Algunas Claves para Entender La Década de Los 90 y La Crisis Argentina de 2001
Algunas Claves para Entender La Década de Los 90 y La Crisis Argentina de 2001
Algunas Claves para Entender La Década de Los 90 y La Crisis Argentina de 2001
2001
La crisis Argentina que derivó, en diciembre de 2001, en la toma del espacio público por parte de
sectores populares y la clase media, la renuncia del ministro de economía Domingo Cavallo y la caída del
gobierno de De la Rúa, pueden rastrearse desde el golpe militar de 1976. Sin embargo, es en la década de
los ‟90 donde se profundiza el modelo neoliberal con un consenso político que no es necesario mantener
por medio de los militares.
La crisis vivenciada a fines de 2001, era posible visualizarla en la situación general de declinación
económica, deterioro social y desintegración institucional. Las características económicas, sociales y
políticas que definen dicha crisis, se expresaron en una compleja red de fenómenos interrelacionados que
no sólo operaron simultáneamente sino que se alimentan (y ayudan a explicarse) mutuamente en lo que
parece un círculo vicioso.
En cuanto a los aspectos económicos puede decirse, en principio, que dado que la Argentina no escapó a
la “fase larga depresiva de la economía mundial” (Astarita, 1993), su crisis en este ámbito tampoco se
debió sólo a causas internas. Es decir que la declinación económica a la que asistimos en el 2001, está
inscripta dentro de la economía internacionalizada a la vez que padecimos las características específicas
con que Argentina se “adaptó” –bajo el proyecto de algunos de “reinserción en el nuevo mercado
mundial”- a las nuevas reglas de juego internacionales impuestas por el predominio del sector financiero.
Entre las particularidades internas, podemos ubicar a la desindustrialización operada en nuestro país -
más sistemáticamente desde el último golpe militar- que siendo uno de sus objetivos el de modificar el
patrón de acumulación de capital y tener como eje a la valorización financiera, ha tenido una serie de
efectos negativos sobre este ámbito, registrables a través de ciertos indicadores macroeconómicos con los
que se mide el crecimiento de un país (PBI, saldo de la balanza de pagos, relación empleo-desempleo, etc.).
Junto con la preeminencia y aumento de peso relativo de los sectores financieros y de servicios en
detrimento del sector industrial principalmente, se da una doble tendencia a la creciente concentración de
capital en pocas firmas por un lado y, consecuentemente, a la extranjerización de esos capitales. La puja
entre las fracciones del capital concentrado interno y acreedores externos que hizo eclosión con la crisis
hiperinflacionaria de 1989 dio como uno de sus resultados la “comunidad de negocios” y el reparto de los
beneficios sobre todo de las privatizaciones que tuvieron lugar en la década de los ‟90 con la capitalización
de la deuda (concentración y centralización de capital). Y será a partir de 1995 que tiene lugar un proceso
de venta de la participación en los consorcios de las empresas privatizadas por parte tanto de los grupos
económicos como de algunos conglomerados extranjeros principalmente a otros capitales extranjeros
(extranjerización de capital), tal como señala Basualdo (2000).
Dentro de la nueva lógica de acumulación de capital que quiere instalarse, Astarita (1993) también ubica
(premonitoriamente) como uno de los factores que acarrearán la crisis que se hizo visible en 2001, la
modalidad con que las inversiones (sobre todo extranjeras) se asientan en nuestro país tras el Plan de
Convertibilidad de 1991. Dichas inversiones generan un ciclo de crecimiento, a su entender espurio. Las
mismas se orientaron mayoritariamente al sector terciario. Por otro lado este mismo autor hace referencia a
que si bien ha aumentado la tasa de explotación (disminución del salario, crecimiento de la productividad1
vía racionalización, aumento de los ritmos de trabajo, tecnificación parcial) y en consecuencia la tasa de
ganancia de las empresas, el ahorro existente no se traduce en inversión productiva. Por el contrario los
agentes económicos buscan las ganancias rápidas del sector financiero a la vez que los bancos no dan
crédito dada la baja tasa de rentabilidad que supone la actividad productiva, gestando un círculo vicioso.
Por otro lado, la apertura financiera y comercial unida al tipo de cambio fijo que sostuvo la Argentina
durante diez años, dieron lugar a la modificación de la estructura de precios relativos, que influyó en la
producción y redistribución del excedente entre los agentes económicos. En este sentido, operó una
pauperización general que agrandó la brecha entre pobres y ricos y concentró el excedente en las capas más
altas de las fracciones económicamente dominantes. A esta situación hay que agregarle un agravante, al
que podemos denominar “extranjerización de la economía”, en el doble sentido de que, simultáneamente a
la concentración del capital en firmas extranjeras, se encuentra la conducta de los inversores nacionales, al
igual que los foráneos, de tender a fugar las ganancias hacia el mercado financiero internacional, con lo que
no sólo se perjudicó las futuras inversiones y “reactivación económica” sino también influyó
negativamente en la economía general del país vía el vaciamiento del banco central de divisas extranjeras
que éste debió reponer a través de contraer nuevas deudas que agravaron la situación fiscal del país tanto
como la balanza de pagos.
1
Astarita (1993) define la productividad como “el cociente entre el producto bruto industrial y el número de obreros ocupados”.
A mi juicio, a parte de los dos factores que propone entran en juego en el aumento de la productividad, hay que tener en cuenta
cómo influye el creciente desempleo, en el sentido que si uno de los términos de la razón es el “número de obreros ocupados”, si
éste disminuye y a la vez se mantiene constante o en aumento el otro término (el “producto bruto industrial”) en consecuencia
aumenta por defecto el resultado final de la operación, es decir la productividad.
Asimismo, esta reestructuración de las relaciones económicas tiene su correlato, influyen y son influidas
por el ámbito social. La cohesión social que otrora propiciaran las relaciones laborales bajo la forma
generalizada del asalariado y que el Estado garantizaba a través de una importante intervención en materia
económica y social, se encontró fuertemente debilitada.
Los profundos cambios en el mercado de trabajo (MT a partir de aquí) -desregulación laboral mediante-
que acrecentaron el desempleo, la precarización laboral (contratos con tiempo determinado, aumento del
trabajo en negro, horarios rotativos, etc.) y el aumento de los trabajadores por cuenta propia, entre otras
cosas, unido al retiro del estado de aquellas prestaciones sociales que hasta no hacía mucho garantizaba
(educación y salud de calidad, jubilaciones, etc.) y la creciente desigualdad y polarización social, han
generado un efecto de pérdida de identidad en tanto se ha perdido la filiación a los colectivos que actuaban
como marco de referencia en la construcción de esa identidad. Por otro lado, el crecimiento de la pobreza
estructural como así también la aparición de los “nuevos pobres” (pauperización de la clase media), hace
tambalear la identidad de los sujetos en cuanto a la no correspondencia de sus aspiraciones materiales y
culturales que continúan siendo las mismas mientras que su situación económica ha desmejorado
notablemente. Estos fenómenos no son incompatibles ni impiden el proceso de acumulación de capital
durante los ‟90.
Castel en su libro “La metamorfosis de la cuestión social” (1997), presenta el concepto de
transformación de la “sociedad salarial” y postula la necesidad de encontrar nuevas formas de participar en
colectivos que permitan asegurar una nueva identidad social que procure proteger a los individuos y que el
Estado tiene un papel fundamental en la imposición de un mínimo de cohesión social. Por su parte, Gorz
(1998) prefiere considerar que la sociedad conocida está liquidada con lo cual se torna necesario pensar
nuevas formas de sociedad. Sin embargo, más allá de los aportes teóricos de estos investigadores, lo cierto
es que en Argentina todavía no se ha encontrado ninguna instancia que suplante en su función de generador
de identidad social al trabajo asalariado. Al mismo tiempo se echó de menos la acción reguladora del
Estado (que por otra parte ambos autores coinciden en el papel fundamental del Estado en la próxima
“etapa”, la cual estaríamos transitando).
Si asumimos junto con estos autores que hacia fines de esta década la identidad de los sujetos está en
crisis dada la desaparición de las reglas laborales conocidas, nos encontraremos con que, a su vez, también
se ha modificado el rol de los sindicatos en cuanto al juego en las relaciones de poder dentro del Estado. Es
decir que éstos ya no tienen el lugar predominante en la toma de decisiones políticas estatales como el que
alcanzaran durante el modelo de acumulación anterior. La desarticulación del movimiento obrero durante
la dictadura y las posteriores políticas de estado conjuntamente con el proceso de desindustrialización,
aumento del desempleo y terciarización de la economía, y, además, las actitudes corporativas de la cúpula
sindical tendientes a preservar más la institución que a luchar por las reivindicaciones obreras, han dado
lugar a una desmovilización creciente de las bases. Esta desmovilización se dio en parte porque los
sindicatos dejaron de ser el referente a través de los cuales era posible canalizar algunas de las demandas
sociales. En este sentido, la crudeza del avance de las políticas neoliberales tiene una estrecha relación con
la débil resistencia ofrecida por los sindicatos (principalmente las cúpulas sindicales), al mismo tiempo que
ésta puede relacionarse con los cambios acaecidos en el terreno social y en el político, ya que a los
opositores al proyecto de gobierno se logró hacerlos a un lado.
En este sentido es importante destacar que el sistema político fue erosionado de manera sistemática. La
base del sistema político democrático en Argentina estuvo ligado siempre al vínculo de representación y el
sentido de una política que expresa la posibilidad de propuestas alternativas a las del partido (y no sólo
gobierno o elenco gubernamental). Puede afirmarse que en el 2001 esta base estaba disgregándose. La
paradoja está dada por el reconocimiento de que, sin embargo, se necesitó de las instituciones del sistema
político (en tanto que son las decisiones políticas tomadas en un sentido y no en otro) para llevar a cabo las
desregulaciones en el ámbito económico y social que permitieron, entre otras cosas, inaugurar un nuevo
modo de acumulación de capital y distribución del excedente.
Hasta el momento en el que el ministro Cavallo anunció el “corralito”, la sociedad en su conjunto2
participó bastante pasivamente de un proceso de “vaciamiento de la política” en el sentido de que se
fueron perdiendo los mecanismos de canalización de demandas sociales a través de los partidos políticos en
tanto espacios de producción de soluciones alternativas para los problemas sociales. La instauración del
pensamiento único ha transformado a los antiguos enemigos sociales en meros adversarios políticos a los
que sólo se enfrentaba en época electoral con el fin de “renovar el elenco de gobierno”. De alguna manera,
como dice Sidicaro (1990:80), “el otro está entre nosotros”, con lo que se logra desestructurar las
identidades políticas. Correlativamente a esta disolución de una identidad, opera el fenómeno de la
desorientación en cuanto a la pregunta por el qué hacer, haciendo caer las propuestas políticas, al carecer
de un Otro respecto del cual formularlas. Los puestos gubernamentales se corporativizaron y el sentido de
la política se fue transformando en la simple administración de lo público, con lo cual los políticos eran
técnicos (lo que significaba que estaban por arriba de lo social) y por lo tanto tratarían lo público de la
2
Hasta dicho momento, los movimientos sociales estuvieron principalmente vinculados a los desempleados, cuyo modo de
“hacerse escuchar”, de participar en una sociedad excluyente, fue el de inaugurar la ocupación de los espacios públicos a través
de la estrategia de los piquetes. Sin embargo, tales manifestaciones eran desestimadas por una clases media que todavía era
mayoritaria y “disfrutaba” de los “beneficios” del plan de convertibilidad. Sin embargo, la medida del ministro de economía
Domingo Cavallo de restringir la movilidad de los fondos depositados en los bancos (previamente se había “bancarizado” la
economía, es decir se había legislado para que, entre otras cosas, los salarios de todos los empleados –tanto del ámbito público
estatal como del privado- se pagaran a través de depósitos en los bancos. Ya no se pagarían “en efectivo” por ventanilla. Por lo
tanto, la medida del corralito no afectó solamente a los pequeños/medianos/grandes ahorristas, sino también a todos los
asalariados que cobraban su sueldo a través de una cuenta sueldo.
única manera posible o viable, suplantando la idea de proyecto político y no haciendo necesario que el
político deba proponer modos de accionar político ni atarse a promesas con el electorado. Esta debilitación
del vínculo elector-político elegido que comprometía a ambas partes de la relación, contribuyó a generar
una situación de desafección política en los ciudadanos ya que “cualquier técnico/administrador”, mientras
haga su trabajo bien, parecía dar lo mismo, en tanto que la ideología (al menos implícitamente
consensuada) de subordinación de la política a la economía (Pucciarelli, 2000) con que esas tareas se
llevarían a cabo es compartida por la mayoría de los candidatos: la respuesta es única.
Tanto el Programa o Plan de Convertibilidad de 1991 como las reformas estructurales del Estado que se
implementaron durante la década de los ‟90, significaron el mejor asentamiento de la nueva correlación de
fuerzas resultante de la puja entre las fracciones de capital concentrado interno (CCI) y acreedores externos
(AE). La asunción adelantada de Menem en 1989, se dio, precisamente, en el marco de la crisis
hiperinflacionaria a la que llevaron el país las contradicciones entre estos dos actores.
Las políticas públicas llevadas adelante que incluyen dichos aspectos en cuestión, se plantearon desde
una concepción neoliberal y antiestatista basada en la “naturalización del mercado” que tiñeron tanto el
diagnóstico de la situación como el proyecto elaborado como respuesta. Sidicaro (1995) plantea al respecto
que dicho diagnóstico privilegió el discurso de la urgencia económica, lo cual permitió hacer girar la
pluralidad de problemas sociales alrededor del problema económico y que éste sólo era posible solucionar
a través de medidas de orientación liberal, alimentándose a la vez la idea de que ante dicha crisis sólo cabía
una única respuesta: la liberal.
Por otra parte será el Plan de Convertibilidad de 1991 el que permitirá volver más orgánicos y
funcionales con las políticas implementadas para el corto plazo a los lineamientos estratégicos planteados
por Menem tras su asunción (Aspiazu y otros, 2000:4).
Centrando su atención en el déficit fiscal –problema que consideran principal en la crisis económica que
derivó en el proceso hiperinflacionario-, el nuevo consenso dominante3 sugiere que el Estado, al no poseer
los recursos de financiamiento suficientes para cumplir con su rol de interventor en el juego social a partir
3
El consenso dominante se encontraba liderado por las ideas y los compromisos presentes en el denominado Consenso de
Washington, al que adherirá el gobierno de Menem haciéndose eco de las presiones de las fracciones dominantes del CCI y los
AE.
de la reasignación de los mismos que planteaba el modelo („caduco‟) de Industrialización por Sustitución
de Importaciones, debe eliminar responsabilidades.
La reforma del Estado que propondrán como inminente para recuperar el crecimiento del país,
contemplará, así, cuatro ámbitos: el económico, el administrativo, el social y el político.
Dentro del primero podemos ubicar el proceso de privatizaciones, aunque hay que tener en cuenta la
interrelación de estos ámbitos aún cuando los podamos separar analíticamente. Dicho proceso se estructuró
a partir de la creencia en que la imposibilidad del Estado de redistribuir los recursos estaba relacionada con
el déficit fiscal, y que éste debía controlarse a partir de la disminución del gasto público que se asoció con
el alto grado de ineficiencia y “poca transparencia” de la gestión de las empresas de servicios públicos. A
su vez el redimensionamiento del Estado (o “achicamiento”)4 a partir de la privatización de empresas
públicas obtendrá, según Abeles (1999), efectos económicos, en tanto actuará como la forma de superar el
conflicto por la distribución del excedente entre las fracciones dominantes de sectores internos y externos,
y políticos, ya que le permitirá al nuevo gobierno contar con un apoyo político (por parte de la clase
dominante), que igualmente estará sujeto a la continuidad del camino de reformas emprendidas en
beneficio de esas fracciones dominantes.
El apoyo político será fundamental ya que las reformas del Estado podríamos decir que incluyen algunas
de las modificaciones que sufrió el mercado en general y el de trabajo en particular, que hicieron, entre
otras cosas, de la informalidad laboral una característica estructural (Giosa Zauza: 1999). Las
modificaciones sufridas por este ámbito que se inician con el Plan de Convertibilidad, serán apreciables en
su magnitud recién para mediados de la década de los „90. El MT no sólo se vio afectado por la
desindustrialización, sino que también influyó directamente en él la implementación de las leyes de
flexibilización laboral (política que el gobierno pregonó como parte de las medidas antiinflacionarias y
para combatir el desempleo bajo el lema de aumentar la competitividad), la privatización del servicio de
prestaciones jubilatorias y la gradual desregulación de obras sociales (muchas de ellas dependientes de los
sindicatos). Las estrategias utilizadas para poder “hacer pasar” estas nuevas regulaciones por la resistencia
sindical fueron, en primer lugar, la de alejar de los puestos de gobierno al ala sindical del partido
justicialista. Por otro lado la de presentar las reformas en forma de “paquete” –o “canje plural” apuntado
por Matsushita- (es decir que se presentaban varias propuestas al mismo tiempo y luego se negociaba).
4
El “achicamiento” o redimensionamiento del Estado no sólo implicó la venta (privatización) de empresas públicas. Entre otras
medidas, puede mencionarse el congelamiento de las plantas permanentes de trabajadores, es decir que no se abrieron nuevos
concursos para la ocupación de los cargos necesarios para el funcionamiento (aún cuando se lo considere mínimo) del Estado. Al
mismo tiempo se instó a los trabajadores con mayor antigüedad a una jubilación anticipada, comprometiéndolos a no emplearse
nuevamente en ninguna dependencia estatal de ningún tipo. Los puestos que así quedaban bacantes, no fueron concursados. En
su lugar se contrató personal a través de mecanismos desregulados (contratacióna término de monotributistas o trabajadores
Otra fue la “amenaza” del decretazo. Además se buscó, desde el gobierno, mantener la división en la
dirigencia sindical mediante un hábil manejo de un sistema de “premios” (participación de los negocios en
las empresas privatizadas, cargos políticos, etc.). A su vez, la reestructuración industrial a partir de la
apertura económica que significó la reducción de aranceles a la importación, contribuyó al desplazamiento
del gremio a nivel nacional de al menos parte de las negociaciones laborales, privilegiando la relación con
los gremios por rama, juntas internas de cada empresa o incluso “cara a cara” con el empleado. Estas
estrategias se vieron favorecidas ante la perspectiva de un movimiento sindical dividido, agrupado en
relación al modo de reacción frente al avance reformista degradatorio de la condición del asalariado
(Murillo:1997) –colaboracionista o de subordinación; supervivencia organizada; resistencia. El sector
asalariado actuará como la variable de ajuste interviniente en los costos de producción ante la evidencia de
que los precios no bajaron acercándose al precio real de una economía no inflacionaria.
A su vez, la descentralización operada en el ámbito administrativo sin su correlato de traspaso a las
provincias y/o municipios de los fondos para el mantenimiento de las áreas transferidas, perjudicó
directamente a la educación y a la salud. A esto hay que sumarle los recortes y ajustes sucesivos en el
presupuesto nacional (y provincial) destinado a dichas áreas y a otros tantos proyectos y programas
sociales en función de la disminución del déficit fiscal. Es así como la población fue quedando progre-
sivamente sin las pocas redes de contención social que significaban, en la lógica del populismo y del
reciente radicalismo, poder acceder a los derechos de trabajo, educación y salud sostenidos por nuestra
Constitución Nacional. Desarticulado el MT con un aumento paulatino y sin retroceso del desempleo
estructural y precarización laboral, unido a la pérdida de la calidad en los servicios de educación y salud
derivada principalmente de la escasez de recursos relacionada con el aumento, a la vez, del volumen de
población a la que se debe atender (en tanto la desocupación, el trabajo en negro, etc. supone la no tenencia
de obra social y la imposibilidad de “comprar” servicio educativo privado), van conformando la trama de
lo que en el apartado anterior se presentaba como deterioro social en el que puede incluirse la degradación
del lazo social y la descomposición de la identidad colectiva.
Volviendo al ámbito económico pero con efectos sobre el MT y por ende afectando al conjunto de las
relaciones sociales, la repatriación de capitales y el flujo de capitales externos invertidos en Argentina a
partir de las privatizaciones, influyeron en la acentuación del proceso de destrucción de la industria.
Conjuntamente hay que sumarle las políticas diseñadas en función de eliminar restricciones en el mercado
financiero (que lo hicieron más atractivo que al industrial manufacturero, en cuanto a rentabilidad obtenida
en menor plazo, junto con el sector servicios) y el Plan de Convertibilidad que significó la posibilidad de
autónomos) y se terciarizaron tareas, como por ejemplo las de maestranza (limpieza y mantenimiento) de los edificios públicos
(hospitales y dependencias gubernamentales entre otros).
modificar las tasas arancelarias para la importación. Esto, a su vez, modificó la estructura relativa de
precios internos, perjudicando, también, al sector industrial manufacturero.
Es decir que, tal como advierten varios autores, la generación de nuevos empleos en el marco de la
urgencia económica con los que el gobierno argumentaba (o utilizaba como una excusa) la necesidad de
implementar la profundización de las medidas de ajuste, flexibilización laboral, desregulación del mercado,
y privatizaciones, no se tradujeron en inversiones que revolucionaran la producción vaticinada por Menem
y permitieran un crecimiento de la economía argentina a largo plazo.
En primer lugar, si bien la economía argentina experimentó un incremento de la inversión, hay que tener
en cuenta, tal como sugiere Astarita (1993), que se estaba partiendo de niveles muy bajos de inversión, y,
por lo tanto, cualquier incremento de la misma se ve magnificado. En segundo lugar también se percibió un
crecimiento de su PBI a partir de la implementación del Plan de Convertibilidad y de la efectuación de las
primeras privatizaciones que se mantuvo hasta 1998. Sin embargo, al analizar los datos 5, puede advertirse
que el rubro que más incide en su evolución continúa siendo el de la industria manufacturera. Mientras
tanto puede observarse que los servicios y la intermediación financiera aumenta durante todo el período
junto a los productores de servicios (mercado en el que tienen preeminencia las empresas privatizadas
cuyas tarifas, además, se encuentran indexadas respecto de la inflación de Estados Unidos mientras que
aquí tenemos inflación 0 en virtud de la ley de convertibilidad), lo que indica que ambos rubros se han
desvinculado del comportamiento del PBI, incluso si se tiene en cuenta que ambos rubros no se vieron
afectados por el efecto Tequila de la crisis mexicana, tal como sí lo estuvo el sector industrial
manufacturero.
Por otro lado hay que tener en cuenta que la paridad cambiaria impuesta por el Plan de Convertibilidad,
implica que una moneda débil6 como la nuestra se encuentre atada a la de uno de los países más
industrializados del planeta. Esto es una cuestión que genera contradicciones difíciles de superar, no sólo
respecto del encarecimiento de los servicios básicos indexados según la inflación de Estados Unidos y sus
incidencias tanto en la “canasta familiar” como en los costos de producción, sino también en relación a la
inserción de Argentina en el mercado mundial que dicen esperar los sectores dominantes.
Las reformas políticas podemos ubicarlas, básicamente, al nivel de las nuevas relaciones planteadas
entre Estado Nacional y Provincias que incluyen los temas de coparticipación de la estructura tributaria y la
5
Cuadro A1.1: PBI a precios de mercado – Valor Agregado Bruto a precios de productor. Años 1993 a 2000. Fuente: Dirección
Nacional de Cuentas Nacionales.
6
La moneda se considerará “débil” en términos de que nuestra economía es recesiva en tanto que el sector que produce más
valor agregado es el más afectado no sólo por la política cambiaria sino por todo el sistema de políticas del modelo neoliberal.
descentralización administrativa. Es necesario recordar, por ejemplo, la idea acerca de la “viabilidad” de
ciertas provincias –más empobrecidas que otras.
“La salud del sistema financiero es uno de los objetivos centrales de la política económica”
“...fundamentalmente por no haber encarado el proceso de reformas como un todo
indivisible y simultáneo, la década pasada también presenta aspectos negativos que hay que
corregir...”
En estos pasajes extraídos del documento elaborado por FIEL en su reunión anual del año 2001, se
advierte cuál es, resumidamente, la orientación con que se realizó el diagnóstico de la crisis recesiva que
atravesó la Argentina hasta mediados del mandato del presidente Kirchner.
En este sentido, la recesión, entonces, no sería más que el efecto de no haber realizado las reformas de
manera profunda, ya que las mismas, en tanto políticas económicas orientadas a una aún mayor
flexibilización laboral y eliminación de determinados impuestos que gravan los ingresos brutos y regulan
el mercado, tendrían la facultad de volver más atractiva a la Argentina para inversiones privadas y lo que,
dentro de su lógica, influiría en la creación de nuevos puestos de trabajo. De esta manera no reconocen
que, a pesar del “crecimiento” (aunque haya constituido una “burbuja”), el desempleo ha aumentado, a la
vez que tampoco consideran que la flexibilización laboral sea un factor negativo en tanto trajo aparejado la
precariedad del empleo y la caída en la pobreza de vastos sectores de la población.
A su vez, el gasto público aparece como la fuente de todos los males de la economía, el cual, a pesar de
los recortes a los que fue sometido, continuaría siendo excesivo. Incluso consideran que la privatización de
la mayoría de las empresas estatales no significó un ahorro en el gasto sino que permitió financiar su
ascenso.
Si bien su propuesta general es la reducción de los ámbitos de intervención y funciones del Estado, sólo
consideran aquellas áreas en las que existe la posibilidad de algún tipo de rentabilidad que pueda
aprovechar un sujeto privado. Es decir que siguen reservando para el Estado, la gestión y finan-ciamiento
de aquellas áreas de “lo público” que no significan un beneficio económico: becas para estu-dios, políticas
focalizadas para los sectores “más vulnerables o menos favorecidos” por la aplicación de las políticas que
ellos mismos proponen, la cobertura para desocupados con baja empleabilidad me-diante los Programas
Públicos de Empleo, pensiones no contributivas, o la consecución de “informa-ción fidedigna sobre el
estado patrimonial de los bancos” ya que “los agentes económicos individuales deberían incurrir [en altos
costos] para conseguir esta información por sí mismos” (pág. 63), entre algunos ejemplos.
Centraban su atención en las condiciones económicas que se necesitaban modificar para asegurar la
“salud” del sistema financiero como así también en los resultados, en términos económicos, de la
aplicación de las medidas reformistas del Estado y de las relaciones económicas. Es decir que el sector que
más se beneficiaría sería el financiero (como por ejemplo una de las medidas económicas tomada hacia
finales de 2001 referente a la “bancarización” de la vida cotidiana: apertura de cajas de ahorro y cuentas
corrientes para poder hacer uso del dinero de tu sueldo o para poder cobrar entre otras medidas). Al
mismo tiempo no tienen en cuenta el correlato de cambios que se han producido o pueden producir las
políticas propuestas en el ámbito social o político. Aún así asumen que en el corto plazo no todos podrán
recibir plenamente “los beneficios de las reformas estructurales”. La pregunta sería: ¿habrá algún
momento en el que sí?
Una constante en el tipo de análisis de FIEL, es considerar que una de las principales fallas del Estado
es la falta de transparencia en la gestión de “lo público”. En este sentido asociarán la transpa-rencia en la
gestión con la necesidad de acrecentar los niveles técnicos que posibilitarán la eficiencia de la misma. Para
ello consideran esencial la “despolitización” de los organismos y Direcciones que reemplazarán a los
ministerios y/o secretarías para los que proponen concursos abiertos y la elimi-nación de la “carrera en la
administración pública”. Otra medida para conseguir el mismo resultado eficientista (en términos de
rentabilidad y evaluación de costo-beneficio o de calidad de un servicio –como en la educación, por
ejemplo-) serán la continuación del camino de las privatizaciones de lo poco que queda estatal como
PAMI, ANSES, Universidades y un régimen especial para la educación básica.
Una lectura superficial del documento de FIEL permite avizorar que para cada una de las críticas que se
le hace al actual Estado proponen una alternativa de solución en la cual, directa o indirec-tamente, se
beneficia el sector financiero. Hasta ahora, la experiencia indica que una mayor desregula-ción del sistema
financiero no redundó en beneficios concretos no sólo para la población en general (la que se encuentra no
sólo desprotegida en materia social sino que está inmersa en un proceso de empo-brecimiento, tal como se
explicó con anterioridad), sino para la producción industrial manufacturera, que es el rubro de la economía
que más influye sobre el comportamiento del PBI global. Significa una profundización del proceso
desindustrializador de la economía. No debemos ser tan ingenuos para pensar que los que elaboraron este
proyecto no saben las diferencias existentes entre los grandes rubros de la producción, su incidencia en el
PBI, la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, la diferencia en cantidad de valor agregado en la
producción de acuerdo al rubro del que se trate, etc. Dentro de la lógica capitalista de la maximización de
ganancias, la primera cuestión que aparece a la hora de invertir cierto capital es, precisamente, ¿cuál es la
actividad económica que más beneficios me rendirá, con menores costos operativos, menos riesgos de
perder lo invertido, a menor plazo y con menos problemas con el factor humano?. En la economía actual y
en la que se perfila a través de las pro-puestas de FIEL, esta pregunta es de fácil respuesta: la actividad
financiera. En segundo lugar aparece el rubro servicios, aunque el éxito de éste (en cuanto a su creciente
intervención proporcional en la ge-neración del PBI)7 se deba a situaciones particulares de los grandes
monopolios producto de las priva-tizaciones y de las características que tomó el modo en que se calculan
las tarifas a los usuarios. En este sentido, no habría por qué pensar que la recesión económica actual sería
revertida ante el panora-ma de hacer crecer el sector financiero. Por otro lado hay que tener en cuenta que
la tendencia de los indicadores como el PBI, muestra que este sector ha ido incrementando su proporción
de intervención al menos desde 1993 (aún cuando FIEL considere que la rentabilidad del sector es baja y
se ve afecta-da por la incobrabilidad de los préstamos bancarios y por los altos costos operativos) y a partir
de las propuestas de los técnicos de FIEL, esta tendencia no se revertiría sino que se profundizaría.
Por lo tanto, cuál sería la razón por la que, aún con costo laboral 0, un inversor optaría por una actividad
tan incierta como la industrial que es la que todavía genera mayor puestos de trabajo y de valor agregado,
sobre todo cuando el mercado interno ya no es lo principal, como sí lo era durante la ISI. Al mismo tiempo
se cuidan de no cuestionar el costo de los servicios básicos públicos, que también inciden en la producción
de bienes transables (aún cuando haya habido políticas específicas tendientes a beneficiar a los grandes
consumidores). Por otro lado, si el aumento de la cantidad de puestos de trabajo es falaz, y teniendo en
cuenta que la privatización de empresas estatales significan la desaparición de muchos de ellos a la vez que
la racionalización que se está efectuando en el ámbito industrial en particular (más el cambio de mano de
obra por nueva tecnología y el aumento de horas de trabajo muchas veces con el mismo sueldo) y en el
resto de los sectores en general significan, también, una disminución de los mismos, a la par de una
reducción nominal del salario tanto del reducido sector estatal como del privado, unido a las últimas
restricciones del monto de extracción de las cuentas bancarias, no quedan claras las bases sobre las que se
sostendría y crecería la economía. Sobre todo cuando tampoco es de gran importancia el monto de la
exportación industrial manufacturera.
Simultáneamente, habría que hacer muy bien las cuentas para ver si con un consumo contraído (que
incide en la recaudación del IVA, de los ingresos brutos y de las ganancias, más allá de si se evade o no)
en virtud de menor cantidad de circulante; unido a la merma de exportaciones industriales y la casi
inexistencia de recaudación por aranceles aduaneros a las importaciones, en virtud de la apertura comercial
que también atenta contra la industria local; junto con el irrestricto movimiento de grandes capitales en
7
Ídem anterior.
virtud de la apertura financiera, que trae aparejado la fuga de capitales que significa una merma en las
reservas –en dólares- del Banco Central, y teniendo en cuenta que las inundaciones en la zona pampeana
de este último año afectarán las exportaciones del agro y por lo tanto la entrada de divisas como así
también influirá sobre la estructura de precios relativos internos, el Estado puede afrontar las erogaciones
que significarían las actividades que estos hombres le han reservado.
La viabilidad política creo que puede analizarse según dos aspectos. El primero corresponde a los
políticos, es decir a las personas concretas que tienen las posibilidad de decidir dentro de nuestro sis-tema
de gobierno. En este sentido, los antecedentes indicarían que no habría mucha resistencia para frenar del
todo (¡o al menos en parte!) el cúmulo de reformas propuestas. A lo sumo será parte de una negociación en
donde actuará la corrupción y la extorsión ante la amenaza de una posible debacle económica y social
“mucho peor que la actual”. El otro aspecto está relacionado con los sectores dam-nificados. Para ello hay
que tener en cuenta la desarticulación de los canales tradicionales por los que era posible la agregación de
demandas y la propuesta de alternativas políticas al curso de acción domi-nante. Sin embargo no estoy en
condiciones de hacer proyecciones respecto de cuánto tiempo más se va a soportar una situación de
exacción creciente de los derechos sociales que inevitablemente limitan los individuales sin una reacción
que lleve a su expresión máxima el conflicto social. Aún cuando éste se expresa mediante nuevas
modalidades (piqueteros, club del trueque, etc.), considero que todavía no ha llegado a su expresión
máxima ni ha llevado la situación al límite.
BIBLIOGRAFÍA: