Esquilo Agamenon 25 31
Esquilo Agamenon 25 31
Esquilo Agamenon 25 31
Hay que ir a ver. En efecto, así comienzan los que aspiran a la tiranía.
PRIMER SEMICORO
El tiempo perdemos; ¡y ellos pisotean el mérito de la prudencia, y no descansa
su mano!
SEGUNDO SEMICORO
No sé qué aconsejaros: Pienso, no obstante, que vale más el consejo que la
acción.
PRIMER SEMICORO
Yo lo pienso también, que no tengo poder para lograr con palabras que los
muertos se alcen en pie.
SEGUNDO SEMICORO
Mas ¿hemos de sacrificar toda la vida a los violadores de esta casa, y han de ser
amos nuestros?
PRIMER SEMICORO
No es soportable. Más vale morir. La muerte vale más que la sumisión a la
tiranía.
SEGUNDO SEMICORO
Mas ¿qué prueba tenemos, a no ser ese grito lanzado, para afirmar que el Rey ha
sido muerto?
PRIMER SEMICORO
No hay que afirmar sino con toda certidumbre. Lejos está la certidumbre de la
conjetura.
SEGUNDO SEMICORO
Tal pienso yo. Hay que esperar a que sepamos con certeza lo que fue del Atrida.
CLITEMNESTRA
No me avergozaré al desmentir ahora las numerosas palabras que antes dije, por
conveniencia del momento. ¿De qué modo ha de prepararse la pérdida del que se odia
fingiéndole amor, para envolverle en una red de la que no pueda desprenderse? En
verdad, tiempo hace ya que pienso dar este combate.
Aunque tarde, al fin, llegó. Heme aquí en pie; le herí; está hecho. No he obrado
antes de que le fuese imposible defenderse contra la muerte y esquivarla. Le envolví
enteramente en una red sin escape, de coger pescado, en velo riquísimo, pero mortal.
¡Por dos veces le he herido, y ha gritado por dos veces, y las fuerzas se le han
quebrantado, y, caído ya, le he herido con un tercer golpe, y el Hades, guardador de
muertos, se ha regocijado! Así es cómo, al caer, ha entregado el alma. Jadeante, me ha
regado con el surtidor de su herida, negro y sangriento rocío, no menos dulce para mí
que lluvia de Zeus para las mieses cuando la espiga rompe su envoltura. He aquí los
hechos. Ancianos argivos que aquí estáis.
Regocijaos, si os place. Yo de ello me alabo. Si conveniente fuera verter
libaciones por un muerto, ciertamente, pudiera hacerse en buena ley por éste. Había
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colmado la crátera de esta mansión de crímenes execrables, y de ella ha bebido a su
regreso.
CLITEMNESTRA
Me tienes por mujer irresoluta, y yo os digo, con inquebrantable corazón, para
que lo sepáis: que me loéis o me vituperéis, poco importa. Este es Agamenón, mi
marido. Muerto está, y es mi mano la que justamente le hirió. Es obra buena. Dicho
está.
CLITEMNESTRA
Deseas ahora que se me arroje de la Ciudad, desterrada, cargada del odio de los
ciudadanos y de las execraciones del pueblo, y nada echas en cara a este hombre, que ha
sacrificado a su hija, sin cuidarse más de ella que de una oveja de las que abundan en
los pastizales, ¡de ella, de la carísima criatura que traje al mundo, y para aplacar los
vientos tracios! ¿No era él quien merecía ser arrojado de aquí, en expiación de tanta
impiedad? Mas, sabedor de lo que hice, juez inexorable te me muestras. En verdad te
digo que puedes amenazar, pronta estoy. El que logre la victoria, mandará. Si un Dios
ha resuelto tu derrota, por lo menos habrás aprendido prudencia.
CLITEMNESTRA
Atiende este juramento sagrado: Por la justa venganza de mi hija, por Até, por
Erinnis, a quien he ofrecido la sangre de este hombre, no temo entrar nunca en la
morada del terror, mientras Egisto, que me tiene amor, encienda el fuego de mi hogar,
como ya antes de hoy lo ha hecho. Él es el amplio broquel que protege mi audacia.
¡Ved, yacente, al que me ultrajaba, delicia de las Criseidas que vivieron delante de
Ilión! Y ved a la Cautiva, fatídica adivinadora, que compartía su lecho, y vino con él en
las naves. No han sido injustamente heridos, y él, ya sabes cómo. Ella, como el cisne, ha
cantado su canto de muerte. ¡Yace también la muy amada! ¡Y ello aumenta los placeres
de mi lecho!
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luego de haber sufrido tanto por una mujer, ha venido a perder la vida por el crimen de
una mujer!
Estrofa III
¡Ay! ¡Insensata Helena! ¡Tú sola cuán innumerables almas perdiste frente a
Troya! ¡Y he aquí que también habías señalado con imborrable mancha de sangre la
vida gloriosa del que acaba de morir!
Desde entonces, Eris, encerrada en las mansiones ha meditado la muerte del
hombre.
CLITEMNESTRA
No invoquéis a la Moira de la muerte al lamentaros de lo que hice; no os enojéis
contra Helena porque ha destruido a los guerreros. No ha perdido ella sola tantas almas
de dánaos, ni ha sido la sola causa de insufribles padecimientos.
CLITEMNESTRA
Antistrofa III
Sin duda hablas con más verdad al acusar al Demonio tres veces terrible de esta
raza. Él es, en efecto, quien excita esta sed de sangre en nuestras entrañas. ¡Antes de que
la primera llaga se haya cerrado, nueva sangre brota!
CLITEMNESTRA
Estrofa V
Dices que es mío ese crimen, mas no dices que soy mujer de Agamenón. ¿Quién
ha tomado mi forma? El antiguo e inexorable vengador de Atreo y de su horrible
comida. Él es quien ha vengado en este hombre a los niños degollados.
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haber dado el alma en impío asesinato! ¡Desgracia sobre mí! ¡He aquí que reposas en
ese lecho de esclavo por un crimen lleno de astucia, herido por el hacha de dos filos!
CLITEMNESTRA
Antistrofa V
No pienso que haya recibido muerte indigna de él. ¿No ha traído, y
abiertamente, la desesperación a estas moradas? Odiosamente ha sacrificado a la hija
que de él tuve, a Ifigenia, la tan llorada. En verdad, ha muerto justamente. ¡No se queje
en el Hades! Ha tenido la muerte sangrienta que solía dar.
PRIMER SEMICORO
Antistrofa VI
¡Oh, tierra, tierra! ¿Por qué no me acogiste antes de que viera a éste tendido en
el fondo del baño de plata? ¿Quién le dará sepultura? ¿Quién le llorará? ¿Te atreverás a
hacerlo, tú, que has degollado a tu marido? ¿Te atreverás a llorarle? ¿Te atreverás a
rendir, a pesar suyo, tales honras a su alma, después de tan enorme crimen?
SEGUNDO SEMICORO
¿Quién cantará las alabanzas fúnebres de este hombre divino? ¿Quién verterá
por él lágrimas sinceras?
CLITEMNESTRA
Estrofa VII
No conviene que te tomes tal cuidado. Ha caído, muerto está por mí. Le daré
sepultura, sin que los suyos le lloren. Pero Ifigenia, su hija, con un tierno beso, saldrá,
como conviene, a recibir a su padre, a orillas del rápido Río de los dolores, y le
estrechará en sus brazos.
CLITEMNESTRA
En verdad, así es. Ciertamente, juro al Demonio de los Plisténides que soportaré
tal destino, por pesado que sea. ¡Salga, pues, de aquí tal Demonio, y váyase a llevar el
espanto a otras razas con mutuas degollaciones! ¡Me basta la mínima parte de nuestras
riquezas, con tal que desvíe de nuestras moradas el furor de los mutuos degüellos!
EGISTO
¡Oh, alegre luz de este día de la venganza! ¡Ya puedo decir que hay Dioses
vengadores que desde lo alto miran las miserias de los hombres! Veo a este hombre
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tendido muerto, con la vestidura de las Erinnis, y ello me es grato, porque expió los
furores de su padre. Atreo, rey de esta tierra, padre de este hombre, ha disputado el
poder a Tiestes, para nombrarle claramente, a mi padre, que era su propio hermano, y le
ha echado de las moradas paternas. El desdichado Tiestes, luego de estar seguro de su
vida, volvió como suplicante a este hogar, en el que, muerto, no debía manchar con su
sangre el suelo de la patria. ¡Y el padre de este hombre, el impío Atreo, ocultando el
odio bajo la amistad, y preparando manjares como para día de fiesta, le dio a comer la
carne de sus hijos! Sentado en lo más alto, Atreo, gozoso, cortaba y repartía los dedos
de los pies y las manos. Y he aquí que Tiestes, tomando aquellos pedazos, comió
comida fatal, como ves, a la raza de Atreo. Pero habiendo advertido el crimen
abominable, lanzó un gemido y cayó, vomitando el asesinato. Y llamó a la inexorable
execración sobre los Pelópidas, derribando la mesa y consagrando a la muerte, con su
maldición, a toda la raza de los Plisténides, y por eso puedes ver asesinado a este
hombre, y yo fui quien le mató justamente. Era yo tercer hijo de mi padre desdichado, y
me echaron con él, pequeñito, en mis pañales. Me hice hombre, y la Justicia me ha
traído: y le he armado trampas a éste, y aunque ausente, todo lo he llevado a término.
¡La muerte misma sería hermosa después que le he visto cogido en la red de la Justicia!
EGISTO
¿Hablas así, tú que estás sentado junto al último remo, cuando mandan otros y
rigen la barra de la nave? Pronto sabrás lo que hay que saber, aunque seas viejo y cosa
difícil aprender a tu edad. Pero cadenas y angustias del hambre son igualmente para la
vejez buenos maestros y médicos excelentes. ¿Ves ahora? ¿Abres los ojos? No te
revuelvas contra el aguijón, no sea que te haga gemir.
EGISTO
¡Ciertamente, palabras son esas que deplorarás! En todo diferente del de Orfeo
es tu lenguaje. Él, en efecto, atraíalo todo con el encanto que fluía de su voz, y tú todo
lo rechazas con tus insensatos aullidos. Más tratable serás cuando el yugo te oprima.
EGISTO
Porque claro está que a la mujer tocaba engañarle con astucias. Yo, enemigo
suyo desde tiempo ha, era sospechoso. Ahora, con ayuda de sus riquezas, intentaré
mandar a los argivos. El que no obedeciere, domado ha de ser rudamente como potro
furioso y rebelde al freno. El hambre unida a las tinieblas horribles pronto le verá
apaciguado.
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EL CORO DE LOS ANCIANOS
¿Por qué, en tu cobarde corazón, no mataste solo a ese hombre? Su mujer,
mancilla de esta tierra y de nuestros Dioses, es quien le ha matado. ¿No ve Orestes la
luz en alguna parte, y, por mudable fortuna, no ha de volver a su patria para castigaros a
entrambos?
EGISTO
Pues obras y hablas así, presto verás...
EGISTO
¡Ea, a mí, mis compañeros queridos! Se acerca el combate.
EGISTO
¡He aquí mi espada desnuda! Tampoco huiré yo de la muerte.
CLITEMNESTRA
¡Oh, tú, el más querido de los hombres; no causemos nuevas desgracias! Harto
abundante ha sido esta cosecha lamentable. Basta de muertes, no nos bañemos más en
sangre. Id, ancianos, buscad refugio en vuestras moradas, no seáis heridos. Hemos
hecho lo que había que hacer, por la fuerza de las cosas.
Si ha de expiarse nuestra acción, basta con que suframos nosotros la cólera
terrible de los Dioses. Tal es el pensamiento de una mujer, si os dignáis escucharla.
EGISTO
¡Así, pues, desatarán con su lengua insensata, e invocarán contra mí la cólera de
los Demonios, y sin prudencia alguna, desafiarán a su señor!
EGISTO
Pues algún día he de castigarte.
EGISTO
Sé que los desterrados se nutren de esperanzas
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EGISTO
Considera que serás castigado por tal insolencia.
CLITEMNESTRA
Déjalos que ladren en vano. Tú y yo mandaremos en estas moradas, y lo
pondremos todo en orden.
FIN DE «AGAMENÓN»
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