sintiéndose segura. Samael, por su parte, apenas consigue conciliar
nuevamente el sueño. No puede dejar de pensar en lo que Sheena le acaba
de contar.
Todo cobra sentido ahora. El porqué del ataque de Nimhué a su
hermano Gabriel. Había estado abusando de ella durante toda la noche que
pasaron en Nimeria. Y todo por su culpa. Si no se hubiese negado a reunirse
con ella aquella noche, estaría viva.
A la mañana siguiente, Sheena se despierta con una sensación de frío en
su cuerpo. Estira el brazo, buscando la calidez de Samael, pero solo logra
palpar el vacío y frío espacio dejado por la ausencia de su cuerpo.
Sobresaltada, se incorpora de golpe y mira a su alrededor buscando su
imponente presencia. Para su tranquilidad, lo ve apoyado contra el alféizar
de la ventana, desnudo y mirando al vacío del amanecer. Sheena se tapa con
una gruesa manta y se acerca a él, quien la rodea con un brazo y le da un
beso en los labios.
—Buenos días, sanadora.
—¿Llevas mucho tiempo aquí despierto?—pregunta ella, recostando la
cabeza contra su pecho.
—Despierto sí. Aquí, tan solo hace un momento. Quise asomarme para
ver el despertar de la villa. Desde aquí hay unas vistas preciosas de todo—
responde.
—Lo cierto es que sí. —De pronto se oyen voces en las calles y gente
que parece ir en procesión a algún lugar concreto—. ¿Qué sucederá ahí
abajo?¿A dónde irá toda esa gente?
—¿Te apetece bajar y averiguarlo?—le propone él.
—Bueno. Para eso estamos aquí, ¿no?
Sheena se viste tan rápido como sus ropajes le permiten mientras que él
tiene magia en sus manos. Con suma maestría, Samael se coloca la camisa
negra de lino grueso que ella ha tomado prestada la noche anterior y la deja
descender por su cuerpo hasta quedar perfectamente colocada. Por un
instante, ella siente envidia de esa camisa.
Observa una serie de bordados azules en los puños. No se había fijado
en aquellos bordados, aunque tampoco es que la oscuridad se lo hubiese
permitido, pero cuando posa su mirada en aquel hombre vestido con esas
prendas tan elegantes se le corta la respiración.
Samael tiene un porte real, majestuoso, y a la vez, imponente y
poderoso. Y el negro resalta aún más sus azules ojos. Inconscientemente,
Sheena se muerde el labio inferior, sintiendo una más que reconocida
excitación al observarlo. Siente unas ganas tremendas de correr hacia él y
arrancarle la ropa. Suspira con tanta intensidad que atrae la atención de su
mirada.
—¿Ocurre algo?—pregunta, curioso, al ver como lo está observando.
—Los problemas de siempre con estas tediosas cintas que no consigo
atarme bien yo sola—responde en señal de protesta. Samael sonríe y se
acerca para ayudarla.
—Empiezo a pensar que lo haces a propósito.
—¿Y qué motivo tendría para ello?
—No lo sé. Dímelo tú. —La coge por la cintura y la gira de golpe,
dejándola frente a él.
Sheena siente el calor en sus mejillas y nota como se ruborizan, aunque
no de vergüenza. Notando su pulso y respiración acelerada, viendo el
ardiente deseo en sus ojos, él la acerca más a su cuerpo y la besa con
pasión, urgiéndola a abrir la boca.
Emitiendo un leve gemido, ella le permite la entrada y deja que su
juguetona lengua se enrede con la suya. Samael gruñe al sentir su deseo y la
levanta del suelo, colocándola sobre su cintura. Ella se aferra a su cuello,
profundizando aún más en el beso y apretando sus pechos contra él.
Enreda los dedos entre sus dorados cabellos y comienza a revolverlos
con pasión. Él aprieta sus nalgas, gruñendo de deseo, notando su dureza
reclamar ser liberada. Acaricia su cuerpo sin dejar de besarla. No pueden
separar sus labios, no quieren. La pasión se apodera de ellos de tal forma
que se olvidan por completo de todo.
—Obra tu magia, arcángel, y quítame la ropa de una vez. Siento una
tremenda urgencia de tenerte dentro de mí —susurra, completamente
excitada.
—Tenemos que cumplir con nuestro deber para con el Limbo, Sheena…
—Ahora mismo tengo más necesidad de ti que de aprender nada de este
dichoso Limbo. Desnúdame, Samael, y vuelve a hacerme tuya.
Obedeciendo sus órdenes, Samael chasquea los dedos y sus prendas
caen al suelo. Movidos por un hambre casi insaciable, se dejan llevar por el
deseo de volver a sentirse el uno al otro. Sujetándola bien por el trasero,
camina con ella sin dejar de besarse.Tras dejarse caer sobre la cama,
comienza a besarle el cuello, acariciando cada rincón de su cuerpo.
Samael mete la mano entre sus piernas, buscando el codiciado botón del
placer mientras saborea y acaricia con la lengua sus erectos pezones. Ella
arquea la espalda, aferrándose con fuerza a las sábanas de la cama y
dejándose llevar por el goce de sus caricias. Introduce un dedo dentro de
ella y lo mueve con suavidad, haciendo que gima de placer. Gruñe entre sus
pechos, acelerando su intrusión hasta provocarle un gran orgasmo.
Con un rápido movimiento, se coloca sobre ella y la penetra lentamente
hasta dejar que su cuerpo se acostumbre a él. Sheena eleva las caderas,
urgiéndolo a profundizar más en ella, y él obedece.
Comienzan a moverse juntos, a marcarse el ritmo el uno al otro. Se
besan con pasión mientras aceleran sus movimientos y sus respiraciones
son cada vez más agitadas. Samael ya no puede aguantar más y la penetra
con más intensidad. Unas embestidas más y se derrama en ella gritando de
placer.
Se deja rodar hacia un lado de la cama, aún jadeante, y permitiendo que
ella apoye la cabeza sobre su pecho, quien lo besa con delicadeza mientras
acaricia su torso con la punta de los dedos.
—¿Sabes que te sienta muy bien el negro?—comenta. Siente como
vibra su pecho, provocado por la risa de esa pregunta, y lo mira a los ojos.
—Así que ha sido eso.
—Bueno, una parte sí—responde, sonriendo pícara.
—¿Cuál es la otra parte?
—Que no me sacio. Que tengo hambre de ti, un hambre constante e
inagotable. Siento que me lleno de ti, que me completo cada vez más. No
puedo evitar tocarte porque lo necesito. Necesito sentirte. Y siento que no
me agoto, al contrario. Me siento más llena de energía, más viva…
—Eso, sanadora, es porque mi energía fluye dentro de ti. Porque te
transmito mi poder y te regeneras a la vez que yo—le explica. Sorprendida
ante esas palabras, Sheena se incorpora de golpe al recordar algo que había
olvidado por completo. Samael la mira extrañado—. ¿Ocurre algo?
—Es por eso que acabas de decir sobre que me transmites tu energía.
Yo…rechazo vuestra energía. Verás, es que…Miguel y yo no podemos,
ehm, su energía me produce unos extraños desvanecimientos…—intenta
contarle sin ahondar mucho en los detalles.
—Tienes el veneno del arcángel, ¿verdad?
—¿Conoces esa afección?
—Sí, por supuesto que la conozco. Pero no es que rechaces la energía
de los arcángeles. Solo aceptas una. Tu destino lleva marcado en ti desde tu
nacimiento, posiblemente, incluso antes—responde.
—¿Estás queriendo decir que solo puedo aceptarte a ti?—Samael sonríe
y asiente, colocándose los brazos tras la cabeza—. Miguel no me contó eso.
Su explicación fue, o más bien lo que el árbol le contó, que rechazo la
energía de un arcángel debido a mi negación a despertar como nihúva.
—¿Hablas de un árbol del conocimiento?
—Sí.
—Dudo mucho que ese árbol le contase una mentira, sinceramente. No
son conocidos por ello. Ellos guardan el conocimiento, y el conocimiento es
pura verdad.
—Ya, bueno…, eso es otra de muchas cosas que, parece ser, tu hermano
decidió guardarse para sí—dice, resignada.
—Sheena, no te mortifiques ni te disgustes con él. Estoy seguro de que
tuvo un buen motivo para contarlo de esa forma. Tal vez no quiso
disgustarte, o disgustar a otra persona. —Esa afirmación la sorprende y lo
mira con intriga—. ¿No te has parado a pensar en el significado de todo
esto? Estoy seguro de que ese árbol le habló de esto, de nuestro destino. Y
si fue así, ¿quién crees que se disgustaría más?¿Y quién desataría su ira
sobre ti al saberlo?—le pregunta.
—Lilith…
—Exacto. Miguel lo hizo para protegerte y para protegerse él también.
No tiene que ser plato de buen gusto, para nadie, que te digan que la
persona de la que estás enamorado le pertenece a otro.
—Dicho así tiene sentido. Hasta siento lástima, ahora—dice con
semblante entristecido. Samael se mueve con agilidad y la coloca bajo su
cuerpo, acariciando su rostro con ternura.
—No te sientas mal, sanadora. Todo lo que has vivido hasta ahora, tus
errores y tus aciertos, te han llevado hasta mí. Y eso es algo que agradeceré
eternamente al universo y su libre albedrío. —La mira a los ojos y le da un
suave beso en los labios.
—¿Qué te parecería quedarnos aquí todo el día sin hacer nada? Solos tú
y yo, conociéndonos un poco más…
—Me parece perfecto. Salvo por una cosa—responde, dejando asomar
una pícara sonrisa—: no nos quedaremos sin hacer nada. Haremos muchas
cosas, mi amor. Muchas y muy gratificantes.
El azul de sus ojos se torna oscuro, su mirada se vuelve posesiva. Ella lo
mira y se relame, haciendo que pierda por completo su autocontrol y la bese
con pasión. Atrapados por el deseo, vuelven a hacer el amor, dejando pasar
las horas del día y dejando que su amor crezca a cada minuto. Cumpliendo,
ambos, el destino que se les ha encomendado desde su creación.
13.
PARLAMENTO
PARTE I
La noche cae sobre la Villa de los Guardianes y con ella el clásico frío
primaveral. Es una noche de luna menguante, aunque no le quita esplendor
y magia al oscuro manto iluminado por su blanquecino brillo.
Sheena se despierta al oír ruidos en la habitación. Abre los ojos y ve a
Samael apoyado contra la chimenea, desnudo, mirando fijamente los leños
sin vida. De pronto, la lumbre emerge como por arte de magia y emana un
calor que envuelve toda la estancia al instante. Al moverse para estirar su
cuerpo, la cama chirría delatando su despertar. Él se gira, la mira y sonríe.
—Bienvenida, sanadora. Te invito a dar un romántico paseo por la villa
y el bosque aledaño. Hace una noche perfecta para ello—le dice,
acercándose a ella cual jaguar acechando a su presa.
—Mmm…, prefiero quedarme un poquito más aquí y disfrutar de
vuestra grata compañía, mi príncipe.
—Mi amor, llevamos muchos días aquí dentro. ¿No crees que
deberíamos salir y respirar aire fresco?—Samael se tumba junto a ella y
comienza a darle sensuales besos por el cuello, acariciando la curva de sus
caderas.
—Besándome así no vas a convencerme de que me levante de la cama,
arcángel—responde gimiendo al sentir su tacto sobre su piel. De repente,
Samael le da un ligero manotazo en el trasero y se levanta de golpe de la
cama—.¡Oye!—protesta ella.
—Vamos, vístete que te quiero enseñar el hogar de mi familia materna.
—¿No será un poco peligroso andar paseando por ahí, Sam? Podrían
reconocerte—comenta ella. Aparta la ropa de la cama y se sienta en el
borde, mirando los azules ojos del arcángel, quien se relame mientras
recorre cada centímetro de su cuerpo desnudo con la mirada.
—No, no me reconocerán porque me vestiré con las prendas que tú has
seleccionado para mí. Además, ¿nunca has oído ese refrán que dice que «de
noche, todos los gatos son pardos»?
—No voy a ganar esta lucha, ¿verdad?—pregunta, resignada y ya
sabiéndose derrotada. Él esboza una sonrisa triunfal, mirándola con picardía
y cierto halo de travesura.
—Nunca pierdo una batalla, sanadora. Ya deberías saberlo.
Sheena resopla, pero decide no oponerse más. Se levanta de la cama y
se viste poco a poco, tratando de demorar su inminente salida hacia el
peligro. No está del todo convencida de la idea de Samael. Lo considera un
riesgo que no deberían correr, pues podría cambiar todo su futuro y el
presente al que deben volver.
«El presente al que debemos volver. Con Miguel y Lilith…», piensa. En
ese momento, una enorme tristeza invade su corazón y en su rostro vuelve a
asomar la preocupación. Como si le hubiese leído los pensamientos, Samael
aparece tras ella y la abraza con ternura.
—Estás pensando en él, ¿verdad?—pregunta, dándole un dulce beso en
la fría mejilla.
—Sí…No, osea…—Suspira, tratando de ordenar sus pensamientos para
poder explicárselo con calma—. No pensaba en él de ese modo, Sam. Yo
solo…
—Te preocupa que el presente al que debemos volver cambie, ¿no es
así?
—No sabes cuánto me maravilla que siempre sepas lo que pienso o lo
que siento. A veces creo que hasta lo sabes mejor que yo—dice, girándose
para poder rodear su cuello con los brazos. Él posa las manos sobre sus
caderas, mirándola fijamente y sin dejar de sonreír.
—Bueno, aparte de ser un buen observador, estamos conectados,
sanadora. Además, no eres difícil de leer…
—Y eso te encanta, ¿verdad?—Samael sujeta su mentón con delicadeza
para darle un tierno beso en los labios.
—Me encanta todo de ti, mi amor.
****
Dejan La Casa del Viajero atrás y emprenden camino por las calles de la
Villa de los Guardianes. Apenas hay nadie fuera a esas horas, lo que les
brinda la protección perfecta para no ser reconocidos. Al menos Samael.
¿Quién no reconocería al más famoso y admirado hijo de la que es su reina?
Sheena sabe que solo con uno que lo reconozca tendrán serios
problemas y les resultará muy difícil explicar su presencia allí. No ante
Asherah, que ya es conocedora de su actual situación, al parecer, pero sí al
resto de los habitantes. Incluidos Miguel y Lilith.
Las farolas que iluminan el camino en la noche emiten una luz un tanto
diferente a la que deberían. Parecen velas, o eso cree Sheena, pero al fijarse
mejor ve que son como una especie de pequeños haces de luz de los que
emana un brillo entre blanquecino y azul. Casi parecido al fuego de Samael.
¿Será que el fuego de los guardianes es de ese color? Recuerda en ese
momento haber leído algunas escrituras donde se habla de un fuego
purificador al que llaman «la voluntad de Dios» o «Fuego Sagrado de
Dios». Pero Dios no era un guardián. Además, parece ser que es solo
Samael quien tiene ese poder. ¿Acaso hablan de él en esas escrituras?¿Se
han tergiversado tanto las cosas a lo largo de la historia de la humanidad?
Caminan cogidos de la mano, con calma y tranquilidad, dejando que la
noche los guíe. Cuando se quiere dar cuenta de a dónde van, ya están
saliendo de la villa y adentrándose en la espesura del misterioso bosque de
Scissy. Algo lúgubre a su parecer, ya que la luna no ilumina como otras
noches.
La tenue luz que se logra colar entre los árboles forma una serie de
sombras que se asemejan a seres salidos del mismo infierno, o fantasmas de
la noche que podrían robarte el alma. Ascienden con lentitud hasta llegar a
lo alto de la colina del círculo de piedras y el gran árbol del conocimiento.
—¿Aquí es dónde querías traerme?¿Cuáles son tus intenciones,
arcángel?—pregunta Sheena con picardía.
—Bueno. Tal vez podamos tener un momento mágico, amparados por
las ramas de un viejo amigo…
Samael la toma entre sus brazos, apoderándose de sus labios y
besándola con pasión mientras caminan juntos hacia el centro del círculo.
Apoya su espalda contra el árbol, con ella aferrada a su cuello y
profundizando más en la pasión de ese beso. Mete las manos por dentro de
la gruesa capa y comienza a acariciar la curva de sus pechos, haciendo que
gima de placer.
—Oh, sanadora…Voy a hacerte el amor aquí mismo hasta dejarte
exhausta—le susurra.
—Igual te lo impiden un poco todas estas capas de ropa que llevo…
—Mmm, sabes que eso no es problema para…—De repente se calla,
haciéndole un gesto para que se mantenga en silencio. Mira al cielo y ve
acercarse dos figuras aladas—. Viene alguien—afirma.
—¿Ves? Te dije que era una mala idea salir de la habitación—protesta
Sheena.
—Tranquila, no nos verá nadie. —Y tras esa afirmación, Samael apoya
su mano contra la rugosa corteza del árbol y una pequeña cúpula de ramas y
hojas se forma a su alrededor, quedando completamente mimetizados con el
ambiente. Nadie sabrá que están allí dentro.
Lilith desciende sobre la colina, seguida de cerca por Miguel. Ya hace una
semana que Asherah le ha otorgado uno de sus mayores deseos: tener unas
alas con las que poder volar y luchar, junto a Miguel, por la liberación de
Samael y del reino de Eden.
Se había creado cierta controversia tras aquel acontecimiento, ya que
sus plumas son tan negras como su cabello y las alas negras son sinónimo
de demonios, o hijos de Neb’Heru. Lilith es consciente de cómo la mira el
resto de los ciudadanos, pero le da completamente igual. Miguel la acepta y
la cuida igual que antes, nada ha cambiado entre ellos.
—Veo que te has adaptado muy bien a tus nuevas alas. Me ha costado
un poco darte alcance—dice él, descendiendo junto a ella.
—Me has dado ventaja, Miguel. No soy tonta—responde.
—¿Tanto se ha notado?
—Un poco, sí.
Lilith mira a Miguel y este sonríe con ternura. Una sonrisa que le
provoca una enrome tristeza. Samael también le sonreía así, y el gran
parecido entre ambos hermanos siempre le acaba produciendo un gran dolor
en el corazón. Aunque es consciente de los sentimientos que afloraron en
ella después de su primer encuentro en aquella cueva.
Tras la emboscada de Senoy y los cazadores de Gabriel, Miguel había
quedado muy mal herido y ella había tomado la decisión de ayudarlo con su
regeneración. Y, a pesar de que su intención era solo la de auxiliarlo, no
puede negar que algo entre ellos había cambiado en ese momento.
La forma en la que hicieron el amor, no solo una vez, sino varias en esa
situación, despertaron sentimientos nuevos por Miguel. Sentimientos más
intensos, más profundos. Con Samael había sentido pasión, devoción, un
amor ardiente y hasta enloquecedor. Pero con Miguel había sido diferente,
más tierno, más profundo quizás.
Tal vez por eso, el rechazo de Samael no le había dolido tanto como se
podría esperar. Cierra los ojos y suspira, agachando la cabeza y tratando de
controlar las lágrimas que intentan brotar en sus ojos. Miguel, consciente de
su dolor, la abraza y le da un beso en la frente.
—Estás pensando en mi hermano, ¿verdad?
—Tu hermano me ha rechazado, Miguel. Me lo ha dejado muy claro: ya
no me ama—responde casi con la voz entrecortada.
—No es consciente de lo que dice, Lilith. Lleva el veneno de Na’amah
corriendo por sus venas y no es dueño de su voluntad ni de sus
sentimientos.
Miguel trata de consolarla, aunque tiene la intuición de que esas
palabras, dichas por su hermano, son más reales de lo que se piensan. Él
mejor que nadie es conocedor del gran amor que Samael sentía por la
princesa nimeria, de lo mucho que sufrió su pérdida y del vacío tan enorme
que asola su corazón desde entonces.
El tiempo que permanecieron atrapados en Nimeria lo veía perderse en
su dolor infinidad de noches y de días. En la intimidad de su tienda, y solo
permitiendo su compañía, su hermano lloraba desconsoladamente la pérdida
del que es y será siempre su gran amor. Aunque también sabe que su
hermano amó mucho a Lilith. A su manera, pero sí que la amó el tiempo
que estuvieron en Eden. Tan solo necesitaba recordarlo.
Ella lo mira a los ojos, agradecida por su abrazo y su incondicional
apoyo. Acaricia con suavidad su mejilla y un extraño brillo asoma en sus
ojos. Miguel aprieta la mandíbula, cerrando los ojos al sentir el tacto de su
mano sobre su piel.
En ese momento, Lilith se acerca más a él, acariciando sus labios con
los suyos. Por unos segundos, Miguel se deja llevar por los sentimientos
que él también tiene por ella y responde a su beso con pasión. Devora su
boca con ansia, con hambre. Ella se aferra a su cuello para profundizar más
en aquel beso, pero Miguel se separa de golpe de ella.
—No, Lilith. Esto no está bien. Yo no…—dice, alejándose, sin levantar
la vista del suelo.
—¿Por qué no podemos intentar ser felices los dos, Miguel? Nos lo
merecemos después de todo por lo que hemos pasado juntos. —Lilith lo
coge de la mano y lo obliga a mirarla a los ojos.
—Porque tú eres de mi hermano—responde, serio.
—Yo no soy de nadie. Además, él me ha rechazado y me lo ha dejado
muy claro. Miguel, por fa…—De repente, una flecha pasa rozando el rostro
de Lilith, interrumpiendo su conversación. Miguel se coloca delante de ella,
protegiéndola con su cuerpo y desenvainando su brillante espada.
—Vaya, chicos. Siento haber estropeado vuestro momento romántico.
—Se oye decir a una voz femenina.
De entre las sombras aparecen ante ellos Na’amah y un Samael
totalmente controlado por ella, con la mirada perdida y los ojos cual zafiros
negros. Miguel y Lilith se sorprenden ante la visión fantasmal que tienen
ante ellos. Más por la impresión de ver al arcángel sin control alguno sobre
su cuerpo, sin voluntad, que por haber logrado romper el sello que impide a
los demonios entrar en esas tierras.
Empuñando con fuerza su espada, Miguel da un paso al frente dispuesto
a clavársela en el mismo corazón del súcubo. Samael desenvaina su arma y
la activa, dejando brotar las llamas de su poder. Na’amah no se asusta y
sonríe divertida al ver la expresión de sorpresa en ambos.
—Osado y valiente Miguel…, yo que tú no lo intentaría o tendrás que
luchar a muerte contra tu propio hermano. Dime, ¿estarías dispuesto a
atravesarle el corazón al ser al que más amas?—pregunta con sarcasmo.
—¡Puta del infierno!¿Qué le has hecho?—grita Lilith, saltando hacia
ella. Con suma agilidad, Miguel logra cogerla por la cintura, impidiéndole
cometer una locura.
—¿Qué quieres, Na’amah?—pregunta Miguel con frialdad y sin
mirarlos. No quiere o, mejor dicho, no puede ver en lo que se ha convertido
su hermano. Ni puede mirar a la culpable de ello sin sentir la suicida
necesidad de matarla.
—Vengo a traeros una carta para vuestra madre, del rey de Eden—
responde Na’amah.
—Si mi hermano quiere hablar con su madre, ¿por qué no viene él en
persona?
—Porque un rey no debe rebajarse a tales artificios, querido príncipe.
¡Oh, perdón! Que ya no eres príncipe de Eden, sino un proscrito—se mofa
de él, sonriendo victoriosa y burlonamente.
—¡Déjame matarla, Miguel!—le pide Lilith sin dejar de mirar con odio
a la súcubo.
—No, Lilith, no puedes. Él te lo impedirá y te matará. Cojamos esa
carta y llevémosela a mi madre—responde él. Pero en la mirada de Lilith
solo ve una tremenda decisión. La coge por los hombros y la insta a mirarlo
—. Lilith, por favor te lo pido—le suplica.
—Sí, Lilith. Haz caso al sabio y racional de Miguel…
—Algún día te mataré, Na’amah. Te lo juro por mi hijo y por todo lo
que he perdido por culpa de todos vuestros sucios juegos.
La amenaza de Lilith no le causa ni el más mínimo temor a la futura
reina del infierno, quien estira la mano para entregarle la carta a Miguel.
Este la toma con desprecio, casi sin mirarlos. Sin más, ama y esclavo
desaparecen de la misma forma que aparecieron ante ellos, dejando un
terrible vacío.
En cuanto se quedan solos, Lilith rompe a llorar y cae de rodillas al
suelo, llevándose las manos a la cara. Miguel se agacha junto a ella,
abrazándola con fuerza y tratando de transmitirle la poca calma que a él
mismo le queda.
—Está dominado, Lilith. Te lo he dicho—comienza a susurrarle.
—¡No, maldita sea!—protesta ella entre sus brazos. Se levanta de golpe,
con los ojos anegados en lágrimas—.Sus ojos…, cuando fui a verlo, no
estaban negros. Era él, era su mirada, su voluntad. Este ser que ha venido
con ella no es el que me echó de su lado. Cuando tu hermano me dijo todo
eso, no estaba siendo controlado. Pude sentirlo, pude ver la verdad en su
mirada y sentirla en sus palabras, Miguel—dice.
—Lilith…—Miguel se incorpora y trata de abrazarla de nuevo, pero ella
extiende su mano y lo frena.
—No, Miguel. Se acabó. Nuestra historia se acabó. Tu hermano y yo
hemos acabado. —Y tras decirlo en voz alta, rompe a llorar de nuevo. Esta
vez, Miguel logra sujetarla antes de que se vuelva a caer al suelo.
Tras unos largos y angustiosos minutos de desoladores llantos, ambos
levantan el vuelo en dirección a la corte real de los guardianes para hacerle
entrega a Asherah de la carta de Gabriel. Miguel está convencido de que
todo ha sido una artimaña de su hermano y su primo. Buscan
desestabilizarlos, infligirles el máximo dolor posible. Y parecen haberlo
conseguido.
Cuando está seguro de que están solos, Samael deja abrirse la cúpula de
ramas que los envuelve y ambos salen con lentitud.
—Debemos ir a esa reunión y ver qué dice esa carta—se apresura a
decir Samael.
—¿Pero cómo, Sam? No podemos ir corriendo y tampoco volando. Si
tus alas eran fácilmente reconocibles en Eden, aquí también lo serán y nos
descubrirán—comenta Sheena.
Dentro de la cúpula de la que acaban de salir brota una intensa luz roja.
En el interior del árbol comienza a abrirse una gran grieta hasta formar una
entrada. Sorprendidos, se miran el uno al otro sin soltar sus manos.
—Vamos. —Sin darle más opciones, se internan, despareciendo de allí
sin dejar el más mínimo rastro.
PARTE II
La corte real de los guardianes, un gran edificio de cinco plantas y de forma
rectangular, se erige al sur de la villa. Al final de la calle central y protegido
por la frondosa arboleda del bosque de Scissy, se encuentra lo que más bien
podría ser una casa de indianos fuera de su tiempo y lugar. Desde la gran
terraza del último piso se divisa perfectamente la colina del círculo de
piedras. Y es ahí donde aterrizan Lilith y Miguel.
Entran a grandes zancadas en el salón de cristal, donde encuentran a
Asherah junto con sus dos hermanas, Danna y Andraste, la princesa
nimeria, Sheeloá, y los seis miembros del consejo de los Guardianes de la
Creación.
—¿Qué sucede, hijo?—pregunta Asherah al ver el rostro descompuesto
de Miguel. Este le entrega la carta mientras relata el encuentro con Na'amah
y su hermano.
—¡Eso es imposible!¿Cómo han podido traspasar el escudo de
protección de los guardianes?—protesta Dalrhae, uno de los seis guardianes
allí presentes.
—Porque Samael es un guardián—responde Asherah. Las palabras de la
reina guardiana dejan a todos los allí presentes pasmados, incluidos Lilith y
Miguel—. Lleva mi sangre, no sé de qué os extrañáis…
—Pero, entonces, yo también soy un guardián y, por ende, todos mis
hermanos.
—No. Todos lleváis mi sangre, cierto, pero no todos sois guardianes.
Solo él—afirma Asherah.
—¿Y no se te ocurrió mencionarlo al consejo?—pregunta Eldrion, el
más viejo y sabio del consejo, pero no más que Asherah.
—Sabes tan bien como yo que no podemos hacer uso del poder del
conocimiento en nuestro favor, viejo amigo—responde la reina madre con
tranquilidad.
—¡Maldita sea, Asherah!—Dalrhae se levanta de golpe de su robusta
silla, golpeando con dureza la mesa—. ¡Llevamos meses asediados por
hordas de demonios!¡Protegidos por una barrera que tu hijo puede romper
cuando se le antoje!¡El ser más poderoso de toda la Creación y que,
casualmente, va a la cabeza de esas legiones!—La gutural voz del gran
guardián de cabellos y barba rojizos deja a todos los allí presentes en sumo
silencio.
—Samael jamás atacaría a su propia familia. Nunca nos hará…—
Asherah trata de no perder por completo la calma e intenta explicarse de
forma tranquila. Pero Dalrhae ya está fuera de control y se deja dominar por
la rabia que siente en ese momento, avanzando peligrosamente hacia ella.
—¡Tu hijo está bajo el influjo de esos demonios!¡Por todos los
universos, mujer!¡Despierta de una vez!—grita el imponente guardián,
caminando con paso firme.
Miguel desenvaina su espada, dispuesto a interponerse en el camino de
Dalrhae para proteger a su madre. Lilith y Sheeloá hacen lo mismo,
prestándole apoyo al arcángel.
—¡Ya basta!—Danna se interpone entre todos, exigiendo con su severa
mirada a cada uno de ellos que dejen esa absurda discusión—.¿Qué dice la
carta, hermana?—pregunta entonces.
—No es una carta como tal. Tan solo tiene escrita una palabra, junto con
la firma y sello de Gabriel. —Asherah la muestra a todos los allí presentes,
quienes se quedan boquiabiertos—. Parlamento—dice en voz alta.
—No entiendo bien—comenta Lilith.
—Gabriel solicita una reunión con la reina de los guardianes,
posiblemente, para pactar una tregua—le explica Eldrion.
—Pero no tiene sentido. ¿Por qué iba a pedir nada si estamos en clara
desventaja? Han invadido todo el planeta, manipulado a los humanos con
sus mentiras, han creado el caos que tanto estaban buscando y nos han
relegado a este último reducto en la Tierra—comenta Andraste.
—No lo sé, pero debemos aceptar…—comienza a explicar Asherah.
—¡No, maldita sea!¡Que me roben toda mi energía si permito que ese
ser despreciable, al que un día llamé hermano, gane la guerra!¡No vas a ir a
ninguna reunión con él, madre!¡No lo permitiré!—grita Miguel en señal de
protesta.
—No irá sola, Miguel—intercede Sheeloá—. Yo iré con ella. No eres el
único con una deuda pendiente que saldar con Gabriel.
—Nadie va a saldar ninguna deuda con nadie, ¿lo habéis entendido
todos?—asevera la reina—. Ahora, dejadme a solas con mis hermanas, por
favor—les solicita a todos los allí presentes.
—Pero…, madre…—intenta protestar Miguel. Asherah levanta la
mano, indicándole que deje de hablar y lo mira fríamente. Lilith lo coge de
la mano y tira de él para llevárselo de allí.
Uno a uno, van saliendo todos del salón hasta quedar solas las tres
hermanas y Sheeloá, quien se dispone a seguir a sus compañeros fuera del
salón.
—Sheeloá, espera—dice Asherah.
—¿Sí, mi reina?
—No soy tu reina. Además, tú también eres reina como yo.
—De un planeta destruido por la ambición y la venganza de un rey—
responde la reina nimeria.
—Pero sigues siendo la reina de una raza y de toda tu estirpe, Sheeloá.
Aún puedes gobernar un reino, joven reina—le explica Asherah. Sheeloá
suspira, añorando su hogar y recordando todo lo que ha perdido hasta ahora
en esta dichosa guerra—. Necesito que entregues un mensaje a Samael.
—¿Cómo piensas que podré acercarme a él sin ser descubierta y
apresada?—pregunta, intrigada, Sheeloá.
—Eres la mejor de las arqueras que hay aquí ahora mismo. No necesitas
acercarte, ni siquiera dejarte ver, para hacerle llegar el mensaje—responde
Danna.
—Bien. Dame el mensaje y se lo haré llegar.
Para sorpresa de la joven nimeria, Asherah le entrega un pequeño
pergamino que saca de entre los pliegues de su vestido. No puede evitar
preguntarse cómo sabía que debía enviarle un mensaje a su hijo justo en ese
preciso momento, pero toma con delicadeza el pergamino y desaparece del
salón.
Asherah se acerca a las puertas de cristal que dan a la gran terraza, mira
a la luna menguante brillar en el firmamento y suspira. Cierra los ojos,
llevándoselas manos al vientre, tratando de aguantar un tremendo dolor que
comienza a golpearla por todas partes.
—Es el momento, ¿verdad?—pregunta Andraste.
—Sí. —Resignada y con semblante entristecido, responde a su hermana
con una única palabra que esconde mucho dolor. Un gran sufrimiento que
lleva aferrado a su alma desde hace demasiado tiempo. Tanto que ni es
capaz de recordar.
—Hermana, admiro tu fortaleza. Yo no podría hacer lo que tú haces.
Sacrificar así a tus dos hijos, los más queridos por ti y los que más te
quieren—le dice Andraste con cariño, acariciando su espalda y dándole un
tierno abrazo.
—Te dije que no comieras la manzana del Árbol de Conocimiento de
Eden, pero no me hiciste caso, Asherah. Y mira a dónde nos ha llevado—
protesta Danna.
La guardiana guerrera, sentada en una de las sillas, con las piernas
apoyadas sobre la mesa y cruzada de brazos, mira a sus hermanas.
—La manzana me fue ofrecida por el conocimiento y el universo. Y ya
sabes lo que ocurrió la última vez que alguien se negó a cumplir los
designios del destino—contesta Asherah, mirándola con frialdad.
—Danna, sabes que se exterminó a toda una raza de guardianes y los
fundadores casi desaparecen en la lucha—cuenta Andraste.
—Lo sé, lo sé. Yo también leí el libro de la Creación, pero es injusto
que te hagan sacrificar tanto. ¿Para qué? ¿Qué se supone que ganamos con
todo esto? Porque estás a punto de sacrificar a tus dos más leales hijos…
»Has perdido ya a uno de los siete, a dos si contamos a Azrael. Te viste
forzada a crear a Lilith para después verla sufrir y todo porque juega un
papel fundamental e importante en esta partida de locos. Permíteme que me
enfade y me moleste ver cómo te deshaces en llanto cada noche, hermana.
Una tiene corazón…, frío pero corazón, al fin y al cabo—responde Danna.
Las tres hermanas guardianas, las tres custodias del poder de los
fundadores, las protectoras de la Tierra que saben que, para ganar esta
infinita guerra, deben perder batallas y a seres queridos por el camino. El
día en el que Asherah mordió aquella manzana que el Árbol del
Conocimiento le entregó fue el día en el que ella perdió su alma.
Poseer tal poder de conocimiento del presente, pasado y futuro no
debería ser posible, pero ella no es una guardiana normal. De ella emana
todo el poder de la Creación y de los fundadores. De ella depende que se
cumpla una profecía escrita en el tiempo y el espacio, fijada desde el
momento en el que todo se volvió caos y oscuridad. El fin de los fundadores
marcó su destino y el de sus hijos, y nada ni nadie puede cambiarlo ni
luchar contra ello.
—Debemos empezar a prepararlo todo. Hay que cerrar los portales—
sentencia Asherah rompiendo el silencio. Danna y Andraste asienten con la
cabeza. Las tres salen del gran salón, dejando tan solo la tímida y tenue luz
de la luna atravesando el cristal de sus ventanas.
—P-pero ¿qué demonios…?—balbucea Sheena, saliendo de las sombras del
salón, seguida por Samael.
—¿Ocurre algo?
—¿Que si ocurre algo? Estoy en shock por lo que acabo de escuchar,
Sam. Absolutamente en shock. Y molesta con tu madre. Ella siempre ha
sido consciente de todo esto, del gran sacrificio que tu hermano tendrá que
hacer y del tremendo tormento que eso le causará.
»Tú no has visto la angustia y la pesada losa con la que lleva cargando
Miguel todo este tiempo. ¡Se ha llegado a odiar a sí mismo! Y Lilith, todo
por lo que ha tenido que pasar, lo que ha tenido que sacrificar…¿para
cumplir una profecía absurda? ¡Son seres vivos con sentimientos, por el
amor de Dios!—protesta sin darse cuenta que está elevando demasiado su
tono de voz. Samael le tapa la boca con la mano.
—Shhh, nos van a oír—le dice. La coge de la mano y salen a la terraza
en silencio—. Vamos. —Sheena intenta preguntar cómo van a bajar de ahí,
pero no le da tiempo a decir nada. Samael la coge en brazos y salta al vacío
con ella aferrada a su cuello, ahogando un grito contra su cuerpo.
Caminan entre las sombras del sendero que los lleva de vuelta a la villa,
siempre vigilantes de no ser descubiertos. Sheena no entiende la entereza
que muestra Samael. Parece como si, todas aquellas palabras, no hubiesen
causado en él ni la más mínima brecha. Y no sabe si eso es bueno o por el
contrario acabará por estallarle en las manos tanta contención. Si ella
hubiese escuchado decir todas esas cosas a su madre, no hubiese podido
contenerse.
Recorren el camino en silencio sin apenas mirarse. Sheena aún sigue
algo aturdida por aquella confesión de Asherah, pero ahora está más
preocupada por Samael. Aunque él muestra una entereza y una fortaleza
mental increíbles, sabe que también lo han afectado esas palabras. Pero
también sabe que se abrirá a ella cuando esté preparado y haya digerido
toda esa información. Sin darse cuenta, su malestar desaparece por
completo.
A pesar de la gruesa capa que lleva, Sheena no puede evitar sentir el frío
de la noche penetrar en su cuerpo y trata de abrigarse más. Parecen estar
completamente solos paseando por aquellas callejuelas algo húmedas y
embarradas. Las velas, que antes se iluminaban en las ventanas, ya están
apagadas. Tan solo iluminan las farolas de la calle.
De pronto, Samael la coge por la cintura y se adentra con ella en un
oscuro callejón. Amparados por las sombras que proyectan los edificios,
permanecen apoyados contra la pared. Con su cuerpo haciendo de escudo
protector, Samael vigila la calle. Ven pasar a tres hombres, vigilantes o
guardias del ejército de Sheeloá. Sheena se ríe ante esa situación.
—¿Hay algo que te divierta, sanadora?—pregunta Samael, mirándola a
los ojos.
—No. Es solo que me resulta extremadamente familiar esta situación—
responde sonriendo.
—¿Te refieres a la primera vez que te besé?
—Veo que tú también lo recuerdas…—dice, mordiéndose el labio
inferior.
—Recuerdo todos y cada uno de nuestros besos, de nuestro
acercamiento y de cómo luchabas y te resistías cada vez que te rozaba la
piel. Recuerdo el sabor de tus labios y del golpe tan grande que causaste en
mi corazón cuando me correspondiste a ese primer beso—responde entre
susurros.
Samael acaricia su mentón con suavidad, mirándola fijamente. De
pronto, sus ojos se iluminan en un azul brillante e intenso que deja a Sheena
atónita. Ella estira la mano para acariciar su rostro, embelesada por lo que
está viendo.
Él la toma con fuerza entre los brazos y la besa con pasión. Pasión y
posesión. Sheena siente algo diferente en aquel beso, algo poderoso y
peligroso a la vez. Samael no solo se ha recuperado de sus heridas, ha
evolucionado. ¿Pero evolucionado a qué, exactamente?
14.
MI VEL TUMBA BENINI
PARTE I
Cuando entran de nuevo en la habitación, se la encuentran fría y a oscuras,
ya que la chimenea se ha apagado del todo. Una ola gélida golpea a Sheena
nada más entrar, quien emite un pequeño quejido y se abriga bien con su
capa.
Samael se acerca a la repisa de la chimenea, mira las apagadas brasas y
las devuelve a la vida. Una vida incluso más fuerte que antes. En cuestión
de segundos, la estancia se calienta por completo. Ella observa su alrededor,
asombrada aún por el maravilloso poder de su arcángel y porque, esta vez,
no necesita tocar la chimenea para crear vida.
Lo mira y suspira profundamente, atrayendo su intensa mirada. Él
sonríe, se acerca a ella, la coge de la mano y la lleva hasta el borde de la
cama. La ayuda a sentarse y comienza a quitarle la ropa con mucha
delicadeza. Sheena observa todos sus movimientos, comenzando a sentir
cómo su corazón late cada vez con más fuerza.
Se miran con deseo, con ansia, pero Samael parece decidido a tomárselo
con mucha calma. Lanza al suelo la última prenda, se vuelve hacia ella y la
coge en brazos, caminando después hacia la bañera.
—¿Me vas a frotar la espalda, arcángel?—pregunta con picardía.
—Si tú quieres…
—Mmm, te quiero conmigo en esa bañera. —Ante esa proposición,
Samael sonríe.
—Dudo mucho que podamos estar los dos ahí dentro, sanadora.
—Bueno…, tal vez a la larga no, pero uno encima de otro…—le
propone, mordiéndose el labio.
El azul de los ojos de Samael se torna oscuro, la mira con absoluto
deseo y mostrando un hambre voraz que opta por mantener controlado
dándole un beso en los labios.
—Por más que lo desee, mi amor, este momento es para ti. Llevas días
diciendo que necesitas un relajante baño y creo que es buena hora para ello.
Pero, si me lo permites, te frotaré el jabón por el cuerpo.
Samael introduce su cuerpo desnudo en el agua previamente calentada
con el mismo poder con el que acaba de encender la chimenea. Toma una
pastilla de jabón con aroma a lavanda y comienza a frotarle todo el cuerpo
con delicadeza. Sheena se recuesta contra el borde de la bañera y se deja
hacer, entrando en un profundo estado de relajación. Cuando Samael pasa a
lavarle el pelo, y a masajearle la cabeza, no puede evitar gemir de placer.
—Si sigues gimiendo así, sanadora, voy a perder el poco autocontrol
que me queda—le susurra al oído.
—Mmm…, pues lo siento por ti, pero es que tienes unos dedos mágicos
y…
Con un rápido movimiento, y sin dejarla terminar la frase, Samael se
desnuda y se introduce en la bañera, sentándola a horcajadas sobre él.
Cogiéndola de la nuca, la atrae hacia él y la besa con pasión. Sin más
preámbulos, hacen el amor ahí dentro, derramando el agua de la bañera con
cada movimiento.
****
Las primeras luces del amanecer entran de forma furtiva e iluminan toda la
estancia, desvelando los secretos que la noche ha guardado bajo su oscuro
manto. El suelo ya se ha secado por completo, pero las toallas siguen
tendidas ahí, acompañadas de la ropa esparcida de igual forma. Dos
amantes permanecen abrazados y desnudos bajo las gruesas mantas de la
cama. El sol acaricia sus rostros con sus rayos, que no causan efecto en
ellos.
Es entonces cuando la brisa decide hacer su aparición y penetrar en la
estancia removiendo el aire caliente que aún permanece ahí dentro. Al notar
el aire sobre su rostro y la calidez de la mañana en sus mejillas, Sheena
comienza a moverse, emitiendo pequeños gruñidos de protesta.
—Buenos días, sanadora ¿Has dormido bien?—pregunta él, aún con los
ojos cerrados y acariciando la curvatura de su cadera.
—Mmm, ha sido la noche más relajada que he tenido en mucho tiempo
—responde. De forma inconsciente mueve sus caderas, rozando su trasero
contra el ardiente cuerpo del arcángel, quien responde con rapidez. Samael
la acerca más contra él y comienza a darle sensuales besos en el hombro—.
Veo que tú ya estás completamente despierto—bromea.
—Moviéndote así es imposible seguir dormido…
Samael mete la mano entre sus piernas y comienza a frotar esa delicada
zona, haciendo que gima de placer. No tarda mucho en notar su humedad
reclamando ser invadida de nuevo, pero, esta vez, quiere tomarse su tiempo
y jugar más con el tesoro que tiene entre los dedos.
Mueve el dedo despacio sobre su abultado clítoris, frotándolo poco a
poco y provocando pequeños espasmos en ella. Sheena intenta girarse para
mirarlo, pero él se lo impide. Entonces ella sujeta su mano para marcar el
ritmo.
De pronto, Samael mete uno de los dedos dentro de ella mientras sigue
presionando el oculto botón del placer. Siente como el orgasmo comienza a
apoderarse de ella y acelera sus movimientos, respirando ambos cada vez
más agitadamente.
En cuestión de segundos, Sheena se deja llevar por un ansiado orgasmo
y grita de placer, derramándose por completo en su mano. Justo entonces, la
gira y la tumba boca arriba.
—Sam…—susurra exhausta y jadeante.
—¿Mmm?—responde él mientras le besa todo el cuerpo poco a poco.
—Te quiero dentro de mí—ordena Sheena, retorciéndose entre sus
brazos y tratando de colocarse bajo su cuerpo. Samael coloca la mano sobre
su pecho y la vuelve a tumbar contra el colchón, inmovilizándola.
—Todo a su tiempo, sanadora, todo a su tiempo…—Y con una pícara
sonrisa asomando en su rostro, clavando en ella sus azules ojos, prosigue
con sus besos hasta meter la cabeza entre sus piernas.
—Oh, madre mía—dice entre gemidos de excitación al sentir su lengua
recorrer cada rincón de su sexo. Se aferra con fuerza a la almohada,
dejándose llevar por otro placentero orgasmo que casi consigue dejarla sin
fuerzas para recibirlo de nuevo en su interior.
Unas horas más tarde, y ya con el sol bien alto en el cielo, permanecen
desnudos y tumbados boca arriba en la cama que les ha brindado tanta
protección desde su llegada. Sheena se siente plena, agotada, pero
plenamente saciada y completa. Nunca ha estado con alguien como él.
Su forma de besarla, de acariciarla y de hacerle el amor es muy
diferente de lo que ella conocía hasta ahora. Algo de lo que, está
convencida, no se cansará jamás. Samael tenía razón en sus palabras: es
fuerte y letal contra sus enemigos, y de igual forma, en los placeres del
amor.
Piensa en Miguel y en que jamás ha llegado a sentir con él la conexión
que siente con Samael. Ni con Liam, después de tantos años juntos. Pero
cuando piensa en Jared, se da cuenta de que fue el único en lograr estar tan
cerca de ella. Tal vez por la conexión que siempre han tenido desde niños y
la complicidad entre ambos. Y porque él tampoco la engañaba, ni le
ocultaba las cosas. La protegía, sí, pero nunca la dejaba a ciegas.
En ese momento, se oye un fuerte estruendo al otro lado de la
habitación. Alguien ha entrado en la sala contigua a ellos y ha cerrado de un
portazo, sacando a Sheena de sus pensamientos. Samael hace un gesto con
la mano, indicándola que permanezca en silencio. Ambos se acercan a la
pared para tratar de escuchar lo que sucede al otro lado.
—Muy bien, Sheeloá. Es el lugar más alejado de todos que he podido
encontrar. Aquí tendremos esa intimidad que me has exigido. Ahora,
cuéntame, ¿por qué estamos aquí?—dice Miguel, mirando a la reina
nimeria.
Sheeloá, no del todo convencida de estar completamente solos, vuelve a
abrir la puerta de la habitación y saca la cabeza para asegurarse. Cierra y se
acerca a la ventana para hacer lo mismo. Cuando se gira, ve a Miguel
cruzado de brazos, mirándola de forma inquisitiva y esperando una clara
respuesta.
—Tu madre me pidió que le enviase una carta a tu hermano, anoche,
cuando todos os fuisteis—comenta.
—¿Y? Había que responder a su petición y…
—No es eso, Miguel.
—Sheeloá, o vas al grano, o no lograré comprenderte nunca.
—La carta que tu madre me entregó no era la respuesta a la petición de
Gabriel. Esa ya está enviada por un mensajero. La que yo entregué es
diferente: era para Samael—le cuenta.
—Sigo sin entenderte. —Miguel opta por sentarse en el borde de la
cama y esperar a que Sheeloá logre explicarse con más claridad. Ya bastante
incómodo está siendo el hecho de haber engañado a Lilith y no tenerla en
esa reunión secreta y clandestina, pero es lo primero que la reina nimeria le
ha exigido: venir solo.
—Miguel, no sé qué ponía esa carta, si es lo que me vas a preguntar,
pero sé que algo raro está pasando con todo esto. Tengo un mal
presentimiento. Tu madre me ha ordenado que acompañe la huida a su reino
de todo el poblado. No quiere que ni yo ni mi ejército participemos de esa
reunión solicitada por Gabriel—responde ella. Su semblante es serio y se
nota en sus palabras una enorme preocupación por todo el extraño asunto
que se comienza a gestar.
—Tal vez sea porque, en caso de ser una trampa y no conseguir retener
al ejército de demonios aquí, mi madre considere que es mejor que vosotros
estéis al otro lado del portal para protegerlos a todos—comenta Miguel.
Es una respuesta bastante razonable y creíble, si no fuese porque a él
también le parece extraño todo eso. Todo el mundo sabe que el ejército
nimerio escasi invencible y sumamente ágil en una batalla. Es el mejor
aliado que puedas tener. Dejarlo fuera es garantizarte una derrota segura.
—No, Miguel, no. Algo me dice que es por otro motivo. ¿Por qué no
están aquí tus hermanos Rafael y Jofiel? ¿O Azrael con sus ángeles
inmortales? Tu madre no nos quiere en esa reunión. Y es porque ella sabe lo
que va a suceder—afirma Sheeloá.
—Pero ¡¿es que te has vuelto loca, Sheeloá?!¿Cómo puedes siquiera
llegar a pensar que mi madre…?—comienza a decir efusivamente Miguel,
levantándose de la cama de golpe y mirando con severidad a la joven.
—¿Qué sabes de tu madre, Miguel?
—¿Como que qué sé de mi madre?¿A dónde quieres llegar con esto?—
Miguel pierde la poca paciencia que le queda. Respira profundamente para
tratar de calmarse y vuelve a mirar a Sheeloá, quien lo insta a responder—.
Mi madre es una guardiana muy poderosa, la reina de los guardianes y de
todos los seres del otro lado del portal, la custodia del Poder Original y de
la Creación —dice.
—…y guardiana del conocimiento: presente, pasado y futuro—
sentencia Sheeloá. Él la mira, asombrado al comprender el significado de
aquella afirmación—. Sin ese poder, un guardián no puede gobernar. Por
eso es tan poderosa—afirma.
—¿Estás insinuando que ella era conocedora de todo este caos en el que
estamos envueltos?¿Intentas decirme que mi madre ha dejado que
torturasen a mi hermano, a su hijo más querido, porque conoce el futuro y
debe dejarlo seguir su curso?¿Estás intentando decir que todo esto es una
especie de…conspiración celestial?¿Es eso, Sheeloá?
—Piénsalo bien, Miguel. Sabes que tiene mucho sentido todo lo que te
estoy diciendo. Si yo voy a esa reunión y, por cualquier motivo, estalla una
lucha, tu madre sabe que conmigo tendríais el triunfo de vuestro lado. Sabe
que tanto tú como yo y tus hermanos podríamos doblegar a Samael y traerlo
de vuelta con nosotros. Pero no nos quiere allí. Os quiere a ti y a Lilith, y a
sus propios soldados, obviamente—responde con seguridad.
Miguel se deja caer en la cama de nuevo, aturdido y dándose cuenta de
que esas palabras tienen mucho sentido. Sobre todo, porque tanto él como
Lilith han estado hablando de ello hace tan solo unas horas. Sabe que
Sheeloá no se arriesgaría tanto a hablarle a él sobre esto si no estuviese
convencida de lo que dice. Todo está siendo muy extraño. Y sí, parece
servir a un extraño y oscuro propósito que se les está ocultando por algún
motivo.
—Tú también lo has pensado, Miguel. Te conozco lo suficiente y sé que
no me vas a mentir. A mí no puedes, arcángel. Estamos conectados.
—Lo sé, lo sé…—responde suspirando. Miguel se lleva las manos a la
cara y se frota el rostro en signo de desesperación.
Ella se sienta junto a él y apoya la cabeza contra su hombro, tratando de
prestarle apoyo y comprensión. Sabe que toda esa información, aun siendo
algo que él también hubiese pensado, es mucho para él. Todo su mundo se
derrumba.
—¿Qué vamos a hacer, Sheeloá?—pregunta, angustiado.
—Bueno, ya que estamos aquí, podríamos aprovechar la habitación. Se
avecina una lucha y vas a necesitar tener todo tu poder al máximo—
responde, divertida. Esa proposición le saca una sonrisa a Miguel.
—Creía que preferías la compañía femenina…
—Y yo que estabas enamorado de Lilith, pero ya ves—responde con
ironía.
—No estoy enamorado de Lilith, Sheeloá. Es…es más complicado que
eso.
—Lo sé, arcángel. Todo es más complicado. Todo sería mucho más fácil
si mi hermana no hubiese muerto y se hubiese casado con tu hermano,
pero…aquí estamos. A punto de librar una batalla que ya está perdida y por
la que, por algún motivo, tu madre está dispuesta a sacrificar a sus dos
queridos y valerosos hijos. —Miguel suspira al oír la afirmación de su
amiga. Le pasa el brazo por los hombros y la abraza con ternura,
atrayéndola hacia él.
—No digas eso, Sheeloá.
—Si quieres que me calle, ya sabes lo que tienes que hacer, arcángel—
responde con audacia y sonriendo de forma traviesa.
Miguel se ríe y la besa, dejándose llevar ambos por el deseo mutuo que
siempre han tenido. Y, esta vez, ambos necesitan de sus energías, pues lo
que se les avecina no augura nada bueno. Aunque en lo más profundo de su
alma desearía poder estar en esa cama con otra, debe aceptar la fuerte
atracción que siempre tuvo con su amiga y confidente, Sheeloá.
A pesar de tan diferente a su hermana, tiene que reconocer que posee
una gran belleza. Así como Nimhué era una mujer exuberante, con un
cuerpo escultural y unas curvas en las que te podías marear solo de
observarlas, su amiga tiene más un cuerpo menudo aunque atlético. Su tez
dorada es algo más pálida que la de su hermana.
Tal vez su delgadez sea lo que le proporciona esa agilidad en la lucha de
espadas. Sheeloá es una gran luchadora en el cuerpo a cuerpo y una gran
arquera como su hermana. Siempre armada con sus dos espadas, que agita y
mueve con gran soltura. A Miguel le encanta entrenar con ella porque lo
obliga a estar siempre alerta y a tener todos sus sentidos despiertos.
Pero lo que más le asombra de ella es la grandísima conexión que
siempre han manifestado tener. A pesar de haberse enamorado de Nimhué,
por alguna extraña broma del destino, su conexión energética había sido
siempre con ella. Sheeloá es su energía y Samael, su alma. Extraños
designios que el universo decidió marcar en sus vidas.
Y tras divagar entre todos aquellos pensamientos, ambos se dejan llevar
por el éxtasis del momento.
PARTE II
Sheena suspira, optando por levantarse de la cama y colocándose una manta
alrededor. Se acerca a la pequeña mesa redonda que hay junto a la ventana,
donde tienen una jarra de agua, se sirve un vaso y lo bebe de un trago. Se
sirve otro y le da un pequeño sorbo, quedándose fija en el gentío de la calle
que se ve a través de la ventana, pensando.
La conversación entre Miguel y la reina nimeria hace que regresen a su
mente las palabras que escucharon anoche en boca de Asherah y sus
hermanas. Y vuelve a sentir la rabia fluir por su cuerpo, sabiendo que ya no
puede dejar pasar el tener esa conversación con él. Toma aire y se gira para
mirar a un Samael que la observa con intriga.
—Sam, anoche no te quise preguntar sobre este tema porque, en todo
este tiempo contigo, he aprendido a diferenciar cuándo necesitas hablar y
cuándo prefieres dejar que tus pensamientos se asienten. Pero…
—Pero ahora quieres hablar…—Samael toma aire y se sienta en el
borde de la cama, mirándola fijamente—.Adelante, te escucho.
—No, no quiero que me escuches. Quiero que me digas qué sientes tú
en estos momentos. —Por la expresión de su cara, Sheena comprende que
no entiende bien su pregunta—. O tienes una templanza impresionante, o tú
ya sabías todo esto. ¿No recuerdas nada de nada?—pregunta.
—Mi época de cautiverio está bastante confusa, ya que, como has
podido comprobar, estaba controlado por Na’amah. Me costaba bastante
distinguir la realidad de las ilusiones que ella me provocaba. Y aún siguen
siendo algo difusas, salvo porque de algunas he podido comprobar que no
se trataban de ilusiones, sino de recuerdos—responde con calma.
—O sea que tu conversación con Lilith la recordabas, pero no sabías si
había sido real hasta ahora…—Él asiente y se levanta de la cama. Camina
lentamente hacia ella—. ¿Y qué hay de tu madre?
—¿Qué pasa con mi madre?
—¿Recuerdas haber recibido una carta suya?—pregunta, mirándolo a
los ojos.
—Sí. Es lo único que sé que no fue una ilusión.
—¿Por qué?¿Qué decía?—Samael suspira, buscando fuerzas para
contestar.
—«Deja que el príncipe muera para que pueda nacer el rey»—responde
con sinceridad.
Sheena siente que se le oprime el corazón al comprender el significado
de aquel mensaje. Deja su vaso sobre la mesita, apoyándose en ella para no
trastabillarse porque nota que le fallan las piernas. Asherah siempre había
sido conocedora del terrible desenlace de esa reunión. Sabía del enorme
sacrificio que Miguel tendría que hacer para poder cumplir con sus
estúpidos designios.
—¿Cómo ha podido haceros eso? Vuestra propia madre…, no tiene
corazón alguno. N-no puedo entender cómo ha podido dejar que todo esto
pasase. La creación de Lilith, su tormento, tu tormento y el de tu hermano.
Habéis sido unas simples marionetas de su… ¿Cómo ha podido hacer algo
así, Dios mío?—balbucea entre susurros, sintiendo que las lágrimas afloran
en sus ojos. Lágrimas de rabia, pero lágrimas, al fin y al cabo. Samael se
acerca a ella y la abraza con delicadeza.
—Ey, vamos, Sheena…, está bien, no pasa nada…—le susurra mientras
acaricia su espalda con ternura. Se separa de él con brusquedad, alejándose
y tratando de controlar la rabia que se apodera de ella sin control alguno.
—¡No, maldita sea!¡Nada de todo esto está bien, Samael! ¡Por el amor
de Dios, que es vuestra madre! Tú no has visto el tormento por el que está
pasando tu hermano, castigándose y odiándose por lo que tuvo que hacer.
Hasta Lilith ha tenido que pasar por su propio tormento para…¿Cómo
puedes estar tan tranquilo, Sam?—le reprocha.
—¡No estoy tan tranquilo, Sheena, pero no puedo hacer nada ahora! Lo
hecho, hecho está. Estoy aquí para aprender y para poder recordar. Y
también para comprenderlo todo. ¡¿Te crees que estuve encadenado en ese
infierno sin más?!¡No, Sheena!—responde con frustración.
»Me torturaban cada día, cada hora. Y me torturaba yo mismo porque
no hacía más que pensar y pensar, tratando de encontrarle sentido a todo
esto. Y solo pude llegar a deducir que, si mi madre sabía todo esto y no hizo
nada por impedirlo, es porque debíamos cumplir un destino mayor que
trasciende por encima de cualquier tipo de sentimiento. —Sus palabras
denotan angustia y desesperación. En cualquier otro momento, Sheena le
hubiese calmado con sus caricias, pero ella también está invadida por la
rabia.
—¡A la mierda el destino, Sam!¡Es tu madre la que os ha hecho todo
esto!¡Y por lo visto, también ha tendido sus hilos sobre mí!—Al momento
de pronunciar esas palabras en alto, se arrepiente por completo, siendo
consciente del daño que le acaban de hacer.
—Siento mucho que los problemas de mi familia te hayan salpicado a ti,
Sheena—responde con semblante derrotado.
Samael mira al suelo y aprieta los puños, tratando de contener el dolor
que toda esa situación le produce. Se gira y camina de nuevo hacia la cama,
sin mirarla porque, si lo hace, se derrumbará. Toma aire y cierra los ojos.
Trata de encontrar las palabras exactas, pero siente que le fallan las fuerzas
y opta por sentarse.
—Todo esto es por mi culpa. Por no querer aceptar un trono y por mi
estúpido orgullo. Entendería que no quisieses volver a verme o a ninguno
de nosotros tras regresar al presente. Quizás sea lo más seguro para ti y para
tus seres queridos. Todo lo que toco sufre o muere—comienza a decir. Al
oírle pronunciar esas palabras, Sheena siente una enorme punzada en el
corazón y corre junto a él. Se arrodilla y toma sus manos entre las suyas.
—No he dicho que no quiera volver a verte, Sam. Perdóname por la
forma en la que lo he dicho, no era mi intención hacerte daño. Pero me
duele ver todo el mal que se ha hecho por cumplir un destino. Mírame,
Samael, por favor. —Él fija su azul mirada en ella, una mirada que brilla
siempre que se cruza con la suya—. Te amo, arcángel cabezota. Y nada ni
nadie podrá separarme de ti, ¿me oyes bien? Eso no quiere decir que no me
enfade o me sienta frustrada por todo lo que está sucediendo. Para mí todo
esto es nuevo, Sam. Ni siquiera sé aún qué soy exactamente o cómo
funcionan mis supuestos poderes. Entiéndeme a mí también—le explica
casi con lágrimas en los ojos.
Samael esboza una tímida sonrisa, sintiendo un gran alivio en su
dolorido corazón. Sheena se incorpora y se sienta a horcajadas sobre su
regazo, dejando caer la manta al suelo. Toma su rostro entre las manos,
mirándolo fijamente y acariciando su marcada mandíbula. Él le aparta el
pelo con delicadeza, acaricias u mejilla y le da un tierno beso en los labios.
—Tal vez no pueda seguir oponiéndome a mi destino, pero solo
aceptaré la corona si tú asciendes conmigo al trono como mi reina. ¿Qué me
dices, sanadora?
—Que es la proposición de matrimonio más extraña que jamás me
hayan hecho—le responde, divertida.
Ambos se funden en un profundo y apasionado beso. La necesidad de
tenerse, de poseerse, es tan grande que sus besos y caricias se intensifican
hasta no poder soportarlo más.
Sheena, notando la dura erección de Samael, se coloca mejor sobre él
para dejarlo entrar. Con movimientos pausados y sin dejar de besarse,
marcan un ritmo que poco a poco se convierte en urgencia.
—Oh, Sheena. Te amo con locura, con toda mi alma y con todo mi
corazón, y no deseo otra cosa que hacerte el amor hasta quedar llenos el uno
del otro—susurra sumamente excitado, sintiendo como entra y sale de ella.
—Demuéstrame de lo que eres capaz, arcángel—responde entre
gemidos de placer.
Sin más palabras, Samael se levanta con ella sujeta a su cintura y
camina hacia la chimenea. La tumba con delicadeza y comienza a besarle
los rosados y duros pezones. Sheena arquea la espalda y gime de placer,
abriendo más las piernas para dejarlo entrar más profundamente.
Mientras saborea uno de sus pechos, Samael mira hacia la pequeña
hoguera de su chimenea y las llamas comienzan a cobrar vida. Arden con
fuerza hasta cambiar su color rojizo por un azul intenso que ilumina toda la
estancia. Hacen el amor sin prisa pero sin pausa, saboreando cada rincón de
sus desnudos cuerpos, dejándose llevar por el más absoluto de los placeres.
****
Tres días más tarde, mientras Sheena aún duerme profundamente, Samael
observa por la ventana de su habitación el movimiento de los habitantes de
aquel lugar. El nerviosismo parece haberse apoderado de ellos, ya que
deambulan de un sitio a otro, recopilando todo lo necesario para la huida.
Todo el mundo se prepara para abandonar su hogar. Ve a soldados
nimerios apostados de dos en dos en las puertas de las casas, esperando a
sus inquilinos para escoltarlos hasta el portal que los llevará de vuelta a su
lugar de origen, a su reino del Orbis Alia.
De pronto, entre el gentío, Samael ve a Sheeloá y a Lilith. Parecen tener
una acalorada discusión y siente una tremenda necesidad de saber lo que
está pasando. Se viste y se dispone a salir de la habitación, pero, justo
cuando sujeta el pomo de la puerta, oye a Sheena despertarse. Se acerca a
ella y le da un tierno beso en los labios. Ella abre los ojos lentamente y
sonríe al descubrirlo mirándola.
—Bienvenida al reino de los vivos, sanadora—dice Samael, acariciando
sus mejillas.
—¿Qué hora es?—pregunta algo adormilada.
—Dirás mejor qué día es. Llevamos aquí encerrados tres días, mi amor.
Y tenemos cosas que hacer…
—¡¿Tres días?!—Sheena se incorpora de golpe, atónita por su respuesta
—.¿Por qué estás vestido?—pregunta al darse cuenta de que lleva su ropa
puesta.
—Voy a salir un momento, no tardaré. Quiero ver qué está pasando ahí
afuera y desde aquí es imposible…
—¿Qué?¡No! No vas a salir ahí solo y dejarme aquí esperándote. Me
visto enseguida y te acompaño—afirma. Se dispone a apartar las mantas de
la cama y salir de ella, pero él se lo impide.
—No pasará nada, Sheena. Iré más rápido si voy solo y volveré igual de
rápido. No te preocupes, sanadora. Siempre vuelvo a ti, ¿recuerdas?—
Esboza esa seductora sonrisa que hace que todo su cuerpo reaccione.
—Bien, pero será mejor que vuelvas, arcángel, porque si tengo que salir
a buscarte…— Samael le da un profundo beso, acallando así sus quejas. Se
aleja de ella y sale de la habitación, cerrando la puerta tras él y dejando un
vacío enorme allí dentro.
Sheena suspira y se vuelve a tapar con las mantas, tratando de relajarse.
Pero no puede. Da vueltas y más vueltas en la cama, sin encontrar una
postura que en verdad sea cómoda. Se tumba boca arriba y vuelve a
suspirar, pero esta vez con más fuerza. Se levanta de un salto de la cama y
se coloca una manta alrededor. Mira el fuego de la chimenea, que sigue
emitiendo un intenso calor en la habitación, y se acerca a la ventana.
La tarde ya comienza a convertirse en noche, una noche que augura ser
despejada porque no se ve ninguna nube en el cielo. Una ligera ráfaga de
viento mueve una pequeña rama que parece querer crecer en su ventana.
En la esquina inferior izquierda, Sheena ve como el viento mece una
planta seca y casi sin vida. De forma instintiva, extiende la mano hacia ella
y la acaricia. En ese momento, la planta cobra vida de la nada y comienza a
florecer hasta formar un frondoso esqueje del que asoman tres flores de un
intenso azul, como el color de los ojos de Samael. «Nomeolvides», piensa
reconociendo esa flor.
—Vaya…, así que puedo devolverles la vida a las plantas—susurra,
sorprendida.
De pronto, bajo su ventana, escucha a un grupo de soldados hablar
agitadamente entre ellos. Esperan por alguien porque no dejan de mirar a
todas partes. Esperando o buscando a alguien, más bien.
—Dicen que lo van a matar, que lo han visto deambular por el bosque y
que le tenderán una emboscada—comienza a contar uno de los soldados.
—No digas tonterías, Orreilli. Nadie puede matarlo. Samael es un ser
muy poderoso—lo interrumpe otro de los soldados.
Sheena siente un dolor agudo en el pecho y, como si le hubiesen
golpeado fuertemente en el estómago, se viste a toda prisa, casi con
lágrimas en los ojos y sin dejar de maldecir y protestar.
En cuestión de segundos sale como una exhalación de la habitación y
baja corriendo las escaleras del hospedaje. Sale a la calle, mirando a ambos
lados, y se mezcla con el gentío, que no deja de caminar a toda prisa de un
lado para otro, angustiado.
Intenta levantar la cabeza para poder orientarse y tener una mejor
perspectiva de la dirección que debe tomar. Ve a un grupo de soldados
dirigirse armados en dirección contraria al resto de los habitantes.
Instintivamente, decide seguirlos a una distancia prudencial. Por suerte, está
oscureciendo y, con eso y su capa, tiene la protección necesaria para no ser
descubierta.
Entre empujones y pisotones, entre disculpas y casi desorientada con
cada choque, Sheena siente que la angustia se apodera de ella. No logra
avanzar todo lo deprisa que debería, pierde así el control sobre sus
emociones.
El aire le entra por cuenta gotas en los pulmones y cada vez le cuesta
más respirar. Sabe que debe detenerse para tomar una buena bocanada, pero
no puede. Un fuerte instinto la empuja a seguir adelante con una horrible
sensación anudada en su pecho.
Poco a poco consigue abrirse paso entre la muchedumbre y llega hasta
la casa de la que ha tomado prestadas las prendas. Reconoce el lugar y mira
hacia arriba, viendo al mismo grupo de soldados ascender la colina.
Da un paso hacia adelante, decidida a seguirlos, pero, de repente,
comienza a oír gritos. Alaridos de guerra que provocan que la gente salga
huyendo despavorida en la dirección opuesta. En ese momento, Sheena se
teme lo peor. Sale corriendo ladera arriba, ayudándose de algunas gruesas
ramas para tomar impulso.
El oxígeno ya no le llega bien y tiene que detenerse o se desmayará. Se
apoya contra un árbol y toma aire con fuerza, abriendo la boca, llenando sus
pulmones y respirando con dificultad.
Se lleva la mano al pecho y siente su corazón latir a toda velocidad.
Tiene que relajarse o no podrá hacer nada si se desmaya ahí mismo. De
pronto, se oye un extraño silbido que se va acercando hacia ella. Una flecha
pasa rozando su mejilla y, del susto, se tira al suelo.
El chocar de las espadas es cada vez más ensordecedor y la angustia que
se apodera de ella es más grande. Se levanta de un salto y sale corriendo de
nuevo hacia la cima de la colina.
Esquiva más flechas que le pasan rozando hasta que tiene que
protegerse contra un árbol. Se queda apoyada contra él, respirando
agitadamente y con las lágrimas a punto de brotar. En ese momento, los
recuerdos le vienen de golpe a su memoria. Ya ha soñado con aquello y
sabe cuál es el desenlace.
Toma aire de nuevo y se impulsa otra vez para salir corriendo. La
necesidad de llegar a la cima es cada vez más fuerte. Una enorme atracción
la lleva hasta allí por algún motivo extraño y no puede resistirse a ello.
Exhausta y sin aire, llega a la cima casi a gatas.
De tanto esquivar las flechas que vuelan por la ladera, se ha salido del
sendero y aparece junto al círculo de piedras. Trata de levantarse, apoyando
la mano contra una de las piedras, pero le fallan las fuerzas.
En ese momento, escucha a Lilith gritar y el resonar de dos espadas
chocando entre sí. «No…, por favor, no…», dice casi sin aliento. Sacando
fuerzas de la nada, Sheena se incorpora y atraviesa el círculo de piedras. Al
otro lado puede ver una cruenta batalla entre los soldados del reino, a
Miguel y a Lilith luchando sin descanso contra toda una horda de demonios
alados. Entre ellos, ve a Samael, que no deja de golpear con fuerza a una
Lilith arrodillada ante él, ya casi sin fuerzas para repeler sus ataques.
En el suelo, tendida, y al parecer herida, está Asherah. De pronto,
Sheena ve a Miguel blandir con firmeza su espada y saltar sobre Samael,
gritándole encolerizado que detenga sus ataques. Pero no lo escucha, no
puede. Sin más, Miguel atraviesa el pecho de su hermano con lágrimas en
los ojos y dejándolo caer al suelo entre gritos de agonía y dolor. Sheena
siente el impulso de salir corriendo hacia él, pero alguien la coge de la
mano y tira de ella hacia el centro del círculo de piedras.
—¡No!¡Suéltame!—grita, intentando soltarse.
—Shhh, Sheena, soy yo—le dice Samael, tomando su rostro. Ella tiene
los ojos completamente anegados en lágrimas y no deja de llorar y sollozar,
agarrándose con fuerza el pecho.
—¡Duele, Samael!¡No soporto oírte gritar!¡No puedo…!
—Sheena…Sheena, mírame. —Samael la obliga a mirarlo a los ojos.
Coge su mano y la pone en su corazón—. Mi amor. Estoy aquí, ¿lo ves?
Estoy bien.
Samael la besa, tratando de calmarla y de mostrarle que todo es cosa del
pasado. Un fuerte viento se levanta, rodeándolos por completo. Ramas,
hojas y piedras giran a su alrededor a toda velocidad, dejándolos a ambos
en el ojo del huracán. Se miran fijamente a los ojos. Samael limpia sus
lágrimas con sus pulgares y la vuelve a besar, pero esta vez profundizando
más en su beso.
«Despierta, sanadora…».
Epílogo
EL GUARDIÁN DE LA ESPADA
Un arcángel camina con paso lento y de forma silenciosa entre los restos de
una cruenta batalla. El monte de Belenus se ha convertido en una tumba de
seres de gran poder, salvo por el hecho de que no quedan cadáveres que así
lo confirmen. Tan solo una colina llena de plumas, flechas y espadas
repartidas por todas partes.
El viento sopla ligeramente, agitando las copas de los árboles y las hojas
caídas al suelo. Acaricia las negras alas del ser que observa cada milímetro
del terreno y parece revolverse entre sus oscuros y largos cabellos. Se
agacha para acariciar la tierra y escuchar la historia de lo que allí ha
ocurrido.
—Azrael, hijo mío—dice una voz femenina a sus espaldas.
—Madre—contesta con frialdad sin siquiera girarse para mirar a la que
considera culpable de toda esa carnicería.
—Hijo, por favor, mírame—suplica Asherah.
Azrael se incorpora y se gira para enfrentar la triste mirada de su madre.
Asherah se acerca a él y lo abraza con ternura, como la madre que aún sigue
siendo y con la esperanza de ablandar el frío corazón de su hijo. Pero
Azrael permanece inmóvil e impasible.
El que no puede morir. El arcángel que tuvo que renunciar a la vida para
poder ascender como Ángel de la Muerte. Ya no siente de igual forma que
cuando estaba vivo. Ahora todo lo ve con otra perspectiva. Sin mencionar
que, al igual que su madre, él también es conocedor del presente, pasado y
futuro de todos los universos y la vida que en ellos habita. Salvo de la
verdad absoluta del conocimiento.
Todo su brillo, todo su esplendor de arcángel se apagó al pasar a ser el
rey de las sombras. Sus dorados cabellos se tornaron negros como el
azabache y su piel palideció casi como la mismísima leche.
Su único rasgo mantenido son sus azules ojos. Tan cristalinos como los
de su hermano Miguel; al ser tan pálido, le dan una visión casi fantasmal.
Guardián de las almas que son devueltas al universo para retornar a su
origen y regenerar así su poder. Junto a su hermano Samael, son los dos
seres más poderosos de la Creación, e indestructibles.
—¿Cómo está?—pregunta sin más preámbulos, separándose de su
madre.
—Duerme en la tumba, bajo las ramas del Árbol del Conocimiento.
Ildryss será el encargado de limpiar su sangre y devolverle sus recuerdos,
todos—responde Asherah.
—Entonces, ¿para qué me has llamado, madre? Teniendo en cuenta que
no has permitido mi participación en esta batalla…—comienza a decir
Azrael.
—Tu hermano Miguel se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido?—La afirmación de su madre, conociendo los
fuertes lazos de unión que siempre han tenido Miguel y Samael, lo deja
sorprendido.
—Fue en busca de Lilith. Ambos quedaron devastados tras lo sucedido
y…
—¿Y te extraña? Has obligado a tu hijo a atravesarle el pecho a su
hermano, a quien ama por encima de todo, y a Lilith a presenciarlo. Por no
mencionar todo por lo que la pobre muchacha ha tenido que pasar durante
todos estos milenios. De verdad, madre, ¿era necesario todo esto?—El frío
tono de su hijo le propina un duro golpe en el mismo corazón a la reina,
quien no puede culparlo por sentirse ofendido. Pero no puede evitar que le
duela.
—Ya sabes lo que hubiese ocurrido en el caso de negarme a dejar que
las cosas se sucediesen tal y como deben, Azrael. Hubiese sido la
desaparición de toda nuestra raza, la mía y la tuya. No es la primera vez que
sucede, hijo.
—Lo sé. Yo también tengo el poder del conocimiento, pero no deja de
ser difícil de entender. No me explico qué pueden querer de Samael los
fundadores. Porque dudo mucho que esto se trate solo del trono de Eden o
de la Tierra. Aquí hay algo más que no consigo ver ni entender ¿Y tú,
madre?¿Sabes algo que yo deba saber?—pregunta.
—Tu hermano está destinado a cumplir con…
—Sí, lo sé. Está destinado a cumplir su destino como el ser más
poderoso de la Creación y…
—No, Azrael. Samael está destinado a algo mucho más grande. Él
cumplirá la profecía del regreso de los fundadores—afirma ella.
—¿Y cómo demonios va a poder cumplir esa profecía si está bajo
tierra?
—Porque solo se cumplirá cuando la elegida venga a él y lo despierte.
Juntos están destinados a algo mucho mayor que ni tu ni yo lograremos
comprender jamás.
—Estúpidas profecías—protesta Azrael de forma despectiva.
—Hasta ahora se han cumplido todas.
—Bien. Pues vayamos al grano, entonces. Dime para qué me necesitas
ahora.
—Quiero que tú seas el guardián de esto. —Asherah le entrega una
espada brillante que transmite un gran poder. Una espada con seis alas en su
empuñadura y un símbolo que le resulta muy familiar al Ángel de la
Muerte.
—¿Quieres que yo guarde la espada de mi hermano?¿Por qué?—Azrael
toma la espada de Samael y aprieta su empuñadura sin obtener el mismo
resultado que su hermano cuando la sostiene.
—Porque eres el más indicado para ello y porque, llegado el momento,
Samael te va a necesitar—responde Asherah.
Azrael mira la espada, como hipnotizado por su grandioso poder. La
levanta ante sus ojos y la gira para poder observarla con más detalle. El
reflejo del sol en el brillante acero lo deslumbra por unos segundos,
produciendo una especie de silbido de llamada.
—¿Saben Miguel y Lilith que Samael sigue vivo?
—No. Aún no lo saben. Todo a su debido tiempo, hijo mío. Las cosas
deben seguir su curso—afirma Asherah.
—Madre, algún día te va a pasar factura todo esto. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé, y estoy preparada para ello. Hasta entonces, debo cumplir un
mandato.
Sin mirarla ni despedirse de ella, Azrael camina alejándose de su madre,
que lo mira con absoluta tristeza. De pronto, se para y mira hacia ella por
encima de su hombro, pero sin girarse.
—¿Cómo piensas proteger su tumba y todo el poblado? Os habéis ido
todos a otro plano. Nadie queda para guardar esto ya—comenta Azrael.
—Inundaré el bosque hasta rodear todo el monte, haciendo así
imposible su acceso. Quedará así hasta que se olvide el lugar y tan solo
queden leyendas. El bosque quedará protegido y sellado bajo la magia de
los guardianes. Nadie, salvo un guardián poderoso, podrá levantar el velo y
traspasar las fronteras de Scissy—responde Asherah.
—Bien. ¿Y qué hay de la espada?¿Cómo sabré cuándo debo
devolvérsela a mi hermano?
—Lo sabrás porque ella te lo dirá. La espada está ligada al poder de
Samael. Solo cuando él regrese y la reclame, ella te pedirá volver junto a su
legítimo dueño—afirma con seguridad.
Azrael asiente y desaparece como por arte de magia, portando el arma
más poderosa de toda la creación: la espada de Samael, la espada de
Lucifer.
AGRADECIMIENTOS
Quiero empezar agradeciéndole a mi súper correctora, Paola, el trabajo tan
maravilloso que hace y que ha hecho con mi novela. Como ya le dije a ella,
ya encontré a mi correctora para mí para siempre. El esfuerzo que ha hecho
al tener que trabajar con muchas cosas que a mí se me pasan o que
simplemente no soy consciente que lo estoy expresando mal. Ha sido un
grandísimo honor y placer trabajar con ella.
Como siempre, a mis lectoras cero porque están ahí siempre para
reservarme un huequito en sus vidas y leerse mis escritos, dejándome sus
divertidas notas en los márgenes que me hacen reír. Y porque, al igual que
mis amigos y familia, me animan siempre a seguir escribiendo.
A todos mis lectores. A algunos les puedo poner cara, pero a otros
muchos (y eso es fantástico) no. Sois vosotros los que hacéis que este sueño
se siga cumpliendo con cada publicación y esté cada día más cerca de tocar
el cielo.
Pero quiero hacer una especial mención en este libro porque sé que le va
a encantar, aunque llorará cuando lo lea. Quiero darle las gracias a María
José Moreno, MJ Moreno como firma sus escritos, por haber creado una
comunidad de escritores y escritoras donde ya somos más familia que
compañeros de profesión. Porque ha creado un rincón donde nos hemos
juntado gente de todas partes del mundo y aprendemos de las experiencias
de cada uno. Un rincón donde nos reímos, hablamos, debatimos y nos
prestamos apoyo mutuo sin oponer resistencia alguna. Y yo no soy muy
dada a estar mucho tiempo en grupos tan numerosos porque me acabo
agobiando. Pero en El club de las escritoras te sientes tan a gustito que se te
pasan las horas volando. Y eso es todo gracias a MJ y su súper gran corazón
(a ver si no me echa del grupo en cuanto lea estas palabras). Gracias,
pelirroja. Gracias por unirnos a todas y por dejarnos formar parte de tu
universo. Para los que no sepáis de quién os hablo, la encontraréis en su
web www.simplementemj.com . Ahí podréis tener acceso tanto a su blog de
ayuda a los escritores noveles y autopublicados, como a la plataforma de
formación y de reuniones semanales que tenemos en el club.
Y por último, a mi señor y sufridores esposo porque este año ha sido
especialmente difícil para los dos, pero más para él. Es el que más soporta
mis divagaciones y mis neuras escritoriles, y el que siempre me anima a
seguir o me dice que me relaje un poco, etc.
Nessa McDubh
Música de la Saga
Mientras escribo siempre escucho música. No concibo la vida sin ella, ni
mucho menos lograr inspirarme. Por eso, toda la saga Eden tiene su propia
lista que me ayuda a meterme de lleno en la historia. Está creada en Spotify
y de libra acceso para que la podáis escuchar todos, si queréis. La ponéis de
fondo mientras os sumergís en las páginas de la saga. Es lo que yo hago
siempre que escribo y/o corrijo.
Aquí os dejo el enlace. Podéis pinchar en la imagen y os llevará directos
a la playlist de Eden. También podéis escanear el código con un móvil.
Espero que la disfrutéis.
Nessa McDubh (Xixón, 1980)
Administrativo-contable de profesión, siempre tuvo la necesidad de relatar
historias. «Contar historias es mi razón de ser. Mi forma de evadirme de la
realidad y de viajar a otros mundos…»
Sus grandes aficiones son la lectura, el dibujo, la Historia y la escritura.
Amante de los animales, de la naturaleza y de viajar. Comparte su vida
junto a su esposo y sus cuatro perros. Durante una etapa de su vida, su
profesión estuvo orientada a la educación canina.
Apasionada y enamorada de Escocia, se escapa cada vez que puede a
empaparse de la magia de esas tierras y a reconectarse consigo misma.
Algunos de sus libros:
#FantasíaRomántica
(En el Principio) su primer libro publicado mediante Editorial Círculo rojo
en septiembre de 2019, y perteneciente a la saga Eden.
(El rey del infierno) segundo libro de la saga Eden y autopublicado por la
propia autora en agosto de 2020.
#RománticaContemporánea
(Recuérdame, ahora y siempre) su primera novela ambientada en Escocia y
autopublicada en mayo de 2020.
#RománticaHistórica
(Lady Monfort) primer libro de la trilogía Los hermanos Monfort,
autopublicado en febrero de 2021.
Puedes saber más sobre la autora a través de sus redes sociales:
@nessa_mcdubh.
Más libros de la autora
En el Principio
(Primer libro de la Saga Eden)
“Porque las historias nunca son como te las cuentan. El lobo siempre será
el malo si solo escuchamos a Caperucita.”
El plan de Dios, la rebelión de los ángeles caídos, la diosa madre, la
verdadera lucha de Lucifer… ¿Estará la humanidad preparada para
descubrir la verdad sobre una historia que se ha tergiversado desde los
orígenes de la creación?
Para la arqueóloga Sheena Murray ya no hay vuelta atrás, tras su
aparatoso accidente en Saint Michel y el hallazgo de un miestrioso libro que
le desvelará una verdad callada por milenios. Su viaje comienza aquí.
Ángeles, demonios, ancestros y reinos perdidos.
El rey del Infierno
(Segundo libro de la Saga Eden)
“Porque un reino sin heredero es un reino sin esperanza. Y un reino sin
esperanza es un reino maldito.”
Un padre que busca la redención de un hijo.
Un hijo que lucha por sobrevivir a los mayores tormentos jamás
imaginados, luchando por mantener intacta su alma.
Una alianza que traerá el caos y la destrucción, y que tan solo buscará
doblegar a las almas que conquiste mediante horribles torturas.
Una mujer que lucha por comprender quién es en realidad y qué papel
juega en toda esa locura. Y que, a cada paso que da, está más cerca de ver
cumplido su destino. Ese que le fue asignado mucho antes incluso de su
nacimiento.
La historia de Sheena, Miguel, Lilith y Samael desvelará secretos
profundamente guardados, dando un giro a todo lo que hasta ahora se venía
contando.
Recuérdame, ahora y siempre
“Nosotros somos los dueños de nuestro destino. Aunque , a veces, entreteje
sus hilos de formas incomprensibles. Pero siempre creando segundas
oportuidades”
El destino de Kieran e Isobell ya está sentenciado, pero el futuro de
alicia y Niall aún está por descubrirse.
Un presente que se irá escribiendo mediante trazos del pasado y que
marcará el futuro de unas almas destinadas a encontrarse.
Lady Monfort
(Primer libro de Los hermanos Monfor)
Para Abigail Sinclair, cargar con ese oscuro secreto se está convirtiendo
en una tremenda losa. Una mancha en su cuerpo que ha borrado todo futuro
posible en su vida. Como hija de un granjero, sus opciones no son muchas,
pero su negativa a casarse y formar una familia empieza a ocasionar
habladurías en la ciudad.
Tras la liberación del rey Jacobo V de su encierro en el castillo de
Edimburgo, James Campbell logra consolidar su posición como uno de los
lairds más importantes de Escocia. Apodado como “el demonio rojo
Campbell”, es considerado el guerrero más fiero de las Highlands. Temido
por sus enemigos y amado por los miembros de su clan, James solo odia
una cosa por encima de todo: las mentiras.
Dos vidas que se cruzarán en el momento y situación más inesperados.
Juntos, lograrán cerrar las heridas del pasado que les impide a ambos poder
tener un futuro.