La Profesion Del Archivista
La Profesion Del Archivista
La Profesion Del Archivista
Michel Duchein
(Inspector General de los Archivos de Francia)
La profesión de archivero no es tal vez la más antigua del mundo (como todo el mundo sabe,
esta prioridad ha sido disputada entre numerosas profesiones tanto masculinas como
femeninas…) pero inequívocamente es tan antigua como la invención de la escritura, lo cual
le asegura, como mínimo, una existencia de tres o cuatro mil años.
Esta venerable antigüedad no la situa al margen de los cambios, de las lentas evoluciones ni
de las mutaciones brutales que caracterizan nuestra época. Si se puede pensar, con exactitud,
que el archivero del siglo XVIII no ejercia un oficio muy diferente del de la Edad Media,
tambien es evidente que el de hoy no tiene gran cosa en común con el del siglo XVIII y que el
de mañana (o pasado mañana), trabajará en un contexto tecnológico y psicológico totalmente
nuevo.
Esta constatación se la plantean a menudo todos los archiveros del mundo, a pesar de que la
opinión pública no sea consciente de ello. En todos los paises, ricos o menos ricos,
industrializados o menos industrializados, aparece la misma pregunta: ¿Cuál es exactamente
el sitio de los archivos y por tanto de los archiveros, en la sociedad moderna?, y sobretodo,
¿Cuál será su evolución en el futuro?
No podemos negar que actualmente existe un malestar en el seno de la profesión archivística.
Muchos archiveros –la mayoría, sin ninguna duda- han escogido este oficio por el gusto de la
historia, de la erudición, y se encuentran cada vez más enfrentados a las nuevas realidades
administrativas, a las tecnologías que exigen unos conocimientos sin ninguna relación con las
disciplinas tradicionales de la investigación histórica.
No es sorprendente que, frente a la enorme masa de los archivos contemporáneos, a su
creciente automatización, el archivero formado en el estudio de la paleografía medieval y en
las sutilezas del derecho romano, se sienta desorientado. Ahora bien, cada vez más, los
gobiernos, las administraciones locales, las empresas (públicas o privadas) tendrán necesidad
de archivos “modernos”. Eso plantea la difícil pregunta de la adaptación de la profesión de
archivero a las realidades del mundo actual y, posiblemente, del futuro. Este es el tema del
presente artículo.
Desde hace tiempo, el cometido del archivero está dividido entre el aspecto utilitario y el
aspecto académico.
El documento de archivo, cualesquiera que sean su forma y su procedencia, en primer lugar
es, en su origen, un documento creado con un objetivo práctico, destinado a transmitir y a
conservar una información esencialmente utilitaria, y el primer deber del archivero es poner
esta información a disposición de los que la necesitan para sus fines prácticos: actuar según la
necesidad del responsable político o administrativo que busca los antecedentes de un asunto
que debe tramitar, o del simple ciudadano que viene a buscar las pruebas de un derecho que
posee o cree poseer.
Esta fué, históricamente, la primera función del archivero. El rey de Francia, Francisco I, la
definió perfectamente cuando en 1539 reorganizó los archivos reales: “El estado de los
documentos de nuestros archivos y de sus inventarios es tal que, cuando hay que buscar los
títulos que atañen a nuestros asuntos de Estado y de importancia, hay tantas cosas mezcladas
las unas con las otras que es imposible encontrar lo que uno busca, y cuando lo encuentra, los
asuntos a los cuales sería útil la documentación, ya estan cerrados y terminados…”)1.
Esta función utilitaria del archivero ha existido siempre y en muchos casos es con creces
prioritaria, o casi exclusiva. Esto es verdad, aunque en muchos paises las funciones de
archivero y de documentalista son a menudo confundidas. Así, en Francia2, a los archiveros
municipales (donde crece el número cada año y que ya son más de 400) a menudo les
encargan, además de los archivos, los servicios de documentación de los ayuntamientos.
Algunos documentos son conservados en los archivos únicamente por razones prácticas (por
ejemplo los certificados de matriculación de coches) y son destruidos cuando han dejado de
tener utilidad administrativa. Es pues bien claro, en este caso, que el aspecto utilitario de los
archivos es el dominante.
Pero, después del siglo XVII y sobretodo el XVIII, apareció otro cariz de los archivos que fué
cogiendo poco a poco una importancia preponderante en la opinión pública: su carácter de
fuente de la investigación histórica. Desde entonces, el archivero es considerado sobretodo
como un auxiliar de la ciencia histórica. El desarrollo de los métodos de la crítica documental
(que en gran parte es la consecuencia de la reforma protestante y de la contrareforma católica
del siglo XVI, después de la filosofia racionalista de los siglos XVII y XVIII) llevó hacia los
depósitos de los archivos a los investigadores, la motivación de los cuales no era tanto de
orden práctico, sino de orden académico y desinteresado. No se trataba tanto de encontrar la
prueba de un derecho o un argumento para la gestión de un asunto, sino una documentación
de caràcter puramente retrospectivo.
A partir de ese momento, los depósitos de los archivos fueron los “graneros de la historia” al
mismo tiempo que los “arsenales de las administraciones”, según la expresión del historiador-
archivero Charles Braibant3. El viraje decisivo de esta evolución se situa en la primera mitad
del siglo XIX, en la época del romanticismo y de la gran moda de los estudios históricos
debida a los trastornos de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas. El archivero
era entonces, antes que nada, un hombre de ciencia y de erudición histórica.
En Francia, la creación de la École des chartres en 1821 es significativa de esta tendencia: allí
se enseñaba la paleografía, la diplomática, la filología romance, la historia del derecho civil y
eclesiástico; y a partir de 1850, todos los archiveros de Francia han de ser obligatoriamente
contratados entre los alumnos diplomados en esta escuela.
La concepción del archivero-historiador, del archivero-erudito, ha predominado en todos los
paises de Europa hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Pero desde 1940, la
extraordinaria abundancia de documentos producidos por las administraciones modernas ha
provocado al aflujo hacia los archivos de masas crecientes de documentos desprovistos de
interés histórico, al mismo tiempo que obligaba a los archiveros a encontrar la función de
auxiliares de la administración, que habian perdido un poco en provecho de su cometido de
auxiliares de la investigación histórica.
Actualmente, el contraste entre estos dos aspectos de la profesión de archivero ha llegado
hasta tal punto que en algunos paises (especialmente en los Estados Unidos de América) se
han creado dos profesiones diferentes: una la de records manager, responsable de los
documentos recientes y con competencias puramente administrativas; la otra, la de archivist,
responsable de documentos no recientes y orientada hacia el aspecto histórico.
En la mayoría de paises, sin embargo, la profesión de archivero continua siendo única y el
archivero está cada vez más dubitativo entre los dos aspectos contradictorios de su oficio. El
problema de la formación profesional queda planteado y lo estudiaremos más adelante.
Archiveros, bibliotecarios, documentalistas: convergencias y divergencias
Otro aspecto de la evolución de la profesión archivística está ligado al impacto de las nuevas
tecnologías: ya sea por que producen nuevos tipos de documentos (audiovisuales,
informáticos), o porque modifican las condiciones de trabajo de los servicios de archivo.
Los nuevos tipos de documentos (o por hablar más brevemente, los “nuevos archivos”)
plantean problemas muy complejos desde el punto de vista de su recogida, de su
conservación, de su descripción y de su utilización. Desde hace unos veinte o treinta años, se
ha realizado numerosos estudios en todo el mundo. Muy recientemente, en 1988, han sido el
tema del undécimo Congreso Internacional de Archivos de Paris7.
Los debates de este Congreso han sacado a la luz la dificultad de integrar documentos como
las películas de televisión, las cintas y discos de ordenador y las cintas de video, en la
archivística tradicional. Incluso su definición “como archivos” es problemática y con más
razón, su organización y su inventariación según las normas archivísticas.
Otras dificultades derivan de la naturaleza jurídica de estos nuevos documentos (derechos de
autor, derechos de reproducción, derechos de difusión), sin hablar de los problemas técnicos
de conservación de sus soportes y de lo muy costosos que resultan los equipos técnicos
necesarios para su utilización así como para su conservación.
Actualmente, en 1991, la mayoría de los servicios de archivo reciben aún relativamente pocos
documentos de este tipo, pero es previsible que, en diez o veinte años, las cintas y discos de
ordenador sustituyan cada vez más, en las transferencias de las administraciones, a los
documentos tradicionales en papel.
Por otra parte, las modernas tecnologías atañen directamente a los archiveros en el ejercicio
mismo de su oficio: los equipos de desinfección, de climatización, de reprografia, de
restauración, de mantenimiento automatizado, de grabación y de difusión audiovisual, los
microordenadores y los procesadores de texto, forman parte desde ahora de los instrumentos
de trabajo cotidiano de muchos archiveros y modifican profundamente sus métodos
profesionales.
Durante mucho tiempo, el oficio de archivero ha sido más o menos uniforme, cualquiera que
fuese el tipo de archivo. Un archivero de hospital podía, sin demasiada dificultad,
transformarse en archivero episcopal, o en archivero municipal y viceversa. Se trataba en
efecto, en todos los casos, de archivos de la misma naturaleza: documentos en papel, de
carácter esencialmente administrativo (correspondencia, documentos presupuestarios y
contables, gestión de bienes raíces y de rentas inmobiliarias), de forma diplomática simple y
relativamente estable.
En la actualidad no hay ninguno igual. No solamente varía mucho la forma de los documentos
de un sector de actividad a otro, sino que la creciente especialización de atribuciones de los
servicios y de los establecimientos conlleva la creación de tipos documentales que exigen,
para ser analizados, inventariados y utilizados, conocimientos específicos cada vez más
profundos.
Cojamos como ejemplo, puesto que ya lo hemos citado antes, los archivos de los hospitales.
Ahora, como antes, no encontramos allí solamente los documentos administrativos, al lado de
los archivos de gestión se multiplican los archivos propiamente médicos, las radiografias, los
resultados de exámenes biológicos, los protocolos de operaciones quirúrgicas, las historias
clínicas, que exigen muchos más conocimientos médicos que conocimientos archivísticos.
Del mismo modo, los archivos de las oficinas de estudios técnicos o de los laboratorios se
presentan bajo una forma (generalmente informatizada) que es incomprensible para el
archivero no especializado. Cuando los archivos de la creación del avión supersónico
Concorde han sido transferidos a los Archivos Nacionales de Francia, ningún archivero de
esta institución era competente para seleccionarlos, ordenarlos e inventariarlos, fué necesario
llamar a ingenieros aeronáuticos para ayudar a los archiveros en su trabajo. La misma
necesidad se manifiesta para los archivos del Instituto Pasteur, de los laboratorios del Centro
Nacional de la Investigación Científica, de los centros de estudios nucleares y de numerosas
instituciones y organismos para los cuales la formación profesional clásica del archivero es, la
mayoría de las veces, de una insuficiente utilidad.
El mismo fenómeno, más acentuado aún, lo encontramos para los documentos en nuevos
soportes que exigen conocimientos técnicos muy especializados: archivos cinematográficos y
televisuales, archivos sonoros, archivos fotográficos, archivos informáticos. Para el archivero
encargado de dirigir un fondo de archivo cinematográfico le resulta mucho más importante
conocer la historia del cine y las técnicas de las películas que las instituciones reales del siglo
XVI o la paleografía medieval.
Incluso en los servicios de archivo tradicionales (archivos ministeriales, provinciales,
municipales) una especialización con mayor empuje se vuelve cada dia una necesidad más
evidente. La complejidad de la administración moderna es tal que se puede conocer muy bien
el funcionamiento de los mecanismos de un ministerio sin conocer, sin embargo, el de otro
ministerio y mucho menos aún el de una prefectura o de un ayuntamiento.
En el interior de una gran institución como los Archivos Nacionales de Francia (el ejemplo
también sería válido para los archivos nacionales de España, de Italia, de Gran Bretaña o de
los Estados Unidos), cada vez existen más “secciones” o “divisiones” especializadas que son
llamamientos a conocimientos muy diversos: archivos administrativos, archivos judiciales,
archivos notariales, archivos industriales y técnicos, archivos familiares, archivos
audiovisuales, archivos intermedios, taller fotográfico, taller de restauración; la lista es larga y
podria crecer hasta el infinito.
Constatamos que cada vez le resulta más difícil a un archivero pasar de uno de estos sectores
de actividad a otro. El que se ha pasado quince o veinte años de su vida ordenando e
inventariando documentos medievales tendrá muchas dificultades para adaptarse a llevar
archivos industriales modernos o para encargarse del depósito intermedio de los archivos
administrativos.
Siempre habrá necesidad de archiveros “polivalentes” igual que existen todavía médicos
generalistas. El archivero de un pueblo o también el de una ciudad mediana, siempre tendrá
que ser capaz, a la vez que de ordenar e interpretar los documentos antiguos, de recoger y de
seleccionar los documentos modernos, de organizar exposiciones, de editar publicaciones, de
vigilar la microfilmación y la restauración de documentos y de responder a las peticiones de la
administración municipal, del público y de los investigadores historiadores.
Pero al lado de estos archiveros polivalentes, la necesidad de una especialización por
categorías de archivo, será cada vez más evidente en el futuro, como así se produce en todos
los sectores de la actividad humana.
Hasta ahora, la definición oficial de archivo –salida de los grandes tratados teóricos de los
siglos XIX y XX: Muller-Feith-Fruin, Jenkinson, Casanova, Schellenberg, Lodolini- es una
definición puramente institucional: los archivos son los documentos producidos por el
funcionamiento de las administraciones y organismos públicos o privados, y no existen más
que por este origen. Un documento, la procedencia (el origen) del cual es desconocida, no es,
teóricamente hablando, un documento de archivo. Con más razón, un documento que no
encuentra su lugar en un procedimiento administrativo o de gestión, no pertenece al archivo.
Ahora bien, esta definición tan estricta casi no se corresponde con la realidad. Cada vez con
mayor frecuencia, ocurre que en un expediente administrativo de un asunto concreto (por
ejemplo el expediente de obras de un edificio público, o el expediente de preparación de una
ley o de un decreto de gobierno o, todavía más, el expediente personal de un funcionario) se
encuentran fotocopias de documentos de procedencia externa, así como recortes de prensa,
folletos, etc., que se conservan allí a título de documentación e información.
Si se aplica la definición teórica, estos documentos no forman parte del expediente y no tienen
pues ningún derecho a la denominación de archivo, sin embargo estan dentro del expediente y
no es posible extraerlos, a menos de un largo trabajo, fastidioso y que además es nefasto.
Igualmente, cuando un político o un escritor da sus “archivos” a un depósito de archivo
nacional, provincial o municipal, generalmente se encuentran mezclados los originales de
correspondencia recibida o enviada, copias o fotocopias de documentos los originales de los
cuales estan en archivos públicos, fotografías, recortes de prensa. Todo esto no se corresponde
con la definición clásica de archivo, pero no obstante forma un conjunto orgánico que refleja
en su globalidad las actividades del político o del escritor en cuestión.
Los investigadores actuales -incluso los investigadores universitarios del más alto nivel- dan
mucha menos importancia que antes a la noción de “procedencia” de los documentos que
utilizan. El hecho que un documento sea separado de su fondo original es seguramente
incómodo para el archivero que razona siempre en base al fondo, pero no es ningún
inconveniente a los ojos del investigador, con la condición, desde luego, que el documento sea
auténtico y que se sepa de donde viene.
Por las circunstancias, los archiveros son inducidos cada vez más a utilizar los métodos de la
descripción global y de la investigación documental que se parecen mucho a las técnicas de
los bibliotecarios y de los documentalistas. La separación metodológica entre las tres
profesiones tiende a reducirse a causa de la utilización del ordenador para la elaboración de
los instrumentos de descripción. Nada se parece más a un índice por materias de una
biblioteca que el índice por temas de un inventario de archivo o de un centro de
documentación y esta similitud no dejará de crecer en el futuro.
En el lenguaje corriente se habla de “archivos fílmicos”, “archivos orales”, “archivos de
imágenes y sonoros” para designar documentos que, en ralidad, no corresponden de ningún
modo a la definición oficial de archivo. Esta evolución semántica es significativa. Sin ir hasta
el concepto, inventado no hace mucho por algunos archiveros americanos, de “archivos
globales” (que incluye bajo la denominación de archivos hasta objetos, dibujos, vestidos,
instrumentos que son testimonios del pasado), se pude pensar que una nueva definición de
archivo, menos estrechamente jurídica e institucional, se impondrá en el sentido de una
liberalización de los archivos con relación a los dominios vecinos de las bibliotecas, de los
centros de documentación, de las fonotecas, etc.
Todo lo que precede nos conduce, finalmente, a preguntarnos sobre la formación profesional
de los archiveros.
Desde el siglo XIX, en la mayoría de los paises de Europa esta formación es esencialmente de
base histórica. En muchos paises, una licenciatura en historia es el único título que se exige a
los candidatos a las funciones de archivero y la formación propiamente profesional no se
recibe hasta más tarde, después de la contratación. Es por eso que aún encontramos al frente
de grandes servicios de archivo (especialmente en América Latina, pero también en otras
regiones del mundo) a historiadores de alto nivel académico, pero totalmente desprovistos de
formación propiamente archivística.
En otros paises (particularmente los Estados Unidos) existe a menudo la tendencia contraria, a
confundir la formación de los archiveros y la de los bibliotecarios, considerando la
archivística como una especie de subvariedad de la biblioteconomía.
Sin embargo, la especificidad de la archivística en tanto que disciplina autónoma ha
terminado por imponerse poco más o menos por todas partes y desde hace veinte o treinta
años las instituciones de formación profesional de archiveros se han multiplicado por todo el
mundo8. Se trata a veces de cursos impartidos en el marco de las enseñanzas universitarias,
otras veces de cursos de formación impartidos en instituciones de archivos nacionales. La
variedad de materias enseñadas y de los métodos de enseñanza es grande de un caso a otro.
Pero en todos los casos, el núcleo central de la enseñanza es la gestión de los archivos como
tales: recolección, selección, ordenación, descripción, conservación, comunicación de los
archivos, constituyen el “tronco común” de todos los organismos de enseñanza archivística en
el mundo, cualquiera que sea su propia situación.
Estos organismos llenan indiscutiblemente una laguna y responden a una necesidad. Existe no
obstante un peligro: que insistiendo demasiado en el aspecto puramente profesional de la
formación de los archiveros, no se termine sacrificando el aspecto histórico y cultural, que
debe permanecer como fundamental.
En un informe que provocó mucho ruido en el mundo de los archivos, en 1984, el profesor
Michael Cook, de Liverpool, preconizaba el acercamiento de la formación de los archiveros y
de los bibliotecarios en el seno de instituciones comunes de enseñanza9. Sin llegar hasta la
fusión, se puede en efecto pensar que tal aproximación sería beneficiosa a las dos profesiones,
donde las convergencias crecen como hemos visto al principio de este artículo.
Pero, alrededor del “núcleo” de formación común a todos los archiveros, el verdadero
problema actual es el de su especialización según los tipos de archivo que tendrán que
gestionar. De la misma forma que los médicos reciben una formación especializada en
cardiología, reumatología, ginecología, osteología, etc., los archiveros del futuro tendrán
necesidad de formaciones especializadas en archivos eclesiásticos, archivos industriales,
archivos científicos, archivos audiovisuales, etc; la gestión de los archivos “históricos”
(medievales o más recientes) será a su vez una especialización entre otras.
Ya en Francia, la enseñanza archivística de la Universidad de Mulhouse ha tendido a
especializarse en archivos municipales, gracias a lo cual cerca de cuarenta archiveros
municipales son actualmente diplomados de esta universidad. Los estudios especializados en
archivos hospitalarios o en archivos de empresa que existen en otros paises, tienen un éxito
análogo y no hay ninguna duda que se multiplicarán en el futuro.
Para tales enseñanzas se impone una estrecha colaboración entre los diferentes organismos de
formación. Hay que hacer una llamada a los especialistas de fuera del mundo de los archivos,
que a menudo ignoran todo lo de los archivos.
Todo esto no es sencillo y exige renunciar a muchos hábitos e ideas tradicionales. Para formar
buenos archiveros hospitalarios, médicos y administradores de hospitales deberán participar
en la enseñanza; para formar buenos archiveros de empresa seran necesarios, no solamente
profesores de archivística general, sino también ingenieros y gestores. La formación
profesional de los archiveros del futuro tendrá que ser, porque no hay otro remedio, cada vez
más abierta a todos los dominios de la actividad humana.
Conclusión
Se puede pensar quizá, habiendo leído este artículo, que sus conclusiones son un poco
contradictorias entre si. En efecto, la necesidad de una especialización de los archiveros va
más bien en contra de su función cultural general.
Así mismo, es difícil de conciliar la necesidad de erudición histórica, que continua siendo
fundamental, con el dominio de las tecnologías cada vez más sofisticadas que nos impone el
mundo moderno. Es verdad que estas contradicciones las experimentan numerosos archiveros
de todos los paises: se puede ser un excelente erudito, saber ordenar perfectamente un fondo
de archivo y sentirse poco cómodo delante de un ordenador o delante de una autoclave de
desinfección de óxido de etileno. Se puede también, de forma inversa, conocer el
funcionamiento de una administración moderna y gestionar lo mejor posible un depósito de
archivo moderno y no sentir más que una débil afición por la paleografía y la fiflología
medieval.
Esta constatación muestra bien que el mundo de los archivos está en plena evolución y que la
especialización será cada vez más una necesidad. Pero, paradójicamente, también muestra que
los archivos no son un mudo cerrado, aislado de las otras ciencias de la información. El
espíritu abierto, la curiosidad intelectual, la capacidad de adaptación a los cambios del siglo,
son cualidades tan indispensables en el archivero como a cualquier otro hombre (o mujer,
desde luego) del mundo moderno. Nada ha sido adquirido una vez por todas, como tampoco
ni en la profesión de archivero ni en las otras. El espíritu de cooperación forma parte de las
necesidades de la compleja sociedad donde vivimos.
Añadiría –puesto que los archiveros catalanes me han honrado con pedirme esta contribución-
que los intercambios de las experiencias internacionales me parecen todavía más
indispensables en el ámbito de los archivos que en otros. Durante demasiado tiempo, los
archiveros han trabajado en un marco estrechamente nacional, ligado a las tradiciones
históricas, administrativas, culturales propias de cada pais. Ahora cada uno puede aprovechar
muchas experiencias de otros paises, para repensar sus propios métodos, interrogarse sobre
sus propios hábitos, a veces orientarse hacia nuevas iniciativas. Este es también uno de los
cambios que se imponen en la profesión de archivero en la proximidad del siglo XXI.
Muchos problemas han sido mencionados en este artículo; han sido planteadas más preguntas
que respuestas aportadas. Un archivero, incluso antiguo en la carrera como es mi caso, no
dispone de una máquina para adivinar el futuro: demasiados elementos se escapan a nuestro
conocimiento para que podamos predecir con toda seguridad las evoluciones futuras.
Pero una cosa es cierta: es que, bajo una forma u otra, la memoria será siempre necesaria, para
las sociedades y para los hombres, y la conservación de esta memoria será siempre una
función social primordial, se trate de papel, de película o de disco de ordenador. El archivero
de mañana será sin duda muy diferente del de hoy, pero tranquilicémonos, habrá siempre
archiveros y, como actualmente, continuarán preguntándose sobre su futuro.
1
TEULET, A. Layettes du Trésor des Chartes. 1863, tomo I, f. XXX.
2
Citaré a menudo Francia en este artículo, no para darla de ejemplo sino porque es el pais que mejor
conozco.
3
BRAIBANT, C. Le grenier de l’histoire et l’arsenal de l’administration. Paris , 1957.
4
DUCHEIN, M. “Le respect des fonds en archivistique”. Gazette des Archives, 1977, nº 97, p. 91-96
(traducción al castellano “El respeto de los fondos en archivística”. Revista del Archivo General de la
Nación, Buenos Aires, 1976, p. 7-31).
MULLER, S.; FEITH, J.A.; FRUIN, R. Manuel pour le classement et la description des archives, la
Haya, 1910.
POSNER, E. “Max Lehmann and the principle of provenance” . En: Archives and the public interest:
selected essays, Washington, 1967, p. 36-44 (traducción francesa en: Techniques modernes
d’administration des Archives: recueil de textes, Paris, Unesco, 1985, p. 123-129).
5
JOLY, B. “Les archives contemporaines ont-elles un avenir?”. Gazette des Archives, 1986, nº 134-135,
p. 192-193.
6
LODOLINI, E. “El problema fundamental de la archivística: la naturaleza y la ordenación del archivo”.
Irargi, Revista de Archivística, 1988, nº 1, p. 28-61.
7
“Les nouvelles archives: Actes du XIe. Congrès international des Archives”, Archivum, 1989, vol.
XXXV, 264 p. Cada comunicación está publicada en su lengua de origen, con traducciones en folletos
separados en alemán, inglés, español, francés y ruso.
8
Una Guide mondial des enseignements en archives, bibliothèques et documentation la está preparando el
Consejo Internacional de Archivos y la IFLA. Publicación prevista para 1991.
9
COOK, M. “Combined library and archive training schools: a commentary on recent trends”. Archivum,
1984, vol. XXXII, p. 196-203. Traducción castellana “Escuelas de formación comunes a bibliotecas y
archivos”. Anuario Interamericano de Archivos, XII, p.127-136.