El Misterio Del Muerto en El Maletero Margotte Channing

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 177

EL MISTERIO DEL MUERTO

EN EL MALETERO
Dedico este libro,
A los sueños que se hacen realidad, y a los que no.
A las sonrisas tiernas, y a las carcajadas sonoras y llenas de energía.
A las lágrimas derramadas por una canción, un libro, o una película.
A mi pequeña familia, y a los buenos amigos.
A mis perros, los que se fueron, los que aún están conmigo y los que vendrán.
A la vida, en definitiva.
Muchas gracias por hacerme feliz.

Margotte
ÍNDICE

INTRODUCCION
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
CONCLUSIONES
INTRODUCCION

ra de noche y llovía. El hombre, en calzoncillos, estaba sentado y


E trabajaba concienzudamente a la luz de un flexo. En la mesa, sobre la
que se inclinaba, esperaba un cigarrillo humeando a medio consumir,
olvidado en un cenicero. Terminó de borrar el número de serie de la pistola
con el punzón que sujetaba en su mano derecha, y lijó los restos hasta que
solo quedó una mancha borrosa. Su móvil vibró y lo desbloqueó para leer el
mensaje:
“Una hora” —después de leerlo, sonrió, contento de que por fin hubiera
llegado su día, después de tanto tiempo. Se levantó y comenzó a vestirse con
los pantalones y la camiseta negros. Al fin y al cabo, iba a matar a un
hombre, y si le salpicaba la sangre, el negro era el color donde menos se
notaría.

Roberto se despertó sintiendo que ella no estaba. Extendió el brazo


porque todavía no había amanecido y la habitación estaba a oscuras, pero el
otro lado de la cama estaba vacío, entonces se incorporó apoyándose sobre el
codo para mirar hacia el baño, pero por debajo de la puerta no se veía luz.
Bostezando se levantó, y, descalzo y desnudo, se dirigió al despacho de
Natalia. Sabía que estaría allí porque cuando estaba nerviosa o preocupada, se
ponía a trabajar. Efectivamente, en ese momento aporreaba el teclado de su
ordenador como si se tratara de su peor enemigo, levantó la mirada al sentirle
y se mordió el labio arrepentida,
—Lo siento, he intentado no hacer ruido—él observó al amor de su
vida, algo asustado por la capacidad que había puesto en sus manos para
hacerle feliz o desdichado, aunque ella aún no fuera consciente de ello, o al
menos no del todo. Se colocó detrás de su silla masajeando sus hombros y
Natalia echó la cabeza hacia atrás, gimiendo mientras el deshacía alguno de
los nudos que se le habían formado por la tensión,
—Tienes los hombros y el cuello agarrotados, deberías tranquilizarte.
Cuando llegue mañana, hablaremos con él y le ofreceremos nuestra ayuda.
—Hoy—rectificó preocupada— su avión llega hoy, ya son las cuatro
de la mañana. Ayer por la tarde hablé con Isabel, está destrozada porque no
ha podido contarle nada—le miró— ya sabes que no pueden comunicarse por
teléfono, y no sabe cómo reaccionará cuando se entere de lo del asesinato—
Roberto hizo una mueca, y ella la vio—lo siento cariño, ya sé que sabes todo
lo que estoy diciéndote, pero no podía dormir. He intentado no molestarte,
pero ya me conoces. Cuando estoy así de nerviosa, tengo que hacer algo.
—Tenías que haberme despertado, te hubiera distraído.
—Sí claro, con lo cansado que estabas—él la calló de la manera más
efectiva, con un largo y húmedo beso que se dieron con las caras al revés, lo
que provocó algún problemilla de logística y que se separaran entre risas,
aunque con la respiración agitada. Entonces, él tiró de su mano derecha para
levantarla de la silla giratoria
—Ven—cuando lo hizo, él se sentó en su lugar, y la colocó sobre sus
rodillas,
—¿Puedo preguntarte que haces, Roberto? — Natalia sonreía agarrada
a sus anchos hombros.
—Relajarte, te puedo asegurar que después de la sesión que vamos a
tener, vas a dormir a pierna suelta al menos un par de horas. Y ahora deja de
hablar y bésame—ella lo hizo con el mismo entusiasmo que él, y sus amigos,
Isabel y Germán, desaparecieron de su mente por unas horas.
UNO

ermán estaba deseando salir del puñetero avión, era una de las pocas
G cosas que le habían hecho dudar, antes de aceptar la invitación para
estudiar durante tres meses en la Academia Nacional del F.B.I. en
Quántico. Había estado a punto de contestar que no al saber que debía estar
en el avión casi trece horas, porque, aunque pocos lo sabían, odiaba volar.
Por lo demás, le había venido muy bien descansar de su trabajo y meditar,
desde la distancia, sobre su relación con Isabel. Respiró hondo, emocionado,
al pensar que volvería a verla enseguida. Aunque era cierto que no se habían
comunicado en todo el verano, por decisión de los dos, esperaba que ella
hubiera sentido lo mismo que él, una profunda añoranza, por ello Germán
había decidido, que haría lo que fuera para que no volvieran a separarse.
La azafata se dirigió a él sonriente para que saliera primero, un
privilegio debido a su profesión que le agradeció, antes de coger su mochila y
salir dejando al resto de los pasajeros recogiendo sus equipajes de mano.
Mientras esperaba la maleta, encendió el móvil, y mandó un mensaje al
inspector de la brigada y su amigo, Amaro, para avisarle de que había
llegado. Le extrañaba que no hubiera contestado a los que le había enviado en
los últimos días, y que ni siquiera los hubiera leído. Era muy raro porque
normalmente le tenía frito a mensajes. Levantó la vista al escuchar que se
ponía en marcha la cinta transportadora del equipaje, y estuvo observándola
unos minutos hasta que vio su maleta, la recogió y salió del aeropuerto.
También había avisado de su vuelta a Isabel antes de embarcar, en su caso,
aunque había leído el mensaje, no le había contestado. Enarcó las cejas y
dudó un momento si acercarse primero al trabajo, pero era una locura ir sin
coche y con la maleta, además necesitaba una ducha, por lo que le dio al
taxista la dirección de su casa.
Eran las ocho de la mañana cuando, recién duchado, cogía su coche y
salía del garaje de su casa, deseando enterarse de lo que ocurría.
La Brigada de Homicidios y Desaparecidos a la que pertenecía, y que
dependía de la UDEV (Unidad Central de Delincuencia Especializada y
Violenta) era una unidad integrada por agentes especializados de la Policía
Judicial y Científica. Había sido creada para ayudar a las comisarías que no
dispusieran de grupos especializados de homicidios o desaparecidos, o a las
que directamente les pedían ayuda, por la complejidad de algunos de los
casos que se encontraban. Solían realizar investigaciones por toda la
geografía española, y ayudaban, preferentemente, en aquellas en las que la
policía local se había quedado atascada. Se suponía que eran los polis
especialistas a los que debían llamar otros polis. De ahí que su jefe, entre
otros, llevara presionando a Germán un par de años para que aceptara la
invitación del F.B.I., porque aquel curso suponía mejorar la especialización
de su grupo.

Cuando entró en el edificio, el policía que estaba en la entrada, y al que


conocía de vista, apartó la mirada después de saludarlo, como si estuviera
avergonzado. Enarcó las cejas extrañado por su conducta, pero le ocurrió lo
mismo con todos los compañeros que encontró hasta su puesto. Además,
había un silencio extraño en el edificio, nadie hablaba con nadie, todos
estaban demasiado serios. Lo normal hubiera sido que alguno ya le hubiera
hecho una broma por su viaje, y que todos lo hubieran saludado, pero
parecían tener miedo de hablarle. Por fin llegó a su mesa, pero la mitad que le
correspondía a Isabel estaba vacía. Frunció el ceño y se dirigió al despacho
de Amaro y abrió la puerta sin llamar, pensando sorprenderle, pero el
sorprendido fue el, porque sentado en el puesto de su jefe, había un
desconocido.
—¿Quién es usted? —el extraño levantó la mirada y entrecerró los ojos,
tenía el pelo blanco y abundante, y los ojos claros.

—Esa pregunta la debería hacer yo, pero yo sí sé quién eres—sonrió y


por cómo lo hizo, Germán supo que algo con Amaro iba muy mal. El hombre
le hizo un gesto para que entrara,

—Pasa y cierra la puerta, hace días que te esperamos—hizo lo que le


pedía asombrado—siéntate Germán. Tenemos que hablar—buscó entre sus
papeles hasta que sacó una carpeta, en la que pudo ver su nombre escrito. En
ese momento, supo que aquel hombre trabajaba para Asuntos Internos.

— ¿Puedo saber tu nombre, ya que tú conoces el mío? —el extraño


asintió, aunque la petición pareció molestarle

—Me llamo José Luis Peña, de Asuntos Internos—abrió su expediente


como si lo fuera a consultar ante él, pero ese truco era muy viejo. Ya nadie
tenía expedientes de papel, todo estaba en el ordenador y solo se imprimía si
era necesario. Germán se recostó en la silla y cruzó una pierna sobre la otra,
observándole tranquilo—tengo que hacerte unas preguntas sobre Amaro
Iglesias—ese tío era imbécil, aunque fuera de Asuntos Internos, o quizás
precisamente por ello.

—¿Qué preguntas? —lo miró fijamente, a este juego podían jugar los
dos.

—Veo que no sabes lo que ha ocurrido, el inspector Iglesias ha sido


imputado por el asesinato de Vicente Soria—su mirada maliciosa se fijó en
los ojos de Germán, que sintió cómo todo su cuerpo se ponía rígido.

—¿Es una broma? —se levantó con el ceño fruncido, ya había


conseguido cabrearle. No había dormido en toda la noche, por lo que estaba
agotado, y desde que había llegado, este gilipollas le estaba tocando los
huevos.

—De broma nada, siéntate Germán—pero se negó a hacerle caso y


permaneció de pie mirándole fijamente, con los ojos entrecerrados.

—Quiero hablar con Amaro, ¿dónde está? —le exigió con tono de
cabreo.

—Provisionalmente, el juez que lleva el caso ha ordenado su arresto


domiciliario como medida excepcional. En virtud de su puesto y de los años
que lleva en el cargo, de momento no ha ido a la cárcel, pero acabará allí—
estaba a punto de gritarle para que le dijera de una puta vez qué había pasado,
cuando se abrió la puerta del despacho,

—Hola, Germán—otro desconocido, este más joven, alto y musculoso,


entró y se acercó a él con la mano extendida para saludarle. Le pareció que
intentaba disculparse por su compañero, como si fuera algo que tenía que
hacer habitualmente,

—Hola, soy Francisco Juncal—Germán estrechó su mano y le contestó


con un murmullo, entonces el recién llegado se dirigió al otro hombre,

—José Luis, si no te importa, sigo yo—el viejo pareció pensárselo, pero


finalmente se fue, no sin antes dirigir una mirada a Germán prometiéndole
que ahí no terminaba la cosa.

—Germán, siéntate por favor, sabíamos que venías hoy. Siento que
hayas tenido que hablar con mi compañero, que está un poco anticuado—
suspiró con aire de disculpa—te puedo asegurar que en el departamento las
cosas ya no se hacen así—asintió y se sentó, notaba un nudo en el estómago.

—Lamento lo que te voy a decir, porque sé que mantienes una gran


amistad con Amaro, pero ha sido acusado del asesinato de Vicente Soria—
Germán ya no aguantaba más.

—Pero ¿quién coño es Vicente Soria?

—Al parecer, el amante de su mujer—sintió que se le salían los ojos de


las órbitas, pero ¿qué narices había pasado aquí?

—No creo que él haya matado a nadie, todo esto debe ser un error,
quiero hablar con él—exigió

—De momento, siguiendo instrucciones del juez, no puede recibir


visitas, está bajo arresto domiciliario. Y seguramente en pocos días, ingresará
en prisión, porque las pruebas son abrumadoras. Como comprenderás ni el
juez ni el fiscal, ni por supuesto la policía, quieren que este asunto llegue a la
opinión pública.

—¿Puedo ver el informe? —el otro le sonrió amablemente, antes de


negarse.

—Lo siento, pero no, lo lleva otro grupo de investigación con el que
Amaro no tenía ninguna relación. Como es lógico en la investigación no
puede intervenir nadie que lo conociera.

—Entiendo—tendría que conseguir la información de otra manera, no


se iba a quedar sin saber qué había ocurrido.

—Se ha decidido que todos los que estabais destinados en esta brigada,
temporalmente, trabajéis bajo las órdenes del Inspector Samaniego, ¿lo
conoces? —asintió, porque había trabajado con él en algún caso—bien,
entonces, sube a verle. Estarás en esa planta hasta que todo se aclare. No
tengo nada que preguntarte sobre el caso, porque sabemos que has estado
fuera del país durante tres meses, pero sí queríamos decirte lo que les hemos
dicho al resto de tus compañeros—le miró fijamente—que es mejor para
vosotros que no obstaculicéis la investigación,

—No he recibido instrucciones por escrito, y hasta que no me


entreguen el cambio de destino, no me moveré de mi puesto—nunca había
aguantado las amenazas, aunque no podía rebelarse directamente si quería
ayudar a su amigo.

—Por supuesto, la orden la tiene Samaniego, él te la entregará. Como


estabas fuera, no han querido mandártela al correo, para no anticiparte nada
hasta que no volvieras—asintió conociendo por primera vez, lo que le habían
comentado otros compañeros sobre Asuntos Internos.

—Está bien, subiré a verle—salió a por la mochila que había dejado en


su mesa, y se encaminó al ascensor, pero demasiado nervioso para esperarlo,
subió corriendo por las escaleras. Se dirigió directamente al despacho del
Inspector, observando cómo casi todos los polis lo miraban con lástima, o eso
le parecía. Llamó a la puerta, y entró cuando se lo autorizó Samaniego que
seguía igual que siempre, con el pelo cortado a lo militar, con un cuerpo que
daba miedo de lo cuadrado que estaba, y con cara de mala hostia permanente.

—¡Germán, ya era hora! —se acercó a él, y le dio la mano, y por


primera vez, le pareció que alguien se alegraba de verle. Se relajó un poco, y
se quedó en medio del despacho de su nuevo jefe, mientras éste se acercaba a
cerrar la puerta, pero antes de hacerlo, al ver a tres o cuatro polis que
pululaban por el pasillo cotilleando les dijo:

—¿No tenéis nada que hacer? —algo de lo que le contestaron no debió


gustarle porque les dijo—¡no me toques los huevos Fernández!, o vas a hacer
más vigilancias que en toda tu vida, ¡y eso mismo va por todos! —ante esa
amenaza, la peor que podía hacer, la concentración se disolvió y todos
volvieron a sus mesas. Luego Samaniego echó un vistazo a los lados del
pasillo y cerró la puerta, Germán estaba asombrado, aquello parecía una
película de espías.

—Y cuéntame ¿qué tal tu curso? —le miró asombrado, conocía


bastante a Samaniego, y jamás le había preguntado por algo que no fuera
sobre el trabajo, pero contestó tranquilamente al observar su mirada de
advertencia. Mientras explicaba lo bien que le había ido, el inspector escribía
algo en un papel, que luego le enseñó. En el papel ponía solo una palabra
“micrófonos”. Cuando estuvo seguro de que había entendido que no podían
hablar con libertad, el inspector continuó con su representación—por cierto,
esta es la orden de tu cambio de destino temporal a este departamento—le
entregó un sobre que él no se molestó en abrir, y tragó saliva, porque cada
vez estaba más despistado. Pensando deprisa, decidió que los de AAII,
debían estar buscando cómplices de Amaro, o algo así.

—Hay unas cuantas técnicas nuevas que el F.B.I. está poniendo en


marcha y que son muy interesantes—Samaniego le pasó otra hoja, en la que
había escrito “esta noche a las 21h en tu casa, pero asegúrate de que no hay
micros”, asintió mientras seguía hablando del curso en Quántico, mientras,
Samaniego rompía los mensajes en mil pedazos.

—Bien, me alegro. Quiero que hoy te cojas el día libre, cuando vuelvas
a trabajar, necesito que estés despejado. Hay que sacar mucho trabajo, pero te
noto totalmente ido, seguramente es por el viaje.

—De acuerdo—Samaniego asintió y le dio la mano, en su mirada,


sintió lo grave que debía ser el problema.

Al salir hacia el ascensor, la vio, estaba sentada en una mesa junto a un


rincón, ella lo miraba fijamente. Se levantó con su habitual elegancia y lo
precedió al ascensor sin mediar palabra. Estaba muy delgada, y se había
cortado la larga melena negra, ahora su pelo rozaba sus hombros con
suavidad. Sus ojos color miel estaban apagados y rodeados de círculos
oscuros, tampoco parecía haber pegado ojo. Germán suspiró al verla en aquel
estado, pero al menos ella le contaría lo ocurrido.
DOS

speraron hasta que el ascensor cerrara sus puertas, fuera de la vista de


E todos, para fundirse en un fuerte abrazo que se vio interrumpido al llegar
al garaje, allí, al ver que no había nadie, caminaron hasta el coche
cogidos de la mano. Ninguno de los dos fue capaz de hablar, y sus manos
solo se separaron para entrar en el vehículo,

—¿Te tienes que quedar? —ella negó con la cabeza mientras se


miraban fijamente,

—No, le pedí permiso a Samaniego cuando supe que venías hoy y me


lo dio sin problemas, pero también me dijo que era mejor que no fuera a
buscarte al aeropuerto, por si te estaban esperando los de Asuntos Internos—
miró a su alrededor y se inclinó hacia él—tenemos que hablar. Ya me ha
dicho Samaniego que irá a tu casa esta noche—acabó susurrando en su oído,
y él la miró con una sonrisa preocupada.

—Pero ¿qué coño pasa Isabel? —ella volvió a mirar a su alrededor


antes de decir,

—Vámonos de aquí—él asintió y arrancó.

Isabel sabía que era inhumano que pasara más tiempo sin contarle
nada, por lo que cuando salieron del garaje, le propuso,

—¿Vamos al parque? —él asintió, el parque al que solían ir estaba a


pocos minutos en coche de allí. Cuando llegaron, sin necesidad de hablar, se
dirigieron a su banco preferido que estaba oculto tras unos arbustos, cerca de
una fuente. Allí se sentaron, pegados el uno al otro, y por fin pudo abrazarla
con todas sus fuerzas, y mantenerla así unos minutos, solo sintiéndola. Isabel
emitió un sollozo sin poder evitarlo, pero se reprimió al notar que él se ponía
rígido. Germán se preocupó aún más, llorar no era propio de ella, entonces
comenzó a acariciar su espalda con gran ternura, transmitiéndole sin palabras
sus sentimientos,

—Tranquila.

—Germán, ¡cuánto te he echado de menos! —se apartó de él


limpiándose los ojos, y se sonó con un pañuelo de papel, cabreada consigo
misma, porque se había prometido no llorar. Él sintió como si le hubieran
dado un golpe en el pecho al ver su cara de tristeza y desesperación, pero
sabía que tenía que tener paciencia y esperar a que estuviera preparada para
hablar—ya estoy más tranquila, enseguida te lo contaré todo—él asintió y
esperó. Isabel respiró hondo para relajarse y luego, frunció el ceño mientras
recordaba…

—Desde que te fuiste, el verano ha sido frenético en el grupo, con las


vacaciones, y con uno menos, te puedes imaginar…Amaro estaba de los
nervios, a veces teníamos la sensación de que le iba a dar un ataque. Yo
sabía, al igual que algún otro compañero, porque le habíamos escuchado
discutir con su mujer por teléfono, que tenía problemas en casa—le miró,
pero Germán le hizo un gesto de que no sabía nada.

—El caso es que, un día se presentaron los de Asuntos Internos, una


pareja, José Luis y Kiko—sonrió irónica—lo típico, poli bueno y poli malo.
—Sí, he tenido la “suerte” de conocerlos, sigue.

—Bien, pues se metieron en el despacho con Amaro—se quedó


pensativa un momento—no creo que ninguno de los compañeros, yo incluida,
supiera quienes eran, ya sabes cómo funciona ese departamento—frunció el
ceño y continuó— a los pocos minutos, salieron los tres y se metieron en el
ascensor. Un rato después, escuchamos una ambulancia que entraba por el
garaje, y ya no volvimos a ver a Amaro,

—¿Qué pasó?

—Llamé a Lola, la de recepción y me colgó, yo sabía que eso quería


decir que los tenía delante y no podía hablar, así que bajé como si tuviera que
devolverle una cosa, menos mal que es una chica lista y me siguió el rollo.
Me dijo que no sabía qué había pasado, pero que todo el revuelo había
ocurrido en el garaje, y que se habían llevado a Amaro a las celdas—Germán
todavía pudo ver la incredulidad en su cara— aquello era una auténtica
locura, había muchos polis que no eran de aquí, luego supe que habían
llamado a otro grupo, de otra comisaría, para que no estuvieran contaminados
según ellos, y tampoco conocía a los de la científica, que estaban tomando
muestras.

—¿Te dejaron entrar en el garaje? —parecía incrédulo, pero ella le


explicó lo ocurrido.

—Les dije que tenía que ir a por algo a mi coche, pero no me dejaron
bajar hasta dos horas después, entonces crucé el garaje lo más despacio que
pude. Los de la científica estaban trabajando en el coche de Amaro, el
maletero estaba abierto, y estaban recogiendo todo tipo de muestras, vi cómo
utilizaban Luminol—Germán irguió la cabeza y la miró fijamente.
—¿Viste si había sangre? —ella asintió muy preocupada.

—Sí, como su coche es blanco se veían muy bien las salpicaduras,


parecía—se mordió los labios…

—Sigue

—Parecía que lo habían matado allí.

—¿A quién?

—Luego me enteré de que habían encontrado un cuerpo dentro del


maletero, un tal Vicente Soria—dudó un momento—era el amante de
Catalina, la mujer de Amaro—Germán se recostó en el banco incrédulo, nada
de todo lo que estaba ocurriendo le parecía real—tengo un expediente con las
informaciones que he ido reuniendo, pero no te hagas ilusiones, es bastante
poco.

—Vamos a tu casa entonces.

—Espera—le sujetó por la muñeca para que no se levantara—hace días


que me he dado cuenta de que nos vigilan, creo que, a todo el grupo de
Amaro, se lo he dicho a Samaniego y opina lo mismo. Los dos pensamos que
tenemos los teléfonos pinchados, y también hay micrófonos en su despacho,
debemos ir con cuidado—Germán asintió,

—Sí, me lo ha dicho ¿y no te ha preocupado dejar el expediente en tu


casa?

—Yo no he dicho que esté en mi casa, está en la de Roberto y Natalia.


Les dije que seguramente iríamos esta mañana a por él, ella me está ayudando
con todo esto.

Natalia estaba en su despacho desde las 7:00 de la mañana trabajando.


Como siguiera así, Roberto un día, se iba a ir de casa para siempre. Él había
vuelto de una guardia en su trabajo, el Centro Nacional de Toxicología a las
5:00 A.M. Poco después ella se levantaba de la cama, y aunque había
intentado no despertarlo, había sido imposible,

—¿Qué pasa? —ella se mordió los labios agobiada, pero se tenía que
levantar.

—Duérmete—susurró, pero él, que era un pesado hasta medio dormido,


miró el reloj

—¡Son las cinco!, no me puedo creer que te pongas a trabajar a estas


horas.

—Roberto, duérmete por favor—acarició su mejilla con cariño—tengo


muchas cosas que hacer antes de que vengan Isabel y Germán, te lo dije
anoche por teléfono—él apretó la mandíbula, y no siguió quejándose, porque
sabía que tenía razón. Él tenía unos horarios infernales en muchas ocasiones,
y Natalia nunca se había quejado.

—Dame un beso antes de irte—ella asintió, y le dio un beso ligero en


los labios. Cuando lo hizo escuchó un ligero ronquido, se había dormido en
medio segundo, era típico de él. Sonrió mientras iba hacia la ducha.
Ya en el despacho que había habilitado en su casa, una hora después,
volvió a repasar los datos que había conseguido después de muchas horas de
seguimiento y vigilancia, y escribió el informe final del caso, que supondría
su primer trabajo serio y, sobre todo, bien pagado.

Había tenido que estudiar tres largos años en la UDIMA (Universidad a


Distancia de Madrid), para conseguir su título de Detective Privado, pero el
esfuerzo había merecido la pena. Miró el reloj del ordenador, podía adelantar
algo más de trabajo antes de que llegaran sus amigos. Estudió un correo
renviado automáticamente desde su web, era una solicitud realizada por una
esposa desconfiada, para que siguiera a su marido.

—¡Divertidísimo! —masculló, pero tenía que pagar su parte de las


facturas, así que apuntó los datos para llamar más tarde a la posible cliente.

Se estaba preparando un café cuando llamaron a la puerta, había


quedado con Isabel en que no utilizarían los teléfonos, porque su amiga
pensaba que el suyo estaba pinchado. Les abrió encantada de verlos juntos de
nuevo,

—¡Pasad por favor! — en cuanto entraron abrazó a Germán con fuerza,


muy contenta de verle

—¡Germán, menos mal que has venido!, ¡no sabes lo mal que lo ha
pasado Isabel! —le dio dos besos y lo miró a la cara, estaba preocupado, pero
físicamente, igual que antes de irse. Luego abrazó con cariño a su amiga que
estaba muy delgada, y que parecía no haber pegado ojo.

—Natalia ¿cómo estás? —Germán miró alrededor—¿y Roberto? —


estaba deseando ver a su amigo.
—Yo muy bien, y él está durmiendo, ha tenido guardia esta noche—
hizo una mueca, pero enseguida sonrió—ahora mismo le aviso

—No, no lo llames por favor, déjale dormir—Natalia levantó una mano


para que no siguiera hablando

—Pasad al salón mientras lo despierto. Además, me dijo que lo hiciera


en cuanto llegaras, tiene muchas ganas de verte—desapareció por el pasillo
que llevaba a las habitaciones, y Germán e Isabel entraron en el salón que
estaba a su izquierda. Sólo cinco minutos después, un Roberto en pijama y
bostezando se presentaba ante ellos. Germán y él se saludaron y comenzaron
a hablar, hasta que Natalia dijo en voz alta,

—¿Queréis un café?, además tengo bollos que he comprado esta


mañana—todos asintieron.

—Venid a la cocina —Roberto era muy exigente con su cafetera, y


prefería usarla solo él, Natalia sonrió porque sabía que no dejaría que ella la
tocara. Dejó que él se adelantara para bromear con sus amigos,

—La cafetera es su niña bonita, se la regalé por su cumpleaños, pero no


sabía el amor que surgiría entre ese aparato y tu amigo—Roberto ya estaba
trasteando con ella, lo que hizo que Isabel y Germán sonrieran—Natalia
señaló la mesa de la cocina—Germán esa es la carpeta de Isabel, si quieres
puedes leerla mientras desayunamos, no nos vamos a ofender.

Afortunadamente la casa de Roberto tenía una cocina grande, en la que


había una mesa enorme, en un extremo se colocó Germán y abrió la carpeta.
Lo primero que le llamó la atención era que estaba escrito a mano, con la
letra de Isabel por supuesto.
—¿Terminaste el trabajo Natalia? —Isabel se había sentado en el otro
extremo de la mesa, frente a Roberto y Natalia. Aunque tenía la sensación de
que Roberto, incluso con el café que se estaba tomando, se quedaría dormido
de un momento a otro sobre la mesa.

—Sí, no te preocupes, pero aclárame lo que me dijiste el otro día ¿por


qué no podemos hablar por el móvil, ni mandarnos whatsapps? —Isabel
suspiró casi sin creer lo que estaba ocurriendo en su trabajo desde hacía unas
semanas,

—Tenemos los móviles intervenidos, al menos los del grupo de Amaro.

—¡Qué dices! —Natalia abrió la boca incrédula, porque ahora, por su


profesión sabía lo difícil que era conseguir que un juez autorizara pinchar un
teléfono, tenía que estar muy justificado—tienen que ser algo muy gordo,
para que un juez autorice que pinchen los teléfonos de varios policías.

—Depende, si los que lo piden son de Asuntos Internos, y le aseguran


al juez que están persiguiendo a policías corruptos, lo normal es que
cualquier juez acepte, ya que es por el bien de los ciudadanos. Imagínate
que…no sé, que le dicen que somos una especie de mafia o algo así, lo
primero que intentaría cualquier juez es proteger al ciudadano normal,
después están los derechos de los polis, y no te creas, yo no lo veo mal. El
problema es que no sé qué indicios le han podido mostrar al juez…—se calló
al ver que Germán cerraba la carpeta y la dejaba ante él, pensativo.

—No me lo creo, ¿Amaro pegando dos tiros en la cabeza a un hombre


atado y amordazado, y que era bastante más alto que él? ¿cómo lo llevó al
maletero él solo? por no hablar de que el muerto estaba en forma—a Isabel le
vino a la cabeza la imagen de su jefe, medía metro setenta, y tenía algo de
tripa, no excesiva, pero no era un fan de la vida sana ni del deporte.

—Tengo que hablar con él, es imprescindible para aclarar todo esto—
Isabel movió la cabeza pesarosa.

—Lo he intentado todo, incluso a través de su abogado, pero no le


dejan tener contacto con nadie más, solo con él. Está solo en su casa, y en la
puerta hay un agente permanentemente, además, en el portal del edificio hay
dos zetas aparcados con más agentes. Creo que se van turnando para la
vigilancia en la puerta, en cuanto a su mujer, se ha mudado a casa de su
hermana.

—¿Y no hay nadie dentro con él? —ella negó.

—No, es muy raro, pero no.

—¡Es increíble!, va contra el protocolo que hay que aplicar con todos
los presos. Me gustaría saber si se han llevado los cuchillos o todo lo que
podría utilizar Amaro contra sí mismo, como dictan las normas.

—No se han llevado nada, lo he preguntado, desde el principio ha sido


un caso muy raro. A pesar de lo que puedan decir, me temo que está mucho
peor que si estuviera en prisión preventiva, porque así está totalmente aislado.

—¿Y las pruebas, podemos acceder a ellas? —señaló la carpeta—no


comentas nada.

—Es que no sabemos nada, no ha trascendido ninguna información. No


sé lo que tienen contra Amaro—Germán resopló, pero intentó mantener la
calma.
—Está bien, voy a resumir, corrígeme si me equivoco, según lo que has
escrito, se presentan los de A.A.I.I en el despacho de Amaro, de hecho, tú los
viste llegar. Lo siguiente que ves, poco después, es que bajan con él en el
ascensor. Se supone que, en ese momento, le piden que abra el maletero, y él
lo hace, y el cuerpo está dentro.

—Si, así es, está confirmado por un compañero que llegaba con el
coche, y lo vio todo.

—¿Te dijo cuál era la actitud de Amaro?

—Sí, dijo que parecía muy sorprendido, y que continuamente decía que
le habían preparado una encerrona. Cuando le pidieron que mirara al muerto,
y vio quien era, pareció quedarse bloqueado. Y desde allí, lo llevaron
directamente a una celda.

—¿En ese momento?, eso no es normal, ¿y quién llevó el


interrogatorio, los de Asuntos internos?, ¿tenía un abogado? ¿y cómo sabían
que tenían que abrir su maletero?

—No lo sé. Al parecer los de Asuntos Internos tenían un chivatazo que


los hizo actuar así. José Luis Peña le preguntó si no había llamado en varias
ocasiones a Vicente Soria para amenazarle, Amaro no contestó, pero se
rumorea que es cierto.

—¿Y no tenía coartada?

—Creo que llevaba viviendo semanas en un apartamento alquilado, y


que su mujer y él estaban pensando separarse. Pero con seguridad, no sé
nada, ten en cuenta que no he podido hablar con él.
—Tengo que verle, hay que conseguir entrar en su casa. No sé cómo lo
haremos, pero ya se me ocurrirá algo, además también quiero hablar con su
mujer, Catalina.

—¿La conoces? —asintió

—Sí, he estado varias veces en su casa, estoy seguro de que hablará


conmigo. Es una buena persona, no sé qué está pasando aquí, pero lo
averiguaré

Roberto, de repente, tuvo una idea que hizo que dejara su taza de café y
frunciera el ceño,

—Germán, es posible que conozca a alguien que te pueda ayudar, para


que puedas hablar con tu jefe—se encogió de hombros—no lo sé seguro, pero
si alguien puede hacerlo, es él.

—¿Quién es?

—Es un chico de 25 años que he conocido hace poco, y que ha


inventado un analizador de campo de sustancias toxicológicas, pero eso no
viene al caso. Estuve hablando con él hace unos días y creo que deberías
conocerle.

—¿Qué tiene que ver un analizador de campo con todo esto? —Roberto
sonrió, estaba deseando ver la cara de su amigo cuando conociera a Leo.

—Deja que me dé un duchazo rápido y vamos a su casa. Hasta que no


lo conozcas, no entenderás lo que te digo. Ni en tus sueños más increíbles,
has imaginado que existiera alguien como él.
TRES

pesar de que las chicas dijeron que también querían ir, Roberto prefirió
A que fueran solo ellos dos, porque no sabía cómo reaccionaría Leo si le
visitaban más personas, como les explicó, era un chico muy peculiar.

—¿Cómo lo conociste?

—Me lo presentó un compañero que acaba de empezar a trabajar con


nosotros, muy joven, con la carrera recién terminada, lo conoce porque de
niños estaban juntos en clase. Es un superdotado, Iván, mi compañero, me
dijo que siempre le estaban haciendo pruebas de inteligencia en el colegio,
hasta que sus padres, aconsejados por el director, lo cambiaron a uno de
superdotados. Pero ellos siguieron manteniendo el contacto, también me
avisó que él lo entiende porque lo conoce desde pequeño, pero que siempre
ha sido muy raro—echó un vistazo rápido a Germán antes de seguir
hablando, pero le escuchaba atentamente—es una persona de las que no se
encuentra uno habitualmente, increíblemente inteligente, y muy culto. Eso sí,
solo estudia o lee sobre los temas que le interesan, en los que no, puede ser
un auténtico ignorante, esto me lo dijo él mismo. Creo que a ti te va a
encantar— Roberto aparcó su coche híbrido en una calle tranquila en la zona
de Ciudad Jardín, junto a unos chalets coquetos y recientemente reformados.

—Es aquí, vamos—Roberto bajó y caminó hasta la puerta de la


vivienda en la que tenían que entrar, y que estaba solo a unos metros del
coche, allí no había problemas de aparcamiento.

—¿No cierras el coche? —Germán creía que se había olvidado de


hacerlo.

—Se cierra solo, en cuanto me aleje un poco—Germán miró el


vehículo con admiración, el suyo era demasiado antiguo. Roberto apretó un
botón que estaba encima de la cámara de seguridad, y sin preguntarles nada
por el telefonillo, abrieron desde el interior la pesada puerta de hierro, y
pudieron pasar.

En lugar de ir hacia la puerta de la casa que estaba frente a ellos


subiendo unas escaleras, Roberto se dirigió a la izquierda, a una construcción
que se había añadido con posterioridad a la vivienda. Llamó con los nudillos
a la puerta, que abrió un robot, si se le podía llamar así. Germán se quedó
mirando boquiabierto aquella especie de caja de herramientas con ruedas,
mediante las cuales se desplazaba. De la caja, que debía medir un metro de
alto por sesenta centímetros de ancho, salía un brazo articulado con una mano
prensil con cuatro dedos, incluyendo un pulgar. Roberto pasó junto a C3PO, a
quien conocía de la última vez, encantado de ver a su amigo atónito, incluso
tenía la boca abierta, se volvió hacia él y le dijo,

—Este es C3PO, si quieres le puedes saludar—Germán lo miró


pensando que le tomaba al pelo, pero se volvió hacia el robot deseando
hacerlo

—Hola C3PO

—Hola—de la caja salió una voz metálica, luego, la mano cerró la


puerta sin ninguna dificultad—venid, por favor—les invitó a acompañarle.

—Es como si hubiéramos entrado en un episodio de Fringe, de repente


—susurró a Roberto, que asintió vigorosamente,
—Sabía que te iba a encantar, y aún no has visto nada.

C3 los llevó a una estancia muy grande y llena de estanterías que


estaban repletas de artilugios de todo tipo, aunque ninguno de los dos habría
sabido decir para qué servía lo que había en cada uno de los estantes. El
autómata continuó rodando, a buena velocidad, ya que les hacía caminar
deprisa, y los llevó junto al dueño de la casa, Leonardo Selles.

Era un hombre joven, que no llegaría a los treinta, musculoso, de ojos


verdes y largo pelo castaño, que llevaba recogido en una coleta. En ese
momento estaba sentado y se protegía la cara con unas gafas de soldador, o
eso parecían, con las que miraba algo, para ellos invisible, que había dentro
de una gran caja de metacrilato encima de una mesa. Se quitó las gafas al
verlos y se levantó, Germán notó que le observó casi con grosería, luego,
cuando pareció conforme con lo que había visto, miró a Roberto, que había
esperado prudentemente para hablar,

—Hola Leonardo, te agradezco que nos recibas, no sabía si tenía que


mandarte un mensaje, pero recordé que …

—Ya te dije que no me mandes mensajes, no los recibiría, mi teléfono


está configurado para no admitirlos. Todo lo que se escribe y se recibe en un
móvil, además de otros dispositivos, lo puede ver cualquiera mínimamente
inteligente.

—Sí, por eso hemos venido sin avisar—señaló a Germán—este es mi


amigo Germán Cortés, tiene mucho interés en hablar contigo—Leo se acercó
al policía, parecía interesado en él,

—Te conozco—Germán frunció el ceño porque estaba seguro de que


no se habían visto nunca—quiero decir que sigo los casos en los que
participas. Me gusta cómo funciona tu cerebro—alargó la mano para
estrechar la de Germán que no sabía qué contestar, ahora entendía lo que le
quería decir Roberto, sí que era peculiar.

—Gracias, supongo, pero ¿qué es eso de que sigues mis casos?, ¿te
refieres a través de la prensa? —Leo hizo un mohín por la pregunta,

—No me ofendas, veo directamente vuestro ordenador, cuando quiero,


por supuesto. Incluso alguna vez he hackeado el de tu casa, para saber quién
era el asesino en alguna de tus investigaciones. Me relaja seguirlas, yo soy
negado en eso tío, y tú eres muy bueno. La psicología para mí es lo mismo
que, imagino, la ingeniería mecatrónica para ti—sonrió al ver la expresión de
extrañeza de los dos hombres—¿queréis tomar un café, o un refresco? —
Roberto asintió por detrás de la cabeza del genio a Germán, para que fuera
consciente de que tenía mucha suerte. Cuando él había venido a aquella casa
y se lo había presentado Iván, Leo no le había hecho ni caso.

—Sí, claro, yo un café solo—contestó

—Vamos a la casa—abrió una puerta que estaba unos metros a su


izquierda, y cruzando el umbral, entraron en un pasillo de la vivienda.
Enfrente estaba la cocina, totalmente robotizada. Roberto no había estado allí
la otra vez y señaló una máquina que parecía una impresora industrial o algo
así, y le preguntó:

—¿Esto qué es? —Leonardo sonrió como un niño, y se acercó a


explicárselo

—Una impresora 3D para fabricar comida, he tomado de base la de los


americanos, y le he hecho algunas modificaciones. La mía no solo funciona
con purés, hace unas hamburguesas increíbles.

—Algún día nos tienes que invitar a una—Leo miró a Germán con una
sonrisa más grande,

—Por supuesto, vamos a por el café—le pidió los cafés mediante su


voz a otra máquina, que ellos tampoco habían visto nunca, y enseguida, cada
uno tuvo su taza y se sentaron en la mesa. Germán sabía apreciar el buen
café, y aquél era uno de los mejores que había probado nunca.

—¡Está buenísimo!

—Muele los granos justo cuando va a hacer tu taza, por eso está tan
bueno, y también corrige la acidez del café en el momento, según unos
parámetros con los que la he programado, con un líquido de mi invención.

—¡Increíble! —Roberto asintió completamente de acuerdo. Germán


terminó su taza, porque no podía demorar más el motivo por el que se
encontraba allí. Necesitaba ayuda desesperadamente— Leo, me ha dicho
Roberto que prefieres que te llamen así, ¿es correcto? —él asintió—bien,
tenemos un problema, y necesitamos que nos eches una mano, he venido
pensando que no había nadie que me pudiera ayudar, pero después de
conocerte, estoy convencido que no hay nada que no puedas hacer. Pero,
antes de nada, ¿puedo preguntarte en qué trabajas? —el genio pareció
sorprendido.

—No tengo un trabajo fijo—los miró extrañado por la pregunta porque


para él, el dinero, como averiguarían más adelante, no suponía un problema
—tengo colaboraciones con varias empresas, pero en plan free lance, cobro
por trabajo realizado, y, si necesito dinero extra para alguno de mis
proyectos, vendo una de mis patentes. Esas mismas empresas suelen estar
interesadas en la mayor parte de mis inventos.

—¿Qué tipo de empresas?

—La NASA, AIRBUS, después de lo del Brexit, el MI6…, varían—


tanto Germán como Roberto le miraban asombrados

—Pero ¿qué has estudiado? —Germán se adelantó a Roberto que había


estado a punto de preguntar lo mismo.

—El curso pasado acabé Ingeniería Aeroespacial, e hice el primer año


de Mecatrónica—

—¿Mecatrónica?, German ¿tú has oído hablar de eso? —el policía


negó, no tenía ni idea de lo que era, solo que le sonaba a la peli de
Transformers,

—Es una Ingeniería, y sirve para aprender a diseñar y construir


cualquier dispositivo, o máquina del tipo que sea.

—¿Por ejemplo robots? —Germán lo que más admiraba era a la gente


inteligente, Roberto tenía razón, le encantaba haber conocido a Leo,

—Sí, por ejemplo, robots…—asintió— sistemas de navegación por


satélite, placas de control electrónico…cualquier cosa—se encogió de
hombros.

—¿Y no te han ofrecido trabajo en cuanto terminaste la carrera?

—La NASA me lo ofreció cuando estaba a mitad de Aeroespacial,


querían que la continuara en Estados Unidos y que, mientras, trabajara para
ellos. Pero, de momento, me gustaría quedarme en España.

—No lo entiendo, aquí las oportunidades no son comparables, ¿se te


dan mal los idiomas? —Leo sonrió

—Hablo inglés y alemán, y chapurreo francés e italiano, aunque no con


el mismo nivel que los otros.

Germán confirmó lo que pensaba desde hacía rato, que ese chico daba
asco.

—Está bien, pues si te parece bien, te contaré nuestro problema—


intercambió una mirada con Roberto, quizás no debería hacerlo, pero estaba
desesperado—como has seguido mis andanzas, aunque todavía no sé cómo,
imagino que sabrás quién es Amaro

—Sí, tu jefe, sé que te echa muchas broncas, porque no le sueles hacer


caso—Germán asintió porque tenía prisa. No quería ni pensar cómo se
sentiría Amaro, seguramente totalmente abandonado.

—Se ha visto implicado en un asunto feo, un asesinato. Yo lo conozco


desde hace muchos años y no creo que haya sido él, pero realizaré una
investigación honradamente. Te cuento esto porque necesito el informe del
caso, ¿tú serías capaz de conseguirlo? —el genio lo miró
condescendientemente, como si lo hubiera insultado, hasta que Germán
continuó

—Está bien, está bien, ¿cuánto tardarás en darme una copia?

—Digamos que mañana por la mañana a las doce—suspiró aburrido—


y espero que, en esta ocasión, vuestros cortafuegos infantiles supongan algún
reto, sino me voy a aburrir mucho, y odio aburrirme—puso una cara de hastío
tal, que Germán no tuvo más remedio que sonreír.

—Está bien, entonces, si te parece bien, mañana vendremos a por él.


Después de conocer el contenido del informe, te pediré un milagro científico,
porque necesito hablar con Amaro. Está encerrado en su casa, y no tiene
móvil, ni teléfono de ningún tipo a su disposición, y por supuesto tampoco
ningún ordenador—el genio entrecerró los ojos,

—Interesante… ¿tiene televisor? —Germán, sin entender la pregunta,


miró a Roberto que le observaba de igual manera, pero llevaban así toda la
conversación.

—Imagino que sí.

—Entonces dalo por hecho—los dos asintieron ensimismados y


convencidos de que hablaba totalmente en serio—si no os importa, estoy con
un proyecto para un hospital que tengo que adelantar, porque lo necesitan
urgentemente. Inclinó la cabeza para despedirlos, y se dirigió hacia la nave
donde tenía su lugar de trabajo. Ellos se fueron al coche en silencio, cerrando
la puerta tras ellos.
CUATRO

ientras entraban en el coche Roberto escuchó el comentario de su


M amigo,

—¡Qué personaje!, es como si nos hubieran dejado hablar con alguien


del futuro, y luego hubiéramos vuelto a la realidad—Roberto asintió
sonriente y arrancó.

—¿Volvemos a mi casa?

—Sí, vamos, imagino que Isabel estará deseando saber qué ha pasado.

—¿Ya habéis solucionado vuestros problemas? —Germán lo miró con


el ceño fruncido, pensaba que habían sido muy discretos y que nadie sabía
nada.

—No te cabrees, ella no ha dicho nada, pero no había más que veros
últimamente. Además, yo sabía que, si no, no te hubieras ido a Quántico.
Recuerda que hemos quedado muchas veces amigo, y, mientras estabais bien,
no te podías despegar de ella.

—Puede que ese fuera parte del problema, el hacerlo todo juntos—
suspiró—no lo sé, le he dado muchas vueltas, y es posible, también, que yo
haya sido demasiado absorbente. Creo que llegó un momento en el que se
sintió algo agobiada, Isabel necesita libertad, aunque era ella la que decidía
quedarse casi todas las noches a dormir en mi casa. Pero no sé si llegaremos,
alguna vez, a vivir juntos.
—Hay parejas que no lo hacen nunca, o hasta que pasan muchos años,
y eso no quiere decir que sean menos felices.

—Cierto. También es posible que no le haya demostrado


suficientemente mis sentimientos.

—¿Tú? ¿lo dices en serio? —Germán asintió sin entender por qué su
amigo se reía a carcajadas.

—Germán, no te engañes, todos los que os hemos visto juntos sabemos


que estás enamorado hasta las trancas, como se dice vulgarmente. Y ella te
corresponde, no lo dudes, aunque se te nota más a ti, eso es cierto.

—Ya—lo reconoció de mal humor, porque no le gustaba ser tan


transparente.

—No te mosquees, yo estoy muy pillado por Natalia, ella lo sabe y


todos vosotros también, y no me importa.

—Ya—repitió

—¿Cuál es el problema?

—Ninguno—estaba mosqueado, no le gustaba hablar con nadie de esos


temas, eso era lo que pasaba— ¿qué pasa, que vas a abrir un consultorio
amoroso?, ¡venga Roberto, no me jodas y conduce! —pero su amigo siguió
sonriendo, hasta que se decidió a decir,

—Me parece que ya sé cuál es el problema, Germán, “el terror de las


nenas” o “el más ligón del colegio”, por fin ha caído, y lo ha hecho con una
chica que no se le pone de rodillas.
—Roberto, no seas imbécil, yo no soy así—nunca lo había sido, o al
menos eso creía.

—No, pero estabas acostumbrado a que las mujeres te persiguieran, y


de repente, encuentras a una que no lo hace. Por primera vez eres tú el que
persigue, y ella se deja querer, ¿no es así? —Germán no contestó, pero por la
tensión que vio en su cara, Roberto leyó que lo que decía era verdad. Esperó
a aparcar antes de decirle lo que creía sinceramente—Escúchame, no le des
más vueltas, Isabel te quiere tanto como tú a ella, preguntaba continuamente a
Natalia si sabíamos algo de ti, y no hay más que verla cómo te mira cuando tú
no la ves. Lo que pasa es que sois un par de cabezones, lo que a Natalia y a
mí nos va a dar más de un quebradero de cabeza—dejó el tema porque se
temía que su amigo estaba a punto de estrangularle, y ya le había dado
bastante en qué pensar.

Isabel estaba releyendo las hojas del informe que ella misma había
escrito, y Germán no pudo evitar sonreír con ternura al verla. Estaba seguro
de que ella pensaba que podría haberlo hecho mejor, cuando él no había
tenido nunca un compañero que fuera mejor profesional que Isabel. Se
levantó del sofá cuando notó que la observaban, porque no los había
escuchado entrar,

—Hola, ¿qué tal ha ido? —Natalia vino de su despacho y, después de


dar un beso rápido a Roberto, se quedó de pie con los brazos cruzados,
esperando la contestación de Germán a su amiga.

—Muy bien, pero no te voy a contar nada—sonreía— prefiero esperar a


ver tu reacción cuando lo conozcas mañana, tendremos que volver a recoger
algo a su casa—ella lo miró con las cejas enarcadas, había conseguido excitar
su curiosidad.
—Ya es tarde, ¿os apetece comer algo? —Germán miró a su amigo que
era el que preguntaba, y luego a Isabel, porque lo que él realmente quería era
estar a solas con ella. Pero ésta, desvió la mirada, eso le convenció de que
quizás les beneficiara estar unas horas con sus amigos, dándoles tiempo para
acostumbrarse de nuevo a estar juntos, y a recordar cómo eran las cosas entre
los dos.

—Por mí sí—contestó divertido—pero no me digas que has aprendido


a cocinar

—Era eso, o comer pizza todos los días, algo que a Natalia le hubiera
encantado—la aludida sonrió sin contestar a la provocación, por lo que todos
pudieron ver que le encantaba que Roberto cocinara— además con su trabajo,
tiene unos horarios casi peores que los míos—se levantó—voy a hacer la
comida, Natalia, ¿vienes a ayudarme?—ella lo siguió con una sonrisa
traviesa, ya que era bastante inútil en la cocina, pero Roberto insistía en
intentar enseñarla.

Poco después de la comida, se fueron, con la excusa de que Samaniego


iba a ir a casa de Germán, lo que era cierto, aunque sería mucho más tarde.
Lo cierto era que necesitaban estar un rato a solas antes de ver al inspector,
los dos, mientras comían, habían sentido la tensión de los primeros tiempos,
cuando todavía no se acostaban juntos. Subieron al coche en silencio, tras
despedirse de sus amigos, y no intercambiaron palabra hasta llegar al piso de
Germán. Una vez allí, Isabel miraba alrededor, como si le pareciera mentira
volver a estar entre esas paredes. Germán le hizo un gesto para que
permaneciera en silencio, y fue a su habitación donde guardaba un detector
de micrófonos que tenía desde hacía tiempo, e hizo un barrido por toda la
casa, pero no encontró ninguno, dejó el aparato encima de la mesa y observó
a Isabel.

—No hace tanto tiempo que estuviste aquí por última vez, por tu
expresión parece como si no recordaras la casa.

—Parece otra vida, la verdad—dejó de mirar, y se centró en él—me


hubiera gustado que, a tu vuelta, hubiéramos podido estar solos. Llevo tantas
semanas esperando que volvieras, para que habláramos…—se pasó la mano
por el pelo—perdona, no sé ni lo que digo, sé cuánto aprecias a Amaro, y yo
también, haré lo que sea por ayudarle—Germán se acercó despacio, a ella,
hasta que los dos cuerpos estuvieron casi pegados el uno al otro.

—¿Qué te ocurre?—susurró—te comportas como si nunca hubiéramos


estado a solas—ella negó con la cabeza—háblame por favor, Isabel—tomó
sus muñecas entre las manos con suavidad, y levantó sus brazos lentamente
hasta sus hombros, para que lo abrazara—está bien, no digas nada,
quedémonos un rato en silencio, para que nuestros cuerpos se recuerden—la
tomó por la cintura pegándola a él, ella dudó un momento, pero luego lo
abrazó por la nuca y escondió la cara en su cuello. Él la separó un momento
para cogerla de la mano

—Ven—la llevó hasta el sillón que había junto al sofá, y tirando de ella
la sentó en su regazo, en la posición que habían mantenido tantas tardes de
lluvia frente a la chimenea. Ella se acomodó sobre sus piernas, y dejó que la
abrazara y acariciara su espalda lentamente. Pasaron unos minutos hasta que
Germán sintió que el cuerpo de ella poco a poco perdía la rigidez, y,
entonces, comenzó a hablar,

—Hablaré yo primero, si no te importa—inspiró profundamente para


coger fuerza. Para él no era fácil, pero sabía que, para ella, era peor—te he
echado mucho de menos mientras he estado fuera. Solo podía pensar que, el
separarnos fue la mayor tontería de mi vida, y aunque le he dado muchas
vueltas, todavía no sé cómo llegamos a esa situación.

—Fue por mi culpa—susurró ella—estaba muerta de miedo, aún lo


estoy, pero—él notó un estremecimiento la recorría—prefiero tener miedo y
seguir contigo. Estos tres meses sin ti, sin poder tenerte a mi lado, ni olerte—
inspiró profundamente junto a su cuello, intentando que el olor de Germán
entrara en sus pulmones—han sido los peores de mi vida.

—Podías haber llamado—intentó que no sonara como un reproche,

—No sabía si querías que lo hiciera. Sé que no te sentó bien que yo


dijera que no deberíamos tener relación este tiempo, para poder aclarar
nuestras ideas—él la sacudió un poco, enfadado

—¿Cómo puedes pensar que no querría hablar contigo?, ¿tan mal te he


sabido transmitir lo que siento por ti?—levantó su barbilla con delicadeza,
para que le mirara a los ojos—te quiero Isabel, casi desde el principio, y esto
nunca se lo había dicho a otra mujer antes—ella comenzó a llorar
silenciosamente, emocionada, él le dio un beso en la frente, y volvió a dejar
que se acurrucara contra él—no llores amor mío, por favor ¿Estás triste, o
lloras de alegría?

—Es de alegría—confesó—estaba muy preocupada, pensaba que


volverías con una novia americana, simpática y espectacularmente guapa—
levantó la cabeza y lo miró, sonriendo entre lágrimas—yo también te quiero,
lo que pasa es que es muy difícil para mí demostrarlo, tú lo sabes—Germán
sonrió porque ella creyese que podría fijarse en otra mujer, siempre le había
parecido increíble que no fuera consciente de su propia belleza. Con su
precioso pelo negro, y los enormes ojos color miel, para él era la mujer más
bella del mundo, hizo que se recostara de nuevo y ella volvió a acurrucarse
contra su pecho con un suspiro, feliz por primera vez desde hacía mucho
tiempo.

Samaniego venía de paisano y con la misma cara de mala leche de


siempre, saludó con la cabeza a Isabel y se sentó en la mesa del salón junto a
ellos. Como siempre hacía, fue al grano directamente:

—Bien, estoy aquí para transmitirte una conversación que tuve con
Amaro, conseguí que me dejaran ir a su casa para hablar con él, con la excusa
de que tenía que preguntarle por los casos que llevaba su brigada cuando lo
detuvieron. Fui a ver al juez y y me firmó una orden para verlo—Germán se
inclinó hacia él inconscientemente, como si así pudiera conseguir que hablara
más rápido—le aseguré que haría lo que pudiera por él.

—Me pidió que, cuando volvieras, tú e Isabel os encargarais de


investigar lo ocurrido, y que yo te ayudara en lo que pudiera—Samaniego lo
miró a los ojos antes de continuar—dijo que sabía que tú creerías en su
inocencia porque le conoces, que hay muchas pruebas que lo condenan, pero
que te jura que todo es un montaje

—¿Entonces sabe quién puede ser el que le ha preparado la trampa?

—No se le ocurría nadie.

—¿Crees que la investigación está terminada?

—No lo sé, pero parece que lo tienen todo muy bien atado, los de
Asuntos Internos han estado husmeando por todos lados, hasta que han
conseguido incriminarle totalmente. Entiendo que es su trabajo, pero ese José
Luis Peña—movió la cabeza cabreado—un día casi llegué a las manos con él,
insinuó que seguramente yo también tendría algo que ver con el asesinato—
Germán no se sorprendió,

—Sí, he tenido que aguantarle esta mañana, es un payaso.

—En cualquier caso, Amaro estaba seguro de que, si tú no consigues


salvarlo, nadie lo hará. Dice que su vida está en tus manos, y me juró varias
veces que era inocente—Germán lo miró, porque sabía que había habido
algunos problemas entre ellos, aunque nunca había sabido porqué. Siempre se
había imaginado que era por culpa del mal carácter de Samaniego, era
conocido por eso en todo el departamento—Sí, Amaro es un policía honesto,
y una buena persona. No es posible que alguien le haga algo así, y los demás
nos quedemos de brazos cruzados.

—Estoy de acuerdo—Germán asintió totalmente de acuerdo— ¿sabes


algo de las pruebas que lo acusan?

—Eso es lo peor, empezando porque el cuerpo estaba en el maletero de


su coche, añade que lo dispararon con su pistola, y esa es la prueba más
incriminadora que tienen, además, en cuanto al móvil, el muerto era el
amante de su esposa, y Amaro no tiene coartada para la hora en que se
produjo el asesinato. Nunca he visto un caso con tantas pruebas contra el
acusado.

—Sí, casi parece imposible que no haya sido él—Samaniego asintió—


pero Amaro me conoce demasiado bien, no creo en los escenarios perfectos,
y, además, estamos hablando de un hombre con 30 años de experiencia como
policía, y uno de los buenos. ¿Alguien se puede creer que, si alguno de
nosotros quisiera cometer un asesinato, utilizaríamos nuestra propia pistola?
—Samaniego enarcó las cejas y negó con la cabeza.

—Yo no lo haría, desde luego.

—Ni yo, ni ninguno de nosotros, que tuviéramos algo de cerebro claro.


Y el muerto en el maletero de su coche, y aparcado en el garaje de la
comisaría donde él mismo está trabajando…—movió la cabeza—eso es
intragable.

—Sí, Amaro dijo que no te lo creerías. Bien, me alegro, entonces, os


voy a dar para que investiguéis, un caso para el que nos piden ayuda desde un
pueblo de Ávila, con esa excusa, podéis salir cuando lo necesitéis, y si os da
tiempo, le dedicáis algo de tiempo. Mañana a primera hora, venid a mi
despacho, los dos—miró a Isabel que le sonrió—y así despistaremos a
nuestros amigos de Asuntos Internos, cuando escuchen las grabaciones.

—¿Cómo sabéis que hay micrófonos? —Samaniego sonrió

—Porque yo también llevo 30 años en el cuerpo, y sé cómo funcionan.


Además, hace tiempo que tengo un detector en el despacho, y otro en mi
casa.

—¡Qué previsor! —los dos sonrieron

—Sí, cuando llevas tantos años en esto, aprendes a la fuerza que tienes
que tener cuidado.

—Otra pregunta Samaniego, ¿no conocerás a alguien de Asuntos


Internos? —Samaniego asintió. Germán conocía la dificultad de hablar con
ellos, eran como fantasmas

—¿Sería posible hablar con él? —el inspector lo miró burlón,

—Más le vale, es mi yerno—él sonrió sintiendo cómo le traspasaba un


rayito de esperanza, por fin.
CINCO

uando Samaniego se fue, los dos se miraron fijamente durante unos


C instantes antes de acercarse el uno al otro. Él frunció el ceño al verla
temblar y acarició sus brazos, recorriéndolos con las manos,

—¿Qué te ocurre? ¿tienes miedo? —susurró inclinando la cabeza para


hablar junto a su oído, porque ella había agachado la cara, como si no
quisiera que viera su expresión,

—No—susurró

—¿Estás excitada entonces? —Isabel levantó la mirada hacia él, y


Germán pudo observar la dilatación de sus pupilas, y sintió cómo todo su
cuerpo se ponía rígido en respuesta. Llevaba tres meses esperándola,
necesitando rozar su piel con la suya, no podía esperar—no puedo ser suave,
no puedo Isabel…te deseo demasiado—carraspeó algo aturullado, aunque él
nunca se aturullaba, pero ya no podía más, incluso cuando la había tenido en
su regazo con la única intención de tranquilizarla, había estado tan excitado
que la erección le dolía.

—Y yo a ti, te he deseado todos estos meses, y me he consumido todas


las noches, imaginando cómo sería cuando volvieras, quiero que volvamos a
estar juntos como antes—él la besó en la sien suavemente, al escuchar la
tristeza en su voz.

—Está bien, hablaremos después—la cogió en brazos y la llevó a la


habitación. Una vez allí, decidido a satisfacerla de todas las maneras en las
que pudiera hacerlo, la desnudó rápidamente, besando los trozos de piel que
iban quedando al descubierto. Cuando le quitó el sujetador, frunció el ceño al
ver una rojez que estropeaba su perfecta piel, y la rozó con el dedo como si
pudiera curarla con una caricia. Ella, con los ojos cerrados, sonrió al notarlo.

—Túmbate—Isabel retiró la colcha y lo hizo, observándolo desnudarse,


con aparente calma, aunque ella lo conocía bien y notaba su tensión por la
forma en la que dejaba la ropa en la silla, de cualquier manera. Cuando
terminó, se sentó a su lado y rozó con su dedo índice uno de sus pezones, lo
que hizo que ella tuviera que sofocar un gemido, entonces su mano bajó hasta
situarse a la puerta de su coño, pero ella tenía las piernas juntas.

—Ábrelas—pidió, ella lo miró, quería que se acostara con ella, que la


penetrara, no aquello. Pero ya no podía controlar los leves temblores que
sacudían su cuerpo, por lo que aspiró profundamente y separó lentamente los
muslos. Germán acarició suavemente los blandos y húmedos pliegues.

—Tranquila —susurró, y a continuación, la penetró con un largo dedo.


Ella se puso rígida y cerró los muslos

—No, así no—murmuró, aunque su cuerpo lo aceptaba dándole la


bienvenida. No había nada que ella pudiera hacer para detener el lento avance
de aquel dedo en su interior.

Germán sabía lo que hacía, no estaba seca, pero distaba mucho de estar
lista para la penetración, sobre todo para la cabalgata que iban a tener después
de tanto tiempo. Isabel luchó brevemente por contenerse, pero al final gimió
embargada por el placer, su cabeza se movía de un lado a otro sobre la
almohada, mientras sus gemidos llenaban la silenciosa habitación.
—Así, eso es —la animó, e introdujo otro dedo más. Ella arqueó las
caderas sintiendo cómo iba dilatándola, sus músculos internos se contrajeron
suavemente para ajustarse a él mientras crecía el fuego en su interior, y
Germán sintió que un estremecimiento lo sacudía de arriba abajo, al observar
cómo la recorría el orgasmo, antes de lo que esperaba.

Isabel sintió cómo la inundaba una ola de calor, seguida rápidamente de


otra de un placer casi doloroso. Notaba la piel demasiado tensa, demasiado
sensible. Sus pezones se irguieron y endurecieron, enhiestos y firmes. Los
dedos de Germán profundizaron un poco más, acariciando los delicados
tejidos internos. Ella volvió a arquear las caderas, absorbiéndole. Sus muslos
se abrieron para permitirle un mejor acceso. El corazón le retumbaba en el
pecho, y tuvo la sensación de que podría volar. Se aferró al brazo de Germán,
hundiendo los dedos en su carne, en un intento de agarrarse a algo en medio
de la tormenta que la azotaba. Oyó que él le decía algo, pero sentía tal fragor
en los oídos que no pudo distinguir de qué se trataba, aunque percibía la
ternura en su voz. Finalmente, sus dedos salieron de su cuerpo, y dejó escapar
un leve sonido de disgusto hasta que sintió cómo él se tumbaba, y le pedía
que abriera aún más las piernas.

—Creo que ya estás preparada, ya te he dicho que no podré ser suave—


la besó en los labios y luego en ambas mejillas. Ella le miraba con la cara
enrojecida por la pasión.

—Haz conmigo lo que quieras— se sentía feliz solo por notar la dureza
de su pene contra su coño. Germán se apoyó en un brazo y con la otra mano
buscó entre los dos cuerpos para guiar su verga, al tiempo que contraía sus
glúteos y comenzaba a empujar lentamente dentro del cuerpo de Isabel.

—Tranquila, iremos poco a poco—Isabel recordó, en ese instante,


porqué tenía que prepararla siempre, sintió la anchura de su polla intentando
penetrar en ella, y cómo él presionaba poco a poco, embistiendo
innumerables veces, pero sin forzarla demasiado, para no hacerle daño. A
Isabel se le enredó la respiración en la garganta y se sintió ahogada de nuevo
en un mar de sensaciones. Se había sentido dilatada por los dedos de Germán
que entraban en ella, pero aquel grueso miembro la llenó hasta el borde del
dolor. Aunque estaba mojada, su vagina seguía muy sensible, y se tensaba
cada vez más conforme Germán se iba introduciendo inexorablemente hasta
la empuñadura. Soltó un leve gemido de pánico, sintiendo que se encontraba
en la frontera que rayaba con el dolor. Germán se detuvo, conteniéndose
como pudo, mientras su poderoso cuerpo temblaba

—¿Estás bien? —Su tono de voz fue ronco y apenas audible.

—Sí, es sólo que no sé por qué, ya no me acordaba de lo grande que


eres—él soltó un par de carcajadas por lo bajo,

—Puedes con ello, ya lo hemos hecho antes. Y muchas veces si lo


recuerdas—ella sonrió, aunque le parecía que el menor movimiento hacía que
le doliera más.

—Lo recuerdo, lo recuerdo, no te preocupes—ironizó, él le dio un


picotazo rápido en los labios, como agradecimiento por su muestra de humor,
que hizo que se tranquilizase, y antes de seguir penetrándola, levantó una
pierna de ella flexionándola, y manteniéndola así para que se abriera más a él.
Al notar que así lo aceptaba mejor, un sonido áspero salió de su garganta, y
empezó a empujar con más potencia, cada vez más profundamente. El
impacto sacudió todo el cuerpo de Isabel, y se aferró fuertemente a él, el
brusco chocar de los dos cuerpos se mezcló con la ronca respiración de
Germán y los suaves gemidos de Isabel.
Le había echado de menos, cerró los ojos con fuerza, y saboreó cada
instante. Le encantaba su rudeza, y lo salvaje de su apetito. Le gustaban los
gruñidos que escapaban de él, el calor y el sudor de su cuerpo al encogerse y
embestir, con una fiera pasión sin complicaciones. Ojalá aquello pudiese
durar siempre, pero era imposible debido a la urgencia de los dos.

Demasiado pronto su ritmo se incrementó, y retrocedió para luego


volver a arremeter con gran fuerza. De repente, le levantó las dos piernas, y
apoyó los tobillos en sus hombros. Con una exclamación ahogada, Isabel
sintió cómo se hacía todavía más grande y más duro dentro de ella. Germán
dejó escapar un grito áspero, una última embestida, y comenzó a
estremecerse. Cuando dejó de temblar, cuando el último de los espasmos
abandonó su cuerpo, Isabel abrió los brazos y él, débilmente, se dejó caer en
ellos. Su peso la aplastó contra el colchón, pero era feliz, y estaba satisfecha,
por lo menos de momento. Notaba los latidos del corazón de Germán
retumbar lentamente contra su pecho. Su cabello oscuro, humedecido por el
sudor, necesitaba un corte. Tenía el rostro vuelto hacia su cuello, donde
depositaba ligeros besos de vez en cuando, y ella aún sonreía cuando él se
tumbó de costado

—Te estoy aplastando, ven—se acercó para que la abrazara y posó una
mano en su pecho, que él envolvió con la suya y acercó a su boca para
besarla—mañana hablaremos, ¿quieres? —como contestación escuchó el
ligero ronquido de ella, lo que le indicaba las largas noches que habría pasado
sin dormir. Sonrió mientras añadía:

—Tomaré eso como un sí—cerró los ojos agotado, llevaba todo el día
luchando contra el cambio de horario, y con lo ocurrido en su ausencia, pero
por lo menos, volvía a tenerla entre sus brazos. Por fin volvía a estar en casa.
De común acuerdo, se ducharon cada uno en un baño, ya que habían
vuelto a hacer el amor un par de veces más durante la noche, e Isabel le había
reconocido, mientras le besaba con una sonrisa socarrona, que no podían
hacerlo más, o no podría andar. Él también reconocía que le pasaba un poco
lo mismo, en su caso tenía ganas, pero estaba agotado. Mientras tomaban un
café decidieron ir primero a casa de la hermana de Catalina, la mujer de
Amaro. Cuando Isabel dio un trago al café que él había preparado, casi lo
escupe, se tapó la boca para no hacerlo y cuando consiguió tragarlo le dijo:

—Pero ¿qué es esto?¡está asqueroso Germán! —él olió el suyo, que


todavía no había probado, porque estaba buscando algo sólido que pudieran
desayunar, y cuando bebió un trago pequeño, su cara se transformó con una
mueca de asco.

—¡No lo sé!, se habrá estropeado,

—Pero ¿no has comprado desde que has llegado? —no la contestó, sólo
la miró para que pensara lo que acababa de preguntar.

—Está bien, está bien—levantó las manos en actitud defensiva—era


una pregunta—vale, pues luego tendremos que ir a comprar, así no puedes
estar.

—Sí, vamos a desayunar en la calle, anda. Te invito, puedes comerte


hasta un bollo si quieres—bromeó

—¡Cuanta generosidad!, no te creas, que no estoy acostumbrada, a lo


mejor se me atasca tanta comida—Germán reía a carcajadas mientras bajaban
en el ascensor. Antes de que ella se diera cuenta, la besaba apasionadamente,
apretándola con fuerza, solo cuando llegaron abajo se separaron con la
respiración agitada.

—¿Y eso? —él miró sus labios y pasó el dedo con suavidad por ellos,
había sido un poco bruto, los tenía rojos, luego la besó suavemente, como
disculpa.

—Un anticipo hasta la noche—salió del ascensor dejándola en el


mismo con cara de boba, mientras él sujetaba la puerta esperando que saliera.

Primero fueron a la comisaría siguiendo las instrucciones de


Samaniego, ya que había que hacer el paripé frente a los de Asuntos Internos.
Esperaron prudentemente a que su jefe los hiciera pasar, y entraron en su
despacho, luego, tomaron asiento siguiendo sus indicaciones,

—Buenos días—Samaniego gruñía, como era habitual en él—os voy a


mandar a ayudar en la investigación de un asesinato ocurrido en un pueblo de
Ávila—les dio una carpeta—esto es lo que tengo impreso, pero lo tenéis
entero en vuestros correos institucionales. En cualquier caso, como veréis, el
marido era el principal sospechoso, pero tiene una coartada sólida. Estuvo en
una gasolinera cenando mientras alguien mataba a su mujer.

—¿Nos ha pedido ayuda la Guardia Civil? —era algo raro.

—Sí, llevan atascados meses, y han pedido tu ayuda en concreto. Id allí


y patead el terreno, a ver si podéis conseguir algo.

—Bien

—¡Moveros joder!, ¡ya teníais que estar en el coche! —Germán no


pudo evitar una sonrisa divertida, pero Samaniego no se dio por aludido,
parecía disfrutar.
—¡Venga, fuera de aquí!, quiero que dediquéis todo vuestro esfuerzo a
solucionar ese tema, y no olvidéis que, si necesitáis algo, mi puerta está
abierta, pero no para chorradas.

—De acuerdo jefe, hasta luego.

—Hasta luego jefe—imitó Isabel, la muy cabrona no podía evitar la


risa. Hizo como que tosía, aunque Samaniego la miraba con su peor cara de
mala hostia. Germán tiró de ella hacia fuera.

—¿Estás loca?

—Lo siento, es que no he podido evitarlo, ya me conoces, cuando me


entra la risa no me puedo controlar,

—Ya, ya, vamos al coche, antes de que nos pillen los de Asuntos
Internos y te dé por reírte—bromeó, ella le dio un tirón rápido de orejas, sin
que nadie la viera, y que le dolió.

—¡Ayyyyyyyyyyyyy! —se quejó llevándose la mano a la oreja


derecha,

—Te jodes—luego se adelantó moviendo el culo, de la manera que


sabía que le ponía a cien. A uno que estaba sentado en una de las mesas y al
que no conocía, se le ocurrió mirarla el culo también, y luego sus ojos se
cruzaron con los de Germán, que se aseguró con solo una mirada, que se le
quitaran las ganas de hacerlo más. Cuando llegaba al ascensor tras ella,
sonreía porque volvía a ser ella misma.

Él se sentó ante el volante como hacía casi siempre porque le ayudaba a


pensar, a menos que estuviera terminando un caso, que ocurría lo contrario,
solo podía concentrarse en silencio y yendo de copiloto.

La hermana de Catalina, Eugenia, vivía en una de las grandes


poblaciones que se habían construido en los años sesenta, en los alrededores
de Madrid. Era una casita baja con patio, según iban acercándose a la casa,
los ladridos del perro de un vecino se fueron haciendo cada vez más fuertes,
hasta que Germán se volvió hacia Isabel, dando la espalda a la casa,
obligándola a que se detuviera, y le dijo,

—Mientras yo lo encañono, tú le pones las esposas—seguramente


aquella broma les salvó la vida, porque de repente, todo se transformó en una
bola de fuego, cuya onda expansiva provocó que los dos salieran volando
varios metros, y cayeran aturdidos sobre la tierra de un descampado que
había frente a la casa.

Germán levantó la cabeza desorientado, a pesar de la presión enorme y


el pitido que sentía en sus oídos, se puso a cuatro patas para acercarse a ella,
que estaba tumbada de costado, inconsciente. Miró hacia atrás, no quedaba
nada de la casa, esperaba que no hubiera nadie en ella. Se arrastró como pudo
hasta Isabel, y le quitó el pelo de la cara, le sangraba un oído, imaginó que a
él le pasaría lo mismo, y palpó con cuidado su cuerpo, pero no parecía tener
nada roto. Ella abrió los ojos:

—¿Qué ha pasado? —no la oía, pero entendió lo que le dijo por los
labios, se encogió de hombros, porque no se sentía con fuerzas para nada
más. Le pareció oír más pitidos, y vio las luces de los coches de la policía.

—Vamos, te ayudo a levantarte, viene la caballería.

Mientras los de las ambulancias los estaban atendiendo dentro de una


de ellas, Germán frunció el ceño al ver a José Luis Peña y su compañero
bajarse de su coche. Rozó a Isabel discretamente para que lo viera, y ella
asintió, Kiko pareció discutir con su compañero para que le dejara hablar con
ellos, y el tal José Luis, se fue hacia los bomberos.

—Hola—Germán había empezado a oír, aunque había que gritarle un


poco.

—Hola

—Imagino que el que estuvierais por aquí, es una casualidad—Germán


sonrió sin ganas,

—No sé a qué te refieres, solemos venir mucho por aquí—Kiko sonrió


como si Germán fuese un niño travieso,

—De acuerdo, pues que os miren bien los oídos, ella no sé, pero el tuyo
está sangrando—el enfermero dio un respingo al escucharlo y comenzó a
limpiar la sangre, mientras Isabel y Germán seguían con la vista al de
Asuntos, que se acercó a su compañero que ahora hablaba con uno de los
polis que ya habían acordonado la zona.
SEIS

ermán aceptó ir al hospital más cercano, sobre todo por Isabel a la que
G veía muy pálida. Aunque aparentemente no tenía nada roto, prefería que
le hicieran un reconocimiento a fondo. Él se encontraba bien,
exceptuando un fuerte dolor de cabeza y de oídos, que imaginaba que era lo
mínimo que le podía pasar. A ella la llevaron en ambulancia, a pesar de que
protestó, y él fue detrás en su coche. Luego, se quedó esperando en urgencias,
y mientras lo hacía, llamó a Samaniego.
—Dime—tuvo que cambiarse el teléfono de oído, ya que con el
derecho no oía nada,
—Hola, soy Germán, quería decirte que ha explotado una bomba cerca
de donde estábamos Isabel y yo, investigando una pista del crimen de Ávila,
pero que estamos bien. Imagino que habrá sido un escape de gas—habían
quedado en que no se dirían nada importante por teléfono, y Samaniego no
era tonto.
—¿Habéis ido al hospital?
—Sí, han traído a Martín, la están reconociendo ahora.
—Está bien, mantenme informado, y tomaros el día libre, pero quiero
un informe por escrito de lo ocurrido.
—Por supuesto, lo tendrás ¿a las nueve te parece bien? —se hizo un
silencio al otro lado de la línea, pero fue muy breve, enseguida entendió lo
que quería decir.
—Por supuesto, a las nueve.
Terminó justo a tiempo de hablar con el médico, que le confirmó lo que
imaginaba,
—Tiene una pequeña conmoción cerebral— al ver las pupilas de
Germán sacó una linterna pequeña del bolsillo de su bata, intentando mirarle
los ojos—como usted—Germán se apartó, sabía perfectamente que la tenía,
pero le preocupaba ella.
—Estoy bien doctor, pero gracias—el médico se encogió de hombros
—Que no haga gestos bruscos hoy, y procure que esté tranquila, no
hace falta que esté acostada, pero nada de deporte ni bailoteos—sonrió por su
propia gracia, pero a Germán no le pareció gracioso. Al ver su expresión, el
médico carraspeó— le he recetado unas gotas para los oídos, usted también
las puede usar si quiere, le aliviarán la presión.
—Está bien, muchas gracias—Isabel salía de urgencias en ese momento
andando lentamente, como si estuviera desorientada. Se despidió del médico
y la cogió de la cintura para ayudarla a llegar al coche, aunque unos metros
después se encontraba mejor.
—No te preocupes, me he mareado al levantarme, pero ya estoy bien.
—Es por los oídos, ahora vamos a por las gotas—ella asintió mientras
entraba en el coche despacio, echó la cabeza hacia atrás, y se puso la mano en
la frente. De repente, recordó algo, y miró el reloj del coche, luego a Germán,
que se había sentado ante el volante y arrancaba el motor.
—Son las once y media, hay que ir a casa de ese chico, luego iremos a
por las gotas
—No, primero las gotas—apretó la mandíbula decidido a no dejarse
convencer.
—Puedo esperar—suspiró después de hablar, dejando la mano sobre
sus rodillas
—Y él—contestó.
—¡Germán! —en cuanto levantó un poco la voz, se llevó la mano a la
cabeza por el dolor, y él maldijo en voz alta por su cabezonería.
—¡Maldita sea, cállate por favor!, me da igual lo que digas, tardaremos
cinco minutos, te lo juro. Si hace falta enseñaré la placa para que me atiendan
pronto—ella sonrió divertida
—Ese truco es de poli viejo—se reclinó de nuevo en el asiento,
respirando hondo.
Él apretó los dientes y condujo hasta la farmacia más cercana, mientras
recordaba lo ocurrido. La verdad era que se había muerto de miedo, cuando la
había visto tumbada e inconsciente, había sentido que se le paraba el corazón.
Dejó el coche en doble fila en una de las calles más importantes de Madrid, y
le dijo antes de bajar
—Cinco minutos—ella asintió y lo vio correr hacia la farmacia como si
le persiguiera el demonio, sonrió, porque se había puesto en forma mientras
había estado fuera. Abrió de nuevo el ojo izquierdo cuando escuchó cómo
abría la puerta, y entraba como una exhalación.
—Cuatro minutos y medio, a ver chupa esto—ella abrió los ojos de
nuevo y le dijo con bastante sorna,
—Creo haber escuchado antes esa frase, pero no en las mismas
circunstancias—él la miró con el ceño fruncido,
—Muy graciosa—alargó una tableta naranja que miró desconfiada—no
seas niña, abre la boca—ella lo hizo y dejó que le metiera aquello en la boca
—es para el dolor de cabeza, me han asegurado que es mucho más rápido que
la aspirina—él comenzó a chupar otra tableta, y volvió a arrancar. Hasta que
llegaron a casa del genio estuvieron en silencio, pero antes de salir la cogió
por la muñeca, para que no bajara todavía,
—Espera un momento, ¿te encuentras mejor? —ella asintió sorprendida
porque el dolor de cabeza, aunque no había desaparecido del todo, se había
atenuado lo suficiente para que fuera soportable—está bien escucha, si no
estás tranquila, sin hacer movimientos bruscos, nos vamos a casa, estoy
pensando que nos vayamos ya…
—¡No seas pesado! —volvió a sujetarla, teniendo cuidado de no apretar
demasiado su muñeca, porque si se sentía como él, que estaba seguro de que
era así, le dolería todo.
—Isabel, ya has visto lo que ha pasado, tendremos que tener más
cuidado, y te voy a cuidar, quieras o no.
—¡Está bien!, no me apetece hablar más. Además, no estamos seguros
de que no haya sido un escape de gas, que nos haya pillado por casualidad—
la voz algo temblorosa de ella producto de la impresión, hizo que no le
contestara lo que ya sabía, que él no creía en las casualidades.
Bajaron del coche, a las doce en punto, y antes de que pudieran llamar,
se abrió la verja de la entrada. Germán se quedó asombrado al ver allí a
Roberto y Natalia, con cara de susto, junto a Leonardo.
—Pasad, por favor, debéis estar hechos polvo—Germán miró a Isabel
que se había quedado boquiabierta, por el comentario de Leo.
—Leonardo, te presento a Isabel, mi compañera, él asintió serio, y
tomó la mano de ella manteniéndola, a juicio de Germán, demasiado tiempo
entre las suyas,
—¿Te encuentras bien, no deberías estar en la cama?
—Estoy bien, muchas gracias—pasaron dentro y C3P0 cerró la puerta,
observado por una atónita Isabel.
—Pero ¿cómo os habéis enterado? —Germán se dirigió a Roberto que
apartó la vista algo avergonzado, y contestó Natalia
—A primera hora suelo escuchar un rato la emisora de la policía—
Germán resopló agotado, y levantó la mano para que no siguiera hablando
—No he oído nada—Isabel lo miró divertida, ella lo sabía porque
Natalia se lo había contado hacía tiempo, además la policía sabía que muchos
detectives privados lo hacían.
—¿Qué pasa, no se puede escuchar? —Leonardo parecía sorprendido
porque Germán se hubiera molestado, e Isabel le contestó,
—Es ilegal, aunque sabemos que hay gente que lo hace, venden unos
aparatos…
—No hace falta nada más que un móvil, si queréis os puedo preparar
los vuestros para que la escuchéis, sin necesidad de nada más—Isabel se
quedó absorta mirándolo, nunca había conocido a un verdadero cerebrito.
—Déjalo—Germán prefería no saber más —¿tienes el informe? —Leo
le sonrió divertido,
—Claro, no me llevó más de veinte minutos saltarme los tres tristes
cortafuegos que tiene vuestro sistema—no tuvo más remedio que sonreír al
escucharlo, era como un niño alardeando. Los llevó a una especie de salón,
donde había una mesa muy larga con varias sillas—sentaros si queréis, aquí
es donde hago las reuniones de trabajo.
—¿Tienes empleados? —miró a Germán sonriente.
—No, no los necesito, las reuniones son con empresas, ellos suelen
traer, a veces, a varios expertos para valorar alguno de mis inventos, y así
poder tasarlos. También traen abogados.
—¿Y tú no tienes abogado?
—No suelo necesitarlo, si tengo dudas consulto a alguno, pero
normalmente, con leer el contrato es suficiente, ya he firmado muchos.
—Entiendo, tengo una pregunta, ¿por qué nos ayudas?, si no he
entendido mal, cobras por hacer estas cosas,
—Al principio tenía curiosidad, lo reconozco, pero ahora…—dudó un
momento—lo he pensado mucho, y la verdad es que me gustaría ir con
vosotros, en alguna ocasión, a una vigilancia o algo similar. De hecho, para lo
que vamos a hacer con vuestro amigo, y que podáis comunicaros con él,
tengo ir yo,
—Me parece bien, siempre y cuando no sea algo peligroso para ti.
—Vale—sonrió feliz, y Germán lo miró con el ceño fruncido, no le
gustaba demasiado esa situación, pero estaba desesperado.
Se sentaron, y Germán comenzó a leer un documento de Word en una
Tablet que le había entregado Leo.
—¿Quieres leerlo tú a la vez? —Isabel asintió mientras preguntaba,
—¿Puedo? —salió un momento de la habitación y volvió con otra
Tablet, en la que insertó algo parecido a un pen, y luego tecleó algo. Cuando
terminó, se la pasó a Isabel y ella se sentó dándole las gracias. Mientras ellos
leían, Roberto pensó que sería mejor dejarles tranquilos unos minutos,
—Leonardo, ¿te importaría enseñarnos algunos de tus inventos? Natalia
está deseando verlos. Leonardo apartó su mirada de Isabel, y asintió
levantándose y caminando hacia la nave donde trabajaba, seguido por los
otros dos.
El informe era denso, estaba bien fundamentado, y era completo,
aparentemente no dejaba flecos pendientes. Cualquiera que lo leyera, aún sin
ser policía, sabría que Amaro lo tenía fatal. Cuando terminó de leerlo, se
quedó abstraído analizando todos los datos en su cabeza.
—Con esto lo condenan seguro—asintió a las palabras de Isabel, estaba
de acuerdo con ella. Isabel vio su mirada perdida, y tomó su libreta y el boli
de su bolso, se había quedado hecho un asco con la explosión y la caída, pero
lo de dentro estaba intacto.
—Está bien, empecemos—él asintió—si te parece, vamos a apuntar lo
primero las pruebas incriminatorias, luego iremos viendo.
—De acuerdo, te dicto—buscó el pasaje del informe donde se hablaba
de las pruebas—La pistola con la que se cometió el asesinato, es la
reglamentaria de Amaro, y además solo tiene sus huellas. Tiene un móvil
muy claro, ya que su mujer tenía una relación extramatrimonial con el
muerto, Vicente Soria, que trabajaba como dentista en la misma clínica que
ella, y Amaro reconoció en el interrogatorio haberle amenazado de muerte en
alguna ocasión—Germán murmuró algo, pero no lo escuchó bien— No tiene
coartada. Y además de todo esto, el muerto aparece en el maletero de su
coche, junto con su pistola reglamentaria—Después de terminar de leer todo,
él mismo estaba asombrado—Nunca he investigado, ni he estudiado ningún
caso, en el que hubiera tantas pruebas directas contra el acusado.
—Sí, ¿qué vamos a hacer? —Isabel pensó que le diría, que quizás
tendrían que plantearse que Amaro fuera culpable, pero como siempre,
Germán no pensaba como los demás. Es más, la respondió sorprendido,
—Demostrar que es mentira, por supuesto. Es imposible que todo esto
sea cierto. Hay que enterarse de la causa de la bomba, y de si ha habido
muertos, y es evidente que, a nosotros, no nos lo van a decir. Pero creo que
Leonardo estará encantado de ayudarnos—Isabel sonrió recordando lo
emocionante que era trabajar con él, no sabía cómo era posible que se le
hubiera olvidado. Nadie tenía la facultad que tenía Germán para resolver
misterios, es más nunca había conocido a nadie con su agilidad mental. Le
había enseñado mucho mientras habían estado juntos, porque con él nunca se
dejaba de aprender.
—Vamos con los otros, quiero hablar con Leonardo—ella le siguió
hasta la nave, allí, Leonardo tenía a Roberto y Natalia sentados a la mesa a su
lado, los dos llevaban unas gafas oscuras que les tapaban también los
laterales de los ojos, mientras él observaba algo en su ordenador. Natalia y
Roberto reían divertidos, Germán enarcó las cejas al verlos.
—Están viendo un monólogo de un cómico, el programa crea la ilusión
de que estás en un teatro. Tienen además en los oídos unos auriculares sin
cables, que consiguen que el sonido sea envolvente, lo que incrementa la
sensación de que estás allí. Lo tengo que perfeccionar, pero de momento
estoy muy contento con el resultado.
—Quiero que me expliques cómo podríamos comunicarnos con Amaro,
es muy importante—Él tecleó algo más en el ordenador, y se levantó yendo
al otro extremo de la mesa,
—Está bien, tengo un dispositivo, que todavía no ha salido al mercado,
y que transforma cualquier pantalla plana, en un dispositivo táctil. Si en esa
casa hay wifi, como en casi todas las casas, podrás preguntarle lo que quieras
y él contestará, si todo va bien, pulsando en la pantalla la respuesta correcta.
—Eso parece ciencia ficción—Leonardo sonrió.
—Casi lo es, todavía no está a la venta, lo ha diseñado un amigo mío.
—Ah!, ¿no es un invento tuyo?
—No, la verdad es que no, pero me dio un par de prototipos hace
tiempo por si los necesitase.
—Bien, de acuerdo, pero ¿ese dispositivo funciona a distancia? —
Leonardo se rio sin poder evitarlo
—¡No!, hay que sujetarlo con unas pinzas que lleva en la base, en el
centro del borde superior del televisor, porque imagino que tendrá tele—
Germán asintió, aunque no tenía ni idea de si la tenía, pero esperaba que sí—
el dispositivo emite una luz que tiene que apuntar hacia la pantalla. La
posición es importante, porque funciona mediante infrarrojos—Germán
asintió,
—¿Y cómo vamos a conseguir que llegue a sus manos?
—Mira—se dirigió hacia uno de los estantes metálicos, cogió un dron
minúsculo, y se lo enseñó—este es Bond, lo utilizo para trabajos de precisión
como este. Solo me tenéis que decir donde tiene que volar, y él le llevará el
dispositivo. Además, este dron está preparado para actuar por la noche, tiene
incorporada una cámara con luces IR de visión nocturna—Germán asintió,
aunque no tenía ni puta idea de a qué luces se refería, pero decidió que sería
mucho más eficaz, no poner en duda ninguno de los conocimientos técnicos
de Leonardo,
—Sí, mejor por la noche, así no nos verían—miró la hora en su reloj—
a las nueve tengo visita en mi casa, y no puedo faltar, cuando termine
volveremos si te parece bien, para llevar a Bond a dar una vuelta—observó a
Isabel, que todavía estaba pálida, pero parecía algo más despejada. Ella
asintió y se levantó. Era la hora de comer, pero no le vendría mal echarse un
rato en la cama, por lo menos hasta que viniera Samaniego.
—¡Estupendo! —todos miraron a Leo alucinados, porque parecía un
niño al que le hubieran prometido que iría a ver a Papa Noel. Los cuatro se
despidieron de él. Ya fuera, Germán había cogido a Isabel de la mano,
acompañándola al coche, Natalia y Roberto les seguían, observando con qué
cuidado la trataba el poli,
—Es encantador y muy interesante estar con él, pero no he conocido a
un friki más grande en toda mi vida—Natalia sonreía divertida mientras
pensaba en voz alta.
—Sí, pero estamos en sus manos, si no puedo hablar con Amaro, me
será mucho más difícil averiguar la verdad—Germán hablaba mientras abría
la puerta a Isabel, aunque ella le decía que no era necesario. Cuando la cerró,
Roberto se acercó para susurrarle.
—Necesitáis descansar—él asintió, su amigo tenía razón
—Por supuesto, ahora comeremos algo, y nos echaremos la siesta,
intentaré que esté todo el tiempo posible en la cama—se despidieron con un
abrazo como hacían siempre, mientras Natalia daba un beso a Isabel que
había bajado la ventanilla para despedirse, y le decía
—Cuídate cuñada—la policía sonrió sin fuerzas, de repente se sentía
muy cansada, y le dolía todo. Se llamaban así desde que se habían conocido,
y habían comenzado a salir como las parejas de los dos amigos.
—Sí, no te preocupes, es una ligera conmoción, en cuanto llegue a casa
me echaré un rato—Germán arrancó el coche, e Isabel apretó un momento la
mano de su amiga para tranquilizarla—tranquila.
—¿Dónde vamos? —giró la cabeza para mirar a Germán.
—A tu casa, en la mía no hay comida ni de nada, y no estamos como
para ir a hacer la compra—ella asintió y se acomodó mientras el coche
arrancaba y ella combatía su malestar. Aunque no lo reconocería ni muerta,
estaba deseando acostarse.
SIETE

a ayudó a acostarse después de conseguir que se tomara un vaso de


L leche, porque le dijo que no podía comer nada. La desnudó y luego la
arropó con el máximo cuidado, como si fuera lo más delicado del
mundo, aunque la había visto entrenarse en el gimnasio hasta el agotamiento
para poder seguir el ritmo de su dura profesión.
—Puedo sola—se sentía algo avergonzada, porque los dos habían
sufrido la misma onda expansiva, y, sin embargo, ella estaba mucho más
afectada—estoy bien no te preocupes, solo tengo algo de frío.
—Calla—la miró preocupado— se nota que estás muy dolorida, te he
traído otra pastilla—la había dejado en la mesilla, junto con un vaso de agua
por si lo necesitaba. Se la dio, y fue al baño, en cuya puerta solía colgar lo
que se ponía por la noche, y volvió sonriendo con una camiseta de él.
—Siéntate un momento—cuando empezó a ponérsela le preguntó— ¿Y
esto? ¿me la habías robado? —pero ella solo se encogió de hombros.
—Germán, me acuesto como mucho un par de horas, y sólo si tú te
tumbas conmigo,
—No, mientras voy a aprovechar para…—ella se irguió muy seria
—Si no te acuestas ahora mismo me levanto y me voy contigo a
estudiar el expediente, que sé que es lo que quieres hacer. Luego, cuando nos
levantemos, acordaremos lo que le vamos a contar a Samaniego—él asintió
desnudándose, los dos sabían que era más seguro para el inspector si no le
decían la verdad. Si en algún momento alguien le preguntara algo sobre la
investigación, le estarían obligando a mentir, y no querían crearle problemas,
después de todo, les estaba ayudando. Se tumbó junto a ella y la abrazó, sus
largos años de vigilancias le habían enseñado a despertarse cuando era
necesario. Se despertaría, como mucho un par de horas después.

Cuando se levantaron decidieron repartirse el trabajo para ser más


efectivos, Isabel buscó noticias sobre el caso, es decir, todo lo que se hubiera
publicado, y él volvió a leer el expediente.
—¡Menos mal! —levantó la vista de su portátil al escucharla, ya que
cada uno trabajaba con el suyo—no ha muerto nadie en la explosión—giró la
pantalla para que él también lo viera. Leyó la noticia atentamente, aunque los
bomberos esperaban haber encontrado dos mujeres, por lo que les habían
dicho los vecinos, después de terminar la búsqueda y limpiar los escombros,
no había cadáveres. Germán leyó la noticia con el ceño fruncido.
—¿Qué crees que habrá pasado? —Isabel parecía estar algo mejor, al
menos había recuperado un poco el color,
—¿Te refieres a la explosión?
—No, a que no han dado señales de vida, se han evaporado—él leyó la
noticia extrañado
—Es raro, le preguntaré a Amaro, a ver si se le ocurre algo. Es posible
que hayan huido—ella asintió.
—Si quieres, puedo ir leyendo el expediente del caso de Ávila, está en
el correo. No deberíamos dejarlo de lado, por lo menos hay que intentar
cubrirle las espaldas a Samaniego.
—Claro, vete echándole un vistazo—miró el reloj del portátil—en una
hora o así, me iré a mi casa, ¿vas a venir?
—Pues claro ¿qué te has creído? —sonrió al verla indignada.
—Nada, no te mosquees.

Después de trabajar hora y media aproximadamente, recogieron y se


fueron a casa de Germán, a la espera de que llegara Samaniego. Éste lo hizo
puntualmente, a las nueve en punto, y llenó el salón de Germán con su
presencia. Lo primero que hizo, fue preguntarles cómo estaban, luego
Germán fue al grano
—¿Se sabe algo del explosivo? —el inspector se encogió de hombros
—Aún no, pero he hablado con el jefe de los bomberos que estuvo allí
y a él le parece un escape de gas—los tres sabían lo raros que eran esos
escapes —¿habéis descubierto algo?
—Todavía no, no nos ha dado tiempo—Isabel agachó la mirada
observando su refresco—pero en cuanto sepamos algo te lo diremos—el
inspector asintió.
—Se me ha ocurrido algo—lo miraron expectantes—como sabía que
nos íbamos a ver, he realizado una pequeña investigación para saber si a
algún preso de los encarcelados por Amaro, lo hubieran soltado
recientemente.
—¿Y qué has descubierto?
—Hay dos de los que ha recibido, en algún momento, amenazas de
muerte, os he traído la información. Son dos hermanos, uno murió de cáncer
hace un año, pero el otro salió hace un par de meses—abrió la carpeta que les
había llevado y leyó el nombre en voz alta, y luego le pasó la documentación
a Germán—se llama Tobías Gutiérrez, su alias es “el Depredador de
Lavapiés”
—¿Lo han soltado? —Samaniego asintió—¿cuánto tiempo ha estado
dentro?
—Catorce años y medio.
—Lo recuerdo perfectamente, yo todavía no era policía, violó y mató a
seis chicas ¿no? —miró la foto del criminal, que estaba dentro de la carpeta,
—Sí, pero solo pudieron probar su intervención en la última víctima,
Verónica Gutiérrez, y fue por una casualidad, porque pasó un hombre por allí
mientras paseaba a su perro, y lo vio cuando se estaba llevando algunos de
los trofeos que recogía de las chicas. Al ver al perro y su dueño, salió
corriendo y se dejó allí el condón con el semen, cuando normalmente siempre
lo recogía de la escena del crimen. Amaro consiguió localizarlo semanas
después gracias a la descripción del dueño del perro, entonces la prueba de
ADN lo inculpó sin ninguna duda, y lo condenaron. Fue una pena que no
pudiéramos condenarle por el resto de las víctimas, pero ya sabes cómo
funciona esto.
—Sí, tendré que estudiar el patrón que seguía, para ver si puedo
encontrar elementos comunes—frunció el ceño al leer su historial— aunque
creo que utilizaba arma blanca, ¿no?
—Sí, no será fácil buscar esos expedientes, al ser antiguos están en la
base de datos antigua, y con los de Asuntos Internos encima…
—No te preocupes, me arreglaré con los periódicos y con Google,
tranquilo—su nuevo jefe asintió y se levantó
—Seguiré observando y escuchando por si me entero de algo más, y si
es así me pondré en contacto con vosotros, pero, sobre todo, quería saber
cómo estabais,
—Muchas gracias, estamos bien, ¿verdad? —miró a Isabel que asintió
con vigor, aunque se le notaban las ojeras. Le acompañó a la puerta, y luego
se sentó junto a ella.
—¿Qué opinas? —él lo pensó antes de responder.
—No mucha gente es capaz de preparar una venganza durante tantos
años, pero no podemos descartar nada, a ver qué dice Amaro.
—Sí, deberíamos irnos ya
—Espera un poco—se levantó hacia la ventana, a lo mejor estaba
siendo algo paranoico, pero tenía una sensación extraña. Apagó la luz del
salón, y se acercó a la ventana lentamente colocándose de manera que no
pudieran verle, pero que él sí pudiera observar la calle. En uno de los coches
aparcados frente a su casa, había dos individuos, cuyas figuras se veían
perfectamente, porque habían cometido el error de aparcar bajo una farola,
—Tenemos vigilancia—Isabel se levantó
—No te acerques, miran de vez en cuando hacia la ventana—se deslizó
hacia un lateral para que no lo vieran—vamos a dejar las luces apagadas unos
minutos, con un poco de suerte pensarán que nos hemos ido a dormir. Se
sentó junto a ella en la mesa,
—¿Qué vamos a hacer?, no podemos llevarlos hasta la casa de Leo.
—No, si ponemos el plan en peligro, no iremos, no te preocupes.
Permanecieron unos minutos en silencio hasta que se le ocurrió algo, y
cogió su móvil
—Roberto, necesito que vengas a mi casa a recogernos, pero tienes que
entrar por el garaje—esperó la contestación de su amigo— yo te abriré con el
mando, tú sólo avísame cuando estés llegando—Sí, Natalia puede venir, casi
mejor, porque una pareja llamará menos la atención. Gracias Roberto, hasta
ahora—colgó y dejó el móvil en la mesa.
—Voy a coger algo de ropa, mañana iremos a por lo que necesites a tu
piso, es evidente que no podemos quedarnos en nuestras casas mientras dure
esto
—Vamos, te ayudaré no creo que tarden mucho en venir
—No, estaban en casa, como mucho veinte minutos. Lo mejor será
pedirle a Natalia que mañana recoja algunas de tus cosas, lo suficiente para
unos días—Isabel asintió mientras caminaba delante de él, ya andaba con
normalidad, aunque él sabía que todavía tendría dolores.
En cuanto tuvieron el bolso hecho, bajaron al garaje, y se quedaron a
cierta distancia de la rampa de acceso, para que no se les viera desde la calle
cuando entraran sus amigos.
—No lo hemos hablado, pero imagino que pensamos lo mismo, que son
de AAII—Germán asintió a las palabras de Isabel, mientras los dos
permanecían de pie, tensos, esperando,
—Sí, no hay que ser muy listos, desde que me contasteis todo esto,
esperaba que nos vigilaran. Saben que soy amigo de Amaro, y es su modus
operandi—Isabel asintió, al fin y al cabo, eran los polis de los polis.
El teléfono de Germán vibró y él miró el mensaje,
—Ya llegan—apretó el botón del mando, y la puerta del garaje
comenzó a elevarse, enseguida apareció el coche de Roberto que se detuvo
junto a ellos, fuera de la vista de la calle. De todos modos, esperaron a que se
cerrara la puerta, entonces Roberto y Natalia bajaron del coche preocupados.
—¿Qué pasa Germán? —Roberto los miraba con el ceño fruncido,
había venido en chándal, seguro que era lo que llevaba en casa cuando lo
habían llamado, Natalia se había puesto unos vaqueros y una camiseta.
—No os preocupéis, son los de Asuntos Internos.
—¿Se supone que si nos dices eso no debemos preocuparnos? —la voz
de Natalia había sonado algo más que ligeramente histérica, Isabel se acercó
a ella,
—Tranquila Natalia, es su procedimiento habitual, cuando están
investigando a uno de nosotros por un delito grave, normalmente extienden
dicha investigación a todos sus amigos, o sus compañeros de departamento,
depende. Y todos saben que Amaro y Germán, a pesar de estar todo el día
discutiendo, son muy amigos—Germán sonrió, al igual que los demás, pero
Natalia no parecía muy convencida.
—¿Os habrán puesto micrófonos en casa? —le asustaba un poco saber
cómo funcionaba ese departamento de la policía.
—De momento no—lo había vuelto a comprobar esa misma mañana—
pero nos tendremos que acostumbrar a comprobarlo todos los días, hasta que
solucionemos esto. ¡Vámonos antes de que nos descubran! —se dirigió a
Isabel— tú y yo, iremos en el asiento de atrás tumbados.
—¡Qué pillín eres Germán, cualquier momento es bueno para meterle
mano! —afortunadamente las salidas de Natalia, siempre espontáneas, solían
restar tensión a momentos como este. Todos soltaron una risita con la que
consiguieron relajarse, e Isabel se tumbó primero, pegándose todo lo que
pudo al fondo del asiento. Germán lo hizo pegado a ella, enlazándola por la
cintura intentando no aplastarla.
—¿Estás bien, puedes respirar?
—Sí, tranquilo—levantó el pulgar en el gesto que solían hacer en
cualquier operación policial, y Germán dijo,
—Cuando queráis chicos—Roberto miró a Natalia, que echó los
seguros de las puertas, y asintió a su vez. Tenía la mandíbula apretada porque
todavía no se podía creer que, dos policías honrados tuvieran que salir así de
su casa, solo porque quisieran averiguar la verdad y hacer justicia. Roberto
puso un momento la mano sobre su rodilla intentando tranquilizarla, y ella le
sonrió, entonces él arrancó de nuevo el vehículo, y dio la vuelta al garaje para
salir.
—Allá vamos—Germán le había dado su mando, por lo que lo utilizó
al llegar ante la puerta, y esperó a que se abriera, luego, con tranquilidad y
lentamente, como le había aconsejado su amigo, salieron. Natalia y él
pudieron ver cómo los dos ocupantes del vehículo que estaba aparcado
enfrente, a escasos metros, los miraban para ver quién iba en el coche, pero
enseguida apartaron la mirada. Afortunadamente había colado. Pero, a pesar
de ello, no se atrevieron a hablar hasta que doblaron la siguiente calle y
pudieron asegurar que no les seguía nadie.
—No nos siguen, pero para asegurarnos, quedaros unos minutos
tumbados.
—Por nosotros estupendo, como dice Natalia este es un buen momento
para satisfacer mis instintos con Isabel—ésta soltó una risita nerviosa, al
igual que Natalia. Pero Roberto, al volante, no fue capaz de hacerlo, aunque
agradecía la sangre fría de Germán.
Por fin llegaron a la casa de Leo, que los esperaba muy nervioso, les
abrió la puerta en cuanto bajaron del coche, debía estar vigilando la cámara
de la calle.
—Ya creía que no veníais—vio el bolso que llevaba Germán y les dijo:
—¿Os quedáis aquí? —Germán miró a Isabel, quien negó con la
cabeza. A él tampoco le parecía buena idea, al fin y al cabo, no lo conocían
de nada,
—Creo que no amigo, buscaremos un hotel.
—En un hotel os pueden localizar, aquí no, es imposible. Entrad, luego
lo hablaremos—abrió la puerta del todo y tecleó una secuencia de números
en el teclado que había junto a la cámara, lo que Germán no le había visto
hacer la otra vez. Leo observó su mirada y le explicó
—Es para que la cámara de la entrada comience a grabar todo lo que
suceda en la calle, por si os localizan—Germán negó con la cabeza, siempre
que le parecía que no se podía sorprender más con él, se superaba a sí mismo.
—Podéis veniros a casa, tenemos una habitación de sobra—Natalia
lamentaba no habérselo ofrecido antes, pero la verdad era que no se le había
ocurrido—además allí tenéis todo lo que podáis necesitar para vuestro
trabajo.
—Bueno, luego lo vemos, como dice Leo, tenemos que darnos prisa,
son cerca de las once. Amaro no se solía acostar pronto, pero eso puede haber
cambiado, imagínate, debe estar hasta las narices de no poder salir, y no
poder comunicarse con nadie.
—¿Cómo vamos a ir?
—¡Lo tengo todo organizado!, venid—Lo siguieron hasta el garaje,
donde tenía una furgoneta con solo las ventanas delanteras acristaladas, la
parte trasera era toda de metal. Era un vehículo muy grande, la puerta trasera
estaba abierta y dentro había una especie de pasillo central donde Leo había
montado una mesa anclada al suelo, y sobre la que había colocado su
mochila, el dron que les había enseñado, y su ordenador junto con una caja de
herramientas. A cada uno de los lados de la mesa había tres asientos, por lo
que cabían todos perfectamente. Germán observó el tamaño de la furgoneta
con los ojos entrecerrados,
—¿Quién va a conducir?
—Yo no puedo, tengo que manejar el dron y alguien tiene que estar
pendiente por si nos pillan los polis—Isabel se volvió para no soltar una
carcajada, pero Germán se sintió obligado a contestar,
—Oye que nosotros somos polis, tenlo en cuenta.

—Claro, claro. —los miró a todos y preguntó—pero ¿qué os parece?


—Me parece que has pensado en todo, Roberto, ¿tú crees que podrías
conducirla? —su amigo asintió, pero intervino Natalia,
—Si no os importa, lo haré yo, porque me saqué el año pasado el carnet
tipo C, de camiones, así que a esta pequeñaja la controlaré bien.
—Natalia me dejas alucinada—ella sonrió a Isabel,
—Sí, no os había dicho nada porque estaba convencida de que
suspendería, pero aprobé a la primera. La verdad es que siempre había
querido sacármelo, y ahora por fin lo he conseguido—Roberto la miraba
sonriente.
—Bien, entonces, ¿a qué esperamos?
—Primero vamos a planificar lo que vamos a hacer, espera un
momento Leo—lo sujetó por el hombro antes de que subiera, ese chico era
hiperactivo y un kamikaze—antes de hacer cualquier cosa, todos, lo tenéis
que consultar conmigo—se volvió a mirar a Natalia—y Natalia, primero
daremos una vuelta para ver dónde está el coche o los coches de policía,
porque lo más seguro es que haya dos, y luego decidiremos dónde
aparcamos. Hay un parque enfrente, y puede ser una buena idea hacerlo
detrás de los árboles creo recordar que desde allí estaríamos bien camuflados,
además desde allí, puedes mandar el dron, miró a Leo—¿no hay problema
para que vuele de noche? —Germán quería estar seguro antes de montar todo
el tinglado,
—No, tiene un sistema de localización por satélite, pero además lleva
una cámara con visión nocturna. Esa imagen la veremos en directo a través de
mi tablet, y también lo manejaré con ella—sacó una especie de pinzas que
emitían una luz rojiza—estas son iguales a las que lleva el dron, para que tu
amigo las sujete a la pantalla de la televisión.
—Vale vale, escucha, antes de nada, tengo que hablar con él para poder
explicarle lo que tiene que hacer, ¿podremos hacerlo desde la furgoneta?
—Sin problemas, las pinzas son para que él pueda contestar, pero yo
puedo hablar con cualquiera que tenga una pantalla plana frente a él—por un
momento a todos se les pusieron los pelos de punta, pero no tenían tiempo
para pensar en ello.
—Está bien, pues vamos allá—todos fueron subiendo y sentándose en
la furgoneta, Natalia ante el volante, y Roberto a su lado. El resto detrás, y se
adentraron en la oscuridad de la noche.
OCHO

omo había dicho Germán, finalmente aparcaron junto al parque que


C había frente a la casa de Amaro, la vivienda era un quinto piso de un
edificio de siete plantas. Leo y él bajaron para, después de cruzar a
través de la arboleda, señalarle la ventana de su amigo a la luz de las farolas.
Habían detectado al pasar dos coches de vigilancia, cada uno aparcado en una
de las aceras de la calle, pero, desde donde estaban, los policías no podían
verlos. Leo estuvo observando el edificio y las calles aledañas, con unos
prismáticos de visión nocturna,
—¡Esto es mucho mejor que un videojuego! —Germán sacudió la
cabeza alucinado, en ese momento le parecía que estaban en manos de un
niño de doce años. Lo sujetó por el brazo para que no traspasara la última
barrera de árboles, porque estaba tan emocionado que parecía dispuesto a
cruzar la calle hasta llegar al edificio de Amaro,
—Es que no puedo ver bien el callejón de la derecha, parece el mejor
sitio para que vuele el dron, una vez allí estaría fuera de la visión de los polis
—se quejó, Germán al entender, tiró de su brazo hacia la derecha,
—Ven por aquí, así podrás ver bien la calle—se movió de lado, hasta
llegar aproximadamente a la mitad de la hilera de árboles, desde donde se
podía ver perfectamente el callejón que decía. Apartó una rama de un abeto
para buscar el piso de su amigo, y se lo señaló—mira, esa es la ventana del
baño de Amaro—estaba situada a un costado del edificio y daba al pequeño
callejón que decía Leo. Y efectivamente, no era visible desde la calle donde
estaban aparcados los zetas—si conseguimos que vaya al baño y abra la
ventana ¿podrías hacer que el dron aterrice en el alféizar?
—No es necesario, es más fácil que se quede unos segundos suspendido
en el aire, lo que él tarde en coger lo que le mandamos, incluyendo tu nota—
Germán asintió, en el último momento se dio cuenta de que sería mucho
mejor y le daría más confianza a Amaro, si recibía una nota de su puño y
letra.
—¿Cómo lo has colocado al final?
—Lo he pegado con celo encima del dron. Bond tiene un
compartimento para llevar cosas, pero es más fácil que lo encuentre así ¿no?,
—Sí, es primordial que lo hagamos lo más rápido posible. Por cierto—
se fijó en las farolas en la calle—¿tiene que volar con luz?
—Sí, es más seguro que tenga el faro central encendido, pero, como
hay farolas, cuando pase por encima de los polis, lo puedo apagar,
—Está bien—se encogió de hombros—hay que intentarlo. Espera,
déjame mirar los coches—había dos hombres por coche, no parecía faltar
más que el que estaba de guardia. Ya sabían, por el informe, que la vigilancia
se componía de cinco hombres, y el del piso se iba turnando con los de los
coches para descansar. Volvieron a la furgoneta decididos a empezar con el
plan.

Amaro se había hecho una tortilla porque era de lo poco que sabía
cocinar. Ante la imposibilidad de pedir una pizza ni nada del exterior, ya que
no tenía teléfono ni ordenador porque se los habían confiscado, tenía que
conformarse con la compra que le traía un policía todas las semanas, y que se
delimitaba a los alimentos más básicos, como era normal.
La imagen del canal de televisión que tenía puesto desapareció y la
pantalla se fundió en negro de repente, extrañado, cogió el mando, pero por
más que pulsaba la tecla, la imagen no volvía. Abrió el compartimento de las
pilas y las sacó y las metió de nuevo, a veces era suficiente para que el mando
volviera a funcionar, entonces volvió a apretar el número del programa, y casi
se le cae el mando al suelo, al ver lo que había escrito en la pantalla:
“Amaro, soy Germán, ya he vuelto y te voy a ayudar. Tranquilo,
necesito que hagas lo siguiente, ve al baño y cierra con llave, luego abre la
ventana. En unos segundos, un dron se quedará volando sobre el alféizar,
junto a su faro tiene un rollo de papel sujeto con celo con unas pinzas dentro,
cógelo y el dron se irá. Luego cierra la ventana y desenrolla y lee el papel, en
cuanto sigas las instrucciones que te he escrito, podremos comunicarnos”
Amaro no se lo podía creer, y sonrió por primera vez en semanas, se
levantó del asiento con un vigor desconocido en él desde hacía mucho tiempo
y se fue al baño. Cerró la puerta con llave, y abrió la ventana, esperando.
—¡Vamos, ahora! —Leo asintió e hizo que Bond se elevara, estaban
detrás de la espesa línea de árboles—tiene que ser más alto, sino te verán
desde los coches—avisó Germán que hablaba mientras miraba la calle. Bond
no hacía ruido, al principio Leo mantuvo la luz encendida, pero cuando
comenzó a atravesar la calle, la apagó. Ni siquiera Germán, que sabía dónde
estaba, podía verlo. En ese momento, uno de los hombres del coche salió,
—¡Cuidado! —le susurró Germán. El genio que miraba la pantalla de
su tablet para saber dónde estaba su creación, volvió a asentir, y echó un
vistazo a la calle, mientras mantenía a Bond en suspensión.
—Me meteré en el callejón y esperaremos, pero en principio, a menos
que vaya hasta allí, no puede verlo—Germán asintió, el poli se estiró y
caminó hacia edificio.
—Es posible que vaya a sustituir al que vigila el piso, se estarán
turnando cada dos horas.
—Voy a aprovechar que los demás siguen en los coches. En el callejón
tengo que encender unos segundos la luz, para no equivocarme de ventana—
Germán observó por encima del hombro de Leo lo que grababa la cámara de
Bond, y en ese momento vieron cómo se abría la ventana del baño, entonces
el dron se dirigió hacia allí y Germán pudo ver de nuevo a su amigo. Estaba
casi irreconocible, parecía diez años mayor de lo que era, había adelgazado
mucho, y estaba muy pálido, algo normal teniendo en cuenta que no salía de
casa desde hacía semanas. Las manos de Amaro desequilibraron durante un
momento el dron, al despegar el rollo de papel, cuando vieron que ya lo tenía
en su poder, Leo hizo que volara de vuelta hacia ellos.

Amaro sintió que le palpitaba el corazón como si fuera a salírsele del


pecho, cuando escuchó el timbre de la puerta. Debían ser las doce, a esa hora
siempre llamaban para ver si estaba bien, sabía que no seguían instrucciones,
sino que los policías tenían miedo de que cometiera alguna locura. Salió a
abrir con aquello en el bolsillo del pantalón, y el policía puso cara de alivio al
ver que respondía a la llamada.
—Perdón señor, nos hemos asustado al ver que tardaba en abrir.
—Estaba en el baño—contestó, el otro hombre asintió, era un hombre
joven al que no conocía de antes. En realidad, no conocía a ninguno de ellos,
los habían elegido a conciencia.
—Hasta mañana entonces, si necesita cualquier cosa…
—Nada, gracias. Hasta mañana—tenía que agradecer, a pesar de todo,
que no le hubieran perdido el respeto, y que los que le vigilaban hubieran
asumido esa extraña situación de arresto domiciliario, con normalidad.
Volvió al baño y se encerró dentro, se sentó en el borde de la bañera mientras
separaba el trozo de papel de aquellas extrañas pinzas y leyó la nota de
Germán, sintiendo que se le llenaban los ojos de lágrimas, ante la señal de
confianza, cariño y fidelidad que significaba que hubiera montado todo esto.
Él sabía que cuando Germán volviera no se iba a quedar quieto, de hecho,
había sido su única esperanza durante estas largas semanas,
“¡Hola jefe!
No te voy a escribir ninguna tontería para que lloremos los dos, eso ya
tendremos tiempo de hacerlo. Solo quiero que sepas que haré lo posible por
demostrar que eres inocente. Y ya sabes lo cabezón que soy. El artilugio en el
que iba envuelta esta nota es muy importante, tienes que colocarlo en borde
superior de la pantalla de tu televisión, con la luz roja hacia abajo apuntando
a la pantalla, y sujetarlo con las pinzas, así la pantalla se transformará en una
táctil, y podrás contestarme. Si ves que entra alguien u ocurre algo, basta con
que separes el dispositivo de la pantalla y lo escondas. No tengo contacto
visual contigo, porque como imaginarás tienes dos zetas vigilando tu casa.
Nada más, haz lo que te digo, y ahora hablaremos.
¡Ah!, por cierto, en la pinza hay un botón, para que el invento funcione
tienes que presionarlo hasta que se encienda una luz. Se me había olvidado
decírtelo, menos mal que tengo a mi lado a la lista de Isabel que me lo ha
recordado”
Amaro sonrió mientras rompía el papel en varios trozos y lo echaba por
el inodoro, tirando luego de la cadena. A continuación, presionó el botón y
aquel extraño cilindro metálico emitió una luz roja, parecía algún tipo de
infrarrojos. Se dirigió a la televisión, y lo colocó como le había dicho, luego
se echó hacia atrás. Al principio no notaba nada, pero después, fue como si el
material del fondo de la pantalla, que seguía siendo negro, se moviera en
forma de extrañas olas, y luego todo se aquietó de nuevo y, de repente,
aparecieron unas letras verdes, fluorescentes.

—Hola Amaro, detectamos que ya lo has encendido. Si todo está bien,


en la parte baja de la pantalla te tiene que haber aparecido un teclado virtual,
¿es así? —en la furgoneta todos esperaban expectantes, observando la tablet
—Sí—la contestación había aparecido en la pantalla.
—¡Dios mío, Leo eres un genio! —el aludido, ante el piropo de Isabel,
pareció avergonzarse un poco. Germán sonrió contento y continuó tecleando.
—¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien, no te preocupes, ¿sabes algo de mi mujer? —Germán
apretó los labios.
—No, lo siento, pero lo averiguaré, tranquilo. ¿Necesitas algo?
—Que demuestres que soy inocente.
—Lo conseguiremos, no te preocupes.
—Lo sé, si hay alguien que puede hacerlo eres tú. Pregúntame lo que
quieras Germán, sé que necesitas saberlo todo para poder averiguar lo
ocurrido.
—Está bien. ¿Amenazaste de muerte al menos un par de veces a
Vicente Soria?
—Sí.
—¿Lo hiciste porque se acostaba con tu mujer? —no podían andarse
con tonterías, tenían mucho de qué hablar, y muy poco tiempo.
—Sí, fue una estupidez, me fui de casa porque estaba enfadado, pero tú
me conoces, jamás mataría a nadie, fuera cual fuera la provocación. Yo no lo
maté, es una encerrona.
—Nos está ayudando Samaniego, gracias a él podemos dedicarnos a
investigar lo tuyo—silencio, durante unos segundos parecía que Amaro
estaba pensando qué contestar
—No esperaba que nadie, excepto tú, creyera en mi inocencia. Dale las
gracias de mi parte.
—Mejor que no sepa que hemos podido hablar, no queremos meterle en
líos.
—Claro
—Otra cosa, ha estado mirando los expedientes de los presos que has
encarcelado, y hay uno que acaba de salir a la calle, hace solo tres meses.
Eran dos hermanos, pero uno ha muerto de cáncer, el otro es Tobías Gutiérrez
“El Depredador de Lavapiés”. Iba diciendo que te arruinaría la vida en cuanto
saliera, ¿crees posible que tenga algo que ver? —debió pensar unos segundos
porque dejó de escribir.
—Puede ser. Me había olvidado de él, no sabía que había salido. Sí, es
un elemento de cuidado, convendría que lo investigaras.
—Lo haré, tengo alguna pregunta más… ¿utilizaron tu pistola para el
asesinato?
—Creo que sí, cuando me pidieron que les diera la pistola y la placa,
me acompañaron al despacho y fui a cogerla del cajón, que estaba cerrado
con llave, pero allí no estaba, y como habían eliminado el número de serie…
—Pero ¿no te la llevaste el día anterior? —eso era muy importante,
—Sí, se lo dije, que la mía no podía ser porque yo nunca la dejaba en la
comisaría, de hecho, recordaba habérmela llevado, pero ahora ya no sé qué
pensar Germán…dudo de todo.
—En el informe ponía que había aparecido en el maletero junto al
cadáver.
—Sí, los de Asuntos Internos me hicieron abrirlo, estaba el muerto y al
lado la pistola.
—También dice que a la hora que falleció Vicente Soria, tú estabas
solo en un apartamento en el que te alojabas desde hacía semanas,
—Sí.
—¿No hay nadie que pueda confirmarlo?
—No
—De acuerdo, otra cosa ¿se te ocurre dónde puede estar tu mujer?
—Puede estar en la cabaña
—¿Qué cabaña?
—La que tenemos en Canencia.
—No sabía que tuvierais una cabaña.
—Es de Catalina y de su hermana, la heredaron de sus padres, pero por
temas familiares está sólo a nombre de Eugenia. No sé la dirección exacta,
aunque sé ir por supuesto.
—Está bien, la buscaré. ¿hay algo más que necesites?
—Sólo que hagas justicia, y que cojas al hijo de puta que me ha hecho
esto.
—Lo haré jefe. Volveré, guarda bien la pinza. Mañana no creo que
podamos venir, pero si te parece, espéranos pasado a la misma hora.
—De acuerdo, y gracias Germán.
—De nada.
Cortaron la comunicación y se hizo el silencio en el grupo, mientras
Natalia arrancaba la furgoneta y salían de allí.
NUEVE

l final, aceptaron la invitación para quedarse unos días en casa de


A Roberto y Natalia. Roberto se había ido la noche anterior a trabajar, ya
que tenía guardia en el Centro Nacional de Toxicología, y dejó a los tres
hablando relajadamente hasta las tres de la mañana,
—¿Queréis que os eche una mano con la investigación?, sé que, sin los
recursos de la comisaría, va a ser difícil sacarla adelante, sin las bases de
datos, y sin un lugar fijo donde trabajar…—se encogió de hombros—podéis
utilizar esta casa como vuestra oficina, además, para cualquier otra cosa en la
que os pueda ayudar, contad conmigo.
—Natalia, no quiero que tengas problemas por mi culpa, entre otras
cosas porque Roberto es capaz de caparme—la mujer de su mejor amigo lo
miró, como si estuviera valorando si se cachondeaba de ella.
—Roberto está de acuerdo conmigo, lo digo en serio Germán.
—Ya—la miró fijamente, pero ella le mantuvo la mirada—está bien,
déjame que lo piense, mañana hablamos—ella asintió y bostezó, todo seguido
—Me voy a la cama, no aguanto más.
—Buenas noches, y muchas gracias Natalia—los dos se despidieron de
ella agradecidos, encima de la mesa junto al sofá les había dejado un rato
antes las llaves de su coche, para que lo utilizaran mientras lo necesitaran.
Además, se había guardado las llaves de la casa de Isabel para encargarse, al
día siguiente, de ir a buscarle un bolso con ropa.
Tanto Isabel como Germán estaban derrumbados sobre el sofá,
bebiendo un par de chocolates que les había preparado antes de irse a la
cama.
—Deberías dejar que nos ayudara, es una excelente investigadora. La
he visto trabajar mientras no estabas, y es muy buena, muy profesional.
—Estoy seguro, pero te digo lo mismo que a ella, déjame que lo
consulte con la almohada.
—De acuerdo—se fueron a dormir a la habitación de invitados, y en
cuanto se tumbaron, se quedaron fritos. Germán aguantó el tiempo suficiente
para poner la alarma de su móvil, estaba tan cansado que no se fiaba de sí
mismo para despertarse sólo.
Parecían haber pasado cinco minutos cuando escuchó el sonido del
teléfono, maldijo en voz baja y lo apagó. Isabel levantó la cabeza, lo miró con
cara de odio, estado que solo se le pasaría si desayunaba, y metió la cabeza
bajo la almohada mientras lo amenazaba,
—Apaga eso, o te pego un tiro—él se colocó de costado y admiró su
cuerpo perfecto, para él al menos lo era. Apoyando la cabeza en su mano se
sorprendió de haber podido vivir sin ella, aunque fueran tres meses, y de
haber pensado, en un momento de enfado, que podría hacerlo durante más
tiempo, cuando Isabel significaba la felicidad para él. Se estiró al levantarse,
preparándose para lo que tenía que hacer, ahora comenzaría lo que ocurría
siempre que dormían menos de seis horas, la destapó y la cogió del brazo
izquierdo para levantarla.
—¡Ni se te ocurra!, ¡no me toques! —mientras ella empezaba a
nombrar a todos los ancestros familiares de Germán resistiéndose, la cogió en
brazos y la llevó a la ducha. Había descubierto hacía mucho tiempo que era la
única manera, cuando estaba tan cansada, de levantarla.
La duchó esquivando los golpes que le lanzaba de vez en cuando, y
luego lo hizo él, mientras ella seguía apoyada contra la pared de la ducha de
pie, con los ojos cerrados. A ratos parecía dormitar, pero él se mantuvo
vigilante por si acaso, porque en alguna ocasión que se había confiado se
había llevado un bofetón por sorpresa, luego le puso el albornoz.
—Vamos a desayunar—la llevó de la mano hasta la cocina, donde
Germán se sorprendió al ver a Natalia, que lo miró, divertida, al escuchar la
única palabra que dijo su amiga,
—Mierda—luego observó cómo Isabel, enfurruñada como una niña, se
sentaba y apoyaba la cabeza sobre los brazos, Germán se acercó a su
anfitriona,
—No tenías que haberte levantado—observó el estupendo desayuno
que les había preparado
—Es para sobornarte y que digas que sí. Quiero ayudar Germán, sois
parte de nuestra familia, y si yo tuviera problemas, me gustaría poder contar
con vosotros,
—Está bien, está bien, de acuerdo, ya lo había decidido, pero me dejo
sobornar encantado—hizo una mueca— voy a despertar a la fiera—llenó una
taza de café con leche y se la llevó, pasándola varias veces bajo la nariz de
Isabel, que levantó la cabeza y le miró con los ojos entrecerrados y cara de
mala leche.
—Toma amor mío—ella le arrancó la taza de las manos, y después de
gruñir algo parecido a un “gracias” comenzó a beber, Germán se retiró
divertido a por un plato con comida.
Natalia movía la cabeza incrédula, por más veces que viera el
comportamiento de su amiga recién levantada cuando había dormido poco,
nunca dejaría de asombrarla. Habitualmente era encantadora, tranquila y muy
educada, pero cuando estaba así, era mejor no acercarse, el único que se
atrevía y la sabía llevar, era Germán. Éste puso un plato de comida ante
Isabel, y cuando se lo hubo terminado, y estaba con la segunda taza de café,
se volvió a comportar como un ser humano,
—Gracias Germán—él, que estaba desayunando junto a ella y frente a
Natalia, se inclinó y la besó en la mejilla. Los dos se sonrieron, al igual que
Natalia, feliz de verlos juntos de nuevo—he estado pensando, ¿No podría
Natalia investigar lo de la tarjeta de Ávila? —Germán negó con la cabeza y
ella entendió por qué antes de que dijera nada,
—Es verdad, es imposible que consiga nada de un banco—miró a
Germán, sabiendo que se le había ocurrido lo mismo que a ella
—No creo que sea buena idea…—dejó la frase sin terminar mirándola.
—A mí sí, ¿por qué no?, así no tenemos que ir a la comisaría, y los de
AAII no nos pueden seguir el rastro.
—Le estamos pidiendo que cometa un delito—Natalia miraba a los dos
sin intervenir, porque no tenía ni idea de lo que estaban hablando.
—Germán por favor!, ¡venga ya!, ¿y lo de ayer con el dron no lo fue?
—Tienes razón—suspiró con fuerza aceptando la realidad, al parecer
no tenían otra opción— pero nos dijo que no le llamáramos ni le mandáramos
un whatsapp, y no creo que nos dé tiempo a ir hoy, he quedado con el
Guardia Civil de Ávila—Natalia por fin se enteró de lo que querían decir, así
que decidió intervenir,
—Dime lo que necesitas que haga, y luego me acerco a su casa, y se lo
digo. Así, cuando volváis, os podéis pasar por allí. Adelantaríais tiempo…—
sugirió
—Sí, está bien—Germán asintió — luego te apunto los datos de la
tarjeta y el titular, y lo que necesito que averigüe.

Tardaron algo más de una hora en llegar a Sanchidrián, pueblo de Ávila


donde había ocurrido el asesinato, por el camino, Germán aprovechó para
pensar en el caso, ya que no le había dedicado nada de tiempo,
En esta ocasión, conducía Isabel, ya que él se lo había pedido, porque
necesitaba pensar sin distraerse con nada. Por ese motivo Isabel, que ya lo
conocía, había puesto una emisora con música relajante. Estaba dándole
vueltas a todas las posibilidades en su cabeza, mientras miraba abstraído por
la ventanilla, cuando lo interrumpió,
—La gasolinera nos pilla de camino ¿quieres ir primero?
—No, quiero ver el lugar donde se cometió el asesinato, además
mientras le decías a Isabel las cosas que necesitabas de tu casa, he hablado
con el investigador, un tal Israel, que nos estará esperando. Cuando
lleguemos nos llevará hasta la casa y nos abrirá. Me ha dicho que sigue todo
precintado, ya que aparte del marido, no vivía nadie más en ella.
—¿La esposa no tenía familia?
—Sólo una tía y un par de primas, que aseguran que el asesino es el
marido—sonrió irónicamente mientras la miraba—pero no sé si esa
declaración la inspira la verdad, o el fondo de inversión de un millón de euros
que le dejaron los padres a la chica, más la casa y las tierras.
—Eres un cínico—acusó sonriente Isabel.
—Sí, lo reconozco, el que no se vuelva cínico después de años
investigando asesinatos, debe ser mucho más inteligente que yo—ella lo miró
por un momento por encima de sus gafas de sol, pero no hizo ningún
comentario. Él volvió a mirar por la ventanilla más tranquilo, Isabel poco a
poco volvía a ser ella misma, bromista y fuerte, y él sentía algo que se parecía
sospechosamente a la felicidad, a pesar de todo.
—¡Para, para! —la gritó, y ella frenó bruscamente. Estaban ante un
puesto de la Guardia Civil que parecía una vivienda normal, porque la pintura
de las letras con el nombre de la Benemérita estaba casi borrada.
—Es aquí—Isabel asintió. Bajaron del coche y se dirigieron a la
entrada, la puerta metálica estaba abierta, sujeta gracias a una papelera.
Continuaron por un estrecho pasillo hasta que encontraron un despacho,
donde había un Guardia Civil uniformado tecleando algo en un ordenador.
—Buenos días—sacaron las placas, y él se levantó para saludar. Era
joven y parecía algo nervioso.
—Buenos días, me parece increíble que hayáis venido, porque he hecho
más peticiones en otras ocasiones, y nunca me han mandado a nadie— a
Germán ya le había explicado que entre dos compañeros daban cobertura a
veinte pueblos, y que, aunque no tenían que investigar delitos graves, con
excepción de este brutal asesinato, siempre tenían mucho trabajo, a pesar de
lo cual nunca habían recibido ayuda de ningún sitio.
—Nos alegramos de poder ayudar, yo soy Germán, y esta es mi
compañera Martín—ella prefería, para los temas profesionales, que la
llamaran así, ya que, extrañamente, tenía menos problemas por ser mujer si la
llamaban por el apellido. A Germán le parecía increíble que a estas alturas
siguiéramos con estos temas, pero era la realidad.
—Sí, sí, encantado—Israel les estrechó la mano sonriendo como si le
hubiera tocado la lotería. Germán pensó que, si esperaba ver algo
espectacular en su investigación, se iba a decepcionar.
—¿Podríamos ir ahora a ver la casa donde apareció la muerta?
—Claro que sí, por supuesto.
—¿Tenemos que coger el coche?
—Sí, porque está en una finca lejos del pueblo, esperad un momento
que cojo las llaves de la casa—las cogió de un armario metálico, y luego
salieron. Iba a coger su todoterreno, pero Martín le dijo,
—Si quieres vamos en nuestro coche—el Guardia Civil pareció dudar,
pero enseguida asintió
—De acuerdo, además el camino está muy bien hasta allí, no es
necesario un todo terreno—se subió al asiento trasero, y les fue indicando
hasta llegar a la finca.
—Las tierras de los cojonudos son las mejores de toda la comarca—
ellos lo miraron sin entender—perdón, es cosa de los pueblos, ya sabéis. El
mote de la familia es los cojonudos, porque eran los ricos de por aquí y se
creían más que nadie, y tienen ese mote desde hace generaciones.

—Sí, sé que siguen utilizándose los motes en muchos pueblos—


Germán lo había visto en muchos pueblos, Israel asintió.
—Ahora gira a la derecha, coge ese camino bordeado de chopos—
entraron en un camino de tierra, mucho más ancho que el anterior, al final del
cual había una verja donde comenzaba la gran finca de la difunta Amelia
Vertel. Israel bajó para abrir la cancela, que estaba cerrada con una enorme
cadena con candado, y esperó a que el coche pasara para volver a cerrarla.
Isabel miró a su alrededor al bajar del coche, la casa estaba a unos
trescientos metros de la verja, y detrás había una gran finca. Era un sitio muy
bonito, pero con los árboles tan grandes, y al estar tan aislado, daba un poco
de repelús,
—Imagino que todos los de por aquí sabían que Amelia Vertel era rica,
¿tenía relación con la gente del pueblo? —Israel negó con la cabeza,
—No, a ninguno de los cojonudos les gustaba juntarse con ellos. Como
se dice vulgarmente, se creían superiores, los padres y la hija, todos.
—¿Y el marido?
—Es de Ávila capital, se conocieron allí—se encogió de hombros
mientras abría la puerta de la casa, que tuvo que empujar con fuerza porque
estaba algo hinchada—es de la humedad, la madera, por aquí, si no se trata
continuamente se estropea, y hace meses que no viene nadie—cuando
consiguió abrir, los dejó pasar y continuó hablando—al principio me pareció
que era el marido, no por nada concreto, quizás porque estaba muy tranquilo,
y porque nadie más parecía tener motivos. Pero la coartada de él es firme, he
hablado varias veces con la chica que lo atendió en la gasolinera, y sigue
diciendo lo mismo. Además, es una testigo muy fiable, tiene una memoria
excelente.
—Bien, es un gusto encontrar una así, esas no abundan.
—No, imagino que no—sonrió—el dormitorio del matrimonio está al
final del pasillo—mientras lo seguían, Germán seguía hablando, observando
el polvo acumulado en el suelo, y los muebles.
—Y ¿dónde está el marido, ¿por qué no está viviendo aquí?
—Se ha ido con sus padres, dijo que se quedaría allí mientras terminaba
la investigación. De todos modos, no creo que vuelva, decía que no podría
volver a dormir aquí, después de encontrar a su mujer asesinada en su cama
—Germán recordó las fotos del cadáver que había visto. La habían
acuchillado mientras dormía, además habían robado todo lo que había de
valor en la casa, y luego, se habían ido dejando las puertas abiertas, así las
encontró el marido. La cerradura de la verja y de la puerta de la casa estaban
forzadas sin violencia, pero las dos tenían un mecanismo muy sencillo,
cualquiera podía aprender a forzarlas por internet. Ya en el dormitorio,
observó la cama de frente y en posición diagonal, analizando las manchas de
sangre que había en la pared, y miró a Isabel que se había acercado al
cabecero y lo observaba a pocos centímetros.
—¿Qué opinas? —era muy observadora, además de lo obvio, le gustaba
mucho como compañera, se complementaban muy bien.
—Parece que la mataron aquí, por las salpicaduras de la sangre—sacó
el móvil y comenzó a fotografiarlo todo, ellos preferían hacer sus propias
fotos. Isabel era la encargada de hacerlas, entre otras cosas, porque se le daba
mucho mejor que a él,
—Sí, eso dijo el forense.
—Y de acuerdo con el informe, se llevaron todo lo que había de valor
en la casa, hasta el televisor—Israel asintió de nuevo.
—Y las cerraduras estaban forzadas—volvió a asentir, pero comenzó a
ponerse colorado.
—No quiero llevarte la contraria Israel, vamos a investigar este asunto
con todos nuestros recursos, pero tengo curiosidad. Si no encontraste ningún
indicio de que hubiera algo más que un simple robo, ¿por qué piensas que es
un asesinato premeditado?
—No lo sé, pero me obsesiona este caso, creo que hay algo que no he
visto y que está ante mis narices—sacudió la cabeza como si no supiera
explicarse mejor— me daría mucha rabia, si un asesino no fuera a la cárcel
debido a mi inexperiencia—Germán lo admiró, pocos policías serían capaces
de reconocer algo así.
—Está bien, eso es suficiente para mí, si tu olfato te dice que no es un
robo, a mí me vale—Isabel asintió muy seria—iremos a ver a la chica de la
gasolinera, y luego a Ávila al marido—el guardia les observó recorrer cada
centímetro de la habitación, y abrir los cajones de la cómoda, y el armario,
luego, metódicamente, hicieron lo mismo con el resto de la casa. Trabajaban
cada uno en un trozo, dividiéndoselo sin hablar. Se notaba que llevaban años
juntos y que cuando entraban en una habitación automáticamente cada uno se
iba a un lado de ella, Germán a la izquierda, Isabel a la derecha. Y luego
cambiaban los papeles y cada uno repetía lo mismo en el lado del otro, lo que
suponía el doble de esfuerzo, pero así se aseguraban de que no se les pasaba
nada por alto.
Por fin terminaron y se quitaron los guantes que se habían puesto antes
de entrar, y salieron. Como habían imaginado antes de ir, era prácticamente
imposible encontrar algo después de la cantidad de gente que habría pasado
por allí, pero ellos necesitaban siempre, como se decía en el argot policial
“ponerse los zapatos del asesino”, lo que era una mala traducción de una
frase que solía decir la policía de Scotland Yard. Germán era de la misma
opinión, si no intentas pensar como el asesino, es imposible que soluciones
ningún caso. Estaba sumido en sus pensamientos, pero escuchó el murmullo
del Guardia Civil dirigiéndose a Isabel, y cómo ella le contestaba,
—Muchas gracias, pero tengo pareja—el hombre asintió incómodo,
aunque parecía a punto de insistir. Germán sonrió, como un tiburón antes de
morder, con todos los dientes, porque le dieron ganas de acercarse al guardia
y darle una hostia. Pero no era la primera vez, ni sería la última que
intentaban ligarse a Isabel delante de él, en la escena de un crimen.
—Martín, ¿nos vamos?, todavía tenemos que hablar con el marido, y
luego con la testigo de la gasolinera.
—Claro, cuando quieras—se dirigió al puesto de piloto sonriendo con
la cabeza baja, porque sabía que, aunque intentaba controlarse, Germán
llevaba fatal los intentos de cualquier compañero de ligar con ella—entró en
el coche y se puso el cinturón, Germán entró tras ella y susurró con cariño:
—Bruja, como disfrutas—ella casi suelta una carcajada, pero pudo
evitarla a tiempo, porque en ese momento, entraba el Guardia Civil en el
asiento trasero.
DIEZ

ernando García no se desvió de la declaración que había hecho ante la


F Guardia Civil, y que había que reconocer, no había modificado en ningún
momento. Estaba viviendo, junto a sus padres, en un modesto piso del
centro de Ávila, y ahora mismo no tenía trabajo. Sus padres, dos pensionistas,
estaban pasándolo mal por lo ocurrido a su nuera, y porque la Guardia Civil
hubiera considerado sospechoso, aunque fuera al principio, a su hijo, pero
Fernando parecía tranquilo. Se sentaron frente a él en la mesa donde acababa
de comer la familia, en el salón, mientras los dueños de la casa se fueron a la
cocina a tomar café, para dejarlos solos. Era un hombre joven, tenía treinta y
dos años, bien parecido, moreno, de metro ochenta y de complexión normal,
y hablaba de forma educada.
—Ese día habíamos discutido, ya se lo dije al Guardia Civil, por eso
cogí el coche y me fui. Conduje sin rumbo fijo un rato, y acabé en aquella
gasolinera—Germán observó los platos con los restos de comida que
quedaban sobre la mesa, eran restos de cocido.
—Una comida contundente, ¿cocina bien tu madre? —él sonrió
—¡Es la mejor! —sonrió— mi pobre mujer se enfadaba mucho cuando
se lo decía, pero nadie cocina como mi madre. Además, como Amelia tenía
tendencia a engordar, estaba todo el día comiendo ensaladas y todo el rollo
ese para adelgazar. Discutíamos mucho por eso, porque, yo entendía que ella
quisiera adelgazar, pero ¿por qué tenía que ponerme a mí a régimen? —Isabel
asintió comprensiva.
—Claro, te entiendo, a mí me pasa lo mismo—Germán la miró burlón,
¡a ver quién era el guapo que la ponía a ella a régimen!, él desde luego ni lo
intentaría. Nunca. Nadie que tuviera dos dedos de frente se interpondría entre
Isabel y la comida.
—Entonces ¿te quedaste allí hasta las dos de la mañana?
—Sí, ya sé que es raro, pero no quería venir a casa de mis padres, luego
se preocupaban un montón, y había sido una simple pelea. Ni tampoco que
me vieran por el pueblo, todo son cotilleos—parecía triste y agobiado—ahora
siento mucho haberme ido, claro, y cuando la encontré muerta, no se pueden
imaginar, me mareé y me caí al suelo, todo me daba vueltas.
—Tengo otra pregunta ¿por qué apagó el móvil?
—Para que no me machacara a llamadas, mi mujer se ponía como loca
cuando discutíamos, y luego no me dejaba en paz hasta que volvía con las
orejas agachadas—Germán asintió, tenía sentido.
—¿Y no se le ocurre nadie que tuviera manía a su esposa, o incluso que
la hubiera amenazado?
—No, ¡qué va! llevábamos una vida muy normal, con las únicas que no
se llevaba demasiado bien era con su tía y sus primas, porque siempre le
estaban pidiendo dinero y ya estaba cansada. Me había dicho que no iba a
darles ni un euro más—German frunció el ceño, porque no se hablaba de eso
en el informe, pero anotó en su libreta investigar a la familia de Amelia.
—Le agradezco la información, tengo su teléfono por si tenemos que
preguntarle algo más—Germán se levantó—nos tenemos que ir, si se le
ocurre cualquier cosa que nos pueda servir, avísenos por favor.
—Por supuesto—los acompañó hasta la puerta, y se fueron. Como
hacían siempre, esperaron a estar en el coche antes de hablar, después Isabel
le preguntó,
—¿Qué opinas? —él movió la cabeza, porque no estaba seguro,
—No lo sé, parece que no le moleste que le sigan preguntando lo
mismo después de tanto tiempo, debe ser un tío muy paciente. Tenemos que
interrogar a Diana, la testigo, podríamos ir a verla y comer allí. Yo no sé tú,
pero he estado a punto de pedirle a la madre un plato de garbanzos—ella se
carcajeó como sabía que haría, y puso rumbo a la gasolinera, que se
encontraba a treinta kilómetros.
Diana Blasco, la chica que trabajaba en el restaurante de la gasolinera,
era una mujer joven y atractiva, rubia y con los ojos negros. También
resultaba muy simpática, en cuanto los vio, les hizo una seña para que
entraran y se sentaran donde quisieran. Como siempre hacían en esos casos,
buscaron una mesa donde pudieran tener intimidad, aunque no había mucha
gente,
—¿Quieres que haga fotos del local discretamente?
—Sí, a pesar de que luego me eches la bronca por su poca calidad, yo
las haré de la carta con los precios—cuando vio que era cierto, se fue
mascullando algo sobre lo friki que era.
—¿Vais a pedir algo, o solo habéis venido a hacer fotos de mi carta? —
Germán levantó la mirada y la observó un momento, luego sacó la placa para
que la viera,
—Queríamos hacerle unas preguntas sobre el asesinato de Amelia
Vertel, pero habíamos pensado comer antes, así damos tiempo a que se vayan
yendo el resto de los comensales, ¿le parece? —ella asintió sonriente.
—Claro, sin problemas, y ¿ya saben lo que quieren pedir?
—Todavía no, denos unos minutos por favor—ella se fue respondiendo
a la llamada de otra mesa.
—¿Qué te ha dicho?
—Quería saber qué estábamos haciendo, la verdad es que debemos
parecer bastante locos en ocasiones.
—¿Sólo en ocasiones? —ironizó ella, cogió la carta y comenzó a
mirarla—¡Dios!¡qué hambre tengo! —analizó los platos unos segundos antes
de decir—yo ya sé lo que quiero.
—Y yo—levantó la mano derecha para llamar la atención de la
camarera, que vino y les tomó nota. Isabel la observó con una sonrisa
impersonal,
—Parece simpática—se había ido a llevar la comanda a la cocina,
diciendo que traería enseguida las bebidas.
—Sí, es verdad lo que dijo Israel, parece muy colaboradora, no se ha
inmutado cuando le he dicho que luego queremos hablar con ella, y por qué.
—¿Y te parece raro?
—No—se encogió de hombros—pero yo en su lugar estaría hasta los
huevos, Israel dijo que había venido unas cinco veces a hablar con ella.
—Sí, yo también estaría harta, pero hay gente que es muy respetuosa
con la policía, y están hartos y no lo dicen.
—Cierto—levantó la vista hacia la camarera—muchas gracias—Diana
ya estaba allí con las bebidas.
Comieron rápidamente, ya que aún tenían que volver a Madrid, y
Germán quería seguir trabajando en el caso de Amaro algunas horas más. No
quería restarle importancia al caso de Ávila, e intentaría dedicar tiempo a los
dos, pero su prioridad era Amaro porque estaba seguro de que era inocente.
Después del postre, preguntaron a Diana si podría sentarse con ellos, y ella
avisó a su compañera que se encontraba tras la barra, para que estuviera
pendiente de las mesas, luego se sentó frente a él y junto a Isabel.
—Muy bien, pregunten, por favor,
—¿Te importa que nos tuteemos?, eres tan joven que me parece raro
que nos hablemos de usted—
—Claro—Germán solía dejar los interrogatorios, en algunas ocasiones,
a Isabel, si consideraba que el interrogado se abriría más con ella. Y este
parecía ser uno de esos casos.
—Muy bien, entonces te voy a preguntar por el trece de marzo pasado.
Esa noche, Fernando García estuvo aquí cenando, y alargó la cena, porque,
según sus palabras no quería volver a su casa, ya que acababa de tener una
fuerte discusión con su mujer. Según su declaración, estuvo bastante rato
hablando contigo y te lo contó—en ocasiones era mejor no hacer una
pregunta directamente, sino exponer un hecho, intentando que el interrogado
diera más información.
—Sí, era un hombre muy agradable, y parecía triste, como disgustado
—se quedó pensativa unos segundos, como si recordara—me dijo que su
mujer se ponía como una fiera cuando discutían, y que prefería estar unas
horas fuera de casa—Isabel asintió comprensiva sin hablar—estuvo cenando
y se quedó hasta el cierre.
—¿Cuántas horas se quedó? —la pregunta la hizo Germán, porque le
había venido una idea a la cabeza
—No lo sé, llegaría como a las diez, aproximadamente, y se fue cerca
de las dos, porque cuando cerramos no puede quedarse nadie dentro, y
cerramos a esa hora.
—Fuiste muy amable con él porque estuvo varias horas contándote sus
problemas, y a nadie le apetece escuchar tristezas durante tanto tiempo.
—Estoy acostumbrada, ¡no sabes las cosas que escucho en este trabajo!
—Me lo imagino. Y otra pregunta, según el informe, no tuviste ninguna
duda para recordarle, semanas después, en la rueda de reconocimiento ¿Es
así, no dudaste?
—No, lo recuerdo como si fuera ayer, porque tengo muy buena
memoria.
—¡Qué suerte!
—Sí, ¿verdad? —vio una seña que le hacía su compañera—perdonad,
pero se acaba nuestro turno, tengo que recoger.
—Por supuesto—se levantaron, porque ya habían pagado antes de
comenzar a hablar con ella—muchas gracias Diana, has sido muy amable—
ella asintió con una sonrisa y comenzó a recoger las mesas para dejarlas
limpias. Germán se dirigió a ella de nuevo,
—Perdona otra vez, solo una curiosidad, ¿Te cambian el turno de vez
en cuando, es decir, hoy tienes el de mañana, y ese día tenías el de noche?
—Sí, cambiamos todos los meses. Ese mes tenía el de tarde—la sonrió
y se reunió con Isabel que le esperaba en la puerta.
—Es verdad que parece tener una memoria envidiable, porque
acordarse de uno de tantos que vendrán diariamente…—le miró, pero
Germán fruncía el ceño ensimismado, sonrió porque conocía esa expresión.
Las piezas le empezaban a encajar, eso significaba que seguía conduciendo
ella, así que se dirigió al asiento del piloto y arrancó sin hablar para no
desconcentrar al artista.
Iba a poner música, cuando vio que él cogía el móvil,
—¿Israel? —escuchó un momento y volvió a hablar—sí, como tú
decías, una testigo muy fiable. Quería preguntarte si has investigado a la tía y
las dos primas de Amelia Vertel—escuchó, y luego volvió a hablar—de
acuerdo, no te preocupes, haremos lo que podamos, pero mándame los datos
de ellas al correo electrónico, por favor. Sí, te mantendremos informado, por
supuesto, sí, adiós.
—¿Qué te ha dicho? —la miró pensativo
—Dice que no tenían ningún móvil para matarla, ya que heredaba el
marido.
—Claro, es verdad—pero Germán hizo una mueca mientras movía la
cabeza—¿qué pasa?
—En el caso de que el marido fuera condenado por haber matado a su
mujer, podría ser desheredado. Esa situación está contemplada por la ley, se
llama “indignidad para heredar”, ella lo miró con la boca abierta un
momento, y luego volvió la vista a la carretera
—¡Te lo estás inventando!, ¡venga ya! —él rio sin poder evitarlo.
—¡Que no, que es una figura jurídica que existe!, y utilizándola, si un
juez lo admitiera, se podría llegar a desheredar a los herederos legales, exista
o no testamento.
—¿En serio?, ¿en los casos en los que los herederos, hayan asesinado al
familiar del que heredan?
—No solo en esos casos, si por ejemplo lo han calumniado, también, o
en el caso de padres a hijos, por dejación de sus funciones, por ejemplo, por
abandono, hay varias causas…
—¡No tenía ni idea!
—Desgraciadamente no se aplica en todas las ocasiones en que se
debería, pero me da la impresión de que aquí se encargaría la familia de ella
de denunciar.
—¿Quieres decir que han podido matarla ellas para que él pareciera
culpable, y así poder heredar?, es algo retorcido ¿no?
—Sí, pero es una posibilidad, quiero decir, ¿quién va a pensar que son
las culpables? De todas maneras, no digo que hayan sido ellas, solo es una
idea, todavía no las conocemos, pero hay que pensar en todas las
posibilidades—se recostó y cerró los ojos como hacía siempre que pensaba
en el coche. Isabel tenía que reconocer que las mejores ideas se le ocurrían
siempre cuando viajaban. En algún caso, habían cogido el coche sin rumbo,
ella conduciendo, y él recostado en el asiento pensando, y había dado con la
solución horas después.
Con la música haciéndoles compañía, recorrieron el camino hasta la
casa de sus amigos. Abrió la puerta del garaje y aparcaron en la plaza de
Natalia, para luego dirigirse al ascensor. Mientras subían, Isabel buscó la
llave que le había dado su amiga para esos días, por si volvían, y ellos no
estaban en casa. Estaba cerrando cuando sonó el móvil de Germán, él lo
cogió y frunció el ceño.
—Sí jefe, sí, no, acabamos de llegar de Ávila—miró a Isabel— no,
todavía no tenemos nada claro, en cuanto lo tenga te lo diré. Sí, claro, adiós.
—¿No es raro que te llame por teléfono? —Germán se encogió de
hombros
—Es posible que lo haya hecho para que no parezca sospechoso que no
hablemos nunca.
—Es cierto, si no tuviéramos ningún tipo de comunicación también
sería raro.
—¡Natalia! —se dirigieron hacia el salón, pero no había nadie,
entonces les llegó su voz desde el fondo del pasillo.
—¡Hola!, ¡estoy en el despacho!, ¡venid por favor! —se acercaron a
verla, Natalia se lo había montado fenomenal. La habitación tenía mucha luz,
era amplia, y su sillón parecía comodísimo.
—Si tuvieras un sillón igual en la comisaría, te quedarías dormida todas
las mañanas—Isabel le dio un codazo divertida y entró a hablar con su amiga.
Parecía muy satisfecha, mientras esperaba a que su impresora terminara de
escupir una serie de hojas,
—¡Un momento, que llevo todo el día detrás de esto! —sacó las hojas y
se las dio a Isabel, que comenzó a leerlas.
—¿Qué tal vuestro día? —Germán sonrió asintiendo,
—Vamos avanzando, estamos en ese momento en el que parece que se
empieza a encarrilar todo.
—Te entiendo, es una gozada, cuando las cosas comienzan a tener
sentido.
—Sí—se acercó a Isabel para echar un vistazo a los papeles que estaba
leyendo—es una orden de excarcelación por enfermedad.
—Sí—Natalia asintió—del Depredador de Lavapiés, tiene sida y está
terminal. El informe médico asegura que no durará más de tres meses, y que
los pasará en cama—Germán asintió.
—De todas maneras, quiero hablar con él, podría haber contratado a
alguien para incriminar a Amaro—Isabel le pasó los papeles mientras le daba
vueltas a lo que había leído. Natalia tiró de ella con suavidad mientras
Germán estaba concentrado, leyendo,
—Isa, ¿podría ir yo a hablar con él?, puedo decir que soy una
periodista, lo hago muy a menudo con mi trabajo, y nunca he tenido ningún
problema. Además, os traería la entrevista grabada, a nadie le suele molestar
que lo grabe,
—Por mí no hay problema, pero Germán…—lo miró, él que era un
zorro levantó la vista y sonrió
—Me parece bien siempre y cuando llames primero, por si no te recibe
bien, y que no te pongas en peligro. Si tiene ganas de conceder una entrevista,
vas, sino no,
—¡De acuerdo! —Germán siguió leyendo,
—No dice nada de su familia, Natalia entérate de todo lo que puedas de
su familia, amigos, de todo…
—Por supuesto
—¡Hola! —era la voz de Roberto—¿no hay nadie? —salieron los tres
al pasillo, Roberto estaba en la entrada. Natalia se acercó para darle un beso
ligero en los labios, y le cogió el maletín, dejándolo en el salón. Había veces
que se traía trabajo para después de la cena.
—Hola chicos, ¡qué bien que estéis aquí!, tengo noticias sobre la
autopsia de Vicente Soria—todos lo miraban con la boca abierta, mientras su
amigo disfrutaba. A ninguno se le había ocurrido que, en este caso, Roberto,
pudiera ayudar.
ONCE

ocos minutos después estaban sentados en los dos sofás que, uno frente a
P otro, acomodaban a los cuatro amigos. Natalia había traído refrescos, y
estaban preparados para escuchar las novedades.
—Roberto habla ahora o calla para siempre—Germán estaba deseando,
como todos, saber qué había averiguado
—Veréis, en el trabajo me he dado cuenta de que tenían que haberle
hecho una autopsia completa, vamos, que nos habrían mandado todas las
muestras para analizarlas. Entonces, investigué quien las había analizado, y
busqué el informe, pero no estaba metido en la base de datos—miraba
directamente a Germán, que fruncía el ceño—eso ocurre cuando el juez o
nuestro director se lo pide específicamente al técnico, y lo suelen hacer para
evitar que haya filtraciones, y principalmente, cuando el caso todavía está
bajo secreto de sumario.
—Es decir que, en este caso es normal.
—Sí, entonces fui a hablar con la técnico que realizó los análisis, y me
confirmó que Vicente Soria antes de recibir los disparos, había sido sedado.
Es decir, que, al introducirlo en el maletero del coche, ya estaba drogado, por
lo tanto, no habría habido lucha.
Germán se irguió en el asiento, no notaba cómo todos los ojos se habían
vuelto hacia él, sólo imaginaba la escena,
—Eso cambia las cosas, porque era difícil creer que, sea el asesino
quien sea, hubiera metido a Vicente Soria en el coche aún vivo, y matarlo
luego sin que se resistiera o gritara—entrecerró los ojos pensando— pero si
estaba inconsciente, lo metieron en el maletero y luego lo mataron sin que se
llegara a despertar. Utilizarían un silenciador, por supuesto, y vaya sangre fría
hacerlo en el garaje del edificio donde estaba Amaro—murmuró.
—¿Fue allí donde lo hicieron? —Natalia había sentido esa curiosidad
desde el principio
—Sí, he sabido que la hora de la muerte fue de madrugada. Tuvo que
ser en el garaje donde el dejaba el coche, porque él dijo que a esa hora estaba
en el apartamento. En cuanto a las llaves del coche, al asesino no le hacían
falta, con cierta experiencia, nada más fácil que abrir un maletero. Lo que
demuestra que estaba todo planificado desde hacía tiempo.
—Pero—Natalia miró a sus amigos—la pistola…, decíais que estaba al
lado del cuerpo.
—Sí, eso es un problema, desde luego—miró a Roberto—¿os han
pasado detalles del resto de la autopsia?, sé que es habitual, por si alguna de
las muestras da algún resultado extraño para que lo tengáis en cuenta,
—Sí, solo hay dos cosas reseñables, una es que murió por efectos de
uno de los dos disparos, lo que es lógico ya que los recibió en la cabeza, y la
segunda, es la confirmación de que lo mataron en el maletero. Al parecer
hubo dudas, al principio, sobre si lo habían movido post-mortem, pero no es
así, las manchas de sangre del coche son claras, el asesinato se produjo allí.
—Entiendo, gracias Roberto—su amigo negó con la cabeza.
—No te preocupes, le he dicho a la técnico, que, si le vuelven a enviar
algo, o se entera de lo que sea, que me lo diga—Germán asintió, y miró al
resto,
—Habría que llamar a Leo por lo de la tarjeta, Isabel ¿quieres hacerlo
tú? —ella sonrió asintiendo
—¡Qué malo eres Germán! —Natalia sonreía—cómo utilizas el
atractivo de Isa cuando te interesa—él sonrió con inocencia
—No sé a qué te refieres—Natalia le miró con las cejas enarcadas, pero
no dijo nada porque Isabel estaba hablando, aunque volvió en unos segundos.
—Dice que todavía no tiene nada, pero que no porque no haya podido
entrar en el sistema informático del banco, sino porque le ha surgido un
trabajo muy urgente, y ha tenido que posponer nuestro encargo.
—¿Qué trabajo puede ser más urgente que esto? —Isabel lo miró
burlona
—Nada, una tontería—se rio al pensar en la cara que iban a poner todos
— se ha estropeado un satélite de comunicaciones y le han pedido ayuda.
Está trabajando con otros genios como él, pero de otros países—todos se
quedaron con la boca abierta, mientras Isabel disfrutaba,
—Me ha tenido que colgar porque estaba hablando con la NASA y con
la Agencia Espacial Europea a la vez, además de con los otros cerebritos—
sonrió divertida mientras se sentaba—no me importaría estar ahora mismo en
su casa viendo lo que ocurre. Este chico tiene una vida increíble, me ha
explicado que tiene un teléfono solo para las urgencias de los satélites, y que
le pagan una cantidad fija al mes, solo por estar siempre disponible. Aparte
luego les factura las horas efectivas de trabajo.
—Después de todo, lo que está haciendo sí parece importante,
tendremos que esperar—reconoció Germán, alucinando como todos los
demás.
Un par de horas después, Roberto y Natalia habían salido, y Germán e
Isabel estaban en el salón ordenando los datos como solían hacer en todos los
casos. En esta ocasión trabajaban con el de Ávila cuando a él le sonó el
móvil porque entraba un whatsapp, era de un número desconocido, sintió
cómo el corazón se aceleraba, y volvió a leerlo despacio,
—¿Qué pasa? —Isabel había notado la tensión que se había apoderado
de él, se inclinó hacia la pantalla y leyó en voz alta—“Solo espero que pase
todo esto, y podamos volver a comer otra paella en familia”—miraron
fijamente el teléfono, pero se había quedado mudo, no había más mensajes.
Luego desvió la mirada hacia Germán—¿de quién es?
—De Catalina, la mujer de Amaro.
—¿Hay alguien a quien podamos pedir que investigue el teléfono?, no
podemos hacerlo desde la oficina—a pesar de que habían revisado esa tarde
la casa de sus amigos y no había micrófonos, Isabel sentía la necesidad de
hablar en susurros.
—No, el único que podría ayudarnos es Leo, pero evidentemente no es
el momento, además, estoy seguro de que han apagado el teléfono después de
mandar el mensaje—miró hacia la pared—¡espera!, ¿qué dijo ayer Amaro de
una cabaña? —ella miró sus notas,
—Sólo que estaba a nombre de su cuñada, aunque pertenecía a la
familia, pero no donde estaba.
—Hay que mirar en el Registro de la Propiedad.
—¿En cuál de ellos? —él movió la cabeza,
—Tendremos que ir primero al General, el de toda España, y luego
desde allí que nos dirijan al que sea. Iremos mañana, ahora es imposible.
—¿Y si hacemos la petición online?
—Tardarían un par de días en darnos los datos, así, si nos dicen en qué
provincia está la vivienda, podemos ir al Registro correspondiente, y
conseguir la dirección en el momento.
—Me parece que tú sueñas.
—Venga, no seas pesimista—se estiró, aún sentado en la mesa—estoy
agotado, pero podríamos hacerles algo de cena a Natalia y a Rober, ¿no te
parece?
—Bueno, hacérsela o pedirla—él rio al escucharla,
—No te preocupes, quiero que nos siente bien a todos, así que cocinaré
yo.
—Muy gracioso—pero tenía razón, era pésima cocinando.
—Si, ¿verdad? — se levantó, y cogiéndola por sorpresa hizo que echara
su cabeza hacia atrás para estamparla un beso largo y húmedo, que provocó
que ella se sintiera temblar por dentro, y luego se fue tan tranquilo a la
cocina.
—Voy a ver que encuentro que pueda aprovechar, dentro de nada será
la hora de cenar—Isabel apoyó la cabeza en su mano derecha, mientras
observaba como se movía caminando por el salón hasta desaparecer, cuando
lo hizo, suspiró y volvió la vista a su ordenador. Le acababa de llegar un
correo con el informe de los Tedax, lo leyó y luego siguió a Germán a la
cocina, y se quedó de pie en el umbral mientras observaba cómo sacaba la
comida de la nevera.
—Tenemos el informe de los Tedax sobre la explosión.
—¿Tan pronto? —se giró asombrado, era imposible.
—Sí, bueno, es un primer informe, pero bastante concluyente, dice que
fue provocado por una fuga de gas.
—¿Quién lo ha mandado?
—No reconozco el correo y no pertenece a la policía, pero creo que ha
sido Samaniego, parece que sigue decidido a ayudarnos—Germán asintió y
comenzó a pelar patatas, Isabel se fue a traspasar al ordenador todos los datos
de su libreta. Era algo que siempre le servía, le ayudaba a poner en orden su
cabeza.
Los dueños de la casa llegaron justo a tiempo, Germán había terminado
de preparar la cena, y todos disfrutaron de ella dándose un descanso de la
investigación. Después de cenar, todos ayudaron a colocar la compra que
habían traído de un conocido supermercado. Roberto y Natalia, como era
habitual, estaban discutiendo o más bien, él intentaba protegerla y ella no se
dejaba, sobre todo si era algo que tuviera que ver con su trabajo. El problema
parecía ser la visita que iba a hacer al día siguiente al “Depredador”, Germán
no quería verlos discutir y menos por algo que tenía que ver con él,
—Escuchad, por favor—intervino porque parecían a punto de enfadarse
de verdad—iremos nosotros a hablar con él— Natalia estuvo a punto de
hablar, pero se anticipó—escucha Natalia, Roberto tiene razón, era un
individuo muy peligroso, te dije que podías ir, pero es un error. Aun así, nos
puedes ayudar con otro tema, ya tengo los datos de la tía y las primas de
Amelia Vertel. Creía que íbamos a tener que ir Ávila para hablar con ellas,
pero las direcciones son de Madrid. ¿Quieres comenzar tú a investigarlas? —
Natalia parecía a punto de pelear, pero echando un vistazo al gesto adusto de
Roberto, lo pensó mejor y asintió, aunque continuó guardando las cosas en
los armarios callada y con más energía de la habitual. Germán e Isabel, en
vista de la situación, recogieron la cocina y se despidieron yéndose a acostar.
—Qué desagradable cuando estás en casa de un amigo y discute con su
mujer, ¿verdad? —él asintió mientras se lavaba los dientes y miraba cómo
ella se extendía una crema por la cara. Le encantaba observar todos los
rituales nocturnos que realizaba antes de irse a dormir. Le tranquilizaba, se
sentía en casa.

Tenía razón Germán al querer estar a primera hora en el Registro


General, una vez allí hicieron la petición por escrito y le comentaron al
funcionario que les atendía, que tenían prisa. Media hora después, les dieron
dos resultados, ambos en Madrid, una correspondía a la casa que había
volado por los aires, y otra estaba en Canencia.
—Lo tenemos—le susurró a su compañera—vámonos—le dieron las
gracias al señor que les había atendido, y se fueron casi corriendo.
—¿Conduzco? —él asintió, estaba deseando poder hablar con Catalina,
además, esa noche tenían que volver a contactar con Amaro, y esperaba
poder transmitirle algo de optimismo.
La carretera, desde que salieron de la A1, era comarcal, y cuando
llegaron al pueblo, nadie supo decirles dónde estaba la cabaña. A todos los
que les preguntaban por una cabaña, se encogían de hombros y movían la
cabeza negativamente. Después de recorrer todo el pueblo un par de veces, se
quedaron aparcados ante varias hileras de chalés individuales. Todos tenían
una placa con el nombre que le habían dado los propietarios, intentando de
esa manera hacerlos parecer distintos unos de otros, aunque sin conseguirlo.
Germán observó los tres que veían desde el coche, y recitó en voz alta,
—Skywalker, Triana y La Pelos—sonrió divertido—me dan ganas de
pasearme delante de todos para ver los nombres, parece que se han puesto de
acuerdo los propietarios, para ver quién ponía el nombre más llamativo—
frunció el ceño—estos son los únicos chalés que hemos visto, ¿no? —Isabel
estaba volviendo a leer la nota simple. Germán se bajó del coche
—Espera un momento—se paseó por la primera hilera leyendo los
nombres, y luego pasó a la segunda, Isabel se impacientó, pero diez minutos
después, estaba de vuelta.
—Tercera hilera, vamos, uno de ellos se llama La Cabaña—ella sonrió
incrédula, aunque le viera actuar durante veinte años, nunca tendría bastante.
Siguió sus indicaciones, y aparcaron justo enfrente del chalé, bajaron, y
Germán llamó al timbre. Debían estar esperándolos, porque enseguida
contestaron por el telefonillo, preguntando quienes eran,
—Catalina, soy Germán—instantáneamente, la puerta se abrió, y él la
empujó dejando pasar primero a Isabel, luego lo hizo él y cerró la puerta con
suavidad. De la casa no salió nadie, pero habían dejado la puerta de la entrada
abierta. Isabel hizo una seña para coger la pistola, pero él negó con la cabeza
y pasó primero.
Catalina estaba de pie, apoyada en una silla, y dio un pequeño grito en
cuanto lo vio, un perro de aguas se enredó en los pies del policía, a la vez que
tuvo que aguantar el peso del cuerpo de la mujer, que se echó en sus brazos
sollozando sin control. Germán la abrazó intentando consolarla, mientras
observaba a la que era su hermana sin duda, ya que también era pelirroja con
ojos negros y tenía las mismas pecas. Isabel y ella se saludaron,
—Catalina cálmate por favor, ven, vamos a sentarnos—ella asintió y lo
miró. La observó con atención, los pocos meses que hacía que no la veía, no
la habían tratado bien, al igual que a Amaro. Cuando se sentaron, su hermana
trajo una bandeja con una cafetera y una caja de cartón blanco.
—Os hemos traído los bollos típicos del pueblo, son de hoy, espero que
os gusten. Catalina me dijo que vendrías hoy, estaba segura. Yo le dije que
con lo poco que te decía en el mensaje era imposible, pero ella me respondió
que no te conocía—le sonrió—y tenía razón.
Sirvió café para todos, dejando la leche aparte y el azúcar, para que
cada uno se pusiera lo que quisiera. Germán esperó a que se calmara, a pesar
de que necesitaba hablar con ella urgentemente,
—Por cierto, yo soy Germán, y ella es mi compañera Isabel—se dieron
la mano,
—Yo soy Eugenia—él sonrió
—Las dos lleváis los nombres de una zarina y una emperatriz.
—Sí—sonrió sorprendida por el comentario—mi madre era profesora
de historia, le encantaba.
—Germán—se giró hacia Catalina, que parecía haber dejado de llorar,
al menos de momento.
—Dime.

—Tenemos que hablar, pero ¿podríamos hacerlo a solas? —él asintió y


echó un vistazo a Isabel que se levantó y se fue después de echarle una
mirada, siguiendo a Eugenia.
El perro se fue con ellas, no se había separado en ningún momento de
la hermana de Catalina, debía ser su dueña.
—Ya estamos solos. Cuéntame.
—Tenía miedo de que no te ocuparas del caso, estaba muy asustada
—Catalina, perdóname, pero es muy importante que me cuentes
rápidamente lo que sepas. Seguro que sabes que Amaro lo tiene muy
complicado.
—Sí, lo sé, no sé por dónde empezar.
—Si no te importa, prefiero preguntarte yo, así iremos al grano, pero si
tienes la necesidad de contarme cualquier otra cosa, me alegrará escucharte,
por supuesto.
—Está bien.
—Veamos, Catalina, te voy a preguntar sin pelos en la lengua, ¿lo
entiendes?, y si quieres que ayude a Amaro, tienes que ser muy sincera.
—Por supuesto
—Bien, empecemos. He leído en el informe que Vicente Soria, el
hombre de cuyo asesinato acusan a Amaro, era compañero tuyo en la clínica
dental.
—Sí, éramos compañeros desde hacía años, era una buena persona, se
había divorciado hacía unos meses, y…—se encogió de hombros—siempre
me decía que me apreciaba mucho, yo sabía que quería algo conmigo, pero tú
sabes cuánto quiero a Amaro—Germán esperó a que ella se lo explicara,
quería entender bien lo ocurrido.
—Amaro desde hacía tiempo no era el mismo, sólo vivía para el
trabajo. Venía muy tarde a casa, y directamente se iba a dormir, todo este
tiempo ha sido muy duro—suspiró para no volver a llorar—Vicente comenzó
a invitarme a comer, y no ocurrió nada durante unas semanas, pero los dos
estábamos muy solos. Él sabía que yo no le quería, pero me dijo que se había
enamorado de mí, y que aprovecharía lo que pudiera darle—se encogió de
hombros—sé que fui muy egoísta. Ahora, mirándolo desde la distancia, creo
que lo hice para que mi marido reaccionara.
—¿Qué hizo Amaro cuando se enteró? —volvieron a humedecérsele
los ojos,
—Tú sabes lo buena persona que es, bajo todos esos gruñidos. Cuando
se lo dije, porque no podía soportar seguir engañándolo, me miró con una
gran tristeza y se fue a la habitación cerrando la puerta. Yo me quedé en el
salón, había esperado escuchar muchos gritos o muestras de enfado, pero no
eso. Un rato después salió con una maleta y me dijo que se iba un tiempo,
que no quería seguir viviendo conmigo de momento, que tenía que pensar.
Cuando salió de casa, me sentí como si le acabara de clavar un puñal en el
pecho.
—¿Qué pasó después?
—Nada, hablábamos para cosas cotidianas, normales, yo hablé con
Vicente y le dije que no podía seguir con él. Unos días sin mi marido me
hicieron darme cuenta de cuánto lo quería. Poco después me llamaron unos
compañeros vuestros para hablar conmigo, y vinieron a casa, eran de Asuntos
Internos, y me dijeron que Amaro había matado a Vicente. Yo no lo creí por
supuesto, entonces me explicaron todas las pruebas que había contra él.
Llegaron a enseñarme fotos de las pruebas, incluso de su pistola para que la
identificara, aunque me dijeron que le habían borrado el número de serie,
pero que no había duda de que era la de Amaro. Querían que yo testificara en
el juicio, aunque solo fuera para decir que tenía una relación con Vicente.
—Me imagino que, al final, te convencerían de que era culpable—ella
se irguió y le miró atentamente.
—Al contrario, al ver su pistola supe que no era la de mi marido—le
cogió por el brazo—Germán, esa no es el arma de Amaro.
—¿Cómo puedes saberlo?, si tiene borrado el número de serie, todas las
pistolas que tenemos los polis son iguales—ella sonrió irónica ante su
afirmación.
—Porque la de Amaro tiene una marca junto al gatillo, aunque nadie
sabe que la tiene, ni siquiera él mismo.
—¿Y eso? —Germán tenía los ojos como platos, y más al ver que ella
parecía avergonzada.
—Fue una época terrible, poco antes de que le cambiaran a la brigada
de homicidios,
—¿Cuándo era negociador? —Germán había oído hablar de esa época,
le habían dicho que Amaro fue una estrella entre los negociadores, pero que
hubo un incidente que hizo que le trasladaran al puesto actual.
—Sí, le avisaron para que fuera a una comisaría, uno de los detenidos,
nunca supieron cómo, había robado un arma, y tenía retenidos a dos agentes
novatos. Desgraciadamente, llamaron a Amaro. ¿No te lo ha contado?
—No. Sé que le ocurrió algo, pero nunca he sabido qué, si él hubiera
querido decírmelo lo hubiera hecho, pero ahora cuanta más información
consiga, mejor.
—Fue a trabajar como tantas otras veces lo había hecho, pero, aunque
estuvo varias horas hablando con el delincuente y le intentó convencer para
que entregara el arma, mató a los policías y luego se suicidó. Mi marido
nunca se perdonó por ello, estuvo de baja muchos meses, y finalmente,
cuando se incorporó al trabajo, pidió dejar de ser negociador. Esa época,
mientras estuvo en casa de baja, fue horrible—suspiró recordando—un día
que acabábamos de discutir, él se fue a dar un paseo para intentar
tranquilizarse. Yo estaba muy enfadada con él y con su trabajo, así que cogí
la pistola de la caja fuerte donde la guardaba descargada, y la lancé contra la
pared del salón con todas mis fuerzas, esperando que se rompiera en mil
pedazos y tuviera que justificarlo ante sus jefes—le miró arrepentida—ya lo
sé, fue una niñería—resopló—pero a la puñetera pistola no le pasó nada, y,
sin embargo, menudo boquete me dejó en la pared. Cuando fui a recogerla, la
puse bajo la lámpara con la que suelo coser sin creerme que no le hubiera
pasado nada, y vi que le había quedado una marca, casi no se notaba, pero
estaba junto al gatillo, aunque Amaro nunca se dio cuenta. Esa marca no está
en la pistola con la que mataron a Vicente, me fijé muy bien en las
fotografías.
Germán sonrió como hacía días que no lo hacía, ¡por fin una buena
noticia!
DOCE

ero entonces—Isabel estaba indignada, después de que le contara


—P lo que le había dicho Catalina— no entiendo nada, ¿para qué le
quitan la pistola si no van a matar a Vicente con ella?
—Esa es una excelente pregunta y si encontramos la respuesta
adecuada, estaremos muy cerca de resolver el asesinato. Pero hay más cosas
inexplicables en este caso, como que los de Asuntos Internos supieran dónde
estaba el muerto, por lo que me has contado fueron directamente a mirar en el
coche de Amaro—tenía el entrecejo fruncido—voy a llamar a Samaniego
para que me ponga en contacto con su yerno, a ver si consigo enterarme de
por dónde les llegó la información. Y otra cosa, necesito los expedientes
antiguos de los dos polis muertos, en aquel incidente del que me ha hablado
Catalina—Isabel asintió mientras conducía—pero no creo que los pueda
conseguir Leo, ¿puedes pedírselo a aquel amigo que tienes en la otra
comisaría?, no quiero que sepan que hemos entrado en ellos—se pasó la
mano por el pelo—por cierto, que habrá que pasarse por la oficina en algún
momento, por lo menos para aparentar que vamos a darle información a
Samaniego, se supone que estamos trabajando bajo sus órdenes.
—Podemos ir ahora y le pides el teléfono del yerno.
—De acuerdo, luego vamos a ver al Depredador, a ver si está tan
enfermo como parece.
Una vez en la comisaría, mientras subían en el ascensor, Germán le
dijo,
—No se te ocurra decir dónde estamos viviendo
—Me jode mucho que me tomes por tonta—Germán sonrió, era como
un reloj, con la frase adecuada se cabreaba. Y él disfrutaba demasiado
viéndola, como para dejar de pincharla de vez en cuando. Se dirigieron al
despacho de Samaniego, pero antes de llegar, a través de los cristales,
pudieron ver que estaba hablando con los de AAII, Isabel se giró hacia él y le
susurró, mientras ambos ralentizaban sus pasos
—¿Qué hacemos?
—Tranquila, continuemos como si nada, si cuando nos vayamos nos
quieren seguir, tendremos que despistarles, pero ahora no podemos dar
marcha atrás porque nos han visto el resto de los compañeros—ella echó un
vistazo alrededor, los seis u ocho polis que estaban con el ordenador o al
teléfono, habían dejado lo que estaban haciendo para observarlos. Sonrieron,
y continuaron andando hasta llegar al despacho acristalado de Samaniego,
donde Isabel llamó a la puerta y esperaron. El jefe los miró con cara de
desconcierto, Germán se había dado cuenta de que ir había sido un error, pero
ahora solo les quedaba echarle cara. Samaniego gritó la orden de que entraran
y lo hicieron,
—Buenos días, perdón por la interrupción—Germán, al contrario de lo
que solía hacer, pasó primero, intentando proteger inconscientemente a Isabel
con su cuerpo. Los tres hombres se habían levantado y los miraban
atentamente, José Luis Peña con el ceño fruncido y su compañero Kiko y
Samaniego con una sonrisa—todos respondieron a su saludo—jefe, cuando
quieras, veníamos a comentarte algunos datos sobre la investigación de
Ávila.
—Por supuesto.
—¿Te parece que esperemos fuera? —hizo ademán de salir, pero Kiko,
el más joven de la pareja de los de AAII, se levantó y dijo
—No os preocupéis, nosotros hemos terminado—miró a su compañero
que no se movía—vamos Pepe—José Luis Peña finalmente se movió, aunque
claramente en contra de su voluntad.
—Os lo agradecemos, porque tenemos que volver a Ávila—Germán
sonrió mintiendo con desfachatez, y estrechó la mano de Kiko, que se
despidió de él y de Isabel, y que se fue casi arrastrando a su compañero.
Samaniego se sentó con gesto adusto, y nadie dijo nada, conscientes de los
micrófonos que escuchaban. Germán se acercó con su libreta y escribió:
“Necesito el teléfono de tu yerno, tengo varias preguntas
imprescindibles para poder avanzar” —Samaniego asintió y le apuntó el
nombre, Dani, y un teléfono, que copió del móvil.
“Muchas gracias, nos vamos, será mejor para ti que no te cuente
nada”—Samaniego parecía a punto de decir algo, pero lo pensó mejor, y
asintió, entonces Germán comenzó su historia, que iba inventando sobre la
marcha:
—Todavía no estamos seguros al cien por cien, pero parece cosa del
marido. Aunque hemos descubierto que hay otras personas con móvil, y a
quienes no se les ha interrogado todavía, así que es el siguiente paso que
vamos a dar.
—¿Crees que podrás resolverlo? —Germán sonrió Samaniego lo
preguntaba en serio, y no parecía creer que lo hiciera.
—Creo que sí, en pocos días—Isabel lo miró fijamente, pero no dijo
nada.
—Está bien, pues tómate los que necesites, por supuesto.
Salieron enseguida, ya en el ascensor, se inclinó hacia Isabel y le dijo:

—Estoy seguro de que esos dos están apostados en la salida,


esperándonos. Esto ha sido un error, pero teníamos que venir a preguntarle lo
del yerno, lo que no podíamos hacer por teléfono eso está claro. Los
despistaré en la M-30, ¿te importa que coja yo el coche? —ella se pegó a su
oído para contestar.
—Lo prefiero—asintieron y salieron al garaje andando tranquilamente,
Germán colocó el asiento y los espejos, ya que era quince centímetros más
alto que Isabel.
—¿Estás preparada?
—Cuando quieras—los dos se habían puesto gafas de sol, aunque el día
no era excesivamente soleado, luego, Germán metió primera e hizo que el
coche saliera del aparcamiento con suavidad. Mientras él se encargaba de
conducir, ella observó la calle sin mover la cabeza, ayudada en parte por los
espejos del coche, hasta que detectó el vehículo que los seguía.
—Es un Megane gris—los vio al pasar junto a ellos—luego siguió
observándolos con el espejo de cortesía del copiloto—se han incorporado a
nuestro carril, están a dos coches de distancia.
—Tranquila, voy a dejar que nos sigan hasta la carretera.
—¡Qué torpes!, ni siquiera se han cambiado por otros compañeros que
no conociéramos.
—Ten en cuenta que no les ha dado tiempo. Seguramente han avisado
al equipo de repuesto, pero no les ha dado tiempo a venir, por eso quería que
saliéramos pronto del edificio, al menos a estos dos los tenemos controlados.
Vamos allá—una de las mejores cosas que tenía la comisaría era que tenía
salida a varias carreteras, enseguida se situaron en uno de los accesos a la M-
30—vamos a meternos hacia el nudo sur, que estará más colapsado a estas
horas. Así lo hicieron, lo que debió complicar mucho la labor a sus
seguidores, dada la cantidad ingente de coches que transitaba por allí,
Germán, en cuanto pudo, se fue posicionando en el carril de la izquierda,
—¿Siguen pegados a nosotros? —Isabel miró por el espejo y asintió,
—Sí, pero mucho más lejos. Están intentando acercarse, pero con el
atasco es difícil, ¿qué vas a hacer?
—Pasarme al carril derecho—se fue moviendo al lado contrario de la
carretera, prácticamente sin avisar, con la consiguiente pitada del resto de los
conductores. Así llegaron por los pelos a la siguiente salida, que conducía a
un centro comercial.
—¿Dónde vamos?
—Espera, aquí hay un escondite estupendo— dio la vuelta a la rotonda,
y se dirigió a toda prisa a la zona de descarga del centro comercial,
metiéndose en un largo callejón lleno de camiones. Al final, detrás de todos,
aparcó el coche, y lo apagó—ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Este es un escondite estupendo?
—Ya lo verás—sonrió satisfecho—desde fuera no se nos ve, y nadie
pensará que nos hemos metido aquí.
—Oye, oye ¡mueve el culo, que aquí no os podéis quedar! —Germán
apartó la mano que entraba a través de la ventana, y abrió la puerta, saliendo
del coche para enfrentarse a un camionero enorme, que parecía tener ganas de
juerga, antes de que le dejara la cara como un mapa, el camionero a él por
supuesto, le enseñó la placa,
—Somos policías, estamos trabajando—el bocazas se quedó rígido, se
dio la vuelta y siguió a lo suyo, observando cómo bajaban los palés de su
camión.
—Hace un par de años le hubieras dado un puñetazo—él la sonrió
—Me estoy haciendo mayor, ya te lo he dicho.
—Ya—asomando la cabeza, pudo ver que no había nadie en la rotonda,
ni en la entrada del callejón—no parece haber nadie esperando, creo que les
hemos dado esquinazo, ¿nos vamos? —Germán se sentó ante el volante, y
dijo en voz alta,
—Vamos a ver al Depredador, luego decidiremos qué hacer a
continuación.
—Está bien.
Al principio pensó que la dirección estaba mal, pero Natalia no había
conseguido sacar su título de detective privado, y además vivir de ello, sin
tener algo de olfato, y decidió llamar a las puertas de la congregación
religiosa. Le abrió una mujer de unos sesenta años, pero sin hábito, al
contrario de lo que esperaba,
—Buenos días,
—Buenos días—miró la hoja que tenía en la mano donde había
apuntado el nombre y la dirección—quisiera hablar con María Vertel,
—Soy yo—la mujer frunció el ceño—¿nos conocemos?
—No, necesito hacerle unas preguntas sobre su sobrina Amelia Vertel
—sonrió sin añadir nada más, en la mayoría de las ocasiones ese sistema le
funcionaba.
—¿Es por el seguro? —los ojos de la mujer se agudizaron, pensando en
el dinero.
—Digamos que estoy haciendo un informe, pero es confidencial hasta
que no se sepa quién es el asesino, ¿podríamos hablar en otro sitio donde
estemos más tranquilas?
—Sí, por supuesto, pase—la condujo a una sala junto a la entrada,
donde había una mesa de madera y unas sillas, antiguas, pero bien cuidadas,
además de una virgen sobre una peana que presidía la estancia. Natalia y la
mujer se sentaron frente a frente.
—¡Pobre Meli!, mis hijas y yo sabíamos, cuando ese tipo consiguió
engancharla, que no pararía hasta quedarse con su dinero, ¡se le veía en la
cara, menudo sinvergüenza! —Natalia asintió como si estuviera de acuerdo,
—¿Han consultado con algún abogado los detalles del testamento?
—Sí—se inclinó hacia ella para susurrar, con tanto ímpetu que los rizos
color platino que poblaban su cabeza, daban saltos a medida que hablaba—no
es por el dinero como se imaginará, pero no queremos que, si ese hombre ha
sido el asesino, se aproveche de mi pobre sobrina más todavía.
—Ya, normal, pero como existe un testamento a favor de él, no hay
nada que hacer, ¿no?
—Eso pensaba yo, pero si él fuera culpable, se podría denunciar en el
juzgado y entonces lo heredarían todo sus familiares.
—Es decir usted y sus dos hijas—la mujer la miró achicando los ojos,
pero enseguida sonrió.
—Incluso el seguro de vida, también me dijeron que tampoco lo
cobraría él. ¿Es cierto?
—Lo siento, pero no le puedo decir nada sobre ese tema, ya le he dicho
que es confidencial, pero entre nosotras—susurró como si estuviera
conspirando— si todo estuviera claro, yo no estaría aquí.
—¡Es verdad!, estupendo, pues dígame qué necesita saber.
—Como es tanto dinero—miró en la carpeta que llevaba como si
buscara algún papel—perdone, tenía la póliza aquí pero no la encuentro…
—Tres millones de euros—completó la mujer, Natalia la miró
incrédula, ¡la gente estaba loca!
—Sí, cierto, pues como le decía, como es una póliza tan alta, nosotros
hacemos nuestra propia investigación.
—Por supuesto,
—Necesitamos saber cuál es su coartada, dónde estaba usted cuando
asesinaron a su sobrina.
—Mis hijas y yo estábamos en nuestra casa, viendo una película. Luego
cenamos y nos fuimos a dormir, no salimos ninguna a la calle para nada—
Natalia apuntó todo como si estuviera llevando un expediente, y confirmó
—Está bien, creo que eso es todo, ha sido usted muy amable, muchas
gracias—la mujer pareció desconcertada, pero se levantó y la acompañó a la
puerta.
—Claro, claro, pero oiga ¿cuándo podremos cobrar el dinero?
—Mandaré mi informe hoy mismo a mi superior, así que no creo que
tarden mucho en conocer los resultados.
—Estupendo, pues muchas gracias—Natalia salió de allí a punto de dar
saltos, le encantaba cuando conseguía información que, a priori parecía muy
difícil. Mientras conducía para volver a casa, llamó a Isabel para comentarle
los resultados de la entrevista,
—¡Agarraros chicos!, sabe que si lo declaran culpable cobran ellas, y
otra cosa, hay un seguro de vida a favor del marido, de… ¡tres millones de
euros! —Isabel no se lo podía creer,
—¡Qué dices! —miró a Germán que escuchaba atentamente la
conversación, gracias al altavoz del teléfono de Isabel.
—Sí, sí, esta mujer sabía muy bien lo que decía, así que se complica
algo más la cosa, porque a ver a cuanta gente encuentras tú que no mate por
cuatro millones de euros, los tres de la póliza, más el millón del fondo de
inversión, y eso sin tener en cuenta la casa y las tierras.
—Sí, desgraciadamente tienes razón. Muchas gracias Natalia, luego nos
vemos.
—Sí, hasta luego
Isabel colgó y observó a Germán conducir, mientras su cerebro iba a
mil por hora.
—¿Qué opinas? —él se encogió de hombros.
—Como dice ella, esto complica todo un poco más.
—Sí.
Los dos se quedaron en silencio dando vueltas en la cabeza a los
nuevos datos que les había proporcionado su amiga.
TRECE

a zona de Madrid que visitaron a continuación era la antítesis del barrio


L donde vivía Leo, o cualquiera de ellos. Los niños, que estaban jugando
en la calle, se enfrentaron a ellos cuando les vieron aparcar, gritándoles
“que se fueran, que no eran del barrio”, como unos pequeños macarras. El
jefe de la banda de futuros delincuentes se acercó a Germán, no tendría más
de doce años, y se le puso chulo, casi empujándolo,
—¿Qué haces aparcando ahí so capullo?, aquí no queremos extraños—
los niños son un reflejo de las actitudes que ven en sus padres, o en el resto
de su comunidad, y Germán sabía que sería mejor no decir que era polis, sino
querían tener que quedarse uno de los dos a vigilar el coche, y no pensaba
dejar sola a Isabel.
—Venimos a ver a Tobías, ¿ves a esta chica tan guapa? —el chiquillo
miró con el entrecejo fruncido a Isabel, pero pareció estar de acuerdo en que
era muy guapa—es familia suya, y hace mucho que no la ve, ya sabes que
está enfermo, ¿no? —el chico asintió, serio, e hizo un gesto con la cabeza a
los demás para irse de allí, y todos salieron corriendo. Habían decidido
dejarles en paz.
—¡Vaya futuro que tenemos por delante! —Isabel siempre se
asombraba de encontrar chicos así, aunque los hubiera visto muchas veces—a
éstos dentro de unos años los estamos enchironando—Germán asintió algo
entristecido. Se dirigieron a la casita baja donde vivía el “Depredador”, y
llamaron con los nudillos a la puerta, ya que no encontraron ningún timbre.
El hombre que los abrió, después de llamar dos veces, no era como habían
esperado.
Los largos años en la cárcel y la enfermedad, habían transformado al
hombre joven de las fotografías rubio y musculoso, en un viejo delgado y
casi calvo, que los miraba con los ojos entrecerrados, como si le molestara la
luz. Germán enseñó su identificación, y Tobías compuso una sonrisa burlona
y se dio media vuelta dejando la puerta abierta. Ellos se miraron y entraron
tras él en la vivienda.
Lo siguieron hasta un salón minúsculo, donde el dueño se sentó en un
sillón y se tapó con los faldones de una mesa camilla pegándose a una estufa.
En la habitación hacía un calor insoportable, pero al parecer él seguía
teniendo frío.
—¿Qué queréis? —delante de ellos comenzó a prepararse un porro,
Isabel lo miró seria, sabía que los estaba provocando
—Queríamos preguntarte por Amaro Iglesias, sabemos que, mientras
has estado en la cárcel, lo has amenazado en más de una ocasión.
—¿Ese hijoputa? —siguió liando su porro tranquilamente—pues claro
que lo amenacé, ese cabrón me destrozó la vida. Me he pasado quince años
en la trena, por una tontería…
—No creo que fueran tonterías—él miró a Isabel, que era la que había
hablado, de arriba abajo—no, supongo que para ti no lo fueron. Pero yo hacía
lo que los demás hombres solo se atreven a soñar—Germán decidió terminar
cuanto antes, era eso o no se podría controlar con aquel monstruo.
—En cuanto al inspector Iglesias—el Depredador, por fin, pareció
entender por qué estaban allí, y soltó el porro sobre la mesa. Volvió a
temblar, pero en esta ocasión los temblores estaban producidos por la
emoción, y le preguntó a Germán como un poseso,
—¿Se lo han cargado?, ¿es eso? —miró a Isabel al ver que el poli no
respondía—decidme que se ha muerto, ¡alegradme el día por Dios!, ¡joder,
no me jodas!, ese pedazo de cabrón—levantó los brazos que temblaban por el
esfuerzo, y soltó un grito de victoria. Germán miró a Isabel y salieron de allí,
dejando a aquel engendro gritando feliz.
—Es evidente que no tiene ni idea de lo que ocurre, y encima le hemos
alegrado el día—se lamentó.
—A veces me cuesta creer la degradación a la que puede llegar un ser
humano—susurró ella, mientras caminaban hacia el coche, que
afortunadamente estaba intacto.
—¿Y ahora? —le preguntó, porque Germán volvía a tabalear sobre el
volante, pensando.
—Vamos a quedar con el yerno de Samaniego, pero como no debemos
comunicarnos con él con nuestro teléfono, ¿qué tal si nos acercamos a ver a
Leo?, seguro que se le ocurre algo.
—Por mi estupendo, estoy deseando saber cómo arreglaron lo del
satélite—Germán rio con ella,
—Nos reímos, pero deberíamos ser conscientes de que su inteligencia,
seguramente, dobla la nuestra.
—Yo soy consciente—contestó ella sonriente—y tú también, y de la
suerte que hemos tenido conociéndolo.
—Cierto.
Leo les abrió la puerta desgreñado como si lo hubieran despertado, a
pesar de que eran casi las dos de la tarde. Les echó una mirada malhumorada
y se dio la vuelta entrando en la cocina, Germán susurró en el oído a Isabel,
—Este tiene el mismo buen despertar que tú—ella lo miró sonriente, y
entró, seguida por él, que cerró la puerta.
El genio estaba haciéndose un café en algo que parecía más una nave
espacial que una cafetera, en el aire flotaba un olor que hizo que Germán
inspirara con fuerza.
—¡Qué bien huele! —él siempre reconocía que el café era de sus pocas
adicciones.
—¿Quieres uno? —se encogió de hombros aceptando, y Leo le pasó el
suyo, lo que le sorprendió, no parecía de los que te dan su bebida y se
preparan otra.
—Sé que te estás despertando, y lo duro que es, pero necesitamos
que…
—Ya tengo la información que queríais de la tarjeta—anticipó
—Estupendo, pero necesitamos otra cosa—Leo se sentó con otra taza
en la mano, y lo miró por encima del borde mientras bebía, esperando sus
palabras.
—Tenemos que mandar un whatsapp, sin que se sepa dónde estamos,
—¿Os están buscando? — esa información consiguió que se despertara
del todo, dejó la taza a medias en la mesa emocionado—imagino que son
otros polis, porque si no los detendríais, ¡esto es la bomba!
—Ya te digo—confirmó Germán con toda la ironía que pudo, y que
pasó desapercibida en la cocina. Miró a Isabel a ver qué opinaba, pero había
abierto la nevera, evidentemente buscando comida, ¡no se lo podía creer!,
¡tendría cara! Ella, que debía tener ojos en la nuca, se dio la vuelta y le dijo
en voz alta,
—¿Qué quieres?, me muero de hambre—Leo la observó y su expresión
cambió, Germán entrecerró los ojos al verlo, ¡otro que había caído!, pero que
se olvidara…Por muy genio que fuera, no iba a dejar que le levantara la
chica.
—¿Quieres que pidamos comida?, hay un indio aquí cerca, que está
muy bien.
—No me gusta. Italiano sí, o como mucho, chino, pero sólo si es un
chino bueno, sino no. Soy muy especial para la comida—Leo buscó la
aplicación en su móvil, e Isabel se sentó a su lado y eligieron la comida.
Germán suspiró y rogó por tener paciencia,
—Cuando terminéis, Leo, ¿puedes mandar ese mensaje sin que puedan
localizarnos?
—¿Quieres que sea con tu número de teléfono o sin él?
—Con mi número mejor si puede ser, claro.
—Ahora mismo—cogió su portátil, y tecleó algo, que le llevó un par de
minutos, luego le pidió su número y la persona que tenía que recibir el
mensaje, y qué querían poner en el whatsapp. Cuando hubo terminado apartó
el ordenador.
—Ya está—Germán tenía una curiosidad,
—Leo, una pregunta, ¿siempre te llevas el ordenador a todas las
habitaciones dónde vas? —él sonrió como si estuviera hablando con un niño
—Claro que no, es que tengo cuatro, son todos iguales y están
conectados en red. Solo los reconozco yo por alguna marca que tienen, por
una caída, o simplemente por el uso. Los tengo repartidos por las
habitaciones, para tener siempre uno a mano—Germán miró a Isabel que le
observaba con los ojos muy abiertos, sabía que había descubierto algo.
—Ya sé cómo hicieron lo de la pistola, ¡qué idiota soy! —se levantó y
comenzó a dar vueltas por la habitación, porque le faltaba un detalle muy
importante para cuadrar su teoría. Mientras, Leo e Isabel le observaban
asombrados, pocos segundos después, Germán sacudió la cabeza y volvió
junto a ellos.
—Leo, tengo que dejar de pensar en esto y distraerme con otra cosa, así
me vendrá antes a la cabeza la solución, cuéntame lo de la tarjeta por favor—
volvió a sentarse frente a él.
—Sí—carraspeó—bien, he estado trabajando en ello esta madrugada,
después de que se solucionara lo del satélite. No os creeríais lo que había
pasado allá arriba,
—Luego nos lo cuentas,
—Sí, claro—volvió a coger el ordenador—a ver, el pago fue mediante
pin, o clave numérica—siguió leyendo— a la una y cincuenta y cuatro
minutos de la noche, a esa hora recibió el banco la petición del cargo—
Germán estaba asombrado, Leo era más preciso que los informes de los
bancos—y después no he visto cargos de esta tarjeta.
—¿Qué quieres decir?
—Que el siguiente pago con tarjeta está hecho cuatro días después, y
está hecho con otra tarjeta, tiene otra numeración—se encogió de hombros,
Germán e Isabel se miraron. En ese momento sonó el timbre, sería la pizza,
se levantó a pagar.
—Ya voy yo—Isabel se quedó con él preguntándole algo más.
Germán pagó al repartidor y dejó la pizza en la cocina. Mientras los
otros se lanzaban a por ella, él se quedó apoyado en la encimera mirando el
suelo. Había algo que no encajaba, pero no sabía qué era.
—Esta noche tenemos que volver a hablar con vuestro amigo, ¿no? —
Isabel asintió a Leo, los dos seguían comiendo pizza—jamás me hubiera
imaginado que iba a ayudar a la poli, no es lo mío ¿sabes? —hablaba con
Isabel porque Germán seguía pensativo.
—Lo mío tampoco—confesó ella—hasta hace pocos años, yo nunca
había querido ser policía— Germán sonreía escuchándolos, aunque los
escuchaba a medias. Su móvil sonó con un whatsapp, era de Dani, el yerno de
Samaniego.
—Quiere que nos veamos en diez minutos, dice que estará en La Cruz
Blanca, en el centro. No me gusta—negó con la cabeza—es imposible salir
de allí si hubiera una encerrona—volvió a sentarse frente a Leo—¿puedes
conseguir llamar a un fijo y que no localicen tu teléfono?
—Claro, pero para eso necesito un poco más de tiempo, comed un poco
de pizza, mientras configuro el programa—suspiró—hace años que no hablo
con nadie que tenga un fijo, eso es del Pleistoceno—Germán cogió un trozo
de pizza, a él también le había entrado hambre, estaba con la segunda ración,
cuando escuchó,
—¡Ya está? ¿Cuál es el teléfono? — se encogió de hombros,
—Ni idea, búscalo por favor, el de la Cervecería La Cruz Blanca, en la
calle Mayor—Leo asintió, con los ojos cada vez más luminosos, y se levantó
saliendo de la habitación, pero volvió enseguida
—¿Es un teléfono? — llevaba un auricular rojo chillón en la mano con
un cable colgando
—Sí, se conecta por USB, en este caso al portátil— lo enchufó y marcó
el número, pasándole el auricular a Germán a quien le parecía uno de juguete.
Enseguida contestó una voz de hombre, y Germán le preguntó por Daniel,
diciéndole que era un cliente. El camarero o dueño, en un principio se negó a
pasar el teléfono, hasta que le dijo que llamaba de la policía, entonces
preguntó en la barra, y poco después escuchaba una voz desconocida que
contestaba:
—¿Diga? —Germán se presentó, y le dijo quién era, el yerno de
Samaniego pareció contrariado, debió creer que desconfiaba de él.
—Escucha Daniel, no tengo nada contra ti, pero hay algo que huele raro
en todo este caso, y el tufo procede de tu departamento. Aun así, necesito que
me ayudes, tengo una duda en el caso de Amaro Iglesias, ¿me podrías decir
cómo sabían que debían registrar su coche?, me han contado que teníais un
chivatazo, ¿me puedes decir de quién? —se hizo un silencio durante unos
segundos, pero luego contestó,
—No sé quién dio el aviso, pero sé que se lo dieron a nuestro Jefe de
Unidad.
—¿Y me puedes decir su nombre?
—Claro, se llama Álvaro Juncal—a Germán no le sonaba de nada, no
había escuchado hablar nunca de él, pero no tenían información de los que
trabajaban en Asuntos Internos.
—Está bien, muchas gracias.
—¿Seguro que no os puedo ayudar en algo más? —Germán escuchó un
sonido extraño en la línea y decidió no alargar la llamada, ya había
conseguido lo que quería
—No, gracias de nuevo, adiós—le devolvió el auricular a Leo, que ya
había colgado.
Pensó durante unos segundos, y le dijo a Isabel:
—¿Cómo va tu amigo con la búsqueda de los dos expedientes de
aquellos chicos que te dije?
—Todavía no me ha avisado, ya sabes que, al ser de hace tantos años,
se tarda más tiempo, pero voy a llamarle—se levantó con el móvil.
—¿Necesitas algo más? —Germán observó a Leo sonriendo
—¡Qué cabrón, estás disfrutando! —la sonrisa de Leo se amplió más—
está bien, ¿eres capaz—seguro que, si le hacía así la pregunta, él no se podía
negar—de entrar en la base de datos del Almacén de Pruebas de la Zona Dos
de la policía?
—¿Tenéis varias bases de datos?
—Sí, que yo sepa por lo menos cuatro, pero es muy posible que haya
más. Dependiendo lo que necesitemos, entramos en una u en otra.
—¡Dios!¡qué divertido!
—Lo sabía—era como un niño—si no te importa me pondré otro café,
imagino que esta va a ser tarde muy larga, porque, además, tengo que estar
delante para ver si es la base correcta.
—¡Mierda! — Leo se levantó con el portátil en la mano—me he
quedado sin batería, voy a por otro portátil, espera un momento.
Germán se sentó con su taza de café negro en la mano, y los ojos
cerrados, sintiendo cómo todo se iba colocando en su sitio.
CATORCE

os horas y media después, Leo mascullaba entre dientes, y Germán


D hacía rato que pensaba que no sería capaz de entrar, Isabel, sin embargo,
le había dicho que lo dejara tranquilo, porque ella tenía plena confianza
en sus capacidades. Ellos, mientras, seguían trabajando en los dos casos,
aunque el de Ávila estaba casi solucionado, a falta sólo de una confirmación.
Después de volver a comprobar lo que tenía anotado sobre la visita a casa de
los padres de Fernando García, y de repasar lo que habían comido Isabel y él
en la gasolinera, Germán llamó a Natalia y le pidió que hiciera un viaje al día
siguiente a Ávila, de nuevo a casa de los padres, para hacerles una pregunta.
Si la respuesta confirmaba su teoría, el asesinato para Germán estaba
resuelto. No obstante, necesitaban pruebas, pero no le parecía difíciles de
conseguir en este caso, sólo tendrían que preparar bien la escena.
—¡Estoy dentro! —Genio, como ya empezaban a llamarle, levantó un
puño en alto estirando el brazo, en un gesto victorioso. Germán lo admiró aún
más por conseguirlo, en todas las charlas informáticas del cuerpo les habían
asegurado que el ciberataque a la base de datos del Almacén de Pruebas era
imposible. Se levantó para ver la pantalla,
—¿Te dejo que lo mires tú? —Germán asintió, era la misma pantalla
que la que podían ver ellos desde su puesto de trabajo, y a la que sólo podían
acceder con la clave de un Jefe de Grupo. Se sentó en la silla de Genio,
mientras este iba a la nevera a por zumo.
Estuvo estudiando las personas que habían entrado el día de la
detención de Amaro por si acaso, aunque estaba seguro de que la encerrona
que le habían preparado había sido preparada con mucho tiempo. Como no
encontró nada, fue retrocediendo día a día, comprobándolos todos.
Comprobaba los nombres de los compañeros que habían firmado en el
Registro de Entrada con el motivo que fuera. Había decenas de visitas a lo
largo del día, ya que las pruebas que se utilizarían en los juicios se guardaban
en uno de los cuatro almacenes de la ciudad. Lógicamente, la entrada era muy
restrictiva, y además el que lo hacía para depositar o retirar algún objeto,
tenía que firmar un registro que desde hacía un par de años era digital,
afortunadamente.
Siguió buscando semanas atrás, hasta que uno de los nombres le llamó
la atención, la escritura no era muy clara pero el nombre y el apellido se
podían leer. Había entrado en el almacén hacía dos meses aproximadamente,
así que empezaría por ver qué había hecho aquel día. La excusa que había
utilizado para entrar en el almacén era que tenía que comprobar el arma
utilizada en un asesinato, y debía llevar una orden de algún superior que lo
autorizara.
Miró la pantalla de nuevo con el ceño fruncido, asegurándose de que el
nombre era correcto, esa información daba un vuelco a la investigación,
—Genio, ¿podrías imprimir esta pantalla? —el aludido lo miró
sorprendido, pero no se quejó del apelativo. Germán lo había utilizado sin
pensar, ni siquiera se había dado cuenta de cómo lo había llamado
—Claro, espera—pulsó a la vez tres teclas, y salió a por la hoja
impresa, porque seguían en la cocina. Se habían acomodado allí, y no habían
sentido la necesidad de moverse.
—Es imprescindible que hable con Amaro, pero digo hablar, no
comunicarnos a través de su televisión, tengo que preguntarle algo muy
importante—Leo se quedó pensativo y le dio la hoja, que él guardó en su
carpeta.
—Podemos acercarle un móvil con Bond, y cuando termine la
conversación que lo vuelva a dejar en el dron,
—O que lo esconda, no creo que le estén revisando la casa
continuamente, hay muchos sitios donde esconder algo tan pequeño en un
piso.
—Tengo móviles usados y tarjetas prepago, así que por ese lado no hay
problema—Germán asintió impaciente, necesitaba los expedientes del amigo
de Natalia ya, ahora todo iría muy deprisa.
—Está bien, anochece en una hora, si queréis podemos empezar a
preparar las cosas, y salir en media hora, mientras que llegamos será de
noche.
—De acuerdo.

Volvieron a salir en la furgoneta, aunque en esta ocasión iban solo los


tres, y conducía Isabel. Aparcaron en el mismo sitio, en el parque ocultos por
los árboles, porque ya habían visto que seguía habiendo dos coches vigilando.
—Espero que vuestro amigo esté preparado.
—Yo también—la preparación sobre todo consistía en tener puesta en
la pantalla del televisor, la pinza de rayos infrarrojos, para poder decirle lo
que harían.
Germán cogió la Tablet, y comenzó a teclear,
—Amaro, ya estamos aquí. ¿estás preparado?
—Joder lo que habéis tardado—Germán sonrió, aquel se parecía más a
su amigo.
—Vete al baño y enciérrate por dentro, el mismo dron de la otra noche
te llevará un móvil, porque necesito hablar contigo. Es importante
—Dejaré puesta la tele para que el policía que está vigilando crea que
estoy viéndola—el salón donde estaba el televisor estaba muy cerca de la
entrada de la casa.
—Estupendo, y otra cosa—recordó lo que le había dicho Genio, que le
hacía señas desesperado para que se lo dijera—haz lo mismo que la otra vez,
solo tienes que despegar el móvil y ya está, el dron luego se irá.
—Vale—cortaron la comunicación, Genio bajó para hacer volar el
dron, y Germán bajó con él. Esta vez la ventana estaba abierta, y Amaro
enseguida cogió el móvil dejando a Bond libre de volver. Germán pulsó el
número grabado en su teléfono para llamar, y le respondió su antiguo jefe y
amigo:
—Hola Germán—inspiró hondo porque, hasta ese momento, no se
había dado cuenta de las ganas que tenía de oír su voz,
—Hola Amaro, lo primero, quiero que sepas que tu mujer está bien, y
lo segundo dime cómo estás—el hombre suspiró emocionado,
—¡Menos mal, estaba muy preocupado!, por mí puedes estar tranquilo,
estoy bien hombre. Pero habla rápido, no vaya a ser que nos jodan el invento.
—Está bien, ¿sabes de alguien en Asuntos Internos, que pudiera estar
detrás de tu acusación? —al otro lado de la línea se hizo el silencio—Amaro,
es muy importante que seas sincero, no necesito decírtelo.
—Hubo una época en la que te hubiera dicho que sí, pero el tiempo
cura las heridas. Ahora mismo, que yo sepa, no tengo enemigos en el cuerpo.
—Escúchame bien, necesito que me digas los nombres de los
compañeros que cayeron en aquella comisaría, siendo tú el negociador.
Siento tener que preguntártelo así, pero no tenemos tiempo—Amaro dudó,
pero le dio la información que le pedía, a pesar de que estaba convencido de
que ese camino no le conduciría a ningún lado, como le dijo—Germán se
puso pálido al escucharlos, pero mantuvo la entereza hablando con él—está
bien, no sé cómo lo haré, pero conseguiré demostrar que eres inocente.
—Gracias Germán—Amaro estaba emocionado, si no se contenía,
acabarían llorando los dos.
—Te dejo, que tengo mucho que hacer, tranquilo que ya queda poco.
—Adiós amigo.
—Adiós.
Isabel se había girado casi completamente en el asiento de la
conductora, y le observaba atentamente,
—¿Qué ha pasado?
—No te lo creerías, ¡menudo follón!, ¡Isabel, necesito esos expedientes
ya!, nos van a servir como prueba. Y tenemos que entrar en el Almacén de la
Zona Dos—ella suspiró y arrancó la furgoneta sacándolos de allí,
—Contigo es imposible aburrirse, en cuanto lleguemos a casa vuelvo a
llamar a mi amigo. Si hace falta iremos a su casa, sé dónde vive—Genio
miraba a uno y a otro deseando enterarse de lo que pasaba, pero seguro de
que se lo contarían tarde o temprano. Ya empezaba a saber cómo funcionaban
aquellos dos.

Finalmente, no hizo falta ir a casa del antiguo compañero de Isabel,


porque les envió los dos expedientes a uno de los correos que les había
dejado Genio, y que eran irrastreables. Germán, ya estaba en casa de Roberto
y Natalia, y leía los informes en su portátil mientras Isabel hacía lo mismo en
el suyo. Cuando terminaron, los dos se miraron estupefactos,
—¿Qué vamos a hacer? —Germán ya lo había pensado, pero había
esperado a tener las máximas pruebas posibles, porque lo que iba a intentar
era muy complicado.
—Mañana voy a ir al Juzgado que lleva el caso de Amaro y voy a pedir
una entrevista con el juez, y le diré que tengo información crucial para el
caso. Necesitamos acceder al Almacén de Pruebas físicamente, y ver si está la
pistola y si tiene la marca que dice Catalina.
—Voy contigo.
—No, necesito que sigas investigando los posibles implicados, como te
imaginarás, hay más gente de la que pensábamos, y esto va a salpicar a
cargos importantes. Mientras estoy en el juzgado, a ver si te enteras de las
relaciones entre ellos. Mira los organigramas de cada Departamento, y fíjate
en los apellidos, y sino pregunta a gente que conozcas, es posible que haya
más gente en el ajo de la que nos imaginamos. Aunque sinceramente, creo
que tenemos a los más importantes.
—Está bien. ¿Conoces al juez?
—Sí, desde hace años, no somos amigos, pero se fía de mí.
—Estupendo.
—Sí, bueno—se encogió de hombros—ya veremos, luego, después de
ir al Almacén, hay que solucionar el caso de Ávila. Para entonces Natalia ya
tendrá la respuesta que le he pedido, y tendremos que ir hasta allí, pero no
creo que tardemos demasiado.
—Claro, lo que haga falta.

Natalia volvió de una vigilancia de su nuevo caso, el del marido infiel,


agotada, además de profundamente aburrida. Estaba deseando ir al día
siguiente a Ávila, para investigar algo interesante, porque el día de hoy había
sido un rollo. Además, esa noche Roberto tenía guardia y no vendría a
dormir, así que se sirvió una copa de vino para ella, la necesitaba, y ofreció
otra a sus dos amigos, que la aceptaron, sentándose los tres en el sofá,
mientras le contaban los acontecimientos recientes. Cuando terminaron, dejó
la copa en la mesita que había junto al sofá,
—¡Es increíble!, ¡la que vais a liar cuando esto se sepa!
—Ya, ya, no me lo recuerdes—a Germán no se le iba de la cabeza la
que iba a montar la prensa cuando se supiera todo, porque debido a la
cantidad de gente que estaba implicada y a los cargos que ostentaban algunos
de ellos, estaba seguro de que se filtraría tarde o temprano a la prensa.
—Me voy a acostar, estoy agotada—se levantó, pero antes de irse a su
habitación, Natalia le dijo a Germán—y en el caso de que me confirmen lo
que tú crees, ¿luego que vais a hacer?
—Tendremos que ir a Ávila para conseguir una confesión, al fin y al
cabo, solo es una teoría, no podemos demostrar nada—su amiga asintió y se
volvió hacia el pasillo,
—Buenas noches chicos.
—Buenas noches.
Ellos dos terminaron sus copas, y después de recoger, se fueron a la
cama, el día siguiente iba a ser muy duro.

Germán llegó antes que el juez, y se sentó en la silla que había frente a
su despacho, había conseguido que lo dejaran esperar allí. Cruzó las piernas y
se quedó mirando el ascensor hasta que apareció, mientras planeaba en su
cabeza, como le convencería. A su lado tenía la mochila con todas las
pruebas que había podido conseguir, pero sabía que lo más importante era, su
convicción de que había descubierto la verdad, y que su única finalidad era
hacer justicia.
Alejandro Silvano, era un juez joven, defensor de la ley a ultranza, pero
que, en ocasiones, dejaba a los policías algo de margen para que pudieran
conseguir resolver los casos que tenían entre manos, siempre que ese margen
no perjudicara los derechos de ninguna persona. Esto lo hacía únicamente
con los policías de los que se fiaba, cuatro o cinco, y Germán,
afortunadamente, estaba entre ellos.
Sonó el ascensor, y Germán levantó la cabeza, el juez salió del aparato
y se quedó clavado unos instantes mirándolo, luego, le hizo una seña para que
lo siguiera a su despacho.
—Pase Germán, y cierre la puerta—a pesar de conocerse desde hacía
varios años, se seguían hablando de usted, los dos se sentían cómodos
haciéndolo. Se mantuvo en pie ante su escritorio, el tiempo que el juez tardó
en sentarse,
—Siéntese por favor, no estamos para perder el tiempo, tengo una
reunión en veinte minutos, espero que lo que le trae no sea excesivamente
complicado—observó la cara del policía—¡vaya, con el lío que tengo hoy!,
bien, empiece, cuanto antes lo haga, antes terminaremos.
—Muchas gracias señoría, necesito una orden judicial para poder sacar
un arma del Almacén de Pruebas de la Policía de la Zona número 2—el juez
se echó hacia atrás en el asiento como si lo hubieran disparado. Su cerebro,
durante un momento, no fue capaz de procesar la petición que le hacía aquel
profesional.
—¿De un Almacén de Pruebas de la Policía, donde usted trabaja?
—Sí señor
—Habitualmente ¿quién le autorizaría esa retirada?
—Mi jefe de grupo
—Y ¿cuál es la razón para que comparezca ante un juez, a pedirle una
injerencia semejante en los asuntos internos de la Policía? —parecía
confundido— creo que lo conozco lo suficiente, para saber que esto tiene que
ver con el caso de Amaro Iglesias.
—Sí señor, si me diera unos minutos para enseñarle lo que he
encontrado…
—Todo esto es muy irregular.
—Lo sé, pero creo que, al menos parte de los profesionales que están
llevando el caso, están contaminados. Tengo pruebas de ello.
—Es una acusación muy grave, y además contra sus propios
compañeros.
—Sí señor—el juez lo miró fijamente y luego suspiró, miró la hora en
el reloj de su muñeca y le dijo,
—Le doy diez minutos para convencerme—Germán abrió la mochila
para sacar la documentación, y comenzó a relatarle lo que había descubierto.
Media hora después, el secretario judicial traía un auto urgente ya
impreso, y lo dejaba sobre la mesa. Cuando salió de la oficina, Germán le
dijo al juez,
—Señoría perdone, pero es importantísimo que esto no se filtre.
—No se preocupe, mi secretario es de total confianza, está conmigo
desde hace quince años, y ya le he avisado de la confidencialidad de este caso
— firmó el auto y luego le entregó el documento—¿Cuándo consiga todas las
pruebas, como va a actuar?, no puede dejar más tiempo fuera al juzgado, ni a
la policía.
—He pensado reunirles a todos aquí, si le parece,
—Sí, los citaremos aquí, así, si todo es como usted dice, alguno irá
directamente a prisión provisionalmente, y si no tiene razón, quizás lo mande
a usted—Germán sonrió tranquilo—bueno, váyase, no dudo de que tendrá
mil cosas que hacer, me gustaría ver la cara del policía al que le entregue ese
auto.
Salió de allí hacia su siguiente destino: el Almacén de Pruebas, para
demostrar que todo era un montaje.
QUINCE

omo era lógico, los policías que estaban de guardia en la entrada del
C Almacén de Pruebas, a pesar de enseñarles la placa, le pidieron la
autorización firmada de su jefe, y en su lugar les entregó el auto del
juez,
—Vengo obedeciendo una orden judicial—los dos lo miraron con el
ceño fruncido, aunque tenían claro que debían obedecer. Ya habían visto esos
autos antes, pero nunca esgrimido por un compañero, se retiraron para hablar
entre ellos, aunque enseguida le hicieron firmar el registro digital, que él
había estado cotilleando desde la casa de Genio el día anterior, y le dejaron
entrar.
—Tiene media hora—uno de ellos lo acompañó a la zona, era el
procedimiento habitual, ya que el almacén era tan grande que sino no sabría
por dónde empezar a mirar. El policía miró los detalles de lo que buscaba, y
luego le preguntó
—Pero ¿no sabes qué pistola es? —el juez había especificado en el
auto, que se le dejara examinar las pistolas que quisiera, y que se podía llevar
la que considerara oportuno.
—No, pero tiene que ser una de un poli con el número de serie borrado.
—¿Reciente?
—No tiene por qué, pero empezaré por las recientes, ¿hay muchas así?
—él negó con la cabeza
—No—miró una tablet que llevaba en su mano izquierda—espera un
momento, hay cuatro con esas características. Ven conmigo, comenzaremos
desde la más actual hacia atrás.
Estuvieron buscando durante bastante rato, aproximadamente una hora,
hasta que dieron con ella. Germán las cogía en sus manos en presencia del
policía, las observaba bajo su linterna y con una lupa que había llevado y
luego las desechaba, pero la que tenía en sus manos en ese momento, la
penúltima de la lista, no la desechó. En cuanto la apuntó con la linterna, vio
la muesca junto al gatillo, y cuando la observó bajo la lupa la vio mucho más
clara.
—Mira—se la enseñó al poli, éste la miró y se encogió de hombros
—Tiene una muesca, estará en la descripción—buscó en la base de
datos por el número de identificación de la etiqueta atada a la pistola, pero no
encontró ninguna referencia a la muesca.
—¡No pone nada, dice que está usada, pero sin defectos, golpes ni
nada, y con el número de serie borrado!, ¡qué raro! —normalmente la
descripción de los objetos que había allí era exhaustiva, y además estaban las
fotografías…
—Necesito ver la fotografía de esta pistola cuando entró en el almacén
—él asintió y comenzó a caminar hacia un ordenador que había en el medio
del Almacén. A todos los objetos que entraban allí, se los fotografiaba con
todo lujo de detalles, para que no hubiera errores de cambios de unas pruebas
por otras.
—Aquí está—solo con escuchar su tono de voz, antes de ver la foto,
supo que algo estaba mal, y lo corroboró en cuanto la vio. La marca no estaba
—eso no es posible, aquí nadie la ha tocado, no sé qué puede haber ocurrido
—el poli se estaba poniendo histérico, quizás pensaba que le iba a caer una
bronca.
—Necesito un informe, ahora mismo, sobre todo esto. Y necesito que
diga que la pistola que me llevo no coincide con la que entró y a la que
adjudicaron este número de registro ¿Puede hacerlo?
—Normalmente tardamos 48 horas…
—El juez espera que se lo lleve, no sé si ha oído hablar de él, no es
precisamente famoso por su paciencia—el policía, sudoroso, asintió y salió
disparado hacia la entrada, para hacer el informe. Germán, con el corazón
bombeándole a mil por hora, llevaba la pistola en la mano dentro de su bolsa
de plástico, incrédulo de que no se hubiera presentado nadie para prohibirle
sacarla de allí.
Esperó treinta interminables minutos a que redactaran el informe, firmó
el escrito que decía que se llevaba la pistola, y se fue, pero no respiró hasta
que cogió el coche y salió del garaje. Cuando llegó a casa de Roberto y
Natalia, hizo fotos a la pistola y las mandó al móvil de la hermana de
Catalina. Isabel le había hecho un gesto al entrar porque estaba al teléfono, y
se acercó a darle un beso mientras miraba la pistola que él había dejado en la
mesa.
—Así que todo es cierto.

—Sí—suspiró cansado y pasándose la mano por el pelo.


—Era Natalia, dice que tenías razón.
—Lo imaginaba, quiero quitarme ese asunto de en medio lo antes
posible, ¿quieres que vayamos ahora?
—De acuerdo, pero habrá que quedar con ellos ¿no?
—Sí, cítales a todos en la gasolinera en hora y media, y llama también a
Israel, tendrá que llevarse al culpable.

—Dame cinco minutos.


Para que asistieran, les dijeron que tenían que resolver una serie de
dudas que habían surgido sobre la noche del asesinato, y que tenían que hacer
una reconstrucción. Llegaron a Ávila poco antes de la hora, y entraron
directamente al restaurante donde trabajaba Diana, que los recibió con una
sonrisa.
—¡Buenos días! ¿van a comer aquí?
—De momento no, muchas gracias, con un café es suficiente mientras
llegan todos—pocos minutos después, apareció Fernando García, seguido de
Israel con un compañero, los dos de uniforme—chico listo pensó Germán.
Isabel le susurró:
—Usa tu magia—la sonrió un momento y enseguida se puso serio,
mirándolos a todos. Cuando volvió Diana, se dirigió a ellos y saludó también
a Israel, pero no a Fernando, Germán se lo presentó,
—Es Fernando García el hombre que, gracias a usted, no fue acusado
del asesinato de su mujer—ella abrió los ojos sorprendida, y sonrió
estrechando su mano.
—Encantada Fernando, perdone que no le haya reconocido.
—Igualmente—Germán asistió al intercambio divertido—observó a
Israel y a su compañero que se mantenían de pie junto a la mesa,
—Diana por favor, siéntese
—No sé si debo, estoy trabajando,
—No se preocupe, su compañera la sustituirá cuando vea que hace
falta, siéntese por favor—ella lo hizo mirándolos alternativamente, sin saber
qué ocurría.
—Verá es muy llamativo que no haya saludado a Fernando, y que haya
accedido a que se lo presentara yo—lo señaló— cuando lo recordaba
perfectamente en la rueda de reconocimiento hace un mes.
—Sí, es verdad, pero veo a tanta gente a lo largo del día, que es normal
—aún seguía sonriendo.
—Por supuesto, volvamos a la noche del asesinato, ¿sabe que hemos
preguntado al resto de los empleados de la gasolinera, y ninguno recuerda
haber visto aquella noche a Fernando? Por supuesto puede decirme que, tanto
tiempo después, cómo se van a acordar. Sin embargo, usted sí se acordaba—
sacó su libreta—cuando yo le dije que lo recordaba todo de él, me contestó
que era un hombre muy agradable, que le contó lo de su mujer, y que lo
estaba pasando mal. Sin embargo, hoy se le ha borrado la memoria—Diana
estaba pálida, pero apretaba los labios, sin querer contestar. Germán, en ese
momento, se concentró en Fernando,
—Y no es solo que ningún empleado lo recuerde, es que no aparece en
ninguna de las grabaciones de seguridad de las cámaras de la gasolinera. En
cuanto al cargo de la tarjeta, ésta se hizo con el pin, por lo que, estrictamente
hablando, alguien podría haberlo tecleado en su lugar, siempre que estuviera
de acuerdo con algún empleado de aquí—todos, exceptuando a Fernando,
miraron a Diana, que se incorporó indignada,
—¡Cómo se atreve!, ¡todo por ser buena ciudadana!
—Diana, no siga, hemos investigado los movimientos en esta
gasolinera tiempo atrás, y hemos visto que, durante meses, Fernando ha
estado viniendo tres o cuatro veces a la semana,
—¿Y qué? —le preguntó despreciativa, su actitud había cambiado
totalmente,
—Pues que es bastante sospechoso que, ninguno de los dos comentara
en sus declaraciones que se conocían de antes, y todavía se sostiene menos
que hoy no lo reconociera.
—En cuanto a lo que comió ese día—continuó volviéndose hacia
Fernando, que parecía hundido—cuando comí aquí estuve calculando en qué
pudo consistir su cena esa noche con los precios de la carta, y solo pudo ser,
por los 9,52 € del cargo de la tarjeta, una ensalada con un refresco. ¿Es
correcto?
—Supongo que sí, no lo recuerdo—Fernando contestó, visiblemente
nervioso.
—Hemos hablado con su madre, quien inconscientemente nos ha
confirmado lo que me imaginé el otro día, al ver los restos de su plato de
cocido. Usted no es de esos hombres que cenan una ensalada y ya está. Según
palabras de su madre si no come algo consistente, como mínimo dos platos,
se cabrea. Además de eso, hay que resaltar que esa tarjeta ya no se volvió a
utilizar, porque fue al banco para darla por extraviada y a que le hicieran una
nueva—Israel no pudo evitar intervenir para preguntarle,
—Entonces ¿qué ocurrió?
—Muy sencillo, la tarjeta la tenía Diana en su poder, siempre la tuvo
ella. Él se la dio para que le sirviera de coartada, pero para que funcionara su
montaje, tuvieron que aparentar que no se conocían. Fernando García asesinó
a su mujer de aquel modo tan brutal por la herencia, ya que la había
convencido semanas antes para que testara a su favor—el acusado soltó un
sollozo, y la camarera comenzó a darle golpes en la cabeza, muy cabreada,
—¡Malnacido!, ¡lo has arruinado todo!, ¡no tenían nada, pero eres tan
inútil que conseguirás que nos encierren y tiren la llave! —Fernando se
protegía la cabeza como podía, hasta que Israel y su compañero se los
llevaron de allí. Isabel y él se miraron unos momentos en silencio, hasta que
volvió el Guardia Civil con una sonrisa de oreja a oreja y le estrechó la mano
vigorosamente,
—¡Muchas gracias!, ¡por fin podremos meterles entre rejas!
—Vendremos a testificar si es necesario. No hay demasiadas pruebas,
pero si desde la fiscalía presentan bien el caso, saldrán culpables. Buena
suerte, y sigue haciendo caso de tu olfato—el hombre asintió y se despidió.
Germán miró a Isabel sonriente, y ella le dijo,
—¡Te has superado!, acabas de descubrir a un asesino por una
ensalada. Vámonos, conduzco yo—asintió y se fueron, todavía quedaba
mucho por hacer. Fueron directamente a casa de Genio, que quiso saber todo
con pelos y señales, y que se mostró entusiasmado con la escena final que le
describió Isabel,
—¡Tío!, ¡es que eres increíble, allí, con los dos culpables, diciéndoles
¡y tú esto y tú lo otro! —Genio señalaba al aire, como si tuviera delante a dos
personas a las que estuviera acusando. Tanto Isabel como Germán lo
observaban divertidos, definitivamente, era como un niño.
—Genio, cuando puedas, ponte con lo que te he pedido, porque lo
necesitamos para mañana—él lo miró como si fuera un aguafiestas—y no te
preocupes, porque enseguida te dejaremos tranquilo, mañana se terminará
todo.
Había llamado por teléfono al Juez, y le había hecho otra extraña
petición, él sabía que cualquier otro magistrado no se la concedería, pero
consiguió convencerle. La reunión finalmente sería en una sala privada
situada junto a su despacho. El juzgado se encargaría de despachar las
citaciones urgentes a todos los implicados, y Germán e Isabel tenían unas
horas para prepararlo todo, concretamente hasta las diez de la mañana,
entonces tendrían que demostrar que Amaro era inocente.
Habló con Roberto para pedirle una aclaración sobre un tema de ADN
en unas huellas, porque tenía dudas y su amigo le respondió que no lo sabía
pero que lo consultaría con otro técnico, ya que no era su especialidad.
Cuando colgó, tachó lo de las huellas creía que era lo único que le quedaba
por comprobar, y siguió con el informe que estaba realizando, para preparar
la exposición del día siguiente.
—¿Cómo vas, necesitas ayuda? —ella sabía con cuanto ahínco
preparaba siempre las conclusiones finales
—No, no te preocupes, casi lo tengo,
—Es muy complicado
—Sí—se pasó la mano por el pelo, gesto que le informó a ella más que
otra cosa, lo preocupado que estaba por Amaro. Se acercó a él y lo besó en la
mejilla, él la observó agotado pero feliz—¿y eso? —Isabel se encogió de
hombros y se fue a su propio portátil, porque seguía repasando las posibles
ramificaciones de los implicados.
Al final de la tarde llegaron Natalia y Roberto, éste último se sentó
junto a Germán, y le dijo
—Es perfectamente posible hacer la transferencia de unas huellas a un
arma, con el instrumental adecuado.
—¿Sin tomarlas directamente de los dedos?, es decir imagínate—
señaló su taza—que tú me quieres implicar en algo, ¿podrías coger una huella
parcial o total de la taza y llevártela en un papel por ejemplo y ponerla donde
quisieras? —Roberto asintió
—Sí, de hecho, hay un papel adhesivo especial para eso, el que usan los
técnicos de la científica.
—Lo sé, pero pensaba que no se podía hacer con superficies rugosas y
curvas como la de la culata de esa pistola.
—Eso es una leyenda urbana, se puede hacer perfectamente, solo que
hay que tener algo más de cuidado. Incluso, si quieres que queden
verdaderamente reales, se puede hacer un molde de silicona con las huellas,
una especie de funda que te pones en un dedo, como un guante, y con él
dejarías la huella exactamente como lo haría esa persona.
—¡Es increíble!, no lo había oído nunca
—Ni yo, me he enterado esta tarde, he hablado con uno de los forenses
del Instituto con el que tengo bastante relación.
—Ya, muchas gracias Roberto, así tengo todo mucho más claro.
—De nada, una pregunta—miró a su alrededor—¿qué hacéis todos en
la cocina? —observó a Natalia que hablaba con Isabel apoyadas en la
encimera, esperando que ellos terminaran, y Genio que seguía tecleando
como un loco, buscando respuesta a las últimas preguntas de Germán.
—No sé decirte, desde el principio, nos empezamos a sentar aquí, y
estamos muy cómodos—Roberto asintió y se levantó para hablar con las
chicas, dejando trabajar a su amigo.
Una hora después había terminado, se estiró sintiéndose algo vacío,
todo lo había volcado en esas palabras que acusaban a los culpables desde la
pantalla de su ordenador.
—Esto ya está, ¿comemos algo? —todos comenzaron a hablar a la vez,
dando cada uno su opinión sobre la comida que les apetecía. Germán se frotó
el rostro decidido a disfrutar de la compañía y a distraerse hasta el día
siguiente.
CONCLUSIONES

a sala privada del juez no era como se la había imaginado, parecía más
L bien, el lugar en el que una empresa se reuniría para tomar las decisiones
importantes. Había una larga mesa sorprendentemente limpia y
reluciente, con no menos de veinte sillas aparcadas bajo ella, esperando ser
utilizadas.
Germán estaba de pie ante un ventanal con vistas privilegiadas a la
calle, desde donde podía ver los dos coches de policía que había pedido el
juez, como cobertura por las posibles detenciones. En ese momento observó
también la llegada del furgón policial, acompañado por otros dos zetas, que
debía traer a Amaro quien también estaría presente. Respiró hondo, porque
imaginaba que el resto también estaría en el edificio, o a punto de llegar. Se
volvió al escuchar la puerta, era Alejandro Silvano, había llegado mucho
antes, pero se había ido a su despacho a seguir trabajando mientras llegaba el
resto, se acercó a él con gesto muy serio,
—Espero que todo esto salga como esperamos, porque si no, me va a
traer muchos problemas,
—Estoy seguro de ello, señoría—el hombre mirándole fijamente
asintió, luego se sentó en la silla que presidía la mesa, ya casi eran las diez, y
este, como casi todos los jueces, era un obseso de la puntualidad.
Se abrió la puerta y entró Amaro, esposado y acompañado por dos
policías, se acercó a ellos y les dijo,
—Soltadle por favor, mientras esté aquí, yo me hago responsable—
ellos lo miraron, lo conocían, pero pidieron autorización al juez con la vista
—Ya lo han oído, suéltenlo, y quédense fuera por favor—le quitaron
las esposas, y salieron—Amaro se frotó las muñecas y miró a Germán
sonriendo,
—¡Nunca creí que me alegraría tanto de verte! —Germán lo abrazó con
fuerza y le dijo al oído
—Tranquilo Amaro—Amaro asintió con los ojos humedecidos, y se
sorprendió al ver al juez a su lado, que le dijo
—Inspector, tiene usted suerte de tener semejante amigo—él asintió
—Sí, lo sé—Germán carraspeó ante la mirada de su amigo, aún no era
el momento de ponerse sensibles, todavía tenía que conseguir demostrar su
teoría.
Fueron llegando todos, acompañados por Isabel que los iba guiando,
hasta que, finalmente, estuvieron sentados de la siguiente manera: el juez, a
su lado por su importancia debido a su cargo policial, el Jefe de Asuntos
Internos, que miraba a todos muy cabreado, a su lado, los dos policías que,
bajo su mando, habían intervenido en el caso, José Luis Peña, y Francisco
Juncal, y al lado de este último, Samaniego. Junto a él, su yerno Daniel
Martín, a quien también habían convocado. Frente a ellos, se sentaba el que
para Germán siempre sería su jefe, Amaro Iglesias, junto a su mujer Catalina,
y la hermana de ésta. La mujer de Amaro, en cuanto había visto a su marido,
había corrido a sus brazos y todavía no había dejado de llorar, aunque
silenciosamente.
Germán se sentó frente al juez, para poder ver bien a todos, y que todos
pudieran verle a él, y comenzó su exposición,
—Buenos días a todos, primero quiero pediros perdón por la
precipitación en esta citación, pero debido a la posibilidad de fuga del
culpable, hemos tenido que obrar así—observó cómo todos, especialmente
los policías se miraban entre sí extrañados—comenzaré mi exposición con la
que demostraré, sin ninguna duda, que Amaro no mató a Vicente Soria, sino
que esa imputación es el resultado de un plan perverso y malvado, motivado
por una sombría venganza—su voz se hizo más grave, y su mirada afilada,
sabiendo perfectamente a quién tenía que mirar.
—Desde el principio me extrañó que una pareja de Asuntos Internos,
departamento que tenemos muy bien representado aquí, fuera directamente a
buscar a Amaro a su despacho, y bajaran con él hasta su coche pidiéndole que
lo abriera, para que ellos pudieran hacer un reconocimiento visual.
Enseguida, como es lógico, llegaron al maletero y encontraron a Vicente
Soria, muerto de un par de disparos en la cabeza, y cuyo crimen
aparentemente, y luego la científica demostró que era así, había sido
realizado estando en el maletero. Posteriormente la autopsia confirmaría que
lo habían sedado previamente, por eso no ofreció ningún tipo de resistencia—
respiró profundamente antes de continuar—pero no contentos con eso, la
pistola con la que se había cometido el asesinato estaba al lado del cadáver, y
aunque habían borrado el número de serie, era de las que utilizamos los
policías, y al pedirle la suya al inspector Iglesias, él no pudo entregarla
porque no la tenía en el cajón de su escritorio, bajo llave, donde la solía
guardar. Después, la científica de nuevo afirmó que las huellas del inspector
estaban en el arma. Es decir, que el caso prácticamente estaba cerrado. Solo
faltaba el móvil—miró a Catalina, que le observaba con los ojos húmedos,
pero tenía que explicarlo todo.
—Desde hacía tiempo, su mujer, aquí presente, mantenía una relación
con Vicente Soria, dentista como ella, y que trabajaba en la misma clínica
dental. Esto había motivado varias discusiones en el matrimonio, que habían
hecho que el inspector se mudara a un hotel cercano a la comisaría donde
trabajaba. Por eso, cuando le preguntaron dónde estaba en la franja horaria en
la que se había cometido el asesinato, él dijo que, en su habitación del hotel,
solo, y era cierto, pero claro, eso no servía como coartada, todos lo sabemos,
y los participantes de esta conjura, que lo habían organizado todo, también lo
sabían. Yo, al principio, solo por la pistola, pensé que tenían que haber
asesinado a Vicente Soria en el garaje de la comisaría, a pesar de lo que decía
la autopsia, pero era todo mucho más sencillo. Debido a algo que luego
explicaré sobre su pistola, a Vicente lo mataron en el garaje del hotel donde
estaba durmiendo Amaro, y así si cuadraba con la hora de la muerte. Cuando
él se fue a trabajar al día siguiente, viajó, sin saberlo, con el muerto en el
maletero.
—Ahora voy a demostrar, que las pruebas con las que se intenta
incriminar al inspector Iglesias, son un burdo montaje—escuchó varios
murmullos, y el jefe del Departamento de Asuntos Internos, se decidió a
hablar,
—¡No pienso consentir que nadie denigre el nombre de mi
departamento! —se levantó del asiento, el juez echó una mirada a Germán
prometiéndole la peor de las muertes si estaba equivocado, pero dijo,
—Siéntese señor, aunque no estemos en la sala, están aquí bajo citación
judicial, y me deben el mismo respeto que si estuviéramos en un juicio—el
policía le echó una mirada desdeñosa y se sentó, no sin antes mirar a Amaro
con la mirada más llena de odio que Germán había visto en su vida—
Germán, dese prisa, vaya concluyendo,
—Terminaré lo antes posible, señoría—abrió su mochila, que había
dejado encima de la mesa, y sacó la pistola y el certificado acompañado de
dos fotografías, también firmadas, por los dos policías del Almacén de
Pruebas—Catalina, por favor, quiero que mires esta pistola atentamente—la
sacó de la bolsa transparente donde la llevaba y se la entregó, a ella le
temblaban las manos visiblemente—Amaro le puso una mano encima de las
de ella, y le dijo
—Tranquila—ella asintió y miró la pistola, le dio la vuelta, y luego, la
acercó más a sus ojos, su piel enrojeció y dijo,
—Esta es la pistola de mi marido.
—Pues claro, la han recogido del Almacén de Pruebas, donde la
dejaron dos de mis hombres—hablaba el jefe de Asuntos Internos, pero
Germán negó con la cabeza,
—Siento tener que contradecirle, pero, según el número de
identificación del Almacén de Pruebas, esta pistola fue utilizada en un atraco
hace dos años, y no sabemos a qué policía correspondía originalmente,
porque el número de serie está borrado. Y desgraciadamente, ha habido
varios policías a los que les han robado las pistolas en este tiempo. De hecho,
lo he consultado, en los últimos tres años, solo en Madrid, doce policías han
denunciado que les han desaparecido sus armas reglamentarias.
—Entonces ¿por qué dice esta mujer que es de su marido?
—Porque por circunstancias que no vienen al caso, fue testigo de cómo
un golpe dejaba una muesca en la pistola de su marido, junto al gatillo, que ni
él mismo conocía. Como todos saben, ese tipo de muesca tendría que estar
reflejada en la descripción del arma, y si por un error, la descripción estuviera
mal hecha, se vería en las fotos. Aquí están las fotos tomadas del arma
catalogada con este número de descripción, aumentadas—las tiró encima de
la mesa, y únicamente el juez las cogió. Luego sacó las fotos del arma de
Amaro, e hizo lo mismo—señoría como usted es el único que tiene
curiosidad, aquí tiene las fotos de esta pistola, para que vea la diferencia.
—Puede haber cambiado las fotos, todos conocemos la amistad que le
une al acusado—Cada vez le caía mejor el Jefe de Asuntos Internos.

—Esto es un certificado emitido ayer por los dos policías del Almacén
de Pruebas, apoyando todo lo que digo, las firmas que hay en los márgenes
de las fotos son de ellos, como pueden comprobar.
—Señores—miró a los policías de su izquierda— me temo que esto es
irrefutable, pero continúe, Germán.
—En cuanto a las huellas, existen varios métodos para recoger las
huellas de cualquier persona de un objeto, y pasarlas a otro. Y estamos
hablando de personas que son especialistas en investigar ese tipo de asuntos,
es decir, que conocen de sobra la forma de hacerlo—frunció el ceño—sí debo
confesar que me preocupaba al principio, por qué no mataron a la víctima con
la pistola del acusado, pero la respuesta es muy sencilla. Porque para poder
realizar el crimen como tenían planeado, tenían que tener la pistola con
antelación, y en cuanto un policía se va a su casa después de la jornada
laboral, siempre se la lleva. Seguramente, pensaron que daba igual que lo
mataran con la suya o no, porque todas nuestras armas son iguales,
únicamente tenían que borrar el número de serie, pero eso con un punzón es
muy sencillo.
—¿Cómo lo hicieron?, les fue muy fácil—continuó hablando y miró a
Kiko Juncal, que le observaba con una sonrisa cínica—mientras José Luis
Peña, que hacía de poli malo y que no se enteraba de nada, acompañaba a
Amaro a la celda, Francisco Juncal, que era el simpático de los dos, subió
rápidamente al despacho del inspector, y abrió el cajón sacando la pistola.
Todos sabemos, porque a veces no encontramos nuestras propias llaves, que
esos cajones se abren con un simple clip estirado. Luego, bajaría y le diría a
José Luis que había recibido instrucciones, para que le pidieran la pistola y la
placa a Amaro ¿Fue así? —José Luis Peña, pálido, miró a los lados, y al no
recibir ayuda, asintió
—Por supuesto, cuando Amaro buscó su arma para entregarla, no fue
capaz de encontrarla—entrecerró los ojos observándolos a todos—Pero no
tenían bastante con esto, además de asesinar a un inocente para implicar a
otra persona por venganza, intentaron asesinar a la mujer de Amaro,
provocando un escape de gas en la casa de su hermana, porque ella en varios
mensajes y hablando por teléfono con su hermana había dicho que sabía que
su marido no había sido, y que lo podía demostrar. Finalmente, utilizaron su
departamento para pinchar teléfonos y poner micrófonos, con una finalidad
enteramente personal.
—Pero ¿todo esto por qué? —el juez no lograba entender la razón,
Germán sacó el expediente que había conseguido gracias al amigo de Isabel.
—Esto es el informe de un desgraciado suceso ocurrido hace doce años,
en él participaron Jorge Juncal y Benito Samaniego, dos jóvenes policías
destinados en la misma comisaría, que se vieron envueltos en una situación
trágica. Por un despiste de uno de ellos, nunca se ha sabido cuál, un
delincuente que habían llevado otros compañeros detenido, les robó una
pistola y los tomó como rehenes. La policía envió a su mejor negociador, el
ahora inspector Iglesias—Amaro había bajado la cabeza, Germán que lo
conocía muy bien, sabía que nunca se perdonaría por aquello—pero por
mucho que intentó convencerle no pudo hacerlo, y el secuestrador, diez horas
después los asesinó y luego se suicidó. Los padres de los dos policías
muertos, aquí presentes, nunca perdonaron. Sé que al principio tuvieron
agrias discusiones con Amaro por cómo había llevado el caso,

—Hice todo lo que pude, estaba desesperado por lo ocurrido, les pedí
perdón cien veces, pero…—miró a Juncal y Samaniego, unidos en su odio
hacia él
—¡Me da igual lo que digas!, ¡quiero que te pudras en la cárcel y que
pierdas todo, como yo, cuando asesinaron a mi hijo! —Samaniego
permanecía callado, pero Juncal, actualmente jefe de Asuntos Internos, no
pudo evitar escupir parte de la rabia que llevaba dentro.
—Pensé que me habían perdonado, durante años he mantenido una
relación normal con ellos, especialmente con Samaniego.
—¡Imbécil! —Samaniego explotó—he tenido que aguantar verte la
cara todos los días, solo para poder vigilarte y saber cuándo serías más débil.
—Todo estaba preparado, era una conjura en toda regla, Kiko Juncal, se
encargó de llevarlo a la práctica, seguramente adoctrinado desde pequeño por
su padre, incluso intervino Daniel Martín, el yerno de Samaniego, que creo
que fue la persona que provocó la explosión en casa de Eugenia, la cuñada
del Inspector Iglesias. Sabían, desde el principio, que Catalina no creía en la
culpabilidad de su marido, y al tener su teléfono pinchado, días después
conocieron un mensaje en el que le decía a su hermana, que tenía pruebas de
que su marido era inocente—Catalina se quedó mirando al hombre que estaba
al lado de Samaniego, con el ceño fruncido—Daniel Martín durante un
tiempo fue bombero, pero decidió pasarse al cuerpo bajo las órdenes de su
suegro, para poder participar en la venganza. Seguramente en todas las
comidas familiares se hablaba sobre este plan.
—¡Sí!, ¡es verdad, ahora me acuerdo de él! —Catalina se levantó
señalándolo con el dedo— vino a revisar la caldera de mi hermana unos días
antes de la explosión, cuando lo he visto me parecía que me sonaba, pero sin
el mono azul que llevaba ese día, no conseguía saber dónde lo había visto—
Germán asintió.
—Creo que, con estas pruebas, será suficiente para iniciar otra
investigación totalmente distinta—el juez asintió,
—Sí, estoy de acuerdo—luego, levantó la voz para decir—por favor,
pasen señores, llévense a estas cuatro personas detenidas—en ese momento
entraron una docena de agentes, ya avisados por el juez con antelación, y
todos los implicados se levantaron, quedando sentado José Luis Peña que
miraba alrededor asustado. Samaniego y Juncal miraron despectivamente a
Germán, antes de ser llevados por agentes de la Policía Judicial a las celdas
que se encontraban en los sótanos del juzgado.
—Tengo una larga y complicada mañana por delante—el juez lo miró
con fingida severidad, luego observó a Amaro que se había puesto pálido y
no parecía creer lo que acababa de ocurrir ante sus ojos—Inspector Iglesias,
permítame felicitarle por lo que ha conseguido Germán, no creo que ningún
otro detective hubiera sido capaz de hacerlo.
—Yo tampoco—Amaro tenía la voz sospechosamente ronca, se levantó
y abrazó a su amigo, Catalina por su parte, hizo lo mismo con Isabel que se
había mantenido en un segundo plano, contra la pared, frente a Germán y con
los brazos cruzados. Sonrió mientras abrazaba a Catalina que no cesaba de
darle las gracias.
Germán se acercó al juez, dejando a Amaro junto a su mujer.
—Juez, si no necesita nada más, nosotros nos vamos.

—Bien, en cuanto a Amaro, hoy mismo estará en libertad, ahora mismo


le digo al secretario judicial que redacte el auto de libertad—alargó la mano
para estrechársela y Germán, asombrado, lo hizo, porque era la primera vez
que un juez estrechaba su mano—Germán, es un honor conocerle, espero
que, si alguna vez alguien comete una injusticia conmigo, lo tenga a usted a
mi lado para ayudarme.
—Es usted muy amable señoría, solo tiene que llamarme.
—Llámeme Alejandro, por lo menos cuando no estemos en la sala—
Germán asintió.
—Claro, Alejandro, muchas gracias—Isabel y él caminaron hacia el
ascensor.
—Es como si me hubiera quitado varios kilos de encima—respiró
hondo—este caso ha sido complicado.
—Sí, pero eres un genio—en el ascensor aprovechó los escasos
segundos que tardaron en bajar, para acariciar su mejilla—puede que Leo lo
sea con un ordenador, pero tú lo eres con la gente, que es más importante.
Salieron del edificio de los juzgados sonriendo al ver los rayos de sol, y
la gente caminando por las calles de Madrid con normalidad.
EPILOGO

ermán estaba bebiendo del botellín directamente, totalmente relajado


G dos días después, en la terraza de Amaro. Les había invitado a todos,
incluso al Genio, a una cena en su casa que había preparado Catalina.
Pero él necesitaba estar unos instantes a solas, y había decidido salir a que le
diera un poco el aire. Observaba las luces de Madrid frente a él, sintiéndose
por fin en paz, cuando notó cómo alguien le acariciaba el cuello, sonrió sin
volverse.
—¿Qué quieres brujita? —ella rio por lo bajo sin contestar, y se dejó
caer encima de él, quitándole la cerveza y echando ella misma un trago, se
limpió los restos con la mano y lo miró, luego abrió la boca mientras él la
observaba expectante. Tardó unos segundos, pero al fin lo dijo,
—Te quiero, solo quería que lo supieras—la abrazó con fuerza y la
besó apasionadamente. Cuando se separaron para no morir por falta de aire,
sus cinco amigos, incluido Genio, estaban silbándolos en el umbral de la
terraza, y después comenzaron a aplaudir. Isabel rio sonrojada, y Germán los
miró divertido,
—¿Qué pasa? ¿os aburríais o qué? —todos rieron a carcajadas y
salieron junto a ellos sentándose a su alrededor. Finalmente, se quedaron en
silencio observando la belleza nocturna de la gran ciudad, y sintiendo entre
ellos los lazos invisibles pero firmes, que se habían formado para siempre.

FIN
¡Gracias por leer esta historia!

A continuación puedes leer el primer capítulo de EL


MISTERIO DEL MARIDO DESAPARECIDO, primer
libro de esta saga.

Espero que hayas disfrutado de EL MISTERIO DEL


MUERTO EN EL MALETERO
opinión

Si quieres puedes ponerte en contacto conmigo a


través de Facebook, Instagram, Twitter, o de
[email protected]

Gracias de nuevo y un beso,

Margotte Channing
EL MISTERIO DEL MARIDO
DESAPARECIDO
“La mejor receta para la novela policíaca es, que el detective no debe saber,
nunca, más que el lector”

Agatha Christie

“Cuando se ha eliminado todo lo que es imposible, lo que queda, por


improbable que parezca, debe ser la verdad”

Sir Arthur Conan Doyle

DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTO

Me gustaría dedicar esta novela a mi escritora favorita, Agatha Christie, con


mi más sincero respeto y agradecimiento hacia su genial pluma, que
consiguió que me enamorara de la lectura con tan solo catorce años, cuando
leí Sangre en la Piscina.
ÍNDICE

UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
EPILOGO
UNO

atalia Bolaños estaba harta de su mala pata, y nunca mejor dicho, en los
N dos meses que llevaba de inactividad, había organizado todos los
papeles que tenía en casa, había visto las películas que tenía pendientes,
incluso había empezado a escribir una novela, que había dejado a medias, por
supuesto.
—Señorita por favor—levantó la vista de las agujas de hacer punto, y
miró a la asistenta que no había tenido más remedio que contratar. Con la
pierna derecha escayolada hasta la ingle, había muchas cosas que no podía
hacer sin ayuda. Sonrió a Francisca, que era un encanto y le aguantaba el
malhumor sin una mala cara,
—Por favor te lo repito, llámame Natalia, si me llamas señorita no me
doy por aludida—la otra muchacha asintió, pero ella sabía que a la próxima
vez la volvería a llamar así.
—Mire, es que según las instrucciones que dejó el médico, aquí pone
que hoy tiene que comer filete con patatas fritas y sopa, tengo el caldo hecho,
pero no hay filete, ¿habrá algún problema si come otra cosa de segundo?
—Tranquila, a mí me da igual las instrucciones que dejara el pesado de
Roberto—estaba más que harta de que se metiera en su vida— ¿qué te parece
si pedimos una pizza para las dos? —Francisca le lanzó una sonrisa como si
fuera una niña, cuando sonreía, Natalia era consciente de lo joven que era,
solo tenía 22 años.
—¡Ah! Veo que te gusta la pizza, ¡bien! —alargó la mano hacia el
móvil— voy a pedirla, enseguida la tendremos aquí, ¿de qué te gustan? —la
muchacha sonrió valientemente
—Me gustan con todo.
—¡Estupendo, a mí también! —pidió la comida y luego continuó
intentando aprender a hacer punto. Cuando llegó la pizza media hora después,
ya había decidido que hacer punto, tampoco era lo suyo.
Comieron como dos niñas hambrientas, Natalia tuvo que obligar a
Francisca a que se sentara a su lado a comer, y estaban a media pizza cuando
sonó la puerta de la calle. Francisca se levantó de un salto, como si el
visitante pudiera regañarla por comer con la dueña de la casa. Natalia sonrió
hasta que escuchó la voz del visitante y su cuerpo entero se puso rígido
pensando en tener que verle otra vez. Respiró hondo, pero daba igual, ya
estaba cabreada. Siempre le ocurría.
—Hola Natalia—él no parecía más feliz de verla que ella de verle a él,
por lo menos, era un alivio saber que a él también le molestaba tenerla
delante. Pero si era así ¿por qué venía?
—Hola Roberto, creía que habíamos quedado en que ya no vendrías
más. Si tengo algún problema, avisaré a mi médico, que por cierto…no eres
tú—Francisca se fue a la cocina con su trozo de pizza, al ver que empezaba la
guerra.
Roberto, al contrario de lo que hubiera hecho cualquier hombre
decente, se acercó hasta ella y se sentó a su lado, observando la pierna
escayolada que mantenía estirada sobre una silla. Posó con cuidado la mano
en los dedos de su pie,
—Tienes los dedos helados—ella frunció el ceño cuando él cerró su
mano con suavidad sobre ellos para calentarlos, agitó la pierna para que los
quitara, aunque le costó realizar el movimiento,
—Quita la mano Roberto, y déjame en paz, no eres bienvenido aquí, ya
te lo dije ayer—intentaba no levantar la voz principalmente por Francisca, ya
la había asustado bastante el día anterior.
—Creía que ya se te habría pasado el malhumor—movió la cabeza
chasqueando la lengua—entonces, abrió su mochila y sacó un termómetro, y
lo dirigió hacia su boca, ella la cerró para que no pudiera metérselo, pero él
presionó hasta que consiguió que entrara. Ella levantó la mano para sacárselo,
pero él se la sujetó,
—Estate quieta Natalia, no seas niña—por el motivo que fuera, el
contacto de sus manos en las suyas, consiguió alterarla más —estás algo roja,
puede que tengas unas décimas de fiebre, ¿te duele la garganta? —frunció el
ceño pensativo—recuerdo que, cuando eras niña, tenías muchas veces
anginas, tus padres se empeñaron en que no te las quitaran de pequeña—por
fin le quitó el termómetro.
—¡Eres como el dentista, preguntando cosas que no te pueden
contestar!, vale, ya me has metido el termómetro. Si te has quedado a gusto,
haz el favor de irte, estoy comiendo—él miró con el ceño fruncido el trozo de
pizza grasienta que había en su plato.
—No sé cómo no estás como una bola con semejante alimentación, le
dije a Francisca cuál tenía que ser tu dieta para recuperarte antes. Y, por
cierto, tienes fiebre, por si te interesa—él había apretado la mandíbula, ella
sabía que cuando se ponía así, no se podía con él.
—Roberto, no te aguanto, creo que ya te lo he dicho en varias
ocasiones, pero te lo repito. El que nuestros padres sean amigos, no quiere
decir que tú y yo, tengamos que serlo. Por favor ¿puedes irte? —por un
momento le pareció que había ido demasiado lejos, porque le dio la
impresión de que él se había puesto algo pálido, pero enseguida se rehízo y
resopló agotada al ver que atacaba de nuevo,
—Tienes que tomar paracetamol e ibuprofeno alternándolo para bajar
la fiebre, te traeré las pastillas. ¿Dónde tienes el botiquín? —ella señaló el
baño sin hablar y dejó el plato en la mesa, ya sin hambre. Estaba segura de
que no la dejaría en paz si no cooperaba, por lo menos tomándose las
pastillas.
—¡Esto es una vergüenza! — se sobresaltó al oírle, Roberto salió del
baño con dos cajas en la mano, y ella sintió que se ponía más colorada
todavía, había olvidado que los tenía allí—¡tienes todas las medicinas
caducadas!, ¡pero si tienes caducados hasta los condones! —miró las dos
cajas de colores brillantes, que prometían un alto grado de satisfacción a sus
usuarios—¿Tamaño extra-grande? ¿es una broma? —la miró irónico— ¿y
necesitas comprar las cajas de 50 unidades? —ahora él también estaba rojo,
por lo menos estaban iguales, pensó.
—Roberto, eso es asunto mío, así que si no te importa déjalos donde los
has encontrado, Francisca puede ir a comprarme lo que me has dicho—pero
él, como ella imaginaba, no le hacía ni caso.
—¡Francisca! ¡tráigame el cubo de la basura! —le miró con el ceño
fruncido, pero, aunque le molestaba profundamente reconocerlo, sabía que
tenía razón, tendría que haber hecho limpieza en el botiquín años atrás—
muchas gracias—Roberto se lo agradeció a Francisca y cogió el cubo de sus
manos llevándoselo al baño, desde allí pudo escucharle tirar todo lo que quiso
mientras seguía gruñendo. Al menos, cuando salió, parecía más calmado.
—Tenga Francisca—le devolvió el cubo mucho más lleno— dejo aquí
mis cosas, bajo un momento a la farmacia—se fue, ignorando la lengua que
le enseñaba Natalia, como hacía cuando era pequeña.
—Señorita,
—Natalia, por favor Francisca…
—Sí, Natalia, esto…solo quería decirle que yo creo que debería tratar
algo mejor a este hombre, no va a encontrar otro que le quiera tanto.
Y después de soltar semejante frase inexplicable para ella, se fue a la
cocina, dejando a Natalia con la boca abierta.
Desgraciadamente, Roberto volvía veinte minutos después, con una
bolsa llena de medicamentos que dejó encima de la mesa. Trajo el botiquín
del baño y estuvo llenándolo con lo que había traído.
—No te he pedido nada, ni siquiera sé para qué son esas cosas.
—Tiritas, vendas, gasas, desinfectante para las heridas…todo
complicadísimo—sonrió irónicamente—
—¡Qué gracioso eres! —ella también podía ser irónica. Él la miró con
el ceño fruncido, y ella le imitó.
—¿Quiere un poco de sopa doctor?, hay mucho caldo y no lo hemos
probado, con la pizza…—él desvió la mirada de la cara de Natalia para
posarla en la asistenta, y la sonrió afablemente. Natalia al verlo se sintió
ultrajada, a ella nunca la sonreía así. Desde que podía recordar, con ella era
muy antipático.
—Prefiero un poco de pizza, gracias—lo que le faltaba por escuchar.
—¡No me lo puedo creer!, cuando yo como estas cosas me pones verde,
¿y tú si puedes? —Roberto se había puesto cómodo en la mesa y la miraba
atento, mientras mordía un triángulo de pizza con ganas.
—Yo no lo como casi nunca, aunque soy humano y me gusta. Pero no
podría vivir de este tipo de comidas como tú. No es sano. Y como tu médico,
tengo que decírtelo.
—¡No eres mi médico!, no he aceptado que lo seas—¡qué cansancio de
hombre!
—Mientras no me presentes a otro que acepte serlo, seguiré siéndolo,
necesitas uno a tiempo completo.
—¡No quiero que sigas metiendo las narices en mis cosas Roberto! —
se cruzó de brazos, ya no sabía qué hacer para que la dejara en paz. No le
soportaba, la enfadaba tanto que perdía el buen humor, ¡eran incompatibles!
—Pero ¿qué narices te pasa? —ella se encogió de hombros, aunque
estuvo a punto de decirle que cada día le aguantaba menos. Para su horror
sintió que unas lágrimas asomaban en sus ojos, se las limpió con rabia,
odiándose por haber permitido que la viera así, como si fuera débil. Pero él
no aprovechó la ventaja, contrariamente a lo que pensaba, y se levantó
poniéndose en cuclillas junto a ella, susurrándole,
—¿Qué te pasa cariño? —ella negó con la cabeza, pero se dejó
envolver por los fuertes brazos de su archienemigo. Sollozó como hacía años
que no lo hacía, en su hombro, mientras que él le acariciaba suavemente la
espalda, haciendo que se estremeciera.
Estuvieron así unos minutos perdidos en el tiempo, como si fueran dos
personas normales, y no dos que habían nacido para pelear. Él la apartó
retirándole el pelo negro que le cubría parte de la cara, y la miró a los ojos
marrones y húmedos:
—¿Estás mejor? —ella asintió—¿seguro?
—Sí, lo siento, es que después del accidente no lloré ni nada, creía que
lo había aceptado todo muy bien, pero llevo un par de noches con pesadillas.
—Es normal, deberías hablar con alguien.
—Ya, no es nada, no tiene importancia—cogió una servilleta y se
limpió las lágrimas sonriendo—perdona, no pensaba echarme en tus brazos
hoy precisamente—sonrió, pero su sonrisa murió cuando vio la expresión de
él—¿qué te pasa Roberto? —él no contestó, simplemente la abrazó más
fuerte contra él y bajó la cabeza lentamente hasta ella, para darle tiempo a
retirarse si quería, pero ella no lo hizo. Entonces, la besó.........
Espero que hayas disfrutado del capítulo Uno de EL MISTERIO DEL
MARIDO DESAPARECIDO.

Si te ha gustado, y quieres dejar una reseña de EL MISTERIO DEL


MUERTO EN EL MALETERO puedes hacerlo en este enlace:
Amazon.reseña

¡Muchas gracias y espero que sigas disfrutando de tus lecturas!

Margotte Channing

También podría gustarte