Julia y Alphonse
Julia y Alphonse
Julia y Alphonse
Wajdi Mouawad
VOZ EN LA OSCURIDAD
ALPHONSE: Cuando eres chico
Entonces imaginas.
Más tarde,
entonces te informas
porque,
un hombre cruzara su camino con el niño que fue y si ambos se reconocieran el uno al
otro, se derrumbarían hasta el suelo, el hombre de desesperación, el niño de pavor.
RABIA
JULIA: Así no fue como pasó.
En mi corazón, en mi cabeza.
¡Sobre todo en mi cabeza!
PSIQUIATRA: Julia.
Yo le pregunto a usted.
¡Usted nada más se queda ahí, mirándome con sus ojos de dinosaurio!
¿Y qué?
JULIA: ¡NO!
PSIQUIATRA: No es normal.
ayudarnos…
A todos, a todos.
¡Chinguen a su madre, todos!
¿Qué quieren?
al contrario,
JULIA: Déjeme…
simplemente contado,
lo que pasó.
Tu propia voz,
solo cuéntame
tus miedos,
Esa noche…
LA FAMILIA DE ALPHONSE
JULIA: Alphonse es un niño valiente: Los ojos verdes, la mirada recta. En la calle,
cuando camina, no se hace notar. No quiere hacerse notar. No puede hacerse notar.
No es de los que hacen que las cabezas volteen.
Él, el hombre, el padre, ya se había dado por vencido. Es normal, sufría demasiado.
Haber trabajado toda mi vida, como negro, gastado mi juventud, gastado mi belleza,
mi gran elegancia, por mi familia.
¡Y qué familia!
y un hijo ingrato, que se queda de pie frente a mí con la ceja levantada y la boca
torcida.
Alphonse,
¡Que se va!
¡¿Por qué no me hice caso desde el principio!? “¡No estás hecho para tener una
familia, y ya”! ¡Y ya! ¡Tu hijo, el más chico, acaba de desaparecer! ¡Lo comprendo, yo
hubiera hecho lo mismo!
La verdad es que Alphonse iba caminando por el campo, pero de eso no deberíamos
enterarnos sino hasta después.
MADRE: A mí me cae bien Alphonse. Me escucha cuando hablo, y cuando hay que
ayudar siempre está ahí. ¿Dónde está? ¿Por qué no ha vuelto?... Dios mío… Dios mío…
estoy cansada, soy una mujer a la que no le han dado nada.
Mi hija llora en su cama, mi hijo, el mayor, debe de estar leyendo en la cocina (¡a ese le
vale todo!) y mi marido, un hombre antes tan guapo, ahora tan solo en la vida, él, que
era tan fuerte, ahora tiene que estarse agarrando del marco de las puertas para no
caerse. ¡Y además anuncian que mañana va a hacer un día muy frío! ¡Y Alphonse, que
no se llevó su suéter! Que no se me olvide comprar queso para mañana. No habrá que
regañar a Alphonse. Habrá que entender por qué se fue. ¡Eso es!
Mi abuela me lo dijo,
LUNA
ALPHONSE: La noche. Todo está oscuro. Se adivina a una mujer vieja acostada en su
cama. La Luna pasa por la ventana e ilumina un cuarto. Muebles de la abuela. Un viejo
reloj. Un fuerte “tic-tac”. La Luna, a su paso, ilumina a un gran perro dormido.
En un sillón cercano, Julia está tumbada y duerme también. La Luna entra al cuarto. La
respiración de María-María se acelera. El Gordo gruñe. El reloj hace su “tic” pero no su
“tac”. Se detiene.
MARÍA-MARÍA: ¡Julia!
¡Julia, despiértate!
¡Julia!
ALPHONSE: Los muebles del cuarto empiezan a moverse, a elevarse, a volar. El reloj se
eleva. Julia sigue dormida. El Gordo se despierta. Se sobresalta. Gime, se tapa las
orejas, quiere esconderse bajo un sillón pero el sillón también se eleva.
El Gordo ladra.
LA LUNA: María-María tu último suspiro,
da tu último suspiro,
¡suspira!
¡Despiértala!
El Gordo ladra, gruñe, avanza, retrocede, ladra. Va hacia Julia y la jala del brazo.
Primero suavemente y después cada vez más fuerte. Cambia de lado. La jala de los
pies. La jala de las manos, le lame la cara y después le ladra fuerte.
El Gordo sigue con sus esfuerzos mientras María-María le sigue dando ánimos al borde
de la ventana, a punto de elevarse. El Gordo termina por subirse al sillón de Julia que se
voltea y rueda. Julia se despierta sobresaltada.
EL GORDO: ¡Wouf!
¿Qué pasa?
MARÍA-MARÍA: ¡Julia!
JULIA: ¡María-María!
La Luna repetirá las palabras “Suspiro, suspiro tu último suspiro” hasta el final de la
escena.
EL GORDO: ¡Whooufff!
MARÍA-MARÍA: ¡Julia, escúchame, escúchame!
JULIA: ¡Abuela!
MARÍA-MARÍA: Tengo que decirte, existe un lugar donde nos volveremos a encontrar.
¡Unos y otros!
JULIA: ¡Pacamambo!
¡Llévame contigo!
MARÍA-MARÍA: No puedo.
JULIA: ¡¿Dónde?!
MARÍA-MARÍA: Ahí…
JULIA: ¿Qué?
¡Yo también quiero ir contigo, María-María, sobre las alas de la muerte, contigo, lejos,
lejos, lejos, María-María, no me dejes!
¡Abrázame, María-María!
JULIA: ¡María-María!
Nos volveremos a encontrar como buenas amigas para hacer una fiesta,
PLAN DE ATAQUE
JULIA: Creo que la muerte pasó, Gordo.
Gordo,
La Muerte ganó,
¿Quieres?
¿Quieres?
EL GORDO: ¡Wouf!
completamente solos!
EL GORDO: ¡Wouf!
no significa nada
“Ándale, Julia,
mueve la cola.
¿Puedes decírmelo?
A mí me gustaría responder,
JULIA: ¡Responde!
Mira,
mira a María-María.
Ya no se mueve.
Ya no respira.
Ya no habla.
un gran traje.
de verdad desnuda,
¡nos lo dejó!
JULIA: ¿Pero sabes qué? Vamos a hacerle una maldad a la muerte.
¡Imagínatelo, Gordo!
y le diremos: “Entre”.
¡Cuídala!
II.
HERMANA: Siempre me decía lo mismo: ¡para estirar las piernas! Pero yo, sé que era
para ir a la alacena y atascarse de galletas de chocolate.
Alphonse se había quedado aquella famosa noche sentado en su cama, con los ojos
abiertos; la oscuridad alrededor de él le sacaba la lengua, su hermano, en la cama
vecina, dormía un sueño profundo y parecía muy preocupado por asuntos misteriosos
a los que nadie tenía acceso.
Su hermano en la cama vecina se volteó; despertarlo pondría, sin duda, en peligro sus
asuntos internos.
El pasillo fruncía las cejas. Alphonse estaba aterrorizado. Y Alphonse sabía muy bien
que le era imposible despertar a su madre; sin duda se enojaría y eso sería terrible.
Alphonse, ya no eres un niño le había dicho la última vez. Pero ahora eran tan
inaguantables las ganas que la horrible sed le causaba, que le partían la garganta, hizo
que se olvidara de su miedo por un instante y eso lo empujó fuera de la cama. Cuando
llegó a la orilla del pasillo, era demasiado tarde para retroceder. La tormenta caía cada
vez más estrepitosamente, y el pasillo, durante los rayos, se llenaba de personajes
sórdidos, agachados, en lo bajo de la pared; el piso era inexistente y la caída al vacío,
inevitable. Y es ahí, sí, ahí, durante un rayo, que Alphonse pudo ver, del otro lado del
pasillo, a un niño que lo observaba.
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡Alphonse!
MARÍA-MARÍA: Esa noche, cuando volvió a acostarse, Alphonse soñó con Pierre-Paul-
René… Sueños extraños, extraños, extraños…
SABALLÓN IV: Sí, hay alguien. Soy Saballón IV, tu rey, y te he escogido para una misión.
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡Chin!
SABALLÓN IV: ¿A dónde vamos a parar? La gente ya no cree en los milagros. ¡Los
pasteleros desaparecidos! La situación es crítica. Pierre-Paul René, debes ir a San
Pastelburgo, ese territorio salvaje poblado de leyendas y de trampas. Allá, debes
encontrar las recetas de los pasteles que se llevaron los pasteleros y traerlos de vuelta
aquí. Ve Pierre-Paul-René, debes ir a San Pastelburgo. Ve. Debes cuidarte mucho del
infame Flupan: El príncipe de los golosos que lo son demasiado. Ve Pierre-Paul-René,
ve, ve, ve te digo, debes ir a San Pastelburgo, debes de llegar allá, ve, ve Pierre-Paul-
René, ve, ve…
BLANCO Y NEGRO
PSIQUIATRA: ¿Qué es Pacamambo?
JULIA: Pacamambo,
Es lo que decidí.
Mi abuela le decía muy seguido a los blancos que ella era negra.
En Pacamambo tendré una piel profunda y viva, hecha del color de mis deseos.
Pacamambo es una palabra que hay que pronunciar cuando se sabe que la vida es la
muerte,
Solo mi abuela.
Pero María-María me lo ha dicho ya, que no hay cosa más negra que los blancos,
Y en Pacamambo,
Ya lo verá.
María-María me dijo que los hombres son los únicos que se preguntan
Duda.
No está seguro.
que ya no se mueve,
como usted,
no son humanos.
si es un hombre.
ya se lo dije.
conocerla mucho.
La muerte no es nadie.
No es una persona.
Es un hecho,
un acontecimiento.
porque mi abuela,
Yo y mi perro gordo,
y punto.
MARÍA-MARÍA: Alphonse seguía caminando por un camino en medio del campo. Era
de noche. Los árboles, de cada lado del camino, le abrían los brazos. Con la historia de
Pierre-Paul-René en la cabeza, dedicaba totalmente su imaginación a sacar a su héroe
de esas situaciones descabelladas. ¡No era fácil inventar una historia así! Se decía
Alphonse.
EL TERCER CAJÓN
De regreso al cuarto de María-María. Su cadáver está en la cama.
EL GORDO: ¡Whouff!
JULIA: ¿Vienes?
¡Puro barniz!
¡¿Qué clase de barniz tiene este mueble que hasta me pica la nariz?!
JULIA: ¿Pipí?
Yo que sé,
JULIA: ¡Perfumes!
Mira, Gordo.
¡Está lleno!
Julia saca del cajón una gran cantidad de frascos de todas las formas, tamaños y
colores.
EL GORDO: ¡Whouf!
EL GORDO: ¡Bwhouff!
y soy un perro.
EL GORDO: ¡Whouff!
EL GORDO: ¡Whouff!
JULIA: ¡Gordo…!
EL GORDO: ¡No!
y te llevarán a la perrera.
MARÍA-MARÍA: Si la muerdes, ¡yo te jalaré las patas por el resto de tus días!
¡Ni comer!
EL GORDO: ¡Whouuuuu!
Julia abre el frasco de perfume y se lo echa encima y sobre el Gordo, que gime
lastimosamente. Ella cierra los ojos. No pasa nada.
JULIA: ¡Hmmmmmmm, este, por ejemplo, huele bien! ¿Intentamos con otro?
PSIQUIATRA: ¿Y después?
Era verde,
y frío,
y solitario.
y se puso a molestar:
hasta la escalera.
Tomé el elevador,
donde María-María tenía un cuartito cerrado para guardar sus maletas de viaje.
cerré la puerta,
y me puse a esperar.
El tiempo pasó,
¡Eso no se hace!
II.
VÍCTOR: Claro, un niño que no regresa a casa de noche, ¡es tan poco común! ¡Qué
quieren que se haga! Se espera un poco, y al día siguiente todas las estaciones de
policía de la capital tienen su foto, eso es todo, y luego se sigue esperando. La gente
nos pide milagros. ¿Cómo se llama? ¿Alphonse? Ah, sí… sí… ya veremos. Yo me llamo
Víctor, soy inspector de la policía, mañana voy a ir a hacer una pequeña investigación,
para tratar de entender.
VÍCTOR: Se lo agradezco. Alphonse… Por una vez que no me tocaba una sabandija…
¡Alphonse! ¡Se trata de encontrarlo ahora!
Sí. Soy Francine, la vecina. Nuestros muros son comunes. De noche, cuando vuelvo de
mi pequeño paseo, a veces me meto de nuevo a la cama. Pero es raro. En la sala hay
un sofá cómodo en el cual me es fácil volverme a dormir.
Ambos fumaron en silencio sus cigarros y luego entraron en el salón de clases donde
todos los alumnos estaban sentados.
Jules se volteó.
NIÑO: Yo creo que es con Walter con quién Alphonse se llevaba mejor.
Nadie se acuerda dónde ni cómo. Cuentan que ocurrió simplemente. Hola, yo soy
Walter. A mí me dicen Alphonse. Y eso fue todo. Walter le regalaba galletas a
Alphonse, y a Alphonse ganaba a las canicas y compartía todo con Walter.
ALPHONSE: Esta noche, viejo, esta noche sucedió una cosa terrible, ¡sí! Perseguido
como lo estaba siendo por tres tipos, tuve que ir a aquel extremo de la ciudad donde
los barcos se guardan durante el invierno.
ALPHONSE: Te lo juro, mi viejo Walter. ¡Sí! ¡Creí reventar! ¡Te lo juro!, ¿sabes?, no soy
tonto, me dije, ¡Alphonse, tienes que perderlos! ¡Entonces entré en un barco y ahí, en
los barcos, había muchos marineros acostados que dormían! Uno se despertó, tatuado
hasta los dientes. Los tipos llegaron, y ahí ¡a pelear! ¡Una pelea tremenda! ¡Yo los dejé
peleándose y me fui, en la noche, me quedé dormido en el metro!
Hoy día, sé que eran puros cuentos. Pero bueno, así era. No dormía de noche para
encontrar una historia increíble que contarme en la mañana. Y yo le preguntaba
siempre: Alphonse, chin, ¿qué te pasa, por qué te paseas así durante la noche?
ALPHONSE: De noche, Walter, hay luces que solo se apagan al amanecer. Ahí están, de
pie a la mitad de la noche. Ventanas de luz. Del otro lado de la luz, cosas. Gente
también, sin duda. Pero a mí, las cosas y la gente nunca me han interesado realmente;
estaban esas luces, eso era suficiente. Siempre será suficiente. Walter, un día te llevaré
a la noche; vendrás conmigo; y entonces iremos a perdernos, tú y yo nos perderemos
con el placer de saber que todos duermen. Todos. Todos. Nos cruzaremos con el
lechero que entrega su leche. Nos la dará gratis, y la tomaremos. De noche, la leche es
tan rica. Fresca. De noche todo es tan diferente: No hay suficiente luz para ver hasta
dónde terminan los árboles; todo se acopla con la noche: los edificios, la gente, las
grúas mecánicas que se presienten por el olor de su metal, todos suben hacia ella y la
abrazan, la acarician, por eso el amor, Walter, ante todo es de noche. Sí, porque como
ella, todo se pierde en nosotros y nos volvemos más grandes, más bellos, más
generosos que nuestro propio cuerpo. De noche, Walter, solo está la luna anaranjada
que se desliza por los barrotes de la ventana y se esparce suavemente sobre panzas
calientes. La noche te moldea, Walter. Sí, no puedes ver a kilómetros a la redonda
como en pleno día, no, Walter, de noche te apegas, por miedo, a las cosas que tienes a
tu alrededor, y mientras más negra esté la noche, más podrás ver en ti, Walter, porque
quedas como lo único que se puede ver.
Walter, me gusta la noche y la gente que la habita. Un día vendrás conmigo y verás.
EL SÓTANO
JULIA: ¿Ves, Gordo?
E irían a buscarte.
Sabes, Julia,
vivir es agotador.
mucho tiempo.
a causa de…
EL GORDO: ¡Whouf!
¿Hueles?
Y para probárselo,
EL GORDO: María-María,
Quiere maquillarte.
JULIA: (Maquillando a María-María) Mira, vamos a comenzar con el rojo en los labios.
¡Así!
¿No?
Te digo, Gordo,
mi querida nietecita,
¿entiendes?
Julia,
Regresa a la luz,
incapaz de hablarte.
para hacer los perfumes que hoy tienes entre las manos.
Me miras y lloras.
¿Ves?, no te preocupes.
EL GORDO: Si no me preocupo,
Yo ya entendí.
Después,
cuando los hombres empezaron a decir quién es hombre y quién no es, todo
Pacamambo tuvo miedo.
un rincón donde nadie pudiera encontrarlo. Y aquellos que ya estaban ahí lograron,
¿Entiendes?
EL GORDO: ¡Pero yo soy un perro!
Solo que,
¿Eh?
María-María,
¡Quizá eres tú quien está viva y nosotros los que estamos muertos!
ALPHONSE: ¿Será necesario, hermano, vivir en culturas diferentes para entender que
uno solo busca ser amado?
ALPHONSE: ¡Tienes razón, tienes razón! ¡Combate! Sí, caminar todo recto es un
combate. Un combate increíble.
JULIA (como madre): Usted sabe señor Inspector, somos una familia respetable, mi
marido se gana la vida honestamente y mi hijo, del que habla es un niño muy
inteligente… no somos unos desvergonzados.
FLUPAN: ¿Bueno?
¿Pierre-Paul-René?
FLUPAN: ¿Yo?... yo no quiero nada, hijo, quiero tu bien, te indico el camino a seguir:
San Pastelburgo está al norte.
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡Cállese!
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡Váyase!
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡Cuelgue!
¡Enseguida el silencio! Solo una nota de música, el “LA” del teléfono que pronto dejó su
lugar a una voz que repetía con insistencia por favor cuelgue y vuelva a marcar, por
favor cuelgue…
Yo soy Judith. Acabo de ver la foto. Quería presentarme enseguida, porque pronto se
va a hablar de mí.
PRIMERA SEMANA
PSIQUIATRA: ¿Reconoces que lo que hiciste
no es algo normal?
Es algo que no se hace.
no es algo natural.
puros cuentos
señor,
¡es usted!
ni otro frasco,
¿qué hiciste?
JULIA: Nada.
Dormí.
que me miraba.
enojada y harta,
para decirme:
y también la oscuridad.
de comer.
Después regresaba.
Me volvía a acostar,
y ahí soñaba.
Pacamambo.
Después me despertaba.
el Gordo
yo era la arena
y la tierra.
Yo era también el ataúd.
Yo era el cementerio,
era el cielo,
y la lluvia,
y las lágrimas.
ni en sus preocupaciones,
Yo esperaba a La Muerte,
PSIQUIATRA: ¿Y durante los últimos cinco días no hiciste más que dormir?
PSIQUIATRA: ¿Qué?
Pausa.
VÍCTOR: ¿Y entonces?
FRANCINE: Señor policía, entienda bien. Usted está tratando con un soñador.
VÍCTOR: ¿Qué es ese invisible del que me habla? ¿Cómo se puede llegar ahí?
FRANCINE: Tal vez le sirva, señor inspector, esta historia que Alphonse me contó una
noche que nos encontramos en el camino. Habíamos regresado juntos,
tranquilamente, y me contó una historia que lo había entusiasmado muchísimo.
VÍCTOR: ¿Cuál?
VÍCTOR: Cuénteme.
FRANCINE: Un hombre salió desde temprano en la mañana por un camino del campo
que iba a llevarlo al pie de la montaña donde, decían, un niño salvaje, muy dulce,
monocorde y que nunca se asombraba de nada, vivía entre los lobos en una de las
grutas del altiplano donde se elevaban árboles milenarios.
ALPHONSE: El sol que se levantaba hacía que el camino llorara y se llenara de espuma
y de neblina que giraba sobre sí misma para agazaparse mejor contra la tierra. Lo
violeta se escurría hacia las llanuras y atrás la noche iba a perderse, allá del otro lado
del horizonte. El pueblo fue tragado completamente por lo opaco de la humedad, el
viento soplaba ligeramente, una tormenta se preparaba.
JULIA: Cuando el hombre llegó al pie de la montaña, descansó un momento sobre una
gran roca salida de las raíces de un árbol. La oscuridad, ocasionada por las nubes que
perseguían su lenta acumulación, permitía que se adivinara a lo lejos el parpadeo de
una de las ventanas del pueblo.
MARÍA-MARÍA: Como los senderos se volvían cada vez más estrechos y la pendiente
de la montaña se hacía cada vez más pronunciada, el hombre tuvo que subir en zigzag.
El cielo estaba bajo, y pronto el hombre se perdió dentro de una nube. Solo cuando
perdió totalmente el sentido de la orientación, ya no supo si bajaba o subía, y tenía
miedo de caer, de ser sorprendido por un animal, todo eso se mezcló con un pánico
atroz que provenía seguramente de su instinto de supervivencia, instinto idéntico al
que puede habitar en el fondo de un animal cuando siente cercana la muerte, y
finalmente ya no pudo poner un pie frente a otro por culpa de la fatiga y del delirio; se
desplomó en medio de los espinos y se durmió. Al momento se escucharon los aullidos
de los lobos.
Francine detuvo su relato por un instante. Sacó un cigarro y le regaló uno a Víctor.
Durante un largo rato se quedaron así, en silencio, fumando.
VÍCTOR: Eso no hará avanzar mi investigación, pero prosiga. Es tan raro que alguien
me cuente una historia en este maldito trabajo. Prosiga.
JULIA: ¡Vamos! ¡Valor! Se dijo el hombre. Solo es una tempestad. Terminará por
agotarse. Yo mismo terminaré saliendo de esta. En dos días no quedará nada de ella.
Tengo que seguir, sencillamente, trepándome siempre más alto.
FRANCINE: Solo fue al llegar el alba húmeda que alcanzaron una gruta con una entrada
estrecha. Los lobos se pusieron de cada lado de la entrada y de nuevo bajaron la
cabeza. El hombre se metió por la estrecha entrada y siguió su viaje hasta no poder
avanzar más que a gatas. De pronto hizo mucho frío. Un olor a hojas marchitas lo
acompañaba y se transformaba al azar de la humedad. Si la gruta sigue estrechándose
así no podré avanzar más, se dijo. Le llegaban sonidos desde lo lejos, desde el otro lado
de la roca. Se arrastró todavía un buen rato y llegó a una cavidad donde pudo ponerse
de pie. ¡Hasta aquí llego! Suspiró, ya estoy completamente perdido.
El niño salvaje, dulce, monocorde y que no se sorprende nunca de nada estaba ahí, al
lado suyo, en el fondo de la tierra.
HOMBRE: ¿Mucho?
HOMBRE: ¿Qué edad tienes, tú que tienes esa voz tan lenta, tan vieja, y al que llaman
todavía “el niño salvaje”?
NIÑO SALVAJE: Como todos los niños, la edad varía según el día. A veces me gusta ser
tan viejo como un árbol.
HOMBRE: ¿Sabes de dónde vengo, niño salvaje, sabes qué mundo es el tuyo?
¿O te hace feliz?
HOMBRE: Por cómo suena tu voz me es difícil juzgar. Pero es posible que no seas más
infeliz o feliz que yo.
NIÑO SALVAJE: Por lo tanto esa duda es suficiente. ¿No crees? Tal vez es eso a lo que
llamas: La esperanza.
HOMBRE: Adiós.
Los cigarros se habían terminado desde hace mucho. Víctor se levantó y los dos
hombres se dieron la mano.
EL GORDO: ¡Whouf!
JULIA: María-María.
La eternidad, es larga.
EL GORDO: María-María,
JULIA: María-María,
EL GORDO: ¡Whouf!
Pero Julia,
¡escúchame!
EL GORDO: ¡Whouf!
Julia cierra los ojos de su abuela. Golpean la puerta del sótano, tres golpes secos pero
sobrios.
WALTER: Los domingos íbamos al museo para burlarnos de la cara de los caballos
embalsamados, señor inspector.
VÍCTOR: ¿Y luego?
WALTER: También nos gustaba correr en los grandes parques y siempre nos
despedíamos tarde en la noche, después de haber encontrado nuestro camino a casa.
WALTER: Este… Alphonse comía muchas galletas. Y yo, perdía en las canicas muy
seguido. Esa era la receta de nuestra amistad.
¡Lo que dice Leopoldo es cierto! ¡Hasta el profesor le tenía miedo! ¡Y además era un
mentiroso!
¡Sí, y mucho! ¡Lo sé! ¡Yo me llamo Julio, y Alphonse un día intentó hacerme creer que
era un agente secreto, contratado por el gobierno para espiar a la gente de su edad en
las escuelas! ¡Me quería envolver! ¡Pero yo no soy tonto!
¡Señor inspector! Yo soy el primero de la clase, o sea, el más serio. Le puede preguntar
a la maestra Gayaud: Humberto es el más serio, le va a decir. Yo rápidamente entendí
que lo de la noche, los marineros y todo lo demás eran tonterías. Se lo dije a Walter y
Walter se dio cuenta de que Alphonse contaba cuentos, entonces nosotros le dijimos a
Walter: de Alphonse hay que cuidarse. No está bien. No es normal. Intentó hacernos
creer que su madre había muerto. Es un mentiroso. Cuenta lo que se le ocurre,
Alphonse, señor inspector, cualquier cosa. ¡Ni siquiera sabemos de dónde viene! Y
nosotros se lo dijimos a Walter: Alphonse va a reprobar, no es un buen alumno. Ya
viste, en el recreo, es pésimo jugando y grita todo el tiempo.
WALTER: ¡Son una bola de idiotas! Ayer, cuando supieron que Alphonse no había
regresado desde hace una semana, se quedaron todos como estúpidos. Sí. Se dijeron
las peores cosas sobre él, que había muerto por tragar chueco, que se había caído de
lo alto de un puente, y peor aún, pero yo, Walter, yo sé porqué se fue Alphonse,
¡estaba harto!
Sí, entonces si se murió, fue de un terrible golpe en la cabeza. Siempre estará al pie de
mi cama, Alphonse.
Cuando llegó a las puertas de San Pastelburgo llovía a cántaros. Eran nubes enteras
que caían las unas sobre las otras. Pierre-Paul-René se acercó a las dos inmensas
puertas de madera sin saber cómo le iba a hacer para atravesarlas. El hoyo de la
cerradura estaba demasiado alto y estrecho. También había una vieja agachada al pie
de las puertas, con un sombrero tapándole los ojos y una manta sin fin que la envolvía.
Pierre-Paul-René se detuvo.
VIEJA: ¿Quién eres pequeño?
PIERRE-PAUL-RENÉ: Pierre-Paul-René.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Sí.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Sí.
Un viento violento vino de repente a darles la mano, haciendo volar las palomitas de
maíz por todos lados. El sombrero de la vieja no se había movido, lo que sorprendió a
Pierre-Paul-René, quien sin embargo, es un niño dulce, monocorde y que nunca se
sorprende de nada. La noche empezaba a tragarse al día. Era tan extraño. Ambos
estaban ahí, a las puertas del sueño y de la noche. La lluvia no paraba, el viento parecía
salir de la tierra. La pregunta aún no se había hecho. Pierre-Paul-René empezó a tener
un poco de sueño, se sentó y luego se acostó. Cuando la vieja se levantó y abrió grande
los brazos, la lluvia redobló de intensidad. Tenía el rostro desfigurado por las sombras
de la noche. Eso hizo que Pierre-Paul-René se despertara.
VIEJA: ¿Por qué crece el árbol? ¿Por qué envejece el hombre? ¿Por qué el río
desemboca en el mar? ¿Por qué continúa la Tierra? Mi pregunta, Pierre-Paul-René, es
la siguiente: estas cuatro preguntas pueden hacerse en una sola pregunta. ¿Cuál es esa
pregunta?
Alphonse, mientras caminaba, encontró molesto ese tipo de situación porque no tenía,
él que inventaba la historia, la respuesta. Siguió su camino envuelto en la reflexión.
VIEJA: Entonces, ¿qué es lo que quieres?, ¡comer, tal vez, dormir, beber, vivir!
ALPHONSE: El día se empezaba a adivinar. Como la naturaleza sabe muy bien lo que
quiere, no tiene preocupaciones ni pendientes.
VIEJA: Ya está.
VIEJA: No se necesitan palabras porque las palabras solo son ruido. Debes saber que
las ramas de los árboles y las cimas de las montañas se elevaban en el silencio de lo
invisible… y sin embargo, ¿qué magia es más grande que la de la naturaleza? Los
abracadabras y demás baratijas solo son los adornos de los hombres sin imaginación.
El hombre que hace ruido es un hombre que tiene miedo. Tu segundo deseo.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Quisiera tener todas las recetas que el malo Flupan se llevó
consigo.
VIEJA: ¡Ah, no! ¡Sería demasiado fácil! Demasiado simple, en verdad. Pierre-Paul-René,
¿ya lo pensaste? ¿Qué les contarás a tu regreso a los niños que estarán ahí, ávidos?
¿Qué les contarás? ¡Los niños quieren aventuras apasionantes donde el peligro es
sinónimo de rosas rojas!
¡Sí! Pierre-Paul-René, si logras encontrar esas recetas tú mismo y si logras salir vivo de
San Pastelburgo, serás entonces el héroe de una generación futura que querrá creer
en ti.
VIEJA: Sí.
JULIA (PSIQUIATRA): Las puertas se abrieron lentamente, tan lentamente que a Pierre-
Paul-René le dio tiempo de crecer y reflexionar.
Cuando el espacio entre las puertas fue lo suficientemente grande para poder pasar,
Pierre-Paul-René se levantó, se despidió de la vieja y atravesó el estrecho paso.
JULIA: Ese día, Pierre-Paul-René acababa de cumplir catorce, pero él no lo sabía.
La campana sonó, los niños se levantaron y dejaron el salón, el día se había acabado.
Cuando Walter salió de la escuela, vio al inspector venir hacia él. Caminaron juntos,
lentamente, mientras hablaban.
WALTER: Sí… bueno, no, porque ni siquiera sé si esta persona existe realmente o si son
cuentos que él me contó.
WALTER: Una chica. Me decía que estaba viviendo una historia de amor. Sí. ¿Cómo se
llama ella?
Judith. Pero eran puros cuentos. Hoy me doy cuenta. Fue tan increíble lo que me
contó.
JUDITH
JUDITH: Yo me presenté rápidamente hace rato, soy Judith y ahí les va. Todo eso
empezó así. La gente creía que era una historia de amor. Pero por lo general la gente
cree cualquier cosa. Nos habían visto caminar tomados de la mano y desde entonces
un rumor alrededor de nosotros no había dejado de crecer. En las conversaciones, en
las esquinas, tomando un café, en el tren, en la radio y hasta en los periódicos, solo se
hablaba de ese amor que acababa de nacer entre Alphonse y yo.
Sí. Soy Judith. Soy una de las pocas verdades que Alphonse contó a Walter, y es la
única que Walter no se creyó. Hay que entenderlo, empezaba a cuidarse. Es un poco
por eso que ya no se hablaron, en fin…
JUDITH: Le hubiera gustado tanto a Alphonse que un día alguien así lo tomara de la
mano para decirle que la vida, pues la vida es así… así. Nada más. Que no es
importante lograr lo que se emprende, sino más bien emprender lo que se quisiera
lograr.
Para Alphonse las cosas estaban mal hechas. Sí, porque como siempre esas personas,
las que pueden tranquilizarnos, las conoce uno demasiado tarde. Se les conoce cuando
se es adulto. Debe de haber un complot, pensó. Cuando eres adulto frunces la ceja
para que vean que eres muy importante (lo cual está muy bien, por cierto) pero
cuando eres adulto ya no quieres que te tomen de la mano, haces un gran gesto así y
dices: ¡No!, ¡háganse a un lado!, ¡déjenme pasar!, ¿qué no ven que tengo la ceja
fruncida?, ¿no ven lo ocupado que estoy?
JUDITH: Claro, pero no debe hablar de esto. Es mejor que quede como una mentira en
la mente de sus padres.
Esta es la carta.
Judith,
ALPHONSE: La amo pero tengo miedo. No quiero darle miedo, espantarla, verla correr
como corren los caballos salvajes. La amo. ¿Cómo? Ah, sí, esa manía de hablarle de
usted a todo lo que me apasiona. Puedo decir “tú”. Sí. Decir “tú” como se lanza una
piedra al mar. Tú. Estoy divagando. ¿Decir quién soy? Me llamo Alphonse y eso es solo
una convención.
La amo, te amo, tus cabellos me recuerdan a ciertas mujeres que me salvaron de una
muerte segura. Ven. Hay un acantilado, un acantilado frente al mar…
Cierra tus ojos. Escucha. Escucha la lluvia sobre mi rostro. Escucha. Me dijiste ayer que
te llamabas Judith. Ven. Hay un acantilado, un acantilado de donde es bueno saltar, de
donde es bueno morir. Quisiera que la tempestad hiciera tres veces más escándalo.
¡Ven! ¡Un simple salto! Veremos, entonces la vida desde un poco más alto, volaremos
como aves de paso, te enseñaré lugares recónditos y frágiles, aprenderás a llorar como
lloran las águilas cuando caen bajo la tormenta, ven, volaremos, y veremos mares, los
veremos confundirse, sus azules, sus rojos, los veremos, a los mares, hacerse el amor
para dar a luz a nuevos continentes, ven conmigo, regresemos a ese acantilado único.
Ven. Sabrás quién soy.
Alphonse.
MUERTE
EL GORDO: ¡Grrrrrrrr! ¡Hwarff! ¡GRRRRRRRRR!
¡La Muerte!
EL GORDO: ¡Grrwouf!
JULIA: ¿Qué manía es esa que tiene de venir a la casa de la gente, y quitarles a un ser
que aman,
¿Quién es usted?
¿Qué quiere?
Y además,
Pero es el mío.
¡y eso me enfurece!
porque Pacamambo,
no está en la vida.
y no hay muerte.
pero es bella,
y es grandiosa,
y contra eso tú no puedes hacer nada,
en mi corazón,
en mis sueños.
como la vida.
Si aceptas vivir,
JULIA: ¡¿Ya?!
me desprecian mucho
Voy a dejarte
antes de que te encariñes demasiado conmigo,
y yo contigo
No inmediatamente,
pero un día,
Habrás amado,
Si es así, te felicitaré,
porque, Julia
La Muerte sale.
II.
VÍCTOR: ¿Judith?
Alphonse seguía caminando todo recto, decidido a seguir el camino que lo llevaría
hacia el norte. Pero como Alphonse no tenía el sentido de la orientación y como no
sabía que no lo tenía, no podía saber que caminaba derecho hacia el oeste y que, si
continuaba así, estaría completamente perdido, ya lo estaba un poco. A su altura, un
coche se detiene. Se baja el vidrio.
ALPHONSE: A casa.
ALPHONSE: Mi casa… este… (Alphonse hizo una seña vaga con la mano)… Por allá.
LUNA: Y el puesto de policía, ¿quieres saber dónde está? ¡Vamos! ¡Sube! ¡Todo el
mundo te está buscando desde hace dos semanas!
LA GRUTA: Soy la gruta, la boca abierta de las montañas y albergo a los seres de la
lluvia. Y desde hace siglos lloro porque envejezco y lloro porque me debilito. Tanto
peso recae en mí. Entonces lloro y mis lágrimas crecen, crecen y, sólidas llegan hasta
mi techo para ayudarme a aguantar tanto peso; pero llegará un día donde todas esas
columnas de lágrimas me llenarán. Entonces, desapareceré.
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¿Lloras para desaparecer, gruta? No es una buena idea.
Desde hace un rato unos monstruos me devoraron el pecho. Lloré tanto que me dolió.
Cambiar no es fácil. Las ideas, las cosas bellas cambian; saben cambiar porque cambiar
es ir más allá del dolor, cambiar es desaparecer un día llenando el espacio de uno
mismo. Ahí está el gran secreto de las grutas.
EN EL PUESTO DE POLICÍA
VÍCTOR: Cuando lo vi entrar, se parecía a todos los que llegan a la estación de policía
después de haber sido arrestados. La mirada baja y preocupada. Todos se ven así
frente al poder. Frente a la autoridad. Pero si hubiera sabido, Alphonse, cómo lo
quería, tal vez entonces me hubiera sonreído. Se ven a tantos canallas desfilar a lo
largo del día, que un muchacho como Alphonse es un verdadero diamante. Alphonse
no me miró. Yo estaba feliz de saber que sus padres vivían tan lejos, se tardarían en
venir por él. Una hora, tal vez. Una hora para que me vea.
JULIA: ¡Irse! Irse, sí, irse hacia el sol de medianoche y morir de frío…
PIERRE-PAUL-RENÉ: ¡La gruta! Me da miedo ese zumbido que escucho en mis oídos.
LA GRUTA: Lo que escuchas, pequeño, es el ruido del universo que avanza, allá del
otro lado de lo invisible. Ese ruido, origen de toda vida, solo se puede escuchar desde
las profundidades de las grutas. Escúchalo; deja que te arrulle, deja que te duerma, yo
soy la gruta. Aquí no te puede pasar nada.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Lo que hay que hacer para comer un pastel de chocolate.
ALPHONSE: Poema.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Solo nos queda una vela para reconocer el mundo que nos rodea.
ALPHONSE: Más allá de nuestras catástrofes del corazón, quedaremos unidos los unos
a los otros.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Mi amistad por ti es tan fuerte que a pesar tuyo resistiré tu fuerza.
ALPHONSE: Tu amistad es tan clara que solo tengo que abrir la boca para irme de viaje.
TAXISTA: Ese al que llaman Alphonse no parece estar muy a gusto, ¿verdad?... yo soy
el chofer del taxi que lo trajo de la estación de policía hasta su casa. Su hermano
estaba sentado al lado mío y me hablaba del tiempo que hacía y del que iba a hacer. Es
extraño… ahora que les cuento todo eso un detalle me acaba de venir a la mente. En
un momento dado hubo en el cielo de la noche un rayo magnífico y la lluvia empezó a
caer.
LA GRUTA: Lo que el chofer del taxi no sabía, es que ese rayo magnífico del que
hablaba, era Pierre-Paul-René que acababa de entrar al castillo de Flupan. Cuando
abrió los ojos, se encontró sentado en el taxi en el asiento trasero al lado de Alphonse,
pero ni el chofer del taxi ni el hermano de Alphonse, sentado adelante, se habían dado
cuenta de nada. Alphonse y Pierre-Paul-René, acurrucados el uno contra el otro, se
hablaron en cuchicheos para no ser escuchados.
PIERRE-PAUL-RENÉ: Dije el poema, se hizo una gran luz y entré en el castillo de Flupan.
LUZ
PSIQUIATRA: Cuando te encontraron
te estabas asfixiando.
Pasaste muy cerca de la muerte.
al lado de mi abuela.
Mi abuela se fue,
Otra cosa,
ni nada de nada.
La amaba,
No invento nada,
Se lo juro.
ALPHONSE
Alphonse, soy yo.
Soy del que han dicho todo tipo de cosas desde el principio. Yo no quería fugarme,
escaparme, no estaba triste ni desdichado y quería mucho a mis padres… de hecho lo
que pasó es mucho más simple. Simplemente me había equivocado de lado cuando
tomé el metro después de la escuela. No bajé en la siguiente estación. Demasiado
cansado. Entonces continué, hasta el final, hasta el final, hasta el final.
Hay que decir que en ciertas situaciones uno no sabe cómo reaccionar. Y cuando lo
invisible se abre ante uno, es aterrador. Y no nos enseña nada sobre lo invisible. Nada.
Cuando se es niño se está muy mal informado. Por ejemplo, cuando era pequeño,
nunca me dijeron que la Tierra se encuentra en una galaxia y que las estrellas nacen
gracias a un cúmulo de polvo estelar que se junta, se junta y crece y al caer sobre sí
mismo crea energía para poder brillar, a veces millares de años. Nunca me dijeron ni
una palabra al respecto. Sin embargo, de haberlo sabido, me parece, sí, que me
hubiera tranquilizado. Sí, para ayudarme a dormir.