El Cornudo Imaginario - Moliere

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SGANARELLE

O EL CORNUDO IMAGINARIO

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PERSONAJES

Gorgibus, burgués de París

Celia, su hija

Lelio, amante de Celia

Renato-Mantecas, criado de Lelio

Sganarelle, burgués de París y cornudo imaginario

Su Mujer

Berbiquí, padre de Valerio

La Doncella de Celia

Un pariente de la mujer de Sganarelle


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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA

La escena en una plaza pública.

Gorgibus, Celia y la doncella de Celia

Celia: (Saliendo toda llorosa, seguida de su padre) ¡Ah! No esperéis jamás


que mi corazón consienta en ello.
Gorgibus: ¿Que murmuráis ahí, muñeca impertinente? ¿Pretendéis opo-
neros a lo que he resuelto? ¿No voy a tener sobre vos un poder
abso-luto? ¿Quién de nosotros dos tiene derecho a dictar leyes al
otro? ¿quién puede juzgar lo que os es útil? ¡Pardiez!, guardaos de
calentar demasiado mi bilis; podríais sentir, sin mucha dilación, si
mi brazo sabe aún mostrar algún vigor. Lo más breve será, señora
levantisca, aceptar sin melindres el esposo que se os destina, con
sus veinte mil buenos ducados, ¿ha de carecer de atractivos para ser
amado por vos? con esa suma, os garantizo que resulta un hombre
dignísimo.

Celia: ¡Ay!
Gorgibus: ¿Por qué ay? ¿Qué quiere decir eso?
¡Si la cólera me arrebata, os haré cantar, ¡ay!, de buen modo! anda,
tirad al fuego todos esos malos escritos que

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ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA

echan a perder a diario tantas mentes juveniles, para que así


aprendas a acatar mis deseos.

Celia: ¡Cómo! ¿Pretendéis entonces, padre mío, que olvide la constante


amistad que debo a Lelio? cuando vos mismo, prometisteis mi fe a sus
anhelos.
Gorgibus: Aunque le hubiera prometido aún más, ha sobrevenido

otro cuyo caudal le da de lado. Lelio es muy apuesto; pero carece de


fortuna. Sé bien que no quieres a Valerio; mas si no logra tu cariño
como amante, lo tendrá como marido. Ese nombre de esposo
compromete más de lo que se cree, y el amor es con frecuencia
fruto del matrimonio. Más bien necio soy queriendo razonar cuando
puedo ordenar por derecho absoluto. Cesad, pues, en vuestras
impertinencias. Que no vuelva yo a oír vuestras quejas. Ese
yerno debe venir a visitarnos esta noche, Que no dejéis de
recibirle bien; si no os veo ponerle buena cara, os… No quiero decir
más.

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

ESCENA SEGUNDA

Celia y su Doncella

Doncella: ¡Cómo! ¡Rechazar, señora, con ese rigor lo que tantas otras
personas desearían con todo su corazón! ¡Ay! ¿Por qué no querrán
casarme a mí también? No sería yo la que me hiciera rogar; y, lejos
de apenarme semejante sí, creedme que daría prontamente una
docena de ellos. Dios todopoderoso tenga en descanso a mi pobre
Martín; mas yo tenía en vida de él la tez de un querubín, el talle
maravilloso, la mirada alegre, el alma satisfecha, y ahora soy una
comadre doliente. Durante ese tiempo feliz, breve como un relám-
pago, me acostaba sin lumbre en el rigor del invierno; y ahora
tiemblo en plena canícula. En fin: no hay nada, creedme, señora,
como contar con un marido de noche, junto a una.

Celia: ¿Puedes aconsejarme que cometa una maldad, que deje a Lelio y
acepte a ese mal conformado?
Doncella: Vuestro Lelio no es, a fe mía, más que un necio, puesto
que su viaje le detiene tan inoportunamente; y la duración de su aleja-
miento me hace sospechar alguna mudanza en él.

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ACTO PRIMERO
ESCENA SEGUNDA

Celia: (Mostrándole el retrato de Lelio) ¡Ah, no me abrumes con ese triste


presagio! Contempla atentamente los rasgos de ese rostro, que pro-
meten a mi corazón ardores eternos; quiero creer, con todo, que no
son engañosos, y que, como es a él a quien el arte aquí representa,
conserva a mi pasión una amistad constante.
Doncella: Cierto que esos rasgos proclaman un digno galán, y que
tenéis razón para amarle con ternura.
Celia: Y, sin embargo, tengo… ¡Ah, sosténme! (Deja caer el retrato de
Lelio).
Doncella: De qué puede veniros… ¡Ah Dios mío, señora! ¡Se desmaya!
¡Eh, pronto! ¡Hola, acuda alguien!

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ESCENA TERCERA

Celia, Sganarelle y la Doncella de Celia

Sganarelle: ¿Qué sucede?


Doncella: ¡Mi señora se muere!
Sganarelle: ¿Es sólo eso? A juzgar por los gritos, yo daba todo por per-
dido. Pero, acerquémonos. Señora, ¿estáis muerta? No responde.
Doncella: Llamaré a alguien para socorrerla. Por favor sostenedla mien-
tras tanto.

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ACTO PRIMERO
ESCENA CUARTA

ESCENA CUARTA

Celia, Sganarelle y su mujer.

Sganarelle: (Poniendo su mano sobre el pecho de Celia) Está toda fría y


no sé qué decir. Acerquémonos a ver si su boca respira. ¡A fe mía! No
sé; mas yo encuentro aún en ella alguna señal de vida.
Mujer de Sganarelle: (Mirando por la ventana) ¡Ah! ¿Qué veo? Mi
marido en sus brazos… Voy a bajar; me traiciona, sin duda, y puedo
sorprenderle.
Sganarelle: Hay que darse prisa en socorrerla en verdad, haría mal
en dejarse morir. Irse al otro mundo es una gran necedad, mientras
puede uno estar presentable en este. (La lleva hasta la casa de ella con
un hombre, traído por la Doncella).

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ESCENA QUINTA

La Mujer de Sganarelle sola

Mujer de Sganarelle: Se ha alejado súbitamente de estos lugares y su


fuga ha burlado mi curioso afán; mas no me cabe duda de su traición,
y lo poco que he visto me la revela toda. Ya no me asombra la extraña
frialdad con que le veo responder a mi púdico ardor; el ingrato
reserva sus caricias para otras y alimenta sus placeres con el ayuno
de los nuestros. Este es el proceder corriente de nuestros maridos:
lo que les está permitido les resulta inoportuno. Al principio todos
son maravillas, nos demuestran ardores sin igual; mas los traidores
se cansan muy pronto de nuestra pasión y derrochan en otra parte
lo que en su casa adeudan. ¡Ah! ¡Cómo siento que la ley no autorice a
mudar de marido como de camisa! Sería cómodo; y sé de alguna de
aquí, como yo, a fe mía, también lo deseara. (Recogiendo el retrato que
Celia ha dejado caer) Mas ¿qué joya es esta que me ofrece la suerte? El
esmalte es muy bello, y el grabado, encantador. Abrámoslo.

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ACTO PRIMERO
ESCENA SEXTA

ESCENA SEXTA

Sganarelle y su mujer.

Sganarelle: (Creyéndose solo) Parecía muerta y no era nada. Está muy


lejos de ello y se halla perfectamente. Más veo a mi mujer.
Mujer de Sganarelle: (Creyéndose sola) ¡Oh cielo! ¡Es una miniatura!
¡Eh aquí el retrato de un guapo mozo!
Sganarelle: (Aparte, mirando por encima del hombre de su mujer) ¿Qué
contempla con tanta atención? Ese retrato, por mi honor, no me dice
nada bueno. Siento el alma estremecida por una vil sospecha.
Mujer de Sganarelle: (Sin ver a su marido) Jamás tuve ante mi vista
nada tan hermoso; el trabajo debe valorarse aún más que el oro. ¡Oh,
qué bien huele!
Sganarelle: (Aparte) ¡Cómo! ¡Diablo, un beso! ¡Ah! ¡Me sofoco!
Mujer de Sganarelle: (Prosigue) Confesemos que debe una sentirse
enajenada de que un hombre de semejante apostura sea su paladín.
¡Ah! ¿Por qué no tendré yo un marido con tan gentil semblante?
En lugar de mi palurdo…

Sganarelle: (Arrancándole el retrato) ¡Ah pícara! En falta contra noso-


tros os sorprendemos, difamando el honor de vuestro amado esposo.
¿De modo que, según vuestro cálculo, ¡oh mi harto digna esposa!, el
señor, bien mirado, no merece a la señora? Y por Belcebú, ¡qué así os
lleve!, ¿qué mejor partido podríais desear? ¿Puede encontrarse en mí
algo que censurar? Este talle, este porte, que todo el mundo admira;
este rostro, tan adecuado para provocar el amor, ¡y por el cual mil
beldades suspiran noche y día!; en una palabra: mi persona seduc-
tora, en todo y por todo, ¿no es un bocado del que estáis satisfecha? Y

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

para saciar vuestro glotón apetito, ¿hay que añadir al marido la salsa
de un galán?
Mujer de Sganarelle: Con sólo media palabra entiendo lo que busca
esa chanza. Crees, con ese medio…
Sganarelle: A otro perro con ese hueso, os lo suplico; la cosa está pro-
bada, y tengo en mis manos un buen certificado del mal de que me
quejo.
Mujer de Sganarelle: Mi enojo tiene ya demasiada vehemencia para
cárgale con una nueva ofensa. Escucha: no creas que te quedarás con
mi joya, y piensa un momento…
Sganarelle: Pienso en romperte el cuello. ¡Si pudiera yo atrapar el ori-
ginal entero de igual modo que cojo ahora la copia…!
Mujer de Sganarelle: ¿Para qué?
Sganarelle: Para nada, querida. Dulce objeto de mis ansias, hago mal
en gritar, y mi frente debe agradecer vuestras dádivas. (Mirando el
retrato de Lelio) ¡Mirad el guapo mozo, el amante preferido! La des-
dichada tea de tu llama secreta, el pillo con el cual…
Mujer de Sganarelle: ¡Con el cual…! Continúa.
Sganarelle: Con el cual repito…, y reviento de enojo…
Mujer de Sganarelle: ¿Qué quiere decirme con esas palabras este gran
borrachón?
Sganarelle: Demasiado me entiendes, madama carroña… Sganarelle
es un nombre que ya no pronunciarán, pues ahora van a llamarme
maese Cornelio; y lo soy, por mi honor; mas a ti, que me lo arrancas,
te voy a quitar un brazo o dos costillas, por lo menos.
Mujer de Sganarelle: ¿Y te atreves a dirigirme semejantes discursos?
Sganarelle: ¿Y te atreves a hacerme estas endemoniadas jugarretas?
Mujer de Sganarelle: ¿Qué demonio de jugarretas? Habla ya sin rebozo.
Sganarelle: ¡Ah, no vale la pena de quejarse! ¡Adornarme la frente con
una cornamenta! ¡Ay! ¡Linda cosa, en verdad!

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ACTO PRIMERO
ESCENA SEXTA

Mujer de Sganarelle: ¿De modo que, después de haberme hecho la


ofensa más sensible que pueda excitar la venganza de una mujer, te
dedicas, por diversión, a fingir un vano enojo para evitar el efecto de
mi resentimiento? ¡Es nueva la insolencia de semejante proceder! El
que causa la ofensa es encima quien riñe.
Sganarelle: ¡Eh, la muy descarada! Viendo ese altivo porte, ¿no se la
creería una mujer de bien?
Mujer de Sganarelle: Ve, sigue tus andanzas, mima a tus amantes,
conságrales tus ansias y hazles caricias mas devuélveme mi retrato
sin burlarte de mí. (Le arrebata el retrato y huye).
Sganarelle: (Corriendo detrás de ella) Si creerás que te me escapas; pues
lo tendré, pese a ti.

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ESCENA SÉPTIMA

Lelio y Renato-Mantecas.

Renato-Mantecas: Estamos aquí, al fin; mas, señor, me atrevería a


rogaros que me dijeseis una cosa.
Lelio: Habla ya.
Renato-Mantecas:
Desde hace ocho días enteros, con vuestras largas caminatas,
estamos mechando unos ruines matalones, cuyo paso maldito nos
ha zarandeado tanto que tengo, por mi parte, todos los miembros
molidos; cansado y hambriento...

Lelio: Esta gran diligencia no es digna de censura. Han alarmado mi


alma con el himeneo de Celia; ya sabes que la adoro y quiero ente-
rarme, antes de nada, de ese funesto rumor.
Renato-Mantecas: Sí; mas un buen almuerzo os sería preciso, señor,
para ir a aclarar este negocio, y vuestro corazón se fortalecería, sin
duda, para poder resistir los embastes de la suerte; juzgo de ello por
mí mismo, pues la menor desdicha, cuando estoy en ayunas, me
sobrecoge, me tumba; mas cuando he comido bien, mi alma se siente
firme para todo, y los mayores reveses no lo vencerían. Creedme:
atracaos sin la menor reserva contra los golpes que pueda daros la
fortuna, y para impedir la entrada al dolor de vuestra casa, rodead
vuestro corazón con veinte vasos de vino.
Lelio: No podría comer.

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ACTO PRIMERO
ESCENA SÉPTIMA

Lelio: Calla: te lo mando.


Renato-Mantecas: ¡Ah, qué orden inhumana!
Lelio: Tengo inquietud y no hambre.
Renato-Mantecas: Y yo, ambas cosas, viendo que un necio amor es
todo vuestro cuidado.
Lelio: Déjame preguntar por el objeto de mis desvelos y, sin importu-
narme más, ve a comer, si quieres.
Renato-Mantecas: Yo no replico a lo que ordena un amo.
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ESCENA OCTAVA

Lelio, solo.

Lelio: No, no; mi alma se entrega a un temor harto grande. Tengo la


palabra del padre, y la hija ha dado pruebas de un amor que sostiene
mi corazón.

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ACTO PRIMERO
ESCENA NOVENA

ESCENA NOVENA

Sganarelle y Lelio.

Sganarelle: (Sin ver a Lelio y llevando en sus manos el retrato) Ya lo tengo,


y puedo ver a gusto la jeta del mísero bigardo que causa mi ver-
güenza: no me es conocida.
Lelio: (Aparte) ¡Dios mío! ¿Qué veo aquí! Y si este es mi retrato, ¿qué debo
pensar entonces?
Sganarelle: (Sin ver a Lelio) ¡Ah! ¡Pobre Sganarelle! ¡A qué suerte está
condenada tu reputación! Tendrán… (Al ver a Lelio, que le mira, se
vuelve hacia otro lado).
Lelio: (Aparte) Esa prenda no puede, sin inquietar mi fe, haber salido de
las manos que de mí la recibieron.
Sganarelle: (Aparte) ¿Tendrán, en adelante, que señalarte con dos dedos,
poniéndote en canciones, y lanzarte a la cara en toda ocasión la
escan-dalosa afrenta que una mujer ha grabado en tu frente?
Lelio: (Aparte) ¿Me engañaré?
Sganarelle: (Aparte) ¡Ah truhana! ¿Has tenido valor para hacerme cor-
nudo en la flor de mi edad?

Lelio: (Aparte y mirando aún el retrato que tiene Sganarelle) No me


engaño: es mi propio retrato.
Sganarelle: (Le vuelve la espalda) Este hombre es un curioso.
Lelio: (Aparte) ¡Es suma mi sorpresa!
Sganarelle: (Aparte) ¿Qué le pasa?
Lelio: (Sganarelle va a alejarse) (Alto) ¿Puedo…?
¡Eh, por favor, una palabra!
Sganarelle: (Aparte, alejándose siempre) ¿Qué me querrá contar?
Lelio: ¿Puedo saber por vos qué clase de aventura hace que
encuentre yo esa pintura en vuestras manos?
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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

Sganarelle: (Aparte) ¿Qué le inspira este deseo? espera…


(Examina a Lelio y al retrato) ¡Ah! ¡A fe mía, ya he aclarado su turba-
ción! Su sorpresa no extraña ahora a mi alma: es mi hombre, o, más
bien el de mi esposa.
Lelio: Sacadme de pena, y decidme de dónde os ha llegado…
Sganarelle: Sabemos, gracias a Dios, la inquietud que os consume.
Este retrato que os enoja se encontraba en unas manos que os son
conocidas, y no es un hecho secreto para nosotros los dulces
ardores de la dama y los vuestros. Más permitame comentar que
un marido puede encontrar muy mal, y pensad que lazo del
sagrado matrimonio…

Lelio: ¡Cómo! La que os ha dado esa prenda…


Sganarelle: Es mi esposa y yo soy su marido.
Lelio: ¿Su marido?
Sganarelle: Sí; su marido, os repito, y un marido muy marido. Ya sabéis
el motivo, y voy sin dilación a contárselo a sus padres.

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA

ESCENA DÉCIMA

Lelio, solo.

Lelio: ¡Ah! ¿Qué acabo de oír? Me lo habían dicho, y que era entre todos
los hombres el menos agraciado su esposo. ¡Ah! ¡ingrata!..., y por
mucho que… Mas este sensible ultraje, unido a las fatigas de un
viaje harto largo, me produce de pronto un choque tan violento
que flaquea mi corazón y vacila mi cuerpo.

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ESCENA DÉCIMA PRIMERA

Lelio y la Mujer de Sganarelle.

Mujer de Sganarelle: (Creyéndose sola) Contra mi voluntad, pérfido


mío… (Viendo a Lelio) ¡Ay¡ ¿Qué mal os incomoda? Os veo a punto,
señor, de desmayaros.
Lelio: Es un mal que me ha dado harto súbitamente.
Mujer de Sganarelle: Temo por vos aquí un desmayo. Entrad en esta
pieza esperando que pase.
Lelio: Por un momento o dos, acepto ese favor.

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA SEGUNDA

ESCENA DÉCIMA SEGUNDA

Sganarelle y un pariente de su mujer.

Pariente: Apruebo la inquietud de un marido en este punto; mas es


también picarse un poco pronto; y todo cuanto de ella acabáis de
contarme no quiere decir pariente, que sea culpable. Es un punto
delicado, y semejantes delitos no deben imputarse nunca sin com-
probarlos bien.
Sganarelle: Es decir, que hay que tocar la cosa con el dedo.
Pariente: La excesiva prontitud nos expone al error. ¡Quién sabe cómo
habrá llegado ese retrato a sus manos y si, después de todo, conocerá
a ese hombre! Informaos, pues de ello, y si es lo que se cree, seremos
los primeros en castigar su ofensa.

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ESCENA DÉCIMA TERCERA

Sganarelle, solo.

Sganarelle: No se puede hablar mejor. En efecto, conviene ir con gran


tiento. Acaso, sin razón, se me han metido en la cabeza esas visiones
cornudas y me ha brotado el sudor en la frente con demasiada pron-
titud. En fin: mi deshonra no está completamente confirmada por
este retrato: tratemos, pues, por nuestra parte…

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA CUARTA

ESCENA DÉCIMA CUARTA

Sganarelle, su Mujer y Lelio.

Sganarelle: (Aparte, al verlo) ¡Ah! ¿Qué veo? ¡Yo muero! No se trata


ahora ya del retrato. He aquí, a fe mía, la cosa en su propio original.
Mujer de Sganarelle: (Sosteniendo a Lelio en la puerta de su casa) Os
dais demasiada prisa, señor, y vuestro mal, si tan pronto salís, podría
repetirse.
Lelio: No, no; os agradezco de verdad el amable socorro que me habéis
dispensado.
Sganarelle: (Aparte) ¡La hipócrita le acompaña aún con cumplidos! (La
mujer de Sganarelle vuelve a entrar en su casa).

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ESCENA DÉCIMA QUINTA

Sganarelle: (Aparte) Me ha visto, sepamos qué puede decirme.


Lelio: (Aparte) ¡Ah! Mi alma se agita y este objeto me inspira. Mas debo
reprobar este injusto arrebato e imputar mis males únicamente a los
rigores de mi suerte. Envidiemos tan sólo la dicha de su amor. (Acer-
cándose a Sganarelle) ¡Oh! ¡Feliz vos en demasía por tener una mujer
tan bella!

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA SEXTA

ESCENA DÉCIMA SEXTA

Sganarelle y Celia, en su ventana, viendo a Lelio que se va.

Sganarelle: Esto no es explicarse en términos ambiguos. ¡Sus extrañas


palabras me dejan tan confuso como si me brotaran cuernos en la
cabeza! (Mirando hacia el sitio por donde ha salido Lelio) Vamos, esta
conducta no es, en modo alguno, honrada.
Celia: (Aparte, entrando) ¡Cómo! ¡Cómo! Lelio ha pasado ahora ante mi
vista. ¿Por qué ocultarme su vuelta a estos lugares?
Sganarelle: (Sin ver a Celia) ¡Oh! ¡Feliz yo en demasía por tener una
mujer tan bella! ¡Desgraciado más bien porque sea esa infame, cuyo
culpable amor, harto comprobado ya, sin el menor respeto nos ha
cornificado! Mas le dejo marchar después de un indicio semejante
y me quedo con los brazos cruzados, como un bragazas. ¡Ah!
Debería yo, al menos, tirarle el sombrero, arrojarle una piedra o
enlodarle la capa, (Durante el discurso de Sganarelle, Celia se acerca
poco a poco y espera, para hablarle, a que se haya

calmado su furia).
Celia: (A Sganarelle) El que hace un instante ha venido hacia vos y os
ha hablado, ¿de qué le conocéis?
Sganarelle: ¡Ah! No soy yo quien le conoce, señora; es mi mujer.
Celia: ¿Qué turbación agita así vuestra alma?
Sganarelle: No censuréis un dolor importuno, y dejadme exhalar sus-
piros a montones.
Celia: ¿Y de qué proviene ese pesar tan poco común?
Sganarelle: Si me muestro afligido no es por una bagatela, y ya qui-
siera yo ver a otros impasibles en el trance en que me encuentro. Aquí
tenéis el modelo de los maridos desventurados: han robado el honor

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

al pobre Sganarelle; mas es poco el dolor en mi amargura; me roban,


además, la reputación.
Celia: ¿Cómo?
Sganarelle: Ese doncel me hace cornudo, señora,
he podido comprobar hoy por mis propios ojos el comercio secreto
de mi mujer con él.
Celia: El que ahora mismo…
Sganarelle: Sí, me deshonra: adora a mi mujer y mi mujer le adora.
Celia: ¡Ah! Bien pensé que ese secreto regreso sólo podía encubrir alguna
cobarde felonía; y he temblado al principio viéndole aparecer, con el
pensamiento de lo que iba a ocurrir.
Sganarelle: Tomáis mi defensa con demasiada bondad; todo el mundo
no siente la misma compasión; y varios que hace poco supieron mi
martirio, lejos de interesarse por él, no han hecho más que reírse.
Celia: ¿Hay algo más negro que tu cobarde acción? ¿Y se le puede encon-
trar castigo? ¿Puedes no creerte indigno de la vida después de haberte
manchado con esta perfidia? ¡Oh cielos! ¿Es posible?
Sganarelle: Es harto cierto por mi parte.
Celia: ¡Ah traidor y malvado! ¡Alma doble y sin fe!
Sganarelle: ¡Buena alma!
Celia: No, no; el infierno no tiene tortura que no sea, para tu crimen,
una pena demasiado suave.
Sganarelle: ¡Esto es hablar bien!
Celia: ¡Haber tratado así a la inocencia y a la bondad misma!
Sganarelle: (Con un fuerte suspiro) ¡Ay!
Celia: ¡Un corazón que nunca hizo la menor cosa para merecer la afrenta a
que le expone tu desprecio!
Sganarelle: Es cierto.
Celia: Qué muy lejos… Mas es ya demasiado, y este corazón no podría
pensar en ello sin morir de dolor.

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA SEXTA

Sganarelle: No os enojéis tanto, mi querida señora; mi desgracia os


conmueve demasiado y me traspasáis el alma.
Celia: Mas no te engañes hasta figurarte que voy a limitarme a unas que-
jas estériles; mi corazón, para vengarse, sabe lo que tiene que hacer, y
a ello voy al instante; nada puede apartarme de tal propósito.

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ESCENA DÉCIMA SÉPTIMA

Sganarelle, solo.

Sganarelle: ¡Que el Cielo la preserve de todo peligro! Ved qué bon-


dad la suya queriendo vengarme! En efecto, su enojo, excitado por
mi desventura, me enseña valientemente lo que he de hacer, y no
deben sufrirse nunca, sin decir palabras, tales afrentas, a menos de
ser un verdadero necio. Corramos pues, a buscar a ese bigardo que
me hace frente. Probemos nuestro valor al vengar nuestra afrenta.
Ya aprenderéis, bergante, a reír a mi costa y, sin ningún respeto, a
hacer cornudo a un hombre. (Vuelve después de haber dado unos pasos)

este hombre tiene cara de poseer una sangre ardiente y el alma algo
levantisca, y podría cargar de golpe mi espalda como ha hecho con mi
frente. Odio de todo corazón los espíritus coléricos y siento un gran
cariño por los hombres pacíficos; no soy pegón por miedo a ser
pegado, y el genio manso es mi gran virtud. Mas mi honor me dice que
es preciso, sin remisión, tomar venganza de tal afrenta. ¡Pardiez!

Pero, y si una vez que me haga el valiente y que un acero, por mi


inquietud, me haya atravesado de una mala estocada la pelleja, ¡oh no!
La tumba es un lugar harto melancólico y demasiado malsano para los
que temen al miedo. Y, por mi parte, creo, después de bien pesado
todo, que más vale ser cornudo que difunto. ¿Qué daño hace eso? Bien
mirado, ¿es que la pierna se pone más torcida y el talle se afea?

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA SÉPTIMA

aaaa pien sa piensa... Si mi mujer ha flaqueado, que lo llore con


ganas; mas ¿por qué he de llorar yo, que no soy culpable? En todo
caso, lo que puede disipar mi enojo es que no estoy solo en mi
cofradía. Ver requebrar a su mujer sin mostrarse afectado, es cosa
que se practica hoy por mucha gente de bien. No vayamos, pues, a
buscar pendencia por una afrenta que no es sino pura bagatela.
Alguno me llamará necio por no vengarme; pero lo sería, y mucho,
corriendo hacia la muerte. (Poniéndose la mano en el pecho) Siento,
no obstante, removerse aquí una bilis que quiere aconsejarme
algún acto viril; sí, el enojo me invade; es demasiado ser encima un
mandria: decididamente, quiero vengarme del ladrón. Y para
comienzo, con este ardor que me inflama, voy a decir por todas
partes lo que hace con mi mujer .

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

ESCENA DÉCIMA OCTAVA

Gorgibus, Celia y su Doncella.

Celia: Sí, accedo a sufrir una tan justa ley. Padre mío, disponed de mis
votos y de mí; haced, cuanto queráis, que se firme ese himeneo. Estoy
resuelta a cumplir mi deber; pretendo dominar mis propios senti-
mientos y someterme en todo a vuestras órdenes.
Gorgibus: ¡Ah! Me satisface oírte hablar así. ¡Pardiez! Es tan grande la
alegría que me arrebata ahora, ¡que mis piernas brincarían si no nos
viesen las gentes y de ello se riesen! Acércate; ven aquí, que te bese.
Bien está; el contento de verte tan bien nacida me quitará diez años
de encima.

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ACTO PRIMERO
ESCENA DÉCIMA NOVENA

ESCENA DÉCIMA NOVENA

Celia y su Doncella.

Doncella: Me extraña esta mudanza.


Celia: Y cuando sepas qué motivo me impulsa sabrás estimármelo.
Doncella: Muy bien pudiera ser.
Celia: Sabed, pues, que Lelio ha querido herir mi corazón con una perfi-
dia; que se hallaba en estos lugares sin…
Doncella: Pues viene hacia nosotras.

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

ESCENA VIGÉSIMA

Lelio, Celia y su Doncella.

Lelio: Antes de que me aleje de vos para siempre quiero, al menos, repro-
charos aquí…
Celia: ¡Cómo! ¿Hablarme aún? ¿Tenéis esa osadía?
Lelio: En verdad que es muy grande, y vuestra elección tal, que sería yo
criminal no reprochándose nada. Vivid, vivid contenta e insultad mi
memoria con el digno esposo que os colma de esplendor.
Celia: ¡Sí, traidor! Con él quiero vivir, y mi mayor deseo sería causar
con ello enojo a tu corazón.
Lelio: ¿Quién contra mí hace legítimo ese enojo?
Celia: ¡Cómo! ¿ Te haces el sorprendido y preguntas cuál es tu crimen?

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132

ACTO PRIMERO
ESCENA VIGÉSIMA PRIMERA

ESCENA VIGÉSIMA PRIMERA

Lelio, Celia, su Doncella y Sganarelle, armado de punta en blanco.

Sganarelle: ¡Guerra, guerra mortal a ese ladrón de honras, que, sin


misericordia ha mancillado la mía!
Celia: (A Lelio, señalándole a Sganarelle) Vuelve, vuelve los ojos sin
hacerme responder.
Lelio: ¡Ah! ¡Ya veo…!
Celia: Ese hombre basta para confundirte.
Lelio: Más bien para obligaros a vos a enrojecer.
Sganarelle: (Aparte) Ahora ya está mi cólera en estado de obrar.
Sí; he jurado su muerte; nada puede impedirla: allí donde lo
encuentre quiero descuartizarle. (Sacando a medias su espada, se acerca
a Lelio) Tengo que darle justamente en el medio del corazón…
Lelio: (Volviéndose) ¿A quién busca?
Sganarelle: ¿Yo? A nadie.
Lelio: ¿Y para qué estas armas?
Sganarelle: Es un disfraz que me he puesto por la lluvia. (Aparte) ¡Ah!
¡Qué satisfacción tendría yo en matarle! Armémonos de valor.
Lelio: (Volviéndose de nuevo) ¿Eh?
Sganarelle: Yo no hablaba. (Aparte, dándose bofetones para excitarse)
¡Ah, cobarde! ¡Cómo me enfureces! ¡Mandaría! ¡Follón!
Celia: (A Lelio) Debe decirte algo ese ser que parece agravar tus ojos.
Lelio: Sí; por ello conozco que sois culpable de la infidelidad más sin
defensa que haya podido nunca ultrajar la fe de un amante.
Sganarelle: (Aparte) ¡Si tuviera yo corazón!
Celia: ¡Ah, cesa ante mí, traidor, la insolencia cruel de ese discurso!

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

Sganarelle: (Aparte) Sganarelle, ya ves que defiende tu casa. Valor, hijo


mío; sé un poco enérgico. ¡Hala, osadía! Intenta hacer un generoso
esfuerzo, matándole mientras vuelve el trasero.
Lelio: (Da dos o tres pasos sin querer, haciendo volverse a Sganarelle, que se
acercaba para matarle) Puesto que mi discurso excita vuestra cólera,
debo mostrarme satisfecho de vuestro corazón y aplaudirle aquí por
su hermosa elección.
Celia: Sí, si; mi elección es tal que no puede censurársela.
Lelio: Vaya, hacéis bien en querer defenderla.
Sganarelle: Sin duda que hace bien en defender mis derechos. Esta
acción, señor, está fuera de las leyes; tengo razón en quejarme, y si no
fuera yo prudente, veríase aquí una singular degollina.
Lelio: ¿Qué motiva esa queja y qué pena brutal…?
Sganarelle: Basta. Ya sabéis dónde me aprieta el zapato. Mas vuestra con-
ciencia y el cuidado de vuestra alma deberían mostraros claramente
que mi esposa es mi esposa, y querer en mis barbas que pase a vuestra
pertenencia, no es obrar como buen cristiano en modo alguno.
Lelio: Semejante sospecha es ridícula y vil. Vamos, no tengáis el menor
escrúpulo sobre ese punto; sé que es vuestra, y lejos de consumirme…
Celia: ¡Ah, qué bien sabes, traidor, disimular ahora!
Lelio: ¡Cómo! ¡Sospecháis que pueda yo tener un pensamiento con que
su alma se crea ofendida? ¿Qué queréis designarme con esa cobar-
día?
Celia: Habla, habla con él, y podrá aclarártelo.
Sganarelle: (A Celia) Me defendéis mejor de lo que yo lo haría y empleáis
el recurso preciso en este asunto.

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ACTO PRIMERO
ESCENA VIGÉSIMA SEGUNDA

ESCENA VIGÉSIMA SEGUNDA

Celia, su Doncella, Lelio, Sganarelle y su mujer.

Mujer de Sganarelle: No tengo el propósito de hacer estallar contra


vos, señora, un ánimo demasiado celoso; mas no soy una incauta
veo lo que ocurre: hay ciertas pasiones de muy mala índole, y vuestra
alma debería consagrarse a algo mejor que a seducir un corazón que
sólo debe ser mío.
Celia: La confesión es harto ingenua
Sganarelle: (A su mujer) Nadie solicitaba tu venida, carroña; quieres
insultarla cuando me defiende, y tiemblas de miedo a que te quiten
tu galán.
Celia: Vamos, no creáis que tenga nadie ganas de hacerlo. (Volviéndose
hacia Lelio) Como ves, es mentira, y ello me complace altamente.
Lelio: ¿Qué cuento es este?
Doncella: A fe mía, no sé cuándo va terminar este embrollo. Hace ya
mucho rato que intento comprenderlo, y cuanto más escucho, lo
entiendo menos. Veo que, al final debo mezclarme en ello (Se coloca
entre Lelio y su ama) Respondedme por orden y dejad que hable yo. (A
Lelio) Vos primero: ¿qué tiene que reprochar vuestro corazón al de
ella?
Lelio: Que la infiel haya podido dejarme por otro; que cuando, ante el
rumor de un himeneo fatal, acudo arrebatado por un amor sin par,
cuyo ardor se resistía a creerse olvidado, al llegar a estos lugares la
encuentro ya casada.
Doncella: ¿Casada? ¿Y con quién?
Lelio: (Designado a Sganarelle) Con él.
Doncella: ¿Cómo con él?
Lelio: ¡Sí tal!

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MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

Doncella: ¿Quién os lo ha dicho?


Lelio: Él mismo, hoy.
Doncella: (A Sganarelle) ¿Es cierto esto?
Sganarelle: ¿Yo? He dicho que estaba casado con mi mujer.
Lelio: Os he visto sobrecogido por una gran turbación de ánimo hace
poco ante mi retrato.
Sganarelle: Es cierto, y aquí está.
Lelio: (A Sganarelle) Me dijisteis bien que aquella de cuyas manos
habíais cogido ese retrato estaba unida a vos por las razones conyu-
gales.
Sganarelle: (Designando a su mujer) Sin duda. Y lo había arrancado de
sus manos; y sin él no hubiera yo descubierto su culpa.
Mujer de Sganarelle: ¿Qué vienes a contarme con tan queja impor-
tuna? Habríalo encontrado a mis pies, casualmente, y hasta que, des-
pués de tu injusto enojo (Señalando a Lelio), hice entrar al señor en
casa, durante su desmayo, no he reconocido los rasgos de su retrato.
Celia: Soy yo la que ha provocado la aventura del retrato. Lo dejé caer
durante ese desmayo (A Sganarelle) que me obligó a entrar en casa,
gracias a vuestra solicitud.
Doncella: Ya veis que sin mí seguiríais en ello, y que teníais todos venas
de locos.
Sganarelle: (Aparte) ¿Podré fiarme ciegamente de esto? Mi frente, a fe
mía, ha sudado, sin embargo.
Mujer de Sganarelle: Mi temor, con eso y con todo, no se ha acabado
de disipar, y por suave que sea el mal, temo verme engañada.
Sganarelle: (A su mujer) ¡Eh! Creámonos mutuamente gentes de bien;
más arriesgo yo el mío que tú el tuyo. Acepto, sin remilgos, el trato
aquí propuesto.
Mujer de Sganarelle: Sea. Mas ¡cuidado con los golpes si me entero
de algo!

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ACTO PRIMERO
ESCENA VIGÉSIMA SEGUNDA

Celia: (A Lelio, después de haber hablado bajo entre ellos) ¡Ah dios mío! Sí
es así, ¿qué he hecho yo? Debo temer el resultado de mi enojo. Sí; cre-
yéndoos sin fe, he aprovechado, por venganza, el desdichado auxilio
de mi obediencia, y hace un momento mi corazón acaba de aceptar
un himeneo que tuve siempre la fuerza de rechazar. He dado mi pro-
mesa a mi padre, y es lo que me aflige… Mas le veo llegar.
Lelio: Cumplirá la promesa que me hizo.

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137

MOLIÈRE_SGANARELLE O EL CORNUDO IMAGINARIO

ESCENA VIGÉSIMA TERCERA

Gorgibus, Celia, su Doncella, Lelio, Sganarelle y su Mujer.

Lelio: Señor, ya me veis de regreso, en estos lugares, apasionado con la


misma pasión; y mi ardiente amor verá, tal creo, cumplida la pro-
mesa que me dio la esperanza del himeneo de Celia.
Gorgibus: Señor, a quien veo de regreso en estos lugares, apasionado
con la misma pasión, y cuyo ardiente amor no verá, según creéis,
cumplida la promesa que la esperanza os dio del himeneo de Celia,
soy el muy humilde servidor de vuestra señoría
Lelio: ¡Cómo, señor! ¿Así se traiciona mi esperanza?
Gorgibus: Sí, señor; así cumplo yo mi deber, y mi hija acata sus leyes.
Celia: Mi deber me ordena, padre mío, que mantengáis con él vuestra
promesa.
Gorgibus: ¿Es esto responder como hija a mis mandatos? ¿Te vuelves
atrás tan pronto de tus buenos sentimientos? Hace un instante acce-
días con Valerio a… Mas veo aquí a su padre: vendrá seguramente a
rematar el negocio.
138

ACTO PRIMERO
ESCENA VIGÉSIMA CUARTA

ESCENA VIGÉSIMA CUARTA

Los mismos y Berbiquí.

Gorgibus: ¿Qué os trae aquí, señor Berbiquí?


Berbiquí: Un secreto importante que he sabido esta mañana y que
rompe en absoluto mi palabra empeñada. Mi hijo, con quien vues-
tra hija aceptaba el himeneo, burlando los ojos de todos y bajo lazos
ocultos, vive desde hace cuatro meses con Lisa, como esposo; y como
la fortuna y la alcurnia de los padres me quitan toda la facultad de
romper esa alianza, vengo a…
Gorgibus: Terminemos aquí. Si Valerio, vuestro hijo, se ha comprome-
tido sin vuestro consentimiento, no puedo ocultar que mi hija Celia
está prometida a Lelio, por mí mismo, hace ya largo tiempo, y que,
rico en virtudes, su presente regreso me impide aceptar para ella otro
esposo que no sea él.
Berbiquí: Me place grandemente esa elección.
Lelio: Y este justo anhelo va a coronar mi vida con una dicha eterna…
Berbiquí: Vamos a escoger día para los esponsales…
Sganarelle: (Solo) ¿He creído nunca nadie ser más cornudo que yo?
Ya que en este caso la máxima apariencia puede dar el espíritu una
creencia falsa. Acordaos bien de este ejemplo, y aunque lo veáis todo,
no creáis nunca nada.

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