La Tejedora de Palabras PDF

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La tejedora de palabras

(Cuento de: Los infiernos de la mujer… y algo más)


Rima de Vallbona

A Joan,
quien desde hace siglos se aventuró por los mares de la vida
creyendo que iba en pos de su propia identidad, cuando
realmente buscaba, como Telémaco, al Ulises padre héroe que
todo hombre anhela en sus mocedades.

Y hallaron en un valle, sito en un descampado, los palacios de Circe, elevados sobre piedras pulidas. Y
en sus alrededores vagaban lobos monteses y leones, pues Circe habíalos domesticado
administrándoles pérfidas mixturas.
Homero

El violento fulgor veraniego de los ocasos de Houston estalló en mil resplandores


rojizos en su hermosa cabellera, la cual lo dejó deslumbrado por unos momentos;
era como si hubiese entrado en una zona mágica en la que ni el tiempo, ni los
sentidos, ni la realidad tuvieran cabida alguna. Ella se dirigía hacia el edificio de
lenguas clásicas y modernas cuando Rodrigo tuvo la fugaz visión suya de espaldas,
aureolada por el brillo de una nunca antes vista frondosa mata de pelo. Iba cantando
— o eso le pareció a él — con una voz tan melodiosa, que por unos instantes se
suspendieron sus sentidos y quedó petrificado.
— ¿Qué te pasa que te has quedado ahí alelado como si hubieras visto un fantasma
o un ánima de ultratumba? — le preguntó Eva, mientras la de los hermosos cabellos
subía con aire de majestad los tres escalones de piedra del edificio. — ¿Quién es?
— le preguntó Rodrigo señalándola con un gesto de la cabeza. — ¿Quién va a ser?
¡Si todo el mundo la conoce! Es la profesora Thompson, la de clásicas. Todo quisque
en la U sabe de sus excentricidades. Ella es precisamente la profe por la que me
preguntabas ayer, cuando te matriculaste en su curso. Al abrir la puerta para entrar
en el edificio, girándose repentinamente, ella fijó en Rodrigo una mirada de cenizas
con ascuas. Fue cuando el resplandor de sus cabellos se apagó. Entonces él no pudo
dar crédito a sus ojos, pues superpuesta a la imagen de criatura divina, se le
manifestó de pronto como un ser grotesco: la juventud que antes había irradiado
brillos mágicos en la luz de sol de los cabellos, en un santiamén se trocó en un
marchito pelaje color rata muerta, grasienta, sucia. Lo que más le impresionó es
que pese a la distancia que lo separaba de ella, le llegó a él un intenso y repugnante
olor a soledad, a total abandono, como de rincón que nunca se ha barrido ni fregado.
Sintió náuseas, lástima, miedo... — Da pena verla — siguió comentando Eva — Viene
a la U en esa facha de trapera, como las “bag-ladies” que con la situación
escuchimizada de hoy y la derrota de sus vidas, llevan cuatro chuicas en una bolsa
plástica, hacen cola en Catholic Charities y se pasan hurgando en los basureros.
Sucia, despeinada, sin maquillaje alguno, el ruedo de la falda medio descosido, ¿no
la viste?, así viene siempre a clase. Rodrigo agregó: — Camina con desgana, como
si ya no pudiera dar un paso más en la vida y se quisiera perder en el laberinto de
la muerte... — Mejor dicho, en las regiones del Hades, donde habita el clarividente
ciego Tiresias, explicaría la profesora Thompson, cargada como tiene la batería de
añeja literatura y mitos griegos. — ¿No estás tomándome el pelo, Eva? Este
espantapájaros con figura de mendiga no puede ser una profe... y menos de
clásicas.— ¿Pintoresca tu profesorcita, eh? Verás las sorpresas que te guardan sus
clases, Rodrigo—. Muerta de risa, Eva se alejó hacia el edificio de filosofía mientras
le recomendaba andarse con cautela con la profesora Thompson porque... ¡a saber
por qué!, pues las últimas palabras las borró en el aire el traqueteo del camión que
pasaba en ese momento recogiendo la basura. Como si la profesora Thompson
adivinara que hablaban de ella, en un instante fugaz la divisó Rodrigo mirándolo con
fijeza detrás de los cristales tornasolados de la puerta. Él no sabía si los reflejos del
vidrio, al influjo del sol poniente, habían vuelto a jugarle una mala pasada; lo cierto
es que cayó de nuevo presa del embrujo de la primera visión de ella: se le volvió a
manifestar en todo el esplendor de su abundante y hermosa cabellera orlada de
fulgores mágicos que le daban una aureola de diosa, como salida de un extraño
mundo de fantasías. A partir de entonces, siguió apareciéndosele a Rodrigo en su
doble aspecto de joven embrujadora / vieja hurga basureros. El fenómeno ocurría
aún durante las clases. Al principio, temiendo que los efectos de esa doble obsesión
quimérica afectaran sus estudios, Rodrigo se vio tentado a dejar el curso sobre
Homero. Sin embargo, una misteriosa fuerza venida de quién sabe dónde,
incontrolable, lo hacía permanecer en él. Para justificarse, se repetía, sin convicción
alguna, que tenía razones muy sustanciosas: ante todo, curiosidad. Sí, curiosidad,
porque en el diario contacto con sus compañeros esperaba que alguno de ellos le
revelase a él que también padecía de tan extravagantes espejismos; pero por lo
visto, nadie a su alrededor mencionaba nada tan absurdo como el mal que lo estaba
aquejando a él. Sus compañeros se complacían en poner en relieve sólo la
descharchada figura de mujer que ha llegado a los límites, al se acabó todo y ya
nada importa más. No obstante, todos reconocían que como pocos profesores, la
Dra. Thompson daba unas clases fascinantes durante las cuales volvían a cobrar
vida Ulises, Patroclo, Nausica, Penélope, Telémaco, Aquiles. En efecto, mientras ella
exponía la materia, era imposible escapar al hechizo de aquel remoto mundo, el cual
se instalaba en el espíritu de Rodrigo como algo presente, actual, que nunca hubiese
muerto, ni moriría jamás. En varias ocasiones Rodrigo experimentó muy en vivo que
en vez de palabras, la profesora le iba tejiendo a él — sólo a él — la "divina tela"
(tela tejido textura texto); ligera, graciosa y espléndida labor de dioses que había
venido urdiendo la "venerable Circe" en su palacio, también hecho por Homero de
puras palabras. En clase, enredado en la hermosa trama que ella iba tejiendo con
palabras, palabras y más palabras, Rodrigo se sentía feliz, más cómodo que
moviéndose en su realidad de fugaces amoríos, de conversaciones fútiles, de
películas violentas y eróticas, del dolor de haber sorprendido las infidelidades de su
imperial padre, de la sumisión dolorosa de su madrecita tierna, benévola, resignada;
también de las noticias alarmantemente feroces que lo atacaban por doquier desde
el periódico, la radio, la tele, los mismos textos universitarios. La clase sobre Homero
era para él un paraíso perfecto donde sorbía embebido el frescor de aquel río de
palabras que arrastraba consigo todos sus pesares, angustias, preocupaciones, y lo
dejaban limpio y prepotente como un héroe homérico. Así fue como la profesora
Thompson captó el efecto mágico que producía sobre Rodrigo la urdimbre de sus
palabras. Sin perder ocasión, lo colmó de palabras para hacerle saber que ella lo
comprendía; le escribió al pie de los ensayos que ella le corregía, en las traducciones
que él le entregaba como tarea cada semana y a veces en papelitos clandestinos.
Las primeras notas pusieron énfasis en sus cualidades: Rodrigo, por lo que dices y
escribes en clase, observo que eres muy inteligente; más que la mayoría de las
personas. Lo raro es que también tu sensibilidad e intuición te permiten percibir
datos sofisticados y multidimensionales que los demás no alcanzan ni a adivinar. Lo
ignoras, pero en tu caso ocurre el fenómeno rarísimo de conjugar íntegramente el
poder creativo e innovador de lo intuido y el analítico de la razón resuelve
problemas. ¡Y yo, que siempre me he creído más inteligente y capaz que los otros
(perdona mi arrogancia)! Ante ti experimento la impresión de que has venido a mi
vida como uno de esos héroes míticos que estudiamos y que aparecen para romper
con todas las reglas de lo normal y corriente e instalarse vencedores en el centro
del mundo. Lo que te digo es una verdad que debes imponerte y de la que debes
sentirte orgulloso, como yo lo estoy, porque juntos, los dos formamos una pareja
separada del resto de la raza humana. Y por favor, no hagas esfuerzos — los cuales
serán vanos — por escapar a ese destino, como estás intentándolo desde que te
conocí. Rodrigo no salía de su asombro ante tal análisis, el cual denotaba un gran
interés en su persona. Además, le pareció que la profesora entendía aquel "destino"
plantado en medio del papel, en el rígido e inapelable significado griego y que ella,
quién sabe por qué hechicera capacidad, le advertía el contenido de su oráculo. Para
complicar más las cosas, en carta adjunta al ensayo sobre el descenso de Ulises al
Hades, ella le escribió: Por lo mismo que eres tal como te analicé en otra ocasión,
es muy difícil que encuentres una respuesto simple a tu obsesiva pregunta de quién
eres. No olvides que cualquier respuesta satisfactoria será siempre muy compleja.
Recuerda lo que el existencialismo afirma, que cada uno es lo que escoge ser. Ulises
escogió ser héroe. Tú te debates entre la aventura ilimitada de Ulises y las reducidas
demandas inmediatas del joven Rodrigo, atrapado en los avatares superfluos de la
vida burguesa de su familia, la cual no le calza en nada. Yo, en tu lugar, estaría
furiosa por la injusticia cometida por la familia que se roba hasta la libertad de sus
miembros con frívolas imposiciones y demandas; por pequeña que sea la libertad
de cualquier ser humano, todos tenemos el deber ineludible de defenderla si no
queremos quedar alienados. Sin ton ni son, siguió pasándole notitas. En una de ellas
hacía énfasis en la desesperada necesidad (así, subrayado) que él tenía de
establecer una sana y completa relación íntima con alguien. Lo curioso es que
Rodrigo nunca aludió a eso ni a nada de lo que ella decía, aunque se vio forzado a
reconocer que había un gran fondo de verdad en lo que ella conjeturaba. Sin duda
alguna la mujer tenía algo de hechicera o se las sabía todas en el campo de la
sicología. Entre otras cosas, ella le dijo que le daba lástima verlo tan impotente para
proteger de las imposiciones de su familia lo que era para él inapreciable, como la
íntima e íntegra relación con alguien. Agregó que le destrozaba el corazón, porque
de alguna manera el cumplimiento de su destino (¡y dale con el destino!) rompería
las amarras con los principios pequeñoburgueses de su familia. Acompañando la
notita, en sobre aparte, y para mayor sorpresa de Rodrigo, venía la llave de su casa
y un mapa: "Este es el mapa que te llevará, muchacho querido, a través del laberinto
de autopistas de Houston hasta mi morada salvadora de la muerte existencial que
te imponen ellos, los que diciéndote que te quieren, te están destruyendo", puso al
pie del mapa. A partir de entonces la profesora Thompson no perdió oportunidad
para escribirle papelitos de toda clase, en los que analizaba con agudeza la
idiosincrasia de Rodrigo: la intensidad de sus problemas y emociones, su
sensibilidad exacerbada, no comprendida por muchos que hasta lo llamaban
neurótico, sicópata, en fin, todos esos membretes que se le ponen a la conducta
que no se comprende por qué está fuera de los alcances de las inteligencias
comunes. En otra carta le decía: No temo de manera alguna la intensidad de tus
emociones y arrechuchos y por lo mismo prometo no abandonarte jamás. Has de
saber, Rodrigo del alma, que conmigo puedes desplegar la amenazadora gama de
tus pensamientos, iras y emociones. Yo te comprendo y comprendo tu frustración.
Conmigo podrás ventilar todo lo que has vivido reprimiendo por temor a
malentendidos. Te sobran razones para creer que lo que ves, percibes, piensas,
sientes, es equivocado. Sin embargo, nada de eso es equivocado, sólo diferente a
lo que los demás ven, perciben, piensan y sienten. Debes tener más fe en ti mismo,
Rodrigo, muchachote tan de mi alma. Has de saber que mi tarea a tu lado es la de
trasmitirte, infusionarte, saturarte de fe en tu talento y en la extensión de tu
potencial. La otra tarea mía consiste sobre todo en librarte de tu familia y de las
absorbentes obligaciones sociales que ellos te imponen; te prometo cortar del todo
las amarras que te tienen maniatado y no te permiten entregarte a mí. La última de
mis tareas reclama que tú y yo gocemos de momentos privados y que vengas a
verme cuando las presiones del mundo exterior te hagan daño, para que ventiles
tus frustraciones y pesares conmigo. Tú no lo quieres reconocer, pero desde el día
que te vi a través del cristal de la puerta del edificio de lenguas, capté en tu mirada
un anhelo intenso de morir, de acabar con tu preciosa vida para siempre. Desde
entonces, mi amor por ti ha ido creciendo y creciendo. Y porque te amo, Rodrigo,
mi Rodrigo, porque has llegado a ser todo para mí, lucharé a brazo partido y hasta
daré mi vida entera por salvarte de ti mismo. Al leer aquello, Rodrigo siente que un
raro vacío se ubica en su ser y que la vergüenza, el rechazo, la rabia, el desprecio
hacia la vieja hurga basureros se apoderan de él. Sin embargo, el penetrante olor a
soledad que despide ella le recuerda (¡extraña asociación sin fundamento!), la
soledad de su frágil madrecita siempre empequeñecida por el fulgor juvenil de las
amantes de su padre. Entonces se le viene al suelo el ánimo que lleva para dejar la
clase de Homero, para enfrentarse a la profesora Thompson y gritarle las cuatro
verdades de que se mire en un espejo y compruebe que con su imagen cincuentona,
surcada ya de arrugas, sin belleza alguna, es ridículo pretender seducir a un
mozalbete de su edad. Una vez ante ella, Rodrigo baja la vista y el aprendido código
social de gentiliza hipocresía disimulo, se le impone de nuevo y sí, señora, ¿en qué
puedo servirla?, déme la cartera que está muy cargada de libros, para llevársela, le
abro la puerta, no tenga cuidado, sabe que estoy a sus órdenes, usted sólo tiene
que mandarme. Así fue como después de una de las clases, y so pretexto de que
con los atracos y violaciones que abundan por los alrededores de Montrose, Rodrigo
la acompañó hasta su coche. — ¿Dónde estás estacionado, Rodrigo? — le preguntó
la profesora Thompson cuando ya estaba instalada, con el pie en el acelerador. — A
unas cuantas cuadras de aquí, pues hoy me costó encontrar espacio cerca. Debe
tener lugar algún concierto o conferencia para que haya tanta gente por aquí. — Te
llevo. Entra. Fue con miedo, mucho miedo, que Rodrigo entró al destartalado
Chevrolet de los años de upa. Las piernas le flaqueaban porque en ese preciso
momento recordó otra de las cartas en la que ella le decía que para defenderlo de
la muerte (¡del Hades!), la cual pululaba en todo su ser, él debería abandonarlo
todo, absolutamente todo y retirarse a vivir con ella en su mansión (sí, había escrito
"mansión" y a él le pareció raro que con esa facha tan desgarbada tuviera una
mansión) de Sugarland, donde sólo sus gatos le quitarían a ella poco tiempo para
dedicárselo sin medida a él. Ahí, en su mansión, ella le daría cuanto él necesitara y
pidiera: Para darte la paz que necesitas, Rodrigo, sólo para eso te llevaré a mi
paraíso al que nadie más que mi legión de gatos entra ni entrará. Podrás darles mi
teléfono a tus parientes y amigos para no cortar del todo amarras con el mundo de
afuera. Allá, conmigo, verás cuánta paz y dicha alcanzaremos juntos, porque sabes
que te amo con un amor rotundo y total, como nadie te ha querido antes, ni siquiera
tu madre. A Rodrigo no le cabía duda de que ella era una hábil manipuladora de
palabras, palabras que iba tejiendo a manera de una tupida red en la que él se iba
sintiendo irremisiblemente atrapado, como ahora dentro del coche. En cuanto entró,
le vino de golpe un violento tufo a orines y excrementos de gato que lo llenó de
incontenibles náuseas. En seguida comprobó que mientras impartía clases por
cuatro horas, la profesora Thompson había dejado encerrados a dos de sus
numerosos gatos que se quedaron mirándolo con odio y rabia (al menos así le
pareció a él cuando atrapaba en la oscuridad el oro luminoso de sus pupilas felinas...
¿Y si hubiese sido más bien lástima lo que le trasmitió el oro encendido de sus ojos?
¡Había un fondo tan humano en su mirada!). En ese instante, en la penumbra del
desmantelado y ridículo Chevrolet ella volvió a aparecer ante Rodrigo en todo el
juvenil resplandor pelirrojo del primer día. Entonces Rodrigo experimentó con más
fuerza que antes que ya nada podía hacer para defenderse de ella, que de veras
estaba atrapado en la red tejida por ella con palabras, palabras, palabras y palabras,
escritas, susurradas, habladas, leídas, recitadas, palabras, y no, yo quiero irme a
casa, déjeme usted, "señora, se me hace tarde, mis padres me esperan a cenar",
"no seas tontuelo, mi muchachote querido, que ellos sólo te imponen obligaciones
y yo en cambio te daré el olvido y abolición completos de todo: dolor, deberes,
demandas, represiones, ¿ves cómo los vapores de este pulverizador exterminan el
penetrante olor gatuno del coche?, así se disipará tu pasado en este mismo
momento, vendrás conmigo a mi mansión cerrada para los demás y a partir de
ahora, sólo tú y yo, yo y tú juntos en mi paraíso... nada más que tú y yo y el mundo
de afuera eliminado para siempre..."
— ¿Se enteró usted, que desde el jueves pasado, después de la clase suya, Rodrigo
Carrillo no ha regresado a su casa, ni ha telefoneado a su familia? — le preguntó a
la profesora Thompson Claudia, una de las alumnas del curso. — ¿Ah? ¡No lo sabía!
— Como acaba de pasar lo de Mark Kilroy y la macabra carnicería... digo, el sacrificio
satánico en Matamoros, la familia Carrillo y la policía lo están buscando temerosos
de que haya sido otra víctima de los narcotraficantes. — Se teme lo peor, dicen los
periódicos, y lo malo es que no han dado con la menor pista — con voz llena de
ansiedad, comentó Héctor, el amigo íntimo de Rodrigo —. Sólo saben por nosotros
que estuvo el jueves en esta clase y que después ni siquiera entró en su convertible
que encontraron estacionado en el mismo sitio donde lo había dejado al mediodía,
cuando regresamos juntos de tomar un piscolabis. Como antier se descubrió por
estos barrios otra banda de traficantes de drogas que también practicaban cultos
satánicos, se imaginará usted cómo está de angustiada la familia. — ¿No la interrogó
a usted la poli como a nosotros? — Oh, sí, sí, pero ¿qué podía decirles yo? Rodrigo
debe estar con alguno de sus parientes de Miami, de quienes se pasa hablando.
Tengo la corazonada de que esté donde esté, no corre peligro... ningún peligro.
Sigamos con Homero. Comentábamos el pasaje en el que Ulises y sus camaradas
llegaron a la isla Eea. Héctor fijó la vista en el libro donde se relata cómo los que se
alejaron de la nave oyeron a Circe que cantaba con una hermosa voz, mientras tejía
en su palacio "una divina tela, tal como son las labores ligeras, graciosas y
espléndidas de los dioses..." Al posar de nuevo la mirada en la profesora Thompson,
no podía dar crédito a sus ojos: en lugar de la mujerota alta, fornida, jamona,
desaliñada, en la penumbra de la vejez, de rasgos duros y amargos, apareció ante
él ¡increíble!, ¿estaría soñándola?, como una bella y atractiva joven de abundante
cabellera rojiza — aureola rubicunda que le daba un aire de diosa prepotente.
Además, en vez del vozarrón al que él se había habituado, con voz melodiosa que a
sus oídos parecía un cántico divino, ella seguía relatando cómo los compañeros de
Ulises fueron convertidos en puercos por Circe, "pues ahora ellos tenían cabezas,
gruñidos y cerdas de puerco; eran puercos en todo, menos en la inteligencia, que
mantenían igual que antes. Entonces ahí fueron miserablemente encerrados en la
pocilga".
Houston, 2 de mayo de 1989

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