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NOTICIAS FALSAS EN LA ANTIGÜEDAD

LAS FAKE NEWS, UNA COMPAÑÍA


PELIGROSA A LO LARGO DE LA
HISTORIA
Los bulos y las noticias falsas no son nuevas aunque Internet y las redes sociales las pongan en el foco
del debate actual. Estas artimañas han servido para infiltrar dudas y falsedades en las líneas enemigas
durante siglos. Unas herramientas de distorsión de la realidad muy efectivas cuya damnificada es la
opinión pública.

José Manuel Burgueño / The Conversation*


15 de ma yo de 2020 · 14: 40 A ctualiza do a 02 de junio de 20 20 · 11:58
Lect ura: 10 m in

Hillary Clinton, la gran damnificada por la vorágine de bulos que se difundieron en el entorno
de las elecciones norteamericanas que acabaron con victoria de Donald Trump, decía en
diciembre de 2016 lo que ahora se ha hecho evidente: “Las llamadas fake news pueden
tener consecuencias en el mundo real”. Dos errores: no es que puedan tener
consecuencias, es un hecho que las tienen; y no es ahora cuando se ha evidenciado esto
porque siempre, desde el origen de los tiempos, ha sido así.
Los esfuerzos por vincular a la candidata demócrata y su partido con ritos satánicos,
pederastia o racismo no distan tanto de las acusaciones que debían soportar los
cristianos descritas por Tertuliano en el siglo III d.C. en su Apología contra los gentiles:
“Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño; que en la sangre
del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno;
que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar
el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño; que en las tinieblas que ocasiona el
forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las
hermanas o las madres…”

LOS CRISTIANOS, NERÓN Y EL INCENDIO DE ROMA


Además de canibalismo o incesto, los cristianos también cargaron con la culpa del gran
incendio de Roma del año 64 d.C. a partir de un rumor originado por el propio Nerón, para
exculparse a sí mismo de provocar el “Gran Fuego”, como cuenta Tácito en sus Anales.
Todas estas imputaciones tuvieron numerosas consecuencias, con las famosas
persecuciones de los primeros siglos.
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Existe un cierto consenso en definir las fake news como informaciones falsas, difundidas
bien por los medios tradicionales, bien por las redes sociales, cuya finalidad es engañar o
manipular al público para lograr determinados objetivos.
Coincide con el concepto de desinformación, traducción literal del término
ruso dezinformatsia, empleado por los soviéticos en los años veinte del pasado siglo para
referirse a las campañas de “intoxicación” que, según ellos, lanzaban los países
capitalistas.
Aparece en el diccionario de la lengua rusa de S. Ojegov en 1949, definida como “la acción
de inducir a error mediante el uso de informaciones falsas”, y se populariza en 1980,
cuando durante el juicio en París contra Pierre Charles Pathé, comentarista y editor de un
boletín confidencial, el testimonio de un agente de la Dirección de Surveillance du Territoire
(DST) da amplia difusión a las técnicas del KGB.
En su libro de 1984 sobre este fenómeno, Shultz y Godson definen la desinformación como
“presentar y difundir información deliberadamente falsa, incompleta y errónea (a menudo
combinada con información verdadera), con el fin de engañar y manipular bien a las élites,
bien a los públicos masivos (…) para lograr determinados objetivos”.

La universalización de las herramientas de difusión, su facilidad de uso y su carácter


gratuito multiplica la capacidad de divulgación de estas noticias falseadas

¿POR QUÉ SURGE AHORA CON OTRO NOMBRE?


Su alcance y velocidad de propagación, gracias a Internet y las redes sociales, confieren a
las fake news, tan antiguo como la comunicación, un nuevo matiz. La universalización de
las herramientas de difusión, su facilidad de uso y su carácter gratuito multiplican la
capacidad de divulgación de este tipo de informaciones.
Pero la difusión de falsedades no es nueva. Su intención de distorsionar la percepción de
la realidad del receptor y modificar su conducta ha existido desde siempre. Tan lejos se
remonta como “en los albores de la humanidad”, narrada en el Libro del Génesis: según el
Papa Francisco, fue la serpiente “la artífice de las primeras fake news”, al engañar a Eva,
mezclando verdad y mentira, con un objetivo claro. Pocas veces las consecuencias han
sido tan drásticas y desastrosas.

MUCHO ANTES DE FACEBOOK Y TWITTER


El poeta romano Virgilio describe en el capítulo IV de La Eneida cómo actúa la fama (el
rumor): “la más veloz de todas las plagas”, “monstruo horrendo (…) que llena de espanto las
grandes ciudades, mensajera tan tenaz de lo falso y de lo malo, como de lo verdadero.”
Casi cuatro siglos antes, Teofrasto, discípulo y sucesor de Aristóteles en el Peripato,
describe en su obra Caracteres el del novelero o patrañero: “Sus relatos son tales que
ninguno puede verificarlos ni redargüirlos”.
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Estas artimañas ganan fuerza mediante la transmisión, con el apoyo de los medios de
máxima difusión (hoy las redes sociales), de un discurso creíble capaz de captar la atención
del público, basándose en estereotipos y prejuicios y suscitando emociones para movilizar
e inducir opiniones, decisiones y acciones. Pero es indudable que esto ya ocurría mucho
antes de la aparición de Facebook y Twitter.

TRUMP NO ES EL PADRE DEL INVENTO


Las noticias falsas han servido siempre para lograr respaldo para medidas difíciles o
movilizar al pueblo de acuerdo a determinados intereses. Su uso en el ámbito político no
lo inventa Trump. La difusión de noticias falsas empañó, en 1800, las cuartas elecciones
presidenciales estadounidenses cuando John Adams, sucesor de George Washington,
quiso repetir mandato como su predecesor.
Se le acusó de apoyar a la aristocracia o de querer instaurar la monarquía, pues casó a su
hijo John Quincy Adams con una hija del rey de Inglaterra. Jefferson le derrotó. Tampoco
pudo John Quincy Adams quedarse cuatro años más, cuando en 1828 acabó su primer
mandato: las mentiras de Andrew Jackson pudieron más que las suyas. Si Jackson era un
adúltero y había matado prisioneros indiscriminadamente, Adams hizo diplomacia con el zar
de Rusia proporcionándole compañía femenina, o le pasó al Gobierno la factura de su mesa
de billar. Todo mentira.

También está documentada la creación de un ambiente hostil hacia los judíos a finales
del siglo XVI en España antes de decretar su expulsión.

Difamados reiteradamente como herejes y usureros, también se les empieza a acusar en


fechas cercanas al decreto de burlarse de las leyes de los cristianos y de considerarlos
idólatras; se hace mención a las “abominables circuncisiones y de la perfidia judaica”; se
califica al judaísmo de lepra; se recuerda que los judíos “por su propia culpa están sometidos
a perpetua servidumbre, a ser siervos y cautivos"… pero la puntilla la puso el auto de fe en
el que la Inquisición quemó a tres conversos y dos judíos condenados injustamente –
como después se demostró– por un presunto crimen ritual contra un niño cristiano (conocido
después como el Santo Niño de La Guardia). Corría el mes de noviembre de 1491. El
contexto ya era propicio para la expulsión, que se ejecutó cuatro meses después.

BULOS EN LA REVOLUCIÓN FRANCESA


La Revolución Francesa también supo aprovechar en su favor esta argucia, que
allanó el camino de María Antonieta hacia la guillotina. Se le atribuyeron falsamente
frases atroces como: "Mi único deseo es ver París bañado en sangre; cualquier cabeza
francesa presentada ante mí se pagará a peso de oro”; o burlas frente a la crisis de
provisiones de 1778, en la que escaseó la harina y se extendió el hambre: “Si en París no
hay pan, que coman bollos”.
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Tachada de frívola y despilfarradora, la archiduquesa de Austria fue acusada de conspirar


contra Francia y promover todo tipo de intrigas, satisfacer sus caprichos a costa de las
finanzas del país e incluso de relaciones lésbicas e incestuosas. “En 1785 –señala Zweig en
su biografía de la reina–, el concierto de calumnias se halla ya en su apogeo; está marcado
el compás, suministrada la letra”.

ARMA DE INTOXICACIÓN MASIVA


Son los períodos bélicos (incluidos sus antecedentes y las épocas de posguerra)
los mayores caldos de cultivo para la información falsa. A finales del XIX, la entrada de
Estados Unidos en la Guerra de Cuba fue fruto de las mentiras de los principales periódicos
norteamericanos del momento, los amarillistas Journal de Hearst y World de Pulitzer, que
asumieron que fue un ataque español lo que hundió el acorazado Maine. La realidad fue
muy distinta, la causa de su hundimiento fue una explosión interna.
En su libro Yo pondré la guerra, Manuel Leguineche escribe: “Hearst pedía historias claras,
maniqueas, de héroes y villanos: «Los españoles alimentan a los tiburones con los
prisioneros de guerra», titulaba el Journal, y narraba historias que sólo habían sucedido
en la imaginación de sus enviados especiales al conflicto. «Los soldados españoles
cortan con sus machetes las orejas de los rebeldes cubanos y se las guardan como
recuerdo»".

Los titulares durante la Guerra de Cuba narraban historias que solo habían sucedido
en la imaginación de los enviados especiales que cubrían el conflicto.

Al inicio de la Primera Guerra Mundial, una parte de la prensa francesa pretendía sosegar
a los ciudadanos con el argumento de que las armas alemanas eran inofensivas.
Según cuenta Durandin, apenas dos semanas después de que el II Reich declarara la guerra
a Francia, el 17 de agosto de 1914, el diario parisino L’Intransigeant escribía: "La ineficacia
de los proyectiles enemigos es objeto del comentario general. Los schrapnels estallan
débilmente y caen en forma de lluvia inofensiva. El tiro está mal ajustado; en cuanto a las
balas alemanas, no son peligrosas; atraviesan la carne de un lado a otro sin desgarrar los
tejidos.” Cuatro días después, el ejército francés sufría su primera derrota en la batalla
de Charleroi.
También en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, la campaña británica para
tratar de evitarla por la vía de la conciliación y el desarme acabó en un fraude a la opinión
pública: “En particular, el Times disimuló la amplitud del rearme alemán, clandestino primero,
en violación de los tratados y acuerdos en vigor, luego de manera cada vez más ostensible.
(…) Todas las indicaciones convergían hacia un desenlace que no podía lógicamente ser
más que una agresión hitleriana, pero el Times las ignoraba deliberadamente o negaba que
tuvieran ese significado” señala Jean-François Revel.

INTERCAMBIO DE INFORMACIONES FALSAS


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En ambas conflagraciones, los dos bandos se sirvieron de la técnica de imitar cabeceras


para introducir noticias falsas entre el enemigo. Los servicios de propaganda filtraban en
las filas enemigas ejemplares de diferentes periódicos falsificados con escritos
derrotistas, mezclados con noticias reales.
Por ejemplo, en febrero de 1940, Berlín preparó una edición completa del diario inglés The
Evening Standard abriendo con las “profundas y no reportadas pérdidas de la Royal Air
Force”, y noticias como un pretendido plan para el exilio de la Familia Real británica, otro
sobre la intención secreta del Reino Unido de invadir Canadá y la sugerencia de un supuesto
gastrónomo francés, al que llamaron M. Boulestin, de resolver el “problema británico del
desayuno” con ranas (un manjar para los franceses pero repugnante para los británicos),
para lo que la BBC daría una serie de recetas. Todo para sembrar miedo y confusión.

Las filtraciones de periódicos falsos en el bando contrario eran recurrentes durante la


Segunda Guerra Mundial con el objetivo de desmoralizar al bando contrario.

Tras describir las acusaciones falsas que los cristianos debían soportar, Tertuliano sentencia
lo que cualquiera que hubiera leído las famosas fake news alrededor de las elecciones de
EEUU o el Brexit podría haber pensado: “Pues si los creéis, ¿cómo no los averiguáis? Y
si no los averiguáis, ¿por qué los creéis?”
Larra decía que “el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no
encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los
pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos”. Nietzsche ahonda más en la
cuestión al afirmar que “el hombre mismo tiene una invencible inclinación a dejarse engañar
y está hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen
verdades”. Esa es la gran baza, a lo largo de toda la historia, de las fake news.

*José Manuel Burgueño es Doctor en Ciencias de la Información y profesor de Comunicación


Institucional en la Universidad Nebrija. Esta nota apareció originalmente en The
Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

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