Margiotta, E. y Otros (2003) (Pág. 1 A 9)

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HERRAMIENTAS PARA LA EVALUACIÓN INSTITUCIONAL

Primeras ideas para comenzar a “mirarnos” como escuela

Equipo del Área Agropecuaria


I.N.E.T.
Mayo de 2003

Una de las líneas de trabajo conjunto, seleccionadas por I.N.E.T.-FE.D.I.A.P.


para los Talleres de Capacitación de Capacitadores a partir de este año, es
la de las Herramientas para la Evaluación Institucional.

La simple mención del término “evaluación institucional” posiblemente


genere, en muchos de nosotros sentimientos y pensamientos encontrados y
esto por dos motivos. En primer lugar porque mucho se ha escrito, se ha
dicho y reiterado respecto de la importancia, necesidad y valor de la
evaluación institucional sin que esas palabras alcancen más realidad que la
del texto. En la práctica, en las escuelas es todavía una expresión de deseo,
una necesidad o, en muchos casos, un discurso externo y extraño del que
puede prescindirse para que la escuela siga haciendo lo que hace. En
segundo término, cada una de las palabras que rotulan este tema tienen
diversidad de connotaciones, es decir, nos dicen o pueden decirnos cosas
bien distintas y aún ambiguas.

Por esto creemos conveniente empezar aclarando qué entendemos por


evaluación institucional, a fin de establecer un acuerdo respecto de
significados más precisos y claros ya que de ese modo será más fácil
construir un discurso en común.

¿Qué es la Evaluación Institucional?

En una primera aproximación podemos decir que la Evaluación Institucional


es una investigación evaluativa que se realiza en una institución educativa
para obtener bases firmes de apoyo a la toma de decisiones sobre política
institucional, planificación y gestión educativa, administrativa y económica.

El sólo hecho de plantear la evaluación institucional como una actividad de


investigación nos debe hacer reparar en la rigurosidad que exige, tanto en
su diseño como en su ejecución.

El proceso de recolección de información y análisis que toda investigación


supone, nos debe permitir construir un saber acerca del establecimiento y
sus problemas, plantear alternativas posibles, trazar estrategias, tomar
decisiones y planificar las acciones.

Es evidente que la Evaluación Institucional, concebida de esta manera, se


encuentra en el centro de la búsqueda de la mejora continua de la calidad
educativa de la institución.

1
Hoy la calidad se ha convertido en una exigencia, y los cambios necesarios
para alcanzarla en un imperativo, no sólo porque la Ley Federal de
Educación la consagra, sino porque la sociedad la cuestiona y demanda.

No se trata, pues, de una búsqueda de mayor calidad cerrada sobre sí


misma, sino de una búsqueda que atienda al criterio de responsabilidad
social que le cabe a las instituciones en cuanto a su misión educadora.

El discurso de la calidad en la educación ha ido cobrando mucha fuerza en


los años recientes y provendría de la aplicación de nociones utilizadas en el
ámbito de las organizaciones empresarias, a las escuelas. Aunque muchas
de estas ideas pueden ser muy rescatables, debemos ser muy cuidadosos
del discurso de la calidad, a fin de no falsear los verdaderos propósitos de
las instituciones educativas. Ello implica ponerla al servicio de la educación
evitando el peligro de que, al trasladar acríticamente los procedimientos
propios de la organización y control económico de las empresas, puedan
distorsionarse los procesos educativos.

Podría discutirse en algunos casos, cuál es la incidencia de la percepción de


la calidad educativa de nuestra escuela en la matriculación de sus alumnos
y en qué medida ésta, posibilita la supervivencia o desarrollo de la
institución. Para toda institución el reclutamiento es un problema porque
hace a su existencia y continuidad. Sin embargo, la calidad no pude
convertirse en un objetivo elitista. Nuestra responsabilidad social nos exige
calidad para todos. Por lo tanto, alcanzar mayor calidad se convierte
también en un modo de buscar la democratización de las oportunidades de
acceso y permanencia a y en la escuela.

No podemos desarrollar este tema sin señalar que los enfoques sobre la
evaluación en las escuelas indican una evolución que va desde lo informal a
lo formal y de las partes al todo.

De las evaluaciones informales que pueden realizar los docentes con sus
alumnos en el aula, unos docentes con otros en la sala de profesores, o de
directivos con docentes en una reunión, se ha ido pasando a instancias
institucionalizadas de evaluación que recurren a instrumentos que registran
más sistemáticamente la información y permiten obtener resultados más
válidos y confiables.

Por otra parte, progresivamente, se va transitando de la evaluación


centrada en los aprendizajes de los alumnos a una evaluación integral de la
escuela que incorpora todos las demás dimensiones de la vida institucional
(evaluación de los profesores, la gestión administrativa, los vínculos con la
comunidad, etc.). Esto deriva, seguramente, de la gradual comprensión de
la institución escolar como un objeto total a ser gestionado, en el sentido de
administrar o gobernar una variedad de procesos interrelacionados que
acarrean, todos ellos, profundas implicancias pedagógicas.

Pueden distinguirse tres formas de Evaluación Institucional, según quiénes


la realizan. La evaluación interna o autoevaluación, la evaluación externa y
la evaluación mixta que procura una integración de aproximaciones internas
y externas.

2
En esta presentación, nos vamos a referir exclusivamente a la evaluación
interna, de modo tal que, de aquí en más, al decir “evaluación institucional”
estaremos pensando en “autoevaluación”, por ser la propia comunidad
educativa quien la realiza y la utiliza para reflexionar sobre sus prácticas
pedagógicas y de gestión.

La autoevaluación es una herramienta para que las instituciones educativas


observen y analicen más sistemáticamente sus procesos y resultados y que,
como hemos dicho, exige disponer de información relevante sobre sus
acciones, sus dificultades y sus logros, de modo que permita tomar
decisiones para el mejoramiento de la calidad y equidad educativas.

Es ésta una tarea institucional realizada por la comunidad educativa donde


el sujeto y objeto de análisis es la propia escuela. Se plantea como un
análisis periódico y permanente, realizado por los propios actores
involucrados en los procesos institucionales; permite conocer y comprender
logros y dificultades que la comunidad educativa enfrenta; posibilita buscar
en conjunto, alternativas y estrategias para enfrentar las situaciones
problemáticas y conservar, y enriquecer aquellas que hacen posible los
mayores logros.

Principios que orientan la Evaluación Institucional (autoevaluación)

a. Autonomía institucional.
Fortalecimiento de la independencia de la escuela en la toma de decisiones
propias para analizar y mejorar sus procesos pedagógicos y de gestión,
reemplazando el control burocrático y unidireccional por autorregulación y
autocontrol.
b. Correspondencia entre objetivos y resultados.
Conexión o coherencia entre lo que la escuela ha propuesto en su Proyecto
Educativo Institucional y los resultados que obtiene o desea obtener.
c. Participación activa de todos los actores institucionales.
Compromiso activo de todos los integrantes de la comunidad educativa
(directivos, docentes, padres, alumnos, personal no docente).
d. Adecuación al contexto en que se inserta la escuela.
Asegurando la pertinencia de los servicios educativos que se brindan en
función del entorno y de la comunidad.
e. Retroalimentación.
La institución y sus actores utilizan la información y conclusiones que se
obtienen, para convenir los cambios que promuevan el mejoramiento de la
gestión institucional y pedagógica.

La institucionalización de la autoevaluación en la escuela ofrece la


oportunidad de:

a. Aumentar la participación de todos los actores institucionales, en tanto


constituye un trabajo colectivo, en que todos tienen la posibilidad de
expresar su opinión, y cuyo objetivo permite establecer consensos sobre el
grado de avance de la escuela en el proceso de mejoramiento de la calidad.

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b. Intensificar el perfeccionamiento profesional docente y directivo. Permite
que los propios docentes y directivos, evalúen el funcionamiento de los
procesos pedagógicos de su escuela y los logros de aprendizaje que
alcanzan sus alumnos, promoviendo una actitud receptiva a la
retroalimentación.
c. Cambiar los esfuerzos individuales por esfuerzos colectivos. Posibilita que
las acciones individuales puedan converger al logro de objetivos colectivos.
Representa una posibilidad de cambiar las acciones individuales, muchas
veces voluntaristas o rutinarias, en acciones colectivas centradas en la
reflexión pedagógica e institucional.
d. Desarrollar las capacidades de observación, análisis y planificación
institucional. En tanto su objetivo no es controlar, constituye una
oportunidad para que la escuela desarrolle la capacidad de “mirarse”, “de
hacerse una introspección” y acordar acciones de mejoramiento.

La autoevaluación no es un fin en sí misma, sino que forma parte de la


propuesta formativa que realiza la escuela. Su resultado es una propuesta
de organización: se espera que la comunidad educativa asuma sus
resultados y se organice para mejorar aquellos aspectos que considera
deficitarios.

El PEI como término de referencia de la Evaluación Institucional

El principio de correspondencia que hemos señalado, pone al PEI como


referente de la evaluación institucional. En definitiva, la necesidad de
evaluar surge de la existencia de un Proyecto Educativo de la institución y
de las acciones en él planificadas. Debemos responder a la pregunta ¿en
qué medida se ha cumplido el PEI? ¿qué nuevos problemas han surgido?
¿qué debemos rectificar?

De modo tal, que es el mismo PEI el que debe orientar hacia el tipo de
información que debemos recolectar en el proceso de evaluación. Si la
evaluación institucional persigue la calidad, la definición que se haga de ella
es a la vez el modelo organizador de la misma evaluación: la calidad,
además de objeto de la evaluación, es meta, fin y hasta criterio de la
evaluación. Por lo tanto la definición de la calidad debe estar contenida
explícitamente en el PEI.

Sin embargo, muchas veces las escuelas no disponen de un PEI y, por lo


tanto deben formularlo. En este caso, la formulación del PEI exige,
previamente, de una evaluación inicial o diagnóstico.

También el PEI debe ser una construcción conjunta de todos los actores
institucionales. Requiere de una formulación participativa, equitativa y
protagónica de todos los actores, que permita la incorporación de la
perspectiva que desde su posición tiene cada uno de ellos.

Esto no significa que cada uno de los actores involucrados tenga la misma
responsabilidad y función que cumplir en esa construcción. No es igual la
responsabilidad y función que tiene el equipo directivo que la que tienen los
docentes, los alumnos, los padres, el personal no docente.

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El proceso de formulación, ejecución, seguimiento y evaluación del PEI
requiere de un equipo que lo conduzca. Sin embargo, un principio que debe
garantizar la conformación de ese equipo es la generación de instancias que
habiliten la participación democrática de todos, de modo que todos puedan
expresarse y se retraigan las diferencias de poder.

La construcción colectiva del PEI exige la búsqueda de una visión


compartida y una internalización del mismo por el conjunto de los actores.

Aunque siempre hay una idea o imagen personal de lo que es y debe ser la
escuela, resulta necesario reducir o eliminar las “agendas ocultas”. Éstas
pueden constituir un obstáculo a las realizaciones colectivas.

La etapa de formulación del PEI supone, como hemos dicho, la elaboración


previa de un diagnóstico o evaluación inicial, lo más exhaustivo posible,
realista y que integre las diversas perspectivas de los actores, ya que esa
visión estará fuertemente ligada a su condición, situación, experiencia,
logros.

El diagnóstico previo o evaluación inicial, requiere el mayor grado de


precisión posible y para ello es necesario utilizar metodologías adecuadas.

A partir de él se podrán fijar los principios, misiones, valores y objetivos


institucionales. Sin embargo sería un error creer que el PEI es un
documento génerico sobre estos aspectos. Debe precisar también los
medios y las acciones para alcanzar a aquellos.

Debe tener una perspectiva temporal: qué se espera alcanzar en el corto,


mediano y largo plazo.

Los logros a alcanzar deben fijarse de modo que puedan ser observables y
medibles. De esta forma será posible, luego, evaluar la eficacia (entendida
como logro de objetivos) y su impacto.

Un proyecto institucional refiere a los objetivos específicos de una


institución, las acciones tendientes a su logro, que cada establecimiento se
propone en determinados plazos. El proyecto va adquiriendo entidad en la
planificación institucional anual, su concreción y su evaluación, así como en
las construcciones que cada uno de nosotros vamos diseñando y dibujando
a partir del desempeño de nuestro rol en la institución. El PEI debe
concretarse, en el corto plazo en Planes Operativos que pueden ser
semestrales o anuales. (A veces llamado “Plan Anual de Actividades”). En
general se puede observar que existen grandes dificultades en las escuelas
para elaborar estos planes operativos (por ejemplo, los Proyectos Didáctico
Productivos).

Se nos presenta, pues, una realidad que existe hoy y una realidad a la que
se aspira llegar en el futuro. Todo proyecto, en este marco, supone un
camino a transitar entre una situación actual y una situación futura
considerada deseable y posible. Esta distancia sólo puede salvarse si se
planifican las acciones que deben desarrollarse para alcanzar una nueva

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realidad. Esta brecha entre lo que es y lo que queremos que sea, requiere
de una estimación bastante exacta de la distancia.

Para ello es primordial conocer en profundidad la situación de partida. Sería


este el momento de diagnóstico o evaluación inicial de la institución. Es éste
el elemento clave para tener claridad respecto a las dificultades y problemas
existentes y poder establecer prioridades para su resolución.

La etapa diagnóstica también debe ser participativa. Aunque es posible


comenzar a elaborar el diagnóstico a partir de las visiones de los distintos
actores institucionales sobre la escuela y su entorno, seguramente será
necesario también reunir información adicional. Cada uno de nosotros, por
el solo hecho de estar en la institución tiene un conocimiento de ella, los
principales aciertos, las principales dificultades. Este conocimiento es en
general intuitivo, personal (en el sentido de no-institucional) y muchas
veces difuso, nos cuesta determinar con claridad las causas posibles de tal o
cual problema detectado. Por tanto, se requiere recolectar sistemáticamente
ciertas informaciones, poner en común, analizar, discutir como institución
respecto de esos saberes parciales que tenemos y aquellos sobre los hemos
tenido que indagar.

“Todos los expertos en desarrollo organizacional están de acuerdo en


afirmar que la fase del diagnóstico es, de lejos, la más importante y
también la más difícil de todas las fases contempladas dentro del
proceso de cambio institucional, afirmación ésta que se encuentra
resumida en el aforismo ‘un problema debidamente identificado es un
problema prácticamente resuelto’”.1

No sólo es necesario llegar a un diagnóstico común, se requiere también


llegar a acuerdos respecto de esa situación de llegada sobre la base de los
problemas detectados, en términos de prioridades y posibilidades a
resolver. Tener en claro esta situación es vital en tanto refiere a un objetivo
común para los distintos actores institucionales y que requiere de esfuerzos
compartidos. Estos son, en buena medida, fruto del convencimiento
respecto de la importancia y la necesidad de realizarlos.

Esto permitirá previsión institucional y superar el inmediatismo y la


permanente desesperación por dar respuesta a las “urgencias”. Permitirá
romper con este paradigma típico de la vida cotidiana de nuestras escuelas.
Para ello se deben tener miradas de la coyuntura, del corto plazo (anual
operativa), y del mediano y largo plazo, siempre considerando diferentes
escenarios posibles.

Dificultades para instaurar la Evaluación Institucional como


actividad permanente de nuestras escuelas

El término “evaluación” suele despertar sentimientos de inquietud,


ansiedad, temor, resistencia, basados en desconocimiento o en malas

1
Galeano Ramírez, Alberto: Hacia una transformación institucional en la educación técnica y
la formación profesional. CINTERFOR/OIT – OREALC/UNESCO, Montevideo, 1994.

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experiencias personales y/o institucionales. Por tanto, generar una cultura
de la evaluación en el ámbito institucional es un proceso estratégico que
demanda tiempo y esfuerzo y que debería permitir remover los distintos
obstáculos que impiden instaurar la Evaluación Institucional como actividad
permanente de nuestras escuelas.

Para ello es necesario erradicar toda concepción de la Evaluación


Institucional que pueda asimilarse a una conclusión sobre el éxito-fracaso,
el logro-no logro, quiénes deben ser premiados y quiénes castigados,
reafirmando su carácter de mirada colectiva del estado actual de la escuela
en el proceso de ejecución de su PEI, con miras a tomar las medidas
correctivas necesarias (en cualquiera de sus componentes) que garanticen
el cumplimiento de los objetivos en el corto, mediano o largo plazo.

Hay dos cuestiones básicas a considerar en este sentido:

a) La utilidad de la evaluación: refiere al deber ser, a lo que debería ser un


proceso evaluativo, para qué debería servir.

b) La utilización de la evaluación: refiere a cómo se usa efectivamente el


proceso y los resultados de la evaluación, esto es, los buenos o malos
usos de la evaluación y también a cómo no se usa por distintos actores.

Si a cada uno de nosotros se nos preguntara qué palabras nos vienen a la


cabeza cuando se nos menciona el término “evaluación” en el contexto de la
escuela (sea de la evaluación de los aprendizajes de los alumnos, de los
docentes o de la institución) es muy posible que surjan términos ligados a:
obligación, rutina, burocracia, necesidad externa o ajena más que propia,
trámite, formalidad..., entre otros. Este es un hecho multicausado, pero que
da como resultado una distorsión o una falta de comprensión del sentido de
la evaluación. Posiblemente, si esa misma palabra, “evaluación”, la
aplicáramos al contexto de los sectores productivos, seguramente el hecho
de la evaluación aparecería como una necesidad real para asegurar una
buenos resultados. En este contexto, sería más sencillo plantear para qué
sirve la evaluación, qué regularidad debe tener, qué hay que evaluar en
cada momento, para qué, cómo incide la evaluación en la toma de
decisiones.

El hecho es que la “utilización” que se hace de la evaluación y las


experiencias que podemos tener al respecto, contribuyen a que,
institucionalmente, se genere un juicio respecto a su utilidad que impacta,
en última instancia, en la posibilidad de generar y sostener una cultura de la
evaluación institucional.

Es por esto que la tarea más ardua y compleja en relación con la evaluación
institucional sea, quizás, la de generar en los actores institucionales esta
comprensión de sentido, este entendimiento de la evaluación como práctica
necesaria para orientar la toma de decisiones institucionales.

Diríamos que las buenas prácticas evaluativas tienden a reforzar la


necesidad y la importancia de sostener en el tiempo la evaluación como
insumo fundamental para marcar los rumbos institucionales.

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Deben considerarse también, la incidencia que pueden tener factores
exógenos a la institución, particularmente, los provenientes del contexto
social y político. A veces, el carácter improvisado y errático de las políticas,
planes y programas oficiales, las cuales cambian con cada gobierno, llevan
al descreimiento, al sentimiento de que se malgastan energías, a que nada
tiene sentido... Si bien es cierto que, en ocasiones, este tipo de argumentos
es usado como excusa, sabemos que siempre existe algún margen para
generar propuestas innovadoras.

¿Cómo promover una cultura de la Evaluación Institucional en


nuestras escuelas?

Aquí cabe preguntarse cuáles son las condiciones básicas que hay que
establecer para promover una cultura de la Evaluación Institucional.

En primer lugar, asegurar que todos los actores institucionales estén


convencidos de que la Evaluación Institucional es más una necesidad y una
herramienta útil que una obligación. En esta medida, es posible lograr el
involucramiento y el compromiso de los actores con la tarea.

En esta etapa es fundamental el rol del equipo directivo de la institución.


Éste, influye en la organización escolar -incluso en los aprendizajes de los
estudiantes, si bien de manera indirecta- mediante su aporte a la creación,
sostenimiento y evolución de la cultura organizacional (especialmente a
través de la definición, comunicación, seguimiento y evaluación de los
objetivos de la organización). Le corresponde al equipo directivo liderar este
proceso de promoción de una cultura de la evaluación institucional que es,
al mismo tiempo, un aprendizaje colectivo, ya que exige a todos capacitarse
para participar con otros, de negociar, de orientar las acciones, de evaluar y
realizar nuevas propuestas, y de controlar el cumplimiento de los
compromisos asumidos.

En una segunda fase, seguramente, resultará muy operativo conformar un


equipo coordinador de la autoevaluación institucional, capaz de orientar el
proceso de modo tal que se adapte a las características y momentos
institucionales y pueda garantizar sus finalidades.

Algunos puntos básicos a resolver para hacer viable la instauración de la


Evaluación Institucional serían:

• Contar con un espacio institucional, un tiempo institucional: esto es,


posibilitar la presencia real y efectiva de los actores institucionales con el
objetivo común de establecer acuerdos respecto a cómo es la institución
y cuáles son sus dificultades principales. Aunque parezca banal, el
espacio y el tiempo adecuados son una condición sustantiva para la
posibilidad de generar proyectos de trabajo institucionales. Del mismo
modo, si pretendemos la participación de todos los actores debemos
asegurar espacios y tiempos disponibles para todos ya que omitir esto
equivale, en la práctica, a “dejar afuera” en el espacio o en el tiempo.

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• Poder objetivar las prácticas institucionales: esto quiere decir, ponerlas
como totalidad, como objeto de análisis, “corriéndonos” para ello del
lugar que cotidianamente ocupamos. Supone, entonces asumir un rol
diferente dentro de la institución, tomar distancia de la tarea cotidiana:
en este marco dejamos de ser cada docente con su espacio o su módulo
y sus alumnos, sus relaciones más o menos fluidas con otros docentes
para convertirnos provisoriamente en analistas, en sujetos capaces de
reflexionar sobre el espacio más amplio que contiene a la totalidad de
espacios curriculares, módulos y alumnos.

• Instituir la participación como derecho y como responsabilidad de cada


actor: seguramente todos estaremos de acuerdo respecto de la
importancia de la participación en diferentes ámbitos de la vida social, es
decir, existe consenso en la participación como idea. Ahora bien, la
participación se constituye en sujetos concretos, en canales reales, en
espacios de reunión y de trabajo, en tiempos de los que es necesario
disponer, en la palabra responsable y constructiva de los diferentes
actores y que desde la conducción de la institución se promueva,
gestione y facilite que todo esto suceda. Diríamos que la gestión
participativa requiere de la participación gestionada. Esto es así en tanto
esos espacios, esos tiempos, el planteo y logro de objetivos, la
posibilidad de hablar y ser escuchado, de discutir, son elementos
complejos que hacen a la participación y que son responsabilidad
primaria de la conducción institucional como órgano de gestión. Esto no
relega, más aún refuerza la idea del involucramiento y responsabilidad
particular de cada uno de los actores institucionales. De otro modo no es
más que una idea, un principio declarativo que pierde entidad, que nos
conduce a la fantasía de que las cosas cambian cuando todo sigue igual
o peor. Gestionar la participación quiere decir, entre otras cosas, armar
agendas de trabajo, consensuarlas, establecer tiempos y espacios
adecuados, establecer objetivos claros y productos para diferentes
plazos.

Aproximación a los ejes de análisis requeridos por la Evaluación


Institucional

El proceso de Evaluación Institucional, en nuestro caso autoevaluación, debe


partir de una primer identificación compartida y consensuada por los distintos
actores, de los diversos aspectos que deberían ser considerados en una
estrategia global de evaluación, a fin de constituirse en los ejes que tienen
que estar presentes y ser abordados en una propuesta de este tipo.

Estos ejes en la práctica y desarrollo institucionales, se interconectan y la


naturaleza de cada eje sólo puede ser comprendida si es considerada y
analizada en función de los restantes. Asimismo es importante destacar que,
por la complejidad que presentan, deberán tomarse decisiones sobre qué
aspectos de los mismos se privilegiarán y en qué momento se tratarán.

La identificación de los ejes que habrán de estar presentes en la Evaluación


Institucional, podrá estar facilitada si se considera la realidad institucional a
partir de tres grandes dimensiones o componentes. Esta diferenciación tiene

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