Casanova La Literatura Como Mundo
Casanova La Literatura Como Mundo
Casanova La Literatura Como Mundo
PASCALE CASANOVA
Dicho de otra manera, ¿es posible encontrar los medios conceptuales con
los que enfrentarse al postulado central de la crítica literaria interna, basa-
da en el texto: el de que existe una ruptura total entre el texto y el mundo?
¿Podemos proponer herramientas teóricas y prácticas capaces de combatir
el principio rector de la autonomía del texto, o la supuesta independencia
de la esfera lingüística? Hasta el momento, me parece que las respuestas
dadas a esta pregunta crucial, desde la teoría poscolonial entre otras, sólo
han establecido una relación limitada entre los dos ámbitos supuestamen-
te inconmensurables. El poscolonialismo postula que existe una relación
directa entre la literatura y la historia, una relación exclusivamente política.
A partir de ahí, pasa a realizar una crítica externa que corre el riesgo de
reducir lo literario a lo político, imponiendo una serie de anexiones o cor-
tocircuitos, y pasando a menudo en silencio por las verdaderas caracterís-
ticas estéticas, formales o estilísticas que de hecho «hacen» la literatura.
Quiero proponer una hipótesis para superar esta división entre crítica inter-
na y externa. Digamos que existe un espacio mediador entre la literatura y
el mundo: un territorio paralelo, relativamente autónomo del ámbito polí-
tico, y dedicado por ello a preguntas, debates, invenciones de naturaleza
específicamente literaria. En él, las luchas de todo tipo –políticas, sociales,
nacionales, de género, étnicas– acaban siendo refractadas, diluidas, defor-
66
madas o transformadas de acuerdo con una lógica literaria, y en formas lite-
ARTÍCULOS
rarias. Trabajar sobre esta hipótesis, intentando al mismo tiempo prever
todas sus consecuencias políticas y prácticas, debería permitirnos estable-
cer un curso de crítica a la vez interna y externa; en otras palabras, una crí-
tica capaz de dar una explicación unificada de, pongamos, la evolución de
las formas poéticas, o la estética de la novela, y la conexión de ambas con
el mundo político, económico y social; y que incluso nos dijera, mediante
un proceso muy largo (histórico, de hecho), cómo se rompe el vínculo en
las regiones más autónomas de este espacio.
En el relato «La figura en la alfombra» –enfocado como está hacia los obje-
tivos de interpretación en literatura– Henry James despliega la hermosa
1
Noam CHOMSKY, Current Issues in Linguistic Theory, La Haya, 1964, pp. 105 ss.
67
metáfora de la alfombra persa. Vista de pasada o demasiado de cerca,
ARTÍCULOS
parece un entramado indescifrable de formas y colores arbitrarios; pero
desde el ángulo correcto, la alfombra presenta de repente al observador
atento «la combinación correcta» de «soberbia complejidad»; un conjunto
ordenado de motivos que sólo se pueden entender relacionados entre sí,
y que sólo se hacen visibles cuando se perciben en su totalidad, en su
dependencia recíproca y su interacción mutua2. Sólo cuando se ve la
alfombra a modo de configuración –por usar la expresión utilizada por
Foucault en Les Mots et les choses– que ordena las formas y los colores,
pueden comprenderse sus regularidades, variaciones y repeticiones; su
coherencia y sus relaciones internas. Cada figura sólo se puede captar en
función de la posición que ocupa dentro del conjunto, y de sus interco-
nexiones con todas las demás.
El nacimiento de un mundo
2
Henry JAMES, The Figure in the Carpet and Other Stories, Harmondsworth, 1986, p. 381 [ed.
cast.: La figura de la alfombra, Barcelona, JRS, 1978].
68
Los mecanismos mediante los que funciona este universo literario son los
ARTÍCULOS
opuestos exactos de lo que normalmente se entiende por «globalización
literaria»: mejor definida como un impulso a corto plazo de los beneficios
de las editoriales situadas en los centros más poderosos y mercantiliza-
dos, mediante la comercialización de productos pensados para una rápi-
da circulación «desnacionalizada»3. El éxito de este tipo de libro entre las
capas cultas occidentales –que no representa más que un cambio de la
literatura de estación ferroviaria a la de aeropuerto– ha fomentado la creen-
cia en un proceso continuo de pacificación literaria: una progresiva nor-
malización y homologación de los temas, las formas, las lenguas y los
tipos de relatos en todo el mundo. En realidad, las desigualdades estruc-
turales en el mundo literario dan lugar a series específicas de luchas, riva-
lidades y enfrentamientos sobre la propia literatura. De hecho, a través de
estos encontronazos es como se hace visible el espacio literario.
Estocolmo y Greenwich
3
Véase André SCHIFFRIN, The Business of Books: How the International Conglomerates Took
over Publishing and Changed the Way we Read, Londres y Nueva York, 2000.
4
Véae Kjell ESPMARK, Le Prix Nobel. Histoire intérieure d’une consécration littéraire, París, 1986.
5
La reciente concesión del premio a la austriaca Elfriede Jelinek –inclasificable autora de
relatos y obras de teatro violentos y experimentales, con una actitud crítica radical, radical-
mente pesimista, política y feminista– es otro ejemplo de la total independencia del jurado
sueco para tomar sus decisiones y dirigir su «política literaria».
69
cia a un centro en el que se determina el presente literario. Propongo lla-
ARTÍCULOS
mar a este centro el Meridiano de Greenwich de la literatura. Al igual que
la línea imaginaria, arbitrariamente escogida para determinar las líneas de
longitud, contribuye a la organización real del mundo y permite medir dis-
tancias y evaluar posiciones en la superficie del planeta, también el meri-
diano literario nos permite calcular la distancia entre el centro y los prota-
gonistas dentro del espacio literario. Es el lugar en el que la medición del
tiempo literario –es decir, la evaluación de la modernidad estética– cristali-
za, se disputa y se elabora. Lo considerado moderno aquí, en un momen-
to dado, será declarado el «presente»: textos que «dejarán su huella», capa-
ces de modificar las actuales normas estéticas. Estas obras servirán, durante
un tiempo al menos, de unidades de medición dentro de una cronología
específica, modelos de comparación para producciones posteriores.
Temporalidades
6
«Lo moderno estaba fuera, tuvimos que importarlo», escribe, por ejemplo. Octavio PAZ, La
búsqueda del presente. Conferencia Nobel, San Diego, 1990.
70
signos más claros de cómo funcionan estos mecanismos. Esto explica, al
ARTÍCULOS
menos en parte, la permanencia del término «modernidad» en las procla-
mas y en los movimientos literarios al menos desde 1850; desde las dife-
rentes vanguardias europeas y latinoamericanas, a los diversos posmoder-
nismos, pasando por los futurismos italiano y ruso. Las innumerables
reivindicaciones de «novedad» –Nouveau Roman, Nouvelle Vague, etcéte-
ra– se adhieren al mismo principio.
7
Antonio CÁNDIDO, «Literature and Underdevelopment», en On Literature and Society, tra-
ducido al inglés por Howard Becker, Princeton, 1905, pp. 128-129 [ed. cast.: «Literatura y
subdesarrollo», en César Fernández Moreno (coord.), América Latina en su literatura, Méxi-
co, Siglo XXI, 1976].
71
del drama burgués que predominaban en Londres y París, y labrándose un
ARTÍCULOS
nombre como dramaturgos o productores8. En el Dublín de 1900, Joyce
hizo uso a su vez de la estética prodigiosa y la novedad temática de la obra
de Ibsen en su lucha contra el teatro irlandés, que amenazaba, en su opi-
nión, con volverse «demasiado irlandés».
Superando fronteras
¿Pero por qué partir de la hipótesis de que existe un espacio literario mun-
dial y no otro más restringido, que habría sido más fácil de demarcar: un
campo regional o lingüístico, por ejemplo? ¿Por qué preferir empezar cons-
truyendo el mayor ámbito posible, el que entraña más riesgos? Porque ilu-
minar el funcionamiento de este espacio, y en particular las formas de
dominación ejercidas dentro de él, supone rechazar las categorías y las divi-
siones nacionales establecidas; de hecho, exige un modo de pensamiento
transnacional o internacional. En cuanto adoptamos esta perspectiva mun-
dial, comprendemos inmediatamente que los límites nacionales, o los lin-
güísticos, simplemente enmascaran los efectos reales de la dominación y la
desigualdad literarias. La razón es sencilla: las literaturas de todo el mundo
se formaron sobre el modelo nacional creado y promovido por Alemania a
finales del siglo XVIII. El movimiento nacional de las literaturas, que acom-
pañó a la formación de los espacios políticos de Europa desde el comien-
zo del siglo XIX, condujo a una esencialización de las categorías literarias y
a la creencia de que las fronteras del espacio literario coincidían necesaria-
8
El mismo uso «interesado» de lo extranjero explica el caso de los románticos franceses cita-
do por Christopher PRENDERGAST: «utilizaron a» Shakespeare y la tradición teatral inglesa para
establecerse en el espacio francés. Véase «La negociación de la literatura mundial», NLR 8
(mayo-junio de 2001), pp. 127-130.
9
El famoso artículo de SARTRE sobre The Sound and the Fury, «La temporalité chez Faulkner»,
apareció en la Nouvelle revue française en junio-julio de 1939; reimpreso en Situations I,
París, 1947, pp. 65-75.
72
mente con las fronteras nacionales. Las naciones se consideraban unidades
ARTÍCULOS
separadas y encerradas en sí mismas, cada una irreducible a cualquier otra;
y desde dentro de su especificidad autárquica, estas entidades producían
objetos literarios cuya «necesidad histórica» se inscribe dentro de un hori-
zonte nacional. Stefan Collini ha demostrado la tautología que subyace a la
definición de «literatura nacional» para el caso británico (o más bien inglés):
«sólo aquellos autores que despliegan las características supuestas son reco-
nocidos como auténticamente ingleses, una categoría cuya definición des-
cansa sobre los ejemplos proporcionados en la literatura escrita exclusiva-
mente por esos autores10.
10
Stefan COLLINI, Public Moralists: Political Thought and Intellectual Life in Britain, 1850-
1930, Oxford, 1991, p. 357.
11
Con el respeto que me merece Christopher Prendergast, no considero que las ideas de «nación»
o «nacional» deban necesariamente relacionarse con la de «literatura». De hecho, fue por el con-
trario para distinguirlas por lo que en mi libro La République mondiale des lettres (1999) propu-
se la noción de «espacios literarios nacionales», es decir, subespacios que a su vez se encuentran
situados dentro del universo literario mundial. Estos subespacios no rivalizan entre sí, mediante
las luchas entre escritores, por razones nacionales (o nacionalistas), sino por intereses puramente
literarios. Dicho eso, el grado de independencia literaria respecto a los conflictos y las ideolo-
gías nacionales está firmemente correlacionado con la edad del subespacio. A este respecto, el
ejemplo de Wordsworth –cuya obra no se puede interpretar, por supuesto, puramente en refe-
rencia a la rivalidad internacional– ilustra a la perfección el hecho de que son los espacios nacio-
nales más antiguos y mejor dotados los que consiguen constituir gradualmente una literatura
autónoma dentro de sus límites nacionales, (relativamente) independientes de los intereses
estrictamente literarios; es decir, un espacio despolitizado y (al menos parcialmente) desnacio-
nalizado. Véase C. Prendergast, «La negociación de la literatura mundial», cit., pp. 122-127.
73
cido sin detectar e inexplicados debido a la invisibilidad de esta estructura
ARTÍCULOS
mundial. Los estudios críticos sobre Kafka, por ejemplo, se limitan a menu-
do a estudiar la biografía del autor desde el punto de vista psicológico, o a
describir la Praga de 1900. En este caso, la «pantalla» biográfica y nacional
nos impide ver el lugar que el autor ocupa en otros mundos más amplios:
en el espacio de los movimientos nacionalistas judíos que entonces se esta-
ban desarrollando en Europa central y oriental; en debates entre bundistas
y yiddishistas; como uno de los dominados dentro del espacio lingüístico y
cultural alemán, etcétera. El filtro nacional actúa de frontera «natural» que
impide al análisis considerar la violencia de las relaciones de poder políti-
cas y literarias transnacionales que impactan sobre el escritor.
12
A este respecto, véase Pierre BOURDIEU, Les Régles de l’art. Genèse et structure du champ
littéraire, París, 1992.
13
Fernand BRAUDEL, Civilisation matérielle, économie et capitalisme –XVe-XVIIIe siècles, 3 vols.
París, 1979, vol. 3, especialmente capítulo I, pp. 12-33 [ed. cast.: Civilización material, eco-
nomía y capitalismo, siglos XV-XVIII, 3 vols., Madrid, Alianza Editorial, 1984].
14
Franco MORETTI asume el concepto de sistema-mundo en sus «Conjeturas sobre la literatura
mundial», NLR 3 (julio-agosto de 2000), y en «Más conjeturas sobre la literatura mundial», NLR
(mayo-junio de 2003). Dicho concepto le permite ante todo afirmar la unidad y la desigual-
dad fundacional del sistema literario que intenta describir, una afirmación crucial y definitoria
de límites que yo asumo plenamente. Por otra parte, me parece que el uso que hace de la
oposición braudeliana entre el «centro» y la «periferia» tiende a neutralizar la violencia (litera-
ria) implicada, y por consiguiente a oscurecer su desigualdad. En lugar de esta dicotomía espa-
cial, prefiero una oposición entre lo dominante y lo dominado, para reintroducir el hecho de
que existe una relación de poder. A este respecto, debería aclarar que esto no supone una
mera división en dos categorías opuestas sino, por el contrario, un continuo de diferentes
situaciones en el que el grado de dependencia varía enormemente. Podríamos, por ejemplo,
introducir la categoría avanzada por Bourdieu de «dominado entre los dominantes» para des-
cubrir la situación de los subordinados (literariamente) dentro de Europa. El uso que en la teo-
ría del sistema mundo se hace de la expresión «semiperiferia» para describir este tipo de posi-
ción intermedia también creo que neutraliza y eufemiza la relación dominante-dominado, sin
proporcionar una medida precisa del grado de dependencia.
74
ciones interactivas entre cada elemento, cada posición. Una estructura, por el
ARTÍCULOS
contrario, se caracteriza por relaciones objetivas, que pueden operar fuera de
cualquier interacción directa. Además, de acuerdo con Wallerstein, las fuer-
zas y los movimientos que luchan contra el «sistema» se consideran «antisis-
témicos». En otras palabras, son externos al sistema y luchan contra él desde
una posición «exterior», que a veces es difícil de situar pero es posible locali-
zarla potencialmente en la «periferia». En una estructura de dominación inter-
nacional se da el caso opuesto: las definiciones de «fuera» y «dentro» –es decir,
los límites del espacio– son en sí mismas el objetivo de las luchas. Son estas
luchas las que constituyen el espacio, las que lo unifican y dirigen su expan-
sión. Dentro de esta estructura, los medios y los métodos están en disputa
permanente: a quién se le puede declarar escritor, quién puede efectuar jui-
cios estéticos legítimos (aquellos que dotarán a una obra determinada de
valor específicos), la propia definición de literatura.
15
Al ofrecer un cuadro comparativo de las «instituciones de literatura regional, nacional y
mundial en India», Francesca Orsini sugiere que hay «niveles» o «esferas» distintos y mutua-
mente independientes dentro de un único espacio literario nacional. Pienso que estamos
haciendo referencia a posiciones que sólo existen dentro y a través de las relaciones de
75
Por eso no se puede imaginar sencillamente el espacio literario como una
ARTÍCULOS
geografía mundial fácil de captar mediante una descripción de las regio-
nes, los climas culturales y lingüísticos, los centros de atracción y los
modos de circulación, como han hecho Braudel o Wallerstein respecto al
mundo económico16. Por el contrario, el espacio literario debería conce-
birse en función de la «forma simbólica» de Cassirer, dentro de la cual
escritores, lectores, investigadores, profesores, críticos, editoriales, traduc-
tores y demás leen, escriben, piensan, debaten e interpretan; una estruc-
tura que les –nos– proporciona categorías intelectuales, y recrea sus jerar-
quías y restricciones en cada mente, reforzando así los aspectos
materiales de su existencia17. De manera diferencial, de acuerdo con la
posición (nacional, lingüística, profesional) que uno ocupe en su interior
en cualquier momento dado. El espacio literario en todas sus formas –tex-
tos, jurados, editores, críticos, escritores, teóricos, especialistas– existe dos
veces: una en las cosas y otra en el pensamiento; es decir, en el conjun-
to de creencias producido por estas relaciones materiales e interiorizado
por los participantes en el Gran Juego de la literatura.
Éste es otro aspecto que dificulta tanto visualizar la estructura: resulta impo-
sible situarla a distancia, como fenómeno discreto y objetivable. Además,
cualquier descripción o análisis de su funcionamiento tiene que ir contra
la enorme masa de reflexiones convencionales sobre la literatura, contra los
hechos especializados o estéticos dados, y reconcebir cada noción, cada
categoría –influencia, tradición, herencia, modernidad, clásicos, valor– en
referencia al funcionamiento específico e interno de la república mundial
de las letras.
La acumulación de poder
Las características primordiales de este espacio literario mundial son la
jerarquía y la desigualdad. La distribución sesgada de bienes y valores ha
sido uno de sus principios constitutivos, dado que los recursos se han acu-
mulado históricamente dentro de las fronteras nacionales. Goethe fue el
primero en intuir la relación directa entre la aparición de una Weltliteratur
y la emergencia de una nueva economía basada en las luchas específicas
de las relaciones literarias internacionales: un «mercado en el que todas las
naciones ofrecen sus productos» y «un comercio intelectual general»18. De
hecho, la literatura mundial proporciona un tipo paradójico de mercado,
76
constituido en torno a una economía no económica, y que funciona de
ARTÍCULOS
acuerdo con un conjunto de valores propio: porque la producción y la
reproducción se basan aquí en la creencia en el valor «objetivo» de las crea-
ciones literarias: obras denominadas «inestimables». El valor producido por
los clásicos nacionales o universales, los grandes innovadores, los poètes
maudits, los textos raros, se concentra en las capitales en forma de bienes
literarios nacionales. Las regiones más antiguas, aquellas que llevan más
tiempo establecidas en el campo literario, son las más «ricas» en este sen-
tido, aquellas a las que se concede más poder. El prestigio es la forma por
antonomasia que adopta el poder en el universo literario: la autoridad
intangible incuestionablemente asignada a las literaturas más antiguas, las
más nobles, las más legítimas (los términos son casi sinónimos), a los clá-
sicos más consagrados y a los autores más celebrados19.
El poder de las zonas más ricas se perpetúa porque tiene efectos reales y
mensurables, sobre todo la «transferencia de prestigio» aportada por las
reseñas o los prefacios de escritores prestigiosos a libros todavía no reco-
nocidos, o a obras procedentes de fuera del centro: las entusiastas rese-
ñas que Victor Hugo hizo a Walter Scott, en un momento en el que esta-
ban apareciendo las primeras traducciones de sus novelas; las reseñas
que Bernard Shaw hizo de las primeras producciones de obras de Ibsen
en Londres; el prefacio que Gide escribió en 1947 al Livre des jours de
Taha Hussein; o el complejo mecanismo de reconocimiento a través de la
traducción, como sucedió con la consagración de Borges al traducirlo
Roger Caillois, o de Ibsen traducido por William Archer, etcétera.
19
El Dictionnaire Larousse da dos definiciones complementarias de «prestigio», y las dos
implican la noción de poder o autoridad: «1. Ascendiente derivado de la grandeza y que
parece poseer un carácter misterioso. 2. Influencia, crédito».
20
Con más precisión, a aquellos que llevan más tiempo en el espacio de la competencia
literaria. Esto explica por qué algunos lugares antiguos como China, Japón y los países ára-
bes son a un tiempo ancianos y subordinados: entraron en el espacio literario internacional
muy tarde y en posiciones subordinadas.
21
Principalmente aquellos que pueden reclamar (paradójicos) «clásicos universales» nacio-
nales.
77
ARTÍCULOS Grados de autonomía
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, Francia, aunque atrasada eco-
nómicamente respecto al resto de Europa, era el indiscutible centro de la
pintura y la literatura occidentales; los tiempos en los que Italia y Alema-
nia dominaron el mundo de la música no fueron tiempos en los que Ita-
lia o Alemania dominaran Europa económicamente; e incluso hoy, el for-
midable dominio económico de Estados Unidos no lo ha convertido en
el líder literario y artístico del mundo24.
22
Respecto a la noción de «autonomía relativa», véase Pierre BOURDIEU, Les Règles de l’art,
París, 1992, especialmente las pp. 75-164.
23
El klein de Kafka –que simplemente sugiere «literaturas pequeñas»– se exageró en la tra-
ducción de Marthe Robert, que lo convirtió en «literaturas menores», una expresión cuyas
fortunas posteriores son bien conocidas. Véase Gilles DELEUZE y Félix GUATTARI, Kafka. Pour
une littérature mineure, París, 1975, p. 75 ; y mi artículo «Nouvelle considérations sur les lit-
tératures dites mineures», Littérature classique 31 (1997), pp. 233-247.
24
Ferdinand BRAUDEL, Civilization and Capitalism, 15th-18th century, volumen III, The Pers-
pective of the World, Londres, 1984, p. 68; Civilisation matérielle, cit., vol. 3, p. 9.
78
El caso de las literaturas latinoamericanas probaría aún más la relativa
ARTÍCULOS
autonomía de la esfera literaria, sin vínculo directo, ni relación de causa
y efecto, entre la fuerza política y económica y el poder o la legitimidad
literarios en el plano internacional. El reconocimiento mundial concedido
a estos corpus literarios, transformado en cuatro premios Nobel, la estima
internacional hacia sus grandes nombres, la legitimidad establecida de su
destacado modelo estético, a pesar de la debilidad política y económica
de los correspondientes países, demuestran que los dos órdenes no se
pueden confundir. Para comprender las condiciones de aparición del
«auge» literario de América Latina, por ejemplo, necesitamos postular la
independencia relativa de los fenómenos literarios25.
Formas de dominación
25
Véase el debate sobre este punto crucial que se mantiene en América Latina desde la
década de 1960, y que está bien reconstruido en Efraín CRISTAL, «Considerando en frío…»,
NLR 15 (julio-agosto de 2002), pp. 56-64. En dicho artículo podemos ver que el papel de
agentes de transformación social y política atribuido a los escritores del «auge» fue en gran
medida ilusorio.
79
Beckett, E. M. Cioran, por ejemplo– sin conjeturar la existencia de formas
ARTÍCULOS
de dominación estrictamente literarias, fuerzas ajenas a cualquier marco de
poder político26.
Este ascendiente cultural –tan inusual, tan difícil de describir, tan paradó-
jico– puede en algunas situaciones representar una liberación, compara-
do con la prisión estética o estético-política de los espacios arcaicos que
están cerrados a la innovación. Ejerce su poder sobre todos los textos,
sobre todos los escritores del mundo, independientemente de la posición
26
August Strindberg se convirtió brevemente en «escritor francés» entre 1887 y 1897, escri-
biendo Le Plaidoyer d’un fou e Inferno directamente en francés para conseguir reconoci-
miento internacional.
80
que ocupen y de lo conscientes que sean de los mecanismos de domi-
ARTÍCULOS
nación literaria; pero más aún, sobre aquellos que surgen de un espacio
literario carente de autonomía o situado en una de las regiones subordi-
nadas del Mundo de las Letras.
Sin embargo, las consecuencias que tiene la consagración por parte de las
autoridades centrales pueden ser tan poderosas como para dar a ciertos
escritores de los márgenes que han alcanzado pleno reconocimiento la
ilusión de que la estructura de dominación sencillamente ha desapareci-
do; haciéndoles verse como prueba viviente de que se ha establecido un
nuevo «orden literario mundial». Universalizando a partir de su caso par-
ticular, afirman que son testigos de una inversión total y definitiva del
equilibrio de poder entre el centro y la periferia. Carlos Fuentes, por
ejemplo, escribe en Geografía de la novela:
Éstos son los términos en los que yo analizaría la aparición del movimiento
moderno en los países de habla hispana a finales del siglo XIX. ¿Cómo
explicar el hecho de que este movimiento, que trastocó toda la tradición
27
Carlos FUENTES, Geografía de la novela, Madrid, 1993, p. 218.
81
poética hispánica, pudiera haber sido dictado por un poeta nicaragüense,
ARTÍCULOS
en el extremo del imperio colonial español? Rubén Darío, cautivado desde
su juventud por la leyenda literaria de París, vivió en esta ciudad a finales
de la década de 1880 y, como es lógico, se entusiasmó por la poesía sim-
bolista francesa que estaba en ese preciso instante marcando su impron-
ta28. Después llevó a cabo una operación asombrosa, que sólo se puede
denominar expropiación del capital literario: importó a la propia poesía en
castellano los mismos procedimientos, los temas, el vocabulario y las for-
mas lanzados por los simbolistas franceses. Esta expropiación se ejerció de
manera bastante explícita, y el deliberado afrancesamiento de la poesía en
español, llegando hasta los fonemas y las formas sintácticas, designó el
«galicismo mental». El desvío de este capital hacia fines inextricablemente
literarios y políticos29 no se efectuó, por lo tanto, siguiendo el modo de
«recepción» pasiva, y mucho menos de «influencia», como haría creer el
análisis literario tradicional. Por el contrario, esta captación fue la forma
activa e instrumento de una lucha compleja. Para combatir el dominio
político y lingüístico de España sobre su imperio colonial y la esclerosis
que estaba paralizando la poesía en castellano, Darío impuso abiertamen-
te la dominación literaria ejercida por París en aquel momento30. París, a
un tiempo ciudadela cultural y territorio político potencialmente más neu-
tral para los súbditos de otras potencias imperiales o nacionales, fue utili-
zada por numerosos escritores de los siglos XIX y XX como arma de sus
luchas literarias.
28
En su Autobiografía, Darío escribe: «soñé con París desde que era niño, hasta tal punto
que cuando rezaba le pedía a Dios que no me dejase morir sin verla. París era para mí como
un paraíso en el que se podía respirar la esencia de la felicidad terrenal». Obras completas,
Madrid, 1950-1955, vol. 1, p. 102.
29
Lo que Perry ANDERSON ha denominado «una declaración de independencia cultural»: The
Origins of Postmodernity, Londres y Nueva York, 1998, p. 3 [ed. cast.: Los orígenes de la post-
modernidad, Barcelona, Anagrama, 2000].
30
El análisis que Efraín Cristal hace a este respecto es muy esclarecedor y completamente
convincente. Pero Cristal parece creer que la idea de apropiación o desvío contradice la de
emancipación. ¿No podríamos, por el contrario, adelantar la hipótesis de que este desvío ini-
cial (necesario si es cierto que no se puede producir revolución simbólica sin recursos) posi-
bilita una renovación creativa? Después de que Rubén Darío desempeñara la función de ace-
lerador estético, el movimiento moderno se convirtió por supuesto en un movimiento
poético hispánico completamente separado, inventando sus propios códigos y normas sin
ninguna referencia a Francia.
82
su ubicación en el espacio literario, la distancia o proximidad que quie-
ARTÍCULOS
ren establecer con el centro que dota de prestigio. En otras partes, he
intentado demostrar que la mayoría de las soluciones intermedias alcan-
zadas dentro de esta estructura se basan en un «arte de la distancia», una
forma de no situarse, estéticamente, demasiado cerca ni demasiado lejos;
y que los escritores más subordinados maniobran con extraordinaria suti-
leza para darse la oportunidad de ser percibidos, de existir desde el punto
de vista literario. Un análisis de las obras que se originan en estas zonas
como tantas estrategias de ubicación complejas revela que muchas de las
grandes revoluciones literarias se han producido en los márgenes y en
regiones subordinadas, como atestiguan Joyce, Kafka, Ibsen, Beckett,
Darío y muchos más.
Por esta razón, hablar de las formas y los géneros literarios del centro sim-
plemente como una herencia colonial impuesta a los escritores de regiones
subordinadas es pasar por alto que la literatura, en cuanto valor común de
todo el espacio, es también un instrumento que, si se reapropia, puede per-
mitir a los escritores –y especialmente a aquellos con menos recursos–
alcanzar la libertad, el reconocimiento y la existencia dentro de dicho espa-
cio. Más concreta y directamente, estas reflexiones sobre la inmensa gama
de lo que es posible en literatura, incluso dentro de esta estructura de domi-
nación abrumadora e ineludible, tienen también como objetivo servir de
arma simbólica en las luchas de aquellos más privados de recursos literarios,
que afrontan obstáculos inimaginables para los escritores del centro. El obje-
tivo aquí es demostrar que lo que ellos experimentan como estado de
dependencia irresoluble e individual, sin precedentes ni puntos de compa-
ración, es en realidad una posición creada por una estructura a un tiempo
histórica y colectiva31. Además de cuestionar los métodos y las herramientas
de los estudios literarios comparativos, el comparativismo estructural cuyas
líneas esbozo aquí intenta también ser un instrumento en la larga y despia-
dada guerra de la literatura.
31
Por eso suscribo plenamente la afirmación de Franco MORETTI, que podría servir de con-
signa para una disciplina que todavía se encuentra en sus primeras fases: «sin el trabajo
colectivo, la literatura mundial siempre seguirá siendo un espejismo». Véase «Más conjeturas
sobre la literatura mundial», NLR 20 (mayo-junio de 2003), p. 85.
83