Curso 64-Clase02

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El modelo hegemónico de la masculinidad y la

02
construcción social de la violencia

Presentación

En la primera clase analizamos ya algunos aspectos centrales de la problemática de la violencia


desde los ejes conceptuales de la ESI y los marcos normativos que ponen en primer plano cómo
entender y proceder frente a situaciones de vulneración de derechos. A continuación, les
proponemos reflexionar sobre los soportes socioculturales que inciden en las situaciones de
inequidad y de violencia de género, sumando en el análisis a la socialización de la masculinidad.

Algunas definiciones conceptuales

Para que este diálogo reflexivo nos enriquezca y nos aporte herramientas que nos ayuden a
desandar caminos que nos han llevado a situaciones de desigualdad, es preciso acordar en algunos
conceptos.
Todas las personas estamos inmersas en un orden social con un sistema de creencias que define
roles, atributos y comportamientos diferenciados para las masculinidades y las feminidades, así
como pautas que marcan las relaciones entre ambos.

Las formas de actuar, pensar y sentir en tanto varones y mujeres se constituyen a partir de marcas
culturales definidas social e históricamente, y son aprehendidas a través de los procesos de
socialización que transcurren y vivenciamos en los diferentes entornos de los que formamos parte
tales como la familia, la escuela, el club, las Instituciones de salud, el estado, el lugar de trabajo, y
los medios de comunicación entre otros.

Tal como vimos en la clase anterior, las construcciones de las masculinidades y las feminidades
están atravesadas por relaciones de poder jerárquicas y desiguales. Es así que, frente a las mismas
acciones, existe una valoración social distinta, según quién las protagonice. Por ejemplo, hasta no
hace mucho tiempo la presencia de docentes varones en el nivel inicial era motivo de asombro, una
reacción similar generaba una mujer que planteara que su trabajo era la mecánica del automotor.
Por el contrario, una mujer maestra jardinera o un hombre mecánico no generan ninguna valoración
negativa en particular. El orden social en el que las construcciones de las masculinidades y las
feminidades se caracterizan por la jerarquía y la desigualdad se denomina patriarcado.
El patriarcado designa un sistema social basado en la autoridad y liderazgo del hombre, tanto en la
esfera pública como doméstica, y adquiere distintas formas de expresión según la época. De este
modo, es posible comprender que lo que hoy se considera propio de las masculinidades y de las
feminidades es distinto de lo que se consideraba en la época de nuestras abuelas y nuestros
abuelos. Así como celebramos los avances que hemos ido conquistando como sociedad, también
nos preguntamos sobre las actuales instancias que continúan perpetuando las construcciones
genéricas que conllevan inequidad.
Desde un discurso machista, este tipo de desigualdades son minimizadas o invisibilizadas. El
machismo se expresa en actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a justificar y
promover el mantenimiento de un orden genérico en el que las masculinidades son consideradas
superiores a las feminidades. El machismo, a su vez, está sostenido por el sexismo, que es un tipo
de discriminación basado en la creencia de la superioridad del hombre sobre las mujeres.
Para el machismo y el sexismo, la diferencia sexual instaura una desigualdad “natural” que es
justificada erróneamente desde la biología o a partir de supuestas esencias masculina o femenina.
Desde estas posturas, no se toma en consideración que el cuerpo humano y sus funciones son
permanente objeto de regulaciones sociales y políticas perfectamente historizables.
Que una persona tenga la capacidad de parir no la convierte “naturalmente” en cuidadora, en
limpiadora, en cocinera, en costurera o en lavandera, todas acciones tradicionalmente asignadas a
las feminidades y con un valor menor que el de las tareas consideradas propias de las
masculinidades. La construcción social del género es lo que determina tareas, acciones y roles para
todas las personas.

Algunas expresiones de la desigualdad

Veamos algunas dimensiones de la vida social en las que la desigualdad en términos de relaciones
de género se hace presente: en nuestro país las mujeres destinan el doble de horas que los
varones a las tareas de cuidado, recordemos que las mujeres tradicionalmente han sido pensadas
como responsables de las acciones de cuidado de otras personas dentro del ámbito doméstico.
Según el informe “Las Brechas de Género en la Argentina. Estado de situación y desafíos” (Dirección
Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía Nacional, 2020), las mujeres
realizan más del 75% de las tareas domésticas no remuneradas. El 88,9% de las mujeres participan
de estas tareas y les dedican en promedio 6,4 horas diarias. Mientras tanto, sólo el 57,9% de los
varones participa en estos trabajos, a los que les dedican un promedio de 3,4 horas diarias.
La apertura a las mujeres del mercado laboral en particular y del espacio público en general es algo
relativamente reciente. Y aún en el mercado laboral, las mujeres suelen tener empleos más
precarios e informales que los hombres. Y en empleos formales, el salario de las mujeres es un
27,7% menor que el de los hombres. Esta situación, entre otras, causa que las mujeres se sitúen
mayoritariamente dentro del grupo de menores ingresos de la sociedad.
En otro ejemplo podemos ver que existen carreras, profesiones y empleos que favorecen más a un
género que a otro. Si bien en los tiempos que corren es posible visualizar indicios de cambios a
favor de mayores niveles de participación de las mujeres en espacios extra-domésticos o de
formación educativa, a la par, también nos encontramos con datos e informes que nos muestran
entornos y roles en los cuales aún pareciera no haber ocurrido grandes transformaciones a favor de
mayor equidad e intercambio en las responsabilidades. La siguiente investigación analiza el
ejercicio de la medicina desde una perspectiva de género.

Un estudio reciente del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) da


muestras del constante proceso de feminización de las profesiones abocadas a la salud y
de la presencia de brechas salariales entre varones y mujeres.

De dicha investigación se concluye que son cada vez más mujeres las que se dedican a
concluir carreras médicas y que, una vez empleadas, las mismas ganan menos que sus
colegas médicos y acceden en menor medida a puestos de decisión en sus ámbitos
laborales. Dicho estudio explica que, en los últimos años, se produjo una feminización de
la profesión de la medicina, a partir de un aumento significativo y constante de la
cantidad de médicas graduadas. Mientras que en 1980, ellas representaban el 20 por
ciento en el sector, en 2016 alcanzaban casi el 52 por ciento. Son mayoría además, en el
total de estudiantes de la carrera, un fenómeno que se extiende, sin excepciones, en las
principales universidades de todo el país. Sin embargo, este cambio no se tradujo en una
mejora en la inserción laboral y en sus condiciones de trabajo. Las médicas enfrentan los
mismos obstáculos que trabajadoras de otros sectores laborales: cobran menos que sus
pares, con una brecha salarial que ronda el 20 por ciento, se concentran en las
especialidades con menor rango de ingresos y asociadas con atributos definidos
culturalmente como femeninos, vinculados con el cuidado materno –infantil– y tienen
menor acceso a puestos de decisión, en instituciones hospitalarias, ministerios,
asociaciones profesionales e incluso, en el ámbito académico. 

Fuente: “Género en el sector salud: feminización y brechas laborales”. Programa de


Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Abril de 2018.

En otro orden de cosas, el siguiente dato arroja luz sobre otra condición de desigualdad de las
mujeres: durante el año 2016, las mujeres se realizaron más de 12.000 ligaduras tubarias y los
varones 97 vasectomías. Los métodos quirúrgicos de anticoncepción son gratuitos en hospitales
públicos y tienen cobertura total de obras sociales y prepagas. La responsabilidad del uso de los
métodos anticonceptivos pareciera que recae más en las mujeres que en los varones.
Otro dato extremo y dramático vinculado con la desigualdad entre los géneros tiene que ver con
que, en nuestro país, cada 29 horas, una mujer es víctima de femicidio.

Femicidio: forma más extrema de la violencia de género e implica el


asesinato cometido por un hombre contra una mujer a la que considera de
su propiedad.

Frente a estas situaciones concretas de desigualdad, es necesario analizar el modelo de


masculinidad sostenido por nuestra cultura occidental y nuestra sociedad, que ubica a lo masculino
en un lugar de privilegio con respecto a lo femenino y que, al mismo tiempo, incentiva a que los
hombres asuman comportamientos negativos vinculados con el riesgo y el uso de la violencia en
determinadas circunstancias.

Las masculinidades como campo de estudio

Antes de continuar, las/os invitamos a mirar la siguiente foto.

Hasta no hace mucho este tipo de imágenes no aparecía en el espacio público, ¿qué habrá
cambiado para que hoy los hombres salgan con estas consignas a mostrar su
posicionamiento frente a la violencia machista?, ¿Piensan que los hombres que ustedes
conocen podrían marchar detrás de esta bandera?

Aunque la reflexión sobre el papel de los hombres ha estado presente de una manera más o menos
implícita desde el mismo momento en que las mujeres comenzaron a cuestionar su lugar de
subordinación, considerar y analizar la masculinidad como campo específico de estudio desde la
perspectiva de género es una tarea relativamente reciente.
Los estudios contemporáneos que ponen el acento en el carácter genérico de la masculinidad
comienzan a sistematizase a partir de los denominados Women’s Studies, llevados a cabo en el
hemisferio norte entre los años 1970 y 1980. Estos estudios fueron impulsados por los cambios
sociales, políticos y culturales producto, entre otros aspectos, del cuestionamiento de la
subordinación femenina por el movimiento amplio de mujeres y la mayor visibilidad del colectivo
LGBTIQ+ (sigla que designa colectivamente a lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queer. Esta sigla
suele ir modificándose en la medida en que diferentes grupos se visibilizan por esa razón finaliza con el signo
+).

Además, la investigación y el posicionamiento de la temática masculinidad desde una perspectiva


de género también contó con el apoyo de organismos internacionales como la ONU Mujer y UNFPA.
A su vez, las Conferencias de las Naciones Unidas de El Cairo (1994) y de Beijing (1995) colaboraron
en destacar la relevancia de la participación de los hombres en temáticas como los derechos
sexuales y reproductivos, la prevención de VIH, la violencia contra las mujeres y niñas, la salud de
los hombres; y han ayudado a la generación de conocimiento, prácticas de intervención y políticas
públicas.
Por su parte, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer (más conocida como la CEDAW, sus siglas en inglés), aprobada en 1979, además de su
importancia capital para el avance en el abordaje de la violencia contra las mujeres, fue el primer
acuerdo que abordó explícitamente las responsabilidades de los hombres en la vida familiar y la
importancia de modificar las normas de género. En el artículo 5, la Convención expresa claramente
que los países deben intervenir para: “modificar los patrones socioculturales de conducta de
hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas
consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o
superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”
(CEDAW, 1979).

La masculinidad desde la perspectiva de género

Desde el enfoque de género, la masculinidad es una construcción social y cultural que varía según
las sociedades y los diferentes momentos históricos, por lo tanto, existen distintas apropiaciones
de lo que se considera masculino y propio de los varones: existen distintas maneras de vivir la
experiencia masculina; de modo que, desde los estudios, las investigaciones y las propuestas de las
agencias internacionales se comienza a hablar de masculinidades en plural: la idea es tener
presente la variabilidad en el género masculino.
Esta idea no implica desconocer que las vivencias singulares se referencian con un modelo de
masculinidad socialmente aceptado. Desde esta concepción que privilegia el aspecto social y
cultural de la masculinidad, no estamos hablando de personas concretas y tampoco emitiendo
juicios de valor sobre comportamientos individuales. Nuestra propuesta propicia la reflexión crítica
sobre la construcción social del género masculino.
La expresión singular de la masculinidad se referencia, para convalidar o para proponer alternativas,
con un modelo de masculinidad dominante. Este modelo socialmente aceptado  presenta una
definición de la masculinidad que enfatiza los aspectos negativos, actualizando algunos estereotipo
como por ejemplo un hombre “verdadero” no tiene que llorar, no demostrar afecto hacia otros
hombres y siempre estar dispuesto para la conquista amorosa.

Para este modelo, el ejercicio de la masculinidad supone poner en juego algún tipo de poder que
termina ubicando a esa masculinidad en un nivel superior de la jerarquía genérica.

Revisar y cuestionar las construcciones tradicionales sobre la masculinidad nos permitirá avanzar en
hacer realidad nuevas formas de convivencia entre hombres, mujeres y disidencias, basadas en la
equidad, sin discriminación de ningún orden ni violencia de género. Para lograrlo, se requieren
modelos de masculinidad más plurales y democráticos. Por lo tanto, es necesario seguir propiciando
que el análisis de las masculinidades, desde una perspectiva de género transformador, forme parte
de las agendas públicas, tanto gubernamentales, como de los distintos espacios de participación
social.

El modelo de masculinidad socialmente aceptado


Para Elizabeth Badinter (1993) en la construcción de la identidad masculina, los rasgos negativos
(que se vinculan con la diferenciación de otras personas) tienen una importancia mayor a los
positivos (relacionados más con lo que nos hace parecernos a otras personas) y afirma que “el niño
macho […] para hacer valer su identidad masculina deberá convencerse y convencer a los demás de
tres cosas: que no es mujer, que no es un bebé y que no es homosexual”. Si pensamos esta
caracterización en acciones y actitudes más concretas podemos decir que para ser un “verdadero”
hombre no hay que llorar, hay que realizar y exponer el mayor número posible de conquistas
amorosas heterosexuales, y no demostrar afecto hacia otros hombres. Estas conductas deben ser
demostradas permanentemente, ya que, según este modelo, las personas tienen que revalidar su
masculinidad todo el tiempo.
A su vez, Michael Kaufman (1999) expresa que “el rasgo común de las formas dominantes de la
masculinidad contemporánea es que se equipara el hecho de ser hombre con tener algún tipo de
poder”. En este sentido, ser hombre equivale a tener beneficios materiales y simbólicos que lo
ubican en un nivel superior de la jerarquía genérica. Veremos más adelante que este poder también
implica algunos costos negativos para los propios hombres.
Para entender esta concepción de la identidad masculina, R. Connell (1997) propone la idea de
hegemonía, así es posible considerar una masculinidad hegemónica. De este modo, más que hablar
de roles, este autor pone el acento en la existencia de un modelo de masculinidad que funciona
como el ideal a alcanzar. La idea de hegemonía no implica ni el dominio total ni la eliminación de
alternativas, sino tener el control y mantener el poder en el contexto de distintas fuerzas que
operan al mismo tiempo. De este modo, la reflexión apunta hacia cómo se mantiene ese lugar de
privilegio masculino.
Este modelo hegemónico de masculinidad encuentra en la heteronormatividad y la homofobia dos
anclajes que colaboran a sostener su hegemonía.
La heteronormatividad implica y considera a la heterosexualidad como la única forma aceptable y
normal de expresión de los deseos sexuales y afectivos, así como de la propia identidad. Desde una
postura heteronormativa, los rasgos característicos de la masculinidad y los de la femineidad son
considerados complementarios. Esto quiere decir que tanto las preferencias sexuales, como los
roles y las relaciones que establecen las personas dentro de la sociedad, deben darse sobre la base
del binarismo jerárquico ‘masculino-femenino’.
Por su parte, la homofobia hace referencia a la actitud hostil hacia la orientación homosexual, ya
que se la considera como contraria a la “naturaleza” humana, inferior o anormal. Esta visión
negativa abarca a las personas que se asumen parte del colectivo LGBTIQ+ y que son discriminadas
por ello.

Mandatos de la masculinidad hegemónica


Además de estos mecanismos que en la dinámica social concreta constituyen dispositivos de
discriminación, el modelo de masculinidad hegemónica propio de sociedades patriarcales como la
nuestra impone que las personas que se identifican con esa masculinidad deban cumplir
determinados mandatos.
David Gilmore (1994) establece cuatro requerimientos o mandatos con los cuales es necesario
cumplir por parte de los hombres para estar más cerca de ese ideal de masculinidad o masculinidad
hegemónica.

Ser proveedor

Los mandatos que funcionan como demandas sociales para las masculinidades tienen que ver con
lograr ser proveedores, es decir, ser el principal sustento económico de su grupo familiar, sostener
una autosuficiencia económica que le permita adquirir el automóvil más nuevo posible, por
ejemplo; tener una casa propia o modernizar la que tenga, en definitiva, adquirir todas aquellos
bienes que le proponga el mercado y que sirvan para marcar su lugar de principal proveedor
doméstico. Ser la principal fuente de ingresos económicos implica como contrapartida la capacidad
de decidir sobre cómo utilizar ese dinero y para imponer sus reglas en la convivencia. Generar los
ingresos necesarios para mantener el primer lugar como proveedores implica tener que trabajar
muchas horas fuera del ámbito doméstico, y, por lo tanto, delegar acciones, como el trabajo
doméstico o la crianza de los/as hijos/as en otras personas de su familia. Paradójicamente, esta
lógica de delegación del trabajo doméstico y de las tareas de crianza se sostiene incluso cuando
dentro de la pareja o familia las mujeres también trabajan fuera del hogar.
Ser protector

Otro mandato propio de la masculinidad hegemónica tiene que ver con la protección, que, leída en
el contexto de relaciones de género jerárquicas, supone que tanto las mujeres, como las niñeces
necesitan “naturalmente” de la protección masculina. Desde esta visión, las masculinidades sienten
el deber de cuidar y controlar a otras personas. Por lo tanto, en la medida en que los hombres son
vistos como necesarios ante una posible amenaza, las conductas abusivas basadas en control
contribuyen con la consolidación de un lugar de importancia.

Ser procreador
Otra demanda que se encuentra arraigada en la concepción de la masculinidad hegemónica tiene
que ver con la procreación, es decir, con la capacidad de fecundar. Este mandato demanda que los
hombres deban estar siempre preparados para la conquista y mostrarse siempre dispuestos a las
relaciones sexuales. Si analizamos este requerimiento en términos del desarrollo social vemos que
los hombres históricamente han tenido más permisos sociales y libertad para sostener relaciones
sexuales, ya sea dentro o fuera del espacio privado.
Si pensamos en los mandatos culturales que se juegan durante la etapa de la adolescencia parece
tener vigencia aún el imperativo social hacia los varones en cuanto a ser quienes deben asumir la
responsabilidad de tomar la iniciativa sexual, jugando en ello, muchas veces, las presiones de pares
y de familiares para dar respuesta al mandato de tener que demostrar la sexualidad activa. En este
orden de expectativas se espera que los varones demuestran un papel activo de pedir, insistir y
convencer a las mujeres, como “buenos conquistadores”, ya sea de iniciar una relación o en el
terreno de las prácticas sexuales . La dinámica se inscribe en una lógica sexual en la que los varones
deben ser capaces de demostrar su virilidad como bandera de su masculinidad y garantía de ser
sujetos así posicionado. En este sentido se espera que “estén continuamente deseosos de tener
relaciones sexuales y de “conquistar” o “levantarse” a las mujeres, cuantas más son las “conquistas”
mejor consideración reciben de sus pares. La vida sexual se evalúa en términos de hazañas,
privilegiando la cantidad y frecuencia de las relaciones por sobre la calidad afectiva”
(Masculinidades sin violencia. Ministerio Nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad).

Ser autosuficiente

La autosuficiencia también aparece como otro de los mandatos propios del modelo de la
masculinidad hegemónica, esto implica que desde niños son más estimulados para tomar
decisiones por sí mismos y tener mayores márgenes de libertad. A su vez deben estar dispuestos a
aceptar los desafíos que se les impongan, asumir lugares de liderazgos como clave para alcanzar el
éxito personal.
Es importante tener presente que estos mandatos no estipulan lo que hay que hacer de manera
precisa en cada circunstancia, sino que indican hacia dónde se tienen que dirigir las acciones
concretas en los diferentes ámbitos sociales, familiares, afectivos, laborales, etcétera. El ejercicio
de la masculinidad hegemónica implica alejarse lo más posible de lo que para este modelo es
evaluado como cobardía, (sabiendo que tomar este camino implica el peligro de ser expulsado de la
masculinidad) y acercarse todo lo que se pueda a situaciones o acciones que están asociadas con
valores como valentía (es decir, resolver cada situación como lo haría un “verdadero” hombre).
Actuar de este modo es una manera de demostrar que se pertenece al grupo y, por lo tanto, de
evitar sanciones o estigmas por no cumplir con lo que socialmente se espera de un varón.

Costos masculinos de los mandatos


Estos mandatos, al responder a una construcción social, también son aprendidos por las mujeres, y
demandan de los hombres su cumplimiento. A su vez, cuando los hombres no pueden cumplir con
las exigencias propias de esos mandatos, sienten que entra en crisis su masculinidad y su identidad
como hombres. Estas situaciones nos permiten pensar en la contracara que tienen, es decir, los
hombres deben pagar un alto costo para sostener los mandatos sociales.
Veamos los costos que tienen estos mandatos para los hombres: con relación al mandato de ser
proveedores deben descuidar y dejar de disfrutar de muchos aspectos importantes de la vida
familiar como, por ejemplo, participar más activamente de la crianza de los hijos, hijas y la
dimensión afectiva con las demás personas de su familia también se ve limitada. Además, perder el
trabajo o que sus ingresos económicos no sean los esperables puede generar situaciones de
malestar emocional y padecimientos físicos.
Por su parte asumir el mandato vinculado con la protección, en tanto se transforma en un
mecanismo de control, impide desarrollar vínculos basados en la confianza, el diálogo y el afecto e
imposibilita poner en palabras lo que se siente. Otro costo tiene que ver con el hecho de sentir que
no pueden ser sujetos de cuidado, no les es posible pensar que, como todas las personas, frente a
determinadas circunstancias, necesitan del cuidado de otras personas.
Uno de los costos vinculado con el mandato referido a la procreación tiene que ver con la
imposibilidad de considerar si de verdad se desea o no tener una relación sexual y, en caso de que la
respuesta sea negativa, poder asumirla sin temor a que implique un cuestionamiento de la virilidad.
Este mandato implica también no usar ningún método anticonceptivo y, de este modo, exponerse a
ellos mismos y a la otra persona a infecciones de transmisión sexual o a embarazos no
intencionales.
La asunción del mandato de la autosuficiencia impide mostrar inseguridad o temor frente a
determinadas circunstancias. También implica no prestar atención a posibles problemas de salud o
no utilizar elementos de protección en algunos trabajos de alto riesgo, porque no están habilitados
para percibir y actuar frente a posibles situaciones de peligro. Implementar medidas de auto
cuidado es contrario al mandato. Muchas veces no se perciben las consecuencias de los excesos en
el consumo de alcohol o el uso de drogas. En consecuencia, los hombres se ven más afectados que
las mujeres por accidentes evitables.
Así como el modelo de masculinidad hegemónica considera a las mujeres como grupo subalterno,
también establece relaciones de dominación entre los diferentes grupos de hombres, por ejemplo,
los hombres heterosexuales se encuentran en un lugar privilegiado con respecto a los que no los
son, y, a medida que sumemos otras dimensiones, como la etnia, el color de la piel, la identidad de
género, los recursos económicos, etcétera, veremos que también existe una valoración distinta
entre las masculinidades.
Y, aún entre quienes integran el grupo de hombres más privilegiado, el modelo dominante de
masculinidad impone vínculos que se caracterizan más por la competencia, la rivalidad, en los que
la presión entre pares tiene una incidencia muy fuerte y deja de lado vínculos más afectivos. Las
demostraciones de cariño y afecto entre hombres siempre están sospechadas de ser algo impropio
de la identidad genérica masculina.
Sin embargo, no tenemos que perder de vista que asumir el modelo de la masculinidad hegemónica
y los mandatos que se desprenden de ella implica sostener y reproducir un lugar de privilegio con
respecto a las mujeres, a niñas, niños, a otras masculinidades e identidades. La figura del “macho” y
la adhesión a posturas machistas, que suponen el control de otras personas que han sido
genéricamente devaluadas, es una síntesis de la apropiación de esta concepción de la masculinidad.
Al mismo tiempo, este tipo de sociabilidad masculina implica, entre otras cosas, suprimir y
minimizar emociones y necesidades genuinas que redundan en una cierta dificultad para identificar
y hablar de las emociones o sentimientos.
Por eso es muy importante tener presente que “los costos que padecen los varones provienen del
ejercicio de sus privilegios. Como plantea Eleonor Faur (2004), aun cuando asumamos que las
definiciones sobre lo que se espera de un varón “masculino” puedan tener un precio alto para los
varones de carne y hueso, este no se funda en inequidades o desigualdades en el ejercicio de los
derechos humanos. Desde el punto de vista de Bonino (2013), los “costes de la masculinidad” para
los varones son más bien “daños colaterales” por un uso excesivo de las prerrogativas de género y
por las luchas por las posiciones de jerarquía entre ellos (cit. en Fabbri, 2019)”. Cuadernillo Varones
y Masculinidad(es).
Aprendiendo la violencia
Este modelo de masculinidad hegemónica, con los mandatos que implica, tiene entre sus
prerrogativas la del uso de la violencia.
Desde niños se les proponen a los varones, como parte de su socialización de género, ejercicios de
la violencia. En muchas ocasiones, se naturaliza el “juego de manos” con familiares y pares, son
empujados a pelear (o “defenderse” usando la fuerza), se les ofrece participar mayoritariamente de
juegos bruscos o utilizar juguetes bélicos,suelen ser ridiculizados -acusados de cobardes, miedosos,
etc.- si no asumen la actitud violenta que su grupo le demanda, etc. Pero estos ejercicios “se van
transformando en formas de violencia que se ejercen sobre otras personas”. La resolución violenta
de los conflictos suele ser tolerada, entre otras acciones.
Por otro lado, desde la masculinidad hegemónica se enseña que es correcto expresar el enojo o la
rabia agrediendo a otras personas. Pero no se pone el mismo empeño para enseñar la expresión
de otras emociones, como el amor, la tristeza, la pena, la impotencia, el miedo, el erotismo, la
culpa, entre otras.
Los varones aprenden desde su infancia y adolescencia que deben demostrar potencia, una
potencia que también es física y pone en juego sus propios cuerpos : tener resistencia, levantar
peso, tolerar el dolor, etc. Deben ser dueños de sus propios cuerpos, no deben ser frágiles, ni
vulnerables. Una de las formas de demostrar esta potencia, de demostrar que no son frágiles o
vulnerables, es poniendo en situación de fragilidad o vulnerando a otra persona.
El grupo de pares también suele tener códigos y pautas de sociabilidad vinculadas con el riesgo y
la violencia. El lugar privilegiado de reunión de la masculinidad suele ser fuera de lo doméstico.
Recordemos que el espacio público es el ámbito tradicionalmente asignado a la masculinidad, en
contraposición con el ámbito privado, establecido para la femineidad. Esos lugares de reunión
suelen estar atravesados por relaciones de competencia y disputas de poder. La socialización
fuertemente diferencial por género expone a situaciones de violencia, por distintos motivos, a
niños/as, adolescentes, jóvenes y personas adultas.
Sin embargo, muchas veces se cataloga a un niño o a un adolescente como “problemático” o
“violento” sin advertir que ese estereotipo contribuye más a sostener que a eliminar un
comportamiento violento. Es importante corrernos de las etiquetas y pensar cómo llegó esa
persona a estar en esa situación y qué se podría hacer para proponerle alguna alternativa más
positiva. Además, frecuentemente esas etiquetas hacen que las personas que las portan se vean
excluidas de participar de actividades o acciones no violentas.
Teniendo en cuenta la importancia de la heteronormatividad y la homofobia en la socialización
masculina, la violencia suele ser el modo “natural” de reaccionar ante personas que pertenecen al
colectivo LGBTIQ+ o ante comportamientos que son leídos como contrarios a la masculinidad
socialmente esperada.
Por último, la violencia no está presente solo en un sector social. La violencia forma parte de las
prerrogativas masculinas en todos los grupos sociales. En este sentido, podemos encontrar
hombres violentos pertenecientes a los sectores económicamente más acomodados y hombres que
pertenecen a los sectores populares y que rechazan abiertamente la violencia. Por lo tanto, el
cuestionamiento tiene que estar dirigido hacia el vínculo entre la violencia y los procesos
hegemónicos de socialización masculina. Este modelo de masculinidad favorece la expresión del
machismo.

El machismo puede ser definido como el conjunto de prácticas, actitudes, discursos, usos y
costumbres que justifican la desvalorización de las mujeres, ya sean niñas, adolescente o adultas
y la violencia física es una de sus expresiones más extremas.

El machismo no sólo se expresa en conductas y actitudes extremas y visibles. También tiene


expresiones que suelen ser más difíciles de identificar y que se conocen con la denominación de
micromachismos. Estos últimos son aquellas manifestaciones más sutiles, que suelen pasar
inadvertidas, que reflejan y perpetúan actitudes discriminatorias y, en este sentido, son funcionales
al mantenimiento de las desigualdades entre los géneros.

Los micromachismos asumen la forma de comentarios, acciones y formas de interacción


que implican desigualdad de poder o desvalorización de las mujeres y LGBTIQ+. Muchos
de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni planificación
deliberada, sino que son dispositivos mentales, corporales y actitudinales incorporados y
automatizados en el proceso de “hacerse hombres”, como hábitos de acción/reacción
frente a las mujeres. Algunos ejemplos son chistes degradantes y sexuales, explicar algo a
alguien,  generalmente un hombre a una mujer, de una manera considerada como
condescendiente o paternalista; otra expresión de micromachismo es la no implicación
de los varones en las tareas domésticas o familiares porque “ellas saben más (o mejor)
que nosotros”.
Fuente: “Experiencias para armar. Manual para talleres en salud sexual y salud reproductiva”. Dirección de Salud sexual
y Reproductiva. Ministerio de Salud de la Nación (2015)

Resulta necesario hacer visibles, en cada ámbito, estas expresiones más solapadas y naturalizadas
de las inequidades cotidianas entre los géneros. La vigencia de estas actitudes colabora a sostener
un modelo de masculinidad que reproduce privilegios en lugar de poner en cuestión. Aunque
sostener esas ideas y maneras implica también, un alto costo en términos de salud y de calidad de
vida para los propios hombres.

La construcción social de la violencia de género


En el Cuaderno de Educación Sexual Integral para la Educación secundaria II, desarrollamos el
concepto de violencia en las relaciones interpersonales.

[…] en general cuando se habla de violencia en las relaciones


interpersonales se hace alusión a todas aquellas manifestaciones o
consecuencias dañinas, producto de relaciones desiguales donde una de
las partes atenta y subordina a la otra. Es así que, en distintos documentos
o estudios abocados al tema suele definírsela como todos aquellos actos
que pueden resultar en un daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico,
económico, etc. para quien o quienes los padecen. Sin embargo no
siempre se identifican los procesos de origen de esas modalidades de
vinculación y que tienen como denominador común un ejercicio abusivo
del poder. En relación a ello cabe señalar la idea de que todos y todas
detentamos algún poder en la medida en que tenemos la posibilidad de
ejercer influencia sobre otra persona; pero hablamos de abuso de poder
cuando de esa incidencia resulta perjuicio para esta última. Se vuelve
importante resaltar aquí que estos comportamientos y modalidades de
interacción coercitivos, o que incluyen distintos tipos de forzamientos, lo
que intentan es lograr el sometimiento de la otra persona y, en este
sentido es que hablamos del ejercicio de un poder de dominio. (2012, p.
80)

En sintonía con la anterior concepción de la violencia como una relación


donde existe abuso de poder la Ley 26.485 -en su modificación a través de
la Ley 27533- nos brinda una definición de violencia contra las mujeres
entendiéndola como “...toda conducta, por acción u omisión, basada en
razones de género, que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito
público como en el privado, basada en una relación desigual de poder,
afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual,
económica o patrimonial, participación política, como así también su
seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el
Estado o por sus agentes.

Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda


conducta, acción, omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria
que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.

En este marco de reflexión, consideramos que comprender los determinantes de la problemática


que nos ocupa en esta clase se torna imprescindible, porque el marco ideológico desde el cual
miremos esta problemática tendrá influencia en las respuestas que consideremos necesarias. Es así
que pensar la violencia como un fenómeno de carácter y de construcción social destierra posturas
que la asocian, por ejemplo, con las adicciones, la pobreza o la falta de instrucción, con las
enfermedades o con muchas otras etiologías restringidas al orden de lo biomédico, lo patológico o
de las carencias personales; posturas estas que no harían más que sugerir tratamientos individuales.
La perspectiva social que incorporamos aquí nos posibilita, por el contrario, pensar este fenómeno
como una problemática que puede ser cuestionada y modificada desde cada sector, rol, pertenencia
y contexto social.

Esta mirada compleja señala que cualquier sistema social conforma una totalidad articulada de
entornos que se relacionan y condicionan recíprocamente y que cada hecho social adopta sus
características en función de los componentes que incorpora de cada uno de los subsistemas
involucrados. Es así que, para comprender la problemática de la violencia, es necesario considerar y
discriminar los componentes en cada uno de los entornos, que contribuyen a su ocurrencia.

Desde este marco de referencia podemos comprender que la situación de una persona se
encuentra condicionada por los diferentes entornos con los cuales esa persona se relaciona: su
entorno familiar y social, las instituciones de las que forma parte, la cultura a la cual pertenece, los
marcos jurídicos y las políticas públicas vigentes, etc.

Las formas de organización, las concepciones, nuestras prácticas o comportamientos y las relaciones
sociales incorporan, reproducen y resignifican componentes culturales que le inscriben socialmente
a los distintos ámbitos patrones de características comunes. Así por ejemplo, las actitudes sociales
hacia la violencia, las creencias estereotipadas con respecto a los roles y lugares sociales del
hombre y de la mujer, las expectativas de los grupos acerca de los métodos de disciplina y de toma
de decisiones en el hogar y en las instituciones, y el nivel general de violencia en el país y en la
propia comunidad conforman matrices sociales que sostienen y perpetuán modelos jerárquicos y
abusivos de vinculación. (Cantón Duarte y Cortés Arboleda, 1997).

Los valores, los sistemas de creencias e ideologías conforman matrices simbólicas que moldean los
distintos contextos de la vida social hasta llegar al nivel más cercano y concreto para un niño o una
niña como lo es el ámbito de su medio familiar. Es así que, mediante los procesos de socialización
durante la infancia logran articularse el nivel de lo intrafamiliar con el contexto más amplio
macrosistémico o sociocultural. (Misuti, Ochoa y Molpeceres, citados por Bringiotti, 1999).

Cifras de la violencia en nuestro País


Las investigaciones en todas partes del mundo demuestran que las mujeres, las niñas y los niños
constituyen la población en riesgo con mayores posibilidades de sufrir tratos abusivos y que es la
población femenina la que realiza el mayor número de consultas legales y de denuncias por sufrir
alguna forma de maltrato; sin dejar de considerar que una gran cantidad de mujeres violentadas en
sus ámbitos domésticos, o fuera de ellos, aún no se atreven a exponer su situación y a pedir ayuda.
Las siguientes cifras nos permiten dimensionar y registrar la cara más cruenta y extrema de la
realidad que estamos abordando:
En el sondeo de la Universidad Abierta Interamericana, el 85 por ciento de
las mujeres respondió que sufrió algún tipo de acoso en la vía pública, un
aumento de 27 por ciento respecto de 2016. Los tipos de acoso incluyeron
varias modalidades: si recibieron silbidos, bocinazos, comentarios acerca de
su cuerpo, insultos o gestos vulgares, comentarios sexuales explícitos,
sexistas, si alguien la siguió o le obstruyó el paso intencionalmente, si le
mostró sus partes íntimas, si se masturbó frente a ella, si la atacó
físicamente.

El Ministerio Nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad releva del


informe estadístico de llamados nacionales a la líneas 144 quela pandemia y
el aislamiento, la convivencia forzada con los agresores han recrudecido las
violencias que padecen las mujeres y disidencias. De enero a diciembre de
2020, se recibieron 108.403 comunicaciones en las tres sedes de la Línea
144. 29.706 comunicaciones que fueron derivadas a distintos canales de
asistencia para su seguimiento (intervenciones).

El 98 % de las personas que se comunicaron son mujeres; 63 % tienen entre


15 y 44 años; 677 (2%) se encontraban embarazadas; 767 (3%) tenían algún
tipo de discapacidad.

De los agresores, el 90% son varones; 44 % de los casos involucra a una ex


pareja como agresor; 39 % de los casos quien agrede es la pareja actual.
2.995 personas en situación de violencias tenían medidas de protección
vigentes.

El 95 % de las personas refirieron el ejercicio de violencia psicológica por


parte de su agresor; 90 % corresponde a la modalidad violencia doméstica;
67 % refirió haber atravesado una situación de violencia física; 37 % afirmó
haber estado en situación de violencia económica y patrimonial; 34 % indicó
violencia simbólica; 13 % manifestó hechos de violencia sexual; 14 % de los
casos registraron el uso de un arma de fuego o punzocortante.
En nuestro país, anualmente, cerca de 3.000 niñas y adolescentes menores
de 15 años se convierten en madres. Muchos de esos embarazos, en
particular antes de los 14 años, son producto de violencia sexual ejercida
por integrantes de la familia o del entorno cercano bajo distintas formas de
coerción que abarcan desde la imposición forzada hasta las amenazas, abuso
de poder y otras formas de presión.

Desde la Oficina de la Mujer (OM), que funciona en la Corte Suprema de


Justicia de la Nación, se elaboró la edición 2019 del Informe de Femicidios
de la Justicia Argentina, identificando 268 muertes por violencia de género.
De ellos 252 fueron víctimas directas (247 mujeres cis y 5 trans) y 16
femicidios vinculados (agresión simultánea a una persona cercana a la mujer
violentada) en el 2019. El 66% de los asesinatos fueron cometidos por las
parejas o exparejas de las víctimas. Estas mujeres tenían 222 niños, niñas y
adolescentes a cargo.  

Estas cifras son conmocionantes y al mismo tiempo disonantes desde un registro más racional.
Descolocan y perturban arraigadas imágenes culturales instaladas, que asocian fuerte e
indefectiblemente a la familia con un entorno de afecto, sostén y de cuidado. Sin embargo, la
realidad nos muestra que, en los grupos familiares en los que se viven situaciones de violencia, es
posible encontrar patrones de comportamiento, modos de relación y creencias que perpetúan su
naturalización, reproducción y justificación.

La violencia en el contexto doméstico

Nuestra sociedad actual, aún contenedora de componentes culturales prevalecientes en las


sociedades patriarcales, todavía incluye y transmite concepciones y creencias que, en muchos
casos, favorecen la conformación y organización familiar en torno a estructuras rígidas, verticalistas
y autoritarias, o desde las cuales se genera desigualdad en cuanto a los derechos, desarrollo de
capacidades y de poderes entre sus miembros, de acuerdo al género y también a la edad (ser varón
y adulto constituye el lugar vértice). Por los procesos de socialización de género, en las familias en
las que hay una adhesión mayor a roles estereotipados, puede tener lugar la replicación de
posiciones asimétricas en la pareja (como resultante de la distribución cultural de atributos y
recursos simbólicos y materiales entre el varones y mujeres y la negación de las disidencias) y
creencias en torno a las exigencias del ¨verdadero amor¨, tales como la entrega incondicional, dar
sin pedir nada a cambio, perdonarlo todo, etc.

En los grupos familiares en los que se viven situaciones de violencia, es posible encontrar patrones
de comportamiento, modos de relación y creencias que perpetúan su naturalización y
justificación. Estos patrones, en muchos casos, son aprendidos e incorporados fuertemente por la
significación y la dependencia de las relaciones más cercanas. Las historias de vida de los miembros
de la familia, constituyen así un determinante importante en esta problemática. Estos antecedentes
de quienes están involucrados en relaciones violentas muestran un alto porcentaje de contextos
violentos en las familias de origen.

Podemos señalar hasta aquí que una de las formas que adopta la violencia de género es la que tiene
lugar en el ámbito doméstico. La Ley 26.485 tipifica esta modalidad de violencia entendiéndola
como aquella ejercida contra las mujeres por un integrante del grupo familiar, independientemente
del espacio físico donde ésta ocurra, que dañe la dignidad, el bienestar, la integridad física,
psicológica, sexual, económica o patrimonial, la libertad, comprendiendo la libertad reproductiva y
el derecho al pleno desarrollo de las mujeres. Se entiende por grupo familiar el originado en el
parentesco sea por consanguinidad o por afinidad, el matrimonio, las uniones de hecho y las parejas
o noviazgos. Incluye las relaciones vigentes o finalizadas, no siendo requisito la convivencia.

Por último creemos importante remarcar que las incidencias de los mandatos culturales y familiares
tienen una impronta importante en la problemática pero sin determinar inexorablemente el futuro
en la construcción de los vínculos sexo-afectivos. En diversos trabajos académicos sobre la
problemática que abordamos, existen coincidencias en cuanto a que mientras que
retrospectivamente en los estudios de investigación las historias de quienes ejercen maltrato
conducen de forma aparentemente inevitable al maltrato padecido en la niñez, prospectivamente el
padecer maltrato no lleva necesariamente a la reproducción del mismo. En este sentido se hacen
evidentes las múltiples posibles trayectorias en el desarrollo. Así por ejemplo la disponibilidad de
vínculos de apoyo emocional en la infancia, una experiencia terapéutica profesional en un período
determinado de la vida y la formación de una relación estable donde se construya el respeto en la
adultez, pueden ser factores importantes en la discontinuidad del ciclo del maltrato. (Gracias Fuster,
1995). En este sentido el papel de la escuela también es clave en estos procesos de
desnaturalización y deconstrucción de los soportes que sostienen cualquier expresión de las
violencias.

Lo familiar en una trama social más amplia


La familia, entonces, desempeña un papel de vital importancia como agente de socialización y como
transmisor de determinados estilos de vinculación familiar, pero también espacios tales como la
escuela u otras instituciones sociales cumplen efectivamente esa misma función. El microsistema
familiar forma parte de un sistema más amplio compuesto por las instituciones en las que
participa, sus parientes, las personas conocidas, la red social cercana, etcétera. Actores que
influyen, a su vez, en la formación de la trama vincular y socializan transmitiendo determinados
patrones culturales y sociales. En este sentido, muchas prácticas institucionales recurrentes y
naturalizadas entre sus actores tales como el grito, la desvalorización, la discriminación, la
humillación, no escuchar y la falta de compromiso frente a hechos de violencia pueden considerarse
como modalidades de actuación que se suman al conjunto de procesos que reproducen la violencia
en los contextos microsociales.

La perspectiva de comprensión presentada, como modelo integrador, intenta dar cuenta de la


compleja trama de factores que generan y permiten el sostenimiento y la reproducción de la
violencia presente en cada sociedad hacia sus miembros más vulnerables. A la vez, nos permite
visualizar los posibles ámbitos desde los cuales se requiere pensar y diseñar propuestas para su
prevención y abordaje. La escuela puede jugar aquí un rol preponderante al pensarse y
posicionarme como un actor clave en la destitución de muchos de los basamentos culturales de la
problemática. En este sentido, el abordaje institucional de la Educción Sexual Integral (ESI) tiene
mucho para aportar.

A modo de cierre
El recorrido de esta clase buscó comprender algunos rasgos de la socialización masculina y la
incidencia que tiene la masculinidad hegemónica y los mandatos sociales en ese proceso. La
vigencia de este modelo de masculinidad colabora en la reproducción de un lugar de privilegio,
aunque sostener esas ideas y actitudes implica también, un alto costo en términos de salud y de
calidad de vida para los propios hombres.
Tenemos que trabajar para problematizar en la sociedad, en las escuelas y en las aulas esas
concepciones machistas de la masculinidad y sus mandatos, aunque sabemos que no es algo
sencillo, porque responden a procesos sociales fuertemente arraigados que se expresan en
numerosos dispositivos culturales y personales.
No obstante, tenemos que empezar a cuestionar esas concepciones, teniendo en claro que el
problema no son los hombres, sino el machismo. El problema está en pensar que la reproducción
de la desigualdad y la violencia, de la competencia y la rivalidad, y del avasallamiento de otras
personas es un destino inevitable para las masculinidades.
Esto no es así, los hombres no nacen machistas. Es posible desaprender comportamientos propios
de la masculinidad hegemónica e incorporar nuevas maneras de vivir la masculinidad, es decir,
nuevas formas de pensar, de manejar los sentimientos, nuevas maneras de comportarse. Este es el
camino hacia la equidad de género.
Sin dudas tenemos grandes desafíos por delante vinculados con las masculinidades, como por
ejemplo:
− llevar la perspectiva de género al análisis y al abordaje de las distintas formas de ejercicio de
violencia por parte de los hombres;
− avanzar hacia la corresponsabilidad en la distribución del trabajo de cuidado y del trabajo
doméstico;
− modificar patrones socioculturales que están basado en la desigualdad o en funciones
estereotipadas de hombres y mujeres y entre distintos tipos de masculinidades;
− incorporar políticas e intervenciones con hombres, que tengan un enfoque transformador de
género.
Estos desafíos implican acuerdos sociales que van más allá de lo personal. Sin embargo, es probable
que nos preguntemos ¿qué podemos hacer para construir masculinidades más igualitarias?
Seguramente, algo siempre podemos hacer para propiciar masculinidades más positivas.

A modo de ejemplo, quienes tenemos responsabilidades institucionales podemos generar


condiciones para que los varones:
− recurran al diálogo y la negociación, en vez de la violencia, como mecanismos para solucionar
conflictos;
− respeten a las personas que provengan de diferentes contextos y que tengan estilos de vida
diversos, y, por lo tanto, cuestionemos a quienes no respetan esta diversidad étnica, de clase,
sexual, etcétera;
− expresen respeto en las relaciones íntimas y busquen relaciones basadas en la igualdad y el
buen trato;
− participen de las decisiones referentes a la reproducción, dialoguen con sus parejas sobre la
salud reproductiva, usen el preservativo y otros métodos anticonceptivos cuando no deseen
tener hijos;
− no avalen ni usen la violencia contra sus parejas;
− respeten a las mujeres y a LGBTIQ+, sus sentimientos, opiniones y decisiones;
− consideren que las mujeres, las disidencias y hombres cuentan con los mismos derechos;
− piensen que cuidar de otros seres humanos es también un atributo masculino y muestren
habilidades para cuidar de alguien, ya sean amistades, familiares, parejas o hijas/os;
− entiendan que también pueden hablar de las emociones, y cuenten con un repertorio
emocional amplio que sea expresado con buen trato;
− busquen ayuda cuando no sepan cómo enfrentar una situación, para así poder abordar de
manera efectiva las diferentes cuestiones de salud o de cualquier otro tipo, y
− crean en la importancia de cuidar de sus cuerpos y de su salud, y muestren habilidades en esta
área.
Pese a los cambios de buen viento necesitamos precisar el foco en los procesos que aún sostienen
condiciones de injusticia y de dominio. Las relaciones inequitativas continúan atravesando el
espacio privado y el público, como muestra de continuidad. Se denotan en la intimidad pero
también en la vida social, en las escuelas, los hospitales, las oficinas, los deportes, en las
organizaciones comunitarias y en espacios de alto poder económico y político.

Grandes pasos se han logrado en la visibilización social de la problemática y en los marcos jurídicos
de resguardo de derechos. Sin embargo mucho queda aún por avanzar en su deconstrucción más
estructural y capilar. Nos incumbe a los distintos sectores sociales, ya sean del ámbito estatal como
a las organizaciones de la sociedad civil profundizar el compromiso y la generación de respuestas
más abarcativas y accesibles.

A modo de cierre de la clase 2 queremos compartir una experiencia escolar acontecida


en Trelew a partir del trabajo institucional para implementar las Jornadas “Educar en
Igualdad, prevención y erradicación de la violencia de género”.
https://youtu.be/kvXfKd2qpmg

Actividades

Foro 2. Mandatos de la masculinidad e inequidad entre géneros


Luego de leer la clase, en este foro, les proponemos una actividad de reflexión
acerca de los mandatos de las masculinidades y las condiciones de inequidad en el
ámbito escolar.

¡Nos encontramos en el foro!

Actividad del Foro de la Clase 2


¡Hola colegas! En esta ocasión les proponemos la siguiente actividad para este espacio de
intercambio. Retomando la escena descripta por ustedes en el foro anterior, les pedimos que:

1. Relean la clase 2 y deténganse en las características de los mandatos de la masculinidad y en


las de los micromachismos. Piensen cómo la escuela participa o cómo se reproducen en ella
esos mandatos y micromachismos. Ejemplifiquen su análisis con imágenes, mensajes,
dichos, chistes, juegos o regalos.
2. Describan brevemente, en el foro de la clase 2, la escena escolar para recordarla al grupo.
Identifiquen -en la situación descripta- la vigencia de algún mandato de la masculinidad
hegemónica, algún micromachismo o, en su defecto, condiciones de desigualdad e
inequidad entre los géneros y profundicen en su posteo el análisis de la escena a la luz de los
conceptos de la clase 2.
3. Les pedimos que incorporen en este análisis una cita textual de la clase o la bibliografía.

¡Esperamos sus aportes en el Foro 2!

Material de lectura

Tarducci, M. y Zelarallan, M. (2016). Nuevas historias: género, convenciones e instituciones. En Fink,


N. y Merchan, C. (compiladoras). Ni una menos desde los primeros años. Educación en géneros para
infancias más libres. La Juana Editores y Chirimbote.

Bibliografía de referencia

Badinter, E. (1993).XY. La identidad masculina. Madrid: Alianza.


Cantón Duarte, J. Y Cortés Arboleda, M. R. (1997): Malos tratos y abuso sexual infantil, Madrid, Siglo
XXI

Bringiotti, M. I. (1999): Maltrato infantil. Buenos Aires. Miño y Dávila editores

Connell, R.(1997). La Organización Social de la Masculinidad. En Olavarría, J. y Valdés, T. (1997).


Masculinidad/es. Poder y Crisis. Santiago de Chile: Isis Internacional/FLACSO.
Cuadernillo Varones y Masculinidad(es). Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con
adolescentes y jóvenes. (2019). Instituto de Masculinidades y Cambio Social.

Cuaderno de Educación Sexual Integral para la Educación secundaria II (2012): Taller Vínculos
violentos en parejas adolescentes. Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Ministerio de
Educación y Deportes de la Nación.

Faur, E. (Comp.) (2017): Mujeres y varones en la Argentina de hoy. Géneros en movimiento. Buenos
Aires, Siglo XXI Editores y Fundación OSDE, pág. 10
[Gracia Fuster, E. (1995): ¨Maltrato emocional ¨, en Maltrato infantil: prevención, diagnóstico e
intervención desde el ámbito sanitario. Documento Técnico nº 22, Capítulo 7. Dirección General de
Prevención y Promoción de la Salud. Comunidad de Madrid.

Kaufman, M. (1995). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre
los hombres (pp. 123- 146). En ARANGO, L. G., LEÚN, M. y VIVEROS, M. (compiladoras). Género e
identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino. Bogotá:Tercer Mundo.

Créditos

Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Dirección de Derechos Humanos, Género y


Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de Educación. .
Ministerio de Educación de la Nación.
Cómo citar este texto:
Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Dirección de Derechos Humanos, Género y
Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de Educación.
Ministerio de Educación de la Nación. (2021). Clase Nro. 2. El modelo de la masculinidad
hegemónica y su aporte a la inequidad y a la violencia de género. La ESI en la escuela: Vínculos
saludables para prevenir la violencia de género. Buenos Aires: Ministerio de Educación, Cultura,
Ciencia y Tecnología de la Nación.

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