Kuntz - México y La Economía Atlántica (Siglos XVIII-XX)

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MÉXICO

Y LA ECONOMÍA ATLÁNTICA
(SIGLOS XVIII-XX)
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS
MÉXICO Y LA ECONOMÍA ATLÁNTICA
(SIGLOS XVIII-XX)

Sandra Kuntz Ficker y


Horst Pietschmann,
editores

EL COLEGIO DE MÉXICO
CÁTEDRA GUILLERMO Y ALEJANDRO HUMBOLDT
382.0972043
M6119
México y la economía atlántica : siglos XVIII-XX / Sandra Kuntz Ficker y Horst
Pietschmann, editores. -- la. ed. -- México, D.F. : El Colegio de México, Centro de
Estudios Históricos, 2006.
337 p. ; 22 cm.

incluye referencias bibliográficas


ISBN 968-12-1218-5

1. México -- Comercio -- Alemania -- Historia. 2. Alemania -- Comercio -- México --


Historia. 3. Región del Océano Atlántico -- Historia. 4. Finanzas internacionales -- Historia. 5.
Inversiones extranjeras -- México -- Historia. 6. Europa -- Relaciones económicas exteriores --
México -- Historia. 7. México -- Relaciones económicas exteriores -- Europa -- Historia. I.
Kuntz Ficker, Sandra, ed. II. Pietschmann, Horst, ed.

Open access edition funded by the National Endowment for the Humanities/Andrew W. Mellon Foundation
Humanities Open Book Program.

Primera edición, 2006

DR © El Colegio de México, A.C.


Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.
www.colmex.mx

ISBN 968-12-1218-5

Impreso en México
ÍNDICE

Cubierta
Portadilla
Portada
Créditos
Índice

Introducción

PRIMERA PARTE COMERCIO Y POLÍTICA EN LA ECONOMÍA


ATLÁNTICA A FINES DE LA COLONIA

1. México y la economía atlántica. Redes comerciales, comerciantes y


política exterior, ca. 1770-1830

2. El Golfo-Caribe en la economía del Atlántico: su percepción en la


literatura económica-política de la España borbónica

3. Una vieja élite en un nuevo marco político: el clero mexicano y el


inicio del conservadurismo en la época de las revoluciones
atlánticas (1808-1821)

SEGUNDA PARTE COMERCIO Y FINANZAS EN EL SIGLO XIX

4. Competencia comercial europea a través del Atlántico: el caso de


México, siglo XIX

5. El patrón del comercio exterior entre México y Europa, 1870-1913

6. Conflicto y cooperación financiera en la Belle Époque. Bancos


alemanes en el Porfiriato tardío
TERCERA PARTE EMPRESA MULTINACIONAL Y POLÍTICA EN
MÉXICO EN LOS SIGLOS XIX Y XX

7. Bancos y banqueros europeos en México, 1864-1933

8. Del Banco Alemán Trasatlántico al Banco Mexicano de Comercio e


Industria. Sindicatos financieros internacionales al final del
porfiriato, 1902-1927

9. El paso de una free-standing company a una empresa pública:


Mexican Light and Power y México Tramways, 1902-1960

10. Estrategias de una ferretería alemana en México: la “Casa Boker”


frente a medio siglo de crisis global y nacional, 1900-1948

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INTRODUCCIÓN

SANDRA KUNTZ FICKER


HORST PIETSCHMANN

El libro que presentamos es el producto final de una reunión organizada para


analizar la vinculación de México y Alemania con el campo de la “Historia
atlántica”, concepto que hubo de afirmarse cada vez más en los quince a veinte
años pasados.1 El Atlántico —originalmente referente político anglosajón en el
contexto de las dos guerras mundiales del siglo XX—, se convirtió en objeto de la
investigación histórica a través de la historia económica dedicada a la época
moderna, especialmente del siglo XVIII, para abarcar también cada vez más otras
áreas historiográficas. Política, sociedad, cultura, religión y derecho, la historia
de las migraciones; en fin, todo el ámbito de interacciones o transferencias
recíprocas entre los tres continentes que rodean a este océano, empezaron a
adoptar el enfoque atlántico respecto a individualidades históricas nuevas que
surgían de esta interacción. Paralelamente se amplió el periodo en consideración
a toda la época moderna o, como también se le ha llamado, al periodo del primer
colonialismo que terminó con el proceso de emancipación colonial en América y
en general con la formación de los estados nacionales del siglo XIX. Este trayecto
del concepto ya deja entrever mejor los orígenes historiográficos del nuevo
enfoque; es decir, su vinculación con lo que originalmente era la historia de la
“expansión europea” y la llamada “historia colonial”, vinculada con los cinco
grandes imperios coloniales de la época moderna; o sea, el portugués, el español,
el holandés, el francés y el inglés; cada uno objeto de estudios generales en los
años cincuenta y sesenta, con títulos que aludían con adjetivos a su carácter
marítimo o ya directamente atlántico. En la actualidad se discuten incluso
variantes del concepto de historia adámica como “historia trasatlántica”,
“historia circunatlántica” e “historia intratlántica”.2
En gran parte de la historiografía atlántica el Caribe ocupa un papel
importante como espacio dentro del cual de forma prismática confluían, se
sobreponían o se entrecruzaban los intereses de las potencias coloniales
europeas.3 Dentro de este espacio se encontraban también puntos fijos —en las
Antillas menores— de potencias europeas de escasa importancia en la historia
del colonialismo, como Dinamarca o Suecia. Éstos —al menos durante el siglo
XVIII— sirvieron incluso como una especie de “puerta trasera”, a través de la
cual trataban de introducirse en el comercio otros países europeos, como por
ejemplo las ciudades hanseáticas, que hasta entonces sólo tenían acceso indirecto
a esta economía atlántica. En aquel tiempo, la parte española de este mundo
Caribe era mantenida en buena medida a través de subsidios financieros de
Nueva España (México), que era uno de los motores centrales para esta amplia
red económica atlántica por su función de exportador de capitales en forma de
metales preciosos; o sea, de dinero con valor intrínseco.4 En esta época, en la
cual el dinero con valor intrínseco se sustituyó cada vez más por dinero en papel
(dinero ficticio, al fin y al cabo, garantizado solamente por la autoridad emisora),
la posibilidad de acceder a “dinero fuerte” constituyó un enorme atractivo no
solamente para la metrópoli colonial, sino también para el comercio
internacional. México, con su importante minería, era además un gran mercado
para productos manufacturados, precisamente por la fase de
protoindustrialización en la cual se encontraba en la segunda mitad del XVIII.5
En Europa, en cambio, el único productor de metales preciosos6 —
esencialmente de plata—, desde el comienzo y a lo largo de la época atlántica
era el Sacro Imperio: entidad política en declive, como el imperio español, por
disolverse en 1806, para dividirse en sus mil y tantos estados y señoríos
autónomos o independientes que recién en el Congreso de Viena, tras la caída de
Napoleón, se irían reduciendo en número y agrupándose en una confederación
políticamente débil y polarizada en medida creciente entre Prusia y Austria, sus
dos componentes más poderosos. Las áreas de producción minera en
Hispanoamérica y en el Sacro Imperio ya habían entrado en contacto directo
alrededor de 1780 —para no mencionar el pasajero vínculo durante el siglo XVI
en tiempos de Carlos V—, cuando expertos en minería peninsulares y mexicanos
visitaron los centros mineros del Sacro Imperio, al mismo tiempo que una
delegación de peritos mineros alemanes viajaba a Nueva España para analizar la
tecnología minera mexicana.7 Estos antecedentes explican mucho del enorme
interés de Alejandro de Humboldt en la minería novohispana, quien como ex
empleado de la minería prusiana, procedía al fin y al cabo de ese ambiente.8
Aparte de estos antecedentes directos en el siglo XVIII, las ciudades
hanseáticas se habían aprovechado de la debilidad política del Sacro Imperio
para introducirse por vías distintas, ya sea a través del comercio español, ya a
través del francés (el comercio inglés como mediador parece haber adquirido
mayor importancia recién en el siglo XIX) en la economía atlántica. Este
fenómeno harto conocido llegó incluso a convertirse en una especie de mito de
identidad basado en su vinculación estrecha y multisecular con lo que en Europa
se llamaba “historia de ultramar”. Investigaciones recientes efectivamente
destacaron que ya en el siglo XVI barcos hamburgueses arribaban en gran
cantidad a las Islas Canarias, conocido entrepot para el contrabando con
América;9 para el siglo XVIII, en cambio, fueron zonas de protoindustrialización
alemana las que se aprovecharon de las ventajas diplomáticas que habían
conseguido los hanseáticos para incrustarse en este comercio atlántico.10 Se
localizaron nutridas colonias de comerciantes alemanes en Cádiz, en Bilbao,
Burdeos y otros puertos atlánticos que provenían de estas zonas de
protoindustrialización y participaban en el comercio legal, mientras otros grupos
lo hacían a través de las islas holandesas y del Santo Tomás danés de forma
ilegal; a fines del siglo XVIII, unos y otros entraron en contacto directo con
Hispanoamérica al permitir España el comercio de neutrales.
Si bien estos antecedentes dieron motivos suficientes para encontrar una
plataforma histórica común mexicano-alemana, para vincular ambos países a
primera vista tan distantes y sin mucha similitud en su desarrollo histórico —y
para discutir las posibilidades de completar el “puente histórico”, era difícil
cubrir toda la extensión de la historia adámica con su amplio espectro de temas.
La historia económica, empresarial y financiera predominó en el coloquio como
resultado de las investigaciones que se conocían en ese momento. Para el
periodo que arranca en el siglo XIX, el concepto de historia adámica aun no había
cobrado unidad ni mucha claridad, a no ser en la vertiente de “historia
trasatlántica”, postulada por Armitage. La independencia de Hispanoamérica en
general y de México en concreto trajo para la economía adámica cambios tan
importantes como en Europa el final de la época napoleónica, el Congreso de
Viena con la creación de la Santa Alianza y de la Confederación Alemana. Esta
última logró recién desarrollar los contornos de una política comercial común
tras la consolidación de la unión aduanera alemana en los años de 1830, de la
cual habían tratado de eximirse las ciudades hanseáticas. El lapso entre 1813 y la
década de 1830 fue aprovechado por los hanseáticos para relanzar su comercio
atlántico al crearse toda una serie de empresas comerciales nuevas,11 utilizando
frecuentemente a Inglaterra como intermediario. Fue en este periodo que empezó
a predominar una visión historiográfica nacional, centrada mayormente en
problemas y relaciones bilaterales entre estados nacionales de ambos lados del
Adámico. Si se presentaban visiones más amplias sobre espacios más grandes,
como fue el caso con la historia atlántica, se referían a denominadores
vinculados con “mundial”, “global” o adjetivos similares, que aluden con
frecuencia también al “imperialismo”. De ahí se justifica por ahora la idea de
postular una “historia trasatlántica” como la forma más visible de continuación
de lo que anteriormente se denominó “historia atlántica”. Entre tanto, el
concepto amplio de historia adámica se defiende con buenos argumentos en el
reciente libro, ya citado, de Bernard Bailyn en contra de los intentos de
subdividirlo conforme a los ejemplos arriba mencionados o por medio de
entidades como “el atlántico negro” (“black Atlantic”) o similares. Ahora,
incluso se está consolidando una visión conjunta de la historia del Caribe —en la
fase anterior más bien un apéndice de lo “atlántico”— que así se constituye en
un nuevo sujeto histórico; en muchos aspectos enlazado con los conceptos
precedentes.12
La historia atlántica se articula, según Bailyn, como resultado del encuentro
de tres mundos antiguos —con lo que el autor da así de paso al traste con el
paradigma clásico de “Viejo Mundo-Nuevo Mundo”— que comenzó desde el
siglo XV, siendo el escenario geográfico inicial todas las regiones colindantes
con el océano Atlántico y —esto es importante— todas las cuencas de los
grandes ríos africanos, americanos y europeos, que se convirtieron en zonas
trasmisoras o intermediarias hacia el espacio oceánico y entre éste y tierra
adentro. De este encuentro, con sus múltiples dimensiones históricas, surge una
identidad nueva; o sea, la “historia atlántica”.13
Entre los factores que promueven este proceso, la economía ocupa un lugar
destacado —aunque de ninguna manera único— como móvil de todos los
actores tanto indígenas como intrusos o traídos contra su voluntad, en los
tiempos iniciales más bien de forma individual o para grupos, pero
canalizándose u organizándose bien pronto en redes complejas a lo largo del
espacio. El rápido desarrollo de las rivalidades políticas de los países y de grupos
étnicos colindantes con el Atlántico, la piratería y el contrabando —presentes
casi desde el inicio en este espacio—, la aparición temprana de oriundos de
regiones “extrañas”, como alemanes en el México del siglo XVI (después de que
grupos de alemanes peleaban ya con los portugueses en África del norte durante
el siglo XV), los turcos en América, los indígenas brasileños en África, los
moriscos expulsados de España y reincorporados a través de África en las Islas
Canarias y quién sabe a dónde después; toda esta multitud de migrantes tuvo
suficientes incentivos para lanzarse a estos nuevos espacios; incentivos siempre
relacionados con aspectos económicos, aunque el motivo principal era religioso
o de otra índole. Ya durante el siglo XVI se perfilaban rutas de navegación más o
menos regulares establecidas por simples razones geográficas: el caso de las
islas atlánticas como puntos de escala imprescindibles para el abastecimiento de
los barcos; por motivos políticos: la famosa línea divisoria de Tordesillas entre
Castilla y Portugal; o militares; la conocida “carrera de Indias” española con sus
dos flotas anuales. Estas rutas atrajeron a navegantes de naciones excluidas y
dieron a su vez origen a nuevas rutas conforme los “intrusos” lograron
organizarse y establecerse dentro de este espacio, al adquirir puntos de enlace en
tierra desde los cuales irradiaban en mar y tierra.
No es este el lugar para referir la amplia bibliografía de historia de la
navegación, siempre muy estrechamente unida con los fenómenos económicos,
que ha ido rastreando este proceso a lo largo de la edad moderna. Se ha
destacado la atracción de este nuevo espacio ya en el siglo XVI con el ejemplo de
la presencia sorprendente de gran número de alemanes en México. La
omnipresencia del fenómeno económico en este espacio se puede corroborar con
la referencia de que ya a fines del siglo XVI en los principales centros
comerciales europeos se cotejaban regularmente todas las variedades de
calidades de productos tropicales, hasta en ferias tan distantes del escenario
como Leipzig en Sajonia, lo cual confirma al mismo tiempo la tesis de la
importancia de los estuarios fluviales para esta economía atlántica. Frente a este
hecho ya no se pueden considerar meros datos curiosos los intentos de príncipes
alemanes y del imperio mismo de establecer colonias en África y el Caribe
durante el siglo XVII que fracasaron pronto; fracasos que muy acertadamente
previó ya entonces el filósofo Leibniz, recomendando que mejor se compraran
los productos de aquellas tierras a los holandeses.14 Intentos fallidos como los
referidos demuestran que incluso en países que nunca aparecen sino de forma
tangencial en las historias de los imperios coloniales de la época moderna,
incidió el fenómeno de esta economía atlántica, y que los worldly goods15 que
produjp se difundieron e influyeron en áreas muy alejadas del ámbito de los
imperios coloniales. Por más que se reflexione sobre los imperios coloniales de
la época moderna,16 nos encontramos aquí frente a un fenómeno
económicosocial que trasciende la perspectiva de los imperios coloniales. La
perspectiva con la cual ahora nos aproximamos a los temas económicos es la que
inició Alfred W. Crosby con su Columbian Exchange,17 cuya dimensión
económica recién se ha comenzado a estudiar más a fondo, aunque en algunas
áreas como la de la papa es evidente su impacto crucial. Ya se deja entrever que
para tales estudios de historia económica una perspectiva centrada en una nación
o un imperio no permite captar muchos aspectos relacionados con actores y
procesos difícilmente aprehensibles a los plazos y ritmos de una historia política
moderna.
Aún hay más. Si en el marco atlántico extenso nos fijamos en la cartografía
que ya desde el siglo XVII alcanza niveles de precisión notable, observamos que
en medida creciente se registran puertos, incluso con planos detallados,
fortalezas, ciudades y en medida creciente rutas de navegación, una tradición
que continúa hasta bien entrado el siglo XIX. Gran parte de esta cartografía no se
centra en representar principados, monarquías o imperios individuales, sino
espacios geográficos amplios, tanto en tierra como en el mar, o en mar y tierra.18
Muchos de estos mapas dan al observador la impresión de que los autores de
tales obras tenían no solamente idea del Atlántico, sino también de su economía:
cuando uno contempla los espacios marítimos, sus escalas y archipiélagos, los
puertos representados, los estuarios de los ríos, frecuentemente con barcos y
hasta flotas delante de ellos, etc. Surge la idea de que existió un concepto bien
claro de economía atlántica para estos coetáneos, si bien no el término para
designarla. El mismo mapa publicado por Alejandro de Humboldt que muestra
las rutas atlánticas de la plata americana parece demostrar que sí lo había.
Lamentablemente este material aún no ha sido analizado a fondo desde esta
perspectiva, puesto que la historia de la cartografía apenas hace poco tiempo se
inclinó al análisis de los conceptos del pasado de los autores de mapas de esa
época.19 Si a partir de estas reflexiones se consideran las redes de actores
económicos a larga distancia (de los cuales se habla en la contribución de
Pietschmann más adelante), actores que al menos en la parte referente al siglo
XVIII actúan sin tomar mucho en cuenta normas y límites imperiales o estatales,
se impone no solamente la realidad de un amplio “teatro” económico atlántico,
sino también la utilidad de una perspectiva atlántica en este periodo. En esta
época de fines del Antiguo Régimen un panorama como el siguiente no parece
muy lejos de la realidad: la plata mexicana subvenciona a la Cuba azucarera,
cuyos esclavos se alimentan con harina procedente de Estados Unidos y con
carne seca argentina, producida por gauchos de origen africano, pagados con
tabaco azucarado brasileño, que lanzan bolas de hierro europeo, para que el
azúcar producido en Cuba se lleve a distintas partes europeas para transformarse
con cacao venezolano en chocolate que se reexporta, por ejemplo, desde
Alemania, junto con lino de Silesia, a Estados Unidos en pago por el arroz que
de ahí se importa.
El coloquio realizado en El Colegio de México en marzo de 2003, tuvo como
uno de sus propósitos centrales perseguir la transformación de este mundo
atlántico en el periodo de la formación de los estados nacionales a través de dos
ejemplos, México y Alemania, que no constituyeron actores políticos
consolidados en esta economía atlántica, pero sí actores económicos
importantes. Muchos problemas tanto de historia económica como de historia
política y otros aspectos históricos que repercuten en la interacción de ambos
países y en su vinculación con este espacio atlántico y sus procesos económicos
se asocian con este periodo. Los organizadores del encuenrto, Carlos Manchal y
Horst Pietschmann, estaban conscientes de que se trataba de un inicio que
revestía carácter experimental, pero que había que emprender para superar las
perspectivas nacionales más estrechas que predominaban en la historiografía
económica de ambas naciones. La necesidad de rebasar esas perspectivas era
más urgente por cuanto la historiografía internacional ya estaba en vías de
superar no solamente el ámbito de lo nacional, sino también el de grandes
espacios como el de la economía atlántica, al adoptar cada vez más una
perspectiva de historia global. ¿Podrá percibirse desde una historia económica
como la que aquí se intenta esbozar el paso de una economía atlántica hacia una
economía global a través de estudios de caso? Dada la necesidad de comenzar
con un primer balance para enfocar desde ambas partes participantes los mismos
problemas, era claro ya al empezar que las grandes cuestiones detrás de este
intento no podrían encontrar respuesta aún, pero ya significaría un paso hacia
adelante si se lograra probar la validez de un enfoque como el que se eligió.
Este libro recoge las versiones ampliadas de los trabajos que se presentaron
en aquel coloquio, a los cuales se ha sumado un artículo de Jürgen Buchenau que
comparte la perspectiva “atlántica” que nos interesa rescatar. Los capítulos que
integran el volumen han sido agrupados en tres secciones. La primera abre con
un texto que bien puede entenderse como introducción teórica e histórica al
conjunto, seguido por dos capítulos relativos al periodo colonial; en la segunda
sección se agrupan los ensayos pertenecientes al siglo XIX, y en la tercera los que
se adentran en el siglo XX. Con excepción de los trabajos de la primera parte,
todos los artículos se ocupan de asuntos económicos, y van desde acercamientos
generales al comercio o las finanzas, hasta estudios de caso sobre empresas de
varios tipos que tienen en común su origen o sus conexiones con el mundo
atlántico.
El ensayo de Horst Pietschmann incluido en la primera parte del libro explica
el origen de la noción de “historia atlántica” y su desenvolvimiento hasta
convertirse en un campo más o menos perfilado dentro de la investigación
histórica. Ofrece una actualización de los trabajos realizados desde esta
perspectiva y plantea algunas preguntas que todavía es preciso responder en pos
de una definición más precisa de ese campo. Inquiere acerca de la periodización
que resulta pertinente para los acercamientos que se realicen según la
perspectiva “atlántica”, así como de la relación específica que México pudo
tener con el mundo atlántico a partir de la época colonial.
Johanna von Grafenstein ofrece en su artículo la continuación de su línea de
investigación sobre el área del Caribe y del Golfo de México, al indagar en esta
ocasión el lugar que este espacio ocupó en el pensamiento económico de
diversos políticos del reformismo borbónico en España. Los personajes
estudiados fueron elegidos bajo el criterio de que todos ellos produjeron sus
escritos antes de las reformas del último cuarto del siglo XVIII. En particular, la
autora analiza el papel económico que estos individuos asignaban a la región del
Golfo-Caribe considerada en sí misma, y desde un horizonte más ambicioso, el
que le asignaban en el contexto de la regeneración de la monarquía española.
Si von Grafenstein se ocupa del pensamiento peninsular moderno acerca del
Golfo y el Caribe, Peer Schmidt se interesa por los orígenes del pensamiento
conservador en México desde una amplia perspectiva atlántica. El autor
caracteriza en líneas generales el marco geográfico dentro del cual se
desenvolvieron las distintas posturas eclesiásticas en la época revolucionaria que
arranca con la guerra de independencia de Estados Unidos, empleando un bagaje
conceptual que luego le será útil para disipar las confusiones que habitualmente
privan en el análisis de la situación novohispana. En conjunto, el trabajo
contribuye a identificar a algunos de los actores presentes en la arena político-
ideológica en los inicios del México independiente y a seguir el rastro de las
varias vertientes del pensamiento conservador gracias a su ubicación en el
contexto atlántico.
El artículo que abre la segunda parte del libro se debe a la autoría de Walther
Bernecker, y se ocupa de la competencia entre las potencias europeas por el
comercio con México en las décadas que siguieron a la independencia. En ese
marco, se estudian las negociaciones para la firma de tratados comerciales que
buscaban impulsar los vínculos entre México y varias potencias atlánticas, y los
factores que actuaron como obstáculos para la penetración comercial. Se
analizan las características del intercambio comercial, los elementos de
continuidad con la época colonial, el papel de las casas de comercio extranjeras
y la progresiva —aunque parcial— sustitución de las casas británicas por las de
origen alemán.
El recorrido de Bernecker se completa cronológicamente con el estudio de
Sandra Kuntz acerca del patrón del comercio de México con Europa entre 1870
y 1913. La autora utiliza las estadísticas comerciales de los principales socios
europeos de México (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica y España) para
reconstruir los rasgos del intercambio con éstos en el periodo de intensa
integración económica que precedió a la primera guerra mundial. Analiza los
cambios que tuvieron lugar a lo largo de este periodo en la distribución
geográfica del comercio, así como en la composición de las importaciones y de
las exportaciones, y trata de ofrecer explicación de los fenómenos que se
encuentran detrás de estas modificaciones.
Esta sección se cierra con un artículo de Thomas Passananti acerca de la
participación de los bancos alemanes en las finanzas mexicanas durante el Por-
firiato. El autor aborda las negociaciones con el gobierno mexicano, las
relaciones de conflicto y cooperación con financieros de otros países y la
compleja dinámica que caracterizaba el trato entre las grandes instituciones de
crédito internacionales. Adicionalmente, el hecho de que el trabajo se sustente en
un conjunto amplio de acervos de distintas naciones que contienen
documentación frecuentemente confidencial de las partes involucradas, permite
a Passananti adentrarse en el terreno íntimo de las motivaciones y
preocupaciones que subyacían en el otorgamiento de préstamos y la definición
de condiciones para los deudores.
El tema de las finanzas se continúa en la tercera parte a través de dos
artículos que se ocupan de las actividades de casas bancarias europeas en
México entre el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX. En uno de
estos trabajos, Carlos Marichal y Paolo Riguzzi reconstruyen las experiencias de
inversión directa de tres instituciones bancarias europeas —una inglesa, una
francesa y una alemana— en bancos mexicanos. Se analizan las motivaciones
iniciales y el surgimiento de estas casas bancarias, sus rasgos organizacionales y
su desenvolvimiento en el contexto mexicano, y se cuestionan la idea muy
difundida de que el modelo inglés predominó ampliamente entre las instituciones
financieras de América Latina en este periodo.
Otro trabajo de este tipo es de Luis Anaya, quien se concentra en un caso
particular: el de la institución financiera que surgió con el nombre de Banco
Alemán Trasatlántico y se convirtió en el Banco Mexicano de Comercio e
Industria. El artículo narra la experiencia de un banco relacionado en términos
de propiedad con el Deutsche Bank y sus transformaciones, que implicaron la
colaboración de los inversionistas alemanes con otros de origen estadunidense y
mexicano. Analiza las dimensiones, actividades y desempeño de la casa
bancaria, la incidencia del marco regulatorio y del contexto político sobre su
evolución, y las causas de su desaparición hacia fines de la década de los años
veinte.
El siguiente artículo, escrito por Reinhard Liehr y Georg Leidenberger,
aborda el estudio de dos empresas de servicios públicos de propiedad extranjera:
la compañía proveedora de energía eléctrica Mexican Light and Power y la
empresa de tranvías México Tramways. La historia de estas empresas ilustra una
de las experiencias características de la primera era de la globalización, en la que
los inversionistas aprovechan las ventajas legales de un país (en este caso
Canadá) para organizar empresas multinacionales del tipo free standing, es decir,
destinadas a operar en otro país. Estas empresas a su vez recurren a los mercados
de capital más desarrollados de la época para obtener recursos, y se benefician
también de las capacidades de empresarios dotados tanto de talento organizativo
como del know-how tecnológico; en esta ocasión encarnadas en la persona del
estadunidense Frederick Stark Pearson. Aunque las empresas estudiadas tuvieron
un origen independiente, experimentaron luego, debido sobre todo a su
complementariedad económica, un proceso creciente de integración vertical, que
en algunos momentos se vio acompañado por vínculos en la propiedad y en la
estructura administrativa.
El libro cierra con un artículo de Jürgen Buchenau acerca de una empresa
distribuidora de artículos de hierro fundada por alemanes que inmigraron a
México desde 1865 e hicieron crecer el negocio hasta convertirlo en la más
importante ferretería del país. La Casa Boker nació como una inversión directa
de origen alemán que se fue mexicanizando, en la medida en que tanto la familia
como las utilidades permanecieron en México. En este ensayo, Buchenau analiza
las estrategias empresariales de los Böker, las características legales y
financieras de la empresa, así como las actividades de las sucesivas generaciones
de Böker en su proceso de integración en el medio empresarial y la sociedad
mexicanos.
En suma, se trata de un conjunto de ensayos que extienden la perspectiva
atlántica más allá de las fronteras cronológicas, y acaso temáticas, que
originalmente se asociaron con este concepto. El propósito es en cualquier caso
abordar experiencias de inversión, intercambios culturales o económicos,
movimientos migratorios y otras formas de interacción entre países ubicados en
el contexto de la economía atlántica desde una perspectiva adecuada a su objeto,
que rebase entonces los estrechos márgenes impuestos por la historia nacional.
Un balance provisional de lo que hemos logrado tendría que mencionar al menos
que se ha abierto todo un abanico de problemas acerca de las relaciones
económicas intraatlánticas y trasatlánticas que han hecho evidente que una
“historia puente” como la que intentamos es posible, y ofrece un ángulo de
visión que revela importantes repercusiones económicas y políticas de larga
distancia. En cualquier caso, el ejercicio nos ha traído la convicción de que el
acercamiento que proporciona la historia atlántica es fructífero y prometedor, y
sería deseable que las investigaciones inspiradas en él se ampliaran y
profundizaran en el futuro.

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Notas al pie
1
BAILYN, 2005.
2
ARMITAGE y BRADDICK, 2002, especialmente la parte I, pp. 11 ss.
3
Aunque la historiografía también enfoca cada vez más el colonialismo
intraeuropeo, un campo de estudio que últimamente empieza a replantearse.
4
MARICHAL, 1999 y HAUSBERGER, 1997. Para las consecuencias internas
novohispanas véanse: COVARRUBIAS, 2000 y ROMANO, 1998.
5
MIÑO GRIJALVA, 1993; MIÑO GRIJALVA, 2001; OUWENEEL, 1996; GARNER,
1993.
6
SÁNCHEZ GÓMEZ y PIEPER, 2000.
7
TORALES PACHECO, 2003 y ESCAMILLA GONZÁLEZ, 2004 y (en prensa).
8
FLORES CLAIR y VEIASCO ÁVILA (en prensa).
9
Moreno Florido, 2004. Véase también Pferdekamp, 1938; para no
mencionar por conocido en México a Henrico Martínez, hamburgués católico,
intérprete de la Inquisición, cosmógrafo, catedrático de matemáticas e iniciador
del desagüe de Huehuetoca. Véanse MARTÍNEZ, 1991 y DE LA MAZA, 1991.
Agradezco mucho a la Dra. Johanna von Grafenstein el haberme facilitado estos
dos últimos títulos referidos (Horst Pietschmann). Frente a la nutrida presencia
de hamburgueses y alemanes del norte en el México del siglo XVI cabría
replantear el problema de la decadencia de la Liga Hanseática durante este siglo,
así como la decadencia del imperio comercial de los fúcares, basado largamente
en la explotación de las minas de plata de Europa central. En los debates de los
especialistas alemanes sobre estos temas generalmente la perspectiva atlántica, si
acaso, sólo se consideraba de forma tangencial. Tratar de forma más amplia estos
problemas en el contexto de esta introducción rompería su marco, pero parece
relevante mencionar al menos estos antecedentes.
10
WEBER, 2004 y ZEUSKE y LUDWIG, 2000.
11
KOSSOK, 1964; VOGT, 2003. Lo interesante del caso analizado consiste en
que el fundador de la casa Wappäus, empleado antes de 1813 en una casa
norteamericana que comerciaba con el mundo antillano, parece ser el único del
cual aún se conservan datos y parte del archivo de la empresa que fundó, lo que
permite reconstruir los vínculos con sus corresponsales en Venezuela;
PIETSCHMANN, 1994; para el caso de México véanse: BECKER, 1984 y
BERNECKER, 1988, así como otros trabajos del mismo autor.
12
VON GRAFENSTEIN y MUÑOZ MATA, 2000.
13
BAILYN, 2005, nota 1, p. 54 y ss. El autor retoma reflexiones de D.W.
Meinig, historiador de la geografía, de 1986 acerca del Atlántico como “the
inland sea of Western Civilization”, para secundar a David Eltis, quien postula:
“if not a single Adantic society, a set of societies fundamentaily different from
what they would have been without participation in the new transa-tlantic
network” (p. 59); esboza a continuación los contornos de esta historia atlántica,
los móviles de sus actores, la violencia de los orígenes, las formas de interacción
política, social, económica, cultural, religiosa, biológica etc., y menciona que las
zonas de frontera eran áreas de lenta ampliación del sistema.
14
LENNERT, 2004, pp. 9-30.
15
JARDINE, 1996.
16
LUCENA GIRALDO, 2000.
17
CROSBY, 1972, especialmente capítulos 3 y 5 sobre la transferencia de
animales y plantas entre América y Europa. Véase especialmente los trabajos de
Frédéric Mauro, Antonio Eiras Roel, Reinhard Wendt, Horst Pietschmann,
Magnus Mörner, John Everaert, Jürgen Schneider, Peer Schmidt y Jaime
González Rodríguez en CAVACIOCCHI, 1998 y CAPOCACCLA ORSINI, DORIA y
DORIA, 1991, este catálogo, de una de las exposiciones italianas en Génova en
1992, constituye quizás el registro más completo de los últimos 500 años de
plantas y animales americanos que se importaron en Europa en épocas distintas.
El inventario está dotado de mapas y recoge la bibliografía existente,
generalmente no proveniente del ámbito de la historia económica, pero bien
puede servir de base para estudios más a fondo sobre el impacto económico de
estas introducciones.
18
Véanse por ejemplo Comisión de Estudios Históricos, 1985 y
HATTENDORF, 2003.
19
BLACK, 2003 y UNVERHAU, 2003.
PRIMERA PARTE
COMERCIO Y POLÍTICA EN LA ECONOMÍA ATLÁNTICA A
FINES DE LA COLONIA
1. MÉXICO Y LA ECONOMÍA ATLÁNTICA.
REDES COMERCIALES, COMERCIANTES Y
POLÍTICA EXTERIOR, ca. 1770-1830

HORST PIETSCHMANN
Cátedra G. y A. de Humboldt en México
Universidad de Hamburgo

El historiador belga Charles Verlinden postuló a mediados de la década de los


años sesenta una civilisation atlantique;1 una década después el campo de
investigación “Historia atlántica” comenzó a institucionalizarse a través de
intercambios o acercamientos mutuos con toda una serie de campos históricos
diferentes.2 Se formó y alimentó este campo de áreas historiográficas como
“Historia de la expansión europea”, “Historia de los imperios coloniales
europeos”, “Historia de la trata de esclavos negros”, “Historia del comercio
trasatlántico”, “Historia colonial de América” e “Historia de las fronteras”.
En sus inicios, el concepto de la historia atlántica no fue mucho más que una
historia de la navegación y del comercio trasatlántico así como de las luchas de
las potencias coloniales establecidas —o con aspiraciones de serlo— en torno de
los esfuerzos por defender cuasi monopolios económicos o de lograr
participación o injerencia en ellos por medio de estrategias distintas —corso,
contrabando, fortificación, dominios territoriales y espaciales, política naval, etc.
—; de esta forma, todavía muy vinculado con las historias “nacionales” de los
países europeos interesados en el comercio Atlántico. Así que mucho tiempo se
consideró el empleo del término “historia atlántica” como débil reflejo del
concepto braudeliano de la “Méditerranée”.
Los tres principales factores del desarrollo historiográfico que contribuyeron
al surgimiento de la “historia atlántica” como un campo de estudio aparte dentro
de la investigación histórica con características propias cada vez mejor
perfiladas, fueron, en primer lugar, la coyuntura de la historiografía sobre el
comercio de los esclavos africanos y sobre la esclavitud que se desarrolló basada
en la conocida obra de Philip D. Curtin;3 en segundo lugar, el paso de la
investigación de la historia económica cuantitativa, que contabilizó productos
transportados a través del Atlántico, a estudiar en medida creciente a los actores
de este comercio, o sea los comerciantes y sus redes transatlánticas,4 y en tercer
lugar, los avances de la historia colonial americana propiamente, cuando en vez
de estudiar las colonias americanas como meras entidades dependientes y
explotadas por potencias europeas se empezó a considerarlas cada vez más
identidades históricas propias en vías de formación hasta alcanzar la
independencia política. De esta manera la historia atlántica empezó a perfilarse
más y más como un campo sui generis de la investigación histórica, con un
objeto cada vez mejor definido, una metodología con matices propios y con
problemas especiales de investigación y de debate.5
En los debates metodológicos en torno del nuevo concepto —que empezaron
relativamente tarde; es decir, más o menos en la década de 1890, cuando el
término ya se había difundido ampliamente, sin un debate metodológico muy
intenso— muy recientemente David Armitage y Michael J. Braddick6
introdujeron cierta diferenciación del término al dividirlo en tres “subáreas”.
Ambos autores postulan los siguientes campos:
1. Circum-Atlantic history la historia trasnacional del mundo atlántico.
2. Trans-Atlantic history: la historia internacional del mundo atlántico.
3. Cis-Atlantic history: historia nacional y regional dentro del contexto
atlántico.
Esta subdivisión responde, por cierto, al esfuerzo por integrar distintas
aproximaciones a lo que se va llamando historia atlántica. Los autores justifican
esta subdivisión al proponer que el “Atlántico” se ha convertido en un ente
multicolor; alegan que hay una vertiente “blanca”, proveniente de la guerra fría,
con lo cual se refieren a las propuestas de los años cincuenta, cuando en los dos
congresos internacionales de ciencias históricas de 1930 y 1933 se lanzó el
concepto por primera vez, supuestamente en estrecha relación con la creación de
la OTAN. Postulan también la existencia de un “Atlántico negro” refiriéndose a
obras que generalizan la diáspora negra y sus antecedentes de rebelión esclava.7
Con el término “ The Red Atlantic” se refieren a obras escritas en tradición
marxista, y hasta sostienen la existencia de un “Green Atlantic” representado por
la serie de estudios acerca de las migraciones irlandesas en el espacio atlántico.
Si bien es cierto que había estas variedades de estudios en el pasado, el
procedimiento de poner etiquetas de colores a determinadas aproximaciones
responde a un análisis algo superficial dentro del desarrollo historiográfico; no
obstante, todas estas aproximaciones aportaron elementos metodológicos que en
suma son necesarios para el desarrollo de una perspectiva integral.
Varios de los campos que ambos autores postulan representan acercamientos
que parten de otras tradiciones historiográficas. Algunos no pretenden
precisamente analisar integral y conjuntamente el papel histórico de este espacio
y su función de transmitir o provocar impulsos o cambios en las zonas
continentales que definen geográficamente este espacio; intentan, en cambio,
resaltar el impacto decisivo de zonas adyacentes, de características más bien
prenacionales o nacionales, como deja entrever el mismo título del libro: The
British Atlantic World. Se podría completar este título, según los tiempos y
campos, por “Atlántico Portugués”, “Atlántico Español”, “Atlántico Holandés”,
etc. Esta subdivisión corre por lo tanto el peligro de cimentar, prolongar y
ampliar simplemente las conocidas historias “imperiales”, al estilo de The Dutch
Seabome Empire, The Spanish Seabome Empire, y otras de los años sesenta,
surgidas de visiones “nacionales” proyectadas sobre el espacio atlántico. Visto
de esta manera, dicho enfoque significaría historiográficamente un paso para
atrás, pues desconoce las posibilidades y el potencial de llegar a una
interpretación integral —tal como en su momento intentó Verlinden, aunque
partiendo de conocimientos empíricos mucho más reducidos—. La
aproximación de Verlinden, en cambio, contribuyó de forma implícita o explícita
a la “desnacionalización” del espacio atlántico, al adoptar una perspectiva que
tendría un observador que —al estilo de un satélite estacionario— analiza los
procesos históricos desde algún punto atlántico céntrico.
No cabe la menor duda que este nuevo campo historiográfico aún está en
muchos aspectos sin definir, como muestra el ejemplo del Atlántico multicolor.
Pero aun desde una perspectiva “desnacionalizada” y atlántica quedan por
definir muchos problemas de importancia continental; especialmente en lo que
concierne al papel de África, y particularmente de África occidental. De manera
más general, en los tres continentes que enmarcan al Atlántico queda por
precisar muchos de los problemas siguientes.
Cuál es el alcance geográfico de las influencias atlánticas en cada continente;
o sea el marco geográfico del “impacto atlántico”. Éste queda por establecerse
de forma mucho más precisa; por ejemplo, para mencionar un caso de la historia
mexicana, ¿tiene el hecho de la larga trayectoria liberal del estado de Veracruz
una explicación atlántica? ¿Lo mismo se podría preguntar respecto a Nueva
Inglaterra, en Estados Unidos, o relativamente a la Bordeaux y la Gironde en
Francia? Para el caso del continente americano, por cierto, la historia colonial y
la historia de las fronteras internas, estrechamente vinculada con la primera,
ofrecen ya bastantes recursos metodológicos y empíricos, mientras respecto a las
regiones portuarias europeas esta pregunta apenas se ha analizado en forma
rigurosa; para el caso africano, los resultados empíricos del estudio de la trata de
esclavos hacen ya posible tales análisis con mayor precisión, y para el caso
europeo, junto al comercio, sus redes y al flujo de capitales, estudios profundos
sobre el impacto de los fenómenos atlánticos en la producción agrícola y
artesanal, así como en la cultura, permitirán avanzar mucho más en este sentido
de lo que se logró hasta ahora.
Igualmente quedan por precisar las características que unen a las sociedades
atlánticas; o al menos a diferentes sectores de ellas en cuanto a comportamientos
sociales, mentalidades, intercambios culturales, etc. Los aspectos relativos a la
mentalidad, las formas de comportarse o respetar, así como de fiarse del otro que
se requieren para poder interactuar a través de largas distancias en el intercambio
de mercancías, capitales, e información, frecuentemente a pesar de leyes y
normas en su contra en cada sociedad, o a pesar de las diferencias religiosas,
étnicas, de cultura y de idioma, aún requieren de precisión para poder
caracterizar a esta civilización atlántica y diferenciarla de las sociedades,
digamos, “continentales”. También la problemática de la composición, del
funcionamiento y de la extensión de las redes de actores, sobre todo en el sector
comercial, exige aún muchos estudios empíricos, particularmente en
comparación con los que tenemos a nuestro alcance. Especialmente en el área
que podríamos denominar el “atlántico ibérico”, o sea la zona centro-sur del
océano, aún faltan muchos conocimientos, ya que este campo hasta ahora ha sido
explorado de forma preferencial por la historiografía anglosajona sobre el área
de influencia preferentemente inglesa. Otra pregunta de gran importancia en
relación con el significado de las redes de los actores atlánticos es la de su
alcance territorial. Tenemos ya bastantes estudios sobre redes sociales, pero la
mayoría se refieren a determinados espacios en un área geográfica muchas veces
regional. Pero, como ya se cuestionó: ¿funcionan estas redes más bien regionales
de la misma manera que las redes de larga distancia, trasatlánticas, que
transcienden barreras nacionales, culturales y religiosas? ¿Cuáles son los
elementos de cohesión de estas redes de largo alcance geográfico, en las que
elementos como matrimonio, compadrazgo, control de instituciones y otros
evidentemente tienen menor significado como formas de cohesión? ¿Es
suficiente seguirlas y reconstruirlas sólo en los puertos principales alrededor del
Atlántico o —dicho de otra forma—, hasta dónde penetran a los centros de poder
“tierra adentro” en ciudades cortesanas, administrativas, económicamente o por
alguna otra función de significado metropolitano? Para poner un ejemplo, en
relación con el caso de México: ¿Es más importante la ciudad portuaria principal
de Veracruz como núcleo que vincula a todo el país a las redes atlánticas, o es la
ciudad de México el centro más importante de tales redes? ¿En dónde se
concentran y entrecruzan los poderes políticos, eclesiásticos y económico-
financieros; es decir, dónde las redes de corta extensión geográfica se
concentran? O, para hablar de otros casos como España: Cádiz o Madrid;
Francia: Bordeaux o París; Hamburgo y Bremen o Hannover o Berlín. ¿Cómo
considerar los centros más cercanos de importantes potencias territoriales en el
caso alemán? Como la nueva “historia atlántica” se comprende en tanto
antecedente de la globalización, que se va produciendo desde más o menos
mediados del siglo XIX, las diferencias entre los distintos tipos de redes sociales
pueden adquirir significados de gran trascendencia.
En este contexto es preciso destacar que hasta la fecha el concepto de la
historia atlántica se ha limitado en gran medida a la época moderna; o sea, a un
periodo que más o menos engloba los años entre 1500 y 1820-1850. En su
comienzo, evidentemente está estrechamente vinculado con la proyección de
fenómenos mediterráneos hacia el Atlántico, como los que describió Verlinden,
aunque los conocimientos empíricos adquiridos desde lo que se propuso en los
años sesenta requerirían ya ampliar el enfoque; sin embargo, queda ya bastante
clara la continuidad de estos fenómenos proyectados en épocas posteriores. Al
final de este periodo tenemos tres fenómenos, por cierto no estrictamente
coetáneos, que requieren de debate a fondo en relación con la posible
continuidad o discontinuidad de esta historia atlántica. Estos fenómenos a
nuestro parecer son los siguientes:
a) el surgimiento de estados independientes en América entre 1776 y 1826-
1830,
b) el bloqueo continental fracasado que orquestó Napoleón en Europa y la
Santa Alianza acordada de las potencias europeas en el Congreso de Viena.
c) la abolición del comercio de esclavos africanos y el comienzo de la
colonización europea en África.
El punto a es probablemente el mejor conocido por la historiografía, aunque
quizá las interpretaciones generales de este proceso aún se ocupan muy poco del
hecho que este proceso tenía sus orígenes precisamente en las regiones atlánticas
o en territorios vinculados de forma muy particular con el área de influencia
atlántica en América, mientras en la América Hispánica del Pacífico se tuvo que
imponer más que nada desde fuera.
El inciso b sólo muy ocasionalmente se ha analizado desde una perspectiva
atlántica y generalmente se interpreta como medida casi exclusivamente dirigida
en contra de Inglaterra y como fenómeno estrechamente vinculado con el
desastre de Trafalgar que sufrieron las flotas francesa y española aliadas. Pero si
se toma en cuenta que la idea de un bloqueo continental surgió en Francia en
época de Colbert y Luis XIV, durante el último tercio del siglo XVII —es decir
cuando no existía todavía predominio marítimo británico ni lejanamente tan
acentuado como a comienzos del siglo XIX— y que la idea reaparece en los
pactos de familia de la Casa de Borbón, entonces cabe a lo menos la hipótesis de
que semejante medida con carácter defensivo hacia un espacio tan amplio debía
de responder a temores de una índole más amplia. Se vinculó ya antes a los
principios monárquicos y de legalidades existentes como claramente la
formularon las potencias de la Santa Alianza frente a tendencias de “libertades”
consideradas insólitas, que ponían en duda las tradiciones más sagradas de la
Europa del Antiguo Régimen (¿acaso el Atlántico ya era considerado un espacio
de libertades mucho antes?)
Del punto c es bastante conocida la vertiente abolicionista promovida por
Inglaterra, pero muy pocas respuestas se tienen a la pregunta, que en el fondo se
impone, del porqué recién al movimiento abolicionista siguió la colonización de
África, cuando el llamado “primer colonialismo” había prácticamene terminado
por lo menos en el espacio americano. Estos tres fenómenos han sido tratados
generalmente de forma separada, pero desde la perspectiva de la nueva
historiografía atlántica es forzoso relacionarlos y buscar los posibles vínculos
entre ellos y sobre todo analizar las repercusiones que tuvieron en el marco
atlántico. ¿Se puede hablar, o mejor dicho, tiene aún sentido postular una
“historia atlántica” después del periodo referido? Y de ser así, ¿cuáles son sus
características a partir de entonces? Ciertamente continúa y hasta se incrementa
el comercio interatlántico y trasatlántico; seguramente continúa la existencia de
redes de comerciantes y de grupos de intereses poderosos, pero, ¿tienen todavía
una influencia tan importante como en la época moderna o del primer
colonialismo en los nuevos estados nacionales en vías de formación?
Tras plantear los déficit de la historiografía atlántica conviene resaltar sus
logros; al menos como hipótesis bastante bien fundadas:

1. Frente al disciplinamiento social que comienza con la época de los


problemas religiosos en Europa, con la expulsión de los judíos de España, la
reforma protestante y la contrarreforma subsiguiente, el espacio atlántico
resultó ser un espacio de mayor libertad; o para decirlo de otra forma, de
menor control social según los modelos de la época, y permitió, aunque sea
de forma anárquica, formas de “autorrealización” mucho mayores. Esto es
válido para todas las potencias europeas que se lanzaron en momentos
tempranos o más tardíos a la expansión en el Atlántico.
2. Ahora se puede afirmar que en ninguna parte de América y África la
expansión europea pudo establecer colonias sin disponer de aliados entre la
población autóctona, lo cual a su vez contribuyó al fenómeno, que los actores
europeos en este proceso tuvieron que aprender bien pronto, de moverse
entre distintas culturas, grupos étnicos, etc.; actitud que en todos los casos les
hizo sospechosos o poco fiables en la sociedad de la cual provenían. Este
fenómeno constituye, por así decirlo, el germen de desarrollos que poco a
poco separaban o distanciaban a las sociedades fundadoras de las coloniales
de nueva creación.8
3. Gracias a la mayor importancia que la historia atlántica atribuye a los
otros continentes que bordean el océano, ha podido comenzarse una fase de
inversión de la perspectiva, preguntando por las repercusiones de la
expansión europea en el viejo continente mismo, más allá de la
cuantificación de los beneficios económicos que cada potencia europea sacó
de sus empresas coloniales.9
4. Asimismo, se logró destacar la creciente autonomía tanto de las
colonias americanas frente a sus metrópolis europeas como de las
formaciones estatales de África occidental en cuanto al comercio de
esclavos. En esta línea se logró incluso encontrar indicios de que colonias
europeas rivalizaban en actividades europeas con las potencias europeas de
las que formalmente dependían. Tal es el caso de Brasil, que logró tal grado
de autonomía e importancia, que ya desde fines del siglo XVII consejeros de
la corona portuguesa recomiendan a sus reyes trasladar el centro de la
monarquía a ese país, lo cual se realizó finalmente bajo la presión
napoleónica en 1808. Los futuros Estados Unidos a mediados del siglo XVIII
rivalizaban de forma notable con el comercio inglés, y hasta en España
muchos de los llamados arbitristas destacaban que el poder de la monarquía
dependía en gran parte de las posesiones americanas.
5. En la definición de las redes comerciales atlánticas se logró identificar
toda una serie de grupos sociales unidos por lazos religiosos, de procedencia,
y otros, como judíos sefardíes, irlandeses, vascos e incluso los jesuitas.
Algunos de ellos, como los judíos, lograron incluso tener un papel clave en
la introducción y difusión de productos tropicales en Europa, como el
tabaco.10
6. Cada vez más se descubre que las redes de los comerciantes atlánticos
no sólo tenían acceso al poder de las respectivas potencias coloniales sino
que influían de forma diferente en las instituciones cortesanas destinadas o
vinculadas a la administración colonial y motivaban con frecuencia posturas
políticas contradictorias. Así lo demuestra el caso de la flota británica que
transbordaba la plata novohispana a Londres,11 mientras otra parte de la flota
inglesa está involucrada en la conquista de Buenos Aires.

Esta lista podría alargarse conforme uno entra en mayores detalles,


vinculados a los aspectos mencionados. A continuación se desea esbozar
brevemente sólo algunas consecuencias de estos hallazgos que se refieren a los
problemas de la política internacional y de la diplomacia. Conviene destacar que
para un historiador europeo que se ocupa de los procesos de la independencia
latinoamericana resulta bastante sorprendente observar que al estallar los
movimientos, los sublevados no sólo están perfectamente informados de los
detalles de la política internacional europea, sino que incluso se dispone desde el
principio de una reserva de hombres que no sólo simpatizan con los
levantamientos sino al mismo tiempo están calificados para convertirse
enseguida en embajadores en las cortes europeas: dominan los estilos y formas
de la diplomacia europea y logran así convertirse en agentes bastante eficaces de
los intereses de los movimientos en favor de la independencia. Negocian,
movilizan ayuda militar desde regiones tan “distantes” del escenario americano
como los estados interiores alemanes, preparan tratados y mantienen
correspondencia con representantes de la alta política europea que
aparentemente no tuvieron ningún vínculo visible con América.
En aquella época las cancillerías europeas con sus diplomáticos,
generalmente procedentes de la nobleza, mantienen una intensa correspondencia
sobre los problemas políticos podría decirse mundiales. Pero esta clase de
diplomáticos proviene de estratos sociales que poco tienen que ver con el mundo
del comercio, aunque informan regularmente y con bastantes conocimientos de
detalle sobre asuntos económicos, fiscales y comerciales. Debe existir, por lo
tanto, debajo de la alta diplomacia vinculada con las cortes europeas, un segundo
nivel diplomático que de una forma menos visible enlaza con esta otra esfera.
Bien, sabemos que en las regiones en donde existen importantes núcleos de
comerciantes provenientes de otros países, estos grupos generalmente tienen un
estatus jurídico especial y el derecho de nombrar cónsules. Éstos, con todo,
residen normalmente en los centros portuarios, en donde atracan los barcos del
comercio internacional, y no en las cortes de las capitales europeas.
Generalmente son comerciantes que mantienen correspondencia de oficio con
entidades administrativas del país que los alberga, y al mismo tiempo
correspondencia con las autoridades del país de proveniencia. Este tipo de
correspondencia es bastante conocido, pero sólo muy raras veces contiene datos
de la trascendencia como los que se encuentran en la correspondencia del nivel
superior; o para decirlo de otro modo, de la diplomacia oficialista. Es de suponer
por lo tanto que existían otros niveles por donde fluían informaciones muy
precisas; niveles que servían de medios de información y estaban conectadas con
las redes del comercio mencionadas.
Por cierto, se conoce correspondencia intensa de comerciantes a través de
largas distancias dentro de Europa, incluso desde la época medieval tardía, que
ya durante el siglo XVI adquieren gran importancia, tal que supera en mucho la
información que empieza a distribuirse por medio de libros y otros tipos de
impresos. Sobre todo el sistema de “cordillera”: cartas de comerciantes con
información muy actual y de rápida distribución que en cada lugar de destino se
copia y se va distribuyendo a un mayor número de corresponsales.12 De este tipo
de comunicación surgen —ya más tarde durante el siglo XVI— las gacetas de las
ferias comerciales, como las de Leipzig, que registran con mucha actualidad los
precios de toda clase de productos tropicales, clasificados según sus calidades,
tipos, proveniencia etc.;13 aunque siempre este tipo de flujo de información se
limitaba al ámbito comercial. Sin embargo, en épocas posteriores, aún por
precisar cronológicamente, este circuito de información empieza a trascender al
espacio gubernamental; proceso que comenzó probablemente en la república
comercial por excelencia, en Holanda, y luego se extendió a otros países
europeos. Esto se vincula con el surgimiento de nuevas agencias estatales
dedicadas a administrar los asuntos marítimos, desde flotas, impuestos,
almacenes, etc. Para las agencias se nombran en medida creciente expertos en
tales materias, que frente al ambiente cortesano noble que los rodea sólo pueden
mantenerse —e incluso ennoblecerse— a través de sus conocimientos, contactos
e informaciones. De esta forma empiezan a enlazarse las redes comerciales
atlánticas con los aparatos gubernativos en las capitales de los países europeos, y
se pueden encontrar casos individuales de esfuerzos por infiltrar confidentes en
estas redes comerciales atlánticas.
Si bien estos fenómenos podrían ser interesantes desde la perspectiva del
desarrollo de los aparatos gubernativos, el historiador del comercio de gran
escala e incluso el historiador que se ocupa de historia atlántica preguntarán
quizás: ¿Y qué? ¿Qué me dicen estas deliberaciones? A primera vista,
efectivamente parecen ser fenómenos de poco interés para lo que se considera
importante en aquellos campos. Pero puede afirmarse que estos procesos
tuvieron consecuencias políticas de trascendencia, que apenas ahora se empiezan
a calibrar; por ejemplo, el hecho que el sistema de estados europeos se
“atlantizó” cada vez más a lo largo del siglo XVIII, como se estableció de forma
muy convincente en un trabajo reciente.14 De esta forma se explica la rapidez de
la difusión de informaciones e incluso textos procedentes de América en Europa.
Un diplomático como Guillermo de Humboldt recoge a través de su hermano
Alejandro informaciones procedentes tanto de entidades gubernativas como de
informantes del comercio en América, y las traduce en dictámenes de
asesoramiento político de la corte de Berlín. Así, un comerciante rico de
Hamburgo en 1812 podía tapizar su casa con tapetes pintados con ruinas
prehispánicas mexicanas, a pesar de no haber estado al parecer nunca en México,
y otro hamburgués pudo lanzar la revista Columbus que contenía, con poca
diferencia en el momento de los acontecimientos, los documentos más
importantes que producía el proceso emancipador en América. En fin, ¿cómo
(re-)evaluar el hecho que nos enseña la historia adámica de que en el momento
en que América y Europa son más cercanos se produce el proceso de formación
de nuevos estados en América?
Otra consecuencia de estos desarrollos se encuentra en los aparatos
gubernativos europeos. Desde el siglo XVII, a más tardar, surge un nuevo tipo de
funcionario que se caracteriza por su experiencia en asuntos comerciales,
marítimos y navales, cartográficos, fiscales, y hasta en ingeniería militar y civil
que va a penetrar en estos aparatos gubernativos. Conforme surgen ministerios
de marina, de guerra, y de hacienda, con sus delegaciones subordinadas, y se
multiplican cuerpos profesionales como los consulados y otras entidades de este
tipo relacionados con la totalidad del territorio de una monarquía, república u
otra forma de gobierno que ejercen funciones vinculadas de forma directa o
indirecta con el comercio de larga distancia, la navegación y la construcción
naval o la administración y defensa portuaria, penetran cada vez más expertos en
altos puestos directivos, cuya formación o experiencia profesional se ha forjado
en actividades marítimas, comerciales y financieras de amplia extensión
geográfica. En este sentido, el desarrollo de la cartografía moderna no es
solamente un desarrollo científico aislado; está inscrito en ese lento proceso,
antes brevemente esbozado. Si se observan las aspiraciones que en las guerras
europeas defienden las partes beligerantes y las negociaciones de las paces
europeas uno descubre muy rápidamente estas “novedades” políticas.
No cabe duda de que estos desarrollos se observan de la mejor manera sobre
todo en Europa. Como hemos dicho el desarrollo de la historia atlántica hasta
ahora se ha estudiado particularmente para la época moderna; es decir, durante
un periodo durante el cual América, tanto el norte como el sur, se encontraba en
dependencia colonial. Cabe entonces la pregunta: ¿En qué medida influyó en la
historia de América, para no hablar de África? Las repercusiones de estos
procesos que se perciben en Europa se encuentran también en América. Desde la
perspectiva de la historia económica, se constata en América, a lo largo del siglo
XVIII, un proceso de crecimiento muy notable: las trece colonias británicas
aumentan tanto el volumen como el ámbito geográfico de su comercio y de su
producción; en determinadas áreas hispanoamericanas y en el Brasil crece de
forma notable la producción de metales preciosos, y consiguientemente el poder
adquisitivo, convirtiendo a estas regiones en mercados que atraen el interés y la
atención de las potencias europeas, al punto de que las metrópolis coloniales
tratan de defenderlas y protegerlas contra la penetración extranjera cada vez con
menor éxito. Tanto España como Portugal se convierten, al menos en materia
financiera, cada vez más en dependencias de sus propias colonias. También
Inglaterra, en crisis financiera hacia mediados del siglo XVIII, intenta en vano
aumentar la presión fiscal sobre sus colonias americanas. Las metrópolis
coloniales europeas tratan de aplicar reformas en sus posesiones americanas, que
al menos parcialmente significan trasladar ahí las políticas aplicadas “en casa”
con el fin de aumentar los ingresos fiscales. Estos procesos y las medidas
políticas adoptadas contribuyen al fortalecimiento de la autoconsciencia en las
colonias, y a distanciarlas cada vez más de sus respectivas “madres patrias”, lo
que finalmente desemboca en los procesos emancipadores americanos.15
Finalmente cabe la pregunta: ¿Qué relación particular tiene todo esto con
México o Nueva España? México colonial o la Nueva España, sin lugar a dudas
ocupa en el contexto hispanoamericano un lugar especial. Esto se hace patente al
ver un poco más de cerca su papel dentro del llamado imperio español. Hay un
fenómeno todavía no estudiado a fondo, y es el hecho de que hasta en fuentes de
carácter oficialista, desde el siglo XVII, se encuentra con frecuencia la
designación “imperio” para el conjunto de reinos y provincias subordinados al
virrey novohispano.16 Cuando se habla de “imperio mexicano”, la historiografía
se refiere por lo general a los casos decimonónicos de Iturbide y de
Maximiliano, pero curiosamente no se ha ocupado hasta ahora de estos
antecedentes preindependientes, que debe de haber tenido presente al menos
Agustín de Iturbide. ¿Qué quiere decir en este contexto “imperio”, a diferencia
de un “reino”? Según las definiciones clásicas, un imperio no sólo se legitima de
otra manera que un reino, sino que suele agrupar por lo general también naciones
diferentes que guardan mayor grado de autonomía, tanto entre sí como frente al
poder central. Es evidente que en el contexto del trabajo presente no se puede
analizar seriamente el significado de estas denominaciones en textos impresos
novohispanos, pero puede preguntarse si hay indicios reales que podrían
justificar el empleo del término “imperio” para el conjunto novohispano. Si nos
quedamos en el siglo XVIII, vienen a la mente dos hechos, que podrían
interpretarse en este sentido.
En primer lugar podría interpretarse en este sentido la división en “dos
repúblicas”, la de españoles y la de indios; de estos últimos se podría hablar de
varias naciones por sus diferencias lingüísticas y culturales.
En segundo lugar hay un aspecto económico que también podría servir de
sustento para la aplicación del término “imperio”. En este contexto vendría al
caso el hecho que la Nueva España, desde sus cajas matrices en la ciudad de
México, pagaba crecidas sumas de sínodos y situados para las zonas extendidas
del norte, que más tarde se conocen como “Provincias Internas”, y también para
muchas regiones del Caribe español como Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, y
Venezuela.
Este segundo aspecto económico evidentemente atribuye a Nueva España un
papel muy especial dentro del imperio español, llámese “imperio” o de otra
manera: por ejemplo, metropóli colonial de segundo nivel. Es precisamente este
aspecto el que vincula a la Nueva España con el mundo caribeño, y a través de
éste, con la economía atlántica más allá del propio comercio normal de
importación y exportación. Hasta se puede decir que el auge minero del siglo
XVIII en el virreinato le da el carácter de metrópoli económica, comercial y
financiera que las otras posesiones españolas en América no tienen. Es necesario
admitir que precisamente en este contexto los estudios de historia económica
mexicana han aportado muchos conocimientos nuevos, que subrayan la
importancia de este doble vínculo atlántico de forma muy especial, ya sean los
estudios sobre la fiscalidad y la real hacienda, ya las investigaciones acerca de
los consulados y los situados.17 Muchos de estos trabajos abarcan directamente o
dejan entrever las tensiones que ese papel imperial novohispano hace surgir,
tanto en el interior sobre asuntos fiscales, como entre intereses novohispanos,
por un lado, y los beneficiados caribeños, por el otro, cuando se disputa el
empleo y la inversión de los subsidios entre donantes y beneficiados; para no
hablar de las discordias entre metrópoli y virreinato en torno de intereses
comerciales y otros. Desde esta perspectiva, no solamente resulta bien clara la
estrecha y múltiple vinculación de México-Nueva España con la economía
atlántica, ya sea dentro del marco imperial español, ya fuera de éste. En el
mismo sentido, no cabe la menor duda de que la independencia de México
significa una ruptura y amplia reorientación de muchos de estos vínculos. Por
otra parte, para muchos aspectos falta determinar el “puente historiográfico”
entre tales estudios, realizados en el marco peninsular y europeo, y los que se
han hecho del lado americano, especialmente de carácter novohispano. También
puede ser útil revisar los conocimientos alcanzados con base en fuentes
provenientes de un contexto “nacional” desde la perspectiva de la historia
atlántica, aunque sea solamente para probar la aptitud o utilidad de conceptos
interpretativos tradicionales derivados de colonia, imperio español, nación,
etcétera.

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Notas al pie
1
Véase VERLINDEN, 1966; por cierto que Verlinden no fue el primero en
introducir al Atlántico como marco histórico, pero sí probablemente el primero
en hacerlo utilizando un esquema metodológico elaborado. Para los antecedentes
véase el título citado en la nota número 2.
2
Sobre el desarrollo historiográfico y metodológico del concepto “historia
adámica” desde más o menos mediados del siglo XX, véase PIETSCHMANN, 1999,
pp. 11-54. A partir de un resumen de este trabajo, se pretende aquí profundizar
un aspecto central introducido en aquel estudio.
3
CURTIN, 1969.
4
Un pionero en esta línea fue PRICE, 1973.
5
Véase por ejemplo Bailyn, 1996, pp. 19 ss.; CANNY, 1999.
6
ARMITAGE Y BRADDICK, 2002, véase “Introduction”, p. 15.
7
Véase, por ejemplo, GILROY, 1993.
8
En vez de referir la amplia bibliografía histórica quisiera señalar sólo un
ejemplo literario de las novelas policiacas o de otra índole: los personajes
provenientes de las colonias siempre se dibujan como personas de carácter
dudoso; en las novelas de Agatha Christie, siempre hay un oficial retirado del
ejército colonial británico entre los sospechosos, para no hablar de los mal
afamados “peruleros” en la España del siglo XVI.
9
Como un ejemplo muy notable de esta inversión véase sólo BEDINI, 1997.
10
Véase BERNARDINI, FIERING, 2000; sobre la importancia de los judíos en la
introducción del tabaco véase el estudio de Peer Schmidt en el libro citado en
nota 2. Sobre los vascos véase por ejemplo TORALES PACHECO, 2001; ALDEN,
1996. Los irlandeses aún no han recibido un estudio tan amplio, aunque su papel
es claro para el caso de México en MARICHAL, 1999. Ya a comienzos del siglo
XVIII su importancia era grande. Cuando en la Paz de Utrecht de 1714 Francia
tiene que ceder el asiento a los ingleses, la gestión pasa de una famila Fitzgerald
asentada en Francia a una familia del mismo nombre radicada en Londres.
11
Véase MARICHAL, 1999, cap. V.
12
PIEPER, 2000, analiza este tipo de comunicación a través de redes para el
siglo XVI en relación con el tema de la difusión de noticias sobre América.
13
Véase otro caso bien conocido que sirvió de fuente central a la obra de
MORINEAU,
14
Véase KLEINMANN, 2001.
15
Véase para el mundo iberoamericano BERNECKER, BUVE, FISHER,
PIETSCHMANN, TOBLER (ed.), 1992-1996, especialmente vol. 2; BERNECKER,
PIETSCHMANN (ed.), 2000; BERNECKER, PIETSCHMANN, ZOLLER, 2000; para el
desarrollo interno de Nueva España durante el siglo XVIII véase también
PIETSCHMANN, 2000; para el caso de Estados Unidos véase TAYLOR, 2001.
16
Este es el caso, por ejemplo, en muchos de los impresos de oraciones
fúnebres para personas de estirpe real que se publican en la ciudad de México y
que documentan las honras fúnebres que se rindieron a reyes españoles y sus
consortes; así para Luis I, Felipe V, Fernando VI, Bárbara de Braganza, por
mencionar solamente unos cuantos. En estos textos se encuentra tanto la
referencia a un “imperio mexicano” como el título, nunca empleado en
documentación oficial, para el rey: “Don Felipe, por la gracia de Dios, rey de... y
emperador de las Indias” (el su. brayado es nuestro).
17
Véase solamente algunas obras recientes a modo de ejemplo, como YUSTE
LÓPEZ, SOTO (coords.), 2000; JÁUREGUI, 1999; MARICHAL, 1999; MARICHAL y
MARINO (comps.), 2001; GRAFENSTEIN, 2000; DEL. VALLE PAVON (coord.), 2003;
HAUSBERGER e Ibarra (eds.), 2003.
2. EL GOLFO-CARIBE EN LA ECONOMÍA DEL
ATLÁNTICO: SU PERCEPCIÓN EN LA
LITERATURA ECONÓMICA-POLÍTICA DE LA
ESPAÑA BORBÓNICA

JOHANNA VON GRAFENSTEIN


Instituto Mora

Objetivo de este trabajo es interrogar al conjunto de obras representativas de la


Ilustración española en cuanto a su percepción del Golfo-Caribe como espacio
económico y estratégico y su relevancia para el imperio español. Partimos para
nuestro análisis de las siguientes dos premisas. En primer lugar concebimos el
espacio marítimo del Golfo-Caribe, con sus costas continentales y arco isleño,
como una región central en la economía atlántica del siglo XVIII: por sus mares
pasaban las principales rutas de navegación entre Europa y América, donde se
ubicaban puertos de primera importancia; en muchas de las Antillas se dio un
notable desarrollo de la agricultura comercial, además de la extracción de
recursos forestales de varias zonas costeras del continente; en este espacio se
concentraban importantes intereses comerciales de las principales potencias
europeas, y hacia el último tercio del siglo de Estados Unidos. Para la monarquía
española, el carácter de tránsito del Golfo-Caribe y la presencia ahí de sus rivales
políticos y económicos —que a lo largo del siglo XVII habían ocupado casi la
totalidad de las Antillas menores— fueron grandes retos, Con el fin de
resguardar las rutas comerciales entre la península y las posesiones americanas
había que mantener a considerable número de fuerzas militares de tierra y mar
estacionadas en una serie de plazas fuertes en las islas y costas continentales, que
tenían la tarea de vigilar los mares y litorales para evitar el contrabando
practicado sobre todo por ingleses y holandeses desde sus asentamientos isleños
—“usurpados” a la corona española— y rechazar cualquier intento de invasión
extranjera.
En la literatura que es objeto de estudio de este trabajo, encontramos una
original y exacta descripción del espacio defensivo circuncaribeño o granca-
ribeño. Al analizar los daños que había sufrido el comercio de España y los
medios para subsanarlos, Bernardo de Ulloa define la región que él concibe
como unión de los dos grandes virreinatos de América, de la Nueva España y del
Perú. Divide esta zona central en dos “llaves o cordones” que “dispuso la
naturaleza para el resguardo de las costas de Tierra Firme de uno y otro reino”.
Bien controlados y en manos de España, servirían para evitar los fraudes y el
comercio ilícito, pero también “los insultos de los piratas nacionales y
extranjeros”. La primera llave es para Ulloa el seno mexicano cuyo círculo
queda casi cerrado con las puntas de las penínsulas de Yucatán y de Florida, en
medio de las cuales “se mete el cabo de San Antonio de la isla de Cuba [...]
como para guardar aquel Seno”. “La segunda guarda es un cordón de islas
grandes y pequeñas que se forma desde la punta de la Florida a manera de medio
círculo, que remata con la Trinidad” no muy distante de la provincia de Nueva
Andalucía, y desde allí “la tierra firme de ambos reinos forma el otro medio
círculo que cierra con las tierras de Yucatán y Florida”. De esta manera, Ulloa
distingue dos círculos completos: el del mar de las Antillas o la cuenca del
Caribe, a la que no da nombre alguno, y el del Golfo de México, nombrado
como tal. En ambos, dice Ulloa, “están situados los más principales puertos,
calas, bahías y abrigos de uno y otro reino [...] que son la envidia de las
naciones”.1
En segundo lugar nos parece importante subrayar la estrecha vinculación de
esta subregión del Atlántico con el virreinato novohispano; vinculación que se
dio gracias los nexos comerciales y, sobre todo, al sistema del situado, es decir
las asignaciones en plata que debía enviar anualmente la caja real de México a
las plazas militares de la zona. Dicha relación encuentra diferentes
representaciones: la hemos podido documentar en primer lugar en la cartografía
europea de los siglos XVII y XVIII, donde en repetidos ejemplos aparece el
topónimo de archipiélago de México,2 para designar el arco de las Antillas
mayores. Así, en un mapa italiano de 1688, en el espacio del mar Caribe y
cubriendo todo el arco isleño, se lee “Arcipelago del México”.3 En otro, de
procedencia francesa de 1699, una leyenda que abarca también el conjunto de las
islas dice “Les Isles Antilles appellées par quelques uns Archipelague du
Mexique”.4 Un mapa holandés de 1722 se refiere al Archipelagus Mexicanus
para aludir a todas las Antillas, al igual que otro editado en París en 1705.5 Por
otra parte, en un mapa francés de 1650 la denominación Nouvelle Espagne
incluye el Golfo de México, más la parte de las Antillas mayores, mientras que
al norte de las Bahamas se puede leer Mer de Mexique.6 En diversas cédulas
reales y la correspondencia de los virreyes de la Nueva España, a su vez, es
frecuente la alusión al virreinato con sus islas adyacentes, o la referencia a las
islas y territorios circundantes de los dos mares como “antemurales” del
virreinato.7 Rodríguez de Campomanes habla de las “Islas del Archipiélago de
México”,8 cuando se refiere al comercio de Nueva York y Nueva Jersey con las
Antillas, y al ocuparse del “comercio ilícito en el Golfo Mexicano”9 engloba
bajo este nombre tanto al Golfo de México como al mar Caribe.10 Al observar la
obra de este autor en su conjunto encontramos, por otra parte, una clara visión
atlántica que subyace en sus reflexiones sobre el comercio con Indias. Le
interesan “las colonias marítimas de América”,11 por lo que no tratará “las
interiores o mediterráneas”, advierte en el prólogo. Restringe sin embargo sus
consideraciones a la América del Atlántico, y deja fuera toda alusión a las
posesiones que colindan con el Pacífico.12 Gran importancia concede a las
colonias inglesas de Norteamérica y a su comercio; a las Antillas españolas y
extranjeras; a los grandes ríos y sus desembocaduras, especialmente al Orinoco;
y finalmente dedica un amplio espacio a las “tierras australes” del Río de la Plata
y la Patagonia, donde le interesan sobre todo las pesquerías.
Las cinco obras que elegimos para este trabajo, son consideradas ejemplos
relevantes del pensamiento de la ilustración española, y fueron redactadas en las
cuatro décadas anteriores a la intensificación de las reformas en los años sesenta
del siglo XVIII. Los textos seleccionados destacan también por la amplitud con la
que tratan el tema del comercio con Indias y por la abundancia de las referencias
a las islas y costas adyacentes del Golfo-Caribe. Se trata de Theorica y Práctica
de Comercio y de Marina de Jerónimo de Uztáriz, publicado en una edición
reducida en 1724, y con correcciones del autor en 1742, diez años después de su
muerte; Restablecimiento de las fábricas y comercio español de Bernardo de
Ulloa, escrito en los años treinta, como lo demuestran algunas referencias en el
texto, y publicado en 1740; Nuevo Sistema de Gobierno Económico de José del
Campillo y Cosío, escrito en 1743. La obra permaneció más de cuarenta años
inédita, ya que su primera edición data de 1789, pero sus ideas fueron retomadas
y reproducidas con ligeros cambios en la segunda parte del Proyecto Económico
de Bernardo Ward, quien concluyó su obra en 1762 un año antes de su muerte.
Dado que el pensamiento de Campillo se conociera primero bajo la paternidad
de Ward, retomamos aquí la propuesta de Luis Sánchez Agesta13 de hablar del
proyecto Campillo-Ward, aunque la mayoría de las citas que incluimos
provienen de la obra del primero. Este procedimiento se justifica puesto que la
parte del Proyecto de Ward que sigue muy de cerca a los planteamientos de
Campillo, es la relativa a América y la que mayor relevancia tiene para nuestros
propósitos. No obstante, con ello no queremos restar importancia al Proyecto
económico de Ward, cuya publicación en 1779, como sugiere Horst
Pietschmann, fue promovida por el grupo de los reformadores —Pedro
Rodríguez de Campomanes, José de Gálvez y el conde de Floridablanca— en un
momento de crisis política, para encontrar respaldo en un texto escrito por un
“inmigrante irlandés fallecido desde mucho, quien abandonó su patria
probablemente por disentir del predominio inglés protestante y por ende no
podía ser sospechoso desde el punto de vista religioso, quien había viajado
extensamente y podía ser presentado con la autoridad de un especialista
neutral”.14 La última obra que proponemos para nuestro análisis es Reflexiones
sobre el comercio español a Indias de Pedro Rodríguez de Campomanes,
redactada en los primeros meses de 1762.15 El manuscrito no fue editado hasta
que Vicente Llombart lo descubriera en el Archivo del conde de Campomanes y
lo publicara en una edición crítica en 1988.16
Sin detenernos en detalles, me parece sin embargo útil mencionar algunos
datos generales de los autores que elegí para este trabajo. Una característica
común es que todos incidieron en mayor o menor forma en la aplicación de las
medidas reformistas de los Borbones españoles. Jerónimo de Uztáriz (1670-
1732), nacido en Navarra, ingresó en 1686 a la Real Academia de Bruselas, y
pasó cerca de diez años en el servicio militar en los Países Bajos; llegó a ser
secretario general del Cuerpo de Ejército de Flandes y posteriormente se
desempeñó durante dos años como secretario de Estado y de Guerra del virrey
de Sicilia; en 1707 regresó a España donde destacó como consejero económico y
secretario en comisiones, ministerios y consejos reales de Felipe V;
especialmente como secretario, y durante los últimos años de su vida como
ministro de la Real Junta de Comercio y Moneda.17 Bernardo de Ulloa (1682-
1740) pertenecía a la aristocracia sevillana; ocupó los cargos de alcalde mayor
del cabildo de Sevilla así como de procurador mayor de esta ciudad ante la corte.
José del Campillo (1693-1743) inició su carrera pública como oficial de la
Contaduría de Marina de Cádiz, nombrado por José Patiño. En 1717 participó en
la expedición a Cerdeña y, a su regreso, fue nombrado comisario de Marina. En
1720 se trasladó a América donde permaneció cuatro años; dos de ellos en La
Habana, dedicado al estudio de los medios para crear allí un astillero. En 1728
fue nombrado superintendente de la Fábrica de Bajeles de Cantabria. De nuevo
emprendió un viaje a La Habana; de regreso en España participó en la guerra de
sucesión de Polonia como intendente general del ejército de Italia. Después de
haberse encargado de la intendencia y del corregimiento de Zaragoza, fue
nombrado en 1741 secretario del despacho de Hacienda, cargo al que se unieron
los de secretario de Guerra, Marina e Indias, notario público de los Reinos de
España y consejero de Estado.18 Bernardo Ward (¿?-1763) de origen irlandés,
ocupó importantes cargos públicos durante el reinado de Fernando VI, bajo cuya
orden emprendió en julio de 1750 un viaje de cuatro años por gran parte de
Europa central y septentrional. A su regreso fue nombrado ministro de la Real
Junta de Comercio y Moneda y superintendente de la Real Fábrica de Cristales
de San Ildefonso.19 Pedro Rodríguez Campomanes, primer conde de
Campomanes (1723-1802) era asturiano; su trayectoria política fue larga y
fructífera; ocupó el cargo de fiscal del Consejo de Castilla durante 21 años,
desde julio de 1762 hasta 1783, cuando ascendió a gobernador interino de este
órgano de gobierno y obtuvo la plaza de propietario en 1789, misma que ocupó
hasta su retiro en 1791. Llombart llama la atención sobre la “combinación entre
actividades intelectuales y políticas, entre economista ilustrado y hombre de
poder, que se daban con tanta intensidad en Campomanes”, observación que me
parece ser también válida para los demás autores que comentamos.20
Las obras que son objeto de estudio de este trabajo se nutren de fuentes de
diversa índole. Extensos viajes y estancias en numerosos países europeos
permitieron conocer a sus autores las legislaciones extranjeras y sus
aplicaciones, así como la prensa y literatura económico-política. De los
mercantilistas ingleses, Josiah Child y Charles Davenant son los más citados,
pero también la tradición propia de la literatura “arbitrista” española del siglo
XVII constituye una fuente importante. En la obra de Veitia se apoyan Uztáriz,
Ulloa y Campomanes, así como en las de Saavedra Fajardo y Navarrete.21 En
cuanto a su conocimiento directo de América, únicamente José del Campillo
contaba con él, como se acaba de anotar. En el proyecto Campillo-Ward se nota,
por otra parte, mayor apoyo en la observación directa y la experiencia personal
que en la literatura extranjera y nacional. Con excepción de una referencia a
Ulloa, no encontramos en sus obras citas de otros textos.
Los autores mencionados han sido analizados extensamente en cuanto a su
influencia y participación en las transformaciones económicas, militares y
administrativas, introducidas por la dinastía de los Borbones en la península y
las posesiones americanas;22 sin embargo, no se ha hecho un acercamiento a sus
obras bajo la óptica del historiador del circuncaribe o Golfo-Caribe, una región
de carácter geohistórica que ha sido objeto de estudio desde la perspectiva de las
diferentes subdisciplinas de la historia.23 En el contexto de los planteamientos
anteriores, este trabajo persigue dos objetivos: en primer lugar pretende
contribuir a la conceptualización de dicha región y al conocimiento de su
inserción en la historia atlántica, a partir de fuentes que no han sido interrogadas
bajo este enfoque, y en segundo término, se propone dilucidar el rol “asignado”
a ella en los planes de regeneración de la monarquía hispana.24 Dividimos el
trabajo en dos partes, las cuales corresponden a los temas o preocupaciones que
aparecen de manera reiterativa en los textos revisados: el Golfo-Caribe como
zona de comercio y de seguridad, y la capacidad de las islas y tierras adyacentes
a los dos mares de generar riquezas propias. Dichos temas forman parte de una
discusión más amplia —que dominó la literatura económica europea de los
siglos XVII y XVIII, y abarca tanto el mercantilismo, como el pensamiento
fisiocrático y el liberalismo clásico— sobre las fuentes de riqueza de una nación
y el papel de las colonias en su generación.25

LA PERCEPCIÓN DEL GOLFO-CARIBE COMO ZONA COMERCIAL

Las ideas desarrolladas en los proyectos y tratados sobre la función del golfo de
México y mar de las Antillas con sus islas y territorios continentales adyacentes,
en la recuperación metropolitana, son expuestas en el contexto de una pregunta
crucial: la importancia del comercio como fuente de riqueza. El principal medio
para regresar a España su antigua prosperidad y felicidad era en opinión de
Jerónimo de Uztáriz, el fomento del comercio. Consideraba esta actividad
superior a la de la minería como generadora de oro y plata, y apunta:

Por menospreciar el tráfico y las manufacturas, dice, España carece de estos


metales y todas las minas de América no bastan para pagar las mercaderías y
géneros que las demás Naciones de Europa llevan [a Cádiz] siendo este
famoso puerto de donde salen y adonde arriban los Galeones que hacen el
gran Comercio del Perú y las Flotas que vienen de México o Nueva España,
los cuales han traído y traen todavía casi todo el oro y plata que se ve en
Europa pudiendo, no obstante, decir con verdad que, aunque los españoles
son dueños de las provincias donde se crían en abundancia el oro y la plata,
tiene de estas especies mucho menos que las demás naciones lo que
claramente manifiesta que las minas de oro no sirven tanto como el comercio
a enriquecer un Estado (p. 3).

Uztáriz distingue entre un comercio “útil” que había que incentivar y uno
“dañoso” que era preciso erradicar, lo que se debía conseguir vendiendo más al
extranjero de lo que se importaba y evitando la venta de materias primas que
deberían ser manufacturadas en el país antes de ser exportadas, para aumentar su
valor (p. 7).
José del Campillo, acuña el concepto de “comercio político” que define
recurriendo a la imagen del Estado como un organismo vivo:26 “El comercio
político —dice— es el nervio principal del Estado y la sangre que da vigor y
aumento a todo el cuerpo de la Monarquía” (p. 74). En su concepción, el
comercio debe ser organizado “en el beneficio de toda una Nación, de modo que
redunde su influjo en el beneficio universal de todas las clases del Reyno, que
fomente la agricultura y las artes y que adelante los intereses de todos los
Individuos, desde el Rey hasta el último jornalero” (p. 74).27 En opinión de
Campillo el comercio contribuye en mayor medida a la posesión efectiva de un
país que el control militar: “Nuestros españoles guerreros” no supieron apreciar
que “el comercio de un país, teniéndolo privativo, vale mucho más que su
posesión y dominio, porque se saca el fruto y no se gasta en su defensa y
gobierno” (p. 73). El autor justifica “el rigor de la guerra” en los inicios de la
conquista y colonización, pero lo considera equivocado en épocas posteriores,
cuando el control militar de la costa era suficiente para impedir invasiones
extranjeras, mientras que en el trato con los “infelices indios” debía prevalecer
“el buen gobierno económico” que privilegiaba el comercio y el cultivo de los
llamados frutos preciosos como el añil y la grana, transformando a los indios por
estos medios en “vasallos útiles”. Siguiendo el ejemplo de los franceses en
Canadá que comerciaban con los naturales sin buscar sujetarlos, dice Campillo,
los españoles podrían evitar gastar “millones para entretener un odio
irreconciliable con unas naciones que tratados con maña y amistad, nos darían
infinitas utilidades” (p. 73).
Pedro Rodríguez de Campomanes abre la dedicatoria de sus Reflexiones con
el siguiente párrafo: “La fuerza de una monarquía consiste en su población y en
su comercio. Para conseguir uno y otro es necesario hacer florecer la agricultura,
las artes y la navegación. Esta última facilita el transporte de los frutos y de las
manufacturas, que son el producto de la agricultura y de las artes” (p. 3). Es
decir, en opinión del conde de Campomanes la población y el comercio, pilares
de la “pública felicidad” (p. 11), dependen de la agricultura, las artes y la
navegación; siendo esta última el medio para poner en circulación los productos
de las primeras dos.
Al partir de la premisa de que el comercio colonial era uno de los sostenes
principales de la monarquía, los autores consultados se preguntan sobre las
causas que lo habían destruido. Uztáriz y Ulloa no cuestionan el sistema de
comunicaciones vigente ni las reglas de comerciar con las Indias, sino
únicamente buscan introducir cierta flexibilización. Ulloa sugiere que se
agregasen a las flotas y los galeones “cuántos navios quieran llevar registro”,
que pudieran dirigirse a todos los puertos de América donde se han permitido
registros, y que la única condición para que obtuviesen el permiso fuera que sean
de fábrica española (pp. 326-327). Los demás autores consultados, en cambio,
son drásticos en sus críticas. Para Campillo, Ward y Rodríguez de Campomanes,
la presencia de mercaderes y no de políticos de Estado en el diseño del sistema
comercial, los altos derechos de exportación e importación,28 el monopolio
ejercido por Cádiz y la falta de acceso de los demás puertos españoles al
comercio con América, provocaron desabasto, precios exorbitantes, el
estancamiento de la marina, y en última instancia el contrabando. Campomanes
afirma que “las reglas hasta aquí observadas sobre el tráfico de Indias” impiden
a España tener en las posesiones americanas la principal salida de sus géneros.
Es decir, los tres autores encuentran las causas en una política comercial errónea
que era necesario corregir.
Campillo critica enérgicamente el sistema de flotas y galeones, vigente
todavía formalmente cuando redacta su tratado, así como el cobro de los
derechos por palmeo, es decir “por la medida de los fardos, sin abrirlos ni
valuarlos”; ambos factores contribuyeron en su opinión a la ruina del comercio
de España. Afirma que a lo largo del siglo XVII, faltaba en toda la organización
del tráfico ultramarino la dirección “de hombres grandes de Estado y de la más
profunda política”; en su lugar se dejaba este ramo en manos de un “gremio
mercantil, de ideas interesadas y limitadas” (p. 74). Comparte con los demás
miembros de la “minoría selecta”29 la convicción de que en el siglo XVI un
sistema económico adecuado permitió a la España de Carlos V y Felipe II
abastecer sus posesiones americanas con sus propios productos y los retornos
eran todos suyos, pero que en el siglo siguiente se estableció, sin quererlo, un
sistema que aniquiló los intereses de la monarquía y que no era fácil de
desbaratar. Los tesoros mineros se habían vuelto un “perjuicio” en lugar de una
riqueza; los indios sufrían la más abyecta opresión; los españoles americanos
preferían comerciar con los extranjeros haciendo florecer el contrabando, o
establecieron fábricas para surtirse con los efectos que España les ofrecía a
precios exorbitantes. Mientras que la monarquía había caído en este letargo, los
reinos de Inglaterra y Francia habían perfeccionado sus sistemas económicos y
logrado grandes beneficios de sus colonias (pp. 68-76).
Responsable del retroceso del comercio colonial era, en opinión de
Rodríguez de Campomanes, “el espíritu del estanco, diametralmente opuesto al
mercantil” (p. 67). El autor no sólo se pronuncia vehementemente en contra del
monopolio de Cádiz, sino también en contra de las compañías comerciales, bien
que la introducción de éstas había respondido al propósito de limitar la
exclusividad gaditana y de frenar el contrabando.30 Campomanes juzga a las
compañías de La Habana y de Caracas nocivas para el comercio de tabaco y de
cacao, respectivamente. En su opinión eran “obra de comerciantes ambiciosos
que anteponían su utilidad al bien de toda la Nación y de nuestras Colonias” (p.
75). Exceptúa de esta crítica a la compañía de Barcelona, que no reivindicaba el
derecho de exclusividad en las islas que abastecía: Santo Domingo, Puerto Rico,
Trinidad y Margarita.
Si bien el contrabando era omnipresente en América, los “proyectistas” que
examinamos, centran su atención en el seno mexicano y mar de las Antillas
donde se habían asentado los rivales de España y desde donde tenían acceso a las
extendidas costas de las posesiones continentales. En el capítulo XXIX de su
obra, que forma parte de un apartado dedicado a noticias y ejemplos de medidas
tomadas por Inglaterra en materia de comercio y navegación, Jerónimo de
Uztáriz hace referencia a los contrabandos como uno de “los principales
comercios que [los ingleses] disfrutan en la América”, al introducir sus
mercaderías a las posesiones del rey de España por la vía de Jamaica para
obtener a cambio dinero, añil y cochinilla por valor de seis millones de pesos al
año. Su fuente es un autor inglés, probablemente un ministro de alto rango, de
“corazón católico”, a quien le parecía injusta la guerra que hacía Inglaterra a las
dos coronas y quien sugiere que con sólo seis fragatas que recorrieran aquellos
mares España podría poner fin a dicho comercio ilícito (p. 67).31 Según la misma
fuente, Inglaterra sacaba aún más dinero de los dominios españoles por la vía de
Jamaica que por la de Cádiz; sólo en el mes de agosto de 1722 llegaron a sus
puertos 30 embarcaciones de la isla caribeña, con seguridad cargados con
productos sacados de la América española, ya que Jamaica misma era en opinión
del autor citado demasiado “estéril” como para llenar tantos barcos con frutos
propios (p. 68).
Como vehículos del contrabando, Bernardo de Ulloa menciona los asientos
que España había dado a los extranjeros aun para el correo de las islas Canarias
en el que “se ejercita la Marina Inglesa, con pretexto de mayor seguridad de
piratas” y por ser más baratos los fletes. Pero esta práctica y la de establecer
asientos para el transporte de los tabacos de La Habana impedían que se
desarrollara la marina española y dieron lugar a un sinfín de contrabandos con
cuyos beneficios los ingleses subsanaban la baratura de los fletes (p. 139). Lo
mismo ocurría con el asiento de negros y permiso de barco anual, que Inglaterra
había obtenido con la paz de Utrecht en 1713, concesiones que en 1750 dejaron
de renovarse.32 A través de estos privilegios, dice Ulloa, Inglaterra “ha
conseguido [...] disfrutar enteramente las Indias, perder el comercio y tráfico
español, y hacerse absoluto dueño de los tesoros de la América por medio de las
factorías que se le permiten en los principales puertos, desde donde traen los
avisos de los géneros que por su escasez subían a excesivos precios” (p. 177).
Entre los obstáculos que impedían el florecimiento del comercio de España
con sus posesiones ultramarinas y favorecían el contrabando, Ulloa menciona
finalmente la “tolerancia de las colonias extranjeras”33 (p. 142). “Con cuatro
colonias que se les han permitido en los terrenos más estériles e inútiles de la
América, gozan los frutos de ésta en sus países con más abundancia y baratura
que España” (p. 142). Ésta sólo conservaba a Cuba, la parte este de la Española,
Puerto Rico y las islas de Trinidad y Margarita, mientras que las demás habían
caído en manos de sus enemigos; Ulloa menciona a Jamaica y Curazao por “los
inexplicables daños que ocasionan al comercio y tráfico de España” (p. 144), y
concluye que “los extranjeros sólo necesitaban escalas para disfrutar las Indias
ya por el ilícito comercio en tiempo de paces, ya por el corso y piraterías en
tiempo de guerras” y con el pretexto de navegar en los mares que circundan a
sus pequeñas posesiones obtuvieron la perjudicial tolerancia de España (p. 144).
Campomanes, además, ofrece las siguientes estimaciones en cuanto al comercio
ilícito que practicaban las potencias rivales de España con las posesiones
americanas de esta última: retoma la cifra de seis millones de pesos en que
Uztáriz había calculado el comercio de contrabando de Jamaica, mientras que
Francia y Holanda obtenían respectivamente cuatro millones de sus islas,
Dinamarca medio millón del comercio por el Orinoco, y Portugal un millón por
la colonia de Sacramento: en total 16.5 millones de pesos incluido el
contrabando con Filipinas (p. 84).
Una vez identificado el comercio como una de las principales fuentes de
ingresos y diagnosticadas las causas de su deterioro, los autores que comentamos
proceden a enumerar los medios que consideran indispensables para regenerarlo.
Uztáriz insiste en la ampliación de las fuerzas navales, en barcos y hombres de
servicio, como medida sustancial; atribuye considerable valor a “las islas y
Tierra Firme de la América” por los recursos que ofrecían para la construcción
naval y el mantenimiento de los buques. Subraya la abundancia de maderas,
alquitrán, brea y jarcia en La Habana, Campeche y Cartagena de Indias, al igual
que la excelencia del astillero del primero de los tres puertos, por ser el más
seguro y cómodo. Recomienda que todos los navios que se hubiesen de emplear
en la guardia de las flotas y galeones, así como en la escuadra de Barlovento y
otros mares de Indias, fuesen construidos de maderas de aquellas provincias y en
sus astilleros. En su opinión, el mayor costo —que era considerable ya que creía
que lo que en España costaba 100 000 pesos, allí costaba de 200 000 a 250 000
— se compensaba con “su doblada o triplicada duración, menor gasto anual en
las carenas y demás reparos y mayor seguridad en las navegaciones para los
varallos, bajeles y tesoros de su Majestad, especialmente en aquellos ardientes
climas” (p. 217). Según sus cálculos, si los navios fabricados en Europa duraban
de 12 a 15 años, los que se hacían en La Habana resistían más de 30, por la
mayor firmeza del cedro y roble. En opinión de Uztáriz, la madera del cedro
tenía además la ventaja de que en combate “embebía en sí las balas” en lugar de
astillarse, como ocurría con las maderas “tiernas” con las que se construían los
barcos en Europa, ofreciendo así mayor seguridad y menos maltrato (p. 216).
La erradicación del contrabando por medios militares es defendida por
Bernardo de Ulloa quien propone la disposición de cuatro navios medianos de
línea y cuatro fragatas de los que la mitad debería integrarse a la armada de
Barlovento y la otra se destinaría “a los parajes donde fuese más frecuente este
dañoso tráfico”. Ulloa no limita su propuesta al combate militar del contrabando
en las costas del seno mexicano y “demás del Mar del Norte”; es decir, en las
islas y litorales del mar de las Antillas. Sugiere la revisión del sistema de
comunicaciones entre la metrópoli y sus posesiones americanas, y llega a la
conclusión de que la adecuada organización de salidas y regresos, tanto de las
flotas y galeones como de los registros sueltos para ciertas zonas de América,
podía garantizar el abasto eficaz con productos españoles y el mejor
aprovechamiento propio de la demanda americana. Para mostrar el reducido
número de barcos que iban de España a las Indias, Ulloa establece
comparaciones con el movimiento marítimo entre Francia y la colonia del
Guaricó (la parte norte del Santo Domingo francés) o entre Inglaterra y Jamaica
(pp. 324-325).
Para el conde de Campomanes, el único medio para dar nueva vida al
comercio con América, era su liberalización. Había que abrir los puertos del
norte de España a la navegación atlántica; de esta manera, escribe en sus
Reflexiones, habría una “marinería rica y comerciante” en tiempos de paz y unos
“corsarios formidables” en tiempos de guerra. El tráfico se haría en barcos
pequeños que no caerían tan fácilmente en manos inglesas y se crearía un
verdadero “comercio activo” en España (p. 70). Al comentar las críticas de
Josiah Child al colonialismo español, Rodríguez de Campomanes presenta un
detallado cálculo sobre el aumento deseable del número de barcos españoles que
deberían hacer el comercio con las Indias y con Europa, a donde se reexportarían
los productos coloniales que en creciente cantidad llegarían a la península.34 En
cuanto a las dos compañías monopólicas, recomienda quitarles la exclusividad
para Venezuela y La Habana y permitirles a cambio comerciar con toda América.
Respecto al combate del comercio ilícito, para Campomanes había dos medios:
“el principal, haciéndolo nosotros y otro sería oponiendo fuerza”, y se pronuncia
en favor del primero. Para ello, dice, es necesario que toda “la Nación se vuelva
mercantil” (p. 36). “Poner en auge [el] tráfico de los puertos, islas y
desembocaduras de las colonias marítimas”, descuidadas por los españoles, le
parece esencial, pero también recomienda su poblamiento y fortificación como
medio para combatir el contrabando que los extranjeros practicaban en estos
puntos (pp. 22-23).
Las recomendaciones en materia arancelaria hechas por los autores que se
comentan van desde la prohibición de todas las telas extranjeras hasta el control
de las exportaciones e importaciones vía lamanipulación de los derechos
aduanales. “Para estorbar el comercio ilícito en la América”, Ulloa sugiere: “la
absoluta prohibición de los tejidos de todas las naciones ciñiéndola a que en toda
ella sólo se comercien y consuman los de las fábricas españolas” (p. 206). Pero
también aboga por la reducción a la mitad de los derechos de palmeo y de los
fletes, así como por una disminución considerable de los precios de los permisos
para los navios de registros (p. 327). Campillo analiza en detalle los principales
aspectos del “nuevo método económico” implantado por Francia e Inglaterra en
sus colonias del Caribe: la disminución o aun eliminación de los derechos sobre
las exportaciones e importaciones en el comercio con sus islas eran, en su
opinión, la base del nuevo sistema. Ambas metrópolis se veían obligadas a
introducir estas políticas por la intensa competencia que existía entre ellas en
cuanto al abasto de los mercados europeos con azúcar, café, añil, algodón y
cacao. También quedaban patentes las medidas proteccionistas de sus
respectivos comercios vía la reglamentación de salida y entrada a puertos del
país, la fabricación y tripulación nacional de las embarcaciones, y el abasto de
las colonias con productos de la patria. Al mismo tiempo existía amplia libertad
para los mercaderes nacionales de comerciar con las colonias, saliendo de
cualquier puerto en el caso de Inglaterra y de uno de los trece señalados para
Francia.35 Sin embargo, al cotejar los resultados que habían dado las políticas
económicas de las potencias rivales de España, Campillo muestra que Francia
estaba logrando mayores beneficios, ya que gracias a una política de gravámenes
arancelarios más adecuada sus productos se vendían más baratos en Europa que
los ingleses.36 Además, dice, los franceses pudieron cuadruplicar en el espacio de
25 años “el producto de azúcares y todos los demás frutos suyos en una
proporción no muy inferior” (p. 81), y añade las siguientes cifras:

[...] por los cómputos más exactos de una u otra parte se ve que los productos
de las colonias francesas, incluyendo la pesca de bacalao y comercio de
Canadá, importaban al romper las presentes guerras,37 treinta y ocho millones
de pesos un año con otro; y que los de las colonias inglesas no pasaban de
quince y medio. Que el consumo de los productos de Francia en sus colonias
pasaba de diez y seis millones; y el de Inglaterra era poco más de cinco (p.
81).

Al reunir en su pensamiento ideas mercantilistas y fisiócratas, Campillo y


Cosío ve la salvación de la monarquía en la aplicación de una política
arancelaria “liberal”, poco gravosa para las colonias; el fomento de la
producción minera y de la agricultura, no así de la industria; y sobre todo insta
en que había que hacer vasallos útiles de los indios americanos, que en su
opinión eran el verdadero tesoro del nuevo mundo; España tenía en ellos el
mayor consumo en el mundo.38

LA CONTRIBUCIÓN DE LAS ISLAS Y TIERRAS ADYACENTES A LA


PROSPERIDAD DE LA METRÓPOLI

Hemos mencionado la utilidad que veía Jerónimo de Uztáriz en la explotación de


materias primas para la construcción naval en las costas del Golfo de México y
mar Caribe, como las maderas, la brea y el alquitrán. Un producto al que Uztáriz
atribuía enorme valor era el tabaco, del que Cuba era el mayor productor; en
especial del tabaco en polvo y rama, no así de rollo cuya fabricación en la isla
recomienda para evitar tener que comprarlo a los extranjeros. Uztáriz sugiere la
compra por la Real Hacienda de una tercera parte de los tabacos cubanos y dejar
las restantes dos terceras partes a comerciantes españoles. Desaprueba la práctica
de enviar los tabacos de La Habana en barcos extranjeros o en urcas que se
enviarían especialmente a este puerto para conducirlos. Más bien había que
procurar que las flotas y galeones hicieran cada año escala en la isla y se
llevasen la carga que además era muy ligera. Calcula que los bajeles de “Su
Majestad” y de los particulares podrían transportar seis millones de libras de
tabaco de La Habana a la península donde se consumían en las fábricas de
Sevilla tres millones al año. Además del oportuno transporte, Uztáriz propone
una serie de mejoras en dichas fábricas, así como en la selección de los tabacos
en el momento de su compra en Cuba, con el fin de preservar o aun acrecentar la
fama que tenían los tabacos españoles en el propio reino y fuera de él.
Finalmente, el autor no duda en calificar el monopolio de tabaco como el “más
útil y seguro” de la corona, y afirma que “con sólo esa renta bien gobernada en
La Habana y en España pudiera su majestad mantener más fuerzas de mar y
tierra que otros reyes de Europa con todo su patrimonio” (p. 370).
Otros dos productos de la región del Caribe —el azúcar y el cacao—
conocen un tratamiento detallado en la obra de Uztáriz. Al referirse al alto
consumo de azúcar en la península, queda patente que prácticamente toda se
importaba —mucha venía de Portugal y de sus Indias— con excepción de la que
se seguía produciendo en los ingenios de Granada, mientras que las propias
posesiones de España en América no surtían a la metrópoli con este producto.
Para lograr menor dependencia de las importaciones de la azúcar extranjera y
con ello ahorro en metálico, Uztáriz menciona la necesidad de fomentar su
producción en Indias, sin precisar en qué partes, además de los incentivos para el
cultivo de la caña en España misma. Propone una reglamentación muy detallada
que debería normar la importación de las azúcares, desde el cobro de los
impuestos “sin consentir moderación alguna en ellos”, hasta la prescripción de
que no viniesen en cajas menores de 40 arrobas para que no entrasen fácilmente
sin registro; igualmente insiste en su reconocimiento con gran cuidado, con el fin
de descubrir las “viciadas con harina, tierra, arena y otras cosas perjudiciales a la
salud” (p. 316). Pero la introducción de este producto no sólo era nociva para la
salud por ser frecuentemente de mala calidad, sino “perjudica también el
despacho del Azúcar de Granada y nuestras Indias”. Uztáriz explica su alto
consumo por el gusto de diversas “confituras, conservas secas y demás dulces
compuestas”, pero sobre todo por la preferencia del chocolate como bebida.
Calcula que en la península se consumían alrededor de 150 000 arrobas de cacao
y 300 000 arrobas de azúcar, sin considerar los dulces que se importaban de
Génova, Portugal y otros países (p. 310). En cambio, reporta un reducido gusto
por el café que por cierto venía en su totalidad del extranjero (p. 309). También
Bernardo de Ulloa se interesa por una serie de frutos de gran demanda en España
que comúnmente se extraían de las islas y costas del Golfo-Caribe. Se trata de
cacao, azúcar, y las plantas medicinales cascarilla y zarzaparrilla. Calcula que
sólo una octava parte de su consumo en el reino se surtía en barcos españoles,
mientras que el resto se compraba a “las naciones” que a su vez los habían
adquirido vía el comercio ilícito (p. 333). Ulloa ve la principal causa de la
reducida conducción de estos productos por el comercio español en los
excesivos aranceles (p. 239). En la compra de canela, clavo, pimienta y nuez
moscada, observa, España gastaba dos millones de pesos al año, dato que toma
de Uztáriz, una pérdida de metálico que se podría evitar cultivando estas
especias en las posesiones del rey, como la pimienta que antiguamente se había
cosechado en Puerto Rico y se extraía en el momento de las provincias de
Chiapas y Tabasco (p. 330). Ulloa concede también un espacio amplio al palo de
Campeche como un fruto precioso que el rey o el comercio de Andalucía debían
explotar, en lugar de dejar que 35 barcos ingleses de 500 toneladas se llevasen
más de 17 000 toneladas al año, como ocurrió en 1717 (p. 191). Detalla el
número de hombres que debían cortar el palo, su organización y protección;
especifica el movimiento marítimo al servicio de la conducción de “aquel
precioso fruto, tan despreciable hasta aquí para España, como apetecido de las
naciones” (p. 193).
Respecto a la contribución de “islas y contornos” a la prosperidad de la
monarquía en la obra de Campillo, David Brading observa que “punto de partida
de su análisis era una comparación directa entre los grandes beneficios que
obtenían Gran Bretaña y Francia de sus islas caribeñas, productores de azúcar, y
los irrisorios rendimientos que obtenía el vasto imperio español de ultramar”.39
En efecto, Campillo y Cosío abre su obra con la hiperbólica afirmación de que
“las islas de Martinica y Barbada40 daban más beneficios a sus dueños que todas
las Islas, Provincias, Reinos e Imperios de la América a España”. Esta situación
“está demostrando a gritos de la razón” que era necesario introducir en las
posesiones españolas un nuevo método de gobierno que “nos dé ventajas que
tengan alguna proporción con lo vasto de tan dilatados dominios y con lo
precioso de sus productos” (p. 67). La observación de Campillo y Cosío muestra
varios aspectos de interés. A diferencia de Uztáriz, quien en ningún momento de
su obra atribuye un valor económico propio a las islas ocupadas por los ingleses,
sino veía su utilidad en función del comercio de contrabando que desde allí
realizaban con las posesiones españolas, Campillo sin duda hace referencia al
boom azucarero de ambas islas mencionadas, aunque no lo expresa
explícitamente. Si bien la visión de la proverbial productividad de las islas
extranjeras en contraste con el letargo de las posesiones continentales de España
no está presente en autores como Uztáriz y Ulloa, hay otros ejemplos, aparte de
Campillo y Ward, que muestran su fuerte arraigo. La encontramos tanto en la
obra de Francisco de Seijas y Lobera en los primeros años del XVIII, como en la
de Alexander von Humboldt a inicios de la siguiente centuria. El primero
escribe: La libertad que estaban promoviendo los holandeses en el comercio con
sus colonias de Surinam y Bervicios [sic por Berberice] “que son unos rincones
de las Indias Occidentales” los ha hecho poderosas, de manera que envían a las
tierras holandesas más de 60 navios cada año cargados de azúcar”; lo mismo
apunta para Martinica y otras “islas de Barlovento, así como del oeste de la
Española donde se acrecentaron las “fábricas de azúcar” gracias a la apertura del
comercio a todos los “vasallos de Su Majestad Cristianísima”.41 Humboldt por su
parte, observa:

Es fácil prever que las pequeñas islas Antillas, a pesar de su situación


favorable para el comercio, no podrán sostener mucho tiempo la
concurrencia con las colonias continentales, si éstas continúan cultivando
con el mismo esmero el azúcar, el café y el algodón. Tanto en el mundo
físico como en el moral todo acaba volviendo a entrar en el orden que la
naturaleza ha prescrito; y si unas pequeñas islas, cuya población ha sido
exterminada, han hecho hasta ahora un comercio más activo con sus
producciones que el continente que los avecina, es sólo porque los habitantes
de Cumaná, Caracas, Nueva Granada y México han sido muy tardíos en
aprovecharse de los inmensos dones que la naturaleza les ha concedido.
Saliendo las colonias españolas del letargo en que han estado sumergidas
tantos siglos, y desembarazadas de las trabas que una política errónea ponía a
los progresos de la agricultura, se apoderarán poco a poco de los varios
ramos de comercio de las Antillas.42

El potencial productivo de las colonias marítimas que España tenía en


América, es destacado por Campomanes. “Los puertos, Ríos navegables e Islas
no tienen minas, pero abundan en producciones naturales”, anota, y enumera el
tabaco, el azúcar, el cacao, el palo de Campeche, el añil, el algodón, la
cochinilla, los cueros y las plantas medicinales, todos ellos productos no
explotados suficientemente por España, por haber dado prioridad a la minería y
por las restricciones comerciales imperantes (pp. 249-251). Al hablar de las
Antillas españolas, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Trinidad y Margarita, el
funcionario de la Corona se detiene en la producción del tabaco y de azúcar que
en Cuba había conocido notables adelantos pero, desde la fundación de la
compañía de La Habana en 1740, se encontraba obstaculizada por el monopolio
que ejercía ésta sobre la compra y conducción de ambos frutos. Lo mismo
ocurría con el cacao de Caracas cuya comercialización se encontraba estancada
en la Compañía Guipuzcoana, fundada en 1728. En ambos casos, afirma
Campomanes, la cantidad extraída en los navios de las respectivas compañías no
asciende ni a la tercera parte de las cosechas (p. 74). A diferencia de Cuba,43 las
demás islas se encontraban libres del monopolio, ya que la compañía de
Barcelona que comerciaba con ellas, no tenía exclusividad. “Sólo necesitarían
mayor atención para facilitar en ellas la introducción de negros y aumentar su
población y cultura” (p. 81). Especialmente abandonada se encontraba Santo
Domingo que “nada produce, antes tiene el Rey que costear la Audiencia y
Guarnición que hay en ella” (p. 82). En contraste con las Antillas españolas, las
extranjeras se encontraban en la “opulencia” por sus propias producciones y el
comercio ilícito que hacían con las posesiones de España. Menciona
especialmente la producción de azúcar en el Santo Domingo francés, Martinica y
Guadalupe que en su opinión pronto iba a sustituir el azúcar que España
importaba de Brasil.44
En las costas continentales, son las zonas productoras del palo de Campeche
—Laguna de Término, Río Wallis y Honduras— las que retienen la atención del
conde de Campomanes. Hace un repaso de los esfuerzos de España por controlar
la explotación del palo bajo el reinado de Felipe V con el establecimiento de
compañías comerciales, la primera creada en 1714, pero que no “tuvo efecto
como sucede a todo asiento repugnante a la libertad natural del comercio” (p.
40). Fiel a su propósito de dar a conocer en su obra sobre todo las zonas
descuidadas por España en América, describe con sumo detalle la madera
tintórea en cuestión; las posibilidades de explotarla con mano de obra esclava y
forzada; los puertos por los que se podría exportar este recurso; las medidas que
deberían tomarse para “reducir a los indios mosquitos” que eran aliados de los
cortadores ingleses y facilitaban la presencia de éstos en las costas de Honduras.
Vinculado al tema de mayor extracción de recursos propios de las colonias
del Golfo mexicano —para retomar la expresión de Rodríguez de Campomanes
al referirse al Golfo-Caribe— encontramos el imperativo de fomentar el
poblamiento de las colonias. La idea de que uno de los factores de riqueza de
una nación es su población, aparece en el proyecto Campillo-Ward y en las
reflexiones de Campomanes. Sin embargo, sus planteamientos se diferencian;
Campillo destaca la superioridad de la población indígena como productora de
azúcar, tabaco y cacao respecto de la mano de obra esclava. El indio, dice,
produce más barato porque “vive de poco, y no se tiene que cargar al fruto, ni el
interés, ni el capital de su precio; pues trabaja por sí y para sí [...] En cambio,
observa, los ingleses y franceses tienen que sumar al precio de compra del
esclavo el costo de su manutención, así como las pérdidas por enfermedad, huida
y muerte (p. 166). En otro lugar menciona como uno de los factores del “nuevo
gobierno económico” aplicado por Francia e Inglaterra, el fomento del
poblamiento de sus islas a través de la concesión de tierras, el sustento por un
año de las familias inmigrantes y préstamos para la compra de esclavos. A
diferencia de Campillo y Ward que recomiendan el trabajo libre del indígena, por
lo menos para la América continental, Campomanes insiste en la conveniencia
de facilitar el trabajo esclavo: “En muchas partes de esta obra repito la necesidad
de la entrada libre de negros, a lo menos, hasta que nuestras colonias marítimas
de las Islas y costas estén en el pie de población que las Inglesas” (p. 43). Llama
la atención sobre las grandes ventajas que habían obtenido franceses e ingleses
de la introducción masiva de esclavos en sus posesiones —con excepción de las
colonias septentrionales donde “han necesitado llevar Europeos a mucha costa”
(p. 43)— y lamenta que España no haya permitido el libre ingreso de “negros”.
Con ello, dice, se hubieran poblado las colonias e incluso se hubiera logrado
robustecerlas contra los ingleses (pp. 334-335). Como más tarde el dominicano
Antonio Sánchez Valverde o el cubano Francisco Arango y Parreño, Rodríguez
de Campomanes es un apasionado defensor de la mano de obra esclava, cuya
abundancia significa para él una de las condiciones básicas para fomentar la
producción. “Nosotros —dice— no podemos poblar de Europeos las colonias de
las Indias, tampoco son tan útiles para el trabajo [...] como los negros” y pide se
suprima el derecho de 33 1/3 pesos que se cobraba por la introducción de cada
esclavo en la América española (p. 81).
En su evaluación del comercio y de los recursos naturales de la América
atlántica, Rodríguez de Campomanes toma en cuenta aspectos económicos y
geopolíticos. Por ejemplo distingue como puntos neurálgicos a “las
desembocaduras de los grandes Ríos de la América y las Islas, que cabalmente
son los boquetes que facilitan el Comercio” (p. 32) y constata que todos los ríos
importantes estaban controlados por los extranjeros, como era el caso del río San
Luis (Mississippi). Sugiere la conveniencia de unir México y la Florida con la
posesión del río y de toda la Luisiana,45 con fines comerciales y sobre todo de
seguridad para salvaguardar a la Nueva España “cuya provincia debemos mirar
como el principal nervio del Imperio español en América” (p. 32). En este
contexto de la defensa de las entradas al virreinato destaca las bondades del
puerto de Penzacola, cuyas aguas profundas hacen de él, en opinión del autor, el
puerto más seguro en el Golfo, por lo que convenía mejorar sus fortificaciones.
Hay muchos otros ejemplos en el tratado de Campomanes que muestran su
interés por los recursos de todo tipo por explotar en las colonias marítimas de la
América, cuyo núcleo eran las del Golfo de México y mar Caribe. La atención
que presta a los recursos geográficos, como en el caso de Penzacola, se puede
también apreciar en los apartados dedicados a las Antillas: ”Las islas de Cuba,
Santo Domingo o Española y Puerto Rico son seguramente la llave del Golfo
Mexicano [...] y la situación de La Habana se debe mirar como el baluarte de
nuestra América” (p. 70). Dedica un apartado especial a las islas de Trinidad y
Margarita, pero no se detiene en su descripción y únicamente resalta que éstas se
encuentran cerca de la desembocadura del Orinoco, “el único navegable de
consideración en América en que no se hayan metido los extranjeros” (p. 84).
Este recurso y la enorme longitud del Orinoco que podría convertirse en una de
las entradas al Perú, llaman la atención de Campomanes quien, además,
considera de gran valor las posibilidades de comerciar por el río, con las
comunidades indígenas asentadas en sus riveras (pp. 84-88). Otro ejemplo del
interés del autor por los recursos de los “Puertos, Costas Islas y desembocaduras
de las Ríos de la América que se hallan descuidados por los Españoles” (p. 23)
es el capítulo V que dedica al río Wallis, Campeche y Honduras, de cuyas costas
y puertos ofrece una descripción detallada.

CONCLUSIONES

El análisis precedente de varias obras destacadas del siglo XVIII nos permite
formular algunas conclusiones sobre la percepción en ellas del Golfo-Caribe
como zona específica, y sobre la función atribuida por los cinco autores a esta
subregión del Atlántico en el comercio colonial y en los planes de regeneración
de la monarquía española bajo los Borbones. Una visión claramente regional —
en el sentido de un gran Caribe o Circun Caribe— encontramos en Bernardo de
Ulloa, cuya elocuente descripción de esta zona anticipa concepciones
geopolíticas de fines del siglo XIX, elaboradas por estrategas militares
estadunidenses. También Pedro Rodríguez de Campomanes se acerca a una
propuesta de región, al referirse en sus Reflexiones a “nuestras colonias
marítimas de las islas y costas”, incluyendo en estas últimas los territorios desde
la Florida hasta el oriente de Venezuela. En la concepción espacial de este autor
dicha zona central de la América atlántica se encuentra flanqueada en el norte
por las colonias inglesas continentales y por la región del Río de la Plata en el
sur.
Los textos revisados hacen referencia al Golfo de México y mar Caribe —
entendido este último como una parte, sin topónimo propio, del mar del Norte,
nombre común que predominaba hasta la segunda mitad del siglo XVIII para
designar el Atlántico— como una zona vulnerable, “infestada” por piratas,
corsarios y contrabandistas que operaban en ella bajo la protección de las
potencias rivales de España. La pérdida de la mayoría de las Antillas menores,
de Jamaica y de la parte occidental de la Española a manos de ingleses,
franceses, holandeses y daneses es vista unánimamente como la causa del éxito
del comercio ilícito que encontraba en estas islas y algunos territorios del
continente, como Laguna de Términos, la zona del río Wallis y la costa de
Honduras— valiosas escalas y posibilidades de almacenaje de mercancías
europeas y frutos tropicales.
Las reflexiones sobre la “utilidad” para España de las islas y costas de tierra
firme se hacen en el contexto de propuestas generales y particulares para lograr
un renovado “florecimiento” de la economía española, de su agricultura,
industria y comercio. Los medios que proponen los autores para alcanzar la
“antigua prosperidad” de la monarquía y superar el “atraso” respecto a las demás
potencias económicas y políticas europeas, difieren en algunos aspectos. En el
trabajo se llamó la atención sobre algunos de ellos. Al mismo tiempo se subrayó
la cercanía de los planteamientos de los autores más tardíos, Ward y
Campomanes, en relación con los primeros, Uztáriz y Ulloa, y se mencionó la
gran estima que todos tenían por la literatura económica española del siglo
anterior.
El principio mercantilista de conservar la mayor cantidad de metálico posible
en el país mediante una balanza de pagos positiva, está presente en los tratados
de Uztáriz y Ulloa, al igual que se recomienda en ellos una injerencia marcada
en la economía por parte del Estado, cuyo fortalecimiento sería el fin último de
los cambios por introducir. Bajo esta óptica, los dos autores examinan el
consumo que en España había de ciertos frutos coloniales y el fomento de su
producción y comercio nacionales. Tabaco, azúcar, cacao, plantas medicinales y
palo de Campeche son los más mencionados, todos ellos producidos y
recolectados en las islas y costas adyacentes al Golfo de México y mar Caribe.
Ingleses y holandeses extraían los productos enumerados vía el comercio ilícito
de las posesiones españolas, las distribuían en toda Europa, incluida España
misma, causando un drenaje indeseable de metales preciosos hacia el exterior. El
fomento del comercio nacional y el combate del contrabando, cuyos posibles
mecanismos se analizan detalladamente, aparecen como una preocupación
constante en las obras de Jerónimo de Uztáriz y Bernardo Ulloa. Como medios
para alcanzar ambos objetivos proponen la disminución de los aranceles de
importación y exportación, así como el aumento de las fuerzas navales y del
movimiento marítimo entre la península y las posesiones americanas que haría
prescindible los asientos dados a los ingleses para el transporte de diversos
productos, como el tabaco. Ambos insisten, por otra parte, en el combate militar
del contrabando, haciendo propuestas concretas para el aplazamiento de fuerzas
navales dedicadas a tal fin. Hay que recordar que en los años treinta, cuando
Ulloa escribió su tratado, corsarios españoles desplegaron gran actividad en el
Golfo-Caribe, interceptando y decomisando gran número de barcos ingleses con
sus cargamentos.
Otro precepto mercantilista aparece en los autores consultados, que era la
función de las “colonias marítimas de las islas y costas” como proveedores de
materias primas para la industria española y como consumidores de los
productos de ésta. La insistencia de Campillo y Cosío en el “tesoro” que tenía
España en la población indígena americana como “el mayor consumo del
mundo”, va en este sentido. También Campomanes subraya como uno de los
objetivos centrales de los cambios que debían introducirse en el sistema
comercial el de tener en las Indias la salida principal de la producción
manufacturera española. En cambio, son notables las diferencias en los medios
que debían emplearse para lograr el anhelado aumento en el consumo, la
producción y el comercio colonial. En Uztáriz y Ulloa las reformas propuestas
no significan ruptura con el sistema vigente, mientras que los demás autores
abogan decididamente por el fin de los monopolios y una significativa
liberalización, que debía considerar la participación de los demás puertos
españoles, así como una política arancelaria favorable al comercio nacional.
Sobre la capacidad productiva de las posesiones de España en el Golfo-
Caribe, las obras consultadas coinciden en que los productos agrícolas y
forestales de la zona contribuían o podían contribuir, mediante una explotación y
comercialización más eficiente, a la prosperidad de la metrópoli. Interesantes nos
parecen finalmente las diferencias que encontramos en el proyecto Campillo-
Ward y en las Reflexiones del conde de Campomanes en relación con la mano de
obra que debería generar estas riquezas coloniales no metálicas en la región del
Golfo-Caribe. Mientras que los primeros dos consideran superior el trabajo
indígena libre, eludiendo el tema de su escasez en la zona, Campomanes, con
realismo y pragmatismo cercanos a los planteamientos de las élites criollas de las
islas, defiende las bondades del trabajo esclavo.

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Notas al pie
1
ULLOA, [1740] 1992, p. 143.
2
Para mayores detalles, véase GRAFENSTEIN, 2000a.
3
Vicenzo María Coronelli, “America Settentrionale”, Venecia, 1688, en
ANTOCHIW, 1994b, mapa 34.
4
ANTOCHIW, 1994b, mapa 56.
5
ANTOCHIW, 1994a, figura 13 p. 170 y figura 8, p. 165.
6
Nicolás Sansón d’Abbeville, “Amerique Septentrionale”, 1650, en
ANTOCHIW, 1994b, mapa 49.
7
Este aspecto ha sido tratado con mayor detalle en GRAFENSTEIN, 2000b.
8
CAMPOMANES, 1988, p. 272.
9
“Todos saben que [Jamaica] es el Gibraltar de la América, no por la fuerza
de esta Colonia, sino por la situación dentro del Golfo de México, tanto para
estorbar nuestra navegación, como para proteger su comercio interlop [i.e.
comercio de contrabando] con nuestra América y especialmente con Honduras”.
CAMPOMANES, 1988, p. 35.
10
Llamado así esporádicamente a partir de mediados del siglo XVIII.
Encontramos el topónimo de mar Caribe por primera vez en una reedición
inglesa de un mapa francés de 1746. ANTOCHIW, 1994b, mapa 65.
11
Las llama también "nuestras Colonias marítimas de las Islas y Costas”.
CAMPOMANES, 1988, p. 43.
12
Hay una observación curiosa en el texto que hace suponer que
Campomanes distingue entre lo que llama colonias y los grandes reinos
americanos. “Pero el espíritu de mejorar las Colonias ha calmado entre nosotros,
creyendo que nos basta lo que tenemos en América”. CAMPOMANES, 1988, p. 31.
Al parecer, todas las posesiones españoles o en manos de extranjeros del lado
atlántico las engloba bajo el término de colonias, mientras que los virreinatos
con sus centros administrativos del interior —México, Lima y Santa Fe—
constituirían la América española.
13
Citado en CAMPOMANES, 1988, p. XXXIX.
14
PIETSCHMANN, 1991, p. 227. (traducción nuestra).
15
Llombart menciona que muy probablemente la obra fue concebida a lo
largo de los años cincuenta, aunque redactada en los primeros meses de 1762. La
referencia a la guerra declarada por Inglaterra a España “el 4 de enero de este
año de 1762” (p. 41) no deja lugar a duda sobre este particular. Sin embargo, al
hablar de los casi veinte años de existencia de la compañía de La Habana,
fundada en 1740, y de más de treinta para el caso de la de Caracas, fundada en
1728, Campomanes nos da un indicio de que por lo menos parte del manuscrito
fue escrito antes de 1760, concretamente en 1759. CAMPOMANES, 1988, p. 75 y
Llombart, introducción a la obra.
16
Las referencias de páginas de las obras citadas, que se indican entre
paréntesis en el texto y las notas del presente trabajo, corresponden a las
ediciones especificadas en la bibliografía.
17
HAMILTON, 1984, p. 209 y FRANCO, 1968, pp. XIX y XX.
18
ARCILA FARÍAS, 1971, p. 12.
19
CASTELLANO, 1982, pp. XI-XII y PIETSCHMANN, 1991, p. 217.
20
LLOMBART, 1992, p. 105.
21
La validez de una serie de planteamientos hechos por escritores de la
propia España del siglo XVII y su reconocimiento en las obras de los ilustrados de
la centuria siguiente, es resaltada por varios historiadores. Cfr. HAMILTON, 1984,
pp. 185-225; VILAR, 1964, pp. 175-207; KREBS, 1960, p. 27; PIETSCHMANN,
1996, pp. 16-30; PERDICES Y REEDER, 1998, pp. 59-122.
22
En la bibliografía de este trabajo se recoge un número limitado de textos
relativos a la España del siglo XVIII, al reformismo borbónico, al mercantilismo y
al pensamiento ilustrado.
23
Respecto a las definiciones del Golfo-Caribe como región, a partir de
perspectivas diversas, destacan las siguientes: Richard Morse ha discutido
sucesivas visiones del Caribe como zona geopolítica, y ofrecido una propuesta
de análisis desde el punto de vista de la geohistoria que se apoya en el
Mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel. Cf. MORSE, 1967. Un
trabajo clásico sobre la conceptualización del Caribe como área sociocultural,
con base en una serie de características comunes, constituye MINTZ, 1966.
Importantes reflexiones sobre el concepto del Caribe como región y posibles
criterios para su definición los encontramos en DEMBICZ, 1979. De los trabajos
más recientes, que se ocupan de diferentes visiones y conceptualizaciones del
Caribe como región, se pueden mencionar GAZTAMBIDE-GEIGEL, 1996,
GRAFENSTEIN, 1997, BRERETON, 1999 y GARCÍA DE LEÓN, 2002.
24
Un primer acercamiento a algunos de los autores se encuentra en
GRAFENSTEIN, 2002.
25
En esta discusión se valora la participación de las actividades básicas de la
economía, asignándose valores específicos a la agricultura, el comercio, la
minería o la industria, véase, CAMPOMANES, 1988, pp. 11-12; HAMILTON, 1984.
26
Un recurso común entre los escritores mercantilistas, como observa
Richard Herr, Herr, 1964, P.
27
En el proyecto Campillo-Ward se encuentran muchas de las
preocupaciones de la ilustración en este caso el interés por la justicia social y la
realización de reformas para disminuir la opresión de ciertos sectores de la
sociedad; actitud que no excluye la del utilitarismo pronunciado, que también se
encuentra documentado en varias de las citas incluidas en el presente trabajo.
28
Conocedores de los sistemas de comercio existentes en gran número de
países europeos, los autores que comentamos ofrecen cifras comparativas en
cuanto a derechos arancelarias. Apoyándose en Uztáriz, el conde de
Campomanes afirma que los derechos de importación y exportación en Holanda
ascendían a sólo un peso de plata por tonelada, mientras que en los puertos
españoles se cobraban 40. CAMPOMANES, 1988, pp. 346-348.
29
Es decir, el reducido grupo de hombres abiertos a nuevos conocimientos,
dispuestos a introducir cambios en todos los campos e inclinados a cuestionar
tradiciones y dogmas, que Jean Sarrailh ha definido como minoría selecta sin
limitar este concepto a las clases altas de la época. SARRAILH, 1937, p. 17.
30
ENCISO ALONSO-MUÑAMER, 2003, p. 185.
31
El libro que cita Uztáriz se titula Intereses de Inglaterra mal entendidos en
la guerra que continuaba en 1704.
32
ENCISO RECIO, 2001, p. 216.
33
Bernardo de Ulloa recurre a menudo a expresiones de gran plasticidad para
describir la situación del comercio colonial en América: a Portobelo y Panamá
llama “la garganta por donde, por dos siglos, han pasado los tesoros del Perú a
España”. ULLOA, [1740], 1992, p. 198; a Curazao se refiere como isleta del
tamaño de un huevo, almacén y esponja de los tesoros de aquellas provincias.
ULLOA, [1740], 1992, p. 173.
34
Propone dejar a los gaditanos los 40 barcos destinados en el momento al
comercio con América. (Esta cifra, tomada de Bernardo de Ulloa, contrasta con
los 300 que salían, en opinión de este último autor, de otras naciones para hacer
el contrabando en las Indias Occidentales de España.) Ocho puertos más tendrían
derecho de emplear para el mismo fin entre 6 y 35 embarcaciones, lo que daría
un total de 209; igual número habría que destinar a las reexportaciones en
Europa. Campomanes estima que con este aumento en el número de barcos, el
de los marineros empleados crecería a más de ocho mil, mientras que el erario
podría contentarse con la quinta parte de la tasa de derechos marítimos sin
perder en términos absolutos, ya que el volumen de comercio compensaría la
rebaja de los aranceles. CAMPOMANES, 1988, pp. 248-249 y 349.
35
Cuando fue redactada la obra que comentamos, estaban en vigor las Cartas
de Navegación que regulaban el comercio de Inglaterra con sus colonias, así
como las llamadas cartas patentes que tenían una función similar para Francia.
Todavía ninguna de las dos potencias había abierto sus colonias al comercio con
extranjeros como lo hicieran de manera limitada y de todas maneras con un claro
signo proteccionista, en los años sesenta. Véase, MEYER et al., 1991 y
ARMYTAGE, 1953.
36
Esta apreciación de Campillo se encuentra corroborada en la literatura
producida en el siglo XX sobre el comportamiento del comercio colonial de Gran
Bretaña y Francia y el impacto del mismo en sus respectivas economías. Véase,
CROUZET, 1966; BRAUDEL y LABROUSSE, 1970; WILLIAMS, 1975; SOLOW y
ENGERMAN, 1987; SOLOW, 1991; MEYER et al., 1991.
37
Campillo se refiere a la guerra de los Nueve Años o de la Oreja de Jenkins
(1739-1748) que tuvo un trasfondo colonial importante, como la mayoría de los
conflictos bélicos del siglo XVIII.
38
Una visión moderna y a la vez utópica encontramos en las siguientes
observaciones: Siendo propietarios y “saliendo de su pobreza aquellos naturales
[...] se irá estableciendo entre ellos una especie de lujo”. Las fábricas españolas
que los abastecen se irán perfeccionando. “Tantos millones de hombres que
tendrán tierras propias” conformarán un mercado importante para “los
instrumentos de la labor, herramientas de todos géneros de oficios, construcción
y muebles de casa, armas, quincallería etc.” CAMPILLO, 1971, p. 165.
39
BRADING, 1993, p. 505.
40
El autor se refiere sin duda a Barbados, isla británica que conoció un
importante auge azucarero desde mediados del siglo XVII.
41
SEIJAS Y LOBERA, [1702] 1986, p. 502.
42
HUMBOLDT, 1941, tomo III, p. 105.
43
Y Caracas, ya que Campomanes introduce en sus consideraciones sobre las
islas el tema del cacao venezolano por el asunto de las compañías.
44
La idea de los ilustrados europeos del siglo XVIII de que las posesiones
españolas del Golfo-Caribe se encontraban en un franco atraso productivo
respecto a las islas pertenecientes a otras metrópolis, se ha mantenido hasta el
siglo XX. Al hablar de la existencia de juicios en ocasiones demasiado generales
y poco fundamentados hechos por historiadores del Atlántico sobre alguna área
en la que no son especialistas, Horst Pietschmann alude a la idea prevaleciente
entre estudiosos del Caribe no hispánico de que Cuba introdujo el sistema de
plantación muy tardíamente por “incompetencia”, cuando en realidad hasta los
años sesenta el sistema de flotas y galeones, con La Habana como punto de
reunión para el regreso a España, significaba tal derrame de plata en el puerto
que las élites habaneras no tenían necesidad de recurrir a otra fuente de ingresos.
PIETSCHMANN, 2002, p. 37.
45
El interés por controlar a la Luisiana con fines de defensa del virreinato los
encontramos en un escrito tan temprano como el de Francisco de Seijas y Lobera
quien proponía la cesión de “la colonia de Misisipi” a España para aminorar el
aislamiento de la Florida y tener libre el camino de la Nueva España a dicha
península. SEIJAS Y LOBERA, 1986, p. 31. Con la cesión por Francia de esta
posesión, en el tratado de París de 1763, la preocupación secular española fue
atendida.
3. UNA VIEJA ÉLITE EN UN NUEVO MARCO
POLÍTICO: EL CLERO MEXICANO Y EL INICIO
DEL CONSERVADURISMO EN LA ÉPOCA DE
LAS REVOLUCIONES ATLÁNTICAS (1808-1821)

PEER SCHMIDT
Universidad de Erfurt

El año de 1776 significó uno de los grandes hitos de la historia mundial, ya que
América —a saber Estados Unidos— vivió una revolución y el comienzo del
primer proceso de decolonización así como una transformación que se bautizó
—de acuerdo con Robert Palmer— la era de las revoluciones democráticas.1
Pero en su obra, Palmer no prestó atención a las revoluciones latinoamericanas
como si América Latina quedara fuera de estos cambios políticos y culturales.
Hoy día estamos viendo la emancipación de los países latinoamericanos como
parte de una fase histórica que une la revolución de 1776 con la revolución
francesa, ya que en todos estos procesos se intentó crear un nuevo régimen
político basado en la libertad individual y los derechos de los ciudadanos;
procesos identificados con los los inicios del constitucionalismo.2
Para Palmer, el inicio de este proceso transformador se dio después de la
Guerra de los Siete Años con sus cargas fiscales originadas durante aquella
contienda. Respecto a la América colonial hispana, la historiografía ha seguido
consciente o inconscientemente esta interpretación, y por lo tanto se ha juzgado
al reformismo borbónico como una etapa imprescindible y formativa del futuro
liberalismo, ya que los reformadores borbónicos insistieron en la capacidad del
individuo y en la idea —aunque con conceptos premodernos— de la ciudadanía.
El año de 1776 marca no sólo la independencia de Estados Unidos, sino también
la llegada al poder del ministro de Indias José de Gálvez. Lo cual significó el
apogeo del reformismo borbónico en América: “la fase del reformismo ‘radical’
”.3
Al comparar el proceso de la formación del Estado y de la nación en el
mundo hispanoamericano con las otras revoluciones atlánticas, llama la atención
la participación eclesiástica en la independencia latinoamericana. Como en
ningún otro caso de las revoluciones arriba citadas el clero gozó de su papel
tradicional de ser antigua élite intelectual y portavoz de los americanos en el
proceso de la independencia. La época de las guerras revolucionarias a partir de
1791, a ambos lados del Atlántico, provocó un nuevo fortalecimiento del pacto
entre la Corona y la Iglesia para combatir los “excesos” de la revolución
francesa y los efectos secularizantes de ésta y del régimen napoleónico. La
abrumadora parte del clero —y a saber la alta jerarquía de la Iglesia— aceptó
incluso la desamortización de los bienes de ciertas corporaciones eclesiásticas
que se llevó a efecto en España a partir de 1798 y luego en Hispanoamérica a
partir de 1804.4 Además, fueron los clérigos —especialmente algunos miembros
del clero bajo— los que participaron activamente en la lucha por la
independencia.
Si bien desde los comienzos de los años noventa del siglo XIX se ha
registrado un auge de los estudios sobre la Iglesia, todavía no se conocen
suficientemente bien los motivos y la ideología de los miembros de la Iglesia
católica y el discurso eclesiástico respecto de las transformaciones en el mundo
atlántico. Recientemente William Taylor nos ha descrito detalladamente la vida
social de los párrocos en la Nueva España en la segunda mitad del siglo XVIII.5
La historia social y cultural tienen, por cierto, el mérito de aportar resultados
pertinentes, ya que las realidades sociales engendran ideas y reflexiones. La
proximidad al pueblo contenía dos aspectos contradictorios ya que, por un lado,
se considera a éste como una especie de alianza social y por lo tanto se reflejaba
cierta sensibilidad a los problemas sociales, y por otro, esa relación podía llevar
a innumerables friccior es entre feligreses y sacerdotes por las cuotas clericales o
asuntos políticos.6 Pero resta la inquietud de ahondar en qué medida la realidad
social mexicana se conecta con las bases ideológicas y el pensamiento del clero
en esta época. La formación académica y espiritual así como el discurso
eclesiástico en cuanto a la insurgencia constituyen hasta la fecha el gran
desiderátum.7 En la bibliografía pueden encontrarse calificaciones de los clérigos
según las cuales los miembros de la Iglesia católica pertenecían a una
orientación “escolástica”,8 “ilustrada”,9 “liberal”,10 “tradicionalista o
modernizadora”11 o “conservadora”,12 sin que los autores entren en la discusión
de estos términos con el mismo esmero con el cual abordan los problemas
socioeconómicos o de la cultura popular.
Por fijarse en la innovación política a partir de 1776, la historiografía ha
pasado por alto que en el mundo atlántico algunos grupos tradicionales y
sociales, a saber la nobleza y el clero, comenzaron a discrepar profundamente
con la política absolutista. En prácticamente todos los países europeos —en
Francia, en los territorios alemanes, en los estados de la corona de Austria o los
territorios de Italia— se pudo notar el profundo rechazo de estos grupos, que
vieron mermadas sus posiciones tradicionales.13 Respecto a los reinos
americanos, la política reformadora de los Borbones tocó profundamente la
alianza entre el trono y el altar. Este pacto tradicional se fue disolviendo cada
vez más durante el dominio de los Borbones y especialmente bajo el reinado de
Carlos III. Los primeros en sufrir esta reestructuración de las relaciones entre
Iglesia y Estado fueron los jesuitas expulsados en 1767. Pronto el clero se dio
cuenta de que el ataque antijesuítico no fue un caso singular, sino que el papel de
todas las corporaciones eclesiásticas se estaba viendo cuestionado por los
reformadores borbónicos.14 Por eso queda aún más pertinente la pregunta sobre
las relaciones intelectuales y tendencias ideológicas en el mundo atlántico en
esta época, ya que en su casi totalidad los estudios sobre el pensamiento político
en esta época de las revoluciones subrayan la intensidad y la importancia de las
corrientes de la Ilustración y del liberalismo como ideologías reinantes en el
mundo atlántico. ¿Pero cómo reaccionó el clero mexicano, una élite que había
dejado su impronta política, social, cultural y hasta económica durante tres
siglos, frente a los continuos ataques a sus fueros y al proceso de
transformaciones en el mundo atlántico? Conocer más de cerca la opinión y la
postura “ideológica” de la Iglesia y sobre todo sus bases intelectuales es aún más
pertinente ya que la abrumadora mayoría del clero siguió fiel a la Corona hasta
muy a finales de la Colonia. Respecto a la posición casi unánime de la
historiografía de ver la posición del clero en la independencia, la presente
ponencia quisiera intentar contribuir a una mayor matización de las influencias
en la independencia mexicana con base en el análisis de la folletería de los años
1808 a 1821.

EL ESCENARIO POLÍTICO

Resulta difícil calibrar la simpatía novohispana por la revolución francesa, pero


parece que había pocos aferrados simpatizantes de la revolución gala. Por su
parte, la Inquisición procedió a las primeras actividades de control y censura
contra libros procedentes de Francia.15 Al fraguarse en 1808 la destitución de
Iturrigaray en la capital del virreinato se encarceló a las personas sospechosas de
apoyar la idea del gobierno provisional. Entre los detenidos no sólo figuraron
Melchor Talamantes y Primo Verdad, sino también el abate del convento de
Guadalupe, Francisco Beye Cisneros, y el canónigo de la catedral, José Mariano
Beristáin de Souza, quien luego fue el gran defensor de la posición española.16
A partir de 1810 constatamos una fisura abierta en el seno del clero
mexicano. Teniendo en cuenta el hecho de que —salvo el obispo de Puebla,
Manuel Ignacio González del Campillo— los obispos eran españoles, no puede
sorprender la postura de lealtad en el seno de la jerarquía.17 Mientras que la
capital virreinal quedó fiel al rey cautivo y “deseado” Fernando VII, se fraguó
una conspiración en el Bajío, donde, entre otras razones, el abismo entre el
esplendor minero y la pobreza rural se convirtió en un polvorín, una rebelión que
bajo el liderazgo de Miguel Hidalgo y José María Morelos desembocó en la
independencia declarada en Chilpancingo (1813) y la constitución de
Apatzingán (1814).18
En general podemos afirmar que la mayoría del bajo clero no se pronunció
abiertamente a favor de la autonomía. A pesar de esta indiferencia, ya los
observadores contemporáneos creen poder ubicar especialmente a los curas
como el grupo más destacado en la insurgencia. Hace tiempo Karl Schmitt
subrayó el papel de los curas párrocos en la rebelión a partir de 1810.19 En total
conocemos los nombres de unos 400 clérigos insurgentes, o sea 3.4% de los 7
341 miembros eclesiásticos en la Nueva España.20 En lo que se refiere a los
párrocos, Willliam B. Taylor establece que son 9% de todos los curas y vicarios;
porcentaje mucho más alto que el calculado por Bravo Ugarte, pues según él
sólo 2 o 3% de este grupo simpatizó activamente con la rebelión.21 Resulta
revelador que William B. Taylor en su estudio con una marcada perspectiva
regional y hasta local llega a la conclusión de que hay casi que duplicar el
número de curas involucrados en acciones “sediciosas”. Para Eric van Young
una quinta parte de todo el clero secular se adhirió a la insurgencia.22 En este
contexto cabe señalar que en 1815 había efectivamente unos 500 clérigos que no
disponían de la base económica necesaria, y que a partir de 1804 la
Consolidación de los Vales Reales perjudicó tanto a la sociedad, a la economía
como a la Iglesia novohispanas.23
En la época del constitucionalismo gaditano fue palpable la atmósfera tensa
en la propia capital virreinal, donde el virrey Calleja se resintió de la posición
criolla. Según él, personas de estado eclesiástico se encontraban entre los autores
de la rebelión y del clima tenso en la ciudad de México.24 Pero la gran mayoría
del clero seguía guardando la posición de neutralidad “activa”.25 No pocos curas
huyeron de las zonas en rebelión, especialmente del oeste y suroeste, buscando
protección en la ciudad de México. Brian Connaughton, a su vez, subrayó la
gran “agilidad” del clero de Guadalajara para adaptarse a las reivindicaciones
regionales y a las circunstancias políticas.26
Al abolirse la Constitución gaditana en 1814 —por Fernando VII en el
“manifiesto de los Persas”—, los realistas y el cabildo eclesiástico festejaron con
un Te Deum.27 En el obispado de Oaxaca, Ignacio Mariano Vasconcelos alabó la
formación de la Santa Alianza, inspirada en la restauración de la fe y de la
tradición y declaró a los feligreses que se trataba de una: “Gloriosa empresa, que
plantearon los tres Monarcas de Alemania [sic], de Rusia y de Prusia”.28 Con la
vuelta al trono de Fernando VII se cerraron las filas realistas. Aunque se derrotó
militarmente gran parte de la insurgencia y aunque Morelos fue ejecutado el 22
de diciembre de 1815, no pudo apagarse del todo el fuego de la insurrección.
Además, con el resurgimiento del absolutismo, se reinstauró también la
Inquisición y su papel de censor político (4 de enero de 1815). Ésta no
contribuyó sino a ahondar las querellas dentro del propio campo realista, ya que
se comenzó a atacar la actuación del virrey Calleja, el representante de la
fidelidad al rey en la época constitucionalista.29 Así el abismo en la sociedad
novohispana se iba profundizando, aun en los años de 1815 y 1820, ya que la
Inquisición comenzó a sospechar por ejemplo del obispo electo de Michoacán,
Abad y Queipo, uno de los primeros clérigos que había condenado la
insurgencia.30
Al producirse en 1820 el pronunciamiento de Rafael Riego, en Cádiz, se
llegó a un nuevo hito en las relaciones entre España y la Nueva España. A
comienzos del año de 1820, la situación política para la Iglesia cambió de
manera radical, ya que las Cortes en Madrid retomaron el hilo tejido en la
Constitución de 1812. En septiembre de aquel año, el anticlericalismo de corte
liberal desembocó en la abolición de la Sociedad de Jesús y la incautación de sus
bienes. También se mermó la inmunidad eclesiástica y se votaron de nuevo leyes
de desamortización.31 Ahora la seguridad y el orden ya no estaban representados
por el sistema español; desde 1808 éste se había convertido más bien en un
factor de creciente inestabilidad. Frente a la amenaza liberal, anticlerical y
secularizadora, la Iglesia católica se pronunció en favor de la independencia, una
ruptura en la cual una de las Tres Garantías fue la de la fe católica como única
religión. Al fin y al cabo la Iglesia se adhirió al proyecto vaticinado por Iturbide
y su efímero imperio.32 Tanto el obispo de Durango, Juan Francisco Castañiza
González, como el arzobispo de México hicieron hincapié en el hecho de que la
Constitución aceptara la religión católica. El obispo de Puebla, Antonio Joaquín
Pérez Martínez, al igual que su colega de Guadalajara, Juan Cruz Ruiz de
Cabañas, se convirtieron en partidarios firmes del emperador Iturbide y de la
idea de una constitución mexicana. Muy instructivo en este sentido fue el
cambio de actitud del obispo poblano que había rechazado la Constitución de
1812 —él mismo había firmado el manifiesto de los Persas en España— y que
ahora, en 1821, la saludaba para el México independiente.33

EL CLERO MEXICANO Y EL JANSENISMO

Después de este panorama de la evolución política, nos concentraremos en el


tema de las orientaciones intelectuales y espirituales del clero mexicano en este
tiempo de cambio político. Se suele subrayar que ya en la época
prerrevolucionaria observamos cierta tendencia ideológica del clero e inclinación
hacia las corrientes racionalistas.34 El hecho de que clérigos del corte de
Lorenzana, de Fabián y Fuero, de Alonso Núñez de Haro y Peralta fueran
protagonistas de la idea de la utilidad pública y que se interesaran por el
bienestar —a saber material— de sus feligreses, les ha merecido el sobrenombre
de “ilustrados”.35 Entre estos clérigos figuró también el obispo electo Abad y
Queipo quien abogó por unas cuantas medidas reformistas. Su lenguaje, por
ejemplo en la representación para impedir la Consolidación de los Vales Reales36
sintonizó en gran parte con el discurso de la utilidad y del bienestar económico.
Por lo tanto, en la bibliografía se ha calificado a Abad y Queipo como “liberal” y
“constitucionalista”,37 a pesar de su lealtad a la Corona borbónica y absolutista,
compartida por la abrumadora mayoría del clero católico.
Al mirar la bibliografía sobre el mundo eclesiástico en el siglo XVIII se habla
muchas veces de la Ilustración, o mejor dicho de la Ilustración católica, término
que se usa con menos frecuencia.38 También se suele hacer hincapié en algunos
casos en que el jansenismo es una especie de Ilustración católica. En no pocas
ocasiones se da la impresión de que se tratara de una variante de la Ilustración
filosófica. Pero hay que advertir que el significado de los términos “jansenismo”
o “jansenistas” es sumamente polifacético y no tiene en sí valor explicativo, de
acuerdo con la situación poco homogénea de la Iglesia católica en el siglo XVIII.
En lo que a España se refiere, Joël Saugnieux puso de relieve tanto la
importancia como el carácter tan multifacético de esta corriente teológica en la
segunda mitad del siglo XVIII.39 Si bien resulta difícil dar una definición de este
movimiento eclesiástico durante los dos siglos de su existencia, en general se
entiende por jansenismo la orientación hacia una Iglesia austera, inspirada en
Agustín y Erasmo. En el jansenismo dieciochesco había todavía esta
preocupación teológica por la gracia, propia del jansenismo en sus inicios.40 En
vez de seguir el camino refinado de la teología escolástica o de la casuística
jesuítica, rechazadas ambas por los jansenistas, éstos definen la gracia divina
según los preceptos de san Agustín y aceptan la predestinación. Para vivir la fe
se orientan ante todo en la disciplina primitiva de la Iglesia; por lo tanto las
supersticiones son rechazadas por ser desviaciones de la fe. El método idóneo
para apelar a la gente y a la conciencia individual lo constituye la predicación,
por cierto la gran preocupación de la Iglesia en esta época.41 No debe
confundirse el jansenismo con el regalismo, puesto que el regalismo intentó
controlar la Iglesia, mientras que los discípulos de Jansenius insistieron en su
autonomía.42 Si bien es cierto que el jansenismo abogó por el fortalecimiento de
la posición y del papel de la iglesia “nacional” en contra de Roma y del papa, los
obispos, a su vez, querían mantener la soberanía en cuestiones religiosas frente
al Estado. Para marcar la diferencia entre jansenistas y regalistas: los primeros
querían reformar los abusos en los días de fiestas, y los otros querían abolir tal
cual los días festivos.
Con su afán erasmista de volver a los orígenes y con su carácter austero, se
puede afirmar con Saugnieux que se trata de una especie de fundamentalismo, ya
que —junto con las autoridades teológicas, dogmáticas y eclesiásticas— se
reivindicaba sobre todo la simplicidad de la fe basada en la Escritura y la razón
del creyente. Lejos de simpatizar del todo con la Ilustración, este movimiento
eclesiástico —que contrariamente a la “philosophie éclairée” no puso en duda la
existencia de milagros y reivindicó la existencia humana como “pecadora”43—
se concentró en la racionalidad cristiana, basada en la fe.44 Debido a estos
aspectos racionales se produce el gran malentendido de equiparar esta Ilustración
católica y el pensamiento católico del siglo XVIII con “les Lumières” que iban
camino de la secularización.45 En este sentido hay que subrayar que las ideas del
constitucionalismo dieciochesco no eran compartidas sino por muy pocos
jansenistas.46
En lo que se refiere al contexto atlántico —es decir al intercambio de ideas y
personas en esta fose revolucionaria— cabe señalar que obispos como Francisco
Lorenzana, Francisco Fabián y Alonso Núñez de Haro y Peralta provenían de
España junto con otros tantos canónigos en el último tercio del siglo XVIII. Estos
vínculos personales llevan a la cuestión de si estos lazos no han dejado más
huella en el pensamiento eclesiástico en México de lo que se ha creído hasta la
fecha. En lo que se refiere a Abad y Queipo, hay que recordar su formación
teológica en Salamanca, uno de los centros de enseñanza jansenista que era
encabezado por el obispo Antonio Tavira. No resulta extraño que Óscar Mazín
Gómez haya descubierto un creciente número de españoles que llegaron al
cabildo catedralicio de Michoacán durante el último tercio del siglo XVIII. Nos ha
descrito —aunque brevemente— la lucha entre “jansenistas” provenientes de
España y los otros cabildantes criollos; queda poco claro a qué querían referirse
los criollos exactamente.47
¿De verdad todos los clérigos tildados de “ilustrados” o “constitucionalistas”
en el México independentista lo eran en el sentido de la Enciclopedia y luego del
liberalismo?48 ¿No representaron más bien la específica Ilustración católica? Esta
cuestión se impone al leer estudios sobre el clero en el México del siglo XVIII;
habría —por cierto— que investigar esta temática en el futuro.
Se ha dicho que el auge de este pensamiento se debe al hecho de que se había
descubierto en el siglo XVIII una tendencia hacia la “descristianización”. La
Iglesia quería recuperar el terreno que estaba a punto de perder. El jansenismo se
pronunció en contra de los valores burgueses que únicamente se concentraban en
la búsqueda del “bonheur terrestre”. Por el estudio de Groethuysen se conocen
los intentos de la Iglesia en Francia de hacer frente a una cultura cada vez más
secularizada.49 Hasta la fecha falta una investigación de este tipo para México,
pero sí se percibe esta preocupación secularizante en el tratado de Rafael de
Vélez, un texto publicado originalmente en España y luego en México en el cual
se expresó el temor de que se “descatolice” el mundo.50

LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789 Y LA INSURGENCIA MEXICANA DE 1810

La discusión en torno de la revolución francesa ayuda a aclarar la posición


política del clero.51 A pesar de que pueda percibirse un cierto liberalismo
económico en muchos de los clérigos, el discurso sobre los acontecimientos
políticos a partir de 1789 resulta revelador. En vez de utilizar un lenguaje
“ilustrado” o “moderno”, el clero se sirve del lenguaje bíblico, típico para la
influencia jansenista; de ahí puede explicarse también la ausencia de argumentos
escolásticos.52 Entre los primeros en condenar el desarrollo de la revolución en
Francia figura el obispo de Valladolid de Michoacán en un texto de 1793. Ante
todo, el racionalismo de Descartes le pareció responsable de todos los males
franceses.53 Para él, todo esto había llevado al ateísmo, deismo y materialismo
(p. 137). Frente a los acontecimientos en Francia, el obispo al que se atribuyeron
ideas más bien abiertas, cerró la puerta ideológica al tomar posición en contra de
una “sociedad civil” que no respetaba ni monarquía ni religión.54 En un estilo
sobrio refuta la idea de una sociedad secularizada. Los clérigos antes de 1789
habían colaborado en proyectos del reformismo borbónico y de la mejora
material de los súbditos, pero la revolución francesa sirvió entonces como
catalizador en el campo de las ideas.
Cinco años después del estallido de la revolución francesa, fray Servando
Teresa de Mier pronunció su discurso sobre la virgen de Guadalupe
reivindicando la autonomía religiosa de México respecto a la obra misionera de
España.55 Tampoco discutió el problema de la legitimación política en un
lenguaje secularizado, sino se basó en la historia antigua de México y en la
misión de santo Tomás y por lo tanto en la obra evangelizadora del apóstol para
reivindicar la autonomía de la colonia. La Biblia y la fe constituyeron los
fundamentos ideológicos de su discurso.
Si bien la Iglesia comenzó a vigilar las expresiones políticas de sus
miembros a partir de 1789, y los virreyes Venegas y Calleja intentaron sofocar
cualquier intento de propaganda política, la gran discusión en torno de la
revolución francesa no comenzó a desplegarse sino a partir de la insurgencia de
1810. Efectivamente la sublevación constituyó una especie de línea divisoria, ya
que al estallar la rebelión, observamos la fisura en el seno de la Iglesia. Por un
lado, se radicalizó el movimiento, con clérigos-párrocos tales como Miguel
Hidalgo, José María Morelos, José María Cos, Mariano Matamoros o fray
Vicente Santa María; por otro lado miembros de la alta jerarquía de la Iglesia
católica se apresuraron a defender la posición española, tales como Francisco
Calvo Durán OFM en Zacatecas,56 el franciscano Diego Miguel Bringas,57 el
canónigo José Mariano Beristáin,58 Antonio Bergosa y Jordán, obispo de Oaxaca
y luego arzobispo de México (1811-1815), o Juan Cruz Ruiz de Cabañas, obispo
de Guadalajara, alegando que la presencia española en el Nuevo Mundo fue
designada por la Divina Providencia. El cabildo de la catedral metropolitana, a
su vez, no vaciló en condenar la Constitución de Cádiz.59 José Mariano Beristáin
puso en tela de juicio la reivindicación que hicieron los criollos de la virgen de
Guadalupe para defender su postura. Al contrario, según Beristáin: “María de
Guadalupe bajó a Tepeyac para autorizar esta orden: la conquista y la
subordinación de los indios a la católica España”.60
En cuanto Hidalgo se sublevó, el arzobispo de México, Francisco Javier
Lizana y Beaumont, no tardó en condenar la rebelión evocando los
acontecimientos en Francia posteriores a 1789.61 Su discurso es revelador para el
pensamiento eclesiástico no sólo frente a la rebelión de Hidalgo, sino para
conocer la visión del clero en general. En su lenguaje político-social se refleja
como tradicional; habla de “mi amado clero” y de sus feligreses como “dóciles
ovejas” (p. 385). Los insurgentes no representan sino “personas díscolas” (p.
386). Para denunciar el peligro que emana de esta insurrección no tarda en
evocar la imagen del “Antichristo” (p. 387). Aquellos que pretenden el poder
mediante una rebelión son “los hijos del Satanás” (p. 387). El amor al próximo,
la caridad cristiana eran —sin duda alguna— los “preceptos” que aconsejó el
arzobispo para resolver la querella entre europeos y criollos.
Lizana y Beaumont comparte la visión angustiada de un “contagio
revolucionario” a través del Atlántico: “¿No lo veis verificado en la revolución
de Francia?” (p. 388). Según los cálculos de este clérigo, en los veintiún años,
desde 1789 hasta 1810, se habían registrado dos millones de víctimas en Francia.
Por cierto, Napoleón no fue menos peligroso para la religión que los propios
jacobinos; lo que es más: se le equiparó con el jacobinismo. Este nombre
conllevó todos los males de la Europa revolucionaria. El arzobispo establece
entonces una relación entre Hidalgo y Napoleón, ya que ambos cometían
crímenes tales como “publicar la guerra, desobedecer a las potestades legítimas,
autorizar el robo, promover el desorden” (p. 388). El fantasma de la revolución
francesa había llegado ahora a la Nueva España y parecía haber estremecido a
toda la Iglesia. Por su lenguaje bíblico y sus “exempla” del Antiguo Testamento
se reflejaba la orientación hacia una base de valores indiscutibles. El arzobispo
no entra en discusiones escolásticas, ni discute el tema del pacto entre el
monarca y los súbditos: todas estas consideraciones le son ajenas. Para
convencer a su público —a su diócesis— no recurre a las discusiones jurídicas,
sino a verdades cristianas.
Al condenar la rebelión de Hidalgo, el obispo de Guadalajara, Juan Cruz
Ruiz de Cabañas, tampoco estuvo dispuesto a entrar en discusiones de índole
escolástica.62 Su pensamiento se restringe a nociones como “la santidad, pureza,
y hermosura de vuestras cristianas virtudes” (p. 410). Cuando Ruiz de Cabañas
utiliza la palabra libertad, la conecta inmediatamente con una conotación
negativa hablando de “la insolente e ilimitada libertad de cometer todo género de
crímenes” (p. 410). “Confusión y anarquía” son los términos con los cuales el
obispo califica al proyecto social y político de estos “caudillos y autores” (p.
410). Cuando habla del régimen político y del orden social, éstos se fundan en
“las divinas, las naturales y las humanas leyes” (p. 410), sin que el obispo Juan
Cruz Ruiz de Cabañas entre más en la explicación de esta frase.
Se ha calificado a Abad y Queipo como a una especie de pensador liberal.
Este juicio se funda, entre otras cosas, en la reacción del obispo electo respecto a
la Constitución de Cádiz, a la cual se refirió como “una constitución, la más
liberal, la más justa y más prudente de quantas se han visto ahora en las
sociedades humanas”.63 Pero uno puede preguntarse si esta evaluación en plena
época del constitucionalismo gaditano no significó otra cosa que cierto tipo de
oportunismo y legalismo respecto al poder central. A su vez, en sus escritos
relativos a la sublevación de Hidalgo no encontramos ninguna justificación para
esta caracterización de liberal.64 La rebelión política conlleva la revolución
social: éste fue el claro mensaje de Abad y Queipo. Cita en este contexto los
acontecimientos de Santo Domingo, que no describe con detalles; sólo evoca el
hecho como tal. Al referirse a la rebelión habla de un “engaño” (p. 390). Emplea
la imagen de la jerarquía al dirigirse a los insurgentes cuando constata: “yo tengo
derecho incontestable a vuestro respeto, a vuestra sumisión y obediencia”. Este
razonamiento eclesiástico refleja, más que nada, su pensamiento político. Por lo
tanto los que se han alzado son “perturbadores del orden público, seductores del
pueblo” (p. 392). Si se consideran sus escritos públicos, Abad y Queipo nos da
una imagen contradictoria, que rehúsa la calificación contundente de liberal. Con
su lenguaje político Abad y Queipo no se situó muy lejos del imaginario político
de Juan Bautista Díaz Calvillo, un renombrado orador católico, cuyo análisis de
la situación moral y política en la Francia de 1789 y el México de 1810 era
contundente:

La corrupción de costumbre, el escándalo y todo género de pecados públicos


se habían extendido mucho entre nosotros. Habiamos sido castigados
generalmente con terremotos, hambres, pestes, carestías y otras penas; nos
hicimos desentendidos de estos avisos paternales de la misericordia de Dios:
continuamos en el pecado. Amonestónos el señor con el terrible exemplar de
la revolución de Francia en el año de 1789; bien supimos el desenfreno de las
pasiones mas ciegas y brutales filé su causa única; no ignoramos los
espantosos males que ocasionó y aun seguirá ocasionando; nos hicimos
también sordos á esta voz.65

En vez de resaltar la importancia de cada ser humano y de su personalidad,


frailes como Josef del Salvador, un carmelita descalzo, atacan la atención
prestada al individuo como “egoísmo”.66 Annick Lempérière constata que “las
palabras que empleaba el liberalismo, en realidad, eran las mismas que las de la
cultura pública premoderna”.67 Pero al analizar gran parte del discurso
eclesiástico durante las guerras de independencia, muchas veces el lenguaje del
clero mexicano se queda fuera de esta calificación: en vez de seguir los
argumentos escolásticos —que hubieran podido constituir un lazo común que
propiciara malentendidos—, los términos de los clérigos se basan en imágenes
bíblicas y aun en el Antiguo Testamento.

LUTERO Y EL ESPÍRITU SEDICIOSO

Entre los textos que conectan el año 1789 directamente con el de 1810 figura una
carta pastoral de Manuel Abad y Queipo del año 1812, donde se dedica
detenidamente al problema revolucionario. Ya muy al principio expresa su
rechazo al filósofo Juan Jacobo Rousseau al referirse a “los delirios elocuentes
del ciudadano de Ginebra”.68 Que las sociedades necesitan uno que dirige, es una
verdad que no permite discusiones para el obispo: “In unamquamque gentem
praeposuit rectorem. El Señor es el que concede á las sociedades, á sus gefes y
rectores la potestad legítima para su regimen y gobierno; pues no hay sobre la
tierra otra potestad justa y legítima que la que procede de Dios” (p. 443).
No cabe duda de que Abad y Queipo rechaza la idea del contrato social, cuyo
portavoz más importante —Rousseau— fue duramente criticado por el obispo
electo (p. 446). También en el mismo lenguaje, Manuel Abad y Queipo revela
sus simpatías por un modelo político conservador. Habla muchas veces del
“cuerpo y de cada uno de sus miembros” (p. 443). Recurre entonces a la imagen
organicista, imaginario social por excelencia del conservadurismo político:
“como circula la sangre en el cuerpo humano” (p. 448). Para fundar sus ideas
sobre la sociedad, Abad y Queipo se sirve constantemente del Antiguo
Testamento, de los ejemplos descritos de la historia de Israel.
En lo que a la vida social y política se refiere, no cabe la menor duda de que
su orientación es tradicional, aunque en la historiografía más de una vez haya
sido calificado de liberal.69 Pero habrá que distinguir entre sus ideas respecto al
orden económico y sus conceptos sobre el orden social y político. Tal vez el
hecho de que la Inquisición intentara hacerle un proceso haya cegado a la
historiografía a la hora de reconocer la fuerte influencia conservadora de este
personaje. Hablar de constitución —como lo hizo Abad y Queipo— no es
forzosamente un signo de liberalismo. Por cierto, las actas del congreso de Viena
de 1815 también hablaron de la constitución sin que esto significara
“liberalismo”. También el texto de Abad y Queipo se queda en esta ambigüedad.
Su biógrafa Lillian Estelle Fisher le calificó “as a peculiar combination of
conservativism and liberalism”.70
Para ilustrar el estado grave en el cual se encontró la población rural de
México y del Bajío, Abad y Queipo recuerda —y esto nos puede sorprender aún
más— la rebelión de los campesinos alemanes (“Bauernkrieg”) ocurrida en 1525
(p. 444) y a Martín Lutero (“el gran heresiarca”) (p. 444).71 Por cierto, Lutero
condenó aquella rebelión de los campesinos-labradores, pero para parte de los
señores alemanes la culpa la tenía el “Reformador” por haber proporcionado las
bases ideológicas en su doctrina teológica. Para Abad y Queipo estaba claro que
“Lutero [...] violó la sagrada escritura en quanto á la autoridad de la Iglesia” (p.
444). Con todo esto se nos revela que Abad y Queipo seguía las discusiones en
el seno de la Iglesia y del mundo católico, aunque desgraciadamente no nos
indicó los autores que había leído (“Así pues, todos los autores católicos
sostienen”, p. 444).
Pero llama especialmente la atención que Abad y Queipo mencionara y
atacara a Lutero, estudiante de la universidad de Erfurt. Si bien se asocian a los
insurgentes todos los males teológicos, a la vez y de acuerdo con el padrón de la
tradición eclesiástica-medieval (“luteranismo, judaismo, materialismo y otros”,
p. 107) el constante insistir en la persona de Lutero es sumamente revelador.
Igualmente llama la atención que Agustín Pomposo Fernández de San Salvador,
rector de la universidad, también se refiriera a “la heregía de Lutero” en un
texto.72 Como Abad y Queipo, este clérigo mira hacia Italia y los disturbios que
sufrió la religión de Roma en otros países católicos (p. 602).
El edicto del tribunal de la Inquisición del 13 de octubre de 1810 estableció
la equiparación de Hidalgo con Lutero y acusó al cura de Dolores: “adoptáis de
Lutero en orden a la divina eucaristía y confesión auricular”.73 Si bien esta cita
versa sobre un aspecto teológico, el texto termina con una referencia al
reformador alemán que critica las consecuencias morales y políticas de su
doctrina. El edicto inquisitorial dirigido a Hidalgo concluye:

[...] pues todas [las maniobras] se dirigen a derrocar el trono y el altar, de lo


que no deja duda la errada creencia de que estáis denunciando y la triste
experiencia de vuestros crueles procedimientos, muy iguales, así como la
doctrina, a los del pérfido Lutero en Alemania” (p. 401).

El incriminado Miguel Hidalgo, a su vez, se defendió negando la


comparación con Lutero: “Se me imputa también el haber negado la autenticidad
de los Sagrados Libros, y se me acusa de seguir los perversos dogmas de Lutero.
Si Lutero deduce sus errores de los libros que cree inspirados por Dios ¿cómo el
que niega esta inspiración, sostendrá los suyos, deducidos de los mismos libros
que tiene por fabulosos?”.74 Fue el profesor de Wittenberg quien abrió la caja de
Pandora al insistir en la conciencia individual, y por consiguiente en la libertad
del individuo; por lo tanto, se deploraron en México en el año de 1811 “las
herejías y la desfrenada libertad de conciencia”75 que derivaban en cierto sentido
de su propuesta reformista del siglo XVI.
En el año de 1812, el clérigo Juan Bautista Díaz Calvillo publicó sus
reflexiones sobre los años pasados desde 1808 hasta 1812.76 Al hablar de la
rebelión de Hidalgo, el autor caracteriza al cura de Dolores como “poseído del
abominable vicio de luxuria”, lo cual constituyó una de las críticas del temprano
conservadurismo que vio el mundo tradicional amenazado por un nuevo orden
económico que rompería los esquemas tradicionales y —hay que precisar
respecto a la Iglesia— llevaría a la descatolización. Por cierto, el propio Miguel
Hidalgo infesta contra los españoles también con argumentos que delatan la
veneración por el lucro: “Ellos no son cátolicos sino por política: Su Dios es el
dinero”, así como “El móvil de todas estas fatigas no es sino su sórdida
avaricia”; una crítica que puede sonar a los viejos tópicos, pero que con los
cambios de la segunda mitad del siglo XVIII recobró matices de una postura
semejante al primer conservadurismo.77 Díaz Calvillo resalta además el hecho de
que Hidalgo fuera acusado de “luteranismo, judaismo, materialismo y otras
cosas”. Que el luteranismo se mencione junto con la filosofía “materialista”, así
como otras doctrinas religiosas, nos demuestra que se mezcló lo político con lo
religioso. Según Díaz Calvillo, Lutero significó uno de los momentos más
nefastos de la historia de la Iglesia (p. 213). Para el Dr. fray Luis Carrasco, quien
escribió en 1811 un prólogo al sermón publicado de Diego Manuel Bringas,
clérigo de Quéretaro, la semejanza entre Hidalgo y Lutero era innegable. En
ambos ve la misma herejía:

[...] la proclama y falsos pretextos del judayzante Hidalgo llamado por los
suyos Generalismo, por que ha repetido los graznidos del cuervo de
Alemania quando gritó allá destempladamente viva el Evangelio, y mueran
los papistas.78

Que el “cuervo de Alemania” era Lutero, de esto no cabe duda, ya que el


teólogo alemán había sido mencionado en el párrafo anterior. Fray Diego
Manuel Bringas, a su vez, también ve la amenaza de “las heregias y la
desfrenada libertad de conciencia”.79
Recordar la figura de Lutero —más que de los otros grandes disidentes:
Wyclif, Zwinglio o Calvino— evoca el momento del gran cisma de la
cristiandad. En la época revolucionaria, la Iglesia romana a ambos lados del
Atlántico contempló los inicios de esta dolorosa separación.
Una publicación española de 1793, por segunda vez editada en México en
1814, hace hincapié en estos orígenes. Al capuchino gaditano Fidel del Castillo
le angustia la amenaza revolucionaria y secularizante:

Yo entro en las Bibliotecas que contienen la historia de los siglos que se han
precedido; yo registro sus estantes, abro sus archivos [...]y yo leo, que los
Luteros, Calvinos, Wilcletos [Wyclif], Macchiavelos [...] han transmitido a tu
[Iglesia Católica] todo aquel furor, toda aquella rabia, que para hacer odiosa
la Santa Iglesia Romana, y los Sacerdotes”.80

Al fin y al cabo, defenderse contra Lutero y Napoleón significaba guardar la


religión católica en México, como los clérigos no cesaron de subrayar. Francisco
Severo Maldonado, si bien abogó por la independencia, no permitió duda en esta
verdad.81
Si bien es verdad que la Iglesia novohispana —y luego la mexicana— fue
marcada por las características de las diferentes regiones, intendencias y estados,
de sus estructuras económicas, sociales, culturales y étnicas —que, por ejemplo,
en el caso de Puebla y de Jalisco revelaban grandes diferencias82—, es de llamar
la atención que el rechazo a los procesos revolucionarios y el análisis de que el
mal revolucionario tenía sus raíces en la Reforma protestante —y en el caso
concreto en la herencia que dejó Martín Lutero— eran un sentir compartido por
el clero, independientemente de estas particularidades regionales. Según Brian
Connaughton, hay notables diferencias en los discursos de los distintos
obispados, más no es menos cierto que el aggiomamento de la Iglesia a las
exigencias y corrientes de la sociedad contemporánea tenía límites.

LA APORTACIÓN DEL CLERO AL INICIO DEL CONSERVADURISMO EN MÉXICO

Ser “luterano” era una de las acusaciones eclesiásticas más corrientes en esta
época de las “Luces” y de la transición política. Al evocar los nombres de
Rousseau, Voltaire o d’Holbach, los autores eclesiásticos advertían a partir de
1789 contra los peligros de la Ilustración y del liberalismo naciente. Pero el
panorama de los adversarios de la Ilustración no se conformó con estos
personajes. Fue Lutero, para el discurso del naciente conservadurismo católico,
uno de los personajes responsables de la “sedición”. Para el mundo católico, los
contratiempos políticos y morales de la época revolucionaria emanaron del
protestantismo y de Lutero. Con su propuesta de libertad espiritual, al fijar la
importancia de interpretar la Biblia de manera individual, Lutero abrió también
el camino para individualizar la religión. Para los católicos, el origen de la “libre
conciencia” se remontaba a la doctrina del agustino alemán. La idea del
individuo —tan cara a muchos reformadores borbónicos y a los ilustrados— se
llegó a considerar como una especie de “pecado mortal de la modernidad”.
La crítica a la “philosophie eclairée” fue muy difundida y no comenzó con la
revolución francesa, sino se hizo sentir mucho antes —a partir del auge del
reformismo ilustrado— entre muchos europeos, y a saber, entre los católicos. En
muchos países europeos algunos grupos tradicionales y sociales, particularmente
la nobleza y el clero, comenzaron a discrepar profundamente con la política
“absolutista” que iba en contra de la tradicional “sociedad civil”.83 La oposición
antirreformista se resistió al afán burocrático de “modernizarlo toda” y de querer
“controlarlo todo”. La pretensión de los burócratas reformistas a la cada vez
mayor estandarización de los sectores de la vida social y a la uniformidad fue la
crítica al absolutismo, el blanco principal contra el cual no se engendró una
ideología elaborada. En cambio, se hizo hincapié en las instituciones de la vida
social orgánicas y “naturales”, que se concibieran a la vez como singulares y
desarrolladas con base en la tradición histórica.84 Se discrepó profundamente
respecto a la importancia de la libertad individual —idea acariciada por los
ilustrados y luego por los liberales— abogando en favor de la tradición
corporativa y comunitaria. Lo que es más: se rechazaba la fe progresista tanto en
la humanidad como en el individuo y se orientaba más bien a la historia como un
masterplan para el provenir. En esta crítica a las “Luces” se ven los primeros
brotes del conservadurismo, si bien algunos autores como Kondylis remontan el
inicio del conservadurismo, aun en la fase del naciente absolutismo, al prinicipio
del siglo XVI.85
En Francia se formó un movimiento de los “anti-philosophes” desde
mediados del siglo XVIII, y también en Alemania o en la propia España, donde se
oyeron ecos en contra de las “Luces”. La formación del “partido aragonés”
alrededor del conde de Aranda —con una política moderada, pero escaso éxito
de momento— y la facción de los golillas (en torno de Campomanes y
Floridablanca) reflejan las luchas intestinas de la Corte. Hace tiempo Carlos
Corona llamó la atención al hecho de que ya bajo Carlos III algunos círculos
nobles se reunieron alrededor del futuro rey Carlos IV, quien a su vez vería
crecer la oposición bajo su hijo Fernando.86 Este último sería el centro de una
“révolte nobiliaire” igual que se produjo en la Francia prerrevolucionaria (por
ejemplo, el édit Ségur). Otro signo de oposición contra las innovaciones fue el
éxito de los frailes, como fray Diego José de Cádiz o el padre Fullana, que
lograron reunir un gran público. Estos clérigos atacaron firmemente los (nuevos)
consulados, los logros en el comercio y la economía, así como las Sociedades
Económicas de los Amigos del País.
Si nos fijamos en el intercambio de ideas y nos preguntamos por aspectos de
la intertextual idad —aspecto hasta la fecha muy pocas veces tomado en cuenta
en el análisis del discurso eclesiástico— nos encontramos con una de las
expresiones más tempranas de esta interpretación en La falsa filosofía del monje
gerónimo español Fernando de Zeballos87 (nacido en 1721) quien estableció una
relación directa entre el protestantismo y Lutero con la Ilustración y los
“filósofos” del siglo XVIII. Ya en 1773-1776 Zeballos había publicado y
términado su obra La falsa filosofía.88 Es en esta obra que encontramos la llave
para explicar la referencia a la guerra de los campesinos alemanes en 1323
evocada por Abad y Quei-po. Zeballos cita ampliamente este ejemplo histórico
para advertir los desórdenes originados por la “irreligión”.89 Muchas
publicaciones eclesiásticas que circulaban en México en esa época hablaban de
la “falsa filosofía”, lo que demuestra que el clero mexicano estaba bien
informado de los debates europeos, sirviéndose de éstos y empleándolos para las
específicas realidades novohispanas.90
Si seguimos el aspecto de intertextualidad se da otro fenómeno revelatorio.
Muchos de los argumentos desplegados en textos mexicanos recuerdan los
escritos que después de la revolución francesa fueron publicados por el tradi-
cionalista francés Joseph de Maistre (1753-1821). Si bien varios argumentos ya
se habían formado en la época de la antiilustración y sintonizan con la crítica a la
secularización en México, el conservadurismo católico europeo encontró su
primer gran teórico y propagandista en este autor. Para De Maistre era evidente:

[...] depuis l’époque de la réformation, il existe en Europe un esprit


d’insurrection qui lutte d’une manière tantôt publique, tantôt secrète, mais
toujours réelle, contre toutes les souverainetés et surtout contre les
monarchies.91

Para este francés católico y defensor del Papado estaba claro que “Le grand
ennemi de l’Europe, [...] le père de l’anarchie, le dissolvant universel, c’est le
protestantisme” (p. 64). Esta religión llevó consigo una consecuencia política:

Qu’est-ce que le protestantisme? C’est l’insurrection de la raison individuelle


contre la raison générale. [...] De là ce caractère terrible que le protestantisme
déploya dès son berceau: il est né rebelle, et l’insurrection est son état
habituel (p. 64 y 66).

De Maistre condenó enérgicamente todo este movimiento: “Son nom même


est un crime, parce qu il proteste contre tout” (p. 67). Al explicar los orígenes de
la revolución francesa no cabe la menor duda: el teórico francés lo explica con
los mismos argumentos ya desarrollados en los textos mexicanos: “La
Révolution Française ne fut qu’une suite directe, une conclusión visible et
inévitable des principes posés dans le seizième et dans le dix-huitième siècles.”92
Si la Reforma protestante era el inicio del “mal moderno”, Lutero era el padre de
esta desdicha. En su obra “Du Pape”, De Maistre llama a Lutero: “le chef des
réformateurs”.93 Escuetamente constata el protagonismo del alemán: “Luther
paraît, Calvin le suit.”94 Si bien De Maistre publicó su obra bastantes años más
tarde, en los círculos católicos sus visiones del orden social tradicional se
conocieron ya en los tiempos de Napoleón. Por cierto, De Maistre tenía vínculos
familiares y profesionales en Torino, que fue luego centro de los refugiados de la
revolución francesa.
Este intercambio de ideas a través del Atlántico deja todavía muchas
interrogantes sobre los flujos de información. Aparte de los movimientos
migratorios de miembros de la Iglesia y del comercio de libros, cabe pensar en la
reimpresión de folletos españoles que se habían editado en la península ibérica
en la época de las guerras revolucionarias. No se pretende aquí sugerir una vía
única de intercambio de Europa con América, pero cabe hacer hincapié en el
flujo de información entre los dos continentes. De todos modos queda
demostrado que en la época de las revoluciones atlánticas no sólo se
intercambiaron las ideas del liberalismo y del constitucionalismo, sino que los
grupos de corte tradicionalista también transmitieron sus nociones frente al
continuo cambio político y filosófico. No sólo se trataba de las nuevas ideas
sobre la soberanía del pueblo, como dijo Castillejos, sino hay constancia de la
resistencia a los innovadores conceptos de orden político-social.
Pero en este discurso católico había además un rasgo específicamente
americano y mexicano. La identidad católica de la América hispana fue un
hecho hasta la fecha indisputable. Se produjo desde el principio de la
colonización, en el mismísimo momento en que en Alemania se iniciaba la
reforma luterana. Muy pronto surgieron en los años veinte del siglo XVI voces
que hicieron hincapié en aquel movimiento paralelo, entre la pérdida de terreno
para el catolicismo y Roma en Europa y la conquista de nuevas tierras de
evangelización en América. De acuerdo con esta interpretación los dos
protagonistas principales —Hernán Cortés y Martín Lutero— supuestamente
habían nacido en el mismo año de 1483.95 Autores como fray Bernardino de
Sahagún o Juan Solórzano y Pereira se hicieron eco de la idea de una América
plenamente católica. Además la obra evangelizadora de España había servido
para justificar su presencia en el Nuevo Mundo, hasta que fray Servando Teresa
de Mier insistió en el carácter autóctono del catolicismo de México,
independiente de España y directamente ligado al apóstol santo Tomás.
Desde los inicios de la evangelización, los misioneros y luego el clero
secular concibieron a América como baluarte del catolicismo. Esta idea muy
popular dentro del clero en México persistió hasta el siglo XVIII y vivió un nuevo
auge en la época revolucionaria. En 1749 el jesuita Francisco Javier Carranza
había predicho que llegaría el momento en el que el papa buscaría refugio en el
Nuevo Mundo y especialmente en México. No asombra que el lugar idóneo para
establecer la sede apostólica fuera —según este canónigo— el cerro de Tepeyac,
con su devoción mariana de la virgen de Guadalupe. En la era de las
revoluciones atlánticas, José Mariano Beristáin se pronunció en el mismo
sentido: México y la América hispánica constituyen el baluarte contra la
secularización y la Europa afligida de herejes.96 Que en Europa dominaba “el
veneno de la heregía” era parte esencial de este escenario y análisis.97 La
América católica frenaría las acciones de ingleses y franceses.98 Para mantener
un “balance of power” religioso en el mundo hacía falta el peso católico de
América en contra de una Europa descristianizada.99
Al haberse firmado el Tratado de Córdoba y una vez declarada la
independencia y garantizada la religión católica, un miembro anónimo del clero
se prestó a saludar este hecho como acto de Dios:

No basta esto solo: dispon que se congreguen nuestros obispos, prelados y


sabios eclesiásticos para que en la cierta confianza de que el Gobierno los ha
de sostener, y de que los dóciles Americanos los han de obedecer,
establezcan los cánones oportunos á conservar tu Santa Religión de tantas
maneras amenazada y combatida en el presente tiempo por la impiedad y la
heregia”.100

La identidad del clero mexicano fiie claramente definida y la crisis de


transformaciones políticas no hizo sino reforzar este carácter: para hacer frente a
estos cambios había que guardar los valores tradicionales católicos. En suma, se
podrá resumir que el conservadurismo incipiente, propagado y formulado por el
clero en México tuvo como objetivo principal garantizar el orden social, la
jerarquía y las costumbres. La palabra “orden” es la que más resuena en los
textos escritos por el clero. No interesan tanto estructuras y problemas políticos
(temas constitucionales, etc.) ni las cuestiones económicas. Estos objetivos
discutidos en México concuerdan con el conversadurismo de “ordo” de los
franceses, italianos o alemanes católicos, pero tienen orientaciones distintas al
conservadurismo inglés de filiación burkeiana, que sí hizo hincapié en las
tradiciones, aunque subrayaba además los valores de la sociedad de propietarios,
noción económica e individualista que no armonizó con las aspiraciones del
clero mexicano arraigado en la tradición corporativista y comunitaria.101
Asimismo, las diferentes culturas religiosas entre el mundo hispanohablante o
latino y el mundo anglosajón contribuyeron a distanciar el conservadurismo de
los países latinos en relación con los países germanos. Llama la atención que en
ningún escrito eclesiástico respecto a la insurreción se mencionara la
Consolidación de los Vales, que normalmente se cita como uno de los factores
primordiales del fuerte desencanto del clero con la monarquía. Parece que los
aspectos económicos tuvieron menos importancia en el momento de la crisis
política, cerrándose las filas entre Iglesia y Estado. En resumidas cuentas tiene
que constatarse que el conservadurismo à la De Maistre y el tradicionalismo
francés forman una corriente antimoderna muy intransigente que no es
representativa para todos los partidarios de posiciones conservadoras.

LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA IGLESIA

Actitud protoconservadora y opinión pública: ¿cuál fue la relación entre ambas?


¿Había una lucha por ganar la opinión pública? ¿Intentó la Iglesia difundir sus
ideas a un público amplio y tomó parte en la construcción del espacio público?
El tema del espacio público en tiempos de la independencia y los siglos XIX y XX
constituye un tema de investigación reciente, pero en la búsqueda de la
formación de la “sociedad civil” —o por lo menos de una especie de embrión de
ésta— predomina el interés por los actores “laicos”. Efectivamente se iban
estableciendo nuevas formas de sociabilidad y de expresiones de opinión que —
a la vez— llevarían o deberían llevar a una nueva constitución de lo público; si
bien partes de la élite a través de sociedades secretas o logias masónicas parecen
haber sido contrarios a la ampliación del espacio público.102
Entre los medios de comunicación de los cuales se sirvió el clero se contaba
en primerísimo lugar el sermón. Para citar un ejemplo: cuando se difundió en
México la noticia de que la constitución gaditana se había revocado, la reacción
del clero fue unánime; pocos días después el cabildo catedralicio celebró la
abolición. Fue desde el púlpito que el doctor Mariano Beristáin anunció el fin de
la época constitucional tanto en España como en la Nueva España. Lo mismo
pasó con la noticia de la insurrección de Iturbide, cuando el arzobispo de México
envió cartas pastorales.103 Este ejemplo es llamativo para comprender la noción
del espacio público concebido por la Iglesia.
Pero además muchos de los edictos y bandos contra los insurgentes se
publicaron y luego fueron colocados en la puerta de los templos. Así el público
podía ponerse al tanto —por la lectura en voz alta por algún capacitado— de las
novedades y de la postura de la Iglesia. No era la intención de la Iglesia crear
una “opinión pública”, sino anunciar las “verdades”. Ahí tenemos un concepto
de “público” que no debemos confundir con la “opinión pública” ya que la vía
de comunicación era más bien unilateral en el sentido del término habermasiano
de un “público representativo”. Esto se puede observar cuando el arzobispo-
virrey Lizana exhorta a sus feligreses. Ya el título de la publicación nos revela el
tipo de sociedad y espacio público al cual apuntaba la Iglesia: “Exhortación
pastoral” se titula un llamamiento del obispo de Oaxaca que rechaza la idea de la
independencia en 1810.104 La palabra “exhortar” se pone en muchos títulos de
los mensajes que el clero emite al público.
No menos llamativo fue el proceder del virrey Calleja después del manifiesto
de los Persas, revocando la Constitución. Él se sirvió del intercambio de cartas
entre las autoridades, aunque tuvo el gusto de comunicar al cabildo
constitucional que éste ya no tenía derecho de existir. De la misma manera
prosiguió también la Audiencia.105 El intercambio de misivas no sólo era un acto
formal y por lo tanto significativo; refleja la manera en que se trataban las
autoridades tradicionales. Fabricar medallas conmemorativas era un medio de
comunicación tan tradicional que ya había sido utilizado en la Roma antigua.
Pero si la Iglesia no quería perder terreno e influencia, forzosamente tenía
que hacer frente a las nuevas ideas recurriendo a la imprenta. Como lo
demuestran las citaciones de proclamaciones, sermones publicados y bandos
públicos, el mundo eclesiástico participó activamente en esta lucha por
conquistar la opinión pública, ya que los textos se llevaron a la imprenta. Del
discurso de Augustín Pomposo Fernández de San Salvador se imprimieron 30
000 (¡!) ejemplares; cifra elevadísima en aquella época.106
Uno de los pocos ejemplos con información concreta respecto a la
distribución de los folletos se encuentra en el anexo de una publicación impresa
en Puebla en 1814. Por lo visto el texto fue redactado y publicado por primera
vez en Cádiz en 1793. Cruzó el Atlántico y vio su segunda edición en Puebla. Lo
que es más, el anexo nos informa sobre los costos y los suscriptores de este
folleto. Del pequeño cuaderno se imprimieron 500 ejemplares; una tirada
corriente para la época. Los costos para estos ocho pliegos y medio de papel, la
imprenta así como la encuadernación se cifraba en 68, 127.4 y 10 pesos, en total
213 pesos [sic]. A su vez un ejemplar se vendió en seis reales. 30 ejemplares se
habían regalado y otros 270 fueron puestos a la venta. Lo que llama la atención
es una breve lista de los suscriptores: se trataba de curas. Sus nombres son tan
insignificantes como las parroquias en las cuales hacían su servicio: Mariano
Peláez, cura de Atlamaxaltzinco [sic]; Mariano Pastrana, cura de Izúcar (este
lugar, por cierto, escenario de batallas); Juan Herros, cura de Nativitas; Antonio
Callejo, cura de Alxoxuca, e Ignacio Corranco, cura de Amozoc. Esta pequeña
lista demuestra la difusión que pudieron alcanzar las publicaciones llegando a
sitios incluso un tanto remotos.
La Iglesia se vio en una posición ambigua: apelar a las masas por medio de
la imprenta pero sin querer instigarlas. Así siempre se advirtió en contra de los
abusos de esta “santa y apreciabilísima libertad de imprenta”.107 El sector
religioso pensaba que el nuevo espíritu y las nuevas sociabilidades no podían
sino encontrar el repudio de la gente decente. Los que criticaban la política:
“pasan muy bien en las cortes, y pueblos populosos rodando de café en café, y
de fonda en fonda, tirando tajos y reveses sobre asuntos de gobierno”. Los curas,
en cambio, trabajaban por el pueblo y se preocupaban de los verdaderos
problemas de la gente.108

A MODO DE CONCLUSIÓN: LA APORTACIÓN DEL CLERO MEXICANO AL TEMPRANO


CONSERVADURISMO

En el momento de crisis provocada por las guerras revolucionarias, el clero en


México intensificó el debate sobre su posición frente al cambio, a la vez político
y cultural. Ésta se definió ante todo por la fe católica que se había visto arraigada
en la Nueva España ya desde los inicios de la colonización. Si bien al principio
algunos miembros del clero participaron activamente en la independencia, en
todo el periodo de transformaciones, la mayoría se fue replegando en la tradición
y en la catolicidad. Parece que los cambios de posición política son propios a
todos los procesos revolucionarios como 1789, 1821 o 1989, cuando de repente
se crean alianzas y coaliciones poco verosímiles antes de comenzar la rápida
transformación política. No sorprende que algunos miembros de la Iglesia
católica tomaran el camino del protoliberalismo, cuando otros siguieron una vía
tradicionalista. Unos más dudaron sobre qué camino emprender, como el
cánonigo oaxaqueño San Martín quien cambió varias veces de bando político.109
Cabe resaltar que tanto Hidalgo como Morelos se declararon defensores de la fe
católica y la constitución de Apatzingán afirmó la religión católica como religión
exclusiva. Para la abrumadora mayoría del clero —recordémos que tan sólo diez
por ciento como máximo siguió la causa insurgente— lo esencial de la
construcción de la identidad eclesiástica consistió en salvaguardar el carácter
católico al conservar estructuras de jerarquía social.
Eric van Young ha asegurado: “On the loyalist side of the struggle [de la
independencia] the general level of church talent was more modest (or at least
more reticent) and the development of promonarchist ideology and propagnada
more firmly in the hands of secular writers and politicians.”110 Los ejemplos
referidos nos invitan a otra interpretación. El clero en su gran mayoría —tanto la
baja como la alta jerarquía— acarició un proyecto político, que durante mucho
tiempo sintonizó fuertemente con la idea de la monarquía y con la Corona
española. Lo que es más: los clérigos se hicieron eco del incipiente
conservadurismo dando al debate político en México intenso fundamento
ideológico. En todo caso, el deseo de la independencia política de España no era
incompatible con el pensamiento conservador.
Hasta la fecha la abrumadura mayoría de los autores hacen hincapié en que
el conservadurismo no surgió en México sino en los años treinta del siglo XIX, y
tuvo su destape a partir de 1849 cuando Lucas Alamán fundó el partido
conservador.111 No va de sí mismo que en la obra de Alfonso Noriega se insiste
en Burke, cuyo conservadurismo protestante fue muy particular y contenía no
tantas similitudes con el mundo hispano y con las inquietudes del clero
mexicano como con el pensamiento conservador de la Europa continental. La
crítica protoconservadora del mundo católico a la Ilustración y la revolución
francesa pasó prácticamente desapercibida para Noriega.112 A su vez, muchos
comentarios sobre el temprano conservadurismo se articularon desde la
perspectiva del liberalismo.113 Will Fowler nos ha indicado la interpretación y
discusión de Burke en México para los años de 1834-1833.114 Pero esto sería una
lectura muy tardía de este autor británico que publicó su texto en 1790.115 De
hecho, el periódico de orientación conservadora, El Sol, celebró al comienzo del
1824 tanto la libertad y la independencia como advirtió contra los excesos
revolucionarios basándose en Edmund Burke.116 Pero hay además un dato
bibliográfico que debería llamar nuestra atención: ¡la primera edición en
castellano de Burke se imprimió en México en el año de 1826!117 Lo mismo vale
para el tradicionalista francés Joseph de Maistre. Según David Brading y
Conrado Hernández López, no se discutió este tipo de conservadurismo sino a
mediados del siglo XIX.118 Pero en contra de esta observación hay que señalar —
aparte de la similitud de opiniones en las citaciones mencionadas en este texto—
una relativamente temprana presencia inmediata de De Maistre y de sus escritos
en México: Una de sus pocas publicaciones en castellano se tradujo y se editó en
México con el título “El principio regenerado de toda sociedad” en 1835. Llama
la atención que de hecho la lectura de los textos escritos por el clero mexicano
nos revela que sus ideas fueron conocidas desde muy temprano.119 Claro está que
el conservadurismo tardó en formarse en México hasta los años treinta del siglo
XIX, y que había una diferencia entre el conservadurismo preconizado por
círculos eclesiásticos y próximos a la Iglesia —especialmente la posición
intransigente del tradicionalismo francés— y aquel conservadurismo propagado
por los políticos y los partidos en formación con sus compromisos,120 lo cual
tiene su paralelismo temporal en el desarrollo y en cierto eclecticismo de esta
corriente política en Europa.
Al darse cuenta de que la monarquía española no podía garantizar el
programa conservador, los clérigos —salvo ejemplos de la alta jerarquía o los de
descendencia española— cambiaron de lealtad hacia el nuevo Imperio mexicano.
Existió entonces este rasgo de “ultramontanismo” tan resentido en la historia de
muchos países europeos del siglo XIX; rasgo que hay que resaltar también en la
Iglesia mexicana, pero que para la época de la independencia se ha infravalorado
un tanto en la historiografía. Y luego, en el momento de verse defraudado en sus
esperanzas políticas, a partir de 1823, en la nueva república mexicana, el clero
matizó de nuevo su lealtad. No faltaron quienes intentaron sintonizar a la Iglesia
con la sociedad y las nuevas exigencias buscando compromisos. Así el
conservadurismo de la Iglesia fue desarrollado por otros hacia un
conservadurismo político. Pero respecto a la Iglesia —y para repetir la palabra
estratégica— el “aggiomamento” tenía su límite. En el fondo, la mayoría del
clero guardó su posición escéptica frente a las posiciones liberales y a un mundo
en vía hacia la secularización, siguiendo fiel a una posición ya anteriormente
propugnada. En el naciente conservadurismo mexicano, preparado en cierta
medida por la tendencia jansenista y la fase preparatoria del
protoconservadurismo a fines del siglo XVIII, encontramos la explicación a la
postura de la Iglesia mexicana hacia la nueva república. La gran contienda que
tanto ha impregnado la política mexicana del siglo XIX tiene ahí sus orígenes.121

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Notas al pie
1
PALMER, 1962-64; GODECHOT, 1967; LISS, 1983.
2
GUERRA, 1997; RODRÍGUEZ O., 1994.
3
PIETSCHMANN, 1992, pp. 31-32 y 56, cita p. 61; PIETSCHMANN, 2003, p. 52.
4
SCHMIDT, 1988; VON WOBESER, 2003. Para el transfondo español, SCHMIDT,
1990.
5
PEREZ MEMEM, 1977; CARDOZO GALUÉ, 1973; BRADING, 1994, esp. pp. 173-
191; MAZIN GÓMEZ, 1987; MAZIN GÓMEZ, 1996; IBARRA, 1996, así como
TAYLOR, 1993 y TAYLOR, 1996.
6
VAN YOUNG, 2001, esp. pp. 201-223.
7
TORRE VILLAR, 1991. Para el control de la vida intelectual, GREENLEAF,
1966.
8
STOETZER, 1966.
9
BRADING, 1992, pp. 203, 215; MORALES, 1975, pp. 24, 41; HERREJÓN
PEREDO, 1990, aquí pp. 109 y 128.
10
BRADING, 1994, pp. 228ss; VAN YOUNG, 2001, p. 202.
11
HAMNETT, 1992, p. 184; TAYLOR, 1995; GÓMEZ y ESCAMILLA, 1999, p. 74.
12
GÓMEZ ÁLVAREZ, 1997, pp. 117-119.
13
VALJAVEC, 1978; KONDYLIS 1986; McMAHON, 2001; HERRERO 1994.
14
FARRISS, 1968.
15
MARTÍ, 1989; CASTAÑEDA, 1990; BAUDOT y AGUEDA MÉNDEZ, 1990;
ALBERRO, HERNÁNDEZ CHÁVEZ y TRABULSE, 1991.
16
ANNA, 1987, pp. 65-73.
17
GÓMEZ ÁLVAREZ, 1997, p. 65.
18
TORRE VILLAR, 1965; HAMILL, 1966; HERREJÓN PEREDO, 1984. ARCHER,
1993.
19
SCHMITT, 1954.
20
FARRISS, 1968, p. 198. VAN YOUNG, 2001, pp. 212-223.
21
Bravo Ugarte, 1941-1951. Asimismo, Taylor, 1996, pp. 454s.
22
VAN YOUNG, 2001, p. 266.
23
FISHER, 1955, p. 50.
24
ANNA, 1987, p. 146.
25
TAYLOR, 1996, PP. 457-461. TAYLOR, 1995, p. 110.
26
CONNAUGHTON, 1992.
27
ANNA, 1987, pp. 146-149.
28
VASCONCELOS, 1816.
29
ANNA, 1987, p. 154.
30
HAMNEIT, 1978, pp. 235s., 241-243.
31
BREEDLOVE, 1966.
32
OCAMPO, 1969, pp. 230-246.
33
MORALES, 1975, pp. 86-90.
34
MALAGÓN BARCELÓ, 1970; CARDOZO GALUÉ, 1973, pp. 7ss.
35
CONZALBO AIZPURU, 1985, pp. 10ss.; se habla del “racionalismo crítico
ilustrado” (p. 25) del clero mexicano.
36
ABAD Y QUEIPO, 1976.
37
MORALES, 1975, P. 51; BRADING, 1992, p. 206.
38
SCHMITT, 1959; ZAHINO PEÑAFORT, 1996.
39
SAUGNIEUX, 1975. Además de los estudios de Saugnieux, veáse APPOLIS,
1966. Pocas sop las referencias a este movimiento eclesiástico, cf. BRADING,
1994, pp. 12 y 228.
40
DELUMEAU, 1992, pp. 165-201. De manera tentativa hay que mencionar
por ejemplo GÓNGORA, 1957.
41
SAUGNIEUX, 1976. Falta, no obstante, un análisis de los sermones, tal como
lo emprendió el historiador alemán Groethuysen (véase infra nota 49).
42
COGNET, 1991; HOGAN, 1995.
43
COTTRET, 1998, p. 231; MAIRE, 1998.
44
Joël Saugnieux lo expresa en estos términos: “Il s’agit là d’une tendance
née vers la fin du XVIIc siècle qui traverse tout le XVIIIc siècle et qui se retrouve
un peu partout, en Italie, en France et en Espagne. Elle regroupe des hommes
soucieux de réformes et d’innovations, mais plus soucieux encore de ne pas
sortir du sein de l’Eglise”, SAUGNIEUX, 1975, p. 88. Pero hace hincapié en las
tendencias contradictorias. Cf. esp. COTTRET, 1998, pp. 11-17.
45
DOYLE, 2000, p. 73; SAUGNIEUX, 1975, pp. 36-38 y las respectivas notas,
revela esta interpretación erronea en un libro tan influyente para la historia del
mundo hispánico como lo era el de HERR, 1964, p. 8. Además Herr equipara el
regalismo con el jansenismo, ibidem, p. 22. Lo mismo se encuentra en SARRAILH,
1954, pp. 613-614, obra no menos influyente en la historia de la historiografía de
esta temática.
46
En el sentido de Ilustración: BRADING, 1992, p. 203 refiérendose a Abad y
Queipo y su relación con la cuestión de la constitución. En general, por ejemplo
sobre la posición ambigua del muchas veces citado Abbé Gregoire, COTTRET,
1998, pp. 211-214, 228-230.
47
MAZÍN GÓMEZ, 1996, PP. 370-375. CASTAÑEDA DELGADO, 1987, pp. 79-
100.
48
En el sentido de equiparar jansenismo e ilustración, cf BRADING, 1992, pp.
206-207; CARDOZO GALUÉ, 1973, pp. 7ss. En tomo a este concepto, veáse
también PLONGERON, 1979, pp. 11-56. Un tanto más cauteloso respecto al
carácter “ilustrado” de los clérigos en México: GÓMEZ y ESCAMILLA, 1999, p. 62.
49
GROETHUYSEN, 1981. Cf los ejemplos de anticlericalismo en VAN YOUNG,
2001, pp. 227-230. En este contexto cabe señalar un dato interesante que nos
puede advertir procesos secularizadores: la cantidad de hipotecas y dinero
invertido en favor de la Iglesia fue disminuyendo en Guadalajara en la segunda
mitad del siglo XVIII, cf GREENOW, 1983, p. 35.
50
VÉLEZ, 1813 y 1814 [Biblioteca Nacional de México, Colección La
Fragua].
51
A no ser que se indique otro fondo, los folletos discutidos en adelante
fueron consultados en los fondos del Centro de Estudios de Historia de México,
Condumex.
52
DÍAZ CALVILLO, 1811.
53
SAN MIGUEL, 1793. Veáse al respecto: HERREJÓN PEREDO, 1990, pp. 111s.
54
Queda la duda de en qué sentido se utiliza aquí el término de societas
civilis, que fue uno de los lemas de los conservadores al describir la armonía
política, cf. nota 85.
55
Para la reconstrucción del discurso según las actas de la Inquisición:
TERESA DE MIER, 1794.
56
CALVO DURÁN, 1812.
57
BRINCAS, 1812.
58
BERISTÁIN, 1809; BERISTÁIN, 1811.
59
MORALES, 1975, pp. 83s.
60
BERISTÁIN, 1809a, p. 10.
61
LIZANA Y BEAUMONT, 1810.
62
CRUZ RUIZ DE CAVAÑAS, 1810, p. 410.
63
Citado según BRADING, 1992, P. 206. LUNA, 2002.
64
ABAD Y QUEIPO, 1810, pp. 390s.
65
DÍAZ CALVILLO, 1812, P. 169.
66
M.P. Fr. Josef del SALVADOR: Sermón de la primera dominica de adviento,
precado al rey nuestro señor en su capilla el día 27 de noviembre de este 1814,
pp. 13 y 21.
67
LEMPÉRIÈRE, 1998, p. 53; LEMPÉRIÈRE, 1999.
68
Carta pastoral del ilustrísimo obispo electo gobernador del obispado de
Michoacán. 1812, en: Hernández y Dávalos: Colección de Documentos, México
1880, tomo IV, pp. 439-485, p. 441.
69
“Liberal prelate” se llama el capítulo de BRADING, 1994, tratando de Abad
y Queipo, pp. 228ss.
70
FISHER, 1955, p. 1.
71
Para la imagen de Martín Lutero que queda sin estudiar en la Nueva
España y México, véase: MAYER, 2004. No se prestó la debida atención a la
Figura del “Reformator” en las historias generales como por ejemplo BASTIAN,
1994.
72
FERNÁNDEZ DE SAN SALVADOR, 1812, p. 597.
73
Edicto del tribunal de la Inquisición, en el cual citó al sr. Hidalgo para que
compareciera a responder a los cargos que se le hacían, y excomulgó a todos los
insurgentes. 13 de octubre 1810, en: Genaro García (ed.), El clero de México,
pp. 399-401, p. 399.
74
HIDALGO Y COSTILLA, p. 402.
75
BRINGAS, 1811. Prólogo del dr. Fray Luis Carrasco, p. 31.
76
DÍAZ CALVILLO, 1812.
77
HIDALGO Y COSTILLA, 1810, p. 403.
78
BRINGAS, 1811, sin página.
79
BRINGAS, 1811, p. 31. También se ve como problema de “la desenfrenada
libertad” en el escrito de ZAPATA, 1814.
80
CASTILLO, 1814, p. 49.
81
Véase la selección de textos de este autor publicados en ROVIRA, 1998,
tomo I, pp. 192-211.
82
En este sentido hay que remitir a las observaciones de CONNAUGHTON,
2001, así como a otros estudios en aquel tomo.
83
VALJAVEC, 1978, así como nota 85.
84
Esta crítica fue general a todos los sectores sociales, y también se refleja en
las reformas de los sistemas jurídicos, cf. TAU ANZOÁTEGUI, 1992, esp. p. 191.
85
Veáse además los títulos de la nota 13. Para Kondylis la sociedad civil de
la Edad Media y comienzos del siglo consistía en el equilibrio político-jurídico
entre los estamentos, a saber el rey y la nobleza. El creciente absolutismo (por
cierto, término y concepto muy discutido entre tanto en la historiografía europea)
y la filosofía de la soberanía según Bodin fueron los elementos que rompieron
este ideal y consenso, fortaleciendo la lucha de la nobleza en contra de esta
tendencia centralizadora afín de preservar la antigua societas civilis, contienda
en la cual Kondylis ve el inicio temprano del conservadurismo. Cf. KONDYLIS,
1986, esp. pp. 65ss. No se puede entrar aquí en un debate específico, pero resta
la objeción de que si bien había una lucha política entre nobleza y monarquía, la
posición social de la nobleza no se discutía como tal. Este cuestionamiento de la
posición de la nobleza no se dio sino con el reformismo del siglo XVIII, donde a
mi modo de ver, se alcanzó un nivel cualitativo totalmente diferente a todos los
ideales sociales anteriores. Además Kondylis sólo se fija en la nobleza, no
prestando la debida atención al papel del clero, como sería el caso en la Nueva
España.
86
CORONA, 1957.
87
Respecto a este personaje (“Ceballos” o “Zeballos”, aun en las fuentes
“Cevallos” o “Zevallos”), veáse la voz “Ceballos, Fernando de OHS”,
Diccionario de Historia Eclesiásticas de España. Dir. por Quintín Aldea
Vaquero/Tomás Marín Martínez/José Vives Gatell. 4 tomos. Madrid 1972, tomo
I, pp. 395s.
88
ZEBALLOS, 1773-76. [Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado]
Cf. HERRERO, 1994, pp. 91-104; no se menciona ese debate en AYMES 1991.
89
ZEBALLOS, 1773-76, tomo V, 1775, pp. 54-69.
90
BARCENA 1808, p. 11 (“la falsa y seductora filosofía”). FERNÁNDEZ DE SAN
SALVADOR, 1812, p. 598 menciona tanto a “Sr. Zeballos” como a “la falsa
filosofía”, p. 598. Así como SAN MIGUEL, 1793. cf. también HERREJÓN PEREDO,
1991.
91
MAISTRE, 1798, p. 64.
92
MAISTRE, 1819.
93
MAISTRE, 1821, p. 189.
94
MAISTRE, 1819, p. 529.
95
REYNOLDS, 1959 y 1962.
96
BERISTÁIN DE SOUZA, 1947, pp. 52-53.
97
SALVADOR, 1815, p. 8.
98
BRINGAS, 1812, pp. 31 y 35.
99
Ibidem, p. 35. ANÓNIMO, 1821, p. 5.
100
Acción de gracias e invocación, p. 5.
101
Remito al sugerente artículo de LOTTES, 1988, pp. 609-630.
102
Veáse al respecto GUEDEA, 1992.
103
ANNA, 1987, P. 149. MORALES, 1975, p. 89.
104
RUIZ CABAÑAS, 1810.
105
ANNA, 1987, PP. 150s.
106
FERNÁNDEZ DE SAN SALVADOR, 1812, pp. 628-630; el precio del ejemplar
en venta era de 3 1/2 reales.
107
ANÓNIMO, 1820. La misma reticencia en VENEGAS, 1811.
108
F.R. [[sic!] Papel segundo contra el que se dice amante de la Constitución.
México 1820, p. 5.
109
GÓMEZ ÁLVAREZ e IBARRA, 1995.
110
VAN YOUNG, 2001, p. 201.
111
Hay que recordar en este contexto como uno de los estudios “pilotos”, el
de CHEVALIER, 1964. FOWLER/MORALES 1999.
112
NORIEGA, 1993. Noriega tomo II, pp. 273ss, cita al historiador VALJAVEC,
1954, sin seguir sus sugerencias respecto al mundo católico y desarrollar una
perspectiva comparativa. Si bien el título del libro de Romero/Romero 1986 reza
ser una obra sobre el conservadurismo a partir de 1815, la obra no toca la
problemática tratada aquí y se concentra más bien en los debates a partir de los
años cuarenta del siglo XIX.
113
Por ejemplo HALE, 1968, esp. pp. 11-38.
114
Un primer avance respecto a la interpretación y discusión de las ideas de
Edmund Burke, FOWLER, 1998, esp. pp. 60-66. No obstante, esto sería un debate
muy tardíamente transía-dado a México, ya que Burke ya publicó su crítica en
1790.
115
Efectivamente un elenco de las publicaciones durante la guerra de
Independencia nos indica que —de momento— no consta la edición o
traducción de estos autores entre 1808 y 1821. Compárense el elenco de
publicaciones en GARRRITZ, 1990.
116
El Sol, 1824.
117
El ejemplar que consulté en la Biblioteca Nacional de México habla en el
prólogo de una nueva edición, pero no me consta ningún dato de una publicación
mexicana antes de 1826. Véase además Nation Union Catalogue, tomo 95, Pre-
1956 Imprints. London 1970, p. 291, donde constata la imprenta Rivera como
casa editorial.
118
BRADING 1998, así como HERNÁNDEZ LÓPEZ, 2002.
119
Esta traducción se publicó por la “Imprenta de G. a cargo de Arevalo” en
la ciudad de México.
120
Cf. para las alianzas políticas de un conservadurismo de partidos políticos
en formación durante los primeros decenios del constitucionalismo mexicano, cf.
recientemente el estudio de VÁZQUEZ, 1997.
121
OLVEDA, 1999, p. 8.
SEGUNDA PARTE
COMERCIO Y FINANZAS EN EL SIGLO XIX
4. COMPETENCIA COMERCIAL EUROPEA A
TRAVÉS DEL ATLÁNTICO: EL CASO DE
MÉXICO, SIGLO XIX

WALTHER L. BERNECKER

En gran número de estudios sobre las relaciones económicas entre los estados
del Atlántico Norte (Europa/Estados Unidos) y América Latina se sugiere que
las repúblicas latinoamericanas en el momento de obtener su independencia
política fueron presas del concentrado ataque de las desarrolladas economías
europeas. Gracias a su mayor potencia industrial, los ingleses, franceses y
alemanes fueron capaces de arrollar las incipientes manufacturas
latinoamericanas.
Si bien las industrias europeas cosecharon indudablemente grandes éxitos
comerciales en América Latina, esta conquista del mercado sólo fue posible con
enormes esfuerzos. El siguiente ensayo analiza, para el caso mexicano, no tanto
la competencia entre productos europeos y latinoamericanos, sino entre las
diferentes economías europeas por conquistar el mercado de ultramar.
El primer apartado describe la situación económica en Europa a principios
del siglo XIX y resalta los argumentos comerciales esgrimidos en los países
europeos hasta el momento en que sus respectivos gobiernos decidieron
reconocer la independencia mexicana, para tener así acceso a un importante
mercado en América Latina.
El segundo apartado observa el desarrollo del comercio exterior mexicano, la
conquista de parcelas por las diferentes potencias europeas, y los avances o
retrocesos en la lucha por el mercado mexicano. Por último, el tercer apartado
analiza por qué en el comercio exterior mexicano primero dominaron los
ingleses, siempre acosados por sus competidores europeos, para después abrir
espacio a franceses y alemanes.
INTERESES COMERCIALES EUROPEOS A COMIENZOS DEL SIGLO XIX

La situación económica de los estados europeos durante las guerras napoleónicas


y en la década posterior al Congreso de Viena constituyó el motor decisivo para
establecer relaciones económicas con América Latina. Pronto se pudo apreciar
que a pesar de los principios legitimistas, las potencias de la Santa Alianza
jugaron un papel más bien pasivo frente a la emancipación latinoamericana. El
principio de legitimidad establecido en el Congreso de Viena no originó una
intervención en favor de España de las grandes potencias en el nuevo mundo. A
tal comportamiento se oponían los intereses reales de la Pentarquía, que en
Europa estaban dirigidos hacia la restauración del status quo, y frente a América
Latina adoptaban una política de no intervención. Los intereses económicos en
ultramar exigían la abolición de las restricciones económicas en el comercio con
las colonias españolas. Este aspecto era vital para todos los estados, en especial
para Gran Bretaña.1 La estructura comercial y financiera de los estados europeos
amenazaba con derrumbarse al acabar las guerras napoleónicas. La demanda
continental decayó, la economía sufrió una profunda depresión posbélica, el
comercio algodonero languidecía, las regiones industriales cercanas a
Manchester atravesaban una profunda crisis,2 que trajo consigo disturbios
sociales y reivindicaciones. Para superar este estancamiento, la industria
británica necesitaba conquistar nuevos mercados a quienes vender su exceso de
producción. A partir de 1820 se produjo un auge del comercio británico que
marcó el comienzo de una larga etapa de expansión.3
Los responsables de la política exterior inglesa habían definido ya, mucho
antes de la independencia de las colonias españolas, las metas que Gran Bretaña
habría de perseguir en América Latina. En un memorándum4 del Foreign Office
del año 1806 podía leerse ya la formulación clásica de lo que más tarde ciertos
historiadores denominarían imperialismo “informal” o “comercial”. En el
memorándum se rechazaba la conquista directa o la ocupación temporal de
países latinoamericanos; el documento esbozaba un proyecto visionario cuyas
máximas servirían de orientación a los políticos ingleses durante casi todo el
siglo XIX. Contenía ideas básicas de la división internacional del trabajo entre
proveedores de materias primas y productores manufactureros, resaltaba las
ventajas de una relación directa (sin mediación de Estados Unidos), insistía en la
importancia estratégica de un comercio que independizaría a Inglaterra del
mercado europeo, y pronosticaba que el comercio con América Latina podría
aun multiplicarse por diez. Las consecuencias políticas de tales reflexiones
estaban claras: o bien eran abolidas todas las restricciones que obstaculizasen el
comercio con las colonias españolas (política que no podía esperarse de España),
o bien éstas declaraban su independencia. Tales reflexiones económicas servirían
de guía a la política exterior británica frente a América Latina. Durante todo el
siglo XIX los intereses económicos constituyeron la máxima de la política
inglesa.5 Al igual que Gran Bretaña, otros estados europeos manifestaron su
interés comercial por América Latina, y más concretamente por México.
Desde que Humboldt publicara su Ensayo político sobre Nueva España6 a
principios del siglo XIX, en Alemania era común hablar de la riqueza de México.
Las mayores ganancias se esperaban en los sectores de minería y comercio.
Prusia albergaba enormes esperanzas respecto a la expansión del comercio
alemán, una vez que México hubiera sido reconocido diplomáticamente y que
las exportaciones pudiesen basarse en un contrato.7
Ai extenderse la noticia de las presuntas fabulosas riquezas, especialmente
mexicanas, surgieron rápidamente numerosos “colaboradores” que querían
participar en su explotación. Gobiernos, agencias estatales, sociedades, bancos,
particulares: todos estaban dispuestos a lanzarse sobre la presa, bien mediante
créditos al gobierno mexicano, bien por medio de inversiones en la minería o a
través del comercio ultramarino con El Dorado mexicano. En lo que al caso
alemán se refiere, es necesario resaltar que a lo largo del siglo XVIII, las colonias
españolas se habían convertido en un mercado extremamente importante para el
capital manufacturero y comercial. Tras las reformas borbónicas, el interés
económico alemán por el mercado colonial iberoamericano creció aún más. El
lino silesiano era de especial importancia y ocupaba una singular posición en el
mercado mundial. A mediados del siglo XVIII, su valor de exportación era de
unos 3.5 millones de táleros, y hasta 1803 había aumentado a unos ocho o diez
millones de táleros.8 La mitad del lino silesiano era enviado a Hispanoamérica
vía Hamburgo o España.9 Las organizaciones comerciales silesianas tenían que
luchar contra muchos obstáculos: los exportadores hamburgueses eran
considerados carga monopolística, ya que el gran negocio no lo hacía el capital
manufacturero, sino —en opinión de los silesianos— el comercial. La influencia
de los franceses en España y su intento de erigir allí manufacturas propias de
lino eran vistas como competencia peligrosa; la expansión comercial británica y
el socavamiento económico del sistema colonial español por Inglaterra, eran
observados con recelo por los alemanes.
Cuando España por dificultades políticas y penuria económica permitió a
“potencias neutrales” el comercio directo con sus colonias, la coyuntura de
exportación de lino a Hispanoamérica pareció revivir. Sin embargo, el comercio
directo con América suponía aún un gran riesgo para los alemanes (si bien
algunas empresas sacaban enorme provecho de él); cuando las guerras
napoleónicas devastaron Europa, y el bloqueo continental interrumpió las
relaciones tradicionales, el comercio prusiano-hanseático con América perdió
importancia. Ni las solicitudes de las organizaciones comerciales silesianas —
por ejemplo el Schlesischer Gebirgshandelsstand— al gobierno prusiano ni las
demandas de los agentes prusianos al Ministerio de Asuntos Exteriores francés
lograron la abolición de las trabas comerciales para las ciudades hanseáticas
neutrales.10 El bloqueo continental tuvo consecuencias catastróficas para Prusia:
el comercio marítimo se redujo en 60%; la seda de Berlín, el lino de Silesia y el
paño de Brandenburgo, que equivalían a 50% de las exportaciones prusianas,
perdieron sus mercados exteriores.11 La situación se agravaría aún más al
finalizar el bloqueo, ya que las mercancías inglesas acaparadas durante años en
la isla, fueron lanzadas al continente, arruinando la recién surgida industria
alemana.
En cuanto México declaró su independencia en 1821, los alemanes vieron la
posibilidad de hacer resurgir el lucrativo comercio de antaño. La Rheinisch-
Westindische Compagnie, fundada en 1821 por empresarios en Elberfeld, debía
“fomentar la exportación a ultramar de productos nacionales, fabricados y
naturales”.12 Este “instituto comercial” pretendía abrir el “mercado mundial” a la
industria alemana, decaída ahora a consecuencia de la invasión del continente
con productos ingleses baratos. En 1825, México importaba fabricaciones
europeas por un valor de 81 millones de marcos; de éstos, entre doce millones y
15 millones correspondían a importaciones provenientes de Alemania.13 Pronto
se puso de manifiesto que los tejidos de lino y los artículos prusianos de lencería
eran los productos manufacturados alemanes más solicitados en México.
Conservar el mercado mexicano era de máxima importancia para el gobierno
prusiano, ya que la industria lencera de Silesia había perdido, en las dos primeras
décadas del siglo XIX, casi todos los demás mercados extranjeros.14
Al igual que Prusia, las ciudades hanseáticas estaban interesadas en el
comercio con México. A lo largo del siglo XVIII se habían entablado relaciones
económicas entre Alemania y las colonias europeas en América, y ya décadas
antes de la independencia de éstas, los comerciantes hanseáticos habían
conseguido eludir el monopolio comercial español.15 Pero los hanseáticos sólo
habían podido penetrar el sistema protector de las potencias coloniales como
“intérlope” tras crear un comercio de contrabando. Durante la última década del
siglo XVIII, el comercio aumentó rápidamente. El declive de este “florecimiento”
comercial por la dominación francesa y el bloqueo continental se hizo notar aún
más tras el Congreso de Viena, debido a la gran competencia de Inglaterra en
todos los sectores,16 condenando a sus flotas a la inactividad.17 El comercio y los
negocios bancarios languidecían, viejas relaciones se desmoronaban, empresas
ultramarinas se veían obligadas a declararse en bancarrota.18
Los intereses comerciales de Francia en México eran igualmente
importantes. Si antes de la revolución el comercio francés había florecido a
través de la trata de esclavos y de la reexportación, el comienzo de las guerras
francobritánicas en 1793 y, el bloqueo continental (1806-1813), lo habían
congelado. Los puertos atlánticos franceses habían perdido su función de
entrepôts internacionales, la economía colonial y el sistema de intercambio
relacionado con ella habían sido destruidos en su mayoría. En el continente
europeo, los productos franceses se vieron expuestos a mayor competencia. La
única ventaja de la que gozaba Francia por aquel entonces era el relativo
adelanto de su industrialización. Sólo Inglaterra y la futura Bélgica
independiente estaban económicamente más desarrolladas. Bajo Napoleón, un
gran número de empresarios franceses había adoptado las técnicas modernas
desarrolladas en Inglaterra, dando así comienzo a la modernización y
transformación de su industria. La producción de paño fue mecanizada, la
industria algodonera cobró auge, la industria de la seda experimentó una gran
transformación como consecuencia de la introducción del telar “Jacquard”
inventado en 1803, la industria siderúrgica fue subvencionada de manera
especial, la química avanzó ante todo en los sectores de blanqueo y tinte.19 El
derrumbe del sistema napoleónico amenazaba con destruir las estructuras
industriales nuevas, ya que a través de las fronteras recién abiertas entraban
productos extranjeros más baratos. Mientras la industria francesa dependiese en
primera instancia del mercado nacional, no se podía contar con una mejora de la
situación. A pesar de que durante la época de la Restauración, la industria
siderúrgica francesa realizó enormes progresos, y ocupó ya a mediados de siglo
el segundo lugar en Europa (después de la inglesa), la industria más importante
de Francia seguía siendo la textil, especializada en el tratamiento de la lana tras
desplazar a la producción de lino y de tejido de cáñamo. La industria de la seda
tenía una posición especial en cuanto a que desde un principio producía para el
mercado mundial. También esta industria se expandió enormemente como
consecuencia de la introducción generalizada del telar “Jacquard” (en 1824 ya se
encontraban en funcionamiento 35 000 de estos telares).20 La economía francesa
se recuperó rápidamente de las guerras napoleónicas, así que los empresarios
franceses pronto volcaron su atención sobre América Latina. Al igual que en
Inglaterra y Alemania, también en Francia los representantes del comercio y de
la industria señalaron la importancia económica del mercado latinoamericano.
Tal y como ocurriera en Inglaterra y Alemania, economía y política tomaron
rumbos diferentes. Un reconocimiento directo de México era impensable tanto
para Luis XVIII como para Carlos X; pero si bien Francia actuaba como
defensora legitimista de los derechos de Fernando VII hacia afuera, contemplaba
con creciente preocupación la ofensiva comercial británica y se esforzaba en no
perder ocasión en el mercado latinoamericano.21

LA NEGOCIACIÓN DE LOS TRATADOS COMERCIALES

El desarrollo del comercio entre México y las potencias extranjeras iba a


depender esencialmente de las cláusulas estipuladas en los tratados de comercio.
En lo que sigue, se tratará a modo de ejemplo la complicada elaboración de los
tratados entre México y los Estados Unidos, Gran Bretaña, Prusia y Francia. Las
disputas entre los países europeos y Estados Unidos en torno de la influencia en
México se iniciaron con las negociaciones de los primeros tratados. Estados
Unidos exigía un tratamiento especial (no concedido por los mexicanos) que
señala no sólo futuros problemas con México, sino también posibles
complicaciones con rivales europeos. Al considerar el significado de Gran
Bretaña en esos momentos en el concierto internacional, no es de extrañar que
las primeras diferencias tuvieran lugar entre la potencia insular y Estados Unidos
A partir de 1820, si no antes, los ingleses se preparaban a reconocer la
independencia de Latinoamérica. Su objetivo era impedir que Estados Unidos
adoptase un papel de líder frente a los estados latinoamericanos que estaban
surgiendo. La postura de Gran Bretaña respecto a América Latina22 resultaba de
la relación de Inglaterra con la Santa Alianza y su política legitimista
reaccionaria. Pilar de la política británica en este periodo era el principio de no
intervención en los asuntos de otros países. Al mismo tiempo, el gobierno
londinense se veía fuertemente presionado por una poderosa fracción comercial
e industrial que insistía en reconocer la independencia de los estados
latinoamericanos o, al menos, en una eficaz protección del comercio
latinoamericano garantizada internacionalmente. En abril de 1822 los
comerciantes exigieron que se sentasen finalmente las bases legales para el
comercio entre Gran Bretaña y América Latina.23
En 1825 tuvo lugar finalmente el reconocimiento político de facto de la
independencia mexicana24 a través de un tratado comercial, de amistad y de
navegación. Durante las continuas negociaciones iniciadas en 1822 entre Gran
Bretaña y México, el principal interés mexicano se centraba en obtener de Gran
Bretaña el reconocimiento de su independencia, a cambio del cual se
concederían privilegios políticos y económicos. El trasfondo político específico
para el tratamiento privilegiado ofrecido a Gran Bretaña por México se basaba
en la convicción del negociador mexicano, Guadalupe Victoria, de que dicho
reconocimiento podría originar un efecto vagón respecto a las demás potencias
europeas.
El primer tratado entre ambas naciones (1825) no fue ratificado por Gran
Bretaña porque México se reservaba el derecho de conceder condiciones
especiales a las “repúblicas hermanas” de Sudamérica. La renegociación del
tratado se vio complicada entre otros factores, por la intervención del delegado
de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, el cual insistía en que Gran Bretaña debía
garantizar a México el derecho de ofrecer concesiones especiales a las “naciones
hermanas” (¡entre las que se encontraría Estados Unidos!) Las disputas entre el
enviado británico, Henry George Ward, y el diplomático estadunidense, Poinsett,
se alargaron durante varios meses, ya que Poinsett, en un principio, no estaba
dispuesto a firmar un tratado bajo las mismas condiciones que las acordadas con
Gran Bretaña.25 Finalmente, el tratado de “amistad, comercio y navegación”
mexicano-británico fue firmado en diciembre de 1826 y ratificado por México y
Gran Bretaña en abril y en julio de 1827, respectivamente.26 Sin duda alguna, la
firma de este tratado constituía un hito en la historia de la independencia
mexicana ya que ese reconocimiento político significaba el fin de facto de las
pretensiones de reconquista de España.
Simultáneamente a las negociaciones del tratado británico-mexicano se
llevaban a cabo las conversaciones mexicano-estadunidenses, que también
tenían como objetivo la firma de un tratado comercial.27 Esta vez las premisas
eran básicamente distintas: mientras que acordar un tratado con Gran Bretaña
significaba para México un reconocimiento oficial de su independencia —
incluso si este reconocimiento no estaba explícitamente formulado en ningún
sitio—, en un tratado con Estados Unidos el reconocimiento de independencia
no podía relacionarse con ningún aspecto comercial, dado que el Congreso
estadunidense ya había reconocido la independencia de México en marzo de
1822. Las negociaciones se alargaban haciéndose interminables. Decisivo para la
comprensión de la mayoría de los problemas entre los dos países vecinos era la
discusión del trato equitativo o preferente en comparación con otras naciones.
Este problema habría de dar pie a profundas diferencias de opinión entre el
bando estadunidense y el mexicano, y dejaría entrever un abismo ideológico que
revelaba diferencias básicas e insalvables que se intensificarían aún más.
El hecho de que México no cediese en estas importantes cuestiones ha de
atribuirse en gran parte a la ingeniosa táctica de Ward.28 Tras considerar la
postura intransigente de Poinsett al insistir en un trato preferencial para Estados
Unidos, Ward propuso a su gobierno una nueva estrategia. Pese a que continuaba
siendo un detractor de un trato preferencial de México hacia los
latinoamericanos, veía en la aceptación de una cláusula preferencial en el tratado
británico-mexicano un instrumento para restringir los esfuerzos panamericanos
de Estados Unidos29
En este clima, cargado de tensión y de conceptos claramente opuestos,
tuvieron lugar en México las negociaciones sobre los tratados comerciales con
Gran Bretaña y Estados Unidos durante los años 1825-1826. Poinsett insistía en
que un tratado con México debía acordarse enteramente sobre la base de
“igualdad de derechos y reciprocidad”, y pudo imponer al fin la anulación de las
regulaciones especiales para las naciones latinoamericanas, pero hubo de
renunciar al principio de la reciprocidad y darse por satisfecho con una cláusula
de “nación más favorecida”.30 Si la negociación del tratado de 1826 ya supuso un
enfrentamiento de posiciones, la ratificación desembocó en polémicas que
finalizarían sin que estos tratados fuesen ratificados.31 Tampoco el tratado de
1830, renegociado por entero, que no entraría en vigor sino hasta 1832.
Todas las negociaciones sobre la conclusión de tratados comerciales entre
México y estados continentales europeos se basaban, después de haber sido
reconocida la independencia mexicana por Gran Bretaña, en la convicción
europea de que el comercio con México necesitaba una sólida estructura, para no
perder el mercado de ultramar a la fuerte competencia inglesa. Prusia por su
postura legitimista no podía reconocer a México, aunque en el Congreso de
Verona ya se vislumbraron síntomas de que la postura ideológica de Berlín se
estaba diluyendo.32 El gabinete prusiano ya argumentaba entonces, que sería
difícil para las potencias europeas continuar su política de no reconocimiento, si
España no era capaz de someter otra vez a sus colonias.
A finales de junio de 1825, el gobierno decidió nombrar un agente comercial
prusiano para México. La primera persona que ocupó este cargo fue Louis
Sulzer, quien había estado en México como agente de la Rheinisch-Westindische
Compagnie.33 Con el nombramiento de Sulzer, las relaciones prusiano-
mexicanas alcanzaron una fase que podría llamarse de “inconcreción”,
interpretada por los mexicanos como primer paso hacia el reconocimiento
oficial, mientras los prusianos lo veían como una medida no oficial que no les
obligaba a nada. Pero las presiones sobre el gobierno prusiano crecían. En
Elberfeld, C.C. Becher había expresado insistentemente la esperanza de que “la
situación en nuestra patria permita pronto imitar el ejemplo de Inglaterra y
reconocer a la República Mexicana”;34 el gobierno de Breslau, por su parte,
había escrito a Berlin “que los acontecimientos políticos y comerciales que se
suceden vertiginosamente [se refiere al reconocimiento de México por Gran
Bretaña] han causado gran impresión entre los mercaderes y los comerciantes” y
exigían del Estado prusiano el establecimiento de “relaciones estatales
formales”.35 Finalmente, en la “Convención de Aquisgrán”, se llegó a un acuerdo
en cuanto a reciprocidad y nación más favorecida. El único artículo de la
Convención decía: “La Prusse et le Mexique s’accordent réciproquement et sans
restriction tous les avantages de la nation la plus favorisée”.36 En 1829, sin haber
concluido todavía un tratado, Prusia envió a México un cónsul general, Cari
Wilhelm Koppe.37 Varias fueron las causas que motivaron al gobierno prusiano a
dar este paso: las noticias acerca de una nueva tarifa arancelaria mexicana que
gravaba fuertemente diferentes artículos de la industria prusiana, y las continuas
indicaciones de los empresarios de que “de todas las nuevas repúblicas
americanas, México garantiza el mejor mercado a los lienzos silesianos”;38
además, las noticias del “agente comercial” Sulzer que pronosticaba desde
México un desarrollo favorable de la economía, pero que al mismo tiempo
hablaba de la inseguridad generalizada reinante en el país, la que hacía necesaria
la presencia de un representante oficial para asegurar los intereses prusianos.39
En febrero de 1831, Prusia y México firmaron finalmente un “Tratado de
Amistad, Navegación y Comercio”.40 La ratificación de este tratado41 no se
realizó sino hasta finales de 1834.
El país que más problemas tuvo para firmar un tratado con México fue
Francia. Esto se debía en un principio a que Francia se hallaba en una situación
difícil: por medio del Pacto de Familia borbónico, de 1761, Luis XVIII tenía
vinculada su política a la de Fernando VII. Mientras que oficialmente Francia no
hizo nada por facilitar la emancipación de las colonias españolas en América,
extraoficialmente practicó una especie de “política paralela” encaminada a
asegurarse los privilegios económicos y comerciales. Ya en septiembre de 1822,
el primer ministro Villéle envió a agentes comerciales a las ex colonias
españolas, sin por eso reconocer la independencia hispanoamericana.42. A
México, por ejemplo, viajaron el coronel Juan Schmaltz y su secretario Achilles
de la Motte, que elaboraron informes sobre la economía del país, y en especial
sobre las posiciones ocupadas entre tanto por ingleses, alemanes y
estadunidenses. El memorándum de Schmaltz, de octubre de 1824, hizo
reconocer al gobierno francés la importancia de México como mercado, y
acentuó además las ventajas comerciales de que ya disfrutaban las demás
potencias europeas.43 Francia se dio cuenta de la importancia comercial de
México. En 1822, buques mexicanos fueron admitidos en puertos franceses; en
1823, Francia envió al teniente Samouel como agente especial a México para
establecer “relaciones de amistad y de comercio”;44 en 1824, Tomás Murphy fue
recibido como “agente confidencial” de México en París. El rey Carlos X
continuó la política pragmática de su fallecido hermano, y admitió a agentes
comerciales mexicanos en puertos franceses, y en 1826 Alexandre Martin viajó a
México con carácter oficial, y con base en una “absoluta reciprocidad”, como
“inspector para el comerció francés” y “agente confidencial”.45 Villéle recibió,
en la primavera de 1827, al representante mexicano en París, Sebastián
Camacho, quien desde un principio no dejó lugar a dudas de que su intención era
concluir un tratado de amistad, de navigación y de comercio. El futuro del
comercio franco-mexicano lo comentaba en los tonos más halagüeños diciendo
que debido a la calidad de sus productos sería posible que la industria francesa se
convirtiera en “propiétaire exclusive du commerce du Mexique”.46 Pero
políticamente era necesario el reconocimiento de la joven república. El gobierno
francés contestó negativamente.47 En conversaciones sostenidas a lo largo de
1827, Francia perseguía el fin de obtener todas las ventajas comerciales, sin
tener que reconocer formal y diplomáticamente a México. En mayo de 1827,
ambos lados llegaron a un acuerdo: firmaron unas “Declaraciones” que en el
futuro habían de regular el comercio franco-mexicano.48 Si bien las
“Declaraciones” no contenían un reconocimiento diplomático de México por
Francia, el documento concedía recíprocamente a los dos países el estatus de
nación más favorecida; además, preveía el establecimiento de consulados y
libertad de comercio. En 1828-1829, las relaciones entre ambos países se
hicieron más tensas por causas de la política interior respectiva. México obligó a
residentes franceses —en contradicción a lo estipulado en las “Declaraciones”—
a pagar préstamos forzosos, y esta práctica llevó a Cochelet ya en 1830 a
amenazar con bloquear las costas. Inesperadamente la revolución francesa de
julio de 1830 trajo un cambio en las relaciones de ambos países. Luis Felipe, el
nuevo rey, no se sentía vinculado al Pacto de Familia con España, y Murphy veía
llegado el momento decisivo para cambiar de política: “Para mí es llegado el
momento de que sea reconocida su independencia [de América] por esta
nación.”49 En septiembre de 1830, el ministro de Asuntos Exteriores Molé
escribía oficialmente a Murphy: “Je suis chargé par Sa Majesté de vous annoncer
que reconnaissant en principe l’indépendance des Etats-Unis Mexicains, le
Gouvernement franjáis est prêt a conclure avec eux un Traité d’Amitié, de
Commerce et de Navigation.”50 En marzo de 1831 pudo firmarse un Tratado de
Amistad, Navegación y Comercio entre los dos países.51 El tratado volvió a
conceder a los franceses el estatus de nación más favorecida, pero en cambio
México no cedió ahora a otros reclamos franceses. A pesar de que el tratado era
más bien favorable a México, el Congreso lo rechazó; los diputados no
aceptaron la libertad de religión estipulada en el texto, no concedieron a los
franceses el derecho de menudeo y eliminaron completamente las cláusulas
referentes al comercio de cabotaje.52 Pero ya el 15 de octubre de 1832 pudo
firmarse un segundo tratado que tenía en cuenta todos los puntos criticados por
los mexicanos en el primero: en este segundo tratado, no se les concedía a los
franceses el derecho al menudeo, estaban sometidos a las mismas obligaciones
financieras que los mexicanos, y los artículos sobre el comercio de cabotaje y
sobre la libertad religiosa eran poco específicos.53 Sin embargo, tampoco este
tratado iba a entrar en vigor. En julio de 1834 se firmó, finalmente, una
“Convención Provisional” que consistía prácticamente en un solo artículo y que
preveía, mientras no existiera un tratado válido, el derecho de nación más
favorecida y reciprocidad absoluta: “Los agentes diplomáticos y consulares, los
ciudadanos de todas clases, los buques y mercancías de cada uno de los Estados
contratantes, gozarán de pleno derecho, en el otro, de todas las franquicias,
privilegios e inmunidades cualesquiera que sean, que se hayan concedido o se
concedieren en adelante, por los tratados o el uso a la Nación más favorecida”.54
Mientras en México se discutía sobre aspectos formales del documento, en
Francia el asunto mexicano fue perdiendo importancia. Por fin, a principios de
1836, el Quai d’Orsay ordenó a su ministro plenipotenciario en México que
negociara lo más rápidamente posible un nuevo tratado, aceptando las
condiciones mexicanas. A pesar de esta postura francesa, que prácticamente
equivalía a una capitulación, los mexicanos demoraron las negociaciones todo lo
que podían;55 aparentemente no estaban interesados en un tratado. El ulterior
desarrollo de las negociaciones franco-mexicanas en torno de un tratado
comercial forma parte de una historia posterior y de las consecuencias de la
“Guerra de los Pasteles” de 1838-1839. El tratado que se firmó después del
bloqueo de 1838-1839 contenía algunas disposiciones comerciales; pero en
primer lugar estaba concebido como tratado de paz. Francia seguía sin tener un
tratado comercial con México.

LA LUCHA POR EL MERCADO MEXICANO

El comienzo de la guerra económica por los mercados latinoamericanos había


tenido lugar mucho antes de los años veinte. Los empresarios franceses, por
ejemplo, eran conscientes de que tanto artículos de seda y de moda, como armas,
vino y muchos otros productos podrían ser intercambiados por cochinilla y plata,
tan deseados en Francia, si se entablaban inmediatamente relaciones
comerciales, antes de que otros países controlaran completamente el mercado
mexicano.56 Por aquel entonces el gobierno de París ya estaba convencido de que
Gran Bretaña creía “d’avoir le monopole du commerce Americain”. El giro
decisivo en la política europea frente a América Latina tuvo lugar en 1825.
Después del reconocimiento diplomático de México, de Colombia y de Buenos
Aires por Gran Bretaña, los gobiernos de Prusia y de Francia cedieron ante las
constantes presiones de los interesados en los negocios con América Latina y
optaron por un reconocimiento “comercial” de los nuevos estados. Surgió
incluso la idea de valerse de la autoridad de Alejandro de Humboldt para
fortalecer los contactos económicos entre la “Confederación Alemana”
(Deutscher Bund) y los estados latinoamericanos.57 Las causas de este cambio de
rumbo político en favor de un reconocimiento “de hecho” eran de índole
económica: la lucha contra el peligro de dominio británico en América Latina,
las consecuencias de la crisis comercial generalizada, el pánico bursátil de 1825-
1826, la insolvencia y los problemas de venta. La industria del continente
padecía todos estos problemas, los cuales debían ser solucionados a través de
ayuda estatal para activar el comercio exterior y mejorar así las posibilidades de
venta mediante tratados comerciales y representaciones consulares en ultramar.
Para los estados europeos era válido el juicio de la “American Quartely Review”
de 1831: “Europe, in her present situation, cannot do without America [...]
Europe cannot become independent of America.”58
Esta dependencia europea del mercado latinoamericano contribuyó a una
fuerte competencia entre los estados europeos (y Estados Unidos). En cuanto los
comerciantes de un país habían conseguido conquistar ciertas parcelas del
mercado, los representantes de alguno de los países competidores trataban de
reconquistarlo. El método más usual consistía en que los agentes comerciales de
un país enviaran una muestra del producto competitivo a los industriales de sus
países. Estos intentaban imitar o mejorar el producto y ofrecerlo más barato. Este
método —es decir, la observación crítica y continua del mercado, el
abaratamiento de muchos productos, ante todo de tejidos, y el aprovechamiento
de todas las ventajas arancelarias— hizo posible que los ingleses siguiesen
dominando el sector de los tejidos (algodoneros) durante décadas. En 1835,
todavía 48% de todas las importaciones mexicanas provenía de Gran Bretaña,
17.3% de Francia y otro tanto de Estados Unidos, y sólo 7.1% de Alemania.59
Por otro lado, fuentes relacionadas al comercio y la navegación entre Alemania y
México indican que a mediados de los años treinta el valor de estas mercancías
no era menor al valor de los productos enviados desde Gran Bretaña. Sin
embargo las cifras arrojadas apenas son fiables, ya que no incluyen ni el
comercio indirecto (en barcos bajo otras banderas o vía Estados Unidos) ni el
contrabando.60 Tanto Estados Unidos como Francia vieron prosperar
enormemente su comercio hasta mediados de los años treinta. Mientras que
Estados Unidos se especializaba ante todo en el negocio de las re exportaciones,
los franceses dominaban el comercio de artículos finos y de lujo.
Los principales artículos importados por México en las primeras décadas tras
la independencia eran bienes de consumo; en primer lugar, artículos elaborados
no duraderos tales como manufacturas textiles confeccionadas en algodón, lana,
lino, seda y mezclas de estas fibras; en segundo lugar, vinos, alimentos, artículos
de piel, etcétera, y además algunos bienes duraderos como loza, vidrio, espejos,
mármoles, muebles.61 Predominaban claramente las importaciones de tela de
todo tipo: los textiles de algodón procedentes de Gran Bretaña eran los más
numerosos, seguidos por los de seda de Francia y los de lino y cáñamo de las
ciudades hanseáticas.
Si hasta 1823 España seguía jugando el papel principal en el comercio
exterior mexicano, a partir de 1824 Gran Bretaña asumió este papel. Pese a la
importancia decisiva del comercio británico-mexicano no hay estadísticas
fidedignas; por el contrario, resulta extremamente difícil evaluar el volumen y el
valor de las exportaciones británicas a México. Ni el servicio consular británico,
ni autoridades oficiales mexicanas disponían de datos exactos. Los británicos no
podían fiarse de las cifras facilitadas por comerciantes ingleses, “because the
greatest jealousy prevails among them”,62 y los mexicanos no querían facilitar
cifras exactas porque podrían salir a la luz los sobornos de los empleados
portuarios y aduaneros. Además, las cifras publicadas en los Parliamentary
Papers no contienen indicaciones relativas a las reexportaciones de bienes
británicos de Estados Unidos a México.63 Las estimaciones privadas de
comerciantes británicos llegan por lo tanto a cifras de exportación tres veces más
altas que las oficiales. Por otro lado, tampoco se debe partir de cifras demasiado
especulativas, ya que si bien la exportación británica a América Latina aumentó
enormemente en los años del boom de 1824-1825, más tarde se normalizó,
constituyendo algo menos de 10% de las exportaciones totales inglesas. Este
porcentaje continuaría siendo la media de las exportaciones británicas a América
Latina durante la mayor parte del siglo XIX.
El cuadro 1 indica el valor de las importaciones mexicanas en los años 1822-
1827. Posiblemente, la diferencia entre el volumen de exportación francés y
británico a México no corresponda a la realidad;64 esto se debe, probablemente, a
uno de los errores más frecuentes en las estadísticas comerciales del siglo XIX:
las autoridades aduaneras europeas solían indicar la primera escala en el nuevo
mundo como puerto de destino de ciertas mercancías; por consiguiente, un envío
figuraba como destinado, por ejemplo a Nueva Orleáns, si éste era el primer
puerto en el que atracaba el barco proveniente de Gran Bretaña o Francia, sin
considerar que una parte más o menos grande de la mercancía iba destinada por
ejemplo a Veracruz. Las estadísticas comerciales estadunidenses permiten
deducir que entre 50% y 80% de las mercancías exportadas de Estados Unidos a
México eran reexportaciones; es decir, procedían de un país europeo y estaban
almacenadas sólo transitoriamente en un puerto estadunidense. No fue sino a
partir de la segunda mitad del siglo cuando se prescindió de este comercio de
tránsito y se introdujeron relaciones directas de intercambio para todas las
mercancías. Según fuentes de la época, en los años veinte ni el comercio francés
ni el de ninguna otra potencia europea representaba una seria amenaza para el
británico. Según Lerdo de Tejada,65 en 1840 Gran Bretaña controlaba 67% de las
importaciones mexicanas; en segundo lugar seguía Francia con 13%, después
Estados Unidos con 12%, y finalmente Hamburgo y Bremen con 8%. Robert A.
Potash ha demostrado que Lerdo de Tejada cometió un grave error de cálculo. El
nuevo cálculo del valor de las importaciones mexicanas arroja el siguiente
resultado:
ESTRUCTURAS Y RUTAS COMERCIALES

Los países latinoamericanos obtuvieron su independencia en un momento en el


que, debido al avance de la revolución industrial, para los países europeos
económicamente más desarrollados se hacían verdaderamente indispensables
nuevas materias primas y nuevos mercados. Mientras que América Latina
iniciaba su fase histórica de independencia sin cambios económicos esenciales
en comparación con las eras previas, Europa Occidental experimentaba al mismo
tiempo en gran parte profundas reestructuraciones en sus relaciones económicas.
Incluso en el importante sector del comercio exterior las nuevas repúblicas de
América Latina continuaron siendo proveedoras de materias primas y receptoras
de bienes manufacturados procedentes de Europa. La continuidad de las
estructuras económicas y del comercio exterior existentes en México, en las
primeras décadas de la independencia nacional, se pueden deducir de la
composición de los productos de importación y exportación. En los 25 años
previos a la independencia, los metales preciosos (casi exclusivamente plata)
representaban un promedio de 73.4% del total de las exportaciones mexicanas.
El predominio de los metales preciosos se mantuvo inalterable también después
de 1821.66 Tras el principal producto de exportación, plata (acuñada), destacaban
la cochinilla, el palo de tinte y unos cuantos productos agrícolas como índigo y
vainilla. A mediados del siglo XIX, el porcentaje de metales preciosos como
productos de exportación aumentó, constituyendo más de 90% del total de
exportaciones, mientras que los colorantes naturales fueron perdiendo cada vez
más importancia como consecuencia de la invención de productos sintéticos por
los químicos europeos.
La independencia política del país había abierto definitivamente las puertas
del país a todos los textiles extranjeros.67 Los primeros años de independencia —
tras una recesión momentánea (1821-1823)— representaron virtualmente una
explosión de las importaciones en comparación con la época colonial.68 Si entre
1806 y 1819 se habían importado poco más de 23 millones de varas de tela, sólo
en el año cumbre de 1825 se registró un volumen prácticamente igual. En la
década de los cuarenta, México recibió más de dos tercios de todos los textiles
de Latinoamérica (más de 8% de todas las exportaciones textiles de Gran
Bretaña). En la década de los veinte se importaron un promedio de diez millones
de varas, y hasta mediados de siglo este volumen habría aumentado a 42
millones de varas. La alta productividad de la industria europea, la creación de
nuevos medios de transporte (ferrocarril y barco de vapor) y la disminución de
los costes de transporte abarataron las importaciones textiles. Por este motivo
descendió el porcentaje del valor de los t extiles importados —pese al aumento
del volumen de venta— de 49% en los años veinte a 36% en los años setenta. La
inmensa mayoría de los bienes de consumo importados debía servir para
satisfacer las necesidades vitales; los “artículos de lujo”, como artículos de seda,
vinos, perfumes o muebles, si bien los había en mucha variedad, sólo
representaban a lo sumo 20% del total de importaciones. Los bienes de
producción e inversión sumaban un porcentaje muy reducido durante las
primeras décadas de la independencia. La principal característica del comercio
de importación mexicano en el siglo XIX era el predominio de los textiles
(principalmente algodón); hecho que reflejaba el alcance de la economía europea
—especialmente la británica— en los mercados latinoamericanos.
Con todo, los británicos dominarían sin competencia el mercado mexicano
únicamente durante un corto periodo de tiempo después de 1821. Los
estadunidenses entrarían en escena casi simultáneamente. Pero, pese a las
prontas advertencias inglesas sobre la competencia estadunidense, los
norteamericanos en un principio no eran rivales para tomarse en serio en cuanto
al abastecimiento de bienes de producción propia; su fuerte radicaba en el sector
marítimo, en el que superaban claramente a los europeos. Cuando en 1823 fue
aprobada una ley, según la cual los bienes importados en barcos mexicanos
tenían que pagar un quinto menos en contribuciones arancelarias que aquellos
importados en barcos de otras nacionalidades, el representante inglés O’Gorman
vio aquí una oportunidad para el comercio británico. Su problema en los últimos
años era que los principales artículos de importación (simples telas de algodón)
eran manufacturados en Inglaterra 10 o 13% más baratos que los de Estados
Unidos, pero no podían competir en el mercado mexicano con los productos
estadunidenses que entraban por contrabando. El valor oficial de las
importaciones de algodón se situaba en un promedio anual de 2.3 millones de
pesos; según las estimaciones de O’Gorman, los estadunidenses introducían por
contrabando mercancías por un valor aproximado de otro millón. Por aquellos
tiempos sólo una parte relativamente pequeña de la flota mercante británica se
dirigía directamente a México. La gran mayoría tenía como primer objetivo
Nueva Orleáns; allí traspasaban las mercancías a barcos más pequeños
mexicanos o estadunidenses, y transportaban algodón en su regreso a Gran
Bretaña. La nueva regulación parecía beneficiar a los británicos, porque al
traspasar aún más mercancías en los barcos mexicanos, aprovechando así los
aranceles diferenciales, ganarían frente a la competencia contrabandista de los
estadunidenses.69 Mas estos cálculos no habrían de hacerse nunca realidad, ya
que los competidores europeos de Gran Bretaña utilizaban los mismos métodos.
Si se analizan los movimientos navieros necesarios para la realización de
actividades comerciales, se registra una evolución: el dominio europeo en el
sector de las mercancías cede ante el estadunidense.70 Las principales rutas
comerciales a principios de la independencia mexicana iban desde México a
Estados Unidos, especialmente a Nueva York y Nueva Orleáns. Ya a partir de
1825 la marina mercante estadunidense dominaba el transporte con México. Más
de 60% de la totalidad de los barcos y del tonelaje en el negocio de
importaciones y más de 50% en el de exportaciones eran de procedencia
norteamericana.71 Según fuentes francesas, de los 900 barcos que aprovisionaron
puertos mexicanos en el año 1862, 485 eran de procedencia estadunidense; muy
por debajo les seguían Gran Bretaña con 118, después Francia con 80, España
con 61, y por último Alemania con 32 barcos.72 Recién en la década de los
setenta, los europeos consiguieron desplazar a Estados Unidos del primer puesto,
al representar 65% del total de barcos en el comercio exterior mexicano. México
no pudo nunca formar por sí solo una marina mercante de alta mar; el país se
limitó a adquirir cargueros de costa y pequeños barcos que sólo podían navegar
hasta los puertos sureños de Estados Unidos

COMERCIO EN LA ERA DE LA REFORMA

Hacia mediados del siglo XIX empezaron a notarse, como consecuencia de la


guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848) los primeros cambios en la
tendencia del comercio exterior. Si bien la guerra, en términos generales, tuvo
efectos negativos sobre el comercio, algunos comerciantes y algunas regiones
vivieron un auge inesperado. La consecuencia más importante en el sector
arancelario fue la tendencia hacia la liberalización de las tarifas. Además, podía
apreciarse la concentración de las ofensivas comerciales extranjeras y el
aumento de la competencia. Esto se notó especialmente durante la guerra de la
Reforma (1858-1861) y tras la victoria del partido liberal. La mayor parte de las
importaciones de tejidos (algodoneros) seguía procediendo de Gran Bretaña, y
después de la liberalización de las normas de importación (1856), el ingreso de
géneros británicos de algodón volvió a aumentar. Según fuentes inglesas, la
exportación inglesa a México alcanzó los diez millones de varas de tejidos de
algodón (calicóts) blancos y teñidos y 8.5 millones de varas de algodón teñidos e
impresos. La ventaja británica era resultado de la calidad y del diseño de sus
productos.
Si se observan las importaciones a lo largo de la década de los años
cincuenta a través del puerto de Veracruz, el más importante de México, se
descubre que Gran Bretaña continuaba ocupando el primer lugar como partner
comercial mexicano, seguido de Francia, Estados Unidos y las ciudades
hanseáticas. Estos datos confirman el dominio inglés en el mercado mexicano,
observado ya por los contemporáneos. Si se especifican estos datos según grupos
de mercancías, se puede detallar aún más: en el grupo “bisutería y artículos finos
de hierro” dominaba Francia, mientras que la bisutería alemana ocupaba el
segundo puesto. Mayor era la ventaja de los franceses respecto a los británicos y
los estadunidenses en el grupo de “artículos parisinos” (abanicos, flores
artificiales, guantes, sombreros, muebles), en el que destacaban por su calidad,
dejando por detrás a Gran Bretaña y Estados Unidos, que ya dominaban el sector
de muebles. En productos alimenticios como vino, conservas y aceite, España
había reconquistado —a través de su colonia Cuba— el primer lugar como
suministrador de México, teniéndo que defenderse contra la competencia
creciente de Estados Unidos En el sector de “barras de hierro y metales”,
Estados Unidos y Gran Bretaña rivalizan en primera plana, ganando poco a poco
el primero.
Para poder calibrar la importancia relativa de los competidores en el
comercio exterior mexicano, las cifras suministradas deben ser confrontadas con
dos datos más. Hay que considerar tanto la presencia de casas comerciales
extranjeras, como el movimiento de buques, el cual seguía dominando Estados
Unidos durante la segunda mitad del siglo: de los 839 barcos que atracaron en
1851 en puertos mexicanos, 435 llevaban bandera estadunidense, 108 británica,
69 francesa, 61 española y 49 alemana.73 Estas cifras indican la continuación de
una tendencia perceptible ya en la primera mitad del siglo: el país de origen de
las mercancías exportadas a México no correspondía siempre a la nacionalidad
de los barcos de transporte. Así, por ejemplo, barcos franceses también
transportaban mercancías alemanas, barcos belgas llevaban productos de las
provincias prusianas del Rin, y veleros hamburgueses cargaban mercancías
prusianas y sajonas, así como inglesas y francesas. La estadística comercial
(cuadro 4) del Ministerio de Asuntos Exteriores estadunidense para los años
1845-1855 indica la relación entre productos de Estados Unidos y de otros países
(europeos), transportados en barcos del primero.
El hecho de que hacia mediados de siglo casi 50% —en cada año por lo
menos 25% de las exportaciones de Estados Unidos a México— eran productos
extranjeros (no estadunidenses) resalta la gran importancia de la flota mercantil
norteamericana para el comercio mexicano.
En cuanto a la presencia de casas comerciales extranjeras, el predominio
inglés en el sector de las mercancías no equivalía a una hegemonía británica en
las casas de importación. Más bien se puede afirmar lo contrario. Si en los años
treinta y cuarenta los ingleses todavía jugaban un papel importante, después se
retiraron cada vez más de los negocios comerciales strictu sensu, dejando la
comercialización de sus productos a otros comerciantes. En Monterrey, ciudad
que en la segunda mitad del siglo se convirtió en el centro comercial más
importante del norte de México, eran sobre todo los comerciantes españoles
quienes importaban productos ingleses (y franceses). Aunque también los
franceses eran dueños de gran cantidad de casas comerciales, la supremacía la
ostentaban, indudablemente, los alemanes, ante todo los hanseáticos. Ya en
1844, una tercera parte de todo el comercio exterior mexicano era controlado por
alemanes, según fuentes comerciales alemanas de la época.74 Numéricamente las
firmas hanseáticas eran las más importantes. En 1860 una fuente hanseática
afirmaba que “la importación extranjera y el comercio al por mayor se
encuentran, por lo menos las tres cuartas partes, en manos de alemanes”.75 La
función mediadora de casas comerciales alemanas seguiría vigente durante el
Porfiriato.

MOVIMIENTOS DE DESPLAZAMIENTO EN EL MERCADO MEXICANO

La superioridad inglesa en el mercado mexicano era expresión del “ciclo


hegemónico” (Immanuel Wallerstein) que definía en el siglo XIX el ritmo del
“sistema mundial”. El predominio británico se explica, primordialmente, como
una consecuencia del acertado comportamiento político-diplomático de Londres;
en la segunda fase de las siguientes décadas, prevalecen, además de este factor,
tanto la superioridad económica como mercantil de Gran Bretaña, que hicieron
posible una mejor calidad de los productos y precios más moderados. Aparte de
estos factores, relacionados con las condiciones de producción del “taller
mundial”, jugaban un papel importante el conocimiento exacto del mercado
mexicano, la continua adecuación a las cambiantes tendencias de moda y gusto,
así como las relaciones con políticos y legisladores. Pero a pesar de la
superioridad industrial, financiera y mercantil de los británicos, éstos no
pudieron conseguir aumentar su volumen comercial con México. El mercado
mexicano no expandía, el poder adquisitivo de la población (que apenas
aumentaba) descendía, y la competencia cada vez más fuerte de otros estados
europeos y con Estados Unidos redujo aún más las posibilidades de venta. Ante
este trasfondo del desarrollo comercial, los británicos abandonaron
paulatinamente su posición casi de monopolio. Varios factores inducían a tomar
esta decisión: en primer lugar se desvanecieron las exageradas expectativas de
ganancias de los años veinte, por lo menos en cuanto al aumento constante de las
ganancias y al comercio de bona fide. Sí es verdad que en muy poco tiempo
podían hacerse verdaderas fortunas, esta posibilidad se enfrentaba a unos riesgos
incalculables, fruto de la economía política mexicana. Estos riesgos no podían
eliminarse en el corto plazo. A mediados de siglo, el número de las casas
comerciales británicas se había reducido a unas cuantas, aduciéndose como
causa del abandono no tanto argumentos económicos sino más bien factores de
inseguridad. La inseguridad aducida continuamente por los británicos se refería
no solamente a su existencia física, sino también, y ante todo, a la imposibilidad
de prever decisiones comerciales por parte de México; confusión, falta de
previsión y arbitrariedad no permitían tomar decisiones racionales en el sector
económico.76 A estos problemas “coyunturales” había que añadir muchos
obstáculos estructurales, que caracterizaban a los negocios con México como
poco atractivos: el reflujo del capital invertido era lento, el plazo de los créditos
largo, problemas de transporte y comunicación, costes de seguros y transportes,
así como otras dificultades convencieron a muchos comerciantes de retirarse a
tiempo de los negocios mexicanos.
Tal determinación resultaba tanto más fácil para los comerciantes británicos
cuanto que disponían de alternativas. Desde la segunda mitad del siglo XIX, los
comerciantes ingleses se concentraron en los mercados grandes y rentables: el
imperio británico, China, Argentina —mercados éstos en los que los británicos
disfrutaban de una posición preferente. ¿Por qué iban a invertir y dispersar sus
energías y recursos financieros en negocios “pequeños” y arriesgados (como en
el caso de México), cuando concentrarse en grandes mercados prometía ser
mucho más rentable? La posición dominante de los británicos en estos grandes
mercados también explica, al menos parcialmente, los esfuerzos de los alemanes
por conquistar mercados “más pequeños”. No deben olvidarse otros dos
argumentos: el retirarse del negocio comercial no equivalía a estar ausente del
mercado. Muchas casas de importación británicas abandonaron sus negocios de
mercancías por negocios financieros más lucrativos. A partir de mediados de
siglo, ser merchant bunker equivalía para ellos a ejercer principalmente
funciones bancarias.77 El tiempo actuaba en contra de la importación y la
exportación al estilo de los grandes almacenes, que trabajaban con todo tipo de
géneros; en el último tercio del siglo, estas casas experimentaron un acelerado
cambio estructural, en el cual se disociaron las funciones importadoras de las
exportadoras. Se hizo necesaria entonces una mayor especialización en el
comercio trasatlántico, según el ramo al que perteneciese la mercancía; además,
la función mediadora de las casas comerciales, tradicionalmente
multifuncionales, descendió debido a innovaciones técnicas (telégrafo, mejora
del sistema crediticio en Europa y Estados Unidos, compra directa del producto).
Por último, hay que mencionar que, para la industria británica, la retirada de los
comerciantes ingleses no significaba desalojar el mercado mexicano, ya que
comerciantes comisionistas alemanes (y otros) se ocupaban de la
comercialización de productos ingleses. Los comerciantes hanseáticos se habían
dado cuenta de que limitarse a los productos de procedencia alemana les restaba
competitividad. Por lo tanto es más acertado hablar de un traslado de las
funciones principales de los británicos que de una “disminución” de éstas.78 Algo
más tarde (en los años sesenta) se aceleraría la retirada de los ingleses a causa de
su postura política en favor de los conservadores en la guerra de la Reforma,79 de
la intervención europea y, finalmente, debido a la larga interrupción de las
relaciones diplomáticas después del Imperio de Maximiliano. Factores políticos
eran pues, en el México decimonónico, de importancia decisiva para el éxito o el
fracaso de un negocio.
La posición dominante de los ingleses en el comercio exterior mexicano fue
ocupada, en los años cuarenta a sesenta, por sus competidores alemanes. El
avance de éstos ha sido explicado tradicionalmente mediante estereotipos
nacionales, utilizando argumentos procedentes del ámbito de la psicología social.
Adolf Soetbeer diría que los alemanes conquistaron una posición dominante
gracias a que se “hicieron querer” por los mexicanos. Friedrich Ratzel, que a
finales de los años setenta viajó por México, alababa de igual manera la “riqueza
e influencia” de los comerciantes alemanes: los manuales para “alemanes en el
extranjero” resaltaban el esmero y la iniciativa alemanas, su capacidad de
adaptación y sus conocimientos lingüísticos que les permitían superar a todos
sus competidores.80 También, en estudios recientes, se habla de la “sensibilidad”
de los alemanes, con la que se granjearon el respeto mexicano. Seguramente,
tanto la psicología social como el análisis de las motivaciones de los
comerciantes ayudan a comprender la complejidad de las disposiciones
mentales, aunque son insuficientes si no se considera el marco social y
económico dentro del cual ha de actuar el individuo como parte de un grupo
social. Explicaciones como las mencionadas, reducen un fenómeno complejo a
una explicación monocausal, justificada sólo en parte, y con validez únicamente
en el contexto de una explicación más global. Seguramente es cierto que los
comerciantes hanseáticos tenían como meta la maximización del rendimiento, y
que eran tenaces y moderados en sus necesidades. En este contexto valga llamar
la atención del esclarecedor enjuiciamiento sobre los alemanes en el México
porfirista realizado por John W. Foster, ministro plenipotenciario de Estados
Unidos, quien en 1878 prevenía a sus compatriotas contra expectativas
demasiado optimistas en cuanto a los negocios comerciales con México.81 Foster
introduce una nueva explicación parcial para la acogida de los alemanes: la
formación profesional de los hanseáticos. Este argumento también jugaría un
papel importante en otros aspectos. El hecho de que los comerciantes alemanes
en Rusia aventajaran a sus rivales británicos también ha sido explicado por su
mejor formación profesional.82 Asimismo, la práctica inglesa de emplear a
alemanes en sus firmas, quienes en muchos casos llegarían a ser sus socios, se
debía a la alta cualificación de los comerciantes y negociantes alemanes. Pero,
además, se deben tener en cuenta factores más generales, no restringidos a
determinados individuos o grupos sociales. En primer lugar habría que señalar
que el aumento de las casas comerciales alemanas constituía una especie de
movimiento simbiótico, estrechamente relacionado con el desplazamiento de los
británicos. No puede hablarse, pues, de una “expulsión” en el sentido estricto de
la palabra. Los británicos podían ceder fácilmente sus posiciones a los alemanes,
puesto que este relevo no significaría un cambio sustancial en la estructura del
comercio exterior mexicano. Pero que fueran precisamente los alemanes (y no,
por ejemplo, los franceses) quienes, después de los ingleses, prácticamente
monopolizasen el comercio mexicano al por mayor, se debe a cuatro factores
adicionales:
En primer lugar, el argumento de la “sensibilidad” alemana es válido en tanto
que refleja el concienciamiento de su falta de protección militar, ampliamente
extendido entre los alemanes. Ellos eran conscientes de que no aparecería una
flota de guerra para imponer sus reivindicaciones en México. A pesar (o quizá a
causa) de esta (aparente) debilidad surgían menos problemas entre los alemanes
y las autoridades mexicanas que con los demás extranjeros. Los alemanes no se
vieron expuestos a la desconfianza por motivos políticos. A ello hay que añadir
que, por otra parte, los alemanes tendían a evitar negocios demasiado
arriesgados.
Esta observación llama la atención, en segundo lugar, sobre un principio
operativo de las casas comerciales alemanas, de gran importancia en la
politizada economía de México. Un informe prusiano se refiere a éste al
describir, a mediados de siglo, la situación de las casas comerciales alemanas en
México, haciendo hincapié en la “extremamente buena reputación” y en la
“solidez y seriedad” de éstas.83 Cuando el cónsul prusiano realizó estas
declaraciones, ya no reflejaban la realidad. Desde hacía tiempo, también casas
comerciales alemanas habían entablado “negocios con el gobierno”; tampoco los
alemanes habían sido capaces de sustraerse a la práctica del agiotaje
especulativo. Pero este tipo de negocios se limitaba a pocos casos, pudiéndose
evitar altercados diplomáticos, por lo que sólo hubo pocos casos de quiebras
espectaculares.
En tercer lugar, hay que poner énfasis en un argumento esgrimido por
comerciantes hamburgueses ya a mediados del siglo.84 Hamburgo era el “punto
central para el envío hacia todos los mercados ultramarinos”; en Hamburgo se
encontraban “las casas matrices y los asociados de los establecimientos
transatlánticos”. Los comerciantes hamburgueses mantenían estrecho contacto
“con los fabricantes en el interior del país”, estaban interesados en el bienestar
de éstos tanto como en el suyo propio. Si bien las ganancias en algunos casos
eran dudosas, no obstante se emprendían los negocios. El criterio decisivo que
diferenciaba a Hamburgo de otros puertos europeos, y que permitía un surtido
variado de productos, era el comercio libre practicado ya desde hacía décadas. El
armador holandés, por ejemplo, protegido por aranceles diferenciales, no podía
competir con el hanseático “sin protección”; el comerciante que cargaba el barco
en Amsterdam tenía que pagar fletes más elevados que en Hamburgo. El
comercio de exportación francés abarcaba, por lo general, sólo artículos
franceses; con frecuencia, los barcos estaban durante meses en Le Havre y,
mientras que los artículos de moda transportados de París a Hamburgo en barcos
de vapor ya habían sido vendidos en ultramar, la salida de los barcos franceses se
demoraba demasiado. Las mercancías enviadas desde Francia estaban ya
“pasadas de moda cuando llegaban a su lugar de destino”. El comentario acerca
del surtido de los barcos describe acertadamente las casas comerciales alemanas
en ultramar como firmas que, “en sus funciones de empresas comisionistas”, se
ocupaban de lotes pequeños que conjuntamente formaban la carga del barco —
una práctica rechazada por los mayoristas ingleses y caracterizada
despectivamente por ellos como muck and truck trade.
En cuarto y último lugar hay que poner de relieve que el dominio alemán en
el comercio exterior mexicano no equivalía a una ofensiva de exportación de
artículos alemanes. Más bien, los comerciantes hanseáticos compraban donde
era más barato, lo que dio lugar a reproches de algunos productores alemanes.
En última instancia, esta práctica contribuyó a la solidez y seriedad de sus casas,
y a su éxito. El que los exportadores alemanes realizasen sus pedidos cada vez
con más frecuencia en Gran Bretaña, no se debía únicamente a los precios más
bajos y la mejor calidad de las mercancías británicas, sino también a otro factor
importante: bajo la impresión del descenso de ventas industriales alemanas, los
exportadores alemanes enviaban en consigna a diferentes comerciantes
productos no pedidos, que esperaban que tuviesen buena salida; a raíz de esto, el
mercado mexicano pronto se saturaba del producto en cuestión, y el comerciante
que había realizado el primer pedido, y por el cual el industrial alemán dedujo
que existía un nicho de mercado, sólo podía obtener modestas ganancias o
incluso registraba pérdidas.85
Los argumentos esgrimidos hasta el momento se referían a comerciantes
alemanes e ingleses cuyo “ascenso” o “descenso” era el más espectacular. Junto
a factores procedentes de la psicología social deben ser considerados aspectos
económicos, sociales y políticos tanto del lado mexicano, como del europeo. Por
lo tanto, todo tipo de análisis debe considerar el marco, más general, de la
expansión económica europea durante el siglo XIX. El segundo gran cambio en la
jerarquía de los comerciantes extranjeros en el comercio exterior mexicano tuvo
lugar con el auge de los franceses durante el Porfiriato, principalmente en el
sector de la importación de tejidos. Este movimiento ascendente ha sido
analizado por Friedrich Katz, quien ha establecido la relación entre éxito
comercial y penetración de capital bancario francés en el México de la época
porfirista.86 Sólo resta decir que también para esta última fase de la “success
story” de los comerciantes extranjeros en México, variables políticas —
concretamente las condiciones-marco específicas del Porfiriato— seguían
siendo, por lo menos, tan importantes como las económicas, y formaron una
especie de continuidad estructural desde la época de la anarquía hasta la pax
porfiriana.

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Notas al pie
1
LYNCH, 1969, pp. 1-30; JENKS, 1973; SCHÜTT, 1980, pp. 91-96.
2
DANIELS, 1917/18, pp. 1-28.
3
REDFORD, 1934. p. 73.
4
(William Jacob:) Memorial on thc Advantages to be obtained by Great
Britain from a Free Intercourse with Spanish America, 14/2/1806: Public Record
Office, Foreign Office (en adelante, PRO, FO), 72/90, f. 77-96.
5
Véase, por ejemplo, el comentario de Sir W. Adams en un memorándum a
Joseph Planta del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, Londres, 29 de
junio de 1823: Observations with reference to the recognition of the
Independence of the South Americas by Great Britain and the advantages to be
derived therefrom by all Classes of the Community in this Country: PRO, FO,
50/2, f. 44-47.
6
HUMBOLDT, 1836.
7
Rother al ministro del Interior Schuckmann y al ministro de Asuntos
Exteriores Bernstorff, Berlín, 9 de abril de 1829: Zentrales Staatsarchiv
Merseburg, Archivo Central (en adelante, ZSAM), en Merseburg, hoy en
Postsdam, 2.4.1.II 5213, f. 348.
8
KOSSOK, 1961, pp. 210-218.
9
Ibid., p. 213; BECKER, 1984, pp. 1-10.
10
Acerca de las diferentes solicitudes del residente hanseático Abel, en París,
al Ministro francés de Asuntos Exteriores Champagny, dirigidas todas (sin éxito)
al restablecimiento de la navegación neutral alemana, véase MEIER, 1937, pp.
93-152, esp. pp. 145-151.
11
TREUE, 1937.
12
(C.C. Bechen) Hauptmomente des Wirkens der Rheinisch-Westindischen
Kompagnie, als Anhaltspunkt zur Beurtheilung der Sache, bei Gelegenheit der
General-Versammlung vom 2. März 1830, den verehrlichen Aktionären
mitgetheilt von der Direktion. Elberfeld 1830; véase BECKMANN, 1915;
HASENCLEVER, 1916, pp. 108-142; ZEUSKE, 1992, pp. 50-89.
13
SCHELL, 1914, pp. 121-132; PFERDEKAMP, 1955, p. 217.
14
Véanse las impresionantes descripciones de la penuria en la industria
lencera silesiana y de los problemas causados por la política de laissez-faire de
Berlín, en ZIMMERMANN, 1885.
15
PONI., 1965, pp. 321-344, Idem., 1963; BAASCH, 1915; SOETBEER, 1840,
pp. 13 y s.
16
MEIER, 1937, pp. 93-152.
17
MEISTER, 1848, p. 3.
18
VOGEL, 1913.
19
SÉE, 1936, pp. 115-123.
20
Ibid., pp. 177-198.
21
KOSSOK, 1964, p. 101.
22
La postura oficial británica se expone detalladamente en el memorándum
de Castlereagh al enviado británico en Madrid, Henry Wellesley, el 1 de abril de
1812: PRO, FO, 72/127. Para profundizar en la discusión sobre el “State Paper”,
véase WARD, 1923, p. 622; WEBSTER, 1947; TEMPERLEY, 1905, pp. 140 ss.
23
Petition to the Lords of His Majesty’s Most Honourable Privy Council
from the humble memorial of the undersigned merchants, shipowners,
manufacturers, and traders of London, en: The New Times, 29 de abril de 1822.
Véase también HAMMOND, 1929, p. 223; y PACKSON, 1903, pp. 198-200.
24
WEBSTER, 1947, pp. 428-436.
25
Véase al respecto los siguientes informes: Ward a Canning, México 22 de
septiembre de 1825; Ward a Canning, México 27 de septiembre de 1825; Ward a
Canning (private and highly confidential), México 30 de septiembre de 1825;
todos ellos en PRO, FO, 50/14. Ward a Canning (secret and confidential), México
29 de mayo de 1826; PRO, FO, 50/21. Véase también la correspondencia en
relación con el nuevo tratado en PRO, FO, 97/271.
26
Texto (en inglés y en español): Treaty of Amity, Commerce and
Navigation, between His Majesty and the United States of México, together with
two Additional Anieles thereunto annexed. London 1828 (un ejemplar en
Staatsarchiv Bremen (en adelante, StAB) 2-C. 13.a.); otro impreso en British and
Foreign Papers 14, 1826-27, pp. 614-629 y en Nouveau Recueil de Traités (en
adelante, NRT), VII, 1829, pp. 80-99.
27
Un informe detallado sobre las negociaciones inglesas y estadunidenses
con México para la firma de un tratado fue enviado por el agente comercial
hanseático H. Nolte al alcalde de Bremen, Smidt, el 31 de diciembre de 1826:
StAB 2-C. 13.a.
28
A Ward, no obstante, la situación se le presentaba verdaderamente fácil,
dado que los mexicanos en ese momento ya desconfiaban profundamente de las
intenciones de los Yankees. Cf. Zozaya al Ministerio de Asuntos Exteriores
mexicano, 26 de diciembre de 1822, en: PEÑA Y REYES, 1923, p. 103.
29
Ward a Canning (núm. 42), México 27 de septiembre de 1825: PRO, FO,
50/14. Ward aclara al presidente Victoria que Gran Bretaña aceptaría la
normativa excepcional para los países latinoamericanos si los Estados Unidos
también fuera obligado a adoptar esta estipulación: Ward a Canning (num. 68),
México 15 de diciembre de 1825: PRO, FO, 50/14.
30
Poinsett a Clay, México 31 de mayo de 1826, en: National Archives,
Washington, Record Group (en adelante, NAW RG) 59, Diplomatic Dispatches (en
adelante, DD) México, tomo 1.
31
Véase las cortas visiones generales de la historia previa, la negociación y
(finalmente no) ratificación de los tratados en BOSCH GARCÍA, 1949, pp. 13-38;
idem, 1961, pp. 211-278.
32
Véase los trabajos de KOSSOK, nota 21; DANE, 1971; VON MENTZ, 1980;
VON MENTZ, et al., 1982. Un resumen sobre las negociaciones para concluir un
tratado entre Prusia y México en KRUSE, 1923, pp. XCIX-CXII.
33
Memoria de los Ramos del Ministerio de Relaciones Interiores y Esteriores
(1826), p. 9. Acerca de la aventurera vida de Sulzer, cf. KÜHN, 1969, pp. 257-
271.
34
C.C. Becher: Vortrag in der Direktorial Raths-Versammlung der Rheinisch-
Westindischen Kompagnie, gehalten zu Elberfeld am 25. Febrero de 1832.
35
Gobierno de Breslau (¿al Ministerio Prusiano del Interior?), Breslau 29 de
noviembre de 1825: ZSAM 2.4.1. II 5212, f. 2-27.
36
Extract aus dem Senats-Protocolle 21 de febrero de 1827 (Mitteilungen des
hanseatischen Ministerresidenten in Paris): StAB 2-C.13.b.l. Véase también
Rocafuerte a Bülow, Fulham 26 de febrero de 1828: ZSAM 2.4.1. II 5213, f. 116-
118.
37
Véase el documento de su nombramiento como cónsul general (1 de
noviembre de 1829) en ZSAM 2.4.1. II 650, f. 144 bis. Véase KÜHN, nota 33, pp.
257-271.
38
Rother a Bernstorff, Berlín 1 de octubre de 1828: ZSAM 2.4.1.II 5213, f.
177 bis.
39
Sulzer a “Seehandlung”, México 23 de julio de 1828: ZSAM 2.4.1. II 5213,
f. 181 bis. Véase también Crull Kayser (director general de la “Seehandlung”) a
Sulzer, Berlín 11 de marzo de 1828: Ibid., f. 179 bis.
40
Texto (en francés y en alemán) en: NRT XII, 1837, pp. 534-553.
41
Publication du Ministére des relations étrangères en Prusse (Ancillon),
Berlín 27 de febrero de 1835, en: NRT XII, 1837, p. 553; véase también DANE,
1971, nota 32, p. 14.
42
TEMPKRLEY, 1925, pp. 34-53.
43
Véase el memorándum de Schmaltz de 1824: TORRE VILLAR, 1957, pp. 1-
25.
44
Légation de France aux Etats-Unis, 1823: Archives du Ministère des
Affaires Etrangères Paris (en adelante, AMAEP CP) Mexique, tomo 2, f. 174-175.
Véase también la documentación sobre la misión de Samouel en VILLANUEVA,
1912, y en PEÑA Y REYES, 1923.
45
Instructions pour M. Martin, Agent Français à México. París, 22 de
diciembre de 1825: AMAEP CP Mexique, tomo 2; BARKER, 1979, pp. 9/10.
46
Sebastián Camacho a Villèle, París, abril de 1827, en: WECKMANN, 1961,
tomo I, pp. 131-132.
47
Damas a Camacho, París, 8 de mayo de 1827: AMAEP CP Mexique tomo 3,
f. 68.
48
British and Foreign State Papers 14, 1826-1827, pp. 1221-1226; véase
también Archives Nationales Paris (en adelante, ANP): F12 6324 Mexique:
Relations avec la France. Negotiations et traités, 1827; y: Tratados, 1878, tomo
II, pp. 254-267.
49
Murphy jr. a SRE, París, 11 de agosto de 1830: RFM I, pp. 142-144.
50
Molé a Murphy jr., París, 30 de septiembre de 1830: RFM I, p. 167.
51
Tratados, 1878. pp. 269-277.
52
“Dictamen de la Comisión de Relaciones, de la Cámara de Diputados,
sobre el Tratado entre México y Francia”, anexo a: Alamán a Murphy Jr.,
México, 26 de octubre de 1831: RFM I, p. 208.
53
Tratados, 1878, pp. 277-297.
54
Convención provisional entre Francia y México, México, 4 de julio de
1834: Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (en adelante, ASREM) 1-
2-599, f. 4-5.
55
Véase las múltiples notas en RFM I, pp. 210-211 y en ASREM 7-15-54.
56
Conde Louis de Foucault al Ministro de Asuntos Exteriores Conde de
Montmorency, París, 28 de enero de 1822: AMAEP CP Mexique tomo 1, f. 135.
57
KOSSSOK, 1969, p. 4.
58
VON SCHMIDT-PHISELDEK, 1831, p. 409.
59
VÁZQUEZ, 1976, p. 50.
60
Acerca del contrabando, véase BERNECKER, 1994.
61
HERRERA CANALES, 1977, pp. 51, 81.
62
O’Gorman a Planta, México, 1 de marzo de 1825: PRO, FO, 203-204.
63
CODY, 1954, p. 270.
64
Joaquín de Miranda y de Madariaga: “Proyecto de Reconquista de Nueva
España”, Madrid 20 de abril de 1829, según DELGADO, 1953, tomo III, pp. 271-
285. Official Valué of Exports from Great Britain to México: StAB 2-C.13.b.l.
Véase también “Return rclating to Trade with México from 1820 to 1841”:
Parliamentary Papers, 1842, XXXIX, p. 531. LERDO DE TEJADA, 1853, cuadros
37-41. Los datos correspondientes a Gran Bretaña provienen de la fuente
inglesa, ya que Lerdo de Tejada no tiene cifras para el comercio británico-
mexicano de aquellos años.
65
LERDO DE TEJADA, 1853, nota 64, cuadros 37-41; HERRERA CANALES, 1977,
nota 61, p.81
66
SCHNEIDKR, tomo 1, 1981, p. 84.
67
Para los temas siguientes véase HERRERA CANALES, nota 61, p. 26 y
ROMERO, tomo 1, 1898, p. 155. Los ciatos de importación de Romero no se
diferencian sustancialmente de los de Herrera, si bien son muy superiores
especialmente en los puestos de vino y alimentos (1826-1828 en cada uno de
ellos aproximadamente un millón de pesos).
68
Respecto a los cambios en las transacciones comerciales durante los
primeros años de la independencia véase WARD, 1828, tomo 1, pp. 431-438;
según los datos de Ward, el comercio de importación que antes de la
independencia había registrado un promedio anual de 10 364 238 dólares,
descendió en 1821 a 7 245 052, e incluso llegó a los 3 723 019 en 1822. En 1823
aumentó lentamente a 3 913 013 incrementándose rápidamente a partir de
entonces.
69
O’Gorman a Bidwell, México 4 de abril de 1833: PRO, FO, 50-80 B, f. 71-
75. Posteriormente Pakenham se expresaría con mayor escepticismo respecto a
la nueva ley, en la que por otro lado no veía desventaja alguna para la
navegación británica. Pakenham a Palmerston, México 11 de noviembre de
1833: PRO, FO, 50-80 A, f. 128-133.
70
HERRERA CANALES, 1977, pp. 95-109.
71
HUMPHREYS, 1970, pp. 294 s. Las ventajas de los barcos estadunidenses
frente a los británicos se discuten detalladamente en Mackenzie a Canning,
Xalapa, 24 de julio de 1824: Board of Trade (en adelante, BT) 6/53 (sin
numeración).
72
“Le commerce du Mexique”, en: Le Moniteur, 3 de junio de 1862: ANP
12
F 2695.
73
Richthofen al Ministerio de Asuntos Exteriores de Prusia (Informe
comercial para el año 1851) México 25 de agosto de 1852: ZSAM 2.4.1.II 5229, f.
173-219.
74
Comerciantes hanseáticos de México y Veracruz a los Senados de las
ciudades hanseáticas. México-Veracruz 1-20 de noviembre, 1844: StAB 2-C
13.c. 1.b.
75
Mertens al Senado de Bremen, Veracruz, 15 de agosto de 1860: StAB 2-
C.13.C.1.c. Fuentes británicas confirman esta tendencia.
76
Véase, por ejemplo, el despacho consular del vicecónsul Thomson al
Foreign Office, Mazatlán, 31 de diciembre de 1856, en: Abstracta 1857, p. 123.
77
PLATT, 1980, pp. 113-130.
78
Véase, acerca de este debate en la bibliografía, PAYNE, 1974.
79
KATZ, 1964, p. 96.
80
SOETBEER, 1840, p. 178; RATZEL, 1878.
81
John E. Foster a Carlile Mason, Presidente de la Asociación de
Empresarios de Chicago, 9 de octubre de 1878, en: ROMERO, 1961, p. XI.
82
CHAPMAN, S.D., “The International Houses: The Continental Contribution
to British Commerce 1800-1860”, en The Journal of European Economic
History, vol. 6, núm. 1, 1977, pp. 5-48.
83
“Roherzeugung, Gewerbe und Handel von Mexiko 1846-1850, mit
besonderer Beziehung auf den deutschen Handel”, en: Preuβisches
Handelsarchiv (Berlín) 1850, pp. 520 y ss.
84
MEISTER, 1848, nota 17, pp. 16-18.
85
RICHTHOFEN, 1854; 1859, pp. 363 y s.
86
KATZ, 1964, nota 82, pp. 97-98; JETH, 1889, en: Export 15, pp. 218 y ss.;
en: Export 16, pp. 323-235; en: Export 17, pp. 248 y s.
5. EL PATRÓN DEL COMERCIO EXTERIOR
ENTRE MÉXICO Y EUROPA, 1870-1913

SANDRA KUNTZ FICKER


El Colegio de México*

El propósito de este artículo es presentar los resultados de un primer


acercamiento al estudio de los patrones del comercio entre México y sus
principales socios europeos en el periodo de apertura al comercio internacional
que precedió a la primera guerra mundial. Esta primera aproximación consiste
básicamente en el análisis de las dimensiones, la composición y los cambios en
la estructura del comercio de importación y exportación entre México y los cinco
países que representaron por mucho sus principales socios comerciales en
Europa; a saber, Gran Bretaña (GB), Francia (FR), Alemania (DT), Bélgica (BEL) y
España (ESP).1 El estudio cubre el periodo que arranca en 1870 y desemboca en
1913, el último año de tráfico regular en las aguas del Atlántico antes de la
conflagración internacional.
Aunque los rasgos básicos del comercio exterior de México durante el
Porfiriato han sido objeto de varios acercamientos generales, los intercambios
con áreas específicas del mundo han recibido menos atención, lo cual se explica
en parte por la creciente concentración del tráfico comercial en un socio
dominante, Estados Unidos. Del comercio con Europa se han realizado
exploraciones en los dos bordes extremos: en uno conocemos algo de los
aspectos más generales de ese intercambio gracias sobre todo a las Estadísticas
económicas del porfiriato (EEP) y al uso que de ellas hicieron los autores de la
Historia moderna de México, en especial Fernando Rosenzweig.2
Desafortunadamente, esas estadísticas contienen lagunas considerables en el
periodo anterior a 1892 y concluyen en 1910. En el otro extremo conocemos,
aunque de manera un tanto fragmentaria y todavía incompleta, algunos rasgos
muy particulares sobre el comercio con Europa, como aquellos que se derivan
del estudio de productos específicos, o del desempeño de una casa comercial, o
de las actividades de un grupo que compartía un mismo origen nacional, etc.3 Es
la franja intermedia la que ha permanecido escasamente estudiada; es decir, la de
los aspectos básicos de medición y caracterización de ese comercio, así como del
registro de los cambios que experimentó a lo largo del tiempo.
Este artículo se propone dar un primer paso en esa dirección, mediante una
caracterización aún preliminar del patrón del comercio entre México y sus
principales socios europeos. Si bien el estudio del intercambio bilateral entre este
país y cada uno de sus socios es también relevante desde varios puntos de vista,
en esta ocasión me ocuparé sólo de ese grupo de países considerado
conjuntamente. El trabajo intenta responder, por una parte, a preguntas
relacionadas con las dimensiones y la importancia relativa de ese comercio y su
evolución a lo largo del periodo, y por la otra, a cuestiones referentes a los
rasgos cualitativos del intercambio con Europa, como por ejemplo: ¿Cómo y
cuándo se modificó la estructura tradicional de este comercio? ¿Ocurrió de la
misma forma en que se modificaba la composición general del comercio exterior
mexicano, o el tráfico con Europa presentaba especificidades por lo demás
ausentes en el comercio de México con el exterior? ¿A qué apuntan estas
peculiaridades?
El análisis del patrón comercial con Europa se basa principalmente en las
estadísticas comerciales publicadas por cada uno de los socios europeos a lo
largo de este periodo.4 El uso de estas fuentes posee varias ventajas: salvo en el
caso de Alemania, se dispone de las cifras totales del comercio bilateral de cada
socio con México desde 1870;5 ello permite cubrir en buena medida las lagunas
de las fuentes oficiales mexicanas, que sólo se publican con regularidad a partir
de 1892. Además, el uso de las fuentes europeas, que ofrecen cifras desglosadas
por producto para buena parte del periodo, brinda la posibilidad de un análisis
más detallado de la composición del comercio y de sus cambios a través del
tiempo. En tercer lugar, el que se disponga de datos desglosados por producto
permite separar el comercio de mercancías de las transferencias de metálico; es
decir, del dinero (en lingotes y monedas de oro y plata) con el que México
habitualmente pagaba una parte de sus importaciones, así como sus deudas y
otros servicios que obtenía del exterior. Ello es de suma importancia para
conocer la evolución de las exportaciones mexicanas de mercancías, cuyo
análisis se ha visto obscurecido por la confusión que hacen las fuentes oficiales
mexicanas (y que se continúa en las EEP) entre ambos componentes de las
transacciones externas.6 Por lo demás, las fuentes de procedencia europea se
complementan con el empleo de las nuevas series anuales del comercio que he
publicado recientemente,7 y recurriendo también a las fuentes oficiales
mexicanas para algunos años y aspectos específicos.
El recurso a estadísticas comerciales de distintos países suscita siempre
dudas acerca de la confiabilidad y comparabilidad de los datos, la diversidad de
criterios con que fueron recopilados, etc. En otra parte me he ocupado de estos
problemas para el caso de las fuentes mexicanas y de los tres socios europeos
más importantes (GB, FR y DT), y he propuesto formas tentativas de disminuir los
sesgos que presentan las cifras y de aumentar la comparabilidad de las series.8
Ese ejercicio llama a no olvidar las reservas con que debe manejarse este tipo de
evidencia, pero también permite sugerir que los datos utilizados poseen un grado
aceptable de solidez y precisión. En este caso no repetiré ese ejercicio de
valoración de las fuentes con los dos socios comerciales restantes (BEL y ESP),
debido a que su peso en el comercio exterior de México durante este periodo es
muy reducido (en conjunto, 2% de las exportaciones mexicanas y 5% de las
importaciones como promedio) y a que los sesgos que puedan contener no
alteran sustancialmente ni los órdenes de magnitud ni los patrones que se
reflejan en las cifras totales.9
Para homogeneizar las cifras del comercio de cada país y poderlas sumar o
comparar se han convertido todas las cantidades a dólares.10 Las cifras de fuentes
europeas que se presentan aquí no han sido ajustadas para descontar los costos
de transporte, de manera que se trata de valores cif para las importaciones a
Europa (exportaciones mexicanas) y fob para las exportaciones de los socios
europeos (importaciones a México). Por otra parte, en este trabajo se utilizan las
cifras del comercio neto o comercio especial, aun cuando en algunos casos ello
implica una subestimación de los intercambios efectivos.11 Para minimizar el
impacto de las fluctuaciones anuales en el volumen de los intercambios, el
análisis toma como base promedios trienales de los valores del comercio en los
años iniciales de cada una de las cinco décadas que van de 1870 a 1910, aunque
los promedios no necesariamente comprenden los mismos años para cada uno de
los socios.12 En cuanto a la cobertura de la muestra de países, GB, FR y ESP
ofrecen datos completos desde 1870; BEL brinda valores totales desde esa misma
década, y desglosados por producto a partir de 1880, y DT ofrece ambos desde
1890.13 A partir de este momento, la cobertura por países es completa (es decir,
comprende a los cinco socios europeos).
Finalmente, es sabido que durante el periodo que nos ocupa México pagó
una parte de sus importaciones con transferencias de metálico, primero plata
acuñada o en barras y luego también oro en cantidades crecientes. La mayor
parte de estas transferencias se realizó hacia Estados Unidos, que actuaba como
intermediario financiero de México en el mercado internacional, pero algunas se
dirigieron a los socios europeos. Además, estos flujos no siempre fueron
unidireccionales: alrededor de 1905, con ocasión de la Reforma Monetaria,
México importó oro de Gran Bretaña, y pagó por él con monedas de plata. Pues
bien, con el fin de concentrar el análisis en el intercambio de mercancías, los
flujos de metálico entre México y sus socios europeos quedan fuera de la
consideración en este trabajo.14

1. LAS DIMENSIONES DEL COMERCIO CON EUROPA

En la primera mitad del siglo XIX, México compartió con el resto de América
Latina las dificultades para abrirse al comercio exterior que D.C.M. Platt
sintetizara en la siguiente triada: “población escasa, inestabilidad política y
comunicaciones pobres a inexistentes”.15 Sin embargo, a diferencia de los países
latinoamericanos de dimensiones comparables (como Argentina, Brasil y Chile),
México no empezó a superar esas condiciones adversas a mediados de siglo o en
la década de 1860, sino apenas quince o veinte años más tarde. Entre las
consecuencias de este retraso se cuentan las modestas dimensiones del comercio
exterior de México al inicio del periodo que nos ocupa y, como veremos en el
siguiente apartado, la persistencia de los patrones tradicionales del intercambio
con el exterior hasta la década de 1880.
Durante el largo lapso que va de la independencia a la primera gran apertura
de México al comercio internacional, las principales potencias europeas fueron
los socios dominantes en el comercio exterior mexicano. Como se muestra en el
cuadro 1, al iniciarse la década de 1870 tres países europeos concentraban más
de 50% de los intercambios de México con el exterior, pese a lo cual este país
representaba apenas 0.3% del comercio agregado de esos tres países.
Esta situación habría de experimentar cambios notables en las siguientes
décadas. A inicios de los años 1890 México participaba con 0.3% del comercio
agregado de sus cinco principales socios europeos (y no sólo de tres, como en
1870), pero además su posición relativa frente a ellos era totalmente distinta
puesto que, en conjunto, éstos concentraban tan sólo 28% del comercio exterior
de México, una proporción cercana a la mitad de la que observáramos veinte
años atrás.16 Esta evolución se consolidó en la siguiente década, en la que
México aumentó su participación en el comercio europeo al mismo tiempo que
sus socios trasatlánticos disminuían otro poco su presencia en el comercio
mexicano. Estos datos apuntan a dos fenómenos que conviene destacar: por un
lado, que en algún momento de la década de 1880 el comercio exterior de
México experimentó un importante proceso de reorientación geográfica, en
virtud del cual la presencia europea disminuyó en forma progresiva y
consistente. Por otro lado, que durante estos mismos años el comercio exterior
de México creció a un ritmo mayor que el de sus socios europeos, de manera que
la reorientación que estaba teniendo lugar no impidió que México aumentara su
participación —si bien siempre modesta— en las cifras agregadas del comercio
de aquéllos.

En fin, en la última década considerada Europa recobró algo de la presencia


perdida, al concentrar casi un tercio del comercio mexicano a principios de los
años de 1910 al tiempo que la participación de México en el comercio europeo
se acercaba al medio punto porcentual. En el balance, México se encontró al
final del periodo en una mejor posición frente a sus socios europeos: mientras
exhibía una concentración menor de su propio comercio en Europa, contribuía
con una porción mayor al intercambio mercantil de esos países.
Como sabemos, el drástico desplazamiento del comercio exterior de México
respecto a sus tradicionales socios europeos se debió al estrechamiento de los
lazos económicos con Estados Unidos, cuya proximidad geográfica se convirtió
en una vecindad operante a partir de 1880. A ello contribuyeron varios
fenómenos interrelacionados, entre los que destacan la construcción de
ferrocarriles y el inicio de las inversiones de “derrame” en la frontera entre
ambos países.17 Ahora bien, aunque este acercamiento produjo el efecto de alejar
a México de sus socios en Europa, no lo hizo al mismo tiempo ni con la misma
intensidad en el comercio de importación que en el de exportación. De hecho,
como también puede verse en el cuadro 1, hacia el final del periodo las
exportaciones habían aumentado considerablemente su participación en el
comercio entre Europa y México, aunque siguieran siendo minoritarias respecto
a las importaciones. Una imagen más precisa de la situación de cada una de estas
dimensiones del comercio desde los años iniciales de 1870 hasta la víspera de la
primera guerra mundial se desprende de la gráfica 1.

Lo primero que salta a la vista es que hacia 1870 los principales socios
europeos ya habían dejado de ser el destino predominante de las exportaciones
mexicanas, aun cuando mantenían su papel de principales abastecedores de este
mercado. El cambio en el destino de las exportaciones parece indicar que el
dinámico crecimiento de la economía estadunidense generó tempranamente una
demanda importante de productos mexicanos que pudo encauzarse a ese país
incluso antes de que se iniciara la construcción ferroviaria. Por otra parte, el
persistente predominio de Europa en las importaciones sugiere que las
condiciones de la demanda mexicana de productos extranjeros no se habían
modificado sustancialmente para entonces. Se trataba, como se verá más
adelante, de complementar la oferta local de textiles para el consumo general y
de satisfacer la demanda suntuaria de las clases acomodadas.
La caída más abrupta en la participación europea se produjo a inicios de los
años ochenta para las importaciones y una década más tarde en el caso de las
exportaciones. La explicación de este fenómeno está al alcance de la vista: en el
primer caso, la construcción de ferrocarriles y el montaje de las primeras
empresas estadunidenses en México demandaron gran cantidad de insumos
importados. El origen de las inversiones señala a los abastecedores naturales de
esta demanda: el propio Estados Unidos. Una vez que los ferrocarriles
empezaron a funcionar, ellos mismos contribuyeron a que la oferta incrementada
de bienes para exportar se orientara hacia el mercado norteamericano, lo cual se
dejó sentir en la cuenta de las exportaciones en el curso de los siguientes años.
Por último, en medio de este agudo proceso de reorientación de los flujos
comerciales que marcó el último tercio del siglo XIX, no deja de llamar la
atención que durante los últimos años del periodo el retroceso de Europa en las
importaciones se frenara, y que su presencia en las exportaciones aumentara
considerablemente (véase gráfica l).18 Esta reaparición de Europa en el comercio
exterior mexicano merece un análisis más profundo, pero entre sus factores
causales pueden mencionarse el interés de la administración porfirista en su
etapa tardía por diversificar las relaciones económicas del país y el aumento en
las inversiones europeas que se produjo en parte como consecuencia de aquel
empeño.19 En un momento posterior contribuyó también la crisis de 1907, que
aunque tuvo un alcance internacional afectó fundamentalmente a la economía de
Estados Unidos.

2. LA ESTRUCTURA DEL COMERCIO

En la época en que los estudios sobre el comercio exterior estuvieron en boga


internacionalmente se solía hablar de la estructura “neocolonial” o “tradicional”
del comercio de los países atrasados como algo que habría permanecido más o
menos invariable durante periodos muy prolongados, que podían abarcar desde
la época de su vinculación a las potencias europeas hasta el umbral de la
industrialización sustitutiva de importaciones iniciada a fines del siglo XIX o
principios del XX. La literatura solía referirse entonces de manera genérica al
intercambio de materias primas y alimentos (a los que en algunos casos se
agregaban, como componente crucial, los metales preciosos) por productos
manufacturados, generalmente bienes de consumo suntuario destinados a
satisfacer el pequeño mercado constituido por la élite local.20 Esta definición, sin
embargo, pasaba por alto cambios fundamentales en el patrón del comercio entre
los países del atlántico y sus socios menos desarrollados del tercer mundo, y
particularmente de América Latina. En el caso de las exportaciones estos
cambios se produjeron tempranamente, en ocasiones pocas décadas después de
la independencia. Por ejemplo, para mediados de siglo, Argentina, Brasil, Chile
y Perú habían desarrollado actividades exportadoras nuevas o con una
complejidad y escala desconocidas en la etapa anterior.21 Algunas décadas más
tarde también la estructura tradicional de las importaciones empezó a ser
reemplazada por otra más estrechamente relacionada con la modernización
económica, en la que la dotación de infraestructura y el equipamiento de
industrias incipientes absorbían porciones crecientes de las compras en el
exterior.22
Para referirnos al caso concreto de México, la estructura tradicional del
comercio consistía en exportar plata acuñada en grandes cantidades y de manera
secundaria tintes, maderas (tintóreas y de ebanistería), vainilla y algunos otros
artículos en cantidades modestas, e importar textiles, vinos y abarrotes para el
consumo de la élite peninsular y criolla. Este patrón prevaleció por un tiempo
inusualmente largo, de manera que todavía en 1870 definía la estructura básica
del comercio exterior mexicano.
En algún momento del siglo XIX, sin embargo, esta estructura empezó a
modificarse sustancialmente: a los metales preciosos se sumaron los minerales
industriales, y luego éstos empezaron a exportarse con un grado mayor de
elaboración. Los productos “tradicionales”, como los tintes y la madera cedieron
su lugar a productos de la agricultura tropical como el café, el henequén y el
tabaco, ninguno de los cuales había tenido significativa presencia en el comercio
colonial. En cuanto a las importaciones, los artículos para el consumo suntuario
fueron crecientemente reemplazados por bienes de capital, insumos y
combustibles empleados en la producción. Pese a que la estructura del comercio
podía seguirse definiendo como un intercambio de materias primas por
productos manufacturados, su naturaleza y la de la economía que producía o
adquiría esos bienes se habían transformado radicalmente.

Las exportaciones mexicanas a Europa

Las gráficas que llevan el número 2 ofrecen una imagen de la estructura básica
de las exportaciones dirigidas a los socios europeos entre principios de los años
setenta del siglo XIX y principios de los diez del XX. No incorporan todos los
productos exportados, pero representan una muestra que abarca entre 85 y 97%
del total de las exportaciones a los países considerados. En las gráficas he
decidido agrupar los productos según el momento de su aparición en la canasta
exportadora, y definirlos como “tradicionales” o como pertenecientes a una
“primera” y a una “segunda” fases de la era exportadora. Esta agrupación
permite distinguir no uno sino dos tránsitos importantes en la estructura del
sector exportador.
Observemos en primer lugar la gráfica 2a. El periodo arranca con claro
predominio de los productos aquí llamados tradicionales, y el asomo, todavía
incipiente, de algunos productos que caracterizarían el inicio de la era
exportadora. En algún momento de la década de 1880 esa estructura tradicional
empezó a modificarse, de manera que al iniciarse la de 1890, las exportaciones
tradicionales habían cedido su sitio preponderante a las pertenecientes a la
primera fase de la era exportadora. En las siguientes décadas continuó la
tendencia decreciente de las exportaciones tradicionales, pero se verificó
también (en términos porcentuales) la de las “nuevas” exportaciones que
aparecieron en los años ochenta. Ello sucedió porque en algún momento de la
década de 1890 se desarrollaron con fuerza productos que apenas aparecían en
1880, y que no sólo desplazaron pronto a los tradicionales, sino que casi
igualaron a los de la primera fase exportadora hacia el final del periodo. En
realidad, si nuestra historia no se detuviera allí podríamos ver que estos
productos, característicos de la segunda fase de la era exportadora, terminarían
por prevalecer en la década de 1910.
Tenemos, entonces, tres etapas en la estructura de las exportaciones
desenvolviéndose en sus fases ascendentes o declinantes a lo largo de este
periodo: la anterior a 1880, aquí llamada “tradicional”, que en algunos de sus
componentes puede ser rastreada hasta el periodo colonial; la que se anuncia
desde los años setenta pero despega con fuerza a mediados de los ochenta, y la
que despunta en los ochenta pero adquiere presencia relevante hacia mediados
de los años noventa.23
Estas etapas se perciben desde una luz algo distinta cuando observamos no la
participación relativa, sino el valor de las exportaciones de cada grupo a lo largo
del periodo, tal como se presenta en la gráfica 2b. El tránsito de una estructura a
otra es aún visible en esta gráfica, pero no debido a la declinación absoluta de
unos productos y el ascenso de otros, sino en virtud del crecimiento acelerado de
los productos que en cada caso se consideran nuevos o emergentes. Conviene
hacer notar que la canasta tradicional no decayó en términos absolutos ni mucho
menos desapareció, y de hecho aportó el mismo valor en los años ochenta que al
iniciarse la década de 1910. Lo que se observa es la pérdida de dinamismo de las
exportaciones tradicionales, debida algunas veces al fin del ciclo de ciertos
productos y otras al límite impuesto por la frontera productiva de las actividades
involucradas. Esta decadencia contrasta fuertemente con el dinamismo de las
ventas que caracterizaron a la era exportadora. Las pertenecientes a la primera
fase se triplicaron en valor entre inicios de los ochenta e inicios de los noventa,
para luego despegar de nuevo en forma impresionante a principios de los años
diez del siglo XX. Las de la segunda fase se multiplicaron por cinco entre los
años noventa y la década de 1900, y registraron un nuevo ascenso espectacular al
inicio de la siguiente década. Es de notar que la segunda fase exportadora no
sustituyó a la primera, sino que se montó sobre ella, lo que a partir de cierto
momento dotó al sector exportador de un dinamismo inigualado hasta entonces.
Puede decirse, entonces, que el sector exportador mexicano pasó por las
siguientes etapas:

Aunque las gráficas que llevan el número 2 muestran con nitidez las tres
etapas en la evolución del sector exportador durante el siglo XIX, huelga decir
que no reflejan con precisión los cambios en la estructura de las exportaciones
mexicanas consideradas en su conjunto, puesto que aquí se trata sólo del
intercambio con Europa. Las condiciones de la demanda variaban,
evidentemente, de país a país, y ciertamente eran distintas en Estados Unidos
que allende el Adámico. A diferencia de lo que sucede con las importaciones (de
las que nos ocuparemos más adelante), no se percibe aquí un patrón definido en
cuanto a la demanda diferenciada de productos en uno y otro caso, puesto que
los factores actuantes eran muchos y diversos. Algunos ejemplos ilustrarán la
cuestión. Europa fue siempre el principal cliente para las maderas finas, en tanto
que por razones de la proximidad y las facilidades de transporte, Estados Unidos
absorbió casi todas las exportaciones mexicanas de ganado vivo. Las ventas de
tintes decayeron en todas partes como consecuencia de la extensión del uso de
las anilinas y de la aparición de nuevas fuentes de aprovisionamiento.24 En
general, las potencias europeas procuraron reemplazar el abasto proveniente de
las naciones independientes por el de sus propias colonias, y ello afectó en
mayor o menor medida a algunos productos de la canasta mexicana.25 Así, por
ejemplo, la vainilla no desapareció del todo de las exportaciones, pero se
reorientó completamente hacia el mercado norteamericano. En los casos del
tabaco y el azúcar, México siguió abasteciendo con sus exportaciones más bien
modestas preferentemente a los mercados europeos (Bélgica y Gran Bretaña,
respectivamente), pero como un proveedor secundario y sujeto a los vaivenes de
los abastecedores principales.
En otros casos aparece como factor determinante de la orientación geográfica
de los bienes exportados el origen de los capitales invertidos en su producción.
Así se explican las exportaciones de cobre a Francia, que se realizaron en
pequeñas cantidades desde los años ochenta y en montos importantes a partir de
1900, y que procedían de la empresa francesa de El Boleo. O las ventas de café a
Alemania desde la década de 1890, originadas en la vinculación entre los
finqueros alemanes del Soconusco y las casas comerciales alemanas
compradoras del grano.26 En fin, por esas mismas razones las ventas de
minerales y metales, caucho, guayule y fibras tendieron a concentrarse en
Estados Unidos, en donde se encontraba ya el origen de las inversiones, ya el
control sobre la distribución de los productos.
Una mirada a la composición por productos de la canasta exportadora nos
permitirá profundizar en la naturaleza de los cambios que tenían lugar en el
sector exportador. Ésta se presenta en el cuadro 2. Ante todo, se notará que la
muestra de productos omite algunas exportaciones mexicanas conocidas, y que
de hecho se remitían a Europa en alguna medida, como las de azúcar, tabaco,
miel, hierbas medicinales, entre otras. La razón de su ausencia es que estas
ventas se hacían en forma muy irregular y en una escala menor, por lo que su
peso estadístico era relativamente pequeño. De hecho, como se puede ver, la
exclusión de estos artículos no afecta severamente la cobertura de la muestra.

Con excepción del rubro de metales en la última fase, en los tres grupos
hablamos de la exportación de materias primas y alimentos; sin embargo, las
diferencias que hay entre ellos son sustanciales. Ocupémonos en primer lugar de
los productos “tradicionales”. El grupo se compone de maderas (sobre todo de
cedro y caoba), cortezas y extractos tintóreos (palo de tinte y de moral, grana y
añil) y vainilla.27 Las exportaciones de maderas finas datan quizá de mediados
del siglo XIX, y originalmente aparecieron por la necesidad de llenar con carga de
regreso los buques que arribaban a los puertos del Golfo. Como esas ventas no
se derivaban de un aprovechamiento racional y planificado de los bosques, sino
más bien del corte desordenado con fines de lucro inmediato, decayeron a
medida que se agotaban los bosques de la región y que se encarecía el costo de
transportar la madera hasta los puertos.28 Los otros dos tipos de exportaciones
pueden rastrearse hasta la época colonial, y su significación guarda estrecha
relación con su carácter “exótico”: en aquella época se trataba de actividades
poco difundidas internacionalmente y de productos que carecían de sustitutos en
el mercado.29
En general, los artículos de la canasta tradicional poseen en común las
características de haber estado muy localizados geográficamente (el añil y la
cochinilla en Oaxaca, el palo de tinte en Campeche y Yucatán, la vainilla en
Veracruz, las maderas en la costa del Golfo)30 y haber resistido la explotación en
gran escala, así como el asociarse a formas y técnicas tradicionales de
producción.31 Sus exportaciones decayeron como resultado del progresivo
agotamiento de los recursos (en el caso de las maderas finas), del surgimiento de
fuentes alternativas de aprovisionamiento (sobre todo para las metrópolis
coloniales europeas),32 o de su desplazamiento por sustitutos sintéticos (como
sucedió con los tintes tras el descubrimiento de las anilinas en 1858 y la
extensión de su uso a lo largo de las siguientes décadas).33
Los productos pertenecientes a la primera fase de la era exportadora reflejan
aspectos relevantes de los cambios que estaban teniendo lugar en el sector
exportador. De entrada, estos productos apuntan a una cierta diversificación del
sector. En el caso de los bienes agrícolas, ésta fue posible por la incorporación de
recursos que se habían mantenido ociosos o subutilizados, como la tierra y la
fuerza de trabajo.34 En el de los minerales, la explotación de los recursos
existentes requirió, evidentemente, de inyecciones considerables de capital.
Todos estos productos reflejan el aprovechamiento de las ventajas comparativas
de la economía mexicana, y no es de extrañar que (a diferencia de artículos
menos exitosos, como el tabaco y el azúcar) resistieran la competencia en los
mercados europeos. Y aún así, su principal mercado era el de Estados Unidos,
por lo que las cifras del cuadro 2 no son indicativas de las dimensiones de su
comercialización en el mercado internacional.
La estructura de las ventas al exterior en la primera fase de la era exportadora
sugiere también una mayor difusión geográfica de las actividades exportadoras.
Aunque el henequén se producía sólo en la península de Yucatán, el ixtle
(componente menor y más tardío dentro del rubro de fibras) se recogía en al
menos cuatro estados del norte del país.35 El cultivo del café se extendió en
escala importante a por lo menos tres estados, en los que prevalecían técnicas de
cultivo y formas de explotación muy diversas.36 Los cueros y pieles eran un
subproducto importante de la explotación ganadera, que se desarrollaba
prácticamente en todos los estados del país, aunque con mayor fuerza en el norte
y la costa de Veracruz. En fin, la exportación de minerales (rubro que abarca
todos los frutos de la extracción minera que se exportaban en bruto,
principalmente minerales de plata y cobre) implicó una ampliación sustancial del
mapa minero, que desde su núcleo tradicional en el centro y centro-norte se
extendió a varios estados del norte del país.
Aunque probablemente la minería es la única de estas actividades que
implicó importantes avances técnicos en la producción, todas reflejan un
aumento considerable en la escala y en el grado de especialización de la
economía. Ello no siempre implicó la modernización en las formas de
explotación de la mano de obra, que como se sabe fueron desde el trabajo
compulsivo con bajos salarios en las plantaciones, hasta el trabajo asalariado
relativamente bien pagado en las minas y las haciendas ganaderas del norte. Por
otra parte, el desarrollo de estas actividades está estrechamente vinculado a la
dotación de una infraestructura de transporte que las hizo rentables.37 Su auge a
partir de mediados de los años ochenta del siglo XIX refleja, en suma, no sólo la
ampliación, sino también la profundización en el desarrollo de un sector
exportador basado en la incorporación de recursos antes ociosos, en la inversión
de capital y en la explotación de las ventajas comparativas del país.
Mientras que el tránsito de la etapa tradicional a la primera fase exportadora
sí implicó la sustitución de productos de la canasta tradicional por artículos
nuevos, la segunda fase exportadora no consistió en el reemplazo de viejos por
nuevos productos, sino en la diversificación ulterior de la canasta exportadora
mexicana. De hecho, las ventas de la primera fase continuaron creciendo
después de un breve tropiezo a principios del siglo XX, de manera que hacia el
final del periodo los componentes de ambas fases aportaban un porcentaje
similar al valor total de las ventas en el exterior. Es este “empalme”, en realidad,
lo que imprimió el enorme dinamismo que caracterizó al sector exportador en los
últimos quince años del Porfiriato.
La composición de la canasta en esta última fase presenta algunas novedades
interesantes. El garbanzo y el caucho empezaron a cultivarse como un esfuerzo
expreso de responder a la demanda internacional de estos artículos, y requirieron
no sólo de cambios en el uso del suelo y la estructura de la propiedad, sino
inversiones de capital y en ocasiones obras de irrigación y la dotación de
infraestructura de transporte.38 En cuanto a las exportaciones de metales, su
composición las coloca francamente más cerca de la clasificación de insumos de
carácter industrial que de la de materias primas. Se trata de minerales de cobre,
plata, plomo, zinc y antimonio con distintos grados de elaboración, producidos
en condiciones técnicas avanzadas e intensivas de capital, y con mayor valor
agregado. Son el fruto más acabado de la era exportadora, y desde la década de
1900 aportaron la mayor proporción de las exportaciones mexicanas a Europa.
Por lo que toca al petróleo, apenas aparece aquí con un porcentaje modesto y en
sus formas menos elaboradas, pero en los años siguientes habría de revelar
características semejantes a las de los metales. En suma, las exportaciones de la
segunda fase entrañan un avance notable en varios aspectos: la diversificación
del sector exportador, la ampliación de su alcance geográfico, la modernización
de las técnicas de producción, un mayor grado de elaboración de algunos de sus
productos y mayor valor agregado a la materia prima antes de su remisión al
exterior.
Cabe recordar, sin embargo, que precisamente en las etapas de mayor auge
exportador fue cuando menguó más severamente la presencia de Europa en las
exportaciones mexicanas. En las décadas de 1890 y 1900 apenas entre 10 y 20%
de las ventas de México en el exterior se dirigieron a sus principales socios
europeos. Algunos de los componentes más dinámicos de la canasta exportadora,
como el grueso de los minerales industriales y los productos ganaderos, se
orientaron en forma abrumadora hacia Estados Unidos.39 El principal efecto de
ello en la información cuantitativa que aquí manejamos es que muestra tan sólo
una pequeña proporción del total de las nuevas exportaciones, lo cual da una
imagen muy suavizada del tránsito entre las distintas etapas del desarrollo
exportador.
Ahora bien, ¿cómo se distribuyeron las exportaciones mexicanas entre los
socios europeos? La gráfica 3 responde a esta pregunta por lo que hace al total
de las exportaciones. En las dos primeras décadas, Gran Bretaña aparecía como
el principal socio europeo de México. A partir de los años noventa, fue
desplazada de esa posición por Alemania, y a partir de 1900 también por
Francia, aunque al iniciarse la década de 1910 Gran Bretaña volvió por sus
fueros y se colocó de nuevo en primer lugar.
Por cuanto las exportaciones mexicanas se reducían a un pequeño número de
productos, el socio predominante solía absorber las mayores cantidades de al
menos algunos de ellos. Por ejemplo, en las dos primeras décadas Gran Bretaña
adquiría la mayor proporción de maderas, tintes, fibras y minerales que se
exportaban a Europa, y en las dos décadas siguientes fue desplazada por
Alemania como principal mercado para esos mismos productos. Francia era una
compradora importante de maderas, fibras y, a partir de 1900, metales, y Bélgica
lo era sobre todo de minerales. España era un cliente pequeño para las
exportaciones mexicanas, pero a partir de 1900 absorbía prácticamente toda la
oferta de garbanzos y legumbres que México colocaba en el continente. En la
medida en que los países europeos eran socios menores para México en estos
años, es difícil identificar un patrón en estas adquisiciones: se trataba de compras
suplementarias tanto de la oferta local como de las importaciones más
sustanciales provenientes de los socios importantes.

Las importaciones europeas a México

Las importaciones presentan un cuadro bastante distinto. En primer lugar, como


hemos visto antes, Europa siguió siendo un abastecedor muy importante del
mercado mexicano hasta la primera guerra mundial. Aunque su participación
disminuyó de más de 50% a menos de 40% entre los años de 1870 y los de 1890,
sostuvo esa presencia y hacia el final del periodo aportó cerca de 40% de las
compras de México en el exterior (véase gráfica 1). En segundo lugar, las
importaciones procedentes de Europa destacaban por su variedad, que deja ver
tanto la ventaja comparativa de cada una de las economías europeas, como su
nivel de especialización y el grado diferenciado de desarrollo de su sector
industrial. Así, a la gran diversidad de artículos textiles y de mercería
procedentes de Gran Bretaña, Francia y Alemania, se sumaban la joyería
francesa, la vinatería de Francia y España, los abarrotes españoles, la maquinaria
inglesa y alemana, la ferretería alemana y belga. La actividad de las casas
comerciales en México, los hábitos de consumo domésticos y las cualidades
específicas de la oferta europea hicieron que muchos de los artículos que se
importaban de Europa fueran insustituibles en este periodo, pese a la drástica
reorientación de una parte del comercio mexicano hacia Estados Unidos.
Un análisis más detallado de la composición de las importaciones europeas a
México se dificulta porque las denominaciones utilizadas en las estadísticas
comerciales de los distintos socios no son homogéneas, y porque la forma en que
se agrupaban los artículos resiste una clasificación simple entre bienes de
consumo y bienes de producción, o alguna otra de este tipo.40 Así sucede, por
ejemplo, con el rubro de “algodón y sus manufacturas” que aparece en las
estadísticas alemanas, y que en el caso de un país industrial puede presumirse
compuesto básicamente de manufacturas para el consumo, pero que podría
contener hilo de algodón empleado como insumo en la industria textil mexicana.
O con el rubro de “papel y sus manufacturas”, que claramente contiene tanto
insumos como bienes de consumo final (aunque cuando es posible adentrarse en
su composición resulta que prevalecen estos últimos). En fin, lo mismo puede
decirse de la quincallería, la ferretería, etc. De manera que el análisis que sigue
se basa en una clasificación tan aproximada como es posible de los productos o
tipos de productos incluidos en las estadísticas, que para el efecto han sido
agrupados en los siguientes rubros:
1. “Textiles y mercería”, compuesto básicamente por artículos de consumo,
como telas y ropa de algodón, lana, seda, lino, y mezclas, blancos, alfombras y
tapetes, y en proporción mucho menor, por algunos insumos productivos,
principalmente hilos e hilazas.
2. “Otros bienes de consumo (e insumos productivos)”, designado así porque
en él predominaban los primeros aunque estuvieron presentes, en medida mucho
menor, los segundos, tal como se deja ver en su composición: vinos y licores,
abarrotes, joyería, papel y libros, pieles preparadas y sus manufacturas, artículos
de cerámica, cristal y vidrio, juguetería y ebanistería, quincallería, carrocería y
vehículos (con fuerte predominio de estos últimos).
3. “Bienes de producción”, en el cual se agruparon denominaciones con un
claro predominio de insumos, combustibles y bienes de capital. El rubro incluye
ferretería, mercurio, maquinaria y herramientas, productos químicos, y carbón y
combustible.
Las gráficas con el número 4 presentan la estructura agregada de las
importaciones provenientes de los principales socios europeos, en primer lugar
de acuerdo con su valor, y en seguida conforme a su participación porcentual.
Analicémoslas brevemente.
En las primeras tres décadas el rubro más importante de las importaciones
europeas (por valor) fue el de textiles, aunque casi no creció entre los primeros
años de la década de los ochenta y los primeros años del nuevo siglo y sólo a
inicios del decenio de 1910 exhibió un repunte bastante llamativo. Su
desempeño ha sido explicado a partir del proceso de sustitución de
importaciones que se verificaba en México, y que llevó al virtual reemplazo de
los tejidos más comunes de algodón por producción nacional.41 Lo que cabría
explicar es entonces el inesperado repunte de las importaciones en los primeros
años de la revolución mexicana. Un mayor acercamiento a las cifras pone de
manifiesto que lo que produjo ese salto fue el considerable aumento de las
ventas de textiles de algodón por todos los socios europeos a México; hecho que
hace pensar que el abasto del mercado mexicano se había visto perturbado por el
estado de guerra, ya fuera por el cierre de algunas fábricas o los recortes en la
producción, o simplemente porque los comerciantes hacían previsiones para los
tiempos por venir.42

Pese a su predominio inicial en términos de valor, la participación porcentual


de los textiles en la canasta europea de exportaciones a México disminuyó
consistentemente a lo largo del periodo, con la única excepción de la última
década, en que permaneció constante. Exhibieron al principio una presencia
apabullante, cercana a 60%, y tan sólo una década más tarde retrocedieron hasta
poco más de 40%, para ubicarse en el rango de 30-38% en los tres decenios
siguientes. No es un porcentaje menor, sin embargo; sobre todo si se piensa que
éste era apenas uno de los rubros (si bien el principal) de la canasta de bienes de
consumo importados de Europa. Si a éste se suma lo que aportaba el segundo
grupo de productos considerado en las gráficas, conformado también
básicamente por artículos de consumo, tenemos que en realidad éstos
predominaron en la canasta europea durante buena parte del periodo. Aportaron
en conjunto 80% de las importaciones europeas totales en los años iniciales, y
esta participación fue disminuyendo hasta 62% a inicios de los años noventa.
Sólo a partir de 1900 los bienes de consumo representaron poco menos de la
mitad de la canasta importadora europea, y se mantuvieron así hasta el final del
periodo.

Si observamos más de cerca la composición del segundo grupo de productos,


resulta que la mayor parte de sus componentes pueden ser caracterizados como
bienes de consumo suntuario que cumplían el papel de satisfacer la demanda de
las clases acomodadas y por lo general no competían con actividades
productivas que se realizaran localmente en alguna escala significativa. Vinos,
abarrotes, porcelanas, libros, joyas, artículos de piel, utensilios: artículos
producidos por el sector más tradicional de las economías de origen, destinados
al consumo suntuario de la sociedad local, sin relación con la actividad
productiva, la creación de infraestructura, la ampliación de los activos físicos, o
cualquier otra dimensión del desarrollo económico nacional. Estas importaciones
se duplicaron al paso de la primera década, acaso como resultado de la mejora en
las condiciones económicas del país, pero luego se mantuvieron prácticamente
estancadas en términos de valor durante las siguientes décadas. Volvieron a
crecer en forma moderada al iniciarse la revolución, acaso por las mismas
razones de previsión y perturbación de los mercados internos que operaron en el
caso de los textiles.
El tercer rubro de las importaciones está conformado básicamente por bienes
de producción. Digo “básicamente” porque aunque su composición general es
inequívoca, incluye también algunos artículos que pueden caber en la categoría
del consumo. Por ejemplo, en la ferretería se incluyen herramientas que podían
tener un uso doméstico, así como en los productos químicos y farmacéuticos se
agrupan medicinas que se destinaban al consumo. Éstas, sin embargo, tienen una
presencia muy pequeña junto a las sustancias químicas y colorantes que
predominan en este grupo, así como probablemente la tienen las herramientas de
uso doméstico en el conjunto de artículos de metal y ferretería, dominado por
insumos empleados en la producción artesanal o fabril. Los otros grupos de
artículos no dejan lugar a dudas: dentro de “maquinaria y herramientas” se
agrupan máquinas de todo tipo y para todo uso, y herramientas agrícolas,
artesanales y de construcción. Los combustibles, por su parte, incluyen hulla y
carbón, así como algunos aceites minerales. En conjunto, el significado
económico de este tercer rubro es enteramente distinto al de los anteriores:
refleja el pasaje hacia una canasta importadora menos impulsada por la demanda
de un pequeño segmento del mercado dentro de una economía tradicional y más
definida por las necesidades de una economía en proceso de modernización.
Este rubro empezó aportando una parte insignificante a las importaciones
mexicanas procedentes de Europa, y creció en forma más bien lenta durante el
último tercio del siglo XIX. Con todo, para principios del siglo XX había más que
duplicado su valor, y este desempeño notable se prolongó gracias a un
crecimiento consistente a lo largo de la última década del periodo. En conjunto,
las importaciones de bienes de producción pasaron de menos de 10% del valor
total de las compras a los socios europeos a más de 30% a partir de 1900. Lo que
llama la atención en este caso no es, sin embargo, el crecimiento de las
adquisiciones de bienes de producción, sino la lentitud con que tuvo lugar; no el
incremento de su contribución relativa, sino una presencia todavía pobre, o al
menos modesta, hasta el final del periodo. Y llama la atención porque en esas
décadas se verificaba en México un intenso (aunque incipiente, concentrado y
limitado en muchos otros sentidos) proceso de industrialización y de creación de
infraestructura, y ninguno de ellos pudo haberse desarrollado sin la necesaria
provisión de material, equipo, insumos y combustibles que en buena medida
debían provenir del exterior. A la luz de este proceso, la canasta europea de
importaciones hacia México no destaca por los elementos de cambio, sino por
una sorprendente continuidad.
En realidad, la explicación de este fenómeno es bastante simple. Hemos
dicho ya que a lo largo de estas décadas Europa perdió una parte significativa de
su comercio con México, aunque la pérdida fue ciertamente menor en las
importaciones que en las exportaciones. Lo que sucede es que esa pérdida no se
distribuyó de manera homogénea a lo largo de toda la lista de importaciones. La
gráfica 5 arroja luz sobre este aspecto del problema.

La gráfica ofrece cálculos aproximados de la participación de las


importaciones procedentes de los socios europeos en el total de las
importaciones mexicanas para los rubros que hemos considerado aquí. En los
inicios del periodo, los socios europeos abastecían en forma bastante
proporcionada las distintas necesidades del mercado mexicano. Esa distribución
relativamente homogénea se había quebrado por completo para principios del
siglo XX, pues para entonces los textiles europeos exhibían un predominio
abrumador en el valor de las compras mexicanas de textiles en el exterior, pero
los otros dos rubros disminuían considerablemente su participación en el valor
total de su clase. Esa presencia abrumadora de Europa en el abasto de textiles se
mantuvo en la siguiente década, sin que se contuviera el deterioro de los otros
dos rubros.
La explicación, entonces, consiste en que Europa permaneció como principal
abastecedor de textiles del mercado mexicano, pero para otros bienes de
consumo, y sobre todo para los bienes de producción que se iban convirtiendo en
el componente principal de las importaciones mexicanas, el país encontró
abastecedores alternativos que para 1910 satisfacían en más de 70% la demanda
local. Se sabe bien que no fueron varios, sino uno el abastecedor alternativo que
muy pronto se convirtió en dominante: Estados Unidos.43 Así, el proceso de
reorientación del comercio que se verificó en las últimas décadas del siglo XIX
no aparece ya como un fenómeno meramente cuantitativo, sino como uno que se
explica por los cambios en la composición del comercio y, entonces, en la
estructura de la demanda de la economía mexicana. Se produjo una suerte de
“división del trabajo”, en virtud de la cual Estados Unidos respondió a la
demanda emergente, vinculada con las necesidades de la producción más que
con las del consumo, y en particular con las de la modernización económica, en
muchos casos ligada a la inversión directa de capital extranjero. Europa, por su
parte, fue hasta cierto punto confinada al viejo comercio, al de los artículos
menudos y valiosos cuyo manejo era controlado por las antiguas casas
comerciales y sus distribuidores en el interior del país. En el proceso, la
demanda de bienes europeos se quedó “congelada” en sus componentes más
tradicionales, lo que provocó asimismo su estancamiento cuantitativo.
Esta división del trabajo se desplegó también entre los propios socios
europeos. Como se sabe, Gran Bretaña gozó de un predominio absoluto en la
exportación de textiles de algodón a México, en tanto Francia prevaleció en los
de seda y Alemania en los de lino.44 En virtud de su mayor grado de atraso
económico respecto a los otros socios europeos, España sólo empezó a exportar
textiles en la década de 1890, y en cantidades significativas en la de 1910. Los
grandes exportadores de maquinaria fueron Gran Bretaña y Alemania, y esta
última rebasó a la primera desde los años noventa del siglo XIX. En la ferretería,
Alemania y Bélgica disputaron a Gran Bretaña su primacía inicial. Como se ve,
esta distribución refleja muy adecuadamente no sólo el nivel sino también el tipo
de industrialización que se verificaba en cada país. Ahí donde ésta se encontraba
en una fase incipiente, artículos más tradicionales tendían a prevalecer. Así,
España conservó el predominio en las exportaciones de vinos y aguardientes,
abarrotes, conservas alimenticias, etc., en tanto Francia explotaba en mayor
escala actividades en las cuales tenía prestigio y tradición, como la manufactura
de joyas, perfumes y artículos finos de piel. Al final del periodo aumentó
significativamente la demanda de armas, que entre los socios europeos fue
satisfecha sobre todo por España.45
En suma, en el caso de las importaciones el patrón del comercio entre
México y Europa estuvo marcado por el peso de los lazos comerciales, los
hábitos de consumo y las pautas establecidas en el periodo que precedió a la
modernización de la economía mexicana. Aunque la oferta de los socios
europeos se adecuó hasta cierto punto a este proceso de modernización, en ella
prevalecieron hasta el final del periodo los componentes de la canasta
tradicional, en tanto un “recién llegado” se hacía cargo de la demanda más
moderna.

CONCLUSIONES

El acercamiento que hemos efectuado al análisis del comercio entre México y


sus principales socios europeos revela algunas particularidades que conocíamos
de manera vaga e intuitiva o que habían pasado desapercibidas para la
investigación sobre el campo. Por un lado, la forma en que evolucionaron sus
dimensiones e importancia cuantitativa, con una fuerte discrepancia entre
importaciones y exportaciones que desde el punto de vista estrictamente
comercial mantuvo a México en déficit permanente en su relación con Europa.
Por otra parte, el comercio exterior de México creció más rápido que el de sus
socios europeos durante la mayor parte del periodo. Esto le permitió a México
aumentar su presencia en el comercio de Europa pese a la drástica reorientación
geográfica de los intercambios que experimentaba de manera simultánea, y que
favoreció a Estados Unidos en detrimento de Europa.
El análisis nos ha permitido también reconocer que los importantes cambios
que tuvieron lugar en las dimensiones y distribución geográfica del comercio
encuentran su origen en aspectos cualitativos del comercio de México con el
exterior. Es decir, reflejan modificaciones sustanciales en la estructura del
comercio, en la variedad e índole de sus componentes, y en la naturaleza y
evolución de la economía mexicana en su conjunto. En el caso de las
exportaciones, hemos identificado dos tránsitos importantes a partir de una
estructura tradicional básicamente heredada de la colonia, y que apuntan a un
mayor aprovechamiento de las ventajas comparativas y a la ampliación y
profundización del sector exportador en la economía del país. En el de las
importaciones, hemos destacado un pasaje similar, en virtud del cual la estrecha
demanda de una economía pequeña, tradicional y cerrada fue progresivamente
reemplazada por la demanda dinámica, diversificada y asociada a las
necesidades productivas, propia de una economía en proceso de modernización.
En ambos casos, sin embargo, hemos constatado que el patrón del comercio con
Europa refleja sólo en forma limitada estas transformaciones profundas: los
socios europeos absorbieron apenas una pequeña parte de las nuevas
exportaciones mexicanas, y cubrieron una porción modesta de la nueva demanda
del país. Acaso una profundización del análisis permitiría discernir hasta qué
punto ello fue consecuencia de la fuerza arrasadora de atracción de la economía
estadunidense y hasta dónde fue también resultado de la persistencia de fuerzas y
patrones “tradicionales” de comercio en las economías europeas, que a partir de
cierto momento avanzaron con cierto rezago respecto a la nueva potencia
americana.46

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Notas al pie
* Agradezco el respaldo de la Universidad Autónoma Metropolitana-
Xochimilco, institución en la que trabajaba en el momento de redactar la
ponencia que dio origen a este artículo.
1
Aunque este trabajo no se ocupa de todos los países del continente europeo
con los que comerciaba México, con el mero propósito de abreviar, en lo
siguiente me referiré indistintamente a estos cinco países como “Europa” o “los
socios europeos”.
2
El Colegio de México, 1960; ROSENZWEIG, 1965 y 1989, capítulos IV a VI.
Para los años iniciales del periodo que nos ocupa véase también HERRERA
CANALES, 1977. Igualmente interesante, pero mucho menos conocido en este
sentido es el trabajo de KAPP, 1974.
3
La bibliografía sobre estos temas es abundante, y parte de ella se utilizará
en las siguientes páginas.
4
Las principales fuentes utilizadas son: Para Alemania, Statistik..., 1891-
1912; para Bélgica: Statistique..., 1874-1913; para España, Dirección..., 1871-
1914; para Francia, Direction..., 1872-1914; para Gran Bretaña: Great Britain...,
1870-1913.
5
En tres de los socios se dispone también de datos desglosados por
productos desde esa fecha, en tanto Bélgica los ofrece a partir de 1880. Los datos
de Alemania (tanto totales como desglosados) se encuentran disponibles a partir
de 1890.
6
Una explicación más completa de este problema, que atañe sobre todo a las
cifras de exportación en las fuentes mexicanas, se encuentra en KUNTZ FICKER,
2002, pp. 232-34.
7
KUNTZ FICKER, 2002, cuadro 2.
8
Los problemas más importantes que se detectaron en esos casos fueron la
alta proporción de reexportaciones británicas durante la década de 1870 y el
criterio con que se distinguía entre comercio especial y general en las
estadísticas francesas. KUNTZ FICKER, 2002, passim.
9
Para una valoración de la calidad de las estadísticas belgas, véase DEGREVE,
1982; para el caso de España véase, por ejemplo, TENA JUNGUITO, 1985, y
PRADOS DE LA ESCOSURA, 1986.
10
El tipo de cambio de las monedas extranjeras se ha tomado de MOOD,
1930, passim, y en el caso de España, de CARRERAS, 1989, p. 390. En este caso,
la fuente provee el tipo de cambio de la peseta en libras, de manera que la
conversión a dólares se hizo en forma indirecta.
11
Sucede claramente con las importaciones mexicanas procedentes de
Francia, pues en las estadísticas francesas el comercio especial incluye
solamente el valor agregado de las exportaciones, en tanto los insumos
importados contenidos en ellas se registran sólo en el comercio general.
12
Por ejemplo, los datos de Francia corresponden siempre a los años 0 al 2
de cada decenio (1870, 1871 y 1872), mientras que los de Gran Bretaña y
Bélgica abarcan del año 1 al 3 (es decir, 1871, 1872 y 1873) dentro de cada
década. He adoptado este criterio debido a las limitaciones de los datos
recopilados. Aunque hubiera sido deseable utilizar exactamente los mismos años
para todos los países, el uso de promedios trienales disminuye las distorsiones
que aquel procedimiento pudiera acarrear.
13
Por lo demás, en cada cuadro y gráfica se indica el número de países que
comprende la muestra para cada década.
14
Para una primera estimación del monto total de estos flujos, véase KUNTZ
FICKER, 2002, cuadro 2.
15
PLATT, 1972, p. 65. A estas dificultades habría que agregar otras que han
sido abundantemente estudiadas por la historiografía económica sobre este
periodo, como el bajo ingreso per cápita y el reducido tamaño del mercado.
Véase, por ejemplo, HABER, 1990, passim.
16
Algunos de los factores que propiciaron los cambios en la orientación
geográfica del comercio se estudian en RIGUZZI, 1992.
17
KUNTZ FICKER, 2001, p. 81 y passim.
18
Este fenómeno ha pasado inadvertido en el caso de las exportaciones
debido a que la fuente más utilizada para el estudio del comercio exterior (las
EEP) incluye en ellas las transferencias de metálico. Este procedimiento genera
una sobrestimación de la participación de Estados Unidos (país que, en su papel
de intermediario financiero de México, recibía la mayor parte de esas
transferencias) y la subestimación de la de Europa. Así, según la Historia
moderna de México, las exportaciones a Europa disminuyeron constantemente,
de 57% a inicios del Porfiriato a 31% en 1888 y a 21% en 1910. ROSENZWEIG,
1965, p. 712.
19
Ambos elementos serían parte de lo que Paolo Riguzzi llama “estrategia de
contrapeso”, entendida como un conjunto de instrumentos aplicados por la
administración porfirista para propiciar el “reequilibrio forzoso” entre los
intereses estadunidenses y los europeos en México. RIGUZZI, 1992, pp. 417-420.
20
Véase por ejemplo CARDOSO, 1983, p. 267. En un apartado titulado
“América Latina: apogeo de la vinculación neocolonial”, el autor habla de “una
división internacional del trabajo entre países industriales y países productores
de alimentos y materias primas”, aunque no desconoce los “cambios profundos”
que llevaron al auge de las economías de exportación.
21
BULMER-THOMAS, 1994, pp. 35-37.
22
En general, el reemplazo de los bienes de consumo por los de capital en las
importaciones latinoamericanas arrancó durante las décadas de 1880 y 1890.
Véase PLATT, 1972, p. 230.
23
Algunos productos de la era exportadora se comerciaban ya en la etapa
colonial, pero sólo posteriormente adquirieron consistencia y significación.
Acerca de los artículos comerciados durante la colonia véase por ejemplo
TARDIFF, 1968, pp. 57, 71 y passim.
24
SÁNCHEZ SILVA, 1992, pp. 18, 20.
25
PLATT, 1972, pp. 252-253.
26
VON MENTZ, 1988, pp. 16-17.
27
En realidad, estos artículos se suman a las tradicionales exportaciones de
plata amonedada, las cuales, por las consideraciones ya expuestas, caen fuera de
nuestra consideración.
28
ROSENZWEIG, 1965, pp. 680-81.
29
En este sentido, se trataba “más de la identificación de algunos nichos de
mercado no saturados que de una real inserción en el mercado internacional”.
CARMAGNANI, HERNÁNDEZ y Romano, 1999, p. 272.
30
IBARRA BELLÓN, 1998, pp. 200, 351-354; CLINE, 1988, pp. 219-221.
31
Es el caso de los tintes, cuya producción estuvo asociada en la época
colonial al sistema de repartimiento. De hecho, la supresión de este sistema
marcó el inicio de su declive aun antes de que surgieran zonas y productos que
compitieran con ellos. SÁNCHEZ SILVA, 1992, p. 20; CONTRERAS, 1992, p. 44;
BRADING, 1975, pp. 161-162. El estudio más completo sobre los mecanismos de
producción y comercialización de la grana cochinilla durante la colonia es de
HAMNETT, 1971.
32
Francia adquiría tres cuartas partes de sus importaciones de índigo de la
India británica, y sólo el resto de América Latina. En cuanto a la cochinilla,
España trasplantó exitosamente los insectos que la producían y abasteció
también al mercado francés. Inglaterra, por su parte, siguió adquiriendo alguna
cantidad de tintes naturales de sus colonias asiáticas. SCHNEIDER, 1989, pp. 429 y
431; SÁNCHEZ SILVA, 1992, p. 20.
33
Sobre los rasgos particulares de la producción y el comercio de estos
productos y los factores que contribuyeron a su decadencia véase también
KAERGER, 1986, p. 140; DOAZAN y LÓPEZ CÁMARA, 1972, p. 76.
34
Aunque el tema se presta a discusión, este tipo de desarrollo de las
exportaciones ha sido considerado por algunos autores como una forma de vent-
for-surplus. Por ejemplo, de acuerdo con Schneider, “La teoría del vent-for-
surplus del comercio internacional desarrollada por Adam Smith es
particulamente apropiada para explicar el intercambio entre un país que se está
industrializando y un país dotado de materias primas. ‘El comercio internacional
supera la estrechez del mercado local y provee una salida para el excedente
producido por encima de los requerimientos domésticos’ SCHNEIDER, 1989, p.
436. El artículo clásico sobre el tema es MYINT, 1958. Más recientemente este
tipo de auge exportador ha sido definido como un fenómeno de “colonización
espontánea”, que permitió el crecimiento de la producción extensiva sin aumento
de los costos monetarios. CARMAGNANI, HERNÁNDEZ y ROMANO, 1999, p. 269 y
siguientes.
35
En escala mucho menor, el henequén se producía también en Campeche.
El ixtle, por su parte, crecía en Coahuila, San Luis Potosí, Tamaulipas y Nuevo
León. KAERGER, 1986, pp. 23, 263-64.
36
KAERGER, 1986, pp. 105, 126-28. Para la zona del Soconusco en Chiapas,
véase SPENSER, 1988, pp. 85-86 y passim.
37
Una excepción parcial a esta afirmación es el café en el estado de Chiapas,
cuyo desarrollo se vio obstaculizado por la escasez de medios de transporte
desde las fincas productoras hasta los centros de molienda. KAERGER, 1986, p.
119.
38
Acerca del garbanzo véase AGUILAR CAMÍN, 1985, pp. 32-33, 57; sobre el
caucho, SCHELL, 1990.
39
Así, mientras que en 1890 se exportaron 2.5 millones de dólares de
minerales a Europa, Estados Unidos absorbió 11 millones de dólares de ese tipo
de productos, que representaron 40% de las exportaciones mexicanas de
mercancías a ese país. Otro 20% lo conformaron las exportaciones de café,
alrededor de 8% más la de productos ganaderos y 6% la de fibras. Los productos
“tradicionales” incluidos en el cuadro representaron apenas 4% de las ventas al
vecino del norte. United States Treasury Department, 1891, passim.
40
Para la composición merceológica de las importaciones mexicanas desde
los años de 1820 hasta principios de los setenta véase HERRERA CANALES, 1977,
pp. 25-58.
41
BEATTY, 2001, cuadro 3 (p. 41) y gráfica 3 (p. 75).
42
HABER, 1992, capítulo 8 y cuadro 8.1.
43
El asunto se abordó ya, desde el punto de vista del comercio bilateral con
Estados Unidos, en KUNTZ FLCKER, 2001, passim.
44
Esta división del trabajo empezó a hacerse visible desde las primeras
décadas del periodo independiente. BERNECKER, 1989, pp. 107-09.
45
Las armas y municiones se han incluido en el rubro de quincallería.
46
Es preciso aclarar, sin embargo, que en países de América Latina donde no
se verificó una reorientación tan drástica del comercio exterior hacia Estados
Unidos, las exportaciones de bienes de capital procedentes de las potencias
europeas crecieron rápidamente, al punto que según Platt, “fue la industria
ingenieril la que más aportó a la expansión general del comercio británico a
partir de mediados del siglo XIX”. PLATT, 1972, p. 229, y cuadro XVIII (p. 231).
6. CONFLICTO Y COOPERACIÓN FINANCIERA
EN LA BELLE ÉPOQUE: BANCOS ALEMANES EN
EL PORFIRIATO TARDÍO

THOMAS PASSANANTI
San Diego State University

INTRODUCCIÓN

Este trabajo está dividido en dos secciones. La primera ofrece detalles novedosos
acerca de la primera era oficial de endeudamiento externo en el México
porfiriano, de 1888 a 1893, que estuvo dominada por acreedores alemanes.
Sostengo que aun en esta era temprana, el régimen poseía la voluntad y la
capacidad para manipular y beneficiarse de un mercado relativamente
competitivo, con el fin de mejorar los términos de su endeudamiento. Es
importante hacer notar que esta manipulación ocurrió antes de la era de
presupuestos balanceados y antes del periodo de Limantour como ministro de
Hacienda.
La segunda sección se centra en las negociaciones que rodearon los
préstamos de 1899 y 1904. Esta sección también ofrece nueva evidencia
recolectada en diversas fuentes públicas y privadas. En ella intento mostrar que
Limantour continuó e intensificó los esfuerzos tempranos de la administración
de Díaz para manipular y beneficiarse del mercado internacional de préstamos,
mejorando con ello los términos económicos del endeudamiento. Pero también
sostengo que Limantour tenía un segundo objetivo, de carácter político, que
ayuda a explicar las intensas y extensas negociaciones que emprendió.1 Todo el
rango de actividades financieras de Limantour debería ser reinterpretado a la luz
de sus esfuerzos por legitimar su gestión y la de los Científicos. De manera más
general, la noción de un “nacionalismo” de élite ha sido frecuentemente tratada
más como un hecho que como un objeto de estudio. En otras palabras, sostengo
que el nacionalismo que los historiadores han detectado en la élite porfirista era
menos una realidad objetiva que un esfuerzo por presentarse a sí misma en esos
términos, precisamente porque las políticas económicas del régimen eran
sumamente vulnerables a contraataques. Es decir, buscó utilizar los nuevos
arreglos en torno de la deuda como prueba de su habilidad (y la de su grupo)
para promover los intereses nacionales del régimen. En la conclusión evalúo los
límites, las ambigüedades y las contradicciones de la estrategia que siguió
Limantour, y la contrasto brevemente con las actividades gubernamentales que
se emprendieron en el Porfiriato temprano.

LA PRIMERA ERA DEL ENDEUDAMIENTO EXTERNO, 1888-1893

En junio de 1886, México por fin concluyó sus negociaciones con los tenedores
de bonos, pero como ha notado Walter McCaleb, “el arreglo no trajo un gran
alivio al tesoro. No proveyó nuevos fondos en absoluto”.2 Por el contrario, el
acuerdo incrementó los déficit de hacienda y forzó al gobierno a contratar con
Banamex costosos adelantos para servir las crecientes remisiones semestrales.
Aun así, los adelantos de Banamex fueron útiles en la medida en que permitieron
al Estado mexicano mejorar su posición crediticia en los mercados
internacionales al demostrar que podía cumplir con sus obligaciones externas.
Los adelantos también dieron al gobierno la libertad para rechazar una primera y
onerosa propuesta de préstamo adelantada por el sostén externo de Banamex. De
hecho, el propio Banamex rehusó comunicar los términos de la propuesta de su
Junta de París, respondiendo retóricamente:

¿Debe el Banco aprovecharse de cualquier apuro urgente que tenga el


Gobierno para estrecharle a conducir las cosas a ese extremo? Nosotros
creemos que no: nosotros creemos que los negocios excesivamente
ventajosos, aunque halagan al principio, tienen siempre tantos tropiezos,
tantas dificultades y tantos quebrantos en la ejecución, que no compensan las
ventajas reales a los inconvenientes, y menos a un establecimiento
permanente como el nuestro y que tiene que estar en roce diario y constante
con el Gobierno”.3

Tras el arreglo de la deuda inglesa en 1886 pasaron casi dos años antes de
que el gobierno mexicano obtuviera un crédito externo. ¿Por qué tomó tanto
tiempo conseguir un préstamo? Parte de la responsabilidad puede atribuirse a las
vicisitudes del mercado de capitales, ya que los fondos fueron escasos durante la
mayor parte de 1887, incluso para deudores establecidos. Sin embargo, tal
escasez se agravó por la frialdad con que se acogieron las propuestas mexicanas
de préstamos y a su principal promotor, Edouard Noetzlin. Éste fue el precio de
contravenir las convenciones del liberalismo financiero británico y del fracaso de
Noetzlin frente al congreso mexicano en 1884. En medio de la agitación de la
moratoria de 1885, Banker’s Magazine resumió la reacción de la comunidad
financiera británica:

Que México pueda deshacerse de una carga desentendiéndose de ella,


diciendo que no la asumirá, bien podemos entenderlo; pero deberíamos
suponer que en el futuro las personas actuarán con lentitud para prestar más
dinero para apoyar a un gobierno así. Deberíamos suponer que un acto como
éste, en vez de revivir la confianza del mundo civilizado, muy seguramente
la extinguiría.4

Ciertamente, tras las debacles de 1884-1885, las casas bancarias británicas


recibieron fríamente a Noetzlin y sus propuestas.
Por cuanto el mercado inglés era hostil a un nuevo crédito mexicano,
Noetzlin se volvió al más modesto mercado holandés. Sondeó a la firma de
Wertheim and Gompertz de Amsterdam porque “tengo el deseo de que la Bolsa
de Amsterdam se le abriera completamente con el fin de no depender
exclusivamente de Londres”.5 En Amsterdam encontró poco entusiasmo por la
deuda publica de México. La importante casa holandesa Texeira de Mattos,
recordó que “sobre los viejos bonos [...] en gran medida en manos de nuestro
público antes de 1885, nuestro público perdió mucho dinero, y las conversiones
de alrededor de 1885 [sic] los alejó por completo de las obligaciones
mexicanas”.6 El mercado francés era todavía menos entusiasta porque el arreglo
de 1886 había ignorado los reclamos de los tenedores de los bonos de
Maximiliano de 1864.7 En respuesta, los tenedores franceses de bonos formaron
un lobby análogo al británico, y a través de él bloquearon los esfuerzos para que
futuros préstamos fueran admitidos en la Bolsa francesa hasta que sus
reclamaciones fueran satisfechas. Aún más, Wall Street todavía no tenía un
mercado de obligaciones extranjeras. A principios de 1888, el financiero
estadounidense Jacob Schiff escribió a Cassel:

No puedo coincidir [...] en que se mostraría mucho interés aquí por una
nueva emisión de “Bonos del Estado Mexicano”. Bajo condiciones
favorables del mercado, la especulación probablemente tomaría algo, pero el
público inversionista todavía no está abierto a la idea de obligaciones
extranjeras, ni siquiera de nuestros países vecinos.8

En estas sombrías circunstancias, con los mercados de capitales inglés y


holandés resentidos acerca de la deuda pública mexicana, el mercado francés
oficialmente clausurado y el estadounidense demasiado inmaduro, el gobierno
mexicano se volvió a la banca alemana y al mercado de capitales germano en
busca del primer préstamo formal que obtenía desde los años veinte del siglo
XIX. Los historiadores nunca han entendido exactamente cómo el banquero de
Bismarck, Gerson Bleichroeder, se involucró con el Estado porfiriano. La
historia, que decepciona por su simplicidad, implicó el funcionamiento de las
redes informales, de carácter étnico y clientelar, en torno de las cuales giraba el
comercio y el crédito en el México del siglo diecinueve. Varios comerciantes
prestamistas de origen alemán residentes en México tenían relaciones con firmas
bancarias en Alemania, entre las cuales se encontraba la casa Bleichroeder. En la
primavera de 1887 uno de estos banqueros, Gustavo Sommer, junto con otros
agentes privados mexicanos entre los que se incluían Delfín Sánchez y José
Dublán (el hijo del ministro de Hacienda) viajaron a Alemania para entablar
conversaciones con Bleichroeder.9 Tras asegurarse de que el grupo mexicano
hablaba con la autoridad de Díaz, Bleichroeder empezó a negociar en serio.
Recibió decidida aprobación de Bismarck e inició la formación de un sindicato,
ofreciendo compartir el préstamo con la casa londinense de Rothschild, puesto
que la Bolsa de París estaba cerrada a las obligaciones públicas mexicanas
(Bleichroeder se encontraba estrechamente ligado al grupo bancario Rothschild
en Francia, y usualmente actuaba en concierto con él).10
Bleichroeder necesitaba un representante oficial en México. En un primer
momento, el ministro alemán Waecker Gotter trabajó en su nombre, pero a
medida que las negociaciones avanzaron, se consideró una contravención del
protocolo diplomático que un funcionario extranjero representara formalmente a
una casa bancaria extranjera.11 En este punto, Waecker invitó a Noetzlin a fungir
como agente de Bleichroeder. Díaz explicó este desenvolvimiento con más
colorido:

Como él, en su calidad de Plenipotenciario, no puede exhibirse en asuntos de


ese género, buscó una personalidad de su confianza, y como á la razón se
encontraba aquí Noetzlin atraído por el olor de cocina [...]12

Noetzlin había viajado a la ciudad de México en el otoño de 1887


precisamente para participar en las negociaciones del crédito. Pero Noetzlin no
esperaba representar a Bleichroeder, debido a su posición como director de
Banamex. De acuerdo con el contrato de 1884 entre el gobierno mexicano y
Banamex, sólo este banco tenía el derecho de representar al gobierno en
negociaciones sobre préstamos extranjeros.
He aquí una escena fascinante. En efecto, Noetzlin estaba representando a las
dos partes en las negociaciones del préstamo. Aunque, en rigor, la entrada de
Bleichroeder marginaba a Noetzlin, puesto que el banquero alemán dirigía y
controlaba el sindicato organizado para ese propósito. Noetzlin presionó en favor
de Cassel como socio del sindicato en Londres cuando la casa Rothschild de
Londres declinó participar. Sin embargo, éste era el negocio de Bleichroeder. En
noviembre de 1887, Bleichroeder ofreció participación en el sindicato a
Rothschild de Londres, e informó discretamente que el canciller Bismarck veía
el préstamo favorablemente: “que la más influyente personalidad de nuestro
gobierno ve con simpatía el negocio”.13 Pese al respaldo de Bismarck, la casa de
Londres declinó, invocando una antigua política de evitar los asuntos mexicanos.
La asociación de Noetzlin con Bleichroeder fue ventajosa para el último, puesto
que el mercado del propio Noetzlin (París) estaba oficialmente cerrado, lo cual
eliminaba la necesidad de compartir la emisión del préstamo o complicar las
relaciones de Bleichroeder con los Rothshild de París, de los que dependía la
mayor parte de su negocio internacional.14
Cassel se convirtió en el socio inglés de Bleichroeder en el sindicato. A
comienzos de 1889, cuando el sindicato se preparaba para emitir la segunda
fracción del préstamo, Cassel buscó una participación en la emisión con el
argumento de que un mercado secundario podía reducir la presión que
eventualmente podría acarrear el apoyarse exclusivamente en el mercado
alemán.

Cabe preguntarse si es una buena política emitir los bonos aquí, o si es mejor
venderlos de nuevo silenciosamente en Berlín. Me parece que debe ser en su
interés el tener dos mercados, en los cuales se coloque un respetable negocio
en bonos mexicanos de 6%; se ha dado la circunstancia afortunada de que
desde el momento en que usted hizo el negocio mexicano, en Alemania todo
ha permanecido “color de rosa”, pero podrían venir tiempos en los que usted
esté complacido de encontrar aquí en Inglaterra mercado para un artículo
superabundante.15

Cassel no convenció a Bleichroeder, quien estaba determinado a emitir la


parte del león del préstamo en Alemania. Las relaciones entre Cassel y
Bleichroeder exhibieron las debilidades de todos los sindicatos bancarios ad hoc:
sospecha y envidia. En 1893 los problemas volvieron a aparecer a propósito de
cuestiones de distribución.16 Y mucho más tarde, en 1899, Cassel rompió con
Bleichroeder cuando el último ignoró su consejo, e invitó a la firma inglesa-
estadounidense Morgan a unirse al sindicato del préstamo mexicano a costa suya
y a costa de la exclusión de sus socios bancarios norteamericanos.
Porfirio Díaz se refirió con franqueza a las presiones financieras que el
régimen enfrentaba en enero de 1888 cuando escribió al funcionario mexicano
encargado de finalizar las negociaciones con Bleichroeder en Londres, Francisco
Mena. Díaz necesitaba desesperadamente un préstamo, dijo a Mena,

[...] sin el cual aseguro a U. en reserva que ni por cuatro meses mas podría yo
sostener el tono de altivez y prepotencia fiscal que á fuerza de sacrificios y
de trabajo inaudito he sostenido hasta ahora luchando con elementos que
conoce.
Debo algunos millones de pesos al Banco Nacional que ya casi tiene su
caja metida en la Tesorería General y sin embargo me sigue dando fondos
porque tiene en mira el empréstito y con ese objeto exigí que fuera mi
confidente como apoderado de Bleichroeder. Desde el momento en que se
diga que no se llevará a cabo cierra su caja y no necesitaría dar a U. mas
explicaciones; pero hay algo todavía: cada vez que para completar una
quincena necesito cien mil o mas pesos hay que ocurrir a algún agiotista que
los presta al 20% pagaderos en doce semanarios capital e interés. Ya verá U.
que esta operación pueden repetirla cuatro veces en el año y lo que en
realidad ganan al Gobierno es el 80% y no hay excusa porque es necesario
pagar, y no dejar caer el crédito que con tanta dificultad hemos venido
levantando. De esta clase tenemos tantos pagos pendientes que el semanario
vale en la actualidad doscientos cincuenta mil pesos mientras la quincena la
pago con doscientos treinta y tantos. Agregue U. a esto el Banco Franco-
Egipcio que por cuatro millones prestados á González me hace pagar 7% sin
aplicar nada a amortización; y el vendedor del ferrocarril de Tehuantepec a
quien después de la cantidad estipulada al contado nada pagó González ni
por capital ni por intereses; nada he pagado yo tampoco en lo que llevo
corrido de mi periodo y temo de un momento a otro un escándalo ruidoso.17

Pese a todo, Mena objetó varias de las cláusulas del contrato de Bleichroeder,
así como la participación de Noetzlin. Al referirse a ciertas cláusulas onerosas,
específicamente la de comprometer ingresos aduanales para garantizar pagos de
interés, Díaz dijo a Mena que “sólo he aceptado como cuestión de ser o no ser”.18
Luego preguntó a Mena: “¿Podríamos hacer contrato en mejores condiciones?
Hagámoslo; pero no dejemos perder la oportunidad porque vendríamos á tal
desbarajuste de consecuencias que no tengo tiempo ni valor para describírselas”.
En seguida, Díaz apuntó a la situación política doméstica: “sólo puedo
asegurarle que la revolución hasta ahora resignada en parte y en parte halagada
con política, levantará la cabeza luego que corra la noticia de que no hubo
empréstito”. Y concluía subrayando varias veces la retórica nacionalista:

[...] pues sin él nos considerará desarmados y en el mismo estado de


impotencia en que se vio Juárez antes de la invasión francesa, siendo peores
las complicaciones, porque en el acto dejaríamos de cumplir nuestros
deberes con los acreedores y tenga U. en cuenta que hay ahora muchos de
nacionalidad americana.

Y finalmente, si Mena lograra eliminar las cláusulas onerosas, “sería U.


proclamado el Salvador de la Patria con más heroísmo y más provecho positivo
que Hidalgo y que ninguno que de él a nuestra fecha han aspirado a ese
epíteto”.19
Mena siguió rehusando las provisiones del contrato, creyendo que había
encontrado mejores términos y condiciones con una casa bancaria competidora
inglesa. Díaz optó por no buscar el sindicato alternativo, pues temía que una vez
que México rompiera con el grupo Bleichroeder, el grupo rival rescindiría sus
ofertas. En este contexto, Mena renunció y Díaz otorgó poder a Benito Gómez
Farías para firmar el acuerdo de préstamo con Bleichroeder en Londres.20 El
monto del préstamo fue de 10.5 millones de libras (o 52.5 millones de pesos) a
un interés de seis por ciento. El sindicato solamente tomó en firme £3.7 millones
al precio de 70, con el balance de £6.8 millones (34 millones de pesos) como
opción a un año para ejercerse al precio de 86. La primera fracción se aplicaría
directamente a la deuda flotante de México incurrida desde 1886,
específicamente el adelanto de cuatro millones de pesos (de 1884) y los fondos
que el Banco Nacional habían avanzado al gobierno para cubrir los cupones de
la deuda inglesa.21 El sindicato Bleichroeder incluía coemisores en Londres
(Anthony Gibbs), Amsterdam (Lippmann, Rosenthal), y la ciudad de México
(Banco Nacional).
El préstamo fue un éxito espectacular, sobresuscrito unas veinte veces. Los
bonos fueron acaparados por la extensa red de bancos regionales e inversionistas
privados de Bleichroeder.22 Su éxito puede atribuirse a la reputación de
Bleichroeder, a la discreta publicidad que hizo del respaldo de Bismarck, al
elevado retorno que ofrecían los bonos mexicanos (comparados con los bonos
domésticos alemanes), $1 hecho de que los inversionistas alemanes no habían
adquirido casi nada de la vieja deuda, y a que hacia finales de los años ochenta
del siglo XIX los bonos latinoamericanos se habían vuelto populares en el
mercado alemán.23 Aunque el crédito fue coemitido en Amsterdam y Londres, la
mayor parte de los bonos de otros mercados se vendió silenciosamente en el
mercado germano, donde alcanzaba un mayor precio. Más aún: la participación
de 20 por ciento de Banamex fue colocada también en gran medida en Alemania
por la junta extranjera del banco.
En retrospectiva, el préstamo de 1888 marcó un giro en la relación financiera
entre México y Gran Bretaña; es decir, el fin del predominio inglés. Esto no
sucedió, sin embargo, porque “Alemania” (ya fuera su capital financiero por sí
mismo o de la mano con su gobierno), de alguna manera hubiera frustrado las
aspiraciones londinenses. Londres no tenía aspiraciones acerca de México, como
Noetzlin aprendió cuando intentó por varios años de manera infructuosa
organizar un sindicato con sede en esa capital. Más aún: tan pronto como
Bleichroeder tuvo el control, invitó a los Rothschild ingleses a participar, pero
incluso entonces la firma declinó.
El retiro de los Rothschild de Londres marcó un punto de quiebre. ¿Por qué
los Rothschild londinenses rechazaron la invitación de Bleichroeder? Como una
casa bancaria líder, la firma Rothschild tenía una actitud adversa al riesgo,
puesto que sus mayores activos eran su extensa clientela y su reputación. Ambas
sufrían cuando un crédito se complicaba.24 A pesar del hecho de que cuando se
trataba de la augusta casa Rothschild la oferta de bonos creaba su propia
demanda, sus directores sin duda abrigaban el temor de que sería una tarea ardua
la de colocar bonos mexicanos en el mercado londinense, incluso entre su propia
clientela, en vista de que el sentimiento del público era claramente negativo.25
Estos motivos de desaliento fueron suficientes. La entrada de las finanzas
alemanas a México a fines de la década de 1880 (y del grupo encabezado por
franceses a principios de ese decenio) tiende a confirmar el análisis de Cain y
Hopkins sobre las rivalidades financieras europeas. Estos autores escribieron:

Alemania y Francia hicieron modestas incursiones en la porción británica del


grande y pujante negocio de los préstamos de largo plazo, pero sus
movimientos estuvieron por debajo de sus expectativas. Con demasiada
frecuencia fueron empujados a países menos atractivos o sectores más
riesgosos de la economía, junto con miembros de los márgenes de la ciudad
[de Londres].26

De manera que el capital inglés, que había desempeñado un papel crucial en


la vida financiera y política de México desde el decenio de 1820, file relegado a
un mercado secundario, una posición de la que nunca se recuperaría.
En segundo lugar, pese a la abnegación de Rotshschild y a la debilidad
financiera mexicana, Bleichroeder, o para lo que interesa, Alemania, nunca
estableció o disfrutó hegemonía sobre México, ni siquiera en el corto plazo
(aunque la evidencia revela que la buscaron).27 Los historiadores han creído por
mucho tiempo que el préstamo de 1888 contenía una cláusula secreta que daba a
Bleichroeder el derecho de ser el primero en rehusar cualquier préstamo
subsecuente que México buscara.28 Los registros bancarios privados revelan que
tal cláusula no existía. Tal como anunció la prensa, el préstamo mexicano de
£10.5 millones no se tomó “en firme”; en cambio, los banqueros se obligaron
solamente a emitir el primer tercio, £3.5 millones. En la segunda gran fracción
del préstamo, el sindicato Bleichroeder poseía una simple opción (Optionsrecht),
válida por un año. Durante este año, México se comprometió a no contratar otros
préstamos externos, un compromiso nada inusual tratándose de deudores débiles,
cuyo propósito era proteger el mercado para las casas emisoras.
Con todo, Porfirio Díaz eludió incluso este compromiso. Días después de
firmar el contrato de préstamo ya tenía agentes explorando los mercados
europeos en busca de otros proyectos crediticios. En el verano y otoño de 1888,
el gobierno mexicano sondeó activamente entre los grupos competidores con los
que podía contratar un préstamo para consolidar sus deudas ferroviarias y
financiar varios otros proyectos, tanto para diversificar su grado de exposición
como para mejorar los términos.29 El descubrimiento de esta infracción al
contrato puso furioso a Bleichroeder. Un agente, José Yves Limantour, escribía a
Díaz desde Europa y le reportaba que los integrantes del sindicato de banqueros

[...] han visto con mal ojo y aun atacan con fuerza a los interesados en los
negocios del Desagüe, de Tehuantepec, del Interoceánico, y en general de
todas las concesiones que pueden dar lugar a emisiones de papel en que el
Gobierno Mexicano tenga alguna responsabilidad. Pretenden esos Señores
que con sólo el anuncio de esas concesiones se paraliza el mercado y se
nulifica el derecho a la opción, y que además según la cláusula 15 del
contrato de empréstito el Gobier no debía abstenerse de contraer para el
Tesoro obligaciones en forma de títulos de circulación, prohibición que se
había impuesto hasta el fin de la opción.30

Díaz estuvo de acuerdo con la descripción que Limantour hizo del “grupo de
Banqueros que ha tratado con México y que probablemente desea monopolizar
todos los negocios de banca de este país”.31 Pero, por otra parte, Díaz reconocía
que dejando de lado las desmesuradas pretensiones del grupo bancario, el éxito
de ese préstamo había proporcionado al gobierno mexicano oportunidades para
explotar. Díaz hacía notar que “el empréstito constituye una circunstancia muy
favorable para todos los nuevos asuntos que intentemos en lo sucesivo si
sabemos explotarla sin ofrecer demasiado y sin defraudar sus esperanzas”.32
Este comentario de Díaz en 1888 podría tomarse como un lema que definiría
el acercamiento del régimen a la diplomacia financiera: explotar agresivamente
su reputación recién restaurada mediante la manipulación de grupos
competidores de prestamistas en los mercados internacionales de capitales; sin
embargo, los “nuevos asuntos” del Estado nunca asumieron proporciones de
mayor alcance. Nada emuló los esfuerzos iniciales del régimen para estimular el
crecimiento económico a través del subsidio agresivo de la construcción
ferroviaria. Y paradójicamente, el Estado había promovido este plan
precisamente cuando se encontraba en condiciones de penuria financiera.
Puesto que el gobierno mexicano buscó agresivamente diversificar sus lazos
financieros externos y el contrato de Bleichroeder no entrañaba un monopolio,
¿qué explica la presencia recurrente de esta firma en los asuntos financieros
mexicanos? Un estudioso de las finanzas mexicanas ha afirmado recientemente
que el préstamo de 1888 “ató las finanzas del gobierno a las estrategias de los
banqueros europeos, en particular a Bleichroeder, quien por varios años estuvo
en posición de dictar los términos de casi todas las cuestiones relacionadas con
préstamos”.33 Evaluemos brevemente la capacidad de Bleichroeder para dictar
los términos del endeudamiento; o en otras palabras, tratemos de responder a la
pregunta: ¿existía un mercado competitivo para la deuda mexicana en el periodo
entre 1888 y 1893?
En 1889, Bleichroeder perdió el préstamo de Tehuantepec frente al sindicato
rival anglo-germano de los bancos de Dresdner y Seligman. En 1890, el
gobierno mexicano buscó un crédito de £6 millones para consolidar y refinanciar
las obligaciones generadas por las subvenciones ferroviarias. Con el fin de
retener el negocio mexicano, Bleichroeder fue arrastrado a una costosa guerra de
pujas con el sindicato Seligman, lo que le dejó a la firma una magra ganancia.
De nuevo, el gobierno mexicano buscó agresivamente ofertas competitivas, no
sólo de los grupos Bleichroeder y Seligman, sino también de los bancos
franceses —includos el Banque de Paris et Pay-Bas, Heine, y Credit Lyonnais—
y de bancos rivales ingleses, después de que Díaz le pidiera a un director del
Banco de Londres y México que lo ayudara a obtener capital británico.34 En
buena medida, esta rivalidad era fomentada por el gobierno mexicano, aun por
Díaz. Por ejemplo, el representante francés en México telegrafió urgentemente a
su ministro del Exterior que Díaz “me dice que en presencia de ofertas muy
desventajosas realizadas por los [bancos] ingleses y Bleichroeder, y con el fin de
permanecer fiel a la palabra que me dio, desea recibir personal y
confidencialmente una última propuesta en firme de parte de nuestro
sindicato”.35 Al final los bancos franceses se vieron impedidos para competir
debido a las restricciones de la bolsa sobre la deuda pública mexicana. Sin
embargo, el grupo Seligman, que durante la última mitad del siglo diecinueve
compitió con firmas más establecidas para ganar terreno en nuevos países o
áreas de inversión, fue un rival formidable cuya presencia frecuentemente causó
severos recortes a las ganancias.36 En medio de las negociaciones de 1890, el
banquero de Nueva York, Jacob Schiff (de Kuhn, Loeb) escribió a Cassel, el
socio de Bleichroeder en el sindicato:

[...] 88 3/4 sería una tasa alta especialmente para el grupo [Seligman], y en
ese caso difícilmente quedaría un equivalente para cubrir todos los riesgos
para el sindicato. Su grupo ciertamente podría pagar más que ningún otro,
por cuanto el público comprará los bonos de Bleichroeder a una tasa más alta
y más rápidamente que de Seligman y los bancos. Sin embargo, si los
últimos se ven forzados a cerrar el negocio bajo cualquier condición,
simplemente por hacerlo, me resulta difícil creer que usted y Bleichroeder se
permitirán ser arrastrados en este momento a superar en la puja a sus
competidores.37

Bleichroeder, al actuar bajo sus propias presiones —especialmente un


negocio incierto frente a los nuevos bancos de inversión alemanes— superó en la
puja a sus rivales. Difícilmente dictó término alguno. Para la década de 1890, los
mercados internacionales de capital simplemente eran demasiado competitivos
para que cualquier banquero dictara los términos a gobiernos soberanos,
especialmente cuando los regímenes manipulaban las rivalidades bancadas. La
competencia entre los prestamistas ofreció al Estado mexicano cierta libertad de
acción, permitiéndole reducir y remover restricciones, obtener mejores
condiciones y diversificar su exposición financiera. Más aún: los préstamos de
1888 y 1890 contribuyeron a eliminar las restricciones domésticas a la política
económica de Díaz. Por esta razón, a partir de 1888 la política bancada del
Estado se volvió más independiente y más adversa a los intereses de Banamex.
De ahí que parezca difícil sostener que “el gobierno no escapó de su extrema
dependencia respecto a una institución bancada clave, Banamex, el cual se
convirtió en el banquero del gobierno local e internacionalmente”.38 Por el
contrario, la apertura de los flujos de capital europeos relajó la “extrema
dependencia” del gobierno frente a Banamex, como se refleja en las revisiones al
código bancario en 1889.
La estimulación precoz de la competencia que México ejerció en el seno de
las altas finanzas, cesó tempranamente en los años noventa cuando varias malas
cosechas redujeron la liquidez doméstica y la aguda caída del precio de la plata
desalentó la inversión extranjera. Además, estos eventos recortaron el ingreso
gubernamental procedente de los derechos arancelarios, situación que empeoró
con la depresión de 1893. Juntas, estas circunstancias económicas amenazaron la
capacidad del régimen de Díaz para enfrentar los pagos de la deuda externa,
forzándolo a retroceder hacia una relación más dependiente con Banamex. De
esta institución recibió varios adelantos de corto plazo (de nuevo, en gran
medida del sindicato de préstamos europeo), que a fines de 1893 se convirtieron
en un crédito mayor. A inicios de la década de 1890, con el propósito de evitar
que México declarara una moratoria de su deuda, y entonces para respaldar al
mercado europeo para sus propias inversiones, Bleichroeder emitió un préstamo
durante la crisis de 1893 que liquidaba estos grandes adelantos privados. Si bien
los términos del préstamo fueron desfavorables para México, los costos para el
sindicato fueron también altos, debido a que sus miembros —Bleichroeder,
Cassel y Lippmann, Rosenthal (Amsterdam)— tardaron más de dos años en
colocar los bonos de 1893.39 Uno estaría tentado incluso a sugerir, por el
contrario, que los préstamos iniciales de Bleichroeder a México ataron a los
banqueros europeos a las estrategias y caprichos de las finanzas y el comercio
mexicano.40
Por lo que respecta a la competitividad del mercado crediticio en esta fase
temprana, sugeriría dos cosas: que era más competitivo de lo que la mayoría de
los historiadores han percibido, y que los funcionarios mexicanos desempeñaron
un papel importante en estimular tal competencia. En 1888, al menos dos grupos
peleaban por el préstamo mexicano, pero dadas las presiones fiscales del
gobierno, Díaz decidió no seguir el juego competitivo. Aún así, el régimen no
concedió al grupo de Bleichroeder una cláusula monopólica, y en los siguientes
dos años México se benefició de los rivales financieros para obtener mejores
términos y precios en préstamos subsecuentes. También es importante hacer
notar que las rivalidades financieras no eran rivalidades imperiales. Antes bien,
tenían lugar entre sindicatos con base internacional en los que participaban
banqueros tanto de Alemania como de Gran Bretaña. La ausencia de
competencia francesa se explica por el rechazo de su gobierno a permitir nueva
deuda mexicana en su bolsa, en virtud de las reclamaciones de la deuda de
Maximiliano. Las casas bancarias estadounidenses no compitieron tanto porque
su mercado crediticio doméstico se encontraba todavía en expansión, como por
la reticencia de sus inversionistas a invertir en el extranjero.
En la siguiente era, en los años posteriores a 1896, algunas de estas variables
externas empezaron a cambiar. Pero quizá hayan sido más importantes las
decisiones tomadas por el gobierno mexicano en el sentido de restringir su papel
activo en la promoción del crecimiento económico, reduciendo con ello el gasto
gubernamental en un esfuerzo por balancear el presupuesto federal y volverse
más atractivo para los acreedores extranjeros.41

LA SEGUNDA ERA DEL ENDEUDAMIENTO EXTERNO, 1899-1905

Los arreglos cada vez más favorables que México logró desde finales de la
década de 1890 hasta la revolución de 1910 han sido citados desde hace mucho
tiempo como evidencia del creciente nacionalismo del Porfiriato en general, y en
particular de la capacidad del ministro de Hacienda Limantour para manipular la
arena internacional.42 En esta sección se analiza el préstamo de reconversión de
1899 y el crédito de 1904, concentrándose específicamente en la dinámica de las
negociaciones tanto entre los miembros constitutivos de la comunidad bancaria
internacional como entre ella y el gobierno mexicano. La evidencia recopilada
apunta a la idea de que Limantour agitó las aguas internacionales para conseguir
mejores términos y precios de los que México hubiera obtenido de otro modo,
pero también he descubierto abundante evidencia relacionada con la capacidad
de la comunidad bancaria internacional para bloquear o reducir las maniobras
del ministro de Hacienda. Más aún: se sostiene que Limantour estaba interesado
en el simbolismo político derivado de las negociaciones, en el sentido de que
deseaba presentar sus logros como éxitos políticos y personales. Pero no
atribuyo propósitos estrechos de índole exclusivamente personalista a las
acciones de Limantour, como si el desempeño político en las negociaciones de la
deuda fuera a beneficiarlo solamente a él mismo. Limantour no era una figura
aislada, y sus preferencias políticas eran compartidas por un grupo más amplio
del cual él surgió y al cual seguía representando.43 Este grupo, los llamados
“científicos”, era sólo uno de los varios grupos activos y relevantes en la política
nacional y regional. Si bien no deberíamos desestimar los propios objetivos
políticos y personales de Limantour, es preciso tener presente que él formaba
parte de un proyecto político más amplio.
Aquí se sostiene que los resultados de las dos negociaciones de créditos
estuvieron determinadas en gran medida no por las acciones de Limantour, sino
por la circunstancia de si quienes participaban en la comunidad bancaria
internacional elegían competir entre sí o si optaban por cooperar. En este sentido,
el préstamo de 1899 provee un buen ejemplo de la capacidad de los prestamistas
internacionales de cooperar, mientras que el préstamo de 1904 ofrece evidencia
de que a veces los banqueros (por sus propias razones) eligen competir.
Asimismo, estos préstamos acentúan la creciente importancia del capital
financiero de Estados Unidos en la escena mundial, lo que confrontó a México
con un verdadero dilema. Como recién llegados en el campo de las finanzas
internacionales, los banqueros estadounidenses estaban dispuestos a competir
para ganar porciones del mercado y entonces ofrecían a México mejores
términos y precios. Sin embargo, dada la difícil historia entre Estados Unidos y
México, dada la frontera compartida, dada la renovada agresividad de su política
exterior en América Latina, y dado que el capital estadounidense jugaba un
papel significativo en casi todos los sectores de la economía porfiriana, los
funcionaros mexicanos se mostraron en un principio reacios a aceptar estas
tentativas ofertas.

Parte uno: negociaciones sobre el préstamo de 1899

El préstamo de 1899 ha sido tratado desde hace tiempo como la primera de


varias “victorias” de Limantour en la arena financiera internacional debido a los
mejores precios, términos y condiciones que obtuvo. Ciertamente, su biógrafo-
publicista contemporáneo Carlos Díaz Dufóo contribuyó a formar esta imagen
pública, incluso escribiendo acerca de la fragilidad congénita de Limantour y de
sus logros con el préstamo de 1899 en términos marciales:

Ya en verdad que las diversas fases de la batalla revelaban al señor


Limantour como un gran estratégico: la liberación de la hipoteca del
ferrocarril de Tehuantepec —a que aludía el Ministro—, el tipo de interés del
nuevo empréstito, el precio de venta de los bonos, el plazo de amortización
de la deuda, la determinación de la garantía, el señalamiento del fondo de
amortización, los procedimientos para llamar a conversión a los tenedores de
los antiguos bonos y las restricciones relativas a futuras conversiones.44

Sin embargo, aquí se sostiene que el préstamo de reconversión de 1899 sólo


puede verse como una victoria parcial para el ministro de Hacienda, y que de
hecho las negociaciones ponen de relieve los constreñimientos, las
ambigüedades y las contradicciones en sus esfuerzos por presentar la operación
como un éxito personal, político y de la administración.
Pese a la utilidad inicial del grupo Bleichroeder para las finanzas mexicanas,
y pese a la habilidad del gobierno para forzarlo a competir para ganar el crédito
de 1890, para finales de ese decenio los funcionarios mexicanos empezaron a
buscar alternativas a Bleichroeder, porque pensaban que el banco alemán
controlaba y manipulaba el precio de los bonos mexicanos, y porque el gobierno
buscaba mejorar los términos y condiciones en los acuerdos de su deuda, tanto
por razones económicas como políticas. México se convirtió en un campo de
competencia internacional mucho más activo debido a que su presupuesto fue
finalmente equilibrado. Irónicamente, fue el gasto deficitario de la década de
1880, y la voluntad y capacidad del gobierno mexicano para resistir la presión de
sus acreedores extranjeros en esa década, lo que proporcionó el respaldo
financiero para la expansión económica en la recuperación de mediados y finales
de los años noventa. Los principales inversionistas extranjeros de México
siempre subrayaron la necesidad de un presupuesto balanceado. A principios de
1897, Weetman Pearson hacía saber a Limantour que los inversionistas europeos
necesitaban varios años de presupuestos balanceados que mejoraran la posición
negociadora de México: “la prosperidad de México y la estabilidad y alto
carácter de su gobierno hacen fácil una conversión especialmente si ésta se
realiza después de otros dos presupuestos anuales satisfactorios”.45 Pero Pearson
fue más lejos en su consejo al ministro, al sugerirle que México diversificara el
mercado de su deuda para incluir contrapesos a Bleichroeder:

Para ampliar el mercado de Londres es deseable que una casa financiera


inglesa líder se asociara con los Bleichroeder. En el presente, el sentimiento
en Inglaterra es que las emisiones son emisiones alemanas, y en
consecuencia ellos no aseguran el favor que tendrían si una firma inglesa de
igual o mayor prestigio que la de Bleichroeder estuviera igualmente
interesada. Es sabido que los bonos se tienen principalmente en Alemania, y
que Alemania controla los precios; y también existe la sospecha de que los
precios son movidos hacia arriba o hacia debajo de acuerdo con los deseos
del círculo interno, y de ahí lo limitado del mercado en Inglaterra.46

En esencia, el gobierno buscaba manipular y beneficiarse de los cada vez


más competitivos mercados de capitales, y creía que limitando los gastos
gubernamentales y balanceando su presupuesto podría estimular mayor
competencia entre la comunidad bancaria internacional.
En 1897 e inicios de 1898, Limantour siguió dos líneas negociadoras
paralelas. Primero, continuó tratando con Bleichroeder para obtener concesiones.
Segundo, abrió negociaciones con agentes de la sucursal londinense de J.S.
Morgan. En un segundo frente, Limantour obtuvo el acuerdo del director líder de
la firma, J.P. Morgan, quien tentativamente ofrecería a México mucho mejores
términos y precios. Tras alcanzar un entendimiento preliminar con Morgan,
Limantour trató de involucrarse en la formación de un sindicato más amplio. El
agente de Morgan en México telegrafió que el “Gob. Tiene un gran interés por
saber en qué mcdo. se intenta hacer la emisión y consecuentemente con qué
firma tan pronto como se reciba telegrama confirmatorio de asociado en
Europa”.47 A Morgan le molestaba esta interferencia, por lo que respondía: “Será
imposible hacer cualquier acuerdo valedero aquí de la índole requerida hasta que
el asunto se deje en nuestras manos. Si Gob. mexicano desea convertir sus bonos
y asegurar mejor crédito, lo que alianza con nosotros asegurará, debería estar
dispuesto a dejar asunto con nosotros para perfeccionar detalles y asegurar
asociado en este lado [Europa]”.48 De hecho, hacia finales de enero de 1898
Morgan ya había asegurado la cooperación de una alternativa a Bleichroeder en
Alemania, el Deutsche Bank, con el cual Morgan había colaborado en 1897
cuando juntos emitieron un préstamo para el gobierno estadounidense.49
El esfuerzo inicial de Limantour para estimular la competencia entre
Bleichroeder y Morgan fracasó porque cuando los dos banqueros se enteraron de
que el ministro de Hacienda mexicano estaba tratando de que se enfrentaran,
ambos acordaron cooperar en contra de Limantour. Después de discusiones con
la cabeza de Bleichroeder, Morgan telegrafió inmediatamente a su oficina de
Nueva York que estaba “perfectamente seguro de que las partes allá no son
leales [sic] nuestras negociaciones y que otros están informados nuestros precios
y todo eso se reveló y que sería poco sensato de nuestra parte [...] hacer contrato
independiente —telegrafiaré más mañana[,] mientras no deseo se reasuman
negociaciones”.50 Entonces Morgan telegrafió al Deutsche Bank informándole
que Bleichroeder canceló su propio acuerdo para proponer la consolidación de
intereses en el negocio y evitar la competencia”.51 Rápidamente, en cuestión de
una semana, Morgan y Bleichroeder y el Deutsche Bank acordaron “de aquí en
adelante actuar conjuntamente en el asunto de las negociaciones que nuestras
firmas han llevado a cabo hasta ahora de manera separada con el gobierno
mexicano”, que “prescindirían de la cooperación del mercado de París”, que
Morgan “retiraría la oferta hecha al gobierno mexicano de un préstamo de
conversión de 4.5 por ciento”, y que “las negociaciones futuras para el nuevo
préstamo deben, por el momento, conducirse sobre la base de un interés de
5%”.52
En cierto sentido, la clave para el eventual acuerdo fue la cabeza del
Deutsche Bank, Gwinner, quien escribió a un asociado que “yo fui crucial para
hacer converger sus intereses y el Deutsche Bank contribuyó a que se llegara a
un entendimiento con su modestia”.53 Uno se preguntaría por qué Gwinner forzó
la cooperación con Bleichroeder, puesto que ello significaba que el Deutsche
Bank tenía que ceder una parte de su cuota, y puesto que el Deutsche Bank había
aparecido a fines de los años noventa como el más poderoso banco alemán. El
propio Gwinner apuntó a la “utilidad, incluso la necesidad de un entendimiento
con Bleichroeder, entre cuya clientela probablemente se encontraban colocados
dos tercios de la deuda externa mexicana y cuyo grupo —el Banco Nacional
Mexicano, E. Cassel y su grupo— poseía considerable influencia en México.54
Había aún otro beneficio en unirse con Bleichroeder, con todo. Gwinner
explicaba que “la única competencia seria podría venir de una combinación
Seligman-Dresdner, y confiamos también que este grupo no tenga el poder para
emprender un préstamo de veinte millones de libras y colocarlo contra la
voluntad de la vieja casa emisora”.55 En otras palabras, al combinarse con
Bleichroeder, el sindicato Morgan-Deutsche Bank había eliminado toda
competencia y las opciones del gobierno mexicano.
El resultado de la cooperación (o, si se prefiere, colusión) entre Morgan y
Bleichroeder fue una oferta mucho menos atractiva para México. En mayo, el
representante de Bleichroeder en México, Gloner, se encontró con Limantour,
quien le dijo que los nuevos términos le causaron “gran decepción”, que el
precio ofrecido “no [guardaba] ninguna relación con el precio de Morgan”, y que
a cada una de las propuestas de Bleichroeder, Limantour respondía de manera
cortante “no possum”. Gloner hizo notar que “la oferta anterior de Morgan
ejerce una influencia desventajosa especialmente notoria, pues colocó las
expectativas del ministro más allá incluso de lo que él mismo hubiera
esperado”.56
Más aún: la oferta revisada también frustró el esfuerzo de Limantour por
remover las restricciones y condiciones asociadas a los créditos anteriores,
términos que acarreaban costos económicos y políticamente simbólicos.
Limantour deseaba presentar el préstamo de reconversión como un éxito
económico y político, para pulir la reputación del gobierno y la suya propia
como el que en lo económico era “el necesario”, para parafrasear a Cosío
Villegas. La política del simbolismo era especialmente importante para
Limantour, y para los científicos en general, dado que eran vulnerables a cargos
de favoritismo frente al exterior. Las propias condiciones y restricciones del
préstamo parecían simbolizar para México la pérdida de la autonomía y la
soberanía. Al objetar el depósito de cupones de dos trimestres, Limantour repetía
al agente de Bleichroeder que “tenía que insistir en su abolición, y por cierto con
el tantas veces enfatizado argumento de que cláusula tan humillante no se
encuentra en la garantía de préstamo de ningún otro pueblo y México no merece
ser tratado con más desconfianza que las repúblicas sudamericanas”.57 Gloner
temía que “el ministro no concederá libremente el mantenimiento de los
depósitos, más bien sólo en el caso de que circunstancias imprevistas lo forzaran
a bajarse de su caballito”.58
Gloner reconocía que Limantour se jugaba algo personal en las
negociaciones, y concluía que “puesto que no sólo consideraciones prácticas,
sino también sentimientos personales desempeñan un papel en la toma de
decisiones del ministro, especialmente el deseo de hacer que la conversión del
préstamo de 6% aparezca como coronación de sus reformas financieras, creo que
a menos que se eliminen las cláusulas que son una pesada carga para el Estado,
el ministro no se verá disuadido de su meta largamente acariciada por
consideraciones prácticas”.59 Lo que Gloner consideró razones personales eran
en realidad consideraciones políticas, pues sus esfuerzos “para coronar sus
reformas financieras” eran de hecho actos políticos.
Debido a la coalición entre Morgan y Bleichroeder, y especialmente debido a
los costos aparentes que ella representaba para México, las negociaciones fueron
detenidas. Pero también la inminente guerra hispano-estadunidense agitó los
mercados de capitales, y los financieros prefirieron postergar nuevas emisiones
hasta que la inestabilidad política en Cuba llegara a su fin. Ninguno de los
participantes en estas negociaciones tempranas podía anticipar cómo afectaría el
resultado de la guerra hispano-estadunidense las futuras relaciones financieras de
México.
Al iniciarse el año siguiente, en enero de 1899, el gobierno mexicano intentó
de nuevo fomentar la rivalidad entre los banqueros alemanes. Una década antes
el régimen de Díaz había usado al Dresdner tanto para la emisión del préstamo
de 1889 para el Ferrocarril de Tehuantepec, como para arrancar mejores
términos a Bleichroeder un año más tarde. De manera que esperaba que una vez
más la competencia entre Dresdner y Bleichroeder produciría resultados
positivos, y Limantour empezó a negociar con el Dresdner Bank. Esta vez, sin
embargo, el Dresdner Bank informó al sindicato Bleichroeder de los esfuerzos
de Limantour, y el grupo decidió absorber a Dresdner en su sindicato en
expansión, puesto que de no hacerlo, tal como el Deutsche Bank argumentaba,
“significaría que tendríamos que pagar al menos el mismo precio, lo que haría
nuestra negocio difícil o imposible”.60 Los banqueros pasaron gran cantidad de
tiempo trabajando en los detalles de su oferta futura, porque “sólo puede ser
ventajosa para todos los implicados si es acordada de manera unánime en todos
los puntos importantes antes de entrar a las negociaciones finales con el ministro
mexicano de Hacienda, de manera que el ministro sea confrontado por un grupo
unido”.61
A principios de marzo de 1899, cuando los funcionarios mexicanos supieron
que también el Dresdner Bank había sido cooptado por el sindicato Bleichroeder,
intentaron una alternativa más riesgosa: invitaron a los banqueros
estadounidenses a competir por la emisión del préstamo, diciéndoles que México
deseaba un grupo de banqueros completamente independiente del sindicato
Bleichroeder-Morgan. La respuesta de los banqueros de Estados Unidos a la
petición de México sorprendió tanto al gobierno mexicano como al viejo
sindicato. Uno de los banqueros estadounidenses escribió a Díaz desde Nueva
York que había reunido un sindicato formado “casi por completo por bancos y
banqueros americanos y no conectado en forma alguna con la gente de Morgan-
Bleichroeder”.62 Tras viajar a Nueva York a reunirse con James Stillman del City
Bank, cabeza del grupo estadounidense, Limantour escribió a Díaz para hacerle
notar que la disposición de los banqueros de Estados Unidos era animada “por el
excesivo deseo que tienen hoy los americanos de extender su influencia
financiera (nada quiero decir de la política) más allá de los límites de su
territorio”.63 Estos banqueros ofrecieron a México mejores precios y términos
incluso respecto a los que Morgan había insinuado un año atrás. Irónicamente,
fue precisamente el que los banqueros y funcionarios estadounidenses estuvieran
tan ansiosos de ofrecer a México condiciones atractivas lo que dio a Limantour y
Díaz una pausa. Limantour escribió que estaba listo para aceptar una reducción
en el precio del préstamo, porque le preocupaba “sobre todo para el porvenir, las
consecuencias de un rompimiento con los europeos, que sería tanto como
quemar nuestras naves y exponernos a que aquella gente perdiera todo interés
por los negocios de México, ya sean públicos o privados”.64
De manera que Limantour viajó a Europa con la oferta de Estados Unidos en
la mano e intentó usarla para obtener un mejor trato del grupo Bleichroeder. Sin
embargo, este grupo se había mantenido al tanto de las negociaciones de
Limantour en Nueva York a través de una fuente común, Ernest Cassel, y
también por uno de los socios de Morgan, que tras encontrarse con Limantour en
Nueva York, escribió que éste y el presidente Díaz sentían “que Bleichroeder
piensa que tiene la situación financiera de México por la garganta, lo cual me
parece cierto”.65 La aparición de la competencia neoyorkina provocó una
variedad de reacciones en el viejo sindicato. Cassel, la anterior cabeza del grupo
de Londres, urgió a todas las partes rivales a cooperar. Al escribir a Bleichroeder,
Cassel razonaba que “la gente de Nueva York está completamente al tanto de las
circunstancias que han producido la alianza entre los Morgan y su firma, y no me
cabe la menor duda que esta circunstancia, y posiblemente también su absorción
del Dresdner Bank, han puesto furiosos y defensivos a Díaz y Limantour. Más
aún: México ha “encontrado un oído atento con un grupo tan poderoso como el
City Bank, que puede ser definido como el más poderoso en Estados Unidos, sin
exceptuar a nadie, ni siquiera a los Morgan, lo que les da un elemento de fuerza
con el que habrá que contar [...] ellos no tendrán gran dificultad en encontrar
alianzas en Alemania, lo que los habilitaría para llevar adelante el negocio”. De
modo que Cassel sugería “llegar a un entendimiento entre los grupos
competidores, un entendimiento del cual sería esencial que el gobierno mexicano
no supiera nada”.66
Pese a la sugerencia de Cassel, Morgan se rehusó a cooperar con sus
competidores ingleses y estadounidenses. Quería permanecer como el único
emisor tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, y de haber cooperado con el
nuevo sindicato, hubiera tenido que compartir el préstamo con City Bank y
Baring Brothers. Molesto por el involucramiento de otro grupo sindicado,
escribió a Deutsche Bank que “en lo personal, decididamente mis puntos de vista
están en mejor adherirse a nuestra combinación original y hacer lo mejor posible
[para obtener el préstamo] —pero si fallamos dejarlo ir. No me gustaría entrar en
combinación con otros o unírmeles. Considero un negocio muy sucio interferir
sabiendo que ya estamos negociando pero [es] la idea que algunas gentes [sic]
tienen de un trato justo”.67
Pese a los esfuerzos de Limantour por persuadir al grupo Morgan-
Bleichroeder, el grupo reconocía que México no se expondría demasiado a la
influencia norteamericana. En carta a City Bank, Lord Revelstoke de Barings
hacía notar que había visto “una carta de Bleichroeder en la que se refería su
oferta de 82 a 85 por un bono de 4%. Los alemanes rehúsan escuchar tales
términos y declaran que prácticamente toda la emisión que se tiene en ese país,
que según ellos asciende a £17 millones, no sería convertida. Aseguran pensar
que Limantour muy probablemente aceptará una oferta menor a la que usted ha
ofrecido, por el temor de estarse entregando por completo al poder de los
americanos. Confío que se llegará a algún compromiso entre usted y el grupo
continental —Ellos están disgustados con el prospecto de perder el negocio, pero
se dan cuenta de que no pueden competir contra una oferta como esa”.68 Baring
estaba en lo correcto al suponer que a esas alturas Limantour y Díaz no se
expondrían ante los banqueros de Estados Unidos, pero se equivocaba al pensar
que los grupos sindicados llegarían a un compromiso. De nuevo Morgan bloqueó
cualquier compromiso, así que al final Limantour aceptó los precios y términos
menos favorables del grupo Bleichroeder.
A partir de un estudio detallado de las negociaciones del préstamo de 1899
resulta claro que la comunidad bancaria internacional tenía muchos más recursos
y resistencia de lo que Díaz Dufóo, el biógrafo de Limantour, admitía. Casi todos
los esfuerzos de Limantour para estimular la competencia habían fallado, ya
fuera porque los pretendidos competidores acordaban unirse para evitar los
costos de la competencia, o porque los banqueros que sí deseaban la
competencia venían de Estados Unidos, y en última instancia México prefería
descartarlos por razones tanto políticas como económicas.

Parte dos: negociaciones sobre el préstamo de 1904

La historia del préstamo de 1904 (y las negociaciones que lo precedieron) es un


tanto más conocida, gracias a un ensayo reciente de Steven Topik.69 Tras revisar
brevemente los detalles esenciales del crédito, confinaré mi discusión a una serie
de cuestiones acerca del préstamo que se relacionan más específicamente con el
tema de este trabajo. Es decir, me preguntaré por qué, dada la cooperación tan
ostensible de los banqueros en 1898-1899, las negociaciones de 1904 entrañaron
tal rivalidad. ¿La habían estimulado los funcionarios mexicanos, o era atribuible
a los propios banqueros? Y también, ¿por qué una firma de Estados Unidos
estaba dispuesta a ofrecer mejores condiciones? Finalmente, consideraré por qué
Limantour optó por un sindicato estadounidense, cuando tan sólo unos pocos
años antes había declinado ante el mismo prospecto.
El préstamo de 1904 eventualmente provocó el enfrentamiento de dos grupos
de banqueros entre sí. La firma Speyer de Nueva York (y sus parientes afiliados
en Londres y Frankfurt) junto con el Deutsche Bank de Berlín compitieron por el
préstamo mexicano de 40 millones de dólares contra un grupo liderado por
Bleichroeder y el Banque Paribas. Las negociaciones del crédito se complicaron
por la demanda del gobierno mexicano de que las firmas suscriptoras también
hicieran un discreto pago a los antiguos tenedores de la deuda de Maximiliano
(los llamados “azulitos”), con el fin de que la bolsa de París permitiera que los
bonos mexicanos se vendieran allí. Más aún: el gobierno de México demandó
que no hubiera garantías específicas atadas al préstamo, y que la tasa de interés
se fijara a 4.5%. Las negociaciones entre éstas y otras firmas y el gobierno
mexicano empezaron en 1902 y se concluyeron finalmente con el triunfo del
sindicato de Speyer-Deutsche Bank en octubre de 1904.
La pregunta de por qué la cooperación fracasó en 1904 puede responderse de
manera simple: porque Speyer y Co. de Nueva York quería el negocio
mayormente para sí mismo. Esto quiere decir que en los primeros años del siglo
veinte, Speyer inició una campaña agresiva para ganar u obtener acceso al
negocio del crédito a gobiernos extranjeros. La única forma de entrar a dicho
negocio era convertirse en los arribistas de Estados Unidos o Gran Bretaña
mediante la competencia a la antigua, como Steven Chapman elegantemente lo
asentó:

La imaginación popular desde hace tiempo ha investido al crédito mercantil


con un glamour y romanticismo únicos, y a sus habilidades con un misterio
digno de admiración. Los hombres de la ciudad [de Londres] han contribuido
a ello envolviendo sus actividades en el secreto; ha habido poco material
para uso de los escritores más allá de la reverencia por las conexiones con la
clase alta, los bien organizados rumores antisemitas y la clase de “historias”
oficiales de las que ya nos hemos quejado. Pero despojada de las
irrelevancias y la parafernalia, la escena victoriana de la banca mercantil
presenta una imagen bastante familiar a los historiadores económicos: el
predominio de negocios familiares con alto recambio de firmas, recién
llegados tomando serios riesgos para construir su capital mientras que
segundas y terceras generaciones se aferran al negocio seguro con modestos
márgenes de ganancia, la diversificación de servicios que ofrecían firmas
establecidas, creciente competencia de parte de rivales que crecen más
rápido, y en varias empresas prominentes, la desviación del tiempo y la
actividad del socio hacia la política y la vida campirana.70

Speyer estaba deseoso de debilitar a sus competidores y ofrecer a México un


precio más atractivo por una variedad de razones. Primero, porque ser el
principal suscriptor era un negocio lucrativo. Segundo, porque el prestigio
derivado de ser el principal emisor ayudaba a ganar (o recuperar) posiciones en
la competencia doméstica por el negocio crediticio y por clientes. Tercero, la
firma esperaba construir un portafolio externo más “orgánico” complementando
las obligaciones ferroviarias latinoamericanas que ya tenía con deuda
gubernamental.
No todos los miembros del sindicato de Speyer estuvieron de acuerdo en que
deberían competir contra Bleichroeder por el préstamo de 1904. Por ejemplo, su
socio habitual, Deutsche Bank, escribió preguntando “si no deberíamos mejor
sugerir a Bleichroeder permanecer juntos en el viejo acuerdo bajo el liderazgo
conjunto de Speyer en Nueva York y Bleichroeder en Europa”.71 Desafiante,
Speyer respondió telegráficamente que no sentía “temor de la competencia
germano-inglesa y pensa[mos] tener mucha mayor oportunidad contra
competidores americanos; no estamos a favor de sugerir ahora alianza S.
Bleichroeder, pues no le daría a Speyer & Co. posición y participación irrestricta
bajo las circunstancias actuales y comité [de] cinco injustificado e
inapropiado”.72 Aún más: la ayuda de Bleichroeder era innecesaria porque el
préstamo no tendría garantía especial y un “precio tan alto que tendría que
depender de colocarlo principalmente en mercado americano donde alcanzaría
mejor precio”.73 El sindicato encabezado por Speyer seguía estando en
desacuerdo acerca de la utilidad de cooperar con Bleichroeder, y notablemente
hasta el hermano de James Speyer, Edgar, quien encabezaba la filial de la firma
en Londres, escribió al Deutsche Bank preguntando “cuál es su visión personal
acerca de absorber al Banque de Paris et des Pay-Bas ahora, ello probablemente
reduciría considerablemente competencia seria que Speyer and Co. parece
subestimar”.74 Al final, el sindicato Speyer-Deutsche se separó del antiguo
sindicato de Bleichroeder, precisamente porque quería el negocio para sí mismo
y pensaba que podía vencer en la competencia a los otros.
Estas razones también contribuyen a explicar por qué Speyer fue capaz de
ofrecer un precio más competitivo, pero la más expansiva y agresiva política
exterior de Estados Unidos desde 1898 también desempeñó un papel. Speyer
creía, y se aprovechaba de la creencia de que después de 1898 el gobierno de
Estados Unidos implícitamente garantizaba los préstamos privados
estadounidenses a América Latina.75 Así que se sintió libre de prescindir de las
cláusulas y condiciones que había considerado en endeudamientos anteriores de
México. De hecho, los banqueros de Estados Unidos no eran los únicos que
creían que los créditos latinoamericanos conllevaban el respaldo implícito del
gobierno de Estados Unidos. Un director de Paribas, Thors, sugirió a su colega
Noetzlin que quizá París debe buscar un socio estadounidense para “proteger” el
préstamo. Noetzlin se opuso vehementemente, respondiendo:

Estoy todavía con su carta del 9 del corriente. Un préstamo mexicano no vale
un peso de más o de menos si hay un contratante americano o no. No hay
que confundir a México con Cuba, Venezuela o incluso Brasil. En primer
lugar, sus finanzas tienen otras bases, y además una presión de los Estados
Unidos, sea con barcos enviados al Golfo, sea con un envío de tropas a la
frontera, produciría entre los mexicanos exactamente lo contrario de la
sumisión. Estas gentes son mucho más orgullosas y celosas de su
independencia que las llamadas naciones debilitadas de América del Sur.
Usted no tiene más que recordar el asunto de la intervención francesa y del
imperio de Maximiliano.76

No obstante su defensa del nacionalismo mexicano, Noetzlin se daba cuenta


de que necesitaba un socio estadounidense porque “Limantour ya está
coqueteando con Speyer de Nueva York”, y por tanto “en esta circunstancia me
parece que la cooperación de Nueva York no podría evitarse y como yo no me
encuentro en buenos términos con James Speyer de Nueva York y deseo por el
contrario hacer un gran negocio junto con Kuhn Loeb” decidió ofrecer una
porción del negocio a la cabeza de este grupo, Jacob Schiff.77 Sin embargo, como
Schiff había sido parte en las manipulaciones de Limantour en 1899, rehusó
sumarse a las negociaciones de 1904, porque como escribió previsoramente a su
amigo Cassel, “al fin y al cabo todos estos caballeros terminarán en las manos
del muy hábil señor Limantour, quien pondrá [a Bleichroeder y Banque Paris et
des Pays-Bas] contra Speyers y el Deutsche Bank, y obtendrá un precio
injustificablemente alto que dejará una ganancia muy pequeña a los
contratistas”.78
Ciertamente, Limantour puso a los sindicatos uno contra el otro, y obtuvo un
mejor precio que si los banqueros rivales hubieran cooperado. Pero también he
sostenido que estas ganancias económicas servían a un propósito político más
amplio. ¿Por qué, entonces, Limantour aceptó el predominio de Estados Unidos
en la emisión del préstamo, cuando cinco años antes la administración había
rechazado una mejor oferta propuesta por Estados Unidos precisamente porque
exponía a México al riesgo político? Primero, como ha sugerido Topik, por no
firmar con el sindicato germano-francés, el gobierno mexicano era capaz de
enmascarar más completamente la concesión a los tenedores de los “azulitos”.
Más aún: Bleichroeder había controlado por largo tiempo la deuda de México, y
al cerrar un trato con un sindicato independiente México efectivamente reducía
su control sobre futuras negociaciones. Finalmente, al poner a estos sindicatos
uno contra el otro, y obtener el mejor precio posible, Limantour continuaba
mostrando el ininterrumpido progreso financiero del régimen desde que él tomó
el mando. De hecho, el negociador perdedor de Paribas, al criticar el supuesto de
su socio Noetzlin de que Limantour haría negocios con Paribas en virtud de
conexiones personales y culturales, insistía en la importancia política que
Limantour atribuía a sus acciones:

Él quería sobre todo obtener un buen precio para el préstamo y así mostrar
que el ciclo de progresos ininterrumpidos desde que él está a cargo continúa
todavía, que si en 1893 México pidió prestado a cerca de 9% y en 1899 a
3.31, ahora puede contratar a una tasa efectiva, incluidos todos los gastos, un
poco por debajo de 5%.79

De manera que las variables habían cambiado desde que en 1899 Limantour
no estaba listo para concluir un préstamo externo con un sindicato dominado por
Estados Unidos.
CONCLUSIÓN

Este trabajo ha sugerido que los prestamistas internacionales tanto cooperaron


como compitieron por los negocios en el México porfiriano. Tres condiciones
fomentaron mayor competencia: la creciente estabilidad del presupuesto
mexicano, la rápida expansión de los prestamistas internacionales y la voluntad
del gobierno mexicano para tratar de enfrentar a los banqueros entre sí. Mi
estudio del crédito externo en el México porfiriano también refuerza otros
trabajos sobre México y Sudamérica que han sugerido que la competencia
financiera internacional no seguía líneas nacionales estrictas, tal como la
historiografía más temprana (e incluso reciente) había propuesto.80
Los esfuerzos de Limantour se vieron limitados por varios factores
importantes. Primero, los acuerdos crediticios anteriores restringían la capacidad
de México de maneras significativas. Segundo, los propios prestamistas
internacionales buscaron frustrar las maquinaciones de Limantour cooperando
más que embarcándose en una competencia costosa. Tercero, durante la gestión
de Limantour los banqueros más deseosos de competir eran recién llegados que
solían proceder de Estados Unidos, y por razones geopolíticas, en un primer
momento el gobierno mexicano tuvo reservas para acoger a los prestamistas
estadounidenses, no obstante los mejores precios y términos que ellos ofrecían.
Junto con estos constreñimientos para el éxito negociador del gobierno
mexicano, había una contradicción más profunda en el periodo de Limantour
como ministro de finanzas. Con el fin de atraer a un grupo más amplio de
prestamistas rivales y de mejorar precios, términos y condiciones de su deuda, el
gobierno mexicano debía controlar sus gastos y mantener un presupuesto
balanceado. Así, con el objeto de incrementar su libertad de acción en la
negociación con los prestamistas, tenía que restringir o autorregular sus
prioridades presupuestarias, que se volvieron aún más sensibles a las demandas
de estos mismos actores externos.
Para mediados de los años noventa del siglo XIX aparecieron los primeros
frutos efectivos, tanto de la gestión temprana de activismo gubernamental que
había promovido la inversión en infraestructura, como de la más reciente
adopción de políticas presupuéstales ultraortodoxas favorecidas por los
sindicatos crediticios internacionales. Los excedentes del presupuesto habilitaron
a los funcionaros mexicanos para renegociar repetidamente la deuda externa, y
asegurar cada vez mejores términos y condiciones, incluidas tasas de interés más
bajas. Por su parte, los funcionarios públicos publicitaron estas victorias como
prueba del progreso económico del gobierno, y consecuentemente, de su
capacidad para hacer avanzar los intereses “nacionales”. Sin embargo, las
consecuencias de esta última estrategia de acomodo fueron profundamente
ambiguas y contradictorias. Políticamente, el plan no salió como lo esperaban;
los acuerdos crediticios de Limantour nunca ampliaron el atractivo o la
legitimidad del régimen (al menos en casa). Más aún: contra la estrategia del
Porfiriato temprano de sujetar su deuda externa a preocupaciones más amplias
de economía política, el régimen tardío sometió su deuda externa a las
prioridades de los prestamistas externos. Esto creó una doble paradoja. Mientras
que la frágil administración de los años setenta y ochenta había resistido las
presiones de los acreedores externos, el más fuerte régimen de los años postreros
encontró irresistibles los incentivos y recompensas del acomodo internacional.
La ironía de la fortaleza financiera del Estado a partir de comienzos de los años
noventa es que fue posibilitada por su renuncia a asumir un papel directo y
activo en la economía, aun cuando la retribución pública de tal activismo pudiera
haber probado ser excepcional mente alta. Al hacerlo, el régimen retrocedió
desde su activismo inicial, lo que lo dejó sin los medios e instrumentos para
atacar los problemas crecientes, que resultaban evidentes en la víspera de la
revolución mexicana.

SIGLAS
AH-BNM Archivo Histórico Banamex, ciudad de México, México
AHP Archive Historique Pari bas, París
AMAE Archives du Ministère des Affaires Etrangères, Quai d’Orsay, París
BA-GL Baring Archive, Guildhall Library, Londres, Gran Bretaña
BC-BL Bleichroeder Collection, Baker Library, Harvard University,
Cambridge, Massachusetts, E.U.A.
CGPD Colección General Porfirio Díaz, Universidad Ibero-Americana,
ciudad de México, México
DBHA Deutsche Bank Historische Archiv, Frankfort, Alemania
DZA-P Deutsche Zentralarchiv, Potsdam, Alemania
MGA Morgan Grenfell Archive, Londres, Gran Bretaña
PA Pearson Archive, British Science Museum, Londres, Gran Bretaña
RA-L Rothschild Archive, Londres, Gran Bretaña
SP-AJA Schiff Papers American Jewish Archive, Cincinnati, Ohio, U.S.
TMA-GA Texeira de Mattos Archive Gemeintarchief, Amsterdam, Holanda
WGA-GA Wertheim and Gomperrz Archive Gemeintarchief, Amsterdam,
Holanda

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1993 “Germán Banking and Germán Imperialism in Latin America in
the Wilhelmine Era”, Ibero-Amerikanisches Archiv, vol. 18.
Notas al pie
1
Que Limantour tenía objetivos políticos en el diseño y ejecución de su
estrategia no es una hipótesis original de este ensayo. Steven Topik ha sostenido
esta idea en su cuidadoso examen de la historia de la deuda de Maximiliano (los
llamados “azulitos”). Acerca del nacionalismo del régimen porfirista, véase los
influyentes trabajos de KATZ, 1986 y KNIGHT, 1986.
2
MCCALEB, 1921, p. 158.
3
AH-BNM, Cartas al comité de París, vol. 1, 1 de marzo, 1887. Para un
recuento más completo de esta fascinante historia de conflicto interno entre las
juntas de directores francesa y mexicana de Banamex, véase el capítulo tres de
mi tesis doctoral en PASSANANTI, 2001.
4
Banker’s Magazine, agosto de 1885, p. 93.
5
WGA, Noetzlin a Wertheim, 22 de noviembre, 1886, file #11-21. (Traducido
del original en francés, nota de la coordinadora).
6
TMA-GA, Texeira de Mattos a Speyer Brothers, Londres, 30 de marzo, 1899,
copybook #8, pp. 225-226.
7
TOPIK, 2000.
8
SP-AJA, Jacob Schiff a Ernest Cassel, 3 de febrero, 1888.
9
El Ministro de Hacienda, Dublán, presentó al Congreso una cronología de
las negociaciones del préstamo. Véase México, Diario de los Debates, 1888, pp.
694-714. Sánchez, por supuesto, era el promotor ferroviario a quien ya
conocemos. Gustavo Sommer de Rapp, Sommer y Cía., era un comerciante y
banquero privado alemán muy bien conectado, quien por ejemplo extendía
créditos agrícolas en el Bajío. También era un accionista inicial importante en
Banco Nacional, y sirvió por un tiempo como uno de los auditores internos
oficiales del banco, junto con Sebastian Camacho. Para más detalles acerca de la
activa comunidad alemana, véase la esplendida y enciclopédica obra editada por
Brígida von Mentz, MENTZ, 1982, p. 483. Véase también MEYERS, 1994, p. 23.
10
Véase STERN, 1997.
11
Acerca del involucramiento del ministro alemán Waeker Gotter, y de
Sommer, en el asunto véase DZA-P, embajador alemán en México a Bismark, 22
de marzo, 1888 núm. 1727 y especialmente Zedwitz a Bismark, 6 de enero,
1889, núm. 1727.
12
CGPD, Porfirio Díaz a Franciso Mena, 26 de enero, 1888, legajo XIII, núm.
3164-3166.
13
RAL, Bleichroeder a Rothschild, 21 de noviembre, 1887, y las respuestas
del 22 y 23 de noviembre. Caja XI, núm. 64/1. (cita textual traducida del original
en alemán, SK).
14
BC-BL, Noetzlin a Bleichroeder, 4 de mayo, 1888, c.l f.l.
15
BC-BL, Ernest Cassel a Geheimrath Bleichroeder, 12 de abril, 1889, caja 33,
f.6 (traducido del original en alemán, SK).
16
BC-BL, Ernest Cassel a Paul von Schwabach, 14 de diciembre, 1893, caja
33, f.6.
17
CGPD, Porfirio Díaz a Francisco Mena, 26 de enero, 1888, 1. XIII, núm.
003164-66.
18
Ibid.
19
Ibid.
20
CGPD, Díaz a Benito Gómez Farias, 6 de marzo, 1888, legajo XIII núm.
003205.
21
Memoria de Hacienda, 1889-1890, p. XIX.
22
Véase la lista de suscripción de “mexikanische Anleihe 1888” en BC-BL, c.
1, f. 2.
23
Para evaluaciones recientes de la deuda externa alemana durante esta era
véase BARTH, 1995 y YOUNG, 1993.
24
La mejor discusión acerca del “conservadurismo” de los grandes
comerciantes banqueros ingleses se encuentra en CHAPMAN, 1984. Véase
especialmente pp. 172-181.
25
La cuestión de la relativa independencia de los inversionistas en bonos es
interesante y se mantiene abierta. Para un juicio véase PLATT, 1972, capítulo uno.
Para un estudio empírico más detallado, véase DAVIS y HUTTENBACK, 1987,
capítulo 7.
26
CAIN y HOPKINS, 2002, p. 287.
27
Véase el intercambio de correspondencia entre Limantour y Díaz en la
primavera y el verano de 1888, en CGPD; por ejemplo Limantour a Díaz, 14 de
junio, 1888, l. XIII, núm. 006939-42.
28
Esta idea se originó en KATZ, 1964, p. 100. Katz basó su interpretación en
la única evidencia existente en aquel momento, la correspondencia entre el
ministro alemán residente en México, Zedwitz, y el ministro alemán del Exterior.
Por razones que no son claras (pero potencialmente iluminadoras), cuando
Zedwitz escribió a Berlín, exageró los términos ventajosos obtenidos por el
sindicato de Bleichroeder. Tal exageración no era poco común en el mundo de la
diplomacia extranjera en la era del alto imperialismo. Lo que es más: a lo largo
del Porfiriato, los intereses y las intrigas alemanas de índole económica y
política eran extraordinariamente complicados, complejos y variados. La obra de
Katz, Deutschland, Diaz, und die mexicanische Revolution, es la guía magistral e
insuperable sobre el tema, pero desafortunadamente no existe en traducción ni en
inglés, ni en español, KATZ, 1964. Su trabajo posterior contiene apenas un
resumen de la investigación realmente exhaustiva que ofrece el original. KATZ,
1981.
29
Una propuesta muy detallada, que incluye las discusiones entre Macedo,
Díaz y Dublán, se encuentran en Pablo Macedo al Banque de París, 22 de
septiembre, 1888, AHP, caja 422.
30
CGPD, Limantour a Díaz, 14 de junio, 1888, legajo XIII, 6940-41.
31
CGPD, Díaz a Limanotur, 1 de julio, 1888, legajo XIII, 6940-41.
32
Ibid.
33
MARICHAL, 1995, p. 373.
34
Para la actividad francesa véase la carta de Macedo a Paribas (citada en n.
29) y la correspondencia del ministro del Exterior francés mencionada en la
siguiente (n. 35). Para el involucramiento del Banco de Londres y México véase
CGPD, Waters a Díaz, 25 de julio, 1889, l. XIV, núm. 007630-2.
35
AMAE, Sainte Foix al Ministere des Affaires Etrangers, 9 de enero, 1890,
CP, vol. 75.
36
Hicieron esto en su fase ascendente durante la década de 1860, y lo
seguían haciendo en su fase descendente durante la década de 1890. Acerca del
ascenso y caída de Seligman, véase CHAPMAN, 1984, pp. 46-54.
37
SP-AJA, Jacob Schiff a Ernest Cassel, 16 de julio, 1890.
38
MARICHAL, 1995, p. 374.
39
TMA-GA, Texeira de Mattos a Speyer Brothers, Londres, 30 de marzo, 1899,
copybook núm. 8, pp. 225-226.
40
Viene a la mente el dictum de Keynes según el cual cuando un banco te
presta cien pesos, tienes un problema; cuando te presta un millón, el banco tiene
un problema. Durante la depresión de inicios de los años noventa del siglo XIX,
la firma Bleichroeder estaba respaldando artificialmente el precio de las
obligaciones mexicanas.
41
Para un excelente análisis de las prioridades cambiantes del presupuesto
mexicano en los años noventa, véase CARMAGNANI, 1994.
42
La literatura acerca del nacionalismo de élite del Porfiriato tardío es
amplia. Para dos ejemplos recientes véase KATZ, 1986.
43
Véase de nuevo el estudio pionero de Carmagnani, CARMAGNANI, 1994.
44
DÍAZ DUFÓO, 1910, pp. 131-32.
45
PA, Memo Reconversión dado por W.D. Pearson a Limantour, 10 de
febrero, 1897, File 1A Box 52 (subrayado por el autor).
46
Ibid.
47
MGA, J.P. Morgan Co. a J.P. Morgan, 29 de enero, 1898, “México File”.
48
MGA, J.P. Morgan a J.P. Morgan Co., 31 de enero, 1898, “México File”.
49
Desde el préstamo estadounidense de 1897, Morgan y el Deutsche Bank
había continuado cooperando en grandes emisiones. Como escribió un director
del Deutsche Bank, “con quien desde entonces hemos estado aliados en otros
negocios significativos”. DB-HA, Gwinner a Konsul Kosidowski, 8 de marzo,
1898, S3459 (texto traducido del original en alemán, SK).
50
MGA, J.P. Morgan a J.P. Morgan Co., 4 de febrero, 1898, “México File”.
51
MGA, J.P. Morgan a Siemens y Gwinner, 8 de febrero, 1898, “México File”.
52
MGA, Bleichroeder a J.S. Morgan Co., 18 de febrero, 1898, “México File”.
53
DB HA, Gwinner a Adams, 4 de marzo, 1898, A44.
54
DB HA, Gwinner a Kosidowski, 8 de marzo, 1898 S3459.
55
Ibid.
56
DBHA, Gloner a Bleichroeder, 14 de mayo, 1898,S3459.
57
Ibid.
58
Ibid.
59
Ibid.
60
MGA, Gwinncr a Morgan, 22 de enero, 1899, “México File”.
61
MGA, Bleichroeder a J.S. Morgan, 15 de febrero, 1899, “México File”.
62
CGPD, George Cook a Porfirio Díaz, 4 de abril, 1899, 005303.
63
CGPD, José Y. Limantour a Porfirio Díaz, 3 de mayo, 1899, 006670-73.
64
ibid.
65
MGA, Robert Bacon a J.P. Morgan, 2 de mayo, 1899, “México File”.
66
DBHA, Cassel a Bleichroeder (Immelman), 22 de abril, 1899, S3459.
67
MGA, Morgan to Gwinner, “México File”.
68
BA-GL, Lord Revelstoke a Stillman, 12 de mayo, 1899, 4.5.54(i).
69
TOPIK, 2000.
70
CHAPMAN, 1984, pp. 178-179.
71
DBHA, Deutsche Bank a Speyer, 13 de agosto, 1904, S2877.
72
DBHA, Speyer a Deutsche Bank, 15 de agosto, 1904, S2877.
73
Ibid.
74
DBHA, Edgar Speyer a Gwinner, 16 de agosto, 1904, S2877.
75
Véase la inusual conversación, o más bien estallido, de James Speyer
cuando visitó al embajador de México inmediatamente después de vencer a
Bleichroeder en el préstamo de 1904. DZA-P, Wagenheim a von Bulow, 29 de
octubre, 1904, Reichsamt des Innen núm. 4383.
76
AHP, Noetzlin a Thors, 11 agosto 1904, C. 421. (traducido del original en
francés, SK).
77
AHP, E. Noetzlin a Thors, 29 julio, 1904, C. 421. (Cita textual traducida del
original en francés, SK). Este pasaje también sugiere que el crédito internacional
también servía para crear asociaciones más amplias y profundas entre casas. En
este caso Paribas había estado buscando la oportunidad para establecer vínculos
más estrechos con un banquero estadounidense importante como una manera
para obtener acceso al negocio estadounidense. También ilustra que los
mercados de capital eran mercados sociales, y que la cooperación y la
competencia se gobernaban por un conjunto de redes que eran profundamente
personales y no impersonales. En este caso, Noetzlin era un antiguo socio de
negocios de E. Cassel, desde los años setenta del siglo XIX, como lo era Jacob
Schiff de Kuhn Loeb, y mientras que Noetzlin y Schiff habían intercambiado una
larga correspondencia, sus bancos estaban todavía por cooperar en cualquier
cantidad de grandes proyectos.
78
SP-AJA, Schiff a Cassel, 18 de septiembre, 1904.
79
AHP, Moret a Camondo, 17 de octubre, 1904 (traducido del original en
francés, SK), c. 421.
80
George Young encontró cooperación inglesa y alemana en sindicatos de
prestamistas en Argentina, Brasil y Chile durante este periodo, y muy
recientemente Steven Topik ha propuesto una idea similar para el México
porfiriano. Sin embargo, no todos los estudiosos de las finanzas internacionales
suscriben este punto de vista. Véase YOUNG, 1993; TOPIK, 2000. El más notable
replanteamiento de la noción tradicional de la competencia financiera nacional
es el trabajo en dos volúmenes de CAIN y HOPKINS, 1994.
TERCERA PARTE
EMPRESA MULTINACIONAL Y POLÍTICA EN MÉXICO EN
LOS SIGLOS XIX Y XX
7. BANCOS Y BANQUEROS EUROPEOS EN
MÉXICO,1864-1933

CARLOS MARICHAL
El Colegio de México
PAOLO RIGUZZI
El Colegio Mexiquense

La historia de los bancos europeos en América Latina en el siglo XIX y principios


del siglo XX ha sido escrita en gran parte en función de la experiencia de la banca
inglesa. En efecto, desde la publicación del libro clásico de Joslin sobre este
tema en 1963, se asentó la idea de que los bancos británicos fueron no sólo
dominantes en gran parte de América Latina sino incluso que establecieron el
modelo original de desarrollo bancario.1 Por otra parte, la falta de estudios sobre
la historia de la banca francesa o alemana en la región reforzó esta visión.2 En
este ensayo, nuestra intención es ofrecer un análisis de tres versiones diferentes
de desarrollo bancario en México: el británico, el francés y el alemán en el
último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX. El énfasis está puesto en el
análisis de las experiencias de tres bancos: el Banco de Londres, México y
Sudamérica (London Bank of México and South America), el Banco Nacional
de México (Banamex) y el Banco Germánico de la América del Sur (Deutsch
Sudamerikanische Bank). El estudio de estos tres casos abarca diferentes
periodos comprendidos entre 1864 y 1933 e inevitablemente implica plantear
comparaciones y contrastes sobre las distintas formas de llevar a cabo los
negocios bancarios en México en esa época. Entre los problemas que cabe
subrayar están: 1) las razones de la inversión original en México (la cuestión del
empuje o del tirón); 2) la estructura organizativa de las empresas bancadas; 3) las
negociaciones y las innovaciones de organización que se requirieron para operar
en el contexto mexicano y la manera en que afectaron y modificaron sus
prácticas bancadas; 4) el grado de control extranjero de la banca y de las
sucursales, y 5) las razones de la salida de los capitales del sector bancario en
México (en términos absolutos o relativos).
LA EXPERIENCIA BRITÁNICA: EL BANCO DE LONDRES, MÉXICO Y SUDAMÉRICA

A partir de los años sesenta del siglo XIX varios grupos de inversionistas
británicos promovieron la creación de un considerable número de bancos
comerciales en América Latina. Tales bancos, inicialmente de dimensiones
modestas, llegaron a ejercer un papel importante en los mercados financieros de
los países latinoamericanos, aunque difirieron de forma marcada en cuanto a
estrategia, estructura y desempeño. Una cuestión abierta es si —y en qué medida
— el modelo de empresas free-standing (según la definición de Mira Wilkins)
explica la naturaleza y el funcionamiento de estos bancos.3 Su organización fue
diferente de la de otros bancos extranjeros (alemanes y franceses) que operaron
en América Latina durante el mismo periodo.

Razones y contexto temporal de la inversión

El London Bank of México and South America (LBMSA) fue el producto del
cruce entre un proyecto bancario especificamente dirigido a México (Bank of
México, ltd., bajo la influencia de Alliance Bank de Manchester) y un proyecto,
promovido por el London County Bank, de presencia en diferentes países de la
costa oeste de América del Sur. El contexto era un corto auge de la formación de
bancos británicos en el exterior: entre 1862 y 1866 se crearon 25 de estos
bancos; para operar en América Latina se organizaron en 1862-1863 dos bancos
en Brasil, uno en Argentina-Uruguay y otro en Venezuela.4 Se puede pensar en la
existencia de rivalidades para ocupar los nuevos espacios; de hecho, en México
existía el proyecto de un grupo franco-británico para formar un Banco de
México, como banco de gobierno.5 Dicho grupo, sin embargo, no concretó su
esquema bancario.
El London Bank se estructuró según el modelo descrito por Geoffrey Jones
como “un conjunto de unidades bancadas individuales ligadas en una federación
a un centro” (la oficina matriz), que proveía los lincamientos generales de
operación y actuaba como prestamista de última instancia. México, Perú y
Colombia fueron los centros de operación iniciales del LBMSA, conectados de
manera radial con la dirección en Londres que funcionaba como agencia
coordinadora. Los contextos económicos y políticos en los que se dio la
inserción del LBMSA marcaron en realidad la trayectoria de los equilibrios dentro
del banco. En Perú, el escenario comercial estaba dominado e impulsado por el
auge exportador del guano; la mayor parte de las exportaciones de este
fertilizante se dirigían a Gran Bretaña. Por su parte, la gradual
internacionalización de la economía de Colombia en estos decenios fue
alimentada por el auge de las exportaciones de tabaco y el empréstito de 1863
emitido por el London County Bank. En México, las expectativas de
comerciantes e inversores extranjeros estaban más ligadas a condiciones de tipo
político: se anticipaba que el imperio franco-mexicano de Maximiliano de
Hasburgo pusiera fin a las guerras internas y proporcionara estabilidad
institucional al país. En los tres países el LBMSA llegaba como primer banco
(Colombia, México) o como segundo. En el caso mexicano, ello significaba
operar en un vacío legal, puesto que no existía ley bancaria y el único requisito
era la inscripción de la empresa en el Registro del Tribunal Mercantil. Los
efectos de esta circunstancia moldearon el desarrollo del LBMSA en México. Pero
también debe tenerse en cuenta que por ser este país gran productor de plata
(segundo tras Estados Unidos), el banco británico preveía negocios importantes
en este rubro al que asignó (directa o indirectamente) gran parte de sus recursos.

La pauta organizacional

El modelo de operaciones en México se definió a partir de un núcleo de


elementos. El banco comenzó con una estructura inicial mínima (gerente,
contador, cajero, cobrador) y sus agencias territoriales (cinco de siete en puertos
y zonas mineras) fueron confiadas en buena medida a la red de comerciantes
británicos ya activos en estas regiones.6 El objetivo predominante no era la
inversión de capital, sino la transferencia de ventajas competitivas específicas
del sector, representadas por las técnicas bancarias que LBMSA introdujo a
México: billetes, cheques, pólizas de seguro; el financiamiento de las
operaciones venía de la emisión de billetes, mientras que los depósitos fueron
muy bajos.
Los datos disponibles acerca de la cartera del LBMSA revelan las siguientes
preferencias iniciales en cuanto a áreas de actividad: el financiamiento del
comercio exterior anglo-mexicano, que se triplicó entre los trienios 1860-1862 y
1864-1866; los créditos y adelantos a los productores y exportadores de algodón
en el noreste, estimulados por el efecto precio causado por la guerra de secesión
en Estados Unidos y el bloqueo de los puertos sureños; los préstamos a
instituciones ligadas al Imperio; los préstamos a propietarios rurales y
manufactureros en la capital y Veracruz.7 Las operaciones del banco se
caracterizaban por condiciones de fuerte autonomía gerencial. La calidad y la
cantidad de la información y las relaciones entre la sede mexicana y la dirección
en Londres se definían a partir de la tecnología de las comunicaciones: en
ausencia de conexiones telegráficas, la información llegaba sólo mediante los
correos marítimos con más de un mes de retraso. La crisis Overend Guerney de
1866 representó en este sentido la primera prueba de supervivencia: el gerente
Newbold, sin saberlo, siguió extendiendo créditos y aceptaciones y la casa
matriz tuvo que intervenir como prestamista de última instancia y posteriormente
proceder a aumentar el capital.

Choques externos y desplazamientos y reasignación de recursos

Este escenario experimentó modificaciones abruptas a partir de 1867, por el


cruce de tres hechos: la caída del Imperio de Maximiliano, la depresión
económica y la crisis política del nuevo régimen. El nuevo escenario que LBMSA
enfrentaba tenía las siguientes características:
1. La ruptura de las relaciones diplomáticas entre México y Gran Bretaña
(hasta 1884), que produjo un aislamiento político general y alejó la realidad
mexicana de la atención británica.
2. La desaparición de la red de comerciantes ingleses, por quiebras y retiros:
ello debilitó radicalmente la presencia regional del banco, desarticuló su circuito
de información y disminuyó el volumen de negocios.
3. La caída drástica del comercio exterior, después del pico de 1863-1866 (en
1867-1869 disminuyó 59% respecto al promedio del trienio anterior) que
también afectó las operaciones de descuento del banco.
4. La introversión económica y la hostilidad inicial hacia las empresas
extranjeras del régimen que se manifestó en el intento del gobierno juarista de
castigar el LBMSA con multas, y con la amenaza fiscal pendiente, produciendo
como resultado la desconfianza hacia el gobierno.8
Todos estos elementos causaron reacciones y movimientos interrelacionados
dentro de la empresa, de tipo local y general. El primero se refiere a la
redefmición del perfil de las actividades en México, que se asentó en dos
niveles: menor profundidad de inserción en la economía y la exclusión rígida de
cualquier relación con las finanzas públicas. Por lo que se refiere a este último
aspecto, el banco no participó en ninguna operación de financiamiento del
gobierno y fue ajeno a las negociaciones con el Consejo de Tenedores de Bonos
acerca de la deuda exterior. Eso preservó al banco de los empréstitos forzosos
requeridos por el gobierno a las casas comerciales, en 1867 y 1875. Sus billetes
no eran aceptados en las oficinas y receptorías gubernamentales y LBMSA rehusó
ofrecer al público cualquier tipo de información contable sobre sus actividades.
En cuanto al primer nivel, el banco dejó de operar en el sector de los créditos a
propiedades rurales, tras haber experimentado varios problemas por las fallas de
la legislación hipotecaria; perdió negocios locales, así como ramas de actividad
que desaparecieron, como la exportación de algodón.9
Este estado de cosas significó volcarse esencialmente a la comercialización
de la plata mexicana, que servía para pagar las importaciones pero también para
la fuga de capitales y la constitución de saldos en el extranjero;10 y a operar con
una clientela muy restringida en la ciudad de México. Es de notar que de las tres
principales empresas británicas en México, la mayor (Mexican Railway) no
trabajaba con el banco, y la segunda (Anglo-Mexican Mint Co.), que manejaba
las importantes casas de moneda de Guanajuato y Zacatecas, perdió la concesión
y entró en liquidación en 1873. En este contexto, ni siquiera la innovación
tecnológica y la mejora de las comunicaciones, con la apertura de la línea
ferroviaria México-Veracruz y el enlace telegráfico con Estados Unidos, produjo
mejoras, y el volumen de negocios permaneció estancado. Además, el banco
pasó por una etapa de inestabilidad en las funciones gerenciales, por la renuncia
del primer gerente (Newbold) y la breve permanencia del segundo (Horncastle),
que sólo duró un año.
Por otro lado, como estrategia global, el Banco de Londres reasignó sus
recursos hacia Perú y allí concentró y expandió sus negocios, en vista de que
también Colombia había resultado ser un campo de operaciones muy
desfavorable. La mayoría de los activos del banco se concentraron en Perú y es
probable que sus medio millón de billetes emitidos (£517 251) circularan
mayoritariamente en aquella república.11
Esta configuración de las actividades del LBMSA experimentó un
desplazamiento radical a partir de mediados de los años setenta del siglo XIX,
originado por un choque externo traumático. La crisis internacional de 1873
impactó severamente las finanzas públicas peruanas y provocó una fuerte caída
del precio del guano: para 1876, Perú, siendo uno de los mayores deudores del
tercer mundo, declaró la suspensión de pagos, lo que derivó en la paralización de
los grandes proyectos de obras públicas, en una cadena de quiebras y en el
desmoronamiento del sector financiero.12 El reflejo de la crisis se puede apreciar
en los movimientos en la estructura de balance del banco: entre 1873 y 1876 los
billetes emitidos disminuyeron en 48%, pasando de £730 000 a £380 000,
mientras al mismo tiempo se triplicaba el empleo de fondos de Londres, que
llegó a 149 000 libras, hecho que mostraba la amplitud del intento defensivo del
banco. Pero el impacto de la crisis desequilibró profundamente su estructura
financiera, al consumir enteramente el fondo de reserva (£40 000), abatir el valor
de mercado de las acciones y obligar en 1877 a la reducción de capital (de £300
000 a £250 000) en la segunda reorganización de la empresa, tras la de 1868. La
depreciación del valor de la plata, agudizada en 1876, contribuyó a perturbar el
comercio de las áreas latinoamericanas en que operaba el LBMSA, y el marco de
sus actividades.13

Hacia una nueva pauta: el agotamiento del modelo multinacional

En esta coyuntura, el modelo de banca que el LBMSA había intentado consolidar


se enfrentó a una encrucijada. Mientras tanto, en México, se iban produciendo
condiciones potencialmente favorables para la expansión de los negocios del
banco. El nuevo gobierno de Porfirio Díaz emprendió un programa de impulso al
crecimiento económico y reforma institucional que lo facilitaría. Este hecho se
concretó en la decisión de aceptar la presencia de empresas estadunidenses para
construir la red ferroviaria, y en general ampliar los espacios de acción para la
inversión extranjera. Al mismo tiempo, se crearon condiciones mínimas de
estabilidad política que aseguraron la alternancia pacífica a la presidencia.
Significativamente, los funcionarios del LBMSA, a partir de 1877, cabildearon en
Londres en favor de la reanudación de relaciones diplomáticas con la república
mexicana.14 El indicador más elocuente del nuevo estado de cosas fue el
movimiento de las exportaciones británicas a México, que tuvieron el siguiente
incremento sobre el promedio del cuatrienio 1876-1879, equivalente a £818 434:
1880 = +31%, 1881 = +105%, 1882 = +148%, 1883 = +100%. El banco inglés
enlazó sus actividades al financiamiento de este intercambio y se benefició de la
presencia de los nuevos intereses estadunidenses en México, para los cuales fue
una referencia financiera importante.15 Después de un periodo difícil, el banco
volvió a pagar dividendos de 7% (1881-1883) y a triplicar el fondo de reserva,
con ganancias generadas principalmente en México.
Esta expansión, sin embargo, tuvo nuevamente una interrupción traumática
entre 1884 y 1886, debido a la interacción entre crisis financiera en México y el
intento por rivales empresariales de marginar al banco inglés de la escena
económica. Detrás de esta interacción estaba la tensión entre el modelo de
sucursal “débil” de un banco multinacional, típico del LBMSA, y el modelo de
banca de gobierno, que como se verá caracterizaba al Banco Nacional de
México. Aprovechando la escasa definición y el precario estatus legal del banco
inglés, el Código de Comercio de 1884 alteraba el marco de la actividad bancaria
mediante dos puntos: 1) requería que todos los bancos tuvieran domicilio legal
en México, y 2) instituía un monopolio de hecho sobre la emisión de billetes que
excluía al LBMSA y favorecía a Banamex, que se había convertido en el
financiador del déficit fiscal. Frente a esta amenaza, la dirección del banco en
Londres decidió emprender una batalla política y legal, que dejó sus negocios
mexicanos en estado de suspensión por casi dos años, y redujo las ganancias.
Alegando la inconstitucionalidad de la decisión, el banco promovió un recurso
ante la Suprema Corte y, con el apoyo de un sector de la comunidad comercial,
desarrolló una labor de propaganda en contra del monopolio bancario y del
Banco Nacional. Por otra parte, LBMSA manifestó que en caso de confirmarse la
decisión del Código de Comercio se retiraría de México y asignaría sus recursos
a otras áreas latinoamericanas. La amenaza de retiro del banco y la preocupación
de que una vez llegado a la Suprema Corte el pleito judicial pudiera tener
resultados imprevisibles y transformarse en escándalo político sugirió la
conveniencia de un acomodo entre las partes. El juego era de tres, puesto que
involucraba al gobierno federal, al Banco de Londres y a Banamex, que pugnaba
por excluir al competidor mediante la nueva regulación. La naturaleza de estos
actores, a saber, un gobierno nacional, un banco multinacional y un banco
jurídicamente mexicano con mayoría accionaria y supervisión europea, implicó
la apertura de dos mesas de negociaciones: una en México y otra en el viejo
continente. En la primera, influyentes miembros de la élite diseñaron una
estrategia para rebasar el constreñimiento legal, guiando al LBMSA a la
adquisición del Banco de Empleados, pequeñísimo y casi inactivo, pero que
gozaba de una concesión para ejercer la actividad bancaria y la emisión de
billetes. Por otra parte, el gobierno concedió tiempo para cumplir con el requisito
del domicilio legal. En la segunda mesa, la junta directiva en Londres y la junta
de París de Banamex definieron un pacto de convivencia que contemplaba la no
beligerancia: tras haber considerado y descartado la hipótesis de una fusión, el
acuerdo fue renunciar al recurso legal, aceptar la maniobra de LBMSA para
permanecer con facultad de emisión, y en el paquete obtener más fácilmente la
introducción de las acciones de Banamex en la Bolsa de Londres.16

De la profundización financiera a la mexicanización y la desinversión

El resultado de este arreglo fue un deslizamiento significativo del modelo


bancario del LBMSA. Al adquirir la concesión del Banco de Empleados, tuvo que
hacer una inversión adicional equivalente a 8.5% del capital, pero sobre todo
heredaba un conjunto de derechos (derecho de emisión, posibilidad de crear
sucursales en los estados) y también obligaciones entre las cuales estaban
respectivamente el coeficiente de reservas en metálico (50% de los billetes) y la
publicidad de los balances. Estos dos últimos elementos requerían de un nivel de
especificidad de los activos que no era compatible con las cuentas de LBMSA, que
agregaban las operaciones de todas las filiales nacionales. Las fronteras
contables tenían que ser nacionales (mexicanas). El ajuste necesario fue entonces
la creación de una ficción a través de la cual la sucursal mexicana se
autonomizaba, al presentar un activo y un pasivo propios, y establecer una
relación con la dirección en Londres más cercana a la de la clásica empresa free-
standing bilateral. De esta manera, en 1886 LBMSA asignó a la sucursal mexicana
un capital de un millón de pesos (£161 000 a la tasa de cambio corriente) que
representaba casi dos terceras partes (64%) de su capital total y un monto de
circulante aproximadamente igual al que el banco tenía en 1884 para todas sus
filiales.
En este sentido, no fue la política crediticia lo que arraigó los negocios del
banco en el tejido económico local más profundamente de lo previsto
inicialmente, según el modelo identificado por Jones, sino una cadena de eventos
institucionales. Es de notar que aunque una parte de las cuestiones relevantes fue
resuelta en centros de decisión externos a México, el resultado fue la apertura de
un camino de “mexicanización” del LBMSA. La especificación nacional de los
activos del banco, en realidad, se puede considerar como el momento inicial de
un proceso de transformación de la naturaleza de la empresa. El cuadro siguiente
ilustra las etapas y los mecanismos de dicho proceso.
Como se puede apreciar, en diez años, la evolución llevó a la separación
económica y jurídica entre empresa británica y empresa mexicana, con la
primera que era inicialmente casa madre, luego accionista de mayoría que
terminó siendo un inversor de cartera que no controla la mayoría del capital. Es
necesario preguntarse por las razones que causaron esta sorpresiva alteración en
el modelo de operaciones del LBMSA y redefinieron sus relaciones con México.
¿Por qué en el momento de máxima expansión de sus actividades el banco inglés
emprende el tránsito de inversión directa al de participación financiera? Nuestra
hipótesis es que la respuesta reside en la combinación entre los constreñimientos
regulatorios británicos, la fragilidad legal heredada del banco en México, la
fuerza de presión de los inversionistas domésticos y el papel del gobierno
federal. Dicha combinación configuró el escenario para que la “economía
política local” se impusiera como marco de referencia.17 El argumento se
estructura de la siguiente manera. Tras 1886, el LBMSA entró en contacto con dos
dimensiones nuevas de sus operaciones en México: la presencia territorial, a
través de las sucursales, que lo obligó a trabajar con los gobiernos estatales; y la
publicación de sus balances. En un contexto de crecimiento sostenido de la
economía mexicana (1887-1890), se dio la fuerte expansión de las actividades
del banco y de sus ganancias, que el cuadro 2 indica.
El extraordinario aumento del volumen de negocios que se produjo en menos
de tres afios atrajo la atencion de un grupo de inversionistas mexicanos
“centrales” desde el punto de vista de los recursos economicos y politicos que
podian movilizar.18 Su interes estaba en las ganancias que el banco era capaz de
producir pero tambien en la posibilidad de asegurarse el acceso privilegiado a
una fuente importante de credito. Este grupo, apoyado por la preferencia
gubernamental de mexicanizar el Banco de Londres, ofrecio tomar (a 100% de
premio) una tercera parte del capital de un nuevo banco, domiciliado en Mexico,
que relevarfa las actividades y el goodwill del LBMSA, y del cual este ultimo
tendrfa los otros dos tercios de las acciones. Desde el punto de vista britanico, el
arreglo institucional era satisfactorio en virtud de cuatro razones: 1) saldaba dos
cuestiones abiertas con las leyes mexicanas y britanicas (el domicilio de la
empresa y la responsabilidad ilimitada, que el British Parliament Act de 1879
imponia sobre las emisiones de billetes en el extranjero por bancos ingleses); 2)
representaba un resultado financiero importante, en el que se obtenia una prima
de £75 000 equivalentes a 30% del capital de LBMSA; 3) la entrada del grupo
mexicano funcionaria como seguro politico y garantia de la expansion de los
negocios, 10 cual redituarfa dividendos a la casa madre britanica, y 4) habrfa
continuidad organizativa y gerencial, y LBMSA tendrfa el derecho del tanto por
dos terceras partes del capital futuro.19 En conjunto, la visión de los accionistas
fue favorable a esta transformación, como indica el aumento de 20% en la
cotización de las acciones en Londres una vez que se hizo pública la noticia del
acuerdo.
Año y medio después (en 1891) la empresa mexicana duplicó su capital, en
respuesta a un extraordinario incremento del volumen de negocios, y LBMSA
participó para mantener su mayoría de dos tercios. En este caso, la respuesta del
mercado fue más tibia, y el valor de las acciones experimentó un descenso de
8% al difundirse la información del aumento de capital.20 El modelo de
operación de casa madre en Gran Bretaña y “banco auxiliar” en México produjo
un equilibrio por el cual, a partir de 1891, LBMSA tuvo su capital representado en
66% por la inversión en México, que proporcionaba también un porcentaje
aproximadamente igual de las ganancias del banco británico. Se trataba de un
equilibrio que los directivos de LBMSA deseaban perpetuar, en cuanto que
aseguraba suficiente control sobre las actividades mexicanas con poco esfuerzo,
pero que entró en tensión con las expectativas y las oportunidades de los grupos
locales. El parteaguas file el aumento de capital del Banco de Londres en 1896,
de 3 millones a 10 millones de pesos, acompañado por la reorganización
estatutaria y un nueva concesión federal. Dada la desproporción entre el aumento
y los recursos del LBMSA (al tipo de cambio corriente el aumento equivalía a casi
el doble del capital de este último), la transacción tenía como propósito culminar
la secuencia de separación entre banco británico y banco mexicano que había
comenzado en 1886. La operación se llevó a cabo por medio de un ultimátum
dirigido por los accionistas mexicanos al consejo de administración en Londres,
que plantearon una disyuntiva: aceptar el aumento, suscribir el nuevo capital y
perder la mayoría, o contrariar los deseos gubernamentales y perder el apoyo
político.21 La presión de los inversionistas locales fue más efectiva por
acompañarse de la coincidencia con la promulgación de la primera legislación
bancaria federal; aunque no hay evidencia conclusiva al respecto, todo indica
que el ejecutivo mexicano respaldó la amenaza de posibles consecuencias
negativas para el banco en caso de que Londres bloqueara la operación. De esta
manera, con un proceso opuesto al más conocido en el que los inversionistas
extranjeros desplazan a los intereses locales, el LBMSA perdió el control
accionario de BLM y empezó a vender partes de su stock accionario, manteniendo
sólo contacto informativo con el gerente inglés del banco mexicano. A diferencia
de lo que pasaba en el resto de América Latina, para mediados de la última
década de siglo XIX en México ya no existían bancos británicos.

LA EXPERIENCIA DE BANAMEX: LOS BANQUEROS FRANCESES Y MODELOS FRANCESES DE


BANCA EN MÉXICO 1884-1900

Después del Banco de Londres y México, el segundo gran banco establecido en


la capital fue el Banco Nacional de México (1884). Esta empresa fue el producto
de una fusión de dos bancos fundados pocos años antes, el Banco Nacional
Mexicano (1881) impulsado por inversores franceses y el Banco Mercantil
Mexicano (1882) creado por empresarios mexicanos, y comerciantes españoles y
alemanes radicados en el país. Sin entrar en una discusión acerca de las
características específicas de la concesión para el Banco Nacional Mexicano
(1881), que pronto se convirtió en el mayor banco mexicano, nos interesa sugerir
que su modelo operativo no era del tipo de los bancos comerciales ingleses sino
más bien un cruce entre el Banque de France y el Banco Imperial Otomano.
Como el Banque de France, el Banco Nacional Mexicano combinaba su papel de
banco de gobierno (llevando una cuenta corriente para el gobierno, buscando el
monopolio de la emisión y encargándose del servicio de la deuda interna y
externa) y su papel de banco comercial, abriendo sucursales y agencias en toda
la república con gran rapidez en el decenio de 1880.22
Pero si bien era un banco de gobierno no era del gobierno, ya que el control
mayoritario de las acciones estaba en manos de inversores europeos. Dichos
inversores exigían que existieran dos organismos superiores para el banco, un
consejo de administración en México que se encargara de las operaciones
básicas de la empresa y una junta en París, compuesta por cinco miembros, que
serviría de consulta y supervisión general.23 El estudio de esta institución
bancada nos revela el carácter de un modelo exitoso de banco de gobierno que
sin embargo era controlado por accionistas privados, en este caso
mayoritariamente financieros franceses.
Debe agregarse que el carácter mixto del Banco Nacional Mexicano (y de su
sucesor Banco Nacional de México), siendo una institución controlada
simultáneamente por capitales nacionales y extranjeros, le daba un sello
particular que lo distinguía de otros bancos “oficiales” o semioficiales de los
estados latinoamericanos de fines y principios de siglo. En otros países como
Argentina, Uruguay y Brasil, por ejemplo, los bancos del Estado no tenían
capital extranjero. En contraste, las acciones del Banco Nacional de México
cotizaban simultáneamente en las bolsas de las ciudades de México, París y
Londres. Dichos vínculos internacionales sin embargo no constituían un escollo
para el desarrollo de las actividades y financieras del Banco Nacional de
México, sino que le proporcionaron una serie de opciones y puntos de apoyo de
los que no disponían los bancos sudamericanos mencionados. Por ejemplo, al
contar con el concurso directo de poderosas casas financieras europeas, el Banco
Nacional de México pudo recurrir con facilidad a créditos al descubierto de las
plazas europeas en épocas de crisis cuando necesitaba inyecciones rápidas de
capital.24 En segundo lugar, en el terreno de la emisión de los empréstitos
internacionales del gobierno mexicano, el Banco Nacional de México pudo
coparticipar con las mayores firmas bancarias europeas en la emisión de los
títulos en los mercados internacionales. Esta operatividad internacional no
llegaría a ser igualada en el periodo por ninguna otra institución bancaria
latinoamericana.25
El establecimiento del Banco Nacional Mexicano en 1881, se debió al
concurso predominante de inversores franceses, aunque también participaron
capitalistas alemanes, ingleses y estadunidenses, además de comerciantes
mexicanos en la capital y algunas otras ciudades de la república. El carácter
cosmopolita de los accionistas de esta empresa financiera merece atención en
tanto estableció un modelo de asociación entre capital doméstico y extranjero
que habría de repetirse en diversas compañías establecidas en México en las
siguientes tres décadas.
Entre los mayores accionistas del flamante Banco Nacional Mexicano a fines
de 1881 se contaban varios bancos parisinos que contribuyeron con 26% del
capital total, incluidos el Banque Franco-Egyptienne con 16 500 acciones y la
Société Générale con 3 000 acciones. Junto a ellos figuraban destacados
inversores franceses individuales.26 El verdadero artífice de la emisión se puede
considerar el financiero suizo ligado al Banque de París et Pays Bas, Eduard
Noetzlin. Su red de contactos y corresponsales internacionales era muy amplia.
Por ejemplo, pudo interesar en las acciones de Banamex al muy conocido
financiero de Londres, Ernest Cassel, y a la firma de Stern Brothers.27 En
Londres, a su vez, se establecieron relaciones estrechas con las prestigiosas
firmas bancarias de Glyn Mills and Company y Baring Brothers; esta última
abrió un crédito a descubierto de 100 000 libras esterlinas para el Banco
Nacional Mexicano desde 1882.28
Simultáneamente, Noetzlin logró interesar al banquero privado más
importante de Alemania, Simón Bleichroeder, quien adquirió 500 acciones del
Banco Nacional Mexicano en 1881. Nada extrañamente, desde fines del decenio
de 1880 la firma bancaria de S. Bleichroeder de Berlín, servía como corresponsal
y agente para todos los negocios relativos a empréstitos externos mexicanos por
emitirse en Alemania. Del otro lado del Atlántico, también se lograron colocar
algunas acciones en Nueva York.29 El grupo de accionistas europeos fue
variando a través del tiempo, pero al menos durante dos décadas el predominio
francés fue manifiesto. Los bancos franceses que ejercieron un mayor control
sobre el paquete accionario del Banco Nacional de México desde 1881 hasta
1910 fueron el ya mencionado Banco Franco-Egipcio, la Société Générale de
Crédit Industriel et Commercial, y el Banque de París et Pays Bas y varias casas
de la “haute banque”, entre las cuales destacaban las firmas de Heine,
Hottinguer, Neuflize Vernes y Fould.30 No obstante, los paquetes de acciones
variaron a través de tiempo y la participación francesa tendió a disminuir algo,
mientras que la española (en particular el Banco Hispano Americano de Madrid)
aumentó, como lo revelan informes de las reuniones anuales de accionistas que
se conservan en el Archivo Histórico del Banco Nacional de México. Sin
embargo, hay que destacar que para fines del Porfiriato, pese a que la mayoría
accionaria se encontrara en Europa, el centro de decisiones sobre la marcha y las
actividades del banco estaba firmemente arraigado en México.

La crisis bancaria de 1883-1884 y la Junta de París

Las ramificaciones internacionales del banco, no obstante, no deben oscurecer el


hecho de que el crecimiento de la institución dependía menos de los vínculos
externos que de la gran variedad de operaciones ordinarias y de “grandes
negocios” que se efectuaban basadas en el desarrollo interno de la economía
mexicana. Precisamente por este motivo, la relación con el gobierno federal y
con los gobiernos provinciales había de ser tan importante para el crecimiento
del Banco Nacional de México. De hecho, la creación del banco partió de una
concesión del Estado que lo situó en una posición de ventaja considerable sobre
todos los demás bancos rivales.
Entre las ventajas con las que contaba el Banco Nacional (a partir de su
concesión ratificada por el gobierno en 1881) fue el recibir preferencia en todos
los negocios hacendarios. Estos privilegios, sin embargo, obligaban al banco a
apuntalar al gobierno en circunstancias difíciles, incluidas diversas crisis fiscales
y financieras, algunas menores y otras mayores. La revisión de la
correspondencia entre el Consejo en México y la Junta de París es muy
reveladora y sugiere la relación dialéctica entre ambos. La Junta solía enviar
telegramas con instrucciones perentorias, pero las respuestas del Consejo en
México demuestran que éste podía actuar con considerable autonomía: aceptaba
e incluso solicitaba apoyos financieros y consejos de París, pero no era raro que
adoptara estrategias que parecían aborrecibles a los consejeros franceses.
Podemos aquilatar el carácter dialéctico de estas relaciones en los años críticos
de 1883-1884 cuando se dieron dos crisis que requirieron una acción coordinada
entre Consejo mexicano y Junta parisina.
Desde un principio, el Banco Nacional se vio fuertemente presionado para
conceder préstamos diversos de mediano plazo para apoyar tanto al gobierno
federal como a los provinciales y municipales, como se muestra en el cuadro
siguiente.
El Banco Nacional corría con ciertos riesgos al comprometer tal cantidad de
fondos en operaciones con el Estado aunque no salía perdiendo en tanto recibía
pagos sustanciales en la forma de intereses y comisiones y por el descuento de
los “certificados de aduanas” que recibía en pago por préstamos de corto plazo,
sin olvidar los ingresos obtenidos a través del arrendamiento de las oficinas del
Timbre en la capital y de la Lotería Nacional. Y por ello la imbricación del
banco con la administración fiscal del Estado se fue haciendo muy estrecha y
compleja.
No obstante, hubo momentos cuando el público llegó a pensar que la
estrechez de relaciones entre el banco y el gobierno podía resultar perjudicial,
sobre todo por la debilidad de las finanzas públicas. Así, en marzo de 1883,
comenzaron a correr rumores de que el Banco Nacional no iba a poder pagar los
billetes en circulación. Temerosos de que estallara un pánico bancario, la Junta
de París inmediatamente manifestó su disponibilidad a actuar como prestamista
de última instancia, mediante su red financiera. Éstas fueron sus instrucciones:

Creemos circunstancias bastante graves: en caso de que los tenedores de sus


billetes los presenten al reembolso, queremos que estén listos. Ustedes tienen
en caja 600 000 pesos, pueden girar sobre Baring Brothers (de Londres)
£100 000 y si es necesario sobre el Franco Egipcio que consiente 1 250 000
francos [...] Esto basta para reembolsar toda su circulación [...] Queremos
hacer ver que el Banco Nacional es bastante fuerte para reemplazar su
circulación por su crédito en Europa.31

Pasada la etapa de la crisis, el mercado financiero se estabilizó, pero el


gobierno seguía urgido de fondos a raíz de los fuertes déficit provocados por su
ambicioso programa de obras públicas. Los subsidios a las empresas
ferrocarrileras eran la causa principal de este problema: los montos de los
subsidios sobrepasaron los siete millones de pesos en 1882-1883 y los tres
millones en 1883-1884, y fueron canalizados a las principales empresas
ferroviarias. Tales subsidios, al igual que los destinados para trabajos portuarios
y compañías navieras, fueron pagados con certificados sobre derechos aduanales
lo que implicó que una gran proporción de los ingresos aduanales fuera
hipotecado a firmas privadas, con lo cual se redujo el ingreso fiscal normal.
Como resultado, el gobierno se vio obligado a incrementar su “débito
flotante” (deuda de corto plazo) tomando nuevos adelantos del Banco Nacional.
Para resolver el conjunto de sus deudas, llegó a solicitar la exorbitante suma de
cinco millones de pesos. Los financieros respondieron que ello era imposible,
pero que comenzarían con créditos de menor tamaño. En noviembre de 1883, en
acuerdo entre el Consejo del Banco Nacional Mexicano y la Junta de París, se
formuló un paquete financiero para adelantar fondos: el Banco Nacional, en
conjunto con otras siete casas comerciales de la ciudad de México y el Banco
Franco Egipcio adelantaron 700 000 pesos a la Tesorería, a cambio de un millón
de pesos en certificados de derechos aduanales.32
Pero la posición crecientemente inestable de las finanzas gubernamentales no
podía ser resuelta con un solo préstamo y, así, desde principios de 1884, el banco
tuvo que extender nuevos préstamos, tomando bajo su responsabilidad
virtualmente la administración entera de las aduanas. Sin embargo, ésta era una
tarea demasiado riesgosa para el banco tal y como estaba constituido, pues sin
capital adicional los requerimientos de crédito del gobierno no podían ser
satisfechos indefinidamente. La solución encontrada para este problema
consistió en la fusión del Banco Nacional Mexicano (1881) con el Banco
Mercantil Mexicano (1882), para constituir un banco más grande conocido desde
entonces como el Banco Nacional de México (Banamex), fundado en la
primavera de 1884.
Para llevar a cabo esta alianza, Edouard Noetzlin viajó desde París a México,
entrevistándose con el presidente de la república, Manuel González, y
obteniendo que nombrara una comisión especial, bajo la dirección del general
Porfirio Díaz, para sentar las bases legales para la fusión. Mientras tanto, el
gobierno seguía pidiendo nuevos adelantos, que no hubieran podido cumplirse
sin el apoyo y las gestiones de Noetzlin. Al fin, el nuevo banco se estableció con
condiciones altamente favorables, en tanto obtuvo un monopolio de la emisión
de billetes bancarios y el control sobre todas las operaciones financieras del
gobierno, incluidos el manejo de su cuenta corriente, la administración de la
deuda interna y externa y preferencia en todas las operaciones de la deuda de
corto plazo.33

¿El Banco Nacional de México era un banco central?

Una última pregunta que debe plantearse respecto al papel que ejerció el Banco
Nacional de México durante la última etapa del Porfiriato (para poder
compararlo de alguna manera con el Banque de France, institución sobre la que
se había modelado), es la siguiente: ¿sería correcto afirmar que el Banco
Nacional era un banco central?
En efecto, si consideramos que un banco central es simplemente un banco de
gobierno tendríamos que contestar afirmativamente, pues como ya hemos visto,
Banamex era un banco privado pero al mismo tiempo era el banco de gobierno
(sin ser del gobierno), que llevaba la cuenta corriente de la Secretaría de
Hacienda y se encargaba de todos los negocios referentes a las deudas interna y
externa. A su vez, disfrutó durante algunos años de un virtual monopolio de la
emisión de billetes bancarios (1884-1889) aunque luego la tendría que compartir
con varios rivales menores.
Pero no debe olvidarse que el grueso de sus operaciones no eran las
realizadas con el Estado, sino con el sector privado. Y es que desde 1884 hasta la
revolución mexicana, Banamex fue siempre el mayor banco comercial en el país,
adelantando créditos de corto plazo para hacendados, comerciantes e
industriales, al tiempo que también extendía créditos a varias de las empresas
más importantes, de ferrocarriles, mineras y otras. Por otra parte, también puede
argumentarse que cumplía algunas de las funciones de un banco de inversión en
tanto mantenía un portafolio importante de acciones en numerosas firmas
nacionales. En fin de cuentas, una revisión de la gran diversidad de operaciones
que conducía inducen a pensar que era un verdadero banco universal (para usar
la expresión alemana), además de ser banco de gobierno. Existe un debate
actualmente sobre la conveniencia de considerar si este gran banco cumplía las
funciones de un banco central.34 No es el momento ahora de resolver esta
cuestión. Más bien consideramos que puede ser un interrogante que queda
abierto para la discusión. Por ello quisiéramos concluir con varias citas de un
informe interesantísimo del Consejo de Administración en México enviado en
1906 a la Junta de París (denominado ahora Comité de París) en respuesta a su
solicitud de información sobre la cartera de valores de Banamex. En la carta,
dirigida a M. Huard, presidente del comité parisino, los consejeros mexicanos
insistieron en varios puntos que nos parecen importantes. En primer lugar, se
quejaron de que habían perdido el control sobre el negocio de los “cambios de
moneda”, ya que con la reforma monetaria (aprobaba en 1905) y la creciente
competencia de otros bancos, Banamex ya no tenía el virtual monopolio que
había ejercido en este terreno durante dos decenios. En segundo lugar, los
directores mexicanos afirmaron que Banamex cumplía un papel especial dentro
del sistema bancario, “siendo en el fondo un importante regulador del crédito
nacional, público y privado, en su sentido más amplio, tiene altos deberes que
cumplir, aunque sin sacrificar nunca a sus accionistas, y conservar para éstos,
como siempre ha tenido y conservado, la ilustrada protección y el benévolo
apoyo de los poderes públicos”.35
Por si esto fuera poco, los consejeros del Banco Nacional de México
subrayaron la gran influencia que tenían sobre muchos otros bancos de la
república. Por ejemplo, hacían notar que tenían acciones en 15 de los principales
bancos regionales, y señalaban que: “Nuestro interés es de cierta consideración
en el Banco del Estado de México (12 094 acciones), el de Morelos (3 050
acciones), el de Jalisco (4 350 acciones), el de Sonora (1 440 acciones) y el de
Durango (1 170 acciones)”. Agregaban que aparte del Banco de Morelos, “Los
demás bancos son de los mejor administrados [del país]: están en manos de
fuertes capitalistas locales y un interés considerable en ellos nos permite no sólo
evitar rivalidades, sino influir en su marcha”.36
Por último, los consejeros mexicanos comentaron los intereses que tenían en
el Banco Peninsular Mexicano, el mayor banco de Yucatán. Señalaban: “nuestro
interés (3 734 acciones y 30 787 certificados) ha sido por la necesidad en que
nos vimos de intervenir seriamente en la crisis que en Yucatán determinó la
quiebra de las casas de Escalante y Peón. Sin nuestra intervención directa, dicha
crisis hubiera sido una verdadera calamidad que habría alcanzado a la
República entera”.37 Se estaban refiriendo los banqueros al hecho de que la
crisis financiera de 1907 había llegado a golpear muy seriamente varias
economías regionales (entre ellas la de Yucatán), pero que afortunadamente no
se había convertido en un colapso nacional.
Como puede observarse por las citas, a principios de siglo, Banamex cumplía
varias funciones que hoy en día consideramos características de un banco
central. Dominó largamente el mercado de cambios, controlaba buena parte de
las finanzas públicas de cuenta corriente y deuda, intentaba regular el crédito a
través de sus posiciones en bancos regionales e intervenía en ocasiones críticas
como un prestamista de última instancia. Pero aún resulta difícil formular una
respuesta definitiva al interrogante y conviene que quede planteado como una
pregunta abierta al debate.
LOS INTERESES ALEMANES EN LA BANCA EN MÉXICO: EL DEUTSCH SUDAMERIKANISCHE
BANK, 1907-1933

La experiencia alemana fue la más tardía entre las de los bancos europeos en
México, iniciándose a principios del siglo XX, con algunas décadas de retraso
respecto a los intereses británicos y franceses. El cuadro 4 muestra los intentos y
los proyectos bancarios alemanes, hasta el establecimiento del Banco Germánico
de América de Sur (en adelante BGAS). En realidad, con el BGAS finalizó la
llegada de capitales bancarios alemanes a México, canalizados, en forma muy
diferente, por las mayores instituciones financieras de aquel país, en el marco de
la expansión de los bancos alemanes en América Latina (y otras regiones
extraeuropeas). En contraste con lo que había pasado con los capitales bancarios
ingleses y franceses, el timing tardío de la instalación alemana en México
significó la entrada a un mercado en donde ya se había conformado el sistema
bancario y en presencia de un marco regulatorio de la actividad que excluía a los
bancos extranjeros de la esfera de la emisión de billetes y los ponía fuera de la
supervisión federal. Como se verá más adelante, ello tuvo una consecuencias
importantes para la experiencia del BGAS.

Aquí nos ocuparemos exclusivamente del Banco Germánico en cuanto única


inversión alemana directa duradera en México, haciendo notar que la estrategia
de Deutsche Bank fue más bien la de crear partnership accionarias en bancos
jurídicamente mexicanos. Procederemos a analizar las razones de su entrada en
México, el modelo inicial de banco y la estructura de sus operaciones. BGAS fue
fundado en 1906 por Dresdner Bank, Schaaffhausen Bankverein y Nationalbank
fur Deutschland, con un capital nominal de 20 millones de marcos (4.8 millones
de dólares), de los cuales hasta 1912 exhibió solo 44% (2.1 millones de dls.).38
Los primeros dos bancos desempeñaron el papel más importante y aportaron
80% del capital. La orientación del BGAS hacia el comercio exterior se puede
desprender de la localización inicial de sus actividades: la oficina en Hamburgo,
principal puerto de Alemania, y Argentina, el principal socio comercial en
América Latina; desde este punto de vista, es también significativo que el banco
en Chile abriera antes una sucursal en el puerto de Valparaíso que en la capital.

Desde este punto de vista, el de la localización, es oportuno preguntarse por


qué México fue la segunda área de operaciones del BGAS, puesto que respecto a
los otros países sudamericanos en los que se instaló (Chile y Brasil), la
vinculación con Alemania y la presencia de intereses alemanes (empresas,
inmigrantes, comercio) era mucho menor. En 1900 había alrededor de 2 500
alemanes en México, país que ocupaba sólo el lugar número veinte como
mercado para las exportaciones germanas (en 1905), a lo cual debe agregarse
que existían muy pocas inversiones directas alemanas.39 La decisión que adoptó
el Banco Germánico al escoger el mercado mexicano se debió a los elementos
que definiremos como a) efecto estabilidad; b) efecto competencia, y c) efecto
coordinación.
El efecto estabilidad se refiere al impacto muy favorable de la reforma
monetaria mexicana de 1905 en los mercados financieros internacionales. La
adopción de una forma de gold-exchange standard eliminó los severos
problemas causados por la depreciación de la plata y ejerció una poderosa
atracción sobre la inversión extranjera que tuvo un repunte de gran tamaño entre
1905-1907. El segundo factor mencionado —el efecto competencia— se refiere
a la presión representada por las actividades de Deutsche Bank en México que
como se observa en el cuadro 3, tuvieron una ampliación significativa que
suscitó la rivalidad del Dresdner Bank y la intención de no abandonar un campo
de inversión potencialmente fértil. A este respecto, es de notar que a ojos de la
diplomacia alemana, el Dresdner Bank representaba un modelo de operaciones
en el exterior más orientado hacia la promoción de los intereses nacionales
(germanos), en contraste con el “cosmopolitismo” del Deutsche Bank y sus
alianzas con empresas y capitales angloamericanos.40 El tercer elemento que era
fundamental para la entrada del Benco Germánico tenía que ver con la
coordinación del conjunto de actividades, intereses y relaciones que Dresdner
Bank tenía en y con México. El mapa de dicho conjunto se presenta en el cuadro
6.

Esta matriz fue la que acercó el Banco Germánico a México y definió, en


parte, sus líneas de operación y el desarrollo inicial en el periodo 1907-1913.

La pauta de operaciones

Obviamente, mientras que el Dresdner Bank era un banco alemán que se


dedicaba a los negocios internacionales, el BGAS tenía que operar con base en
una mediación entre la estrategia global de la empresa y la perspectiva nacional
en cada país en el que se arraigaba. Al igual que en otros casos, en México sus
vertientes principales fueron el financiamiento del intercambio entre los dos
países, y especialmente de las exportaciones alemanas, que tuvieron un
incremento significativo a partir de 1905, lo que lo llevó a igualar y luego
reemplazar a Gran Bretaña como segundo proveedor del mercado mexicano.41
En segundo lugar, estuvo el desarrollo de la relación con compañías mineras en
función de la comercialización de la plata, a partir de 1910-1911.42 Por otro lado,
los negocios del guayule, concentrados en la región septentrional de Coahuila
permitieron a BGAS el establecer relaciones con la familia Madero, uno de los
grupos económicos dominantes del norte de México. Los Madero controlaban
una red de intereses que iban de la agricultura a la industria y la banca, y el BGAS
les abrió líneas de crédito en diferentes ramas, canalizadas a través de la sucursal
de Torreón (1909), sede de la casa Madero.43
Esta vinculación determinó el derrotero de las actividades del Banco
Germánico, debido a la coyuntura de enfrentamiento entre el movimiento
oposicionista liderado por Francisco Madero y el régimen de Porfirio Díaz, que
llevó al primero a la presidencia y al segundo al exilio (1911). BGAS fue
probablemente involucrado en la compra de armas para el ejército maderista y
fue sujeto a inspecciones y vigilancia por el gobierno porfirista.44 Durante la
etapa de Madero en el poder (1911-1913), el Banco Germánico amplió sus
actividades con transacciones ligadas a las preferencias políticas: emitió deuda
de corto plazo por cuenta del gobierno (£1 millón de notas de la Comisión de
Cambios y Moneda a un año) y formó con grupos belgas y suizos una sociedad
financiera (Crédit Fonciere Belgo-Mexicaine) para invertir, bajo la gestión del
BGAS, en préstamos hipotecarios al sector agrícola, atendiendo uno de los
lineamientos de la nueva administración.45 Estos ajustes en sus actividades
hicieron suponer que el banco era la institución financiera que mejor se había
adaptado al cambio político y que por lo tanto podía capturar significativos
beneficios económicos.

Choques económicos y políticos, y desplazamientos

Al igual de lo que había pasado con el London Bank of México entre 1865 y
1867, este marco tuvo una disrupción traumática ligada a una secuencia de
eventos externos e internos, que alteró profundamente el contexto. El golpe de
Huerta y el asesinato de Madero eliminaron la protección política para el BGAS y
la relación crediticia con la familia; el estado de guerra en el norte del país, por
los levantamientos en contra de Huerta, obligó al cierre de la sucursal de Torreón
y al cese de la actividad de préstamos hipotecarios rurales, que Dresdner Bank
reorientó hacia Argentina. Al mismo tiempo, en la capital el Banco Germánico
tuvo que someterse a las contribuciones forzosas impuestas por el régimen
huertista para financiar la contrainsurgencia (por un monto equivalente a 5% del
capital total del BGAS).46 El estallido de la primera guerra Mundial suspendió el
intercambio de México con Europa, reduciendo prácticamente a cero el
comercio con Alemania; y luego la entrada de Estados Unidos al conflicto
paralizó las relaciones financieras con los corresponsales del banco en aquel
país. El BGAS, que no disponía de capital propio, no pudo seguir girando contra
los corresponsales en Estados Unidos, que era la práctica habitual para allegarse
fondos. Además, el Banco perdió negocios y relaciones comerciales por figurar
en la Enemy Trading List acordada por los Aliados. El mayor problema, sin
embargo, se originó en México, donde el cese de la convertibilidad y las
emisiones descontroladas de papel moneda por las facciones revolucionarias
originó un fenómeno de caos monetario e hiperinflación y el BGAS, así como
otras instituciones financieras, tuvieron que aceptar la devolución de préstamos
en papel sin valor, con fuertes quebrantos. Para 1917, el Banco Germánico se
encontraba en condiciones financieras muy precarias.47
Lo que explica la supervivencia del banco fue el desmoronamiento del
sistema bancario de concesión federal, causado por la política carrancista que,
primero, sustrajo gran parte de las reservas metálicas a los bancos de emisión, y
luego, a partir de 1916, los mantuvo en un marco de incertidumbre acerca de su
existencia legal.48 Una vez que se produjo un regreso al patrón oro vía
desatesoramiento y fuertes importaciones del metal amarillo entre 1916 y 1917,
los bancos sin concesión federal, que actuaban fuera del control estatal, fueron
los beneficiarios de la desconfianza generalizada del público hacia la
intervención del gobierno en los bancos mexicanos. Hasta principios de la
década de 1920 estas instituciones fueron las únicas receptoras de depósitos y
otorgantes de préstamos y de esta manera compensaron el proceso de
desintermediación provocado por la revolución, y parcialmente el colapso del
sistema bancario nacional.49 Entre ellos, la pequeña patrulla de bancos
extranjeros adquirió gran importancia. El BGAS tuvo primacía en la obtención de
depósitos hasta 1919-1920, al llegar a niveles (aproximadamente 23 millones de
pesos) parecidos a los de los grandes bancos mexicanos antes de la revolución;
sucesivamente fue superado netamente en volumen de activos y depósitos por
los dos bancos canadienses (Bank of Montreal y Canadian Bank of Commerce).
En 1924 el BG representaba 7.5% de los activos de los bancos sin concesión y
6.1% de los depósitos, mismos que igualaban los del Banco de Londres y
México.50 Al mismo tiempo, a partir de 1919 se reabrió con fuerza el canal
comercial germano-mexicano (las importaciones de productos alemanes pasaron
de 567 000 pesos en 1919 a 24.3 millones en 1921), y el regreso a la actividad
tradicional de financiamiento del intercambio representó en los años veinte la
principal área de transacciones para el BGAS.51

Desinversión y salida

La crisis de 1929 contrajo significativamente el volumen de negocios del BGAS


en México, y los ajustes sucesivos en la economía internacional y en la mexicana
sustrajeron espacio a las operaciones del banco. A partir de 1933, el comercio
exterior alemán se orientó hacia las fórmulas de los acuerdos de comercio de
trueque y clearing bilateral (basados en una unidad de cuenta, los marcos ASKI),
que reducían sustancialmente el papel de intermediación financiera de los
bancos. En los mismos años, la legislación mexicana inspirada en los principios
del nacionalismo revolucionario impuso condiciones muy restrictivas y
desfavorables a las operaciones de los bancos extranjeros, lo que produjo la
salida de la mayoría de ellos.52 El Banco Germánico y el National City Bank
(NCB) de Nueva York, que había llegado en 1929, fueron los únicos bancos
extranjeros que permanecieron en México.53 El Banco Germánico, se ajustó a la
nueva regulación pero, a diferencia del NCB, fue progresivamente perdiendo
importancia dentro de la escena bancaria mexicana.54 Probablemente lo que
explica su permanencia fue el hecho de servir como canal para la diplomacia
financiera del régimen nacionalsocialista.55 Sus activos y sus depósitos se habían
ya reducido al mínimo cuando fue incautado en 1942 por las autoridades
mexicanas como parte de la entrada en guerra contra Alemania.56

CONCLUSIONES

La naturaleza originaria de la inversión bancaria europea en México fue muy


variada. El London Bank fue concebido como filial mexicana de una empresa
unida por lazos federales más que jerárquicos, y que mantenía en Londres el
centro administrativo pero gozaba de considerable autonomía, en vista también
del estado de las comunicaciones. Por otra parte, el tamaño inicial y la inversión
fueron muy reducidos, a raíz de que el London Bank fue el primer banco en
establecerse en México, y el único durante dieciséis años. El Banco Nacional
Mexicano, en cambio, tomó la forma de una empresa jurídicamente mexicana,
con predominio accionario francés pero que involucraba en calidad de
accionistas minoritarios a inversionistas mexicanos; y, sobre todo, que se arraigó
en México a partir de una negociación con el gobierno federal, dirigida a asentar
sus privilegios y obligaciones como banco de gobierno. Ello implicó, desde el
principio, un gran tamaño (relativo a la economía mexicana) y recursos
adecuados en una escala amplia de operaciones. El Banco Germánico, a su vez,
representó un ejemplo de filial clásica de empresa multinacional, estructurada de
forma más jerárquica, con una estrategia más definida (la de apoyar a los
intereses alemanes), que se posicionó al margen del sistema bancario de
concesión federal que se había estructurado en las dos décadas anteriores.
Las tres iniciativas europeas se insertaron en el mercado mexicano en
contextos temporales muy diferentes, pero caracterizados por expectativas de
expansión económica y estabilidad política: el Segundo Imperio; la alternancia
pacífica a la presidencia en 1880 y la apertura de la red ferroviaria; la adopción
del patrón oro y la continuidad de Díaz en la presidencia. Lo que fue común en
las tres experiencias fue la reversión traumática de tales perspectivas, al cabo de
unos años, debido a choques económicos y políticos. La guerra contra el Imperio
y la caída de Maximiliano (para el LBM), la profunda crisis fiscal y financiera de
1883-1884 (para el Banco Nacional), la revolución maderista y el golpe huertista
(para el BGAS) fueron eventos que representaron un parteaguas, que obligó a cada
uno de los tres bancos a redefinir su perfil de actividad y rediseñar su posición
en México. La disyuntiva fue entre profundizar la inserción en la economía
mexicana, lo que requería mayores capitales y mediaciones políticas, o
mantenerse en una posición marginal. El Banco Nacional, que en 1884 aceptó la
fusión con otro banco, de capital español y mexicano, optó de inmediato por el
primer camino; el London Bank se mantuvo por más de una década en el
segundo, trabajando sólo con el sector externo, y luego negoció su
autonomización de la sede de Londres y la entrada de socios mexicanos. En
ambos casos, tuvo como consecuencia una disminución cuantitativa y cualitativa
del control externo y del peso de los accionistas europeos, y el arraigo del
control gerencial en México: llevó a Banamex a una acentuada independencia en
la gestión, pese a que la mayoría accionaria estaba en el viejo continente, y al
London Bank a su transformación en Banco de Londres y México, empresa
doméstica.
El caso del Banco Germánico es más alejado y comparte esta trayectoria sólo
parcialmente. De forma clara, es evidente que se benefició de algunas
externalidades y fue afectado por otras. Lo que lo diferencia es que su momento
de mayor crisis fue superado, después de 1917, gracias al hecho de que la
política carrancista había desarticulado el sistema bancario de concesión federal,
al que BGAS no pertenecía; de esta manera, pudo disfrutar junto a una patrulla de
otras instituciones bancarias, de la confianza exclusiva de ahorradores y de los
que disponían de liquidez. Su auge se fue extinguiendo en la medida en que el
regreso a condiciones de estabilidad financiera en los años veinte lo desplazaron
de esta posición extraordinaria. Luego, una concentración de choques externos e
internos, tales como la crisis de 1929, la legislación bancaria muy restrictiva de
1932 y el nuevo régimen del comercio alemán, le restaron espacios y lo
confinaron en la periferia del sistema bancario. Su desempeño posterior estuvo,
tal vez, más ligado a circunstancias políticas y diplomáticas.
En conjunto, la experiencia de los bancos e inversiones bancarias europeas
en México fue débil y errática, si la contrastamos con lo que aconteció en otros
países latinoamericanos. Contrariamente a lo que la tradición nacionalista ha
planteado, no nos parece que esto haya representado una ventaja para la
economía mexicana y el sistema bancario, caracterizado por la presencia de tasas
elevadas de concentración y distorsión en el siglo XX, debido también a la
escasez de competencia y la naturaleza endogámica de los grupos financieros.

SIGLAS

AH-Bbanamex Archivo Histórico de Banamex, México, D.F.


AL Archivo Limantour, Condumex, México, D.F.

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Notas al pie
1
JOSLIN, 1963. Por ejemplo, en su estudio panorámico de la banca
multinacional, JONES, 1993, p. 373, tiende a descontar el papel de la banca
doméstica en América Latina.
2
Una excepción es Pohl sobre el Banco Alemán Trasatlántico en Buenos
Aires. POHL, 1987.
3
WILKINS, 1998, p. 3, define la free-standing como una empresa incorporada
en un país con el propósito de desarrollar actividades económicas en el
extranjero, usualmente en un solo país.
4
COTTRELL, 1991, p. 32. Los bancos fueron, respectivamente, London and
Brazilian, Brazilian and Portuguese Bank, London and River Píate, Anglo-
Venezuelan Bank. STONE, 1987, pp. 223-224.
5
LUDLOW, 1998, pp. 771-778; DELGADO, 1964, pp. 113-122.
6
Cien años de banca en México, 1964, pp. 16-23.
7
En 1860-1862, el promedio anual de las exportaciones británicas a México
fue de £669 577; y de £1 982 677 entre 1863 y 1865. Annual Statement of the
Trade ofthe U.K, 1867; Banca Serfin, 1990, p. 26. Diario Oficial, 1867-1869.
8
Véanse RLCUZZL, 1992, pp. 369-370; TISCHENDORF, 1961, pp. 8-9; HEATH,
1989; Annual Statement of the Trade of the U.K. (1869-1883).
9
LOZANO, 1873, p. 19; las exportaciones de algodón, en buena parte
comercio de reexportación desde Texas, cesaron al desaparecer las condiciones
extraordinarias causadas por la guerra civil en Estados Unidos.
10
Las actividades de LBMSA incluían la organización y el financiamiento de
las conductas de plata, para la remisión de plata amonedada y en barras a los
puertos.
11
Informes de LBMSA en Bunker’s Magazine, 1870-1873.
12
MARICHAL, 1988, pp. 129-130.
13
STONE, 1987, pp. 223, 263. En 1878, LBMSA retiró los billetes de 3 pesos, la
denominación más baja de la circulación en México en ese entonces. Diario
Oficial, 6 de mayo de 1878.
14
DAHL, 1962, p. 42; TISCHENDORF, 1937, p. 48.
15
Mexican Financier, 10 de julio de 1886.
16
Cien años de banca, 1964, pp. 48-49; Mexican Financier, 4 de septiembre
de 1886.
17
MARICHAL y TRINER, 2001.
18
Los principales inversores domesticos fueron Thomas Braniff. industrial
textil y gerente de Mexican Railway. Juan Uamedo. contratista del ejercito
federal. Ignacio de la Torre y Mier. yerno del general Dlaz. y Rafael Donde.
congresista y abogado del LBMSA en la controversia con el gobierno federal
acerca de la ley bancaria. Semana Mercantil. 1 de julio de 1889. El banquero
Noetzlin informó Limantour que el [“circulo mds cercano”] al presidente Dlaz
habla adquirido las cuotas accionarias. AL. rollo 10. carpeta 37. Noetzlin a
Limantour. 13 de agosto de 1889.
19
Informes y asambleas del London Bank of Mexico and South America en
Banker's Magazine.
20
Cálculos basados en las cotizaciones reportadas en The Economist.
21
JOSLIN, 1963, p. 211; Mexican Financier, 6 y 20 de junio de 1896.
22
En este aspecto debe notarse el paralelo con el Banco Imperial Otomano,
que tenía una larga experiencia exitosa en este terreno. Véase CLAY, 1990.
23
Los miembros de la junta de París hacia 1884 eran Henri Dumier,
presidente de la Société Génerale, M.E. Huard, ex directivo de la Société
Générale, y tres directivos del Banque Franco-Egyptienne, M.M. Lévy Cremieu,
M.A. Lipmann y Edouard Noetzlin. Esta información proviene de la historia
conmemorativa, Banco Nacional de México, 1934.
24
Para información acerca de algunas operaciones de esta índole en la
primera etapa de funcionamiento del Banco Nacional véase AH-Banamex, Libro
de Actas Acuerdos del Consejo de Administración, 1881-1884.
25
Sobre la participación del Banco Nacional de México en la negociación y
emisión de empréstitos internacionales existe una gran abundancia de material
en los propios archivos del banco. Para información general sobre el tema, sin
embargo, debe comenzarse con la consulta de trabajo ya clásico de BAZANT,
1968.
26
Los accionistas incluían a Frédéric Grueninger (2 200 acciones) director
del Comptoir d’Escompte, el banquero privado Ernest May (1 425 acciones),
Henri Bamberger (200) director del Banque de Paris et Pays Bas, el propio
Edouard Noetzlin (2 000), y las casas bancarias de A.M. Heine (1 000),
Seligman Freres (500), Drexel, Harjes (200), Finlay (100), Lippman (600), M.C.
Sulzbach et Cié. (250), entre otras.
27
Ernest Cassel fue aumentando su interés en el banco y en 1903 ya poseía 1
912 acciones. AH-Banamex, Libro Cartas de Junta de París, 1902-1905. Informe
de Edouard Noetzlin del 3 de abril de 1903.
28
AH-Banamex, Libro de Actas de Acuerdos del Consejo de Administración,
1881-1884, sesión del 2 de junio de 1882.
29
Ibid. La firma de Drexel y Morgan suscribió 1 000 acciones a fines de
1881.
30
Se mantuvo una actividad bastante considerable en cuanto a la
compraventa de acciones del Banco Nacional a través de la Bolsa de París.
ABNANAMEX, “Libro de Carta de la Junta de París” correspondientes a los años
1902-05, 1905-1910, y 1910-1914.
31
AH-Banamex, Libro de Actas Acuerdos del Consejo de Administración,
1881-1884, sesión del 21 de marzo de 1883.
32
El Banco Franco Egipcio adelantó 225 000 pesos, el Banco Nacional 300
000 y varias casas bancarias privadas (cuyos directores tenían fuertes posiciones
en el Banco Nacional) concurrieron con 25 000 hasta 50 000 pesos: nos
referimos a las firmas de Benecke Sucs., Bermejillo Hnos., Félix Cuevas, Ramón
Guzmán, Lavie et Cié., y Antonio Mier y Celis. Ibid., carta del 29 de noviembre
de 1883.
33
Para información detallada acerca de los contratos entre el banco y el
gobierno federal consúltese AH-Banamex, Libro Contratos Originales de
Empréstitos, 1883-1914.
34
Maurer argumenta que no cumplía las funciones de un banco central,
MAURER, 2002.
35
Carta del 6 de enero de 1906, en AH-Banamex, Correspondencia con el
Comité de París, Libro 4, folio 363 y ss.
36
Ibid.
37
Ibid.
38
RIESSER, 1911, p. 446; DIOURITCH, 1909, p. 456.
39
Existía sin embargo una red importante de comerciantes de origen alemán
ligados a ramas como la ferretería y presentes en negocios como las cerveceras y
las empresas mineras. Estos conformaban, además, la estructura consular
alemana, que en 1905 contaba con 21 consulados. Mexican Year Book, 1909-
1910, p. 89.
40
KATZ, 1982, vol. 1, pp. 78-79.
41
Se muestra en el interés por el puerto de Veracruz, principal puerta de
entrada para el comercio europeo. Entre las operaciones crediticias del Dresdner
Bank encontramos en 1908 la emisión, en los mercados europeos, de los bonos
de la Compañía Terminal de Veracruz, empresa británica que manejaba las
instalaciones portuarias. El BGAS, a su vez, financió la empresa Almacenes
Generales de Depósito de México y Veracruz. Boletín Financiero y Minero, 6 de
marzo de 1908.
42
El examen del Boletín Financiero y Minero muestra evidencia de que BGAS
financiaba, por ejemplo, a las siguientes compañías: Reforma, Escorpión y
Anexas, San Rafael y Anexas, Ocampo y Anexas, Cinco Señores.
43
KATZ, 1982, vol. 1, p. 78; LAFRANCE, 1986, p. 67.
44
AL, rollo 63, carpeta 3, Deutsch Sudamerikanische Bank a Limantour, 8 de
marzo de 1911.
45
Economista Mexicano, 30 de diciembre de 1911; Daily Consular and
Trade Reports, 1911, vol. 3, p. 1011.
46
BGAS participó con 300 000 pesos en el préstamo forzoso de 18.2 millones
que el gobierno huertista impuso a los bancos. MCCALEB, 1920, p. 216.
47
Investigation of Mexican Affairs, 1919, vol. I, p. 681.
48
MCCALEB, 1920, pp. 216-217; ANAYA, 2002, pp. 54-65.
49
RICUZZI, 1999, pp. 334,356.
50
Departamento de Estadística Nacional, 1924, pp. 22-23.
51
Para los datos del intercambio entre Alemania y México véase Department
of Overseas Trade, 1923, p. 21; VON MENTZ, 1988, vol. 1, p. 144.
52
De acuerdo con la Ley General de Instituciones de Crédito de 1932 los
bancos extranjeros estaban sometidos a un conjunto amplio de disposiciones
restrictivas: no podían recibir depósitos en cuentas de ahorro, emitir bonos de
caja o certificados de depósito, sus operaciones crediticias tenían que realizarse
sólo con personas o empresas domiciliadas en México, y estaban sujetos a
responsabilidad ilimitada, por las operaciones en México, con todos los bienes,
incluso los de su casa matriz. Su capital mínimo era el doble del requisito para
los bancos nacionales y, junto con el Fondo de Reserva y los depósitos, siempre
debía estar disponible en México. Legislación bancaria, 1937, t. III, pp. 29-40.
53
Se retiraron Anglo-South American Bank, Bank of Montreal, Canadian
Bank of Com-merce y Chase Manhattan. Comisión Nacional Bancaria, 1935.
54
Para 1935 el National City Bank tenía un volumen de operaciones entre
tres y cinco veces superior a BGAS en todos los rubros más significativos del
balance. Calculado con base en Comisión Nacional Bancaria, 1935.
55
PAZ, 1997, pp. 27, 65; SCHULER, 1998, p. 51.
56
Entre diciembre de 1940 y el 1 de enero de 1942 los activos del banco se
redujeron en 66%, pasando de 8.2 millones a 2.8 millones de pesos; la mayor
parte de la reducción se dio en las existencias de caja, de 5.3 millones a 1.3
millones (—74%). Por otra parte, los depósitos a la vista disminuyeron a una
décima parte, de 3.6 millones a 364 000 pesos. Cálculos basados en Anuario
Financiero, 1940 y 1942.
8. DEL BANCO ALEMÁN TRASATLÁNTICO AL
BANCO MEXICANO DE COMERCIO E
INDUSTRIA. SINDICATOS FINANCIEROS
INTERNACIONALES AL FINAL DEL
PORFIRIATO, 1902-1927

LUIS ANAYA MERCHANT


Universidad Autónoma del Estado de Morelos

Este trabajo estudia la formación, el desempeño y la quiebra del Banco


Mexicano de Comercio e Industria (BMCI). El primer apartado revisa su origen,
ocurrido tras la transformación de la sucursal mexicana del Banco Alemán
Trasadántico (dependiente y filial del Deutsche Bank) en 1906. Origen que
implicó la sindicación de intereses y capitales germano-estadunidense-
mexicanos; una alianza singular, olvidada y no repetida por efecto de las guerras
mundiales. El apartado segundo explora el desarrollo organizacional del BMCI y
su ajuste a la legislación mexicana, lo que sin duda restringiría sus expectativas
de expansión. El tercero atiende su comportamiento ante la inestabilidad
económica de 1907-1908. El cuarto revisa los obstáculos creados por el
deficiente marco regulatorio. Luego se evalúa la eficacia del sindicato
confrontando su desempeño en la inestabilidad político-económica que
acompañó a la primera guerra y a la revolución mexicana. Por último señalamos
un inesperado y peculiar problema en el que se vio envuelto antes de formalizar
su desaparición (1925).

1. EL DEUTSCHEN UEBERSEEISCHEN BANK

Si bien los intereses alemanes en México encuentran sus orígenes en el comercio


de importación de mercancías europeas y norteamericanas al comienzo del XIX;1
su consolidación sólo ocurrió con el singular ascenso político alemán. En 1872,
“la unificación” creó la atmósfera para que en Berlín se diseñase una estrategia
de expansión financiera. El Banco Alemán Trasatlántico y el Banco Germánico
de la América del Sud fueron dos de sus frutos: su intención era introducir —en
el comercio exterior— la paridad alemana con independencia de los
predominantes bancos ingleses.2 El primer puerto de los intereses alemanes fue
Asia, pero el fracaso de un par de experimentos motivó el giro hacia la economía
más prometedora de Sudamérica: Argentina. En 1872 se fundó en Buenos Aires,
el Deutsch-Belgische La Plata Bank, pero éste repitió la suerte asiática: quebró.
Transcurrió más de una década para que el Deutsche Bank, bajo la insistencia del
Ministerio de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán, reemprendiera otra
fundación del Trasatlántico; de nuevo el eje de la avanzada sería Argentina, cuya
economía era aun la más importante del subcontinente. Las circunstancias de los
años ochenta fueron más propicias y en éste segundo experimento se extendieron
las operaciones a Bahía Blanca y Córdoba. La red creció con otros
posicionamientos estratégicos en México (1902), España (1904), Perú (1905),
Bolivia (1905) y Brasil (1911). Así, al inicio del siglo XX los sistemas del
Trasatlántico y el del Banco Germánico de la América del Sud contaban con una
amplia y similar red de sucursales. El Germánico operó en México hasta el
comienzo de los años treinta, mientras que en Sudamérica ambos trabajaron
hasta bien entrado el siglo.
En los años noventa México mejoró sus condiciones ante la inversión
financiera extranjera. La casa alemana Bleichroeder había colaborado en ese
proceso con cinco empréstitos al gobierno mexicano entre 1888 y 1904; en uno
de éstos (1899) el Deutsche Bank (DB) y el Dresdner Bank participaron
directamente.3 Con esta experiencia maduró la idea del traslado de sus filiales a
México, respectivamente, el Trasatlántico (BAT) y el Germánico. Tenían, claro,
“la intención expresa de financiar el comercio exterior” alemán4 y, por supuesto,
la de vigilar el modo como el gobierno empleaba sus empréstitos.
El responsable de la primera administración del BAT fue el cónsul del Imperio
Alemán, Pablo Kosidowski, personaje cuya trayectoria recuerda la de los
primeros comerciantes-banqueros alemanes que llegaron al país. El siglo XIX vio
a personajes como él, o F. Schneider, o S. Benecke hacer prosperar sus casas
bancarias.5 Desde su misión consular, Kosidowski vigilaba los negocios de los
súbditos teutones y cuidaba las buenas relaciones con el gobierno, en especial
con José Y. Limantour, ministro de Hacienda, cuya influencia era decisiva en la
apertura y perspectiva de las empresas. Diversos testimonios constatan su interés
por crear un clima de confianza. Los viajes del ministro a Europa facilitaron la
oportunidad para que el cónsul procurase establecer contactos directos entre él y
Roland Lücke,6 uno de los directores del DB y “el hombre detrás de la
expansión” financiera alemana en Latinoamérica.7 En otra visita (1903), Lücke
conoció a Luis Camacho, Eduardo Meade y Enrique Creel, miembros de la
Comisión Mexicana de Cambios Internacionales, quienes lo familiarizaron aún
más con la economía mexicana.
Un nuevo viaje (1904) de Limantour a Europa constata las altas expectativas
que existían entre importantes empresarios alemanes, como F. Krupp.
Afirmaciones posteriores del ministro dejan ver el creciente interés por ampliar
los negocios bilaterales y el destacado papel que jugó el DB.8 Por lo demás, los
negocios registraban un claro crecimiento desde los años noventa.9 No es
entonces exagerado afirmar que al primer lustro del siglo XX había una atmósfera
muy favorable en la relación financiero-comercial de México y Alemania y que
ésta se extendía a la diplomacia, la milicia, la tecnología y el ámbito cultural.
La fundación del BAT en 1902 era una manifestación de esa tendencia. Sin
embargo, persistía cierta cautela; las razones que la explican pueden ligarse tanto
a una deficiente comprensión de ambas partes como a una asincronía de los
procesos comerciales y diplomáticos. Entre los alemanes se veía a México como
un país-satélite de Estados Unidos. Desde luego, sus recientes incursiones en
Cuba, Puerto Rico y Centroamérica redondeaban la hegemonía estadunidense en
el área. Ésta era contrabalanceada por el gobierno de Díaz con un intrincado
juego diplomático en el que los antiguos adversarios europeos (Inglaterra,
Francia y España) tenían un papel relevante. Por su desarrollo tardío, Alemania,
con la que México nunca tuvo enfrentamientos y cuya imagen pública era
positiva, fue la última potencia que aprovechó el deseo porfirista de diversificar
las inversiones extranjeras.
Las noticias del funcionamiento de la sucursal del BAT en México entre 1902
y 1906 son muy fragmentarias y contribuyen poco a aclarar los motivos de la
fusión. Pese al hiato, es claro que el DB estaba insatisfecho por el lento progreso
de sus negocios en México; no era un buen competidor ni participaba en la
ampliación de los negocios de los residentes alemanes. Es posible que el
Ministerio de Asuntos Exteriores del Imperio sugiriera la transformación de la
sucursal, pero lo cierto es que en 1905 inversionistas del DB ya discutían la
necesidad de modificarla en un banco de mayor presencia y caudales.10 Además,
el DB conoció el interés de Speyer & Co.11 (casa con relaciones en el mundo
financiero británico, experiencia con manejo de bonos mexicanos en Estados
Unidos y raíces alemanas)12 en fundar un banco en México y el de Limantour en
inyectar recursos frescos a la economía mexicana; esto redondeó un marco
propicio en el que el DB buscó incluir los cambios de su sucursal. Así que la
transformación coincidía con este marco y era alentada por el interés de un
reposicionamiento racional más acorde con el crecimiento de las operaciones
alemanas.
Gracias a sus experiencias en Asia y Sudamérica, el DB entendía que para
alcanzar con certidumbre escalas más rápidas de inversión y recuperación de
utilidades debía asociarse con otros inversionistas; ello reduciría riesgos y daría
credibilidad a sus operaciones. Desde luego, la búsqueda de socios confiables y
la generación de compromisos creíbles también podría interpretarse como un
gesto de ratificación de sus percepciones políticas. De cualquier modo, al
presentarse la alternativa de integrar a socios mexicanos, el DB sumó a
accionistas del Banco Nacional de México, el más importante del país y el más
estrechamente vinculado a las altas esferas del poder político.

2. LA TRANSFORMACIÓN DEL BANCO TRASATLÁNTICO

Dos personajes marcaron el inicio de la transformación de la sucursal del BAT en


México: su antiguo director, Pablo Kosidowski y James Walker, el hombre de
confianza de Roland Lücke, quien negoció con Limantour, Speyer & Co., los
residentes alemanes y los banqueros mexicanos.
En el segundo semestre de 1905, después de discutir personalmente con
Lücke su percepción del negocio y de consultar con James Speyer en Nueva
York, para Walker se hizo evidente que la participación de un grupo de
accionistas mexicanos era indispensable.13 Se esquivaba la dependencia respecto
de los bancos británicos y franceses pero era necesario respaldarse en socios
mexicanos. Con este acuerdo, Walker regresó a México al iniciar 1906 para
negociar con Limantour, Pablo Macedo, alto directivo del Banco Nacional de
México y vicepresidente de la Comisión de Cambios y Moneda, y Hugo Scherer,
también socio de Nacional, dueño de una exitosa casa bancaria y cuyos
contactos germanos lo volvían pivote central de los acuerdos. Walker también se
entrevistó con otros connotados empresarios mexicanos y alemanes y con Don
Pablo Kosidowski, por quien conoció de cerca (al menos así lo afirmó) “el
estado de los negocios” de la sucursal mexicana del BAT.
En esos encuentros se delineó el primer borrador de los estatutos del nuevo
banco. Pero la estancia de Walker también fue significativa por coincidir con una
buena reacción de la economía mexicana al incorporarse al patrón oro (lo que
ofreció estabilidad cambiaria a las inversiones extranjeras); sus observaciones
fueron reportadas a Berlín y Nueva York como argumentos en favor de agilizar
el establecimiento del banco. Walker subrayó, e.g., que durante el último año se
hubiese incrementado el capital nominal del sistema bancario mexicano en 30
millones de pesos, que la economía absorbió rápidamente pese a que no medió
ninguna reducción en las tasas de interés ni existiesen reglas menos estrictas en
el mercado del dinero respecto a 1904.14 Parecía que los sobresaltos financieros
de 1902 habían quedado atrás y que la economía mexicana se preparaba a
despegar afianzada en una sólida estabilidad política. En su percepción el futuro
era prometedor, por lo que había que apresurar el negocio. Además, por la
intervención de Macedo y Limantour, maduró un nuevo rótulo literalmente
neutro: Banco Mexicano de Comercio e Industria. Título que cambiaba mucho el
sentido pensado originalmente por Walker: The Mexican Bank of New York and
Berlin;15 aunque, claro, este rótulo definía mejor la idea primigenia del negocio:
fundar el banco sólo con capital alemán y estadunidense.
Ya bautizado, allanado el camino por “la buena voluntad del gobierno”, por
el rápido progreso de la economía y con los documentos traducidos, el DB y
Speyer & Co., deliberaron en torno de detalles. Su atención se desplazó a los
puntos operativos: la integración del Consejo Directivo, el tipo de concesión
asignado (banco refaccionario) por la legislación mexicana, la negociación del
monto del capital inicial, y los privilegios que podrían gozar. Desde luego, la
naturaleza trilateral del capital, que exigía establecer un consenso aceptable por
todas las partes, añadía su ingrediente de complejidad.
Al integrar el Consejo, la parte alemana manifestó su interés por preservar la
experiencia de Kosidowski e incorporar al leal Walker. Las negociaciones
facilitaron la eliminación de los reparos con los que Walker vio inicialmente al
cónsul y pronto pareció trabajar con él en “completa armonía”.16 Speyer & Co.
no objetó que el banco fuera administrado por los impulsores del proyecto, pero
sí aclaró que tenía derecho sobre “el puesto de Walker”; así, prefirió dejar
abierto el nombramiento del subgerente pues se reservaba el derecho de
designarlo.17 En conjunto, el planteamiento era aceptable a Speyer porque sabía
que posibles desacuerdos o decisiones erróneas podrían corregirse en el comité
de directores, de ahí que le preocupara más la conformación de éste.
A pesar de ser y saberse el socio menor (con una suscripción de tres millones
de pesos que incluía la suscripción de “varios directores”18) y último de la
operación, en el Nacional de México se entendía que su participación agregaba
un valor a la operación global; habían, e.g., organizado a los accionistas
alemanes residentes en México. En principio, el Nacional solicitó que Hugo
Scherer fungiera como “arbitro” (léase, auditor) de la sucursal del Trasatlántico,
lo que la nueva administración (léanse, Kosidowski) rechazó.19 La habilidad de
Kosidowski mostró entonces sus límites. Su rechazo adquirió nuevas
dimensiones cuando Scherer, el socio del Nacional que más aportó al nuevo
banco (750 000 de pesos), criticó “la [mala] condición de los libros del Banco
Trasatlántico y el insatisfactorio estado de cuentas entregado a la nueva
institución”.20 Pronto se erigió no sólo como árbitro-auditor sino que también
propició un desplazamiento de los asuntos hacia terrenos que parecían implicar
más ventajas para el Nacional, tales como negociar la participación de las
comisiones por utilidades, mayor énfasis en la libertad de los miembros para
disolver o renovar el sindicato en el plazo de dos años y la ocupación de la
gerencia por un miembro del consejo de administración del Banco Nacional. Se
podrían mencionar más motivos de tensión, pero lo cierto fue que al final de
junio, Kosidowski rehusó el puesto que había aceptado en marzo. Ello inquietó
momentáneamente a Lücke; pensó que la separación de Kosidowski enajenaría a
los residentes alemanes de participar en la inversión, pero Walker lo tranquilizó;
la participación de la colonia alemana estaba asegurada gracias al fino trabajo de
Scherer, quien alentó mayores expectativas de las ya depositadas en él,
asegurando a Speyer aguardar la primera “oportunidad para invitar a nuestro
banco (BMCl) para unírsenos en una gran transacción financiera”.21
Otro par de asuntos torales se trataron a mediados de 1906: las obligaciones
derivadas del contrato y el capital inicial que se invertiría. Walker llamó
tempranamente la atención sobre estos delicados asuntos. En términos del capital
preocupaba el artículo II de la Ley General de Instituciones de Crédito, pues
obligaba al sindicato a exhibir 50% de la suscripción inicial para constituir el
banco. Al principio se discutió si ésta sería de 10 millones ó 20 millones y, en
consecuencia, si serían 5 ó 10 los que se exhibirían. Walker proponía la
suscripción de la suma más alta para aprovechar la expansión de la economía
mexicana; además, observó que no convendría solicitar (como lo exigía la ley)
un nuevo permiso a la Secretaría de Hacienda para incrementar el capital en el
caso (como él esperaba) de requerirlo. No obstante la opinión de Walker, el DB
mantuvo su cautela y decidió abrir el negocio exhibiendo solo 5 millones de
pesos. Una razón para adoptar una posición cauta descansaba en las obligaciones
que les imponía pertenecer a la categoría de los bancos “refaccionarios” y, en
especial, a la cláusula XVIIIa contractual, que obligaba al BMCI a cumplir con
un monto mínimo de préstamos “refaccionarios” cinco años después de su
fundación. Este mínimo era igual al 50% del capital pagado. Un monto que a
Speyer & Co. le parecía “imposible de cumplir en tiempos de crisis... e injusto
para los tiempos normales”.22 Y que el DB también rechazó interpretándolo como
“un tipo de arancel”.23 A la par de su unánime rechazo urgieron a Walker a
aclarar con detalle el sentido del punto y a negociarlo con el Ministerio de
Hacienda. De hecho Walker ya lo había adelantado como un punto central,
delicado e incomprendido de la negociación. Walker pareció mostrar sus
aptitudes como negociador al obtener una importante reducción de Limantour: el
monto mínimo sería 25% y no 50% del capital pagado a partir del quinto año.
Además, sostuvo una sutileza en la interpretación de la obligatoriedad de los
préstamos refaccionarios; que la obligación no sería forzable si el capital pagado
no alcanzaba el monto de 10 millones de pesos al quinto año (1911).
Finalmente, el 27 de julio de 1906, Rafael Núñez, subsecretario de Hacienda,
Walker, Albert Fricke y Martin Ribon, en representación de Richard Schuster,
alto directivo del DB, firmaron el contrato que dio apertura oficial al BMCI.24 El
día era de fiesta y las disputas por su control y el desencuentro de intereses aún
no se manifestaban con toda su fuerza. Pero Hugo Scherer se encargó de
avivarlos. En octubre, ya lograda la remoción de Kosidowski, escribió a Speyer
y al DB, tachando de grave error el haber fundado el BMCI sobre la estructura del
BAT:

los libros y cuentas del extinto Banco Alemán están en un estado tal como el
que nunca antes he visto en mi vida y todos los alemanes que conforman el
Consejo [en México] están temerosos de que la gente aquí llegué a tener una
pésima idea del modo alemán de llevar la contabilidad.25

En su auditoria destacó una contradicción subyacente: ¿cómo podría creerse


en Kosidowski y Fricke si en el pasado sólo habían enviado “balances limpios” a
Berlín? Además de sus cuestionamientos confidenciales, Pablo Macedo y
Walker recomendaron nuevas auditorias al BAT, lo que sin duda motivó dudas
entre los accionistas germano-estadunidenses. La doble contabilidad ya no podía
ser ocultada, evidentemente tampoco era deseable continuar con las viejas malas
prácticas que la generaban; pero, más aún: ¿cómo podrían ser corregidas si el
personal del BMCI era el mismo que había trabajado para el BAT?

3. ¿LA INESTABILIDAD?: 1907-1908

A los problemas derivados de haber montado al BMCI sobre una mala estructura
organizacional, de pagar altos gastos a la gerencia (por ser una organización de
reciente creación y porque era ineficiente) se sumarían los de su división y los de
la incertidumbre económica que trajo la crisis norteamericana de 1907. Ésta se
combinó en México con algunos pánicos bancarios ligados, en su origen, más a
problemas internos que a causas externas y que impactaron de diversos modos al
resto del sistema.26
Un caso paradigmático de la diversidad del impacto lo ejemplifica el propio
BMCI. En principio porque al final de 1906 discutió ampliamente la necesidad de
modificar sus sistemas contables al tenerse plena conciencia de que el sistema
heredado por el BAT era oneroso e ineficiente. De esta manera, y aunque la nueva
contabilidad todavía padecería de algunos defectos, se convirtió en un mejor
instrumento de observación del estado interno de los negocios y,
consecuentemente, de prevención ante los impactos que se manifestarían
posteriormente.
A pesar de los problemas heredados, no hay duda de que en el BMCI se
tomaban decisiones esperando un futuro favorable. Un buen ejemplo de la
confianza se observa en la decisión de construir su propio edificio. Ésta se tomó
en noviembre de 1906 y se sostuvo a lo largo del año de la crisis, 1907. Por su
costo, los proyectos elaborados y por su ubicación (sito en Cadena 3, frente a las
residencias de Porfirio Díaz y Hugo Scherer), el nuevo edificio no sólo era una
inversión, era un símbolo del prestigio y solidez que se deseaba proyectar para el
BMCI.27 ¿Qué otra razón habría para ejecutar una erogación tan importante en un
momento tan aparentemente malo? En este escenario, las utilidades líquidas que
reportó Walker para el primer ejercicio (casi 132 000 pesos), respaldaban la
inversión y ofrecen una respuesta. Así, los recursos generados del primer
ejercicio facilitaban la decisión de inaugurar nuevos espacios e imágenes para el
proyecto.
Fue más en un sentido paradójico que el BMCI resultó afectado por la
inestabilidad de 1907: dada su intención de ganar una posición relevante en el
mercado adoptó una actitud liberal cuando el resto del sistema bancario se
desplazaba en sentido inverso. Espontáneamente el sistema bancario porfiriano
reaccionó ante los problemas de ese año con una política prudencial que
retroalimentó la depresión aunque, como se puede corroborar ampliamente en la
prensa de la época, el mercado continuó demandando créditos. En poco tiempo
la demanda se convirtió en clamor generalizado. No obstante la necesidad de
fmanciamiento fueron pocos los intermediarios que la satisfacieron. A su vez la
Secretaría de Hacienda reaccionó tardíamente (1908), reformando el marco legal
y promoviendo una nueva sindicación de intereses en la Caja de Préstamos para
Obras de Irrigación y Agricultura.
Uno de los pocos bancos que decidió conceder préstamos en 1907 y 1908 fue
el BMCI. Su política constituyó casi una excepción que acompañaron sólo un par
de bancos emisores provinciales (el Mercantil de Veracruz y el de Nuevo León)
que expandieron su cartera. Vale señalar que incluso en esta línea la conducta del
BMCI parecía más arriesgada, pues carecía del instrumento de la emisión; un
instrumento al que todavía en 1907 muchos banqueros percibían como el eje de
su negocio. Una comparación más relevante debería hacerse con otro banco
refaccionario, el Banco Central (con el que solía compararse el BMCI), pero éste
no podía responsablemente abrir nuevos créditos, dado que tenía múltiples
compromisos con bancos en riesgo.
Al margen de estas anotaciones, al comienzo de 1908 aún no se observaban
demasiados problemas. Su reporte de “pérdidas y utilidades” fue enviado a
Berlín y a Nueva York sólo para consensar porcentajes en la distribución de
utilidades. Speyer & Co. felicitó al BMCI por sortear “la falta de confianza” que
abrumaba a la economía norteamericana, pero no omitió recomendar una actitud
más moderada.28 Y si bien el comienzo del año no trajo desórdenes financieros
graves, sí implicó el inicio de un velado y estratégico duelo por el control del
BMCI. Este inició con un anuncio de Scherer: renunciaría al Consejo Directivo
“en vista del poco aliento y asistencia que recibe el BMCI de nuestros asociados
externos y de que nuestras expectativas han probado ser completamente
fallidas... lo que hará muy difícil dar a nuestro Banco [como lo requiere] un
ímpetu más grande”.29 Descontada la incertidumbre de la crisis no era claro a
qué obedecía el abrupto cambio de expectativas mostrado por Scherer. Claro,
James Speyer se apresuró a tranquilizarlo; le recordó lo difícil que había sido
1907 y que nadie había facilitado el crédito; además, le reiteró su relevancia e
insustituibilidad en la empresa.30 Sólo el tiempo pareció disipar el sentido del
gesto. Scherer actuaría como el principal intermediario ante el DB y Speyer &
Co., para lograr que el BMCI participara como socio en la fundación de la Caja de
Préstamos.
Organizada con el auspicio de la Secretaría de Hacienda, la Caja se creó con
fondos del Banco Nacional, del de Londres y México, del Central y del BMCI. Y
como ésta sería un banco refaccionario, cabe preguntar ¿por qué el BMCI se
interesó en crear un nuevo competidor? Varias respuestas plausibles pudieron
combinarse en la decisión. La primera es política y concierne a gestiones de
Scherer —en acuerdo con Limantour— ante los accionistas extranjeros. En esta
línea, la invitación al BMCI se presentó como un reconocimiento especial al BMCI
y una carta de membresía a un club selecto, del que se derivarían ventajas
económicas y la posibilidad de acceder a tratos preferenciales en caso de que
ocurriesen problemas. De hecho y a pesar de la apariencia engañosa de su
membrete, la misión principal de la Caja fue, como lo comentó Limantour a
John Brittingham, refinanciar a bancos en riesgo convirtiendo sus deudas de
corto plazo en plazos más largos con intereses más bajos. Limantour fue muy
claro: la Caja tenía,

entre otros objetos, precisamente el de absorber los préstamos á 2 y 3 años


hechos por los bancos refaccionarios en los términos de la ley de junio
último, y dichos bancos podrán por medio del endoso obtener cuantos fondos
necesiten para dar abasto a su clientela seria, y ganar la diferencia de rédito
entre el tipo de 7% que carga la Caja de Préstamos y el tipo de rédito del
préstamo refaccionario hecho por el Banco.31

Naturalmente, el BMCI se contaba entre esa “clientela seria”. De manera que


integrarse al proyecto de la fundación de la Caja no implicaba sólo un gasto o
gestar un nuevo competidor. Además, los argumentos en contra de la
participación también eran importantes. No participar implicaba desairar al
Ministerio de Hacienda y a los accionistas del Nacional, excluirse del control del
futuro “competidor” y de la información que éste recabase de sectores del
mercado a los que de otra forma no tendría pronto acceso o que tendría que
pagar con recursos propios. Adicionalmente, el “ingenioso” mecanismo de
refmanciamiento, la Caja, dio un resultado visible: las tasas bancarias de interés
se estabilizaron en niveles inferiores al periodo previo a la crisis.

4. ESPECIALIZACIÓN Y CONCENTRACIÓN DE LA BANCA MEXICANA

Algunas lecciones del caso del BMCI se relacionan con la desinformación de los
inversores extranjeros sobre la banca mexicana. En términos teóricos una
función central de la banca es resolver problemas de información asimétrica,
pero los inversionistas germano-estadunidenses tenían información e ideas
superficiales del marco legal que los regularía, e.g., de la especialización a que la
ley los condicionaba. Además de no tener experiencia de operación bajo esas
restricciones, carecían de una idea clara del tamaño del mercado, de sus
potencialidades reales y de la capacidad de sus competidores. En lo que sigue
referimos algunos problemas asociados a la especialización para luego recrear el
diagnóstico que se hacía en el BMCI acerca de sus competidores y su posición y
futuro dentro de ese contexto.
En principio cabe hacer una digresión de la categoría legal de los bancos
“refaccionarios” que tanto interrogó a los inversionistas extranjeros; vale
también hacerlo por tratarse de un rasgo que muestra el atraso del sistema
bancario mexicano. Con justicia, los inversionistas extranjeros preguntaban,
¿qué ámbito de negocios le competían a este tipo de bancos? La Ley General de
Instituciones de Crédito definía su campo, en un fraseo negativo, a la facultad de
realizar todo tipo de negocios bancarios excepto: “emitir billetes, bonos
hipotecarios, hacer operaciones con garantía hipotecaria y trabajar por su cuenta
minas, industrias, fincas agrícolas o pertenecer a sociedades que las
representen”.32 La emisión, aún percibida como base del privilegio bancario, era
un coto reservado que el BMCI no tenía forma de abrir. Pero, ¿quería abrirlo?
Todo indica que nunca hubo este planteamiento; al parecer los inversionistas
germanos y estadunidenses querían identificar nuevos negocios y monitorear
más directamente la economía mexicana en razón de los préstamos otorgados al
país. De cualquier modo, también parecía ser cierto que el mercado bancario
reorientaba sus negocios hacia el giro de los bancos “refaccionarios”. Una
tendencia atestiguada, e.g., en el reproche generalizado de los bancos emisores al
Ministerio de Hacienda porque sus billetes eran desplazados por las desleales
prácticas del Nacional de México.33
De otra forma, al aceptar el tutelaje del Nacional —subrayado en las
auditorias de Scherer—, Speyer & Co., y el DB aceptaban de modo tácito su
desinformación de los problemas del mercado mexicano. Dentro de este marco
vigilaron alcanzar, al menos, las mismas prerrogativas que tenía el banco
refaccionario más favorecido: el Banco Central Mexicano. De hecho, en
numerosas ocasiones Walker subrayó comparativamente la equivalencia de las
prerrogativas alcanzadas por el BMCI con el Central. Sin embargo, la vocación
principal de éste semejaba más el de las clearing house norteamericanas, por lo
que al final de cuentas la comparación no parecía del todo correcta.
Como se vio arriba, los bancos refaccionarios estaban obligados a cumplir
con un monto mínimo de préstamos “refaccionarios” a los cinco años de
fundarse; obligación que siempre eludieron. En 1906, Walker celebró la
reducción del porcentaje del monto; al final de 1912, Elias S.A. de Lima, su
sucesor en la dirección, también obtuvo que el gobierno de Madero lo relevara
de la obligación de “invertir 10% del capital en préstamos refaccionarios”.34 Es
claro que estos esquivos iban en contra de su especialización legal y operaban la
formación de una tendencia que surgía de un mercado no encorsetable por sus
restricciones legales, por lo que tendía a deformarlas en la práctica. Tampoco el
marco legal desarrollaba incentivos para que los bancos refaccionarios lo
respetasen; es de notar que el préstamo refaccionario se otorgaba a agricultores,
mineros o industriales para mejorar su propiedad o adquirir maquinaria; el banco
supervisaba las mejoras y el prestatario garantizaba con su propiedad.
Normalmente no se pagaba antes de tres años, pero transcurridos éstos, era usual
que el prestatario trasladara su préstamo a un banco hipotecario, lo que era
motivo de continua queja entre los bancos refaccionarios: con justicia podían
sentirse comparativamente agraviados, pues se habían arriesgado a mejorar
propiedades que deseaban dejar de ser sus clientes. No sólo no eran beneficiarios
de las mejoras que habían alentado sino que, además, el negocio ya en buena
marcha se trasladaba a competidores que no habían arriesgado ningún capital.
Por si fuera poco, también perdían un cliente con mayor solvencia y ya conocido
por su buró de crédito.
Las distorsiones económicas impuestas a los bancos refaccionarios por la
propia ley fueron objeto de reflexión de Elias S.A. de Lima, quien discutió al
comienzo de 1913 con el secretario de Hacienda del gobierno maderista la
pertinencia de reformarla. De Lima argumentó no poder realizar negocios
rentables ni prácticos por las obligaciones derivadas del tipo de concesión, pero
de poco sirvió la entrevista; como siempre, los problemas inmediatos de la
política sustrajeron la serenidad que la petición reclamaba. De Lima debió
contentarse con que el ministro excusara otra vez al BMCI de cumplir su
obligación legal. En 1913, canalizaría menos de 10% de su capital a préstamos
refaccionarios con tasas que fluctuaban entre 8 y 9%; un rédito superior en dos y
hasta tres puntos porcentuales al de la Caja de Préstamos.35 Aunque, claro, en
una cartera menos concentrada en tamaño de préstamos y más modesta en áreas
de expansión.
Pero no sólo estas distorsiones preocupaban. Al hacer un balance del primer
lustro de actividades en México, Richard Schuster, uno de los directores del DB,
mostró sin ambages su decepción por el desempeño del BMCI. Su conclusión era
que el BMCI se hallaba confinado en una “vida vegetal”.36 Algo importante habría
que hacer para no verlo reducido al solo préstamo de sus fondos, pues para este
solo propósito era absolutamente innecesario sostener su costoso aparato.
De Lima asintió con Schuster en que el BMCI había decepcionado las
expectativas de los inversionistas, pero lo justificó citando las inusuales
circunstancias que rodeaban la experiencia mexicana. Citó que el
establecimiento del Banco coincidiese con el “severo pánico” de 1907, los
inobservados problemas administrativos del BAT y “las desfavorables
condiciones monetarias de 1910” (la inestabilidad política de 1910-1911 causó
más desaliento que efectos directos al desempeño del BMCl). Y agregó una cuarta
e irónica dificultad de carácter global en la prosperidad del negocio bancario:
pese al reducido número de bancos, éste era “desproporcionadamente” grande en
relación con el volumen de negocios. Ello hacía que los depósitos (una de las
principales fuentes de ganancia en Europa o Estados Unidos) no se pudieran
colocar fácilmente o que su colocación ocurriese en escalas menores y a tasas de
interés más altas. Además, los tres mayores bancos de la ciudad (el Nacional, el
Central y el de Londres y México) concentraban el mayor porcentaje de
depósitos (incluidos los gubernamentales) y estaban mejor preparados para
incrementarlos gracias a su red de sucursales y agencias de provincia; una red
que no tenía el BMCI y que le hacía perder márgenes de competitividad.
Sensibilizado por el conocimiento directo de los asuntos, De Lima
impulsaría una estrategia distinta a la que sugería Schuster: defendería
propósitos de largo plazo para el BMCI. Por lo demás la idea de Schuster —
privilegiar retornos rápidos— era impracticable. Lo era porque incluso áreas
antes vistas como rentables mostraban cambios importantes. Así, bajo el marco
de inestabilidad monetaria que siguió al “pánico de 1907”, el denominado
negocio del cambio (la compraventa de oro y otras divisas) disminuyó sus
márgenes de ganancia. De Lima observó que aun con los progresos registrados
(véase) el negocio no marcharía con el ritmo originalmente pensado. La
Comisión Monetaria vigilaba los cambios para que las tasas de fluctuación no
alcanzaran un punto en el que favoreciesen las exportaciones de oro. La reciente
inestabilidad internacional y las malas experiencias nacionales debidas a la
tendencia decreciente de la plata, exigían supervisar los controles restrictivos
continuamente. Así que cuando las divisas internacionales y el oro escaseaban,
como sucedió en 1910, los intermediarios interesados en la exportación de
metales debían de pagar precios más altos, pero —simultáneamente— no
estaban autorizados para aumentar sus tasas de cobro proporcionalmente. Así, la
baja de las actividades de cambio y los controles hicieron que el BMCI sólo
reportara 46 400 pesos, en 1910, por el “negocio del cambio” y 37 400 por
comisiones vinculadas a éste. No obstante que estas cifras eran bajas, no lo eran
del todo si se comparaban con los 145 196 pesos de cambios y 96 874 de
comisiones que recolectó el Banco de Londres y México durante ese periodo;
pues además de ser el más antiguo del país, contaba un capital mayor al doble
del BMCI (21 500 000 de pesos), era banco de emisión (su circulación alcanzaba
casi 14 millones) y tenía una red de sucursales y agencias arraigada a nivel
nacional.
Otro rubro de negocios —el préstamo de fondos— también reportó niveles
bajos en 1910. A su descenso contribuyeron, sin duda, las bajas tasas de interés
que normaron ese año. Con “el negocio del cambio” y del préstamo
entorpecidos, no extraña que el BMCI privilegiara la inversión en títulos y valores
gubernamentales. Inversiones que parecían avanzar limpias. Pero, por su
experiencia, De Lima no tenía buenas justificaciones para seguir una dirección
que conducía hacia simples actividades especulativas.37 Con todo, había límites
para que el BMCI cruzara ese umbral, pues el lanzamiento de bonos era muy bajo
y los bancos de mayor tradición eran preferidos respecto a los nuevos
competidores. No obstante, esto el BMCI ganaba dividendos en esta línea de
inversión y tenía incentivos para seguir haciéndolo. La relación de activos
invertidos en este rubro y su contraste con los montos reportados por comisiones
y por el “negocio del cambio” ofrece una imagen del cuadro de sus negocios a
los cinco años del inicio de sus operaciones.
El contraste es muy notorio; el negocio de cambios y comisiones
representaba apenas 2.13% del monto invertido en acciones. Si bien estas
cuentas dan una idea de las inclinaciones del negocio, deben contrastarse con
otros rubros; e.g., con la cartera, la que probablemente era el área de la que
menos información clara se tenía en Alemania y Estados Unidos. Y es que la
cartera —pero no sólo la del BMCI sino la de todos los bancos porfirianos— era
afectada por prácticas informales que inquietaban a los inversionistas. Al
respecto, un punto oscuro era la tenue “diferencia” entre cuentas dudosas y
cartera vencida. En 1911, el DB cuestionaba al BMCI si las cuentas dudosas de
1909 (967 134.42 de pesos) no eran en realidad cartera vencida.38 Al margen de
las interpretaciones, lo cierto es que era un monto inmovilizado que pese a los
intentos de reducirlo continuó sin mayores cambios y al terminar 1910 aún se
computaban 982 432.99 pesos, en riesgo.39
Frente a la inquietud de Speyer & Co. y el DB, De Lima les recordó “la
infortunada práctica ampliamente en boga en todos los países de Latino-américa
por medio de la cual los clientes esperan hasta su entera conveniencia para hacer
frente a sus deudas”.40 Recordó también los intentos de Limantour de solucionar
estas prácticas con su ley bancaria (1908); sin embargo, los viejos hábitos aún no
se habían corregido y subsistía la práctica de renegociar los vencimientos. En el
caso de no ser renegociadas (e.g., porque el cliente no lo propusiera o porque el
banco no alargara el crédito) eran transferidas a las denominadas cuentas
vencidas, aunque tal traslado contable “no significaba necesariamente que la
cuenta era mala”.41 Experimentado, De Lima recomendaba paciencia con los
clientes pues, arraigada la práctica de incumplir los tiempos de pago, no
convenía forzar jurídicamente los cumplimientos ya que de hacerlo se crearían la
reputación de conducirse por “medidas rudas e injustas”. Por supuesto, él
confiaba (al parecer contaba con garantías colaterales) recuperar “buena parte”
de las cuentas no pagadas; aunque también observaba con incertidumbre la
inveterada práctica de posponer pagos: “es posible, por supuesto, que cuentas
que consideramos colectables se conviertan mañana en cuentas malas y
viceversa”.42
Si se considera que los montos por cuentas dudosas no eran iguales a la suma
de los deudores diversos, se entenderá que la calidad de la información era aún
menor y que los banqueros alemanes tenían otro motivo de inquietud al no poder
estimar con claridad dicha diferencia; misma que podría crecer dada la
posibilidad ya señalada; que cuentas buenas pudiesen devenir en malas y
viceversa. En 1910, tal proporción fue de 2 a 1 (por cada peso en cuenta dudosa
había 2 en “deudores diversos”). Una proporción similar se mostró en 1911, pero
había una diferencia importante: la cifra se consideró no sólo dudosa sino que se
le anexó el calificativo “perdida”. El incremento procedía de malos manejos en
los primeros años y de que en 1910 los bancos adoptaron la actitud de ser más
indulgentes de lo usual (y normalmente eran indulgentes) al ayudar a sus
deudores por la inestabilidad política sufrida.43 De hecho, la indulgencia implicó
una distinta evaluación de las pérdidas de 1910, que Speyer & Co., estimó más
altas que De Lima, en 1 119 675.62 pesos.

5. EL EJERCICIO DURANTE LA REVOLUCIÓN

La peculiar conformación trilateral del sindicato de intereses planteaba


dificultades de origen para consensar una línea directriz en el BMCI en tiempos
normales. La revolución, claro, complicó aún más sus directrices; en principio,
porque desvaneció el contexto que dio origen al sindicato. En Berlín había clara
consciencia de esto y pronto se solicitaron informes de “los prospectos del banco
bajo las nuevas condiciones especialmente reconociendo el hecho de que amigos
mexicanos del BMCI han estado en cercanas relaciones con el antiguo
gobierno”.44 Más aún, Heineman, director del DB, asintió con De Lima en
“trasladar algunos negocios fuera de México” y lamentó no poder ampliar su
cooperación con él. La revolución introdujo incertidumbre y desconocimiento de
las reacciones del nuevo gobierno en torno al cumplimiento de contratos, algo
crucial, en general, para la credibilidad de los negocios. Las tensiones
disminuyeron al conocerse los miembros del gobierno de transición encabezado
por Francisco León de la Barra y, después, por el talante moderado del gobierno
maderista.
Aunque en Nueva York el juicio sobre el BMCI era similar al alemán, se
introducían matices distintos. James Speyer conoció el mismo informe político
redactado por De Lima; sin embargo, en un plazo corto, su actitud sería más
tajante que la del DB.45 Su “imparcial” informe reflejaba el carácter inconcluso
del cambio con prudencia, era ajeno al pesimismo hueco de los viejos políticos
porfirianos y a las ingenuas esperanzas de los revolucionarios. Al examinar lo
que consideró las causas del movimiento no olvidó comentar a Speyer y a
Heineman: la “juvenil inexperiencia de Madero”, los diferentes equipos que lo
rodeaban, las pérdidas de los Ferrocarriles Nacionales y, sobre todo, la distancia
de las promesas de campaña y los recursos que Madero tendría para
satisfacerlas.46 Por supuesto, algunos socios mexicanos del BMCI conocían mejor
y de primera mano la situación. En su interés para que dispusiesen de mejor
información, De Lima enteró a Speyer de la salida de Óscar J. Braniff, accionista
del BMCI, hacia Nueva York; de hecho, antes de su salida platicó con él
recomendándole entrevistarse con Speyer. Braniff había representado al gobierno
de Díaz en los acuerdos de pacificación con los rebeldes maderistas, por lo que
una conversación con él podría aclararle aún más el panorama político
mexicano.
Además de Braniff, Speyer contó con los consejos de Limantour, quien
sustentaba una opinión favorable para el futuro del BMCI sobre un cálculo
correcto: que el valor del dinero sería más alto en los siguientes años y que esto
le brindaría la posibilidad de incrementar sus márgenes de rentabilidad.47 Pero
estas ideas diplomático-teóricas no convencieron a Speyer, quien observó que las
circunstancias económicas dependerían cada vez más de la estabilidad del nuevo
gobierno; de sus logros pacificadores y de las elecciones que organizaba el
gobierno interino de León de la Barra. En su balance, había otro cambio
relevante: el exilio de sus antiguos socios complicaba sus negocios mexicanos.
En mayo de 1913 su escepticismo era total; en nueva entrevista con Braniff,
Speyer recordó con nostalgia “todos los negocios que había hecho en otros
tiempos”, aclarando que desde que Limantour se había ido tenía muy “poco
interés en los asuntos financieros de México”.48
Pero las cavilaciones de los socios estadunidenses sólo tuvieron, cuando más,
un peso relativo. En México las cosas se veían de modo distinto. El contraste
procedía ciertamente de sus obligaciones, pero también de la evaluación de los
costos de oportunidad —Limantour dixit— ante la incertidumbre reinante. Pero,
como los demás bancos, el BMCI no podía predecir el curso de la nueva dinámica
ni estimar la influencia que tendría en su desempeño el deterioro del presupuesto
federal (por la caída de ingresos de la Tesorería, el licénciamiento de
revolucionarios, o el pago de reclamaciones, etc.)49 No obstante la
incertidumbre, desde su inclusión en la Caja de Préstamos el BMCI definió una
participación más estrecha con el Estado mexicano, por lo que tenía incentivos
para alentar expectativas de un futuro estable. Por circunstancias diversas, entre
1911 y 1913 su participación se estrecharía aún más, al respaldar a la Comisión
Monetaria, por conceder préstamos al gobierno huertista e intermediar en la
compra de armamento japonés. De estas cuatro decisiones sólo una, el
empréstito huertista, mereció desconfianza desde su origen, aunque siempre se le
entendió como necesaria. No obstante, las cuatro vincularon aún más
estrechamente la suerte del BMCI con la del antiguo régimen. Quizá también su
descripción pueda aclarar mejor la suerte final del banco.
Al final de 1911, el BMCI negoció con el gobierno interino la aceptación de
un depósito de tres millones de pesos de la Comisión Monetaria (a 3.3%, anual;50
al momento de aceptarlo ya tenía problemas —como hemos visto— para
encontrar empleos rentables al dinero. De hecho, la mayoría de los bancos verían
pasar los siguientes años como los más difíciles para hallar nichos de negocio. El
BMCI no fue la excepción, e incluso observó a sus accionistasclientes alemanes
residentes en México entrar en incumplimientos más frecuentes. De ahí que,
como ocurrió en la crisis de 1908, el DB recomendase mover sus fondos a Europa
o a Estados Unidos, pues allí habría estabilidad y mejores tasas de interés.51 Es
posible que esta exportación de capitales brindase mejores resultados que la
ensayada tres años antes, aunque es difícil dimensionarlo por razones que
veremos adelante. Pero los compromisos con la Comisión Monetaria no pararon
en el citado depósito; pues pronto el BMCI ocupó una vocalía de la Comisión. A
decir del artículo 2o, fracción “a” de la ley respectiva (abril 3 de 1905), ésta se
integraba de siete vocales: presidía el secretario de Hacienda, seguido del
tesorero general y del director general de Casas de Moneda en representación del
Estado. Para los cuatro restantes la ley establecía que el Banco Nacional de
México y los otros dos bancos que tuviesen mayor capital suscrito —que no era
el caso del BMCI— designarían “cada uno a un vocal de su consejo de
administración o del personal superior”. La pregunta por la forma en la que el
BMCI ocupó la vocalía no tiene una respuesta clara. Sin embargo, la inclusión de
F. León de la Barra en su Consejo Directivo, su participación como socio de la
Caja de Préstamos, la influencia del Nacional de México (en particular de
Scherer y Macedo) y la identificación de intereses con la Comisión al aceptarle
depósitos importantes, constituyen una evidencia, al menos circunstancial, que
sugiere que se adoptó una decisión discrecional que satisfacía a Nueva York y a
Berlín con el supuesto de que contarían con información privilegiada. No
obstante, los estados contables de la Comisión se debilitarían en poco tiempo.
Otro factor que vinculó aún más la suerte del BMCI al antiguo régimen fue el
préstamo que el gobierno huertista requirió de la banca como anticipo del
empréstito que pactaba con bancos europeos. En el anticipo de 10 millones de
pesos, el BMCI participaba con 750 000, entre los bancos y compañías que
formaron el panel. El dinero se emplearía en oxigenar al gobierno restau-
racionista de V. Huerta, gastos de pacificación, pago de bonos ferrocarrileros y
para refinanciar al Banco Central Mexicano. Por supuesto, “la inversión” no
causó ninguna simpatía a los directivos de Berlín y Nueva York; sin embargo De
Lima insistió —en diversas ocasiones— en que no podían rechazar la
participación.52 Desde hacía por lo menos dos años, “el BMCI disfruta de la mayor
confianza del gobierno por lo que recibe un tratamiento favorable en cualquier
asunto que plantea”. No participar traería consecuencias desfavorables; éstas
podían llegar bien por la pérdida de confianza gubernamental o por el lamentable
estado del Banco Central. Una mala quiebra de éste podía —como ocurrió—
arrastrar a muchos bancos y compañías a la ruina. Los bancos Nacional, de
Londres y México y estatales de emisión serían los primeros en sufrir las
consecuencias y, simultáneamente, crearían “una gran pérdida de confianza en
los billetes bancarios”.53 En forma incidental el BMCI (que había prevenido la
crisis del Central y tenía una sólida posición) calculaba que podría ser afectado
hasta en cuatro millones de pesos. Vistas así las cosas, la cuestión “no era un
asunto de decisión sino de necesidad” y el punto de verdadera deliberación era el
de las garantías del préstamo. Los bonos se colocarían a 85%, el mínimo legal
permitido y se garantizaba en oro, aunque el BMCI y los demás acreedores,
temían que se le devolviesen títulos en vez de metal; lo que efectivamente
ocurriría.
Además de ligarse su participación en la Caja, en la Comisión Monetaria y
en empréstitos gubernamentales, el BMCI medió en operaciones muy delicadas.
En marzo y junio de 1913, el gobierno huertista compró a la empresa japonesa
Mitsui & Co., 75 000 fusiles y 10 millones de cartuchos por un monto de casi 1
400 000 dólares. Para realizar el negocio Mitsui depositó en el BMCI una fianza
de más de 200 000 dólares. Desde luego, el asunto revela el alto grado de
confianza que el gobierno huertista confería al BMCI y así lo entendieron también
los auditores del carrancismo que conocieron el asunto.54
Al margen de la cercanía de los negocios del BMCI y el antiguo régimen, De
Lima se preocupó por administrarlo eficientemente y, en lo posible, corregir los
puntos débiles. Todavía al final de 1911, el BMCI realizó algún dividendo por
venta de acciones y bonos que proveyeron fondos para “pérdidas y cuentas
dudosas”.55 En paralelo, diversificó el riesgo de las operaciones; entre las
acciones emprendidas depositó 500 000 pesos en las arcas de su competidor
hermano, el Germánico de la América del Sud. Recordemos que también
consiguió relevar al BMCI de invertir 10% de su capital en préstamos
refaccionarios y que incorporó a Francisco León de la Barra como miembro del
Consejo Directivo.56 Dadas las pérdidas de ejercicios anteriores el BMCI no
otorgó dividendos, pero es claro que éste era un problema heredado a De Lima.
Por otra parte, algunos de los ingresos de 1909 y 1910 procedieron de la venta de
valores y títulos que aún mostraban buenos precios. Luego de 1911 los precios
comenzaron a caer y las ofertas se hacían a precios tan bajos que De Lima optó
por esperar a venderlos con alguna ventaja. En el DB, Heinemann y Schuster
estaban convencidos de que sería mejor trasladar los posibles dividendos de
1911 para proveer el renglón de pérdidas y cuentas dudosas y así se haría
también en los siguientes años.57 No obstante estar inmersos en una nueva,
inestable y convulsa lógica social, en Berlín se percibía que la gestión de Elias
S.A. de Lima era plenamente acertada. Su experiencia e incesante actividad se
manifestaban en los más mínimos detalles. De hecho en 1912, Heinemann
observó con satisfacción que los resultados eran mejores que en años anteriores a
pesar de que las condiciones eran mucho más desfavorables, y promovió
reconocerlo con una jugosa gratificación y aumentando su sueldo. De Lima era
el hombre indicado para esos tiempos; sin embargo la estructura del BMCI no
estaba tan bien dispuesta como su director.

6. LA LIQUIDACIÓN Y EL JUICIO

El caso del BMCI tiene algo de insólito: quebró pese a contar con una buena
administración. De Lima hizo todo lo posible por esquivar o al menos atenuar
una debacle que se anticipaba desde 1911. Cabe señalar que los problemas
involucraban al conjunto del sistema bancario y que el público le había retirado
su confianza, lo que fue evidente al final de 1913, cuando cientos de clientes del
Banco Nacional y del de Londres y México se agolparon en sus ventanillas para
cobrar sus billetes.58 Su reacción fue buena, pagaron en plata. Sin embargo, ello
no resolvió los problemas que agobiaban al Banco Central Mexicano, el cual
reunía los riesgos de la mayoría de los bancos de emisión provincial.59
Sus accionistas intentaron salvarlo pero fue imposible aumentar su capital o
garantizar sus riegos con títulos respaldados por el gobierno. Ante este fracaso se
pretendió su fusión, en la que se exploraron dos opciones: el Banco de
Descuento Español y el propio BMCI.60 Al fallar los intentos se presagió el
colapso del sistema bancario porfiriano.61 La renuncia de Enrique Creel a la
presidencia del consejo de administración del Central, que fundó en la necesidad
del ingreso de nuevos elementos “para que el público observara que se procedía
a reorganizar el Banco e inspirarle así más confianza”,62 sólo agravó las cosas;
con proverbial suspicacia se entendió el mensaje al revés y la desconfianza
creció. El Central no fue refinanciado ni apoyado por los recursos que
oxigenaban el gobierno de Huerta, así que cuando sus clientes reclamaron la
redención de sus papeles —en riesgo de inconvertibilidad— por metal o por
billetes de otros bancos más confiables, respondió que los cambiaría a 23% de su
valor nominal, pero pronto corrigió informando que sólo pagaría billetes de
bancos estatales que le hubiesen depositado fondos para ese fin.63 La crisis del
Central se trasladó a las puertas del Banco de Londres y México el 22 de
diciembre. Iba así del tercero al segundo banco más importante del país y no
había razones para pensar que ahí se detendría.
La comunicación entre los banqueros de uno y otro lado del Atlántico se
volvió más intensa. Hugo Scherer permanecería atento a las gestiones del Banco
de Londres a través de Guillermo Brockman, quien recientemente se había
desplazado a Inglaterra para trabajar con la firma financiera Lazard Brothers. A
través de él se solicitó un depósito de 800 000 libras esterlinas en favor del
Banco de Londres con objeto de garantizar sus billetes. Scherer respondió: si las
garantías eran buenas y podían colocarse a 50% de su valor para reducir el riesgo
de la operación, reuniría a los inversionistas para otorgar el crédito por un año.64
Sin embargo, en las negociaciones no se logró constituir un préstamo “común y
corriente”, que realmente ofreciera garantía a las emisiones del Banco de
Londres y que cumpliera con las condiciones de legalidad exigidas en México,
por lo que se debieron revisar otras alternativas. Éstas, a la postre, no serían
menos radicales: para no violar la ley, se la modificaría. En los días feriados de
Navidad se celebraron los nuevos planes. Victoriano Huerta acordó permitir que
el Banco de Londres operara sobre la base de una reserva legal de 33.33%, en
vez de 50% que establecía la ley de instituciones de crédito.65
Con el decreto del 7 de enero de 1914, que modificó el artículo 16 de la Ley
General de Instituciones de Crédito, Huerta formalizó sus acuerdos decem-
brinos. A partir de entonces, las circunstancias políticas, militares y financieras
del huertismo marcharon a un mismo ritmo, impuesto por la imposibilidad de
conseguir préstamos del exterior, por menores ingresos fiscales y mayores
necesidades militares. En tales condiciones, Huerta no vislumbró mejor opción
que recurrir a las disminuidas arcas de los bancos, intentando pactar con ellos un
nuevo préstamo que engrosaría el realizado en septiembre de 1913 por 10
millones de pesos y que se realizó con la garantía de bonos gubernamentales.66
Claro, el BMCI estaba entre los acreedores.
El BMCI participó con Huerta incluso más allá de lo que hubiese deseado. En
medio del pánico del final de 1913, Speyer recomendó organizar una gran
limpia.67 Ésta se ensayó en varios rubros; sin embargo, simultáneamente crecían
los compromisos con el huertismo, lo que al final hacía infructuosos los
esfuerzos racionalizadores. Así, por ejemplo, el BMCI participaría tanto en la
compra de armamento japonés, como en la deuda contratada por Huerta (lo que
materialmente terminaba obligándole a abogar en favor del reconocimiento de la
deuda huertista): desde luego, el resultado final sería un deterioro de su imagen
institucional. Y por supuesto, con su ascenso, los revolucionarios carrancistas no
harían distinciones sutiles de las diversas presiones, acuerdos o espontáneas
colaboraciones (por compra de acciones o títulos gubernamentales) celebradas
entre Huerta y el BMCI.
Hacia 1914 todo había cambiado: la derrota de la restauración huertista
marcó el fin de una época para México. Simultáneamente, la gran guerra europea
también marcaba el final de una época mundial. De hecho, el año también
comenzó mal para De Lima. Quizá por las tensiones o simplemente por algún
contagio, el director del BMCI cayó enfermo y sólo pudo renovar sus trabajos en
marzo. Al reanudarlos, observó que el estado del banco era desalentador y no
pudo ver “un rayo de esperanza en el futuro inmediato”.68 Pragmático, se preparó
a esperar pérdidas incluso entre la clientela antes considerada segura. En los
últimos meses hizo esfuerzos para reducir las cuentas dudosas pero,
simultáneamente, los negocios se detenían; la depredación revolucionaria, la
interrupción de las comunicaciones y el cierre de la mayoría de los bancos
provinciales, le complicaban cumplir las necesidades de su clientela. La
alternativa de trasladar fondos, sugerida por los socios neoyorquinos, se volvió
más peligrosa y él, que antes la había ensayado, la rechazó abiertamente; la
seguridad del dinero y valores dependía ahora de sus propias bóvedas y, en caso
de ser necesario, de la intercesión del embajador alemán.69
En el verano de 1914 las cosas empeoraron. Antes de la última derrota del
ejército federal el gobierno formuló su último plan para hacerse de fondos que
garantizasen su operación: emitir billetes que se garantizarían con la Lotería
Nacional. De Lima rechazó tajantemente la idea señalando “las desastrosas
consecuencias que indudablemente le acompañarían”.70 Sin embargo, como es
sabido, la emisión de billetes sin respaldo real ya estaba introducida como una
práctica regular entre los revolucionarios; faltaba, claro, lo que sucedió un año
después, que el gobierno la instituyera oficialmente. De manera análoga, otra de
las últimas medidas del gobierno huertista precedió políticas de los gobiernos
revolucionarios. Huerta permitió que bancos refaccionarios e hipotecarios
postergaran el pago de intereses de sus bonos, lo que si bien parecía dar un
respiro al BMCI, por otro lado lo afectó, pues no obtendría ningún pago de uno de
sus deudores importantes: la Caja de Préstamos. El decreto incluso parecía estar
destinado a beneficiarla, toda vez que era incapaz de cumplir sus obligaciones.
De cualquier modo, De Lima presionó para que el moribundo gobierno huertista
depositara, vía su agencia neoyorquina, fianzas para sus bonos y otros títulos;
pero, como sucedería con los gobiernos revolucionarios, los resultados tardarían
mucho.
En este ambiente emergió con fuerza la discusión sobre el camino que
seguiría el BMCI en las nuevas circunstancias. Dos opciones estaban a la vista:
una reforma radical o la disolución anticipada de la sociedad. La decisión se
aclaró en la asamblea general del 15 de abril de 1915: proceder a la liquidación.
Se pensó que era lo más prudente y que luego sería fácil traspasar los activos y
pasivos del banco. Como institución liquidadora se escogió al DB y como
representantes de éste a Elias de Lima y a Carlos Schulze (ambos gozarían de
facultades amplias para firmar contratos, enajenar bienes raíces, etc.). El plazo
de liquidación se fijó en dos años, “a fin de aprovechar las circunstancias más
favorables”.71
Pero, en realidad, la liquidación no tardó dos sino doce años. Vista en una
perspectiva amplia, la liquidación compartió rasgos comunes con las de otros
bancos en el periodo: pleitos judiciales con y entre antiguos clientes,
aclaraciones sobre transacciones pasadas ante autoridades hacendarias,
negociaciones con deudores y acreedores, correspondencia rica en malos
entendidos, especulación con bonos y títulos diversos, la habitual negligencia de
los trámites judiciales, etc. No obstante las antedichas pautas comunes, el BMCI
vivió una peculiaridad que merece ser bosquejada. Lo merece además porque fue
una causa de retraso en su liquidación pues no sólo le restó liquidez sino también
lo envolvió en un lío legal que duró casi ocho años. El asunto fue de carácter
internacional: el gobierno estadunidense incautó al BMCI fondos por un monto de
un millón de dólares oro. Los mismos que irónicamente había transferido para
evitar que el gobierno carrancista los incautara. Dichos fondos fueron
conducidos mediante enredado litigio a la oficina de “Custodia de la Propiedad
Extranjera” antes de que el gobierno estadunidense declarara la guerra a
Alemania.72
El enredo comenzó en septiembre de 1916. A través de Hugo Schmidt, su
agente en Nueva York, el BMCI depositó 500 000 dólares oro en el National City
Bank (NCB) a favor del DB. Posteriormente, el BMCI argumentaría que el
movimiento era un préstamo al DB; por su parte, el NCB sostendría que el DB
tenía un saldo deudor con él y que el depósito había sido tomado en contra del
débito. Tres meses después, un segundo préstamo de cantidad similar fue
colocado por Schmidt en el Guaranty Trust Co. La historia fue la misma: el DB le
debía al Guaranty Trust y éste apeló al Departamento de Justicia norteamericano
para que sancionase su movimiento para balancear saldos.
Desde luego, los liquidadores del BMCI reaccionaron reclamando esas
acciones que el gobierno norteamericano justificó expost en el “Acta de
Comercio con el Enemigo” y trabó burocráticamente en la oficina de “Custodia
de la Propiedad Enemiga”. Después de un litigio de cuatro años, los reclamos del
BMCI empezaron a fructificar. La intervención de la prestigiada barra de
abogados de Speyer & Co., facilitó la recuperación de uno de los préstamos. Lo
recuperado sumó 606 218.81 dólares oro y representaba los primeros 500 000
confiscados más intereses calculados a una tasa de 4.75%.73 Pero la mitad
restante del reclamo se pospuso pese a que los abogados de Speyer se
encontraban frecuentemente con funcionarios del Departamento de Justicia, de la
Oficina de Custodia y del NCB, entre Washington y Nueva York. Los aparentes
avances se interrumpían incluso por funcionarios menores de la Oficina de
Custodia, donde se detuvieron los trámites de la devolución pretextando que el
BMCI había estado en una lista negra del gobierno norteamericano debido a que
éste habría enviado fondos al DB relacionados con gastos de guerra.74
Así, retrasos de este tipo y de otros motivaron que para mediados de 1919, en
asamblea general ordinaria, el BMCI se diera un nuevo plazo, ahora de tres años,
para finiquitar la liquidación. Nuevas posposiciones ocurrirían en 1922 y 1925
coincidentes con malos momentos de la renaciente banca mexicana y nuevas
épocas de convulsión social. El camino entonces se había alargado más de lo
deseable a pesar de que la liquidación no parecía haber sido mal conducida.
Llama la atención que los sucesivos liquidadores no pudiesen realizar con
facilidad el traspaso y las fusión de los activos del BMCI con otra institución
bancaria. Queda en este punto abierta la última pregunta respecto a la historia de
la sindicación de intereses germano-estadunidense-mexicanos. Quizá —habrá
que desarrollarlo en otro lugar— ello se explique en el peso de una imagen
alemana negativa (y de un consecuente incremento de riesgos) a la luz de los
inversionistas potencialesñ algo que ya se verificaba con el conocido (por los
banqueros de la época) arbitrario decomiso realizado por el gobierno
norteamericano.

ALGUNOS PUNTOS CONCLUSIVOS

La muy peculiar sindicación de intereses alemanes, estadunidenses, mexicanos y


de residentes alemanes en México marcó en más de un sentido la poco conocida
historia del Banco Mexicano de Comercio e Industria. Si bien el grupo de
residentes alemanes en México tenía un instrumento de crédito pequeño e
inelástico en la sucursal mexicana del BAT, éste no fue bien reemplazado por el
BMCI pues no redundó en la mejor expansión de los intereses alemanes en
México; incluso significó la pérdida de una buena oportunidad histórica. Su
incapacidad de consolidarse, que no sólo dependió de malas decisiones internas,
tampoco permitió apoyar los intereses de alemanes residentes en México,
quienes depositaron no sólo expectativas en la institución, sino también sus
propios recursos pecuniarios en calidad de accionistas. En términos amplios, el
momento de su fundación fue poco propicio dada la contracción económica que
siguió a la crisis internacional de 1907 y, después, por la clausura de alternativas
que le trajo la revolución. Además, el obsoleto marco regulatorio era un
obstáculo para la buena marcha de los “bancos refaccionarios”, pues sus hiatos
jurídicos los castigaban y desincentivaban. Las malas y arraigadas costumbres de
la clientela mexicana también conflictuaron las expectativas de los banqueros
alemanes.
No obstante, debe señalarse que los factores “macroeconómicos” fueron
menos importantes que los “micro” o, más correctamente, los propiamente
internos a la gestión del BMCI. Algunos errores internos graves fueron: primero,
la mala transferencia o fusión de los activos del BAT al BMCI; segundo, una mala
y bicéfala administración inicial que motivó una disputa interna por la
conducción real del banco y que lo condujo a una paulatina politización de sus
actividades; tercero, una política poco prudencial durante la contracción de 1907
que ensanchó la cartera vencida del BMCI hasta un punto que la hizo poco
manejable a las siguientes administraciones; cuarto, la politización del BMCI, que
se explica tanto por el carácter elitista del sistema bancario como por una razón
más específica: el interés del BMCI por posicionarse en un mercado importante
incluso elevando el nivel de riesgo que podía soportar redituablemente la
operación.
Finalmente, la primera guerra mundial también tuvo sus efectos en el
desempeño del BMCI. En 1914, el Deutsche Bank fue clasificado como “el banco
más grande del mundo”.75 Su reciente fusión con el Bergisch Märkischen Bank
elevó su capital a la espectacular cifra de 250 millones de marcos y sus reservas
a 178.5 millones de esa divisa. Desde luego, aun siendo muy importantes, dichos
activos no igualaban todavía a los de la Sociéte Générale ni a los del London,
City & Midland Bank o a los del Lloyds Bank. Sin embargo, el DB superaba a
estos competidores en al menos un renglón: su red de sucursales. Ésta lo había
convertido en el primer banco verdaderamente mundial de la historia. Además
de jugar un rol crucial en el fmanciamiento de corto y largo plazos de las más
grandes empresas alemanas, de su reconocida labor como rescatista de último
recurso en Alemania, de su papel en la política interior alemana, de su
importante rol en la expansión ferrocarrilera al Medio Oriente, etc., el DB podía
realizar transacciones cotidianas en prácticamente cualquier país del mundo. Sin
embargo, este principio de fortaleza pareció trocarse en uno de debilidad en
1914. La rapidez de su diversificación añadió riesgos a su operación. Claro que
había puntos de preocupación inmediata para sus accionistas; e.g., en la
conflictiva área de los Balcanes o en la alicaída Rusia. Quizá ello explique en
algún grado el descuido en sus relaciones con bancos estadunidenses como el
NCB o el Guaranty Trust.
De cualquier modo, dado su tamaño y relevancia en las políticas imperiales
alemanas, las acciones del DB no pasaban desapercibidas para otras potencias; de
hecho eran entendidas como expresión de los expansivos intereses geopolíticos
del Reich. De ahí las precauciones al instalarse en México y de ahí también la
obvia vigilancia de la que eran objeto sus movimientos tanto por los gobiernos
norteamericanos como por los que emergieron de la revolución mexicana.

SIGLAS

CEH-Condumex Centro de Estudios Históricos de México, México, D.F.


CDLIV Fondo José Yves Limantour
XXI Fondo Venustiano Carranza
X Fondo Francisco León de la Barra
S-DB Deutsche Bank, Historisches Archiv Sekretäriat, Frankfurt.
DB-BAT Deutsche Bank, Banco Alemán Trasatlántico, Frankfurt.
BMCI Deutsche Bank, Fondo del Banco Mexicano de Comercio e
Industria, Frankfurt.

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VON MENTZ, Brígida
1982 Los pioneros del imperialismo alemán en México. México, CIESAS-
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Notas al pie
1
VON MENTZ, 1982.
2
Para esta intención y seguir la historia bonarense, véase POHL, 1987;
MARICHAL y RLGUZZI, 2002, comparten un punto de vista similar.
3
BAZANT, 1995, p. 158. El monto global de los préstamos rondó los 10
millones de libras.
4
KINDLEBERGER, 1984.
5
De hecho Benecke también fue cónsul imperial, véase VON MENTZ, 1982.
6
Kosidowski a José Y. Limantour, abril 21 de 1899, CEH-Condumex, CDLIV, r.
8.
7
GALL, 1999.
8
En 1905 fue evidente para el DB que Limantour alentaba “la buena voluntad
del gobierno”, véase, e.g., James Walker a R. Lücke, febrero 17 de 1906, DB-BAT,
S-3702.
9
En 1894, Limantour contrató un crédito por 170 000 libras esterlinas con el
Dresdner Bank para la terminación de obras del ferrocarril de Tehuantepec,
Memoria de Hacienda y Crédito Público, 1893-1894, p. 394. Posteriormente,
Limantour firmaría la conversión de la deuda de 1899 en Berlín; tres de las casas
contratantes eran alemanas: el Deutsche Bank, el Dresdner Bank y S.
Bleichröeder; J.S. Morgan (Londres), J.P. Morgan (Nueva York) y el Banco
Nacional de México, eran los otros miembros del sindicato, DE MARÍA Y
CAMPOS, 1998.
10
KATZ, 1982; sugiere que intereses alemanes intentaban hacer de México un
títere para tensar las relaciones con Estados Unidos sin lanzar un desafío directo.
Aunque esta hipótesis podría enlazarse con este trabajo, también podría ser
cuestionada por éste. Parece enlazarse en tanto el Ministerio de Asuntos
Exteriores presionó la decisión de ampliar los canales de inversión financiera en
México, lo que brindaría mayores oportunidades para crear operaciones
encubiertas. Sin embargo, esta línea se puede cuestionar por el hecho de que la
transformación del BAT asimiló a inversionistas norteamericanos y mexicanos, lo
que le permitía monitorear cualquier género de intereses espurios. Además tal
vinculación deja de lado la evidencia documental que rodea el carácter aleatorio
de las negociaciones y el que siguió a la fusión. De modo que la hipótesis queda
aún por investigarse.
11
Cf., S-DB, S-3702, “Originalkorrespondenz Bankprojccte im Orient”,
diciembre 7 de 1905.
12
Más aún, el DB participó durante esa época en negocios con su filial
alemana, el Frankfurt Lazard Speyer-Ellisen, e.g., el Zentralamerica-Bank; véase
POHL, 1987, p. 53.
13
Lo que se aludc en correspondencia de Speyer al Secretariät del DB de
febrero 6 de 1906, Ibid.
14
Cfr., James Walker a L. Lücke. febrero 17 de 1906. DB-BAT. 5-3702.
15
James Walker a L. Lücke. julio 13 de 1905. DB-BAT. S-3702. Hubo la
propuesla de Hamario: “German-American” Bank. pero Walker opine: “no suena
bien en los Estados Unidos”. En comraslC. la mencion de las capilales
financieras sugeria en forma más suave y elegame el interés de un despliegue
armónico del capilal germano-esladunidense.
16
Ibid. Von Wangenheim, el ministro alemán en México, fue reticente a
impulsar el proyecto del BMCI y, al parecer, sólo la diplomática intervención de
Kosidowski lo convenció de apoyarlo. Este tipo de intervenciones le ganaron el
favor de Walker, quien comentó a Lücke: “Don Pablo [Kosidowski] had opened
his mind.” Además, contaban con el estímulo de 25 000.00 “dólares mexicanos”;
pero con una diferencia: el contrato de Kosidowski se fijó en un año con
posibilidad de ampliarse, mientras el de Walker era por tres y su salario podía
subir desde el primero.
17
Memo de Bergmann (asesor de James Speyer) al DB, marzo 24, 1906, DB-
BAT, S-3702.
18
Walker a Lücke, mayo 2 de 1906, DB-BAT, S-3702. 1 250 000 de pesos de
una bolsa formada principalmente por empresarios alemanes residentes en
México y por otros accionistas del Nacional, mientras que el millón restante se
contabilizaría a los activos de este último.
19
Ibid. Kosidowski insistió en que la sucursal se integrara considerando el
balance de activos que él mismo había preparado. Y el citado arbitraje refería
este punto.
20
Inspecciones posteriores confirmarían los dichos de Scherer que, sin
embargo, él no tuvo oportunidad de verificar directamente. Henry Rublender de
Speyer & Co., al Secretariado del DB, noviembre 15 de 1906, DB-BAT, S-3705,
21
Nueva York, Speyer & Co., al Secretariado del DB, noviembre 30, 1906, DB-
BAT, S-3705. Desde luego, antes de que iniciara operaciones el BMCI (al parecer
por comentarios de Li-mantour), se especuló sobre la posibilidad de trasladar la
cuenta de la Compañía de los Ferrocarriles Nacionales a la cartera del nuevo
organismo.
22
Speyer & Co., Memorándum, marzo 10 de 1906, DB-BAT, S-3702.
23
Véase, C. Bergmann al Secretariado del DB, abril 27, 1906, DB-BAT, S-3702.
24
Roberto Núñez, subsecretario de Hacienda, notificó a Limantour (cf., CEH-
Condumex, CDLIV, r. 37, agosto 16 de 1907) la aprobación de la Escritura Social
y que la suscripción de los 5 000 000 de pesos se esperaba para el 1 de
septiembre. La noticia del capital fresco era positiva para el sistema bancario.
25
Cfr. Scherer a (presumiblemente) R. Lücke, octubre 19, 1906, DB-BAT, S-
3705. Otros documentos del mismo expediente confirman las críticas de Scherer.
26
Respecto al impacto diferenciado de esta crisis, véase ANAYA, 2002.
27
H. Scherer propuso la conveniencia de comprar a Ernesto Pugibet el lote de
Cadena 5, mismo que fue tasado en 260 000 pesos. Los arquitectos Carrera y
Hastings diseñaron un edificio neoclásico de tres pisos (originalmente se pensó
que el tercero sería ocupado como residencia del gerente) que fue evaluado por
su colega Mauricio Campos. Al parecer, Campos sugirió la posibilidad de
construir un 5o piso. Hacia el final de 1907 se decidió el proyecto definitivo con
una “fachada más ligera y sencilla, y simplificando las ornamentaciones
interiores originales”, véase, DB-BAT, S-3716.
28
Para la “cuenta” y sus respuestas del DB y Speyer & Co., véase, DB-BAT, S-
3706.
29
Scherer a Speyer, marzo 10, 1908, en DB-BAT, S-3706.
30
J. Speyer a Scherer, marzo 23, 1908, en DB-BAT, S-3706.
31
Limantour a Brittingham, 18 de noviembre de 1908, ibid. (r. 50). Además,
la Caja podría comprar bonos hipotecarios y prácticamente cualquier tipo de
activos líquidos que la banca tuviese inmovilizados, por lo que si bien la Caja
tenía más de “veintidós millones de pesos improductivos” en el primer semestre
de gestión, éstos pronto fueron consumidos por bancos y grandes terratenientes.
32
Memoria de las Instituciones de Crédito, 1900, tomo I.
33
El argumento de esta tendencia lo expusimos en ANAYA, 2002.
34
Elias S.A. de Lima a Heineman, enero 7 de 1913, S-DB, 3710. Elias S.A.
de Lima llegó a la dirección del BMCI en octubre de 1910, él procedía de Nueva
York donde fue dueño y accionista de varias firmas especializadas en el
comercio internacional: De Lima, Cortissoz & Co., D.A. de Lima & Co.,
director del New York Board of Trade and Transportation, del Hungarian-
American Bank y de la India Wharf Brewering Co., véase, S-DB, 3707.
35
Ibid. La Caja concedió préstamos en 1912 a tasas de 5%, OÑATE, 1991.
36
“Confinado a meramente vegetar”, fue su expresión literal, véase, R.
Schuster a de Lima, enero 17, 1911, S-DB, 3709.
37
Véase, su carta a R. Schuster de febrero 2, 1911, S-DB, 3709.
38
Véase, R. Schuster a Heinemann, febrero 14, 1911, S-DB, 3709.
39
Véase, De Lima a Heinemann, abril 11, 1911, S-DB, 3709.
40
Véase, De Lima a Heinemann, febrero 2, 1911, S-DB, 3709.
41
Ibid.
42
Ibid. Para apoyar su dictum, De Lima citó la cuenta de Adolfo Marx
endeudado por un monto de 171 129.21 pesos, y que era considerada “muy
dudosa” en 1909, y que en 1910 fue enteramente pagada.
43
R. Schuster a Heinemann, enero 10, 1912. S-DB, 3709.
44
Véase E. Heineman a De Lima, junio 20, 1911, S-DB, 3709.
45
De hecho, De Lima duplicó a Heineman (supra) el informe que ya había
redactado para Speyer & Co., véase, De Lima a Speyer & Co., junio 17, 1911, S-
DB 3709.
46
Ibid. En las causas citó lo poco y mal que se había actuado “para desarrollar
la agricultura”, que “en el último análisis, es la verdadera base de riqueza de
cada país y hace el contento entre su gente”. La injusta distribución de la
riqueza, los groseros abusos de poder y el “remarcable progreso que trajo la
administración Díaz”, también fueron incluidos.
47
Speyer a Heinemann, junio 28, 1911, S-DB, 3709.
48
Desde Nueva York, Óscar Braniff se comunicó con Francisco León de la
Barra y Esquivel Obregón, mayo 29 de 1913, leg. 275, CEH-Condumex, Archivo
F. León de la Barra.
49
De Lima a Heinemann, septiembre 7 de 1911, a quien externó su impresión
de que la Tesorería sería “cuidadosa al conducir los activos gubernamentales,
que no han sido debilitados [...], pero —insistió— es difícil predecir”.
50
Una condición importante era que el gobierno no podría retirarlo sin dar
aviso al BMCI con al menos 30 días de anticipación, cf., De Lima a Heinemann,
septiembre 7, 1911, S-DB, 3709.
51
Heinemann a De Lima, octubre 23, 1911, S-DB, 3709.
52
E.g., De Lima a Speyer, septiembre 7 y 10 de 1913, S-DB, 3727.
53
De Lima a Speyer, septiembre 10 de 1913, S-DB, 3727.
54
CEH-Condumex, XXI, c. 79, 8769, 11232 y 9122.
55
Heinemann a De Lima, marzo 19, 1912, S-DB, 3709.
56
Además de ser presidente interino de México a la caída de Díaz, De la
Barra también fue el candidato opositor que más competencia real presentaba a
Madero desde una coalición moderada, compuesta por antiguos políticos,
católicos, inversionistas y sectores medios.
57
Heinemann a De Lima, marzo 19 de 1912, ibid.
58
KEMMERER, 1940.
59
Un análisis del riesgo implicado en el Central puede verse en ANAYA, 2002.
60
Creel a Limantour del 29 de agosto de 1913, CEH-Condumex, CDLIV, rollo
67.
61
Ibid.
62
Creel a Limantour del 23 de septiembre de 1913, CEH-Condumex, CDLIV,
rollo 67.
63
The Mexican year book, 1914, p. 21.
64
Brockman-Scherer del 24 de diciembre de 1913, en CEH-Condumex, CDLIV,
rollo 72.
65
La idea no era nueva, incluso fue defendida en 1908 por su primer
secretario de Hacienda, Esquivel Obregón, quien dijo que la relación de 2 a 1 era
“superabundantemente conservadora”. Es posible que, sin conocer a fondo los
problemas financieros por los que atravesaban los tres principales bancos
mexicanos en 1913, sostuviese su idea en reuniones ministeriales y que Huerta la
considerara una alternativa real; cf., “La Circular de la Secretaría de Hacienda a
las Instituciones de Crédito”, serie de artículos publicados por El Tiempo en
marzo de 1908 y recopilados por CHÁVEZ OROZCO, 1954.
66
Huerta ofreció computarlo como dinero legal en sus reservas. Kemmerer
comentaría: “la idea resultó ser un bumerang”. Los bancos “se opusieron con
firmeza a la pretensión arguyendo que la ley los hacía responsables de redimir
sus billetes en última instancia, en oro a la par y que la emisión de papel contra
oro sobre la base propuesta de valor de mercado les impondría una obligación
excesiva e irrazonable que los amenazaría con la bancarrota”; KEMMERER, 1940.
67
Speyer a De Lima, diciembre 23 de 1913, S-DB, 3709.
68
De Lima a R. Schuster, marzo 4, 1914, S-DB, 3709.
69
De Lima a R. Schuster, junio 27, 1914, S-DB, 3709.
70
De Lima a Speyer, julio 6, 1914, S-DB, 3709.
71
Informe del Consejo de Administración de la Asamblea General de
Accionistas del 15 de abril de 1915, BMCI, S-DB, 3711.
72
La incautación ocurrió incluso antes de crear la denominada oficina “de la
propiedad enemiga o enajenable”; la que creó después de que el Congreso
aprobó el “Acta de Comercio con el Enemigo”, en octubre 6 de 1917.
73
Speyer a Deutsche Bank Secretariat, marzo 15 de 1921, S-DB, 3728.
74
Memorándum de abogados Cadwalader, Wickersham & Taft de marzo 4 de
1921 sobre los Servicios relacionados con el reclamo del BMCI y el Deutsche
Bank, S-DB, 3728.
75
Cf., FELDMAN, 1999.
9. EL PASO DE UNA FREE-STANDING COMPANY
A UNA EMPRESA PÚBLICA: MEXICAN LIGHT
AND POWER Y MEXICO TRAMWAYS, 1902-1960

REINHARD LIEHR
Freie Universität Berlin
GEORG LEIDENBERGER
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco1

INTRODUCCIÓN

El 15 de febrero de 1900, cuando el primer tranvía eléctrico circuló por las calles
de la ciudad de México, se habían combinado dos nuevas tecnologías: la
producción y distribución de electricidad y el transporte por tranvía; prometían
situar esta capital de alrededor de 350 000 habitantes, seguida por las capitales
estatales del resto del país, en la ruta del progreso, como se concebía entonces.
Sin embargo, si México iba a seguir la trayectoria de las naciones
industrializadas del occidente, necesitaría incrementar su inversión extranjera
directa e indirecta. El uso de energía eléctrica y de tranvías fue posible gracias a
empresas multinacionales, primero canadienses y luego de Europa continental.
Diez años después de que el primer tranvía circulara por la ciudad de México,
ambas tecnologías eran suministradas por dos empresas integradas
verticalmente, legalmente constituidas como compañías separadas de los
servicios públicos: la Mexican Light and Power Company Limited (MLP) —
inicialmente de Montreal y posteriormente de Toronto— y la México Tramways
Company Limited con casa matriz también en Toronto (MT). Este capítulo
describe la expansión, organización y funcionamiento de ambas empresas desde
su establecimiento en Canadá en 1902 (MLP) y en 1906 (MT), hasta su respectiva
nacionalización en México en 1947 (MT) y en 1960 (MLP).
Ambas compañías consiguieron colocar capital extranjero en el sector de
servicios públicos en México como empresas multinacionales específicas,
denominadas free-standing companies (FSC). Una FSC es —siguiendo la
definición de Mira Wilkins2— “una empresa establecida en un país con el
propósito de desarrollar actividades fuera de ese país”. Por una parte, una FSC es
aquella que para sus operaciones en el país de destino no se basa en una
experiencia de negocios similar o relacionada en su mercado de origen, como es
el caso de las multinacionales clásicas que cruzan las fronteras nacionales para
construir subsidiarias extranjeras. Por otra parte, la FSC no se asemeja a una
empresa de un inmigrante que se establece en el extranjero, ya que ésta no
depende de una matriz en su país de origen. La FSC mantiene una casa matriz
sumamente pequeña en su país de origen con el objetivo de hacerse de capital
por medio de la venta de acciones y bonos en la bolsa y de controlar sus
actividades de ultramar. El capital adquirido será invertido en el exterior para
establecer una o más subsidiarias, generalmente mediante la adquisición de
operaciones o concesiones existentes de nacionales o extranjeros. La FSC forma
parte, a menudo, de un conjunto o cluster de compañías organizadas por un
promotor que opera en un sector o en un país que comparten algunos miembros
del consejo directivo para utilizar su experiencia y facilitar un mejor control. El
país de origen de la mayoría de las FSC fue Gran Bretaña, con la ciudad de
Londres, su bolsa de valores y sus bancos siendo el mercado de capital más
importante antes de la primera guerra mundial. Los otros países de Europa
Occidental o Norteamérica, tales como Bélgica, Suiza o Canadá, fueron también
sedes de FSC. Utilizaban el mercado financiero más desarrollado del país de
origen para exportar capital para inversiones lucrativas en los países de la
periferia, dotados generalmente de un sistema financiero menos desarrollado.3
Las exportaciones de capital de las FSC se orientaron usualmente a nuevos
sectores tecnológicos. En México ello se refirió principalmente a ferrocarriles,
seguido por compañías mineras y petroleras, compañías de cultivos de
exportación, de bienes raíces, y finalmente, plantas y sistemas de luz y fuerza, de
tranvías y otros servicios públicos tales como instalaciones portuarias y servicios
financieros. Las haciendas y las fábricas textiles, en las cuales predominaban
tecnologías más tradicionales, fueron muy raramente objeto de las FSC.4 Este tipo
de empresas manejadas en el país de destino por administradores extranjeros
dependientes y a menudo menos competentes, generalmente fueron después de
varias décadas de operación vendidas a propietarios nacionales representados
por un ejecutivo nacional.
La Mexican Light and Power Company Limited (MLP) y la México Tram-
ways Company Limited (MT) con sus sedes en Toronto fueron FSC especiales,
registradas bajo las leyes empresariales menos rigurosas de Canadá. Sin
embargo, gozaron de la ventaja de haber podido también vender sus acciones y
bonos en la bolsa de valores de Londres. Pertenecían al grupo de FSC canadienses
que habían sido establecidas por el ingeniero eléctrico estadunidense y promotor
Dr. Frederick S. Pearson. A partir de 1910, ambas compañías de servicios
públicos integradas —ya que los tranvías eran importantes consumidores de
energía eléctrica— estaban íntimamente vinculadas y compartían con pocas
excepciones los mismos miembros en sus consejos directivos en Toronto y el
mismo director gerente y presidente en la ciudad de México. Sus oficinas locales
compartían también el mismo edificio en dicha ciudad y, hasta donde ello fue
posible, los mismos departamentos internos. A partir de 1924, ambas compañías
de servicios públicos perdieron su autonomía a manos de la Société Financiére
de Transports et d’Entreprises Industrielles (Sofina), uno de los pocos grandes
holdings eléctricos globalmente activos, y de su subholding Société
Internationale d’Energie Hydro-Electrique (Sidro), las dos de Bruselas.
Como compañías de servicios públicos, la compañía de luz y fuerza (MLP) y
la de tranvías (MT) constituyeron una parte medular de la modernización de la
infraestructura urbana de México.5 Dado que ambas mantuvieron virtualmente
un control exclusivo de sus sistemas y redes regionales como monopolios
“naturales”, la MLP y la MT tuvieron que enfrentar la creciente capacidad de
regulación de las agencias gubernamentales del Estado mexicano. Como
empresas de servicios públicos deberían obtener una participación en las
ganancias de productividad generadas fuera, especialmente en el sector
exportador. En su objetivo de generar utilidades debían cumplir con las
obligaciones financieras extranjeras, por una parte, y con las exigencias
reguladoras de las autoridades de la ciudad, de los estados y del gobierno
federal, así como con los intereses de una variedad de grupos sociales,
especialmente de consumidores y de asalariados, por la otra. A diferencia de la
MT, que operaba sólo en la capital mexicana y en su área circunvecina, la MLP
absorbió gradualmente otras compañías de servicios públicos en los valles
vecinos. Aún más: mientras la MLP creció en volumen y continuó expandiéndose
geográficamente, las operaciones de la MT se enfrentaron con un crucial
competidor a partir de la década de 1920: el transporte público de los autobuses.
En este sentido, la aportación tecnológica de la MT, el transporte eléctrico en
rieles, constituyó un producto mucho más perecedero que el otro de la MLP, la
electricidad.
El capítulo ha sido organizado cronológicamente: comienza con los orígenes
de la MLP y la MT en la edad de oro de la inversión directa extranjera, el
Porfiriato (sección 1), sigue con el desarrollo de ambas FSC durante las décadas
de la revolución mexicana y la gradual construcción del Estado-nación
posrevolucionario (sección 2), y finalmente con el periodo hacia su
nacionalización (sección 3).
Nuestras fuentes de información son los anuarios de la bolsa de valores de
Londres,6 los informes anuales impresos del consejo directivo a los accionistas
de ambas compañías,7 así como las cajas que quedaron de sus archivos en la
ciudad de México.8 También revisamos los informes anuales de su controladora,
el holding eléctrico multinacional con casa matriz en Bruselas, Sofina,9 así como
los informes anuales al gobierno mexicano del consejo directivo de la MT.10
Ambas compañías fueron estudiadas en una monografía sobre las compañías
eléctricas canadienses en América Latina, el Caribe y España hasta 1930,
realizada por Armstrong y Nelles (1988) y, para el periodo hasta 1913, en una
tesis de maestría anteriormente presentada por French (1981). El MT fue también
analizado por otra tesis de maestría, la de Álvarez de la Borda (2002).

1. LOS ORÍGENES EN EL PORFIRIATO

En México la introducción de innovaciones tecnológicas e industriales, incluidos


los sistemas de energía y redes de tranvías, siguieron estrechamente los modelos
de Europa Occidental y de Norteamérica.11 En la ciudad de México el primer
sistema de luminarias eléctricas publicas fue establecido por una compañía
británica, la Mexican Gas and Electric Light Company Limited, entre 1881 y
1888. Después de una serie de dificultades técnicas y ampliaciones, en 1894 fue
inaugurado este primer sistema británico de alumbrado público con dos plantas
termoeléctricas.12 En 1886, el ayuntamiento de la ciudad de México firmó otro
contrato con Siemens y Halske, una multinacional manufacturera alemana, para
construir una planta termoeléctrica adicional y un segundo sistema de alumbrado
público. Esta concesión formó parte de la estrategia de exportación de aquélla,
en este caso consistente en organizar y registrar en 1897 una FSC con base en
Londres denominada Mexican Electric Works Limited (MEW). Al comienzo, las
tres cuartas partes del capital pertenecían al Dresdner Bank y un cuarto a
Siemens y Halske, a la cual se unió más adelante Indelec, la subsidiaria
financiera suiza de Siemens y Halske, y también otro banco suizo. La mayoría
tanto del capital como del consejo directivo de esta FSC fue alemana, asesorada
por unos pocos miembros británicos, así como por el secretario de igual
nacionalidad. La subsidiaria en la ciudad de México de la free-standing company
londinense que estableció su planta termoeléctrica en Nonoalco en 1898 se llamó
Compañía Mexicana de Electricidad, S.A. Mediante el establecimiento de
subsidiarias locales (a manera de la MEW-CME) como parte de su estrategia
exportadora, la multinacional manufacturera alemana creó su mercado propio (el
llamado Unternehmergeschäft) y redujo los riesgos del nuevo mercado al
incorporar a los bancos como accionistas, como paso adicional hacia la
internalización.13
Las tres plantas termoeléctricas en la ciudad de México —las dos británicas
y la nueva planta alemana— se ubicaron en las calles de San Lázaro, Presidente
y Nonoalco, cerca de las terminales de los dos principales ferrocarriles, el
Ferrocarril Mexicano y el Ferrocarril Central, que las abastecían del costoso
carbón importado para las máquinas de vapor.14
Siemens y Halske en conjunto con su lucrativa FSC londinense, con la
subsidiaria de ésta en la ciudad de México y con su propio departamento técnico
en la misma ciudad no pudieron a la larga tener acceso a electricidad barata de
una planta hidroeléctrica. Consecuentemente en 1902 el Dresdner Bank,
Siemens y Halske junto con los pequeños accionistas tomaron la decisión de
vender ventajosamente la Mexican Electric Works Limited en conjunto con su
redituable subsidiaria la Compañía Mexicana de Electricidad, S.A., a una
compañía canadiense, la Mexican Light and Power Company Limited (MLP),
registrada en Canadá el 10 de septiembre de 1902. Sin embargo, Siemens y
Halske continuó en la ciudad de México como multinacional manufacturera
clásica, manteniendo su propio departamento técnico y vendiendo equipo
eléctrico, incluso a las empresas de Pearson.15
La compañía de luz y fuerza formaba parte del grupo de los free-standing
companies de luz y fuerza establecidas conjuntamente por el ingeniero y
promotor norteamericano Pearson y por los hombres más destacados de la
comunidad financiera canadiense. La pequeña casa matriz, originalmente en
Halifax, se trasladó a Montreal en 1903, y en 1910 a las oficinas de una firma de
abogados en Toronto, próxima a la oficina central de sus principales acreedores.
Pearson de Nueva York fue el ingeniero consultor y contratista, y desde 1903,
presidente de la compañía de Montreal. La nueva FSC fue establecida
inicialmente con un capital autorizado de 12 millones de dólares canadienses con
el propósito de adquirir las empresas que fueran de importancia estratégica en el
campo de la actividad eléctrica de México. Las primeras y más importantes
adquisiciones, base del éxito de Pearson, fue la de todas las concesiones y
propiedades del Dr. Arnold Vaquié, un ciudadano francés, así como la de la
Société de Necaxa, una compañía francesa, que estaban autorizados legalmente a
establecer una planta hidroeléctrica que utilizara las aguas de los ríos Necaxa,
Catepuxtla y Tenango en el distrito de Huauchinango en la sierra norte del estado
de Puebla. Estas concesiones otorgadas a Vaquié fueron ratificadas el 20 de
mayo de 1903 por el Congreso al ser transferidas a la MLP, y fueron extendidas
posteriormente. Vaquié vendió también las concesiones que le habían sido
otorgadas por el ayuntamiento de la ciudad de México en 1900 para establecer
líneas de transmisión y edificios para los transformadores. Finalmente renunció a
sus derechos debido a que fue impedido por litigios y no pudo reunir suficiente
capital.16 Esta compra fue la base de un futuro monopolio “natural” de la MLP
como la única proveedora de energía en la zona central de México; con el
tiempo, la red de servicios de energía eléctrica más importante de la nación.
A partir de diciembre de 1902, la MLP comenzó a emitir bonos de primera
hipoteca de 3% de interés de un total autorizado de 12 millones de dólares
canadienses, colocados por la National Trust Company de Montreal y Toronto,
dando en garantía todas sus concesiones y propiedades existentes y futuras. Este
monto de capital se utilizó para comenzar, en 1903, la construcción de presas,
canales, túneles, cortinas y casas de máquinas de las plantas hidroeléctricas de
Necaxa, así como las líneas de transmisión necesarias para la zona central de
México. Grandes presas eran fundamentales a fin de acumular suficiente agua
para cubrir las necesidades de la estación seca entre octubre y abril, dado que el
alto costo de la energía termoeléctrica resultaba oneroso y reducía las ganancias.
La gran cortina de Necaxa, terminada en 1908, fue la mayor de su época. Su
primera fase de construcción culminó en 1910, aunque ya en 1906 fluía
electricidad de dicha planta a la ciudad de México a un precio módico. Las
plantas y sistemas de Necaxa se terminaron antes de la estación de lluvias de
1913. Después de la revolución, en 1921-1928, se extendieron río abajo en
Tepexic, para servir la creciente demanda de electricidad.17
Para financiar el desarrollo de Necaxa y monopolizar la distribución de
electricidad en el Distrito Federal, la MLP tuvo que emitir más bonos e incluso
vender acciones comunes. Cuando, en la crisis de 1907, los bancos de Montreal
rechazaron la aceptación de más emisiones de bonos, la MLP tuvo que aceptar la
emisión de acciones preferenciales del banco comercial Sperling and Company
de Londres a la elevada tasa de 7%.18
Entre 1906 y 1912, los principales clientes de la compañía de luz y fuerza
fueron el consumo residencial, las industrias y los tranvías eléctricos del Distrito
Federal. La actividad minera fue otro consumidor importante: las minas de oro
del distrito de El Oro, al oeste, seguidas pronto por las minas de plata de
Pachuca, al norte,19 así como explotaciones mineras menores en ciudades al
oeste y al sur del valle de México.20 El suministro de alumbrado público y
privado, calefacción y pequeños consumos de energía dentro y fuera de la capital
representaba sólo una pequeña fracción del mercado de la MLP (36.3% en 1908,
12.8% en 1912), dejando la parte del león, cerca de tres cuartos del consumo de
energía, a la minería, las industrias y los tranvías. La generación de energía
hidroeléctrica a menores precios redujo los costos de operación de todas las
empresas manufactureras y mineras. Como resultado, las industrias expandieron
sus operaciones y se establecieron nuevas empresas.21
Antes de terminar las plantas de Necaxa, la empresa MPL tuvo que expandir
sus ventas y adquirir o construir líneas de transmisión adicionales. Como para
ello requirió inversión de capital fresco, organizó una subsidiaria con base en
Toronto en 1905, la Mexican Electric Light Company Limited, para adquirir las
acciones de las dos restantes competidoras en la ciudad de México: la Mexican
Gas and Electric Light Company Limited (cuyo propietario era Anthony Gibbs y
Compañía, un banco mercantil londinense activo en América Latina, desde el
siglo XIX) y la Compañía Explotadora de las Fuerzas Hidroeléctricas de San
Ildefonso, S.A. (una empresa de propietarios locales, financiada con capital
suizo). La compañía británica —similar a la alemana antes mencionada—
operaba dos plantas termoeléctricas en la ciudad, mientras que la Compañía San
Ildefonso era abastecida por una pequeña estación hidroeléctrica. La Mexican
Electric Light Company vendió todas sus operaciones y pasivos por un monto de
60 000 acciones de la MLP y le dio a ella en arrendamiento todas sus propiedades
por 99 años a partir de 1906. La MLP adquirió también, entre 1907 y 1909, la
Robert Electric Company que operaba una cuarta planta de vapor en la capital.
Las cuatro plantas termoeléctricas eran de importancia estratégica para atender
los picos de demanda. En 1905, la MLP obtuvo una concesión federal para cubrir
la demanda de todo el Distrito Federal, más allá de la del municipio de la ciudad
de México. Luego, y aún antes de la revolución, la compañía de luz y fuerza
expandió sus actividades hacia el norte, oeste y sur del valle de México,
adquiriendo redes y mercados, y sobre todo, derechos de agua y plantas
hidroeléctricas adicionales. En 1910, la MLP adquirió la totalidad de las acciones
de la Compañía de Luz y Fuerza de Pachuca, S.A. (anteriormente Compañía
Irrigadora de Luz y Fuerza del estado de Hidalgo, S.A.), una compañía mexicana
que servía, desde 1897, este distrito minero al norte de la capital mediante
plantas hidroeléctricas y termoeléctricas (véase cuadro 1).
La población de la ciudad de México, que había permanecido relativamente
constante durante el siglo XIX, se incrementó significativamente en la década de
los años ochenta. Los tranvías impulsados por muías, que operaban desde 1870,
y los tranvías eléctricos, que hicieron su primera aparición en 1900, lograban
integrar efectivamente el centro urbano con los pueblos foráneos, urbanizando
de esta manera todo el valle de México.22 Sólo en los años 1930 y 1940, cuando
la zona metropolitana entrara en una nueva fase explosiva de crecimiento
demográfico y territorial (véase gráfica 1), llegaron a dominar otras formas de
transporte, especialmente los autobuses públicos y los automóviles particulares.23
El territorio de la ciudad se triplicó con creces al pasar de 8.5 km2 en 1858 a 27.7
km2 en 1900, y nuevamente en esa proporción entre ese año y 1930 (86 km2).24
Cuando, a partir de 1905, la México Electric Tramways Limited (MET), una
free-standing company con casa matriz en Londres organizada y controlada por
el banco mercantil londinense Wernher, Beit and Company, estaba en venta,
Pearson, como presidente de la MLP, trató de convencer a su consejo directivo
para que aceptara adquirir la compañía de tranvías. La MET había sido constituida
en 1898 por los promotores londinenses Julius Wernher y Alfred Beit. En 1896
habían comprado la Compañía Limitada de Ferrocarriles del Distrito (CLFD),
propiedad de la “élite” política y económica nacional, y la reinscribieron en ese
mismo año como Compañía de Ferrocarriles del Distrito Federal de México. La
antigua CLFD había absorbido gradualmente las diversas empresas de tranvías de
mulas, adquiriendo un monopolio “natural” en esta actividad. Sin embargo, fue
la electrificación de las líneas de tranvías, por ser una nueva tecnología, la que
necesitaba mayor experiencia y mayores inversiones de capital en forma de la
México Electric Tramways Limited de Londres (MET).25 Wernher, Beit and
Company deseaba vender la MET en 1905, debido a los crecientes gastos,
necesarios para la electrificación de las líneas y la expansión territorial de la
red.26
Una posible fusión de la compañía de luz y fuerza y la de tranvías era parte
de la estrategia de Pearson de integración vertical en la ciudad de México, como
lo había hecho en Sao Paulo, Río de Janeiro y otras ciudades capitales, dado que
los tranvías eran uno de los principales y más constantes consumidores de la
compañía de electricidad. Desde el punto de vista de los tranvías, la integración
garantizaría tarifas preferenciales, dado que los costos de electricidad
representaban una cuarta parte de los gastos totales de la compañía.27 La
dificultad, ya mencionada, de la MLP de financiar el desarrollo de Necaxa fue
otro argumento importante para que Pearson adquiriera los tranvías. Él
consideraba los tranvías como una potencial “vaca de ordeña” para las demandas
de la MLP.
Frente al lento y oneroso desarrollo y el ya elevado endeudamiento de la
compañía, el cuerpo directivo de la MLP se negó al plan de Pearson de hacerse
cargo de la MET. Por esa razón, el presidente de la MLP como promotor presionó a
los banqueros de Toronto y aún más a los de Londres para que financiaran el
establecimiento de una nueva compañía. Estos esfuerzos condujeron en 1906 a la
formación de la México Tramways Company Limited (MT), una free-standing
company separada con casa matriz en Toronto y capital social
predominantemente inglés, representada por James Dunn, por Sperling and
Company, y por Mendel and Myers. El propósito principal de la MT fue el de
generar capital mediante la emisión de acciones y bonos para adquirir la MET con
todas sus operaciones y pasivos.28 Por encontrarse su oficina matriz en Canadá,
gozaba de menores restricciones legales de las que hubiera tenido en Gran
Bretaña, mientras que tenía acceso a los mercados de capital de Montreal,
Toronto y de las otras partes del imperio británico, con Londres a la cabeza.
Pearson, como presidente tanto de la nueva MT como de la MLP, conocía por
experiencia previa, cómo hacer rentable una compañía de tranvías eléctricos,
inyectándole a la recientemente adquirida empresa nueva experiencia
administrativa e ingenieril. La MT continuó modernizando su red tranviaria y
ampliando su extensión de 167 millas en 1907 a 181 millas en 1910 (véase
cuadro 2), incrementando la proporción de la red electrificada de 68% en 1907 a
86% en 1910.29 La Canadian and General Finance Company estaba alojada en el
mismo edificio de oficinas que la MT en Toronto, por la cual adquiría y reenviaba
los materiales necesarios para la construcción y el mantenimiento del sistema
tranviario. Los problemas técnicos y constructivos de la MT y de la MLP eran
resueltos por Pearson y su compañía de ingeniería de Nueva York. La compañía
de tranvías fue también sujeta a una integración vertical más profunda: alrededor
de 1908, la MT construyó en una planta propia en la ciudad de México todo el
material rodante que necesitaba, previamente importado desde Estados Unidos,
sólo en ese año se construyeron 40 nuevos carros, incluidos 10 carros
motorizados;30 en 1907, la MT produjo también en hornos eléctricos propios
acero de alta graduación y manufacturó de manera electromecánica carburo de
calcio para sus propias lámparas de carburo.31
La compañía de tranvías fue una de las pocas free-standing companies que
fueron capaces de pagar dividendos crecientes sobre sus acciones comunes. En
1908, después de la recesión de 1907, los valores de la MT se duplicaron en la
bolsa de Londres con creces. Al mismo tiempo la MLP, pugnando por obtener
más capital hasta en condiciones desfavorables para completar la construcción
del sistema de plantas de Necaxa, no pudo pagar dividendos sobre sus acciones
comunes, de tal manera que en 1908, después de la recesión, la cotización de sus
valores se mantuvo baja. Para cubrir las necesidades financieras de la MLP,
Pearson, como presidente de ambas FSC, luchó con fuerza por empujar a sendos
cuerpos directivos para realizar una fusión. Después de un año de discusiones,
resistencia, coaliciones y decisiones diversas, la fusión tuvo finalmente lugar en
1909 en la forma de una adquisición. La MT adquirió la mayoría de las acciones
y el control de la MLP. La MLP trasladó su casa matriz desde Montreal a Toronto a
las oficinas de la firma de abogados Blake, Lash, Anglin y Cassells, cortó
relaciones con el Bank of Montreal y abrió sus cuentas en el Bank of Commerce
con matriz en Toronto. Aunque ambas empresas permanecieron separadas desde
el punto de vista legal, los cuerpos directivos llegaron a ser prácticamente
idénticos, con Pearson como presidente común (1902/1906-1915) y sus
sucesores, y con los mismos socios de la firma de abogados de Toronto, cuyas
oficinas les sirvieron también como casas matrices. Harro Harrsen (1906/1912-
1914), y luego George R.G. Conway (1919-1942/1947) como directores gerentes
junto al secretario local Pedro Méndez y Méndez (1907/1909-1933/1934)
dirigían el edificio de oficinas de ambas compañías localizado en la calle Gante,
en el centro de la ciudad de México.32 Esta integración administrativa permitió
reducir los costos de transacción; sin embargo, hizo ambas compañías más
vulnerables a críticas políticas, debido a su poder monopolístico.
A partir de 1906, la producción creciente de energía hidroeléctrica más
barata de las plantas de Necaxa permitió reducir costos. Entre 1906 y 1912, los
ingresos netos nominales (antes del pago de intereses y amortizaciones de
bonos) casi se triplicaron y los coeficientes de operación —definidos como los
porcentajes de gastos (incluido el pago de impuestos) sobre los ingresos brutos
— cayeron de 47% en 1906 a 23% en 1912. Entre 1906 y 1913, el valor en
libros de los activos de la MLP casi se duplicó. La MLP pagó un dividendo de 4%
sobre sus acciones comunes entre 1906 y 1913. Las elevadas utilidades netas de
la MLP eran aún insuficientes, de tal manera que fue el potencial de ingresos de la
MT, su nueva compañía matriz, la que ayudó a financiar las inversiones
necesarias para completar el sistema hidroeléctrico de Necaxa (véase cuadros 3,
4 y 6).33
La MT mantuvo la misma estrategia de crecimiento seguida por su antecesora
inmediata. El volumen anual de pasajeros aumentó de más de 70 millones en
1908 a 90 millones en 1912, mientras que sus activos se multiplicaron 2.5 veces
entre 1906 y 1912 (véase cuadros 2 y 3). Los ingresos netos nominales pasaron
de 1.1 millones de dólares canadienses en 1907 a 1.6 millones en 1911 (véase
cuadro 6) y los coeficientes de operación (véase más arriba) se redujeron de 56%
en 1907 a 48% en 1911 (véase cuadro 6). Los dividendos pagados por la MT
pasaron de 4% en 1910 a 7% en 1913, y el valor de las acciones de la MT en la
bolsa de Londres más que se duplicó.34
Durante las últimas dos décadas del Porfiriato (1876-1911), México fue un
país favorable a la inversión directa extranjera. A las compañías extranjeras en
cuanto a su propiedad o control, incluidas la MLP y la MT, se les otorgaban
exenciones tributarias federales, estatales y municipales. Sus derechos de
propiedad estaban asegurados y aún más protegidos por leyes federales
modernizadas o nuevas.35 Las relaciones diplomáticas entre México y las
grandes naciones occidentales industrializadas, interrumpidas hasta los años
ochenta, se reabrieron y los privilegios otorgados por los tratados de comercio
favorecieron a los miembros de las “colonias” extranjeras sobre todo en la
ciudad de México. Los costos de la mano de obra permanecieron muy bajos,
debido a que en el largo periodo de la pax porfiriana cualquier disturbio laboral
era mantenido a raya por los rurales y también por las tropas regulares.36 Sin
embargo, cabe señalar que ambas empresas, debido a que brindaban servicios
públicos, ya en esta época fueron sujetas a medidas de regulación
gubernamental, así como a un incipiente debate político respecto a los servicios
de electricidad y transporte. Por ejemplo, en el caso de la compañía de tranvías,
agencias estatales y la prensa consideraron a aquella parcialmente responsable
por la alta incidencia de accidentes de trenes. A la vez, los ayuntamientos de la
ciudad de México y sus alrededores exigían con cierta frecuencia una baja en las
tarifas. Sin embargo, no fue sino hasta la revolución, cuando salieran a plena luz
pública este tipo de conflictos y se empeorara considerablemente tanto la
relación entre el Estado y la compañía como la imagen pública de ésta.37 Así las
cosas, en 1908 y en 1910 los consejos directivos de la MLP y de la MT todavía
pudieron describir las relaciones de ambas compañías con las autoridades
federales, estatales y municipales como “muy cordiales” y “extremadamente
armoniosas”.38
2. LA MEXICAN LIGHT AND POWER (MLP) Y LA MEXICO TRAMWAYS (MT) DURANTE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA, DÉCADAS DE 1910 A 1930

La revolución transformó de manera fundamental el clima político y social, así


como las relaciones entre las dos compañías y el gobierno. Después de 1911, las
dos empresas de servicios públicos se encontraron expuestas a comentarios e
intervenciones públicas y gubernamentales, que afectaron todos los aspectos de
operación: los precios y tarifas, los impuestos, las utilidades, el trazado de líneas,
los conflictos laborales y también la organización interna. Tanto la limitación de
los precios y tarifas como las mayores cargas tributarias y de protección, así
como los mayores costos laborales y de seguridad redujeron los ingresos netos.
Aún más: a partir de la década de 1910 y especialmente a partir de los años
veinte, la compañía de tranvías (MT) fue afectada por una revolución tecnológica:
el surgimiento de autobuses que amenazaban de desplazar el transporte público
por vía férrea.
Durante los violentos años de la revolución y los de la primera guerra
mundial, la protección diplomática prestada por la legación británica y la
norteamericana (F.S. Pearson era estadunidense) fue de muy poca ayuda. Esto
sería aún más evidente antes, durante y después de la segunda guerra mundial
porque, a partir de 1924, la compañía de luz y fuerza y la de tranvías dejaron de
ser empresas canadienses, debido a que Sofina, un holding eléctrico
multinacional, había adquirido y ejercido el control a través de su subholding
Sidro con casa matriz en Bruselas, como accionista principal.39 Para la compañía
de tranvías, la revolución comenzó con un golpe violento: la apropiación de las
operaciones durante el periodo de 1914-1919 por el régimen nacionalista de
Venustiano Carranza, apoyado por los trabajadores organizados. Fue una huelga
del nuevo sindicato de motoristas y conductores la que propició la intervención
gubernamental.40 Durante los choques entre las facciones revolucionarias rivales,
el sistema de vías férreas de la MT sufrió daños entre ellos cerca de cuarenta
carros de tranvía fueron destruidos. El general Carranza llegó incluso a usar los
alambres de cobre de las líneas conductoras de electricidad para la manufactura
de balas.41
Después de que las instalaciones tranviarias fueron retornadas a la compañía
en 1919, la coalición obrero-estatal de la década de 1910 se consolidó aún más,
en los años veinte. El director gerente Conway constantemente aludía a los
costos crecientes de la mano de obra y a la imposibilidad política de elevar las
tarifas como obstáculos para incrementar los ingresos netos.42 Además, las
comisiones públicas, controladas por el nuevo sindicato (la Alianza de
Empleados y Obreros de la Compañía de Ómnibus y Tranvías de México, en
adelante “Alianza”), representantes estatales formulaban críticas acerca de las
condiciones laborales y de asuntos de los servicios prestados. Si bien la coalición
obrero-estatal logró poner término a una serie de conflictos laborales que
ocurrían casi cada año (ya que no hubo huelgas entre 1925 y 1935), Conway se
quejaba de la interferencia gubernamental en lo que él consideraba asuntos
internos. En 1925, él mismo fue obligado por el presidente Plutarco Elias Calles,
bajo la amenaza de expulsión, a reconocer oficialmente a la Alianza.43 Como
resultado de lo anterior, el consejo directivo de la MT declaró que sin las
suficientes garantías de inversión del gobierno “no sería posible hacer nuevos
desembolsos de capital [de la MT]”.44 Fue precisamente éste el argumento
fundamental que la compañía no había logrado modernizar el sistema tranviario,
el que llevó a su nacionalización en los años cuarenta.
A diferencia de la MT, la compañía de luz y fuerza no estuvo sujeta a la
apropiación del gobierno durante el decenio de la revolución. A pesar de que la
redituable MLP reportó considerables daños de guerra en sus instalaciones,
valuados en 8.3 millones de pesos oro mexicanos, y no obstante que el peso
mexicano se devaluó con relación al dólar canadiense desde 1913, pudo
silenciosamente acumular reservas para pagos de intereses por un monto de 13
millones de dólares canadienses durante la última fase de la revolución.45 Sin
embargo, una serie de huelgas dentro de la MLP (los gobiernos revolucionarios
frecuentemente apoyaban las organizaciones laborales) y el aumento de los
salarios de todos los trabajadores, que fue de más de cien por ciento sólo entre
1917 y 1923, con unas relaciones laborales de mayor colaboración de 1926 a
1935, aumentaron los gastos de operación y mantenimiento (véase cuadro 4).46
Además, desde los violentos años de la revolución hasta los cincuenta,
instituciones federales, estatales y municipales adeudaban a la MLP cuantiosas
sumas por concepto de alumbrado público y otros servicios. Por otro lado, la
compañía de luz y fuerza pagaba impuestos mayores a estas mismas autoridades
federales, estatales y municipales. De 1921 a 1930, los gastos, especialmente
para los salarios, y los ingresos brutos más o menos se duplicaron, dejando un
pequeño aumento en los ingresos netos de operación, antes de deducir intereses
de bonos y pagos de amortización.47 Los coeficientes de operación de la MLP (los
porcentajes de los gastos, incluidos depreciación e impuestos, sobre los ingresos
brutos) fluctuaron alrededor de 50% a un nivel mucho más bajo en comparación
a la MT, dejando en evidencia de que la compañía de luz y fuerza era mucho más
rentable que la de tranvías. En esa misma década, la electricidad generada por la
MLP más que se duplicó y también aumentó el valor en libros de los activos de la
empresa (véase cuadro 3 y gráfica 2).
Entre 1931 y 1940, los gastos, principalmente debido a salarios, se
mantuvieron elevados, aumentando ligeramente en los últimos años, mientras
que los ingresos brutos se redujeron considerablemente. Los ingresos netos
cayeron a menos de un tercio, con coeficientes de operación mucho más altos; es
decir, la compañía era mucho menos rentable que durante los años veinte.48 La
electricidad generada por la MLP y el valor en libros de sus activos crecieron
levemente. Una vez que los intereses y amortizaciones de los bonos se tomaron
en cuenta, la utilidad neta de la MLP registró un déficit anual creciente (véase
cuadro 4). A partir de 1934, los pagos de intereses sobre los bonos fueron
irregulares y no se pagaron dividendos. La MLP, por consiguiente, incapaz de
atraer nuevo capital, tuvo que suspender adquisiciones adicionales de sistemas
eléctricos existentes. Las principales razones que explican la reducción
significativa de los ingresos netos fueron, en primer lugar, la caída de las tarifas
eléctricas impuesta en 1934 por las autoridades bajo el presidente Lázaro
Cárdenas, y en segundo lugar los costos crecientes de la mano de obra. Un tercer
problema fue tanto el aumento de los robos de electricidad como el creciente
número de cuentas impagas. En cuarto lugar contribuyó también la devaluación
del peso mexicano. Finalmente, en la víspera de la nacionalización de las
compañías extranjeras de petróleo en 1938, los grandes holdings eléctricos
multinacionales, temiendo una suerte similar, dejaron de invertir.49 Sin embargo,
la demanda de electricidad continuó en ascenso.
Durante la Revolución, la empresa eléctrica siguió su expansión pasando por
las montañas del valle de México y aprovechando la oportunidad de adquirir, en
1912, la Compañía de Luz y Fuerza de El Oro, S.A. Entre 1921 y 1924, los
activos y pasivos de la Compañía Hidroeléctrica del Río de la Alameda, S.A.,
originalmente establecida por un grupo francés al sur de la capital para abastecer
de energía las fabricas textiles de la ciudad de México, fueron adquiridos por la
Compañía Meridional de Fuerza, S.A., una subsidiaria mexicana de la MLP
creada especialmente para ese propósito. En 1928, la MLP compró mediante una
opción todas las acciones de la Compañía de Luz y Fuerza Eléctrica de Toluca,
S.A., que abastecía de fluido eléctrico tanto dicha ciudad, situada al occidente de
la capital, como numerosas ciudades pequeñas y minas en los alrededores. La
Compañía de Toluca se había apropiado también de unas concesiones para
utilizar las aguas de los ríos Zictepec y Río Verde. En 1922, la MLP había
establecido la Compañía de Fuerza del Suroeste de México, S.A., que obtuvo, en
1923, la concesión para utilizar las aguas del Valle de Bravo al suroeste y, en
1926, la necesaria para explotar los recursos hidráulicos del río Lerma en
Tepuxtepec (Michoacán), al noroeste de la capital (véase cuadro 1).
Con base en el artículo 27 de la Constitución mexicana de 1917 y en las
leyes federales subsecuentes, la MLP no estaba autorizada, como compañía
extranjera, a adquirir y tener derechos de propiedad de tierras y aguas. Para
enfrentar este hecho, la compañía de luz y fuerza organizó varias subsidiarias
mexicanas (con una excepción no las incluimos en el cuadro 1) a fin de adquirir
bienes raíces y concesiones de agua para darlas en arrendamiento a ella para sus
objetivos de operación. Estas compañías fueron la Compañía Mexicana
Hidroeléctrica y de Terrenos, S.A., registrada en 1921, que adquirió terrenos y
derechos de agua necesarios para la extensión de las plantas de Necaxa; la L.M.
Guibara Sucesores, una compañía registrada el 24 de septiembre de 1924, y la
Edificio Luz y Fuerza, S.A., registrada el 9 de octubre de 1928. Esta última era
propietaria del edificio de oficinas en la calle Gante en el centro de la ciudad de
México, arrendado a la MLP y la MT como inquilinos. La L.M. Guibara Sucesores
tenía la MLP y la MT como socios comanditarios ocultos; sin embargo,
mayoritarios del capital social.50 Para éste y otros asuntos legales, el
departamento jurídico común de ambas compañías fue ganando importancia.
En los años veinte y treinta el Estado-nación revolucionario estableció
instituciones para regular la actividad de la industria eléctrica. En 1922, se
estableció la Comisión Nacional de Fuerza Motriz (CNFM) como un cuerpo
asesor permanente de dos ministerios federales (la Secretaría de Industria y
Comercio y la Secretaría de Agricultura y Fomento) seguida, en 1932, por la
Confederación Nacional Defensora de los Servicios Públicos. Ambas
instituciones debían preparar proyectos de ley que definieran el estado legal de
las compañías y el de todo el sector, analizar la situación actual y futura de la
industria para planear decisiones políticas, así como recomendar las tarifas
eléctricas adecuadas. La primera de las instituciones mencionadas redactó el
Código Nacional Eléctrico, de 1926, y su reglamento suplementario, de 1928.
Ambas instituciones eran dirigidas por ingenieros eléctricos sumamente bien
informados, pero muy nacionalistas que habían recibido su formación en el
exterior como, por ejemplo, José Herrera y Lasso. Estaban convencidos de la
necesidad de desarrollar tanto una política nacional para el sector eléctrico como
un control central de todos los aspectos relacionados con él, incluyendo el
establecimiento de normas técnicas. Pertenecían al grupo de los “técnicos” en las
instituciones del gobierno, los que a partir del fin de la década de los años veinte,
abogaron por la nacionalización de todas las compañías extranjeras en el sector.
Bajo el gobierno del presidente Cárdenas, una institución nacional aún más
efectiva se estableció finalmente en 1937: la Comisión Federal de Electricidad
(CFE). Su responsabilidad era la de otorgar concesiones, si bien limitadas; la de
presentar programas de construcción de las compañías o instituciones del sector
para su aprobación por el gobierno federal; la de fijar tarifas eléctricas mínimas,
y la de establecer plantas termoeléctricas o hidroeléctricas y líneas de
transmisión propias. A partir de 1940, la CFE estuvo especialmente activa en la
electrificación de los distritos rurales y de las pequeñas ciudades en la periferia
de la república.51
Después de terminada la construcción de la primera etapa del sistema de
Necaxa en 1913 y una vez que habían acabado las interrupciones de los años de
la revolución, la MLP continuó expandiendo sus propias plantas, a fin de hacer
frente a la creciente demanda y aumentar la generación de energía (véase gráfica
2). Aún más: la compañía de luz y fuerza continuó adquiriendo, como
describimos, empresas y sistemas existentes (véase cuadro 1). A partir de los
años veinte, la Secretaría de Agricultura y Fomento y otras dependencias
gubernamentales iniciaron desarrollos conjuntos con subsidiarias de la MLP,
como la Compañía de Luz y Fuerza de Pachuca, S.A., y la Compañía de Fuerza
del Suroeste de México, S.A., con el propósito de usar para la irrigación de
vastos territorios las reservas de agua, una vez que éstas hubieran pasado por las
plantas hidroeléctricas de la empresa.52
La devastadora competencia de los autobuses en los años veinte condujo a
que la compañía de tranvías (MT) registrara pérdidas anuales, lo que a su vez
contribuyó a su posterior nacionalización. La conversión temporal del Modelo T
de Ford en autobús de pasajeros en dicha década ya permitía movilizar
anualmente tantos pasajeros como en los tranvías urbanos.53 Los servicios por
medio de autobuses eran mucho más adecuados para satisfacer la demanda de
los barrios nuevos de la ciudad que rápidamente crecía (véase gráfica 1).
Circulaban a menores costos y no precisaban de la construcción de vías férreas,
engorrosa y políticamente problemática.54 Las líneas de autobuses pertenecían a
pequeñas empresas familiares independientes, establecidas fácilmente por
ciudadanos mexicanos. Las empresas de autobuses, a diferencia del monopolio
“natural” de los tranvías de propiedad extranjera, se veían favorecidas
continuamente por las regulaciones de las instituciones gubernamentales. Por
ejemplo, existían decretos que obligaban a la MT a pavimentar los caminos, en
los que gozaban de derechos de vía, aunque los funcionarios públicos sabían
perfectamente que la pavimentación carretera significaba favorecer el acceso de
la competencia de los autobuses en esas rutas.55 Aún más: las empresas de
autobuses y microbuses nunca permitían que sus conductores (algunos eran
propietarios) se sindicalizaran; por consecuencia, su nivel salarial era mucho
menor que el de los conductores de la MT.56
Cuando los zapatistas —en 1915 temporalmente a cargo de la ciudad—
ofrecieron devolver los tranvías a la MT, ésta rehusó categóricamente.57 En 1920,
un año después del retorno de la empresa, el valor en libros de los activos de la
MT se había incrementado en cerca de 10 millones de dólares canadienses desde
1912, aunque la empresa reclamaba públicamente haber sufrido daños de 19.7
millones de pesos oro mexicanos a consecuencia de la guerra (véase cuadro 3).58
La década de 1910 registró también una expansión continua del tráfico
tranviario. El volumen anual de pasajeros había llegado a 102 millones hacia
1920, el número de millas recorridas por los tranvías se incrementó anualmente
de casi 12 millones en 1908 a 15.6 millones en 1920; mientras tanto, la extensión
del sistema tranviario aumentó sólo 33 millas, de 181 en 1910 a 214 en 1917
(véase cuadro 2). Aunque los ingresos netos nominales se habían reducido
significativamente a partir de 1917, con relación a sus niveles previos, los
ingresos brutos nominales se habían duplicado.
Sin embargo, a mediados de los veinte, la compañía de tranvías registró
constantes déficit de sus ingresos netos nominales, fluctuando éstos alrededor de
la marca cero. Después de incrementarse hasta 1923, registraron una caída
continua, mejorando ligeramente en 1927 y 1928, para luego sufrir un desplome
sin precedentes durante los años treinta, que se revirtió sólo entre 1940 y 1944,
con déficit anuales que ascendieron hasta 0.8 millones de dólares canadienses.
La misma tendencia se registró en los coeficientes de operación (gastos,
incluidos depreciación e impuestos, sobre los ingresos brutos), que nunca
cayeron significativamente por debajo de la marca de 100% durante los años
treinta hasta 1944 (véase cuadros 5 y 6). La comparación de los ingresos brutos
y los gastos con el volumen de pasajeros permite explicar las causas del balance
de operación negativo. La tendencia predominantemente declinante de los
ingresos netos llama la atención frente al continuo crecimiento del volumen de
pasajeros, a pesar de la creciente competencia del transporte de autobuses en el
mismo lapso (véase cuadro 2). Sin embargo, la MT no fue capaz de traducir esta
tendencia en mayores ingresos netos; a mediados de los años veinte, la presión
competitiva de nuevas líneas de autobuses forzó a la compañía a reducir sus
tarifas.59 Durante la segunda guerra mundial, la escasez de combustibles y de
piezas de repuesto afectó adversamente el transporte de autobuses; la compañía
de tranvías gozó temporalmente de un incremento drástico en el volumen de
pasajeros, que llegó a su nivel récord en 1944 (véase cuadro 2).
Durante los años veinte, los gastos de la MT se mantuvieron más o menos
estables en su proporción por debajo de los ingresos brutos, mientras que en la
década siguiente se incrementaron dramáticamente. Este aumento de los gastos
no fue causa de un alza en la circulación de tranvías. Como lo muestra el cuadro
2, estuvo acompañado, en cambio, por un aumento sostenido en el volumen de
pasajeros, así como por una reducción continua del número de carros y del
millaje anual recorrido. Más y más pasajeros fueron orillados a viajar en un
número menor de tranvías y con recorridos menos frecuentes, de tal manera, que
la calidad del servicio obviamente se deterioró en el curso de los años treinta y
cuarenta. El crecimiento dramático de los gastos reflejó más bien los continuos
aumentos de los sueldos demandados por la poderosa Alianza, así como las
adiciones en los costos de los insumos, que en su mayor parte debían importarse
a tipos de cambio desfavorables.
Desde 1915, la MT y la MLP, su subsidiaria, dejaron de pagar los intereses de
sus bonos. En consecuencia, los tenedores de bonos para proteger sus intereses,
formaron dos comités casi idénticos que obtuvieron, a partir de ese año, el
derecho de intervenir en las actividades y la contabilidad de ambas compañías.
El llamado Comité de Tenedores de Bonos de la MT y el de la MLP cooperaron
con los consejos directivos de ambas empresas y, en 1921, acordaron con ellos
un programa de reorganización. Mientras los consejos directivos de las
compañías hermanas continuaron en moratoria con los intereses de los bonos, no
pudieron conseguir capital fresco mediante la emisión de títulos nuevos. Este
obstáculo fue superado mediante un segundo arreglo de 1927. Los Comités de
Tenedores de Bonos eran de gran ayuda en las negociaciones entre Conway, el
director gerente local y luego presidente de ambas compañías, por una parte, y
las autoridades del gobierno mexicano, por la otra. Con el continuo servicio de la
deuda, incluso la amortización y la conversión de los bonos, los comités dieron
término a sus actividades, el de la MLP en 1932 y el de la MT en 1935.60 En virtud
de los arreglos con los tenedores de bonos sobre los intereses caídos, el valor en
libro de la poco rentable compañía de tranvías se redujo desde más de 57
millones de dólares canadienses en 1933 a menos de 31 millones un año después
(véase cuadro 3).61
Antes de la revolución, la empresa tranviaria había obtenido elevadas
utilidades que había invertido en terminar el sistema hidroeléctrico de Necaxa de
la MLP, su subsidiaria desde 1910. Cuando éste se había completado y extendido,
la MLP poseía la mayor capacidad de generar ingresos. Después de que la
compañía de tranvías había estado bajo control gubernamental entre 1914 y
1919, necesitó cuantiosas inversiones para reconstruir sus líneas y su material
rodante deteriorados. Las conferencias de Bucareli, celebradas en 1923, de las
que resultó una Convención Especial de Reclamaciones por las pérdidas de
propiedad sufridas entre 1910 y 1920, finalmente condujeron a algunos pagos de
indemnización para ambas compañías, aunque mucho menores que lo esperado.
La MT había solicitado 19.7 millones de pesos oro mexicanos y la MLP 8.3. La
primera recibió finalmente 2.3 millones de pesos (pagados en pesos de plata).62
Mientras en los años veinte la MT no logró utilidades para invertirlas en la
reconstrucción de sus líneas, la MLP contó con suficiente efectivo para financiar,
entre 1921 y 1928, la extensión del sistema Necaxa río abajo en Tepexic, a fin de
abastecer la creciente demanda de electricidad. Entre 1926 y 1931, la MLP
financió una planta hidroeléctrica adicional con presa en el río Lerma en
Tepuxtepec, cerca de El Oro. Sin embargo, en 1929, al comienzo de la gran
depresión, ningún accionista canadiense o estadunidense ni la MT fueron capaces
de reunir el capital necesario para completar el desarrollo hidroeléctrico del río
Lerma. Esta tarea recayó en la Sofina, el gran holding eléctrico de Bruselas, con
su presidente Dannie Heineman. Desde la década de 1910 las empresas
regionales de servicio eléctrico en Europa, Asia, África del norte y toda América
iban a ser integradas en grandes holdings para formar economías de escala en el
sector de energía eléctrica incluidos los tranvías, y Sofina era uno de aquéllos.
Estos holdings multinacionales organizaban la administración de sus
subsidiarias, obtenían emisiones de acciones y bonos para el financiamiento de
ellas y prestaban asistencia técnica y comercial a menor costo y con mayor
experiencia. Sofina comenzó en 1898 como un holding financiero subsidiario,
controlado por la General Electric Company estadunidense y, desde 1904, por la
manufacturera eléctrica alemana AEG. Heineman, como director de
administración y luego presidente (1905-1953), en menos de una década logró
que Sofina se expandiera para llegar a ser uno de los holdings eléctricos
multinacionales más grandes. En la expansión de Sofina la política de Heineman
se orientaba en adquirir el control con un mínimo de participación en el capital y
suministrar a sus subsidiarias asistencia técnica, arquitectónica, financiera y
comercial. Ese control mínimo no significaba la necesidad de conseguir la
mayoría absoluta de las acciones, sino una minoría calificada que asegurara el
control.63
Sofina participó en 1923 en el establecimiento y en 1924 adquirió el control
del holding regional, también basado en Bruselas, Sidro. Ésta se había asegurado
“una cantidad considerable” “de las acciones y bonos de la México Tramways” y
también de las acciones de la subsidiaria MLP, para controlar ambas empresas
junto con otras compañías.64 Mediante un acuerdo celebrado en enero de 1929,
Sofina, que a través de su subholding Sidro ya era el principal accionista de la
MLP, le adelantó a ella cinco millones de dólares canadienses y, en los años
siguientes, obtuvo 114 150 acciones de los 250 000 en total con derecho a voto.
Este acuerdo, además de su control como mayor accionista en la MT, consolidó la
capacidad de la Sidro y la Sofina, su matriz, de controlar la MLP. En 1934, la MLP
llegó a ser, como la MT, una subsidiaria directa de la Sidro y dejó de estar
afiliada a la MT.65
Después de la muerte de F.S. Pearson en 1915, los presidentes de ambas
compañías eran R.C. Brown (1916-1926, con residencia en Toronto, el último de
los ingenieros en actividad bajo Pearson), y Conway (1926-1942/1947, desde
1919 ya director gerente, con residencia en la ciudad de México, un ingeniero
británico experimentado, de habilidades diplomáticas y gran coleccionista de
arte). Los dos consejos directivos de Toronto continuaron idénticos, con pocas
excepciones. Incluían en cargos correspondientes al director gerente y luego
presidente en la ciudad de México, así como a representantes de la firma de
abogados de Toronto y de los grandes accionistas. Entre 1921 y 1932, algunos
miembros de los dos idénticos Comités de Tenedores de Bonos con base en
Londres formaban parte de uno o de ambos cuerpos directivos. En 1930, de los
trece miembros del consejo directivo de la MLP y de los 14 de la MT, doce
pertenecían a ambos y nueve eran, al mismo tiempo, miembros del consejo de
administración de Sofina o Sidro o de otras compañías controladas por Sidro.66
Aún más: ambas compañías compartían el mismo secretario en Toronto, los
mismos secretarios auxiliares en Toronto, la ciudad de México y Londres, el
mismo banco en Toronto, así como los mismos abogados y auditores tanto en
Toronto como en la ciudad de México.67 La estructura jerárquica y departamental
en las oficinas en la calle Gante de la ciudad de México eran, hasta donde ello
fue posible, también idénticas.68

3. HACIA LA NACIONALIZACIÓN, DÉCADAS DE LOS AÑOS 1940 Y 1950

Alrededor de 1935, la reaparición de un conflicto laboral en la compañía de


tranvías coincidió con la intensificación de un debate político sobre el futuro de
esta empresa extranjera y con la creciente interferencia por las instituciones del
gobierno en los asuntos internos de ella. La feroz presión ejercida tanto por el
sindicato de la MT (la Alianza) como por el gobierno sobre asuntos laborales, los
servicios y los pobres resultados de operación de la empresa condujo, esta vez en
forma permanente, a la expropiación de la MT por el gobierno federal,
formalmente ratificada en 1947.
La Alianza llegó a ser el principal órgano “público” crítico de todos los
aspectos del funcionamiento de la MT. Por ejemplo, los líderes laborales
acusaron a la empresa de no haber ampliado ni modernizado su red de servicios
en correspondencia con el crecimiento de la ciudad. Aún más: la Comisión
Mixta, una de las comisiones trilaterales establecidas en 1939 para investigar las
operaciones de la compañía, insistió que la MT reportaba anualmente provisiones
excesivas para la depreciación de sus propiedades y derechos como una
estrategia dirigida a reducir los ingresos netos declarados y evadir, de esta
manera, las demandas del gobierno y del sindicato para reducir las tarifas y
elevar los salarios.69 Otra crítica consistía en la afirmación de que la compañía de
luz y fuerza atribuía a la MT una tarifa eléctrica artificialmente elevada,
permitiendo que esta registrara elevados déficit, mientras que la MLP obtenía
crecientes utilidades.70 Como consecuencia de esta crítica, en 1941 la Secretaría
de Economía ordenó que la MLP redujera sustancialmente las cuentas de
electricidad a la MT.71
Desde la perspectiva de la compañía de tranvías, la política económica de
México en los años treinta se había tornado insoportable. Cada huelga provocada
por la Alianza resultaba en un alza de los costos laborales. Por ejemplo, Conway
atribuyó en 1936 el aumento de los costos de operación de 10.7% a los
beneficios “impuestos por un juzgado” en favor de los obreros en el umbral de la
huelga de 1935.72 En repetidas ocasiones el gobierno apoyó la posición de la
Alianza con el argumento que las ganancias de la MT eran muy superiores a las
reportadas. Durante una huelga en 1940, por ejemplo, el Departamento del
Trabajo atribuyó a la compañía de tranvías utilidades de 4.4 millones de pesos
por lo que la consideraba en situación de enfrentar las demandas salariales del
sindicato.73
Durante las décadas de los años treinta y cuarenta, las relaciones de la
compañía de tranvías con el gobierno se deterioraron; sin embargo, los informes
oficiales y las intervenciones públicas no siempre siguieron el esquema antes
reseñado. Un informe publicado por el Consejo Nacional de Economía (de la
Secretaría de Hacienda) en 1935, por ejemplo, reconocía la estrechez financiera
de la MT y proponía, como principal remedio, un incremento sustancial de las
tarifas.74 En 1941, el gobierno incluso seguía estas opiniones autorizadas en
contra de las demandas del sindicato tranviario al aprobar sólo un pequeño
aumento de las tarifas.75 El Departamento de Tráfico del ayuntamiento de
México hizo también algunos esfuerzos para regular el sistema de autobuses al
prohibirles circular en las líneas tranviarias en el centro de la ciudad, una
práctica que bloqueaba el tráfico tranviario y “robaba” pasajeros en las rutas más
frecuentadas, operadas por la MT.76 Sin embargo, el gobierno no ocultaba el
hecho de que favorecía el sistema de autobuses de la ciudad. Llamados
frecuentes de la compañía de tranvías sobre la necesidad de aplicar normas
uniformes para el tráfico urbano, que hubieran obligado a los autobuses y
microbuses a ceñirse a un marco regulador territorialmente acotado, fueron en
vano.77 Estos llamados revelan que la MT no se oponía a la acción reguladora
gubernamental, ya que ésta le hubiera beneficiado en su competencia con los
autobuses. Sin embargo, Conway observaba con frustración que las acciones del
gobierno “restringieron considerablemente los derechos de la compañía para
manejar sus propias actividades”.78
Cuando las instituciones del gobierno “ayudaban” directamente a la MT, lo
hacían a fin de permitir que la compañía concediera las demandas salariales de la
Alianza, para evitar huelgas prolongadas. En medio de la huelga tranviaria de
1941, la Secretaría del Trabajo ordenó una reducción de las tarifas eléctricas de
la MLP que consideraba excesivas y obligó a la compañía de tranvías a usar todos
los ahorros de ahí resultantes para aumentos salariales. Y cuando, finalmente,
autorizó una elevación de las tarifas tranviarias, volvió a asignar estos ingresos
adicionales también para aumentos salariales y prohibió que la compañía los
destinara al mantenimiento de las vías.79 Las acciones del gobierno “favorables”
a la compañía no la habilitaban para enfrentar el deterioro de su infraestructura.
Sólo en 1943, el gobierno concedió a la MT aplazar sus pagos de impuestos, para
reparar sus deterioradas vías y su material rodante.80
La nacionalización de la MT, que comenzó con un control directo de sus
operaciones en 1943, constituyó la culminación de una progresiva interferencia
estatal y sindical. Aun en este periodo final, no está nada claro si fue la Alianza o
las autoridades federales las que controlaron la situación. Las dos declaratorias
de huelga en enero y febrero de 1943 estuvieron claramente dirigidas a provocar
la intervención gubernamental. Cuando, debido a la escasez de autobuses
causada por la guerra, los usuarios dependían principalmente del servicio de
tranvías, la Alianza planteó una serie de demandas “imposibles” de atender por
la MT. Estas demandas incluían un aumento sustancial de los salarios y los
beneficios de seguridad social, así como solicitudes para construir más vagones
y líneas férreas sin que, como era usual, se postulara un aumento de tarifas. El 4
de febrero de 1945, el ejecutivo federal autorizó una intervención de emergencia
en las operaciones de la compañía. Se reanudó el servicio tranviario, ahora bajo
la administración del “Director de Servicios de Transporte Urbanos y
Suburbanos del Distrito Federal”. Todos los administradores en ejercicio fueron
despedidos o impedidos de ingresar a las oficinas de la MT. El presidente de
México denunció la condición “anormal” de la intervención gubernamental y
afirmó “no sólo respetar sino proteger vigorosamente la propiedad privada”,
dejando que la Alianza figurara como el villano principal. El día siguiente al
término de la intervención oficial, el sindicato convocó a otra huelga, que resultó
en un “caos” para la ciudad y generó otro periodo más de control estatal,
supuestamente temporal.81 Con la confirmación de la Corte Suprema de esta
incautación y el rechazo de cualquier apelación de la compañía, el 13 de mayo
de 1947 y con el decreto del 2 de agosto del mismo año del presidente Ávila
Camacho, los tranvías de México pasaron oficial y permanentemente a manos
del gobierno, dirigidos a la sazón por el Departamento del Distrito Federal, bajo
el nombre de Servicio de Transportes Eléctricos del Distrito Federal, que opera
trolebuses hasta nuestros días, ya no tranvías.
El monopolio “natural” al comienzo y la propia naturaleza de los servicios
públicos de la MT tuvieron siempre, desde el Porfiriato, la justificación de un
cierto grado de interferencia gubernamental, respecto a la seguridad, el trazado
de líneas y las tarifas. Sin embargo, en el umbral de la revolución, un clima
político abiertamente hostil y un sindicato altamente militante limitaban la
empresa en su radio de maniobra. Con la reducción de ingresos por tarifas
mínimas a fin de enfrentar la competencia de los autobuses, por un lado, y con
los gastos continuamente en aumento debido a los mayores costos de la mano de
obra, los impuestos elevados y los desfavorables tipos de cambio, por el otro, la
MT no fue capaz de enfrentar sus deudas ni de modernizar su sistema ferroviario.
Después de su drástica descapitalización de 1934, la MT ya estaba a merced de
un gobierno decididamente partidario del sindicato y del principal competidor
del transporte urbano, los autobuses o camiones. No es entonces de extrañar que
la decisión de nacionalizar la MT en 1947 fuera recibida con un suspiro de alivio
por su propia administración y por sus propietarios.82
La nacionalización debe también ser vista como el fin de un proceso
progresivo de mexicanización que ocurrió desde dentro de las propias free-
standing companies. La naturaleza de las compañías de servicios públicos
requería, además de gran conocimiento técnico, de una considerable agilidad de
la administración para enfrentar las circunstancias locales, sociales, culturales,
legales y políticas. Tal experiencia era provista parcialmente por mexicanos,
tales como Luis Riba, el asesor legal de ambas compañías, que fue uno de los
dos nacionales que formaron parte del consejo directivo de la MT desde 1932
hasta su muerte en 1937.83 En parte, los ejecutivos extranjeros locales como
Conway, llegaron a adquirir gran habilidad para moverse en el contexto local,
dentro de lo que era políticamente posible. Sus puntos de vista podían variar
considerablemente respecto a los del consejo directivo en la casa matriz en
Toronto. Cuando dicho cuerpo insistió en los derechos contractuales de la
compañía relativos a la construcción de una nueva vía, Conway replicó: “En
México [...] asuntos de esa naturaleza [derechos de propiedad en las calles] no
podían tratarse como en Canadá o en los Estados Unidos, donde uno puede
siempre depender de las Cortes para proteger sus derechos e intereses”.84 Esta
gradual asimilación de los ejecutivos extranjeros a la cultura y a las actitudes
locales requeriría de un análisis más profundo por tratarse de un fenómeno
importante de las FSC y de otras multinacionales extranjeras insertas localmente.
En cuanto a la compañía de luz y fuerza, bajo el presidente Manuel Ávila
Camacho (1940-1946), su potencial para generar utilidades creció levemente, ya
que las autoridades gubernamentales autorizaron un alza marginal de las tarifas.
Durante la segunda guerra mundial, tanto las tarifas eléctricas ajustadas hacia
arriba como el mayor volumen de electricidad vendida aumentaron los ingresos
brutos de la empresa. Los gastos elevados, aunque moderadamente por debajo de
los ingresos brutos, debido a un crecimiento leve de los salarios y los impuestos,
facilitaron el incremento de los ingresos netos reflejado en mejores coeficientes
de operación. Al igual que a partir de la revolución, los ingresos brutos
comprendían las elevadas cuentas de electricidad impagas de instituciones
federales, estatales y municipales. Además, los pequeños consumidores
frecuentemente estaban conectados ilegalmente o carecían de medidores. Aún
más: en los gastos se incluían los precios más altos por las importaciones
necesarias, principalmente de Estados Unidos y mucho más difíciles de
conseguir durante la guerra. El valor en libros de los activos de la compañía de
luz y fuerza se estancó entre 1941 y 1944, aunque a un nivel ligeramente
superior. En virtud de un nuevo acuerdo de 1941 con los tenedores de bonos, la
MLP fue obligada a pagar, y efectivamente pagó casi regularmente los intereses y
las amortizaciones de sus bonos (véase cuadros 3, 4 y 6, y gráfica 2).
Durante el periodo de 1945-1960, con la excepción de tres años de
devaluaciones fuertes del peso mexicano (1948-1949 y 1954), los ingresos
brutos de la MLP aumentaron significativamente debido tanto al alza de las tarifas
como al creciente consumo que fue abastecido por energía generada en plantas
propias o adquirida por la compañía. Los gastos alcanzaron entre 80 y 90% de
los ingresos brutos, dando lugar al aumento de los ingresos netos. Una vez
descontados los intereses y amortizaciones sobre los bonos, así como las
reservas para cuentas impagas, la MLP obtuvo entre 1957 y 1960 una utilidad
neta de operación de hasta 5%; es decir, sin realizar inversiones en nuevas
plantas. La notable expansión de los negocios de la MLP en los años cincuenta se
reflejó en el agudo incremento del valor en libros de sus activos (véase de nuevo
cuadros 3, 4 y 6, y gráfica 2). Sin embargo, el amplio potencial de desarrollo de
la compañía de luz y fuerza fue limitado fuertemente por su Sindicato Mexicano
de Electricistas (SME) que alcanzó un continuo ascenso de los salarios y
prestaciones a niveles que no guardaban relación con los conseguidos en otros
sectores industriales del país.85
A partir de 1940, la MLP también compró volúmenes crecientes de
electricidad de las plantas hidroeléctricas y termoeléctricas de la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) para revenderla a sus propios clientes, proporción
que llegó a 50% en 1959. Las razones que explican la creciente demanda de
electricidad residen en el crecimiento demográfico (véase gráfica 1) y en el
proceso de industrialización de las zonas centrales del país, servidas por las
redes de la MLP y sus subsidiarias. Desde 1945 fue la demanda de electricidad de
alta tensión de las industrias y minas la que sobresalió. Destacan entre las
industrias la textil, la de fundición y laminación, las de cal y cemento, así como
las pequeñas y nuevas industrias, cuya demanda se incrementó más que la
demanda de baja tensión, también industrial, así como comercial y residencial.86
La MLP satisfizo esta demanda mediante la expansión de sus plantas y el
desarrollo de nuevas, así como por una creciente vinculación con la CFE. Al
mismo tiempo, la empresa extranjera como free standing company fue perdiendo
gradualmente su relativa ventaja tecnológica frente a la formación y experiencia
de los ingenieros de la CFE.
Durante la segunda guerra mundial era imposible que la MLP obtuviera
préstamos extranjeros para adquirir maquinaria y equipo eléctrico de mayor
escala de Estados Unidos.87 Sin embargo, ya en 1945 Nacional Financiera, S.A.,
el banco de desarrollo federal, obtuvo un empréstito del Export-Import Bank
(Washington, D.C.), con garantía del gobierno federal, con el objetivo de
adquirir en Estados Unidos equipo eléctrico para diferentes plantas
hidroeléctricas y termoeléctricas de la CFE. Un segundo empréstito federal para
la industria eléctrica, obtenido en 1946, financió plantas de electricidad de la
CFE, pero en esa ocasión también de la MLP. En 1949-1951, así como en 1954 y
1958, la MLP obtuvo más capital fresco en forma de varios grandes empréstitos
en dólares estadunidenses del Banco Mundial (BM, Washington D.C.),
acompañados por préstamos adicionales en pesos mexicanos de Nacional
Financiera, para desarrollar su propio programa de construcción y extensión de
plantas y sistemas de electricidad. En virtud de acuerdos celebrados en 1949 con
el BM para obtener el empréstito, los diferentes fondos de amortización existentes
(o reservas ocultas) para la depreciación de activos físicos y la de amortización
de derechos, incluidas provisiones para reemplazo y retiro, que figuraban en los
libros de la MLP, deberían ser transferidos a una sola reserva general o superávit.
Este superávit acumulativo alcanzaba valores extraordinariamente grandes en
1950 y a partir de 1954, cuando la MLP obtuvo los empréstitos del Banco
Mundial. Dos tercios del elevado superávit de 1954 habían sido acumulados
antes de 1950 (véase cuadro 4).88 Desde 1947, la MLP estuvo sujeta al creciente
control del BM, así como de las autoridades nacionales y los bancos del país,
representados por la Comisión Federal de Electricidad y Nacional Financiera.
Durante la segunda guerra mundial había un número cada vez menor de
miembros comunes en los consejos directivos de ambas empresas, porque
surgieron problemas de comunicación e interrupciones de carrera causados por
la guerra. A partir de 1946, cerca de la mitad de los miembros del cuerpo
directivo de la MLP, incluido el director gerente y presidente en la ciudad de
México, eran oficiales de Sofina o de Sidro. Sin embargo, en los años cincuenta,
la MLP se tornó más y más mexicana al incorporar destacados empresarios del
país a un nuevo comité consultivo del consejo directivo, establecido en la ciudad
de México en 1951. En una segunda etapa, a partir de 1955, algunos empresarios
mexicanos de importancia fueron incluso elegidos como miembros del consejo
directivo.89
La compañía de luz y fuerza (MLP) fue adquirida en 1960 por el gobierno
federal mediante la compra de la gran mayoría de las acciones a un precio
generoso, que dejó satisfecho a los propietarios y accionistas extranjeros y no
perjudicó el prestigio del gobierno en los mercados financieros internacionales.
El gobierno mexicano quería antes que nada adquirir las concesiones extranjeras,
prácticamente indefinidas, a fin de tener una base legal para realizar las
sustanciales y necesarias inversiones en la generación de electricidad, que la MLP
no estaba dispuesta a hacer; además, para evitar los permanentes flujos de
divisas hacia el exterior por concepto de utilidades a los accionistas, y para
integrar mejor en un sistema nacional las diferentes redes extranjeras de
generación y distribución de energía.90 El gobierno federal adquirió también en
ese mismo año, antes de la MLP, todas las compañías mexicanas de electricidad
de otro gran holding eléctrico internacional, la American and Foreign Power
Company Inc., con casa matriz en la ciudad de Nueva York.91 Este holding que
produjo menos utilidades con sus subsidiarias en el país estuvo, por lo tanto,
mucho más dispuesto a venderlas que Sofina.
En suma, ambas empresas extranjeras de servicios públicos fueron
adquiridas por agencias del gobierno federal, la MT en 1947 y la MLP en 1960,
con lo que pasaron a ser empresas públicas de propiedad federal. Por definición
una empresa pública es una empresa atípica, que no tiene necesariamente que
generar utilidades, ya que su objetivo es alcanzar ciertas metas de política
económica y social. Éste era el caso de las dos empresas mencionadas.
Para resumir nuestros resultados, quisiéramos señalar los siguientes aspectos:
1. La compañía de luz y fuerza y la de tranvías eran free-standing companies
con mínimas oficinas matrices ubicadas en este caso dentro de un gran despacho
jurídico en Toronto. Ambas pertenecían a un grupo de empresas eléctricas
establecidas por un excéntrico y dinámico promotor, Frederick Stark Pearson, un
ingeniero eléctrico estadunidense de la ciudad de Nueva York.
2. Tal como las compañías de servicios públicos en otras ciudades capitales
de América Latina estaban integradas verticalmente, de 1910 a 1934 la MLP era
una subsidiara de la MT, debido al fuerte potencial de rendimiento de los tranvías
eléctricos antes de la revolución. Por el empeoramiento del rendimiento de la MT
y el mejoramiento correspondiente de la MLP en las décadas posrevolucionarias,
esta relación de dependencia fue invertida, con la MLP surgiendo como la
empresa más exitosa.
3. Con el objetivo de alcanzar economías de escala, a partir de 1924 ambas
compañías de servicios públicos fueron integradas como subsidiarias en un gran
holding eléctrico multinacional; en este caso dentro de la Sofina de Bruselas,
Bélgica.
4. Después de que ambas compañías de servicios públicos desde finales del
Porfiriato habían caído bajo el creciente control gubernamental, fueron
finalmente nacionalizadas, la MT en 1947 y la MLP en 1960. En el mismo año, el
gobierno federal nacionalizó también todas las subsidiarias mexicanas del otro
gran holding eléctrico en el país, la American and Foreign Power Company Inc.,
de Nueva York.
5. La compañía de luz y fuerza y la de tranvías controlaban sus sistemas y
redes como monopolios “naturales”; si bien la MT, a partir de 1920, fue afectada
gravemente en su carácter monopolístico por la creciente y más flexible
competencia de las líneas de autobuses. Por consiguiente, ambas empresas
extranjeras tuvieron que enfrentarse con la creciente capacidad reguladora
gubernamental, que desde la revolución actuó aliada con las organizaciones
laborales. Vista desde el interior de las empresas, la revolución no significó un
cambio en la regulación, sino un hecho que simplemente intensificó el control
gubernamental de las mismas.
6. Los administradores y el personal local de las dos free-standing companies
entraron en un proceso progresivo de asimilación cultural y mexicaniza-ción que
comenzó mucho antes de la nacionalización formal.

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XXI.
Notas al pie
1
Agradecemos su colaboración en este artículo a Daniel Bitrán, Georg
Fischer y sobre todo a Mariano E. Torres Bautista. Damos nuestras gracias por
sus comentarios a nuestros colegas, especialmente a Arturo Grunstein, Aurora
Gómez-Galvarriato, Colín Lewis, Carlos Manchal, Paolo Riguzzi y Leonor
Ludlow. Este trabajo fue financiado por la Freie Universität Berlin, la Fundación
Humboldt y el Conacyt. Forma parte del proyecto “Ciudades mexicanas del siglo
XX: problemas históricos de la urbanización en México, ca. 1890-1970”,
Conacyt-2002-C01-39653.
2
WILKINS, 1998, p. 3.
3
SCHRÖTER, 1998, pp. 324-331 y MARCHILDON, 1998, pp. 393-398.
4
LIEHR y TORRES, 1998, pp. 267-268.
5
MILLWARD, 2000, pp. 315-318.
6
SEYB, 1900-1933, SEOI, 1900-1933 y SEOY, 1934-1976.
7
MLP-AR, 1906-1913 y 1921-1963, así como MT-AR 1907-1912 y 1920-1944.
8
Archivo Mexican Light and Power Company, Museo Tecnológico C.F.E.
(en adelante AMLP) y Archivo de la Compañía de Tranvías de México, Archivo
de Concentración, Sistemas de Transporte Eléctricos, México, D.F. (en adelante
MT-STE).
9
Sofina-R, 1922-1964.
10
SCOP-AGN, 1907-1928.
11
RODRÍGUEZ KURI, 1996, pp. 151-215; HUGHES, 1983, pp. 1-17; ARIZPE,
1900b, pp. 17-18, 116-125 y 132-145; GALARZA, 1941, pp. 9-24, así como
Cronología, 2000, pp. 1-5.
12
RODRÍGUEZ KURI, 1996, pp. 185-195 y ARIZPE, 1900a, pp. 89-109.
13
HERTNER, 1986, p. 128; JACOB-WENDLER, 1982, pp. 179-187; RODRÍGUEZ
KURI, 1996, pp. 197-201; ARIZPE, 1900a, pp. 117-198 y SEYB, 1899-1903.
14
ARIZPE, 1900a, pp. 100-101, 104 y 126-129.
15
JACOB-WENDLER, 1982, pp. 186-193 y ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp.
88-89.
16
ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 85-88 y GALARZA, 1941, pp. 26-27.
17
MLP-AR, 1906-1928; ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 92-93 y GALARZA,
1941, pp. 27-28.
18
MLP-AR, 1907 y ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 94-95.
19
MLP-AR, 1908 y 1912.
20
MLP-AR, 1930.
21
MLP-AR, 1908-1913.
22
LEIDENBERGER, 2002; ÁLVAREZ DE LA BORDA, 2002 y RODRÍGUEZ KURI,
1996.
23
PEÑA, 1943 y CRUZ RODRÍGUEZ, s.f.
24
CRUZ RODRÍGUEZ, s.f., p. 62.
25
La CLFD consiguió el monopolio de tranvías sólo cuando en julio de 1895
adquirió las concesiones de la Compañía de Ferrocarriles del Valle, véase
RODRÍGUEZ KURI, 1996, pp. 154-155.
26
MT-AR, 1907.
27
En 1934, los costos de electricidad de la MT significaron el 24% de los
egresos totales. “Estudio sobre la situación económica de la Compañía de
Tranvías de México, S.A.”, Departamento de Estudios Económicos, Secretaría
de Economía Nacional, 1935 (en seguida: “Estudio sobre la situación económica
de la CTM”), pp. 51 y 67-68. Agradecemos a Arturo Grunstein por habernos
facilitado este texto.
28
MLP-AR, 1907; MT-AR, 1907; SEOI, 1908; SEY, 1908 y FRENCH, 1981, pp. 77-
78.
29
RODRÍGUEZ KURI, 1996, p. 160. El ingeniero canadiense A.E. Worswick de
la MET había iniciado la electrificación de los tranvías de la ciudad (FRENCH,
1981, p. 77).
30
MT-AR, 1908.
31
MT-AR, 1907.
32
MLP-AR, 1907-1947; MT-AR, 1907-1942; AMLP, Minutes of Meetings of
Directors (DMB), 12 de nov. de 1909, 6 de dic. de 1909 y 5 de ene. de 1910; DMB,
16 de mayo de 1935; ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 95-104 y FRENCH, 1981,
pp. 4 y 78.
33
MLP-AR, 1906-1913.
34
MT-AR, 1908; ARMSTRONG y NELLES; 1988, pp. 95-99 y Comisión Mixta,
1940, p. 70.
35
La Ley de Organización Política y Militar del Distrito Federal, de 1903,
disminuyó considerablemente el poder político de los municipios que exigían,
por ejemplo, tarifas más bajas; RODRÍGUEZ KURI, 1996, pp. 168-173.
36
El ejército suprimió varios intentos de huelga de trabajadores de la MT en
la última década del Porfiriato, GONZÁLEZ NAVARRO, 1957, pp. 314 y 341-342.
37
LEIDENBERGER, 2002, pp. 346-353.
38
MT-AR, 1908 y MLP-AR, 1910.
39
Sofina-R, 1923-1964 y AMLP, Shareholder’s Minute Book, vol. 2 (1908-
1941), 27 de mayo de 1927, 28 de noviembre de 1927 y 2 de julio de 1930.
40
LEIDENBERGER, 2003 y RODRÍGUEZ, 1980, pp. 147-148.
41
ÁLVAREZ DE LA BORDA, 2002, pp. 70-76.
42
MT-AR, 1922.
43
MT-AR, 1924; Excelsior, 8 de marzo de 1925 y RODRÍGUEZ, 1980, pp. 215-
216.
44
MT-AR, 1924.
45
ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 212-214.
46
Los gastos incluían costos de operación y mantenimiento, de impuestos,
así como, a partir de 1921, la provisión para la depreciación material y la
amortización de derechos. MLP-AR, 1912, 1913 y 1921-1923. Sobre la
organización laboral véase GARZA TOLEDO, 1995, vol. 1, pp. 27-80.
47
MLP-AR, 1921-1930.
48
MLP-AR, 1931-1940.
49
MLP-AR, 1940.
50
Véase las indicaciones de fuentes y la nota en el cuadro 1.
51
WIONCZEK, 1967, pp. 60-100, así como Volt: Revista de Electricidad, vol.
1, núm. 1, México: Comisión Federal de Electricidad 1940.
52
MLP-AR, 1925, 1926 y 1928.
53
LEIDENBERGER, 2003.
54
PEÑA, 1943, p. 39.
55
PEÑA, 1943, p. 39.
56
LEIDENBERGER, 2003.
57
ÁLVAREZ DE LA BORDA, 2002, pp. 73-74.
58
ARMSTRONG y NELLES, 1988, p. 221.
59
COMISIÓN MIXTA, 1940, p. 70.
60
MLP-AR, 1921, 1927 y 1932; MT-AR, 1922, 1931-1933, así como
ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 212-216 y 222.
61
MT-AR, 1933 y 1934.
62
MLP-AR, 1921-1925; MT-AR, 1935; SCOP-AGN, 3/425-1, así como ARMSTRONG
y NELLES, 1988, pp. 211, 214, 217 y 221.
63
BOECK, 1989, pp. 21-32; VANLANGEHOVE, 1977, pp. 13-16 y Sofina-R,
1930.
64
Sofina-R, 1923-1927; ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 258-261 y AMLP,
Shareholder’s Minute Book, vol. 2 (1908-1941), 27 de mayo de 1927,28 de
noviembre de 1927 y 2 de julio de 1930.
65
AMLP, DMB, 11 de enero y 28 de mayo de 1929; Sofina-R, 1934 y
ARMSTRONG y NELLES, 1988, pp. 270-271.
66
MLP-AR, 1930; MT-AR, 1930 y DIRECTORY OF DIRECTORS, 1931.
67
MLP-AR, 1911-1913 y 1921-1943, así como MT-AR, 1911-1913 y 1921-1945.
68
MT-STE, MISC.-Y-125, 12-8-1, organigrama de la estructura jerárquica y
departamental conjunta de la MT, MLP y subsidiarias, 28 de noviembre de 1932,
aprobado por G.R.G. Conway.
69
La Comisión mixta, 1940, fue compuesta por representantes del gobierno,
de la Alianza y de la compañía. El pacto duradero entre el gobierno federal y los
trabajadores organizados aseguró que los oponentes de la MT dominaran esta
comisión
70
El “Estudio sobre la situación económica de la CTM” de la Secretaría de
Economía Nacional aplicó una lógica diferente y argumentó que cualquier
reducción de las tarifas de electricidad en favor de la MT sólo resultaría en un
impuesto indirecto a los demás consumidores. Recomendó que las operaciones
deficitarias de la MT más bien debieran resultar en alzas en las tarifas de viaje.
71
SÁNCHEZ-MEJORADA F., 2001, p. 326.
72
MT-AR, 1936.
73
SÁNCHEZ-MEJORADA F., 2001, p. 324.
74
“Estudio sobre la situación económica de la CTM” y SÁNCHEZ-MEJORADA
F., 2001, p. 323.
75
SÁNCHEZ-MEJORADA F., 2001, p. 323.
76
MT-AR, 1922.
77
MT-AR, 1930, 1933, 1936 y 1940.
78
MT-AR, 1940.
79
SÁNCHEZ-MEJORADA F., 2001, p. 326.
80
MT-AR, 1944.
81
MT-AR, 1944 y SÁNCHEZ-MEJORADA F., 2001, p. 335.
82
MT-AR, 1944 y Sofina-R, 1940-1948.
83
MT-AR, 1908-1947.
84
MT memo, J. Bernier, assistant to the president, to Conway, 13 de junio de
1924, MT-STE.
85
WIONCZEK, 1967, p. 153.
86
MLP-AR, 1950 y 1960.
87
MLP-AR, 1940-1944.
88
MLP-AR, 1943-1959.
89
MLP-AR, 1940-1959 y MT-AR, 1940-1944.
90
WIONCZEK, 1967, pp. 149-151 y 160; MLP-AR, 1960; Sofina-R, 1960.
91
WIONCZEK, 1967, pp. 142-145.
10. ESTRATEGIAS DE UNA FERRETERÍA
ALEMANA EN MÉXICO: LA “CASA BOKER”
FRENTE A MEDIO SIGLO DE CRISIS GLOBAL Y
NACIONAL, 1900-1948

JÜRGEN BUCHENAU
University of North Carolina-Charlotte

El 1 de noviembre de 1865, Robert Böker, el hijo de un ferretero de Remscheid,


Alemania, firmó un contrato que lo hizo socio de una pequeña ferretería en la
ciudad de México. Esta inversión formaba parte de una estrategia internacional
que también mandó a otros miembros de su familia a Buenos Aires, Melbourne,
Nueva York y San Petersburgo con el fin de vender herramientas hechas en las
compañías ferreteras Böker. “La primera ferretería de verdadera importancia”,1
que con el tiempo sería conocido como la Casa Boker,2 adquirió fama nacional a
fines del siglo XIX, superando rápidamente las más pequeñas empresas familiares
de Argentina y Estados Unidos.3 La compañía no sólo vendía cuchillería y
herramientas alemanas, sino también máquinas de escribir Remington, coches
Studebaker, y máquinas de coser Singer: en pocas palabras, el equipo necesario
para llevar a cabo la modernización de México. Al finalizar la construcción del
magnífico edificio Bóker en 1900, los observadores llamaron a la compañía el
“Sears de México”. En la era de la máxima diversificación de sus productos en
los años treinta, la Casa Bóker llegó a vender hasta 40 000 distintos productos,
incluidas vajillas, muebles y juguetes a clientes de mayo reo y menudeo en toda
la república.4 Hoy en día, en manos de la cuarta generación familiar, la Casa
Bóker sigue operando tras sobrevivir un siglo de violentos e impredecibles
cambios políticos, del auge de la cultura de consumo, de una urbanización
desenfrenada y de la conflictiva relación entre mexicanos y extranjeros.5
La Casa Boker, una de las tiendas más antiguas de la ciudad de México y de
las pocas que ha mantenido un archivo accesible a historiadores, sirve como un
estudio de caso de los negocios transatlánticos en México durante la primera y
turbulenta mitad del siglo XX. Durante este periodo, la revolución mexicana, la
creciente influencia estadunidense, la gran depresión y las dos guerras mundiales
obligaron a los empresarios alemanes a adaptarse a un entorno rápidamente
cambiante. La revolución, que aparentaba ser mucho más amenazante para los
empresarios extranjeros de lo que fue en realidad, destruyó la red distribuidora y
puso en peligro los privilegios de los inversionistas extranjeros. El incremento
del comercio bilateral entre Estados Unidos y México, junto con la gran
depresión, limitaron la demanda mexicana para los productos alemanes.
Finalmente, las dos guerras mundiales enfrentaron a Alemania contra las tres
naciones que tenían los intereses económicos más poderosos en México: Gran
Bretaña, Francia y Estados Unidos, las cuales cortaron las rutas de
abastecimiento de las empresas alemanas. En el caso de la segunda guerra
mundial, la participación mexicana en el conflicto convirtió a los alemanes
radicados en México en ciudadanos de un país enemigo.
Este artículo analiza las estrategias de superviviencia de la Casa Boker en
este desafiante entorno. Apoyándose en el estudio de un caso, se sugiere que el
periodo 1900 y 1948 causó la “mexicanización” de las empresas familiares
alemanas. Lejos de ser una vanguardia del imperialismo alemán, como otros
investigadores han insinuado, la Casa Boker adoptó estrategias flexibles para
sobrevivir en un mundo en el cual los europeos habían perdido su antigua
hegemonía, al ceder el paso a los empresarios estadunidenses y a la nueva
burguesía mexicana.6

LA SITUACIÓN DE LA CASA BOKER EN VÍSPERAS DE LA


REVOLUCIÓN

La cúspide de la empresa fue la triunfante inauguración el 2 de julio de 1900 del


edificio Boker, a dos cuadras del Zócalo, en lo que hoy en día es la intersección
de Isabel La Católica y 16 de Septiembre.7 Cuando el presidente Porfirio Díaz
pronunció su discurso con motivo de la inauguración, la Casa Boker se había
convertido en una de las tres ferreterías más grandes del país. Capitalizada con
2.25 millones de pesos y dotada de un inventario con un valor de más de un
millón de pesos, la compañía tenía las representaciones exclusivas de varios
proveedores británicos, alemanes y estadunidenses como Stanley, Stude-baker, y
la casa matriz de Remscheid, cuyos productos de cuchillería marca “Arbolito”
siguen gozando de fama mundial. Aunque los principales competidores
(Sommer, Herrmann, y Korff y Honsberg) contaban con tiendas de menudeo en
otras ciudades mexicanas, no tenían la misma participación del mercado o la
diversidad de productos que tenía la Casa Boker. La operación mayorista era
extensa y eficiente, y los agentes de mayoreo viajaban a casi todos los rincones
de la república, excepto a Nuevo León, donde un grupo de comerciantes locales
dominaba la distribución de productos ferreteros. La construcción del edificio
Boker hizo que el nivel de las ventas al menudeo alcanzara el de las operaciones
al mayoreo. 170 empleados atendían a la clientela que acudía al emporio
ferretero más grande de la capital; el edificio mismo, construido con el
exorbitante costo de 1.5 millones de pesos, ponía claramente de manifiesto la
presencia comercial alemana en México. Terminado justo antes de la
inauguración del enorme “Palacio de Hierro”, propiedad del clan familiar Tron,
de Barcelonnette, Francia, el Edificio Boker simbolizaba el monopolio alemán
en la importación y venta de productos ferreteros.8
Esta compañía alemana fue lo que el historiador Walther Bernecker llamaría
una empresa comercial al estilo de los conquistadores.9 La sociedad “Roberto
Böker y Cía.” fue concebida para permitirle a cada socio retirarse a Alemania
después de trabajar por un tiempo relativamente corto en México y vender su
participación a un hijo o a otro inversionista. Bajo este esquema, los socios
tomaban decisiones comerciales apoyándose parcialmente en sus planes futuros
en Alemania, y los socios que habían retornado a la madre patria siguieron
desempeñando un papel importante en las decisiones de la empresa. Robert
Boker y sus hermanos Max y Heinrich, los propietarios de 75 por ciento del
capital empresarial, también eran importantes accionistas de la “Heinrich Boker
und Co.”, el fabricante de los productos Arbolito. Cada uno de ellos trabajó entre
ocho y once años en México antes de regresar a Remscheid con sus esposas
alemanas, reteniendo todo el derecho al voto en la asociación.
Sin embargo, la compañía era mucho más que un establecimiento comercial
para vender los productos industriales familiares. Desde 1867, la Casa Boker se
había convertido en una empresa mexicana controlada por ciudadanos alemanes,
registrada ante un notario público mexicano e independiente de empresas
comerciales de tipo industrial. Franz, el único hijo de Robert, llegó en 1899 y
siguió la estrategia paternal de buscar esposa en Alemania, pero los difíciles
tiempos durante los cuales administró la Casa Boker no le permitieron regresar a
su país de origen. Franz participó activamente en las instituciones que
fomentaron la cooperación entre comerciantes alemanes, inversionistas
estadunidenses y la élite mexicana. Junto con inversionistas estadunidenses y
destacados personajes del Porfiriato, fue miembro de la junta directiva del Banco
Mexicano de Comercio e Industria10 y también fue uno de los miembros
fundadores de un comité que apoyaba las actividades de la YMCA.11 Además, la
Casa Boker siguió una estrategia comercial internacional. De hecho, el
porcentaje de productos alemanes en el inventario de la compañía jamás superó
40 por ciento; el resto venía de Bélgica, Gran Bretaña y Estados Unidos. El
origen internacional de la mercancía contribuiría a asegurar la supervivencia de
la Casa Boker durante las dos guerras mundiales porque limitó su vulnerabilidad
a la guerra económica aliada.
No obstante, la compañía enfrentaba graves dificultades económicas a
principios del siglo XX. La construcción del edificio Boker les había costado una
fortuna a los socios, y la deuda resultante ascendía a 58 por ciento de los activos
de la empresa. El exorbitante costo ocasionó un grave problema de flujo de
efectivo.12 Obviamente, el costoso inventario agravaba el problema, ya que era
renovado sólo una vez cada trece meses. A partir de 1907, una fuerte recesión
obligó a varios comerciantes ferreteros alemanes a competir recortando
drásticamente sus precios, lo que condujo a un cártel llamado “Unión de
Ferreteros”, que en su corta vida trató en vano de mantener márgenes de
utilidades sanos. Sólo un año después, las ventas en la Casa Boker se redujeron
drásticamente a su nivel más bajo en más de diez años, obligando a la compañía
a pedir un préstamo de 600 000 marcos (300 000 pesos). A pesar de la
participación del Banco Mexicano de Comercio e Industria con la empresa
familiar, este crédito fue garantizado por bancos alemanes.13 Durante esta
década, los ingresos de la compañía alcanzaron en promedio sólo 80 000 pesos
al año, una baja de 70 por ciento de los ingresos en la década de 1890.14 En
1909, estas dificultades contribuyeron a la decisión de Franz de reestructurar la
empresa familiar, convirtiéndola en una sociedad anónima llamada “Compañía
Ferretera Mexicana” (CFM). El nuevo contrato dividió el capital en 2 250
acciones de 1 000 pesos cada una.15 A diferencia de una asociación, la cual es
renovada cada cinco años, una corporación puede sobrevivir la salida de uno de
sus propietarios, ya que sólo es necesario encontrar a un comprador de su parte
accionaria.
La creación de la CFM marca un paso importante en el proceso de la
“mexicanización” de la Casa Boker. Siempre, desde 1909, los directores de la
Casa Boker han radicado en México y conservan la mayoría de su capital en
bienes raíces e inventario. Aunque la mayoría de las acciones quedaron en
manos de los miembros familiares que radicaban en Alemania, los directores
residentes en México fueron los que tomaron todas las decisiones importantes. A
pesar de que sus directores eran ciudadanos alemanes vivían dentro de la
realidad económica mexicana, por lo que su toma de decisiones seguía una
lógica mexicana y no alemana. Como concesión principal en favor de los
accionistas alemanes, los estatutos de la CFM crearon una junta directiva en
Alemania llamada el “Consejo Consultivo”. Sin embargo, en la práctica esta
junta no podía invalidar las decisiones del “Consejo Administrativo” en
México.16
A pesar de sus ventajas, la formación de la CFM hipotecó el futuro
crecimiento de la Casa Boker. Ya que no había compraventa pública de las
acciones de la CFM y el interés primordial de los accionistas en éstas era el pago
anual de dividendos. Respondiendo a los deseos de los accionistas, Franz pagaba
un dividendo alto en vez de reinvertir las ganancias, pero con ello sacaba capital
de la empresa que de lo contrario hubiera sido utilizado para invertirlo en el
proceso de fabricación o para mantener la competividad de la CFM de largo
plazo.17

CONFRONTACIÓN CON LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Sólo un año después de la fundación de la CFM, la revolución mexicana sacó


bruscamente al régimen porfirista que había sido tan magnánimo con los
inversionistas extranjeros. Durante este agitado periodo, la Casa Boker luchó por
su supervivencia, con pocas oportunidades para reflexionar sobre las
consecuencias que conllevaba la creación de una sociedad anónima. La
revolución unió a varios grupos opositores en contra de Díaz, pero sus metas
eran bastante variadas. Aunque Francisco I. Madero llevó esta alianza a la
victoria en mayo de 1911, su triunfo no trajo la paz. En febrero de 1913, el
general Victoriano Huerta derrocó a Madero, y en julio de 1914, una coalición
revolucionaria expulsó a Huerta al exilio. Sin embargo, los vencedores
comenzaron a luchar entre sí hasta que los carrancistas finalmente tomaron las
riendas del poder en 1913. La lucha, que continuaría a lo largo de cinco años
más, creó una serie de desafíos para los comerciantes extranjeros. Además de
causar grandes daños en gran parte de los hacendados que habían sido los
principales consumidores rurales de la Casa Boker, el conflicto armado
prácticamente paralizó las operaciones al mayoreo, y en 1915, el peor año de la
contienda en la capital, también las ventas en la tienda. El mayor legado de la
revolución, la Constitución de 1917, dejó una corriente de legislación
nacionalista concebida para igualar la posición económica de mexicanos y
extranjeros, cuando menos en el aspecto jurídico.
Como porfirista leal, Franz Böker se opuso a los revolucionarios. En su
opinión, el fervor idealista de Madero de crear un México democrático sólo
alimentaba el apetito de los desvalidos (como lo serían por ejemplo los
trabajadores mal pagados de la Casa Boker).18 A pesar de ello, Franz se unió con
sus compatriotas para respetar la autoridad del nuevo gobierno hasta el grado de
encabezar una carta colectiva pidiéndole al redactor de un semanario alemán que
moderara sus críticas violentas en contra de Madero.19 Cuando Huerta derrocó a
Madero, Franz inicialmente recibió con entusiasmo la noticia porque parecía ser
la restauración de la oligarquía porfirista. Desgraciadamente, el nuevo caudillo
hundió a México en el caos, al punto de que Franz más tarde comentó que la
dictadura de Huerta “había sido la más barroca que habíamos visto en el
gobierno mexicano. El viejo de 70 años fue el prototipo del bandido mexicano,
una persona sociable y bebedora que nunca perdía la calma, siempre ignoraba las
presiones y podía dormir sobre cualquier barril de pólvora. Una persona
simpática en comparación con la larga lista de dirigentes políticos mexicanos
generalmente poco congeniales hacia nosotros”.20
Franz pronto se percató de que el colapso del régimen huertista tampoco
mejoraba la situación. Aunque no estaba amenazada la seguridad de los
residentes extranjeros, sí se volvieron blancos de retribución. Por ejemplo, los
comerciantes extranjeros, y en especial los españoles que vendían alimentos y
demás artículos de primera necesidad, fueron el blanco del aliado de Carranza, el
general Álvaro Obregón, por su costumbre de fijar precios exorbitantes. En
febrero de 1915, Obregón decretó un impuesto especial a todas las inversiones
de capital. En respuesta a esta medida, los comerciantes extranjeros cerraron las
puertas de sus negocios y fijaron sellos consulares para impedir la entrada
forzada. Obregón correspondió ordenando a los empresarios que no habían
pagado el impuesto a barrer el Zócalo enfrente del Palacio Nacional.21 Mientras
proseguía la guerra entre las facciones en el norte del país, en la ciudad, que
hasta entonces no había sido tocada por los excesos revolucionarios, hubo
hambruna en ese cruento invierno. En abril de 1915, un residente británico de la
ciudad de México la describió como un “sepulcro silencioso” en el cual los
“peones comían carne de caballo, de gato y de rata”.22 Décadas más tarde,
lamentaba Franz:

El mexicano [actual] siempre [...] recordará que cuando ese tiempo


horroroso estaba llegando a su fin, todas las haciendas y estaciones
ferroviarias en el interior habían sido incendiadas, todos los restaurantes de
la capital con excepción de uno habían cerrado, las ventas de las tiendas de
importación habían caído a menos de un por ciento de lo normal, cómo una y
otra serie de papel moneda se nos imponía con pistola para luego
desaparecer, cuando las marchamas ya no iban al mercado porque ellas
mismas se comían sus jitomates o los cambiaban por otras cosas de valor,
cómo se talaron los árboles en los parques y se rodaban sus troncos en la
calle para tener madera y calentar las tortillas, cómo ardían lentamente los
cadáveres cubiertos con petróleo en la calle para luego llevárselos sin ataúd,
cuando una vida valía exactamente tan poco como el papel moneda.23

El año de 1915 fue también el punto más bajo para la Casa Boker. La lucha
en el campo confinó a la capital las ventas al mayoreo, eliminando así un
mercado que representaba más de 25 por ciento de los ingresos totales de la
compañía.24 Es más: después de la caída de Huerta, cada facción que ocupaba la
capital la inundaba con sus propios billetes que carecían de valor al triunfar el
siguiente líder revolucionario. En septiembre de 1914, un general carrancista
intentó embargar el abastecimiento de acicates de la Casa Boker y lo impidió la
intervención del encargado comercial alemán.25 En el siguiente verano, las
ventas se desplomaron totalmente: el 24 de julio de 1915, el día del nacimiento
del cuarto hijo de Franz en la ciudad de México, la casa Boker vendió
únicamente un peso en mercancía.26
Estos sucesos forzaron a los extranjeros de la capital a unirse, a pesar del
hecho de que sus hijos o familiares ya habían comenzado a matarse mutuamente
en la carnicería de las trincheras de la primera guerra mundial. Los hombres de
negocios británicos, franceses, alemanes e italianos cooperaron con los
comerciantes de trece países más para formar el Comité Internacional, con el fin
de que éste coordinara la respuesta de los empresarios extranjeros a las
demandas de los líderes revolucionarios. Franz, uno de los principales miembros
del Comité, más tarde afirmó que “a diferencia de nuestros compatriotas en
Europa, no permanecimos sentados en nuestras propias islas nacionales
separados entre sí por muros, sino que permanecimos unidos en el enigma
mexicano. Tuvimos enemigos comunes que hicieron que olvidáramos nuestras
diferencias nacionales [...] hasta que los americanos entraron a la guerra y
contaminaron la atmósfera”.27 Unidos, los comerciantes crearon un servicio de
mensajería a Veracruz administrado por un ciudadano estadunidense. En cuanto
un ejército invasor intentaba forzar la implantación de su papel moneda entre los
comerciantes, el Comité Internacional organizaba un boicot, y sus miembros
cerraban sus comercios hasta que se les permitiera nuevamente solicitar el pago
en oro o plata.28 Cuando la revolución le quitó la vida a un inglés prominente, la
colonia alemana lamentó su muerte y colocó sobre su tumba una corona con los
colores de la Alemania imperial.29
Durante esta fase, la más cruenta de la revolución mexicana, los problemas
de la Casa Boker eran menores en comparación con la destrucción generalizada
vista en otros lados y negocios. La compañía no tuvo grandes pérdidas; Sommer,
Herrmann y El Palacio de Hierro sufrieron mucho más, ya que sus
establecimientos comerciales fueron víctimas del fuego causados por
incendiarios y de una de las primeras grandes huelgas, en octubre de 1914, la
cual cerró el Palacio de Hierro después de que un gerente nacido en el extranjero
le pegó a una costurera. Cuando los trabajadores textileros del enorme emporio
de prendas de vestir demandaron salarios más altos, mejores condiciones
laborales y el derecho de formar un sindicato, los empresarios capitalinos se
percataron de que la fuerza de trabajo urbana ya no podía darse por hecha.30
Después del triunfo definitivo de Carranza y Obregón, la Casa Boker
rápidamente recuperó sus pérdidas. Cuando el papel moneda perdió todo su
valor a fines de 1916, la clientela comenzó a sacar sus pesos de oro que había
escondido durante la época de violencia para pagar los artículos. Con su almacén
lleno de artículos importados irreemplazables en tiempos de una guerra mundial,
la CFM cobró precios elevados por ellos (a menudo lo doble o triple que antes de
la revolución). Para sorpresa de Franz, la compañía tuvo una ganancia que
ascendió a 600 000 pesos oro en 1917, con un margen superior a 60 por ciento.
Aunque la Casa Boker jamás pudo repetir este resultado, las utilidades se
mantuvieron por encima de 50 por ciento en los siguientes tres años.31
Por lo menos en el corto plazo, la Casa Boker salió fortalecida del conflicto.
Como otras compañías alemanas, le sacó provecho a la escasez de artículos
importados de Europa en México, y las mayores utilidades resultantes sirvieron
para compensar el desplome en las ventas sufrido entre 1913 y 1916.32

UN NEGOCIO ALEMÁN DE IMPORTACIÓN EN LA PRIMERA GUERRA


MUNDIAL

Una conclusión corolaria fue que la primera guerra mundial, la cual estalló
durante la fase más violenta de la revolución mexicana, no le ocasionó graves
pérdidas a la compañía. Concretamente, el periodo anterior a la entrada
estadunidense en el conflicto bélico, en abril de 1917, había sido relativamente
benigno para los negocios alemanes. Durante este periodo, la rivalidad imperial
benefició a la Casa Boker porque les dio a las fuerzas revolucionarias un
incentivo para proteger los intereses alemanes como contrapeso hacia Estados
Unidos. Como Friedrich Katz lo ha demostrado, los gobiernos de Gran Bretaña,
Francia, Alemania y Estados Unidos intervinieron sin cesar durante toda la
revolución mexicana. Sobre todo Alemania y Estados Unidos fueron los países
que siguieron planes de gran alcance. En 1913, Wilson, el embajador
estadunidense, hizo los arreglos que llevaron a Huerta al poder en parte porque
Madero aparentaba ser demasiado anglofilo. En 1914, la marina de Estados
Unidos capturó Veracruz, pero sólo a pocos pasos se encontraba un barco de
guerra alemán que llevaba armamento para Huerta. Finalmente, en 1916, el
presidente Woodrow Wilson mandó la así llamada Expedición Punitiva a
Chihuahua para aprehender a Pancho Villa, quien anteriormente había dado a
conocer su simpatía por los alemanes.
El interés alemán por México estaba centrado primordialmente en su
posición geográfica. México, estratégicamente situado al sur de Estados Unidos,
fue el destinatario del tristemente famoso Telegrama Zimmermann de 1917 que
le ofreció a Carranza los cuatro estados del suroeste de Estados Unidos a cambio
de una alianza con Alemania. Aunque Carranza rechazó la propuesta, mantuvo a
México neutral durante la guerra y protegió los negocios alemanes.33
Sin embargo, esta fase temprana produjo una guerra económica cuyo blanco
no fueron sólo las naciones sino también las comunidades de sus ciudadanos en
el extranjero. Concretamente: las listas negras publicadas por los Aliados
tuvieron como objetivo eliminar el comercio alemán con países neutrales. A
manera de venganza por la guerra alemana sin cuartel, los gobiernos británico y
francés emitieron listas negras de personas y negocios del enemigo.34 Debido al
dominio británico en el comercio trasatlántico, la lista negra perjudicó los
intereses alemanes, incluso en naciones neutrales como México, donde ambos
lados operaban libremente.35 La Casa Boker, por ser una compañía en manos
alemanas, se enfrentó a dos problemas como resultado de su inclusión en las
primeras listas negras anglo-francesas. El efecto más grave fue que las listas
impidieron a los Boker hacer pedidos de sus proveedores británicos; otro
importante efecto secundario fue la prohibición a los ciudadanos británicos y
franceses de comprarle artículos a la Casa Boker.
El gobierno estadunidense defendió el derecho que las potencias neutrales
tenían para comerciar libremente durante la primera etapa de la guerra. Incluso el
anglófilo secretario de Estado, Robert Lansing, se opuso enérgicamente a las
listas negras porque interferían injustamente en los asuntos internos de países
neutrales. Lansing opinó que tal acto estaba “repleto de posibilidades para
influenciar indebidamente el comercio estadounidense”.36 Como entonces era
interpretado en Estados Unidos, el principio de la lista negra violaba los
derechos soberanos de los estados, ya que su efecto global afectaba tanto a los
germanoestadunidenses de Milwaukee como a los germanomexicanos de la
ciudad de México. Al gobierno estadounidense le preocupaba la creación de una
lista negra de sus propios ciudadanos, por lo que presionó a los ingleses y
franceses a que abandonaran sus planes de crear una lista de los intereses del
enemigo en Estados Unidos. A raíz de ello, la Casa Boker fue incluida en la lista
negra, mientras que Hermann Boker & Co., su contraparte neoyorquina, pudo
seguir comerciando libremente con los aliados.37
Efectivamente, como ya lo hemos visto, los esfuerzos de los Aliados por
destruir el comercio alemán no impidieron a los comerciantes británicos,
franceses y alemanes coordinar sus esfuerzos para mantener a los
revolucionarios mexicanos a raya. Aunque Franz exageraba al decir que “a pesar
del amor que sentimos por nuestras madres patrias, la guerra no generó
entusiasmo entre los europeos” en la capital mexicana, su observación sí registró
la cautela que prevalecía entre los comerciantes extranjeros.38 Aun cuando
muchos europeos residentes en la capital se enlistaron en sus respectivas fuerzas
armadas o se registraron para obtener préstamos de guerra, se mantuvieron
enfocados más en su propia situación que en la guerra. Como quedó demostrado
por la formación del Comité Internacional, para los comerciantes extranjeros los
intereses locales eran más importantes que los globales, y sus negocios estaban
por encima de sus nacionalidades. El cónsul inglés se percató muy bien de esta
actitud al afirmar que ellos mostraban una “absurda incapacidad de percatarse de
la amarga realidad que era la situación europea”.39 Fue sólo después del triunfo
definitivo de Carranza cuando esta cooperación, ya no tan necesaria, fue
reemplazada por una hostilidad abierta de acuerdo con los fines bélicos.40
Para la Casa Boker, la entrada de Estados Unidos al conflicto armado
condujo a la segunda y más peligrosa fase de la guerra. Dando marcha atrás a la
política estadunidense de nación neutral, la “Enemy Trading Act” (Ley sobre el
Comercio con el Enemigo) de julio de 1917 creó listas negras sobre los intereses
enemigos en el continente americano. El Departamento del Tesoro, al principio
indeciso por las críticas aislacionistas y progermanas, no recopiló la lista hasta
percatarse de que muchos productores estadunidenses seguían vendiéndole
mercancía a negocios alemanes.41 La primera lista negra fue publicada en
diciembre de 1917, y tanto Franz Böker como la CFM fueron incluidos en ella en
julio de 1918.42
La Casa Boker, al igual que muchos otros establecimientos comerciales,
resistió la presión estadunidense de eliminar el comercio alemán. Dado que el
régimen de Carranza se mantuvo neutral durante el conflicto global, las listas
negras jamás tuvieron fuerza legal en el país y tanto el gobierno carrancista
como la clientela mexicana de la Casa Boker hicieron caso omiso de sus
disposiciones. Mientras que aquellos gobiernos latinoamericanos que se habían
pasado del lado aliado incautaron propiedades de los residentes alemanes, la
neutralidad mexicana permitió a los comerciantes germanos continuar
ininterrumpidamente sus operaciones. La Casa Boker, por ejemplo, adquiría
mercancía Aliada a través de intermediarios, y la participación estadunidense en
la guerra fue demasiado corta para crear un serio problema de abastecimiento.
Con un inventario que ascendía a 2.5 millones de pesos, la Casa Boker estaba
bien equipada para sobrevivir el boicot de los Aliados.43 Además, los Boker y
otros comerciantes alemanes buscaron artículos mexicanos para sustituir algunas
de las importaciones provenientes de los países aliados. Ya en 1918, la Casa
Boker realizaba una sexta parte de sus compras en México.44 Entre los nuevos
proveedores mexicanos se encontraba una importante empresa que representaba
hasta esa fecha el más notable esfuerzo de los Boker por invertir en la industria
mexicana de la transformación. En 1917, Franz y otros dos comerciantes
mexicanos fundaron la fábrica de loza “El Ánfora”, la cual hasta hoy en día
continúa siendo una productora importante de lavabos, inodoros y demás
artículos de gres usados en la construcción de casas. Inicialmente una modesta
empresa, El Ánfora fue un éxito instantáneo porque la guerra impidió la
importación de productos caros de loza.45

LA “MEXICANIZACIÓN” DE LA CASA BOKER DURANTE LA GRAN


DEPRESIÓN

Aunque el final de la primera guerra mundial y la restauración de un gobierno


central en México prometían mejores tiempos, Franz Böker y los demás
directores de la compañía se mantuvieron en estado de alerta cuando una
sucesión de generales revolucionarios que llegaron a ocupar la silla presidencial
comenzaron a prestar su apoyo retórico al nacionalismo económico y al
movimiento obrero. Los Boker en particular aborrecieron a Lázaro Cárdenas
(1934-1940), quien en su opinión era un peligroso comunista.
Respondiendo a la alianza surgida entre el estado posrevolucionario y el
movimiento obrero organizado, los Boker se unieron con otros comerciantes
alemanes para fundar la Cámara Alemana de Comercio, la cual (contrariamente
a los empresarios individuales) sí podía solicitar la protección diplomática.46 A
diferencia de los empresarios de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, los
comerciantes alemanes se habían resistido hacía tiempo a la creación de una
cámara de comercio porque temían que tal institución fomentaría empresas
advenedizas que podrían emerger como posibles competidores. Todavía en 1920,
Franz y sus colegas trataron de disuadir a su legación de no fundar una Cámara
Alemana de Comercio. Sin embargo, bajo el espectro del nacionalismo
económico, la Cámara Mexicano-Alemana de Comercio comenzó sus
actividades en 1929, y un director de la CFM fungió como miembro de la junta
directiva.47
La gran depresión, que amenazó prácticamente a todo negocio en México,
empeoró las cosas aún más. Esta depresión comenzó tres años antes en México a
raíz del desplome del precio de la plata y de otras exportaciones minerales, y se
agravó cuando las compañías petroleras comenzaron a mover sus operaciones a
otros países. El desplome económico tocó fondo después del tristemente famoso
Viernes Negro de 1929, con el cual comenzó el colapso de la economía del
vecino del norte. Entre 1926 y 1932, el PIB real per cápita cayó casi en 31 por
ciento, ocasionando una fuerte contracción en la demanda de los bienes de
consumo y una prolongada crisis en el sector manufacturero. El peso, después de
haber estado a dos por dólar durante más de veinte años, cayó a 3.60 en 1934 y a
3.19 cinco años más tarde. Afortunadamente para la Casa Boker, la demanda de
artículos para los productores como herramientas y maquinaria se mantuvo
relativamente estable debido a que el gobierno mexicano continuó realizando
proyectos de infraestructura, los cuales beneficiaron a los grandes clientes de la
compañía.48 La resistencia del mercado a los bienes de producción, apoyado por
el gasto público, contribuyó a que la Casa Boker aguantara la gran depresión.
Con un toque irónico, el grado de subdesarrollo en que se encontraba el país
también ayudó, ya que el reducido mercado que había limitado el potencial de la
Casa Boker en épocas relativamente bonancibles la protegieron del punto más
bajo de la gran depresión. En un país en el que sólo entre 5 y 10 por ciento de la
población compraba productos industriales, el mercado no reaccionó de manera
dinámica a los altibajos económicos, y muchos de aquellos que le habían
comprado a la Casa Boker en 1920 continuaron haciéndolo en 1930.49
Así, la Casa Boker siguió prosperando en la era posrevolucionaria. Con
excepción de los peores años de la gran depresión, la CFM realizó ganancias
jugosas, de tal forma que Franz, mucho más tarde, llamaría a este periodo los
años “gordos” de la compañía.50 Por haberse negado a expandir más allá de la
tienda de la capital, además de su representación por agentes de mayoreo, la
Casa Boker eclipsó a su principal rival, la venerable Sommer, Herrmann y Cía.,
cuya red provincial de sucursales se vio afectada por la violencia de los años
revolucionarios. Por el otro lado, esa misma tienda en el edificio Boker, el sostén
principal del negocio, logró aún mayores ventas. Después de que la gran
depresión hizo quebrar a muchos establecimientos que habían vendido bienes de
consumo, la Casa Boker comenzó a vender vehículos Chrysler, porcelana
Rosenthal, muñecas, pintura y juguetes, así como baterías de cocina.51
Sin embargo, la Casa Boker no salió ilesa de las vicisitudes económicas.
Antes de la gran depresión, la CFM empleaba a casi 150 personas, entre ellos a 25
empleados de ascendencia alemana y una docena de agentes viajeros. A
principios de la década de los años treinta, los efectos de la crisis económica
mundial redujeron drásticamente las utilidades: en los cuatro años comprendidos
entre 1931 y 1934, la CFM reportó ventas totales de sólo 75 000 pesos oro. La
crisis obligó a Franz a reducir el personal y el espacio que la CFM ocupaba en el
Edificio Boker. En 1935 sólo quedaban 130 empleados.52 A fines de esa década,
la compañía experimentó otro receso económico a raíz de la expropiación
petrolera, pero se recuperó durante la fase inicial de la segunda guerra mundial.
Esta expansión condujo a la CFM a añadir treinta empleados a la nómina,
llegando a 165.53
La estrategia de la Casa Boker durante estos años combinó una orientación
pesimista con una postura defensiva para responder flexiblemente a los desafíos
cotidianos que enfrentaba un negocio en el México posrevolucionario. Los tres
directores, Franz Böker y otros dos oriundos de Remscheid, permanecieron en el
mundo decimonónico, en una era cuando los comerciantes respondían más a las
necesidades de los consumidores que a la creación de aquéllas. Mientras que
otras empresas europeas (sobre todo las cervecerías y los grandes almacenes de
ropa) continuaron expandiendo sus operaciones, el temor al cambio determinaba
las acciones de Franz. Durante los años gordos, él predecía un receso
económico, y durante los años flacos, un desastre. En vez de intentar una
expansión dinámica, estuvo satisfecho defendiendo el nicho comercial de la
Casa Boker. Con una notable excepción —la fábrica de loza “El Ánfora”,
mencionada anteriormente, en la cual Franz invirtió casi 100 000 pesos— se
dejó de invertir en las nuevas industrias. A pesar de ello, el negocio se adaptaba
bien a un entorno en vilo.
En particular, Franz y sus abogados concibieron planes que minimizaron los
efectos de la legislación revolucionaria y del activismo obrero en la Casa Boker.
Una serie de enmiendas de los estatutos de la CFM le confirió a la compañía una
cara más “mexicana” y menos “alemana”, lo que le ayudaría a sobrellevar la
segunda guerra mundial.54 En agosto de 1919, una enmienda eliminó al Comité
Consultivo en Alemania, una inconveniencia en una era cuando la ley requería la
nacionalidad mexicana de los propietarios extranjeros de negocios familiares en
México.55 En 1932, hubo otra enmienda que estipulaba que la compañía se
consideraba mexicana y como tal no invocaría la protección diplomática
alemana. De esa manera la CFM cumplió con la legislación mexicana.56
Un paso aún más importante fue la creación por los Boker de un grupo
secreto de empresas, el “Fondo A”, que los ayudaría a ocultar el hecho de que la
Casa Boker continuaba mayoritariamente en manos alemanas. El Fondo A, que
comprendía los activos de la Casa Boker, sirvió para ocultar la nacionalidad de
los accionistas de las autoridades gubernamentales, y permitió así a los
directores acumular un arca de guerra repleta de fondos ocultos. Aunque al
principio el Fondo sólo incluía a la CFM, con el paso del tiempo adquirió otros
activos excluidos de los libros oficiales como acciones, bonos, efectivo y
monedas de oro. Franz llevaba una contabilidad detallada del libro mayor del
Fondo A, ya que cada una de las 2 230 acciones de la antigua CFM equivalía a
una acción del nuevo fondo. El truco de Franz condujo a la creación de dos
distintos tipos de propietarios. Por un lado, estaban los dueños aparentes de la
CFM, la gran mayoría de ellos ciudadanos mexicanos; por el otro, la verdadera
mayoría controladora de las acciones de la Casa Boker todavía residente en
Alemania.57 En 1933, por ejemplo, 2 171 de las acciones de la CFM estaban en las
manos de un empleado de la compañía, mientras que Franz Böker sólo tenía
73.58 Pero en realidad la compañía seguía mayoritariamente en manos alemanas.
El Fondo A también fue un mecanismo para canalizar fondos a Alemania,
por lo que fue un buen ejemplo de una decisión comercial dependiente de la
cultura. El Fondo, que llegó a pagar en los años buenos un dividendo de hasta 12
por ciento, reflejaba la noción de Franz: recompensar a los “accionistas”
alemanes era más importante que el crecimiento de la empresa. Efectivamente,
Franz utilizó sus ingresos provenientes de los dividendos (así como su parte de
39 por ciento de los beneficios netos que iban a los directores) para adquirir
gradualmente las partes de sus parientes, algo que se volvió cada vez más difícil
cuando los alemanes se dieron cuenta que su parte en el Fondo A constituía una
inversión segura a salvo de las autoridades fiscales. Poco tiempo antes de estallar
la segunda guerra mundial, Franz incluso transfirió una gran cantidad de dinero a
un banco alemán que pagó el dividendo durante y después de la guerra.59
La Casa Boker se enfrentó también a la Ley del Trabajo de 1931 que colocó
a sindicatos independientes en empresas medianas. Antes de entrar en vigor esta
legislación, los contratos colectivos de trabajo habían regulado las relaciones
obrero-patronales. Los empleados casi no tenían poder de negociación, y la
empresa podía despedir a todo trabajador que participara en huelgas o paros.60
Cuando la Ley Obrera prohibió tales prácticas, Franz y sus abogados crearon un
mecanismo mediante el cual previnieron tal acción en contra de su compañía. El
resultado fue la “Compañía de Inversiones La Esperanza, S.A.”, una empresa de
bienes raíces con un capital de 100 000 pesos que más tarde compró el edificio
Boker. De esta manera, se evitó el paro de los empleados de la CFM en el edificio
Boker, ya que la ley lo permitía sólo en edificios propiedad de la compañía que
empleaba a los trabajadores que deseaban expresar su descontento. La Esperanza
empleaba sólo a unos pocos conserjes, una fuerza de trabajo tan reducida que los
excluía de muchos de los beneficios dados por la ley.61
El nuevo sindicato, la “Unión de Empleados y Trabajadores de la Compañía
Ferretera Mexicana” (UET), resultó ser un negociador dócil. Fundada en 1932, la
UET sindicalizó a 103, o alrededor de las dos terceras partes de los empleados.62
El sindicato era dominado por veinte mexicanos en puestos medios; uno de ellos,
José Arturo Pliego, después llegaría a ser el primer mexicano en subir al rango
de director.63 Los primeros contratos muestran que la UET tenía un poder
negociador muy limitado, ya que todas las decisiones que afectaban al personal
seguían siendo tomadas por los directores. La CFM le dio a la UET lo mínimo
exigido por la Constitución: la semana laboral de 48 horas, seis días de
vacaciones y seguro médico básico. No obstante, la UET sí logró negociar alzas
salariales para sus trabajadores peor remunerados: mientras que el costo de los
alimentos se incrementó en 65 por ciento, los salarios subieron en 81 por
ciento.64
Dada esta cooptación obrera, no sorprende, pues, que el cardenismo no haya
afectado a la Casa Boker. Aunque Cárdenas fomentó la centralización obrera al
crear la CTM (Confederación de Trabajadores Mexicanos), la “blanca” UET
continuó como sindicato empresarial. Por ejemplo, en febrero de 1936, la UET
hizo caso omiso a un llamado a huelga de una organización afiliada a la CTM en
contra de la Casa Boker. La razón fue una disputa laboral en la fábrica de gres
“El Ánfora”, a la cual los huelguistas conectaron con la Casa Boker por la
participación accionaria de Franz en ella. Una gran sorpresa para los Boker fue
que el Departamento de Justicia del Distrito Federal ordenó a la afiliada de la
CTM a terminar su huelga.65 Dos años más tarde, una organización juvenil
organizó un paro antifascista enfrente de la Casa Boker y de dos empresas
japonesas y una española en la capital. Los Boker lograron el apoyo de la
Cámara Nacional de Comercio, y las autoridades mexicanas decidieron poner fin
al paro a los pocos días.66

LA CASA BOKER DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Este paro marcó la transición hacia la segunda guerra mundial, que significó el
último y más grave desafío a la Casa Boker durante el periodo de 1900-1948
debido a la participación mexicana del lado aliado en contra de la Alemania nazi.
Aunque una reflexión crítica sobre las actitudes que los directores de la Casa
Boker tenían hacia los nazis iría más allá del propósito de este artículo, debemos
tener presente un patrón de conducta básico. Mientras que los Boker y la
mayoría de los comerciantes alemanes en la ciudad de México simpatizaban con
los nazis, su supervivencia comercial siempre fue más importante que su
ideología. Por ejemplo, compañías como la Casa Boker se rehusaron a cortar sus
lazos con los pocos comerciantes judíos que seguían comprando a empresarios
alemanes.67 Lo que es más, los Boker y muchos otros comerciantes nunca
proclamaron su adhesión a la causa nazi ni despidieron a sus empleados judíos.
Sabían muy bien que si apoyaban abiertamente a los nazis serían incluidos en las
listas negras estadunidenses en caso de estallar otra guerra mundial. Por lo tanto,
los Boker retuvieron a sus dos empleados judíos, uno de ellos el jefe de la
tienda.68 En las palabras de un diplomático británico: “la comunidad comercial
alemana continúa encargándose de sus propios asuntos y está empeñada en
conservar sus negocios sin enfatizar sus simpatías nacionales”.69
Estas tendencias condujeron al fin de la “mexicanización” de la Casa Boker.
Pronto se les exigió a la CFM y a muchas otras compañías la ciudadanía mexicana
o aliada de todos sus dueños. En ese momento, la mexicanización aparente de la
Casa Boker como reacción al nacionalismo revolucionario dio buenos
resultados. Con el propósito de seguir siendo los verdaderos dueños del Fondo
A, los Boker depositaron todas las acciones de la CFM con sus miembros
familiares nacidos en México como los hijos de Franz. Para tratar de compensar
un posible congelamiento de todas sus cuentas bancarias, también crearon un
fondo misceláneo accesible en caso de emergencia. Pusieron monedas de oro,
certificados de depósito y acciones en envases de leche y los enterraron en el
jardín residencial. Además, compraron acciones de cervecerías mexicanas a
través de intermediarios.70 Hacia principios de 1942, los Boker también habían
renunciado a sus puestos en las oficinas de las organizaciones de la colonia
alemana que ya se encontraban bajo supervisión nazi.71 Finalmente, la sucesión
de generaciones también jugó un papel importante: en 1937, Gunther, el hijo
mayor de Franz Böker, se había casado con una mexicana de la colonia alemana
como él, al igual que sus dos hermanas, quienes habían encontrado esposos
germanomexicanos. Comenzando con Gunther, la Casa Boker siempre ha sido
administrada exclusivamente por ciudadanos mexicanos.
Afortunadamente para los comerciantes alemanes, el gobierno mexicano
protegió los intereses comerciales alemanes aun después de que Hitler lanzara
sus ejércitos en contra de sus países vecinos en Europa. En mayo de 1940, el
presidente Cárdenas, aunque teóricamente proaliado, declaró que a su gobierno
no le preocupaba una quinta columna del Eje. Pocas semanas más tarde, el
memorándum escrito por un agente secreto concluyó que el candidato
presidencial Juan Andreu Almazán planteaba una amenaza mucho mayor que los
infiltradores alemanes. El memorándum condujo a la expulsión de Arthur
Dietrich, el agregado de prensa alemán, quien había dirigido la campaña de
propaganda nazi en México.72
Sin embargo, después de la derrota francesa a manos de los alemanes en
junio de 1940, el gobierno mexicano estrechó su colaboración con Estados
Unidos, y el espectro de la influencia del Eje hizo su parte para convencer al
gobierno estadunidense de resolver todas las diferencias pendientes con México.
Antes de que Manuel Ávila Camacho asumiera la presidencia, comenzaron las
negociaciones para crear una comisión sobre defensa conjunta, y en diciembre
de 1940, el vicepresidente estadunidense incluso asistió a su inauguración.73 A
cambio de la promesa mexicana, de apoyar la coordinación de la defensa
hemisférica, el gobierno estadunidense actuó como intermediario para llegar a
un acuerdo amplio del problema petrolero.74
A pesar de la emergente alianza entre México y Estados Unidos, la Casa
Boker sobrevivió sin mayores dificultades los dos primeros años de la contienda,
ya que la interrupción del comercio directo causó escasez, la cual impulsó el
incremento de los precios. Los funcionarios de la embajada estadunidense en
México se percataron de la utilidad que representaban los comerciantes alemanes
como los Boker para los exportadores de su país. Todavía en noviembre de 1940,
un memorándum de la embajada afirmaba que las compañías alemanas
“constituían el mejor vehículo para introducir productos manufacturados [en
Estados Unidos] a toda la república” e incluyó a 16 empresas, pero no a la Casa
Boker, por desempeñar actividades perjudiciales a Estados Unidos.75 Además,
hasta marzo de 1941, los Boker obtenían artículos alemanes a través de
intermediarios como la Unión Soviética. El último de estos embarques era tan
grande que un funcionario estadunidense estimó que satisfaría las necesidades de
los consumidores capitalinos en los próximos diez años.76
No obstante, cuando este último embarque estaba llegando a su destino, el
gobierno estadunidense ya había identificado a los comerciantes alemanes como
una parte integral de la agresión nazi. En febrero de 1941, un memorándum del
Departamento de Estado describió a los comerciantes alemanes en
Latinoamérica como “engranes de la maquinaria económica [nazi]”. Continuaba
el informe: “Los alemanes son los únicos que atienden las regiones del interior
de muchos países y [...] toda la estructura comercial, tanto la privada como la
oficial, es un libro abierto para los agentes comerciales alemanes [...] aliados a
los personajes financieros y políticos de su país de origen. Es una red de
influencia que va desde la costa hasta las lejanas fronteras de prácticamente
todas las repúblicas”.77 Efectivamente, el 15 de julio de 1941, el gobierno de
Roosevelt publicó la Proclaimed List of Certain Blocked Nationals (Lista
Proclamada de Ciertos Nacionales Bloqueados). Como en 1917, el origen étnico,
no necesariamente la nacionalidad, decidió la inclusión en la lista negra.78 No
sorprende, pues, que la CFM haya sido incluida en la Lista Proclamada por ser
considerada “altamente sospechosa” por el gobierno británico.79 A pesar de ello,
los Boker seguían durmiendo bien. Incapaces de obtener importaciones
directamente, las compraban a través de intermediarios mexicanos, incluidos
varios clientes de mayoreo.80 Además, como ya lo hemos visto, durante la
primera guerra mundial la neutralidad mexicana había mitigado los efectos de
una lista negra similar, por lo que los Boker tenían la esperanza que el gobierno
mexicano les permitiría continuar con sus operaciones una vez más, ya que
sabían que Ávila Camacho resentía los intentos estadunidenses de eliminar
compañías controladas por ciudadanos mexicanos. Mientras que quince países
latinoamericanos entregaron cerca de 4 000 personas de origen alemán, Ávila
Camacho, al igual que los líderes argentinos, brasileños y chilenos, se rehusó
castigar a ciudadanos mexicanos cuyo único pecado era hablar, actuar y verse
como alemanes.81
No obstante, el gobierno del general Ávila Camacho gradualmente se
acercaba a la órbita aliada, ante todo después del bombardeo japonés a Pearl
Harbor. Cuando submarinos alemanes torpedearon dos buques petroleros
mexicanos en mayo de 1942, el presidente mexicano le declaró la guerra a las
potencias del Eje.82 Esta declaración tuvo consecuencias nefastas para la Casa
Boker. El 13 de junio, el gobierno mexicano puso a la CFM, La Esperanza y otras
380 empresas alemanas, italianas y japonesas bajo el control de la recién
formada Junta de Administración y Vigilancia de la Propiedad Extranjera.83
A pesar de ello, los mexicanos cooperaron de mala gana con las listas negras.
Resistiéndose a las presiones de la embajada estadunidense, Ávila Camacho no
expropió formalmente las propiedades alemanas. En vez de ello, el presidente
planeaba actuar sólo en contra de nazis conocidos, y fue únicamente la presión
del vecino del norte que lo obligó a firmar un decreto general que se aplicara a
todas las propiedades del Eje.84 Él sabía que los negocios alemanes habían
desempeñado un papel importante en la introducción de la tecnología extranjera
a México, y sabía muy bien que la incautación de estos bienes incrementaría la
dependencia mexicana en el comercio con Estados Unidos.85 Por ello, nombró a
Luis Cabrera como jefe de la Junta, un conocido intelectual antiestadunidense
que veía a su agencia como un fideicomisario en pro del bien común nacional
más que un vehículo bélico.86 Otro factor mitigante fue el hecho de que los
Boker tenían buenas relaciones personales con un gobierno mucho más
procapitalista que el de Cárdenas (al grado de que el general Ávila Camacho era
un conocido de Gunther Böker). Antes del ataque a Pearl Harbor, Ezequiel
Padilla, su secretario de Relaciones Exteriores, había solicitado infructuosamente
al gobierno estadunidense quitar a la Casa Boker de la Lista Proclamada dado el
carácter “mexicano” de la empresa. Además, el apropiadamente denominado
secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés, aseguró a los comerciantes
que se encontraban en la lista que sus propiedades serían devueltas en cuanto
terminara la guerra.87
Alentado por estas señales, Gunther comenzó un proceso legal que pidió la
liberación de la Casa Boker ante la intervención de la Junta. Como él había
indicado, la empresa estaba en manos de ciudadanos mexicanos, y la compañía
jamás había apelado para recibir la protección diplomática alemana.88 Sin
embargo, a pesar de sus méritos (y aparte del hecho de que el general Ávila
Camacho no podía dar vuelta atrás a su decisión) el proceso distaba mucho de
ser convincente. Gunther dio indicios de que aún se identificaba con Alemania;
por ejemplo, los archivos del Departamento de Inmigración estadunidense
sacaron a luz que Gunther era portador tanto de un pasaporte alemán como de
uno mexicano, y Franz Boker, un alemán, seguía siendo dueño del edificio
Boker a comienzos de la década de los años cuarenta.89
La intervención amenazó no sólo el futuro de los empleados alemanes de la
Casa Boker, sino la existencia misma de la compañía. La Junta separó a 36
directores y empleados de habla alemana, entre ellos todo el equipo
administrativo. Para colmo de males, la Junta (una institución nacional) se
instaló en el edificio Boker, sin pagar nunca, ni siquiera un centavo de alquiler.90
En su búsqueda por obtener los máximos ingresos en corto plazo, la agencia
descuidó la administración financiera y vendió maquinaria e inventario sin tomar
en cuenta los factores comerciales. Así, no sorprende que la Junta haya
publicado una ganancia modesta de 9 a 12 por ciento por año fiscal y que a fin
de cuentas haya subastado muchas de las compañías cuando éstas dejaron de
tener valor.91 Hasta la Casa Boker terminó en el bloque de subastas en 1943, y
fue sólo el elevado precio inicial y las súplicas de Gunther con los compradores
potenciales las que evitaron la venta.92 En esa ocasión, Gunther aprendió a no
confiar en su colega, el director anterior a la intervención, el germano-mexicano
Julio Carstens Alcalá, quien le ofreció al gobierno su participación accionaria en
la CFM.93
Por todo ello, la situación financiera de la Casa Boker se deterioró durante la
intervención. Entre 1942 y 1947, cuando el peso perdió la mitad de su poder de
compra por la inflación, los ingresos anuales se redujeron de 1 100 000 a 260
000 pesos, una reducción real de 88 por ciento. El efectivo en reserva se redujo
en 150 000 pesos, en términos reales a la mitad. La Junta obligó a la CFM a pagar
una parte de sus gastos operativos, al grado de que en 1947 esta contribución
superaba la ganancia neta de la compañía. Además, el inventario perdió una
tercera parte de su valor en términos reales cuando la Junta reemplazó los
artículos importados con los nacionales más baratos.94 En 1947, el desplome en
la demanda de productos mexicanos en Estados Unidos, ocasionado por la crisis
económica de la posguerra en ese país, desencadenó la más grave crisis en las
relaciones obrero-patronales que la compañía jamás había experimentado. Como
sucedió en casi toda la república, los salarios de los empleados se quedaron atrás
respecto al incremento generalizado de los precios. Había llegado el tiempo de la
carestía.95 Por ejemplo, los trabajadores menos remunerados ganaban sólo 60
pesos semanales o 150 por ciento más que en 1939, lo que en realidad equivalía
a 20 por ciento menos debido a la inflación. Por lo tanto, la UET declaró una
huelga cuando la administración rechazó su demanda por un incremento salarial
que hubiera compensado a sus miembros por la pérdida del poder adquisitivo de
los trabajadores sindicalizados. La huelga duró siete semanas y casi empujó a la
CFM a la bancarrota.96
Irónicamente, el peor momento para la Casa Boker marcó el fin de la
intervención. Tres años después de la guerra, el gobierno mexicano ya no le veía
utilidad a la administración de la propiedad enemiga. A fines de 1948, el
presidente Miguel Alemán devolvió a sus dueños la Casa Boker y 144
compañías más.97 Después de todo, el costoso edificio que había precipitado el
comienzo del turbulento medio siglo para los Boker finalmente les produjo
dividendos. La estructura empresarial, una sociedad anónima que había sido el
resultado de una escasez de capital después de la construcción del edificio
Boker, le había permitido a la familia camuflar quién era el verdadero dueño de
la CFM. Sin tal camuflaje, es probable que el gobierno mexicano hubiera
expropiado la Casa Boker. También ayudó la reserva de los Boker hacia las
iniciativas nazis, y explica por qué la embajada estadunidense no se opuso a la
devolución de su compañía. Finalmente, el dinero de las acciones cerveceras así
como las monedas de oro escondidas en envases de leche les vinieron bien. El
fondo misceláneo no sólo les ayudó a reponer sus existencias en el almacén sino
también a financiar los sobornos necesarios para recobrar su compañía. Además,
tal fondo fue la principal fuente familiar de ingresos durante los años
intervencionistas.98
La Casa Boker había sobrevivido un tumultuoso periodo marcado por la
revolución mexicana, la gran depresión y dos guerras mundiales. La casa
comercial obtuvo jugosas ganancias en los años cuando la primera guerra
mundial ocasionó una escasez de productos importados, y la neutralidad
mexicana mitigó la mayoría de los efectos de la inclusión de compañías
alemanas en las listas negras aliadas. En esa época, los Boker aislaron su
compañía del nacionalismo revolucionario al darle la apariencia de una empresa
netamente mexicana. En las décadas siguientes, la cooptación exitosa de sus
trabajadores en un sindicato empresarial logró evitar las huelgas durante la
presidencia de Lázaro Cárdenas. La Casa Boker también supo aguantar la
creciente influencia estadunidense a expensas de la europea. La compañía
reconoció el significado que tuvo para Estados Unidos concebir una estrategia
comercial trasnacional. Su estatus como mercado de salida para los artículos
estadunidenses persistió durante la primera guerra mundial a pesar de los
esfuerzos del presidente Woodrow Wilson por eliminar el comercio alemán.
Después de la captura nazi del poder, la decisión de los Boker de continuar su
asociación con los productores aliados y sus empleados judíos mantuvo a la
compañía libre de problemas hasta la entrada mexicana al conflicto bélico del
lado aliado. Sin embargo, la segunda guerra mundial marcó una encrucijada
definitiva. El gobierno estadunidense trató a los Boker como “extranjeros
enemigos” y los hizo objeto de una campaña para expulsar la influencia del Eje
del hemisferio occidental. En junio de 1942, una agencia gubernamental tomó el
control del negocio y agotó su inventario y reservas de efectivo.
Cuando los Boker recobraron finalmente su empresa, la ciudad de México
había cambiado para siempre. Un año antes, la primera tienda Sears, Roebuck
había abierto sus puertas; ahora, la “verdadera” Sears finalmente había llegado a
la capital. Debilitada por más de 50 años de lucha, la Casa Boker se veía incapaz
de competir contra los nuevos gigantes comerciales mexicanos y estadunidenses
que desde entonces han dominado el ramo en México. Al mismo tiempo, la
actividad comercial se salió del centro histórico hacia los suburbios y
alrededores de la ciudad de México. Enfrascada en el difícil procedimiento de
reconstrucción después de la adquisición gubernamental y la entrada en un
conflicto laboral con su sindicato, la Casa Boker pagó tardíamente el precio de
no expander su segmento en el mercado ni su inversión en la industria durante
las décadas de los años veinte y treinta. Cuando las importaciones se volvieron
más difíciles de conseguir, los Boker cambiaron a productos hechos en México
que de haber invertido en esas industrias, hubieron podido fabricar ellos mismos.
Cuando se incendiaron las instalaciones a principios de 1975, la compañía
estuvo al borde de la quiebra. Fue sólo su reestructuración, la cual implicó una
drástica reducción de personal, la que aseguró que sobreviviera las crisis
económicas de 1982 y 1994. A pesar de todo lo ocurrido, la compañía continúa
existiendo hoy en día, uno de los últimos recuerdos de lo que antaño fue una
fuerte presencia alemana en el comercio minorista mexicano.99

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Notas al pie
1
MORALES DÍAZ, 1971, p. 76.
2
Por ser más útil para el lector, de ser posible, se usará en adelante este
nombre popular de la empresa. Se usará diéresis en el apellido Bóker sólo para
los miembros familiares nacidos en Alemania.
3
Por falta de documentación, no puede hacerse un estudio comparativo más
amplio de las casas comerciales familiares en Buenos Aires y Nueva York con la
Casa Bóker en México. La Casa Bóker argentina todavía existe, aunque ya no
está en manos familiares.
4
“Un comercio moderno...” 2000, p. 4.
5
Vease BUCHENAU, 2004. Agradezco el apoyo de la Universidad de Carolina
del Norte en Charlotte, del Southern Regional Education Board y del National
Endowment of the Humanities.
6
VON MENTZ et al., 1982 y 1987; MARTÍNEZ MONTIEL y REYNOSO MEDINA,
1993, pp. 336-65.
7
La empresa sigue operando hoy en este mismo sitio, aunque a menor
escala.
8
BUCHENAU, 2004, cap. 2.
9
BERNECKER, 1988.
10
Public Record Office (en adelante, PRO), Foreign Office (en adelante, FO)
371/2402, file 113337, T.B. Holder a Grey, 14 de julio de 1915; SCHELL, 2001, p.
8.
11
SCHELL, 2001, p. 69.
12
Archivo Histórico Boker, S.A. de C.V. (en adelante, AB), Fondo Memorias
(en adelante, FM), Franz Böker, “Véasesuch”, p. 19.
13
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, p. 29; Franz Böker, “Schicksal von
Kapital und Arbeit”, p. 5.
14
AB, Fondo Franz y Luise Boker (en adelante, FFLB), “Finanzlage und
Rentabilitaet des Hauses Roberto Boker & Cía. in den Jahren 1895-1909”.
15
Archivo General de Notarías (en adelante, AGNot), notaría 69 (Augusto
Burgoa), libro 3, vol. 26, p. 235, “Sociedad, Compañía Ferretera Mexicana”, 1
de nov., 1909.
16
AGNot, notaría 69 (Augusto Burgoa), libro 3, vol. 26, pp. 236-248,
“Sociedad, Compañía Ferretera Mexicana”, 1 de nov., 1909.
17
AB, FM, Franz Boker, “Schicksal von Kapital und Arbeit”, pp. 2-4.
18
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, 31, 34-36.
19
BAUER-THOMA, 1912, pp. 31-32.
20
“[...] ist das barockste gewesen, was wir an Herrschaft in Mexiko erlebt
haben. Der 70 jöhrige Alte war der Prototyp des vóllig nervenlosen, jeden Druck
ignorierenden, auf jedem Pulvéasefass schlafenden, saufenden und
kameradschaftlichen mexikanischen Banditen, eine menschlich sympathische
Figur in der langen Reihe der uns meist wenig kongenialen mexikanischen
Machthaber”. AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, p. 2.
21
LEAR, 2001, p. 273; PRO, FO, 371/2396, exp. 13003, Hohler a Foreign
Office, 23 de febrero de 1915; PRO, FO, 371/2398, exp. 4018, Hohler a Foreign
Office, 26 de febrero de 1915, p. 3.
22
PRO, FO, 371/2398, exp. 52164; en Spring Rice a Grey, 30 de abril 1915.
23
AB, FFLB, Franz Böker, “Ueber die Lage”, exp. 2, p. 2.
24
AB, Fondo Asambleas (en adelante, FA), Ordinaria—Acta 3, 15 de mayo de
1912, 2.
25
Archivo Hisórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores (en adelante,
AHSRE), exp. 1612-163, Arthur G. Magnus al oficial mayor, Secretaría de
Relaciones Exteriores, 16 de septiembre de 1914.
26
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, 37.
27
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, 38; véase también KING, 1935, pp. 252-
53.
28
Es buena indicación de la suerte de la Casa Boker que la empresa nunca
reclamó daños causados por la revolución en la Comisión Mixta de
Reclamaciones Alemania-México. AHSRE, exp. III-1142-8, Puig Casauranc a
Rüdt von Collenberg, 24 de mayo de 1934, AHSRE; Archivo General de la Nación
(en adelante, AGN), Miguel Alemán Valdés (en adelante, MAV), exp. 562.11/9-8,
Francisco Boker a Miguel Alemán Valdes, 31 de enero de 1947.
29
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, 38.
30
Ibid., 37; LEAR, 2001, pp. 228-229.
31
AB, FM, Franz Böker, “Schicksal von Kapital und Arbeit”, p. 6; AB, FFLB,
exp. “Familien-geschichte”, Franz Böker a Heinrich Boker, 26 de noviembre de
1919.
32
VON MENTZ et al., 1987, vol. 1, pp. 102-105.
33
KATZ, 1981, pp. 350-67.
34
FRUS, 1915, Suplemento: The World War, “Note verbale”, Spring Rice al
secretario de Estado, 1 de marzo 1915, Bryan a Page, 5 de marzo de 1915, pp.
127-128 y 132-133; FRUS, 1916, Suplemento: The World War, Page a Bryan, 19
de enero de 1916, pp. 337-338.
35
PRO, FO 551/11, memorándum, “Home Office and the Blockade”, p. 4; PRO,
Treasury Solicitor (en adelante, TS) 14, minutas del Black List Committee, 2 de
nov. de 1915.
36
Nacional Archives (en adelante, NA), General Records of the Department
of State (en adelante, RG 59), 763.72112/2229, Lansing a Page, 25 de enero de
1916.
37
PRO, FO 371/2706, Thurstan a Grey, México, 18 de diciembre de 1916.
38
AB, FM, Franz Böker, “Véasesuch”, p. 38.
39
PRO, FO 371/2962, exp. 48/152598, Grahame Richards, “Report on the
present Mexican situation”, 3 de agosto de 1917.
40
PRO, FO 371/2700, exp. 48/80209, mensaje del consulado alemán en
México interceptado por el War Trade Intelligence Committee, 22 de mayo de
1916.
41
NA, RG 59, 763.72112/5323, Chamberlain al secretario de Estado, 31 de
octubre de 1917.
42
NA, RG 59, 763.72112/6414, Summerlin al secretario de Estado, 8 de enero
de 1918; NA, Foreign Post Records of the Department of State (en adelante, RG
84), “México City Con-sulate, 1912-1936”, vol. 312, exp. 711.3, 1917; NA,
Records of Army (en adelante, RG 165), Mi-litary Intelligence División, War
Department General Staff, box 3802, file 10921-2/26-4, Chamberlain a
Summerlin, 31 de julio de 1917; WarTrade Board, Confidential List, 4 de abril
de 1919; WAR TRADE BOARD, 1919, pp. 91 y 99.
43
Valor en el año 1913. AB, FA, Asamblea Extraordinaria, 21 de abril de 1914.
44
AB, FFLB, exp. 1, Franz Böker, “Der Fondo A und die früheren Aktionáre
der C.F.M”. p. 2.
45
VON MENTZ et al., 1987, vol. 1, p. 55.
46
COLLADO HERRERA, 1996, pp. 124-125.
47
Politisches Archiv Auswártiges Amt (en adelante, AAB), R 91207, Bóker a
G.A. Schmidt, 31 de mayo de 1920, y Schmidt a Auswärtiges Amt, 9 de julio de
1920; VON MENTZ et al., 1987, vol. 1, pp. 147-150.
48
HABER, 1989, pp. 150-170.
49
HABER, 1989, p. 171; NIBLO, 1995, p. 14.
50
AB, FFLB, Franz Böker, “Véasesuch einer Rekonstruktion der Hergánge, die
unsere heutige Lage herbeigeführt haben”, p. 2.
51
Entrevista con Carlos Seippel, 26 de mayo de 1998.
52
AB, FA, asambleas 1931-1934; entrevista con Carlos Seippel, 26 de mayo de
1998.
53
AB, Fondo Escrituras (en adelante, FE), lista de empleados.
54
AB, FM, Franz Böker, “Schicksal von Kapital und Arbeit”, p. 6.
55
AB, FA, CFM Asamblea Extraordinaria, 4 de agosto de 1919.
56
AB, FA, CFM Asamblea Extraordinaria, 21 de noviembre de 1932.
57
AB, FM, Franz Böker, “Schicksal von Kapital und Arbeit”, pp. 6-8.
58
AB, FA, CFM Asamblea Ordinaria, 23 de mayo de 1933.
59
AB, FA, CFM Asamblea Ordinaria, 25 de mayo de 1933; AB FM, Gunther
Boker, “Unsere Geschaefte waehrend und nach dem Kriege”, p. 2.
60
AB, Fondo Sindicato (en adelante, FS), “Contrato Individual de Trabajo”.
61
AB, FE, leg. Esperanza, “Sociedad, Compañía de Invéasesiones La
Esperanza, S.A”, 13 de junio de 1931; AB, FE, leg. CFM, “Compraventa”, 28 de
junio de 1935.
62
AB, FS, Justus Scharff al presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje
del D.F., 11 de marzo de 1932.
63
AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte waehrend und nach dem
Kriege”, p. 5.
64
NACIONAL FINANCIERA, 1977, 218.
65
Excelsior, 14 de febrero de 1936; AB FFLB, exp. “huelgas y paros”, diario
de Franz Böker, 11 al 15 de febrero de 1936; AGN, Fondo Lázaro Cárdenas (en
adelante, LC) 432.2/187, Fernando Amilpa a Lázaro Cárdenas, 17 de febrero de
1936.
66
Excelsior, 11 de marzo de 1938; AB FFLB, “huelgas y paros”, Cámara
Nacional de Comercio al jefe del DDF, 10 de marzo de 1938.
67
AGN, MAV, exp. 562.11/9-8, Gunther Boker a Miguel Alemán, 29 de marzo
de 1948; AB, FM, Gunther Boker Pocorny, “Unsere Geschaefte”, pp. 3-5.
68
Después de la guerra, Kalb escribió una carta pidiendo la desintervención
de la Casa Boker, entonces bajo la administración del gobierno mexicano.
AHSRE, II1-677-1, Kalb a la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1 de abril de
1946.
69
PRO, FO 371/24217, A.D. Davidson a F. Godber, 5 de marzo de 1940.
70
AB, FM, Franz Böker, “Schicksal von Kapital und Arbeit”, pp. 7-10; AB
FFLB, exp. 34, Franz Böker, memorándum, 9 de abril de 1943.
71
Véase lista preparada por el Federal Bureau of Investigation (en adelante,
FBI) en NA, RG 165, Military Intelligence Reports, caja 2460, exp. “NSDAP v. 19”,
13 de febrero de 1942.
72
Excebior, 23 de mayo y 4 de junio de 1940; NA, RG 59, 812.00N/151,
Meili, “El nazismo en México”, en L’Boal al Secretary of State, junio (s.f.) 1940;
PAZ, 1997, pp. 30-31.
73
NIBLO, 1995, pp. 65-66.
74
Ibid., TORRES RAMÍREZ, 1979, pp. 9-64.
75
NA, RG 59, 812.00, Charles A. Bay, “A Compilation of Information
Concerning Germán Firms in México”, en Daniels al Secretary of State, 8 de
noviembre de 1940, pp. xiii-xiv.
76
NA, RG 165, 2657-G-842-99, J. Edgar Hoovéase a Adolf Berle, 28 de marzo
de 1941; AAB, R 114665, Franz Buchenau a Auswärtiges Amt, 7 de marzo de
1940.
77
NA, RG 59, 862.20210/414A, Adolf Berle, “The Pattern of Nazi
Organizations and Their Activities in the Other American Republics, 6 de
febrero de 1941”, pp. 36-37.
78
NA, RG 353, caja 9 exps. 1-3; FRUS 1941, Sumner Welles, “Procedures and
Policies on Maintenance of the Proclaimed List of Certain Blocked Nationals”,
28 de agosto de 1941, vol. 6, pp. 271-283.
79
PRO, Board ofTrade (en adelante, BT) 271/284, núm. 3244 “Statutory List
Cases”; U.S. DEPARTMENT OF STATE, 1941, pp. 39-40; AB FM Gunther Boker,
“Unsere Geschaefte”, pp. 1-2.
80
AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, p. 2.
81
Excelsior, 23 de julio de 1941.
82
PRO, FO 204/639, Bateman a Edén, 13 de junio de 1942.
83
JUNTA DE ADMINISTRACIÓN Y VIGILANCIA DE LA PROPIEDAD EXTRANJERA,
1943, p. 51, y 1947. Esta cantidad no incluye las fincas rurales, por ejemplo, los
de los cafetaleros alemanes.
84
PRO, FO 371/38342, “Germán Community in México”, en Bateman a Edén,
13 de abril de 1944.
85
Excelsior, 6 de junio de 1943.
86
JUNTA DE ADMINISTRACIÓN Y VIGILANCIA DE LA PROPIEDAD EXTRANJERA,
1943, p. 4.
87
AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, p. 2; AHSRE, III-668-1 (2a
parte), Ramón Beteta a Secretaría de Relaciones Exteriores, 7 de enero de 1942,
y Ezequiel Padilla a Secretaría de Hacienda, 7 de febrero de 1942.
88
AB, Fondo Intervención (en adelante, FI), “CFM Reclamación Intervención”,
Gunther Boker a Junta, 9 de julio de 1942.
89
FBI, 65-16273-1802, “Clog Case”, [nombre borrado] a FBI, 8 de julio de
1943, p. 4.
90
AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, pp. 3-4; VON MENTZ et al.,
1987, vol. 1, pp. 212-216; AHSRE, III-668-1 (3a parte), Luis Topete Bordes a
Ezequiel Padilla, 21 de diciembre de 1942.
91
JUNTA DE ADMINISTRACIÓN Y VIGILANCIA DE LA PROPIEDAD EXTRANJERA,
1947, p. 73.
92
Excelsior, 12 de mayo y 12 de junio de 1945.
93
AGN, Fondo Manuel Ávila Camacho (en adelante, MAC) 550/35-8, Julio
Alcalá Carstens a Ávila Camacho, 29 de agosto de 1945.
94
AB, FI, “CFM Reclamación Intervención”, Gunther Boker, memorándum, 28
de febrero de 1950.
95
NIBLO, 1999, pp. 219-222.
96
AB, FS, “Contrato de Trabajo”, CFM a Junta, 21 de julio de 1947; AB, FM,
Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, p. 5.
97
AGN, MAV, 432/268, Manuel Moreno Sánchez y Luis Cabrera a Alemán, 11
de noviembre de 1947; AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, pp. 5-8.
98
AB, FM, Gunther Boker, “Unsere Geschaefte”, pp. 11-12.
99
BUCHENAU, 2004, cap. 6 y 7.
México y la economía atlántica (siglas XVIII-XX)
se terminó de imprimir en mayo de 2006
en los talleres de Sistemas Técnicos de Impresión, S.A. de C.V..
San Marcos 102-10, Col. Tlalpan, 14000 México, D.F..
Portada: Irma Eugenia Alva Valencia
Tipografía y formación:
Patricia Zepeda, en Redacta, S.A. de C.V.
El cuidado de la edición estuvo a cargo de Sandra Kuntz
bajo la supervisión de la Dirección de Publicaciones de El Colegio de México.

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