Cuaresma PARTE 1

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Necesidad del perdón.

A) Necesitamos pedir perdón y perdonar


Cuándo hacemos daño y ofendemos a otras personas, ¿somos capaces de acercarnos al
otro y reconocer el daño que le hemos causado? ¿Sentimos la necesidad de que nos perdonen
aquellos a quienes afecta nuestra conducta? Nos cuesta a veces pedir perdón porque implica
reconocer que somos limitados, la autosuficiencia no alcanza.
Otras veces, quizás con mayor frecuencia, sientes que eres tú la ofendida o el
ofendido. Piensa por ejemplo: en el mal estómago que se te queda cuando tus amigos se
reúnen y no invitan; en los celos que sientes hacia otro hermano cuando ves que todo le sale
bien o el rencor que guardas en tu interior hacia un amigo o una amiga por la traición.
Es fácil acusar la injusticia, el olvido, la traición que otros han tenido conmigo. Y mucho más
difícil perdonar sobre todo algunos comportamientos o a algunas personas. ¿Crees que todo se
puede perdonar? ¿Piensas que hay acciones que no merecen tu perdón?
La palabra “perdonar” significa hacer borrón y cuenta nueva, cancelar una deuda. El perdón
no se otorga porque la persona merezca ser perdonada. El perdón es un acto de amor, de
misericordia y de gracia. El perdón es una decisión de no guardar rencor a otra persona, pese
a lo que me haya hecho.

B) Jesús nos ofrece el perdón y nos capacita para perdonar y pedir perdón
   Dios “no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por El” (Jn 3,16). Porque “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo
el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Jesús optó en su vida por poner de manifiesto el perdón de Dios, nuestro Padre. Con sus
palabras Jesús no dejó de hablar de un Dios que busca a la oveja perdida, que espera
incansablemente al hijo que se ha ido de casa (Lc 15) y de la alegría que hay en el cielo
cuando un pecador se convierte. Y con sus obras ofreció el perdón de Dios. El evangelio nos
muestra cómo los pecadores de toda condición se acercaban a Jesús sin miedo. Le podemos
ver delante de una adúltera, de un recaudador de impuestos, del buen ladrón, mirando a Pedro
después de su traición… siempre dispuesto a acoger y a perdonar. Perdonó incluso a quienes
le estaban crucificando: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,33-34). De
tal manera que los fariseos y los escribas murmuraban: “Este acoge a los pecadores y come
con ellos” (Lc 15,2).
   Jesús no sólo habló del perdón y lo ofreció con su vida sino que también quiere que nosotros
vivamos el perdón: pidiendo perdón y regalando el perdón. Quiere que perdonemos no solo
siete veces sino setenta veces, es decir, siempre (Mt 18,21-22) y, por tanto, que seamos
misericordiosos como lo es el Padre (Lc 6,36).
Los discípulos de Jesús entienden que deben continuar esa tarea de anunciar el perdón de
los pecados (Lc 24,27). Y reciben además el Espíritu Santo para perdonar los pecados (Jn.
20,23). La Iglesia ha hecho presente en la vida de los hombres este amor misericordioso de
Dios. Por eso, a lo largo de toda la historia la Iglesia ha tenido conciencia de que el perdón de
los pecados lo da Dios a un pecador arrepentido por medio de un signo sacramental y a través
de la comunidad.
A nosotros muchas veces no nos sale espontáneo perdonar. Por eso, tenemos que mirar
mucho a Jesús para aprender de Él. Sólo con Él seremos capaces de que nuestra vida no
acumule rencores, resentimientos... Eso no impide que haya situaciones en las que se necesita
mucho tiempo para perdonar. Pide a Jesús que te ayude, te dé su perdón para que tú también
puedas perdonar. Así lo decimos en el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (cf. Mt 6,12).

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