Juegos Seduccion
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Almenara
Consejo Editorial
isbn 978-94-92260-19-2
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Capítulo ii
El crimen a veces paga.
Policial latinoamericano en el fin de siglo
1
Veáse Palmer 1980 y Most & Stowe (eds.) 1983. Una perspectiva sociológica
acerca de la gratificación que experimenta el lector con la revelación del enigma
puede verse en Berger 1992.
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2
Fredric Jameson sostiene que los géneros son esencialmente instituciones
literarias o contratos sociales entre el escritor y un público específico y su función
es especificar el uso propio de un «artefacto» cultural particular (1981: 106).
3
Véanse los trabajos ya clásicos de Brunori (1980), Narcejac (1986) y Todo-
rov (1978).
4
Véase «Innovación en el serial», en Eco 1988.
5
Lo sabe el narrador-escritor de Bufo & Spallanzani de Rubem Fonseca, que
resiste el pedido de su editor porque el lector «[…] não quer, de fato, são coisas
muito novas, diferentes do que está acostumado a consumir […] se o leitor sabe
ii. El crimen a veces paga 49
que não quer o novo, sabe, contrario sensu, que quer, sim, o velho, o conhecido,
que lhe permite fruir, menos ansiosamente, o texto» (1985: 170).
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relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura. La hipótesis que defiendo
allí sobre la relación entre estado y crimen debía mucho a trabajos como Política
y delito de Hans Enzensberger y a las reflexiones de Josefina Ludmer sobre delito
y estado en relatos no policiales. Pero fundamentalmente, se desarrolló a partir
de los textos del mismo Rodolfo Walsh: en el cierre de Operación Masacre, el
narrador se muestra escéptico sobre la justicia y asocia delito, estado e impu-
nidad por primera vez en la literatura policial argentina: «[…] el gobierno de
la revolución libertadora aplicó retroactivamente […] una ley marcial […] y eso
no es fusilamiento. Es un asesinato. […] La clase que estos gobiernos representan
se solidariza con aquel asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga
simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma» (1972: 192-193;
énfasis mío). En ¿Quién mató a Rosendo?, su último relato testimonial/policial, se
lee: «Hace años, al tratar casos similares, confié en que algún género de sanción
caería sobre los culpables […] Era una ingenuidad en la que hoy no incurriré […]
El sistema no castiga a sus hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los
ii. El crimen a veces paga 51
mantiene. […] el sistema, el gobierno, la justicia […] son cómplices, son encubridores
de los asesinos […] Los verdugos fueron hombres que gozaron o compartieron el
poder oficial […]» (1984: 166-168; énfasis mío). Por otra parte y desde la reedi-
ción de estos textos y el regreso a la democracia el vínculo entre Estado y crimen
se instaló en el imaginario social argentino y aparece designado bajos diversas
formas: pueden verse –entre otros– los trabajos periodísticos de Horacio Verbitsky
y estudios como El estado terrorista argentino de Eduardo Luis Duhalde. Duhalde
sostiene que el proceso creciente de las prácticas ilegales promovidas desde el propio
Estado fue generando las condiciones para un verdadero Estado terrorista.
8
Jon Thompson (1993), entre otros, analiza las diferentes formas del policial
como emergentes de las sucesivas etapas de la modernidad: la ficción de Ham-
mett es parte de la tradición del relato policial que se desarrolló y respondió a lo
urbano en el momento de industrialización en la historia moderna. Es decir, la
ficción «hard-boiled» representa a América como imperio, pero como un imperio
en declive.
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Señala Ricardo Piglia: «Pensar la inserción de la literatura policial en la
Argentina a partir de Walsh y de Goligorsky supone tener en cuenta los cruces
entre traducir y escribir el género, entre adaptarlo y repetir sus fórmulas […]
junto con la historia de ese traslado (con sus repeticiones, traiciones, parodias
y plagios) era posible aventurar la hipótesis de otro uso, más secreto e indirecto
de los temas y de los procedimientos […] Se trataría entonces de ver la forma en
que la narración policial actuó en la literatura argentina y analizar sus efectos.
Esa es para mí la diferencia entre el uso de un género y su remake» (1993: 8-9).
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Elegir estos autores y concentrarse en los textos mencionados implica acep-
tar un recorte en un corpus posible muy extenso. Soy consciente de que dejo de
lado muchos relatos que apenas serán mencionados.
ii. El crimen a veces paga 53
intertextual y con el humor acerca de los clisés del código, pero que,
a la vez, se politiza.
11
Para un análisis de las transgresiones operadas sobre el género en esta
novela véase Ponce 1998.
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Esta es la hipótesis que sostiene María Elena Torre en «En las huellas de
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13
Podrían mencionarse numerosos textos: entre ellos, Triste, solitario y final
(1973) de Osvaldo Soriano es posiblemente uno de los que inaugura por esos años
este vínculo con el policial. Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y
yo agonizo (1975), el «folletín» de Mario Levrero, es –desde su título– el caso más
delirante y extremo de juego con el código. Para un panorama actualizado del
género puede consultarse la última edición de Asesinos de papel (1996) de Jorge
Lafforgue y Jorge B. Rivera.
14
La autorreferencia es común a casi todos los textos que trabajan con las
fórmulas de la cultura de masas, es una de las formas en que el relato señala
su distancia y su diferencia con esa cultura; se volverá sobre este aspecto en los
próximos capítulos.
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15
La jungla de asfalto de W. R. Burnett (1949) y Mar de fondo de Patricia
Highsmith (1981).
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Clara alusión al poema de Borges «El general Quiroga va en coche al
muere» de Luna de enfrente (1925).
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Se trata de una observación tramposa; en los últimos años «la moda del
policial» parece más viva que nunca a juzgar por las ediciones, las notas, los trabajos
críticos y encuentros como la anual Semana Negra de Gijón, índice del interés de
los mismos escritores por la autorreflexión sobre el género.
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20
Difiero aquí con Stavans, que ve a Taibo como un producto directo de esta
generación. Pienso los vínculos en términos de redes establecidas entre textos más
que en relaciones causales. Retomo el problema de espacio, literatura de masas
y generación de la Onda en el apartado «Ciudades desiertas: pop y desencanto»
del capítulo IV.
60 Ana María Amar Sánchez
21
Podrían mencionarse aquí gran cantidad de textos; de modo casi arbitrario
elijo De tacones y gabardina de Rafael Ramírez Heredia: una colección de cuentos
que desde el mismo título apela a un imaginario del género. El último cuento,
«Entre Bogart y los tordos», es un ejercicio nostálgico del cruce entre cine y lite-
ratura ambientado en México.
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23
Sólo la cuarta parte y el final de Manual de perdedores II se agregaron a la
edición en libro. Las ilustraciones de Hernán Haedo acompañaron el texto en su
publicación original en el diario La Voz de Buenos Aires, entre enero y mayo de
1983. Hay una edición posterior, de 1988 y con muy pequeñas modificaciones,
que reúne ambas partes en un solo tomo (Barcelona: Ediciones B).
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La misma distancia hacia la «alta cultura» señala Jim Collins (1989) en los
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también puede leerse como una cita política. Basta pensar en los
personajes femeninos de Manual –sobre los que volveré– como ejem-
plares en este sentido: todos ellos son citas de personajes de novela,
del tango (la viejecita, la «mina leal»), del género, y al mismo tiempo
condensan uno de los puntos de mayor politización del relato.
31
«La Revolución se perdió […] cuando los generales grandes y chicos vieron
que era mejor casarse con las hijas de los porfirianos […] Licenciados … Son
amables, un poco eruditos, sin exagerar y todos tienen sus pequeñas historias revo-
lucionarias para contar si hace falta. Siempre podrán decir que fueron secretarios
de aquel general» (1986: 110). El texto también propone un balance del relato de
la revolución en la narrativa mexicana y se incluye en esa tradición.
32
Hay que mencionar aquí los textos del cubano Leonardo Padura Fuentes,
Pasado Perfecto y Vientos de cuaresma. Más «pegados» a la tradición dura ameri-
cana, el contacto con los latinoamericanos contemporáneos se filtra, sin embargo,
en una elusiva pero presente marca de la coyuntura. Invierno y primavera de 1989
datan las dos historias y aluden a un caso de corrupción que involucró a funciona-
rios cubanos. Con otros índices –como la dedicatoria a Taibo II o el sistemático
sentimiento de fracaso del detective Conde, quien piensa que no hay más remedio
que acostumbrarse a él–, los relatos participan del grupo que estoy considerando.
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Cada vez las partidas se hacen más difíciles, cada vez la trama
extraña que los cerca […] bloquea la concentración. El dominó nació
para jugarse platicando. Una plática…imprecisa. Se habla pero no se
dice, para no violar la regla del silencio; se engaña un poco, se bromea
mucho, se juguetea con las palabras […] no puede ser buena una partida
en la que danzan sobre las fichas de hueso tres asesinatos… (1986: 78)
reglas, poco lógicas y menos deductivas, como son los mismos detec-
tives tan lejanos del seguro dominio racional de un Hércules Poirot.
La lógica matemática del ajedrez, el ejercicio de la capacidad
deductiva que implica, siempre se han asociado al policial, en espe-
cial al relato de enigma. El detective –como el ajedrecista– domina
el juego, sabe cómo mover las piezas, puede preveer los movimien-
tos del enemigo y ganarle33. Los detectives de estos relatos, por el
contrario, no saben cómo enfrentar las nuevas «reglas de juego». Su
falta de saber, de dominio sobre la situación, les escamotea el espa-
cio característico del investigador clásico que, en cualquiera de las
variantes de la fórmula, es el que sabe. Como tal, detenta el poder,
es la figura de la legalidad34. Aún en los relatos duros con personajes
«perdedores», el Marlowe de Chandler sigue siendo un triunfador
que llega a la verdad y logra algún tipo de justicia. Lejos de esto, los
«héroes» en estas novelas se encuentran en un lugar ambiguo como
detectives, no lo son o juegan a serlo, como los protagonistas de
Sombra…, cuatro aficionados envueltos en una trama que no com-
prenden –«Si esto sigue así vamos a saber todo, menos qué es lo que
está pasando» (1986: 199)–. Una serie de capítulos –«Trabajos que
33
Walter Benjamin en su célebre artículo «El flâneur», publicado en Ilu-
minaciones/2, relaciona la figura del detective clásico con la del flâneur. Entre la
multitud, ambos poseen cualidades semejantes, ambos adquieren cierta «invisibi-
lidad» que les permite observar sin ser vistos. El detective, ubicado en el centro de
un panóptico social, ve y hace visible lo que se oculta. Su ojo es un complemento
del ojo del poder; sin embargo, a diferencia del flâneur, posee el control, tiene el
poder de resolver todos los misterios de la ciudad. Véase también Brand 1990.
34
Las reflexiones de Foucault sobre el vínculo entre saber y poder son ilu-
minadoras para el análisis de esta transformación de las reglas en el policial. Ley,
saber y poder se reúnen en el detective clásico y se atomizan en los relatos que
me ocupan: «Estamos sometidos a la producción de la verdad desde el poder y
no podemos ejercitar el poder más que a través de la producción de verdad […]
somos juzgados, condenados, clasificados […] en función de discursos verdaderos
que conllevan efectos específicos de poder» (1979: 140).
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Agosto también cita «La muerte y la brújula» de Jorge Luis Borges; en ambos
casos se dibuja la misma figura persecutoria entre detective y asesino que termina
con la muerte del primero.
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«Hay que hacer la historia de las derrotas», escribe Marcelo Maggi (Piglia
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Sostiene Leonardo Acosta que «el lector sabe que eso no puede pasarle a él
[…] reafirma la seguridad del lector y el carácter de evasión del género» (1986: 36).
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tina, escrito en 1965, lee desde la ficción la historia. Esa lectura se vuelve premo-
nitoria de un futuro que el cuerpo sustraído parece anunciar y que corresponde
al presente de Manual de perdedores. Anuncia la época más oscura de nuestra
historia y abre un abanico de posibilidades para la narrativa política.
ii. El crimen a veces paga 79
40
Otra novela de Taibo II, Algunas nubes, insiste en el fracaso inevitable
en la búsqueda de justicia: «Sabía que cuando llegara el final, si llegaba, se iba a
encontrar con una pared que impidiría la justicia […] No se podía empezar una
guerra con tanta sabiduría de derrota» (1995: 54-55).
41
Entre otras, se encuentra también una de Graham Greene: «Los prohom-
bres […] Siempre tienen en algún lugar algo que les pertenece […] Los vividores
[…] nos buscamos la vida aquí y allá» (Gamboa 1997: 48). La cita hace explícita la
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En Cosa fácil, otra novela de Taibo II, se lee «Ser detective en México era
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Bruno Bosteels sostiene: «Hoy, el único valor o la única valentía de la
izquierda, para gran parte de la filosofía política, consiste en perseverar heroi-
camente en la desesperación –o en la euforia, que sólo es otra cara del mismo
proceso melancólico» (1999: 761). El artículo enfoca «las discontinuidades polí-
tico-culturales acumuladas desde el 68»; términos como fantasma y melancolía
usados para el análisis son válidos para muchas de las representaciones ficcionales
del mismo período.
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Lo mismo ocurre en la primera parte con el asesinato de Chola Benítez,
en la medida en que es un caso político quedará impune: es el primer cuerpo
«desaparecido» del relato y se escinde en las dos mujeres de la segunda parte. En
otro orden, Chola Benítez remite a la cadena intertextual que siempre juega en
el texto; no puede evitarse la conexión con el cuento «El Laucha Benítez cantaba
boleros» de Piglia que, a su vez, lleva, por el tema del boxeo, a «Torito» de Cortázar
y evoca «Ella cantaba boleros» de Tres tristes tigres de Cabrera Infante, en una red
de asociaciones menos explícitas que las policiales, pero igualmente presentes.
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Véase Newman 1983, quien sostiene que las mujeres son objetos sexuales
o cadáveres en el policial; género machista por excelencia, ellas nunca pueden
cumplir el rol del héroe.
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La expresión juega con los dos sentidos: también alude a la ley que en
diciembre de 1986 inició el indulto a los militares de la última dictadura cívico-
militar en la Argentina. Y el texto lo recuerda: «el invierno del ‘86 no podía
terminar sin el punto final» (1987: 12).
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El final se abre con el fragmento de historieta Mort Cinder. La pregunta
del personaje que interpela al lector («¿Está el pasado tan muerto como creemos?»)
cobra aquí toda su significación política. El texto arma una constelación de alu-
siones al punto final y a un pasado que quiso «matarse» sin justicia. La Loba se
constituye aquí no sólo como «personaje de Onetti» según dice el narrador, sino
como metonimia de madre justiciera.
88 Ana María Amar Sánchez
En otra novela de Sasturain, Los sentidos del agua, también una mujer ejerce
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la justicia con su mano para reparar la que no se ejerció en lo real: la exiliada ciega
que fue torturada mata al reconocerlo por la voz a su torturador.
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