Hospers, J. (1976) - Introduccion Al Analisis Filosofico. Tomo 1. Madrid, Alianza PDF

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John Hospers

Introducción
al análisis
filosófico, 1

Versión española de
Julio César Armero San José

Revisión de
Néstor Míguez

Alianza
Editorial
Título original:
An Introduction to Philosophical Analysis
(Publicado en inglés por Prentice-Hall, Inc., Englewood Clíffs, N. J.
Original English language edition published by Prentice-Hall, Inc.
Englewood Cliffs, New Jersey, U.S. A.)

© 1967 by Prentice-Hall,_ Inc.


© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1976
Calle Milán, 38; *It 200 00 45
ISBN: 84-206-2986-3 (O. C.)
ISBN: 84-206-2167-6 (T. I)
Depósito legal: M. 24.741-1976
Imprime Closas-Orcoyen, S. L. Martínez Paje, 5. Madrid-29
Printed in Spain
1. Significado y d efin ició n ..........

2. El conocim iento......................

3. Verdad n ecesaria......................

4. Conocimiento em p írico ..........

5. Causa, determinismo y libertad


PREFACIO

Aquellos que se aproximan por primera vez a la filosofía lo


hacen por motivos diversos. Algunos se ven conducidos a la filo
sofía a partir de su interés por las ciencias, o por las artes, o por
la religión; otros llegan a la filosofía sin ningún transfondo acadé
mico, sino más bien en virtud de cierta inquietud por el «signifi
cado de las cosas» o por «qué pasa con el mundo»; aún hay otros
qu^ no tienen motivación más precisa que la de desear saber de
.qué está hablando la gente cuando usa la palabra «filosofía». Conse
cuentemente, las demandas que las diferentes personas hacen a la
filosofía, las preguntas tjue esperan que responda, son tan diversas
como los motivos que les han conducido a ella; y por tanto, los
libros escritos para satisfacer esas demandas son igualmente diversos.
A menudo dos libros que pretenden introducir en la filosofía a sus
lectores contienen poco o ningún material común. Por estas razones
es imposible escribir un libro que satisfaga a todos los lectores, o
siquiera (quizá) a la mayoría de ellos.
Se podría intentar vencer esta dificultad escribiendo un libro
tan comprehensivo que en él se tratasen todos los problemas que
cualquiera considerara filosóficos, y el lector sólo tuviera que selec
cionar las partes en que estuviera más interesado. Esto, sin embargo,
difícilmente es posible en la práctica: un libro de mil páginas ni
siquiera empezaría a ser suficiente. Ni sería factible dedicar unas
cuantas páginas a cada problema: esto sólo permitiría resúmenes
esquemáticos de los distintos temas, que le dirían bastante poco al
lector; éste, en tal presentación, podría aprender el significado de
algunos términos y asimilar unas pocas «líneas generales», pero no
habría recibido material suficiente para lograr que los problemas
estén vivos para él. El método de dar el saber en comprimidos es
aún menos adecuado en filosofía que en otras disciplinas. La única
solución a la vista, por tanto, sería no incluir todos los problemas
del campo, sino unos pocos. Este método tiene sus inconvenientes,
pues, sean cuales fueren los problemas que se incluyan y los que se
excluyan, muchos lectores sentirán la tentación de objetar tanto algu
nas de las inclusiones como algunas de las exclusiones. No obstante,
es ésta la táctica que se ha seguido en este libro, dado que es la
que tiene en conjunto menos desventajas. '
Esta edición ha sido reescriu casi por completo; muy pocas
páginas de la primera edición, escrita bacc trece años, quedan en la
presente. Excepto el título y los principales rasgos estructurales del
contenido, es prácticamente un nuevo libro. Todas las secciones han
sido radicalmente alteradas, y se han añadido otras nuevas: sobre
1( - i’rmcepros, las fuentes riel conrcimiento, el problema de los univer
sales, y otros temas diversos. El capítulo sobre estética se ba omitido
por completo, aunque con pesadumbre, dado que ese tema no se trata
habitualmente en los cursos introductorios, y su espacio se ha apro
vechado para hacer posible un tratamiento más amplio de problemas
metafísicos y epistemológicos.
El autor desea expresar su agradecimiento a los siguientes edi
tores por el permiso concedido para citar breves pasajes de obras
publicadas por ellos: Open Court Publishing Co., Analysis of
Knowledge and Valuation (Análisis del conocimiento y la valora
ción), de C. I. Lewis, y Reason and Analysis (Razón y análisis), de
Brand Blanshard; Macmillan & Co., Londres, The Macmillan Co.,
de Canadá, y St. M artin’s Press, Inc., Nueva York, The Critique of
Puré Reason (Crítica de la razón pura), de Immanuel Kant (tra
ducción de Norman Kemp Smith), y Fotwdatmns of Ewpirical Know
ledge (Los fundamentos del conocimiento empírico), de Alfred J.
Ayer; George Alien & Unwin Ltd., Some Main Prohit ms of Philo-
sophy (Algunos problemas fundamentales de la filosofía), de G. E.
Moore, y Social Principies and the Democraiic State (Principios so
ciales y Estado democrático), de S. T. Benn y Richard Peters; Mind,
«Empirical Propositions and Hypothedcal Statements» («Proposi
ciones empíricas y enunciados hipotéticos»), de Isaíah Berlín;
Harcourt, Brace & W orld, The Mind and Its Place in Na ture (La
mente y su puesto en la naturaleza), de C. D. Broad; Houghton
Mifflin Co., Invitation to Philosophy (Invitación a la filosofía), de
Durant Drake; University of California Press, The Rise oí Scientific
Pbilosophy (El surgimiento de la filosofía científica), de Hans
Reichenbach; H arper & Row, Publishers, A Pbilosophy of Science
(Una filosofía de la ciencia), de W . H . W erkmeister; M ethuen &
Co., Londres, An Introduction to Metaphysics (Una introducción a
la metafísica), de C. H . Whiteley, y Perception (Percepción), de
H . H . Price; Longmans, Green & Co., Selected Papers on Pbilosophy
(Escritos seleccionados sobre filosofía), de William James; y
Hutchinson Publishing Group Ltd., Londres, y Barnes & Noble,
Inc., por Theory of Knowledge (Teoría del conocimiento), de
A. D. Woozley.
El autor reconoce su profundo agradecimiento a los colegas que
tuvieron la amabilidad de leer y comentar diversas partes de su
manuscrito: en particular, al profesor Martin Lezn, por los capítu
los 1 y 8 (así como por la formulación de observaciones que se
hacen en las páginas 279-80 y 541-43); al profesor Salvator Can-
navo, por los capítulos 2 a 4; al profesor Paul Edwards. por los
capítulos 5 a 7, y al profesor Stanley McDaniel, por los capítulos 1
2, 3, 5, 6, 8 y 9. También debo el agradecimiento más sincero a
miss Janet Polish, por su ayuda en el mecanografiado del manuscrito,
y a miss Sharon Milán, por su ayuda en la preparación del índice.
La obra Readings in íntroductory Philosophicil Analysis (Lectu
ras sobre análisis filosófico introductorio) (Prentice-Hall, 1968) ha
sido pensada para acompañar este libro.

Jo hn H o spe r s
Capítulo 1
SIGNIFICADO Y DEFINICION

Al comienzo de toda discusión sistemática se espera que uno


defina los términos, y nuestro principal término es «filosofía». Pero
el término «filosofía» no se puede definir tan fácilmente como
«química», «biología» o «sociología». Por un lado, las personas
que trabajan en el campo que ellas mismas llaman filosofía han
ofrecido definiciones muy diferentes, e incluso en conflicto, del
término; y sí presentásemos una definición al comienzo, correríamos
el riesgo enorme de hacer un juicio prematuro sobre una materia
que deberíamos sopesar primero con el mayor cuidado posible. Será
preferible mostrar, en el curso de nuestras investigaciones, por qué
los estudiosos de tal campo han propuesto diferentes definiciones,
y esto llevará su tiempo. En segundo y más importante lugar, hay
ciertas dificultades en torno a la definición que no estaremos en
posición de entender hasta tanto no hayamos examinado ciertos
problemas de la definición en general, y ésta es una de las cosas
que pretendemos hacer en este capítulo.
Con o sin una definición de «filosofía», es una gran ventaja
acercarnos a nuestro asunto a través del tema de la semántica, o
estudio de la relación que tienen _las j>alabras.de nuestro lenguaje
.con.el mundo para hablar delj^Jjasam Q ^^^ ■ Hay nume
rosas confusiones y trampas de las cuales será víctima casi cualquier
lector, si primero no tiene claros algunos de los problemas y prin
cipios básicos de la semántica, o, en otras palabras, la relación del
lenguaje con aquello de lo que hablamos por medio del lenguaje.
Una introducción útil prácticamente para todos los temas sería un
estudio de los diferentes aspectos del significado, de la naturaleza y
función de la definición, de los peligros (y a veces ventajas) del uso
impreciso de las palabras, y de las condiciones en las cuales poseen
significado las oraciones. Pues, siendo el tema de la filosofía tan
altamente abstracto, conteniendo un número extraordinariamente
grande de trampas para el profano, el examen preliminar de ciertos
problemas semánticos básicos no sólo es útil, sino indispensable. Si
no examinásemos estos problemas al principio, habríamos de volver
sobre nuestros pasos y estudiarlos más adelante. En nuestro primer
capítulo, por tanto, nos ocuparemos de la relación del lenguaje con
el mundo, un tema que ha llegado íi ser reconocido como pertene
ciente al dominio propio de la empresa llamada «filosofía».

1. El significado de las palabras

Entre los seres humanos el lenguaje es el principal instrumento


de comunicación. Todo lenguaje está compuesto de palabras, las
cuales son combinadas para formar oraciones. Encontramos dife
rentes problemas en el estudio de cada una de estas cosas. Por con
siguiente, comenzaremos con un estudio de la naturaleza y función
de las palabras y pospondremos la discusión de las oraciones para el
final del capítulo.
¿Qué es una palabra? Podríamos emplear mucho tiempo exami
nando definiciones encontradas; pero, para lo que ahora nos interesa,
será suficiente decir (aunque esto sea simplificar un poco) qu- una pa
labra. es la menor unidad de sisjiijic.údo,. La palabra «gato» tiene signi
ficado, pero las letras de que está compuesta — «g», «a», «t» y «o»—
no lo tienen. Las letras son sólo los ladrillos con que se construyen
las palabras, y no tienen, significado, salvo en el caso poco frecuente
de que una palabra esté compuesta por una sola letra («a», «y»).
Es verdad que ciertas palabras son palabras compuestas cuyos
componentes son otras palabras: «guardagujas», está compuesta por
«guarda» y «agujas», pero incluso en esos casos la palabra es la uni
dad de significado, y no las partes de h palabra, No se puede inferir
el significado de la palabra compuesta de los significados de las pala
bras componentes. Un guardagujas, por ejemplo, no es un guarda que
sea una aguja. Las letras son los constituyentes de las palabras escri
tas, así como los átomos son los constituyentes de las moléculas.
(Pero, ¿tienen los prefijos y los sufijos algún significado por sí mis
mos o sólo lo tienen como parte de las palabras con las que van
unidos?)
¿Es una palabra meramente un sonido, cuando la pronunciamos;
o un conjunto de marcas soore el papel, cuando está escrita? Una
palabra es estas cosas, pero no scSIo estas cosas. Una palabra es un
sonido oral o un conjunto de marcas con un significado. Puede darse
también el significado en un lenguaje de signos que no sean ni es
critos ni hablados, sino sólo gestos o movimientos corporales, pero
una palabra en un lenguaje de signos sigue siendo un gesto con un
significado.
Nuestra explicación, sin embargo, no es todavía suficiente para
Luaiinguir las palabras de otras cosas. Mientras que es cierto que
todas las ,^ u '"-'is poseen significado, no lo es que todas las cosas
que poseen significado se:.', palabras. Los símbolos matemáticos
tienen significado, pero no son palabras. Un torbellino en el cielo
significa que se aproxima un ciclón; un descenso de la presión baro
métrica significa qnc se acerca un frente frío; cierto tipo de campa
nilla significa que van a comenzar las ceremonias litúrgicas; otro,
que la clase ha terminado; otro, que liav alguien frente a la puerta;
otro, que alguien llama por teléfono. Si alguien se queja y gime,
esto normalmente significa (según el contexto) que algo le duele; si
írrita, que está aterrado o excitado por algo o que desea llamar
nuestra atención urgentemente sobre algo; unas huellas en la tierra
significan algo (como, por ejemplo, que ha pesado un oso por allí);
'na casa sucia también significa algo (que sus ocupantes no la han
..■¡piado últimamente). No obstante, ninguna de estas cosas es una
palabra.
Todas estas cosas se llaman signos. Una cosa, A, es un signo
de otra cosa, B, si A representa a B de un modo u otro. Pero una
cosa representa a otra de formas diferentes. Las palabras son signos
convencionales, en contraste con los signos naturales. Cuando en el
cielo hay nimbos oscuros, decimos: «Esto significa que va a llover»;
y esta relación entre las nubes y la lluvia hace a las nubes signo de
la lluvia, en este caso, signo natural, pues existe en la naturaleza y no
es invención humana. Las personas descubrieron que ciertos tipos
de nubes van seguidos por la lluvia; pero no fueron las personas
las que hicieron que esto fuese así. Las nubes serían indicadoras de
la .. . . i;i aun cuando la gente no hubiese descubierto este hecho. Es
un hecho de la naturaleza, no del quehacer humano. Cuando las
personas tratan de descubrir el significado de ciertos rastros en el
barro, pretenden descubrir qué o quién los hizo; y esto, de nuevo,
es un hecho de la naturaleza. El significado de las huellas (como
«aquí ha estado un oso») es algo que descubrimos, no algo que
hacemos o que sea verdadero a causa de nuestra decisión de que así
sea. Podemos interpretar mal las huellas y no estar por tanto conve
nientemente sobre aviso. Al hacer esto estaríamos im erpirliuidn
mal un hecho natural.
Pero, ¿no es también un hccho de la nnturalezíi el hecho de que
la gente use palabi'as? Ciertamente lo es, si usamos la palabra «iinlit
raleza» en un sentido amplio, para referirnos a todo lo que exhte n i
el espacio y el tiempo; no obstante, las palabras tienen un tipo de
significado que es diferente del de las nubes, las hucllnr» OfiO y
otras cosas naturales. Los seres humanos han dado su significado
a las palabras; o, para ser más precisos, los seres humanos hnn lo
mado ciertos sonidos y les han dado significados. Las personan i|iir
hablan diferentes lenguajes pueden utilizar diferentes sonidos con
el mismo significado, tales como «gato» en español, «chal» en frnn
cés y «katze» en alemán. Ni usted ni yo hemos establecido Ion
significados de los sonidos; hemos aprendido los significados que fie
han formado, a veces a lo largo de siglos, o los significados que
han sido inventados hoy día por otras personas cuando utilizan el
sonido. Aprendemos la convención, costumbre o práctica de usar
este sonido. Sin embargo, cuando aprendemos el significado de Un
nubes oscuras, aprendemos hechos de la naturaleza que existirían
aunque no hubiese convenciones humanas. Las campanas, por el con
trario, son signos convencionales, porque son los hombres los que
han determinado y establecido lo que han de significar.
No estamos diciendo que en cierta ocasión un grupo de personas
se sentaron juntas para decidir lo que habrían de significar los dife
rentes sonidos. (¿Qué palabras habrían usado para comunicarse enlre
sí a fin de decidir qué habría de significar cada sonido?) 151 oliven
del lenguaje se ha perdido en la niebla de los tiempos, y no nece
sitamos detenernos a especular cómo empezó. De cualquier modo
que haya comenzado, el hecho es que un lenguaje es un sistema de
palabras, un sistema de signos convencionales cuyos significados he
mos de aprender si queremos conocer tal lenguaje, y cuyos in^ic
dientes — las palabras— serían sonidos sin significado de no ser
porque en algún sitio, alguna vez, adquirieron esos significados para
los seres humanos que las emplearon.
Pero los gritos y gemidos son también ruidos hechos por seres
humanos y que no son palabras. Ni tampoco ponvencioncs humanan,
Un niño puede gritar y gemir antes de aprender un lenguaje. Un
adulto puede hacerlo, y dar a entender con ello lo que quiere decir
a otros que no hayan aprendido el sistema de convenciones verbales
que constituyen su lenguaje, No se necesita aprender un lenguaje
para interpretar los gritos, lágrimas y risas de otra persona; apren
demos los significados de estas manifestaciones como aprendemuti
los de los signos naturales, con esta diferencia: a menudo no ucee
sitamos que se nos enseñe lo que significan, dado que la observación
de nuestra propia conducta cuando sentimos dolor, enojo, o alegría
puede bastar para hacernos capaces de interpretar esta misma con
ducta observada en los demás. Pero un hombre cuya lengua nativa
sea el alemán o el swahili no dirá « ¡huy! » al quemarse un dedo.
Generalmente la relación de un signo natural, A, con aquello de
lo que es signo, B, será una relación causal (como el que las nubes
signifiquen lluvia) o una relación de parecido (como en el mapa de
una ciudad que representa a la ciudad). Pero algunos signos pueden
tener a la vez elementos naturales y convencionales. Una señal de
tráfico que díga «curva» es por completo convencional, la palabra
no tiene ningún tipo de parecido con lo que significa. Pero la señal
de tráfico puede no contener palabra alguna, sino un dibujo de una
curva a la izquierda, y esto significa que más adelante hay una
curva a la izquierda. Hay una relación natural'(de parecido) entre la
forma de la curva de la señal de tráfico y la forma de la curva que
se encuentra más adelante; pero si no fuese por una convención,
que ha de ser aprendida por los conductores, la señal de tráfico no
significaría nada. Sin la convención, ¿cómo sabríamos que aquello no
era un dibujo más o menos interesante que alguien hubiera pintado
y puesto allí; o suponiendo que significase algo, que no significara
«curva por detrás», o «curva a dos kilómetros al este», o incluso
«existen curvas»? En este caso, hemos de aprender, al igual que con
una palabra, que esa figura ha sido ideada por un hombre para que
tenga un significado específico en este contexto, y esto sigue siendo
verdad incluso cuando hay una relación natural (de parecido) entre
el signo y lo que éste significa. Esto mismo también es cierto de
las palabras onomatopéyicas del lenguaje (palabras que tienen un
sonido similar a lo que significan): «zumbar», «guau guau», «fru
fru», --te. Hí.y cierto parecido, generalmente muy vago, entre el
sor-ido y lo que éste significa, pero no suficiente como para que uno
pueda conjeturar cuál es el significado sin haberlo aprendido antes;
y los diferentes lenguajes poseen diferentes sonidos para una misma
cosa, incluso en el caso de estas palabras, lo que viene a indicar que
el parecido entre la palabra y la cosa no es muy grande. (¿Sería
usted capaz de suponer qué significa «zumbar» si no lo hubiera
aprendido?) Por tanto, incluso cuando hay un parecido entre un sig
no y aquello de lo que es signo, aún hemos de aprender el signifi
cado que le ha sido dado por convención.
A menudo se hace una distinción entre signos y símbolos, pero
no siempre de la misma forma. 1) A veces la palabra «símbolo» se
toma en el sentido de «signo convencional»; según este uso, el so
nido de una campana, la notación musical y las palabras son sím
bolos. Todos han sido Ideados por el hombre y no existirían en la
naturaleza como signos de no ser por el hombre; pero cuando algo
representa a otra cosa en la naturaleza, sin ser invención del hombre,
entonces tenemos un signo y no un símbolo. 2) Otras veces la pa
labra «símbolo» se usa para aquellos signos a los que respondemos
de tal modo que nos viene a la mente un concepto. (Los conceptos
serán tratados en el capítulo 2.) La presencia de la carne hace salivar
a un perro, y posteriormente, incluso sin la comida, la palabra sola
puede hacer que el perro salive. «Carne» es, pues, un signo para el
perro, porque cuando usamos la palabra «carne», espera carne. Pero
para los seres humanos la palabra «carne» funciona como un símbolo
y no como un signo: cuando oímos la palabra «carne» no esperamos
que aparezca la carne sino que concebimos (tenernos un concepto de)
la carne. (Véase Susanne K. Langer, Pbilosophy in a Nr?r !\ey TLa
filosofía en una clave nueva].) Puesto que nada de lo que trata
este capítulo nos exige decidir de qué forma distinguir los signos
de los símbolos, usaremos k palabra «signo» como término genérico
para significar cualquier cosa que represente a otra (en cualquier
forma), y distinguiremos entre diferentes clases de signos, dejando
a otros la árida tarea de dictaminar sobre los significados coniiicrivos
del término «símbolo». (En otros contextos, cuando hablemos de
símbolos, tales como los símbolos freudianos o los símbolos del
arte — «la ballena de Moby Dick es un símbolo del mal»— , la
palabra «símbolo» tendrá un significado diferente.)
La relación de las palabras con las cosas. Durante largo tiempo
se creyó que había una relación natural entre las palabras y aquello
que las palabras representan. Esto no es lo mismo que decir que se
creyese que una palabra fuera una cosa (como a veces se dice cuando
se habla de «confundir la palabra con la cosa»), o que se confundiese
la palabra «gato» con la criatura gato; pero las gentes prima ivas cre
yeron que el empleo de ciertas palabras tendría efectos sobre la
cosa significada por k palabra (por ejemplo, que usar la palabra
«Dios» provocaría la ira de Dios), y, más en particular, que había
una «conexión natural» entre la palabra y la cosa por ella repre
sentada, de forma que la palabra no podía ser «correctamente» usada
para representar otra cosa.
Pero no hay tal conexión natural; las palabras son signos «arbi
trarios» (arbitrarios porque se podría haber utilizado exactamente
igual otro sonido), que se convierten en signos convencionales una
vez que los han adoptado los usuarios del lenguaje. Los significados
de las palabras originalmente no han sido descubiertos sino asigna
dos. La señora que admiraba a los astrónomos porque, según decía,
«se habían aprendido los nombres de todas las estrellas», estaba en
un error: los astrónomos dieron nombres a las estrellas, y el resto
de las personas aprendió luego los nombres que los astrónomos les
habían dado.
La relación de una palabra con su significado es en ciertos as
pectos parecida a la que tiene una etiqueta con una botella. La eti
queta nos dice qué hay en la botella (si somos capaces de leerla),
pero no tiene ninguna relación natural, ni de causalidad ni de pare
cido, con el contenido de la botella. En diferentes lenguajes se escri
ben diferentes etiquetas, pero aquellas personas que han aprendido
lo que significan los textos de las etiquetas las entienden todas
igualmente bien. La etiqueta sólo es un indicador de lo que hay en
la botella, y no tiene importancia por sí misma, es simplemente un
conjunto de marcas escritas que no tienen ninguna relación intrín
seca con el contenido de la botella. La relación de la etiqueta con
el contenido de la botella es diferente de la relación que tiene el olor
de la botella con su contenido. Si la botella contiene amoníaco, el
olor acre es -un signo natural de lo que hay en la botella, pero la
palabra «amoníaco» no es un signo natural sino convencional. (Pero
no debemos llevar demasiado lejos esta comparación: algunas pala
bras, como «y», no representan objetos del mundo, como tendremos
ocasión de observar en breve.)
I Dado que las palabras son signos convencionales, no hay nada
5 a' lo que se pueda considerar la palabra correcta o la palabra in-
correcta para una cosa. Una palabra puede ser innecesariamente
larga o engorrosa o difícil de pronunciar o de escribir bien, y sobre
esta base pueden hacérsele objeciones, pero no porque el sonido
usado para representar la cosa sea el sonido incorrecto. Siempre se
podría haber utilizado otro sonido en lugar de ese.
Pero, ¿no son incorrectas ciertas palabras? Supongamos que el
nombre «inglés» haya sido usado para referirse a ciertas personas;
entonces, ¿no es correcto llamar «Inglaterra» a la tierra donde viven
estas personas, y no sería incorrecta cualquier otra denominación?
No sería incorrecto llamarla otra cosa: se podría haber dado en
su lugar otro sonido, y entonces no habría sido incorrecto. Pero
una vez que han s'tdo dados los nombres, con frecuencia es más con
veniente guiarse en el resto del proceso de poner nombres por
aquellos nombres que ya hay. Si ya se ha dado el nombre «inglés»
a ciertas personas, y la palabra «tierra» significa lo que significa,
¿qué más conveniente que llamar «Inglaterra» a la «tierra de los
ingleses»? Aunque lo más fácil es seguir ese camino, hay muchos
casos en que esto no se hace, sino que se dan nombres que no. tienen
ninguna relación, y estos nombres no son incorrectos. La palabra
«Inglaterra» no es un signo natural de tal país: la relación «natural»
aquí no es de parecido entre la palabra y el país, sino entre la palabra
«Inglaterra» y las otras palabras «inglés» y «tierra».
Pero, indudablemente es inexacto llamar a ciertas cosas por cier
tos nombres. ¿No sería incorrecto que yo llamase a la cosa sobre la
que estoy sentado lámpara en lugar de silla?
Sí, sería incorrecto si significásemos mediante el sonido «lám
para» lo que las personas que hablan español significan con ese
mismo sonido, algo que, entre otras cosas, sirve para dar luz. Usted
no está sentado, seguramente, sobre una cosa que da luz, y decir
que lo está sería incorrecto; para ser más precisos, sería falso. Pero
por supuesto que usted podría usar el sonido «lámpara» para repre
sentar una silla si así lo desea; sólo que hacer esto sería en extremo
engañoso para las demás personas. Tendríamos en este caso dos
significados para el sonido «lámpara», el que usted le ha dado y el
convencional que han usado durante generaciones los hispanohablan
tes. Para no confundirlos, usted tendría (si quiere ser fiel a fu
nuevo uso) que decirles por adelantado que no está usando la palabra
«lámpara» para significar lo mismo que ellos. Incluso así la situación
sería enormemente complicada debido a su nuevo uso: cada vez que
usted emitiese el sonido «lámpara», ellos habrían de recordar que us
ted está usándolo para significar algo diferente de la cosa para la
que ellos han usado la palabra durante muchos años. Tal compli
cación sería innecesaria. No habría nada que decir a favor de ella y
en cambio se podría decir todo en contra; pero no sería incorrecta
— sólo innecesariamente engañosa. Solamente sería incorrecta (falsa)
si usted dijese «estoy sentado en una lámpara» y usase la palabra
«lámpara» en esta oración en el sentido convencional que precisa
mente usted ha rechazado. El error consistiría en usar un sonido para
representar una cosa a la que por convención nos referimos con un
sonido diferente, y luego retractarse y usar el sonido (quizá incons
cientemente) en su sentido convencional.
"^—"'Libertad de estipulación. «Cualquiera puede usar el sonido que
se le antoje para referirse a lo que quiera, siempre y cuando . aclare
a qué se está refiriendo al utilizar el sonido.» Esta es la regla de
libertad de estipulación. Sus resultados, como hemos visto, serían
"engañosos; sin embargo, siempre somos libres dé estipular; la cues
tión es si de un modo u otro es práctico o útil que nos sirvamos
de ella.
La regla del uso común. A causa de la innecesaria confusión y
de las molestias que traería consigo que intentásemos imponer a la
sociedad un conjunto de símbolos de nuestra invención y que todo
el mundo hiciera lo mismo, la regla que usualmente se propone para
nuestro empleo de las palabras es que sigamos el uso común. Esto
es lo que hacemos ordinariamente sin que se nos haya dicho, sim
plemente porque sería inútil inventar un nuevo sonido para repre
sentar una cosa cuando todas las personas que nos rodean emplean
ya otro sonido. Encontramos más fácil conformarnos sencillamente
_ c o n un uso que ya está establecido. Cuando empleamos una palabra
\ de manera contraria al uso común, debemos informar a nuestros
\ oyentes de qué pretendemos que signifiquen nuestras palabras cuando
\ las usamos. Y viceversa, cuando no informamos a nuestros oyentes
qué pretendemos que signifiquen nuestras palabras al usarlas,
tienen derecho a dar por supuesto que las estamos usando en su
sentido convencional, en otras palabras, que estamos siguiendo el
, uso común.. Ordinariamente no actuamos tan perversa y caprichosa-
iíiente como en el ejemplo anterior de la palabra «lámpara». Sin
embargo, la regla del uso común puede ser de una importancia prác
tica considerable, como aclara el siguiente ejemplo:
En ciertos círculos científicos o pseudocientíficos se dice a veces
que nada es realmente sólido. Incluso la mesa, que tan sólida parece,
no es realmente sólida en absoluto. Si la miramos con ojos ultra-
microscópicos encontraremos que es un batiburrillo de átomos y elec
trones separados por distancias que son enormes en comparación
de sus propias medidas; así, la mesa consta principalmente de espacio
vacío. Ninguna muestra de materia que podamos encontrar en la
tierra es, por tanto, «realmente sólida».
Pero en el uso común, a las cosas como las mesas, árboles, ta
bleros, y aceras, se les llama «sólidas»; mientras que al barro, a la
mantequilla fundida y al gas hidrógeno, no se les llama así. ¿Son
erróneos entonces todos nuestros enunciados acerca de la solidez de
las mesas? No, pues cuando decimos que una mesa es sólida que
remos decir que si ponemos nuestras manos encima de ella no atra
vesarán su superficie, como atravesarían la superficie del agua de
una vasija, y también, quizás, que, a menos que esté sometida a gran
calor o presión, mantendrá su forma, en vez de desparramarse o
tomar la forma de aquello que la contenga, como ocurre con el agua,
Si algo satisface todos estos requisitos, le llamamos sólido; eso es
lo que «sólido» significa en el uso ordinario. La explicación que de
la mesa da el científico es indudablemente correcta (en todo caso,
no es éste el lugar para discutirlo); pero si el científico o cualquier
otra persona dice que la mesa no es realmente sólida, su afirmación
induce a error, a menos que especifique cómo está usando esa palabra.
Si alguien dice en la vida ordinaria «ten cuidado al subir: la tabla
es bastante sólida, pero el yeso no», será fácilmente entendido, y el
oyente evitará pisar el yeso por miedo a que ceda. Pero si, refirién
dose a las mismas tablas, el hablante dijese «ni la tabla ni el yeso
son sólidos», esto induciría a error porque el oyente probablemente
sacaría la conclusión de que la tabla era tan insegura como el yeso
y no se aventuraría a pisar esas traviesas. (En este ejemplo, el uso
ordinario de «sólido» es «suficientemente fuerte para soportar tu
peso», en vez de ser opuesto a líquido, u opuesto a perforado. Todos
éstos son usos comunes de la palabra «sólido», pero el significado
pseudocientífico no es uno de tales usos.)
Excepciones a la regla del uso común. ¿Se debe ser siempre fiel
al uso común de una palabra? Hay varias reservas que nos gustaría
hacer a la regla del uso común,
í— 1 . Puede no haber una palabra para aquello de lo- que usted
(jdesea hablar. Quizá, entonces, se ponga a inventar otra: esto es, a
tomar un sonido y usarlo para que represente algo que no ha reci
bido nombre en su lenguaje. Este será un nuevo símbolo arbitrario.
SÍ su uso prende y otras personas lo adoptan, su sonido se conver
tirá en un símbolo convencional; entonces habrá logrado ser de uso
común. Cuando el matemático Kasner halló que deseaba referirse
con frecuencia a la potencia centésima de diez preguntó a su nieto
pequeño «¿cómo la llamarías tú?». «Googol»y fue la respuesta in
mediata. Y así, el sonido (ahora una palabra) «googol» ha alcan
zado uso común en los escritos de divulgación de las matemáticas.
2. A veces hay un uso común para una palabra, pero usted
desea apartarse de él porque la cosa representada por la palabra tiene
ya otra palabra que la representa. Por ejemplo, algunas personas
tienden hoy día a usar la palabra «Dios» para referirse simplemente
a la naturaleza como un todo. La palabra «Dios» tiene ya un uso
común para referirse a un Ser sobrenatural. La palabra «naturaleza»
tiene también un uso común, para referirse a la totalidad de las
cosas, acontecimientos y procesos del universo. Incluso aunque la
palabra «Dios» fuese muy comúnmente usada en este nuevo sentido,
usted podría resistirse a la tendencia; querría separarse de este nuevo
uso en auge porque sus resultados serían engañosos. La Palabra 1
representa a la Cosa 1; la Palabra 2 representa, a la Cosa 2; ¿por
qué complicar el asunto intentando que la Palabra 1 también repre
sente a la Cosa 2? A veces el uso común puede tender a esto, y
cuando lo hace, puede ser conveniente resistirse a tal uso en interés
de la claridad.
Mucha gente usa las palabras «ofendido» y «humillado» como
sí fuesen sinónimas *. Este es probablemente un uso más común de
•' i•. paiabras que ei uso que los lexicógrafos llamarían «correcto».
¿Por qué consideran incorrecto el uso menos frecuente? Hay varias
razones: etimología, uso «educado», pureza lingüística. Pero la más
importante razón es que borra una distinción que hace clara el uso
«correcto». Estar humillado no es lo mismo que estar ofendido
— significa tener abatido el orgullo (como en «estaba humillado
ante la majestad de Dios»), Si usamos «humillado» para significar
’a misma cosa que «ofendido» tenemos una duplicación innecesaria
ue L.iguaje, dos palabras para la misma cosa, y en consecuencia un
vacío donde debía haber una palabra, pues ahora no tenemos una
palabra para hablar de la condición que correctamente llamamos
«humillación». Otro ejemplo: mucha gente dice «celoso» cuando
debería decir «envidioso». Aquí hay una distinción clara: las persO'
ñas pueden experimentar celos en una situación amorosa triangular,
v un hombre puede ser celoso de su reputación; pero está «envi
dioso» de los demás si piensa que están en mejor situación que él
y desea estar en su lugar. Si olvidamos esto, borramos una dis
tinción importante: si decimos «estoy celoso de mi jefe porque tiene
más dinero y poder que yo», tenemos dos palabras («celoso» y «envi
dioso») para la misma cosa. Lo mismo ocurre cuando confundimos
«burro» y «estúpido», por muy común que pueda ser tal confusión.
Con más frecuencia, sin embargo, cuando se usa una palabra o
frase violentando el uso común, no se hace en interés de la claridad
sino para persuadirnos de que aceptemos una conclusión sin funda
mento. Así, si alguien dice «en el mundo ya no hay democracias»,
usted podría extrañarse de tal afirmación hasta que descubriese que
estaba usando la palabra «democracia» para aplicarla sólo a los go
biernos en los que cada ciudadano sea miembro votante de la legis
latura nacional (en lugar de votar representantes que hagan esto).
Usted y él podrían discutir sin entenderse, hasta que usted se diese
cuenta de que él está utilizando la palabra en un sentido bastante
inusual. Similarmente, si alguien le dice «en realidad en el mundo
no hay objetos materiales, sólo hay espíritus», podría usted quedar
sorprendido, bien escéptico, bien inclinado a negar con vehemencia.
~v •• • n sorpresa desaparecería si se diese cuenta de que él estaba
usando la palabra «espíritus» de modo tan amplio que incluye árbo

* En el original las dos palabras examinadas son respectivamente «anno-


yed» y «aggravated». He preferido rehacer todo el texto con un caso equiva
lente en nuestra lengua. Por otta parte ambos usos de «humillado» son consi
derados correctos en castellano, y el Oxford English Dictionary hace lo mismo
con los dos usos de «aggravated».
les, casas, planetas, etcétera, las mismas cosas a las que el uso común
ya asigna la frase «objetos materiales». Quizá sin saber lo que están
haciendo, estas personas presentarán alguna de sus afirmaciones como
un nuevo descubrimiento sobre el universo, cuando en realidad están
simplemente manipulando palabras y empleándolas violando el uso
común sin informar a sus oyentes del hecho.
” 3. A veces, y éste es quizá el caso más im portante de todos, unn
palabra representa algo en el uso común, pero se emplea de manera
tan brumosa y vaga que no nos satisface seguir tal uso persistiendo en
usar la palabra. La palabra «liberal», por ejemplo, es considerada (por
algunas personas) tan indefinida en su actual significado que su uso cn
confuso y desventajoso. Tienen la sensación de que la palabra tal
como se usa ahora es simplemente un manto que esconde todo un
nido de confusiones, y desean evitar tal situación en interés de la
claridad, aun a costa de ignorar el uso común.
Cuando a usted le parezca que sólo va a perpetuar la confusión
al seguir el uso común de una palabra, puede hacer una de esta»
dos cosas: 1) puede abandonar la palabra e intentar decir lo que
quiere con más precisión (pero con más extensión) usando palabrón
diferentes; o 2) puede seguir usando la misma palabra pero intentar
purificarla usándola de algún modo especial y más preciso, gcneínl-
mente restringiéndola algo arbitrariamente a alguna porción espccf*
fíca del área borrosa de referencia que tiene actualmente. (Si usted
fuese a usarla para significar algo completamente distinto, no tendría
objeto seguir usando la misma palabra: así, no tendría objeto usar
la palabra «liberal» para significar «mayor de medio metro».
; El uso común es una guia del significado, no de la verdad. Con
las""anteriores reservas, el uso común es una guía para determinar
qué van a significar las palabras que usted use. Pero no determina
si es verdadero o falso un enunciado en el cual use usted esas pnlii*
bras. El uso común se recomienda, con reservas, como la guía md»
útil y conveniente para el uso del lenguaje. No garantiza que Ion
enunciados que usted haga sean verdaderos. («Todos los gatofl Ju*
dran» es falso cuando cada una de las palabras de esta oración
emplea en su sentido usual,) Menos aún recomienda la regla del
uso común que deba usted seguir el uso común en el sentido, muy
diferente, de seguir las costumbres tribales o nacionales, o de
mantenga las creencias comúnmente admitidas. Ni, por supuesto, re
comienda lo contrario; es sencillamente irrelevante para este nsunlo,
Palabras que representan a otras palabras. Cuando hablamoH de
gatos usamos la palabra «gatos» sin entrecomillar; pero, ¿qué hiur
mos cuando queremos hablar de la palabra «gatos»? Una paldht'O
puede ser algo representado a su vez por otra palabra. A vecci» de
seamos hablar de gatos, y necesitamos una palabra para ellos; pero
a veces (con menos frecuencia) podemos desear hablar de la palabra
que usamos para representar a los gatos, y también necesitamos una
palabra para eso.
Nos sería posible usar una palabra para representar a los animales
gatos, y otra diferente para representar a la palabra «gatos». Pero
esto sería inconveniente y engorroso, especialmente si hiciésemos lo
mismo con cada palabra del lenguaje. Si tenemos 100.000 palabras
para cosas, necesitaríamos 100.000 palabras más para representar
aquellas palabras. Por tanto, si deseamos hablar a su vez sobre estas
palabras, necesitaríamos otras 100.000 más, y así ad infinitum . En
vez de eso, adoptamos esta táctica: cuando queremos hablar de la
palabra «gatos», usamos la misma palabra otra vez, sólo que entre
comillada. Así:

Los gatos tienen rabo.


«Gatos» tiene cinco letras.

Esta es la táctica que se adopta en la m*yor ^arte de los escritos


filosóficos y en este libro, incluido este párrafo. Y si deseamos
seguir y hablar de palabras que hemos usado para nom brar la palabra
«gatos», usamos la misma palabra una vez más y colocamos otro par
de comillas a cada lado. Así:
«“ G atos” » es una palabra que representa a la palabra «gatos», que
representa a los gatos.
Sin embargo, las comillas son utilizadas también con otros propó
sitos: al citar directamente palabras de alguien, por ejemplo, y en
Cj ciertas palabras literarias y coloquiales. No se debe concluir que,
- siempre que se usan comillas, el escritor está hablando de las pala-
__bras en vez de hablar de las cosas a las que se refieren las palabras.
"Significados de la palabra «significado». Siempre que A es un
| signo de B, decimos que A significa B; pero dado que A puede ser
I un signo de B de varias formas diferentes, A puede significar B de
varias formas diferentes. Las palabras significan de una forma dife-
rente a aquélla en que una puesta de sol roja significa que al día
i siguiente hará buen tiempo. Hay muchas complejidades implicadas
» en la pregunta «¿cuál es exactamente la relación de las palabras con
sus significados?». Pero antes de examinarlas, advirtamos algunas
de las formas importantes en que se usa la palabra «significado», que
no están limitadas a] significado de palabras: en otras palabras,
algunos significados de «significado».
1. Indicador. La aparición de A significa (indica) que B va
ocurrir. Un torbellino en el cielo Índica que^viene un tornado. (Es
un signo de éste; pero la palabra «signo» se usa en semántica en
un sentido mucho más amplío que éste, para abarcar cualquier
clase de relación de la forma A-represema-a-B, no sólo la clase en
que A es un indicador de B.) Similarmente, los nimbos significan
(indican) que va a llover. (Observemos al pasar que la palabra «nu
bes» no representa a la lluvia. La palabra «nubes» representa a las
nubes; y las nubes representan — son indicadoras de— la lluvia.)
2. Causa. ¿Qué significa A? Esto es, ¿qué lo causó? ¿Qué sig
nifican las huellas de la arena, esto es, qué o quién las causó? (A
veces, un signo de B es también causa de B, o parte de la causa de B,
pero no siempre. Los torbellinos no causan tornados, pero las nubes
pueden ser consideradas como una de las causas de la lluvia, según
el significado de la palabra «causa», que examinaremos en el capí
tulo 4.)
3. Efecto. En innumerables casos del uso de la palabra «sig
nificado», «A significa B» puede traducirse por «A tiene como resul
tado (efecto) B» o «B es el efecto de A» o «A tiene como conse
cuencia B». El anuncio del presidente Roosevelt después de Pearl
Harbour, «esto significa la guerra», se podría traducir «el efecto
de esto será la guerra». Este sentido de la palabra «significado» es
importante en extremo, incluso cuando hablamos de significado de
palabras, como veremos cuando se examine el significado emotivo,
más adelante, en este capítulo.
4. Intención *.
5. Explicación. «¿Q ué significa esto?» a menudo se puede tra
ducir por «¿por qué ocurrió esto?». («Cierto que ésas son sus hue
llas, pero indican el camino equivocado. ¿Qué significa esto?») Las
explicaciones se dan como respuesta a la pregunta «¿por qué?». Pedir
una explicación no es lo mismo que pedir una causa, como veremos
en el capítulo 4, aunque algunas explicaciones son de naturaleza
causal.
6. Finalidad. A veces «finalidad» significa lo mismo que «in
tención». «Mi intención al tomarme vacaciones en ese momento
fu e...» se convierte en «mi finalidad al tomarme vacaciones en esc

* El punto 4 del original inglés es totalmente intraducibie al castellano,


pues se basa en un sentido que tiene en la primera lengua las palabras «to
mean» (significar) y «meaning» (significado) que no tienen en castellano las
palabras «significar» y «significado», y por tanto carece de todo interés para
nuestra lengua. El sentido aludido de «to mean» es el de «tener la intención
de», y el de «meaning» el de «intención». Así, según los ejemplos que da el
autor, «I meant to wash the dishes» significa • «tenía la intención de lavar los
platos», y «My meaning in saying this w as...» significa «Mi intención al decir
esto era...». [N . dol revisor.]
momento fue...». Pero también decimos «fue un acto sin signifi
cado», no sirvió a ningún propósito. Además, también atribuimos
finalidades a los seres inanimados a los cuales no atribuimos inten
ciones’: por ejemplo, «¿cuál es la finalidad de un martillo?». La
palabra «finalidad» tiene más de un significado, como veremos en
el capítulo 4.
7. Implicación. «Sí usted empezó el día con 10 dolares, y gastó .
cuatro y no le queda nada, eso significa que ha perdido seis dólares»;
en otras palabras, el primer enunciado implica el segundo. «Signifi
cado» se usa a menudo en el sentido de implicación, mientras que
«significa» es sinónimo de «implica».
8. Significación. «¿Te parece que la vida tiene significado?»,
en otras palabras, significación. «Significación» es una palabra enga-
' ño;.a. Tomada literalmente significa aquello q\ie es significado: una
palabra tiene significación (en este sentido) cuando representa algo.
. Pero «significación» se emplea usualmente en el sentido bastante
%ago de «importancia», como en «éste es un desarrollo muy signifi
cativo». En una pregunta como «¿cuál es el significado de la vida?»
el problema reside en la pregunta, pues no está claro sin más pes
quisas qué está preguntando el que interroga: ¿significación en el
sentido de importancia?, ¿finalidad (y en qué sentido)? Si el que
interroga pudiese formular su pregunta con palabras diferentes, qui
zás no nos sorprendiese tanto. Para tener una respuesta clara hemos
de tener primero una pregunta clara.
Preguntas de la forma «¿cuál es el significado de...?». A causa
de estos múltiples significados de la palabra «significado», no siem
pre está claro qué significado de la palabra «significado» tenemos en
la mente cuando preguntamos por el significado. En particular, de
beríamos ser conscientes en extremo de si estamos preguntando por
el significado de una palabra (esto es, qué cosa representa la palabra)
o po. ■’> significado de la cosa que la palabra representa, en uno de
los sentidos en que «significado» se aplica a cosas. He aquí unos
cuantos ejemplos:
1. «¿Cuál es el significado de apogeo?» ¿Debería tener co
millas en este caso? Debería tenerlas sólo si lo que se pretende saber
es qué representa la palabra «apogeo»; y en nueve casos de cada
diez eso es probablemente lo que está preguntando el que interroga.
Si éste ya supiese el significado de la palabra probablemente no haría
tal pregunta.
2. «Tú no sabes bien lo que significa ía guerra.» Aquí es im
probable que el que habla esté acusando a nadie de no saber lo que
la palabra «guerra» significa. Está diciendo algo acerca de la cosa,
la guerra. Con toda probabilidad está diciendo algo acerca de las
situaciones que causa o trae consigo la guerra: devastación, casas
destruidas, pobreza y cosas por el estilo.
3. «¿Cuál es el significado de la vida?» Aquí de nuevo es casi
seguro que no es sobre la palabra «vida» sobre lo que se está pre
guntando. El que pregunta sabe qué significa la palabra, y probable
mente está preguntando por algo (que, nuevamente, puede no darse
cuenta con claridad qué es) concerniente a una explicación de la
cosa, la vida. Sabe que las cosas vivientes crecen, se reproducen,
etcétera; pero quiere saber, en algún sentido de «explicar» (véase el
capítulo 4), cómo han de ser explicados todos estos importantes
procesos. Quizá quiere decir algo como «¿cuál es la finalidad de que
haya vida (o vida humana) sobre la tierra?». Pero en este caso es
necesario aclarar el significado de «finalidad» (lo que intentaremos
hacer en el capítulo 4). De todos modos, la pregunta no es acerca de
la palabra, aunque qué sea lo que quiere saber acerca de la cosa
pueda no estar claro ni siquiera para él mismo.
'Preguntas de la forma «¿qué es...?». Las mismas dificultades
invaden un grupo de preguntas estrechamente relacionadas y que
comienzan por las palabras «qué es». «¿Q ué es la sicigia», «¿qué es
la materia?», «¿qué es el tiempo?», «¿qué es el hombre?», «¿qué
es la filosofía?» A veces, al hacer estas preguntas queremos saber
para representar qué cosa se usa la palabra: por ejemplo, «¿qué es
la sicigia?» se podría traducir «¿qué significa la palabra "sicigia” ?».
Cuando se contesta «el punto de la órbita de la luna en el cual ésta
está en línea recta con el Sol y la Tierra», nuestra pregunta está
respondida. Pero si preguntamos «¿qué es el tiempo?» probable
mente no estaremos preguntando qué significa la palabra «tiempo»;
ya lo sabemos (aunque podamos no ser capaces de definirla, como
veremos más avanzado este capítulo). Podemos no saber con certeza
qué información acerca de la cosa, el tiempo, estamos pidiendo. En
preguntas muy generales, como ésta, la dificultad reside a menudo
en la falta de claridad de la pregunta y no en la imposibilidad de la
respuesta: insisto, para tener una respuesta clara, hace falta primero
tener una pregunta clara. En todo caso, parece evidente que las
preguntas generales de la forma «¿qué es...?» se refieren a la cosa,
más que a la palabra.
Puede resultar mucha confusión de que dejemos de tener pre
sente esta distinción. Dos personas pueden discutir sobre la cues
tión «¿qué es el relámpago?». Una puede decir: «Durante cientos
de años, hasta que Benjamín Franklin y otros descubrieron que el
relámpago era una forma de electricidad, nadie supo qué era el
relámpago.» La otra puede replicar: «Pero la gente ha sabido du
rante cientos de años qué es el relámpago. Lo que no supo hasta
hace menos de doscientos años es cuál es la explicación del relám
pago. Pero los antiguos reconocían un relámpago cuando lo veían,
esto no lo puede usted negar» Las dos personas realmente no están en
desacuerdo; están discutiendo sin entenderse, dado que no están
discutiendo la misma cuestión. Uno está hablando de la palabra, el
otro de la cosa. En un sentido, la gente siempre ha sabido qué signi
ficaba o representaba la palabra «relámpago» (o palabras sinónimas
en otros lenguajes). Después de todo las palabras no tienen otro
significado que el que la gente les da, y saber qué significa una
palabra es simplemente saber qué significado han dado a cierto so*
nido los usuarios de un lenguaje. La gente que habla español sabe
muy bien, generalmente, lo que significa la palabra «relámpago».
Quizá no siempre pueda dar una definición estricta de la palabra
— discutiremos este punto en la sección siguiente— pero sabe cómo
aplicar la palabra «relámpago» al mundo; sabe a qué cosas aplicar
la palabra y a cuáles no, y en este importante sentido conoce el
significado de la palabra. Lo que la gente no siempre ha sabido es
la física del relámpago, y en este sentido las personas que vivían
hace doscientos años y algunas que viven hoy día no saben qué es
el relámpago.
Ambigüedad. Con frecuencia una palabra se usa con más de un
significado. Ciertamente, una breve ojeada a un diccionario mos
traría que la mayor parte de las palabras se usan con más de un
significado. Si a todas estas palabras se les fuese a llamar ambiguas
(en el sentido vulgar de «ambiguo»), entonces la inmensa mayoría
de las palabras serían ambiguas. Pero los semánticos y filósofos
usualmente llaman ambigua a una palabra sólo /cuando hay incerti-
dumbre sobre cuál es el significado qüe se está usando en un caso
particular. Una palabra no es ambigua de por sí, es usada ambi
guamente: es ambigua cuando no se puede saber por el contexto
cuál de los sentidos es el que se está usando. Generalmente se puede
saber esto a partir de un contexto. Por ejemplo, si usted dice «voy
al banco a depositar dinero», yo no esperaré que usted vaya a un
banco de arena. La palabra «banco» tiene estos dos significados (y
más), pero no por ello es ambigua: los dos sentidos son tan inde
pendientes que no es posible que nadie los confunda.
Usualmente, sin embargo, los sentidos de una palabra están
relacionados entre sí; y, cuando usted oye la palabra primero con
un significado y luego con otro, a menudo puede conjeturar a partir
del contexto cuál es el segundo significado, cosa que sería muy
improbable que ocurriera si las palabras tuviesen significados inde
pendientes. Si usted primero oyese la palabra «incisivo» cuando al
guien estuviera describiendo un cuchillo, y luego la oyese cuando
alguien describiera el sabor de un queso, seguramente sería capaz de
conjeturar el significado de la palabra «incisivo» en el segundo con
texto: «incisivo» describe el poder cortante del cuchillo; similar
mente, el queso de sabor incisivo parece cortar la lengua o el paladar,
Luego, cuando oyese describir a alguien o algo como «estudiante
incisivo» o «pastelillo de sabor incisivo», podría también conjeturar
el significado: la agudeza, el poder incisivo de la inteligencia es sufi
cientemente similar al poder cortante del cuchillo y el queso. En
un caso tal no es un accidente que la misma palabra sea usada
en todos estos sentidos; mientras que el doble sentido de «banco»
se puede considerar un accidente lingüístico. Ocurrió que la palabra
«banco» se desarrolló a partir de diferentes idiomas en los que
tenía diferentes significados, y nuestros usos se ramificaron a partir
de esos orígenes. Pero no le ocurrió a la palabra «incisivo» que
fuese usada para describir una cualidad de los cuchillos, de los
quesos y de las mentes.
Los significados están relacionados, pero no son el mismo — de
lo contrario no habría lugar a la ambigüedad. Un cuchillo es incisivo
cuando corta bien, cuando literalmente puede dividir una rebanada
de pan o un trozo de mantequilla fría. Un queso de sabor incisivo
no tiene estas características; lileralmente, ni siquiera corta el pa
ladar, sólo lo parece; da esa impresión, al menos lo suficiente como
para sugerirnos usar Ja misma palabra «incisivo» para referirnos a él.
Pero el cuchillo que sólo pareciese cortar pan no sería incisivo. Y a
características también diferentes son a las que nos referimos al
llamar a un estudiante «incisivo», pero los sentidos de la palabra
están relacionados entre sí.
La ambigüedad de proceso y producto es un tipo de ambigüedad
tan difundido, y puede ser tan engañosa, que ha recibido un nombre
distintivo. A menudo usamos una palabra para representar un pro
ceso, y usamos de nuevo la misma palabrn para representar el pro
ducto resultante de tal proceso. Cuando alguien dice «fueron a ver
la construcción», puede querer significar que fueron a ver 1) a gente
en el proceso de construir algo o 2) la cosa que ha sido construida.
Una persona que escribe un poema expresa sus sentimientos (proceso),
y del poema que escribe (producto) también se dice que expresa sus
sentimientos; la palabra «expresa» caracteriza tanto al producto
como al proceso.
La ambigüedad de tipo y caso es también una fuente de confu- \
sión. Suponga usted que escribe en un trozo de pape] «siete más
cinco igual a doce», y luego escribe las mismas palabras en la línea
siguiente. ¿Ha escrito dos oraciones o una? Usted podría decir:
«Hay dos oraciones, una en la línea primera y otra en la línea
segunda»; pero igual podría decir «hay sólo una oración, es la misma
escrita dos veces». La palabra «oración» es ambigua: en un sentido
de «oración» tenemos una oración; en otro sentido, dos oraciones.
Cada aparición escrita o hablada de una cierta palabra u oración
es un «caso», y en este sentido cada uno cuenta como una oración.
El chico cuyo profesor le hace quedarse después de clase y escribir
cien veces en la pizarra «soy un mal alumno» ha escrito cien oracio
nes; y después del trabajo que ha hecho, se indignará bastante
ante la sugerencia de que sólo ha escrito una. Pero en otro sentido
ha escrito solamente una oración, aunque cien veces; esto es, ha sido
sólo un tipo de oración, del cual ha escrito cien casos. Con escribir
o decir las mismas palabras en el mismo orden basta para constituir
una sola oración, en el sentido de tipo, independientemente de las
veces que se repita después *.
Otro ejemplo: una persona dice que hay algo más de 60.000
palabras en una novela normal, y otra dice que Shakespeare posee
el mayor vocabulario de entre los escritores ingleses, habiendo usado
en sus obras más de 14.000 palabras. «¿Cómo puede ser esto?»,
podríamos preguntarnos. «¿No ha usado entonces cualquier nove
lista más palabras que Shakespeare?» El problema de nuevo reside
en la ambigüedad entre caso y tipo. En el sentido de caso, cada
aparición de una palabra cuenta como una palabra; así, si se usa
10.000 veces la palabra «el» en una novela, eso cuenta como 10.000
palabras. Pero en lo concerniente a Shakespeare, nos referimos, no
a los casos, sino a los tipos; no importa cuántas veces se use la
palabra «el»: cuenta como una sola palabra. O, expresado de otro
modo, Shakespeare usó más de 14.000 palabras diferentes.
Lenguaje figurado. El uso figurado del lenguaje conduce a veces
a ambigüedad. Ya hemos examinado los diferentes sentidos de la
palabra «incisivo»: En «un cuchillo incisivo» la palabra se usaba
literalmente: un cuchillo incisivo es uno que corta bien; en «un
queso de sabor incisivo» la palabra se usaba figuradamente: el que
so incisivo sólo parece como si cortase la lengua. En sentido lite
ral sólo los organismos tienen cuello, pero también hablamos figu
radamente del cuello de una botella. En «él vio un zorro en el
bosque», la palabra «zorro» se usa literalmente; pero en «eres un
zorro pillo», se usa figuradamente. En cada uno de los casos hay una
parte de significado común al sentido literal y al figurado: el cuello

1 Si se escribe «A es mayor que B» y «B es menor que A», se tendrán


dos oraciones-tipo diferentes. Aunque ambas tengan el mismo significado — esto
es, expresen la misma -proposición— son oraciones diferentes.
de la botella es de algún modo parecido al cuello de an organismo,
de aquí que hayamos dado en usar la misma palabn para ambos;
y una persona a la que se llama zorro está siendo descrita como
poseedora de ciertas características tales como habilidad y astucia, las
cuales se supone popularmente que poseen los zorros. Habitual
mente, tanto el sentido literal como el figurado de una palabra tienen
un uso establecido desde hace mucho, y ambos aparecen en el diccio
nario; y cuando uno conoce el significado de una palabra y oye
usarla en un sentido figurado, usualmente puede conjeturar cuál es
ese significado. Así, hablamos de una pizca de polvo y de una pizca
de verdad; de su sombra y de una sombra de sí mismo; de tarde
fría y de recepción fría; de carga pesada y de persona pesada; de
arder una casa y de arder de ira; de tiempo cálido y de color cá
lido. La tendencia de las palabras de un lenguaje es producir sentidos
figurados. De un sentido básico surge otro sentido (figurado); y a
partir de éste surgen varios sentidos más, floreciendo como los
tallos de una planta, hasta que los significados de las ramas supe
riores pierdan toda semejanza con el significado del tronco 2.
Una advertencia final: No supongamos que sólo porque una pala- j
bra se aplique a cosas diferentes tiene sentidos diferentes. Hay sauces I
y arces y muchas otras clases de árboles, pero esto no da a la palabra
«árbol» muchos sentidos. La palabra «árbol» tiene exactamente el
mismo significado esté usted hablando de olmos, cipfeses, castaños
o de cualquier otra clase de árbol. El hecho de que haya diferentes
clases de X no hace ambigua la palabra «X». Pero la palabra puede
tener diferentes sentidos por otras razones. Cuando hablamos de un
árbol familiar no estamos usando la palabra «árbol» para referirnos
a una planta de cierto tipo, sino a una cosa de un género totalmente
diferente, un registro genealógico. De nuevo hay una relación entre
los significados, pues cuando se empieza por un antepasado, luego
seguimos con sus hijos y los hijos de sus hijos, y así sucesivamente,
y registramos esto en un papel, obtendremos un efecto (visual) de
expansión como el de las ramas de un árbol, de aquí el término
«árbol familiar». De este modo la palabra «árbol» tiene varios sen
tidos, pero no porque pueda usarse para hablar de diferentes espe
cies de árboles.

2 Ver, por ejemplo, los muchos sentidos de las palabras «tap» (palmada,
tapón, etc.) y «pick» (pico, escogido, etc.) en Chartlon Laird, The Miradc of
Language (El milagro del lenguaje). (Greenwich, Conn.: Fawcett Publications,
Inc.), págs. 54-59.
Ejercicios
1. «¿Acaso no es la palabra «gato» la correcta para referirse a este anima-
lito mío que ronronea y maúlla? ¡Seguro que llamarle búfalo sería aplicarle un
nombre incorrecto!» «Bien, no hay nombres correctos ni incorrectos para las
cosas, así que sería igualmente correcto que le llamases búfalo.» Resuelva la
discusión,
2. Cuando un niño aprende los significados de las palabras, no inventa
palabras para hablar de las cosas. ¿Cuál es entonces el sentido de decir que
los seres humanos dan nombres en lugar de descubrirlos?
3. Responda a esta objeción: «Nada se puede determinar apelando al uso
común del lenguaje. Usted no puede decidir sobre un tema mostrando cómo
usa la gente las palabras. El uso común puede ser incorrecto. Suponga que
tratamos de decidir la cuestión de si la Tierra es redonda por ese método.
En la Edad Media se podría haber utilizado la regla dol uso común para
probar qu; la Tierra es plana. Ahora bien, ccmo sabemos, eso no probaría ni
por un memento que la Tierra sea realmente plana.»
4. Penga comillas donde corresponda en las siguientes oraciones:
a) Ch:¿n es la palabra francesa que significa lo mismo que la palabra
española perro.
b ) Chien es la palabra francesa que se refiere a ios perros.
c) El orden de las palabras es importante para determinar el significado
de una oración: por ejemplo, Bruto mató a César no significa lo mismo que
César mató a Bruto.
d ) La palabra orden tiene cinco letras.
e) Hay un coche circulando por la Calle Principal es un enunciado
verdadero.
f) La palabra gato nombra a los gatos; y el nombre de la palabra gato
es gato.
5. «Valor es coraje.» «"Valor"» significa lo mismo que "coraje".» ¿Por
qué son incorrectas las siguientes frases?:
a) «Valor» significa «coraje»
b) «Valor» significa lo mismo que coraje.
6. ¿Cuáles de las últimas palabras de las siguientes oraciones deberían
llevar comillas? Explique por qué.
a) ¿Cuál es el significado de tu conducta?
b) ¿Cuál es el significado de esta noticia?
c) ¿Cuál es el significado de agarofilia?
d) Tú no sabes el significado del amor,
e) Nadie conoce el verdadero significado de la vida.
f) Este es el verdadero significado de democracia.
7. Critique el ejercido anterior por la frase «verdadero significado». ¿En
qué sentido puede haber un verdadero significado de las cosas? ¿Puede haber
un verdadero significado de las palabras? Explique. ¿Cómo interpretaría la
frase «el verdadero significado de la palabra "democracia"»?
8. Analice las siguientes afirmaciones y preguntas d i la forma «qué es».
a) Nadie sabe qué es la electricidad (sólo sabemos lo que hace).
b) Nadie sabe qué es un resfriado (sólo conocemos sus síntomas).
c) ¿Qué es la telecinestesia?
d) ¿Qué es realmente la democracia?
c) Ninguno de este grupo sabe qué animal es ése.
f) ¿Qué es la verdad?
9. Intente traducir las siguientes oraciones que contienen expresiones figu
radas por oraciones que no contengan expresiones tales. (Trate de no sustituir
Company, 1889), pág. 304.
a) Ella ardía de celos.
b) Esa es una nota alta (en el piano).
c) Ella tiene normas morales más elevadas que él.
d ) Estoy por encima de todo eso,
e) Quiero tener ese asunto firmemente fijado en mi mente.
f) Eso no ocurrió en la realidad; sólo está en tu mente.
g) Su cabeza está abarrotada de todo tipo de detalles idiotas.
b ) Se 2ambulló en un mar de problemas.
i) Ella era una sombra de sí misma.
/) La vida no es más que una sombra errante, un pobre jugador..
k ) «El mundo es un escenario.»
i) La vida es sueño.
m) «La arquitectura es música solidificada».
n) «La vida, como una cúpula de cristal multicolor,
■mancíia el blanco esplendor de la eternidad.»
0) Su (personalidad irradiaba calor; estaba realmente encendida.
p ) Un río toma elcamino más fácil, cuesta abajo.Así hacen los más ae
los hombres.
q) Un rey debe tener nervios de hierro y una voluntad de acero; debe
ser a la vez un león y un zorro.
10. ¿Podría usted construir una definición satisfactoria de los siguientes
términos: «palabra», «frase», «oración».
11. ¿Es ambigua la palabra «color» porque puede denotar el rojo, el ver*
de, «te.? ¿Es ambigua la palabra «agradable» porque lo que es agradable para
usted puede no serlo para mí? ¿Es ambigua la palabra «rápido» porque lo que
es lento 'para un avión es rápido para un automóvil, y lo que es lento para un
automóvil es rápkío para una bicicleta?
12. Muestre cómo la palabra «es» (junto con todas las formas del verbo
«ser») es ambigua utilizando los siguientes ejemplos: «Una vara es tres pies»-
«La silla es amarilla»; «El agua es HiO».
13. ¿Son éstas diferentes classs de X o diferentes sentidos de la pp
labra «X»?
a) Tabla de lavar, tabla de estadística.
b) Perro pastor, perro de juguete.
c) Comerse el desayuno, comerse las palabras.
d) Fondo de la sala, fondo de la mente.
e) Detrás de la mesa, detrás de sus acciones.
f) Cúpula más alta, tonos más altos.
g) Silla dura, examen duro.
h) Silla cómoda, silla apostólica.
1) Perro tapón, poner el tapón.
■ 14. ¿Están relacionados los significados de estas palabras ambiguas, o e
un «accidente lingüístico» el uso de la misma palabra con ambos significados?
a) Cumbre de la montaña, cumbre de la gloria.
b) Boca de un organismo, boca de un río.
c) Colinas distantes, actitud distante.
d) Adición de números, adición de ingredientes en un recipiente
e) Un punto (en geometría), les puntos de una explicación.
f) A resto abierto, el resto es fácil.
g) Barra de chocolate, sentarse a la barra, pasar la barra, de barra a barra.
b) Estado de la nación, estado de California.
i) Pendiente pronunciada, asunto pendiente.
j) Cortarle el resfriado, cortarse el dedo *.

2. Definición

Hemos distinguido numerosos sentidos de la palabra ambigua


«significado», la mayor parte de los cuales nada tienen que 'ver espe
cíficamente con las palabras. Examinemos ahora en particular el signi
ficado de las palabras. ¿Cuál es la relación que hay entre una palabra
y lo que significa?
Consideremos dos de los posibles pero no muy satisfactorios
puntos de vista que hay sobre la cuestióri. lJ,{Uno es que lo que
la palabra significa es los pensamientos, sentimientos, o imágenes
que su uso evoca en la mente de uno (teoría ideacional del sig
nificado). Pero esto difícilmente sení adecuado: la utilización de
la palabra «gato» puede evocar el más diverso conjunto de repre
sentaciones mentales, actitudes, sentimientos v pensamientos. Por
ejemplo, puede que usted imagine un gato cuando oye la palabra
y puede que en cambio yo no. Sin embargo, con toda seguridad hay
un aspecto en el cual la palabra tiene para todos nosotros el mismo
significado, en la medida en que se usa para hablar de la misma espe
cie de animal. El único estado mental que parece estar siempre
presente en tal ocasión es simplemente el de entender lo que la
palabra significa. Y esta última frase contiene la palabra «signifi
cado», de modo que no puede ser usada con el fin de decirnos qué
es el significado.
O tro punto de vista es que 2) lo que la paí:tbta significa es su
tendencia a producir en los que la oyen cierto tipo de conducta, o al
menos una tendencia a seguir esa conducta (teoría conductista del
significado). Pero ésta, asimismo, difícilmente será suficiente: dife
rentes personas al oír una palabra pueden comportarse de muchas
formas diferentes, y en muchos casos de ninguna manera en abso
luto. ¿Tiene entonces la palabra un significado diferente para cada

Algunos de los ejercicios de los apartados 13 v 14 son intraducibies. Ambi


güedades que aparecen en palabras inglesas están ausentes en sus más cercanas
correspondientes españolas. He considerado más adecuado idear ejemplos equiva
lentes en español de estos ejercicios, que en el original son: 13: a) kitchen
table, table of statistics; h) easy chair, chair ofphilology; i) tap on l’ie
shoulder, fixinR íhc tap; 14: c) a point(in geometry), províng your point;
f ) take a rest, the rc.u ¡s casy; g) chocolate bar, sit at the bar, bar examination,
nene bar; /) make a slip, buy a slip.
una de ellas? Usted y yo podemos reaccionar de maneras completa
mente distintas ante la palabra «serpiente», pero, ¿no es cierto, sin
embargo, que significamos la misma cosa con esa palabra? Y si
oímos un montón de palabras a las cuales no reaccionamos (o ten
demos a reaccionar) en términos de comportamiento, ¿muestra esto
tal vez que no poseen significado?
Se podría presentar la teoría conductista de un modo más com
plejo: las palabras normalmente no se usan de una manera aislada,
sino en oraciones y contextos aún más amplios en los cuales la con
ducta de aquel que entiende la oración es suficientemente constante.
Incluso así, se podrían suscitar cuestiones: ¿Es Ja respuesta con-
ductal a «hay una serpiente detrás de ti» siempre la misma, o si
quiera similar? Y aunque así fuese, ¿qué pasa con las oraciones
más abstractas como las que constantemente nos salen al paso en
filosofía, como «todas las palabras tienen algún tipo de significado»
a las cuales no hay de ordinario ninguna respuesta :onductal con
creta? E incluso aunque así fuese, y ésta fuera uniforme, ¿no sería
la respuesta consecuencia de entender el significado de la palabra u
oración, en lugar de ser aquello en lo que consiste el *ígnificador'
r ~"TJna explicación del significado mucho más satisfactoria parece
] ser que,; 3) las palabras se refieren a las cosas del mundo (teoría
; referencial del significado). Usamos la palabra «gato» para referirnos
a los gatos, ía palabra «correr» para referirnos a los diversos actos
del correr, y así sucesivamente. Para determinar le que significa
una palabra, busquemos qué cosas son aquellas a las que nos refe
rimos al usarla.
X'~ Pero tampoco esto será suficiente. Examinemos una clase de
.¡í; palabras muy limitada a la que'se aplica la teoría, aquellas palabras
a las que llamamos nombres propios. Si usted llama a su hija
«Margaret», a su loro «Polly», o a su perro «Rover», se está refi-
riendo a ellos por medio de nombres propios, porque se usan para
etiquetarla una única cosa. «Una palabra, una cosa»: esta fórmula
se aplica solamente a los nombres propios. «Esa es mi casa. Sunny
Gables»; si dice usted eso haciendo al mismo tiempo un gesto de
señalar, está usando las palabras como un nombre propio de la casa,
y se refiere a ella por medio de tal nombre. Los nombres propios se
usan evidentemente para referirse a objetos individuales. Pero son
las únicas palabras que se usan solamente para referir. La mayoría
de las palabras, como veremos, no se refieren a cosas, incluso aun
que usemos la palabra «cosa» en un sentido tan amplio que inclu
yamos objetos materiales, animales, personas, actividades, cualidades
y relaciones, como cuando decimos « ¡qué cosas tienes! » y «¿ocurrió
ayer alguna cosa?». Veamos por qué es esto.
- J 1. Hay muchas palabras que evidentemente no se refieren a
j^J^d a de ninguna manera. Consideremos las interjecciones — «oh»,
«ah», «hurrí», etc.— que tienen cierto género de significado (de lo
contrario no serían palabras), pero no se refieren a ninguna cosa, o
cualidad de cosa, o actividad, ni nada a lo que se pueda llamar
cosa. Estas oalabras se usan ordinariamente para expresar o evocar
sentimientos y actitudes, pero expresar o evocar en los demás un
sentimiento no es lo mismo que referirse a un sentimiento.
O consideremos las conjunciones («y», «como», «pero», «o»,
«porque»); estas palabras son conectivas: se usan para introducir
frases y cláusulas, pero no para referirse a cosas. Empero tienen
significados, y sus significados afectan a las oraciones en que apare
cen: «yo voy y tú vas» tiene un significado diferente de «yo voy o
tú vas». Estas palabras funcionan sintácticamente (en relación con
otras palabras de una oración), pero no semánticamente; no etique
tan cosas o grupos de cosas.
r~" 2. Algunas palabras como los pronombres personales tienen
preferencia, pero su referencia no es lo mismo que su significado.
Consideremos los pronombres personales: la palabra «yo» cambia
constantemente de referencia; cuando Jones la usa se refiere a
Jones; cuando Smith la usa se refiere a Smith; y así sucesivamente
para los millones de usuarios del lenguaje. No obstante, el signifi
cado de «yo» no cambia millones de veces; siempre es el mismo.
Una persona que lo use está en todos los casos hablando de sí misma;
la referencia al hablante (quienquiera que sea) es el significado de
«yo». Así, aunque «yo» se refiere a algo, aquello a lo que se refiere
cambia constantemente, de modo que lo que significa no puede
5 ser aquello a lo que se refiere (lo mismo es verdad de «esto»,
..«eso», «aquí», «ahora», etc.)
"Y 3. También ocurre lo inverso: podemos tener diferentes signi
ficados a la vez que la cosa referida es la misma. «Sir W alter
Scott» y «el autor de Waverley» tienen diferente significado, pero se
refieren a la misma persona. Se puede entender qué significa la frase
«es el autor de W averley» sin saber que éste fue W alter Scott, ni
que tal persona existió. «EJ presidente de los Estados Unidos» y
«el comandante en jefe de las fuerzas armadas de los Estados Uni
dos» son locuciones con significados diferentes, y es posible entender
una sin entender la otra; no obstante, ambas se refieren a un mismo
indiyiduo.
-— ^ 4 . «Pero al menos los sustantivos se refieren a cosas, de forma
perfectamente directa.» ¿Es así? Incluso si admitimos que la palabra
«caballo» se refiere a los caballos, dado que hay caballos a los que
podamos señalar con él dedo, ¿a qué se refiere *<unicornio» o «ga-
*>'{ h — — L y l . v ' ■ /
m usíno»*, «dragón», «gnomo», «centauro»? ¿Cómo puede la pala
bra «unicornio» referirse a los unicornios cuando no hay unicornios
a los que referirse? Sin embargo, la palabra «unicornio» tiene signi
ficado: cualquier caballo con un cuerno en medio de la frente es
un unicornio. Sucede simplemente que no hay criaturas tales, de
modo que no hay nada a lo que pueda referirse «unicornio». Pero
esto no es óbice para que la palabra «unicornio» tenga significado.
Podemos ir más lejos todavía y cuestionar incluso que la ¡
palabra caballo se refiera a algo. ¿Nos dará el significado de la pa
labra «caballo» señalar a un caballo? Alguien podría pensar perfecta
mente que la palabra «caballo» es un nombre propio para un animal;
particular, o podría pensar que «caballo» significa lo mismo que*
«animal». No le sería obvio que la palabra «caballo» se refiere a una
clase completa de criaturas, la elase de (no los animales, sino) los
caballos. ¿Y se refiere la palabra «caballo» a la clase completa de las
cosas, los caballos? No parece ser así. Se puede decir que la clase
de los caballos es muy numerosa (esto es, que hay muchos caballos),
pero esto no es lo mismo que decir que «caballo es muy nume
roso», Pero si «caballo» se refiriese a la clase de los caballos, «ca
ballo es muy numeroso» significaría lo mismo que la oración «la
clase de los caballos es muy numerosa». Es cierto que la palabra
«caballo» se puede usar para referirse a muchas cosas individuales,
pero esto no es lo mismo que decir que el significado de la palabra
«caballo» es la referencia. Ciertamente podemos saber — con la
misma facilidad de «caballo» que de «unicornio»— lo que la palabra
significa sin saber si hay criaturas tales a las que se refiera la
palabra. o
. Las palabras como herramientas. En vez de decir que las pala^
bras tienen referencia, sería preferible decir que cada palabra fun
ciona como una herramienta que se usa para hacer algo o realizar al
guna tarea en la comunicación. Lo mismo que cada herramienta d e‘
una caja de herramientas se usa para efectuar una tarea diferente, los
diferentes tipos de palabras realizan diferentes tipos de tareas en un
lenguaje: los nombres realizan un tipo de tarea; los pronombres,
otra; los verbos, adverbios y preposiciones, otras. «Gato» desem
peña un tipo de tarea; «gaticidad», otro, y «gatuno», otro dife
rente. Entonces, ¿cuándo conocemos el significado de una palabra?. £
Cuando sabemos exactamente qué tarea desempeña, qué función
tiene en el lenguaje. A veces la función puede ser referida a cosas,
pero con más frecuencia no ío es.
* En el original «gremlin». He preferido esta traducción porque aparece
en el capítulo 4 con el sentido de «ser de características indefinidas salvo la de
causar desperfectos».
Y, ¿cuándo sabemos qué función cumple? Podemos responder
a esto brevemente con una fórmula que puede requirir más adelante
alguna aclaración: cuando sabemos la regla para usarla, esto es,
cuando conocemos la regla que nos dice en qué condiciones ha de
usarse la palabra, que nos hace capaces de determinar cuándo la
palabra es aplicable a una situación dada y cuándo no. Sabemos
qué significa la palabra «caballo» cuando conocemos en qué circuns
tancias se puede uíar para aplicarla a algo, y también en qué cir
cunstancias no es aplicable: es tan importante no llamar «caballo» a
algo que no sea un caballo como llamar «en bal lo» a todo lo que sea
un caballo. Lo mismo vale para «unicornio»; incluso aunque esta
palabra no se aplica a ningún animal del mundo, sabemos su signifi
cado porque sabemos a qué llamaríamos un unicornio si nos lo
encontrásemos. Lo mismo sucede con «despacio» (lo usamos cuando
algo se mueve de cierta manera), «encima» (cuando una cosa está
más alta que otra decimos que esta por encima de ella) y «hurra»
(lo usamos cuando tenemos un sentimiento de triunfo, para expresar
ese sentimiento, no para referirnos a él). Cada palabra de nuestro
lenguaje tiene una función o tarea peculiar — duplicada por otras
palabras cuando dos palabras son sinónimos exactos, lo que es raro—
y encendemos el significado de una palabra (lo mismo se aplica a las
locuciones) cuando conocemos la regla que establece las condiciones
en las cuales se ha de emplear tal palabra.
Debemos tener mucho cuidado aquí, pues la palabra «uso» es
escurridiza. Hay significados de «uso» que aquí son por completo
irrelevantes, tales como «el uso de "otrosf" ha desaparecido práctica
mente», «de vez en cuando es muy efectivo usar una palabrota» 3,
«esta palabra no se usa en la sociedad bien educada». No sabemos
nada del significado de una palabra por saber que no se usa en la
sociedad bien educada; las condiciones de uso en este sentido socio
lógico no determinan el significado. Una persona que no sepa una
sola palabra de español puede oír repetidas veces a dos personas
decirse « ¡buena suerte! » al despedirse, y podría inferir de esto que
es apropiado decirlo (usar ese sonido) en tales circunstancias, pero
todavía no sabría qué significan esas palabras. No podemos decir
simplemente «el significado es el uso», y nada m ás4.

3 A veces este tipo de caso es llamado «usanza» en lugar de «uso». Ver


G ilbcrt Ryle, «Ordinary Language» (Lenguaje ordinario), en Ordinary Lan
guage, cd. V. C. Chappdl.
4 Para un examen de estas dificultades, ver William P. Alston, «Meaning
and Use» (Significado y uso), Pbilosophical Quarterly, X III (April 1963),
páginas 107-24.
Cuando hacemos explícita Ja regla que determina en qué condi
ciones se ha de usar (aplicar a una situación) una palabra o frase,
estamos definiendo la palabra o frase. Cuando hacemos esto, estamos
usando otras palabras, y esas otras palabras deben ser equivalentes
en significado a la palabra que estamos definiendo, de modo que la
frase definitoria pueda ser sustituida por la palabra definida sin que
cambie el significado de la oración en que aparezca. Este, en todo
caso, es el sentido más usual, aceptado y «normal» de la palabra
«definición»; definición por medio de palabras equivalentes. Habi
tualmente, sin embargo, la palabra «definición» se usa de manera
más amplia para incluir cualquier forma de indicar qué significa
una palabra (en una comunidad lingüística dada), y en este sentido,
es posible definir las palabras sin establecer una regla; también
podemos definir 1) dando la denotación de una palal ra, y 2) dando
una definición ostensiva. Más avanzada esta sección nos ocupp.i.emos
de estas dos formas; primero consideraremos el sentido principal,
el de definición por medio de palabras equivalentes.

D e fin ic ió n po r m e d io d e p a la b r a s e q u iv a le n te s

La palabra «vara» es equivalente en significado a 11 locución «tres


píes»; esto es, se puede reemplazar h palabra poi la locución y
la oración no habrá cambiado de significado. (La palabra «vara»
se usa en más de un sentido. Cuando hablamos de las varas de un
jardín * no podemos reemplazar «vara» por «tres pies»; por su
puesto «vara» se puede reemplazar por «tres pies» solamente en el
sentido en el cual «vara» se usa como medida de longitud. En una
palabra que tenga más de un sentido, Habrá tantas reglas que go
biernen su aplicación como sentidos de la palabra.) La palabra
«padre» es equivalente en significado a «progenitor de sexo mascu
lino». A veces una palabra nada más es suficiente: por ejemplo,
«coraje» significa lo mismo que «valor»; pero dado que hay muy
pocos sinónimos exactos en cualquier lenguaje, este método no es
muy satisfactorio; no se hace justicia a las sutiles diferencias de
significado ofreciendo simplemente un sinónimo. Generalmente,
hace falta una locución más larga para definir con precisión la
palabra.
Es posible que una definición sea lógicc.mente satisfactoria (es
decir, que las expresiones sean realmente intercambiables porque
* En el original dice «yard» y «back yard of a heuse», pues en inglés esa
palabra, además de ser nembre de una medida de longitud, significa «patio».
Traduzco «vara» y «varas de un jardín» porque es la versión que reproduce de
forma más paralela esta polisemia.
tengan el mismo significado) pero no psicológicamente satisfactoria
(esto es, pueds no comportar ningún significado para el oyente por
que no conocí; los significados de las palabras de la definición). Así,
si se define «hermano» como «compañero masculino de prole», esto
sería lógicamente correcto, pero hay gente que no sabe que «compa
ñero de prole» significa descendiente de los mismos padres, y así
la definición, aunque suficientemente exacta, no les sería de utilidad.
Cuando definimos una palabra, se trata de una con cuyo significado
no está familiarizado nuestro oyente, y puede entender la ^definición
que damos sólo si está familiarizado con los significados de las pala
bras de la definición.
Como ya hemos notado, a menudo no hay una palabra en el
lenguaje cuyo significado sea equivalente a la palabra por definir;
los sinónimos exactos son raros. Pero también ocurre con frecuencia
que puede no haber un grupo de palabras en el lenguaje que sea
equivalente en significado a la palabra por definir. No importa con
qué ahínco lo intentemos, puede que seamos incapaces de encontrar
una ristra de palabras, de cualquier longitud, que sea intercambiable,
por su significado, con la palabra que estamos tratando de definir.
Algunas de estas palabras se usan para nombrar experiencias senso
riales — «rojo», «dolor», «acre», «miedo»— , de las cuales no po
demos comunicar a otros la cualidad específica experimentada que la
palabra significa a menos que los enfrentemos con una u otra de las
experiencias que la palabra nombra: hemos de producirles dolor,
por ejemplo, pinchándolos con un alfiler, para hacerles entender
qué significa la palabra «dolor». Ninguna palabra o combinación de
palabras, nada sino el enfrentamiento directo con la experiencia mis
ma, será suficiente. Tales palabras han de ser definidas ostensiva
mente, y examinaremos la definición ostensiva más avanzada esta
sección. Pero algunas de las palabras para las que no podemos
encontrar palabras equivalentes son muy abstractas — como «tiempo»,
«ser», «relación»— palabras de tan amplió significado que no po
demos encontrar categorías más amplias en las que situarlas, y el
problema de definir estas palabras nos acompañará desde ahora
hasta.,el fin de nuestro estudio.
I Características definitorias. Una ayuda enorme para clarificar
4 / los significados de nuestras palabras es meditar cuidadosamente qué
características de una cosa consideramos como definitorias5. Una

5 No podemos usar este método para todas las palabras, dado que algunas
palabras no representan (stand for) cosas en ningún sentido. N o hay caracterís
ticas definitorias de «oh», puesto que esta palabra no denomina ninguna cosa;
lo mismo vale para palabras conectivas como «y».
característica definitoria de una cosa (no sólo un objeto físico, sino
también una cualidad, una relación, etc.) es una característica en
ausencia de la cual la palabra no sería aplicable a la cosa. Ser trilá
tero es una característica definitoria de los triángulos, puesto que
. nada sería (esto es, sería llamado por nuestra comunidad lingüística)
un triángulo a menos que tenga tres lados, ytener todcs los puntos
del perímetro equidistantes del centro es una característica defini
toria de los círculos, puesto que nada que no poseyese esta carac
terística sería un círculo. Pero tener como mínimo dos centímetros
de altura o de perímetro no es una característica definitoria de un
triángulo o de un círculo, dado que algo puede ser un triángulo oun
círculo y tener menos de esas dimensiones.
La prueba de si una característica dada es definitoria es ésta,
para todos los casos: ¿se aplicaba la misma palabra aun si la cosa
careciese de esa característica? Si la respuesta es no, la característica
es definitoria; si la respuesta es sí, se trata meramente de una carac
terística accesoria. ¿Puede un triángulo tener lados desiguales? Sí.
Por tanto tener lados iguales no es una característica definitoria de
los triángulos. ¿Puede un triángulo tener lados desiguales y ser un
triángulo equilátero? No. Por tanto tener lados iguales es definitorío
del triángulo equilátero. Una característica definitoria es una carac-
¡ terística sine qua non (literalmente, <-sin la cual no»), ¿Seria tal cosa}
un X si no tuviese la característica A? Si no lo sería, tener A es una
condición sine qua non para ser X, es definitoria.
Esta no es la misma cuestión que «¿tendría A si no fuese un X?».
La respuesta a esta última pregunta podría ser sí, incluso si la res
puesta a la primera fuese no. ¿Sería esto un triángulo si no fuese
una figura plana? No. ¿Sería esto una figura plana si no fuese un
triángulo? Muy bien podría serlo: podría ser un cuadrado, un para-
lelogramo, un pentágono, etc. Tener A es esencial para ser X, pero
ser X no es esencial para tener A. Y y Z pueden también tener A.
En otras palabras, hay muchas clases de cosas en el mundo que tienen
algunas características definitorias en común. La característica de ser
sólido es definitoria de muchas cosas: sillas, árboles, hielo, etc.
Evidentemente, esto no significa (implica) que todas estas pala
bras tengan la misma definición. Dos palabras no tendrán la misma
definición a menos que todas las características definitorias sean las
mismas. Las palabras «asteroide» y «planetoide» tienen la misma
definición y por tanto designan el mismo conjunto total de caracte
rísticas. Pero no hay muchas palabras como éstas; obviamente, esto
sería una duplicación sin objeto del lenguaje. Una palabra puede
ser definida por las características A, B y C, y otra palabra por las
características A, B y D; pero lo más frecuente es que dos palabras
no tengan el mismo conjunto total de características definitorias, ni
por tanto la misma definición.
Se dice que una palabra designa Ja suma de las características que |
una cosa ha de tener para que se le aplique. La palabra «triángulo» \
designa las características de ser ttilátero, cerrado y bidimensional. ¡
Pero ninguna de estas características definitorias es suficiente por |*
sí sola, dado que hay muchas figuras que no son triángulos y son f
cerradas, y figuras planas y figuras triláteras (tales como las abiertas'l |
que tampoco son triángulos. f
Am plitud de las definiciones. Cuando tratamos de formular la ’
definición de una palabra de uso común, o de valorar una definición
propuesta por otra persona, hay tres cosas importantes que es me
nester tener en cuenta: V
1. La definición no ha de ser demasiado amplia. Si definiéra- ¡
mos «teléfono» simplemente como «instrumento para la comunica- ¡
ción», nuestra definición sería tan amplia que incluiría muchas cosas
que nadie llamaría teléfonos. Hemos de estrechar o restringir la defi-
nición añadiendo una o más características definitorias: debemos
decir qué clase de instrumento de comunicación es elteléfono y en ;
qué se diferencia de otros instrumentos.
2. La definición de la palabra no ha de ser demasiado estrecha. [
Si definiéramos «árbol» como «planta de hojas verdes, de no menos f
de 15 metros de altura que crece del suelo vertical mente», nuestra
definición sería tan estrecha que excluiría muchas cosas que llama- l;
mos árboles. Muchos árboles, esto es, muchas cosas que llamamos í
árboles, no son tan altos, algunos no tienen hojas verdes o ni si-
quiera hojas, etc. Hemos de ensanchar nuestra definición sustra- 4-
yendo estas características, de modo que todas las cosas que llamamos |
árboles puedan ser denotadas por la palabra «árbol» según la hemos
definido. |
A veces, una definición propuesta es a la vez demasiado amplia |
y demasiado estrecha. Definir «teléfono» como «instrumento de I
comunicación de larga distancia» es demasiado estrecho, pues las \
cosas que llamamos teléfonos son usadas frecuentemente para la i
comunicación a corta distancia; al mismo tiempo, es demasiado am- \
plio, pues, aparte de esta condición insatisfactoriamente restrictiva, I
abarca muchas cosas que no son llamadas teléfonos. El problema es |
incluir todas las características definitorias en la definición, pero no |
incluir ninguna que no sea definitoria. |
3. Incluso si la definición de una palabra no es demasiado |
estrecha ni demasiado amplia puede ser insatisfactoria. Dos términos |
pueden tener el mismo alcance (denotación) y tener diferentes signi- |
ficados. Supongamos que cuatro características, A, B, C y D, siempre E
se dan juntas, de modo que no haya nada en el universo que tenga A
sin tener también las otras tres, y viceversa. Supongamos, ademáis >
que una persona usa la palabra «X» para las características A, B y C,
y otra persona usa la palabra «Y» para las características A, B y D.
Las denotaciones de las dos palabras serán las mismas exactamente!
todo lo que tenga A, B y C tendrá también D, y todo lo que tenga
A, B y D tendrá también C. Empero sus definiciones son diferente!».
Supongamos que se propone una definición de «elefante»: «anl«
mal que aspira agua por la trompa y la jeringa dentio de la boca».
Supongamos por un momento, en pro de la simplicidad, que todoi
los elefantes hacen esto, y que todo lo que hace esto es un elefante
(esto es, nada sino los elefantes lo hacen). La definición no es ni
demasiado amplia ni demasiado estrecha en lo que concierne a SU
denotación. Pero preguntémonos: «¿No podría ser que hiciese esto
una criatura que no fuese un elefante? ¿Una criatura quizá de otro
planeta, o una nueva criatura aún por aparecer, o una cebra a la
que se le haya injertado una trompa que pueda usar de esa forma?
¿No podría algo dejar de hacer eso y seguir siendo un elefante?
¿Quizá uno que tenga averiada la trompa, o que se abstenga de
usar el agua?» Si hemos de usar la palabra «elefan e» en sentido
ordinario, la respuesta con toda seguridad es que si. Tales criaturas
no existen de hecho; peto eso nc importa: una cebra que llene los
requisitos de la definición no es un elefante, y podemos saber esto
sin saber si existe en realidad alguna de estas criaturas. Es sufi
ciente saber que si la primera existiese, no sería un elefante, y si
existiese la segunda, lo sería, lo mismo que puedo saber que si me
hubiese comido medio kilo de arsénico no estaría en este momento
escribiendo, aunque de hecho no me haya comido medio kilo de
arsénico6.
En otras palabras, una definición debe ser adecuada a los casos
posibles tanto como a los casos reales. Pretendemos saber cuáles son
las características cuya presencia daría a algo derecho a que se le
llame elefante.y cuya ausencia le privaría de ser llamado así. Para
saber esto, debemos traspasar el ámbito de las cosas reales a que se
aplica la palabra. «De hecho, la prueba práctica, cuando deseamos
saber si una definición propuesta es verdadera o no, es ver si por
un cambio concebible en las circunstancias podemos invalidarla, ya
sea porque excluye lo que estamos dispuestos a incluir o porque in-

6 Por supuesto, si «elefante» se define como una especie de criatura que


normalmente o habitualmente usa la trompa de esa manera, una criatura que no
hiciese tal uso .podría seguir siendo miembro de la especie, en la medida en
que sea un miembro anormal de la especie.
cluye lo que estamos dispuestos a excluir»7. Si toda cosa roja fuese
redonda y toda cosa redonda fuese roja, las palabras «rojo» y «re
dondo» tendrían el mismo alcance (denotación): todo lo que estu
viese en una lista completa de las cosas rojas estaría también en una
lista completa de las cosas redondas, y viceversa. Y aun así, las
palabras «rojo» y «redondo» no significarían lo mismo: «rojo» se
guiría siendo una palabra para un color y «redondo» para una
forma. La identidad de denotación no puede darles identidad de
significado.
Cuando distinguimos las características definitorias de las acceso
rias debemos poner especial cuidado en las características accesorias
umversalmente presentes: cuando D acompaña siempre a A, B y C,
podríamos pensar que pertenece a la definición. Pero preguntémo
nos: «aunque D acompañe siempre a A, B y C, si alguna vez D no
acompañase a A, B y C, ¿seguiría siendo llamada X la cosa en
cuestión?». Si la respuesta es sí, la característica es, p esé 'a todo,
accesoria y no definitoria.
Cambios en las características definitorias. La tendencia es, sin
embargo, que las características accesorias universalmente presentes
acaben convirtiéndose en definitorias. Esto no significa que una carac
terística sea i la vez definitoria y accesoria; sólo quiere decir que la
designación de la palabra a veces se desplaza gradualmente a lo largo
de la historin del lenguaje, de manera que la palabra no designe las
mismas características en todas las épocas. La dirección más.corriente
de este desplazamiento apunta a que las características accesorias
umversalmente presentes se incorporen (quizá inconscientemente) a
la definición. Supongamos que la palabra «ballena» se usó en cierto
momento pa :a aplicarla a algo que tuviese las características A, B y C,
Pero luego se descubrió que las criaturas que tuviesen A, B y C
también tenían otra característica, D, que eran mamíferos. Esta llegó
a añadirse a la lista de características definitorias, pues hoy nada que
no sea mamífero sería llamado ballena. (Esto no quiere decir que, al
descubrir que las ballenas eran mamíferos, bailásemos la definición
correcta de «ballena». Podríamos haber continuado usando la pala-
,bra «ballena» a la manera antigua, de modo que si una criatura que
tuviera A, B y C pero no, en cambio, D, la llamásemos ballena, a
pesar de su carácter de no mamífero. Pero ya se había efectuado
gran parte de la clasificación zoológica sobre la base de si las criaturas
eran mamíferos o no, y era más conveniente desplazar un poco la
definición para acomodarla a la clasificación existente.)

7 }. Venn, E m piricd Logic (Lógica empírica) (Nueva York: The Macmillan


millan Company, 1889), ¡pág. 304.
A veces, de hecho, D llega a sustituir a las originales A, B y C
como única característica definitoria de X. Antes de que se cono
ciesen las causas de ciertas enfermedades, éstas se definían exclusiva
mente por medio de sus síntomas: cada enfermedad tenía un con
junto de síntomas diferentes (pero que a menudo se superponían), y
era identificada y definida por referencia a elloí. Pero, cuando,
merced al microscopio, fueron descubiertas las espiroquetas, y se
okrervó que siempre que está presente la espiroqueta aparecen los
„ síntomas de la sífilis, la entidad-enfermedad «sífilis» fue definida
t exclusivamente en términos de las espiroquetas: si había espiroque-
\ tas presentes, el paciente tenía sífilis; si no estaban, no.
Definiciones «causales». Este ejemplo aclara otro punto impor
tante. En medicina y en otros campos técnicos, se incluye a menudo
la causa de algo en su definición: «Todo lo que es causado por A
es X». Pero no debemos suponer que sea siempre éste el caso: una
jaqueca es simplemente un dolor de cabeza, no importa cuáles sean
sus causas (las jaquecas tienen una gran variedad de causas). «Ja
queca» no es un término técnico en medicina, y sus causas no se
incluyen en la definición del término; pero «sífilis» sí es uno de
: tales términos, y el único criterio de su presencia o ausencia es ln
espiroqueta que causa la aparición de tales síntomas. Como se puede
ver por este ejemplo, las definiciones cambian a la luz del conoci
miento que progresa. Antes del descubrimiento de Ja espiroqueta no
se podría haber dado una definición de «sífilis» que incluyese esta
criatura microscópica.
I- Sin embargo, el que ciertos términos técnicos sean definidos
| causalmente no debe inducirnos a creer (como induce a casi todos
los estudiantes al principio) que toda palabra puede ser definida de
esta forma. En particular éste es el caso de las palabras para «expe
riencias». «A la luz de nuestro conocimiento presente, “ rojo” puede
ser definido en términos de longitudes de onda luminosa: es rojo
cualquier color comprendido entre los 4.000 y 7.000 Angstroms.»
Como definición técnica de «rojo» ofrecida por un físico, y para
usarla en el laboratorio, es satisfactoria. Pero permanece el sentido
ordinario de la palabra «rojo», como la usan todos los días millones
de personas que no saben nada de física. Estas personas son capaces
!' de identificar los objetos rojos y usan la palabra «rojo» correcta-
I mente sin saber jamás nada de ondas luminosas; en verdad, la gente
. I/: lo hizo así durante innumerables siglos antes del nacimiento de la
física moderna. Consideraremos el caso de «rojo» otra vez cuando
tratemos de las definiciones ostensivas; entre tanto, debe aclararse
: que «rojo» (en su sentido ordinario) no puede ser definido por refe
rencia a longitudes de ondas luminosas. La gente ve el rojo en sus
sueños y alucinaciones, donde no hay objetos que emitan ondas '
luminosas. También ocurre lo contrario, que las ondas luminosas I
emanen de los objetos, pero el observador, incluso con los ojos ;
abiertos, no vea el rojo porque no se percate del objeto rojo. Más
aún, la misma teoría ondulatoria de la luz puede ser desechada i
posteriormente en favor de otra (lo mismo que la teoría ondulatoria I
sustituyó a la teoría corpuscular), pero ello no cambiaría en lo mí- >
nimo la experiencia del matiz de color que llamamos «rojo». La exis- i
tencia de estas ondas luminosas es (generalmente, no siempre) una I
condición causal para ver el rojo, pero esto sólo es decir que las
ondas luminosas son una característica concomitante y no definitoria í
de «rojo» (en su sentido ordinario). «Rojo» es la palabra que usamos ¡
para ese matiz de color, y ese matiz se llama «rojo», cualquiera que ¡
sea su causa. \
De la misma forma, «dolor» no puede ser definido como «estimu- t
lación de las terminaciones nerviosas». Se puede estar hablando hasta |
el día del juicio sobre la estimulación de las terminaciones nerviosas f
sin tener ni idea de lo que es el dolor, y millones de personas saben |
muy bien lo que es el dolor sin tener ni idea de las terminaciones ij
nerviosas. Ei descubrimiento científico consiste en que cuando se ¡i
experimenta dolor, también hay {inmediatamente antes) una estimu
lación de las terminaciones nerviosas, generalmente, no siempre. Pero
éste es un descubrimiento sobre el dolor, no una definición de la
palabra «dolor». Hemos de saber ya qué significa «dolor» para
saber qué tipo de experiencia produc^ la estimulación de las termi
naciones nerviosas.
Algunos psicólogos han definido «depresión» como «ira repri
mida». Puede muy bien ocurrir (no es éste el lugar para discutirlo)
que, cuando una persona experimente depresión, resulta (en el aná
lisis psicológico) que lia reprimido su ira hacía algo; pero éste es
un descubrimiento sobre las causas de la depresión, no una definición
de la palabra «depresión». Es muy cierto que, si uno no sabe antes
qué significa la palabra «depresión», no podría descubrir qué es lo
que trae consigo la ira reprimida. Las condiciones causales de la
cosa X no han de ser confundidas con la definición de la pala
bra «X».
Importancia de la distinción entre características definitorias y
accesorias. En muchos casos, cuando atribuimos una característica a
una cosa, no especificamos si consideramos que es definitoria o no
la característica que estamos mencionando. No obstante, a menudo
es de la mayor importancia que lo hagamos: pues el que nuestro
enunciado se discuta, y de qué forma, depende por completo de
qué clase de característica se trate. Establecer una característica defi-
nitoria es enunciar una parte del significado (definición) de un tér
mino; pero enunciar una característica accesoria es establecer un
hecho, no sobre el término mismo (pues la característica accesoria
no es parte del significado), sino sobre la cosa nombrada por el
término. Así:
El acero es una aleación de hierro.
El acero se utiliza para fines de construcción.

La primera oración enuncia una característica definitoria, pues


algo que no fuese una aleación de hierro no sería acero (esto es, la
palabra «acero» no se le aplicaría); pero la segunda oración enuncia
una característica accesoria, pues aunque el acero no fuese utilizado
para fines de construcción seguiría siendo acero, La primera oración,
por tanto, enuncia parte del significado de la palabra «acero»; por
el contrario, la segunda oración afirma un hecho acerca de la cosa,
el acero. A menudo es prácticamente imposible decir de una oración
sí el que la formula está estableciendo el significado de una palabra
o está enunciando un hecho acerca de una cosa nombrada por la
palabra. Alguien dice «el buen estudiante es el que obtiene los
primeros puestos». ¿Está enunciando todo o parte de lo que entiende
por la frase «buen estudiante»? ¿Está definiendo el término o está
dando por supuesto que sabemos qué significa «buen estudiante» y
afirmando que los buenos estudiantes además obtienen los primeros
puestos? Con frecuencia el mismo hablante no lo tie:ie claro. No
obstante, si queremos discutir el enunciado, hemos de saber aiál
es éste, pues en el primer caso estaremos discutiendo un uso lin
güístico y en el segundo discutiremos un hecho presunto. En el
primer caso podríamos decir: «Tú podrás usar la frase ”buen estu
diante” con ese significado, pero la mayor parte de la ’ente segura
mente definiría la frase de manera diferente.» En el ;cgundo caso
podríamos decir: «No es cierto que todos ios buenos estudiantes
obtengan los primeros puestos; he aquí uno que no los ha obtenido.»
La cuestión, en el primer caso, es verbal; en el segundo, factual.
La situación empeora si el hablante cambia de terreno en el
curso de la discusión. Por ejemplo:

A: Todos los cisnes son blancos.


B: Pero en Australia hay cisnes negros.
A: Es que si esas criaturas son nepras entonces no pueden ser cisnes.

Lo más normal es que la primera afirmación de A se tome


como un enunciado fáctico (verdadero o falso) acerca de los cisnes,
en otras palabras, como un enunciado de una característica accesoria;
no se considera la blancura como característica definitoria de los
cisnes. Como enunciado fáctico, sin embargo, la afirmación de A
puede ser discutida, y así lo hace B. Entonces A hace su primer
enunciado invulnerable a la refutación ante cualquier hecho; lo hace
convirtiéndolo de enunciado fáctico en enunciado sobre la palabra
«cisne», haciendo de la blancura una característica definitoria de ser
cisne. Evidentemente, si eso es lo que había estado afirmando al
principio, B ni habría atacado el enunciado de la forma que lo hizo;
simplemente, habría comentado lo inusual de la forma en que A
usaba la palabra «cisne». B naturalmente tomó el enunciado de A
por un enunciado sobre las criaturas, los cisnes, no sobre la palabra.
Después A, de repente, cambió el significado de su primera afirma
ción, que de ser un enunciado fáctico pasó a ser una definición.
Es innecesario decir que A no ha eliminado del mundo ningún
cisne negro mediante su truco verbal. Tales criaturas quedan por
completo intactas tras la maniobra de A. Puede que tenga éxito en
cuanto a impedir que B las llame por el nombre de «cisnes», pero
los cisnes negros, con otro nombre, son iguales de negros. Es cierto
que puede quedar perplejo y no saber qué responder a A. «Des
pués de todo — puede que piense— no puedo decir que hay cisnes
negros si ser blanco es parte del significado de la palabra.» No
obstante seguirá convencido de que sigue habiendo cisnes negros. La
perplejidad, por supuesto, es innecesaria: no habría tenido lugar el
problema si A y B hubiesen tenido claro el tema de las caracterís
ticas definitorias y las accesorias. (A puede hacer lo mismo, con un
efecto superior, en una controversia más abstracta; «Los buenos
estudiantes son los que obtienen los primeros puestos.» «H e aquí un
buen estudiante que no logra los primeros puestos.» «¿No? Bueno,
entonces, no puede ser un buen estudiante.»)
~~ Definición y existencia. Cuando hemos enunciado las caracterís
ticas definitorias de X, no hemos probado nada, en un sentido u
otro, acerca de la existencia de X. La palabra «caballo» denota mu
chas cosas, y la palabra «centauro» (criatura mitad hombre y mitad
caballo) no denota ninguna cosa, pues no hay centauros. (Hay repre-
sentacione r de centauros e imágenes de centauros en nuestras men
tes cuando nos los imaginamos, pero no centauros.) Pero el signifi
cado de ambas palabras es igualmente claro; sabemos qué caracte
rísticas ha de tener algo para que se le llame «centauro», lo mismo
o'^e sabemos qué características ha de tener algo para que se le llame
«caballo». Cuando somos capaces de definir una palabra en términos
de unas características A, B y C, no hemos mostrado aún que
exista en el universo nada que tenga las características A, B y C. No
podemos legislar que existen centauros definiendo una palabra en
mayor medida de lo que podemos legislar que no existen cisnes
negros redefiniendo la palabra «cisne». A partir de la definición de
«X» no podemos obtener conclusiones de ninguna clase acerca de
si hay X en el mundo; esta cuestión no es de definición, sino de
investigación científica.
Es interesante observar en conexión con esto que sí la palabra
«significado» sólo se refiriese a la denotación, palabras como «cen
tauro», «penate», «duende» y «gamusino» (puesto que no tienen
denotación) significarían todas lo mismo, a saber: nada. Pero, por
supuesto, significan algo, y todas ellas tienen significados diferentes,
esto es, diferentes designaciones. Cada término designa un diferente
conjunto de características, aunque ocurre que no existe nada que
tenga esas características.
Intentos de hacer definitorias todas las características. O tro tipo
de dificultad en que se encuentra la gente a veces puede evitarse
si se tiene en cuenta con claridad la distinción entre aquellas carac
terísticas que son definitorias y aquellas que no lo son. «¿Cómo
—se pregunta a veces— puede una cosa ser la misma de antes no
obstante estar sujeta a numerosos cambios? ¿Cómo puede un ser
humano pasar de niño a hombre y seguir siendo el mismo ser hu
mano? ¿No está en perpetuo cambio todo lo que hay en el uni
verso? Heráclito (500 a. C.) decía que no podemos pasar dos veces
por el mismo río, porque el agua que hemos atravesado la primera
vez ya se ha ido con la corriente. Igualmente, los científicos nos
dicen que en nuestro cuerpo no hay ni una sol ¿i de las células que
había siete años atrás. Entonces, ¿cómo puedo decir que soy la
misma persona de antes? ¿No puedo decir que no soy responsable
de una deuda que contraje entonces, porque ya no soy la misma
persona? Cierto, todo lo que hay en el universo está en constante
fluir. Incluso las cosas que parecen quietas, como la mesa en que
estoy escribiendo ahora, son conglomerados de átomos y electrones
que no se hallan en el mismo estado dos instantes seguidos. ¿Cómo
es, entonces, que tengo derecho a hablar de ella como la misma
mesa en dos instantes sucesivos? Pero si no puedo hablar del mismo
objeto dos instantes seguidos, ¿cómo pueden ser aplicables al mundo
las palabras? ¿Cómo puede el lenguaje, que consta de un grupo
de palabras comparativamente estático, nombrar los elementos del
flujo perpetuamente cambiante, en movimiento, que es el mundo,
si sus nombres no se aplican de un momento para otro?»
No nos debería ser difícil ahora apaciguar estos terrores, no
negando las afirmaciones de los científicos, sino recordando los prin
cipios que hasta ahora hemos aprendido. Sin duda, a cada momento
ocurren cambios en la mesa, incluso aunque nuestros ojos no puedan
detectarlos; pero el objeto no por eso deja de ser una mesa. Ni,
por ese motivo, aquél es un río diferente en este momento, aunque
ni una sola gota de agua esté ya en el mismo sitio que antes. No es
una característica definitoria de los ríos que contengan siempre las
mismas gotas de agua, mucho menos lo es que estas gotas estén
siempre en el mismo lugar de un momento para otro; y, en tanto
esta característica no sea definitoria, puede continuar siendo un río,
e incluso el mismo río, aunque siempre cambie su agua, La mesa
puede soportar cierto número de cambios y aún así ser una mesa en
tanto no deje de poseer aquellas características que le hacen ser una
mesa, o, en otras palabras, sus características definitorias. Muchas
características de una cosa pueden cambiar o desaparecer y ser susti
tuidas por otras, y la cosa en cuestión será el mismo tipo de cosa a
pesar de eso, siempre que las características definitorias continúen
estando presentes. Así, los renacuajos se convierten en ranas (pier
den las características definitorias de los renacuajos), pero ias ranas,
aunque también sufren cambios, siguen siendo ranas (no pierden las
características definitorias de las ranas). Sólo si, sin pararnos a pen
sar, tomamos como definitorias ¿odas las características que posee
una cosa, llegaremos a la conclusión de que una cosa nunca perdura
ni siquiera durante un segundo, pues en el espacio de un segundo
siempre pierde alguna de sus características, tales como la de tener
cierta molécula en cierto lugar. Esta conclusión se puede evitar si
tomamos (como hacemos normalmente) unas pocas características
como definitorias y el resto como accesorias. La ausencia de una carac
terística de esta última clase no es motivo de que algo deje de ser
«el mismo río», «la misma mesa», «la misma persona».
«Sigue siendo una mesa» es, por supuesto, diferente de «sigue
siendo la misma mesa». Diremos algo más sobre «el mismo X» en
las páginas 58-59.
p Características intrínsecas y características relaciónale s._ Cualquier
característica de una cosa~ puede ser definitoria. A menudo, por
razones de conveniencia, son las características intrínsecas, o carac-
teris cicas de una cosa que no dependen de la existencia de otras
cosas, las que se toman como definitorias. Así, en el caso de los
compuestos químicos, son definitorios los elementos de los que está
compuesta la cosa: •.■•'C's sal (sal de mesa) todo aquello compuesto
de una parte de sodio y otra de cloro». En el caso de los organismos,
habnualmente es definitoria la forma o figura de la cosa: así los
caballos y las vacas tienen en gran medida la misma composición
química, ncro difieren en forma y contorno, y ésta es la señal que
los distingue. En el caso de los objetos inorgánicos, tales como las
mesas, también la forma es definitoria; una mesa de madera se
guirá siendo una mesa (esto es, se le seguiría llamando «mesa»)
aunque se convirtiese en una mesa de piedra, pero dejaría de ser
una mesa si fuese hecha astillas, incluso aunque el montón de astillas
contuviese toda la materia que había en la mesa.
Pero en el caso de muchas palabras, son definitorias las caracte
rísticas relaciónales, y no las intrínsecas: en otras palabras, las carac
terísticas que la cosa sólo tiene en relación con otras cosas. Así, lo
que distingue a la clase de los hermanos de todas las otras clases
es su relación con otros individuos, y no una característica intrín
seca, a saber, que tienen los mismos padres. Cientos de palabras
están definidas en términos de características relaciónales y no intrín
secas: «hermano», «padre», «amigo», «médico», «general», «joven»,
«superior», «mayor», etc.
Un tipo de características relaciónales que a veces son definitorias
son las del uso de un objeto. Así, palabras como «silla», «hacha» y
«pluma» se definen a veces en términos del uso c'el objeto, para
sentarse, para tajar, para escribir, en lugar de definí.-se en términos
de sus apariencias. Una u otra forma de definir estas palabras tendría
alguna base en el uso común de ellas; y, lo repito, 10 hay ninguna
forma «correcta» ni «incorrecta» de definirlas. No je debería decir
que hay sólo tina forma correcta de definir «hacha», y que ésta se
basa en el uso o función de la cosa. (Preguntémonos a este res
pecto: «¿Cómo uso la palabra «hacha»? ¿Usaría la palabra «hacha»
para nombrar algo que se usase para cortar pero c ue no se pare
ciese a ningún hacha que yo haya visto jamás? ¿U jaría la palabra
hacha para algo a lo que llamaría así por la aoarisncu, pero que no
estuviese destinado ni se usase para tajar?»)
Definiciones estipulativas y léxicas. Cuando definimos una pala
bra estamos indicando (presumiblemente a otra persona) lo que sig
nifica la palabra. Pero esta frase ahora sonaría sospechosa. Una pa
labra, como hemos notado repetidamente, exactamente no «signi
fica» algo. Una palabra es un símbolo arbitrario al que los seres
humanos dotan de significado. ¿Qué estamos haciendo, entonces,
cuando «indicamos lo que significa una palabra»? Estamos haciendo
una de estas dos cosas: o 1) estamos enunciando que vamos a signi
ficar con ella, o 2) estamos informando de lo que la gente en ge
neral y, más específicamente, la que usa el lenguaje que estamos
hablando, o a veces una porción de los que usan este lenguaje, signi
fica con ella. En el primer caso, estamos estipulando un significado,
y tenemos una definición estipuiativa. En el segundo caso, estamos
informando del uso de los demás y tenemos una definición infor
mativa o léxica.
Tj sualm er.te, cuando formulamos definiciones, formulamos defi
niciones léxicas, el tipo que generalmente encontramos en un diccio
nario, que informa de los significados que actualmente se les adscribe
a las diferentes palabras de un lenguaje. (Sólo rara vez intenta un
diccionario estipular o legislar significados.) Generalmente no inven
tamos nuevos significados para una palabra; informamos de aquellos
que tiene ya; esto es, que le han dado los demás. Así, cuando de
cimos «un triángulo es una figura plana cerrada, limitada por tres
líneas rectas» estamos diciendo que los hispanohablantes usan el
sonido «triángulo» para significar lo mismo que «figura plana cerra
da limitada por tres líneas rectas». No hemos de estipular su signifi
cado; simplemente informamos del significado que ya hay; y, se
supone, seguimos este uso. Cuando una palabra tiene un significado ¿
establecido en nuestro lenguaje no sentimos la necesidad de estipular
otro. La regla es que estipulamos sólo cuando 1) una palabra es
ambigua y deseamos indicar qué sentido utilizamos; incluso aquí
generalmente no estipulamos un significado nuevo, sino que sólo
señalamos cuál de los diversos signiíioidos que ya están asignados
estamos usando en esta ocasión; 2) cuando citem os que una palabra *
que ya existe no tiene un significado claro y estipulamos otro más
preciso que el que ya tiene; por ejemplo, cuando estipulamos un
significado para «democracia», no dando a entender con ello que i
se informa de cómo usan la palabra la mayoría úz los hispanoha- |
blantes, sino sólo que es más preciso que el que empica por lo general f
la gente; o 3) cuando no encontramos ninguna palabra ya existente |
que tenga el mismo significado que lo que tenemos en mente, en- |
tonces inventamos una: ésta es la estipulación pura, no es en modo |
alguno un informe, porque nadie ha usado antes ese sonido para |
significar lo que ahora nosotros estamos significando con (enten- |
diendo por) él.
¿Pueden ser verdaderas o falsas las definiciones? A veces se
dice que una definición no puede ser verdadera ni falsa, porque cuan
do estamos definiendo una palabra sólo estamos expresando con
palabras nuestra resolución de cómo vamos a emplear la palabra, y
una resolución no puede ser verdadera ni falsa. A esto se responde
a veces: «Pero una definición es verdadera o falsa. Si alguien dijese
que un triángulo es una figura cuadrilátera, o un caballo, o una f
estantería de metro y medio, se equivocaría, ésas serían definiciones 4-
falsas.» |
Podría ser que tuviésemos inclinación a estar de acuerdo con í|
ambas partes, y no nos llevaría mucho tiempo percatarnos de que am- |
bas partes están en lo cierto: la raíz de la dificultad reside en |
que uno está hablando de definiciones estipulativas y otro de defi- J
niciones léxicas. En efecto, una definición estipulativa dice-, «Voy
a usar esta palabra para significar tal-y-tal.» Esto no implica que la
palabra sea o haya sido usada por ninguna otra persona para significar
esto. Funciona como aviso de que a partir de ahora hemos de esperar
que la persona que tal afirma use cierto sonido con cierto signifi
cado. Puede estipular el significado que quiera para la palabra, y
su estipulación no es verdadera ni falsa. (Lo que es verdadero o falso
es si realmente va a usar la palabra de acuerdo con su estipulación.)
Por el contrario, una definición léxica es verdadera o falsa. Si alguien
define «triángulo» como figura cuadrilátera, dando con esto a enten
der que la palabra «triángulo» se usa en español para denominar
figuras de cuatro lados, ese enunciado sería falso: sería un informe
falso acerca de cómo $2 usa una palabra en español. Las definiciones
léxicas son informes sobre el uso de palabras, y puede haber infor
mes verdaderos e informes falsos. En este sentido, por tanto, las
definiciones 110 sólo pueden ser, sino que son, verdaderas o falsas.
Carácter fundamental de las definiciones. Sin embargo, el asunto
no acaba aquí. ¿Diremos, acaso, simplemente, «ésft- es un informe
veraz de cómo se definía "neumonía” en el siglo xix (antes de descu
brirse el virus)», y «ése es un informe fidedigno de cómo se define
ahora la misma palabra», y se acabó? ¿No es la definición actual
mejor que la del siglo xix? Ya hemos visto cómo las definiciones
cambian a la luz del conocimiento progresivo. ¿No deberíamos decir,
por tanto, que la definición de ahora es preferible a la de hace cien
años? Ciertamente, podemos y debemos, pues definir es una acti
vidad humana que siempre tiene una meta en perspectiva. En el
caso de las palabras de experiencias, como «rojo» (usada en sentido
ordinario), la meta es sencillamente hacernos capaces de identificar
como rojos los objetos a los que se aplica la palabra «rojo». Pero
en el caso de los términos científicos y técnicos, la definición ha de
reflejar nuestro progresivo conocimiento, dado que la adquisición de
conocimiento es uno do. los objetivos humanos más importantes.
Consideremos un caso excepcionalmente controvertido, en el cual
este tema — lo preferible de una definición a otra— es ejemplifi
cado de otra manera: la definición de la palabra «hombre».
La definición de «hombre». Si se nos pidiese señalar, entre la
enorme cantidad de organismos de nuestro planeta, los que fuesen
hom bres8, sin duda habría un acuerdo universal, o casi universal.
Podemos decir «eso es un caballo, eso un perro, eso un mono y eso
!!!) hombre» sin cometer errores de identificación. Podría haber unos

8 Hombre en el sentido genérico, de «ser humano», no 'hombre en el sen


tido de ser distinto de la mujer.
cuantos casos limítrofes (tales como el hombre de Neanderthal y
otras especies ya no existentes), pero en general la gente estaría de
acuerdo en qué criaturas han de ser contadas entre los seres hu
manos, esto es, qué criaturas son denotadas por la palabra «hombre».
Con este acuerdo sobre la denotación de la palabra como punto de
partida, ¿como definiremos el término? ¿Podemos estar de acuerdo
tan fácilmente sobre la designación como sobre la denotación?
Aquí comienza la disputa. «El hombre es un bípedo implume», pero
un polio pelado también es un bípedo implume. Así que esto no
cumple ni siquiera con la ya acordada denotación. «El hombre es el
animal que ríe», pero ¿ríen las hienas? (Sí, a menos que reír se defina
en términos de una reacción inteligente frente a una situación.) Pero
hay otras que son mejores: «El hombre es c: '¡mal con sentido de
culpa»; «el hombre es el animal estético»; etcétera.
Ahora bien, incluso si las definiciones mencionadas al final se
aplicaran a todos los seres humanos y sólo a los seres humanos,
tenemos la incómoda sensación de que sólo son características acce
sorias universalmente presentes, y no definitorias. 1) Pueden abarcar
los casos reales, pero ¿abarcarían los posibles? ¿Se llamaría humana
a una criatura que mostrase sentido de culpa, sin importar qué
apariencia tuviese? ¿Y se llamaría hombre a una criatura que nunca
mostrase el menor sentido de culpa? (De acuerdo con algunos psicó
logos, los psicópatas satisfacen bastante bien esta descripción; ¿no
son entonces seres humanos?) 2) Pero incluso si todos los hombres
satisficiesen los requisitos en cuestión y sólo lo hicieran los hombres,
podríamos preguntar aún si «hombre» debería ser definido de estas
formas, a causa !a falta de carácter fundamental de la definición.
Podemos explicar este punto citando su definición de «hombre» de
j\ ristótclcs.
«El hombre es el animal racional», decía Aristóteles (384-322).
Esto no significa que todos los hombres muestren racionalidad, sino
que son capaces de ella, que el hombre es la especie que tiene capa
cidad para la racionalidad y ningún otro animal la tiene. Por su
puesto, «racionalidad» habría de ser definida a su vez, y esto, cierta
mente, es asunto difícil: la racionalidad implica la capacidad de
razonar, pero esto, a su vez, presupone la capacidad de formar
amplias abstracciones mentales, o conceptos. En todo caso, la racio
nalidad es un rasgo más fundamental del hombre que las otras cuali
dades mencionadas, dado que una criatura sín poderes racionales
sería incapaz de tener experiencias estéticas (los perros no aprecian
las obras de arte) ni habría sentido del pudor o de la culpa (el perro
mete el rabo entre las patas cuando teme un castigo, pero eso no
es lo mismo que sentir culpa).
Aristóteles definía «hombre» como «animal racional» porque,
es de suponer, consideraba que la naturaleza racional del hombre
es más }unda??iental que las características dadas en otras definicionctt.
Las otras características son menos fundamentales porque presuponen
esta otra, esto es, no aparecerían si este rasgo no estuviese presente.
Si B, C y D no fuesen posibles sin A, A sería más fundamental que
B, C y D, y una definición en términos de A sería, en consccucnciti,
preferible a una definición en términos de las otras. (Hemos encon
trado una situación similar en la definición de los nombres de enfer
medades: definimos «neumonía» en términos de virus, A, que causan
los síntomas B, C y D; la existencia del virus explica los síntomas,
pero no a la inversa.)
Pero no es ésta la única manera en que se ha definido «hombre».
La definición de Aristóteles era en términos de las capacidades racio
nales del hombre; y si esta definición se acepta, una criatura sin
capacidades racionales — por ejemplo, un subnormal mongoloide, que
tiene incluso menos capacidad racional que un mono— no sería con
tado entre los hombres, aunque tuviese la misma apariencia de las
demás criaturas que llamamos hombres. Si este hecho nos incomoda,
podríamos probar con un tipo de definición completamente distinto:
el biológico. Distinguimos los gatos de los perros, los caballos de las
vacas y muchas otras criaturas por medio de su apariencia general:
¿por qué no también al hombre? Pero, ¿qué características serían
éstas? Los hombres tienen dos ojos, una nariz, dos orejas, una boca,
dos brazos, dos piernas, su posición es vertical, etc. Pero 1) muchas
otras criaturas aparte del hombre tienen también dos ojos, etc.; y
2) muchos hombres tienen un solo ojo, un brazo, una pierna (o nin
guna), etc. Hay muchas criaturas que llamaríamos hombres a las
que les falta una o más ds estas características. No obstante, puede
ser posible una definición biológica de «hombre», pero antes de in
tentarla debemos estudiar todavía otro aspecto del significado cíe las
palabras (el rasgo del «quorum», págs. 97-99).
O tro ejemplo sobre el asunto de lo fundamental en la definición:
supongamos que alguien define «mediodía» como el momento del
día en que las sombras producidas por el sol son más pequeñas. Esta
podría parecer a primera vista una definición del todo satisfactoria.
Puede haber días nublados en los que no hay sombras, pero esto
podría subsanarse diciendo que las sombras serían las más pequeñas
si el sol fuese visible en aquel momento. Los astrónomos, sin em
bargo, definen «mediodía» como el momento en que el sol cruza el
meridiano en cierta longitud dada, siendo el meridiano un gran
círculo dibujado en el cielo que corta los puntos norte y sur del
horizonte y pasa por el cénit (el punto que está directamente por
encima de la cabeza). La definición, así, se hace independiente de si
hay en la tierra objetos que proyecten sombras, y de si hay días
nublados en los que no se producen sombras. La posición de las
sombras al mediodía es una consecuencia de que el sol esté en el
punto medio de su recorrido diario. De acuerdo con esto, «mediodía»
se define en términos de la posición real del sol respecto de los pun
tos de la Tierra, no en términos de una consecuencia de ese hecho,
que las sombras que proyetca son las más cortas en ese momento.
La primera explica la segunda, pero la segunda no explica la pri
mera; así que la primera es aceptada como la definición más satis
factoria.
Disputas verbales. Estará claro ahora que dar una definición sa
tisfactoria es un negocio difícil y con recovecos. Es fácil estipular
una nueva definición para una palabra, pero esto es de poco interés
a menos que estemos en posición de hacer que los demás usuarios
del lenguaje sigan nuestra estipulación; de lo contrario no estaremos
haciendo otra cosa que añadir un nuevo significado a una palabra
que ya tenía otro, y causaremos más confusión que la que podríamos
evitar. Lo que: es difícil de comunicar, por medio de palabras, es el
significado que ya tiene exactamente una palabra en el lenguaje. A
menudo es m inos difícil en el caso de los términos técnicos, cuyo
significado fu>; estipulado originalmente de manera precisa por un
innovador del campo, y luego fue adoptado por los demás. La tarea
es más difícil en el caso de las palabras más familiares y coloquiales
de nuestro lenguaje. Intente definir «silla», «gato», «correr», «co
che», «detrás», «rápidamente» y «espacio» de forma que la defini
ción que usted ofrezca tenga exactamente el mismo significado que
la palabra por definir. Verá que la tarea es asombrosamente difícil.
Afortunadamente, no siempre es necesario hacer esto. Con fre
cuencia somoü incapaces de ofrecer una definición —-por ejemplo,
para «gato»— , pero tenemos un criterio más o menos vago en la
mente para aplicar esta palabra a las cosas que hay en el mundo.
No podemos aportar una definición, pero podemos distinguir los
gatos de los no gatos y nunca cometemos errores en ello. Y cuando
las características A, B y C van siempre juntas, no es necesario
enunciar cuáles de ellas son definitorias, hasta que no nos encon
tremos con A y B juntas pero no con C. Incluso así, la mayor parte
de los problemas que se suscitan sobre el significado surgen en
torno a una sola característica del X en cuestión, y se resuelve una
vez que sabemos si esa característica ha de tomarse como definito
ria o no.
Puesto que las personas con frecuencia no entienden exacta
mente lo mismo por las palabras que usan (y, con la misma frecuen
cia, no tienen nada muy claro en su mente), a menudo caen en discu
siones que conciernen a estas palabras; y la disputa puede prolon
garse indefinidamente sin resolverse, porque ios polemistas no se
preocupan de aclarar los significados de las palabras que usan. La
vieja discusión «si cae un árbol en el bosque y nadie lo oye, ¿se
produce un ruido?» es una disputa verbal, que puede ser resuelta
aclarando los significados de las palabras implicadas. En este caso
la palabra decisiva es «ruido». Sí estamos hablando de ondas sonoras
(condensaciones y rarefacciones alternas del aire), tales que pueden
ser registradas en instrumentos, entonces hay sonidos, haya o no haya
alguien que oiga la caída del árbol. Pero si por sonido estamos en
tendiendo la experiencia de sonido — las sensaciones de sonido— .
entonces, ambos polemistas concordarán en que no puede haber expe
riendas de sonido a menos que haya alguien que las experimente.
Una vez puesto en claro que la palabra «sonido» se está usando en
dos sentidos diferentes, la disputa está resuleta; no queda nada sobre
lo cual discutir.
No todas las disputas, por supuesto, son verbales; la mayor
parte son fácticas: pueden resolverse, no poniendo en claro los signi
ficados de nuestras palabras, sino jola mente investigando los hechos.
Si dos personas discuerdan sobre cuántos planetas hay en el sistens
solar, o sobre si la mayoría de las personas de los Estados Unidos
prefieren una política exterior agresiva, o si hay serpientes en Irlanda,
no hay manera de dirimir estas cuestiones excepto investigando los
hechos del caso, cosa que puede ser larga y difícil. Ningún grado de
claridad en el uso de las palabras dirimirá estas disputas. Incluso
aquí, sin embargo, pueden aparecer dificultades verbai.es: por ejem
plo, el significado de la palabra «planeta» debe estar claro (alguien
podría considerar los asteroides como pequeños planetas); qué se ha
de entender exactamente por «política exterior agresiva» debe especi
ficarse con mayor precisión; e incluso en el último caso, debe quedar
claro si se ha de incluir en el examen Irlanda del Norte, y exacta
mente qué va a ser contado en el número de las serpientes.
He aquí dos ejemplos de disputas estrictamente verbales.
Ejemplo 1:
Hace algunos años, estando en las montañas de acampada, volvía yo de
una excursión solitaria cuando •halló a todo el mundo empeñado en una furiosa
disputa metafísica. El nudo de Ja disputa era una ardilla, una ardilla viva que
se suponía estaba subida a uno de los lados del tronco de un árbol; al mismo
tiempo, se imaginaba que había un ser humano justo en el lado opuesto del
árbol. Este t t :tigo humano intentaba dar vista a la ardilla moviéndose rápida
mente alrededor d íl árbol, pero, fuese cual fuese su velocidad, la ardilla se
movía igual de rápido en dirección opuesta, y siempre quedaba el árbol entre
ella y el hombre, de modo que éste nunca la podía ver. Él problema metafísico
que resultaba es éste: ¿Se mueve el hombre alrededor de la ardilla o no? Se
mueve alrededor del árbol, de acuerdo, y la ardilla está en el árbol; pero, ¿se
mueve alrededor de la ardilla? En el ilimitado ocio de la soledad la discusión
se había agotado. Cada uno había elegido su bando y se obstinaba en ¿I; y el
número de componentes de cada bando era igual. Cada bando, por tanto, apeló
a mí en cuanto aparecí, a fin de convertirse en mayoría. Recordé el adagio
escolástico de que siempre que encontremos una contradicción debemos hacer
una distinción, busqué, e inmediatamente hallé una, que es como sigue: «Qué
bando está en lo cierto — dije— depende de lo que hayamos de entender por
"moverse alrededor" de 'la ardilla. Sí entendemos pasar del norte de ella al este,
luc £0 al sur, luego al oeste, y de nueve al norte, evidentemente el hombre se
mueve n su alrededor, pues ocupa estas posiciones sucesivamente. Pero si, por
ol cc.mra: entendemos ■csiar primero 'enfrente de ella, luego a su derecha,
luego detrás, y dcspuií: a su izquierda, y finalmente de nuevo de frente, es
por completo evidente que el hombre nc se mueve a cu alrededor, pues por
-medio de los movimientos compensatorios que hace la ardilla, queda su barriga
vuelta hacia el hombre todo el tiempo, y su espalda del otro lado. Haced el
distingo y ya no habrá motivo de discusión; ambas partes estarán en lo cierto
y ambas equivocadas, según consideremos el verbo “moverse alrededor” de
una manera u otra.»
Aunque uno o dos de los litigantes calificaron mi discurso de evasivo y em
baucador, diciendo que no deseaban sutilezas escolásticas, sino el significado en
lenguaje llano de «alrededor», la mayoría pareció pensar que la distinción había
acallado la d isp u ta9.

La cuestión, por supuesto, es verbal porque su solución depende


de cómo definamos el adverbio «alrededor». Esta dificultad puede
no habérsenos presentado nunca porque generalmente lo que se
mueve alrededor de algo en el primer sentido también lo hace zn el
segundo, así un planeta que se mueve alrededor del sol. Pero ahora,
cuando se da uno sin el otro, hemos de decidir cuál de los dos
hemos de tomar como definitorio.
Ejemplo 2:

¿Cuándo puede usted decir que está en el mismo tren en que estuvo la
semana pasada? «Este tren es el Twentieth Century Limited.» « ¡O h !, éste es el
mismo tren que tomé en Nueva York la semana pasada.» ¿Es necesariamente
el mismo conjunto de vagones? Aparentemente no; pues usted pudo tomar el
Twentieth Century Limited en Chicago ayer y yo puedo haberlo tomado boy
en Chicago, aunque ciertam ente no estamos en el mismo conjunto de vagones,
pues i, conjunto de vagones que usted tomó ayer hoy está en Nueva York.

En vez de disputar, «éste es el mismo tren», « ¡no lo es! », pre


guntemos qué significamos con la expresión «mismo tren», ¿Lla
mamos a dos conjuntos de vagones el mismo tren si tienen los mis

9 Wiiliam James, Vragmat'tsm (Pragmatismo) (Nueva York: David McKay


Co., Inc.), págs. 43-45.
mos rétulos o carteles adheridos (tales como «Twentieth Century
Limited»)?
Pero éste tampoco parece ser nuestro criterio. Si alguien va y con
sigilo cambia los letreros de todos los vagones del Twentieth Century
Limited, ¿dejaría de ser este tren el Twentieth Century Limited en
el momento en que le quitasen los carteles? Por supuesto, diríamos
que los letreros son incorrectos. (O supongamos que no hay letreros
en los coches; entonces seguiría siendo el Twentieth Century Limited,
aunque sería mucho más difícil descubrir que lo es.) Similarmentc,
ésta sería la calle Spamm aunque un chistoso le pusiese «Calle del
Espasmo» o le quitase totalmente los letreros.
¿Qué hace entonces que este tren sea el Twentieth Century Li
mited y no otro? Seguramente el hecho de que el empleado a cargo
de dar nombres y horarios le dio ese nombre; si la persona respon
sable, en virtud de su capacitación oficial, cambiase el nombra dejaría
íle ser el Twentieth Century Limited para ser, por ejemplo, el Droit
de Seigneur.
Una vez que nos hemos dado cuenta de que la cuestión es verbal,
no discutiremos la cuestión como si fuese insoluble (de la que «nadie
sabrá nunca la respuesta») o como si fuese un profundo misterio de
la naturaleza de las cosas. Hay muchas cuestiones fácticas que son
bastante difíciles de responder, pues es difícil y a menudo imposible
saber cuáles son los hechos, particularmente si estos hechos están
fuera de la esfera de la observación. Pero muchas cuestiones con
apariencia de cuestiones fácticas son en realidad cuestiones verbales,
tales como las de los ejemplos. Podemos responderlas poniendo en
claro los significados de nuestras palabras. Hay ya suficientes pro
blemas difíciles de responder que no son verbales para que haya
necesidad de añadir los verbales a !a lista.
Así como muchas disputas pueden resolverse poniendo en claro
las palabras, lo mismo pasa con las preguntas. No siempre está claro,
a partir de la formulación de la pregunta, si la respondería una infor
mación acerca de cosas o acerca de palabras. Las preguntas de la
forma «qué es» y «cuál es el significado de» de la Sección 1 son
ejemplos de esto. Las preguntas que comienzan con «¿cuál es la
naturaleza de...» son generalmente (se percaten o no los que in
terrogan) peticiones de características definitorias. A veces, cuando
preguntamos «¿cuál es la naturaleza de los gatos?» o «¿cuál es la
naturaleza del agua?» estamos pidiendo tanto características accesorias
como definitorias: deseamos saber cuáles son las características más
corrientes o importantes del agua o de los gatos, sean definitorias
o no. Pero más a menudo, cuando deseamos conocer la naturaleza
de X, deseamos conocer las características definitorias de «X», aque
llas características en cuya ausencia no llamaríamos X a la cosa.
Lo mismo vale de las «preguntas por la esencia». «¿Cuál es la esen
cia de X?» es generalmente una petición enmascarada de una defi
nición, o al menos de algunas de las características definitorias
de X ,0.
«Defini:iones reales». A veces se arguye que, además de las defi
niciones es ipulativas y léxicas, hay aún otro tipo de definición por
palabras equivalentes, a saber, la definición «real», de la que se dice
ser una definición no de palabras sino de cosas. Ya hemos conside
rado que £s definir una palabra: dar un nuevo significado a la
palabra o informar del significado que ya le ha sido dado. Pero, ¿qué
es definir una cosa? Hemos definido la palabra «triángulo»; ahora,
¿qué sería, además, definir la cosa, triángulo?
Si el significado de la misma palabra «definir» ha de ser sufi
cientemente preciso, parece que debemos restringir su uso a las expre
siones verbales: palabras y locuciones. Siempre es de palabras y lo
cuciones de lo que pedimos, y damos, definiciones. Si alguien pide
la definición, no de una palabra, sino de la cosa denominada por
esa palabra, está preguntando algo diferente, que en pro de la cla
ridad haríamos bien en no llamar para nada «definición». ¿Qué está
preguntando una persona que pide la definición de una cosa o un
conjunto de cosas? Podría decir «estoy preguntando por la esencia
de la cosa»; pero las preguntas por la esencia, como ya hemos visto,
suelen ser peticiones de características definitorias, esto es, caracte
rísticas que se usan como definitorias en una comunidad lingüística.
La definición de la palabra «triángulo» nos dice qué significa con ella
la gente cuando Ja usa; y esto es la definición de una palabra, no
de una cosa. A veces lo que se busca es el análisis de la cosa, el
análisis químico de un objeto físico (el agua se analiza como H 2O) o
el análisis conceptual de una cierta idea o concepto (con respecto a los
cuales habremos de decir mucho más en el capítulo 2). Pero sea lo
que sea lo que está implicado en el análisis de una cosa, ha de ser
claramente distinguido de la definición, que sólo tiene que ver con
el significado de las palabras y de las locuciones 11.

10 No acaba aquí el tema de las preguntas por la esencia. A veces una per
sona que pregunta por «la esencia» desea alguna definición preferida, o algo
que, por diversas razones posibles, desea que signifique la palabra. Ver el trata
miento de las definiciones persuasivas, págs. 77-78.
11 Sobre las diversas cosas que puede estar buscando una persona al pedir
uns. «definición» real o «la definición de una cosa», ver Richard Robinson,
Deftnition (La definición), capítulo 6.
D e f in ic ió n po r d e n o t a c ió n

Cuando se nos pide definir una palabra, no siempre estamos en


posición de ofrecer un conjunto de palabras cuyo significado sea
equivalente al de la palabra por definir. A veces podemos no ser
capaces de ello por la prisa del momento, aunqui: '--.•d riamos hacerlo
con mayor reflexión; pero a veces puede no haber un conjunto de
palabras equivalente en significado a la palabra para la que se no^ pide
la definición. En ambos casos, generalmente, es más fácil dar un,;
denotación. Podemos no tener claro cuáles son las características ¡c
una criatura debe tener para ser un ser humano, pero aí menos
podemos dar ejemplos de seres humanos: John Jones, Mary Smith,
etcétera, Cada ejemplo — cada individuo al que se aplica la palabra—
es una denotación de la palabra. JLa denotación completa de una
.palabra es la lista completa de las cosas a las que se aplica la palabra:
la denotación completa de «árbol» incluye todos los árboles del
mundo. La palabra «árbol» denota cada miembro de la ciase, los
árboles, y la clase completa de los árboles es la denotación conv. a
o total de la palabra «árbol». (Las cosas denotadas no tienen por
parte de las personas los tienen, pero la mayor parte de los árboles no.
incluye a George Washington, pero la denotación total de la palabra,
sí, pues una lista completa de los seres humanos — pasados, presen
tes y futuros— incluiría a George Washington.)
Observemos que son las cosas individuales las denotadas por la
palabra; la palabra denota cada una de las cosas individuales a las
que se aplica. (Estrictamente hablando, la palabra no denota: deno
tamos nosotros, esto es, usamos Ja palabra para denotar a cada indi
viduo..., etc.). La palabra «árbol» denota (la usamos para denotar)
este árbol, ese árbol, etc. Ahora bien, la mayor parte de las cosas
individuales denotadas por la palabra no tienen nombres. La mayor
parte de las personas los tiene, pero la mayor parte de los árboles no.
Un nombre propio es una palabra o locución que se usa para denotar
una sola cosa individual. «Abraham Lincoln» es un nombre propio
que denota al decimosexto presidente de los Estados Unidos; su
nombre de usted, sea el que sea, le denota a usted. Su perro tiene
un nombre propio, «Rover»; su gato «Tabby» tiene otro, etc. A
veces se Ies dan nombres propios a colecciones de cosas o personas
(cuando se las considera como unidad), por ejemplo, su regimiento,
su club, su jardín de flores, pueden tener cada uno un nombre
propio.
A menudo ocurre que mas de una persona o cosa tienen el mis
mo nombre propio. Má> de una ciudad ha sido llamada «Knoxville»,
más de una persona se llama «Robert Smith», más de un perro se
llama «Fido», Pero estas palabras siguen siendo nombres propios
porque no hay un conjunto de características comunes subyacente
que comporte pertenencia a la clase. «Fido» sigue siendo un nombre
propio para cada perro que ha recibido esc nombre. Peto la clase
de los Fidos — esto es, de los perros que se llaman «Fido»— es una
clase y no un individuo, y la base para la pertenencia a tal clase es
la posesión de tal nombre, igual que ser vertebrado con plumas es la
base para la pertenencia a la cíase de las aves, A veces ocurre que lo
que al principio era un nombre propio pasa a ser usado como palabra
para una clase: «Dunquerque» es el nombre de una ciudad de Fran
cia, pero desde que se convirtió en símbolo de derrota heroica en
!940, la'palabra ha venido a designar esta característica: Así, «no
hagamos de esto uu Dunquerque». (Llamarlo «un Dunquerque» ya
indica que es una palabra para una clase, no un nombre propio.)
Similarmente, «Quisling» es el nombre de un colahorador nazi en la
Segunda Guerra Mundial, pero la palabra ha venido a simbolizar a
todos los traidores, y así hablamos de esta o aquella persona como
un Quisling, y en este último sentido la palabra ya no es un nombre
propio, como no lo es «traidor». Ninguna palabra es un nombre
propio si hay alguna característica común que sea la base de perte
nencia a la clase. En ausencia de tal característica, el hecho de que las
personas, o perros, o ciudades tengan el mismo nombre es un «acci
dente lingüístico».
A todas las cosas individuales de este mundo se les podría dar
nombres propios individuales, pero a la mayor parte no se les ha
dado. Algunos perros y gatos, generalmente aquellos que son anima
les de compañía, tienen nombres propios; puede también haber nom
bres propios para objetos inanimados, como cuando uno llama a su
coche «Brava Belinda». Pero la mayor parte de los seres no humanos
carece de nombres propios: la palabra general — «árbol», «casa»,
«coche»— sigue denotando a cada uno de los miembros individuales
de la clase, pero la mayor parte de esos miembros individuales no
posee nombre. Su pájaro de usted puede tener nombre, pero la gran
mayoría de los pájaros que vemos volando por los aires no han
recibido nombres propios.
«Pero tienen nombre», se podría objetar. «Este pájaro es un
petirrojo, ése un carbonero, y así sucesivamente.» Pero las palabras
«petirrojo» y «carbonero» no son nombres propios; son palabras de
clases, no nombres propios. La palabra «reyezuelo» no es el nombre
de un ave individual; denota muchos miles de aves individuales, a
saber, todos los reyezuelos existentes, de igual modo que la palabra
más general «ave» denota todas las aves existentes. Por tanto, es
engañoso decir que los petirrojos, reyezuelos y carboneros, etc., son
todos denotaciones de la palabra «ave», pues la denotación de una
palabra es siempre una cosa individual (tengamos un nombre para
ella o no), y no una clase de cosas tal como los petirrojos. Los
petirrojos y los reyezuelos son especies de aves, pero fóío las criatu
ras individuales son denotaciones de la palabra «ave». Los petirrojos
y reyezuelos son clases de denotaciones de «ave».
¿Qué tiene que ver todo esto con la definición? A veces, cuando
se nos demanda 3a definición de una palabra, simplemente mencio
namos denotaciones de la palabra (John Jones, Abraham Lincoln) o
clases de denotaciones (gorriones, petirrojos); y si el oyente ya sabe
qué significan estas palabras, obtiene una idea de lo que significa la
palabra general («ave», «hombre»), Pero sólo alguna idea: sabría
cuáles son algunas de las cosas (o grupos) n los que se aplica la
palabra, pero aún no sabría lo que es más importante saber: qué
hay en estos ejemplos que los hace ejemplos del tipo de cosa en
cuestión. En el caso de «ave», incluso una larga liste de ejemplares
sería muy engañosa. Podríamos decidir sobre la base de los ejemplos
dados que lo que hace que una cosa sea un ave es que vuele, cuando
esto no está contenido en la definición de «ave»: hay cosas que
vuelan (los murciélagos) y no son aves, y hay aves (los avestruces)
que no vuelan. Gomo método para dar con lo q u : significa una
palabra, la denotación sólo funciona como una primera aproximación.
Cuando sabemos que características ha de posee : algo para ser
un X, podemos darnos cuenta de si una cosa dada es un X descu
briendo si tiene las características definitorias. Pero si sólo conocemos
una lista parcial — o incluso una lista completa (imposible en la
mayoría de las ocasiones)— de los individuos denotados por la pa
labra,- seguiremos sin saber por qué esta colección de cosas es reunida
y etiquetada con esta palabra. O, para expresarlo más técnicamente
pero también con más precisión: si dos palabras tienen la misma deno
tación, pueden aún tener diferente designación. «Cuervo» y «cuervo
negro» tienen diferente designación, pues la característica de ser
negro está incluida en la segunda y no en la primera; no obstante
tienen la misma denotación, pues dado que todos los cuervos son
negros, por cada miembro de la clase de los cuervos hay un miembro
de la clase de los cuervos negros, y viceversa. Algunas palabras,
tales como «unicornio», designan pero no denotan; no hay unicor
nios, y de aquí que no haya cosas individuales que denote la palabra.
Pero también hay palabras que denotan pero no designan; son los
nombres propios. Cuando aprendemos el nombre de algo, aún no
sabemos qué características tiene: «Bessie» puede ser el nombre
propio de una persona, de una vaca, una cabra, un coche, etc. Su
ponga usted que está en una estación de ferrocarril preguntando
dónde hacer una reserva, y le dicen «busque a H arry Jones». La
información no le es de ninguna utilidad. Pero si le dicen «busque
al hombre con la placa en la ventanilla donde dice "Reservas” »,
usted habrá obtenido la información que busca. Pero esta informa
ción no consta de ningún nombre propio, sino de palabras generales
como «placa», «ventanilla», «hombre», etc. Cuando necesitamos co
nocer las características de algo o alguien, los nombres propios no
nos sirven de ayuda, pues no designan características, sólo denotan.
No hay características que deba tener una cosa para que se le aplique
el nombre propío «Clink», pues este término lo podemos aplicar
como nombre propio a lo que nos dé la gana.
La necesidad de las palabras generales. Si es verdad (como pa
rece verosímil) que no hay en el mundo dos árboles, sillas o galopes,
ni nada, exactamente iguales, ¿por qué debemos tener una palabra
general, como «árbol», para denotar a todas? Dado que todas las
cosas del mundo son diferentes, ¿por qué no evitar la confusión
teniendo una palabra diferente para cada una? En resumen, ¿por
qué no tensr nada más que nombres propios?
Una respuesta es que sería imposible, aun cuando fuese deseable:
ocuparía tal lugar en nuestra memoria que no podríamos en abso
luto usar el lenguaje. Supongamos que damos un nombre diferente
a cada una de las mil sillas de una auditorio, y conseguimos recor
darlos; luego habríamos de empezar por completo de nuevo con
nombres diferentes al entrar en el siguiente auditorio. Pronto ten
dríamos que renunciar al proyecto por inútil.
Pero incluso sí nuestra memoria pudiese con esa tarea, no sería
deseable. Supongamos que no hubiese palabras generales, y que
Smith construyese una casa y le llamase «N», luego construyese su
casa Jones y le llamase «O », y luego Black construyese otra y le
llamase «P». Ahora prosigamos; no podemos decir que vamos a
construir una «casa», porque no hay palabras generales. No hay ma
nera de indicar con palabras la similaridad entre lo que vamos a
construir y lo que otros han construido. Sin embargo, deseamos una
palabra que cubra todos los casos (y también los futuros) en base
a la similaridad entre ellos. Pero hacer iesto es tener palabras
generales.
Más aún, las palabras generales nos recuerdan que, pese a lo
diferentes q u : puedan ser entre sí los objetos individuales, tienen
características comunes. No tienen que poseer muchas, sólo las sufi
cientes para dar lugar a que se les aplique la misma palabra. Las
personas son enormemente diferentes, pero el aristócrata de Boston
y el hotentoie africano tienen ciertas características en común sufi-
ciernes como para que ambos sean llamados seres humanos. La
palabra «encima» no sólo se aplica a la relación qu¿ th n e el cande
labro de mi comedor con la mesa de éste, sino también a la relación
que tiene el dormitorio del piso de arriba con la cocina. Y así
sucesivamente.
Pero las palabras generales también tienden a borrar las dife
rencias entre las cosas y a hacer resaltar sus similitudes. Una misma
palabra se puede referir a dos cosas que pueden ser mucho más dife
rentes que parecidas. No se debe suponer que dos cosas a las que
se aplica ía misma palabra general son idénticas; sin embargo, el
poseer la misma palabra para ambas tiende a hacer suponer esto
inconscientemente. « ¡Oh, otro banquero! », dice la dependienta cuan
do tiene una nueva cita. Pero los banqueros, corno todas las demás
criaturas, difieren unos da otros de muchas maneras. «Una estrella
difiere de otra en gloria», dice el salmista. Debemos guardarnos de
la tentación de hacer la inferencia, «idénticos nombres, luego, cosas
idénticas». Incluso la misma cosa es diferente en momentos dife
rentes. Las palabras generales pueden tender a fosilizar nuestra
concepción del mundo siempre cambiante e infinitamente variado,
para hacernos concebirlos como sí fuese un compuesto de tipos está
ticos en vez de cosas diferentes, algunas de las cuales son suficiente
mente similares entre sí como para recibir el mismo nombre,

La luz atraviesa un cristal sólido. Muchas personas lo consideran un per


manente milagro. Lo que vemos no nos produce sorpresa. El paso a través del
cristal sólido es la maravilla, Conocemos la dificultad que cc.nportaría el paso
de nuestra mano a través ¿el cristal, y juzgamos que el paso de la luz es idén
tico al paso de la mano. Nada es más falaz que tomar la palabra «paso» según
estos doj usos diferentes. Las dos operaciones poseen la analogía exigida para
hacer que la palabra «paso» sea aplicable a ambas, ipero su significado en coda
aplicación es lo que revelan nuestros sentidos, y no lo que implica la identidad
de la palabra 12.

La clasificación. Probablemente no hay dos cosas en el mundo


exactamente iguales en todos los aspectos. En consecuencia, no im
porta cuán parecidas pueden ser estas cosas, podemos utilizar las ca
racterísticas en que difieren para ponerlas en clases diferentes. Así,
incluso si dos carámbanos fueran exactamente iguales por su forma,
tamaño y estructura química {incluso examinados bajo un potente
microscopio) — aunque, sin duda, esto nunca ocurriría— podríamos
llamarle a uno, por ejemplo, «flep» y al otro «flup» porque uno
cuelga en el lado norte de la casa y el otro en el lado este, {Esta-

12 Alexander B. Johnson, A Treatise on Language (Un tratado sobre el


lenguaje), pág. 85.
riamos usando «flep» para referirnos a todo carámbano de ese ta- ¿
maño, forma y composición específicos, que cuelgue en el lado norte I
cíe tal y tal tipo de viviendas.) O, si los dos carámbanos exacta- I
mente iguales cuelgan a un centímetro de distancia, podríamos hacer i
que el hecl.o de que uno esté al oeste del otro sea base para colo- |
carlos en clases diferentes y usar palabras diferentes para ellos. |'
Podríamos hacer tan detallados y específicos los criterios de perte- i
nencia a una clase que en todo el universo no existiese más que un I
miembro de cada clase. En la práctica no lo hacemos, pues el len- I
guaje sería i«r, inmanejable como sí todas las palabras fuesen nom- I,
bres propios. Lo que hacemos es usar palabras de clases bastante |
inclusivas, como «vaca», y luego, si surge la necesidad, podemos !
hacer que las diferencias dentro de la clase sean base para nuevas I
distinciones, tales como «vaca alemana», «vaca moteada», etc., seña-. |
lando tantas subclases dentro de la principal como nos parezca con* |
veniente. (Toda profesión realiza este proceso de subdivisión en i
mayor medida que el hombre de la calle. Hablamos vagamente de f’
huesos, nervios y músculos, pero los médicos deben hablar de glán- l
duias pituitarias, ganglios, médula oblonga, etc.) r
Del mismo modo, no hay probablemente dos cosas en el uni- i;
verso tan diferentes una de la otra que no tengan algunas caracte- \
rísticas en común que puedan ser convertidas en base de perte- ?
nencia a una misma clase. Por ejemplo, un pensamiento y un |
montón de arena son enormemente diferentes, pero ambos son «en- l
tidades temporales», esto es, ocurren en el tiempo. Los triángulos,
árboles, la raíz cuadrada de — 1, correr y la relación de estar encima, s
aunque pertenecen a categorías muy diferentes, tienen en común al |
menos el hecho de que todos ellos han sido pensados por mí en los \
últimos diez minutos. En la práctica, este hecho difícilmente justifica
el inventar una palabra que las incluya todas juntas, pero se puede l
hacer: podríamos usar un sonido, por ejemplo, «biltrus», y decir que
un biltrus es cualquier cosa pensada por mí. A menudo, de hecho
construimos clasificaciones más amplias e inclusivas, como «vaca
Guernsey», «vaca», «mamífero», «animal», «organismo», «objeto
físico», «cosa existente», aplicándose cada palabra sucesiva a más
y más cosas, porque los requisitos de pertenencia a la clase son
progresivamente menos y menos restrictivos 13.

B A ve:';: a adición de más restricciones no hace más pequeña la clase:


•.anim al racio n al» , «animal racional con aposición del pulgar de la mano», «ani
m al rn "io n al con p o s i c ió n del pulgar de in mano y columna vertebral», etc., de- |
notan iodos al hombre. Pero la adición de más restricciones no posde, por >.
supuesto, hacer más grande la clase. |
¿Hay clases naturales? Las características comunes que tomamos
como criterio para el uso de una palabra general son asunto de con
veniencia. Nuestras clasificaciones dependen de nuestros intereses y
nuestra necesidad de reconocer las similitudes y diferencias que hay
entre las cosas. Muchas clasificaciones que se solapan pueden ser
igualmente válidas. Los animales son clasificados de una manera por
el zoólogo, de otra por la industria peletera, de otra aún por la
industria del cuero. Las casas son clasificadas de una manera por el
arquitecto, de otra por el inspector del gas, y de otra aún por el
departamento contra incendios. Más aún, podríamos inventar muchas
clases especiales diferentes de las que tenemos, si quisiéramos, pero
dado que no hay necesidad de ello, no nos molestamos en hacerlo.
Sin duda, en el mundo hay mesas que han sido pintadas dos veces,
subidas al piso de arriba después de veintiún años de uso, bajadas
de nuevo y vendidas como antigüedades. Pero no liemos de moles
tarnos en inventar una palabra para las mesas que poseen en común
este bastante particular conjunto de características.
Hay tantas clases posibles en el mundo como características co
munes o combinaciones de éstas que puedan convertirse en base de-
clasificación. Aquellas a las que estamos más acostumbrados ;.en-
demos a considerar como las clases «naturales», inevitables, ^ s úni
cas clasificaciones correctas. Esto, por supuesto, es un error. Sí estu
viésemos más interesados en los colores de las criaturas en vez de
en sus figuras o si los animales siempre se cruzasen de acuerdo con
su color, pero los descendientes de los mismos padres tuviesen
una variedad caótica de formas, tamaños, número d(¿ patas, etcé
tera, entonces, sin duda, consideraríamos más «natural» o más
«correcta» la clasificación por el color que por cualquier otro método.
Si ser venenosos o no venenosos, o ser susceptibles de ser domesti
cados, dependiese siempre del color, sin duda los clasificaríamos por
colores.
La naturaleza nos guía, pero no nos impone la selección de cla
ses. La naturaleza nos guía en el sentido de que con frecuencia en
contramos en ella ciertas combinaciones de características regular
mente recurrentes, de modo que parece útil asignar un nombre a la
combinación. Supongamos (aunque esto es una excesiva simplifi
cación) que usamos la palabra «perro» para todo mamífero que
ladre, tenga orejas largas, morro largo y menee el rabo cuando esté
contento y excitado. La clase de los perros es una clase natural en el
sentido de que estas características se dan juntas con regularidad
(no con regularidad perfecta, sin embargo: en la naturaleza hay
«monstruos» o fenómenos). Por ejemplo, hallamos que criaturas
que poseen las otras características «perrunas» generalmente ladran,
y do maúllan ni silban. Es conveniente, por tanto, reunir todas estas
criaturas bajo una palabra de clase, «perro». Una combinación de
características diferentes pero superpuesta se emplea para el uso de
la palabra «g.ito». Digamos que todo lo que posee las características
A, B, C y D se llama «perro», y todo lo que tiene las caracterís
ticas A, E, F y G se llama «gato». Podríamos, si quisiéramos, inven
tar otra palabra y usarla para referirnos a lo que posea las carac
terísticas B, E, H y J, por ejemplo, ser mamífero de cinco pies, de
color verde, que tiene el morro delgado y ronronea. Pero en la me
dida en que sabemos que no hay tales criaturas, es simplemente
inútil inventar tal clasificación.
¿Son artificiales o naturales las clases? Como ocurre con harta
frecuencia, la respuesta depende del significado de la pregunta. Las
clases están en la naturaleza en el sentido de que podemos encontrar
en la naturaleza las caracterísitcas comunes, esperando (por así de
cir) que las convirtamos en base de una clasificación. Por otro lado,
las clases son artificiales en el sentido de que el acto de clasificar
es una actividad de los seres humanos, dependiente de sus intereses
y necesidades. Podríamos haber hecho clasificaciones completamente
diferentes de las que hicimos seleccionando, de la infinita reserva
de la naturaleza, grupos diferentes de características comunes (como
base de la clasificación) de los que seleccionamos.
Ampliación de una clasificación. Cuando deseamos poner nom
bre a una clase de cosas que es parecida pero no igual a una clase
para la que ya tenemos un nombre, nos enfrentamos con una elec
ción: ¿entenderemos el nombre antiguo para que abarque las cosas
diferentes pero similares, o dejaremos como estaba el nombre an
tiguo e inventaremos uno nuevo para la nueva clase? ¿Llamaremos
a las nuevas armas antitanques «cañones» (con algún adjetivo califi
cativo al lado) en base a su semejanza con las cosas que llamamos
«cañones», o le pondremos un nuevo nombre, «bazookas», en base
a sus diferencias con las cosas que llamamos «cañones»? ¿Diremos
del comunismo que es una religión, a causa de ciertas características
de devoción, lealtad fanática e inmersión del yo en una causa común,
que comparte con formas de vida y pensamiento a las que nos refe
rimos como religiones, o le negaremos el término «religión» porque
no profesa creencia en un Ser sobrenatural? ¿Y qué pasa en el caso
de un elemento químico que posee todas las características asociadas
con el nombre menos el peso atómico? ¿Lo consideraremos clase
diferente y lo distinguiremos con un nombre nuevo, o retendremos
el antiguo, quizá distinguiendo este grupo del resto de la clase por
medio de la palabra «isótopo»?
Si usamos el nombre antiguo, estaremos imponiendo menos gra
vamen a la memoria que con la palabra nueva. Más importante aún
es que, usando la misma palabra para ambos, estaremos llamando la
atención sobre la semejanza entre la nueva clase y la antigua. Pero
al mismo tiempo estaremos obscureciendo las diferencias entre las
cosas nuevas y las antiguas, tendiendo a hacer creer a los demás
que la cosa nueva es exactamente igual a la antigua porque tienen
el mismo nombre. Por el contrario, si usamos una palabra nueva
pondremos en claro la diferencia, pero también podemos tender a
impedir que los demás (así como nosotros mismos) se percaten de
las similitudes genuinas existentes entre las dos.
El procedimiento que adoptemos en un caso particular depen
derá en gran medida de si son los parecidos o las diferencias lo que
nos llama la atención como más relevante. Y a menudo la principal
consideración al estimar esa importancia es la preservación de un
sistema completo de clasificación (como en el ejemplo del isótopo),
tal como la tabla periódica de los elementos, con todo su valor para
la explicación y predicción de numerosos hechos sobre los elementos
químicos. Clasificamos de tal forma que preservamos el sistema com
pleto de clasificación.
Denotación y definición. A pesar de sus desventajas evidentes,
la definición por denotación tiene cierta importancia. Con muchas
palabras parece faltarnos una definición, o nos enfrentamos con una
: multitud de definiciones distintas y en conflicto, y no obstante todas
las partes en conflicto están de acuerdo en la denotación de la pala
bra del caso. Se puede estar de acuerdo en que los individuos M, N
y O son todos X, pero se puede no estar de acuerdo en. cuáles son
las características de M., N y O que les hacen ser X (qué caracterís
ticas son definitorias). Por ejemplo; Casi todo el mundo estará de
acuerdo en que W ordsworth, Coleridge, Keats y Shelley son poetas
románticos, y Wagner, Brahms, Liszt y Mahler son compositores
románticos. Están de acuerdo en la denotación (al menos en estas
denotaciones; podrían no obstante discutir algunos casos limítrofes),
pero no están de acuerdo, y de hecho hoy día la mayor parte de los
académicos no está de acuerdo, sobre exactamente qué rasgos de las
obras de estos artistas dan lugar a que se les llame «románticos».
(Ni se está de acuerdo en sí «romántico» tiene el mismo significado
cuando se habla de música o de artes visuales que el que tiene en
literatura.) Estar de acuerdo en la denotación de un término, por
tanto, al menos provee de una base para una discusión posterior. Si
los litigantes no estuvieran de acuerdo ni siquiera en la denotación,
probablemente no serían capaces de dar el primer paso hacia el
acuerdo en la definición. La palabra «filosofía», que muchos lectores
pensarán probablemente que debía haber sido definida en el primer
párrafo de este libro, es otro de esos términos en los que se está i■
más de acuerdo en la denotación que en la definición. Prácticamente ';
todo el mundo que haya estudiado la materia estará de acuerdo en ■
que ciertos temas y problemas son filosóficos: la naturaleza y exten- -fi
sión del conocimiento humano; la relación entre la mente cognos- .í lá
cente y el mundo exterior; el problema del determinismo y la i|
libertad humana; la validación de los enunciados sobre causas, Dios,
el bien, la belleza y muchas otras cosas. Pero está lejos de haber
acuerdo universal sobre qué tienen en común todos estos problemas
que les dé derecho a ser llamados filosóficos.
Aún hay otro aspecto de la definición (definición persuasiva)
que habremos de considerar antes de que estemos en condiciones
de hacer propuestas fructíferas sobre la definición de «filosofía».
Algunas observaciones más sobre la difícil tarea de definir este tér
mino habrán de ser reservadas hasta ese momento.

Co n n o t a c ió n

Además de la designación y la denotación, algunas palabras tienen


connotación. La connotación de la palabra o frase consiste en las ■
asociaciones que tiene en la mente de las personas que la usan. Así ■
la palabra «serpiente» designa las características de ser carente de p:
patas y reptil; denota a todas las serpientes del mundo; y connota
(para la mayoría de las personas, al menos) las características de ser
viscoso y repugnante I4. (Las características connotadas pueden no ■
existir en las cosas a las que se atribuyen: las serpientes no son
viscosas.) La palabra «chupatintas» es un sinónimo aproximado de í
«oficinista»*, pero posee diferentes asociaciones, siendo usada en
ciertos círculos como término despectivo. La palabra «anticuado», ^
usada para describir una persona, designa ciertas características — que i
tienen que ver principalmente con ser conservador, pasado de moda, ;
de espíritu estrecho, reluctante a las innovaciones— , pero usado t
por muchos de la nueva generación tiene un matiz desdeñoso. Muchas f
palabras para animales tienen connotaciones: consideremos el juicio [
de Maquiavclo, «El príncipe ha de ser a la vez un león y un zorro» ’

14 T.,a palabra connotación ha sido usada a veces (.por John Stuart Mili, por ;í ■
ejemplo) para significar lo mismo que lo que hemos llamado «designación». í
Pero, el significado habitual de «connotación» entre los usuarios del castellano f'
es el que estamos describiendo aquí, y si se usase esta palabra para significar .t
también designación, tendríamos dos significados muy diferentes para la misma
palabra, y además operando en contextos muy similares. f
* En el original el par de sinónimos son «egghead» e «intellectual». !■
(a la vez valiente y hábil), y la graciosa definición de subdiácono,
«ratón que se entrena para llegar a rata».
Las connotaciones de una palabra varían de persona a persona y
de grupo a grupo; pero hay muchas connotaciones que son suficiente»,
mente comunes dentro de un grupo lingüístico para que el que com
prenda las palabras también conozca lo que connotan. Incluso un
hombre al que le gusten las serpientes sabe que no está siendo elo
giado cuando su mujer le dice «eres una serpiente».
Una razón por la que es tan difícil encontrar sinónimos exactos
en español o en cualquier otra lengua es que incluso cuando las
palabras tienen igual denotación e igual designación usualmente no
tienen igual connotación. La gama de pensamientos, imágenes, acti
tudes y sentimientos sugeridos por la palabra es diferente de las que
sugieren sus más cercanos sinónimos. Casi las únicas palabras que
son exactos sinónimos son los términos técnicos que tienen poca
connotación o carecen de ella, tales como «planetoide» y «asteroi
de», pero la mayor parte de las palabras que usamos en la vida
ordinaria son ricas en connotaciones: consideremos la diferencia
entre «sudar» y «transpirar», «tierra/» y «mundo», «padre» y «papá».
La poesía, cuyo efecto depende de la riqueza de connotaciones, debe
en consecuencia emplear el lenguaje de la vida diaria, y sería estéril si
emplease en gran medida un vocabulario científico o técnico.
Connotación y significado. Supongamos ahora que incluimos sólo
aquellas connotaciones que son bastante universales en un grupo
lingüístico, ¿han de ser consideradas las connotaciones da una palabra
parte de su significado? La palabra «serpiente» designa ciertas carac
terísticas y denota una amplia variedad de organismos; ¿pero «
parte del significado de esta palabra su connotación desfavorable?
Estamos tentados de contestar negativamente. El significado de
una palabra, diríamos, es una cosa, y sus efectos sobre los oyentes o
lectores, otra distinta. El hecho de que la utilización de la palabra
«serpiente» afecte, a la mayoría de la gente de forma desagradable
nada tiene que ver con la semántica de la palabra. La semántica de
una palabra concierne a la relación de la palabra con ¡u significado,
y la pragmática de una palabra tiene que ver con su eft.cio sobre sus
usuarios, ya sean hablantes u oyentes. ¿No deberían las dos mante
nerse claramente distinguidas? La palabra «comunista» denota a
alguien adherido a un sistema económico que implica la posesión por
parte del Estado de toda propiedad, aprobemos o no este sistema.
La palabra «mar» significa cierto tipo de masa de agua, sin tener
en cuenta_qüé asociaciones pueda tener la gente de esta palabra o qué
pensamientos o imágenes puedan ser evocados en la mente de uno
cuando es usada.
Significado y efecto, claramente, no son la misma cosa. No obs
tante, muchas personas, incluidos algunos filósofos, han propuesto
varias clases de connotación llamándoles «significado», Una palabra
puede tener ta ito s tipos de connotación que sería ocioso intentar
hacer una lista exhaustiva, pero puede valer la pena considerar algu
nos de los tipos principales de connotación que una palabra puede
tener e inquirir si alguno de ellos tiene derecho a ser llamado
«significado».
1 «Significado pictórico». E l «significado pictórico» de una
palabra, ya se 'ia dicho, consta de las representaciones que evoca en
la mente del h c to r u oyente. Muchas palabras tienen este tipo de
efecto: cuandc alguien usa la palabra «elefante», podemos repre
sentarnos un elefante; y cuando alguien dice «chartreuse» podemos
formarnos una imagen mental de ese color. Pero, nos parecerá segura
mente, esto es-un efecto que tiene sobre nosotros el empleo de la
palabra, y no una parte de su significado. Sabemos qué significa
«rojo» cuando podemos identificar cosas rojas y distinguirlas de
todas las demás. Y sabemos qué significa «elefante» cuando podemos
hacer lo mismo con los elefantes. Muchas personas tienen muy pocas
representaciones mentales: no se hacen una imagen m ental de un
elefante cuando se emplea la palabra «elefante»; ellas usan la palabra
correctamente, son capaces de identificar todas las denotaciones de
la palabra y pueden ser incluso capaces de ofrecer una definición de
ella con otras palabras. Pero no se forman una representación mental.
Pueden pensar en los elefantes cuando emplean la palabra, pero
pensar en un elefante no es lo mismo que representarse un elefante.
Podemos pensar en la justicia o en la irritabilidad, pero ¿qué nos
representamos cuando pensamos en estas cosas?
Y si tuviésemos representaciones mentales, ¿serían parte del sig
nificado de la palabra? La representación mental es parte del
efecto de la palabra en nosotros, pero no es lo que la palabra signi
fica. Usted y yo entendemos el significado de la palabra «serpiente»,
aunque usted se pueda representar una serpiente de una especie u
otra cuando oiga pronunciar la palabra, y yo no me represente nada
en absoluto. Incluso en poesía muchos lectores sensibles no parecen
formarse ninguna representación mental, y aquellos que lo hacen
tienen representaciones muy diferentes.
Hiela, hiela, amargo cielo.
Tú no hieres tan hondo
Como los favores olvidados *.

* Freeze, freeze, thou bitter sky.


Thou dost not bitc so aigh
As benefits forgot.
¿Qué se representa usted al leer estos versos de Shakespeare?
i; ¿Nubes que cubren un paisaje nevado? ¿Im porta eso? ¿Depende
, b el que usted entienda esas palabras de que se forme representaciones
■] mentales? Puede ser — aunque es discutible— que usted aprecie
j;:' más la poesía si se forma representaciones mentales, pero al menos
las representaciones mentales no constituyen parte alguna del signi-
: y ficado de las palabras en sí.
2. «Significado poético». El verso de Shakespeare «¿no puedes
i; proveer a una mente enferm a?»* no tiene el mismo efecto que
«¿no puedes ayudar a un lunático?». Y la frase de Macbeth «hasta
;: la última sílaba del tiempo registrado ** es diferente de «hasta el
. i ú l t i m o minuto del tiempo registrado». Así «[La vida] es un cuento
’|r contado por un idiota, ruidoso y frenético, que nada significa» es di-
3; ferente de «La vida no tiene sentido». En cada uno de estos pares de
' oraciones, ¿hay una diferencia de significado o sólo de efecto?
| f.-. Aquí la situación es mucho menos clara. Es fácil decir «cada uno
' l’; de estos pares de versos tiene el mismo significado, pero tienen dife-
rentes efectos». ¿Es eso verdad? ¿No podría acercarse más a la
verdad decir «los versos tienen efectos diferentes porque tienen sig-
1 ; nificados diferentes»?
No obstante, ¿en qué difieren sus significados? Sus connota
rá í dones, ciertamente, difieren, pero si la connotación no se incluye
:1 fí como significado, ¿en qué difieren sus significados? Es cierto que
1 S; «¿no puedes proveer a una mente enferma?» no puede ser tradu-
j cido por «¿no puedes ayudar a un lunático?» sin arruinar*el efecto
$ poético, ¿pero qué diferencia hay entre sus significados? ¿No signi-
& fica aproximadamente lo mismo «lunático» que «mente enferma» y
«ayudar» que «proveer», a pesar de la diferencia de connotación?
^ ¿No tienen el mismo significado ambos términos, si tienen la misma
designación y denotación? El que arguya esto dirá que el efecto
■f — en este caso, el efecto estético— de los dos versos es muy dife-
í rente, pero que su significado es aproximadamente el mismo.
^ Por otro lado algunos autores lian hecho una distinción entre
■f «significado primario» y «significado secundario», diciendo que en
; poesía el que cuenta es el significado secundario. El significado pri-
r.&i: mario de una palabra o frase viene dado por su definición, usual-
:f e mente la que el diccionsirio ofrece como su significado (aunque a
| menudo el diccionario ofrece mucho más que esto, pues incluye
características accesorias, tales como «los tigres son originarios de
í f t l ' Ia India», ejemplos e ilustraciones pictóricas, como el dibujo de un

* ¿Canst thou not minisiter unto a mind diseased?


** To the last syllabie of recorded time.
tigre). Pero el significado secundario de una palabra es la gama íí
completa de lo que sugiere al oyente o lector.

La palabra «mar» designa ciertas características, tales coeno la de ser una U


gran masa de agua salada; éste es el significado de la palabra. También i:
connota ciertas características, tales como ser a veces peligroso, ser de aspecto
cambiante pero de movimiento continuo, ser vía de comunicaciones, ser fron- '
tera, y así sucesivamente. Estos son los significados secundarios de la palabra z5. 1

¿Seguiremos estando seguros de que el «significado secundario» :


tic la palabra no deberla ser llamado significado? ¿De que los efec
tos de una palabra en el que la oye o lee no tienen nada que ver
con su significado?
3. «Significado emotivo». Ahora llegamos ai tipo de connota-
ción más discutido, más controvertido. «El significado emotivo de
una palabra» — se ha dicho— consiste en «el aura de sentimientos
favorables o desfavorables que nimban a la palabra» 16. Seguramente, H
se podría decir, el aura de sentimientos favorables o desfavorables í;
que «nimban a una palabra» (esto es, que la palabra evoca en la
mente del lector u oyente) es parte del efecto de la palabra, y de
nuevo se suscita la cuestión, ¿qué tiene esto que ver con su sig
nificado?
A veces a lo que hemos llamado el significado de una palabra
(su definición) se le llama «significado cognoscitivo» y a los efectos
en los oyentes o lectores (específicamente, a las actitudes y senti
mientos que evoca) su «significado emotivo».
Así, «italiano» y «spaghetti» * tendrían el mismo significado
cognoscitivo, pero diferirán enormemente en su significado emotivo.
(Observemos, sin embargo, que la distinción, incluso si se acepta, no
es exhaustiva: el significado emotivo abarca solamente una par fe,
aunque una parte importante, de lo que es abarcado por el «signi
ficado secundario». Las representaciones mentales que la gente ha
asociado a la palabra «mar» no serían parte de su significado emo
tivo, incluso si fuesen uniformes entre todos, los usuarios del len
guaje, dado que no son parte de las actitudes favorables o desfavo
rables ni de los sentimientos evocados por la palabra.)
¿Qué diremos de esto? ¿Diremos que los dos términos tienen el
mismo significado pero difieren solamente en sus efectos sobre los

15 Monroc C. Beardslcy, Acstbetics (Estética) (Nueva York: H arcourt, Brace


óc W orld, Inc,, 1958), pág. 125. Las últimas cursivas son mías.
16 Charles L. Stevenson, «The Emotive Meaning of Ethical Terms» (El Sig
nificado emotivo de los términos éticos), Mind, 1937.
* En el original «Alemán» y «Kraut» (berza). La sustitución que efectúo
se debe evidentemente a que en español no se da esta «sinonimia».
oyentes, o incluiremos sus efectos en los oyentes (quizá incluso la
intención del hablante) como parte del significado? El problema,
desde luego, es verbal, dependiendo de cuán ampliamente decidamos
usar la palabra «significado». Pero un problema verbal no es nece
sariamente trivial; hay cosas importantes que pueden depender de
dónde tracemos nuestras líneas limítrofes. En el caso de «mar», ten
dríamos la fuerte tentación, en interés de la claridad y la simplicidad,
de distinguir el significado del efecto y decir que el significado de
una palabra es una cosa y su efecto otra. Por otra p irte estamos
tentados de decir que «italiano» y «spaghetti», «psicólogo» y «lava-
cerebros» tienen diferentes significados. ¿Cómo resolveremos este
problema? Una cosa está clara: no toda diferencia er. los efectos
puede contar como una diferencia de significado. El hecho de que,
cuando yo digo «me voy», Jones se alegre y Smith lo lamente no
indica una diferencia en el significado: el significado ce la oración
es exactamente el mismo para los dos oyentes, pero tiene distintos
efectos sobre ellos. Similarmente la palabra «conservador» tiene un
aura desfavorable en los círculos liberales (como «liberal» en los
círculos conservadores), pero tampoco en esta ocasión esto constituye
una diferencia en el significado: cada término denota a los adhe-
rentes a una cierta teoría político-económica, y esto sin que importe
cuál sea la actitud del hablante o del oyente hacia esa teoría.
¿No podemos decir, sin embargo, que hay una diferencia entre
«italiano» y «spaghetti» (y diferencias similares entre palabras para
otros grupos), porque una persona que se refiere a alguien llamán
dole «spaghetti» no solamente está diciendo que es italiano, sino
mostrando una actitud desfavorable hacia la persona en cuestión,
cosa que no haría al llamarle «italiano»? La actitud desfavorable
parece, en este caso, estar introducida en el mismo significado de la
palabra, por causa de la convención casi universal respecto a su uso.
Una persona que se refiere a otra llamándole «spaghetti» está comu
nicando tanto su propia actitud como la nacionalidad de la otra per
sona, pero éste no seria el caso con «conservador» o «liberal», pues
aquí el significado de las palabras es totalmente independiente de la
actitud del hablante u oyente hacia la persona a la que se refieran
estas palabras.
Consideremos la diferencia entre «es un comunista» y «es un
chivato».

El mero hccho de que «es un chivato», a diferencia de «es un confidente


de la policía», tienda a mostrar actitudes desfavorables hacia la persona a la
que se está aplicando el término no es suficiente para mostrar una diferencia
de significado entre los dos... Pero hay una diferencia en el significado si al
decir «es un chivato» estamos responsabilizándonos de tener una actitud desfa-
vorable hacia ¿1 y no estamos tomando tal responsabilidad al decít «es un
confidente -de la policía». En otras palabras, hay una diferencia en d signi
ficado si, al decir «es un chivato», yo estoy dispuesto a «conocer que uno
respuesta tal como «¿qué hay de malo en lo que está haciendo?» no está fuero
de lugar. Y parece que hay tal diferencia en los casos citados... Podemos dis
tinguir entre el «significado emotivo» y el «significado cognoscitivo»de una
oración en la medida en que podamos distinguir, dentro de la clase decondi
ciones en las cuales el hablante tomaría una responsabilidad al usar la oración,
entre las que tienen que ver con los sentimientos y actitudes del hablante y las
que tienen que ver con otras cosas. Así, pues, podríamos hacer una lista de
las siguientes condiciones para «es un chivato»:
1. En el contexto es singularizada una persona de sexo masculino.
2. Esta persona es un confidente de una organización policial.
3. Se tiene una actitud desfavorable hacia esa clase de actividad.
Podemos decir que 1 y 2 contribuyen al «significado cognoscitivo» de la
oración y 3 al «significado emotivo». Pero no estaríamos justificados al hablar
del significado emotivo de «comunista» sólo sobre la base de que comúnmente
evoca reacciones desfavorables, aparte de cierta práctica regular de usarlo de
tal forma que se asume la responsabilidad por la posesión de actitudes desfa
vorables al usarla 17.

En resumen: no es parte del significado de «comunista» que


esté presente la condición 3, pero sí lo es del significado de «chi
vato». Dicho de otra forma, podríamos decir que la actitud desfa
vorable del hablante es una característica definitoria en el caso de
llamar a alguien chivato, pero no en el caso de llamar a alguien co
munista. Y una vez que una característica es definitoria, es parte del
significado de la palabra. Una persona podría hablar de un comu
nista aprobatoriamente y usando, no obstante, la palabra correcta
mente; pero si aprueba que alguien sea confidente de una organi
zación policial no tendrá derecho a usar la palabra «chivato»: tendría
que buscar alguna otra palabra o locución, pues ya el mismo uso de
ésta implica (como parte de su significado) una actitudjdesfavorable
hacia la persona a la que se está refiriendo.
Aceptemos o no el «significado emotivo» como caso genuino de
significado o prefiramos llamarle «efecto», es interesante observar
que es relativamente raro que el «significado emotivo» de dos tér
minos sea diferente sin que corresponda ninguna diferencia de «signi
ficado cognoscitivo». «Caballo» y «trotón» tienen un significado
emotivo diferente, pero esto es precisamente porque tienen también
diferentes significados cognoscitivos: no todo caballo es trotón; un
penco c a sad o sigue siendo un caballo, pero no un trotón. «Com
promiso» y «apaciguamiento» difieren en su significado emotivo
(el srgundo generalmente es desfavorable, y el primero no tanto),

17 WiUiam P. Alston, P bilosoph y o f Language (Filosofía del lenguaje), pá


gina 47.
pero si examinamos de cerca nuestro uso de las palabras, veremos
que no les damos el mismo significado cognoscitivo: podemos refe
rirnos a los Padres Fundadores de la República Americana (Founding
Fathers of the America;!! Republic) como compromisarios (hicieron
un compromiso para acordar una constitución), pero no apacigua
dores; un apaciguador puede que sacrifique todos sus principios al
ceder ante otro, pero el que realiza un compromiso cederá en detalles
o en asuntos que considera de importancia no fundamental, pero no
lo hará en los principios fundamentales en que cree.
Definición persuasiva. Aún se ha propuesto otro tipo de defini
ción, basada en el concepto de «significado emotivo» (que es, como
recordaremos, sólo un aspecto del «significado secundario»). Cuando
una palabra ó frase ya ha adquirido un significado emotivo favorable,
la gente a menudo desea usar la palabra o frase de forma que com
porte un significdo cognoscitivo diferente del ordinario, apoyándose
en el significado emotivo favorable que ya tiene la palabra. Supon
gamos que a la palabra «culto» se le ha dado el siguiente signifi
cado cognoscitivo: «familiarizado con las artes». Pero ahora supon
gamos que (en la sociedad donde se usa la palabra) estar relacionado
con las artes es un signo de estimabilidad; gradualmente, la palabra
«culto» adquiere un significado emotivo favorable, además del cog
noscitivo. Una vez que esto ha ocurrido, la palabra «culto» se ve
sujeta a todo tipo de intentos de redefinición para hacer uso de este
significado emotivo favorable. Así un discurseador de sobremesa pue
de decir: «La verdadera cultura no es el conocimiento de las artes,
sino de la ciencia y la tecnología.» Desde luego que no hay cosa tal
que sea el significado verdadero de una palabra: hay sólo signifi
cados comunes o no comunes, significados exactos o inexactos. Pero
su auditorio no es sensible a estas distinciones, y el orador hace uso
con éxito del significado emotivo favorable que ya tiene la palabra
«cultura» con objeto de hacerles responder de modo favorable a la
ciencia y la tecnología, que desea que prefieran. H a dado una defi
nición persuasiva de «culto»: ha asignado a la palabra un significado
cognoscitivo diferente, mientras que el significado emotivo sigue
siendo el mismo. H a realizado una especie de truco (quizá sin darse
cuenta él mismo), cambiando el significado cognoscitivo mientras
permanecía constante el significado emotivo, esperando quizá que su
auditorio no se percatará de la conmutación.
Lo mismo puede ocurrir, por supuesto, con el significado emo
tivo ¿/«favorable: tanto se puede desear que el auditorio tome una
actitud desfavorable hacia algo como una actitud favorable, y usarse
este recurso para tal fin. Así la palabra «bastardo» significó simple
mente descendiente ilegítimo; pero dado que la actitud hacia las
personas que tenían tales descendientes era desfavorable, junto con
las consecuencias legales de ello, ía gente aprovechó este significado
emotivo desfavorable para dar al término significados cognoscitivos
nuevos y diferentes: por ejemplo, «es un verdadero bastardo», signi
ficando ahora, no que es un descendiente ilegítimo, sino que es
digno de desprecio o aversión, etc.
Muchas palabras — sobre todo en temas controvertidos, como
la política, la religión, la moral y el arte— son constantemente objeto
de definiciones persuasivas; es sabio estar en guardia ante tales defi
niciones. No tenemos que concluir que las definiciones persuasivas
son siempre y necesariamente algo malo, ni aconsejar a los lectores
que nunca usen ni defiendan ninguna definición persuasiva. Lo im
portante, más bien, es esto: si se nos presenta una de ellas, hemos
de ser capaces de tomarla por lo que es. Hemos de saber qué está
pasando. Y sobre todo no dejarse atrapar por una definición persua
siva y verse llevado a conclusiones equivocadas a partir de ella,
como la persona {de nuestro ejemplo) que, ante el discurso de
sobremesa en que se introdujo la definición persuasiva de «cultura»,
dijo: «Bueno, puede que eso sea Jo que realmente es la cultura.»
La definición de «filosofía». Entre las muchas palabras y frases
que están infectadas por la definición persuasiva, la de más interés
para nosotros es «filosofía», precisamente. Las diferentes personas
que pretenden estar comprometidas en la empresa filosófica han
tomado los aspectos que más les interesaban, o que consideraban más
importantes, y han definido «filosofía» solamente en términos de
éstos, relegando con ello al resto del grupo (incluidos muchos profe
sores de filosofía de facultades universitarias) a la posición de no
filósofos. (El grupo desterrado por la definición construiría, desde
luego, a su vez una definición persuasiva tal que excluyese al primer
grupo.) La afirmación romántica «Alexander Pope no fue un poeta»,
y la afirmación hecha sobre el filósofo analítico «ese hombre no
está haciendo filosofía», se asientan en el significado emotivo (o
efecto emotivo) favorable de las palabras «poeta» y «filosofía» para
proporcionar a su propio grupo la posesión exclusiva del terreno.
Un autor de tendencias analíticas puede identificar la filosofía con
el análisis conceptual, y uno que prefiera comprometerse con las
alturas de la especulación sin anclar en conceptos claros podrá
decir que «la filosofía es la interpretación sistemática de la experien
cia»; el primero no deja lugar a la especulación tan altamente valo
rada por el segundo, y el segundo sin duda rehusará especificar qué
está significando con «interpretación» y «experiencia» en este con
texto, pues los dos términos requieren ser aclarados, especialmente
cuando se colocan uno junto a otro. (Sabemos qué es interpretar
un texto críptico o un pasaje difícil de poesía: tratamos de enunciar
el significado en palabras más sencillas; pero, ¿qué es interpretar
la experiencia? Tales definiciones generalmente dan lugar a más con
fusión de la que disipan.) Discusiones tales como éstas han inducido
a Bertrand Russell a formular graciosas definiciones de «filosofía»:
«Filosofía es aquello que se estudia en los departamentos de filo
sofía de nuestras facultades universitarias», y «Filosofía es el abuso
sistemático de términos deliberadamente inventados con tal pro
pósito».
Intentemos, sin embargo, sugerir algunas de las principales carac
terísticas definitorias de la fi’osofía: 1) La filosofía se ocupa de la
clarificación de nuestros conceptos o ideas, y, en consecuencia, del
uso más claro de nuestros términos esenciales. Y dado que los con
ceptos de los que se ocupa son altamente abstractos, las preguntas
del tipo «¿qué entiende usted por eso?» son planteadas por los filó
sofos de modo constante y característico. Este aspecto de la filosofía
es destacado por la escuela de filosofía del «análisis conceptual».
2) La filosofía trata de temas y problemas del más alto grado, de
generalidad; no de «¿qué es una silla?», sino de «¿qué es un objeto
físico?»; no de los contenidos de su mente o de la mía, sino de
«¿qué es la mente?»; no de sus actos libres o de los míos tal y como
ios estudiaría un psicólogo, sino de «¿qué es la libertad?»; no de
sus actos rectos o desviados o de los míos, sino de «¿qué es que
sea recto un acto?». Esta generalidad es tan grande que trasciende
los límites de cualquier ciencia especial; hasta se ha dicho a veces
(aunque a menudo se cuestione) que es una «síntesis de todas las
ciencias». 3) La filosofía no procede medíante obiter dicta injustifi
cados ni tampoco mediante la experimentación (no hay laboratorios
filosóficos), sino mediante el razonamiento y la discusión. No im
porta cuán importante sea el tema o amplio el punto de vista, es
difícil que valga la pena llamar filosófico a un enunciado oracular
(«La realidad es básicamente espiritual»). Sólo llega a serlo cuando
es defendido (o atacado) mediante el razonamiento, no por recurso
a la autoridad, intuición o fe; en estos últimos casos, no se está
empleando el método filosófico, no obstante lo generales o impor
tantes que puedan ser sus enunciados. 4) La filosofía pregunta cues
tiones últimas; investiga los fundamentos y presupuestos subyacentes
a todo otro objeto de estudio realizando preguntas del tipo «¿cómo
sabemos q u e...?» e investigando nuestras bases para afirmar incluso
los enunciados en apariencia más evidentes (tales como «A es A»).
Realiza sondeos para investigar y cuestionar los fundamentos de
todas las ciencias especiales, las artes, la teología. No pregunta «¿cuá
les son las instituciones y creencias religiosas de la gente?» (como
hacen los sociólogos y antropólogos), sino «¿cómo sabemos si son
verdaderas?, ¿descansan sobre un fundamento sólido?».
Mientras pretendíamos ser impardales, puede ser que al enu
merar estas condiciones hayamos dado precisamente una definición
persuasiva de «filosofía». En todo caso, en este libro, haremos un
examen tanto de gran parte de ía filosofía «crítica» (analítica) como
de la «especulativa». Presentaremos y evaluaremos varias teorías
sobre la libertad humana, la mente, Dios, la vida recta, y muchos
otros temas; pero sería ocioso tratar estos profundos y altamente
abstractos temas sin una sólida base conceptual. En consecuencia,
en cada problema que discutamos, al principio examinaremos gene
ralmente cuestiones de significado, como medio indispensable para
la clarificación y solución de las cuestiones de conocimiento. Este
será nuestro procedimiento, cualquiera que sea el objeto de nuestras
pesquisas. Los temas principales serán: 1) Metafísica, que trata de
la naturaleza de la realidad, o, más simplemente, «de lo que hay».
Por ejemplo, «¿es materia y energía todo lo que hay?» (¿es verda
dero el materialismo?) es una cuestión metafísica. 2) Epistemología,
o teoría del conocimiento, que trata de nuestro conocimiento de lo
que hay. ¿Cómo sabemos que existe un mundo físico, que las demás
personas son conscientes, que existen los electrones, los campos
magnéticos, Dios y otras cosas que no podemos percibir por medio
de los sentidos? 3) Teoría de los valores, en particular, cuestiones
de ética (¿qué es la vida recta?, ¿qué clases de acciones debemos
realizar?) y estética (¿qué es la belleza?, ¿qué hace que sea valiosa
una obra de arte?, ¿qué es expresión, significado, simbolismo, etc.,
estéticos?). Pero el método en todos los casos es el mismo: una
vez que son adecuadamente analizadas las enredosas cuestiones de
significado, la tarea filosófica con respecto a cada uno de los objetos
consistirá en un intento sistemático y razonado de examinar el funda
mento o base de las opiniones en cada uno de estos ámbitos.

D e f in ic ió n o s t e n s iv a

En los métodos de definición disaitidos arriba, el significado de


una palabra era proporcionado haciendo uso de otras palabras; esto
es, eran definiciones verbales. Pero no todas las definiciones son
verbales.
Supongamos por un momento que sólo tuviésemos definiciones
verbales. Toda palabra es definida, y al hacerlo se usan otras pala
bras. Esto nos ayudará sólo si ya sabemos qué significan estas otras
palabras. ¿Cómo descubriremos lo que significan? Mediante una
explicación de su significado por medio del uso de otras palabras.
Y así sucesivamente. Pero ¿cómo puede proseguir indefinidamente
este proceso? ¿No deberemos en algún momento llegar a un punto
en que conectemos las palabras directamente con las cosas, y no
con otras palabras, a menos de quedar para siempre cogidos en el
círculo de nuestras propias palabras? Si más pronto o más tarde no
llegamos al punto en que conectemos directamente una palabra con
una cosa — a veces señalando con el dedo, a veces por procedimientos
no verbales más complicados— , entonces el ámbito de las palabras
estará para siempre desligado del ámbito de las cosas. El proceso
de aclarar el significado de una palabra por medios no verbales,
tales como señalar con el dedo, se llama definición ostensiva.
La definición ostensiva no necesita del empleo de otras palabras
excepto aquella por définir. Podríamos sentir la tentación de suge
rir que en ese caso no se le debería llamar definición. Esto, por
supuesto, es una cuestión verbal referente a cuán ampliamente
deseemos usar la palabra «definición». Pero llamémosla o no defi
nición, es una forma de explicarle a alguien el significado de una
palabra. La definición ostensiva, como su nombre indica, nos mues
tra, nos enfrenta con un caso, o varios casos, de la denotación de la
palabra. Mostrarle a alguien un haya sería darle una definición osten
siva de la palabra «haya». No hace falta usar otra palabra sino
«haya» (junto con el acto de señalar).
Para conectar palabras con el mundo necesitamos de la definición
ostensiva; es el tipo de definición más fundamental, porque sin él
jamás ningún otro tipo de definición podría haber surgido. Sin la
definición ostensiva,' ¿cómo podríamos haber empezado a aprender
los significados de las palabras? Cuando aprendimos la primera pa
labra, no podríamos haber aprendido su significado si nos hubieran
brindado otras palabras, pues no sabíamos lo que significaban. De
hecho, probablemente aprendimos la mayor parte de las palabras de
la vida ordinaria ostensivamente, aunque ahora, ya adultos y con
una considerable reserva de palabras, aprendamos las palabras por
medio de aquéllas.
¿Cómo aprendemos ostensivamente el significado de una pala
bra? Si mamá señala una mesa y dice «mesa», ¿cómo podemos
saber a partir de esto qué significa «mesa»? Podemos saber que este
objeto particular se llama «mesa», pero, ¿qué ocurre con esa cosa
que hay allí? ¿Es también una mesa? Ahora mamá se pone a señalar
otra cosa y dice «silla». ¿Qué ocurre, entonces, con esa cosa que hay
aquí? Se parece más a la primera que señaló que a la segunda. Sí,
ahora también dice «mesa». ¿Y eso que está en el rincón? Se parece
a las otras dos. No, ahora dice «escritorio». Bueno, las dos cosas
que ella llamaba «mesa» se parecen más entre sí que a la cosa que
llamaba «silla». O quizá pensemos que el Escritorio y la Mesa 1
son más parecidos que la Mesa 1 y la Mesa 2. Eso nos desconcierta.
Entonces, tenemos que pararnos a pensar qué hay en el escritorio
que sea diferente de las demás cosas. Después de todo el Escritorio
es marrón, la Mesa 1 es marrón y la Mesa 2 es blanca. Así es que
no puede ser el color. El Escritorio es cuadrado, la Mesa 1 es cua
drada y la Mesa 2 es redonda. Así que no puede ser la forma. Tal
vez sea que en el Escritorio hay unas cuantas cosas curiosas que
ocupan casi todo el espncio hasta el suelo y de las que se puede
tirar, pero no así en la Mesa \ ni en la Mesa 2, O quizá sea que
mamá se sienta en el Escritorio con pluma y papel. Así, por un pro
ceso gradual de abstracción (reuniendo las características que tienen
en común todas las cosas con un mismo nombre y no tienen las
demás cosas) logramos una idea bastante clara de qué quiere decir
mamá cuando usa estas palabras.
No se pretende que esto sea una descripción precisa del proceso
por el que aprendamos las palabras; especialmente a una edad tem
prana, difícilmente podría haber sido tan explícito. No obstante,
algo de este tipo debe de haber ocurrido, pues de otro modo nunca
habríamos aprendido a usar estas palabras de la misma forma que
nuestros padres, incluso en el caso de las palabras que representasen
objetos que nunca habíamos vis ¿o antes. Ciertamente, no las apren
dimos verbalmente; pocos adultos se han preguntado: «¿Cuál es
la definición de ''m esa” ?»
La tarea de dar definiciones ostensivas y de aprenderlas es mucho
más prolija que la de simplemente señalar algo con el dedo y pro
nunciar una palabra. Por lo menos, consta de una serie de sucesivos
actos de señalamiento y enunciación, de modo que podamos refle
xionar sobre qué tienen en común las cosas que poseen un mismo
nombre y que no compartan con aquellas que no tienen el mismo nom
bre. Ciertamente, con sólo un acto de señalar una mesa, no podría
mos estar seguros de qué se está significando: la mesa misma, su
color, su forma, su posición vertical, de qué está hecha, o alguna otra
característica.
Imaginemos que estamos jugando al golf y que hemos golpeado la bola de:
cierta manera con un resultado desafortunado, de modo que nuestro compa
ñero nos dice «ese es un mal slice». Repite esta observación cada vez que
nuestra b^la no sale derecha. Si somos aceptablemente listos, aprenderemos a
decir cuando esto ocurra de nuevo «ése es un mal slice» en poco tiempo. En
una ocasión, sin embargo, nuestro amigo nos dice «esta vez no ha sido un
slice, sino un book». Kn este caso, nos preguntaremos qu¿ ha ocurrido, y nos
preguntaremos en qué difiere el último golpe de los anteriores. Tan pronto
como hemos hecho esta distinción, hemos añadido una nueva palabra a nues-tro
vocabulario. Ei resultado es que después de nuevos 'hoyos sabemos usar ambas
palabras con exactitud, y, quizá, también varias otras como «divot», «palo de
hierro del cinco», «tiro de aproximación»*, sin que se nos baya dicho qué
significan. Ciertamente, pedemos jugar al golf durante años sin ser jamás capa
ces de dar una definición de diccionario d e «hacer un sltce»: «Golpear (la
bola) de modo que la superficie del bastón dé de refilón a la superficie de la
bola, haciendo a ésta torcerse hacia la derecha durante el vuelo (tratándose
de un jugador de la derecha)» I8.

Tampoco en todos los casos puede aprenderse por señalamiento.


Ciertamente, no podemos señalar pensamientos, emociones o actos
de voluntad. No podemos apuntar con el dedo al temor o la ansie
dad, sólo podemos señalar las manifestaciones de éstos. No pode
mos indicar el significado de estos términos directamente, no podemos
entrar en la mente de nuestro hijo cuando está asustado y decir
«eso es miedo»; pero puede observarlo cuando muestra todas las
señales de estar asustado y decir «cuando te comportas de esa ma
nera es que estás asustado». Al hacer esto, nos apoyamos en la
suposición de que, cuando una persona siente miedo, se comporta
muy similarmente a otra que también siente miedo, al menos lo sufi
ciente como para que sea razonable usar la misma palabra para los
estados de 'ambas personas. Como no siempre percibimos inmediata
mente las diferencias, a veces llamamos «miedo» a lo que una ins
pección u observación más atenta nos hace llamar «ansiedad».
Incluso los significados de palabras abstractas, como «cambio»
y «de nuevo», pueden ser indicados ostensivamente; sin duda, no
las aprendemos nunca verbalmente. ( ¡Trate de defin rías verbal
mente! ) Cuando veíamos el coche del vecino aparcado todos los
días enfrente de nuestra casa, y después aparcado en la puerta ¿~
enfrente, dijo mamá: «Ahora está en un sitio diferente»; pero >'udo
haber dicho: «Bueno, he aquí un cambio.» Y a fin de que no pen
semos que «cambio» significa lo mismo que «coche aparcado en
sitio diferente», ella usó la misma palabra al día siguiente para
nombrar una cosa del todo distinta: el cambio del tiempo o el rápido
incremento del precio de los huevos. Por un proceso gradual de
abstracción, aprendimos a usar la palabra «cambio». O cuando el
coche tuvo un pinchazo enfrente de nuestra casa, y al día siguiente
le volvió a ocurrir a otro coche allí mismo, mamá dijo: «Vaya, ha
ocurrido de nuevo.» Pero aprendimos que esta palabra no tiene nada

18 S. I. Hayakawa, Languagc in Thougbt and Aclion (El Lenguaje en el


pensam icnto.y ía acción) (Nueva York: H arcourt, Brace & World, Inc., 1941),
página 45.
* Un slice es un golpe de golf con efecto hacia la derecha, y un hook,
hacia la izquierda. Un divot, un -trozo de césped arrancado al efectuar el golpe.
que ver con que los coches tengan pinchazos cuando ella usó la pala
bra después de que derramamos ía sopa por segunda vez. Y así
sucesivamente; mediante un proceso gradual de abstracción y repe
tición llegamos a saber (aunque no en estos términos, por supuesto)
que la frase «de nuevo» nada tiene que ver con ningún aconteci
miento o tipo de acontecimiento, sino con la repetición en general
de los acontecimientos. Y en ambos casos, aprendimos los signifi
cados de las palabras ostensivamente, para mucho tiempo antes de
que podamos coger el significado de una palabra, verbalmente, sin
enfrentarnos con un caso de su aplicación.
¿Hay palabras que sólo pueden ser definidas ostensivamente?
Está claro que algunas palabras deben ser definidas ostensivamente,
si el lenguaje ha de anclar en el mundo. Pero esto aún no decide la
cuestión de si el significado de una palabra particular, como «gato»,
ha de ser aprendido ostensivamente.
«¿Hay palabras indefinibles?», se pregunta a veces. SÍ en esta
pregunta se emplea una definición amplia de la palabra «definir»,
tal que definir una palabra sea indicar de un modo u otro lo que
significa, la respuesta, claramente, es no. Si no hubiese modo de
indicar a otra persona qué significamos con ella, su significado no
podría ser comunicado, y nunca podría ser una palabra del lenguaje.
Podría ser un elemento de nuestro vocabulario privado, para ser
usado solamente en la comunicación con nosotros mismos, pero
nunca podría ser parte de un lenguaje público.
Pero si, al hacer la pregunta, se entiende preguntar si hay pala
bras cuyas características definitorias no pueden ser explicadas (usan
do otras palabras), esto es, si hay palabras cuyo significado no
puede ser indicado verbalmente, sino sólo ostensivamente, entonces
la cuestión es discutible. Se podría argumentar así en este tema:
A) Algunas palabras, principalmente aquellas que denominan
experiencias sensibles elementales, como «rojo», «color», «agudo»,
«picante», «amargo», «miedo», «enfadado», «amor», «pensamiento»,
etcétera, sencillamente no pueden ser definidas de forma verbal.
¿Quién puede decir con palabras lo que significa la palabra «miedo»?
El miedo es algo con lo que todo el mundo está familiarizado por
la experiencia personal, pero, ¿quién puede definir la palabra «mie
do» verbalmente? Podemos ser capaces de establecer científicamente
las condiciones en las cuales la gente experimenta este sentimiento,
o cuál es el estado del sistema nervioso cuando se experimenta
miedo, o a qué cosas es respuesta el miedo, o dar una explicación
psicoanalítica de él, pero nada de esto, al fin y al cabo, es una defi
nición de la palabra «miedo», sino que son hechos referentes a la
cosa, el miedo, y en todas estas descripciones se supone la familia
ridad con el significado de la palabra «miedo». Esto mismo es cierto
de muchas otras palabras: ¿cómo, por ejemplo, definiríamos la pa
labra «rojo»? Podría parecer que este caso es mucho más sencillo,
porque podemos dar una definición en términos de longitudes de
ondas luminosas. Pero de nuevo esto es una confusión. Lo que
deseamos definir es la palabra que nombre el color que vemos, y no
son' longitudes de onda lo que vemos. Las ondas luminosas (entre
4.000 y 7.500 Angstroms) sólo están correlacionadas con los colores
que vemos, pero no son colores. Podemos decir que, cuando yo
veo rojo, emanan del objeto hasta mi ojo ondas luminosas de este
tipo; cuando veo naranja, de tal o tro ..., y así sucesivamente. Pero
la presencia de las ondas luminosas de esta longitud sólo es una
característica accesoria. Deseamos saber qué significa la palabra
«rojo», y no con qué está correlacionado el color rojo. Y es eso
precisamente lo que no pueden proporcionarme las palabras: sólo
la experiencia personal directa del rojo me lo puede proporcionar.
Y si usted hubiese nacido ciego, yo nunca podría, mediante ningún
número de palabras, decirle qué significa «rojo»; sólo podría
hablar de características accesorias, como las ondas luminosas. Si
usted ha visto el rojo son innecesarias las palabras; y si no lo ha
visto, son inútiles. En resumen, se trata de una de esas palabras
en términos de las cuales se pueden definir otras palabras, pero
qua no pueden ser definidas por medio de otras palabras. Aquí,
el lenguaje entra en contacto directo con el mundo, y usar otras
palabras no serviría de ayuda; pues los términos como «rojo» consti
tuyen el cimiento del lenguaje. Al igual que las partículas últimas
de la física, que son los ladrillos del universo físico, no pueden ser
descompuestos en otros constituyentes.
B) ¿Son indefinibles verbalmente las palabras como «rojo»?
Estamos de acuerdo en que no podemos definir «rojo» en términos
de longitudes de onda. Pero ¿no podemos definir «rojo» verbal
mente como el único color asociado invariablemente a esta gama de
longitudes de onda o quizá como el color que se da en cierto lugar
del espectro? Esta no es una identificación tosca del rojo con una
longitud de onda, sino una definición de «rojo» como aquello que
está asociado sólo con una longitud de onda. ¿Por qué no sería esto
satisfactorio?
A) Por favor, tenga en cuenta la distinción entre caracterís
ticas definitorias y accesorias. Su intento de definición comete eJ
mismo error que ambos hemos reprobado, aunque no tan ingenua
mente. Vemos el color rojo; muy bien. Ahora supongamos que, en
el curso de los acontecimientos, llegamos a ver rojo incluso en ausen
cia total de longitudes de onda, como de hecho ocurre cuando
vemos manchas rojas ante nuestros ojos o vemos algo rojo en sueños.
Incluso si, en realidad, nunca vimos rojo en estas inusuales condi
ciones, siempre es concebible que puedan cambiar las condiciones
en las cuales vemos generalmente los diversos colores. Entonces, no
podríamos decir que el rojo está asociado a esta longitud de onda;
después de todo, si el rojo llegase a estar asociado a una longitud
de onda diferente, seguiría siendo rojo, por tanto la longitud de
onda no puede ser parte de la definición. Lo mismo que el acero
que no fuese nunca usado en la construcción seguiría siendo acero,
también el rojo que no estuviese correlacionado con cierta longitud
de onda seguiría siendo rojo, si tuviese la misma apariencia que
ahora tiene. Lo mismo valdría si no viésemos los colores en el orden
que ahora tienen en el espectro. El hecho es éste: no importa dónde
lo veamos, o con qué correlaciones o concomitancias, o en qué orden
o disposición, seguiría siendo rojo lo que vemos.
B) ¿No podríamos decir que la palabra «rojo» nombra el color
que, para el ojo normal, o para el ojo normal en condiciones ñor*
males, va acompañado por ondas luminosas de 4.000 a 7.500 Angs-
troms de longitud? Entonces soslayaríamos estos casos excepcionales,
A) Pero suponga que la estructura del ojo cambíase o cam
biasen las leyes ópticas, y nadie siguiese viendo rojo cuando im pre
sionasen la retina ondas luminosas de esta longitud. Así como es
posible que la gente de vez en cuando vea rojo en ausencia de
estas condiciones físicas, también es posible que la gente llegase a
ver rojo habitualmente en ausencia de ellas,
B) Pero todas estas leyes y condiciones que cambian son hipo
téticas; el hecho es que habitualmente vemos rojo cuando la luz está
comprendida en un cierto intervalo de longitudes de onda.
A) Cierto, pero ¿y qué? Si viésemos rojo sin estas condiciones
físicas presentes, seguiría siendo rojo lo que vemos. En h medida
en que éste es el caso, las condiciones físicas no pueden constituir
una característica definitoria. Si el acero no fuese usado en ía cons
trucción, seguiría siendo acero. El acero no tiene por qué dejar de
ser usado en la construcción para que este enunciado sea verdadero.
Recordemos el lema de Venn: «De hecho, la prueba práctica, cuando
deseamos saber si una definición propuesta es verdadera o no, es ver
si por un cambio concebible en las circunstancias podemos invali
darla, ya sea porque excluye lo que estamos dispuestos a incluir o
porque incluye lo que estamos dispuestos a excluir.» En el caso
presente, todas las condiciones sugeridas pueden anularse mediante
una variación de las circunstancias fácilmente concebible. Lo que
prueba de nuevo que éstas son sólo características concomitantes,
los meros arreos externos del rojo, por así decirlo, no el rojo mismo.
B) Quizá. Pero he aquí una consideración que puede no habér
sele ocurrido. Dice usted que el hombre nacido ciego no puede
nunca saber qué significa la palabra «rojo», dado que la palabra
nombra un color y no puede ver colores. Pero puede ser capaz de
usar la palabra con tanta corrección y exactitud como el resto de
las personas. Puede ser infalible, en el caso de esta palabra. Puede
decir siempre cuándo algo es rojo, quizá tocando el indicador de
una máquina que registre longitudes de ondas luminosas. ¿Cómo
podría usar la palabra «rojo» con corrección tan sistemáticamente,
si no supiese el significado de la palabra?
A) De nuevo aquí tratamos con características accesorias. ¿Re
cuerda el ejemplo de lo rojo y redondo? Imaginemos que el hombre
que se supone que ha de averiguar qué cosas son rojas es ciego. Pero
se le ha dicho que es seguro que todo lo rojo es redondo, y todo
lo redondo rojo. Uno acompaña siempre al otro. Puede decir fácil
mente tanto «eso es rojo» como «eso no es rojo» tocando la forma
de la cosa. Se podría aceptar su afirmación sobre qué cosas son
rojas lo mismo que la afirmación de un hombre quu pueda vet.
Un espectador podría incluso no saber que no puede ver el rejo,
sino que está tomando la presencia de lo redondo como signo seguro
de lo rojo. Sí, podría usar la palabra «rojo» correctamente, en la
medida en que la rojez y la redondez continuasen yendo juntas. En
el momento en que cesase de darse esta perfecta corre.’ación, estaría
desorientado. ¿No lo ve usted? Ese hombre no sabe lo que significa
«rojo»; no sabe qué apariencia ha de tener una cosa para ser roja.
Seguro que no es que sea redonda, y, no obstante, e;o es todo lo
que tiene como asidero.
La palabra «rojo», por tanto, designa una cualidad que no
puede experimentar el ciego. El ciego no puede nunca saber qué es
lo que significa con el término el hombre que ve. Todo lo que puede
saber es que la palabra «rojo» representa un X distinto de los Y y de
los Z. Puede además hacer la distinción, sí la roje 2rva siempre unida
a otras características que pueda detectar; pero nunca puede hacer la
distinción sobre la base de la rojez de una cosa.
B) ¿Y qué ocurre con el hombre que ve? ¿Puede establecer
un criterio para el uso del término «rojo»?
A) Posee un criterio, por supuesto; de otro modo no sabría
cuándo usar la palabra «rojo» y cuándo no. Pero el criterio es sim
plemente que este particular tono de color está o no presente en su
conciencia. Sabe cómo distinguir unos colores de otros, pero no hay
manera de enunciar mediante palabras cómo hacerlo, y por tanto
no puede comunicar el criterio a aquellos que no ven también el
rojo. En resumen, posee un criterio para el uso de la palabra «rojo»,
pero no puede enunciarlo mediante palabras; todo lo que se puede
expresar con palabras son las características accesorias. La caracte
rística definitoria de «rojo» no puede ser así enunciada para distin
guirlo de otros colores. Así, como verá usted, «rojo» es verbalmente
indefinible.
Esto no pon; fin a la controversia de ninguna manera, pero por
fuerza pondrá fin a esta sección.

. Ejercicios

j. Caractcrísti :as definitorias y accesorias. ¿Cuáles de los siguientes enun


ciados (tal como se usa generalmente la palabra) expresan características defi
nitorias (y son, p e : tanto, enunciados verdaderos de lo que significa la palabra)
y cuáles expresan características accesorias (y son, por tanto, enunciados acerca
de las cosas nombradas por la palabra)? Exquíquelo en cada caso.
a) Los triángulos tienen tres lados.
b ) Los tigres proceden de la India.
c) Los perros son carnívoros.
d ) Los libros son de papel.
e) Un buen jugador rara vez pierde un juego.
f) Las señoras no usan palabras vulgares.
g) Un hacha es un instrum ento que se usa para cortar.
b) El uranio se usa en las bombas atómicas.
i) Los seres humanos tienen menos de 7,5 metros de estatura.
j) Los huevos tienen yema.
2. Suponga que A es una característica definitoria de la clase X , y B una
característica accesoria. ¿Cuáles de los siguientes enunciados son verdaderos?
a) Esto no sería un X si no tuviese A.
b) Esto no sería un X si no tuviese B.
c) Si esto no fuese un X, no tendría A.
d ) Si esto no fuese un X, no tendría B.
3. Muestre mediante ejemplos cómo la denotación de dos palabras o locu
ciones puede ser la misma mientras que la designación es diferente.
4. «Una palabra significa aquello a que se refiere.» ¿Qué está mal en
este enunciado?
5. Considere los siguientes problemas verbales usando sus conocimientos
sobre características definitorias y accesorias para aclarar la controversia en
cada caso:
a) ¿Es esto una mesa si se le quitan las patas? <>SÍ la hago leña?
b) ¿Es esto agua sí deja de ser líquido?
c) ¿Sigue siendo madera esto después de haberlo quemado?
d ) ¿Es él adulto antes de cumplir los veintiún años?
e) ¿Sigue siendo éste el mismo tren, incluso si es un conjunto de vago
nes diferente?
f) ¿Sigue siendo éste el mismo tren, aunque parta a una hora diferente
cada día?
g) ¿Es esto hierro, aunque no sea magnético?
h ) ¿Es esto una cebra, aunque no tenga rayas?
i) ¿Soy yo la misma persona de hace diez años, aunque todas las células
! que entonces tenía en m i cuerpo .han sido sustituidas por otras?
j) ¿Es esto un reloj aunque no tenga dial?
k ) ¿Es esto una colina o una montaña?
I) ¿Sigue siendo esto hierba después de comérselo la vaca?
6. ¿Son verbales las siguientes discusiones? ¿Cómo .procedería usted para
decidirlo?
c) Usted tiene un coche viejo. Una pieza está estropeada y le pone una
nueva. Al día siguiente hace lo mismo con otra pieza, y así con cada pieza
hasta que ha sustituido todas las piezas del coche, ¿Es el misme coche lo que
ha quedado al final del proceso que «1 que había cuando empezaron las sus
tituciones?
b) Jack dijo a su hermano Dick: «Cuando muera te dejaré todo mi di
nero.» Al día siguiente cambió de opinión y decidió dejarlo a su mujer, así
que escribió en su testamento: «Dejo todo mi dinero a mi pariente más próxi
mo» (su mujer). Pero, sin saberlo Jack, su mujer había muerto. Al día siguiente
murió también 3ack, y su dinero fue a parar a su pariente más próximo, cu
hermano Dick. La cuestión es: ¿Mantuvo Jack la promesa que hizo a su her
mano Dick o no?
^7. El hombre descubrió que las ballenas son mamíferos (en contra de lo
que se pensaba anteriormente). Más aún, ser mamífero es una característico
definitoria de «ballena». Por tanto, ¿no descubrimos Jas caracterísiicíj defini
torias, en vez de conferirlas?
/ 8. Para descubrir qué características designa una palabra, es una práctica
común registrar todos los casos posibles de la denotación de la palabra y luego
describir qué características tienen en común tedas estas cosas particulares.
Estas características comunes son llamadas luego definitorias, y la lista de tedas
ellas constituye la definición. ¿Por qué no es seguro este método? ¿Podría
mencionar una palabra con respecto a la -cual, cuando usásemos este método,
seríamos conducidos a resultados inexactos?
9. ¿Supone diferencia, en lo que concierne a la denotación de la palabra
«hombre», el que «hombre» sea definido como animal racional, bípedo imp-lume
o animal que ríe? Trate de expresar lo más exactamente que pueda una defi
nición léxica de «hombre» (en el sentido genérico de especie humana), según
la manera en que se emplea realmente la palabra en el uso común, esto es,
¿cuáles son las características que una criatura no podría tener sin ser llamada
«hombre»? (Si alguien sugiere otra definición, ¿la Uar/v /r> usted definición
incorrecta?, ¿definición falsa?.)
10. Evalúe razonadamente las siguientes definiciones.
a) Ave: vertebrado con plumas.
b) Fanático: el que redobla sus esfuerzos después de haber olvidado su
propósito.
c) Salvia; especia usada en relíenos turcos.
d) Arbol: la mayor de las plantas.
e) Liberal: persona que valora la libertad.
{) Casa: edificio destinado a habitación humana.
g) Crepúsculo: periodo -entre el día y la noche.
h) Movimiento: cambio de posición respecto a lasuperficie terrestre.
i) Cubo de basura: cubo usado como recipiente para los desperdicios.
f) Libro: Jo que tiene papel, cubiertas y letras de imprenta.
k ) Ecuador: línea imaginaria que se extiende alrededor de la tierra a
mitad de -camino entre los dos polos.
1} Matrimonio: prostitución legalizada.
m) Izquierda: opuesto a derecha.
n) Religión: lo que se -hace en el tiempo libre.
o) Miércoles: el día que: sigue al martes.
p) Bomba: instrumento usado para sacar agua desde debajo de lasuper
ficie terrestre.
q) Comer: ingerir por la boca.
r) Corazón: órgano que bombea sangre por el cuerpo.
11. «La razón per la que tomamos la propiedad A como definitoria de X
(por ejemplo, no tener piernas como definitorío de serpiente) es que todos
los X poseen esa característica.» ¿Qué hay de erróneo en esto?
12 .«¿Q ué es una manzana?» «Una manzana es una fruta que crece en un
árbol.» «No le pregunto bajo qué clasificación cae; sólo preguntaba qué es.»
«Bueno, una manzana crece...» «No le pregunto qué hace; le preguntaba qué
es.» «Bueno, una manzana es una cosa compuesta do los siguientes elementes
químicos...» «No le preguntaba de qué está hecha, o qué veré si la miro con
un microscopio. Le preguntaba simplemente qué es.» ¿Qué hay de erróneo en
esta discusión?
13. Hace cincuenta años se consideraba tan cierto que la esquizofrenia era
incurable que si un caso de enfermedad mental era curado, se concluía auto
máticamente que el diagnóstico de esquizofrenia era erróneo. Hoy ya no se
toma la incurabilidad como característica definitoria de la esquizofrenia. ¿Mues
tra esto que la definic.ón de la esquizofrenia de hace cincuenta años era
errónea?
14. A.—Las características que todos los X tienen en común han de ser
consideradas caracterísitcas definitorias de X.
B.—No. Todas las mesas son objetos sólidos, no obstante ésta no es una
definición satisfactoria de «mesa». La definición es demasiado amplia, pues no
distingue las mesas de todos los demás objetos sólidos que no son mesas. Se ha
de saber, no sólo lo que es común a todas las mesas, sino lo que les es
peculiar.
A.—Muy bien; supongamos que conoce usted algo peculiar a ios X , algo
que ninguna otra cosa posee. Por ejemplo, los elefantes son los únicos que
tienen trompa que sirva para aspirar agua. Esto nos dice qué es peculiar a los
elefantes. ¿Es esta, entonces, una definición satisfactoria?
B.— No, pues puede no decirnos lo que es común a tocios les elefantes sino
sólo lo que les es peculiar. Una definición satisfactoria debe incluir ambas cosas.
A .--M uy bien, pero supongamos que todos los elefantes tienen trompa:
todos ¡los elefantes la tienen, y sólo los elefantes la tienen. Ahora, por fin,
tenemos una definición satisfiiCioria de «elefante».
B.—No, no necesariamente, porque...
Complete el resto. ¿Por qué la definición que satisfaga ambos requisitos
sigue siendo inadecuada?
15. Intente formular una definición satisfactoria de la palabra «acto» a la
luz de las siguientes consideraciones y preguntas.
«En la ley, debe ¡haber un acto.» Un intento de asesinato se considera
acto; pero discurrir un asesinato no. Sin embargo, ¿qué se halla implicado en
que algo sea un acto? Si usted dispara a alguien y la víctima muere, ¿cuál fue
su acto? ¿Apretar el gatillo? ¿Apretar el gatillo más el hecho de que la bala
abandone el arma? ¿Estos dos más el hecho de que entre la bala en el cuerpo
de la víctima? ¿Estos tres más el hecho de que la bala entre en el corazón de
la víctima? ¿Estos cuatro más la muerte de la víctima? ¿Qué cuenta como
parte de su acto, y qué como consecuencias de su acto?
¿Cuáles de los siguientes hechos se considerarían actos y por qué? 1 ) Usted
mata a alguien estando sonámbulo. 2) Usted apuñala a una persona, pero no
sabe que lo está haciendo y no lo recuerda luego. 3) Usted hace algo iir.pen
sadamente, por la fuerza del hábito, sin reflexión o premeditación. 4 ) Usted
no hace nada, pero deja a alguien morir de hambre cuando ha podido alimen
tarlo, o lo deja ahogar cuando pudo haberlo rescatado. 5) Usted deja de cuidar
su coche, por lo que, cuando el freno falla, su coche atropella a un peatón y,
como rcsukado de ello, muere.
16. Intente definir las palabras «verdura» y «fruta» de manera que pueda
decir, a partir de Ja definición, qué cosas son fruta y qué cosas verdura. Tenga
presente que ambos términos son ambiguos: algo puede ser una fruta en sen
tido biológico {ser la parte de la planta que contiene las semillas) sin ser una
fruta en el sentido culinario (ser servida generalmente como postre dulce),
Nombro cosas que sean fruta en los dos sentidos, y que sean verdura en los
dco sentidos; luego cosas que sean fruta en un sentido y verdura en otro. Use
su análisis para responder a la pregunta «¿Es el tomate fruta o verdura?» (¿Q ué
son las calabazas?, ¿las habas?, ¿el rapónchigo? Véase Williamson P. Ais ton,
Pbilcsopby c} Language [Filosofía del lenguaje], pág. 87.)
17. ¿Puede saber una persona algo acerca de los X sin saber qué son los
X? Más precisamente, ¿puede conocer una persona algún hecho sobre los X
sin saber qué significa la palabra «X»? (Conciba «qué significa X» como sinó
nimo de «cuál es la definición de X». Luego concíbalo en un sentido más
amplio.)
18. Lo que una perra dn a luz es necesariamente un chuchejo, -tenga el
aspecto que sea, pues la palabra «chuchejo» se define como «progenie deseen-
diente d e -un perro». ¿Qué es incorrecto en esto? Si un perro diera a luz un
gato, ¿sería el gato un chuchejo?
19. «¿Es la música un lenguaje?» «Esa es meramente una cuestión verbal,
una cuestión de si desea usted extender el uso de la palabra "lenguaje” al
caso de la música, o de si desea usted restringiría a los signos convencionales.
Y como cuestión verbal que es, carece relativamente de interés.» Explique qué
está implicado en decidir si la música es un lenguaje. Ante todo, ¿qué caracte
rísticas tomaría como definitorias de un lenguaje?
20. «Si está usted tan seguro de que conoce el significado de esta palabra,
deme una definición de ella.» ¿Por qué esta demanda no siempre es acertada,
no siempre posible de satisfacer?
21. «Nadie sabe qué es la electricidad; sólo conocemos lo que hace.»
«Nadie sabe qué es un resfriado; sólo conocemos -cuáles son sus síntomas.»
Analice estos enunciados.
22 . «¿Es esto un zorro o un lobo?» ¿Es ésta una cuestión verbd, a) cuan
do se ve al animal en el bosque a cierta distancia en la neblina matinal y no
se 1c puede divisar con precisión, b) cuando tenemos el animal entre nosotros,
lo examinamos en detalle, hacemos pruebas químicas, etc., y después de hacer
todas estas cosas, seguimos preguntándolo?
23. Evalúe cada una de las siguientes aserciones. Ponga en claro cualquier
confusión que puedan contener.
a) Las controversias sobre la naturaleza de la belleza o de ‘ a justicia son
tontas y fútiles. La gente puede definir las palabras «belleza» y «justicia»
la forma que quiera, ¿no? Tienen libertad de estipulación, por ;nde, ¿qi’i se
discute?
b) «Este autor define la religión de una persona como cualesquiera valores
que esa persona mantenga como los más elevados de la vida. Esta, por su
puesto, es una definición falsa: esto no es la religión realmente.» «Pero una
persona puede usar la palabra “ religión" para significar eso, si lesea hacerlo.
Tampoco es un enunciado falso; pues está estableciendo una definición, y las
definiciones no pueden ser ni verdaderas ni falsas.»
c) Durante generaciones los científicos trataron de descubrir qué es real
mente la neumonía. F nalmente, lo descubrieron. Es un tipo especial de enfer-
mcdad viral. D e modo que ahora al menos poseemos la verdadera definición
de «neumonía».
d) Nadie ha encontrado una respuesta a la pregunta: ¿cómo puede un
ser humano cambiar y, no obstante, seguir siendo el mismo ser humano que
antes?
e) N o podemos pasar dos veces por el mismo río; pues el agua que había
la primera vez ¿e ha ida con la corriente.
f) Este huevo que hay aquí no sería el huevo que es sí no hubiese sido
puesto T'or esta gallina, en este momento, en este lugar, y si no fuera visto
por mí ahora y a pur.to de ser comido por mí. (Todo es lo que es, a causa de
todo lo que le ha ocurrido y todas las condiciones en las cuales existe.)
24. Diga diez palabras que tengan un fuerte significado emotivo; luego
enuncie cuáles pueden ser, en su opinión, algunas de sus definiciones per
suasivas.
25. «El verdadero criminal és el que comete un crimen, no en el calor
de la pasión, sino de forma calculada, a sangre fría.» Muestre de qué forma
intervienen aquí, como en el uso de «demente», «neurótico», «hombre», las defi
niciones persuasivas. (¿Se le ocurre un caso en d que el uso de una definición
persuasiva tenga por cíecto que se pierda una vida humana?)
/ 26. ¿Contiene el ejemplo del hombre y la ardilla {págs. 57-58) más ambi
güedades de las descritas en el texto? ¿Hay alguna forma de entender la
palabra «alrededor» distinta de como se hace en el ejemplo?
.---27. ¿Qué connotaciones tienen estos nombres de animales tales como se
usan generalmente en castellano? Comadreja, lobo, gato, buho, cucaracha, castor,
hipopótamo, buitre, pato, serpiente, reptil, águila, vaca, -lobo *, rata, ratón.
28. Considerando la connotación tanto como la designación, ¿juzgaría los
siguientes pares de palabras como sinónimos exactos, y por qué? Conquistar,
sojuzgar; fastidiar, molestar; chillar, aullar; iluminado, alumbrado; padre, papá;
asteroide, planetoide; accidentalmente, inadvertidamente; supino, recostado; so
fisticado, refinado; percibir, discernir; desvestido, desnudo; salpicar, chapo
tear; afortunado, rico; potable, bebible; pequeño, diminuto; eliminar, omitir.
29. Hemos considerado algunos casos de «¿Es el mismo X o no lo es?»
(págs. 49-50, 58-59). Ahora considere usted la pregunta: «¿Es la misma palabra
o no?» ¿Son los siguientes ejemplos casos de dos palabras o de una palabra con
dos significados diferentes? Exprese cuál es su criterio para llamarlas idénticas
(¿han de escribirse igual?, ¿han de estar relacionados los significados?, ¿su
sicnificado actual o su etimología?). Hética, ética; mango (de un utensilio),
mango (árbol); robo (forma verbal), robo (nombre); boca (de un organismo),
boca (de un río); incluso (adjetivo), incluso (adverbio)**.

* La repetición de la palabra «■lobo* está en el original.


** Es clara la imposibilidad de traducir literalmente los ejemplos propuestos
y conservar la identidad de forma fonética. Por ello hemos optado por ofrecer
un ejemplo castellano de cada tipo de caso presentado en el original y transcri
bir éste a continuación: «Know, no; leek, Ieak; desert (sand), desert (justice);
sea! (animal), seal (on an envelope); slíde (verb), slide (noun); excuse (verb),
excuse (noun); tap (faucet), tap (on the shoulder); lark (bird), lark (adven-
ture); wind (the wind), wind (to wind); saw (to cut), saw (past tense of
"see”); mouth (of organism), mouth (of river); even (adjective, opposite of
“odd"), even (“even a pauper can bccome presiden*").»
30. Enuncie veinte palabras que, en su opinión, sólo puedan ser definidas
ostensivamente. ¿Por qué no pueden ser definidas verbalmente en cada caso?

3. Vaguedad

<{Por qué es con frecuencia tan difícil definir una palabra? La


ambigüedad de una palabra no es lo que hace difícil definirla: sólo
necesitamos enumerar una definición distinta para cada uno de los
sentidos de la palabra ambigua. Una dificultad mucho mayor la
constituye una arraigada característica del lenguaje llamada vaguedad.
«Vago» es el opuesto de «preciso», y las palabras y frases que son
vagas están, en consecuencia, desprovistas de precisión. Pero hay
varias formas en las cuales las palabras pueden dejar de ser precisas.
1. La forma más simple de vaguedad se da cuando no hay un
límite preciso entre la aplicabilidad y no aplicabilidad de la palabra;
en algunas situaciones la palabra es claramente aplicable, en otras
claramente no aplicable, pero entre éstas hay una tierra de nadie en
el significado, dentro de la cual no podemos decir si la palabra es
aplicable o no. El rojo se va haciendo naranja, y el naranja amarillo.
Una tarea que era fácil se va haciendo progresivamente menos fácil
hasta que deja de ser fácil para ser difícil. Podemos conducir des
pacio, pero si cada día conducimos un kilómetro por hora más
aprisa, llegará el momento en que conduzcamos de prisa; pero no
hay un límite preciso entre las dos cosas. Si una persona conduce
a 100 K m /h. en una 2 ona residencial, evidentemente va rápido, v
á 25 K m /h. va lento; pero ¿y si va a 50? Podríamos desde luego
definir arbitrariamente «rápido» en este contexto como «a velo
cidad superior de la permitida en la zona»; si tal velocidad límite
es de 40 K m /h., va rápido, pero si continúa a la misma velocidad
en una zona de 60 K m /h., no. Pero la palabra «rápido», tal como
se usa en el lenguaje ordinario, no es precisa, sino vaga. No hay
ningún punto al incrementar la velocidad en que uno deje de ir
lento para ir rápido. Hay una considerable «área de indetermina
ción» en la cual no podríamos decir si aquella persona va condu
ciendo rápido o no. (Obsérvese que la aplicación de la palabrn
también depende del contexto: una velocidad rápida para una bicicle
ta es lenta para un automóvil; una que es rápida para un automó
vil es lenta para un aeroplano, y una que es rápida para un auto
móvil en un barrio comercial es lenta para el mismo automóvil en
una carretera libre. El término, por tanto, es relativo al contexto,
pero sigue siendo vago en cada uno de estos contextos.)
La vaguedad no siempre es un rasgo lamentable del lenguaje;
de hecho, las palabras vagas son enteramente indispensables. Si sa
bemos exactamente a qué velocidad iba conduciendo alguien, no
necesitamos usar las palabras «rápido» o «lento»: simplemente de-
cimos la velocidad, Pero si no lo sabemos exactamente, podríamos
decir con cierta vaguedad «alrededor de 110», o, aún más vagamente,
«más bien rápido». Ciertamente poseemos toda una serie de pala
bras vagas, tales como «lento», «más bien rápido», «rápido», «muy
rápido», que necesitamos usar cuando nuestra información no es
precisa; pero la información imprecisa es con frecuencia mejor que
la falta total de información.
Innumerables palabras son vagas de esta forma, las «palabras
polares» son ejemplos obvios: rápido, lento; fácil, difícil; duro,
blando; claro, oscuro; caliente, frío; grande, pequeño, y así indefi
nidamente. Cada una se transforma gradualmente en la otra, y no
hay ningún punto donde podazos trazar una línea y decir: «En este
punto el objeto deja de ser pequeño y empieza a ser grande.» O
consideremos la palabra «entre».

A C B

.D
.E
.F

Yendo de A a B en línea recta, pasaríamos por C; diríamos


sin duda que C está entre A y B. ¿Pero estaría D entre A y B?
Aquí podríamos tener algo más de duda. «Bueno, no exactamente.
Pero bastante aproximadamente. Digamos que está entre A y B.»
Generalmente, por ejemplo, diríamos que Zaragoza está entre Ma
drid y Barcelona, incluso aunque no haya una línea recta que las
conecte. (En sentido estricto no habría ninguna ciudad entre Madrid
y Barcelona, pues una línea recta entre ambas pasaría por el interior
de la tierra. Incluso si elegimos algún otro sentido estricto de «en
tre», tal como «en el arco de un círculo máximo que las conecte»j
lo más probable es que no haya ninguna ciudad sobre ía línea tra
zada por este arco.)
Supongamos que nuestra respuesta es sí; ¿qué pasa con E? ¿Está
entre A y B? Bien, si D está, difícilmente diríamos que E no;
después de todo está tan cerca de D, que sería algo arbitrario decir
que D está pero E no. ¿Y entonces que pasa con F? Se aplicará
otra vez el mismo principio: E está entre A y B, y F está junto a E,
de modo que F también debe estar..., y así sucesivamente hasta que
tengamos un punto a diez mil kilómetros y no obstante entre A y B.
Bueno, ese punto — llamémosle X— con toda seguridad no esta
rá entre A y B. Sin embargo E está, porque lo hemos admitido. <Qué
podemos hacer? Trazar la línea entre E y F parece injustificado:
E estaría entre A y B, y en cambio F no, y como están tan juntos...
Pero lo mismo pasa con la línea entre F y G , entre G y H, etc. No
hay ningún lugar donde sea satisfactorio trazar un límite. Esta es la
«dificultad del tobogán»; usted desea bajarlo (admitir que no sólo
C está entre A y B); pero una vez que empieza a bajar por el tobo
gán, no parece poderse detener hasta el final; sin embargo, tampoco
desea aterrizar ahí. Trace la línea limítrofe donde quiera, pero se
dará de narices contra el uso común de la palabra.
Podría usted decir que esta fuente particular de dificultades es
un error de la naturaleza y no nuestro. No podemos trazir un límite,
excepto muy arbitrariamente, para el área de aplicaciór de la pala*
bra, simplemente porque la naturaleza nos presenta un continuo que
convierte en imposible hacerlo de forma satisfactoria.
A veces, con un propósito especial u otro, hemos de hacerlo,
incluso aunque ello nos produzca cierta sensación de incomodidad.
Hemos de trazar la línea entre calificaciones aprobadas y suspensas,
digamos en .5, incluso aunque no haya mucha diferencia entre una
nota de 4 y una nota de 6, desde luego mucha menos que la que
hay entre dos notas aprobadas de 6 y 10. Pero estamos forzados a
trazarla en algún sitio. Ordinariamente no distinguimos tajante
mente el área de aplicación de la palabra «villa» y la de la palabra
«ciudad», pero con propósitos estadísticos el «Bureau of the Census»
(Instituto de Estadística) tiene que trazarla en algún sitio, y traza
la línea en 2.500 habitantes. En una villa de 2.499 habitantes nace
un niño y he aquí que se convierte en una ciudad. En el uso común,
sin embargo, no trazamos tal línea neta, pues no le vemos justifi
cación. Así, en el uso común este término permanece vago.
El tipo de vaguedad que hemos estado considerando es muy
simple: hay una línea o eje, en uno de cuyos extremos la palabra en
cuestión es aplicable de forma definida, en el otro extremo la pala
bra es no aplicable también de forma definida, pero en cuyo medio
no podemos decir (a menos que sentemos un uso nuevo y arbitrario)
sí es aplicable o no. Pero, ¿qué ocurre si hay no una línea, sino
muchas que se intersectan?
2. Puede haber criterios múltiples para el uso de la palabra.
Mediante esta frase no queremos dar a entender multiplicidad de
sentidos: una palabra puede tener muchos sentidos y, no obstante,
cada uno de los sentidos tener un criterio preciso de aplicación;
esto no es vaguedad. No queremos dar a entender que, para que
la palabra sea aplicable, deban ser satisfechas una multiplicidad de
condiciones, como en el caso de «triángulo». Para que algo sea un
triángulo, ha de llenar varias condiciones y, no obstante, esta palabra
no es vaga. Lo que aquí queremos dar a entender es que no hay
ningún conjunto definido de condiciones que gobierne la aplicación
de la palabra. A la palabra le falta precisión porque no hay un
conjunto de condiciones (como hay en el caso de «triángulo») que
nos capacite para decidir exactamente cuándo ha de ser usada la
palabra. No hay un conjunto de condiciones cada una de las cuales
sea necesaria y que conjuntamente sean suficientes para la aplicación
de la palabra al mundo.

Consideremos por ejemplo las actividades que llamamos «juegos». Me


refiero a los juegos de mesa, juegos de cartas, juegos de pelota, juegos Olím
picos, y así sucesivamente. ¿Qué es común a todos ellos? N o digamos: «debe
haber algo común, o de lo contrario no se llamarían juegos», más bien miremos
y veamos si hay algo común a todos. Pues si los miramos, no veremos nada
que sea común a todos, sino similitudes y relaciones, toda una serie de ellas.
Repito: ¡no pensemos, miremos! Miremos por ejemplo los juegos de mesa,
con sus múltiples relaciones. Pasemos ahora a los juegos de cartas; aquí encon
tramos muchas ^correspondencias con el prim er grupo, pero desaparecen muchos
rasgos comunes, y aparecen otros. Cuando pasamos a los juegos de pelota, que
da mucho que es común, pero mucho se pierde. ¿Son todos «divertidos»? Com
paremos el ajedrsz con el juego de los plintos y las cruces. ¿O hay siempre un
ganador y un p :rdedor, o competencia, entre los jugadores? Pensemos en los
solitarios. En lo; juegos de pelota hay un ganador y un perdedor; pero cuando
un niño lanza li pelota contra la pared y la vuelve a recoger, este rasgo ha
desaparecido. Miremos los papeles que desempeñan la habilidad y la suerte;
y la diferencia <:ntre la habilidad en el ajedrez y en el tenis. Pensemos ahora
en los juegos como el juego de la lluvia; aquí está presente el dem ento diver
sión, p e rj ¡cuántos otros muchos rasgos han desaparecido! Y podemos seguir
con Iró otros muchos grupos de juegos de la misma manera; podemos ver cómo
las similitudes se esfuman y desaparecen 19.
Hay un grupo de características Cj, G , Cj, ... G que tienen típicamente
los juegos. E n r e estas características están las siguientes: G , hay reglas que
gobiernan la actividad; G , existe la posibilidad de ganar; C3) es un entreteni
miento agradable; C 4, los jugadores han de desarrollar algunas habilidades; y así
sucesivamente. Si todos los juegos tuviesen todas estas características, y sólo
los juegos las tuviesen, entonces la palabra «juego» tendría un significado
unívoco; la enunciación de su significado consistiría en la enunciación de sus
características G a G . Un juego puede sólo tener las características G , G y G ;
otro solamente G , Cj, G y G ; otro solamente G> Cj y Q ; y así sucesiva
mente. Todo lo que se exige en orden a que algo sea un juego es que tenga
alguna del conjunto de características Cj a G de los juegos, no que las tenga
todas. No todas las combinaciones de características de los juegos valdrán, por
supuesto: por ejemplo, no es suficiente que algo tenga solamente las caracte-

19 Ludwig W ktgenstein, Philosophical Jnvestigattons (Investigaciones filo


sóficas), traducción de G . E. M. Anscombe (Nueva York: The Macmillan
Company, 1953), pág. 66 .
rístícas Cj (posibilidad de ganar) para que sea un juego. En las guerras, duelos
y debates existe la 'posibilidad de ganar, pero no son juegos. No hay manera de
especificar de forma atemporal y abstracta cuántas son suficientes; sería absurdo
sugerir, por ejemplo, que, para que una actividad entre propiamente en el grupo
de los juegos, es condición necesaria y suficiente que la actividad tenga una
combinación de cuatro o más características de las C„ características de los
juegos. Bien podría ser que algunas actividades que sólo poseen tres caracterís
ticas sean juegos sin -lugar a dudas, y que otras que tienen cinco no lo sean 20.

. Intentemos por un momento definir la palabra «perro». ¿Cuáles


son algunas de las características perrunas típicas? Los perros tienen
cuatro patas y pellejo; típicamente tienen hocico largo (o alargado'1
comparados con otros mamíferos; pueden ladrar y a veces lo hacen;
agitan el rabo cuando están 'contentos o excitados; etc. Evidente
mente puede estar ausente una o más de estas características: un
perro con tres patas seguiría siendo un perro siempre y cuando tu
viese las demás características perrunas (¿todas?, no necesariamente);
un perro que no pueda ladrar seguirá siendo un perro, hay especies
enteras de «perros que no ladran»; etc. Hay evidentemente una
característica definitoria: ser mamífero; sin duda un animal quedaría
inmediatamente descalificado para el título de «perro» si no fuera
mamífero. Pero esto no nos lleva muy lejos, pues hay innumerables
mamíferos que no son perros. Si seguimos con las demás caracterís
ticas «perrunas», podremos hallar una o dos que podríamos consi
derar definitorias, pero la mayor parte de las que hallamos forman
un conjunto de características asociadas a la palabra «perro», de las
cuales no todas han de estar presente; de hecho, cada una de ellas
puede estar ausente (y por tanto la característica no es definitoria)
y el animal seguir siendo un perro siempre y cuando todas, la mayor
parte o algunas (esto varía) de las demás características se den.
Veamos ahora cómo ha cambiado nuestra imagen del lenguaje.
Comenzamos con la imagen de una palabra que designaba a todas
las características de un grupo definido de ellas, digamos A, B, C
y D; a menos que una cosa poseyese las cuatro, no sería un X. Pero
ahora nos encontramos que en el caso de muchas palabras (¿la ma
yoría?) puede ser un X y poseer sólo las características A, B y C, o
A, B y D, o A, C y D, o B, C y D; de modo que ninguna de las
cuatro sea definitoria. Ciertamente podría ser un X y poseer sólo
A y B, o A y C, o A y D, o B y D, etc. En otras palabras:
a) Dentro de un conjunto definido de características, ninguna
característica ha de estar presente, siempre y cuando todas o incluso
algunas de las demás lo estén; pero no puede estar ausente si faltan

20 George Pitcher, The Pbilosophy of W ittgenstein (La filosofía de Witt-


genstein) (Englewood Cliffs, N. J .: Prentice-Hall, Inc., 1964), pág. 220.
todas las demás. Bien se podría llamar a éste el rasgo del quórum
del lenguaje. Debe estar presente un quórum de senadores antes de
que el senado empiece oficialmente la sesión, pero no tiene por qué
estar ningún senador determinado; no hay un solo senador que no
pueda ser dispensado, siempre que haya un número mínimo de otros
senadores. Este es el requisito del quórum.
b) Pero qué constituya quorum varía de un grupo a otro, y de
una palabra a otra. No es necesariamente «todas las características
de X-idad menos una»; ni ha de ser «la mayoría de las caracterís
ticas, más del cincuenta por ciento». Cuantas más características
de X-idad estén presentes, con más confianza aplicaremos el término;
pero no podemos decir qué porcentaje exactamente del conjunto ha
de haber. No se puede decir que algo es un juego, si están presentes
cuatro o más características lúdicas, y que no lo es si hay menos. La
palabra es vaga en lo referente al porcentaje que ha de estar pre
sente para que la palabra sea aplicable.
c) Hasta ahora hemos asumido que hay al menos un número
definido de características de X-idad en el conjunto, y que la única
dificultad residía en fijar el porcentaje. Pero esto no es así; a me
nudo no hay un número definido de características como conjunto
de X-idad, o al menos no podemos estar seguros de que las hay.
No se trata solamente de que no podamos dirimir la cuestión (de
aplicar la palabra) determinando el porcentaje de las características
de X que constituye un quórum, sino también de que no podemos
establecer ningún número definido de características como el con
junto de las características de X. Consideremos la palabra «neuró
tico»; ¿hay aquí un conjunto de características de X-idad? Quizá
una persona sea extremadamente nerviosa e irritable; quizá monte
en cólera a la menor provocación; quizá tenga siempre sentimientos
de culpa en circunstancias muy raras (como al tocar un vaso) o no
los tenga en las ocasiones en que los tienen las demás personas;
quizá sea inestable y no pueda sentirse seguro incluso en las circuns
tancias no conflictivas más ordinarias; quizá nunca pueda decidirse
respecto a nada y esté siempre vacilante; etc. Ninguna de estas cosas
es definitoria de ser neurótico; esa persona podría estar falta de
una o más — incluso de la mayor parte— de ellas y ser un neuró
tico a pesar de todo. Pero, ¿hay un conjunto definido de caracterís
ticas para elegir? ¿Quién podría hacer tal lista? Y si la pudiese
hacer alguien, ¿podría estar seguro del todo de que sea completa,
de que nada se podría añadir como parte del conjunto de X-idad
para «neurótico»?
d) No todas las características tienen el mismo peso. Unas
pueden tener más fuerza que otras: así A sola puede tener más fuer-
za, para que algo sea un X, que B y C juntas. La cread viciad tiene
más peso que la buena memoria a la hora de estimar la inlclÍH«nclrt
de una persona.
c) Algunas características no están meramente presente» ti
ausentes, sino que se presentan en diversos grados, y cuanto mayor
sea el grado en que esté presente la característica, mayor peso tendrá
para que a la cosa en cuestión se le llame un X. Todo el mundo
posee cierto grado de memoria, pero cuanto mayor es el fttntln en
que está presente, mayor es la inteligencia (permaneciendo comíante»
las demás cosas). En la mayor parte de los casos 110 se puede cn!u<
blecer en términos matemáticos cuánto peso añade cierto prado de
presencia de la característica; sólo se puede decir vagamente «cuanto
mayor sea el grado en que esté presente la característica A, con
mayor confianza podemos dccir que esto es un X».
Ahora comenzamos a ver la multiplicidad de aspectos en que
una palabra puede ser vaga. .Este es un rasgo tan general del len
guaje que infecta incluso los términos científicos más técnicos. Po
dríamos creer que «mamífero» significa cualquier animal que ama
mante a su cría; pero si miramos el American Dictionary 0/ Biolo^y
(Diccionario Americano de Biología), observaremos ocho caracterfa*
ticas asociadas a esta palabra, que constituyen juntas el conjunto de
X-idad de ella, de las cuales ha de estar presente un quórum indefi
nido, comportando cada una un peso diferente (pero no especificado
con precisión). O consideremos la palabra «oro». A esta palabra v«
asociado un cierto número de características: el oro produce cierta»
líneas espectrales, posee cierto número atómico (79), cierto peso ijtó-
mico, un color característico, cierto grado de maleabilidad, cierto
punto de fusión y constituye ciertas combinaciones químicas y no
otras. Muchos químicos dirían que el peso atómico sólo es suficiente
para definir el término, que ésta es su característica definitoria, y ln
única necesaria. No obstante, los mismos químicos quedarían suma
mente perplejos si se diese el caso de que algo que poseyese ese
número atómico no fuese amarillo sino púrpura, no maleable, tuviese
un punto de fusión diferente y produjese una serie diferente de
líneas espectrales. ¿Lo llamarían oro? Algunos lo ham n, sin duda
alguna; otros no. Sin duda, algunos considerarían toda¿ estas carac
terísticas como definitorias — «no sería oro si le faltase incluso '..na
sola de ellas»— pero ésta es una posición dudosa a la vis La del
hecho de que un isótopo tiene un peso atómico diferente del que es
normalmente característico del elemento, y no obstante los químicos
lo llaman X («X, pero isótopo de X»), siempre que pos:a las demás
características de X. Ciertamente, está lejos de ser ciar 3 qué dirían
los químicos si ocurriese algo así; están tan habituados a ver juntas
todas las características que no han pensado en la cuestión de cómo
llamarían a una cosa a la que resultase faltar una o dos de ellas.
Simplemente no hemos previsto qué diríamos si surgiesen unos
cu ante ó tipos d ; desarrollos nuevos e inesperados. ¿Seguiríamos
llamando a alge un X, si ocurriesen acontecimientos imprevistos
E, F, G? Poderr os no haber previsto esta posibilidad en un sentido
u otro. Consideremos, por ejemplo, cuándo usaríamos, y cuándo no,
la palabra «gato». Esta palabra ciertamente se encuentra sujeta a lo
que hemos llamado el rasgo del lenguaje del quórum: hay un número
(no un número muy definido) de características asociadas a esta
palabra, tales como tener cuatro patas, pellejo, velludo, tener bigotes,
cazar sus presas y comerlas, ronronear, maullar, etcétera. Ninguna
de estas características parece ser necesaria: podría haber un gato
que nunca maullase, un gato que nunca ronroneara, un gato vege
tariano, etc. Debe estar presente un quórum de rasgos, pues nada
podría ser un gato y no tener ninguno de ellos; y, sin duda, algunos
rasgos comportan más peso que otros. Cuanto más de ellos haya (en
especial de los que tienen más peso), más inclinados estamos a llamar
gato a algo. Pero supongamos que, en presencia de numerosos tes
tigos así como de máquinas grabadoras, pronunciase unos cuantos
versos de poesía inglesa. ¿Qué haríamos? ¿Lo seguiríamos llamando
gato, o diríamos que era un ser humano que tenía aspecto de gato?
¿Ó que haríamos si, ante nuestros ojos, creciese de repente hasta
hacerse cien veces mayor que su tamaño normal?

... ¿O si mostrase un comportamiento extraño que usualmente no se da


en los gatos, sí, por ejemplo, en ciertas condiciones pudiese revivir después
de muerto, cuando los gatos normales no podrían? ¿Diríamos, en tal caso, que
ha aparecido una nueva especie? ¿O que es un gato con propiedades extra
ordinarias?
Ahora supongamos que digo «Ahí está mi amigo». ¿Qué pasa si, al acer-
de nuevo, puedo tomarle la mano, etc. Entonces, ¿qué? «Luego mi amigo
sino una ilusión u otra cosa.» Pero supongamos que segundos después lo veo
de nuevo, puedo tomarle la mano, etc. Entonces, ¿qué? «Luego, mi amigo
estaba allí a pesar de todo y su desaparición sólo fue una ilusión o alguna otra
cosa,» Pero imaginemos que después de un rato desaparece otra vez, ¿qué diré
ahora? ¿Poseemos realas para todas las posibilidades imaginables...?
Supongamos que me encuentro un ser que parece un hombre, habla como
un hombre, se comporta como un hombre, y sólo mide un palmo de altura;
¿diremos que es un hombre? ¿O qué diremos del caso de una persona tan
anciana que recordase al Rey Darío? ¿Diríamos que es inmortal? ¿Hay algo
así como una definición exhaustiva que, finalmente y de una vez por todas, nos
satisfaga? «Pero, ¿no hay definiciones exactas, por lo menos en la ciencia?»
Veamos. La noción de oro parece estar definida con precisión absoluta, diga
mos, por el espectro del oro con sus líneas características. Ahora, ¿qué diría
mos si se descubriese una sustancia que tuviera la apariencia del oro, satisfi
ciese todas las .pruebas químicas del oro, pero emitiese un nuevo tipo de radia
ción? «Pero tales cosas no ocurren.» De acuerdo; pero podrían ocurrir, y eso
es suficiente .para mostrar que nunca podemos exduir la posibilidad de que
surja una situación imprevista en la que tengamos que modificar nuestra
definición21.

La cosa es que no podemos prever todas las circunstancias posi


bles que, si surgiesen, nos harían dudar de si la palabra debería
aplicarse a la cosa en cuestión. No importa lo claro que podamos
pensar que es nuestro uso de la palabra, se podrían imaginar situa
ciones en las que sencillamente no sabríamos qué decir. Podemos
tratar de conjurar la duda en ciertas direcciones diciendo «bueno, sí
ocurriese eso, no sería un gato», pero ¿qué pasa con las otras innume
rables direcciones en las que nunca hemos pensado?

Por mucho que lo intentemos, ningún concepto está limitado de tal forma
que no quepa lugar a dudas. Introducimos un concepto y lo limitamos en
dgunas direcciones; por ejemplo, definimos el oro en contraste con otros me
tales, como las aleaciones. Esto es suficiente para nuestras necesidades actuales,
y no indagamos más. Tendemos a soslayar el hecho de que siempre hay otras
direcciones en las que el concepto no ha sido definido. Y si lo hiciésemos,
fácilmente 'podríamos imaginar condiciones que necesitarían nuevas limitaciones.
En resumen, no es posible definir un concepto como el de oro con precisión
absoluta, esto es, de tal forma que cada rincón y cada grieta estén bloqueados
contra la entrada de la duda 22.

¿Son todas las palabras imprecisas de ese modo? No, pero pro
bablemente la mayor parte lo es. Muchas palabras de las matemá
ticas (incluida la geometría) están definidas con precisión absoluta,
como «triángulo», «más» y «coseno». Sabemos exactamente cuándo
aplicar estos términos y cuándo no, sin que surja la menor sombra
de duda sobre situaciones inesperadas o impensadas, Algo es un
triángulo si satisface las tres condiciones, y si no, no lo es, Pero
prácticamente todas las palabras que usamos en la vida diaria, por lo
menos las que usamos para hablar de cosas, procesos y actividades,
están faltas de esa precisión.
3. Vaguedad en las palabras por medio de las cuales definimos.
Un aspecto final del tema de la vaguedad ha de ocupar aún nuestra
atención. Examinaremos una palabra que es vaga de una o más de
las maneras ya tratadas, y mostraremos luego cómo es vaga de otra
forma más. Consideremos el término «habitante».

21 Friedrich Waismann, «VeriftnbiUty» («Veríficabilídad»), en Logic and


Language (Lógica y lenguaje), First Series, ed. Anthony Flew (Oxford:
Blackwell, 195?), págs. 119-20.
22 Ibid., pág. 120.
¿En qué condiciones ha de ser considerada una persona habitante de una
comunidad? Está claro que la persona que reside y trabaja en los límites de
una comunidad es habitante de ésta, y está claro que quien no ha puesto
nunca los pies en ella, no es un habitante de esa comunidad. Pero, ¿qué pasa
si posee una residencia en la comunidad que só'o ocupa en verano, alquilán
dola y viviendo en otro sitio el resto del año? ¿Qué, si asiste a clases en ía
comunidad, viviendo en una pensión mientras está abierta la facultad, pero
fuera de la comunidad mientras la facultad está cerrada? ¿Qué, si vive y tra
baja en la comunidad durante un período fijo de dos años, pero posee una
casa en otra comunidad que contiene la mayor parte de sus pertenencias y a la
que piensa volver después de cumplir su traslado? ¿Es un habitante de la
comunidad durante esc período de dos años? 23.

Pero supongamos ahora que hemos decidido todos estos pro


blemas por estipulación de significados nuevos y más precisos. In
cluso después de hecho esto, surge otro problema:

Incluso si pudiésemos decidir exactamente qué combinación de condiciones


es necesaria y suficiente para la aplicación del término «habitante», los térmi
nos en que se enuncian estas condiciones son ellos mismos más o menos vagos.
Por ejemplo, •hacemos uso del término «trabaja en la comunidad». Sin duda,
hay muchos casos en que la aplicabilidad o no aplicabilidad de este término
no es problemática, pero también hay casos problemáticos. ¿Qué pasa con e l'
vendedor cuya compañía tiene la oficina central en la comunidad, pero que,
por la naturaleza de su trabajo, pasa la mayor parte de sus horas de trabajo en
otro sitio? O al revis, ¿qué pasa con un hombre cuyo patrón está en otro
sitio pero la mayor parte de sus horas de trabajo transcurren en la comunidad
en cuestión ccmo consultivo o cabildero? ¿Y qué hay del escritor que realiza
la mayor parte de sus obras dentro de los límites de la comunidad? ¿«Trabaja
en la comunidad»? El término «ocupa una casa» también está sujeto a vaguedad.
Si una persona posee varias casas, no alquila ninguna a otras personas, y pasa
parte de su tiempo en cada una de ellas, ¿ocupa todas, o una o más? E tc24.

La cuestión es ésta: Cuando definimos palabras usando otras pa


labras — como hacemos con todas excepto en la definición ostensi
va— , estas otras palabras son habitualmcnte, a su vez, vagas. Pode
mos definir «X» en términos de las características A, B' y C, pero
puede no estar claro que constituye exactamente la posesión de las
características A, B y C. Un perro es un mamífero de cierta especie,
pero, ¿qué es exactamente un mamífero? Un mamífero tiene cuatro
patas, pero, ¿qué es exactamente una pata? (¿Sería una pata algo qu -2
fuese microscópicamente pequeño? ¿Si la criatura no pudiese utili
zarla para caminar? ¿Si tuviese el aspecto de lo que llamamos patas
pero creciere en la cabeza o en el costado? ¿Si fuese veinte veces

23 William P. Alston, Pbilosophy of language, pág. 90.


24 Ibid., pág. 91. La cursiva -es raía. La misma palabra «comunidad» es
igualmente vaga; ver pág. 120.
mayor en circunferencia que en longitud?, etc.) Un dragón es una ser
piente que echa fuego al respirar, pero, ¿cuándo exactamente está algo
ardiendo? (¿Qué pasa con los casos posibles en los que están presen
tes unas cuantas características del fuego pero no otras?) ¿Cuándo se
puede decir que respira (aquí hay muchas posibilidades limítrofes)?
¿Y cuándo que es una serpiente? Matar es arrebatar una vida, pero,
¿cuándo exactamente es arrebatada una vida? Si usted deja morir
por abandono a una persona, no disparándole ni envenenándola, sino
dejándola tal como la encontró, ¿se puede decir que la ha matado?
Si usted induce al suicidio a su esposa, ¿es eso matar? Si un
peatón muere porque usted no detuvo el coche a tiempo, y no se
detuvo a tiempo porque se estropeó el freno repentinamente, ¿es
eso matar? Etc. La misma vaguedad que encontramos en el término
origina] es probable que surja de nuevo én los términos que usamos
al definirlo. Cada vez que pensamos poseer una regla estricta para
aplicar la palabra «X», puede resultar que los mismísimos constitu
yentes de la regla no sean a su vez tan estrictos; los tapones que
hemos puesto para tapar los agujeros han de ser tapados a su vez.
Todos estos aspectos de la vaguedad caracterizan la forma en
que está construido el lenguaje viviente. En la medida en que las
palabras están definidas por medio de otras (previas) palabras im
precisas, y éstas a su vez por otras, no hay alternativa. Estas palabras
a su vez descansan en definiciones ostensivas, pero las definiciones
ostensivas son también imprecisas: indican casos de la aplicación
de una palabra, pero ningún número de definiciones ostensivas nos
dirá cuáles son los límites exactos, en particular cuando 11 vaguedad
sea en muchas direcciones a la vez. Los términos m atenáticos son
los menos sujetos a vaguedad; y los siguen, quizá, las palabras inven
tadas con propósitos especiales en las diversas ciencias. Fero incluso
aquí, como hemos visto, aparece una vaguedad considerable. La única
forma de evitar esta dificultad sería inventar un lenguaje artificial
y no usar para nada un «lenguaje natural» como el español. En un
lenguaje artificial comenzaríamos con unas pocas palabras que queda
rían indefinidas («términos primitivos»), y luego definiríamos otras
enteramente en términos de ellas, y así sucesivamente, asegurán
donos en cada momento de no usar palabras que antes no hayan
sido definidas explícitamente por medio de los términos primitivos.
Pero por muy divertido juego que pueda ser tal lenguaje artificial,
sería de poca ayuda en el análisis de los significados de un lenguaje
vivo, y son precisamente las palabras del lenguaje vivo las que dan
lugar a los problemas que tratamos en filosofía, así como en la mayor
parte de las demás disciplinas.
E jercicios

1. ¿Considera que son vagas las siguientes palabras? Sí es así, ¿en qué
aspecto(s)? Feliz; encima; 3; este; salario; comer; impaciente; y; sólido;
vociferar; más; trago,
2. Trate de analizar la vaguedad de la palabra «sombrero» en lineas si
milares a como analizamos «perro» {pág. 97). ¿Se le ocurren algunas de las
características que han de estar presentes para que algo sea un sombrero? ¿Es
todo objeto que se usa en la cabeza (o diseñado para usarse en la cabeza) un
sombrero? Si no* ¿qué distingue a los sombreros de otras cosas tales como
gorras y turbantes? ¿Hay un conjunto de características de «sombreridad»?
¿Puede definir «sombrero» de tal forma que incluya las cosas que llamamos
sombreros y excluya las demás cosas para ponerse en la cabeza a las que no
aplicamos la palabra «sombrero».
3. ¿Hay muchos criterios para el uso de las palabras siguientes? ¿Cuáles
de les cinco rasgos descritos en .las páginas 97-99 valen para ellas? Gato; silla;
organismo viviente; habitante; pata; nervioso; caja; bote; cortina; poema.
4. Tedas las características siguientes están asociadas a la palabra «reli
gión». ¿Cuáles de ellas, si alguna, considera usted esenciales (definitorias)?
¿Cuáles pueden ser prescindibles, siempre y cuando las demás estén presentes?
¿Cuáles tienen mayor peso que las demás para que algo sea considerado una
religión? ¿Qué combinación(es) de ellas, a su modo de ver, constituirían
quórum suficiente para permitirnos usar la palabra? (La lista está tomada de
William P. Alston, Pbilosophy of Language, pág. 88).
a ) Creencia en seres sobrenaturales (dioses).
b ) Distinción entre objetos sagrados y profanos.
c) Actos rituales centrados en torno a objetos sagrados.
d ) Un código moral que se cree sancionado por los dioses,
e ) Sentimientos religiosos característicos (temor, sentido de misterio, sen
tido de culpa, adoración, c:c.\ que tienden a despertarse en presencia de los
objetos sagrados y durante la práctica del ritual, y que son asociados a los
dioses.
f) Oración y otras formas de comunicación con los dioses.
g) Una cosmovisión, esto es, una representación del mundo como un todo
y del lugar del individuo en él, incluyendo una especificación de su significado
general.
h) Una organización más o menos total de la propia vida basada en la
cosmovisión.
i) Una organización social unida por las características precedentes.
5. «Cuando tratamos de describir el significado de una expresión tal y
como es realmente, y no de refínarlo, lo que necesitamos es otra expresión
que case lo más exactamente posible con 3a vaguedad de la primera. Así, al
definir "adolescencia" como el periodo de vida comprendido entre la niñez y
madurez, tenemos con toda seguridad un baten acoplamiento. Pues la indeter
minación de los límites de la adolescencia es la misma que poseen el límite
superior de la niñez y el límite inferior de la madurez».
¿Se le ocurren otros ejemplos de definiciones de palabras vagas que sean
satisfactorias por el uso en la definición de palabras igualmente vagas? (Ver
Alston, Ph'ÚGsophy of Language, pág. 95.)
4. E l significado de las oraciones

H asta este momento hemos estado considerando el significado


de palabras y locuciones. Pero ordinariamente no pronunciamos
palabras o frases aisladas, pronunciamos oraciones enteras. Toda
oración ha de estar compuesta de palabras (que, por definición, po
seen un significado, o de otro modo no serían palabras}; pero no
toda ristra de palabras es una oración. El significado de las palabras
no garantiza el significado de la oración. El significado de una oración
tiene relación con el uso que se hace de ciertas ristras de palabras.
Uno de los principales usos de las expresiones compuestas de pala
bras es hacer aserciones, pero hay también otros modos de usar
oraciones. Sera de nuestra incumbencia una serie de nuevas consi
deraciones, a medida que discutamos el significado de las oraciones.
Dejemos a los gramáticos la difícil tarea de dar una definición
exacta de «oración», sólo diremos que una oración debe contener
al menor un sujeto y un verbo. Así «el sol brilla» es una oración,
«porque corre perfectamente» no lo es (por supuesto, puede ser una
forma elíptica de expresar una oración completa). A una ristra de
sílabas sin sentido, le falta tanto significado de palabras como signi
ficado en cuanto oración: «Retí mambol selehu»; y una ristra de
palabras puede tener significado en las palabras pero no tenerlo
como oración: «Correr muy comer y». («Los pirotes carulizan ciá
ticamente» suena a oración, pues «-izan» es un sufijo verbal y
«-mente» es un sufijo adverbial; pero hasta que no hayan recibido
un significado estos cuatro sonidos, debemos considerarlos como
sílabas sin sentido.) No nos ocuparemos de estas cosas; nuestro
principal cometido será descubrir las condiciones del significado de
las oraciones, así como distinguir las oraciones con significado de las
oraciones sin significado, para lo cual primero batí de ser oraciones,
y esto exige que estén compuestas por palabras, y no por meros
sonidos.
Proposiciones. Habremos de hacer al comienzo una distinción
entre oraciones y proposiciones. Una oración, como una palabra,
posee un significado: una oración no es meramente una ristra de
señales sobre el papel o una serie de sonidos, sino una u otra de
estas cosas pero con significado. Pero cuando hablamos de una pro
posición, no estamos hablando de la oración misma sino de lo que
significa la oración. Para expresar la misma proposición — esto es,
el mismo significado— se pueden usar una o más oraciones: «Nueva
York es más grande que San Francisco» y «San Francisco es más
pequeña que Nueva York» son dos oraciones diferentes, y son muy
distintas una de otra: por ejemplo, la primera oración contiene la
frase «más grande que» y la segunda no; la primera empieza con
la netra «n» y la segunda no, etc. No obstante afirman o expresan
la misma proposición. Ambas dan la misma información; ambas
afirman la existencia del mismo estado de cosas. Si creemos que la
primera expresa una verdad, estamos comprometidos a creer que la
segunda también; y si alguien dice: «Voy a darte dos noticias:
Nueva York es más grande que San Francisco y San Francisco es
más pequeña que Nueva York», diríamos que no nos estaba dando
dos informaciones sino una. También ocurre lo contrario: se puede
usar Ja misma oración para expresar diferentes proposiciones cuando
la oracióu es ambigua. «£1 alquila una casa» podría significar que él
se compromete a pagar el alquiler a alguien, o que éste se compro
mete a pagárselo a él; dos significados diferentes, pero una sola
oración.
Es la proposición la que es verdadera o falsa, pero la oración
tiene significado o deja de tenerlo. Una oración es sólo un vehículo
del significado, y sólo cuando sabemos cuál es el significado podemos
saber si la proposición que expresa es verdadera o falsa. Se ha defi
nido a menudo una proposición como «cualquier cosa que sea verda
dera o falsa».
La palabra «proposición» se usa en filosofía con un sentido
especial, no en el sentido popular de «tengo que hacerte una pro
posición». Se podrían emplear y derrochar muchas páginas en el
irritamiento de jas proposiciones; podríamos hacer preguntas tales
como «¿son Jas proposiciones entidades temporales o atemporales?»,
«¿existen las proposiciones antes de que alguien las enuncie en una
oración?» y «¿qué son las proposiciones, además de su expresión
en las oraciones?». Así, se suscitan muchas cuestiones que han
conducido a muchos estudiosos del tema a abandonar el término
«proposición» y hablar sólo de oraciones y clases de oraciones. No
obstante la distinción es útil, pues señala una diferencia importante:
entre la oración misma (tal como la estudiarían los gramáticos) y el
significado que trasmite. Los filósofos se ocupan de las oraciones
sólo en la medida en que son portadoras de significado; el análisis
de las oraciones (y las palabras que contienen), junto con su historia,
origen y relaciones, es ocupación de los lingüistas, filólogos y etimo
logía tas, En filosofía, nuestro único interés en las oraciones obedece
simplemente a que, para enunciar proposiciones, hemos de usar
oraciones. Hay sustitutivos no lingüísticos de las oraciones, como,
por ejemplo, cuando digo a un amigo que, durante una reunión, voy
a sacar el pañuelo del bolsillo del abrigo para indicarle que me
voy a marchar en diez minutos. Pero tal seña ha de ser convenida de
antemano, y he de usar el lenguaje para explicar qué proposición
va a significar la seiia.
Habremos de usar el término técnico «proposición» bastante fl
menudo en nuestra investigación. A veces emplearemos Ja palabra,
más usual, «enunciado», que puede significar tanto la proposición
expresada como la oración que la expresa En muchos casos está clnro
por el contexto cuál de estas cosas significa. Pero en muchos casos
es importante evitar la confusión, y entonces emplearé la termino
logía más precisa de «oraciones» y «proposiciones».
Oraciones no asertivas. Las proposiciones, hemos dicho, son
verdaderas o falsas. Pero no toda oración expresa una proposición,
Sólo las oraciones que usamos para afirmar algo expresan propo
siciones 25. Pero hacemos muchas otras cosas con las oraciones:
ordenamos, rogamos, interrogamos, exclamamos. Si usted dice « ¡cie
rre la p u erta!» y yo respondo «sí, es verdad», o si usted dice
«¿qué hora es?», y yo replico, «no», será obvio que yo no he enten
dido el significado de sus expresiones. He aquí las principales fun
ciones no asertivas de las oraciones: 1) Preguntas. «¿Qué hora es?»
no afirma nada, de aquí que no sea verdadera ni falsa; no obstante
todos sabemos lo que significa suficientemente bien como para poder
contestar. 2) Imperativos. « [Cierre la p u erta!» no es verdadero ni
falso, no afirma nada, ordena, («Acabo de cerrar la puerta», sin
embargo, es una aserción, y ha de ser verdadera o falsa, i Los impe
rativos suavizados que no son mandatos, sino más bien sugerencia»,
tales como «cerremos la puerta», no afirman nada y por tanto no
son verdaderos ni falsos. Pueden, sin embargo, implicar (en el sen
tido de «presuponer») proposiciones. Si digo « ¡deje de hablar! »,
usted puede replicar «¡P ero si no estaba hablando!». 3) Exclama
ciones. « ¡O h !» y « ¡qué d ía !» no son considerados usualmcntc
oraciones; en todo caso no expresan proposiciones. Algunas oracio
nes exclamativas, sin embargo, además de exclamar, implican propo
siciones. Cuando exclamamos « ¡qué día más soleado! » estamos im
plicando una proposición, a saber, que hoy es un día soleado, y esto,

25 No todos los autores que tratan el tema trazan las distinciones de Ifl
misma manera. Por ejemplo, de acuerdo con el profesor C. I. Lcwis, unit prO'
posición es un estado de ccsas real o supuesto, tal como quc-Mary-cuczrt-pUB-
teles; además, hay varias cosas que podemos hacer con esta proposición: pc.'ltj-
mes afirmarla («Mary cuece pasteles»), negarla («Mary no cuece pasteles»), pt':-
f:untav!a {«¿Cuece pasteles Mary?»), sugerirla («Por favor, Mary, cuece paíte
les»), ordenarla («Mary, ¡cucce pasteles!»), y así sucesivamente. Todo» élto»
son significativos en tanto la proposición nuclear lo sea: quc-Marv-cuttta-píilíte
les es significativo; que-sábado-esté-en-la-cama no lo es. Ver C. I, Lew!»,
Analysis o} Knowledge and Evaluaiion (Análisis del conocimiento y ln valo
ración), págs. 48-55.
por supuesto, es verdadero o falso. Alguien podría replicar: «¿P or
qué?, no es verdad, hoy no hace nada de sol», mostrando así que
interpreta que nuestra oración afirma algo. En todo caso la prueba
a aplicar es: «¿Es apropiada la respuesta "es verdad” o "no es
verdad” ?» Una misma oración que exprese una exclamación podría
tener por objeto hacer una afirmación, usada por un hablante, o mera
mente exclamar sin afirmar nada, usada por otro hablante. « ¡Vaya
caballo! » puede tener meramente por objeto desahogarse uno, pero
más probablemente tiene por objeto no sólo esto sino también afir
mar que ese animal, en opinión del hablante, es un buen caballo.
Fundamentalmente, nos ocuparemos del significado de las oracio
nes asertivas, tales como «hay un ratón en la despensa». Pero nues
tra investigación sobre las condiciones en las cuales poseen signifi
cado las oraciones podrían ser extendidas fácilmente para incluir a
las oraciones no asertivas. Así, si la oración asertiva «hay un ratón
en la despensa» es significativa (tal como está), la pregunta corres
pondiente «¿hay un ratón en la despensa?» también será significa
tiva; y si la aserción no es significativa, tal como «el sábado está
en la cama», la pregunta correspondiente «¿está el sábado en la
cama?» tampoco es significativa.
El significado de las palabras y el significado de las oraciones.
Muchos de los puntos que ya hemos tratado sobre el significado de
las palabras son también aplicables al significado de las oraciones.
Lo mismo que las palabras pueden ser ambiguas, también pueden
serlo las oraciones. Una oración puede ser ambigua porque contenga
una palabra ambigua (pues esa simple palabra, tal como «alquilar»,
hace a la oración susceptible de ser tomada en más de un sentido);
pero puede ser también ambigua sin que lo sean las palabras que
contiene: no sólo las palabras individuales, sino también el orden
en que aparecen en la oración, pueden hacer a la oración susceptible
de tener más de un significado. «Mary oía cantar a la famosa so
prano mal» podría significar que oía mal cantar a la famosa soprano,
o que oía cantar mal a la famosa soprano. «Dos minutos después de
bautizar el barco la señora Smith, flotaba en el río» no aclara si es la
señora Smith o el barco lo que flotaba. La clase de ambigüedad que
depende del orden de las palabras y puede corregirse cambiando
tal orden se llama ambigüedad sintáctica, en contraposición a la
ambigüedad semántica (que ya hemos examinado) en la cual una sola
palabra o frase tiene más de un significado.
Las oraciones, como las palabras, también pueden ser vagas. De
nuevo, una sola palabra vaga es suficiente para volver vaga toda la
oración en que aparece («calvo» es vaga, pues no tiene un claro
punto límite su aplicación, y en consecuencia «Jones está calvo» es
vago). Pero las oraciones también tienen una vaguedad propia que no
es meramente función de la vaguedad de la palabra.

Si alguien dice: «Hemos de tomar medidas para hacer frente a este


apuro», o si un anuncio dice; «Esta es la cualidad oculta que posee verdadero
valor», es verosímil que la gente responda con «ésa es una afirmación muy
vaga» o «¿no podría ser usted menos vago...?» No es que la palabra «medi
das» sea vaga porque haya casos en que no esté claro si algo debería ser o no
llamado una medida; y no es que haya casos en que no se pueda decidir si
algo es o no una cualidad o está o no oculto. (No estoy negando que las
palabras «medida», «oculto» y «cualidad» sean en alguna medida vagas. Estoy
diciendo que no es ía vaguedad que afecta a estas palabras laprincipal respon
sable de la insuficiente determinación de estos enunciados,) El problema reside
en la falta de especificidad, en usar simplemente el término muy general,
«medidas», en vez de señalar algunas medidas específicas, y en usar el término
muy general «cualidad» en vez de decir específicamente qué cualidad 24.

Las oraciones, así como las palabras y frases, poseen lo que


hemos llamado «significado secundario». Las oraciones tienen cierta
mente un poder asociativo y sugestivo mayor que las palabras o
frases aisladas. Si decimos «tuvieron hijos y se casaron», eso sugiere
(pero no dice) que ellos tuvieron hijos antes de casarse; pero dado
que esto sólo es sugerido por la forma en que está dispuesta la ora
ción, es dudoso que tuviese éxito una querella judicial basada en
esta observación ofensiva.

La sugerencia es parte del significado completo de la oración, pero no


se tiene la sensación de que su presencia sea tan esencial o tan básica como el
significado 'primario, del que sin embargo depende. Por esto, le llamamos «signi
ficado secundario». Generalmente es menos enfático, menos aparente, menos
definido y precisamente fijado que c! significado primario, pero puede ser no
menos importante, incluso de:;de un punto de vista práctico. Lo que sugiere
una oración lo dice implícitamente, más bien que explícitamente, en forma de
insinuación, indirecta, alusión o implicación. La diferencia entre «la señora
Smith es más guapa que la señora Jones» y «la señora Jones es más fea que
la señora Smith» es una diferencia de insinuación. Si la una es correcta con
entera precisión, la ctra es engañosa. Pero «en una escala de belleza, la señora
Smith estará situada por encima de la señora Jones, y ambas rayarían muy
alto» se aproxima al lenguaje científico. Podría ser falso, pero no engañoso,
y por tanto no sugiere nada 27.

Criterios para el significado de oraciones. ¿Cuándo posee signi


ficado una oración? Si una oración no es significativa, no puede
expresar ninguna proposición, verdadera o falsa; sí no hay signifi
cado, no hay nada que pueda ser verdadero o falso. La distinción

26 William P. Alston, Pbilosophy of Language, pág. 85.


27 Monroe C. Beardsley, Aesthetics, págs. 123-124.
entre lo falso y lo no significativo es importante (la falsedad presu
pone significatividad), y la gente a menudo confunde lo uno con lo
otro. Si un filósofo condena como falsas las teorías de otro filósofo,
le está haciendo la cortesía considerable de aceptar que tienen signi
ficado y que él sabe lo que significan (¿cómo podría de otro modo
decir que son falsas?). Una condena mucho más sería de ellas sería
decir que no son significativas — cargo que se hace con frecuencia en
filosofía— y, si realmente lo son, la cuestión de su verdad o falsedad
ni siquiera se suscita. «Hay seres inteligentes en otras galaxias»
puede ser falso, pero ciertamente posee significado, mientras que
«el sábado está en la cama» no es ni verdadero ni falso, sino no
significativo.
Esto nos conduce al problema final de este capítulo: ¿En qué
condiciones se puede decir de una oración que es significativa (o
que posee significado)? Hay casos claros de oraciones significativas
que pronunciamos todos los días, cuyo significado conocemos sufi
cientemente bien, tales como:

El está sentado en una silla.


Marte tiene dos lunas.
Algunos perros son blancos.
Los triángulos isósceles tienen dos lados iguales.
Los reptiles no pueden oír.
Los Angeles ocupa un área mayor que Nueva York.
Las cortinas de tu habitación están sucias.

Pero hay otras oraciones que poseen al menos sentido gramatical


(emplean palabras, y parecen decir algo sobre algo: obedecen las
leyes de la gramática) pero a las que una vez pronunciadas respon
deríamos diciendo «esto no tiene ningún significado».

Las ideas verdes duermen furiosamente.


El siete es azul.
El estaba de pie entre el poste.
Cuadruplicidad besa la tardanza.
Los libros beben gatos.
Tu reloj está encima del Universo.
Los refrigeradores responden adverbialmente.
La miz cuadrada de — 1 es azul.

¿Qué hay en éstas que nos inclina a decir que tales oraciones
no son significativas? Si dijésemos solamente «es falso que las
ideas verdes duerman furiosamente», estaríamos haciendo demasiado
honor a la oración — si es falsa, al menos ha de ser significativa,
¿y qué significaría una oración como ésta? Si dijésemos que es falsa
invitaríamos a replicar: «¿Quiere usted decir que duermen tran
quilas? ¿O quizá que son las ideas rojas las que duermen furiosa
mente?» No sabemos qué es que las ideas rojas duerman furiosa
mente en mayor medida que el que lo hagan las ideas verdes, o que
una u otra duerman furiosamente en vez de hacerlo de otra manera,
ciertamente, ni siquiera que duerman; ¿qué significaría cualquiera
de estas oraciones? «Ninguna de ellas posee sentido», estaríamos
inclinados a decir.
Pero, ¿por qué no lo tienen? Esta no es una cuestión fácil de
responder, una discusión completa solamente de esta cuestión ocupa
ría cientos de páginas. Muchos filósofos están en radical desacuerdo
sobre le que hace significativa a una oración. No sólo disienten sobre
la designación de «no significativo» (las características que una ora
ción ha de tener para ser no significativa), sino que también lo
hacen sobre la denotación (hay ejemplos que algunos filósofos
llamarán no significativos y que otros llamarán significativos pero
falsos). Por ejemplo, respecto a los enunciados teológicos como
«Dios existe», «Dios ha creado el mundo», «Dios influye en el curso
de nuestras vidas» y «Dios es tres en uno», hay algunos que dirán
que no son significativos, otros que son significativos pero falsos,
y aún otros que son significativos y verdaderos, y a menudo por muy
diferentes razones. En lo que resta del capítulo sólo podemos ofrecer
unas pocas observaciones preliminares, y trataremos el tema de nuevo
cuando surja en diferentes contextos.
1. Imaginabilidad. ¿Cuándo decimos de una oración que es sig
nificativa? Una respuesta posible es que debemos ser capaces de
imaginar cuál es la situación para describir la cual se está usando
la oración: «Yo sé que la nieve no es rosa, pero puede imaginar
fácilmente nieve rosa, de modo que hablar de nieve rosa e; significa
tivo aunque no sea cierto que haya tal cosa». «No hay i nicorn.ios,
pero fácilmente podemos imaginar caballos con cuernos en medio
de la frente; por tanto, ciertamente es significativo hablar de ellos.
Pero, ¿qué pasa si somos incapaces de imaginarlo? ¿Es er tonces no
significativo? Parece que entendemos muy bien lo que significa la
frase «polígono de un millón de lados», pero es dudoso que haya
ser humano capaz de formarse una imagen de un polígcno de un
millón de lados. Si usted dice que puede, ¿en qué se diferencia su
imagen de un polígono de un millón de lados de su imagen de un
polígono de un millón de lados? O tro ejemplo: entendemos qué
significa «la deuda nacional de los Estados Unidos es de casi 400.000
millones de dólares» (en todo caso los economistas pretenden enten-
derlo), pero, ¿podemos imaginar, una deuda de tal magnitud? Im a
ginar un gran número de billetes de un millón de dólares no sería
suficiente, pues no daría la idea de deuda. Hay muchas oraciones de
cuyo significado no podemos formar imagen en absoluto, porque de
lo que se habla no es de aspectos sensoriales como imágenes visua
les, olores y sonidos, sino de abstracciones. Si alguien dice «la ho
nestidad es una cualidad deseable», ¿qué nos imaginamos? Y sea
lo que sea lo que nos imaginemos (por ejemplo, una persona honesta
que conozcamos), ¿es éste el significado de la oración? Cada uno de
nosotros puede imaginar muchas cosas, y algunos nada en en abso
luto; ¿supone esto diferencia en cuanto al conocimiento del signifi
cado? Ya hemos observado (págs. 71-73) que lo que imaginamos
tiene relación con los efectos de una expresión sobre sus oyentes,
no con lo que significa esa expresión. Además, este criterio, de ser
aceptado, sería extremadamente subjetivo, pues unas personas tienen
mayores poderes de imaginación que otras.
2. Bescriptibilidad. «Una oración es significativa si se puede
describir la situación (o situaciones) que la ejemplifican, esto es,
que cuentan como ejemplo de ella.» Por ejemplo, si digo «los ecto-
morfos son mendaces», puedo explicarle a usted con otras palabras,
usando sinónimos y definiciones de los términos principales, qué
significo con esa oración. La descripción con otras palabras es útil
cuando no se conocen los significados de las palabras de mi expli
cación o traducción.
Pero nó siempre es esto posible. Suponga que digo «estoy en
un estado de excitación intelectual», y mi oyente no me entiende
porque nunca ha experimentado un estado de excitación intelectual.
¿Que más puedo hacer para describir la situación de que estoy
hablando? Cuando yo llegue a ciertos términos fundamentales que
sólo sean definibles ostensivamente, si mi oyente nunca ha tenido la
experiencia a la que se refieren los términos, no hay nada que yo
pueda hacer, a menos que pueda inducirle tal experiencia (como
puedo hacer normalmente en el caso de simples nombres de colo
res, cómo «verde»). A veces no puedo describir la situación con
otras palabras, dado que no hay otras palabras, ni siquiera sinónimos
vagos, por medio de las cuales hacerlo, e incluso si hubiese, mi
oyente tampoco sabría los significados de estos términos sinónimos.
Todavía más grave: es difícil ver cómo puede evitarse que el
criterio sea tan permisivo que incluya todas las oraciones, incluso
las no significativas. SÍ usted me dice «descríbame la situación que
tiene en mente cuando dice "el agua corre cuesta arriba” », podría
simplemente replicar: «Esa situación sería el agua corriendo cuesta
arriba.» En este caso la oración es bastante significativa; ocurre
precisamente que lo que la proposición expresa es falso, dado que el
agua no corre cuesta arriba. Pero ahora, ¿qué pasa si me dice usted
«el sábado está en la cama», y yo digo «eso no es significativo.
Por favor, descríbame la situación de la que está hablando cuando
dice eso», usted puede replicar: «Bueno, es la mejor descripción
que se me ocurre: que el sábado está en la cama.»

Es imposible especificar el significado de una afirmación de otra forma


que describiendo el estado de cosas que ha de tener lugar si la aserción ha de
ser verdadera. Por tomar un solo ejemplo, «... César cruzó el Rubicón.» En el
caso de esta oración, todos podemos, sin duda, describir el estado de cosas
que debe tener lugar si la oración es verdadera. Se supone que lo que aquí se
requiere como descripción del estado de cosas no es la oración «Cesar cruzó el
Rubicón», aunque esta oración describe adecuadamente el estado de cosas en
cuestión, sino más bien otra oración de palabras diferentes pero que describa
el mismo estado de cosas. Podemos ofrecer, la oración «César fue de una orilla
del Rubicón a otra» como descripción del estado de cosas que debe terer
lugar si, y sólo si, César cruzó el Rubicón... El criterio de significación equi
vale a la afirmación de que una oración es significativa si es posible formular
otra oración que sea sinónima de la oración dada28.

Más aún, esta segunda oración habría de ser significativa, y ¿por


qué criterio? Sí usted dice «el sábado está en la cama», y yo digo
«no entiendo; descríbalo con otras palabras, por favor», ¿qué pa
saría si usted responde: «El día siguiente al viernes está en la
cama»?
3, Condiciones de verdad. «Usted sabe qué significa el enun
ciado si puede decirme en qué condiciones sería verdadero. Por su
puesto, no tiene por qué ser verdadero; puede ser falso. Pero si
usted me dice cuáles son las condiciones en las que el enunciado
sería verdadero, entonces concederé que es significativo.» Pero se
podría replicar: «Bueno, usted sabe en qué condiciones es verdadero
"el agua corre cuesta arriba”, ¿no es cierto? Si usted viese agua
corriendo cuesta arriba, diría que el enunciado es verdadero; e in
cluso si nunca lo vio, sabe cuáles son las condiciones que, de existir,
harían verdadero el enunciado (sus condiciones de verdad). Muy bien.
Usted pregunta qué quiero significar con "el sábado está en la
cama” . Yo no se lo puedo describir con otras palabras, pero puedo
decirle que el hecho de que el sábado esté en la cama sería la con
dición en la cual se podría decir que es verdadero el enunciado "el
sábado está en la cama” .»
«Enuncie las condiciones en las cuales llamaría verdadero al
enunciado (aunque no sea verdadero).» Esto suena, desde luego, a
candidato prometedor a criterio de signíficatividad de una oración.
Pero lo vicia la misma dificultad que destruyó al anterior: sea cual

28 Paul Mahenke, «The Criterion of Significance» («El criterio de signifi


cado»), en Leonard Linsky (ed.), Sem antics and tb e Philosopby of Language
(Semántica y filosofía del lenguaje), pág. 150.
fuere la oración, se podría decir de nuevo la misma oración y afir
mar que es esa situación lo que haría verdadero el enunciado (que
el sábado esté en la cama sería la condición para que «el sábado
está en la cama» fuese verdadero). Entonces, ¿qué podríamos hacer?
Este criterio admite todo, y de aquí que sea inútil como medio
para distinguir lo significativo de lo que no lo es.
4. «Saber a qué se parece». «No puedo saber qué quiere signi
ficar usted cuando dice "el sábado está en la cama” o "la raíz cua
drada de — 1 murió ayer” , pero estoy deseoso de admitir que estas
oraciones son significativas, aunque no pueda imaginar las situacio
nes a las que se refiere usted, si puede decirme a qué se parecería
que fuesen verdaderas. No es que deban serlo, por supuesto; usted
mismo dice que son falsas; pero aunque sean falsas, quisiera saber
a qué se parecería que fuesen verdaderas. “ La nieve es rosa” es
falsa, pero sé cómo sería que fuese verdadera, v si viese nieve rosa,
diría que es verdadera. "Los elefantes vuelan” es falsa; no obstante,
sé perfectamente a qué se parecería que fuese verdadera. Pero cuando
usted me dice "el sábado'está en la cama” , ni siquiera sé a qué se
parecería, qué situación habría de ocurrir o existir en el mundo tal
que, si ocurriese o existiese, haría verdadero al enunciado. Dígame
a qué se parecería y admitiré que es significativa.»
Ahora bien, «dígame a qué se parecería» es peligrosamente
similar a «descríbalo». ¿Qué pasaría si usted no dispone de otras
palabras adecuadas? ¿Y si no hay otras palabras en nuestro lenguaje,
ni siquiera sinónimos aproximados? ¿Cómo podría usted decirme
en qué se parecería?
Además, ¿qué ocurre si no se pareciese a ninguna otra cosa?
¿Qué si es tan diferente de toda otra cosa que nada que yo pueda
decirle le dará una idea de ello? Cierto que todo lo que hay en el
mundo se parece a todo de una u otra forma: una mosca, una mesa,
correr, la fuerza, y estar arriba, todos se parecen en que caracte
rizan algún rasgo del mundo. Pero esto no es de mucha ayuda; si
usted me dice a qué se parece una situación, debe parecerse lo sufi-
fiente a algo con lo que yo estoy familiarizado para que me dé
alguna idea de lo que usted quiere dar a entender. «¿El sabor de un
limón? Bueno, se parece al de una naranja tnuy acida.» Pero, ¿qué
pasa con «¿que el sábado esté en la cama? Bueno, es bastante pare
cido a que el viernes esté en la cama, aunque algo diferente, por
supuesto, dado que es un día distinto»?
Estos candidatos al cargo de criterio-de-significatividad no nos
han llevado muy lejos. Examinemos ahora algunos que, si bien no
pretenden cubrir todos los casos de significatividad, son sumamente
titiles en el intento de eliminar algunos de ellos.
5. Significatividad fuera de un contexto dado. Las palabras se
aprenden generalmente en el contexto en que son usadas con pro
piedad, y poseen significados sólo en ese contexto. En consecuencia,
es no significativa (y con ella la oración en que aparece) la palabra
usada fuera de ese contexto. Por ejemplo, la palabra «encima»
— tomada en sentido literal, no en algún sentido figurado como
«estoy por encima de esas mezquinas consideraciones»— significa
ordinariamente «más alto que». El candelabro está encima de la
mesa; esto es, está más alto que la mesa. Y «más alto que» — de
nuevo en sentido literal, no en sentido figurado como «el discurso
de hoy ha alcanzado niveles de elocuencia más altos que el de
ayer»— significa más lejos del centro (más exactamente: centro de
gravedad) de un cuerpo gravitacional, que, en el caso de los terrí
colas, quiere decir el centro de la tierra. El satélite está más alto
que el globo, porque está más lejos del centro de la tierra que el
globo. Ahora bien, en este contexto, «encima» y «más alto que»
poseen un claro significado, que tiene que ver con las relaciones
espaciales entre los objetos. Por supuesto, si viviésemos en Marte,
«arriba», «abajo», «encima», «debajo», «más alto que» y «más bajo
que» harían referencia al centro de M arte y no al de la Tierra.
Podemos decir que la Luna está por encima de la Tierra porque la
Luna da vueltas en torno a la Tierra; y porque gira a una distancia
media de 385.000 kilómetros podemos decir que está :onsíderable-
mente más alta por encima de la Tierra que la mayoría de los objetos
de los que hablamos. Pero, ¿qué querría decir que Marte está por
encima de la Tierra? (Cuando vemos Marte por la ñocha en el cielo,
a veces decimos eso, y que las estrellas están por encima de la
Tierra, pero esto está lejos de ser exacto: Marte no está encima
de toda la Tierra, incluyendo las antípodas. Lo qut deberíamos
decir en esta ocasión es que Marte parece estar por encima de la
porción de superficie terrestre en que nos hallamos.)
Pero supongamos ahora que estamos en medio del espacio exte
rior, a mitad de camino entre Marte y la Tierra: ¿estamos por en
cima de M arte o de la Tierra? Incluso aquí podríamos decir: «Esta
mos por encima de ambos, estamos a 31 millones de kilómetros del
centro de la Tierra y a igual distancia del centro de Marte.» Po
dríamos incluso decir: «Estamos muy arriba.» Pero, ¿respecto a
qué? Ahora estamos perdiendo el contexto en que las palabras fue
ron definidas (recibieron significado) por vez primera: un astro
nauta que esté acercándose a Marte hará mejor en decir «ahora
estoy a 300.000 kilómetros por encima de Marte» que en decir
«estoy a 57 millones de kilómetros por encima de la Tierra». Marte,
no la Tierra, se ha constituido en su centro de referencia.
Y si ahora nos imaginamos en una nave espacial a muchos años-
luz del sistema solar y lejos de cualquier otra estrella o sistema
solar, «encima» y «debajo» habrá perdido enteramente su signifi
cado. Estos términos sólo tienen significado por referencia a un
cuerpo, un cuerpo suficientemente grande, por lo general, como la
Tierra, capaz de ejercer una atracción gravitatoría considerable; fuera
de la referencia a tal cuerpo, no poseen ningún significado. A medio
millón de años-luz de nuestra galaxia, no sería significativo decir
que estamos por encima o por debajo de la Tierra.
Ahora supongamos que alguien dijese: «Este objeto está por
encima del universo» (tomando la palabra «encima» literalmente).
Carecería de sentido: «encima» es un término espacial, y sólo tiene
significado si estamos hablando de la relación de los cuerpos en el
espado; ¿cómo podría estar algo por encima de él? Más obvios in
cluso son estos ejemplos: «Este objeto está por encima del tiempo»:
¿cómo podría una relación espacial, como estar encima, caracterizar
algo que no es para nada espacial? «Este objeto está por encima
del número 2»: pero los números son entidades abstractas que no
existen en el espacio (¿qué querría decir: «En Júpiter te vas a en
contrar el número 2»?), aunque por supuesto, podría estar sobre el
guarismo que puedo escribir en una pizarra; el guarismo existe en
el espacio y en el tiempo, y puedo escribir muchos guarismos en
diferentes sitios y después borrarlos, destruyendo así los guarismos,
pero no la entidad matemática 2. Lo mismo para «encima de la
rapidez», «encima de la triangularidad», «encima de la encimidad».
En estos ejemplos la palabra «encima» está siendo usada fuera del
único contexto en que tiene significado, que es el contexto espacial
y la referencia a algún cuerpo considerado como punto de refe
rencia. En resumen, la palabra «encima» está siendo usada no signi
ficativamente, ya que la oración que la contiene no es significativa.
No digamos: «Puede que tenga algún significado, sólo que no lo
podemos entender; quizá es demasiado profundo para nosotros.»
Si decimos esto estamos olvidando el punto fundamental desque los
significados les son dados a las palabras, no les son inherentes; «en
cima» posee un significado — se le ha dado— en el contexto de las
relaciones espaciales, y fuera de ese contexto no tiene significado
(en su sentido literal). Una oración que contenga una palabra en
la que ese contexto no esté presente, explícita o implícitamente, no
es significativa.
O supongamos que decimos de un cierto objeto, O , que es
grande. Ahorí bien, «grande» es un término relativo: significa que
es mayor que otra cosa. Un gato grande es un gato mayor que la
mayoría de los gatos; y un elefante pequeño (aunque pueda ser
mayor que un gato grande) es un elefante menor que la mayoría de
los elefantes. Generalmente esta referencia está implícita: por «un
O grande» entendemos un O que es mayor que la mayoría de los
objetos de su tipo o clase. Pero supongamos ahora que decimos de
algo que es grande, sin ninguna referencia tal. Digo «eso es gran
de». Usted pregunta «¿mayor que qué?». «¡Oh, que nada! — re
plico— , simplemente grande.» «¿Q uiere usted decir que más gran
de que la mayoría de las cosas?, ¿mayor que la mayoría de las cosas
de su tipo?» «No. sólo grande, punto.» ¿Qué podría querer decir
esto? Si sólo hubiese dos objetos en el mundo, podríamos decir que
uno es grande (m aytr que el otro), pero si sólo hubiese un objeto,
¿qué querría decir qui' es grande, o, para el caso, pequeño? ¿Cómo
podría ser grande si no hubiese nada con lo que compararlo? «Gran
de» es un término comparativo: todo su significado está sumergido
en este contexto, y deviene no significativo si se usa en una oración
en la que se ha perdido la base de comparación. («Grande» es tam
bién un término espacial, y de aquí que no sea significativo si se
usa en contextos no espaciales, tales como «esto es más grande que
la brevedad», «más grande que la precocidadv>, a menos, por su
puesto, que usemos la palabra en un sentido figurado, como «ese es
un gran libro sobre tal tema».;
Supongamos que alguien dice: «El estaba de pie entre el poste.»
Diremos: «¿N o querrá usted decir entre los postes? «No, entre el
poste.» «¿Entre el poste y qué?» «No entre ¿1 y otra cosa, sólo entre
■el poste, punto.» Podemos atacarlo de forma similar: «entre» es
una preposición que tiene significado (en sentido literal) sólo como
término para relaciones espaciales, algo está entre A y B sólo si está
en el camino de A a B (aunque esto es algo vago como veremos
en las págs. 221-222. Pero ha de ser siempre entre A y otra cosa.
Sólo tiene significado en este tipo de contexto, y fuera de él se usa
no significativamente
Finalmente, consideremos «movimiento». El movimiento, deci
mos, es el cambio de posición. Pero el cambio de posición siempre
es con respecto a algo. El tren se mueve, esto es, está cambiando de
posición con respecto al punto de la superficie de la Tierra desde
el que partió (o, lo mismo es, a cualquier punto de la superficie
de la Tierra). Pero la mesa de esta habitación no se mueve: esto es,
no está cambiando de posición con respecto al suelo en que se apoya;
ni lo hace el suelo respecto a la casa de la que es parte; ni la casa
con respecto a la tierra en la que se alza, a menos que nos hallemos
en medio de un terremoto. En este contexto, no sólo es significativo
sino verdadero decir que la mesa no se mueve; y éste es el contexto
ordinariamente implícito en nuestro hablar cotidiano. Pero, al mismo
tiempo, la mesa, el suelo, la casa y la porción de tierra en que se
apoya se mueven respecto al Sol, pues la Tierra y todo lo que está
encima se mueve alrededor del Sol aproximadamente a 30 kiló
metros por segundo. «Pero ¿puede moverse y estarse quieta al
mismo tiempo?» Está quieta con respecto a la Tierra que hay por
debajo, pero en movimiento con respecto al Sol. El movimiento es
cambio de posición con respecto a algo, y para saber si algo se está
moviendo hemos de conocer el punto de referencia implícito en la
aserción. El Sol mismo se mueve con respecto a otras cosas, arras
trando con él al sistema solar: está girando en torno al centro de
nuestra galaxia (a muchos años-luz del Sol) a una velocidad de más
de 320 kilómetros por segundo; y lo mismo puede ser cierto de
nuestra galaxia con respecto a un sistema de galaxias u otra cosa
que hasta el momento desconozcamos. Una vez proporcionado un
punto de referencia (un «con respecto a»), posee significado hablar
de movimiento, aunque por supuesto muchos enunciados sobre éste
puedan ser falsos; pero sin tal referencia, cualquier afirmación sobre
el movimiento no sería significativa, aunque la oración en cuestión
pueda tener un sujeto y un predicado, y una impecable forma
gramatical.
Pero, ¿por qué, fuera de cierto contexto, una palabra no tiene
significado? ¿Por qué «encima» no tiene significado aparte de su
referencia al espacio, o «entre» aparte de su referencia a otros dos
lugares? ¿Es porque no nos hemos ocupado de darle uno? Si fuese
así, podríamos remediar fácilmente la deficiencia mediante una defi
nición estipulativa que simplemente extendiese el significado de la
palabra para que abarcase los casos nuevos. Pero no es ésta la fuente
del problema en los ejemplos que hemos considerado. Por supuesto
que siempre podríamos estipular un nuevo significado por completo
distinto para la palabra antigua: podríamos usar la palabra «entre»
de modo que (en su nuevo sentido) signifique lo mismo que «con
tra», y entonces «estaba entre el poste» sería significativo porque
significaría lo mismo que «estaba contra el poste». Esto es cierto
pero trivial. Lo que no podemos hacer, sin embargo, es significar
lo mismo que siempre hemos significado con «encima» y «entre»,
o incluso otra cosa similar que meramente extienda algún tanto el
significado, y no obstante decir significativamente «él estaba en
cima del universo» o «él estaba entre el poste».
Similarmente, «el sábado está en la cama» es no significativo.
Podríamos hacerlo significativo diciendo que «Sábado» es el nombre
de un ser humano; pero en tanto sea el nombre de un día de la
semana, nos parecerá que «el sábado está en la cama» es no signi
ficativo. ¿Por qué esto? Porque, se puede decir, estamos mezclando
categorías: estamos adscribiendo a un período de tiempo, un día, una
característica que no se aplica al tiempo seno al espacio. Esto nos
conduce directamente a otro criterio de significa ti vidad propuesto.
6. Errores de categoría. Se dice que todo aqueiio de lo que
podemos hablar caer en ciertas grandes clases o categorhs. Así, po
demos decir que los libros se usan para leer, contienen páginas y
letra impresa, tienen cierto tamaño y peso, pero no que son números
(pues los números son entidades no temporales, mientras que los
libros existen en el tiempo), o que ellos mismos leen libros (pues
los libros son objetos inanimados, y leer es algo que sólo se aplica
a los seres conscientes), o que son días de la semana. Es significativo
(se afirma) adscribir una característica a algo que pertenezca a
una categoría dada sólo si la característica pertenece también a esa
categoría. Tomemos unos cuantos ejemplos de errores de categoría
para ver cómo funcionan.
a) Sí alguien pretendiese que ha saboreado un olor o ha olido
un sabor, sería culpable de un error de categoría. Sea lo que sea
lo que olamos, ya sea acre, o picante, o rancio, será siempre un
olor y no un sabor. Las palabras de olores se aplican a olores y las
palabras de sabores a sabores. Ciertamente olemos cosas — como las
rosas o el amoníaco— , pero es del olor de lo que nos percatamos por
medio de nuestro sentido del olfato, y no del gusto, de la vista o del
tacto. Cada uno de nuestros sentidos, de acuerdo con esta explicación,
constituye una categoría especial, y la regla para cada categoría
en relación con las demás es «no traspasar los límites». Se podría
pensar que hay excepciones a esto: por ejemplo, se dice que se ven
los sonidos al mirar un oscüoscopio y ver ondas de ciertos tipos
cuando se oyen ciertos sonidos y se introducen en el aparato al
mismo tiempo. Pero, por supuesto, no vemos sonidos, ni en este
caso ni en ningún otro: de un sonido podemos preguntar, «¿cómo
suena?», pero no podemos preguntar esto significativamente de las
ondas que vemos. Lo que ocurre es que cuando oímos un sonido,
vemos simultáneamente un conjunto de ondas en el aparato. Pero
de esto va un gran trecho a decir que vemos el sonido; el sonido
es algo que oímos, y lo que vemos es la señal luminosa que acom
paña al sonido.
b ) «El número 7 es azul.» También esto sería un error de
categoría. Los números no son objetos físicos y no tienen las carac
terísticas de los objetos físicos. Los números son entidades atem-
porales; no tienen historia, ni un antes ni un después; sería no
significativo decir que el número 7 vino a la existencia ayer o ha
tenido hoy un ataque de corazón. Las características temporales
— aquellas que caracterizan a las cosas que existen en el tiempo—
no pueden ser atribuidas a las entidades atemporales, y viceversa.
Estas son dos categorías muy generales e importantes que no han
de ser entremezcladas. Mezclarlas da lugar a muchos casos de no
significatividad. Así «cuadruplicidad bebe tardanza» no sería verda
dero ni falso, sino carente de significado. La cuadruplicxdad es una
característica, o, como dicen a menudo los filósofos, una propiedad,
y una propiedad no puede hacer nada, por ejemplo, beber. Para el
caso, tampoco la tardanza puede, pues es una propiedad de indivi
duos, hacer nada ni se le puede hacer nada (como ser bebida); esto
sería otra confusión de categoría.
c) «Las ecuaciones cuadráticas van a las carreras de caballos.»
¿Es verdadero, falso o no significativo? Aquí se halla implicado un
error de categoría: las ecuaciones no son de la clase de cosas que
pueden hacer algo en el tiempo, como ir a las carreras de caballos;
las ecuaciones cuadráticas son entidades matemáticas, que no poseen
historia. Podríamos pensar: «Yo puedo escribir una ecuación cua
drática en un papel, guardarlo en el bolsillo e ir a una carrera de
caballos; así la ecuación habría hecho el viaje conmigo,» Pero no
es la ecuación lo que podemos guardarnos en el bolsillo, sino un
trozo de papel que contiene ciertos signos que representan una
ecuación. También otras personas podrían haber escrito en otros
papeles otras marcas que representen la misma ecuación. Destru
yendo nuestro trozo de papel no destruiríamos la ecuación, sino
sólo una de sus representaciones. Incluso si fueran destruidas todas
esas representaciones, no por ello se habría destruido una sección de
las matemáticas, para desconsuelo de algunos estudiantes. Podríamos
destruir ciertos signos (guarismos, signos de igualdad, etc.), pero no
lo que representan.
Pero quizá «las ecuaciones cuadráticas van a las carreras de
caballos» es sencillamente falso. En este caso, «las ecuaciones cua
dráticas no van a las carreras de caballos» es verdadero.-Bueno,
¿no es cierto? No van, ¿verdad? ¿No es esto lo que hemos probado?
Aquí hemos de ser más cautos para distinguir lo falso de lo no
significativo. «Yo fui ayer a Londres» es falso, pero con toda segu
ridad significativo. Pero, ¿es significativo «las ecuaciones cuadrá
ticas van a las carreras de caballos»? ¿A qué se parecería el que una
ecuación cuadrática (no unos signos sobre un papel) fuese a una
carrera de caballos? «A qué se parecería» es un criterio que ya
hemos considerdao, junto con «¿puede imaginarlo?» y ¿en qué
circunstancias diría que es verdadero?». Todos estos criterios han
sido hallados en falta en algún aspecto, pero es conveniente recordar
que «las ecuaciones cuadráticas van*a las carreras de caballos» no
satisfaría ninguno de ellos, mientras que «ayer fui a Londres» los sa
tisfaría. todos. Esto, ciertamente, establece alguna diferencia entre
ambas oraciones. Las ecuaciones cuadráticas no pertenecen precisa
mente al tipo de cosas c¡ue pueden ir a las carreras de caballos, o
dejar de ir, por lo mismo. Si «las ecuaciones cuadráticas van a las
carreras de caballos» es no significativa, entonces su negación «las
ecuaciones cuadráticas no van a las carreras de caballos» es también
no significativa. ¿Y no lo es? Si se comete un error de categoría en
la forma afirmativa del enunciado, igualmente se comete en la forma
negativa.
Pero ahora llegamos a una dificultad: ¿qué es exactamente un
error de categoría? ¿Cómo sabemos que estamos cometiendo uno?
Supongamos que digo «él se torció el tobillo». Esto se admitirá,
sea verdadero o falso. Ahora, si digo «él se torció el cerebro», al
principio usted no me entenderá, pero quizá luego sonría y entienda
mi enunciado como una forma rara de decir otra cosa, que él había
sobrecargado su cerebro y estaba agotado de pensar, o alguna otra
cosa por el estilo. Pero suponga que digo «se torció el hígado».
¿Qué significa esto? ¿De qué estado de cosas estoy informando?
¿Es el hígado del tipo de cosas que nos podemos torcer? ¿Cuál sería
el significado de «torcer» en este contexto? Quizá sería suficiente
decir que nos enfrentamos a una confusión de categorías. Pero
ahora nos encerramos en categorías cada vez más pequeñas. «El se
fumó un cigarro», «él se bebió una limonada», «él se comió un
bocadillo». Ahora supongamos que hacemos unos cambios y leemos
«él se fumó un bocadillo», «él se comió una limonada», «él se
bebió un cigarro». ¿Qué significan estas expresiones? ¿Son significa
tivas? ¿Son no significativas? ¿Qué se está afirmando en cada caso?
¿Hay una confusión de categorías? ¿Pertenecen a diferentes cate
gorías los cigarrillos, los bocadillos y la limonada? Si es así, son
muy diferentes de las amplias categorías con que comenzamos. ¿Qué
dos cosas no constituirán dos categorías diferentes? ¿Es significativo
«ella está tumbada en un sofá» pero no «ella está tumbada en
un candelabro» en virtud de un error de categoría? No parece
que poseamos un criterio claro para decidir cuándo algo es un error
de categoría.
«Bueno, se produce un error de categoría cuando el enunciado
es no significativo, lo afirmemos o lo neguemos.» Quizá, pero
percatémonos de que a) estamos usando el término «no significa
tivo» para definir el término «error de categoría», cuando empe
zamos por intentar usar la idea de error de categoría para definir
el término «no significativo»; además, b) si los errores de categoría
concluyen en la carencia de significado, no parece que sean los
únicos casos de no significatividad. «Los pirotes carulizan elática-
mente» es no significativo, pero no porque se cometa un error de
categoría.
7. Autocontradicción. Supongamos que decimos: «El dibujó un
círculo cuadrado», «ella estaba desnuda, pero llevaba puesto un
vestido rojo», «ella estaba acostada - en su cama, pero, saliendo
indignada de su dormitorio», «la habitación estaba vacía, pero
llena de libros». Si estamos hablando literalmente y no usando las
palabras en un sentido nuevo y diferente, seríamos culpables de con
tradicción con nosotros mismos, pues estaríamos diciendo de algo,
X, que posee una característica, A, y, al mismo tiempo, que posee
otra característica no-A, incompatible con ella. Ser un cubo no es
ser una esfera; estar desnudo no es estar vestido, ni con un vestido
rojo ni con ninguna otra cosa; y así sucesivamente. Nada podría
tener ambas de estas características a la vez. No es solamente que
no podamos imaginar nada que posea estas propiedades incompa
sibles. Esto es bastante cierto: no podemos imaginar un círculo
cuadrado. (Si el lector cree que puede hacerlo, probablemente está
imaginando un cuadrado, luego un círculo, luego un cuadrado de
nuevo, etc., oscilando rápidamente entre las dos imágenes; pero
lo que no puede imaginar es un círculo que también sea un cua
drado, una figura redonda y no redonda, cuadrilátera y no cuadrilá
tera. Si cree que puede, intente dibujar uno.) Pero, como ya hemos
visto, su fracaso en el intento de imaginar tal cosa no probaría por
sí mismo que sea no significativa. Si es no signiiieativa, lo es por
una razón diferente: que la oración que describe este supuesto
estado de cosas es autocontradictoria. ¿Son no significativos los
enunciados autocontradictorios? Algunos podrían decir que no lo
son: «Yo sé — se pocíría sugerir— qué significa "eso es un círculo
cuadrado” , y es porque sé lo que quiere decir esto por lo que sé
que es autocontradictorio. Yo le concedo que no hay círculos cuadra
dos — el enunciado es falso; e incluso ha de ser falso, pues no
puede haber círculos cuadrados— , pero no es no significativo. ¿No
sabe usted lo que significa? Yo sí, y es precisamente porque sé
lo que significa por lo que puedo afirmar con confianza que es
autocontradictorio.»
Sin embargo, podríamos replicar: «Usted sabe qué significa la
palabra "cuadrado” , y también qué significa la palabra «círculo»;
pero yo sostengo que usted no sabe lo que significa la expresión
"círculo cuadrado", ni ninguna oración que contenga esta frase. ¿Cuál
sería su posible significado? Es cierto que las palabras tomadas
individualmente poseen un significado, pero de aquí no se sigue que
tengan significado las palabras tomadas en conjunto (juntas).» Sabe
mos qué significa «caer» (significa al menos ir hacia abajo, aunque
sin duda deberían añadirse otras características definitorias sobre la
manera de ir hacia abajo, dado que podemos saltar, o zambullirnos
o sumergirnos, y estos casos de ir hacia abajo no son caer); también
sabemos qué significa «hacia arriba». Pero, ¿sabe usted qué signi
fica «caer hacia arriba»? «Caer hacia arriba» es una contradicción
en los términos; se puede caer, se puede ir hacia arriba, pero p j se
puede caer hacia arriba. «Ciertamente es autocontradi:toria, pero
posee significado, de otro modo ni siquiera seríamos capaces de decir
que es autocontradictoria.» Pero, ¿lo tiene? ¿Tienen significado las
dos palabras yuxtapuestas? ¿A qué estado de cosas podría referirse
«yo caí hacia arriba»? A ninguno, pues no es posible tal c stado de co
sas. «Pero — se podría alegar— esto no impide que la o -ación posea
significado: una oración puede significar sin referirse a ninguna situa
ción posible, lo mismo que la palabra “ unicornio” significa sin refe
rirse a ninguna criatura. "Caer hacia arriba"' no se refiere a nada,
pues no posee ejemplos: añadamos incluso que no podría tener nin
gún ejemplo, y no obstante posee características definitorias, ¿no es
cierro? Las características definitorias son: a) que uno va hacia aba
jo; h) de cierta forma (no saltando ni sumergiéndose), y c) que va
hacia arriba.» «Pero estas características definitorias son incompati
bles una con la otra.» «Cierto, pero ésta es precisamente la cosa: la
oración es autocontradictoria, pero posee igualmente significado.»
Admitimos que las expresiones autocontradictorias son muy pecu
liares; no son como los demás casos de no significatividad que en
contramos en «caminando muy come ah» o «el reloj estaba encima
del universo». No obstante, se podría argumentar que las oraciones
«hay un círculo cuadrado» y «me caí hacia arriba» son no significa
tivas: sus palabras individuales poseen significado, pero la oración
como un todo no. Pero, ¿cómo se va a establecer esto? ¿Por qué
insistir en que es no significativa? ¿No es suficiente decir que es
autocontradictoria? ¿No es suficiente condena?
Tendremos mucho más que decir sobre la autocontradicción en
las páginas siguientes y gran parte del tema será tratado después
que hagamos otras importantes distinciones. Pero va se pueden
enunciar claramente varios puntos. Si bien los enunciados auto-
contradictorios son no significativos, no son los únicos que carecen
de significado, pues muchas otras oraciones, como «cuadruplicidad
bebe tardanza», parecen totalmente no significativas por razones
que nada tienen que ver con ía autocontradicción. Podríamos decir
que tales oraciones no son ni siquiera suficientemente claras como
para posibilitarnos decir si son o no autocontradictorias, no tenemos
ni idea de lo que pueden significar. Más aún, en el caso de la mayoría
de las oraciones no significativas, son igualmente no significativas
las afirmemos o las neguemos; si «el sábado está en la cama» es no
significativo, igual lo es «el sábado no está en la cama». Si no sabe
mos qué se afirma en la primera, tampoco sabemos qué se niega en
la segunda. Pero si decimos «los cuadrados son cuadriláteros», es
obviamente verdadera, mientras que su negación, «los cuadrados
no son cuadriláteros», es autocontradictoria 29. Es un tipo peculiar
de oración que es significativa en su forma afirmativa y no signifi
cativa en su forma negativa. La autocontradicción, parecería, es dife
rente de los demás casos. Cuando nos encontramos tales enunciados,
simplemente los llamamos auto-«contradictorios», y no procedemos
a llamarlos «no significativos», pues hacerlo así sería correr el riesgo
de confundirlos con las oraciones que son no significativas, o son
no significativas por diferentes razones.
8. Metáforas intraducibies. O tro problema enredado que en
vuelve la distinción entre significativo y no significativo surge cuando
consideramos el uso metafórico del lenguaje. Definir «metáfora» con
precisión llevaríí. muchas páginas, y diversos autores que han escrito
sobre el tema han dado explicaciones radicalmente diferentes de lo
que da carácter de metáfora a una expresión lingüísticaí3. Mejor
comencemos con un ejemplo sobre el que todo el mundo estará de
acuerdo en que es una metáfora (pues también aquí habrá más
acuerdo en las denotaciones del término que en la designación), y
veamos qué problemas surgen en torno al significado. El poeta
Dylan Thomas escribía:

La fuerza que a través de la verde mecha impulsa a la flor


Impulsa mi verde edad. *

« ¡Eso no tiene significado!», diría un defensor de la literalidad.


«¿Cómo pueden ser impulsadas las flores? ¿Cómo puede hacerlo
una mecha? ¿Cómo pueden ser impulsadas las edades? ¿Y cómo
pueden ser verdes?» La mayor parte de la poesía se tornaría no

29 Para aclarar más el tema, en términos que desarrollaremos en el capí


tulo 3: «Los cuadrados son cuadriláteros» es analítica, y su negación, «los
cuadrados no son cuadriláteros» es autocontradictoria. Pero «el sábado está en
la cama» no es ni analítica ni autocontradictoria,
30 p or ejemplo: Paul Henle, «Metaphor» («Metáfora»), en Lattguage,
Thought, and Culture (Lenguaje, pensamiento y cultura) (Ann Arbor, Mich.:
University of Michigan Press, 1958); Max Black, «Metaphor» («Metáfora»),
en Proceedings of tbe Aristotdian Society, 1954-55; Monroc C. Beardsley,
Aeslbetics, págs. 134-44; Wílliam Alston, Pbilosophy of Lattguage, págs. 96-
106; Isabel Hungerland, Poetic Discourse (El Discurso poético) (Berkelcy:
University of California Press, 1958), capítulo 4.
* The forcé that though the green fusc drives the flower
Drives my green age.
significativa si respondemos de esta manera. Pero tales expresiones
tienen sentido, o al menos en eso insistiría cualquier profesor de lite
ratura, y pueden ser traducidas a oraciones literales (parafraseadas),
tales como «las mismas fuerzas que actúan en el desarrollo de una
flor actúan en mi propio crecimiento». Bueno, si éste es su signifi
cado, ¿por qué no decirlo así?
Porque

... la oración literal no es más que una versión algo tonta de una cosa que
es un hecho cbvio y familiar .para el lector del siglo veinte, a saber, que las
leyes de la física y de la química se aplican a los hombres lo mismo que a
seres no humanes. El enunciado del peema de Thomas elude el tipo de
lectura rutinaria e inactiva que damos a lo ordinario, y suscita en nosotros
complicados procesos de n^rcciación y pensamiento hábilmente delineados, y
controlados por el resto del poema 31.

Llamar «mecha» a un tallo es llamar la atención sobre la calidad


explosiva del crecimiento de las plantas en primavera, y llamar
«verde» a una edad es señalar la relación de la juventud e inmadurez
con el verdor; las cosas verdes se hallan en crecimiento, y no en
sazón. Los «significativos secundarios» de estos términos son usados
hábil y vigorosamente para impresionarnos e introducirnos en un
tipo de conciencia que no habríamos logrado, de haber usado oracio
nes literales.
Observemos que la metáfora opera por similitud: si no pudié
semos encontrar ninguna conexión entre el verdor y la inmadurez,
no sabríamos qué hacer con la frase «verde edad» y probablemente
la rechazaríamos como no significativa. Pero es una similitud que
puede no habérsenos ocurrido antes, y un poeta que use de la metá
fora ampliamente nos hace capaces de apreciar un parecido o simi
litu d en cosas aparentemente desiguales o diferentes; y haciendo
esto potencia nuestra recepción del mundo circundante. La metáfora
está lejos de ser un mero «adorno emotivo» del lenguaje; puede, en
muy pocas palabras, señalarnos una sorprendente similitud enuc
cosas aparentemente diferentes.
Observemos también que una metáfora va más allá de cualquier
uso establecido de la palabra. «Vientos ciegos» no es un uso esta
blecido, y quedaría frustrado el que quisiese descubrir su significado
mirando «ciego» y «viento» en el diccionario. Vemos el significado de
una expresión metafórica cuando vemos la similitud de significado
entre el uso metafórico y el uso literal, pero las metáforas son
extensiones de este uso, y el grado de la extensión es con frecuencia

31 Isabel Hungerland, Poetic Discourse , pág. 127.


difícil de señalar. El uso metafórico del lenguaje está incluido, así
— pero es más restringido— , en el uso figurado (del que tratamos
en jas págs. 30-31), tal como «pata de una mes a», «el fondo de la
mente», «estar cajeado» (dicho de una persona) y «cargar con el
mochuelo». Todor éstos son usos figurados (no literales), pero están
bien establecidos en el lenguaje y se pueden encontrar en cualquier
diccionario no resumido. Algunos de ellos son lo que se llama «metá
foras muertas»: antaño no fueron usos establecidos, pero llegaron
a serlo.
Ccnsidcrcmos frases tales comc «fork in the road» «pata de una mesa»,
«hoja de un libro», «pie de una copa», «iris del ojo». En el presente estado del
lenguaje, la palabra «fork» tiene un sentido establecido en esta frase tanto
como en la frase «knife and ferk» [«cuchillo y ■tenedor»], Pero bien podemos
imaginar que en cpcca anterior, cuando la palabra era regularmente cplicada
sólo al utensilio para comer y cocinar, la gente usaría la palabra metafóricamente
para hablar de un lugar en que ti camino se dividiese en dos partes, cada una
de las cuales continuase aproximadamente en la misma dirección, pero en un
ángulo agudo respecto a la dirección del camino original. Luego este uso «pren
dió», y debido a que nuevas generaciones pudieron aprender a aplicar el tér
mino directamente a situaciones de este tipo, sin necesidad de retrotraerse al
uso antiguo, el sentido en el cual la palabra se fr ic a b a a las carreteras vino
a ser uno de los sentidos establecidos del término. Este ejemplo ilustra la
importancia del papel de la metáfora en ía íncoacción de usos de palabras que
luego pueden llegar a convertirse en nuevos sentidos-*2.

Consideremos la oración «él es un zorro». Tomado literalmente


este enunciado es autocontradictorio si «él» se refiere a un ser hu
mano, pues se estaría diciendo que un ser humano (bípedo) es un
zorro (cuadrúpedo), que es una contradicción en los términos. Sin
embargo, el enunciado no es autocontradictorio, porque se está di
ciendo de él que posee las características (o algunas de las caracte
rísticas) de los zorros — o, en todo caso, tradicionalmente atribuidas
a los zorros— tales como astucia, inteligencia, no confiabilidad (ob
sérvese que esto no es un uso emotivo del lenguaje: las característi
cas le están siendo imputadas a él, y es verdadero o falso que las
posee. La oración tiene un significado claro, aunque se admite que
algo vago, dado que no se dice cuáles son las características de los

12 Willinm P. Alston, Pbilosophy oj Langiiagc, pág. 99. En el uso común


del lenguaje, la distinción entre «figurado» y «metafórico» no es tan tajante.
Las definiciones dadas aquí son, en esa medida, estipulativas. La línea limítrofe
entre estar establecido y no estar establecido no es tampoco muy tajante. ¿Es
un uso establecido «verde edad» -porque «verde» a veces signifique inmaduro?
Vf «Bifurcación en la carretera.» Para lo que sigue téngase presente que la
palabra inglesa «fork» tiene el doble sentido de «tenedor» y «bifurcación». La
inexistencia de esta ambigüedad en la lengua castellana nos ha persuadido de
dejar la expresión original. [Nota del revisor.]
zorros en que se piensa; pero la oración consigue, por medio cíe esta
única palabra, «zorro», una caracterización de una persona cuya pará
frasis podría llevar muchas oraciones.) Pero como «bifurcación en la
carretera» y «pata de una mesa», este uso de «zorro» ha llegado a ser
un uso establecido, y se puede encontrar en un diccionario como
sentido de la palabra «zorro», en adición al sentido zoológico. Con
todo, es aún un uso figurado, pues «él es un zorro» es figurado con
respecto al sentido zoológico literal («vi un zorro en el bosque»).
Pero, aunque figurado, es un uso establecido, y de aquí que no cuenta
como metáfora.
Se podrían decir muchas más cosas sobre las metáforas, pero lo
que nos concierne aquí es el tema de lo significativo frente a lo
no significativo. ¿Puede llegar a ser tan tenue la extensión de signi
ficado que encontrtmos en una metáfora como para no ser en abso
luto discerníble, inexistente de hecho? Y si esto ocurre, ¿no tene
mos una expresión no significativa? Consideremos la expresión del
poeta E. E. Cummings «preguntas de goma»; esto posee suficiente
significado: las preguntas de goma son preguntas que rebotan hacia
nosotros una v tz que las hacemos («preguntas que rebotan» habría
de ser, por supuesto, parafraseada a su vez). Pero ahora, ¿qué pasa
con «raíces cúbicas de goma», «melodía de goma», «alegría de
goma», «esperanza de goma»? 33. ¿Poseen algún significado estas
frases y las oraciones que las contengan? ¿Qué podemos hacer con
ellas? Seguro que 110 toda combinación de palabras pasa ,x>r metá
fora y, por tanto, por significativa. ¿Dónde trazaremos ol límite?
¿Dónde pasamos de una expresión significativa a una no significa
tiva? Cierto que ninguna de estas frases posee un uso establecida,
pero tampoco lo poseen «preguntas de goma» y «verde edad», y no
obstante son significativas. ¿Dónde reside, entonces, la diferencia?
Quizá podamos responder a esta cuestión si xmponerror, un re
quisito a las metáforas: la supuesta metáfora ha de ser traducible.
Ya hemos visto cómo se pueden traducir los versos de Dylan Thomas,.
y también las «preguntas de goma», y lo mismo con la m;iyor parte
de los pasajes metafóricos de poesía. La traducción (paráfrasis) no
será tan rica en sugerencias (significado secundario) como el pasaje
original, y de aquí que se pierdan algunos de los efectos sobre el
lector (y del significado también, si se cuenta el «significado secun
dario» como significado), pero no obstante se puede dar una tra
ducción. A-un. lector que no entienda cierta metáfora, la paráfrasis
le ayudará al menos a centrar su atención en el área correcta, a
captar la dirección del pensamiento del poeta y así, es de esperar, a

33 Ver Monroe C. Beardsley, Aeslhetics, págs. 143-44.


entender el significado de la metáfora. Cuando no es posible dar
ninguna traducción, la expresión no puede considerarse metáfora
(dado que las metáforas poseen significado), siuo colocación no signi
ficativa de palabras.
Traducible, pero, ¿traducible a qué? Supongamos que alguien
tradujese un verso de poesía, aparentemente no significativo por
«el sábado está en la cama». ¿Qué pasaría entonces? ¿Diríamos que
es significativo porque es susceptible de ser parafraseado? ¿No im
porta a qué sea traducido? Con toda seguridad, ha de ser traducido
por algo que previamente sabemos que es significativo. Por tanto,
se presupone un criterio de significado.
9. Traducibilidad al lenguaje ordinario. Se ha sugerido que lo
que distingue a las expresiones no significativas es que no están «en
el discurso ordinario» de nuestro lenguaje, y parecen desafiar cual
quier intento de traducirlas a ese discurso. Cada día pronunciamos
oraciones como «voy a .la ciudad a hacer algunas compras», «la
mayoría de los perros son más cariñosos que los gatos», «lo que
te interesa a ti puede no interesarme a mí», «el águila calva ameri
cana se está extinguiendo gradualmente», y otras muchas oraciones,
que, aunque pueden ser vagas, son perfectamente significativas, y su
significado se puede explicar a quienes no lo entienden. Por qué
no decir entonces que ^

... si una oración es significativa, se exige que sea traducible al discurso


ordinario. El discurso ordinario puede ser caracterizado, algo vagamente, es
cicrto, como el discurso que usamos al comunicamos unos con otros. Es el
discurso en que se mantienen la mayor parte de las conversaciones y en que
se escriben casi tedos los libros. La traducibílidad a este discurso es una con
dición necesaria de significatividad, porque no tenemos sino un recurso cuando
se nos pide aclarar el significado de una oración que no está en ese disrurso.
N o sería muy aprc piado responder a la ■petición traduciendo la oración por
otra oración del mismo discurso, pues su significado, sí lo tiene, no por ello
resultaría más aclaj ado. Sólo se puede hacer frente al problema, sí es que se
puede, traduciendo la oración al discurso ordinario

Las expresiones metafóricas satisfarían este criterio, pues pueden


ser parafraseadas, esto es, traducidas (aunque con pérdida de signi
ficado secundario) al discurso ordinario. Pero hay muchas otras
oraciones que no son traducibles así. Examinemos un par de
ejemplos.

El famoso enunciado de Hegel «el Ser y la Nada son uno y lo mismo»


necesita de aclaración innegablemente, como admitió el mismo Hegel. Pero su

34 Paul Marhenke, «The Criterion of Significance», en Leonard Linsky (ed.),


Scmantics and the Pbilosophy of Lcnguage, pág. 142.
propia explicación no está en el discurso ordinario, dado que Hegcl usa los tér
minos «el ser» y «la nada» como expresiones designaúvas, mientras que el
lenguaje ordinario no respalda el uso de estas expresiones como designativas.
Sería irrazonable concluir, sólo sobre esta base, que ese enunciado carece de
sentido. Pero sí no es así, su contenido cognoscitivo no puede ser apreciado
mientras no sea traducido al discurso ordinario3S.

Ahora consideremos un segundo ejemplo, de la obra del filósofo


alemán Heidegger:

¿Por qué nos ocupamos de la nada? La nada es rechazada por la ciencia


y «aerificada como irreal. La ciencia desea no tener nada que ver con la nada.
¿Qué es Ja nada? ¿Existe la nada porque existe el no, esto es, la negación?
¿O existen la negación y el no sólo porque existe la nada? Nosotros afirma
mos: La nada es más primitiva que el no y la negación. Conocemos la nada.
La nada es la simple negación de ía totalidad del ser. La angustia revela la
nada. La nada nonca 36.

Pocas, si alguna, de las oraciones de este texto pueden traducirse


al discurso ordinario. Para mostrar esto, habría de ser analizada por
separado cada oración, pero quizá sean suficientes las siguientes
consideraciones: E n el discurso ordinario no se usa como nombre
la palabra «nada». Usamos la palabra «nada» como sujeto de oración,
como en «nada es superior a la integridad», pero aquí no usamos
la palabra «nada» como nombre de algo; fácilmente podríamos
decir lo mismo sin usar la palabra «nada», diciendo «la integridad
es la cosa más importante que existe». E n consecuencia, nos que
damos sin ninguna pista del significado de la expresión «la nada»,
así que, es de suponer, no tiene ninguno, a menos que se propor
cione alguna traducción, lo cual no se hace. (Incluso aquí no debe
ríamos precipitarnos demasiado: podríamos quizá captar el signi
ficado de esta curiosa frase examinando el contexto total, esto es,
leyendo todo el libro del cual ésta es una pequeña parte. A veces
podemos hacerlo, pero a veces no: Es evidente que los comenta
ristas las traducen por otras oraciones expresadas en el mismo
discurso de las oraciones originales, cosa que no nos ayuda mucho.)
Además, la palabra «no» es usada como verbo (en la última oración
del texto); ahora bien, sabemos los significados de verbos tales como
«correr», «comer», «dudar», pero, ¿cuál es el significado de «no-
near»? Contenga lo que contenga el discurso ordinario, no contiene
esto, y tampoco poseemos una clave para traducirlo por nada que
podamos entender; y en consecuencia, mientras no se proporcione
tal • traducción, debemos considerarlo no significativo.

35 Ib'td., pág. 143-44.


36 Citado en Paul Marhenke, op. cit,, pág. 158.
Pero incluso si estamos de acuerdo en que las oraciones criti
cadas son no significativas, es posible que sintamos cierta incomo
didad ante el criterio propuesto de traducibiliclad al discurso ordi
nario. Pues, ¿qué es exactamente el discurso ordinario? ¿Cómo
hemos de decir, en los casos dudosos, si una oración dada ha de ser
tomada como perteneciente al discurso ordinario o no? «Los perros
beben agua» está, desde luego, en el discurso ordinario; pero, ¿qué
pasa con «la cuadruplícídad bebe'tardanza»? Seguramente estaremos
inclinados a decir que la segunda oración es no significativa, pero
es igual a la primera oración, al menos en dos aspectos: está com
puesta por completo de palabras (no aparecen en ella sílabas sin
sentido) y satisface los requisitos de la oración gramaticalmente
correcta. Ciertamente, sería fácil traducida al francés, alemán y otros
lenguajes. No obstante parece ser no significativa. ¿Está o no en el
discurso ordinario? 37. Si no es así, ¿por qué no? No está, desde
luego, sujeta a la crítica que recibieron los dos textos anteriores.
Pero si está en el discurso ordinario y es, sin embargo, no significa
tiva, ¿que pasa entonces con la traducibUidad al discurso ordinario
como criterio de significarividad de las oraciones?
En esta situación bastante caótica habremos de dejar el tema
hasta que hayamos trazado unas cuantas distinciones más, esperando
que la discusión de estos problemas posteriores arroje alguna luz
sobre este zarandeado tema.

E jercicios

1. ¿Cuáles de los siguientes pares de oraciones expresan la misma pro-


posición >
a) Johnny es más alto que Billy.
Billy es más bajo que Johnny.
b) Mary es más guapa que Jane.
.Jane es más fea que Mary.
c) Me gusta el flan.
No me disgusta el flan.
d) Se casaron y tuvieron hijos.
Tuvieron hijos y ;;e casaron,
c) A es mayor que E>, y B es mayor que C.
A es mayor que C.
f) Fui al cinc la noche pasada.
No dejé de ir al cinc la noche pasada.

37 M arhenkc dice que lo es (op. cit., páf. 142), pero, añade, la traducí-
biiidad al discurso ordinario es una condición necesaria de signifícativídad, no
una condición suficiente. Nunca ha sido proporcionada, dice, una condición
suficiente satisfactoria (o conjunto de condiciones que juntas constituyan una
condición suficiente).
g) Me sorprendió lo que vi.
Me chocó lo que vi.
b) O vas tú o voy yo.
O voy yo o vas tú.
i) El hombre que vieron en el bazar llevaba un traje a rayas menudas.
El hombre, que vieron en el bazar, llevaba un traje a rayas menudas.
j) Le hice retractarse de su afirmación.
Le hice comerse sus palabras,
2. ¿Considera autocontradictorias las siguientes afirmación':s? Justifique
su respuesta.
a) Las ecuaciones cuadráticas van a las carreras de caballos,
b) El rey era esclavo de sus esclavos.
c) Comió y bebió persistencia.
d) Este polígono tiene un número infinito de lados.
e) Ella llevaba un vestida rojo que era verde.
f) Ella llevada un vestido rojo hecho de mármol.
3. ¿Considera significativas las siguientes oraciones? ¿Por qué?
a) «¿Cómo sabe usted que no hay un gran agujero en el eipacio?» «¿En
el espacio? ¿No querrá usted decir en ciertos cuerpos que hay en el espacio?
Los planetas podrían tener agujeros.» «No, no me refiero a un agujero en un
cucipo material, sino en el espacio mismo.»
b) «Yo podría saltar en un segundo desde ía Tierra a una estrella a un
millón de años-luz, viajando a través de la cuarta dimensión.»
c) «Quizá la silla en que está u stei sentado y el suelo donde se apoyan
sus pies tienen pensamientos o sentimientos y dolores, lo mismo que usted.»
d) «Quizá no hubo nada durante veinte mil millones de años, y luego de
repente apareció algo, la materia.»
4. Trate de dar una paráfrasis satisfactoria de los breves pasajes poéticos
siguientes:
a) Estar encarcelado dentro de los vientos ciegos...
Yacer en la fría obstrucción y pudrirse... {Shakespeare, Medida por
medida.)
b) (La vida) es un cuento contado por un idiota, ruidoso y frenético,
que nada significa. (Shakespeare, Macbeth.)
c) La vida, como una cúpula de cristal multicolor,
Mancha el blanco esplendor de la eternidad. (Shcllcy.)
d) Prepara un rostro para enfrentarse a los rostros con que te encuentres.
(T. S. Elliot.)
e) Somos los párpados de cuevas derruidas. {Alien Tate.)
5. ¿Puede atribuir algún significado a las siguientes expresiones? Si es
así, ¿cuál? Defienda su respuesta.
a) Cuartos de baño matemáticos.
b) Laxitud cuadrangular.
c) Bípedo participio.
d) Números enteros fatuos.
c) Mesas lascivas.
f ) Cuadriláteros antropófagos.
g) Templos durmientes.
h) Idiomas supinos.
i) Vasos agresivos.
j) Refracción estipulada.
6. ¿Considera oraciones significativas a las siguientes? ¿Puede traducirlas
o parafrasearlas? Si no son significativas, ¿qué requisitos violan?
a) Chicago está entre Detroit.
b) El trazó una línea de — 2 centímetros de largo.
c) Los pirotes carulizan ciáticamente.
d) El cree que los pirotes carulizan ciáticamente.
El color sabe amargo.
f) El número 3 murió ayer.
s) Este problema es rojo, _
h) Sus pensamientos son pesados (literalmente).
i) Los libros son probablemente.
f) El duerme más despacio que las demás personas.
k) Los antílopes introducen la salivación.

Lecturas seleccionadas para el capítulo 1

A n t o l o g ía s b e a r t íc u l o s :
Anderson, Wallace and Norman Stageberg (eds.), Introductora Readtngs on
Language. (Lecturas introductorias al lenguaje.) (Nueva York: Holt, Riñe-
hart & Winston, Inc., 1962. Paperback.
Catón, Charles E. (ed.), P bilosophy and Ordinary J^anguage. (Filosofía y len
guaje ordinario.) Urbana: University of Illinois Press, 1965. Paperback.
Chappell, V. C. (ed.), O rdinary Language. (Eí lenguaje común.) Englewood
Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, Inc., 1964. Paperback.
Linsky, Leonard (ed.), Semantics and th e P bilosoph y o} Language. (Semántica
y filosofía del lenguage.) Urbana: University of Illinois Press, 1952.

Fu en t es:
AIston, William P., Pbilosophy o f Language. (Filosofía del lenguaje.) Engle
wood Cliffs, N . J.: Prentice-Hall Inc., 1964. Paperback.
Austin, John L., H c w to D o Tbings w tih W ords. (Cómo hacer cosas con pa
labras.) Nueva York: Oxford University Press, Inc., 1965. Paperback.
Beardsley, Monroe C.( Thinking Straight. (Pensar correcto.) (3.* ed.). Englewood
Cliffs, N . J.: Prentice-Hall, Inc., 1966.
Black, Max, Language and Pbilosophy (Lenguaje y filosofía.) Ithaca, N. Y.:
CorneJI University Press, 1949.
, M odels and M etaphors. (Modelos y metáforas.) Ithaca, N . Y.: Cornell
University Press, 1964.
Brown, Roger, W ords and Tbings. (Palabras y cosas.) Nueva York: Free Press
of Glencoe, Inc., 1959. Especialmente el capítulo 3.
Drange, Theodore, T ype Crossings. (Mezcla de tipos.) La Haya: Mouton &
Co., 1966.
Johnson, Alexander B., A Treatise on Language. (Un tratado sobre-eL len
guaje), ed. David Rynin. Berkeley: University of California Press, 1947.
Publicado originalmente en 1836.
Katz, Jerrold J., T he Pbilosophy o f Language .(Filosofía del lenguaje.) Nueva
York: Harper & Row, Publishers, Inc., 1966.
Mili, John Stuart, A System of Logic. (Sistema de lógica.) Londres: Long-
mans, Green Se Company, Ltd., 1843. Book 1.
Platón, Laques ; T utifrón\ M enón; Cratilo. Muchas ediciones.
Quine, WiUard V , W o rd and O bject. (Palabra y objeto.) Nueva York: John
Wüey & Sons, Inc., 1960.
Robinson, Richard, Definition. (La definición.) Nueva York: Oxford Universitv
Press, Inc., 1950. *

N o t a : La mayoría de las obras de la lista de lecturas son libros, no ensa


yos o artículos. Puesto que los artículos de las publicaciones periódicas filosó
ficas le resultan al lector generalmente más difíciles de encontrar, sólo han
sido incluidos en la lista aquellos que son de especial interés o contienan ideas
que no se encuentran, o no expresadas con tanta claridad, en los libros dis
ponibles.
Capítulo 2
EL CONOCIMIENTO

5. C onceptos

En este capítulo nuestro principal objetivo es examinar el cono


cimiento humano, sus fuentes, su naturaleza y los varios tipos que
puede haber de el. Esta es la principal tarea de la rama de la filo
sofía llamada «Epistemología» (del griego episteme, «conocimiento»),
o «teoría del conocimiento». Pero antes de comenzar esta tarea,
hemos de examinar brevemente otro tema que le es preliminar: la
naturaleza de los conceptos:
El conocimiento es expresado en proposiciones: «Sé que ahora
estoy leyendo un libro», «sé que dos más dos es igual a cuatro»,
y así sucesivamente. Pero antes de que podamos entender las propo
siciones, incluso las falsas, hemos de poseer primero conceptos.
No puedo entender lo que significa la oración «el hielo se funde»
antes de poseer el concepto de hielo y el de fusión. Podríamos
expresar esto de otra forma, diciendo que, para entender lo que
significa «el hielo se funde», hemos de entender el significado de
las palabras «hielo» y «se funde». Pero para entender los signifi
cados de las palabras, hemos de poseer conceptos: entender el signi
ficado de una palabra ya presupone tener un concepto.
¿Cómo adquirimos los coaceptos que poseemos? En alguna
ocasión se pensó que, al menos algunos de nuestros conceptos, son
innatos, que están, por así decir, «grabados dentro de nosotros».
Supongamos que el concepto de rojez (o de ser rojo) fuese innato:
lo poseeríamos sin tener que experimentar ejemplificadones sr.yas,
esto es, sin haber visto nunca nada rojo. Una persona nacida ciega
podría tener el concepto lo mismo que un hombre que puede ver.
Parece tan obvio que una persona nacida ciega no posee el concepto
de rojez, ni de ningún otro color, que nadie ha mantenida que este
concepto, o el concepto de cualquier otra propiedad sersorial, sea
innato. Sin embargo, se ha pensado de algunos conceptos que son
innatos: por ejemplo el concepto de causa y el concepto de Dios.
Si el concepto de causa fuese innato, podríamos saber qué significa
la palabra, y estar en posesión plena del concepto, sin haber visto
nunca operar ninguna causa. Tampoco esto nos parece plausible,
pero examinaremos en detalle el concepto de causa en el capítulo 5.
Quizá el ejemplo de Dios parezca más plausible, dado que Dios, si
existe alguno, no es visible ni perceptible de ningún otro modo, y no
obstante parece que poseemos su concepto (aunque también esto
ha sido negado). Si no podemos percibir a Dios y, sin embargo,
tenemos el concepto, se podría preguntar, ¿cómo llegamos a ¿1?
¿No puede ser innato? Intentaremos responder esta cuestión cuando
consideremos la teoría alternativa, que los conceptos derivan de la
experiencia. Entretanto, vale la pena observar que ya nadie man
tiene la teoría de los conceptos innatos. El desarrollo de la psico
logía moderna le ha asestado un golpe mortal. Nunca se ha aportado
el menor indicio para mostrar que algún concepto de ios que tiene
la gente sea innato; quizá no tenga ciertos conceptos que pretende
tener, pero cuando posee un concepto, de alguna forma está deri
vado de la experiencia, es decir, no podría tener el concepto a menos
que tenga primero ciertas experiencias.
El siguiente paso obvio, entonces, es decir que todos los concep
tos son adquiridos a través de la experiencia. (Este punto de vista
es llamado a veces «empirismo conceptual», y el punto de vista de
que algunos conceptos son innatos «racionalismo conceptual», pero
estos nombres son susceptibles de inducir a error porque se con
funden con el sentido mucho más importante de «racionalismo» y
«empirismo» que discutiremos en el capítulo 3 y que se relaciona
con las proposiciones y no con los conceptos.) Este punto de vista
fue defendido por tres famosos filósofos ingleses: John Locke (1632-
1704), George Berkeley (1685-1753) y David Hume (1711-1776).
En lugar de la palabra «conceptos», todos estos filósofos usaron
la palabra «ideas», y el problema que se propusieron responder era:
«¿Cómo llegamos a las ideas que poseemos?» Todas las ideas que
tenemos o tendremos jamás, decían, provienen de ia experiencia:
1) unas, a través de los sentidos «externos», como la vista, el oído
y el tacto, y a partir de estas se forman todos nuestros conceptos
referentes al mundo físico; y 2) otras, a partir de los sentidos
«internos», como las experiencias de dolor y placer, los sentimientos
de amor y odio, de orgullo y remordimiento, las experiencias de
pensar y querer; a partir de éstas obtenemos las ideas sobre nuestra
vida interior. Todos nuestros conceptos derivan de estos dos tipos
de experiencias. (Locke llamó a las primeras «ideas de sensación»,
y a las segundas, «ideas de reflexión».)
El uso de la palabra «idea» era tan general en los siglos x v n
y x v iii que incluía todas las experiencias de cualquier clase; pero
Hume hizo una distinción clara dentro de las experiencias, entre
«impresiones» e «ideas». Ninguna de estas palabras se usaba en el
sentido que tienen en el siglo xx, en que decimos «tengo la im
presión de que alguien me está observando» y «la idea del progreso
humano es una ilusión». El uso que hace Hum e de estas palabras
puede ser aclarado mediante lo que sigue: Si veo un árbol verde,
tengo una impresión de verde (impresión sensorial), y luego, si cierro
los ojos e imagino algo verde, tengo una idea de verde; una idea
es una especie de copia débil de una impresión. Tenemos la im
presión cuando los ojos están abiertos, pero podemos tener la idea
de cualquier cosa siempre que la imaginemos. La principal tesis de
Hum e en relación con estos términos fue «No hay ideas sin im pre-d
siones». Si nunca hubiésemos visto algo verde — esto es, si nunca
hubiésemos tenido una impresión sensorial de verde— sería impo
sible tener jamás la idea de verde. Primero, hemos de tener la im
presión para tener la idea, y el hombre que nació ciego nunca podrá
tener la idea de verde ni de ningún otro color, porque nunca ha
tenido impresiones sensoriales de colores. Análogamente, un hombre
nacido sordo no podrá tener ninguna idea de los tonos, ni tendría
ninguna idea de los olores el hombre nacido sin el sentido del
olfato, y así sucesivamente. Para cada idea X ', hay una impresión
sensorial, X, que le corresponde; y sin tener primero la impresión sen
sorial X, no podemos tener la correspondiente idea X ', Las mis
mas consideraciones se aplican a las ideas extraídas de los sentidos
«internos»; un hombre que nunca ha sentido dolor.no puede tener
idea del dolor; un hombre que nunca ha experimentado miedo no
puede tener idea del miedo; y así sucesivamente. Y un niño que aún
no ha experimentado el amor sexual no puede tener una idea del
amor; puede observar cómo se comportan otras personas que posean
esta experiencia, pero no -tiene aún idea de cómo es el sentimiento
que les impele a com portarle de esta forma.
Ya es suficiente como esquema de la teoría. Pero, tal como
está no es completo, como bien sabían Locke y Hume. Pues, ¿no
podemos tener ideas de montones de cosas de las que nunca hemos
tenido impresiones? Podemos imaginar una montaña de oro incluso
aunque nunca hayamos visto una; y podemos imaginar una criatura
m itad hombre y m itad caballo. Cierto, hemos visto pinturas de
centauros, criaturas míticas mitad hombre mitad caballo, pero po
dríamos imaginarlas sin haber visto ñunca esas pinturas, y los que
pintaron esos cuadros debieron poder imaginarlas antes de pintarlas.
Y podemos imaginar (tener una idea de) rosas negras, aunque las
únicas rosas que jamás hayamos visto sean rojas, amarillas, rosadas
y blancas. Podemos poseer ideas de todas estas cosas incluso antes
de haber tenido jamás una experiencia sensorial de ellas, aunque
nunca lleguemos a experimentarlas.
Así, se vio conducido Locke a distinguir entre ideas simples y
complejas. Podemos imaginar montañas de oro y rosas negras sin
haberlas visto antes porque, después de todo, hemos visto los colores
dorado y negro en otras cosas. Las ideas de montañas de oro y rosas
negras son ideas complejas: simplemente tomamos las ideas ya adqui
ridas a través de otras experiencias y las unimos en nuevas combi
naciones en nuestra imaginación, La mente humana puede crear todo
tipo de ideas complejas a partir de ideas simples ya extraídas de la
experiencia; pero la mente humana no puede crear ni una sola idea
simple. Si nunca hemos visto el rojo, no podemos imaginar el rojo;
sí nunca hemos sentido un dolor, no podemos imaginar el dolor.
E l rojo y el dolor son ideas simples. Es cierto que bien podríamos
ser capaces de imaginar una montaña o una rosa sin haber visto
una, pero eso es sólo porque las ideas de montaña y de rosa son
ideas complejas. Si hemos visto una colina y también poseemos la
idea de altura por haber visto cosas más altas que otras, podemos
entonces formar la idea de algo más alto y más escarpado que una
colina, a saber, una montaña, incluso si nunca hemos visto una.
Análogamente, poseemos una idea de Dios, porque podemos com
binar ciertas ideas derivadas de nuestra experiencia de seres humanos,
como el poder, la inteligencia, la bondad, etc., e imaginarlas pre
sentes en un grado superior en una persona que nunca hayamos en
contrado. Aquí se presentan problemas que consideraremos deta
lladamente en el capítulo 7, pero es suficiente por ahora observar
que la idea de Dios, cualquier cosa que sea, es una idea compleja.
(Tener la idea de Dios, por supuesto, no prueba que exista nada que
corresponda a esa idea en mayor medida que en el caso de Ja mon
taña dorada o del unicornio.)
La relación de las ideas simples con las complejas es algo similar
a la relación entre átomos y moléculas. Sin átomos, no podemos
tener moléculas; y los átomos pueden ser combinados de maneras
diferentes para formar las diferentes moléculas. Sin ideas simples
no podemos formar ideas complejas; pero una vez que poseemos
una cantidad de ideas simples, podemos combinarlas en nuestra
imaginación en todo tipo de modos diferentes para formar innume
rables cosas que jamás han existido en la tierra ni en el mar.

Nada, a primera vista, puede parecer más ilimitado que el pensamiento


del hombre, que no sólo escapa a toda autoridad y poder humanos, sino que
ni siquiera está restringido a los límites de la naturaleza y la realidad. Formar
monstruos, unir formas y apariencias incongruentes, no cuesta más trabajo a la
imaginación que concebir les más naturales y familiares objetos. Y mientras el
cuerpo está confinado a un planeta, por el que se arrastra con dolor y dificultad,
el pensamiento puede en un instante transportarnos a las más distantes regio
nes del Universo...
Pero aunque nuestro pensamiento parezca poseer esta libertad ilimitada,
hallaremos, tras un examen más atento, que en recÜJnd está confinado dentro
de límites muy estrethes, y que todo este poder creativo de la mente no equi
vale más que a la facultad de componer, trasponer, aumentar o disminuir ios
materiales que nos proporcionan los sentidos y la experiencia. Cuando pen
samos en una montaña de oro, sólo unimos dos ideas compatibles, oro y mon
taña, con las que estamos previamente familiarizados.., En resumen, todos los
materiales del pensamiento derivan ¿el sentido externo o del interno; sólo ¡a
mezcla y composición de éstos corresponde a la mente y la voluntad *.

Nunca se ha puesto totalmente en claro cuáles de las ideas que


poseemos son simples y cuáles complejas; nunca se ha ofrecido una
lista completa de ellas, sino sólo ejemplos dispersos. En general, las
ideas cíe cualidades sensoriales han sido el arsenal de ejemplos de
ideas simples: rojo, dulce, duro, ácido; dolor, placer, miedo, cólera;
pensar, preguntarse, dudar, creer. Puede que no sea de gran impor
tancia decidir en todo? les casos que ideas son simples, pero, sin
embargo, hay un problema concerniente a ellas. «Las ideas simples
son aquellas que no pueden ser divididas, o analizadas, en otras
ideas», así discurre el sugerido criterio, Pero esto no siempre nos
ayuda en el intento de determinar qué ideas pueden, y cuáles no,
ser analizadas.
Incluso hay un problema en el caso de las ideas de color, como
rojo, que se toman usualmente como caso típico de ideas simples:
sin duda, es cierto que si nunca hemos visto ningún tono de rojo,
no podemos imaginarlo; pero ¿qué pasa si hemos visto dos o tres
tonos rojos? ¿Podemos imaginarnos esos tonos y no los demás?
¿O podemos imaginar (tener una idea de) cualquier tono de rojo des
pués de haber experimentado (tenido una impresión de) unas cuantas
muestras? Hume estudió este caso: Supongamos que hemos visto
todos los tonos de azul menos uno, pero se nos dice dónde cae ese
1 David Hume, A n Enquiry Conccrning Human Understanding, Sección II,
parágrafos 4 y 5.
tono perdido del azul en relación con los demás tonos de una escala
que abarque del más claro al más oscuro. ¿Es realmente imposible
que nos imaginemos ese tono sin haberlo visto antes? Muchas per
sonas dirían que podemos imaginarlo; o, al menos — lo que no es
lo mismo— que, podamos imaginarlo o no antes de verlo, podemos
reconocerlo como el tono que faltaba después de haberlo visto. Pero
si podemos tener una idea de él,antes de tener una impresión suya,
¿qué ocurre con el punto de vista de que «para toda idea (simple),
ha de haber una impresión que le corresponda»? ¿No es esa idea
una idea simple? O si es una idea simple, ¿debe haber quizá un
millón de ideas simples de azul correspondientes a este millón o más
de tonos particulares de a2 ul? Si la idea de cada uno de este millón
de tonos es una idea simple, debe ser imposible imaginar el tono
que falta sin haberlo visto antes. Por el contrario, si la idea simple
es sólo de azul en general (no un tono particular áz azul), entonces,
se supone, podríamos imaginar el tono que falta; pero entonces
habríamos de decir que la idea de este tono que falta es una idea
compleja, compuesta de 1) la idea de azul en general y 2) ía idea
de ser más oscuro o más claro que algún otro tono.
Aquí se multiplican los problemas: Si sólo hemos visto el rojo
primario, ¿podemos imaginar el escarlata, el carmesí, el magenta?
¿Las ideas de éstos son simples o compuestas? Si hemos visto muchos
tonos de amarillo y muchos tonos de rojo, pero no el naranja, ¿po
demos imaginar el naranja sin haberlo visto? (¿Pueden algunas
personas, y otras no? ¿Podría, entonces, una idea ser simple para
unas personas y compleja para otras?) V si la respuesta a la anterior
cuestión es «sí», pruebe con esta otra: ¿Podría imaginar el verde,
si ha visto el azul y el amarillo, pero no aquel color? (Es muy im
portante aquí no confundir lo físico con lo psicológico. El naranja,
decimos, es una mezcla de rojo y amarillo, y el verde de amarillo
y azul. Pero el verde no parece una mezcla de amarillo y azul a la
manera que el naranja parece una mezcla de rojo y imarillo. Qué
color obtenga cuando mezcle diferentes pinturas, o :ombine dife
rentes luces, nada tiene que ver con la cuestión de qué colores pueda
usted imaginar — sin haberlos visto— sobre la base de otro:..)
Cualquiera que sea el resultado de estas especulaciones, parece
del todo claro que, sin algunas impresiones, no podemos tener ciertas
ideas. Un hombre nacido ciego no puede tener una idea de los colo
res. Y si nunca hubiésemos experimentado formas de ningún tipo,
no podríamos tener ninguna idea de forma — ni triangular, ni rec
tangular, ni circular, ni ninguna otra— , aunque bien p adría ser que,
si hubiésemos tenido experiencias (impresiones) de algunas formas,
digamos de un triángulo y un pentágono, podríamos hacernos la
idea de otras formas, como un rectángulo y un hexágono, sin ha
berlas visto antes. Son claramente indispensables algunas impresio
nes antes de que podamos formar algunas ideas, aunque cuáles sean
ellas puede ser tema de legítima discusión 2.
En general, las ideas simples de Locke son aquellas cuyos nom
bres sólo pueden ser definidos ostensivamente. La razón por la que
sólo podemos definir ostensivamente «rojo», «dulce», «dolor» y
muchas otras palabras sensoriales — enfrentando al aprendiz con el
tipo de experiencia del que son etiquetas estas palabras— es que
no hay otra forma de comunicar a los demás lo que astas palabras
significan. Estas ideas son simples — esto es, inanalizables en otras— ,
de modo que no hay forma de familiarizar a las personas con lo que
significan estas palabras más que enfrentándolas con las experiencias
sensoriales (impresiones) relevantes. En contraposición, es posible
proporcionar a alguien un conjunto de instrucciones para que reco
nozca un caballo, una silla o un mantel, incluso si nunca los ha
experimentado, suponiendo únicamente que posea ya otras ideas
determinadas (de forma, tamaño, consistencia, etc.) derivadas de
experiencias sensoriales. Es decir, las ideas de caballo, silla y mantel
son com plejas3. Pero no podemos dar un conjunto de instrucciones
para la forma, el color, o la solidez (o, lo mismo para ciertos tipos
de color como rojo, o ciertos tipos de forma como redondo) tales
que una persona sea capaz de formarse una idea de ellos sin haberlos
experimentado nunca por medio de sus sentidos. Esta, por tanto,
es la conexión entre las palabras indefinibles y las ideas simples.
Concepto e imagen. En este momento, sin embargo, es más im
portante exponer una ambigüedad presente en la palabra «idea», de
la cual no parecen haberse percatado los filósofos que hasta ahora
hemos estudiado: al usar la palabra «idea», se puede estar hablando

2 Las ideas de forma son diferentes de las de color en que la forma nos
es accesible tanto a través de la vista como del tacto, en tanto los colores sola»
mente pueden ser experimentados por medio de la vista. Así, se podría decir,
un ciego de nacimiento puede tener una idea de forma — obtenida por medio
del sentido del tacto— pero no idea de color.
Pero debamos tener cuidado con esto. Las ideas de forma visuales no son
•lo mismo que las ideas de forma táctiles. (Usamos la palabra «forma» para
abarcar ambas, olvidando que aquí se hallan involucrados dos tipos muy dife
rentes de ideas.) IJn ciego de nacimiento puede tener, a través del sentido
de! tacto, ideas de forma táctil, pero no puede tener ideas de forma visual en
mayor medida que podría tenerlas de color.
3 Probablemente aprendimos los significados de todas estas palabras osten
sivamente, enfrentándonos a ejemplos de su aplicación; pero no tuvimos por
qué hacerlo Un conjunto de instrucciones cuidadosas sobre cuál es la apariencia
de un caballo pod-ía capacitarnos para imaginar un caballo antes de ver uno,
así con o para recor. ocerlo después de 'haberlo visto.
tanto de un concepto como de una imagen. La mayor parte de las
veces, parece que están hablando de imágenes, pero, a veces, el estu
dio de las «ideas» cambia de forma que sería más apropiada a una
discusión sobre conceptos. Sin haber visto el rojo no podemos for
mar en nuestras mentes imágenes de rojo; pero de esto no se
concluye que no podamos tener un concepto de rojo. Para aclarar
este punto, tomemos el ejemplo del ultravioleta. Ningún ser humano
puede tener imágenes del ultravioleta, dado que el ojo humano no
es sensible a esa parte del espectro; las abejas y otras criaturas
pueden verlo, pero nosotros no. Dado que no tenemos impresiones
del ultravioleta, no podemos tener imágenes del ultravioleta. Pero
parece ser que tenemos un concepto del ultravioleta. Los físicos ha
blan de luz ultravioleta, y pueden identificarla y relacionarla con
otras partes del espectro; efectivamente, pueden hablar del ultra
violeta con la misma facilidad con que hablan del rojo. Análoga
mente, los seres humanos no tienen ningún sentido que les permita
percibir la presencia de radiactividad lo mismo que poseen sentidos
como la vista, el oído y el tacto que les permiten percibir las
propiedades sensibles de los objetos físicos. («Sensible» significa en
filosofía «susceptible de ser sentido».) No podemos ver, oír, oler o
tocar la radiactividad; hemos de apoyarnos en instrumentos como
los contadores Geiger para detectar su presencia. Si alguna criatura
poseyese un sentido que le permitiera percibir directamente la pre
sencia de radiactividad, no tendríamos ni la más leve idea de cómo
es eso; simplemente, no tenemos ninguna «imagen» de la radiacti
vidad. (Recordemos que las imágenes no tienen por qué ser visuales:
hay imágenes acústicas, imágenes táctiles, imágenes olfativas, y así
sucesivamente. Cuando imaginamos el olor del amoníaco o el sabor
de las patatas rebozadas, tenemos imágenes olfativas y gustativas,
respectivamente.) Parece, no obstante, que poseemos el concepto
— al menos los físicos— y los físicos trabajan con tanta facilidad y
familiaridad con este concepto como con aquellos de los que tienen
impresiones sensoriales (y, en consecuencia, imágenes). El lem a'de
Hume «Si no hay impresiones, no hay ideas» se aplica a las imá
genes; pero no parece aplicarse a los conceptos.
En verdad, podemos ir más lejos: un ciego de nacimiento podría
ser físico y especializarse en la física de los colores; sería" una elec
ción un tanto peculiar, sin duda, pero posible. Eáe hombre nunca
habría visto ningún color, y por tanto no podría tener imágenes de
color. Pero bien podría saber más hechos sobre los colores que usted
o que yo; podría decirnos más cosas sobre las ondas lumínicas y
otras propiedades físicas de los objetos de color y sobre las condi
ciones en las cuales se ven los colores, que la mayoría de las per
sonas. De hecho, sería capaz de decirnos de qué color es cada objeto;
no mirándolo como nosotros, sino leyendo en Braille las lecturas de
los instrumentos que registran las longitudes de onda de la luz que
emana de los objetos. Sería capaz de impartirnos gran cantidad de
conocimientos acerca del color y los objetos de color; ¿y cómo
podría hacerlo, si no poseyese un concepto del color? Si no lo pose
yese, ¿cómo podría saber de qué estaba hablando? Por supuesto,
sólo podría identificar correctamente los colores en tanto se mantu
viese la correlación entre el color visto y las longitudes de onda
luminosa; si esta correlación dejara de mantenerse, comenzaría a
equivocarse en la identificación de colores porque no podría verlos,
si;. . que sólo tendría la prueba indirecta de los instrumentos que
registran ondas luminosas. No obstante, ¿no debemos admitir que
riene el concepto de color, aunque sea incapaz de experimentar imá
genes de color? ¿Cómo podría usar la palabra, e incluso impartirnos
nuevos conocimientos, que presuponen saber qué significa la palabra
a menos que posea el concepto?
¿Qué es un concepto? Así nos vemos conducidos a la importan
tísima cuestión: ¿qué es un concepto? Está suficientemente claro
que hay una cosa diferente de las imágenes, una cosa a la que lla
mamos concepto. Pero ¿qué es un concepto? ¿Cuándo diremos
que tenemos uno?
Intentemos una posible respuesta a estas cuestiones: 1) Tene
mos un concepto de X cuando sabemos la definición de la pala
bra «X». Pero esta respuesta es demasiado estrecha: conocemos los
significados de innumerables palabras — «gato», «correr», «enci
ma»— y las usamos todos los días sin ser capaces de dar una defi
nición de ellas. Observamos en las páginas 93-103 por qué esto es
así. Cualquier cosa que sea Jo que presuponga tener un concepto,
no requiere que seamos capaces de dar una definición, algo que aun
a los compiladores de diccionarios con frecuencia cuesta mucho tra
bajo conseguir. Y en el caso de las palabras como «rojo», que no
son en absoluto definibles verbalmente, nunca podremos dar una
definición; de lo que habríamos de concluir, de acuerdo con este
punto de vista, que nunca podemos tener un concepto de ro jo 4.
Intentem os de nuevo: 2) Poseemos un concepto de X cuando
sabemos aplicar la palabra «X» correctamente; tenemos un con
cepto de rojez y naranja cuando sabemos aplicar correctamente en
todos los casos las palabras «rojo» y «naranja». Este criterio no
4 Estrictamente hablando, deberíamos decir un concepto de rojez. La rojez
es una propiedad —'la .propiedad que todas las cosas rojas tienen en común—
y la propiedad no es roja sino la rojez. Por contraste, tenemos imágenes rojas;
una imagen roja es un ejemplo particular de la propiedad de la rojez.
nos exige una definición, sino sólo usar la palabra con corrección
uniforme. También está mucho más de acuerdo con nuestro uso
real de Ja palabra «concepto»: por ejemplo, decimos «él debe tener
algún concepto de qué es un gato, pues siempre usa la palabra "gato”
en las situaciones correctas, y nunca aplica la palabra "gato” a los
perros ni a ninguna otra cosa».
Hay, sin embargo, un sentido en que aún es demasiado restric
tivo este criterio: supone que para poseer un concepto primero
hemos de estar familiarizados con una palabra. Sin duda éste es el
caso usual, pero no se da siempre. Una persona puede tener en
mente algo para lo cual aún no existe una palabra, y puede inventar
luego una palabra para ello; o puede usar una palabra antigua en
un sentido nuevo, dándole un significado que antes no poseía. En
ambos casos, parece plausible decir que tenía un concepto previo
a la existencia (o nuevo uso) de la palabra. Cuando los primeros
físicos adoptaron el uso de la palabra común «energía» para sus
propósitos especiales, tenían en mente un concepto altamente abs
tracto, y. seguramente tenían en mente este concepto antes de tener
una palabra para él. •Sin duda hay muchos conceptos que no se
pueden tener antes de poseer una gran familiaridad previa con el
lenguaje, pero éste no puede ser el caso para todos los conceptos,
¿de otro modo cómo habría empezado el lenguaje? Usar una palabra
correctamente parece ser consecuencia de tener el concepto, pero no
una condición previa de tenerlo: esto es, si usamos un concepto
y conocemos la palabra para él, seremos capaces de usar la palabra
correctamente, pero tener el concepto no es lo mismo que ser capaz
de usar la palabra.
Busquemos una respuesta, pues, una vez más, pero de modo que
no se presuponga ja familiaridad con una palabra en la posesión del
concepto. 3) Poseemos un concepto de X (de X-idad) cuando somos
capaces de distinguir los X de los Y y los Z, y de cualquier otra
cosa que no sea X. Bien podríamos hacer esto, tengamos o no una
palabra para X, aunque por supuesto sería más conveniente que
la tuviésemos y normalmente la tengamos. Así, si un niño sabe
distinguir los gatos de los perros, de los cerdos y de todas las
demás cosas, tiene un concepto de qué es un gato, aunque no
pueda dar una definición y aunque nunca haya oído la palabra «gato»
ni conectado la palabra con la cosa por medio de u:ia definición
ostensiva.
Ahora hemos especificado qué es un concepto de n odo que sea
posible tener un concepto sin conocer ninguna pal ibra. De un
perro que pueda distinguir los gatos de los pájaros se puede decir
que tiene estos conceptos, aunque no sepa ninguna palabra. Sin
embargo, incluso esta definición podría ser objetada, sobre la base
de que ser capaz de distinguir los X de los Y^es, de nuevo, una
consecuencia de poseer el concepto de X, pero no aquello en lo que
consiste la posesión del concepto. Se tiene la tentación de decir
que, si poseemos un concepto de X, podemos, como resultado,
distinguir los X de las otras cosas; pero hemos de tener primero
el concepto. Pero, ¿en qué consistiría, entonces, tener el concepto?
Más aún, podemos inventar máquinas que diferencien efectivamente
unas cosas de otras; ¿queremos decir que estas máquinas poseen
conceptos?
En respuesta a estas objeciones, podríamos decir 4) que tener
un concepto de X es simplemente tener en la mente un criterio.
Consistiría en un tipo de «contenido mental» independiente por
completo de las palabras y de distinguir los X de los Y y los Z. Pero
no es fácil decir cómo sería ese criterio mental, o cómo se podría
saber, por medio de la simple introspección, si se posee tal criterio.
Seguramente, la forma en que se sabría si se tiene un criterio para X
sería viendo si podemos ser capaces de distinguir los X de los Y
y de los Z. Un criterio para identificar los X sería (ñl parecer) auto
máticamente un criterio para distinguir los X de los no X, Y así,
después de todo, volveríamos al tercer criterio.
Yo puedo, desde luego, tener un concepto de X incluso aunque
no haya X en el mundo. Puedo tener el concepto de una cosa que
sea reptil, mayor que un elefante y que vuele por los aires. Podría
identificar tal criatura fácilmente si existiera, y el hecho de que no
exista no impide tener el concepto de tal criatura. Y por tanto,
tengo ese concepto, aunque no exista tal criatura ni haya palabra
para designar esta peculiar combinación de características. (Cuidemos
de observar que puedo tener el concepto aunque no pueda enunciar
ninguna característica. No puedo enunciar mediante palabras lo que
distingue el rojo del naranja, aunque sé en la práctica cómo hacer la
distinción, y, por tanto, poseo el concepto de estos dos colores.)
Por lo tanto, está claro que podemos poseer un concepto sin tener
una imagen. Si los científicos pueden tener un concepto del ultra
violeta sin ser capaces de visualizar el ultravioleta, es seguro que un
ciego puede poseer el concepto de rojo sin ser capaz de visualizar el
rojo. Es cierto tanto del científico como del ciego que poseen un
criterio para distinguir X (ultravioleta, rojo) de no X. Pero/ podría
mos decir ahora, el ciego, aunque posea un criterio para distinguir
X de no X, no tiene el mismo concepto que el que v e .E l ciego ha
de usar las longitudes de onda como criterio, en tanto que nosotros
usamos (como han hecho los hombres desde tiempo inmemorial) la
fácilmente discernible (pero no verbalmente descriptible) diferencia
que hay en la apariencia que tiene el rojo. Todos tenemos un con
cepto, y entre ellos hay un alto grado de correlación, pero no son
el mismo concepto, pues no es el mismo medio de distinguir lo rojo
de lo no rojo. (Desde luego, podemos usar ambas formas de distin
guir lo rojo de lo no rojo, mientras que el ciego sólo puede usar
una.) De igual modo, una persona que pudiese ver el ultravioleta
tendría de él un concepto más del que tenemos nosotros, pues sería
capaz de distinguir ese color de los otros por inspección directa,
sin tener que recurrir (como hacemos nosotros) a instrumentos para
distinguirlo.
¿Están basados en la experiencia todos los conceptos? Volve
mos, finalmente, a nuestra cuestión principal: ¿qué habremos de
decir de la doctrina según la cual todos los conceptos están basados
en la experiencia? ¿Qué significa que, en el caso de las «ideas»
simples, es imposible un concepto de X sin una experiencia previa
de X, y, en el caso de las «ideas complejas», que el concepto de X
es imposible sin una experiencia previa de las ideas simples de las
que están constituidas? Es un punto de vista que no sólo parece
plausible sino inevitable, ¿pues cuál sería la alternativa? No hemos
nacido con conceptos, ni (como pensaba Platón) los recordamos de
una etapa de existencia anterior a nuestro nacimiento; de modo
que ¿de qué otra forma podríamos adquirirlos si no es mediante la
experiencia?
La dificultad reside en mostrar en cada caso cómo, de hecho,
deriva el concepto de la experiencia. Con los conceptos sensoriales
como la rojez, el caso es relativamente fácil: cuando éramos niños
se nos señalaron ciertas cosas rojas que había ante nosotros, y me
diante actos de abstracción sucesiva (como los que describimos en
las págs. 81-82) llegamos a reconocer la característica, la rojez, que
tenían en común las cosas. Pero, ¿cómo derivamos de la experiencia^
el concepto de libertad, de honestidad, de utilidad marginal, d e j
cuatro, de implicación lógica? Poseemos estos conceptos, y, observe-^
mos de pasada, los poseemos sin las imágenes correspondientes.
Cuando pensamos en la libertad, podemos imaginar la Estatua de la
Libertad, y cuando pensamos en la esclavitud podemos imaginar
esclavos negros que están siendo azotados; pero ninguna de estas
imágenes constituye el significado de las palabras «libertad» y «es
clavitud»; otros pueden imaginar cosas muy diferentes cuando pien
san en la libertad o en la esclavitud, y otros aún pueden no imaginar
nada en absoluto. No hay ninguna imagen de la libertad o la escla
vitud, de la misma forma que hay una imagen de rojo o de dulce.
Esos son conceptos abstractos, para los que no hay imagen corres
pondiente. Si poseemos imágenes, no son de la libertad, sino de

'MU»*»
situaciones o cosas particulares que pueden o no ejemplificar la
libertad. Podemos tener todos el mismo concepto, libertad, aunque
tengamos diferentes imágenes (o ninguna) cuando pensamos en la
libertad. Lo que pensamos cuando pensamos en la libertad es muy
diferente de lo que imaginamos cuando pensamos en ella; lo que
imaginamos, si es algo, sólo es un añadido incidental.
Esto no equivale a decir que podemos tener el concepto de
libertad si nunca hemos tenido la menor experiencia sensorial
que. tengamos, el .concepto es de. un modo u otro dependiente de la
experiencia;^ pero está lejos de ser fácil decir cómo. Quizá si siempre
hubiésemos vivido bajo una tiranía y nunca hubiésemos visto u oído
de otras personas que pudiesen expresar sus opiniones sin temor
al castigo, no seríamos capaces de formar el concepto de libertad,
aunque incluso esto es dudoso, pues en tanto que seamos conscientes
de las restricciones que afectan a nuestra conducta, podremos con
cebir un estado de cosas en que estas restricciones estén ausentes.
Es, ciertamente, muy difícil saber de qué experiencias es dependiente
nuestro concepto de libertad, En todo caso, la relación entre el con
cepto y la experiencia sensorial es muy indirecta: no hay ninguna
experiencia sensorial particular, ni siquiera un solo conjunto de expe
riencias sensoriales que debamos tener antes de llegar a poseer este
concepto. Sea cual fuere la conexión entre el concepto y la experien
cia, es suficientemente indirecta como para que nadie pueda dar una
explicación clara de cuál es exactamente la conexión en cada caso.
.Consideremos otro tipo de conceptos, los de la aritmética. Dado
que podemos distinguir entre dos cosas, tres cosas, .¿de. dónde obte?
nemos nuestros conceptos de dos y tres? «De la experiencia», diría
Humé. ¿Pero cómo, exactamente? Podríamos decir qué la aritmética
estudia los aspectos cuantitativos de las cosas; cuand(\consideramos la
suma de dos y tres, no nos fijamos en si son tres manzanas, tres
bolas o tres balas de heno. El concepto tres (tresidad) está formado
mediante la abstracción a partir de m uchos. casos. Lo' que poseen
en común tres manzanas, tres bolas y tres balas de heno es su can
tidad numérica; lo relevante para las matemáticas es que haya tres
de ellas, y no de qué cosas son tres. Los conceptos de la aritmética
son todos cuantitativos, eso es lo que los define como aritméticos; y
son abstraídos a partir de la experiencia, a partir de nuestra expe
riencia de las cosas del mundo. Sin ninguna experiencia de cantidades
de cosas, no poseeríamos conceptos aritméticos. Hasta aquí va bien,
i El problema surge cuando nos damos cuenta de que poseemos un
concepto de 12.038.468 lo mismo que lo tenemos de tres. No obs
tante, probablemente nunca hemos observado exactamente ese nú
mero de cosas, e incluso no lo sabríamos si lo hubiésemos hecho.
Q&iúa %cv¿a'o Oxjmra
2. £1 conocimiento 147

¿Cuál, podemos preguntar, por tanto, es la relación entre ese número


y nuestras experiencias sensoriales?
O consideremos los significados de términos como «igualdad»,
<dnfinit¿d», «implicación», «deducción». Poseemos conceptos de todo
esto, pues podemos distinguir los casos de aplicación de estas pala
bras de su no aplicación. No obstante, no parecen corresponder a
nada de aquello a lo que nos enfrentamos en nuestra experiencia.
Si están derivados de la experiencia de algún modo remoto, no está
claro cómo, ni mediante qué pasos exactamente.
* Quizá la experiencia que debemos tener en cuenta para derivar
nuestros conceptos de igualdad numérica de 12.038.468 sea simple
mente nuestra experiencia de estudiar matemáticas, o la experiencia
de aprender a usar estas palabras. Pero si es así, éste es un sentido de
la palabra «experiencia» más amplio que el que hasta aquí hemos
usado, a saber, experiencia sensorial (o impresión sensorial).
Más desconcertante todavía es que haya palabras que sabemos
usar con precisión sistemática y que no parecen estar conectadas con
la experiencia, ni siquiera por vía de la abstracción: consideremos
las palabras que tienen una fundón conectiva, como « y» y «acerca»,
pero no corresponden a elementos discernibles del mundo:

N o sólo hemos de conocer los significados de los nombres, verbos y adje


tivos, también hemos de entender e l significado de la forma sintáctica de la
oración; y en muchas oraciones, hemos de entender varios tipos de palabras
que sirven para conectar nombres, adjetivos y verbos formando oraciones, de
modo que afectan al significado -total de la oración. Se debe poder distinguir
semánticamente «John pegó a Jim», «Jim pegó a John», «¿Pegó Jcfon a Jim?*,
«¡John, pégale a Jim!» y «John, por favor, no le pegues a Jim*. Esto signi
fica que, para que uno pueda conversar, ha de ser capaz de manejar y entender
factores tales como el orden de la oración; «verbos auxiliares» como «■haber»
y «ser»; y conectivos como «es», «que», «y*. Estos elementos no pueden
obtener sus significados mediante la asociación con elementos discernibles de
la experiencia ni son definibles en términos de elementos que tienen tal asocia
ción. ¿Dónde podríamos buscar, en nuestra percepción sensorial, el objeto que
corresponda a las reglas de orden de la oración, pausas, o palabras ccmo «es»
y «que»? Y las esperanzas de definir estos elementos en términos de^ palabra»
como «azul» y «mesa» han parecido tan remotas que nadie lo ha intentado
siquiera s.

La adquisición de conceptos tales como estos parece requerii


experiencias de un tipo diferente: aprendizaje del lenguaje, compo
sición de oraciones y conjuntos de oraciones y operaciones o acciones
.c o a tales símbolos gobernadas por reglas lingüísticas.

5 William Alston, Pbilosophy of Language, pág. 68.


A vista de dificultades como éstas, el requisito de Hum e, «Donde
no hay impresiones, no hay ideas», no parece ir más allá de ser una
observación prometedora.
Kemistbilidad a impresiones como criterio de significado. En
todo caso, esta discusión nos ha puesto frente a otro criterio de signi
ficado (aunque tiene más que ver con el significado de las palabras
y locuciones individuales que con el significado de las oraciones). De
acuerdo con este criterio toda palabra o frase que usemos ha de ser
de algún modo remisible a experiencias sensoriales, sea corta la ruta
(como en «rojo») o larga (como en «libertad»). O , para decirlo de
otra forma, toda palabra, para tener significado, ha de ser susceptible
de definición ostensiva, o de ser definida por medio de otras pala
bras, y éstas quizá aún por otras, que sean finalmente definibles por
definición ostensiva. Si esto no se puede hacer, la palabra o locución
es no significativa. Si alguien pretende, dice Hum e, que posee una
idea (concepto), sólo necesitamos preguntarle: «¿D e qué impresiones
deriva esa supuesta idea? Y si es imposible asignarle ninguna, esto
servirá para confirmar nuestra sospecha... Entonces arrojadla a las
llamas, pues no puede contener más que sofistería e ilusión» 6.
¿Es satisfactorio este criterio? Eso depende de si es aceptable la
tesis de Hume, «Donde no hay impresiones, no hay ideas». ¿Y es
aceptable? Debemos esperar un poco antes de juzgarla. Si no pode
mos remitir un concepto a impresiones sensoriales, puede que sea
porque no lo hemos intentado con suficiente ahínco; puede que la
relación sea tenue y difícil de rastrear: Pero, por otro lado, puede
ser porque no haya tal conexión, y en ese caso ello sería fatal para
el criterio de Hume. En los capítulos siguientes encontraremos algu
nos conceptos — o, al menos, supuestos conceptos— que parecen
imposibles de rem itir a ninguna experiencia. Si podemos, sin embar
go, convencernos de que son conceptos genuinos, y no ristras no
significativas de palabras, nos convenceremos entonces, sólo enton
ces, de que es inadecuado el criterio de Hume.

Ejercicios
1. ¿Podría imaginar cómo es «1 sabor dulce, si sólo hubiese experimentado
sabores amargos y agrios? ¿Podría imaginar el sabor de una mandarina, si sólo
hubiera probado limones y naranjas? ¿O el sabor del pérsico, si sólo hubiese
probado el melocotón y la ciruela? ¿Podría decir por adelantado cómo sería
la experiencia de tristeza a la muerte de una persona amada, si sólo ha expe-

6 David Hume, An Enquiry Concerning Human Understanding. A l final


de las secciones 2 y 11. ____
ri mentado tristeza en otros contextos, como la tristeza al acabarse el disfrute
y la 'tristeza por el robo de una posesión preciosa? ¿Podría decir por adelan
tado cómo sería la melancolía de un undante de Mahkr, si sólo ha experi
mentado los andantes de Mozart? ¿Puede saber qué es ser codicioso, si nunca
ha experimentado la codicia? (¿Sería no significativa para usted la palabra
«codicia», si no hubiera experimentado la codicia? Si a usted ce le describiese
al señor X como codicioso, ¿no tendría una idea de cómo serían sus estados
de ánimo?, ¿de que esperar de él?
2. ¿Puede tener una idea de las cosas siguientes sin haber tenido expe
riencias de primera mano de ellas? ¿Consideraría simples o compuestas, en el
sentido de Locke, las ideas de ellas? Diga si está usando «idea» en el sentido
de imagen o de concepto, a) Espacio; b ) finales de libros; c) nada; d) mo
vimiento; e) nadar; f) vida; gj novedad; h) lamento.
3. ¿Puede enunciar de qué forma(s) están basados en la experiencia los
conceptos siguientes? ¿Qué experiencias o clase de experiencias ha de tenor
una persona para poseer cada uno de estos conceptos? a) Picaporte; b ) inte
gración racial; c) mérito moral; d ) bienvenida; e) probabilidad; f) jabón;
g) oportunidad económica; b) infinidad.
4. ¿Qué es un concepto? Intente una definición de su propia cosecha.

6. Verdad

Ahora ya estamos en vías de considerar nuestro tema principal,


el conocimiento; pero aún hemos de hacer otra breve parada en el
camino para tratar de la verdad. Una característica de toda propo
sición de la que se diga que la sabemos es que ha de ser verdadera;
¿no es lo mismo «saber la proposición p » que «saber que la propo
sición p es verdadera»? 5i no es verdadera, no se puede decir que
la sabemos. De aquí que la verdad esté implicada en el conocimiento
Y así llegamos a la cuestión de qué es la verdad. O con más pre
cisión, ¿qué es que una proposición sea verdadera? (Una propo
sición puede ser verdadera sin que se sepa que lo es; pero no se
puede saber que es verdadera si no lo es.)
El problema bien puede parecer irreal. Podemos preguntar, con
cierto aire de misterio, «¿qué es la verdad?», a pesar de que nunca
parece que tengamos ningún tipo de problema, en la vida cotidiana,
al tratar con ese concepto. Si alguien dice que la nieve es blanca,
diremos «eso es verdad»; si dice que la nieve es verde, direme:;
«eso es falso»; el hecho de que nunca hayamos pensado en la defi
nición de «verdad» no es obstáculo para nosotros. Parece que sabe
mos ya qué es la verdad, dado qu 2 somos capaces, en muchísimos
caáos, de distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas.
No obstante, para nosotros, como estudiosos de la filosofía, re
sulta imperativo considerar esta cuestión. Gran parte d.z la filosofía
consiste en hacer explícito lo implícito. Toda la vida hemos usado
las palabras «gato» y «perro», aunque no podamos dar una definición
verbal de ninguno de estos términos; así, hemos podido usar la pa
labra «verdad» toda la vida sin ser capaces de dar una definición de
ella. Pero «verdad», al revés que «gato» y «perro» es un término
general de gran interés para la filosofía.
La palabra «verdad» se usa en muchos sentidos. «Es una esme
ralda verdadera», puede significar lo mismo que «es una esmeralda
genuina, no una imitación». O podemos usar la palabra como un
intensivo, para añadir énfasis a nuestra afirmación. «Es un amigo
verdadero» sólo significa que es realmente amigo. Pero aquí nos
ocupamos sólo del sentido en el cual «verdadero» es una propiedad
(característica) de las proposiciones.
¿Qué es, entonces, una proposición verdadera? ¿En qué se dife
rencia una proposición verdadera de una falsa? (Recordemos que no
hay proposiciones no significativas; si una oración no es significa
tiva, no expresa ninguna proposición, verdadera ni falsa. Véase pá
ginas 109-10.) Somos capaces de hacer esa distinción mil veces al día,
pero, ¿sabemos expresar esa distinción mediante palabras?
Introduzcamos primero el concepto de estado de cosas. En el
mundo., hay .numerosos estados de cosas.. Por ejemplo, si la nieve
Hubiese cubierto todo el estado de Nueva Inglaterra el pasado enero,
eso sería un estado de cosas; si su gato de usted es negro, eso es
otro estado de cosas; si usted tiene cinco hermanos y seis hermanas,
eso es otro estado de cosas más. Estos estados de cosas ss dan o exis
ten en el mundo aunque nadie dé cuenta en el lenguaje de su exis
tencia. Su existencia es independiente del lenguaje, pero podemos
describirlos por medio del lenguaje.
Parecería que ahora podemos definir fácilmente el término «ver-
dad». Una proposición verdadera describe un estado,de cosas que
ocurre; o, en el caso de una proposición sobre el pasado, un estado
tic cosas que ocurrió; o, en el caso del futuro, que ocurrirá. Si «hay
cinco sillas en esta habitación» da cuenta de un estado de cosas
que existe realmente — esto es, si el estado de cosas es que hay cinco
sillas realmente en esta habitación— , entonces la proposición es
verdadera; de otro modo, no lo sería. Por el contrario, una propo
sición falsa da cuenta de un estado de cosas que no ocurre (o no
ocurrió, en el caso del pasado, o no ocurrirá, en el caso del futuro). |
«Mido ocho metros de altura» es una proposición falsa, porque si %
la afirmo estoy afirmando la existencia de un estado de cosas que no
existe realmente. Una proposición verdadera describe un estado de
cosas que es real — esto es, que existe realmente— y una proposí- |
ción falsa da cuenta de un estado de cosas que no existe (o no
existió, etc.). Describe un estado de cosas posible pero que no es
2. El conocimiento

re a l7. Cuando se usa una oración para dar cuenta de un estado de


cosas, y el estado de cosas para dar cuenta del cual se usó la oración
es real, entonces, la proposición expresada por la oración es verda
dera, y, podríamos añadir, cualquier otra oración que se use para
expresar el mismo estado de cosas también expresará una propo
sición verdadera.
Puede ser que haya diferentes tipos de verdad, y que descubra
mos la verdad de las diferentes proposiciones de formas muy dife
rentes; sobre este punto tendremos mucho más que decir en breve.
Pero cualesquiera que sean los medios por los que podamos descu
brir que son verdaderas, lo serán si describen un estado de cosas
real. Ya efectuada esta consideración, ¿qué más hay que decir sobre
la verdad? ¿No la hemos definido satisfactoriamente, y no podemos
ahora respirar más tranquilos y pasar a otra cosa? Quizá.
i. La verdad como correspondencia. Detengámonos a considerar al
gunas teorías tradicionales só b re n la naturaleza de la verdad». La
más popular de éstas consiste en decir, que la verdad es «corres
pondencia», «Una proposición es verdadera sí corresponde a un
hecho»; por ejemplo, si es un hecho que usted posee un leopardo
domesticado, y si dice que posee un leopardo domesticado, su enun
ciado es verdadero porque se corresponde con el hecho. La verdad
es correspondencia con el hecho.
Pero, ¿qué es un hecho? 1) La palabra «hecho» :;e usa a veces
para significar lo mismo que «proposición verdadera»: así, decimos
«es un hecho que yo fui la semana pasada», esto es, que «la oración
"yo fui la semana pasada" expresa una proposición ve rdadera». Pero
esta definición de «hecho» no será aquí de utilidac: Unr. propo
sición es verdadera si corresponde a una proposición verdadera. Esto
no nos hace avanzar ni un solo paso. 2) Pero también se usa la
palabra «hecho» para significar lo mismo que «estado de cosas real»
refiriéndose al estado de cosas, y no a la proposición. Pero si usamos
la palabra «hecho» de esta forma, entonces volvemos a la definición
que dimos arriba: Una proposición es verdadera si describe un estado
de cosas que es real, esto es, un hecho. Esto puede ser inobjetable,
pero sólo repite lo que ya hemos dicho.
«Excepto por una cosa» se podría replicar. «En esta última defi
nición hay una referencia a la correspondencia: una proposición ver-

7 Deberíamos añadir un estado de cosas posible lógicamente (ver más aba


jo, págs. 216-219). «Cenicienta se convirtió en calabaza a media noche»
es falso, pero el estado de cosas es posible lógicamente (en un sentido más
o menos aproximado, concebible). Pero la oración «La cuadrupliddad bebe
tardanza», así como no describe un estado de cosas real, tampoco describe uno
posible: es una oración no significativa.
^ la d e r a es una que corresponde a un hecho, esto es, a un estado de
cosas real. En la primera definición, la palabra «corresponde» no
^parece. Esto es cierto, pero precisamente es la palabra «corres
ponde» la que puede ocasionar algún inconveniente innecesario, pues,
jcóm o puede corresponder una proposición con un hecho? La pala
bra «corresponde» está desplazada de su contexto usual, ¿Se corres
ponde una proposición verdadera con un hecho a la manera que una
muestra de color de un catálogo de colores se corresponde con el
color de mi pared? No, ciertamente, no hay ningún parecido entre
úna proposición y un estado de cosas (ni siquiera entre una oración
y un estado de cosas). ¿Se corresponde d 2 la manera que los libros
<Je una biblioteca se corresponden con las fichas bibliográficas — esto
£s, ¿hay una correspondencia uno a uno entre ellos?—>, por cada ficha
\m libro, y por cada libro una ficha? Bien podría haber una corres
pondencia en este sentido. Si queremos decir que hay una correspon
dencia entre una proposición y un hecho en este sentido, no pasa
fiada, Pero, ¿qué se gana con ello? Es al menos igualmente claro
decir que una proposición verdadera describe un estado real, que
era nuestra definición originaria, Y esta forma de expresarse no es
engañosa, como lo puede ser el uso de la palabra «correspondencia».

La palabra «correspondencia» sugiere que, cuando hacemos un juicio ver


dadero, tenemos una especie de pintura de lo real en nuestras mentes, y que el
juicio es verdadero porque esta pintura es igual que la realidad que representa.
Pero nuestros juicios no son iguales que las cosas físicas a las que se refieren.
Las imágenes que usamos al juzgar pueden ciertamente copiar o p are a rse a las
cosas físicas en ciertos aspectos, pero podemos hacer un juicio sin usar de nin
guna imaginería, sino palabras, y las palabras no son similares en lo más
mínimo a las cosas que representan. No debemos entender «correspondencia»
en el sentido de copia o siquiera de parecido s.

La verdad como coherencia. A veces el punto de vista de la


correspondencia de la verdad es negado y sustituido por la tesis de
que la verdad consiste en la coherencia, De acuerdo con esta tesis,
no es la correspondencia de las proposiciones con los hechos lo que
constituye la verdad, sino más bien la coherencia de las proposi
ciones entre sí. La coherencia es una relación entre las proposiciones
no una relación entre una proposición y otra cosa (un estado de
cosas) que no sea una proposición.
Pero ¿qué clase de relación entre las proposiciones es la cohe
rencia? ¿Es coherente un grupo de proposiciones cuando éstas son
consistentes entre sí? No, pues esta relación es demasiado débil: las
8 A. C, Ewing, Tne Fundamental Questions of Pbilosophy, págs. 54-55.
proposiciones «dos más dos es igual a cuatro», «César cruzó el Ru
bicón» y «los visones son animales peludos» son consistentes entre
sí: esto es, ninguna de ellas contradice a ninguna de las otras. Pero
un grupo de proposiciones no es coherente a menos que cada una
sustente a las demás, que sean mutuamente sustentantes. Si cinco
observadores que no se conocen entre sí testifican (independiente
mente uno de otro) haber visto al señor W hite en Pillsville el jueves
por la tarde, sus informes son mutamente coherentes en este sentido.
Si no se sabe nada sobre la veracidad de los testigos, el testimonio
de cada uno tomado aisladamente sería fácilmente descartado; pero
si todos dicen lo mismo sin haber conspirado entre sí, el testimonio
de cada uno tiende a sustentar el testimonio de los demás; cada
uno presta fuerza al otro. Pero percatémonos de unas cuentas cosas
en torna 3 esto:
1. El testimonio dz uno o de incluso todos los testigos tomados
juntos no hace que la proposición (que el señor White estuviese en
Pillsville el pasado jueves) sea verdadera. ¿No consiste su verdad en
el hecho de que la proposición describe un estado de cosas real, a
saber, que el señor W hite estaba en Pillsville el jueves por la tarde?
El testimonio de los testigos sólo es un indicio a favor de que el
enunciado es verdadero; no lo hace verdadero; señala la verdao
del enunciado sin ser aquello en que consiste la verdad de la propo
sición, Ciertamente, el testimonio combinado de los observadores es
compatible con la falsedad del enunciado sobre el señor W hite: todos
los testigos pueden ser víctimas de un error en la identificación.
2. Incluso si lo que hiciese verdadero el enunciado sobre el
señor W hite fuese el testimonio de los observadores, ¿qué haría
verdaderos sus enunciados? De nuevo el hecho de que vieron al
señor W hite. Pero esto es correspondencia; no es la coherencia de
sus enunciados con otros enunciados lo que les hace ser verdaderos.
Si la proposición p es verdadera porque es coherente con las propo
siciones q, r y s (lo que, como hemos visto, no parece ser el caso),
¿qué hace a q, r y s verdaderas? ¿Su coherencia con otras proposi
ciones? ¿Y q u í hace a éstas a su vez verdaderas? En algún punto
de esta cadena hemos de abandonar la coherencia y llegar a la corres
pondencia, esto es, a una relación entre la proposición y el estado
de cosas del mundo exterior a esta proposición o a cualquier cuerpo
de proposiciones.
3. Un cuerpo de proposiciones puede ser coherente y, no obs
tante, no ser verdadero. Hay numerosos sistemas de geometría, cada
uno de los cuales consta de un cuerpo de proposiciones coherentes,
pero no todos estos sistemas de proposiciones pueden ser verdaderos
del mundo. Cualquiera que sea la relación que puedan tener entre sí
las proposiciones de un grupo» la cuestión de la verdad no surge
hasta que no consideramos si algunas o todas estas proposiciones
informan de un estado de cosas del mundo real, o, si se prefiere,
corresponden a un estado de cosas del mundo.
Lei verdad como lo que «funciona». Aún hay otra definición pro
puesta de verdad: que verdad es lo que funciona, y una proposición
verdadera es una que funciona. Aquí, sin embargo, hemos de poner
mucha atención al significado de la palabra «funciona». Se está, tam
bién, usando fuera de su contexto habitual, ¿Que quiere decir que
una proposición (o, como se diría más habitualmente en este con
texto, una creencia) funciona? Todos sabemos lo que significa que
se diga que un coche funciona: primero no arranca, luego usted le
hace una reparación, y funciona, esto es, marcha de nuevo. Incluso
aquí, ¿es hecha verdadera su creencia de que la llave de contacto
estaba estropeada por el hecho de que, cuando le hizo cierta repa
ración, funcionó el coche? No: usted podía haber hecho una cosa, A,
que sin saberlo usted causase otra. B, y B hiciese funcionar el coche
de nuevo, aunque usted pensara que era A. Su creencia en A no fue
hecha verdadera por e] hecho de que el coche funcionase a conti
nuación. Así, pues, incluso aquí, es falso decir que «la creencia verda-
dera es la que funciona».
El hecho es que la palabra «funcionar» tiene un significado sólo
en un contexto limitado: el de las cosas que funcionan, esto es,
funcionan de cierta forma que consideramos normal o satisfactoria
con respecto a ciertas metas u objetivos cuya enunciación pone en
claro qué entendemos por «funcionar» en el contexto dado. Pero,
¿qué significa que funciona una creencia? Supongamos que yo creo
que hay organismos vivientes en Marte. ¿En qué sentido funciona
esta creencia, o, que para el caso es lo mismo, deja de funcionar?
Si yo voy a Marte y me encuentro allí organismos vivientes, entonces
ciertamente mi creencia ha resultado ser verdadera; pero lo que la
hizo verdadera fue qu 2 la proposición describía un estado de cosas
real. Si esto es todo lo que significa «funciona», entonces hemos
vuelto a nuestra definición original. Pero si se entiende por «fun
cionar» alguna otra cosa, ¿qué es, y de qué manera consiste la ver
dad de una creencia en que «funcione»? Incluso si mis creencias
verdaderas funcionan en algún sentido, ¿no es porque primero son
verdaderas? Es posible, por supuesto, que la palabra «funciona» en
la oración «la verdad es lo que funciona» pueda recibir una inter
pretación más amplia, de modo que la teoría devenga más plausible.
Pero incluso si se hace esto, no parece prometedor ampliar la palabra
«funciona», que está definida en un contexto por completo dife
rente, para que tenga un papel en este muy distinto contexto, donde
funcionarán mucho mejor otras palabras.
Verdad y creencia. Es por completo patente que estas dos propo
siciones tienen significados distintos:

1. p es verdadera.
2. Yo creo (o pienso) que p es verdadera.

Una persona puede creer que una proposición es verdadera


aunque no lo sea, y una proposición puede ser verdadera aunque
esa persona ni ninguna otra lo crea. «La Tierra es plana» fue creída
verdadera universalmente en otros tiempos, aunque es falsa. La ver
dad o falsedad de las proposiciones no está influida por nuestras
creencias sobre ellas. Para ser verdaderas, nuestras creencias deben
estar de acuerdo con los hechos de la realidad; los hechos de la
realidad no se acomodan a nuestras creencias.
Estos puntos pueden parecer obvios, pero la gente a veces dice
cosas que demuestran que los confunden o los han olvidado:
1. «Una proposición es falsa mientras no se pruebe que es
verdadera» y «una proposición es verdadera hasta que no se pruebe
que es falsa» revelan errores igualmente evidentes. Puede ser que
algunas personas no crean una proposición hasta que no se ha pro
bado que es verdadera, y a veces ni siquiera entonces; y que otras
crean una proposición hasta que no se ha probado que sea falsa (o
incluso entonces). Pero eí grado de la creencia de uno en ella no
tiene nada que ver con su verdad. Una persona que dice «es falso
hasta que no se haya probado su verdad», puede querer decir con
ello (y lo dice de una forma muy equívoca) «creeré que es falso
hasta que no se haya probado su verdad».
Suponiendo que es esto lo que se da a entender, ¿que habremos
de decir de tal creencia? Creer que algo es falso hasta que se haya
probado verdadero parece tan Irracional como creer oue es verda
dero hasta que se haya probado que es falso. Si se ha mostrado que
es falso, entonces se debe no creerlo; si se ha mostrado que es verda
dero, se debe creer; y si no se ha mostrado lo uno ri lo otro, no
se debe creer ni rechazar. La creencia debe ser proporcional a ios
elementos de juicio: sí es muy probablemente verdadero pero no
probado, la actitud apropiada es «creo que es muy probablemente
verdadero». (¿Cuándo podemos estar seguros de que es verdadero?
Esta cuestión nos ocupará durante el resto del capítulo.)
2. Durante una discusión, cuando es atacada una postura, a
veces se oye: «Bueno, al menos por lo que a mí respteta, es verda
dera.» Pero, ¿qué demonios significa esto? Cuando lo decimos, ¿es
tamos diciendo que es verdadera, o que creemos que es verdadera?
Lo más verosímil es que sea lo último; pero cuando decimos que es
verdadera, hemos de recordar que nuestra creencia en que es verda
dera es perfectamente compatible con que no lo sea, esto es, nuestra
creencia puede ser falsa. Decir «por Jo que a mí respecta, es verda
dera» es equívoco en extremo: suena como si estuviésemos diciendo
más que creemos (correcta o equivocadamente) que es verdadera,
que no sólo creemos que es verdadera, sino que es verdadera. Pero
si estamos diciendo que es verdadera, entonces ¿qué es lo que añade
«por lo que a mí respecta»? ¿Lo decimos para lavarnos las manos
en caso de que el enunciado resultara no ser verdadero? Pero no
podemos a un mismo tiempo comernos el pastel y guardárnoslo: no
podemos declarar que es verdadero y, cuando se muestra que es
falso, reclamar como defensa que dijimos que era verdadero sólo por
lo que a nosotros concernía.
3. La más engañosa de todas las formulaciones de este tipo
es: «Para m í es verdadero, puede que no lo sea para ti.» ¿Q ué quie
re decir «para mí es verdadero»? Quizá esto significa sólo «de
acuerdo conmigo, es verdadero», esto es, «creo que es verdadero».
Pero esto, como hemos visto, es perfectamente compatible con que
en realidad el enunciado sea falso. Si todo lo que queremos decir
es que creemos que es verdadero, ¿por qué no decir eso solamente,
en vez de dar lugar a la confusión diciendo «para m í es verdadero»?
Quizá la resnuesta es que esta última formulación suena a que es
verdadero y nuestra creencia lo garantiza. '
Las discusiones terminan con frecuencia con que una de las partes
dice «bueno, para fax eso es verdad», mientras la otra dice «y para
mí no». Pero, ¿qu<^significan estos enunciados? Si simplemente sig
nifican que la primera persona lo cree y la segunda no, entonces
esos enunciados sólo repiten lo que ya saben ambos rivales. Y sí
significan algo más, ¿qué es ello? Este tipo de conclusión en una
disputa deja por completo sin respuesta la pregunta ¿es verdadero
o no? ¿Qué quiere decir «para ti hay un Dios, para mí no lo hay»?
O lo hay o no, y uno de los dos se equívoca. La misma proposición
no puede ser a la vez verdadera y no verdadera. En esta habitación
hay un gato o no; hay un Dios o no lo hay. ¿Qué es «para ti lo hay,
para mí no», excepto un modo engañoso y quizá deshonesto de decir
«de acuerdo contigo lo hay, de acuerdo conmigo no», esto es, «tú
crees que lo hay, yo creo que no lo hay», dejando así abierta la cues
tión de cuál de esas creencias es verdadera?
La verdad no es relativa al individuo, aunque haya verdades
sobre individuos. Supongamos que Smith tiene un dolor de muelas y
Jones no. ¿Muestra esto que el enunciado «tengo un dolor de mué-
las» sea verdadero para Smith y no verdadero para Jones? De nin
guna manera. Sólo significa que la proposición «Smith tiene un dolor
de muelas» es verdadera, y la proposición «Jones tiene un dolor de
muelas» es falsa. Debemos recordar que la palabra «yo» se refiere
a una persona diferente cada vez que la usa un hablante distinto;
cuando Smith dice «yo» entiende Smith, y cuando Jones dice «yo»
entiende Jones. Una vez esto claro, podemos ver que la oración «yo
tengo un dolor de muelas» expresa una proposición diferente cuando
la profiere Smith que cuando la prefiere Jones. Y dado que expresa
dos proposiciones diferentes, no es de sorprender que una de esas
proposiciones sea verdadera y otra falsa.
Las afirmaciones de creencia, por tanto, son diferentes de las
aserciones de verdad. Si W hite dice «p es verdadero» y Black dice
«p no es verdadero», se están contradiciendo, y uno de ellos debe
estar equivocado (p no puede ser «verdadero para ti y no verdadero
para mí»). Pero sí W hite dice «yo creo que p es verdadero» y Black
dice «yo creo que p no es verdadero», sus enunciados no se contra
dicen entre sí, y bien puede ser que sean ambos verdaderos. Puede
ser verdad que W hite crea p y también que Black no. El que p sea
o no verdadero, por tanto, es una cuestión por completo diferente
de si se cree o no que es verdadero.
Casi tan equívoco como decir que una proposición puede ser
verdadera para una persona y falsa para otra es decir que una pro
posición puede ser verdadera en un tiempo y lugar y falsa en otro.
Sin embargo, ¿no podemos decir que «Chicago tiene más de tres
millones de habitantes» es verdad hoy pero era falso hace cincuenta
años? No, si queremos ser precisos. La oración «Chicago tiene más
de tres millones de habitantes» expresa una proposición diferente
pronunciada en 1875 que pronunciada en 1975. Para que quede del
todo claro, las dos proposiciones habrían de ser expresadas por ora
ciones diferentes: «Chicago tenía más de tres millones de habitantes
en 1875» (falsa) y «Chicago tiene más de tres millones de habi
tantes en la segunda mitad del siglo xx» (verdadera). Así como la
palabra «yo» se refiere a un individuo distinto cuando la pronuncia
Smith que cuando la pronuncia Jones, así las palabras como «éste»
y «ahora» se refieren a aspectos de los tiempos y lugares en que son
pronunciadas, y, en consecuencia, la misma oración proferida en 1875
y en 1975 se refiere a diferentes estados de cosas, o expresa dife
rentes proposiciones. El error aquí está en la especificación incom
pleta del significado: una vez especificado el significado, mediante
la sustitución de los pronombres por nombres, no queda lugar a
equívocos.
El ejemplo sobre Chicago se refería a dos épocas diferentes pero
mismo lugar. Por supuesto también ocurre lo inverso. Si digo «mi
abrecartas está aquí» cuando estoy sentado en el escritorio donde se
halla mi abrecartas, lo que digo es verdad, pero no sí lo digo cuando
estoy nadando en el mar. Pero la palabra culpable en esta situación
es «aquí»: «aquí» se refiere normalmente ni lugar próximo a donde
yo estoy, y, así, se refiera a distintos lugares próximos según yo cam
bie de ubicación. Esta dificultad se puede corregir de la misma ma
nera que antes, sustituyendo la expresión que cambia de referencia
(no de significado) cuando el hablante cambia de ubicación: «Mi
abrecartas está (especificando el momento) en mi escritorio» es
verdadera; «mi abrecartas está en el mar» es falsa.
Una vez completamente especificado el significado de la oración,
será patente que 3a verdad de la proposición no es relativa al tiempo
o al lugar, aunque pueda versar sobre un tiempo o lugar (lo mismo
que antes vimos que no es relativa al hablante, aunque pueda versar
sobre un hablante). Si era verdadero que César fue asesinado en
el 44 a. C., entonces era. es y será siempre verdad que César fue
asesinado en el 44 a. C.; no sólo era verdadera en el 44 a. C.; es tan
verdadera ahora como en cualquier otro momento. Una proposición
verdadera no deja de ser verdadera con el paso del tiempo; pero
ha de ser especificado el momento en que ocurrió o existió el estado
de cosas, para que el enunciado sea completo. Cuando se hace esto,
la verdad es independiente de los cambios de tiempo y lugar. Lo
que es verdad siempre lo será: si hubo personas quemadas por bru
jería en el siglo x v i i , siempre será verdad que hubo personas que
madas por brujería en el siglo xvxi. Pero esto no ha de confun
dirse con la afirmación de que un estado de cosas que existió en
cierto momento debe existir en todos los tiempos, ni, por supuesto,
en cualquier otro momento. El asesinato de Cesar ocurrió sólo en
un punto del espacio y el tiempo; y la cremación de personas por
brujería, aunque ocurrió en diferentes momentos y lugares, no
ocurrió, sobre la base de la anterior explicación, en todos los tiem
pos y lugares. Los estados de cosas vienen y van, pero las verdades
son eternas.

E jercicios

1. Analice el significado de las palabras «verdadero» o «verdad» en cada


uno de les siguientes ejemplos.
a) Es un amigo verdadero.
b) Le dice la verdad a su mujer *.
c) Este carácter (en una novela) es verdadero cotí respecto a la manera
de comportarse ese tipo de gente en la vida real.
d) El ecuador no es un verdadero lugar físico.
e) La verdadera forma de resolver ese problema es...
f ) Esa linca no es una verdadera vertical.
g) El verdadero significado de «democracia» es...
h ) La verdad duele.
i) Este es en efecto un retrato verdadero de ella.
j) Tú no puedes dibujar un verdadero círculo.
2. ¿Es verdad ahora que el sol saldrá mañana?
3. Si la verdad se entiende como correspondencia con la i calidad, explique
lo mejor que pueda cuáles son los hechos de la realidad con los que se corres
ponden las siguientes proposiciones. Si no considera que son verdaderas, ¿en
que consiste su falsedad?
a) El gato está en la ventana.
b) Poseo el concepto de rojez.
c) El hombre es un animal racional.
d) La imposición deliberada de sufrimiento es malo.
e) Este cuadro es bdlo.
f) Si usted estuviese ahora en esta habitación me vetía.
4. ¿Se le ocurre alguna creencia que, aunque verdadera, no «funcione»?
¿O alguna que, aunque «funcione», no sea verdadera? Antes de responder,
especifique lo más cuidadosamente posible qué entiende por la palabra «fun
cionar».
5. Suponga que «funciona» significa lo mismo que «tener consecuencias
satisfactorias». ¿Podría entonces ser verdadera y falsa a la vez una propo
sición, jyerdadera para una persona y falsa para otra? Explíquelo.
ó. Evalúe críticamente el uso de las siguientes formas de hablar. Si no
considera carente de significado la expresión, exprésela con otras palabras.
a) Esto es verdadero para él, pero no para mí,
b) Esto es verdad de él, pero no de mí.
c) Una preposición no es verdadera ni falsa hasta que no poseamos indi
cios a favor o en contra de eüa.
d) Una preposición no verdadera ni falsa hasta que no lapiense alguien.
c) Una proposición puede no ser verdadera ni falsa: 1) puede ser no signi
ficativa, o 2) su verdad o falsedad pueden no ser nunca conocidas.
f) Una proposición puede ser verdadera en un momento y no en otro,
por ejemplo, «La Tierra tiene una población superior a les tres mil millones
de habitantes».
g) Una proposición puede ser verdadera en un lugar y no en otro, po;
ejemplo, «este lugar tiene una pluviosidad anual de menos de 75 centímetros».
h) Una proposición puede ser verdadera para una persona pero no para
otra, por ejemplo, «tengo dolores frecuentes en un lado de la cabeza»,
7. ¿Puede ser una proposición en parte verdadera y en pacte falsa?
¿Qué pasa con las semi verdades?

* El ejemplo original es: «He is truc to his wife («es fiel a su mujer»),
donde «truc» tiene el sentido de «fiel», no de «verdadero». Hemos cambiado
el ejemplo porque la palabra castellana «verdadero» no tiene en general el sen
tido de «fiel». [N. del revisor.)
h Las fuentes del conocim iento

Ahora estamos preparados para considerar algunos aspectos del


conocimiento. Una proposición puede ser verdadera aunque no se
sepa que lo es. ¿Por qué medios, entonces, logramos el conocimiento?
¿Cuáles son los caninos por medio de los cuales nos hacemos ca
paces de saber qu<: proposiciones son verdaderas? Consideremos
algunas supuestas vías de conocimiento.
1. La experiencia sensorial. De todas ellas, la experiencia sen
sorial es la más ob/ia. Si se nos pregunta «¿cómo sabe usted que
tiene un libro enfrente?», podríamos muy bien replicar «porque
puedo verlo y tocado», ¿qué podría ser más obvio? Ciertamente,
parece que podemos saber muchas cosas del mundo — que existen
cosas físicas y cuáles son sus características— mirando, oyendo, to
cando, oliendo, gustando. Es primariamente a través de la vista y el
tacto por lo que sabemos que existen cosas físicas: vemos la silla,
y luego nos sentamos en la silla; pero en diversas ocasiones todos
nuestros sentidos nos informan de cuáles son las características de
una cosa: podemos v tr que es roja, oler su olor acre, gustar su amar
gor, sentir su dureza, oír golpearla.
Desde luego que no todo es así de simple. A veces, tenemos
experiencias sensoriales cuando no hay nada que percibir; podemos
estar sufriendo una alucinación, como cuando estamos sedientos y
creemos ver agua y árboles en el desierto y no los hay. O , a veces,
lo que vemos existe en la realidad, pero creemos qu? tiene unas
características cuando en realidad tiene otra; si somos daltonianos,
veremos que es gris lo que es verde; o podemos ver un tipo de
cosa que está ahí realmente, pero confundirla con otra, como cuan
do, en la oscuridad o en la niebla, confundimos un perro con un
lobo, o un burro con un caballo.
Todos éstos son errores de percepción, y los trataremos en detalle
en el capítulo 8. Se cree comúnmente que la existencia de errores
de percepción muestra que nuestros sentidos son falibles, pero sería
más exacto decir que nuestro juicio es falible. En realidad nuestros
sentidos no nos han engañado: hemos sido inducidos (sobre la base
de nuestras percepciones sensoriales) a emitir juicios que posterior
mente hallamos ser falsos; si hubiésemos suspendido el juicio — si no
hubiésemos tomado el burro por un caballo—- no habría habido error.
El error es siempre de juicio, no de sensación. Todo lo que pueden
hacer los sentidos es enfrentarnos a experiencias, que luego, a veces
erróneamente, clasificamos. También es interesante observar, cuando
cometemos un error de percepción a causa de experiencias senso
riales incompletas o fragmentarias, que siempre son experiencias sen-
soriales posteriores las que nos llevan a descubrir el error. Si usted
no está seguro de sí esto es una manzana de verdad, muérdala
o córtela y vea si es de cera; si no está seguro de si es un hombre
aquello que viene andando a lo lejos por la carretera, espere hasta
que esté más cerca o mire con un par de anteojos; si no está seguro
de si se oye el tic-tac de un reloj en la habitación de al lado, vaya
allí, aproxímese a la causa del sonido y luego juzgue. No hay más
arreglo para los juicios erróneos basados en experiencias sensoriales
que otros juicios basados en experiencias sensoriales posteriores.
Así, el hecho de que exista el error basado en la experiencia sensorial
no muestra que debamos recurrir a algo que esté más allá de la
experiencia sensorial; sólo muestra que necesitamos más experiencia
sensorial, y que si hubiésemos esperado a tenerla, no hubiésemos
emitido al principio el juicio erróneo.
Antes de que pueda incorporarse al conocimiento, toda expe
riencia sensorial requiere del juicio. Las experiencias sensoriales que
usted está sufriendo ahora no constituyen conocimiento; primero
tiene que juzgar que esto es una silla, que esto es un libro, y asi
sucesivamente. Y es la proposición lo que usted juzga verdadero o
falso; la experiencia sensorial misma no es verdadera ni falsa: mera
mente se da o existe. Brinda la base para un juicio de percepción,
pero por sí sola no es suficiente para constituir tal juicio. El papel
del juicio en la percepción es fácilmente pasado por alto porque
en muchísimos casos sólo usamos conceptos como «silla» y «árbol»,
tan familiares que parece, cuando hacemos el juicio, que estamos
efectuando un informe de la experiencia sensorial solamente sin
incorporar ningún concepto. Pero se puede mostrar fácilmente que
esto es falso cuando tenemos casos un poco más complejos: «Oigo
un Lincoln Continental que viene por la colina», puede decir alguien;
y otra persona con la misma (o muy similar) experiencia acústica
puede no reconocerlo como el sonido de un Lincoln Continental: no
puede interpretar su experiencia auditiva como experiencia de un
Lincoln Continental. Así, para emitir juicios de percepción, no sólo
hemos de ser capaces de percibir, sino que también hemos de saber
el significado de las palabras, y cómo aplicar las palabras a lo que
percibimos.
Hasta ahora hemos estado hablando sólo de los llamados «sen
tidos externos», aquellos a través de los cuales obtenemos infor
mación del mundo exterior. Pero también existen los «sentidos in
ternos», que nos ponen en relación con nuestros estados internos
(sentimientos, actitudes, disposiciones, dolores y placeres), así como
nuestras propias operaciones mentales como pensar, creer, pregun
tarse, En estos casos no poseemos órganos de los sentidos; sin em
bargo, estamos capacitados para enunciar ciertas proposiciones. Pero
las únicas proposiciones que estamos capacitados para emitir son las
que versan sobre nuestros propios estados internos; por ejemplo,
tengo un dolor de muelas, tengo sueño, me siento enfermo esta ma
ñana, estoy pensando en las vacaciones deí. próximo verano, etc. En
iodos estos casos, el hecho de que estamos sufriendo la experiencia
en cuestión es la única garantía que poseemos o necesitamos de la
verdad de la proposición. Si tengo un dolor de cabeza, eso es todo
lo que se necesita para hacer verdadera la proposición «tengo un dolor
de cabeza». La proposición «tengo un dolor de cabeza» no versa
nada más que sobre mi experiencia actual, de modo que poseer la
experiencia es suficiente para hacer verdadera la proposición.
Es im portante tener mucho cuidado con este tipo de conoci
miento: fácilmente podemos usarlo para hacer aserciones injustifica
das. Deben tenerse en cuenta dos puntos en particular:
1. El único tipo de proposición que el tener estas experiencias
nos da derecho a pronunciar es el de las proposiciones que versan
sobre esas mismas experiencias. Si usted tiene un dolor de cabeza,
tiene derecho a decir «tengo un dolor de cabeza»; si se le pregunta
cómo sabe que tiene un dolor de cabeza, puede decir «porque lo
siento, eso es todo». Pero no extienda esa fórmula tan apropiada,
«lo siento», a otras cosas: «El próximo invierno va a ser duro.»
«¿Cómo lo sabe?» «Lo siento.» Esto no engañará a nadie. Usted
no puede sentir que el próximo invierno va a ser duro de la forma
que siente su actual dolor de cabeza, o soñarrera, o dolor o placer.
En el último caso, usted simplemente siente el dolor o lo que sea;
en el primer caso, pretende sentir que tal y tal cosa sucederá. Y sentir
que tal y tal cosa (como opuesto a sentir tal y tal cosa, como el
dolor de cabeza) no es nunca garantía de que la proposición según
la cual usted «siente» que ocurrirá algo sea verdadera. De hecho, k
palabra «siento» ha cambiado de significado aquL Cuando usted
siente el dolor de cabeza, posee una conciencia inmediata de ciertos
sentimientos que posee; pero cuando usted «siente» que el próximo
invierno será duro, cualesquiera que puedan ser los sentimientos
internos que usted tenga, no garantizan la verdad de la proposición
en cuestión, pues lo que usted pretende saber en este caso no es que
usted tiene cierto sentimiento, sino que ocurrirá o existirá cierto
estado de cosas en el mundo. La forma de descubrir si el próximo
invierno será duro es esperar a que llegue el próximo invierno y
luego ver si es duro. Sus actuales sentimientos pueden o no ser un
indicador fiable del tiempo que hará eí próximo invierno; pero
incluso si lo son, su sentimiento actual es una cosa y el tiempo del
próximo invierno otra, y el enunciado que versa sobre su sentimiento
actual debe ser distinguido tajantemente del enunciado sobre el tiem
po que hará el invierno próximo: está claro que no son el mismo
enunciado.
La palabra «sentir» es, en efecto, engañosamente ambigua:
1) «Tengo un dolor de cabeza»; esto es, «lo siento», aunque aquí
sería mucho más claro decir simplemente que lo tengo y no hablar
de sentir. 2) «Siento la agudeza de este cuchillo»; aquí la palabra
«sentir» se refiere a una experiencia táctil, y el tacto es uno de los
sentidos externos. Y como si esta ambigüedad no causase bastante
confusión, aún hay otra: 3) «Siento que.*.y> (seguido de proposi
ción). A veces, «siento que esto es verdad» no significa más que
«creo que esto es verdad» (quizá con no mucha firmeza). Y «sentir»
que p es verdad no es suficiente para darme derecho a decir que
sé que p es verdad. Creer no es conocer; ya creamos con firmeza o
sin ella, podemos, sin embargo, creer muchas proposiciones falsas.
No obstante lo fuertemente que usted pueda «sentir» (tenec la creen
cia de) que el presidente va a ser asesinado el año próximo, su
«sentir» (creencia) no garantiza que esto vaya a ser así. La creencia
no garantiza el conocimiento, como veremos con mayor detalle en la
sección siguiente. Así, «sentirlo» en el sentido de creencia tampoco
garantiza el conocimiento. En pro de la claridad semántica, sería
preferible no usar para nada la palabra «sentir» en este sentido. En
lugar de decir «siento que la gente me persigue», diga «creo que la
gente me persigue», y luego juzgue según los indicios disponibles,
lo mejor que pueda, sí esa creencia es verdadera.
2. No todos los casos en que decimos «siento X » son expe
riencias inmediatas. Acabamos de indicar los peligros de decir
«siento que...» (seguido de una proposición); ahora hemos de seña
lar el peligro de decir «siento X» y concluir que el enunciado «estoy
en estado X» es verdadero. Para aclarar esto, hemos de hacer una
importante distinción, entre estados existentes y estados disposi-
cionales.
Una punzada de dolor, un picor, una pena, una sensación de so-
ñolencia son todos ellos estados existentes en la conciencia de una
persona. Cuando se disuelve un terrón de azúcar en una taza de
café, el estado de disolución del azúcar es exir teme, pues está
ocurriendo en ese mbmanto, y sin duda continuará ocurriendo mien
tras esté ahí la taza de café. Sin embargo, si el terrSn de azúcar está
en el azucarero, no está disuelto, pero es solub'e. Decir que es
soluble es decir que se disolverá, si se pone dentro del café (u
otros líquidos en los que se disuelva). Su estado de solubilidad
es disposicional: tiene una disposición a disolverse, esto es, se
disolverá cuando se den las circunstancias correctas, pero dado que
aún no está disuelto, el estado de disolución no es aún existente. Sin
embargo, el estado del azúcar en el azucarero es existente. Todo lo
que está ocurriendo es existente: un rayo, el que usted esté sentado
en su escritorio, el que esté comiendo su cena; pero la mayoría de
las propiedades que adscribimos a las cosas son disposicionales: des
cribimos qué harta o cómo se comportaría la cosa si se le hiciese
algo que no se le ha hecho. Así, «la leche es nutritiva», esto es, nos
nutrirá si la bebemos; «el oro es maleable», esto es, cambiará de
forma sí intentamos moldearlo; «la gasolina es inflamable», esto es,
arderá si la prendemos con una cerilla; y así sucesivamente. Ahora
bien, si usted tiene un dolor de muelas, o siente sueño, o se pre
gunta qué va a hacer después, o está pensando en la China, todos
éstos .son estados de conciencia suyos, y todos ellos existentes. (Si
los tuvo ayer, fueron existentes entonces. La agitación de placer, las
penas, o los picores, los pensamientos, el preguntarse, son todos exis
tentes. Y cuando un estado de conciencia es existente, su existencia
nos da derecho a proferir el enunciado apropiado, como «tengo un
dolor de muelas», «me estoy preguntando qué haré después». SÍ sen
timos un dolor, eso es todo lo que se requiere para que exista un
dolor: que un dolor exista es que sea sentido, y el dolor no tiene
otra existencia que ésta. «Tengo un fuerte dolor, pero no puedo
sentirlo», sería una contradicción en los términos. («Tendría un
fuerte dolor de muelas de no ser porque las tengo anestesiadas» es
diferente, por supuesto, y puede ser verdad; lo que es autocontra
dictorio es decir que el dolor existe y que usted no lo siente, dado
que la existencia del dolor es simplemente su ser sentido.) En gene
ral, los sentimientos son estados existentes, y su existencia garantiza
nuestra afirmación de tenerlos.
p ero hay otras palabras que usamos para describir los «estados
internos» de las personas, y que son palabras disposicionales: nues
tras palabras para humores y emociones son palabras disposicionales.
\ «Estoy de hum or irritable» significa que, si alguien me contraría
\ o me molesta de algún modo, me irritaré con más facilidad de lo
corriente. «Aborrezco el hígado de pollo» no significa que siempre
. esté en un estado anímico de repulsión por el hígado de pollo, sino
que si me lo sirvieran, experimentaría este estado. Cuando usted
dice «la amo», no está solamente afirmando hallarse en este mo
mento en un estado de conciencia (verbalmente indefinible); el amor
incluye muchas otras disposiciones. Si usted ama a alguien, deseará
hacer cosas por ella, se alegrará con su alegría, y así sucesivamente.
Si usted pretende estar enamorado pero no disfruta haciendo cosas
para la amada, etc., entonces alguien podría decirle con toda razón,
«usted en realidad no ama a la señorita X». Podría usted decir que
sí la ama, y no estar mintiendo (esto es, diciendo deliberadamente
una falsedad); pero, no obstante, no será verdad lo que dice. Podrá
sentir todo tipo de espasmos emotivos (estados existentes), pero si
no está dispuesto a conducirse de cierta forma respecto a la otra
persona, no está enamorado. El amor no sólo incluye ciertos estados
(sentimientos) existentes, sino, y mucho más importante, muchos
estados disposicionales (una disposición a comportarse de ciertas
formas a, b, c ... n hacia la otra persona). Y si usted no se comporta
de estas formas, en las ocasiones apropiadas, bien es posible dudar
de que usted sienta amor, no importa cuáles sean las sensaciones
existentes. No es suficiente, por tanto, decir «sé que estoy enamo
rado porque siento qué lo estoy». SÍ una adolescente dice esto, su
madre puede responder: «Lo que sientes no es amor, es sólo una
ilusión. Si estuvieses realmente enamorada te comportarías de forma
diferente.» La madre puede observar la conducta de la hija, y pro-
báblemente lo hace con más cuidado que la misma hija; y dado que
las tendencias a comportarse (disposiciones) son parte del significado
de «amor», la madre puede ser mejor juez de si su hija está enamo
rada que la misma hija. No es que la madre sienta lo que está sin
tiendo la hija (discutiremos esta posibilidad en págs. 482-485), sino
que puede observar su conducta e inferir a partir de ella. No im
porta qué estremecimientos o punzadas pueda sentir una persona,
no está enamorada a ríenos que tienda a actuar de ciertas formas
hacia el ser amado; así, si alguien le observa decir que está usted
enamorado, pero ve claramente que no actúa de esas formas, puede
decir justificadamente: «Cualesquiera que sean las sensaciones o epi
sodios internos que está usted experimentando, no está usted enamo
rado, pues el amor incluye la tendencia a comportarse de ciertas
formas, y yo lo he observado, y usted no muestra esas tendencias.»
O tro ejemplo: decir que una persona es vanidosa es atribuirle la
disposición o tendencia a considerar sus propios intereses por encima
de los de los demás, a ser inconsiderado con las demás personas, a
actuar como sí sólo ella existiese, y así sucesivamente. Pero el hombre
vanidoso no se siente vanidoso; de lo contrario, podría estar dis
puesto a cambiar en lo futuro su conducta. Llamar a alguien vanidoso
es atribuirle un conjunto de disposiciones pero no de estados exis
tentes. La persona misma podría ser el último en proporcionar una
estimación adecuada de si es o no vanidosa. El que sea usted vani
doso, o esté enamorado, o sea concienzudo, o esté envidioso de
alguien, o algo por el estilo, no se puede descubrir meramente por
introspección, sino sólo mediante un'exam en imparcial de su con
ducta a lo largo de un intervalo de tiempo, y puede ser más adecuada
otra persona para hacer un examen imparcial.
Estas son, por tanto, las principales precauciones que hemos de
tener presentes al juzgar si estamos capacitados para decir que sa
bemos algo sobre la única base de que nos hallamos de hecho en
cierto estado. Sobre esto hay mucha confusión: constantemente la
gente hace afirmaciones sobre la base de que «siente» algo o tiene
cierta «experiencia interna», cuando la proposición que pretenden
verdadera va mucho más allá de esa experiencia, y garantizar su ver
dad requeriría mucho más que la posesión de la experiencia.
Hasta aquí no hemos cuestionado que estemos capacitados para
hacer informes sobre nuestra experiencia sobre la base de poseer la
experiencia, más un conocimiento de los significados de las palabras
y oraciones del informe. Pero incluso esto ha sido a veces cuestio
nado. SÍ digo «el próximo invierno va a ser duro», puedo estar
equivocado; habré de esperar para descubrirlo, y, en cualquier caso,
mi sensación actual no lo garantizará, aunque el próximo invierno
resulte ser severo. Pero «tengo sueño» parece no ser más que un
informe de un estado experimentado actualmente. ¿Cómo es posible
que esté equivocado? Yo poseo la experiencia y sé el significado de
la oración que estoy usando. ¿Qué más se puede exigir para saber
que es verdadera? E3 enunciado no es una predicción de cómo me
sentiré después, ni un enunciado disposicional que verse sobre ten
dencias presentes o futuras a un tipo de conducta.
No podemos seguir examinando este tema hasta que no hayamos
hecho unas cuantas distinciones importantes que efectuaremos en el
capítulo 8. Entre tanto, es en extremo importante distinguir cuida
dosamente entre aquellos enunciados que no hacen otra afirmación
salvo que yo tengo cierta experiencia y aquellos que la hacen. A me-
nulo, enunciados que parecen ser del tipo primero en realidad son
del segundo. Algunos de ellos de hecho pueden ser ambiguos y to
mados de las dos maneras. «Tengo un dolor de muelas» parece ser
meramente un enunciado sobre lo que siento ahora; pero sí hay en
él oculta una afirmación sobre el estado de mi diente (que hay un
agujero, etc.), entonces no es meramente un enunciado sobre lo que
siento en este momento, sino un enunciado sobre el estado de mi boca,
cuya verdad probablemente está en mejor posición de descubrir mi
dentista que yo. Muchos enunciados pueden pasar como de pura ex
periencia cuando en realidad contienen además otras afirmaciones,
ocultas momentáneamente por la fachada de un enunciado sobre la ex
periencia. Si nos dejamos embaucar por ellos, corremos el peligro de
admitir como verdaderas las afirmaciones de aquellos que las pro
nunciasen sobre la base de que son meros informes de experiencias,
aunque realmente incluyan mucho más.
2. La razón. Pero la experiencia de los sentidos no es nuestra
única fuente de conocimiento. Si alguien nos pregunta «¿cómo sabe
usted que 70 más 89 es igual a 163?», no responderemos «lo miré y
lo vi», sino «he hecho la cuenta». Recurrimos al cálculo, no a ver,
u oír o tocar. Hemos llegado a la respuesta por medio del razona
miento. El razonamiento es una fuente de conocimiento, aunque,
como veremos, «razonamiento» no es el único sentido del término
«razón».
Una persona está razonando cuando toma ciertos enunciados
como base para producir otro enunciado u otros enunciados más; o,
en otras palabras, cuando toma uno ó más enunciados, llamados
premisas de un argumento, y las usa para inferir otro enunciado,
llamado conclusión del argumento. Así, usamos los enunciados «ten
go un duro y un real en el bolsillo» como base para inferir el enun
ciado «tengo menos de 25 pesetas en el bolsillo».
a) El razonamiento deductivo. El tipo de razonamiento más fa
miliar, que a menudo se toma como modelo de todo razonamiento,
es el deductivo. En un argumento deductivo la conclusión debe
seguirse lógicamente de las premisas; o, en otras palabras, si las pre
misas del argumento son verdaderas, la conclusión ha de ser verda
dera. Por ejemplo,
1. Si llueve, las calles se mojarán.
Está lloviendo.
Luego, las calles se mojarán.

Este es un argumento deductivo válido: si aceptamos las dos pre


misas, también hemos de aceptar la conclusión; la conclusión, deci
mos, se sigue de las premisas. O también,

2. Todos los perros son mamíferos.


Todos los mamíferos son animales.
Luego, todos los perros son animales.

es un argumento válido por la misma razón. El siguiente argumento,


sin embargo, aunque pueda pretender su proponente que es un argu
mento deductivo, no es válido.
3. Todos los perros son mamíferos.
Todos los gatos son mamíferos.
Luego, todos los perros son gatos.

Infortunadamente, no podemos detenernos aquí a examinar los


numerosos tipos de argumentos deductivos para ^er por qué unos
son válidos y otros no. Los casos anteriores son sin duda suficiente
mente simples como para convencerse de que los dos primeros son
válidos y el tercero inválido. El estudio de por qué unos lo-son-y.,
otros no, está reservado a una rama especial de la filosofía, la lógica.
La lógica es el estudio del razonamiento válido, y pretende mostrar
por qué unos tipos de argumento son válidos y otros no.
En este punto es importante distinguir validez de verdad. En
un argumento válido, no es necesario que las premisas sean verda
deras: sólo se requiere que la conclusión se siga lógicamente de las
premisas, esto es, qtf e, si las premisas son verdaderas, entonces la con
clusión ha de ser verdadera. En el argumento anterior 2, las premisas
son verdaderas. Pero en el siguiente argumento son falsas:
4. Todas las vacas son verdes.
Yo sey una vaca.
Luego, yg soy verde.

No obstante, el argumento sigue siendo válido. Aunque las pre


misas no son verdaderas, la conclusión, a pesar de todo, se sigue
lógicamente de ellas. Si las premisas fuesen verdaderas, la conclusión
habría de ser verdadera; esto es todo lo que exige la validez. Por el
contrario, todos los enunciados siguientes son verdaderos:
5. César cruzó el Rubtcón.
2 más 2 es igual a 4.
Luego» ahora estoy leyendo un libro.

No obstante, el argumento no es válido; la conclusión no se sigue


de las premisas, aunque ocurra que una y otras sean verdaderas.
Es importante no confundir ía validez con la verdad. Las propo
siciones son verdaderas o falsas; el razonamiento o argumento es
válido o inválido. Todas las proposiciones de un argumento válido pue
den ser falsas, y todos los enunciados de un argumento no válido
pueden ser verdaderos. La lógica deductiva es el estudio de la validez,
no de la verdad.
Para saber, por tanto, que una conclusión es verdadera, a) he
mos de saber que las premisas son verdaderas, y b) el argumento
ha de ser válido, esto es, la conclusión debe seguirse lógicamente de
las premisas. En el argumento 5, las premisas eran verdaderas, aun
que el argumento no era válido; y en el argumento 4, las premisas
eran falsas, aunque el argumento era válido. Un curso de lógica nos
dice qué argumentos son válidos. Pero, para saber que la conclusión
de un argumento no sólo está obtenida válidamente, sino que tam
bién es verdadera, hemos de saber que las premisas son verdaderas,
cosa que la lógica no nos dirá, sino (quizá, entre otras cosas) la expe
riencia sensorial; aún hemos de examinar otras posibilidades.
Estos dos requisitos probablemente nos son familiares por otros
contextos. Si usted desea saber si su cuenta mensual de la abacería
es correcta o no, es necesario que sume los diversos artículos para
ver si la suma es correcta. Pero sólo esto no bastará, pues le pueden
haber cobrado cosas que nunca compró: también es necesario que
examine si cada número corresponde al precio de un artículo que
usted compró. Hasta que no se satisfagan ambos requisitos, usted
no puede estar seguro de que la cuenta es exacta.
Pero ahora podría ocurrírsenos que nunca aprendemos nada nue
vo por el razonamiento deductivo, dado que todo lo que está conte
nido en la conclusión del argumento está ya contenido en las pre
misas. Consideremos:
6. Todos los seres humanos tienen cabeza.
John Stewart es un ser humano.
Luego, John Stewart tiene cabeza.

Esta conclusión, se podría hacer notar, está ya contenida en las pre


misas del argumento, y por tanto la conclusión no nos dice nada
nuevo. En realidad, para saber que es verdad la premisa mayor

— que todos los hombres tienen cabeza— hemos de saber ya que
John Stewart tiene una. ¿Cuál es, entonces, la utilidad del argu
mento deductivo, y de las reglas de la inferencia deductiva?
Cuando se dice que la conclusión ya está contenida en las pre
misas, la palabra «contenida» es ambigua. La conclusión no está
literalmente contenida en las premisas como está contenida una bola
en una bolsa. Ni está contenida en el sentido de que aparezca entre
las premisas, pues el enunciado «John Stewart tiene cabeza» no
aparece entre las premisas. La conclusión, sin embargo, está conte
nida entre las premisas en el sentido de que es deducible de las pre
misas. Pero decir esto sólo es repetir lo que dijimos al principio. La
cuestión, entonces, sigue en pie (y la expondremos ahora sin usar la
palabra «contener»): Cuando una conclusión es deducible de las pre
misas, ¿aprendemos de la conclusión algo que aún no sabíamos al
enunciar las premisas?
Podemos responder sencillamente: a veces sí y a veces no. De
pende de la complejidad del argumento y de la inteligencia del indi
viduo. La cuestión «¿aprendemos mediante el razonamiento deduc
tivo algo que no sabíamos antes?» es una cuestión psicológica, cuya
respuesta varía de una persona a otra. En el caso del silogismo an
terior, la conclusión, probablemente, no nos proporciona ninguna
información; antes de llegar a la conclusión ya sabemos cuál es ésta.
A veces, sin embargo, incluso en argumentos simples, no extraemos
inmediatamente la conclusión requerida.
Todos los que estaban a bordo del barco se perdición.
Mabei estaba a bordo del barco.

Y entonces se nos viene a la cabeza con un choque repentino que si


estos enunciados son ambos verdaderos, Mabel ha desaparecido. Aquí
ya se puede decir que hemos aprendido algo. Nada se nos dijo sobre
Mabel, salvo que estaba a bordo del barco; también sabíamos que
todos los que estaban a bordo desaparecieron; así, podemos deducir
válidamente que Mabel desapareció sin que se nos haya dicho jamás
este hecho acerca de Mabel. Al llegar a saber sobre ella este hecho,
¿no estábamos adquiriendo más conocimientos?
Esto se hace más evidente cuando aumenta la complejidad del
argumento. La conclusión del siguiente argumento probablemente
constituiría nuevo conocimiento para la mayoría de las personas:
7. Si el guardia no estaba fijándose en la hora, no se supo cuándo
llegó el coche.
Sí el informe deí testigo es correcto, el guaidia no sz estaba fijan
do en la hora.
O se supo cuándo llegó el coche o Jones está ocultando algo.
Jones no está ocultando nada.
Luego, el informe del testigo no es correcto.

Para una persona que posea poderes de razonamiento perfectos, que


pueda ver instantáneamente las implicaciones de cada enunciado o
combinación de enunciados que pronuncia, sin duda, ninguna conclu
sión le llegaría como información nueva; peto como los seres hu
manos no han recibido tal don, hay muchas conclusiones de argu
mentos deductivos válidos que nos llegan como nueva información,
pese al hecho de que «la conclusión está contenida en (es deducible
de) las premisas».
b) El razonamiento inductivo. Pero no todo razonamiento es
deductivo. También argumentamos inductivamente: podemos conocer
la verdad de las premisas, pero no saber aún que la conclusión sea
verdadera; las premisas proporcionan elementos de juicio para la
conclusión, pero no elementos de juicio completos. O, en otras pa
labras, incluso si las premisas son verdaderas, no hacen la conclusión
cierta, sino sólo probable, en un grado u otro. Podemos argumentar,
8. El cuervo 1 es negro.
El cuervo 2 es negro.
El cuervo 3 es negro (y así sucesivamente hasta 10.000 cuervos).
Luego, todos los cuervos son negros.

Aquí, incluso si o t a r a s 10.000 premisas son verdaderas, no por ello


queda establecida la conclusión. No se sigue ni siquiera de tan nume
rosas premisas. Pero es hecha probable; hasta qué grado, es cuestión
controvertida. No obstante, al menos estamos más justificados al
decir que todos los cuervos son negros después de haber examinado
10.000 y haberlos hallado negros que si sólo hubiésemos observado
uno de ellos. Todos argumentamos inductivamente cuando tomamos
ciertas muestras — sea de cuervos de la naturaleza o del trigo de una
cosecha (para ver si se ha estropeado)— y concluimos que todas las
cosas de la colección, o todas las cosas de ese género, se parecen a las
muestras que hemos examinado. Este tipo de inducción se llama
«inducción por enumeración simple».
Supongamos que nuestra conclusión no haya sido «todos los
cuervos son negros», sino «el próximo cuervo que veamos será ne
gro». Incluso esta modesta conclusión no quedaría establecida por
las premisas del argumento. Pero hay una diferencia interesante
entre las dos conclusiones: si el próximo cuervo no fuese negro la
probabilidad de que todos los cuervos sean negros cae a cero (la ha
bríamos hallado falsa desde que hubiéramos encontrado un cuervo
que no era negro); pero la probabilidad de que el próximo cuervo,
después de ése, sea negro sigue siendo muy alta. Por desgracia el
concepto de probabilidad es extremadamente complejo, con muchos
aspectos que requieren una destreza matemática considerable para
seguirlos o incluso para presentarlos, y habremos de omitir conside
rarlos aquí.
Pero no toda inducción es de este tipo. El raaonamiento induc
tivo no va siempre de «uno, dos, tres...» a «todos >. A veces la con
clusión no versa acerca de todas las cosas de cierto tipo, sino acerca
de una sola cosa, o esta cosa. Podemos argumentar:
9. La sangre de Smith fue encontrada en las repas de Jones.
Se vio entrar a Jones en la casa de Smich pocos minutos antes de
la muerte de Smith.
Se encontró a Smith con una herida de cuchillo en el corazón.
Después se encontró en cí cuchillo de Jones sangre de Smith.
Una hora después se encontró a Jones tratando de evitar a la
policía. Etc.
Luego, Jones mató a Smith.

Esta conclusión tiene cierta probabilidad en base a los elementos


de juicio presentados en las premisas. Pero, desde luego, puede no
ser verdadera: los datos son circunstanciales y todas las pistas pueden
haber sido dispuestas por otra persona. Incluso si Jones confiesa el
crimen, no podríamos decir con certeza que es culpable, pues pudo
haber hecho una confesión falsa. Los jurados habitualmente han de
dar sus veredictos sobre la base de la probabilidad; desean sólo que
la probabilidad sea lo mayor posible (en casos criminales, «más allá
íJe toda duda razonable»). Pero, no obstante, la probabilidad no es
certeza, y es muy difícil de lograr la certeza en estas cosas. Se podría
formular la cuestión de forma diferente y decir que hay certeza, pero
|a proposición que es cierta no es que Jones mató a Smith, sino que
6s probable sobre la base de los indicios disponibles p, q, r que
Jones haya matado £» Smith. Sin duda, es preferible la probabilidad
que la falta total de elementos de juicio, y en innumerables situa
ciones de la vida diaria es eso todo lo que tenem os..
¿Qué es lo que hace que las proposiciones de las premisas hagan
Í >robabIe la conclusión? Si una de las premisas hubiese sido «Jones
levaba un traje negro», no contaría como elemento de juicio en nin
gún sentid©, a mentís que la persona que salía de la casa de Smith
inmediatamente después del asesinato hubiese sido vista con un traje
(iegro. En el argumento inductivo nos apoyamos en ciertas leyes de
iá~ naturaleza. Trataremos con detalle de las leyes de la naturaleza
en el capítulo 4. Ahora bastará con decir que las leyes- de la natura-
feza formulan ciertas uniformidades recurrentes en el curso de nues
t r a experiencia. Los cuerpos más pesados que el aire caen; la fricción
produce calor; el agua hierve a 100° C al nivel del mar; y así suce
sivamente. Estas y otras incontables uniformidades son muy comunes
£n nuestra experiencia, y sobre la base de ellas construimos argu-
(ftentos inductivos. Las personas apuñaladas arrojan sangre, y esta
Sangre puede aparecer en la vestimenta o el cuerpo de quienes han
estado en contacto con ellas, etc. A tales uniformidades (la mayoría
consecuencia de leyes de la naturaleza) se apela en el argumento
inductivo anterior. Cuando no hallamos tales uniformidades, no to
mamos los enunciados de las premisas del argumento como elementos
de juicio para llegar a la conclusión.
Así, supongamos que alguien que tiene 20 años argumenta
que, desde hace 20 años, cada vez que se ha levantado por la
mañana ha seguido vivo hasta la caída de la noche, y que por tanto
es muy probable que hoy viva aún al anochecer * Ahora supongamos
que la misma persona a la edad de 90 años argumenta que ahora
posee muchos más elementos de juicio inductivos a favor de la
misma conclusión que cuando tenía 20 años, dado que ha vivido
90 X 365 días en vez de sólo 20 X 365 días. A pesar de ello no
estaríamos de acuerdo con este argumento inductivo. Diríamos que
a la edad de 90 años es mucho menos probable que dure todo el
día que cuando tenía 20 años. ¿Por qué es esto? Es a causa de otras
cosas que hemos aprendido sobre los organismos vivientes: 1) Sabe
mos que pasa mucha más gente de 20 años que de 90. A la edad de
20 años la mayoría de los condiscípulos de una escuela secundaria
están aún vivos, pero no así a la edad de 90. 2) Conocemos algunas
leyes biológicas de los organismos: que viven por un intervalo limi
tado de tiempo, que los corazones se deterioran y los tejidos enfer
man, etc., y que (en el caso de los seres humanos) la edad de 90
años ya está mucho más allá del promedio de vida.
«La razón». Hasta aquí, hemos considerado diversos tipos de
razonamiento. Pero, se podría objetar, esto no agota el significado
de la palabra «razón», y se supone que es la razón lo que estamos
considerando fuente de conocimiento. Consideremos este sentido más
amplio. El razonamiento es algo que hacemos; pero la razón es una
capacidad. En resumen, la razón , es la capacidad de pensar, y el
grado de nuestros poderes racionales, o poderes de razón, es el grado
de nuestra capacidad para pensar. En este sentido, el hombre es un
animal racional. Si no pudiéramos pensar, no podríamos adquirir
ningún conocimiento; el tener esta capacidad es indispensable para
obtener conocimientos de cualquier clase, incluido el conocimiento
adquirido mediante la percepción sensorial. Formular o entender la
proposición de que este objeto que está ante mí es un libro requiere
la capacidad de entender las palabras y de formar conceptos. Es cierto
que no estaríamos justificados al afirmarlo si no tuviéramos expe
riencias sensoriales, pero tampoco podríamos afirmarlo si no poseyé
semos el poder de la razón.
«Pero, para identificar algo como un libro, no hace falta enunciar*
la proposición de que es un libro.» Esto es verdad, pero al menos
hemos de tener la capacidad de reconocer en nuestra experiencia algo
como un libro sobre la base de ciertas características que posee. Y
esto requiere un considerable poder de abstracción: hemos de ser
capaces de reconocer varias características cuando aparecen en nues
tra experiencia (color, extensión, forma rectangular, páginas, etcé
tera) y luego poder reconocer como libro aquello que presenta a
nuestros sentidos cierta combinación de estas características. A fin
de aislar del oleaje de la experiencia esta sola cosa y clasificarla
como libro, hemos de ser capaces de identificar rasgos de experiencia
y abstraer estos rasgos de todos los demás, y eso requiere mucho
más que el uso de nuestros sentidos: requiere el uso de nuestra
mente, de nuestro intelecto, de nuestra razón. La experiencia sen
sorial proporciona la materia prima para el juicio de que esto es un
libro, pero sin la razón no podríamos formular ningún juicio, ni si
quiera en silencio. Ciertos «animales inferiores» poseen grados va
riables de este poder: un perro puede identificar un gato y distin
guirlo de todos los demá:; elementos de su entorno; pero el grado
de abstracción de que es capaz este animal es mucho menor que el
del hombre. La razón, en este sentido, por tanto, es un requisito de
todo conocimiento.
Sin embargo, hay ciertas proposiciones que a veces se llaman «ver
dades de razón», que parecemos saber. No las sabemos sobre la base
de la experiencia sensorial, y tampoco por medio del razonamiento.
Por ejemplo:

Un libro es un libro.
Una cosa no puede estar en -dos lugares al mismo tierr.po.
Una cosa no puede ser teda negra y toda blanca al mismo tiempo.
Un objeto nc puede ser a la vez un libro y no ser un libro.
No se puede oler un sabor y saborear un olor.

Hay muchos enunciados de este tipo a los que no llegamos por


medio del razonamiento, pero que (parecería) tampoco conocemos
a través de la experiencia sensorial. Podemos saber mediante la expe
riencia sensorial que un libro es verde o azul, pero ¿de qué manera
nos dice la experiencia sensorial que un libro es un libro? Podemos
ver un libro en esta o aquella posición, pero ¿cómo podemos «ver»
que no puede estar en esta y en aquella posición al mismo tiempo?
Y así sucesivamente. Siempre estaremos sumergidos en enunciados
de este tipo a lo largo de nuestro estudio de la filosofía, pero el
capítulo 3 estará principalmente dedicado al tratamiento de los
enunciados de este tipo y de cómo los sabemos. Diferiremos toda
otra consideración sobre ellos hasta ese momento.
¿Hay otras fuentes de conocimiento? H e aquí algunos de los
más disputados candidatos a esa posición:
3. Autoridad. «Sé que es verdad porque e] señor X lo dice, y
el señor X es una autoridad en la materia.» Por medio de enun
ciados tales como éste, invocamos a menudo la autoridad cuando se
nos pregunta cómo sabemos que determinado enunciado es verda
dero, y a menudo proclamamos este conocimiento sin molestarnos en
comprobar el enunciado por nosotros mismos.
Los enunciados que oímos o leemos son casi infinitos en número,
y muchos de ellos requerirían años de investigación antes de que su
verdad pudiese ser averiguada. Por otro lado, la vida es breve, y es
imposible comprobar la verdad de todas las afirmaciones con que nos
encontramos. En consecuencia, o aceptamos por autoridad la gran
mayoría de las pretensiones de verdad que nos salen al paso, o sus
pendemos el juicio sobre ellas. Si intentásemos descubrir por nosotros
mismos si cada uno de los enunciados de un libro de quimica
elemental es verdadero — Ja composición química de las moléculas
orgánicas, qué sustancias disuelven el granito, si hay algo con lo que
los llamados gases inertes se combinen, y un montón infinito de
otras cosas— nos llevaría, más años que ¡.oda una vida. Preferiríamos
peder investigar todas estas cosas por nosotros mismos, pero no po
demos. Así, como expediente práctico, usuaimente aceptamos la pala*
bra del autor acerca de lo que dice, confiando quizá en que si hiciese
afirmaciones falsas en su libro, muchos de sus colegas y otros lectores
escribirían exigiendo que corrigiese el error. Sin embargo, hay que
observar varias precauciones:
1. La persona cuya palabra aceptamos por autoridad ha de ser
realmente una autoridad, un especialista en su campo de conoci
mientos. No podemos aceptar la palabra de cualquiera. Ni el hecho
de que sea una autoridad en un campo le hace una autoridad en
otro. Un hombre puede ser especialista en física nuclear, pero esto
no nos da derecho a aceptar por autoridad sus afirmaciones sobre
las relaciones internacionales.
2. En algunos campos, «los mismos doctores discuerdan». Cuan
do están en desacuerdo entre sí las autoridades, sólo podemos sus
pender el juicio por el momento. Los psiquiatras están en des
acuerdo con frecuencia sobre el diagnóstico acerca de un paciente,
pero los químicos no discuerdan sobre el punto de fusión del
plomo.
3. Siempre que se acepta por autoridad un enunciado de otra
persona, se ha de ser capaz de descubrir por uno mismo si el enun
ciado de la autoridad es verdadero, si uno se tomase el tiempo y el
trabajo necesarios. Podríamos comprobar por nosotros mismos el
punto de fusión del plomo, aunque usualmente no nos molestemos
en ello. Incluso podríamos comprobar la verdad de la teoría de la
relatividad de Einstein, aunque hacerlo nos llevaría años de entrena
miento especial y experimentación técnica. Pero si alguien dice «no
hay otro Dios que Alá» y espera que aceptemos sus palabras porque
es una autoridad en islamismo, habremos de reconocer que su enun
ciado es de orden enteramente diferente. Podrá ser experto en his
toria y prácticas mahometanas, y podemos investigar la exactitud de
sus informes y sus enseñanzas históricas; pero el enunciado de que
no hay otro Dios que Alá es algo que nadie puede comprobar. Si no
sabemos cómo podría él verificar tal afirmación, ¿cómo podríamos
verificarla nosotros? Y si aceptáramos su afirmación sobre la base de
su autoridad, ¿cómo podríamos abstenernos de aceptar también, pac
la misma razón, la afirmación de un especialista en judaismo que di
jese «no hay otro Dios que Jehová», aunque ambos enunciados se
contradigan y no puedan ser ambos verdadero.; (suponiendo que
«Alá» y «Jehová» no sean dos nombres para el mismo ser real o
supuesto)?
Hay, sin embargo, un punto fundamental sobre la autoridad:
no importa cuán de fiar sea y no importa con qué frecuencia hayan
resultado verdaderos sus enunciados al comprobaros, la autoridad
no puede ser una fuente primaria de conocimiento. Si creemos un
enunciado por autoridad del señor X , el señor X no puede conocerlo
por autoridad. H a de saber que lo que dice es verdad por otro medio
que no sea la autoridad. Podemos creer, desde luego, en base a la
palabra del señor X, y el señor X (por no ser él mismo una auto
ridad) puede creer por la autoridad del señor Y, que es una Auto
ridad; pero en esc caso es el señor Y quien debe saberlo, no por
la autoridad de otro, sino porque haya investigado los hechos del
caso y sepa que el enunciado es verdadero, quizá por medio de la
percepción sensorial (que puede incluir una serie de investigaciones
que ocupen años enteros, como en el caso del zoólogo que inves
tiga la conducta de los insectos), quizá por medio del razonamiento,
o, más verisímilmente, por medio de una combinación de ambos. Y
si aceptamos la palabra del señor X o del señor Y en lo que dice,
nosotros, que no somos autoridades, debemos hacerlo sólo porque
tengamos una b u eia razón para creer que lo que el señor X o el
señor Y dice es verdad. Tenemos razones para creerlo si hemos
comprobado algunas de las cosas que dice y las hemos hallado verda
deras, si su presente afirmación puede ser comprobada, si sabemos
por experiencia previa que el señor X es una persona veraz y fide
digna, no dada a hacer afirmaciones falsas, y si la afirmación no está
en conflicto con otra que ya sepamos verdadera. Incluso si se satis
facen estas condiciones, no son garantía, sin embargo, de que lo que
dice el señor X en esta ocasión es verdad. Si lo aceptamos, lo hace
mos bajo nuestro propio riesgo.
A . Intuición- «Lo sé por intuición»; «tuve un relámpago de
intuición y de pronto se me hizo patente»; «intuí que no te encon
trabas bien»; «mi intuición me dice que ése el el camino por
donde hemos de volver a la civilización»; y así sucesivamente. Todas
éstas son formas de hablar familiares; con mucha frecuencia se pro
clama conocer algo por intuición.
¿Qué es la intuición? No tenemos por qué pararnos a intentar
definir con precisión esta palabra; incluso podemos admitir que
es verbalmente indefinible. En todo caso, la palabra «intuición» en su
sentido más limitado es meramente el nombre de cierto tipo de
experiencia, tipo que (como tantos) no es fácil de describir. Tenemos
de repente una convicción de certeza, como «una luz interior», e
instantáneamente quedamos convencidos de que lo que nos llega en
este «relámpago» es verdad. Las experiencias de las que común
mente se habla como intuiciones vienen típicamente de pronto, como
en un relámpago que nos deslumbra; si la convicción se desarrolla
dentro de nosotros durante un período de meses o años, es menos
probable que la llamemos intuición. De la existencia de la intuición
como experiencia difícilmente se puede dudar; sin duda, todos hemos
tenido experiencias que llamaríamos intuiciones.
Sin embargo, la única cuestión que nos interesa es la de la acep
tabilidad de la intuición cuando suscribe un pretendido saber. SÍ un
compositor tiene una «repentina intuición» para su próxima sinfonía,
no tiene por qué despertarse la duda, por cuanto no está preten
diendo conocer nada por medio de esta intuición; sólo le ha llegado
como en un relámpago un poco de inspiración. Pero si alguien pre
tende saber por intuición que una proposición es verdadera, haremos
bien en hacerle unas cuantas preguntas sobre ella. No es la existencia
de su experiencia lo que cuestionamos, sino eso que pretende conocer
por medio de tal experiencia. (La intuición ha de ser proposicional
para que nos interese en un estudio sobre el conocimiento.)
Señalemos primero que gran parte de lo que pretendemos cono
cer por intuición no es realmente esto. Una persona entra en una
habitación y se le pide que localice un objeto que los miembros de
un grupo han escondido (como en el juego de esconder un dedal);
la persona se da cuenta en seguida de cuál es la parte de la habitación
que cuidadosamente evitan mirar los convidados, y concluye correcta
mente que está allí el objeto. Cuando le preguntamos cómo lo sabe,
puede que replique «por intuición», cosa que es más fácil que im
presione a los invitados que una explicación menos misteriosa de
cómo llegó a esta conclusión. Muchas personas son avispadas para
percatarse de «señales mínimas» de la conducta de otras personas y
son capaces de «captar el ambiente de una reunión» o de colegir
correctamente que los presentes están cansados o aburridos; llegan a
esta estimación sobre la base de la observación (experiencia senso
rial) rápida y precisa y no por intuición, como pretenden. Tengamos
cuidado, por tanto, en no confundir las pretensiones de conocimiento
por intuición con el conocimiento por otros medios.
1. Es un hecho bien conocido que las intuiciones de diferentes
personas entran en conflicto. Si yo afirmo una proposición, preten
diendo que la conozco por intuición, usted puede afirmar igual
mente la opuesta pretendiendo conocerla sobre la base de la intuición.
¿Qué hacemos, entonces? Parecería que «aquí termina la discusión
y empieza la pelea». Es cierto que a veces se pueden decidir tales
conflictos. Si usted intuye que va a llover mañana y yo intuyo que
no, podemos esperar a mañana para descubrir cuál de las afirmaciones
es verdadera. Pero cuando lo descubramos mañana, lo descubriremos
por medio de la experiencia sensorial (viendo llover, etc.), no por
medio de la intuición. La intuición misma no proporciona forma de
decidir cuál de las dos intuiciones en conflicto es correcta.
Supongamos que usted pretende conocer por intuición cuál de
las dos intuiciones es la correcta; luego tiene una superintuición que
decide el problema que hay entre las dos. ¿Cómo sabría que su
superintuición es la correcta? ¿Qué le podría decir a otra personr:
que pretendiese tener una superintuición opuesta a la suya? En la
intuición no habría respuesta: habría que salir del ámbito de la
intuición para decidir el asunto. En resumen: no todas las intuiciones
pueden ser verdaderas, dado que a veces se contradicen entre sí;
y no hay ningún criterio discernible en la misma intuición que
distinga entre afirmaciones verdaderas y falsas.
2. Pero incluso si nunca entrasen en conflicto las intuiciones, la
pretensión de conocer algo por intuición seguiría sin estar garanti
zada. Todo el mundo puede estar de acuerdo en que cierta propo
sición, pj es verdadera, y pretender saberlo por intuición, y esto se
guiría sin probar que p sea verdad.
Si usted dice «lo sé por intuición», eso no explica realmente
cómo lo sabe. Puede llegar a una conclusión correcta y no saber
cómo llegó a ella. Pero decir «lo sé per intuición», ¿qué ayuda
proporciona? ¿Explica esto realmente cómo llegó a saberlo, sí es que
lo sabía? La palabra «inunción», cuando se emplea para justificar
un pretendido conocimiento, en realidad nos deja tan a oscuras como
estábamos. Seguimos sin saber cómo, si de alguna manera, llegó una
persona a saber lo que dice saber. Toda referencia a «la intuición»
nos da derecho a concluir: «No sabe cómo lo sabe (si lo sabe).»
Como explicación es del todo vacía. Yo se desde luego que tengo
la intuición (tengo la experiencia que llamo «tener una intuición»),
pero no por ello sé que lo que afirmo basándome en esta experiencia
sea verdad.
«¿Y qué decir si una persona hace una predicción para un año
después, y pretende conocer su verdad por intuición, y su predic
ción resulta ser verdadera todas las veces? ¿No justificaría esto su
pretensión?» Supongamos que el cuento de D. H . Lawrence «The
Rocking Horse W inner» (<-:El ganador del Caballo de juguete») fuese
realidad y no ficción; supongamos que cada vez que el muchacho se
mece muy fuerte tiene una visión de qué caballo ganará la carrera del
día siguiente, y que el caballo que predice gana siempre la carrera
del día siguiente. En esc: caso, sin duda estaríamos justificados en
apostar a la verdad de las predicciones del muchacho. Pero segui
ríamos sin saber cómo pudo hacer las predicciones correctas. Como
hemos visto, la respuesta «por intuición» no nos diría nada sobre el
«procedimiento de validación». La palabra «intuición» simplemente
es un término que encubre nuestra ignorancia, que revela sólo que
no sabemos cómo era capaz él de hacer aquello; si se nos pide que
expliquemos sus felices predicciones, no sabríamos qué decir. Por
supuesto, en realidad no ocurre este fenómeno; las intuiciones de
la gente son notablemente falibles, y sólo cuando resultan correctas
exclaman orgullosamente sus poseedores que «lo sabían por intui
ción» (cuando las intuiciones no resultan acertadas, quienes las tienen
no advierten el hecho).
Pero si las intuiciones resultasen siempre correctas, ¿qué diría
mos? ¿Seguiríamos diciendo que él no- sabia qué caballo ganaría la
carrera, o que lo sabia, pero nosotros no sabemos cómo lo sabía?
Esta es una cuestión difícil, y su respuesta depende de cómo
definamos «conocimiento», cosa que intentaremos hacer en la si
guiente sección de este capítulo. Pero podemos observar aquí que, se
pueda o no decir que el muchacho sabe (admitiendo que esta sor
prendente serie de sucesos ocurriera), no sabe por intuición, dado
que la fórmula «por intuición» no nos dice nada sobre cómo conoce,
si conoce.
Hasta aquí sólo hemos mencionado las intuiciones que posterior
mente pueden ser verificadas por medio de la experiencia sensbrial.
¿Qué pasa con las intuiciones con las que tal comprobación no es
posible? «La realidad es una», «hay un Dios en los cielos», «vi la
eternidad la otra noche», «ella tiene dentro una bruja», éstos y otros
muchos enunciados han sido proclamados verdaderos únicamente
sobre la base de la intuición. ¿Qué diremos de tales pretensiones?
Ya hemos observado que la intuición por sí misma no puede bastar
como medio para decidir entre afirmaciones en conflicto, de modo
que hemos de buscar más allá de la intuición para descubrir si están
erradas o no las intuiciones. En los casos previamente considerados,
pudimos buscar en la experiencia sensorial. Pero cuando esto no
basta, ¿hacia dónde nos volveremos? Parecería que estamos para
siempre impedidos de saber si tales afirmaciones son verdaderas o
no. Pero incluso esta conclusión es prematura: quizás algunas sean
no significativas; quizá algunas, aunque significativas, sean incompro-
bables; y quizá algunas, aunque al principio puedan no parecer
comprobables, resulten serio cuando su significado haya sido enun
ciado con más claridad. Está claro que una emisión lingüística no
significativa no deviene significativa cuando se cubre con el manto
de ía «intuición», y que ninguna referencia a la intuición nos dirá
si es significativa y, si lo es, cuál es su significado. Entre tanto,
examinemos otra supuesta fuente de conocimiento.
5. Revelación. A veces se pretende conocer algo por medio de
la revelación; pero en qué consista esta pretensión depende de
cómo obtengamos la revelación.
«Me fue revelado en un sueño» (o una visión). En este caso,
caemos en los mismos problemas que con la intuición. ¿Qué pasa
si una persona tuvo una visión que le decía una cosa, y otra tuvo
una visión que le decía la opuesta? El hecho de que la persona
tenga un sueño o una visión desde luego que no prueba que su
mensaje sea verdadero o pueda ser de fiar. Si lo que dice es verdad,
sólo se puede descubrir por otros medios.
«Me reveló el señor Jones q u e...» Esto ordinariamente significa
que el señor Jones se lo dijo, y que usted está aceptando~io~que
dice. Dado que usted lo acepta por su autoridad, esto nos retrotrae a
la autoridad como supuesta fuente de conocimiento.
«Me reveló Dios que...» Pero, ¿de qué manera identificó el
sujeto la fuente de la revelación? ¿Cómo le vino: en una visión,
una voz, o entre truenos? ¿Y cuáles son las pruebas de que estas
experiencias, cualesquiera que sean, son manifestaciones de Dios? ¿Y
qué pasa, de nuevo* si dos personas pretenden tener revelaciones
contradictorias en re sí? Cada una, sin duda, declarará que la reve
lación de la otra es falsa, pero esto no ayuda a resolver la situación:
deseamos un criterio que nos haga capaces de distinguir las falsas
de las verdaderas. Más aún, suponiendo que una persona haya tenido
una u otrn experiencia que llama «revelación de Dios», ¿qué es lo
que da píe a las Jem as personas para que le crean? Lo que a usted
le llega como revelación a mí me llega (desde usted) como un mero
decir.
«Me reveló un libro sagrado...» Aquí la supuesta revelación
sigue siendo de Dios, pero Dios no se revela a través de visiones o
a voces sino a través de un libro. Pero reaparecen las mismas cues
tiones: ¿cómo se sabe que este libro es un libro sagrado? (Ser sa
grado implicaría por lo menos que dice la verdad.) Que el autor del
libro pretenda que es verdadero, o incluso que es infalible, no da
soporte a la pretensión de que es así. Yo también puedo pretender
que todo lo que digo es verdad, pero esto no hace que lo sea. Más
aún, hay candidatos rivales para el puesto de verdadera revelación:
la Biblia, el Corán, y otras numerosas obras hacen tal afirmación.
¿Cómo vamos, entonces, a saber cuál, si alguno, de estos aspirantes
aceptar? Si las afirmaciones hechas son tales que pueda apoyarlas la
experiencia sensorial o la razón, es a causa de esto, y no de que el
libro lo diga, por lo que creemos que son verdaderas. Pero si, como
ocurre a menudo, las afirmaciones son de tal naturaleza que nunca
podemos verificarlas, ¿cómo estaremos en posición de seleccionar
una como «la verdadera revelación»?
6. Fe. O tro tipo de pretendido conocimiento, que a veces se
superpone con el anterior, es la fe. «Lo sé por la fe»; «tengo fe en
. ello, de modo que ha de ser verdad»; «lo creo por la fe, y esta fe
me da el conocimiento».
La misma dificultad que plaga las pretensiones de conocimiento
por intuición y revelación también aquí está presente. La gente tiene
fe en diferentes cosas, y las cosas que pretende conocer por medio
de la fe entran, con frecuencia, en conflicto mutuo, Una persona
pretende conocer por la fe que Jesús era el Hijo de Dios, y otra
que Jesús no era sino un hombre y que el verdadero Mesías está
aún por venir. Si la fe es la única base de la afirmación, la misma
cosa (tener fe en que es verdad) que da validez a Ja primera afir
mación también valida la segunda. En este respecto son iguales. Y,
no obstante, no pueden ser ambas verdaderas puesto que se contra
dicen mutuamente. De aquí, por supuesto, no se sigue que ninguna
de las dos sea verdadera, sino sólo que ninguna de las dos puede ser
conocida por la fe: pues si la una fuese conocida por la fe, también
lo sería la otra, que está en conflicto con ella.
En la vida diaria decimos con frecuencia cosas como «tengo fe
en él», esto es, creo que es de fiar, veraz, etc. Se puede ciertamente
estar justificado en tener tal confianza, y, así, en este sentido, en
«tener fe en él». Pero la cuestión es, ¿qué justifica esta confianza?
Si sólo se tiene fe en, por así decir, un vacío, sin saber nada sobre
la persona en que se tiene fe, entonces no se posee ninguna justifi
cación; no habría ninguna razón para elegir el nombre de un
completo extraño en una guía telefónica y decir «tengo fe en él»,
Pero la fe (confianza) en una persona puede estar con frecuencia
justificada sobre la base de su actuación anterior-, se puede tener
buenas pruebas de que es honesta y de fiar. Pero no se adquiere
esta prueba por «tener fe», sino observando su conducta, particular
mente en situaciones difíciles, y fijándose en lo que hace en una
variedad de tales circunstancias. Se aprende por medio de la expe
riencia sensorial, a lo largo de un período, cómo se conduce, y luego
se concluye, como resultado de una inferencia inductiva, que será de
fiar en la próxima situación. Así, son la experiencia sensorial y el
razonamiento, y no la fe, la base de tal afirmación de confianza.
En verdad, parece obvio que cuando la gente apela únicamente
a la fe como forma de conocimiento, lo hace así porque no hay
pruebas de que lo que dice sea verdad, y no obstante desea intensa
mente que los demás lo crean. De lo que a menudo no se da cuenta
es de que la misma cosa — la fe— que invoca para apoyar su afirma
ción, si se aceptase, también apoyaría las afirmaciones rivales de sus
oponentes. La apelación a la fe es un cuchillo de doble filo. Por eso
es por lo que generalmente se apela a ella como último recurso.
«La fe» ha sido definida como «una firme creencia en algo para lo
cual no hay pruebas. No hablamos de fe en que 2 más 2 son 4 o en
que la Tierra es redonda. Sólo habíamos de fe cuando deseamos
sustituir las pruebas por la emoción» 9. Pero si la fe es una actitud
— una actitud de creer en algo en ausencia de pruebas— entonces
la fe no puede ser una fuente de conocimiento. El sentimiento o
actitud que tengamos hacia una opinión, y el que esa opinión sea
verdadera, son dos cosas muy diferentes. Es insensato confundirlas.

Ejercicios

1. i En cuáles de los siguientes casos el «sentimiento» garantiza la verdad


del enuncaido acerca de lo que se siente? Dé sus razones.
a) Siento ansiedad.
b) Me siento enfermo.
c) Me siento como sí me fuese a enfermar.
d) Siento que me voy a enfermar.
e) No me siento capaz de hacer nada.
f) Me siento como si tuviese una rana en lagarganta.
g) Siento que ella ha sido tratada injustamente.
h) Siento que Dios existe.
2. ¿Requiere usted algo más que su experiencia actual, más el conoci
miento de lo que significan las palabras, para saber si son verdaderas las si
guientes proposiciones?
a) Tengo un dolor de muelas.
b) Esta mañana desayuné.
c) Existo.
d) Espero que llueva mañana.
e) Creo que mañana va a llover.
f) Mañana va a llover.
3. ¿Considera los siguientes estados existentes o disposicionales, o am
bas cosas?
a) El está enfadado.
b) El es un temperamento vivo.
c) El es religioso.
d) Está hirviendo de rabia.
c) El está gordo.
f) Eí es inquieto.
g) La fruta está podrida.
h) Su cara está pálida.
i) Las arcas están vacías.
i) Sus gustos son caros.
4. Describa los tipos de experiencias sensoriales que serían relevantes
para averiguar la verdad o falsedad de las siguientes proposiciones:
a) Ella es frugal.
b) La valencia del oxígeno es 2.
c) El eje de la Tierra está inclinado 23 respecto al polo de la eclíptica.

9 Bertrand Russell, Human Socicly in Eihics and Politics (La sociedad


humana en la ética y la política), pág. 215.
d) La actual estrella polar no era la estrella polar en tiempos anteriores,
debido a la precesión de los equinoccios.
c) La razón del perím etro de la circunferencia con su diámetro es Tt.
f) La energía química, eléctrica, y otras formas de energía son transfor
mables en energía térmica, pero no al revés.
g) El Universo, a pesar de sus muchos millones de años-luz de extensión,
es, no obstante, finito.
b) Por cada molécula de materia existe una molécula de antimateria.
i) La fuerza de la gravitación disminuye con el tiempo.
5- En un argumento deductivo válido, a) ¿pueden ser falsas las premisas
y falsa la conclusión?, b) ¿falsas las premisas y verdadera la conclusión?,
c) ¿verdaderas las premisas y falsa la conclusión? Explique y ejemplifíquelo.
6. Valore cada uno de los argumentos inductivos siguientes. D é razones.
a) Si uno de cada cinco presidentes de losEstados Unidos hubiera sí-do
asesinado en su período de mandato, ¿consideraría usted probable que fuera
asesinado el quinto presidente después d d último asesinado?
b) Les lunes me emborracho con whisky y soda, los martes con ginebra
y soda, los miércoles con vodka y soda, los jueves con ron y seda. No quiero
volver a emborracharme, de manera que ¡no tomaré más soda!
c) Cada vez que me postro ante el sol al atardecer, sale al día siguiente.
H e hecho esto durante años todos los días. Así que 1} si me postro ante el
sol hoy al atardecer, mañana saldrá; y 2) si no me postro, no saldrá.
d) Cuando estoy hambriento, como medio kilo de carne y me siento me
jor; así que, si ctra vez siento hambre y como dos kilos y medio de carne
me sentiré cinco voces mejor.
7. Evalúe las siguientes pretcnsiones de conocimiento por intuición, c in
dique si se podría buscar otra base que fortalezca a la pretensión.
a) Tengo intuición femenina y sé que está mintiendo.
b) S6 que está mintiendo porque siempre que he hablado de tí en el
pasado lo he hecho acertadamente.
c) Si intuitivamente que no puede rer verdad que una proposición auto-
contradictoria implique toda otra proposición.
d) Mi intuición me dice que éste es el camino para salí - del bosque.
■e) No comas esa seta; mi intuición me dice que es v ¡nenosa.
f) Mi intuición me dice que ser absolutamente sincero cor. te dos los
amigos no es buena cosa.
8. ¿Cuáles de los siguientes enunciados estaríamos justificados en aceptar
por la autoridad de alguien experto en el campo en cucstióa? ¿Cuáhs no ten
dríamos ninguna razón en aceptarlos por autoridad? ¿Por qu¿?
a) El oro es maleable.
b) De acuerdo con este antiguo manuscrito, el m urdo fue creado en
seis días.
c) El mundo fue creado en seis días.
d) Todo número par es la suma de dos números primos.
e) Llorará el día en que ya no haya más guerras.
}) El valor de tí es 3,1416..., pero el valor exacto no puede serexpresado
por ninguna serie finita de decimales.
g) Hay gatos que pueden hablar.
9.— Suponga que usted pretende saber cada una de las siguientes proposi
ciones. ¿Cómo apoyaría su pretensión, si alguien le retase con la pregunta de
«¿cómo sabe usted que esa proposición es verdadera?»?
a) La Tierra es aproximadamente esférica.
b) El Sol está entre 144 y 152 millones de kilómetros de la Tierra.
c) Me siento deprimido aproximadamente durante una hora después de
despertarme cada mañana.
d) Ella se siente deprimida aproximadamente durante una hora después
de levantarme cada mañana.
e) Cuando toma una decisión, no hay nada que se la cambie.
f) Ella tiene muchos sentimientos de culpa reprimidos.
g) El átomo de hidrógeno tiene un electrón.
b) Alá y Jehová son dos manifestaciones del mismo Dios.
i) No es bueno que comas manzanas verdes.
j) No es bueno jvdular a una persona para ganar su confianza.

8. ¿Qué es el conocimiento?

Habiendo examinado algunos de los candidatos a la posición de


fuentes del conocimiento, volvemos a la cuestión de qué es el cono
cimiento o, en otras palabras, ¿qué es conocer algo?
La palabra «conocer» es escurridiza. No siempre se usa de la
misma forma. H e aquí algunos de sus principales usos:
1. A veces, cuando hablamos de conocer nos referimos a con
tacto directo de algún tipo. Por ejemplo, «¿conoce usted a Richard
Smith?» significa aproximadamente lo mismo que «¿le han pre
sentado a Richard Smith?» (¿se ha encontrado con él?, etc.)- Puede
usted conocerle, en el sentido de tener trato sin saber * mucho sobre
él; y puede saber muchas cosas sobre alguien pero no conocerlo,
porque nunca se ha encontrado con él. O podríamos preguntar
«¿conoce esa vieja y bonita senda que hay a siete kilómetros al
oeste de la ciudad?», y aquí, aunque difícilmente podemos hablar
en el mismo sentido que antes (no hemos sido presentados), aún
hablamos de contacto directo: ¿ha estado usted ahí, la ha visto?
Usted podría saber que existe sin conocer/#, sin haber estado allí. Us
ted conoce (ha tenido contacto directo con) las cataratas Yosemite
si ha estado allí, aunque pueda no conocerlas en el sentido de saber
muchas cosas sobre ellas por haberlas leído en una enciclopedia.
2. A veces hablamos de saber cómo: ¿Sabe usted cómo montar
a caballo, cómo usar un soldador de acero? Usamos la expresión
coloquial «saber cómo» al hablar de esto. El saber cómo es una
habilidad, sabemos cómo montar a caballo si tenemos la habilidad

* En inglés se usa el mismo verbo «to know» tanto para ios casos en que
diríamos en castellana «conocer» como para aquellos en qus usaríamos más
bien «saber». Se tratf de una diferencia de uso lingüístico que no tiene impor
tancia desde el punto de vista filosófico. Por ello, en lo que sigue usaremos
indistintamente los verbos «conocer» y «saber», es decir, los consideraremos
sinónimos. [No/<z del revisor.]
de. montar a caballo, y la prueba de si tenemos esa habilidad es si,
# en la situación apropiada, podemos realizar la actividad en cuestión.
Si usted me coloca en un caballo, pronto descubrirá los méritos de
mi pretensión de saber montar a caballo.
{ ~ 3. Pero, con mucho, el uso más frecuente de las palabras «co-
| nocer» y «saber» — y del que nos ocuparemos primariamente— es el
sentido proposicional; «sé qu e...» , donde la palabra «que» va se
guida por una proposición: «sé que ahora estoy leyendo un libro»,
«sé que soy ciudadano americano», y así sucesivamente. Hay cierta
relación entre este último sentido de «conocer» («saber») y los ante
riores. No podemos haber tenido trato con Smith sin saber algunas
cosas sobre él (sin saber que ciertas proposiciones que versan sobre
él son verdaderas), y es difícil ver de qué modo se puede saber cómo
nadar sin conocer algunas proposiciones verdaderas sobre la natación,
referentes a lo que se ha de hacer en el agua con los brazos y las
piernas. (Pero los perros saben nadar, aunque se supone que no co
nocen ninguna proposición sobre la natación.) Sin embargo, una
persona puede estar considerablemente familiarizada con una zona
rural sin conocer tantos hechos sobre ese sitio como una persona que
nunca haya estado pero haya obtenido su información de otras
fuentes; una persona que sepa nadar puede no ser capaz de escribir
un manual de natación; ni un buen jinete necesita conocer tantas
cosas sobre caballos como el zoopsicólogo que escribe libros sobre
caballos sin ser capaz de montarlos.
Ahora bien, ¿qué es lo que exigimos para conocer en este tercer
y muy importante sentido? Tomando la letra «p» para representar
cualquier proposición, ¿qué requisitos han de satisfacerse para que
se pueda decir de alguien que conoce p? Hay, después de todo, mu
chas personas que pretenden que conocen algo que no conocen; así
que, ¿cómo se pueden separar las pretensiones de conocer correctas
de las incorrectas?
zC)_L¡j)_hs! de ser verdadera. En el momento en que tengamos ra
zón para creer que una proposición no es verdadera, queda inmediata
mente descalificada la pretensión de saberla de cualquier persona:
no podemos saber p, si p no es verdadera. Si digo «sé p, pero p no
es verdadera», mi enunciado es autocontradictorio, pues parte de lo
que implica saber p es que p sea verdadero. Análogamente, si digo
«él sabe p, pero p no es verdadera», también esto es autocontra-
dictorio. Puede que yo pensase que sabía p; pero si p es falsa, en
realidad no lo sabía. Sólo pensé que sí. Sin embargo, si pretendo
saber p, aun admitiendo que p es falsa, mis oyentes pueden concluir
acertadamente que todavía no aprendí a usar la palabra «saber».
Esto ya estaba implícito en nuestra discusión previa, pues, ¿qué es
lo que sabemos sobre p cuando sabemos p? Sabemos que p es
verdad, naturalmente; la misma formulación resuelve la cosa: saber
p es saber que p es verdadera.
A este respecto, «sabsr» y «conocer» son diferentes de otros
verbos como «creer», «preguntarse», «esperar», etc. Puedo pregun
tarme sí p es verdadera, y no obstante p puede ser falsa; puedo
desear que p, sea verdadera, aunque p sea falsa; puedo creer que p
es verdadera, aunque de hecho p puede ser falsa; y así sucesiva
mente. Creer, desear, preguntarse, esperar y otros son estados psico
lógicos (existentes y disposicionales); si usted me dice que cree algo,
sé que usted está en cierto estado psicológico — de creencia— , pero
no tengo derecho a concluir nada sobre si lo que usted cree es ver
dad. En cambio, no tengo derecho a decir que usted sabe p a mmos
que p sea verdadera. A diferencia de preguntarse, creer y dudar,
saber no es meramente un estado mental: se requiere que la propo
sición que usted asegura saber sea verdadera. Así, cuando leemos
en una novela «ella estaba convencida de que se encontraba incu
rablemente enferma», no tenemos derecho a concluir que ella estaba
incurablemente enferma, pero si leemos «ella sabía que estaba incura
blemente enferma», estamos capacitados para sacar esta conclusión, y
para acusar al autor de incoherencia si posteriormente resulta que su
enfermedad, después de todo, no era incurable.
Pero el requisito de verdad, aunque necesario, no es suficiente.
Hay cantidad de proposiciones verdaderas, por ejemplo en la física
nuclear, que ni usted ni yo sabemos que son verdaderas a menos
que seamos especialistas en ese campo. Pero el hecho de que sean
verdaderas no implica que sepamos que son verdaderas. Y hay can
tidad de enunciados verdaderos que podríamos hacer sobre la flora y
la fauna del fondo del océano, si estuviésemos en condiciones de ir
allí y observar por nosotros mismos; pero, por ahora, aunque bien
podrían ser verdaderos muchos enunciados que podríamos hacer, no
estamos en situación de saber que son verdaderos. ¿Qué más se re
quiere entonces?
b) No sólo ha de ser verdad p; hemos de creer que p es verdad.
Este puede ser llamado el «requisito subjetivo»; hemos de tenei:
cierta actitud hacia p, no sólo Ía de preguntarnos o especular sobre p,
sino creer positivamente que p es verdad. «Yo sé que p es verdad,
pero no creo que lo sea» no sólo sería una cosa muy curiosa de
decir; daría derecho a nuestros oyentes a concluir que no hemos
aprendido en qué circunstancias usar la palabra «creer». Puede haber
muchos enunciados que creamos pero no sepamos si son verdaderos,
pero no p u e d e haber ninguno que sepamos verdadero y sin embar
go no creamos, puesto que creer es parte (una característica defini-
toria) de saber. «Sé p» implica «creo p», y «él sabe p» implica «él
cree p», pues creer es una característica definitoria de saber. Pero
creer p no es una característica definitoria de que p sea verdadera:
p puede ser verdadera aunque ni yo ni nadie la crea. (La Tierra era
redonda antes de que nadie creyese que lo era.) No hay contradic
ción ninguna en decir «él creía que p (esto es, creía que p es verda
dera), pero p no era verdadera». Ciertamente, a cada momento de
cimos cosas de este tipo: «El cree que la gente le persigue, pero,
desde luego, no es verdad.» En este punto hemos de tener sumo
cuidado, pues mientras que no hay contradicción en «él lo cree, pero
no es verdad», o en «es verdad, pero no lo cree», hay, si no contra
dicción, al menos gra'i extravagancia en decir «es verdad, pero yo no
lo creo». Desde luego se puede decir esto en broma, o como una
mentira deliberada. Pero, ¿y si se dice sinceramente? No solo sería
extravagante, sino autocontradictorio; pues entonces mí enunciado
pararía en esto: que yo 3o digo y lo creo, a pesar de lo cual no lo
creo, y esta parte final, «lo creo pero no lo creo»,me pondría en
contradicción.
1. Es verdad, pero no lo creo.
2. Digo que es verdad, pero no lo creo.
3. Digo sinceramente que es verdad, pero no lo creo.
4. Lo digo y lo creo, pero no lo creo.

No hay ningún problema con 1: sin duda hay innumerables propo


siciones verdaderas que yo no creo, aunque no sea por otra razón
que porque nunca las he oído. Tampoco lo hay con 2: puedo estar
mintiendo o bromeando. El problema comienza con 3, porque de
cirlo sinceramente significa que yo creo lo que digo. Esto es más
explícito en 4, donde especificamos qué se entiende por «sincera
mente», y aquí damos en una contradicción: creerlo pero no creerlo.
Podemos, sin embargo, tener algunas dudas sobre esta segunda
condición. Creer parece ser cosa de grado; podemos creer con di
versos grados de convicción que pasan por la duda y finalmente la
no creencia. «Lo creo — podemos decir— pero no con mucha fuer
za.» ¿Con cuánta fuerza hemos de creerlo para satisfacer la condi
ción? ¿Hemos de creerlo realmente? En tanto que la proposición es
verdadera, ¿no podemos saberla sin creerla realmente? «Yo sé que
he ganado el premio de un millón de dólares, pero no puedo creerlo
todavía.» Esta última forma de expresión generalmente es retórica:
lo creemos (de otro modo no estaríamos tan sorprendidos), pero no
obstante nos resulta muy impresionante creerlo; o lo creemos {«con
la cabeza» sabemos que es verdad), pero aún no podemos digerirlo,
no podemos sentir hacía ello lo mismo que sentí, nos nr. finalmente
-euando creemos al;jo (nuestros sentimientos no están armonizados con
la creencia). «Sé que el mundo no es plano, pero aún no puedo
creerlo.» Ahora «creer» ha trasladado su significado a «responder
emocionalmente a ello como a mis otras creencias». O : puede que
yo sepa las respuestas a todas las preguntas del examen, pero no
puedo creer que las sepa, esto es, no tengo gran confianza en que
las sepa. Pero este caso es engañoso: cuando no tengo gran con
fianza en que las sepa, no es que no las crea (las respuestas), sino
que no sé que puedo darlas. Saberlas presupone que sea capaz de
darlas, y creer que las conozco implica creer que puedo darlas, pero
conocerlas no implica creer que puedo darlas. No confundamos Jas
dos cosas; conocer o creer las respuestas y conocer o creer que puedo
dar las respuestas son dos cosas diferentes.
A pesar de los diversos grados de convicción con que se puede
creer, sería extremadamente raro decir, si no es en sentido retórico,
«sé p, pero no creo p», tan raro, por cierto, que una persona que
fuese por ahí diciendo cosas tales como «sé que los perros tienen
cuatro patas, pero no lo creo» y «sé que 2 más 2 es igual a 4, pero
no lo creo» bien podría ser acusada de no haber aprendido qué signi
fica la voz «conocer» en nuestro lenguaje, lo mismo que podría ser
acusado de esto si pretendiese saber proposiciones que admite ser
falsas. Así que, con estas aclaraciones, puede quedar como está
nuestro segundo requisito.
Hemos examinado dos requisitos del conocer, uno «objetivo»
( p ha de ser verdadero) y uno «subjetivo» (p ha de ser creído).
¿Son suficientes? ¿Se puede decir que conocemos algo, si lo creemos
y lo que creemos es verdad? Si tal, podemos definir el conocimiento
simplemente como creencia verdadera, y éste sería el fin de la
discusión.
Infortunadamente, sin embargo, la situación no es tan simple. La
creencia verdadera no es aún conocimiento. Una proposición puede
ser verdadera y podemos creer que es verdadera, pero aún no saber
que es verdadera. Supongamos que creemos que hay seres animados
en Marte y que en el curso del tiempo, después que los astronautas
terrícolas híin aterrizado allí, nuestra creencia resulta verdadera. El
enunciado era verdadero en el momento en que lo proferimos, y
también lo creimos cuando lo pronunciamos, pero ¿sabíamos que
era verdadero cuando lo pronunciamos? Estaríamos inclinados a
decir que no; no estábamos en condiciones de saberlo. Fue una con
jetura afortunada. Incluso si teníamos algún indicio de que era ver
dadero, no lo sabíamos en el momento en que lo dijimos. Por tanto,
se requiere otra condición más para impedir que pase por conoci
miento una conjetura afortunada.
En todo caso, habríamos sospechado que no es suficiente decir
que «el conocimiento es la creencia verdadera». Consideremos un
tema del que aún nadie sepa nada, como el de sí hay planetas ro
tando en torno a alguna estrella lejana; consideremos mejor mil de
tales estrellas. O consideremos si las próximas cien tiradas sucesivas
de una moneda saldrán cara o cruz. Podríamos conjeturar «cara»
para todas, y supongamos que el 50 por 100 de las veces conjetu
ramos acertadamente. Ahora, si somos del tipo de persona que en
seguida se cree lo que dice, podríamos creer que acertamos todas
esas veces. Pero, con toda seguridad, no sabíamos si saldría cara o
cruz ese 50 por 100 de las veces que acertamos, no importa con qué
fuerza lo creyésemos. El conocimiento que tenemos no es mayor por
el mero hecho de que tengamos mayor confianza en nuestras creen-
cias que las demás personas. No depende de cuán firmemente crea
mos algo, sino de qué fundamentos, qué razones, tengamos para
creerlo. Esto nos lleva a nuestra tercera condición:
c) Hemos de poseer elementos de juicio a favor de p (razones
para creer p ). Cuándo ‘conjeturábairíós qué tiradas de la1moneda se
rían cara, no teníamos ninguna razón para creer que serían acertadas
nuestras conjeturas, de modo que no lo sabíamos. Pero después de
que nos fijamos en todas las tiradas y observamos cuidadosamente
de qué lado cayó la moneda cada vez, lo supimos. Tuvimos la prue
ba de nuestros sentidos — así como los de las personas de nuestro
alrededor, y fotografías si hubiésemos deseado tomarlas— de que
esta tirada fue cara, ésa cruz, y así sucesivamente. De igual modo,
cuando predecimos, sobre la base de la puesta de sol roja de hoy,
que mañana hará buen tiempo, no sabemos aún si nuestra predic
ción será confirmada por los hechos; tenemos (quizá) una razón para
creerlo, pero no podemos estar seguros. Pero mañana, cuando salga
mos a la calle y veamos qué tal tiempo hace, lo sabremos seguro;
cuando llegue mañana tendremos ante nosotros la prueba total, cosa
que aún no tenemos esta noche. Mañana «estará presente la prueba»;
esta noche, no es conocimiento, sino sólo una «conjetura aprendida».
Este es, entonces, nuestro tercer requisito: que haya elementos
de juicio. Pero en este punto comienza nuestro problema. ¿Cuántos
elementos de juicio ha de haber? «Algunos» no vale como respuesta:
puede ser que haya algunos elementos de juicio que indiquen que
mañana va a hacer sol, pero todavía no sabemos que será así. ¿Y
«todos los elementos de juicio disponibles»? Tampoco esto serviría;
todos los elementos de juicio ahora disponibles pueden no ser bas
tantes. Todos los elementos de juicio de que ahora disponemos están
lejos de hacernos capaces de saber si hay seres conscientes en otros
planetas. No lo sabemos, incluso después de haber examinado todos
los elementos de juicio que hay a nuestra disposición.
¿Y «elementos de juicio suficientes para darnos una buena razón
para creerlo»? Pero ¿cuántos elementos de juicio son éstos? Yo
puedo haber conocido a alguien y haberlo encontrado escrupulosa
mente honesto siempre; prácticamente por cualquier criterio, esto
constituiría un buen elemento de juicio de que será honesto la
próxima vez, y aún así puede no serlo; supongamos que la próxima
vez le roba a alguien la cartera. Yo tenía una buena razón para creer
que seguiría siendo honesto, sin embargo, yo no sabía que seguiría
siendo honesto, pues no resultó cierto. Todos estamos familiarizados
con casos en que alguien tenía una buena razón para creer una pro
posición que, sin embargo, ha resultado ser falsa.
¿Qué es, entonces, suficiente? Ahora estamos tentados de decir
«elementos de juicio completos — todos los elementos de juicio que
pueda haber— , las obras, todo». Pero si decimos esto, démonos
cuenta de que hay muy pocas proposiciones cuya verdad podamos
pretender conocer. La mayor parte de aquellas proposiciones que
en la vida diaria pretenderíamos sin la menor vacilación conocer no
las conoceríamos, de acuerdo con este criterio. Por ejemplo, decimos
«sé que si soltase este lápiz se caería», y no tenemos la menor duda
de ello; pero aunque tengamos unos elementos de juicio excelentes
(los lápices y los demás objetos se caen siempre que los soltamos),
no tenemos elementos de juicio completos, pues no hemos obser
vado aun el resultado de soltarlo en este momento. Por tomar un
caso incluso más claro, decimos «sé que hay un libro delante de mí
ahora», pero no nos hemos ocupado de hacer todas las posibles
observaciones que serían relevantes para determinar la verdad de este
enunciado: no hemos examinado el objeto (el que tomamos por un
libro) desde todos los ángulos (y dado que hay un número infinito
de ángulos, ¿cómo podríamos hacerlo?), e incluso sí lo hubiésemos
mirado concienzudamente durante media hora, no lo hemos hecho
cien horas, ni un millón; y no obstante parecería (aunque algunos
lo han discutido, como veremos) que si una observación proporciona
elementos de juicio, mil proporcionarán más elementos de juicio,
¿y cuándo podríamos dar por acabada la acumulación de elementos
de juicio? O también, decimos «sé que la casa del señor Jones está
en la esquina; he vivido en esa manzana toda mi vida, he visto la
casa cien mil veces, de modo que debo saberlo», aunque ciertamente
no tenemos «todos los elementos de juicio que pueda haber». ¿Cómo
podríamos saberlo, si la acumulación de elementos de juicio nunca
parece terminar? Por muchos que tengamos, siempre podríamos tener
más; más allá de cierto punto no los consideramos necesarios, aun
que siempre podríamos obtener más si quisiéramos.
Podríamos, sin embargo, aferramos a nuestra definición y decir
que realmente no conocemos la mayor parte de las proposiciones que
en la vida diaria pretendemos saber: quizá yo no sepa que tengo
un libro ante mí, que estoy en casa y no fuera, que estoy leyendo
oraciones escritas en castellano o que hay otras personas en el ¿Rundo.
Pero ésa es una afirmación sorprendente y necesita ser justificada.
Estamos convencidos de que sabemos estas cosas: actuamos sobre su
base cada día de nuestras vidas, y si fuera de una clase de filosofía
se nos preguntase si las conocemos, diríamos sin 13 menor vacilación
que sí. Es seguro que no podemos aceptar una definición de «cono
cer» que prácticamente niegue la existencia a todo conocimiento.
Pero si no, ¿qué alternativas tenemos?
«Quizá no tengamos por qué llegar tan lejos como para decir
"todos los elementos de juicio" y "elementos de juicio completos"
y cosas por el estilo. Todo lo que hemos de decir es que debemos
poseer elementos de juicio adecuados.» Pero, ¿cuándo son adecua
dos los elementos de juicio? ¿Es algo menos que «todos los elemen
tos de juicio que pueda haber»? «Bueno, adecuados para capacitar
nos conocer.» Pero esta pequeña adición a nuestra definición nos
mete en un círculo. Estamos intentando definir «conocer», y no po
demos hacerlo empleando la conveniente frase «suficiente para capa
citarnos conocer». Pero una vez que hemos abandonado la expresión
«para conocer», nos quedamos una vez más con nuestro problema:
¿cuántos elementos de juicio son los adecuados? ¿Son los adecua
dos cuando hay algo menos del total? SÍ no tenemos todos los in
dicios, sino sólo el 99,99 por 100 de ellos, ¿no podría ser que es 2
0,01 por 100 que fuese en contra del resto y nos exigiese concluir
que esa proposición, después de todo, no puede ser verdadera, y por
tanto que no la sabíamos? Es seguro que ha ocurrido con bastante
frecuencia que un enunciado que pensábamos saber, al que quizá
incluso habríamos apostado nuestras vidas, resultó al final falso o
dudoso. Pero en ese caso, después de todo, realmente no lo sabíamos:
los elementos de juicio eran buenos, incluso abundantes, pero a pesar
de todo no lo suficientemente buenos, no realmente adecuados, puesto
que no fueron suficientes para garantizar la verdad de la proposición.
¿Podemos saber p con algo menos del total de los elementos de jui
cio sobre p que pueda haber?
Sentidos fuerte y débil de «conocer» o «saber». En la vida diaria
decimos que sabemos — no sólo creemos o conjeturamos, sino sabe
mos—- que los objetos más pesados que el aire caen, que la nieve es
blanca, que podemos leer y escribir, e innumerables otras cosas. Si
alguien niega esto durante una discusión y no cita ningún hecho
suficiente para convencer a la otra parte, bien podemos sospechar
que aquí hay un problema verbal: en este caso que cada uno está
operando con un significado diferente de «conocer», porque conciben
de forma diferente el tercer requisito (el requisito de que haya
elementos de juicio).
Supongamos que digo «hay una estantería en mi despacho» y
alguien rechaza esta afirmación. Yo replico: «sé que en mi despacho
hay una estantería. La puse yo mismo, y la he visto durante años.'
Sin ir más lejos la vi sólo hace dos minutos cuando saqué un libro
y abandoné el despacho para ir a clase». Ahora supongamos que
ambos vamos a mi despacho, miramos y allí está la estantería, lo
mismo que antes, «Mire, yo sabía que estaba aquí», digo. « ¡Oh, no!
— replica— usted creía con una buena razón que aún estaba allí, por
que la ha visto antes frecuentemente y no ha visto ni oído a nadie
quitándola de ahí. Pero usted no sabía que estaba allí cuando lo es
taba diciendo, pues en ese momento usted estaba en clase y no en
la oficina.»
En este momento puedo replicar: «Pero yo sabía que estaba,
incluso cuando lo dije. Lo sabía porque I) lo creía, 2) tenía buenos
fundamentos en qué basar la creencia y 3) la creencia era verdadera.
Y yo lo llamaré conocimiento siempre que se satisfagan estas tres
condiciones. Esta es la forma en que usamos la voz "conocer” todos
los días de nuestras vidas. Son conocidas aquellas proposiciones que
se creen con buenas razones, y cuando dije que la estantería aún
estaba en mi despacho, estaba emitiendo una de tales proposiciones.»
Pero mí oponente puede replicar: «No obstante, usted no lo sa
bía. Tenía una buena razón para decirlo, lo admito, pues no vio ni
oyó a nadie moviéndola. Tenía buenas razones, pero no una razón
suficiente. Los elementos de juicio que usted ofreció eran compa
tibles con que su enunciado fuera falso. Suponga que usted hubiese
emitido su afirmación, yo la. hubiese negado, fuésemos ambos a su
despacho y, para gran sorpresa suya (y mía también), allí no estu
viese la estantería. ¿Podría, entonces, usted haber pretendido saber
que estaba allí todavía?»
«Desde luego que no. La falsedad de un enunciado siempre
invalida la pretensión de saberlo. Si la estantería no hubiera estado
allí, yo no habría tenido el derecho de decir que sabía que estaba;
mi afirmación habría sido errónea.» _
«De acuerdo, hubiese sido errónea. Pero ahora, por favor, obser
ve que la única diferencia entre los dos casos es que en el primero
la estantería estaba y en el segundo no. Los elementos de juicio en
los dos casos eran exactamente los mismos. Usted tenía exactamente
las mismas razones para decir que la estantería estaba todavía en el
segundo caso (en que se halló que no estaba) que las que tenía en el
primer caso (en que se halló que seguiría allí). Y dado que, como
usted mismo admite, no lo habría sabido en el segundo caso, no
pudo haberlo sabido tampoco en el primero. Usted lo creía con una
buena razón, pero no lo sabia.»
Aquí mi oponente puede haber obtenido una ventaja importante;
puede haberme convencido de que, puesto que yo admití no saber
en el segundo caso, no pude tampoco saber en el piimero. Pero a
mi vez puedo hacer aquí una importante observación: «Mi creencia
era la misma en los dos casfls; los elementos de juicio eran los mis
mos en los dos casos (vi mi estantería dos minutos antes y no oí ni vi
a nadie quitándola). La única diferencia era que en el primer caso
la estantería estaba y en el segundo no (p era verdadera en el pri
mer caso, falsa en el segundo). Vero esto no muestra que yo no lo
supiese en el primer caso. Lo que muestra es que, aunque podía
haberme equivocado, no me equivoqué. Si la estantería no hubiera
estado, no podría haber pretendido que sabía que estaba; pero
dado que la estantería estaba, yo lo sabía, aunque (sobre la base de
los elementos de juicio que poseía) pude haberme equivocado.»
«Sí, resultó ser verdad, tuvo suerte. Pero, como ambos opina
mos, una conjetura afortunada no es conocimiento.»
«Pero esto no era exactamente una conjetura afortunada. Yo
tenía excelentes razones para creer que aún estaba allí la estantería.
De modo que el requisito de los elementos de juicio estaba satis
fecho.» ~
«No, no lo estaba. Usted tenía una buena razón, una razón exce
lente, pero no suficiente las dos veces— para creer que aún estaba
allí la estantería. Pero en el segundo caso no estaba, así que no lo
sabía; por tanto, en el primer caso, en que sus elementos de juicio
eran exactamente los mismos, tampoco lo sabía; usted sólo lo creía
con una buena razón, pero no era bastante: su razón no era sufi
ciente, y por tanto usted no lo sabía.»
Ahora emerge la diferencia de criterio de conocimiento entre los
dos rivales. De acuerdo conmigo, yo sabía p en el primer caso por
que mi creencia estaba basada en elementos de juicio excelentes y
era también verdadera. De acuerdo con mi oponente, no sabía p en
el prim er caso porque mis elementos de juicio no eran completos,
no estaba en la habitación viendo y tocando la estantería cuando
hice el enunciado. Parece, entonces, que estoy operando con una
definición de «conocer» o «saber» menos exigente que la de él.
Estoy usando «saber» en el sentido débil, según el cual sé una pro
posición cuando ía creo, tengo una buena razón para creerla y es
verdadera. Pero él usa «saber» en un sentido más exigente: lo usa
en el sentido fuerte, que requiere que, para saber una proposición,
ésta ha de ser verdadera, he de creerla, y he de poseer elementos de
juicio absolutamente concluyentes a su favor.
Comparemos estos dos casos:

Supongamos que tras un examen médico rutinario, el doctor, excitado,


me comunica que las placas de rayos X muestran que no tengo corazón. Le
diría que se fuese buscando un aparato nuevo. Estaría inclinado a decir que el
hecho de que tengo corazón es una de las pocas cosas que puedo contar entre
las absolutamente ciertas. Puedo sentirlo latir. Sé que está ahí. Más aún, ¿cómo
podría circular mi sangre si no lo tuviera? Supongamos que luego sufro una
lesión de pecho y me someto a una intervención quirúrgica. Después los atóni
tos cirujanos declaran solemnemente que investigaron mi cavidad pectoral y no
encentraron corazón, y que hicieron incisiones y miraron en otros lugares tví>ro-
piados pero no -lo encontraron. Están convencidos de que carezco de corazón.
Son incapaces de entender cómo puede efectuarse la circulación o qué da
cuenta de los latidos de mi pecho. Pero están de acuerdo y obviamente de una
manera sincera, y tienen radiografías claras de mis espacios interiores. ¿Cuál
sería mi actitud? ¿Sería insistir en que estaban equivocados? Creo que no.
Creo que debería aceptar eventualmente su testimonio y la prueba de las radio
grafías. H abría de considerar falso lo que ahora miro como certeza absoluta.
(Cuando digo que se que tengo corazón, lo sé en sentido débil.)
Supongamos que mientras escribo esta página alguien me llama en la habi
tación de al lado: «No puedo encontrar el tintero: ¿hay alguno en la casa?;>
Yo replicaría «aquí hay un tintero». Si el otro dijese en todo de duda «¿estás
seguro? Miré antes allí», yo respondería «sí, sé que está aquí, ven y tómalo».
¿Podría ahora resultar falso que haya un tintero justo frente a mí en este
escritorio? Muchos filósofos así lo han pensado. Dirían que pueden ocurrir
muchas cosas de tal naturaleza que, si ocurrieran, probarían que yo estaba
engañado. Estoy de acuerdo en que podrían ocurrir muchas cosas extraordi
narias, en el sentido de que no es lógicamente absurdo suponerlas. Podría
ocurrir que al intentar coger este tintero mí mano pareciese pasar a través de
él y yo no sintiese el contacto de ningún objeto. Podría ocurrir que en el mo
mento ni^uicntc! el tiniem (.leitapnrccicrn cíe visln rcpcminnincntc; o que me
encontrase bajo un árbol del jardín sin ningún tintero; o que una o más
personas entraran en esta habitación y declarasen con evidente sinceridad
que no veían ningún tintero sobre el escritorio; o que una fotografía to
mada ahora a la superficie del escritorio mostrase claramente todos los
objetos que había encima menos el tintero. H abiendo admitido que estas cosas
podrían ocurrir, ¿estoy competido a admitir que, si ocurrieran, ello probaría
que no hay un tintero aquí ahora? En absoluto. Yo podría decir que cuando
mi mano pareció pasor a través del tintero debí sufrir entonces una alucina
ción; que si el tintero se hubiese desvanecido de repente, habría dejado mila
grosamente de existir; que las otras personas estaban conspirando para vol
verme loco, o eran ellos mismos víctimas de alucinaciones extraordinariamente
concurrentes; que la cámara fotográfica tenía una faiia rara o que fue trucada
al revelar el negativo: ...N o sólo no tengo que admitir que aquellos extra
ordinarios sucesos fuesen prueba de que aquí no hay un tintero; el hecho es
que no lo admito. No hay nada en absoluto qrie, de ocurrir en el momento
siguiente o al año siguiente, yo lo llame una prueba de que no hay un tintero
aquí ahora. Ninguna experiencia o investigación futura podría probarme que
estoy en un error. Por tanto, si yo dijese «sé que aquí hay un tintero», estaría
usando «saber» en sentido fu e r te 10.

El sentido débil es aquel en que usamos la palabra «saber» en


la vida diaria, como cuando digo que sé que tengo corazón, que si
suelto este trozo de tiza caerá, que el sol saldrá mañana, etc. Tengo
excelentes razones (elementos de juicio) para creer todas estas cosas,
elementos de juicio tan fuertes que (como decimos) equivalen a la
certeza. Y no obstante, hay acontecimientos que sería concebible
que ocurriesen y tales que, si ocurrieran, llevarían la duda a nuestras
creencias o incluso mostrarían que eran falsas. (Si usted pretende
saber muchas de las proposiciones del ejercicio 3, será, en la mayoría
de los casos, en el sentido débil de «saber».)
Pero el filósofo tiene tendencia a ocuparse más de «saber», o
«conocer», en el sentido fuerte. Desea inquirir si hay proposiciones
que podamos saber sin la sombra de una duda de que puedan resul
tar falsas o siquiera dudosas en ínfimo grado. «Usted puede decir
— argüirá— , y yo lo admito, que sería un buen uso castellano decir
que usted sabe que tiene corazón y que el sol está a 144 millones de
kilómetros de la Tierra. Pero usted no lo sabe hasta que no tenga
elementos de juicio absolutamente concluyentes, y ha de admitir que
los elementos de juicio que tiene, aunque muy considerables, no son
concluyentes. De modo que yo diré, usando "saber" en sentido_
fuerte, que usted no sabe estas proposiciones. Mi deseo, pues, es
preguntar qué proposiciones pueden ser conocidas en sentido fuerte,
en el sentido que sitúa para siempre a la proposición más allá de
toda posibilidad de duda.»
Y sobre este punto han sido completamente escépticos muchos
de los filósofos; han admitido de pocas proposiciones, si hay alguna,
que podamos saber que son verdaderas en sentido fuerte. Muchos
de ellos no estarían siquiera de acuerdo con el ejemplo del tintero:
dirían que nuestras pruebas (elementos de juicio) de que estaba el
tintero no eran concluyentes, y que, si de repente nos hallásemos
transportados a un jardín y sin tintero, tendríamos derecho a dudar
de que estuviésemos en lo cierto la primera vez al decir que allí había
un tintero. Muchos añadirían que incluso aunque no hubiese un
misterioso cambio de locación, aún no sabríamos (en sentido fuerte)
que estaba allí el tintero. Dirían que hasta para la presencia de un
tintero hay un número infinito de pruebas de ensayo, que nunca se
pueden realizar, que no podemos observar eternamente, pero que

15 Norman Malcolm, «Knowlcdce and Belicf», en K towledge and Certainty,


páginas 66-68.
cada observación añadiría más elementos de juicio a favor de la
proposición sin tornarla cierta por ello. Tal persona es un escéptico.
Pretendemos (dice) conocer muchas cosas acerca del mundo, pero en
realidad ninguna de estas proposiciones se pueden conocer de cierto.
¿Qué habremos de decir de la posición escéptica?
Notemos primero que en la expresión «conocer de cierto», el «de
cierto» es redundante. ¿Cómo podemos conocer si no es de cierto?
¿Si fuese menos que cierto, cómo podría ser conocimiento? Sin em
bargo. usamos la voz «cierto» ambiguamente: 1) A veces decimos
«tengo certeza», Jo que sólo significa que tengo un sentimiento de
certeza sobre algo — «tengo por cierto que he cerrado la puerta del
apartamento»— y» desde luego, el sentimiento de certeza no es
garantía de que *1 enunciado sea verdadero. La gente tiene fuertes
sentimientos de certeza acerca de muchas proposiciones a favor de las
cuales no tiene ningún elemento de juicio, en particular, sí desea
creerlas o le consuelan. La frase «tener por cierto», por tanto, se
refiere simplemente a un estado psicológico, cuya existencia de nin
guna manera garantiza que aquello que la persona tenga por cierto
sea verdad. Pero 2) a veces decimos «tengo certeza», y queremos
decir que es cierto, en otras palabras, que sabemos que la propo
sición en cuestión es verdadera. Este, por supuesto, es el sentido de
«cierto» que es de interés para los filósofos (el primer sentido es
más interesante para los psiquiatras, cuando tratan a sus pacientes).
Así, podríamos reformular nuestra cuestión: «¿hay algo cierto?» o
«¿hay proposiciones ciertas?».
«Yo puedo entender — se podría argüir— que usted cuestione
algunos enunciados, incluso la mayoría. Pero si sigue con este diver
tido juego hasta abarcar todos los enunciados, está sencillamente
equivocado, y creo que puedo mostrarle el porqué. Usted puede ver
a alguien entre la niebla o con mala luz y no saber (no tener cer
teza) si tiene mano derecha. Pero, ¿no sabe que usted tiene mano
derecha? ¡Está ahí! Suponga que ahora. levanto mi mano y digo
«he aquí una mano». Ahora usted me dice: «Dudo de que haya una
mano.» Pero, ¿qué más elementos de juicio quiere usted? ¿En qué
consiste su duda? ¿No cree a sus ojos quizá? Muy bien, venga y
toque la mano. ¿Aún no está satisfecho? Mírela concienzudamente y
tóquela, fotografíela, llame si quiere a otras personas para que den
su testimonio. Si después de todo esto usted sigue diciendo que no
tiene certeza, ¿q u í más quiere? ¿En qué condiciones admitiría que
es cierto, que usted lo sabe? Puedo entender su duda cuando hay
alguna condición sin satisfacer, alguna prueba incompleta. Al prin
cipio, quizá usted dudase de que, si intentaba tocar m i mano, en
contrara algo que tocar; pero entonces tocó, y así resolvió aquella
duda. Resolvió nuevas dudas llamando a otras personas, etc. Usted
realizó todas las comprobaciones relevantes y resultaron favorables.
Así que ahora, al final del proceso, ¿de qué duda? ¡Ah! sé lo que
usted dirá: «Aún dudo que eso sea una mano.» Pero, ¿no es ahora
una fórmula vacía decir «dudo»? Ahora no puedo atribuir ningún
contenido a esa llamada duda, pues nada hay sujeto a la duda; usted
mismo no puede especificar otra comprobación que, realizada, resol
viera su duda. «Duda» deviene palabra vacía. Usted no duda ahora
de que si levantase su mano tocaría la mía, la tocaría, o de que si
Smith y otras personas fuesen convocadas, también testificarían que
esto es una mano, pues ya hemos hecho todo eso. Así que, ¿qué
es lo que específicamente pone en duda usted? ¿Qué posible prueba
hay cuyo resultado negativo teme usted? Yo sostengo que no hay
ninguna. Usted está confundiendo una situación en la que la duda es
comprensible (antes de hacer las comprobaciones) con la situación
posterior en que no lo es, pues ha sido del todo disipada. Suponga
que duda de que esta sustancia que hay sobre la mesa es queso. Usted
está de acuerdo en que, si es queso, posee ciertas características defi-
nitorias A, B, C y D. Le muestro que tiene A, luego B, luego C.
luego D. Y no obstante usted duda de que sea queso. ¿Qué más
puedo decir? Usted está de acuerdo en que si tiene A, B, C, D es
queso, y está de acuerdo en que tiene A, B, C, D; de modo que
lógicamente no puede evitar la conclusión de que es queso.»
«Usted me ha interpretado mal», dice el escéptico. «Concedo que
si tiene A, B, C, D , entonces es queso, si se define el queso en tér
minos de estas mismas características. Esto es, estoy de acuerdo
sólo en la definición. Pero no estoy de acuerdo en que lo que veo
ante mí sea conforme a tal definición. Exactamente lo mismo que
dudo que sea queso, también dudo que realmente tenga A, que
realmente tenga B, y así sucesivamente. Puede parecer tenerlas, pero
podemos estar equivocados al pensar que realmente las tiene. No sé
que tenga A en mayor medida que sé que sea queso.»
«Pero su así llamada duda deviene no significativa cuando nada
hay abierto a la duda, cuando las comprobaciones han sido llevadas
a cabo y todos sus resultados son favorables. Suponga que un médico
examina a un paciente y dice: "Es probable que usted tenga el apén
dice inflamado” . Aquí aún se puede dudar, pues las señales pueden
ser equívocas. Así que el médico opera al paciente, encuentra el
apéndice inflamado, lo estirpa y el paciente se restablece. Ahora,
¿cuál sería el sentido de que el médico dijese "es probable que tu
viese el apéndice inflamado"? SÍ verlo y estirparlo sólo lo hace pro
bable, ¿qué lo haría cierto? O, usted va conduciendo y oye un golpe
regular y rápido y dice: "Es probable que tenga un neumático pin-
maneras estas cosas durante toda la vida, no puede haber ningún
mal en creerlas acríticamente un poco más.
Entre tanto será bueno señalar que hay otras dos clases de pro
posiciones que no han sido desmenuzadas aún por el hacha del
escéptico:
í . Puedo emitir proposiciones sobre mi propia existencia y es
tados de conciencia, que, como vimos en el capítulo anterior, son
autovalidantes: gí siento dolor o soñarrera, ello mismo me da dere
cho a decir «siento dolor» o «siento sueño». Es muy peculiar hablar
de elementos de juicio en tales casos. No necesito elementos de
juicio píua decir que tengo sueño, como los necesito para decir que
el Sol está a más de 144 millones de kilómetros. Que yo sienta
doler es suficiente para hacer verdadero el enunciado «siento dolor».
El conocimiento de estas proposiciones no cae dentro de la defi
nición de conocimiento que exige tener elementos de juicio. ¿Dire
mos que no tengo elementos de juicio de que siento dolor? Ño, el
hecho de tengo dolor es único y suficiente elemento de juicio para
saber que el enunciado es verdadero. ¿Diremos que no necesito ele
mentos de juicio? Cierto, no necesito elementos de juicio de la ma
nera que necesito elementos de juicio sobre la distancia del Sol, pues
la experiencia por sí misma constituye todo el elemento de juicio
que necesito. De cualquier forma que lo expresemos, queda un
hecho: puedo saber que el enunciado es verdadero simplemente sobre
la base de tener la experiencia. (Y esto, nunca será demasiada la
intensidad con que lo enfaticemos, sólo vale de las proposiciones
que informan de la existencia de experiencias sensoriales. Casi todos
los enunciados que hacemos en la vida diaria, incluidos lodos los
que usamos como ejemplos en esta sección, van más allá de esto.)
2. También hay enunciados que no hablan sobre nosotros ni
sobre el mundo, como «los gatos son gatos» y «las rosas rojas son
rojas». Estos enunciados se llaman «analíticos», y empezaremos con
su tratamiento el capítulo próximo. E l análisis de estos enunciados
es una condición indispensable para considerar un conjunto de enun
ciados llamados «verdades de razón», para los que no necesitamos
elementos de juicio o, sí los necesitamos, no es el sentido que hemos
considerado en este capítulo. Estas son verdades del «ámbito de la
necesidad».

Ejercicios
1. ¿En cuántos de estos casos es proposicíonal el conocimiento en cues
tión? ExpUquelo en cada caso enunciando las proposiciones cuando estén
presupuestas.
a) ¿Conoce usted la solución de este problema?
b) ¿La conoce íntimamente?
c) ¿Puede conocer realmente la mente humana?
d) ¿Sabe usted cómo realizar una apendictomía?
e) ¿Sabe por qué abandonó así a su familia?
f) ¿Sabe a cuál de sus pretendientes aceptó?
g) Una persona no conoce la guerra hasta que no la -ha visto.
b ) ¿Sabe usted cí.no es la sensación de déjá vu?
i ) No sabría qué hacer en tal situación.
j) ¿Conoce el significado de esta palabra?
2. ¿Puede usted conocer (en oposición a tener una buena razón para
creer) una proposición que verse sobre el futuro. D¿ sus razones.
3. En cada uno de los siguientes ejemplos, ¿sabe (no meramente cree, o
tiene una buena razón para creer) que ía proposición es verdadera? Defienda
su respuesta.
a) La carretera continúa al otro lado de la colina.
b) Si suelto este trozo de tiza caerá,
c) El primer piso de este edificio no está ahora sumergido en agua.
d ) La mesa tiene un dorso y una parte interior, aunque no pueda ahora
.percibirlos.
e) Este cuervo que hay ante mí es negro.
f) Todos los cuervos son negros.
g) Usted tiene nervio óptico.
h) Usted ahora no es multimillonario.
i) En cierto tiempo existió Julio César.
;) Usted desayunó esta mañana.
k) El sol saldrá mañana.
/) Usted no es la reencarnación de Bach.
m) Tengo sangre, huesos y órganos vitales, y no estoy hecho de paja.
n) Esta mesa no se convertirá en ascensor para bajarnos por las escaleras.
o) Una perra nunca dará a luz garitos.
p) Usted nunca será padre (o madre) de una naranja.
q) Usted no está ahora dormido (o muerto).
r) Usted no comió ayer para la cena bolitas de naftalina.
s) Esta mesa es la misma que estaba ayer en esta 'habitación.
t) Ahora existen en el mundo salas cinematográficas.
u) Usted nació (no salió de un huevo ni fue generado espontáneamente).
v) Todos los seres humanos son mortales.
io) La Tierra es (aproximadamente) esférica.
x) Usted no tiene ahora una alucinación por la que cree ver una mesa.
; y ) La Tierra no vino a la existencia hace cinco minutos.
z) 2 más 2 es igual a 4.
aa) Usted no está soñando en este momento.
bb) Usted está viendo ahora varios colores.
cc) Usted es más joven que sus padres.
dd) Usted no es un ruiseñor.
ee) La instalación eléctrica de una casa es algo que se debe hacer bien
o no hacerlo.
4. ¿Cuáles de las anteriores proposiciones pretendería usted saber en sen
tido fuerte, y por qué?
5. ¿Estaría usted de acuerdo con los siguientes enunciados? ¿Por qué o
por qué no?
a) Una persona sólo puede conocer lo que ha percibido con sus sentidos.

m
b) Ver es creer.
c) No creas nada de lo que oyes y sólo la mitad de lo que ves.
d) Todo veredicto basado en indicios circunstanciales está falto de certeza.
e) Usted no puede conocer nada que no haya probado.
f) Por la fe se puede conocer do que nunca se podría conocer por la
experiencia sensorial o la razón.
g) Creer algo implica estar dispuesto a actuar sobre Ja suposición de que
es verdad.
b) La gran extensión de nuestros conocimientos actuales sería imposible
si no se aceptase Ja autoridad como medio de conocimiento.
i) Si algo me fue revelado, debe ser verdad; si no es verdad, sólo me
pareció revelado.
6. Para conocer aitro usted ha de poseer elementos de juicio a su favor.
¿Debe saber también qué son elementos de juicio o es suficiente con tenerlos?
7. Valore la siguiente definición de «conocer»: Conocer es'la capacidad de
estar en lo cierto regularmente. Si yo siempre puedo decirle a usted cuáles
son sus 'pensamientos, conozco cuáles son, aunque no sepa cómo lo sé (no
pueda aducir ningún elemento de juicio) y pueda incluso no creer lo que digo
(puedo decir simplemente: io que se me pasa por la cabeza, sin darle ningún
crédito en especial). Así que la creencia y los elementos de juicio deberían
excluirse en cualquier definición del conocimiento: todo lo que exige el conocer
es capacidad de estar regularmente en lo cierto.
8. Valore esta afirmación: «Algunas proposiciones han de ser ciertas, pues
si ninguna lo fuese, ninguna podría ser probable. La probabilidad es un con
cepto derivado del de certeza. Si no supiésemos qué es que algo sea cierto, no
tendríamos un patrón de referencia para estimar la probabilidad. Ni siquiera
seríamos capaces de saber qué significa la palabra "probable"».

Lecturas seleccionadas para el capítulo 2

Ambrose, Alice, «Moore’s Proof of an External W crld» («La prueba del mundo
externo de Moorc), en T he Pbilosophy of G. E. Moore (La filosofía de
G. E. Mcore), cd, P. A . Schlipp. Evanston, 111.: Northwestern University
Press, 1942.
Ayer, Alfred J., The Problem of Knowledge (El problema del conocimiento).
Nueva York: St. Martín’s Press, Inc., 1956.
Bouwsma, O. K., «Descartes’ Evil Genius» («El genio maligno de Descartes»),
Pbilosophical Review, 1949.
--------- , «Descartes’ Skepticism of Senses» («El escepticismo de los sentidos
de Descartes»), M ind, 1945.
Descartes, llené, Meditaciones, 1621. Muchas ediciones.
Edwards, Pau^ y Arthur Pap (eds.), A Modern Introduction to Pbilosophy
(Una moderna introducción a la filosofía) (2.* ed.). Nueva York: Free
Press of Glencoe, Inc., 1965. Capítulo 2.
Hume, David, A n Inquiry Concerning Human Understanding (Investigación
sobre el entendimiento humano), 1751. Sección 2. Muchas ediciones.
, Treatise of Human Nature (Tratado de la naturaleza humana), 1739.
Libre I, Parte 1. Muchas ediciones.
Lewis, Clarence I., A n Analysis of Knowledge and Valuation (Análisis del
Conocimiento y la Valoración). LaSalle, III: Open Court Publishing Co.,
1947. Capítulos 7-9.
, M ind and the W o rld O rder (La mente y el orden del mundo), Nueva
York: Charles Scribner’s Sons, 1929.
Locke, John, Essay Concerning Human Understanding (Ensayo sobre el enten
dimiento humano). Libros 2 y 4. Muchas ediciones.
Malcolm, Norman, «Knowledge and Belief» («Conocimiento y creencia») y
«The Verification Argumenta («El argumento de la verificación»), en
K now ledge and C ertainty (Conocimiento y certeza). Englewood Cliffs,
N. J.: Prentice-Hall Inc., 1963.
, «Moore and Ordinary Language» («Moore y el lenguaje común»),
en The P hilosopby of G . E. M oore, ed. P. A. Schlipp. Evans ton, 111.:
Northwestern University Press, 1942.
Moore, G. E-, «Proof of an External World» («Prueba del mundo externo»)
y «Certainty» («Certeza»), en Philosophical Papers (Escritos filosóficos).
Londres: George Alien & Unwin, Ltd., 1959. También en rústica en Collier
Books, 1962.
, Some Main P roblem s of Philosopby (Algunos problemas fundamen
tales de la filosofía). Londres: George AJlen & Unwin, Ltd., 1952. Espe
cialmente los capítulos 4 , 15 y 16.
Nagel, Ernest, y Richad Brandt (comps.), Meaning and K now ledge (Significado
y conocimiento). N ueva York: Harcourt, Bruce & World, Inc., 1965. Ca
pítulo 2.
Pap, Arthur, «Indubitable Existentiaí Statements» («Enunciados existenciales
indubitables»), M ind, 1946.
, «Ostensive Definition and Empirical Certainty» («Definición osten
siva y certeza empírica»), M ind, 1950.
Price, H. H., Thinking and Experience (Pensamiento y experiencia). Londres:
Hutchinson & Co. (Publishers), Ltd., 1953.
Roüins, Calvin D., «Are There Indubitable Existentiaí Statements?» («¿Hay
enunciados existenciales indubitables?»), M ind, 1949.
Scriven, Michael, Primary Pbilosophy (Filosofía primaria). Nueva York: McGraw-
H ill Book Company, 1966. Capítulo 2.
Stace, Wftlter T., «Are All Empirical Statements Merely Hypotheses?» («¿Son
todos los enunciados empíricos meras hipótesis?»). Journal of Philosopby,
1947.
Yolton, John, John Locke and the W ay of Ideas (John Ixxke y el camino de
las ideas). Londres: Oxford University Press, 1956.
Capítulo 3
VERDAD NECESARIA

v í-

9. ^Verdad analítica y posibilidad lógica |


Proposiciones analíticas^ Si alguien dice «los gatos negros son
feroces»; o «los gatos negros traen mala suerte», nos podríamos
preguntar si ese enunciado es verdadero; pero probablemente nadie
pondrá en duda que, verdadera o falsa, es una proposición genuina.
Sin embargo, si alguien dice «los gatos negros son negros», podría- j
mos sentirnos tentados a afirmar que no estaba diciendo nada, o q u e ....... I
estaba diciendo algo verdadero pero tan pronunciadamente trivial ¡
que no valía la pena decirlo. .
«Los gatos negros son negros» es un ejemplo de proposición
analítica. El término es quizá desafortunado, pues la palabra «analí
tico» significa también otras cosas. Sin embargo, ahora está bien
establecido en el uso común entre los filósofos y aparece constante
mente en la literatura de esta materia. Eluso,,de ^ pa l a g a s e ^
origina en el hecho de que un enunciadcTdelest?* clase s¿lp7neníó¿
fo"oaraT áfersl es o ho verdaderorP ^ e ie m p lo , podemos
gatos negros son negros» en la forma general
‘ «todo AB es A», y encontramos que el término «negro», que se
JUma «predicado lógico» de la oración, sólo repite lo ya contenido
en el suieio de la oración. No tendríamos ni siquiera que saber qué
significa la palabra «negro»: sería suficiente saber que, signifique
lo que se quiera en el sujeto, tiene el mismo significado en el pre-
204
dicado. «Lo negro es negro» sería también analítica, aunque ligera
mente diferente en la forma: «A es A» en vez de «AB es A».
Las proposiciones analíticas son de considerable interés para los
filósofos, dado que una vez que sabemos que cierta proposición es
analítica, sabemos que es verdadera sin más averiguaciones, específica
mente, sin ninguna observación del mundo, cosa que se requiere
antes de conocer la verdad de la mayor parte de las proposiciones
que creemos. Podría parecer, sin embargo, que el que una propo
sición sea o no analítica es algo tan obvio que no habría nunca
problemas en ello: ciertamente esto es verdad de «lo negro es
negro», que es tan evidente que ni siquiera se nos ocurriría pro
nunciar la oración,'que lo expresa. Pero la calidad analítica, o anali-
ticidad, de algunas proposiciones de ningún modo es tan obvia.
«Todos los hermanos son hermanos» es e x p líc ita m e n te an a lític a :
la repetición está ante nosotros, en las mismas palabras. Pero «los
hermanos son machos» no es, tal y como está, analítica: hemos de
definir «hermano» y sustituir la palabra por una definición especí
fica para que lo sea. Después de todo, el sonido «hermano» podría
haber sido utilizado para significar cualquier cosa, y sólo cuando
se usa para significar lo que significamos con él en el uso común
—descendiente masculino de los mismos padres, esto es, macho des
cendiente de los mismos progenitores— obtenemos una proposición
analítica, sustituyendo el término definido por la definición: así
tenemos «todos los descendientes machos de los mismos padres son
machos», que es explícitamente analítica. Similarmente, «una vara
es tres pies» se convierte en analítica cuando sustituimos la palabra
«vara» por su definición, «tres pies», y así tenemos «tres pies son
tres pies». En el último caso tenemos una definición completa, de
lo que resulta «A es A»; en el primer caso tenemos el enunciado
de una característica deñnitoria, de lo que resulta «AB es A»; pero
en ambos casos la proposición es analítica.
Si estos ejemplos también parecen evidentes sólo es porque las
definiciones de las palabras son muy simples y claras. «Los solteros
no están casados» es igual de simple y clara, pues no estar casado
es una característica definitoria de ser soltero. «Toda la materia
ocupa un espacio» sin duda no nos llevará demasiado tiempo, pues
en seguida caemos en la cuenta de que no llamaríamos materia a
nada que no ocupase un lugar en el espacio, esto es, la ocupación
de espacio es una característica definitoria de la materia. Pero en
otros casos no es tan simple: «Los mejores jugadores son aquellos
que ganan más partidas» es más problemática: que la llamemos o no
analítica depende de qué características hayan de poseer aquellos
que llamamos «los mejores jugadores». Si definimos «mejores juga-
dores» como aquellos con la marca más alta de victorias, la propo
sición resultante es analítica; pero si no — por ejemplo, si un juga
dor no gana con tanta frecuencia como otro, pero es considerado
mejor por su habilidad o estilo superiores— entonces no es analítica.
Que sea o no analítica depende de las definiciones de los términos
que contiene; y si no tenemos claras las definiciones (como a me
nudo ocurre, pues la mayoría de las palabras con frecuencia no tie
nen en el uso común una definición tajante), entonces no podemos
tener claro tampoco si la proposición es analítica.
Ni hemos de seguir el camino de lo que aparenta Ja oración.
«Los pinzones del Teide son pinzones del Teide» parece ser analí
tica pero no lo es; no es una característica definítoria de la clase
de pinzones que llamamos pinzones del Teide que hayan de nacer
en el Teide: un pinzón del Teide nacido en cautividad en otro lugar
seguiría siendo un pinzón del Teide. La mayoría de los miembros
de la especie nacieron en el Teide, de aquí el nombre «pinzón del
Teide», pero esto no nos debe inducir a suponer que la caracterís
tica que da nombre a la especie sea siempre una característica defi-
nitoria. También «los negocios son los negocios» parece un simple
«A es A»; pero, tal como se usa en la mayoría de las ocasiones, su
significado es algo así como «en los negocios, todo vale», y la pro
posición expresada por esa oración no es en absoluto analítica. Por
el contrario, «si usted estudia este capítulo suficientemente, lo en
tenderá» no parece ser analítica, pero veamos: ¿cuánto es suficiente?
Suponga que lee el capítulo cincuenta veces y aún no lo comprende,
y alguien le dice «eso sólo muestra que usted no lo ha leído lo sufi
ciente». Empezaremos a sospechar que está usando «suficiente
mente» para significar «hasta entenderlo». Y si éste es un significado,
es analítica: «Si lo lee hasta entenderlo, lo entenderá.» (Si, después
de que usted lo lea cincuenta veces, dice, «creo que yo estaba equi
vocado, lo ha leído suficientemente y aún no lo entiende», él no
estaría usando la oración para expresar una proposición analítica.)
¿Qué es exactamente lo que hace analítica a una . proposición?
Se han ofrecido numerosas definiciones de «analítico», de las cuales
mencionaremos las dos principales. (Cada una de ellas tiene varian
tes,) La designación del término «analítico» es diferente en. las doc
definiciones, pero la denotación es muy aproximadamente la misma,
es decir, si una proposición es analítica según una definición, también
lo será según la otra, con ciertas excepciones que advertiremos a su
debido tiempo.
1. Un enunciado analítico es un enunciado cuya negación es
autocontradictoria. Si alguien'dice «lo negro no" es negro», se está
contradiciendo; estaría diciendo en efecto que A no es A. Si se
niega una proposición auténticamente analítica, siempre se obtiene
una proposición autocontradictbria. (Una proposición analítica falsa
sería una proposición autocontradictoria. Pero lo usual es describir
tales proposiciones simplemente como «autocontradictorias», dejando
la falsedad para caracterizar a proposiciones no analíticas y describir
las proposiciones analíticas verdaderas simplemente como «analíti
cas».) Análogamente, «una vara no es tres pies» deviene, por susti
tución, «tres pies no son tres pies», que es autocontradictoria. Pero
si negamos «la nieve es blanca» — suponiendo que la blancura no
es una característica definitoria de la nieve— , tenemos «la nieve no
es blanca», que, aunque falsa, no es autocontradictoria.
Las proposiciones sintéticas son las que no son analíticas. Así
tenemos:

Proposiciones analíticas Proposiciones sintéticas verda-


(«La nieve es nieve») deras («La nieve es blanca»)

Negación: proposiciones auto- Negación: proposiciones sintéti-


contradictorias («La nieve no cas falsas («La nieve no es
es nieve») blanca»)

7 2. Una ^proposición analítica es aquella cuya verdad se puede


determinar mediante el mero ^análisis del significado de las palabras
de ja oración que la expresa, No tenemos que investigar nada del
mundo fuera del lenguaje para descubrir si es o no verdadera la
proposición. Si analizamos el significado de «padre» (progenitor
varón), sabemos que «los padres son varones» es verdadera; lo
sabemos a partir del análisis de la oración, no a partir de la obser
vación de cómo es el mundo. Conocer los significados de las pala
bras es todo lo que necesitamos para determinar la verdad de la
proposición.
La primera definición describe una propiedad de las proposicio
nes, y la segunda definición nos dice cómo descubrir que son verda
deras. Pero para la mayor parte de los propósitos no importará qué
definición elijamos.
Se requieren ciertas precauciones, para identificar como analí
ticas ciertas proposiciones:
]. Cuando una oración es ambigua, puede expresar una propo
sición analítica cuando se usa en un sentido, pero no cuando se usa
en otro. «En todas las barras se sirven bebidas alcohólicas» es analí
tica si «barra» significa lo mismo que «lugar donde se venden bebi
das alcohólicas»; pero si «barra» significa lo que en la frase «barra
de chocolate» o en «pasar la barra», por supuesto la proposición no
es analítica en estos sentidos; en realidad, no es la misma propo
sición.
2. A veces los usos difieren de persona a persona; cuando es_
así, una oración puede expresar una proposición analítica usada por
una persona y no cuando es usada por otraV Sí"tomamos*como carac
terística definitoria de «mesa» estar sostenida por abajo (por ejem
plo, con patas), entonces «las mesas están sostenidas por abajo» es
analítica tal como la estamos usando. Pero si otra persona usa de
forma diferente la palabra — si, por ejemplo, aceptase que un tablero
colgado por un alambre del techo es una mesa— entonces, tal como
está usando la oración, la proposición que expresa no sería analítica.
Cuando dudemos de si una oración que usa alguien expresa una
proposición analítica tal como la está usando, hemos de pedirle que
defina sus términos.
3. Una proposición puede ser analítica en un momento y no
en otro. Estrictamente hablando, la oración usada para expresar una
proposición analítica en un momento puede no seguir expresando
una proposición analítica en otro momento. La proposición siempre
será analítica, pero una oración puede, en un momento posterior,
ser usada para expresar una proposición diferente. La oración «las
ballenas son mamíferos» no fue usada al principio para expresar
una proposición analítica; ciertamente, se hubiese creído que la
oración expresaba una proposición falsa. Pero ahora que el carácter
de mamíferos de las ballenas se ha incorporado a la definición de
«ballena» (ver pág. 44), «las ballenas son mamíferos», tal como
hoy se usa, sería analítica, dado que ser mamífero es parte de la
definición de «ballena».
~"~Xmmanuel Kant (1724-1804) introdujo por primera vez el tér
mino «analítico», pero lo definió de forma más restringida de lo
que lo hemos hecho aquí. De acuerdo con Kant un enunciado^analL _
tico es aquel en que el predicado repite el sujeto _to.tal. o..p'4ldal-
mente: en «A es A» (las aves son aves) el predicado repite total
mente el sujeto, y en «AB es A» (las ave^ — esto es, los vertebrados
con plumas— tienen plumas) el predicado repite una parte del
sujeto. Todos los ejemplos de proposiciones analíticas que hemos
considerado hasta ahora caen en uno de los dos modelos. Pero filó
sofos posteriores estuvieron prontos a señalar que si se aceptaba la
definición de Kant, otras muchas proposiciones que satisfacen nues
tra definición de «analítico» no resultan en absoluto analíticas, por
que no están modeladas en esta forma tradicional de sujeto-predi
cado. Así, «no a la vez A y no A» (no a la vez una silla y no una
silla) es analítica, pues si la negamos obtendremos «a la vez A
y no A», que es autocontradictoria. También «sí A, entonces A», es
analítica, pues si la negásemos tendríamos «no es el caso que si esto
es A esto es A» (no es verdad que si esto es un caballo entonces
esto es un caballo), que es de nuevo autocontradictoria. Tales propo
siciones también satisfacen la segunda definición: se puede saber
que esto no es a la vez una silla y no una silla, y que si esto es una
silla entonces esto es una silla, sin conocer nada acerca del mundo.
Sería ciertamente muy extraño decir que «todos los gatos son gatos»
es analítica mientras que «si esto es un gato, entonces esto es un
gato» no lo es, simplemente porque el primer enunciado tiene la
forma sujeto-predicado mientras el segundo no. Si se define «analí
tico» como lo definimos anteriormente, la definición de Kant,^que
restringe _las proposiciones analíticas a ' aquellas expresadas en la
formíT de__oracionesele.^sujeto y predicado, ha de ser ^considerada
demasiado estrecha.
Tautologías. Pero no todas las oraciones van modeladas según
esta forma. Las siguientes oraciones están todas en la forma sujeto-
predicado,

Lis t a 1:
Todos los leones < son fieros.
Algunos hombres < son cobardes.
La gente < es divertida.
L os -gatos < tien en gatitos.
Ningún gato < es perro.
La mayoría de los gatos < son sordos.

aunque difieren considerablemente en otros sentidos: unas son analí


ticas, otras no; unas son verdaderas, otras falsas; unas hacen afir
maciones sobre los miembros de una clase, otras no. Pero todas
tienen este rasgo en común: cuando son divididas en sujeto y predi
cado (separados por la marca < ) , las partes constituyentes son tér
minos, no oraciones. Contrastémoslas ahora con las siguientes:

' L i s t a 2:
Si usted es una persona, entonces usted es una persona.
Si usted es un caballo, entonces usted es un caballo.
Si él espera mucho más tiempo, tendrá hambre.
O esta criatura es macho o esta criatura es hembra.
O esta criatura es macho o esta criatura no es macho.
O el agua está caliente o no está caliente.
O el agua está caliente o está fría.
El agua no está a la vez caliente y no caliente.
Esto no es a lavez una mesa y no una mesa.
Esto no es a lavez una mesa y una silla.
Esto no es a lavez una mesa y un mueble.
O usted está en esta habitación o no está en esta habitación.
O usted está en esta habitación o está en esa habitación.
Si esta criatura es un perro, entonces es un carnívoro.
Si todos los gatos son mamíferos y todos los mamíferos son animales,
entonces todos los gatos son animales.
Si ningún perro es gato y esto es un perro, entonces no es un gato.
Esto es un gato y esto es un mamífero.
Esto es un gato y esto no es un gato.

Los miembros de la lista 2 también difieren ampliamente entre


sí: unos son verdaderos y otros no; es autocontradictorio negar
unos y no otros; unos son hipotéticos (si.-, entonces...), otros son
alternativos (o ... o ...), otros son disyuntivos (no... y ...) y otros
conjuntivos (...y ...). Pero en cada uno de ellos, la oración puede
ser dividida, y los constituyentes en los que pueden ser divididas
son ellos mismos oraciones. «O el agua está caliente o está fría»
consta de dos oraciones completas, «el agua está caliente» y «está
fría». «Si esto es un gato, entonces esto es un mamífero» const-i de
dos oraciones completas, «esto es un gato» v «esto es un mamífero».
En cada caso la relación entre las partes es diferente: en «o... o...**
se nos dice que una de las dos proposiciones constituyentes es verda
dera, que no pueden ser falsas ambas; en « ...y ...» se nos dice que
ambas proposiciones constituyentes son verdaderas; en «sí... enton
ces...» se nos dice que si la primera es verdadera, entonces la se
gunda es también verdadera (la primera no puede ser verdadera
mientras que la segunda falsa). El significado de «él irá y ella irá»
es muy diferente del de «él irá o ella irá», y diferente también del
de «si va él, entonces ira ella». Pero cada una de éstas es una ora
ción compuesta: puede ser dividida endos o más parl»es. cada una
de las cuales es ella misma una oración, vexpresa una proposición.
Usemos la letra p para representar una proposición cualquiera:
luego usemos la letra q para representar otra proposición: y r para
representar otra proposición más, etc. En la lista 1, la letra p podría re
presentar la oración completa «todos los leones son fieros», dado
que no puede ser dividida en constituyentes que sean a su vez ora
ciones; y q podría representar la segunda oración completa, «algu
nos hombres son cobardes», y así sucesivamente. Pero la lista 2
consta de oraciones compuestas, de modo que el primer ejemplo,
«si usted es una persona, entonces usted es una persona», podría
ser simbolizado «si p, entonces p». La segunda oración podría ser
simbolizada exactamente de la misma manera: solamente si la con
sideramos en relación con la primera tendremos que darle una letra
distinta, y la simbolizamos «si q, entonces q», pues las oraciones
constituyentes son diferentes.
Todas las oraciones de la lista 2 expresan proposiciones. Pero
si sustituimos las proposiciones por los símbolos p, q, r, etc., man
teniendo en palabras sólo la relación entre oraciones, no obtendre
mos proposiciones, sino cosas llamadas formas proposicionales:

L is t a 3:
Si p, entonces p (esto es, p implica p). P "
Si p, entonces. P '
Si p , entonces q. 'f ~ ’
Si p, entonces no-p. p - ■* ‘ ^
S i p , y p implica q, entonces q. r A Ll
O p o no-p, p v “> ■{-
opo? . y v x
No a la vez p y no-p. \ f ^ "l V' ,
No a la vez p y q. f ¿ t. <
P y P- f <\ o
P y í-
P y a >p- <>• - V'

No podemos describir estas proposiciones compuestas como ver


daderas o falsas, dado que no se nos ha dicho en cada caso qiu
representan los símbolos «p» y «q». Por ejemplo, ¿es «p implica q>
verdadera o no? Eso depende de qué proposiciones representen la:
letras «p » y «q ». Sí «p» es «esto es cuadrado», y «q» es «esto c
un rectángulo» entonces «p» implica «q » (esto es, «si p entonces q>
es verdadero). Pero sí «q» es «Atenas está en Grecia», entonces «p
no implica «q». Podemos convertir una forma proposicíonal en un
proposición sólo si sustituimos cada una de las letras por oracionc
reales, lo mismo que no podemos responder la pregunta de álgebr
«¿es x mayor que 10?» hasta no saber qué cantidad representa e
símbolo «x».
Una tautología (del griego lautos, «lo mismo») es una form
proposicíonal en la cual todos los enunciados que obtengamos sus ti
tuyendo los símbolos por oraciones son verdaderos. En otras palabra?
los enunciados resultantes son verdaderos no importa qué propos,
ciones representen las letras «p», «q», etc. «O p o no-p» es un
tautología, pues no importa qué proposiciones sustituyan a p, 1
proposición compuesta resultante es siempre verdadera. «Es verda<
que la nieve es blanca o no es verdad que la nieve es blanca», «e
verdad que la hierba es púrpura o no es verdad que la hierba c
púrpura», y así indefinidamente. No importa qué proposiciones s
nos ocurran, siempre que sean de la forma «p o no-p» son toda
verdaderas, «p o no-p» es una tautología, dado que su forma propt
sicional no depende de las proposiciones que usemos para llenar 1
forma. Análogamente, «no a la vez p o no-p» es una tautología
«no son verdaderas a la vez "el agua es un líquido" y "el agua no
es un líquido” », «no son verdaderas a la vez "la nieve es blanca” y
"la nieve no es blanca», y así sucesivamente. En contraposición,
«jo o q» no es una tautología: si «p» representase «usted está en
esta habitación» y «q» «usted está en aquella habitación», la propo
sición resultante, «usted está en esta habitación o está en aquella
habitación» no tiene por qué ser verdadera; podría estar en otra
habitación, o en la calle paseando, o en un aeroplano. A veces «P
o q » es verdadera («está vivo o está muerto») y a veces no tiene
por qué serlo («usted está en esta habitación o está en aquella habi
tación»); pero lo que sea depende de las proposiciones particulares
que sustituyan a las formas proposidonales p y q; pero «p o no-p»
es una tautología, pues no importa qué proposiciones escribamos,
la proposición resultante compuesta siempre es verdadera.
Algunas proposiciones compuestas pueden ciertamente ser muy
complicadas, estar compuestas de una vasta serie de oraciones consti
tuyentes. En tales casos, se requeriría un curso de lógica, que pro
porcione formas de averiguar qué oraciones compuestas expresan
tautologías y por qué, para determinar la respuesta en cada caso a la
cuestión «¿es esto una tautología?». Pero algunas tautologías, como
las que hasta ahora hemos usado en nuestros ejemplos, no son en
absoluto complicadas, y sólo se requiere un mínimo de reflexión para
determinar sí la proposición dada es o no una tautología En lógica
se puede determinar si una forma proposícional dada es tautológica
empleando el llamado método de las «tablas de verdad».
En lógica, la diferencia entre proposiciones analíticas en el sen-
( tido kantiano y tautológicas es extremadamente importante: la va-
\ lidez de los argumentos que usan oraciones compuestas se compensa
\ de manera muy diferente de la de aquellos que emplean-oraciones
1 de la forma tradicional sujeto-predicado. Pero para propósitos dis-
J tintos de los de la lógica, la distinción es mucho menos importante.
Así, siguiendo el uso común de los autores filosóficos, nos referí-
remos a todas las proposiciones cuya negación produce una auto-
I contradicción t(primera definición).^ y a aquellas cuya verdad puede*
.7 ser averiguada por medio del análisis de los significados de las pala-
bras dé lá ¿ración ^segunda definición),; c q r ^ m M ticas, estén en la
'Í iorm a sujeto* predicado, o sean tautológicas. ST el contexto requiere
\ la distinción entre los dos tipos de proposiciones analíticas, siempre
\ podemos recordarla.
1 L» palabr i «tautología» se usa comúnmente tanto para las formas propo-
sictorales (si / entonces p; p o no-p) como para las proposiciones mismas
(s< es nieve, es nieve; es nieve o no es nieve). Aquí nos adaptaremos a este
uso duaJ.
{Objeciones a la distinción analítico-sintético.\ A pesar de lo clara
que parece ser la distincióiTentre"analítico y sintético, ha sido a veces
objeto de ataque. Ahora debemos mencionar algunas líneas princi
pales de la crítica:
X. «La distinción entre analítico y sintético no señala una dife-
rencia real, dado que^de un ex am en más atento, resulta que 'todas
las proposiciones son jm alíticas.» ¿Cuál podría ser la razónjsara sos-
tener tan extravagante punto de vista? K T”razonamiento discurre
como sigue: Todo lo que conocemos sobre X está incorporado al
concepto de X- cuanto más conocemos, más rico se hace el con
cepto de X; y tendríamos un concepto completo de X sólo si cono
ciésemos todo lo que hay, que saber sobre X. Para usar el ejemplo
dado por el filósofo Gottfried von Leibniz (1646-1716): Nuestro
concepto de Adán es limitado, pues sólo conocemos sobre él un
número pequeño de cosas: que fue el primer hombre, que comió
la manzana que Eva le ofreció, y así sucesivamente. Cuanto más
sepamos sobre Adán, más rico se hace el concepto de Adán, «Adán
fue el prim er hombre», de acuerdo con Leibniz, es analítica. Pero es
de presumir que hay muchas proposiciones sobre Adán de las que
no tenemos noticia; una vez que las conozcamos, también serán
analíticas, pues constituirán parte de nuestro concepto total de Adán,
concepto que no está agotado hasta que no sepamos sobre Adán
todo lo que hay que saber. O , por tomar un ejemplo más actual
(dado que es cuestionable, en cualquier caso, si podemos decir que
tenemos un concepto de un individuo -—de Adán— en oposición
a hombre): conocemos muchas cosas sobre el hidrógeno, que es el
elemento más ligero, que es combustible, que se combina con el
oxígeno para formar agua y así sucesivamente. Cada uno de estos
hechos constituye parte de nuestro concepto del hidrógeno, y no
tendríamos un concepto completo del hidrógeno hasta que no supié
semos todos los hechos que hay que conocer sobre el hidrógeno.
Todos los hechos que hay que conocer sobre el hidrógeno consti*
tuyen el concepto completo del hidrógeno, y para explicar este con
cepto habríamos de enunciar cada uno de estos hechos, a, b, c ... n.
Pero dado que cada uno de éstos es parte del concepto de hidró
geno, cada uno de ellos — cada proposición que podamos emitir
con verdad sobre el hidrógeno— ha de ser analítica.
Podemos usar la expresión «el concepto de X» de tal modo que
todo hecho sobre X sea parte del concepto de X. Pero esta expresión
nunca se usa así en la vida diaria ni en la ciencia. Distinguimos clara
mente entre lo que constituye el concepto de X y los hechos sobre
X que no forman parte del concepto; o, por decirlo de otra manera,
distinguimos entre aquellos rasgos de X que ha de tener para ser
llamado X (características definitorias) y aquellos rasgos de X sin
los que seguiría siendo X (características accesorias). Seguramente no
ñemos de conocer todos los hechos sobre X paca tener un concepto
de X (o X-idad). ¿Nos faltaba el concepto de oro antes de conocer
que el oro se disuelve en agua regia? O, si se prefiere decir que
todo hecho sobre X forma parte del concepto de X , y que el con
cepto de X se hace «más rico» cuanto más sabemos sobre X (usando
así la expresión «concepto de X» de manera muy diferente de la
ordinaria), debemos distinguir, y todos lo hacemos en la práctica,
entre aquellas características por medio de las cuales reconocemos
e identiticamos algo como siendo X y aquellas que posteriormente
descubrimos sobre X pero que no están implicadas en nuestra identi
ficación de ese algo como X .
Así, no todos los hechos sobre X están incorporados al concepto
de X. El concepto de hermano sólo es el de ser descendiente de los
mismos padres. Eso es lo que entendemos por «hermano», y así es
como distinguimos los hermanos de los -no hermanos. Que su her
mano de usted sea un varón descendiente de sus padres es una pro
posición analítica, pues sólo enuncia lo que es ser hermano. Pero que
su hermano sea alto y pelirrojo es un hecho sobre él y no parte
del significado de «hermano»: seguiría siendo su hermano si no tu
viese estas características. «Mi hermano es varón» es analítica, y «mi
hermano es alto» es sintética. Es verdad, por supuesto, que, si usted
conociese iodo sobre su hermano, también sabría que es alto y pe
lirrojo (este enunciado mismo es analítico, pues «todo» incluye /odas
sus características). Pero esto no impide que sea sintético el enun
ciado sobre su estatura y su color de pelo: si su hermano es alto,
decir que no lo es es falso, no autocontradictorio, Pero su hermano
ha de ser varón para ser su hermano, así que «él es mi hermano, pero
no es varón» es autocontradictorio, en tanto que «él es mi hermano,
pero no es alto» no lo es.
2. «No hay una clara diferencia entre analítico y sintético, de
modo que la distinción es inútil.»
Pero hay casos claros de enunciados analíticos, como hemos
intentado mostrar, tales como «todos los solteros son no casados»,
y también casos claros de enunciados sintéticos, como «hay dos
libros sobre esta mesa». (¿Quién diría que ésa es una característica
definitoria de «mesa»?) Se debe admitir, sin embargo, que hay
casos que no son de ningún modo claros. Esto, usualmente, es
porque no adjudicamos un significado definido a una palabra funda
mental en la oración que estamos usando, y hasta que no se especi
fique su significado, no estamos en situación de decir si la oración
está siendo usada para expresar una proposición analítica o no, lo
mismo que, cuando vemos un objeto a través de la niebla, no po
demos decir cuáles son exactamente su forma y su color. Ya hemos
usado el ejemplo de «los mejores jugadores son los que ganan más
partidas» (págs. 205-06). O tro ejemplo sería «una persona inteligente
no habría cometido ese error». Con un poco de ingenio, se podrían
multiplicar indefinidamente ejemplos similares. Tales como aparecen,
esas proposiciones son más similares a formas proposicionales que a
proposiciones: ha de especificarse un ingrediente de su significado,
y en tanto no se baga esto, no es maravilla que no podamos decir
si han de ser clasificadas como analíticas o como sintéticas.
3. Ocurre a veces que una proposición es parte de un gran
cuerpo o sistema de proposiciones, y el que una proposición sea
considerada analítica o no depende de su lugar en el sistema entero
de proposiciones.. Este es a menudo el caso de las leyes de la natu
raleza (que consideraremos en detalle en el capítulo 4), particular
mente en las ciencias muy desarrolladas como ía física, en las cuales
tenemos sistemas enteros de leyes. No es fácil dar ejemplos sin caer
en una discusión total de la ciencia misma. Pero quizá servirá de
ejemplo lo siguiente: Las tres leyes del movimiento de Newton fue
ron importantes descubrimientos; no obstante, cada una de las leyes,
tomada por separado, podría ser considerada como analítica (como
las definiciones); pero si son analíticas, ¿cómo pueden ser consi
deradas descubrimientos sobre el universo? Cada una de las leyes de
Newton podría ser tomada como una definición que relaciona varios
términos usados en física. La segunda ley de Newton puede ser
tomada como definición de «fuerza», y la tercera ley como defini
ción de «masa»; pero si son analíticas, entonces otras leyes del
sistema son sintéticas y no analíticas. Hay una variedad de formas
de tomar estas leyes, cada una de las cuales impone a los axiomas
un contenido definitorio diferente. Pero en ningún caso agota este
contenido definitorio el significado completo de las leyes conside
radas juntas sistemáticamente como teoría del movimiento. Incluso
cuando el sistema completo gobernado por estas leyes es interpre
tado de manera que algunos de los enunciados resulten ser defini
ciones (y por tanto analíticos), otros siguen siendo enunciados sinté
ticos, o no definitorios, que tienen el carácter de leyes empíricas.
El que un enunciado dentro del contexto sistemático de enunciados
sea definitorio (y por tanto analítico) o no definitorio (y por tanto
sintético) depende de este contexto y de la forma en que sea tomado
el sistema completo para su posible aplicación al mundo de las cosas.
iSIBIUDAD j

Hasta ahora hemos estado considerando tipos de proposiciones;


ahora consideraremos situaciones o estados de cosas. Pero hay una
estrecha conexión entre ellos. Se dice de un. estado de cosas que es
posible lógicamente cuando ^ p m paúrlán según la CUfll existe p-sre
~esfadcTBe cosas no es autocontradictoria. v lógicamente /^posible
^ j n d o la jproposia o n es autocontradictQria.
TEs imposíBIeTógicamente que haya un círculo cuadrado. Si en
tendemos lo que en español se entiende convencionalmente por las
palabras «cuadrado» y «círculo», las definiciones de las dos palabras
se contradicen mutuamente. Un círculo es, por definición, algo que
(entre otras cosas) no es cuadrilátero; de aquí que decir que un
círculo es cuadrado sea decir que algo no cuadrilátero es cuadrilátero,
lo que desde luego es autocontradíctorio. Es imposible lógicamente
que haya jamás un círculo cuadrado: si es un círculo no puede ser
cuadrado, y si es cuadrado no puede ser un círculo. El «no puede»
aquí es un «no puede» lógico, lo cual significa que es imposible ló
gicamente que sea así.
P or el contrario, es lógicamente posible que usted salté a tres
mil metros por su propia fuerza muscular, sin ayuda ninguna. Si
usted dijese que lo ha hecho, estaría enunciando una proposición
sintética falsa, pero no autocontradictoria. No hay nada contradic
torio en «salté a tres mil metros». El estado de cosas descrito por
la proposición es lógicamente posible.
Parece extraño, porque raramente usamos este sentido de «posi
bilidad», sino otro, el empírico. Un estado de cosas es posible empí
ricamente cuando no es contrarío a las ley ^ dtTJÍa natufaleya. Así,
es empíricamente, no lógicamente, imposible que usted salte a tres
mil metros, o que salte desde la ventana de un décimo piso y no
vaya para abajo.
Por lo que sabemos, los estados de cosas expresados por las
leyes de la naturaleza no cambian; de aquí que sea posible empí
ricamente en un momento lo que era imposible empíricamente en
í otro. Lo que hace cien .años.£e.mamQs que era empíricarnente inipo^
(. jjible puede haber resultado ser, desp u ésd e jo d o , posible,empírica-^
Y diente; pero en ese caso jsimplémeijte estábamos equixoc^dos-^erca,
5e cuáles,.son las leyes de ja...naturak 2 a1. En un momento nadie sos
pechaba que fuesen posibles empíricamente fenómenos tales como la
radiactividad y la fisión atómica; pero estaban equivocados. La natu
raleza funciona de formas con las que incluso ahora no estamos
completamente familiarizados, lo que sólo significa que hay más
cosas empíricamente posibles de las que conocemos ahora.
Lo que cambia de una época a otra es la posibilidad técnica, i
La posibilidad t-érnirq presupone. no sólo fog fcyfff dfi k r ^ ifaWa,
sino, nuesíta^capacidad de WejLjLLSS^S es tas leves para producir
condiciones que antes éramos incapaces, pyqqucir. Hace cien años"1
erá tecnrcamente imposíBle',F á c e r i m a ^ n a reacción; pero ahora
no lo es. Hoy no es técnicamente posible una aeronave que aterrice
en M arte, pero de aquí a unos pocos años puede serlo. Las leyes de
la naturaleza no han cambiado; lo que ha cambiado es nuestro cono
cimiento. de ellas, que hace técnicamente posibles muchas cosas que
no eran técnicamente posibles, o incluso imaginables, hace unos
pocos años, ,
Relación entre los tipos de posibilidad. Si un estado de cosas es
lógicamente imposible, entonces es imposible también en los demás
sentidos. Por ejemplo: es lógicamente imposible caer hacia arriba,
porque «caer» significa ir hacia abaio; así que caer hacia arriba sería
ir hacia abajo hacia arriba, que es una autocontradicción. Por tanto,
es imposible lógicamente caer hacia arriba, y por supuesto también
imposible empíricamente y técnicamente. (La definición de «caer»
puede, desde luego, cambiar en contextos del espacio exterior.)
Pero esto no sirve en sentido contrario: lo que es imposible
técnicamente (en un momento dado) no tiene por qué ser impo
sible empíricamente, por ejemplo, fotografiar una galaxia a 500
millones de años-luz; y lo que es imposible empíricamente no tiene
por qué ser imposible lógicamente, por ejemplo, que la luz se haga
más intensa al alejarse la fuente que la produce. Viajar de Nueva
York a California en tres minutos no es ahora técnicamente posible,
pero ¿quién puede decir que hay en ello algo imposible empírica
mente? Un cuerpo no sujeto a la gravitación es (por lo que sabe
mos) imposible empíricamente, pero no es lógicamente imposible
porque no hay contradicción en afirmarlo. Así, tenemos:

Posible ló g icam ente-------- ---------- Imposible lógicamente j ^ '/


Posible em píricam ente- Imposible eropíricaraente J
Posible técnicam ente--- -------------------- Imposible técnicamente \ /

Corresponde a las ciencias empíricas, como la física, decirnos qué


es posible empíricamente. Corresponde a las ciencias aplicadas, o
prácticas, como la ingeniería, decirnos qué es posible técnicamente.
Nuestro objeto principal de interés aquí es qué es posible lógica
mente. Las otras posibilidades han sido presentadas aquí sólo para
distinguirlas de la posibilidad lógica. La cuestión que se nos plan
teará muchas veces en laspáginasposteriores es ésta: «¿Es o no
posible lógicamente este o aquel estado de cosas?» Hemos de tener
cuidado de no dar un «no» prematuro como respuesta por confun
dir la lógica con otros tipos de posibilidad. Por ejemplo, fes posible
lógicamente que los objetos caigan más rápidamente o más despacio
según su color; y que usted haga seis millones de flexiones gimnás
ticas en rápida sucesión; que un hombre viva un millón de años;
que los gatos paran perritos; y que los perros paran gatitos. Por lo
que sabemos, nada de esto es empíricamente posible. Cuando deci
mos que son cosas posibles lógicamente, no queremos decir que es
peramos que ocurran, o que creemos que hay la menor posibilidad
empírica de que ocurran; sólo queremos decir que, si afirmásemos
que ocurrieron o que ocurrirían, nuestra afirmación no sería auto-
contradictoria, aunque fuese falsa.
O tra manera de expresar la misma idea es ésta: lo que es impo
sible lógicamente no podría ocurrir en ningún universo; lo que sólo
es imposible empíricamente podría suceder en algún universo, pero
no ocurre en el nuestro. Por ejemplo, parece ser empíricamente
imposible que existan seres vivientes sin oxígeno, nitrógeno, car
bono 'e hidrógeno. Pero es posible lógicamente que pueda existir
alguna forma de vida sin uno o más de estos elementos. Es posible
lógicamente que la ley de la gravitación de Newton no pueda apli
carse a tal universo: que si bien en realidad «toda partícula de
materia atrae a toda otra partícula con una fuerza que varía inversa
mente al cuadrado de la distancia...», podría varir inversamente al
cubo de la distancia, por ejemplo. Tal ley no describiría el universo
en que vivimos, pero la situación que describe es tan posible lógica
mente como la de nuestro universo presente. Un universo en el
cual la atracción varía inversamente al cubo de la distancia es posible
lógicamente; no ocurre que sea real. P or el contrario, un círculo
cuadrado, o una tía masculina, o caer hacia arriba, no podrían
ocurrir en ningún universo; los estados de cosas afirmados son
imposibles lógicamente, dado que implican contradicciones; no puede
haber nada a lo que se refieran expresiones tales como «círculo
cuadrado». Tendremos abundantes ocasiones en las páginas siguien
tes de referirnos a estados de cosas de universos posibles (lógica
mente) que no son reales.
Lo concebible. Si un estado de cosas es posible lógicamente, ¿es
esto lo mismo que el que sea concebible? Fácilmente podría pare-
cerlo: «Es posible lógicamente que usted salte por una ventana
de un décimo piso y no vaya para abajo» sería entonces equiva
lente a «es concebible que usted pueda saltar por una ventana de
un décimo piso y no vaya para abajo» (aunque, desde luego, no
esperemos que ocurra). Por supuesto, podemos definir «concebible»
de modo que signifique lo mismo que «lógicamente posible»; éste
es, por cierto, uno de los más comunes usos que tiene en filosofía
la palabra «concebible»’.
Sin embargo, «concebible» es ambiguo. También puede significar
«imaginable», y en este sentido no es equivalente a «lógicamente
posible». Con toda seguridad es lógicamente posible un polígono
de mil lados; pero no puedo imaginarlo (formarme la imagen de
uno); lo que yo estaría tentado a decir es que mi imagen de un
polígono de 1.000 lados no es diferente de la de un polígono de
999 lados, pero no querría negar categóricamente que alguien, no
obstante, pueda formarse la imagen de un polígono de 1.000 lados.
Los poderes de imaginación de las personas varían. Qué cosas sean
imaginables depende de quién esté imaginándolas. Usted puede ser
capaz de imaginar algo que yo no puedo. Lo que es posible lógica
mente no tiene esta variabilidad. Pueda imaginarlos yo o no, un
polígono de mil lados, un animal cruce de morsa y avispa, y un
color distinto de cualquiera que haya visto previamente, todos son
posibles lógicamente; no tenemos por qué pararnos a preguntar si
son imaginables. Algo puede ser posible lógicamente y no obstante
inimaginable (por usted, o por mí, o incluso por cualquiera) a causa
de la limitación de nuestros poderes de imaginación.
Por el contrario, si un estado de cosas es realmente /wposible
lógicamente, no es imaginable por nadie: nadie puede imaginar una
torre que tenga a la vez 100 y 150 metros de alta, o un círculo
cuadrado. Si alguien dice que puede formarse la imagen de un
círculo cuadrado, probablemente se está formando la imagen de
un círculo, luego de un cuadrado, luego de un círculo, en rápida suce-
sión. Pero difícilmente podrá imaginar una figura que a la vez sea
circular y no circular. (Si aún dice que puede, que dibuje una en
la pizarra.)
También se usa «concebible» en otros sentidos. Que cierto es
tado de cosas sea o no concebible, dependerá del sentido de «conce
bible» que se esté empleando. Pero hasta que no se enuncie clara
mente el sentido, no deberíamos quedar satisfechos con la simple
ecuación «lo posible lógicamente = lo concebible».
Ejemplos. Recorramos ahora unos pocos ejemplos de posibilidad
o imposibilidad lógicas. Hay una tendencia inextirpable a confundir
la imposibilidad lógica con la imposibilidad empírica que sólo el
tiempo y muchos ejemplos pueden disipar.
1. ¿Es posible lógicamente que una barra de hierro flote en
el agua? Por supuesto lo es. No hay en ello ninguna contradicción.
Es una ley física que los cuerpos con mayor peso específico que el
agua (esto es, que pesan más que un volumen igual de agua) no
flotan sobre ella (con ciertas excepciones, tales como el fenómeno
í

face la descripción del período histórico un siglo anterior. Por más


extravagante e inexplicable que sea, es posible lógicamenteTjio hay
en ello contradicción, pues los días seguirían siendo 1 degenero, 2 de
enero, 3 de enero, y así sucesivamente. Usted podría señalarlos en
el calendario y escribir en su diario del 3 de enero: «hoy he vivido
en el ambiente del siglo x vn; me pregunto qué me deparará el día
de mañana». El tiempo seguiría avanzando, sólo el panorama estaría
cambiando de forma inexplicable; pero cada día usted se estaría ha
ciendo un día más viejo.
Y aquí está la cuestión: ¿no es analítico «el tiempo avanza»?
«¿Q ué otra >;osa podría hacer sino avanzar?», estamos tentados de
preguntar. Las personas pueden retroceder en el espacio, pero, ¿qué
significaría literalmente «retroceder en el tiempo»? Y si usted con
tinúa viviendo, ¿qué puede hacer sino volverse cada día un día más
viejo? ¿No es «hacerse cada día más joven» una contradicción en
los términos, a menos, desde luego, que se entienda figuradamente,
como en «querida, cada día estás más joven», donde no obstante
se da por garantizado que la persona, mientras parece más joven cado
día, es a pesar de todo cada día más vieja? En la descripción que
hemos dado, usted pasa del 2 de enero al 3 (y así sucesivamente) y
se hace cada día más viejo (analítico): de modo que no hemos sido
culpables de ninguna contradicción. No hemos dicho que usted de
venga más joven o que literalmente retroceda en el tiempo. Por
definición, asignamos un tiempo numéricamente posterior a aconte
cimientos sucesivamente posteriores, no importa qué características
tengan estos acontecimientos posteriores.
«Todavía no estoy convencido. La situación de la que hablo es
aquella que consiste en ir desde el 1 de enero de 1969, no al 2 de
enero, sino al 3000 a. C. Y aún no veo cómo es imposible lógica
m ente esto, aunque pueda ser imposible empíricamente.»
Intentémoslo una vez más. Las pirámides se construyeron mu
chos siglos a. C., y cuando todo esto ocurría usted no estaba allí,
usted no había nacido. Todo eso ocurrió mucho antes de nacer
usted, y ocurrió sin su asistencia y ni siquiera sü observación. Este
es un hecho inconmovible; usted no puede cambiar el pasado. Esta
es la cuestión decisiva: el pasado es lo que ha ocurrido, y usted no
puede hacer que lo que ha ocurrido no haya ocurrido. Ni todos los
caballos del rey ni todos los hombres del rey * podrían hacer que lo
que ¿¿ ocurrido no haya ocurrido, pues esto es una imposibilidad
lógica. Cuando dice que es posible lógicamente que usted retroceda
en el tiempo (literalmente) al año 3000 a. C. y ayude a construir

* Alusión a una conocida canción infantil inglesa. [N . del rev.]


las pirámides, se enfrenta con esta cuestión: ¿les ayudó a construir las
pirámides o no? La primera vez que ocurrió no lo hizo: usted no
estaba allí, aún no había nacido, todo estaba terminado cuando usted
entró en escena. Todo lo que usted podría decir, entonces, sería que
la segunda vez que ocurrió, usted estaba allí, y había al menos una
diferencia entre la primera y la segunda vez: la primera usted no
estaba allí, y la segunda estaba. Pero ahora estamos hablando de
dos momentos, el primero en el año 3000 a. C. y el segundo en el
año 1969 d. C.
Ahora bien, es posible lógicamente que la historia comience de
repente a repetirse a sí misma: que el 1 de enero de 1969 todos
nuestros modernos edificios y maquinaria desapareciesen y nos en
contrásemos entre arena y pirámides, y en el mundo del 3000 a. C.
Esta repetición es posible lógicamente (aunque no empíricamente,
según todo nuestro conocimiento actual), pero sería una repetición
con una diferencia: la primera vez que ocurrió (3000 a. C.) usted
no estaba allí; y la segunda vez (1969 d. C.) sí estaba. Este no sería
un caso de retroceso literal del tiempo hasta el año 3000 a. C.: sería
un caso de historia repitiéndose a sí misma (con una ligera diferen
cia), en que el mundo de 1969 desaparece de repente y el mundo
del 3000 a. C. lo reemplaza. Pero el tiempo seguiría avanzando (si
usted quiere usar esa expresión), y el día siguiente a la repentina
transformación no sería un día del 3000 a. C. (ese día hace tiempo
que pasó y se fue, y es irrecuperable como cualquier otra cosa pa
sada), sino el 2 de enero de 1969.
Una vez que usted esté convencido de la imposibilidad de cam
biar el pasado (o de hacer lo ocurrido no ocurrido), sin duda verá
la imposibilidad lógica de «retroceder en el tiempo» literalmente al
año 3000 a. C. Estamos inclinados a descarriarnos pensando que es
posible lógicamente porque vemos películas, como La Máquina del
Tiempo, en las cuales una persona aprieta en 1900 una palanca de
una máquina y de repente aparece rodeada por el mundo de muchos
siglos atrás. Lo que no se le ocurre al espectador es que está en el.
mundo muchos siglos anterior después de presionar la palanca. Los
inventores de tales cuentos están enredados también en otras dificul
tades lógicas: por ejemplo, nuestro héroe de 1900 aprieta la palanca
en la otra dirección y se encuentra en un mundo irreconocible pos
terior en muchos siglos. Allí encuentra una chica, se casa con ella y
se la trae consigo, en la máquina del tiempo, al año 1900. La chica
no nació hasta el 40000 d. C.; no obstante, dio a luz un niño en el
1900, mucho antes de nacer ella. Se está tentado de especular:
¿qué pasaría si él hubiese decidido, en el año 40000, no casarse con
ella y llevarla de vuelta? Entonces el niño (nacido en el 1900, aun-
que la madre no nació hasta el 40000) no habría nacido tampoco;
y no obstante, después de 1900 ya habría nacido. Ciertamente,
ese niño podría haber llegado a prim er ministro de Inglaterra y
afectado el curso del mundo de tal forma que no hubiese existido
ningún ser humano en la tierra en el año 40000. ¿Qué pasaría si
hubiese una explosión nuclear en 1990 que borrase para siempre la
vida sobre la tierra? ¿Qué le habría ocurrido entonces a la feliz
hipótesis de que él «fue al año 40000» y se trajo la muchacha «hasta
el 1900», acontecimiento que los acontecimientos de 1990 habrían
hecho imposible? Toda la situación supuesta está embrollada con
contradicciones. Cuando decimos que podemos imaginarla, sólo esta
mos emitiendo palabras, pero en realidad no hay nada ni siquiera
posible lógicamente que puedan describir esas palabras.

Ejercicios

1. ¿Cuáles de las siguientes proposiciones son analíticas? Diga por qué.


a) Todos los cisnes son blancos.
b) Todos los cisnes san aves.
c) Todas las tías son hembras.
d) Todas las tías son parientes consanguíneos.
c) Te dos los seres humanos son mortales.
f) Todos los seres humanos son egoístas.
g) Las personas normales se comportan como la mayoría.
h) Los círculos nunca tienen líneas rectas.
i) Todos los visones tienen pellejo.
}) El agua al nivel del mar hierve a 100® C,
k ) Todos los peces viven en el agua.
I) La gente es divertida.
m ) Cuando está sin trabajo gran cantidad de gente, se produce el des
empleo. (Calvin Coolidge.)
2. ¿Cuáles de las formas preposicionales de ln Lista 3 representan tauto
logías (cudles producirían preposiciones verdaderas para todos los valores de
P y <¡)? Justifique su respuesta.
3. ¿Cuáles de las proposiciones de la Lista 2 son tautologías (ejemplos de
formas proposicionales que producen tautologías en todos los casos)? Justifique
su respuesta.
4. ¿Hay en las Listas 1, 2 o 3 ítems que, en su opinión, sean autocontra-
dictorios? Justifique su respuesta,
5. ¿Podría refutar algo los siguientes enunciados? SÍ no, ¿se sigue que
son analíticos? Explíquelo.
a) Si usted estudia suficientemente este libro lo entenderá.
b ) A menos que esté equivocado, ahora estoy en Bagdad,
c) Algún día ya no habrá ningún conflicto entre las naciones.
d) El tiempo no puede retroceder.
c) Todo el mundo actúa por el motivo que (en el momento de actuar)
es el más fuerte.
f) El mejor corredor en esta carrera es el que va a ganar.
6. ¿Son lógicamente posibles las siguientes cosas? Jus ifique en cada caso
su respuesta,
a) Saltar 3.000 metros por el aire.
b) V er un sonido.
c) Tener un deseo inconsciente.
d ) Ver algo que no existe.
e) Leer hoy el periódico de mañana.
f) Cruzar un río y estar en la misma orilla donde se empezó.
g ) Ver sin ojos.
Jh) Ser enviado al medio de la próxima semana.
i) Q ue flote una barra de hierro en el agua.
f) Q ue exista un sonido que no pueda oír ninguna criatura.
k ) Q ue una mesa *c coma el libro que tiene encima.
I) Q ue una caja sea puram ente roja y puramente verde por toda su super
ficie al mismo tiempo.
m ) Q ue el jueves ‘siga al martes sin mediar el miércoles. (Suponga que
permanece en el mismo punto, sin cruzar lá Línea de Cambio de Fecha.)
n) Q ue no exista ningún mundo.
o ) Q ue una parte del espacio se vaya a otra parte d el espacio.
p ) Q ue exista un pensamiento sin que nadie lo piense.
r) Q ue el tiempo se invierta. (In ten te aclarar el enunciado antes de decir
sí o no.)
s) Q ue alguien tenga experiencias después de no tener cuerpo físico.
(Sobre esto hay más en el capítulo 6.)
í,) H abía una dama llamada Brillante.
Q ue podía viajar más aprisa que la luz.
Se fugó-un día
D e manera relativa
Y volvió la noche anterior.

10. \E1 «a p rio ri» / ^

Hemos distinguido dos tipos de proposiciones, analíticas y sinté


ticas. Ahora hemos de pasar a otra forma importante de clasificar las
proposiciones, que al. principio puede parecer que, cs_ _otra .vez la dis
tinción entra nnnlíhm y sintético,, pero no lo. esTTratemos de olvidar
la distinción entre analítico y sintético, durante estas pocas primeras
páginas, y empecemos de nuevo con una forma diferente de clasi
ficar las proposiciones, que puede resultar ser más importante in
cluso. Hay algunas proposiciones que, cuando reflexionamos sobre
ellas, parecen ser necesariamente verdaderas — no sería posible que
fuesen falsas— y otras que parecen ser necesariamente falsas, que no
sería posible que fuesen verdaderas. Por ejemplo, de los enunciados
«no se puede estar en dos lugares diferentes a la vez», «todo lo que
tiene forma tiene tamaño» y «si un acontecimiento precede a un
segundo acontecimiento, y el segundo precede a un tercero, entonces
el primero precede al tercero», estamos inclinados a decir: deben
ser verdaderos, no tenemos ni que molestarnos en examinar si lo
son, pues son necesariamente verdaderos (serían verdaderos en todos
los mundos posibles). A éstas les llamamos verdgáfii„i;e£e,iírmE*.
negaciones serían necesariamente falsas. Én contraposición, hay
otras proposiciones que son verefaden^ pero «son verdaderas de
hecho», no hay necesidad en ellas: «hay seis personas en esta habi*
tación», «algunos perros son blancos», «las personas no pueden
correr tanto como las liebres». Estas sólo son verdaderas contingente
mente, su verdad, depende de. cómo sea el universo. SíSInegacioñes
~ serían rantm gentemente falsas” A tocíasTstasólas llamamos proposi
ciones contingentes.
¿Qué es lo que hace necesarias a las proposiciones necesarias?
Que son cognoscibles a priori;, ciertamente, ios términos «.verdad^ '
necesaria» v .«verdad cognoscible a priori». son intercambiables., .'Son. '
cognoscibles d prior i porque son necesariamente verdaderas en todos
T ^ c a s o s ^ h o } , mañana y dentro de~un"mTí!on de~ n iio ^ SÍ alguien está ' "
en Ñueva York, no tenemos que investigar más para saber que no
está también en California. Si sabemos que algo es rojo, no tene
mos que investigar más para descubrir que es coloreado. Un enuncia
do que tengamos que someter a prueba para ver si vale en casos
futuros es un enunciado contingente, sólo cognoscible a posteriori.
Q o d o enunciado verdadero cuya verdad no puede ser .conocida ^

^a. priori jt.u n enunciado»,—y de ahí necesario— es cómo llegamos a


conocerlo > no ia. estructura del enuncíá^oTcomo en..jL,cas^2.e~los
I enunciados^ analíticos. Un enunciado a priori — esto es, uno cuya
verHacf ei cognoscible a prion— no necesita la verificackm„de I¡¡i ¿
jJjJJSipJjar^experiencia: podemos saber que ^ e .. mantiene verdadero,
siempre y en todas ^artes^^in^ijDxesiigar, toda la variedad d ^ ca so s
J l ó s que se aplica.
¿Qué pasa con los enunciados tales como «el agua hierve a
100° C (a la presión del nivel del mar)», «el agua corre cuesta
abajo», «todos los gatos blancos de ojos azules son sordos», «todos
los objetos sólidos cuyo peso por unidad de volumen exceda al de un
líquido se hundirá en ese líquido», etc.? Estos expresan uniformi
dades de la naturaleza, que examinaremos más detenidamente en el
capítulo 4, cuando consideremos las leyes de la naturaleza. N u e stra.
pregunta presente es: «¿Son necesariamente verdaderos estos enun
ciados? Al principio podemos inclinarnos a pensar que lo son: nos
hemos familiarizado tanto con estas uniformidades que hemos llegado
a darlas por sentadas. Pero reflexionemos: todos son enunciados
de uniformidades que se hallan en la naturaleza; ¿tenemos alguna J
garantía de que la uniformidad que se mantenía ayer y hoy conti- J
}. Verdad necciarla 229

nuará manteniéndose mafíana y para siempre jamás? ¿No hemos de


, observar mañana otra vez la naturaleza para ver si se conduce como
hoy? Se han hecho muchos enunciados expresando lo que se pen
saba que eran uniformidades de la naturaleza y que, tras una inves
tigación posterior, resultaron no serlo; Ja supuesta uniformidad
tenía excepciones, o era verdadera sólo con reservas,, etc. La prueba
de la experiencia posterior mostró que no eran verdaderos como se
afirmó originalmente. ¿No puede ser cierto lo mismo de algunos
de los que ahora creemos que afirman uniformidades auténticas?
Pero si después hemos de observar la naturaleza para descubrir si
continúa valiendo la uniformidad, entonces el enunciado en cuestión
es contingente, no necesario.
| Hay varias malas interpretaciones esmunes del a priori contra
q u e‘hemos de precivet;rjps_a;l.,c.omienzo.
1. Si un hombre socavase los cimientos de su casa, ¿no sabría
a priori que su casa se hundiría? No, no en el sentido en que los
filósofos hablan de conocimiento a priori. En todo caso, se podría
llamar conocimiento relativamente a priori, o conocimiento relativo
a cierto cuerpo de enunciados que no son a su vez cognoscibles a
priori. Relativamente a ciertos principios gravitacionales y arquitec
tónicos — esto es, suponiéndolos válidos en todos los casos— un
hombre podría saber que su casa se derrumbará si quita sus cimien
tos. Con respecto al principio de que todas las piedras caen, sabría
a priori que la piedra que sostiene en la mano caerá, si la suelta.
Pero los principios sobre los que descansa este conocimiento no son
a su vez cognoscibles a priori: solo por medio de la observación del
mundo que nos rodea sabemos que las piedras caen cuando las sol
tamos, y que las casas dependen de qué haya debajo ccmo soporte.
Aquí no nos ocuparemos del conocimiento relativamente a priori, sino
del absolutamente a priori, aquel que podemos conocer a priori,
no sobre la base de otras porciones del conocimiento a posteriori,
sino sobre la base de un conocimiento anterior a toda experiencia
del mundo.
2. Esta última frase nos conduce a una segunda distinción.
Está claro que, cronológicamente, nadie conoce nada antes de toda
experiencia. Nuestra experiencia comenzó, aun antes de nacer, mo
mento en que difícilmente se podría decir que conociésemos nada.
Con plena seguridad, todo nuestro conocimiento es posterior a la
experiencia, en el sentido de que, si no hubiésemos experimentado
nada, nada sería lo que pudiésemos conocer. Así que, ¿cómo es
posible que se sugiera en serio que algo puede ser conocido absoluta
mente a priori?

..mi «i—,,. .... -.m


Pero jal Uamarlo a priori no queremos decir que .su. conocimiento^
^pqr_parte desuna persona. ocurriese en,.un momento anterior" a"to3as '
jsui_ experiencias. Al llamarlo a priori no nos referimos al m om ento"
de origen. Nos referimos a la forma en que ha de ser verificado, no
a la forma como llegamos al conocimiento en cuestión. .Por ejemplo,
podemos saber a priori que un trueno es un trueno, pero no que el
trueno sigue al relámpago. Incluso en el caso de «el trueno es el
trueno» difícilmente se puede decir que lo sepamos antes de tener
ninguna experiencia, antes de saber qué es el trueno y qué palabra
se usa para referirse a él. No es a priori en ese sentido; pero es
cierto que, en el caso de «el trueno es el trueno», no tenemos que .
aguardar el veredicto de J a experiencia para descubrir si el enunciado
es. siempre verdadero. No tenemos que investigar ningún ejemplo de
trueno para ver si realmente es un trueno. (Ciertamente, ¿hacer qué
sería hacer esto?) Por el contrario, no podemos decir plenamente
seguros que el trueno sigue al relámpago sm experimentar ejemplos
de esta relación. Aquí reside k^jdiferencia: no en la cantidad de
^experiencia previa requerida .para.pronu nejar eI^Hünaa'3o“ sino-en 'e T
j^ceso^reqj.e^dcL . para ..averiguar si es . verdadero. Cuando^se^$ÍEe^‘
-_gue^ unjsnunciado es w rdaderQ ^pí'^ori^ xio se necesita experim entar
jn a s ejemplos d el. tipo^de. .cosas_en_cuestión para s^ber jjue.-el£nun-
, ciado siempre _es^yáUdcu.~
¿H#y enunciados-sintéticos necesarios?^ En este punto se podría
observar: «Desde Juego que Hay enunciados necesarios, cognoscibles
a priori, cantidad de ellos. Pero todos son enunciados analíticos o
tautologías; de la negación de uno de ellos resultaría una auto*
contradicción. En otras palabras, ninguno de ellos es sintético. A es
A, los gatos son gatos, no podemos estar & la vez aquí y no aquí,
los gatos son mamíferos (dado que ser mamífero es una caracterís
tica definitoria de ser gato), y así sucesivamente. No niego que
todos estos enunciados sean necesarios, y ciertamente sería tonto su
poner que hay que verificarlos observando el mundo. La razón por
la que no tenemos que ponerles a prueba, observando el mundo es
simplemente que.están vacíos de todo contenido fáctico: todos ellos
son analíticos., Esto es completamente obvio en los ejemplos ofreci
dos, pero también vale de los casos no tan obvios c^mo "todo lo
que tiene forma tiene tamaño” . Este enunciado, por supuesto, es
necesariamente verdadero, y no tenemos que ir por ahí probando
cosas de diversas formas para ver si todas tienen tamaño. Pero la
razón de esto es que el enunciado, en realidad, es analítico. Anali
cemos los conceptos de forma y de tamaño. Sea algo bidimensional
como un cuadrado o tridimensional como un cubo, su forma es sólo
la configuración total del límite de su extensión espacial, y su ta
maño es sólo la cantidad de esa extensión espacial. No podemos
tener una cantidad de algo (al menos si es de tamaño finito) sin
que llegue a término en algún sitio, y el sitio donde llega a término
es su límite. Los dos conceptos están interconectados lógicamente.
Un punto matemático, desde luego, no tiene forma, pero entonces,
tampoco tiene tamaño, aunque la pequeña señal que escribimos e n .
el papel para representar un punto tiene tanto forma como tamaño.
De modo que estoy de acuerdo en que el enunciado es necesaria
mente verdadero, pero sólo porque es analítico.»
Ciertamente, parece verdad que, hasta aquí, todos los casos de
enunciados necesarios (cognoscibles a priori) son analíticos. Son, ,en
todo caso, los ejemplos más evidentes de enunciados a pr/on.v pero >
¿son los únicos? ¿H ay enunciados sintéticos a priori, necesaria
mente verdaderos pero,i^nar^ajl¿jfflls,^
Este es uno de jos problemas más controvertidos en la historia
■;deTaT^p^ofía"moderna! I ® n p n ^ ^ ^
' todo su alcánce. Al**principio de este capítulo distinguimos entre
enunciados analíticos y sintéticos, y luego distinguimos las verdades
cognoscibles a priori de aquellas sólo cognoscibles a posteriori.
¿Cuál es la relación entre las dos distinciones?

A priori (necesario) A postertori (contingente)

Analítico Sintético

En todo caso, la mayoría de los enunciados sintéticos que pronun


ciamos y oímos son contingentes: «El escritorio es marrón», «hay
seis coches en la carretera», «tengo sueño», «1964 fue año de elec
ciones presidenciales en los Estados Unidos», «el agua hierve a
100° C», y así sucesivamente; todos éstos son enunciados sintéticos,
ninguno de ellos cognoscible a priori. Tales son la vasta mayoría de
los enunciados que decimos en la conversación ordinaria. Por el
contrario, hay enunciados que rara vez tenemos ocasión de pronun
ciar, pero que, sin embargo, son verdaderos, y verdaderos necesaria
mente, como «si estás aquí, estás aquí», «los cuadrados son rectán
gulos», «los cuadrúpedos tienen cuatro patas», «la hierba es verde
o la hierba no es verde», y así sucesivamente, pero todos ellos son
analíticos. La cuestión atormentadora es: «¿Podemos destruir esta
clasificación? ¿Hay_ e n u n ria d o s ^ ^ analíticps, que tras-
niitan información auténtica sobre la realidad y gue, no obstante,
sean cognoscibles a priori, de modo que podamos Saber que son ver
daderos del mundo para todos los casos, sin esperar el veredicto de
la experiencia para asegurarnos de que siempre sor verdaderos?
Parecería a muchas personas que esto es como intentar comerse
el pastel y conservarlo. Si un enunciado da auténtica información
sobre el mundo, ¿cómo se puede saber que es verdadero salvo me
diante la observación del mundo? Y si no se tiene que hacer esto,
sino que se puede saber a priori que siempre es verdadero, ¿cómo
puede ser otra cosa que analítico? ¿Cómo se pueden tener a la vez
las ventajas de ambos lados? ¿No se estaría intentando correr con
la liebre y cazar con los perros?
_Los que declaran ,qu&. no.,Jbay^ verdades sintéticas a priori son
llamados empirist(isf De cada supuesto ejemplo de_ver3ad_sintética
. <? priori, .sostienen que el enunciado es 1) sintético gero ncf ¿z priori'
0 2) a priori pero no sintético; noTiay' ver dad es’jju e'~seal?^a7TF“vSr^'
sintéticas, y a prior l p o r "ércontxario, aquellos., que.declaran que hav
verdades sintéticas^ pr/or/ son llamados racionalistas. _Los raciona
listas puedérTnó"estar cíe acuerdo en qué verdades "sean "sintéticas y
a priori, pero cualquiera que mantenga que hay/siquiera una verdad
sintética a priori es un racionalista, pues niega la pretensión empi-
rista de que no hay ninguna.
Jie.. aquí..algunas^de las, proposiciones que los racionalistas han
sostenido que son verdades sintéticas a p r i o ñ í ~ '
^ — . -
2 más 2 es igual a cuatro.
Todo acontecimiento tiene una causa.
Todo lo coloreado es extenso. (Extenso = ocupa espacio.)
Todo lo que tiene volumen tiene forma.
Todo cubo tiene doce aristas.
\ Las líneas paralelas nunca se encuentran.
1 Una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos.
j Si A precede a B y B precede a C, entonces A precede a C.
Un todo es la suma de sus partes.
Todos les sonidos tienen tono, volumen y timbre.
Un objeto no puede estar en dos lugares diferentes al mismo .tiempo.
Un objeto no puede tener dos colores diferentes en el mismo lugar y al
mismo tiempo.
El tiempo marcha hacia adelante, nunca hacía atrás.
E i espacio es tridimensional.

■ El empirista mantiene que ninguna de estas proposiciones, ni


otras supuestas verdades sintéticas a priori, son sintéticas a priori:
si son a priori resultan ser analíticas, y si son sintéticas resultan no
ser a priori. Pero los racionalistas mantienen (una forma de raciona
lismo, nos encontraremos en breve con otra) que algunas de ellas
— o al menos algunas proposiciones, aunque no sean las anteriores—
son a la vez sintéticas y a priori.
^ ¿Cómo es posible el conocimiento sintético a priori? La posición
racionalista habitual sobre este particular es muy sencilla: lia sido.
llamada «teoría de la intuiciónnacional»• El racionalista' simple
mente sostiene que derivamos ciertos conceptos de la experiencia,
pero que después que los hemos derivado (por ejemplo, el concepto
de color y el concepto de extensión), vemos que van necesariamente
juntos. Una vez que comprendemos por medio de la experiencia
sensorial qué es ser coloreado y qué ser extenso, vemos (tenemos
una visión racional) que lo que tiene la primera propiedad ha de
tener también la segunda. La mente simplemente tiene el poder de
captar ciertos rasgos necesarios de la realidad. Que la razón nos
capacite para conocer estas cosas, no le parece más sorprendente al
racionalista que el que la experiencia sensorial nos capacite para
saber que la hierba es verde.
O tro, y mucho más complicado, tratamiento del tema fue pro
puesto por Immanuel Xant. Explicaba la posibilidad de las verdades
sintéticas a priori por la naturaleza de la mente humana. Porque la
mente humana está estructurada de la forma en que lo está es por
lo que ciertas verdades son a la vez sintéticas y a priori. Conside
remos una simple analogía. Suponga usted que siempre lleva gafas
rojas; no sería casual que cualquier cosa se le apareciese siempre
como roja de un tono u otro, más claro o más oscuro, pero siempre
teñido de rojo. Usted podría pensar que todos los objetos del mundo
son rojos, pero de hecho eso sólo sería un enunciado sobre el mun
do tal como se ve a través de gafas rojas. Pero en tanto usted llevase
puestas las gafas, cualquier cosa que viese se le presentaría como
tonalidad del rojo. En realidad, por supuesto, podemos quitarnos las
gafas y ver el mundo sin tinte rojo; más aún, si todo pareciese
siempre rojo, probablemente no tendríamos palabras para los demás
colores, sino sólo pora los diferentes tonos del rojo. Pero la mente
es como los ojos, y, al revés de las gafas, no podemos quitárnosla
y pensar (o ver) con una nueva. O suponga que usted está pescando
con redes en el mar, y que los intersticios de la red son de un centí
metro. Cada vez que usted saque la red para descubrir qué pez
puede haber cogido, todos los peces que sean de menos de un
centímetro se volverán a deslizar de la red al mar. Si usted no su
piese nada sobre la naturaleza de la red, o si no se le ocurriese que
la naturaleza de la red tiene algo que ver con lo que usted atrapa,
podría con el tiempo sentar un hecho sobre los peces del mar: «No
hay en el mar peces menores de un centímetro de longitud.» Pero
los que sabemos lo de la red nos daremos cuenta de que su enun
ciado refleja, no un hecho sobre los peces, sino sobre la red.
De acuerdo con Kant nuestro conocimiento sintético a priori
tiene su origen en una situación similar. Hay un «mundo real» — un
jnundo nouménico, como él lo 1]amaba— que tiene muchos rasgos
?>

_que ni siquiera podemos^ imaginar. Nos están vedados debido a la


“estructura de nuestras ' i ^ ntes71cP*mismo que Tos peces menores de
un centímetro no son nunca cogidos en estas redes. Nuestras mentes
.están constituidas de, tal manera que^ sólo se :ile s. presentan ciertos
jipo?., de. materiales^ Otros distintos a estos se escaparan por la red~
por así decir. Respecto al mundo noumenal tal como existe fuera dg^
la mente, no tenemos .ningún conocimiento en absoluto; sólo cono
cemos lo que nos llega en la red, y nada de lo que se escapa por
ella. Cómo sea la realidad aparte de lo que atrapamos en la red es
algo que está más allá de nosotros para siempre: ni siquiera pode
mos imaginarlo, y no estamos en posición de emitir enunciados
sobre ello. Pero el conocimiento que nos llega p o r.medio dg j a red j
ila_ estructura Je l a mente!) es sintético y, a priori. En tanto el pes
cador se aferré de su~ r é d y s ó l o conozca lo que la red le propor
ciona, es una verdad a priori que nunca cogerá peces menores de un
centímetro. De la misma .manera,. Ia_ mente está^<ms.útuida^íle_-tal
jn p d p ^ q u e jo d o dato que se nos presente siempre es visto a .través ,
de ciertas^<<formas d é la intuición» (espacio v tiempo) v «formas del :f
entendimiento» (talw 'com o substanciajp cáusaHdad): Dado que todo
lo no espacial o no temporaTescaparía *de la red, pueden ser cono
cidas a prjoji ciertas verdades fundamentales sobre el espacio y el
tiempo; ..por ejemplo, que el tiempo se mueve en una sola dirección;
que si A precede a B y B precede a C, entonces A precede a C;
que si A está al norte de B y B al norte de C, entonces A está al
norte de C; que si A es mayor que B y B mayor que C, entonces
A es mayor que C; etc. Esto sólo es verdad del mundo tal .como e§.
conocido por ja rnentev— esto. e s ,. el mundo fenoménico^— no jdel.
^mundo .no.uménico,. o„el _mundo ...como es en sí mismo L Pero en lo
concerniente al mundo fenoménico, los enunciados sobre el espacio
y el tiempo son sintéticos y a priori. De modo similar, no podem os'
conocer a priori qué causa qué,'pero podemos saber que todo lo que
sucede tiene una causa, pues los acontecimientos sólo se presentan
a nuestras mentes dentro de la red de la causalidad.
El espacio no nos permite aquí una crítica de la tesis kantiana.
Parece introducir más problemas de los que resuelve. Por ejemplo:
1. Quedamos entregados, al parecer, a un escepticismo total
respecto de la naturaleza del mundo real (nouménico); si el tiempo
no es real, sino sólo una «forma de la intuición», parecemos com
prometidos a decir que no hay «realmente» un antes y un después,
y que el mundo real no tiene acontecimientos ni procesos, dado
que éstos suceden en el tiempo; y lo mismo en lo referente al es
pacio: en el mundo real, nada puede estar a la izquierda de otra cosa,
dado que al mundo real no se aplican las categorías espaciales. Puesto
que hablamos, concebimos y experimentamos por completo en tér
minos espacíales y temporales, parece que nos quedamos sin riada
que decir sobre el mundo real. ¿Hemos de ir tan lejos para mostrar
cómo es posible el conocimiento sintético a priori? ¿No es el reme
dio (total escepticismo) peor que la enfermedad?
2. ¿Cómo sabemos que hay un mundo real y que es incognos
cible?
3. Si el mundo fenoménico es función de la estructura de la
mente humana, ¿cómo sabemos que la estructura de la mente hu
mana no cambiará? ¿Podemos saber esto a priori? Si no podemos,
entonces no poseemos conocimiento sintético a priori ni siquiera del
mundo fenoménico.
Desde este momento en adelante, estudiaremos la tesis de los
racionalistas en un contexto no kantiano: consideraremos que el
punto de vista de los racionalistas versa sobre nuestro conocimiento
de una realidad que existe independientemente de las mentes hu
manas. Los mismos racionalistas (excepto Kant) lo han considerado
así: al creer en ciertas verdades sintéticas a priori, han creído que
éstas eran verdades sobre la realidad, sobre el mundo tal como
existe fuera de las mentes humanas y presumiblemente existiría
aunque no v istie ra n mentes humanas. _ *
Suposiciones a priori. Desde luego, es del conocimiento a priori
de lo que aquí nos ocupamos, de las proposiciones cuya verdad
puede ser conocida sin ulterior recurso a la experiencia. Estas han
de ser distinguidas tajantemente de las suposiciones t\ priori, que son
proposiciones que una persona supone verdaderas con tanta firmeza
que no admitirá que puedan ser refutadas ni siquiera puercas en
duda, aunque tal refutación, o base para la duda, pueda estar a
mano. Un paciente dijo a su médico: «Doctor, estoy muerto.» El
doctor intentó en vano convencerlo de que no era ísí y finalmente
dijo: «Bueno, los muertos no sangran, ¿verdad?» «No.» «Ahora
voy a pincharle con un alfiler.» El doctor lo hizo así, y el paciente
sangró. El paciente dijo entonces: «Doctor, estábanos equivocados,
los muertos sé sangran.» El paciente estaba tan convencido de que
estaba m uerto que no aceptaba ningún elemento de juicio en contra,
ni siquiera el hecho de que había sangrado. En el caso de este pa
ciente, que estaba muerto era una suposición a priori.
La mayoría de las personas abrigan muchas suposiciones a priori.
Estas-gene-ralmente son de más Ínteres para el psiquiatra de la per
sona que para un filósofo: los filósofos se ocupan de las bases racio
nales de la creencia, no de si cierta persona cree esto o lo otro y
por qué. La lista de las proposiciones que las diversas personas
tienen por verdaderas a priori sería tan extensa como la lista de los
prejuicios infundados.
Una suposición a priori puede, desde luego, ser verdadera; pero
no es conocimiento, porque la persona no la sostiene sobre la base
de elementos de juicio suficientes. Aquellos que rehusaron mirar por
el telescopio de Galileo las lunas de Júpiter estaban suponiendo
a priori que no había tal cosa, y no habrían aceptado ningún ele
mento de juicio en contra. En este caso la suposición era falsa, como
]o era la suposición de la mayoría de las personas en tiempos preté
ritos de que la Tierra es plana. Pero una persona que hoy suponga
que la Tierra es redonda sin tener elementos de juicio para ello, y
rehusase aceptar todo elemento de juicio en contra, si los hubiera,
estaría suponiendo a priori «la Tierra es redonda»,-aunque en este
caso la suposición sea verdadera.

A r it m é t ic a

Si d< seamos descubrir verdades que sean necesarias pero no


analíticas, los candidatos más obvios para esta posición parecerían
estar en el ámbito de las matemáticas. ¿No son las verdades mate
máticas eternas e inconmovibles? ¿Y no son necesariamente verda
deras? ¿Y no nos dan auténtica información sobre la realidad? Con
sideremos un simple enunciado de la aritmética, tal como 2 + 2 = 4.
¿No tenemos la certeza de que es verdadero, de que siempre será
v e rd a d e s y de que siempre debe ser verdadero? ¿Cómo podría ser
falso en Marte o en la más lejana estrella del universo? Podemos
no saber nada sobre las condiciones que existen en estos lejanos
lugares, pero, ¿no podemos estar seguros de que, en cualquier caso,
si hay dos cosas y luego dos cosas más, habrá entonces cuatro cosas?
¿Y no podemos estar igual de seguros de que fue verdadero hace
un millón de años o lo será dentro de un millón de años como lo
es hoy? Con toda seguridad, no es como «todos los cuervos son
negros», que no podemos saber que sea verdadero hasta que no
hayamos examinado todos los cuervos existentes. ¿No es una verdad
necesaria, cognoscible a priori y, al mismo tiempo, que da auténtica
información sobre el mundo, a diferencia de «los gatos negros son
negros»?
Se ha sostenido a veces que enunciados tales como «2 + 2 = 4»
son no analíticos (sintéticos), pero también no necesarios (contin
gentes), en resumen, que en realidad no son diferentes de «todos
los cuervos son negros» o «el agua hierve a 100° C en condiciones
normales». No se han hallado jamás excepciones de estos dos últimos
enunciados, y, análogamente, no se lian encontrado jamás excepciones
a los enunciados de la aritmética: no nos hemos topado nunca con
un caso en que dos cosas más dos cosas no sea igual a cuatro cosas.
Las leyes matemáticas son más generales que las leyes de la física,
la química y la biología, pues se aplican a todo, no sólo a las cosas
físicas, sino también a los pensamientos, imágenes, sentimientos y
todo lo que se nos pueda ocurrir: es absolutamente verdadero que
dos de ellos y dos más hacen cuatro de ellos. Las leyes matemáticas
también están mejor establecidas incluso que las leyes de las cien
cias físicas, pues miles de años antes de que se supiese nada de las
leyes de las ciencias físicas la gente había descubierto que enunciados
tales como «2 más 2 hacen 4» siempre son verdaderos; había sido
hallado verdadero en innumerables casos, sin un solo ejemplo nega
tivo. Sin embargo, de acuerdo con este punto de vista, las leyes de
las ciencias físicas y las de la aritmética son del mismo tipo funda-
mental; unas y otras son sintéticas y contingentes. De unas y otras
sólo puede saberse que son verdaderas mediante la observación del
mundo, y sólo pueden ser refutadas mediante la observación del mun
do. Lo mismo que es posible lógicamente encontrar excepciones a
las bien establecidas leyes de la ciencia física (es posible lógicamente
que hallemos que agua calentada se transforme en hielo, en vez de
hervir), del mismo modo es posible lógicamente encontrar excep
ciones a las leyes de la aritmética (que 2 más 2 sea igual a 5, por
ejemplo). Nunca lo hemos encontrado, desde luego, a pesar de los
innumerables casos observados a lo largo de la historia humana, y
es por eso por lo que estamos tan seguros de que estas leyes siempre
permanecerán verdaderas. Pero si tenemos más certeza de «2 más
2 igual a 4» que de las proposiciones sobre el agua y los cuervos,
sólo es porque los seres humanos han reunido elementos de juicio a
favor de las proposiciones aritméticas muchas veces al día durante
miles de años, mientras que nuestra experiencia de los cuervos es
más limitada e intermitente.
Hoy prácticamente nadie sostiene esta interpretación de los enun
ciados aritméticos. Cualesquiera que sean las divergencias de la gente
sobre los enunciados aritméticos, todos están de acuerdo en que son
necesarios (necesariamente verdaderos) y cognoscibles a priori, al
revés que los enunciados de las ciencias físicas. Podría haber cuervos
blancos en Marte, o incluso en la Tierra; podría haber vastas exten
siones en el universo en las cuales las leyes físicas en que creemos
no se cumplieran; pero siempre y en todo lugar y eternamente,
2 más 2 es igual a 4. Podrían existir en algún lugar criaturas tan
diferentes de nosotros que ni siquiera podamos imaginarlas; las
leyes biológicas que describiesen sus funciones y operaciones podrían
ser del todo diferentes de las de nuestros manuales de biología;
pero esto es seguro: si hay dos de tales organismos, y luego dos
más, entonces hay cuatro. ¿Podría algo ser más cierto que esto?
¿ Y no lo conocemos a priori? ¿Hemos realmente de esperar la ulte
rior observación para decidir la cuestión con ejemplos futuros? ¿Hay
algún peligro, sea el que fuere, de que la próxima vez que tengamos
dos y luego dos más podamos no tener cuatro? Coino veremos
en las páginas siguientes, no hay tal peligro, dado que no hay manera
de que pueda ser refutada esta proposición aritmética.
Pero sean o no necesarias tales proposiciones, preguntémonos si
son analíticas o sintéticas. A primera vista parecen ser sintéticas:
«2 más 2 igual a 4» no parece ser en absoluto como «los gatos
negros son negros» o «los tigres son tigres» o incluso como «la nieve
es blanca o la nieve no es blanca». Los enunciados aritméticos pare
cen darnos un conocimiento de las cosas de una matiera que no nos
lo dan estos otros enunciados. En aritmética podemos hacer cálculos
numéricos, por ejemplo: sumamos, restamos, multiplicamos y divi-
dimos grandes números, y el resultado nos da una nueva informa
ción; conocemos algo que antes no conocíamos. Y ciertamente,
podemos pensar en los números involucrados en una adición sin
saber cuál es su suma: si lo supiésemos, no tendríamos que realizarla.
A pesar de todo esto, es hoy habitual sostener que las proposi
ciones aritméticas son analíticas. ¿Qué significa «4», podríamos
preguntar sino « 2 + 2»? ¿Y qué significa «2» sino «1 + 1»?
Cuando decimos «2 + 2 = 4» estamos diciendo meramente que
«1 + 1 *+- 1 + 1» es igual a «1 + 1 + 1 -f 1», que es lo mismo
que decir que «lo negro es negro». La razón por la que podemos
estar seguros — y estamos autorizados a estar tan seguros— de que
estas proposiciones necesariamente son verdaderas y siempre lo serán,
es simplemente que son analíticas.
Pero, ¿cómo puede ser verdad esto, si es un hecho que obtene
mos nueva información a partir de estas proposiciones? Considere
mos varias objeciones al punto de vista de que las proposiciones
aritméticas son analíticas, y veamos luego cómo los proponentes de
las objeciones, intentarían responderlas:
1. «Puedo pensar en 2 y 2 sin pensar en 4.» Probablemente
puedo, o en todo caso podría en la infancia antes de aprender que
2 y 2 hacen 4. Así que puedo pensar en la suma de 7 y 5 sin
pensar en 12, como señalaba Kant. Pero el enunciado de que 7 y 5
hacen 12 no es una ley de la psicología: no afirma que cuando pienso
en esto pienso también en aquello; afirma que esto es aquello, piense
yo las dos cosas juntas o no. Yo puedo pensar «él es mi hermano»
sin pensar «él tiene los mismos padres que yo», pero ambos en
cualquier caso tienen el mismo significado, y «él es mi hermano pero
no tiene los mismos padres que yo» es autocontradictorio, lo sepa
yo o no. Estamos hablando de la equivalencia de un número con
otro conjunto de números, no de cómo sean nuestros procesos psi
cológicos.
2. «Pero incluso si concedo que "2 + 2 = 4 ” es analítico,
¿qué pasa con cálculos más complejos como "40.694 más 27.593 es
igual a 68.287” ? Con toda seguridad el principio de los dos es el
mismo, y si el primero es analítico, así lo es el segundo. ¿Cómo
puede, sin embargo, ser analítico el segundo, cuando incluso nos
exige calcular si es verdadero, y cuando, además, podemos equivo
carnos en el cálculo?»
El principio de los dos es el mismo (se replicaría): ambos son
analíticos. Llevaría mucho tiempo escribir el segundo en una serie
de 1 + 1 + 1» pero si lo hiciésemos hallaríamos que es enteramente
otra vez la historia del «2 2 = 4», sólo que con más unos. Y si
nos equivocamos en la adición, nuestro enunciado de que las dos
cifras sumadas es igual a esa suma sería autocontradictorio: esta
ríamos afirmando que 1 + 1 + 1 ■. ■ no es igual a 1 + 1 + 1 ...
La suma no es tan obvia, desde luego, en el segundo caso como
en el caso de 2 más 2. Pero, de nuevo, esto no cuenta. Para ser
analítico no se requiere ser obvío. Lo que es obvio para una persona
no es obvio para otra, y lo que es obvio para una persona en un
momento puede no serlo en otro momento. Lo que puede no ser
obvio para usted ni para mí bien puede serlo para un genio mate
mático. Lo obvio es una característica psicológica que de ninguna
manera está implicada en el concepto de ser analítico. Las proposi
ciones de la aritmética son analíticas porque su negación es auto-
contradictoria, sea o no inmediatamente obvia la autocontradicción.
Para un ser con poderes matemáticos muy grandes, la suma de núme
ros enormes sería tan obvia como para nosotros lo es «2 + 2 = 4».
3. «Pero el significado de los dos no es el mismo: 40.694 y
27.593 no son parte del significado de 68.287. Cuando se me pre
gunta qué significo con este número, no doy los o ;ros dos, ni ninguno
de los demás conjuntos de números que, sumados, lo producirían.
Así que, ¿cómo podría ser analítico el enunciado si lo uno no es el
significado, ni parte de éste, de lo otro?»
Pero no tiene por qué ser parte del significado en el sentido de
qué queremos significar cuando lo decimos. A puede ser B aunque
pueda no ser «B» lo que queremos significar ciando decimos «A».
68.287 puede no ser lo que queremos significar con 40.694 y 27.593,
pero es exactamente igual la suma de estos dos números. Sigue
siendo una verdad necesaria, y su negación seguiría siendo auto-
contradictoria.
4. «Pero, ¿no es incluso un simple enunciado como "2 más 2
igual a 4" una generalización de la experiencia? ¿No aprendemos
su verdad de la experiencia? ¿Y no está basado en ejemplos? Pri
mero aprendo con 2 y 2 casas, luego con 2 y 2 manzanas, y así
sucesivamente. ¿Cómo es compatible que sea aprendido de la expe
riencia con que sea analítico?»
Desde luego yo aprendí que 2 y 2 hacen 4, y probablemente
todos lo aprendimos cuando niños, usando ejemplos tales como
manzanas y casas. Pero, ¿qué es lo que aprendimos? ¿Algo sobre
las casas y las manzanas? No, simplemente que 2 y 2 al ser sumados
hacen 4; todo ese asunto de casas y manzanas no era más que apa
riencia. Lo que aprendimos fue que el símbolo «4» es equivalente
en significado al símbolo «2 y 2», que. estas dos expresiones pueden
ser usadas intercambiablemente.
Ciertamente, aprendemos el significado de las palabras por medio
de la experiencia, ¿de qué otra forma, si no? Pero esto no tiene nada
que ver con que las proposiciones en las .cuales aparecen sean analí
ticas o no. Lo que las hace analíticas es que su negación sea o no
autocontradictoria. Decir que 2 y 2 «o hacen cuatro sería decir que
1 y 1 y 1 y 1 no hacen l y l y l y l , lo que es autocontradictorio.
Cuando poníamos dos peniques en nuestra hucha, y luego dos
peniques más, aprendimos a decir que había cuatro peniques. Apren
dimos a decir esto como resultado de nuestra experiencia — nuestra
experiencia de aprender el lenguaje— pero lo que decíamos era una
verdad necesaria y analítica. Pero también aprendimos a predecir
que si después abríamos la hucha encontraríamos allí cuatro peni
ques. En este caso, lo que aprendimos no era una verdad aritmética
sino una verdad sobre el mundo que podríamos llamar la conser
vación de los peniques; y, al contrario que «2 y 2 es igual a 4»,
esta proposición podría haber resultado falsa sin contradicción. Si
hubiese resultado falsa, podríamos aún estar de acuerdo en que
«2 más 2 es igual a 4» es una verdad analítica que se sigue de la
definición de lo que entendemos por «2», «4», «más» e «igual».
Esto nos conduce directamente a la siguiente y muy importante
objeción.
5. «Lejos de ser analíticas, las proposiciones de la aritmética no_
son ni siquiera verdaderas, no, al menos, en todos los casos. Dos y
dos no siempre hacen cuatro. Por ejemplo, si se adiciona dos cuar
tillos de agua a dos cuartillos de alcohol, se debería obtener (si la
proposición aritmética es verdadera) cuatro cuartillos; pero no se
los obtiene; se obtiene un poco menos, debido a la interpenetración
de las moléculas de las dos sustancias. Si usted pone juntos dos
leones y dos corderos, y espera un momento, no tendrá cuatro cosas,
sino sólo dos: dos leones. Cuando dos amebas se subdividen, de
vienen cuatro; ¡lo que era dos ahora es cuatro! ¿Cómo pueden ser
necesarias las proposiciones aritméticas, y mucho menos analíticas,
si ni siquiera son verdaderas en todos los casos, cuando la realidad
muestra a menudo que son falsas?» !
Pero esta objeción es el resultado de una mala interpretación
total. Cuando decimos que 2 más 2 es igual a 4, no negamos ni
por un momento que lo que era dos pueda devenir cuatro (las
amebas), o que podamos tener cuatro cosas en un momento y sólo
dos al momento siguiente (los leones y los corderos). Sólo que si
tenemos dos y dos, entonces en ese momento tenemos cuatro. La
aritmética no dice nada sobre los procesos naturales, cómo dos cosas
pueden devenir cuatro, o cómo cuatro cosas pueden reducirse a dos.
La aritmética ni siquiera nos dice que haya cuatro cosas en el mun
do, ni que baya un mundo en el que se puedan hacer esas distin
ciones. Sólo dice que si hay dos, y luego dos más, entonces ha de
haber cuatro: que decir que hay dos más dos y decir que hay cuatro
es decir la misma cosa. Cuando hay dos leones y dos corderos, hay
cuatro cosas; cuando sólo hay dos leones, sólo hay dos — esto es,
una más una— cosas. Si dos cosas dan lugar a un millón de cosas,
esto no violaría «2 más 2 es igual a 4» ni ninguna otra proposición
dé la aritmética. Dos conejos pronto se convierten en un millón de
conejos; y si dos cosas estallan en un millón de cosas, o en ninguna,
esto no refutaría ninguna ley de la aritmética. Qué se convierte en
qué, qué deviene qué, cómo se transforma una cosa en otra, todos
éstos son temas para que investiguen las ciencias físicas; todos ellos
son parte de lo que ocurre en el mundo, y todas las proposiciones
sobre estas cosas son sintéticas y contingentes. Pero las proposi
ciones de la aritmética no dicen nada sobre los cambios que ocurren
en la naturaleza, sobre el tipo de mundo en que vivimos, ni cambia
rían en lo mínimo si el mundo fuese completamente diferente de
como es, pues las leyes de la aritmética no describen cómo es el
mundo. La aritmética no dice ni siquiera que el número 4 se aplique
a nada en este mundo, sino sólo que si se aplicase, entonces «2 4 -2 »
también se aplicaría, porque los dos símbolos significan la misma
cosa.
Ahora consideremos el ejemplo del agua y el alcohol. Es una
proposición de la química, no de la aritmética: nos dice qué sucede
cuando le hacemos algo a una cosa. La formulación del ejemplo, de
hecho, es engañosa: hablamos de «adicionar» agua a alcohol, pero
adicionar es un proceso aritmético, es una operación que realizamos
con números, no con objetos físicos. Estrictamente hablando no
adicionamos agua a alcohol; vertemos agua en una vasija con alcohol.
(O si se desea llamarlo adicionar, es adicionar en un sentido muy
diferente del que usamos en aritmética.) Hemos de descubrir me
diante la observación del mundo lo que ocurre cuando vertemos
algo en otra cosa. Si vertemos agua en gasolina, no obtenemos
ninguna mezcla. Si vertemos agua encima de sodio puro, obtenemos
una explosión, sin que quede al final agua ni sodio. Lo que ocurra
cuando le hacemos algo a una cosa es asunto para que investiguen
las ciencias físicas, pero nada descubierto así puede refutar ninguna
ley de la aritmética, dado que eso no tiene nada que ver con la
aritmética.
«Pero las leyes aritméticas no son únicamente combinaciones
de símbolos: son enunciados muy generales sobre la realidad. ¿Cómo,
si no, podrían aplicarse al mundo las leyes de la aritmética? No obs
tante, es así. No es meramente verdad que 2 y 2 son 4; también
es verdad que 2 árboles y 2 árboles hacen 4 árboles. Las leyes de la
aritmética tienen que ver con las cantidades, pero cantidades de
cualquier cosa, árboles y cualquier otra cosa. Sólo porque son leyes
tan generales parecen no versar sobre nada; pero versan sobre cosas,
sólo que sobre todas las cosas.»
Supongamos que usted está contando árboles: 2 árboles a su
izquierda, 2 árboles a su derecha, pero cada vez que intenta con
tarlos juntos obtiene como resultado 5 en vez de 4. ¿Qué diríamos
si esto continúa sucediendo? ¿Refutaría alguna de las leyes de la
aritmética? ¿Tendrían que ser revisados los manuales de aritmética,
diciendo «a veces 2 y 2 hacen 5»? En absoluto; «2 y 2 hacen 4»
seguiría siendo verdad, no importa lo que ocurra en el proceso de
contar. Si usted continúa sacando como resultado 5 árboles, podría
decidir que está equivocándose sistemáticamente al contar; más
probablemente decidiría que en el mismo acto de contar fue creado
otro árbol, o que había venido a la existencia de sopetón. Pero la
única cosa que no diría es que 2 y 2 a veces hacen 5. Si usted en
contrase un árbol adicional cada vez que intentase contarlos juntos,
diría que 2 árboles más 2 árboles más el árbol que parece haber
venido a la existencia de sopetón mientras contaha, hacen 5 árboles.
Así que la ley aritmética no sería, después de todo, refutada.
«Concedido que no lo sería, aún insisto en que es una verdad
necesaria. No meramente "2 más 2 igual a 4” , que es sólo una gene
ralización de ” 2 árboles y 2 árboles hacen 4 árboles", “ 2 manzanas
y 2 manzanas hacen 4 manzanas", etc.: La ley aritmética dice que
dos cosas cualesquiera y dos cosas cualesquiera hacen cuatro, y ésta
es una ley sobre la realidad, no sobre la manipulación de los símbo
los. La ley de que 2 y 2 hacen 4 es verdadera de las manzanas, como
de cualquier otra cosa; es verdadera de la realidad.»
«Creo que usted está confundiendo dos cosas diferentes. Es fácil
ver que u2 más 2 igual a 4” como proposición de aritmética pura
sólo nos capacita para usar " 4 ” como equivalente a “ 2 más 2".
Es fácil ver que "si''se adicionan 2 cuartillos a 2 cuartillos (esto es,
si se vierten encima), se obtendrán 4 cuartillos” no es en absoluto
una proposición de la aritmética. Pero si decimos “ 2 manzanas y
2 manzanas hacen 4 manzanas” , no está claro de qué lado de la valla
cae el enunciado. Suena a la vez como enunciado de aritmética pura
y como enunciado sobre objetos físicos, manzanas. Pero no es para
asombrarse, pues, el enunciado es ambiguo, y esto es lo que ahora
he de mostrar: "2 manzanas y 2 manzanas hacen 4 manzanas" es
un enunciado que está "a caballo” . Para averiguar qué quiere decir
el que lo pronuncia, se ha de preguntar: “ ¿Im porta que sea.de
manzanas de lo que se está hablando?” Suponga que fuesen 2 c.c. de
sodio echados en 2 c. c. de agua, ¿haría eso diferencia? 1) Si es un
enunciado de aritmética pura (inaplicada), no im porta si habla de
manzanas, elefantes, granos de arena o pensamientos sobre el jueves;
sobre lo que versa el enunciado es sobre cantidades numéricas, y
el resto es meramente ilustrativo. Tales enunciados son todos a
priori y analíticos. 2) Pero si cuenta que sean manzanas de lo que
se está hablando, entonces el enunciado no es aritmético, y puede
incluso no ser verdadero. Fácilmente nos confundimos en esto,
porque las manzanas, al revés que el agua o el sodio se quedan
quietas una junto a otra y no interactúan. Así que si es eso lo que
significa — que las manzanas puestas juntas siguen siendo manza
nas como antes— entonces es verdadero, pero es una verdad sinté
tica sobre la realidad física, no una verdad de las matemáticas. Es
posible lógicamente que al poner juntas las cuatro manzanas se
fundan en una manzana enorme, o se disgreguen en un millar de
pequeñas manzanas, o exploten en nuestra presencia. Lo que ocurre
al poner juntas las manzanas es asunto de observación de la natura
leza, no algo sobre lo que pronunciarse a priori. Cvalquier enun
ciado sobre manzanas en el que cuente que sean manzanas y no
cualquier otra cosa es un enunciado sintético, pero también contin
gente. Todo depende del tipo de enunciado que queramos expresar.
Pero si sólo decimos “ 2 manzanas y 2 manzanas hacen 4 m acan as”
y miramos para el techo olvidando estas distinciones, podríamos
pensar que hemos obtenido la necesidad del primer enunciado junto
con el carácter sintético del segundo, y que entone ;s, inmediata*
mente, tenemos en las manos un enunciado sintético t priori. Pero
no lo tenemos. Tenemos la misma oración expresando eos propositio-
nes diferentes: la una necesaria y analítica, la otra sintética y con
tingente.»
Todavía hay otro punto que, una vez introducido, requeriría una
discusión larga y técnica sin que cambie sustancialmente el resul
tado. Hablando de matemática pura (no aplicada), se podría decir:
6. «Las proposiciones aritméticas no son por sí mismas analí
ticas; son analíticas sólo en el contexto de un sistema aritmético
dado. Si aceptamos los postulados de Peafio, podemos generar toda
la aritmética como consecuencia lógica de estos postulados; pero pri
mero hemos de aceptar los postulados.»
Los postulados de Peano son los siguientes:

1. 0 es un número.
2. El sucesor de todo número es un número.
3. No hay dos números que tengan el mismo sucesor.
4. 0 no es sucesor de ningún número.
5^ Si P es una propiedad tal que a) 0 tiene la propiedad P , y b) si un
número n tiene la propiedad P, entonces el sucesor de « tiene la propiedad P,
entonces todo número tiene la propiedad P.

Usando tres términos indefinidos — «número» «0» y «sucesor»— ,


Peano pudo generar una sucesión infinita de números a partir de
estos axiomas. Los axiomas proporcionaban el sistema completo de
los enteros. ¿Son analíticos a su vez los axiomas? Si se toman como
definiciones y enunciados de características definitorias, lo son; y
dado que cualesquiera proposiciones deducidas a partir de proposi
ciones an.' Iíticas son también analíticas, las proposiciones de la arit
mética son tan analíticas como antes.
Por mor de la precisión, sin embargo, hemos de recordar que
los postulados pueden ser entendidos (y se pretendió entenderlos),
no como proposiciones, sino como formas preposicionales, como las
p, a y r d ; nuestras tautologías (págs. 209-211). Peano dejó sin inter
pretar lo: términos «número», «0» y «sucesor». Podríamos, enton
ces, dar a los postulados una interpretación por completo no aritmé
tica: por ejemplo, podríamos tomar «sucesor» para significar des
cendiente y «número» para significar pollo, y entonces por el axio
ma 2 podríamos derivar la conclusión de que el descendiente de un
pollo es un pollo, que es un enunciado sintético sobre el mundo, y
aunque sucede que es verdadero, es una verdad contingente, no ne
cesaria. Los axiomas se convierten en aritméticos sólo cuando los tér
minos «número», «0» y «sucesor» son interpretados de acuerdo con
el uso aritmético acostumbrado (como se hace por ejemplo en los
Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred W hitehead, y
en Los Fundamentos de la Aritmética de Gottlob Frege). Lo único
que nos interesa es que, cuando se hace esto, los axiomas devienen
analíticos, y, en consecuencia, todas las proposiciones aritméticas de-
ducibles -a partir de estos axiomas son también analíticas.

G e o m e t r ía

Y ahora, ¿qué pasa con la geometría? Cuando estudiamos la


geometría, encontramos numerosas proposiciones que se nos apare
cen como necesariamente verdaderas y también sintéticas. «La suma
de los ángulos de un triángulo es igual a 180o», «no se pueden trazar
dos líneas paralelas por el mismo punto», «la recta es la distancia
más corta entre dos puntos», «un cubo tiene doce aristas», «unn
circunferencia encierra el área mayor posible para un perímetro
dado», y así sucesivamente.
No todas estas proposiciones tienen el mismo rango, y sólo po
dremos tratar unas cuantas de ellas, y esto brevemente. Conside
remos, por ejemplo, el enunciado sobre la suma de los ángulos de un
triángulo. Bien se podría preguntar: «¿No sabe usted que este enun
dado es verdadero? Puede no parecer obvio, pero cualquier estu
diante de escuela secundaria que haya acabado de estudiar la prueba
se lo podrá probar. Y una vez que tenga la prueba ante sí, usted no
negará que es verdadera para todos los casos; en otras palabras,
puede saberlo a priori, y no tiene que andar en cada triángulo con
un proceso separado de medición u observación, a la manera que lo
hace con cada cuervo para ver si es negro. Pero el enunciado tam
bién es sintético: nada hay sobre los 180° en la definición de "trián
gulo". De modo que he aquí un enunciado que es a la vez necesario
(a priori) y sintético. Así que el racionalista tiene razón: hay al
menos una proposición sintética necesaria.»
¿Qué diremos de este argumento? Al tratarlo, debemos hacer
primero unas cuantas distinciones.
El enunciado sobre la suma de los ángulos es un teorema de la
geometría. Sin duda usted recordará de la geometría de la enseñanza
secundaria que empezaba con ciertos axiomas, o enunciados sin pro
bar, junto con ciertas definiciones de los términos importantes que
se usarán en el estudio, y a partir de éstos se comenzaba a probar
diversos teoremas mostrando que podían ser deducidos a partir de
ciertos axiomas y definiciones. Una vez que se ha probado el primer
•teorema, se puede obtener el segundo por mediación de aquél más
definiciones y axiomas previos. No usamos todos al mismo tiempo:
podemos, por ejemplo, obtener el teorema 50 a partir de los axio
mas 1 y 3 más los teoremas 3, 13 y 42.
Aunque pudiese usted no saberlo cuando estudiaba geometría,
se necesitaba algo más: reglas de injerencia. Se necesitaba alguna
forma de ir de los axiomas y primeros teoremas a los posteriores
para estar seguro de que las deducciones eran válidas. Son reglas
de inferencia lógica, de las cuales son ejemplos simples «si p es
verdadero y p implica q, entonces q es verdadero»; «si p implica
q y q implica r, en ronces p implica r» ; «si p implica qf y r implica s,
y q o s son falsos, entonces p o r son falsos», y así sucesivamente.
Estas reglas se usan y se analizan en los cursos de lógica, y volvere
mos a ellas más avanzado este capítulo. Sin reglas de inferencia no
podríamos pasar de los axiomas ni siquiera al primer teorema.
Los teoremas, incluido el que versa sobre la suma de los ángulos
de un triángulo, se siguen lógicnmenre de ¡ns demás proposiciones
anteriores a ellos en el sistema geométrico; esto es, son deducibles
lógicamente a partir de esas proposiciones anteriores. Las deduc
ciones reales a veces son muv complejas, pero en principio no son
diferentes de las sencillas que acostumbramos hacer cada día: ñor
ejemplo, dado «todos los miembros de la tripulación se ahogaron»,
y «Smith era miembro de ta tripulación», estamos autorizados a
afirmar que «Smith se ahogó» (si p entonces q, y p, luego q ). En
ambos casos, si las premisas son verdaderas, entonces la conclusión
ha de ser verdadera. Así, si las premisas de las que se deduce el
teorema sobre los ángulos son verdaderas, entonces (suponiendo que
la deducción sea válida) el teorema es verdadero.
Pero, ¿son verdaderas las premisas? Aquí, como en el caso de
la aritmética, hemos de hacer una importante distinción entre geome
tría pura y aplicada. El sistema geométrico de Euclides (fe. hacia
el 300 a. C.), que es el que aprendimos en la enseñanza secundaria,
no hace esta distinción: la suposición tácita es que las premisas son
verdaderas, y, si esto es así y las deducciones son válidas, los teore-
mas del sistema euclídeo han de ser verdaderos. Pero, ¿cómo se
sabe que los axiomas son verdaderos? Al geómetra puro no le .im
porta. Sólo se ocupa de asegurarse de que las complejas deducciones
son correctas, el razonamiento válido. No le importa qué clase de
carne se encuentre en la picadora, sólo que esté perfectamente picada.
Es como el contable que comprueba la adición de todas las cuentas,
pero no comprueba la veracidad de las entradas (pág. 169). Como
el lógico, el geómetra se ocupa del razonamiento válido, no de la
verdad de las proposiciones. Ni siquiera de importa si se interpretan
los axiomas como enunciados sobre el espacio, que es lo que parecen
ser. En lugar de hablar de puntos, líneas y planos, lo mismo ha
blaría de x. y v z, dejando abierto el significado de los términos
«r», «v» y «z», en tanto el sistema de relaciones entre los términos
permanezca idéntico. En resumen, le interesa la geometría no inter
pretada, no la geometría interpretada o aplicada.
Durante muchos siglos, el de Euclides fue el único sistema geomé
trico desarrollado. Pero durante el siglo xix se desarrollaron otros
sistemas geométricos, en especial los de Lobachevski y Riemann. Uno
de los axiomas de Euclides es que dada una recta y un punto exterior
a ella, sólo se puede trazar por ese punto una recta (en el mismo
plano de la anterior) que no la corte; esta recta será paralela a la
otra, y el axioma se conoce como «axioma de las paralelas». Una
vez que entendemos este axioma, parece evidentemente verdadero.
Pero ningún intento de probar este axioma por medio de los otros
ha tenido éxito. (En realidad, los geómetras han probado que no es
derivable de ellos.) En un sistema de geometría ideado por Lo
bachevski, se supone que se puede trazar más de una recta, por
un punto dado, que no corte a la otra. Y en la geometría de
Riemann, se supone que no se puede trazar ninguna de tales líneas.
Cada uno de estos tres sistemas de geometría es perfectamente con
sistente. Como sistemas deductivos, son todos iguales. La diferencia
entre ellos es que cada uno comienza con un sistema de axiomas
diferente, y, por esa razón, cada uno proporciona conclusiones un
tanto diferentes. Si comenzamos con conjuntos diferentes de pre
misas, naturalmente obtendremos diferentes conclusiones, todas ellas
logradas mediante un razonamiento perfectamente válido.
« [Pero no pueden ser todas verdaderas!» Esta objeción nos
saca del ámbito de la geometría pura o no interp:etada y nos mete
en el de la geometría aplicada o interpretada. Sin duda, podríamos
hacer un sistema deductivo entero con proposi :iones tales como
«todas las personas pasan de tres metros de estatura» y «nadie que
pase de tres metros de estatura es verde», y llegar a conclusiones
patentemente falsas por medio de un razonamiento válido. Pero
¿no nos interesa que sean verdaderas las premisas inicíales? Cierta
mente, las personas que desean aplicar la geometría al mundo están
interesadas en la verdad, por ejemplo, los agrimensores, sea en la
América del siglo xx d. C. o en el Egipto del s glo xx* a. C. Ellos
intentarían, seguramente, comeñzar con proposiciones verdaderas y,
por medio de éstas, llegar deductivamente a otras también verda
deras.
Por ejemplo, ¿no es verdad que los ángulos de un triángulo son
180°, independientemente del hecho de que esta proposición pueda
ser deducida a partir de otras de la geometría euclídea? ¿No es
verdad que al medir los ángulos siempre sale 180o? ¿No es, por
tanto, verdadera del mundo la proposición, no importa cuál sea su
lugar en el sistema deductivo?
«Mantengo que es un enunciado sobre el mundo, sintético y ne
cesario. Todo lo que sea triángulo tiene necesariamente esta pro
piedad.»
«Como parte de un sistema deductivo (si... [prem isas], enton
ces... [teorem a]) es a priori. pero sólo porque es analítica. Como
descripción del mundo es sintética, de acuerdo, pero no a priori.»
«¿Q ué? ¿Quiere usted decir que no sabemos a priori que los
ángulos de un triángulo serán 180o? ¿Que tenemos que medirlos
para cada caso particular?
«Estoy de acuerdo en que al parecer lo sabemos de una-manera
diferente de como sabemos que todos los cuervos son negros, que
siempre está en peligro de ser refutado por el caso siguiente. No
obstante, ¿está seguro de ello? ¿Q ué diría si midiese un campo
triangular y hallase que los ángulos sumaban siempre 181o?»
«Diría que era un error de observación o que el campo no era
realmente triangular.»
«Si usted y otros siempre obtuviesen el mismo resultado, final
mente habría de descartar la posibilidad de que fuera un error de
observación. De modo que diría que el campo no era realmente
triangular. Usted no admitiría ni la posibilidad siquiera de que un
campo triangular tenga sino 180°. Así que después de todo es analí
tica, ¿no? No lo llamaría triangular a menos que sumase 180o.»
«Bien, ¿cómo podría ser un triángulo si no sumase 180o?»
«No poáría, por la definición euclídea de "triángulo” . Sumar
180° no es parte de la definición explícita de "triángulo" en el sis
tema de Euclides, pero es deducible lógicamente a partir de esa
definición, junto con otras proposiciones del sistema. Estamos justi
ficados, por tanto, en decir "si no tiene 180°, no es triángulo". Esto
es analítico en el sistema euclídeo. Pero, ¿qué pasa con el campo
real? Suponga que continúa obteniendo este extraño resultado y que
no puede achacarlo a error de observación. Tendría entonces que
decir, por desconcertante que pueda parecer al principio, que la
geometría euclídea no describe el espacio real, que el espacio real
es no euclídeo. El sistema deductivo es una cosa, el espacio físico
real otra. Que el espacio físico esté obligado a seguir el simple sis
tema euclídeo, sólo lo puede decir la observación cuidadosa.»
«Pero si las premisas son verdaderas, y la deducción válida, la
conclusión ha de ser verdadera. Ahora bien, si la conclusión es
falsa, y no obstante la deducción válida, entonces...»
«Entonces una o más de las premisas euclídeas es falsa, si se in
terpreta como descripción de la realidad física.»
Volvamos, entonces, a las premisas del sistema.
¿Son verdaderas las premisas? No podemos 'responder en ge
neral, pues no todas son de la misma naturaleza. Algunas son defi
niciones; por ejemplo, «un círculo es una figura plana cerrada tal
que todos los puntos de su circunferencia son equidistantes del cen
tro» no es una proposición verdadera sobre el mundo sino una defi
nición de «círculo»; nos dice en qué condiciones ha de ser llamada
círculo una figura dada. Pero otras parecen, en todo caso, hacer
enunciados sobre el mundo. Consideremos, por ejemplo, «una línea
recta es la distancia más corta entre dos puntos».
Parece intuitivamente obvio que una línea recta ha de ser la dis
tancia más corta entre dos puntos. Con toda seguridad lo sabemos
a priori, y no tenerrios que medir cada línea recta para ver si es
realmente la distancia más corta entre dos puntos que conecte.
«Obviamente es verdadera — podría decir alguien—- pero, también
obviamente, es analítica. ¿Qué quiere usted decir con la frase "línea
recta” sino "la distancia más corta entre dos puntos” ? Eso es- una
línea recta, por definición.»
Pero éste es un modo demasiado fácil de despachar este pro
blema. Como Kant señalaba, la rectitud es un concepto cualitativo y
la cortedad un concepto cuantitativo, y no son idénticos. Tener la
idea de recta es una cosa, tener la idea de distancia más corta es
otra; ciertamente, se puede tener un concepto sin tener el otro. Se
aprende que una línea recta es la distancia más corta entre dos
puntos; este hecho no está ya contenido en el concepto de lo que
es la distancia más corta. La definición de «recta» no contiene nin-
guna referencia a ser la distancia más corta entre los dos puntos
v.: que conecta.
¿Cuál es, entonces, la definición de «recta»? Ese es el quid de
todo el problema. Como con «coloreado», al parecer, sabemos lo
- que significa, pero somos incapaces de definirla. «Una línea recta
: es una línea que no tiene partes curvas» no nos ayudaría; pues, al
y' preguntar qué es una línea curva, se nos diría: «una línea curva es
- una línea que no toda ella es recta». Ni tampoco identificar la cua-
lidad de la rectitud con alguna otra entidad física, como «una línea
recta es el camino que sigue un rayo de luz». ¿Es esto realmente lo
|:que se entiende por «recta»? ¿No entendemos qué es una línea recta
‘. antes de saber nada sobre los rayos de luz? Si los rayos de luz viajan
línea recta, ¿no es eso una proposición sintética, en vez de una
j^isfinición? ¿No es lógicamente posible que los rayos de luz viajen
' ^ líneas curvas o quebradas, de manera que se ios pueda ver a la
s u e lta ;d e la esquina, por ejemplo? Si el mundo fuese así, el enun-
^adOíiSería falso. En este caso, sin embargo, difícilmente podría
‘ definición. Parecería que la rectitud es una cualidad que se
puede reconocer pero no definir; y en ese caso, todos los enunciados
que hagamos sobre ella serán sintéticos, no analíticos.
Entonces, ¿qué alternativas nos quedan? Podemos sostener que
el enunciado es una verdad sintética a priori, con todas las dificul
tades que supone pretender justificarlo. Se podría sostener que es
una verdad contingente: que todas las líneas rectas son la distancia
más corta entre dos puntos, pero que no hay en ello necesidad lógica,
que sería posible, lógicamente, que fuese de otra manera. O pode
mos sostener — y esto sería algo sorprendente— que no sólo no es
necesaria sino ni siquiera verdadera. Es un axioma de la geometría
de Euclides, pero se ha cuestionado que el espacio sea euclídeo,
siendo el punto central que la geometría euclídea sólo nos da una
descripción aproximada del espacio real, suficiente para distancias
terrestres, pero que no lo es c.n mediciones de millones de años-luz,
en los vastos espacios interestelares. La distancia más corta en la
superficie de una esfera es el arco de círculo máximo, y quizá debido
a la «curvatura» del espacio, la distancia más corta de un lugar a
otro del espacio no es una línea recta. La física de este asunto sería
demasiado compleja para entrar en ella aquí, pero la moraleja del
cuento es bastante clara: la geometría aplicada tiene relación con la
estructura y propiedades del espacio real, y no se puede saber a
priori cuáles serán éstas. Para ello, se requiere investigación empí
rica (observación y medida). Como punto de partida de un sistema
deducrivo. el axioma de Euclides es irreprochable; pero como des
cripción verdadera del universo, está sujeto a todas las reservas
y toda la incertidumbre que acompaña a cualquier proposición cuyo
cometido sea describir el universo: siempre puede ser refutada por
descubrimientos (incorporados en proposiciones a posterior!) sobre
cómo es realmente el universo.
Hasta aquí, parecería, la geometría no presenta un terreno satis
factorio para obtener proposiciones sintéticas a priori. Una propo
sición, dentro de un sistema deductivo (incluido un sistema de
geometría), es analítica en relación a las premisas p, q, r... de las
cuales se deduce: esto es, «si p, q, r... entonces x» es analítico, y
sería autocontradictorio negarlo si el razonamiento es válido. Pero
como proposiciones sobre la realidad (geometría aplicada), son sinté
ticas, pero hasta aquí, en todo caso, no parecen cognoscibles a priori.
Los enunciados de la geometría de Euclides aplicada, que parecían
a priori, resultan ser a posteriori, y muchos de ellos ni siquiera
verdaderos.
La distinción entre geometría pura y aplicada parece haber pues
to fin a la búsqueda de proposiciones sintéticas a priori en la geo
metría: el sentido en que una proposición tal es a priori no es el
sentido en el cual es sintética, y en el sentido en que es sintética no
es a priori.
Este, sin embargo, no es el final del asunto. HI racionalista aún
puede tener posibilidades, pues puede haber ciertas proposiciones
sobre el espacio que sean necesariamente verdaderas. Sí es así, y son
también sintéticas, podemos aún llegar a dar con proposiciones sinté
ticas a priori. A esto vamos ahora.

O t r a s pr o po s ic io n e s «a pr io r i»

Cualquier intento de extraer proposiciones sintéticas a priori de


las matemáticas ha sido, ni parecer, condenado al fracaso: es una
confusión entre matemáticas puras y aplicadas. Hay quien dice que
cualquier búsqueda de proposiciones sintéticas a priori está llamada
a ser estéril, pues no hay tales cosas: no que, por definición, no
pueda haberlas (pues los términos «analítico» y «a priori» no signi
fican lo mismo, como hemos visto), sino que de hecho no las hay,
y que creer en tal cosa, aunque no autocontradictorio, es altamente
inverosímil. ¿Cómo podría haber, se arguye, un enunciado que sea
necesariamente verdadero, que valga para toda realidad y todo tiem
po, y no obstante no esté sujeto a la prueba de la experiencia, como
se admite que lo están todos los enunciados sintéticos que pronun
ciamos cientos de veces al día («esta tarde va a llover», «hay seis
personas en esta habitación», y así ad infinitum )? Si un enunciado
es sintético — esto es, sí su negación no es contradictoria— enton
ces, ¿cómo sería posible saber que es verdadero excepto por recurso
a la experiencia, en cuyo caso el enunciado no es a priori? «Por
medio de la reflexión», podríamos decir; pero dos personas pueden
reflexionar y llegar a conclusiones diferentes.

«No tengo una noción clara de qu¿ sea justificar mediante !a reflexión
sola la verdad de p cuando no-p es consistente [no autocontradictoria]... Pero
esto puede ser un hecho sólo sobre mi. No puedo ver cómo, de dos preposi
ciones alternativas igualmente consistentes (p y no-/?), la scla reflexión deter
minará cuál describe los hechos. Pero decir esto no prueba que no pueda haber
proposiciones sintéticas a p rio rii.

¿Dónde continuaremos nuestra búsqueda, entonces? Aparte de


las matemáticas, hay ciertos rasgos recurrentes de ía expériencia que
son, de acuerdo con algunos racionalistas, la base para creer en propo

3 N. R. Hanson, «The Very Idea of a Synthetic A Priori» («La idea


misma del sintético a priori»), Mind, 1962, pág. 523.
siciones sintéticas a priori; cuando enunciamos cuáles son las co
nexiones entre estos rasgos, encontramos que los enunciados en
cuestión son verdaderos a priori, a pesar de ser no analíticos. To
memos algunos ejemplos:
1. «Todas ¡as cosas rojas son coloreadas.» A primera vista
puede parecer ser tan obviamente analítico como «todos los cuadra
dos son rectángulos». Un cuadrado, decimos, se define como un
rectángulo cuyos lados son iguales; decir que rodos los cuadrados
son rectángulos es meramente decir que todos los rectángulos de
cierto tipo son rectángulos. lo que es obviamente analítico. ¿Por
qué no podemos hacer lo mismo con rojo? «"Rojo» se define como
un color de cierto tipo... Pero aquí está el problema: «rojo» no
puede ser definido excepto ostensivamente. Y si no podemos enun
ciar mediante palabras la definición de «rojo», ¿cómo podemos
mostrar que la negación de un enunciado sobre el rojo es auto-
contradictoria?
Se puede sugerir un camino: «"Coloreado" significa exactamente
rojo o azul o amarillo y así sucesivamente. Así. si decimos que .tas
cosas rojas son coloreadas, estamos diciendo ni más ni menos que las
cosas rojas pertenecen a una clase que incluye el rojo, y esto es
analítico.» Pero esto no sirve, pues no es eso Jo que significa la
palabra «coloreado». Es verdad, desde luego, que el rojo, el azul,
etcétera, son todos colores, pero la palabra «color» no es el nombre
de una clase específica de colores: ser coloreado es poseer cierto
tipo de propiedad (indefinible), y el significado de la palabra «colo
reado» no contiene la menor referencia a elementos particulares que
posean esta propiedad, no más que se da el significado de «triángulo»
listando los tipos de triángulos que hay. De hecho, «coloreado» es
igual de indefinible que «rojo». Ser coloriado es una cualidad que
una persona. nacida ciega no puede concebir más de lo que podría
concebir un color específico,
«Pero no le llamaríamos rojo a nada que no fuera coloreado. Si
se me dice de algo que es rojo, puedo concluir sin observarlo por
mí mismo que ha de ser coloreado. Decir que es rojo pero no colo
reado es autocontradictorio.»
«No, todo lo que usted ha demostrado es que si es rojo ha de
ser coloreado; sólo hasta aquí estoy de acuerdo. Pero usted no ha
mostrado que "es rojo pero no coloreado" sea autocontradictorio.
"Es un cuadrado pero no un rectángulo" es autocontradictorio, pues
significa que un rectángulo de lados iguales y todos cuyos ángulos
son rectos no es un rectángulo. Pero no lo es "es rojo pero no colo
reado”. Al menos usted no me ha mostrado que lo sea, y no veo
cómo podrá, puesto que usted admitirá que ni "rojo" ni "coloreado"
pueden ser definidos, así que no puede deducir la contradicción de
las definiciones.»
«Entonces, ¿cuál es desde su punto de vista el rango de "todas
las cosas rojas son coloreadas” ?»
«Es a priori, dado que sabemos que sirve para todos los casos.
Pero no es analítico- Así que es una proposición sintética a priori.»
«Lo siento, pero no puedo admitirlo. Sé que todo lo rojo es
coloreado; pero eso no es un hecho del mundo. Es más bien una
regla del lenguaje, ¿no? Admito que no puedo mostrar que su'
negación sea autocontradictoria, así que no puedo mostrar que sea
analítico, al menos no según esa definición de "analítico". Pero,
como recordará, hay otra definición de "analítico" (pág. 207), de
acuerdo con la cual un enunciado es analítico si podemos conocer su
verdad meramente en virtud del significado de las palabras. Creo que
el enunciado es analítico en ese sentido. Si usted me dice que algo
es rojo, puedo inferir sin la más leve duda que es coloreado, no
porque lo haya observado por mí mismo, sino a causa de una regla
del lenguaje que me autoriza a pasar de "X es rojo” a "X es colo
reado” . Sé esto por los significados de las mismas palabras, signifi
cados, no definiciones (dado que no puedo definir las palabras fun
damentales). Pero la regla del lenguaje pone de manifiesto una
relación entre ser rojo y ser coloreado, y para esto no necesito en
absoluto una definición de las palabras. Sin embargo, porque en
tiendo los significados de las palabras es por lo que puedo inferir
"X es coloreado". Así, pues, el enunciado es analítico en el segundo
sentido, aunque no pueda demostrar que lo sea en el primero.»
i: «Bueno, ahora me ha cambiado los significados. Yo dije que el
enunciado no es analítico, entendiendo "analítico” en su sentido
tradicional, que tiene que ver con la estructura de la proposición:
es analítico si su negación es autocontradictoria. Esto usted no lo
niega, así que no ha mostrado que el enunciado no sea sintético y
a priori en este importante sentido. Muy bien; si eso está claro,
volvamos al segundo sentido de "analítico". Admito que puede pasar
de ‘‘X es rojo" a ’’X es coloreado” por medio de una regla lingüís
tica, y que no tiene que observar para ver si algo es coloreado, si
ya sabe que es rojo. Pero ahora voy a hacerle una importante pre
gunta: ¿Cuál es la base de esta regla lingüística? ¿Por qué poseemos
esta regla lingüística en lugar de otra, por ejemplo, una que nos
permita el paso de " X es rojo" a "X es redondo” ? ¿No es por
que hay una conexión necesaria entre las propiedades en cuestión:
una cosa roja ha de ser coloreada pero no redonda? Si no hubiese
una conexión necesaria en la naturaleza entre las propiedades de
rojez y color, no tendríamos una rej?la de lenguaje que justificase
la inferencia de "X es coloreado" a partir de "X es rojo". Usted
ha intentado justificar el enunciado por referencia a una convención
verbal, y estoy de acuerdo en que hay tal convención verbal; pero
también aseguro que hay algo que "subyace" a esta convención ver
bal, y ello es una conexión necesaria de la realidad. Nuestras con
venciones verbales reflejan la forma de ser de la realidad.»
Cnn este nuevo giro de la discusión, tenemos ahora una se
gunda manera de distinguir el racionalismo del empirismo, según
la definición de «analítico», 1) De acuerdo con la primera, un racio
nalista dice que hay verdades sintéticas a prior/, y d empirista niega
que haya alguna, manteniendo que todas las verdades a priori son
analíticas. «Analítico» significa aquí, en nuestro primer sentido, cual
quier proposición cuya negación sen nnrocontradictoria. Este sentido
de la distinción entre racionalista y empirista ya lo hemos exami
nado. 2) De acuerdo con la segunda, un empirista mantiene que los
enunciados analíticos, en el secundo sentido de «analítico» (enuncia
do cuya verdad puede ser conocida mediante el mero análisis de los
significados de las palabras), deben su analideidad a reglas o con
venciones del lenguaje, y el racionalista cree en conexiones nece
sarias de la realidad que son los antecedentes de aquellas reglas lin
güísticas. Ha sido el racionalismo frente al empirismo en este segundo
sentido lo que ba llegado paulatinamente a ser terreno de contro
versia. Volverá a aparecer de nuevo en los siguientes ejemplos.
2. «Todos ¡os colores son extensos*. En otras palabras, todos
los colores ocupan una extensión en el espacio: no tienen por qué
ser los colores de los objetos físicos, sino que pueden ser los colores
que vemos en sueños, imágenes y alucinaciones, y el espacio no
tiene por qué ser físico sino que puede ser el espacio imaginado en
sueños. Pero donde y cuando quiera que esté el color, ocupa exten
sión en el espacio. De hecho, esto parece demasiado obvio para que
valga la pena mencionarlo. Nuestra pregunta, no obstante, es: ¿Qué
clase de enunciado es éste? ¿Es contingente? ¿Podría no ser ex
tenso el siguiente color con que nos topemos? Es evidente que no:
estamos seguros de que todo color que jamás experimentemos será
extenso. Pero ¿cuál es ¿a justificación de nuestra certeza?
Quizás el enunciado es analítico. Pero aquí caemos en el mismo
problema: ni «color» ni «extensión» parecen definibles. De aquí que
no se pueda mostrar, si hay alguna, la contradicción.
«Pero no diríamos de nada que sea coloreado a menos que sea
extenso.» Sin duda, esto es verdad, pero, ¿qué lo hace verdadero?
«Es una regla de lenguaje: el color implica extensión.» Así habla
el empirista. Pero ahora replica el racionalista: «¿Qué subyace a esa
regla de lenguaje? Concedo que sabemos que el enunciado es verda-
clero "a partir de los solos significados de las palabras” , pero, ¿no
reflejan los significados el hecho de que el color implica la extensión,
que las dos propiedades están relacionadas necesariamente en la natu
raleza? ¿No es porque todo lo coloreado ha de ser extenso por lo
que podemos inferir "X es extenso” a partir de "X es coloreado” ?»
3. «Una cosa no puede ser roja y verde por completo en el
mismo momento.» Una cosa puede ser toda roja en un momento
y toda verde en otro. Puede parecerle verde a una persona y roja a
otra en el mismo momento. Puede ser en parte verde y en parte
roja: puede ser rayada, ajedrezada, jaspeada. Puede estar cubierta
de pintura mitad verde mitad roja, mezcladas. Puede estar cubierta de
pintura roja, que a su vez está cubierta de pintura verde. Todas
estas cosas pueden suceder y suceden: lo que no puede suceder es
que su superficie sea toda roja y toda verde al mismo tiempo. Pero,
¿por qué no puede ser a la vez verde y roja? El mismo objeto puede
ser a la vez rojo y cuadrado, rojo y duro, rojo y pesado. ¿Por qué
no puede ser a la vez rojo y verde? Que no puede, parece ser una
verdad necesaria. Pero, ¿de dónde surge la necesidad?
«Hay en filosofía un viejo principio, el Principio de los Deter
minables. El color, la forma, el tamaño, el peso, son todos ellos
determinables, esto es, hay diferentes maneras de ser coloreado, y
así sucesivamente. El rojo y el verde están determinados en cuanto
al color; pesar seis kilos y pesar diez kilos están determinados en
cuanto al peso; ser cuadrado y ser triangular están determinados
en cuanto a la forma; y así sucesivamente. El principio dice que no
podemos tener simultáneamente dos determinados diferentes bajo
el mismo determinable. Una cosa no puede pesar seis kilos y tam
bién diez kilos. Una cosa puede ser a la vez roja y dura, porque los
determinados pertenecen a diferentes determinables (color y grado
de dureza). Pero no puede ser a la vez roja y verde, dado que ambos
determinados caen bajo el mismo determinable, el color.»
«Muy interesante, y sin duda cierto. Ahora bien, ¿cuál es el ca-
rácter de este Principio de los Determinables? ¿Es sintético y a
priori? ¿Cómo sabemos que siempre se mantendrá verdadero? En
efecto, ¿cómo sabemos que algo que es coloreado siempre tendrá
algún color particular, o que algo que es pesado siempre tendrá un
peso en particular? ¿Por qué no puede ser coloreado en general sin
tener ningún color específico, o pesado sin tener ningún grado espe
cífico de pesadez? Concedo que parece imposible, y que no puedo
imaginar nada coloreado que no sea de un color específico. Pero,
¿cómo sabemos que no puede ser así? Yo creo que es una verdad
a priori, pero, ¿me puede mostrar que es analítica? Si no, entonces
tenemos al menos una proposición sintética a priori, y el raciona
lista (en el sentido tradicional) está, después de todo, en lo cierto.»
«No puedo mostrarle que sea analítica: parece un rasgo necesario
de la realidad que deba ser así. Pero volvamos a nuestro ejemplo
específico del rojo y el verde.- ¿Por qué una cosa no puede tener
estas determinadas cualidades por toda su superficie al mismo tiem
po? Permítame apelar al significado de la palabra "rojo". Si usted
entiende el significado de la palabra "rojo” , enriende que significa
no verde.»
«En un sentido, eso es cierto: pero entonces "rojo" significa
también "no azul” , "no amarillo” , v así sucesivamente: de hecho,
también significa "no duro” , "no cuadrado” : en realidad, "rojo”
sólo significa rojo y no otra cosa.»
«Pero hav una diferencia. Ser rojo es compatible con ser duro;
no es compatible con ser verde.»
«Cierto, pero, ¿por qué no? Esa es la cuestión. ¿Por qué el
rojo y el verde son incompatibles y lo roío y lo duro no? Admitido
que ser :ojo es diferente de ser verde; pero ser roío también es
diferente de ser duro.»
«Bue 10 , ser duro es solamente diferente de ser rojo; pero ser
verde nc sólo es diferente de ser rojo, es incompatible con ser
rojo.»
«Incompatible: ahí vamos de nuevo. ¿Y por qué es incompa
tible? ¿Cuál es aquí el significado de "incompatible” ?»
«Ser rojo se contradice con ser verde; pero ser rojo no se con
tradice con ser duro, sólo es diferente de ser duro.»
«¿Se contradice? Sólo las proposiciones se contradicen. Los obje
tos de l¿i naturaleza no se contradicen. Las cosas de la naturaleza
simplemente son; la contradicción sólo se da en las proposiciones.»
«Muy bien. Las definiciones son proposiciones; la definición de
"rojo” sólo es diferente de la de "duro” , pero contradice la defi
nición de "verde” .»
«Pero usted sabe que eso no le servirá de nada. No puede definir
ni "rojo” ni "verde” . Y dado que no puede enunciar las defini
ciones, las definiciones no se pueden contradecir.»
«Le concedo que no puedo mostrar aquí una contradicción for
mal. La proposición no es analítica en ese sentido. Si sé que algo
es todo rojo, he de examinarlo para ver si es también duro o pesado,
pero no tengo que examinarlo para ver si es (en el mismo momento) -
verde, pues ya sé que no lo es. Esto es, puedo pasar de "es rojo” ;
n "no es verde” como una regla verbal. Es analítico en el segundo
sentido de analítico, en que "si es rojo, no es verde” es verdadero,
en virtud de los meros significados de las palabras. Si yo le digo que
$

algo es por completo rojo, y entonces usted me pregunta si no era


también enteramente verde, dudaría de que usted hubiese aprendido
el significado de estas palabras. Mas "es rojo, pero, ¿es también
duro?" no sería una pregunta absurda. Para saber que "si es rojo
110 es verde" es verdad, sólo tengo que estar familiarizado con la
regla del lenguaje que me autoriza a inferir "no verde” a partir
de "rojo” . Así que, como verá, puedo saber que, si es rojo, no es
verde, en virtud solamente de los significados de las palabras del
lenguaje, que es la segunda definición de "analítico” .»
«"Regla de lenguaje” ; aquí estamos ele nuevo. No es por las
palabras, sino porque usted entiende los significados de las palabras
por lo que puede hacer esta inferencia. Y los significados de las pa
labras son tales que ser rojo excluye ser verde. ¿Y por qué lo uno
excluye lo otro? Porque es un hecho necesario de la realidad que
una cosa no puede ser simultáneamente roja y verde, mientras que
no es un rasgo necesario de la realidad que no pueda ser roja y dura
a la vez. Ese es el hecho de la realidad que subyace a nuestras con
venciones verbales. Si las convenciones verbales fuesen arbitrarias,
¿por qué tendríamos ésta precisamente? ¿Por qué tener una que
nos capacite decir "rojo, luego no verde” ? ¿Es un accidente? Insisto,
nuestras reglas verbales reflejan el modo como se comporta la rea
lidad: la razón por la que tenemos la regla verbal en el caso rojo-
verde pero no en el caso rojo-duro es que hay en la realidad una
relación de necesidad entre rojo y no verde, pero no entre rojo y
no duro. Una vez más hemos llegado a nuestro habitual callejón
sin salida.»
4. «Si A precede a B y B precede a C, entonces A precede a C.»
¿Qué, se podría preguntar, podría ser más evidentemente verdadero
que esto? Cualquier niño lo sabe. ¿Cómo podría A preceder a B y B
preceder a C y, no obstante, no preceder A a C? El enunciado pa
rece, con seguridad, ser necesariamente verdadero.
Supongamos que alguien cree que no es una verdad necesaria
sino sólo contingente, como «todos los cuervos son negros». Sería
una generalización a partir de la experiencia, comprobada millones
de veces, pero todavía no absolutamente cierta: podría no seguir
siendo verdadera la próxima vez. Los coches se aproximaron antes
de la colisión; la colisión ocurrió antes de que los ocupantes fuesen
llevados al hospital; y, por supuesto, los coches se aproximaron
I? • antes de que los ocupantes fuesen llevados al hospital. La reina
^Isabel reinó antes que Ja cobo I, Jacobo I reinó antes que Jorge III,
* v y , p°r supuesto, la reina Isabel reinó antes que Jorge II I. Esta clase
de episodio ha sido verificado tantas veces por nuestra experiencia
''$■/ que nunca ni siquiera se nos ocurre que pueda no valer siempre. Sin
embargo, si el enunciado es sólo contingente, podría no valer en
casos futuros; no importa con qué regularidad pueda haberse pre
sentado en el pasado una sucesión de acontecimientos, podría ser
diferente en el futuro. La proposición sería entonces una generali
zación particularmente bien fundada, no una verdad necesaria.
Sin embargo, con seguridad, tal explicación es sumamente inve
rosímil. No podemos conocer nada sobre los acontecimientos futu
ros; pero, ¿no sabemos a priori que si hay tres de ellos, tales que
A precede a B y B precede a C, entonce;; A precede a C? ¿Podría
haber algo más absurdo que creer que las nueve en punto vienen
antes de las diez en punto, y las diez antes ele las once, pero que las
nueve no necesariamente vienen antes de las once? El enunciado,
por tanto, es necesariamente verdadero. Pero, ¿es analítico o sin
tético?
«Es analítico», dice el empirista. '<Es necesariamente verdadero
sólo porque es analítico. Si usted dijese que A era anterior a R y B
n C, y, no obstante, dijese que A no era anterior a C, sería culpable
de contradicción.»
«¿Por qué?», pregunta el racionalista. «Muéstreme la contradic
ción. Le concedo que, si alguien dijese eso, no sería verdad, pero eso
es muy diferente de decir que habría sido culpable de contradicción.
Por más absurdo que fuese su enunciado, no puedo ver la contra
dicción. A tiene cierta relación con B y B con C; ¿cuál es la con
tradicción que hay en decir que A no riene esta relación con C? En
efecto, esto es verdad en muchas otras situaciones. Si el equipo A
vence al equipo B, y el equipo B vence ai equipo C, no se sigue
necesariamente que A gane a C; de hecho el equipo C puede volver
y superar al equipo A. Si el señor A es amigo del señor B, y el
señor B es amigo del señor C, no se sigue que el señor A sea amigo
del señor C. Como verá, no es una verdad general que si A tiene
una relación con B y B con C, A tenga esa relación con C. Cuando
ello sucede, se dice que la relación es transitiva; pero no todas las
relaciones son transitivas.»
«Pero es necesariamente verdadero en este caso, el caso de la
precedencia temporal.»
«Ciertamente lo es; es necesario, no contingente, y cognoscible
a priori. Esto no lo he negado; sólo niego que sea analítico. Sos
tengo que es una verdad sintética a priori.»
«Yo mantengo que es a priori pero no sintética. Que la relación
temporal sea transitiva, al revés que la relación de ganar o de ser
amigo, es algo incorporado a nuestro mismo lenguaje. Cuando usted
dice que A precede a B y B precede a C, está significando implícita
mente que A precede a C. Si continúa y dice explícitamente que A
precede a C, no está añadiendo nada al contenido del enunciado.
Suponga usted que le dice a un inspector de policía: "H e aquí una
información: ella lo hirió antes de que él la disparase; y he aquí
otra información: él la disparó antes de que llegasen los vecinos".
Y luego dijese el inspector "¿es eso todo lo que sabe?, ¿es esa toda
la información que posee?" y usted replicase: " ¡A h !, sí, tengo una
migaja más de información: ella lo hirió antes de que llegasen los
vecinos” . El inspector lo consideraría en el mejor de los casos como
una mala broma. "Si yo ya lo sabía” podría replicar. "Usted ya lo
implicaba en lo que dijo antes” . Esta supuesta "migaja de infor
mación añadida” no era en absoluto añadida sino parte de lo que
había dicho ya.»
«El inspector de policía tenía razón en que estaba justificado el
hacer la inferencia por sí mismo; sabía que la relación temporal es
transitiva, y que ésta es una verdad necesaria. No tenía que esperar
a que el hombre le dijese eso. Sin embargo, decir "A precede a C”
no es lo mismo que decir "A precede a B y B precede a C” . No es
la misma información. "A precede a C” es ciertamente una infor
mación añadida, pero tal que el inspector está autorizado a inferirla
de lo que ya le ha dicho el ciudadano.»
«Esa es la cuestión: el estaba autorizado a inferirla, y no habría
estado autorizado a inferirla si la verdad no hubiese sido analítica.
La relación temporal es transitiva, y su transítividad es parte del
significado mismo de las palabras temporales. Y si alguien dijese que
A es anterior a B y B anterior a C, y no obstante A no es anterior
a C, concluiríamos que no ha aprendido el significado de estas
palabras temporales; aún no ha aprendido las convenciones verbales
que gobiernan nuestro uso de estas palabras.»
«Quiere decir que no ha aprendido un hecho necesario de la
realidad, que la relación temporal es transitiva. Una vez que sabe
que la relación temporal, al revés que muchas otras relaciones, es
transitiva, tiene derecho a hacer la inferencia. Pero el hecho básico
en esta situación es que la relación temporal es transitiva: el hecho
secundario, la consecuencia, es que, además, nuestras convenciones
verbales son de tal manera que la transitividad es "parte del signi
ficado mismo” de las palabras temporales. Pero la ra/ón por la que
hemos establecido nuestras convenciones verbales de esta manera
es que la realidad es de este modo, y nuestras convenciones lingüís
ticas han de reflejar de qué manera es la realidad. ¿Puede Vjted
concebir una relación exactamente igual que la relación tf\nporal
pero no transitiva? Desde luego que no puede: la relación tempo
ral es necesariamente transitiva. Como verá, no es un accidente que la
transitividad haya llegado a ser "parte del significado nismo” de las
palabras temporales; una palabra que signifícase lo mismo que
'precede” exrepto que no sea transitiva no tendría nada a lo que
aplicarse. De nuevo, nuestras convenciones verbales reflejan el modo
en que se comporta la realidad. El curso del tiempo recorre un ca
mino y su dirección es irreversible; este es el rasgo de la realidad
que usted soslaya como "convención verbal” .»
5. «Dos cosas no pueden estar en el mismo lugar al mism
tiempo.» Cuando usted está mirando el tránsito puede observar que
dos coches pueden estar en el mismo lugar en dos momentos dife
rentes (quizá sólo con la diferencia de una fracción de segundo),
y que pueden estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo (uno
al lado del otro, por ejemplo), pero que dos coches no pueden ocupar
el mismo espacio al mismo tiempo. Cuando intentan hacerlo se pro
duce la colisión.»
«Cierto; ahora bien, ¿qué clase de enunciado és que los dos
coches no pueden estar en el mismo lugar al mismo tiempo? ¿No
es verdadero a priori? ¿Tiene usted que verificar su verdad en cada
nuevo caso? ¿No sabe a priori que si hay dos objetos no pueden
ocupar el mismo lugar al mismo tiempo?»
«Bueno, depende. Los coches son relativamente impenetrables,
pero, ¿qué pasa si se funden en uno como bien podrían hacerlo bajo
una temperatura o presión enormes? ¿Q ué-si se juntan como dos
piezas de mantequilla derretida que se comprimen juntas?»
«Pero cuando hacen esto dos trozos de mantequilla no siguen
siendo dos trozos, sino uno. Más aún* no ocuparían el mismo lugar:
continuarían estando uno al lado del otro, sólo que serían indistin
guibles y serían considerados una sola cosa. Seguirían siendo dos
cosas si estuviesen al lado, pero como se han puesto en contacto para
formar un único objeto, habría una y no dos.»
«Suponga que tiene dos recipientes de gas de un litro, y los
suelta en un espacio de un litro. ¿No tiene ahora dos cosas — los
dos litros de gas— ocupando ahora el mismo espacio?»
«Pero ahora ya no son dos litros. Los gases son espacio vacío
en su mayor parte, así que, desde luego, es posible que las partículas
de gas que al principio ocupaban dos litros de espacio ocupen ahora
uno. Podría, supongo, llamarlos dos cosas en el mismo lugar al mismo
tiempo- Pero si lo hiciese, sería engañoso, pues hay otro sentido en
el cual aún no ocuparían el mismo lugar: tome cualquiera de los
millones de moléculas de gas del recipiente, y ningún par de estas
moléculas podrá ocupar el mismo lugar al mismo tiempo.» 1
«Y, ¿por qué no pueden? Porque no le llamaríamos el mismo
lugar; nuestro criterio para llamarle "el mismo lugar” es que no hay
más de una cosa (partícula, molécula) allí.»
«Quizá; pero volvamos desde las partículas aisladas a los obje
tos enteros. ¿No puede imaginar que dos objetos se unan, no por
sus superficies como pegados con cola, sino interpenetrándose? Las
moléculas de uno vendrán a ocupar una cantidad considerable del
espacio del otro, pero mantendrán su identidad como dos objetos:
podrían incluso ser separados y quedar como antes. ¿No se podría
decir de estos objetos, una vez interpenetrados, que están en el
mismo lugar al mismo tiempo?»
«En sentido lato se podría decir, pero tenga cuidado con lo que
entiende por ello. Querría decir sólo que una región dada del es
pacio, digamos dos centímetros cúbicos, sería ocupada por las molécu
las de ambos cuerpos; eso seguramente es posible. Pero lo que no
es posible es que una molécula de uno de los objetos y una molécula
del otro objeto (o del mismo objeto, tanto da) ocupen la misma
porción de espacio al mismo tiempo. Eso es lo que no puede ser.
Y que no puede ser es una verdad necesaria.»
«¿Por qué es una verdad necesaria?»
«Porque usted está autorizado a decirla a priori. Si yo sé que
hay dos moléculas de materia, sé a priori que ocupan dos lugares
diferentes.»
«Muéstreme ahora que es analítico el enunciado.»
«No puedo mostrar que sea analítico en el primer sentido. No
puedo poner de manifiesto que haya contradicción en negarlo. La
palabra "lugar" puede éer definida ostensivamente, pero no veo
cómo pueda definirse verbalmente en mayor medida que "rojo". Así
que no puedo m ostrar una contradicción. Pero creo que el enunciado
es analítico en el segundo sentido de "analítico"; se sabe que es
verdadero si se conocen los significados de las palabras. No podemos
presentar nunca un caso de "dos objetos en el mismo lugar" porque
la misma admisión de que hay dos objetos nos es suficiente para
describir su ubicación como dos lugares, no uno.»
-■■ÁInsisto, lo que usted describe como convención verbal lo des
cribo yo como rasgo necesario de la realidad. La realidad es tal que
ciertas cosas son necesariamente verdaderas de ella, y ésta es una.»
«Pero si lo toma como rasgo de la realidad, no veo cómo
puede saber que la proposición continuará siendo verdadera para
todos los casos futuros, que la realidad seguirá siendo así. Después
íde todo, derivamos los conceptos de lugar, cuerpo, etc., de la expe
riencia.»
«Desde luego que lo hacemos. Pero una vez adquiridos los con
ceptos de la experiencia, aprendimos a usarlos al afirmar proposi
ciones, y por tanto nos dimos cuenta de las proposiciones (tales
como Ja que estamos considerando ahora) son necesariamente ver
daderas.»

Ejercidos
¿Es la proposición de cada -uno de los siguientes ejemplos una verdad nece
saria? ¿Es una verdad? Justifique su respuesta.
a) «Todo lo que tiene color tiene forma.» Pero, -¿quépasaconel cielo?
b) «Todo ío que tiene forma tiene color.» Pero, ¿quépasa con un cubito
de hielo?
c) «Todo lo que tiene forma tiene tamaño.» ¿Qué pasa con el arco iris
o las manchas redondas que se nos aparecen en los ojos?
d) «Todo 1c que tiene forma tiene volumen.* ¿Qué pasa con un triángulo?
(¿Es verdadero el enunciado si se entiende forma tridimensional?)
e) «Todo lo que tiene volumen tiene forma.» ¿Qué pasa con el agua
de unvaso o los gases encerrados en una cámara?
{) «Toda materia es sólida, líquida o 'gaseosa.» ¿Qué pasa con una mo
lécula aislada?
2. Clasifique cada una de las siguientes proposiciones como
1) necesaria pero no sintética,
2) sintética pero no necesaria, o
3) a la vez sintética y necesaria.
D é sus razones en cada caso.
a) Todo lo que tiene forma tiene tamaño.
b) Todo lo que tiene volumen tiene forma.
c) Todo lo que tiene forma tiene color. (Nota: ¿incluye «coloreado» ser
transparente?)
d ) Tcdo sonido tiene altura, volumen y timbre.
e) Todo color tiene matiz, brillo y saturación.
f) Todo lo que tiene forma tiene extensión.
g) Todo lo que tiene extensión tiene forma.
h) 40.694 + 27.593 = 68.287.
i) Ningún mamífero tiene plumas.
j) Toda partícula de materia del Universo atrae a toda otra partícula con
una ¡fuerza que varía inversamente al cuadrado de la distancia y directamente
al producto de las masas. (Ley de Newton de la Gravitación Universal.)
k) Una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos.
I)Dada una línea L y un punto P que no esté en esa línea, sólo se
puede trazar por P una paralela a L.
m) Si p es verdadero, p no es también falso.
n) p es verdadero o p es falso.
o) Es correcto cumplir con el deber.
p) Si A está al norte de B y B al norte de C, entonces A está al
norte de C.
q ) Si A está al este de B y B al este de C, entonces A está al este de C.
r) Si San Francisco está al este de Tokio y Tokio al este de Londres,
entonces San Francisco está al este de Londres.
s) Una persona no puede nacer tres mesesdespués de lamuerte de su
madre,
t) Una persona no puede nacer tres meses después de la muerte de
su padre.
u) Todos ios cubos tienen doce aristas. (Véase C. H . Langford, «A Proof
that Synthetic A Priori Propositions Exist» [«Una prueba de que existen pro
posiciones sintéticas a priori»], Journal of Pbilosophy, 1949.)
v) Si A se come a B, y B se ha comido a C, entonces A se ha comido a C.
w ) Si A ocurre antes que B, y B ocurre antes que C, entonces A ocurre
antes que C.
x) Si A contrata a B y B contrata a C, entonces A contrata a C.
y ) No puede haber, en el mismo tiempo y lugar, dos determinados dife
rentes (tales como rojo y verde) bajo un mismo determinable (como color).
z ) Todo número es la suma de dos números primos. (Teorema de
Goldbach.)
aa) Si A es indiscernible de B y B de C, A es indiscernible de C.
3- Comente las siguientes afirmaciones:
a) Una ameba se divide en dos y tenemos dos amebas. Por tanto 1 = 2.
b ) Intente dividir un saco de harina de 5 kilos en c;nco talegos de un
kilo, y no podrá: cada talego contendrá algo menos de un kilo. Por tanto
1 + 1 -j- 1 + 1 + 1 no es necesariamente igual a 5.
c) Dos manzanas y dos manzanas hacen necesariamente cuatro manzanas.
d ) La verdad es irrelevante para la ciencia de la geo;netría.
e) Las proposiciones de la aritmética están vacías de contenido fcctico.
f) Para inferir una proposición de otra, sólo necesitamos inventar la
convención verbal apropiada.
g) Una geometría no es más verdadera que otra, como lo prueba la exis
tencia de geometrías alternativas.
4. D e ¡pequeños aprendimos que 2 + 2 = 4; por tantc ello no puede ser
a priori.

11. Los principios de la lógica

Ahora llegamos a un tema aún más fundamental: los principios


presupuestos en todo pensamiento y discurso humanos. Las propo
siciones de la aritmética, hemos visto, son necesarias; asimismo lo
sorrlas de la geometría (en el contexto de un sistema geométrico);
también lo son muchas otras que hemos considerado en la sección
precedente. Pero volvamos ahora a ciertos principios de la lógica,
que también se manifiestan como necesariamente verdaderos. Co
mencemos con las tres Leyes del Pensamiento establecidas por
Aristóteles (384-322 a. C.).
1. La Ley de Identidad: A es A 4.
2. La Ley de No contradicción: Nada puede ser A y no-A.
3. La Ley del Tercio Excluso: Todo es A no-A.

¿Por qué son fundamentales? Porque si no fueran verdaderas,


no podría ser formulada ninguna otra verdad, ni siquiera pensada.
Todo lo que decimos presupone que A es A: si hablamos de una
4 Aquí «A» representa una entidad cualquiera, no sólo (como en capítulos
anteriores) una propiedad.
mesa, estamos presuponiendo que la mesa es una mesa; si la mesa
no fuese una mesa, ¿de qué podríamos estar hablando? ¿De una
mesa o de una no mesa? 5. Y también: definimos los enunciados
analíticos, al menos en un sentido, por referencia a la Ley de No
contradicción. Si decimos que un cuadrado es un círculo, estamos
diciendo en efecto que la figura es a la vez cuadrilátera y no cuadri
látera, con lo que nos contradecimos. Esto es, estamos violando la
Ley de No contradicción, que dice que nada puede ser á la vez A
y no-A (a la vez cuadrilátero y no cuadrilátero). Es en la Ley de
No contradicción en lo que está basada la primera definición de
«analítico».
Para alguien que busque información específica, estas tres «leyes»
bien pueden estar fuera de lugar. No nos dicen gran cosa. «A es A»
no nos dice cuáles son las propiedades de A, si el A en cuestión es
redondo, pesado o suave; meramente dice que A es A, que la cosa
es ella misma. No nos dice si A dura mucho tiempo o si, como un
relámpago, existe un instante y desaparece para siempre. Si el uni
verso constase de una serie infinita de acontecimientos evanescentes
como relámpagos, «A es A» seguiría siendo verdadero. No nos dice
nada sobre el particular carácter del mundo: es verdadero para «to
dos los mundos posibles» 6. Tampoco la Ley de No contradicción
dice nada específico acerca de nada del mundo: dice que si esto es
una mesa, no es también una no mesa; y que si la nieve es blanca,
no es también no blanca. La Ley de No contradicción nos dice que
no puede ser ambas cosas; pero a fin de cubrir la posibilidad de
que pueda no ser ninguna, la Ley de Tercio Excluso viene a excluir
el término intermedio entre A y no-A: dice que todo es A o no-A,
esto es, ha de ser lo uno o lo otro, no puede no ser ninguna de
las dos cosas. Esto es una mesa o no es una mesa, o un unicornio o
un no unicornio; y la nieve es blanca o. la nieve es no blanca.
Es inexacto llamar a éstas «las Tres Leyes del Pensamiento»,
como si fueran leyes de la psicología humana que describen cómo
piensan realmente las personas. Si fuesen eso, no serían verdaderas,
pues la gente no siempre piensa en acuerdo con ellas: la gente, por
ejemplo, se contradice, violando así la Ley de No contradicción. No
son leyes del pensamiento a la manera que eran consideradas leyes41
5 «Una mesa es una mesa» es una verdad necesaria, pero «este objeto que
hay ante mí es una mesa» no lo «s. E l últim o enunciado-puede ser falso: |
usted puede identificar mal el objeto que tiene delante, o creer que está
cuando no está.
6 Aquí entendemos mundos posibles lógicamente, puesto que la Ley d e No.
contradicción se usa para definir lo que significa posibilidad lógica. Decir que;
algo es posible lógicamente es decir que no hay contradicción en negarlo. V er
páginas 21(1-17.
del pensamiento las tradicionales «leyes de asociación». Son más
¡i bien presupuestos (sine qt¿a non) de todo pensar consistente (no
[ autocontradic torio).
f: . Además, son los más generales enunciados que se pueden hacer;
y incluso las leyes de la aritmética hacen su aparición sólo cuando
£ estamos hablando de cantidades numéricas. Pero las Leyes del Pen-
samiento están presupuestas en todo momento, hablemos de lo que
| hablemos: no im porta de qué estemos hablando, la cosa de la que
rr estamos hablando es ella misma, a saber, la cosa de la que estamos
£ hablando (A es A). No es a la vez ella misma y no ella misma, ni
S... tiene una propiedad y no la tien^ (no a la vez A y no-A); y tiene
| la propiedad o no la tiene (A o no-A). No sólo no podemos hablar,
| .. no podemos pensar, ni siquiera en la medida de identificar algo
£ como A, sin presuponer al menos la Ley de Identidad: pues en el
I momento en que, de entre la suma total de todas las cosas que hay,
elijamos una cosa o una característica, A, presuponemos que es de
|; A. de la que estamos hablando o pensando, y no de otra cosa.
|: Tal como hemos enunciado estas tres, leyes, tienen que ver con
lás cosas, relaciones, propiedades, etc., del mundo. A veces, sin en>
|: bargo, son formuladas como verdades acerca de proposiciones, en
cuyo caso todas ellas son tautologías;
fe f Ley de Identidad: Si p, entonces p. p p
p ¡'V Ley de No contradicción; No a la vez p y no-p. ~ ~ p)
|r ‘ Ley de Tercio Excluso: O p o no*p. P V ~ p

i;- E n otras palabras: si una proposición es verdadera, entonces es


|í; verdadera; ninguna proposición es a la vez verdadera y no verda-
H dera; y toda proposición es verdadera o no verdadera. En esta for-
|V; mulación hay la ventaja de que las tres leyes pueden ser usadas
j p ahora como reglas de inferencia en la deducción lógica de proposi-
dones. Pero, sin embargo, son casos especiales de nuestra primera
formulación: a menos que sea verdadero que A es A, no tendríamos
£ ninguna base para afirmar que p es p (o que p implica p). Una
|:( proposición, p, es otro A, otro ítem discernidle al cual se aplica
» ia.Iey.
. Supongamos que alguien niega la Ley de Identidad. ¿Qué resul
taría ? «Niego que A es A.» «Ya veo. Y, ¿cree usted que su negación
;j|B,una negación?» «Desde luego.» «Entonces A es A: usted lo pre*
ijsupone^en lo que acaba de decir. Si no lo presupusiese, no podría
| | ni siquiera enunciar la proposición que acaba de emitir.» Sin presu-
l-poner la ley no podría afirmar nada, ni siquiera la negación de la
" n^isma ley; pues en el momento en que abre la boca para hablar
^(Otempieza siquiera a pensar) sobre cualquier cosa, la llama A, luego
es A de lo que está hablando, y no otra cosa. ¿Cómo podría ser A
y también no A aquello de lo que estamos hablando? ¿De qué sería,
entonces, de lo que estábamos hablando? ¿De A o de alguna otra
cosa distinta, digamos de B? Pero en uno y otro caso, A es A, y
B es B.
O supongamos que alguien niega la Ley de No contradicción.
«Esto es una mesa y tnmbién no una mesa», afirmando así que
puede ser ambas cosas (cuando la Ley de No contradicción dice que
no puede). ¿Qué podríamos decirle? ¿Podríamos siquiera entender
lo que quería decir? ¿Qué situación estaría intentando describir?
«¿Esto es una mesa y también no es una mesa? Pero usted ya
Hijo en la primera parte de su enunciado que es una mesa; ¿qué
quiere, entonces, dar a entender en la segunda parte del enunciado
diciendo que no es una mesa? ¿Es una mesa de lo que está ha
blando. o no lo es?»
«Simplemente estoy diciendo que es y no es una mesa.»
«Pero al llamarla mesa, y luego negarlo en la misma emisión cíe
voz se está contradiciendo.»
«Eso es, así que me estoy contradiciendo. ¿Qué hay de malo
en ello?»
«Lo que hay de malo es que lo que usted dice es ininteligible: si
es una mesa de lo que está hablando, no es también no una mesa.
Si dice que es ambas cosas, ¿de qué está hablando?»
«Lamento que no pueda entenderlo, puede ser ininteligible para
usted, pero no lo es para mí.»
«Pero, por favor, explíqueme qué quiere dar a entender diciendo
que es a la vez una mesa y no una mesa; primero dice que es, luego
que no es, así que, ¿de qué es de lo que está hablando? ¿De A o
de no A?»

«De ambas cosas. La cosa de la que estoy hablando es A y no A.»


¿Qué hn ocurrido aquí? ¿Por qué ha pasado la barrera del dis
curso significante? De entre roda la infinita variedad de cosas del
universo (el círculo grande), elige una (el círculo pequeño), que lla
mamos A. Toda otra cosa es llamada no A. Si pretende estar ha
blando de A, es algo que está en el círculo pequeño, si está ha
blando de algo distinto de A, es algo que está en el círculo grande
(exceptuado A). Cuando dice que la cosa de la que está hablando
es a la vez A y no A, está diciendo en efecto que está en el círculo
pequeño y también que no está en él (está fuera). Así, pues, se
está contradiciendo. ¿Qué más podemos decir? El puede admitir,
incluso con ostentación, que se está contradiciendo y de todos modos
continuará hablando. Pero, ¿sobre qué? ¿Sobre A? ¿O sobre otra
cosa distinta de A (no A)? Henos aquí de nuevo: A o no-A. Po
demos no haberle impedido que siga hablando, pero estamos seguros
de que si habla de algo, A, esto excluye no-A (toda otra cosa dis
tinta de A), y que, en la medida en que sea capaz de hablar de algo,
debe obedecer también la Ley de No contradicción, la conozca o no,
la niegue o no. Cuando dice A, implícitamente niega no-A; y cuando
piensa A, no puede pensarlo también como no-A. De otro modo,
repito, ¿en qué estaría pensando?
O supongamos que alguien le dijese «acepto su Invitación para
cenar esta noche», y pocos minutos después dijese «de paso, no
puedo aceptar su invitación para cenar esta noche»; «¿quiere usted
decir que ha cambiado de opinión?» «No, sólo que no voy.» «Pero
dijo hace un momento que venía.» «Ya lo sé: eso también es ver
dad, voy y no voy.» «¿Qué quiere usted decit?» «Las dos cosas.»
¿Qué esperaría usted ahora? ¿Qué está afirmando? Seguro que lo
que dice es ininteligible, no sólo para usted, sino también para él.
Ha violado la Ley de No contradicción.
Justificación de los principios. «Usted ha mostrado que las Leyes
del Pensamiento están presupuestas en todo discurso, y, ciertamente,
en todo pensamiento; pero aún no me ha probado que sean verda
deras, ¿Cómo las probaría?
Consideremos el concepto de prueba. Probar algo es establecerlo
más allá de toda duda. Pero hay más de una manera de hacer esto.
1) Probamos un teorema de geometría derivándolo, deductivamente,
a partir de teoremas previos y de otros enunciados de! sistema. Pro
bamos una conclusión mostrando que está deducida válidamente de
las premisas, supuesto que ya sepamos que las premisas son verda
deras. Pero 2) podemos probarlo también aporrando a su favor
elementos de juicio que no hagan uso en absoluro del razonamiento.
Alguien dice: «pruébeme que está ahora leyendo un libro». No hav
otras proposiciones de las cuales podamos deducir ésta como con
clusión (o, si las hay, son aún menos obvias que ésta): usted lo
prueba mostrándolo, poniéndolo frente a la situación, diciéndoJe que
mire, toque, y así sucesivamente. Cuando el juez dice «pruébeme que
estaba en Atlanta la noche del asesinato», no está pidiéndole al
acusado que deduzca esa proposición a partir de otras, sino que
proporcione elementos de juicio que soporten su afirmación; estos
elementos de juicio se pueden sacar del testimonio de las personas
que lo vieron, de una película que registre sus actividades, etc.
En la mayor parte de los casos, la petición de una prueba es
una demanda de este segundo tipo. Pero en el caso de estos prin
cipios de la lógica, no lo es: ¿cómo podríamos probar que «A es A»
diciendo «mire y verá»? ¿A quién que no estuviese ya convencido
convencería esto? Aquí la demanda de una prueba parece ser la
exigencia de que se deduzca la proposición a partir de otras. Pero
en el presente caso, ¿qué otras h^y? ¿Cómo podemos probar que
A es A deduciéndolo de otras preposiciones, si en realidad todas
las demás proposiciones se apoyan sobre ella? Tenemos que empezar
en algún punto, y es aquí donde empezamos. No podemos probar
nada excepto por medio de otra cosa: está la proposición por probar
y las demás proposiciones por medio de las cuales es probada. Pero
en este caso no se puede efectuar ninguna deducción; de hecho,
cualquier pretendida deducción presupondría la verdad de la misma
proposición por probar. No podemos probar las leyes de la lógica por
medio de otras proposiciones, pues las otras las presuponen. Ni pode
mos probarlas por medio de sí mismas: esto sería una petición de
principio (suponer la misma cosa que se desea probar). Pero, ¿de
qué otro modo sino mediante los principios de la lógica, podemos
establecer los principios de la lógica?
No se puede, desde luego; e incluso si se pudiese, no nos ser
viría de nada. Pues supongamos que pudiésemos d educirlos princi
pios de la lógica, L, a partir de un cuerpo de otros enunciados, K.
¿Cómo podríamos entonces probar K? ¿Por medio de otro, J? ¿Y
cómo podríamos probar J? Aquí la pregunta es infinitamente reite
rativa: estamos atrapados en un regreso sin fin. Además, ¿cómo
podríamos probar nada excepto por los principios de la lógica? Son ;
ellos (jun:o con unos cuantos principios más) los mismos principios
de la prueba. Si se pudiese usar otro conjunto de principios, K, para;
establecer los principios de la lógica, entonces K serían los principios \
de la prueba y no L. f
No podemos establecerlos por medio de sí mismos; no podemos^
establece! los por medio de algo distinto de ellos mismos; luego, no:
podemos establecerlos. (Incluso al decir esto, estamos usando un-
principio de la lógica, aunque un poco más complejo: «Si p, enton|
ces q o r; no q, no r, luego no p ».) ^
¿Es perturbador este resultado? No debería serlo; si una prueba,
no ha de proseguir indefinidamente, en algún sitio tenemos que?
parar. Pero estamos tan acostumbrados a ser acosados con la de-:
manda «pruébelo», que tendemos a pensar que también se requiere^
esto en la mismísima base dé la prueba. «Si usted no puede pro-f
bario, no puede saberlo.» Pero los principios de la prueba hacen
posible la prueba. No podemos probar/oj a su vez; sólo podemos
mostrar, como hemos hecho, los resultados que se lograrían inten
tante negarlos.
No obstante, la incomodidad puede persistir. Deseamos que cada
enunciado se apoye en otro. Estamos en el caso de la dama y la
roca: La Tierra se apoya sobre un elefante; ¿sobre qué se apoya
el elefante? Sobre una roca. ¿Sobre qué se apoya la roca? Sobre
otra roca. ¿Sobre qué se apoya esa roca? Sobre otra roca..., y así
ad infinitum. Una dama del auditorio insistí;* en hacer esta pre
gunta una y otra vez; por fin el orador, exasperado, le dijo «señora,
hacia abajo todo es roca». Hacia abajo, ¿hasta qué? El conferenciante
sólo puede hacer que deje de repetir la pregunta enseñándole un
poco de astronomía y curándole de sus nociones ingenuas de arriba
y abajo, aunque quizá ella nunca acabe de vencer, con la explicación,
■cierto sentimiento de insatisfacción. También podemos nosotros se
guir insatisfechos con nuestras conclusiones sobre la lógica, a menos
que desterremos la idea de que los principios últimos de la prueba
han de ser también probados. Pueden ser justificados, como hemos
intentado hacer, pero no pueden ser probados, en el sentido de
deducirlos a partir de otras proposiciones por medio de los princi
pios de la lógica.
Objeciones a los principios de la lógica. Sin embargo se han
dirigido objeciones a las tres simples leyes que estamos conside
rando. Algunas están basadas en evidentes confusiones, pero no todas.
: 1. «"A es A ” no siempre es verdad. A veces A no es A, pues
lo que era A deviene B. Los renacuajos devienen ranas y dejan de
ser renacuajos.» Pero la respuesta a esto es muy fácil. Como en el
caso de la aritmética, «A es A» no dice nada sobre en qué pueda
convertirse o devenir A: no nos dice nada sobre cómo sean los
procesos del universo. Sólo nos dice que, cuando tenemos A, en
tonces es un A lo que tenemos, y no otra cosa distinta. Al instante
"siguiente el A puede convertirse en un B, y entonces es un B y no
im A.
; V. «Pero puede ser A en un sentido y no en otro. El hombre de la
pardilla (págs. 57-58) puede ser un caso de moverse alrededor en un
fséhtido pero no en otro.» Esto, desde luego, es cierto, pero de nin-
'guna manera afecta a la Ley de Identidad. Una palabra puede tener
sentidos diferentes. Pero al decir A es A, la Ley de la Identidad
sólo dice que esta cosa, A, cualquiera que sea el nombre que le
demos, es A y no otra cosa. Los gatos son gatos, comer es comer,
y moverse alrededor es moverse alrededor. «Moverse alrededor»
'tiene al menos dos sentidos; muy bien, esto sólo muestra que «mo
verse alrededor» no ha de ser confundido con «moverse alrededor».
La Ley de Identidad no dice que Ai sea A 2, sino sólo que Ai es |
Ai y A2 es A 2. F
2 . «La Ley del Tercio Excluso no siempre es verdadera. Supon- %
ga que digo "E ste unicornio es blanco o no blanco” . Pero ninguna f
de estas alternativas es verdadera, pues no hay unicornios.» |
Pero usar la expresión «este unicornio» presupone que aquí hay |
un unicornio; si usted dice que este unicornio es blanco, su enun- i r
ciado consta de dos proposiciones distintas: 1) aquí hay un unicor* |
nio, 2) es blanco. La segunda proposición presupone que la primera
es verdadera. Pero no lo es. Así que reformulemos la cuestión: f
O aquí hay un unicornio blanco o no lo hay. Y ese enunciado es f:
verdadero: aquí no hay un unicornio blanco. Igualmente es cierto
que aquí hay un unicornio negro o no lo hay. Enunciemos el asunto |
de manera que se evite la formulación engañosa, en la cual los dos |
enunciados son expuestos como uno, y la dificultad será superada. 1
3. «Una cosa no tiene por qué ser caliente o fría, ni un coche f;
tiene que ir deprisa o despacio. Un líquido puede estar templado, ■;
el coche puede viajar a una velocidad mediana.» |
Pero esta objeción confunde las negaciones con ios opuestos. La I
Ley del Tercio Excluso no dice que el coche vaya de prisa o des- |
pació. Ni dice que una temperatura dada es caliente o fría, o que t
un examen ha de ser fácil o difícil. Cada uno de éstos es un par r
de opuestos, y puede haber un terreno intermedio entre ambos. La f
temperatura de un líquido puede no ser caliente ni fría sino tibia, |
un examen puede ser «moderado», ni fácil ni difícil; un coche £
puede ir a velocidad mediana que no es ni deprisa ni despacio. La |
Ley del Tercio Excluso no dice que no haya terreno intermedio entre í
los opuestos (caliente y frío), pues desde luego lo hay. Sólo dice
que no hay terreno intermedio entre un termino y su negación (ca- I'
liente y no caliente). Donde quiera que tracemos la línea limítrofe %
entre caliente y no caliente no hay tal terreno intermedio entre r
ambos. La ley, fiel a su nombre, excluye todo tercer terreno: cual*
quier temperatura que no sea caliente es no caliente, pero desde
luego lo no caliente incluye a la vez lo tibio y lo frío. |
4. ¿Qué hay de los errores de categoría? «¿Quiere usted decir f
que mi estado mental ha de ser caliente o no caliente? ¿Que el |
número 2 es rápido o no rápido? ¿Y que los olores han de ser |
blancos o no blancos? ¡Eso es absurdo! » £
Pero tampoco dice eso la ley: no dice que todo adjetivo se aplica i
significativamente a todo sujeto. Sólo dice que un predicado A o
se aplica o no se aplica. Por ejemplo, el número 2 es rápido o no |
rápido. Eso es bastante cierto; es no rápido. Pero eso no significa |
que haya de ser lento, pues no se íe aplica en absciuto el concepto
de velocidad (aplicarlo sería un error de categoría). Recordemos que
no rápido incluye todos los predicados distintos di rápido: incluye
lento, pero también triangular, comestible, ajado, enamorado y cual
quier otra cosa que se pueda decir. Así entendido, sigue siendo
verdad que el número 2 cae bajo la categoría de rápido o no rápido;
pero no supongamos que, por lo tanto, cae en la categoría de lento
o de velocidad mediana: sólo cae bajo la enorme categoría que
incluye todo menos lo rápido.
5. «Yo sigo pensando que hay excepciones. Por ejemplo, po
dríamos decir que Jones está en casa o Jones no está en casa. Pero
suponga que Jones está muerto: ni está ni no está en casa.»
En absoluto, podríamos replicar. Esto se podría soslayar si las
consideramos proposiciones ambiguas. Tenemos la proposición 1) de
que existe un hombre, Jones (se supone que vivo), 2) que está en
su casa o no está en su casa. La segunda no puede ser verdadera a
menos que lo sea la primera. «Jones está en... o ...» presupone que
Jones existe. Así que podemos decir: existe un hombre, Jones, o no;
y si hay tal hombre, está en casa o no está. En ambos casos vale
la Ley del Tercio Excluso.
Podríamos expresarlo de otra manera: O existe un hombre,
Jones, que está en casa, o no. Ahora bien, si ha existido el hombre
Jones, pero ahora está muerto, la segunda alternativa es verdadera.
Su cadáver bien puede estar en su casa, o en la que era su casa
cuando estaba vivo; pero si el cadáver no es de Jones, entonces no
es verdad que Jones esté en casa. En ese caso, sin embargo, la
segunda mitad del enunciado {la que sigue al «o») es verdadera:
no es el caso de que exista un hombre, Jones, que esté en casa. Pero
hemos de cuidar de no confundir esto con «Jones no está en casa»,
pues este último enunciado sólo es una de las alternativas posibles
dentro de la segunda m itad del enunciado. «Jones no está vivo» es
la otra. Una persona que admita que se le diga «Jones está en casa
o no está en casa» y luego le cuenten que Jones está muerto, y que
por tanto ni p ni no-p es verdad, está cayendo en una trampa. No
se ha guardado de esa trampa con el debido cuidado, pues no ha
distinguido entre estas dos proposiciones: «No es el caso de que
haya un hombre, Jones, que está en casa» (que es verdadera) y
«Jones no está en casa» (que es falsa, dado que Jones ya no existe).
6. «Pero la Ley del Tercio Excluso no se aplica en los casos de
vaguedad. Respecto a la velocidad, se puede decir ues rápida o no
rápida".»
Si la persona va a 90 kilómetros por hora por una carretera de
prim er orden, no está d a io si esto debería ser llamado rápido o no;
no hay una regla clara para decidirlo; como otras innumerables
palabras, «rápido» es vaga. (Véase pág. 93.) No obstante, queda
el hecho de que el principio vale siempre que decidamos trazar la
línea. Si trazamos la línea en 90 kilómetros por hora, entonces es
verdad que hay un coche que va a menos de 90 kilómetros por hora
o no lo hay. Y lo mismo para cualquier otra velocidad que quera
mos mencionar. Es igualmente cierto que va deprisa o no; sólo que
la palabra «deprisa» es vaga, por lo que no se sabe (hasta que
alguien decida especificarlo) dónde ha de trazarse la línea divisoria
entre lo rápido y lo no rápido.
7. «La Ley de No contradicción se vuelve tan intocable con
las especificaciones, que se le hace resultar siempre verdadera cuales
quiera que sean las condiciones. Por ejemplo: un hombre puede
amar y odiar a su esposa.»
«Sí, pero no en el mismo aspecto: puede amarla por su atractivo
y no obstante odiarla por su carácter. Así, pues, aunque la ama y
la odia a la vez, la ama en un aspecto y la odia en otro. La ley,
propiamen :e formulada, sólo dice que no puede amarla y no amarla
en el mismo aspecto al mismo tiempo.»
«Pero auede amarla y odiarla a la vez con respecto a su carácter:
puede amarla por su paciencia y odiarla por su irritabilidad, que
son ambos rasgos del carácter.»
«Bueno, eso sólo significaría que la ama por su carácter en un
aspecto y la odia por su carácter en otro aspecto.»
«Pero, ¿no puede amarla y odiarla por el mismo rasgo, en el
mismo aspecto exactamente? La ama por su temperamento diligente
y también la odia por ello.»
«Entonces, con toda seguridad, la ama por ello en un sentido y la
odia por ello en otro.»
«¿Por qué tenemos que inferir esto? Cada vez que yo le muestro
que el amor y el odio coexisten respecto al mismo rasgo, usted su
pone que debe ser un aspecto diferente, incluso aunque no pueda
nombrarlo. Cada vez que le muestro un ejemplo contrario, usted
manufactura un nuevo "aspecto". Pero aún no me ha dicho qué
entiende por la expresión 'el mismo aspecto". Lo que hace falta
es una definición independiente de esta frase. ¿Qué constituye "el
mismo aspecto" y "u n aspecto diferente"? Una vez que tenemos un
ejemplo problemático, usted dice " ¡A h!, entonces es un aspecto dife
rente"; pero esto no me satisface: huele a suposición a priori. Usted
se está escondiendo tras la encubridora frase "el mismo aspecto".
¿Cómo sabe usted que cuando hay un aparente contraejemplo a ese
principio, hay siempre un aspecto diferente? Creo que este asunto
del aspecto diferente ha sido sacado a la palestra para salvar la Ley
de No contradicción.»
«Creo que el problema del amor y el odio se puede resolver sin
él. El amor y el odio no son opuestos necesariamente. Llévelos lo
suficientemente lejos, y, como la sucesión de sostenidos y bemoles
en la música, se unirán de nuevo, cerrando el círculo. Si esto es así,
el amor y el odio pueden coexistir, pero no es el amor y el no amor
lo que existen juntos (y sólo esto violaría el principio). No es ni si
quiera el amor y una parte de no amor que coexisten (tomado el
odio como parte del no amor). En los estados emocionales de gran
intensidad, el odio puede llegar a ser una forma de amor y el amor
de odio, o quÍ2 á ninguna de las dos cosas: quizá los nombres no
son ya ni siquiera aplicables.»
«Creo que eso no es más que una evasión. El amor y el odio
son opuestos; el amor y el no amor, negativos. Si no se ama, no
necesariamente se odia (se puede ser indiferente, por ejemplo);
pero si se ama, seguro que no se odia. "O dio las espinacas” sería
entendido habitualmente como incompatible con "amo las espina
cas", y son incompatibles, ¿no es cierto? Igual ocurre aquí. Con lo
que mi acusación original permanece en pie: que usted manufactura
un nuevo aspecto cada vez que hay una incompatibilidad, para que
la Ley de No contradicción resulte intacta.»
«La lógica de "am or" y "odio” es engañosa. En un sentido
son opuestos, y en ese sentido no pueden darse al mismo tiempo
en la misma persona. Pero bien puede haber otro sentido en el que
no sean opuestos, y por tanto no incompatibles en absoluto. Y en
ese sentido no hay violación de la Ley de No contradicción en decir
que ambos pueden darse.»
- ¿Reglas verbales o hechos de la realidad? Finalmente, ¿cuál es
el carácter de estos principios? ¿Son analíticos o sintéticos, a priori
o a posteriori? Aquí entramos en un campo bastante controvertido.
Racionalista: Podemos suponer, considero, que son a priori.
¿En qué consistiría averiguar mediante la investigación u observa
ción que una mesa es una mesa, o que un objeto no es a la vez una
mesa y no una mesa? Si son verdaderos (y hemos considerado algu
nas objeciones a la opinión de que lo son), son necesariamente verda*
■ deros, no contingentemente, Serían «verdaderos en todos los mundos
posibles.»
V Empirista: Admitido; la cuestión es: ¿son analíticos? Y seguro
que lo son. Son el mismísimo paradigma de casos de enunciados
analíticos. A es A: niéguelo y obtendrá el enunciado de que A es
no A, y, ¿qué podría ser más claramente autocontradictorio que
eso? Nada puede ser a la vez A y no-A: niéguelo y obtendrá el enun
ciado de que algo puede ser a la vez A y no-A, y, ¿qué podría ser más
obviamente autocontradictorio? Seguro que estos principios son los
casos más claros de enunciados cuya necesidad se puede atribuir a
que son analíticos.
R: Pero eso no vale. Desde luego que la negación de la Ley de
No contradicción es autocontradictoria. Cada vez que negamos un
enunciado analítico estamos violando la Ley de No contradicción.
El principio es criterio de la autocontradictoriedad de otros enun
ciados. ¿Qué hay de la misma Ley de No contradicción? Ciertamente
su negación da lugar a contradicción («a la vez A y no-A»). Cual
quier proposición que contradiga la Ley de No contradicción es
autocontradictoria, pero esto incluye la negación de la misma Ley de
No contradicción; proporciona el criterio de analiticidad de todos
los demás enunciados. Así pues, más bien que decir que la lev es
analítica, yo preferiría decir que está fuera del sistema de enuncia
dos, proporcionando la piedra de toque por medio de la cual puede
probarse que ellos son analíticos,
E: Quizá. Pero ahora echemos una ojeada al otro sentido de
«analítico»; podemos saber a partir del significado de las palabras
que el enunciado es verdadero, Y lo mismo podemos hacer con los
principios de la lógica. Los principios mismos suplen la convención
verbal que hace analíticos a los demás enunciados. Por ejemplo, «los
gatos son gatos» es simplemente un caso especial de «A es A», y
«esto no es a la vez un gato y no un gato» es un caso especial de
«no a la vez A y no-A». Los principios de la lógica anuncian explí
citamente las convenciones verbales que hacen analíticos a los casos
especiales. En otras palabras, sí conocemos la convención verbal
«no a la vez A y no-A», conocemos el principio que hace analíticos
a todos los enunciados particulares: «los gatos son gatos», «esto no
es la vez una silla y no una silla». ¿Estamos hasta aquí de acuerdo?
R: No estoy vo tan seguro. Sí usted dice que «no a la vez A
y no-A» es meramente una convención verbal, vo estov en radica]
desacuerdo. Mantengo que los así llamados principios del pensa
miento son leyes fundamentales de la realidad, como pensaba Aris
tóteles. No nos dicen meramente que usemos de cierta forma las
palabras: nos dicen algo sobre la naturaleza de las cosas. Nos in
forman de ciertos hechos generales de la realidad, y estos hechos no
son el producto de nuestro quehacer como lo son las convenciones
verbales.
E: Aquí no estamos de acuerdo. No creo que los principios del
pensamiento enuncien ningún hecho sobre la realidad. Decir «una
mesa es una mesa» no nos dice nada sobre las mesas: cuando sé
esto, no sé más sobre la mesa que lo que sabía antes.
R: Le concedo que ninguna información específica: no sabe nada
sobre su color o tamaño o peso. Pero es un hecho que la mesa es
una mesa, y es un hecho que no es a ía vez una mesa y no una
mesa. No es un hecho específico, no es un hecho que usted pre
gunte cuando desea información sobre muebles, pero es un hecho,
no obstante.
... Que el pupitre donde estoy ahora escribiendo es un pupitre o no lo es,
puede admitirse que sea una verdad de lo más inútil y en la que nadie sino
un filósofo tendría el menor interés. ¿Dice, no obstante, algo verdadero? In
tente negarlo y verá. ¿Dice algo sobre este pupitre en particular? Sí, y esto no
se controvierte señalando que lo que dice vale igualmente de todos los pupitres,
nubes y postes de faroles. Hemos de repetir que un enunciado no deja de decir
algo simplemente porque se aplique a todo7.

E: Sigo diciendo que está vacío de contenido. No dice nada


acerca de nada de este mundo ni de cualquier otro mundo. Parece
decir algo sobre el mundo porque usamos palabras como «pupitre»
y «nube», que denotan cosas del mundo real; pero este espejismo
queda disipado una vez que nos damos cuenta de que ni los escri
torios ni las nubes son ingredientes del enunciado, los principios del
pensamiento no versan sobre esas cosas. Vimos que en «2 4- 2 = 4»
la referencia a las manzanas y amebas no era sino apariencia. Igual
aquí: las afirmaciones sobre los pupitres y las nuoes so*, meros
casos de «A es A», «no a la vez A y no-A», y así sucesivamente.
R: No, el enunciado versa sobre estas cosas — pupitres, nubes,
etcétera— y hace enunciados verdaderos sobre ellas. Pero éstas son
verdades altamente generales: es decir, son verdade í acerca de los
pupitres y las nubes y cualquier otra cosa. Por favcr, no confunda
generalidad con vaciedad. Le suenan a vacías porque se aplican a
todo, pero no son menos verdaderas por ello. «A es A» se aplica a
todo en este mundo, ciertamente, a todo en cualquier mundo po
sible; tan general es. Pero no obstante, es verdadera. (De igual
modo, aduciría yo, las verdades de la aritmética son verdades acerca
de todas las cantidades posibles, y no son menos verdaderas por
valer igualmente para todas.)
E: E l punto que usted no ve es que, en los principios de la
lógica, sólo tenemos una serie de convenciones verbales. He aquí
algo, llamémosle X. ¿Qué es no-X? Toda otra cosa distinta de X.
¿Qué hace que esta proposición sea verdadera? El uso de la palabra

7 Brand Blanshard, Reason and Analysis, pág. 427.


«no». Así es como usamos la palabra «no»: el enunciado completo
es una especie de definición implícita de la palabra «no». Nos dice
que en nuestro uso del lenguaje, no hemos de usar el término «no-X»
donde usamos «X». Podríamos no tener la palabra «no» o su equiva
lente en cierto lenguaje, y entonces no seríamos capaces de formular
tal ley. Pero es en extremo conveniente tener la palabrarpxres desea
mos hablar de la ausencia de algo tanto como de su presencia, y la
palabra «no» es la que usamos para hacerlo.
R: En tal lenguaje no seríamos capaces de formular la Ley de
No contradicción, pero el principio seguiría siendo verdadero. Es
verdadero de toda realidad, de cualquier cosa que pueda ser nom
brada, cualquier cosa que pueda ser pensada, cualquier cosa en la
que cualqu era pueda ser capaz de pensar. Incluso si cierto lenguaje
no posee los instrumentos para enunciarla, eso no afecta a su verdad.
E: Su verdad obedece enteramente al hecho de que la palabra
«no» tiene cierto significado. Si alguien dijese «esto puede ser a la
vez una müsa y no una mesa», yo concluiría que no ha aprendido
el dignifica Jo de la palabra «no». Una vez que ha aprendido qué
dignifica «r.o», ha aprendido (como todos nosotros) a no decir eso.
Una vez que entendemos qué significa «no», entendemos por qué es
verdad «es 3 no es a la vez una mesa y no una mesa». Su verdad
es por completo dependiente de esa convención verbal.
R: Creo que aquí está usted equivocado: no es una convención
verbal. Una convención verbal puede ser modificada, pero la verdad
de la Ley de No contradicción no. Cuando usted juega al-bridge o
al ajedrez, hay un conjunto de reglas o convenciones que gobiernan
el juego; y si el juego no es interesante jugado de cierta forma,
pueden cambiarse algunas reglas para que mejore. Definir palabras
también es objeto de convención; un significado es asignado a un
sonido, y definir una palabra es enunciar qué significado usted le ha
dado (definición estipulativa) o qué significado le han dado los de
más (definición léxica). Pero los principios de la lógica no pueden
ser convenciones en este sentido No hay alternativa a ellos. Por
ejemplo: usted dice que tos principios de la lógica son convenciones;
yo digo que no. Con toda seguridad no podemos estar ambos en
lo cierto; uno ha de estar equivocado. Que ello es así es un hecho
necesario de la realidad, no una convención verbal que establez
camos nosotros arbitrariamente. Incluso usted, un convencionalista,
estará de acuerdo en que si digo que son hechos de la realidad, y
usted dice que no lo son, nos estamos contradiciendo, y no podemos
estar ambos en lo cierto. Esto es simplemente un hechd de la reali
dad. Pero si los principios de la lógica fueran meramente conven
ciones, podríamos simplemente modificar las convenciones y soslayar
la contradicción. Pero no podemos evitar la contradicción de esa
forma.

Se nos ofrece como verdadero el enunciado de que toda lógica es conven


cional, y se espera que aceptemos sin vacilaciones que la (proposición contra
dictoria «alguna ‘lógica no es convencional», es falsa. Pero si la ley de contra
dicción realmente no es más que una convención con alternativas, ¿por quá se
habría de esperar con tanta firmeza que demos por falsa su contradictoria?
Si realmente hay alguna alternativa a esta ley, ambas partes de la contradicción
pueden ser verdaderas, e insistir sobre una para excluir la otra es dogmatismo.
Pero a pesar dé su punto de vista de que la lógica es convencional, los positi
vistas no consideran dogmático insistir en que su punto de vista es verdadero,
en que ha de rechazarse su contradictorio fi.

E: Yo, sin embargo, le recordaría que se han inventado lógicas


alternativas. De acuerdo con la lógica bivalente de Aristóteles, toda
proposición es verdadera o falsa (no meramente verdadera o no
verdadera). (Si la oración es no significativa, desde luego no enuncia
ninguna proposición.) Pero supongamos que se constituye una lógica
trivalente (esto ya se ha hecho), en la cual cada proposición es verda
dera, falsa o indeterminada. Entonces, ¿qué sucedería con su afir
mación de que no hay alternativas?
R: 1) Eso no niega que una proposición sea verdadera o no
verdadera (que es todo lo que demanda la Ley del Tercio Excluso).
Sólo niega que toda proposición sea verdadera o falsa. Pero 2) yo
aduzco que, como cosa de hecho, «verdadero o falso» es equivalente
a «verdadero o no verdadero», esto es, no hay una tercera posi
bilidad. Sí una proposición es no verdadera, h a.d e ser falsa. Pode
mos no saber que lo es, y entonces la llamamos «indeterminada»,
pero la indeterminación es resultado de nuestra falta de conoci
miento; la proposición en realidad no es indeterminada. La propo
sición es verdadera o falsa, aunque podamos no saber qué es. «Ver
dadero, falso o indeterminado» pueden ser las categorías adecuadas
por lo que respecta a la marcha de nuestro conocimiento de las
cosas (lo mismo que «sí», «no», o «no lo sé» pueden ser las alter
nativas adecuadas de una prueba objetiva); pero estoy hablando de
cómo son las cosas. En realidad la proposición es verdadera o falsa
—no hay terreno intermedio— aunque no sepamos cuál de las dos
cosas es. «Verdadero, falso o indeterminado» como alternativas de
realidad (no de nuestro conocimiento de la realidad) es simple
mente un error de categoría.

8 Ibid., pág. 275.


En un ámbito donde ninguna proposición excluyese su contradictoria, nada
podría ser afirmado verdadero en vez de su opuesto; la afirmación y la ne
gación se desvanecerían.
. . .El origen de esta restricción nos parece claro. Si proviniera de nuestra
propia voluntad, como sucede con las convenciones, podríamos cambiarla, pero
no .podemos. Si proviniese de nuestra experiencia, la ley sería sólo probable, y
los positivistas están de acuerdo en que es más que eso. Decir, con Kant, que
viene de alguna región incontrolable de nuestras mentes nos obliga a decir que,
aunque la contradicción del mundo real puede ser impensable, ha de ser no
obstante verdadera. Nuestro punto de vista sobre el origen de la restricción es
seguramente el del «hombre sencillo». Aceptamos la ley y hemos de aceptarla,
porque «la naturaleza lo dijo». Si sostenemos que una cosa no puede a la vez
tener una propiedad y no tenerla, es porque vemos que no puede. La ley de
contradicción es a la vez el enunciado de un requisito lógico y el enunciado de
una verdad ontológica

E: Cierto que no hay alternativa a «no a la vez A y no-A» en


tanto entendamos por «no» lo que ahora entendemos. Pues recor
dará usted lo que dije antes: he aquí la realidad, o tanta como
hayamos tenido el cuidado de investigar. H e aquí un tema del que
queremos hablar; llamémosle «A». Ahora bien, usamos el término'
«no-A» para abarcar todo el territorio no abarcado por A. Así,
pues, cuando ahora digamos «nada puede ser a la vez A y no-A»,
por supuesto que es verdadero, y por supuesto que no hay alterna
tivas, en tanto nos atengamos a esa convención sobre el significado
de «no». Pero podría haber convenciones alternativas, aunque quizá
ninguna tan útil como ésta, pues ciertamente es muy útil poder decir
«esto es un gato» y «eso y aquello y aquello otro no son gatos»:
nos hace capaces de decir que algo no es un A aunque no sepamos
positivamente qué es.
R: Desde luego es útil, pero usted está poniendo la carreta de
lante de los bueyes; es útil porque es verdad. Es verdad que nada
puede ser a la vez A y no-A; y dado que esto es verdad, y dado
que deseamos que nuestra representación de la realidad sea verda
dera, no debemos decir que algo es a la vez A y no-A. En conse
cuencia, es útil porque estamos interesados en buscar la verdad y
evitar el error.
E: Es usted quien está poniendo la carreta delante de los bueyes.
La Ley de No contradicción vale a causa de la convención que posee
mos para gobernar el uso de la palabra «no». Negarla es exhibir
nuestra ignorancia de la convención verbal que gobierna «no». Una
vez que hayamos entendido el significado de «no», entendemos por
qué algo no puede ser A y no-A. Si alguien dijese «vi una mes?
que no era una mesa», y no estuviese de broma, yo diría que no
conocía cómo se usa la palabra «no» en nuestro lenguaje: «no-A»
es usado para abarcar todos los casos excepto los ya abarcados por A.
R: Usted intenta hacer de la convención verbal lo fm dam ental;
yo digo que la convención se emplea porque es fiel a! «modo de
comportarse de la realidad». Usted dice que la verdad es una conse
cuencia de la convención; yó digo que la convención es una con
secuencia de la verdad. Si los principios de la lógica no fuesen
verdaderos antes de establecer convenciones verbales, usted ni si
quiera podría establecer ninguna convención. Si una convención pu
diese ser-una jio convención, ¿qué querría decir que era una con
vención a fin de cuentas? ¿No ve cómo la verdad del principio está
presupuesta en el mismo intento de decir cualquier cosa, sea sobre
convenciones o sobre otro asunto? La realidad establece estos Pri
meros Principios: «A es A» y «Nada es a la vez A y no-A». Si no
los siguiésemos, diríamos sinsentidos,
E: Ni siquiera podríamos form ular los principios a menos que
entendiésemos las convenciones lingüísticas, tales como la que ahora
mismo estoy describiendo sobre el uso de la palabra «no».
R: Es cierto que no podríamos formularlos, pues formularlos es
usar palabras. Pero serían verdaderos incluso no formulados. Sería
lo mismo verdad que esto no es a la vez una mesa y no una mesa,
incluso si no tuviésemos lenguaje ni palabra «no». La verdad de
estas proposiciones está presupuesta en las convenciones que adop
tamos; y si no fuesen verdaderas, ni usted ni nadie podría adoptar
ninguna convención (pues entonces podrían al mismo tiempo ser
no convenciones). Si la Ley de N o contradicción es una convención,
¿por qué, como dije antes, no adoptar una convención diferente?
La cuestión es que no podemos: no hay alternativa,
E: Una vez que se ha asignado un significado a la palabra «no»
(el que le di antes), entonces, por supuesto, no hay alternativa. «No
a la vez A y no*A» es verdadero, y verdadero necesariamente, sólo
si adoptamos la convención sobre «no» (no-A incluye todo, excepto
lo que cae en A). Con respecto a esa convención, «no a la vez A
y no-A» es necesariamente verdadero; negarlo sería retractarse de
la convención que introdujimos sobre «no».
R: «Retractarse» significa «ser inconsistente con» y es el Prin
cipio mismo de No contradicción el que prohíbe las inconsistencias:
dice que si decimos «esto es a la vez A y no-A» nos estamos con
tradiciendo. La verdad sigue siendo previa a la convención.
E: No, el principio sólo es verdadero si está presupuesta la con
vención. Partamos de cero. Edifiquemos el lenguaje. Habrá una pa
labra para cada situación, y la negativa de esa palabra para la ausencia
de tal situación. Démosle a una situación un nombre como «A» y 1
dénosle a una segunda situación un nombre diferente como «B», y
idí indefinidamente. Tengamos cuidado de mantener los nombres j
separados; de modo que sepamos qué situación estamos identifi- í
cando con cada nombre. Y dado que deseamos un nombre para la |
ausencia de las situaciones así como para su presencia, usaremos i
«no-A», «no-B», etc., para la ausencia de cada situación. Estas son |
las reglas básicas de nuestro juego del lenguaje. Si alguien dijese j
«esta cosa'es a la vez A y no-A», le diríamos que ha violado las f
reglas del juego, puesto que ha usado «no-A» como nombre para la ¿
ausencia de la misma situación para cuya presencia hemos usado «A». ;|
Y ahora, ¿ve usted qué movimiento tan simple en el juego del len- \
guaje es éste? |
R: Un movimiento inevitable, diría yo. Hemos de adóptar estas -j
reglas porque «A es A» y «no a la vez A y no-A» son verdaderas f
previamente a la adopción de reglas. J
E: No, no tenemos por qué poseer estas reglas. La regla sobre j
«no» es útil en tanto deseemos referirnos a la ausencia de situaciones . |
así como a su presencia. Si tuviésemos la misma palabra para A que i
para B, o para A que para la ausencia de A, sería imposible la comu- |
nicación, pues nadie sabría, cuando usásemos la palabra «A», de
qué estábamos hablando: de A, o de otra cosa, B, o de la ausencia
de A (no-A), etc. Permítame usar una analogía: Cuando le dan un |
recibo en consigna lleva un número en el recibo y el mismo numero |j
en la maleta. La persona siguiente a usted tendrá un número dife- i
rente, pues su número será el mismo que el de su maleta; y así ^
sucesivamente. Es más útil hacerlo de esa manera, de forma que j
cada uno pueda recuperar e identificar su maleta sin confusión. Po- |
¿iríamos tener una convención diferente: todo el mundo podría llevar é
el mismo número en et recibo. Pero entonces no tendría objeto tener J
recibos, pues su utilidad reside en que cada persona sea capaz de
rescatar su propio equipaje sin confundirse en la identificación. La |
misma consideración se aplica a los principios de la lógica. Son requi* i
sitos de una comunicación útil. i
R: Son requisitos de toda comunicación, porque su verdad está J j
presupuesta en cada afirmación que hacemos. Insisto, nuestras con*||
*venciones verbales están enraizadas en los hechos de la realidad. --M
E: Henos aquí de nuevo. Si usted entiende por «no» lo q u e ||
ahora entendemos, entonces no hay alternativa a la Ley de No con-
traducción. Queremos excluir todas las alternativas diciendo q u e ^
«no-A» abarcará todo el terreno que no sea abarcado por «A». Pero5^
este mismo hecho nos ayuda a a c la ra r— ¿no es cierto?-— que
es un hecho de la realidad lo que está enunciando la ley. No nos
dice nada sobre «cómo es la realidad» o «de qué manera se com
porta la realidad». No nos dice «la realidad es de esta manera»,
pues no hay otra manera especificable. ¿Por qué no? ¿Cómo sabe
mos que no la hay? ¿Es que sabemos exactamente a qué otra manera
se alude, pero de la que sabemos que nunca acaecerá? No. No se
nos dice cuál sea la otra manera. Y si se nos dijese, ¿cómo podríamos
estar seguros de que nunca acaecerá? Pero si el principio no nos
dice de qué manera es la realidad (de entre las demás maneras po
sibles), ¿cómo se nos ha de enseñar qué significan las expresiones
«A es A», «no a la vez A y no-A»? ¿Qué otra cosa es enseñar el
significado de una expresión que pretende representar un estado de
cosas sino mostrar cuándo hemos de usarla y cuándo no? Por ejem
plo, usamos la palabra «nieve» en ciertas circunstancias y no en todas
las circunstancias. Siempre se nos enseña el significado de una oración
■ mostrándonos casos en que es verdadera («esto es nieve») en contra
posición a otros casos en que no es verdadera, en los cuales no se
aplica la expresión. No se nos puede enseñar el significado de «esto
; es nieve» cÜdéndonos cuándo no es verdadera y nunca cuándo es;
y del mismo modo no se nos puede enseñar el significado de una
; expresión mostrándonos sólo cuándo es verdadera o se aplica a la
■■realidad, pero nunca cuándo es falsa o no se aplica. Ahora bien,
respecto a «A es A» y «no a la vez A y no-A», estoy seguro de qué
. usted diría que nunca pueden ser falsas. Así, ¿cómo puede usted
^ : decir que se refieren a algún hecho de la realidad? «Esto es nieve»
,- ^ f e f i e r e a un hecho de la realidad, pues yo sé cuándo la expresión
í: .debe usarse en referencia a la realidad y cuándo no. Pero usted no
¿ puede mostrarme a qué «hecho de la realidad» se refeire «A es A»
: porque no hay ningún caso posible en que sea falsa, no hay ningún
caso concecible en el que no se aplique. Pero si yo sé cuándo aplicar
í., expresión, he de saber también cuándo rehusar aplicar!?. Y,
| ‘.¿cuándo he de abstenerme de aplicar ésta?
Nunca. Siempre se aplica, necesariamente, a todo. Por eso
' ves diferente.
; E :t Pero dado que usted no me puede decir qué podría contar
^jdguna vez como caso de falsedad de «A es A», no ha descrito
¡Jjí ninguna situación en la cual yo pueda usar la expresión « A y no-A»,
^ ■ p o r eso es ’no significativa. Es una extraña proposición aquella
l^cuya negación no es falsa, sino carente de significado. ¿Se la puede
Reconsiderar una proposición?
Ciertamente lo es, pero una proposición de un tipo diferente,
acuerdo en que «esto es un A y un no-A» es no significa-
tivo, si usted incluye entre los no significativos a los enunciados
contradictorios. Pero esto no hace más que confirmar mi tesis. Es
no significativo porque no hay alternativa a «A es A». Hay alter
nativa para las proposiciones contingentes: podría haber cuervos blan
cos, aunque no los haya de hecho; pero con las proposiciones nece
sarias como «A es A», no es éste el caso. Su análisis se aplica tan
sólo a las proposiciones contingentes; podemos distinguir, al menos
en el pensamiento, los casos a los cuales se aplican de los casos a
los que no se aplican. Pero los principios de la lógica son de un
género diferente; son verdaderos, y verdaderos necesariamente, por
que se aplican necesariamente a toda cosa; de aquí que en su caso
no haya ninguna negación consistente, ninguna otra manera, ninguna
alternativa consistentemente pensable.
E: Y yo alego que la razón de que no haya alternativa es que
hemos establecido una convención sobre «no» que en su misma
formulación excluye cualquiera de tales alternativas. Hay sistemas
alternativos de convenciones, pero sólo cuando tenemos una con
vención como la nuestra sobre el uso del término negativo no hay
alternativa a «no a la vez A y no-A». La verdad necesaria de la
proposición sólo es con respecto a la adopción previa de una con
vención.
R: Querrá decir con respecto a un hecho previo de la realidad.
E: No, «o es eso lo que quiero decir. Pero parece que hemos
llegado a un callejón sin salida. Permítame ahora introducir una
nueva consideración. Hemos estado hablando hasta ahora sólo de las
tres Leyes del Pensamiento de Aristóteles. Pero estos tres principios
no bastan para proporcionar pruebas. Necesitamos otros; y entre
éstos, hay algunos que han de ser reglas que nos permitan pasar a
salvo de una proposición verdadera (o conjunto de proposiciones
verdaderas) a otra proposición verdadera, esto es, hacer inferencias
válidas. Por «a salvo» entendemos sin posibilidad lógica de inferir
una proposición falsa. Algunas de esas reglas son:
De «p y q», se puede inferir «p». •
De «si p, entonces q» y «p», se puede inferir *<q».
De «si p, entonces q» y «sí q, entonces r», se puede inferir «si p, en-.
tonces r».

Sin reglas de inferencia no podríamos dar un solo paso hacia la


construcción de una prueba. Ahora bien, las reglas no son verda
deras ni falsas: son más bien recomendaciones o propuestas para
llevar a cabo un procedimiento. Las reglas son consejos pragmáticos,
defendibles o no según sirvan o no a ciertos fines. Pueden ser útiles
o inútiles, serviciales o no serviciales; simples o engorrosas; pero no
son verdaderas o falsas. Las reglas de la lógica no son una excepción. .
Están justificadas por su utilidad, y su utilidad reside en el hecho
de que nos permiten pasar de proposiciones verdaderas (premisas) a
otras proposiciones (conclusiones) cuya verdad no requiere ulterior
investigación porque las reglas fueron diseñadas para garantizarla.
Pero es un hecho elemental que en lógica tenemos una gran
amplitud de elección en lo referente a qué principios deseemos con*
siderar como leyes y cuáles como reglas. Nuestro sistema de lógica
resulta ser el mismo en cada elección. En otras palabras, cualquier
principio de la lógica, incluso nuestras tres Leyes del Pensamiento,
puede ser formulado como regla de inferencia. Así, se muestra fácil
mente que cualquiera de las tres leyes puede ser expresada como' la
siguiente regla de inferencia: «De " p ” se puede inferir " p ” ». A nues
tras reglas lógicas se les exige que nos lleven de proposiciones verda
deras a verdaderas, y pueden ser sometidas a prueba concluyente
mente respecto a su capacidad para hacerlo, esto es, respecto a su
validez. Si son válidas en este sentido, son aptas; si no, son des
terradas de nuestro sistema de lógica. Nuestra razón de hacerlo así
es capacitarnos para hacer inferencias. V si esto significa, en última
instancia, «capacitarnos para realizar un discurso inteligible», enton
ces también es un fin en el cual basar nuestra justificación del proce
dimiento y de las reglas que lo gobiernan. En resumen, nuestra
justificación final es pragmática. .
R: Le concedo que el fin es pragmático, si incluye como «prag
mático» el intento de encontrar la verdad. (No es esto lo que se
quiere decir normalmente cuando llamamos pragmático un procedi
miento o justificación.) Con toda seguridad, se construyen reglas tales
que nos permiten pasar de proposiciones verdaderas a otras proposi
ciones verdaderas en el interés de encontrar la verdad, ¿no? Y la
verdad, insisto, es lo fundamental; la utilidad es sólo una conse
cuencia de la verdad. Los principios de la lógica, sostengo yo, son
verdades muy generales. Pueden también ser formulados, como dice
usted, como reglas de inferencia, y como reglas no son verdaderos ni
falsos, son útiles en cuanto que nos capacitan pasar de proposiciones
verdaderas a otras proposiciones verdaderas. Pero aunque pueden
ser enunciados como reglas de inferencia, le recordaré que toda regla
de inferencia presupone ciertas verdades generales, qua Aristótelf-i
llamó «leyes del pensamiento». A es A, por ejemplo, una regh de
inferencia es una regla de inferencia y no otra cosa. No a la vez A
y no-A, por ejemplo, una proposición no puede ser a la vez verdadera
y no verdadera. Si estos principios generales no valieran, no podría
mos hablar de reglas de inferencia ni, ciertamente, de ninguna otra
cosa. Los hechos de la realidad siguen subyaciendo a las convenciones
verbales.

Ejercicios

1. Comente las siguientes afirmaciones:


a) «El está en la habitación o no está en la habitación», un ejemplo de
la Ley del Tercio Excluso; pero suponga que está la mitad dentro y la mitad
fuera, o suponga que está muerto, o suponga que estamos equivocados al pensar
que ha existido alguna vez. Para tales casos deja de ser verdadera la Ley del
Tercio Excluso. ^__
&) Un hombre puede amar a su mujer y odiarla al mismo tiempo, incluso
con respecto a la-misma característica. Así, pues, la Ley de No contradicción
no es verdadera en tal caso. Análogamente, «estoy en ello, pero no estoy en
ello», y así sucesivamente.
c) A no es siempre A, un muchacho se convierte en hombre, un rena
cuajo en rana. El Universo es dinámico, no estático, y la Ley de Identidad de
Aristóteles no puede dar cuenta del carácter dinámico del Universo.
d ) A deducir conclusiones de -las premisas, podemos aprender en la con
clusión co: as que no conocíamos al enunciar las premisas. Así, pues, obtenemos
nuevo conocimiento de la situación. En consecuencia no pueden ser analíticas.
e) Es imposible probar que A es A, o que algo que es una mesa no es
también ro una mesa. No se puede probar por medio de nada excepto ello
mismo, y probarlo por medio de ello mismo sería argumentar en círculo. O sea,
que no puede ser probado en absoluto. Por tanto no hay base para creer
en ello.
f) «A o no-A». Por ejemplo, las ideas son verdes o no son verdes. Pero
es ridículo. N o son verdes ni no verdes: simplemente el concepto de color no
se aplica ¡i las ideas. Hacerlo es incurrir en un error de categoría.
g) «listo no puede ser a la vez una mesa y no una mesa» es un enunciado
absolutamrnte vacío de contenido. N o nos dice nada sobre la mesa; no com
porta ninguna información, no tiene «contenido fáctico».
b ) Las así llamadas leyes de la lógica no «on sino reglas de inferencia, y
las reglas, por supuesto, no son verdaderas ni falsas, aunque pueden ser
útiles o no útiles.
i) Cuando un padre enseña a su hijo el significado de una palabta, «A»
'le enseña cuándo «A » es aplicable a la realidad y también cuándo no. Lo
mismo ocurre para enseñar el significado de una oración, como «está nevando».
De esa manera el niño puede aprender a qué situaciones de la realidad se
refiere la oración. Pero, ¿cómo puede aprender el niño el significado de «No
a la vez A y no-A», puesto que nunca puede ser falso? Dado que no hay
ninguna situación posible a la cual no se aplique, ¿cómo puede aprender su
significado?
2. Resuma lo más claramente que pueda todos los argumentos que se l
ocurran a favor de 'la posición empirista sobre los principios de la lógica, y
luego todos los argumentos a favor de la posición racionalista. ¿Cuál encuentra
más convincente y por qué?
Lecturas seleccionadas para el capítulo 3

Ayer, Alfred J., Language, Trutb and Logic (Lenguaje, verdad y lógica). Lon
dres: Víctor Gollancz, Ltd., 1936. Capítulo 4.
Barker, S. F., Pbilosophy of Mathematics (Filosofía de las matemáticas), En
glewood Cliffs, N . J.: Prentice-Hall Inc., 1964. Rústica.
Benacerraf, Paul and Hilary Putnam (cds.), Philosopby of Mathematics (Filo
sofía de las matemáticas), Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, Inc., 1964.
Black, Max, «Necesary Statements and Rules» («Enunciados necesarios y re
glas»), Philosophical Revietu, 1928.
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Londres: George Alien & Unwin, Ltd., 1939. Vol. 2, capítulos 28-30.
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Frank, Philipp, Philosopby of Science (Filosofía de la ciencia). Englewood
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de un dogma»), Philosophical Review, 1956.
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Wittgensteín, Ludwig, Remarks on tbe Foundations of Mathematics (Observa
ciones sobre los fundamentos de las matemáticas). Oxford: B. H . Blackwell.
Ltd., 1958.
Capítulo 4
CONOCIMIENTO EMPIRICO

12. Ley, teoría y explicación

Por medio de la experiencia sensorial aprendemos muchas cosas


sobre el mundo físico, percibimos innumerables cosas, procesos y
acontecimientos físicos, así como la interacción de nuestros cuerpos
con esas cosas de la naturaleza, Pero si nuestro conocimiento acabase
aquí, no tendríamos medio de tratar efectivamente con el mundo.
El tipo de conocimiento que adquirimos a través de las ciencias sólo
comienza cuando observamos regularidades en el curso de los aconte
cimientos. Muchos de los acontecimientos y procesos de la natura
leza acaecen de la misma manera una y otra vez. El hierro se oxida,
pero el oro no. Las gallinas ponen huevos, pero los perros no. El
relámpago es seguido por el trueno. Los gatos cazan ratones, pero
las vacas no. (Incluso Hablar de un gato o una vaca es haber notado
una regularidad, que algunas características son regularmente re
currentes, o van juntas). Entre la constante variedad de nuestra expe
riencia diaria de la naturaleza intentamos encontré r regularidades:
rastreamos «la delgada vena roja del orden a través del flujo de la
experiencia».
Si estuviésemos interesados en descubrir ¿rreguk ridades en nues
tra experiencia tanto como lo estamos en las regularidades, la tarea
sería mucho más fácil. Unas rocas son duras y otras son blandas, unas
pesadas y otras ligeras. Hay lluvia beneficiosa, y la hay ruinosa. Unas
personas son altas, otras bajas. Si todas las experiencias fuesen como
éstas, no sabríamos que esperar a la vez siguiente: cada nueva sitúa- |
ción se nos haría presente como si no hubiesen acaecido experiencias |
pasadas, y los años de experiencia no nos darían indicación alguna I
sobre la forma en que sucederán los acontecimientos futuros. Pero la |
naturaleza no es así; la naturaleza contiene regularidades, por difí- I
ciles que sean a veces de encontrar. |
¿Por qué estamos interesados en seguir la pista de esas regulan- J
dades? Generalmente, no porque disfrutemos contemplándolas por I
mor de ellas mismas, sino porque estamos interesados en la predic
ción. Si podemos confiar en que cuando vemos un remolino en el
cielo se aproxima un tornado, entonces, si vemos uno, podemos ser
capaces de tomar precauciones buscando amparo antes de que llegue.
Si las personas que están en la proximidad de'otras que están res
friadas cogen a su vez un resfriado, podemos evitar que Johnny coja
un resfriado teniéndole temporalmente apartado de Billy, que está
resfriado. Deseamos una base para la predicción, de manera que no
siempre seamos tomados por sorpresa por la próxima serie de acon
tecimientos con que nos enfrente la naturaleza. Y a menudo, cuando
podemos predecir, también podemos controlar el curso de los aconte
cimientos; al menos estamos en mejor posición para controlarlos si
podemos antes hacer una predicción fiable. Podemos predecir fiable
mente los eclipses, pero no podemos controlar su acaecimiento; pero
en muchos casos podemos controlar como resultado de nuestra pre
dicción: si podemos predecir fiablemente que después de una lluvia
copiosa se desbordará el río, podemos quitarnos del camino de la
riada, e incluso (si sucede repetidas veces) construir un dique.
La mayoría de las regularidades que encontramos tienen muchas
excepciones: no son invariantes. Hay cierta regularidad en que los
chicos cojan resfriados cuando juegan con otros chicos que ya están
resfriados, pero no siempre ocurre así. Las gallinas ponen huevos
y nunca latas de sardinas, pero cuántos huevos y con qué intervalo
los pongan es extraordinariamente variable. Es más bien probable que
los árboles caigan durante una fuerte tormenta, pero no siempre:
algunos caen y otros no. La empresa científica podría ser descrita
como la búsqueda de auténticos invariantes en la naturaleza, de
regularidades sin excepción, tales que podamos decir «cuándo son |
satisfechas tales y tales condiciones», siempre ocurre este tipo de
cosa». Muchas veces creemos que hemos encontrado una invariancia
auténtica, pero no lo hemos hecho. Podemos haber estado seguros de
que el agua siempre hierve a 100° C, debido a que lo hayamos pro
bado muchas veces y siempre haya ocurrido. Pero si lo intentamos
en la cumbre de una montaña, descubriremos que el agua hierve a
una temperatura un poco inferior, con lo que nuestra esperanza de
haber hallado una verdadera invariancia es dada al traste. Seguimos
probando, sin embargo, y encontramos que la temperatura de ebu
llición del agua depende no de la humedad del aire, ni de la hora
del día, ni de nada sino de la presión del aire circundante. Así, po
demos decir, «el agua hierve a 100° C a ia presión del nivel del
mar». Por fin tenemos un enunciado de invariancia auténtica; y he
aquí que tenemos una ley de la naturaleza.
Leyes prescriptivas y leyes descriptivas. La palabra «ley» es am
bigua, y la ambigüedad puede ser en extremo engañosa si no somos
conscientes de ella.
1) En la vida diaria muy a menudo usamos la palabra «ley»
en el contexto de «aprobar una ley», «la ley prohíbe...», y así suce
sivamente. La ley en este sentido es prescriptiva: es una regla de
conducta impuesta por un monarca o aprobada por un cuerpo legis
lativo, y aplicada por la maquinaria legal del estado. Las leyes, en
este sentido, no son proposiciones, porque no pueden ser falsas (es
verdadero o falso, sin embargo, que ciertas leyes han sido aproba
das); son más bien, en efecto, imperativos: «haz esto», «no hagas
aquello». La ley no enuncia que algo es el caso; más bien promulga
una orden, una prescripción, habitualmente con penas asignadas a su
no obediencia. Pero no es éste el sentido de «ley» que está presu
puesto al hablar de leyes de la naturaleza.
2) Las leyes de la naturaleza son descriptivas: describen de
qué manera funciona la naturaleza. No prescriben nada: las leyes de
Kepler del movimiento planetario no prescriben a los planetas que
deban moverse en tales y tales órbitas amenazándoles con penas si
dejan de hacerlo; más bien, las leyes de Kepler ¿escriben cómo se
mueven realmente los planetas. Las leyes, en este sentido, describen
ciertas uniformidades que existen en el universo. A veces, por mor
de la simplicidad, describen sólo lo que sucedería en ciertas condi
ciones ideales: la Ley de Caída de los Cuerpos de Galileo sólo des
cribe las velocidades con que caen los cuerpos en el vacío. Pero tal
ley sigue siendo descriptiva: describe nuestro universo (no cualquier
universo lógicamente posible), y no prescribe nada. Sólo pueden
prescribir los seres conscientes, pues sólo ellos son capaces de dar
órdenes. Pero las uniformidades de la naturaleza seguirían acaeciendo
aunque no hubiese seres humanos que las describieran.
Se pueden evitar varias confusiones si tenemos en mente esta
distinción. 1) «Las leyes deben ser obedecidas». Que debamos o no
obedecer todas las leyes del país es un problema de ética. Pero una
ley de la naturaleza no es ei tipo de cosa que podemos obedecer o
desobedecer, dado que no es una orden o mandato que haya dado
alguien. ¿Qué podríamos decir si alguien nos dijese «obedezca la
Ley de la Gravitación»? Nuestros movimientos, junto con los de las k-
piedras y cada partícula de materia del universo, son ejemplos de
esa ley; pero puesto que la ley sólo nos dice cómo se comporta la
materia, y no puede prescribir cómo deben comportarse las cosas, no
se nos puede pedir que la obedezcamos o desobedezcamos. Más $
aún, se podría decir de una ley prescriptiva que existe aunque fuera
desobedecida universalmente. 2) «Donde hay una ley hay un legis
í.
lador.» Esto, de nuevo, se aplica claramente a la ley prescriptiva:
si es prescrito un curso de acción, alguien tiene que haberlo pres
crito. Pero esa misma consideración no se aplica a las leyes de la
naturaleza. ¿Hizo alguien que los planetas se movieran de cierta
forma? Se discutirá en las páginas 566-593 la opinión de que alguien
diseñó el curso entero de la naturaleza; entre tanto es suficiente
observar que «la ley implica el legislador» no es una proposición
necesaria tratándose de ley descriptiva, como lo es en el caso de la
ley prescriptiva. 3) «Las leyes son descubiertas, no hechas.» Esto
sólo se.aplica a las leyes descriptivas: descubrimos cómo marcha la
naturaleza, no hacemos que marche de esa manera. Pero las leyes
estatutarias han sido hechas, proyectadas y aprobadas por seres hu- já
manos que estaban en puestos de autoridad. Tales leyes no existen
sino por los seres humanos, pero las leyes de la naturaleza existirían
— esto es, las uniformidades de la naturaleza existirían— hubiese o
no hombres que las observasen, aunque es obra de los hombres la
formulación de estas uniformidades.
Las leyes de la naturaleza constituyen una clase de proposiciones
menor que la de los enunciados empíricos en general. Cualquier
enunciado cuya verdad pueda ser puesta a prueba por medio de la
observación del mundo es una proposición empírica. «Algunas galli &
nas ponen huevos», «la Primera Guerra Mundial duró desde 1914
a 1918», «ella cayó ayer enferma de neumonía» y «Nueva York
tiene aproximadamente 8 millones de residentes» son enunciados
empíricos. En verdad, la mayoría de los enunciados que proferimos
en la vida diaria son empíricos. Pero ninguno de éstos es una ley
de la naturaleza: las leves de la naturaleza son una clase especial de
enunciados empíricos. Dado que la» leyes de la naturaleza son la
base misma de las ciencias empíricas — física, química, astronomía,
geología, biología, psicología, sociología, economía— es importante
tener claras algunas de las principales características definitorias de
las leyes de la naturaleza.
El significado de «ley de la naturaleza». ¿Qué etf, entonces, una
ley de la naturaleza? ¿Qué requisitos ha de satisfacer una propo
sición para ser un miembro de esa clase selecta de enunciados que
llamamos leyes de la naturaleza?
1. H a de ser una proposición empírica verdadera universal.
Decir que una proposición es universal es decir que sa aplica a todos
los miembros, sin excepción, de una clase dada. Es una proposición
universal que el hierro se oxida cuando está expuesto al oxígeno,
pero que este trozo de hierro se oxida, e incluso que hay hierro que
se oxida, no es una proposición universal.
a) Una proposición sobre un objeto único — «este trozo de roca
es melamórfico»— puede ser un material para una ley de la natura*
leza, pero no es una ley. La ciencia no consta de tales proposiciones
particulares. Los libros de física, la más desarrollada de las ciencias
empíricas, no hacen referencia (excepto a título de ejemplo) a los
movimientos dé cuerpos particulares, ni los libros de química nos
hablan de este trozo de plomo o aquella vasija de cloro. Pero se
encuentran muchas de tales referencias en los libros de psicología
(sección de psiquiatría), por ejemplo, en los casos de pacientes. En
este campo, hasta ahora se han descubierto pocas leyes auténticas,
por lo que el psicólogo ha de apoyarse en los casos individuales
como medio para encontrar leyes de la. conducta humana. En este
sentido, la psicología sigue estando en gran medida en un estadio
precientífico, estadio que la física ya sobrepasó hace tres siglos.
Pero la física está en posición ventajosa, pues sus leyes son más
simples, no en el sentido de «más fáciles de entender», pues la física
es para la mayoría de los estudiantes más difícil que cualquiera de
las demás ciencias empíricas, sino en el sentido de que una ley de
la física puede ser enunciada en términos de un menor número de
condiciones. Al establecer la velocidad con que cae un objeto, se
puede ignorar la mayor parte del universo: se puede ignorar el color
del objeto, su olor o sabor, la temperatura del medio, el número de
personas que observan el acontecimiento, y así miles de factores. En
contraposición, tratándose de la conducta humana, sería más difícil
decir qué no podría resultar relevante Un acontecimiento trivial
ocurrido en la niñez, que nadie, ni siquiera nosotros, recuerda, puede,
no obstante, influir nuestra conducid actual y hacernos reaccionar
de manera diferente ante un estímulo dado. Lo mejor que se puede
hacer, habitualmente, es enunciar ciertas tendencias generales de la
conducta humana, permitiendo muchas excepciones. En psicología
casi no tenemos leyes, sino sólo esquemas tentativos de leyes. Rara»
mente se han hallado leyes sobre la conducta humana que sean verda
deras sin excepciones.
Los ejemplos evidentes de «leyes de la conducta humana» que
se nos vienen a la cabeza resultan, tras un examen, analíticos. «La
gente actúa siempre por el motivo más poderoso» suena a candidato
plausible para ley de la conducta humana: la gente hace una tre
menda variedad de cosas, pero sea lo que sea lo que haga, ¿no es
siempre lo que les impele a hacer algo su motivo más poderoso?
Dejando aparte el hecho de que la gente no siempre actúa por mo
tivos {a veces actúa por hábito), el hecho incómodo es que no parece
haber forma de especificar qué quiere decir «el motivo más pode
roso» sino el motivo por el cual se actúa. Así: se actúa por el mo
tivo por el que se actúa, que es cierto, pero analítico.
De modo similar, «la gente siempre hace lo que más desea hacer»
es, o sintético pero falso, o verdadero pero analítico, según que se
entienda por esa oración: en un sentido familiar, todos hacemos
cosas (como ir a clase) que no deseamos hacer; a veces realizamos
tareas domésticas desagradables, aunque las odiemos. Si se dice que
aun en estos casos hacemos lo que queremos hacer, hemos de enten
der «querer» en algún sentido no habitual, y ciertamente este sentido
no es difícil de encontrar: pues el único criterio para saber qué
«queremos realmente» hacer resulta ser lo que hacemos de hecho.
Así que, una vez más, tenemos «hacemos lo que hacemos», que es
cierto pero analítico.
La proposición universal que constituye la ley ha de ser, por
tanto, una verdad empírica: no debe ser analítica. «Todo A es B»
es verdadero en el caso de «todos los triángulos tienen tres lados»,
pero este enunciado, por ser analítico, no es una ley de la naturaleza.
Ni lo es «todo oro es amarillo», si ser amarillo se considera carac
terística definitoria del oro; en ese caso habría de ser amarillo antes
de nada para que se le llamase oro, y el enunciado sería analítico.
Pero si el oro es definido por otro medio (tal como el número ató
mico), entonces es una ley de la naturaleza que todo_lo^ que tenga
esa propiedad es también amarillo. El B de «todo A es. B» ha de
estar conectado con el A como cuestión de hecho contingente, no
a priori o por necesidad, para que «todo A es B» sea considerado
como ley de la naturaleza,
b) Incluso las proposiciones verdaderas sobre algunos miembros
de una clase no son consideradas usualmente leyes de la naturaleza,
aunque a veces se les dé el título honorífico de «leyes estadísticas».
Si el 90 por 100 de los A son B, hay una regularidad considerable
entre ambos, y el enunciado está lejos de ser inútil como base para
la predicción. Pero, nos vemos inducidos a preguntar, si sólo el 90
por 100 de los A son B y el restante 10 por 100 no, ¿por que son
B el 90 por 100 y no los otros? Lo que deseamos encontrar es una
uniformidad de carácter universal que subyazga a la estadística. Sin
embargo, en la vida diaria, constantemente nos hallamos frente a
tales regularidades no universales: las personas resfriadas habitual
mente tienen moquera, pero no siempre; si una persona golpea a
otra en la nariz, es frecuente que la segunda tenga hemorragia nasal,
pero no siempre ocurre. Aún no hemos formulado ningún enunciado
universal sobre las condiciones precisas en las cuales las personas
sufren hemorragias cuando se les pega en la nariz, aunque tengamos
una idea bastante adecuada de los factores de que depende. Hay
alguna regularidad (cuanto más fuerte se le pegue, más fácil es que
sufra una hemorragia, etc.), pero no una relación invariante.
2. Estas proposiciones universales están en forma hipotética.
Ahora bien, las proposiciones universales, tanto en la lógica como
en la ciencia, son habitualmente interpretadas hipotéticamente, esto
es, como proposiciones de la forma «si... entonces...». «Todo el
hierro se oxida cuando se expone al oxígeno» sería traducido a «si
hay hierro, se oxidará cuando se exponga al oxígeno». Así formulada
la proposición no nos dice que haya hierro {no tiene ninguna preten
sión existencial), sino sólo lo que ocurre en ciertas circunstancias si lo
hay. «Todos los cuerpos que caen libremente en el vacío adquieren
una aceleración de 9,8 metros por segundo cada segundo» no implica
que realmente haya o haya habido cuerpos que caigan en el vacío.
. «Al 99,9 por 100 de la velocidad de la luz, los organismos enve
jecen más despacio que los que viajan a velocidades inferiores» es
una proposición universal que los científicos creen verdadera, pero
nadie afirmaría que ningún organismo esté ahora viajando a esa
velocidad.
La interpretación hipotética de las leyes puede, sin embargo,
traernos dificultades. El hipotético «si p es verdadero, entonces q es
verdadero» es equivalente en lógica a «no es el caso que p sea
verdadero, pero q falso». Por ejemplo, «si hay fricción, hay calor»
(una ley de la naturaleza) sería traducida por «no es el caso que
haya fricción pero no haya calor». Pero tomemos ahora la proposición
«todos los unicornios son blancos». Esto es traducible por «no es
el caso que haya un unicornio que no sea blanco». Y dado que no
hay unicornios, la proposición es verdadera: no hay unicornios no
blancos por la excelente razón de que no hay unicornios. Más aún,
por el mismo razonamiento, «todos los unicornios son verdes» tam
bién sería verdadero, puesto que no hay unicornios no verdes. Cuan-
do p es falso, entonces cualquier cosa se sigue, de modo que podemos
poner lo que se nos antoje en lugar de q.
Desde luego, «todos los unicornios son blancos» nunca sería in
cluida entre las leyes de la naturaleza; no obstante es una propo
sición universal, construida como hipotética, ¿Por qué no sería consi
derada ley la proposición sobre los unicornios, mientras que las £
proposiciones sobre ia fricción y los organismos a casi la velocidad
de la luz lo son? La diferencia reside en el hecho de que hay elemen
tos de juicio debidos a otras leyes de que estas leyes son verdaderas.
En realidad, la proposición sobre el envejecimiento más lento, con
forme uno se aproxima a la velocidad de la luz, es una consecuencia
lógica (deducible de) las leyes relativistas de Einstein sobre el tiem
po, mientras que la proposición sobre los unicornios no está conec
tada con ninguna ley.
Pero incluso esto no es suficiente para caracterizar las leyes de
la naturaleza.
3. Hay muchas proposiciones verdaderas, universales de for- *
ma hipotética que no pasan por leyes de la naturaleza. Supongamos
que yo dijese «todos los perros de esta perrera son negros», y que
mi enunciado fuese verdadero: aún no tendría la calificación de ley
de la naturaleza. Incluso si su ámbito fuese más extenso («todos los
perros que siempre he tenido en mis perreras son negros»), seguiría
sin decir nada acerca de todos los perros, o incluso de los perros de
una cierta raza. Pero si digo que todos los cuervos son negros, quiero
decir que todos los cuervos, dondequiera que estén, cuandoquiera
que puedan existir o haber existido o por existir son, fueron y serán
negros. (La negrura aquí no es considerada definitoria de los cuervos,
pues de otro modo la proposición sería analítica.) La ley está «abierta
por los extremos»; tiene un ámbito infinito, tanto en el tiempo como
en el espacio. Esto no significa que haya un número infinito de
cuervos — ni siquiera que haya cuervos— sino que es una clase
abierta, sin restricciones de tiempo y espacio que operen como limi
tadoras del alcance de la ley. No hay tiempo ni lugar en que la ley j
no sea verdadera: las consideraciones de cuándo y dónde son irrele-
vantcs para la aplicación de la proposición. En contraste, la proposi
ción sobre los perros de mi perrera no pasará por ley porque 1) aun- ¡
que universal en la forma, su universalidad está restringida a un
espacio y tiempo delimitados específicamente; 2) el número de cosas
abarcado por la proposición no sólo es finito, sino que esta finitud
puede ser inferida de los términos de la misma proposición; ello
no es así, por ejemplo, con las leyes de Kepler del movimiento de
los planetas: aunque hay un número finito de planetas, este hecho
*$
m

no puede ser deducido de la ley; y 3) los elementos de juicio a favor


1| |
de la proposición agotan el dominio de aplicación de ésta; la propo- £|
sición es simplemente un informe resumido de lo que ha sido fff
observado. ijj
Dado que las leyes de la naturaleza se aplican a todos los lugares f|
y todos los momentos, sus afirmaciones se extienden al futuro. Este «I
es quizá el rasgo individual más importante de las leyes, pues nos ||
permiten hacerlas base para la predicción. Si la proposición mera-
mente dijese «todos los cuervos han resultado hasta ahora ser ne~ i;
gros», se podría decir «¿y qué?»: no podríamos deducir de ella pre- l!
dicciones; pero si decimos que todos los A, no importa cuándo o Í!
dónde, son B, podemos deducir de ello, junto con la proposición de U
que esto es un A, que será también un B. (Sobre esto hay problemas \]
que consideraremos en la sección siguiente, que trata del problema t'¡
de la inducción.) ||
4. Pero incluso una vez satisfechas estas condiciones puede una ||
proposición no ser clasificada como ley de la naturaleza. «Todos los Ij
cuervos son negros» es írrestricta respecto al tiempo, lugar y número (f
de individuos de su dominio de aplicación. No obstante no sería l|
generalmente contada como ley, porque los únicos indicios a su favor If
son indicios directos, y habitualmente no se le otorga el rango de ||
ley a una proposición a menos que haya indicios indirectos a su favor. (|
Esto requiere unas palabras de explicación.
Las leyes de cualquier ciencia no suelen ser consideradas en inde- 1|
pendencia mutua. Todas juntas forman un vasto cuerpo o sistema ||
de leyes, encajando cada ley en un sistema que incluye otras muchas i
leyes, cada una de las cuales refuerza a las demás. Las leyes que los ||
científicos más rehúsan abandonar son aquellas que forman parte |
integrante de un sistema de leyes, tal que el abandono de una luego £
requeriría el abandono o alteración de un gran número de otras |
leyes del sistema. (La física es, nuevamente, la ciencia más sistema- |j
tizada. La biología no era muy sistemática hasta el presente siglo: |j
hasta entonces era en su mayor parte una ciencia clasifica toria que |
registraba las propiedades de diversas especies de criaturas, pero no
discernía ninguna interconexión entre ellas. Estaba en un estado
parecido al de la química antes del nacimiento de la teoría atómica ^
Tendremos más que decir sobre las teorías muy pronto.)
«Todos los cuervos son mortales» está soportada por muchos
indicios indirectos: la mortalidad de los organismos en general, la
deterioración bioquímica del tejido, el incremento de la respuesta
autoalérgica, etcétera. Pero «todos los cuervos son negros» no parece
relacionarse con otras regularidades significativas de mayor o menor
generalidad. Un cuervo que no sea negro no cambiaría ninguna ley
que nos sea conocida; pero un cuervo que sea inmortal (o incluso
que haya vivido mil años) promovería una sorpresa científica consi
derable, porque podría forzarnos a reconsiderar muchas otras leyes
(sobre la deterioración de los tejidos, etc.) con las que está engra
nada. Entonces, que se llame o no ley a algo, depende en gran me
dida de cuán profundamente incorporada esté a un sistema de leyes.
Una proposición universal verdadera para la cual no hubiese elemen
tos de juicio indirectos tendría poca importancia en la ciencia: podría
ser fácilmente abandonada sin efectos sobre el resto del sistema. Pero
«todos los metales son buenos conductores» está tan fundamental'
mente anudada a otras leyes (sobre la estructura atómica) que un
contraejemplo tendría consecuencias de gran alcance.
5. Incluso después de haber dicho todo esto, a muchas propo
siciones que satisfacen todos estos criterios se les niega con frecuen
cia el rango de leyes. La diferencia parece residir en el grado de
generalidad de la proposición. «Todos los metales son buenos con
ductores térmicos» y «la plata és un buen conductor térmico» son
ambas proposiciones universales, dado que se aplican a todos los
miembros de una clase dada; pero el primer enunciado es más ge
neral que el segundo, pues abarca un ámbito más amplio.-Las propo
siciones universales cuyo grado de generalidad es mayor tienen más
probabilidades de pasar por leyes; así, el enunciado sobre los metales
es considerado ley, pero el enunciado sobre la plata no. Mientras
«todas las tierras raras tienen puntos de fusión superiores a los de
los halógenos» puede contarse como ley, no es probable que nadie
oiga referirse al hecho de que el tungsteno funde a 3.370° C como
a una ley, sino sólo como a un hecho.
A vec es una de estas condiciones se opone a otra de ellas, y
entonces el resultado no es cierto. Einstein se refiere a la unifor
midad de la velocidad de la luz en el vacío como ley de la naturaleza,
y si refiere a esto como ley a pesar del hecho de su limitada genera
lidad, a causa del carácter fundamental de este punto en el sistema
de las leyes físicas. Por el contrario, si bien la masa del electrón
es un hecho elemental de la ciencia física, su valor exacto queda muy
independ ente del cuerpo central de la teoría científica, y por tanto
no se le otorga el rango de ley.
Leyes y teorías. No mucho después de que hayamos observado
ciertas relaciones invariantes en la naturaleza, nos vemos inducidos
a construir teorías que las expliquen. La distinción entre una teoría
y una ley es algo vaga, pero es muy importante: en general, cons
truimos o inventamos las teorías, pero describimos las leyes de la
naturaleza. Una teoría científica siempre contiene algún término que
no denota nada que podamos observar directamente. Si podemos
observar algo sólo por el telescopio o el microscopio, aún se dice
que lo observamos. Pero si no Hay condiciones en las cuales podamos
observarlo, es una entidad teórica; y cuando el término teórico es
parte de un enunciado, se díce que es un enunciado de la teoría. Así
la proposición de que hay protones y electrones es una teoría. Estas
entidades no pueden ser observadas, aunque observemos muchas
cosas que se suponen ser efectos de ellas. Los enunciados sobre
protones y electrones (junto con su progenie, como neutrones y neu-
trinos) son teorías, no leyes. Esta creencia en los «últimos constitu
yentes de la materia» es quizá la teoría más vasta y cabalmente elabo
rada que se encuentra en las ciencias empíricas.
¿Cómo surgió esta teoría? Comenzó en tiempos pretéritos con
algunas observaciones bastante evidentes. Desde tiempo inmemorial
se habían observado ciertas verdades empíricas que parecían deman
dar una explicación en términos de algo que no podía ser observado.
Los escalones de piedra se desgastan poco a poco, año tras año.
Poniendo una cuantas gotas de jugo de bayas en un vaso de agua,
en un momento todo el líquido se pone rojo. O poniendo azúcar,
inmediatamente invade todo el líquido el sabor dulce. ¿Cómo po
dríamos explicar estas e innumerables otras cosas de no ser por la
existencia de partículas muy pequeñas, invisibles a simple vista?
Los escalones de piedra están compuestos de estas partículas, que
se gastan gradualmente una por una hasta que, después de años de
uso, finalmente nos percatamos de la diferencia. El jugo de baya
está compuesto de partículas muy pequeñas que se esparcen por
todo el líquido y lo ponen rojo. Lo mismo ocurre con el azúcar que
disolvemos en agua, y que da el sabor dulce a todo el líquido. Ade
más, las cosas que observamos deben estar compuestas de algo.
Puedo partir este trozo de tiza por la mitad y frotarlo con los dedos,
con el resultado de que sus trozos me ponen blancos los dedos. Pero
estos trozos pequeños (se razonaba) han de estar a su vez compuestos
de otros más pequeños, y éstos a su vez de otros aún más pequeños.
Al final de este proceso, sin embargo, ha de haber partículas que no
puedan seguir siendo divididas, los últimos constituyentes de la ma
teria (los átomos, del griego «átomos», que significa «indivisible»).
Todas las cosas que vemos y tocamos están compuestas de estas
pequeñas partículas que no pueden ser ya subdivididas. No pode
mos observarlas; pero si suponemos que existen, podemos dar cuenta
de un enorme número de distintas -cosas que observamos.

r—i-wnim -i ii
Así discurrió el razonamiento de Demócrito (nacido hacia el 460
a. C.) y de Lucrecio (aprox. 96-55 a. C.). Sus teorías atómicas eran
primitivas, pero el principio presupuesto no era diferente de las
teorías modernas: se admitía lo inobservado para explicar lo obser
vado. Hoy, teorías atómicas más refinadas han explicado innumera
bles fenómenos ni siquiera soñados por los antiguos: por qué el
elemento A se combina con los elementos B y C pero no con D y 2
(y algunos con ninguno en absoluto), por qué ciertos elementos y
compuestos tienen las propiedades que tienen, por qué se evaporan
o arden a las temperaturas que lo hacen, se hielan a otras tempera
turas, y así sucesivamente. Prácticamente todos los hechos de la
química moderna han sido explicados en términos de la teoría ató
mica. Pero es teoría, no hecho observado, (Ahora se han visto ciertas
moléculas complejas por medio de microscopios electrónicos, por lo'
que ya no pertenecen a la teoría. Pero los átomos y electrones, junto
con las otras y más menudas «partículas» de que se ocupa la física
ahora, siguen siendo inobservables.)
¿Existen estas minúsculas «partículas»? ¿Son partículas, como
bolitas diminutas, o se les debería llamar de otra forma? Apenas hay
un físico que niegue que existan estas entidades, y que es sólo la
hipótesis de que existen lo que explica por qué ciertos hechos obser
vados son como son. A veces se ha sugerido que no existen real
mente, sino que son simplemente «ficciones convenientes» por medio
de las cuales explicamos un conjunto de fenómenos más o menos
amplio. Pero si sólo fueran ficciones convenientes, ¿cómo es que la
tremenda variedad de acontecimientos que explican regularmente
ocurren como lo hacen? ¿No sería una gran coincidencia, si no
hubiese realmente átomos y electrones, que éstos tengan las propie
dades explicativas que les atribuimos? ¿Por qué habrían de compor
tarse las cosas exactamente como si estuviesen compuestas de partícu
las diminutas si no existiesen realmente esas partículas?
Sin embargo, algunas teorías científicas contienen conceptos que
son meramente ficciones convenientes. La psicología freudiana tiene
como primera premisa que hay una vasta reserva de acontecimientos
mentales inconscientes que consta de tres departamentos: id, su-
perego y ego. Son teoría, puesto que no pueden ser observados tales
habitantes de la psique humana. No obstante, al postular estas enti
dades, la psicología freudiana intenta explicar un gran número de
fenómenos psicológicos (conflictos mentales, neurosis y psicosis, sue
ños, lapsus l'tnguae, estados de ánimo, depresión) sobre la base de
una vasta teoría que incluye estos conceptos. El id es la vasta re
serva de los deseos humanos", la mayoría de ellos prohibidos; el
superego es el que prohíbe o denega, el que rehúsa conceder mucho*
de los deseos; el ego es el adjudicador de las pretensiones conflic
tivas de ambos bandos, proporcionando defensa a uno u otro bando
en respuesta a sus pretensiones. Cuando uno se familiariza con la
literatura psicoanalítica, se ve sorprendido por la enorme variedad
de explicaciones de la conducta humana que proporciona este marco
conceptual. No obstante, nadie cree que haya realmente tres per
sonas dentro de la cabeza, sólo es como si las hubiese, pero desde
luego no las hay. Aquí la teoría es un elaborado «como si», no
obstante la teoría tiene un gran valor explicativo (aunque no es la
única teoría que pretende explicar la conducta humana, como lo
índica la existencia de numerosas y opuestas escuelas de psiquiatría).
De modo similar, cuando se habla de valencia en química, sólo es
«como si» los átomos tuviesen pequeños garfios, uno el de hidrógeno
(por ejemplo) y dos el de oxígeno; de modo que los dos ganchos de
cada átomo de oxígeno se agarrasen al gancho de cada uno de los
dos átomos de hidrógeno para formar H 2O o agua. No obstante nadie
cree que realmente los átomos tengan pequeños ganchos (pero, ¿tie
nen quizá algo parecido?).
Sin embargo, en ambos casos es importante recordar que la teoría
abarca más (tiene más contenido) que los hechos observados que
se explican por su mediación. Una teoría no es solamente un sumario
de hechos ya observados; no es meramente un modo abreviado de
referirse a una diversa colección de hechos: envuelve conceptos de
los cuales pueden inferirse hechos nuevos y hasta el nomento des
conocidos. Esto es tan cierto de la teoría del «como si» del psico
análisis como de la teoría del «existe realmente» de la estructura
atómica. Una teoría que sea meramente un sumario de los hechos
observados ya conocidos no tendría el menor poder explicativo.
Algunos de los enunciados que hacemos son meros «enunciados-
sumario»._Cuando decimos que en el alambre hay corriente es plau
sible analizar este enunciado (aunque algunos se opondrían) como un
enunciado sobre un grupo diverso de fenómenos observables: el
alambre afecta a los voltímetros, nos da un sacudón cuando lo toca
mos, desprende chispas, carga baterías, etcétera. Decir que hay ima
corriente en el alambre es decir solamente que el alambre hace estas
diversas cosas. Pero las teorías de la ciencia no son de este tipo:
una teoría siempre ha de explicar más hechos de los que se le pedía
explicar, la potencia científica de una teoría está en proporción di
recta a la cantidad y (más importante) la gama de hechos que explica,
particularmente aquellos que no eran conocidos cuando la teoría fue
j
’l
.
’l

300 Introducción al análisis filosófico

inventada. A este respecto, tanto la teoría atómica como la teoría


del inconsciente tienen un valor explicativo notable.
Hipótesis. En conexión con esto, es importante distinguir las
teorías de las hipótesis. En la vida diaria estas dos palabras son
usadas intercambiablemente, pero en la ciencia se distinguen. Las
teorías forman un continuo con las leyes: ambas implican enunciados
generales sobre agún aspecto del mundo, difiriendo sólo en si sus
términos fundamentales se refieren o no a lo que es observable en
el mundo. Pero una hipótesis no es en absoluto una proposición
universal; es una proposición particular que, en conjunción con
leyes o teorías, puede ser usada para explicar ciertos acontecimientos.
Así, hablamos de teoría atómica, pero hablamos de varias hipótesis
para explic ir el origen del sistema solar. Todos los días de nuestra
vida ideamos hipótesis: nos levantamos por la mañana y nos damos
cuenta de que la calle está mojada, entonces hacemos la hipótesis
de que ha llovido durante la noche; apretamos el contacto del
coche y oímos un ronquido presagiador, e inventamos la hipótesis
de que la batería está agotada; vemos que el perro está alerta en
tem o a su plato y mostrando signos de inquietud e inmediatamente
hacemos la hipótesis de que está hambriento y no se le ha puesto
de comer; vemos que Johnny está doblado de dolores de estómago
y que ha desaparecido el pastel de carne picada y formamos la hipó
tesis de que tiene el dolor de estómago por haberse comido todo el
i pastel. Una hipótesis es un hecho particular (o un hecho supuesto)
que, si es verdadero, explica, junto con ciertas leyes o teorías, por
qué algo es como es. Una hipótesis puede ser improbable o incluso
ridicula (tal como la hipótesis astrológica de que usted debe tener
hoy mala suerte porque los planetas están en cierta conjunción), o
puede ser tan probable que la tomemos por prácticamente cierta
(tal como la hipótesis de que las calles están mojadas porque ha
llovido la noche anterior). El grado de probabilidad no tiene nada
que ver con que sea una hipótesis, sino sólo con que sea una hipó
tesis aceptable o satisfactoria.
Más aún, una hipótesis no versa sobre algo que hayamos obser
vado: si usted ha visto llover, no llamaría hipótesis sino hecho
¡I observado a «ha llovido». Sin embargo, normalmente, una hipótesis es
¡ sobre algo o b s e rv a d : la lluvia, el perro que no ha sido alimentado
en 24 horas, que Johnny se comió el pastel, todo esto pudo haber
sido observado, aunque no lo haya sido. Pero algunas hipótesis en
vuelven lo inobservable, como «el sentimiento ominoso que tengo
es un aviso de Dios de que debo hacer esto».

■t
■%
Unas y otras, leyes-teorías e hipótesis, tienen un papel que repre
sentar en la función más importante de la empresa ceintífica, la
explicación.

Ex pl ic a c ió n

La explicación científica. La gran ventaja de las teorías científicas


reside en que poseen un enorme poder explicativo. Sin ellas, la bio
logía aún se hallaría en el estadio clasifica torio, los modernos ade
lantos en genética serían imposibles y la física estaría todavía muy
cerca de donde se encontraba hace tres siglos. Intentemos ahora
aclarar qué es exactamente una explicación científica. Este es un
tema de especial importancia, puesto que emplearemos eJ concepto
de explicación en los capítulos siguientes.
Preguntas del porqué. «Por qué» introduce normalmente la de
manda de una explicación. Pero «¿por qué?» es una pregunta ambi
gua: puede ser tanto la petición de una razón como la petición de
una explicación. Cuando se me pregunta por qué opino que cierta
proposición es verdadera, se me está pidiendo que dé razones en
apoyo de mi opinión. Las razones de p son proposiciones que, en el
caso de ser verdaderas, hacen más plausible opinar p, Las razones
son proposiciones que se dan en apoyo de otras proposiciones, y son
buenas razones sí hacen a p más probable (esto es lo que se quiere
decir al llamarlas buenas razones). Se dan razones para sostener una
opinión o para opinar que algo es verdad. Por otra parte, la expli
cación lo es de hechos, procesos, sucesos del acontecer de la natu
raleza: se explica por qué el hierro se oxida, por qué se desbordan
los ríos, por qué es mortal el monóxido de carbono, etcétera. (Esto
vale de las explicacines de por qué ocurren ciertas cosas; pero tam
bién hablamos de explicar en otros contextos: explicamos en el sen
tido de aclarar algo — «explique qué quiere decir este pasaje del
poema»— y explicamos dónde, cuándo, cómo, cuánto. La explicación
de por qué ocurren las cosas, que es de lo que se trata en el caso de
la explicación científica, es sólo una entre las diversas clases de expli
cación.) Si una persona es racional, la razón con que apoya cierta
opinión también explica por qué sostiene esa opinión: desea creer
lo que es verdad, por lo que la explicación y la razón coinciden. Sin
embargo, no siempre ocurre así: las razones que una persona pueda
dar para creer en un Dios benévolo (las proposiciones que pueda
dar para apoyar esta creencia) pueden ser diversos argumentos sobre
la existencia de Dios, tales como los que describiremos en el capí
tulo 7; pero la explicación de que tenga tal creencia puede no
tener nada que ver con los argumentos, la explicación puede con
sistir en que desea un sustituto del padre o un protector en un mun
do áspero y frío. Por tanto, dar razones no es lo mismo que dar
explicaciones, aunque ambas cosas a menudo se confundan, porque
ambas son respuestas, aunque en diferentes sentidos, a la pregunta
«¿por qué?».
Aquí sólo nos ocuparemos del sentido de «por qué» en que las
preguntas por el porqué son peticiones de explicaciones, más espe
cíficamente, explicaciones de acontecimientos de la naturaleza. En
este ámbito podemos preguntar por qué ha ocurrido cierto aconteci
miento específico (¿por qué reventaron las tuberías del sótano la
noche pasada?, ¿por qué se rompió la ventana?) o por qué cierto
tipo de acontecimiento siempre ocurre como ocurre (¿por qué se
elevan los globos?, ¿por qué se oxida el hierro?). El modo de expli
cación es un tanto diferente en cada caso.
Cuando pedimos la explicación de un acontecimiento particular,
tal como «¿por qué reventaron las tuberías?» la explicación incluye
1) ciertas leyes de la naturaleza (tales como que el agua se dilata
cuando se congela) y 2) ciertos hechos particulares (tales como que
la temperatura descendió la noche anterior en el sótano por debajo
del punto de congelación). Hemos de poseer ambos para poder ex
plicar el acontecimiento. Las leyes y los hechos particulares impli
cados pueden ser numerosos: necesitamos conocer no sólo que el
agua se dilata cuando se congela (ley), sino también que las tuberías
estaban llenas de agua (hecho particular) y que, cuando esto ocurre,
el recipiente se rompe dado que su contenido debe tener un sitio
donde ir (ley). Los hechos particulares pueden ser conocidos a tra
vés de la observación o pueden ser hipótesis: si estuviésemos en el
sótano y observásemos el termómetro y constatásemos el frío, se
podría decir que hemos observado por nosotros mismos la condición
particular; pero si estuviésemos en el piso superior durmiendo pro
fundamente todo el tiempo y nos enterásemos, al levantarnos por
la mañana, del frío que hizo, la temperatura por debajo del punto
de congelación durante la noche en el sótano sería una hipótesis. La
hipótesis sola (heló en el sótano) no explica el acontecimiento (el
reventón de las tuberías), sin la ley (el agua se dilata al congelarse),
ni la ley sola explica el acontecimiento sin el hecho particular (obser
vado o inferido por hipótesis) de que la temperatura descendió en
el sótano por debajo del punto de congelación durante la noche. De
la misma manera, la ruptura de la ventana requiere la referencia a un
hecho o condición particular (que alguien le tiró una piedra) y a una
.

ley (sobre la fragilidad del vidrio y la masa y velocidad del objeto


que lo golpee).
Pero a veces, no son los acontecimientos particulares lo que desea
mos explicar, sino las mismas leyes de la naturaleza. ¿Por qué se
elevan4os_globos? ¿Por qué se oxida el hierro? ¿Por qué se disuelve
el azúcar en el agua? ¿Por qué se dilata el agua cuando se hiela?
Explicamos estas leyes por medio de otras leyes y teorías. ¿Por qué
los globos que contienen hidrógeno o helio se elevan en el aire?
¿Por qué el hidrógeno y el helio son más ligeros que la mezcla de
oxígeno, nitrógeno, etc., que constituye nuestra atmósfera (ley), y un
gas que es más ligero por unidad de volumen que otro gas se elevará
(ley). ¿Por qué el agua, al contrario que la mayor parte de los líqui
dos, se dilata cuando se congela? A causa de la estructura cristalina
de la molécula de agua (teoría). ¿Por qué se oxida el hierro? Por
que las moléculas de hierro se combinan con el oxígeno del aire
(teoría) y el compuesto resultante forma óxido de hierro (ley), linas
y otras, leyes y teorías, están implicadas normalmente al explicar le
yes; ciertamente, no podemos avanzar en la explicación de leyes sin
hacer referencia a la teoría,
A veces abreviamos el proceso — de explicar acontecimientos y
luego explicar leyes— mencionando una ley y nada más, obscure
ciendo así la estructura de la explicación. «¿P or qué conduce la
electricidad este alambre?» «El cobre conduce la electricidad.» Pero
la explicación completa sería «este alambre está hecho de cobre
(hecho particular) y el cobre es un conductor de la electricidad (ley)».
La siguiente pregunta sería «¿por qué el cobre (al contrario que
otras cosas) conduce la electricidad?» y la respuesta nos llevaría a la
teoría física, tanto de la electricidad como de la estructura cristalina
de los metales.
Expliquemos sucesos particulares o leyes, en su explicación está
siempre implicada la referencia a leyes y teorías; y la ley o teoría
debe ser tal que esté ya aceptada o de otro modo no aceptaríamos
la explicación. ¿Por qué no se mezcla este líquido rojo con ese
transparente?» «Porque el líquido rojo es agua teñida y el líqui
do transparente es gasolina.» La ley implicada aquí es que el agua y
la gasolina no se mezclan, y nuestra aceptación de la explicación de
pende de nuestra aceptación de la ley. Si en cambio se hubiese dado
como respuesta «porque es rojo», ésta no habría sido aceptada como
. explicación, porque no sabemos de ninguna ley de la naturaleza de
acuerdo con la cual los líquidos transparentes no se mezclan con
los rojos.
A veces, aceptamos una explicación que implica leyes sólo en un
sentido muy lato, una generalización burda que es verdadera en
muchas ocasiones pero que no vale para todos los casos, «¿P or qué
tiene B ill/ un resfriado?» «H a estado jugando con Bobby y Bobby
tiene un resfriado.» No es una ley que aquellos que están en con
tacto con personas resfriadas cojan siempre a su vez un resfriado;
pero hay un cierto grado de uniformidad suficiente para hacernos
aceptar la explicación. Por supuesto, podríamos continuar diciendo:
«Pero Johnny también jugó con Bobby, y Johnny no ha cogido un
resfriado», y entonces tendríamos que buscar un enunciado de las
condiciones en las cuales las personas siempre cogen resfriados. Entre
tanto, tendemos a aceptar la generalización como una explicación de
los hechos. De un modo similar, si preguntamos «¿por qué han
faltado tantos socios a la reunión de esta noche?», y se nos contesta
«ha habido una coincidencia con una reunión de otra organización a
la cual también pertenecen la mayor parte de nuestros socios», lo
aceptamos como una explicación aunque aquí no hay ninguna ley,
salvo la verdad necesaria de que la gente no puede estar en dos
lugares a la vez y la generalización de que la gente que prefirió la
reunión de B a la reunión de A, o sintió una obligación mayor de
ir a B, tendería a ir a la reunión B.
Explicación y predicción. La explicación de un acontecimiento o
de una ley debe explicar por qué ocurrió este acontecimiento y no
algún otro. «Lo que explica todo no explica nada.» Supongamos
que alguien pregunta por qué el agua se dilata cuando se congela,
y que la respuesta dada fuese «Dios desea todo lo que ocurre, Dios
ha deseado que el agua tenga esta propiedad, y por lo tanto es así».
Ningún científico aceptaría esto como una explicación, ni tampoco
nosotros en la vida cotidiana. El científico podría creer, desde luego,
que Dios desea todo lo que ocurre, así como todas las leyes impli
cadas, pero como científico todavía desea saber por qué el agua se
dilata al congelarse mientras que la mayor parte de los líquidos no
lo hace. En otras palabras, desearíamos una explicación que vaya
más allá del acontecimiento inmediato a explicar, que explique tam
bién otros acontecimientos o leyes, incluidos algunos cuya existencia
no fuese sospechada cuando se dio la explicación. La dilatación del
agua al congelarse no sólo explica que revienten las tuberías de agua
sino también que se quiebre el cántaro de agua dejado en el alféizar
de la ventana durante una noche fría y la formación del hielo en la
superficie de los lagos y estanques, y no en el fondo. Si sabemos que
el agua se dilata al congelarse, sabemos por qué ocurren todas estas
diversas cosas, y por qué no ocurrirían si, por el contrario, el cántaro
o las tuberías se hubiesen llenado de queroseno.
A veces se dice que la prueba de un principio explicativo (ley o
teoría) es que tenga poder predictivo, que nos capacite para hacer
predicciones exactas sobre su base. Puesto que las leyes explican
muchas otras cosas, además de los acontecimientos que se les pedía
explicar, y puesto que muchos de estos otros sucesos se darán de
modo completamente natural en el futuro, las leyes, por lo tanto,
explicarán también éstos. Sabiendo que el agua se dilata al conge
larse, podemos predecir las condiciones en las cuales las tuberías de
agua reventarán en el futuro, y otras muchas cosas. Pero algunas de
las leyes están muy bien establecidas y, no obstante, no tienen prác
ticamente ningún poder predictivo. Los geólogos conocen muy bien
las leyes implicadas en el acaecer de los terremotos, aunque los
intentos de predecir cuándo y dónde ocurrirá el próximo terremoto
no han sido especialmente afortunados. Esto no es porque se desco
nozcan las leyes, sino porque los hechos particulares (condiciones
iniciales) nos son desconocidos: no sabemos lo suficiente sobre lo
que pasa a gran distancia bajo la superficie terrestre, qué presiones
y tensiones, fallas bajo la roca, irregularidades en la distribución del
peso, etc., existen y en qué lugares del interior de la Tierra. Las
leyes tienen poder explicativo, pero deben ser unidas a enunciados
sobre las condiciones particulares, si han de proporcionar una pre
dicción.
Por otra parte, la Ley de la Gravitación Universal de Newton
es una ley de un poder explicativo notable. Coloca bajo una misma
poderosa generalización la caída de una manzana junto con los movi
mientos de los planetas del sistema solar y de la más lejana estrella
de los cielos. Sobre su base (junto con otras leyes y enunciados sobre
estados de cosas particulares, o condiciones iniciales), se está capaci
tado para predecir fenómenos tan diversos como eclipses de sol y la
evolución de las galaxias de estructura en espiral. De modo similar,
la razón por la cual las leyes sobre electrones e inobservables pare
cidos están tan universalmente aceptadas entre los científicos reside
en que, como explicaciones, poseen un notable poder predictivo.
Sobre la base de ciertas leyes de la estructura atómica, se puede
predecir cuáles serán muchas de las propiedades químicas de las
substancias, tales como la densidad y la capacidad de combinarse
con otras substancias, incluso antes de ser descubiertas.
Explicaciones insatisfactorias. En la vida cotidiana, sin embargo,
a veces nos encontramos con pretendidas explicaciones que no expli
can nada. «¿Por qué estas píldoras hacen dormir a las personas?»
«A causa, de su poder soporífero.» Esto puede parecer tremendo
hasta que nos damos cuenta de que «poder soporífero» no significa
ni más ni menos que el poder de hacer dormir a las personas. La pre-
tendida explicación no nos dice nada de lo que se supone que
queríamos saber: qué hay en la píldora que le permite hacer dormir
a las personas. «¿Por qué el hidrógeno se combina con el oxígeno
para formar agua?» «Porque el hidrógeno tiene afinidad con el
oxígeno.» Pero una.afinidad con X es sólo una tendencia a combi
narse con X. y la explicación no nos dice por qué el hidrógeno tiene
esa tendencia: sólo ha repetido la pregunta con otras palabras. «¿Por
qué mamá gata cuida de sus gatitos?» «Porque tiene un instinto
maternal.» Esta respuesta no es del todo vacía pues nos dice algo,
que la conducta no es aprendida: pero aparre de eso no nos dice
nada. No importa qué haga un animal podemos decir que la criatura
tiene un instinto para tal tipo de conducta. Pero la pregunta de
interés sigue sin respuesta: ¿qué hnv en la constitución fisiológica
riel gato que le hace exhibir esta conducta maternal? ¿Algo de sus
genes y cromosomas, quizá? Esta es una cuestión extremadamente
difícil, pero en cualquier caso debemos tener claro que la referencia
al instinto no nos dice prácticamente nada. Puede ser que los petirro
jos tengan un «instinto migratorio» — esto es. emigran— pero esto
no nos dice por qué los petirrojos lo hacen v los gorriones no. En
lugar de información estamos recibiendo meramente las palabras:
«instinto», «afinidad», «poder», «facultad», y así sucesivamente.
Suponga que su reloj no funciona y alguien le dice «hay un
duende dentro». Si tal criatura pudiese ser vísta dentro del reloj
cada vez que no funciona, éste sería ciertamente un hecho intere
sante de la naturaleza. Quizá, en tal caso, la pequeña criatura ha
estado causando el desperfecto cada vez que la radio no funcionaba.
Pero puesto que tal criatura no puede ser vista, tocada, etc., ¿cómo
podría ser su existencia una explicación? ¿En qué se diferencia un
duende inobservable de ningún duende en absoluto? Entre un duende
inobservable y ningún duende, ¿cuál elegiría usted? ¿Hay algo que
elegir entre ellos? Creer en un duende no tiene ningún valor expli
cativo. Parece tratarse únicamente de qué etiqueta desea usted
pegar detrás del reloj para recordar exactamente las características
del reloj \ Usted puede decir, cada vez que el reloj no funciona,
«otra vez está dentro el duende», pero dado que el duende no

1 John Wisdom, Olher bíinds (Otras mentes) (Oxford: Blackwell, 1949),


capítulo 1.
puede ser observado de ninguna manera, ¿qué es esto sino una
forma pintoresca de decir que el reloj no funciona?
E l duende es inobservable; pero no es sólo el carácter inobser-
vable del duende lo que impide que tenga valor explicativo. Los
electrones son también inobservables, pero tienen un poder explica
tivo notorio; de la creencia en electrones, podemos deducir muchas
consecuencias, y el que ocurran estas consecuencias (que podemos
observar) sirve para confirmar la teoría. Pero en el caso de la teoría
del duende, no podemos explicar por medio de ella otra cosa que
el hecho por explicar (que no funciona el reloj). No podemos deducir
más consecuencias. La teoría, como explicación, es impotente. Incluso
el simple enunciado de que la radio no funciona porque ha sido
quitado el enchufe tiene algo de valor predictivo: que si ponemos
el enchufe, la radío funcionará de nuevo. Pero no hay nada, además
de que el reloj no funciona, de lo que podamos hablar en el caso
de la teoría del duende. No hay ninguna criatura que podamos quitar
del reloj para hacerle funcionar de nuevo. Todo lo qus podemos
hacer es lo que habríamos hecho en ausencia de la teoría del duende:
tomar el reloj y tratar de repararlo. El hecho de que no funcione
el reloj representa un cambio en nuestra experiencia, pero la teoría
del duende no representa ningún cambio para nuestra experiencia
más allá del hecho de que el reloj no funciona.
Explicaciones ideológicas o finales. H asta ahora nada se ha dicho
sobre la explicación en términos de finalidad, no obstante ser éste
el tipo más antiguo de explicación. Se pensó antaño que las tormentas
y otras catástrofes naturales habían de ser explicadas por la ira de
los dioses o de otros seres que controlaban estos acontecimientos, y
se creyó que los dioses hacían estas cosas para descargar su venganza
sobre los seres humanos, o meterlos en cintura, o exhibir su poder,
etcétera. Ya no usamos tales explicaciones para los acontecimientos
naturales, pero explicamos los eventos del ámbito humano aduciendo
una finalidad: «¿Por qué se comió todo el pastel en cinco minutos?»
«Alguien le apostó 100 dólares a que no podría hacerlo.»
La palabra «finalidad» es algo engañosa, y haremos bien en
seguir la pista de sus sentidos más importantes.
1. El uso más frecuente de «finalidad» es en el sentido de in
tención consciente de los seres vivientes, en particular de los seres
humanos. «¿Por qué fuiste hoy a la ciudad?» «Quería hacer algunas
compras.» Esa fue la finalidad de que fuese, y es por ello por lo
que fue. Y, suponiendo que es capaz de realizar el neto en cuestión,
el hecho de que éste fuese su fin (intención consciente) explica por
qué hizo lo que hizo.
2. También explicamos Ciertos comportamientos invocando fina
lidades inconscientes. Un hombre no tiene un deseo consciente de ser
infeliz en su matrimonio, pero inconscientemente selecciona su pa
reja de tal manera que le proporcione el máximo de irritación y de
roces, lo cual, como dirían los psiquiatras, es exactamente lo que
desea, no conscientemente, sino inconscientemente. Muchos aspectos
de la conducta, de otra forma desconcertantes, pueden ser- explicados
en términos de impulsos inconscientes.
3. «¿Cuál es la finalidad de esa máquina?» «Poner etiquetas en
latas.» «¿Cuál es la finalidad de un m artillo?» «Poner clavos.» Y así
sucesivamente, Aquí la máquina, al no ser un ser consciente, no
tiene fines conscientes, ni tampoco inconscientes, dado que la ni'
consciencia sólo está presente en los seres que tienen conciencia
(en general, el material inconsciente ha sido reprimido de la mente
consciente). La máquina tiene una finalidad sólo en un sentido deri
vado: nc tiene conciencia, pero ha sido inventada de tal manera que
sirva a los fines de los seres conscientes. En vez de preguntar «¿cuál
es la finalidad de la máquina?», deberíamos preguntar «¿cuál es la
f’aalidad de la persona que construyó la máquina?» Cualquiera que
sea la finalidad, decimos que es la finalidad de la máquina misma.
4. Hasta aquí cada vez que había una finalidad había un ser
consciente que la tenía. Pero hay un sentido más diluido de «fina
lidad» en el cual no está implicada la conciencia. «¿Cuál es la fina
lidad del corazón?», se podría preguntar, y recibir como respuesta
«bombear sangre a través del cuerpo». ¿Cómo está usada aquí la
palabra «finalidad»? El corazón no es un ser consciente, y no tiene
fines en el sentido de intenciones, conscientes o inconscientes. Ni
es un objeto de hechura o fabricación humana: no refleja nuestros
fines al hacerlo, ya que no lo hicimos. ¿Quizá, entonces, el enun
ciado es un enunciado teleológico disfrazado sobre los fines de Dios
al hacer el corazón? Podría ser usado así por algunos, pero la pre
gunta puede ser igualmente hecha por alguien que no crea en Dios
o no crea que Dios diseñó el organismo humano. Cuando los inves
tigadores médicos hacen preguntas de este tipo, no están haciendo
preguntas teleológicas. Están preguntando simplemente cuál es la
función del órgano, ¿Cuál es la función del corazón en relación al
resto del organismo? ¿Qué hace? Estrictamente hablando, ésta no
es una cuestión sobre fines, y es engañoso usar la palabra «fina
lidad» al referirse a ella.
Las explicaciones finales sólo son aceptables cuando hay seres
conscientes que puedan concebir fines y llevarlos a cabo. Puesto que
la mayor parte de las explicaciones en las ciencias físicas no suponen
la presencia de seres conscientes, no puede haber respuesta en estos
ámbitos a las preguntas del «porqué» en términos de finalidad. ¿Por
qué se elevan los globos? ¿Por qué se oxida el hierro? ¿Por qué
revientan las tuberías? Estas cuestiones son respondidas en términos
de leyes físicas, y estas leyes no suponen ninguna referencia a fina
lidades. Sólo cuando se trata de leyes sobre los fines humanos po
demos dar explicaciones de los acontecimientos en términos de tales
finalidades; y tales leyes ciertamente son muy burdas, por ejemplo,
que la gente generalmente hace lo que pretende, a menos que sea
incapaz de hacerlo.
A veces la gente (particularmente los niños) no queda satisfecha
con las explicaciones a menos que reciba alguna respuesta en tér
minos de finalidad. Puesto que éste es el tipo de explicación más
familiar a cada uno en su propia conciencia, se tiende a suponer que
todas las explicaciones han "de ser de esta forma. «¿Por qué murió?»
«Bueno, le atropelló un coche cuando estaba cruzando la calle y ...»
«No, quiero decir por qué murió, no cómo murió.» Si la informa
ción completa de lo que ocurrió y de las leyes implicadas no satis
face al demandante, lo que está buscando probablemente (quizá sin
darse cuenta clara de ello) es una explicación en términos de fina
lidad: en este caso, quizá, el propósito o intención divina al pro
vocar la muerte de esa persona. Si tales explicaciones — en términos
de propósitos divinos— son verdaderas en algunos casos, es una
cuestión que no podemos discutir aquí, pero que tocaremos en el
capítulo 7. Aquí sólo podemos señalar que si hay tales propósitos
divinos y podemos conocerlos, entonces los acontecimientos en cues
tión pueden ser explicados en términos de finalidad; de lo contrario
no. Sigue siendo verdad, en todo caso, que siempre que hay un fin,
ha de haber alguien que tenga ese fin.
Descripción y explicación. «La ciencia sólo nos dice cómo suce
den las cosas; no nos dice por qué suceden.» Esta popular opinión
tiene poco que hable en su favor. La ciencia nos dice por qué se
oxida el hierro; por qué ascienden los globos, por qué revientan las
cañerías, y así sucesivamente; nos da una explicación de estos acon
tecimientos en términos de leyes y de teorías, y eso es lo que se
entiende por explicación en ciencia. Si esto no es una explicación,
¿qué lo es? Cierto, describe cómo ocurren las cosas; pero al mostrar
cómo ocurren las cosas, nos dice por qué ocurren: coloca los aconte
cimientos bajo leyes. Si alguien dice que la ciencia no explica por
qué ocurre este acontecimiento, ¿qué sería considerado como expli
cación? Quizá el crítico tiene en mente el hecho de que la pregunta
«¿por qué?» no siempre puede ser respondida en términos teleoló-
gicos o finalistas y está usando la pregunta como una petición de
una explicación final. En ese caso la ciencia no nos puede decir por
qué ascienden los gases más ligeros, pero ninguna otra cosa puede;
ciertamente, caería en autocontradiccíón si concede que una finalidad
implica alguien que la tenga y que aquí no hay nadie que pueda
tenerla.
Leyes últimas. Podemos explicar un acontecimiento por medio
de leyes, y a menudo explicamos la ley por medio de otras leyes o
teorías, y a veces (a su vez), éstas por medio de otras leves y teorías.
Pero más tarde o más temprano, nuestro conocimiento se detiene:
no podemos explicar la ley o teoría por medio de ninguna otra cosa.
Explicamos que revienten las tuberías por la ley de que el agua
se dilata al congelarse; supongamos que podemos explicar la dila
tación del agua al helarse por medio de alguna teoría sobre la estruc
tura de la molécula de agua. ¿Por qué tiene esta estructura la mo
lécula de agua? ¿Es un caso de una ley más Sásica? Supongamos que
es así: entonces, ¿qué pasa con esa ley o teoría?; ¿cómo ha de ser
explicada? No podemos explicarla. Décimo? <-'así es como son las
cosas, ésta es simplemente una lev íteoría) última del universo.
Podemos explicar otras cosas en términos de ella, pero no podemos
explicar/^. Es un "hecho bruto” , ni más ni menos, que las cosas sean
así». Cuando nos hemos remontado en las explicaciones a ciertos
procesos o estructuras elementales, no parece que seamos capaces de
ir más allá: el hecho es que la cosa tiene estas estructuras, o que
procesos de este o aquel tipo gobiernan el cambio, y esto explica por
qué las cosas tienen las propiedades que tienen, simples o en combi
nación; pero no podemos explicar por qué las tienen. O tro ejemplo:
cuando la luz de cierta longitud de onda incide en la retina de mi
ojo. veo amarillo; cuando la luz es de una longitud de onda mayor
veo naranja; y así sucesivamente. P e ro no puedo dar una explicación
de por qué la luz de estas longitudes de onda ha de hacer que yo
tenga la experiencia visual específica que rengo cuando veo amarillo.
La correlación entre la luz v la experiencia visual parece ser un
«hecho bruto».
Parecería, entonces, que hay ciertas leves básicas o últimas del
universo, invariantes básicos de la naturaleza que no pueden ser
explicados por medio de ninguna otra cosa. Sin embargo, nunca po
demos estar seguros de que ninguna ley que ahora se nos presenta
como básica mañana no pueda ser explicada por medio de otra.
Durante mucho tiempo se pensó que la Ley de la Gravitación Uni
versal de Newton, aunque tenía un notable poder explicativo, no
podría ser a su vez explicada, y que era, por tanto, una ley última
;i
de la naturaleza; pero la teoría de la relatividad de Einstein hace , ti
a la ley de Newton un caso especial de una teoría mucho más amplia.
No podemos estar seguros en ningún momento de que las leyes ^
hasta entonces consideradas últimas lo sean realmente. !
Si cierta ley (o teoría) es realmente última, entonces pedir una
explicación de ella es autocontradictorio. Explicar una ley es colo- j
caria en un contexto o marco de leyes o teorías más amplias e inclu- 1
sivas; una ley básica o última es por definición aquella con la que ■
no se puede hacer esto; por tanto pedir que se explique una ley
que se admite básica es, en efecto, negar que sea una ley básica.
Es una demanda de explicación en una situación en la que por la
propia premisa no se puede dar más explicación. Siempre se explica
en términos de alguna otra cosa; es imposible lógicamente explicar
cuando no hay ninguna otra cosa en términos de la cual dar la
explicación.

Ejercicios

1. A vcces la matemática es llamada ciencia, pero no es una ciencia empí


rica. ¿Por qué no? ;
2. ¿Por qué no son llamadas ciencias la astrología, la alquimia y la freno-
nología? ¿Debería ser considerada ciencia la geografía? (¿Tiene leyes?) ¿Y la
Ingeniería o la medicina?
3. ¿Cuáles de los siguientes son conceptos teóricos, y cuáles se refieren
solamente a cosas que puedan ser observadas? a) gravitación (en física); b) ma
sa (en física); c) ondas luminosas (en física); d) corrientes de convección (en
física); e) quasars (en astronomía); f ) rayos cósmicos (en física y astronomía);
g) campos magnéticos (en física); h) isótopos (en química); i) gen (en biolo
gía); j) el votante medio americano (en sociología); k ) C. 1. (en psicología);
l ) agresión reprimida (en -psicología).
4. Teniendo en cuenta la distinción entre leyes prescriptivas y descriptivas,
evalúe los siguientes comentarios.
a) No debemos desobedecer las leyes de la naturaleza.
b) Las leyes de la naturaleza tienen preordenado lo que yo haré mañana.
c) Cuando hay una ley, ha de haber un legislador.
d ) No hacemos las ieyes, las hallamos.
e ) Las leyes de 'la naturaleza controlan el Universo.
f ) Nuestra conducta ha de conformarse a las leyes psicológicas.
5. ¿Cuales de las siguientes proposiciones consideraría leyes de la natu
raleza? ¿Por qué? ;
a) El hierro se oxida expuesto al oxígeno.
b) El oro es maleable. j
c) Todos los seres humanos son mortales. (Mueren en un momento u otro.)
á ) Todos los gatos blancos de ojos azules son sordos.
e) Cuando los organismos se reproducen, el descendiente siempre es de
la misma especie. I
f) Todos los cuervos de los Estados Unidos son negros.
g) Todos los océanos tienen agua.
h) Un tercio de los votantes americanos pertenecen al partido republicano.
6. ¿Cuáles de las siguientes preguntas del porqué demandan una razón
y cuáles una explicación? ¿Puede interpretarse alguna de ambas maneras?
a) ¿Por qué hierve el agua? Porque encendí un mechero debajo.
b ) ¿Por qué halagabas al jefe? Porque quiero ir de viaje.
c) ¿Por qué crees que lloverá esta tarde? Porque se están acumulando
nubes.
d ) ¿Por qué crees que no habrá otra guerra mundial en este siglo? Por
que con las actuales armas nucleares ninguna nación osaría arriesgarse.
7. Valore como explicaciones las siguientes. En el caso de explicaciones
insatisfactorias, muestre qué les hace ser insatisfactorias.
a) ¿Por qué hacen nidos los pájaros? Porque desean tener un lugar
donde poner los huevos y criar a sus hijos.
b) ¿Por qué hacen nidos los pájaros? Porque es un instinto hacerlo así.
c) ¿Por qué la mayoría de las criaturas ponen más huevos de los que
podrían llegar a ser descendientes desarrollados? Porque desean proteger la
especie de la exterminación a manos de organismos rivales, el frío, las tor
mentas y otros agentes destructivos.
d ) ¿Por qué ganaron los aliados la Segunda G uerra Mundial? Porque de
seaban hacerlo, y la gente generalmente hace lo que desea hacer.
e) ¿Por qué esta substancia se hace más ligera (por unidad de volumen)
conforme se va calentando? Porque contiene una substancia invisible, el flo-
gisto, y cuanto más contiene más se calienta; el flogisto es tan ligero que un
objeto es más pesado al perderlo.
f ) ¿Por qué llegó él la noche anterior? Porque Dios así lo quiso, y todo
lo <jue Dios quiere ocurre.
g) ¿Por qué se hunde este objeto en el agua? Porque es de hierro.
b) ¿Por qué nos encontramos hoy usted y yo en la ciudad? Porque am
bos queríamos estar en el mismo almacén esta mañana cuando abrieran,
i) ¿Por qué este reloj se para varías veces al día? Porque tiene dent
un demonio,
j) ¿Por qué ganaste el premio de mil dólares en la lotería? Porque algu
nas personas tienen mucha -suerte.
k ) ¿Por qué se acaba de abrir la puerta? Porque alguna fuerza abridora
de puertas le hizo abrirse.
8. «¿Por qué ella lo apuñaló?» Respuesta 1: «Porque lo odiaba intensa
mente y deseaba más que ninguna otra cosa verlo muerto.» Respuesta 2: «Por
que como resultado del movimiento de ciertas partículas de materia de su
cerebro se descargaron unos impulsos electroquímicos por ciertos conductos
neuronales, estimulando ciertos nervios eferentes, activando los músculos de
su mano y brazo, haciendo que se movieran de cierta form a...» ¿Están en
conflicto estas dos explicaciones? ¿Están necesariamente en conflicto las expli
caciones finales con las explicaciones «mecánicas» como la dada en la res
puesta 2? ¿Cómo concibe usted la relación entre ellas? ¿Son ambas partes de
la explicación total?
9. Examine el siguiente diálogo, fijándose en cuáles considera usted que
son sus ispectos acertados, así como sus aspectos desacertados.
A) (Descubrió New ton hechos empíricos hasta el momento desconocidos?
B) Sí, descubrió la gravitación.
A) !5ero no nos hacía falta Newton para que nos dijese que las manz
nas caen.
VT ^

4. Conocimiento empírico i
/ "

B) Explicó por qué las manzanas caen. ‘*HV


A) Pero la gravitación no es una explicación de por qué caen. Es simple
mente una palabra curiosa que enuncia un hecho familiar, a saber, que las
cosas caen. Eso no es una explicación; sino simplemente una redescripción en
términos más generales del hecho familiar de que caen. (Compare el enunciado
del médico de que usted está en esta situación física porque está pobre de
salud.) ¿Qué es la gravitación sino la caída de las manzanas y cosas por el
estilo?
B) ¡Ah! usted ha admitido mi afirmación: la gravitación es, ciertamente,
mucho más que la caída de las manzanas: es la caída de las manzanas y cosas
por el estilo. Newton conectó las manzanas de los huertos con las estrellas del
cielo. Puso bajo una ley general acontecimientos aparentemente desconectados,
y hacer esto es explicarlos. Desde luego, si usted piensa animísticamente en la
gravitación como un tirón ejercido como 'por una especie de supergigante, está
equivocado. La gravitación no es un tirón; la palabra es simplemente un nom
bre para el hecho de que la materia se comporta de cierta forma definida y
especificable. Pero la ley de que se conduce de esta forma es una auténtica
explicación, y explica un vasto número de fenómenos, incluidas la revolución
de los planetas y Ja caídu de las manzanas.
10. Podemos explicar algunas leyes derivándolas de otras leyes; las unifor
midades a las que se refieren las leyes del primer grupo son como son debido
a las uniformidades descritas en las leyes del segundo grupo. Pero, ¿qué pasa
con las leyes del segundo grupo, 'las leyes básicas o inderivadas? ¿Tiene sentido
preguntar por qué las uniformidades descritas en éstas son como son? ¿Cómo
afrontaría la pregunta «por qué las leyes últimas de la naturaleza son como son»?
11. ¿Cuál de las siguientes alternativas preferiría y por qué?
a) No podemos explicar por qué las uniformidades básicas del Universo
son como son. Esto es un mistetio que no podemos resolver.
b) Explicar una ley es colocarla dentro del contexto de una ley, o leyes,
más amplias. Si una ley es básica, o no derivada, entonces, por definición, no
se puede hacer esto, es imposible lógicamente. La demanda de explicación es,
por tanto, ilegítima: explicar (someter a una ley más básica) una ley básica es
autocontradictbrio.
12. ¿Ha de ser siempre el hecho, o ley, por explicar lógicamente dedu
cible de la explicación? Lea primero una exposición del punto de vista de
que esta relación de deducibilidad debe darse siempre, si ha de ser considerada
satisfactoria una explicación: por ejemplo, Cari G. Hempel, Aspscts cf Scien-
tific Explanation (Aspectos de la explicación científica), Parte 4, y del mismo
autor, «Deductive-Nomological vs. Statistical Explanación» («Explicación nomo-
tético-deductiva frente a explicación estadística») en Minnesota Studies in the
Pbilosophy of Science, vol. 3; también May Brodbeck, «Explanation, Pre-
díction, and “ Im perfect" Knowledge» («Explicación, predicción y conocimiento
“imperfecto”»), en el mismo volumen. Luego lea una exposición del punto
de vista de que no se necesita la relación de deducibilidad, por ejemplo,
Michael Scriven, «Definitions, Explanations, and Theories» («Definiciones, ex
plicaciones y teorías»), en Minnesota Studies in the Pbilosophy cf Science,
vol. 2, y, del mismo autor, «Explanations, Predictions, and Laws» («Explica
ciones, predicciones y leyes»), en vol. 3. Luego enuncie el pro y el contra de la
cuestión tal como la ve usted.
Una ley de la naturaleza, como hemos visto, es más que una
descripción de una invariancia observada en el pasado. Dice «todos
los A son B», no sólo aquí sino en cualquier sitio, no sólo ahora
sino siempre. No obstante, nuestra base para creer en la ley es que
todos los A son R en los casos que hemos observado hasta el mo
mento. Y si los casos que hemos observado hasta el momento no
son todos los casos que hay, todo lo que hemns hecho ha sido des
cubrir que algunos A son B.
Entonces, ¿cómo pasamos de algunos a todos? No deductiva
mente: si sólo estamos en posición dé decir que algunos A son B,
no podemos deducir de ello que todos los A son B. No obstante, la
ley de la naturaleza dice que todos los A son R. Puesto que no pode>-
mos llegar a esta conclusión deductivamente, ¿qué nos da derecho
a afirmarla?-
Parece bastante claro que el salto de «algunos» a «todos» es
inductivo. Así es, ciertamente, como caracterizamos la inducción en
el capítulo 2 cuando introdujimos el concepto de razonamiento in
ductivo. No estamos autorizados a decir, porque algunos A son B,
que sea cierto que todos los A son B, sino sólo que es probable en
cierto grado que todos los A sean B, aumentando él grado de proba
bilidad con cada caso más de un A que sea B sin que ningún A resul
te no ser B. Cuán fuerte se crea que puede ser la probabilidad
depende del punto de vista que uno tenga acerca de la probabilidad,
sobre la que hay muchas opiniones opuestas. En todo caso, si todos
los millones de A que se han observado son B, y nunca se ha obser
vado un A que no sea B, seguro que parece probable en algún grado
que todos los A son B; desde luego, la probabilidad es mayor que la
de que algunos A no sean B, de lo cual no tenemos el menor indicio.
Parecería, entonces, que tenemos algún elemento de juicio de
que el sol saldrá mañana y de que la Ley de Gravitación conti
nuará siendo verdadera. Pero si se nos preguntara «¿sabe (en sen
tido fuerte) que así será?», tendríamos que responder negativa
mente, pues aún no están disponibles todos los elementos de juicio,
y las observaciones de mañana pueden ser contrarias a los elementos
de juicio de hoy. Deberíamos, sin embargo, darnos cuenta de una
diferencia entre los dos ejemplos ofrecidos. A pesar de los millones
de veces que ha salido el sol, tenemos menos elementos de juicio
en el caso de la salida del sol mañana que en el caso de la Ley de
la Gravitación. H a habido en el pasado muchas uniformidades que
.......

han dejado de suceder. D urante muchos siglos los animales (como


los caballos y los burros) fueron el modo primario de transporte del
hombre, aparte de ir a pie; pero con el advenimiento del automóvil
ha dejado de ser éste el caso, a pesar de los muchos siglos en los
cuales había sido así con regularidad. Pasaron muchos siglos durante
los cuales ningún hombre ascendió más arriba de la atmósfera terres
tre, pero también se ha roto tal uniformidad en la última década.
La mano que da de comer a la gallina durante toda su vida al final
la decapita. Y así sucesivamente. E n el caso de la salida del sol no
es difícil describir qué condiciones habrían de ser satisfechas para
que el sol dejase en algún día futuro de salir: un objel:o del exterior
del sistema solar, o incluso un cometa del interior anormalmente
sólido, podría golpear la Tierra de lleno y perturbar su rotación
regular axial; y no sabernos que esto no ocurrirá en algún día fu
turo. En efecto, bien podría suceder sin constituir de ninguna de las
maneras una excepción a una ley de la naturaleza; de hecho, sería
un ejemplo más de las leyes de la naturaleza con que ya estamos
familiarizados. Una vez que vemos esto, no nos apostaríamos la vida,
la carrera o la reputación a que el sol vaya a salir todos los días en
el futuro, de la manera que lo haríamos (o podríamos hacerlo) en
el caso de la Ley de la Gravitación. Cualquier acontecimiento par-
, ticular, tflil como que la Tierra choque contra otro objeto, no sólo es
posible lógicamente sino también empíricamente; p e ro 'q u e .la Ley
de la Gravitación deje de operar (esto es, deje de ser una descrip
ción del movimiento real de los objetos del universo) sería posible
lógicamente, pero no empíricamente, dado que «posibilidad empí
rica» viene definido en términos de leyes de la naturaleza. Los cientí
ficos confían mucho más en el continuo funcionamiento de las leyes
de la naturaleza que en el acontecer o no acontecer de un suceso
-particular, siempre y cuando éste no sea incompatible con aquellas
leyes.^En-consecuencia, nuestras cuestiones sobre la inducción se
centrarán en torno al funcionamiento continuo de las leyes más bien
que en torno al acontecer de sucesos particulares, tales como la salida
del sol.
Pero ahora llegamos a una cuestión mucho más fundamental y de
más alcance acerca de la acción continuada de las leyes de la natu
raleza. Nos hemos contentado con decir, con sentido común, que,
aunque no sabemos si las leyes de la naturaleza continuarán actuando
en el futuro como lo han hecho hasta ahora, tenemos elementos de
juicio de que lo harán. Ahora, sin embargo, se presenta una cues
tión que al principio suena tan increíble que incluso promoverla
puede parecer rayano en la insensatez: ¿tenemos realmente alguna
prueba de que las leyes de la naturaleza continuarán actuando como
lo han hecho hasta ahora? Al principio la respuesta puede parecer
obvia: « ¡Desde luego que sí! ¿No constituye el hecho de que la
ley ha funcionado todos estos largos años sin una sola excepción
una prueba muy buena de que continuará funcionando mañana?
¿Qué mejor prueba podría haber? En verdad, ¿qué otra prueba
podría haber?» Y quizá esta respuesta sea la correcta. Pero muchos
pensadores lo han negado, o al menos cuestionado, y vale la pena
detenerse a considerar qué es lo que se cuestiona.
Una persona que haga tal pregunta argumentaría como sigue:
«Ha ocurrido regularmente de cierta forma en el pasado, ¿y qué?
Usted proyecta la uniformidad pasada al futuro, pero, ¿qué derecho
tiene a hacerlo? Usted me muestra lo registrado en el pasado, y
estoy de acuerdo: la correlación entre A y B es uniforme; pero,
¿qué tiene que ver con el futuro? ¿Por qué está usted tan conven
cido de que el funcionamiento del universo en el pasado nos da
alguna pista sobre su funcionamiento futuro? No veo ninguna razón
para creer que el registro pasado de uniformidades, no obstante la
frecuencia con que se repitan, es guía para el futuro. ¿Tiene usted
alguna razón para creer que sí lo es? Si es así, ¿sería tan amable de
darme esa razón?»
Notemos que la pregunta del escéptico no es «¿cómo sabe que
las uniformidades pasadas continuarán en el futuro?», pues le podría
mos responder simplemente «no lo sabemos, pero tenemos conside
rables elementos de juicio». El escéptico es mucho más radical. El
pregunta «¿cómo sabe que la existencia de uniformidades pasadas
proporciona algún elemento de juicio de que el futuro será similar
al pasado?»; y continuaría: «no sólo no sabe si la Ley de la Gravi
tación, por ejemplo, continuará operando mañana, sino que no tiene
ningún elemento de juicio a favor de que lo hará. Usted cita los
llamados elementos de juicio del pasado, pero yo no le concedo que
éstos sean elementos de juicio. Digo que esto no tiene nada que
ver con el caso. Usted está presuponiendo, cuando dice esto, que el
pasado es una guía de fiar para el futuro. Y esto es precisamente lo
que estoy cuestionando. En todo caso, usted no me ha mostrado
que lo sea. Así, pues, no importa qué observaciones pasadas cite,
puedo seguir considerando el futuro dominado por un interrogante
fundamental: ¿y ahora qué?»
¿Qué hemos de responder a la pregunta del escéptico? ¿Hay
forma de responderla? Los filósofos han empleado gran cantidad de
ingenio en diversos intentos de dar una respuesta, y muchos de los
intentos son tan técnicos que no podemos explorarlos aquí. Tratemos
f\ primero de prevenir ciertas objeciones que se plantean si se da al
# escéptico varias réplicas fáciles que no le responden.
,j| 1. «Las leyes de la naturaleza han de valer en el futuro; no
|, serían leyes de la naturaleza si no lo hicieran. Es una característica
fe definitoria de las leyes de la naturaleza que sigan siendo verdaderas
no importa en qué tiempo y lugar.» Este último enunciado es verda-
j | dero; ésta era una de las características definitorias de las leyes que
i apuntamos en la página 295. Esta es una de las formas en que se
distingue una ley de una descripción de una acción pasada. Pero el
f : argumento, sin embargo, está condenado al fracaso. No podemos dar
• | existencia a nada mediante una definición (págs. 48-49). Usted puede
E decir que esto no sería un X si no tuviese la característica A, pero
| todo lo que aquí se sigue es que si no tiene la característica A, en-
í f tonces no es un X. La cuestión sólo se transforma en «¿hay enton-
ces un X ?» Quizá las uniformidades hasta aquí observadas, que nos
p han inducido a creer que son leyes auténticas de la naturaleza, no
||; continuarán dándose, y, así, lo que pensamos que era una ley de la
,í#: naturaleza no lo es en realidad. La pregunta del escéptico podría
ser simplemente reformulada: «¿cómo sabemos que hay leyes?»
2. «Puede haber algo en A que muestre que debe ser B, y en
í|p - ése caso sabemos que A siempre debe ser B, en el futuro lo mismo
f J l que en el pasado. P or ejemplo, si descubriésemos algo acerca de la
■Wk estructura atómica del oro que nos mostrase que cualquier cosa que
posea esa estructura emitirá necesariamente ciertas líneas espectrales,
" : entonces sabríamos que el oro siempre continuará emitiendo estas lí-
■W' neas; y así habríamos establecido esa uniformidad ("si es oro, enton-
; ces aparecen estas líneas espectrales” ) para el futuro, así como para el
¿ ' pasado y el presente, O si descubriésemos algo en los genes de los
■ cuervos que mostrase que todos los cuervos han de ser negros...
;; |r Y así sucesivamente.»
: Pero tampoco esto sería suficiente. Aquí las palabras sospechosas
j C son «necesariamente», «haber de», «deber ser». La naturaleza sólo
' nos muestra qué propiedades tienen las cosas y cuáles se dan juntas.
'■',p Todo lo que posee las características definitorias del oro también
ha tenido, hasta ahora, ciertas líneas espectrales. Supongamos que
■5¡ esto es una ley de la naturaleza. Ahora nuestro escéptico nos pre-
■¿ gunta cómo sabemos que esta correlación, o esta ley de la naturaleza,
f: continuará en el futuro. «¡P ero tiene que hacerlo! Cualquier cosa
con la estructura atómica ésta debe...» Y, ¿cómo lo sabemos, puesto
% |í :' que no se trata de necesidad lógica? Si todas las leyes de la naturaleza
f, están ahora en cuestión, no podemos apoyar una por medio de otra;
.v|; ■el escéptico sólo nos preguntará cuál es la base de la última.
El principio de uniformidad de la naturaleza. Tratemos, en ton*
ces, de encontrar un principio general sobre las obras de la natura
leza, quizá presupuesto en nuestro pensamiento cotidiano, que nos
autorice a deducir a partir de él que las leyes de la naturaleza (o lo
que creemos leyes de la naturaleza) persistirán en el futuro. Podemos
probar con éste, tan sencillo: «La forma en que han sucedido las
cosas en el pasado es la forma en que continuarán sucediendo en
el futuro.»
Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos en extremo en la for
mulación de tal principio. Como queda arriba enunciado, no será
suficiente. Evidentemente, el hecho de que en el pasado hayan caído
con frecuencia meteoritos a la tierra no nos da derecho a inferir
que continuarán haciéndolo en el futuro (el número parece ya estar
decreciendo, y quizá la mayor parte de los objetos meteóricos ya han
sido barridos de las órbitas planetarias). No importa lo uniforme
mente que en siglos pasados las palomas viajeras cruzaran los cielos
de América, no esperamos que lo hagan en el futuro, pues se extin
guieron a principios de nuestro siglo. En muchos aspectos no espe
ramos que el futuro sea como el pasado, ni siquiera muy parecido.
No esperamos que el mundo de la era atómica sea muy parecido (en
muchos aspectos) al mundo de la era preatómica. Prevemos que
sólo ciertas uniformidades continuarán. Pero, ¿cuáles? Quizá sólo
aquellas que, creemos, constituyen auténticas leyes de la naturaleza.
Sólo de éstas, en todo caso, los científicos dirían que «como ocurrie
ron en el pasado ocurrirán en el futuro». Las proposiciones sobre
la caída continuada de meteoritos o la migración de las palomas
viajeras no se incluyen como leyes de la naturaleza. Formularemos,
entonces, la cuestión como sigue: «Así como ciertas uniformidades
— aquellas que creemos que constituyen auténticas leyes de la natu
raleza— han ocurrido en el pasado, así ocurrirán en el futuro.» Lla
memos a éste el Principio de Uniformidad de la Naturaleza. Armados
con este principio podemos ahora llegar a nuestra deseada conclusión
contra el escéptico por medio de una deducción válida:

Aquellas uniformidades (que creemos constituyen leyes de la naturaleza) que


han ocurrido regularmente en el pasado continuarán ocurriendo regularmente
en el futuro.
Esta uniformidad ha ocurrido regularmente en el pasado.
Luego esta uniformidad ocurrirá regularmente en el futuro.

Ahora hemos deducido la deseada conclusión. Pero, ¿por qué me


dios? La premisa mayor (primer enunciado del razonamiento) nos
es necesaria para hacerlo, pero, ¿cómo sabemos que la premisa mayor
es verdadera? ¿Es el Principio de Uniformidad de la Naturaleza
solamente algo que postulamos? Pero, ¿cómo sabemos que lo que
postulamos es verdadero? ¿Es simplemente cuestión de fe, o espe
ranza o de pensamiento cargado de deseos? El mero postular algo
no satisfará al escéptico. Podemos postular lo que queramos para
escapar de una situación difícil, en tanto no prestemos atención a si
lo que postulamos es verdad.
Y sin embargo, ¿de qué otro modo podemos salir del paso? Si
queremos deducir una conclusión sobre el futuro, ha de haber algo
sobre el futuro al menos en una de las premisas de las que se deduce
la conclusión. Pero una vez introducimos tal premisa, el escéptico
puede hacer la misma pregunta sobre ella que hizo sobre la conclu
sión misma. El problema sólo ha sido trasladado, no resuelto.
«Bueno, quizá no podamos probar que el Principio de Unifor
midad de la Naturaleza es verdadero. No obstante es más que un
pensamiento cargado de deseos o un artículo de fe. Hay considerables
elementos de juicio de que es verdadero. Por ejemplo, cada vez que
usted predijo en el pasado que el lápiz que había en su mano se caería
si lo soltaba, cayó; nunca, ni una sola vez, dejó de caer. Si alguien
hubiese apostado en contra, usted habría ganado todas las apuestas.
Como un amigo probado y fiel, siempre podemos confiar en él.
Cuando el futuro se hacía presente, resultaba que la ley valía. Esto,
por supuesto, no prueba que seguirá siendo verdadero en cualquier
momento posterior al presente, pero seguro que le confiere alguna
probabilidad, ¿no? ¿No confía usted en un amigo que se ha probado
fiel en el pasado más que en un desconocido o en alguien que le ha
defraudado? ¿No se comportan incluso los perros de forma dife
rente hacia las personas que han sido amables con ellos que hacia
los extraños y enemigos? Que las cosas hayan sido de cierta forma
en el pasado, no prueba, desde luego, que continuarán siendo así
(esto es, no podemos deducirlo como conclusión), pero es seguro
que le confiere cierta probabilidad, No es como si la situación no
resultase nueva por completo, como si nos aproximásemos a ella
desde cero. No es como si nunca hubiésemos apostado a ella en el
pasado, o lo hubiésemos hecho y perdido. En el pasado fue verdad
con tanta frecuencia — ciertamente, cada vez que hicimos una pre
dicción sobre su base— que es seguro que estamos justificados al
mantener que (al menos probablemente) continuará siendo verdad
en el futuro.»
Pero el escéptico, por supuesto, no se lo traga. «Cierto — diría— ,
los hombres son, como los animales, criaturas inductivas. Pero, ¿qué
justifica que lo sean? No el argumento que se acaba de dar. Concedo
que en iJ pasado cuando usted predijo que el lápiz caería, lo hizo.
Pero eso no muestra que ahora, cuando usted prediga que lo hará,
lo haga; ni siquiera que es probable que lo haga. Usted predijo en el
pasado, y resultó que estaba en lo cierto. Lo que usted predijo en
tonces estaba en el futuro. Pero ahora que todo ha sucedido, es pa
sado, y, ¿qué pruebas tiene usted de que los futuros futuros serán
como los futuros pasados? Pruébeme que, como eran los futuros pa
sados, así serán los futuros futuros, ¡o siquiera que probablemente
lo serán! El hecho de que la predicción del futuro quedó cumplida
en el pasado, ¿qué tiene que ver con lo que es futuro ahora?»
Consideremos otro aspecto. Podemos hacer predicciones particu
lares si asumimos el Principio de Uniformidad de la Naturaleza;
pero, ¿cómo podemos probar, o siquiera mostrar que es probable,
el principio mismo? La persistencia futura de las uniformidades
pasadas sólo puede ser garantizada si suponemos que el principio
es verdadero, y sólo puede ser probable en la medida en que sea
probable el principio mismo. Pero, ¿cómo podemos mostrar que el m
principio es probablemente verdadero? El principio, parece, enuncia -i r. -

el patrón de probabilidad en términos del cual construimos todos


nuestros juicios particulares de probabilidad. Toda creencia en la
continuación en el futuro de la sucesión uniforme presupone el §■
Principio de Uniformidad de la Naturaleza. Cuando decimos que
ocurrirá la continuación de la sucesión X desde el pasado hasta el |%
futuro, usamos el principio para hacer esta inferencia. Pero no po- §f;
demos usar el principio para que se pruebe a sí mismo. Esto, por |;
supuesto, sería circular. No podemos ni siquiera usar el principio ;|
para mostrar que es al menos probable, pues toda estimación de
probabilidad (de acontecimientos futuros) presupone el principio
mismo. : ||
La situación parece ser ésta: no podemos probar el principio
deductivamente a partir de algo más fundamental que él mismo. Ni
tampoco podemos inductivamente: no podemos hacerlo más probable ;|fc
por medio de un argumento inductivo, dado que el principio está
presupuesto en todos los argumentos inductivos.
Parece que estamos en una situación sin salida. ¿Cómo podemos
decir algo en apoyo del Principio de Uniformidad de la Naturaleza?
¿Está totalmente sin defensa? No obstante, no deseamos abando
narlo. Podemos, ciertamente, sospechar de las maniobras del escép
tico, pues, ¿qué le satisfaría Nada que haya sido observado en el
pasado le satisfaría; ni ninguna predicción que, hecha en el pasado,
resulte luego acertada. De todo esto diría «¿qué tiene que ver con
el futuro?». Parece que nada le satisfaría. En efecto, es imposible
lógicamente complacer su demanda. La única cosa que le satisfaría
sería señalar ahora acontecimientos que sean también futuros, y esto
es imposible lógicamente. Señalar acontecimientos que ya han suce
dido no le satisfaría, pues diría simplemente que no tienen nada que
ver con el futuro, y las predicciones acertadas no le impresionarán,
pues dirá que ahora son irrelevantes para su afirmación de que no
tenemos elementos de juicio sobre el futuro actual, no sobre los futu
ros pasados. Así que el escéptico nos pide algo que es imposible
lógicamente satisfacer. En ese caso, por supuesto, nadie podrá nunca
satisfacerla. ¿Por qué tenemos que hacer el intento?
No obstante, ¿no tiene el escéptico cierta razón? ¿Cómo sabemos
que el Principio de Uniformidad de la Naturaleza es verdadero, o
siquiera que hay elementos de juicio a favor suyo?
Soluciones aducidas. ¿Hay alguna salida de estas dificultades? Se
han propuesto varias, pero sólo podemos dar un breve resumen de
algunos de los rasgos de la discusión. Gran parte de la controversia
sobre el tema que se lleva en publicaciones periódicas filosóficas es
demasiado técnica para examinarla aquí, e incluso el bosquejo de
muchas de las soluciones sólo puede ser presentado por medio de
elaboradas fórmulas matemáticas.
Algunas «soluciones» al problema consisten en mostrar que no
hay en realidad problema que resolver. El intento de mostrar esto
consiste en su mayor parte en llamar la atención al uso acrítico de
ciertos términos esenciales para' el argumento. Por ejemplo:
«No hay ningún elemento de juicio — dice el escéptico— para
saber que las uniformidades de la naturaleza serán en el futuro como
han sido en el pasado.» ¿Podemos decir que no hay ningún elemento
de juicio? En el pasado he soltado mil veces el lápiz y ha caído;
nunca ha flotado en el aire. Esto, y todo lo que sé sobre el compor
tamiento de los objetos físicos, me induce a creer que el lápiz caerá
si lo suelto esta vez. ¿No es esto ningún elemento de juicio? Si no,
¿qué podría considerarse como elemento de juicio? Con toda segu
ridad aquí tenemos el mismísimo paradigma de «buen elemento de
juicio»; si los hechos arriba mencionados no son elementos de juicio,
¿qué lo es? ¿Qué podría serlo? Podemos preguntar al escéptico:
«¿Qué es lo que está diciendo que no existe cuando dice que no
obvia: no hay nada que el escéptico considere elementos de juicio,
existen elementos de juicio en este caso? ¿Qué es lo que nos falta?
¿Qué es lo que está esperando que se supla?» Y la respuesta parece
nada que ahora falte que considere como un elemento de juicio, ex
cepto el acontecer del suceso futuro mismo; y cuando ha ocurrido
el suceso, deja de ser futuro, y repite la misma historia con los
sucesos que aún son futuros. No hay nada ahora disponible que él
considere como elemento de juicio acerca del futuro de un modo u
otro, mientras que el resto de nosotros contamos la conducta anterior
del lápiz como elemento de juicio de que caerá otra vez. No es
como si el escéptico estuviese esperando que se sacase del sombrero
un conejo mágico, algún descubrimiento empírico importante que,
sólo con que lo tuviésemos, mitigase su escepticismo; no hay nada
que lo mitigue, nada de lo que le podamos presentar ahora le conven
cería, por la sencilla razón de que cualquier cosa que ahora le poda-
mos mostrar es el ahora y no el futuro, y él no considerará nada de
lo que ocurra ahora como elemento de juicio acerca del futuro en
ningún sentido. Lo que demanda es imposible lógicamente de ofrecer.
Pero, ¿no frustra su causa la imposibilidad lógica de la demanda del
escéptico? Si hace una demanda imposible lógicamente, ¿se puede
esperar que la satisfagamos? Dice que no tenemos elementos de jui
cio, pero cualquier cosa que aduzcamos rehúsa considerarla como
elemento de juicio. Al menos nosotros sanemos qué consideraríamos
como elemento de juicio, v se lo mostramos. Pero él se limita a
sacudir la cabeza y decir que no es un elemento de juicio. Pero
entonces, seguramente, está usando las palabras «elementos de juicio»
de una forma muy peculiar (¿una forma no significativa?), tal que
nada se consideraría como ejemplo de ello. ¿Está, entonces, usando
la palabra en un sentido nuevo y especial, como una definición csti-
pulativa nueva? Aparentemente no, pues no nos ha suministrado un
sentido tal; simplemente reitera, no importa qué hechos aduzcamos,
que él no los cuenta como elementos de juicio. ¿Cómo qué? Como
elementos de juicio. ¿Y que son los elementos de juicio, tal como se
usa el término? No lo dice. ¿No lo está usando entonces no significa
tivamente? «No hay elementos de juicio.» ¿No podría decir igual «no
hny glubclub»? ¿Qué habremos de decir de alguien que repetida
mente nos dicé que no X, pero rehúsa decirnos qué consideraría
como X?
La situación del escéptico no es diferente si sustituimos «elemen
tos de juicio» por palabras afines. «No hay razón para creer que el
lápiz caerá si lo suelto.» Pero hay, replicamos, toda la razón para
creerlo, las mismas razones que hemos dado. ¿Qué más razón podría
haber, excepto que el lápiz caiga de hecho, en cuyo caso podríamos
hablar de un hecho observado y no de una razón para creer algo
que aún no ha ocurrido? Si el escéptico dice que no hay razón para
creerlo, ¿qué consideraría él como una razón? Que describa algo
que en su opinión hubiese una razón para creer. Si no hay nada, ¿no
es porque rehúsa adjudicar significado a la palabra «razón» en este
contexto? Dice que no hay razón.. ¿No qué? Razón. ¿Y qué quiere
decir, puesto que nada contaría como razón? De nuevo su pretensión
parece reducirse a la no sígnificatividad, pues no nos ha dicho qué
entiende por uno de los términos esenciales («razón para creer») de
ella, Pero, con seguridad, no tenemos que responder a un cargo no
significativo.
En este sentido vamos a hacer otra observación: la inducción
no es deducción. No podemos deducir lógicamente conclusiones vá
lidas acerca del futuro a partir de premisas que no dicen nada acerca
del futuro; concedido. Pero, ¿qué demuestra esto? Sólo que la
inducción no es deducción. Las dos son diferentes y no hemos de
esperar de una lo que esperamos de la otra. La inducción no es una
versión mala o infeliz de la deducción: no es deducción para nada
y no se ha de esperar del procedimiento inductivo la misma certeza
que se obtiene de la deducción. Sí la inducción proporcionase tales
resultados, sería deducción y no inducción. ¿Por qué censurar a un
perro por no ser gato?
Se ha argüido convincentemente, en efecto, que no hay, ni puede
haber, ni tiene por qué haber, cosa tal como la justificación general
de la inducción, que la empresa entera es un error. Podemos justi
ficar ciertos procedimientos, tales como el muestreo al azar, como
ejemplos de inducción (viendo cuáles proporcionan resultados fia
bles), pero no podemos ni necesitamos justificar la inducción en
general.

Generalmente es apropiado inquirir de una creencia particulat, si su adap


ción es justificada; y, al preguntar esto, estamos preguntando si los cierran tos
de juicio a su favor son buenos, malos o, simplemente, si existen. Al aplicar
o rehusar los epítetos «justifiendo», «bien fundado», etc,, en el caso de las
creencias específicas, estamos apelando a, y aplicando, patrones inductivos. Pero,
¿a qué patrones estamos apelando cuando preguntamos si la apli :ación de los
patrones inductivos está Justificada o bien cimentada? Si no ;>odemos res
ponder, es que no se ha dado ningún sentido a la pregunta. C omparémosla
con la pregunta: ¿es legal la ley? Tiene un sentido perfectamente :laro inquirir
de una acción particular, de una regulación administrativa e incluso, en el
caso de algunos Estados, de un decreto particular de la legislatura, si es o no
legal. La cuestión se responde apelando al sistema legal, aplicando un conjunto
de reglas y patrones legales (o constitucionales). Pero no tiene sentido inquirir
en general si la ley del país, el sistema legal como un todo, es o no legal. Pues,
¿a qué patrones legales estamos apelando?
La única forma en la que se puede dar un sentido a la cuestión de si la
inducción es "en‘ general un procedimiento justificado o justificable, es trivial...
Podríamos interpretar que significa «¿están justificadas todas las conclusiones
alcanzadas inductivamente?», esto .es, «¿tiene la gente siempre elementos de
juicio adecuados a favor de las conclusiones que saca?». La respuesta a esta
pregunta es fácil, pero sin interés; es que a veces la gente tiene elementos de
juicio adecuados y a veces no 2.

Muchas personas considerarían estos argumentos decisivos para


resolver — o disolver— el problema. Otras, sin embargo, pueden que
dar insatisfechas. ¿No hay nada más que podamos decir?, pueden |
preguntar. Y ciertamente se ha sugerido más, mucho más. Concluí- |.
remos nuestra exposición con una más de tales sugerencias.
No podemos probar el Principio de Uniformidad de la Natura
leza (ní ningún otro principio que pueda ser considerado base, o pre
misa básica, de la inducción) deduciéndolo de un principio más fun- H
damental, o al menos de uno que se sepa que es verdadero. N i po
demos hacerlo probable inductivamente, dado que el principio mismo
está presupuesto en todo razonamiento inductivo. (Hay una fuerte |
similitud aquí con la base del razonamiento deductivo, págs. 267-68.)
Pero lo que podemos hacer es dar una justificación pragmática de
él; no del principio mismo, sino de nuestra adopción de él. Nuestra
adopción de él es un acto, algo que hacemos; y podemos justificar
un acto mostrando qué fines o metas se alcanzan al realizar ese acto.
Podemos dar una justificación pragmática de ciertas reglas del béis
bol o del ajedrez o del tenis; adoptando ciertas reglas en vez de
otras hacemos el juego más reñido, una prueba mejor de ingenio,
más divertido o interesante, o emocionante, y así sucesivamente.
Quizá podamos hacer lo mismo con el Principio de Inducción. No
podemos defenderlo (deductiva o inductivamente), pero podemos
justificar nuestra adopción de él, como un tipo de regla del juego de
la ciencia, en términos de los fines por alcanzar mediante esta adop
ción: el descubrimiento de más leyes, que nos darán mayor éxito en
la predicción del curso de los acontecimientos. Específicamente, de
seamos descubrir los secretos de la naturaleza de modo que podamos
entender, predecir, controlar. Esto no lo podemos hacer mirando una
bola de cristal, intuyendo o arrojando monedas; podemos hacerlo,
si es que podemos, sólo siguiendo el lento y paciente método de
observar cuidadosamente la forma en que actúa la naturaleza, fiján
donos en las uniformidades aparentes, en las excepciones a las uni
formidades, intentando hallar de nuevo uniformidades auténticas, in
ventando hipótesis explicativas, sometiendo a prueba estas hipótesis,
y así sin término. Este es el único camino para poder develar ios
secre os de la naturaleza; si queremos ganar conocimiento, y me
diante el conocimiento poder predecir, ésta es la única forma de

2 ?. F. Strawson, Introduclion to Logical Thcory, pág. 257.


poder hacerlo. Así, si hay un orden en la naturaleza, el método de
la inducción puede descubrirlo.
Desde luego no sabemos si hay un orden en la naturaleza, al
menos uno que se extienda desde el pasado al futuro; es posible
que el universo se comporte mañana de tal forma que refute nuestras
generalizaciones bien comprobadas de hoy. Pero si hay un orden
continuo en la naturaleza, los procedimientos descritos pueden ha
cernos capaces de descubrir su naturaleza en detalle. Más bien es
tamos en la posición de un paciente que sufre una enfermedad grave:

El médico nos dice: «No sé si una operación lo va a salvar, pero si hay


algún remedio, es una operación.» En tal caso la operación estaría justificada.
Desde luego, mejor sería saber que la operación va a salvar al hombre; pero,
si no lo sabemos, el conocimiento formulado en el enunciado del médico es
una justificación suficiente. Si no podemos informarnos de las condiciones sufi
cientes del éxito, al menos nos informaremos de las condiciones necesarias. Si
fuésemos capaces de mostrar que la inferencia inductiva es una condición nece
saria del éxito, estaría justificada; tal prueba satisfaría cualquier demanda que
pudiese suscitarse en torno a la justificación de la inducción3.

Puede no haber, desde luego, un orden continuo en la natura


leza, igual que el hombre puede no vivir incluso si se le hace la
operación. En ese caso, todos nuestros esfuerzos por desvelar los
secretos de la naturaleza por procedimientos inductivos serían en
vano. Pero, si hay un orden en la naturaleza, cuyas leyes continúen
en todo tiempo y espacio, como nos asegura el principio inductivo,
entonces podemos ser capaces de descubrirlo; no decimos que lo
haremos, pues eso depende de nuestro ingenio. Si apostamos a que
no hay tal orden, ni siquiera nos molestaremos en mirar, arrojare
mos la toalla al comienzo. Pero si apostamos a que lo hay, trabaja
remos e intentaremos descubrirlo; y si lo intentamos lo suficiente,
puede que tengamos éxito. Esta es, entonces, nuestra justificación
pragmática de la adopción del Principio de Uniformidad de la Natu
raleza. Sin él, no podríamos sino fracasar; con él puede que ten
gamos éxito.

Ejercicios

1, Valore la afirmación de que es significativo pedir una justificación para


-los procedimientos inductivos individuales pero no significativo pedir una justi
ficación para la inducción en general.

5 H ans Reichenbach, Expcrience and Prediction, pág. 349.


2. Valore los siguientes intentos de resolver (o ayudar a resolver) el pro
blema de la inducción.
a) La Ley de la Gravitación ha permanecido siempre verdadera en el pa- ;k
sado, por lo que sabemos; no se le conocen excepciones. Por tanto es probable
que continúe siendo verdadera en el futuro.
b) En el pasado, cuando predecíamos que una ley dada por la naturaleza
seguiría siendo verdadera al día siguiente, nuestra predicción resultaba acertada.
Esto hace probable que, si predecimos hoy la misma cosa, nuestra predicción
resulte también acertada esta vez.
c) No podemos deducir el Principio de Uniformidad de la Naturaleza
de ningún otro principio que creamos verdadero, pues podemos presentar
elementos de juicio inductivos a su favor.
d) Todo el llamado problema de la inducción puede ser resuelto defini-
cionalmente. No llamaríamos a nada ley de la naturaleza a menos que valiera
en el futuro. ¿No es eso parte de lo que entendemos por la expresión «ley
de la naturaleza»?
e) La inducción es similar a la deducción en que en ambas hay principios
básicos no probables. No podemos probar la Ley de la Identidad o la Ley de
N o contradicción y no obstante las aceptamos. ¿Por qué no podemos hacer lo
mismo con el Principio de Uniformidad de la Naturaleza?
f) ¿Cómo podemos conocer el futuro? Bueno, no podemos, esto es todo.
No hay más que hablar del problema de la inducción.
3. Muestre que probar un principio es diferente de justificar nuestra
adopción de él. Luego muestre exactamente cómo está implicado este último
concepto en un intento de justificar la inducción.

14. C o ntrastabilid ad y significado

En la ciencia empírica, ya estemos pronunciando enunciados sin


gulares {esto es un trozo de roca metamórfica), leyes (el agua hierve
a 100° C) o teorías (el átomo de helio tiene dos electrones), cada f|
afirmación que hagamos ha de ser de algún modo contrastable. Su
verdad o falsedad ha de representar alguna diferencia para nuestra
expeácncia sensorial. Así, pues, nos vemos inducidos a otro criterio
de significatividad, el criterio de contrastabilidad [o posibilidad de
someter a prueba empírica ].
Si alguien pronuncia una oración que usted no entiende, como
«toda la realidad es una ilusión» o «a la manera de un altar, al
crepúsculo, en la casa de mitad del camino / yacía el caballero con
sus furias enterrado...» (Dylan Thomas), su primera réplica podría
ser «¿qué quiere decir?» o «no entiendo, por favor explíqueme».
Pero también podría decir «por favor, dígame cómo habría que pro
ceder para descubrir si lo que dice es verdadero o falso», esperando
que, si puede decírselo, usted podrá descubrir qué quiere decir con
su afirmación. En este punto aparece la contrastabilidad como cri
terio de significatívidad: si no se nos puede indicar ninguna manera
por la cual una oración (más precisamente, la proposición que expre
sa) pueda ser contrastada, entonces la oración es asignificativa. Co
nocer el significado es conocer cómo podría ser contrastada.
Verificabilidad, El punto de vista de que el significado supone
contrastabilidad tiene dos versiones principales: verificabilidad y con-
firmabilidad. Verificar una proposición es haber observaciones tales
que nos den derecho a concluir definitivamente que la proposición
es verdadera o falsa. (A veces hacemos una distinción más, diciendo
que verificar es determinar que es verdadera, y refutar determinar
que es falsa.) Confirmar es hacer una o más observaciones que incre
menten o disminuyan la probabilidad de su verdad o falsedad, sin
establecerla definitivamente en ningún sentido. Si he experimentado
el 50 de las 100 bolitas de un saco y encuentro que todas las 50 son
negras, he confirmado pero no verificado la proposición de que
todas las bolitas del saco son negras. No lo habría verificado hasta
no haber examinado todas las 100.
Verificar y confirmar son cosas que hacemos, operaciones que
realizamos. Verificamos que esto es azúcar o sal realizando ciertas
pruebas químicas. No decimos que la proposición de que este líquido
vuelve azul el papel de tornasol rojo verifica o confirma la propo
sición de que el líquido es una base; las proposiciones no se veri
fican entre sí: son las personas quienes verifican las proposiciones.
El criterio de verificabilidad no dice que un enunciado sea signi
ficativo sólo si es verificado, o el criterio de confirmabilidad que
sea significativo si es confirmado. No hemos hallado el número de
montañas que hay en la otra cara de la luna, pero el enunciado
de que hay 2.000 montañas es significativo con toda seguridad.
Ciertamente, no podemos verificarlo o confirmarlo hasta que no
sepamos el significado del enunciado por verificar o confirmar. Lo
que prescribe el criterio de contrastabilidad es que sólo conocemos
el significado cuando sabemos cómo se verificaría o confirmará, lo
haya hecho alguien en realidad o no. El significado depende, no de la
verificación real, sino de la verificabilidad — en otras palabras, de la
posibilidad de verificación (o confirmación).
¿En qué sentido de «posibilidad» se exige la posibilidad de veri
ficación? No posibilidad técnica: no es por el momento posible
técnicamente viajar en una nave espacial a la estrella Sirio, pero los
enunciados sobre lo que podríamos encontrar si hiciéramos tal viaje
no son por ello no significativos. Tampoco posibilidad empírica: si
una estrella está a 1.000 años luz de distancia es imposible empírica
mente que descubramos qué está ocurriendo hoy en la superficie de
la estrella, pues a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo,
la luz que abandona hoy la estrella no llegará a la tierra hasta dentro
de mil años; no obstante si decimos que hoy hay manchas en la
superficie de la estrella, no estamos diciendo nada no significativo.
Lo que se exige es la posibilidad lógica de verificación. Y la posibi
lidad lógica, una vez más, sólo significa que no haya contradicción
en la proposición. «Hoy he descubierto lo que está, ocurriendo hoy
en la superficie de la estrella» no es autocontradictorio, pero descu
brirlo hoy es imposible empíricamente en vista de la velocidad de la
luz. Así que es posible lógicamente verificar el enunciado, pero no
es posible empíricamente (y en consecuencia, desde luego, tampoco
posible técnicamente) hacerlo.
Lo q te prescribe el criterio de contrastabilidad parece ciertamente
muy plausible: Siempre que no pueda entender qué quiere decir
alguien con una oración, pregúntele «¿cómo descubriría que eso
es verdac.?». Por este criterio, «el siete es azul», «el sábado está en
la cama» y una hueste de otras oraciones serían inmediatamente
expulsadas como no significativas; mientras que la mayoría de los
enunciados de la vida común y de la ciencia — como «ahoya estoy
leyendo un libro», «hay vida en otros planetas», «el oro es maleable»,
«a temperatura constante el volumen de un gas varia inversamente
a su presión»— son todos significativos, porque sabemos cómo se
descubriria si son o no verdaderos (incluso si no siempre estamos en
posición de descubrirlo en el momento). Quizá por fin tengamos un
criterio satisfactorio para distinguir las oraciones significativas de las
no significativas.
Pero cualesquiera que sean las virtudes que el criterio pueda
tener, la falta de ambigüedad no es una de ellas. Intentaremos poner
de manifiesto algunas de las más importantes de estas ambigüedades, .
y luego haremos algunos comentarios generales sobre tal criterio.
Adelantémonos desde el comienzo a una objeción. «Si todo enun
ciado ha de ser contrastable para ser significativo, ¿qué hay de este
enunciado mismo? ¿Es el contrastable? Si no, entonces su enunciado
mismo es no significativo.»
«Hemos de distinguir entre enunciados y metaenunciados, esto
es, enunciados que versan sobre enunciados. Mi enunciado de que
todo enunciado significativo ha de ser contrastable no es un enun
ciado sobre el mundo sino un enunciado sobre enunciados. Lo que
digo sobre la significatividad está ideado para aplicarse sólo a enun
ciados que versen sobre el mundo.»
«Aún no entiendo el carácter de su criterio de contrastabilidad.
¿Es una generalización sobre enunciados significativos? ¿Está usted
diciendo que todos los enunciados que son significativos son también
verificables? Si es así, yo le podría ofrecer contraejemplos, pero lo
más im portante que le recordaría es que si es esto lo que está ha
ciendo, no me está dando un criterio de significado, sino que está
presuponiendo la existencia de un criterio tal. Usted está diciendo
que lo que es significativo (aparentemente por algún otro criterio
que usted no ha dado) es también verificable.»
«Pero no es eso lo que estoy haciendo. Estoy dando una defi
nición de "significado” , no una generalización sobre las oraciones
significativas.»
«¿Está dando una definición estipulativa? En ese caso no veo
razón para seguir su estipulación: soy libre de rechazar su estipu
lación y construir otra. Pero si usted está informando de cómo usa
la gente en realidad la palabra "significado", sólo puedo decir que es
un informe falso: Yo no uso ‘'significado” de esa manera, y tam
poco, sospecho, la mayoría de las personas.»
«Yo pienso que, como cuestión de hecho, la mayoría de las per
sonas usa "significado” de esta manera; que, si no hay ninguna
manera concebible de contrastar un enunciado, no saben lo que signi
fica. Para saber qué significa un enunciado hemos de saber cómo
podría ser contrastado. En la vida diaria usamos ese criterio. Pero
no quiero apoyarme en eso: hay personas que hablan sin sentido y
creen que hablan con sentido. Sí, es una definición estipulativa. Pero
la estipulación no es arbitraría u ociosa. Al estipular este significado
de la palabra "significado”, estoy expresando un criterio claro y defi
nido que le conmino a examinar antes de rechazar. Un enunciado,
sostengo, posee significado si y sólo si es de algún modo contras-
table. Si usted me presenta un enunciado y no se le ocurre ninguna
manera de poderlo contrastar, si ninguna observación que se le
ocurra tendrá relación con su verdad o falsedad, ¿sabría usted lo
que significa? Y si dos enunciados pudiesen ser verificados mediante
exactamente la misma serie de observaciones, ¿no tendrían el mismo
significado? Le digo que si no es éste el criterio que ha usado hasta
ahora (y en conjunto creo que lo es), debería serlo, pues sólo usando
este criterio puede usted separar claramente lo que tiene sentido de
lo que no lo tiene (lo significativo de lo no significativo).»
«Lo que no lo tiene de acuerdo con su criterio, querrá decir. Pero
yo no lo acepto.»
«No hay ninguna forma de que yo pueda hacérselo aceptar. Sólo
puedo intentar mostrarle que los enunciados que usted y todos
^ nosotros hacemos todos los días, que obviamente entendemos, satis
facen este criterio, y que los enunciados que no podemos entender
(aunque pronunciemos las palabras) no lo satisfacen.»
Veamos, entonces, si el criterio logra lo que su proponente pre
tende. ¿Es la no significatividad siempre una función de la contras
tabilidad? Comenzaremos con algunas observaciones en torno a tipos
específicos de enunciados, y luego pasaremos, a comentarios más ge
nerales sobre el criterio de contrastabilidad en general.
1. ¿Cuándo tiene lugar la verificación? ¿H a de ser verificable
ahora el enunciado? Esta es una consideración importante, pues nin
gún enunciado sobre el pasado o el futuro puede ser verificado ahora.
«Julio César fue asesinado en el 44 a. C.» describe un aconteci
miento pasado que no puede ser recuperado; tenemos considerables
indicios de que es verdadero, pero no estamos en posición de verifi
carlo, dado que se requeriría nuestra presencia en el Senado Romano
en el 44 a. C., cosa que ahora nos es imposible lógicamente. (Ver
páginas 222-26.) La oración versa sobre un acontecimiento pasado,
pero cualquier elemento de juicio acerca del enunciado que podamos
encontrar será un elemento de juicio presente, porque nada nos vol
verá al pasado. Lo más que podemos hacer en el presente es confir
marlo (encontrar algún elemento de juicio sobre si es verdadero),
pero ahora es imposible lógicamente verificarlo.
Por el contrario, fue posible verificarlo en cierta mañana del año
44 a. C.; ciertamente, parecería que fue verificado entonces. Puesto
que no deseamos rechazar todos los enunciados acerca del pasado
como no significativos, tendremos que enunciar explícitamente que
todo lo que se requiere es que el enunciado sea verificable en algún
momento u otro. Con esta condición, entonces, podemos afirmar que
el enunciado es significativo (esto es, la oración es significativa, ex
presa una auténtica proposición), puesto que fue verificable en el
momento en que ocurrió el hecho.
La misma condición nos ayudará en lo referente a los enuncia
dos sobre el futuro. «En los Estados Unidos habrá una profunda
depresión económica en los próximos veinte años» no puede ser
verificado ahora, ciertamente, pero desde luego tiene significado, y
conocemos cuál es ese significado (aunque, como muchos enunciados,
es algo vago). Pero puede ser verificado en el futuro, y esto es sufi
ciente para hacerlo significativo de acuerdo con el criterio. En gene
ral, con los enunciados sobre el futuro simplemente esperamos y
observamos lo que pasa en el tiempo predicho.
2. ¿Por quién ha de ser realizada la verificación? Algunos han
sostenido que el enunciado ha de ser verificable por cualquiera. Yo
no estoy ahora en Londres, por tanto no puedo verificar que los
edificios del Parlamento siguen allí; pero puedo ir y verificarlo, si
decido hacerlo, y más aún, cualquiera que esté en la situación apro
piada en el espacio y en el tiempo (en el distrito de Westminster,
de Londres, ahora), y tenga órganos sensoriales que funcionen y
cerebro, puede verificarlo por sí mismo. La naturaleza de los estratos
rocosos del Gran Cañón podría ser verificada por cualquiera que sé
tomase la molestia de ir allí y observarlo por sí mismo; por supuesto,
tendría que familiarizarse con la geología lo suficiente como para ser
capaz de identificar los diferentes tipos de roca y recordar sus nom
bres, pero es de suponer que podría hacer esto también si se tomase
la molestia. Podría , por tanto, verificar el enunciado, aunque de
hecho nunca se haya preparado para ello. Esto es suficiente, pues, por
lo que se refiere al punto de que el enunciado ha de ser públicamente
(intersubjetivamente) verificable, verificable por cualquiera con el
equipo intelectual y perceptual suficiente y que esté en el lugar y
tiempo requeridos.
Pero hay una dificultad. ¿No hay enunciados que sólo una per
sona puede verificar? Si yo tengo un dolor de dientes, sólo yo puedo
verificar que lo tengo. Usted puede abrirme la boca, ver la cavidad,
e inferir que probablemente tengo un dolor de dientes; podrá verme
gesticular y gritar « ¡ a y ! »; y cosas por el estilo. Perc esto sólo son
indicios indirectos de que tengo dolor. Sólo yo puedo verificar que
tengo dolor, pues sólo yo puedo sentir el dolor, y sentir el dolor
es la única manera segura de saber que uno lo tiene. A l menos p¿toy
en mejor posición de decirlo que ningún otro. Los demás que me
observen han de inferir que tengo dolor observando mi conducta;
pero yo no tengo que inferirlo, lo sé no inferencialmonte: no tengo
que mirarme en un espejo, examinar mi diente, etc., para ser capaz
de decir con perfecta certeza que tengo un dolor de dientes. Es pa
tente, entonces, que el enunciado sobre su estado de sensaciones
sólo puede ser verificado por usted, los enunciados sobre mi estado
de sensaciones sólo pueden ser verificados por mí, y así sucesiva
mente; en consecuencia, tales enunciados no son públicamente (in
tersubjetivamente) verificables. (Sobre tales enunciados se dirá mucho
más en las págs. 482-85.)
«P ero-usted está suponiendo que la única manera de verificar
que tengo—un dolor es sentirlo, cuando todo lo que se requiere
es que alguien sepa que tengo un dolor. Seguro que mi médico, que
me ve yaciendo en cama con heridas abiertas, sabe lo mismo que yo,
que tengo un dolor.» Esto depende de si usa «saber» en sentido
fuerte o débil (págs. 19 1-9 5 ). En el sentido ordinario de «saber»,
como lo empleamos en la vida diaria, el médico sabe que tengo: un
dolor; lo sabe por inferencia, mas no obstante lo sabe. Pero, ¿lo ha
verificado? No en la form a en que sólo yo puedo verificarlo, puesto
que sólo yo puedo sentir el dolor. Hay una vía de verificación abierta
para mí que no está abierta para el médico, una tan decisiva que, al
revés que el médico, no necesito de ninguno de los demás elementos
de juicio de que tengo dolor. P or ende, si la verificación presupone
averiguar decisivamente si me duele, soy el único que está en po
sición de hacerlo cuando es mi propio dolor del que se trata, lo
mismo que sólo el médico puede verificar decisivamente que él tiene
un dolor. Habitualmente, se ha supuesto que la verificación es el
mejor método para averiguar si un enunciado es verdadero: el mejor
método para averiguar si César fue asesinado sería haber estado
allí ese día; el mejor método para averiguar si alguien tiene un
dolor sería ser esa persona, dado que tiene un tipo de elementos
de juicio que nadie más tiene. Si ello es así (y de esta forma se ha
concebido habitualmente la verificabilidad), queda una clase de enun
ciados que no son públicamente verif icables, sino sólo por una
persona.
Se podría preservar el requisito de verificabilidad pública diciendo
que el significado de los enunciados sobre su dolor se diferencia del
significado de los enunciados sobre el mío. «Lo que es verificable es
diferente — se podría argüir— , por tanto el significado es diferente.»
Lo que yo puedo verificar en mi propio caso es que siento el dolor,
luego eso es lo que significa el enunciado cuando versa sobre mí;
pero lo que yo puedo verificar en su caso es sólo que usted se com
porta de cierta manera, luego eso es lo que significa el enunciado
cuando versa sobre usted. Pero esta salida es muy extravagante, y
parece una obvia evasiva, pues seguro que cuando yo digo que usted
tiene un dolor, estoy atribuyéndole exactamente el mismo tipo de
estado de sensaciones que me atribuyo a mí mismo cuando digo que
tengo un dolor. Los dos enunciados — «usted tiene un dolor» y
«yo tengo un dolor»— difieren en significado sólo a causa del pro
nombre personal: el primero es sobre usted, el segundo sobre mí, pero
ésa es la única diferencia. Sería una crasa distorsión de los hechos
para ajustarlos a una teoría decir que un enunciado versa sobre un
estado de sensaciones y otro sobre la conducta, simplemente porque
lo último es todo lo que podemos verificar en este caso. Puede ser
que «usted gesticula y chilla, etc.» sea todo lo que yo pueda veri
ficar en su caso, pero lo que yo significo al decir que usted tiene
un dolor es que usted tiene un estado de sensaciones del cual esta
conducta es sólo manifestación, que es exactamente lo que estoy di
ciendo en mi propio caso, a pesar del hecho de que lo que yo puedo
verificar en mi propio caso es más que lo que puedo verificar en
el suyo.
# Fácilmente se nos ocurre una forma de soslayar esta dificultad:
.jf.-v el enunciado es significativo en tanto sea verificable por una u otra
l : persona. Yo puedo verificar que tengo un dolor, aunque no puedo
verificar que usted lo tenga; pero el hecho de que pueda verificarlo
/ e s suficiente para hacerlo significativo. Yo tengo un acceso privile-
||', giado a mis propios dolores, y quizá nadie más pueda decir con
| | . seguridad si yo tengo un dolor o no, pero eso no importa: puesto
que yo puedo verificar la proposición, el enunciado es significativo.
Y, desde luego, lo mismo ocurre con los enunciados sobre su dolor,
puesto que son verificables por usted, aunque por nadie más.
J Esta conclusión puede ser algo desconcertante, pero tendremos
que establecerla si liemos de retener la verificabilidad como criterio
y, al mismo tiempo, decir que los enunciados sobre las experiencias
de las demás personas son significativos. (¿Se consideraría la expe
riencia de dolor de los gatos y los perros verificada por ellos?) La
idea de verificabilidad-por-sólo-uno ha sido tenida por sospechosa, en
el temor de que admitiría como significativos muchos enunciados que
no deberían ser admitidos: por ejemplo, «he verificado la propo
sición de que la infinidad es como el cristal, porque lo experimenté
hoy». Pero si tenemos en mente con claridad que cualquier enunciado
tal ha de versar sólo sobre los estados de sensaciones de uno, y no
hacer afirmaciones acerca de una realidad objetiva fuera de lo que
podría ser contrastado por cualquier persona, no tenemos por qué
temer esa condición.
O tro temor — que el concepto de verificación y el de verificabi
lidad no pueden ni siquiera ser aplicables a los enunciados sobre las
experiencias de uno— tiene mejor base. ¿Verifico yo el enunciado
de que tengo dolor? SÍ es así, ¿cómo lo verifico? La verificación es
un procedimiento; ¿qué procedimiento he de seguir para verificar
que tengo un dolor? ¿Qué hago para descubrir si el enunciado es
verdadero? «Bueno, usted lo verifica sintiendo el dolor. La misma
existencia o acaecer del dolor constituye la verificación.» Pero aquí
hay algo equivocado: concediendo que yo sé que tengo un dolor, ¿lo
sé porque lo verifico? Verificar es algo que se hace para hallar si un
enunciado es verdadero, y aquí no parece haber nada que uno haga.
Nada hay que uno tenga que hacer. (¿Hace introspección uno y se
pregunta «tengo un dolor o n o » ?) Se tiene el dolor, y no se tiene que
verificarlo. En lo referente a las experiencias propias, parece prefe
rible decir que uno no necesita verificarlas, en lugar de decir que
uno las verifica por introspección, reasegurándose uno de que tiene
un dolor, etc. En la vida diaria nunca hablamos de «averiguar que
es verdad» cuando hablamos de nuestras propias experiencias: ha-
blamos de verificación cuando nos hallamos ante un enunciado sobre
algo distinto a nuestras propias experiencias, cuando tenemos que
averiguar mediante algún procedimiento si el enunciado es verdadero.
No hay tal procedimiento en el caso de «tengo un dolor» o «tengo
sueño». Así, parece que el término «verificación» (y por tanto «posi
bilidad c!c verificación») no debería usarse en este contexto, que los
proponentes del criterio de verificación, extendiendo el criterio para
que abarque casos como estos enunciados sobre las experiencias de
uno, están intentando ajustar una clavija cuadrada en un agujero re
dondo. Pero si la clavija no ajusta, rodos esos enunciados habrían
{de acuerdo con la teoría de la verificabilidad) de ser relegados al
limbo de la no significatividad. Y, 110 obstante, ¿no tienen signifi
cado, no sabemos lo que significan?
3. ¿Cómo pueden ser verificados los enunciados de un rango
infinito o indefinidamente grande? Consideremos las leyes de la natu
raleza. «Toda partícula de materia del universo atrae a toda otra
partícula...», comienza la Ley de la Gravitación Universal de Newton.
El enunciado de la ley no hace ninguna limitación a su aplicación:
se aplica a todo lugar y momento. Esta es una pretensión enorme,
¿y cómo se la podría verificar? ¿Cómo podría cualqier conjunto de
personas trabajando juntas verificarla? Incluso un enunciado uni
versal más modesto como «todos los cuervos son negros» está en el
mismo apuro. No hay un número infinito de cuervos, pero la clase
es abierta; e incluso si uno hubiese examinado todos los miembros,
no lo sabría (el último cuervo no llevaría un marbete diciendo «yo
soy el último»). Además, uno no podría examinar los cuervos futuros,
ni todos los cuervos que vivieron y murieron antes de nacer él.
(Incluso si se extinguieran los cuervos, ¿podríamos estar seguros de
que no volvería a evolucionar tal especie, quizá después de que hu
biesen desaparecido de la tierra los seres humanos que lo verificasen?)
«Pero un Dios omnisciente podría verificarlo, aunque no pu
diese hacerlo un ser humano o grupo de seres humanos. Podría ver
simultáneamente todo el tiempo y todo el espacio, y sabría si hay
o no cuervos no negros.» Quizá, si se introduce en la definición de
«Dios» la capacidad de hacer esto, se sigue que puede hacerlo. Pero
si el significado del enunciado sobre los cuervos está en duda, seguro
que el enunciado sobre tal ser lo está mucho más. ¿Sabemos real
mente qué se entiende al decir que tal ser podría escudriñar el pasado
y el futuro simultáneamente? ¿No es su significado mucho más du
doso que el del enunciado original?
Quizá podamos salir del apuro sin recurrir a esta maniobra
desesperada. Podríamos decir «ningún ser humano vive siempre, pero
es posible lógicamente que uno pudiese; y en ese caso —esto es, si
el período de vida de una persona fuese coexistivo con la historia
completa del universo, y si pudiese escudriñar el universo entero de
modo que no escapase a su atención ningún acontecimiento— podría
verificar las leyes de la naturaleza. Sólo que no podría verificarlas
en las condiciones presentes; pero en condiciones diferentes, que son
posibles lógicamente, podría. Así, hemos conseguido la posibilidad
lógica de verificación, que es todo lo que se requiere.» Quizá. Pero
el significado del enunciado sobre los cuervos parece ser tan simple
y directo que es difícil creer que un enunciado tan ser cilio de en
tender nos exija hacer tales ejercicios de imaginación para aclarar
su significado, si es que, en realidad, su significado se establece
especificando un método para su verificación.
4. Hay una clase pequeña pero peculiar de enur ciados cuya
verificabilidad tiene un rango diferente en la forma afirmativa que
en la negativa. Supongamos que digo «sobreviviré a mi muerte cor
poral», ¿Cómo verifico esto? Se podría replicar: «Como con todos
los demás enunciados sobre el futuro, es fácil, espere y verá. Si des
pués de enterrado, usted se levanta de nuevo y recuerda su vida
corpórea, entonces ha verificado que ha sobrevivido a su muerte
corporal. Cierto, no lo puede verificar ahora, pero puede luego. Y
quizá nadie sino usted pueda verificarlo incluso entonces. (Usted
podría verificar que ha sobrevivido, y Jones que Jones ha sobre
vivido, pero podría no ser posible que usted y Jones se comunicaran,
ni siquiera saber que el otro existe.) Pero ya hemos admitido la
verificación que sólo puede ser realizada en un momento particular
por una persona particular.» Supongamos que «yo sobreviviré a mi
muerte corporal» puede ser verificado, Pero ahora tomemos el enun
ciado «no sobreviviré a mi muerte corporal». ¿Cómo lo verifico?
Si el enunciado es verdadero nunca podré descubrirlo; no me
levantaré de nuevo, y por tanto no seré capaz de verificarlo. No hay
ni siquiera posibilidad lógica de verificarlo, si yo no sobrevivo a
mi muerte. No hay posibilidad lógica de afirmar con verdad
«ahora veo que no he sobrevivido a mi muerte corporal».
Pero ahora tenemos una situación extraña: es posible lógica
mente verificar que uno ha sobrevivido a la muerte corporal, pero
es imposible lógicamente verificar que no ha sobrevivido. Si el signi
ficado depende de la verificabilidad, el primer enunciado es signifi
cativo y el segundo no. Pero es un enunciado extraño aquel cuya
negación es no significativa y cuya afirmación es significativa. ¿No
parece claro que una es tan significativa como la otra, y que sabemos
qué significan ambos enunciados? (O quizá ninguno, pero no uno
más que otro.) Parece que sabemos qué significa «sobreviviré des
pués de mi muerte», y no menos claramente «no sobreviviré», aun
que no haya posibilidad lógica de verificar el último.
O consideremos el enunciado «la Tierra continuará existiendo
incluso después de que no existan en ella seres vivos». Ningún ser
humano podría verificar este enunciado, pues no habría ninguno
para hacer la verificación. No obstante, sabemos lo que significa el
enunciado, y podemos especular sobre su verdad; podemos incluso
dibujar un cuadro de la Tierra, rocas, océanos, etc., sin personas,
con la misma facilidad que podemos dibujar el mismo cuadro con
personas. No hay ninguna dificultad relativa al significado en el enun
ciado, pero el problema para el criterio de verificación es que es
imposible verificarlo, puesto que no habría nadie que hiciese la veri
ficación, el único medio de verificación (seres sensibles que hagan
observaciones) habría sido eliminado. Ciertamente sabemos qué estado
de cosas habría de existir para hacer verdadero el enunciado, pero
ése es un criterio diferente (págs. 113-14), no es el de verifica-
bilidad. Verificar es algo que hacemos, y se requiere que esté alguien
presente para hacer la verificación. Parece que el criterio de verifi-
cabilidad está en serias dificultades.
Confirmabilidad. A la vista de dificultades como éstas, el criterio
de verificabilidad ha sido relajado algún tanto; en lugar de verifi-
cabilidad, ahora se habla de confirmabilidad. No puedo verificar que
usted tenga un dolor, pero puedo confirmarlo observando sus gestos
y expresiones faciales. No puedo verificar que todos los cuervos sean
negros, pero puedo confirmarlo examinando miles de cuervos y en
contrándolos todos negros. No puedo verificar que algún día no habrá
vida sobre la Tierra, pero puedo confirmarlo ahora notando que los
objetos inanimados persisten en la existencia incluso después de que
los seres vivientes mueren, que los fríos intensos matan a los seres
vivos pero dejan existir a las montañas y los valles, y así sucesiva
mente; e infiero que, cuando se hayan agotado la luz y el calor del
sol, la Tierra se hará demasiado fría para sustentar la vida.
Parece, entonces, que la sustitución de la verificabilidad por la
confirmabilidad ha resuelto muchos de nuestros problemas, Pero las
dificultades que ha resuelto parecen ser sobre la verificación, no
sobre el significado. Es fácil ver cómo podemos confirmar las leyes
de la naturaleza (eso es todo lo que podemos hacer en el caso de las
leyes), no cómo podríamos verificarlas. Pero sus significados parecen
seguir siendo perfectamente claros. ¿No conocemos el significado
de «todos los seres vivientes morirán», «el agua hierve a 100° C»,
e innumerables otras leyes, a pesar del problema de su verificación?
Sabemos lo que se entiende al hablar de las experiencias de otras
personas, aunque no podamos verificar su existencia; hablemos de
verificabilidad o confirmabilidad, no hay mengua de significado en
hablar de las experiencias de otras personas. Y sabemos qué significa
decir «no sobreviviré a mi muerte corporal», aunque no podamos
verificarlo ni confirmarlo.
En efecto, la confirmabilidad implica unos cuantos problemas
especiales propios. ¿Cómo sé yo que observar que este cuervo es
negro es confirmación de «todos los cuervos son negros», si no sé ya
qué significa «todos los cuervos son negros»? ¿Cómo sé que ver
sangre en la manga de Smith es confirmación de «Smith mató a
Jones», si no sé ya el significado cíe la oración? Parece que para
saber qué confirma qué, primero he de conocer el significado del
enunciado, de modo que el significado no puede residir en la con
firmabilidad.
Si uno no sabe ya qué significa el enunciado por confirmar,
¿cómo puede excluir una sola de las observaciones que se propongan
como confirmación de él? Supongamos que alguien dice «los ratones
comen patos», y pretendiese que ha confirmado este enunciado
observando que el cielo es azul. Le preguntaríamos: «¿Cuál es la
conexión? ¿Cómo observar el color del cielo confirma o refuta el
enunciado sobre los ratones?» Pero para saber qué y qué no cuenta
como confirmación de un enunciado, hemos de saber primero qué
significa el enunciado. Y ya sabemos lo que significa, no necesi
tamos hacer su significado dependiente de la confirmabilidad. (Otro
ejemplo: quizá el hecho de que el niño se re s ta b le c ió no confirme
la proposición de que existe un Dios benévolo, puesto que muchos
niños no se restablecen. Pero si no supiésemos ya qué se entiende
por «Dios existe», ¿cómo podríamos saber que el restablecimiento
del niño lo confirma? Quizá no sepamos qué significa «Dios existe»
— discutiremos estas cuestiones en el capítulo 7— , pero en ese caso
tampoco sabemos que el restablecimiento del niño lo confirma. Si
una oración es no significativa, ¿cómo podría algo confirmarla?)
Hay muchas otras dificultades en el criterio de contrastabilidad,
que se presentan, ya sea la versión de la verificabilidad, sea de la
confirmabilidad, la que intentemos defender. La versión de la verifi-
cabilidad dice: «se requiere la posibilidad lógica de verificación»;
la versión de la confirmabilidad dice: «se requiere la posibilidad
lógica de confirmación». Pero en ambos casos, ¿no viene antes la
posibilidad lógica de p que la posibilidad lógica de contrastar ( veri
ficar o confirmar) p? Por ejemplo, «el agua corre hacía arriba», aun
que falsa, es significativa. Esto ha sido defendido mostrando que es
posible lógicamente que el agua corra hacia arriba. Pero la posibilidad
lógica de que el agua corra hacia arriba no es lo mismo que la posi
bilidad lógica de verificar o confirmar que el agua corra hacia arriba,
y es esto último lo que afirma el criterio de contrastabilidad. Si
usted dice meramente «es posible lógicamente que el agua c o rra'
hacia arriba; luego "el agua corre hacia arriba" es significativo», no
está usando en absoluto el criterio de contrastabilidad. Estaría usan
do la ausencia de aulocontradicción como criterio de significado, pues
«posibilidad lógica» se define como ausencia de autocontradiccíón
(págs. 23 6-19). Puede que la fnlta de ai itocón Lradicción sea mejor
criterio de significatividad que el de contrastabilidad, pero en todo
caso es diferente, y no han de ser confundidos 4.
Ha de saberse sí «p» describe una situación posible lógicamente,
antes de poder saber si es posible lógicamente contrastarla 5. Que p
sea lógicamente posible es una consideración anterior a que sea lógica
mente posible contrastarla. Ha de saberse qué significa una oración
antes de saber qué observaciones la verificarían o confirmarían; de
otro modo, ¿cómo se sabría qué verificar o que la observación que
hace uno es una verificación de ella? Saber qué significa la oración
es lo primario, y saber cómo verificarla es una consecuencia de
conocer su significado.

«Ayer llovió»... Seguro que esta oración parece tener inmediatamente un


claro significado. Sin embargo, si se me preguntase cómo podría ser verificada,
quizá en un prim er momento quedase sin saber qué decir y luego hiciese
varias sugerencias: .podría preguntar a otras personas o mirar el informe me
teorológico del día anterior, podría examinar las huellas de humedad en el
terreno o recurrir a mi propia memoria. H ay un vasto número de posibilidades
que difícilmente podían ser agotadas. Es incluso posible que hiciese un descu
brimiento por 'medio del cual 'pudiese ser exactamente averiguado el momento
de la lluvia anterior. Pero, ¿significo con ese enunciado la existencia de alguno
de estos hechos? Lo que quiero decir es, seguro, que ayer tuvo lugar un suceso
definido del cual las (huellas >de humedad, etc., son sólo «indicaciones». Ahora
bien, parece que el significado de una oración nada tiene que ver con su veri
ficación. Uno está inclinado a decir: «Entiendo la oración, la entiendo porque
conozco oí lenguaje castellano.»

4 Para ejemplos de la confusión entre «p es lógicamente posible» y «es


lógicamente posible verificar p», ver Moritz Schlick, «Meaning and Verifi-
catión», en H . Feigl y W. Sellars, Readings in Philosophical Analysis; y para
una crítica, ver Paul Marhenke, «The Criterion of Stgnificance», en L. Linsky
(ed.), Semantics and Philosopby of Language.
5 Se podría avanzar un paso más y decir ¿qué significa «es posible lógica
mente verificar p»? Un estado de cosas, como que el agua fluya -cuesta arriba,
es posible o imposible lógicamente; pero, ¿cómo puede un 'procedimiento u
operación ser lógicamente posible?
...H abitualm ente, cuando considero tales enunciados de la vida diaria,
yo no pienso en la verificación, pero podría, si fuera necesario, proponer este
o aquel procedimiento. Al hacer esto, sin embargo, cJt significado, por scpuesto,
no cambia, ni se me hace más claro lo que yo entendía al principio por el
enunciado. Por el contrario, el método de verificación es irregular, fluctuante,
mientras la oración siempre permanece la misma.
Obviamente yo sé lo que significa que ahora está lloviendo; también sé
qué significa la palabrn «ayer»; v ahora entiendo la oración «ayer llovió», y la
entiendo sólo porque entiendo las palabras individuales y conozco el uso de
la sintaxis castellana. Esto, sin embargo, no significa que yo sepa cómo ha de
verificarse la proposición. Sí twiormente, aprendo uno u otro método de
verificación, nada se añade al significado...
Si un niño 110 entiende una oración, entonces lo que le explicamos es el
significado de Jas palabras, pero no el método de su verificación. En el uso
normal del lenguaje las preguntas «¿qué significa esta oración?» y «¿cómo
averiguó si esta oración es verdadera?» son dos preguntas por entero diferentes,
y cualquiera rehusaría considerarlas iguales 6.

Así, pues, parece que hemos dirimido el pleito contra la contras


tabilidad como criterio de significado. Y como criterio general para
el significado de las oraciones, la contrastabilidad no es suficiente.
Pero no todas Jas oraciones son iguales: parece que hay oraciones a
las que les falta significado hasta que no se haya proporcionado un
método de verificación. Consideremos el enunciado «el universo ha
aumentado dos veces de tamaño mientras tú dormías». Al principio
tendemos a pensar que sabemos exactamente qué significa eso: todo
tiene un tamaño doble que ayer, ¿qué podría ser más simple? Pero
percatémonos de que no hay manera de descubrir tal diferencia. Me
diríamos la longitud de esta mesa para ver si ha doblado su tamaño,
pero el resultado de esta medida sería exactamente el mismo de ayer:
si medía tres metros de largo, tiene tres metros de largo ahora, pues
todo, incluida la regla, tiene un tamaño doble. Si la mesa ayer era
de la misma longitud que la cinta métrica, sigue siéndolo hoy. Los
extremos de la mesa siguen coincidiendo con los extremos de la cinta
métrica. Y así con cualquier otro objeto. No habría ninguna dife
rencia mensurable, ninguna diferencia detectable por ningún medio.
En este punto podríamos empezar a sospechar: parece haber algo
falso en el caso presentado. «Todo ha doblado su tamaño» suena a
proposición directamente empírica, no obstante no hay ninguna ob
servación empírica que pueda mostrar que es verdadera o falsa, no
hay ninguna «diferencia que origine una diferencia». No hay nin
guna diferencia detectable; ¿hay entonces una diferencia? ¿Tiene
algún significado la afirmación de que cada objeto ha doblado su
tamaño? Sabemos qué significa en la situación habitual decir que
6 Friedrich Waismann, Principies o f Linguistic Pbilosophy, págs. 329-30.
algo ha doblado su tamaño. Queremos decir, por ejemplo, que sí r
medimos la longitud de la mesa, medirá 600 centímetros hoy si ' i '
midió 300 centímetros ayer. Pero eso no es lo que queremos decir
en este caso, puesto que la medición de la mesa hoy da el mismo
resultado que ayer., ¿Qué se entiende, entonces, al decir que la mesa,
junto con todas las demás cosas, ha doblado su tamaño? Si medi-
mos la mesa y encontramos que sus extremos coinciden con los ^
límites de la cinta métrica, como ayer, tomamos esta observación "
como razón suficiente para decir que la mesa no ha cambiado de 5
tamaño. No obstante en esta ocasión se nos pide creer que es com
patible con que la mesa y todo lo demás haya doblado su tamaño.
«Bueno, si usted puede imaginar que la mesa sola doble su
tamaño, no tendrá por qué haber dificultad en imaginar que la mesa
y todo lo demás doble su tamaño.» Pero, ¿es esto cierto? Podemos
fácilmente imaginar que la mesa sola doble su longitud en relación
a todas las demás cosas, pero si todo la dobla, ¿en qué sería dife
rente que «todo doblase su tamaño» de que «todo permaneciese
igual»? Parece que cuando decimos «la mesa ha doblado su tamaño»,
sólo podemos significar que lo ha doblado en relación a otras cosas,
algunas de las cuales al menos no han sufrido el cambio. (SÍ la mitad
de los objetos hubiese doblado su tamaño pero la otra mitad perma
neciese igual, ¿en qué sería esto diferente de que la primera mitad
permaneciese igual y la otra mermase?) El concepto de longitud
parece ser relacíonalt la longitud es una propiedad que una cosa
tiene en relación a otras cosas. Si no hay cambio en la relación, no
hay cambio en la longitud.
Ahora vemos lo que significa ordinariamente «longitud»; es el
resultado de una medición hecha en relación a otras cosas. Pero en
la hipótesis de la duplicación, no es esto lo que significa, pues no hay
cambio relacional. Luego, o la frase «dobló su longitud» está siendo
usada no significativamente en el nuevo caso o está siendo usada
de acuerdo con reglas que no han sido especificadas. El concepto de
longitud está vinculado a un proceso de verificación.
Muchos enunciados de la ciencia tienen este carácter. «Los elec
trones existen», dice el físico. Y creemos saber lo que se significa
(pequeñas bolitas) incluso aunque no tengamos ni idea de cuál sería
el procedimiento de verificación. Pero el físico nos diría: «Usted
podrá entender lo que quiera cuando hable de electrones; lo que yo
quiero significar no es, ni más ni menos, que el resultado de ciertas
operaciones físicas complejas, lo mismo que en el caso de "longitud". :
Así es como introducimos en física el concepto de '‘electrón", no i
importa las representaciones mentales que usted se pueda hacer. De >
modo que sólo le puedo decir qué entiendo por "electrón” infor
mándole de aquellas observaciones por medio de las cuales intro
duzco el término. Sólo en estos términos observacionales se intro
duce el término "electrón” en el lenguaje científico. Cuando esto
sucede, el significado sólo se proporciona especificando el procedi
miento de verificación.»

¿Cómo es que a veces el significado de una oración es absolutamente


cierto mientras el método de verificación es vago y variable, en tanto que, en
otros casos, el significado borroso se hace claro y definido sólo cuando se da
el método de verificación...? Se podría formular así esta diferencia: Cuando
yo digo «si ayer llovió, la tierra hoy está húmeda», esto no es una regla de
inferencia, <sino un enunciado empírico. Los enunciados empíricos de este tipo
nos ayudan a averiguar la verdad de la afirmación, pero no determinan su signi
ficado. El significado estaba ya establecido antes de que se mencionase un mé
todo de comprobación. Luego, el método de contrastación se adapta al signifi
cado. Por el contrario, cuando digo «sí la bola está cargada (eléctricamente),
las hojas del electroscopio se separan», estoy dando una regla de inferencia que
explica el significado de la primera oración. El significado de la oración es
ahora dependiente del método de verificación. Si especifico otras reglas para la
expresión, entonces cambio con ello su significado7.

Probablemente no es del todo exacto, incluso en el último caso,


decir que «el significado es el método de verificación», ni siquiera
que «conocer el significado es conocer el método de verificación».
Parece más preciso decir que la oración no ha sido provista de signi
ficado hasta que no ha sido traducida por otra oración u oraciones
que tengan ya un significado. Cuando ha sido facilitada esta tra
ducción, y sé qué significa, conozco por ello qué significa el enun
ciado original. Sólo entonces puedo verificar el enunciado original,
simplemente verificando el segundo enunciado. Verifico el enun
ciado original «la bola está cargada eléctricamente», verificando el
segundo enunciado, «las hojas del electroscopio se separan». Por
consiguiente, incluso aquí, el significado no es verificabilidad: el
significado lo proporciona la traducción, que me permite saber qué
verificar.
¿Qué diremos, en conclusión, sobre el criterio de contrastabi
lidad? Como criterio general de significado no es suficiente. 1) No
cubre los enunciados analíticos, pues éstos no son verificados en
absoluto por la observación del mundo. 2) No abarca las oraciones
no afirmativas, como las preguntas, imperativos y exclamaciones;
puesto que no afirman nada, no hay nada que pueda ser verdadero
o falso. (Nunca se pretendió que el criterio abarcase estos dos prí-

7 Ib 'tá., pág. 332.


j
meros tipos.) 3) Parece que no cubre los enunciados sobre las expe-
riencias personales, dado que éstas no son verificadas, en ningún \
sentido fácilmente inteligible de «verificadas». 4) No abarca los ^
enunciados de valor tales como «esto es bueno» o «esto es valioso»
(que consideraremos en el capítulo 9), que parecen ser enunciados de |
orden enteramente diferente. 5) No abarca los enunciados metafí- ’>
sicos, tales como los que vamos a estudiar en los tres próximos capí- i
tulos. En general, tales enunciados son defendidos o atacados por ’<
medio de la argumentación, y no señalando hechos empíricos de los i'
que el oponente de uno no tenga conocimiento. La argumentación es
a la filosofía lo que los elementos de juicio empíricos son a la ciencia.
(Se podría, a buen seguro, hacer una tentativa desesperada diciendo J
que todas las controversias metafísicas son no significativas; pero |
esto es arrojar por la borda toda una serie de problemas por medio :-;f
de un criterio arbitrario de significado. Los antimetafísimos mismos |
han admitido que la eliminación de la metafísica habrá de proceder |
paulatinamente, que cada problema metafísico habrá de ser disipado 4
y descartado por separado: no pueden ser todos eliminados a priori.) I
El único ámbito donde el criterio de contrastabilidad es plausible >
es el referente a los enunciados empíricos, tales como los que se
hacen en la vida diaria v en la ciencia. Si usted hace una afirmación \
sobre el mundo, ha de ser capaz de indicar qué observaciones del £
mundo contarían en su favor o en su contra. Pero incluso aquí. í
como acabamos de indicar, hemos de hacer una distinción: cono- í.
cemos el significado de la mayoría de los enunciados empíricos antes á
de que sepamos cómo podríamos verificarlos, y el conocimiento
de cómo verificarlos no añade nada al significado. La contrastabi- |
lidad como criterio de significado es sólo plausible en ese ámbito |
más bien reducido de los enunciados empíricos para los que el signi- |
ficado de los términos esenciales se introduce por medio de una '|j
regla de traducción que nos dice en qué condiciones observacionales |
ha de ser considerado verdadero o falso el enunciado original. .4
Criterios de significado en general. Ahora hemos concluido núes- j
tro examen de los criterios del significado de oraciones. ¿Hay algún |
criterio aceptable del significado de oraciones? No hay uno solo que j
cubra todos los casos; hay sólo errores separados, como usar las f
palabras fuera de un contexto dado, confundir categorías, contra- ^
decirse uno mismo, etc., que pueden no tener elementos en común. -
Podemos agrupar todas estas oraciones y llamarlas «no significati
vas» si nos parece bien, pero las palabras, de por sí, no son de gran J
importancia. «No significativo» es un término prescindible. No tiene
por qué haber un criterio único de no significatividad en mayor me- 3
dida que hay una sola prueba pata todas las enfermedades. Recibir
una oración-de alguien diciendo « [eso es no significativo!» es como
el médico que diagnosticara al paciente diciendo «usted está enfer
m o». Su diagnóstico no tiene valor hasta que no diga al paciente
cuál es la enfermedad; y el filósofo que dice repetidamente «eso es
no significativo» sin diagnosticar la fuente del error no proporciona
más ayuda que el médico. La cosa no es breve ni sencilla; el filósofo
debe rastrear cada fuente de erro r específica hasta su madriguera, y
cuando lo haya hecho, y su oyente vea en cada caso individual que
se ha equivocado, no necesitará usar más la peyorativa palabra «no
significativo». Ciertamente, el uso de este término sin más explica
ciones inclinará a los demás a amontonar juntos un gran número de
errores que deben ser separados cuidadosamente.

Ejercicios

1. Comente ío que sigue: «Yo sé lo que quiere decir que la estrella Betel-
geuse tiene un diámetro de 330.000 kilómetros y está a 650 años-luz de dis
tancia, aunque no tengo ni la mis remota idea de cómo verificarlo. Sé que los
astrónomos tienen formas de verificar estos enunciados, o al menos de confir
marlos, aunque no tengo ni idea de cómo lo hacen; pero no ofisíante sé lo
que significa tal enunciado.»
«No, usted no sabe Jo que significa hasta que no sepa cómo se'podrí*
verificar. Pero no tiene por qué verificarlo del mismo modo como lo verifican
lo:; astrónomos* de hecho. Por ejímplo, al decir que el diámetro es de 330.000
kilómetros, estaría diciendo que si usase una regla de un metro tendría que
usarla Í.000 (número de metros del kilómetro) X 330.000 veces para ir de una
superficie a la otra pasando por el centro. Eso es lo que usted entiende, y está
especificado en términos de una verificación posible lógicamente, aunque, desde
luego, no es así como en realidad lo verifican los astrónomos.»
2. ¿Es claro el concepto de «verificación err-pírica»? ¿Cómo verificaría
usted «George. se parece más a su hermano menor que a su hermano mayor»?
Suponga que enumeramos contrastes y padecidos, y podemos registrar más paro
cído3 con el hermano mayor que con el meijor, pero alguien no está de acuerdo
con nosotros y dice «estoy de acuerdo con los puntos de la lista, pero aun así
digo oue George se parece más a su hermano menor». O considere el ejemplo
de John Wisdom de la dama que se estaba probando un sombrero nuevo,
estaba satisfecha de él y preguntó a una amiga qué le parecía. «Querida, ¡á
Taj MahalU La primera dama ya nunca podría animarse a ponerse el som
brero. Ahora lo veía bajo una nueva luz: tenía algo en forma de cúpula,
¿Había verificado el enunciado «Mi nuevo sombrero se parece al Taj Manal»?
3. «Todos‘ los cuervos son negros# no es verificable, pero es refutable.
Ver un solo cuervo no negro podría refutar el enunciado. ¿Ser/a, por tanto,
más satisfactorio sustituir en el criterio la verificabilidad por la refutabilídid?
Considere enunciados tales como «todos los cisnes son blancos», «en algún
sitio del mundo hay un pato azul», «hay una solución a este problema, fió
podemos dejar de encontrarla». ¿Qué se requeriría para verificarlos? ¿Qué se
requeriría para refutarlos?
4. ¿Cuáles de los siguientes enunciados soportarían el criterio de contras
tabilidad y cuáles no? En uno u otro caso, ¿los consideraría significativos?
¿Por qué?
a) A 500 metros debajo de donde está usted hay un depósito de carbón.
b) La tem peratura en el centro del Sol es de 40.000.000 “ C.
c) La Tierra tiene 3.000.000.000 de años.
d) Kn el medio de un bosque, a 500 kilómetros del más próximo ser
humano que no sea él, ha estornudado un eremita.
e) H1 átomo de hidrógeno tiene un electrón.
f ) l^os fantasmas existen.
g) Hay rayos cósmicos incluso en los normales espacios interestelares
que no contienen materia.
b) El Universo tuvo un principio en el tiempo.
i) Algún día ya no habrá guerra.
j) í íingún hombre es inmortal.
k ) :21 mundo vino a la existencia (incluidos los hombres y susrecuerdos)
hace cinc o minutos.
I) Dios creó el mundo en el 4.004 a. C., con todos los fósiles, estratos
de roca, etc., que le harían iparecer como si fuese mucho más antiguo,
5. En cada uno de los siguientes pares de enunciados, ¿hay alguna dife
rencia en su significado? ¿Hay diferencia en lo que los-verificaría? (¿Se consi
deraría algo como elemento de juicio a favor del primero pero no del segundo,
y viceversa?)
a) A es mayor que B, y B mayor que C.
A es mayor que C.
b) Esto es un mamífero.
Este es un animal.
c) Me gusta el flan.
No me disgusta el flan.
d ) En el bosque viven pequeños duendes verdes.
En el bosque viven pequeños duendes azules.
e) En el bosque viven duendes invisibles.
En el bosque viven trasgos invisibles.
f ) En esta habitación hay sillas perceptibles.
En esta habitación hay sillas imperceptibles.
g) Los fantasmas existen.
Los fantasmas no existen.
h ) El alambre desprende chispas, da sacudidas eléctricas si se le toca y
afecta el voltímetro.
E n el alambre hay corriente eléctrica.
i) El agua entra por un extremo de la tubería y sale por otro.
El agua fluye por la tubería.
j) El oxígeno tiene la valencia 1.
El oxígeno tiene la valencia 2.
k ) Ella tiene fuertes sentimientos de culpa, inconscientes, que exigen
castigo.
EUa actúa (sin pretenderlo conscientemente) de tcl forma que regular
mente se provoca a sí misma accidentes infortunados, desaprobación por parte
de sus amigos, errores en sus tareas y otras desgracias.
6. ¿En cuáles de los ejemplos del ejercicio 5 es autocontradictorio afirmar
el primer enunciado y negar el segundo?
' 7. Discuta en relación al criterio de contrastabilidad:
a) ¿Es significativo hablar de otras personas, quizá seres conscientes, de
Marte, que tengan sentidos que les capaciten para percibir de maneras de ¿as
cuales los seres humanos no tenemos idea?
b) «Imagine una comunidad de hombres que viven en una célula de la
corriente sanguínea de uno de nosotros, pero tan pequeña que no tenemos
elementos de juicio, directos o indirectos, de su existencia. Imagine, además,
que están provistos de instrumentos científicos del tipo que usamos nosotros,
y posean un método científico y un cuerpo de conocimiento científico compa
rables a los nuestros. Uno de los más audaces pensadores propone que el Uni
verso que habitan es un G ran Hombre. ¿Es ésta una hipótesis admisible sobre
bases científicas o es para tomarla a pitorreo... sobre la base de que es "meta
físicas"...? ¿Por qué, en nuestro propio nivel, no se puede formular una hipó
tesis similar: a saber, que somas parte de un G ran Hombre, no siendo quizá
d total de nuestro Universo conocido sino una porción de la G ran Corriente
Sanguínea?» {Charles W. Morris, «Empiricism, Religión, and Democracy»
£' [«Empirismo, religión y democracia»], en Conference o» Science, Pbilosophy,
and Religión [Conferencia sobre ciencia, filosofía y religión], pág. 219).
8. ¿Qué diría del siguiente criterio de significado? «Un enunciado es signi
ficativo para mí si origina {o puede originar) alguna diferencia para mi expe
riencia posterior.»
9. «Si esto es una base, vuelve azul el papel de tornasol rojo.» ¿Es «esto
es una base» un enunciado que tenga significado independientemente del otro
enunciado? ¿O se introduce el otro enunciado, «vuelve azul el papel de tor
nasol rojo», para dar significado al primero?
10. Lea el histórico ensayo de M oritz Schick, «Meaning and V erificació n »
[«Sign‘f:cado y verificación»] en Philosopbical Revieto, 1936 (reimpreso en
H. Feigl y W. Sellars, Readings in Philosopbical Analysis), y el capítulo I de
A, J. Ayer, Language, Truíh, and Logic para las primeras defensas del criterio
de verificabilidad. Luego lea una presentación posterior, por ejemplo de Cari
Hempcl, «Problems and Changes in the Empirical Criterion of Meaning» [«P ro
blemas y cambios en el criterio empírico de significado»], en Revue Inter
nationale de Philosophie, 1950 (reimpreso en E. Nagel y R. Brandt, Meaning
f; and Knowledge [Significado y conocimiento]). Continúe con un ataque al
1 criterio de contrastabilidad en todas sus formas, capítulo V de Brand Blanshard,
\ Reason and Analysis.
11. E l profesor W. T. Stace ha corregido el criterio de verificabilidad
para convertirlo en el «principio de los tipos observables»: la existencia de
t. algunas cosas, como las puestas de sol futuras y los dolores de otras personas,
no necesitan ser verificables, pero deben pertenecer al tipo de cosas que
| puede ser verificado (puestas de sol, dolores). Resuma y comente este punto de
vista tal como se expone en dos artículos, «Metaphysics and Meaning» [«M eta
física y significado»], en M ind, 1935 (reimpreso en P. Edwards y A. Pap,
A Modern íntroduction to Pbilosophy, 2 / ed.), y «Positivism» [«Positivismo»],
g en Mind, 1944.
i. 12. Ahora considere el siguiente criterio: «Una oración es significativa si
tiene un uso; conocemos su significado sí conocemos su uso.» (G . J. Warnock,
«Verification and the Use of Language» [«Verificación y uso del lenguaje»],
Revue Internationale de Philosophie, 1951.) Considere los varios posibles signi
ficados de la palabra «uso». Lea luego, en conexión con esto, los ensayos de
Gilbert Ryle, «Ordinary Language» [«E l lenguaje común»] (en castellano se
halla en V. C. Chappell, comp., E l lenguaje común, Madrid, 1971, Tecnos)
y «The Theory of Meaning» [«La teoría del significado»], y de P. F. Straw-
son, «On Refening» [«Sobre la referencia»], todos ellos reimpresos en
C. E. Catón (ed.), P hihsophy and Ordinary Language [Filosofía y lenguaje
ordinario] (Urbana: University of Illinois Press, 1963), rústica; también
W. P. Alston, «Meaning and Use» [«Significado y .u so » ]. Philosophical Ouar-
terly, 1963.

Lecturas seleccionadas para el capitulo 4

L e y , h ip ó t e s is , e x p l ic a c ió n :

Broad, C. D., Scientific Throught (E l pensamiento científico). Londres: Rout-


ledge & Kegan Paul, Ltd , 1923.
Campbell, Norman, W hat Is Science? (¿Q ué es la Ciencia?). Londres: Methuen
& Co., Ltd., 1920.
Danto, A rthur and Sidney Morgenbesser, Philosopby of Science (Filosofía de
la ciencia). Clevelan, Ohio: W orld Publishing Company, 1961. Meridian
Books.
Frank, Philipp, Philosopby of Science. Englewood1. Q iffs, N. J.: Prentice-Hall,
Inc., 1962.
Hanson, Norwood R., Patterns of Discovery (Patrones del descubrimiento).
Londres: Cambridge University Press, 1958.
Hempel, Cari G ., Aspects of Scientific Explanation (Aspectos de la explica
ción científica). Nueva York: Free Press oí Glencoc, Inc., 1966,
, Pbilosophy of Natural Science (Filosofía de la ciencia natural). Engle
wood Cliffs, N . J.: Prentice-Hall, Inc., 1966. Rústica. (E n castellano está
en Alianza ed.)
Hospers, John, «W hat Is Explanation?» («¿Q ué es la explicación?»), en
Essays in Conceptual Analysis, ed. Antony Flew. London: Macmillan & Co.,
Ltd., 1956.
Mili, John Stuart, A System of Logis (U n sistema de lógica). Londres:
Longmans, Green & Company, Ltd., 1843. Parte 3.
Nagel, Ernest, T he Struciure o f Science (La estructura de la ciencia). Nueva
York: H arcourt, Brace & W orld, Inc., 1961.
. Pap, A rthur, Introduction to the Philosopby of Science. Nueva York: Free
Press of Glencoe, Inc., 1962.

El p ro b le m a de la in d u c c ió n :

Black, Max, «Can Induction Be Vindicated?» («¿Puede ser vindicada la in


ducción?»), Philosophical Studies, 1959. Reimpreso en M. Black, Models
and Metaphors (Modelos y metáforas) (en castellano está en Tecnos). Ithaca,
N. Y.: Cornell University Press, 1962.
, «Pragmatic Justifications of Induction» («Justificaciones pragmáticas
de la inducción»), en Problems of Analysis (Problemas del análisis), Ithaca,
N. Y.: Cornell University Press, 1954.
, «Induction and Probabüity» («Inducción y probabilidad»), en Philo
sopby in the Mtd-Century (La Filosofía de mediados de siglo), vol. I,
ed. R. Klibansky. Florencia: La Nuova Italia Editrice, 1958.
Ed-wards, Paul, «Bertrand Russell D oubts about Induction» («Las dudas de
Bertrand Russell en torno a la inducción»), en Logic and Language, First
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Capítulo 5
CAUSA, DETERMINISMO Y LIBERTAD

En este capítulo nos ocuparemos de un aspecto del conocimiento


empírico, nuestro conocimiento de las causas. Este tema no sólo
proporcionará una buena base para poner a prueba nuestras obser
vaciones sobre las teorías del significado, sino que también es de
considerable interés por otras razones. Constantemente usamos el
lenguaje causal, y el intento de rastrear el significado de «causa»
será un ejercicio interesante de análisis filosófico; la gente cree a
menudo que sabe qué se entiende por esa palabra, en todo caso hasta
que le preguntan. Más aún, el tema nos conduce directamente a uno
de los dos problemas más discutidos de la filosofía: el de si todo lo
que ocurre tiene una causa (causación universal), y la relación de la
causalidad con la libertad humana.

15. ¿Qué es un a causa?

Cuando decimos que las corrientes de aire causan resfriados, o


que raspar una cerilla causa que se encienda, o que tomar arsénico
causa la muerte, ¿qué entendemos por la palabra «causa»? ¿Qué
estamos diciendo exactamente sobre la relación de la causa, C, con
el efecto, E, cuando decimos que C causa E?
Nuestra primera reacción puede ser decir: «Es sencillo. Causar
algo es producir algo, efectuar algo.» Sin duda, eso es verdad, pero
malamente responde la pregunta; sólo la cambia: ¿qué significa
«producir»? Es un sinónimo aproximado de la misma palabra «cau- |
sa», y así volvemos a donde empezamos. En vez de definir «producir» Jj
y «causar» en términos una de la otra, deberíamos enunciar qué ¡j
significan ambas. Queremos saber qué características ha de poseer %
un C para causar un E.
"Precedencia temporal. Los enunciados empíricos más simples son ;
aquellos que pueden ser verificados por medio de la observación
directa: «estoy sentado», «hay tres libros sobre mi escritorio». Tam
bién podemos observar que algunos sucesos ocurren antes o después
que otros: por ejemplo, el humo sale de mí pipa después de haberla
encendido, pero no antes, y la borrachera sigue a la consumición de
licor pero no la precede. Pero, ¿observamos también que un suceso
causa otro? Y si es así, ¿qué es lo que estamos observando cuando
observamos esto? Observamos que alguien raspa una cerilla, y que |
la cerilla se enciende; pero, ¿qué observamos cuando observamos -J
(si lo hacemos) que raspar la cerilla causa que la cerilla se encienda? |
Decir que C causa E no es meramente decir que C precede a E. |
Muchos sucesos acaecen antes que otros sin causarlos. Quizá hace |
un momento estornudó el presidente de los Estados Unidos; pero i
esto de ningún modo causa el hecho de que yo esté ahora entrando J
en mi coche. Si yo desayuné esta mañana a las siete y treinta y usted ;l
a las siete y treinta y uno, mí comida no fue causa de la suya. ¡|
Por tanto, decir que C precede a E, no es suficiente. Se podría 1|
incluso cuestionar si es verdad que siempre que C causa E, C precede v
a E El que usted se ponga delante de un espejo es la causa de que
se refleje en el espejo; ¿no son ambas cosas simultáneas? No del
todo. La luz viaja a 300.000 kilómetros por segundo, de modo que
la causa de que usted se refleje en el espejo en el momento tz, sería J
que usted se pusiese frente al espejo en el momento ti, una pequeña f
fracción de segundo antes. En la mayoría de las ocasiones, en todo .1
caso, la causa precede (aunque sea por muy poco) al efecto. ¿Es J
siempre así? Si usted salta sobre uno de los extremos de un columpio,
el otro extremo sube. ¿Sube el otro extremo al mismo tiempo o un í
poco después de que usted haya saltado sobre el primer extremo? *
Incluso aquí se podría argüir que lleva tiempo que suceda el efecto,
dado que el movimiento ha de impartirse a todo el tablero, de un r
extremo al otro. Pero esta objeción es más dudosa que la de la luz. ^
No se sabe de ningún lapso en el caso de la gravitación como el

1 Estrictamente, que los acontecimientos pertenecientes a una cierta clase, C,


siempre preceden a los acontecimientos de una clase E. Esta distinción se hará
importante más avanzado el capítulo. E ntre tanto no complicaremos la discusión
con la forma de hablar bastante tócnica que esta distinción requeriría. -í
que hay en el caso de la luz y otras formas de radiación. Si usted
tira al aire un balón, le lleva tiempo caer a tierra, pero no lleva
tiempo (por lo que sabemos) que se ejerza sobre él la gravitación.
Si queremos ponernos a cubierto, no digamos que la causa siempre
precede al efecto, sino que la causa nunca viene después del efecto.
Incluso esto ha sido ha veces negado, pero esta negación parece
ser debida a un mal entendido. Supongamos que yo tengo una meta,
tal como aprobar un examen. ¿Causará esta meta futura que yo haga
ciertas cosas en el presente, como estudiar para aprobar? No, el su
ceso futuro (aprobar el examen) no ha ocurrido aún y aún no está
en condiciones de causar nada; es más, puede no ocurrir nunca. Lo
que le hace a uno estudiar, o hacer cualquier otra cosa en el ámbito
de la conducta orientada hacia metas, es su pensamiento actual en
la meta futura y su deseo actual de alcanzarla. Estos estados existen
ahora, si bien la meta misma no; si existiese ahora, ro tendríamos
que esforzarnos por alcanzarla, En general, sólo algo cue es ya pre
sente puede hacer de causa. La lluvia de hoy no puede revivir las
cosechas de ayer. Ingerir veneno el martes no puede causar la
muerte a una persona el lunes de la misma semana.
Así es que una causa nunca sucede antes que su efecto; pero
esta simple reflexión no nos ha llevado muy lejos. Necesitamos saber
mucho más que esto. No todo lo que meramente precede a algo es
su causa. ¿Qué distingue que C cause a E del simple hecho de que
C preceda a E pero sin causarlo? En este punto en ramos en un
importante terreno de controversia.
Conexión necesaria. En nuestras formas de hablar y de pensar
está profundamente arraigada la idea de que cuando la causa, C,
produce el efecto, E, hay una «conexión necesaria» entre C y E, que
cuando ocurre C, en algún sentido debe ocurrir E. Quizás esto nos
proporcioné una guía en nuestro intento de encontrar una respuesta
a nuestra"¡pregunta «¿qué es una causa?» Pero ¿qué se entiende al
decir que debe ocurrir cierto efecto? ¿Cuál es el significado de la
palabra «debe» en esta expresión? Probemos varios de los principales
sentidos de esta voz.
1. «Debes volver a la media noche o de lo contrario...» Este
es eí sentido imperativo de «debe», el sentido apropiado a los man
datos y leyes. A una persona se le dice que, si no hace cierta cosa,
sobrevendrán ciertos castigos. Pero éste no es un sentido de «debe»
apropiado para los sucesos de la naturaleza. Cuando decimos que la
madera debe arder o que el agua debe correr cuesta abajo, no se le
está mandando nada a la madera ni al agua.
Una var ante cercana a este primer sentido se da cuando decimos
«debo devo ver el dinero, puesto que lo tomé prestado», aunque no
se adjudique ninguna pena al hecho de no hacerlo. Aquí significamos
meramente que creemos que estamos obligados moralmente a de
volver el dinero.
O cuando alguien dice «debes venir esta noche a mi reunión»,
no está dardo a entender que la persona esté obligada moralmente
o que vaya a haber castigos si no va. Su enunciado viene a ser algo
parecido a ;sto: «Esto (x, y, z) es lo que te pierdes si no vienes.
Debes venir; esto es, si no vienes, te perderás x 7 y, z.»
Es aún más débil otra variante: «Debe hacer buen tiempo para
la excursión de mañana.» No se ha dado una orden a la naturaleza.
Todo lo que se expresa en esta manera de hablar es un pensamiento
cargado de deseo: «Deseo extraordinariamente que mañana haga buen
tiempo.»
2. A menudo «debe» se usa en el contexto de la inferencia.
«Si p es verdadero, y p implica q, entonces q debe ser verdadero.»
Aquí queremos decir que q es deducible lógicamente a partir de las
premisas dadas. No estamos diciendo que q por sí misma deba ser
verdad: estamos diciendo que q debe ser verdadero si p es verda
dero y p implica q. El «debe» aquí no está contenido en ninguno
de los enunciados, ni tampoco en la conclusión; la relación de
«deber» (necesidad lógica) reside en la relación entre las premisas y
la conclusión. La conclusión no debería ser enunciada como «luego,
q, debe ser verdadero», sino más bien «luego, debe ser el caso
que q es verdadero».
En el caso anterior, la inferencia es deductiva, y el «debe» es de
necesidad lógica. Pero a veces usamos el «debe» incluso si la infe
rencia es inductiva: «El debe haber sido el asesino», decimos, algo
•vagamente, significando sólo que lo inferimos inductivamente, que
los indicios lo señalan.
3. A menudo se usa «debe» para indicar una condición nece
saria. A es una condición necesaria de B cuando, en ausencia de A,
no se da B. El oxígeno es una condición necesaria para la vida hu
mana, esto es, en ausencia del oxígeno, la vida humana seria impo
sible. El calor y la luz del sol son condiciones necesarias para la vida
sobre la Tierra, esto es, si la Tierra no recibiese el calor y la luz
del sol, no habría vida sobre la Tierra. A menudo usamos «debe»
para expresar esta relación empírica: para que exista la vida debe
haber oxígeno, debe haber calor y luz solares. En breve tendremos
más que decir sobre las condiciones necesarias. ¿Cuál es la relevancia
de estos sentidos de «debe» para nuestra discusión de la causalidad?:
|; Hay varias confusiones implicadas en nuestro uso de «debe» al Hablar
: I: sobre los procesos de la naturaleza. Haremos bien en detenernos en
■f; estas confusiones antes de proseguir, pues si no estamos perfecta-
:: f. mente familiarizados con ellas, nuestra discusión de la causalidad pue-
■¡V de enredarse con estas confusiones.
"f 1. Confusión de la causalidad con la necesidad lógica. Si las
: premisas son verdaderas y el argumento es válido, la conclusión debe
f ser verdadera. Este, como hemos visto, es el sentido de «necesidad
| lógica», o más simplemente el sentido lógico, de «debe». Esta rela-
ción se da entre proposiciones. También hay enunciados que son por
! sí mismos necesarios: las proposiciones necesarias (necesariamente
f verdaderas) que consideramos en el capítulo 3, tales como «A es
¿’ A», «todo lo rojo tiene color» y «nada puede ser rojo y verde en su
l¿- totalidad al mismo tiempo». Pero los enunciados de causalidad no
!■ son lógicamente necesarios. «La fricción causa calor» no es un enun-
4^ ciado necesario lógicamente: es posible lógicamente que la fricción
| I; provocase, en vez de eso, perturbaciones magnéticas. Sólo por medio
§, de la observación empírica descubrimos qué causa qué. «La humedad,
i |' el calor y el estiércol causan que crezcan las cosechas», «llevar los
;¿ f.:. pies mojados causa resfriados», «la neumonía es causada por un vi-
§ rus», «la causa de la avería del coche fue un generador estropeado»,
| || estos y otros innumerables enunciados sobre qué causa qué son enun-
| !' ciados empíricos, cuya verdad sólo a posteriori conocemos, a menudo
; tras años de investigación. Respuestas detalladas a las preguntas
| tf> «¿qué causa el cáncer?», «¿qué causa la aurora boreal?», «¿qué
í;Í- causa los quasars?» y otras, sólo han de encontrarse después de una
sK" investigación empírica prolongada. No podemos obtener las respues-
1 |: tas sentándonos en un sillón y calculándolo, como hacemos en ma-
temáticas 2.
Este hecho es obvio una vez señalado: no obstante, la gente
;* f tiene una tendencia extremada a confundirse en esto: el «debe»
.£ lógico aún se colará de contrabando. Veamos cómo puede ocurrir
esto: Consideremos el enunciado «Johnny es más alto que Billy».
? C Es, por supuesto, un enunciado empírico, no un enunciado necesario.
^ Lo mismo el enunciado «Billy es más bajo que Johnny». Tenemos
que ver a Billy y a Johnny para descubrir si estos enunciados son
f.y verdaderos. Pero el enunciado «si Johnny es más alto que Billy, enton-
;s ^
, ¡i;. : 2 El enunciado «C causa E, pero C no siempre va seguido por E» es, por
v. supuesto, autocontradictorio, si «C causa E» significa lo mismo que «C va
I'-, siempre seguido por E», Pero, desde luego, no hace imposible lógicamente
•: que C no sea seguido por E; si esto sucediese sólo querría decir que esta C no
cra causa de este E
ces Billy es más bajo que Johnny» es un enunciado necesario lógica
mente, y no necesitamos saber nada sobre Johnny y Billy para saber
que es verdadero. Lo mismo vale para las uniformidades de la natu
raleza. «Siempre que hay fricción, aparece calor» es una ley empí
rica de la naturaleza. «Hay fricción» (en algún lugar o momento par
ticulares) es un enunciado empírico, y así lo es la conclusión «aparece
calor», que se deduce lógicamente de estos enunciados. Pero «si
siempre que hay fricción aparece calor, y hay fricción, luego, aparece
calor» es un enunciado necesario lógicamente. Que se produzca calor
en un caso específico cuando hay fricción puede deducirse de una
ley general de la naturaleza que afirme la conjunción constante de la
fricción y el calor. El enunciado por sí mismo no es necesario, pero
cuando es la parte que sigue al «entonces» en un enunciado de la
forma «si-entonces» del cual la parte que sigue al «sí» afirma una
ley de la naturaleza más una circunstancia particular, la proposición
completa, el enunciado hipotético o si-entonces, es necesario lógica
mente.
Ahora bien, ¿cómo esto es capaz cié confundirnos, sí no pone-,
mos cuidado? De la siguiente manera: Podemos decir «cuando hay
fricción hay siempre calor, y aquí hay fricción, luego, debe haber
calor». Este es el sentido lógico de la palabra «debe», que sólo signi
fica que la conclusión en cuestión puede ser deducida lógicamente
de las premisas. Lo mismo se aplicaría si las premisas fuesen falsas:
«Si todos los reptiles son verdes y mi perro es un reptil, entonces
debe ocurrir que mi perro es verde». La conclusión de un argumento
deductivo siempre puede ser precedida de la palabra «debe», para
indicar que la conclusión se sigue lógicamente de las premisas. El
peligro 'es que estamos prontos a poner el «debe» y luego olvidar
las premisas empíricas de las cuales se deduce la conclusión. Así
decimos «las piedras deben caer», «el agua debe correr cuesta aba
jo», «los organismos deben morir», y así sucesivamente, olvidando
que éstos no son en absoluto enunciados necesarios, sino que pueden
ser deducidos de leyes generales de la naturaleza. Estas leyes gene
rales de la naturaleza, sin embargo, son empíricas; y las conclu
siones sólo pueden ser dichas necesarias con respecto a estas leyes
empíricas no necesarias.
Pero, ¿no es verdad que el agua cicbc correr cuesta abajo, que
los organismos deben morir? Si aún hacemos esta pregunta, es que
no hemos captado el análisis anterior. Lo que podemos observar
en el mejor de los casos es que el agua siempre fluye cuesta abajo
y que los organismos mueren de hecho, y que los enunciados que
describen estos hechos pueden ser deducidos de leyes generales de la
naturaleza y deben (en sentido lógico) ser verdaderos, si las leyes
son verdaderas. Sólo en este sentido derivado, por tanto, podemos
hablar de sucesos naturales como si debieran suceder éstos, o más
bien los enunciados que afirman que ocurren, pueden ser deducidos
de leyes generales empíricas, y sólo son necesarios en relación a
a éstas, lo mismo que «Billy es más bajo que Johnny» es necesario
sólo en relación a la premisa «Johnny es más alto que Billy».
«Pero una vez que conocemos la naturaleza de la causa que está
actuando, sabemos que el efecto debe ocurrir. Por ejemplo, si sabe
mos que esto es agua, sabemos que debe hervir a 100" C. Es propio
de la naturaleza del agua hacerlo, y lo que es parte de su naturaleza
lo debe hacer.» He aquí que tenemos la palabra «debe» una vez más;
veamos cuál es la confusión. Probablemente, el que habla quiere de
cir: «Si esto es agua, debe ocurrir que hierva a 100° C.» (El «debe»
pertenece a la relación entre premisa y conclusión, no a la con
clusión misma: «luego debe ocurrir — se sigue lógicamente— que
el agua hierva a 100° C», no «luego, debe hervir a 100° C».) ¿Es
verdadera esta proposición? Todo depende de si consideramos hervir
a 100° C característica definitoria del agua. Si es una característica
definitoria, entonces, desde luego, el enunciado de que hierve a
100° C es analítico. «El agua hierve a 100° C» se convierte en «cual
quier cosa que tenga las propiedades A, B (siendo A la propiedad
de hervir a 100° C) tiene A», que es claramente analítico. En ese
caso, si no hierve a 100° C no es agua. Pero si no ?e toma co;no
característica definitoria — si es agua en tanto sea H 2O, por ejem
plo, no importa qué otras propiedades tenga— , entonces la propo
sición no es analítica: es sintética y a posteriori (contingente), y no
justifica que se diga que el agua debe hervir a 100° C.
2. Confusión de las leyes de la naturaleza con las leyes pres-
criptivas. Como hemos visto, a menudo usamos la palabra «debe»
en sentido imperativo. «Debes estar en casa a las orce en punto o
de lo contrario...» significa en efecto que, si no estás en casa a las
once en punto, se impondrán ciertos castigos. El mandato impone
sobre el sujeto una compulsión. No está estrictamente compelído
como cuando está atado y amordazado y no tiene control sobre sus
propios movimientos; siempre le es posible desobedecer el mandato
y sufrir la pena; sin embargo, está compelido en c! sentido de no
tener más elección que obedecer el mandato o aceptar la pena; y en
esa medida, se ejerce compulsión.
Las leyes prescriptivas (ver págs. 289-90) son de este mismo tipo
general. La ley le manda a usted no conducir a más de 40 kilómetros
por hora en cierta zona, y al hacerlo es coactiva. Aquí, de nuevo,
decimos «debe obedecer la ley o arriesgarse a la pena». La palabra .ím
«debe» en el sentido imperativo tiene usualmente un fuerte signifi-
cado emotivc*, en este caso evocativo (ver págs. 74-77); se pretende
de ella que actúe como una influencia sobre la persona a la que se
ordena, tend ente a que obedezca el mandato. ;
- La gente que no distingue claramente la ley prescriptiva de la
descriptiva está también inclinada a hablar de las leyes de la natu-v.|
raleza y las leyes de un cuerpo jurídico como si fueran iguales. Al :;f | |
hacerlo, pueden usar palabras como «debe», que son legítimas
erando se hibla de ley prescriptiva, para aplicarlas a las leyes des*
criptivas también. Pero sí tomamos literalmente tales afirmaciones, (f |
no tienen sentido cognoscitivo. «El agua debe correr cuesta abajo»
decimos; pero no se ordena nada al agua. La ley simplemente des
cribe una uniformidad que se da en el orden de la naturaleza. No
prescribe nada, nada ordena.
I: . : -■
Las leyes de la mecánica celeste no prescriben a los planetas cómo tienen
que moverse, como si los planetas quisieran moverse realmente de otra manera,
y sólo por estas gravosas leyes de Kepler fuesen forzados a moverse en las
órbitas ordinarias; no, estas leyes de n in g ú n modo «compelen» a los planetas;
sino que sólo expresan lo que hacen realmente los planetas3.

Históricamente no fueron distinguidos los dos sentidos de la /J|


palabra «ley». Las uniformidades de la naturaleza eran concebidas ¿
como la expresión de la voluntad de los dioses, o de Dios. Dios
ordena a las fuerzas de la naturaleza que operen de ciertas formas,
compeliendo a que ocurra a cada suceso. Dado que es mucho más
poderoso que cualquier gobierno, sus leyes son inviolables. M ás|
aún, dado que Dios es bueno, sus leyes también lo son: las leyes'1¡¡
de la naturaleza son la expresión de un orden moral sobrenatural
mente impuesto al universo. Las obras de este orden deben ser como
son porque son expresión de la voluntad divina. Los efectos siguen
a las causas como el castigo sigue a los actos prohibidos y la recom
pensa sigue a los actos aprobados; los siguen necesariamente, porque
las leyes son impuestas por una-deidad todopoderosa. Con esta con- ,_
cepción del universo, no es maravilla que palabras tales como «debe»
y «necesario» vinieran a ser adosadas a los enunciados sobre causas
y efectos. .v
No es realmente relevante en este punto discutir si esta visión. >j
del universo es verdadera; la cuestión es si la verdad de este punto

3 M oritz Schlick, The Problems of Ethics (Los problemas de la ética)


(Englewood Cliffs, N . J.: Prentice-Hall, Inc.), pág. 147.
'M
p
de vista está presupuesta en todo enunciado que hagamos sobre
i|,;causas y efectos. Cuando decimos «la fricción causa calor» o «la
l|; aparición del león causó que el antílope huyese», ¿queremos implicar
jlg realmente esta visión de la naturaleza, de modo que si este punto
II de vista no fuese verdadero, no podríamos hacer para nada enun-
||;ciados sobre causas? Seguro que no es éste el caso. Veamos o no la
fe naturaleza como una manifestación de la'voluntad divina, esto no o
parte de lo que entendemos cuando hacemos enunciados causales en
|C la vída diaria. Deseamos defender esta visión de la naturaleza por
0 separado: primero pronunciamos los enunciados causales (sobre la
'^■fricción, el antílope o sobre cualquier otra cosa) en cualquier caso,
y luego procedemos, en adición, a valorar esta visión de la naturaleza.

b - : ' La cuestión que hemos de plantear a aquellos que hablan como si hubiese
l ; necesidad en la naturaleza es si realmente quieren implicar que las leyes de la
naturaleza son reglas normativas impuestas 'por una voluntad divina. Si no
quieren dar a entender esto, su referencia a la necesidad es en el mejor de los
casos una metáfora poco afortunada4.

3. Confusión resultante del uso animtstico del lenguaje. Se pue-


||r,;de objetar que la visión de la naturaleza recién descrita no tiene
te/.'sentido literalmente: ¿no es cierto que palabras como «mandato»,
«compeler» y «necesidad» sólo tienen sentido en el contexto de los
yrs^res humanos, seres que tienen voluntades y se les puede hacer por
.^íánto que realicen cosas contra su voluntad? Las piedras y las cas-
gcádas no tienen voluntad, y en consecuencia difícilmente s e puede
decir que se las mande o se las compela,
f.rii' Esto, por supuesto, es verdad, si no se conciben las piedras y
f cascadas como poseedoras de voluntad. En la visión primitiva de
las cosas llamada «animismo», éste es el caso precisamente. El ani
mismo es la tendencia a conferir a los objetos inanimados caracterís
ticas que sólo pertenecen a los seres animados.
Hoy la gente ya no es animista en sentido literal: no creemos
^ que las montañas y los árboles sean espíritus, ni siquiera que cón-
tengan espíritus; no creemos que los árboles sientan dolor cuando
fy:. se los corta o que la piedra esté animada por el deseo de ir al centro
|f..de la tierra, ni creemos que el agua esté compelída a hacer nada,
porque sólo los seres animados pueden ser objeto de compulsión y el
jimagua es inanimada. Sin embargo, a menudo hablamos como si creyé-
|rra m o s estas cosas. «Leemos nuestros sentimientos en la naturaleza.»
^D ecim o s del cielo que está triste; aunque somos nosotros los que

!*> - .•4 A. J. Ayer, Voundationx of Empineal Kttowledge, pág. 198.


sentimos tristeza y no el cielo; decimos de la laguna que está soño- ^
lienta, de la tierra que sonríe, del tren que «bufa impaciente». La |
poesía está plagada de lenguaje animístico, y con ello a menudo J
se intensifica la calidad poética. Pero en filosofía es importante que |j
tengamos cuidado , con esta forma de usar el lenguaje. El lenguaje J
animístico puede ser engañoso, como mostrarán unos cuantos 1
ejemplos: i
Originalmente, la palabra «resistencia» representaba un cierto
• tipo de sentimiento que tenían las personas, por ejemplo, cuando H
intentaban mover una piedra o abrir una puerta pesada. Ahora ha- |
blamos de resistencia aunque no intervengan seres animados; deci-
mos que el objeto resiste la presión, resiste nuestros intentos de rao- í |
verlo, y así sucesivamente, aunque no queramos decir con ello que ^
sienta resistencia. La palabra «resistencia» ha sido transferida del
sentimiento a la cosa que ocasionaba el sentimiento. Imputamos la
resistencia al tope de la puerta que la mantiene abierta porque, si M
nosotros estuviésemos en la posición del tope, sentiríamos resisten- M
cía. «Resistencia», «fuerza», «energía» y otras palabras de matiz Ja
animista son empleadas constantemente en las ciencias físicas. Aquí, ;f¡
sin embargo, son comparativamente inocuas, pues en estos campos |
se les dan significados especiales y precisos. * i
Usted empuja una bola y comienza a rodar hacia el lugar donde -i
usted desea. En otra ocasión ve otra bola chocar con ella, con lo qué |¡
le comunica su movimiento. La operación es aproximadamente la.
misma. Pero dado que la primera vez usted empujó la bola hacia I
donde quería, está inclinado a decir, cuando ve que la otra bola -i
hace la misma tarea, que la primera bola empujó a la segunda, la |
forzó a seguir el camino que tomó, o incluso la compelió a tomarlo. ,v¡
Este lenguaje, desde luego, es algo engañoso. Si estas expresiones 1
se refieren simplemente a lo que usted observa, a saber, que una %
bola hace contacto con otra, y la otra comienza a moverse en cierta -|g
dirección (lo que registraría una cámara cinematográfica), entonces J|
usted no ha ido más allá de los hechos empíricamente observables. -J
Pero las palabras que usa para describir la situación parecen intro- M
ducir en la situación algo que no está para nada; parecen implicar 'M
que la primera bola tenía una sensación de esfuerzo o tensión al Í¡
«empujar» la segunda, y que la segunda sintió «resistencia» al movi- j'Í
miento de la primera * Realmente no creemos esto, pero nuestro | |
lenguaje da la impresión de que sí.
Lo mismo es cierto incluso cuando decimos que la primera bola 1
hizo moverse a la segunda. Si esto significa meramente que, cuando i
la primera bola golpeó a la segunda, la segunda se movió, y que
esto ocurre con regularidad, entonces estamos meramente descri
biendo lo que observamos. Pero hay un halo animístico en torno a la
palabra «hacer», que parece apuntar a cierto tipo de compu’áión.
| Al usar estas palabras; recordemos que lo que observamos es sim
plemente que, cuando la primera bola choca con la segunda, la
segunda se mueve, y que esto ocurre con regularidad. No hay más.
Probablemente no pretendemos seriamente decir más; psro nuestros
hábitos lingüísticos, reminiscencia de tiempos primitivos en que se
interpretaba literalmente el animismo, no hacen esto al momento
evidente, y son susceptibles de confundirnos. Probablemente no hay
nada que objetar al uso de este tipo de lenguaje, supuesto que
tengamos claro lo que estamos haciendo; pero nuestro lenguaje está
tan cargado de animismo que inconscientemente nuestro pensamiento
se convierte en tal, y nos quedamos con expresiones verbales que
nos señHmos~impulsados a defender incluso aunque no podamos
tomarlas en serio literalmente. Por eso es por lo que a menudo
resistimos la tendencia a describir las relaciones causales en términos
exclusivamente de lo que podemos observar. Desearíamos decir «la
primera bola de billar compele a la segunda a moverse», «cuando la
primera bola golpea a la segunda, la segunda debe moverse» o aun
«cuando la primera bola golpea a la segunda, ésta no puede evitar
moverse (como si fuera un ser consciente que podría estar haciendo
cosas si quisiese) o «la primera bola fuerza a ía segunda a moverse»
(observemos la comparación implícita con un tipo diferente de situa-
ción, la de un ladrón que nos fuerce a darle nuestro dinero). Estos
son los fantasmas del animismo que rondan nuestro lenguaje coti
diano. Estamos tan acostumbrados desdé la niñez a hablar de estas
maneras que llegamos a sentir que hemos perdido algo cuando tra
ducimos «la primera bola causó que la segunda se moviese» por
«cuando la primera bola toca a la segunda, la segunda regularmente
se mueve». No nos sentimos demasiado a gusto con este lenguaje
directo, desnudamente empírico, estudiadamente no animístico; y así
sentimos que queremos decir más que esto, aunque no podamos
describir qué es ese algo más. Cuando llegamos a ese punto nos
¡¡^aprestam os a usar términos como «conexión necesaria», representen
algo o no: tienen «el sonido exacto», llenan el vacío creado al
quitar los armónicos animísticos de nuestro lenguaje causal cotidiano.
Causa como «conjunción constante». Si no estamos autorizados
a decir que la causa «debe» ser seguida por el efecto, si la «conexión
necesaria» (aplicada a los procesos de la naturaleza) es un mito o
incluso una frase no significativa; ¿qué consideraremos entonces un
tratamiento positivo de la relación causal? David Hume (1711-1776), ;
el filósofo que más que ningún otro atacó la teoría de la conexión •
necesaria, también propuso un nuevo análisis de la relación causal.
La causalidad, decía él, en efecto, es meramente «conjunción cons- '■
tante» o, en otras palabras, «C causa E» significa lo mismo que
«C está constantemente unido a E»; o, dicho de otro modo (supo
niendo que el efecto sea posterior a ía causa), «C es regularmente i
seguido por E». ¿Qué es, preguntaba Hum e, lo que nos da derecho
a decir que C causa E, que la fricción causa calor, que el rayo causa
el trueno, que los vendavales causan que los árboles se doblen? La
observación empírica, respondía. Y, ¿qué es lo que observamos?
Observamos que C precede a E, pero eso, por supuesto, no es sufi- M
cien te. ¿Qué observación, por tanto, es la que nos autorizaba decir ;;
que C causa E? ¿Es la observación de una conexión necesaria entre 1
acontecimientos de la naturaleza? No, decía Hum e, pues nunca obser- »j
vamos tal cosa. Lo que observamos es siempre que las cosas acaecen^
de cierta forma, nunca que deban acaecer de esa forma. De cualquier ^
manera que lo intentemos, nunca encontraremos un «debe» en las J
acciones de la naturaleza. La observación empírica no nos da en
absoluto justificación para usar expresiones como «C está conectado
necesariamente con E», «E debe ocurrir», «E ha de ocurrir». Pero
si la causalidad no es conexión necesaria, ¿qué es? ¿Q ué es lo que |
observamos cuando observamos que C causa E? Veamos: Cuando ob-‘J¡
servamos el mundo que nos rodea, a cada momento encontramos >?j
que ocurren muchos sucesos; algunos ocurren simultáneamente a H
otros, algunos antes, algunos después. Cuando observamos este cam-J j
bíante panorama de sucesos a nuestro alrededor, comenzamos, sin |
embargo, a percatarnos de ciertas sucesiones repetitivas de acontecí-J
mientos, algunos C que son seguidos regularmente por ciertos E. ^
C es seguido por E una, dos, diez, mil veces, y cuando hallamos , |
que C es seguido regularmente por E decimos que C causa E .E n -|j
otras palabras, la causalidad es la conjunción constante entre aconte-||
cimientos. Observar una relación causal entre C y E es observar^
que C y E van regularmente juntos, que están unidos constante- Jj
m ente. Una observación, por supuesto, no es suficiente para autorKM
zarnos a decir que C causa E. Antes hemos de poder decir que J;
hemos observado muchas conjunciones de C y E, cuantas más mejor. ; |
La diferencia entre que C sea seguido por E en una ocasión y que.Vj
C cause i es que la conjunción entre C y E en el segundo caso es.f^
regular, o constante. En otras palabras, «siempre, si C entonces E».;y
Crm o lo expresan dos modernos huméanos:
Decir que la corriente eléctrica causa una desviación en la aguja magné
tica significa que donde quiera que haya una corriente eléctrica hay siempre
una desviación de la aguja magnética. La adición en términos de siempre
aistinguc la ley causal de la coincidencia fortuita. Una vez ocurrió que, mien
tras la pantalla de un cine mostraba la voladura de un armatoste, un ligero
terremoto agitó el cine. Los espectadores tuvieron momentáneamente el senti-
micnto de que la explosión de la pantalla habla causado el temblor del cine.
Cuando rehusamos aceptar esta interpretación, nos referimos al hecho de que
ln coincidencia observada no era rcpetiblc.
_ Dado que la repetición es todo lo que distingue la ley causal de la mera
coincidencia, el significado de la relación causal consiste en la enunciación de
una repetición sin excepciones; es innecesario suponer que significa algo más.
La idea de que una causa está conectada con su efecto por una especie de
cuerda oculta, que el efectQ es forzado a seguir a la causa, es antropomórfica
en su origen y prescindible; si-entonees-siempre es todo lo que se entiende por
relación causal. Si el cine siempre temblase cuando se viese una explosión en la
pantalla, entonces habría una relación causals.
La diferencia entre una mera sucesión temporal y una sucesión causal es
k regularidad, la uniformidad de la segunda. Si C es regularmente seguido por
j entonces C es la causa de £ ¡ si E sólo «da» en seguir a C de vez en
cuando, k sucesión es considerada mero accidente. Y puesto que (como hemos
visto) la tínica observación que se hacía era la de la regularidad, ésa era nece
sariamente la única razón para hablar de causa y efecto, era la razón suficiente,
palabra «causa», como se usa en la vida cotidiana no implica más que regu
laridad de sucesión, porque ninguna otra cosa se usa para verificar las propo
siciones en que aparece 6.

Saber sí C causa E f por tanto, es saber si C es regularmente


- seguido por E. Si C es seguido por E sólo a veces, entonces la re-
: íadón no es causal. La causación no es ni más ni menos que la
regularidad de sucesión. Lo que nos da derecho a decir que C causa
E es la regularidad entre C y E. Esto, junto con la precedencia tem
poral, nos da una definición de «causa». C es la causa de E sólo
si 1) C precede a E y 2) C y E se dan juntos regularmente.
Será evidente que, en la explicación de Hume, no hay cosa tal
como un conocimiento a priori de las causas. No podemos saber
previamente a la experiencia qué causa qué, porque no podemos
saber previamente a la experiencia qué acontecimientos serán segui
dos regularmente por qué otros acontecimientos. «No hay objetos
—escribía Hume—v de los que por la mera inspección, sin consultar
la experiencia, podamos determinar que sean causas de otros; y no
hay objetos de los que podamos de la misma manera determinar
que no son las causas.»
-f—

. 5 Hans Reichenbach, The Rise of Scientific Pfoylosophy, págs. 157-58.


6 Moritz Schlick, «Causality in Everyday Life and in Science», en Knowledge
m d Valué (conocimiento y valor) (1.* ed.), ed. E. Sprague y P. Taylor (Nueva
York: Harcourt, Bracc & W orld, Inc.), pág. 195. Primera impresión en
Umverstiy of California Publicaiions in Philosophy, X V (1932).
Cuando vemos dos trenes que se aproximan rápidamente a treinta
metros por la misma vía, ¿no podemos decir a priori que habrá
colisión? Incluso aquí la respuetsa es no. Previamente a la expe
riencia de cómo se comportan los objetos sólidos, no podríamos
tener ni idea de qué sucede cuando se aproximan. Es siempre la
experiencia previa lo que nos capacita para predecir lo que sucederá.
Desde mucho antes del momento en que comenzamos a recordar
las cosas estamos familiarizados con la conducta de los cuerpos mó
viles; pero si abriéramos por primera vez los ojos ante el mundo y
viésemos aproximarse los trenes, no tendríamos más elementos de
juicio de que chocarían que de que se desviarían, explotarían, conver
tirían en gas, disolverían, se aniquilarían o volarían hasta la Luna,
La experiencia, y sólo la experiencia, puede decirnos qué causa qué/
A priori, cualquier conjunción de acontecimientos es igualmente pro
bable; hemos de aprender a través de la experiencia cuáles son las
que realmente acaecen.
La volición como causa. No obstante se puede objetar: «Lo que
usted dice puede ser verdad de los acontecimientos de la naturaleza
externa; pero hay algunos acontecimientos en los que captamos una
conexión necesaria, a saber, aquellos que se relacionan con nuestra
voluntad o volición. Yo no capto una conexión necesaria entre en
cender la mecha y la explosión, sólo conjunciones constantes entre
estos dos acontecimientos; pero la capto en el caso de desear algo y
luego hacerlo. Aquí hay una conexión necesaria real entre la causa y
el efecto.»
Hume replicaba que un acto de voluntad que causa un movi
miento de nuestro cuerpo no es diferente de ninguno de los otros
ejemplos. La única diferencia aquí es que en la causa (la volición)
está incluida una idea del efecto a producir. Pero aún hemos de
observar qué causa qué observando conjunciones constantes. Sé por
experiencia que el deseo de mover mi brazo va seguido por el movi
miento de mi brazo, pero que el movimiento de mi hígado, o de
mi coche, o de la Luna, no tiene lugar por mi voluntad de hacer
estas cosas. El niño recién nacido puede suponer que todo está bajo
el control de su voluntad, pero las numerosas fallas en el acontecer
de conjunciones constantes le enseñan la amarga lección de que no
es así. Qué cosas puede hacer lo averigua notando qué actos van
unidos constantemente con sus voliciones: por ejemplo, doblar las
rodillas por detrás pero no por delante.
Más aún, se exige otra condición, a saber, que los miembros de
uno estén en buena disposición para funcionar, pues si uno es espás-
tico o ha sufrido un ataque de parálisis, ninguna cantidad de voluntad
hará capaces a sus miembros de moverse de la manera deseada. La
conjunción constante real, por tanto, es entre C*1 (desear levantar
el brazo) más C-2 (miembros en buena disposición para funcionar)
y E (levantar el brazo). ¿Cómo puede entonces haber una conexión
necesaria entre la volición y el suceso, cuando en algunos casos el
suceso ni siquiera sigue a la volición?

U n hombre atacado repentinamente de parálisis en la pierna o en el brazo,


o que ha perdido recientemente estos miembros, frecuentem ente intenfa, al
principio, moverlos y emplearlos en sus menesteres habituales. Está tan cons
ciente de peder gobernar tales miembros como un hombre con perfecta salud
está consciente de poder accionar cualquier miembro que esté en su estado y
condición naturales... Ni en un caso ni en otro somos jamás conscientes de
ninguna... conexión necesaria. Aprendemos la influencia de nuestra voluntad
sólo de la experiencia. Y la experiencia sólo nos enseña que un acontecimiento
sigue constantemente a otro 7.

Objeciones al tratamiento de Hume. Este, pues, es el tratamiento


de H um e de la causalidad; pero por tentador que sea, no se r v ir á
tal como está. 1) Parece haber muchos casos de conjunción cons^mte
que no son casos de causalidad. En un cruce se penen 1?.¿ luces
verdes, luego las rojas, luego las verdes, y así sucesivamente en con
junción constante; sin embargo, las verdes no causan que se pongan
las rojas. La noche y el día se siguen regularmente, na obstante no
se causan mutuamente. El crecimiento del pelo en los niños va
seguido por el crecimiento de los dientes, no obstante lo primero no
causa lo segundo. 2) Parece haber muchos casos de causalidad que
no son casos de conjunción constante. Raspar la cerilla, decimos,
causa que se encienda; pero las cerillas raspadas no siempre se
encienden. Comer alimentos con especias causa a un hombre que le
sobrevenga un ataque de úlcera, no obstante comer alimentos con
especias no siempre conduce a la úlcera. Verle a usted en un combate
de boxeo puede causarme sorpresa, pero si le veo por segunda vez
puedo no sorprenderme. Decido levantar mi brazo y mi brazo se
levanta, pero si luego, de repente, tengo un ataque de parálisis, y no
puedo levantarlo, sigue siendo verdad que mi decisión de subirlo
fue lo que causó que se alzase la primera vez. Y así sucesivamente.
Aún puede ser adecuado un análisis del tipo del de Hume, pero no
el análisis de Hume.
Analicemos con más cuidado qué se entiende por «conjunción
constante». ¿Significa que siempre que ocurre C ocurre E? ¿Signi
fica que si E ha ocurrido, podemos inferir que ha ocurrido C? ¿Sig

7 David Hume, A n Enquiry Concerntng H uman Understandingj parte V II.


nifica que si C no ocurre E no ocurrirá? Aquí llegamos a una distin
ción que es de gran importancia al hablar sobre causalidad: la dis
tinción entre condición necesaria y condición suficiente; pero la frase
«conjunción constante» no aclara si se refiere a condición necesaria,
condición suficiente, o ambas.
1. Condición necesaria. Cuando decimos que C es una condición
necesaria para que se dé E, no entendemos que haya una conexión
necesaria entre C y E, aunque a veces decimos «para que ocurra E,
debe ocurrir C». Lo que entendemos (o deberíamos entender) e s ;
simplemente el hecho empírico de que en ausencia de C, E nunca
ocurre. Así, en ausencia de oxígeno, nunca tenemos fuego. La presen
cia del oxígeno no es en ningún sentido condición necesaria lógica
mente para que se dé el fuego. Sólo por experiencia podemos saber
cuáles son las condiciones cuya ausencia va seguida por la ausencia
del acontecimiento. «El oxígeno es necesario para el fuego» es, así,
un simple enunciado empírico, contrastable en la experiencia.
Si el oxígeno (C) es necesario para el fuego (E), también pode
mos decir que, si hay fuego, hay oxígeno presente. Así podemos de
cir cuando C es una condición necesaria de E:

Si no C, entonces no E,

o, lo que es lo mismo,
Si E , entonces C.

Pero no podemos decir ninguna de estas cosas:

Si C, entonces E.
Si no E, entonces no C.

2 . Condición suficiente. Se dice de C que es condición suficiente


para que se dé E si, invariablemente, siempre que C ocurre, ocurre E.
«Si estí lloviendo en la calle, la calle está mojada.» Que la lluvia
tenga lugar es suficiente para que la calle esté mojada. No es nece
sario, sin embargo: la calle podría estar mojada aunque no hubiese
llovido. por ejemplo, si hubiese acabado.de pasar una regadera. Decir
que C es suficiente para E es decir

Si C , entonces E,

o lo que es lo mismo,
Si no E, entonces no C.
Pero no podemos decir ninguna de estas dos cosas:

Si no C, entonces no E.
Si E , entonces C.

Así, la condición necesaria y la condición suficiente son cada cual el


reverso de la otra.
Causa como condición suficiente, A la luz de esta distinción, ¿es
plausible definir «causa» como condición necesaria? Es claro que
no: hay cantidades de condiciones necesarias que no llamaríamos
causas. Por ejemplo, si alguien le pregunta «¿se ha matriculado’para
este curso?» y responde «bueno, como usted sabe, he nacido», su
respuesta no será considerada satisfactoria. No obstante, haber na
cido es una condición necesaria para que esté usted aquí o en cual
quier otro sitio en este momento. Para que ocurra cualquier suceso,
es una condición necesaria que haya un universo; si se le pregunta
la causa de un suceso dado, no bastará responder que hay un uni
verso. La causa, pues, no es lo mismo que la condición necesaria. La
condición necesaria algo tiene que ver con la causalidad: a menudo
nos referimos a una condición necesaria como uno de los factores
causales (no como la causa): por-ejemplo, para que algo pueda arder,
debe haber oxígeno; el oxígeno es una condición necesaria para la
combustión. Se puede decir que es un factor causal de la combustión
(al contrario que el color del objeto combustible, que en absoluto
es un factor causal), pero no es, ciertamente, la causa.
Y entonces, ¿qué hay de la condición suficiente? Intentando
remediar los defectos del tratamiento de la causalidad de Hume,
John Stuart Mili (1806-1873) definió «causa» como condición sufi
ciente. ¿Qué condiciones son suficientes para la combustión? 1) Ha
de haber material combustible. 2) Hay un requisito de temperatura:
cuando la substancia sea calentada a cierta temperatura, arderá. (Cuál
sea la temperatura difiere de una substancia a otra.) 3) Debe haber
oxígeno. Cuando estén presentes todas estas condiciones, la subs
tancia arderá; estas condiciones juntas son suficientes. Notemos
que cada una de las condiciones sola es necesaria, pero ninguna de
ellas por separado es suficiente. Las tres deben estar presentes a
fin de tener una condición suficiente. La combinación de condi
ciones que juntas constituyen la condición suficiente es la causa del
suceso.
El caso de la combustión es excepcional mente simple: tres con
diciones solamente son suficientes para la combustión. ¿Qué es sufi
ciente para que el coche funcione adecuadamente? Aquí las condi-
dones son mucho más numerosas: deben estar puestas las ruedas,
no deben estar rotor, los ejes, el motor y el generador y otras innu
merables partes deben funcionar adecuadamente y estar conectadas
de cierta forma, etc. La lista de condiciones necesarias llegaría a los
millares. Y cada una de estos miles habría de ser incluida como parte
de la condición suficiente, pues cualquier cantidad inferior a la tota
lidad de ellas no sería suficiente para que anduviese el coche. No
obstante, este ejemplo es sobremanera simple comparado con ejem
plos del ámbito biológico, y aún más simple comparado con ejemplos
del ámbito humano: ¿qué conjunto de condiciones han de ser
satisfechas para que una persona disfrute con una discusión filosófica,
por ejemplo? Aquí las condiciones son asombrosamente complejas;
e incluso sí agrupásemos gran cantidad de elementos probablemente
aún no tendríamos una condición suficiente. En general, es mucho
más fácil reunir condiciones necesarias (condiciones en ausencia de
las cuales el acontecimiento nunca ocurre) que condiciones suficien
tes (condiciones en cuya presencia el acontecimiento siempre ocurre).
Las condiciones suficientes, pues, están lejos de ser simples. Las
únicas que pueden ser fácilmente enumeradas son aquellas que causan
«sucesos negativos»', el que algo no ocurra. Para que su aparato de
radio no funcione, es suficiente sacar el enchufe. También es sufi
ciente quitar una de las válvulas. Aquí hay muchas condiciones, cada
una de las cuales por sí sola es suficiente. Pero para que ocurra el
suceso positivo -—que la radio funcione adecuadamente— no hay
un conjunto simple de condiciones suficientes: la lista es larga, pero,
al menos en este caso, el reparador de aparatos de radio conoce todo
el conjunto de condiciones de las cuales depende que funcione la
radio, pues puede (habitualmente) hacer que la radio funcione, y
desde luego no funcionaría a menos que fuese satisfecho un con
junto de condiciones suficientes para su funcionamiento. En el caso
de la preservación de la salud corporal hasta la edad de cien años,
no se conoce ningún conjunto completo de condiciones.
«La causa, pues, filosóficamente hablando — escribe Mili— es la
suma total de las condiciones, tanto positivas como negativas; el
total de las contingencias de cada descripción, a las que, realizadas,
invariablemente sigue el consiguiente [suceso].» De acuerdo con
Mili, ésta es la definición científica correcta de «causa». La causa (la
causa total) es el conjunto de condiciones suficientes para producir
el suceso, esto es, el conjunto d e , condiciones mediante cuya satis
facción ocurre invariablemente el suceso. Enunciar la causa de un
suceso es enumerar este conjunto total de condiciones.
No es un único suceso lo que causa otro suceso. Lo que causa un
suceso (el efecto) es un conjunto total de condiciones, de las cuales
unas son sucesos (como prender la mecha) pero otros son estados de
una substancia (que la pólvora esté seca) y otros, in:luso, estados
del entorno (que haya oxígeno en el aire). La causación se da normal
mente en la' historia de las entidades perdurables que llamamos
substancias o, más popularmente, cosas, (Esto, sin embargo, puede
no ser verdad en todos los casos: un rayo puede causar la muerte
de un hombre, pero, ¿es la caída de un rayo una substancia?) Así,
Mili intenta soslayar h objeción hecha al punto de vista de Hum e de
que los sucesos no causan por sí mismos otros sucesos. Hume
nunca dijo que lo hicieran, pero su persistente referencia a las
conjunciones constantes entre causa y efecto, como si la causa fuese
un suceso y el efecto otro, indujo a muchos críticos a concluir que
Hum e pensaba que la causa de un suceso era siempre otro suceso.
¿Cuadra la teoría de Mili con nuestro uso de la palabra «causa»
en la vida diaria? No del todo. Mili pretendía dar la «teoría cientí
fica», que requería la agrupación de ¿odas las condiciones de las
que depende el suceso. Pero en la vida diaria decimos que raspar
la cerilla causó que se encendiese, comer arsénico causó la muerte
del hombre, encender la mecha causó que explotase la pólvora, caer
por una escalera causó que el hombre se rompiese la pierna. Ninguna
de estas condiciones es suficiente para que tenga lugar el suceso en
cuestión: todos ellos exigen la presencia de otras innumerables condi
ciones, que se suponen presentes. De entre la vasta variedad de con
diciones que, juntas, constituyen la condición suficiente, selecciona
mos una y la llamamos la causa, aunque todas sean igualmente
indispensables para el suceso en cuestión, y todas igualmente son
partes o componentes de la condición suficiente. Seleccionamos la que
seleccionamos por que 1) es la última condición por satisfacer antes
de que el efecto tenga lugar, o 2) es la condición que creemos que
aún no conoce nuestro oyente o 3) es la condición cuya participación
en el caso es más patente. Así, la pólvora está en el lugar, hay
oxígeno en el aire, etc., y encender la mecha es la última cosa que
tenemos que hacer para que explote la pólvora. O decimos que
comer arsénico causó su muerte, aunque pudiese haber comido diez
veces má* arsénico con impunidad si las paredes de su estómago
hubiesen sido de hierro. Pero suponemos que nuestro oyente ya
sabe que las paredes del estómago no están constituidas de esa ma
nera, por lo que no mencionamos esto como causa, aunque sea tan
factor causal como el comer arsénico. O decimos que se rompió la
pierna porque cayó desde una escalera, aunque no mencionamos
que aterrizó en terreno duro, y no en un charco de barro. O que
su cuerpo era más pesado que el aíre (sin lo cual él no hubiese caído
a tierra después de resbalar de la escalera). Así, pues, en nuestro
lenguaje causal ordinario, hablamos como si un suceso por sí solo
causase otro suceso, pero de hecho no es así: por varias razones
prácticas, aislamos una condición y habíamos como si ésta fuera
la causa, aunque de hecho puede haber muchas condiciones caúsales,
todas las cuales sean requeridas para que tengamos una condición
suficiente.
Cuando los factores causales son extremadamente numerosos,
como en el ámbito de la conducta humana, estamos más inclinados
que nunca a hablar de esa manera. ¿Cuál es la causa de este robo
con escalo? «La cerradura era fácil de forzar», dice una persona.
«Todos estaban fuera», dice otra. «La casa estaba bastante retirada
de la calle.» «Hacía una noche oscura y sin luna, en la cual la de
tección e identificación habrían sido difíciles.» «El ladrón acababa de
escapar de la cárcel.» «Consideren su entorno familiar: ahí reside la
causa real.» Todos éstos son factores causales. Todos ellos pueden
tener algo que ver con el efecto en este caso, pero separamos uno '
de ellos y hablamos de él como si fuese la causa. ;
A menudo llamamos a ese factor causal la «causa» y a todos ‘||\;
los demás las «condiciones». Pero Mili concluía que no hay base para /] P
tal distinción: todos los factores son causalmenbe relevantes para
que acaezca el efecto. ;
No queda mucho de la teoría originaria de la causa como un- " &
suceso-C-seguido-por-un-suceso-E. A menudo un suceso que es seguí- V
do regularmente por otro no es ni siquiera un factor causal. La
conjunción constante entre C y E puede ser resultado de algo que
los causa a ambos. La luz roja sucede con monótona regularidad a ;í
la luz verde, y la verde a su vez a la roja, pero no hay relación ;■ |
causal: hay un mecanismo que controla las reglas de sucesión de las .. t ?
luces, y si ese mecanismo no funcionase, ni el rojo ni el verde , |
continuarían. Por una razón similar, el día no es causa de la noche .>: [f.
ni la noche del día, aunque hay una conjunción constante entre am-
bos. Hay una alternancia regular de día y noche, y la causa dsvjs.
esta alternancia es que 1) la Tierra rota sobre su eje;' 2) el Sol
continúa brillando (si no, el giro de la Tierra sería en vano en lo F -
concernieme a la llegada del día), y 3) no hay material opaco entre
la tierra y el sol que intercepte la luz. Estas son las condiciones f
que, juntas, son suficientes para que tenga lugar la alternancia del K
día y la noche, y cada una de ellas es una condición necesaria.
Pluralidad de causas. Varias condiciones unidas hacen una con
dición suficiente, pero, ¿es cada una de éstas siempre una condición
necesaria? Quizá las condiciones i , 2 y 3 juntas sean suficientes
para producir E; pero quizá las condiciones 4, 5 y 6 sean también
suficientes, juntas, para producir E, aunque no se den 1, 2 y 3.
Entonces tenemos des condiciones suficientes para E. O quizá haya
superposición: 1, 2 y 3 pueden ser suficientes para E, y 1, 2 y 4
ser también suficientes para E. En este caso las condiciones 1 y 2
son necesarias, pues E no se da sin ellas, pero las condiciones 3 y 4
no, pues a veces se da E sin ellas.
Parece, en efecto, como si a veces hubiese pluralidad de causas.
El mismo efecto puede darse con un conjunto diferente de condi
ciones. Si deseamos quitar una mancha de una prenda, podemos
hacerlo usando gasolina o tetracloruro de carbono o algún otro
reactivo. Podemos producir ciertos compuestos orgánicos, o bien
induciendo reacciones químicas en organismos vivos, o bien sinteti
zándolos a partir de sus elementos o de compuestos más simples.
Podemos ser expulsados de la escuela por poner una bomba en el
escritorio del director o por escribir cosas indecorosas en el periódico
del colegio, y así sucesivamente.
Por el contrario, a menudo sucede que la pluralidad de causas
es sólo aparente. 1) j\ veces se incluye demasiado en la enunciación
de la condición suficiente. Si quitar el enchufe es suficiente para
que no suene la radio, entonces quitar el enchufe más que haya luna
llena es también suficiente: cada vez que quitamos el enchufe y hay
luna llena la radio deja de sonar. Pero no consideramos la luna
factor causal porque la radio deja de funcionar sólo con que quitemos
el enchufe, haya luna llena o no. En este ejemplo, la irrelevancia
de la luna es fácil de ver, pero otros ejemplos no son tan obvios.
Así, podemos decir que a la bola de billar B se le hizo mover en
otra dirección, no sólo porque la golpeó la bola A, sino porque usted
le pegó con el codo o por tirar de la mesa, o por un temblor de
tierra. Pero esto difícilmente puede ser considerado como caso ge
nuino de pluralidad de causas: lo que es necesario y suficiente para
el movimiento de la bola es que se le aplique cierto grado de fuerza
en esa dirección; no importa quién o qué le proporcione la fuerza,
por tanto no hace falta poner en la lista de las condiciones nece
sarias de que depende el hecho ninguna mención de esos particu
lares. De igual modo, en las condiciones enumeradas que conside
ramos en los dos párrafos anteriores, incluir 3 y 4 como condiciones
podría ser incluir demasiado: lo que realmente es causa es un com
ponente, C, que 3 y 4 tienen en común. Si esto es así, la plura
lidad ha sido eliminada, porque el conjunto total de condiciones en
ambos casos es 1, 2 y C, 2) A veces el mismo tipo general de efecto
puede ser provocado por medios diferentes: una casa puede arder
como resultado de que caiga un rayo, de uri horno sobrecalentado,
de un incendio premeditado, etc. Si «una casei ardiendo» es el efecto,
éste puede ser provocado por muchos conjuntos diferentes de condi
ciones. Pero el inspector de seguros que examina las ruinas después
del fuego puede a menudo detectar la diferencia entre un fuego
debido al rayo y un fuego debido a un horno sobrecalentado me
diante un examen cuidadoso de las ruinas. El efecto es diferente
de algún modo en los dos casos, y «destrucción por fuego» es un
término general que cubre muchos efectos específicos diferentes.
Quizá si discerniéramos los efectos con tanto cuidado como las cau
sas, concluiríamos que no hay pluralidad de causas.
No intentaremos decidir la cuestión de la pluralidad de causas:
ése es un tema que han de decidir empíricamente los científicos,
nuestro único cometido es aclararnos lo que significan estos términos.
Hablaremos sobre la causalidad de manera que quede abierta la
cuestión de la pluralidad de causas. Cuando decimos que C, la causa,
es suficiente para E, el efecto, no nos comprometeremos acerca de
si es el único conjunto de condiciones que es invariablemente se
guido por E.
Nuestro conocimiento de las causas. Puesto que no poseemos un
conocimiento a priori de qué causa qué, la respuesta a la cuestión
«¿cómo, entonces, sabemos qué causa qué?» puede parecer sobre
manera simple: la observación empírica: Pero ésta no es una res
puesta suficientemente específica. ¿Qué clase de observación nos
dirá qué causa qué? Podemos decir, a partir de la observación empí
rica, que un acontecimiento precede a otro, que el relámpago pre
cede al trueno; pero ¿podemos decir a partir de una observación
qué causa qué?
Suponga que ha observado en innumerables ocasiones que un
trozo de papel arde cuando lo pone al fuego. Supuso entonces que
era suficiente para la combustión de una substancia combustible ca
lentarla hasta cierta temperatura. Luego intentó el experimento en
una cámara que no contuviese oxígeno y halló que no ardía. Puede
no haber pensado nunca en k presencia del oxígeno como condición,
ya que en nuestra experiencia normalmente está presente el oxígeno;
pero una vez ausente, intenta encender fuego sin él y ve que es una
condición necesaria. Usted no podía saber a priori que era el oxígeno
lo necesario, en vez de otra cosa: sólo lo sabe por mediación de
repetidos experimentos. De modo similar, si desea saber si una va
cuna es suficiente para proteger de una enfermedad a los cobayos,
inyécteles la vacuna y vea si cogen la enfermedad cuando están ex
puestos a ella. (Si sólo lo hacen algunos, intervienen otras condi
ciones que usted aún no ha escudriñado.) Puede, ciertamente, saber
por un experimento que una condición, C, es la causa de E sola
mente si sabe que todo lo demás ha permanecido igual. Si aprieto
un botón y se enciende una luz, puedo inferir una relación causal
entre estas dos cosas sólo si sé que todo el resto de Ja situación ha
permanecido igual; y, ¿cómo puedo saber esto después de un solo
ensayo? Podría haber ocurrido alguna otra cosa justo en el mo
mento en que apreté el botón y que fuese la causa (o al menos una
parte de la condición suficiente). Si aprieto una y otra vez, y cada
vez que lo hago se enciende la luz, se hace más y más verosímil
que es un factor causal (junto con otras condiciones presentes, como
el circuito no esté roto y la central eléctrica continúe funcionando).
SÍ desea saber si C es necesario para E, varíe las condiciones y vea
si obtiene E faltando C alguna vez. Si desea saber si C es suficiente
para E , ensaye las condiciones C y observe si E se da siempre.
¿Cuál es la fuerza del «siempre»? Se supone que «siempre» se
ha de tomar literalmente, significando en todos los casos, pasados,
presentes y futuros. Pero si esto es así, no podemos saber ahora
que C causa E, porque no hemos observado ningún caso futuro (ni
innumerables casos pasados y presentes). Sin embargo, como en cual
quier ley de la naturaleza, todo esto está presupuesto: cuando de
cimos que un material combustible calentado en presencia de oxígeno
causa combustión, afirmamos implícitamente que, si se satisfacen
las condiciones, sucederá mañana, no sólo hoy y ayer. Y esto, por
supuesto, no podemos saberlo estrictamente: podemos sólo obtener
grados variables de probabilidad. Toda nuestra experiencia pasada
nos induce a creer que el papel arderá mañana en el fuego si hay
oxígeno presente: siempre ha ocurrido en estas condiciones, y no
se nos ocurren otras condiciones que sean también necesarias. Esto es
todo lo que necesitamos para fines prácticos, y, en cualquier caso,
es todo lo que se puede lograr. Sólo tenemos que decir: «Toda nues
tra experiencia hasta ahora ha mostrado que C causa E, y nada del
total de nuestra experiencia ha proyectado la menor sombra de duda
sobre ello.» Si C será o no seguido por E mañana, nc lo sabremos
de seguro hasta que no llegue mañana.
Otro análisis de la causalidad. Hasta ahora no heme s cuestionado
la definición de «causa» como «condición suficiente». Sin embargo,
muchos estarían en desacuerdo con esta definición. No podrían cues
tionar el derecho de Mili a usar la palabra «causa» de esa manera,
pero observarían que ésa no es la forma en que usamos la palabra
en la vida diaria, y que ordinariamente entendemos algo completa
mente distinto. Mili pretendía dar una definición científica, esto es,
una definición que reflejase la forma en que se usa la palabra «causa»
en la empresa científica; y quizá su uso de la palabra se aproxime
al uso científico. Pero, se arguye, en nuestro discurso cotidiano no
entendemos por «causa» lo que Mili entiende. Entonces, ¿cuál es
su significado en la vida diaria?
Causalidad de persona-a-persona. De acuerdo con R. G. Col-
lingwood (1889-1943) el sentido original, el fundamental, el primor
dial, de «causa» aparece en las acciones de los seres humanos con
relación a otros seres humanos. Cuando quiera que yo le induzca,
persuada, urja, fuerce o compela a usted a hacer algo, le estoy
causando que actúe de cierta forma. La influencia puede abarcar todo
el recorrido que va desde causarle que actúe voluntariamente de ma
nera diferente a como, de otro modo, lo habría hecho hasta forzarle
a hacerlo así. Claramente, si yo le fuerzo apuntándole con una pistola,
le estoy causando que haga algo (algo que de otro modo no habría
hecho). Pero cuando un titular dice «el discurso de Churchill causa
la suspensión de las sesiones de la Cámara de los Comunes», no
quiere decir que el discurso compeliese al presidente de la Cámara
a suspender las sesiones; significa que, al oír el discurso de Churchill,
el presidente decidió libremente suspenderlas. De la misma forma,
decimos que la carta de un acreedor causa que un hombre pague una,
deuda. Es en la influencia de agentes humanos sobre otros agentes
humanos en donde debemos buscar el origen de la idea de causalidad:

¿De qué impresión, como pregunta oportunamente H um e, deriva esta


idea? Yo contesto, de impresiones recibidas en nuestra vida social, en las
relaciones prácticas de hombre a 'hombre; específicamente, de la impresión de
«compeler» o «causar» a otro hombre que haga algo cuando, por medio de la
argumentación o el mandato o la amenaza o cosa parecida, lo ponemos en una
situación tal que sólo puede realizar sus intenciones haciendo esa cosa; y vice
versa, de 'la impresión de ser compelidos o inducidos a hacer alg o 8.

Es este sentido primitivo de «causa» como influencia directa


o incluso compulsión ejercida sobre otro ser humano el responsable
de nuestra tendencia a usar la terminología de «conexión necesaria»

8 R. G. CoUingwood, «O n the So-called Idea of Causation* («Sobre la lla


mada idea de causación»), citado en Freedom and Kesponsability, ed. H erbert
Morris (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 1961), pág. 307. El artículo
fue publicado por vez primera en Proceedings o/ the Aristotelian Society,
1938, págs. 85-108.
al hablar de la causalidad: sentimos la influencia o compulsión ejer
cida por nosotros, o ejercida por los demás sobre nosotros; y cuan
do tendemos a pensar en los objetos del mundo físico cuyo curso
cambiamos mediante nuestras acciones como si fuesen otros agentes
a los que pudiéramos compeler, entonces aparece eí animismo, lo
que explica por qué nuestro discurso cotidiano sobre la causalidad
está tan entreverado de animismo.
Aunque éste sea el sentido más básico o primitivo de «causa», no
es el único ni siquiera el principal sentido en que usamos hoy la
palabra. Pero incluso así, dice Collingwood, Mili está equivocado;
pues nuestro principal sentido cotidiano es una extensión de este
sentido primitivo, pero no tan alejado de él como el de Mili. ¿Cuál
es, entonces, este sentido principal?
Causalidad de persona-a-cosa. Mediante nuestras acciones no sólo
influimos en otros seres humanos, sino que cambiamos el curso de
los acontecimientos de la naturaleza.

En el sentido 2, no menos que en el sentido 1, la palabra «causa» expresa


una idea relativa a la acción humana; pero h acción es en este caso una
acción tendiente a controlar, no a otros seres humanos, sino objetos de la «natu
raleza», u «objetos físicos». En este sentido, la «causa» de un acontecimiento
de la naturaleza es el mango, por así decir, por medio del cual pedemos mani
pularlo. Si queremos impedir o producir tal cosa, y no podemos producirla
o impedirla inmediatamente (como podemos producir o impedir ciertos movi
mientos de nuestros cuerpos), nos ponemos a buscar su «causa». La cuestión
«¿cuál es la causa de un suceso y?» significa en este caso «¿cómo podemos
producir o impedir y a voluntad?»...
Este es un sentido muy común en nuestro uso cotidiano moderno. La causa
de un cardenal es el puntapié qus recibió un hombre en el tobillo; la causa de
la malaria es la picadura de un mosquito; la causa del hundimiento de un
bote es que está sobrecargado; la causa de que se enmohezcan los libros es
que están guardados en una habitación húmeda; la causa de que sude una
persona es que ha tomado una aspirina; la causa de que se apague el horno
por la noche es que tenga d tiro insuficientemente abierto; la causa de que
se pongan mortecinos los retoños es que nadie los riegue; y así sucesivamente9.

En cada uno de estos casos, el suceso es algo que podemos pro


ducir o evitar. La causa es el mango manipula torio por cuya me
diación podemos realizar la producción o impedimento. Igual que
podemos alterar las acciones de los otros seres humanos, podemos
alterar el curso de ciertos sucesos de la naturaleza; y la causa es lo
que hacemos para alterarlos.
Cuando el lápiz cae de las manos al suelo, nadie diría que la
causa de su caída durante el segundo tiempo de su descanso sea su

9 Ibid., págs. 304-5. Las cursivas son mías.


caída durante el primer tiempo, o que la causa del tercero sea d
segundo, y así sucesivamente. No obstante, en tanto continúe ope-:
rando la Ley de la Gravitación, y no se haiíle ningún objeto en el
camino para impedir su caída, estar en un punto en el momento ti
es una condición suficiente para que esté en un lugar un milímetro
más abajo en el tiempo t 2, una fracción de segundo después. Pero
no hablamos de causalidad de esta manera; más bien, decimos que
la causa de que diese en tierra el lápiz es que yo lo soltase. O si
calentamos un trozo de hierro sometiéndolo a la llama, se pondrá
rojo; pero normalmente no decimos que causamos que se ponga rojo
el hierro: somos causa de que se caliente (por ponerlo al fuego), y
cuando está suficientemente caliente, se pone rojo por sí mismo sin
ninguna otra actividad por nuestra parte. En ambos casos, la con
dición mencionada es una condición necesaria para el efecto, así como
un componente de la condición suficiente; no obstante no hablamos
de ella como causa. ¿Por qué?
De acuerdo con el punto de vista que estamos considerando, la
respuesta es que nó llamamos causa a una condición a menos que
incluya algo que hagamos nosotros para realizar el efecto. Decimos
correctamente que la causa de la caída de la piedra es que la solta
mos: esto es lo que hacemos para conseguir que caiga la piedra. No
hacemos nada para conseguir que la piedra ejecute el segundo mo
vimiento de su caída que no hubiésemos hecho ya en el primer movi
miento. Después de soltarla, no necesitamos hacer más para que dé
en el suelo. Soltar la piedra es una técnica manipulatoria que em
pleamos para conseguir que caiga la piedra. De modo similar, en el
caso del hierro, no hacemos nada para conseguir que se ponga al
rojo que no hubiésemos hecho ya para conseguir que se calentara.
No hay ninguna técnica manipulatoria para conseguir que se ponga
al rojo, fuera de la que usamos para calentarlo. De aquí que no
digamos normalmente que somos causa de que se ponga al rojo, sino
sólo que causamos que se caliente. Después de ponerlo al fuego, el
resto ocurre por sí mismo, aparte de nuestra intervención.
Desde tiempo inmemorial las personas han hablado de causación
en aquellas situaciones en las que hacen algo para conseguir que
ocurra otra cosa; mueven sus cuerpos para lograr cierto efecto:
usted mueve su puño hacia adelante (causa) para golpear a alguien
en la mandíbula (efecto); levanta el tenedor hasta su boca (causa)
para tomar el alimento (efecto); y así sucesivamente. La condición
que llamamos causa es la que podemos manipular, pero no es una
condición suficiente; para que se dé el efecto se requieren muchas
otras condiciones, por ejemplo, que su brazo esté en buena dispo
sición para funcionar. Pero aunque ésta es una condición del suceso,
no es una causa. En la vida cotidiana distinguimos tajantemente (a
pesar de Mili) entre causas y condiciones. No importa cuántas condi
ciones hayan de realizarse antes ¡de que el efecto tenga lugar, no
llamamos a algo causa a menos que incluya una técnica manipu
latoria (un mango manipula torio) por medio de la cual podamos
lograr que se produzca el efecto ,0.
O tros filósofos, como H . L. Á. H a rt y A. M. H onore n , hacen
también una tajante distinción entre causa y condiciones, pero de
forma algo diferente. En la vida ordinaria decimos a menudo que
C causó E aunque no estemos en absoluto seguros de que C va
seguido regularmente por E y no deseamos comprometernos con la
generalización de que lo hará. Podemos creer, y correctamente, que
el que A golpease a B en la nariz causó la hemorragia de B sin
creer que el golpe de una persona en la nariz de otra vaya siempre
seguido de hemorragia, y sin saber nada sobre la fuerza que deba
tener el porrazo, o sobre la debilidad de las membranas de la nariz,
para que el golpe sea seguido regularmente por la hemorragia. Es
cierto que requerimos algunas generalizaciones, aunque sean burdas.
Si alguien dice que la muerte de A fue causada por una mancha
solar, necesitaremos alguna generalización para explicar la conexión,
ya que no hay nada en nuestra experiencia que conecte la muerte
con las manchas solares. Pero decimos, y con verdad, que arrojar
una cerilla encendida en el cesto lleno de papeles es Ja causa del
fuego, aunque no deseemos decir que todas las veces que alguien
tire una cerilla encendida en un cesto lleno de papeles habrá fuego.
Que haya oxígeno en el aire y papeles en. el cesto son condiciones
del fuego (la primera, necesaria con toda seguridad, la segunda no),
pero no las llamamos causa del fuego; decimos que la causa es que
arrojásemos dentro la cerilla encendida. Gaskíng diríe que llamamos
causa a ésta porque implica una técnica manipúlate ria: arroja: la
cerilla es algo que hacemos, cuyo resultado es que se f renda e! tuego.
Pero H art y Honore dan una explicación distinta. D.Lcen que habla
mos de la causa del suceso (en oposición a las meras condiciones)
como el factor que constituye una separación de la norma — el pro
cedimiento o funcionamiento normal— de la naturaleza.

10 Douglas Gaskíng, «Causation and Recipes* («Causación y recetas»),


Mind, 1957. La opinión de Gaskin sobre la causalidad es la misma que el se
gundo sentido de «causa» de CoUingwood en el artículo citado antes.
11 H . L. A. Hart y A. M. Honore, Causation in the Law> especialmente el
capítulo 2.
La experiencia común nos enseña que, abandonadas a sí mismas, las cosas
que manipulamos, puesto que tienen una «naturaleza» o forma característica de
comportarse, persistirían en este estado o mostrarían cambios diferentes de
aquellos que hemos aprendido a realizar en ellas por medio de nuestra maní'
pulación. La noción de que una causa es esencialmente algo que interfiere con,
o interviene en, el curso de los sucesos que tendrían lugar normalmente, es
esencial al concepto de causa dei sentido común, al menos tan esencial como
las nociones de sucesión invariable o constante tan acentuadas por Mili y Hume.
Las analogías con la interferencia de los seres humanos en el curso natural de
los sucesos establecen en parte, incluso en los casos en que no hay literal
mente intervención humana, qué es lo que ha de ser identificado como causa
de un suceso; la causa, aunque no sea una intervención literal, es una dife
rencia en el curso normal que da cuenta de la diferencia en el resu ltad o ,2.

Así, decimos que arrojar un cigarrillo encendido en el material


inflamable causó el fuego del edificio, siendo la sequedad del edificio
y la presencia del material combustible simples condiciones.

En un accidente ferroviario habrá factores tales como la velocidad normal,


la carga y peso del tren, y el frenado y aceleración de costumbre. Estos fac
tores son, desde luego, exactamente aquellos que están presentes tanto en el
caso en que se producen accidentes como en los casos normales en que no se
producen; y es esta consideración la que nos induce a rechazarlos como causa
del accidente, aunque sea cierto que sin ellos no habría sucedido el accidente.
Es patente, desde luego, que citar los factores que están presentes tanto en eJ
caso de! desastre como en el del funcionamiento normal no explicaría nada:
tales factores no «originan la diferencia» entre el desastre y el funcionamiento
normal, como lo hacen el raíl torcido o la caída del cigarrillo encendido...
Las condiciones norm ales... son aquellas condiciones que están presentes
c o j t m parte del estado o modo de operar habituales de la cosa en consideración;
algunas de tales condiciones habituales serán familiares, rasgos generales del
entorno, y nuchas de ellas no sólo estarán presentes en el caso del desastre y
en el del iuncionamiento normal, sino que aquellos que hacen indagaciones
causales gereralmente sabrán muy bien que están presentes... Lo que, en este
sentido, es anormal «origina la diferencia» entre el accidente y la sucesión
habitual de las cosas ,3.

Así, si el señor Smith tomó veneno o fue apuñalado, damos


esto como la causa de su muerte. Si hay una investigación sobre su
muerte y un abogado dice que la causa de su muerte fue la privación
de oxígeno de sus células sanguíneas, el tribunal no estará muy
interesado en tal dato. La condición dada es, ciertamente, suficiente
para cualquier muerte humana; pero el tribunal desea saber, no cuál
es la condición suficiente para la muerte humana en general, sino
cuál fue la causa de la muerte de ese hombre en ese momento. La
ciencia está interesada en la cuestión «¿en qué condiciones se dan

12 Ibid., pág. 27. Las cursivas son mías.


13 Ibid., págs. 32-33.
siempre los sucesos de este tipo?», pero en la vida cotidiana, como
en io legal, estamos interesados en preguntar «¿cuál fue la causa de
este acontecimiento», que en la presente explicación podría ser tra
ducida como «¿por qué ocurrió esto cuando normalmente no su
cedería?»
Distinguimos, por tanto, entre condiciones permanentes (aquellas
que son necesarias para el acontecimiento pero se dan suceda o no
suceda el hecho) y condiciones diferenciales (aquellas que «originan
la diferencia» entre lo que ocurrió y la «marcha normal»). Pero el
rasgo de la situación que llamamos la causa variará, dependiendo
de lo que tomemos por condiciones permanentes. Por ejemplo, un
hombre que tiene úlcera come alimentos condimentados un día y
tiene un ataque agudo. La esposa de ese hombre puede dar como
causa del ataque c! hecho de que comió alimentos condimentados;
el médico que ha sido llamado puede dar como causa la úlcera.
Ambos están en lo cierto, pero las condiciones permanentes son
diferentes en cada caso. La mujer pregunta: «Puesto que tiene úl
cera, ¿por qué tuvo hoy el ataque, cuando generalmente no tiene
ninguno?», y la respuesta es que comió alimentos condimentados.
El médico, sin embargo, pregunta ¿qué hizo que este hombre su
friese un ataque después de comer alimentos condimentados, cuando
otros hombres no los tienen?», y la respuesta es que tiene una úlcera.
(Los demás no sufrirían un ataque aunque comiesen alimentos con
dimentados.) Lo que uno toma como condiciones permanentes de
pende del contexto, y el contexto de la mujer es diferente del del
médico. O tro ejemplo:

Un coche patina cuando está tomando cierta curva, vuelca y se enciende


en llamas. Desde el punto de vista del conductor, la causa del accidente fue
girar demasiado rápido, y la lección es que se debe conducir con mis cuidado.
Desde el punto de vista del inspector del distrito, la causa fue una carretera
de superficie defectuosa, y la lección es que se deben hacer carreteras a prueba
de patinazos. Desde ei punto de vísta del fabricante, la causa fue un diseño
defectuoso, y la lección es que se debe poner más bajo el centro de gravedad 14.

Pero no es cierto, de acuerdo con H art y Honore, que la causa


sea siempre algo que hacemos. Cuando lo que hacemos está «des
viado de la norma», como ocurre a menudo, entonces es la causa;
pero a menudo estas desviaciones se dan en la naturaleza sin inter
vención del hombre, como cuando decimos que el rayo causó el
incendio o el estrépito del trueno causó la espantada del ganado.

u R. G. Collingu'ood, «On the So-called Idea of Causation», en Morris,


op. cit., pág. 306.
Posibles criticas a estos puntos de vista. 1. Estas explicaciones
de la causalidad están ellas mismas plagadas de lenguaje causal.
Hum e y Mili por lo menos intentaron definir «causa» usando tér
minos que no fuesen ellos mismos causales. Pero manipular es causar
en cierto sentido, y el término «técnica manipulatoria», o «mango
manipulatorio», es él mismo un término causal, que no puede ser
usado para definir «causa» sin circularidad. A su vez, en el sentido’
volitivo de «causa» de Colligwood, causar es identificado con inducir,
persuadir, urgir, etc., que son modos de causar. Haríamos bien en
detenernos para reflexionar en cuántas de las palabras que emplea
mos diariamente está ya incorporado el concepto de causa: «cortar»
significa causar que exista un corte; «cambiar» significa causar que
ocurra un cambio; «romper» es causar un roto; «abandonar» signi
fica embarcarse en acciones que resultan en el abandono de una
persona o cosa; y así sucesivamente. «Causa» es la palabra general,
pero para los tipos o íormas particulares de causar tenemos otras
palabras, y éstas no pueden ser, sin circularidad, introducidas como
definiciones de «causa».
2. En la teoría de la manipulabilídad, causar es hacer algo que
dé como resultado el efecto. («Dar como resultado» es una frase
causal: si C causa E, C da como resultado E). Pero a menudo ha
blamos de causar y de causas cuando no hay nada que podamos
hacer para lograr el efecto. No sólo hablamos sobre la causa de
la explosión en la fábrica de municiones, hablamos de la causa de la
explosión de una estrella supernova a millones de años-luz de dis
tancia. En este último espectáculo, somos observadores enteramente
pasivos, sin el menor mango de manipulación para realizar ningún
estado de cosas relacionado con él. Hablamos de causar que suba el
nivel de agua de una vasija poniéndola a una temperatura superior
de manera que el hielo que tenga se funda; pero hablamos también
de la posibilidad de que el hielo fundido del mar Artico cause un
aumento del nivel del agua de los océanos de la tierra, y de la
consiguiente inundación de las ciudades costeras. No parece importar
si hay un mango manipulatorio o no. Se podría decir, desde luego,
que el de la «técnica manipulatoria» es c.1 sentido básico del cual son
extensiones los demás, como en el ejemplo del mar Artico o la
supernova, que el sentido ampliado deriva su significado de su ana
logía con el sentido original, en que hay una técnica manipulatoria.
Pero si es así, este análisis de «causa» parece perder en gran parte
su carácter distintivo, pues ahora «causa» ya no está limitado a lo
que podemos hacer o manipular.
3. Se podrían suscitar cuestiones similares acerca de la teoría
de la causalidad como desviación de la norma. Es cierto que en la
vida diaria habitualmente hacemos preguntas causales sobre las des
viaciones de la norma: cuando el edificio arde, preguntamos qué
causó el fuego; pero cuando continúa en pie sin ningún incidente,
no preguntamos por qué continúa. Pero lo mismo podríamos pre
guntarlo. El científico es una persona que hace preguntas causales
sobre los hechos empíricos más usuales y familiares: ¿Qué causa
que eí pan crezca? ¿Qué causa que el hierro se oxide? ¿Qué causa
que la Tierra gire en torno al Sol? ¿Qué causa que la Luna salga
más tarde cada noche y las estrellas más pronto? Y así sucesiva
mente, en innumerables preguntas sobre temas que, lejos de ser
desviaciones de la norma, son las pautas normales y habituales de
los sucesos, que operan a menudo sin la menor excepción.
Hay una réplica posible a este aserto: siempre se puede formular
la cuestión de tal manera que el suceso sea una desviación de otra
norma. Supongamos que un niño que no ha visto nunca crecer el
pan pregunta por qué aumenta la masa. La respuesta es que en la
masa hay levadura. Esta causa es normal, no anormal; pero, desde
luego, la cuestión se podría entender como «¿qué causa que este
montón de materia se haga más grande cuando otras cosas no lo
hacen?», y la respuesta sería «porque tiene levadura, y otras cosas
no la tienen». Sí la norma es no contener levadura, entonces la res
puesta, en el caso de que algo tenga levadura, es una respuesta que
implica desviación de esta norma. O si el niño que ha visto una
pelota romper una ventana pregunta cuál es la causa (que un balón
rompa una ventana es un tipo de suceso de lo más usual), podríamos
interpretar su pregunta como «¿por qué el balón atraviesa la ventana
mientras que no atraviesa una pared de ladrillo ni la mayoría de los
demás objetos sólidos?»; y entonces podríamos responder que la
ventana es de cristal y el cristal es frágil, mientras que la mayoría
de los demás objetos sólidos no lo son. Siempre podemos encontrar
alguna base para contraponer el acaecer o tipo de acaecer de algo
con los demás.
Pero, ¿qué hemos ganado con este procedimiento de parafrasear
siempre la pregunta de modo que la convirtamos en demanda de la
causa de una diferencia entre este tipo de acontecimiento y otros
tipos? Puede salvar la teoría, pero sólo extendiéndola de tal manera
que pierde el carácter distintivo que tenía al principio. Los casos
citados previamente en apoyo de la teoría eran casos auténticos de
desviación de una norma; pero los casos recién citados sólo pueden
ser convertidos en casos de desviación de la norma con un esfuerzo
y una tensión considerables, ya que, en cualquier sentido ordinario,
todos son casos de proceso normal o funcionamiento normal. Y que
da el hecho de que también podemos preguntar las causas de éstos.
Decir que todos ellos son casos de desviación de la norma en el
sentido de contraste con otros fenómenos es salvar la teoría violando
la intención de estas preguntas. Cuando preguntamos qué causa
que se funda el hielo, que se oxide el hierro, estamos haciendo pre
guntas sobre procesos perfectamente normales, «la forma habitual
de la naturaleza de hacer las cosas», sin implicar ningún contraste
entre ésta y otras cosas, aunque siempre, desde luego, puedan ser
señalados tales contrastes.
4. Un rasgo valioso de estas teorías es que muestran lo in
adecuada que es cualquier teoría tosca de la conjunción constante.
En la vida diaria, «C causa E» no es equivalente a «C va siempre
seguido por E». Podemos decir con verdad «la difteria raramente
causa la muerte hoy día», pero este enunciado es incompatible con
«cuando decimos que la difteria causa la muerte, queremos decir
que la difteria va siempre seguida por la muerte».
No obstante, ¿es ésta realmente una crítica del punto de vista
de Mili sobre la causalidad? Mili no negaría que la difteria a veces
causa la muerte y a veces no. Que ío haga o no depende de muchas
cosas, como el grado de infección y el estado de salud de la persona
antes de ser infectada. Pero tampoco diría Mili que la difteria sea la
causa de la muerte. Hay muchos factores causales presupuestos, y si
tiene lugar la muerte de un paciente y no de otro, es porque las
condiciones causales (además del hecho de que estaba infectado) eran
diferentes. Mili diría que si todas las condiciones causales eran las
mismas, entonces el efecto siempre sucedería. Ese es el único sen
tido en que «si C causa E, entonces C va siempre seguido por E»
es verdad. En la vida diaria hablamos a menudo (como vimos antes)
de uno de los factores como si fuese la causa entera; jpero si lo
hacemos, el enunciado «si este factor está presente, siempre ocurre
el efecto» no vale, pues la uniformidad (misma causa, luego mismo
efecto siempre) sólo se da entre el efecto y todos los factores
causales.
Ciertamente, la cuestión «¿tiene todo acontecimiento una causa?»
— que es el tema de la próxima sección-— sólo surge en el contexto
de una vi? ión de la causalidad del tipo de la de Mili. 1 ) Si una causa
es siempre una desviación de una norma, entonces no todo aconte
cimiento tiene una causa, porque no todo acontecimiento tiene que
ser una desviación de una norma. Si todo suceso fuese una desvia
ción, ¿cuál sería la norma? 2) Si preguntamos «¿tiene todo suceso
una técnica manipulatoria para llevarlo a cabo?», la respuesta es
claramente negativa, a menos que extendamos el significado de «téc
nica manipulatoria» para que abarque mucho más de lo que pre
tendía originalmente abarcar. No hay ninguna técnica manipula
toria en el caso de lo« eclipses solares, las explosiones de las super-
novas, la precesión de los equinoccios, ni prácticamente ningún
otro suceso astronómico, aparte de muchos terrestres.

E jercicios
1. ¿Cómo, está usada la palabra «debe» en los siguientes ejemplos?
a) Debes actuar como se te dice o serás castigado.
b ) Mañana debe hacer buen tiempo o se va a estropear la excursión.
c) Si yo tenía ayer 10 dólares y no he perdido ni gastado ni recibido
ninguno desde entonces, debo tener aún 10 dólares.
d) Para coger una morsa, debe haber primero una morsa.
e) Si queremos entender el Tema B, debemos estudiar primero el Tema A.
/) Si quieres que salga bien este pastel, debes poner tres tortas grandes
bien ^untadas.
g) ¿Por qué debes decir esas cosas?
b ) Debe haber estado bastante borracho o nunca lo habría hecho.
i) Debes adivinar el pensamiento.
f) P er estas fechas debes tener el patio bonito.
k ) Todo está desordenado, debe haber habido alguien en casa mientras
estábamos fuera.
2. En cada uno de estos ejemplos, la relación de A con B es de condición
necesaria. Díga si es una condición causdmcnte necesaria, como las que hemos
examinado en este capítulo, o una condición lógicamente necesaria, como las
que tratamos en el capítulo 3.
A B
a) Presencia de oxígeno. Tener lugar la combustión.
b) Tener ires ángulos. Ser un triángulo.
c) T ener extensión. Tener forma.
d) La existencia del sodio. La existencia de sal.
e) La presencia de humedad. Crecer la cosecha.
f) La presencia de un objeto no Verse a través de ese objeto.
opaco.
g) Presencia de calor. Producirse la llama.
3. En los siguientes ejemplos, ¿es la relación de A con B de condición
necesaria, de condición suficiente, ambas o ninguna?
A B
a) Comer demasiado. Enfermedad.
b) Decidir levantar tu mano. Levantar tu mano.
c) Escribir un ensayo. Leer ese ensayo.
d) Correr. Sentir fatiga.
e) Q uitar e! enchufe. No funcionar la radio.
}) Meter el enchufe. Funcionar la radio.
g) Golpear una piedra la ventana. Romperse la ventana.
h) Existir fricción. Existir calor.
i) Caer lluvia en la calle. Mojarse la calle.
4. ¿En qué sentido se incluye demasiado en la enunciación de la causa
en estos ejemplos? ¿En qué sentido demasiado poco? (Suponga que es correcta
la teoría de Mili.)
a) Raspar la cerilla causó que se encendiese.
b) Tomar veneno causó su muerte.
c) Arrojar la cerilla encendida en la pila de papel causó que ésta ardiese.
d) La causa de que la flecha diese en el blanco fue que la empuñaba un
hombre vestido de azul.
e) La riada fue causada p o r una fuerte lluvia río arriba.
5. ¿Piensa que hay pluralidad auténtica de causas en los casos siguientes?
a) Los dolores de cabeza pueden ser causados por muchas cosas: forzar la
vista, tensión emocional, etc.
b) El mismo mensaje puede ser comunicado por teléfono, telegrama, carta,
etcétera.
c) La .piedra puede ser movida porque la levante usted, la levante yo,
una polea, etc.
d) Una mujer puede concebir un hijo por contacto sexual o por insemi
nación artificial.
e) Hay muchas causas de muerte: enfermedad del corazón, cáncer, neumo
nía, accidente de automóvil, ahoga miento, estrangulamiento, puñalada...
j) Muchos productos químicos diferentes quitan una mancha de un
vestido.
g) H ay varias causas posibles de erosión: viento, drenaje rápido del agua,
no hacer regueros alrededor...
6. Analice críticamente las siguientes expresiones; si las encuentra erró
neas, indique cómo podrían ser corregidas.
a) La primera bola de billar compelió a la segunda a moverse.
b) Cuando la primera bola golpea la segunda, la segunda no puede evitar
moverse.
c) El movimiento de la segunda es inevitable cuando Ja golpea la primera.
d) La primera bola, golpeando a la segunda, hizo que se moviera.
e) La prim era bola, golpeando a la segunda, produjo el movimiento de
la segunda.
7. De acuerdo con la visión de 'la causalidad como regularidad («con
junción constante», por ejemplo, la de Hume, Reichenbach y Schlick) no habría
más conexión especial entre raspar la cerilla y la llama que sigue que la que
hay entre raspar la cerilla y un terremoto que podría haber a continuación.
Sólo que raspar la cerilla va seguido habitualmentc por la llama, y no habi-
•tualmente por un terremoto. No podríamos decir que raspar la cerilla haga
que siga la llam a... Desde este punto de vista, dar una causa... no ayuda en
lo más mínimo a explicar por qué ocurrió el efecto; sólo nos dice que precedió
al efecto.» (Alfred C. Ewíng, The Fundamental Questions of Philosopby
[Las cuestiones fundamentales de la filosofía], pág. 160.) Valóre este pasaje
oración por oración. Por ejemplo: ¿Hace imposible explicar por qué C causó E
la interpretación de «C causó E» como regularidad?)
8. ¿Cuáles de los siguientes enunciados causales parecen confirmar la
visión de la causalidad de Gasking? ¿Cuál, si alguno, parece estar en conflicto
con ella?
a)¡ El fuego fue causado por una explosión en la sala de máquinas.
b) Su muerte ocurrió por causas naturales.
c) La piedra sigue estando derecha porque nada la empujó.
d ) La causa de su herida en el pie fue que pisó un clavo.
e) Los charcos fueron causados por la lluvia.
9. D e acuerdo con el análisis de H a rt y H onore, ¿cuál diría que es la
cabsa de estas cosas?
a) El fuego no se habría propagado a la casa vecina sin una brisa normal;
no obstante, decimos que fue el tayo y no la brisa 'la causa del desastre. ¿Sería
diferente, si alguien deliberadamente animase los rescoldos, o si justo cuando
estaba apagándose cayese un escape d e gasolina de la trasen. de un coche?
b) Decimos que las flores murieron porque el jardinero no las regaba.
Pero ¿no podríamos decir igual que murieron porque usted o yo o el presi
dente de los Estados Unidos no las regaba?
c) A tira a B desde un rascacielos; durante la caída, C le pega un tiro
desde una ventana a mitad de camino. ¿Cuál es la causa de la muerte de B?
d ) U n Jbarco dedicado a transporte en tiempo de guerra es asegurado
contra Tos peligros marinos que no sean la guerra. Cumpliendo órdenes, el
barco sigue uñ curso en zíg-zag y apaga las luces, encuentra inesperadamente
olas altas, pierde el rumbo y en la niebla choca contra las rocas. ¿Debe cobrarse
el seguro?
10. «Supongamos que alguien pretendiese haber descubierto la causa del
cáncer, pero añadiese que su descubrimiento, aunque auténtico, no sería en la
práctica de ninguna utilidad pues la causa que había descubierto no era cosa
que -pudiese ser producida o impedida a voluntad... 4Nadie admitiría que había
hecho lo que pretendía. Se señalaría que no conocía cuál es el significado de
la palabra "causa” (en el contexto dé la medicina). Pues en tal contexto una
proposición de la forma "x causa y " implica la proposición "x es algo que
puede ser producido o evitado a voluntad" como parte de la definición de
"causa".» (CoUingwood.) ¿Está usted de acuerdo o en desacuerdo? Dé sus
razones.
11. «En la causalidad de persona a persona, no necesito examinar más
que un caso para saber que C causó E. Si alguien me soborna para que haga
algo, sé por este solo caso que el soborno causó mi acción; no necesito más
ejemplos, ni hay implicada ninguna predicción de que yo vaya a responder de
nuevo al soborno. Si usted me persuade para que vaya a un concierto, sé que
su acción ha causado que yo vaya al concierto; 'puedo no volver a responder
jamás a su persuasión, pero en este único caso sé que su persuasión causó que
yo fuese al concierto esa vez. Sé que la llegada sin anunciar de mi hermana
(a quien no he visto en treinta años) desde la India me causaría sorpresa,
aunque si ella viniese otra vez no me sorprendería.» Vaíore este punto de
vísta. (Sugerencia: atienda a las palabras causales introducidas en Ja s premisas
de los argumentos cuyas conclusiones afirman una relación causal.)
12. ¿Está usted de acuerdo o en desacuerdo con el razonamiento siguiente:
«La causa y el efecto deben ser simultáneos, pues el efecto ocurre en el pre
ciso momento en que la últim a condición (de una condición suficiente) ha sido
satisfecha. Si hay siquiera el más pequéño período entre ella y el efecto, debe
■haber algo más que ha de ocurrir aún antes de que pueda suceder el efecto;
de otro modo, ¿por qué no tendría lugar inmediatamente el efecto»?
13. Evalúe este enunciado: «Que C va seguido regularmente por E, es
nuestro medio de conocer que C causa E. Pero no es esto en lo que consiste
la relación causal; es la señal pero no la esencia de la relación causal.»
14. «Lo dije porque es verdad.» ¿Puede ser la verdad de un enunciado la
causa (o un factor causal) de que usted lo pronuncie? (Recuerde que la verdad
de un enunciado es un hecho no temporal, mientras que la causa es siempre
una condición o acontecimiento temporal.) ¿Qué cambio en la formulación
haría más exacto el enunciado?
¿Tiene una causa todo lo que sucede?
Continuaremos tomando «causa» como significando condición
suficiente. Nuestra pregunta entonces se convierte en: ¿Hay, para
todo suceso del universo, un conjunto de condiciones tales que si
las condiciones, C, son satisfechas, el suceso, E, ocurre invariable
mente? Los conjuntos de condiciones pueden ser muy complejos y
muy difíciles de descubrir, y quizá nunca lleguemos a descubrirlos,
pero la cuestión sigue en pie: ¿hay para todo suceso ese conjunto
de condiciones? Responder sí a esta pregunta es afirmar el Prin
cipio de Causación Universal, o, más simplemente, el Principio
Causal.
Cuando intentamos responder esta pregunta, hay una dificultad
desde el comienzo. «Cada vez que todas las condiciones son satis
fechas, ocurre E.» Pejo E es un suceso individual, particular, y los
sucesos particulares nunca se repiten. Pueden ocurrir sucesos como
él, pero el suceso particular E, una vez ocurrido, se ha ido para
siempre. ¿Cómo hemos de interpretar, entonces, la especificación
de que E se repite?
Si E no ocurre una segunda vez, puede hacerlo un suceso igual
que E. Lo mismo, por supuesto, se aplica a los C. El principio es
formulado habitualmente más o menos como sigue (las formulaciones
varían algún tanto): «Para toda clase de sucesos E del universo, hay
una clase de condiciones C, tales que siempre que se da un caso
de cada uno de los miembros de C, se da un caso E.» Por ejemplo:
siempre que se da un caso de la primera clase de condiciones (ma
terial combustible), más un caso de la segunda clase (temperatura),
más un caso de la tercera clase (oxígeno), todas ellas constituyendo
C, entonces se da un caso de la clase E (combustión).
Reformulemos nuestra pregunta: ¿Es verdad de todo suceso que
ocurre en el universo (pasado, presente y futuro) que es un miembro
de una clase de sucesos relacionada con una clase (o clases) de con
diciones de tal forma que, cada vez que un miembro de esta clase
(o clases) de condiciones es satisfecho, se produce un miembro de
la clase de sucesos? (La pregunta es ahora mucho más compleja,
pero la complejidad es a menudo el precio que hemos de pagar por
la precisión.) Si la respuesta es sí, el Principio Causal es verdadero;
si la respuesta es no, es falso.
1. La interpretación empírica. Podemos observar sólo una frac
ción infinitamente pequeña de los sucesos que ahora tienen lugar
en el universo, e incluso si pudiéramos observarlos todos, hay un
ámbito infinito de sucesos pasados más allá de toda posible recupe
ración, y de sucesos futuros que aún no han tenido lugar. Parecería,
en efecto, que podemos estar mucho menos seguros de este principio
de lo que podemos estar de cualquier ley empírica, como las de la
física y la química, pues es más inclusivo que cualquiera de ellas.
Tanto las personas que lo afirman como las que lo niegan van. más
allá de lo que es observable empíricamente,
Parece, desde luego, que todo lo que podemos decir es que,
cuando examinamos la naturaleza, hallamos algunas uniformidades,
algunas clases de sucesos relacionados uniformemente con ciertas cla
ses de condiciones, y que cuanto más cuidadosamente nos fijamos,
más uniformidades de éstas encontramos. Iíay muchas investigacio
nes, por supuesto, de las que no resulta ningún descubrimiento de
uniformidades, y en las que han fracasado los intentos más exhaus
tivos de encontrarlas. A veces hacemos formulaciones provisionales
de tales condiciones — como las condiciones en las cuales se des
arrolla un cáncer en un organismo— y a veces nuestras esperanzas
de hallar las condiciones causales se ven confirmadas por la expe
riencia y a veces no. Cuando no, simplemente volvemos a inten
tarlo, y vemos si, introduciendo otros factores en la situación o acla
rando nuestros enunciados sobre los anteriores, de modo que los
hagamos más precisos, podemos llegar a enunciados que afirmen
una relación invariante que se de realmente entre los sucesos y sus
condiciones. En esto, a veces tenemos éxito y a veces no.
En todo caso, la búsqueda de relaciones auténticamente inva
riables entre sucesos y condiciones es de las más difíciles. Conside
remos una clase de sucesos que sea perfectamente familiar: el derrí-
bamiento de los árboles por el viento. ¿Es cierto que siempre que
un miembro de la clase de condiciones C (que sople el viento contra
el árbol) es satisfecho, se da invariablemente un miembro de la clase
de sucesos E (que caiga un árbol)? No; tenemos que añadir inter
minables especificaciones: el viento debe soplar con la suficiente
fuerza (y, ¿cuánta fuerza es ésa?); el árbol ha de ser frágil (al menos
más frágil que tanto, y, ¿cómo se ha de definir la fragilidad?); y
así sucesivamente. Que ocurra o no el suceso, depende de una mul
titud de factores, tales como la velocidad y dirección del viento, la
forma del árbol, su posición entre los demás árboles y edificios y su
relación con el terreno que lo rodea. Sería ciertamente difícil sentar
un conjunto de condiciones, no.im porta cuán numerosas, tales que,
por su satisfacción, siempre ocurra un miembro de la clase de su
cesos caídas de árboles.
Es difícil enunciar las condiciones en el caso de un árbol, ¡cuán
to más difícil es en casos más complejos! ¿Cuáles, por ejemplo, son
las condiciones en las cuales oír la Sinfonía Heroica de Beetboven
va siempre seguido por cierto tipo de estado anímico? Incluso sí
tenemos éxito en recoger con palabras a qué clase de sentimiento
nos referimos, nuestros problemas no han hecho más que empezar;
pues, ¿qué posible explicación podríamos dar de las condiciones en
las cua’ icascc siempre dicho suceso? Ordinariamente, puede gus
tarnos la sintonía, pero puede no ser ahora de nuestro agrado, quizá
porque estemos concentrados en otras cosas, o porque ya la hayamos
oído varias veces el mismo <i¿a; y aquellos que nunca antes la oyeron
responderán de forma diferente a los que sí la han oído. Lo que
sentimos al oírla depende de tan asombrosa cantidad de factores que
parecería que nunca seremos capaces de relacionar esta clase de
sucesos con ningún conjunto finito de condiciones, (Puede que algún
día seamos capaces de relacionar este tipo de sentimiento con un
tipo definido de estado neurológico del cerebro, pero la misma pre
gunta se podría hacer respecto a la relación de este tipo de estado
neurológico con las condiciones en las cuales él se da siempre.)
¿No parecería, entonces, que es más verosímil que el Principio
Causal sea falso que verdadero? Si desesperamos de hallar jamás
tal conjunto de condiciones para cada clase de sucesos, ¿no podría
mos sospechar que no lo hay?
Sin embargo, a esta sugerencia objetarían muchas personas in
mediatamente: «El hecho de que estas condiciones sean muy difí
ciles de hallar no significa que no las baya. Algunas de ellas intenta
mos hallarlas durante generaciones, y al fin tuvimos éxito; algunas
las hallaremos a su debido tiempo; algunas nunca las encontraremos.
Pero incluso si nunca hallamos tales condiciones para cada clase de
sucesos, ellas existen. La naturaleza en su totalidad uniforme, aun
que su uniformidad sea extremadamente compleja. Todo aconteci
miento del universo está relacionado con un conjunto de condiciones
;n la forma que especifica el principio. El hecho de que nunca po
jamos encontrarlo sólo atestigua nuestra ignorancia.»
¿Que habremos de decir de tal afirmación? Podríamos sentirnos
nelinados a estar de acuerdo; y no obstante, estaremos en un apuro
>ara defenderla con fundamento empírico. Después de todo, ¿cómo
>odcmos saber que es verdad? ¿Qué justifica nuestra certeza, al
nenos la certeza de muchas personas, de que siempre vale?
Hay otra circunstancia curiosa en torno al tema. Con toda gene-
alización empírica, hay una posibilidad de refutarla mediante hechos
mpíricos. Miles de generalizaciones han sido inventadas y luego
abandonadas porque fracasaron en pasar esta prueba. El descubri
miento de un cuervo blanco haría naufragar la generalización de
que todos los cuervos son negros. (Como vimos en la pág. 295, no
la llamaríamos ley.) Pero, ¿qué haría, o podría hacer, naufragar la
generalización de que todo acontecimiento está relacionado con una
serie de condiciones de la manera que dice el Principio Causal? Cuan
tas más causas hallemos, más decimos que hemos confirmado el Prin
cipio Causal; pero si en algunos casos no encontramos ninguna,
¿decimos «no hay causas para estos acontecimientos»? No; decimos
«no hemos encontrado ninguna» o «hay una causa, y algún día po
dremos encontrarla; pero incluso si no la encontramos, no hemos
mostrado que no exista causa, sino sólo que nuestros poderes de
detección son limitados». En otras palabras, el Principio Causal
nunca puede ser refutado. El descubrimiento de más causas se toma
como confirmante, pero el fracaso en encontrar causas no nos preocu
pa ni un ápice, ¿Qué tipo de principio es ese que puede ser confir
mado por las observaciones empíricas pero no refutado por ellas?
«Pero puede ser refutado por la experiencia — se podría obje
tar— . Si encontrar causas tiende a confirmar el principio, el fracaso
en encontrarlas tiende a refutarlo. Llevaría una considerable investiga
ción cuidadosa mostrarnos que el principio era probablemente falso,
pues podríamos siempre decir que las condiciones causales eran tan
complejas que nuestro fracaso en encontrarlas fue resultado de su
extrema complejidad, más bien que de su no existencia. No obstante,
llegaría un momento en que el fracaso en encontrar causas contaría
contra la verdad del principio. Por ejemplo: Ahora creemos que
hay unas condiciones definidas en las cuales se encenderá la bombilla
eléctrica. Apretamos el interruptor en un sentido y se enciende; lo
apretamos en el otro y se apaga. Esto, desde luego, no ocurre sin
excepciones. A veces apretamos el interruptor en el primer sentido
y la luz no se enciende, pero luego encontramos que la bombilla es
taba fundida; la sustituimos por otra y se enciende. O damos al
interruptor y la bombilla está bien, pero no obstante no da luz;
entonces, hay algún defecto en la instalación. Hay un conjunto finito
de condiciones de las cuales depende el encendido de la bombilla,
y podemos descubrir cuáles son esas condiciones; conseguimos que
la luz venga de nuevo incluso después de haberse ico. Pero ahora
supongamos que la luz viniese y se fuese caprichosantente, sin rela
ción aparente con ninguna condición que podamos especificar. A '¿ces
la bombilla alumbra y a veces se apaga, y no podemos hallar ninguna
condición de la cual dependa ninguno de los dos acontecimientos.
No importa en qué sentido demos al interruptor: eso nada tiene
que ver con el encendido o el apagado de la bombilla. No importa
que el circuito esté o no entero: a veces, cuando lo está, se en
ciende la luz, y a veces no, y cuando el circuito está cortado ocurre
lo mismo, a veces se enciende la luz y a veces no. Probamos con
miles de cosas, como el momento del día, la cantidad de luz, la
temperatura de la habitación, la cantidad de humedad del aire. Pero
ninguna de ellas origina la menor diferencia: la luz se enciende y se
apaga con tranquila independencia de cualquiera de estas condicio
nes. Desde luego, su encendido y apagado puede depender de alguna
condición o combinación de condiciones que nunca se nos ha ocurri
do. Pero si esto continuase sucediendo, no sólo con la bombilla sino
con otras muchas cosas, empezaríamos a cuestionar el Principio Cau
sal. Cuestionaríamos si es verdad que todo suceso del universo de
pende, para su acaecer, de un conjunto definido de condiciones.»
Una persona que así argumentase estaría aceptando la interpre
tación empírica del Principio Causal: ciertos hechos empíricos con
tarían a su favor y otros en su contra. Pero, al revés que en el caso
de los cuervos blancos, que refutarían la generalización de que todos
los cuervos son negros, no tendríamos que creer que nuestro fra
caso en encontrar causas es un elemento de juicio en contra del
principio. Podríamos adoptar una interpretación a priori de él.
2. La interpretación a priori. Muchas personas han mantenid
que el Principio Causal no está abierto en absoluto a la refutación
empírica, sino que es una verdad necesaria. A lo primero, cuando
se enuncia el principio, suena como una ley ordinaria de la natura
leza; pero tan pronto uno comienza a considerarlo, empieza a ver
que funciona de manera por completo diferente a la de las leyes
empíricas, ya que no está abierto a la impugnación empírica. Veamos
cómo se podría desarrollar este punto de vista.
Hasta ahora hemos hablado de clases de condiciones y clases de
sucesos; y dentro de estas clases, las condiciones y sucesos indivi
duales no tenían que ser exactamente iguales, sólo suficientemente
similares para ser colocados en las mismas clases. Seamos ahora, sin
embargo, más precisos y hablemos de condiciones idénticas y sucesos
idénticos.
Dos cosas, condiciones, procesos o sucesos son idénticos cuando
son exactamente'iguales, en otras palabras, cuando tienen todas sus
propiedades en común; esto es, todas las propiedades que sean com
patibles con que sean dos sucesos y no uno, Dos ^ucesos que se
produjesen en el mismo momento y en el mismo sitio espacial serían
un suceso, no dos; seguirían siendo dos sucesos si ocurrieran en el
mismo momento, siempre y cuando ocurrieran en dos lugares dife
rentes, o en el mismo lugar, en tanto sucedieran en dos momentos
diferentes. Así, tendremos que decir que dos sucesos son idénticos
sí tienen todas sus propiedades en común, aparte de las propiedades
espacio-temporales. Ahora supongamos que dos sucesos son idénticos
en este sentido. ¿Pueden dos sucesos idénticos tener condiciones
causales no idénticas? No, diría el apriorista del Principio Causal;
no es posible que esto ocurra. Si hay alguna diferencia en los
sucesos (si no son idénticos), debe haber alguna diferencia en las
condiciones que las sitúe en posición de dar cuenta de la diferencia
que hay en los sucesos. Supongamos que nos referimos a dos condi
ciones idénticas como Cj y Ci, a dos sucesos idénticos como E¡ y
Ei, a dos condiciones no idénticas como C¡ y C 2, y a dos sucesos
no idénticos como Ei y E 2. Hay entonces cuatro posibilidades.

1. c, Ei 2. Ct Ex
Ct Ej C2 e2
3. G Et 4. C, H,
C2 Ei c, e 2

La primera no ofrece dificultad: condiciones idénticas conducen a


sucesos idénticos. Tampoco la segunda: condiciones no idénticas
conducen a sucesos no idénticos. Incluso se admitiría, probablemente,
la tercera: condiciones 110 idénticas conducen a sucesos idénticos;
sería meramente la pluralidad de causas. Pero no sería admisible la
cuarta: condiciones idénticas conducen a sucesos no idénticos. Si hay
una diferencia .en el resultado, hay siempre (diríamos) una diferencia
en las condiciones que conducen a ese resultado, la hallemos o no.
En la práctica, desde luego, nunca encontramos condiciones idén
ticas ni sucesos idénticos (siempre difieren de un modo u otro); no
obstante, tenemos tanta confianza en que el principio vale aquí como
si lo hubiésemos formulado más vagamente y dijese: «Si se dan
condiciones similares, entonces ocurren sucesos similares», en cuyo
caso podríamos confirmarlo. ¿Por qué es esto? No es porque haya
mos observado sucesos idénticos, ni condiciones idénticas que con
duzcan a ellos. Sólo hemos encontrado sucesos y condiciones de gra
dos variables de similitud. No obstante, estamos seguros de que es
verdadero, ¿cómo podrían resultar diferentes los sucesos, decimos,
si las condiciones fuesen exactamente las mismas?
Supongamos que realizamos un experimento dos veces y halla
mos que los resultados son marcadamente diferentes, aunque las
condiciones fueran, por lo que podemos saber, exactamente las mis
mas. ¿Que diríamos? ¿Abandonaríamos el Principio Causal, incluso
en su forma más precisa (condiciones idénticas, sucesos idénticos),
diciendo que aquí había una excepción y por tanto la generalización
no vale? Con toda p r - ' !,.’ldad, no. Siempre encontraríamos una
manera de soslayarlo. Específicamente, ¿qué diríamos?
Podríamos decir que no habíamos observado todas las condi
ciones relevantes. «57 pudiéramos observarlas (o haberlas observado)
todas, podríamos haber detectado una diferencia en las C; si todos
los factores causales conocidos fueron los mismos en los dos casos,
la diferencia tendrá que deberse a otros factores que no habíamos
considerado previamente y que diferían en los dos casos.»
Desde luego, esto ocurre con frecuencia. Si creemos que dos
relojes, en la misma habitación, en las mismas condiciones atmos
féricas, de la misma hechura y construcción, son idénticos en todos
los aspectos, y aconteciese que el uno diese la hora perfecta y el otro
empezara a adelantarse, inferiríamos que había alguna diferencia en
las condiciones causales, y luego la encontraríamos, quizá en algún
detalle de la construcción que previamente habíamos pasado por alto.
Después de alguna experiencia de este tipo, decimos, incluso sin otro
indicio, que, si había alguna diferencia en los E debía haber alguna
diferencia en las C. Tomamos el mismo hecho de haber alguna dife
rencia e?i los E como prueba de que había una diferencia en las C.
No tenemos por qué admitir excepciones a este principio. Si
dos E resultasen ser del todo diferentes y no pudiésemos encontrar
una diferencia en las C, y mirásemos una y otra vez y aún así no
encontrásemos diferencia en las C, ¿abandonaríamos el Principio
Causal y concluiríamos que, después de todo, incluso cuando las
condiciones son idénticas, los sucesos pueden a veces ser diferentes?
Probablemente no. Seguiríamos diciendo «había una diferencia entre
los dos E; así, pues, una u otra cosa debe haber causado esa dife
rencia», aunque un millón de años de investigación no revelase
ninguna diferencia.
Análogamente, aunque nunca encontremos idénticas C, ¿no cree
mos que si se consiguiese identidad en las C, habría también iden
tidad en los E? Un muchacho está lanzando una pelota contra una
pared, cogiéndola y tirándola otra vez. La pelota nunca pega dos veces
en el mismo punto de la pated; .ni le vuelve de la misma forma en
dos ocasiones; cada vez la dirección, velocidad y distancia son ligera
mente diferentes. Pero, ¿no creemos que si en las dos ocasiones las
condiciones fuesen exactamente las mismas (idénticas) — la velo
cidad, dirección, punto desde el que es lanzada, etc.— , entonces
rebotaría exactamente en el mismo punto y le volvería de la misma
manera exactamente? Si usted tirase esta noche los dados exacta*
mente de la misma forma que la noche pasada, con cada dado en la
misma posición, entonces seguro que los mismos tantos que sacó
la noche pasada saldrían otra vez. Si sale otra cosa, ¿no es porque
las condiciones son diferentes? Las condiciones son tan intrincadas
que no podemos estar seguros ni siquiera de que sean aproximada
mente las mismas en las dos tiradas sucesivas; pero si fuesen exacta
mente las mismas, ¿no habría ocurrido la misma cosa?
¿Hasta dónde iríamos defendiendo esta afirmación?
Volvamos al caso en que los E son diferentes y las C parecen
ser idénticas. Supongamos ahora que tenemos ojos submicroscópicos
que pueden escudriñar dentro de cada átomo de materia incluido en
C; no hay ni un solo aspecto de C que no nos resulte visible. En
tal situación, hallamos que las C son idénticas; no obstante los E
son diferentes. ¿Habríamos de abandonar el Principio Causal?
No; podríamos decir: «Todas estas condiciones son idénticas en
los dos casos, pero el hecho de que los E sean diferentes sólo mues
tra que no hemos incluido lo suficiente en las condiciones. Algunos
factores hasta ahora no considerados eran diferentes en los dos casos,
y esta diferencia da cuenta de la diferencia en los E. Así que debemos
mirar alrededor, fuera del círculo de factores que examinamos antes
tan exhaustivamente.»
Supongamos ahora que hacemos esto; miramos fuera de los fac
tores que consideramos originariamente, y seguimos sin encontrar
diferencia. Volvemos a mirar, fuera de éstos, otros factores más,
esperando encontrar allí la diferencia. Seguimos sin encontrar nin
guna. Continuamos este proceso indefinidamente.
¿Dónde debemos dejar de investigar este creciente círculo de
factores? Sólo cuando acabemos con todo el universo. Y nunca po
dríamos hallar que el universo como un todo esté en idéntico estado
en dos ocasiones diferentes; nosotros ai menos seríamos diferentes
en ia segunda ocasión, puesto que recordaríamos que el universo
había sido como ahora en la ocasión precedente.
Pero incluso rechazando esto, incluso admitiendo que el estado
total del universo (nosotros incluidos) sea idéntico en las dos oca
siones, y sin embargo sucediesen dos efectos no idénticos, ¿toma
ríamos esto como excepción al Principio Causal? Ni siquiera en
tonces tendríamos que hacerlo. Una cosa sería diferente, a saber, que
los acontecimientos tuvieron lugar en dos momentos diferentes.
Esta diferencia nunca podría ser superada. Siempre podríamos man
tener que el mero hecho de que haya pasado el tiempo, y ninguna
otra cosa, es el responsable de la diferencia. (Si se imagina que los
dos aconteció lientos ocurren en el mismo tiempo pero en dos lugares
diferentes, se podría hacer la misma objeción acerca del espacio: el
hecho de estar en dos lugares diferentes, incluso si todas las demás
condiciones íueran las mismas, sería lo que originase la diferencia.)
No es esto algo que se haya mantenido alguna vez, porque al
formular las leyes científicas nunca se encontró necesario introducir
ta! factor. Siempre que los acontecimientos fueron diferentes, se
pudieron encentrar diferencias (o suponer que existían) en las condi
ciones mismí.s, juera del mero hecho del paso del tiempo. Sin em
b a rg ó le s posible lógicamente que el factor tiempo hubiese de ser
considerado al formular leyes: es concebible, por ejemplo, que el
agua hierva a 100° en 1968, a 101° en 1969, 102° en 1979, y así
sucesivamente, a causa de no más diferencia en las condiciones que
'e l paso del tiempo. Este sería un estado de cosas en extremo pe
culiar, y provocaría mucha sorpresa, simplemente porque, por . lo
que sabemos, la naturaleza no se comporta de esa manera; los
científicos escudriñarían desesperadamente en busca de condiciones
distingas del factor temporal para dar cuenta de la diferencia del
punto de ebullición. Pero si fuesen puestos entre la espada y la pared,
si tuviesen que abandonar un principio u otro, el Principio Causal
o el principio de que el tiempo no crea diferencia, muy probable
mente abandonarían el principio de que el tiempo no crea diferencia.
Dirían más bien que el mero hecho de que haya pasado el tiempo
causa la diferencia entre E L y E* antes que decir que Ei y E 2 eran
diferentes aunque no hubiese causa para la diferencia.
Así, pues, hasta aquí llegaríamos probablemente defendiendo el
Principio Causal. Lo mantendríamos a priori No lo someteríamos
a la contrastación empírica: en el momento en que hallásemos que
los E fuesen diferentes, diríamos que lo eran las C, las observáramos
o no. Quizá fueran diferentes de alguna manera que no conocemos;
quizá años de investigación no sacasen a la luz la diferencia; quizá
nunca la descubramos; pero, no obstante, estamos convencidos de
que hay alguna diferencia, sea o no descubierta alguna vez; de otro
modo los E no habrían sido diferentes.
¿Qué tipo de «a priori»? Si adoptamos la posición de que el
Principio Causal es a priori, nuestra siguiente cuestión es: ¿qué
tipo de a priori es?
a) Si pudiésemos mostrar que el Principio Causal es analítico,
no tendríamos dificultad en persuadirnos de que podemos conocer
su verdad a priori. Pero parece del todo claro que es sintético. El
concepto de suceso no implica de modo alguno el concepto de causa.
La idea de suceso es simplemente la de algo que ocurre: alguien
corriendo, disparar un tiro, etc. No contiene la idea de qué lo causó
o produjo. En un universo en extremo caótico, en el cual nunca se
hubieran descubierto uniformidades, seguirían acaeciendo sucesos,
pero el concepto de causalidad ni siquiera podría surgir. Si la pro-
posición fuese «todo efecto tiene una causa», ciertamente sería analí
tica, pues «efecto» y «causa» son términos correlativos: y el suceso
no sería llamado efecto a menos que tuviese una causa. Pero el
Principio Causal enuncia que todo suceso, además de ser meramente
un suceso, es también un efecto de algo, en otras palabras, fue
causado por algo. Y esta afirmación es claramente sintética.
b ) Si es sintético y también a priori, quizá aquí tengamos final
mente un caso de verdad sintética a priori. De acuerdo con este
punto de vista, nuestro conocimiento de las causas y efectos par
ticulares (por ejemplo, que las corrientes causan resfriados) no es
un conocimiento a priori; es empírico, Pero la proposición general
de que todo acontecimiento que ocurre tiene una u otra causa (la
descubramos o no) es la que se admite que es a la vez sintética y
a priori.
Ya hemos considerado con alguna extensión en el capítulo 3 el
conocimiento sintético a priori. Las consideraciones que pueden ha
ber actuado a su favor o en su contra se aplicarían aquí también, y
no tenemos por qué suscitar de nuevo la cuestión. Pero, a fin de
que nadie llame sintético y a priori al Principio Causal simplemente
porque nota que no es empírico y a pesar de todo no es tautológico,
invitamos a considerar otras posibilidades.
c) Puede no ser en absoluto un caso de conocimiento, sino
meramente una suposición. Ya hemos considerado las suposiciones
a priori (ver págs. 235-36), y quizá el Principio Causal sea una de
ellas. Más bien que saber que es verdadero para todos los casos pasa
dos, presentes y futuros, simplemente suponemos que lo es; rehusa
mos incluso conceder la posibilidad de indicios desfavorables. Sin más
investigación, tomamos el hecho de que los E sean diferentes como
prueba de que las C también lo son. Esto suena bastante, ciertamente,
a suposición a priori
Aun esta interpretación tampoco debe ser aceptada sin más re
flexión; pues con toda seguridad la situación no es tal que testaruda
mente rehusemos aceptar excepciones al principio de la manera como
la gente rehúsa testarudamente aceptar cualquier enunciado que
contradiga sus prejuicios favoritos. Después de todo, podríamos decir,
¿no hay bu ana base empírica para aceptar este principio en lugar de
otro distinto? ¿No tenemos elementos de juicio a su favor? ¿No
nos induce la observación empírica a enunciarlo en primer término?
Y, ¿no nos ha probado su valor el principio en tantos casos que ya
tenemos justificación para fiarnos de él más allá de la medida en que
ha sido realmente confirmado?
Dificultades de todas las interpretaciones precedentes. Así, pa
rece que una vez más nos vemos llevados a la visión empírica del
Principio Causal. Sin embargo, antes de volver a él, recordemos
otra vez que es diferente de las generalizaciones empíricas de que
está compuesta principalmente la ciencia. En cualquier generalización
empírica, siempre existe la posibilidad de confutación por medio de
contraejemplos; incluso si actualmente no hay contraejemplos, el
hecho es que, si un A resultase no ser un B, la generalización sería
refutada. Y no importa cuántos casos favorables hayan sido obser
vados, siempre existe esta posibilidad. Pero el Principio Causal no
es así: parece no haber posibilidad de refutarlo.
Para aclarar esto, comparemos por un momento cómo funciona
el Principio Causal con el funcionamiento de las generalizaciones de
la ciencia. Supongamos que un estudiante de química de primer curso
informa (y no está mintiendo deliberadamente) que cuando com
probó el punto de fusión del plomo resultó ser diferente del que decía
él libro de química. Su profesor diría sin más que está equivocado;
el profesor no concederá ni por un momento ninguna excepción
aducida a esta generalización. ¿Nó es una suposición a priori por
parte del profesor? No, pues el profesor está apoyando su pretensión
en elementos de juicio empíricos: consideradas todas las circunstan
cias, es más probable que el estudiante cometiese un error en su
experimento a que el punto de fusión del plomo no sea el que dice
el libro de química. Se ha observado que los estudiantes se han
equivocado con anterioridad, y el punto de fusión del plomo es algo
que ha sido comprobado empíricamente miles de veces. Tendemos
a despreciar como errores todas las supuestas excepciones simple
mente porque ya hemos reunido muchos elementos de juicio empí
ricos en apoyo de la ley. Sin duda, la ley es empírica: si no sólo el
estudiante de primero, sino también químicos expertos continúan
informando que el punto de fusión del plomo es diferente de la
cifra dada en los libros de texto, se llevaría a cabo una completa
investigación y, si comprobaciones posteriores apoyasen la afirmación,
del estudiante, la generalización sobre el punto de fusión del plomo
habría de ser revisada.
Ahora bien, ¿qué pasa con el Principio Causal? ¿Es de igual
modo empírico? Probablemente es la observación empírica la que
nos induce primero a formular el principio; si nunca hubiésemos
observado uniformidades en la naturaleza, el principio nunca se nos
habría ocurrido. Pero lo peculiar es que ningún elemento de juicio
empírico nos exigiría abandonarlo: podríamos seguir manteniéndolo
no importa qué encontremos en la naturaleza. Sabemos qué observa
ciones del universo nos inducirían a abandonar los enunciados empí
ricos ordinarios. Pero, ¿qué observaciones del universo nos llevarían
a abandonar el Principio Causal? Aparentemente, ninguna en abso
luto. Si el universo fuese, muy diferente de como es ahora, si pocas,
o ninguna, uniformidades se pudiesen descubrir en él, no tendríamos
que rechazar el principio como falso. En vez de decir «la generali
zación ha sido refutada», sólo tenemos que decir «los acontecimien
tos tienen causas a pesar de todo; lo que pasa es que en estos días
son mucho más difíciles de descubrir». No diríamos que hay sucesos
no idénticos que ocurren en idénticas condiciones, sino más bien «las
condiciones difieren de maneras misteriosas que, parece, no podemos
descubrir». En otras palabras, mantendríamos el Principio Causal
pesar de lo que ocurra, no importa lo caótico que llegue a se; el
universo, no importa cuán irremisiblemente fracasen nuestros in
tentos de establecer las causas.
Así, pues, ésta es la extraña situación en que nos encontramos.
Este caso no es como el de las generalizaciones empíricas; no obs
tante, tampoco podemos desecharlo como a priori. Tenemos un enun
ciado que los elementos de juicio empíricos pueden cor firmar, pero
que ningún elemento de juicio empírico puede infirmar. De todas
formas, ¿qué clase de híbrido es? El Principio Causal no parece
ajustarse a ninguno de los casilleros que hemos dispuesto para él.
3. El Principio Causal como principio conductor de la investi
gación cien tífica. Hay un punto de vista que primero puede parecer
extraño^pero que, sin embargo, ha ganado considerable aceptación.
El Principio Causal no es ni a posterior i (un enunciado empírico) ni
a priori, porque no es en absoluto una proposición, y, no siendo una
proposición, no es verdadero ni falso.
Esto, con toda seguridad, requiere una explicación. ¿Cómo puede
no ser verdadero ni falso? ¿No enuncia algo, lo sepamos empírica
mente o a priori, o sea o no verdad que lo sabemos? De acuerdo
con esta interpretación, el Principio Causal versa, ciertamente, sobre
algo, pero no es una proposición, y por tanto, no es verdadero ni
falso. Es más afín a las reglas de un juego. La regla de béisbol «el
bateador no dispone más que de tres strikes» no es verdadera ni fal
sa. Es verdad que existe tal regla en béisbol, pero la regla misma no
es verdadera ni falsa; meramente prescribe cómo se ha de jugar el
juego del béisbol. De modo similar, «no utilice el cuchillo de mesa
con la mano izquierda» es una regla de etiqueta que prescribe cómo
no se ha de usar el cuchillo; no describe cómo usa la gente en
realidad los cuchillos, pues puede que la regla sea más violada que
observada. De igual modo, el Principio Causal funciona como regla
del juego científico, un juego mucho más complejo que el béisbol, y
no un juego en sentido literal, pero una empresa gobernada por
reglas. De acuerdo con esta interpretación, el Principio Causal es
una de estas reglas, (Quizá el Principio de Uniformidad de la Natu
raleza sea otra.) El Principio Causal es una especie de principio con
ductor de la investigación científica: mediante su empleo, nos vemos
inducidos a hallar más y más condiciones causales. Aunque ni verda
dero ni falso, su adopción (no la regla misma,, sino la adopción de la
regla) puede ser justificada pragmáticamente por sus efectos. Si lo
adoptamos, somos estimulados a hallar causas; si adoptamos la regla
opuesta, abandonaremos.
Puede que el Principio Causal no funcione del todo como una
regla de la actividad científica. Puede que haya en él algo de suge
rencia: «Encontremos más uniformidades.» Puede que haya en él
algo de esperanza de que encontraremos más condiciones de las que
dependan los acontecimientos. Puede incluso que haya en él un poco
de aliento para mantener el ánimo alto, como si dijésemos: «No
haya miedo, encontraremos las condiciones causales que buscamos.»
Pero cualquiera que sea la mezcla de estos elementos que pueda
haber, el principio no es (de acuerdo con esta interpretación) una
descripción de ningún estado de cosas del universo, Y puesto que no
es una descripción de nada del universo, no puede ser una descrip
ción verdadera (ni falsa) de nada del universo. No es en absoluto
una verdad, ni siquiera una verdad supuesta. Algo que ncPtenemos
que abandonar, no importa cómo sea el universo (por ejemplo, ni
siquiera si fracasamos continua y repetidamente en hallar causas),
no puede ser una verdad acerca del universo.
No tendríamos que abandonarlo. Pero igual podríamos abando
narlo, si las uniformidades ahora observadas no continuaran y si la
investigación continua y repetida no revelara ninguna más. Supon
gamos que una vez soltamos el lápiz y cae al suelo; la segunda vez
vuela por el aire; la tercera vez se convierte en elefante; la cuarta
desaparece sin dejar rastro; la quinta nos pega en la nariz y nos
reprocha el haberlo soltado; y así sucesivamente. Supongamos que
esto no sólc ocurre con el lápiz, sino también con cualquier otra
cosf:, de mo do que no pudiésemos ya descubrir ninguna condición
uniforme de la cual dependan los acontecimientos. Seguiría siéndonos
dado decir: «A pesar de todo, hay condiciones para cada uno de
estos acontecimientos, pero son tan tremendamente complejas que
no las he encontrado. Las causas, no obstante, existen; sólo que se
ha tornado difícil encontrarlas.» Pero también podríamos abandonar
el principio, no decir ahora que era falso (pues nunca hemos soste
nido que fuera verdadero), pero podríamos dejar de considerar que
valga la pena adoptar esta regla de juego. De existir, ya no valdría
la pena seguir buscando causas. Abandonaríamos el principio como
podríamos abandonar una mina, no porque estemos convencidos dé
que no contiene más oro, sino a causa de la convicción de que, lo
haya o no, el oro está en tan diminuta cantidad o tan sutilmente
esparcido o tan difícil de sacar que no vale la pena excavar. Nuestro
abandono expresaría entonces nuestra resolución: «Dejémoslo.»
Comparación con otros principios científicos. Si ésta es la inter
pretación correcta del Principio Causal, no es distinto de ciertos
otros principios que aparecen en la ciencia empírica. Consideremos,
por ejemplo, la Ley de la Conservación de la Energía. Como el Prin
cipio Causal, los científicos llegaron a ella por medio .de la obser
vación de la naturaleza, y cuando inicialmente se formuló se le creyó
una verdad sobre la naturaleza. Caso tras caso el principio resultó
ser correcto. Luego, cuando una observación parecía ir en su contra,
los científicos mantuvieron a pesar de todo el. principio: de todas
maneras, tenían confianza en él, así que, cuando el principio pasaba
apuros, se postulaban tipos y cantidades de energía a fin de hacer
que el principio resultase correcto. Cuando esto sucedió — cuando
las observaciones empíricas de una clase se tomaban como tantos a
su favor, pero las observaciones empíricas de la dase opuesta no se
tomaban como tantos en su contra— llegó a ser tenido como una
verdad a priori, o no como una verdad sino como una regla, o prin
cipio conductor, del quehacer científico. (Si realmente ha alcanzado
ese estadio es cosa que los científicos, provistos de observaciones
empíricas detalladas, han de decidir.) <
El principio de «no hay acción a distancia» es otro caso de este
género. En un momento se pensó que, siempre que C causa E, hay
un contacto físico entre C y E, que, incluso sí C y E están separados
espacialmente, hay una serie continua entre ambos, que se puede
rastrear, de acontecimientos contiguos. Ponemos un extremo del ati
zador a la lumbre, y, a un metro de distancia, se calienta el mango
que tenemos entre los dedos. Pero desde luego esto es porque el
rápido movimiento de las moléculas del hierro que están en el fuego
se transmite a lo largo del atizador hasta llegar a nuestra mano. Lo
mismo vale de las corrientes de convección. O, también, suena una
campana a un kilómetro de distancia y produce una alteración en
nuestro oído y, a través del oído, en nuestro cerebro. La campana no
está contigua al oído, pero la campana y el oído están conectados
por partículas de aire que transmiten las ondas sonoras desde la
una al otro por el contacto inmediato de las moléculas. Si entre
ambos hubiese un vacío, nunca llegarían las ondas sonoras al oído.
Así, el tañido de la campana causa los acontecimientos que suceden
en nuestro cerebro a través de una serie completa de acontecimientos
contiguos. «Toda causación es por contacto», o, en otras palabras,
«no hay acción a distancia».
Pero consideremos ahora otros ejemplos: el Sol transmite calor
y luz a la Tierra, e indudablemente hay una relación causal entre
ambos; pero, ¿dónde está el contacto? No hay nada, ni siquiera
aire, entre ellos. «Pero con toda seguridad hay algún medio que
transmite la radiación desde el Sol a la Tierra.» ¿Cómo sabe la per
sona que lo dice que esto es verdad? Bueno, hay una substancia
transparente y sin peso, el éter, cuya única función es Transmitir esa
radiación a través del vacío. Pero ¿cuáles son los elementos de juicio
de que existe el éter? No hay tales elementos de juicio: el experi
mento de Michelson-Morley y otros ingeniosamente ideados para
detectarlo tuvieron resultados enteramente negativos. En esta situa
ción, ¿qué decir? Los científicos pudieron postular el éter simple
mente a fin de defender el principio de que «no hay acción a dis
tancia»; pueden haber dicho que, puesto que la naturaleza aborrece
el vacío, realmente no hay vacío, sino un éter índetectable cuya
función es transm itir la radiación a través del espacio interestelar.
Pero después de los resultados negativos de los experimentos, los
científicos, como alternativa, abandonaron el éter, y con él el prin
cipio de que «no hay acción a distancia». Simplemente no valía la
pena salvarlo. Era más fácil, en conjunto, cambiar el marco con
ceptual de la ciencia, abandonando el éter y el principio que lo
acompañaba. Como la mina de oro, simplemente fue abandonado.
El abandono del principio causal, que es mucho más general en su
aplicación, supondría un estremecimiento conceptual mucho mayor;
pero si ocurrieran las circunstancias descritas arriba, podría (pero no
necesariamente) ser abandonado, como ya lo ha sido el principio de
que «no hay acción a distancia».
Cualquiera que sea la interpretación que podamos adoptar, es
importante que seamos coherentes en la aplicación que de él haga
mos. No deberíamos primero rehusar abandonar el Principio Causal
en ninguna circunstancia, y luego argüir como si fuese una descrip
ción verdadera del universo entre diversas descripciones alternativas
concebibles. Si lo tomamos como enunciado empírico a la manera
de una ley de la naturaleza, entonces el fracaso en descubrir unifor
midades habrá de ir en contra de él, lo mismo que el descubrimiento
de tales uniformidades se aceptaría como tantos a su favor. Pero si
adoptamos la última interpretación, diciendo que no es en absoluto
un enunciado verdadero sobre el mundo (ni, para el caso es igual,
falso), no podemos retirarnos de nuestra posición y decir que siem
pre es verdadero y tomar esto como base para afirmar el indetermi
nismo o negar la libertad de la voluntad, a lo que, por fin, pasamos
ahora.

Ejercicios

1. ¿Cuáles de los siguientes tomaría usted por enunciados empíricos, con-


firmables por la experiencia pero también refutables por ella? ¿Por qué?
(No suponga que rodos ellos han sido refutados por ella, sino pregúntese
«¿podrían serlo?» ¿Se le ocurre alguna experiencia que los refute (cuente en
contra]?
a) Los gatos son cuadrúpedos.
b) Los gatos son gatos.
c) Los gatos tienen pellejo.
d) Un ser perfecto nunca comete un error.
e) El agua es húmeda.
f) La fricción causa calor.
g) Todo efecto tiene una causa.
h) Todo suceso tiene una causa.
i) Todos los cuervos son negros.
j) Toda partícula de materia del Lfniverso está sujeta a la Ley de la
Gravitación,
■ k ) N o hay cosa tal como «acción a distancia».
1) La cantidad total de energía del Universo permanece constante.
tn) Las leyes de la naturaleza serán verdaderas en el futuro lo mismo
que lo fueron en el pasado.
n) Las uniformidades que creemos leyes de la naturaleza serán verdaderas
en el futuro igual que lo han sido en el pasado.
o) Una cosa no puede ser a la vez A y no-A.
p) Si p es verdadero y p implica q, entonces q es verdadero.
q) Todas las proposiciones han de ser contrastables (confirmables o re*
futables).
r) Todas las proposiciones empíricas han de ser contrastables (confirma-
bles o refutables).
s) Salgamos de la habitación.
t ) Ningún bateador (de béisbol) dispone de cuatro strikes.
2. E ntre los puntos de la lista anterior, ¿cuáles consideraría proposiciones
empíricas, cuáles proposiciones a priori, y por qué? (¿H ay algunas que consi
dere a priori pero falsas? ¿Algunas que considere suposiciones a priori?)
3. E ntre aquellas que considera a priori, ¿cuáles considera analíticas? ¿Por
qué? ¿Hay algunas que crea usted que son a priori y también sintéticas?
4. Si hay algunas que usted no crea que sean empíricas ni a priori, ¿cuál
es su carácter? ¿Hay ítems de la lista que no sean en absoluto unas proposi
ciones? ¿Hay algunos que, sin ser proposiciones, sean «principios conductores»
o «reglas del juego»? Justifique su respuesta.
5. Si cree que el Principio Causal es una proposición empírica, describa
algún estado de cosas que, de ocurrir, refutara el principio. (¿Cree que ocurre
o ha ocurrido algún estado de cosas así?)

17. Determinismo y libertad


Las discusiones sobre la causalidad habitualmente van de la mano
con las discusiones sobre el determinismo y la libertad. Si todo lo
que sucede tiene una causa, entonces vivimos en un universo deter
minista, o en otras palabras, el determinismo es verdadero; y si el
determinismo es verdadero, entonces, se dice, no hay lugar para la
libertad humana. Consideremos el siguiente argumento:
Cada día que pasa, la ciencia es capaz de decirnos más sobre las causas de
las cosas, los factores determinantes que hacen que las cosas sucedan como
suceden. Esto incluye las acciones humanas tanto como los acontecimientos del
mundo físico: sabemos más que antes qué hace que la gente se conduzca como
•lo hace.
Los acontecimientos futuros se hacen cada vez más predictibíes. Un tiempo
hubo en que los eclipses no fueron predictibíes; ahora podemos predecir su
acaecimiento, con un margen de error de una décima de segundo, 10.000 años
por adelantado. En u n 'tiem p o no se podía predecir la trayectoria de un pro
yectil; ahora puede ser trazada con tal precisión que sabemos cómo hacer
que d¿ en un blanco alejado justo en el momento oportuno. Incluso cuando
no sabemos exactamente qué va a hacer una cosa — por ejemplo, cómo va a
rodar exactamente una piedra por una cuesta abaje— , esto no es porque su
trayectoria no esté completamente determinada por las fuerzas que actúan sobre
ella, sino porque no sabemos cuáles son todas esas fuerzas: dónde justamente
va a pegar contra esta grieta, si el lado liso de la piedra al rodar cuesta abajo
va a dar sobre la parte llana del terreno en esta parte de la caída, y así suce
sivamente. Conocemos las leyes, pero no las condiciones iniciales. Pero nadie
imagina — al menos nadie que tenga la más ligera familiaridad con -la ciencia—
que su trayectoria no podría ser calculada si conociéramos, o nos molestáramos
en conocer, los mil y un factores que habrían de ser considerados para calcular
su descenso por la cuesta.
Ahora bien, nadie ha pretendido jamás que las piedras tengan libertad o
voluntad libre. Pero se ha sostenido que los seres humanos la tienen, y la
ciencia muestra gradualmente lo que es esta pretcnsión: una mera superstición.
Sabemos hoy día mucho más que antes sobre la constitución hereditaria y las
condiciones ambientales de las personas, las leyes de cómo se comportan las
personas, todos los factores que hacen que la gente actúe como actúa. La per
sona, cada vez más, está llegando a ser como la piedra. Puede fantasear-que es
libre, pero eso es una ilusión: no es más libre que la piedra. Las fuerzas que
actúan sobre ella son más complejas, y por tanto mucho más difíciles de descu
brir, que las que actúan sobre la piedra, pero existen igual. Las conozca o no,
ahí están, e inevitablemente hacen de ella lo que es y le hacen hacer lo que
hace. Cualquiera que tuviese conocimiento de las leyes y de su propio estado
total en un momento dado sería capaz de predecir todo lo que haría en respuesta
a cualquier situación futura; sería, en resumen, capaz de mostrar cómo está
determinado cad a momento de la vida de una persona.
El argumento anterior es imaginario, pero representa bastante
bien a muchos de los argumentos con que cada día nos topamos.
En todo caso, probablemente esté más claramente formulado que la
mayoría de ellos. No obstante, está lleno de confusiones. (Antes de
seguir leyendo, el lector hará bien en discernir todos los errores que
pueda.) Por ejemplo, tres de los conceptos usados — causalidad,
compulsión y predictibilidad— son tratados como si fueran el mismo.
Ocupémonos, por tanto, de aclarar lo más que podamos el pro
blema del determinismo y la libertad humana a la luz de lo que ya
se dijo sobre la causalidad,
Determinismo. El determinismo es la opinión de que todo lo que
sucede está determinado. La palabra «determinado», sin embargo,
requiere clarificación. En el uso cotidiano, «estar determinado» es
vagamente sinónimo de «estar resuelto» como en la oración «yo es
taba determinado a llegar a tiempo». Pero en el contexto del pro
blema de la libertad humana, «estar determinado» es sinónimo de
«estar causado». Así, pues, el determinismo resulta ser la opinión
de que todo lo que sucede tiene una causa. La palabra «determi
nismo» es bastante desafortunada, dado que posee connotaciones que
no tiene la palabra «causado». Si alguien le dice a usted «todo lo
que usted hace está causado», esa observación puede que no suscite
sorpresa; pero si dice «todo lo que usted hace está determinado»,
puede que usted se sienta inclinado a no estar de acuerdo, pues el
uso de la palabra «determinado» suena como si todo sucediese a
pesar de usted, sin tener usted nada que ver en ello. Pero no es eso
lo que dice el determinismo: el determinismo sólo es la doctrina
de la causación universal; sólo dice que todo acontecimiento tiene
una causa. No dice sí la causa es mental o física, si es la naturaleza
inorgánica, o los organismos, o la gente, o Dios. Por lo que con
cierne al determinismo, la causa puede ser cualquier cosa. Ni siquiera
es necesario que sepamos jamás cuáles son las causas de los aconte
cimientos; el determinismo sólo dice que todo acontecimiento tiene
alguna causa de algún tipo, la encontremos o no.
«Pero si todo acontecimiento está determinado (causado) — sur
ge la objeción— ¿cómo es posible la libertad humana? Todo lo que
ocurre está causado por condiciones previamente existentes, y éstas
a su vez causadas por condiciones anteriores a ellas, y así retroce
diendo en el tiempo indefinidamente. Pero si cada una de sus accio
nes de usted está causada, ¿cómo puede ser libre?»
En este punto se hace muy fácil confundir el determinismo con
otra doctrina, el fatalismo.
Fatalismo. El fatalismo no niega que todo lo que ocurre tenga
una causa. Sólo niega que los seres humanos tengan poder para cam
biar el curso de los acontecimientos. «Lo que va a suceder, va a
suceder», «todo lo que será, será»; estos lemas del fatalismo no se
pretende que sean enunciados analíticos; lo que significan es que el
futuro será de cierta forma no importa qué hagamos, y por lo tanto
no tiene objeto que intentemos hacer nada. Un argumento fatalista
corriente durante los bombardeos de Londres de 1940 discurría así:

O vas a ser muerto por una bomba o no. Si vas a serlo, entonces cualquier
precaución que íoines será inefectiva. Si no vas a serlo, todas las precauciones
que tomes serán superfluas. Por lo tanto no tiene objeto tomar precauciones I3.

Pero este punto de vista, por atractivo que pueda parecer a las
personas que andan a la busca de una excusa para no hacer nada,
choca directamente de frente con hechos empíricos obvios. Las per
sonas to??ian a veces precauciones y salvan con ello sus vidas. Las
gc;ites que iban a los refugios subterráneos con frecuencia se libraban
de bombas que les hubiesen quitado la vida si hubiesen permanecido
en sus hogares. La gente tiene más posibilidades de salir con vida
de la carretera si conduce con cuidado. Y así sucesivamente. La fa
lacia del argumento del fatalista no es difícil de establecer. Arguye,
correctamente, «vas a ser muerto en este ataque o no lo vas a ser».
(A o no-A). Pero luego arguye, incorrectamente: «Si vas a ser
muerto, vas a ser m uerto cualesquiera que sean las precauciones que
tomes» y «si no vas a ser muerto, no serás muerto cualesquiera
que sean las precauciones que dejes de tomar». Y estas dos propo
siciones hipotéticas son duramente tan falsas como lo puede ser cual
quier proposición empírica. Es un hecho empírico llano, que
cualquier estadística confirmará, que aquellos que rehúsan tomar
precauciones tienen mayor probabilidad de ser muertos y aquellos
que toman precauciones tienen' mayor posibilidad de seguir vivos.
Las acciones de las personas tienen parte en los nexos causales de
los acontecimientos. Hay cosas que ocurren a causa de lo que las
personas hacen y que no habrían sucedido si éstas no las hubiesen
hecho. Las bombas no habrían caído sobre Londres si ciertas perso
nas no las hubiesen manufacturado y otras no las hubiesen arro
jado desde el aire. «Todo lo que será, será», pero los seres humanos
desempeñan un papel en la determinación de qué cosas serán. Incluso

15 Citado por Michael Dummctt, «Bringing nbout the Past» («Realizando


el pasado»), Pbilosophical Revieiv, 1964, págs. 338-59.
así, nuestra seguridad, desde luego, no está garantizada: usted puede
ser el mejor conductor del mundo, pero si algún loco conduce su
coche de frente a usted, puede que usted resulte muerto; y una
bomba puede hacer impacto directo en el refugio subterráneo, ma
tándolo allí, mientras que de estar en casa podría haber sobrevivido.
Vivir tiene sus riesgos. No obstante, la conclusión del fatalista de
que los seres humanos son impotentes para cambiar el curso de los
acontecimientos es simplemente una proposición empíricamente falsa.
En la vida cotidiana, todo el mundo se da cuenta de esto per
fectamente, Puede que la gente sea fatalista acerca de los aconteci
mientos remotos, o de las cosas que cree que de ningún modo puede
controlar, pero no puede ser fatalista coherentemente acerca de todo
suceso de su vida. El estudiante que dijese «si estoy destinado a
aprobar este curso, lo pasaré, estudie o no; y si estoy destinado
a fracasar, fracasare estudie o no; luego no me preocuparé por es
tudiar», pronto sería expulsado del colegio. Una persona que dijese
«si estoy destinado a tomar hoy mi almuerzo, de algún modo vendrá
a mí; y sí estoy destinado a no tomarlo, no lo tomaré incluso aunque
vaya a un restaurante y lo pida; luego me sentaré aquí y esperaré»,
pronto moriría de hambre. Todos sabemos, en estas situaciones prác
ticas que encontramos cientos de veces al día, que lo que ocurre
depende de lo que hagamos. Es cierto que el próximo eclipse solar
ocurrirá no importa qué hagamos, pero no es verdad que vayamos
a recibir matrícula de honor sin importar si hacemos algo o no para
conseguirlo. A cualquier persona que pretenda ser fatalista se le
debería preguntar si es fatalista en las situaciones cotidianas, y cómo
ha conseguido seguir viva. La gente sólo puede ser fatalista en las
aulas; cuando tiene hambre, deja de ser fatalista. Tan obvio es que
lo que vaya a ser el futuro depende, al menos en parte, de lo que
hagamos en el presente.
Sin embargo, enfrentado a estas consideraciones, puede que el
fatalista cambie su posición. «No niego — puede decir— que obtendré
matrícula de honor en el curso sí estudio, o que tomare mi almuerzo
sólo si voy al restaurante y lo pido o voy a casa y lo preparo. Mis
actos son a menudo condiciones necesarias para que ocurran estas
cosas. Pero lo que mantengo es que es fatal que bagamos o no estos
actos. Que usted consiga la M. H. o no, no es fatal pero que elija
estudiar o no sí lo es. Y así, indirectamente, que logre la M. H. o
no, es fatal, dado que depende de si estudia o no, cue es fatal. En
general, lo que sucede depende en gran medida de ni estras acciones,
pero nuestras mismas acciones están destinadas í ocurar como
ocurren.»
Este es un cambio considerable en la doctrina fatalista, tan gran
de como para hacernos dudar de si debe seguir llamándosele «fata
lismo». En esta versión, el fatalista no niega que las acciones hu
manas tengan consecuencias; ya no dice que la voluntad humana
sea impotente en el mundo y no suponga una diferencia para el
curso de los acontecimientos. Por el contrario, ahora dice que sí;
sólo que añade que cualquier decisión que tomemos está ella misma
«predestinada». ¿Qué significa esto? ¿Predestinada por Dios o por
qué? ¿Predestinada por un Dios que decide lo que haremos? En ese
caso, su punto de vista es una doctrina teológica, que discutiremos en
el capítulo 7. ¿Por un Hado impersonal, como en la tradición y
mitología griegas? Pero esa misma doctrina es muy poco clara, y
¿desea realmente resucitarla? Quizá sólo quiere decir que nuestros
actos están causados por nuestras decisiones, pero que nuestras mis
mas decisiones están causadas. Pero en ese caso, su punto de vista
es simplemente un tipo de determinismo, y lo trataremos más ade
cuadamente bajo ese encabezamiento.
Indeterminismo. Pero antes de hacerlo, examinaremos el inde
terminismo, una opinión opuesta al determinismo. El indeterminis
mo niega que todo lo que sucede tenga una causa. Para muchos
acontecimientos — probablemente la mayoría, pero no todos— hay
condiciones tales que, si se repitiesen, se repetiría el acontecimiento.
El indeterminista probablemente no llevará sus afirmaciones al campo
de la naturaleza inorgánica; aquí estará conforme con dejar que reine
la causalidad universal. El movimiento de cada planeta está causado
(determinado) por un conjunto de condiciones previas; también la
trayectoria de cualquier proyectil y la historia de toda molécula de
oxígeno. Esto es incluso verdad en la mayor parte del ámbito de lo
orgánico, como lo confirma el éxito científico en hallar causas dentro
de la biología. Sólo es en el ámbito de lo humano donde el indeter
minista desea imponer su opinión. Las acciones reflejas son causa
das en un 1 0 0 por 1 0 0 , pues con respecto a ellas no somos activos
sino pasivos; el único ámbito en que no vale la causalidad universal
es el de las acciones, de las cosas que hacemos. Por lo que respecta
a las acciones, o en todo caso a algunas de ellas, nadie será jamás
capaz de predecirlas, no importa de cuánto conocimiento fisioló
gico y psicológico dispongamos en torno a sus condiciones antece
dentes, porque el Principio Causal no se aplica a ellas. Cada una de
las condiciones puede predisponerle a usted a realizar el acto X, pero
puede, no obstante, realizar el acto Y; en esto consiste su libertad.
Esto ocurre típicamente en las situaciones de conflicto moral, en las
que debemos elegir entre nuestras inclinaciones y lo que creemos
nuestro deber.

En la situación de conflicto moral, yo (como agente) tengo ante mi espí


ritu un curso d e acción X que creo mi deber; tengo también un curso de
ficción Y, incompatible con X, que, siento, es lo que más fuertemente deseo.
Y está, cómo se dice a veces, «en la línea de resistencia mínima» para mí: el
curso que sé que yo tomaría si dejase operar sin obstáculo mi naturaleza desi-
derativa. En el curso hacia el que sé que mi carácter, como está formado, me
inclina naturalmente. Ahora, tal como estoy actualmente comprometido en esta
situación, hallo que no puedo evitar creer que puedo cumplir mi deber y ele
gir X; el «cumplir el deber» es efectuado por lo que comúnmente se llama
«esfuerzo de la voluntad». Y, más aún, hallo, si me pregunto qué es lo que
creo cuando creo que «puedo» cumplir mi deber, que no puedo evitar crcer
que depende de mí aquí y ahora, absolutamente, cuál de las dos alternativas
genuinamente abiertas adopte; esto es, hacer el esfuerzo de voluntad y elegir X,
o, por el contrario, dejar que mi naturaleza dcsiderativa, q u e 'm i carácter tal
como está formado «siga su marcha», y elegir Y, el curso que está «en la línea
de la resistencia mínima» l6. .

El determinista, sin embargo, tiene objeciones a esta opinión:


1. En primer lugar, preguntará, ¿hay algún elemento de juicio
de que haya sucesos no causados por condiciones antecedentes? Es
cierto que no sabemos empíricamente que todo suceso está causado,
pero nuestro conocimiento de las causas aumenta de día en día, y no
hay razón para no creer que todo suceso sin excepción está causado.
Lo tomemos como verdad sobre el mundo o como principio conduc
tor, hay fundamentos muy fuertes para creerlo (o adoptarlo). Por
el contrario, no hay ningún elemento de juicio a favor del indetermi
nismo. No hay ningún ámbito de sucesos de los que se sepa que no
están causados: hay meramente un ámbito de sucesos de los que
no se sabe que estén causados, y este ámbito está disminuyendo cons
tantemente. Es verdad que, en tanto quede un ámbito de sucesos
de los que no se sepa que estén causados, el indeterminismo no
puede ser refutado; pero, dice el determinista, no hay el menor
elemento de juicio a su favor, y por tanto no hay razón para que
se deba creerlo.
Se puede, desde luego, sentir qüe el indeterminismo es verda
dero, pero sentir que algo es verdad no es garantía de que lo sea.
Mi sentimiento de miedo hace verdadero a «siento miedo», pero el
Principio Causal no versa sobre mi estado de sentimientos, y no es
verificado por ningún estado tal que yo experimente (véanse pági
nas 162-66). Puedo «sentir» que el mundo va a explotar mañana,

16 C. A., «Is "Free-will" a Pseudo-Problem?» («¿Es "ía voluntad libre”


un pseudoproblema?», Mind, 1951, pág. 463.
pero esto no es un elemento de juicio de que lo hará. La única
razón por la que el indeterminista quiere negar el Principio Causal es
que desea hacer un hueco para la libertad: no tiene elementos de
juicio a favor de su punto de vista, sino que está convencido de que,
si no niega el Principio Causal, la libertad humana no será posible.
Pero, ¿qué pasa si la libertad humana no es posible ni siquiera desde
el punto de vista indeterminista? Este es el centro de la siguiente
objeción:
2. ¿Cómo es posible la libertad, si el indeterminismo es verda
dero? «No es posible», dice el determinista. «La libertad sólo es
posible en la medida en que el determinismo sea verdadero. Suponga
que algunos de sus nevos son incausados; no serían causados por su
carácter, ni por sus hábitos de hasta el momento ni por nada que lo
constituya a usted como persona. ¿No desea que sus actos sean cau
sados, causados por usted? ¿Podría llamarlos realmente libres si
fuesen incausados? Entonces no serían actos que tuviesen su origen
en usted. ¿Cómo podrían ser sus actos si no fuesen causados por
usted? Si no son causados, están desarraigados. Meramente llegan,
desde ningún sitio, a la existencia, y ni siquiera podrían ser llamados
actos de la persona que los hizo; de hecho, ella no los haría, pues
hacerlos significa causar que sucedan: simplemente, le sucederían.
Suponga que tiene un amigo que conoce desde hace años y ha apren
dido a fiarse completamente de él; ahora suponga que su próximo
acto c .viese separado de toda condición causal, que fuese poseído
por un ataque de libertad indeterminista (falta de causalidad). No
habría razón para seguir fiándose de él, pues lo que ocurriese la
próxima vez no sería s:i acto, no sería un producto de su carácter, no
sería causado por él. Cuando intentamos entrenar, educar, reformar,
premiar, aconsejar, castigar a otros seres humanos (todas estas son
/■ 'abras causales), suponemos que el determinismo es verdadero;
suponemos que mediante nuestras acciones podemos causar un cam
bio en las acciones de la persona que intentamos cambiar. Pero si
:uese verdadero el indeterminismo, todos estos intentos serían inúti-
es. En la medida en que fuese verdadero, nuestros esfuerzos no
;endrían efecto, pues las acciones de las personas no tendrían causa.»
El indeterminista replicará: «No haga absurda mi posición. Nin
gún indeterminista cree que todos ios acontecimientos sean no cau-
;ados, ni siquiera que todas las acciones humanas sean no causadas,
il indeterminismo se aplica sólo quizá al 0 , 0 1 por 1 0 0 de todas las
icciones humanas (quizá sólo a aquellas en que se hallan comprome-
idas elecciones morrles). Esta pequeña cantidad de indeterminismo
io interferiría con la regularidad y uniformidad del universo en
grado apreciable. Ni siquiera interferiría con la predicción, excepto
en las cosas que no son ahora predicables de ningún modo, y las
acciones humanas son notoriamente impredictibles, tales y como
están las cosas. La introducción de un poco de indeterminismo no
sería más destacable que una gota de agua en un océano. No tiene
usted por qué temer que todo esté perdido si el universo no es
rígidamente determinista: sigue habiendo cantidad de causas para
que la ciencia las desentierre.»
«Sin embargo, en la medida en que admitamos el indeterminis
mo, admitimos el caos y la impredictibilidad. Es un error admitirlo.
Si el indeterminismo se aplica sólo ai 0 , 0 1 por 1 0 0 de las acciones
humanas, entonces el 0 , 0 1 por 1 0 0 está infectado por la enfermedad
que antes mencioné: ese 0 , 0 1 por 1 0 0 de las acciones no sería pro
ducto del carácter de la persona. No sería su acto, sino algo que le
sucediese, como ser alcanzado por el rayo. Creo que su única razón
para creer en el indeterminismo — de otro modo a nadie se le ocurri
ría creer en él— es que usted teme que la libertad humana sea
imposible, si el determinismo es verdadero. Usted quiere salvar la
libertad, por lo que se aferra desesperadamente a su indeterminismo.
Pero intentaré mostrarle que este paso es innecesario. No sólo no
tendrá libertad si le concedo el indeterminismo — como ya le he mos
trado— , sino que la tiene si supone la verdad del determinismo, y
esto es lo que ahora voy a intentar mostrarle.»
Azar. «Es claro que algunas cosas ocurren por azar. El indeter
minismo ha de ser verdadero, dado que de acuerdo con él algunas
cosas ocurren por azar. La cuestión es: ¿Qué se entiende al decir que
algo ocurre «por azar»? La frase es ambigua. líe aquí sus princi
pales sentidos:
1 . Cuando decimos que usted y yo nos encontramos esta ma
ñana por azar, queremos decir que el suceso en «-.ucstión nc fue
planeado, no fue dispuesto previamente. Sin duda tuvo sus causas
que usted fuese a la ciudad, y también que fuese yo. Al decir del
encuentro que fue por azar, entendemos que no fue nuestra intención
encontrarnos.
2 . «Las mutaciones ocurren por azar.» Aquí nc queremos decir
que las mutaciones sean incausadas sino que no sabemos exactamente
cuáles son estas causas. Usamos la palabra «azar» para referirnos a
nuestra ignorancia de las causas. Conocemos cuáles son los factores
relevantes en una tirada de moneda, pero no sabemos con precisión
la magnitud del vuelo, cuál es la dirección del lanzamiento, cuántas
veces girará antes de caer a la mesa, y así sucesivamente. Si cono
ciésemos todas estas cosas, podríamos predecir el resultado del lanza
miento, pero puesto que no podemos, decimos que es cuestión de
azar.
3. «El azar es d el...» Aquí estamos dando una estimación d
probabilidad. Pero 110 todas las estimaciones de probabilidad son del
mismo tipo. Las estimaciones de probabilidad matemática son por
completo a priori: si conocemos que hay dos alternativas, asignamos
a cada alternativa una probabilidad del 50 por 100, sin saber nada
acerca de cada una de ellas. Puesto que no sabemos nada ?;obre
cada una de las alternativas, no podemos usar la probabilidad mate*
mática con 10 base para predicciones reales. Sin embargo, podemos
hacerlo una vez que conocemos la probabilidad estadística, esto es, el
registro anterior de frecuencias relativas ds cada alternativa. Si sa
bemos que el 50,2 por 100 de los humanos nacidos han sido varones,
diremos que hay un azar del 50,2 por 100 de que su próximo hijo
sea varón, y no del 50 por 100, como obtendríamos de la mera
probabilidad matemática. Ambas son susceptibles de ser confundidas,
pues sus íesultados coinciden frecuentemente. La probabilidad de
que la próxima tirada de moneda sea cara es del 50 por 1 0 0 , pero
no es debido a la probabilidad matemática sino a los registros pa
sados de lanzamientos de monedas. En cuanto usted sospecha que
la moneda está cargada no sigue asignando una probabilidad del
50 por 100. Cualquier información empírica que usted pueda tener
acerca de la conducta de las monedas o del comportamiento de esta
moneda será relevante para la estimación de la probabilidad en sen
tido estadístico, pero no matemático.
Se podrían llenar muchas páginas exponiendo los diversos usos
de la palabra «azar» y sus relaciones mutuas 11.
Pero, ¿no hay un sentido en el cual «azar» implica falta de causa
ción? ¿No encontramos en la física subatómica una referencia a los
electrones, que se mueven en cierta dirección «por azar», signifi
cando en este caso «sin ninguna causa», puro azar, por así decir?
Esto es altamente discutible. ¿Se quiere decir realmente que no
hay causa para que ese electrón vaya por este camino en vez de por
aquél? No podemos predecir cuál será el camino, pues no conocemos
las leyes de este campo. Pero en ese caso, la dirección del movi
miento no es realmente cuestión de azar (falta de causa), sino que
es, de nuevo, función de nuestra ignorancia 18.
17 Para un tratamiento más detallado de los diversos significados de «azar»,
ver A. J. Ayer, «Chance» («Azar»), Scientific American, octubre de 1965.
18 El Principio de Indeterminación de Heisenberg es una teoría de una
rema especializada de la física y sólo puede ser explicado en un lenguaje alta
mente técnico. En todo caso, nada tiene que ver con el problema de la libertad
de la voluntad discutido en, esta sección.
El determinismo compatible con la libertad. Así, pues, volvemos
al determinismo. Una vez más, el determinismo dice meramente que
todo lo que sucede tiene una causa u otra. Pero la palabra «deter
minar» está tan cargada de connotaciones animistas que la palabra
«determinismo» es un nombre bastante desafortunado para la doc
trina; sería preferible «causalidad universal». Si se nos dice que
todo lo que sucede está determinado, podríamos objetarlo. «Deter
minado» suena a como si sucediese a pesar de nosotros, a como si
nosotros no tuviésemos parte en ello, sino que fuéramos meramente
espectadores pasivos del curso de los acontecimientos. Y esto, por su
puesto, es falso, como*vimos al examinar el fatalismo. Si usamos las
palabras «determinar», «determinado» y «determinismo», deberíamos
tener en mente que «determinado» no significa ni más ni menos que
«causado».
1 . A veces el determinismo — causalidad universal— ha sido
identificado con la predictibilidad universal. Pero no son lo mismo.
Si el determinismo fuese verdadero, y si conociésemos todas las
leyes de la naturaleza, y todas las «condiciones iniciales», entonces
podríamos predecir todo lo que sucediese. Pero el determinismo
podría ser verdadero sin que pudiésemos ser capaces de predecir,
debido a nuestra falta de conocimiento. El determinismo (la causa
lidad universal) es una teoría metafísica: trata de lo que es, de lo
que existe en la realidad-, pero la predictibilidad es una cuestión
epistemológica: tiene que ver con nuestro conocimiento de lo que
es. Para predecir un acontecimiento con acierto requerimos, no sólo
que tenga una causa, sino que sepamos en detalle cuál es la causa y
cuáles son las leyes que conectan las causas con los efectos. La
predictibilidad sería una consecuencia del determinismo más nuestro
conocimiento de las leyes, pero no es en ella en lo que consiste el
determinismo.
2 . «Pero si el determinismo es verdadero, todo hecho que su
ceda, incluida toda acción humana, es necesitado por las condiciones
y los sucesos que ocurrieron previamente a él. ¿Cómo es posible ía
libertad humana si todo ocurre por necesidad?» Pero el término
«necesitar», en el presente contexto, es un vivero de confusiones.
Separemos sus principales sentidos:
a) Hay un sentido lógico en el cual «esto es un triángulo»
supone necesariamente «esto tiene tres ángulos». Sólo las proposi
ciones pueden necesitarse (implicarse) entre sí en este sentido. Po
demos extender este sentido diciendo que ciertas propiedades im
plican otras: ser rojo implica ser coloreado, ser un cubo implica tener
doce aristas, y así sucesivamente. Pero la causa no necesita el efecto
en este sentido. Es siempre posible lógicamente que un conjunto
dado de condiciones no produzca cierto efecto, no importa la fre-
1 cuencia con que el uno haya sido seguido por el otro en el pasado.
b) A veces se dice que un hecho sucede necesariamente, si
• ficando que su acaecimiento es un caso de una ley; esto es, la pro
posición de que E ocurre se sigue de las premisas «si C, entonces E»
1 y «C ocurre». Y así es: la deducción es válida. Pero la conclusión es
< verdadera sólo si ambas premisas son también verdaderas. Si E en
cierta ocasión deja de ocurrir (lo que es posible lógicamente), incluso
< después de que C ocurriese, esto mostraría que la premisa «sí C,
] entonces E» era falsa. La ley misma («si C, entonces E») que consti-
( tuye la premisa mayor del argumento es una proposición empírica,
< que siempre es susceptible de refutación o modificación por la expe-
( riencia posterior.
5 c) «Pero la ley misma vale necesariamente.» De nuevo, esto es
^ un error, a menos que sea una forma equívoca de decir que la ley
f vale para todos los casos. Pero esto no significa que sea una verdad
1 necesaria, sino sólo que no tiene excepciones. Una de las caracterís-
< ticas definitorias de una ley es que no tenga excepciones: si las
tiene no es una ley.
1 d) Quizá «necesitar» se use para significar lo mismo que
S «compeler». Pero las causas no necesitan los efectos en este sentido.
c Los efectos ocurren como resultado de las causas, de otro modo
s no serían efectos, pero causar no es lo mismo que compeler. En la
f naturaleza inanimada no pueden ocurrir cosas tales como la compul-
1 sión: la compulsión sólo puede ser ejercida por seres conscientes
f sobre otros seres conscientes. La primera bola de billar no compele
s a la'segunda a moverse, como sí le dijese « ¡muévete, que si no...! »
1: Tendemos a pensar en las cosas y sucesos como si se forzasen mutua-
i' mente en lugar de sucederse unos a otros. Hablamos como si hubiese
s un infeliz efecto intentando en vano zafarse de las garras de una
^ causa dominante. Pero esto, desde luego, es un error. La primera bola
^ golpea la segunda, y la segunda se mueve, y esto ocurre regular-
mente; eso es todo. «Compeler» sólo tiene significado cuando se
t habla de seres que pueden ejercer su voluntad sobre otros seres,
cambiando así el curso de sus decisiones y acciones. Dado que «com-
£ peler» sólo tiene significado en este contexto, decir que los objetos
s inanimados se compelen unos a otros no es verdadero ni falso, sino
f carente de significado, porque la palabra está usada fuera del con-
a texto en el cual tiene significado. Los seres humanos, por el con-
r trario, se compelen unos a otros, y a veces un acto ocurre debido a la
r compulsión: una persona puede compeler a otra a hacer, por ame
nazas de muerte o de tortura si no lo hace, lo que de otro modo no
habría hecho. Pero la compulsión, en el ámbito humano, es sólo un
caso especial de causación: la mayoría de las acciones humanas no
son compelidas, aunque todas pueden ser causadas. Nadie me com
pele a escribir un libro, pero lo estoy escribiendo, y mi deseo de es
cribirlo es una de las causas de escribirlo. Sólo algunas acciones hu
manas son compelidas, pero esto no es lo mismo que decir que sólo
algunas acciones humanas son causadas. Las acciones compelidas
son todas causadas, pero no todas las acciones causadas son compe-
lidas. Decir «todo es causado, luego todo es compelido» es el mismo
tipo de error que decir «todo objeto es coloreado, luego todo objeto
es rojo».

Q ue todas las causas contengan igualmente una necesidad es, ciertamente,


una tautología si la palabra «necesidad» se toma meramente como equivalente
a «causa»; pero si, como requiere la objeción, se toma como equivalente a
«coacción» o «compulsión», entonces no creo que esa proposición sea verda
dera. Pues todo lo que -hace falta para que un acontecimiento sea causa de
otro es que... haya una concomitancia invariable entre las dos clases de aconte
cimientos; pero no ihay ninguna compulsión, en ningún sentido que no sea
metafórico 19.

3. «Pero si todo es causado, ¿no están causadas nuestras pro


pias acciones?» Cierto, responde el determinista, lo están; se puede,
en efecto, estar agradecido de que lo estén, de otro rrodo estaríamos
atollados entre las acciones sin causa del indeterminista. Cierto, dice
el determinista, nuestras acciones están causadas, por nosotros. s<Yo
causo mis acciones» (voz activa) y «mis acciones son cau seas por
mí» (voz pasiva) dicen la misma cosa. «Yo causó nrJs acciones» es
el lema de k libertad; «mis acciones son causadas por mí» es el del
determinismo. El determinismo no sólo es compatible con la libertad
humana, sino que la libertad humana sólo es posible bajo la supo
sición de que el determinismo es verdadero 20.
«Libertad» es una palabra escurridiza, con muchos significados
superpuestos en el uso común. Tratarla en detalle requeriría muchas
páginas. 1 ) La usamos en un sentido negativo, en el cual significa la
ausencia de constricción. Somos libres, en este sentido, si nadie nos
fuerza a hacer algo contra nuestra voluntad. Si vivimos en una dicta
dura tiránica en la cual la mayoría de nuestras acciones nos son

19 A. J. Ayer, «Freedom and Necesity» («Libertad y necesidad»), en


Philosopbical Essays, págs. 271-84.
20 Véase R. E. H obart, «Free-will as Involving Determinism and Inconcei-
vable without It.».
forzadas bajo penas severas si no las hacemos, no somos libres. No
somos libres de actuar según nuestro propio dictado ^n-JtaLsituación,
sino que estamos forzados a hacer lo que otros nos ordenan hacer.
En tales situaciones estamos actuando bajo compulsión, y la compul
sión es lo opuesto de la libertad: somos libres si nuestros actos no
son compelidos. 2 ) También la usamos en un sentido positivo, para
significar aproximadamente lo mismo que facultad. En este sentido
somos libres, no de prohibiciones, sino de hacer ciertas cosas. Somos
libres de hacer esas cosas que podemos hacer si elegimos hacerlas.
Somos libres de levantar diez kilos, dado que podemos hacerlo si lo
decidimos, pero no somos libres de alzar mil kilos, dado que no
podemos hacerlo, lo decidamos o no. Somos libres de andar (si no
estamos listados), pero no de volar por los aires como un pájaro.
Nadie es completamente libre en ninguno de estos dos sentidos.
Los grados de libertad, y los aspectos en que somos libres, varían
de una persona a otra y de un lugar a otro. Nuestra cuestión, sin em
bargo, concierne a la relación entre la libertad y el determinismo.
¿Es incompatible el determinismo con la libertad? El determinista
sostiene, es claro, que no. Hay a menudo restricciones a nuestra
libertad, como cualquier víctima de un atracador y cualquier víctima
de una dictadura armada testificarían, pero no es el determinismo
el que produce estas restricciones. El determinismo sólo dice que
cualquier cosa que ocurra tiene una u otra causa. Y en tanto la
causa seamos nosotros, y lo somos a menudo (al menos en parte),
no hay restricción de la libertad por lo que concierne al determi
nismo. Las acciones de las otras personas y las condiciones del en
torno, o incluso las propias condiciones internas de uno, tales como
las urgencias irresistibles, pueden restringir nuestra libertad, pero
nuestra libertad no está restringida por ninguna doctrina de la
Causalidad Universal.
Digamos, entonces, que nuestro acto está causado: está cau
sado por nuestra decisión de realizarlo, (Esta no es por sí misma
una condición suficiente, desde luego; nuestros miembros han de
estar en disposición de funcionar, el acto ha de ser tal que seamos
capaces de realizarlo, etc.) La Decisión 1 conduce al Acto 1 ; la D e
cisión 2 conduce al Acto 2 . ¿Qué más libertad podría pedirse? ¿Se
ríamos más libres si decidiésemos realizar el Acto 1 y nos hallásemos
realizando el Acto 2 en su lugar? ¿Qué mayor libertad podríamos
desear que el que nuestros actos fuesen causados por nuestras de
cisiones?
4. «Pero si todo está causado, nuestras decisiones también es
tarán causadas. Y si ellas están causadas, ¿cómo podemos ser libres?»
«Nuestras decisiones — responde el determinista— están causa
das (habitualmente, al menos) por lo que deseamos o preferimos.
Prefiero un pastel a un helado, así que decido pedirlo de postre, y lo
pido. ¿Dónde está la falta de libertad? Yo diría que éste es un
caso paradigmático de decisión libre.»
«Pero nuestros deseos también están causados si el determinismo
es verdadero. Están causados por una variedad de factores, sin duda,
nuestra predisposición hereditaria, nuestro entorno en los primeros
años, las pautas de nuestros hábitos desarrollados durante años, y
así sucesivamente. Pero, ¿cómo puedo ser libre si mis acciones están
causadas por mis deseos, que yo no creé y sobre los que no tengo
control?»
«Es cierto que somos menos libres con respecto a nuestros deseos
que con respecto a nuestras acciones. Si usted tiene cierto deseo, diga
mos deseo de alcohol, puede que no sea capaz de hacer nada que lo
cambie en ese momento. Pero puede esforzarse en ello: puede
reducir el próximo trago y el siguiente, y quizá unirse a los Alcohó
licos Anónimos, hasta que finalmente pueda quedar sin deseo. La
gente tiene algún control sobre sus deseos, y a menudo consigue
cambiarlos mediante el ejercicio de la autodisciplina y el poder de
su voluntad.»
«Pero algunas personas tienen el poder de ejercer esta fuerza, y
otras no, algunas personas son incapaces de autodisciplinarse y cam
biar sus hábitos fundamentales, no importa cuánto lo intenten. Unas
pueden, otras no. La diferencia reside en las causas, que están más
allá de nuestro control. Unas personas tienen en sí la capacidad de
ejercer el esfuerzo requerido para cambiar las pautas de sus hábitos,
y otras no. Y nadie nos ha dado esa capacidad. La tenemos o no la
tenemos. No lo sabemos hasta que no lo intentamos, por supuesto.
Pero si lo intentamos con toda la fuerza que podemos y luego
fracasamos, sabemos que verdaderamente estaba fuera de nuestro con
trol, que no somos libres.»
«Pero yo nunca dije que todo el mundo fuese libre con respecto
a todo. La libertad de toda persona está limitada, y algunas personas
ti'énen más que otras. Si usted ha tenido un entorno muy desafortu
nado en su edad temprana y en consecuencia desarrolla ciertos há
bitos muy fuertes, es muy posible que nada de lo que haga en su vida
posterior — incluso ir al psiquiatra— le capacite para vencerlos. Con
respecto a todos éstos, entonces, usted no es libre en mayor medida
de lo que lo fue de nacer macho o hembra. Sólo estoy insistiendo en
que usted es libre con respecto a algunas cosas, y que esto es per
fectamente compatible con el determinismo. Sólo digo que la libertad
existe, no que está presente en cada acción o tendencia humanas. No
tengo que probarle que todo acto, decisión, deseo, es libre para pro
barle que hay una cosa que es la libertad. Recuerde, usted dijo que,
de acuerdo con el determinismo, no puede haber cosa tal como la
liberna. Para probar eso no es suficiente indicar sectores de la con
ducta en que no seamos libres, pues si usted los señala, yo solamente
tengo que señalar ámbitos de la conducta en las cuales lo seamos.»
«Muy bien, entonces; permítame seguir esa línea: Si el deter-
minismo es verdadero, usted no podría haber hecho algo distinto de
lo que hizo en ninguna ocasión particular de su vida, dado el con
junto de circunstancias total que conduce a esa acción. Siendo las
que fueron aquellas circunstancias, a usted sólo le quedaba abierto
un acto: el que de hecho realizó. Sólo opinamos de modo diferente
porque no sabemos cuáles son aquellas circunstancias.»
« * A ¿. . Ahora tenemos una afirmación filosófica. Valorémosla.
I... cualquier ocasión particular, dice usted, yo no podía haber hecho
nada sino lo que hice. Ahora bien, «poder» y «podía» son palabras
de capacidad. Decir que yo puedo hacer algo es decir que soy capaz
de hacerlo, no que esté constantemente haciéndolo, sino que soy
capaz, lo que significa que, si decido hacerlo, lo haré. Puedo andar
a cuatro ¿wómetros por hora pero no a cuarenta; esto es, sucederá
que yo ande a cuatro kilómetros por hora si decido hacerlo, pero
ninguna decisión, voluntad o deseo me capacitará para caminar a
cuarenta. Así que hay algunas cosas que puedo hacer y otras que
no puedo.»
«En general, sí. Pero lo que estoy diciendo es que en cualquier
momento específico de su vida — digamos, cuando se enfrenta a
cierta elección— usted puede hacer sólo una cosa, la que realmente
hace.»
«No es verdad. En este momento puedo hacer varias cosas. Pue
do andar hacia la izquierda, puedo andar hacia la derecha, o puedo
rr"■J r,rme donde estoy. Cualquiera de estas cosas que yo haga tendrá
causas. Normalmente ando si quiero andar, y me quedo quieto si
quiero quedarme quieto. Lo que haga depende de lo que yo desee
hacer; y así, repito, soy libre, al menos con respecto a estas alter
nativas.»
«No niego que pueda hacer estas cosas si lo desea. Pero dadas
precisamente las circunstancias en que se encuentra, no podía haber
deseado algo diferente. Puede hacer lo que le plazca, pero no puede
placerle lo que le plazca.»
«Pero con toda seguridad yo podría haber sido capaz de desear
algo diferente. Si originalmente yo deseaba whisky pero gradualmente
5. Causa, determinismo y libertad 415

desarrollé gusto por la coca-cola en vez del whisky, podría al final


desear cola-cola en lugar de whisky, ¿no es cierto?»
«Sin duda; pero sigue sin dar en el clavo. Dadas precisamente
las circunstancias en las que está en ese momento, su estado fisioló
gico y psicológico total en ese momento de desear, querer, elegir,
actuar, no podría haber deseado, querido, etc., ninguna otra cosa
distinta.»
«Me pregunto cómo pretende saber eso. Dado que no sabemos
cuáles son los factores, usted no está en posición de saber que la
elección no podía haber tenido otro resultado.»
«No pretendo saberlo. Sólo pretendo que eso es Jo que pasa si
el determinismo es verdadero. Estoy intentando m osfarle, sobre la
base de su propia doctrina determinista, que la libertad es imposible.»
«Pero, ¿por qué no puedo actuar diferentemente, o desear dife
rentemente? ¿Me compelen mi fondo y mis pautas habituales? Pero
sólo las personas pueden compeler (imponer sus voluntades a los
demás). Causalidad no es lo mismo que compulsión. No sea víctima
de esa falacia.»
«No estoy diciendo que su fondo le compela, sólo istoy diciendo
que dado su fondo total, usted no podía haber hecho otra cosa sino
la que hizo.»
«Y yo digo que "podía" es una palabra de capacidad. Podía haber
hecho otra cosa distinta, porque habría hecho algo distinto de lo que
hice si hubiese elegido hacerlo.»
«Pero usted no podía haber elegido de manera diferente, siendo
las condiciones exactamente las que eran.»
«Usted olvida que lo que deseo es a su vez una de las condi
ciones de las que depende mí elección. Suponga que en las dos
situaciones hay mil factores idénticos, todos los cuales me predis
ponen a hacer X. Pero la primera vez quiero hacer X, y la segunda
vez no. El que yo desee o no hacer X puede ser lo que origine toda
la diferencia.»
«Desde luego que puede. Pero vuelve a no dar en el clavo. Que
usted desee o no desee X está a su vez determinado por condi
ciones previas. Siendo usted precisamente lo que es en ese momento,
precisamente operando los factores que estaban operando, su elec
ción no podía haber tenido otro resultado, aunque (porque no sabe
en detalle cuáles son esos factores) pueda pensar que el resultado
podía haber sido diferente.»
«Y podía serlo; esto es, habría sido diferente si yo hubiese
querido que lo fuese. Seguro que éste es un hecho familiar de la
experiencia.»
«Escuche. Estoy diciendo que dado exactamente este conjunto
de condiciones, usted sólo podía haber hecho este acto particular.
Si el conjunto de condiciones hubiese sido algo diferente (digamos,
si usted hubiese deseado Y en vez de X), entonces sólo hubiese
podido hacer ese otro acto. De un modo u otro, usted sólo podía
haber hecho lo que hizo.»
«Veo por dónde va, pero pienso que está cometiendo un error
fundamental. Olvida que "podía" es una palabra de capacidad. Esto
es muy importante. Usted pregunta: "¿Podía haber actuado de ma
nera diferente, si todas las condiciones que conducían a mi acción
hubieran sido las mismas?", y yo quisiera señalarle que su misma
pregunta es autocontradictoria. "Podía haber" es sinónimo de "habría
podido si hubiera elegido". Ahora bien, usted pregunta si yo podía
haber hecho otra cosa, si todas las condiciones que conducían al acto
hubiesen sido las mismas. Lo que desea, entonces, es que le muestre
que yo podía haber hecho otra cosa — esto es, hecho otra cosa si lo
hubiese elegido— ¡incluso si todas las condiciones, incluida la elec
ción, hubiesen sido las mismas! Pero la elección misma es una de las
condiciones de la acción; y si la elección hubiese sido diferente, el
acto habría sido diferente. Su pretensión es autocontradictoria:
quiere que yo diga que podía haber actuado de modo diferente (esto
es, habría actuado de modo diferente si hubiese elegido de modo
diferente) incluso si todas las condiciones (incluida la elección) hu
biesen sido las mismas. Pero las condiciones que usted impone son
autocontradictorias. Si yo hubiese elegido de forma diferente, en
tonces una de las condiciones de la acción, la elección, habría sido
diferente, y así no todas las condiciones habrían sido las mismas.
¿No ve que su misma pretensión contiene una autocontradicción?
Quiere que todas las condiciones sean las mismas la segunda vez, y
además quiere que una de las condiciones, la elección, sea diferente.
Y no puede conseguir ambas cosas.»
«Veo lo que quiere decir. Permítame, entonces, reformular mi
pregunta. En vez de preguntar "¿podía haber actuado de forma dife
rente si todas las condiciones hubiesen sido las mismas?" —-que ya
veo que es contradictorio— permítame exponerlo de este modo:
"¿habría actuado de forma diferente si todas las condiciones hubie
sen sido las mismas?"»
«Bueno, si todas las circunstancias fuesen hoy las mismas que
cuando hace un año Jones me pidió prestados 1 0 0 dólares, actuaría
de forma diferente: no se los prestaría, puesto que no me los de
volvió la vez anterior.»
«Desde luego; pero por; '.‘todas las condiciones" entiendo real
mente todas las circunstancíás’, no.sólo las exteriores: y usted y su
estado mental han de ser infcjúidos entre las circunstancias. Desde
luego, usted es ahora diferente® entre tanto, han sucedido montones
de cosas, especialmente el hechor de que, cuando prestó a Jones el
dinero la vez anterior, fue defráúdado. Pero supongamos por un
momento que usted fuese exactamente el mismo la segunda vez. Esto
nunca ocurre, desde luego, pero supongámoslo: las circunstancias
externas son idénticas a las de hace un año, y no hay en su memoria
rastro de la ocasión anterior. Entonces usted se estaría repitiendo a
sí mismo, ¿no es cierto? Haría precisamente lo mismo que hizo
entonces, puesto que sería (por hipótesis) exactamente el mismo que
era entonces. No podría actuar de forma diferente.»
«¿No podría? ¿Quiere decir que no lo haría incluso si quisiera
hacerlo?»
«Eso es, no lo haría.»
«Y suponga que, por lo que sabemos, después de una investi
gación exhaustiva, concluimos que las circunstancias fueron todas
ellas exactamente las mismas que eran entonces. Y ahora supongamos
que^actúo de forma diferente a pesar de todo. ¿Qué diría entonces?
¿Dirí&que su opinión (que no actuaría esta vez de forma diferente)
h ab ría^d o refutada?»
«Nol>$o lo diría. Diría que las condiciones no eran las mismas
exactamente.»
«Por supuesto. E incluso si nunca descubriésemos ninguna dife
rencia en las condiciones, diría aún que eran diferentes, ¿no es ver
dad? Diría que debían haber sido diferentes, porque el resultado
fue diferente. Y ¿qué tipo de "debe” es éste? Está haciendo a priori
su hipótesis, ¿no? Toma el mismo hecho de que los resultados sean
diferentes como prueba, sin más elementos de juicio, de que las con
diciones eran diferentes. Así que o está tomando el Principio Causal
como verdad a priori, en cuyo caso rae pregunto cómo sabe usted
que es verdadero, o como regla del juego, en cuyo caso no es en
absoluto una verdad sobre el universo.»
«Bien, usted es determinista. ¿Cómo lo toma usted?»
«Como determinista podría tomarlo de cualquiera de estas ma
neras. Cada una de estas interpretaciones ha de ser discutida de forma
diferente. Pero de tomarlo como verdad sobre el universo, lo tomaría
como verdad empírica, a la manera de una ley de la naturaleza. Como
tal admito que los elementos de juicio a su favor no son concluyentes.
Pero suponiendo que sea verdadero, sólo quiero hacerle ver que no
es incompatible con la libertad humana. Pretender que podía haber
actuado de forma diferente, incluso si todos los factores causales
hubiesen sido los mismos, es hacer una aserción autocontradictoria.
Naturalmente no voy a caer en esa trampa. Todo lo que queda, en
tonces, es decir que si todas las condiciones hubiesen sido las
mismas, yo habría actuado igual. Y creo que esto es verdad. Pero si
es verdad, es también compatible con la libertad, pues sigue siendo
verdad que podía haber actuado de forma diferente; esto es, habría
podido si hubiese querido. Esta es toda la libertad que necesito o
puedo pedir razonablemente.»
El determinismo incompatible con la libertad. Pero, incluso con
sus errores, nuestro litigante ha acertado en algo. Yo podría haber
actuado de manera diferente; eso es verdad. Podría haber actuado
de manera diferente si hubiese querido, cosa que habría cambiado
una de las condiciones. Pero habría actuado diferentemente sólo si
alguna de las condiciones hubiese sido diferente, si ciertas circuns
tancias hubiesen sido diferentes, o si hubiese sido un tipo de persona
diferente. Pero, ¿en qué apoya esto a la libertad?, No es suficiente
que se nos diga que si yo hubiese sido diferente en algún aspecto,
habría actuado de manera diferente. Quiero saber si yo, esta per
sona, precisamente con estas características, siendo precisamente el
que soy ahora, habría actuado de forma diferente. Nada menos que
esto es lo que requiere la libertad, y muchos autores han testimo
niado este hecho:

Sólo podemos mantener las ideas de obligación y culpa como ideas propia
mente éticas, si también podemos creer en acciones que podrían haber sido
distintas de lo que fueron aunque todo el resto del Universo hubiese seguido
siendo el mismo 21.
La responsabilidad moral requiere que un hombre sea capa2 de elegir
acciones alternativas, siendo idéntico iodo lo que haya en el Universo antes
del acto, incluido él mismo. No veo cómo se podría decir más claramente lo
que entendemos por «él podría haber actuado de otra manera». Si el análisis
deja de hacer justicia a esto, tanto peor para el análisis 22.

Y el determinista no puede conceder esta condición. No puede en


tanto siga siendo determinista. Dado precisamente tal conjunto de
circunstancias, está comprometido a decir, sólo se sigue tal deseo
(las circunstancias son una condición suficiente de la existencia del

21 H. D, Lewis, «G uilt and Freedom» («Culpa y libertad»), en W . Sellars


y J. Hospers (eds.), Keadings in Etbical Theory, págs. 615-16. Las cursivas
son mías.
22 J. D. M abbott, en Conletnporary Britisb Pbilosophy (Filosofía británica
contemporánea), T hird Series, ed. H. D. Lewis (Nueva York: Humanities
Press), pígs. 301-2.
deseo). Y dado precisamente este deseo más todas sus condiciones
acompañantes, tendrá lugar precisamente esta elección. Cada paso
es una condición suficiente para el paso posterior. Por tanto, ¿no
estamos cogidos en una trama de causa y efecto, al ser cada paso
condición suficiente del que sigue? Y si C es suficiente para E,
E seguirá invariablemente a C. Eso es lo que se entiende por «con
dición suficiente».
¿No destruye eso la libertad? ¿No hemos definido quizá «liber
tad» demasiado superficialmente? Soy libre de hacer X si puedo
hacerlo, y decir que puedo hacerlo es decir que lo haré sí lo elijo.
En este sentido, se admite, todos somos libres en muchas de nues
tras acciones. Pero si buscamos más profundamente, ¿no hallamos
que esta libertad no excede a la libertad de las manecillas del reloj?
Cada movimiento de las manecillas está determinado. Supongamos

...q u e , si bien mí conducta está por completo en concordancia con mis


propias voliciones, y por ende es «libre» en términos de la concepción de la
libertad que hemos examinado, mis voliciones a su vez están causadas... Pode
mos suponer que un fisiólogo ingenioso puede inducirme la volición que quiera
apretando simplemente los diversos botones de un instrum ento al que, supon
gamos, estoy conectado por medio de numerosos cables. Todas las voliciones
que tengo en esa situación son, en consecuencia, precisamente las que él me
provoca. Apretando un botón provoca en mí la volición de levantar la mano;
y mi mano, no estando impedida, se levanta en respuesta a la volición. Apre
tando otro me induce la volición de dar una patada, y mi ipie, no estando
impedido, da una patada en respuesta a esa volición. Podemos incluso suponer
que el fisiólogo me pone una escopeta en las manos, la apunta a algún tran
seúnte, y luego, apretando el boten apropiado, despierta en mí la volición de
apretar el gatillo con mi dedo, con lo cual el transeúnte cae muerto de un
balazo.
E sta es la descripción de un hombre que está actuando de acuerdo con
sus voliciones internas, un hombre cuyo cuerpo no está impedido ni constre
ñido en sus movimientos, siendo estos movimientos los efectos de sus estados
internos. Difícilmente es la descripción de un agente libre y responsable. Es la
perfecta descripción de una marioneta. Para convertir en una marioneta a un
hombre no es forzosamente necesario constreñir los movimientos de sus miem
bros, a la manera como son movidas las marionetas de verdad. Un medio más
sutil pero no menos efectivo para hacer nuestra marioneta de un hombre sería
conseguir un control completo de sus sentidos internos, y asegurar que su
cuerpo se moverá de acuerdo ccn ellos...
Tampoco... importa si los estados internos que, se supone, impulsan toda
mi actividad «libre» son provocados por otro agente o por fuerzas perfecta
mente impersonales. Q ue un deseo que hace a mi cuerpo co. nportase de cierta
manera me sea inducido por otra persona, por ejemplo, o se» derivadj de fac
tores hereditarios o, de cualquier otra cosa, no im porta en lo mínimo. En cual
quiera de los casos, si es de hecho la causa de mi conducta corporal, no puedo
sino actuar en concordancia con él. De donde quiera que pro:eda, sea de oríge
nes personales o impersonales, estaba por completo causado o determinado, y
no bajo mi control. Ciertamente, si el determinismo es verdadero... todos
aquellos estados internos que causan que mi cuerpo se comporte de cualquier
forma que se comporte han de surgir de circunstancias que existían antes de
que yo naciese; pues la cadena de causas y efectos es infinita, y ninguna podía
[en vista del argumento precedente, sustituyámoslo por «habría»] haber sido
diferente en lo mínimo, dadas aquellas que la precedieron 23.

Si este argumento es válido el determinismo sigue enfrentado


al problema de cómo es posible la libertad humana, si su punto de
vista es verdadero. H a señalado muchas trampas y falacias en los
argumentos de sus oponentes (como la de «podía»), pero sigue en
frentado con el aserto de que, si su punto de vista es verdadero, la
libertad es una ilusión. Podemos tener libertad en el sentido de
hacer lo que elijamos, de elegir lo que deseamos o preferimos, in
cluso a veces de desear lo que queremos desear. Quizá sea éste el
único tipo de libertad que tenemos, y no podamos pedir más razo
nablemente. Pero en un nivel más profundo, al parecer, no tenemos
libertad en absoluto, pues las condiciones que son suficientes para
la existencia de nuestros deseos, elecciones, etc., siguen fuera de
nuestro control, y están eslabonadas en una cadena de condiciones
suficientes que existen antes de que nosotros naciésemos. No obs
tante, si desde el determinismo nos volvemos al indeterminismo,
tampoco hay manera: la «libertad» del indeterminista, en la medida
en que exista, es perfectamente incompatible con que nuestras accio
nes estén causadas por nuestras elecciones. Pero si ni el determinismo
ni el indeterminismo pueden dar cuenta satisfactoria de la libertad
humana, ¿adonde nos volveremos? ¿Hay alguna opción abierta ante
nosotros y que no hayamos aún considerado?
Las hay. Cada una de ellas ha sido calurosamente discutida, y
ha sido desarrollada con tanto y tan tortuoso aparato técnico en la
reciente literatura sobre el tema, que aquí tampoco podemos hacer
nada más que mencionarlas. Concluiremos este capítulo resumiendo
algunos de los principales rasgos de la argumentación.
Alternativas. 1 . «El tamaño exacto de cada iceberg del Atlán
tico está exactamente fijado [determ inado] por su tamaño en el mo
mento anterior y el viento y el tiempo atmosférico presentes; y estas
cosas están determinadas a su vez por condiciones precedentes. De
aquí que el tamaño exacto de cada iceberg del Atlántico esté fijado
por los icebergs y el tiempo atmosférico de hace un millón de
años» 24. De la misma forma, las acciones, elecciones, deseos de los
seres humanos están todos fijados por condiciones precedentes que,
23 Richard Taylor, Metaphysics, págs. 45-46.
24 John Wisdom, Problems of M ind and M atter (Problemas sobre la mente
y la materia) (Londres: Cambridge University Press, 1934), págs. 112-13.
— .....

5, Causa, determinismo y libertad 421

una vez existentes, no darán lugar sino a un solo resultado: el que


se da de hecho. La cadena de causas se remonta hasta donde llega
la historia del universo. Si el universo se remonta hasta el infinito,
entonces la cadena de causas será infinita (examinaremos esta posi
bilidad en el capítulo 7, págs. 541-44), pero si hubo una primera
serie de sucesos, entonces la primera serie no fue a su vez causada:
no había nada que la causase.
Hasta el momento, esto no es de ayuda para la libertad. El ori
gen último de nuestras acciones ha de encontrarse en sucesos hace
largo tiempo perdidos en la niebla de la historia, antes de que ni
siquiera existiese la Tierra. Ciertamente, no fuimos libres de originar
aquellos sucesos. Nosotros entramos en la escena mucho tiempo des
pués de que ocurriesen los sucesos, y (de acuerdo con el determi-
nismo del tipo que estamos ahora considerando) una vez que en
tramos en escena y tomamos decisiones de hacer esto o aquello,
nuestras decisiones fueron determinadas por lo que ocurrió antes
de que tuviéramos poderes para tomar ninguna decisión.
Pero, ¿qué pasa si nosotros no tuvimos un origen relativamente
reciente en la historia del universo? ¿Qué si, de una forma u otra,
hemos existido siempre desde aquellos hipotéticos primeros aconte
cimientos? ¿Qué si hubiésemos preexistido, y esta preexistencia fue
tan duradera como el mundo, tan duradera como la historia del
universo mismo? En ese caso, si la historia del universo es de du
ración finita (de otro modo no habría primeros acontecimientos)
nuestras elecciones no fueron el producto de fuerzas que actuaban
fuera de nosotros: fueron formadas por nosotros mismos.
Esta alternativa parece ser el dictamen de la desesperación. Decir
que preexistimos desde toda la eternidad, o en todo caso, desde que
nada existía, va en contra de todo elemento de juicio empírico que
tenemos. Pero supongamos que fuese verdad: entonces, al menos
lo que hacemos no es el producto último de fuerzas que actúen
sobre nosotros desde el exterior. Pero, ¿de qué, entonces, fue pro
ducto? De decisiones previas. ¿Y éstas a su vez? De decisiones
aún anteriores. La serie de decisiones ha de tener la duración del
mundo. ¿Qué hay, entonces, de la primera decisión? De acuerdo
con la hipótesis, no fue causada por condiciones existentes previa
mente a ella. Aparentemente, entonces, no tiene ninguna causa.
Pero si no ha tenido causa, entonces nos quedamos enganchados
en el indeterminismo, al menos en esta primera decisión. Si no tuvo
causas es como un rayo caído del cielo (excepto que los rayos caídos
del cielo tienen causas), y no es nuestra decisión en mayor medida
que lo es un relámpago. (Y, ¿cómo podemos tomar decisiones si aún
no tenemos formado un carácter? Y, ¿qué condiciones previas podrían
haber formado nuestro carácter?)
2. O podríamos argumentar por una línea diferente: Hay he
chos de la experiencia que son ciertos, mientras que cualquier teoría
metafísica, como el determinismo y el indeterminismo, son mucho
menos probablemente verdaderas que estos hechos de la experiencia.
Si hemos de elegir entre ambas cosas, entonces, los hechos de la
experiencia han de tener prioridad, y cualquier teoría incompatible
con ellos ha de ser rechazada. Pero, ¿cuáles son esos hechos de la
experiencia?
a) «Tengo el sentimiento de que soy libre. Es seguro que
tengo este sentimiento, y si tenerlo es incompatible con el determi
nismo (o cualquier otra teoría), entonces tanto peor para la teoría.»
Pero, ¿qué es exactamente este «sentimiento de libertad»? Todos
somos conscientes de que tomamos decisiones, y vemos que nuestras
decisiones a menudo suponen una diferencia para lo que ocurre luego.
Pero nada de esto es negado por el determinismo. El determinismo
sólo nos recuerda que el hecho de que tengamos este sentimiento
nada prueba sobre el rango del Principio Causal. La introspección
sólo nos dice que tenemos ciertas experiencias: no puede informar
nos de ningún hecho* fuera de que ocurren esas experiencias. Tene
mos las experiencias de tomar decisiones, reflexionar, etc., pero las
causas de estas decisiones, así como de los deseos y preferencias, nos
están ocultas; no pueden ser halladas por introspección. En conse
cuencia, lo que el determinismo dice sobre estos resortes ocultos
puede seguir siendo verdadero, a pesar de nuestra «experiencia dé
libertad».
Se podría apelar, en este argumento, no al «sentimiento de
libertad» sino a la creencia universal e inextirpable en la libertad.
Pero, desde luego, la aceptación, incluso universal, de una creencia
no es prueba de que esa creencia sea verdadera. Si una persona puede
estar equivocada, también puede estarlo mucha gente, o toda la
gente. Además, ¿qué es esta «creencia universal e inextirpable en
la libertad»? ¿Es la creencia en la libertad «anti-causal» que defiende
el indeterminista? Pero es muy dudoso que esta creencia sea uni
versal, o siquiera que haya muchas personas que hayan pensado la
cuestión hasta el punto de poder afirmar o negar la libertad en este
muy especial sentido. La «creencia en la libertad» que la mayoría de
las personas tiene es simplemente que pueden hacer con frecuencia
lo que quieren hacer, que sus acciones ocurren en concordancia con
sus elecciones, etc., todo lo cual, desde luego, es por entero conce-
Üdo por los deterministas.

\
b) Pero podemos ser más específicos. Deliberamos, y la deli
beración es más que un sentimiento. Deliberamos sobre nuestra pro
pia conducta, no la de los demás; podemos deliberar sólo sobre el
futuro, no sobre el pasado: no podemos deliberar sobre lo que ha
remos si ya sabemos lo que haremos — no habría nada que delibe
rar— , y aunque no sepamos lo que vamos a hacer, no podríamos
deliberar sobre ello a menos que creamos que lo que vamos a hacer
sale de nosotros; si estamos a merced de otros o de circunstancias
sobre las que no tenemos ningún control, no podemos deliberar
sobre ellas 23. Ahora bien, se podría sostener que es un hecho que
deliberamos. Y si este hecho es incompatible con la teoría del deter
minismo, que (en su última forma) dice que el futuro no sale de
nosotros sino que está ya en las cartas lo que decidiremos, entonces
la teoría ha de ser abandonada.
En todo esto, ¿qué es claramente un «hecho de la experiencia»?
Que tomamos decisiones, y que estas decisiones suponen una dife
rencia para lo que pasa luego. Este es un hecho, sea verdadero o no
el determinismo. Lo que es incompatible con el determinismo es la
creencia de que estas elecciones no están causadas por condiciones
previas; pero que lo estén o no, no es parte de ningún indubitable
«hecho de la experiencia». La introspección no puede decirnos si nues
tras decisiones están causadas por condiciones previas o no. Si lo
pretende puede ser el veredicto de la introspección y no el determi
nismo el que esté equivocado.
c) Se puede sostener que es simplemente un hecho que a me
nudo yo podría haber actuado de modo distinto a como lo hice. La
introspección no puede garantizarlo, pues la introspección sólo nos
dice qué experiencias tenemos, no qué habría ocurrido si algo hu
biese sido diferente. Pero, aunque no sea posible de introspección,
es plausible sostener que a menudo podríamos haber actuado de
forma diferente a como lo hicimos.
Suponiendo entonces que esto es un hecho, choca con el deter
minismo, que dice que nunca podríamos haber (habríamos) actuado
de manera diferente a como lo hicimos, dado el conjunto exacto de
condiciones que precedió a nuestra acción. Pero esta aserción es
incompatible con el hecho. No puede haber dos hechos incompa
tibles: si uno es verdadero el otro tiene que ser falso. Es verdad
que a menudo podríamos haber actuado de otro modo; luego, la
negación de ello por el determinista ha de ser falsa. Así discurre el
argumento.

25 Richard Taylor, op. cit., 37-38.


Pero ¿es un hecho que a veces podríamos haber actuado de for
ma deferente? Este es precisamente el problema en cuestión. Y
¿crál es el ¡supuesto hecho: que a veces podríamos haber (o habría
mos, la diferencia es importante) actuado de forma diferente, si una
o más condiciones hubiesen sido diferentes (¿quién negaría esto?),
o que habt íamos actuado de forma diferente incluso si todas las
condiciones hubiesen sido las mismas? Pero, puesto que nunca te
nemos exactamente el mismo conjunto de condiciones dos veces en
la conducta humana, ¿cómo podemos saber que «habríamos actuado
diferentemente» ca un hecho?
Ciertamente, el único sentido en que es un hecho indiscutible
que podríamos haber actuado de forma diferente es también el sen
tido en el cual los objetos inanimados pueden hacerlo.

Supongamos que un coche es reparado y revisado de manera que quede


en condiciones de funcionamiento perfecto y luego es puesto en circunstancias
que han de favorecer su buen rendimiento. Si alguien intenta hacer arrancar el
coche, gira la llave, conecta la bobina, etc., y el coche no arranca, esto es prueba
de que no puede arrancar. Por el contrario, si no se hace ningún intento de
hacer arrancar el coche, entonces el mero hecho de que el coche no arranque
no es base para apoyar la hipótesis de que no puede arrancar 26,

En otras palabras, el coche podría haber arrancado, esto es, ha


bría arrancado si hubiésemos apretado el botón de arranque. Tene
mos toda prueba de que esto es verdad. Lo que esto no muestra es
que el coche habría arrancado si una condición hubiese sido diferente
(apretar el botón). Pero, ¿cómo puede esto ser un argumento a favor
de la libertad, puesto que los objetos inanimados no son libres? (Ni
dejan de ser libres, por supuesto: la distinción entre libre y no libre
simplemente no se aplica a los objetos inanimados, igual que el
lenguaje de la compulsión.)
3. H asta‘aquí hemos hablado de causas y para nada de razones.
Pero en los sucesos humanos, la distinción entre unas y otras es de
gran importancia. Introducir esta distinción proporciona una nueva
forma de enfocar los debatidos problemas del determinismo.

«Determinismo», para un científico, supone la proposición general de que


¿odo acontecimiento tiene una causa. Si es verdadera esta proposición, es una
cuestión muy difícil de decidir, pero ciertamente la mayor parte de los cientí
ficos suponen su verdad... Por ejemplo, puesto que, en las condiciones x, y, z,
el hierro se dilata al ser calentado, y puesto que están presentes las condiciones
x, y, z y que ésta es una muestra de hierro calentado, podemos hacer la pre

26 Keith Leherer, «Disproof of Determínism?» («¿Refutación del determi-


nismCí*»), en Freedom and Deterntinism, págs. 182-83.
dicción de que se dilatará. Aquí tenemos una relación causal típica... Y estas
condiciones son consideradas suficientes para explicar el efecto.
¿Tenemos tales relaciones en les sucesos humanos? La dificultad inicial
para decir que las tenemos reside en quedes difícil mantener que hay leyes
.psicológicas y sociológicas que nos capaciten para hacer tales predicciones
definidas.:.»27.

Los únicos campos de la conducta humana en los que hay leyes


conocidas que enuncien condiciones suficientes son campos en los
que el hombre es pasivo. A menudo podemos enumerar las condi
ciones causales para que algo nos ocurra, como rompernos una pierna,
pero no podemos registrar condiciones suficientes para una acción
humana singular, como escribir una carta o pensar en filosofía. En
el mejor de los casos, podemos registrar condiciones necesarias: no
podríamos escribir una carta sin dedos, no podríamos pensar sin ce
rebro. Pero no podemos predecir exactamente qué haremos, teniendo
dedos y cerebro. Si predigo que usted va a hacer una cosa, puede
hacer exactamente la opuesta para refutar mi predicción.

Los brillantes descubrimientos de Freud, por ejemplo, no lo fueron de


las causas de las acciones como firmar contratos o disparar a los faisanes; más
bien lo fueron de cosas que lé ocurren a un hombre, como los sueños, la his
teria, equivocaciones al hablar. Podrían ser llamadas «pasiones» más propia
mente que «acciones», y a este respecto son similares a lo que llamamos
«transportes de pasión», «arrebatos de emoción»... Una clase de leyes de la
psicología, por tanto, da explicaciones causales que parecen ser suficientes para
lo que a un hombre le sucede, pero no para lo que un hombre hace 28.

Hasta ahora podríamos preguntar: «¿y qué?, ¿en qué vulnera


esto al determinismo?». Las causas por las que actúan las personas
son mucho más complejas que las de lo que les ocurre. La condición
suficiente para que yo escríba una carta es mucho más compleja que
la condición suficiente para que usted se rompa una pierna; y es
por esto por lo que nuestra ignorancia es mayor y la causa completa
(la condición suficiente) no puede aún ser enunciada. Pero esto no
es decir que no exista. Seguro que hay un conjunto de condiciones
tales que, si se diesen de nuevo, usted realizaría otra vez el mismo
acto, aunque estas condiciones sean tan complejas que hasta el mo
mento nadie haya sido capaz de registrarlas a todas.
Pero ahora viene la cuestión principal:

27 Stanley I. Benn y Richard Peters, 'Principies o f Política! Thought (Prin


cipios del pensamiento político). (Nueva York: Free Press of Glencoe, Inc.,
1965), págs. 232-33. También publicado en G ran Bretaña bajo el título de
Social Principies and the Democratic State.
28 Ibid., pág. 233.
Cuando un hombre está resolviendo un problema geométrico y sus pensa
mientos proceden de acuerdo con ciertos cánones lógicos, es absurdo lógica
mente sugerir que una explicación causal en términos de movimientos de su
cerebro, su temperamento, su estado corporal, etcétera, es suficiente por sí
misma para explicar el curso de su pensamiento. Pues los cánones lógicos
son normativos, y no pueden ser suficientemente explicados en términos de
estados y procesos que no lo son. Desde luego, hay cierto número de condi
ciones necesarias que han de ser tenidas en cuenta. Por ejemplo, no se puede
pensar sin cerebro. Pero cualquier explicación suficiente habría de tomar en
cuenta las razones de sus acciones. Habríamos de conocer las reglas del ajedrez,
por ejemplo, que darían sentido al movimiento de un jugador de ajedrez 29.

Parece, entonces, que, enunciando sólo los antecedentes causales,


nunca podríamos dar con una condición suficiente; para dar cuenta
de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines
hemos de conocer sus razones, y razones no son causas. Constituyen
un orden de cosas enteramente diferente del de las causas. Las causas
son siempre condiciones antecedentes (sucesos, estados de substan
cias, c'.c.), pero las razones no. Mas hacer algo por una razón, presu
pone una norma, un patrón, para las acciones de uno:

Recordar no es simplemente un proceso psicológico; pues recordar es


estar en lo cierto acerca de lo que sucedió en el pasado. Conocer no es simple
mente un estado mental; es estar seguro de que estamos en lo cierto y tener
buena base para nuestra convicción. Percibir algo es estar en lo cierto en nues
tras afirmaciones sobre lo que hay ante nuestros ojos; aprender algo es perfeccio
narse en algo o ejecutar algo adecuadamente. Todos estos conceptos llevan nor
mas escritas en su interior... Una acción humana es, típicamente, algo realizado
para lograr un resultado o de acuerdo con un cierto patrón. De tales acciones se
puede decir que son hechas más o menos inteligentemente o más o menos co
rrectamente sólo debido a las normas que definen cuáles son los fines y cuáles
los medios adecuados y correctos que conducen a ellos. De donde se sigue que
un psicólogo que sostenga que tales realizaciones dependen de condiciones fi
siológicas o procesos mentales previos puede, como mucho, estar enunciando
condiciones necesarias. Pues los procesos en sí mismos no son descritos apro
piadamente como correctos o incorrectos, inteligentes o estúpidos. Sólo devie
nen tales en el contexto de los patrones establecidos por los hombres. Como en
señaba Protágoras, la naturaleza no conoce normas... Bien puede ser verdad que
un hombre no pueda recordar sin que parte de su cerebro sea estimulado, o
que el aprendizaje sea función, en parte, de una «tensión» precedente. Pero el
mismo significado de «recordar» y «aprender» impide u n a explicación suficiente
en este tipo do términos naturalistas-10.

Es imposible, por tanto, por la misma naturaleza del caso, dar


cuenta causal (una condición suficiente) de las acciones humanas;
ninguna investigación de los sucesos y de los procesos precedentes

29 Ibid., págs. 235-36.


30 Ibid., pág. 234.
lo lograría, pues la explicación de las acciones humanas ha de fun
darse en las razones que, para lo que hacen, tienen los hombres (y las
razones implican normas y patrones), y no en las causas. (Ya hemos
visto en el capítulo 4 en qué es ambigua la pregunta «¿por qué?»:
puede ser la petición de una causa o la demanda de una razón.) El
intento de encontrar causas (condiciones suficientes) para las acciones
humanas es un fracaso, pues, no porque no hayamos descubierto sufi
cientes condiciones precedentes (aunque también puede ser por esto),
sino porque el intento entero está fuera de lugar; debemos atender,
no al ámbito de las causas, sino al de las razones.

Sabemos por qué un párroco sube al pulpito, no porque sepamos mucho


sobre las causas de su comportamiento, sino porque conocemos las conven
ciones que gobiernan el servicio eclesiástico. Sólo preguntamos cuáles son las
causas de su conducta si se desmaya cuando está contcmp!¿mdo a la congre-
gación o si le ocurre algo similar, La mayoría de nuestras explicaciones de la
conducta humana se presentan en términos de un modelo finalista, reglado, no
en términos causales31.

¿Qué diremos de esta argumentación? Es cierto, desde luego,


que dar una razón no es lo mismo que dar una causa. Tiene un
sentido perfectamente correcto distinguir entre aquellas acciones o
creencias que están basadas en el razonamiento y las que no lo
están, pero de esto no se sigue de ningún modo que las primeras
no sean causadas o que la creencia de una persona en cierta propo
sición no pueda estar entre las condiciones causales que son antece
dentes de su acción o creencia. E] que una persona sepa cuál es
su razón para actuar de cierta forma, ¿no podría ser considerado
como causa? Su ratón para tomar el atajo (la proposición que habría
enunciado de pedírsele que defendiera su acto) sería que podía ganar
tiempo de esa manera, y la causa de tomar el atajo (un factor causal,
en todo caso) sería que tenía en ese momento la creencia de que
podía ahorrar tiempo siguiendo ese camino, y que quería ahorrar
tiempo. La opinión de que, porque se pueden dar razones, no se
pueden aducir causas, a la luz de esto, aparece en extremo dudosa.

Pero, <¡qué pasa con el argumento de que las acciones humanas se con
forman a reglas, de que a menudo estamos más interesados en juzgar de si,
y cuánto, están .próximas al patrón, que en descubrir cómo se produjeron?
No veo que sea relevante. Del hecho de que podamos estimar una azción en
términos de su adecuación a una regla, no se sigue que la realización de la
acción no sea explicable causalmente en mayor medida que se sigue que Ja
aparición de un arco iris no es causalmente explicable del hecho de que pueda

31 lbid., pág. 236.


ser sujeto de un juicio estético. Explicar algo causalmente no impide apreciarlo
en otros sentidos. Pero quizá lo que se sugiere es meramente que relacionar
una acción con una regla es una forma de dar cuenta de ella, y, en el presente
estado de nuestro conocimiento, una forma mejor de dar cuenta de ella que
intentar someterla a leyes causales dudosas. N i siquiera con esto puedo estar
de acuerdo, porque pienso que nos presenta una falsa antítesis. La única razón
>por la que es posible dar cuenta de la realización de una acción relacionándola
con una regla es que el reconocer los requisitos que impone la regla es un
factor de la motivación del agente. Puede conferir un valor en sí mismo a
realizar correctamente cierto tipo de acción; puede ver su correcta realización
como medio para alcanzar cierto fin; o puede ser una combinación de las
dos cosas. En cualquier caso, esto es una explicación tan causal como cualquier
otra explicación en términos de motivos. La invocación de reglas no añade
nada a la argumentación general...
Si concedemos esto, ¿qué se sigue? Ciertamente no, como parecen pensar
los filósofos que ponen el acento en ello, que estas acciones no puedan ser
explicadas en términos causales. Pues cuando llega el momento de dar cuenta
de una acción, la única manera de que el contexto social se tome en cuenta es
a través de su influencia en el agente. El significado de la acción esel
significado que tiene para él. Es decir, su idea de que ella es la cosa correcta,
conveniente o deseable por hacer en estas circunstancias es parte de su moti
vación; su conciencia del contexto social y los efectos que tiene sobre él, por
tanto, han de ser incluidos en la lista de las condiciones -inici'ales a partir de
las cuales pretendemos derivar su realización de la acción por medio de un
ley causal. Que tales leyes sean descubribles o no, puede ser una cuestión no
resuelta; pero el hecho de que estos ítems figuren entre los datos no tiene con
ello una relación im portante32.

Por lo que se refiere al párroco, ciertamente podemos explicar


su conducta porque conocemos ciertas reglas y convenciones, pero
podemos hacer esto sólo porque también conocemos que le incumbe
adoptar estas reglas y convenciones.
Parece asimismo haber otro error. Estos autores señalan con
razón la naturaleza «normativa» de las acciones, y luego concluyen
inválidamente que no se puede dar una explicación causal en lo refe
rente a los fenómenos no normativos. Pero eso en absoluto se sigue.
Lo que se sigue es que tal explicación causal no explicará al mismo
tiempo lo que es una acción o cualquier tipo de fenómeno normativo.
Hay aquí una confusión entre predecir una acción en base a causas y expli
car lo que es una acción. ¿Debe una explicación causal proporcionar un análisis
de los conceptos incorporados en la descripción del efecto? ¿Habremos de
rechazar una explicación de la depresión psicótíca en términos de desequilibrio
químico en el cerebro porque la referencia al desequilibrio químico no nos
dice qué significa perder interés por las cosas? Entonces, Pcters puede estar
en lo cierto cuando dice que las predicciones de las acciones sobre la base de
movimientos no son «explicaciones suficientes»; pero muchas explicaciones de
terministas no son, en este sentido, explicaciones suficientes.

32 A. J. Ayer, Man as a Subject for Science (El hombre como objeto de


la ciencia) (Londres: "Oxford University Press, 1964), págs. 22-24.
El mismo error está implicado en la referencia que hace Peters a las
acciones como inteligentes o no inteligentes. ¿Por qué debe mostrar una expli
cación determinista de una acción que la acción es inteligente o explicar el
significado de «inteligente»? Lo mismo se puede decir sobre la referencia de
Peters al hecho de que las acciones presuponen patrones o reglas 33.

4. Aún se puede sugerir otra alternativa. Nos creemos seres


autodeterminados, seres que a veces son la causa de su propia
conducta.

En el caso de una acción libre, ésta 'ha de ser tal que sea causada por el
agente que la realiza, pero tal que ninguna condición precedente sea suficiente
para que realice precisamente esa acción. En el caso de una acción a la vez
libre y racional, debe ser tal que el agente que la realiza lo haga por alguna
razón, pero esta razón no puede haber sido la causa de ella.
Ahora bien, esta concepción encaja con lo que los hombres entienden ser;
a saber, seres que actúan, o que son agentes, en lugar de cosas sobre las que
se actúa, y cuya conducta es simplemente la consecuencia causal de condi
ciones que no han elaborado ellos. Cuando creo que he hecho algo, creo que
fui yo quien causó que fuese hecho, yo quien hizo que sucediese algo, y no
meramente algo que hubiese en mí, tal como uno de mis estados subjetivos,
que no es idéntico a mí m ism o34.

Creo que soy una persona, un ser autodirigido, un originador ge


nuino de acciones. Yo mismo soy la causa de mis propias acciones.
Estas acciones, en tanto son causadas por mí, no son el producto
inevitable de condiciones precedentes a ellas; si lo fuesen, yo no se
ría el agente (actor), sino sólo el vehículo o instrumento a través del
cual procedería la cadena causal. Yo soy un originador genuino, una
causa primera de mis propias acciones.
Si este punto de vísta — la «teoría del agente»— es verdadero,
nos permite escapar a la vez del indeterminismo, en el cual ningún
acto es auténticamente causado por mí, y del determinismo, en el cual
(en su última versión) cada acción, cada deseo, cada impulso, cada
pensamiento, es la consecuencia inevitable de condiciones prece
dentes. Daría cuenta de nosotros como agentes, lo cual corresponde
a lo que normalmente creemos ser.
Pero, ¿es verdadero? Que nos permita escapar a dos alterna
tivas desagradables no prueba que sea verdadero. Que nuestros actos
sean causados por nuestras decisiones es bastante plausible. Pero,
¿puede ser verdad que nuestras decisiones sean autooriginadas, no
causadas por nada que se dé antes? ¿De qué hecho preciso es esto

33 Bernard Berofsky, «Dcterminism and Concept of a Person» («Determi


nismo y concepto de persona»), The Journal o f Philosopby, 3 de septiembre
de 1964, pág. 473.
34 Richard Taylor, op. cit., pág. 50.
descripción? ^atentem os imaginarlo realmente, no sólo con palabras.)
Si significa que nuestras decisiones no tienen causas, volvemos al
indeterminismo; pero si significa que nuestras decisiones son auto-
causadas, ¿qué quiere decir esto? ¿Puede algo ser causa de sí mismo?
Y, ¿cuál es su relación con las condiciones precedentes? «Crean
propensión pero no necesidad», se dice a veces; pero, ¿a qué equi
vale esta metáfora? Si dos personas están inclinadas al alcoholismo
y una se da a la inclinación y la otra se resiste, ¿puede ser explicada
causalmente la diferencia? ¿Debemos decir simplemente que una
decidió resistir y la otra entregarse, y que nada más se puede decir
porque ambas decisiones son autocausadas v autodirigidas?
A menos que esx- extraño concepto sea aclarado, parece que
este punto de vista es agradable pero ininteligible, en tanto los
anteriores son inteligibles pero desagradables. No es una elección
placentera, y ¿qué determinará esta elección?

E jercicios

1. Distinga el determinismo de a) el indeterminismo; b) el fatalismo.


2. Un estudiante que se había preocupado largo tiempo por el problema
de la libertad de la voluntad y el determinismo razonaba así: «La ciencia ha
mostrado claramente que todo lo que sucede está determinado. SÍ esto es así,
incluye todo lo que yo hago. En ese caso no tengo una voluntad libre. Si no
tengo una voluntad libre, mejor no vivir.» Y se suicidó. ¿De qué errores de
razonamiento es culpable?
3. Examíne críticamente las siguientes afirmaciones.
a) El determinismo no puede ser verdadero .porque en el mundo hay azar.
Todos hablamos de este o aquel acontecimiento como ocurrido «por azar».
b) Si todo lo que vamos a hacer está determinado, podemos sentarnos y
tomar las cosas impasiblemente (o relajarnos y hacer lo que nos apetezca);
nuestros esfuerzos son inútiles, si en cualquier caso todo está determinado.
c) «¿Qué significado tiene mi ludia espiritual de esta noche sobre si
darme al tabaco o no, si las leyes que gobiernan la materia del universo físico
ya preordenan para mañana una configuración de la materia que consiste en
la pipa, el tabaco y el humo conectados a mis labios?» (Arthur E. Eddington,
en Pbilosophy, enero 1933, pág. 44.)
d) El determinismo no puede ser verdadero porque no conocemos las
causas de todo lo que sucede.
e ) El determinismo debe ser verdadero porque es esencial para la misma
existencia de la ciencia que todo acontecimiento tenga una causa.
f) El determinismo no puede ser verdadero porque las personas no son
meras máquinas,
g) El determinismo no puede ser verdadero .porque siento que soy libre;
lo sé por introspección. Esta es una prueba mucho mejor quecualquier
argumento.
b) La voluntad libre es incompatible con el determinismo.
i) La voluntad libre es incompatible con el fatalismo.
f) La voluntad libre es incompatible con el indeterminismo.
k ) Las leyes de la naturaleza hacen que todo suceda como sucede.
I) Mi fondo me compele a que me comporte como me comporto.
rtt) Si yo hubiese estado en distintas influencias, habría actuado de forma
diferente; y si el conjunto de influencias que actuaron so^re mí en las dos
ocasiones hubiesen sido exactamente las mismas, habría actuado de la misma
forma la segunda vez que la primera. No podría evitar bi.cerlo. Así que no
soy libre.
n) No podría haber actuado de forma diferente a corr.o lo hice. No im
porta cuál fuese el acto que hiciese, sólohabía un camino abierto ante mí
(aunque no lo supiese en el momento), sólo una cosa que podía hacer en aquellas
peculiares circunstancias: a saber, la que hice.
o) Es cicrto — en todo caso más obviamente cierto que cualquier teoría
sobre el determinismo— que los seres humanos deliberan. Ahora bien, la deli
beración implica una auténtica elección entre alternativas, con resultado dudoso
en el m om ento de la deliberación. Pero si el resultado ya «está en las cartas»,
no es un caso de auténtica deliberación. Puesto que hay deliberación, el deter
minismo debe ser falso.
p) «De acuerdo con el determinismo —se dice— todo deseo, todo im
pulso, todo pensamiento,es la consecuencia inevitable de condiciones antece
dentes.» Pero la palabra «inevitable» aquí está mal empleada. «Inevitable»
es sinónimo de «ineludible»; y no es cierto que todo sea ineludible. Algunas
cosas, como la muerte, son ineludibles, pero otras, como morir en un accidente
de moto, pueden ser eludidas no montando en moto. La falacia aquí es la
común de tomar una palabra que es aplicable a ciertas cosas y extender su
significado de forma que se haga aplicable a todo. Pero una vez que hemos
hecho esto, ya no estamos usando la palabra en el mismo sentido.
q) El Principio de Indeterminación de Heisenberg ahora es aceptado
generalmente en física. Si el indeterminismo es operativo en el ámbito de la
naturaleza inorgánica, ¿por qué no en el hombre también? En ese caso, después
de todo, tenemos voluntad libre.

Lecturas seleccionadas para el capítulo 5

A n t o l o g ía s d e a r t íc u l o s :
Adler, Mortimer, J., The Idea of Freedont (La idea de libertad). 2 vols. Gardcn
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Berofsky, Bernard (ed.), Free-will and Determinism (La libertad de la volun
tad y el determinismo). Nueva York: H arper & Row, Publishers, Inc., 1966.
En rústica.
Edwards, Paul y A rtur Pap (cds.), A Modern Introduction to Philosopby
(ed. rcv.). Nueva York: Free Press of Glencoe, Inc., 1965. Capítulo 1.
Hook, Sidney (ed.), Determinism and Freedom in the Age of Modern Science
(Determinismo y libertad en la época de la ciencia moderna). Nueva York:
New York University Press, 1957. Collier Books paperback.
Lehrer, Keith (ed.), Freedom and Determinisnt (Libertad y determinismo).
Nueva York: Random House, 1965. En rústica.
Morgenbesser, Sidney and J. W alsh (eds.), Free W ill (La voluntad libre).
Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, Inc., 1962.
Morris, H erbert (ed.), Freedom and Responsahility (Libertad y responsabilidad).
Stanford, Cal.-. Stanford University Press, 1961. Capítulo 10.
Pears, David F. (ed.), Freedom and the W ill (Libertad y voluntad). Londres:
Macmillan & Co., Ltd., 1963.
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Fu en t es:

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Ducasse, C urt J., Nalure, M ind, and Deatb (Naturaleza» mente y muerte).
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la ley). Oxford: Clarendon Press, 1959.
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Ross, W . D., Foundations of Ethics (Fundamentos de ética). O xford: Cla
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