Santo Viacrucis 2023

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PARROQUIA SAN SIMON APOSTOL

Segunda Estación .

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al
pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo
habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y
salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma
y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del
Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez
que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Oremos

Señor, Padre bueno, que nos has enviado a Jesús,


obediente hasta la muerte,
concédenos la fuerza de tu amor
para tomar con valor nuestra cruz.
Concédenos tu esperanza y sabremos reconocerte
incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Cuarta Estación

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes
de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su
vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la
Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor
se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por
el amor y la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen
hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis,
porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos
de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Oremos

Señor, Padre bueno,


concédenos que encontremos la mirada amorosa de María,
para que cada uno de nosotros,
libres de la propia soledad interior,
podamos descansar en el abrazo maternal de Aquella
que en Jesús abrazó y amó a todos los hombres.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Sexta Estación

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien
se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de
Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el
sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando
un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó
grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de
Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el
rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras
la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo
hacéis».

Oremos

Señor, haz que la luz de tu Rostro,


lleno de misericordia,
alivie las heridas del abandono y del pecado que nos afligen.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Octava Estación

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y
unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de
Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que,
desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado.
Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas
quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus
hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección
sobre el santo temor de Dios.

Oremos

Señor, Padre bueno,


haznos testigos creíbles de tu misericordia;
haz que nuestras palabras y nuestras acciones
sean siempre un signo sincero y gratuito de caridad
hacia cada uno de nuestros hermanos.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Décima Estación

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa
costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como
gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos
supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna,
de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las
repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a
parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas
prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo
del Hijo querido.

Oremos

Señor, Padre bueno, llena nuestras lagunas,


haznos generosos para compartir con los hermanos
los dones de tu providencia.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Duodécima Estación

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús
y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las
autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el
episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro
episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su
Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora
el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya
todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está
cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y
dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los
sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Oremos

Señor Jesús,
que has muerto en la cruz por nosotros,
acoge nuestra vida
que se une a la tuya
 como una ofrenda perenne y definitiva.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimocuarta Estación

JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en
una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado
para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas
mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban
dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del
sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero
en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había
dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la
resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera
transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Oremos

Oh Señor, Padre bueno,


cuando el camino de la vida nos muestra historias difíciles,
concédenos la esperanza de la Pascua,
paso de la muerte a la resurrección.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre,
triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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