Capítulo I Qué Es El Laicismo
Capítulo I Qué Es El Laicismo
Capítulo I Qué Es El Laicismo
Párrafo 1
Ya se ha señalado antes que en la historia del catolicismo los laicos eran los seglares, los fieles del
pueblo de Dios que no eran el clero, que no tenían ningún tipo de cargos ni autoridad religiosa. Ese
sentido de laicos como fieles que deben obedecer a la jerarquía eclesiástica es el que se ha
mantenido hasta hoy en la práctica eclesial católica. En los Hechos de los Apóstoles se narra con
entusiasmo que la comunidad de los fieles cristianos (la eclesiástica) ponía en práctica los ideales
de pobreza y comunión que Jesús había predicado por toda Galilea. Así, escribe San Lucas en ese
libro: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones sus
bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno”. (Hechos de los
Apóstoles Cap. 2, versículos 44-45)
Párrafo 2
Párrafo 3
suerte o herencia>, lo que parece indicar que la autoridad del clero no era algo conseguido, en
principio, por el trabajo individual o por méritos propios, sino más bien cuestión de suerte o lote;
sin embargo, es cierto que con el tiempo, el clero católico fue progresivamente seleccionado y
formado adecuadamente y con vistas a ejercer un tipo de autoridad espiritual sobre todos los
fieles.
Existe además otro término griego relacionado estrechamente con el de λαoσ (pueblo) y cuyo
significado es muy importante para comprender el laicismo. Me refiero al término δεμoσ, cuyos
significados griegos han ido evolucionando desde <<territorio de un pueblo, cantón o subdivisión
de la tribus>>, hasta posteriormente pasar a significar habitantes de un pueblo, "conjunto de
ciudadanos libres y asamblea popular”.
Párrafo 4
Me parece muy importante resaltar esta primitiva similitud semántica existente entre láos y
démos (multitud indiferenciada y comunidad política) para poner en evidencia la estrecha
conexión conceptual que se da entre laicismo, laicidad y democracia.
Párrafo 5
Conviene señalar brevemente las tensiones conceptuales y políticas que se han producido en la
historia de Europa entre los defensores de la teología política con sus vínculos teocráticos en
contra de los defensores de una sociedad democrática en la que el poder clerical debería de dejar
de existir. Es preciso recordar que tanto Agustin de Hipona (siglo v) como Tomás de Aquino (siglo
XIII) en todos sus tratados de teología política intentaron demostrar la necesidad de subordinar la
<ciudad terrenal> a la <ciudad de Dios>; es decir, la obediencia del poder civil al poder "clesiástico.
Y en el contexto de la Edad Media era lo más normal exigir ese tipo de sumisión; pero no tiene
ningún sentido que en el siglo xxi el poder clerical trate de imponer al Estado su teología política ni
su moral. La filosofía renacentista inició el camino de la autonomía del individuo racional y libre y
en los siglos xviii y xix la filosofía de la Ilustración llevó a su plenitud el deseo de emancipación laica
frente a los intentos teocráticos de la Iglesia católica. En ese sentido la filosofía de Kant sigue
siendo un referente indiscutible, ya que coloca la racionalidad, la libertad y la autonomía moral del
individuo como núcleo esencial de toda filosofía de la secularización. Antes de comenzar el análisis
de la constelación terminológica y conceptual en torno a la laicidad y el laicismo, es conveniente
conocer cuál es el punto de partida de la doctrina católica sobre la verdad, la razón y la fe. Para
ello voy a detenerme en el análisis de un documento papal, la encíclica Fides et Ratio (14-9-1998)
de Juan Pablo II, porque es un ejemplo paradigmático del dominio que la teología todavía hoy
quiere ejercer sobre la filosofía y sobre el libre ejercicio de la racionalidad humana en todas sus
dimensiones. La autonomía que los pensadores modernos, los ilustrados y todos los filósofos
actuales reclaman para la razón humana es consustancial al ideal laicista, es su nervio primordial,
porque el individuo debe buscar la verdad sin más límites que su propia racionalidad , sin más
muros que los que la razón le impida atravesar; por eso, el debate entre la razón y la fe sigue sin
inclinarse en el mundo católico a favor de la autonomía racional del ser humano. El documento
Papal que ahora se analiza es un buen ejemplo de ello.
El título de la encíclica evoca la famosa cuestión largamente debatida en la Edad Media entre los
teólogos y filósofos de la época sobre las relaciones entre la fe y la razón entre la filosofía y la
teología. A estas alturas de la historia de Occidente, parecería lo normal y lo moderno que eI
catolicismo no siguiera manteniendo aquel servilismo y sumisión de la actividad racional y libre del
ser humano acuñada bajo el lema Philosophia est ancilla theologiae, cuya traducción sería que la
filosofía es la sierva de la teología. Y sin embargo, el Papa como guía moral y espiritual del
catolicismo oficial en el mundo de hoy, mantiene prácticamente incólume la tesis medieval de que
la Verdad del catolicismo es superior a todas las verdades obtenidas por el simple esfuerzo de la
luz racional y que, en consecuencia, todas las formas de agnosticismo, escepticismo y relativismo
acerca del problema de la verdad deben ser combatidas por los católicos en nombre de la Verdad,
de la Verdad superior y definitiva.
Las palabras del líder espiritual del catolicismo así lo reflejan: <La Iglesia, convencida de la
competencia que le incumbe por ser depositaria de la Revelación de Jesucristo quiere reafirmar la
necesidad de reflexionar sobre la verdad. Por eso, he decidido dirigirme a vosotros, queridos
Hermanos en el Episcopado, con los cuales comparto la misión de <anunciar la verdad> (2 Co.4,2),
como también a los teólogos y a los filósofos a los que corresponde el deber de investigar sobre
los diversos aspectos de la verdad, y asimismo a las personas que la buscan, para exponer algunas
reflexiones sobre la vía que conduce a la verdadera sabiduría, a fin de que quien siente el amor
por ella pueda emprender el camino para alcanzarla y encontrar en la misma descanso a su fatiga
y gozo espiritual (Versión extraída de Internet, de la Web de la Santa Sede)
Es fácil ver en este párrafo de la encíclica papal la exquisita sutileza con la que se han confundido
deliberadamente dos conceptos totalmente distintos: por un lado, la búsqueda libre de la verdad
sin saber cuál es su meta y, por otro, la búsqueda segura y cierta de la Verdad, sabiendo cuál es su
meta final de antemano. El Papa viene a decir que es propio de los seres humanos buscar con
denuedo y con honestidad la verdad, que es un ejercicio propio de la racionalidad del ser humano,
pero que los católicos ya saben cuál es la vía, el camino que conduce a la verdadera sabiduría;
mientras que como se verá después en otros fragmentos de la encíclica, muchos seres humanos
están extraviados, fuera del Camino y de la Verdad única porque no siguen la senda católica que es
el único sendero que nos guía con seguridad hacia la Verdad y la Vida reveladas en Cristo. No se
puede decir con mayor nitidez y contundencia que la razón y la filosofía deben ser guiadas por la
luz de la fe y de la teología católica. ¿Se ha superado ya en el siglo XXI la servidumbre que Tomás
de Aquino en el siglo XIII proponía para la filosofía respecto de la teología? ¿Constituyen estas
reflexiones algún avance para la filosofía de la laicidad y para la autonomía de la razón y de la
ciencia respecto al dogmatismo católico?
La respuesta es obviamente negativa y la prueba está en otros textos de la misma encíclica en los
que, partiendo de una premisa no demostrada, como es que la Verdad está en el catolicismo,
afirma que el episcopado católico tiene como fin servir a la Verdad y ser testigo de ella.
Evidentemente se trata de la Verdad revelada en el Evangelio, un tipo de verdad entendida como
algo revelado, de rango superior y que está por encima de la capacidad de la mente humana
Con una seguridad que un filósofo actual difícilmente puede aceptar, el texto papal afirma que los
Obispos son testigos de la verdad divina y católica y que testimoniar la verdad es, pues, una tarea
confiada a nosotros, los Obispos; y que por lo tanto, no podemos renunciar a la misma sin
descuidar el ministerio que hemos recibido.
Se debe insistir en que el texto vaticano plantea una paradoja aparentemente irresoluble y que
cualquier filósofo expondría del modo siguiente. ¿Cómo es posible que se hable con tanto
entusiasmo de la necesidad de buscar la verdad y al mismo tiempo se afirme que los obispos ya
poseen la verdad y sirven a la verdad? ¿Se trata de una búsqueda libre y honesta de la verdad o ya
se ha encontrado la verdad y por eso tenemos que dedicar nuestra vida a servir a la verdad? En
definitiva, ¿poseemos ya la verdad o hacemos el simulacro de investigarla y de buscarla? ¿Qué se
entiende por la verdad en el caso del catolicismo: un punto de partida ya conocido, un punto de
llegada desconocido o una actividad de búsqueda libre e incesante?
Las respuestas a estas cuestiones ayudan a perfilar con claridad las dificultades que tienen los
laicistas cuando deben debatir en torno a cuestiones jurídicas, políticas y morales
con los representantes de la Iglesia católica. El sustrato epistemológico en el que basan sus
posiciones políticas es éste que acabo de señalar: su concepto de verdad abarca todos los campos
de la vida humana y teje una red conceptual que da por supuesto lo que quiere demostrar y por
ello no demuestra nada y solamente convence a los que ya están previamente convencidos de esa
verdad. La respuesta católica es siempre la misma; existe la Verdad revelada y si une no la acepta
es porque no quiere aceptar la luz superior que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. El
texto evangélico es omniabarcante y absoluto: <Yo soy el Camino la Verdad y la Vida>. La solución
católica engloba todo y ofrece todas las respuestas definitivas para todo lo que al ser humano le
inquieta profundamente o le produce dudas incertidumbres, angustia y una radical inseguridad
existencial. Son las tres palabras claves del Evangelio en su versión latina: Via, Veritas, Vita. En el
fondo, este texto papal introduce una falsedad conceptual gravísima porque intenta hacer pasar
por racional lo que simplemente es una creencia religiosa, la fe católica. Según este texto, no hay
por tanto dos caminos paralelos (fides et ratio) por los que el ser humano transita en busca de las
verdades, sino un camino único (fides) que con la ayuda de un sendero menor (racionalidad)
conduce al grande, al verdadero y definitivo. Todo aquel que no vaya por el verdadero camino, por
la verdadera sabiduría y por la verdadera vía de salvación está extraviado y vive en el error. De ahí
que los obispos tengan la obligación de ser misioneros de la Verdad en todo el mundo y de ahí que
el Papa haya considerado sus viajes por todo el orbe como una tarea de expansión de la Verdad.
¿No es profundamente excluyente e intolerante este concepto de Verdad? No es esta teoría y esta
práctica de la verdad católica mucho más excluyente que el laicismo?
En este apartado que he denominado clarificación semántica y conceptual hay que realizar un
esfuerzo de clarificación en torno a muchos conceptos que suelen ser utilizados de modo
impreciso, unas veces de modo inconsciente pero en otras ocasiones con un claro intento de
descalificación política e ideológica, sobre todo por parte de determinados círculos católicos. Un
ejemplo de utilización sesgada y malévola del concepto de libertad que defendemos los laicistas es
considerar que el laicismo es en realidad la negación de la laicidad y que, por lo tanto, el laicismo
es una especie de dogmatismo totalitario y estatista que anula la libertad religiosa en nombre de
la libertad de conciencia.
Éste es el planteamiento del autor Teófilo González Vila en numerosos escritos en los que
reivindica continuamente la libertad religiosa de los católicos en estos tiempos de pluralismo
moral y de creencias, pero se olvida siempre en sus escritos que hasta hace unos años los
ciudadanos españoles que eran de otra religión de otras convicciones laicas, agnósticas o ateas no
podían ejercer su libertad en el espacio público. Es digno de resaltar que el catolicismo español
actual se adhiera ahora casi a regañadientes a la laicidad pero siga opuesto al laicismo por
considerarlo enemigo de la libertad, cuando durante siglos la Iglesia católica en España ha sido una
de las instituciones más opresoras de la libertad de conciencia y cuando muchos autores del
ámbito católico suelen reducir de modo sutil y engañoso la libertad de conciencia a la libertad
religiosa.[1]
La primera confusión que se está produciendo en los debates actuales acerca de la laicidad es que
se debe usar el término <laicidad> y no el término <laicismo> porque no es <políticamente
correcto> utilizar el término <laicismo", pero sí lo es hablar de <laicidad>. Ha sido sobre todo en
Francia donde se ha producido un mayor debate sobre el uso de ambos términos. Así, los autores
franceses evitan siempre hablar de laicismo porque algunos lo consideran sinónimo de <hostilidad
hacia la religión>, de <sectarismo laicista> y, en general, de adoctrinamiento dogmático de la
laicidad", frente al término <laicidad> (laïcité) que es aceptado por todos, tanto por los creyentes
religiosos como por los laicistas, y además se habla en Francia de laïcité ouverte frente a la laïcité
fermée. En cualquier caso, en nuestro país, han sido los pensadores católicos quienes con cierta
frecuencia han comenzado a desprestigiar el uso del término <laicismo>, al vincularlo a la
<intolerancia antirreligiosa>, y sin embargo esos mismos pensadores cultivan con entusiasmo el
término <laicidad> como sinónimo de <libertad de religión y de conciencia>, asimilando la laicidad
al respeto y a la tolerancia.
Esta primera confusión responde a una estrategia política y de difusión mediática perfectamente
deliberada y totalmente consciente y que ha sido elaborado por el pensamiento de la derecha
española en los últimos anos. En España, desde la época de la 2." República (1931 a 1936) y desde
el final de la Guerra Civil (1936-1939) la Iglesia católica y sus poderosos medios de influencia
mediática han y desprestigiado siempre al movimiento laicista y al laicismo presentándolos como
enemigos de la libertad religiosa y como fanáticos perseguidores de la Iglesia católica. Pero la
realidad de los últimos veinticinco años no es lo que la jerarquía de la Iglesia católica se empeña en
decir. El laicismo es el movimiento social, político y cultural que promueve el ideal de la laicidad y
por lo tanto solamente exige la separación entre las iglesias y el Estado y el fin de todos los
privilegios que todavía hoy mantiene la Iglesia católica en España. Por lo tanto la laicidad no es
más que el proyecto filosófico, jurídico y político que propugna el movimiento laicista en España.
Como ese proyecto de laicidad aún no se ha cumplido, es preciso que las organizaciones y
asociaciones que luchan por el logro de ese ideal traten de impulsar su difusión y la claboración de
un Estatuto de laicidad basado en el respeto a la libertad de conciencia y de religión y que sirva de
pauta de conducta aplicable en todos los ámbitos de las instituciones públicas
Otra confusión frecuente entre los que suelen tratar del tema del laicismo es pensar que es lo
mismo que el agnosticismo que el ateísmo; pero no es así. El laicismo es compatible con ambas
posiciones filosóficas, tanto con la que ni afirma ni niega la existencia de Dios (agnosticismo),
como con la que niega explícitamente su existencia mediante argumentos racionales (ateísmo). Un
laicista define su posición en la afirmación de la libertad de conciencia para todo individuo y en la
exigencia de neutralidad del Estado en materia religiosa y por lo tanto también pide la separación
estricta entre el Estado y las iglesias. Para el laicismo no es aceptable el ateísmo de Estado porque
conculca el derecho a la libertad de conciencia de todos los ciudadanos, pero tampoco es
admisible la confesionalidad del Estado ni el trato privilegiado hacia una religión con implicaciones
de discriminación hacia otras confesiones. Por esa razón, el laicismo no acepta tampoco los
actuales Concordatos entre El Vaticano y determinados Estados europeos, entre ellos el español.
Ese tipo de acuerdos en materia cultural y económica entre un Estado soberano y la Santa Sede
otorga privilegios a la confesión católica que son inadmisibles desde el punto de vista de la
igualdad de derechos de todos los ciudadanos.
Por lo tanto, el laicismo no se confunde ni con el agnosticismo ni con el ateísmo individual o de
Estado. Los regímenes comunistas de la URSS y de Europa del Este que convertían el materialismo
histórico y dialéctico y el ateísmo en una asignatura curricular y obligatoria no representan ni el
espíritu ni la letra del laicismo. El laicismo es compatible con posiciones filosóficas teístas, ateas o
agnósticas, ya que no se basa en la defensa de una doctrina metafísica determinada (vgr. el
materialismo naturalista, histórico o dialéctico), sino que descansa en la defensa de la libertad
igualdad de todos, de la separación entre las iglesias y el Estado y en la igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley. Por lo tanto la laicidad debe ser considerada como un principio de filosofía
del derecho y del Estado y no como una dogma metafísico o doctrinal que trata de imponerse
desde el Estado mediante métodos coactivos. Por ello el laicismo no puede aceptar que se le
considere como un dogmatismo excluyente ejercido por un Estado totalitario que actúa en
nombre de unos supuestos dogmas laicos y a través de unos inexistentes <clérigos laicistas>. La
historia de la intolerancia "ejercida por la Iglesia católica contra los disidentes y por otras
confesiones religiosas contra sus heterodoxos es una prueba de que el dogmatismo y el fanatismo
intolerante y violento son patrimonio histórico de las religiones monoteístas mucho más que de
los laicistas. Y una prueba de ello es que el laicismo de F. Giner de los Ríos y sus seguidores de
Por eso, como señalaba acertadamente Francisco Giner de los Ríos, el creador de la Institución
Libre de Enseñanza, cuna del laicismo en nuestro país, cuando se hable del hecho religioso debe
hacerse con respeto. Dice Giner de los Ríos: <Precisamente, si hay una educación religiosa que
deba darse en la escuela, es esa de la tolerancia positiva, no escéptica e indiferente, de la simpatía
hacia todos los cultos y creencias considerados cual formas, ya rudimentarias, ya superiores y aun
sublimes, como el cristianismo, pero encaminadas todas a satisfacer sin duda en muy diverso
grado -en el que a cada cual de ellas es posible- según su cultura y demás condiciones, una
tendencia inmortal del espíritu humano" (F Giner de los Ríos. Obras selectas. Edición de Isabel
Pérez-Villanue va Tovar. Austral Summa. Madrid, 2004, p. 296)
los derechos humanos universales, el problema radica en que su universalidad se basa en que
todos los seres humanos deben aceptar su concepto de la Verdad, del Bien y de la Justicia.
[1] Teófilo González Vila. Laicidad del Estado y libertad religiosa> en el libro Existencia en libertad. Facultad de Teologia San Dámaso.
Madrid, 2004, p. 190-247.