J. L. Langley - Serie Ranch 01 - La Estrella de Hojalata
J. L. Langley - Serie Ranch 01 - La Estrella de Hojalata
J. L. Langley - Serie Ranch 01 - La Estrella de Hojalata
LANGLEY
La Estrella de Hojalata
1° de la Serie Ranch
J. L. LANGLEY
La Estrella de Hojalata
1° de la Serie Ranch
The Tin Star (2006)
A
ARRG
GUUM
MEEN
NTTO
O:
James Killian ha aprendido, a fuerza de escarmentar, que los pueblos pequeños están
llenos de gente intolerante. Cuando decide salir del armario ante su padre, éste le echa de
casa y del rancho donde trabajaba como capataz. Jamie necesita ayuda. Aunque parezca
mentira, su salvador resultará ser el mejor amigo de su hermano mayor, de quien lleva
enamorado casi toda la vida. Cuando Ethan Whitehall se entera de lo ocurrido es
consciente de que no debería intervenir; sin embargo, siempre ha sentido debilidad por
James Killian, el hermano menor de John, su gran amigo, lo cual puede acabar
convirtiéndose en su perdición. “
La estrella de hojalata” es una romántica historia de amor entre dos fornidos cowboys
que protagonizan escenas llenas de sensualidad y erotismo, si bien se describen además,
con gran sensibilidad, los detalles de su intensa y emotiva relación amorosa, que traerán
al lector el recuerdo de Ennis Del Mar y de Jack Twist: la intransigencia y el ambiente
cerrado de la América profunda también están presentes en esta novela, como en
“Brokeback Mountain”, pero su espíritu es más optimista, ya que el drama que supone la
lucha contra la homofobia se conjuga con algunas dosis de humor, y el apoyo que Ethan y
Jamie reciben de las personas más queridas hacen de esta obra un canto a la amistad.
Serie Ranch
1. The Tin Star (2006)
2. The Broken H (2007)
S
SOOB
BRRE
E LLA
AAAU
UTTO
ORRA
A:
Hoy en día J.L. Langley es una escritora de tiempo completo, con más de diez novelas
en su haber. Entre sus aficiones se incluye la lectura, practica de
puntería (que pasa a ser un gran disparo), la jardinería, la
elaboración (a pesar de que desprecia el cardio), la búsqueda
del perfecto postre de chocolate (según lo que dice, el chocolate
es perfecto, pero requiere más investigación) y de discutir con
su esposo por que el compresor de aire y pistola de clavos en
realidad le pertenecen (pertenecen a JL, a pesar de que podría
estar dispuesto a comerciar por su moto sierra nueva).
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0011
Ethan llevaba toda una eternidad sentado frente al ordenador. Esa era la única parte de
llevar el rancho que odiaba; habría preferido estar fuera, ocupándose del ganado. Alzó la
vista del monitor al oír una camioneta que se acercaba por el polvoriento camino hacia la
parte trasera de la casa y luego oyó el crujido de las hojas de otoño al ser pisoteadas por
alguien que se dirigía hacia el porche.
—¡Joder! ¡Joder! ¡Mierda! ¡Maldita sea!
Ethan frunció el ceño al escuchar la voz de John; luego oyó un portazo y a continuación
el ruido de puertas de armario que se abrían y cerraban.
No era una buena señal. Para nada. Un arrebate así estaba fuera de lugar. Sin eluda
alguna, John tenía su carácter, pero hasta entonces nunca lo había visto H punto de
echarse a llorar. En realidad, durante los últimos veintiséis años sólo recordaba haber
visto llorar a John en una ocasión y había sido tres años atrás, cuando murió su madre.
—Oh, joder.
Ethan guardó los últimos cambios en el disco duro y se dirigió a la cocina para ver qué
mosca le había picado a John, su amigo desde primero. Suponía que los ocasionales
trastornos emocionales de su mejor amigo eran el pequeño peaje que debía pagar por
tener a alguien en quien confiar y con quién podía contar a un tiro de piedra de su casa.
—¡Ethan! ¿Estás ahí, tío? ¿Dónde está el maldito whisky?
Ethan entró en la cocina justo en el momento en que el sombrero vaquero de color
canela de John se deslizaba polla mesa. Ethan lo pilló antes de que se cayera al suelo.
—En la parte de arriba de la despensa hay una botella de Jack Daniels.
Ethan cruzó descalzo la cocina, cogió dos vasos y los puso encima de la mesa. John
colocó la botella sobre la mesa, le dio la vuelta a una silla y se sentó a horcajadas. Sin
mirar a Ethan, cruzó los brazos sobre la parte superior de la silla y reposó la cabeza en
los antebrazos. Ethan sirvió un par de tragos en los vasos y luego le pasó uno a John.
Conocía lo suficiente a su amigo como para darle un tiempo. Él le diría lo que le ocurría
en su momento; presionarle no haría más que retrasar lo inevitable.
John levantó la mirada, con los ojos azules inyectados en sangre, y se tomó el whisky
de un solo trago. Se frotó la mejilla con el dorso de la mano y luego empujó el vaso hasta
donde estaba Ethan, haciéndole una seña para que volviera a llenárselo. Ethan le sirvió
un poco más de whisky, se quedó mirando a John mientras se lo bebía a tragos y luego
agarró la botella. Dejó escapar un suspiro y tomó un sorbo de whisky. Dios, cómo quema.
Apoyó las piernas en una silla y esperó a que John terminara de beber. Al final, John
levantó la cabeza y se pasó los dedos por su corto pelo negro, dejándolo en punta.
—Jamie es gay.
A Ethan se le pusieron los ojos como platos, tragó saliva y notó un nudo en la garganta.
Sus pies resbalaron de la silla y chocaron contra el suelo de madera con un ruido sordo.
¿Qué demonios se suponía que debía decir después de aquello? Cogió su vaso y se
bebió de un solo trago el whisky que le quedaba.
James Killian. Jamie. El hermano menor de John siempre iba detrás de ellos cuando
era pequeño. No habían podido ir nunca a ningún sitio sin que tratara de seguirlos.
Demonios, Jamie era un buen chico.... aunque ya no era exactamente un chico; el pasado
otoño había cumplido veintiún años.
mesa de café y se sentó de nuevo en la silla, pasándose las manos por la cara. ¡Vaya
desastre!
Ethan hundió la cabeza entre sus manos. Jamie era un buen muchacho..., un
muchacho muy atractivo, para más señas. John tenía razón: su hermano menor tenía
éxito con las mujeres... y probablemente también con los hombres, a decir verdad. Jamie
no se merecía perder a su familia por algo tan... insignificante. Ni tampoco a John. Puede
que ahora su amigo estuviera conmocionado, por no mencionar que estaba borracho,
pero Ethan sabía que John intentaría encontrar a Jamie una vez hubiera tenido tiempo de
pensar con claridad... costara lo que costara. ¡Oh, maldito viejo Killian! ¡Terco y obstinado
bastardo!
Ethan sabía mejor que nadie qué era no tener una familia. Él y su tía Margaret eran los
únicos que quedaban de ella: su madre falleció en un accidente de tráfico cuando él tenía
trece años; luego perdió a su hermano mayor en la Operación Tormenta del Desierto y su
padre había muerto de un ataque al corazón cinco años atrás.
Ethan se echó una ojeada a sí mismo: llevaba unos pantalones de chándal grises y una
camiseta blanca de Tommy Keith. Tenía que cambiarse de ropa para salir, tomar un poco
el aire y dedicar un tiempo a pensar para no volverse loco. Sin embargo, antes tenía que
ver si podía ayudar a John... y a Jamie. No sabía qué podía hacer..., pero debía intentar
hacer algo. El hecho de que Jacob Killian hubiera mandado al diablo a su propio hijo no le
había sentado muy bien. El era dueño de un rancho; lo menos que podía hacer era
ofrecerle al muchacho un empleo y un sitio para dormir en el barracón. En La Estrella de
Hojalata siempre había lugar para un buen vaquero.
Tras dejar a su amigo durmiendo la mona en el sofá, Ethan se dirigió a su despacho y
consultó el Rolodex1 de direcciones hasta que encontró el número del móvil de Jamie.
¡Maldita sea! Siempre le había tenido un gran cariño a aquel chico, pero quién habría
imaginado nunca que...
Jamie paró en la cuneta y apagó el motor. ¿Adónde demonios iba? Tenía cincuenta y
dos dólares y treinta y siete centavos en la cartera. Todas sus cosas se habían quedado
en el Quad J, todo salvo la ropa que llevaba puesta y su camioneta. No tenía trabajo ni
amigos que no fueran empleados del rancho, y su hermana vivía a una hora y media de
allí. Y eso suponiendo que Jules quisiera saber algo de él; se preguntaba qué opinaría.
¿Le diría que se esfumara o, por el contrario, se arriesgaría a desafiar la ira de su padre y
estaría de su parte?
Se quitó el sombrero, le dio la vuelta, lo dejó en el asiento del acompañante y luego,
con frustración, se pasó las manos por el pelo.
Aquella había sido una de las mayores estupideces que había cometido en toda su
vida. Si pudiera, se patearía su propio culo. ¿En qué diablos estaría pensando? No había
ninguna razón para contárselo a su familia; no estaba con nadie especial, por lo que no
debía preocuparse por tener que presentarles a un hombre.
No obstante, durante años le había corroído la necesidad de contarlo, hasta que por fin
la noche antes se armó del valor suficiente para hacerlo. Había decidido hablar pasara lo
que pasara, porque ya estaba harto de mentir y fingir ser quien en realidad no era. Se
1 Marca de artículos de oficina, en este caso de un tarjetero sujetado por dos anillas en el que figuran
nombres, direcciones y teléfonos. (N. del T.)
había pasado la mitad de la noche ensayando lo que iba a decir. ¿Por qué no había
mantenido cerrada su sucia bocaza?
Dejó escapar un suspiro y parpadeó para contener las lágrimas. No iba a echarse a
llorar por eso. ¡Que les den! Sabía que no iba a gustarles; sabía también que habría gritos
e insultos, pero no se esperaba que lo echaran de casa. Sabía que su padre no era el
hombre, con la mentalidad más abierta del mundo, pero siempre había estado apegado a
la familia..., bueno, al menos hasta entonces.
Era una situación difícil: necesitaba un sitio donde quedarse hasta que encontrara un
trabajo. Mientras revolvía en la guantera en busca del móvil para llamar a su hermana, el
teléfono empezó a sonar.
¿Dónde demonios está? Lo encontró después de que sonara dos veces, pero, cuando
quiso ver quién lo llamaba, el teléfono casi se le resbaló de las manos. Golpeó el volante
con el puño.
—¡Joder!
De toda la gente que podía llamarlo... ¿Qué demonios querría? Pulsó el botón de
contestar, se colocó el auricular en el oído.
—Killian.
—¿Jamie?
—¿Qué quieres, Ethan? ¿Te ha llamado John? —hizo una breve pausa para tomar
aliento. —¡Mierda, tío! Si piensas decirme que puedo irme al infierno o que soy un bicho
raro y que mi madre se está revolviendo en su tumba, ahórrate el esfuerzo.
Jamie escuchó un suspiro y luego una voz sexy y profunda al otro lado del teléfono.
—En realidad, John está inconsciente en el sofá, más borracho que una cuba. ¿Dónde
estás, muchacho?
—¿Qué demonios quieres saber?
—Mira, Jamie, deja de comportarse así, ¿vale? No soy tu enemigo, sólo he llamado
para ver si podía echarte una mano. ¿Tienes dónde quedarte?
Jamie se separó el móvil del oído y se quedó mirándolo fijamente. ¿Qué demonios...?
Los ojos volvían a escocerle y notó que algo húmedo le resbalaba por las mejillas.
Durante toda su vida había idolatrado a Ethan. ¿Acaso era posible que el mejor amigo de
su hermano no lo odiara? Ethan y John siempre habían estado de acuerdo en todo.
¿Cómo era posible que no lo estuvieran también en esto? Puede que John estuviera
buscándolo... ¿Cabía la posibilidad de que John no fuera a insultarlo y escupirle como
había hecho su padre? Se dio cuenta de que en realidad no tenía ni idea de lo que
opinaba su hermano, porque cuando habló él simplemente se quedó allí de pie, sin decir
nada.
—¿Jamie?
Respiró profundamente y se secó la cara con el dorso de la mano. Tras volver a
colocarse el auricular en el oído, abrió la boca para contestar, pero no dijo nada.
—¡Jamie! ¿Estás ahí?
Cuando fue capaz, de hablar, lo hizo apenas en un susurro.
—Sí..., sí, estoy aquí.
—Escúchame. A tu padre le va a dar algo cuando descubra que me he ofrecido a
ayudarte, pero a la larga, con un poco de suerte, cambiará de opinión. Si necesitas un
empleo y un sitio donde quedarte hasta que toda esta historia con tu familia se calme,
tengo una habitación vacía en el barracón. Además, siempre necesito hombres que
trabajen bien.
Jamie tragó saliva.
—¿No estarás tratando de que vaya sólo para que John me haga entrar en razón,
verdad?
Oyó cómo aquella voz profunda se reía entre dientes.
—No —Se hizo un silencio que duró varios segundos antes de que Ethan preguntara.
—¿Serviría de algo?
—No. Yo soy como soy; estoy cansado de fingir y lo cierto es que me importa una
mierda lo que piense la gente. De modo que si John y tú tenéis algún puñetero plan
para...
—¡Para! Me importa un comino cuál sea tu orientación sexual, Jamie. Nosotros... Por
Dios, muchacho, tú y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Sólo quiero
asegurarme de que tienes un lugar adónde ir.
¡Genial! Justo lo que le hacía tanta: compasión.
—Además, me harías un favor. Voy escaso de personal desde que Bobby se fue.
Jamie, con los ojos corno platos se quedó mirando fijamente al techo, intentando
contener de nuevo las lágrimas. Maldita sea, tratar de salvar su orgullo era típico de
Ethan. Sonrió. Ethan siempre había tenido las cualidades de las que carecía su hermano.
—Muy bien. Puedo estar ahí en una hora, ¿te parece?
—Sí, perfecto. Como te dije, John está aquí. Creo que tenéis que hablar, aunque por el
momento no deberías esperar mucho de él. Trac tus cosas, instálate y relájale. Y mañana
te pones manos a la obra.
Jamie puso el motor en marcha y miró por el retrovisor.
—En realidad no tengo nada, Ethan, tan sólo mi camioneta. En cuanto llegue iré a ver a
Bill para ver si tiene algún, trabajo para mí.
Se incorporó de nuevo a la carretera, esperando que el capataz de Ethan no tuviera
problemas para contratar a alguien..., en especial a un gay. A pesar de lo que Ethan había
dicho, Jamie sabía muy bien que en La Estrella de Hojalata no iban escasos de personal
aun después de que Bobby se fuera, ya que Ethan no sólo llevaba el rancho sino que
además se ocupaba de todo el papeleo.
—¿Qué significa que no tienes nada?
Jamie suspiró. No quería admitir que había tenido que salir por pies y ni siquiera había
pensado en llevarse sus cosas.
—Tuve que salir zumbando, ¿sabes?
Ethan también dejó escapar un suspiro.
—Sí, lo comprendo. Tengo algo de ropa que seguro que te servirá hasta que recuperes
tus cosas; John puede ocuparse de ellas más adelante. Y ahora vuelve: le diré a Bill que
estás de camino.
Después de que Ethan colgara, Jamie desconectó el móvil y lo guardó de nuevo en la
guantera. Mientras se dirigía hacia La Estrella de Hojalata, en la radio empezó a sonar
"Feed Jake"2. ¡Mierda! Justo lo que le faltaba, una canción sobre un perro que le hiciera
sentirse culpable por haber abandonado a Fred. Dios, se había olvidado de sus niñas.
Fred y George seguían en el Quad J. Jamie refunfuñó. ¿Por qué cuando uno estaba
deprimido cualquier maldita canción que sonara en la radio le hacía sentirse aún peor?
George se las arreglaría; estaría fuera, en el prado, con los otros caballos, de modo
que al menos durante un día no le echaría de menos. Sin embargo, Fred... Fred era su
pequeña. Había llevado a casa aquel cachorro de pastor alemán cuando tenía tan sólo
seis semanas, y desde entonces la perra había dormido siempre a los pies de su cama.
Es posible que ya le echara en falta. Por la mañana la había sacado, luego había ido a la
oficina para hablar con su padre y con John, y después se había olvidado de ella.
¡Maldita sea! ¡Vaya día de mierda! No sólo la había armado con su padre y su
hermano, sino que ni siquiera había sido capaz de ocuparse de sus pequeñas.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0022
Ethan cogió su sombrero, que estaba colgado en un gancho que había en la puerta
trasera, y se dirigió al granero en busca de Bill, su capataz. Después de haber hablado
por teléfono con Jamie, se cambió los pantalones de chándal por unos vaqueros y decidió
mantenerse ocupado, dejando que John durmiera la mona. El ordenador podía esperar.
De todas formas, dudaba mucho que hoy pudiera ocuparse del papeleo; tenía
demasiadas cosas en la cabeza.
Salió fuera; era una soleada tarde de otoño. Se caló un poco más el sombrero para
evitar que el sol le diera en los ojos. Había que estar acostumbrado al clima de Texas:
nunca se sabía lo que iba a encontrarse uno de un año para otro o, de hecho, ni siquiera
de hoy para mañana. En esa misma época, el año pasado ya vestía una chaqueta ligera,
mientras que este seguía haciendo bastante calor; lo cierto es que no llevaba una camisa
de franela, sino que aún seguía usando camisetas.
Encontró a Bill en el granero, entretenido con el motor de uno de los tractores. Bill
levantó los ojos y se quitó la gorra cuando vio entrar a Ethan; después de pasarse la
mano por la frente, volvió a ponérsela.
—Hombre, mira lo que nos ha traído el viento. Veo que al fin has decidido sacar tu culo
de la cama, muchacho.
Ethan le dedicó una sonrisa al viejo. Bill era capataz de La Estrella de Hojalata desde
que Ethan tenía cuatro años y le había enseñado al menos la mitad de las cosas que
sabía sobre el trabajo de un vaquero y sobre cómo llevar un rancho.
—Estoy levantado desde las siete de la mañana tratando de encontrar unos archivos.
Bill afirmó con la cabeza y escupió.
—Las siete de la mañana... Siempre has sido un haragán...
La sonrisa que apareció en su viejo y apergaminado rostro borró cualquier rastro de
reprimenda. Ethan se rió entre dientes.
—¿Un haragán? Para que lo sepas, la noche pasada estuve levantado hasta las tres
ayudando a Ed y Hayden a sacar a ese becerro.
Bill asintió con la cabeza.
—Ya veo. Buen trabajo, muchacho. Esta mañana le he echado un vistazo y tanto él
como su madre parecen estar bien. Y, puesto que ha sido a esos dos a quien has hecho
levantar, supongo que no debería ser tan duro contigo.
—Eso sería estupendo, Bill. Oye, he contratado a otro chico. Puesto que en el barracón
sobra una habitación, he pensado que podría dormir con vosotros.
Bill se rascó la cabeza, se dio la vuelta y se dirigió a la nevera que había en la pared
del fondo para sacar una coca-cola; entonces, levantando el refresco, preguntó:
—¿Quieres una?
—No, gracias.
Bill tiró de la anilla, dio un trago y luego apoyó la espalda contra la pared.
—¿Por qué has contratado a otro? Nosotros cuatro nos las arreglamos bien.
Vaya, mierda. Por supuesto, sabía que Bill haría preguntas, pero aún no había decidido
qué contestarle. Y también sabía, tan seguro como que el cielo es azul, que aún se
mostraría incluso más receloso cuando supiera quién era el chico nuevo. Ethan dejó
escapar un suspiro y apoyó las manos en el tractor.
—Se trata de Jamie. Ha tenido una bronca con su padre y Killian lo ha echado de casa.
Bill abrió los ojos sorprendido.
—¿Por qué haría algo así ese viejo chiflado? Cuando Hank se retiró lo nombraron
capataz. ¡Ese muchacho es muy bueno! Fue el propio Hank quien le enseñó. Jamie es
más listo que el hambre y además es muy cariñoso con la gente y los animales.
Ethan asintió con la cabeza.
—Sí, lo sé. Lo más probable es que su padre entre en razón y le diga que vuelva, pero
hasta entonces le he ofrecido trabajo y un sitio donde dormir. Y si se queda para siempre,
pues... Es posible que acabe nombrándolo capataz cuando tú te retires.
Ethan se alejó del tractor y se dirigió a la nevera para coger una lata de coca-cola. Con
un poco de suerte, Bill lo dejaría allí. Él no quería entrar en el cómo y el porqué de toda
aquella historia. Se trataba de un asunto privado y la gente no tenía por qué enterarse.
Maldita sea, el chico debería haber mantenido el pico cerrado. No había ninguna razón
para andar contándoles tus intimidades a los demás.
—Hace un rato he visto llegar a John hecho una furia... Seguro que ha tenido una
pelea... En fin, para ti es estupendo, y el chico siempre me ha caído bien; trabaja duro y
sabe lo que se hace. Si a ti te parece bien, pues a mí también. Le haremos un hueco.
—Sí, todo irá bien. John se ha tomado más de la mitad de una botella de Jack Daniels
que guardaba en la despensa; ahora está durmiendo la mona —Ethan abrió la lata, tomó
un trago largo y tiró la lata a la basura al salir del granero. —Gracias, Bill.
—De nada.
Fuera brillaba el sol. Ethan vio que su appaloosa3 se acercaba trotando hacia él. En
cuanto llegó al corral, empezó a sonarle el móvil; lo desenganchó de su cinturón y lo abrió
para contestar.
—Soy Ethan.
—¡Oh, Dios mío, Ethan! Acaba de llamarme papá. ¡Ha echado a Jamie de casa! Tienes
que encontrarlo. No sé nada de él ni de John. Jamie es gay, Ethan, y se lo ha contado a
papá y a Jamie, y papá le ha...
—¡Para! ¡Tranquila, Jules! John está aquí y Jamie está en camino.
La voz de Jules parecía ligeramente más sosegada, aunque seguía siendo acelerada;
hablaba incluso más deprisa que al principio.
—¡Oh, gracias a Dios! ¿Johnny está bien? Quiero decir si está bien después de lo
ocurrido. ¡Oh, Dios! ¡Jamie! Siempre me lo había preguntado, pero no lo sabía. ¿Y tú?
¿Tú sabías que Jamie era gay?
Ethan sonrió mientras empujaba uno de los travesaños de la puerta del corral. Julie
siempre hablaba a toda pastilla con la familia, y a él lo consideraba parte de ella. Nadie
que la oyera hablar por casualidad fuera de su trabajo habría supuesto nunca que fuera
enfermera, y además muy buena. Ethan suponía que eso era debido a que nunca había
podido hablar tranquilamente teniendo a su padre y a dos ruidosos hermanos a su
alrededor.
más y abandonar sólo porque tu padre no hace lo que él cree que debería hacer.
Además, todos los vaqueros son homófóbos... Bueno, excepto los que son gays, y la
mayoría de ellos son lo bastante listos para mantenerlo en secreto y fingir que también
son homófóbos. Esa es la razón por la que no llego a entender por qué Jamie no se lo
guardó para él.
—Sí, pero normalmente Johnny suele proteger a Jamie. Al fin y al cabo, él es su
hermanito pequeño. Además, él siempre te ha apoyado mucho —Ethan la escuchó
respirar profundamente y luego, de repente, le soltó. —¿Sabías que Jamie era gay?
Ethan dejó escapar un gruñido, sin estar muy seguro de si iba dirigido a Julia o a Spot.
—No, no lo sabía. Por lo que yo sé, no hay un registro de gays. Y no dispongo de
ningún radar extrasensorial ni nada parecido para detectarlos —finalmente pudo alcanzar
su sombrero y arrancárselo de la boca a Spot. —¡Dámelo o te pateo el culo!
—¡No te pases de listo, Ethan! Sólo preguntaba. ¿Cómo va a tomarse papá que le
hayas dado trabajo a Jamie?
Ethan se puso de nuevo el sombrero y regresó a la valla.
—No lo sé, pero no podía dejar tirado al chico... ¡Oh, Dios! Tú, tu familia y mi tía
Margaret: sois todo lo que tengo, Jules. No podía abandonar a Jamie... aunque la culpa
sea suya por hablar de sus cosas íntimas. Con un poco de suerte, tu padre cambiará de
opinión...
—Mira, Ethan, no todo el mundo piensa como tú. No hay ninguna razón por la que
Jamie no decidiera contarle a su familia que es gay. Dios, lo más probable es que
estuviera harto de que John y yo no paráramos de presentarle chicas —Julia suspiró de
nuevo. —John y tú sois amigos desde siempre y no quiero que esto vaya a crear
problemas entre tú y mi padre. El podría ocasionarte un montón de quebraderos de
cabeza; puede que incluso utilice su cargo en el ayuntamiento para cabrear a todo el
mundo. Y, además, ¿no erais socios de un asador o algo así? —tras una breve pausa,
Julie prosiguió. —Puede que también le eche la culpa a Johnny, porque tú eres su mejor
amigo. Sé que va a ser muy duro con todo este asunto... Yo me ocuparé de mi hermanito
el tiempo que sea necesario... Tú no tienes por qué estar en primera línea de fuego. Dile
que me llame en cuanto llegue; puede venir a San Antonio y quedarse conmigo.
Ethan se alejó un poco, fuera del alcance de Spot y de sus payasadas.
—¿Y qué va a hacer, Julia? El es un vaquero, en la ciudad se volvería loco. Cariño,
vives en un edificio altísimo, y ni siquiera tienes un gato. La última vez que estuve en tu
casa, la hiedra que tienes se estaba muriendo. Al cabo de una semana Jamie estaría
totalmente histérico. Además, puedo encargarme de tu padre, no te preocupes por mí.
—Sé que tienes razón, pero no soporto que estés en medio de todo esto. Al menos dile
a Jamie que me llame para que pueda decirle que le quiero y que me importa un bledo
con quién se acueste.
Ethan asintió con la cabeza y luego se dio cuenta de que ella no podía verlo.
—¿Para qué están los amigos, Julie? Le diré que te llame.
Ethan levantó la vista y vio que el Dodge rojo de Jamie se acercaba levantando el polvo
del camino.
—Gracias, Ethan. Voy a volver a meterme en la cama. Deja que se instale, habla con
John y dile a Jamie que me llame... después de las cinco.
—Descansa, Jules.
Jamie sacó las llaves del contacto y echó un vistazo. Le daba miedo encontrarse con
su hermano mayor. Mientras aquella mañana su padre le decía lo que pensaba, John se
había quedado allí sentado, con la boca abierta. ¿Qué es lo que liaría ahora?
Jamie soltó un gruñido. Se sentía ridículo. Era absurdo perder el tiempo pensando en
eso. En cuanto lo viera, puede que John se le echara encima o puede que no. El había
decidido aceptar la oferta de Ethan y presentarse sabiendo que John estaba allí. El se
había hecho la cama y se había echado en ella, tal y como a su madre siempre la había
gustado decir. Cogió su sombrero vaquero de fieltro gris del asiento y abrió la puerta;
después de ponérselo, cerró la puerta y dio la vuelta a la parte delantera de la camioneta.
Ethan se dirigía hacia él. Un sombrero de paja cubría su corto pelo oscuro y le ocultaba
la parte superior de la cara y los ojos, pero Jamie sabía que eran de un profundo color
castaño. Maldita sea, qué guapo es. Mientras que él y el resto de los Killian eran flacos y
nervudos, Ethan era un hombre alto, fuerte y musculoso, de anchos hombros, firmes
caderas y con una imponente presencia. Jamie medía un metro ochenta, y Ethan le
sacaba al menos diez centímetros.
Ethan llevaba una camiseta negra, unos vaqueros descoloridos y unas botas negras.
Por el extremo de una manga asomaba la parle inferior del tatuaje que se había hecho
con John cuando eran dos adolescentes. Ethan y John; aunque aún eran menores de
edad, se las habían apañado para hacérselo. Ambos se tatuaron el emblema de sus
respectivos ranchos en el bíceps izquierdo: el de John eran cuatro jotas unidas por una
barra por la partí; superior y el de Ethan, una estrella con el número diez en el centro. El
padre y la madre de John le estuvieron gritando durante varios días cuando se presentó
en casa con el tatuaje; estaba seguro de que Ethan también debió de tener una bronca
con su padre.
En una ocasión, Jamie oyó decir que la madre de Ethan era medio mexicana. Se
notaba; Ethan siempre estaba bronceado y no era nada velludo; apenas tenía un poco de
pelo en el pecho y Jamie no creía que pudiera lucir una barba aunque se lo propusiera:
sería una lástima disimular la absoluta perfección de su poderosa mandíbula. Aquel
hombre era un anuncio de sexo ambulante y no era ni remotamente consciente de ello.
Las mujeres se lanzaban prácticamente a sus pies desde que Jamie era capaz de
recordar y eso era algo que siempre parecía sorprender a Ethan, como si no fuera capaz
de creer que él fuera el responsable de que se comportaran así. A Jamie le habría
gustado ver la cara de Ethan si hubiera llegado a saber que producía ese mismo efecto en
los hombres, porque, maldita sea, él también se hubiera lanzado a sus pies para
suplicarle.
Jamie sacudió la cabeza para despejarse mientras se acercaba a Ethan. Había ido
hasta allí para trabajar, y, aunque fuera por compasión, se trataba de un maldito empleo
que trataría de desempeñar lo mejor posible para justificar la confianza que Ethan había
depositado en él. Puede que Ethan fuera el mejor amigo de su hermano, pero también era
el dueño de un rancho muy rentable. La Estrella de Hojalata funcionaba desde hacía
cuatro generaciones y era famoso por su ganado.
Jamie se detuvo delante de Ethan y, una vez, más, fue consciente de su corpulencia.
¡Qué alto es, maldita sea, y Dios... qué bien huele! Le tendió la mano y Ethan se la agarró,
aunque, en lugar de estrechársela, tal y como había esperado que hiciera, le atrajo hacia
su pecho y le dio un especie de medio abrazo y unas palmaditas en la espalda. Jamie
recobró el aliento. Qué agradable era sentir el contacto de aquel hombre, Dios. Jamie
notó un nudo en el estómago y su polla se animó. ¡Mierda! ¡Contrólate, Killian! Siempre se
había sentido atraído por Ethan, y pensaba que había sido muy bueno a la hora de
ocultarlo, aunque, por alguna razón, hoy, desde que había escuchado su voz por teléfono,
todos sus sentidos estaban en estado de alerta. Tendría que controlarse. No podía
permitir que Ethan supiera el efecto que le provocaba, especialmente ahora que él y John
sabían que era gay. Puede que hasta entonces Ethan no le hubiera dado importancia,
pero, teniendo en cuenta que ahora conocía su orientación sexual, era muy improbable
que no lo considerara sino como lo que realmente era. Y sería muy grave que le echaran
dos veces en un solo día.
Ethan dio un paso hacia atrás, aunque sin soltarle la mano.
—¿Cómo estás, muchacho?
Jamie parpadeó, tratando de concentrarse; en la conversación. Era extraño; parecía
casi como si Ethan se resistiera a dejarlo marchar. Sin embargo, al final —y demasiado
pronto, en lo que a Jamie se refería—le soltó la mano.
—Bueno, supongo que estoy bien. Gracias, Ethan. No te arrepentirás: me emplearé a
fondo.
Ethan sonrió.
—Sé que lo harás. Siempre has sido muy trabajador —Ethan empezó a caminar hacia
la casa, haciéndole un gesto con la cabeza para que lo siguiera. —¿Tienes hambre? ¿Por
qué no entras y comes? Estaba a punto de prepararme algo.
Jamie avanzó junto a Ethan.
—Pero, y John, ¿no está en la casa?
Ethan se detuvo y se quedó mirándolo.
—Sí. ¿Eso supone un problema?
—No... Sólo pensaba que debo ser la última persona que desea ver en este momento.
—Bueno, lo más probable es que siga durmiendo, aunque deberías hablar con él y
también con tu hermana. Creo que te sorprenderá lo que tienen que decirte. Dales una
oportunidad, Jamie. Jules ya ha llamado: estaba muy asustada y quería saber si yo sabía
algo de ti. Tu padre la ha llamado.
—¿Qué? ¿Papá ha llamado a Julia?
Ethan asintió con la cabeza.
—¡Mierda!
—Sí, estaba disgustada al ver que no contestabas al teléfono. Vamos, Jamie,
comamos algo. Quizás John ya esté despierto cuando hayamos terminado.
Ethan siguió andando, pero Jamie se detuvo y se quedó mirándolo, alucinado. ¿Era
posible que Julia y John estuvieran de su parte? Ese pensamiento se vio interrumpido
antes de que fuera capaz de asimilarlo... Ethan se había parado en el porche para
limpiarse las botas en el felpudo. Los ojos de Jamie se quedaron mirando fijamente su
culo. Dios, ¡qué trasero! ¡Qué apretado se veía en ese esos Wrangler!
—¿Entras, muchacho?
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O 0033
Ethan so despertó al oír los ladridos de un perro. Sin embargo, ni siquiera tenía perro.
Tras un parpadeo, abrió los ojos y consultó el reloj: eran las dos y trece minutos de la
madrugada.
¿Qué demonios...? ¡Ah, ya! Después de que John se despertara de su borrachera,
comiera y hubiera recuperado un poco la sobriedad, se había ido para traerle a Jamie
algunas de las cosas que se había dejado en el Quad J. Y también se había traído a Fred.
—¡Llama a tu perro, marica mamón!
Aquello fue lo que hizo que Ethan se levantara. Recogió los vaqueros del suelo y,
mientras trataba de ponérselos, se acercó desnudo hasta la ventana. Su habitación daba
a la parte de atrás de la casa, desde donde podía ver perfectamente el barracón.
Jeff y Carl, dos de sus empleados, habían rodeado a Jamie y a Fred. Carl tenía algo en
la mano, una especie de vara, con la que amenazaba a la perra. Por su aspecto, parecía
que a Jamie le habían sacado a rastras de la cama: sólo llevaba unos pantalones de
chándal oscuros, mientras que Jeff y Carl iban completamente vestidos. ¡Fantástico!, se
dijo Ethan, cáustico.
—¡Mierda, mierda, mierda!
Ethan se subió los pantalones hasta las caderas y bajó las escaleras. Llegó al porche
trasero cuando las cosas se estaban poniendo feas y Bill salía del barracón con una
escopeta en la mano.
—¿Qué diablos está ocurriendo aquí?
Carl golpeó a Fred con el palo y la perra soltó un alarido. Jeff trató de atacar a Jamie,
pero este lo esquivó y cayó sobre Carl.
—¡No le des a mi perra, pedazo de cabrón!
Jamie le asestó dos buenos puñetazos en la cara a Carl antes de que Jeff se lanzara
sobre él desde atrás. Fred empezó a gruñir y salió en defensa de su dueño, agarrando a
Carl por las pelotas y obligándolo a soltar un grito. Carl había perdido su arma y le
sangraba la nariz; seguía gritando, mientras trataba de quitarse a la perra de encima.
Ethan no perdió ni un segundo y se metió de lleno en la pelea agarrando a Jeff, que se
había sentado sobre la espalda de Jamie, a quien tenía cogido por la cabeza, tratando de
golpeársela contra el suelo; tirando del (mello de la camisa de Jeff, Ethan intentó
quitárselo de encima.
En cuanto Jeff se puso en pie, se dio la vuelta hacia Ethan y trató de golpearlo; sin
embargo, Ethan lo esquivó y le dio en el estómago; justo en el momento en que Jeff cayó
al suelo de rodillas, Jamie se dispuso a ir a por él; Ethan le dijo que lo dejara en paz
cuando se oyó un disparo, todo el mundo se quedó inmóvil, incluida Fred. La perra soltó a
Carl y salió corriendo hacia donde estaba Jamie y le gruñó a Jeff, quien aparentemente
estaba demasiado cerca de su dueño para que el animal se quedara tranquilo.
Los otros dos empleados salieron del barracón, metiéndose apresuradamente las
camisetas en los pantalones desabrochados, aunque se dieron la vuelta en cuanto Bill les
mostró su escopeta.
Jamie soltó un suspiro de alivio y apoyó las manos en las rodillas, tratando de llenar los
pulmones de aire.
—¿Alguien quiere explicarme qué coño está pasando?
dulce e inocente que Ethan apenas pudo reprimir una sonrisa. Sintió la urgente necesidad
de darle un abrazo.
—¿Estás bien? ¿Y tu perra? —le preguntó, señalando a Fred con la cabeza.
Jamie hizo una mueca.
—Sí. Nadie ha salido herido, salvo mi orgullo. Debería haberme imaginado que
ocurriría algo así. Supongo que nunca tendría que haber dicho nada, ¿verdad?
—No, no tendrías que haberlo hecho.
Jamie bajó la cabeza y caminó arrastrando los pies.
¡Maldita sea! Aquel aire de derrota le hizo un nudo en el estómago. Debería haber
mantenido la boca cerrada en lugar de hacer que el muchacho se sintiera peor de lo que
ya se sentía.
—Ve a dejar tus cosas. Te sugiero que te instales en la habitación que está junto a la
mía; es la más grande —Ethan cogió los cuencos y la bolsa de comida para perro. —
Vamos, yo me ocupo de Fred. Baja cuando hayas terminado; tomaremos una taza de café
y charlaremos un poco.
Jamie salió de la cocina y Fred fue detrás de sus cuencos, meneando aún alegremente
la cola. Ethan colocó uno de los cuencos en el fregadero, bajo el grifo, y el otro cuenco y
la comida encima del mostrador. Abrió el grifo y acarició la cabeza de Fred.
—¡Buena chica! Así se hace, hay que salir en defensa de papá... Veamos si encuentro
algo para ti.
Fred pareció haberle entendido, porque le dedicó un ladrido de satisfacción y se sentó,
muy contenta. Ethan se rió entre dientes y le rascó detrás de las orejas. Siempre le
habían encantado los perros.
Cerró el agua y fue a echar un vistazo a la despensa. En alguna parte tenía que haber
un poco de cecina. Cuando la encontró, Fred le soltó un ladrido de emoción y casi se
golpeó a causa de la fuerza con que meneaba la cola. Ethan se echó a reír y le dio un
poco de cecina.
—Toma, guapa.
Cuando dejó los cuencos en el lavadero, que estaba junto a la cocina, el café ya estaba
listo. Llenó dos tazas y se sentó a la mesa a esperar. No sabía cómo tomaba el café
Jamie, de modo que se lo sirvió solo.
Cuando volvió, Jamie se sentó en la silla que estaba frente a Ethan; miró hacia el
lavadero, donde Fred estaba comiendo, y sonrió.
—¿Te ha hecho creer que estaba muerta de hambre?
—No. Sólo pensé que se merecía un premio. Es una perra muy buena.
—Sí, lo es. ¿No te molesta tenerla en casa?
Ethan tomó un sorbo de café y negó con la cabeza.
—No. Echo de menos tener un perro. Casi se me partió el corazón cuando Mutt murió,
pero siempre pensé en tener otro. Me debatía entre echar de menos su compañía, y
mantener intacto mi corazón, ¿sabes a qué me refiero?
—Sí. Me moriría si le ocurriera algo a Fred. Por suerte, sólo tiene un año, de modo que
aún estaremos mucho tiempo juntos.
Ethan se quedó mirando al enorme pastor alemán y silbó por lo bajo.
—¡Dios, va a ser muy grande! Ya sabes que los perros de raza grande crecen hasta
que cumplen los dos años ¿verdad?
Jamie cogió su taza de café y le dio un sorbo.
—Sí, lo sé. El día que crezca va a convertirse en un monstruo.
—Seguro —Ethan sorbió de su taza. —Tienes una perra que se llama Fred y una
yegua que se llama George. Ya sé que George es el diminutivo de Georgia, pero si sigues
así harás que la gente piense que tienes una perversa afición a ponerles nombres
masculinos a las hembras.
Ethan le guiñó el ojo. Jamie sonrió y dijo:
—Fred es el diminutivo de Frederica. Como es un pastor alemán, pensé que debía
ponerle un nombre alemán. Entré en Internet y busqué nombres de mujer alemanes. Me
gustó Frederica, pero como tiene un aliento apestoso, la llamo Fred —de repente se puso
serio y añadió: —además, ahora la gente lo atribuirá sólo al hecho de que me gustan los
hombres y no las mujeres.
Ethan se inclinó hacia atrás y lo examinó. Jamie tenía un cuerpo largo y delgado,
musculoso sin ser voluminoso. Ahora mismo no parecía tener veintiún años, sino algunos
más. El pelo negro de los Killian, que tenía tendencia a rizarse cuando crecía, le caía
sobre los ojos, que parecían cansados. Tenía ojeras bajo sus hermosos ojos, que eran
una versión más pálida de los de su hermano, de un color azul celeste cristalino, tan
claros que parecían casi incoloros al contemplarlos desde determinados ángulos. Sus
oscuras cejas y sus prominentes pómulos acentuaban su atractivo; tenía una potente
mandíbula, coronada por un leve hoyuelo. Una barba incipiente que apenas se apreciaba
unas horas atrás le cubría las mejillas, y aunque su piel so había curtido por trabajar al
aire libre, era más bien blanca.
El hermano pequeño de John se había convertido en un hombre muy apuesto, y el
hecho de que estuviera exhausto no menguaba en absoluto su atractivo.
A Ethan se le hizo un nudo en el estomago solamente con pensarlo. ¿Por qué nunca
había visto a aquel muchacho como un hombre? Daba igual, no era el momento.
—Jamie, voy a serte sincero. Creo que el hecho de ser gay no debe importarle a nadie
salvo a ti. Aun así, ya sabes lo terco que es tu padre. Deberías haber pensado lo que
haría en cuanto lo supiera.
Jamie empezó a explicarse, pero Ethan lo interrumpió levantando la mano.
—Déjame terminar. Aunque creo que no deberías haber salido del armario, hablando
en sentido figurado, no mereces que te traten así. Y no me refiero tan sólo a tu padre, sino
también a Carl y Jeff. Me alucina que John ni siquiera saliera en seguida en tu defensa
delante de tu padre —de pronto, Ethan sonrió de oreja a oreja y sorbió un poco más de
café. —De todas formas, si lo hubiera hecho probablemente también estaría viviendo y
trabajando aquí con nosotros.
Jamie sonrió, aunque sus ojos azules seguían estando tristes.
—Sí. Bueno, simplemente me ha sorprendido que John esté de mi parte. En cierto
modo sí esperaba que Julia me apoyara, pero creía que John se pondría tan furioso como
papá. Es posible que piense lo mismo que tú..., que debería habérmelo guardado para mí.
Ethan asintió con la cabeza.
—John no es intolerante; nunca lo ha sido.
5 Nombre con el que se conoce una zona de los Estados unidos, sobre todo en el sur y en el medio oeste,
donde predomina el protestantismo radical (N. del T.)
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—No puedo creer que nunca me contaras lo de Ethan —susurró Jamie a través del
móvil, teniendo cuidado de que no le oyeran los otros dos empleados del rancho.
—Al igual que el tuyo, Jamie, no era un secreto que me correspondiera contar a mí.
Sinceramente, me sorprende que te lo haya dicho. Por lo que sé, Jules y yo éramos los
únicos que lo sabíamos, y la única razón de que Jules también lo supiera es que, estando
los tres en el instituto, lo vio con alguien —John suspiró. —Mira, tienes cosas más
importantes por las que preocuparte. Me he enterado de lo que ocurrió anoche. Eso ha
sido sólo el principio, Jamie. ¿Estás seguro de que quieres quedarte aquí?
—¡Dios, sí, me voy a quedar aquí! ¡Este es mi hogar! No tengo intención de marcharme
por culpa de unos cuantos gilipollas intolerantes. Espera un segundo. Tengo que coger a
ese becerro.
Jamie soltó el teléfono y apretó las riendas de Spot, ignorando a su hermano. A su vez.
Spot hizo lo posible por ignorar la orden de Jamie de ir tras el becerro.
—¡Mierda, Spot! ¡No vas a salirte con la tuya, de modo que será mejor que me hagas
caso, maldito caballo obstinado!
Jamie espoleó a Spot en las costillas, obligándolo a trotar detrás del animal que había
huido. En cuanto el caballo decidió dejar de llevarle la contraria, devolvieron el becerro a
la manada de ganado sin demasiado esfuerzo. Después de colocarse detrás de la
manada, Jamie siguió hablando por teléfono.
—¿Sigues ahí?
—Sí, sigo aquí. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy ayudando a Hayden y Ed a trasladar el ganado al pasto oeste. ¿Cuándo vas a
traerme a George? Tengo que montar a Spot.
—¿Qué tiene de malo Spot?
—¿Aparte de que es un ladrón y de que sólo obedece a Ethan?
John se rió entre dientes.
—¿Un ladrón?
—¡Sí! ¡Me robó mi sombrero y mi botella de agua! Me acerqué para llamarlo y empezó
a jugar en el corral. Vino derecho hacia mí, me quitó el sombrero de la cabeza y luego
estuvo haciendo cabriolas durante diez minutos antes de que pudiera recuperarlo.
Después me cogió la botella de agua que había dejado en la valla y se estuvo burlando de
mí otros diez minutos. Me llevó una eternidad arrastrarlo basta el establo y ensillarlo.
La risa disimulada de John se convirtió en una sonora carcajada, obligando a Jamie a
apartar el teléfono. Ed se le acercó por detrás y sonrió.
—Tú espera a que tengas que arreglar una valla mientras él esté por allí: te robará
incluso las herramientas.
Jamie se quedó mirando al pálido y pecoso vaquero y refunfuñó. Ed tenía tan sólo unos
años más que él; era pelirrojo, con un pelo muy brillante, y un cuerpo delgado y fibroso.
Tenía fama de hacer muy bien su trabajo y de ser un buen tipo. Y esa mañana demostró
que se trataba de una fama bien ganada. Mientras estaban ensilando los caballos, Ed se
lo dejó claro al comentar que él «no tenía ningún problema con los gays» y a continuación
le estrechó la mano.
—¡Bien! Aquí solemos comer muchos sándwiches. ¿Tú cocinas? —le preguntó Ethan
esperanzado, mientras se sentaba a la mesa.
Jamie lo miró fijamente a sus ojos castaños y notó un nudo en el estómago.
—Un poco.
Ethan asintió con la cabeza y cogió la pelota que Fred le había traído.
—¡Estupendo! Si te portas bien conmigo, está noche dejaré que cocines algo para
nosotros dos.
Jamie parpadeó. Bill y Hayden se echaron a reír. Por su parte, Ed protestó, y, entre
risas, dijo:
—¡Ni hablar! Si sabe cocinar, tienes que compartirlo. De hecho, esta noche iremos a
cenar a tu casa. ¡Es lo justo!
Ethan se rió entre dientes.
—¡Oh, no! ¡Vosotros os prepararéis vuestra cena! Él vive en mi casa y tengo que
sacarle algún provecho.
Ethan le dedicó una sonrisa a Jamie, que notó otro nudo en el estómago. Le devolvió la
sonrisa, negando con la cabeza, y siguió preparándose el sándwich. A Ethan le daría
muchísimo más a cambio de que le dejara vivir en su casa... Y lo haría encantado, de
hecho.
—¿Y también sabes limpiar?
—¡Eso no! Ethan, soy gay..., ¡pero no un ama de casa! Todos se echaron a reír.
Jamie se sobresaltó y luego miró por encima del hombro. Al parecer, no había oído
lanzar la pelota a Ethan.
—Ah, no sabía que estabas jugando con ella. ¿No te importa que corra por la casa?
—No. Aquí no puede hacer grandes destrozos. Quería jugar, por eso la mandé al
salón.
Jamie sonrió.
—Sabes que la forma de llegar al corazón de un hombre es a través de su perro,
¿verdad?
Ethan se echó a reír mientras se acercaba al sofá. Antes de que pudiera sentarse. Fred
le entregó de nuevo la pelota; él volvió a lanzársela y se puso cómodo.
—No, creo que es a través de su estómago... Mi corazón es todo tuyo. Ha sido una
cena fantástica. Gracias.
Jamie masculló algo que sonó como un «Ojalá» y luego se ruborizó, hundiendo un
poco la cabeza.
—Gracias.
Dios, qué atractivo era cuando le entraba la timidez. Era obvio que a Jamie no le
gustaban los cumplidos y Ethan se prometió que eso iba a cambiar. Siempre había sabido
que John era el hijo predilecto, pero, maldita sea, el favoritismo de Killian le parecía muy
injusto, aunque no fue hasta entonces cuando empezó a irritar a Ethan. Jamie hacía
honor a su familia y se merecía su cariño. Le inquietaba descubrir que aquel muchacho
tenía algo que le empujaba a mimarlo.
—De nada.
Jamie levantó la mano para apartarse el pelo oscuro que tapaba sus maravillosos ojos
azules. Luego se aclaró la garganta nerviosamente y se quedó mirando fijamente a Ethan.
—No me importa cocinar si tú te encargas de lavar los platos.
Ethan sonrió y volvió a lanzar la pelota.
—¡Me parece cojonudo! Estás contratado.
Ethan se rió entre dientes, le tendió la mano y se quedó mirando aquellos dedos largos
y la callosa palma durante un segundo. Jamie tenía unas manos bonitas y fuertes, las
manos de un vaquero. ¿Cómo sería sentirlas...? Se estrecharon la mano para cerrar el
trato y se quedó mirándolo discretamente mientras Fred iba tras su pelota.
—¿De verdad que no te molesta Fred?
—No. Es una perra muy buena.
Jamie asintió distraídamente con la cabeza, le hizo un gesto a Fred y le lanzó la pelota.
—Papá siempre se quejaba; no cree que los perros deban estar dentro de casa.
Ethan dio un resoplido.
—No te ofendas, pero voy a decirte lo que le he dicho siempre a John: a veces, tu
padre puede ser un auténtico gilipollas. Los perros son parte de la familia y por supuesto
que deben estar en casa.
Jamie parpadeó y se rió por lo bajo; arrugó ligeramente la nariz, mientras sus ojos
azules resplandecían. Era la cosa más dulce que Ethan había visto jamás.
—Así es. Si encaja, dejaré que George también esté en casa.
Ethan se echó a reír.
—Vale, me niego a que los caballos entren en casa.
Entonces, Ethan perdió el poco control que tenía sobre sí mismo. Empujó a Jamie
hacia atrás, con tan poca fortuna que rozó la cremallera con la polla. Pero daba igual;
nada importaba salvo el hecho de que deseaba sentir de nuevo esa boca contra la suya,
volver a probarla.
No recordaba haber deseado nunca tanto a nadie como deseaba a Jamie allí y en
aquel momento. Y sabía que no era algo muy inteligente. Jamie era demasiado joven; él
acababa de salir del armario ante el muchacho y, lo peor de todo, era el hermano
pequeño de John. Aun así, no podía evitarlo; el chico le había sorbido el seso, en el buen
senado de la palabra, desde el día antes, en cuanto se bajó de su camioneta.
A Ethan siempre le había gustado Jamie; siempre le había parecido atractivo y
despertaba su instinto de protección. Pero, ¿y ahora? Ahora todo era mucho más fuerte y
no tenía ni idea de por qué las cosas eran distintas. Quizás era el hecho de saber que a
Jamie también le atraían los hombres. Fuese lo que fuese, Ethan sabía que ahora Jamie
era suyo.
Sus labios buscaron la boca de Jamie al mismo tiempo que su mano se introducía en el
interior de los pantalones de pijama. Agarró con la mano aquel increíble pene erecto y
ambos dejaron escapar un gemido. ¡Dios, Jamie estaba totalmente empalmado! Ethan
podía sentir aquella polla palpitando en la palma de su mano. Jamie movió las caderas
hacia arriba. Ethan quería verlo. Dejó de besarle y se sentó de nuevo, bajándole los
pantalones de franela con la otra mano. Jamie volvió a gemir, moviendo de nuevo la
pelvis hacia arriba, mientras su polla se deslizaba por la mano de Ethan. Ethan dejó de
apretarle, contemplando el trofeo que deseaba conseguir. La polla de Jamie era cálida y
su tacto era parecido al terciopelo; era un par de centímetros más larga que la suya,
aunque no tan gruesa. Su intenso color rojo sorprendía al lado de las piernas de Jamie,
mucho más blancas, que contrastaban con el oscuro vello que rodeaba su miembro.
Mientras, fascinado, Ethan contemplaba aquella polla, vio cómo empezaba a salir una
gota que se derramó por la inflamada cabeza, y a esa le siguió otra. Ethan se inclinó hacia
delante para recoger la primera gota con la lengua, y luego la siguiente. Mmm... El sabor
no era demasiado salado, era casi dulce.
Jamie notó cómo su polla palpitaba en la mano de Ethan y dejó escapar un grito. Ethan
abrió la boca para introducirse mejor la polla y comérsela a gusto.
Fred se puso a ladrar.
Ambos dieron un respingo. Entonces se abrió la puerta trasera.
Ethan soltó a Jamie y se puso de pie. Jamie se apresuró a subirse los pantalones y se
sentó de nuevo.
—¡Jamie! ¡Ethan!
Ethan se pasó las manos por la cara y miró a Jamie, cuyo rostro estaba completamente
colorado. Ethan frunció el ceño y susurró:
—¡No te ruborices! —luego, gritando, dijo: —¡Estamos aquí!
—¡No puedo evitarlo! —le contestó Jamie en voz baja, mientras lo miraba enfurecido.
Aquello era demasiado. Ethan estaba sonriendo. ¡Dios, cómo lo deseaba!
John entró en el salón cargado con un montón de cosas mientras Fred empezaba a
ladrar de nuevo. Jamie estaba removiendo los cojines del sofá.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ethan.
Jamie se levantó y volvió a mirar hacia el sota.
Ethan sonrió. Andar de un lado a otro era otra costumbre típica de los Killian. Todos lo
hacían igual, con idénticas zancadas y al mismo ritmo. Al final, John se detuvo y se quedó
mirándolo. Ethan conocía aquella mirada; era la mirada de John de en-serio-que-no-
quiero-daros-las-malas-noticias. ¡Bah, mierda! Ethan levantó una ceja. John suspiró y sí;
volvió hacia su hermano.
—Papá no ha dejado que me la llevara. Dice que si quieres la yegua, tendrás que
comprarla.
Jamie se puso rojo como un tomate y frunció el ceño. La ira surgía de todo su cuerpo
en unas olas que resultaban casi, visibles.
—¡Hijo de puta! ¡George es mía! ¡Un regalo es un regalo! ¡Me la dio cuando cumplí
diecisiete años! ¡No puedes pedirle dinero a alguien a cambio de un maldito regalo!
Ethan se había quedado sin habla. Sabía que Jacob Killian podía ser un viejo bastardo,
pero aquello, quedarse con el caballo de alguien como rehén, era algo muy ruin.
—¡No puede hacer eso!
Jamie se movía con rapidez de un lado a otro. Fred se acercó a él, deteniéndose a
media zancada, y aulló, aparentemente sorprendida por el estado de ánimo de su dueño.
Jamie le acarició la cabeza distraídamente y se volvió hacia John y Ethan.
—¿Puede hacerlo? Me refiero a si puede hacerlo sin más.
John se encogió de hombros.
—Probablemente sí. Él fue quien compró a George y ya sabes lo que dicen, que la
posesión otorga un noventa por ciento de la propiedad de algo a quien lo tiene.
¡Aquello era un asco! Ethan se levantó y se dirigió a su despacho, dejando un momento
solos a los dos hermanos. ¡Pobre chaval! Y todo sólo porque había tratado de ser sincero
con su familia...
¡Basta! Ethan paró. ¿De dónde; había surgido aquella idea? ¿Pobre muchacho? ¡Oh,
no, no, no! Jamie aún no era su amante y estaba convencido de que ni era pobre ni un
chaval...
Ethan negó con la cabeza para aclarar su mente y cogió la botella de brandy. Se sirvió
un trago en un vaso y regresó al salón. Los dos hermanos estaban sentados en los dos
extremos del sofá. Fred estaba tumbada a los pies de Jamie, masticando muy satisfecha
su juguete. Ethan se acercó a Jamie y le puso el vaso entre las manos.
—Tómatelo.
Jamie se bebió el brandy de un solo trago y empezó a toser. Se enjugó la frente con la
mano y le devolvió el vaso a Ethan.
—Gracias.
—De nada.
Ethan dejó el vaso encima de la mesilla de café.
—¿Cuánto pide por ella? —masculló Jamie.
—Diez mil.
James dio un brinco y se levantó.
—¡Maldita sea! ¡Yo no tengo tanto dinero!
John se quedó mirando a su hermano.
—Lo sé. Pero la cuestión no es esa. Ya he decidido que la voy a comprar para ti, pero
debo contarte cómo se está comportando papá.
Ethan se colocó detrás del sofá, apoyó las manos en los hombros de Jamie y lo obligó
a sentarse de nuevo.
—No te preocupes por eso, John. Antes de irte te extenderé un cheque: mañana la
traes, o voy yo a por ella.
Jamie levantó los ojos hacia él.
—Ethan, no puedo pedirte que hagas eso.
—Tú no me lo has pedido: lo hago porque quiero. Trabajas para mí y te hace falta un
caballo, fin de la historia. Además, esto impedirá que John y tu padre discutan. Me
atrevería a decir que no le daría mucha gracia que John comprara a George para ti.
Jamie asintió con la cabeza; le brillaban los ojos.
—Gracias —dijo, y se levantó. —Vamos, Fred.
Apesadumbrado, Jamie se dirigió hacia las escaleras.
—Me voy a acostar.
Ethan y John lo vieron desaparecer escaleras arriba.
¡Ese maldito Jacob Killian! Algo le decía a Ethan que Jamie se quedaría en La Estrella
de Hojalata para siempre. Y, por extraño que pudiera parecer, lo único que experimentó
fue una sensación de alivio.
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pero Jamie tenía que asegurarse de ello. ¿Quién sabe? Tal vez Ethan estaría de acuerdo
en retomarlo donde lo habían dejado para ayudarle a deshacerse de su pequeño gran
problema.
Jamie empujó la puerta suavemente y echó un vistazo al interior: era evidente que no
había nadie. La habitación estaba muy ordenada y la cama hecha. Quedaba claro que
hacía un buen rato que Ethan se había levantado. Cerró la puerta y se metió en la ducha,
cerrando con cuidado la mampara de cristal. Se mojó el pelo, cogió el champó y empezó
a frotar.
¿Qué diría Ethan sobre lo que habían hecho? ¿Acaso fingiría que nunca había
ocurrido? ¿Le diría que habían cometido un error y que nunca se repetiría? Dios, Jamie
esperaba que no.
No iba a darle a Ethan la oportunidad de detener lo que había empezado, fuera lo que
fuera. Decididamente había algo entre los dos y él iba a sacar el tema antes, incluso, de
que fuera Ethan quien lo planteara. A pesar de que hacía mucho tiempo que se sentía
atraído por Ethan. Lo ocurrido la noche anterior fue el primer indicio que tuvo de que
Ethan también sentía algo por él. Y con un poco de suerte, no sería tan sólo lujuria. No
quería que fuera sólo sexo... De acuerdo, el sexo era una buena forma de comenzar, pero
no era lo único que deseaba. Él lo quería todo de Ethan.
Jamie cogió el jabón —el jabón de Ethan, —lo frotó con las manos y aspiró
profundamente. Mmm... Olía como él. ¡Joder! Aunque parecía mentira, se empalmó más
aún. Se enjabonó y luego apoyó el brazo en la pared de la ducha, reposando la cabeza en
el antebrazo y dejando que el agua resbalara por su cuerpo. Cerró los ojos, se agarró la
polla con la otra mano y se la estrujó. Oh, sí, le encantaba.
No le sorprendió que su mente invocara la imagen de la oscura cabeza de Ethan
inclinándose sobre él, lamiéndole la polla. Dios, estaba tan sexy, más que cualquier
fantasía que hubiera tenido nunca; aquello era algo con lo que había soñado muy a
menudo a lo largo de todos esos años. Y había sido increíble. Si Fred no se hubiera
puesto a ladrar y no hubiera aparecido John...
Jamie se acarició suavemente, con calma. Con el agua caliente resbalándole por todo
el cuerpo, la polla se deslizaba por su mano, mientras él se imaginaba a Ethan
comiéndole la boca.
Aquellos increíbles labios, tan sensuales, recorrieron la longitud de su polla y luego se
la chuparon ligera ni e id e al volver atrás: con una mano, Ethan le acariciaba los huevos.
Aumentó el ritmo, estrujándose la polla con más fuerza. Tenía los testículos a punto de
estallar.
Los cálidos ojos castaños de Ethan se esforzaron por verlo mientras con la otra mano
seguía acariciándolo un poco más abajo. Jamie jadeaba, agarrándose la polla con más
fuerza y moviendo más rápidamente la mano. Ethan recogió un poco de saliva con el
dedo mientras rozaba ligeramente con los dientes la polla de Jamie, aunque sin hacerle
daño, lo justo para provocarlo. Ethan presionó una y otra vez contra su ano hasta que
pudo introducirle el dedo.
Jamie gimió, inclinando la cabeza hacia atrás contra la pared de la ducha y sacudiendo
las caderas mientras el orgasmo recorría su espina dorsal hasta llegarle a la polla.
«¡Ethan!» Miró rápidamente hacia abajo y vio cómo su leche desaparecía por el desagüe.
Se apoyó con ambas manos en la pared de la ducha para tenerse en pie, respiró
profundamente varias veces y trató de frenar los rápidos latidos de su corazón. ¡Dios! Eso
era lo que le hacía falta. Ahora, si Ethan consintiera, todo sería real.
Jamie sonrió. Oh, sí. ¡Ethan era como él! No le importaba cuánto tiempo le llevara; al
final, Ethan sería suyo. ¡Y no sólo su cuerpazo, sino también su corazón!
—Jamie.
Al escuchar aquel susurro, volvió violentamente la cabeza.
¡Vaya visión!
Ethan apareció en el marco de la puerta que comunicaba la habitación de Jamie con el
cuarto de baño. Había subido para decirle que había salido y se había traído a George y
para preguntarle si quería acompañarlo al pueblo para hacer algunos recados. Entrar en
la ducha y ver a Jamie corriéndose había sido algo inesperado. La imagen, había bastado
para ponérsela dura de inmediato, pero luego, oírle susurrar su nombre mientras se
corría... Ethan casi había estado a punto de unirse a él. Aunque no tenía intención de
decir nada después de haber visto eyacular a Jamie, al final decidió carraspear.
Jamie cerró el agua, abrió la mampara y cogió la toalla que había en el estante.
Mientras empezaba a secarse su brillante pelo negro, se quedó mirando fijamente a
Ethan, casi como si lo desafiara a decir algo.
¡Dios, era muy atractivo! Los músculos perfectamente definidos de Jamie y su físico
atlético y fibroso le recordaron a un lustroso gato salvaje. Tenía tan sólo un poco de vello
en el pecho, lo justo para hacerle parecer un hombre adulto y viril. El vello continuaba
hacia abajo en una fina línea que volvía a ser más abundante sobre la ingle ¡Y vaya ingle!
La polla de Jamie seguía estando medio erecta, y cuando lo estaba del todo debía de
medirle al menos veintidós centímetros. Sus duros y musculosos muslos y sus largas
piernas daban fe de las horas que se había pasado en una silla de montar.
A pesar de que se parecía a su hermano, Ethan pensaba que Jamie era el más guapo
de los dos; con diferencia, era el hombre más atractivo que había visto desde hacía
mucho tiempo, y el hecho de que estuviera mirándolo fijamente no ayudaba mucho a
bajar su erección.
Volvió a carraspear, se quedó mirando el atractivo rostro del muchacho y sonrió. Jamie
estaba rojo como un tomate. ¡Joder, qué guapo es cuando está avergonzado!
Jamie terminó de secarse y se puso la toalla en torno a la cintura. Aún no había dicho
ni una palabra y seguía teniendo los ojos fijos en Ethan. Dio un paso hacia él, en plan
chulo, y sonrió.
—Hola, vaquero.
Ethan le devolvió la sonrisa.
—Hola, Ojos Azules.
Jamie bajó los ojos y recorrió con la mirada el cuerpo de Ethan; cuando su inspección
se detuvo en la parte delantera de los pantalones vaqueros, alargó la mano y le agarró la
polla, que por entonces ya estaba más dura que una barra de acero.
—¿Necesitas que te echen una mano con esto?
—Ssssss... —suspiró Ethan, cerrando los ojos mientras el placer recorría todo su
cuerpo.
Se dejó llevar por las caricias de Jamie durante unos instantes y luego abrió los ojos.
Se apartó del marco de la puerta y dio un paso al frente, agarrando la toalla de Jamie y
tirando de ella hasta que cayó al suelo. Jamie dejó escapar un grito ahogado, buscando
con sus ojos los de Ethan, quien ni siquiera pensaba qué estaba haciendo o que no
debería hacerlo. Extendió la mano, agarró una parte de aquel culito duro y atrajo a Jamie
hacia él; luego le inclinó la cabeza y aplastó la boca de Jamie con la suya, en un
movimiento que casi hizo que se le cayese el sombrero al suelo.
Los gemidos llenaron el silencioso cuarto de baño mientras Jamie besaba a Ethan al
mismo tiempo que le acariciaba el pecho con las manos. Ethan sentía contra su muslo la
polla de Jamie, que estaba poniéndose dura otra vez. Ethan lo besó a fondo durante un
minuto, mientras sus lenguas se enredaban, y luego lo apartó, soltando aquel culo tan
firme.
—No hay tiempo para esto —dijo, dándole un casto beso en los labios. —Vine para
decirte que he traído a George y para preguntarte si querías acompañarme al pueblo.
Tengo que hacer algunos recados.
—Podemos hacer los recados más tarde.
Jamie rodeó el cuello de Ethan con sus brazos y trató de atraerlo de nuevo. Ethan se
rió entre dientes y se deshizo del abrazo.
—Dicen que va a hacer mal tiempo y quiero volver antes de que cambie, de modo que
si quieres acompañarme, vístete.
Jamie refunfuñó.
—Sí, voy contigo. Pero, ¿qué pasa con Bill? ¿No tiene trabajo para mí?
—No. Hayden y Ed pueden ocuparse de todo. Le dije a Bill que tú vendrías conmigo.
—De acuerdo.
Jamie lo rozó al dirigirse hacia su habitación, apretándose contra él más de lo
necesario al cruzar la puerta. Ethan lo siguió, con los ojos fijos en aquel musculoso
trasero.
—¡Joder!
—¿Qué?
Jamie miró por encima de su hombro, con una sonrisa de satisfacción.
¡Será ligón!
Ethan movió la cabeza de un lado a otro y puso los ojos en blanco.
—Nada. Vístete y reúnete abajo conmigo.
Por supuesto, había admirado a muchos de esos hombres, aunque sabía que no había
demasiadas esperanzas con respecto a nada, de modo que nunca les prestaba mucha
atención después de la atracción inicial que sentía por ellos. Aunque ahora que sabía que
Jamie también era gay, todos aquellos sentimientos reprimidos estaban saliendo a flote.
Y, de repente, el hecho de que Jamie fuera el hermano pequeño de John no le pareció un
obstáculo tan grande. ¿Acaso John no había dicho que era una lástima que fuera gay
porque, de no ser así, podría casarse con Julia y serían como hermanos? De acuerdo,
eran sólo unos niños cuando habían dicho eso, pero aun así...
¡Qué demonios! Ya no era ningún niño. A lo largo de aquellos años había tenido unos
pocos rollos de una noche estando de viaje de negocios, pero su última relación fue la
que había mantenido con Cliff en la universidad, y había sido un desastre, porque John y
Cliff se odiaban mutuamente. Cliff nunca soportó las bromas de John, y la amistad de este
con Ethan siempre despertó sus celos. Eso, en el caso de Jamie, no supondría ningún
problema.
Evidentemente, al haber admitido que era gay Jamie había planteado otro problema.
En realidad, Ethan no deseaba enfrentarse al hecho de tener que salir también del
armario. Y luego estaba el tema de una posible ruptura. ¿Qué ocurriría si la relación no
prosperaba? No podría cortar con Jaime de la misma forma que lo había hecho con Cliff.
Ethan aún era capaz, de acordarse de cuando tenía once años y se sentó para coger a
Jamie en sus brazos dos días después de haber nacido. Le había echado una mano a
John para que Jamie aprendiera a nadar. Jamie siempre formaría parte de su vida.
—Estoy listo. ¿Puedo ver a George antes de irnos?
Jamie entró en la cocina vestido con una camiseta de manga corta de color verde
oscuro, un par de Wranglers muy ajustados y su sombrero de fieltro gris.
Ethan parpadeó y notó cómo se removía su polla. Maldita sea, había acabado de
bajársele la erección y la mera visión de Jamie vestido amenazaba con volver a
provocarle otra. Dejó escapar un silencioso gemido.
—Sí, vamos.
Abrió la puerta para dejar pasar a Jamie. Se dijo a sí mismo que no iba a prestar
atención a aquel fantástico culo embutido en unos ajustados vaqueros que tenía delante
de él. Por desgracia, nunca había sido demasiado bueno siguiendo sus propios consejos.
—He estado pensando. Está claro que hay algo entre nosotros y creo que deberíamos
averiguar de qué se trata. Yo puedo...
—Estoy de acuerdo,
—... ser muy discreto... ¿Qué has dicho?
Ethan se rió entre dientes.
—He dicho que me parece bien. Estoy de acuerdo contigo; deberíamos seguir adelante
y ver adónde nos lleva esto.
Jamie se sintió como si acabaran de darle un mazazo. Había pensado que tendría que
argumentar mucho para conseguir aquello.
—¿De veras?
—Sí. ¿Acaso estoy hablando en un idioma que no entiendes?
Ethan sonrió y Jamie se rió entre dientes, sintiéndose mejor que nunca.
—¡Listillo!
Ethan, a su vez, también se echó a reír.
—¿Ethan?
—¿SÍ?
—Gracias...
Gracias por acogerme en tu casa, por traerme mi caballo, por ofrecerme un trabajo y
por darme la oportunidad de estar contigo.
—... por todo.
Ethan se quedó mirándolo de nuevo y le tendió la mano; Jamie la observó
detenidamente durante un secundo: era grande y callosa; luego puso la suya encima.
Ethan se la apretó.
—De nada...
Eran un gesto y unas palabras muy íntimas que escondían una promesa. Decían todo
lo que ellos no habían dicho: las preguntas, las reservas y, finalmente, la aceptación de lo
(.pie había ocurrido. Jamie sonrió y por fin pudo relajarse. Pensó, por primera vez, que el
hecho de que lo hubieran echado del único hogar que había tenido hasta entonces quizás
no fuera algo tan malo, que quizás había ocurrido por algún motivo. Disfrutó unos
instantes del tacto de la mano de Ethan apretando la suya y luego la soltó.
—Dime, ¿qué vamos a hacer al pueblo?
—¿Además de todo lo que figura en la lista de Bill, quieres decir? Pues vamos a
comprar una brida para ti.
—¿Cómo? Pero si yo ya tengo una silla y....
Ethan negó con la cabeza.
—Ya no. Esta mañana tu padre ni siquiera me dio una cuerda para sujetar a George.
Por suerte, tenía algunas en la parte trasera de la camioneta, y estando Fred ahí, no fue
demasiado difícil persuadir a George: fue ella quien la hizo subir al tráiler.
—¡Dios! —Jamie respiró profundamente. —¿Es que esto no va a terminar nunca?
—No lo sé, Jamie... No lo sé, pero esperemos que sí.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0066
La silla era muy buena: tenía el cuero trabajado a mano. Todo aquello supondría un
buen sablazo a sus ahorros, pero merecía la pena. También compró un nuevo dogal, un
bocado y una manta para la montura, además de todo lo que le hacía falta para la silla.
Ethan le dijo a Jamie que no se preocupara por todo lo que necesitaba para el caballo e
incluso se ofreció a comprarle todos los complementos, pero él no quiso permitírselo de
ningún modo.
Jamie cogió una almohaza; ahora que John le había traído sus pertenencias y efectos
personales, tenía algo de dinero, y no podía seguir aceptando el de Ethan. Sabía lo que
era capaz de trabajar y era consciente de que el hecho de que Ethan le hubiera
contratado no perjudicaría mucho a su presupuesto, aunque también sabía que no le
hacía falta otro empleado. De momento, pues, aquello seguía siendo una obra de caridad.
Jamie haría todo lo posible para asegurarse de que Ethan no se arrepintiera de haberlo
contratado, sobre todo porque eso le había supuesto perder a dos experimentados
vaqueros.
Jamie llevó todas las compras al mostrador. Ethan estaba ultimando su pedido con
Tom Cooke, el encargado de Hatcher's Feed desde hacía mucho tiempo. Estaban
hablando del nuevo quiosco de música que habían construido en Town Square.
Tom se quedó mirando a Jamie.
—¿Por qué sigues en el pueblo?
Jamie parpadeó, miró a Ethan y luego а Tom.
—¿Disculpe?
—Tú no pintas nada aquí.
Jamie se quedó mudo de asombro. No pensaba que el hecho de ser gay le importara a
la gente que lo conocía. Después de todo, él seguía siendo el mismo. Se quedó mirando
boquiabierto а Tom. Sin embargo, Ethan frunció el ceño, enojado. La expresión de su
rostro bastó para empujar a Jamie a dar un paso atrás. Nadie que fuera medianamente
inteligente seguiría hablando con alguien de la altura de Ethan y con una mirada como la
suya. No obstante, estaba claro que Tom no era demasiado listo.
—Lo que deberías hacer es largarte a California con el resto de bichos raros.
Jamie estaba tan atónito que ni siquiera era capaz de decir nada y mucho menos de
pensar una réplica adecuada. Iba a Hatcher’s Feed desde que era un niño y Melissa
Hatcher, la hija del dueño, había ido a la escuela con su hermana. Y а Tom lo conocía
desde siempre.
—Deja eso y salgamos de aquí, Jamie.
La mirada de Ethan se encontró con la de Jamie y le hizo un gesto con la cabeza en
dirección a la puerta. Jamie dejó la silla y el resto de cosas en el suelo junto al mostrador,
y siguió a Ethan. Por el rabillo del ojo vio la cara de contrariedad del encargado.
—Maldito marica —escupió Tom cuando pasó junto a él.
Jamie seguía estando tan asombrado por la actitud de Tom que ni siquiera se dio
cuenta de que Ethan se paró en seco; sus botas resbalaron en el liso suelo de cemento al
tratar de no chocar con él. Ethan lo agarró del brazo para que no se cayera, luego lo soltó
y echó un vistazo por encima del hombro de Jamie con una gélida mirada.
—Anule mi pedido, señor Cooke, y dígale a Melissa Hatcher que a partir de ahora
compraré en otro establecimiento.
Una vez en la calle, Ethan se volvió hacia Jamie.
—¿Estás bien?
Jamie asintió con la cabeza, demasiado estupefacto como para decir algo. Ethan
inclinó la cabeza, mirándolo de arriba abajo.
—Bien. Sube a la camioneta. Iremos a Robert Feed & Suppl.
—¡Ethan! ¡Jamie! ¡Un momento! —Melissa Hatcher había salido de la tienda, con su
rubia cola de caballo moviéndose de un lado a otro. —Por favor, no os vayáis. He oído...
Tom salió del establecimiento hecho una furia, refunfuñando entre dientes; cuando
pasó junto a ellos, ni siquiera los saludó. Jamie y Ethan volvieron la cabeza al unísono
para ver cómo se alejaba.
—¡Hijo de puta! —Jamie abrió los ojos sorprendido y acto seguido se llevó la mano a la
boca. —Lo siento, no quería decirlo en voz alta. Por favor, disculpa mi lenguaje, Melissa.
A Melissa le entró la risa tonta.
—No pasa nada, cariño. Es verdad: es un hijo de pura.
Ethan se rió entre dientes.
—¿Le has despedido?
—Por ahora no; sólo he dejado que le dé un poco el aire. Pero ten por seguro que lo
haré si vuelve a armar otro jaleo corno este —Melissa miró fijamente a Jamie. —Yo
también he oído lo que dicen por ahí, pero para mí nada ha cambiado. Eres un buen chico
y eso es todo lo que me importa. Debo decirte, de todas formas, que aquí vas a
encontrarte con reacciones muy hostiles. No es justo, pero es así.
Jamie asintió con la cabeza
—Empiezo a darme cuenta de ello. Pienso que Ethan tiene razón y que debería haber
mantenido la boca cerrada.
Melissa se quedó mirando a Ethan.
—Bueno, visto ahora, sí, pero eso no le da derecho a nadie a tratarte como a una
mierda —Melissa dio un resoplido y negó con la cabeza. —Es lo que pienso, sobre todo
con respecto a algo tan irrelevante. Me alucina que la gente se sienta ofendida por algo
así. La vida sexual de cada cual es algo privado, y así es como debería ser —Melissa
puso los ojos en blanco. —Lo siento, Jamie. No sé qué mosca le ha picado. Aquí siempre
serás bienvenido. Por favor, volved a entrar y dejadme compensaros. Os haré un buen
descuento, chicos.
Melissa les guiñó un ojo y se metió en la tienda. Una vez más, Jamie se quedó sin
palabras mientras la observaba. Ethan le dio un codazo y entró.
—Venga, vamos.
Todo lo que Jamie había dejado en el suelo estaba ahora encima del mostrador.
Melissa les dedicó una sonrisa a ambos.
Bueno, Jamie, ¿qué tal está Julia? He oído decir que está trabajando en el hospital
universitario de San Antonio.
—Sí, así es. Parece que le gusta. Hablé con ella ayer; estaba cansada, pero se la oía
contenta.
—Estupendo, estupendo. Mándale un saludo y dile que me llame algún día.
—Lo haré.
Melissa cogió una tarjeta del mostrador, escribió algo en ella y luego levantó los ojos.
—Mira, Ethan, siempre has comprado aquí y odiaría perderte como cliente. ¿Qué tal si
te doy esto —dijo, deslizando la tarjeta a través del mostrador—y me llamas directamente
a mí para hacer tus pedidos? Ahí están mi número de móvil y el de mi casa. Me aseguraré
de estar aquí cuando vengas a recogerlos ¿Qué te parece?
Ethan se tocó la punta del sombrero.
—Eso sería perfecto. Gracias, Melissa. Ocúpate de mi pedido y llámame cuando esté
listo.
—Descuida, lo haré. Gracias por darme una segunda oportunidad, Ethan.
Jamie se quedó mirando a Ethan, que tenía una sonrisa de oreja a oreja: Cuando le
pilló observándolo, sonrió aún más abiertamente.
¡Oh, joder! ¡Aquel hombre era tan sexy que no había palabras para describirlo! La polla
de Jamie se movió bruscamente y se puso dura. No podía esperar a volver a casa. Dada
la rapidez con la que había aceptado antes Ethan, estaba seguro de dónde iba a dormir
aquella noche. Y aquel pensamiento le bastaba para hacerle sentir mariposas en el
estómago. Cerró los ojos, deseando que su polla se comportara.
Lo último que le hacía falta era pasearse por el pueblo con un bulto enorme en la
entrepierna. Con las reacciones que se había encontrado hasta entonces, la gente
probablemente lo lincharía. O bien eso o bien echaría a correr durante una milla en
dirección contraria para evitar estar cerca de él.
Melissa se aclaró la garganta y dijo:
—Muy bien, Jamie: te hago un cincuenta por ciento de descuento en la silla y un veinte
en todo lo demás, ¿qué te parece?
Jamie cerró los ojos y luego volvió a abrirlos. Iba a decir que era demasiado cuando
Ethan intervino:
—Gracias, Melissa. Eres muy amable.
Jamie se quedó mirando a Ethan, que bajó ligeramente la barbilla. Sus ojos castaños
trataron de mirar bajo el sombrero vaquero de paja mientras arqueaba una ceja para
decirle a Jamie que aceptara educadamente el descuento.
—Gracias, Melissa. Es muy generoso de tu parte, te lo agradezco.
—De nada. Era lo menos que podía hacer.
Jamie le sonrió, sacó su tarjeta de crédito y pagó mientras Ethan cogía la silla y la
manta. Melissa le devolvió la sonrisa, con un brillo en los ojos.
—¿Estás seguro de que eres gay, cielo?
Jamie parpadeó.
—Oh, sí.
—Bueno, una chica siempre puede tener esperanzas... —mirando a Ethan, Melisa
añadió: —Creo que es incluso más guapo que John.
Ethan se echó a reír.
—¡Claro que lo es, Melissa! Y también mucho menos terco que él.
Ethan miró a Jamie, quien notó cómo el color subía hasta sus mejillas.
Espera un momento... ¿Ethan pensaba que era guapo?
—¡Los hombres no son guapos!
—Tú sí lo eres.
Melissa se dio la vuelta y colocó una caja muy grande sobre el mostrador. Eso le dio a
Ethan la oportunidad de observar a Jamie de arriba abajo, desnudándolo prácticamente
con la mirada.
¡Maldita sea! Ahí estaba otra vez su polla. Jamie dejó escapar un sonoro suspiro. Algo
le decía que tratar de mantener a raya su libido estando Ethan a su lado era una causa
perdida. Se preguntaba cuántos recados más deberían hacer y si Bill y los demás se
darían cuenta si pasaban el resto del día encerrados en casa. Joder, ni siquiera había
visto a Ethan desnudo. No era justo. Iba a tener que remediar eso lo antes posible.
Melissa colocó el resto de las cosas en la caja y se despidió, disculpándose por el
comportamiento de Tom. Jamie le dio nuevamente las gracias por los descuentos y luego
siguió a Ethan hasta la camioneta. Ethan puso la silla en el asiento trasero y Jamie dejó
también allí la caja.
—¡Maldita sea, Ethan! Eso sí ha sido un buen trato; ha sido algo increíble.
—Es lo que se llama hacer un buen negocio. Además, ¿no has oído decir nunca
aquello de «a caballo regalado no le mires el diente»?
Jamie se echó a reír.
—Yo le miro constantemente los dientes a George.
Ethan gruñó y cerró la puerta de trasera.
—¡Anda, sube, listillo!
Ethan sonrió. Aquello le parecía algo cada vez más prometedor. Sólo con pensarlo se
le ponía dura. ¿No sería algo increíble tener un amante y además un amigo? Eso es lo
que no había encontrado en Cliff: cuando no estaban follando, siempre prefería estar con
John. Cliff había sido su amante, pero nunca fue su amigo. Ahora, Jamie... Jamie podía
ser ambas cosas, Ethan arqueó las cejas dirigiéndose al muchacho.
—Te tomo la palabra, Ojos Azules.
—Me gusta eso —repuso Jamie, en un susurro, apartando la mirada. Lo dijo en voz tan
baja que Ethan apenas pudo oírle.
—¿Qué es lo que te gusta?
Jamie volvió la cabeza, y sus increíbles ojazos buscaron los de Ethan.
—Que me llames Ojos Azules.
Ethan sintió un nudo en el estómago; su polla se le puso dura del todo, palpitando
contra unos vaqueros que de pronto le parecieron demasiado ajustados. Ethan se inclinó
hacia un lado y Jamie hizo lo misino; Ethan miró fijamente a los ojos a Jamie, con tanto
deseo que le costaba respirar. Dios, lo que quería era quitarle aquel Stetson gris, agarrar
su pelo negro y acercar sus labios a aquella boca tan sensual para no volver a
despegarlos jamás. Se relamió los labios y los ojos de Jamie se quedaron fijos en ellos. El
muchacho gimió y se humedeció los labios. Las alas de sus respectivos sombreros
chocaron. Ethan se acercó a su fuerte y suave; mejilla para poder inclinar más la cabeza.
Jamie parpadeó y se echó hacia atrás.
—Estamos en el aparcamiento del restaurante de Betty —dijo Jamie, jadeando.
—¡Mierda!
Ethan se enderezó, puso en marcha la camioneta y salió del aparcamiento. ¿Cómo
había podido despistarse así? Ninguno de sus amantes le había causado ese efecto y,
técnicamente, Jamie ni siquiera era aún su amante. Iba a ser su perdición..., pero, ¡vaya
perdición!
—Lo siento.
—La culpa no ha sido tuya, sino mía. Simplemente... ¡Maldita sea!
Jamie se echó a reír.
—Sí. Esto lo resume todo.
Ethan se rió con él, contento de haber roto la tensión. Con un poco de suerte, su polla
se portaría bien y seguiría durmiendo.
—¿Te importa que paremos en casa de mi tía?
—¿Vamos a ver a Margie? ¡No, qué va! ¡La adoro! Tío, no la he visto desde que murió
mamá. ¿Sabías que eran amigas?
Ethan asintió con la cabeza, sonriendo ante el entusiasmo de Jamie.
—Sí, lo sé. Y no la llamo Margie, sino tía Margaret. Esa mujer sí que sabe cocinar, ¿no
crees?
—¡Caramba, ya lo creo! Solía suplicarle a mamá que me llevara al pueblo para ir a ver
a Margie y ponerme ciego de galletas, bizcocho y todo lo demás —Jamie se rió entre
dientes y luego se puso muy serio. —Tía Margaret es una mujer realmente maravillosa.
Mamá solía discutir mucho con papá, y cuando iba a visitar a Margie siempre se sentía
mejor. Supongo que es difícil estar de mal humor estando con tu tía, ¿verdad?
—Así es. Cuando la hicieron, rompieron el molde.
Pocos minutos después entraban en el camino que había frente a la casa de su tía.
Mientras Ethan apareaba la camioneta, una mujer y dos preciosas niñas pecosas,
pelirrojas, salieron de la casa, seguidas de cerca por tía Margaret.
Tía Margaret tenía un taller de costura, por lo que durante el día siempre había gente
entrando y saliendo de su casa. Además de proporcionarlo su buen dinero, era algo que
le encantaba. Por Navidad siempre le hacía unas camisas preciosas a Ethan.
Jamie y Ethan bajaron de la camioneta cuando las dos niñas se dirigían a una
furgoneta; su madre se despidió de tía Margaret con la mano y, por encima de su hombro,
gritó algo acerca de ponerse una combinación rosa.
Jamie coincidió con Ethan delante de la camioneta y, con un escalofrío, dijo:
—¡Puaj! ¡Una combinación rosa!
Ethan trató de contener una sonrisa.
—No sé..., estarías muy mono con una combinación rosa...
—¡Cierra el pico! Si un día me pongo algo de color rosa será porque los cerdos tienen
alas.
—A ver... Entonces lo que te incomoda no es la idea de ponerte una combinación sino
que sea de color rosa, ¿verdad?
Jamie le dio un codazo.
—¡Ja, ja!
Ethan se rió entre dientes. Tía Margaret los vio y bajó del porche con una enorme
sonrisa en los labios y los brazos abiertos.
—¡Ethan!
Ethan solía ir a visitarla una vez por semana, pero ella siempre se comportaba como si
no lo hubiera visto en años, Ethan se acercó a ella y le dio un abrazo. Teniendo en cuenta
su edad, Margaret Whitehall era una mujer alta y fuerte. Mientras se abrazaban, casi, lo
estrujó. Ethan le dio un beso en la arrugada mejilla antes de echarse hacia atrás.
—¿Cómo está mi chica preferida?
—¿Por qué? Estoy bien, cielo... ¿Jamie? ¿Eres tú, Jamie Killian? ¡Ven a darle un
abrazo a Margie!
Tía Margaret prácticamente empujó a Ethan para abrirse camino y poder acercarse a
Jamie; lo estrechó entre sus brazos y le dio dos besos en las mejillas y otro en la frente.
Jamie sonrió de oreja a oreja.
—Hola, Margie.
Tía Margaret retrocedió y lo miró de arriba abajo.
—¡Oh, cariño, qué guapo y qué mayor estás! Cuando te vi llegar con Ethan pensé que
eras John —lo cogió de la mano y empezaron a andar hacia la casa. —Jamie, cariño, no
te veía desde..., desde...
Se detuvo en el umbral de la puerta y se volvió.
—Vaya. —Ethan chocó con Jamie y se le resbaló el sombrero de paja. —Lo siento. No
sabía que ibais a pararos.
Por supuesto, si hubiera prestado un poco de atención en lugar de haberse quedado
mirando el prieto culo de Jamie... Ethan se agachó, recogió su sombrero y volvió a
ponérselo. Tía Margaret lo ignoró y siguió con lo que estaba diciendo.
—Desde el funeral de tu madre —le dedicó una sonrisa triste a Jamie y entrecerró los
ojos. —No necesitas ninguna excusa para dejarte caer por aquí de vez en cuando.
Jamie le dio unas palmaditas en la mano.
—Lo sé ¿Me perdonas por no haber venido antes?
Jamie; se puso de rodillas, se quitó el sombrero y, con un gesto dramático, lo apretó
contra su pecho. Ella se rió entre dientes.
—¡Granuja! Levántate. ¡Lo único que te interesa son mis galletas!
Jamie se puso en pie, la cogió en brazos y empezaron dar vueltas. Ethan apenas tuvo
tiempo de hacerse a un lado.
—Bueno, ¿puedo coger tus galletas, Margie?
Tía Margaret se echó a reír.
—Sí, sí, puedes coger mis galletas. ¡Bájame ya, pillastre!
Ethan sonrió. Evidentemente, sabía que Jamie conocía a su tía; después de todo, ella y
la madre de Jamie habían sido amigas durante mucho tiempo, aunque nunca había sido
consciente de hasta qué punto ambos se conocían. Ene algo que le sorprendió. John
también conocía a su tía, pero nunca le había parecido que se sintiera tan a gusto con ella
como su hermano. Seguro que de pequeño Jamie debió de visitar muy a menudo aquella
casa. El cariño que sentían el uno por el otro era auténtico; ambos compartían casi la
misma familiaridad que él tenía con su tía.
—¿Y yo qué, tía Margaret? ¿Yo también puedo coger tus galletas?
Ella asintió con la cabeza.
—Pues claro que puedes, cielo. Id a la cocina a ver qué encontráis. No estoy
acostumbrada a veros juntos, pero me gusta.
Sin que ella lo viera, Ethan frunció el ceño. ¿Qué se suponía que significaba eso?
Mientras se dirigía a la cocina, Jamie dejó su sombrero en el sofá, recordándole a
Ethan una de sus costumbres. A su vez, él se quitó el suyo y lo colocó junto al de Jamie.
Cuando entró en la cocina, Jamie ya estaba sentado a la mesa, mientras su tía servía tres
vasos de leche y sacaba una bandeja de galletas. Jamie parecía..., en fin, como un niño
con zapatos nuevos.
Ethan negó con la cabeza. Tenía que dejar de pensar en Jamie como si fuera un niño;
ahora ya era un hombre. Dios, ¡verlo por la mañana en la ducha se lo había demostrado
sin ningún género de dudas! Ethan tiró del cuello de su camisa. Tenía que dejar de pensar
en el muchacho. No podía tener una erección delante de su tía Margaret; sería algo
increíblemente embarazoso.
—¡Oh! ¡Con pasas! Son mis favoritas. ¡Eres una diosa, Margie!
El rostro de Jamie se iluminó... En realidad, brillaba. Ethan no pudo evitar una sonrisa.
CAÍ ando era feliz, Jamie era alguien muy distinto.
Tía Margaret se aclaró la garganta y le dedicó una sonrisa a Jamie. Se dirigió hacia su
asiento y Ethan se levantó para colocarle el taburete.
—Gracias, cariño.
—De nada, tía Margaret.
—Y, decidme, ¿qué trae a mis dos chicos favoritos por aquí? Y juntos, además.
¿Sus dos chicos favoritos? Ethan parpadeó. Vaya, ella y Jamie se conocían realmente
bien.
—Ethan, cariño, tengo que hablar contigo mientras Jamie se ocupa del aceite del
anticongelante de mi coche.
Ethan levantó la mirada hacia su tía desde debajo del fregadero.
—Claro. ¿Qué ocurre? —tras ajustar una tuerca del tubo de desagüe, añadió: —Debía
de ser esto; sólo estaba un poco floja. Ahora no tendría que perder agua —Ethan se
levantó sosteniendo la llave inglesa con la mano. —Abre el grifo.
Ella se acercó al fregadero y dio el agua. Ethan comprobó que no perdía nada, pasó la
mano por las tuberías y se aseguró de que estaban secas.
—Bueno, esto ya está.
—Gracias, cariño. Escucha, tengo algo que decirte. Jamie podría volver y, bueno...,
teniendo en cuenta que estás con el...
Ethan sonrió y volvió a dejar la llave inglesa en la caja de herramientas.
—¿Quién dice que estoy con Jamie?
Tía Margaret le devolvió la sonrisa.
—Estáis hechos el uno para el otro, y, si no estáis juntos, deberíais estarlo.
Ethan se rió entre dientes y siguió guardando el resto de las herramientas.
—Continúa. ¿Qué ibas a decir?
—Blanche no era la madre de Jamie.
—¿Cómo?
—Jamie es hijo de Jacob y do su ex amante.
Ethan se sentó en el suelo, con la boca abierta. Era como si alguien lo hubiera
golpeado en la cabeza con una estaca. ¡Joder!
—Cuando Jamie nació. Blanche lo adoptó. Ella lo quería, aunque nunca perdonó a
Jacob que la engañara. Creo que ese es el motivo por el que Jacob siempre ha sentido
aversión por Jamie; lo culpaba de que Blanche ya no se comportara igual con él. Sin
embargo, ella era una gran mujer y quería a ese niño a pesar de lo que había hecho su
marido. —Tía Margaret retorció las manos y se quedó mirando a Jamie a través de la
ventana. —El no lo sabe. Blanche le prohibió a Jacob que se lo contara, y a sus otros dos
hijos también. No creo que ella se lo explicara a nadie salvo a mí. Pasó mucho tiempo en
el rancho, de modo que la gente no la vio, y teniendo en cuenta que Jamie sí; parece a los
Killian, nadie hizo preguntas. Sin embargo, ahora Blanche ya no está... Durante un tiempo
temía que él se lo hubiera contado, pero no lo ha hecho. Ahora, lo ocurrido puede ser la
gota que colma el vaso y que haya llegado el momento de hablar...
—Temes que Jacob se lo cuente.
Aunque no era una pregunta, ella afirmó con la cabeza.
—Sí, así es. Ese mezquino hijo de puta nunca ha tratado bien a ese muchacho.
Sospecho que se comportaba un poco mejor cuando aún estaba Blanche, porque él la
amaba. Creo que debía imaginarse; que si alguna vez conseguía estar bien con Blanche,
sería capaz de aceptar a Jamie, pero ahora que ella ha muerto, no tiene ningún motivo
para aceptarlo. En realidad, hubieras dicho que Jamie era hijo natural de Blanche y no de
Jacob.
Ethan se levantó sacudiendo la cabeza. Aquello apestaba, aunque explicaba muchas
cosas. El viejo Killian nunca había sido abiertamente malo con Jamie, aunque favorecía
claramente a sus otros tíos hijos, en especial a John. A Jamie siempre lo había dejado de
lado. John siempre se había comportado más como un padre con él que el propio Jacob...
En fin, John y Hank, el ex capataz del Quad J.
Tía Margaret se inclinó sobre Ethan y lo besó en la mejilla.
—Lamento haberte cargado con todo esto, cariño, pero pensé que deberías saberlo.
De ti depende que se lo digas o no a Jamie.
Entonces se abrió la puerta de tela metálica. Ambos dirigieron la mirada hacia ella.
Jamie entró sonriendo y luego, al verlos, se detuvo.
—¿Qué ocurre?
—Nada, cariño. Iba a envolveros algunas galletas para llevar. Gracias por ocuparte del
coche, Jamie.
Tía Margaret cogió un poco de papel de aluminio y empezó a preparar los paquetes.
Jamie sonrió.
—¡De nada, señora! ¿Ethan te ha arreglado la tubería?
—Sí. ¿Acaso lo dudabas? —preguntó Ethan, frunciendo el ceño.
—Qué va —los ojos de Jamie brillaron cuando Ethan se dio cuenta de que estaba a
punto de decir alguna traviesa inconveniencia. —Ethan es muy bueno con las manos.
Entonces fue Jamie quien le hizo fruncir el ceño. Ethan refunfuñó y negó con la cabeza.
Y no se ruborizó. De veras que no lo hizo.
Tía Margaret se echó a reír y le dio una palmada en el trasero a Jamie.
—¡James Wyatt Killian! ¿No te da vergüenza decir algo así delante de una vieja dama?
Ethan dio un resoplido.
—¡Dame un respiro! ¿No creerás de verdad que pensamos que eres un chico fino y
todo eso, verdad? —se quedó mirando a Jamie, esforzándose por contener la risa. —Ya
te enseñaré yo lo que es bueno con mis manos. Voy a retorcerte tu esquelético pescuezo
—añadió corriendo hacia él.
Jamie, riéndose, salió en estampida por la puerta.
—¡Adiós, Margie!
Ethan sonrió. El mero hecho de estar cerca de Jamie le ponía de buen humor. Era
incapaz de recordarla última vez que se lo había pasado tan bien. Y tenía que admitir que
se debía a él. Incluso con toda la mierda que había tenido que aguantar en los últimos
días, Jamie sabía cómo relajarse y disfrutar. Eso decía mucho sobre su forma de ser.
Tía Margaret le alcanzó el plato de galletas.
—¿Por qué te sonríes?
Ethan se dio la vuelta.
—Estaba pensando que es agradable ver que sigue siendo feliz a pesar de todo lo
ocurrido. Hoy Tom se ha metido con él en la tienda.
—Bueno, siempre he pensado que Tom es un prepotente. Jamie es un chico
estupendo; estará bien. Siempre fue un niño feliz, y no hay nada que pueda mantenerlo
bajo de moral por mucho tiempo.
Ethan asintió con la cabeza.
—Sí, y eso es algo que admiro en él.
—Yo también, querido, yo también. Mejor vete, o el muchacho aún será capaz de irse
sin ti.
—No, no va a ir a ningún lado. Las llaves las tengo yo —Ethan le dio un beso en la
mejilla. —Gracias por las galletas y por contarme lo de su madre. No tengo ningunas
ganas de decírselo, pero en cualquier caso será mejor que sea yo quien lo haga y no su
padre.
Tía Margaret lo besó y le dio una palmada en el trasero mientras se dirigía a la puerta
principal.
—Harás lo que creas más conveniente, cielo. Siempre lo has hecho.
Sí, tenía razón, maldita sea.
—Oh, vaya, casi me olvida. Mira en la guantera. Esta mañana, cuando fui a recoger a
George, John le dejó un sobre a su nuevo capataz para que te lo diera.
Jai ni e abrió la tapa de la guantera.
—¿Ya ha contratado a un nuevo capataz?
—Sí, se llama McCabe. Es de un lugar del oeste de Texas. Parece un buen tipo.
—Hum... ¿Y dónde estaba John? ¿Por qué no te dio el sobre personalmente?
Jamie rasgó el sobre y lo abrió.
—Tuvo que ir a San Antonio. ¿Qué hay en el sobre?
Jamie le mostró una llave pequeña.
¿Se ha sonrojado? Ethan frunció el ceño.
—¿Qué es?
—Oh, no es nada, sólo la llave de una caja.
¡Aja! La misteriosa caja negra.
—Bueno, ¿y qué guardas en esa caja?
Entonces sí se convenció de que Jamie se había sonrojado, interesante.
Jamie se aclaró la garganta y se echó el sombrero hacia delante tapándose los ojos.
—Juguetes.
—¿Juguetes? ¿Quieres decir damas o algo así?
—Hum..., no. Hum...
—¡Oh! Esa clase de juguetes... —Ethan inclinó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
—¡Quién me lo iba a decir!
—¡Cierra el pico, Ethan!
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0077
Jamie se acercó bailando hasta la despensa para coger unas patatas y luego regresó
al fregadero. ¡Era divertido! Tendría que cocinar más a menudo escuchando música. En la
radio sonaba George Strait. Fred estaba echada en el suelo, vigilándolo, y Ethan estaría
de vuelta en un par de minutos después de haber hablado con Bill y descargar todo lo que
habían comprado.
Regresaron a La Estrella de Hojalata antes de la tormenta y Jamie se fue directamente
a preparar la cena. Ethan había ido a echarles una mano a sus hombres para trasladar los
suministros al granero antes de que empezara a llover. Jamie estaba pelando patatas
cuando dos fuertes brazos lo rodearon por la cintura y notó una barbilla apoyada sobre su
hombro.
—Tienes una voz muy bonita.
—¿Ah, sí?
Jamie siguió pelando patatas. Ethan sonrió, apoyándose en su mejilla, y luego le dio un
beso.
—Sí. ¿Qué quieres que haga?
¡Dios, qué bien huele! Jamie respiró profundamente, aspirando su aroma con más
intensidad.
—Si quieres puedes ayudarme a pelar estas patatas. Sólo me queda preparar el puré y
los panecillos; lo demás ya está listo.
Jamie echó las caderas hacia atrás y meneó levemente el trasero. Ethan se rió entre
dientes y se apartó, dándole una palmada en el culo.
—Déjalo ya. Primero la cena.
Ethan lo besó de nuevo en la mejilla y luego se alejó para coger un cuchillo y echarle
una mano.
Cantaron juntos lo que estaba sonando en la radio y terminaron de preparar la cena.
Después de que Jamie pusiera las patatas a hervir, se sentaron a la mesa con dos
cervezas frías. Fred dio un brinco y se puso a hacer cabriolas delante de Ethan en cuanto
este se sentó. La perra estaba muy consentida, de eso no había ninguna duda. Inclinó la
cabeza hacia él, restregando el hocico contra su mano hasta que Ethan le hizo caso y le
rascó detrás de las orejas. Ethan se rió entre dientes y siguió prodigándole sus
atenciones.
—¿Qué pasa, guapa? ¿Es que nadie te hace caso? Pobrecilla, ella sólo quiere un poco
de cariño, ¿verdad?
Jamie dio un resoplido.
—¡Sí, así es!
Fred exageró para llamar más la atención, meneando la cola, colocando la cabeza
sobre el muslo de Ethan y lamiéndole el brazo. Ethan tomó un sorbo de cerveza y acarició
la cabeza de Fred.
—¿Dónde aprendiste a cocinar tan bien?
—Pasé mucho tiempo con mi madre. Papá siempre estaba muy ocupado, y John y
Jules eran demasiado mayores para andar todo el día con el mocoso de su hermano
pequeño. No es que no me dejaran ir con ellos, como tú sabes muy bien, pero casi
siempre solía estar con mamá o con Hank. Él siempre parecía tener tiempo para mí; no
sabría nada sobre cómo llevar un rancho si no fuera por él.
—Sí. Hank es un buen hombre. Y un excelente vaquero. ¿Dónde está ahora?
Jamie tomó un sorbo de su cerveza, dejó la botella encima de la mesa y se inclinó
hacia atrás.
—En Florida. Después de retirarse se trasladó allí para estar más cerca de su hija y de
su familia. De vez en cuando sigue llamando para saber cómo andan las cosas.
Ethan asintió.
—¿Vas a echar de menos no ser el capataz del Quad J?
—Sí, supongo que sí. Desde que soy capaz de recordar, siempre quise hacer el trabajo
de Hank. En parte esa es la razón de que pasara tanto tiempo con él aprendiendo lo más
esencial.
—¿Y qué más?
Jamie se rió con tristeza.
—A diferencia de papá, Hank me aguantó siempre sin decirme nunca que estorbaba o
que volviera a casa con mamá.
Jamie se quedó mirando al vacío, sin fijarse en nada en concreto, recordando su
infancia.
—Papá nunca se portó mal conmigo salvo ahora, pero...., en fin…, sea por lo que sea,
nunca me prestó demasiada atención —Jamie tropezó con la mirada de Ethan. —
Supongo que pensé que eso significaba que era tolerante con todo lo que yo hacía,
aunque empiezo a pensar que se trataba justamente de todo lo contrario.
Aparentemente, Ethan no tenía ningún problema para seguir el hilo de sus
pensamientos, porque asentía con la cabeza. Tras tomar un largo trago de cerveza, dijo:
—Tu padre no es un hombre con el que sea fácil llevarse bien, ni siquiera para John. Y
besa el suelo que pisa tu hermano.
Eso era verdad. Su padre siempre había pensado que el sol salía y se ponía para John,
mientras que a Julia y a él sólo los toleraba.
—Sí. He tenido suerte. John me quería... No, me quiere. El siempre me ha apoyado.
Supongo que, en cierto modo, el hecho de que papá mimara a John es lo que me hacía
pensar que yo también le importaba; John siempre trataba de incluirme, y papá nunca le
dijo que no.
Jamie se encogió de hombros. Era inútil evocar el pasado; eso no iba a ayudarlo.
Ahora era un hombre adulto y no necesitaba la aprobación de su padre.
Siguieron sentados en silencio durante unos minutos, Ethan rascándole la cabeza a
Fred y Jamie tomándose su cerveza. Había pasado una tarde estupenda con Ethan y
luego con Margie. La única cosa negativa de aquel día había sido el comportamiento de
Tom. Bueno, eso y el hecho de no poder demostrar públicamente su cariño por Ethan. Se
rió entre dientes. Salir del armario no era tan liberador como se había imaginado.
—¿Qué te resulta tan divertido?
—Pensé que toda esta historia de contarle a mi familia que soy gay consistiría en no
tener que esconderse y sentirse aceptado, pero lo cierto es que no ha sido así.
Ethan sonrió.
—No, supongo que no. De hecho, nunca pensé que salir del armario solucionara nada.
Siempre me ha parecido que provoca más quebraderos de cabeza que si uno sigue
manteniéndolo en secreto.
—¿Cuándo se lo contaste a John y a Julia?
Ethan tomó un trago de cerveza y se inclinó hacia atrás cruzando las manos sobre el
estómago.
—En realidad nunca se lo conté. John simplemente lo ha sabido siempre, de la misma
forma que yo también lo sabía. No sé, puede que lo habláramos en algún momento; hace
tanto tiempo que no lo recuerdo, pero, en cualquier caso, no fue como revelar un gran
secreto. Cuando éramos unos adolescentes, él se fijaba en las chicas y yo en los chicos.
Así eran las cosas. Ambos lo sabíamos y eso era todo.
Jamie sintió una repentina punzada de celos. Ethan y su hermano tenían una relación
muy estrecha.
—¿Y Julia?
En ese momento sonó el temporizador y Jamie se levantó para terminar de preparar la
cena. Ethan se echó a reír.
—Bueno, fue en el instituto; yo había salido porque tenía una cita y me tropecé con
ella. Literalmente. Había bebido más de la cuenta y había cogido de la mano al chico con
el que estaba mientras me dirigía a la residencia de estudiantes donde compartía
habitación con John. No sabía ni por dónde iba cuando choqué con ella.
Ethan sacudió la cabeza, evocando mentalmente la escena y sonriendo abiertamente.
Se quedó mirando a Jamie, aunque; no parecía verlo.
—En realidad fue muy gracioso. Traté de mantenerme en pie y ella me sujetó para que
no me cayera, y acto seguido estaba rodando por una pendiente del campus cubierta de
césped con Julia agarrándose a mí. Afortunadamente, la pendiente no era demasiado
pronunciada, sólo estábamos a unos dos metros de la acera —Ethan se rió entre dientes
mientras Jamie colocaba un plato frente a él.
—Gracias.
—De nada.
Jamie tomó asiento, cogió la sal y la pimienta y aliñó generosamente su comida.
—Fue muy divertido. Aterrizamos hechos un ovillo; Julia estaba encima de mí.
Entonces me miró y me dedicó una enorme sonrisa... Nunca olvidaré esa sonrisa..., y al
más puro estilo Julia, se sentó a horcajadas sobre mí y empezó a bombardearme a
preguntas; me hizo tantas que soy incapaz de recordarlas todas: ¿quién es ese chico?,
¿eres gay?, ¿cuánto has tenido que beber? Nos quedamos mirándonos fijamente durante
unos segundos y entonces le dio un ataque de risa. El muchacho con el que iba pensó
que estábamos locos —Ethan mostró una sonrisa de satisfacción. —Nunca volví a verlo.
Me temo que Julia lo asustó.
Jamie gruñó mientras masticaba un bocado de carne.
—¡Eso es de locos! ¿Qué probabilidades había de que ocurriera algo así?
Ethan negó con la cabeza, dio un mordisco y terminó de masticar.
—No lo sé, pero Julia y yo aún nos reímos de ello. Ella y el chico que la acompañaba
acababan de salir de nuestra residencia de estudiantes.
La idea de pensar en Ethan con un ligue era incluso peor que pensar en lo unido que
estaba a John.
Ethan abrió los ojos. La oscura cabeza apoyada contra su estómago le provocó una
sacudida en la polla; entonces agarró a Jamie por la mejilla y, moviendo la cabeza de un
lado a otro, dijo:
—No, cariño. Ve a buscar tu caja.
Jamie parpadeó y a continuación asintió; sin embargo., no se movió y se quedó
mirando a Ethan, alelado.
Ethan le cogió las manos y le hizo ponerse de pie. Le dio un beso en la frente y luego le
hizo dar la vuelta en dirección a la puerta del baño que compartían las dos habitaciones.
Dándole un codazo para que se moviera, le dijo:
—Anda, ve a buscar la caja.
Jamie desapareció corriendo y al cabo de pocos segundos estaba de vuelta con la caja
negra en las manos; acto seguido se la entregó a Ethan, junto con la llave.
—Desnúdate y échate en la cama.
Jamie empezó a quitarse la ropa inmediatamente; los músculos del pecho y de los
brazos se flexionaron cuando se quitó la camiseta. Ethan percibió un leve temblor en las
manos de Jamie mientras se desabrochaba los pantalones; no podía sino mirarlo
fijamente mientras se los bajaba, y después los calzoncillos, que liberaron su larga polla,
que se balanceó cuando apartó los pantalones con el pie y se echó en la cama.
En aquel cuerpo fibroso no había ni un gramo de grasa. El pecho y las piernas estaban
bronceados, pero las ingles no. El negro vello púbico contrastaba con su blanca piel.
Aunque su polla no era tan gruesa como la de Ethan, su tamaño era igualmente
importante; sin embargo, Ethan se la había podido meter en la boca sin problema alguno,
Ethan dejó escapar un gemido y colocó la caja encima de la mesilla de noche.
—Dios, qué bueno estás.
Jamie extendió el brazo hacia Ethan.
—Ahora te toca a ti. Desnúdate..., por favor.
Ethan se quitó la ropa a toda prisa y gateó hasta donde se encontraba Jamie, se sentó
a horcajadas sobre él y descansó su cuerpo sobre sus piernas. Jamie observaba cada
uno de sus movimientos. Ethan notó una sacudida en la polla al sentir el contacto de las
nalgas y los muslos contra la cálida piel de Jamie y contemplar su embelesada mirada.
Jamie extendió un brazo, indeciso, y recorrió con un dedo la polla de Ethan.
—Es muy gruesa.
Ethan suspiró y cerró los ojos. ¿Qué le estaba ocurriendo? El mero contacto de la
yema del dedo hacía que sus huevos estuvieran a punto de explotar. Jamie le agarró la
polla con la mano y la apretó con fuerza.
—Dios, tú también estás muy bueno, vaquero... —con la otra mano, Jamie le acarició
los pectorales. —Estás buenísimo.
Ethan sintió un nudo en el estómago y abrió repentinamente los ojos al percibir un
palpable sobrecogimiento en la voz de Jamie; el muchacho tenía los ojos muy abiertos y
el labio inferior atrapado entre sus dientes. Ethan se inclinó hacia delante y se apoderó de
aquellos labios. El tacto del cálido cuerpo del muchacho y de su polla, aún más cálida si
cabía, resultaba delicioso. Ethan se estremecía de placer. Tuvo que obligarse a sí mismo
a ir más despacio, puesto que para Jamie era la primera vez. Iba a hacer de aquella una
noche inolvidable aunque en ello le fuera la vida. Y tal vez así fuera. No estaba tan
excitado desde..., joder, ni siquiera era capaz de recordarlo.
Ethan se sentó y extendió el brazo para coger la caja; la colocó sobre el estómago de
Jamie y este dejó escapar un suspiro.
—Está fría.
Ethan se rió entre dientes.
—Dios, tienes que calmarte un poco... Me estás volviendo loco.
Ethan buscó la llave y abrió la caja; en su interior había dos consoladores: uno de color
azul, no muy grueso, y otro más realista, de color carne, que imitaba una polla de
considerable tamaño; también había un frasco de lubricante y un plug anal de color rojo.
Ethan sonrió y buscó la mirada de Jamie.
—¿Has utilizado todo esto?
Jamie asintió con la cabeza mientras el rubor cubría su cuello y su rostro.
Ethan notó una sacudida en la polla y gimió al imaginarse a Jamie masturbándose con
todos aquellos juguetes. Sacó el lubricante y el plug anal, y volvió a colocar la caja sobre
la mesilla de noche; dejó lo que había cogido encima de la cama y se deslizó hasta
echarse al lado de Jamie, quien hizo amago de volverse hacia él, aunque Ethan lo detuvo
y lo empujó para que siguiera tumbado de espaldas.
—Tú échate y relájate, cariño.
Ethan acarició el cuello de Jamie con la nariz y luego se lo mordisqueó hasta llegar a la
espalda. Jamie dejó escapar aquellos gemidos que tanto le excitaban y luego volvió a ser
todo brazos y manos. Ethan sonrió. Jamie parecía un cachorrillo; era todo entusiasmo y,
aunque no sabía lo que iba a ocurrir, estaba gozando a tope.
Ethan le cogió las manos y siguió besándolo en la espalda y el cuello.
—Colócalas encima de la cabeza y no te muevas. Luego podrás tocar todo cuanto
desees. Ahora sólo quiero que sientas, ¿de acuerdo?
Jamie asintió con la cabeza.
—Bien.
Ethan empezó a lamerle y a besarle el pecho hasta llegar al estómago, mientras
deslizaba las manos por sus costados. Se entretuvo acariciándolo, sintiendo y
descubriendo aquel cuerpo; se empleó a fondo con la lengua y los dientes, arrancándole
gritos sofocados y gemidos.
Dios, tiene un estómago increíble. Jamie tenía unos abdominales incluso más
marcados que los suyos. Ethan deslizó la lengua por los valles y las colinas de aquellos
definidos músculos hasta que el glande húmedo de la polla de Jamie chocó contra su
mejilla. ¡Oh, sí, Jamie ya estaba soltando líquido preseminal!
Ethan siguió deslizándose hacia abajo y frotó la cara contra aquella polla larga y dura,
sintiendo cómo el viscoso fluido empapaba su mejilla. Se le hacía la boca agua al notar el
sabor salado de Jamie; deseaba saborearlo completamente, pero también deseaba estar
dentro de él. Ethan soltó la tranca dura y cogió el lubricante y el plug anal sin levantar los
ojos.
Jamie movió las caderas en señal de protesta; Ethan sonrió y se las pellizcó,
haciéndole retorcerse y gemir.
—Me haces cosquillas, Ethan.
Ethan volvió a pellizcarle mientras apretaba el frasco del lubricante. Jamie gritó y
encorvó la espalda, tratando de escabullirse, mientras Ethan se reía entre dientes y lo
inmovilizaba con una sola mano; se untó los dedos con un poco de lubricante, obligó a
Jamie a abrirse un poco más de piernas, hundiendo la cabeza entre ellas, y le lamió los
testículos con la punta de la lengua.
—¡Oh, Dios! ¡Hazlo otra vez!
Jamie jadeaba con todas sus fuerzas levantando la cabeza de la almohada. Extendió
un brazo para acariciar a Ethan, pero cuando su mirada se encontró con la suya y lo vio
negando con la cabeza se echó de nuevo en la cama. Buen chico.
Mientras con una mano tiraba de uno de sus testículos y se lo metía en la boca, con la
otra le untó el ano con lubricante. Jamie levantó las rodillas para facilitarle las cosas.
Ethan respiró profundamente aspirando el suave olor a almizcle de Jamie. Sentía cómo la
piel palpitaba cada vez más en su boca; Jamie no tardaría mucho en correrse, y, cuando
llegara el momento, quería que lo hiciera en su boca.
Ethan le agarró la polla a Jamie y la levantó. Una gota de semen resbaló hasta la base.
Ethan dejó escapar un gemido y se sentó. Lamió aquella gota blanquecina mientras con el
dedo seguía masajeando la arrugada piel del ano de Jamie. Ethan se metió el glande de
la polla de Jamie en la boca mientras con el dedo le presionaba con fuerza el culo con la
intención de metérselo.
Jamie gemía por lo bajo, estremeciéndose; sus muslos se levantaban mientras su
cabeza chocaba una y otra vez contra la almohada. Ethan le metió el dedo y Jamie se
corrió; balbuceaba incoherentemente mientras Ethan se tragaba la salada mezcla de su
semen. Ethan presionó con el dedo el culo de Jamie con más fuerza mientras este se
movía hacia abajo para introducírselo más adentro. Jamie movía frenéticamente las
caderas, haciendo que Ethan engullera aún más su polla. El dedo de Ethan le volvía cada
vez más salvaje, de modo que decidió meterle la polla más adentro, hasta el fondo de su
garganta, mientras él seguía follándole con el dedo.
A Ethan siempre le había encantado sentir una polla dura recorriendo sus labios y
acariciando su lengua; afortunadamente, no se atragantaba con facilidad, de lo contrario
los frenéticos movimientos de Jamie y la longitud de su polla, que había engullido hasta el
fondo, le habrían provocado una arcada.
¡Joder, qué cachondo estaba Jamie! Ethan notó una sacudida en su polla, que
presionó contra la colcha. Probablemente también estaba a punto de correrse. Ethan
gozaba al unísono con Jamie, regocijándose en el hecho de lograr que su amante se
abandonara, por completo.
Finalmente, Jamie se relajó un poco. Deslizó su mano por el pelo de Ethan
acariciándoselo lánguidamente. Ethan sonrió para sí mismo y siguió chupándole la polla;
recorría su tranca arriba y abajo a medida que Jamie volvía a respirar con normalidad. A
Jamie no se le había bajado del todo, y, cuanto más se la chupaba, más dura se le ponía.
Ethan alargó la mano para coger de nuevo el lubricante y esta vez untó el plug anal; la
volvió a dejar en su sitio y lo deslizó en el culo de Jamie. Empezó a meter y sacar el plug,
presionando cada vez con más fuerza; aunque no era tan grueso como su polla, su
diámetro tampoco era mucho menor. Si Jamie era capaz de metérselo, entonces también
podría meterse la polla de Ethan. Entera.
—¡Oh, Dios… es increíble! No pares, Ethan, por favor, no pares.
Ethan soltó la polla de Jamie; con un sonoro plop.
—No pienso hacerlo, Ojos Azules. Relájate.
Ethan observaba cómo el arrugado agujero absorbía cada vez más el plug; la polla de
Jamie palpitaba mientras el pequeño orificio lo engullía. ¡Joder, vaya vista! Ethan se
Su voz le pareció ronca incluso a él. Jamie asintió con la cabeza y abrió sus preciosos
ojos azules.
—Estoy bien, vaquero. Nunca he estado mejor, pero necesito que sigas. Me has puesto
otra vez a mil.
Ethan sonrió y rodó sobre su espalda, arrastrando a Jamie con él; tenía que calmarse
un poco o iba a correrse antes de poder penetrarlo. Jamie dejó escapar un grito sofocado
y se abrió de piernas, con las manos sobre el pecho de Ethan.
—Pero... Yo..., yo...
Jamie frunció el ceño y se sonrojó. Ethan extendió la mano y le alisó las arrugas de la
frente.
—¿Tú qué? —susurró Ethan.
—Te quiero dentro de mí.
Ethan lanzó un gemido. No iba a aguantar mucho, pero. Dios, tenía que poseer aquel
cuerpo duro y caliente... ya. Ethan cogió el lubricante y se lo tendió a Jamie.
—Yo también lo deseo. Ven aquí y chúpamela.
Jamie; le sonrió y se movió hacia atrás para poder alcanzar la polla de Ethan. Cogió el
lubricante y se tintó abundantemente las manos con él; luego cerró el frasco, lo dejó en la
mesilla y se frotó las manos. Entonces agarró la polla de Ethan y este tuvo que hacer un
gran esfuerzo para no correrse. Cerró con fuerza los ojos y empezó a repetir mentalmente
la tabla de multiplicar. Jamie empezó a masajearle la polla lenta pero acompasadamente.
Dios, era algo increíble. Le dolían los huevos de lo duros que estaban. Tenía muchas
ganas de correrse, y Jamie no le estaba ayudando precisamente a controlarse, primero
untándole la polla con el lubricante y luego haciéndole una paja. Ethan apretó los dientes
y le agarró las manos.
—¡Jamie! —le advirtió.
Jamie le soltó. Ethan se quedó mirando el atractivo rostro que tenía debajo de él
mientras extendía un brazo y tiraba del plug. Jamie gimió y cerró los ojos; se inclinó hacia
delante, apoyando sus pegajosas manos en el pecho de Ethan para no dejarle otra opción
que tirar del plug. Mientras se lo sacaba, Jamie contuvo la respiración. Ethan notó que
algo goteaba sobre su estómago y miró hacia abajo; la polla cíe Jamie volvía a estar
húmeda.
—¡Por Dios, Jamie, vas a acabar conmigo! Intento ir despacio, pero tú estás haciendo
todo lo posible para hacerme perder la cabeza.
Jamie asintió.
—¡Sí! ¡Por favor! ¡Eso es lo que quiero!
Ethan soltó el plug y se agarró el paquete, que estaba a punto de reventar. Con la otra
mano cogió a Jamie por la cadera y acercó su culo hasta su polla; cuando la punta tocó la
entrada. Ethan tuvo que respirar profundamente. Trató de repetir de nuevo mentalmente
la tabla de multiplicar, pero Jamie empujó todo su cuerpo hacia abajo, empezando a
meterse lentamente la polla de Ethan.
Ethan sofocó un grito mientras aquel agujero estrecho y caliente se tragaba su polla.
Jamie continuó empujando hacia abajo hasta que Ethan pensó que iba a morir de placer;
sólo cuando el culo de Jamie estuvo encajado en sus caderas fue capaz de recuperar el
aliento.
Jamie abrió completamente sus pálidos ojos azules.
—¡Oh, Dios, es increíble! Mucho mejor que con los juguetes... Está tan caliente...
¡Oooh...!
Y entonces empezó a moverse hacia arriba. Ethan le agarró los brazos.
—Relájate, cariño, relájate.
Jamie negó con la cabeza.
—¡No puedo! Tengo que moverme. Tengo que... ¡Aahh...! Ethan...
Se hundió de nuevo en la polla de Ethan, quien emitió un grito sofocado al notar
aquella maravillosa sensación, sin dejar de mirar fijamente a Jamie ni un momento.
Jamie cabalgaba intensa, incluso furiosamente su polla. Era demasiado. Ethan dejó de
decirle que parara, le agarró por las caderas, inclinándolas... Jamie tensó todo su cuerpo,
aprisionando con fuerza la polla de Ethan.
—¡Ethan!
El caliente chorro del semen de Jamie se derramó sobre el estómago de Ethan justo
antes de que él también se corriera. Ethan gimió, atrayendo a Jamie hacia su pecho y
abrazándolo con fuerza mientras ambos se estremecían y se quedaban tumbados,
dejando que los últimos escalofríos de placer recorrieran sus cuerpos.
Cuando Jamie se movió, parecía que habían transcurrido horas; se apoyó en los codos
y Ethan pudo sentir la mirada de aquellos juveniles ojos azules. Ethan también abrió los
ojos y tuvo la impresión de que los de Jamie prácticamente estaban bailando; entonces le
sonrió.
—¿Y bien?
Otra sonrisa apareció en los sensuales labios de Jamie.
—Gracias.
—Ha sido un placer.
Sin embargo, en lugar de haber respondido eso, probablemente también debería
haberle dado las gracias a Jamie. Aquella había sido la mejor experiencia de toda su vida.
Atrajo a Jamie hacia él, deseando poder tener ante sí para siempre a Ojos Azules. Jamie
lo besó en la barbilla y volvió a erguirse.
—Si no nos levantamos, vamos a quedarnos pegados el uno al otro.
—¿Y eso es malo?
Jamie negó con la cabeza.
—No, pero sería un poco embarazoso si alguien se diera cuenta de que hemos
desaparecido y viniera a buscarnos mañana por la tarde.
Jamie se levantó y la polla de Ethan se escurrió del interior de su cuerpo. Ethan
suspiró.
—Estoy demasiado relajado para moverme —dijo.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0088
Ethan acarició la pálida mejilla de Jamie con la punta de los dedos y notó que una
barba incipiente empezaba a cubrirle el rostro; la mejilla se movió nerviosamente al tacto
de la caricia y Ethan volvió a pasarle la mano por el pelo.
—No lo quiere ver por aquí; dice que habría sido mejor si yo le hubiera dejado marchar,
que no nos hace ninguna falta «alguien como él» por aquí, ¿puedes creerlo? ¡Yo no! Me
repugna pensar que la sangre de ese hijo de perra corre por mis venas.
—Cuanto más te escucho, menos me gusta lo que oigo.
—Cuanto más le escucho, más ganas tengo de patearle el culo. No tenía ni idea de
que podía ser un bastardo sin sentimientos. Soy consciente de que nunca les prestó a
Jules y a Jamie la misma atención que me prestó a mí, pero aun así..., ¿es necesario
repudiar a tu propio hijo y además por algo así? —John hizo una pausa para tomar
aliento. —¡Vaya mierda! Estoy pensando seriamente en largarme.
—¿Y por qué no lo haces?
Unos ojos de color azul cielo parpadearon ante él y luego los labios de Jamie
esbozaron una leve sonrisa. Ethan también le sonrió y siguió enroscando los dedos en su
pelo. Ahora su polla estaba completamente dura y le dolía: tenía más ganas de Jamie.
—Maldita sea, Ethan, el Quad J ha pertenecido desde siempre a mi familia, igual que
La Estrella de Hojalata a la tuya. Me han educado prácticamente desde que nací para que
me ocupara de ese rancho; incluso me saqué el maldito título de ingeniero agrónomo.
—¿Y qué? Yo soy licenciado en derecho, pero un título no te ata a nada: puedes
dedicarte a otra cosa o hacer lo mismo en otro sitio.
Jamie empezó a acariciarle los muslos y las caderas y luego metió la cabeza debajo de
las sábanas, levantándose para colocarse entre sus piernas.
John dejó escapar un suspiro.
—Ya, pero las cosas son así. No quiero dedicarme a otra cosa ni marcharme a otro
sitio. ¡Maldita sea, yo soy ranchero y este es mi hogar! Para eso me educaron; es lo que
amo y aquí es donde se supone que debo estar. Además, hay un montón de gente que
depende de mí. Dios sabe que si dejo el rancho en sus manos papá va a echar a los
mejores hombres, y esos hombres me necesitan para asegurarse de que el Quad J no se
hunda, Ethan.
—Bueno, si decides trabajar por tu cuenta, ya sabes que te ayudaré en todo lo que
pueda.
Ethan levantó la colcha y se quedó mirando a Jamie. El muchacho le sonrió, arqueó las
cejas y le tiró de la polla, estrujándola. Ethan apenas pudo reprimir un gemido; puso los
ojos en blanco y notó un nudo en el estómago.
¡Joder, ahora no debía hacer eso! Estaba hablando por teléfono con John y no podía
gritar. Cuando, moviendo los labios, le dijo: Estoy hablando con tu hermano, Jamie so
encogió de hombros. Luego, mirándolo fijamente con aquellos enormes ojos azules,
empezó a lamerle con rápidos movimientos la punta de la polla. Ethan soltó la colcha y la
dejó caer sobre la cabeza de Jamie.
—¡Esa es la cuestión! Yo ya tengo un rancho y, en gran, medida, soy yo quien lo lleva.
Es un sitio con mucha historia, y odiaría tener que dejarlo. El Quad J es mi legado, me
pertenece desde que nací. Joder, soy yo quien ha contratado a la mayoría de nuestros
hombres. No puedo irme sin más y abandonarlos. De acuerdo, podría establecerme por
mi cuenta, pero no tendría bastante dinero para pagarles a todos si se vinieran a trabajar
conmigo.
Ethan sintió una ola de calor en la polla, seguida de una lengua húmeda; al notar
aquella sensación, se le puso dura. ¡Dios, era increíble! Jamie le lamió los huevos durante
un instante y luego cerró su húmeda boca en torno a ellos.
—¡Oh, joder!
—¿Qué? —preguntó John.
—Nada, es que acabo de acordarme de algo que olvidé hacer.
Ethan se dio mentalmente unas palmaditas. ¿Qué astuto, verdad? Volvió a levantar la
colcha y le frunció el ceño a Jamie. Unos brillantes ojos azules lo miraban; la boca de
Jamie no se movió de su sitio. Ethan quitó las sábanas.
¿De qué estaban hablando? Ah, sí.
—Bueno, siempre podrías establecerte por tu cuenta y pasarte de vez en cuando por el
Quad J.
Mierda. Aquella maravillosa lengua volvía a las andadas, lamiéndole la polla sin parar.
Era un auténtico suplicio... y también un auténtico placer. Ethan apoyó la cabeza en la
almohada y cerró los ojos.
—He estado pensando en ello, y debo decirte que no es una mala idea..., suponiendo
que ese viejo bastardo no me repudie a mí también. Joder, aún no te he contado lo más
fuerte... Quiere que me case.
—¡Oh, Dios!
Ethan no estaba muy seguro de a quien se lo había dicho, porque la boca de Jamie se
había cerrado alrededor de su capullo justo en el momento en que John había dejado
caer aquella bomba. Ethan abrió los ojos y tiró de las sábanas.
John seguía hablando sin parar sobre la discusión y sobre el hecho de que su padre
había insistido en que se casara, pero Ethan apenas lo oía. Estaba más interesado en la
boca que estaba trabajándole la polla sin cesar. ¡Le encantaba lo que veía! Las mejillas
hundidas y la rosada boca de Jamie dejando un húmedo rastro cada vez que ascendía
bastaban para provocarle una sacudida en los huevos. Jamie suplía s u falta de técnica
con un total y absoluto entusiasmo. Cada vez que aquellos labios ansiosos recorrían su
polla dejaban escapar un suave ronroneo de placer.
Ethan abrió un poco más las piernas y se puso cómodo para seguir mirando. Jamie
levantó los ojos hacia él, soltando su polla, que rebotó pesadamente contra su estómago;
luego, aquellos finos dedos volvieron a metérsela en su cálida boca. Mientras se
observaban mutuamente, Jamie inclinó la cabeza y volvió a recorrerle de arriba abajo la
polla. Ethan se estremeció.
—Oye, John, voy a tener que dejarte. Intenta relajarte y dile a tu padre que estaré ahí a
mediodía.
—Díselo tú mismo; no pienso hablar con él hasta que no sea necesario —John dejó
escapar un suspiro. —Duerme un poco; mañana te llamo.
—Hasta luego —Ethan colgó el teléfono y se quedó mirando fijamente a su torturador.
—¿Sabes lo difícil que resulta concentrarse mientras estás haciendo eso?
Jamie le soltó la polla y sonrió.
—Supongo que eso significa que estoy haciendo un buen trabajo.
Y entonces, sin previo aviso, Jamie se tragó la polla entera y se atragantó.
—Sí, un buen trabajo. Respira hondo y vuelve a intentarlo.
Jamie aspiró y espiró y luego empezó a tragar hasta que su nariz chocó contra el
oscuro vello que rodeaba la polla de Ethan. Como si el hecho de ver a Jamie haciéndole
una mamada no fuera suficiente para hacerle perder el control, ahora notaba la sensación
de su lengua lamiéndole la polla. Ethan le agarró la cabeza y lo empujó por las caderas.
Jamie no podía respirar.
—Utiliza la mano, no te la metas tan adentro.
La oscura cabeza de Jamie asintió al mismo tiempo que Ethan sentía que un puño
cerrado le agarraba la polla. Jamie movía la boca al unísono con su mano. Era algo
increíble y delicioso: el firme apretón de la mano de su amante y la húmeda calidez de su
boca. No se perdía detalle mientras acariciaba con los dedos el oscuro pelo rizado de
Jamie. Aquellos labios rojos e hinchados recorrían su polla veloces y resueltos. Estaba a
punto de correrse; podía sentirlo: tenía los huevos cada vez más duros, los músculos
tensos y notaba un hormigueo en el estómago. Ethan tiró de la cabeza de Jamie con una
mano, le sacó la polla de la boca y luego se agarró los huevos con la otra.
—Abre la boca.
Jamie levantó los ojos hacia él y parpadeó, confundido, pero hizo lo que le había
pedido. Ethan se masajeó la polla un par de veces, gimió y eyaculó. Un poco de leche
cayó sobre la mejilla y el mentón de Jamie, pero el resto fue a parar al interior de su boca
abierta. Jamie se lo tragó todo; incluso se limpió con la mano el semen de la mejilla y
luego se chupó los dedos. Ethan dejó escapar un gemido.
Jamie se puso de rodillas; su polla también estaba durísima. Extendió una mano, se la
agarró y cerró los ojos. Ethan lo empujó y agarró aquella polla larga y dura; sólo tuvo que
masajearla una vez antes de que Jamie empezara a sentir las primeras sacudidas. Estaba
guapísimo mientras se retorcía de placer. Al cabo de unos segundos, Jamie tensó su
fibroso cuerpo, dio un grito sofocado y se corrió en la mano y en el pecho de Ethan y en
las sábanas, y luego se dejó caer junto a él, totalmente exhausto y saciado.
—No pienso moverme de aquí —masculló, pegado al colchón.
Ethan se rió entre dientes y se echó hacia atrás, apoyándose contra la cabecera de la
cama y colocando una mano sobre la espalda de Jamie para acariciar aquella piel tan
suave durante unos segundos. ¡Dios, qué agradable era! Estaba tan relajado que incluso
podría quedarse dormido sentado, pero la leche que tenía en el estómago estaba
pegajosa y se estaba secando. Se sentó en el borde la cama y se levantó para dirigirse al
baño. Cuando regresó, después de haberse lavado, lo primero que vio fue el culo blanco y
duro de Jamie; estaba en la misma posición en que lo había dejado, roncando
ligeramente. Ethan le dio un codazo, le limpió con una toallita humedecida con agua
caliente y luego la lanzó en dirección al cuarto de baño.
—Métete bajo las sábanas.
Jamie dio un resoplido y se dio la vuelta.
—¿Eh?
Ethan le pellizcó el culo. Jamie se echó encima de él y luego se dio la vuelta hacia su
lado de la cama. Tras parpadear varias veces, levantó las piernas hasta que pudo
deslizarse debajo de las sábanas.
—¿De qué iba todo oso? ¿Qué quería John?
—Ha tenido otra discusión con tu padre; ahora quiere hablar conmigo.
La cabeza de Jamie emergió de golpe y el muchacho se dio la vuelta para mirar a
Ethan por encima de su hombro. Sus palabras salieron a chorro.
—¿Qué? ¿Cómo dices? ¿No intentará crearte algún conflicto, verdad? ¡No lo
consentiré! Si hubiera sabido que iba a meterse contigo nunca habría aceptado tu oferta.
Me voy, Ethan, no quiero causarte problemas.
La atropellada forma de hablar de Jamie le recordó a Jules. Ethan le sonrió y lo empujó
contra el colchón.
—¡Ni hablar! Tu padre no me da miedo, Jamie. Lo más probable es que me amenace
con no seguir adelante con el trato del asador, pero, ¿y qué? Hay más gente implicada en
el negocio además de nosotros dos. Podemos encontrar otros inversores.
—Ethan, yo...
—Deja de buscarte más problemas, tú ya tienes bastantes. Pronto sabremos qué
pretende —tras darle una palmada en la cadera, añadió: —Duérmete.
Durante unos momentos se hizo el silencio y Ethan casi estaba a punto de quedarse;
dormido cuando Jamie volvió a hablar.
—¿Ethan?
—¿Eh?
—Si decide echarse atrás, ¿podría invertir yo? Mamá me dejó algún dinero cuando
murió. Técnicamente no puedo disponer de él hasta que cumpla los veinticinco, pero tal
vez John o tú podríais adelantármelo y yo os lo devolvería con intereses.
—¿Quieres entrar en el negocio?
—Sí. Por lo que he oído, parece una buena inversión. Puede que no tenga el ganado
para aportar al negocio, pero podría comprar acciones, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. En realidad, tu padre y yo tampoco íbamos a aportar el ganado; incluso
contando con el de ambos, nos quedaríamos cortos. En lo que a mí respecta, si de verdad
quieres meterte en el negocio no me importa que tu padre se retire o no. Fue un amigo
mío de la universidad quien tuvo la idea y fui yo quien convenció a tu padre para que
invirtiera. ¿Por qué no me acompañas a una reunión de la junta? Mañana comentaremos
algunos detalles y, si todavía crees que es una buena idea, hablaremos con los demás y
te adelantaré el dinero.
—¿Ethan?
—¿Sí?
—Gracias.
Ethan le sonrió y le dio un beso en la nuca.
—De nada, Ojos Azules.
Ethan se dirigió al porche de la vieja casa de estilo Victoriano y llamó a la puerta; unos
segundos después se abrió y se encontró frente a frente con Jacob Killian.
Era fácil descubrir a quién habían salido Jamie, John y Julie; con su pelo negro y sus
ojos azules, todos tenían un gran parecido con su padre. Por raro que fuera, de los tres
hermanos Jamie era el que más se parecía al viejo. Al mirar a Jacob, Ethan era capaz de
imaginarse fácilmente el aspecto que tendría Jamie dentro de cuarenta años. Ambos
tenían la misma constitución fibrosa y los mismos ojos azules, y los rasgos de su rostro
eran prácticamente idénticos. No obstante, Jacob debía de ser unos cinco centímetros
más alto que su hijo y, como era lógico, los años habían añadido algunas arrugas a los
extremos de sus ojos y a su cara y tenía el pelo ligeramente canoso. Por otra parte, sus
ojos no tenían ni el brillo ni la franqueza de los de su hijo pequeño. Aun así, parecía
relativamente joven para tener sesenta y tantos años. Alguien que no supiera lo cretino
que podía llegar a ser incluso podría considerarlo un hombre muy atractivo. Jacob le
tendió la mano.
—Me alegra que hayas podido venir, Ethan. Pasa.
Se dieron la mano y Ethan se quitó el sombrero antes de entrar. Dadas las
circunstancias, no esperaba que lo hubiera saludado tan educadamente, pero no pensaba
ser desagradable. Mientras tullían se comportara, él haría lo mismo.
—John no sabía por qué querías verme, pero me dio el recado.
Killian asintió con la cabeza y se rió entre dientes.
—Apuesto a que adivinó por que quería hablar contigo y estoy convencido de que no
tuvo ningún problema en darte su opinión.
Al parecer, el viejo iba a intentar que todo fuera como debía ser. Que ambos siguieran
siendo simplemente el amigo y el padre de John, respectivamente, conocidos, socios...
Ethan sonrió. De momento, le seguiría la corriente...
—Tienes razón, lo hizo. Pero eso no viene al caso. ¿Te importaría decirme por qué
estoy aquí?
—Por supuesto que no. Me conoces lo bastante bien para saber que nunca he tenido
pelos en la lengua y que no tengo ningún problema en decirle a la gente lo que pienso.
Vayamos a mi despacho.
Ethan siguió a Killian y tomó asiento en la silla de cuero que había frente al escritorio
mientras Jacob se sentaba detrás de él.
—John y tú sois amigos desde hace mucho tiempo y siempre he comprendido que
harías cualquier cosa por él, pero no hacía falta.
Ethan levantó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—A lo de contratar a Jamie. No tenías por qué hacerlo. Y, para serte sincero, habría
preferido que no lo hicieras. Creo que sería mejor dejar que siguiera su camino; ese chico
nunca ha pertenecido a este lugar. Fue un error desde que nació.
Ethan no daba crédito.
—¿Disculpa?
—Nunca debió haber nacido.
Ethan empezó a hacer girar el sombrero en sus manos y cuando fue consciente de que
lo hacía se detuvo. En realidad, aquello no debería haberle sorprendido, aunque así fue.
¿Cómo era posible que alguien mirara a Jamie y no lo quisiera? Aquel muchacho era una
de las personas más cariñosas y generosas que había conocido jamás.
—¿Cómo puedes decir eso? Es tu hijo.
—Sí, por desgracia lo es. Y no puedo negarlo, se me parece mucho.
Por su aspecto, se diría que el viejo habría deseado poder hacerlo. Se puso de pie y
empezó a caminar por detrás del escritorio, con los ojos fijos en el suelo.
—Nunca lo hubieras dicho por la forma en que lo quería, pero James no era hijo de
Blanche —el viejo suspiró y miró a Ethan. —Es una larga historia y no es necesario que
sepas todos los detalles, pero viví una aventura de la cual me arrepentí en cuanto la tuve.
—¡Pero eso no es culpa suya!
Jacob parpadeó.
—¿Perdón?
Ethan tuvo que reprimir su ira. Revelar las intenciones no era una buena idea en las
situaciones tensas, y aquel era, sin duda alguna, un momento tenso. No era oportuno
dejar que Jacob supiera lo ligado que estaba a Jamie emocionalmente.
—Le echas la culpa de algo que no hizo... y que no dice mucho de ti, sinceramente. El
no fue quien pidió venir a este mundo.
—¡Tú no tienes ni idea de lo que significa tener presente a todas horas a alguien que te
recuerda que cometiste un error! Ni siquiera tienes mujer e hijos. Y la forma en que he
tratado a mis hijos no es de tu incumbencia.
Ethan se levantó y se puso el sombrero.
—Tienes razón; no sé lo que es tener una aventura estando casado, y mucho menos
tener un hijo con otra mujer. Y sí es de mi incumbencia; empezó a serlo desde el
momento en que contraté a Jamie, cuando tú me llamaste para que viniera aquí y cuando
me contaste esta maldita historia. Así que déjame que vaya al grano y me largue: no
pienso despedirlo.
—¡Es un maldito chupapollas!
¡Y muy bueno, todo hay que decirlo! Ethan contó mentalmente hasta diez y respiró
profundamente. Perder los estribos no iba a servir de nada.
—Te diré lo que es: un vaquero de primera y un amigo fiel. Y en La Estrella de Hojalata
será bien recibido mientras decida permanecer allí. Sobre esto no hay discusión posible.
Necesitaba a otro hombre y he conseguido al mejor. Lo que tú pierdes es lo que yo salgo
ganando. Ahora, si me disculpas, me voy.
Ethan se dio la vuelta con la intención de marcharse, pero la voz de Killian lo detuvo.
—¿De modo que así es corno están las cosas? ¿Vas a proteger a ese pequeño marica
bajo tus alas? Eso, haz el papel de bueno, pero luego no digas que no te avisé. La gente
te va a dar la espalda si proteges a ese muchacho.
—Entonces será su problema, pero no el mío —Ethan dio un fuerte tirón a su
sombrero. —Que tengas un buen día.
Jacob se puso rojo. Ethan hubiera jurado que estaba a punto de echar espuma por la
boca.
—¡Y también será tu problema! ¡Ya puedes despedirte del trato del asador! ¡Que me
muera ahora mismo si hago negocios con un ecologista, liberal y activista gay como tú!
Ethan no pudo evitarlo y se echó a reír. Sabía lo que iba a ocurrir. Sintió una intuición al
respecto: nunca lo habían acusado de ser liberal hasta entonces. Asintió con la cabeza.
—Me lo figuraba.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, cerrándola con fuerza detrás de él.
¿Liberal? ¿Yo? Aún seguía riéndose entre dientes cuando llegó hasta donde estaba su
camioneta. Ser gay era casi lo más liberal que podía llegar a ser.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 0099
El buen humor de Ethan duró tan sólo cinco minutos; subió a la camioneta, se dirigió a
su casa y la ira volvió a apoderarse de él. ¿Cómo diablos podía alguien culpar a un hijo de
sus propios errores? Porque eso era básicamente lo que estaba haciendo Jacob. ¡Qué
gilipollas! Aquello iba mucho más allá del hecho de que Jamie fuera gay. Al parecer, el
hecho de que el muchacho hubiese salido del armario era tan sólo la guinda que
coronaba el pastel.
¿Cómo un hombre tan frío había logrado educar a tres hijos tan buenos y generosos?
Evidentemente, Ethan conocía la respuesta a esa pregunta: Blanche. Blanche Killian
había sido una mujer muy cariñosa y responsable que había criado a tres hijos
maravillosos. Cómo demonios había acabado casándose con Jacob era algo que nadie
sabía explicarse.
A Ethan nunca le había caído bien Jacob Killian, pero era algo que pasaba por alto
porque siempre se había portado bien con John. No fue hasta que él y John cumplieron
veinte años cuando Ethan se dio cuenta de que el orgullo que sentía por John no era el
mismo que el que sentía por sus otros dos hijos. Si miraba hacia atrás, la indiferencia
siempre había estado allí de forma muy evidente, pero, al igual que la mayoría de la gente
joven, si algo no le afectaba directamente no se fijaba demasiado en ello. Y, como mejor
amigo de John, Ethan sabía que se había ganado la estima de Jacob Killian.
De hecho, se alegraba de que el viejo Killian se retirara del negocio. Si ya le molestaba
la idea de que aquel hombre fuera su vecino, mejor no hablar de que además fuera
también su socio. La única razón por la que le había propuesto el trato a Killian era porque
John se lo había pedido. John había querido entrar en el negocio pensando en el Quad J,
de modo que Ethan también había incluido a Jacob.
Ethan apenas era capaz de recordar el resto del rápido camino hasta casa. Una vez
dentro, estalló. Se dirigió rápidamente hasta su despacho, dio un puñetazo sobre la mesa
de roble mientras se sentaba en su silla y luego se quitó el sombrero. Se pasó una mano
por el pelo y lanzó el sombrero sobre el sofá de cuero, colocado en diagonal delante de su
escritorio. ¿Cómo diablos le iba a contar a Jamie las circunstancias en que había nacido?
Estaba convencido de que tía Margaret había dado en el clavo: una vez fallecida su
esposa, Jacob no iba a quedarse callado por mucho tiempo. Puesto que era algo que
acabaría saliendo a la luz más tarde o más temprano, sería mejor que Jamie se enterara
por él.
—¡Maldita sea!
Volvió a aporrear la mesa, haciendo saltar el teclado del ordenador. Se hundió en la
silla y se inclinó hacia atrás, colocándose las manos sobre la cabeza. ¿Cómo decirle a
alguien que la mujer que siempre había creído que era su madre en realidad no lo era?
Ethan trató de imaginarse descubriendo que el hombre que siempre había pensado
que era su padre de hecho no lo era. Sabía que, racionalmente, eso no habría importado
y que lo habría superado, porque su padre lo había querido. Pero, aun así, habría sentido
que en cierto modo había perdido algo, como si su padre lo hubiera traicionado.
Dejó caer las manos y suspiró. Apoyó los pies en la mesa y cerró los ojos. Jamie era
una persona muy optimista, siempre lo había sido. No había nada que lo deprimiera
durante mucho tiempo, y eso explicaba probablemente cómo había logrado sobrevivir
junto a Jacob Killian durante veintiún años. Bueno, eso y el amor de John, Jules y
Blanche. Aun así, Ethan estaba seguro de que la noticia le afectaría. Recordaba el
aspecto de Jamie en el funeral de Blanche y el que tenía cuando se presentó en La
Estrella de Hojalata. Odiaba verlo así y no quería volver a descubrir esa expresión en su
rostro.
Estaba fantaseando sobre darle una paliza a Jacob Killian cuando sintió que dos
fuertes manos se apoyaban sobre sus hombros y empezaban a darle un masaje. Abrió los
ojos y vio que los de Jamie le sonreían desde su sombrero vaquero gris. De pronto se
sintió mucho mejor y sonrió.
—Eh, Ojos Azules.
—Hola. ¿Cómo ha ido la charla? ¿Se ha retirado del negocio?
—Sí.
—Lo siento, Ethan.
Ethan negó con la cabeza y volvió a cerrar los ojos. Era agradable sentir las manos de
Jamie, y su proximidad le levantaba algo más que el ánimo.
—No pasa nada. En realidad me alegro.
Aparentemente, Jamie percibió que la tensión abandonaba su cuerpo, porque le
preguntó:
—¿Eso significa que estás de buen humor?
La duda en la voz de Jamie y la breve pausa en el masaje le hicieron abrir de nuevo los
ojos a Ethan.
—¿Por qué?
Jamie dejó escapar un suspiro.
—¿Te acuerdas de la yegua que compraste la pasada primavera?
—¿Qué le ocurre? —preguntó Ethan.
—Bueno, me parece que cojea.
—¡Maldita sea! ¡Lo que me faltaba! ¡Un caballo cojo! —Ethan respiró profundamente y
luego trató de calmarse. —¿Qué te hace pensar que está mal?
—Tiene las patas calientes y puedo sentirle claramente el pulso en las cuartillas.
Ethan arqueó una ceja.
—De acuerdo, sé que normalmente las patas no deberían estar calientes, pero, ¿qué
pasa con el pulso?
Jamie frunció el ceño.
—¿Has intentado alguna vez encontrarle el pulso ahí, justo debajo del espolón?
Ethan también frunció el ceño mientras le miraba.
—¿Recuerdas la mancha que tiene debajo de esa articulación, encima del casco?
Ethan puso los ojos en blanco.
—Sé dónde está el espolón. Sólo trato de imaginarme por qué alguien intentaría
encontrar el pulso ahí.
—No he intentado encontrarlo, pero lo sentí cuando le levanté la pata para examinarle
el casco. Nunca había encontrado antes el pulso ahí, por eso traté de buscárselo a
George, Spot y luego a Gypsy, el caballo de Hayden. Y no pude encontrárselo a ninguno
de los tres. Entonces recordé que eso podía ser un síntoma de cojera. No soy veterinario,
ya sabes, y Bill no está de acuerdo conmigo, pero aun así ha llamado al veterinario para
que le eche un vistazo.
—¿Y cuándo va a venir?
Jamie se inclinó y le besó en los labios.
—Mañana por la mañana. Me debes una, por cierto.
Ethan sonrió, bajó los pies de la mesa y movió su silla para dejar que Jamie se sentara
en su regazo. Sus caderas se levantaron instintivamente cuando la de Jamie apretó su
erección. Luego le quitó el sombrero y lo colocó junto al suyo.
—¿Y eso?
Jamie se contoneó con una sonrisa, frotándose contra la polla de Ethan.
Decididamente, aquel muchacho era un provocador. Bien, de acuerdo, tal y como el
propio Jamie había señalado, no exactamente un provocador; de hecho era capaz de ser
muy activo sexualmente.
—Pues porque la terca de tu yegua me mordió en el culo mientras estaba tratando de
encontrarle el pulso.
Ethan se rió entre clientes, apoyando la frente contra la de Jamie, que le mordió la
barbilla.
—No fue nada divertido; me dolió de verdad. Y luego ese animal me robó el sombrero.
Otra vez. ¿Por qué sigues teniendo a ese bribón?
Ethan volvió a reírse entre dientes.
—Por la misma razón por la que tú sigues teniendo contigo a George y Fred. Además,
debes admitirlo: aunque sea un canalla, tiene carácter y buen gusto..., porque al parecer
tu culo le ha parecido tan delicioso como a mí.
Jamie resopló.
—Lo que tiene es un problema de actitud.
—No, sólo quiere jugar. Lo único que le pasa es que no sabe cuándo puede hacerlo y
cuándo debe comportarse. Yo creo que piensa que es un perro o algo así —Ethan estuvo
pensando durante un momento. —Me pregunto si podría enseñarle a jugar a la pelota.
Quizás eso ayudaría.
Jamie se echó a reír.
—¡Vaya, un caballo jugando a la pelota!
Ethan también se echó a reír.
—Tienes que admitirlo: sería guay.
Jamie asintió con la cabeza y rodeó los hombros de Ethan con los brazos, inclinándose
para darle un beso.
—Sí, muy guay.
¡Dios, qué boca tan deliciosa! Ethan pasó la lengua por los labios de Jamie con un
movimiento rápido; Jamie abrió la boca e hizo lo mismo. No pasó mucho tiempo hasta que
los gemidos y los suspiros de Jamie inundaron los oídos de Ethan y sus manos
empezaron a moverse. Tras un par de intentos fallidos para agarrar la polla de Ethan,
sobre la cual se había sentado, Jamie le rodeó el cuello con las manos.
La mano de Ethan recorrió el regazo de Jamie, que suspiró mientras lo besaba. Ojos
Azules estaba caliente, listo para él. Ethan le apretó, en busca de aquella enorme polla.
Separando los labios de su boca, de modo que pudiera ver lo que hacía, le desabrochó
los vaqueros 3^ luego le quitó los calzoncillos, agarrando aquella verga caliente con la
mano. Jamie gimió y empujó con la polla.
—¡Oh, sí, por favor!
—Mmm... Me encanta cuando me suplicas... Dime qué quieres —murmuró Ethan
contra los labios de Jamie al mismo tiempo que empezaba a estrujarle la polla.
—Chúpamela.
¡Oh, joder! Aquella súplica susurrada hizo que el corazón de Ethan latiera a toda
velocidad y que su polla palpitara. Con el codo, apartó a Jamie de su regazo y luego le
bajó un poco más los vaqueros y los calzoncillos mientras contemplaba cómo, una vez
liberada, se balanceaba su enorme polla. Jamie gimió y se movió hacia delante,
golpeándole los labios con la punta del miembro, ya húmedo. Ethan se metió el capullo en
la boca y lo chupó, saboreando el gusto salado del semen de Jamie. Cuando Jamie trató
de introducírsela un poco más, Ethan se agarró a sus fibrosas caderas, manteniéndolas
quietas; siguió chupándole sólo la punta durante unos instantes, atormentándolo
deliberadamente. De todas formas, Jamie no era el único a quien infligían una tortura: la
polla de Ethan estaba tan dura que le dolía. Bajó los brazos y se quitó los vaqueros,
estrujándose su polla mientras se tragaba entera la de Jamie; sujetando la verga de Jamie
con la otra mano, empezó a trabajarse la suya mientras se la seguía chupando.
Jamie gemía de placer, mientras su polla mojaba la lengua de Ethan. Ethan sabía que
Jamie estaba a punto de correrse, pero él iba a correrse antes, de modo que decidió
hacer algo para que se corrieran juntos. Se metió los dedos en la boca para
humedecérselos, rozando la polla de Jamie, que dio un grito sofocado y se estremeció
cuando le introdujo los dedos mojados en el culo; una vez dentro, Ethan empezó a
presionar. Jamie se inclinó hacia atrás.
—¡Oh, sí!
Ethan follaba a Jamie con los dedos mientras este le follaba la boca. Sentir aquella
verga larga y palpitante en su lengua, deslizándose por sus labios, era algo increíble.
Ethan movía la mano empujando al ritmo de las caderas y apenas conseguía
arreglárselas para ahuecarla con el fin de evitar ponerlo todo perdido cuando se corriera.
Jamie enlazó una mano con la de Ethan y empezó a moverse hacia delante y hacia
atrás, frotándose la polla contra los dedos y la boca, mientras gemía de placer.
—¡Ethan!
Jamie tensó su cuerpo, arqueando la espalda y contrayendo los músculos del culo, y se
corrió en la garganta de Ethan, que se tragó hasta la última gota de aquel semen sábulo,
paladeando su sabor. Por fin, cuando Jamie se relajó, se sacó la polla y sus dedos de la
boca mientras veía cómo el muchacho se desplomaba en el suelo frente a él y apoyaba la
cabeza en una de sus piernas.
—Dame tan sólo un segundo, vaquero; en seguida me ocupo de ti.
Ethan le sonrió y pasó una mano por el pelo alborotado de Jamie.
—No hace falta. Me corrí antes que tú.
Los ojos azules de Jamie parpadearon y alzaron la mirada, sorprendidos, y luego se
quedaron fijos en la mano de Ethan, que aún seguía sosteniendo la punta de la polla.
Jamie sonrió, se puso de rodillas y le dio un sonoro beso en los labios.
—Vuelvo en seguida.
Jamie se levantó, se subió los pantalones y se dirigió al baño que había junto al
despacho de Ethan, Al cabo de unos minutos volvió, ya a medio vestir, con una toalla
húmeda con la que empezó a limpiarle. Ethan inclinó la cabeza hacia atrás, disfrutando de
los cuidados de Jamie. Cuando notó que el muchacho le metía la polla flácida en los
pantalones y luego se los abrochaba, abrió los ojos. Jamie se levantó de nuevo y volvió a
dejar la toalla en el baño; cuando volvió, se sentó en la mesa y se quedó mirando
fijamente a Ethan.
—Tenemos que hablar.
Jamie asintió.
—Me lo imaginaba. Cuando llegué parecía como si estuvieras tratando de buscar una
solución para el hambre en el mundo. ¿Qué es lo que te preocupa?
Ethan se rió entre dientes y extendió la mano hacia Jamie para que se acercara un
poco más.
—Bueno, no se trata de algo tan difícil de conseguir, pero sí igualmente complicado.
Al menos para él. Jamie le importaba cada vez más, y odiaba tener que darle una mala
noticia..., en fin, una noticia que le cambiaría la vida. Jamie le cogió la mano y dejó que
Ethan lo atrajera hasta su regazo. Tras dejar escapar un suspiro y sonreír, dijo:
—Supongo que si quieres que esté tan cerca de ti será porque no vas a echarme.
—¿Qué? ¡No, joder! Aquí siempre serás bienvenido. Y punto. Y en cuanto a nosotros
dos..., ni siquiera se me ha pasado por la cabeza terminar contigo, Ojos Azules.
Jamie sonrió, enseñando los dientes, visiblemente aliviado.
—Estupendo, porque yo no pienso que jamás vaya a pelearme contigo. Creo que has
conseguido más de lo que esperabas. Te he deseado desde que eras un crío, y ahora
eres mío; no pienso dejarte ir. Te quedarás conmigo.
Ethan rezongó. Aquella declaración sonaba... muy bien. Se sentía casi mareado. Y
excitado. Joder, se sentía ambas cosas y también más protector que nunca. Cogió a
Jamie por ambos lados de la cara y lo besó. Jamie le pasó las manos por el cuello para
ladearle la cabeza y besarlo a su vez.
—¡No vais a creeros lo que os tengo que contar!
La voz de John los sobresaltó, interrumpiendo su beso. Ambos alzaron la vista. John
entró en el despacho y se dirigió decidido hacia la botella de whisky que había en la
estantería sin ni siquiera mirarlos.
Ethan y Jamie se miraron fijamente. Jamie sonrió y le dio un beso en la nariz; Ethan
dejó caer las manos hasta la cintura de Jamie y se inclinó en su silla, a la espera de que
John fuera consciente de su presencia. Puesto que había decidido seguir con Jamie, John
iba a tener que saberlo. Más aún: John tendría que dejar de irrumpir sin avisar en su casa
siempre que le apeteciera.
Ethan se encogió de hombros mientras pensaba en lo que habría visto John si hubiera
llegado sin previo aviso tan sólo diez minutos antes. Cuanto antes supiera lo que había
entre ellos, mejor.
John se sirvió un vaso de whisky y se dio la vuelta mientras se lo bebía. Aunque
parezca mentira, no se atragantó, sino que tan sólo se le pusieron los ojos como platos
mientras apuraba el trago. Entonces dejó el vaso en la estantería y los señaló con el
dedo.
—¿Vosotros dos? ¿Desde cuándo? ¡No puedo creerlo!
—¡Y no me vengas con lo de que somos demasiado mayores! ¡Tú no lo eres mucho
más que yo!
John llenó otro vaso de whisky, se lo bebió de un trago e hizo una mueca de dolor.
—Y bien, ¿qué era eso que no íbamos a creernos? ¿Qué es lo que ha hecho ahora
nuestro ilustre padre? Además de echarse atrás en el negocio con Ethan, claro.
John negó con la cabeza y se quedó mirando a Ethan.
—Yo estoy en el negocio. Iba a invertir el dinero del Quad J, pero ahora no puedo
hacerlo. De todas formas, él no puede decir que hacer con mi propio dinero.
Ethan se encogió de hombros y, a pesar de que sabía que era un error, se sirvió un
whisky.
—Muy bien. Jamie también quiere entrar en el negocio. Dudo que Nathan se oponga.
La única razón por la que tu padre quería entrar en él era porque tú pensabas invertir el
dinero del Quad J.
John se quedó mirando a Jamie.
—¿Tú también estás en el negocio?
Jamie asintió con la cabeza.
—Sí, he escuchado todo lo que habéis comentado sobre él y parece una buena idea.
Ethan tomó un trago de whisky y dejó escapar un suspiro al notar que le quemaba.
—Lo es. Nathan Canterbury fue a la universidad con John y conmigo. Es un genio
invirtiendo y haciendo negocios. Vino a verme pensando que yo podría aportar el ganado,
pero le dije que, aunque no tenía suficiente para suministrar a toda una cadena, me
gustaría invertir. Entonces me preguntó si conocía a alguien más que quisiera entrar en el
negocio y por eso llamé a John. Evidentemente, te lo he resumido en dos palabras, pero
hay muchas más cosas que contar. Luego te explico los detalles.
—Vale.
Ethan miró de nuevo a John.
—A ver, ¿qué es eso que iba a dejarnos boquiabiertos?
—¡Oh, es un alucine! El viejo quiere que me case con Beth Johnson.
Ethan levantó tanto las cejas al oír aquello que casi se confundieron con su pelo. Jamie
se llevó una mano a la boca, aunque era muy evidente que estaba riéndose. Ethan fue el
primero en salir de su asombro.
—¿La hija de Ted Johnson? ¿Esa Beth Johnson? ¿Ya ha acabado el instituto?
John se encogió de hombros.
—Creo que sí. Pero no te lo pierdas: papá y Ted ya han hecho planes para la boda.
Jamie dejó escapar un sospechoso sonido y John se quedó mirándolo fijamente.
Cuando Ethan miró a Jamie, este tenía la cara completamente roja y reprimía un grito
sofocado.
—¿Qué demonios te parece tan divertido? —le preguntó John.
Jamie negó con la cabeza y siguió sofocando sus gritos. Ethan se mordió el labio
interior para disimular la sonrisa que había esbozado a! ver a Jamie: estaba resbalándose
de su silla, con lágrimas en los ojos y riéndose a mandíbula batiente. O quizás trataba de
no hacerlo. Si no dejaba de reprimirse de inmediato, Ethan se temía que iba a necesitar
una resucitación cardiopulmonar.
Ethan se volvió hacia John con una sonrisa.
—Bueno, supongo que tu padre podría haberte elegido a alguien mucho peor como
esposa. Beth es una cosita muy linda; parece femenina y muy elegante, si te gustan así.
Eso fue la gota que colmó el vaso y la presa se rompió, metafóricamente hablando.
Jamie dejó caer la mano, se tiró al suelo y soltó todas las carcajadas que había estado
reprimiendo hasta ese momento. John lo miró primero a él y luego a Ethan.
—Realmente no creo que el hecho de que papá me haya elegido una esposa resulte
tan divertido. ¿Ha bebido mucho?
Ethan le echó una mirada al vaso vacío que había encima de la mesa.
—Sólo dos tragos.
Jamie se arrastró hacia atrás y les dijo una palabra que sonó como algo parecido a
lesbiana.
Ethan y John intercambiaron sendas miradas con las cejas arqueadas.
—¿Ha dicho que ella es actor? —dijo John arrugando la frente.
Jamie siguió riéndose a mandíbula batiente, incluso con más fuerza. Trató de decir algo
más, pero terminó abriendo la boca para coger aire, con la cara roja e inundada de
lágrimas.
Ethan se encogió de hombros.
—No lo sé, pero que no beba más. Creo que ya ha cubierto su cupo de alcohol.
Al final, las carcajadas acabaron convirtiéndose en unas en risitas ahogadas y Jamie
fue capaz de hablar.
—¡Es lesbiana! ¡Quiere que te cases para demostrar que no eres gay, pero él... él va
hacer que te cases con una les... lesbiana!
Ethan se rió entre dientes.
—¿Estás seguro de eso?
Jamie asintió con la cabeza.
—Del todo. Somos muy amigos. En una ocasión incluso bromeamos sobre la
posibilidad de casarnos para ocultar que ambos éramos gays.
John sonrió de buena gana, moviendo la cabeza de un lado a otro, y cruzó su mirada
con la de Ethan.
—Tiene poco saque; a este paso no va a aguantar toda la noche. Quizás deberíamos
comer algo.
Jamie estaba echado en el suelo del despacho, frente a la chimenea, con los pies
apoyados en el sofá y su cabeza junto a la de Ethan y John. Hacía un buen rato que se
habían quitado las botas y los cinturones, que se habían amontonado junto al sofá, sobre
el cual habían dejado los tres sombreros. Ethan tenía los pies justo en el lado contrario a
los de Jamie, junto al hogar, mientras que John los tenía en perpendicular. Las tres
cabezas estaban muy cerca, aunque tenían las piernas separadas, como formando un
molinete, cuando hubieron acabado con la botella de whisky, empezaron con una de
tequila. Bueno, en realidad la habían empezado Ethan y John; Jamie ya estaba lo
suficientemente ebrio como para dejarlo después de la de whisky.
John cantaba con voz desalmada una canción de Tim McGraw y Ethan estaba...,
bueno, riéndose tontamente, por así decirlo. Jamie sonreía; nunca hubiera creído que
Ethan pudiera emitir un sonido como aquel. Por otra parte, tampoco pensó nunca que
estaría echado en el suelo del despacho de Ethan mirando las paréeles y el ventilador del
techo... y el sofá y la repisa de la chimenea. Alto ¿Qué es eso?
En la repisa había una foto que estaba boca abajo. Bueno, en realidad no estaba boca
abajo; era él quien lo estaba. Aun así, nunca la había visto hasta entonces, y durante
aquellos años había estado en aquel despacho miles de veces. Señalando con el dedo
por encima de su cabeza, preguntó:
—¿Eso es un daguerrotipo? ¿De dónde lo has sacado?
Ethan levantó la cabeza para mirar la repisa y luego volvió a bajarla.
—Sí. Lo encontré hace un par de semanas en un álbum de fotos familiar. Era
demasiado bonito para dejarlo allí, de modo que decidí enmarcarlo. Es Theodore
Whitehall, mi bisabuelo. Compró el rancho a finales del siglo XIX, cuando dejó el puesto
de sheriff. En el Viejo Oeste, los representantes de la ley se hacían su estrella con latas,
de ahí el nombre del rancho.
John dejó de cantar y prosiguió con la explicación.
—No fue tan sólo el bisabuelo de Ethan quien fue sheriff, sino que también lo fue su
abuelo, y su tío fue un roger de Texas. La fuerza de la ley corre por la sangre de los
Whitehall. Ethan es licenciado en derecho ferial, pero cuando Dylan murió, se hizo ca-
cargo de La Estrella de Hojalata.
—Sí, así fue. También quería ser un ranger de Texas, pero ya ves, cosas que pasan.
Jamie no sabía cuánto tiempo llevaba echado en el suelo, pero lo que notó a
continuación fue a Fred lamiéndole la cara. Debía de haberse quedado dormido. Un
rápido vistazo a la izquierda y luego a la derecha le confirmó que no era el único que se
había dormido: tanto Ethan como John, se habían quedado fritos.
Fred dejó escapar un aullido.
—Eh, guapa, ¿qué quieres?
La perra ladró y ejecutó unas cuantas cabriolas.
—¿Quieres salir?
La perra volvió a ladrar dos veces y meneó la cola. Jamie se sentó; le daba vueltas la
cabeza y tenía el estómago revuelto. Se agarró con todas sus fuerzas a la pelota que
había junto a él.
—Alto.
Fred ladró. Jamie hizo una mueca de dolor.
—De acuerdo, guapa, dame un minuto.
Jamie se levantó despacio. Una vez fue capaz de mantener el equilibrio y se convenció
de que podía moverse, siguió a Fred a través de la cocina hasta la puerta trasera y la dejó
salir. Al cabo de unos segundos, la perra volvió a aparecer en el porche. La dejó entrar de
nuevo y se dirigió al despacho para ver si podía levantar a Ethan y a John del suelo y
llevarlos a la cama. No había dado ni tres pasos cuando notó una sacudida en la pierna.
Fred le había agarrado por el pantalón, tirando de él hacia atrás.
—¿Qué pasa?
Fred se metió en la cocina y luego en el lavadero, donde Ethan había guardado su
comida y el plato para el agua.
—¿Tienes hambre?
La perra meneó la cola tan deprisa que casi se golpeó a sí misma. Jamie se rió entre
dientes. Después de asegurarse de que Fred hubiera comido y de que tuviera bastante
agua, Jamie volvió al despacho. ¿Cómo iba a arreglárselas para subir a Ethan y a John y
meterlos en la cama? Quizás fuera capaz de cargar con John si tuviera que hacerlo...,
pero, ¿con Ethan? Ni hablar. Se apoyó en marco de la puerta y dio unas palmadas.
—¡Vamos, chicos! ¡Arriba! ¡Es hora de irse a la cama!
Ninguno de los dos se movió. Jamie suspiró. Sabía que no sería una tarea fácil, pero al
menos tenía que intentarlo.
Se alejó de la puerta. Una vez hubiera metido a Ethan en la cama no podría volver
abajo, de modo que primero tenía que ocuparse de John. Tocó el brazo de su hermano
con el pie.
—Vamos, John. A dormir.
John dejó escapar un resoplido y se movió, dándole la espalda. Jamie rezongó, se
inclinó despacio y le tocó el hombro.
—¡Levántate y anda!
—¿Qué? ¿Qué pasa?
John se incorporó parpadeando.
—Nada, pero no puedes dormir en el suelo. Vamos a la cama.
John contemplaba la chimenea con la mirada vacía. Jamie aguardó unos segundos y
cuando le quedó claro que su hermano no iba a moverse, lo agarró por debajo del brazo y
le hizo ponerse de pie. Cuando por fin se levantó, John, volvió la cabeza y se quedó
mirándolo.
—Hola, Jamie.
—Hola, John.
John se quedó allí, balanceándose. Jamie; lo empujó por la espalda para que se
moviera; se las arregló para arrastrarlo hasta la habitación de invitados antes de que
empezara a caerse.
—¡Mierda!
Jamie deslizó el hombro bajo el brazo de su hermano y lo cogió por la cintura. John dio
un brinco y se quedó mirándolo, parpadeando.
—Hola, Jamie.
—Hola, John.
Jamie consiguió meter a su hermano en la habitación y llevarlo hasta la cama.
—Siéntate, John.
John le obedeció y se echó de espaldas en el centro de la cania. Jamie le quitó las
botas y la camisa y estaba tratando de tirar de sus pantalones cuando su hermano volvió
a abrir los ojos.
—Eh, Jamie. ¿No habíamos hecho esto antes?
—¿Cómo?
—Nada.
Jamie acabó de tirar de los pantalones, dejando a su hermano en calzoncillos. Trató de
mover a John para que se metiera en la cama, pero al final lo dejó por imposible y,
agarrando el edredón por el otro extremo, se lo echó por encima. Volvió abajo para
encargarse de Ethan, que estaba en la misma posición en que lo había dejado: tumbado
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hermano pequeño. John se quedó mirando a Jamie; luego levantó la mirada y buscó la de
Ethan mientras tomaba un sorbo de café.
—¿Cómo lo hacéis?
—¿Hacer qué?
—¿Cómo lo hacéis para no mataros el uno al otro?
Ethan arqueó una ceja y apenas pudo reprimir una carcajada.
—Bueno, intentamos no desenfundar las pistolas. Y a Jamie no le está permitido usar
cuchillos. John sonrió.
—¡Oh! ¡Ja, ja, ja! ¡Muy divertido! Ya sabes a qué me refiero —John sorbió un poco más
de café y se encogió de hombros. —Supongo que no es asunto mío. Sólo sentía
curiosidad, eso es todo —hizo una pausa, miró a Ethan muy pensativo y luego repuso: —
lo decía porque no siempre resulta fácil convivir con Jamie, y seguro que contigo
tampoco, y en cambio se ve que estáis de puta madre juntos. Vosotros dos siempre os
habéis llevado bien, pero nunca creí que...
—Después de haber vivido cuatro años contigo soy capaz de aguantar cualquier cosa
—Ethan se encogió de hombros. —No lo sé. Simplemente estamos bien juntos —bajó los
ojos y se quedó mirando a Jamie, que sonreía mientras dormía. Ethan no pudo evitarlo y
también sonrió. —Para serte sincero, creo que es eso: se trata de algo real. Y me
asombra que él haya estado ahí, ante mis narices, desde siempre.
Jamie empezó a mover un brazo y Ethan tuvo que cambiarse el café de mano para
poder detenerlo. Por alguna razón, creía que John no estaba preparado para ver la polla
erecta de su hermano.
John sonrió disimuladamente. Ethan se quedó tan sorprendido que dio un respingo y
derramó el café caliente sobre su pecho desnudo.
—¡Mierda! ¡Quema!
John se rió más fuerte, pero se levantó y se dirigió al baño. Al cabo de un momento
volvió con una toalla y se la tendió a Ethan.
—Toma.
Ethan cogió la toalla y se secó el pecho con una mano mientras con la otra trataba de
sostener la taza. Extendió el brazo para dejar la toalla en la mesilla de noche cuando
Jamie le agarró el paquete con la mano. Ethan dio un brinco.
—¡Hijo de puta!
La taza que sostenía Ethan estuvo a punto de caerse. Esta vez John se echó a reír con
ganas; se levantó, rescató la taza de café de la mano de Ethan y la colocó sobre la
mesilla de noche. Ethan soltó la toalla y apartó la mano de Jamie.
—Gracias —murmuró.
John volvió a sentarse mientras seguía riéndose entre dientes.
—Maldita sea, Ethan, no te había visto sonrojarte así desde que Brent Fuller te bajó los
pantalones en quinto.
Ethan se rió.
—Lo había olvidado. Joder, ese chico estaba chalado. ¡Cuando no te estaba dando un
zapatazo, te bajaba los pantalones! Me pregunto qué habrá sido de él.
—No lo sé, pero guardó las distancias desde que tú le arreaste un buen puñetazo en la
nariz.
Sus carcajadas interrumpieron el sueño de Jamie, que se dio la vuelta hacia el otro
lado de la cama. Ethan tuvo que taparlo con el edredón para disimular su desnudez.
Cuando cesaron las risas, Ethan cogió su taza de café de la mesilla de noche y se la
acercó a los labios.
—¿Duele? —le preguntó John, conteniendo la risa.
Ethan lo mire con sorpresa y tosió. Por suerte, aún no había bebido ni un sorbo de
café. Conocía suficientemente bien a John como para haber seguido el hilo de sus
pensamientos y debería haber imaginado por el malicioso brillo de sus ojos que le había
preparado alguna jugada.
—¡Dios! ¿Pero qué os pasa a los Killian? Primero me emborrachas. Luego me
despierto con una resaca impresionante. Después tu hermano trata de meterme mano
mientras duerme y me obliga a chamuscarme los pelos del pecho. Y ahora tratas de
ahogarme.
John se mordió el labio inferior, intentando disimular sin demasiado éxito lo mucho que
se estaba divirtiendo. Ethan sonrió.
—No. Sí. A veces. No lo sé. Depende. ¿Qué quieres que diga, John? ¿De verdad
quieres que te conteste a esa pregunta?
—No, en realidad no, sólo estaba tratando de desconcentrarte. Nos conocemos desde
hace un montón de años, tío, y hemos pasado por muchas cosas. Velar por ti se ha
convertido en parte de mi trabajo —John esbozó una sonrisa y luego se puso serio. —¿Te
acuerdas de cuando éramos unos niños y de que yo siempre quería que te casaras con
Julia porque así serías mi hermano? Bien, supongo que después de todo se ha cumplido
mi deseo, aunque no se trata de Julia sino de Jamie.
Ethan parpadeó; la emoción que sintió lo pilló desprevenido. Entonces miró al techo y
dijo:
—¡Vete a la mierda! ¡Tú lo que quieres es matarme!
John se rió.
—Lo siento.
Ethan sonrió y se quedó mirando a John.
—¡Vete a casa! ¿Acaso no tienes un rancho del que ocuparte?
John asintió con la cabeza, se levantó y le dio unas palmaditas en el hombro a Ethan.
—Muy bien, sigue así. Sé cuando no me van a echar de menos. Además, me huele el
aliento.
—Cerdo.
John de volvió hacia la puerta.
—Es verdad. Apesta tanto que casi me dan arcadas —cuando ya estaba fuera de la
habitación, John se volvió de nuevo hacia Ethan. Le brillaban los ojos. —¿Sabes?, el
nuevo capataz es bastante guapo para ser un tío. Quizás le dé una oportunidad. Si lo
hago, ¿vas a contestar a todas mis preguntas?
—¡Lárgate de aquí y deja de quedarte conmigo! Será mejor que te comportes o
contestaré a todas tus preguntas... ¡con todo lujo de detalles! —Ethan le dedicó una
enorme sonrisa. —Luego, quiero decir, cuando no esté desnudo en la cama con tu
hermano.
Ethan movió las pestañas con expresión inocente. John refunfuñó y se fue.
Ethan volvió a echarse en la cama y atrajo a Jamie hacia él. Su cálido aliento le produjo
un cosquilleo en la oreja.
—¿Cuánto hace que estás despierto?
Jamie sonrió. No pensaba que Ethan se hubiera dado cuenta de que fingía estar
durmiendo.
—Lo suficiente para saber que a mi hermano le gusta el nuevo capataz. Algo que, por
cierto, me parece bastante perturbador.
Ethan sonrió y le mordisqueó la oreja, obligándolo a incorporarse.
—A ti te parece perturbador, pero, ¿qué crees que pensaría el nuevo capataz si lo
supiera?
Jamie dio un resoplido y encajó sus caderas en las de Ethan. ¡Ooh, la tiene dura!
—Cierto, muy cierto. Por favor, dime que estaba bromeando.
—Así es.
—¡Gracias a Dios!
Ethan lo besó en la oreja mientras esbozaba una sonrisa.
—Qué reaccionario, Ojos Azules.
Jamie sonrió y pasó a demostrarle lo poco reaccionario que era buscando su polla
erecta para acurrucarse y apretarla contra su trasero. Ethan gimió, alargó la mano y le
agarró la polla. Jamie no sabía si dedicarse a la mano que le asía la polla o presionar la
que tenía en la suya. Ethan decidió por él haciendo que le soltara la polla para deslizaría
entre sus piernas y luego tirando de su pene. Jamie sintió un escalofrío; a Ethan le
pareció que se quejaba, aunque no lo habría pirado. Riéndose, le dijo al oído:
—¿Qué quieres, Jamie?
—Fóllame.
—Claro, cariño. Lo que tú quieras.
Ethan le soltó y se inclinó sobre él para alcanzar la mesilla de noche y sacó el
lubricante del cajón. Tanteó el culo de Jamie durante unos segundos y luego este notó un
experto y suave masaje en el ano y un dedo presionando la entrada. La caricia hizo
temblar a Jamie de puro placer. Gimió y apretó hacia atrás contra aquel provocador dedo
que deseaba penetrarlo. Entonces sintió que una mano lo agarraba por la cadera.
—Tranquilo. Despacio, no pienso irme a ninguna parte.
Jamie se relajó, suspirando de placer mientras aquel dedo seguía frotándolo y
excitándolo.
—¿Sabes una cosa, cariño? Uno de estos días vas a tener que follarme tú a mí.
Jamie sintió cómo el largo dedo de Ethan se deslizaba en su interior; luego gimió y
presionó hacia atrás, metiéndoselo aún más adentro.
—Muy bien. Más —un segundo dedo se sumó al primero, entrando y saliendo
lentamente.
—¿Te gusta, Ethan?
El cálido aliento que sentía contra la sien le produjo un cosquilleo.
—Sí, me encanta cómo te mueves al sentir mis dedos y mi polla.
Jamie movió la cabeza de un lado a otro. Dios, era algo increíble sentir cómo aquellos
dedos le follaban.
—No, no me refería a eso. ¿Te gusta que te follen? ¿Te gusta sentir a alguien dentro
de ti?
Ethan dejó escapar un gemido junto a su oído y le metió otro dedo, que Jamie notó que
le quemaba durante sólo un segundo para luego dejar paso al placer.
—Oh, sí, cariño, me gusta, aunque no tanto como a ti. No creo haber conocido nunca a
nadie que le guste tanto como a ti, pero sí, me gusta —sus dedos dejaron de moverse. —
¿Estás listo?
Jamie asintió con la cabeza.
—¡Sí, por favor!
—Mmm, me encanta cuando me suplicas.
Ethan le sacó los dedos y Jamie sintió la presión de la punta de su polla mientras con
los dedos le abría el culo.
—Me encanta cuando me follas —Jamie se movió hacia atrás y notó cómo Ethan le
introducía la punta. —¡Sí!
Jamie siguió moviéndose despacio hacia atrás hasta que notó el pubis de Ethan contra
su culo. Ethan contuvo la respiración.
—Ya sé que te encanta, Ojos Azules. Nunca había estado con nadie que fuera capaz
de metérsela sin ayuda.
—¿De verdad?
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Jamie, que se apretó más contra Ethan
contrayendo los músculos.
—¡Ah! —Ethan empezó a sacársela despacio, agarrando a Jamie por las caderas. —
De verdad. Estás tan sexy cuando tienes mi polla dentro...
Ethan volvió a metérsela. Jamie dejó escapar un fuerte gemido; intentó moverse, pero
Ethan lo sujetó, torturándolo con largas e interminables embestidas.
—¿Qué te ocurre, Ojos Azules?
¡Maldito vaquero!
—¡Eres un cabrón, Ethan!
Ethan rió junto a su oído y luego alargó la mano, le agarró la polla y se la estrujó. ¡Oh,
sí! De golpe cesaron las embestidas y Ethan le sacó la polla por completo. Jamie quiso
protestar, pero Ethan le obligó a echarse boca amiba, bajó la boca hasta la suya y posó
su pecho liso y fuerte contra el suyo. Jamie abrió las piernas, tentándolo. Quería más;
quería que se la metiera, y su polla erecta ardía de deseo.
Ethan seguía lamiéndole los labios, el interior de su boca y los dientes.
—Ethan, por favor.
Ethan le mordisqueó el labio inferior.
—Ponte a cuatro patas y agárrate a la cabecera.
Jamie no lo dudó ni un momento. Justo cuando sus manos se agarraban a la cabecera,
notó de nuevo algo frío en el culo. Irguiéndose y volviéndose hacia atrás vio que Ethan
tenía el lubricante en la mano y que volvía a masajearlo con él. Ethan se quedó mirándolo
fijamente a los ojos mientras se agarraba la polla, le echaba lubricante y luego dejaba el
frasco en la mesilla de noche. Ethan se agarró su gruesa polla con la mano, extendiendo
el lubricante por todas partes.
Jamie dejó escapar un balbuceante sonido desde el fondo de su garganta. ¡Maldito
cabrón! Contempló ansioso cada largo y lento movimiento. Aquella verga ya dejaba
escapar sus primeros fluidos. ¡Joder, Ethan estaba buenísimo! No iba a suplicarle, ni
hablar. Jamie dejó escapar un gemido. Eso era: no se trataba de una súplica.
Ethan se rió entre dientes y se puso de rodillas; con una mano cogió a Jamie por la
cadera, mientras con la otra seguía agarrándose su increíble polla. Atrajo las caderas de
Jamie hacia él, golpeándolo con la punta mojada de la polla. Jamie inclinó la cabeza y
cerró los ojos. Ethan frotaba la polla contra su culo, provocándolo. Pensó que no podría
evitar otro gemido. Ethan presionó sus muslos contra la parte trasera de los de Jamie
mientras deslizaba el enorme y resbaladizo glande de su pene en su interior. Jamie gimió
y Ethan lo imitó. Centímetro a centímetro, atormentándolo, Ethan siguió penetrándolo
hasta que el culo de Jamie quedó encajado en sus caderas.
—¿Estás listo?
Jamie asintió con la cabeza.
Ethan se la sacó y luego volvió a metérsela, siguiendo un ritmo constante. Jamie podía
sentir el musculoso cuerpo de su amante contra su espalda, tensándose con cada
embestida, mientras sus huevos golpeaban contra su piel. Ethan era algo increíble. Pero
aún lo era más sentir su polla deslizándose una y otra vez por encima de su próstata.
Jamie jadeaba y le costaba mucho recobrar el aliento. Estaba casi a punto de correrse.
Ethan le agarró la polla y se la estrujó. Jamie gruñó y reposó la cabeza en el hombro de
Ethan mientras se corría.
—¡Sí, joder!
Ethan rodeó el pecho de Jamie con el brazo, apretando fuerte para atraerlo hacia él, y
siguió embistiéndolo y masturbándolo mientras eyaculaba.
Jamie notó el cálido aliento de Ethan en su espalda cuando le dijo:
—Eso es, cariño, córrete en mi mano.
Ethan recobró el aliento y se desplomó sobre la espalda de Jamie mientras este sentía
cómo se corría dentro de él. Jamie abrió los ojos, volvió la cabeza hacia Ethan y lo besó
en la mejilla y el mentón, ansioso también por recobrar el aliento.
Ethan se sentó en la cama y atrajo a Jamie hacia él rodeándolo con ambos brazos y
apoyando la cabeza en su nuca.
—¿Crees que Bill se dará cuenta si hoy no vamos a trabajar?
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Habían pasado tres semanas desde el incidente; con Jacob Killian y todo era
perfecto..., casi demasiado perfecto. Ethan estaba esperando que en cualquier momento
cambiaran las tornas.
Jamie era feliz, feliz de verdad, y Ethan no se sentía capaz de ensombrecer la alegría
que reinaba, en La Estrella de Hojalata contándole las circunstancias de su nacimiento.
Sabía que debía hacerlo, pero había decidido aplazarlo.
Jamie no era el único en ser feliz; todo el mundo lo era: Jamie había tenido ese efecto
en los demás. Los empleados eran felices, Bill era feliz e incluso los animales eran felices.
El propio Ethan estaba prácticamente en constante éxtasis.
Y no le importaba; aparentemente no le importaba a nadie, porque estaba casi seguro
de que todos estaban al corriente de lo suyo con Jaime.
En el corto espacio de tiempo que llevaba allí, Jamie se las había arreglado para darle
clases de cocina a Bill, con las que el viejo disfrutaba de lo lindo y que empezaban a
notársele en los michelines que mostraba alrededor de su cintura. Ed y Hayden también
disfrutaban con la comida, pero eran jóvenes y quemaban el exceso de calorías
trabajando duro.
Jamie también había conseguido que los domingos por la noche se reunieran todos
para cenar, haciendo extensiva la invitación a tía Margaret, que ella aceptó. Además, en
contra de sus iniciales protestas, hacía la limpieza; de hecho, Jamie era una máquina de
limpiar. Había reorganizado el establo, elaborando un nuevo horario de comidas para los
animales, y había asumido gran parte de las responsabilidades del rancho, que había
hecho suyo. Si algo no estaba en su sitio o estaba torcido, él volvía a colocarlo bien. Todo
estaba limpio y a punto cuando alguien lo necesitaba. Jamie tenía el rancho como si se
tratara de una máquina perfectamente engrasada.
El muchacho no sólo hacía su trabajo en el rancho, sino que además se las arreglaba
para realizar el de los dos empleados que se habían ido. En tres semanas había trabajado
más que Carl y Jeff en tres meses. En La Estrella de Hojalata no se notaba que faltaban
dos hombres. En realidad, con Jamie ocupándose de todo era como si hubiera más gente
trabajando. No sólo arrimaba el hombro para sacar adelante todo el volumen de trabajo,
sino que parecía incitar a Ed y Hayden para que trabajasen incluso más duro. Ed y
Hayden sentían respeto por Jamie y por su ética profesional; gracias a él trabajan más
rápida y eficazmente, y de esa manera disponían también de más tiempo libre.
Ethan no tenía que salir tan a menudo como antes desde la llegada de Jamie. Aunque
aún lo hacía, por supuesto, porque siempre surgía algo de lo que ocuparse. Un hombre
puede aguantar vivir pegado a un ordenador hasta cierto punto, pero ahora empezaba a
comprender que las cosas podían funcionar sin que él tuviera que supervisar cada detalle.
Tanto era así que Ethan estaba considerando seriamente la posibilidad de ampliar el
negocio tal y como siempre había soñado, aunque no lo había hecho por la cantidad de
tiempo y dedicación que requería. Tenía las tierras, tenía el dinero y ahora tenía a alguien
que le echaba una mano y que no lo obligaba a él o a sus hombres a trabajar hasta la
extenuación para que las cosas marcharan bien.
El cambio más importante era el que se había producido entre Ethan y Jamie; entre
ambos se había establecido una relación muy relajada. No tenían ninguna duda de que lo
que compartían era algo real. Ethan no recordaba haber estado nunca tan a gusto ni
pasárselo tan bien con otra persona, ni siquiera con John. ¿Y el sexo? El sexo era
increíble.
Jamie había trasladado todas sus cosas a la habitación de Ethan. Al principio había
resultado un poco difícil, porque ninguno de los dos estaba acostumbrado a compartir un
espacio tan pequeño e íntimo. Sin embargo, iban a intentarlo. En muy poco tiempo Jamie
no sólo se había hecho un lugar en La Estrella de Hojalata, sino que había conseguido
hacerse también un sitio en el corazón de Ethan, quien ni siquiera podía pensar en volver
a su solitaria existencia. Jamie era mucho más que su amante: era su amigo, alguien con
quien sabía que podía contar.
De vez en cuando tenían las lógicas diferencias de opinión, pero en general se llevaban
estupendamente. Una de las discusiones más fuertes la habían tenido una semana atrás,
cuando, después de la jornada de trabajo, Jamie se había puesto a limpiar la casa. Lo
había dejado lodo impecable y había metido la cena en el horno. Ethan había llegado más
tarde, se había dado una ducha y, al terminar, había dejado la ropa y la toalla tiradas en el
suelo.
Jamie subió al piso de arriba para avisarle de que la cena ya estaba lista y, al ver el
desorden que Ethan había dejado en el cuarto de baño, se enfadó. Por su parte, a Ethan
también le dio un arrebato y le dijo que había estado trabajando todo el día. Jamie le puso
en su lugar frunciendo el ceño, como diciéndole: ¿Y yo no?
Eso, si cabe, aún jodió más a Ethan, porque era cierto. Después se encerró en su
despacho, sin cenar; salió una hora más tarde y se encontró la casa en silencio y una
nota diciéndole que tenía la comida en el horno. Cenó, subió arriba, despertó a Jamie y le
pidió perdón. Jamie aceptó sus disculpas diciéndole que, puesto que le molestaba limpiar
la casa, era mejor que se callase y que recogiera las cosas que dejaba tiradas, de lo
contrario sería él quien tendría que volver a ocuparse de todo otra vez. Ethan odiaba las
tareas domésticas, pero, por descontado, le gustaba tener la casa limpia, de modo que
estuvo de acuerdo en echarle una mano. De pronto, Ethan sonrió, recordando con cuánta
ternura hicieron el amor después de haber hecho las paces.
Realmente no era justo que Jamie tuviera que ocuparse de todo y también de cocinar.
Maldita sea, ya hacía demasiadas cosas. Ethan prácticamente tenía que obligarlo a
sentarse para que redujera la marcha y se tomara un respiro. Bueno, a decir verdad, las
mamadas funcionaban bastante bien como estímulo, siempre y cuando Ethan continuara
satisfaciendo sus necesidades en el futuro.
Ethan suspiró y fijó los ojos en el ordenador, estirando las manos por encima de la
cabeza. Necesitaba un descanso. Bueno, concretamente era Jamie quien lo necesitaba.
Se sonrió, descolgó el teléfono, mareó y esperó. Dos tonos más tarde, oyó un escueto y
entrecortado «¿lga?»
—¿Qué estás haciendo?
Ethan se levantó, se dirigió hasta la ventana del despacho y miró afuera. No había ni
rastro de Jamie.
—Intento no dar golpe. ¿Por qué?
—Porque Jamie y yo necesitamos que alguien nos lleve a San Antonio.
—¿Qué hay en San Antonio?
—¿Vas a llevarnos o no?
—¿Por qué no conducís vosotros? Tú tienes una camioneta y Jamie también.
¡Maldita sea! ¿Por qué John tenía que ser tan cotilla? Ethan puso los ojos en blanco.
No quería que Jamie supiera el motivo del viaje, pero sabía que John era capaz de
guardar un secreto.
—He estado echando un vistazo a los nuevos Ford Mustang. Creo que voy a comprar
uno, pero no se lo digas a Jamie; es una sorpresa.
—¡Ni hablar! ¡No vas a comprarle un coche a Jamie!
Ethan alejó el teléfono del oído con una mueca.
—¡Maldita sea! ¿Tienes que gritar como un energúmeno? No lo voy a comprar para
Jamie, sino para mí.
—¿Y entonces por qué hay que ocultárselo?
Ethan dejó escapar un suspiro.
—¿Ethan?
—¡Oh, Dios! Está bien, también pensaba incluir su nombre en el permiso. Pero lo
compro para los dos, no sólo para él.
—¡Mierda! ¡Esto no es justo! Yo nunca he tenido un amante que me comprara un
coche. ¿Quieres ser mi novio?
—John se quedó callado durante un segundo y luego añadió:
—Pero te advierto que no podrías follarme.
Ethan se pellizcó la nariz, tratando de decidir si John le estaba provocando un dolor de
cabeza o no.
—¡Tú mueve el culo y ven a recogernos!
—De acuerdo. En seguida estoy ahí.
Ethan colgó el teléfono y salió a buscar a Jamie. Empezó a marcar el número de su
móvil, pero su amante no debía de andar muy lejos. Decidió que necesitaba hacer un
poco de ejercicio.
Jamie estaba solo en el establo, limpiando la casilla de George. Cuando Ethan entró,
se quedó mirándolo, se apoyó en la pala y se echó un poco hacia atrás el sombrero
vaquero gris. Aquellos ojos azules lo miraron con lascivia y aquellos labios que le
encantaba besar hicieron un mohín.
—Hola, vaquero.
Ethan sonrió.
—Hola, Ojos Azules. ¿Crees que podrías dejar la limpieza para más tarde y tomarte el
resto del día libre?
Jamie levantó una de sus negras cejas bajo la tela de fieltro gris.
—Bueno, en realidad casi había terminado. ¿Me das cinco minutos?
—Eso depende. ¿Podrás ducharte y cambiarte de ropa en menos de diez minutos?
Jamie siguió limpiando, aunque no antes de que Ethan viera un destello de sus dientes.
—Eso depende.
Oh, sabía de qué dependía, pero quería oírlo en labios de aquel ligoncete.
—¿De qué?
—De si vas a ducharte conmigo.
Ethan esbozó una sonrisa y negó con la cabeza, dándose la vuelta para irse.
—Ahora no. Tienes que estar listo para salir en un cuarto de hora.
Jamie, muy excitado, dio la vuelta entera al GT rojo oscuro y deslizó la mano por la
puerta. ¡Es precioso! El rojo era su color favorito. No podía creer que Ethan hubiera
agregado su nombre al permiso. No sabía qué decir. De todas formas, no era el coche lo
que le había dejado sin habla y le había hecho temblar las rodillas, sino lo que implicaba
el hecho de que Ethan pusiera algo a nombre de ambos. Eso sonaba a compromiso.
Para ser honestos, no sólo había conseguido un coche nuevo, sino que también había
conseguido a Ethan. Técnicamente, Ethan ya era suyo, sin duda alguna, pero aquello
equivalía casi a una declaración pública tratándose de alguien que no quería que nadie
supiera que era gay. Al menos, en opinión de Jamie lo era.
¡Maldita sea! Su polla quería acción. Tal vez más tarde podría proponerle a Ethan que
pararan en algún sitio para inaugurar el coche. Joder, ideas corno aquella no harían nada
fácil el camino de vuelta a casa. Intentó escabullirse hacia un rincón para aliviar un poco
la presión de los vaqueros contra su entrepierna. Necesitaba dejar de pensar en Ethan.
Ethan salió del concesionario, lo vio junto al coche y sonrió. Cuando estuvo a menos de
dos metros de Jamie, le lanzó las llaves.
—Vámonos.
Jamie cogió las llaves con una sonrisa. ¡Sí! Ethan iba a dejarle conducir el coche de
ambos.
—¡Esto no es justo! —se quejó John detrás de él. —Puesto que os he traído hasta
aquí, soy yo quien debería conducir como recompensa.
Al final pasaron todo el día con John. Fueron a comprar a Mercado, visitaron a Julia y
cenaron juntos. John se fue poco después de la cena, y Ethan y Jamie decidieron
regresar a casa cuando empezaba a anochecer. Durante el camino de vuelta, sonó el
móvil de Ethan; lo soltó del cinturón y miró la pantalla.
—Es Bill.
Ethan abrió el teléfono y lo colocó junto a su oído.
—Dime.
Ethan alargó la mano y le acarició el muslo a Jamie, que sonrió y se deslizó hacia
delante en el asiento del conductor, tratando de que la mano de Ethan rozara su polla. Sin
embargo, Ethan dejó la mano quieta y en tensión.
—¿Qué? ¿Cuántos se han escapado? ¿Los has encontrado todos?
¡Mierda! Jamie dejó de mirar la carretera durante un segundo. Ethan tenía la mandíbula
desencajada y los labios medio fruncidos. Aquello le daba mala espina. ¿Qué demonios
estaba pasando en el rancho?
Ethan dejó escapar un suspiro.
—De acuerdo, Bill, sólo tardaremos unos quince minutos en llegar. Vosotros poneos
manos a la obra; yo estaré ahí lo antes posible —Ethan colgó el teléfono, volvió a
engancharlo en su cinturón y se giró hacia Jamie. —Una de las vallas se ha roto. Bill y los
chicos están acorralando al ganado que se ha escapado. Hayden cree que cortaron los
alambres.
Jamie sintió que se le caía el alma a los pies.
—¡Maldita sea!
Probablemente era culpa suya. Probablemente había sido algún estúpido macho
tratando de darle una lección al "marica".
—Vamos, Ojos Azules, no te pongas así. No sabemos qué ha ocurrido. Sabes tan bien
como yo que aún siguen robando ganado —Ethan levantó la mano y le acarició la barbilla.
—Además, ya no se trata de ti. No pienso poner un anuncio, pero tampoco voy a negar lo
nuestro.
Jamie tragó saliva y se quedó mirando a Ethan. Maldita sea, ¡no iba a ponerse en plan
melodramático! El no era así. Tenía los ojos un poco húmedos, pero no estaba llorando.
Volvió a concentrar la vista en la carretera.
—Yo... Yo... Tú eres mío, maldita sea. No pienso dejarte, y por supuesto no me
avergüenzo de ti, de modo que no pienso esconderme y voy a ser como soy —Ethan
cogió aire en el tenso ambiente que se respiraba en el interior del coche. —Creo que lo
que quiero decir es que ya no es tu problema... sino el nuestro. Oh, joder, supongo que
siempre fue nuestro problema —Ethan le pasó la mano por la mejilla y luego le cogió del
brazo. —Date prisa, volvamos a casa. Tenemos ganado que recuperar.
Agradecido, Jamie pisó a fondo el acelerador. No estalla seguro de a quién se le
pondría más dura al circular a noventa millas por hora, si a Ethan o a él. Ethan le estaba
dando la lata porque tenía que pagar "un riñón y parte del otro" para que él pudiera
conducir el Mustang, por lo que no superó demasiado el límite de velocidad permitido. Y
sólo lo hizo a instancias de Ethan. Llegaron a casa en un tiempo récord.
Jamie aparcó el coche y se quedó mirando a Ethan.
—¡Joder, ha sido una pasada!
—Sí, es cierto. ¿Estás listo para aguantar el cabreo de Bill?
—Sí. Es normal. A mí tampoco me entusiasma la idea de salir a reunir el ganado.
Ethan salió del coche.
—No lo decía por eso. Lo digo por el coche nuevo. Bill odia cualquier máquina o
cualquier aparato que haya sido fabricado después de 1990. Los ordenadores de última
generación le ponen de los nervios.
Jamie se rió y se colocó a su lado para dirigirse hacia el granero.
—Bueno, mejor para nosotros. Y a mí sí me van los artefactos modernos; no necesito
que Bill se ocupe de ellos.
—¿No me digas?
—No te digo.
Jamie agarró su silla, su manta y su brida y salió del granero unos pasos por detrás de
Ethan, que llevaba todas sus cosas en la mano. Jamie silbó para llamar a George y colgó
la silla y la manta en la valla del corral.
Ethan lo siguió.
—¿Hay algo que no sepas hacer?
—No.
Jamie sonrió y arqueó las cejas para recordarle a Ethan que no había nada que no
supiera hacer
—Bastardo engreído —Ethan le sonrió y luego miró a lo lejos; George se acercaba
hacia ellos. —¡Spot! ¡Ven aquí! ¡Te estoy viendo, canalla! ¡No te escondas detrás de
George!
Spot se había movido para ver adónde se dirigía George, pero en cuanto el astuto
caballo vio a Ethan, volvió a ocultarse. Jamie se rió disimuladamente y Ethan rezongó.
—Tiene personalidad, ¿recuerdas?
—¡No me toques los huevos, Jamie!
Ethan se metió en la ducha y dejó que el agua corriera por su dolorido cuerpo. Estaba
exhausto.
Gracias a Dios, Bill y los chicos habían conseguido recuperar todo el ganado salvo diez
cabezas. Ed y Hayden repararon la valla mientras Jamie y él fueron en busca del resto de
las reses. Les llevó tres horas encontrar las diez cabezas que faltaban. No estaba mal,
pero tampoco bien.
Ethan tenía el culo dormido desde hacía una hora. El viaje hasta San Antonio había
durado cuatro horas entre ida y vuelta, y luego había montado a caballo durante otras
tres, lo que le había dejado todo el cuerpo entumecido. Sumergió la cabeza bajo el agua
caliente. ¡Joder, qué sensación tan agradable! Hacía horas que quería darse una ducha.
Habría querido que; Jamie la compartiera con él, pero no había habido suerte: estaba
abajo, hablando con el sheriff y soltando maldiciones sin parar.
Tras haber reunido finalmente de nuevo todo el ganado, al regresar descubrieron que
habían destrozado uno de los tractores. Bill estaba seguro de que había sido después de
que se hubieran ido, porque antes no lo habían visto, pero Jamie era de otro parecer:
estaba convencido de que alguien había esperado a que Ethan y él se fueran antes de
pintar la palabra «marica» en el vehículo.
Bill le tenía mucha simpatía a Jamie y no quería que nada le hiciera sentirse mal. No es
que Ethan no quisiera lo mismo, pero no creía que hubiera que proteger a Jamie de la
forma en que lo hacía Bill, salvo en lo referente a la verdad sobre su nacimiento. Bill había
tratado por todos los medios de mantener alejado a Jamie del tractor cuando vio lo que
habían pintado en él con un spray de color rojo brillante. Sin embargo, no lo había
conseguido, en parte porque había gritado «¡Hijos de puta!» cuando lo había visto, y en
parte porque Hayden había preguntado si «el robo del ganado era una prueba suficiente
de vandalismo». Ed, muy prudentemente, había mantenido la boca cerrada. Bill les dedicó
una feroz mirada durante un minuto hasta que finalmente decidió llamar al sheriff.
Jamie y Hayden se quedaron echando un vistazo para comprobar si había más daños
cuando Ethan decidió entrar en casa. Pensó que Jamie o Bill ya se encargarían de
atender al sheriff.
Ethan escuchó un click a su derecha y Jamie reposó su fría mejilla en su espalda, entre
los omóplatos. Ethan dejó escapar un suspiro de alivio. Se alegraba de que Jamie
estuviera allí y no siguiera obsesionándose con lo ocurrido.
—Eh, Ojos Azules. ¿Se ha ido ya el sheriff?
—Sí. Es un buen tipo. Me ha dicho que lo llamara si volvía a tener problemas. Ya sé
que todos dicen lo mismo, pero creo que esta vez iba en serio.
Jamie acarició su piel con los labios.
—¿Era el sheriff Hunter o uno de sus ayudantes?
—Hunter.
—Ah. Entonces lo decía en serio.
—¿Por qué lo dices?
Ethan se encogió de hombros.
—Es un gran tipo, además, creo que también es gay. Me imagino que, dadas las
circunstancias, será muy comprensivo.
Jamie le hizo darse la vuelta y abrió como platos sus grandes ojos azules.
—¿De verdad? —luego, frunciendo sus negras cejas, añadió: —¿Cómo demonios lo
sabes? ¿Y por qué te importa?
Vaya. ¡Qué interesante! ¿Era posible que Jamie estuviera celoso? Ethan sonrió y rodeó
con sus brazos a Jamie, estrechándolo con fuerza contra él. Inclinó la cabeza y lo besó en
la nariz, en la barbilla y, finalmente, en los labios.
—No lo sé con seguridad, sólo es una sensación. Y no me importa. No tienes nada de
qué preocuparte.
Jamie le dedicó una mirada feroz con sus ojos claros; una arruga en el entrecejo
estropeaba su sensual rostro.
—¡No estoy celoso!
Ethan sonrió. Jamie refunfuñó.
—Está bien, quizás lo esté... un poco, pero he tenido una noche horrible. Tengo
derecho a estar de mal humor.
—¿Y ahora lo estás? —le preguntó Ethan, arqueando una ceja.
Jamie se encogió de hombros y empezó a frotar su polla, cada vez más dura, contra la
de Ethan.
—¡Oh, sí! ¡Métete en la ducha! —Ethan lo atrajo hacia el chorro de agua. —Déjame
que te limpie y luego nos metemos en la cama. Apuesto a que sé cómo cambiar tu humor.
—Mmm, ¿jugaremos a los rodeos?
Ethan esbozó una sonrisa.
—¿Eso lo lograría? ¿Te pondría de mejor humor? Jamie se inclinó y le dio un beso. —
Puede que sí, vaquero.
A pesar de los besos y las caricias, consiguió que Jamie se diera la ducha; luego se
secaron y se fueron a la cama.
Jamie se estaba metiendo debajo de Ethan, besándolo por todo el cuerpo, cuando
oyeron una pequeña explosión. Jamie levantó la cabeza y preguntó:
—¿Eso ha sido un disparo?
Ethan lo dudaba, pero reaccionó en seguida. Agarró a Jamie, se levantaron y se
metieron debajo de la cama. Entonces se oyeron tres explosiones más. Ethan se quedó
mirando a Jamie para asegurarse de que se encontraba bien.
—¡Hijos de puta! ¡No hay duda de que eso ha sido un disparo!
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O 1122
a Ethan que se acercaba hacia él; a la pálida luz de la luna que se filtraba a través de las
cortinas pudo ver que iba vestido completamente de negro, como él.
—Los chicos se encuentran bien. Bill ya está echando un vistazo.
Ethan asintió con la cabeza, se detuvo frente a él y levantó lo que parecían dos rifles.
—¿Calibre treinta o doce?
—Doce.
Ethan le tendió uno de los rifles a Jamie y luego metió algo en la petrina de Jamie; el
frío le hizo estremecerse y miró hacia abajo.
—Aquí tienes un 357; en la recámara hay una bala y el seguro está puesto —Ethan se
metió otro revólver en su petrina. —Yo me llevo el 45. Trata de no disparar a Bill; sabía
que ese viejo loco ya habría salido a inspeccionar.
Jamie siguió a Ethan hasta la puerta trasera con Fred pegada a sus talones. Ethan se
apoyó contra la pared, tiró ligeramente de la cortina y miró hacia fuera. Permaneció quieto
durante unos segundos, observando.
—No se ve ningún movimiento. Pero es normal que no se vea nada si hay un
francotirador, ¿verdad?
—Caramba, eso sí que me tranquiliza. Sal tú primero.
Ethan se rió y miró por encima de él.
—Contaba con ello. Sígueme y ponte a cubierto en cuanto puedas —bajó la vista y se
quedó mirando a Fred. —Y tú no te muevas de aquí.
Jamie tragó saliva y asintió con la cabeza. No esperaba encontrarse con algo así. ¿Y si
disparaban contra Ethan? ¿Y si era él quien lo hacía?
Ethan abrió la puerta y salió sigilosamente. Fred dejó escapar un aullido, pero se quedó
donde le habían ordenado.
Mierda, aquí no pasa nada. Jamie salió fuera. De momento, ningún disparo. Buena
señal. Cerró la puerta y se alejó rápidamente en dirección contraria a la que había tomado
Ethan. Estuvo echando un vistazo durante varios minutos sin encontrar nada. Al cabo de
unos diez minutos, una figura surgió de entre las sombras empuñando un rifle.
—Ya podéis salir todos. He echado un vistazo y hace rato que se han ido.
—¡Maldita sea, Bill! ¡Viejo loco!
Jamie esperaba que Bill estuviera en lo cierto, porque, en caso contrario, habrían
disparado contra aquel viejo chivo en cualquier momento. ¿En qué estaría pensando para
ponerse a tiro de aquella manera?
Unos minutos más tarde nadie había disparado contra Bill, y Ethan también abandonó
su escondite. Jamie no estaba, dispuesto a dejar allí solo a su vaquero. Además, cuantos
más objetivos hubiera, menos probabilidades habría de que alcanzaran a Ethan, de modo
que se despegó de la pared del establo y se unió a los demás.
—¿Habéis encontrado algo?
Bill caminó arrastrando los pies y miró en todas direcciones salvo a Ethan y a Jamie.
Ethan se aclaró la garganta.
—Ed ha llamado al sheriff —dijo Bill, levantando los ojos. —Debería llegaren cualquier
momento.
Jamie no sabía si poner los ojos en blanco ante la evasiva o darle una patada en la
espinilla a Bill.
Unas horas después, cuando finalmente habían conseguido meterse en la cama, sonó
el teléfono. Ethan apenas fue capaz de abrir los ojos al oír el cuarto timbrazo. Dio un
respingo, aturdido, cuando un brazo pasó por encima de su cabeza y golpeo el
despertador. Al parecer, Jamie también estaba profundamente dormido porque
normalmente paraba el despertador cuando sonaba por segunda vez; lo más divertido era
que nunca lo alcanzaba cuando realmente estaba sonando. Finalmente, Ethan consiguió
descolgar el teléfono.
—¿Diga?
Un torrente de palabras inundó el oído de Ethan.
—¿Ethan? ¿Estás bien? ¿Cómo está Jamie? John me llamó y me contó lo que ocurrió
anoche. Me dijo que Bill lo había llamado para preguntarle si papá tenía algo que ver con
lo del ganado o lo que habían escrito en el tractor. ¡Oh, Ethan, por Dios! ¡No puedo
creerlo! ¿De verdad crees que papá haría algo así? Alguien debería estrangu...
—¡Jules! ¡Basta ya! Me duele demasiado la cabeza para poder seguirte. Para el carro.
A ver, imagínate que estás en el trabajo y que yo soy otra enfermera o un médico.
—Lo siento, Ethan. Escucha, estoy de camino. Son casi las nueve, estaré ahí en unos
veinte minutos. Hablamos cuando llegue. Voy a prepararos el desayuno. ¿Se ha
levantado ya Jamie? ¿Le has visto esta mañana? Voy a preparar tortitas y salchichas,
¿qué te parece? Si queréis…
Ethan rezongó. ¡Estupendo! ¡Vaya mañana que me espera! Era lo que le faltaba
después de haberse pasado casi toda la noche en blanco. Sólo había una cosa peor que
la cháchara de Julia: su forma de cocinar; aquella mujer era un desastre total en la cocina.
—¡Jules! ¡Ahora no! ¡Tengo la cabeza a punto de estallar! Te veo dentro de un rato.
—Oh..., de acuerdo. Adiós, Ethan. Hasta ahora.
Ethan colgó el teléfono y se cubrió la cabeza con la almohada. Tal vez podría asfixiarse
a sí mismo y así no tendría que levantarse, pero tenía un millón de cosas que hacer;
supuso que la muerte debería esperar.
Tenía que llamar a la compañía de seguros y añadir el coche nuevo y a Jamie a su
póliza. También tenía que dar parte a la compañía de Jamie de los daños que había
sufrido su camioneta. Los otros tres disparos habían impactado en la cabina y habían
destrozado los asientos, incluso el del conductor. Se suponía que Hunter iba a volver esa
mañana. Tenía que hablar con John, aunque al parecer alguien ya le había contado todo
lo ocurrido antes de los disparos. Si alguien sabía si Jacob estaba implicado en el asunto,
ese era John.
Ethan dejó escapar un suspiro y se sentó; luego extendió el brazo y le dio un empujón
en la espalda a Jamie.
—¡Arriba, Ojos Azules!
Jamie se acurrucó contra él y se cubrió con el edredón.
—¡Vamos, Jamie! Tenemos que levantarnos.
—Acabamos de meternos en la cama. ¡Estoy cansado!
Ethan se inclinó, lo besó en la mejilla y le dio una palmada en el trasero.
—Yo también, pero tu hermana viene hacia aquí.
Jamie se dio la vuelta, parpadeó y luego se quedó mirando a Ethan.
—¡Oh, Dios!
—¡Exacto! Venga.
Jamie refunfuñó, se levantó y fue dando tumbos hasta el armario, soltando maldiciones
en voz baja. Ethan sonrió y se quedó observándolo. Jamie se puso la parte trasera de la
camiseta por delante, los calzoncillos al revés y unos vaqueros de Ethan en vez de los
suyos. Luego cogió sus botas, un par de calcetines y su sombrero vaquero, se lo puso —
al revés —y salió hecho una furia de la habitación.
Ethan esbozó una sonrisa preguntándose cuánto tardaría en despertarse del todo. Se
levantó, se dirigió hacia la puerta del dormitorio y gritó para ene le oyera, desde abajo:
—A menos que quieras que sea Julia quien lo haga, será mejor que prepares el
desayuno.
Jamie soltó una maldición desde la cocina, seguida por el ruido de cazuelas y sartenes.
Ethan se echó a reír. Se tomó su tiempo para vestirse y luego se metió en el baño.
Cuando terminó de lavarse los dientes, oyó el coche de Julia que se acercaba. Fred
estaba ladrando y Jamie seguía armando jaleo en la cocina. Ethan negó con la cabeza.
Sin embargo, no cambiaba ese momento por nada, aun cuando no estuviera lo bastante
despierto como para descifrar la interminable cháchara de Julia y su cabeza estuviera a
punto de estallar. Entró en la cocina justo cuando Julia lo hacía por la puerta trasera.
—Hola, Jules.
Fred parecía querer matarla a lengüetazos.
Jamie estaba frente a los fogones y ni siquiera se volvió. Quizás se había quedado
dormido otra vez... de pie. Ethan decidió que sería mejor comprobarlo. Le molestaría
mucho que Jamie quemara el desayuno, por no mencionar que pudiera sufrir algún daño.
Le echó un vistazo: seguía llevando el sombrero al revés, por lo que Ethan le dio la vuelta.
—¿Estás despierto?
La única respuesta que escuchó fue un gruñido. Jules fue tras Ethan y lo abrazó.
—¿Qué tal, Ethan? —le dio un beso en la mejilla y luego se acercó a. Jamie, pasándole
los brazos alrededor de la cintura. —Oh, cariño, no tenías por qué cocinar. Pensaba
ocuparme del desayuno en cuanto llegara.
—¿Por qué diablos crees que estoy cocinando?
Julia se abrió los ojos como platos, aunque estaba sonriendo. Dio un paso hacia atrás y
le pellizcó el culo.
—James Wyatt Killian, ¿acaso estás insinuando algo sobre mi forma de cocinar?
Jamie frunció los labios. Le dio la vuelta a un huevo y luego giró sobre sí mi sino para
pasar el brazo alrededor del cuello de Julia y besarla en la frente.
—Sí. ¡No sabes cocinar! De hecho, tienes suerte de ser guapa, porque con las tareas
domésticas eres un auténtico desastre.
Julia se apartó de él haciéndose la ofendida y puso los ojos en blanco. Entonces
abrazó a Ethan y le dio un beso en la mejilla.
—Por lo que veo, sigue despertándose de mal humor.
Ethan le devolvió el abrazo y el beso en la mejilla.
—Normalmente no suele darme problemas por la mañana. Tú debes de ser la
excepción que... O tal vez sea la idea de verte cocinando —Ethan hizo un exagerado
encogimiento de hombros. —A mí me ocurriría lo mismo.
Jules se rió y golpeó a Ethan en el brazo mientras se deshacía de su abrazo.
—¡Qué falta de respeto, por Dios! Estoy empezando a pensar que Fred es la única que
se alegra de verme.
Ethan sacó tres tazas del armario. Jamie era muy previsible en según qué cosas, y el
café de la mañana era una de ellas. Y olía estupendamente bien.
—Nos alegramos de verte, Jules. Lo que pasa es que estamos rendidos. Sólo hemos
dormido cuatro ho...
—Tres —le corrigió Jamie.
—... tres horas —se quedó mirando fijamente a Jules. —¿Te apetece un café?
Jules asintió con la cabeza.
—¡Vaya! Lo siento, no tenía ni idea. Bueno, John me contó lo de que habían cortado el
alambre de la cerca, pero pensé que habíais vuelto a reunir en seguida el ganado y que
os habíais ido a dormir a una hora decente.
—Y lo hicimos, pero luego nos despertaron los disparos.
Ethan sirvió el caté y llevó las tazas a la mesa. Julia dio un grito sofocado.
—¡Oh, Dios mío! ¿Qué disparos? ¡John no me habló de ningún disparo!
Ethan se paró junto a Jamie y le tendió su taza. Lo besó en los labios para darle las
gracias y luego se dirigió hacia Jules, que se sentó con una enorme sonrisa en los labios.
—¡Oh! ¡Estáis hechos el uno para el otro! ¡Soy tan feliz! John me dijo que estabais
juntos, pero... —Jules arqueó las cejas. —¿Qué disparos, Ethan? ¿Por qué John no me
dijo nada sobre eso?
Maldita sea, aquella mujer cambiaba de tema en un abrir y cerrar de ojos. Ethan le
pasó su taza y dijo:
—No creo que lo supiera. Imagino que Bill lo llamó antes de que ocurriera. Anoche,
después de ocuparnos del ganado, oímos unos disparos, aunque nadie resultó herido...
—Pero mi camioneta sí —rezongó Jamie.
—Nadie salió herido, gracias a Dios. Pero, quienquiera que fuera, disparó contra la
camioneta de Jamie. El sheriff vino de nuevo con sus hombres, echaron un vistazo y
redactaron otro informe. Están investigando.
Julia se quedó boquiabierta.
—¡Oh, Dios mío! ¿Quién haría algo así? ¿No pensarás qué...? Oh, yo misma le daría
una paliza a ese mezquino viejo bastardo si...
Ethan levantó una mano.
—Sí.
Jamie dejó su mano quieta en el pelo de Ethan y levantó la cabeza de la almohada.
—Cree que papá es el responsable de lo ocurrido —Jamie negó con la cabeza y volvió
a apoyarla de nuevo en la almohada. —Y también está cabreada con John; quiere que se
vaya del Quad J y que deje a papá.
—Para ser sinceros, yo también empiezo a pensar así; no sé por qué John
simplemente no coge sus cosas y se va.
Jamie siguió moviendo la mano y acariciándole el pelo a Ethan.
—Tiene mucho que perder, Ethan.
—¿Y tú no?
—Mmm...
—¿Y bien?
—No es lo mismo.
Ethan levantó la cabeza del pecho de Jamie, se colocó de lado y se apoyó en un codo.
—¿Cómo que no? Tú perdiste tu hogar y tu empleo. Y diría que también perdiste el
cariño de tu padre, aunque empiezo a pensar que nunca llegaste a tenerlo.
Jamie se dio la vuelta hacia él apoyándose también en un codo.
—El Quad J le pertenece a John por derecho. Fue educado..., qué digo, fue concebido
para encargarse de ese rancho; desde que nació lo prepararon para dirigir ese sitio. Y, en
algún momento, eso se convirtió también en lo que él quería.
Ethan asintió con la cabeza.
—Lo entiendo, pero la familia es más importante que un maldito trozo de tierra.
—¿Y qué hay de La Estrella de Hojalata? ¿Opinarías lo mismo si estuviéramos
hablando de La Estrella de Hojalata?
—Sí. Cambiaría ahora mismo La Estrella de Hojalata sin pestañear si eso me
devolviera a Dylan. Joder, haría lo mismo por mi padre, aunque él pensaba igual que tú.
Me patearía el culo por el mero hecho de pensar en abandonar este lugar —Ethan
suspiró. —Pero sólo es un lugar, Jamie. No es lo que yo soy.
Jamie inclinó la cabeza y le dio un beso en los labios.
—Pero hasta cierto punto sí lo es.
Ethan levantó una ceja.
—Es parte de tu identidad, de tu historia. De la historia de tu familia.
—Pero tenerlo o no tenerlo no cambia el hecho de ser quien soy. Puede que este lugar
y la historia que lo rodea hayan contribuido a hacer de mí lo que soy, pero este sitio no es
mi identidad. Puedo ir a cualquier otra parte, hacer otra cosa, y este lugar y su historia
seguirán estando conmigo. Los recuerdos..., todo esto seguirá siendo mío mientras sea
capaz de recordarlo.
—Entiendo lo que dices, pero, ¿de verdad no te importaría perderlo?
Ethan negó con la cabeza distraídamente.
—No, en realidad, no, pero no le doy más valor que las vidas de la gente a la que amo.
Se trata tan sólo de un lugar.
—Pero, como tú has dicho, los recuerdos de la gente a la que amas se forjaron aquí;
era un lugar importante para tu padre y para tu familia. Entonces, ¿no debería serlo
también para ti?
—Es importante, pero no lo es todo, Jamie. Piensa en ello, ¿o acaso no es cierto todo
lo que dijiste con respecto a ti y al Quad J? ¿Acaso no era tu legado tanto como el de
John?
Jamie se encogió de hombros despreocupadamente, o al menos lo intentó, pero Ethan
pudo ver la tristeza que había detrás de su gesto.
—No es lo mismo para mí que para John. Yo fui el último en nacer y nunca pretendí
heredar el Quad J.
—Eso es lo que más te preocupa, ¿verdad? Perder el rancho. Porque forma parte de tu
legado. Amas ese lugar, su historia, y el hecho de que te criaste allí. Era importante
formar parte de esa historia.
Jamie palideció.
—Tienes razón. Sólo es un lugar.
De pronto, Ethan se dio cuenta de que Jamie no lo había aceptado. No era sincero. El
aún quería pertenecer a ese lugar. Aunque estaba trabajando duro y le dedicaba toda su
atención a La Estrella de Hojalata, su corazón seguía siendo del Quad J. No quería
aceptarlo ni abandonar la esperanza.
En lo más profundo de su corazón, probablemente seguía pensando que su padre lo
perdonaría y le pediría que volviera a casa.
—¡Ah, muchacho! Tú eres importante, y no porque seas parte de un legado, sino por
ser quien eres. ¡Tú puedes construir tu propio legado!
Jamie asintió con la cabeza.
—Lo sé. Y es duro. Había planeado toda mi vida en torno a ese rancho.
—¿Y qué tal si reajustas esos planes y construyes tu legado aquí, en este rancho...,
conmigo?
Aquellos hermosos ojos azules parpadearon.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —Ethan besó a Jamie en la mejilla, esperando que le hubiera comprendido. Tenía
que darse cuenta de que no había que mirar hacia atrás, sino hacia delante. —Tienes que
aceptarlo, cariño. Eso no va a cambiar. Él no va a perdonarte. No va a pedirte que
vuelvas... nunca.
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O 1133
Dos días más tarde, Jamie estaba disfrutando de su día libre. De acuerdo: limpiar la
casa no era precisamente disfrutar de un día libre, pero, en realidad, le gustaba hacer
limpieza. No había nada mejor que una casa inmaculada que oliera a pino fresco o limón.
Por supuesto, si aparecía Ethan y lo pillaba limpiando, probablemente se cabrearía. Se
suponía que aquel día libre era una especie de regalo de cumpleaños. A decir verdad,
había tratado de holgazanear, pero diez, minutos de televisión habían bastado para
curarlo de eso. ¡Joder! ¡Vaya chorradas que echaban en la tele!
También intentó leer un libro, pero no aguantó mucho tiempo. Levantó los ojos y vio un
poco de polvo debajo de una silla que había frente al sofá. No podía quedarse quieto
mientras hubiera suciedad; aquello lo volvía loco. Y eso por no hablar de la incompetente
limpieza que había hecho polla mañana Ethan en la cocina después de haber preparado
el desayuno y habérselo llevado a la cama.
Sí, Ethan no era mala persona, ¡pero no tenía ni idea de cómo limpiar! En realidad,
tampoco sabía cocinar. Para desayunar comió una de las peores crepés a la francesa que
había probado, aunque engulló hasta el último bocado. Ethan estaba tan emocionado por
haberle llevado el desayuno a la cama que Jamie no podía decepcionarlo. Tomó nota
mentalmente de que debía esconder los libros de cocina para impedir que Ethan volviera
a cocinar de nuevo; saltaba a la vista que no había tenido una madre que lo criara. Por
suerte para él, Jamie sí la había tenido. Y alguno de los dos debía encargarse de limpiar y
cocinar. Afortunadamente, Ethan se las arreglaba muy bien haciendo la colada. Sí,
decididamente había peores formas de pasar el día que limpiando la casa y escuchando
la radio.
A mitad del CD de grandes éxitos de Clint Black y cuando le faltaba poco para terminar
de fregar el suelo, sonó el teléfono. Jamie sonrió. Jules ya lo había llamado para desearle
feliz cumpleaños, de modo que seguramente sería John. Sin embargo, había un pequeño
problema: había fregado hasta llegar a una esquina y no podía contestar al teléfono sin
pisar el suelo mojado. ¡Maldita sea! De acuerdo, no podía hacer nada al respecto; tendría
que volver a fregarlo. ¿Qué eran un par de calcetines húmedos y un suelo pisoteado
comparados con el hecho de darle a su hermano la satisfacción de desearle un feliz
cumpleaños?
Jamie echó un vistazo al teléfono para ver quién llamaba: aja, el Quad J. Descolgó el
teléfono con una sonrisa.
—Hola, John.
—Vaya, vaya, vaya, pero si es el bastardo de mi hijo, justo con quien quería hablar.
A Jamie casi se le cayó el teléfono y sintió un nudo en el estómago. Aquello no se lo
esperaba.
—Hola, papá. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Largarte.
—¿Disculpa?
—Ya me has oído, muchacho. Vete del pueblo. Lárgate de aquí y no vuelvas. De
hecho, te propongo un trato.
Jamie tragó saliva. No iba a permitir que su padre lo sacara de quicio. ¡Calma, Jamie!
¡Calma!
—Lo siento, pero me temo que no puedo hacerlo. Me gusta este sitio y no me interesa
ningún trato de los que puedas ofrecerme. De modo que si ese es el motivo de tu llamada,
voy a tener que colgar. Adiós.
—¿Quieres el dinero que mi Blanche te dejó en su testamento?
Jamie parpadeó. ¿De qué coño estaba hablando? ¿Por qué le había dicho eso?
Cuando murió, su madre les había dejado a John, a Jules y a él cincuenta mil dólares a
cada uno. Aquel dinero ya le pertenecía. Bueno, técnicamente no sería suyo hasta que
cumpliera veinticinco años, pero entendía que el dinero había sido puesto a buen recaudo
para él.
—¿Disculpa?
—¡El dinero, muchacho! Los cincuenta de los grandes que mi mujer dejó en fideicomiso
para ti. ¿Lo quieres?
Jamie no estalla seguro de lo que debía contestar. ¿A qué estaba jugando el viejo?
—Ese dinero ya es mío. Puedo esperar tres años.
Jamie escuchó una ronca risotada a través del teléfono.
—¿De verdad crees eso? ¿De verdad crees que quedará algo cuando cumplas los
veinticinco?
De acuerdo, ahora estaba cabreado. Su madre había dejado aquel dinero para él.
¿Quién se creía que era el viejo? ¿Ya quién coño estaba amenazando? Efectivamente, su
padre era responsable de aquel dinero hasta que él cumpliera veinticinco años, pero,
¿podía gastarlo?
—Mamá no te dejó ese dinero a ti, sino a mí. En su testamento decía que ese dinero
iba a ser...
—¡Tu madre no te dejó nada! Fue mi mujer quien lo hizo. Tu madre era una pobre puta;
es posible que esa zorra aún siga viva.
—¿Cómo?
Jamie resbaló hasta el suelo. En realidad no lo había dicho en serio; Jacob sólo estaba
tratando de sacarlo de sus casillas, estaba seguro. Pero, aun así, ¿por qué había dicho
algo tan horrible?
—¿Me estás diciendo que tu novio y su tía no te lo han contado? Tu madre era mi ex
amante. Aquella estúpida zorra no quiso abortar a pesar de que no te quería, de modo
que tuve que contárselo a Blanche, y ella, siendo como era, aceptó hacerse cargo de ti.
Que Dios la tenga en su gloria. Mi Blanche era una buena mujer, a veces un poco torpe,
pero tenía un gran corazón. Nunca habría dejado tirado a nadie, ni siquiera a un bastardo
como tú.
—Eso..., eso no es verdad. ¿Esperas que crea lo que me estás diciendo?
—Pregúntaselo a la tía del capullo de tu amante.
Jamie tragó saliva. ¿Cómo podía el viejo ser tan canalla e inventarse una historia así?
—Sí, se lo preguntaré a Margie. No tengo nada más que decirte.
Jacob se rió entre dientes.
—¿No? Bueno, pero yo sí tengo algo más que decirte. Si quieres ver esos cincuenta de
los grandes, será mejor que te largues del pueblo. En realidad, será mejor que te largues
de Texas. Si te vas, te doy el dinero ahora mismo, pero, si te quedas, ya puedes ir
despidiéndote de él para siempre; nunca verás ni un centavo, ¿lo entiendes? Por otra
parte, puede que no llegues a los veinticinco. Piensa en ello. La comunicación se cortó.
Jamie no sabía cuánto tiempo se quedó allí sentado con el auricular pegado a la oreja
escuchando el sonido que daba a entender que habían colgado el teléfono. De fondo
seguía sonando Clint Black y Fred estaba ladrando en la puerta de atrás, aunque él
apenas era consciente de nada.
¿Y si todo fuera cierto? Había que olvidarse del dinero. ¿Qué más daba el dinero si no
le devolvería a su madre, que era lo verdaderamente importante? ¿Y su padre lo había
amenazado realmente de muerte? ¿Y qué pasaba con Ethan? ¿Sabía de verdad que era
su amante o tan sólo lo había dicho de boquilla? Mamá. ¿Y si...?
—¿Jamie?
Jamie parpadeó cuando alguien le quitó el teléfono de la mano y, una vez vacía, se
quedó mirándola. ¿Sería cierto lo que había dicho sobre su madre? Pregúntaselo a la tía
del capullo de tu amante. ¿Preguntárselo a Margie? ¿Me estás diciendo que tu novio y su
tía no te lo han contado? ¿Ethan? ¿Ethan lo sabía?
—¿Jamie? Espabílate, me estás asustando —Ethan le cogió el rostro con las dos
manos obligándolo a mirarlo a los ojos. —¿Qué ocurre? Háblame.
Joder, de repente empezó a dolerle el estómago. ¿Por qué le costaba tanto respirar?
—Él lo sabe... El quiere... Dijo que mamá no era..., que Blanche no era... Él...
Jamie se aclaró la garganta. Dios, no era capaz de pronunciar aquellas terribles
palabras. Se quedó mirando el rostro preocupado de Ethan, deseando que comprendiera.
—¡Oh, cariño! Joder.
Ethan se sentó y lo atrajo hacia su regazo, apoyando su cara en su pecho ancho y
fuerte. Jamie se echó hacia atrás. ¿Por qué me mima como si fuera un maldito crío?
—Creo que has sufrido un pequeño shock. Dios, lo siento muchísimo. Debí decírtelo en
cuanto me enteré.
¿Qué? Jamie se apartó del regazo de Ethan, pero este extendió el brazo para
agarrarlo.
—¿Jamie?
—¿Me estás diciendo que es verdad? ¡No es cierto! Ella es la única que realmente me
quiso. ¡No es verdad, Ethan!
—Jamie, sabes que eso no es cierto. John y Julia siempre te han querido. Y yo
también, siempre me he preocupado por ti. Y Hank y también tía Margaret.
Intentó atraer de nuevo a Jamie hacia él, como si tratara de domesticar a un animal.
Jamie frunció el ceño y se levantó. ¿Cómo no se había dado cuenta de que su padre no
soportaba su presencia y de que quería verlo fuera de allí, incluso muerto? Y luego estaba
lo que había dicho Ethan la noche antes. Tenía razón: él nunca volvería al Quad J, nunca
volvería a su hogar. Aquella parte de su vida había llegado a su fin, y toda su existencia
era una mentira. Aquel lugar nunca había sido su hogar.
Bajó los ojos y se quedó mirando al suelo, que había fregado hacía poco, y luego a
Ethan. Todo aquello lo superaba.
—¡No pises el suelo mojado, joder!
Jamie se dio la vuelta y salió hecho una furia.
—¡Mierda!
Ethan alcanzó a Jamie al pie de la escalera; no dijo nada, tan sólo lo estrechó entre sus
brazos y lo besó en la nuca.
estaba claro que Ethan se preocupaba lo bastante por él como para sentirse mal por el
hecho de que se hubiera enterado de la noticia por su padre y no por él. Quizás era cierto
que tenía un futuro allí, un futuro junto a Ethan.
—Te perdono si me prometes que nunca me volverás a ocultar nada. Sé por qué lo
hiciste, e incluso soy capaz de comprenderlo, pero prométemelo, Ethan.
Ethan lo miró fijamente a los ojos y dijo:
—Lo prometo.
—Yo también lo prometo, ¿de acuerdo?
Ethan sonrió y lo besó. Después de todo, tal vez la vida no fuera un asco.
Jamie se sentó en el bar junto a Ed y Hayden con una sonrisa en los labios; estaba
esperando a Ethan y a John, que habían tenido que asistir a una reunión de última hora
por el asunto del asador. No había olvidado lo ocurrido, pero no quería pensar en ello. Al
menos de momento.
Tras recuperarse de la conmoción, Ethan le dio su regalo de cumpleaños: un vale por
trescientos dólares para Sheplers7 y, por supuesto, la mitad del Mustang. Luego, él los
invitó a todos a tomar una copa. Ed y Hayden aceptaron en seguida, pero Bill rechazó la
invitación; dijo que pensaba ver un poco la televisión, aunque Jamie no se lo tragó. Tenía
la ligera sospecha de que Bill y Margie estaban saliendo juntos. Ethan no lo creía, pero
tampoco desechó la idea.
Después de que Ethan y John llegaran, pensaba ir a casa de Margie. Jamie estaba
dispuesto a apostar que la camioneta del viejo chivo estaría aparcada enfrente. Desde
que Jamie había instaurado las «cenas familiares» de los domingos, Bill había cambiado.
Estalla entusiasmado por aprender a cocinar y le dedicaba más tiempo a acicalarse.
Jamie incluso había pillado al viejo limpiando el barracón, ¡cosa que realmente le hacía
falta!
—¿De qué te ríes? —le preguntó Hayden mientras se sentaba en el taburete frente a
él, pasándole una botella de Shiner y otra a Ed. Jamie agarró su botella y ladeó la cabeza.
—Gracias. Estaba pensando en Bill. Creo que siente algo por Margie.
—Sí, yo también lo creo. En cualquier caso, es muy cariñoso con ella. ¿Crees que esta
noche habrá ido a su casa?
—Estoy casi seguro. Me pregunto si Ethan dejará que le hagamos una visita cuando
lleguen.
Hayden se echó a reír.
—¡Qué malo eres! Dime, ¿cómo te sentirías si cada vez que Ethan y tú os metéis en
casa y desaparecéis toda la tarde fuéramos a llamar a la puerta? ¿Qué te parece?
Jamie casi se atragantó con la cerveza. Ed se echó a reír.
—Creía que no lo sabíamos.
—No, creía que no lo sabíais —dijo Jamie, negando con la cabeza.
Hayden sonrió.
—No pasa nada. Me parece perfecto...
7 Cadena estadounidense de tiendas especializadas en ropas y complementos vaqueros. (N. del T.)
—Oye, tío, ¿estás tratando de decirnos algo? Porque no me voy a andar con rodeos. Si
empiezas a pasearte por el barracón con medias de encaje rosas, vamos a tener
problemas.
La imagen de Ed con medias rosas casi obligó a Jamie a tirarse al suelo.
—¡Oh, joder! —Jamie se apretó el estómago, miró a Ed y luego otra vez a Hayden. —
Puedes preguntárselo a Ethan, pero no creo que nuestro seguro cubra las operaciones de
cambio de sexo.
Hayden se estaba ahogando. Ed dejó escapar un suspiro, aunque estaba sonriendo
con ganas.
—¡Muy bien! ¡Voy a cambiar el tono! ¡Si Bill no hubiera escogido «Thank God I'm a
Country Boy9» lo habría puesto yo!
Siguieron riéndose y divirtiéndose durante un rato hasta que se acercaron dos chicas
vestidas de vaqueras y les preguntaron a Hayden y a Jamie que si querían bailar. Jamie
se quedó mirando a Hayden y se dio cuenta de que este pensaba rechazar la invitación,
no sabía si porque era tímido o porque pensaba que él no querría bailar, pero Jamie había
visto cómo Hayden les había echado el ojo a las chicas hacía tan sólo unos segundos. A
él le gustaba bailar, y tampoco tenían nada mejor que hacer. Así pues, se levantó de
inmediato y aceptó la invitación en nombre de ambos.
—Nos encantaría.
Ed le echó un vistazo a la rubia que había cogido a Jamie por el brazo y sonrió con los
ojos brillándole de contenida hilaridad. Jamie le puso los ojos en blanco y le devolvió la
sonrisa.
—Cierra el pico y pide más cerveza para todos. Esta vez quiero una Coors.
Hayden sonrió a las chicas, le dedicó un saludo de agradecimiento a Jamie y
acompañó impaciente a su pareja hasta la pista de baile. Jamie le devolvió el saludo y lo
siguió con su pareja. Se presentó y la chica le dijo que se llamaba Shelly. Pareció
tomárselo bien, cuando Jamie rechazó su oferta de hacer algo más que bailar, de modo
que disfrutó de algunas canciones más con ella. Se estaba divirtiendo y se acercó hasta la
mesa en un par de ocasiones para tomar un poco de cerveza. No vio a Ed, aunque había
dejado las cervezas en la mesa. Al cabo de dos canciones más, fue Ed quien lo vio a él y
se dirigió a la pista de baile.
—Jamie, puede que tengamos un problema.
—¿Qué? Discúlpame, Shelly.
Jamie se quedó mirando a Ed. ¡Joder! Ed se tambaleaba despacio de un lado a otro;
cuando parpadeó, se dio cuenta de que Ed estaba borroso.
—Jamie, acabo de ver a Jeff; él y Carl están, en el bar. Creo que me han visto, pero no
me han dicho nada. Sólo quería que lo supieras. Ten cuidado. A Hayden ya se lo he
dicho.
¿Por qué le parecía que Ed estaba muy lejos?
—¿Jamie? Jamie, ¿te encuentras bien? ¿Qué te pasa?
¿A mí? ¿Que qué me pasa? Eres tú quien tiene mal aspecto y das pena.
—¡Oh, vaya! Me parece que el bar está siendo arrastrado por un tornado o algo así —
Jamie se volvió de nuevo hacia Shelly. —¡Vaya, ahora también estáis todos borrosos!
¿Por qué hacéis todos lo mismo?
Ed lo agarró del brazo.
—Discúlpenos, señorita, voy a obligarlo a sentarse un rato. Creo que ha bebido
demasiado.
—De acuerdo. No creo que haya bebido mucho. No sé si bebió antes de que
empezáramos a bailar, pero desde entonces sólo ha tomado un par de sorbos. Hasta
luego, Jamie.
Jamie sonrió y saludó con la mano por encima del hombro mientras Ed lo sacaba de la
pista de baile.
—¡Hasta luego, Shelly!
A Jamie le dio la risa tonta. ¿Por qué se estaba riendo así? Algo no iba bien, maldita
sea, pero era incapaz de concentrarse para adivinar de qué se trataba. Oyó hablar a Ed.
pero tampoco pudo entender lo que decía. Entonces, surgido de la nada, apareció
Hayden y lo agarró por el otro brazo. Jamie le sonrió.
—Hola, Hayden. ¿Has conseguido su número de teléfono? ¡Eh, tú también estás
borroso! En realidad, ahora que lo pienso, todo se ve un poco borroso.
—¿Qué coño le pasa?
Hayden se quedó mirándolo fijamente a los ojos. Jamie abrió mucho los suyos y se
quedó mirándolo a su vez.
—No lo sé. Tampoco ha bebido tanto.
Ethan empujó a Jamie para que se sentara y Hayden movió la mano ante su rostro.
—¡Tiene las pupilas muy dilatadas! Llama a Ethan y averigua dónde demonios están.
Jamie movió su mano delante de Hayden. ¿Por qué Hayden estaba haciendo eso?
Ethan entró en el bar y miró a su alrededor. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿A qué
se refería Ed cuando dijo que a Jamie le pasaba algo extraño? Vio que alguien daba un
salto en la otra punta del local y lo saludaba con la mano. Ethan le dio un codazo a John,
señalando con el dedo.
—Allí.
A medida que se acercaban pudo ver que: Jamie estaba sentado y mirando al vacío
con ojos extraviados. El nudo que tenía en el estómago se relajó un poco hasta que Jamie
lo miró fijamente o más bien intentó hacerlo. Parecía tener serios problemas para enfocar
la mirada. Tras parpadear varias veces, dijo:
—¿Ethan?
—Sí, soy yo. ¿Qué ocurre, Jamie?
—No lo sé. Me siento raro.
Jamie se encogió de hombros y casi se cayó al suelo. Ethan lo agarró por el hombro
para que no resbalara y le miró con mucha atención el fondo de los ojos.
—Joder, tiene las pupilas increíblemente dilatadas. Que alguien me explique qué ha
pasado.
Ed y Hayden no habían visto nada extraño en Jamie; según Ed, no había, bebido
demasiado antes de salir a bailar y su pareja afirmaba que sólo había tomado algunos
sorbos de cerveza entre baile y baile.
—¿Habéis dejado de controlar las cervezas en algún momento?
—Bueno, sí. Ellos salieron a bailar y yo fui al baño —Ed se puso pálido. —Mierda,
Ethan, eso es lo que les hacen a las mujeres. ¡La gente no echa drogas en las copas de
los tíos!
—¡Pues claro que lo hacen, joder!
Ethan volvió a mirar a Jamie, que ahora tenía un codo apoyado en la cadera y estaba
bostezando.
—No me encuentro muy bien. ¿Os cuesta respirar aquí dentro?
¿Era su imaginación o Jamie estaba respirando con dificultad?
—Jeff y Carl están aquí.
—¿Cómo?
Ed y Hayden se estremecieron al unísono.
—Los vi hace poco y fui a hablar en seguida con Jamie para que decirle que tuviera
cuidado. Entonces fue cuando me di cuenta de que se comportaba de forma extraña. Te
llamé en cuanto...
En ese momento, Jamie se desmayó.
—¡Joder!
Ethan lo agarró y lo levantó en brazos. No se molestó en dar explicaciones cuando
salió, ignorando las miradas curiosas y las preguntas que algunos de los clientes le
hicieron cuando pasó junto a ellos. Tenía que llevar a Jamie al hospital inmediatamente.
¡Joder, cómo pesaba! Ethan bajó los ojos para echar un vistazo al pálido rostro de
Jamie cuando salía del bar. Su respiración era entrecortada y lenta.
—¡Mierda, mierda, mierda!
John se le adelantó, abrió la puerta de la camioneta y le ayudó a meter a Jamie en el
asiento trasero.
—¡Llévanos a un maldito hospital!
Gracias a Dios, en lugar de tomar algo en algún lugar cercano a casa, habían decidido
ir a San Antonio.
—¡Ya te llevo ventaja! Espera, estoy llamando a Jules.
John hizo rechinar los neumáticos al salir del aparcamiento. Ethan atrajo a Jamie hacia
él, acariciándole el rostro.
Julia se cogió del brazo de Ethan y de; su hermano y los acompañó por el pasillo hasta
el puesto de las enfermeras.
Por favor, haz que Julia esté en lo cierto.
—¡Eh, Julia! ¿Este es tu otro hermano?
Jules miró por encima de su hombro, pero no se detuvo.
—Así es, Kev. Este es John y este es Ethan. Ethan también es como un hermano para
mí. Vuelvo en seguida. Los acompaño a ver a Jamie.
—Muy bien, cuando hayan terminado, la policía quiere hablar con ellos.
Jules asintió con la cabeza.
—¡Entendido!
Ethan no quería volver a ver jamás a Jamie en el hospital; verlo solo y conectado a
todos aquellos aparatos casi los había matado. Ethan y John tuvieron que contarle a la
policía lo poco que sabían y luego llamaron a Ed y a Hayden para enterarse de más
detalles. Julia examinaba periódicamente a Jamie y les decía que seguía inconsciente
aunque estable, lo cual era buena señal.
Jules acompañó de nuevo a Ethan y a John a la sala de espera después de que
hubieran hablado con la policía. Mientras esperaban algún cambio en el estado de Jamie,
estuvieron tomando café. Ethan se estaba tomando su quinta taza cuando apareció Kevin,
el enfermero con el que Jules había hablado hacía un rato.
—¡Eh, chicos! Jamie se ha despertado y ha preguntado por Ethan.
Ethan dio un brinco y Kevin se echó a reír.
—Tranquilo, grandulón, Jamie no va a moverse de aquí. Ahora la policía está hablando
con él. Ven conmigo y podrás verlo —Kevin le guiñó el ojo a Julia —¿Venís todos?
Ethan salió con Kevin de la sala y luego lo siguió por el pasillo, preguntándose si sería
posible que aquel hombre caminara aún más despacio. Jules y John iban detrás de él.
Finalmente, Kevin se detuvo y golpeó la pared que había junto a la puerta de la habitación
de Jamie.
—¡Toc, toc!
Jamie levantó los ojos. Estaba sentado en el borde de la cama, abrochándose los
puños de la camisa; aún estaba un poco pálido. Al ver a Ethan, sonrió.
—¿Dónde está mi sombrero?
¡Oh, gracias a Dios! Ethan esbozó una sonrisa y dejó escapar un suspiro de alivio. El
nudo que el miedo había formado en su estómago desapareció por fin. Todo iba a salir
bien.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 1144
A la mañana, siguiente de volver del hospital, Jamie golpeó el marco de la puerta del
despacho y se apoyó en él justo en el momento en que Ethan colgaba el teléfono.
—¡En, Ojos Azules! ¿Cómo te encuentras? —le preguntó sonriendo.
—Mucho mejor. Dormir me ha sentado bien. Sin embargo, aún tengo la garganta
irritada y no recuerdo gran cosa salvo el viaje hasta San Antonio —Jamie señaló el
teléfono con un gesto de la cabeza. —¿Con quién estabas hablando?
—Con el sheriff Hunter —Ethan se levantó del escritorio y se reunió con él en la puerta.
—Pensé que debía saber lo de la droga y que Jeff y Carl estaban en el bar. Los va a
interrogar sobre los alambres cortados y el tiroteo, eso si no los encuentro yo primero.
Ethan agarró a Jamie por las solapas de la camisa y tiró de él para besarlo. Jamie dejó
escapar un suspiro en su boca. Necesitaba el contacto con Ethan. Había tenido el peor
cumpleaños de su vida, pero habría mucho tiempo para compensarlo. Cuando la lengua
de Ethan rozó la suya, Jamie empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Ethan
soltó sus labios y le cogió por la mejilla, ladeándole la cara.
—¿Seguro que estás bien? Me diste un susto de muerte.
Jamie asintió con la cabeza.
—Estoy bien. De veras. No quería asustarte.
—No fue culpa tuya —Ethan negó con la cabeza, frotó de nuevo sus labios contra los
de Jamie y lo estrechó entre sus brazos. —Dios mío, Jamie, cuando vi que te conectaban
a un respirador y que no reaccionabas... No quiero volver a vivir jamás algo así.
A Jamie se le partía el corazón al comprobar cómo se había sentido Ethan. Una parte
de él odiaba el hecho de que hubiera sufrido tanto, de que se hubiera sentido mal, pero
otra parte de él le hacía sentirse eufórico al ver cuánto se preocupaba Ethan. Jamie le
pasó la punta del dedo por la mejilla y luego lo besó delicadamente.
—Yo tampoco quiero que vuelvas a sentirte así nunca más. ¿Me acompañas arriba?
Voy a compensártelo.
Ethan gimió y apoyó su frente contra la de Jamie.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí.
—¡Pues vamos!
Jamie sonrió, cogió a Ethan de la mano y se dirigió hacia arriba.
—¿Jamie?
Jamie se paró en mirad de la escalera y miró hacia atrás.
—¿Sí?
—Prométeme que irás con cuidado, que no te alejarás de la casa hasta que aclaremos
todo esto. Si te llegara a pasar algo...
Ethan apartó la mirada mientras uno de los músculos de la mandíbula se le contraía.
Jamie tiró de él mientras acababan de subir las escaleras y luego lo obligó a apoyarse
contra la pared que había junto a su habitación mientras lo besaba lenta y dulcemente.
Tomándose su tiempo, acariciándolo con cariño, demostrándole cuánto le importaba y lo
mucho que significaba para él todo lo que se había preocupado.
A Jamie le pareció que había murmurado algo acerca de un pulpo, pero no estaba
seguro de ello. Ethan le había agarrado la polla con las dos manos y era incapaz de
concentrarse en otra cosa. De modo que si lo que quería era hablar sobre la vida marina,
entonces, a la mar, marinero.
Ethan le apretó y le acarició la polla durante unos momentos; luego agarró las dos con
una de sus enormes manos y empezó a estrujarlas. Era algo increíble sentir aquella verga
caliente presionando la suya. Jamie gemía, suspiraba y dejaba escapar toda clase de
sonidos, pero a él le daba igual; era incapaz de parar, aquello le gustaba demasiado. Y a
su vaquero también le encantaba. Ethan había cerrado sus enormes ojos castaños; en su
atractivo y bronceado rostro había una expresión de felicidad absoluta.
Jamie le mordió en el hombro y agarró las dos pollas con una mano para ayudarlo,
mientras con la otra se apoyaba en su nuca para tenerlo más cerca. Entonces empezó a
mover con fuerza las manos cuando Ethan dio un grito sofocado y soltó la suya.
—Despacio, Jamie. Aún no quiero correrme.
Jamie se colocó a horcajadas sobre los muslos de Ethan en busca de su enorme polla,
pero él negó con la cabeza.
—No, coge el lubricante y ponme un poco.
Jamie asintió con la cabeza, cogió el frasco de lubricante de la mesilla de noche y se
deslizó sobre aquel cuerpo espectacular. No perdió el tiempo; su polla estaba a punto de
reventar. Aún estaba nervioso, pero confiaba en que Ethan le diría que parara si le hacía
daño. Ethan levantó las rodillas abriéndose para él. Jamie dejó escapar un gemido.
¡Joder, qué cachondo estaba su vaquero! Hurgó a tientas con la tapa, untándose los
dedos ames de caer en la tentación, y le chupó los duros testículos.
—¡Oh, joder!
—Mmm.
Jamie le lamió los huevos y apretó los labios contra ellos hasta que al final se los metió
en la boca. Ethan movía la cabeza hacia delante y hacia atrás mientras murmuraba
incoherencias. ¡Joder! Qué bueno estaba el cabrón. Jamie deslizó un dedo por el escroto
de Ethan, frotándoselo suavemente; la polla de su amante reaccionó con una sacudida
que le hizo gotear líquido sobre su propio estómago.
Jamie gimió. Localizó la entrada con el dedo y empujó despacio mientras se deslizaba
sobre el cuerpo de Ethan. Lamió las gotas que se habían derramado sobre aquel
estómago duro como una roca y se introdujo la punta de la polla de Ethan en la boca. ¡Oh!
¡Joder, es delicioso! he encantaba el sabor de su vaquero.
Ethan se retorcía siguiendo el ritmo del dedo de Jamie mientras al mismo tiempo
continuaba sacudiendo la cabeza.
—Sigue.
Jamie conocía aquella sensación y, normalmente, Ethan le hacía suplicar por ella.
Sonrió mientras aún tenía la polla en su boca y cayó en la tentación de bajar un poco el
ritmo. Se merecía una recompensa después de todas las veces que Ethan lo había
obligado a someterse a aquella deliciosa tortura. Empezó a mover su largo dedo,
follándole el ojete mientras empujaba cada vez con más fuerza. Ethan dejó escapar otro
gemido. Jamie siguió empujando, ahora con dos dedos, apretándole en una zona que
obligó a Ethan a levantar violentamente la cabeza y le provocó una sacudida en la polla.
—¡Joder!
gemido. La lengua de Ethan acarició la suya una y otra vez y luego exploró el resto de su
boca, deslizándose despacio y con mucha sensualidad. Era maravilloso; aquello le hizo
sentirse amado y seguro y lo obligó a relajarse un poco; sin embargo, también alimentó su
deseo y le hizo perder ligeramente el control. No tenía la sensación de que iba a eyacular.
Ethan lo soltó dejando escapar un suspiro y movió levemente las caderas.
—Muévete, Ojos Azules.
Jamie hizo lo que le pedía: flexionó las caderas y, despacio, empujó para dentro; sus
huevos lo golpearon con fuerza, obligándolo a gemir.
—¡Joder, es increíble!
—¿Te gusta, verdad?
Ethan asintió con la cabeza, moviendo lánguidamente las caderas.
—Sí.
A garrando a Ethan, Jamie siguió moviéndose a un ritmo constante y le miró a los ojos.
Cuando Ethan empezó a responder a sus empujones, lo perdió.
—¡Oh, Dios mío, Ethan...! Voy a... ¡Oh...!
Jamie bombeó más deprisa, follándolo sin piedad.
—¡Oh, sí, cariño...!
Ethan se agarró la polla, masturbándose al ritmo de las acometidas de Jamie, que
empezó a notar el orgasmo en la punta del espinazo. Sus huevos golpeaban con fuerza
cuando se corrió, eyaculando en aquel cuerpo duro y caliente que tenía ante él. Ethan le
siguió unos segundos después, rociando su mano y su estómago con su esperma; su culo
se cerró alrededor de la polla de Jamie mientras ambos se retorcían de placer.
Consciente de que podía aguantar su peso, Jamie se desplomó sobre el cuerpo de
Ethan, empapándose con su semen. Sintió en la oreja el cosquilleo de la respiración de
Ethan, que lo besó en la mejilla, obligándolo a sonreír.
—Me voy a quedar contigo, Ojos Azules. Voy a marcarte el culo, como el ganado, así
siempre volverás a mi lado.
Jamie sonrió.
—No pienso irme a ninguna parte, vaquero. Me quedo contigo.
Ethan le dio otro beso en la mejilla y luego le metió la lengua en la oreja. Jamie se
estremeció y le pellizcó el pecho.
—Te tomo la palabra. Y eso incluye no dejarse envenenar ni morirte en mis brazos.
Jamie se levantó y se quedó mirando a Ethan. Sus ojos se encontraron y mantuvieron
la mirada durante un minuto. Fue un momento muy intenso; no dijeron nada, no hacía
falta. Jamie sabía que ambos eran muy conscientes de lo que sentía el otro. Finalmente,
Ethan rompió el silencio.
—Odio tener que arruinar este momento, pero debo limpiarme los muslos.
Jamie se echó a reír.
—No te muevas, ahora te traigo una toalla.
Jamie se levantó de la cama y se dirigió al baño, desde donde oyó un gemido; cuando
se dio la vuelta, vio que Ethan le estaba mirando el culo.
—Mmm, quizás marcarte el culo no sea una mala idea después de todo.
Jamie sonrió y meneó el trasero.
—¿Ah, sí? ¿Crees que la marca de La Estrella de Hojalata quedaría bien en mi culo?
Aquel día, un poco más tarde, después de haber estado trabajando en el pasto sur,
Jamie encontró a Bill durmiendo profundamente en el sofá, con un pie sobre un cojín y
una bolsa de hielo en el otro.
—Se quedó atrapado en un travesaño de la valla cuando trataba de saltarla. Se le ha
hinchado el tobillo. Le he llevado a la clínica del pueblo y le han hecho unas radiografías.
Tiene un esguince.
Ethan estaba junto a la puerta de la cocina con una taza de té en la mano. Jamie silbó
y dijo:
—¡Eso debe de doler!
Ethan asintió con la cabeza.
—Sí, creo que se siente herido en su orgullo más que en otra cosa. Maldito viejo loco...
Parece que no le entra en la cabeza que ya no tiene edad para hacer según qué cosas...
—Pero saltar la valla no parece tan complicado...
—Lo es cuando cargas una silla de montar en la espalda.
—¡Ah!
—¿Cómo te encuentras? ¿Quieres un poco de té?
Jamie se acercó a él, le cogió la taza que sostenía y bebió un sorbo.
—Gracias.
Ethan le quitó la taza con una sonrisa.
—¡Es mío! Quería saber si te preparaba uno para ti.
Jamie se rió entre dientes y le arrebató nuevamente la taza.
—No. ¡Quiero este!
Ethan le dio un beso fugaz, negó con la cabeza y se metió en la cocina.
—¡Mocoso!
—Sí, pero, ¿qué puedes hacer al respecto?
Jamie se sentó a la mesa mientras Ethan se preparaba otra taza de té. Fred se había
tumbado de espaldas en el suelo de la cocina rodeada completamente por sus juguetes.
Jamie se rió.
—De modo que estaba aquí. Se ha pasado todo el día conmigo, pero hace cosa de
una hora desapareció.
Ethan cogió una silla y se sentó.
—Sí, apareció en la puerta de atrás para que la dejase entrar y, cuando lo hice, reunió
sus juguetes; deberías haberla visto tratando de sujetarlos todos a la vez con la boca.
Está loca.
Ethan alargó una mano para acariciarle la panza a Fred. Jamie bebió un sorbo de té y
se quedó observando a Ethan. Joder, qué guapo era. Le encantaba verle sonreír siempre;
que hablaba de Fred.
—Escucha, Jamie. He estado pensando. Creo que deberías ocupar el puesto de Bill.
—¿Qué? Maldita sea, Ethan, el viejo sólo está lesionado, pero no es ningún
incompetente. Además, Ed y Hayden llevan aquí mucho más tiempo que yo.
—Tú escúchame. Bill y yo lo hemos hablado antes, y después de lo ocurrido... Creo
que será lo mejor para todos.
¡Bueno, vale! ¿Adónde quería ir a parar Ethan?
—De acuerdo, te escucho.
—Bill va a asumir parte de mi trabajo (estoy cansado de estar sentado tanto tiempo
delante del ordenador) y de lo que pase en los alrededores del rancho. El aún puede
arreglárselas con la maquinaria, pero tú podrías ocuparte del ganado y de lo que hace
normalmente un capataz. Ed y Hayden estarían a tus órdenes y podrías contratar a más
hombres. En fin, si Bill se encarga de parte del papeleo, yo también podré hacer más
cosas. Puede que lo traslademos a la casa, porque es posible que en el futuro también
necesitemos más espacio en el barracón.
Jamie abrió la boca para protestar, pero Ethan continuó hablando.
—Quiero comprar un par de cabezas de ganado más y he estado pensando en criar
caballos. Quiero ampliar el negocio. Quise hacerlo desde hace años; Bill no era capaz de
ocuparse de ello, pero tú sí. Bill no puede manejar tanto ganado y estoy convencido de
que ya no podía domar caballos... sin resultar herido.
—¿Bill está de acuerdo con todo esto? ¿En qué lo convierte a él? ¿En un ama de
llaves honorífica?
Ethan dio un resoplido.
—¡Dios mío, no dejes que se entere de lo que acabas de decir! Sí, Bill está de acuerdo.
Me ha dicho que, si quieres, incluso se encargaría de cocinar. Básicamente va a
intercambiar algunas tareas contigo, aunque tú seguirás trabajando fuera. Simplemente
no tendrás que ocuparte de la casa ni cocinar.
Jamie refunfuñó.
—¿Piensas de verdad que esto va a funcionar? Soy un poco maniático con la comida y
la limpieza. ¿De veras crees que me voy sentir bien si es otro quien se ocupa de hacerlo?
Eso por no mencionar el hecho de que le aterraba la idea de convertir el negocio en
algo suyo y hacer que las cosas funcionaran como él quería.
Ethan lo miró con expresión penetrante, casi como si hubiera podido leerle el
pensamiento; luego suspiró y se inclinó hacia él.
—Jamie, si piensas seguir adelante con tu vida, este el siguiente paso. Puedes
enseñarle a Bill a hacer las cosas a tu manera.
—¿Qué es esto? ¿Una terapia?
—No, en absoluto. ¡Trabajas demasiado, joder! Ya estás haciendo el trabajo de Bill, y
encima te ocupas de la casa. Sólo te pido que dejes que Bill te eche una mano en la casa.
Me ha dicho que confía en tu criterio y que vas a ser un excelente capataz.
Jamie negó con la cabeza.
—No puedo creer que Bill quiera renunciar a trabajar fuera.
—No piensa hacerlo, sólo va a dejar que seas tú quien dé las órdenes y tome las
decisiones importantes. Bill está cansado, Jamie; tiene sesenta y dos años y ha tenido
una vida muy dura. Quiere tomarse las cosas con calma, pero no puede retirarse. Dice
que se siente como un cero a la izquierda sin hacer nada. Tú puedes llevar todo esto,
puedes hacer mucho más que eso, y ayudarme a convertir este lugar en lo que siempre
he querido que fuera.
—Pero, ¿qué pasa con Ed y Hayden? Ellos tienen antigüedad; no es justo que yo
asuma el trabajo de Bill.
—Ellos no van a poner ningún problema. Fue Bill quien te propuso a ti; dice que tú
sabes más que ellos y que sin duda eres mucho mejor para ocuparte de todo y estar al
mando.
—¿Y qué hay de todo eso de que me querías cerca de la casa?
—No vas a salir hasta que toda esta mierda se aclare y descubran quién quiere hacerte
daño. Esta es una de las razones por las que hay que contratar a más hombres.
Jaime dejó escapar un suspiro.
—¡Estupendo! —respondió Jamie tratando de sonar lo más sarcástico posible. —¡Eso
significa que Jamie no va a dar un palo al agua!
—¡No, eso no es cierto! he esperado mucho tiempo para ampliar La Estrella de
Hojalata. Si tú llevas el rancho y asumes el trabajo de Bill finalmente podré hacerlo.
—Ellos... ¡Hayden y Ed creerán que he conseguido el trabajo porque me estoy tirando
al jefe!
Ethan se echó a reír.
—¡Anda ya! ¿Es eso lo que te preocupa?
—Ellos lo saben.
—¿Lo saben?
—Sí.
Ethan se encogió de hombros.
—¡Bueno, pues muy bien! ¡Sabrán que has conseguido el trabajo tirándote al jefe!
Ethan frunció los labios. Jamie puso los ojos en blancos y se levantó.
¡Ja, ja!
Jamie salió de la cocina. Necesitaba pensar en todo aquello. ¡Le olía a obra de caridad!
Le parecía que Ethan estaba intentando arreglar las cosas para que él se sintiera mejor.
¿Qué demonios saldría ganando Bill con todo aquello? ¡Maldita sea!
No estalla preparado para asumir aquella responsabilidad. Le daba miedo permitir que
La Estrella de Hojalata significara algo para él. Hacer realmente suyo aquel lugar, o al
menos en parte. ¿Y si un día Ethan decidía que ya no quería estar con él? No es que
considerara ni por asomo dejar la relación que mantenían, pero el rancho no era suyo, era
de Ethan.
Bill estaba sentado en el sofá cuando Jamie entró en el salón.
—¡Eh, muchacho! ¿Adónde vas tan enfadado?
Jamie se detuvo.
—¡Ah, hola Bill! ¿Cómo va el tobillo?
—Bastante bien, dadas las circunstancias. ¿Ethan te ha contado lo que pasó?
Bill se puso un poco colorado.
—Sí —Jamie se sentó en una silla que había frente al sofá. —¿De veras quieres
trabajar en casa haciendo la limpieza y cosas así?
Bill se rió entre dientes.
—De modo que es eso lo que te preocupa. Se lo dije a Ethan. Mira, muchacho, en
realidad creo que será estupendo. Además, ha llegado el momento de que haga otras
cosas. He sido vaquero durante casi cuarenta años.
Jamie negó con la cabeza.
—No me lo trago, Bill.
Bill dejó escapar un suspiro.
—Soy demasiado viejo para hacer las cosas que acostumbraba a hacer. Me he dado
cuenta de ello; no me gusta admitirlo, pero lo sé. Si Ethan compra más ganado... —Bill
negó con la cabeza. —Es un trabajo más adecuado para ti que para mí. Sinceramente,
chico, no quiero quebraderos de cabeza. No es algo que admita ante mucha gente, pero
tú no eres cualquiera.
Jamie se quitó el sombrero, lo lanzó sobre la mesa del café y se pasó la mano por el
pelo.
—¿Por qué yo?
—¿Y por qué no? Hijo, tú naciste para hacer este trabajo, y lo haces muy bien. Eres
más bueno dando órdenes de lo que nunca lo fui yo. Joder, me dejaste impresionado
cuando te diste cuenta de que Betty Lou tenía problemas; yo nunca habría sido capaz de
verlo tan rápido. Y nunca he conseguido que los hombres trabajen tan duro, tienes algo
que hace que den lo mejor de sí mismos. No te subestimes, Jamie; Hank te enseñó muy
bien. Puede que consiguieras el trabajo en el Quad J porque eres de la familia, pero lo
conservaste durante todo ese tiempo porque eras muy bueno haciéndolo.
Jamie trató de no sonrojarse, pero, poder!, era agradable sentirse valorado.
—¿Y qué me dices de Ed y Hayden? ¿No les dolerá que sea yo quien haya conseguido
el puesto?
Bill sonrió y negó con la cabeza,
—Ellos no son así y tú lo sabes. Son buena gente y están impresionados contigo.
Ambos me han hablado de tus cualidades y sienten mucho respeto por ti, muchacho. Y no
son los únicos.
Bill asintió gravemente con la cabeza. Jamie sintió que casi se le cortaba la respiración.
—Gracias, Bill. Esto significa mucho para mí.
—De nada. Además, ahora este sitio también es tu hogar. Seguirás aquí mucho
después de que yo me haya ido, muchacho.
Dios, eso espero.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 1155
Aquella mañana de Acción de Gracias todo hacía pensar que sería un día estupendo.
Jamie había metido el pavo en el horno y había puesto a trabajar a Bill en las
guarniciones. A pesar de todos los problemas de los dos últimos meses, tenía un montón
de cosas por las que estar agradecido.
Bill se estaba convirtiendo en todo un experto en cocina, y en las tareas domésticas
tampoco se desenvolvía del todo mal. De hecho, él y Jamie se estaban adaptando muy
bien a sus nuevas ocupaciones. Ethan había comprado cuatro nuevos caballos y dentro
de dos semanas tenían que asistir a una gran subasta de ganado, de modo que tenía
mucho trabajo en el rancho. Había entrevistado a algunos hombres a lo largo de la
semana y pensaba que finalmente había encontrado al que buscaba. Sin prisa pero sin
pausa, La Estrella de Hojalata también se estaba convirtiendo en algo suyo, y... eso le
hacía sentirse a gusto. Aún estaba un poco asustado, pero se encontraba bien.
No se habían producido más actos de vandalismo. El sheriff aún no sabía quién era el
responsable de lo ocurrido, pero al menos no había habido más incidentes. Su padre no
había llamado ni cumplido sus amenazas... de momento. Ethan aún tenía a sus abogados
estudiando el asunto del dinero, pero en realidad eso no le preocupaba demasiado. No
era un dinero con el que habría contado si no hubiera sido para invertirlo en el asador,
pero Ethan le dijo que él se lo prestaría y que podría devolvérselo con los beneficios que
obtuvieran.
No, su vida no iba mal del todo. Tenía todo lo que podía desear: un trabajo estupendo,
no le faltaba comida que llevarse a la boca, una relación mejor de lo que nunca habría
podido soñar y una familia..., una en la que encajaba de verdad. Sí, no puedo quejarme.
—¿Por qué sonríes, muchacho?
Jamie reaccionó y se quedó mirando a Bill.
—Sólo estaba pensando que tengo muchas cosas por las que dar las gracias.
Bill sonrió.
—Eso nos pasa a todos. ¿Has hablado con Margaret esta mañana? ¿Dijo a qué hora
vendría para echarnos una mano con la cena?
Jamie se echó a reír.
—¡Oh, Dios! ¡Tú estás locamente enamorado, viejo bribón!
Bill se señaló el pecho con la cuchara cubierta de pasta para rebozar que utilizaba para
removerla mezcla de harina de maíz.
—¿Viejo bribón? ¿Yo?
—¡Sí, tú! Puede que a Ethan se la des, pero yo sé muy bien que tienes algo con
Margie.
Bill palideció.
—Bill, me parece fantástico. Adoro a Margie y quiero que sea feliz. He visto cómo os
miráis. Adelante; eso es todo lo que puedo decirte.
Al viejo se le iluminó la cara y luego frunció el ceño.
—¿Y Ethan qué dice?
Jamie también frunció el ceño a su vez.
—¿Acaso importa?
—Y ahora vosotros dos largaos de aquí para que pueda terminar esto. A este paso
vamos a cenar a medianoche.
Jamie sonrió y negó con la cabeza.
—¡Viejo chiflado!
Bill le dedicó un gruñido. Ethan se echó a reír y abrazó a Jamie.
—Feliz Día de Acción de Gracias.
—Feliz Día de Acción de Gracias para ti también. Estaba pensando en todas las cosas
estupendas por las que tengo que estar agradecido.
—¿Ah, sí? —le preguntó Ethan con una sonrisa.
—Sí —le respondió él, besándolo y mordiéndolo durante unos segundos.
—¡Venga, basta ya! ¡Estoy intentando cocinar! Puede que lo sepa y que me alegre,
¡pero os aseguro que no quiero verlo!
Ethan y Jamie se echaron a reír, estrechándose con más fuerza. Ethan se alejó hacia
la puerta.
—Vale, de acuerdo. No voy a discutir. Si me quedo, es probable que me pongas a
cocinar. Jamie, coge un par de cervezas y ven al salón. Allí podremos enrollarnos.
Señalándolo con la cuchara, Bill dijo:
—¡Vamos! ¡No me obligues a patearte el culo, muchacho!
Ethan se rió disimuladamente y salió de la cocina. Jamie se echó a reír y se dirigió
hacia el frigorífico.
—¡Mierda! ¡No queda cerveza! —Jamie se dio la vuelta hacia Bill y suspiró. —Con lo
que a mí me apetecía enrollarme en el sofá...
Bill refunfuñó.
—¡No vayas a pensar que no soy capaz de patearte también a ti el culo, muchacho!
Jamie salió de la tienda con un pack de cervezas en cada mano y otros dos bajo el
brazo. Gracias a Dios que se habían inventado las gasolineras con supermercado. Ni
siquiera había pensado que todo estaría cerrado cuando salió a comprar cerveza; más
tarde iban a tener la casa llena de gente porque era la noche en que se reunían todos los
vaqueros para jugar al póquer y emborracharse.
—¡Eh, tú, marica!
¡Mierda! ¡Ahora no, maldita sea! Tenía las manos ocupadas. Jamie siguió su camino,
ignorando la pulla que le habían lanzado.
—¡Eh, maricón! ¡Te estoy hablando!
Jamie refunfuñó y siguió andando hacia el coche, pero un empujón le hizo inclinarse
sobre el Mustang.
—¡Cabrón!
Jamie dejó las cervezas en el suelo y se dio la vuelta. Tom Cooke y Carl. Estupendo.
Tom sonrió.
—Vamos. Puede que te libraras de Carl y Jeff —Tom hizo una pausa y miró a su
alrededor. —Pero ahora no veo a Whitehall ni a su capataz para sacarte del apuro.
Jamie suspiró. No quería pelearse con ellos, aunque sabía que podía ajustarles las
cuentas y llevaba el arma. Sin embargo, no deseaba meterse en líos. De repente, Carl y
Tom miraron por encima de Jamie al mismo tiempo que una voz suave y profunda decía:
—No sé quién demonios eres tú, pero oye una cosa, Carl: si quieres seguir trabajando
en el Quad J será mejor que sigas tu camino.
¿Qué demonios? ¿Quién había dicho eso? Jamie no reconoció la voz, pero era alguien
que estaba detrás de él, podía sentir la presencia de aquel hombre. A Jamie no le gustaba
tener a alguien que no conociera a sus espaldas, pero en esos momentos era capaz de
percibir más problemas delante que detrás de él, de modo que mantuvo los ojos fijos en
las amenazas que tenía a la vista.
Carl miró con el ceño fruncido al hombre que estaba detrás de Jamie.
—¡No puedes despedirme! Fue Killian quien nos contrató a Jeff y a mí. Tú y su maldito
chico no tenéis nada que decir al respecto.
El hombre se rió, aunque dejó claro que lo hacía sin ganas.
—Oh, creo que John tendría mucho que decir al respecto. Puede que Killian os
contratara, pero no os confundáis: John es quien lleva el rancho y me ha concedido
autoridad para contratar y despedir a quien yo crea conveniente. Y no creo que le guste
demasiado que acoséis a su hermano.
Carl escupió, se dio la vuelta y se alejó. Tom se quedó mirando a Jamie y luego miró a
Carl por encima de su hombro, valorando sus posibilidades hasta que, finalmente,
también se volvió, alejándose.
Jamie se dio la vuelta y se encontró frente a frente con uno de los hombres más
atractivos que había visto en su vida. Era tan guapo como Ethan o como él misino y
rezumaba masculinidad. Tenía una pequeña cicatriz en forma de medialuna en un
extremo de la ceja derecha y sus ojos grises le brillaban con buen humor; llevaba un
sombrero vaquero de fieltro de color canela que le cubría el pelo castaño claro y lucía una
barba de un día. Aunque no era tan alto como Ethan, parecía fuerte como un toro. Con su
aspecto parecía decirle claramente a todo el mundo que quien se metiera con él saldría
mal parado. No era alguien a quien uno querría ver en el bando contrario. Jamie le tendió
la mano.
—James Killian. Aunque al parecer ya sabía quién era...
Aquel hombre se rió entre dientes, con un sonido que daba a entender que lo hacía con
buen humor, y le estrechó la mano.
—Roy al McCabe. Soy el nuevo capataz del Quad J.
—Encantado de conocerlo. Gracias por su ayuda.
McCabe hizo un gesto con la cabeza.
—De nada. Tu hermano habla muy bien de ti. Y, a juzgar por cómo estaban las cosas
cuando empecé a trabajar, diría que no miente. Me alegro de conocerte por fin.
—¿He oído bien? ¿Carl y Jeff trabajan ahora en el Quad J?
McCabe dejó escapar un suspiro.
—Me temo que sí. Tu padre los contrató la semana pasada. Aún no lo he comentado
con tu hermano; dudo que lo sepa.
¡Hijo de puta! Estaba seguro de que John no lo sabía. Se lo habría dicho. ¿Qué diría
cuando se enterase?
—Bueno, será mejor que vuelva a La Estrella de Hojalata. Me imagino que ahora todo
el mundo sabrá que nos hemos quedado sin cerveza. Gracias de nuevo.
—De nada. Feliz Día de Acción de Gracias.
McCabe inclinó levemente la cabeza y se fue.
—Lo mismo digo.
Jamie estuvo pensando en Carl y Jeff durante el camino de regreso al rancho. Se
sentía traicionado. Su hermano no tenía la culpa, pero John debería vigilar más de cerca
a sus hombres, maldita sea. Tendría que hablar con él al respecto.
Ethan y Fred se reunieron con Jamie en el camino en cuanto bajó del coche.
—¿Necesitas ayuda? —Ethan borró la sonrisa que tenía en los labios en cuanto vio la
expresión del rostro de Jamie. —¿Qué ha pasado?
—He conocido al nuevo capataz del Quad J.
—¿Ah, sí?
Jamie asintió con la cabeza.
—Dice que Jeff y Carl están trabajando allí.
—¡Hijos de puta! ¿En qué diablos estaría pensando John?
—No creo que lo sepa. McCabe dice que aún no ha podido hablar con él. Al parecer
fue mi padre quien los contrató.
—¿Te lo ha dicho McCabe?
Jamie asintió con la cabeza y le pasó dos packs de cerveza a Ethan.
—He tenido un enfrentamiento con Carl y Tom Cooke. McCabe apareció detrás de mí y
les dejó claro que si querían pelea tendrían que vérselas también con él.
—¡No jodas!
Al principio Ethan tensó los músculos de la cara, aun que fue relajándose a medida que
Jamie le contaba lo ocurrido.
—No jodo.
Jamie cogió los otros dos packs de cerveza y siguió a Ethan hacia el interior de la casa.
—Y ahora, ¿me dejarás que tenga una charla de tú a tú con John?
—Sí, siempre y cuando me dejes aportar mi granito de arena.
La casa era un caos. Margie estaba en la cocina dando órdenes a John y Bill. John se
quejaba porque decía que era un invitado y se suponía que no debía cocinar, pero Margie
le amenazaba con darle en la cabeza con un cucharón mientras Bill se reía y se lo pasaba
en grande.
Julia estaba en el comedor diciéndoles a Ed y Hayden cómo tenían que poner la mesa;
como siempre, no paraba de parlotear. Jamie, que lo sintió por los dos, se quedó mirando
a Ethan.
—No me extraña que salieras para echarme una mano con las cervezas.
Ethan esbozó una sonrisa.
—Sí, Julia no ha parado de dar órdenes desde que llegó. Aunque parezca mentira, a
Ed y Hayden no parece importarles demasiado.
—Pobres. No me imagino dejando que alguien que no fuera mi jefe me diera órdenes.
Ethan se sentó delante del que era su amigo desde hacía veintiséis años y del
muchacho que desde hacía tres meses se había convertido en su amante. No tenía ni el
menor atisbo de remordimiento, sabía cuál era su sitio: John era como un hermano para
él, pero le importaba más Jamie. No había duda sobre de parte de quién estaba..., no se
trataba de que alguien tomara partido ni nada por el estilo. Estaban allí para decirle a
John que su padre había estado contratando a hombres a sus espaldas. Si aún no lo
sabía, entonces debía prestar más atención a lo que estaba haciendo el viejo. El seguía
allí para evitar que la gente buena y trabajadora se quedara sin empleo, y si Jacob trataba
de recuperar de nuevo el control utilizando a su primogénito..., bueno, eso no tenía muy
buena pinta.
Ethan dejó que fuera Jamie quien hablara; pensaba que tal vez él debía guardar
silencio.
—¿Qué quieres que haga, Jamie?
John se puso de pie y empezó a pasear de un lado a otro. Jamie se echó hacia atrás y
cruzó los pies.
—Quiero que dejes de ignorar el problema. ¿De qué parte estás tú?
—¿Cómo puedes preguntarme eso?
Ethan suspiró. Aquella iba a ser una conversación muy larga si seguían dándole
vueltas y más vueltas al asunto; era algo que ya habían hablado con anterioridad.
—No puedes seguir estando en medio. Toma partido. O estás de mi parte o no lo
estás. Defenderme frente a todo el mundo salvo ante papá no es suficiente. Y no te estás
haciendo ningún favor a ti mismo ignorando lo que hace papá.
John se detuvo y lo miraron; se quedó con la boca abierta y luego volvió a cerrarla.
—¿Qué?
Ethan se levantó, rodeó el escritorio y se colocó junto a Jamie. Mirándolo fijamente a
los ojos, John dijo:
—¿Me estás amenazando?
¿Corno? ¿A qué venía eso? ¿De qué diablos estaba hablando? Ethan se volvió hacia
Jamie; este se quedó mirándolo, asustado, frunció el ceño y luego miró nuevamente a
John.
—Eso depende. ¿Has hecho algo que deberíamos saber? ¿Acaso eres cómplice de
algo?
¡Oh, mierda! ¡Las cosas se estaban precipitando! Ethan ni siquiera había llegado a esa
conclusión, y estaba totalmente convencido de que John tampoco había querido decir
eso. No obstante, antes de que pudiera tratar de arreglar la situación, John ya le había
contestado.
—¡Vete a la mierda!
Jamie se irguió.
—¡No, vete a la mierda tú! ¡Traidor! ¿Por qué no te largas y le lames el culo a papá?
¡Quizás podáis compartir la misma celda en la cárcel!
John le lanzó una última y desalentadora mirada a Ethan antes de darse la vuelta y
salir hecho una furia. Ethan se quedó mirando a Jamie y le preguntó:
—¿Era realmente necesario todo esto?
—Parecía culpable.
¡Oh, Dios mío! ¡Hermanos!
—Parecía culpable porque quiere decirle a tu padre que se vaya a tomar viento; en el
fondo sabe que es lo que debería hacer, pero no puede. Pero eso no significa que esté
metido en nada de lo que tu padre haya podido hacer. Maldita sea, le hemos traído aquí
para contarle que tu padre había contratado a Carl y a Jeff a sus espaldas. ¡Joder, vaya
genio el tuyo! Recuérdame que no te cabree...
Jamie se hizo el ofendido.
—¡Fue él quien empezó!
Ethan negó con la cabeza; de repente vio la situación desde otra perspectiva
—Fuiste tú quien empezó. Y eso es probablemente lo que busca tu padre: que os
peleéis. Puede que tu hermano no esté llevando todo esto como a nosotros nos gustaría,
pero él siempre te ha apoyado y no se merece que lo llamen traidor. ¿Vas a dejar que tu
padre se salga con la suya?
—¡Mierda! —exclamó Jamie saliendo del despacho a toda velocidad.
Ethan lo siguió sin prisa y atravesó el salón donde todos estaban viendo el partido de
fútbol. Nadie pareció darse cuenta de lo que ocurría salvo Julia, que estaba mirando hacia
la cocina, donde se habían metido Jamie y John. Luego se cruzó con la mirada de Liban y
se levantó. Ethan negó con la cabeza y levantó la mano, asegurándole en silencio que él
se ocuparía de todo. Julia se mordió el labio y miró de nuevo hacia la cocina, pero
finalmente volvió a sentarse.
Ethan entró en la cocina y vio a John junto a la puerta y a Jamie delante de ella,
bloqueándole la salida a su hermano.
—Lo siento. Es que estoy un poco... Por fin me he dado cuenta de que papá no me
dejará volver a casa y que su decisión es irrevocable.
John suspiró y le dio un abrazo.
—Yo también lo siento.
Ethan puso a calentar una tetera y se apoyó en el mostrador de la cocina.
—¿Tienes alguna prueba de que estuviera relacionado con el asunto de las drogas?
¿O de que mandara destrozar la camioneta de Jamie y la valla?
John negó con la cabeza.
—De eso se trata. No soy capaz de encontrar pruebas. No quiero pensar que es capaz
de algo así, aunque, por otro lado, he estado investigando. Tengo que estar seguro. No
me enteré hasta ayer de que Jeff y Carl trabajaban en el Quad J.
Ethan asintió con la cabeza; había intuido que lo sabía.
—¿Lo sabías? —saltó Jamie.
Joder, Jamie estaba en racha. Normalmente no era tan rápido sacando conclusiones,
pero al parecer la tensión de la situación le podía. Ethan le dedicó una mirada asesina
para que se calmara y, por lo que pudo ver, parecía que iba a seguir su consejo. Jamie
suspiró y bajó la voz.
—¿No podías haber llamado y decir algo?
John bajó la cabeza.
—De eso se Trata, Jamie. No sabía qué decirte. No quería que te preocuparas.
Ethan sacó tres tazas. Empezaba a ver parte del problema. Aparentemente, Jamie
también empezaba a verlo. Sonriéndole a su hermano, dijo:
—Soy un adulto y soy capaz de cuidar de mí mismo. No me hace falta que tú... —
añadió mirando a Ethan por encima de su hombro—... ni nadie me proteja. No me ayudáis
ocultándome lo que ocurre. Sé que a papá le importo un huevo, John; siempre ha sido
así. Me duele, pero no pasa nada. No puedo conseguir que yo le importe, nunca lo
conseguí, de modo que me hizo un favor echándome. En realidad, ha sido lo mejor que
me ha ocurrido en la vida.
Jamie miró nuevamente a Ethan y sonrió. Ethan le devolvió la sonrisa. Por fin Jamie lo
estaba aceptando.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 1166
Jamie estaba en el establo, recogiendo los arreos, cuando Ethan apareció de repente
por detrás, apretando las caderas contra su trasero. Aunque Jamie no podía verlo, sabía
que se trataba de su vaquero. Nadie más que él se atrevería a tocarlo de aquella manera.
Jamie sonrió y se irguió.
—¿Quieres algo, vaquero?
Ethan le colocó las manos en las caderas y atrajo su espalda hasta su pecho. Un cálido
aliento le hizo cosquillas en la oreja.
—Mmm, ¿cómo lo has sabido?
Jamie alargó una mano y apretó el paquete que presionaba contra su culo.
—Adivina.
Jamie giró sobre sí misino y apoyó las manos en los hombros de su vaquero. Liban
llevaba unos pantalones de chanda!, una camiseta y zapatillas de deporte; tenía el pelo
alborotado y parecía que se había acabado de levantar de la cama. Lo cual era
perfectamente posible, ya que era donde Jamie lo había dejado cuando se había
despertado.
—¿Acabas de levantarte?
—No, lo que pasa es que aún no me he vestido.
Ethan se inclinó y le dio un beso, empujando sus labios con la lengua. Jamie sonrió y
abrió la boca para él. Ethan no se anduvo con rodeos: devoró su boca y apretó sus
caderas, presionando la polla de Jamie con la suya. El pene de Jamie no tardó demasiado
en ponerse duro. Vaya, alguien se había despertado con un calentón. Jamie se rió entre
dientes y metió una mano en los pantalones de Ethan para agarrarle el paquete. Ethan
gimió y movió su polla en el interior de la mano de Jamie, mirando hacia arriba para coger
aire.
—¿Dónde están todos?
Jamie le estrujó la polla, observando cómo su amante se retorcía y suspiraba. Oh,
joder, mirarlo le resultaba increíblemente excitante.
—Bill se fue a casa de Margie, y Hayden y Ed están fuera, arreglando una puerta de la
valla. Y nuestro nuevo empleado no empieza a trabajar hasta la semana que viene. O sea
que sólo estamos tú y yo.
Ethan tiró de Jamie y lo arrastró hasta llevarlo al establo donde se guardaba todo el
heno. Jamie se dio contra una paca con la parte de atrás de las piernas y casi estuvo a
punto de caerse. Ethan lo sujetó y lo empujó por los hombros, obligándolo a sentarse:
acto seguido, Jamie notó una polla caliente y dura presionando contra sus labios. Sonrió,
se quitó el sombrero y se lo tendió a Ethan, quien lo cogió y se lo puso; le pareció que su
vaquero tenía prisa.
Jamie pasó rápidamente la lengua por el pene erecto y luego lo lamió en toda su
longitud, agarrando con una mano la base y apoyando la otra en la cadera de Ethan.
Jamie lo miró mientras jadeaba. Sintió el corazón en un puño mientras lo contemplaba. El
rostro de Ethan era de éxtasis total: bajo su sombrero vio que tenía los ojos cerrados y los
labios fruncidos. Jamie se preguntó durante un momento cuánto tardaría en inclinar la
cabeza y dejar caer su sombrero en el heno. Por su cara, pensó que no demasiado.
Volvió a concentrarse en la gruesa polla que tenía ante él y se metió la punta en la boca
para chupársela ligeramente.
—¡Oh, joder!
Ethan arqueó su cuerpo, agarrando a Jamie por la cabeza, y dejó que el sombrero
cayera detrás de él. Jamie sonrió mientras sentía la palpitante polla de Ethan en su boca;
luego se la tragó entera hasta que sintió los rizos de su vello púbico contra la nariz. ¡Dios,
aquello le volvía loco! No sabía si era porque sentía cómo el pene duro y grueso se
deslizaba por sus labios y su lengua o porque era consciente del placer total y absoluto
que Ethan experimentaba al sentir cómo se la comía entera. ¡Lo encontraba tan sexy!
Fuera cual fuera la razón, Jamie era incapaz de pensar en algo que le gustara más.
Bueno, eso no era del todo cierto; también le gustaba que Ethan se lo follara, pero eso
después. Y también era muy bueno en ello. Sin embargo, en aquel momento Ethan ya
estaba jadeando y estremeciéndose en su boca.
Ethan alargó el brazo, cogió la mano que Jamie tenía en su cadera y la deslizó hasta
su culo. Jamie se lo apretó y movió la mano, dispuesto a trabajarle el ojete, pero sus
dedos se encontraron con algo. Abrió los ojos, sorprendido. ¡Joder! Ethan se había metido
uno de sus plugs anales. Sintió una sacudida en la polla y gimió, mientras notaba que la
que tenía en su boca hacía lo mismo. Cogió el extremo del plug y lo empujó un poco.
Ethan iba a metérselo del todo. Jamie estaba tan excitado que le dolían los huevos. En
cuanto Ethan se corriera...
No iba a tardar mucho. Notó que su vaquero le agarraba el pelo con los dedos,
mientras presionaba su rostro sacudiendo las caderas. Entonces, Jamie volvió a empujar
el plug anal.
—¡Oh, sí, joder! ¡Oh, joder, Jamie!
Jamie volvió a empujar y notó cómo la polla de Ethan sufría un espasmo dentro de su
boca. Jamie le sacó el plug anal. Ethan echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un
largo y sonoro gemido; luego presionó su estómago contra el rostro de Jamie y se corrió
en su boca. Jamie se tragó el ácido líquido, satisfecho hasta los tuétanos. Mmmm, sí,
justo lo que deseaba. Continuó lamiendo y chupando hasta que Ethan se relajó, se
levantó y lo empujó contra la pared, dejando caer el plug anal junto a su sombrero. Se
había desabrochado la bragueta en un tiempo récord y ya se estaba apretando contra
Ethan mientras le lamía el cuello. Ethan se estremeció.
—Supongo que eso significa que te ha gustado mi sorpresa, ¿verdad?
—Oh, sí, y ahora vas a descubrir hasta qué punto.
Se humedeció los dedos con saliva, los deslizó por su polla y luego le abrió el terso y
lubricado agujero con ellos, presionándolo con su verga. ¡Oh, Dios, qué sensación más
increíble! Jamie dejó escapar un suspiro, apoyando la frente en la espalda de Ethan,
quien esbozó una sonrisa y echó las caderas hacia atrás, contoneándose en un
movimiento ondulante.
Jamie dejó escapar un silbido. Todas aquellas sensaciones lo superaban. Aún no
quería correrse, pero si. Ethan no se detenía... Lo agarró por las caderas, parando aquel
movimiento.
—¡Oh, tío! Dame un minuto, vaquero.
—Sí, vale, pero no tardes mucho —Ethan le cogió la mano y lo obligó a agarrarle la
polla erecta. —¡Joder, me encanta!
Jamie gimió.
—No puedo creer que vuelvas a tenerla dura. —Nunca llegó a bajárseme.
¡Oh, Dios! Jamie mordió a Ethan en la espalda y empujó, estrujando su pene erecto en
el interior de su mano con cada embestida. A ese paso, sabía que no podría aguantar. Su
vaquero era demasiado atractivo y él estaba demasiado cachondo. Y si Ethan no dejaba
de mover el culo contra su polla de aquella manera...
—¡Oh, sí! ¡Me gusta! ¡Me gusta mucho!
Ahora no podría parar ni aunque quisiera. Le penetró con fuerza una y otra vez
mientras seguía mas turbándolo. Ethan se metió la polla de Jamie entera, apretándose
contra él para alcanzar el máximo placer.
—¡Oh, sí, fóllame, Ojos Azules!
Aquella voz áspera y ansiosa era lo que Jamie necesitaba para llegar al límite. Embistió
con fuerza con las caderas, con el cuerpo en tensión, y se corrió soltando un ronco
gemido. Permaneció quieto durante unos instantes y entonces se dio cuenta de que
seguía teniendo la polla de Ethan en su mano y que aún no se había corrido. De hecho,
Ethan se retorcía, intentando que moviera la mano. Jamie sonrió e hizo lo que le pedía, y
tiró de la verga de su vaquero, retorciéndola y apretándola, mientras le daba aliento
susurrándole al oído. Ethan no tardó mucho en empezar a jadear en busca de aire,
mientras su polla latía en el puño de Jamie y soltaba la leche. Los músculos que sentía
aún en torno a su polla se tensaron en el momento en que Ethan se corrió, obligándolo a
gemir de nuevo.
—¡Joder, vaquero! ¿Acaso quieres acabar conmigo?
Ethan echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro.
—¿Yo? Creo que te equivocas. Soy yo el que se ha corrido dos veces. Mis huevos
están protestando.
Jamie sonrió, le sacó la polla y le dio una palmada en el trasero.
—Si mal no recuerdo, has sido tú quien se ha presentado aquí con un plug metido en el
culo. ¡Por Dios! Al menos podrías haberme advertido —Jamie se subió los pantalones y
luego cogió su sombrero y el plug. —¡Joder, ha sido increíble!
Ethan se dio la vuelta y frunció el ceño.
—Al parecer, no lo planeó tan bien como había pensado. Necesito una toalla.
—No. Ni siquiera te has vestido. Puedes usar la camiseta o lo que sea.
Ethan puso los ojos en blanco.
—Fuera hacía frío.
—No creo que deba hacer demasiado frío teniendo en cuenta que llevas una camiseta.
Aquí está, déjame que te ayude.
Jamie cogió los pantalones de chándal de Ethan y se los subió.
—¡Gilipollas!
Jamie se echó a reír y le dio un beso fugaz.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—Ya he terminado con el ordenador, o sea que nada. Vine para ver si necesitabas
ayuda.
—¡Estupendo! Puedes acompañarme al pueblo. Me ha llamado Melissa para decirme
que podemos pasar por Hatcher's; nuestro pedido ya está listo —Jamie le dio otra
palmada en el culo. —Anda, vístete. Toma —Jamie le entregó el plug anal. —Llévate esto
y no te olvides de limpiarlo.
—¡Eres un capataz muy mandón!
Jamie sonrió y se quedó mirando a Ethan mientras salía del establo.
—¡Y tú un vaquero muy sexy!
—Ya sabes: dicen que también eres gay y que Jamie y tú estáis juntos.
Ethan se quedó mirando fijamente a Melissa.
—Realmente me importa una mierda lo que piense la gente. ¡Que les den! Quizás
Jamie tenía razón desde el principio y ocultarse no era la mejor opción. No tengo por qué
gustarles, pero me jodería mucho si consiguieran echarme a mí y a la gente que me
importa del pueblo. Tenemos el mismo derecho que ellos a vivir aquí —Ethan se sacó la
cartera del bolsillo y se la entregó a Jamie. —Págale a Melissa. Me voy a comer un
bocado. Soy incapaz de pensar con el estómago vacío.
Ethan se dio la vuelta y salió hecho una furia dejando a Jamie y Melissa sin habla.
Melissa lo observó mientras se iba y luego miró fijamente a Jamie.
—¡Oh, Dios mío! ¿Es cierto? ¿Sois amantes?
Jamie se encogió de hombros. ¿Cómo se suponía que debía responderle?
—¡Vaya! Otro tío estupendo perdido. ¡Te lo juro! ¡Es verdad! ¡Todos están casados o
son gays!
Jamie se echó a reír.
—Mi hermana dice lo mismo. Te digo lo mismo que suelo decirle a ella: un día de estos
vas a conocer a un hombre fantástico.
Melissa sonrió y chocó sus cinco con él.
—Tal vez, pero estoy empezando a perder la esperanza. ¿Quieres volver a recoger el
pedido después de comer?
—Sí. Mejor te pago y me voy con él —Jamie le entregó la tarjeta de crédito de Ethan,
firmó y se metió la cartera en el bolsillo de la camisa. —Gracias, Melissa. ¿Nos vemos en
la rampa de la parte de atrás en media hora?
—Perfecto, cielo. Tómate tu tiempo.
Jamie asintió con la cabeza y se dio la vuelta para salir.
—¿Jamie?
Jamie se volvió de nuevo.
—Tened cuidado. No creo que Ethan y tú debáis abandonar el pueblo... Tenéis el
mismo derecho que cualquiera a vivir aquí, pero, por favor, ¡tened cuidado! No me fío de
tu padre ni de esos hombres que trabajan para él. No me fío ni un pelo.
Jamie inclinó su sombrero para agradecerle que se preocupara por ellos.
—Yo tampoco, Melissa, yo tampoco.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 1177
Jamie entró en el pequeño restaurante que había al otro lado de la calle, frente a la
tienda de suministros. Ethan estalla sentado en una. de las mesas de la esquina
frunciendo el ceño ante una ensalada mientras pinchaba algunos bocados con el tenedor.
Jamie dejó la cartera de Ethan encima de la mesa y tomó asiento delante de él.
—Por Dios, ¿qué te ha hecho esta ensalada para que estés tan cabreado?
Ethan levantó la vista y lo miró fijamente con sus ojos castaños desde debajo del
sombrero.
—No ha sido la ensalada quien, me ha cabreado sino tú.
Vaya. Aquello no se lo esperaba. Pensaba que Ethan estaba cabreado porque su
padre había tratado de crear más problemas.
—¡Maldita sea, Jamie! ¡Si quieres irte del pueblo, entonces hazlo! Fuiste tú quien me
convenció de que debíamos enfrentarnos a todo esto, de que debíamos conseguir que
nos aceptaran y no esconder la cabeza debajo del ala fingiendo ser como todos los
demás para que la gente no se sintiera herida en su frágil sensibilidad.
¡Aja! Jamie sonrió y Ethan lo miró con ferocidad.
—No pienso irme a ningún sitio, vaquero. No salvo que tú vengas conmigo.
Lo decía en serio. No pensaba irse a menos que Ethan también lo quisiera. Por fin
había conseguido hacerse un sitio y no dejaría que lo echaran de él como ya lo había
hecho su padre. Lucharía siempre que Ethan estuviera a su lado y mientras hubiera algo
por lo que mereciera la pena luchar.
Ethan suspiró y su rostro se relajó. La ira se había esfumado. Por debajo de la mesa.
Jamie le acarició una de sus piernas con la bota.
—No puedo decir que me entusiasme la idea de causarte problemas. Nunca fue esa mi
intención. Te aseguro que no le quiero causar ningún dolor a Margie, pero no voy me voy
a ir a ningún lado, Ethan. Fue tan sólo una idea pasajera.
Jamie se quedó mirando fijamente sus ojos castaños, suplicándole a Ethan que lo
comprendiera y deseando que fuera capaz de ver todo lo que sentía por dentro. Todo lo
que temía expresar en voz alta por miedo a que saliera mal.
—No me iré a menos que tú me lo pidas. Si ahora me voy; siempre estaré huyendo —
Jamie parpadeó. —A menos que me vaya California para unirme al resto de bichos raros.
—Bueno, eso no es más que un tópico..., incluso diría que una opinión llena de
prejuicios. Yo fui a la universidad con un chico de California y era buena gente.
Jamie arqueó una ceja y se quedó mirando fijamente a los ojos de su vaquero, que
empezaron a brillar repentinamente.
—¿Sí? Supongo que tienes razón. Eso es un tópico, ¿verdad? La mentalidad
reaccionaria según la cual, en Texas, los hombres son hombres y los maricas deberían
irse a vivir todos a San Francisco. Lo siento.
Ethan sonrió.
—No pasa nada; ese muchacho era más raro que un perro verde.
Jamie se echó a reír.
—¿Volvemos a estar bien?
—Así es. Es sólo que... no quiero que te vayas a ninguna parte, Jamie; quiero que te
quedes aquí. Podremos con todo esto. Y te garantizo que tía Margaret tampoco quiere
que te vayas.
Jamie parpadeó. Sus preciosos ojos estaban húmedos. Cogió la taza de café de Ethan
sólo por hacer algo y bebió un sorbo mientras la camarera se acercaba y le servía otra
taza.
—Vamos a ver. ¿Quieres que te traiga la ensalada? Los filetes de pollo estarán listos
en un minuto.
Jamie levantó los ojos hacia la camarera, le sonrió y le devolvió su taza a Ethan.
—Perfecto, gracias.
—Bienvenido, cariño.
La camarera le guiñó el ojo y se alejó.
—Espero que te apetezca lo que he pedido.
Jamie sonrió.
—¿Y qué pasa si no quiero filete de pollo?
Ethan lo golpeó suavemente con la bota por debajo de la mesa.
—No seas cabezota.
—¿Cuándo he sido yo cabezota?
—Siempre eres cabezota, de lo contrario te habría entrado hace mucho tiempo en tu
dura sesera que quiero que te quedes conmigo.
Jamie permaneció unos minutos en silencio y luego dijo:
—Lo he pillado, vaquero. Voy a quedarme aquí y nunca volveré a dudar que tú o yo
pertenecemos a este lugar.
Ethan asintió con la cabeza.
—Bien.
—Tendremos que asistir a los plenos del ayuntamiento para descubrir qué está
pasando.
—Sí. He preguntado por ahí y el próximo va a celebrarse el viernes. He llamado a
Hunter para contarle lo que había oído Melissa, incluido lo del rifle.
Jamie asintió con la cabeza. Aquel era su vaquero, siempre al acecho. Después de que
les sirvieran la comida siguieron hablando del rancho y de las vacaciones que estaban al
caer. Jamie pensó que ahora volvían a estar bien.
mientras la grava del camino se le clavaba en los pies descalzos. Llegó hasta Ethan unos
segundos después de que se desplomara en el suelo y el sombrero de su vaquero rodara
junto a sus pies.
—¡Ethan!
Jamie se arrodilló y se deslizó sobre Ethan, rozando con una de sus piernas su
musculosa espalda. Jamie le dio la vuelta y lo protegió con su cuerpo. Ethan tenía los ojos
cerrados y el rostro fruncido, mientras de sus labios salían jadeos apenas audibles.
—¡Joder! ¡Bill! ¡Llama al 911! ¡Que manden inmediatamente un helicóptero! ¡Y llama al
sheriff Hunter!
Jamie apenas pudo oír la respuesta de Bill, ya que Ethan balbuceó algo y le atrajo
hacia él. Jamie inclinó la cabeza para escucharlo.
—¿Qué?
Ethan lo miró salvajemente, con sus ojos castaños llenos de dolor.
—¡He dicho que muevas el culo antes de que te maten también a ti!
—Estoy bien, vaquero. Aguanta —la sangre estaba empapando la camisa de Ethan. —
¡Joder! Ethan, estás sangrando mucho. Tengo que quitarte la camisa para ver si la herida
es muy grave.
—La bala ha entrado y ha vuelto a salir —dijo Ethan en voz muy baja y temblorosa.
Jamie daba las gracias porque la bala no hubiera rebotado provocándole otra herida.
Ethan volvió a cerrar los ojos y su rostro empalideció de repente.
—¡Ethan!
Jamie le buscó inmediatamente el pulso. Era débil, pero gracias a Dios aún lo tenía.
Rasgó la camisa de Ethan para buscar la herida: estaba en la parte derecha, cerca de la
clavícula, abierta y con muy mala pinta; luego, con sumo cuidado, movió su cuerpo, para
ver el agujero de la espalda por donde había entrado la bala. Las dos heridas sangraban
mucho. Jamie rasgó la camisa de Ethan para hacer unos jirones con los que vendarle el
costado, intentando hacer presión sobre ambas heridas.
—¡Ethan! Háblame.
—Estoy aquí.
Ethan parpadeó, abrió los ojos y luego volvió a cerrarlos.
—Voy a recostarte y a intentar detener la hemorragia. Quiero que dejes que Bill y yo
nos ocupemos de todo, ¿de acuerdo? Tú no te muevas.
Entre Bill y él se las arreglaron para presionar sobre las heridas y recostar a Ethan. Aun
así, había sangre por todas partes.
Jamie se rasgó su camisa para hacer un par de jirones más y usarlos a modo de
vendas; Bill los colocó sobre las dos heridas, sin dejar de presionar, mientras Jamie
empleaba unos jirones de la camisa de Ethan para sujetarlos. Cuando hubo terminado, le
hizo un gesto con la cabeza a Bill. Luego, con mucho cuidado, recostaron a Ethan sobre
la pierna de Jamie colocando la venda de la espalda de Ethan sobre su muslo y dejando
que apoyara la cabeza en un brazo. Jamie siguió presionando la herida que Ethan tenía
en el pecho.
—No me siento bien. Me duele donde me estás apretando...
—Lo sé, pero eso ayudará a cortar la hemorragia. Sigue hablándome, vaquero.
Ethan afirmó como pudo con la cabeza sin decir nada. El pelo le tapaba los ojos; lo
llevaba muy largo, tenía que cortárselo. Jamie se lo había apartado, pero no quería dejar
de ejercer presión sobre las heridas. Ethan había perdido mucha sangre.
De pronto aparecieron Ed y Hayden, oliendo a sudor, caballos y mugre. Y también
Fred: la perra se situó a los pies de Ethan, gruñendo a cualquiera que se le acercaba.
Jamie apenas era consciente de su presencia; lo único que oía eran ruidos de fondo.
Toda su atención estaba concentrada donde debía: en Ethan. Su vaquero estaba muy
pálido. Tenía las manos manchadas de sangre, a pesar de la presión que ejercía sobre
las vendas, por lo que decidió apretar con más fuerza.
Entonces pensó que oía un helicóptero. Incluso podía verlo. Luego sintió en la cara el
polvo que levantaban las hélices. Se inclinó sobre Ethan tratando de evitar que el polvo y
la grava lo alcanzaran.
Jamie, llama a Fred para que podamos trasladar a Ethan hasta el helicóptero.
¡Tenemos que sacarlo de aquí, Jamie!
—Jamie levantó los ojos para mirar a Hayden y luego a su perra.
—¡Fred, siéntate!
El animal obedeció inmediatamente.
Entonces apareció el coche del sheriff en el camino con la sirena en marcha. Jamie
apoyó la cabeza, de Ethan en su regazo mientras Hayden presionaba las heridas.
Gray Hunter salió de su coche mientras seguía hablando por la radio, aunque el ruido
del helicóptero impedía oír lo que decía.
—¿Sigues conmigo, vaquero?
No hubo respuesta.
—¡Ethan!
¡Joder!
—¡Diles que se den prisa!
Gray le estaba diciendo algo.
—¿Qué?
—Jamie, el helicóptero está aterrizando. Tú ve con Ethan al hospital y yo me reuniré allí
con vosotros. Mis ayudantes están rastreando el rancho. Bill irá al hospital después de
recoger a la tía de Ethan. ¿Quieres que llame a alguien?
—Llame a mi hermano y dígale que se ponga en contacto con mi hermana.
—Lo haré. Ya están aquí —dijo el sheriff, mientras le hacía señales al piloto para, que
tomara tierra en la zona que había entre el granero y el corral.
Dos hombres bajaron del helicóptero, se acercaron con una camilla y cogieron a Ethan
de entre los brazos de Jamie. Hayden lo quitó de en medio mientras los dos hombres
colocaban a Ethan en la camilla, le ponían inmediatamente una vía, vendaban con más
fuerza las heridas y se lo llevaban a toda velocidad hasta el helicóptero. Jamie se quedó
mirando sus manos empapadas de sangre y las manchas del pecho y luego salió
corriendo tras los dos hombres. Uno de ellos se quedó mirándolo cuando resbaló y se
detuvo junto a Ethan.
—¿Tú también vienes?
Jamie asintió con la cabeza y el hombre le señaló la parte delantera del helicóptero
—Siéntate ahí. Nosotros necesitamos espacio aquí detrás para poder trabajar.
Jamie asintió de nuevo, se dirigió al otro lado del aparato y subió cerrando la puerta
detrás de él. El piloto le entregó unos auriculares; después de ponérselos, Jamie miró por
encima de su hombro para observar a los de primeros auxilios que estaban atendiendo a
Ethan. Por favor, Señor...
Jamie no recordaba nada del vuelo. Los momentos anteriores al aterrizaje en la azotea
del hospital donde trabajaba Julia le parecían un espacio en blanco. Bajó del helicóptero y
siguió a los de primeros auxilios hacia el interior del edificio, donde lo bombardearon a
preguntas mientras se llevaban a toda prisa a Ethan. Lo que deseaba con todas sus
fuerzas era acompañar a su vaquero, pero contestó a todas las preguntas lo mejor y más
rápidamente que pudo. A continuación lo llevaron a una sala de espera.
Le pareció que habían transcurrido horas cuando le colocaron una taza de café en la
mano. Levantó la vista y vio los ojos azules y preocupados de Julia.
—Hola. Deberíamos dejar de vernos en los hospitales.
Jamie se esforzó para esbozar una sonrisa.
—Hola. ¿Sabes algo?
—Acabo de llegar. Aún lo están operando, pero han conseguido estabilizarlo. Es todo
lo que he podido saber antes de venir a verte. Voy a bajar al quirófano. John, Margie y Bill
vienen hacia aquí.
Jamie asintió con la cabeza.
—De acuerdo. Ve a ver cómo está, Jules.
Julia asintió con la cabeza y luego le dio un beso en la frente.
—Lo haré, cariño. En cuanto sepa algo más te lo digo. ¿Estarás bien?
—Lo estaré. Tú sólo ve a ver cómo está Ethan, por favor.
Tenía que estar bien; tenía que estarlo. Las cosas habían salido bien; habían
conseguido que lo suyo funcionara. Y, más o menos, habían empezado a planear su
futuro. Y ahora esto... Era como una pesadilla; parecía algo casi irreal, salvo por el hecho
de que Ethan no estaba a su lado, consolándolo y diciendo le que todo saldría bien.
Jamie respiró profundamente y parpadeó para evitar que se le saltaran las lágrimas. Se
tomó el café y trató de no caer en la trampa de pensar «¿y si...?». Eso no le haría ningún
bien a Ethan ni tampoco a él. Y Jules le había dicho que lo habían estabilizado, ¿no?
Hundió la cabeza en sus manos tratando desesperadamente de no llorar. ¡Oh! Por favor,
aún voy descalzo.
Una hora después llegaron John, Bill y Margie y empezaron a hacer preguntas que
Jamie no podía contestar. Todos estaban desquiciados y asustados, además de muy
preocupados. Margie y Bill estaban llorando y John tenía los ojos sospechosamente
brillantes y enrojecidos.
Al final, Jamie consiguió que se calmaran y los mantuvo ocupados: envió a Bill y Margie
a por más café y le dijo a John que le consiguiera unas zapatillas de deporte y una
camiseta. Luego se dirigió a la entrada del hospital y llamó por teléfono a Hayden para
saber si Hunter y sus hombres habían descubierto algo. Desgraciadamente, no había
novedades y eso le cabreó, aunque no pasaba nada, porque el hecho de estar cabreado y
buscando respuestas le hacía pensar en otra cosa.
Empezó a pasear de un lado a otro, porque parecía que así se encontraba algo mejor;
permanecer sentado le hacía sentirse aún más impotente.
Mientras estaba buscando respuestas, alguien le colocó otra taza de café en la mano y
le entregó un par de zapatillas de las que usaban los pacientes y una bata que se puso de
inmediato. Hayden lo llamó y le contó que los ayudantes del sheriff habían encontrado un
casco de bala a unos veinticinco metros de donde había caído Ethan, en la zona arbolada
que había frente a la entrada de la casa. El sheriff estaba de camino hacia el hospital y
sus ayudantes aún seguían rastreando el rancho. Hayden le dijo que tenía a Hunter en la
otra línea y que le llamaría o que le contaría todo en cuanto llegara al hospital.
Diez minutos después de haber colgado el teléfono, Julia y los demás se reunieron con
él; en cuanto la vio, salió corriendo hacia ella.
—Ha salido del quirófano y ahora está en la sala de reanimación. En cuanto el cirujano
y el anestesista den su aprobación, lo trasladarán a la UCI. Ha tenido mucha suerte; la
bala ha hecho un orificio limpio, por lo que ha sido mucho menos grave de lo que podía
haber sido —Julia hizo una pausa. —Ha perdido mucha sangre, como ya sabes, por lo
que deberán hacerle algunas transfusiones. Afortunadamente, la bala entró por el ángulo
que hay entre el espinazo y el omóplato y salió justo por debajo del cuello, rozando
ligeramente el pulmón, que gracias a Dios no sufrió daño alguno, por lo que no ha sido
necesario colocarle ningún tubo torácico; sin embargo, van a vigilárselo para asegurarse
de que sigue trabajando. Tiene heridas en los músculos del pecho y la espalda que con el
tiempo se curarán, pero no ha sufrido daños en los huesos ni en los vasos sanguíneos.
—¿Cuándo podré verlo?
—Ven conmigo y aséate; es posible que después, antes de que lo trasladen, consiga
que te dejen entrar —Julia le sonrió. —Ser mi hermano tiene ventajas. Yo ya lo he visto.
John le apretó el hombro, pero no dijo nada. Margie empezó a protestar, pero Bill le
puso una mano en el brazo para que se callara. Jamie le dio las gracias a Bill y luego se
fue con Julia.
Era consciente de que una mano apretaba la suya mientras oía algunos bips y algunos
otros ruidos. ¿Dónde demonios estaba? Maldita sea, le dolía el pecho y todo el cuerpo.
Ah, sí. Había ido a recoger la camioneta de Jamie y...
—Te quiero, vaquero.
¿Jamie? Ethan trató de aclarar sus ideas.
Jamie no le había dicho nunca que lo quería. Sabía que así era, del mismo modo que
Jamie sabía que él también lo quería, pero nunca se lo había dicho en voz alta. Hizo un
esfuerzo por abrir los ojos.
Jamie estaba sentado a su lado apretándole la mano con fuerza; tenía la cabeza
apoyada en la cama junto a sus manos entrelazadas.
—Yo también te quiero, Ojos Azules.
Maldita sea, le costaba mucho hablar... Tenía la garganta seca e irritada.
Jamie levantó la cabeza y abrió completamente los ojos, cansados pero llenos de
esperanza.
—¿Ethan?
—¿Hay agua?
Jamie sonrió con la cara llena de lágrimas.
—Déjame ver —dijo, y luego se levantó y salió de la habitación.
Ethan debió de quedarse dormido porque lo siguiente que vio fue a una enfermera que
estaba examinándolo. Luego le dio instrucciones a Jamie para que al principio sólo le
proporcionara cubitos de hielo y luego unos sorbitos de agua con una pajita si su
estómago toleraba el hielo. Jamie hizo lo que le dijo al pie de la letra para disgusto de
Ethan. Le dio algunos cubitos de hielo, dejó el vaso en la mesilla de noche y le cogió la
mano. Parpadeó varias veces ante él con aquellos ojos azules, luego los cerró y levantó la
cabeza hacia el techo.
Vamos, Ojos Azules, no llores. Todo irá bien. Ethan le apretó la mano a Jamie con una
sorprendente; falta de fuerza. Cuando Jamie volvió a mirarlo, las lágrimas rodaban por
sus mejillas.
—Pensé que te perdía.
—No, cariño, estoy aquí. Soy demasiado testarudo para morirme.
—No podernos seguir aquí, Ethan. Esto se ha puesto demasiado feo.
Ethan le soltó la mano, alargó la suya y le limpió una lágrima. Tenía que conseguir que
su Jamie se sintiera mejor y que comprendiera.
—No volveremos otra vez a lo mismo, ¿verdad?
Ethan parpadeó. Vio la duda en la cara de Jamie. ¡Maldita sea! Pistaba muy cansado.
¿Cuánto tiempo llevaba allí?
—Tenías razón, Jamie. La gente nunca nos aceptará a menos que los obliguemos a
hacerlo. No dejaremos que nos echen.
—Pero...
Ethan negó lentamente con la cabeza; se le cerraban los párpados. Estaba realmente
cansado. Alguien —Jamie—le cogió la mano y volvió a abrir los ojos.
—No hay pero que valga, Ojos Azules. Como tú dijiste, si ahora huimos, siempre
estaremos huyendo.
Jamie también negó con la cabeza.
—Tú mismo me dijiste que La Estrella de Hojalata era tan sólo un lugar, y que nuestras
vidas valían más que eso.
—Esto es distinto, Jamie. Es muy distinto. Si tú quieres irte, no te detendré, pero yo no
puedo marcharme. No sería capaz de vivir solo.
Jamie asintió con la cabeza y le mostró una temblorosa sonrisa que asomó entre
lágrimas.
—¡Cabrón testarudo!
Ethan sonrió, o al menos lo intentó; dadas las circunstancias, le resultaba un poco
difícil.
—Ya te lo dije: soy demasiado testarudo... —dijo tragando saliva y tratando de
aclararse la garganta—... para morirme y demasiado tozudo para huir.
Jamie cogió el vaso con los cubitos de hielo y se lo acercó de nuevo a la boca.
—Gracias.
Jamie asintió con la cabeza y volvió a colocar el vaso en la mesilla.
—De nada.
Permaneció sentado y en silencio durante varios minutos, cogiendo a Ethan de la mano
y besándole los nudillos de vez en cuando. Luego, en un susurro, dijo:
—Tengo miedo, Ethan.
C
CAAP
PÍÍTTU
ULLO
O 1188
veía a su vaquero salvo cuando se metía en la cama por la noche, y para entonces ya
estaba durmiendo.
—¡Joder!
El grito de Ethan venía del despacho.
—¡Muy bien! Sigue así, pero si te cansas de esa manera y te pones peor, seré yo
misma quien te pegue un tiro. ¡Y sé exactamente dónde debo apuntar!
Jules entró en la cocina hecha un basilisco aunque su rostro se iluminó al ver a Jamie.
—Hola, pequeño. ¿Cómo estás? —le preguntó dándole un abrazo.
Jamie sonrió y le devolvió el abrazo.
—Estoy bien. Mejor que tú, según parece. ¿De qué iba todo eso?
Jules retrocedió con un gruñido.
—Ese cabrón testarudo no me hace caso. Tiene que andarse con mucho cuidado,
pero, noooo, él se aburre.
Jamie sonrió.
—¿Cuándo empezó todo?
—Hace dos días. Se encuentra mucho mejor y toma muchos menos medicamentos,
con lo cual está más despierto y descansa menos. Te juro que si oigo una queja más
sobre lo que echan en la televisión lo estrangulo. Ve a ver si consigues que se meta en la
cama. Hace horas que está ahí.
—Muy bien, lo intentaré. Adivina...
El rostro de Julia se iluminó de nuevo.
—¿Han descubierto quién disparó contra Ethan?
Jamie suspiró y negó con la cabeza. Ojalá. Estaba harto de preocuparse por ello, harto
de mirar por encima de su hombro cada cinco minutos. Harto del todo.
—No, todavía no, pero el consejo municipal ha votado en contra de la nueva ley de
urbanismo.
—¡Eso es fantástico! Sé que era algo que te preocupaba. Sin embargo, espero que
encuentren pronto al que disparó a Ethan. ¿Cuánto más van a tardar? ¿Qué pasa si
vuelve a ocurrir? ¿Y si se trata de papá, Jamie?
—No lo creo, Jules, y diría que por el momento no creen que haya sido él. No tiene un
rifle del calibre de las balas que se usaron para disparar contra Ethan y contra mi
camioneta. Y John es su coartada para la noche del tiroteo. El no lo hizo, Julia; puede que
se lo encargara a alguien, pero no lo hizo personalmente. También están investigando a
Carl porque presumía de tener un rifle, aunque su coartada es muy sólida.
Jamie cerró los ojos. Deseaba con todas sus fuerzas largarse a Dodge con Ethan, pero
él había dejado muy (Jaro, después de despertarse en la UCI, que iban a quedarse. Y
Jamie estaba de acuerdo con él, aunque no podía evitar sentir miedo por Ethan y por los
suyos.
Jules le dio un codazo.
—¿Has comido?
—Estoy bien. Comí en casa de Margie cuando fui a comunicarle las buenas noticias.
—Vale, entonces ve a ver a Ethan y mételo en la cama. Yo ya terminé mi turno y me
las apaño sola; ese tonto testarudo es todo tuyo —Julia se puso de puntillas, lo besó en la
mejilla y salió de la cocina. —Te quiero. Buenas noches.
Jamie sonrió al percibir el cariño con el que había dicho «ese tonto». Puede que
estuviera harta de Ethan, pero entendía por qué estaba tan irascible. Simplemente era
alguien que no estaba acostumbrado a no ir de un lado para otro y a estar sin hacer nada.
—Yo también te quiero. Buenas noches.
Cuando Jamie llegó a la puerta del despacho, se apoyó en el marco y, sin que lo viera,
se quedó mirando a Ethan durante unos minutos. Joder, seguía estando tan sexy como
siempre, aun cuando no se hubiera recuperado del todo. La polla de Jamie lo confirmó,
recordándole que habían pasado dos semanas desde la última vez que se habían
acostado. Dos largas semanas desde que había tenido a Ethan entre sus brazos.
Ethan tenía todo el pelo alborotado. Llevaba una camiseta y unos pantalones de
chándal; con una mano escribía en el teclado del ordenador, mientras con la otra
acariciaba distraídamente a Fred, que tenía el hocico apoyado en su muslo. Fred se
quedó mirando a Jamie y ladró; luego se acercó a él moviendo el rabo.
—¡Hola, guapa! ¿Estás cuidando de nuestro vaquero?
Jamie acarició a Fred dedicándole profusamente palabras cariñosas antes de mirar a
Ethan, que sonrió y levantó una ceja.
—¿Tú también vas a echarme la bronca?
Jamie levantó las manos.
—Estoy demasiado agotado para eso. Además, mientras no te dediques a domar
caballos, marcar ganado o algo por el estilo, no creo que vayas a hacerte daño.
Ethan asintió con la cabeza y luego repasó a Jamie con la mirada de arriba abajo. La
polla de Jamie también fue consciente de ello.
—¡Estás para comerte!
¡Pues anda que tú! Jamie bajó los ojos para mirar el traje gris que llevaba; lo había
encontrado aquella mañana en el armario de Ethan.
—Es tuyo; espero que no te importe.
—A mí nunca me sentó tan bien. Ven aquí.
Jaime se acercó a él; Ethan retrocedió para hacerle sitio y se inclinó sobre el escritorio
mirando a su amante. Ethan pasó la mano por su muslo y luego levantó los ojos buscando
su mirada.
—Joder, tienes un aspecto horrible.
Jamie se rió y cogió a Ethan de la mano, no para impedir su avance, aunque era lo que
debía hacer. No tenía ningún sentido empezar algo que Ethan no podía terminar.
—A ver, ¿en qué quedamos? ¿Tengo un aspecto horrible o estoy para comerme?
—Las dos cosas. ¿Qué has estado haciendo? —Ethan se levantó lentamente y le cogió
el rostro con las manos, ladeándolo para que le diera la luz bajo el ala del sombrero. —
¿Cuándo dormiste por última vez? Y no me refiero a ese sueñecito que apenas has
echado... Sé perfectamente que no te metiste en la cama hasta las cuatro de la
madrugada y que a las seis ya te habías ido.
Jamie sonrió ante la preocupación de su vaquero.
—Se supone que debo ser yo quien se preocupe por ti y no al revés.
Ethan se inclinó hacia adelante, metió con cuidado la cabeza bajo el ala del sombrero
de Jamie y lo besó.
—¿En qué has andado metido, Ojos Azules? Has ido de un lado para otro, ¿verdad?
He visto los pedidos para la compra de los caballos y el ganado. También ha llegado un
mail con una invitación para la inauguración del asador. ¿De qué más te has estado
ocupando y por qué demonios no has dormido todo lo que debías?
Porque este rancho no se dirige solo.
—Jamie, tío... Esto apesta.
Jamie asintió con la cabeza: sentía compasión por su amante.
—Estoy seguro de que sí. Sabía que no tardarías mucho en aburrirte.
—No se trata de eso. Sí, vale, estoy aburrido, pero... andas con cuidado, ¿verdad?
¡Joder! Ya volvía otra vez a la carga con su inquietud... Era agradable saber que se
preocupaban por uno, le hacía sentirse amado, pero no quería que su vaquero se
concentrara en él cuando en realidad debería hacerlo en sus esfuerzos por recuperarse.
—Sí, me ando con cuidado.
—No quiero que... No quiero... irme, pero luego empiezo a pensar. Si te ocurriera algo
más, ¿significaría que he tomado una decisión errónea? ¿Estoy dejando que mi orgullo
me impida ver las cosas?
Aquellos ojos castaños tenían una expresión demasiado seria.
Jamie escuchaba algo que no se había dicho hasta entonces. Ethan estaba
replanteándose su decisión de quedarse. Extendió el brazo y le agarró la mejilla,
acariciándosela tiernamente con el pulgar.
—Estoy bien, vaquero; no paro de mirar a mi alrededor. Y tampoco pienso irme.
Saldremos de esta.
Ethan asintió con la cabeza.
—Sí. Sólo... ten cuidado, cariño. No me gusta que estés dando vueltas por ahí aunque
sea para llevar el rancho.
—Te lo prometo —antes de que Ethan le exigiera un juramento de sangre, Jamie lo
besó. —Además, no puedo estar aquí sin querer meterte mano, o sea que al final todo es
para bien.
—¿Quién ha dicho que no puedas meterme mano?
Jamie resopló.
—¿De verdad crees que estás en condiciones de hacer lo que se me está pasando por
la cabeza?
Ethan sonrió y levantó una ceja.
—Oh, claro que sí.
Ethan arqueó repetidamente las cejas y bajó mucho los ojos. Jamie también miró a
hurtadillas y deseó no haberlo hecho; luego dejó escapar un gemido. Ethan la tenía tan
dura como él. Los pantalones de chándal de Ethan parecían una tienda de campaña: su
polla requería las atenciones de Jamie; sin embargo, éste desvió la mirada y trató de
volver a concentrarse.
—El consejo municipal ha votado en contra de la nueva ley de urbanismo.
—¿De veras? Eso es estupendo. Y ahora cambiemos de tema.
Ethan se inclinó hacia Jamie y volvió a besarlo. Esta vez su lengua presionó sus labios
con la intención de abrirse camino. Jamie suspiró. Estaba en las últimas, y lo sabía. No le
quedaban fuerzas y estaba demasiado excitado para pelear. Así pues, ¿qué tal si se
hacía una paja para correrse? Al menos Ethan estaría con él. Jamie ladeó la cabeza y
abrió la boca, buscando la lengua de. Ethan con la suya. Al cabo de unos minutos, se
echó hacia atrás.
—Es demasiado pronto; no quiero hacerte daño.
Ethan se mordió el labio interior.
—No, no lo es. ¡Dios, te deseo mucho, Jamie! Tú relájate y déjate llevar. No vas a
hacerme daño, te lo juro.
—Más vale que estés en lo cierto.
Jamie dejó que su vaquero lo besara una vez más larga y lentamente y lo llevó al piso
de arriba. Se desnudó y luego le quitó la ropa a Ethan con mucho cuidado, empezando
por la camisa; después le quitó la holgada camiseta muy despacio, besándole cada
centímetro de su piel, sobre todo en torno a los puntos de sutura que, a causa de la herida
de bala, tenía en aquel musculoso y bronceado pecho y en sus anchas espaldas.
¡Dios, qué cerca había estado de perder todo aquello, de perder a Ethan! Sin embargo,
aquel no era el momento de preocuparse. Si empezaba a darle demasiadas vueltas,
volvería a hundirse de nuevo. Y estaba tan cansado que, si empezaba, probablemente
acabaría berreando como un maldito crío. De modo que le dio un último beso a la tea
cicatriz que su amante tenía en el pecho y se arrodilló. Ethan le pasó las manos por el
pelo; le pareció oír que le susurraba «Te quiero, Jamie», aunque no estaba seguro de
ello. Jamie introdujo las manos en el interior de los pantalones de chándal de Ethan y
empezó a deslizados por sus piernas. La apetitosa y gruesa polla de Ethan quedó libre y
rebotó en su mejilla; Jamie cerró los ojos y apretó su rostro contra ella. Ethan olía a gloria;
Jamie aspiró profundamente absorbiendo con más fuerza su aroma. Joder, cómo había
echado de menos aquello...
Jamie volvió la cabeza agarrando la verga de Ethan con los labios; la lamió y luego la
recorrió con la lengua tomándose su tiempo, saboreándola, sintiendo la aterciopelada
suavidad de la piel de su hombre en los labios.
—Qué rica.
—Mmm. qué rico.
—Qué coincidencia. Como debe ser...
Ethan le acarició la mejilla con la mano y, con una voz que sonaba como una suave
caricia, le dijo:
—Ahh, come y calla... Despacio...
Jamie se rió disfrutando de la broma. Tras lamerle la polla una vez más, se detuvo y se
dirigió hacia la cama, abriendo la colcha para Ethan.
—Ven aquí, vaquero.
Ethan se acercó a él e hizo una mueca de dolor cuando Jamie lo ayudó a tumbarse en
la cama. ¡Maldita sea!
—Con cuidado, vaquero. Nada de hacerse daño, ¿recuerdas?
Jamie se echó junto a Ethan y, con sumo cuidado, lo atrajo hacia él hasta que sus
pollas se encontraron. ¡Oh, sí! Jamie sintió que su polla casi alcanzaba el éxtasis al entrar
en contacto con la de Ethan; luego, le acarició la nuca con la barbilla.
—Mmm... No tengo problemas con las heridas siempre que te tenga a ti para besarlas.
La voz de Ethan sonó un poco cansada. Jamie se inclinó sobre él para examinarle el
rostro tratando de decidir si se encontraba bien o al estar echado sobre el costado le
dolían las heridas, y vio que estaba un poco pálido.
—¿Dónde te duele? No puedo darte un beso si no lo sé.
Ethan sonrió con el rostro un poco tenso.
—Lo siento. Creo que tengo que echarme de espaldas.
—Pues entonces hazlo.
Jamie empujó suavemente a Ethan y luego se inclinó sobre él recorriendo con un
montón de besos su hermoso y masculino rostro.
—Dime lo que quieres, vaquero.
—¿Que me montes?
Jamie gimió y notó una sacudida en la polla.
—Pues claro. Me encanta montar a mi vaquero.
Jamie le robó otro beso antes de levantar a Ethan por las caderas y alargar el brazo
para coger el lubricante del cajón de la mesilla de noche. Jamie se levantó y luego,
lentamente, se sentó en la durísima polla de Ethan.
—¡Joder! ¡Cómo me gusta!
Ethan jadeó, asintiendo despacio, con los ojos cerrados.
—¡Oh, sí!
—¿Estás bien? ¿No te duele?
Aquella mirada de ojos castaños, llena de pasión, taladró la suya.
—No, no me duele. No me duelen las heridas, pero sí cuando te mueves.
—Entonces déjame que lo arregle.
Jamie se empaló repetidamente en la polla de Ethan. Era maravilloso y enseguida tuvo
ganas de correrse. Tras un par de semanas de haber tenido que recurrir exclusivamente a
su mano, no tardaría demasiado en explotar; el único motivo de que no hubiera perdido el
control era que aún estaba preocupado por la salud de Ethan; no obstante, a juzgar por
los sonidos que le llegaban, se encontraba estupendamente. Entonces, los músculos del
estómago de Ethan se tensaron y las facciones de su rostro se contrajeron.
¡Mierda! Ni siquiera se había planteado hasta qué punto el placer podía provocarle
dolor a Ethan; simplemente creía que si se tomaban las cosas con calma todo iría bien. Y
seguro que todo iba bien, aunque sabía perfectamente lo difícil que resultaba no ponerse
rígido cuando uno estaba a punto de correrse.
—Relájate.
—Eso intento, pero es tan increíble...
Jamie frotó suavemente con la mano el pecho y el estómago de Ethan, deseando con
todas sus fuerzas inclinarse para besarlo; sin embargo, de ningún modo iba a arriesgarse
y apretarse contra su pecho. Así pues, continuó acariciándolo mientras mantenía su polla
dentro de él. Al cabo de unos minutos, Jamie sintió que Ethan estaba exhausto. Ahora
debía conseguir que su vaquero se relajara mientras él alcanzaba el orgasmo. Estaba a
punto de correrse y sabía que Ethan también debía de estarlo. Jamie buscó su mirada.
—Estoy a punto, vaquero.
—Sí, yo también.
—Tienes que relajarte.
Mientras lo decía, Jamie pudo sentir la tensión de su vaquero. Luego, Ethan gritó y él
sintió un calor inundándolo por dentro.
—¡Oh, joder!
Demasiado tarde. Jamie siguió a Ethan después de que este alcanzara el clímax; su
leche se derramó en el estómago de Ethan mientras se agarraba su caprichosa polla para
tratar de no salpicar su cicatriz. Se quedó inmóvil durante unos instantes tratando de
averiguar qué tal se encontraba Ethan; al final, este abrió sus ojos castaños, parpadeó y
le dedicó una sonrisa.
—Esto era lo que me hacía falta.
Jamie exhaló un suspiro que no sabía que se estaba aguantando y se levantó de la
cama.
—A mí también —respondió Jamie inclinándose sobre Ethan y besándolo en la frente
antes de dirigirse al baño para coger una toalla. —¿Quieres un calmante o algo?
Ethan negó con la cabeza cerrando de nuevo los ojos. Cuando Jamie regresó para
limpiarlo, su vaquero estaba profundamente dormido. Jamie lo limpió, luego lo hizo él,
volvió a dejar la toalla en el baño y finalmente se metió en la cama. Se quedó tumbado
pensando durante un buen rato, tratando de encontrar la manera de abrazar a su amante
sin hacerle daño, cuando Ethan, que seguía durmiendo profundamente, deslizó la mano
para cogerle la suya.
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O 1199
Jamie miró por encima de su hombro por quincuagésima vez en los últimos diez
minutos. Era la primera vez que Ethan salía de casa en tres semanas. No es que
estuviera paranoico, pero no se perdonaría que le ocurriera algo a su vaquero mientras
estuvieran fuera. Ethan parecía estar pasándoselo muy bien y Jamie no permitiría que
nada interfiriera en ello. Así pues, aunque estuviera un poco más tenso y fuera más
cauteloso de lo habitual, merecía la pena.
—¡Me gusta este! ¿Qué te parece?
Jamie se quedó mirando a Ethan y vio que estaba echando un vistazo a la gente que
había en el puesto de árboles de Navidad. Vaya, su vaquero también estaba atento. Era
agradable saber que podía divertirse sin bajar la guardia, Jamie deseó ser capaz de hacer
lo mismo. Ethan se quedó mirándolo y dijo:
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
Jamie examinó el árbol que le señalaba Ethan. Hum... Quizás Ethan bahía prestado
más atención a la multitud que a los árboles.
—Es el árbol de Navidad más triste que he visto en toda mi vida. ¡Ni siquiera puedo
creer que pretendan venderlo!
Ethan resopló volvió a mirar a su alrededor.
—Sólo necesita un poco de amor.
En efecto, estaba claro que no prestaba tanta atención a los árboles como a lo que
ocurría a su alrededor. Eso estaba bien, aunque uno de los dos tendría que encontrar un
árbol decente.
—¡Lo que necesita es una trituradora! —Jamie se inclinó hacia delante y le murmuró
algo a Ethan: —Yo vigilo y tú te encargas de buscar el árbol.
Ethan le dio un codazo.
—Puedo hacer ambas cosas. De hecho, es lo que he estado haciendo. Y quiero este.
Jamie volvió a echar un vistazo a aquel patético árbol: era grande y feo y tenía pocas
hojas, pero si a Ethan le hacía feliz... Jamie gruñó.
—De acuerdo. Nos lo llevamos.
Una hora después, Jamie estaba sentado en suelo clasificando los adornos navideños.
Fred no era de mucha ayuda; la perra pensaba que él quería jugar y que los adornos eran
sus juguetes, de modo que no paraba de quitárselos.
—¡Vale ya, chucho!
Ethan esbozó una sonrisa y colgó otra bola en el árbol.
—Ponla a trabajar. Dile que me traiga las cosas.
—¿Crees que eso funcionará? Me temo que no lo conseguiremos sin que se largue.
Ethan se volvió para mirarlo.
—Pues claro que lo conseguiremos. Dale algo y dile: «Llévaselo a Ethan.»
Jamie se encogió de hombros. No perdía nada por intentarlo. Estaba harto de ir detrás
de la perra para quitarle los adornos y aún no había abierto la caja con el cartel de
«frágil». Aquello sería una pesadilla que estaba a punto de empezar. Jamie le tendió un
ángel de plástico a Fred.
—Llévaselo a Ethan.
La perra agarró el ángel con los dientes. Ethan se inclinó inmediatamente y extendió la
mano. —Trae —dijo Ethan.
Fred se quedó mirándolo y luego observó a Jamie antes de salir trotando hacia Ethan y
depositar el ángel en su mano.
¡Hija de su madre! Jamie sabía que la perra era lista, ¡pero aquello era demasiado!
Jamie cogió otro adorno y volvió a tendérselo.
—Fred, llévale esto a Ethan.
La perra fue hacia Jamie y le cogió un Santa Claus de plástico de la mano. Ethan
sonrió mientras miraba a Jamie, lo guiñó un ojo y luego repitió:
—Trae.
La perra le entregó el Santa Claus a Ethan y luego se volvió corriendo junto a Jamie
esperando que le diera otro adorno. Al cabo de unos minutos era Fred la que, sin ninguna
ayuda, recogía los adornos a medida que Jamie los iba dejando en el suelo y se los
llevaba a Ethan sin que nadie se lo ordenara: Ethan ni siquiera tenía que decir «trae» para
que se los entregara. ¡Una pasada!
Jamie hizo una fila con más de doce adornos, se levantó y se estiró. Pensó que no le
vendría mal un poco de chocolate caliente. Se acercó a Ethan y le dio una palmadita en el
trasero. ¡Joder, qué culazo! Ya sabía lo que quería para Navidad.
—Voy a preparar chocolate, vaquero. ¿Te apetece un poco?
—No, ve.
Cuando regresó con su chocolate caliente en la mano, Fred le estaba ladrando a
Ethan; la perra había depositado a sus pies los últimos dos adornos que él le había
dejado. Ethan refunfuñó.
—¡Vale, vale! Espera un segundo; eres más rápida que yo. Más despacio.
Fred ladró de nuevo. Jamie movió la cabeza de un lado a otro. ¡Qué mona! Se sentó en
el suelo y le preparó otra fila de adornos consiguiendo que Fred le dedicara toda su
atención y dándole tiempo a Ethan para que recogiera los dos que tenía a sus pies y los
colgara en el árbol. Se lo estaban pasando en grande cuando llegaron Bill y Margie. Jamie
los saludó desde el suelo.
—¡Hola! ¿Hace frío ahí fuera?
Margie asintió con la cabeza.
—Estamos bajo cero.
Margie se acercó a Jamie, se agachó para besarlo en la frente y luego se dirigió hasta
donde estaba Ethan y le pasó las manos heladas por la espalda. Ethan dio un respingo.
—¡Qué mala eres!
Ella se rió disimuladamente, se dirigió al sofá, alzó la mirada para echar un vistazo al
árbol y arqueó las cejas. Jamie sabía lo que estaba pensando; se quedó mirando el árbol
mientras tomaba un sorbo de chocolate: sí, seguía siendo feo. Bill se sentó al lado de
Margie y dijo:
—¡Joder! ¡Es incluso más feo que el del año pasado! Muchacho, decorar este árbol es
como ponerle oropel a una caca de vaca.
Jamie se echó a reír con el chocolate caliente en la boca y lo arrojó por la nariz.
—¡Mierda! Esto quema.
Todos se rieron mientras Jamie se limpiaba el líquido oscuro con la manga y salía en
busca de una toalla. Subió al piso de arriba, se cambió de camisa y regresó a tiempo para
oír la voz de su hermana que decía:
—Lo importante no es el tamaño del árbol, sino lo que se hace con él.
¿Qué demonios significaba eso? Era un árbol enorme y el más grotesco del mundo.
—Es grande, Jules.
Ella asintió con la cabeza.
—Lo sé, a eso me refería.
Vaaale. Jamie volvió a sentarse en el suelo para ocuparse nuevamente de los adornos
y se quedó mirando a Bill y a Margie. Ambos se encogieron de hombros, por lo que siguió
clasificando los adornos. Jules se colocó a su lado y luego se quedó mirando a Ethan y el
árbol.
—¡Es feo, Ethan! Es grande y feo, y con los adornos no mejora mucho.
Jamie se rió.
—Intenté decírselo.
Ethan recogió otro de los adornos que le entregaba Fred.
—No sabéis de lo que estáis hablando.
Jamie no pensaba discutir. A su vaquero le gustaba el maldito árbol, y eso le hacía
feliz. Sin embargo, el próximo año sería él quien lo eligiera.
Terminaron de colocar los adornos y pasaron un rato muy agradable, hablando y
bromeando. Eran una familia.
Era perfecto, algo normal, todo era como antes del tiroteo. En realidad, era mejor,
porque Julia y John también habían decidido unirse a ellos en las cenas de los domingos.
Jamie no podía estar seguro de ello, pero pensaba que; tal vez el hecho de que
hubieran disparado a Ethan les había dado a todos una lección sobre la gente y la
costumbre de dar las cosas por sentadas. Al menos para él lo había sido. En todo caso,
John y Julia se habían auto-invitado a sus reuniones semanales y la semana siguiente
para pasar la Navidad juntos.
Ed, Hayden y Cam, el nuevo empleado, iban a llegar más tarde, cuando estuvieran a
punto de cenar. Y, de alguna forma. Jamie se sentía afortunado. Teniendo en cuenta que
esa era la primera reunión dominical desde que habían disparado a Ethan, Margie y Bill
se habían ofrecido para preparar la cena porque decían que Jamie necesitaba pasar
tiempo a solas con Ethan. Y es lo que estaba haciendo una hora después de que llegara
Julia. Estaba sentado en el sofá; Ethan se había apoyado en él y ambos estaban mirando
las luces del árbol y a Fred. Ahora que ya no les estaba echando una mano, la perra
robaba los adornos del árbol, o al menos lo intentaba. Cuando se acercaba demasiado,
Ethan refunfuñaba y le decía: «¡Fred! ¡Quieta!» Aunque era muy divertido, interrumpía sus
caricias y sus besos.
Por Dios, si todo el mundo estaba en la cocina preparando la cena.... ¡él debería estar
montándoselo con su vaquero!
—Mmm, me encanta. Adoro estar aquí sentado contigo.
Ethan apoyó la cabeza en su hombro y le sonrió.
—Yo también.
Jamie ladeó un poco la cabeza para besar a Ethan en la nuca, mordisqueándolo
suavemente, haciéndole estremecerse y dar un ligero respingo. Jamie se echó a reír y
hurgó por debajo del jersey de Ethan. —Me encanta, Ojos Azules.
Ethan lo besó en la barbilla y luego se acurrucó contra él mientras le acariciaba los
muslos.
¡Oh, sí!
—¡Maldita sea, Fred! ¡Quieta!
Jamie rezongó. Al parecer, Ethan necesitaba algo más que unos cuantos besos en la
nuca. Entonces le pellizcó y tiró de una de sus tetillas, soltándosela de repente. Ethan
dejó de acariciarle los muslos y Jamie sintió su aliento en la oreja.
—¡Oh, joder, Jamie!
—Sí, eso suena bien. Joder a Jamie, eso es. ¿Crees que alguien se dará cuenta si nos
vamos arriba?
Jamie le mordió en el cuello, le pellizcó la otra tetilla y luego deslizó la mano por la
bragueta de los vaqueros de Ethan.
—¡Oh, cielo santo, Ethan! ¿Es que todos los años tienes que comprar el árbol más feo
de todo el puesto? ¿Cuándo vas a dejar de ser la hermanita de los pobres de los árboles
de Navidad?
Ethan se quedó inmóvil y luego le hizo un gesto a John. Jamie dejó de meterle mano y
suspiró. Después de todo, estar en familia quizás no fuera una bendición.
Incluso Jacob Killian había estado inusualmente tranquilo en los últimos tiempos. No
había forma de saber si era por las sospechas a las que tenía que enfrentarse o gracias a
John, aunque Ethan no descartaba nada. Estaba convencido de que Jacob sólo era
responsable de andar hablando por ahí, cosa que había hecho —la tienda de suministros
y el consejo municipal eran dos ejemplos de ello, —pero tampoco era tan ingenuo como
para pensar que todo había acabado. Quienquiera que fuera —y no excluía del todo a
Jacob—el responsable de los actos de vandalismo y de su intento de homicidio, y
posiblemente también de haber drogado a Jamie, probablemente estaba esperando su
momento. Y, sin duda alguna, Jacob estaba haciendo lo mismo; Ethan estaba contento
porque últimamente aquel hombre no se había vuelto a meter con Jamie.
Jamie. No sabía qué haría sin Ojos Azules. Ni siquiera quería pensarlo. Jamie no era
tan sólo su amante y su amigo, sino que también se había convertido en su socio y su
mano derecha. Cuando le dispararon, Jamie había dado la cara y no se había achantado
a la hora de tener que realizar el trabajo extra y asumir responsabilidades y compromisos.
Había hecho lo que debía sin quejarse en ningún momento. Estaba totalmente
convencido de que Jamie podría llevar sin ayuda La Estrella de Hojalata si fuera
necesario. Y, sinceramente, es probable que lo hiciera mejor que él mismo.
Ethan sonrió y sacó unos documentos del archivo. No había mejor momento que ese
para demostrarle a Jamie cuánto significaba para él. Todo el mundo se había ido y por fin
estaban solos. Habían decidido no abrir sus regalos hasta la mañana siguiente, pero esa
noche tenía que darle el más importante de todos a Jamie.
Cuando entró en el dormitorio, Jamie salía del cuarto de baño, desnudo, secándose el
pelo con una toalla. Ethan suspiró y casi dejó caer la carpeta que llevaba bajo el brazo.
¡Joder, qué espectáculo tan increíble!
Jamie también reaccionó y lo miró lascivamente. Lanzó la toalla en el cesto y se dirigió
hacia la cama. Luego se tumbó de espaldas y empezó a masajearse la polla medio
erecta.
—¿Acaso ves algo que te guste, vaquero?
Ethan tragó saliva. Joder, claro que lo veía, pero en esta ocasión no iba a dejar que lo
distrajera. Tenía una misión.
Se sentó en la cama, al lado de Jamie, y lo cubrió con el edredón.
—¡Eh! —exclamó Jamie, en un tono que era tanto de sorpresa como de indignación.
—Nada de eh —Ethan colocó la carpeta sobre el pecho de Jamie. —Feliz Navidad.
Jamie arqueó una ceja, se incorporó, cogió la carpeta y empezó a echarle un vistazo.
Ethan fue consciente del instante en que Jamie se dio cuenta de lo que tenía entre sus
manos. Jamie dio un grito sofocado y levantó los ojos hacia él con la boca abierta. Ethan
le sonrió.
—¿Y bien?
Jamie abrió mucho los ojos sorprendido. Al cabo de unos segundos, bajó la vista hacia
los documentos y luego, en voz baja, preguntó:
—¿Estás seguro? Esto es demasiado, Ethan.
Ethan alargó la mano y agarró a Jamie por la mejilla, levantándole la cara para
observarlo.
—Totalmente.
—¿De verdad que has puesto mi nombre en las escrituras de La Estrella de Hojalata?
Eso significa la mitad del rancho.
Ethan bajó la cabeza y lo besó tiernamente en los labios.
—Es más que eso, Ojos Azules. Esto no sólo te convierte en copropietario y socio, sino
que si a mí me ocurriera algo...
Jamie le hizo tumbarse y se colocó encima de él, haciendo volar los documentos, que
se aplastaron entre sus cuerpos. Su boca buscó la de Ethan, tratando de: penetrar en ella
con la lengua.
—No dejaré que te ocurra nada, Ethan. Otra vez no, al menos si yo puedo evitarlo.
Ethan lo empipó hacia atrás.
—Te quiero, Jamie. Quizás no podamos casarnos, pero podemos conseguir que sea
algo muy parecido.
Jamie parpadeó y de repente empezaron a saltársele las lágrimas.
—Yo también te quiero.
Jamie le dio un beso, se irguió, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un una
cajita de terciopelo. Se pasó la manó por los ojos y luego le sonrió.
—Ahora ya no me siento tan tonto al darte esto.
Ethan cogió la caja que le tendía Jamie.
—¡Bueno, ábrela ya!
Ethan sonrió.
—¡Impaciente!
Jamie resopló, le arrebató la cajita, la abrió y volvió a colocarla en la mano de Ethan; en
su interior había dos anillos de oro grandes, muy bonitos y muy masculinos: eran dos
alianzas.
Ethan sintió que una oleada de sentimientos inundaba su corazón, pero no pensaba
llorar; de los dos, Jamie era el más emotivo, no él. Sin embargo, cuando levantó los ojos
hacia Jamie, perdió el control y notó que algo húmedo resbalaba por sus mejillas. ¡Maldita
sea! Dejó la cajita en su regazo y agarró a Jamie, abrazándolo con fuerza, y luego lo besó
en el cuello. Jamie, a su vez, le dio un beso en la nuca.
—Feliz Navidad, Ethan.
—Feliz Navidad, Ojos Azules.
Jamie fue el primero en echarse hacia atrás. Volvió a coger la caja y sacó uno de los
dos anillos sosteniéndolo frente a Ethan.
—Mira la inscripción que hay en su interior.
Ethan miró más de cerca el anillo y la leyó: Te quiero, vaquero. Para siempre. Ojos
Azules. Notó que sus mejillas volvían a humedecerse y cómo le resbalaban las lágrimas
hasta derramarse encima de las sábanas.
Jamie deslizó el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de Ethan y luego le dio
un beso en la mano. Ethan sonrió y se secó los ojos. Entonces cogió la otra alianza y la
examinó concienzudamente: no tenía ninguna inscripción. Todavía. Ya se encargaría de
eso más adelante. Agarró la mano izquierda de Jamie y le puso el anillo donde
correspondía.
Jamie esperó unos diez segundos antes de echarse de nuevo sobre él. No obstante,
esta vez no tenía ninguna prisa. No se trataba del urgente deseo de estar juntos que
solían experimentar. Era algo mucho más lento y relajado, dulce y suave.
Estaban haciendo el amor.
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Ring.
Ethan fue capaz de abrir un ojo antes de que Jamie extendiera un brazo por delante de
él para arremeter contra el pobre e inocente despertador.
La vida era hermosa. No había nada como la rutina para que un hombre se sintiera
feliz, sobre todo cuando, últimamente, el ritmo de vida habitual había sufrido tantas
alteraciones. Estaba cansado de despertarse y descubrir que Jamie ya se había
levantado. Pero hoy no. Hoy Ojos Azules aún seguía en la cama, completamente
acurrucado. Le agarró la mano y le besó el anillo antes de pasar el brazo de su amante
alrededor de su cintura y contestar al teléfono.
—¿Diga?
—Ethan —la voz de John se quebró; tras aclararse la garganta, lo intentó de nuevo: —
Ethan. MÍ padre ha sufrido un infarto.
Ethan se sentó y de repente sintió que le abandonaba toda la sensación de calidez que
lo rodeaba. Jamie lo miró mientras parpadeaba, aún medio aturdido al ser despertado de
repente por un brusco movimiento de Ethan, a quien se quedó mirando distraídamente.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Está... está vivo?
Jamie se sentó, despertándose súbitamente.
—¿De quién se trata? ¿Qué ha pasado? ¿John está bien?
Ethan asintió con la cabeza.
—John está bien —le susurró Ethan, atrayéndolo hacia él.
—Está vivo, pero le van a poner un triple bypass. Estoy en el hospital con Julia. No es
necesario que vengáis, pero quería que lo supierais.
—Estaremos ahí en unas dos horas. ¿Hay algo que podamos hacer?
—Por ahora no. Llámame al móvil cuando estéis de camino.
—Muy bien. Hasta luego, John.
En cuanto Ethan hubo colgado el teléfono, Jamie empezó a disparar preguntas al estilo
Julia.
—¿Qué ha pasado? ¿Quién ha muerto? ¿Dónde está John? ¿Adónde vamos? ¿Qué
podemos hacer?
Ethan respiró profundamente. Conocía los sentimientos de Jamie con respecto a
Jacob, pero aun así no podía saber cómo iba a reaccionar ante la noticia; después de
todo, seguía siendo su padre.
—Tu padre ha sufrido un infarto. Van a operarlo para ponerle un bypass.
Jamie lo miró fijamente sin decir una palabra y luego volvió a tumbarse.
De acuerdo, no esperaba precisamente que se echara a llorar... Oh, joder, en realidad
no sabía lo que se esperaba. Mierda. Ni siquiera sabía con seguridad cómo se sentía él
mismo.
—¿Jamie?
—¿Qué?
Jamie se cubrió con el edredón para, aparentemente, ponerse más cómodo.
—Eh, tú, ¿no piensas vestirte para ir al hospital?
Cuando entraron en la sala de espera les sorprendió ver a Grayson Hunter sentado y
hablando tranquilamente con John y Julia. En cuanto los vio, les dedicó una sonrisa.
Jamie arrugó la frente y se quedó mirando a Ethan, quien, encogiéndose de hombros,
dijo:
—Vamos a ver qué ocurre.
El sheriff se levantó, le tendió la mano a Jamie y luego a Ethan.
—Siento lo de tu padre, Jamie, pero tengo buenas noticias para ambos.
—¿Ah, sí? —preguntó Jamie.
—Oh, sí. Sentémonos. Acabo de llegar, de modo que no os habéis perdido nada. John
y Julia también deben escuchar lo que tengo que deciros, ya que en cierto modo incumbe
a vuestro padre.
Jamie iba a hacerle una pregunta, pero Gray ya se dirigía hacia una hilera de sillas con
Ethan pisándole los talones.
—Esta mañana vino a verme Carl Blake y me contó que fue Tom Cooke quien disparó
contra Ethan.
Ethan se quedó inmóvil mirando a Jamie y luego al sheriff. John se quedó mirando al
infinito y Julia dio un grito sofocado.
Jamie casi no podía creer que finalmente se hubiera acabado todo. Hunter asintió con
la cabeza.
—He arrestado a Tom Cooke por intento de asesinato antes de venir hacia aquí. Al
parecer, Carl le prestó a Tom su rifle nuevo; cuando se enteró de que habían disparado a
Ethan, ató cabos y se asustó. No quería que lo acusaran de ser el autor del tiroteo o de
ser cómplice en un intento de asesinato teniendo en cuenta que casi todo el pueblo sabe
que os ha amenazado al menos en un par de ocasiones desde que lo echaron de La
Estrella de Hojalata —la sonrisa del sheriff parecía amenazadora. —La conversación que
Melissa Hatcher escuchó por casualidad hace un par de meses entre Carl y Tom Cooke
no le sería precisamente de mucha ayuda. Así pues, vino a verme y me lo contó todo. No
sé si lo sabíais, pero, ahora, en los Estados Unidos todas las armas nuevas son
disparadas antes de ser vendidas; luego, se guardan las pruebas de balística por si se
comete un crimen con una de ellas. Esta mañana he recibido el informe de balística;
después de haber comparado lo que ellos tenían con lo que nosotros encontramos,
hemos confirmado que el disparo se efectuó con el rifle de Carl.
—¿Entonces papá no tiene nada que ver en ello?
John se inclinó hacia delante, casi sonriendo, pero el sheriff negó con la cabeza.
—No exactamente.
—¿No exactamente?
Jules estaba tan perpleja como Jamie creía que debían estarlo todos. Hunter levantó
una mano.
—Dejadme terminar. Carl afirma que vuestro padre les ordenó que cortaran la
alambrada y que escribieran el grafiti en el tractor, y también dice que fue él quien compró
las drogas que Jeff echó en la copa de Jamie...
—¡Hijo de puta!
Ethan apretó los dientes e hizo la intención de levantarse. Jamie no estaba seguro de
lo que su vaquero sería capaz de hacer, pero tiró do él para que permaneciera a su lado,
asintiendo con la cabeza en dirección a Hunter para que terminara.
—Al parecer, querían darle un susto a Jamie, aunque no pretendían hacerle daño de
verdad... o al menos eso es lo que afirma Carl; sin embargo, jura que ni él, ni Jacob ni Jeff
tienen nada que ver con los actos vandálicos relacionados con el tractor ni con el intento
de asesinato de Ethan. Dijo que él habló con vuestro padre esta mañana y le comentó
que pensaba hablar conmigo; según él, probablemente fuera eso lo que le provocó el
infarto.
John respiró profundamente y soltó el aire muy despacio.
—Carl salió del despacho antes de que a papá le diera el ataque; me dijo que había
venido para hablar de negocios con él.
Hunter asintió con la cabeza.
—Bien. Eso confirma la versión de Carl.
Jamie volvió a sentarse. ¡Mierda!
—¿Significa eso que todo ha terminado? ¿Está seguro de que Tom es el único
implicado en el tiroteo?
—Del todo. Lo que me contó Carl resulta muy convincente, pero voy a ocuparme de
Tom; puedes contar con ello —Hunter los miró a todos. —Carl jura que la intención de
Jacob, de Jeff y la suya nunca fue la de hacerle daño a Jamie sino sólo conseguir que se
marchara. Soy muy bueno estudiando a la gente y creo que está diciendo la verdad; con
Jeff tuve la misma sensación. Los dos están bajo custodia, acusados de destrucción de
propiedad privada y agresión... de momento; vuestro padre será acusado de los mismos
cargos. En cuanto a Tom Cooke, aún tiene el rifle de Carl en su poder; Jeff y Carl están
dispuestos a declarar que lo tiene desde la noche en que se produjeron los ataques
contra la camioneta de Jamie.
El sheriff prosiguió, pero Jamie ya no podía oírlo. ¿Porque se sentía... feliz? ¿Aliviado?
Después de todo, en parte estaba contento porque su padre no quería verlo muerto. Se
quedó mirando a Ethan.
—Bueno, ¿significa eso que todo ha terminado?
Ethan asintió con la cabeza.
—Sí, significa que esto ha terminado.
Sabía a qué se refería Ethan. Aún seguiría habiendo odio y prejuicios, y quizás incluso
más problemas, pero aquel capítulo de sus vidas había llegado a su fin. ¡Y qué aliviado se
sentía por ello!
E
EPPÍÍLLO
OGGO
O
La inauguración del asador fue un gran éxito, aunque un poco aburrida. Los accionistas
disfrutaron de una cena muy agradable en el restaurante y la fiesta siguió más tarde en
uno de los salones del Sheraton, donde se celebró un baile, que es donde se encontraban
en ese momento.
Ethan estaba tranquilo y satisfecho mientras observaba cómo la gente se mezclaba y
bailaba disfrutando del momento. Todo el mundo lucía sus mejores galas y tenía un
aspecto estupendo. A su parecer, él también vestía con suma elegancia: para la ocasión,
se había puesto un traje de raya diplomática de color gris marengo; las botas y el
sombrero de fieltro negros combinaban muy bien con el gris. Y la corbata... Sonrió. De
acuerdo, tenía un aspecto un poco ridículo, pero, fuera una tontería o no, a Ojos Azules
no le había pasado desapercibido que llevaba una corbata roja, su color preferido.
—¿De qué te ríes, guapo?
Julia deslizó un brazo alrededor de su cintura y apoyó la cabeza contra su pecho.
Ethan se quedó mirando el vestido azul largo y escotado que lucía y que combinaba a la
perfección con los ojos de los Killian.
—Supongo que simplemente soy feliz. Estás increíblemente guapa, querida. Tengo
clarísimo que tendremos que acompañarte hasta tu casa para asegurarnos de que llegues
sana y salva.
Julia dio un resoplido.
—¡Mejor no! No quiero llegar a casa sana y salva —Julia movió repetidamente las
cejas y señaló con el dedo. —¿Ves a ese hombre? ¿El del traje azul marino? ¿Verdad
que está bueno?
Su mirada pasó de largo el traje azul marino y se detuvo en uno gris, gris con sombrero
vaquero a juego. ¡Sí! ¡Joder, qué bueno está!
Jules sonrió.
—Sé a quién estás mirando, y no es al que yo me refería.
Ethan se encogió de hombros.
—Sí, pero es el más guapo de todos.
Ella volvió a sonreír.
—Sí, pero sé de buena tinta que es gay.
Ethan se echó a reír.
—¡Largo de aquí, plasta! Piérdete y búscate un hombre.
—Bueno, si insistes...
Jules se puso de puntillas, le dio un beso y se mezcló con la multitud parándose a
hablar con la gente. Entonces apareció John, que iba muy elegante con un traje marrón y
su sombrero de color canela, y le dio una cerveza.
—¡Esa mujer es un peligro! Que Dios asista al tío que finalmente la atrape.
—Gracias —Ethan tomó un sorbo de cerveza— Te apuesto lo que quieras a que en
menos de un año ella lo convierte en gay.
—Sí, ¡no me digas más! —dijo John riéndose entre dientes y alejándose.
Ethan sintió que algo le hacía cosquillas en la nuca. Unos cálidos labios se deslizaron
por su piel, dejándole un leve rastro de saliva. Sintió un tirón en la cadera y luego Jamie le
cogió la cerveza que sostenía en la mano y le dijo:
—¿Nos vamos?
Ethan arqueó una ceja, le arrancó la cerveza de la mano y tomó otro trago.
—Vámonos. Tengo una sorpresa para ti.
Jamie le guiñó un ojo y se puso en marcha. Ethan no era tonto; dejó la cerveza en la
bandeja de un camarero que pasó junto a él y siguió aquel culazo que se dirigía hacia la
puerta. Jamie lo cogió de la mano y lo metió en un ascensor que había en el salón. Pulsó
el botón de la décima planta, se quedó mirándolo fijamente y le guiñó el ojo. Tenían el
ascensor sólo para ellos. Ethan sonrió.
—¿De modo que esta es la razón por la que esta mañana desapareciste durante seis
larguísimas horas? ¿Para conseguir una habitación para esta noche?
—En parte sí; incluso he preparado una maleta para mañana. Pero esa no era la única
razón; ya te dije que tengo una sorpresa para ti.
Jamie se inclinó hacia delante. Ethan ladeó la cabeza para que pudieran besarse sin
que sus sombreros entrechocaran y retrocedió en cuanto míster Pulpo empezó a tirarle de
la corbata roja. ¡Joder! Tenía la polla dura como una roca. ¿Y qué pasaría cuando Jamie
le desabrochara la chaqueta?
—Me encanta el rojo, sobre todo si lo llevas tú. Ethan le agarró las manos.
—Lo sé. Para ya o harás que parezca un número de circo.
Jamie le soltó la corbata y empezó a desabrocharle los botones de la camisa mirándole
la entrepierna mientras lo hacía.
—¡Joder! Pues si un número de circo consiste en esto, será mejor que empieces a
buscar un nuevo capataz porque yo pienso unirme a él.
Ethan volvió a detener aquellos inquietos dedos.
—Deja de desnudarme en el ascensor; si alguien lo está esperando, cuando se abra la
puerta le va a dar algo.
—Mojigato.
—Provocador.
Entonces sonó el timbre del ascensor y se abrieron las puertas. Afortunadamente, no
había nadie. Jamie lo cogió de la mano y lo arrastró por el rellano.
—Qué va. Yo sólo soy un ligoncete, ¿recuerdas?
Ethan rezongó. Oh, sí, claro que lo recordaba. De hecho lo recordaba tan bien que tuvo
que taparse la bragueta con la chaqueta para ocultar la prueba de ello mientras Jamie
tiraba de él por el pasillo. Jamie se detuvo frente a la habitación 1010 y se sacó una
tarjeta del bolsillo.
—Es la nuestra.
Ethan siguió a su Ojos Azules hacia el interior de la habitación y cerró la puerta.
—Bueno, ¿dónde está la sorpresa?
Al cabo de un segundo, Jamie ya estaba entre sus brazos.
—Escondida en algún lugar de mi cuerpo.
Ethan esbozó una sonrisa, extendió inmediatamente el brazo hacia abajo y le agarró la
polla a través de los pantalones. Oh, sí, estaba listo para él.
—La encontré. No es que me queje pero, ¿cómo puede ser una sorpresa algo que ya
es mío?
Ethan le estrujó el paquete y fue recompensado con uno de aquellos dulces gemidos.
—¡Oh, joder!
—Pensé que eso era parte del plan, Ojos Azules.
Ethan le besó desde la mejilla hasta el cuello, mordisqueándolo antes de acariciarlo
con la lengua. Jamie asintió y luego echó la cabeza hacia atrás.
—Sí, un gran plan.
Jamie apretó las caderas contra el cuerpo de Ethan, que lo empujó hasta la cama;
luego se encargó de los sombreros, que lanzó en una silla, y le mordisqueó la mejilla.
—Quítale el envoltorio a mi sorpresa.
Jamie parpadeó, se quedó aturdido durante unos instantes y luego empezó a quitarse
la ropa y los zapatos. Ethan se rió entre dientes y lo imitó. Al mismo tiempo, empezó a
percibir aquellos sonidos suaves y sexys que siempre los acompañaban cuando follaban,
incluidas unas húmedas succiones. Al levantar los ojos vio a Jamie en medio de la cama,
con las piernas abiertas a modo de invitación y tres dedos metidos en aquel dulce culito
de vaquero.
—¡Oh, joder! ¡Eres increíble!
Ethan se acercó lentamente a la cama, con la polla goteando ante la deliciosa visión de
Jamie, cuya larga verga se movía y chorreaba sobre su fibroso estómago mientras
retorcía los dedos y sus delgadas caderas se levantaban ligeramente cada vez que los
empujaba hacia adentro. Miró a Ethan con sus ojos azules, llenos de placer, mientras su
labio inferior quedaba aprisionado entre sus dos filas de perfectos dientes blancos.
—¡Qué bueno estás!
Ethan reptó hacia delante y cogió el frasco de lubricante del abdomen de Jamie. Se
untó la polla en un abrir y cerrar de ojos, alargó la mano para sacar aquellos larguísimos
dedos del culo de Jamie, colocó la polla a la misma altura que aquel ojete terso y duro y
empujó. Jamie dio un grito sofocado y se apretó contra Ethan hasta meterse por completo
su polla.
—Oh... —exclamó Jamie echando la cabeza hacia atrás y levantando un poco más las
rodillas.
Ethan colocó las piernas de Jamie sobre sus hombros y siguió empujando y
moviéndose hasta que sintió que su culo se apretaba totalmente contra él. ¡Bien!
Jamie inclinó bruscamente la cabeza hacia atrás mientras su mirada buscaba la de
Ethan.
—¡Oh, sí, así!
Sí, había encontrado la postura perfecta. Ethan sonrió orgulloso de sí mismo.
—¿Así, cariño? —dijo puntuando la pregunta con una nueva embestida.
—Oh, Dios... Oh, Dios... Oh, Dios... ¡Más fuerte! —exclamó Jamie apoyándose con los
codos y abriendo completamente los ojos.
Ethan gimió al notar cómo Jamie apresaba su polla; entonces le bajó las piernas de sus
hombros y lo agarró por las caderas, levantándolas. ¿Qué diablos...? Sus dedos se
habían topado con plástico o algo parecido. Antes de que pudiera averiguar de qué se
trataba, Jamie empujó hacia abajo hundiéndose en la polla de Ethan, quien sintió que el
calor que rodeaba su verga se hacía más intenso y creyó que iba a morir de placer. Pensó
que debía aguantar porque quería alargar el éxtasis, poro cuando Jamie empezó a
suplicar, susurrándole «por favor» una y otra vez, Ethan supo que no podría resistir
mucho tiempo. Era como si más tarde no pudieran volver a hacerlo. Ethan siguió
embistiendo a Jamie sin parar y, por la expresión de su cara, sacándosela y volviéndosela
a meter entera cada vez. Jamie respiraba pesadamente, empapado en sudor. Unos
segundos después, arqueó su cuerpo y dejó escapar un grito ronco mientras su larga y
hermosa polla salpicaba de semen todo su espectacular estómago.
—¡Joder!
A Ethan le cogió por sorpresa su propio orgasmo. Mientras observaba cómo Jamie se
corría, notó un increíble tirón en los huevos, tensó todo su cuerpo y luego hundió
completamente su polla en aquel dulce culito mientras Jamie seguía aún
estremeciéndose. Ethan se quedó inmóvil durante unos minutos, sin sacar la polla,
escuchando simplemente la respiración de Jamie, que dejó de ser gradualmente un jadeo
para hacerse más acompasada, hasta que finalmente se convirtió en un ligero ronquido.
Ethan se rió y negó con la cabeza. Se suponía que debía ser él quien tendría que estar
hecho polvo y quedarse dormido inmediatamente.
—¡Dios Santo, Ojos Azules, cuando tengas mi edad te quedarás prácticamente en
coma después de follar!
Aquello había sido demasiado para una nueva sesión; bueno, quizás después de echar
un sueñecito. Ethan se sentó sobre sus talones para sacar la polla del culo de Jamie. De
pronto se acordó del plástico y examinó la cadera de Jamie. ¿Una venda? ¿Qué diablos
se habría hecho? Ethan le empujó para averiguar de qué se trataba.
—¿Qué diablos...? —Jamie tenía un trozo de gasa pegado a una de sus nalgas, justo
debajo de la cintura. Ethan empezó a preocuparse por si se había hecho daño. —¿Qué
demonios te ha ocurrido, cariño?
Jamie esbozó una sonrisa medio dormido y luego bostezó.
—Es tu sorpresa, vaquero.
¿Su sorpresa? Ethan arrancó la cinta y levantó el pequeño vendaje. Sintió que se
quedaba sin aliento y se le empañaban los ojos. Luego se inclinó para besar la espalda de
Jamie, justo encima de un tatuaje recién hecho. Era la marca de La Estrella de Hojalata,
igual que la que él tenía en el brazo, salvo que debajo de la estrella habían añadido:
Propiedad de Ethan Whitehall.