Margiotta, E. y Otros (2003) (Pág. 1 A 9)
Margiotta, E. y Otros (2003) (Pág. 1 A 9)
Margiotta, E. y Otros (2003) (Pág. 1 A 9)
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Hoy la calidad se ha convertido en una exigencia, y los cambios necesarios
para alcanzarla en un imperativo, no sólo porque la Ley Federal de
Educación la consagra, sino porque la sociedad la cuestiona y demanda.
No podemos desarrollar este tema sin señalar que los enfoques sobre la
evaluación en las escuelas indican una evolución que va desde lo informal a
lo formal y de las partes al todo.
De las evaluaciones informales que pueden realizar los docentes con sus
alumnos en el aula, unos docentes con otros en la sala de profesores, o de
directivos con docentes en una reunión, se ha ido pasando a instancias
institucionalizadas de evaluación que recurren a instrumentos que registran
más sistemáticamente la información y permiten obtener resultados más
válidos y confiables.
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En esta presentación, nos vamos a referir exclusivamente a la evaluación
interna, de modo tal que, de aquí en más, al decir “evaluación institucional”
estaremos pensando en “autoevaluación”, por ser la propia comunidad
educativa quien la realiza y la utiliza para reflexionar sobre sus prácticas
pedagógicas y de gestión.
a. Autonomía institucional.
Fortalecimiento de la independencia de la escuela en la toma de decisiones
propias para analizar y mejorar sus procesos pedagógicos y de gestión,
reemplazando el control burocrático y unidireccional por autorregulación y
autocontrol.
b. Correspondencia entre objetivos y resultados.
Conexión o coherencia entre lo que la escuela ha propuesto en su Proyecto
Educativo Institucional y los resultados que obtiene o desea obtener.
c. Participación activa de todos los actores institucionales.
Compromiso activo de todos los integrantes de la comunidad educativa
(directivos, docentes, padres, alumnos, personal no docente).
d. Adecuación al contexto en que se inserta la escuela.
Asegurando la pertinencia de los servicios educativos que se brindan en
función del entorno y de la comunidad.
e. Retroalimentación.
La institución y sus actores utilizan la información y conclusiones que se
obtienen, para convenir los cambios que promuevan el mejoramiento de la
gestión institucional y pedagógica.
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b. Intensificar el perfeccionamiento profesional docente y directivo. Permite
que los propios docentes y directivos, evalúen el funcionamiento de los
procesos pedagógicos de su escuela y los logros de aprendizaje que
alcanzan sus alumnos, promoviendo una actitud receptiva a la
retroalimentación.
c. Cambiar los esfuerzos individuales por esfuerzos colectivos. Posibilita que
las acciones individuales puedan converger al logro de objetivos colectivos.
Representa una posibilidad de cambiar las acciones individuales, muchas
veces voluntaristas o rutinarias, en acciones colectivas centradas en la
reflexión pedagógica e institucional.
d. Desarrollar las capacidades de observación, análisis y planificación
institucional. En tanto su objetivo no es controlar, constituye una
oportunidad para que la escuela desarrolle la capacidad de “mirarse”, “de
hacerse una introspección” y acordar acciones de mejoramiento.
De modo tal, que es el mismo PEI el que debe orientar hacia el tipo de
información que debemos recolectar en el proceso de evaluación. Si la
evaluación institucional persigue la calidad, la definición que se haga de ella
es a la vez el modelo organizador de la misma evaluación: la calidad,
además de objeto de la evaluación, es meta, fin y hasta criterio de la
evaluación. Por lo tanto la definición de la calidad debe estar contenida
explícitamente en el PEI.
También el PEI debe ser una construcción conjunta de todos los actores
institucionales. Requiere de una formulación participativa, equitativa y
protagónica de todos los actores, que permita la incorporación de la
perspectiva que desde su posición tiene cada uno de ellos.
Esto no significa que cada uno de los actores involucrados tenga la misma
responsabilidad y función que cumplir en esa construcción. No es igual la
responsabilidad y función que tiene el equipo directivo que la que tienen los
docentes, los alumnos, los padres, el personal no docente.
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El proceso de formulación, ejecución, seguimiento y evaluación del PEI
requiere de un equipo que lo conduzca. Sin embargo, un principio que debe
garantizar la conformación de ese equipo es la generación de instancias que
habiliten la participación democrática de todos, de modo que todos puedan
expresarse y se retraigan las diferencias de poder.
Aunque siempre hay una idea o imagen personal de lo que es y debe ser la
escuela, resulta necesario reducir o eliminar las “agendas ocultas”. Éstas
pueden constituir un obstáculo a las realizaciones colectivas.
Los logros a alcanzar deben fijarse de modo que puedan ser observables y
medibles. De esta forma será posible, luego, evaluar la eficacia (entendida
como logro de objetivos) y su impacto.
Se nos presenta, pues, una realidad que existe hoy y una realidad a la que
se aspira llegar en el futuro. Todo proyecto, en este marco, supone un
camino a transitar entre una situación actual y una situación futura
considerada deseable y posible. Esta distancia sólo puede salvarse si se
planifican las acciones que deben desarrollarse para alcanzar una nueva
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realidad. Esta brecha entre lo que es y lo que queremos que sea, requiere
de una estimación bastante exacta de la distancia.
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Galeano Ramírez, Alberto: Hacia una transformación institucional en la educación técnica y
la formación profesional. CINTERFOR/OIT – OREALC/UNESCO, Montevideo, 1994.
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experiencias personales y/o institucionales. Por tanto, generar una cultura
de la evaluación en el ámbito institucional es un proceso estratégico que
demanda tiempo y esfuerzo y que debería permitir remover los distintos
obstáculos que impiden instaurar la Evaluación Institucional como actividad
permanente de nuestras escuelas.
Es por esto que la tarea más ardua y compleja en relación con la evaluación
institucional sea, quizás, la de generar en los actores institucionales esta
comprensión de sentido, este entendimiento de la evaluación como práctica
necesaria para orientar la toma de decisiones institucionales.
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Deben considerarse también, la incidencia que pueden tener factores
exógenos a la institución, particularmente, los provenientes del contexto
social y político. A veces, el carácter improvisado y errático de las políticas,
planes y programas oficiales, las cuales cambian con cada gobierno, llevan
al descreimiento, al sentimiento de que se malgastan energías, a que nada
tiene sentido... Si bien es cierto que, en ocasiones, este tipo de argumentos
es usado como excusa, sabemos que siempre existe algún margen para
generar propuestas innovadoras.
Aquí cabe preguntarse cuáles son las condiciones básicas que hay que
establecer para promover una cultura de la Evaluación Institucional.
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• Poder objetivar las prácticas institucionales: esto quiere decir, ponerlas
como totalidad, como objeto de análisis, “corriéndonos” para ello del
lugar que cotidianamente ocupamos. Supone, entonces asumir un rol
diferente dentro de la institución, tomar distancia de la tarea cotidiana:
en este marco dejamos de ser cada docente con su espacio o su módulo
y sus alumnos, sus relaciones más o menos fluidas con otros docentes
para convertirnos provisoriamente en analistas, en sujetos capaces de
reflexionar sobre el espacio más amplio que contiene a la totalidad de
espacios curriculares, módulos y alumnos.