Roberto Mesa El Colonialismo en La Crisis Del Xix Espanol Col Los Complementarios Editorial Ciencia Nueva Madrid 1967 291 PP PDF

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ras lingüístico de las noticias y las preocupaciones de esta sociedad

de producción. Los lugares poéticos fueron suplantados por el valor de


un verso, cuyas informaciones excluían toda contribución probabilística
o de inspiración. E n suma, se había olvidado el tratamiento estético
de la realidad.
A través de esta antología encontramos también u n amplio ensan-
chamiento de los campos semánticos e ideológicos, el cual viene apo-
yado por un nuevo respeto de los problemas del estilo. E n general,
podría decirse que nos encaminamos hacia una poesía más libre, más
compleja y más rica. Entre los objetivos de esta nueva poesía deberá
estar la búsqueda de la elaboración estética del documento humano.
Caminamos hacia u n nuevo concepto de realismo.
Dedica, una vez más, Jiménez Martos una parte a los poetas dialec-
tales, a los hispanoamericanos e hispanistas (extranjeros de expresión
castellana). Pensamos que si existe alguna antología verdaderamente
útil en España, y entendemos por utilidad la suma de virtudes nece-
sarias (objetividad, generalidad y muestreo exhaustivo), esta antología
es, sin duda, la de Jiménez Martos.—RAFAEL SOTO VERGÉS.

: El colonialismo en la crisis del XIX español. Col. «Los


ROBERTO M E S A
Complementarios». Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1967, 291 pp.

E n los últimos tiempos asistimos al renacer de u n notable interés


por el siglo xix español. El fenómeno era de esperar, pues el siglo pa-
sado, base próxima del presente, había sido nial y parcialmente estu-
diado. Los historiadores d e mentalidad más o menos conservadora ha-
bían optado por sumirlo en el caos y la inutilidad más absoluta. Los
que se caracterizan por u n pensamiento más abierto veían el xix como
un tiempo de ensayos fracasados, fracasados precisamente por culpa de
conservadores y tradicionalistas. Ambas interpretaciones eran, por tanto,
partidistas y unilaterales, aunque la segunda parezca más próxima a la
realidad que la primera. Pero nunca conviene ver la historia con mente
policíaca, buscando malos para responsables, mejor es atender a la ne-
cesaria dinámica d e los diversos sectores sociales, apreciar su desarrollo
y olvidar las acusaciones.
E n la actualidad parece que se impone la revisión de planteamientos
tan simplistas, y el trabajo que publica Roberto Mesa es u n a investi-
gación inapreciable con la que desde ahora debemos contar siempre.
Lejos del partidismo y la tendenciosidad, el autor se va a los textos

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mismos, a los hechos. No adopta la perspectiva del tribunal que juzga,
sino que procura comprender la dinámica del siglo en su intrínseca
necesidad) contradiciones, avances y retrocesos que perfilan un tiempo
fecundo como ningún otro en movimientos políticos y militares, doc-
trinas, ideologías, etc.
El problema del colonialismo es una de las facetas más agudas en
la crisis general del siglo. Los españoles del xix, o por lo menos algunos
españoles representativos de variadas y aun encontradas tendencias se
dan cuenta de que es preciso poner a España a la hora europea. Tras
el funesto reinado de Fernando VII, esa convicción se abre camino con
cierta rapidez. Aquí es donde va a surgir el conflicto: ¿permitía la
estructura económico-social semejante puesta a punto sin que saltasen
por el aire buena parte de sus elementos básicos, muchos o casi todos
los privilegios, vanidades, falsos prestigios, etc.? Parece ser que no, que
una cosa y otra eran contradictorias, y en esta contradicción surgió la
crisis, en ocasiones sangrienta, a veces fecunda, otras estéril.
En el problema colonial también se hace patente esa convicción:
«España quiere subir al tren del progreso en marcha —escribe Roberto
Mesa—; aprovechar aunque sea sólo las migajas del florido capitalismo
colonial. Ya no se habla, más que contadamente y en ocasiones pa-'
trias, de exaltación de los valores eternos, de la aportación única de la
cruz y, de la espada..., nadie duda ya, entre los gobernantes, que colo-
nialismo moderno quiere decir monopolio en beneficio de la metrópoli,
de la producción y consumo de sus posesiones» (pp. 46-47). Esta no es
sólo una afirmación teórica de nuestros hombres del xix. Más bien cabe
decir lo contrario, en muchas ocasiones no existía teoría alguna que
respaldase la práctica ahora iniciada, pero como escribe Mesa al «colo-
nialismo del siglo xix no le interesa, no debe interesarle, la noble
tarea de cristianización de salvajes extraviados; su esfuerzo todo ha
de ir encaminado hacia una más sabia utilización de las reservas de
materias primas y en pos de un enriquecimiento progresivo gracias a
unos eficaces mercados de ventas con un consumo orientado, cuando
no impuesto» (p. 50).
Semejante cambio en la concepción y práctica del colonialismo tiene
sus más hondas repercusiones sobre el trabajo y el trabajador. La nece-
sidad de terminar con una esclavitud que resultaba antieconómica en
los albores del capitalismo industrial—cuidadoso ya de mercados para
sus productos—se abre paso en algunas de las mentes más lúcidas
del xix. Entre todos es menester destacar a Rafael María de Labra,
cuya copiosa obra sobre el tema recoge Mesa en su bibliografía.
El combate entre los defensores de la esclavitud y quienes la con-
denan empieza ahora. Todo tipo de argumentos son esgrimidos durante

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la centuria, pero ninguno resultaría totalmente inteligible si antes no
hubiera descrito Mesa la plataforma en que tal debate se lleva a cabo,
plataforma que, sin embargo, pocas veces saldrá a luz en el curso de
las discusiones teóricas.
En principio parece que todo el mundo está de acuerdo en la «mal-
dad moral de la esclavitud» (p. 76), y, vistas así las cosas, los antiescla-
vistas podían considerar ganada la batalla, pero los hechos demuestran
que la realidad es más compleja y supera este esquema simplista. Si
bien todos están de acuerdo en la maldad moral de la esclavitud, no
sucede lo mismo respecto de la trata—-causa directa de aquélla-—: «dos
son fundamentalmente los motivos que impiden una aplicación estricta
de la prohibición de la trata: la necesidad de brazos para los trabajos
agrícolas y los intereses creados en torno al tráfico de hombres» (p. 88).
Motivos que tendrán tanta fuerza como para provocar la violación de
los convenios internacionales establecidos y permitir la continuidad de
un estado inhumano que Roberto Mesa ha sabido relatar magistral-
mente, acudiendo a los documentos oficiales de la época, sin caer en la
literatura colorista a que tan propicio es el tema (pp. 90 a 99).
La revolución española de 1868 supuso un cambio trascendental en
el panorama político del siglo, desgraciadamente poco estudiado. Por
primera vez se hacía oír el pueblo, a través de las llamadas juntas revo-
lucionarias, cuyos manifiestos constituyen documentos políticos de pri-
mer orden. En lo que a nuestro tema importa, los revolucionarios se
propusieron abolir la esclavitud, haciendo gran cantidad de declaracio-
nes sobre el particular, pero es preciso esperar a julio de 1870 para que
aparezca la ley sobre emancipación de los esclavos (p. 116). Legislación
que todavía era menester aplicar en Cuba, para lo cual habrán de pasar
diez años. En plena Restauración dábamos un paso atrás y sustituíamos
la realidad de la esclavitud por la «ficción de la tutela» (p. 119).
Mas si bien a parti de 1873, en Puerto Rico, y 1880, en Cuba, no hay
teóricamente esclavos, «el problema de la mano de obra agrícola que-
daba en pie. Su importancia y su vitalidad seguía caminos subterrá-
neos, ocultos, por el clamor de las guerras coloniales perdidas» (p, 159),
ello motivó sucedáneos de la esclavitud, que si bien habían aparecido
anteriormente, cobran en estos años mayor desarrollo. Ahora no se
trata de esclavos, sino de colonos, pero la variación nominal supone
pocos cambios reales. Entre los sucedáneos justo es recordar la expe-
riencia gallega de 1854 (pp. 170 a 179), la importación de trabajadores
amarillos (pp. 180 a 204), que determina la aparición de un esclavo asiá-
tico en condiciones de vida tan infrahumanas como las del negro, etc.
El trabajo de Mesa se completa con apéndices en que recoge los
principales documentos sobre el tema, tratados, convenios, declaracio-

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nes, etc., disposiciones legislativas españolas, así como intentos legisla-
tivos de reforma del sistema colonial, proyectos extraoficiales de aboli-
ción, una selección de la práctica jurisprudencial española sobre el
estatuto de los esclavos y un completo índice bibliográfico. Todo lo
cual nos puede dar cierta idea de la importancia de este libro.—VALE-
RIANO BOZAL

ALBERTO GIL NOVALES: Antonio Machado. Edit. Fontanella, Col. Tes-


tigos del siglo xx, Madrid, 1966.

Comienza el prólogo de este libro —escrito por Carlos Blanco Agui-


naga—con una cita de Gil Novales, su autor: «En España pecamos
de que la Historia de la Literatura ha solido hacerse desde la Litera-
tura, y no desde la Historia, es decir, sin el sustento del país en que
nace». Esta frase marca ya el tipo de obra que tenemos entre manos.
Desde luego, la afirmación es acertadísima. Vaga la crítica en un mundo
puramente idealista, sin atención a las relaciones, inevitables, pésele a
quien le pese, con la sociedad de la que son producto los objetos lite-
rarios. De hecho, esta pretendida ignorancia de «lo otro» es ya un
tomar partido con respecto a ello. Por lo cual son muy útiles este tipo
de estudios. Máxime cuando es la misma producción literaria, en su
gran mayoría, la que se empeña en un purismo poético sospechoso.
Y hay que juzgarla en toda la integridad de sus relaciones, desmon-
tando los mecanismos ocultos que no lo son tanto.
Trata Gil Novales en este libro de medir la significación de Ma-
chado para España, y las causas de tal significación. Ya de entrada nos
da una valoración global: «en la crisis más grave de la existencia espa-
ñola en lo que va de siglo xx,, lo mejor de España se llamó Machado;
y, nostálgicamente, lo mejor de España sigue todavía llamándose Ma-
chado» (p. 11).
En el primer capítulo, «Gotas de sangre jacobina», muestra Gil
Novales la vieja raigambre progresista de don Antonio, presente en
su padre, abuelo y bisabuelo, así como las relaciones de éstos y de él
mismo con la Institución Libre de Enseñanza y personajes y doctrinas
liberales.
El segundo capítulo, «Un pobre modernista del año tres», dará a
Gil Novales oportunidad para criticar los conceptos al uso sobre la
relación entre el modernismo y la generación del 98, aceptando que

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