Fake News PDF
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es/a/fake-news-compania-peligrosa-a-largo-historia_15349
Hillary Clinton, la gran damnificada por la vorágine de bulos que se difundieron en el entorno
de las elecciones norteamericanas que acabaron con victoria de Donald Trump, decía en
diciembre de 2016 lo que ahora se ha hecho evidente: “Las llamadas fake news pueden
tener consecuencias en el mundo real”. Dos errores: no es que puedan tener
consecuencias, es un hecho que las tienen; y no es ahora cuando se ha evidenciado esto
porque siempre, desde el origen de los tiempos, ha sido así.
Los esfuerzos por vincular a la candidata demócrata y su partido con ritos satánicos,
pederastia o racismo no distan tanto de las acusaciones que debían soportar los
cristianos descritas por Tertuliano en el siglo III d.C. en su Apología contra los gentiles:
“Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño; que en la sangre
del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno;
que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar
el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño; que en las tinieblas que ocasiona el
forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las
hermanas o las madres…”
Existe un cierto consenso en definir las fake news como informaciones falsas, difundidas
bien por los medios tradicionales, bien por las redes sociales, cuya finalidad es engañar o
manipular al público para lograr determinados objetivos.
Coincide con el concepto de desinformación, traducción literal del término
ruso dezinformatsia, empleado por los soviéticos en los años veinte del pasado siglo para
referirse a las campañas de “intoxicación” que, según ellos, lanzaban los países
capitalistas.
Aparece en el diccionario de la lengua rusa de S. Ojegov en 1949, definida como “la acción
de inducir a error mediante el uso de informaciones falsas”, y se populariza en 1980,
cuando durante el juicio en París contra Pierre Charles Pathé, comentarista y editor de un
boletín confidencial, el testimonio de un agente de la Dirección de Surveillance du Territoire
(DST) da amplia difusión a las técnicas del KGB.
En su libro de 1984 sobre este fenómeno, Shultz y Godson definen la desinformación como
“presentar y difundir información deliberadamente falsa, incompleta y errónea (a menudo
combinada con información verdadera), con el fin de engañar y manipular bien a las élites,
bien a los públicos masivos (…) para lograr determinados objetivos”.
Estas artimañas ganan fuerza mediante la transmisión, con el apoyo de los medios de
máxima difusión (hoy las redes sociales), de un discurso creíble capaz de captar la atención
del público, basándose en estereotipos y prejuicios y suscitando emociones para movilizar
e inducir opiniones, decisiones y acciones. Pero es indudable que esto ya ocurría mucho
antes de la aparición de Facebook y Twitter.
También está documentada la creación de un ambiente hostil hacia los judíos a finales
del siglo XVI en España antes de decretar su expulsión.
Los titulares durante la Guerra de Cuba narraban historias que solo habían sucedido
en la imaginación de los enviados especiales que cubrían el conflicto.
Al inicio de la Primera Guerra Mundial, una parte de la prensa francesa pretendía sosegar
a los ciudadanos con el argumento de que las armas alemanas eran inofensivas.
Según cuenta Durandin, apenas dos semanas después de que el II Reich declarara la guerra
a Francia, el 17 de agosto de 1914, el diario parisino L’Intransigeant escribía: "La ineficacia
de los proyectiles enemigos es objeto del comentario general. Los schrapnels estallan
débilmente y caen en forma de lluvia inofensiva. El tiro está mal ajustado; en cuanto a las
balas alemanas, no son peligrosas; atraviesan la carne de un lado a otro sin desgarrar los
tejidos.” Cuatro días después, el ejército francés sufría su primera derrota en la batalla
de Charleroi.
También en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, la campaña británica para
tratar de evitarla por la vía de la conciliación y el desarme acabó en un fraude a la opinión
pública: “En particular, el Times disimuló la amplitud del rearme alemán, clandestino primero,
en violación de los tratados y acuerdos en vigor, luego de manera cada vez más ostensible.
(…) Todas las indicaciones convergían hacia un desenlace que no podía lógicamente ser
más que una agresión hitleriana, pero el Times las ignoraba deliberadamente o negaba que
tuvieran ese significado” señala Jean-François Revel.
Tras describir las acusaciones falsas que los cristianos debían soportar, Tertuliano sentencia
lo que cualquiera que hubiera leído las famosas fake news alrededor de las elecciones de
EEUU o el Brexit podría haber pensado: “Pues si los creéis, ¿cómo no los averiguáis? Y
si no los averiguáis, ¿por qué los creéis?”
Larra decía que “el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no
encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los
pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos”. Nietzsche ahonda más en la
cuestión al afirmar que “el hombre mismo tiene una invencible inclinación a dejarse engañar
y está hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen
verdades”. Esa es la gran baza, a lo largo de toda la historia, de las fake news.