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ENCICLICA "CENTESIMUS ANNUS"
INTRODUCCION
1. El centenario de la promulgación de la Encíclica de mi antecesor León XIII, de
venerada memoria, que comienza con las palabras "Rerum Novarum", marca una fecha de
relevante importancia en la historia reciente de la Iglesia y también en mi Pontificado. A
ella, en efecto, le ha cabido el privilegio de ser conmemorada, con solemnes documentos,
por los Sumos Pontífices, a partir de su cuadragésimo aniversario hasta el nonagésimo: se
puede decir que su iter histórico ha sido recordado con otros escritos que, al mismo tiempo
la actualizaban.
Al hacer yo otro tanto para su primer centenario, a petición de numerosos obispos,
instituciones eclesiales, centros de estudios, empresarios y trabajadores, bien sea a título
personal, bien en cuanto miembros de asociaciones, deseo ante todo satisfacer la deuda de
gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran Papa y con su "inmortal documento".
Es también mi deseo mostrar cómo "la rica savia" que sube desde aquella raíz no se ha
agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, "se ha hecho más fecunda".
Dan testimonio de ello las iniciativas de diversa índole que han precedido, las que
acompañan y las que seguirán a esta celebración; iniciativas promovidas por las
conferencias episcopales, por organismos internacionales, Universidades e institutos
académicos, asociaciones profesionales, así como por otras instituciones y personas en
tantas partes del mundo.
2. La presente Encíclica se sitúa en el marco de estas celebraciones para dar gracias
a Dios, del cual "desciende todo don excelente y toda donación perfecta", porque se ha
valido de un documento, emanado hace ahora cien años por la Sede de Pedro, el cual
habría de dar tantos beneficios a la Iglesia y al mundo y difundir tanta luz. La
conmemoración que aquí se refiere a la Encíclica leoniana y también a las Encíclicas y
demás escritos de mis predecesores, que han contribuido a hacerla actual y operante en el
tiempo, constituyendo así la que iba a ser llamada "doctrina social", "enseñanza social" o
también "Magisterio social" de la Iglesia.
A la validez de tal enseñanza se refieren ya dos Encíclicas que he publicado en los
años de mi pontificado: la "Laborem exercens" sobre el trabajo humano, y la "Sollicitudo
rei socialis", sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.
3. Quiero proponer ahora una "relectura" de la Encíclica leoniana invitando a
"echar una mirada retrospectiva" a su propio texto, para descubrir nuevamente la riqueza
de los principios fundamentales formulados en ella, en orden a la solución de la cuestión
obrera. Invito además a "mirar alrededor" a las "cosas nuevas" que caracterizaron el último
decenio del siglo pasado. Invito, en fin, a "mirar el futuro", cuando ya se vislumbra el
tercer milenio de la era cristiana, cargado de incógnitas, pero también de promesas.
Incógnitas y promesas que interpelan nuestra imaginación y creatividad, a la vez que
estimulan nuestra responsabilidad, como discípulos del único Maestro, Cristo, con miras a
indicar el camino a proclamar la verdad y a comunicar la vida que es él mismo.
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De este modo no sólo se confirmará el "valor permanente de tales enseñanzas",
sino que se manifestará también "el verdadero sentido" de la "tradición de la Iglesia", la
cual siempre viva y siempre vital edifica sobre el fundamento puesto por nuestros padres
en la fe y, singularmente sobre el que ha sido "transmitido por los apóstoles a la Iglesia",
en nombre de Jesucristo, el fundamento que nadie puede sustituir.
Consciente de su misión como sucesor de Pedro, León XIII se propuso hablar, y
esta misma conciencia es la que anima hoy a su sucesor. Al igual que él y otros Pontífices
anteriores y posteriores a él, me voy a inspirar en la imagen evangélica del "escriba que se
ha hecho discípulo del Reino de los Cielos", del cual dice el Señor que "es como el amo de
casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas". Este tesoro es la gran corriente de
la tradición de la Iglesia, que contiene las "cosas viejas", recibidas y transmitidas desde
siempre, y que permite descubrir las "cosas nuevas", en medio de las cuales transcurre la
vida de la Iglesia y del mundo.
De tales cosas que, incorporándose a la Tradición, se hacen antiguas, ofreciendo
así ocasiones y material para enriquecimiento de la misma y de la vida de fe, forma parte
también la actividad fecunda de millones y millones de hombres, quienes a impulsos del
magisterio social se han esforzado por inspirarse en él con miras al compromiso con el
mundo. Actuando individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y
organizaciones, ellos han constituido como un "gran movimiento para la defensa de la
persona humana" y para la tutela de su dignidad, lo cual, en las alternantes vicisitudes de la
historia, ha contribuido a constituir una sociedad más justa o, al menos, a poner barretas y
límites a la injusticia.
La presente Encíclica trata de poner en evidencia la fecundidad de los principios
expresados por León XIII, los cuales pertenecen al patrimonio doctrinal de la Iglesia y, por
ello, implican la autoridad del magisterio. Pero la solicitud pastoral me ha movido además
a proponer "el análisis de algunos acontecimientos de la historia reciente". Es superfluo
subrayar que la consideración atenta del curso de los acontecimientos para discernir las
nuevas exigencias de la evangelización, forma parte del deber de los pastores. Tal examen,
sin embargo, no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito
específico del magisterio.
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CAPITULO I
RASGOS CARACTERISTICOS DE LA "RERUM NOVARUM"
4. A finales del siglo pasado, la Iglesia se encontró ante un proceso histórico,
presente ya desde hace tiempo, pero que alcanzaba entonces su punto álgido. Factor
determinante de tal proceso lo constituyó un conjunto de cambios radicales ocurridos en el
campo político, económico y social, e incluso en el ámbito científico y técnico, aparte el
múltiple influjo de las ideologías dominantes. Resultado de estos cambios había sido, en el
campo político, una "nueva concepción de la sociedad, del estado" y, como consecuencia,
"de la autoridad". Una sociedad tradicional se iba extinguiendo, mientras comenzaba a
formarse otra cargada con la esperanza de nuevas libertades, pero al mismo tiempo con los
peligros de nuevas formas de injusticia y de esclavitud.
En el campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus
aplicaciones, se había llegado progresivamente a nuevas estructuras en la producción de
bienes de consumo. Había aparecido una "nueva forma de propiedad", el capital, y una
"nueva forma de trabajo", el trabajo asalariado, caracterizado por gravosos ritmos de
producción, sin la debida consideración para con el sexo, la edad o la situación familiar, y
determinado únicamente por la eficiencia con vistas al incremento de los beneficios.
El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y
venderse libremente en el mercado y cuyo era regulado por la ley de la oferta y de la
demanda, sin tener en cuenta el mínimo vital necesario para el sustento de la persona y de
su familia. Además, el trabajador ni siquiera tenía la seguridad de llegar a vender la
"propia mercancía", al estar continuamente amenazado por el desempleo, el cual, a falta de
previsión social, significaba el espectro de la muerte por hambre.
Consecuencia de esta transformación era "la división de la sociedad en dos clases
separadas por un abismo profundo". Tal situación se entrelazaba con el acentuado
cambio político. Y así la teoría política entonces dominante trataba de promover la total
libertad económica con leyes adecuadas o, al contrario, con una deliberada ausencia de
cualquier clase de intención. Al mismo tiempo comenzaba a surgir de forma organizada,
no pocas veces violenta, otra concepción de la propiedad y de la vida económica que
implicaba una nueva organización política y social.
En el momento culminante de esta contraposición, cuando ya se veía claramente la
gravísima injusticia de la realidad social, que se daba en muchas partes, y el peligro de
una revolución favorecida por las concepciones llamadas entonces "socialistas", León
XIII intervino con un documento que afrontaba de manera orgánica la "cuestión obrera". A
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esta Encíclica habían precedido otras dedicadas preferentemente a enseñanzas de carácter
político; más adelante irían apareciendo otras. En este contexto hay que recordar en
particular la Encíclica "Libertas Praestantissimum", en la que se ponía de relieve la
relación intrínseca de la libertad humana con la verdad, de manera que una libertad
que rechazara vincularse con la verdad, caería en el arbitrio y acabaría por
someterse a las pasiones más viles y destruirse a sí misma. En efecto, ¿de dónde
derivan todos los males frente a los cuales quiere reaccionar la "Rerum Novarum", sino de
una libertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del
hombre?
El Pontífice se inspiraba, además, en las enseñanzas de sus predecesores, en
muchos documentos episcopales, en estudios científicos promovidos por seglares, en la
acción de movimientos y asociaciones católicas, así como en las realizaciones concretas en
el campo social, que caracterizaron la vida de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX.
5. Las "cosas nuevas", que el Papa tenía ante sí, no eran ni mucho menos positivas
todas ellas. Al contrario, el primer párrafo de la Encíclica describe las "cosas nuevas", que
le han dado el nombre con duras palabras: "Despertada el 'ansia de novedades' que desde
hace ya tiempo agita a los tiempos, era de esperar que 'las ganas de cambiarlo todo' llegara
un día a pasarse del campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía. En
efecto, los adelantos de la industria y de las profesiones, que caminan por nuevos
derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la
acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría;
la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos,
juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamientos del
'conflicto'."
El Papa, y con él la Iglesia, lo mismo que la sociedad civil, se encontraban ante
una sociedad dividida por un conflicto, tanto más duro e inhumano en cuanto que no
conocía reglas y normas. Se trataba "del conflicto entre el capital y el trabajo", o - como lo
llamaba la Encíclica - la cuestión obrera, sobre la cual precisamente, y en términos críticos
en que entonces se planteaba, no dudó en hablar el Papa.
Nos hallamos aquí ante la primera reflexión, que la Encíclica nos sugiere hoy.
Ante un conflicto que contraponía, como si fueran "lobos", un hombre a otro
hombre, incluso en el plano de la subsistencia física de unos y la opulencia de los otros, el
Papa sintió el deber de intervenir en virtud de su "ministerio apostólico", esto es, de la
misión recibida de Jesucristo mismo de "apacentar a los corderos y las ovejas" y de "atar y
desatar" en la tierra por el Reino de los Cielos. Su intención era ciertamente la de
restablecer la paz, razón por la cual el lector contemporáneo no puede menos de advertir
la severa condena de la lucha de clases, que el Papa pronunciaba sin ambages. Pero
era consciente de que "la paz se edifica sobre el fundamento de la justicia": contenido
esencial de la encíclica fue precisamente proclamar las condiciones fundamentales de la
justicia en la coyuntura económica y social de entonces.
De esta manera León XIII, siguiendo las huellas de sus predecesores, establecía un
paradigma permanente para la Iglesia. Esta, en efecto, hace oír su voz ante determinadas
situaciones humanas, individuales y comunitarias, nacionales e internacionales, para las
cuales formula una verdadera doctrina, un "corpus" que le permite analizar las realidades
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sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de los
problemas derivados de las mismas.
En tiempos de León XIII semejante concepción del derecho-deber de la Iglesia
estaba muy lejos de ser admitido comúnmente. En efecto, prevalecía una doble tendencia:
una, orientada hacia este mundo y esta vida, a la que debía permanecer extraña la fe; la
otra, dirigida hacia una salvación puramente ultraterrena, pero que no iluminaba ni
orientaba su presencia en la tierra. La actitud del Papa al publicar la "Rerum Novarum"
confiere a la Iglesia una especie de "carta de ciudadanía" respecto a las realidades
cambiantes de la vida pública, y esto se corroboraría aún más posteriormente. En efecto,
para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y
forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias
directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por
la justicia en le testimonio a Cristo Salvador. Así mismo, viene a ser una fuente de
unidad y de paz frente a los conflictos que surgen inevitablemente en el sector
socioeconómico. De esta manera se pueden vivir las nuevas situaciones sin degradar la
dignidad trascendente de la persona humana ni en sí mismos ni en los adversarios, y
orientarlas hacia una recta solución.
La validez de esta orientación a cien años de distancia, me ofrece la oportunidad de
contribuir al desarrollo de la "doctrina social cristiana". La "nueva evangelización", de la
que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una
ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales "el anuncio de la doctrina social de la
Iglesia", que, como en tiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicar el recto
camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea,
mientras crece el descrédito de las ideologías. Como entonces, hay que repetir "que no
existe verdadera solución para la 'cuestión social' fuera del Evangelio" y que, por otra
parte, las "cosas nuevas" pueden hallar en él su propio espacio de verdad y el debido
planteamiento moral.
6. Con el propósito de esclarecer el "conflicto" que se había creado entre capital y
trabajo, León XIII defendía los derechos fundamentales de los trabajadores. De ahí que la
clave de la lectura del texto leoniano sea la "dignidad del trabajador" en cuanto tal y,
por esto mismo, "la dignidad del trabajo", definido como "la actividad ordenada a
proveer a las necesidades de la vida, y en concreto a su conservación". El Pontífice
califica el trabajo como "personal" ya que "la fuerza activa es inherente a la persona y
totalmente propia de quien la desarrolla en cuyo beneficio ha sido dada". El trabajo
pertenece, por tanto, a la vocación de toda persona; es más, el hombre se expresa y se
realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo tiene una dimensión
social, por su íntima relación bien sea con la familia, bien sea con el bien común, "porque
se puede afirmar con verdad que el trabajo de los obreros es el que produce la riqueza de
los estados".
Todo esto ha quedado recogido y desarrollado en mi Encíclica "Laborem
Exercens".
Otro principio importante es sin duda el del "derecho a la propiedad privada".
El espacio que la Encíclica que dedica revela ya la importancia que se le atribuye. El Papa
es consciente de que la propiedad privada no es un valor absoluto, por lo cual no deja
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de proclamar los principios que necesariamente lo complementan, como el "destino
universal de los bienes de la tierra".
Por otra parte, no cabe duda de que el tipo de propiedad privada que León XIII
considera principalmente, es el de la propiedad de la tierra. Sin embargo, esto no quita que
todavía hoy conserven su valor las razones aducidas para tutelar la propiedad privada, esto
es, para afirmar el derecho a poseer lo necesario para el desarrollo personal y el de la
propia familia, sea cual sea la forma concreta que este derecho pueda asumir. Esto
hay que seguir sosteniéndolo hoy día, tanto frente a los cambios de los que somos
testigos, acaecidos en los sistemas donde imperaba la propiedad colectiva de los
medios de producción, como frente a los recientes fenómenos de la pobreza o, más
exactamente, a los obstáculos a la propiedad privada, que se dan en tantas partes del
mundo, incluidas aquellas donde predominan los sistemas que consideran como punto de
apoyo de la afirmación del derecho a la propiedad privada. Como consecuencia de estos
cambios y de la persistente pobreza, se hace necesario un análisis más profundo del
problema, como se verá más adelante.
7. En estrecha relación con el derecho de propiedad, la Encíclica de León XIII
afirma también, "otros derechos" como propios e inalienables de la persona humana. Entre
éstos destaca, dado el espacio que el Papa le dedica y la importancia que le atribuye, el
"derecho natural del hombre a formar asociaciones privadas, lo cual significa, ante
todo, "el derecho a crear asociaciones profesionales" de empresarios y obreros solamente.
Esta es la razón por la cual la Iglesia defiende y aprueba la creación de los llamados
sindicatos, no ciertamente por prejuicios ideológicos, ni tampoco por ceder a una
mentalidad de clase, sino porque se trata precisamente de un "derecho natural" del ser
humano y, por consiguiente, anterior a la integración a la sociedad política. En
efecto, "el Estado no puede prohibir su formación", porque "el Estado debe tutelar
los derechos naturales, no destruirlos. Prohibiendo tales acciones, se contradiría a sí
mismo.
Junto con este derecho que el Papa - es obligado subrayarlo - reconoce
explícitamente a los obreros o, según su vocabulario, a los "proletarios", se afirma con
igual claridad el derecho a la "limitación de las horas de trabajo", al legítimo descanso y un
trato diverso a los niños y a las mujeres en lo relativo al tipo de trabajo y a la duración del
mismo.
Si se tiene presente lo que dice la historia a propósito de los procedimientos
consentidos, o al menos no excluidos legalmente, en orden a la contratación sin garantía
alguna en lo referente a las horas de trabajo", ni a las condiciones higiénicas del ambiente,
más aún, sin reparo para con la edad y el sexo de los candidatos al empleo, se comprende
muy bien la severa afirmación del Papa: "No es justo ni humano exigir al hombre tanto
trabajo que termine por embotarse su mente y debilitarse su cuerpo". Y con mayor
precisión, refiriéndose al contrato, entendido en sentido de hacer entrar en vigor tales
"relaciones de trabajo", afirma: "En toda convención estipulada entre patronos y obreros
va incluida siempre la condición expresa o tácita" de que se provea convenientemente al
descanso, en proporción con la "cantidad de energías consumidas en el trabajo". Y después
concluye: "Un pacto contrario sería inmoral".
8. A continuación el Papa enuncia "otro derecho" del obrero como persona. Se
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trata del derecho al "salario justo", que no puede dejarse "al libre acuerdo entre las
partes, ya que, según eso, pagado el salario convenido, parece como si el patrono hubiera
cumplido ya con su deber y no debiera nada más. El Estado, se decía entonces, no tiene
poder para intervenir en la determinación de estos contratos, sino para asegurar el
cumplimiento de cuanto se ha pactado explícitamente. Semejante concepción de las
relaciones entre patronos y obreros, puramente pragmática e inspirada en un rigurosa
individualismo, es criticada severamente en la Encíclica como contraria a la doble
naturaleza del trabajo, en cuanto factor personal y necesario. Si el trabajo, "en cuanto es
personal", pertenece a la disponibilidad que cada uno posee de las propias facultades y
energía, "en cuanto es necesario" está regulado por la grave obligación que tiene cada uno
de "conservar su vida"; de ahí "la necesaria consecuencia - concluye al Papa - del derecho
a buscarse cuanto sirve al sustento de la vida, cosa que para la gente pobre se reduce al
salario ganado con su propio trabajo".
El salario debe ser, pues, suficiente para el sustento del obrero y de su familia.
Si el trabajador, "obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor,
acepta, aun no queriéndola, una condición más dura, porque se la imponen el patrono o el
empresario, esto es ciertamente soportar una violencia, contra la cual clama la justicia".
Ojalá que estas palabras, escritas cuando avanzaba el llamado "capitalismo
salvaje", no deban repetirse hoy día con la misma severidad. Por desgracia, hoy todavía se
dan casos de contratos entre patronos y obreros en los que se ignora la más elemental
justicia en materia de trabajo de los menores o de las mujeres, de horarios de trabajo,
estado higiénico de los locales y legítima retribución. Y esto a pesar de la "Declaraciones y
convenciones internacionales" al respecto y, no obstante, las "leyes internas" de los
Estados. El Papa atribuía a la "autoridad pública" el "deber estricto" de prestar la debida
atención al bienestar de los trabajadores, porque los contrario seria ofender a la justicia; es
más, no dudaba en hablar de "justicia distributiva".
9. Refiriéndose siempre a la condición obrera, a estos derechos León XIII añade
"otro", que considero necesario recordar por su importancia: el derecho a cumplir
libremente los propios deberes religiosos. El Papa lo proclama en el contexto de los
demás derechos y deberes de os obreros, no obstante el clima general que, incluso en su
tiempo, consideraba ciertas cuestiones como pertinentes exclusivamente a la esfera
privada. El ratifica la necesidad del descanso festivo para que el hombre eleva su
pensamiento, nadie puede privar al hombre: "A nadie es lícito violar impunemente la
dignidad del hombre, de quien Dios mismo dispone con gran respeto". En consecuencia, el
Estado debe asegurar al obrero el ejercicio de esta libertad.
No se equivocaría quien viese en esta nítida afirmación el germen del principio del
derecho a la libertad religiosa, que posteriormente ha sido objeto de muchas y solemnes
"Declaraciones y convenciones internacionales", así como de la conocida "Declaración
conciliar" y de mis constantes enseñanzas. A este respecto hemos de preguntarnos si los
ordenamientos legales vigentes y la praxis de las sociedades industrializadas aseguran hoy
efectivamente el cumplimiento de este derecho elemental al descanso festivo.
10. Otra nota importante, rica de enseñanzas para nuestros días, es la concepción
de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. La "Rerum Novarum" critica los dos
sistemas sociales y económicos: el socialismo y el liberalismo. Al primero está dedicada la
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parte inicial, en la cual se reafirma el derecho a la propiedad privada; al segundo no se le
dedica una sección especial, sino que - y esto merece mucha atención - se le reservan
críticas a la hora de afrontar el tema de los deberes del Estado, el cual no puede limitarse a
"favorecer a una parte de los ciudadanos", esto es, a la rica y prospera, y "descuidar a la
otra", que representa indudablemente la gran mayoría del cuerpo social; de lo contrario se
viola la justicia, que manda dar a cada uno lo suyo. Sin embargo, "en la tutela de estos
derechos de los individuos de debe tener especial consideración para con los débiles y
pobres. La clase rica, poderosa ya de por si, tiene menos necesidad de ser protegida por los
poderes públicos; en cambio, la clase proletaria, al carecer de un propio apoyo, tiene
necesidad específica de buscarlo en la protección del Estado. Por tanto, es a los obreros, en
su mayoría débiles y necesitados, a quienes el Estado debe dirigir sus preferencias y sus
cuidados".
Todos estos pasos conservan hoy su validez, sobre todo frente a las nuevas formas
de pobreza existentes en el mundo; y además porque tales afirmaciones no dependen de
una determinada concepción del Estado, ni de una particular teoría política. El Papa insiste
sobre un principio elemental de sana organización política, a saber, que los individuos,
cuanto más indefensos están en una sociedad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de
los demás, en particular la intervención de la autoridad pública.
De esta manera el principio que hoy llamamos solidaridad y cuya validez, ya sea
en el orden interno de cada nación, ya sea en el orden internacional, se demuestra como
uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y
política. León XIII lo enuncia varias veces con el nombre de "amistad", que encontramos
ya en la filosofía griega; Por Pío XI es designado con la expresión no menos significativa
de "caridad social", mientras que Pablo VI, ampliando el concepto, de conformidad con
las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social, hablaba de "civilización del
amor".
11. La relectura de aquella Encíclica, a la luz de las realidades contemporáneas,
nos permite apreciar "la constante preocupación y dedicación de la Iglesia" por aquellas
personas que son objeto de predilección por parte de Jesús, Nuestro Señor. El contenido
del texto es un testimonio excelente de la continuidad, dentro de la Iglesia, de lo que ahora
se llama "opción preferencial por los pobres"; opción que en la "Sollicitudo rei
Socialis" es definida como una "forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad
cristiana". La Encíclica sobre la "cuestión obrera" es, pues, una Encíclica sobre los pobres
y sobre la terrible condición a la que el nuevo y con frecuencia violento proceso de
industrialización había reducido a grandes multitudes. También hoy, en gran parte del
mundo, semejantes procesos de transformación económica, social y política originan los
mismos males.
Si León XIII apela al Estado para poner un remedio justo a la condición de los
pobres, lo hace también porque reconoce oportunamente que el Estado tiene la
incumbencia de velar por el bien común y cuidar que todas la esferas de la vida social, sin
excluir la económica, contribuyan a promoverlo, naturalmente dentro del respeto debido a
la justa autonomía de cada una de ellas. Esto, sin embargo, no autoriza a pensar que, según
el Papa, toda solución de la cuestión social deba provenir del Estado. Al contrario, él
insiste varias veces sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la
sociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de
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aquél y de estás, y no para sofocarlos.
A nadie se le escapa la actualidad de estas reflexiones. Sobre el tema tan
importante de las limitaciones inherentes a la naturaleza del Estado, convendrá volver más
adelante. Mientras tanto, los puntos subrayados - ciertamente no los únicos de la Encíclica
- están en la línea de continuidad con el Magisterio social de la Iglesia y a la luz de una
sana concepción de la propiedad privada, del trabajo, del proceso económico de la realidad
del Estado y, sobre todo, del hombre mismo. Otros temas serán mencionados más
adelante, al examinar algunos aspectos de la realidad contemporánea. Pero hay que tener
presente desde ahora que lo que constituye la trama, y en cierto modo la guía de la
Encíclica y, en verdad, de toda la doctrina social de la Iglesia, es la "correcta concepción
de la persona humana" y de su valor único, porque "el hombre... en la tierra es la sola
criatura que Dios ha querido por sí misma". En él ha impreso su imagen y semejanza,
confiriéndole una dignidad incomparable, sobre la que insiste repetidamente la Encíclica.
En efecto, aparte de los derechos que el hombre adquiere con su propio trabajo, hay
otros derechos que no proceden de ninguna obra realizada por él, sino de su
dignidad esencial de persona.
CAPITULO II
HACIA LAS "COSAS NUEVAS" DE HOY
12. La conmemoración de la "Rerum Novarum" no sería apropiada sin echar una
mirada a la situación actual. Por su contenido, el documento se presta a tal consideración,
ya que su marco histórico y las previsiones en él apuntadas se revelan sorprendentemente
justas a la luz de cuanto sucedió después.
Esto mismo queda confirmado, en particular, por los acontecimientos de los
últimos meses del año 1989 y primeros de 1990. Tales acontecimientos y las posteriores
transformaciones radicales no se explican si no es a base de las situaciones anteriores, que
en cierta medida habían cristalizado o institucionalizado las previsiones de León XIII y las
señales, cada vez más inquietantes, vislumbradas por sus sucesores. En efecto, el Papa
previó las consecuencias negativas - bajo todos los aspectos, político, social y
económico - de un ordenamiento de la sociedad, tal como lo proponía el
"socialismo", que entonces se hallaba todavía en el estadio de filosofía social y de
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movimiento más o menos estructurado. Algunos se podrían sorprender de que el Papa
criticara las soluciones que se daban a la "cuestión obrera" comenzando por el socialismo,
cuando éste aún no se presentaba - como sucedió más tarde - bajo la forma de un Estado
fuerte y poderoso, con todos los recursos a su disposición. Sin embargo, él supo valorar
justamente el peligro que representaba para las masas ofrecerles el atractivo de una
solución tan simple como radical de la cuestión obrera de entonces. Esto resulta más
verdadero aún si lo comparamos con la terrible condición de injusticia en que versaban las
masas proletarias de las naciones recién industrializadas.
Es necesario subrayar aquí dos cosas: por una parte, la gran lucidez en percibir, en
toda su crudeza, la verdadera condición de los proletarios, hombres, mujeres y niños; por
otra, la no menor claridad en intuir los males de una solución que, bajo la apariencia de
una inversión de posiciones entre pobres y ricos, en realidad perjudicaba a quienes se
proponía ayudar. De este modo el remedio venía a ser peor que el mal. Al poner de
manifiesto que la naturaleza del socialismo de su tiempo estaba en la supresión de la
propiedad privada, León XIII llegaba de veras al núcleo de la cuestión.
Merecen ser leídas con atención sus palabras: "Para solucionar este mal (la injusta
distribución de las riquezas junto con la miseria de los proletarios), los socialistas instigan
a los pobres al odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada
estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes...; pero esta teoría es tan
inadecuada para resolver la cuestión que incluso llega a perjudicar a las propias clases
obreras; y es además sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos
poseedores, altera la misión del Estado y perturba fundamentalmente todo el orden social".
No se podían indicar mejor los males acarreados por la instauración de este tipo de
socialismo como sistema de Estado, que sería llamado más adelante "socialismo
real".
13. Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha
dicho en las encíclicas "Laborem Exercens" y "Sollicitudo rei Socialis", hay que añadir
aquí que el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico.
Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula
del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento
del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien pueda ser
alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y
exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones
sociales, desapareciendo del concepto de persona como sujeto autónomo de decisión
moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea
concepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del
ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando
carece de algo que pueda llamar "suyo" y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su
propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le
crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino
para la constitución de una auténtica comunidad humana.
Por el contrario, de la concepción cristiana de la persona se sigue
necesariamente una justa visión de la sociedad. Según "Rerum Novarum" y la doctrina
social de la Iglesia, la socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se
realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por
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los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provienen de la
misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien
común. Es a esto a lo que he llamado "subjetividad de la sociedad", la cual, junto con la
subjetividad del individuo, ha sido anulada por el socialismo real.
Si luego nos preguntamos dónde nace esa errónea concepción de la naturaleza
de la persona y de la "subjetividad" de la sociedad, hay que responder que su causa
principal es el ateísmo. Precisamente en la respuesta a la llamada de Dios, implícita en
el ser de las cosas, es donde el hombre se hace consciente de su trascendente
dignidad. Todo hombre ha de dar esta respuesta, en la que consiste el culmen de su
Humanidad y que ningún mecanismo social o sujeto colectivo puede sustituir. La
negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la
induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de
la persona.
El ateísmo del que aquí se habla tiene estrecha relación con el racionalismo
iluminista, que concibe la realidad humana y social del hombre de manera mecanicista. Se
niega de este modo la intuición última acerca de la verdadera grandeza del hombre, su
trascendencia respecto al mundo material, la contradicción que él siente en su corazón
entre el deseo de una plenitud de bien y la propia incapacidad para conseguirlo y, sobre
todo, la necesidad de salvación que de ahí se deriva.
14. De la misma raíz atea brota también la elección de los medios de acción
propia del socialismo, condenado en la "Rerum Novarum". Se trata de la lucha de clases.
El Papa, ciertamente, no pretende condenar todas y cada una de las formas de
conflictividad social. La Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la Historia, surgen
inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos sociales y que frente a
ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión. Por lo
demás, la encíclica "Laborem Exercens" ha reconocido claramente el papel positivo del
conflicto cuando se configura como "lucha por la justicia social". Ya en la "Quadragesimo
Anno" se decía: "En efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de los actos de
violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en una discusión honesta,
fundada en la búsqueda de la justicia".
Lo que se condena en la lucha de clases es la idea de un conflicto que no está
limitado por consideraciones de carácter ético o jurídico, que se niega a respetar la
dignidad de la persona en el otro y por tanto en si mismo, que excluye, en definitiva, un
acuerdo razonable y persigue no ya el bien general de la sociedad, sino más bien un interés
de parte que suplanta al bien común y aspira a destruir lo que se le opone. Se trata, en una
palabra, de presentar de nuevo - en el terreno de la confrontación interna entre los grupos
sociales - la doctrina de la "guerra total", que el militarismo y el imperialismo de aquella
época imponían en el ámbito de las relaciones internacionales. Tal doctrina, que buscaba
el justo equilibrio entre los intereses de las diversas naciones, sustituía a la del absoluto
predominio de la propia parte, mediante la destrucción del poder de resistencia del
adversario, llevada a cabo por todos los medios, sin excluir el uso de la mentira, el terror
contra las personas civiles, las armas destructivas de masa, que precisamente en aquellos
años comenzaban a proyectarse. La lucha de clases en sentido marxista y el militarismo
tienen, pues, las mismas raíces: el ateísmo y el desprecio de la persona humana, que
hacen prevalecer el principio de la fuerza sobre el de la razón y el derecho.
12
15.- La "Rerum Novarum" se opone a la estatalización de los medios de
producción, que reduciría a todo ciudadano a una "Pieza" en el engranaje de la
máquina estatal. Con no menor decisión critica una concepción del Estado que deja la
esfera de la economía totalmente fuera del propio campo de interés y de acción. Existe
ciertamente una legítima esfera de autonomía de la actividad económica donde no debe
intervenir el Estado. A éste, sin embargo, le corresponde determinar el marco jurídico
dentro del cual se desarrollan las relaciones económicas y salvaguardar asía las
condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre
las partes, no sea que una de ellas supere talmente en poder a la otra que la pueda reducir
prácticamente a esclavitud.
A este respecto, la "Rerum Novarum" señala la vía de las justas reformas, que
devuelven al trabajo su dignidad de libre actividad del hombre. Son reformas que suponen,
por parte de la sociedad y del Estado, asumirse las responsabilidades en orden a defender
al trabajador contra el íncubo del desempleo. Históricamente esto se ha logrado de dos
modos convergentes: con políticas económicas, dirigidas a asegurar el crecimiento
equilibrado y la condición de pleno empleo; con seguros contra el desempleo obrero y con
política de cualificación profesional, capaces de facilitar a los trabajadores el paso de
sectores en crisis a otros en desarrollo.
Por otra parte, la sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales
adecuados al mantenimiento del trabajador y de su familia, incluso con una cierta
capacidad de ahorro. Esto requiere esfuerzos para dar a los trabajadores conocimientos y
aptitudes cada vez más amplios, capacitándolos así para un trabajo más cualificado y
productivo; pero requiere también una asidua vigilancia y las convenientes medidas
legislativas para acabar con fenómenos vergonzosos de explotación sobre todo en
perjuicio de los trabajadores más débiles inmigrados o marginales. En este sector es
decisivo el papel de los sindicatos que contratan los mínimos salariales y las condiciones
de trabajo.
En fin, hay que garantizar el respeto por horarios "humanos" de trabajo y
descanso, y el derecho a expresar la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin
ser conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la propia dignidad. Hay que
mencionar aquí de nuevo el papel de los sindicatos no sólo como instrumentos de
negociación, sino también como "lugares" donde se expresa la personalidad de los
trabajadores: sus servicios contribuyen al desarrollo de una auténtica cultura del
trabajo y ayudan a participar de manera plenamente humana en la vida de la empresa.
Para conseguir estos fines, el Estado debe participar directa o indirectamente.
Indirectamente y según el "principio de subsidiaridad", creando las condiciones favorables
el libre ejercicio de la actividad económica., encauzada hacia una oferta abundante de
oportunidades de trabajo y de fuentes de riqueza. Directamente y según el "principio de
solidaridad", poniendo, en defensa de los más débiles, algunos límites a la autonomía de
las partes que decidan las condiciones de trabajo y asegurando en todo caso un mínimo
vital al trabajador en paro.
16. Las reformas fueron realizadas en parte por los Estados, pero en la lucha por
conseguirlas tuvo un papel importante la "acción del movimiento obrero". Nacido como
13
reacción de la conciencia moral contra situaciones de injusticia y de daño, desarrolló una
vasta actividad sindical, reformista, lejos de las nieblas de la ideología y más cercana a las
necesidades diarias de los trabajadores. En este ámbito, sus esfuerzos se sumaron con
frecuencia a los de los cristianos para conseguir mejores condiciones de vida para los
trabajadores. Después, este Movimiento estuvo dominado, en cierto modo, precisamente
por la ideología marxista contra la que se dirigía la "Rerum Novarum".
Las mismas reformas fueron también el resultado de un "libre proceso de
autoorganización de la sociedad" con la aplicación de instrumentos eficaces de
solidaridad, idóneos para sostener un crecimiento económico más respetuoso de los
valores de la persona. Hay que recordar aquí si múltiple actividad, con una notable
aportación de los cristianos, en la fundación de cooperativas de producción, consumo
y crédito, en promover la enseñanza pública y la formación profesional, en la
experimentación de diversas formas de participación en la vida de la empresa, y, en
general, de la sociedad.
Si mirando al pasado tenemos motivos para dar gracias a Dios porque la gran
encíclica no ha quedado sin resonancia en los corazones y ha servido de impulso a una
operante generosidad, en embargo hay que reconocer que el anuncio profético que lleva
consigo no fue acogido plenamente por los hombres de aquel tiempo, lo cual precisamente
ha dado lugar a no pocas y graves desgracias.
17. Leyendo la Encíclica en relación con todo el rico magisterio leoniano se nota
que, en el fondo, está señalando las consecuencias de un error de mayor alcance en el
campo económico-social. Es el error que, como ya se ha dicho, consiste en una
concepción de la libertad humana que la aparta de la obediencia de la verdad y, por
tanto, también del deber de respetar los derechos de los demás hombres. El contenido
de la libertad se transforma entonces en amor propio, con desprecio de Dios y del
prójimo; amor que conduce al afianzamiento ilimitado del propio interés y que no se
deja limitar por ninguna obligación de justicia.
Este error precisamente llega a sus extremas consecuencias durante el trágico ciclo
de las guerras que sacudieron Europa y el mundo entre 1914 y 1945. Fueron guerras
originadas por el militarismo, por el nacionalismo exasperado, por las formas de
totalitarismo relacionado con ellas, así como por guerras derivadas de la lucha de clases,
de guerras civiles e ideologías. Sin la terrible carga de odio y rencor, acumulada a causa de
tantas injusticias bien sea a nivel internacional o bien sea dentro de cada Estado, no
hubiera sido posible guerras de tanta crueldad en las que se invirtieron las energías de
grandes naciones; en las que no se dudó ante la violación de los derechos humanos más
sagrados; en las que fue planificado y llevado a cabo el exterminio de pueblos y grupos
sociales enteros. Recordamos aquí singularmente al pueblo hebreo, cuyo terrible destino se
ha convertido en símbolo de las aberraciones adonde puede llegar el hombre cuando se
vuelve contra Dios.
Sin embargo, el odio y la injusticia se apoderan de naciones enteras,
impulsándolas a la acción, sólo cuando son legitimados y organizados por ideologías
que se fundan sobre ellos en vez de hacerlo sobre la verdad del hombre. La "Rerum
Novarum" combatía las ideologías que llevan al odio e indicaba la vía para vencer la
violencia y el rencor mediante la justicia. Ojalá el recuerdo de tan terribles
14
acontecimientos guíe las acciones de todos los hombres, en particular las de los
gobernantes de los pueblos, en estos tiempos nuestros en que otras injusticias alimentan
nuevos odios y se perfilan en el horizonte nuevas ideologías que exaltan la violencia.
18. Es verdad que desde 1945 las armas están calladas en el continente europeo;
sin embargo, la verdadera paz - recordémoslo - no es el resultado de la victoria militar,
sino algo que implica la superación de las causas de al guerra y la auténtica reconciliación
entre los pueblos. Por muchos años, sin embargo, ha habido en Europa y en el mundo una
situación de no-guerra más que de paz auténtica. La mitad del continente cae bajo el
dominio de la dictadura comunista, mientras la otra mitad se organiza para defenderse
contra tal peligro. Muchos pueblos pierden el poder de autogobernarse, encerrados en los
confines opresores de un imperio, mientras se trata de destruir su memoria histórica y la
raíz secular de su cultura. Como consecuencia de esta división violenta, masas enormes de
hombres son obligadas a abandonar su tierra y deportadas forzosamente.
Una carrera desenfrenada a los armamentos absorbe los recursos necesarios para el
desarrollo de las economías internas y para ayudar a las naciones menos favorecidas. El
progreso científico y tecnológico, que debiera contribuir al bienestar del hombre, se
transforma en instrumento de guerra: ciencia y técnica son utilizadas para producir
armas cada vez más perfeccionadas y destructivas; contemporáneamente, a una ideología
que es perversión de la auténtica filosofía se le pide dar justificaciones doctrinales para la
nueva guerra. Esta no es sólo esperada y preparada, sino que es también combatida con
enorme derramamiento de sangre en varias partes del mundo. La lógica de los bloques o
imperios, denunciada en los Documentos de la Iglesia y más recientemente en la Encíclica
"Sollicitudo rei Socialis", hace que las controversias y discordias que surgen en los países
del Tercer Mundo sean sistemáticamente incrementadas y explotadas para crear
dificultades al adversario.
Los grupos extremistas que tratan de resolver tales controversias por medio de las
armas, encuentran fácilmente apoyos políticos y militares, son armados y adiestrados para
la guerra, mientras que quienes se esfuerzan por encontrar soluciones pacíficas y
humanas, respetuosas para los legítimos intereses de todas las partes, permanecen a
menudo víctima de sus adversarios. Incluso la militarización de tantos países del Tercer
Mundo y las luchas fratricidas que los han atormentado, la difusión del terrorismo y de
medios cada vez más crueles de lucha político-militar tienen una de sus causas principales
en la precariedad de la paz que ha seguido a la segunda guerra mundial. En definitiva,
sobre todo el mundo se cierne la amenaza de una guerra atómica, capaz de acabar con la
Humanidad. La ciencia utilizada para fines militares pone a disposición del odio,
fomentado por las ideologías, el instrumento decisivo. Pero la guerra puede terminar
sin vencedores ni vencidos, en un suicidio de la Humanidad; por lo cual hay que
repudiar la lógica que conduce a ella, la idea de que la lucha por la destrucción del
adversario, la contradicción y la guerra misma sean los factores de progreso y avance de la
historia. Cuando se comprende la necesidad de este rechazo, deben entrar forzosamente
en crisis tanto la lógica de la "guerra total" como la de la "lucha de clases".
19. Al final de la segunda guerra mundial, este proceso se está formando todavía
en las conciencias; pero el dato que se ofrece a la vista es la extensión del totalitarismo
comunista a más de la mitad de Europa y a gran parte del mundo. La guerra, que tendría
que haber devuelto la libertad y haber restaurado el derecho de las gentes, se concluye sin
15
haber conseguido estos fines; más aún, se concluyen en un modo abiertamente
contradictorio para muchos pueblos, especialmente para aquellos que más habían sufrido.
Se puede decir que la situación creada ha dado lugar a diversas respuestas.
En algunos países y bajo ciertos aspectos, después de las destrucciones de la
guerra, se asiste a un esfuerzo positivo por reconstruir una sociedad democrática
inspirada en la justicia social, que priva al comunismo de su potencial
revolucionario, constituido por muchedumbres explotadas y oprimidas. Estas iniciativas
tratan, en general, de mantener los mecanismos de libre mercado, asegurando, mediante la
estabilidad monetaria y la seguridad de las relaciones sociales, las condiciones para un
crecimiento económico estable y sano, dentro del cual los hombres, gracias a su
trabajo, puedan construirse un futuro mejor para sí y para sus hijos. Al mismo
tiempo, se trata de evitar que los mecanismos de mercado sean el único punto de
referencia de la vida social y tienden a someterlos a un control público que haga valer el
principio del destino común de los bienes de la tierra. una cierta abundancia de ofertas
de trabajo, un sólido sistema de seguridad social y de capacitación profesional, la
libertad de asociación y la acción incisiva del sindicato, la previsión social en caso de
desempleo, los instrumentos de participación democrática en la vida social, dentro de
este contexto, deberían preservar el trabajo de la condición de "mercancía" y garantizar la
posibilidad de realizarlo dignamente.
Existen, además, otras fuerzas sociales y movimientos ideales que se oponen al
marxismo con la construcción de sistemas de "seguridad nacional", que tratan de controlar
capilarmente toda la sociedad para imposibilitar la infiltración marxista. Se proponen
preservar del comunismo a sus pueblos exaltando e incrementando el poder del Estado,
pero con eso corren el grave riesgo de destruir la libertad y los valores de la persona,
en nombre de los cuales hay que oponerse al comunismo.
Otra forma de respuesta práctica, finalmente, está representada por la sociedad del
bienestar o sociedad de consumo. Esta tiende a derrotar al marxismo en el terreno
del puro materialismo, mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de
satisfacer las necesidades materiales humanas más plenamente de lo que aseguraba
el comunismo y excluyendo también los valores espirituales. En realidad, si bien por un
lado es cierto que este modelo social muestra el fracaso del marxismo para construir una
sociedad nueva y mejor, por otro, al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y
al derecho, así como a la cultura y a la religión, coincide con el marxismo en el reducir
totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las
necesidades materiales.
20. En el mismo período se va desarrollando un grandioso proceso de
"descolonización", en virtud del cual numerosos países consiguen o recuperan la
independencia y el derecho a disponer libremente de sí mismos. No obstante, con la
reconquista formal de su soberanía estatal, estos países en muchos casos están
comenzando apenas el camino de la construcción de una auténtica independencia. En
efecto, sectores decisivos de la economía siguen todavía en manos de grandes empresas de
fuera, las cuales no aceptan un compromiso duradero que las vincule al desarrollo del país
que las recibe. En ocasiones, la vida política está sujeta también al control de fuerzas
extranjeras, mientras que dentro de las fronteras del Estado conviven a veces grupos
tribales, no amalgamados todavía en una auténtica comunidad nacional. Falta, además, un
16
núcleo de profesionales competentes, capaces de hacer funcionar, de manera honesta y
regular, el aparato administrativo del Estado, y faltan también equipos de personas
especializadas para una eficiente y responsable gestión de la economía.
Ante esta situación, a muchos les parece que le marxismo pueda proporcionar
como un atajo para la edificación de la nación y del Estado; de ahí nacen diversas
variantes del socialismo con un carácter nacional específico. Se mezclan así, en
muchas ideologías, que se van formando de manera cada vez más diversa, legítimas
exigencias de liberación nacional, formas de nacionalismo y hasta de militarismo,
principios sacados de antiguas tradiciones populares, en sintonía a veces con la doctrina
social cristiana, y conceptos del marxismo-leninismo.
21. Hay que recordar, por último, que después de la segunda guerra mundial, y en
parte como reacción a sus horrores, se ha ido difundiendo un sentimiento más vivo de los
derechos humanos, que ha sido reconocido en diversos "Documentos internacionales", y
en la elaboración, podría decirse, de un nuevo "derecho de gentes", al que la Santa Sede ha
dado una constante aportación. La pieza clave de esta evolución ha sido la Organización
de las Naciones Unidas. No sólo ha crecido la conciencia del derecho de los individuos,
sino también la de los derechos de las naciones, mientras se advierte mejor la necesidad de
actúa para corregir los graves desequilibrios existentes entre las diversas áreas geográficas
del mundo que, en cierto sentido, han desplazado el centro de la cuestión social del ámbito
nacional al plano internacional.
Al constatar con satisfacción todo este proceso, no se puede sin embargo soslayar
el hecho de que el balance global de las diversas políticas de ayuda al desarrollo no
siempre es positivo. por otra parte, las Naciones Unidas no han logrado hasta ahora poner
en pie instrumentos eficaces para la solución de los conflictos internacionales como
alternativa a la guerra, lo cual parece ser el problema más urgente que la comunidad
internacional debe aún resolver.
CAPITULO III
17
EL AÑO 1989
22. Partiendo de la situación mundial apenas descrita, y ya expuesta con amplitud
en la Encíclica "Sollicitudo rei Socialis", se comprende el alcance inesperado y
prometedor de los acontecimientos ocurridos en los últimos años. Su culminación es
ciertamente lo ocurrido el año 1989 en los países de Europa central y oriental, pero
abarcan un arco de tiempo y un horizonte geográfico más amplios. A lo largo de los años
ochenta van cayendo poco a poco en algunos países de América Latina, e incluso de
Africa y Asia, ciertos regímenes dictatoriales y opresores; en otros casos da comienzo un
camino de transición difícil pero fecundo, hacia formas políticas más justas y de mayor
participación. Una ayuda importante e incluso decisiva la ha dado la Iglesia, "con su
compromiso en favor de la defensa y promoción de los derechos del hombre". En
ambientes intensamente ideologizados, donde posturas partidistas ofuscaban la conciencia
de la común dignidad humana, la Iglesia ha afirmado con sencillez y energía que todo
hombre - sean cuales sean sus convicciones personales - lleva dentro de sí la imagen
de Dios y, por tanto, merece respeto. En esta afirmación se ha identificado con
frecuencia la gran mayoría del pueblo, lo cual ha llevado a buscar formas de lucha y
soluciones políticas más respetuosas para con la dignidad de la persona humana.
De este proceso histórico han surgido nuevas formas de democracia que
ofrecen esperanzas de un cambio en las frágiles estructuras políticas y sociales,
gravadas por la hipoteca de una dolorosa serie de injusticias y rencores, aparte de
una economía arruinada y de graves conflictos sociales. Mientras en unión con toda la
Iglesia doy gracias a Dios por el testimonio, en ocasiones heroico, que han dado no pocos
Pastores, comunidades cristianas enteras, fieles en particular y hombres de buena voluntad.
Se trata de mostrar cómo los complejos problemas de aquellos pueblos se pueden resolver
por medio del diálogo y de la solidaridad, en vez de la lucha para destruir al adversario y
en vez de la guerra.
23. Entre los numerosos factores de la caída de los regímenes opresores, algunos
merecen ser recordados de modo especial. El factor decisivo, que ha puesto en marcha
los cambios, es sin duda alguna la violación de los derechos del trabajador. no se
puede olvidar que la crisis fundamental de los sistemas, que pretenden ser expresión del
gobierno y, lo que es más, de la dictadura del proletariado, da comienzo con las grandes
revueltas habidas en Polonia en nombre de la solidaridad. Son las muchedumbres de los
trabajadores las que desautorizan la ideología, que pretende ser su voz, son ellas las que
encuentran y como si descubrieran de nuevo expresiones y principios de la doctrina social
de la Iglesia, partiendo de la experiencia, vivida y difícil, del trabajo y de la opresión.
Merece ser subrayado también el hecho de que casi en todas partes se haya llegado
a la caída de semejante "bloque" o imperio a través de una lucha pacífica, que emplea
solamente las armas de la verdad y de la justicia. Mientras el marxismo consideraba
que, únicamente llevando hasta el extremo las contradicciones sociales, era posible
darles solución por medio del choque violento, en cambio las luchas que han
conducido a la caída del marxismo insisten tenazmente en intentar todas las vías de
18
la negociación, del diálogo, del testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del
adversario y tratando de despertar en éste el sentido de la común dignidad humana.
Parecía como si el orden europeo, surgido de la segunda guerra mundial y
consagrado por los "Acuerdos de Yalta", ya no pudiese ser alterado más que por otra
guerra. Y sin embargo ha sido superado por el compromiso no violento de hombres que,
resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez,
formas eficaces para dar testimonio de la verdad. Esta actitud ha desarmado al adversario,
ya que la violencia tiene siempre necesidad de justificarse con la mentira y de
asumir, aunque sea falsamente, el aspecto de la defensa de un derecho de respuesta a
una amenaza ajena. Doy también gracias a Dios por haber mantenido firme el corazón de
los hombres durante aquella difícil prueba, pidiéndole que este ejemplo pueda servir en
otros lugares y en otras circunstancias. ¡Ojalá los hombres aprendan a luchar por la
justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas,
así como a la guerra en las internacionales!
24. El segundo factor de crisis es, en verdad, la ineficiencia del sistema
económico, lo cual no ha de considerarse como un problema puramente técnico, sino más
bien como consecuencia de la violación de los derechos humanos a la iniciativa, a la
propiedad y al sector de la economía. A este aspecto hay que asociar en un segundo
momento la dimensión cultural y la nacional. No es posible comprender al hombre,
considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía, ni es posible definirlo
simplemente tomando como base su pertenencia a una clase social. Al hombre se le
comprende de manera más exhaustiva si es visto en la esfera de la cultura a través de la
lengua, la historia y las actitudes que asume ante los acontecimientos fundamentales de la
existencia, como son nacer, amar, trabajar, morir. El punto central de toda cultura lo
ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de
Dios. Las culturas de las diversas Naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas
de plantear la pregunta acerca del sentido de la existencia personal. Cuando esta pregunta
es eliminada se corrompen la cultura y la vida moral de las Naciones. Por esto, la lucha
por la defensa del trabajo se ha unido espontáneamente a la lucha por la cultura y por los
derechos nacionales.
La verdadera causa de las "novedades", sin embargo, es el vacío espiritual
provocado por el ateísmo, el cual ha dejado sin orientación a las jóvenes
generaciones y en no pocos casos las ha inducido, en la insoslayable búsqueda de la
propia identidad y del sentido de la vida, a descubrir las raíces religiosas de la
cultura de sus naciones y la Persona misma de Cristo, como respuesta
existencialmente adecuada al deseo de bien, de verdad y de vida que hay en el
corazón de todo hombre. Esta búsqueda ha sido confortada por el testimonio de la
persecución, han permanecido fieles a Dios. El marxismo había prometido desenraizar
del corazón humano la necesidad de Dios, pero los resultados han demostrado que
no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón.
25. Los acontecimientos del año 1989 ofrecen un ejemplo de éxito de la voluntad
de negociación y del espíritu evangélico contra un adversario decidido a no dejarse
condicionar por principios morales: son una amonestación para cuantos, en nombre del
realismo político, quieren eliminar del ruedo de la política el derecho y la moral.
Ciertamente la lucha que ha desembocado en los cambios de 1989 ha exigido lucidez,
19
moderación, sufrimientos y sacrificios; en cierto sentido ha nacido de la oración y
hubiera sido impensable sin una ilimitada confianza en Dios, Señor de la Historia,
que tiene en sus manos el corazón de los hombres. Uniendo el propio sufrimiento por
la verdad y por la libertad al de Cristo en la cruz es así como el hombre puede hacer
el milagro de la paz y ponerse en condiciones de acertar con el sendero a veces
estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo
ilusoriamente combatirlo, lo agrava.
Sin embargo no se pueden ignorar los innumerables condicionamientos, en medio
de los cuales viene a encontrarse la libertad individual a la hora de actuar: de hecho la
influencia, pero no la determina; facilitan más o menos su ejercicio, pero no pueden
destruirla. No sólo no es lícito desatender desde el punto de vista ético la naturaleza
del hombre que ha sido creado para la libertad, sino que esto ni siquiera es posible
en la práctica. Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o
incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, el resultado
es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social.
Por otra parte, el hombre creado para la libertad lleva dentro de sí la herida
del pecado original que lo empuja continuamente hacia el mal y hace que necesite la
redención. Esta doctrina no sólo es "parte integrante de la revelación cristiana", sino
que tiene también un gran valor hermenéutico en cuanto ayuda a comprender la
realidad humana. El hombre tiende hacia el bien, pero es también capaz del mal; puede
trascender su interés inmediato y, sin embargo, permanece vinculado a él. El orden social
será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el interés
individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien los modos de su
fructuosa coordinación. De hecho, donde el interés individual es suprimido
violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control
burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen
en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal
piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira,
para realizarla. La política se convierte entonces en una "religión secular", que cree
ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo. De ahí que cualquier
sociedad política, que tiene su propia autonomía y sus propias leyes, nunca podrá
confundirse con el Reino de Dios. La parábola evangélica de la buena semilla y la
cizaña nos enseña que corresponde solamente a Dios separar a los seguidores del
Reino y a los seguidores del Maligno, y que este juicio tendrá lugar al final de los
tiempos.
Pretendiendo anticipar el juicio ya desde ahora, el hombre trata de suplantar a Dios
y se opone a su paciencia.
Gracias al sacrifico de Cristo en la Cruz, la victoria del Reino de Dios ha sido
conquistada de una vez para siempre; sin embargo, la condición cristiana exige la lucha
contra las tentaciones y las fuerzas del mal. Solamente al final de los tiempos volverá el
Señor en su gloria para el juicio final instaurando los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva
pero, mientras tanto, la lucha entre el bien y el mal continúa incluso en el corazón del
hombre.
Lo que la Sagrada Escritura nos enseña respecto de los destinos del Reino de Dios
20
tiene sus consecuencias en la vida de la sociedad temporal, la cual - como indica la palabra
misma - pertenece a la realidad del tiempo con todo lo que conlleva de imperfecto y
provisional. El Reino de Dios, presente "en" el mundo sin ser "del" mundo, ilumina el
orden de la sociedad humana, mientras que las energías de la gracia lo penetran y
vivifican. Así se percibe mejor las exigencias de una sociedad digna del hombre; se
corrigen las desviaciones y se corrobora el ánimo para obrar el bien. A esta labor de
animación evangélica de las realidades humanas están llamados, junto con todos los
hombres de buena voluntad, todos los cristianos y de manera especial los seglares.
26. Los acontecimientos del año 1989 han tenido lugar principalmente en los
países de Europa oriental y central; sin embargo, revisten importancia universal, ya que de
ellos se desprenden consecuencias positivas y negativas que afectan a toda la familia
humana. Tales consecuencias no se dan de forma mecánica o fatalista, sino que son más
bien ocasiones que se ofrecen a la libertad humana para colaborar con el designio
misericordioso de Dios que actúa en la historia.
La primera consecuencia ha sido, en algunos países, "el encuentro entre la Iglesia y
el Movimiento obrero", nacido como una reacción de orden ético y concretamente
cristiano contra una vasta situación de injusticia. Durante casi un siglo dicho Movimiento
en gran parte había caído bajo la hegemonía del marxismo, no sin la convicción de que los
proletarios, para luchar eficazmente contra la opresión, debían asumir las teorías
materialistas y economicistas.
En la crisis del marxismo brotan de nuevo las formas espontáneas de la
conciencia obrera, que ponen de manifiesto una exigencia de justicia y de
reconocimiento de la dignidad del trabajo, conforme a la doctrina social de la Iglesia.
El Movimiento obrero desemboca en un movimiento más general de los trabajadores
y de los hombres de buena voluntad, orientado a la liberación de la persona humana
y a la consolidación de sus derechos; hoy día está presente en muchos países y, lejos
de contraponerse a la Iglesia católica, la mira con interés.
La crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de
opresión existentes, de las que se alimentaba el marxismo mismo, instrumentalizándolas.
A quienes hoy día buscan una nueva y auténtica teoría y praxis de liberación, la Iglesia
ofrece no sólo la doctrina social y, en general, enseñanzas sobre la persona redimida por
Cristo, sino también su compromiso concreto de ayuda para combatir la marginación y el
sufrimiento.
En el pasado reciente, el deseo sincero de ponerse de parte de los oprimidos y
de no quedarse fuera del curso de la Historia ha inducido a muchos creyentes a
buscar por diversos caminos un compromiso imposible entre marxismo y
cristianismo. El tiempo presente, a la vez que ha superado todo lo que había de
caduco en estos intentos, lleva a reafirmar la positividad de una auténtica teología de
la liberación humana integral. Considerados desde este punto de vista, los
acontecimientos de 1989 vienen a ser importantes incluso para los países del llamado
Tercer Mundo, que están buscando la vía de su desarrollo, lo mismo que lo han sido para
los de Europa central y oriental.
27. La segunda consecuencia afecta a los pueblos de Europa. En los años en que
21
dominaba el comunismo, y también antes, se cometieron muchas injusticias individuales y
sociales, regionales y nacionales; se acumularon muchos odios y rencores. Y sigue siendo
real el peligro de que vuelvan a explotar, después de la caída de la dictadura, provocando
graves conflictos y muertes, si disminuyeron a su vez la tensión moral y la firmeza
consciente en dar testimonio de la verdad, que han animado los esfuerzos del tiempo
pasado. Es de esperar que el odio y la violencia no triunfen en los corazones, sobre
todo de quienes luchan en favor de la justicia, sino que crezca en todos el espíritu de
paz y de perdón.
Sin embargo, es necesario a este respecto que se den pasos concretos para crear y
consolidar estructuras internacionales capaces de intervenir, para el conveniente arbitraje,
en los conflictos que surjan ante las Naciones, de manera que cada una de ellas pueda
hacer valer los propios derechos, alcanzando el justo acuerdo y la pacífica conciliación con
los derechos de los demás. Todo esto es particularmente necesario para las Naciones
europeas, íntimamente unidas entre sí por los vínculos de una cultura común y de una
historia milenaria. En efecto, hace falta un esfuerzo para la reconstrucción moral y
económica de los países que han abandonado el comunismo. Durante mucho tiempo
las relaciones económicas más elementales han sido distorsionadas y han sido
zaheridas virtudes relacionadas con el sector de la economía, como la veracidad, la
fiabilidad, la laboriosidad. Se siente la necesidad de una paciente reconstrucción
material y moral, mientras los pueblos extenuados por largas privaciones piden a sus
gobernantes logros de bienestar tangibles e inmediatos y una adecuada satisfacción de sus
legítimas aspiraciones.
Naturalmente, la caída del marxismo ha tenido consecuencias de gran alcance por
lo que se refiere a la repartición de la tierra en mundos incomunicados unos con otros y en
recelosa competencia entre sí; por otra parte, ha puesto más de manifiesto el hecho de la
interdependencia, así como que el trabajo humano está destinado por su naturaleza a unir a
los pueblos y no a dividirlos. Efectivamente, la paz y la prosperidad son bienes que
pertenecen a todo el género humano, de manera que no es posible gozar de ellos
correcta y duraderamente si son obtenidos y mantenidos en perjuicio de otros
pueblos y naciones, violando sus derechos o excluyéndolos de las fuentes del
bienestar.
28. Para algunos países de Europa comienza ahora, en cierto sentido, la verdadera
posguerra. La radical reestructuración de las economías, hasta ayer colectivizadas,
comporta problemas y sacrificios, comparables con los que tuvieron que imponerse los
países occidentales del continente para su reconstrucción después del segundo conflicto
mundial. Es justo que en las presentes dificultades los países comunistas sean ayudados
por el esfuerzo solidario de las otras naciones; obviamente, han de ser ellos los primeros
artífices de su propio desarrollo; pero se les ha de dar una razonable oportunidad para
realizarlo, y esto no puede lograrse sin la ayuda de los otros países. Por lo demás, las
actuales condiciones de dificultad y penuria son la consecuencia de un proceso histórico,
del que los países ex comunistas han sido a veces objeto y no sujeto; por tanto, si se hallan
en esas condiciones no es por propia elección o a causa de errores cometidos, sino como
consecuencia de trágicos acontecimientos históricos impuestos por la violencia, que les
han impedido proseguir por el camino del desarrollo económico y civil.
22
La ayuda de otros países, sobre todo europeos, que han tenido parte en la misma
historia y de la que son responsables, corresponde a una deuda de justicia. Pero
corresponde también al interés y al bien general de Europa, la cual no podrá vivir en paz,
si los conflictos de diversa índole, que surgen como consecuencia del pasado, se van
agravando a causa de una situación de desorden económico, de espiritual insatisfacción y
desesperación.
Esta exigencia, sin embargo, no debe inducir a frenar los esfuerzos para prestar
apoyo y ayuda a los países del Tercer Mundo, que sufren a veces condiciones de
insuficiencia y de pobreza bastante más graves. Será necesario un esfuerzo extraordinario
para movilizar los recursos, de los que el mundo en su conjunto no carece, hacia objetivos
de crecimiento económico y de desarrollo común, fijando de nuevo las prioridades y las
escalas de valores, sobre cuya base se deciden las opciones económicas y políticas. Pueden
hacerse disponibles ingentes recursos con el desarme de los enormes aparatos militares,
creados para el conflicto entre Este y Oeste. Estos podrán resultar aún mayores, si se logra
establecer procedimientos fiables para la solución de los conflictos, alternativas a la
guerra, y extender, por tanto, el principio del control y de la reducción de los
armamentos incluso en los países del Tercer Mundo, adoptando oportunas medidas
contra su comercio. Sobre todo será necesario abandonar una mentalidad que
considera a los pobres - personas y pueblos - como un fardo o como molestos e
inoportunos, ávidos de consumir lo que otros han producido. Los pobres exigen el
derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su
capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos.
La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural e
incluso económico de la humanidad entera.
29. En fin, el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente
económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar
a todos los pueblos al nivel del que gozan los países más ricos, sino de fundar sobre el
trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la
creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a
la llamada de dios. El punto culminante del desarrollo conlleva el ejercicio del
derecho-deber de buscar a Dios, conocerlo y vivir según tal conocimiento. En los
regímenes totalitarios y autoritarios se ha extremado el principio de la primacía de la
fuerza sobre la razón. El hombre se ha visto obligado a sufrir una concepción de la
realidad impuesta por la fuerza, y no conseguida mediante el esfuerzo de la propia razón y
el ejercicio de la propia libertad. Hay que invertir los términos de ese principio y
reconocer íntegramente "los derechos de la conciencia humana", vinculada
solamente a la verdad natural y revelada. En el reconocimiento de estos derechos
consiste el fundamento primario de todo ordenamiento político auténticamente libre.
Es importante reafirmar este principio por varios motivos:
a) Porque las antiguas formas de totalitarismo y de autoritarismo todavía no
han sido superadas completamente y existe aún el riesgo de que recobren vigor: esto
exige un renovado esfuerzo de colaboración y de solidaridad entre los países;
b) Porque en los países desarrollados se hace a veces excesiva propaganda de los
valores puramente utilitarios, al provocar de manera desenfrenada los instintos y las
tendencias al goce inmediato, lo cual hace difícil el reconocimiento y el respeto de la
jerarquía de los verdaderos valores de la existencia humana;
c) Porque en algunos países surgen nuevas formas de fundamentalismo
23
religioso que, velada o también abiertamente, niegan a los ciudadanos de credos
diversos de los de la mayoría el pleno ejercicio de sus derechos civiles y religiosos, les
impiden participar en el debate cultural, restringen el derecho de la Iglesia a
predicar el Evangelio y el derecho de los hombres, que escuchan tal predicación, a
acogerla y convertirse a Cristo. No es posible ningún progreso auténtico sin el
respeto del derecho natural y originario a conocer la verdad y vivir según la misma.
A este derecho va unido, para su ejercicio y profundización, el derecho a descubrir y
acoger libremente a Jesucristo, que es el verdadero bien del hombre.
CAPITULO IV
LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
30. En la "Rerum Novarum" León XIII afirmaba enérgicamente y con varios
argumentos el carácter natural del derecho a la propiedad privada, en contra del socialismo
de su tiempo. Este derecho, fundamental en toda persona para su autonomía y su
desarrollo, ha sido defendido siempre por la Iglesia hasta nuestros días. Asimismo, la
Iglesia enseña que la propiedad de los bienes no es un derecho absoluto, ya que en su
naturaleza de derecho humano lleva inscrita la propia limitación.
A la vez que proclama con fuerza el derecho a la propiedad privada, el Pontífice
afirmaba con igual claridad que el "uso" de los bienes, confiado a la propia libertad, está
subordinado al destino primigenio y común de los bienes creados y también a la voluntad
de Jesucristo, manifestada en el Evangelio. Escribía a este respecto: Así pues, los
afortunados quedan avisados...; los ricos deben temer las tremendas amenazas de
Jesucristo, ya que más pronto o más tarde habrán de dar cuenta severísima al divino
Juez del uso de las riquezas": y, citando a Santo Tomás de Aquino, añadía: "Si se
pregunta cómo debe ser el uso de los bienes, la Iglesia responderá sin vacilación alguna: "a
este respecto el hombre no debe considerar los bienes externos como propios, sino como
comunes"... porque por encima de las leyes y de los juicios de los hombres está la ley, el
juicio de Cristo."
24
Los sucesores de León XIII han repetido esta doble afirmación: la necesidad y, por
tanto, la licitud de la propiedad privada, así como los límites que pesan sobre ella.
También el Concilio Vaticano II ha propuesto de nuevo la doctrina tradicional con
palabras que merecen ser citadas aquí textualmente: "El hombre, usando estos bienes, no
debe considerar las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas,
sino también como comunes, en el sentido de que le aprovechen a él solamente, sino
también a los demás." Y un poco más adelante: "La propiedad privada o un cierto dominio
sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria de
autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como una ampliación de la
libertad humana... La propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una
índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes." La misma
doctrina social ha sido objeto de consideración por mi parte, primero en el discurso a la III
Conferencia del Episcopado latinoamericano en Puebla y posteriormente en las Encíclicas
"Laborem exercens" y "Sollicitudo rei Socialis".
31. Releyendo estas enseñanzas sobre el derecho a la propiedad y el destino común
de los bienes en relación con nuestro tiempo, se puede plantear la cuestión acerca de el
origen de los bienes que sustentan la vida del hombre, que satisfacen sus necesidades y
son objeto de sus derechos.
El origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha
creado al mundo y el hombre, y que ha dado a éste la tierra, para que la domine con su
trabajo y goce de sus frutos. Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la
raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Esta, por su misma fecundidad
y capacidad de satisfacer las necesidades de el hombre, es el primer don de Dios para el
sustento de la vida humana. Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar
respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Es mediante el trabajo como
el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominarla y hacer de ella sus digna
morada. De este modo, se apropia una parte de la tierra, la que se ha conquistado con su
trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual. Obviamente le incumbe también la
responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte de el don de Dios, es
más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra.
A lo largo de la historia, en los comienzos de toda sociedad humana, encontramos
siempre estos dos factores, el trabajo y la tierra; en cambio, no siempre, hay entre ellos la
misma relación. En otros tiempos, la natural fecundidad de la tierra aparecía, y era de
hecho, como el factor principal de riqueza,, mientras que el trabajo servía de ayuda y
favorecía tal fecundidad. En nuestro tiempo es cada vez más importante el papel del
trabajo humano en cuanto factor productivo de las riquezas inmateriales y materiales; por
otra parte, es evidente que el trabajo de un hombre se conecta naturalmente con el de otros
hombres. Hoy más que nunca, trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es hacer
algo para alguien. El trabajo es tanto más fecundo y productivo, cuanto el hombre se
hace más capaz de conocer las potencialidades productivas de la tierra y ver en
profundidad las necesidades de los otros hombres, para quienes se trabaja.
32. Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene
una importancia no inferior a la de la tierra: Es la propiedad del conocimiento, de la
técnica y del saber. En este tiempo de propiedad, mucho más que en los recursos naturales,
25
se funda la riqueza de las naciones industrializadas.
Se ha aludido al hecho de que el hombre trabaja con los otros hombres tomando
parte en un trabajo social, que abarca círculos progresivamente más amplios. Quien
produce una cosa lo hace generalmente - aparte del uso personal que de ella pueda hacer -
para que otros puedan disfrutar de la misma, después de haber pagado el justo precio,
establecido de común acuerdo después de una libre negociación. Precisamente la
capacidad de conocer oportunamente las necesidades de los demás hombres y el conjunto
de los factores productivos más apropiados para satisfacerlas es otra fuente importante de
riqueza en una sociedad moderna. Por lo demás, muchos bienes no pueden ser producidos
de manera adecuada por un solo individuo, sino que exigen la colaboración de muchos.
Organizar ese esfuerzo productivo, programar su duración en el tiempo, procurar que
corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer, asumiendo los
riesgos necesarios, todo esto es también una fuente de riqueza en la sociedad actual. Así se
hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano disciplinado y
creativo y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte
esencial del mismo trabajo.
Dicho proceso, que pone concretamente de manifiesto una verdad sobre la
persona, afirmada sin cesar por el cristianismo debe ser mirado con atención y
positivamente. En efecto, el principal recurso del hombre es, junto con la tierra y las
múltiples modalidades con que pueden satisfacer las necesidades humanas. Es su
trabajo disciplinado, en solidaria colaboración, el que permite la creación de
comunidades de trabajo cada vez más amplias y seguras para llevar a cabo la
transformación del medio ambiente natural y del mismo ambiente humano. En este
proceso están comprometidas importantes virtudes, como son la diligencia, la
laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad
en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones
difíciles y dolorosas pero necesarias para el trabajo común de la empresa y para hacer
frente a los eventuales reveses de la fortuna.
La moderna economía de empresa comporta aspectos cuya raíz es la libertad de la
persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. En efecto, la economía
es un sector de la múltiple actividad humana y en ella como en los demás campos es tan
válido el derecho a la libertad como el deber de hacer uso responsable del mismo. Hay,
además, diferencias específicas entre estas tendencias de la sociedad moderna y la del
pasado incluso reciente. Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra
y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes
instrumentales, hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir,
su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico
y su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y satisfacer las
necesidades de los demás.
33. sin embargo, es necesario descubrir y hacer presentes los riesgos y los
problemas relacionados con este tipo de proceso. De hecho, hoy muchos hombres, quizás
la gran mayoría, no disponen de medios que les permitan entrar de manera efectiva y
humanamente digna en un sistema de empresa, donde el trabajo ocupa una posición
realmente central. No tienen posibilidad de adquirir los conocimientos básicos, que les
ayuden a expresar su creatividad y desarrollar sus capacidades. No consiguen entrar en la
26
red de conocimientos y de intercomunicaciones que les permitiría ver apreciadas y
utilizadas sus cualidades. Ellos, aunque son explotados propiamente, son marginados
ampliamente y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, por encima de su
alcance, limitando incluso los espacios ya reducidos de sus antiguas economías de
subsistencia. Esos hombres, impotentes para resistir a la competencia de mercancías
producidas con métodos nuevos y que satisfacen necesidades que anteriormente ellos
solían afrontar con sus formas organizativas tradicionales, ofuscados por el
esplendor de una ostentosa opulencia, inalcanzable para ellos, coartados a su vez por
la necesidad, esos hombres forman verdaderas aglomeraciones en las ciudades del
Tercer Mundo, donde a menudo se ven desarraigados culturalmente, en medio de
situaciones de violencia y sin posibilidad de integración. No se les reconoce, de hecho,
su dignidad y, en ocasiones, se trata de eliminarlos de la historia mediante formas
coactivas de control demográfico, contrarias a la dignidad humana.
Otros muchos hombres, aun no estando marginados del todo, viven en ambientes
donde la lucha por lo necesario es absolutamente prioritaria y donde están vigentes todavía
las reglas del capitalismo primitivo, junto con una despiadada situación que no tiene nada
que envidiar a los momentos más oscuros de la primera fase de la industrialización. En
otros casos sigue siendo la tierra el principal elemento del proceso económico, con lo cual
quienes la cultivan, al ser excluidos de su propiedad se ven reducidos a condiciones de
semiesclavitud. Ante estos casos, se puede hablar hoy día, como en tiempos de la "Rerum
Novarum" de una explotación inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las
sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el consiguiente
dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para
los pobres, a la falta de bienes materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos,
que les impide salir del estado de humillante dependencia.
Por desgracia, la gran mayoría de los habitantes del Tercer Mundo viven aún en
esas condiciones. Sería, sin embargo un error entender este mundo en sentido solamente
geográfico. En algunas regiones y en sectores sociales del mismo se han emprendido
procesos de desarrollo orientados no tanto a la valoración de los recursos materiales,
cuanto a la del "recurso humano". Por otra parte, en muchos países coexisten organismos
económicos totalmente diversos y no obstante vinculados de varias formas unos con otros,
lo cual plantea nuevos y graves problemas tanto a las políticas de desarrollo como a la
pastoral de la Iglesia.
En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres
dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en sus
propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han
marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio han
experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación
general de las actividades económicas a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor
problema está en conseguir un acceso equitativo al mercado internacional, fundado no
sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la
valoración de los recursos humanos.
Con todo, aspectos típicos del Tercer Mundo se dan también en los países
desarrollados, donde la transformación incesante de los modos de producción y de
27
consumo devalúa ciertos conocimientos adquiridos y profesionalidades consolidadas,
exigiendo un esfuerzo continuo de recalificación y de puesta al día. Los que no logran ir al
compás de los tiempos pueden quedar fácilmente marginados y, junto con ellos, lo son
también los ancianos, los jóvenes incapaces de inserirse en la vida social y, en general, las
personas más débiles y el llamado cuarto mundo. La propia situación de la mujer en estas
condiciones no es nada fácil.
34. Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones como de relaciones
internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y
responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellos
recursos que son "vendibles", esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero
existen numerosas necesidades que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de
justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas
fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se
ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de
las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y
recursos. Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus
formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su
eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de
sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la Humanidad.
En el contexto del Tercer Mundo conservan toda su validez - y en ciertos casos
todavía son una meta por alcanzar - los objetivos indicados por la "Rerum Novarum", para
evitar que el trabajo del hombre y el hombre mismo se reduzcan al nivel de simple
mercancía: el salario suficiente para la vida de la familia, los seguros sociales para la vejez
y el desempleo, la adecuada tutela de las condiciones de trabajo.
35. Se abre aquí un vasto y fecundo campo de acción y de lucha en nombre de la
justicia, para los sindicatos y demás organizaciones de los trabajadores, que defienden sus
derechos y tutelan su persona, desempeñando al mismo tiempo una función esencial de
carácter cultural, para hacerles participar de manera más plena y digna en la vida de la
nación y ayudarles en la vía del desarrollo.
En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico,
entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los
medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre.
En la lucha contra este sistema no se opone, como modelo alternativo, el sistema
socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el
trabajo libre, en la empresa y en la participación. Esta sociedad tampoco se opone al
mercado, sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y
por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales
de toda la sociedad.
La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena
marcha de la empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores
productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades
humanas han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único
índice de las condiciones de la empresa. Es posible que los balances económicos sean
correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso
28
de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente
inadmisible, esto no puede menos de tener reflejos negativos para el futuro, hasta para la
eficacia económica de la empresa. En efecto, la finalidad de la empresa no es simplemente
la producción de beneficios, sino la existencia misma de la empresa como comunidad de
hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades
fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera. Los
beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto con
ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que, a largo plazo, son por lo
menos igualmente esenciales para la vida de la empresa.
Queda demostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del
socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay
que romper las barreras y los monopolios que dejan a tantos pueblos al margen del
desarrollo y asegurar a todos - individuos y naciones - las condiciones básicas que
permitan participar en dicho desarrollo. Este objetivo exige esfuerzos programados y
responsables por parte de toda la comunidad internacional. Es necesario que las naciones
más fuertes sepan ofrecer a las más débiles oportunidades de inserción en la vida
internacional; que las más débiles sepan aceptar estas oportunidades, haciendo los
esfuerzos y los sacrificios necesarios para ello, asegurando la estabilidad del marco
político y económico, la certeza de perspectivas para el futuro, el desarrollo de las
capacidades de los propios trabajadores, la formación de empresarios eficientes y
conscientes de sus responsabilidades.
Actualmente, sobre los esfuerzos positivos que se han llevado a cabo en este
sentido grava el problema todavía no resuelto en gran parte de la deuda exterior de los
países más pobres. Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas.
No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago cuando éste vendría a imponer de
hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones
enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios
insoportables. En ciertos casos es necesario - como, por lo demás, está ocurriendo en parte
- encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda compatibles con el
derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso.
36. Conviene ahora dirigir la atención a los problemas específicos y a las
amenazas, que surgen dentro de las economías más avanzadas y en relación con sus
peculiares características. En las precedentes fases de desarrollo, el hombre ha vivido
siempre condicionado bajo el peso de la necesidad. Las cosas necesarias eran pocas, ya
fijadas de alguna manera por las estructuras objetivas de su constitución corpórea, y la
actividad económica estaba orientada a satisfacerlas. Está claro, sin embargo, que hoy el
problema no es sólo ofrecer una cantidad de bienes suficientes, sino de responder a una
demanda de calidad: calidad de la mercancía que se produce y que se consume; calidad los
servicios que se disfrutan; calidad del ambiente y de la vida en general.
La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo
en sí legítimo: sin embargo, hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y
peligros ajenos a esta fase histórica. En el mundo, donde surgen y se delimitan nuevas
necesidades, se da siempre una concepción más o menos adecuada del hombre y de su
verdadero bien. A través de las opciones de producción y de consumo se pone de
manifiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida. De ahí nace el
29
fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para
su satisfacción, es necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre que respete
todas las dimensiones de su ser y que subordine las materiales e instintivas a las interiores
y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en
uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de
consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales
para la salud física y espiritual. El sistema económico no posee en sí mismo criterios que
permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las
nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad
madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural que comprenda la
educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, la
formación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todo en
los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria
intervención de las autoridades públicas.
Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del
hombre y que ciertamente no es fácil de controlar, es el de la droga. Su difusión es índice
de una gran disfunción del sistema social, que supone una visión materialista y, en cierto
sentido, destructiva de las necesidades humanas. De este modo la capacidad innovadora de
la economía libre termina por realizarse de manera unilateral e inadecuada. La droga, así
como la pornografía y otras formas de consumismo, al explotar la fragilidad de los
débiles, pretenden llenar el vacío espiritual que se ha venido a crear.
No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se
presume como mejor cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener
más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como
fin en sí mismo. Por esto es necesario esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de
los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los
demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las
opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones. A este respecto no puedo
limitarme a recordar el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio
"superfluo" y, a veces, incluso con lo propio "necesario", para dar al pobre lo
indispensable para vivir. Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en un
lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de en otro, es siempre una opción moral
y cultural. Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente
imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar
valor por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual
muestra las cualidades humanas de quien decide.
37. Es, asimismo, preocupante, junto con el problema del consumismo y
estrictamente vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo
de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y
desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata
destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy
difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en
cierto sentido, de "crear" el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla
siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios.
Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su
voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por
30
Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez
de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre
suplanta a Dios y con ellos provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que
gobernada por él.
Esto demuestra, sobre todo, mezquindad y estrechez de miras del hombre,
animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de
aquella actitud desinteresada, gratuita, estética que nace del asombro por el ser y por la
belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha
creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su
cometido para con las generaciones futuras.
38. Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que
recordar aquí la más grave aún del ambiente humano, al que, sin embargo, se está
lejos de prestar la necesaria atención. Mientras nos preocupamos justamente, aunque
mucho menos de lo necesario, de preservar los "habitat" naturales de las diversas especies
animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas
aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco
por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica "ecología humana". No
sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención
originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí
mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha
sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna
urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así
como la debida atención a una "ecología social" del trabajo.
El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de
trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está
condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el
ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las
decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear
estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son
oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas
con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia.
39. La primera estructura fundamental a favor de la "ecología humana", es la
familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el
bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere
decir en concreto ser persona. Se entiende aquí la familia fundada en el matrimonio, en
el que el don recíproco de sí por parte del hombre y de la mujer crea un ambiente de vida
en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su
dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible. En cambio, sucede con
frecuencia que el hombre se siente desanimado a realizar las condiciones auténticas de
la reproducción humana y se ve inducido a considerar la propia vida y a sí mismo
como un conjunto de sensaciones que hay que experimentar más bien que como una
obra a realizar. De aquí nace una falta de libertad que le hace renunciar al compromiso
de vincularse de manera estable con otra persona y engendrar hijos, o bien le mueve a
considerar a éstos como una de tantas "cosas" que es posible tener o no tener, según los
propios gustos, y que se presentan como otras opciones.
31
Hay que volver a considerar la familia como el santuario de la vida. En efecto, es
sagrada: es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera
adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las
exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la
familia constituye la sede de la cultura de la vida.
El ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o
anular las fuentes de la vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia
en el mundo, más que a defender y abrir las posibilidades a la vida misma. En la Encíclica
"Sollicitudo rei Socialis" han sido denunciadas las campañas sistemáticas contra la
natalidad, que, sobre la base de una concepción deformada del problema demográfico y en
un clima de "absoluta falta de respeto por la libertad de decisión de las personas
interesadas", las someten frecuentemente a "intolerables presiones... para plegarlas a esta
forma nueva de opresión". Se trata de políticas que con técnicas nuevas extienden su radio
de acción hasta llegar, como en una "guerra química", a envenenar la vida de millones
de seres humanos indefensos.
Estas críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un
sistema ético-cultural. En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la
compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las
mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único centro de la vida
social, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el
sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema socio-cultural, al
ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la
producción de bienes y servicios.
Todo esto se puede resumir afirmando una vez más que la libertad económica es
solamente un elemento de libertad humana. Cuando aquella se vuelve autónoma, es decir,
cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes que
como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces pierde su necesaria relación
con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla.
40. Es deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como
son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada
por los simples mecanismos de mercado. Así como en tiempos del viejo capitalismo el
Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así ahora con el
nuevo capitalismo el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos
que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno
conseguir legítimamente sus fines individuales.
He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas
que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas
importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni
se deben vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas
seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio
de los productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la
persona, que, en el contrato, se confrontan con las otras personas. No obstante, conllevan
el riesgo de una "idolatría" del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su
naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías.
32
41. El marxismo ha criticado las sociedades burguesas y capitalistas,
reprochándoles la mercantilización y la alienación de la existencia humana. Ciertamente,
este reproche está basado sobre una concepción equivocada e inadecuada de la alienación,
según la cual ésta depende únicamente de la esfera de las relaciones de producción y
propiedad, esto es, atribuyéndole un fundamento materialista y negando, además, la
legitimidad y la positividad de las relaciones de mercado incluso en su propio ámbito. El
marxismo acaba afirmando así que sólo en una sociedad de tipo colectivista podría
erradicarse la alienación. Ahora bien, la experiencia histórica de los países socialistas ha
demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sino que más
bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficacia
económica.
La experiencia histórica de Occidente, por su parte, demuestra que, si bien el
análisis y el fundamento marxista de la alienación son falsas, sin embargo la alienación,
junto con la pérdida del sentido auténtico de la existencia, e una realidad incluso en las
sociedades occidentales. En efecto, la alienación se verifica en el consumo, cuando el
hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vez de
ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta. La alienación se
verifica también en el trabajo, cuando se organiza de manera tal que "maximaliza"
solamente sus frutos y ganancias y no se preocupa de que el trabajador, mediante el
propio trabajo, se realice como hombre, según que aumente su participación en una
auténtica comunidad solidaria, o bien su aislamiento en un complejo de relaciones de
exacerbada competencia y de recíproca exclusión, en la cual es considerado sólo
como un medio y no como un fin.
Es necesario iluminar, desde la concepción cristiana, el concepto de alienación,
descubriendo en él la inversión entre los medios y los fines: el hombre, cuando no
reconoce el valor y la grandeza de la persona en sí mismo y en el otro, se priva de
hecho de la posibilidad de gozar de la propia humanidad y establecer una relación de
solidaridad y comunión con los demás hombres. Para lo cual fue creado por Dios. En
efecto, es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza
auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible gracias a la esencial
"capacidad de la trascendencia" de la persona humana. El hombre no puede darse a
un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas
utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por
último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su
donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia
de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su
destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización
social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la
formación de esa solidaridad interhumana.
En la sociedad occidental se ha superado la explotación, al menos en las formas
analizadas y descritas por Marx. No se ha superado, en cambio, la alienación en las
diversas formas de explotación, cuando los hombres se instrumentalizan mutuamente y,
para satisfacer cada vez más refinadamente sus necesidades particulares y secundarias, se
hacen sordos a las principales y auténticas que deben regular incluso el modo de satisfacer
otras necesidades. El hombre que se preocupa sólo, o prevalentemente de tener y
33
gozar, incapaz de dominar sus instintos y sus pasiones y de subordinarlas mediante
la obediencia a la verdad, no puede ser libre. La obediencia a la verdad sobre Dios y
sobre el hombre es la primera condición de la libertad, que le permite ordenar las
propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlos según una ajustada
jerarquía de valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio de
crecimiento. Un obstáculo a esto puede venir de la manipulación llevada a cabo por
los medios de comunicación social, cuando imponen con la fuerza persuasiva de
insistentes campañas, modas y corrientes de opinión, sin que sea posible someter a un
examen crítico la premisas sobre las que se fundan.
42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del
fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén
dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad?
¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los Países del Tercer Mundo, que
buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
La respuesta obviamente es compleja. Si por "capitalismo" se entiende un sistema
económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la
propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción,
de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es
positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de "economía de mercado", o
simplemente de "economía libre". Pero si por "capitalismo" se entiende un sistema en el
cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólo contexto jurídico
que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es
absolutamente negativa.
La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos
de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como
fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados; contra tales
fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en
condiciones de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en
tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de manera
adecuada y realista estos problemas; pero eso no basta para resolverlos. Es más,
existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que
rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al
fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre
desarrollo de las fuerzas de mercado.
43. La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y
verdaderamente eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas,
gracias al esfuerzo de todos los responsables que afronten los problemas concretos en
todos sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que se relacionan entre sí.
Para este objetivo la Iglesia ofrece, como orientación ideal e indispensable, la propia
doctrina social, la cual - como queda dicho - reconoce la positividad del mercado y de la
empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien
común. Esta doctrina reconoce también la legitimidad de los esfuerzos de los
trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios más amplios
de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando
34
juntamente con otros y bajo la dirección de otros, pueden considerar en cierto
sentido que "trabajan en algo propio", al ejercitar su inteligencia y libertad.
El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que
favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo, por más que esto
puede debilitar centros de poder ya consolidados. La empresa no puede considerarse
únicamente como una "sociedad de capitales"; es, al mismo tiempo, una "sociedad
de personas", en la que entran a formar parte de manera diversa y con
responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y
los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendo necesario
todavía un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es la liberación y
la promoción integral de la persona.
A la luz de la "cosas nuevas" de hoy ha sido considerada nuevamente la relación
entre propiedad individual o privada y el destino universal de los bienes. El hombre se
realiza a sí mismo por medio de su inteligencia y su libertad y, obrando así, asume como
objetivo e instrumento las cosas del mundo, a la vez que se apropia de ellas. En este modo
de actuar se encuentra el fundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedad
individual. Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino
también en favor de los demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y en
el bien de los otros. El hombre trabaja para cubrir las necesidades de su familia, de
la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda la
humanidad. Colabora, asimismo, en la actividad de los que trabajan en la misma empresa
e igualmente en el trabajo de los proveedores o en el consumo de los clientes, en una
cadena de solidaridad que se extiende progresivamente. La propiedad de los medios de
producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se
emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve
para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la
expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su comprensión,
de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el
mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y constituye un
abuso ante Dios y ante los hombres.
La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo
tiempo, un derecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las
medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles
satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social.
Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la
propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias,
oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos.
35
CAPITULO V
ESTADO Y CULTURA
44. León XIII no ignoraba que una sana teoría del Estado era necesaria para
asegurar el desarrollo normal de las actividades humanas: las espirituales y las materiales,
entrambas indispensables. Por esto, en un pasaje de la "Rerum Novarum" el Papa presenta
la organización de la sociedad estructurada en tres poderes - legislativo, ejecutivo y
judicial -, lo cual constituía entonces una novedad en las enseñanzas de la Iglesia. Tal
ordenamiento refleja una visión realista de la naturaleza social del hombre, la cual exige
una legislación adecuada para proteger la libertad de todos. A este respecto es preferible
que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo
mantengan en su justo límite. Es este el principio del "Estado de derecho" en el cual es
soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.
A esta concepción se ha opuesto en tiempos modernos el totalitarismo, el cual, en
la forma marxista-leninista, considera que algunos hombres, en virtud de un
conocimiento más profundo de las leyes de desarrollo de la sociedad, por una
particular situación de clase o por contacto más profundo con las fuentes de la
conciencia colectiva están exentos de error y pueden, por tanto, arrogarse el ejercicio
de un poder absoluto. A esto hay que añadir que el totalitarismo nace de la negación de
la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el
hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que
garantice realizaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los
contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente,
triunfa la fuerza del poder y cada uno tiene que utilizar hasta el extremo los medios
de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los
derechos de los demás. Entonces el hombre es respetado solamente en la medida en
que es posible instrumentalizarlo para que se afirme su egoísmo. La raíz del
totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad
trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente
por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo,
la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un
cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola,
explotándola, incluso intentando destruirla.
36
45. La cultura y la praxis del totalitarismo comportan además la negación de
la Iglesia. El Estado, o bien el partido, que cree poder realizar en la Historia el bien
absoluto y se erige por encima de todos los valores, no puede tolerar que se sostenga
un criterio objetivo del bien y del mal, por encima de la voluntad de los gobernantes
y que, en determinadas circunstancias, puede servir para juzgar su comportamiento.
Esto explica por qué el totalitarismo trata de destruir la Iglesia o, al menos,
someterla, convirtiéndola en instrumento del propio aparato ideológico.
El Estado totalitario tiende además a absorber en sí mismo la nación, la sociedad,
la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas. Defendiendo la propia
libertad, la Iglesia defiende la persona, que debe ofrecer a Dios antes que a los
hombres, defiende la familia, las diversas organizaciones sociales y las naciones,
realidades todas que gozan de un propio ámbito de autonomía y de soberanía.
46. La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la
participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la
posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos
oportunamente de manera pacífica. Por eso mismo no puede favorecer la formación de
grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos,
usurpan el poder del Estado.
Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y
sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las
condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la
educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la "subjetividad" de
la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de
corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo
escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas
democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella
con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad
sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos.
A este propósito hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía la
acción de política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser
instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se
convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la
Historia.
La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o
fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de
científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción
de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al ser ideológica, la fe
cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y
reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la Historia en condiciones diversas y no
perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de
la persona utiliza como método propio el respeto de la libertad.
La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la
verdad. En un mundo sin verdad, la libertad pierde su consistencia y el hombre queda
37
expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos. El
cristiano vive la libertad y la sirve proponiendo continuamente, en conformidad con
la naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con
los demás hombres y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la
experiencia de la vida y en la cultura de las personas y de las naciones, el cristiano no
renuncia a afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su
razón.
47. Después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes
totalitarios y de "seguridad nacional" asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del
ideal democrático junto con una viva atención y preocupación por los derechos humanos.
Pero precisamente por eso es necesario que los pueblos que están reformando sus
ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido fundamento, mediante el
reconocimiento explícito de estos derechos. Entre los principales hay que recordar el
derecho a la vida en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al
desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y
la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho
a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el
sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar libremente una familia, a
acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad. Fuente
y síntesis de estos derechos es, en cierto modo, la libertad religiosa, entendida como
derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente
de la propia persona.
También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático
no siempre son respetados totalmente estos derechos. Y nos referimos no solamente
al escándalo del aborto, sino también a diversos aspectos de una crisis de los sistemas
democráticos, que a veces parece que han perdido la capacidad de decidir según el
bien común. Los interrogantes que se plantean en la sociedad a menudo no son
examinados según los criterios de justicia y moralidad, sino más bien de acuerdo con
la fuerza electoral o financiera de los grupos que los sostienen. Semejantes desviaciones
de la actividad política con el tiempo producen desconfianza y apatía, con lo cual
disminuye la participación y el espíritu cívico entre la población, que se siente
perjudicada y desilusionada. De ahí viene la creciente incapacidad para encuadrar los
intereses particulares en una visión coherente del bien común. Este, en efecto, no es la
simple suma de los intereses particulares, sino que implica su valoración y armonización,
hecha según una equilibrada jerarquía de valores y, en última instancia, según una exacta
comprensión de la dignidad y de los derechos de la persona.
La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático, pero no se posee
título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o
constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el concepto
de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo
encarnado.
48. Estas consideraciones generales se reflejan también sobre el papel del Estado
en el sector de la economía. La actividad económica, en particular la economía de
mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político.
Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad,
38
además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera
incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que
quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se
sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta de seguridad, junto
con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de
enriquecimiento y de beneficios fáciles - basados en actividades ilegales o puramente
especulativas -, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden
económico.
Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos
humanos en el sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del
Estado, sino de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la
sociedad. El Estado no podría asegurar directamente el derecho a un puesto de
trabajo de todos los ciudadanos sin estructurar rígidamente toda la vida económica y
sofocar la libre iniciativa de los ciudadanos. Lo cual, sin embargo, no significa que el
Estado no tenga ninguna competencia en ese ámbito, como han afirmado quienes
propugnan la ausencia del reglas en la esfera económica. Es más, el Estado tiene el deber
de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren oportunidades
de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis.
El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de
monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de
armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en
situaciones excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiado
débiles o en vías de formación, sean inadecuados para su cometido. Tales intervenciones
de suplencia, justificadas por razones urgentes que atañen al bien común, en la medida de
lo posible deben ser limitadas temporalmente, para no privar establemente de sus
competencias a dichos sectores sociales y sistemas de empresas y para no ampliar
excesivamente el ámbito de intervención estatal de manera perjudicial para la libertad
tanto económica como civil.
En los últimos años ha tenido lugar una vasta ampliación de ese tipo de
intervención, que ha llegado a constituir en cierto modo un Estado de índole nueva: el
Estado del bienestar. Esta evolución se ha dado en algunos Estados para responder de
manera más adecuada a muchas necesidades y carencias tratando de remediar formas de
pobreza y de privación indignas de la persona humana. No obstante no han faltado excesos
y abusos que, especialmente en los años más recientes, han provocado duras críticas a ese
Estado del bienestar, calificado como "Estado asistencial". Deficiencias y abusos del
mismo derivan de una inadecuada comprensión de los deberes propios del Estado. En este
ámbito también debe ser respetado el principio de subsidiariedad. Una estructura social
superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior,
privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de
necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes
sociales, con miras al bien común.
Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado
asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los
aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación
de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos. Efectivamente, parece
39
que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien está
próximo a ellas o quien está cerca del necesitado. Además, un cierto tipo de necesidades
requiere con frecuencia una respuesta que sea no sólo material, sino que sepa
descubrir su exigencia humana más profunda. Conviene pensar también en la situación
de los prófugos y emigrantes, de los ancianos y enfermos y en todos los demás casos,
necesitados de asistencia, como es el de los drogadictos: personas todas ellas que pueden
ser ayudadas de manera eficaz solamente por quien les ofrece aparte de los cuidados
necesarios, un apoyo sinceramente fraterno.
49. En este campo la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, su Fundador, está
presente desde siempre con sus obras, que tienden a ofrecer al hombre necesitado un
apoyo material que no lo humille ni lo reduzca a ser objeto únicamente de asistencia,
sino que lo ayude a salir de su situación precaria, promoviendo su dignidad de
persona. Gracias a Dios hay que decir que la caridad operante nunca se ha apagado en la
Iglesia y, es más, tiene actualmente un multiforme y consolador incremento. A este
respecto es digno de mención especial el fenómeno del voluntariado, que la Iglesia
favorece y promueve, solicitando la colaboración de todos para sostenerlo y animarlo en
sus iniciativas.
Para superar la mentalidad individualista, hoy día tan difundida, se requiere un
compromiso concreto de solidaridad y caridad, que comienza dentro de la familia con la
mutua ayuda de los esposos y luego con las atenciones que las generaciones se prestan
entre sí. De este modo la familia se cualifica como comunidad de trabajo y de solidaridad.
Pero ocurre que cuando la familia decide realizar plenamente su vocación se puede
encontrar sin el apoyo necesario por parte del Estado, que no dispone de recursos
suficientes. Es urgente entonces promover iniciativas políticas no sólo en favor de la
familia, sino también políticas sociales que tengan como objetivo principal a la
familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecuados e
instrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para
la atención de los ancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y
consolidando las relaciones generacionales.
Además de la familia, desarrollan también funciones primarias y ponen en marcha
estructuras específicas de solidaridad otras sociedades intermedias. Efectivamente, éstas
maduran como verdaderas comunidades de personas y refuerzan el tejido social,
impidiendo que caiga en el anonimato y en una masificación impersonal, bastante
frecuente por desgracia, en la sociedad moderna. En medio de esa múltiple interacción de
las relaciones vive la persona y crece la "subjetividad de la sociedad". El individuo hoy
día queda sofocado con frecuencia entre los dos polos del Estado y del mercado. En
efecto, da la impresión a veces de que existe sólo como productor y consumidor de
mercancías, o bien como objeto de la administración del Estado, mientras se olvida que la
convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni el Estado, ya que
posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el mercado y el
Estado. El hombre es, ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y
profundizarla en un diálogo continuo que implica a las generaciones pasadas y futuras.
50. Esta búsqueda abierta de la verdad, que se renueva cada generación, caracteriza
la cultura de la Nación. En efecto, el patrimonio de los valores heredados y adquiridos
es siempre objeto de contestación por parte de los jóvenes. Contestar, por otra parte, no
40
quiere decir necesariamente destruir o rechazar a priori, sino que quiere significar sobre
todo someter a prueba en la propia vida y, tras esa verificación existencial, hacer que esos
valores sean más vivos, actuales y personales, discerniendo lo que en la tradición es válido
respecto de falsedades y errores o de formas obsoletas, que pueden ser sustituidas por otras
más en consonancia con los tiempos.
En este contexto conviene recordar que la evangelización se inserta también en
la cultura de las naciones, ayudando a ésta en su camino hacia la verdad y en la tarea
de purificación y enriquecimiento. Pero cuando una cultura se encierra en sí misma y
trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación
sobre la verdad del hombre, entonces se vuelve estéril y lleva a su decadencia.
51. Toda la actividad humana tiene lugar dentro de una cultura y tiene una
recíproca relación con ella. Para una adecuada formación de esa cultura se requiere la
participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su
inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también
su capacidad de autodominio, su sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para
promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el
corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro
depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino. Es a este nivel donde
tiene lugar la contribución específica y decisiva de la Iglesia en favor de la verdadera
cultura. Ella promueve el nivel de los comportamientos humanos que favorecen la cultura
de la paz contra los modelos que anulan al hombre en masa, ignoran el papel de su
creatividad y libertad y ponen la grandeza del hombre en sus dotes para el conflicto y para
la guerra. La iglesia lleva a cabo este servicio predicando la verdad sobre la creación del
mundo, que Dios ha puesto en las manos de los hombres para que lo hagan fecundo y
perfecto con su trabajo y predicando la verdad sobre la Redención, mediante la cual el
Hijo de Dios ha salvado a todos los hombres y, al mismo tiempo, los ha unido entre sí
haciéndolos responsables unos de otros. La Sagrada Escritura nos habla continuamente del
compromiso activo en favor del hermano y nos presenta la exigencia de una
corresponsabilidad que debe abrazar a todos los hombres.
Esta exigencia no se limita a los confines de la propia familia y, ni siquiera de la
nación o del Estado, sino que afecta ordenadamente a toda la Humanidad, de manera que
nadie debe considerarse extraño o indiferente a la suerte de otro miembro de la familia
humana. En efecto, nadie puede afirmar que no es responsable de su hermano. La atenta y
premurosa solicitud hacia el prójimo, en el momento mismo de la necesidad - facilitada
incluso por los medio de comunicación que han acercado más a los hombres entre sí -, es
muy importante para la búsqueda de los instrumentos de solución de los conflictos
internacionales que puedan ser una alternativa a la guerra. No es fácil afirmar que el
ingente poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a medias y pequeñas
potencias, y la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen
muy arduo o prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto.
52. Los Pontífices Benedicto XV y sus sucesores han visto claramente el peligro, y
yo mismo, con ocasión de la reciente y dramática guerra en el golfo Pérsico, ha repetido el
grito: "¡Nunca la guerra!" Nunca más la guerra, que destruye la vida de los inocentes, que
enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una
secuela de rencores y odios que hace más difícil la justa solución de los mismos problemas
41
que han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en
que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio
de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la
Comunidad Internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en
general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas
aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no
ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz.
Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe
responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad
colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado
construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien
común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel
internacional Por eso hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de
conocimiento y sensibilización de las conciencias. He ahí la deseada cultura que hace
aumentar la confianza en las potencialidades humanas del pobre y, por tanto, en su
capacidad de mejorar la propia condición mediante el trabajo y contribuir positivamente al
bienestar económico. Sin embargo, para lograr esto, el pobre - individuo o Nación -
necesita que se le ofrezcan condiciones realmente asequibles. Crear tales condiciones es el
deber de una concertación mundial para el desarrollo, que implica además el sacrificio de
las posiciones ventajosas en ganancias y poder, de las que se benefician las economías más
desarrolladas.
Esto puede comportar importantes cambios en los estilos de vida consolidados,
con el fin de limitar el despilfarro de los recursos ambientales y humanos, permitiendo así
a todos los pueblos y hombres de la tierra el poseerlos en medida suficiente. A esto hay
que añadir la valoración de los nuevos bienes materiales y espirituales, fruto del trabajo y
de la cultura de los pueblos hoy marginados, para obtener así el enriquecimiento humano
general de la familia de las naciones.
CAPITULO VI
EL HOMBRE ES EL CAMINO DE LA IGLESIA
53. Ante la miseria del proletariado decía León XIII: "Afrontamos con confianza
este argumento y con pleno derecho por parte nuestra... Nos parecería faltar al deber de
nuestro oficio si callásemos". En los últimos cien años la iglesia ha manifestado repetidas
veces su pensamiento, siguiendo de cerca la continua evolución de la cuestión social, y
esto no lo ha hecho ciertamente para recuperar privilegios del pasado o para imponer su
propia concepción. Su única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el
hombre, confiado a ella por Cristo mismo, hacia este hombre, que, como el Concilio
Vaticano II recuerda, es la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual
tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. No se trata del hombre
abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a
cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre
42
a través de este misterio. De ahí se sigue que la iglesia no puede abandonar al hombre, y
que "este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de
su misión.., camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través
del misterio de la encarnación y de la redención".
54. La doctrina social, especialmente hoy día, mira al hombre, inserido en la
compleja trama de relaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la filosofía
ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de
comprenderse mejor a sí mismo, como "ser social". Sin embargo, solamente la fe revela
plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la
Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se
propone ayudar al hombre en el camino de la salvación.
La Encíclica "Rerum Novarum" puede ser leída como una importante aportación al
análisis socioeconómico de finales del siglo XIX, pero su valor particular le viene de ser
un documento del Magisterio, que se inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia,
junto con otros muchos documentos de la misma índole. De esto se deduce que la
doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en
cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por
la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se
ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del
"proletariado", la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de
la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz,
así como del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte.
55. La Iglesia conoce el "sentido del hombre" gracias a la Revelación divina.
"Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer
a Dios", decía Pablo VI, citando a continuación a Santa Catalina de Siena, que en una
oración expresaba la misma idea: "En la naturaleza divina, Deidad eterna, conocerá la
naturaleza mía".
Por eso, la antropología cristiana es, en realidad, un capítulo de la teología y, por
esa misma razón, la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose
por él y por su modo de comportarse en el mundo, "pertenece... al campo de la teología y
especialmente de la teología moral". La dimensión teológica se hace necesaria para
interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana. Lo cual es
válido - hay que subrayarlo - tanto para la solución "atea", que priva al hombre de
una parte esencial, la espiritual, como para las soluciones permisivas o consumísticas,
las cuales con diversos pretextos tratan de convencerlo de su independencia de toda
ley y de Dios mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina por perjudicarle a él y
a los demás.
La iglesia, cuando anuncia al hombre la salvación de Dios, cuando le ofrece y
comunica la vida divina mediante los sacramentos, cuando orienta su vida a través de los
mandamientos del amor a Dios y al prójimo, contribuye al enriquecimiento de la dignidad
del hombre. Pero la Iglesia, así como no puede abandonar nunca esta misión religiosa
y trascendente en favor del hombre, del mismo modo se da cuenta de que su obra
encuentra hoy particulares dificultades y obstáculos. He aquí por qué se compromete
siempre con renovadas fuerzas y con nuevos métodos en la evangelización que promueve
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al hombre integral. En vísperas del tercer Milenio sigue siendo "signo y salvaguardia del
carácter trascendente de la persona humana", como ha tratado de hacer siempre desde el
comienzo de su existencia, caminando junto al hombre a lo largo de toda la historia. La
Encíclica "Rerum Novarum" es una expresión significativa de ello.
56. En el primer centenario de esta Encíclica, deseo dar las gracias a todos los que
se han dedicado a estudiar, profundizar y divulgar la doctrina social cristiana. Para ello es
indispensable la colaboración de las Iglesias locales, y yo espero que la conmemoración
sea ocasión de un renovado impulso para su estudio, difusión y aplicación en todos los
ámbitos.
Deseo, en particular, que sea dada a conocer y que sea aplicada en los distintos
países donde, después de la caída del socialismo real, se manifiesta una grave
desorientación en la tarea de reconstrucción. A su vez, los países occidentales corren
el peligro de ver en esa caída la victoria unilateral del propio sistema económico, y
por ello no se preocupan de introducir en él los debidos cambios. Los países del
Tercer Mundo, finalmente, se encuentran más que nunca ante la dramática situación
del subdesarrollo, que cada día se hace más grave.
León XIII, después de haber formulado los principios y orientaciones para la
solución de la cuestión obrera, escribió unas palabras decisivas: "Cada uno haga la parte
que le corresponde y no tenga dudas, porque el retraso podría hacer más difícil el cuidado
de un mal ya tan grave"; y añade más adelante: "Por lo que se refiere a la Iglesia, nunca ni
bajo ningún aspecto ella regateará su esfuerzo".
57. Para la Iglesia el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como
una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción.
Impulsados por este mensaje, algunos de los primeros cristianos distribuían sus bienes a
los pobres, dando testimonio de que, no obstante las diversas proveniencias sociales, era
posible una convivencia pacífica y solidaria. Con la fuerza del Evangelio, en el curso de
los siglos, los monjes cultivaron las tierras, los religiosos y las religiosas fundaron
hospitales y asilos para los pobres; las cofradías, así como hombres y mujeres de todas las
clases sociales, se comprometieron en favor de los necesitados y marginados, convencidos
de que las palabras de Cristo: "Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos
más pequeños, lo habéis hecho a mí", esto no debe quedarse en un piadoso deseo, sino
convertirse en compromiso concreto de vida.
Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna. De esta
conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la cual nunca es
exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de una opción que no
vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que especialmente en la
sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo económica, sino
también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y
pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante
el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas. En
los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los
ancianos y enfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y
emigrados; en los países en vía de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si
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no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente.
58. El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la
Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Esta nunca podrá
realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para
su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en
sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará fuerza para afrontar el
riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica de ayudar a otro hombre. En
efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros -
que excluidos o marginados - a que entren en el círculo del desarrollo económico y
humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo
produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de
producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la
sociedad. No se trata tampoco de destruir instrumentos de organización social que han
dado buena prueba de sí mismos, sino de orientarlos según una concepción adecuada al
bien común con referencia a toda la familia humana. Hoy se está experimentando ya la
llamada "economía planetaria", fenómeno que no hay que despreciar, porque puede crear
oportunidades extraordinarias de mayor bienestar. Pero se siente cada día más la
necesidad de que a esta creciente internacionalización de la economía correspondan
adecuados órganos internacionales de control y de guía válidos, que orienten la
economía misma hacia el bien común, cosa que un Estado solo, aunque fuese el más
poderoso de la tierra, no es capaz de lograr. Para poder conseguir este resultado, es
necesario que aumente la concertación entre los grandes Países y que en los organismos
internacionales estén igualmente representados los intereses de toda la gran familia
humana. Es preciso también que a la hora de valorar las consecuencias de sus decisiones,
tomen siempre en consideración a los pueblos y países que tienen escaso peso en el
mercado internacional y que, por otra parte, cargan con toda una serie de necesidades
reales y acuciantes que requieren un mayor apoyo para un adecuado desarrollo,
indudablemente, en este campo queda mucho por hacer.
59. Así pues, para que se ejercite la justicia y tengan éxito los esfuerzos de los
hombres para establecerla, es necesario el don de la gracia, que viene de Dios. Por
medio de ella, en colaboración con la libertad de los hombres, se alcanza la
misteriosa presencia de Dios en la historia que es la Providencia.
La experiencia de novedad vivida en el seguimiento de Cristo exige que sea
comunicada a los demás hombres en la realidad concreta de sus dificultades y luchas,
problemas, desafíos, para que sean iluminadas y hechas más humanas por la luz de la fe.
Esta, en efecto, no sólo ayuda a encontrar soluciones, sino que hace humanamente
soportables incluso las situaciones de sufrimientos, para que el hombre no se pierda en
ellas y no olvide su dignidad y vocación.
La doctrina social, por otra parte, tiene una importante dimensión interdisciplinar.
Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y
continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo
con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les
ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en
la plenitud de su vocación.
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Junto a la dimensión interdisciplinar, hay que recordar también la dimensión
práctica y, en cierto sentido, experimental de esta doctrina. Ella se sitúa en el cruce de la
vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los
esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales,
políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia.
60. Al enunciar los principios para la solución de la cuestión obrera, León XIII
escribía: "La solución de un problema tan arduo requiere el concurso y la cooperación
eficaz de otros". Estaba convencido de que los graves problemas causados por la sociedad
industrial podían ser resueltos solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas.
Esta afirmación ha pasado a ser un elemento permanente de la doctrina social de la Iglesia,
y esto explica, entre otras cosas, por qué Juan XXIII dirigió su Encíclica sobre la paz a
"todos los hombres de buena voluntad".
El papa León, sin embargo, constataba con dolor que las ideologías de aquel
tiempo, especialmente el liberalismo y el marxismo, rechazaban esta colaboración. Desde
entonces han cambiado muchas cosas, especialmente en los años más recientes. El mundo
actual es cada vez más consciente de que la solución de los graves problemas nacionales e
internacionales no es sólo cuestión de producción económica o de organización jurídica o
social, sino que requiere precisos valores ético-religiosos, así como un cambio de
mentalidad, de comportamiento y de estructuras. La Iglesia siente vivamente la
responsabilidad de ofrecer esta colaboración, y - como he escrito en la Encíclica
"Sollicitudo rei Socialis"- existe la fundada esperanza de que también ese grupo numeroso
de personas que no profesa una religión pueda contribuir a dar el necesario fundamento
ético a la cuestión social.
En el mismo Documento he hecho también una llamada a las Iglesias cristianas y a
todas las grandes religiones del mundo, invitándolas a ofrecer el testimonio unánime de las
comunes convicciones acerca de la dignidad del hombre, creado por Dios. En efecto, estoy
persuadido, de que las religiones tendrán hoy y mañana una función eminente para la
conservación de la paz y para la construcción de una sociedad digna.
61. Fue "el yugo casi servil", al comienzo de la sociedad industrial, lo que obligó a
mi predecesor a tomar la palabra en defensa del hombre. La Iglesia ha permanecido fiel a
este compromiso en los pasados cien años: Efectivamente, ha intervenido en el período
turbulento de la lucha de clases, después de la primera guerra mundial, para defender al
hombre de la explotación económica y de la tiranía de los sistemas totalitarios. Después de
la segunda guerra mundial, ha puesto la dignidad de la persona en el centro de sus
mensajes sociales, insistiendo en el destino universal de los bienes materiales, sobre un
orden social sin opresión basado en el espíritu de colaboración y solidaridad. Luego, ha
afirmado continuamente que la persona y la sociedad no tienen necesidad solamente de
estos bienes, sino también de los valores espirituales y religiosos. Además, dándose cuenta
cada vez mejor de que demasiados hombres viven no en el bienestar del mundo
occidental, sino en la miseria de los países en vía de desarrollo y soportan una condición
que sigue siendo la del "yugo casi servil", la Iglesia ha sentido y sigue sintiendo la
obligación de denunciar tal realidad con toda claridad y franqueza, aunque sepa que su
grito no siempre será acogido favorablemente por todos.
A cien años de distancia de la publicación de la "Rerum Novarum", la Iglesia se
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halla aún ante "cosas nuevas" y ante muchos desafíos. Por esto, el presente centenario debe
corroborar en su compromiso a todos los "hombres de buena voluntad" y, en concreto, a
los creyentes.
62. Esta Encíclica de ahora ha querido mirar al pasado, pero sobre todo está
orientada al futuro. Al igual que la "Rerum Novarum", se sitúa casi en los umbrales del
nuevo siglo y, con la ayuda divina, se propone preparar su llegada.
En todo tiempo, la verdadera y perenne "novedad de las cosas" viene de la infinita
potencia divina: "He aquí que hago nuevas todas la cosas". Estas palabras se refieren al
cumplimiento de la historia, cuando Cristo entregará "el reino a Dios Padre... para que
Dios sea todo en todas las cosas". Pero el cristiano sabe que la novedad, que esperamos en
su plenitud a la vuelta del Señor, está presente ya desde la creación del mundo, y
precisamente desde que Dios se ha hecho hombre en Cristo Jesús y con él y por él ha
hecho "una nueva creación".
Al concluir esta Encíclica doy gracias de nuevo a Dios omnipotente, porque ha
dado a su Iglesia la luz y fuerza de acompañar al hombre en el camino terreno hacia el
destino eterno. También en el tercer milenio la Iglesia será fiel en asumir el camino
del hombre, consciente de que no peregrina sola, sino con Cristo, su Señor. Es él
quien ha asumido el camino del hombre y lo guía, incluso cuando éste no se da
cuenta.
Que María, la Madre del Redentor, la cual permanece junto a Cristo en su camino
hacia los hombres, y que precede a la Iglesia en la peregrinación de la fe, acompañe con
materna intercesión a la humanidad hacia el próximo milenio, con fidelidad a Jesucristo,
nuestro Señor, que "es el mismo ayer y hoy y lo será por siempre", en cuyo nombre os
bendigo de corazón.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 1 de Mayo - fiesta de San José Obrero -
del año 1991, décimo tercero de pontificado.
Joannes Paulus II