El Misterio Del Muerto en El Maletero Margotte Channing
El Misterio Del Muerto en El Maletero Margotte Channing
El Misterio Del Muerto en El Maletero Margotte Channing
EN EL MALETERO
Dedico este libro,
A los sueños que se hacen realidad, y a los que no.
A las sonrisas tiernas, y a las carcajadas sonoras y llenas de energía.
A las lágrimas derramadas por una canción, un libro, o una película.
A mi pequeña familia, y a los buenos amigos.
A mis perros, los que se fueron, los que aún están conmigo y los que vendrán.
A la vida, en definitiva.
Muchas gracias por hacerme feliz.
Margotte
ÍNDICE
INTRODUCCION
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
CONCLUSIONES
INTRODUCCION
ermán estaba deseando salir del puñetero avión, era una de las pocas
G cosas que le habían hecho dudar, antes de aceptar la invitación para
estudiar durante tres meses en la Academia Nacional del F.B.I. en
Quántico. Había estado a punto de contestar que no al saber que debía estar
en el avión casi trece horas, porque, aunque pocos lo sabían, odiaba volar.
Por lo demás, le había venido muy bien descansar de su trabajo y meditar,
desde la distancia, sobre su relación con Isabel. Respiró hondo, emocionado,
al pensar que volvería a verla enseguida. Aunque era cierto que no se habían
comunicado en todo el verano, por decisión de los dos, esperaba que ella
hubiera sentido lo mismo que él, una profunda añoranza, por ello Germán
había decidido, que haría lo que fuera para que no volvieran a separarse.
La azafata se dirigió a él sonriente para que saliera primero, un
privilegio debido a su profesión que le agradeció, antes de coger su mochila y
salir dejando al resto de los pasajeros recogiendo sus equipajes de mano.
Mientras esperaba la maleta, encendió el móvil, y mandó un mensaje al
inspector de la brigada y su amigo, Amaro, para avisarle de que había
llegado. Le extrañaba que no hubiera contestado a los que le había enviado en
los últimos días, y que ni siquiera los hubiera leído. Era muy raro porque
normalmente le tenía frito a mensajes. Levantó la vista al escuchar que se
ponía en marcha la cinta transportadora del equipaje, y estuvo observándola
unos minutos hasta que vio su maleta, la recogió y salió del aeropuerto.
También había avisado de su vuelta a Isabel antes de embarcar, en su caso,
aunque había leído el mensaje, no le había contestado. Enarcó las cejas y
dudó un momento si acercarse primero al trabajo, pero era una locura ir sin
coche y con la maleta, además necesitaba una ducha, por lo que le dio al
taxista la dirección de su casa.
Eran las ocho de la mañana cuando, recién duchado, cogía su coche y
salía del garaje de su casa, deseando enterarse de lo que ocurría.
La Brigada de Homicidios y Desaparecidos a la que pertenecía, y que
dependía de la UDEV (Unidad Central de Delincuencia Especializada y
Violenta) era una unidad integrada por agentes especializados de la Policía
Judicial y Científica. Había sido creada para ayudar a las comisarías que no
dispusieran de grupos especializados de homicidios o desaparecidos, o a las
que directamente les pedían ayuda, por la complejidad de algunos de los
casos que se encontraban. Solían realizar investigaciones por toda la
geografía española, y ayudaban, preferentemente, en aquellas en las que la
policía local se había quedado atascada. Se suponía que eran los polis
especialistas a los que debían llamar otros polis. De ahí que su jefe, entre
otros, llevara presionando a Germán un par de años para que aceptara la
invitación del F.B.I., porque aquel curso suponía mejorar la especialización
de su grupo.
—¿Qué preguntas? —lo miró fijamente, a este juego podían jugar los
dos.
—Quiero hablar con Amaro, ¿dónde está? —le exigió con tono de
cabreo.
—Germán, siéntate por favor, sabíamos que venías hoy. Siento que
hayas tenido que hablar con mi compañero, que está un poco anticuado—
suspiró con aire de disculpa—te puedo asegurar que en el departamento las
cosas ya no se hacen así—asintió y se sentó, notaba un nudo en el estómago.
—No creo que él haya matado a nadie, todo esto debe ser un error,
quiero hablar con él—exigió
—Lo siento, pero no, lo lleva otro grupo de investigación con el que
Amaro no tenía ninguna relación. Como es lógico en la investigación no
puede intervenir nadie que lo conociera.
—Se ha decidido que todos los que estabais destinados en esta brigada,
temporalmente, trabajéis bajo las órdenes del Inspector Samaniego, ¿lo
conoces? —asintió, porque había trabajado con él en algún caso—bien,
entonces, sube a verle. Estarás en esa planta hasta que todo se aclare. No
tengo nada que preguntarte sobre el caso, porque sabemos que has estado
fuera del país durante tres meses, pero sí queríamos decirte lo que les hemos
dicho al resto de tus compañeros—le miró fijamente—que es mejor para
vosotros que no obstaculicéis la investigación,
—Bien, me alegro. Quiero que hoy te cojas el día libre, cuando vuelvas
a trabajar, necesito que estés despejado. Hay que sacar mucho trabajo, pero te
noto totalmente ido, seguramente es por el viaje.
Isabel sabía que era inhumano que pasara más tiempo sin contarle
nada, por lo que cuando salieron del garaje, le propuso,
—Tranquila.
—¿Qué pasó?
—Les dije que tenía que ir a por algo a mi coche, pero no me dejaron
bajar hasta dos horas después, entonces crucé el garaje lo más despacio que
pude. Los de la científica estaban trabajando en el coche de Amaro, el
maletero estaba abierto, y estaban recogiendo todo tipo de muestras, vi cómo
utilizaban Luminol—Germán irguió la cabeza y la miró fijamente.
—¿Viste si había sangre? —ella asintió muy preocupada.
—Sigue
—¿A quién?
—¿Qué pasa? —ella se mordió los labios agobiada, pero se tenía que
levantar.
—¡Germán, menos mal que has venido!, ¡no sabes lo mal que lo ha
pasado Isabel! —le dio dos besos y lo miró a la cara, estaba preocupado, pero
físicamente, igual que antes de irse. Luego abrazó con cariño a su amiga que
estaba muy delgada, y que parecía no haber pegado ojo.
—Tengo que hablar con él, es imprescindible para aclarar todo esto—
Isabel movió la cabeza pesarosa.
—¡Es increíble!, va contra el protocolo que hay que aplicar con todos
los presos. Me gustaría saber si se han llevado los cuchillos o todo lo que
podría utilizar Amaro contra sí mismo, como dictan las normas.
—Si, así es, está confirmado por un compañero que llegaba con el
coche, y lo vio todo.
—Sí, dijo que parecía muy sorprendido, y que continuamente decía que
le habían preparado una encerrona. Cuando le pidieron que mirara al muerto,
y vio quien era, pareció quedarse bloqueado. Y desde allí, lo llevaron
directamente a una celda.
Roberto, de repente, tuvo una idea que hizo que dejara su taza de café y
frunciera el ceño,
—¿Quién es?
—¿Qué tiene que ver un analizador de campo con todo esto? —Roberto
sonrió, estaba deseando ver la cara de su amigo cuando conociera a Leo.
pesar de que las chicas dijeron que también querían ir, Roberto prefirió
A que fueran solo ellos dos, porque no sabía cómo reaccionaría Leo si le
visitaban más personas, como les explicó, era un chico muy peculiar.
—¿Cómo lo conociste?
—Hola C3PO
—Gracias, supongo, pero ¿qué es eso de que sigues mis casos?, ¿te
refieres a través de la prensa? —Leo hizo un mohín por la pregunta,
—Algún día nos tienes que invitar a una—Leo miró a Germán con una
sonrisa más grande,
—¡Está buenísimo!
—Muele los granos justo cuando va a hacer tu taza, por eso está tan
bueno, y también corrige la acidez del café en el momento, según unos
parámetros con los que la he programado, con un líquido de mi invención.
Germán confirmó lo que pensaba desde hacía rato, que ese chico daba
asco.
—¿Volvemos a mi casa?
—Sí, vamos, imagino que Isabel estará deseando saber qué ha pasado.
—No te cabrees, ella no ha dicho nada, pero no había más que veros
últimamente. Además, yo sabía que, si no, no te hubieras ido a Quántico.
Recuerda que hemos quedado muchas veces amigo, y, mientras estabais bien,
no te podías despegar de ella.
—Puede que ese fuera parte del problema, el hacerlo todo juntos—
suspiró—no lo sé, le he dado muchas vueltas, y es posible, también, que yo
haya sido demasiado absorbente. Creo que llegó un momento en el que se
sintió algo agobiada, Isabel necesita libertad, aunque era ella la que decidía
quedarse casi todas las noches a dormir en mi casa. Pero no sé si llegaremos,
alguna vez, a vivir juntos.
—Hay parejas que no lo hacen nunca, o hasta que pasan muchos años,
y eso no quiere decir que sean menos felices.
—¿Tú? ¿lo dices en serio? —Germán asintió sin entender por qué su
amigo se reía a carcajadas.
—Ya—repitió
—¿Cuál es el problema?
Isabel estaba releyendo las hojas del informe que ella misma había
escrito, y Germán no pudo evitar sonreír con ternura al verla. Estaba seguro
de que ella pensaba que podría haberlo hecho mejor, cuando él no había
tenido nunca un compañero que fuera mejor profesional que Isabel. Se
levantó del sofá cuando notó que la observaban, porque no los había
escuchado entrar,
—Era eso, o comer pizza todos los días, algo que a Natalia le hubiera
encantado—la aludida sonrió sin contestar a la provocación, por lo que todos
pudieron ver que le encantaba que Roberto cocinara— además con su trabajo,
tiene unos horarios casi peores que los míos—se levantó—voy a hacer la
comida, Natalia, ¿vienes a ayudarme?—ella lo siguió con una sonrisa
traviesa, ya que era bastante inútil en la cocina, pero Roberto insistía en
intentar enseñarla.
—No hace tanto tiempo que estuviste aquí por última vez, por tu
expresión parece como si no recordaras la casa.
—Ven—la llevó hasta el sillón que había junto al sofá, y tirando de ella
la sentó en su regazo, en la posición que habían mantenido tantas tardes de
lluvia frente a la chimenea. Ella se acomodó sobre sus piernas, y dejó que la
abrazara y acariciara su espalda lentamente. Pasaron unos minutos hasta que
Germán sintió que el cuerpo de ella poco a poco perdía la rigidez, y,
entonces, comenzó a hablar,
—Bien, estoy aquí para transmitirte una conversación que tuve con
Amaro, conseguí que me dejaran ir a su casa para hablar con él, con la excusa
de que tenía que preguntarle por los casos que llevaba su brigada cuando lo
detuvieron. Fui a ver al juez y y me firmó una orden para verlo—Germán se
inclinó hacia él inconscientemente, como si así pudiera conseguir que hablara
más rápido—le aseguré que haría lo que pudiera por él.
—No lo sé, pero parece que lo tienen todo muy bien atado, los de
Asuntos Internos han estado husmeando por todos lados, hasta que han
conseguido incriminarle totalmente. Entiendo que es su trabajo, pero ese José
Luis Peña—movió la cabeza cabreado—un día casi llegué a las manos con él,
insinuó que seguramente yo también tendría algo que ver con el asesinato—
Germán no se sorprendió,
—Sí, cuando llevas tantos años en esto, aprendes a la fuerza que tienes
que tener cuidado.
—No—susurró
Germán sabía lo que hacía, no estaba seca, pero distaba mucho de estar
lista para la penetración, sobre todo para la cabalgata que iban a tener después
de tanto tiempo. Isabel luchó brevemente por contenerse, pero al final gimió
embargada por el placer, su cabeza se movía de un lado a otro sobre la
almohada, mientras sus gemidos llenaban la silenciosa habitación.
—Así, eso es —la animó, e introdujo otro dedo más. Ella arqueó las
caderas sintiendo cómo iba dilatándola, sus músculos internos se contrajeron
suavemente para ajustarse a él mientras crecía el fuego en su interior, y
Germán sintió que un estremecimiento lo sacudía de arriba abajo, al observar
cómo la recorría el orgasmo, antes de lo que esperaba.
—Haz conmigo lo que quieras— se sentía feliz solo por notar la dureza
de su pene contra su coño. Germán se apoyó en un brazo y con la otra mano
buscó entre los dos cuerpos para guiar su verga, al tiempo que contraía sus
glúteos y comenzaba a empujar lentamente dentro del cuerpo de Isabel.
—Te estoy aplastando, ven—se acercó para que la abrazara y posó una
mano en su pecho, que él envolvió con la suya y acercó a su boca para
besarla—mañana hablaremos, ¿quieres? —como contestación escuchó el
ligero ronquido de ella, lo que le indicaba las largas noches que habría pasado
sin dormir. Sonrió mientras añadía:
—Tomaré eso como un sí—cerró los ojos agotado, llevaba todo el día
luchando contra el cambio de horario, y con lo ocurrido en su ausencia, pero
por lo menos, volvía a tenerla entre sus brazos. Por fin volvía a estar en casa.
De común acuerdo, se ducharon cada uno en un baño, ya que habían
vuelto a hacer el amor un par de veces más durante la noche, e Isabel le había
reconocido, mientras le besaba con una sonrisa socarrona, que no podían
hacerlo más, o no podría andar. Él también reconocía que le pasaba un poco
lo mismo, en su caso tenía ganas, pero estaba agotado. Mientras tomaban un
café decidieron ir primero a casa de la hermana de Catalina, la mujer de
Amaro. Cuando Isabel dio un trago al café que él había preparado, casi lo
escupe, se tapó la boca para no hacerlo y cuando consiguió tragarlo le dijo:
—Pero ¿no has comprado desde que has llegado? —no la contestó, sólo
la miró para que pensara lo que acababa de preguntar.
—¿Y eso? —él miró sus labios y pasó el dedo con suavidad por ellos,
había sido un poco bruto, los tenía rojos, luego la besó suavemente, como
disculpa.
—Bien
—¿Estás loca?
—Ya, ya, vamos al coche, antes de que nos pillen los de Asuntos
Internos y te dé por reírte—bromeó, ella le dio un tirón rápido de orejas, sin
que nadie la viera, y que le dolió.
—¿Qué ha pasado? —no la oía, pero entendió lo que le dijo por los
labios, se encogió de hombros, porque no se sentía con fuerzas para nada
más. Le pareció oír más pitidos, y vio las luces de los coches de la policía.
—Hola
—De acuerdo, pues que os miren bien los oídos, ella no sé, pero el tuyo
está sangrando—el enfermero dio un respingo al escucharlo y comenzó a
limpiar la sangre, mientras Isabel y Germán seguían con la vista al de
Asuntos, que se acercó a su compañero que ahora hablaba con uno de los
polis que ya habían acordonado la zona.
SEIS
ermán aceptó ir al hospital más cercano, sobre todo por Isabel a la que
G veía muy pálida. Aunque aparentemente no tenía nada roto, prefería que
le hicieran un reconocimiento a fondo. Él se encontraba bien,
exceptuando un fuerte dolor de cabeza y de oídos, que imaginaba que era lo
mínimo que le podía pasar. A ella la llevaron en ambulancia, a pesar de que
protestó, y él fue detrás en su coche. Luego, se quedó esperando en urgencias,
y mientras lo hacía, llamó a Samaniego.
—Dime—tuvo que cambiarse el teléfono de oído, ya que con el
derecho no oía nada,
—Hola, soy Germán, quería decirte que ha explotado una bomba cerca
de donde estábamos Isabel y yo, investigando una pista del crimen de Ávila,
pero que estamos bien. Imagino que habrá sido un escape de gas—habían
quedado en que no se dirían nada importante por teléfono, y Samaniego no
era tonto.
—¿Habéis ido al hospital?
—Sí, han traído a Martín, la están reconociendo ahora.
—Está bien, mantenme informado, y tomaros el día libre, pero quiero
un informe por escrito de lo ocurrido.
—Por supuesto, lo tendrás ¿a las nueve te parece bien? —se hizo un
silencio al otro lado de la línea, pero fue muy breve, enseguida entendió lo
que quería decir.
—Por supuesto, a las nueve.
Terminó justo a tiempo de hablar con el médico, que le confirmó lo que
imaginaba,
—Tiene una pequeña conmoción cerebral— al ver las pupilas de
Germán sacó una linterna pequeña del bolsillo de su bata, intentando mirarle
los ojos—como usted—Germán se apartó, sabía perfectamente que la tenía,
pero le preocupaba ella.
—Estoy bien doctor, pero gracias—el médico se encogió de hombros
—Que no haga gestos bruscos hoy, y procure que esté tranquila, no
hace falta que esté acostada, pero nada de deporte ni bailoteos—sonrió por su
propia gracia, pero a Germán no le pareció gracioso. Al ver su expresión, el
médico carraspeó— le he recetado unas gotas para los oídos, usted también
las puede usar si quiere, le aliviarán la presión.
—Está bien, muchas gracias—Isabel salía de urgencias en ese momento
andando lentamente, como si estuviera desorientada. Se despidió del médico
y la cogió de la cintura para ayudarla a llegar al coche, aunque unos metros
después se encontraba mejor.
—No te preocupes, me he mareado al levantarme, pero ya estoy bien.
—Es por los oídos, ahora vamos a por las gotas—ella asintió mientras
entraba en el coche despacio, echó la cabeza hacia atrás, y se puso la mano en
la frente. De repente, recordó algo, y miró el reloj del coche, luego a Germán,
que se había sentado ante el volante y arrancaba el motor.
—Son las once y media, hay que ir a casa de ese chico, luego iremos a
por las gotas
—No, primero las gotas—apretó la mandíbula decidido a no dejarse
convencer.
—Puedo esperar—suspiró después de hablar, dejando la mano sobre
sus rodillas
—Y él—contestó.
—¡Germán! —en cuanto levantó un poco la voz, se llevó la mano a la
cabeza por el dolor, y él maldijo en voz alta por su cabezonería.
—¡Maldita sea, cállate por favor!, me da igual lo que digas, tardaremos
cinco minutos, te lo juro. Si hace falta enseñaré la placa para que me atiendan
pronto—ella sonrió divertida
—Ese truco es de poli viejo—se reclinó de nuevo en el asiento,
respirando hondo.
Él apretó los dientes y condujo hasta la farmacia más cercana, mientras
recordaba lo ocurrido. La verdad era que se había muerto de miedo, cuando la
había visto tumbada e inconsciente, había sentido que se le paraba el corazón.
Dejó el coche en doble fila en una de las calles más importantes de Madrid, y
le dijo antes de bajar
—Cinco minutos—ella asintió y lo vio correr hacia la farmacia como si
le persiguiera el demonio, sonrió, porque se había puesto en forma mientras
había estado fuera. Abrió de nuevo el ojo izquierdo cuando escuchó cómo
abría la puerta, y entraba como una exhalación.
—Cuatro minutos y medio, a ver chupa esto—ella abrió los ojos de
nuevo y le dijo con bastante sorna,
—Creo haber escuchado antes esa frase, pero no en las mismas
circunstancias—él la miró con el ceño fruncido,
—Muy graciosa—alargó una tableta naranja que miró desconfiada—no
seas niña, abre la boca—ella lo hizo y dejó que le metiera aquello en la boca
—es para el dolor de cabeza, me han asegurado que es mucho más rápido que
la aspirina—él comenzó a chupar otra tableta, y volvió a arrancar. Hasta que
llegaron a casa del genio estuvieron en silencio, pero antes de salir la cogió
por la muñeca, para que no bajara todavía,
—Espera un momento, ¿te encuentras mejor? —ella asintió sorprendida
porque el dolor de cabeza, aunque no había desaparecido del todo, se había
atenuado lo suficiente para que fuera soportable—está bien escucha, si no
estás tranquila, sin hacer movimientos bruscos, nos vamos a casa, estoy
pensando que nos vayamos ya…
—¡No seas pesado! —volvió a sujetarla, teniendo cuidado de no apretar
demasiado su muñeca, porque si se sentía como él, que estaba seguro de que
era así, le dolería todo.
—Isabel, ya has visto lo que ha pasado, tendremos que tener más
cuidado, y te voy a cuidar, quieras o no.
—¡Está bien!, no me apetece hablar más. Además, no estamos seguros
de que no haya sido un escape de gas, que nos haya pillado por casualidad—
la voz algo temblorosa de ella producto de la impresión, hizo que no le
contestara lo que ya sabía, que él no creía en las casualidades.
Bajaron del coche, a las doce en punto, y antes de que pudieran llamar,
se abrió la verja de la entrada. Germán se quedó asombrado al ver allí a
Roberto y Natalia, con cara de susto, junto a Leonardo.
—Pasad, por favor, debéis estar hechos polvo—Germán miró a Isabel
que se había quedado boquiabierta, por el comentario de Leo.
—Leonardo, te presento a Isabel, mi compañera, él asintió serio, y
tomó la mano de ella manteniéndola, a juicio de Germán, demasiado tiempo
entre las suyas,
—¿Te encuentras bien, no deberías estar en la cama?
—Estoy bien, muchas gracias—pasaron dentro y C3P0 cerró la puerta,
observado por una atónita Isabel.
—Pero ¿cómo os habéis enterado? —Germán se dirigió a Roberto que
apartó la vista algo avergonzado, y contestó Natalia
—A primera hora suelo escuchar un rato la emisora de la policía—
Germán resopló agotado, y levantó la mano para que no siguiera hablando
—No he oído nada—Isabel lo miró divertida, ella lo sabía porque
Natalia se lo había contado hacía tiempo, además la policía sabía que muchos
detectives privados lo hacían.
—¿Qué pasa, no se puede escuchar? —Leonardo parecía sorprendido
porque Germán se hubiera molestado, e Isabel le contestó,
—Es ilegal, aunque sabemos que hay gente que lo hace, venden unos
aparatos…
—No hace falta nada más que un móvil, si queréis os puedo preparar
los vuestros para que la escuchéis, sin necesidad de nada más—Isabel se
quedó absorta mirándolo, nunca había conocido a un verdadero cerebrito.
—Déjalo—Germán prefería no saber más —¿tienes el informe? —Leo
le sonrió divertido,
—Claro, no me llevó más de veinte minutos saltarme los tres tristes
cortafuegos que tiene vuestro sistema—no tuvo más remedio que sonreír al
escucharlo, era como un niño alardeando. Los llevó a una especie de salón,
donde había una mesa muy larga con varias sillas—sentaros si queréis, aquí
es donde hago las reuniones de trabajo.
—¿Tienes empleados? —miró a Germán sonriente.
—No, no los necesito, las reuniones son con empresas, ellos suelen
traer, a veces, a varios expertos para valorar alguno de mis inventos, y así
poder tasarlos. También traen abogados.
—¿Y tú no tienes abogado?
—No suelo necesitarlo, si tengo dudas consulto a alguno, pero
normalmente, con leer el contrato es suficiente, ya he firmado muchos.
—Entiendo, tengo una pregunta, ¿por qué nos ayudas?, si no he
entendido mal, cobras por hacer estas cosas,
—Al principio tenía curiosidad, lo reconozco, pero ahora…—dudó un
momento—lo he pensado mucho, y la verdad es que me gustaría ir con
vosotros, en alguna ocasión, a una vigilancia o algo similar. De hecho, para lo
que vamos a hacer con vuestro amigo, y que podáis comunicaros con él,
tengo ir yo,
—Me parece bien, siempre y cuando no sea algo peligroso para ti.
—Vale—sonrió feliz, y Germán lo miró con el ceño fruncido, no le
gustaba demasiado esa situación, pero estaba desesperado.
Se sentaron, y Germán comenzó a leer un documento de Word en una
Tablet que le había entregado Leo.
—¿Quieres leerlo tú a la vez? —Isabel asintió mientras preguntaba,
—¿Puedo? —salió un momento de la habitación y volvió con otra
Tablet, en la que insertó algo parecido a un pen, y luego tecleó algo. Cuando
terminó, se la pasó a Isabel y ella se sentó dándole las gracias. Mientras ellos
leían, Roberto pensó que sería mejor dejarles tranquilos unos minutos,
—Leonardo, ¿te importaría enseñarnos algunos de tus inventos? Natalia
está deseando verlos. Leonardo apartó su mirada de Isabel, y asintió
levantándose y caminando hacia la nave donde trabajaba, seguido por los
otros dos.
El informe era denso, estaba bien fundamentado, y era completo,
aparentemente no dejaba flecos pendientes. Cualquiera que lo leyera, aún sin
ser policía, sabría que Amaro lo tenía fatal. Cuando terminó de leerlo, se
quedó abstraído analizando todos los datos en su cabeza.
—Con esto lo condenan seguro—asintió a las palabras de Isabel, estaba
de acuerdo con ella. Isabel vio su mirada perdida, y tomó su libreta y el boli
de su bolso, se había quedado hecho un asco con la explosión y la caída, pero
lo de dentro estaba intacto.
—Está bien, empecemos—él asintió—si te parece, vamos a apuntar lo
primero las pruebas incriminatorias, luego iremos viendo.
—De acuerdo, te dicto—buscó el pasaje del informe donde se hablaba
de las pruebas—La pistola con la que se cometió el asesinato, es la
reglamentaria de Amaro, y además solo tiene sus huellas. Tiene un móvil
muy claro, ya que su mujer tenía una relación extramatrimonial con el
muerto, Vicente Soria, que trabajaba como dentista en la misma clínica que
ella, y Amaro reconoció en el interrogatorio haberle amenazado de muerte en
alguna ocasión—Germán murmuró algo, pero no lo escuchó bien— No tiene
coartada. Y además de todo esto, el muerto aparece en el maletero de su
coche, junto con su pistola reglamentaria—Después de terminar de leer todo,
él mismo estaba asombrado—Nunca he investigado, ni he estudiado ningún
caso, en el que hubiera tantas pruebas directas contra el acusado.
—Sí, ¿qué vamos a hacer? —Isabel pensó que le diría, que quizás
tendrían que plantearse que Amaro fuera culpable, pero como siempre,
Germán no pensaba como los demás. Es más, la respondió sorprendido,
—Demostrar que es mentira, por supuesto. Es imposible que todo esto
sea cierto. Hay que enterarse de la causa de la bomba, y de si ha habido
muertos, y es evidente que, a nosotros, no nos lo van a decir. Pero creo que
Leonardo estará encantado de ayudarnos—Isabel sonrió recordando lo
emocionante que era trabajar con él, no sabía cómo era posible que se le
hubiera olvidado. Nadie tenía la facultad que tenía Germán para resolver
misterios, es más nunca había conocido a nadie con su agilidad mental. Le
había enseñado mucho mientras habían estado juntos, porque con él nunca se
dejaba de aprender.
—Vamos con los otros, quiero hablar con Leonardo—ella le siguió
hasta la nave, allí, Leonardo tenía a Roberto y Natalia sentados a la mesa a su
lado, los dos llevaban unas gafas oscuras que les tapaban también los
laterales de los ojos, mientras él observaba algo en su ordenador. Natalia y
Roberto reían divertidos, Germán enarcó las cejas al verlos.
—Están viendo un monólogo de un cómico, el programa crea la ilusión
de que estás en un teatro. Tienen además en los oídos unos auriculares sin
cables, que consiguen que el sonido sea envolvente, lo que incrementa la
sensación de que estás allí. Lo tengo que perfeccionar, pero de momento
estoy muy contento con el resultado.
—Quiero que me expliques cómo podríamos comunicarnos con Amaro,
es muy importante—Él tecleó algo más en el ordenador, y se levantó yendo
al otro extremo de la mesa,
—Está bien, tengo un dispositivo, que todavía no ha salido al mercado,
y que transforma cualquier pantalla plana, en un dispositivo táctil. Si en esa
casa hay wifi, como en casi todas las casas, podrás preguntarle lo que quieras
y él contestará, si todo va bien, pulsando en la pantalla la respuesta correcta.
—Eso parece ciencia ficción—Leonardo sonrió.
—Casi lo es, todavía no está a la venta, lo ha diseñado un amigo mío.
—Ah!, ¿no es un invento tuyo?
—No, la verdad es que no, pero me dio un par de prototipos hace
tiempo por si los necesitase.
—Bien, de acuerdo, pero ¿ese dispositivo funciona a distancia? —
Leonardo se rio sin poder evitarlo
—¡No!, hay que sujetarlo con unas pinzas que lleva en la base, en el
centro del borde superior del televisor, porque imagino que tendrá tele—
Germán asintió, aunque no tenía ni idea de si la tenía, pero esperaba que sí—
el dispositivo emite una luz que tiene que apuntar hacia la pantalla. La
posición es importante, porque funciona mediante infrarrojos—Germán
asintió,
—¿Y cómo vamos a conseguir que llegue a sus manos?
—Mira—se dirigió hacia uno de los estantes metálicos, cogió un dron
minúsculo, y se lo enseñó—este es Bond, lo utilizo para trabajos de precisión
como este. Solo me tenéis que decir donde tiene que volar, y él le llevará el
dispositivo. Además, este dron está preparado para actuar por la noche, tiene
incorporada una cámara con luces IR de visión nocturna—Germán asintió,
aunque no tenía ni puta idea de a qué luces se refería, pero decidió que sería
mucho más eficaz, no poner en duda ninguno de los conocimientos técnicos
de Leonardo,
—Sí, mejor por la noche, así no nos verían—miró la hora en su reloj—
a las nueve tengo visita en mi casa, y no puedo faltar, cuando termine
volveremos si te parece bien, para llevar a Bond a dar una vuelta—observó a
Isabel, que todavía estaba pálida, pero parecía algo más despejada. Ella
asintió y se levantó. Era la hora de comer, pero no le vendría mal echarse un
rato en la cama, por lo menos hasta que viniera Samaniego.
—¡Estupendo! —todos miraron a Leo alucinados, porque parecía un
niño al que le hubieran prometido que iría a ver a Papa Noel. Los cuatro se
despidieron de él. Ya fuera, Germán había cogido a Isabel de la mano,
acompañándola al coche, Natalia y Roberto les seguían, observando con qué
cuidado la trataba el poli,
—Es encantador y muy interesante estar con él, pero no he conocido a
un friki más grande en toda mi vida—Natalia sonreía divertida mientras
pensaba en voz alta.
—Sí, pero estamos en sus manos, si no puedo hablar con Amaro, me
será mucho más difícil averiguar la verdad—Germán hablaba mientras abría
la puerta a Isabel, aunque ella le decía que no era necesario. Cuando la cerró,
Roberto se acercó para susurrarle.
—Necesitáis descansar—él asintió, su amigo tenía razón
—Por supuesto, ahora comeremos algo, y nos echaremos la siesta,
intentaré que esté todo el tiempo posible en la cama—se despidieron con un
abrazo como hacían siempre, mientras Natalia daba un beso a Isabel que
había bajado la ventanilla para despedirse, y le decía
—Cuídate cuñada—la policía sonrió sin fuerzas, de repente se sentía
muy cansada, y le dolía todo. Se llamaban así desde que se habían conocido,
y habían comenzado a salir como las parejas de los dos amigos.
—Sí, no te preocupes, es una ligera conmoción, en cuanto llegue a casa
me echaré un rato—Germán arrancó el coche, e Isabel apretó un momento la
mano de su amiga para tranquilizarla—tranquila.
—¿Dónde vamos? —giró la cabeza para mirar a Germán.
—A tu casa, en la mía no hay comida ni de nada, y no estamos como
para ir a hacer la compra—ella asintió y se acomodó mientras el coche
arrancaba y ella combatía su malestar. Aunque no lo reconocería ni muerta,
estaba deseando acostarse.
SIETE
Amaro se había hecho una tortilla porque era de lo poco que sabía
cocinar. Ante la imposibilidad de pedir una pizza ni nada del exterior, ya que
no tenía teléfono ni ordenador porque se los habían confiscado, tenía que
conformarse con la compra que le traía un policía todas las semanas, y que se
delimitaba a los alimentos más básicos, como era normal.
La imagen del canal de televisión que tenía puesto desapareció y la
pantalla se fundió en negro de repente, extrañado, cogió el mando, pero por
más que pulsaba la tecla, la imagen no volvía. Abrió el compartimento de las
pilas y las sacó y las metió de nuevo, a veces era suficiente para que el mando
volviera a funcionar, entonces volvió a apretar el número del programa, y casi
se le cae el mando al suelo, al ver lo que había escrito en la pantalla:
“Amaro, soy Germán, ya he vuelto y te voy a ayudar. Tranquilo,
necesito que hagas lo siguiente, ve al baño y cierra con llave, luego abre la
ventana. En unos segundos, un dron se quedará volando sobre el alféizar,
junto a su faro tiene un rollo de papel sujeto con celo con unas pinzas dentro,
cógelo y el dron se irá. Luego cierra la ventana y desenrolla y lee el papel, en
cuanto sigas las instrucciones que te he escrito, podremos comunicarnos”
Amaro no se lo podía creer, y sonrió por primera vez en semanas, se
levantó del asiento con un vigor desconocido en él desde hacía mucho tiempo
y se fue al baño. Cerró la puerta con llave, y abrió la ventana, esperando.
—¡Vamos, ahora! —Leo asintió e hizo que Bond se elevara, estaban
detrás de la espesa línea de árboles—tiene que ser más alto, sino te verán
desde los coches—avisó Germán que hablaba mientras miraba la calle. Bond
no hacía ruido, al principio Leo mantuvo la luz encendida, pero cuando
comenzó a atravesar la calle, la apagó. Ni siquiera Germán, que sabía dónde
estaba, podía verlo. En ese momento, uno de los hombres del coche salió,
—¡Cuidado! —le susurró Germán. El genio que miraba la pantalla de
su tablet para saber dónde estaba su creación, volvió a asentir, y echó un
vistazo a la calle, mientras mantenía a Bond en suspensión.
—Me meteré en el callejón y esperaremos, pero en principio, a menos
que vaya hasta allí, no puede verlo—Germán asintió, el poli se estiró y
caminó hacia edificio.
—Es posible que vaya a sustituir al que vigila el piso, se estarán
turnando cada dos horas.
—Voy a aprovechar que los demás siguen en los coches. En el callejón
tengo que encender unos segundos la luz, para no equivocarme de ventana—
Germán observó por encima del hombro de Leo lo que grababa la cámara de
Bond, y en ese momento vieron cómo se abría la ventana del baño, entonces
el dron se dirigió hacia allí y Germán pudo ver de nuevo a su amigo. Estaba
casi irreconocible, parecía diez años mayor de lo que era, había adelgazado
mucho, y estaba muy pálido, algo normal teniendo en cuenta que no salía de
casa desde hacía semanas. Las manos de Amaro desequilibraron durante un
momento el dron, al despegar el rollo de papel, cuando vieron que ya lo tenía
en su poder, Leo hizo que volara de vuelta hacia ellos.
ocos minutos después estaban sentados en los dos sofás que, uno frente a
P otro, acomodaban a los cuatro amigos. Natalia había traído refrescos, y
estaban preparados para escuchar las novedades.
—Roberto habla ahora o calla para siempre—Germán estaba deseando,
como todos, saber qué había averiguado
—Veréis, en el trabajo me he dado cuenta de que tenían que haberle
hecho una autopsia completa, vamos, que nos habrían mandado todas las
muestras para analizarlas. Entonces, investigué quien las había analizado, y
busqué el informe, pero no estaba metido en la base de datos—miraba
directamente a Germán, que fruncía el ceño—eso ocurre cuando el juez o
nuestro director se lo pide específicamente al técnico, y lo suelen hacer para
evitar que haya filtraciones, y principalmente, cuando el caso todavía está
bajo secreto de sumario.
—Es decir que, en este caso es normal.
—Sí, entonces fui a hablar con la técnico que realizó los análisis, y me
confirmó que Vicente Soria antes de recibir los disparos, había sido sedado.
Es decir, que, al introducirlo en el maletero del coche, ya estaba drogado, por
lo tanto, no habría habido lucha.
Germán se irguió en el asiento, no notaba cómo todos los ojos se habían
vuelto hacia él, sólo imaginaba la escena,
—Eso cambia las cosas, porque era difícil creer que, sea el asesino
quien sea, hubiera metido a Vicente Soria en el coche aún vivo, y matarlo
luego sin que se resistiera o gritara—entrecerró los ojos pensando— pero si
estaba inconsciente, lo metieron en el maletero y luego lo mataron sin que se
llegara a despertar. Utilizarían un silenciador, por supuesto, y vaya sangre fría
hacerlo en el garaje del edificio donde estaba Amaro—murmuró.
—¿Fue allí donde lo hicieron? —Natalia había sentido esa curiosidad
desde el principio
—Sí, he sabido que la hora de la muerte fue de madrugada. Tuvo que
ser en el garaje donde el dejaba el coche, porque él dijo que a esa hora estaba
en el apartamento. En cuanto a las llaves del coche, al asesino no le hacían
falta, con cierta experiencia, nada más fácil que abrir un maletero. Lo que
demuestra que estaba todo planificado desde hacía tiempo.
—Pero—Natalia miró a sus amigos—la pistola…, decíais que estaba al
lado del cuerpo.
—Sí, eso es un problema, desde luego—miró a Roberto—¿os han
pasado detalles del resto de la autopsia?, sé que es habitual, por si alguna de
las muestras da algún resultado extraño para que lo tengáis en cuenta,
—Sí, solo hay dos cosas reseñables, una es que murió por efectos de
uno de los dos disparos, lo que es lógico ya que los recibió en la cabeza, y la
segunda, es la confirmación de que lo mataron en el maletero. Al parecer
hubo dudas, al principio, sobre si lo habían movido post-mortem, pero no es
así, las manchas de sangre del coche son claras, el asesinato se produjo allí.
—Entiendo, gracias Roberto—su amigo negó con la cabeza.
—No te preocupes, le he dicho a la técnico, que, si le vuelven a enviar
algo, o se entera de lo que sea, que me lo diga—Germán asintió, y miró al
resto,
—Habría que llamar a Leo por lo de la tarjeta, Isabel ¿quieres hacerlo
tú? —ella sonrió asintiendo
—¡Qué malo eres Germán! —Natalia sonreía—cómo utilizas el
atractivo de Isa cuando te interesa—él sonrió con inocencia
—No sé a qué te refieres—Natalia le miró con las cejas enarcadas, pero
no dijo nada porque Isabel estaba hablando, aunque volvió en unos segundos.
—Dice que todavía no tiene nada, pero que no porque no haya podido
entrar en el sistema informático del banco, sino porque le ha surgido un
trabajo muy urgente, y ha tenido que posponer nuestro encargo.
—¿Qué trabajo puede ser más urgente que esto? —Isabel lo miró
burlona
—Nada, una tontería—se rio al pensar en la cara que iban a poner todos
— se ha estropeado un satélite de comunicaciones y le han pedido ayuda.
Está trabajando con otros genios como él, pero de otros países—todos se
quedaron con la boca abierta, mientras Isabel disfrutaba,
—Me ha tenido que colgar porque estaba hablando con la NASA y con
la Agencia Espacial Europea a la vez, además de con los otros cerebritos—
sonrió divertida mientras se sentaba—no me importaría estar ahora mismo en
su casa viendo lo que ocurre. Este chico tiene una vida increíble, me ha
explicado que tiene un teléfono solo para las urgencias de los satélites, y que
le pagan una cantidad fija al mes, solo por estar siempre disponible. Aparte
luego les factura las horas efectivas de trabajo.
—Después de todo, lo que está haciendo sí parece importante,
tendremos que esperar—reconoció Germán, alucinando como todos los
demás.
Un par de horas después, Roberto y Natalia habían salido, y Germán e
Isabel estaban en el salón ordenando los datos como solían hacer en todos los
casos. En esta ocasión trabajaban con el de Ávila cuando a él le sonó el
móvil porque entraba un whatsapp, era de un número desconocido, sintió
cómo el corazón se aceleraba, y volvió a leerlo despacio,
—¿Qué pasa? —Isabel había notado la tensión que se había apoderado
de él, se inclinó hacia la pantalla y leyó en voz alta—“Solo espero que pase
todo esto, y podamos volver a comer otra paella en familia”—miraron
fijamente el teléfono, pero se había quedado mudo, no había más mensajes.
Luego desvió la mirada hacia Germán—¿de quién es?
—De Catalina, la mujer de Amaro.
—¿Hay alguien a quien podamos pedir que investigue el teléfono?, no
podemos hacerlo desde la oficina—a pesar de que habían revisado esa tarde
la casa de sus amigos y no había micrófonos, Isabel sentía la necesidad de
hablar en susurros.
—No, el único que podría ayudarnos es Leo, pero evidentemente no es
el momento, además, estoy seguro de que han apagado el teléfono después de
mandar el mensaje—miró hacia la pared—¡espera!, ¿qué dijo ayer Amaro de
una cabaña? —ella miró sus notas,
—Sólo que estaba a nombre de su cuñada, aunque pertenecía a la
familia, pero no donde estaba.
—Hay que mirar en el Registro de la Propiedad.
—¿En cuál de ellos? —él movió la cabeza,
—Tendremos que ir primero al General, el de toda España, y luego
desde allí que nos dirijan al que sea. Iremos mañana, ahora es imposible.
—¿Y si hacemos la petición online?
—Tardarían un par de días en darnos los datos, así, si nos dicen en qué
provincia está la vivienda, podemos ir al Registro correspondiente, y
conseguir la dirección en el momento.
—Me parece que tú sueñas.
—Venga, no seas pesimista—se estiró, aún sentado en la mesa—estoy
agotado, pero podríamos hacerles algo de cena a Natalia y a Rober, ¿no te
parece?
—Bueno, hacérsela o pedirla—él rio al escucharla,
—No te preocupes, quiero que nos siente bien a todos, así que cocinaré
yo.
—Muy gracioso—pero tenía razón, era pésima cocinando.
—Si, ¿verdad? — se levantó, y cogiéndola por sorpresa hizo que echara
su cabeza hacia atrás para estamparla un beso largo y húmedo, que provocó
que ella se sintiera temblar por dentro, y luego se fue tan tranquilo a la
cocina.
—Voy a ver que encuentro que pueda aprovechar, dentro de nada será
la hora de cenar—Isabel apoyó la cabeza en su mano derecha, mientras
observaba como se movía caminando por el salón hasta desaparecer, cuando
lo hizo, suspiró y volvió la vista a su ordenador. Le acababa de llegar un
correo con el informe de los Tedax, lo leyó y luego siguió a Germán a la
cocina, y se quedó de pie en el umbral mientras observaba cómo sacaba la
comida de la nevera.
—Tenemos el informe de los Tedax sobre la explosión.
—¿Tan pronto? —se giró asombrado, era imposible.
—Sí, bueno, es un primer informe, pero bastante concluyente, dice que
fue provocado por una fuga de gas.
—¿Quién lo ha mandado?
—No reconozco el correo y no pertenece a la policía, pero creo que ha
sido Samaniego, parece que sigue decidido a ayudarnos—Germán asintió y
comenzó a pelar patatas, Isabel se fue a traspasar al ordenador todos los datos
de su libreta. Era algo que siempre le servía, le ayudaba a poner en orden su
cabeza.
Los dueños de la casa llegaron justo a tiempo, Germán había terminado
de preparar la cena, y todos disfrutaron de ella dándose un descanso de la
investigación. Después de cenar, todos ayudaron a colocar la compra que
habían traído de un conocido supermercado. Roberto y Natalia, como era
habitual, estaban discutiendo o más bien, él intentaba protegerla y ella no se
dejaba, sobre todo si era algo que tuviera que ver con su trabajo. El problema
parecía ser la visita que iba a hacer al día siguiente al “Depredador”, Germán
no quería verlos discutir y menos por algo que tenía que ver con él,
—Escuchad, por favor—intervino porque parecían a punto de enfadarse
de verdad—iremos nosotros a hablar con él— Natalia estuvo a punto de
hablar, pero se anticipó—escucha Natalia, Roberto tiene razón, era un
individuo muy peligroso, te dije que podías ir, pero es un error. Aun así, nos
puedes ayudar con otro tema, ya tengo los datos de la tía y las primas de
Amelia Vertel. Creía que íbamos a tener que ir Ávila para hablar con ellas,
pero las direcciones son de Madrid. ¿Quieres comenzar tú a investigarlas? —
Natalia parecía a punto de pelear, pero echando un vistazo al gesto adusto de
Roberto, lo pensó mejor y asintió, aunque continuó guardando las cosas en
los armarios callada y con más energía de la habitual. Germán e Isabel, en
vista de la situación, recogieron la cocina y se despidieron yéndose a acostar.
—Qué desagradable cuando estás en casa de un amigo y discute con su
mujer, ¿verdad? —él asintió mientras se lavaba los dientes y miraba cómo
ella se extendía una crema por la cara. Le encantaba observar todos los
rituales nocturnos que realizaba antes de irse a dormir. Le tranquilizaba, se
sentía en casa.
Germán llegó antes que el juez, y se sentó en la silla que había frente a
su despacho, había conseguido que lo dejaran esperar allí. Cruzó las piernas y
se quedó mirando el ascensor hasta que apareció, mientras planeaba en su
cabeza, como le convencería. A su lado tenía la mochila con todas las
pruebas que había podido conseguir, pero sabía que lo más importante era, su
convicción de que había descubierto la verdad, y que su única finalidad era
hacer justicia.
Alejandro Silvano, era un juez joven, defensor de la ley a ultranza, pero
que, en ocasiones, dejaba a los policías algo de margen para que pudieran
conseguir resolver los casos que tenían entre manos, siempre que ese margen
no perjudicara los derechos de ninguna persona. Esto lo hacía únicamente
con los policías de los que se fiaba, cuatro o cinco, y Germán,
afortunadamente, estaba entre ellos.
Sonó el ascensor, y Germán levantó la cabeza, el juez salió del aparato
y se quedó clavado unos instantes mirándolo, luego, le hizo una seña para que
lo siguiera a su despacho.
—Pase Germán, y cierre la puerta—a pesar de conocerse desde hacía
varios años, se seguían hablando de usted, los dos se sentían cómodos
haciéndolo. Se mantuvo en pie ante su escritorio, el tiempo que el juez tardó
en sentarse,
—Siéntese por favor, no estamos para perder el tiempo, tengo una
reunión en veinte minutos, espero que lo que le trae no sea excesivamente
complicado—observó la cara del policía—¡vaya, con el lío que tengo hoy!,
bien, empiece, cuanto antes lo haga, antes terminaremos.
—Muchas gracias señoría, necesito una orden judicial para poder sacar
un arma del Almacén de Pruebas de la Policía de la Zona número 2—el juez
se echó hacia atrás en el asiento como si lo hubieran disparado. Su cerebro,
durante un momento, no fue capaz de procesar la petición que le hacía aquel
profesional.
—¿De un Almacén de Pruebas de la Policía, donde usted trabaja?
—Sí señor
—Habitualmente ¿quién le autorizaría esa retirada?
—Mi jefe de grupo
—Y ¿cuál es la razón para que comparezca ante un juez, a pedirle una
injerencia semejante en los asuntos internos de la Policía? —parecía
confundido— creo que lo conozco lo suficiente, para saber que esto tiene que
ver con el caso de Amaro Iglesias.
—Sí señor, si me diera unos minutos para enseñarle lo que he
encontrado…
—Todo esto es muy irregular.
—Lo sé, pero creo que, al menos parte de los profesionales que están
llevando el caso, están contaminados. Tengo pruebas de ello.
—Es una acusación muy grave, y además contra sus propios
compañeros.
—Sí señor—el juez lo miró fijamente y luego suspiró, miró la hora en
el reloj de su muñeca y le dijo,
—Le doy diez minutos para convencerme—Germán abrió la mochila
para sacar la documentación, y comenzó a relatarle lo que había descubierto.
Media hora después, el secretario judicial traía un auto urgente ya
impreso, y lo dejaba sobre la mesa. Cuando salió de la oficina, Germán le
dijo al juez,
—Señoría perdone, pero es importantísimo que esto no se filtre.
—No se preocupe, mi secretario es de total confianza, está conmigo
desde hace quince años, y ya le he avisado de la confidencialidad de este caso
— firmó el auto y luego le entregó el documento—¿Cuándo consiga todas las
pruebas, como va a actuar?, no puede dejar más tiempo fuera al juzgado, ni a
la policía.
—He pensado reunirles a todos aquí, si le parece,
—Sí, los citaremos aquí, así, si todo es como usted dice, alguno irá
directamente a prisión provisionalmente, y si no tiene razón, quizás lo mande
a usted—Germán sonrió tranquilo—bueno, váyase, no dudo de que tendrá
mil cosas que hacer, me gustaría ver la cara del policía al que le entregue ese
auto.
Salió de allí hacia su siguiente destino: el Almacén de Pruebas, para
demostrar que todo era un montaje.
QUINCE
omo era lógico, los policías que estaban de guardia en la entrada del
C Almacén de Pruebas, a pesar de enseñarles la placa, le pidieron la
autorización firmada de su jefe, y en su lugar les entregó el auto del
juez,
—Vengo obedeciendo una orden judicial—los dos lo miraron con el
ceño fruncido, aunque tenían claro que debían obedecer. Ya habían visto esos
autos antes, pero nunca esgrimido por un compañero, se retiraron para hablar
entre ellos, aunque enseguida le hicieron firmar el registro digital, que él
había estado cotilleando desde la casa de Genio el día anterior, y le dejaron
entrar.
—Tiene media hora—uno de ellos lo acompañó a la zona, era el
procedimiento habitual, ya que el almacén era tan grande que sino no sabría
por dónde empezar a mirar. El policía miró los detalles de lo que buscaba, y
luego le preguntó
—Pero ¿no sabes qué pistola es? —el juez había especificado en el
auto, que se le dejara examinar las pistolas que quisiera, y que se podía llevar
la que considerara oportuno.
—No, pero tiene que ser una de un poli con el número de serie borrado.
—¿Reciente?
—No tiene por qué, pero empezaré por las recientes, ¿hay muchas así?
—él negó con la cabeza
—No—miró una tablet que llevaba en su mano izquierda—espera un
momento, hay cuatro con esas características. Ven conmigo, comenzaremos
desde la más actual hacia atrás.
Estuvieron buscando durante bastante rato, aproximadamente una hora,
hasta que dieron con ella. Germán las cogía en sus manos en presencia del
policía, las observaba bajo su linterna y con una lupa que había llevado y
luego las desechaba, pero la que tenía en sus manos en ese momento, la
penúltima de la lista, no la desechó. En cuanto la apuntó con la linterna, vio
la muesca junto al gatillo, y cuando la observó bajo la lupa la vio mucho más
clara.
—Mira—se la enseñó al poli, éste la miró y se encogió de hombros
—Tiene una muesca, estará en la descripción—buscó en la base de
datos por el número de identificación de la etiqueta atada a la pistola, pero no
encontró ninguna referencia a la muesca.
—¡No pone nada, dice que está usada, pero sin defectos, golpes ni
nada, y con el número de serie borrado!, ¡qué raro! —normalmente la
descripción de los objetos que había allí era exhaustiva, y además estaban las
fotografías…
—Necesito ver la fotografía de esta pistola cuando entró en el almacén
—él asintió y comenzó a caminar hacia un ordenador que había en el medio
del Almacén. A todos los objetos que entraban allí, se los fotografiaba con
todo lujo de detalles, para que no hubiera errores de cambios de unas pruebas
por otras.
—Aquí está—solo con escuchar su tono de voz, antes de ver la foto,
supo que algo estaba mal, y lo corroboró en cuanto la vio. La marca no estaba
—eso no es posible, aquí nadie la ha tocado, no sé qué puede haber ocurrido
—el poli se estaba poniendo histérico, quizás pensaba que le iba a caer una
bronca.
—Necesito un informe, ahora mismo, sobre todo esto. Y necesito que
diga que la pistola que me llevo no coincide con la que entró y a la que
adjudicaron este número de registro ¿Puede hacerlo?
—Normalmente tardamos 48 horas…
—El juez espera que se lo lleve, no sé si ha oído hablar de él, no es
precisamente famoso por su paciencia—el policía, sudoroso, asintió y salió
disparado hacia la entrada, para hacer el informe. Germán, con el corazón
bombeándole a mil por hora, llevaba la pistola en la mano dentro de su bolsa
de plástico, incrédulo de que no se hubiera presentado nadie para prohibirle
sacarla de allí.
Esperó treinta interminables minutos a que redactaran el informe, firmó
el escrito que decía que se llevaba la pistola, y se fue, pero no respiró hasta
que cogió el coche y salió del garaje. Cuando llegó a casa de Roberto y
Natalia, hizo fotos a la pistola y las mandó al móvil de la hermana de
Catalina. Isabel le había hecho un gesto al entrar porque estaba al teléfono, y
se acercó a darle un beso mientras miraba la pistola que él había dejado en la
mesa.
—Así que todo es cierto.
a sala privada del juez no era como se la había imaginado, parecía más
L bien, el lugar en el que una empresa se reuniría para tomar las decisiones
importantes. Había una larga mesa sorprendentemente limpia y
reluciente, con no menos de veinte sillas aparcadas bajo ella, esperando ser
utilizadas.
Germán estaba de pie ante un ventanal con vistas privilegiadas a la
calle, desde donde podía ver los dos coches de policía que había pedido el
juez, como cobertura por las posibles detenciones. En ese momento observó
también la llegada del furgón policial, acompañado por otros dos zetas, que
debía traer a Amaro quien también estaría presente. Respiró hondo, porque
imaginaba que el resto también estaría en el edificio, o a punto de llegar. Se
volvió al escuchar la puerta, era Alejandro Silvano, había llegado mucho
antes, pero se había ido a su despacho a seguir trabajando mientras llegaba el
resto, se acercó a él con gesto muy serio,
—Espero que todo esto salga como esperamos, porque si no, me va a
traer muchos problemas,
—Estoy seguro de ello, señoría—el hombre mirándole fijamente
asintió, luego se sentó en la silla que presidía la mesa, ya casi eran las diez, y
este, como casi todos los jueces, era un obseso de la puntualidad.
Se abrió la puerta y entró Amaro, esposado y acompañado por dos
policías, se acercó a ellos y les dijo,
—Soltadle por favor, mientras esté aquí, yo me hago responsable—
ellos lo miraron, lo conocían, pero pidieron autorización al juez con la vista
—Ya lo han oído, suéltenlo, y quédense fuera por favor—le quitaron
las esposas, y salieron—Amaro se frotó las muñecas y miró a Germán
sonriendo,
—¡Nunca creí que me alegraría tanto de verte! —Germán lo abrazó con
fuerza y le dijo al oído
—Tranquilo Amaro—Amaro asintió con los ojos humedecidos, y se
sorprendió al ver al juez a su lado, que le dijo
—Inspector, tiene usted suerte de tener semejante amigo—él asintió
—Sí, lo sé—Germán carraspeó ante la mirada de su amigo, aún no era
el momento de ponerse sensibles, todavía tenía que conseguir demostrar su
teoría.
Fueron llegando todos, acompañados por Isabel que los iba guiando,
hasta que, finalmente, estuvieron sentados de la siguiente manera: el juez, a
su lado por su importancia debido a su cargo policial, el Jefe de Asuntos
Internos, que miraba a todos muy cabreado, a su lado, los dos policías que,
bajo su mando, habían intervenido en el caso, José Luis Peña, y Francisco
Juncal, y al lado de este último, Samaniego. Junto a él, su yerno Daniel
Martín, a quien también habían convocado. Frente a ellos, se sentaba el que
para Germán siempre sería su jefe, Amaro Iglesias, junto a su mujer Catalina,
y la hermana de ésta. La mujer de Amaro, en cuanto había visto a su marido,
había corrido a sus brazos y todavía no había dejado de llorar, aunque
silenciosamente.
Germán se sentó frente al juez, para poder ver bien a todos, y que todos
pudieran verle a él, y comenzó su exposición,
—Buenos días a todos, primero quiero pediros perdón por la
precipitación en esta citación, pero debido a la posibilidad de fuga del
culpable, hemos tenido que obrar así—observó cómo todos, especialmente
los policías se miraban entre sí extrañados—comenzaré mi exposición con la
que demostraré, sin ninguna duda, que Amaro no mató a Vicente Soria, sino
que esa imputación es el resultado de un plan perverso y malvado, motivado
por una sombría venganza—su voz se hizo más grave, y su mirada afilada,
sabiendo perfectamente a quién tenía que mirar.
—Desde el principio me extrañó que una pareja de Asuntos Internos,
departamento que tenemos muy bien representado aquí, fuera directamente a
buscar a Amaro a su despacho, y bajaran con él hasta su coche pidiéndole que
lo abriera, para que ellos pudieran hacer un reconocimiento visual.
Enseguida, como es lógico, llegaron al maletero y encontraron a Vicente
Soria, muerto de un par de disparos en la cabeza, y cuyo crimen
aparentemente, y luego la científica demostró que era así, había sido
realizado estando en el maletero. Posteriormente la autopsia confirmaría que
lo habían sedado previamente, por eso no ofreció ningún tipo de resistencia—
respiró profundamente antes de continuar—pero no contentos con eso, la
pistola con la que se había cometido el asesinato estaba al lado del cadáver, y
aunque habían borrado el número de serie, era de las que utilizamos los
policías, y al pedirle la suya al inspector Iglesias, él no pudo entregarla
porque no la tenía en el cajón de su escritorio, bajo llave, donde la solía
guardar. Después, la científica de nuevo afirmó que las huellas del inspector
estaban en el arma. Es decir, que el caso prácticamente estaba cerrado. Solo
faltaba el móvil—miró a Catalina, que le observaba con los ojos húmedos,
pero tenía que explicarlo todo.
—Desde hacía tiempo, su mujer, aquí presente, mantenía una relación
con Vicente Soria, dentista como ella, y que trabajaba en la misma clínica
dental. Esto había motivado varias discusiones en el matrimonio, que habían
hecho que el inspector se mudara a un hotel cercano a la comisaría donde
trabajaba. Por eso, cuando le preguntaron dónde estaba en la franja horaria en
la que se había cometido el asesinato, él dijo que, en su habitación del hotel,
solo, y era cierto, pero claro, eso no servía como coartada, todos lo sabemos,
y los participantes de esta conjura, que lo habían organizado todo, también lo
sabían. Yo, al principio, solo por la pistola, pensé que tenían que haber
asesinado a Vicente Soria en el garaje de la comisaría, a pesar de lo que decía
la autopsia, pero era todo mucho más sencillo. Debido a algo que luego
explicaré sobre su pistola, a Vicente lo mataron en el garaje del hotel donde
estaba durmiendo Amaro, y así si cuadraba con la hora de la muerte. Cuando
él se fue a trabajar al día siguiente, viajó, sin saberlo, con el muerto en el
maletero.
—Ahora voy a demostrar, que las pruebas con las que se intenta
incriminar al inspector Iglesias, son un burdo montaje—escuchó varios
murmullos, y el jefe del Departamento de Asuntos Internos, se decidió a
hablar,
—¡No pienso consentir que nadie denigre el nombre de mi
departamento! —se levantó del asiento, el juez echó una mirada a Germán
prometiéndole la peor de las muertes si estaba equivocado, pero dijo,
—Siéntese señor, aunque no estemos en la sala, están aquí bajo citación
judicial, y me deben el mismo respeto que si estuviéramos en un juicio—el
policía le echó una mirada desdeñosa y se sentó, no sin antes mirar a Amaro
con la mirada más llena de odio que Germán había visto en su vida—
Germán, dese prisa, vaya concluyendo,
—Terminaré lo antes posible, señoría—abrió su mochila, que había
dejado encima de la mesa, y sacó la pistola y el certificado acompañado de
dos fotografías, también firmadas, por los dos policías del Almacén de
Pruebas—Catalina, por favor, quiero que mires esta pistola atentamente—la
sacó de la bolsa transparente donde la llevaba y se la entregó, a ella le
temblaban las manos visiblemente—Amaro le puso una mano encima de las
de ella, y le dijo
—Tranquila—ella asintió y miró la pistola, le dio la vuelta, y luego, la
acercó más a sus ojos, su piel enrojeció y dijo,
—Esta es la pistola de mi marido.
—Pues claro, la han recogido del Almacén de Pruebas, donde la
dejaron dos de mis hombres—hablaba el jefe de Asuntos Internos, pero
Germán negó con la cabeza,
—Siento tener que contradecirle, pero, según el número de
identificación del Almacén de Pruebas, esta pistola fue utilizada en un atraco
hace dos años, y no sabemos a qué policía correspondía originalmente,
porque el número de serie está borrado. Y desgraciadamente, ha habido
varios policías a los que les han robado las pistolas en este tiempo. De hecho,
lo he consultado, en los últimos tres años, solo en Madrid, doce policías han
denunciado que les han desaparecido sus armas reglamentarias.
—Entonces ¿por qué dice esta mujer que es de su marido?
—Porque por circunstancias que no vienen al caso, fue testigo de cómo
un golpe dejaba una muesca en la pistola de su marido, junto al gatillo, que ni
él mismo conocía. Como todos saben, ese tipo de muesca tendría que estar
reflejada en la descripción del arma, y si por un error, la descripción estuviera
mal hecha, se vería en las fotos. Aquí están las fotos tomadas del arma
catalogada con este número de descripción, aumentadas—las tiró encima de
la mesa, y únicamente el juez las cogió. Luego sacó las fotos del arma de
Amaro, e hizo lo mismo—señoría como usted es el único que tiene
curiosidad, aquí tiene las fotos de esta pistola, para que vea la diferencia.
—Puede haber cambiado las fotos, todos conocemos la amistad que le
une al acusado—Cada vez le caía mejor el Jefe de Asuntos Internos.
—Esto es un certificado emitido ayer por los dos policías del Almacén
de Pruebas, apoyando todo lo que digo, las firmas que hay en los márgenes
de las fotos son de ellos, como pueden comprobar.
—Señores—miró a los policías de su izquierda— me temo que esto es
irrefutable, pero continúe, Germán.
—En cuanto a las huellas, existen varios métodos para recoger las
huellas de cualquier persona de un objeto, y pasarlas a otro. Y estamos
hablando de personas que son especialistas en investigar ese tipo de asuntos,
es decir, que conocen de sobra la forma de hacerlo—frunció el ceño—sí debo
confesar que me preocupaba al principio, por qué no mataron a la víctima con
la pistola del acusado, pero la respuesta es muy sencilla. Porque para poder
realizar el crimen como tenían planeado, tenían que tener la pistola con
antelación, y en cuanto un policía se va a su casa después de la jornada
laboral, siempre se la lleva. Seguramente, pensaron que daba igual que lo
mataran con la suya o no, porque todas nuestras armas son iguales,
únicamente tenían que borrar el número de serie, pero eso con un punzón es
muy sencillo.
—¿Cómo lo hicieron?, les fue muy fácil—continuó hablando y miró a
Kiko Juncal, que le observaba con una sonrisa cínica—mientras José Luis
Peña, que hacía de poli malo y que no se enteraba de nada, acompañaba a
Amaro a la celda, Francisco Juncal, que era el simpático de los dos, subió
rápidamente al despacho del inspector, y abrió el cajón sacando la pistola.
Todos sabemos, porque a veces no encontramos nuestras propias llaves, que
esos cajones se abren con un simple clip estirado. Luego, bajaría y le diría a
José Luis que había recibido instrucciones, para que le pidieran la pistola y la
placa a Amaro ¿Fue así? —José Luis Peña, pálido, miró a los lados, y al no
recibir ayuda, asintió
—Por supuesto, cuando Amaro buscó su arma para entregarla, no fue
capaz de encontrarla—entrecerró los ojos observándolos a todos—Pero no
tenían bastante con esto, además de asesinar a un inocente para implicar a
otra persona por venganza, intentaron asesinar a la mujer de Amaro,
provocando un escape de gas en la casa de su hermana, porque ella en varios
mensajes y hablando por teléfono con su hermana había dicho que sabía que
su marido no había sido, y que lo podía demostrar. Finalmente, utilizaron su
departamento para pinchar teléfonos y poner micrófonos, con una finalidad
enteramente personal.
—Pero ¿todo esto por qué? —el juez no lograba entender la razón,
Germán sacó el expediente que había conseguido gracias al amigo de Isabel.
—Esto es el informe de un desgraciado suceso ocurrido hace doce años,
en él participaron Jorge Juncal y Benito Samaniego, dos jóvenes policías
destinados en la misma comisaría, que se vieron envueltos en una situación
trágica. Por un despiste de uno de ellos, nunca se ha sabido cuál, un
delincuente que habían llevado otros compañeros detenido, les robó una
pistola y los tomó como rehenes. La policía envió a su mejor negociador, el
ahora inspector Iglesias—Amaro había bajado la cabeza, Germán que lo
conocía muy bien, sabía que nunca se perdonaría por aquello—pero por
mucho que intentó convencerle no pudo hacerlo, y el secuestrador, diez horas
después los asesinó y luego se suicidó. Los padres de los dos policías
muertos, aquí presentes, nunca perdonaron. Sé que al principio tuvieron
agrias discusiones con Amaro por cómo había llevado el caso,
—Hice todo lo que pude, estaba desesperado por lo ocurrido, les pedí
perdón cien veces, pero…—miró a Juncal y Samaniego, unidos en su odio
hacia él
—¡Me da igual lo que digas!, ¡quiero que te pudras en la cárcel y que
pierdas todo, como yo, cuando asesinaron a mi hijo! —Samaniego
permanecía callado, pero Juncal, actualmente jefe de Asuntos Internos, no
pudo evitar escupir parte de la rabia que llevaba dentro.
—Pensé que me habían perdonado, durante años he mantenido una
relación normal con ellos, especialmente con Samaniego.
—¡Imbécil! —Samaniego explotó—he tenido que aguantar verte la
cara todos los días, solo para poder vigilarte y saber cuándo serías más débil.
—Todo estaba preparado, era una conjura en toda regla, Kiko Juncal, se
encargó de llevarlo a la práctica, seguramente adoctrinado desde pequeño por
su padre, incluso intervino Daniel Martín, el yerno de Samaniego, que creo
que fue la persona que provocó la explosión en casa de Eugenia, la cuñada
del Inspector Iglesias. Sabían, desde el principio, que Catalina no creía en la
culpabilidad de su marido, y al tener su teléfono pinchado, días después
conocieron un mensaje en el que le decía a su hermana, que tenía pruebas de
que su marido era inocente—Catalina se quedó mirando al hombre que estaba
al lado de Samaniego, con el ceño fruncido—Daniel Martín durante un
tiempo fue bombero, pero decidió pasarse al cuerpo bajo las órdenes de su
suegro, para poder participar en la venganza. Seguramente en todas las
comidas familiares se hablaba sobre este plan.
—¡Sí!, ¡es verdad, ahora me acuerdo de él! —Catalina se levantó
señalándolo con el dedo— vino a revisar la caldera de mi hermana unos días
antes de la explosión, cuando lo he visto me parecía que me sonaba, pero sin
el mono azul que llevaba ese día, no conseguía saber dónde lo había visto—
Germán asintió.
—Creo que, con estas pruebas, será suficiente para iniciar otra
investigación totalmente distinta—el juez asintió,
—Sí, estoy de acuerdo—luego, levantó la voz para decir—por favor,
pasen señores, llévense a estas cuatro personas detenidas—en ese momento
entraron una docena de agentes, ya avisados por el juez con antelación, y
todos los implicados se levantaron, quedando sentado José Luis Peña que
miraba alrededor asustado. Samaniego y Juncal miraron despectivamente a
Germán, antes de ser llevados por agentes de la Policía Judicial a las celdas
que se encontraban en los sótanos del juzgado.
—Tengo una larga y complicada mañana por delante—el juez lo miró
con fingida severidad, luego observó a Amaro que se había puesto pálido y
no parecía creer lo que acababa de ocurrir ante sus ojos—Inspector Iglesias,
permítame felicitarle por lo que ha conseguido Germán, no creo que ningún
otro detective hubiera sido capaz de hacerlo.
—Yo tampoco—Amaro tenía la voz sospechosamente ronca, se levantó
y abrazó a su amigo, Catalina por su parte, hizo lo mismo con Isabel que se
había mantenido en un segundo plano, contra la pared, frente a Germán y con
los brazos cruzados. Sonrió mientras abrazaba a Catalina que no cesaba de
darle las gracias.
Germán se acercó al juez, dejando a Amaro junto a su mujer.
—Juez, si no necesita nada más, nosotros nos vamos.
FIN
¡Gracias por leer esta historia!
Margotte Channing
EL MISTERIO DEL MARIDO
DESAPARECIDO
“La mejor receta para la novela policíaca es, que el detective no debe saber,
nunca, más que el lector”
Agatha Christie
DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTO
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
EPILOGO
UNO
atalia Bolaños estaba harta de su mala pata, y nunca mejor dicho, en los
N dos meses que llevaba de inactividad, había organizado todos los
papeles que tenía en casa, había visto las películas que tenía pendientes,
incluso había empezado a escribir una novela, que había dejado a medias, por
supuesto.
—Señorita por favor—levantó la vista de las agujas de hacer punto, y
miró a la asistenta que no había tenido más remedio que contratar. Con la
pierna derecha escayolada hasta la ingle, había muchas cosas que no podía
hacer sin ayuda. Sonrió a Francisca, que era un encanto y le aguantaba el
malhumor sin una mala cara,
—Por favor te lo repito, llámame Natalia, si me llamas señorita no me
doy por aludida—la otra muchacha asintió, pero ella sabía que a la próxima
vez la volvería a llamar así.
—Mire, es que según las instrucciones que dejó el médico, aquí pone
que hoy tiene que comer filete con patatas fritas y sopa, tengo el caldo hecho,
pero no hay filete, ¿habrá algún problema si come otra cosa de segundo?
—Tranquila, a mí me da igual las instrucciones que dejara el pesado de
Roberto—estaba más que harta de que se metiera en su vida— ¿qué te parece
si pedimos una pizza para las dos? —Francisca le lanzó una sonrisa como si
fuera una niña, cuando sonreía, Natalia era consciente de lo joven que era,
solo tenía 22 años.
—¡Ah! Veo que te gusta la pizza, ¡bien! —alargó la mano hacia el
móvil— voy a pedirla, enseguida la tendremos aquí, ¿de qué te gustan? —la
muchacha sonrió valientemente
—Me gustan con todo.
—¡Estupendo, a mí también! —pidió la comida y luego continuó
intentando aprender a hacer punto. Cuando llegó la pizza media hora después,
ya había decidido que hacer punto, tampoco era lo suyo.
Comieron como dos niñas hambrientas, Natalia tuvo que obligar a
Francisca a que se sentara a su lado a comer, y estaban a media pizza cuando
sonó la puerta de la calle. Francisca se levantó de un salto, como si el
visitante pudiera regañarla por comer con la dueña de la casa. Natalia sonrió
hasta que escuchó la voz del visitante y su cuerpo entero se puso rígido
pensando en tener que verle otra vez. Respiró hondo, pero daba igual, ya
estaba cabreada. Siempre le ocurría.
—Hola Natalia—él no parecía más feliz de verla que ella de verle a él,
por lo menos, era un alivio saber que a él también le molestaba tenerla
delante. Pero si era así ¿por qué venía?
—Hola Roberto, creía que habíamos quedado en que ya no vendrías
más. Si tengo algún problema, avisaré a mi médico, que por cierto…no eres
tú—Francisca se fue a la cocina con su trozo de pizza, al ver que empezaba la
guerra.
Roberto, al contrario de lo que hubiera hecho cualquier hombre
decente, se acercó hasta ella y se sentó a su lado, observando la pierna
escayolada que mantenía estirada sobre una silla. Posó con cuidado la mano
en los dedos de su pie,
—Tienes los dedos helados—ella frunció el ceño cuando él cerró su
mano con suavidad sobre ellos para calentarlos, agitó la pierna para que los
quitara, aunque le costó realizar el movimiento,
—Quita la mano Roberto, y déjame en paz, no eres bienvenido aquí, ya
te lo dije ayer—intentaba no levantar la voz principalmente por Francisca, ya
la había asustado bastante el día anterior.
—Creía que ya se te habría pasado el malhumor—movió la cabeza
chasqueando la lengua—entonces, abrió su mochila y sacó un termómetro, y
lo dirigió hacia su boca, ella la cerró para que no pudiera metérselo, pero él
presionó hasta que consiguió que entrara. Ella levantó la mano para sacárselo,
pero él se la sujetó,
—Estate quieta Natalia, no seas niña—por el motivo que fuera, el
contacto de sus manos en las suyas, consiguió alterarla más —estás algo roja,
puede que tengas unas décimas de fiebre, ¿te duele la garganta? —frunció el
ceño pensativo—recuerdo que, cuando eras niña, tenías muchas veces
anginas, tus padres se empeñaron en que no te las quitaran de pequeña—por
fin le quitó el termómetro.
—¡Eres como el dentista, preguntando cosas que no te pueden
contestar!, vale, ya me has metido el termómetro. Si te has quedado a gusto,
haz el favor de irte, estoy comiendo—él miró con el ceño fruncido el trozo de
pizza grasienta que había en su plato.
—No sé cómo no estás como una bola con semejante alimentación, le
dije a Francisca cuál tenía que ser tu dieta para recuperarte antes. Y, por
cierto, tienes fiebre, por si te interesa—él había apretado la mandíbula, ella
sabía que cuando se ponía así, no se podía con él.
—Roberto, no te aguanto, creo que ya te lo he dicho en varias
ocasiones, pero te lo repito. El que nuestros padres sean amigos, no quiere
decir que tú y yo, tengamos que serlo. Por favor ¿puedes irte? —por un
momento le pareció que había ido demasiado lejos, porque le dio la
impresión de que él se había puesto algo pálido, pero enseguida se rehízo y
resopló agotada al ver que atacaba de nuevo,
—Tienes que tomar paracetamol e ibuprofeno alternándolo para bajar
la fiebre, te traeré las pastillas. ¿Dónde tienes el botiquín? —ella señaló el
baño sin hablar y dejó el plato en la mesa, ya sin hambre. Estaba segura de
que no la dejaría en paz si no cooperaba, por lo menos tomándose las
pastillas.
—¡Esto es una vergüenza! — se sobresaltó al oírle, Roberto salió del
baño con dos cajas en la mano, y ella sintió que se ponía más colorada
todavía, había olvidado que los tenía allí—¡tienes todas las medicinas
caducadas!, ¡pero si tienes caducados hasta los condones! —miró las dos
cajas de colores brillantes, que prometían un alto grado de satisfacción a sus
usuarios—¿Tamaño extra-grande? ¿es una broma? —la miró irónico— ¿y
necesitas comprar las cajas de 50 unidades? —ahora él también estaba rojo,
por lo menos estaban iguales, pensó.
—Roberto, eso es asunto mío, así que si no te importa déjalos donde los
has encontrado, Francisca puede ir a comprarme lo que me has dicho—pero
él, como ella imaginaba, no le hacía ni caso.
—¡Francisca! ¡tráigame el cubo de la basura! —le miró con el ceño
fruncido, pero, aunque le molestaba profundamente reconocerlo, sabía que
tenía razón, tendría que haber hecho limpieza en el botiquín años atrás—
muchas gracias—Roberto se lo agradeció a Francisca y cogió el cubo de sus
manos llevándoselo al baño, desde allí pudo escucharle tirar todo lo que quiso
mientras seguía gruñendo. Al menos, cuando salió, parecía más calmado.
—Tenga Francisca—le devolvió el cubo mucho más lleno— dejo aquí
mis cosas, bajo un momento a la farmacia—se fue, ignorando la lengua que
le enseñaba Natalia, como hacía cuando era pequeña.
—Señorita,
—Natalia, por favor Francisca…
—Sí, Natalia, esto…solo quería decirle que yo creo que debería tratar
algo mejor a este hombre, no va a encontrar otro que le quiera tanto.
Y después de soltar semejante frase inexplicable para ella, se fue a la
cocina, dejando a Natalia con la boca abierta.
Desgraciadamente, Roberto volvía veinte minutos después, con una
bolsa llena de medicamentos que dejó encima de la mesa. Trajo el botiquín
del baño y estuvo llenándolo con lo que había traído.
—No te he pedido nada, ni siquiera sé para qué son esas cosas.
—Tiritas, vendas, gasas, desinfectante para las heridas…todo
complicadísimo—sonrió irónicamente—
—¡Qué gracioso eres! —ella también podía ser irónica. Él la miró con
el ceño fruncido, y ella le imitó.
—¿Quiere un poco de sopa doctor?, hay mucho caldo y no lo hemos
probado, con la pizza…—él desvió la mirada de la cara de Natalia para
posarla en la asistenta, y la sonrió afablemente. Natalia al verlo se sintió
ultrajada, a ella nunca la sonreía así. Desde que podía recordar, con ella era
muy antipático.
—Prefiero un poco de pizza, gracias—lo que le faltaba por escuchar.
—¡No me lo puedo creer!, cuando yo como estas cosas me pones verde,
¿y tú si puedes? —Roberto se había puesto cómodo en la mesa y la miraba
atento, mientras mordía un triángulo de pizza con ganas.
—Yo no lo como casi nunca, aunque soy humano y me gusta. Pero no
podría vivir de este tipo de comidas como tú. No es sano. Y como tu médico,
tengo que decírtelo.
—¡No eres mi médico!, no he aceptado que lo seas—¡qué cansancio de
hombre!
—Mientras no me presentes a otro que acepte serlo, seguiré siéndolo,
necesitas uno a tiempo completo.
—¡No quiero que sigas metiendo las narices en mis cosas Roberto! —
se cruzó de brazos, ya no sabía qué hacer para que la dejara en paz. No le
soportaba, la enfadaba tanto que perdía el buen humor, ¡eran incompatibles!
—Pero ¿qué narices te pasa? —ella se encogió de hombros, aunque
estuvo a punto de decirle que cada día le aguantaba menos. Para su horror
sintió que unas lágrimas asomaban en sus ojos, se las limpió con rabia,
odiándose por haber permitido que la viera así, como si fuera débil. Pero él
no aprovechó la ventaja, contrariamente a lo que pensaba, y se levantó
poniéndose en cuclillas junto a ella, susurrándole,
—¿Qué te pasa cariño? —ella negó con la cabeza, pero se dejó
envolver por los fuertes brazos de su archienemigo. Sollozó como hacía años
que no lo hacía, en su hombro, mientras que él le acariciaba suavemente la
espalda, haciendo que se estremeciera.
Estuvieron así unos minutos perdidos en el tiempo, como si fueran dos
personas normales, y no dos que habían nacido para pelear. Él la apartó
retirándole el pelo negro que le cubría parte de la cara, y la miró a los ojos
marrones y húmedos:
—¿Estás mejor? —ella asintió—¿seguro?
—Sí, lo siento, es que después del accidente no lloré ni nada, creía que
lo había aceptado todo muy bien, pero llevo un par de noches con pesadillas.
—Es normal, deberías hablar con alguien.
—Ya, no es nada, no tiene importancia—cogió una servilleta y se
limpió las lágrimas sonriendo—perdona, no pensaba echarme en tus brazos
hoy precisamente—sonrió, pero su sonrisa murió cuando vio la expresión de
él—¿qué te pasa Roberto? —él no contestó, simplemente la abrazó más
fuerte contra él y bajó la cabeza lentamente hasta ella, para darle tiempo a
retirarse si quería, pero ella no lo hizo. Entonces, la besó.........
Espero que hayas disfrutado del capítulo Uno de EL MISTERIO DEL
MARIDO DESAPARECIDO.
Margotte Channing