Horacio - Epodos y Odas (Ed. Vicente Cristobal)

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Horacio:

Epodos y odas

Traducción, introducción y notas de


Vicente Cristóbal López

El Libro de Bolsillo ""


Alianza Editorial
Madrid l| ^ H |
Í^ V
Indice

Introducción................................................................... 1
Obra literaria. Los E p o d o s ........................................ 16
Las Odas Su tem ática................................................ 19
Arte y e s tilo ...................... ................................. 29
Breve nota bibliográfica 33
La presente traducción............................................... 34
Epodos .................................................. 37
O d a s ................................................................................. 63
Libro I ....................................................................... 65
Libro I I ..................................................................... 101
Libro I I I .................................................................... 123
Libro I V .................................................................... 158
Canto se cu la r........................................................... 179
Fechas en la vida de H o racio ................................... 183
Indice de nombres propios........................................ 185
193
1.

Irás en bajeles liburnos1 entre los elevados baluartes


de las naves, amigo, dispuesto a afrontar con tu propio
riesgo, oh Mecenas 2, todos los peligros de César.
¿Qué haremos nosotros, para quienes la vida es grata
si tú estás a salvo, y penosa en caso contrario? ¿Busca­
remos quizá, como has aconsejado, un sosiego, amargo
si no es a tu lado, o soportaremos esta prueba con el
espíritu con que deben soportarla los varones recios? La
soportaremos, y te seguiremos con ánimo valiente ya sea
a través de las cumbres de los Alpes y el Cáucaso inhos­
pitalario, ya sea hasta el golfo más extremo de Occidente.
¿Preguntas cómo puedo ayudar a tu tarea con mi es-

1 Navios ligeros llamados así por su parecido con los que usa­
ban los piratas de Liburnia, región de Iliria.
2 Mecenas, a quien va dedicado el libro, se dispone a partir
en compañía de Augusto a la campaña contra Marco Antonio y
Cleopatra, que finalizaría con la victoria de Accio. E l poema puede
fecharse, por tanto, en la primavera del año 31.

39
40 Horacio

fuerzo, calmoso y enfermizo como soy? Acompañándote,


habré de tener menos miedo; mayor es el miedo que se
apodera de los que están lejos: igual que el pájaro, po­
sado cerca de sus polluelos implumes, teme más la llegada
de la serpiente si los abandona que si se queda a su lado,
no pudiendo, sin embargo, prestarles más ayuda, aunque
estuviera con ellos.
De buen grado serviré en esta guerra y en cualquier
otra, esperando alcanzar tu favor, no para que aumente
el número de mis bueyes que, uncidos, tiran de los ara­
dos, ni para que mi ganado se traslade antes de la estación
calurosa de los pastos de Calabria a los de Lucania, ni
para que mi quinta, resplandeciente de blancura, alcance
las murallas circeas3 de Túsculo, alzada sobre un monte.
Harto y sobradamente me ha enriquecido tu benevolen­
cia; no pienso acumular riquezas para esconderlas bajo
tierra como el avariento Cremes4, o para dilapidarlas cual
heredero de túnica desceñida.

2.

«Dichoso aquél que, lejos de ocupaciones, como la pri­


mitiva raza de los mortales5, labra los campos heredados
de su padre con sus propios bueyes, libre de toda usu­
r a 6, y no se despierta, como el soldado, al oír la sangui­

3 Las murallas de Túsculo pasaban por haber sido fundadas


por Telégono, hijo de Circe y Ulises.
4 Nombre frecuente en la comedia nueva y paliata para el pa­
dre del joven protagonista. Tal personaje era muchas veces carac­
terizado como avaro.
5 Es decir, como los hombres de la antigua edad de oro, que
vivían en comunión con la naturaleza agreste. Sin embargo, según
los testimonios mitográficos, en aquella época no era preciso cul­
tivar la tierra, sino que ésta, espontáneamente, ofrecía sus frutos
La comparación debe entenderse, por tanto, en sentido amplio
o bien referida sólo al «lejos de ocupaciones», pues que aquellos
hombres — se decía— gozaban de un ocio feliz.
6 La alusión al final de la pieza al usurero (fenerator) Alfio, er
cuya boca se pone este elogio del campo, va adelantada ya er
Epodos y odas 41

naria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del


mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales so­
berbios de los ciudadanos poderosos.
Así pues, ora enlaza los altos álamos con el crecido
sarmiento de las vides, ora contempla en un valle apar­
tado sus rebaños errantes de mugientes vacas, y ampu­
tando con la podadera las ramas estériles, injerta otras
más fructíferas, o guarda las mieles exprimidas en ánforas
limpias, o esquila las ovejas de inestables patas.
O bien, cuando Otoño ha levantado por los campos
su cabeza engalanada de frutos maduros, ¡cómo goza re­
colectando las peras injertadas y vendimiando la uva que
compite con la púrpura, para ofrendarte a ti, Príapo7,
y a ti, padre Silvano8, protector de los linderos!
Agrádale tumbarse unas veces bajo añosa encina, otras
sobre el tupido césped; corren entretanto las aguas por
los arroyos profundos, los pájaros dejan oír sus quejas
en los bosques y murmuran las fuentes con el ruido de
sus linfas al manar, invitando con ello al blando sueño.
Y cuando la estación invernal de Júpiter tonante apres­
ta lluvias y nieves, ya acosa por un sitio y por otro con
sus muchas perras a los fieros jabalíes hacia las trampas
que les cierran el paso, ya tiende con una vara lisa sus
redes poco espesas, engaño para los tordos glotones, y
captura con lazo la tímida liebre y la grulla viajera, tro­
feos que le llenan de alegría.
¿Quién, entre tales deleites, no se olvida de las cuitas
desdichadas que el amor conlleva?
Y si, por otra parte, una mujer casta, cumpliendo con
su oficio, atiende la casa y a los hijos queridos — como
la sabina o la esposa, abrasada por el sol, del ágil ápu-

esta mención de la usura (fenore), creándose con taleco verbal


y conceptual una «composición en anillo».
7 Dios de los huertos y jardines, al que se representaba dotado
de una verga exagerada.
8 Dios de los bosques, a veces asimilado aFauno.También,
como aquí se le llama, dios de los linderos.
42 Horado

lo 9— , enciende el fuego sagrado del hogar con leños se­


cos un poco antes de que llegue su fatigado esposo y,
encerrando la bien nutrida grey en la empalizada del
redil, deja enjutas sus ubres repletas; si, sacando vino
del año de la dulce tinaja, prepara manjares no compra­
dos, no serán más de mi gusto las ostras del lago Lu-
crino 10, o el rodaballo o los escaros 11 — si tronando la
tempestad en las olas orientales desvió algunos hacia este
mar— , ni el ave africana.12 ni el francolín jónico caerán
en mi estómago más placenteramente que la aceituna re­
cogida de las ramas más cargadas de los olivos, o la hoja
de la acedera, amante de los prados, o las malvas salu­
tíferas para el cuerpo enfermo; o que la cordera sacri­
ficada en las fiestás Terminales 13, o que el cabrito arran­
cando al lobo.
Entre estos manjares, ¡qué gusto da contemplar las ove­
jas que vuelven rápidas al aprisco después del pasto, con­
templar los bueyes cansados arrastrando con su cuello
lánguido el arado vuelto del revés, y los esclavos, enjam­
bre de la fecunda casa, colocados en torno a los Lares
relucientes!» 14
Cuando el usurero Alfio hubo así discurseado, dispues­
to a convertirse de inmediato en labrador, recogió en las
Idus todo su dinero, decidido a renovar sus préstamos
en las Calendas 15.

9 Habitante de Apulia, región del Sureste de Italia, costera del


Adriático.
10 En realidad no se trataba de un lago propiamente dicho,
sino una parte del golfo de Cumas — en la costa sudoccidental
de Italia— cerrado por un dique. Era famoso por sus bancos de
ostras.
11 Pez tan apreciado en la Antigüedad que se le llamaba tam­
bién «cerebro de Júpiter».
12 La gallina africana o pintada.
13 Estas fiestas, en honor del dios Término — que compartía
con Silvano la facultad de patrocinar los linderos— , se celebra­
ban el 23 de febrero.
14 Porque sus estatuillas se abrillantaban con cera y aceite.
15 Día primero de cada mes, en el que se solían hacer los prés­
tamos, que a su vez solían cobrarse en las Idus, fecha que marcaba
la mitad del mes.
Epodos y odas 43

3.

Si alguien alguna vez ha roto el cuello a su anciano


padre con mano impía, que coma ajos, más dañinos que
la cicuta. ¡Oh entrañas despiadadas de quienes los reco­
gen! ¿Qué veneno es éste que me roe las tripas? ¿Es
que, sin saberlo, he comido sangre de víbora, cocida con
tales hierbas, o que Canidia 16 aderezó estos horribles man­
jares?
Cuando Medea, entre todos los argonautas, se pasmó
ante la belleza deslumbradora de su caudillo, fue con
ajos con lo que embadurnó a Jasón por todo el cuerpo
para que unciera los toros al yugo desconocido. Y tras
vengarse de su rival con obsequios impregnados en ajos,
huyó en alas de un dragón 17.
Nunca el sol hizo caer un bochorno tan grande sobre
la sedienta Apulia; ni obsequio tan abrasador ardió en
las espaldas del laborioso Hércules 18.
Y si una cosa así la has deseado tú alguna vez, bromista
Mecenas, ¡ojalá — tal es mi ruego— que tu amante pon­
ga freno a tus besos con su mano y duerma en el borde
de la cama!

4.

Cuanta discordia les cupo en suerte a lobos y corderos


por decisión del destino, tanta siento yo contra ti, que
tienes señalada la espalda por las sogas ibéricas19 y las
piernas por la rozadura de los duros grilletes.

16 Hechicera de la que se hablará más prolijamente en los epo­


dos 5 y 17.
17 Después de su venganza sobre Jasón y su prometida, Medea
huye en su carro de fuego tirado por dragones alados.
18 El obsequio abrasador es el manto que le envió Deyanira,
su esposa, embadurnado en la sangre venenosa del Centauro Neso
y que resultaría mortífero para el héroe sufridor de los doce tra­
bajos («laborioso»),
19 Las sogas más fuertes se hacían con esparto de España.
44 Horacio

Aunque andes pavoneándote de tu dinero, la riqueza


no cambia el nacimiento.
¿No ves, mientras tú recorres la vía Sacra con una toga
de dos veces tres codos M, cómo la muy espontánea in­
dignación de los transeúntes les hace volver la mirada
hacia un lado y a otro?: «Este individuo, señalado por
los azotes de los triúnviros hasta producir cansancio al
pregonero21, ara mil yugadas de tierra en Falerno 22, des­
gasta la vía Apia arrastrado por sus jacos, y se sienta
como influyente caballero en los primeros asientos, con­
traviniendo lo dispuesto por O tón 23. ¿De qué sirve que
tantas proas de navios, provistas de espolón, sean lleva­
das con su enorme peso contra los piratas y contra una
tropa de esclavos, si éste, ¡éste!, es tribuno m ilitar?»24

5.

«P ero..., ¡oh divinidad, cualquiera que sea, la que en


el cielo gobierna la tierra y al género humano!, ¿qué sig­
nifica ese alboroto? o ¿qué esas miradas salvajes de todas
vosotras lanzadas sólo contra mí? Por tus hijos te su­
plico, si es que Lucina25 al ser invocada asistió verdade­
ramente a tus partos, por este adorno inútil de la púr­

20 A menudo en poesía se recurre a perífrasis como éstas para


expresar los numerales cardinales, ya sea por necesidades métri­
cas, ya sea por entender como poco poética la expresión pura y
simple del cardinal.
21 El pregonero proclamaba en voz alta ante el público los mo­
tivos del castigo.
22 Comarca de Campania, renombrada por sus vinos.
23 Según una ley propuesta por el tribuno L. Roscio Otón
(67 a. C.), se reservaban a los caballeros las gradas primeras del
anfiteatro, detrás de los asientos de los senadores.
24 Los motivos en que se funda Horacio para denostar a este
liberto enriquecido chocan extraordinariamente a quien lo lee, por
cuanto que parece arrojar piedras a su propio tejado: también él
era hijo de liberto y, no obstante, llegó a ser tribuno militar.
25 Diosa de los alumbramientos, identificada con Juno o con
Diana.
Epodos y odas 45

pura26, por Júpiter que condenaría estas cosas, ¿por qué


me miras como una madrastra o como una fiera atacada
con arma de hierro?»
Cuando, habiendo así protestado con su trémula voz,
se quedó quieto el niño, despojado de sus adornos, cuerpo
impúber, tal que podría ablandar los corazones despiada­
dos de las mujeres tracias 27, Canidia, rodeándose los ca­
bellos y la cabeza despeinada con pequeñas víboras, manda
que se ponga a cocer sobre las llamas de Coicos28 higos
silvestres arrancados de los sepulcros, ramas del fúnebre
ciprés, huevos untados en sangre de sucia rana y las plu­
mas de la nocturna lechuza, hierbas enviadas desde Yol-
c o 29 e Iberia30, fecunda en venenos, y huesos arrancados
de las fauces de una perra hambrienta.
Y Sagana, diligente, va salpicando la casa entera con
aguas del Averno31, hirsutos sus cabellos ásperos como
si fuera un erizo de mar o un jabalí lanzado a la carrera.
Sin que remordimiento ninguno la apartara de su tarea,
Veya, jadeando en medio de su esfuerzo, cavaba la tierra
con un pesado azadón, para que, enterrado allí el niño,
pudiera morir a la vista de unos alimentos que le cam­
biaban dos y tres veces a lo largo del día, asomando con
su rostro cuanto sobresalen por encima del agua, a la al­
tura de la barbilla, los cuerpos de los nadadores, a fin de
que su médula arrancada y su hígado seco se convirtieran
en filtro amoroso, una vez que las pupilas se le hubieran
consumido, fijas en el alimento inalcanzable.
Tanto la ociosa Nápoles como todas las ciudades de
su contorno aseguran que no faltó allí Folia, la de Arími-

26 Una banda purpúrea remataba la vestimenta de los mucha­


chos antes de que tomaran la toga viril a los diecisiete años.
27 Referencia a las Bacantes.
28 Es decir, en los fuegos mágicos, o lo que es lo mismo, pro­
pios de la bruja Medea, natural de Coicos.
29 Ciudad de Tesalia, tierra de hechiceras.
30 Parece ser que no se refiere a España, sino a otra región
homónima situada entre el Ponto Euxino y el mar Caspio.
31 Lago de Campania, junto al que se hallaba una de las en­
tradas al mundo infernal.
46 Horacio

n o 32, de gustos varoniles, la que hacía desprenderse del


cielo a las estrellas y a la luna, obedientes a su conjuro
tesalio.
¿Qué dijo entonces o qué calló la cruel Canidia, mien­
tras con su diente negruzco se mordía la uña del pulgar,
nunca cortada?:
«¡O h vosotras, testigos no infieles de mis operaciones,
Noche y tú, Diana, que imperas sobre el silencio mientras
se celebran los ritos arcanos, ahora, ahora sedme propi­
cias, ahora volcad vuestra ira y poder a las casas enemi­
gas! Cuando en las selvas pavorosas se esconden las fieras,
languidecientes por el dulce sopor, ladren los perros de
la Suburra33 a ese viejo libertino — de manera que todos
se rían de él— , ungido por completo con un perfume de
nardo tan bien preparado como no hubieran podido ela­
borarlo mis manos... ¿Qué sucede?, ¿por qué tienen hoy
menos poder los venenos ponzoñosos de la bárbara Me­
dea, con los que se vengó de su rival orgullosa, la hija
del gran Creonte, y huyó después que el manto, regalo
impregnado en sangre corrupta, hiciera morir en un in­
cendio a la recién casada? 34 Y sin embargo no se me ha
olvidado ni la hierba ni la raíz que se esconde en lugares
escabrosos. Duerme en los lechos, rociados de olvido, de
todas las meretrices. ¡Ay!, ¡ay! Libre deambula gracias
al ensalmo de una hechicera más sabia que yo. ¡Oh
Varo, cabeza destinada a muchos llantos!, correrás a mí
en virtud de unas pócimas poco frecuentes y volverá a
mí tu pensamiento, reclamado no por los conjuros mar-
sos 35: prepararé algo más eficaz, un brebaje más eficaz
te haré beber a ti, que me desdeñas, y antes el cielo
se situará por debajo del mar, colocándose encima de ellos
la tierra, que dejes tú de abrasarte de amor por mí, igual
que el betún en los negros fuegos.»
Después de oír esto, el niño no trataba ya, como an­

32 Hoy Rímini.
33 Barrio plebeyo de Roma, al noroeste del foro.
34 Creúsa, por quien Jasón abandonó a Medea.
35 Los marsos, pueblo antiguo del Lacio, tuvieron fama de ma­
gos y adivinos.
Epodos y odas 47

tes, de persuadir a las sacrilegas con palabras suplicantes,


sino que, dudando por dónde romper su silencio, lanzó
estas imprecaciones dignas de Tiestes36:
«Los venenos pueden trastocar las poderosas disposi­
ciones y prohibiciones de los dioses, pero no pueden cam­
biar el curso de las cosas humanas. Os perseguiré con
maldiciones; una fiera maldición no puede expiarse con
víctima ninguna; incluso, cuando, condenado a morir,
haya exhalado mi alma, correré a vuestro encuentro, con­
vertido en Furor nocturno, atacaré, siendo fantasma, vues­
tro rostro con mis uñas corvas — ése es el poder de los
dioses Manes 37— y, aposentándome en vuestras entrañas
intranquilas, os robaré el sueño aterrorizándoos; la mu­
chedumbre persiguiéndoos a pedradas de barrio en barrio,
de una y otra parte, os aplastará, viejas repugnantes;
luego, los lobos y las aves del Esquilino38 dispersarán
vuestros miembros insepultos, y mis padres, que me so­
brevivirán, ¡ay!, no quedarán sin ver este espectáculo.»

6.

¿Por qué, perro cobarde contra los lobos, te ensañas


con los extranjeros que no lo merecen?, ¿por qué, si eres
valiente, no vuelves hacia aquí tus vanas amenazas y me
atacas a mí, dispuesto como estoy a devolverte el mor­
disco? Pues como el moloso o el rojizo laconio39, compa­
ñía fiel de los pastores, perseguiré por las nieves de las

36 Tiestes comió, sin saberlo, en un banquete macabro que le


ofreció su hermano Atreo la carne de sus propios hijos. El tema
era conocido a los romanos por el teatro: Ennio y Vario Rufo
habían escrito tragedias sobre el tema; luego también lo haría
Séneca.
37 Espíritus de los muertos, entendidos y honrados como dioses.
38 La parte oriental del monte Esquilino fue utilizada en tiem­
pos de la República como cementerio. Dejó de usarse como tal
en época imperial.
39 El perro moloso — del Epiro— y el de Laconia o Lacedemo-
nia eran apreciados como guardianes del rebaño y a la vez caza­
dores.
48 Horado

alturas con la oreja enhiesta a cualquier fiera que corra


por delante de mí.
Tú, después que has llenado el bosque con tus ladridos
temibles, olfateas ahora el cebo que te he arrojado. ¡Cui­
dado, cuidado!, que, lleno de resentimiento contra los
malvados, levanto mis cuernos prestos para la embestida,
como el yerno al que el desleal Licambes despreció 40, o
el enconado enemigo de Búpalo41.
¿Acaso, si alguien me ataca con su diente negro, voy a
llorar como un niño sin responderle?

7.

¿A dónde os lanzáis, a dónde, criminales?, o ¿por qué


adaptáis a vuestras diestras las espadas que habían sido
envainadas? 42, ¿es que ha sido poca la sangre latina de­
rramada por llanuras y por mar?: no para incendiar el
romano las fortalezas altaneras de la envidiosa Cartago,
ni para que el britano, sin sufrir heridas, descienda enca­
denado por la vía Sacra, sino para que esta capital perezca
bajo su propia diestra, según los deseos de los partos.
Ni lobos ni fieros leones tuvieron nunca costumbre tal,
si no era contra animales de distinta especie. ¿Tal vez
os arrastra la locura cegadora, o una fuerza mayor, o vues­
tro propio sentimiento de culpa? ¡Respondedme!
Callan y una blanca palidez cubre sus rostros; quedan
desconcertadas sus mentes, al sentir el reproche.
Así es: destinos amargos y el crimen del fratricidio
persiguen a los romanos desde que se derramó por tierra

40 Referencia a Arquíloco. Cf. introducción.


41 Referencia a Hiponacte, de quien se decía que persiguió con
la invectiva de sus versos al escultor Búpalo, que lo había repre­
sentado caricaturizando su fealdad.
42 Probablemente este rebrote de la guerra civil al que alude
el poeta no es sino la reanudación de hostilidades entre Octavio
y Sexto Pompeyo, que acabaría con la victoria del primero en
Nauloco. Si es así, el epodo podría fecharse a principios del
año 38.
Epodos y odas 49

la sangre, funesta para sus descendientes, del inocente


Rem o43.

8.

¿Preguntar tú, podrida por tus años sin cuento, qué


es lo que enflaquece mi virilidad, tú, que tienes renegrida
la dentadura y a quien una vejez añeja ha surcado la fren­
te de arrugas, tú, cuyo asqueroso trasero se abre entre
las nalgas enjutas, como si fuera el de una vaca enfer­
miza? ...
Pero me subyuga44 tu pecho y tus senos fláccidos como
ubres de yegua, tu vientre fofo y tus delgados muslos
trabados a las hinchadas pantorrillas.
¡Sé afortunada y vayan imágenes triunfales delante de
tu cortejo fúnebre; y no haya matrona que pasee cargada
con perlas más redondas que las tuyas!
¿Qué me importa si los libelos estoicos suelen estar
esparcidos entre tus almohadillas de seda? ¿Se endurecen
acaso menos por eso mis nervios analfabetos o deja de
languidecer por eso mi miembro? A éste, para sacarlo de
la ingle orgullosa, tienes que trabajarlo con la boca.

9.

¿Cuándo, gozoso por la victoria de César beberé el


Cécubo46 reservado para banquetes festivos, contigo, Me­
cenas dichoso — ojalá lo quiera Júpiter— , bajo el techo

43 Remo, asesinado por su hermano Rómulo, el fundador de


Roma. Interpreto scelus fraternae necis como sujeto de agunt, y
no como objeto, según otras traducciones.
44 Dicho con evidente ironía.
45 Victoria de Accio (2 de septiembre del año 31) sobre An­
tonio y Cleopatra. La pieza debe fecharse, en consecuencia, un
mes después aproximadamente, tiempo que tardaría en llegar la
noticia a Roma.
46 Llevaba ese nombre una ciudad del Lacio y su campiña, cuyos
vinos eran célebres.
50 Horacio

de tu alta mansion? Entonces, combinada con las flautas,


hárá sonar la lira su música: aires dorios ésta, bárbaros
aquéllas, como hace poco, cuando el caudillo hijo de
Neptuno47, hostigado por mar, huyó tras haberse quema­
do sus naves, él, que amenazaba a la urbe con unas ca­
denas que, amistoso, había quitado a esclavos traidores.
El romano, ¡ay! — los hombres del futuro lo nega­
réis— , sometido a una m ujer44, lleva la empalizada y las
armas como un soldado y es capaz de esclavizarse a eunu­
cos llenos de arrugas; y el sol contempla entre sus ense­
ñas militares el afrentoso pabellón egipcio; contra éste
los galos, glorificando con cánticos a César, láíizaron sus
dos veces mil caballos relinchantes, y las popas de las
naves enemigas, dirigiéndose rápidas hacia la izquierda,
se ocultan en el puerto. ¡Hurra, Victoria!, ¿retardas tú
el carro de oro y las novillas no uncidas al yugo? ¡Hu­
rra, Victoria!, tú nos has devuelto a un general no equi­
parable al de la guerra contra Yugurta49, ni al Africano,
a quien su virtud le erigió un sepulcro sobre Cartago50.
El enemigo, vencido por tierra y por mar, cambió su sa­
yón purpúreo por otro enlutado; ora se dispone a mar­
char a Creta, famosa por sus cien ciudades, sirviéndose
de vientos que no son los suyos, ora se dirige a las Sir­
te s51, batidas por el N oto52, o se deja arrastrar a la de­
riva por el mar.
Trae aquí, muchacho, copas más grandes y vino de
Quíos o de Lesbos; o, si quieres, sírvenos con medida el
Cécubo53, para impedir así el acceso de mis vómitos.

4,1 Este caudillo es Sexto Pompeyo, que así se hacía llamar y


que había sufrido en el año 36 la derrota de Nauloco. Cf. intro­
ducción y nota 42.
48 Cleopatra.
49 Mario.
50 Escipión Emiliano.
51 Bajíos de arena, situados frente a la costa de Libia, peligro­
sos y temidos por los marinos.
52 Viento del Sur.
53 La mención del Cécubo, repetida al final del poema hacien­
do eco con el principio, remata aquí también una composición en
anillo.
Epodos y odas 51

Pláceme disipar mi zozobra y temor por la suerte de Cé­


sar con dulce Lieo 54.

10 .

La nave desanclada bajo funesto auspicio parte llevan­


do al maloliente M evio55.
¡Acuérdate, Austro56, de azotar sus dos flancos con las
olas encrespadas; que el tenebroso E u ro57 disperse los
cables y ,,remos rotos por el mar revuelto; levántese .el
Aquilón58 tan fiero como cuando en las altas montañas
quiebra las encinas temblorosas; no aparezca constelación
propicia en la negra noche, por donde declina el funesto
O rion59, ni haga la travesía por un mar más apacible que
el que tuvo el ejército vencedor de los griegos, cuando
Palas trasladó su cólera de la abrasada Ilio a la nave
impía de Á yax!60
¡Oh cuánto sudor amenaza a tus marineros, y a ti
cuánta palidez amarillenta, cuánto de ese griterío impro­
pio de varones y cuántas súplicas a Júpiter contrario,
una vez que el golfo Jónico, resonando, haya quebrado
la quilla a embates del lluvioso Noto!
Y si la espléndida presa, arrojada en la curva playa,
complace a los somormujos, sacrificaré un lascivo macho
cabrío y una cordera a las Tempestades.

54 Sobrenombre dado -al dios del vino, Baco, que significa «el
que relaja». Aquí en metonimia por vino.
55 Poetastro al que también se refiere peyorativamente Virgilio
en sus Bucólicas,
56 Otro nombre (además de Noto) para designar el viento
del Sur.
57 Viento del Sureste.
58 Viento del Norte.
59 Cuando declina la constelación de Orion en la primera quin­
cena de noviembre, se levantan en el mar fuertes tempestades.
60 Áyax, hijo de Oileo, había arrancado a Casandra, la profetisa
hija de Príamo, de la efigie de Atenea ante la cual se había refu­
giado en la última noche de Troya. Por ello Palas Atenea lo cas­
tigó con la muerte, haciéndole naufragar en su regreso a Grecia.
52 Horado

11.

Petio, ningún placer siento ya al escribir versos como


antaño, cuando estaba herido por el amor acuciante, por
el amor que me busca a mí, entre todos, para abrasarme
por los mancebos delicados o las muchachas.
Desde que cejé en mi delirio por Inaquia, éste es el
tercer Diciembre que ha despojado a los bosques de sus ga­
las. ¡Ay de mí! — pues me avergüenza tanta insensatez— ,
¡cuánta habladuría hubo de mí por la ciudad! También
siento remordimiento de los banquetes en los que la me­
lancolía, el silencio y los suspiros, arrancados de lo hondo
del pecho, me delataban como enamorado.
«¿Es que contra el afán de riqueza nada puede el sen­
timiento espontáneo de un pobre?», así me quejaba de ti
llorando, siempre que, al encandilarme por un vino más
ardiente, el dios indiscreto61 había sacado a la luz mis
recónditos pensamientos. «Y si se me enciende la bilis
en las entrañas, con libertad como para que disperse a
los vientos estos remedios ingratos, que ninguna curación
traen a la grave herida, mi vergüenza, desechada ya, de­
jará de luchar contra enemigos desiguales.»
Cuando, estando sobrio, había aprobado tales determi­
naciones en presencia tuya, después que me ordenaras
marcharme a casa, me dejaba llevar con pie indeciso a
las puertas, ¡ay!, de mi enemiga y a sus duros umbrales,
¡ay!, en los que rompí mis riñones y mi costado62.
Ahora me tiene cautivo el amor de Licisco, que se ufa­
na de superar en ternura a cualquier mujerzuela, del que
no podrán liberarme ni los consejos sinceros de mis ami­
gos, ni las molestas murmuraciones, sino un ardor nuevo
por alguna muchacha de blanca tez o mancebo de bien
torneados miembros que se anude su larga cabellera.

61 A saber, Baco.
62 Ejemplo del tema del paraclausitbyron (el amante postrado
ante las puertas de la amada).
Epodos y odas 53

12.

¿Qué pretendes, mujer digna enteramente de los ne­


gros elefantes?, ¿por qué me mandas regalos o por qué
mensajes, siendo, como soy, joven poco robusto y de na­
riz no grosera? Pues si hay un pólipo o si el fétido ma­
cho cabrío duerme en las hirsutas axilas 63, soy el único
en olerlo con tanta sutileza como un perro sagaz que
descubre por su olfato dónde se esconde el jabalí.
¡Qué hedor y qué olor tan malo brota por doquier de
sus miembros ajados, cuando, lánguido mi miembro, se
apresura ella ä calmar su rabia indómita!, ¡y no se le
mantiene ya ni la creta, al humedecerse, ni el maquillaje
compuesto con estiércol de cocodrilo, y en su pasión des­
bordada acaba por romper el colchón y el dosel del tá­
lamo!
O bien recrimina mis desdenes con palabras violentas:
«Con Inaquia te agotas menos que conmigo; a Inaquia
puedes complacerla tres veces por noche, conmigo quedas
siempre sin fuerzas al hacerlo una sola vez. Muérase en­
horamala Lesbia, que te me puso ante los ojos a ti, un
enclenque, cuando lo que yo buscaba era un toro; y eso
que entonces me atendía Amintas de Cos, cuyo miembro
se arraiga en sus ingles indómitas con más firmeza que
un árbol nuevo en los cerros. ¿Para quién aprestaba yo
los vellones de lana teñida dos veces en púrpura tiria?
Para ti, por supuesto: para que no hubiera entre los de
tu edad comensal a quien su amante quisiera más que
yo a ti. ¡Ah, infeliz de mí, pues me huyes, como una
cordera que teme a los fieros lobos a como las cabras a
los leones!»

63 El hedor que emanaba de las axilas aparece personificado


en la poesía antigua como «macho cabrío»; abundantes ejemplos
de ello se encuentran en la obra de Catulo.
54 Horacio

13 .

La estación del frío ha aglomerado las nubes, y las


lluvias y nieves hacen descender a Jú p iter64; ahora el
mar, ahora los bosques resuenan a embates del Aquilón
de Tracia65. Cojamos, amigos, la ocasión que nos brinda
el día, y mientras nuestras rodillas se mantienen vigorosas
y ello nos cuadra, desaparezca la vejez de nuestra frente
fruncida66.
Tú tráete el vino prensado en el consulado de Torcua-
to, año de mi nacimiento67; deja de hablar de otros te­
mas: un dios pondrá quizá todo eso en su sitio, cuando
el tiempo regrese benévolo. Pláceme ahora ungirme todo
el cuerpo con esencia aquemenia de nardo y aliviar mi
corazón de sus cuitas acuciantes con la lira de Cilene68.
Como el ilustre Centauro69 vaticinó a su corpulento pu­
pilo: «Invicto joven, mortal nacido de la diosa Tetis, te
aguarda la tierra de Asáraco70, que cruzan las frías co­
rrientes del pequeño Escamandro y del peligroso Símois;
las Parcas con su trama segura te han roto el regreso
desde allí y no podrá tu cerúlea madre devolverte al ho­
gar. Alivia allí todas tus penas con el vino y el canto,
dulces consuelos de la melancolía que deforma el rostro.»
64 Júpiter, dios, entre otras cosas, de los fenómenos atmosféri­
cos, es aquí aludido como tal; asociado y hasta identificado, por
tanto, con el objeto de su patronazgo: cuando nieve y lluvia ba­
jan a la tierra, puede entenderse — en virtud de una casi metoni­
mia— que Júpiter desciende con ellas.
65 Siendo el Aquilón viento del Norte (cf. nota 58), sólo puede
explicarse que se le llame tracio por influencia de la poesía griega,
pues la Tracia, que estaba al Norte de Grecia, estaba situada al
Nordeste con respecto a Italia.
66 He aquí el primer ejemplo horaciano del tema del carpe diem,
tan frecuentado por nuestro poeta.
67 Año 65.
68 En Cilene, montaña de Arcadia, había nacido Mercurio, in­
ventor de la lira, por lo que puede considerarse asimismo patria
de la líra.
69 Quirón, que fue ayo de Aquiles.
70 La tierra de Asáraco es Troya. Asáraco, hijo de Tros y her­
mano de Uo y Ganimedes, es a su vez abuelo de Anquises, el pa­
dre de Eneas.
Epodos y odas 55

14.

¿Por qué la muelle ociosidad ha derramado tanto olvi­


do en lo más profundo de mis mientes, como si hubiese
bebido con garganta seca unos tragos del agua que pro­
duce sueños del Leteo? 71 Con tal pregunta me torturas
a menudo, oh Mecenas, hombre sin doblez; porque un
dios, un dios72, sí, me prohíbe alargar hasta el cilindro73
mis comenzados yambos, poema prometido desde hace
tiempo.
No de otro modo — cuentan— ardió por Batilo de
Samos Anacreonte de Teos 74, que muy a menudo lloró su
amor con la hueca concha de tortuga75 en pies poco tra­
bajados. Tú mismo te abrasas, infeliz; pero si una llama
no más hermosa que la tuya consumió a Ilio después de
su asedio76, alégrate de tu suerte; a mí Frine, liberta y
no contentadiza con uno solo, me tiene atormentado.

71 El Leteo o la Lete era un río o laguna, situado en el infier­


no, cuyas aguas producían el olvido. Sueños del Leteo es, por
tanto, sinónimo de olvido.
72 A saber, el Amor.
73 Se trata del cilindro o varilla, de madera, marfil o hueso,
en torno de la cual se enrollaban los pergaminos para formar el
volumen, cuya última parte estaba pegada a dicha varilla. Llegar
al cilindro vale, pues, por llegar al término del papel disponible.
Visto exteriormente el volumen desde uno de sus lados, mostraba
la figura de un círculo, de cuyo centro sobresalía el extremo de la
varilla adornado con un botón que recibía el nombre de ombligo
( umbilicus), precisamente por su situación medial.
74 El famoso poeta griego (siglo vi a. C.) que cantó en sus poe­
mas los placeres del vino, siendo padre de este tipo de poesía. An­
daba enamorado de este mancebo Batilo al que aquí se hace re­
ferencia.
75 Las liras, en un principio, se hacían con caparazones de tor­
tuga, que servían de caja de resonancia.
76 Nos parece detectar aquí cierta ambigüedad entre el incen­
dio, propiamente dicho, en el que se abrasó Troya, y el amor de
Paris por Helena (aludido como llama, siguiendo la metáfora em­
pleada para referirse al amor de Anacreonte y Mecenas), que fue
causa de la guerra y del incendio real de Troya.
56 Horacio

15.

Era de noche y la luna brillaba en el cielo sereno en­


tre los astros menores, cuando tú, dispuesta a ofender
la divinidad de los dioses soberanos, jurabas sobre mis pa­
labras, pegándote a mí con tus brazos enredadizos más
apretadamente que se adhiere la yedra a la encina enhies­
ta, que, mientras el lobo fuera enemigo del rebaño y
Orion, funesto para los nautas 77, hiciera encresparse el
mar en invierno, y mientras la brisa agitara los cabellos
intonsos de Apolo, este amor sería recíproco.
¡Ah, Neera, cuánto sufrirás por mi orgullo varonil,
pues si en Flaco78 hay algo de varón, no aguantará que
tú dediques una tras otra tus noches a otro, prefiriéndole
a él, y, en su rabia, buscará un amor que le corresponda;
su porfía no cejará ante tu hermosura ofendida una sola
vez79, si es que el resentimiento ha penetrado en él con
verdadero fundamento.
Y tú, quienquiera seas el que más feliz que yo y ufa-
nándote de mi desgracia paseas, ¡ojalá seas rico en ga­
nado y en extensión de tierras!, ¡fluya para ti el Pacto­
lo ®°, no encierren para ti secreto alguno los arcanos del
resucitado Pitágoras, y superes en galanía a N ireo!81 ¡Ay!,
¡ay!, llorarás cuando veas tus amores trasladados a otro.
Entonces yo, a mi vez, me reiré de ti.

16.

Las guerras civiles trituran ya a una segunda gene­


ración y por sus propias fuerzas cae abatida Roma. No
pudieron acabar con ella ni sus vecinos los marsos, ni el
ejército etrusco del amenazante Porsena®2; y no la ven­

77 Cf. nota 59.


78 Cognomen de Horacio.
79 Quiere decir el poeta que no se conformaría con serle infiel
una sola vez.
80 Río de Lidia, cuyas aguas arrastraban oro.
81 El más hermoso — según Homero— de los griegos que acu­
dieron a Troya, después de Aquiles.
Epodos y odas 57

cieron ni el valor de Capua83, émulo del suyo, ni el fiero


Espártaco84, ni el alóbroge, traidor a la revolución85, ni
la salvaje Germania con su ojiazulada juventud “ , ni Aní­
bal, detestado por las madres; somos nosotros, genera­
ción impía, hija de sangre maldita, quienes la haremos
sucumbir, y su suelo será de nuevo habitación de fieras.
Un bárbaro vencedor, ¡ay!, pisoteará sus cenizas y, mon­
tado a caballo, flagelará la ciudad con su casco resonante;
y los huesos de Quirino87, que están a salvo de vientos
y soles — ¡sacrilegio contemplarlo!— , los irá esparciendo
en el colmo de su osadía.
Tal vez todos en coiijunto, o el grupo más sensato de
entre vosotrosw, buscáis cómo libraros de tan penosas
desgracias. Ninguna solución hay quizá mejor que ésta
(a ejemplo de los foceos89, cuya ciudadanía, cubierta de
maldiciones, huyó de sus campos y lares patrios, dejando
los templos para que los habitaran los jabalíes y lobos ra­
paces): ir adonde nos lleven los pies y adonde a través
de las olas nos llame el Noto o el Ábrego90 impetuoso.
¿Os parece bien?, ¿o tiene alguien otro plan mejor que
proponer?, ¿por qué, siendo halagüeños los auspicios, es­
peramos para embarcar?
Pero juremos en estos términos: cuando los guijarros
asciendan del fondo del agua y sobrenaden, entonces deje

82 Rey etrusco que luchó contra Roma con el propósito de res­


tablecer a Tarquino el Soberbio en el trono.
83 En la Segunda Guerra Púnica, Capua se convirtió en rival
de Roma por pasarse a la causa de Aníbal.
84 Caudillo en la guerra de los esclavos (73-71 a. C.), que con
su ejército recorrió toda Italia practicando el pillaje y la matanza.
85 En la conjuración de Catilina, los alóbroges, pueblo de la
Galia Narbonense, traicionaron a los conjurados revelando a Ci­
cerón sus proyectos.
86 Los cimbrios y teutones derrotados por Mario (102 y 101
a. C.).
87 Nombre de Rómulo, divinizado después de su muerte.
88 Horacio se dirige a una asamblea de ciudadanos romanos.
89 Los habitantes de Focea, en Asia Menor, abandonaron su ciu­
dad cuando ésta era asediada por Ciro, y huyeron por mar hasta
tierras occidentales, fundando en la Galia la ciudad de Marsella.
90 Viento del Suroeste; frente al Noto, viento del Sur.
58 Horacio

de ser un sacrilegio la vuelta. Y deje de afligirnos girar


las velas rumbo a la patria, cuando el Po haya bañado
las cumbres del M atino91, o bien el alto Apenino haya
bajado corriendo a la mar, y un amor milagroso haya pro­
ducido monstruosas uniones, frutos de pasión nueva: de
modo que a las tigresas les plazca ser cubiertas por los
ciervos, adultere también la paloma con el milano, no
teman los rebaños, confiados, a los rojizos leones, y el
macho cabrío, haciéndose tersa su piel, guste de la salada
llanura del m ar92.
Obligada ya la ciudad con tales imprecaciones y otras
que pudieran cortar el dulce regreso, marchémonos todos
o la parte mejor de nuestra indócil grey; ¡el perezoso
y el sin esperanza sigan apegados hasta el fin a estas ma­
drigueras de siniestro augurio!
Vosotros, en quienes reside el valor, dejad a un lado
el mujeril lamento y volad más allá de las playas etrus-
cas. Nos espera el Océano que fluye en derredor de la
tierra: las campiñas, busquemos las feraces campiñas y
las islas afortunadas 9}, donde la tierra cada año hace en­
trega de Ceres94 sin haber sido arada y sin haberla podado
florece siempre la viña; renueva sus brotes también el
ramo de olivo sin nunca frustrar esperanzas, y el higo
morado engalana el árbol en el que nació; mieles manan
de la hueca encina; de la altura de los montes baja sal­
tando la linfa ligera con pie bullidor. Allí las cabrillas, sin
ser guiadas, marchan al ordeño, y el ganado amigo regresa
trayendo sus ubres repletas; ni el oso al caer la tarde
gruñe en torno del aprisco, ni las profundidades del suelo
se hinchan, llenas de víboras; otras muchas maravillas,
además, contemplaremos felices: cómo ni el Euro lluvio­

91 Monte de Apulia, situado junto a la costa.


92 He aquí un ejemplo conspicuo de la figura llamada adynaton
o enumeración de cosas imposibles.
93 Islas situadas en Occidente, donde se creían que iban a vivir
los puros y piadosos después de la muerte, más o menos identi­
ficadas con el Elisio.
94 Metonimia por cereales, siendo Ceres la patrona de ellos y
la que les da nombre.
Epodos y odas 59

s o 95 erosiona los campos con aguaceros continuos, ni


las fértiles simientes se abrasan en la gleba seca, equili­
brando los dos extremos el rey de los celestes morado­
res96. No puso rumbo hacia aquí ningún pino impulsado
por remo argonáutico 97, ni la impúdica joven de Coicos98
dirigió aquí su pie, ni hacia aquí torcieron sus espolones
los marineros sidonios " , ni tampoco la tripulación de Uli-
ses, sufridora de trabajos; ninguna enfermedad daña al
ganado aquí, ni el abrasante calor de astro ninguno sofoca
a la grey.
Júpiter reservó aquellas playas para la gente piadosa
cuando mancilló con bronce la edad dorada; con bronce,
y después con hierro endureció los siglos 10°, de los que
una fácil huida brindo yo, visionario poeta, a los hombres
piadosos.

17.

— Ya rindo mis manos, ya, a tu ciencia poderosa y, su­


plicante, te imploro por los reinos de Prosérpina, y por
el poder inconmovible de Diana, también por los libros
de conjuros, capaces de hacer bajar las estrellas, descla­
vándolas del cielo: cesa ya de una vez, Canidia, en tus
mágicos ensalmos, y deja correr hacia atrás el huso, dé­
jalo correr.
Télefo conmovió al nieto de Nereo 101, contra quien,
95 Viento del Sureste.
96 Júpiter.
97 La nave Argo, que, según se decía, había sido la primera nave.
98 Medea.
99 Los fenicios, famosos navegantes.
100 El mito hesiódico de las sucesivas razas humanas en el co­
mienzo del mundo distinguía cinco de ellas: las de oro, plata, bron­
ce, de los héroes y de hierro. Virgilio sólo distingue dos edades:
la de oro o de Saturno, y la de hierro o de Júpiter. Horacio, según
se ve, hace aquí distinción de tres: oro, bronce y hierro; cada
una de ellas, entiende el mito, era progresivamente peor que su
antecesora.
101 Aquiles, hijo de la Nereida Tetis. Este hirió a Télefo y más
tarde, a petición suya, lo curó con herrumbre de la misma lanza
con que lo había herido.
60 Horacio

desafiante, había movilizado los batallones de los misios


y contra quien había blandido dardos punzantes; ungie­
ron las matronas ilíacas el cadáver de Héctor, matador
de hombres, condenado a ser pasto de aves de rapiña y
de perros, después que, abandonando las murallas, el
rey IQ2 cayó de hinojos, ¡ay!, a los pies del obstinado Aqui­
les; los remeros de Ulises, sufridor de trabajos, desvis­
tieron sus miembros, cubiertos de cerdas, de las duras
pieles, cuando quiso Circe 103: entonces su raciocinio y su
voz volvieron a ellos, y a sus rostros regresó la dignidad
de siempre.
Suficiente y harto he soportado tus castigos, oh la muy
amada de marineros y mercaderes. Huyó de mí la juven­
tud 104, y el color ruboroso ha abandonado mis huesos,
cubiertos de piel morada; cano está mi cabello por culpa
de tus sahumerios; ningún esparcimiento me alivia de mis
desdichas; apremia al día la noche y a la noche el día,
y no hay ocasión de descanso para mi pecho, tenso y ja­
deante.
Así pues, me veo obligado a creer, infeliz de mí, lo
que no había querido creer: que los conjuros sabelios 105
violentan mi corazón y que mi cabeza estalla por efecto
de un sortilegio marso.
¿Qué más pretendes?, ¡oh mar y tierra!, ardo como
no ardió Hércules, impregnado en la sangre negruzca de
Neso 106, y como no arde, vigorosa, la hirviente llama en
el Etna de Sicilia 107; tú, fábrica de venenos colquidios I0e,
102 Príamo, que acudió a Aquiles para rescatar el cadáver de su
hijo Héctor.
103 La poderosa hechicera había metamorfoseado a los compañe­
ros de Ulises en cerdos, según la Odisea.
104 Horacio debía contar cuando compuso este poema unos trein­
ta y cuatro años.
105 Es decir, sabinos. También los sabinos, como los marsos,
tenían fama de hechiceros.
«* Cf. n. 18.
107 El volcán Etna es empleado a menudo en comparaciones para
ilustrar y poner de relieve el fuego amoroso o pasional. Herencia
de esa tradición tenemos en el famoso monólogo de Segismundo en
La vida es sueño, de Calderón: «En llegando a esta pasión / un
volcán, un Etna hecho, / quisiera arrancar del pecho...»
Epodos y odas 61

sigues en plena actividad, hasta que los vientos afrentosos


me esparzan, convertido en ceniza seca.
¿Qué fin me aguarda o qué precio he de pagar? ¡Dí-
meio! Sufriré con sumisión el castigo que me impongas,
presto a purificarme, ya si reclamas cien toros, o si quie­
res que al ritmo de lira mentirosa proclame de ti: «tú,
casta, tú, honrada, pasearás entre los astros, estrella do­
rada».
Cástor, ofendido por la difamación de Helena, y con
el gran Cástor también su hermano, ambos doblegándose
a la plegaria, devolvieron al poeta la vista de que le ha­
bían privado 109: también tú, pues tienes poder para ello,
líbrame de la locura, ¡oh ni contaminada por la inmun­
dicia de tu padre, ni vieja perita en dispersar cenizas el
día noveno de los funerales en las sepulturas de los po­
bres! Tienes corazón benévolo y manos puras; hijo tuyo
es Pactumeyo uo, y la comadrona lava las ropas teñidas
de tu sangre siempre que, repuesta después del parto,
saltas fuera de la cama.
— ¿Por qué viertes súplicas a unos oídos cerrados? No
más sordos a los nautas desnudos son los escollos que bate
el tempestuoso Neptuno en alta mar.
¿Cómo vas a quedar sin castigo, después de haberte
burlado de los misterios de Cotito ni, que previamente
divulgaste, y de la ceremonia del amor libre, y vas a que­
dar sin pagar tu merecido, después de llenar la ciudad
con mi nombre, cual pontífice del mágico Esquilino? 112,
¿de qué me serviría haber enriquecido a las viejas pe-
lignias 113 o haber mezclado el veneno con más rapidez?

108 A saber, propios de Medea de la Cólquide.


109 Este poeta fue el griego Estesícoro de Hímera (siglos vn-
V I a. C.), que por haber injuriado a Helena en un poema quedó
ciego, y al retractarse de lo dicho volvió a recuperar la vista.
110 Quiere decir el poeta que ese supuesto hijo de Canidia es
de noble familia. Los Pactumeyo eran una antigua gens.
111 Diosa, originaria de Tracia, en honor de la cual se celebra­
ban unos obscenos misterios.
112 Cf. n. 38.
113 Los pelignios eran de origen sabino y vecinos de los mar-
sos; como ellos, también expertos en magia.
62 Horado

Pero te espera una muerte más tardía de lo que tú qui­


sieras; desgraciado, has de arrastrar una vida ingrata. Para
esto: para verte sin cesar expuesto a nuevas penalidades.
Desea el descanso el padre del traidor Pélope, Tántalo,
siempre falto del manjar copioso 114, deséalo igualmente
Prometeo, condenado al águila 11S; lo desea Sísifo, conde­
nado a colocar la piedra en la cima del m onte116; mas se
lo prohíben las leyes de Júpiter. Querrás unas veces arro­
jarte desde elevadas torres, otras veces abrirte el pecho
con una espada nórica 117, y en vano anudarás un lazo a tu
garganta, entristecido por esa amarga aflicción. Entonces
yo cabalgaré sobre tus hombros enemigos, y la tierra ce­
derá ante mi arrogancia.
¿O acaso yo, que puedo infundir movimiento en figu­
ras de cera, como tú mismo comprobaste en tu curiosidad,
y arrancar la luna del cielo con mis conjuros; yo, que
puedo resucitar a los muertos, ya incinerados, y compo­
ner filtros amorosos, voy a llorar el fracaso de mi arte,
que nada puede contigo?

1M Uno de los condenados en el infierno; causa de su condena


fue el haber difundido los secretos de los dioses, de los que se en­
teró por haber participado en sus banquetes. Se hallaba sumergido
en una corriente de agua sin poder saciar su sed, pues cuando
se agachaba para hacerlo, el nivel del agua disminuía más y más;
colgaha cerca de él la rama de un manzano, pero cuando se alzaba
para coger las frutas, la rama se elevaba. Ese era su castigo.
115 Por haber robado el fuego del cielo y habérselo traído a los
hombres, Prometeo fue castigado por Júpiter con el tormento del
águila que constantemente se alimentaba de su hígado. Pero no
en el infierno, sino en el Cáucaso (cf. Odas, n. 258).
116 Quizá el más célebre condenado infernal. Su castigo era su­
bir a la cima de un monte una piedra que, antes de ser colocada
en lo alto, volvía a rodar pendiente abajo. Motivo de tal pena era
el haberse burlado varias veces de la Muerte.
117 El Nórico era una región situada entre Retia y Panonia, al
sur del Danubio. Su hierro era muy apreciado para la fabricación
de armas.
Libro I

1.

¡Mecenas, descendiente de regios antepasados, oh tú,


defensa y dulce ornamento mío! *: hombres hay que gus­
tan de haberse manchado en su carrera con el polvo de
Olimpia, y la meta evitada por las ruedas candentes, así
como la palma insigne, los alza hasta los dioses, señores
de la tierra2.
1 Horacio, al igual que hacía en los Epodos, abre su libro de
Odas con una dedicatoria a su amigo y protector, Gayo Cilnio
Mecenas, colaborador de Octavio, descendiente por línea materna
de una familia etrusca de Arretium (Arezzo), que había dado re­
yes o lucumones a la ciudad.
2 En la enumeración de los diversos tipos de vida humana, se­
gún el objeto buscado en la misma (tópico que aparecía en los
antiguos poetas — Solón, Píndaro, Baquílides— y del que se adue­
ñaron los filósofos, recreándolo), nuestro poeta comienza por aqué­
llos que ansian conseguir la fama en los juegos olímpicos. En un
poema preambular, en el que se termina hablando de la vocación
lírica, esta referencia a los juegos debe entenderse también como
una implícita alusión a los epinicios de Píndaro, cumbre de la poe­
sía lírica según el canon alejandrino.
65
66 Horacio

Disfruta éste, si la muchedumbre de inconstantes ciu­


dadanos pugna por ensalzarlo con la triple magistratu­
ra 3; aquél, si en su propio granero ha almacenado todo
lo que se recoge en las eras de Libia.
Al que se goza en cavar con la azada los campos here­
dados de su padre, nunca lo persuadirás con las riquezas
de Á talo4 para que en nave chipriota, cual medroso ma­
rinero, corte el mar de M irto5. El mercader, cuando teme
al Ábrego combatiendo con las olas de Icaria6, alaba el
ocio y las campiñas de su ciudad, aunque luego repara las
naves rotas, incapaz de soportar la pobreza 1.
Hay quien no desprecia ni unas copas de añejo Mási-
c o 8 ni pasarse parte de un día entero tumbado, con sus
miembros tendidos ya bajo un verde madroño, ya junto al
plácido manantial de una fuente sagrada9.
A muchos les sirve de recreo el campamento, y el ‘son
de la trompa mezclada con el clarín, y las guerras, que las
madres detestan.
Quédase bajo el frío cielo el cazador, sin acordarse de
su dulce esposa, ya si sus fieles perros han avistado una
cierva, ya si un jabalí marso 10 ha desgarrado las finas
redes.

3 Edilidad, pretura y consulado.


4 Rey de Pérgamo, instaurador de una dinastía, prototipo de
lujo y opulencia.
5 Isla del Sur de Eubea.
6 Una de las Cicladas que recibe su nombre a partir de ícaro,
el legendario volador frustrado. También al mar que la rodea se
le llama Icario (cf. litada, II, 143), en recuerdo de la mortal
caída del héroe.
7 El mismo pensamiento se esboza aquí que el desarrollado en
el epodo II: también el usurero Alfio elogia la vida del campo,
pero se ve preso por la rutina de su propio negocio y sigue vivien­
do como de costumbre.
8 El Másico era un monte de Campania, en cuyas laderas abun­
daban las viñas productoras de un afamado vino.
9 En estos versos queda retratada la imagen del sabio epicúreo,
amante de la naturaleza, tal y como aparece en Lucrecio (II, 27
y ss.), figura que hasta cierto punto encarnan también los pastores
teocriteos y virgilianos.
10 Los marsos (cf. Epodos, n. 35), pueblo del Lacio. Abunda­
ban los jabalíes en su comarca.
Epodos y odas 67

A mí la yedra, premio de frentes cultivadas, me reúne


con los dioses de arriba; a mí la fresca espesura del bos­
que y los coros ligeros de las Ninfas acompañadas de los
Sátiros me apartan de la plebe n, siempre que Euterpe no
haga callar sus flautas y Polihimnia n no se resista a tocar
la lira de Lesbos 13. Y si tú 14 me pones en la serie de los
vates líricos, tocaré las estrellas con mi cabeza enaltecida.

2.

Ya bastante de nieve y aciago granizo ha enviado a la


tierra el Padre 15 y, disparando con diestra rojiza contra los
alcázares sagrados, ha movido a terror a la urbe; ha mo­
vido a terror a los pueblos, temerosos de que volviera
el siglo funesto de Pirra 16, la que se quejó de prodigios
nunca vistos, cuando Proteo 17 condujo su rebaño com­
pleto a ver las alturas de los montes, y cuando el linaje de
los peces quedó colgado en la copa del olmo — la que hasta
entonces fue morada habitual de las palomas— , y las me­
drosas gacelas nadaron en un mar derramado de sus orillas.
Hemos visto al rubio Tiber lanzarse impetuoso desde
la costa etrusca, con su corriente encrespada, contra el

11 Cf. Odas, I I I , 1, 1: «Odio al vulgo profano y me aparto


de él.»
12 Polihimnia y Euterpe son dos de las nueve Musas. Hijas de
Júpiter y de Mnemósine, todas ellas son patronas de las diversas
actividades espirituales y artísticas. El reparto de patronazgos en­
tre las nueve, que es tradicional desde el Renacimiento, aparece
en la Antigüedad de modo esporádico y con muchas divergencias.
Horacio mismo, en su poesía lírica, tan pronto invoca a una como
a otra. Sobre esta cuestión, v. A. Ruiz de Elvira, Mitología Clá­
sica, Madrid, 1975, pp. 73-75.
13 Referencia a los poetas lesbios, Alceo y Safo, modelos de
Horacio en su poesía.
14 Con la renovada alusión a Mecenas, como al principio, se
cierra esta oda en una composición anular.
15 Júpiter.
16 Mujer de Deucalión, los únicos que, según el mito clásico,
se salvaron del diluvio.
17 Dios marino, pastor de focas.
68 Horacio

monumento del rey 18 y el templo de Vesta, mientras se


ufanaba de ser el vengador de Ilia 19, quejosa en demasía,
y errante se desbordaba de su ribera izquierda, río com­
placiente con su esposa, contra la voluntad de Júpiter.
La juventud, disminuida por el yerro de sus progeni­
tores, tendrá noticia de que los conciudadanos han afilado
un hierro, que mejor hubiera servido para que con él pe­
recieran los temibles persas; tendrá noticia de las ba­
tallas.
¿A cuál de los dioses invocará el pueblo rogando por
el edificio del imperio que se derrumba? ¿Con qué ple­
garias las sagradas vírgenes acosarán a Vesta, que se hace
sorda a sus cánticos? ¿A quién dará Júpiter la misión
de expiar el crimen?
Te pedimos que vengas por fin, cubriendo con una
nube tus hombros resplandecientes, profeta Apolo.
O tú, si lo prefieres, sonriente diosa del É r ix 20, en tor­
no a la cual vuela el Juego y el Amor.
O tú, nuestro progenitor21, si es que te vuelves a mirar
a tu olvidado linaje y a tus nietos, demasiado cansado,
¡ay!, de las continuas prácticas deportivas22, tú, a quien
agrada el griterío y los pulidos yelmos y la mirada ira­
cunda del infante moro contra el enemigo cubierto de
sangre.
O tú, alado hijo de la nutricia Maya B, si es que, cam­
biando tu figura, adoptas en la tierra el aspecto de un
joven, consintiendo en llamarte vengador de César: ¡ojalá
que sea tarde cuando regreses al cielo y alegre convivas
largo tiempo con el pueblo de Q uirino!24, ¡no te arrebate
una brisa demasiado apresurada a ti, molesto por nues­
tros yerros!; disfruta mejor aquí de tus grandes triunfos,
18 Un palacio construido por el rey Numa.
19 Ilia o Rea Silvia, amada por Marte y madre de Rómulo y
Remo, fue posteriormente esposa del rey Tiber.
20 Venus, que en el monte Érix de Sicilia tenía un templo.
21 Marte, padre de la raza romana, por cuanto que era padre
de Rómulo, fundador de la ciudad.
22 Que solían celebrarse en el Campo de Marte.
23 Mercurio, hijo de Júpiter y de la Atlántide Maya.
24 Nombre de Rómulo, una vez divinizado. Cf. Epodos, n. 87.
Epodos y odas 69

disfruta aquí al oírte llamar padre y príncipe, y no permi­


tas, César, que, siendo tú el caudillo, cabalguen impunes
los medos.

3.

¡Ojalá la diosa que impera en Chipre25, ojalá los her­


manos de Helena, refulgentes estrellas26, y el padre de
los vientos27, encerrando a todos menos ai Yápige28, te
guíen, oh nave, que nos debes a Virgilio29, a ti confiado;
entrégalo, sano y salvo, a las costas del Ática — te lo
ruego— y consérvame la mitad de mi alma.
Madera de roble y triple lámina de bronce en torno al
pecho tenía aquel hombre que por primera vez entregó
una barquilla frágil al salvaje piélago30, y no tuvo miedo
del Ábrego arrollador pugnando con los Aquilones, ni

25 Venus, que nació en el mar, junto a Chipre, de donde su


epíteto Cipris.
26 Castor y Pólux, catasterizados en la constelación de Gémini
y protectores de la navegación.
27 Eolo.
28 Viento del Noroeste, propicio para los que navegaban a
Grecia.
29 El famoso poeta, amigo de Horacio, autor de las Bucólicas,
las Geórgicas y la Eneida. En consecuencia, esta oda presenta un
no leve problema de cronología, pues si Virgilio hizo su viaje a
Grecia en el año 19 — como sabemos— , y los tres primeros libros
de odas habían sido ya publicados en el 23, no se explica bien
cómo Horacio pudo con tanta antelación referirse a la nave y a
la travesía: no cabe otra razón para aclararlo sino entender que
Virgilio abrigara el proyecto de tal viaje desde varios años antes
de emprenderlo, y que alguna vez, antes del año 23, presto ya
para hacerse a la mar — momento en el que Horacio escribirá la
oda— , abandonara su intento en espera de mejor ocasión.
30 Tópico de la maldición contra el inventor de la navegación
(cf. Propercio, I, 17, 13 y ss.; Séneca, Medea, 301 y ss.; Plinio el
Viejo, Hist. Nat., 19, 6), del que hallamos también un ejemplo
en aquel soneto de Quevedo que comienza: «¡Malhaya aquel hu­
mano que primero / halló en el ancho mar la fiera muerte, / y el
que enseñó a su espalda ondosa y fuerte / a que sufriere el peso
de un m adero!...»
70 Horacio

de las funestas Híadas, ni de la furia del N oto31, mayor


que el cual no hay otro soberano en el Adriático, ya si
se le antoja encrespar o menguar las olas.
¿Qué clase de muerte temió el que contempló con ojos
sin lágrimas monstruos nadadores, el que contempló el
mar turbulento y los montes Acroceraunios 31, escollos tris­
temente célebres?
En vano la divinidad providente separó las tierras po­
niendo el Océano en medio, si, a pesar de todo, barcas
impías atraviesan los mares que no debieron tocar.
La raza de los hombres, audaz para afrontarlo todo,
precipitóse sacrilegamente por lo prohibido.
Audaz el hijo de Jáp eto33, con malicioso hurto, trajo el
fuego a los humanos.
Después que el fuego fue robado de la mansión celes­
tial, la penuria y una nueva muchedumbre de dolencias
se abatió sobre la tierra, y la fatalidad, antes tardía, de
una muerte relegada apresuró su paso 14.
Dédalo35 probó a volar por el aire vacío con alas que
no le habían sido dadas al hombre. Se abrió paso a través
del Aqueronte el esfuerzo de Hércules 36. Nada se les an­
toja difícil a los mortales. En nuestra estulticia preten­
demos d cielo mismo, y por culpa de nuestra maldad no
dejamos que Júpiter deponga sus coléricos rayos.

31 El Ábrego, viento del Sudeste; el Aquilón, del Nordeste; el


Noto, del Sur; las Híades, conjunto de estrellas integradas en la
constelación del Toro, cuya aparición y ocaso solía coincidir con
lluvias.
32 Acantilados en la costa del Epiro.
33 Prometeo.
34 Que en la edad de oro la muerte llegaba tarde es noticia que,
aunque no es de extrañar en el conjunto de las condiciones ópti­
mas de vida que para aquel tiempo se suponen, no aparece fuera
de este texto. Hesíodo dice únicamente que morir era «como de­
jarse vencer por el sueño» (Trabajos y días, 116).
35 El mítico constructor del Laberinto que escapó de Creta vo­
lando junto con su hijo Icaro, con alas de cera y plumas que él
mismo fabricó.
36 En el duodécimo y último de sus trabajos Hércules penetró
en el Hades, tras atravesar el Aqueronte — río infernal— , para
capturar al perro Cerbero.
Epodos y odas 71

4.

Diluyese el riguroso invierno con el retorno plácido


de la primavera y del Favonio37; las máquinas arrastran
las quillas secas; y ya ni el ganado se goza con los esta­
blos, ni el labrador con el fuego, ni blanquean los prados
cubiertos de canas escarchas; ya la Citerea Venus guía
los coros a -la luz de la luna y las Gracias hermosas38,
unidas a las Ninfas, golpean alternativamente el suelo
con su pie; en tanto, el ardiente Vulcano va a inspeccio­
nar las fraguas. laboriosas de los Cíclopes39.
Ahora es el momento de coronar la cabeza esplendente
con verde mirto o con la flor que producen las esponjadas
glebas; ahora también es momento de hacer sacrificios a
Fauno40 en los bosques umbríos, ya lo reclame de cor­
dera o lo prefiera de cabrito.
La pálida Muerte golpea con pie igualitario las cabañas
de los pobres y las torres de los ricos. ¡Oh Sestio afortuna­
do! La breve suma de la vida nos prohíbe poner cimientos
a una esperanza larga. En seguida la noche, los M anes41
de la leyenda y la enjuta morada de Plutón42 te harán su
víctima; tan pronto como hayas partido hacia allí, no sor­
tearás con los dados la realeza en el vino43, ni admirarás
al tierno Lícidas, por quien los jóvenes todos se enarde­
cen hoy y por quien mañana las muchachas se encandi­
larán.

37 Viento del Oeste, heraldo de la primavera. Su nombre grie­


go, Zéfiro.
38 Diosas del cortejo de Venus, en número de tres: Aglaya,
Eufrósina y Talia, hijas de Júpiter y de la Oceánide Eurínome. Ho­
racio nos las muestra en actitiid parecida a como las pinta Rubens
en su famoso cuadro.
39 Los Cíclopes ayudaban a Vulcano, dios herrero, en su tarea.
Habitaban en fraguas subterráneas, ya sea en el Etna, ya en la isla
Lípari, ya en la isla de Lemnos.
40 Dios protector de los rebaños.
41 Espíritus de los muertos. Cf. Epodos, n. 37.
42 El Infierno.
43 El simposiarca o jefe del banquete, que ordenaba en qué me­
dida se debía mezclar el vino.
72 I lorario

5.

¿Qué esbelto muchacho en alfombra de rosas, ungido


todo con líquidos perfumes, te abraza, Pirra, al cobijo
de amena gruta?, ¿para quién te sueltas la rubia cabe­
llera, sencilla en tus ornatos?
¡Ay!, ¡cuántas veces llorará las promesas quebrantadas
y la mudanza de los dioses, y, desacostumbrado a ello,
contemplará estupefacto los mares encrespados por negros
vientos, él, que goza crédulo ahora de tu momento dora­
do, que espera encontrarte disponible siempre, compla­
ciente siempre, sin acordarse de la brisa falaz!
¡Desgraciados aquellos ante quienes resplandeces sin
que te hayan conocido!
En cuanto a mí, la pared del templo testimonia en
una tabla votiva que he dejado colgadas mis vestiduras
mojadas como ofrenda al dios que gobierna en el m ar44.

6.

V ario45, águila del canto meonio, dirá de ti en sus es­


critos que eres valiente y vencedor de los enemigos, cual­
quiera que sea la hazaña que en las naves o con la caba­
llería haya llevado a cabo el feroz soldado, siendo tú ge­
neral.
Nosotros, en cambio, Agripa * , no intentamos cantar
tales temas ni la cólera funesta del Pelida47, incapaz de
doblegarse, ni el doble itinerario a través del mar del
engañoso U lises48, ni la casa sangrienta de Pélope49; pues

44 Neptuno.
45 El poeta Varío Rufo, conocido por su tragedia Tiestes, pero
también — a lo que aquí se alude con la perífrasis «águila del
canto meonio» (es decir, homérico)— poeta épico; amigo de Virgi­
lio y Horacio.
46 El lugarteniente de Octavio, que había luchado a su lado en
Nauloco, contra Sexto Pompeyo, y en Accio.
47 Aquiles: referencia a la litada.
48 Referencia a la Odisea: los poemas homéricos como modelo
de poesía épica.
H|xxlo» y (h In i 73

carecemos ile fuerza para tan solemnes argumentos, en


tanto que la Vergüenza y la Musa, dueña de la lira pací­
fica, nos prohíben menoscabar las glorias del egregio Cé­
sar y las tuyas por nuestra falta de ingenio.
¿Quién escribiría dignamente acerca de Marte, cubier­
to con una coraza de acero, o de Meriones ennegrecido
por el polvo de Troya, o del Tidida51, igualado a los dio­
ses excelsos por obra de Palas?
Nosotros, banquetes; nosotros, reyertas de doncellas
irritadas contra los jóvenes, que usan como arma sus uñas
cortadas: eso es a lo que cantamos cuando estamos libres
de amor; o bien al objeto de nuestro fuego, siempre que
alguna pasión nos abrasa, frívolos cual de costumbre.

7.

Otros alabarán la esclarecida Rodas, Mitilene, Éfeso


o las murallas de Corinto, la de los dos mares; Tebas fa­
mosa por Baco, o Delfos y el tesalio valle del Tem pe 52,
famoso por Apolo.
Hay quienes tienen como única tarea celebrar en un
poema interminable la ciudad de la casta Palas M, y mos­
trar en su frente la oliva, recogida por doquier.
Muchos cantarán, en alabanza de Juno, a Argos, buena
para los caballos, y a la rica Micenas.

49 Son los Pelópidas un paradigma mítico de crímenes mons­


truosos: Atreo asesinó a los hijos de su hermano Tiestes y se los
sirvió en un banquete (cf. Epodos, n. 36). Este sería el tema de
la tragedia Tiestes, de Vario Rufo, a la que aquí implícitamente
se hace referencia. En esta recusatio (cf. introducción) se opone,
como puede verse, la poesía épica y trágica — como Musa gravis—
a la poesía lírica.
50 Auriga del carro de Idomeneo en la guerra de Troya.
51 Diomedes, famoso guerrero griego en la guerra de Troya.
52 Valle de Tesalia, por el que corría el río Peneo, entre el mon­
te Osa y el Olimpo. Se decía que allí se retiraba Apolo en invier­
no. Celebrado frecuentemente como lugar placentero en la poesía
griega y latina.
53 Atenas, que recibe su nombre del de la diosa, Palas Atenea.
74 Horacio

A mí, sin embargo, no tanto me ha cautivado la aus­


tera Lacedemonia ni tanto la llanura de la feraz Larisa,
como la morada de la resonante Albúnea y el Anio, que se
precipita en cascadas cabe al bosque sagrado de Tiburno
y sus huertos frutales regados por sinuosos arroyuelos 54.
Igual que el transparente Noto limpia con frecuencia
de nubes el cielo oscuro y no produce lluvias infinita­
mente, así tú, mostrándote sabio, acuérdate de poner fin
a la tristeza y las fatigas de la vida con el vino suave,
Planeo, ya si te retiene el campamento que brilla con las
enseñas o si la espesa sombra de tu querido Tíbur te va a
cobijar.
Teucro55, aunque huía de Salamina y de su padre, cuen­
tan que, no obstante, ciñó sus sienes, cargadas de vino,
con una corona de álamo, hablando así a sus afligidos
amigos: «Iremos allí adonde una fortuna, menos riguro­
sa que mi padre, nos lleve, oh camaradas y compañeros.
Nada hay por qué desesperar si Teucro es el caudillo y el
augur; pues Apolo, que conoce sin error el destino de
Teucro, nos ha prometido que volverá a existir otra Sa­
lamina en una tierra nueva. ¡Oh vosotros, héroes valien­
tes y sufridores muchas veces junto a mí de los trances
peores, alejad ahora con vino las zozobras; mañana volve­
remos a emprender la marcha por la vasta llanura del
m ar!»56

54 Casi tan proverbial como el valle del Tempe llegó a ser en


la literatura latina Tíbur (hoy Tivoli) y su comarca (en las ribe­
ras del río Anio — afluente del Tiber— , cerca de Roma). Albúnea
era una legendaria sibila que dio nombre a la gruta de la que
brotaba un manantial de aguas sulfurosas. Tiburno, el mítico fun­
dador de Tíbur.
55 Hijo de Telamón, expulsado de Salamina por su padre a su
regreso de Troya por no haber vengado a su hermano Áyax. Llegó
a Chipre, donde fundó una ciudad a la que dio el nombre de su
antigua patria.
56 Sobre el paralelo de estos versos con Eneida, I, 197 y ss.,
v. introducción, n. 6.
Epodos y odas 75

8.

Lidia, por todos los dioses, dime sinceramente: ¿por


qué tanta prisa en perder a Síbaris con tu amor?, ¿por
qué él, que era capaz de soportar el polvo y el calor,
odia el soleado campo deportivo?, ¿por qué no cabalga
entre sus camaradas de milicia y no castiga el hocico de
los caballos gálicos con frenos dentados?, ¿por qué teme
tocar el rubio Tiber?, ¿por qué evita el aceite con más
cautela que si se tratara de sangre de víbora y no pre­
senta ya amoratados los brazos de llevar las armas, él,
que era famoso por lanzar a menudo el disco, a menudo
la jabalina, más allá de la meta fijada,?, ¿por qué se es­
conde, como cuentan que hizo el hijo de la marina Tetis
para protegerse de las matanzas lacrimosas en Troya, con
miedo de que su atuendo varonil lo arrastrara a la muerte
y a los batallones licios?

9.

Ves cómo el Soracte58 se yergue blanco por una pro­


funda capa de nieve, y no pueden ya los bosques sos­
tener el peso que les agobia, y los ríos se han inmovilizado
por efecto del hielo penetrante.
Disipa el frío echando leños en abundancia sobre el
hogar y saca, oh Taliarco, con más generosidad aún, un
vino de cuatro años de un ánfora sabina de dos asas. Deja
lo demás al cuidado de los dioses; tan pronto como ellos
han puesto calma en los vientos que combatían sobre la
encrespada llanura del mar, dejan de agitarse los cipreses
y los vetustos olmos.
Huye de preguntarme qué va a ser del mañana, y ten
como ganancia el día, cualquiera sea, que la Fortuna te

57 Aquiles, que fue escondido por su madre en la corte del rey


Licomedes de Esciros, disfrazado de muchacha, para evitar que
fuera a Troya. Ulises más tarde lo descubriría.
58 Montaña del país de los faliscos, al Norte de Roma.
76 Horacio

d é 59; no desprecies, tú que eres joven, los dulces amores


y los bailes en corro, en tanto que la tarda vejez se man­
tiene lejos de tu vigor.
Ahora debes frecuentar, a la hora prevista, la palestra
y las plazas públicas, donde se escuchan callados susurros
a la caída de la tarde; ahora, la placentera risa que de­
lata a tu amiga, escondida en un recóndito rincón, y la
prenda arrancada a sus brazos o a su dedo, que apenas
ofrece resistencia.

10 .

Mercurio, elocuente nieto de Atlas ω, que, astuto, mo­


delaste los hábitos salvajes de los hombres, recién surgi­
dos, con la voz y el ejercicio de la noble palestra, a ti
te cantaré, como mensajero que eres del gran Júpiter y
de los dioses, y padre de la corva lira, mañoso para ocul­
tar con gracioso hurto cualquier cosa que haya sido de tu
agrado.
Tú, niño aún, hiciste reír a Apolo que, mientras te
asustaba amenazándote con sus gritos si no le devolvías
los bueyes que le habías robado arteramente días antes,
echó en falta su carcaj.
Añádase que también bajo tu guía, el opulento Príamo
al salir de Ilio, engañó a los orgullosos Atridas, a los
fuegos tesalios y al campamento enemigo de Troya61.
Tú llevas de regreso las almas pías a sus mansiones
bienaventuradas y con tu caduceo62 dorado empujas la
ingrávida caterva, siendo grato a los dioses del cielo y
a los del abismo.
59 Una de las realizaciones horacianas del tema del carpe diem,
con el consejo añadido — como en I, 11, 8— de no preocuparse
por el mañana. Este pasaje nos recuerda el evangélico de Mt., 6,
34: «No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de
mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su
afán.»
60 Por ser hijo de Maya, hija de Atlas.
él Cuando fue a reclamar de Aquiles el cadáver de su hijo Héc­
tor (cf. Iliada, X X IV , 332 y ss.).
62 Atributo de Mercurio, especie de varita mágica.
Epodos y odas 77

11.

Tú no preguntes — ¡pecado saberlo!— qué fin a mí,


cuál a ti dieron los dioses, Leucónoe, ni las babilonias
cábalas63 consultes.
¡Cuánto mejor soportar lo que venga, ya si muchos
inviernos nos ha concedido Júpiter o si es el último éste
que ahora deja sin fuerzas al mar Tirreno batiéndolo con­
tra los escollos que se le enfrentan!
Sé sabia, filtra el vino y, siendo breve la vida, corta
la esperanza larga. Mientras estamos hablando, habrá es­
capado envidiosa la edad: aprovecha el d ía64, fiando lo
menos posible en el que ha de venir.

12 .

¿A qué varón o héroe, C lío 65, pretendes celebrar con


la lira o la aguda flauta?, ¿a qué dios?, ¿de quién será
el nombre que el eco juguetón hará resonar en las som­
brías regiones del Helicón, o en las alturas del Pindó o
del helado H em o66, desde donde los bosques siguieron
ciegamente al melodioso O rfeo67, que en virtud del arte
aprendido de su madre detenía los veloces cursos de los
ríos y los rápidos vientos y era capaz de atraer con su
hechizo, al son de sus cuerdas canoras, a un auditorio
de encinas?

63 A saber, las cartas astrales de los caldeos que presumían adi­


vinar el porvenir. Babilonia o Caldea era la cuna de la astro-
logia.
64 Esta es la más famosa plasmación horaciana del tema del car­
pe diem, donde se encuentra la fórmula que da nombre al tema.
45 Una de las Musas, cuyo nombre sugiere la idea de gloria
(cf. n. 12).
66 El Helicón, el Pindó y el Hemo, montes de Beocia, Tesalia
y Tracia, respectivamente. El primero de ellos está consagrado a
las Musas.
67 El famoso músico tracio, cuya melodía tenía el poder de
atraer animales, árboles, ríos y vientos. Era hijo de la Musa
Calíope.
78 Horacio

¿Qué otra cosa diré, en primer lugar, sino las habituales


alabanzas al Padre“ , que regula los asuntos de hombres
y dioses, el mar y la tierra, el universo, con las diversas
estaciones?, por quien nada mayor es engendrado que él
mismo, ni existe nada semejante o que le siga inmedia­
tamente; no obstante, los honores más cercanos los ob­
tuvo Palas69; tampoco te silenciaré a ti, L íber70, audaz
en las batallas, ni a la Virgen enemiga de las bestias sal­
vajes 71, ni a ti, Febo, temible por tu flecha certera; can­
taré también al Alcida72 y a los hijos de Leda73, uno
ilustre por sus victorias hípicas, otro por sus victorias
con los puños, cuya clara estrella tan pronto como emite
sus destellos para los marineros, retíranse de los acanti­
lados las agitadas aguas, se calman los vientos disipándose
las nubes, y la ola amenazante se abate sobre el ponto,
puesto que así lo quisieron ellos; después de éstos dudo
si hacer antes mención de Rómulo 74, del pacífico reino
de Pompilio75, de las fasces orgullosas de Tarquino76,
o de la muerte gloriosa de Catón77; a Régulo78 y a los
Escauros ” , y a Paulo “ , pródigo de su gran alma con

68 Júpiter.
m Minerva, que brotó de la cabeza de Júpiter.
70 Baco.
71 Diana, patrona de la caza.
12 Hércules, llamado así por ser nieto de Alceo.
73 Castor y Pólux (cf. n. 26).
74 El fundador y primer rey de Roma.
75 Numa Pompilio, segundo rey de Roma.
76 Tarquino el Soberbio, último rey de Roma.
77 Catón de Ütica, prototipo de virtudes, enemigo de César y
defensor de la República en la guerra civil, que se suicidó después
de la derrota de Farsalia.
78 Otro personaje de tiempos republicanos, ejemplo de honra­
dez, que con ocasión de las guerras púnicas tuvo una actuación
singular: prisionero de los cartagineses, le fue permitido ir a Roma
para llevar un mensaje al Senado con la promesa de regresar,
promesa que cumplió a pesar de haber podido quedarse (cf. III,
5, 13 y ss.).
79 Familia romana, de la que padre e hijo protagonizaron un
suceso curioso y tenido por ejemplar entre los romanos: Marco
Emilio Escauro, príncipe del Senado, después de la derrota de
los romanos en la guerra contra los cimbrios (año 102 a. C.), prohi­
Epodos y odas 79

ocasión de la victoria cartaginesa, exaltaré con Camena


de altos vuelos, así como a Fabricio81; a éste y a Curio82,
de cabellera descuidada, y a Camilo83, la cruel pobreza y
la heredad de sus padres, con el hogar digno de ellos, les
hizo serviciales para la guerra. Crece ocultamente como
un árbol la fama de M arcelo84 con el paso del tiempo;
brilla entre todas la estrella de Julio, como la luna entre
los fuegos menores; hijo de Saturno85, padre y pastor de
la raza humana, los hados te han asignado el cuidado
del gran Julio: siendo él tu segundo, reinarás; él, ya si
ha llevado por delante domeñados en el merecido triunfo
a los partos, que amenazaban el Lacio, o a los sometidos
seres86 y a los indos de la comarca oriental, gobernará
con justicia el orbe, que de ello se alegra, siendo inferior
a ti; tú recorrerás el Olimpo con tu pesado carro, tú
lanzarás los rayos enemigos contra los bosques profa­
nados.

13.

Cuando tú, Lidia, alabas el rosado cuello de Télefo, y


de Télefo sus brazos de color de cera, mi hígado®7, ¡ay!,

bió que su hijo se le acercara y éste, avergonzado por la afrenta,


se suicidó.
80 Paulo Emilio, cónsul, que se suicidó después de la victoria
cartaginesa en Cannas.
81 C. Fabricio Luscino, general vencedor de Pirro en Bene­
vento.
82 M. Curio Dentato, héroe de la guerra contra los samnitas.
Lo llama «de cabellera descuidada» para caracterizarlo como aus­
tero frente al lujo y molicie que imperaban en la Roma contempo­
ránea.
w Conquistador de Veyos.
84 Se trata sin duda del sobrino de Octavio, hijo de su herma­
na, muerto prematuramente. O bien de su antepasado, el con­
quistador de Siracusa.
85 Júpiter.
86 Pueblo de los confines orientales de Asia, más allá de la
India.
?7 Sede para los antiguos de las emociones y del deseo amoroso.
80 Horacio

se inflama ardiente de bilis amarga. Entonces ni la razón


ni el color se me mantienen en su sede habitual, y las
lágrimas se deslizan furtivamente por mis mejillas, dando
fe de cuánto me atormentan en lo más íntimo los lentos
fuegos.
Me abraso, tanto si las disputas exacerbadas por el al­
cohol te amorataron los hombros blancos, como si un
joven delirante imprimió con sus dientes en tus labios una
señal que lo atestigua.
No esperes — si aún me prestas oídos— que vaya a per­
manecer siempre a tu lado aquél que hiere brutalmente
esa dulce boquita tuya, que Venus impregnó con la quinta
porción de su néctar.
¡Felices tres y más veces aquéllos a quienes les posee
una no rota unión, y su amor, sin que las maliciosas que­
rellas lo hayan quebrantado, se disuelve no antes del día
postrero!

14.

¡Oh nave88, oleajes nuevos te arrastrarán al mar! ¡O h!,


¿qué haces? ¡Ánclate firmemente en el puerto! ¿No ves
cómo tu flanco está desnudo de remos, cómo gime el
mástil, herido por el Ábrego veloz y cómo las antenas; y
que sin cables apenas pueden las quillas oponer resisten­
cia al mar cuando se encrespa tanto?
Tus velas no están enteras, ni tienes dioses a los que

88 Se interpreta desde antiguo (Quintiliano, V III, 6, 44) esta


oda como una alegoría. La nave es un símbolo del estado. Es
imitación de Alceo. Imitada, a su vez, a menudo por nuestros
clásicos, y señaladamente por Lope de Vega en aquella famosa com­
posición que comienza:
Pobre barquilla mía, 8,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola;
¿adonde vas perdida?, ,
¿adónde, di, te engolfas?...
Epodos y odas 81

invocar, cuando te haya hundido la desgracia por segun­


da vez.
Aunque te jactes de ser un pino del Ponto, nacido en
ilustre bosque, y te jactes de tu linaje y de tu nombre
inútil, ninguna confianza pone el marinero, si tiene mie­
do, en tu popa pintada.
Ten cuidado, si no quieres ser juguete de los vientos.
Tú, que hasta hace poco eras para mí fastidio molesto,
anhelo y preocupación no pequeña ahora, ¡líbrate de las
aguas que se extienden entre las Cicladas brillantes!89

15.

Cuando el fementido pastor90 se llevaba a través de


los mares en sus naves del Ida a Helena, su anfitriona,
N ereo91 hizo calmarse a los rápidos vientos con quietud
desapacible para profetizar unos destinos desastrosos:
«Bajo funesto augurio llevas a tu palacio a ésa, a la que
Grecia reclamará con multitud de soldados, tras haberse
conjurado para romper tus nupcias y el reino antiguo de
Príamo.
¡Ay!, ¡ay!, ¡cuánto sudor espera a los caballos, cuán­
to a los hombres!, ¡cuántos funerales suscitas para la

89 Este epíteto aplicado a las islas se explica por el mármol de


que son productoras.
90 Paris, que fue pastor en el monte Ida.
91 Dios marino y, como otros dioses marinos, dotado del don
de profecía. Así también aparece profetizando otros dios marino,
Proteo, en Odisea, IV , 351-570, en Geórgicas, IV , 429-52, y en
Metamorfosis, X I , 224-65; el río Tiber profetiza, a su vez, en
Eneida, V III, 30-65. En pos de esta tradición antigua, los poetas
siguen haciendo hablar a los dioses del agua para expresar vati­
cinios: Garcilaso, por ejemplo, en su égloga II, 1169-1827, cuenta
cómo el río Tormes adoctrinó sobre el futuro al mago Severo.
Y Fray Luis de León, en su profecía del Tajo, imitada directa­
mente de la presente oda, hace hablar al río avisando al rey don
Rodrigo de las funestas consecuencias que tendrían sus amores
con la Caba. Cf. A. Magariños, «Oda I, 15», Emerita, IV , 1936,
pp. 30-37, que sigue la interpretación según la cual en esta oda
se aludiría alegóricamente a los amores de Antonio y Cleopatra.
82 Horacio

nación dárdana!, ya Palas prepara su yelmo y su égida,


su carro y su cólera.
En vano, al amparo de Venus, peinarás jactancioso tu
cabellera, y con cítara ajena a la guerra modularás las can­
ciones de que gustan las mujeres; en vano esquivarás en
el tálamo las pesadas lanzas y las flechas fabricadas con
caña de Cnoso92, el fragor, y a Áyax, veloz en la perse­
cución; a pesar de todo, ¡ay!, mancharás a la postre con
el polvo tu adúltero atavío.
¿No ves al hijo de Laertes93, perdición de tu linaje?,
¿no ves a Néstor de Pilos? 94 Te acosan impávidos Teu­
cro de Salamina95 y Esténelo96, perito en la batalla y auri­
ga no perezoso si urge guiar a los caballos. Conocerás
también a Meriones 97. Hete aquí que enloquece por en­
contrarte el fiero hijo de Tideo 98, más ilustre que su pa­
dre, ante quien tú, como un ciervo, olvidándose del pasto
al ver un lobo en la otra vertiente del valle, escaparás
cobarde con jadeante respiración y sin cumplir las prome­
sas que a tu dueña habías hecho.
La flota encolerizada99 de Aquiles aplazará su día a
Ilio y a las matronas de los frigios; mas, después de con­
tados inviernos, el fuego aqueo abrasará las mansiones
ilíacas».

92 Capital de Creta, isla famosa por sus arqueros.


53 Ulises.
94 El célebre y anciano orador de la Iliada.
95 Cf. Odas, I, 7, 21 y ss.
96 Guerrero griego, amigo de Diomedes.
” Cf. η. 50.
98 Diomedes.
99 El adjetivo conviene más a Aquiles que a su flota, pues fue
Aquiles el que, encolerizado contra Agamenón (asunto con el que
se abre la litada), dejó de combatir y dio lugar a que los troyanos
prevalecieran durante cierto tiempo. Tenemos, pues, la figura lla­
mada hipálage.
Epodos y odas 83

16.

¡Oh hija más hermosa que tu hermosa madre!, pon el


término que quieras a mis yambos injuriosos 100: en el
fuego, si te parece bien, o en el mar Adriático.
No de igual modo la diosa del Díndimo 101, ni el Pitio
dios 102 que habita en el santuario agita la mente de sus
sacerdotisas, ni Líber 103, ni de tal manera los Coriban-
tes 104 golpean con redobles el bronce estridente, como
las iras funestas, a las que ni amedrenta la espada nórica,
ni el mar proceloso, ni el fuego cruel, ni Júpiter mismo
precipitándose con estrépito aterrador.
Dícese que Prometeo se vio obligado a añadir al ba­
rro 105, materia prima nuestra, partículas arrancadas de
todos los seres, y que en nuestro pecho 106 puso la violencia
del león rabioso.
Las iras abatieron a Tiestes 107 a raíz de un penoso ase­
sinato, y se constituyeron en causas primeras para la radi­
cal destrucción de las elevadas ciudades y para que un
ejército orgulloso lanzara el arado enemigo sobre sus mu­
rallas.
Refrena tu espíritu; a mí también, en la dulce juventud,
la efervescencia del corazón me sedujo y arrastró, enlo­
quecido, a los yambos de ritmo rápido 10S: ahora, por el
100 Alusión a su obra anterior, los Epodos.
101 Cibeles, que tenía un templo en el monte Díndimo, en
Frigia.
102 Apolo. El epíteto Pitio es sinónimo de Deifico, puesto que
Pito es un nombre antiguo de Delfos; allí el dios tenía un san­
tuario del que aún se conservan restos.
103 Baco.
104 Sacerdotes de Cibeles.
105 Se desconoce la fuente para esta versión sobre los orígenes
del hombre, que ofrece un conspicuo paralelismo con el relato
del Génesis. Después de Horacio, aparece en Ovidio, Metamorfo­
sis, I, 76 y ss.
106 En el texto latino dice propiamente «estómago», sede para
los antiguos del buen y del mal humor.
107 No hay, parece, otro modo de interpretar este pasaje sino
entender que fueron las iras de Atreo las que recayeron sobre
Tiestes con ocasión del macabro banquete que le preparó (cf. n. 49).
108 Otra vez alusión a los Epodos.
84 Horacio

contrario, deseo cambiar lo amargo por lo suave, con tal


que, retractado de mis maldiciones, tú te hagas mi amiga
y me devuelvas tu favor.

17.

Muchas veces Fauno 109 se traslada, veloz, del Liceo 110


al placentero L ucrétil111 y protege sin cesar a mis cabras
del calor ardiente y de los vientos húmedos.
Sin sufrir daño alguno, las hembras del maloliente ma­
rido 112 buscan los madroños escondidos y los tomillos,
lejos de los caminos, por la resguardada espesura del bos­
que, y no temen a las verdes culebras ni a los marciales
lobos de Hedilia " 3, siempre que la dulce zampoña, Tín-
daris, resuena en los valles y en los lisos roquedales de
las pendientes de Ustica " 4.
Los dioses me guardan y gustan de mi piedad y mi
canto.
Aquí, la Abundancia 115 derramará para ti de su fecun­
do cuerno hasta la saciedad la riqueza de los frutos con
que nos honra el campo. Aquí, en un valle apartado, evi­
tarás los ardores de la Canícula y, acompañándote con
la lira de Teos " 6, cantarás a Penélope y a la marina Cir­
ce, angustiadas ambas por un mismo hombre " 7. Aquí, a
la sombra, vaciarás las copas del suave vino de Lesbos, y

'« Cf. n. 40.


110 Montaña de Arcadia, país originario del dios Pan, con quien
a menudo se asimila Fauno. Así lo parece también aquí.
111 Montaña de Sabina, cercana a la finca de Horacio regalada
por Mecenas.
112 Perífrasis designadora del macho cabrío.
1.3 Debe de referirse el poeta a una región determinada dentro
de la Sabina, aunque no aparece en ningún otro texto antiguo tal
nombre.
1.4 Otro nombre de montaña próxima a la finca de Horacio.
115 Divinización de un concepto abstracto. Su atributo: la cor­
nucopia o cuerno de la abundancia.
116 Es decir, la propia de Anacreonte, poeta del vino y del amor,
natural de Teos.
117 Por Ulises.
Epodos y odas 85

ni el Tioneo 118 hijo de Sémele se enzarzará en combates


con Marte, ni, siendo tú objeto de sus sospechas, temerás
al vehemente Ciro, no vaya a ser que lance sus inconti­
nentes manos contra ti, su desigual adversaria desgracia­
damente, y rompa la guirnalda que se ajusta a tus cabe­
llos, y tus vestiduras, que no lo merecen.

18 .

Ningún árbol, Varo, plantes antes de la vid sagrada


en los aledaños del fértil suelo de Tíbur y de las murallas
de Catilo 119. Pues a los abstemios la divinidad todo se lo
ha hecho ver dificultoso, y de ningún otro modo se ahu­
yentan las mordaces inquietudes. ¿Quién, después de be­
ber vino, prorrumpe en reproches contra la molesta milicia
o la pobreza? ¿Quién no, más bien, te invoca a ti, padre
Baco, y a ti, hermosa Venus?
Pero que nadie se exceda en los dones del moderado
Líber: de ello nos previene la contienda de los Centauros
.contra los Lápitas, que tuvo lugar por causa del alcohol;
nos previene Evio 12C, no indulgente para con los sito-
nios, cuando, desenfrenados en sus pasiones 121, disciernen
con oscura frontera lo lícito de lo ilícito.
No te agitaré yo a ti, resplandeciente Basareo m , en
contra de tu voluntad, ni, arrebatándolos, llevaré a cielo
descubierto los objetos que el follaje abigarrado ocultó.

118 Epíteto de Baco.


119 Fundador, junto con Tiburno y Coras, sus hermanos, de la
ciudad de Tíbur (cf. n. 54).
120 Baco. Relacionado este epíteto con el grito ritual de las Ba­
cantes «¡evohé!».
121 Entiendo que libidinum determina a avidi: «ansiosos de pa­
siones», es decir, «de satisfacer sus pasiones», o lo que es lo mis­
mo, «desenfrenados en sus pasiones». Los sitonios son los tracios.
Consta en el mito que Baco castigó a Licurgo, rey de los tracios,
por haberlo expulsado del país.
122 Otro epíteto de Baco, relacionado con el nombre de Basári-
des que se daba a sus seguidoras, las Bacantes, por cubrirse con
una piel de zorro o bassára.
86 Horacio

Pon límite a los bárbaros tambores acompañados del


cuerno de la Berecintia 123, a quienes va siguiendo el ciego
Amor propio y la Vanidad, que levanta su cabeza hueca
más de lo justo, junto con la Indiscreción reveladora de
secretos, más transparente que el cristal.

19.

La madre cruel de los Amores 124, el hijo de la tebana


Sémele 125 y la Licencia lasciva me ordenan dar vida de
nuevo a los amores rotos.
Me abrasa el brillo de Glícera, deslumbrante con más
pureza que el mármol de Paros; me abrasa su dulce osa­
día, y su rostro tan peligroso de mirar.
Corriendo a mí Venus toda, Chipre dejó 126 y no con­
siente que cante yo a los escitas ni al parto, que se ufana
de montar en caballos al revés, ni los temas que en nada
le atañen 127.
Aquí poned verde césped, aquí, muchachos, traedme
sacro follaje e incienso, con una pátera de vino de dos
años: que una vez sacrificada la víctima, vendrá más cle­
mente la diosa.

20 .

Beberás en vasos pequeños un vino barato de Sabina,


que yo mismo en vasija griega guardé y taponé con pez,
cuando en el teatro te aplaudieron tanto, querido caba­

123 Cibeles, llamada así por recibir culto en el monte Berecinto


en Frigia.
124 Venus. A veces, como aquí ocurre, aparece pluralizado el
dios Cupido.
125 Baco. Es un típico rasgo poético este gusto por la perífra­
sis: «madre de los Amores», «hijo de Sémele».
126 Pues en Chipre tenía la diosa uno de los lugares de culto
(cf. n. 25).
127 Tópico de la recusatio (cf. introducción). Oposición de temas
bélicos (épicos) a amorosos (líricos).
Epodos y odas 87

llero Mecenas, que las riberas del río de tus antepasados


y el eco juguetón del monte Vaticano te devolvieron al
mismo tiempo las alabanzas 128.
Tú beberás vino Cécubo y la uva que ha prensado el
lagar de Cales; no componen la mezcla de mis copas ni
las vides de Falerno ni las que crecen en los cerros de For­
mias 129.

21 .

Cantad a Diana, jóvenes doncellas; cantad, muchachos,


al intonso Cintio 130 y a Latona 131, a la que Júpiter supre­
mo amó con todo su corazón.
Vosotras, a la que se huelga con los ríos y la fronda
de los bosques, cualesquiera que hacia lo alto se .elevan
en el Álgido helado o en las tenebrosas selvas del E n ­
manto o en las del Crago verdeante 132.
Vosotros, los varones, ensalzad con otras tantas alaban­
zas al Tempe 133 y a Délos, tierra natal de Apolo, y el
hombro insigne por el carcaj y por la lira, regalo que su
hermano 134 le hizo.
Él,, movido por vuestra plegaria, apartará de nuestro
pueblo y del príncipe César la guerra lacrimosa; él, la mi­
seria del hambre y la peste, desviándolas a los persas y a
los britanos.

128 Esto ocurrió cuando Mecenas, después de una grave enfer­


medad, reapareció otra vez en público en el teatro de Pompeyo
(año 30). El río de sus antepasados era el Tiber, que nacía en Etru­
ria (cf. η. 1).
129 Cécubo, Cales, Falerno, Formias: localidades productoras de
vinos (cf. Epodos, nn. 22 y 46).
130 Apolo, llamado así por el monte Cinto de la isla de Délos,
donde había nacido el dios.
131 Madre de Apolo por Júpiter.
132 Referencia a Diana. Se nombran escenarios silvestres del gus­
to de la diosa: el Álgido, monte del Lacio; el Erimanto, monte
de Arcadia; el Crago, monte de Licia.
133 Cf. n. 52.
134 Mercurio.
88 Horacio

22.

El que lleva una vida honesta y está libre de crimen,


Fusco, no tiene necesidad de venablos moros ni del arco
ni del carcaj cargado de flechas envenenadas, tanto si se
dispone a viajar por las Sirtes tormentosas 135 o si por
el Cáucaso inhospitalario o por las regiones que el fabuloso
Hidaspes 136 baña. Pues en el bosque sabino, mientras can­
taba a mi Lálage y, descargado de zozobras, deambulaba
más allá de los confines, huyó de mí, a pesar de ir desar­
mado, un lobo, monstruo cual no lo alimenta la belicosa
Daunia137 en sus extensos encinares, ni lo produce la tie­
rra de Juba 138, arenosa nodriza de leones.
Llévame a los infecundos llanos donde no hay árbol
ninguno que sea reanimado por la brisa del estío, región
del mundo a la que agobian las nieblas y un Júpiter 139
desapacible; llévame bajo el carro de un sol demasiado
cercano, en la tierra en la que no existen casas: seguiré
amando a Lálage, la que dulcemente sonríe, la que dulce­
mente habla.

23.

Me esquivas, Cloe, igual que el cervatillo que busca a


su medrosa madre por lo intrincado de las montañas, no
sin un vano temor a las brisas y al bosque; pues si la lle­
gada de la primavera hace estremecerse a las móviles ho­
jas, o si los verdes lagartos remueven las zarzas, le tiembla
el corazón y las rodillas.

135 Bajíos peligrosos para los barcos. Había dos: los mayores,
próximos a Libia, y los menores, frente a Túnez.
136 Río de la India, afluente del Indo (hoy el Djelem). Decíase
que arrastraba oro y piedras preciosas.
137 Apulia, llamada también Daunia a partir del legendario rey
Dauno que allí gobernó.
138 Juba fue rey de Numidia.
139 Metonimia por clima, atmósfera, cielo. Júpiter, además de
rey de los dioses, era dios del cielo y de los fenómenos atmos­
féricos.
Epodos y odas 89

Sin embargo, no voy yo en pos de ti para destrozarte,


cual tigresa salvaje o león de G etulia140: deja de una vez
de seguir a tu madre, tú, que eres ya madura para el
varón.

24.

¿Qué recato o moderación ha de haber en la añoranza


de persona tan querida? Inspírame cantos lúgubres, Mel­
pomene 141, tú, a quien el padre concedió voz melodiosa
al ritmo de la cítara.
¿Es verdad, pues, que a Quintilio 142 un perpetuo sue­
ño lo abruma? ¿Cuándo encontrarán alguien semejante
a él la Vergüenza, la incorrupta Fidelidad, hermana de la
Justicia, y la desnuda Verdad?
Él murió, digno de ser llorado por muchos hombres
virtuosos, mas para nadie más digno de llanto que para
ti, V irgilio143; tú, piadoso en vano, ¡ay!, reclamas de los
dioses a Quintilio, que no les fue entregado bajo leyes
talej. Ni si pulsaras más dulcemente que el tracio Orfeo
la lira que los árboles escucharon, ¿qué?, ¿volvería tal
vez por eso la sangre a la inane sombra, una vez que
Mercurio — que ni con ruegos se ablanda para hacer
que el destino retroceda— la haya empujado hasta el re­
baño tenebroso con su horrible caduceo? 144 Duro es; pero
lo prohibido de enmendar se hace más llevadero gracias
a la paciencia.

25.

Los jóvenes osados no golpean tan frecuentemente con


toques continuos tus ventanas cerradas, ni te roban el

140 De Numidia.
141 Una de las Musas (cf. n. 12).
142 Crítico famoso, nacido en Cremona y amigo de Virgilio.
143 Cf. n. 29.
144 Cf. n. 62.
90 Horacio

sueño; y la puerta, que antaño muy complaciente movía


los goznes, gusta ahora del umbral; escuchas menos y
menos ya aquello de «¿Duermes, Lidia, mientras yo, que
soy tuyo, me consumo a lo largo de las noches?».
Llegará el tiempo en que tú, vieja casquivana, llorarás
el desprecio de los libertinos en un callejón solitario, mien­
tras el viento de Tracia 145 aumenta su furia al ocultarse
la luna, cuando el amor ardiente y la pasión, que suele
enloquecer a las madres de los potros, muestre su cru­
deza en torno a tu hígado llagado 146, y te quejarás de
que la ufana juventud se goce más con la hiedra verde
y el oscuro mirto, y de que consagre las ramas secas al He­
bro 147, compañero del invierno.

26 .

Amigo de las Musas, entregaré la tristeza y los miedos


a los vientos impetuosos para que los lleven al mar de
Creta, despreocupado por completo de qué rey de la he­
lada región, bajo la Osa l48, se hace temer, de qué es lo. que
amedrenta a Tiridates 149.
¡Oh tú, que en las fuentes de agua pura te huelgas,
trenza flores nacidas al sol, trenza una corona a mi que­
rido Lamias, dulce Pimpleide! 150
Mis elogios de nada valen sin ti; a éste con renovados
acordes, a éste, con la lira de Lesbos U1, es el momento
oportuno de que tú y tus hermanas lo inmortalicéis.

145 El Bóreas, viento del Nordeste.


™ Cf. n. 87.
147 Río de Tracia: su nombre es asociado al frío y al invierno.
148 Es decir, en la región norteña, pues que las dos Osas eran
constelaciones septentrionales.
149 Rey de los partos. Destronó a Fraates, que a su vez lo des­
tronó, y tal es el objeto de su temor, al que se refiere Horacio.
150 Musa. Pimpla era nombre de una ciudad y una fuente con­
sagrada a las Musas en Macedonia.
151 Es decir, con la poesía de la que Safo y Alceo, poetas les-
bios, son los modelos.
Epodos y odas 91

27.

Pelear con las copas, que han sido fabricadas para fines
alegres, es propio de los tracios: dejad esa costumbre bár­
bara y mantened lejos de las sangrientas luchas a Baco,
que merece respeto.
¡En qué desacuerdo tan brutal está el alfanje medo
con el vino y las candelas! Calmad ese inhumano griterío,
camaradas, y permaneced apoyándoos sobre el codo.
¿Queréis que yo también tome un trago de añejo Faler­
no 1S2? Díganos entonces el hermano de Megila, la de
Opunte 153, qué herida le hace feliz, qué saeta le está ma­
tando. ¿Se me niega ese capricho? No beberé si no es
con tal condición. Cualquiera que sea la Venus que te
doblega, no te abrasa con fuegos de los que debas aver­
gonzarte; honorables son siempre tus deslices en el amor.
Cualquier cosa que sea lo que nos ocultas, ¡ea!, confíalo
a oídos discretos.
... ¡Ay, ¡pobre de ti!, ¡por qué gran Caribdis 154 te apu­
rabas tú, joven digno de mejor llama! ¿Qué hechicera,
qué brujo te podrá liberar con brebaje de Tesalia 155, qué
dios?
A duras penas Pégaso 156 te sacará del enredo, encade­
nado como estás por la Quimera 157 de triple forma.

28 .

— A ti, Arquitas 158, medidor del mar y la tierra, y de


los granos de arena imposibles de contar, te tiene dete­

152 Cf. n. 129 y Epodos, nn. 22 y 46.


153 Ciudad griega de la Lócride.
154 Monstruo marino devorador de hombres. Aquí metáfora.
155 Pues Tesalia era tierra de brujas.
156 El mítico caballo alado del que fue jinete Belerofontes para
matar a la Quimera.
157 Monstruo híbrido de león, cabra y serpiente.
158 Arquitas de Tarento, geómetra y filósofo pitagórico contem­
poráneo de Platón, enterrado al pie del monte Matino en el lito­
ral de Apulia. Entendemos que la oda es un diálogo entre un
92 Horacio

nido junto a la playa del Matino la ofrenda insignificante


de un poco de polvo, y de nada te vale el haber alcanzado
las mansiones etéreas y haber escudriñado el redondo glo­
bo del mundo con tu inteligencia mortal.
Murió asimismo el padre de P élope159, huésped de los
dioses en sus banquetes, Titono 160, ascendido a los aires,
y Minos 161, que fue llamado a participar en los secretos
de Júpiter; y el Tártaro encierra al hijo de Pántoo I<B, su­
mergido en el Orco 163 por segunda vez, aunque, tras ates­
tiguar con su escudo desclavado que había vivido en tiem­
pos de Troya, ninguna otra cosa concedió a la tenebrosa
muerte sino nervios y piel; y no era a juicio tuyo inves­
tigador torpe de la naturaleza y de la verdad. Pero a to­
dos nos espera una noche única y el camino de la muerte
que sólo una vez habremos de pisar.
A unos las Furias 164 se los entregan al fiero Marte para
que sirvan de espectáculo; de la muerte de los marineros
está deseoso el mar; se aglomeran las exequias mezcladas
de los ancianos y de los jóvenes, ninguna cabeza rechaza ,
la inmisericorde Prosérpina 165.
— A mí también el Noto, compañero presuroso de
Orion declinante 166, me sumergió en las olas de Iliria 167.

presunto marinero, identificado con el poeta, y el cadáver de Arqui-


tas, que yace insepulto aún en la playa, tras haberse ahogado.
159 Tántalo.
1<0 Hermano de Príamo, del que se enamoró la Aurora, hacién­
dolo su esposo.
161 Hijo de Júpiter y Europa, rey de Creta. En el más allá era
juez de los muertos.
162 Euforbo, soldado griego en la guerra de Troya que, a su re­
greso, consagró su escudo en el templo de Juno en Argos. Pitá-
goras pretendía que, en virtud de la metempsícosis que él predi­
caba, el alma de Euforbo se había reencarnado de nuevo en su
cuerpo y lo probó reconociendo a simple vista su escudo en el
templo de Juno, pues, efectivamente, cuando lo desclavaron en­
contraron inscrito en el reverso el nombre de Euforbo.
163 Otro nombre para designar al Hades o infierno.
164 No ya, como en la tragedia de Esquilo, diosas de la vengan­
za de los crímenes de familia, sino diosas de la locura e incita­
doras de la guerra, como en Virgilio, Eneida, V II, 325 y ss.
165 Esposa de Plutón, rey del infierno.
166 Cuando se esconde la constelación de Orion, a mediados de
Epodos y odas 93

Pero tú, marinero, no seas mezquino y dejes de dar a mis


huesos y a mi cabeza insepulta un poco de esa arena que
el viento arrastra: ¡ojalá que las amenazas que el Euro 168
lanza sobre las olas de Hesperia azoten los bosques de
Venusia 169 manteniéndote a salvo tú, y que un cúmulo
de bienes, de allí de donde puedan obtenerse, fluyan para
ti concedidos por Júpiter y por Neptuno, protector de
la sagrada Tarento 17°. ¿No te da cuidado cometer un
fraude que puede luego perjudicar a tus hijos inocentes?
Quizá el pago merecido por ello y la vicisitud altanera
te aguarden a ti mismo: no quedaré yo sin vengar mis
súplicas y ninguna víctima expiatoria te purificará.
Aunque vas con prisa, no es larga la demora que te
pido; podrás correr cuando me hayas echado tres puña­
dos de tierra 171.

Noviembre, son frecuentes las tempestades promovidas por el Noto,


viento del Sur.
167 En el mar Adriático. Esto explica por qué Arquitas fue a
parar a las playas de Apulia. Frente a la anterior enumeración
de casuística de la muerte, hecha por el marinero Horacio, con
la que suponemos acaba su parlamento, Arquitas comienza el suyo
hilando con el anterior y añadiendo su propio caso de muerte
como uno más. Ahora bien, conviene recordar que el propio Ho­
racio estuvo al borde de la mtierte por naufragio en una ocasión,
muy probablemente al regreso de la batalla de Filipos y también
en el mar Adriático, lo que haría tan verosímil atribuir estos ver­
sos al parlamento del marinero como al de Arquitas, siempre que
no se entienda «me sumergió» como sinónimo de «me ahogó»
(en cuyo caso, naturalmente, sólo convendrían al de Arquitas).
Por otra parte, tal fórmula de ruptura puede ser el «a mí tam­
bién» (me quoque — v. 21— ) como el «pero tú» (at tu — v. 23— ).
Sobre tal problemática, cf. J . Iso Echegoyen, «Notas para un co­
mentario a Horacio, Carm., I, 28», Estudios Clásicos, 77, 1976,
pp. 73-91; y A. Sierra de Cózar, «La oda a Arquitas: una lectura
no leída», Actas del I Congreso Andaluz de Estudios Clásicos,
Jaén, 1981, pp. 440-444. Nosotros optamos por cortar el diálogo
entre vv. 20 y 21.
168 Viento del Sureste.
169 Patria de Horacio. En esto se ve clara la identificación en­
tre Horacio y el marinero al que Arquitas se dirige.
170 De donde era natural Arquitas (cf. n. 158).
171 Con la mención del puñado de tierra como al comienzo, se
construye una composición anular.
94 Horacio

29.

Iccio, ¿envidias ahora los opulentos tesoros de los ára­


bes, y preparas una enconada guerra contra los reyes de
Sabea 172, invictos hasta el momento, tejiendo cadenas tam­
bién contra el temible medo?, ¿qué doncella bárbara será
tu esclava, una vez que hayas matado a su prometido?,
¿a qué joven, traído desde su palacio, lo pondrás a servir
como copero, ungidos sus cabellos, habituado como esta­
ba a disparar saetas séricas en el arco de sus padres?
¿Quién negará que los arroyos que descienden al mar
puedan fluir de nuevo hacia los elevados montes, y que
el Tiber pueda volverse atrás, cuando tú pretendes cam­
biar los libros del ilustre Panecio 173, que has comprado
por doquier, y la escuela socrática por corazas íberas,
tú, que hacías concebir esperanzas mejores?

30.

¡Oh Venus, reina de Cnido y de Pafos, olvídate de tu


amada Chipre y trasládate a la lujosa mansión de Glícera,
que te invoca con incienso en abundancia!
Apresúrense contigo el ardoroso niño 174 y las Gracias,
de cinturas desceñidas; las Ninfas y la Juventud, poco
agradable sin ti, y con ellas Mercurio.

31.

¿Qué pide a Apolo el poeta en el momento de la con­


sagración de su templo? 175, ¿qué le solicita, mientras de
su pátera derrama vino nuevo?: no las mieses fecufidas

172 La comarca sudoccidental de la Arabia feliz, con capital


en Saba.
173 Filósofo estoico, natural de Rodas.
174 Cupido.
175 Es el templo de Apolo Palatino, edificado por Augusto y
consagrado en octubre del año 28.
Epodos y odas 95

de la fértil Cerdeña, no los rebaños placenteros de la ca­


lurosa Calabria, no el oro ni el marfil de la India, no las
campiñas que el Liris 1T6, río silencioso, remuerde con su
apacible corriente.
Aquéllos a quienes la Fortuna concedió una viña, pó­
denla con podadera de Cales; y que en cálices dorados
apure el vino, comprado con mercancía de Siria, el opu­
lento comerciante, querido por los mismos dioses, puesto
que contempla impunemente tres y cuatro veces al año
la lisa superficie del Atlántico.
A mí me mantienen las aceitunas, las achicorias y las
digestivas malvas.
Concédeme también a mí, hijo de Latona m, que, go­
zando de salud, disfrute de los bienes que adquirí, pero
— te lo suplico— que sea con mis plenas facultades men­
tales y sin que viva yo una vejez gravosa y privada de la
cítara.

32.

Me reclaman. Si cuando estaba ocioso, lira, he cantado


a la sombra acompañado de ti, ea, dime ahora un canto
latino que viva por este año y por muchos más, tú, que
fuiste tañida en primer lugar por un ciudadano de Les­
bos 178 que, aunque aguerrido en el combate, en medio
de las armas o si había amarrado en la playa húmeda su
zarandeada barca, cantaba a Líber y a las Musas, a Venus
y al niño que siempre la acompaña179, y a Lico, hermo­
so por sus ojos negros y su negro pelo. ¡Oh lira, gloria
de Febo y grata en los banquetes de Júpiter supremo!,
¡oh bálsamo dulce de mis fatigas siempre que te invoco
según el rito!, ¡salud!

176 Río fronterizo entre el Lado y la Campania (hoy el Gari-


gliano).
177 Apolo.
™ Alceo.
179 Cupido.
96 Horacio

33.

Albio 18°, no te angusties más de la cuenta recordando


a la cruel Glícera ni cantes incesantemente patéticas ele­
gías, porque, roto vuestro compromiso, uno más joven
que tú te haya adelantado en su favor.
A Licóride, famosa por su estrecha frente, la abrasa
el amor de Ciro; Ciro, en cambio, se inclina por la ás­
pera Fóloe; pero antes se juntarán las cabras con los lo­
bos de Apulia que Fóloe caiga en las redes de ese des­
vergonzado libertino. Tal es el parecer de Venus, a quien
place, con juego cruel, poner bajo yugo de bronce formas
y espíritus dispares. Incluso a mí, aunque una Venus me­
jor me pretendía, retúvome con plácida cadena la liberta
Mírtale, más iracunda que las olas del Adriático, que so­
cava los golfos calabreses.

34.

Parco y poco asiduo adorador de los dioses, mientras


deambulaba imbuido en una doctrina loca 181, me veo obli­
gado ahora a volver hacia atrás las velas y a recorrer de
nuevo el camino que abandoné; pues Júpiter, el que rasga
muy a menudo las nubes con su llama fulminante, ha con­
ducido sus caballos tronadores y su carro volador a tra­
vés del cielo límpido; él es quien sacude la tierra inmóvil
y los móviles ríos, la Estige 182, la pavorosa morada del
odiado Ténaro 183 y la frontera de A tlas184. Puede la divi­
nidad trocar lo abyecto por lo sublime y humilla al ilus­
tre, sacando a la luz lo que estaba en tinieblas. La Fortuna
ladrona ha arrancado la corona de una cabeza con estri­
dente batir de alas; y se alegra de haberla colocado
en otra.
180 Albio Tibulo, el poeta elegiaco contemporáneo de Horacio.
181 El epicureismo.
182 Laguna del infierno por la que juraban los dioses.
183 Lugar del Peloponeso, donde, según decían, había una en­
trada al mundo infernal.
184 Los montes Atlas, en el norte occidental de África.
Epodos y odas 97

35.

¡Oh diosa que imperas en la amena Ancio l8S, capaz de


levantar a la persona humana desde el más ínfimo esca­
lafón y convertir en funerales los triunfos soberbios!, a ti
te acosa con insistente plegaria el pobre colono que tra­
baja el campo, a ti, señora del ponto, el que en bajel
bitinio remueve el mar de los Cárpatos. A ti el bronco
dacio, a ti los prófugos escitas, las ciudades y naciones
y el Lacio feroz, las madres de los reyezuelos bárbaros y
los tiranos que visten la púrpura te tienen miedo, no
vayas a derribar con tu injusto pie la columna que se
yergue hacia lo alto, o vaya a convocar la turbamulta
plebeya a los ociosos a las armas, ¡a las armas!, y quebran­
te su poder.
Siempre te precede tu esclava la Necesidad, llevando
en su mano broncínea los clavos para las vigas y las cu­
ñas, sin que falte el severo garfio y el plomo derretido 186.
Te corteja la Esperanza y la poco frecuente Fidelidad,
cubierta con un lienzo blanco, que no reniega en tu se­
guimiento ni aun cuando, convirtiéndote en enemiga, aban­
donas los palacios de los poderosos con vestidura trocada;
en cambio, el inconstante vulgo y la perjura meretriz se
vuelven atrás, márchanse los amigos por caminos diver­
sos cuando quedan vacíos los cántaros con sólo las heces,
desleales a la hora de soportar juntos el yugo.
¡Presérvanos a César, que se dispone a marchar contra
los britanos, pobladores del confín del mundo, y al en­
jambre reciente de jóvenes al que temerán las regiones
de Oriente y el rojo Océano! 187
¡Ay!, nos avergüenzan las cicatrices y el crimen come­

185 Se trata de la diosa Fortuna, que tenía un templo en Ancio,


ciudad del Lacio. Véase cómo esta oda se encadena temáticamente
con el fin de la anterior.
186 Aparece aquí la Necesidad rodeada de sus atributos, que lo
son en virtud de un simbolismo con la solidez de una construc­
ción, según se desprende de III, 24, 5-6.
187 El que hoy conocemos como mar Rojo.
98 Horado

tido contra nuestros hermanos ¿Ante qué retrocedi­


mos, generación insensible?, ¿qué de lo ilícito hemos de­
jado sin tocar?, ¿de dónde retiró su mano la juventud
por temor a los dioses?, ¿qué altares perdonó?
¡Ah!, ¡ojalá rehagas en nuevo yunque nuestras embo­
tadas armas para esgrimirlas contra los masagetas 189 y los
árabes!

3 6 ·

Con incienso, con las cuerdas de la lira, y con la sangre


ritual de un ternero me place honrar a los dioses protec­
tores de Númida, que, llegado ahora sano y salvo de la
remota Hesperia 190, reparte besos múltiples entre sus que­
ridos camaradas; a ninguno, no obstante, besa más que
a su caro Lamias, acordándose de la niñez que pasaron
con el mismo maestro, y de la toga que estrenaron al
mismo tiempo.
No se quede este fausto día sin la marca de tiza
ni haya medida para el ánfora que se ha sacado de la bo­
dega; que — a la manera de los salios 191— no haya des­
canso en los pies, ni Dámalis, que sabe beber vino en
abundancia, venza a Baso con el jarro de Tracia; no falten
en el banquete las rosas, ni el siempre verde apio, ni el
efímero lirio. Todos desviarán sus mortecinos ojos hacia

188 En el texto latino tenemos una hendíadis: «del crimen y de


los hermanos», dice literalmente.
189 Habitaba este pueblo en los alrededores del mar Caspio.
190 España.
191 No consta en otras fuentes que entre los romanos existiera
la costumbre de marcar con tiza los días felices, aunque a eso
es a lo que aquí parece aludirse. Sí que consta, en cambio (Plinio
el Viejo, Nat. Hist., V II, 131), que los tracios echaban cada día
en una vasija un guijarro, blanco si había sido feliz y negro si
había sido desgraciado, y que al final de la vida de cada uno se
hacía el balance de su felicidad o desdicha.
192 Sacerdotes de Marte que danzaban en honor de este dios.
Precisamente su nombre deriva del verbo solio, que significa «bai­
lar, saltar».
Epodos y odas 99

Dámalis; pero Dámalis, más envolvente que la yedra trepa­


dora, no se despegará de su nuevo amante.

37.

Ahora 193 es el momento de beber, ahora el momento


de golpear el suelo con pie libre de trabas, ahora sería la
ocasión de engalanar el cojín de los dioses, camaradas,
para un banquete como el de los salios 194.
Antes de hoy hubiera sido un crimen sacar el Cécubo
de las ancestrales bodegas, mientras aprestaba ruinas in­
sensatas contra el Capitolio y exequias para el imperio
una reina195 — seguida del apestoso rebaño de sus hom­
bres, desagradables por su deficiencia física 196— lanzada
a cualesquiera pretensiones y ebria a causa de su fortuna
favorable.
Mas disminuyó su locura la nave única que a duras
penas se le salvó del fuego, e hízole tornar César su men­
te, enloquecida por el vino Mareótico 197, a un bien fun­
dado temor, acosándola con los remos mientras volaba
lejos de Italia — como el gavilán a las pacíficas palomas
o como el rápido cazador a la liebre en las llanuras de
Hemonia 198, cubierta de nieve— para encadenarla, mons­
truo fatídico. Y ella, buscándose una muerte más noble,
ni tuvo miedo, cual mujer, ante la espada ni quiso alcan-

193 El momento histórico que esta oda celebra es la victoria na­


val de Accio sobre Marco Antonio y Cleopatra (septiembre del
año 31 a. C.): desde ahora Octavio será señor sin rival de Roma
y de su Imperio. Es también un momento significativo para el
poeta: aquí se nos testimonia sin ambages su afiliación a la causa
de Augusto, él, que había luchado en Filipos contra los cesarianos
y contra el propio Octavio.
194 Los banquetes de los salios (cf. n. 192) tenían fama de ser
opíparos. Véase cómo esta oda anuda también temáticamente con
la cláusula de la anterior, repitiéndose el motivo del vino y el
ejemplo de los salios.
195 Cleopatra.
196 Se refiere a los eunucos.
157 De Marea, dudad próxima de Alejandría.
198 Tesalia.
100 Horacio

zar con su flota veloz regiones donde ocultarse; tuvo auda­


cia incluso para mirar con rostro sereno su palacio derrui­
do y valor para tocar serpientes ponzoñosas con el fin de
absorber en su cuerpo el negro veneno, más arrogante
por haber elegido su muerte: pues sin duda detestaba la
idea de ser llevada como una más, sin distinción de rango,
en los crueles bajeles liburnos 199 a la ostentosa ceremonia
del triunfo, ella, mujer sin humildad.

38.

Odio la suntuosidad de los persas, muchacho; me dis­


gustan las coronas trenzadas con ramas de tilo. Deja de
rebuscar en qué lugares continúa floreciendo la rosa tardía.
Es mi deseo que no te esfuerces, afanoso, en añadir
nada al sencillo mirto: pues no desdice el mirto de ti,
mientras sirves, ni de mí, cuando bebo a la sombra de
una parra de espeso follaje.

199 Cf. Epodos, n. 1.


200 Q. Cecilio Metelo Céler fue cónsul en el año 60 a. C., año
en el que César, Pompeyo y Craso formaron la alianza que se co­
noce con el nombre de primer triunvirato. Este es el comienzo
de las guerras civiles.
Libro I I

i.

La revolución ciudadana surgida en el consulado de Me-


telo los motivos de la guerra y sus excesos y vicisitu­
des, el juego de la Fortuna, la funesta alianza de los
príncipes y las armas tintas de sangre todavía no expiada,
obra llena de arriesgada incertidumbre: tal es el tema
sobre el que escribes, y avanzas a través de fuegos escon­
didos bajo ceniza engañosa201.
Retírese por breve tiempo de los teatros la musa de
la severa tragedia; luego, cuando hayas historiado los asun­
tos públicos, volverás a tu grandiosa tarea con el coturno
de Cécrope 302, tú, refugio señero de reos angustiados 203

201 Las guerras civiles eran el tema de las Historias de Asinio


Pollón, poeta trágico además de historiador, que había sido ami­
go de Antonio. Horacio le recuerda en esta oda dedicada a él lo
comprometido del tema, pues que la herida de la guerra estaba
aún reciente: bajo la ceniza de la paz augústea quedaban rescoldos
encendidos.
202 Es decir: con inspiración digna de los trágicos atenienses.
101
102 Horacio

y de la curia en sus deliberaciones, Pollón, para quien


el laurel ha engendrado honores eternos por tu triunfo so­
bre Dalmacia
Ya ahora estremeces nuestros oídos con el sonido ame­
nazador de los cuernos, ya retumban los clarines, ya el
brillo de las armas pone terror en los caballos huidizos y
en el rostro de los caballeros.
Paréceme ya estar oyendo a los valientes caudillos man­
chados de un polvo no avergonzante, y que toda la tierra
se ha sometido, a excepción del indomable orgullo de
Catón205.
Juno y todos los dioses que, más favorables a los afri­
canos, se habían retirado impotentes de una tierra sin
vengar, han ofrecido los nietos de los vencedores como
víctimas a los manes de Yugurta 206.
¿Qué llanura, fertilizada por la sangre del Lacio, no da
fe con los sepulcros de los impíos combates y del estruen­
do, que oyeron los medos, del derrumbamiento de Hes­
peria? m , ¿qué mar o qué ríos no se han enterado de
nuestra lúgubre guerra?, ¿qué piélago no tiñeron de rojo

E l coturno es el calzado propio de los actores trágicos y Cécrope


fue, según la leyenda, el primer rey de Atenas.
203 Pollón era también abogado.
204 Como general había triunfado sobre los partinos, pueblo de
Dalmacia.
205 Catón de Otica (cf. n. 77).
206 Es decir, los dioses de los africanos les habían abandonado
con ocasión de su derrota por los romanos: primero con la vic­
toria de éstos sobre los cartagineses, y segundo, con su victoria
sobre Yugurta. Juno, según testimonia Virgilio en la Eneida, re­
cibía culto en Cartago (seguramente se trata de una asimilación
con la Astarté fenicia). Pero ahora, cuando los romanos luchaban
entre sí en tierra africana, vuelven para tomar venganza en los
nietos de los antiguos vencedores. Hay en estos versos una refe­
rencia a la batalla de Tapso, en la que el general pompeyano
Q. Metelo Escipión, nieto del enemigo de Yugurta, Q. Metelo Nu­
midico, se suicidó para no someterse a César (año 46 a. C.).
207 El nombre significa «tierra occidental» y se refiere unas veces
a Italia, otras a España. Aquí cabe cualquiera de las dos referen­
cias, puesto que tanto Italia como España fueron escenario de los
desastres de la guerra entre Pompeyo y César.
Epodos y odas 103

las matanzas de Daunia? ¿qué región está libre de


nuestra sangre?
Pero, musa atrevida, no vayas, dejando a un lado los
divertimentos, a renovar los atributos de la doliente can­
ción de Ceos 309; busca conmigo, al cobijo de la gruta de
D ione21°, unos ritmos con plectro menos solemne.

2.

La plata escondida en la tierra avara no tiene color nin­


guno, ¡oh Crispo Salustio m, tú que eres enemigo del lin­
gote, si es que no brilla por el uso moderado!
Proculeyo vivirá con dilatada edad, gozando de renom­
bre por su paternal generosidad para con sus herma­
n os212; la Fama, que sobrevive a la muerte, lo llevará
con ala temerosa de romperse.
¡Ojalá que, dominando tu espíritu ansioso, reines sobre
un territorio más amplio que el que resultaría de unir
Libia con la remota Gades, sirviendo a un señor único
los dos cartagineses!213
Crece la dolorosa hidropesía, indulgente para sí mis­
ma, y no se libra de la sed, a no ser que el origen de la
enfermedad haya huido de las venas y la acuosa languidez
del cuerpo pálido.
A Fraates2M, repuesto en el trono de Ciro, la Virtud,

208 Propiamente Apulia (cf. η. 138); pero aquí, sinecdóquicamen-


te, significa Italia en general.
209 Alude a los famosos trenos del poeta Simónides de Ceos (si­
glo vi a. C.).
210 Venus, hija de Dione, según Homero (según Hesíodo, naci­
da de la espuma del mar), es designada a veces como Dione, con
el nombre de su madre.
211 Se trata de Salustio Crispo, resobrino e hijo adoptivo del
famoso historiador homónimo. Aquí, como poetismo, está inver­
tido el orden normal del nombre.
212 Personaje que repartió su fortuna con sus hermanos, arrui­
nados en las guerras civiles.
213 Es decir: tanto el habitante de Cartago en África, como el
de Cartago Nova (Cartagena) de España.
214 Rey de los partos, destronado por Tiridates (cf. η. 149), al
104 Horacio

disidente con el vulgo, lo excluye del número de los feli­


ces, y amonesta a la plebe por usar equivocadamente las
palabras, concediendo el reino y la corona sin riesgos, y
el apropiado laurel, sólo a aquél que, quienquiera sea,
contempla, sin mirar de reojo, los gigantescos montones.

3.

Acuérdate de mantener serena la mente en los momen­


tos difíciles; así como en los favorables sosegada y lejos
de la alegría desbordante, porque estás, D elio215, desti­
nado a morir, tanto si has pasado tristemente tu vida
entera, como si en los días festivos, recostado en pradera
apartada, te has sentido feliz por el penetrante aguijón del
Falerno21é.
¿Con qué fin el pino esbelto y el álamo blanco gustan de
trenzar con sus ramas una sombra acogedora?, ¿por qué
la linfa fugaz corretea incansablemente por el arroyo zig­
zagueante? A ese lugar manda traer el vino, los perfumes
y las flores, demasiado efímeras, del bello rosal, mientras

que más tarde él mismo destronó. Se identifica a los partos con


los persas, de ahí que se llame a su realeza descendiente de la
de Ciro.
215 Q. Delio, un personaje inconstante, sucesivamente amigo de
enfrentados enemigos como Casio, Antonio y Octavio. Es oportu­
no, pues, el consejo de equilibrio mental que Horacio le da en los
primeros versos.
216 La interpretación unánime, a lo que se me alcanza, de las
palabras interiore nota Falerni (lit. «etiqueta interior del Falerno»)
es la siguiente: los vinos guardados en la bodega solían llevar mar­
cado el año de su fabricación (nota), y los más añejos se guarda­
ban en la parte más recóndita (interiore) de la bodega. De acuer­
do con ello habría que traducir, como hace Villeneuve, así: «un
Falerno de marca reservada». Se me ocurre, sin embargo, otra in­
terpretación posible y apuesto por ella: el Falemo de solera es
reconocido, sin necesidad de etiquetas, por el gusto y aguijón que
deja en el paladar de quien lo bebe: ésa es la etiqueta compro­
bada interiormente (interiore nota). En consonancia con esta in­
terpretación va nuestra traducción.
Epodos y odas 105

lo permite la ocasión, la edad y los hilos negros de las


tres hermanas217.
Pues te irás de los jardines que compraste y de tu casa
y de esa quinta tuya que baña el rubio Tiber; te irás, y
un heredero se adueñará de tus riquezas, apiladas en mon­
tón hacia lo alto.
Nada importa si rico, descendiente del antiguo ína-
co 218, o pobre y del linaje más humilde, te demoras bajo
el cielo, víctima del O rco219 que no tiene compasión nin­
guna: todos somos empujados al mismo sitio, y de todos
en la urna se agita la suerte que más tarde o más tempra­
no ha de salir y embarcarnos para el destierro perpe­
tu o 220.

4.

No te avergüence el amor que sientes por una esclava,


Jantias Foceo, pues antaño al soberbio Aquiles lo sedujo
la esclava Briseida con su tez de nieve; sedujo también
a Áyax, el hijo de Telamón, la hermosura de la cautiva
Tecmesa, de quien era dueño; ardió de amor el Atrida
en medio de su triunfo por la doncella robada221, una vez
217 Perífrasis para designar a las Parcas. Se encuentra en estos
versos una bonita realización del tópico del carpe diem bajo imá­
genes de flores, vino y perfume (antecedente claro, pues, de la
metamorfosis de este tópico en el del collige, virgo, rosas de Auso­
nio), precedido todo ello del escenario constituido por el locus
amoenus; es frecuente en Horacio que, tras la presentación de
un paisaje, se encuentre la invitación al disfrute: así, por ejemplo,
en las tres odas sobre la primavera (I, 4; IV, 7, y IV , 12), y en
el epodo X I I I y la oda I, 9, sobre el invierno.
218 Es el río de Argos y fundador de la más antigua genealogía
heroica de Grecia, en la que se incluyen héroes tan famosos como
Perseo y Hércules.
219 Cf. n. 163.
220 La travesía en la barca de Carón te.
221 Creúsa. La especificación «una vez que las mesnadas bárba­
ras cayeron...» es necesaria, pues de lo contrario hubiera podido
entenderse que tal doncella robada era Briseida, la esclava de Aqui­
les anteriormente mencionada, que Agamenón le quitó para resar­
cirse por la pérdida de Criseida. Pero no sería oportuna y perdería
106 Horado

que las mesnadas bárbaras cayeron a manos del vencedor


tesalio m , y Héctor, al ser rescatado, entregó a los fati­
gados griegos una Pérgamo más fácil de conquistar 223.
No hay modo de saber si te honran'como yerno unos
padres opulentos de la rubia Filis: quizá su linaje es re­
gio y llora por sus Penates, que han sido injustos con
ella. Ten la seguridad de que no ha sido elegida para ti
de entre la plebe criminal, ni que, tan fiel, tan contraria
al lucro, ha podido nacer de una madre que avergüence.
Alabo, sin lascivia, sus brazos y su rostro, sus bien for­
madas piernas; deja de sospechar de mí, después que mi
edad ha temblado al cumplir el octavo lustro 224.

5.

No puede aún soportar el yugo sobre su cuello doma­


do, ni aún igualar las fuerzas de su compañero de yunta,
ni tolerar el peso del toro que corre al placer.
En torno a las verdes campiñas está el instinto de tu
ternera, ora en los ríos refrescándose del calor sofocante,
ora deseando ardientemente retozar con los becerros en
el húmedo sauzal 225.
Desecha el deseo de la uva verde: pronto el otoño pin­
tará para ti los morados racimos, matizado con gama pur­
púrea; pronto irá en pos de ti, pues implacable corre la
edad, y los años que a ti te haya quitado, a ella se los
pondrá; pronto con frente provocativa Lálage buscará un

fuerza probativa esta repetición de personaje, de manera que Ho­


racio acude al ejemplo de Casandra, la adivina hija de Príamo,
de la que se enamoró y apropió Agamenón, una vez conquistada
Troya.
222 Aquiles.
223 Una vez muerto Héctor a manos de Aquiles y rescatado por
su padre Príamo, los troyanos perdieron su principal baluarte.
224 El poeta — nos dice— acaba de cumplir los cuarenta años
(nació en el 65, el 8 de diciembre). La oda debe fecharse, en con­
secuencia, a finales del año 25 o principios del 24.
225 Metáforas para referirse a Lálage, joven prematura para el
amor.
Epodos y odas 107

marido, amada como no lo fuera la inconstante Fóloe, ni


Cloris, que resplandece con su hombro de nieve tanto
como riela en el mar nocturno la luna sin mancha, ni como
Giges de Cnido, a quien si mezclaras en un corro de niñas
bien engañaría a los sagaces huéspedes: dilema oscuro por
sus cabellos largos y rostro de expresión doble.

6.

Septimio, tú que estás dispuesto a llegar conmigo hasta


Gades y hasta el cántabro, inhabituado a soportar nues­
tro yugo, y a las bárbaras Sirtes 226, donde la ola mauri­
tana está batiendo siempre, ¡ojalá que Tíbur,_fundado por
colono argivo 227, sea la sede de mi vejez, sea la meta para
mi cansancio del mar y de los caminos y la milicia! Y si
las Parcas hostiles me apartan de allí, buscaré el río del
Galeso 228, que complace a las lanudas ovejas, y los cam­
pos sobre los que reinó el laconio Falanto 229. Aquel rin­
cón de la tierra me sonríe sobre todos, donde la miel no
es inferior a la del Himeto 230, y la aceituna compite con
la verde de Venafro231, donde Júpiter ofrece una larga
primavera e inviernos templados, y el Aulón 232, amigo
del fértil Baco, apenas tiene que envidiar a las uvas de Fa­
lerno.
Aquel lugar y sus prósperos alcázares te reclaman con­
migo; allí, tú salpicarás con lágrima merecida la caliente
ceniza de tu amigo el poeta.

“ Cf. n. 135.
227 Los hijos del argivo Anfiarao, Catilo, Coras y Tiburno, fue­
ron los fundadores de Tíbur (cf. nn. 54 y 119).
228 Río que desemboca en el golfo de Tarento.
229 Fundador de Tarento.
230 Montaña del Ática, célebre por su miel.
231 Ciudad de Campania, célebre por su aceite.
232 Monte cercano a Tarento.
108 Horacio

7.

¡Oh tú, que a menudo conmigo fuiste arrastrado hasta


una situación extrema, cuando Bruto era en la guerra
nuestro caudillo! 233, ¿quién te ha devuelto como quirite
a los dioses patrios y al cielo de Italia, Pompeyo 234, el
primero de mis camaradas?
Contigo muchas veces consumí el día, reteniéndolo en­
tre vino, coronados nuestros cabellos brillantes con el ma-
lobrabo 235 sirio; contigo sufrí Filipos y la apresurada fuga,
cuando deshonrosamente abandoné el escudo 236, después
que la virtud fue quebrantada y los orgullosos tocaron el
sucio suelo con su mentón.
Mas el rápido Mercurio me sustrajo, temeroso, de en­
tre los enemigos, envuelto en densa neblina 237. A ti, sor­
biéndote la ola de nuevo hacia la guerra, te llevó por ma­
res agitados.
Así pues, devuelve a Júpiter el banquete a que estás
obligado, recuesta bajo mi laurel tu costado fatigado por
la prolongada guerra y no te abstengas de los cántaros
destinados a ti.
Colma las pulidas copas con vino Másico que ayuda a

233 En la batalla de Filipos.


234 Se trata de un tal Pompeyo Varo, del que no tenemos nin­
guna otra noticia sino lo que aquí nos cuenta Horacio.
235 Planta no identificada, con la que se elaboraba un perfume.
236 Estos versos le han traído a Horacio por mucho tiempo fama
de cobarde. La confesión autobiográfica coincide aquí con un cli­
ché poético del que ya ofrecían ejemplos Arquíloco, Alceo y Ana­
creonte, poetas griegos tan caros a Horacio. ¿Qué pensar ante ello?
¿Es verdad o ficción el relicta non bene parmula? Parece evidente
que la más lógica manera de huir, y sobre todo la más rápida,
es deshaciéndose del escudo; si ya otros poetas, modélicos para
Horacio, habían hablado de su huida del combate en términos de
«abandonar el escudo», ello era una razón de más para que el
poeta acomodara su circunstancia personal a esos términos con­
vencionales.
237 El poeta sigue literaturizando su participación en la batalla
de Filipos. De igual modo que los dioses salvaban a los héroes
homéricos de los peligros del combate lanzando sobre ellos una
neblina, así Horacio se finge salvado por Mercurio, amigo de los
poetas.
Epodos y odas 109

olvidar; derrama los ungüentos de los frascos que los


contienen. ¿Quién se preocupa de apresurar coronas de
húmedo apio o de mirto,?, ¿a quién lo nombrará Venus
árbitro de la bebida? 238 Voy a emborracharme con no me­
nos cordura que los edones 239: pláceme delirar porque he
recuperado a mi amigo.

8.

Si hubiera caído sobre ti algún castigo, Barina, por


tus perjurios; si un diente negro o tan sólo una uña negra
te volviera más fea, te creería.
Pero tú, tan pronto como has amenazado tu pérfida
cabeza con imprecaciones, resplandeces mucho más her­
mosa y paseas siendo de nuestros jóvenes la obsesión pú­
blica.
Libre vía tienes ya para burlar las cenizas sepultadas
de tu madre, las silentes luminarias de la noche, con el
cielo entero, y los dioses carentes de la fría muerte.
De ello se ríe la misma Venus, te lo aseguro, ríense
las ninfas ingenuas y Cupido fiero, que agudiza siempre
sus flechas ardientes en afiladero teñido en sangre.
Además la mocedad toda crece para ti, nueva clien­
tela te crece, sin que abandonen la casa de la impía dueña
los veteranos, amenazados una y otra vez.
Te tienen miedo las madres por sus muchachos, miedo
los ahorrativos ancianos, y las pobres vírgenes recién casa­
das, no vaya a ser que tu aliento entretenga a sus maridos.

9.

No siempre las lluvias fluyen desde las nubes sobre los


ásperos campos, ni al mar Caspio lo revuelven sin cesar

23* Cf. n. 43.


239 Pueblo de Tracia, desmedidos en la bebida (cf. Odas, I, 27,
versos iniciales).
110 Horado

las variables tormentas, ni en las riberas de Armenia, ami­


go Valgio, permanece endurecido el hielo durante todos
los meses del año, ni luchan siempre contra los Aquilones
los encinares del Gárgano 240, ni siempre son despojados
de sus hojas los olmos; pero tú siempre estás recordando
lacrimosamente a Mistes, que te ha sido arrebatado, y no
se aparta de ti la añoranza ni cuando sale el lucero ni
cuando huye del sol que ya llega.
En cambio, el anciano que consumió tres vidas 241 no
lloró al amable Antíloco por todos los años, ni a Troilo
adolescente lo lloraron siempre sus padres o sus frigias
hermanas 242.
Desiste ya de tus quejas melancólicas y cantemos me­
jor los recientes trofeos de Augusto César, y que el he­
lado Nifates 243, y el río medo 244, añadido a los pueblos
vencidos, da vueltas a más humildes remolinos, y que los
gelonos 245 cabalgan, dentro de los límites prescritos, por
llanuras estrechas.

10 .

Más rectamente vivirás, Licinio, si dejas de navegar


siempre por alta mar y evitas acercarte demasiado al lito­
ral peligroso, al tiempo que, con cautela, sientes horror
ante las borrascas.
El que elige la dorada medianía **, carece, bien prote-
240 Monte de Apulia.
241 Néstor, el caudillo de los pilios, que tomó parte en el ase­
dio de Troya, de proverbial vejez. Tuvo que llorar la pérdida de
su hijo Antíloco, muerto por Memnón ante los muros de Troya.
242 Troilo era hijo de Príamo y Hécuba, y murió a manos de
Aquiles. Sus hermanas: Polixena, Casandra, Creúsa, etc.
243 Unos autores hablan del Nifates como río, otros como mon­
te de Armenia. Aquí es ambiguo.
244 El Eufrates.
245 Pueblo escita que habitaba al este del río Tánais (el Don
actual).
244 Aparece aquí la fórmula aurea mediocritas, que se ha hecho
proverbial y que expresa un concepto capital en el pensamiento
de Horacio.
Epodos y odas 111

gido, de la sordidez de una casa vieja; carece, en su so­


briedad, de un palacio que cause envidia.
Los vientos zarandean con más frecuencia el pino alto,
y las torres elevadas caen con más grave derrumbamiento,
hiriendo los rayos los picos más altos de las montañas.
El pecho bien preparado aguarda una suerte distinta
en las situaciones desfavorables, la teme en las propicias.
Júpiter trae los desapacibles inviernos, él mismo se los
lleva. Si ahora te va mal, no será así también en el futu­
ro; de vez en cuando provoca Apolo con su cítara a la
musa silenciosa y no siempre tiende su arco.
En los momentos difíciles muéstrate animoso y fuerte;
mas también aprende a replegar las velas hinchadas por
un viento demasiado favorable.

11.
Deja de preguntarte, Hirpino Quintio, qué proyecta
el belicoso cántabro y el escita, separado de nosotros por
la barrera del Adriático, y no tiembles ante la idea de
vivir una existencia que requiera pocas cosas: aléjase hacia
el pasado la imberbe juventud y la hermosura, en tanto
que la seca canicie pone en fuga los amores caprichosos
y el sueño fácil.
No siempre las flores primaverales tienen el mismo pri­
mor, ni brilla la luna roja con un mismo rostro siempre:
¿por qué fatigas tu espíritu pequeño con pensamientos
eternos?, ¿por qué no nos recostamos así, tranquilamen­
te, bajo el alto plátano o bajo este pino, nos perfumamos
con rosas los blancos cabellos, mientras nos es posible y,
ungidos con nardo asirio, bebemos?
Evio 247 disipa las cuitas voraces. ¿Qué muchacho re­
bajará ahora mismo con agua las copas de ardiente Faler­
no?, ¿quién sacará de su casa a Lide, la descarriada me­
retriz? Rápido, dile que se apresure con su lira de mar­
fil, sujetando sus cabellos con un nudo bien compuesto,
según costumbre de Laconia.
247 Cf. η. 120.
112 Horacio

12.

No quieras que acomode a los ritmos suaves de mi


cítara los prolongados combates ante la fiera Numancia,
ni al duro Aníbal, ni el mar sículo, enrojecido por la san­
gre púnica, ni a los crueles Lápitas y a Hileo, desmedido
en el uso del vino, ni a los hijos de la Tierra, domeñados
por la mano de Hércules, ante cuyo peligro se estreme­
ció el refulgente palacio del viejo Saturno 248.
Además, tú narrarás mejor, ¡oh Mecenas!, en historias
en prosa las guerras de César y los cuellos de los reyes
amenazadores conducidos por las calles.
En cuanto a mí, la Musa ha querido que cantara dulces
canciones a Licimnia, tu dueña; ha querido que cantara
sus ojos que irradian resplandores, y su corazón totalmen­
te fiel a vuestros recíprocos amores; ella, a quien no hizo
desmerecer ni el acercar su pie a los corros, ni el compe­
tir en la chanza, ni el dar sus brazos en diversión a las
doncellas hermosas en el día festivo de la ilustre Diana.
¿Acaso querrías cambiar tú lo que poseyó el rico
Aquemenes 249, o las riquezas migdonias 250 de la fecunda
Frigia, o las opulentas mansiones de los árabes, por un
cabello de Licimnia, cuando hurta su cuello a tus ardien­
tes besos, y los niega con afable desdén, aunque de su
robo se alegre más ella que quien se los pide, o se ade­
lanta a veces a robarlos?

248 Enumeración de argumentos propios de la epopeya: guerras


históricas (la de Numancia — 141 a. C.— y las guerras púnicas
— siglo n i a. C.— ) y guerras mitológicas (la de los Lápitas contra
los Centauros, representados por Hileo; y la de los Gigantes con­
tra los Olímpicos, siendo vencedores estos últimos por haberse
cumplido la condición requerida por el oráculo: que luchara en su
ayuda un mortal, Hércules): se trata de una recusatio (cf. intro­
ducción).
249 Fundador de la dinastía persa de los Aqueménidas.
250 De Migdón, hermano de Ámico, rey de los bébrices, al que
da muerte Hércules en el curso de su noveno trabajo.
Epodos y odas 113

13.

Aquél que, quienquiera fuese, antaño te plantó, en ne­


fasto día lo hizo, y con sacrilega mano te alzó para daño
de sus nietos y oprobio de la aldea, árbol251.
Aquél — me atrevería yo a creer— rompió el cuello a
su padre y salpicó por la noche su santuario hogareño
con la sangre de su huésped; aquél manejó los venenos
de la Cólquide252 y todo lo sacrilego que en alguna parte
se pueda producir, pues te elevó hacia lo alto en mi cam­
po a ti, leño aciago, a ti, destinado a caer sobre la ca­
beza de tu dueño sin culpa.
Nunca tiene el hombre suficiente precaución hora tras
hora sobre qué debe evitar cada cual: el marinero fenicio
siente un miedo escalofriante ante el Bosforo y no teme
ciegos destinos venidos allende otros lugares; teme el sol­
dado las flechas y la rápida huida del parto; el parto, las
cadenas y la fuerza itálica; pero la súbita violencia de la
muerte ha arrastrado y seguirá arrastrando a los pueblos.
¡Cuán cerca vimos el reino de la oscura Prosérpina, y
a É aco253 emitiendo juicios, las moradas apartadas de los
bienaventurados, y a Safo, lamentándose en sus cuerdas
eolias de las jóvenes de su pueblo, y a ti, Alceo, que,
acompañándote de plectro de oro, proclamas con voz más
plena los arriesgados peligros de la navegación, de la hui­
da, de la guerra! 254
Admíranse las sombras ante el recital de ambos, digno
de un silencio sagrado; pero la mayoría, apretándose hom­
bro con hombro, bebe con su oído preferentemente las
batallas y la expulsión de los tiranos.
¿Qué hay de extraño, cuando la bestia de las cien ca­
251 Maldición contra el árbol que estuvo a punto de aplastar
a nuestro poeta en su finca de Sabina en las Calendas de Marzo
del año 30. Anualmente celebraba el día en que se vio salvado
de tal peligro. La pieza, en su primera parte, ofrece similitud de
planteamiento con el epodo III.
252 Cf. Epodos, n. 108.
253 Hijo de Júpiter y Egina, padre de Peleo, abuelo de Aquiles.
En el infierno, juez de los muertos.
^ Alceo.
114 Horado

bezas255, pasmada ante aquellos versos, agacha sus negras


orejas y se calman las serpientes enroscadas en los cabe­
llos de las Euménides? 256 Más aún: hasta Prometeo 257 y
el padre de Pélope 258 olvidan su castigo al oír el dulce
son, y no pone cuidado Orion 239 en perseguir a los leones
y a los medrosos linces.

14.

¡Ay!, fugaces, Postumo, Postumo, se deslizan los años


y tu piedad no añadirá demora a las arrugas, a la apre­
miante vejez, ni a la no domeñada muerte; no, amigo, ni
aunque con trescientos toros aplaques día tras día a Plu-
tón, inaccesible a las lágrimas, quien refrena al tres veces
ancho Gerión 260 y a T itio 261 con la funesta corriente que,
sin remisión, habremos de cruzar en barco todos los que
nos sustentamos por regalo de la tierra, ya seamos reyes
o indigentes labradores.
En vano estaremos lejos del sangriento Marte y del
quebrado oleaje del ronco Adriático; en vano durante los
otoños temeremos al Austro, que enferma los cuerpos:

255 El can Cérbero, al que aquí Horacio describe con cien ca­
bezas, pero que en .otros pasajes describe con sólotre
II, 19, 31, y II I, 11, 20), como es frecuente.
156 Las Furias, habitantes del mundo infernal y castigadoras de
los condenados.
257 Es insólito en la tradición mitográfica presentara Promete
como condenado en el infierno. ¿No será una confusión o a
lación con Titio, castigado infernal, al que, como a Prometeo, un
ave rapaz devora las entrañas? En cualquier caso, tenemos repetido
el testimonio en II, 18, 34-36 y en Epod., X V II, 67.
238 Tántalo (cf. Epod., n. 114).
259 Gigante, compañero de Diana en la caza, que fue catasterizado
en la constelación de su nombre y que, según la Odisea (X I, 572-
575), continuât^ en el infierno ejerciendo su oficio.
260 Gigante monstruoso, dotado de tres cuerpos unidos por la
cintura, que habitaba en España dedicándose a la críade vacas,
y al que mató Hércules en su décimo trabajo.
261 Gigante condenado en el infierno a sufrir el castigo de unos
buitres que le devoraban d hígado por haber intentado violar a
Latona (cf. η. 257).
Epodos y odas 115

hemos de ver con nuestros ojos el tenebroso Cocito20, que


zigzaguea con aguas tranquilas, y el malfamado linaje de
Dánao 263; también a Sísifo 264, hijo de Eolo, condenado a
un castigo interminable; hemos de dejar la tierra y la
casa y la placentera esposa, y ninguno de esos árboles que
cultivas, a excepción de los odiados expreses 265, irán en
pos de ti, su efímero dueño.
Un heredero más digno que tú se beberá los Cécu-
bos, guardados con cien llaves, y teñirá el pavimento
con un vino orgulloso, más añejo que el de las cenas de
los pontífices 266.

15.

Dentro de poco las construcciones, dignas de reyes, no


van a dejar más que escasas yugadas al arado; desde to­
das partes se divisarán estanques ocupando una más am­
plia extensión que el lago Lucrino 267, y el plátano solitario
sobrepasará en altura a los olmos; entonces los macizos
de violetas, y el mirto, y toda la gama de plantas oloro­
sas esparcirán su aroma por los olivares que daban su
fruto al anterior dueño; entonces el laurel, de espeso ra­
maje, protegerá de los rayos abrasadores.
No estaba así prescrito en los auspicios de Rómulo y
del barbudo Catón, ni en la norma de los antiguos. Entre
aquellos hombres las posesiones particulares eran mengua­
das, pero grande la propiedad común; de los ciudadanos
particulares ningún pórtico, medido con la pértiga de diez
pies, se orientaba a la sombría Osa; y las leyes no con­

262 Uno de los ríos del infierno.


263 Las hijas de Dánao, condenadas en el infierno a llenar de
agua una tinaja de fondo agujereado, por haber dado muerte a sus
maridos en la misma noche de bodas.
264 Cf. Epodos, n. 116.
265 Como árboles consagrados a Plutón, se plantaban alrededor
de las tumbas, costumbre que ha sobrevivido al paganismo.
266 Como los salios (cf. n. 194), los pontífices celebraban unos
suntouosos banquetes.
267 Cf. Epodos, n. 10.
116 Horado

sentían que se despreciara el césped que nacía espontá­


neo368, prescribiendo que las fortalezas se levantaran a
expensas del gasto público y los templos de los dioses se
ornaran con piedra recién sacada de las canteras.

16 .
Descanso pide a los dioses el sorprendido en la inmen­
sidad del Egeo, tan pronto como una negra nube ha ocul­
tado la luna y no brillan ya las estrellas, que marcaban
el rumbo fijo a los marineros; descanso pide la Tracia,
delirante por la guerra; descanso 269 los medos, oh Gros-
fo, engalanados con su aljaba, no con piedras preciosas,
ni con púrpura venal ni con oro. Pues ni los tesoros, ni
el lictor270 consular apartan las desgraciadas perturbacio­
nes del espíritu y las inquietudes que sobrevuelan en tor­
no a las mansiones cubiertas de artesonado.
Vive bien con poca cosa aquél en cuya sobria mesa
brilla el salero de sus padres; y el temor o la innoble am­
bición no interrumpen sus sueños ligeros.
¿Por qué, llenos de afán, hacemos tantos proyectos,
cuando la vida es tan breve?, ¿por qué nos trasladamos
a unas tierras calentadas por otro sol?, ¿quién, saliendo
fuera de la patria, huye también de sí mismo?
La perversa Inquietud se embarca en las naves, guar­
necidas de bronce, y no se aleja de los escuadrones de
caballería, más rápida que los ciervos y que el Euro, que
empuja los nubarrones.

268 Pues era inestimable como pasto para el ganado, y no se


consentía que se edificara gratuitamente echando a perder los
pastizales.
269 Hay en esta oda, con su anáfora triple de otium (w . 1, 5
y 6) una evocación de Catulo, 51, 13-15, el famosísimo poema Ule
mi pa r..., escrito en sáficas, que precisamente en estos versos fina­
les se aparta del modelo griego: también allí se contenía una aná­
fora triple de la palabra otium. A su vez, la oda horaciana fue
imitada, entre otros, por Francisco de Rioja en su silva IV : «Ocio
a los dioses pide...»
270 El acompañante de los magistrados, encargado de portar las
fasces, signo de poder.
Epodos y odas 117

Que el alma, gozándose con lo presente, deteste preo­


cuparse por lo que hay más allá y conjugue las amarguras
con la apacible sonrisa: pues nunca existe la felicidad
completa.
Llevóse la muerte súbita al esclarecido Aquiles271; la
prolongada vejez empequeñeció a Titono 272; y tal vez la
hora me presentará a mí lo que a ti te haya negado.
Mugen en torno a ti cien ganados de vacas sicilianas;
mándate su relincho la yegua, apta ya para las cuadrigas;
te cubren vestidos de lana dos veces teñida de púrpura
africana; a mí, en cambio, la Parca no mentirosa me con­
cedió campos de poca extensión, la inspiración sutil de
la Camena griega 273, y el desprecio por el vulgo mez-
quino 274 .

17.

¿Por qué me angustias con tus lamentos? Ni es del


gusto de los dioses ni del mío que tú, Mecenas, mueras
antes que yo, oh gloria grande y sostén de mi vida.
¡Ah! Si una fuerza más presurosa te arrebata a ti, par­
te de mi alma, ¿por qué demorarme yo, la otra parte,
no siendo ya tan valioso ni superviviente completo? Aquel
día traerá la ruina para ambos. No he proferido un ju­
ramento engañoso; iré, iré tan pronto como tú te me
adelantes, dispuesto a emprender contigo el último via­
je 275. Ni aunque el aliento de la fogosa Quimera 276 o el

271 Murió a resultas de una flecha que le disparó Paris y que le


hirió en la única parte vulnerable de su cuerpo, el talón.
272 La Aurora pidió la inmortalidad para su esposo mortal, pero
se olvidó de pedir la juventud eterna, y así Titono fue envejecien­
do, y empequeñeciéndose, hasta que la Aurora lo transformó en
cigarra para escuchar siempre su canto.
273 Las Camenas era el nombre que en latín se daba a las
Musas.
274 Cf. n. 11.
Así ocurrió en la realidad (cf. introducción): Horacio murió
al poco tiempo de su amigo Mecenas.
276 Cf. n. 157.
118 Horado

Centimano Gías se alcen contra mí, lograrán arrancarme


nunca de tu lado; así plugo a la poderosa Justicia y a las
Parcas.
Ya si Libra, o si el espantoso Escorpión 277, el signo
más influyente en mi hora natal, o si Capricornio, tirano
de las olas de Hesperia m , me miran de frente, nuestras
dos estrellas se avienen de modo admirable; a ti, la tutela
resplandeciente de Júpiter te sustrajo al influjo del fiero
Saturno 279 y retardó las alas del volátil Destino, cuando
la concurrencia del pueblo hizo resonar su gozoso aplauso
por tres veces en el teatro 280; a mí, un tronco caído sobre
mi cabeza me habría aplastado, si Fauno, protector de
los hombres favoritos de Mercurio, no hubiera sostenido
el golpe con su diestra281. Acuérdate de ofrecer las vícti­
mas y el templo prometido; yo sacrificaré una simple
cordera.

18.

Ni marfil ni artesonado de oro brillan en mi casa; ni


vigas del Himeto 282 descansan sobre columnas talladas
en los confines de África; ni, heredero desconocido de
Átalo “ , he ocupado su palacio; ni las honradas mujeres
277 Signos del Zodíaco, favorable el primero y desfavorable el
segundo, como también Capricornio, al que se nombra a continua­
ción. Horacio no creía en la astrologia (cf. Odas, I, 11), pero sí
Mecenas.
278 Porque con su aparidón en Didembre coinddían las tem­
pestades.
279 La estrella de Júpiter es favorable y desfavorable la de Sa­
turno.
280 Cf. n. 128.
231 Como en Filipos atribuye a Mercurio su salvadón (Odas,
II, 7, 13-14), es a Fauno a quien se le atribuye con ocasión de
la caída del árbol (cf. Odas, II, 13), pero no se ve clara la razón
de asociar con Mercurio a Fauno como «protector de los hombres
favoritos de Mercurio», como no sea porque ambos provienen de
Arcadia (Fauno en su identificación con Pan).
282 Montaña del Atica, célebre por su mármol además de por
su miel (cf. n. 230).
» a . n. 4.
Epodos y odas 119

de mis clientes 284 tejen para mí telas teñidas en púrpura


de Laconia.
Pero tengo mi lira y la pródiga vena de mi inspira­
ción; y, aunque soy pobre, me busca un rico.
No atosigo a los dioses más de lo debido ni reclamo
de mi poderoso amigo bienes en mayor abundancia, con­
tento ya suficientemente con sólo mis campos de Sabina.
Un día empuja a otro día, y las lunas, al nacer, se en­
caminan a su fin. Tú, bajo la amenaza misma de la muerte,
dispones la talla de los mármoles y, sin acordarte del se­
pulcro, edificas casas, obstinándote en dilatar las playas
del mar que resuena junto a Bayas 7X5, no bastante rico
aún con la ribera que lo contiene.
¿Qué decir, si hasta arrancas los mojones que limitan
tu campo y saltas, en tu avaricia, más allá de los términos
de tus clientes? A la esposa y al marido se les expulsa,
llevando en su seno a los dioses de la familia y a sus hijos
desharrapados.
A pesar de todo, ninguna mansión más segura espera
al rico amo que el prefijado confín del Orco 286 arreba­
tador.
¿Por qué persigues metas ulteriores? La tierra se abre
ecuánime para el pobre y para los hijos de los reyes; y el
servidor del Orco no transportó por segunda vez, com­
prado con oro, al astuto Prometeo2,7. É l mantiene sujeto
al orgulloso Tántalo 288 y al linaje de Tántalo; él escucha

284 La clientela era una institución social típicamente romana:


entre una familia patricia y determinados individuos de condición
inferior se establecían relaciones de protección por parte de aqué­
llos y de sumisión y dependencia por parte de éstos. Una de las
estampas más curiosas a que esta institución daba lugar era la de
una larga cola de clientes a la puerta de sus patronos, a primeras
horas de la mañana, esperando su turno para saludarlo y ofrecerle
sus servicios.
285 Localidad cercana a Nápoles, en la costa, famosa por sus
aguas termales y sus baños.
» Cf. n. 163.
s ? Cf. n. 257.
288 Cf. Epodos, n. 114.
120 Horacio

al pobre, consumido de fatigas, tanto si ha sido invocado


para liberarlo, como si no lo ha sido.

19.

He visto a Baco en los remotos roquedales enseñando


cánticos — creedme, hombres del futuro— , y a las Ninfas
aprendiéndolos, y las orejas enhiestas de los caprípedos
Sátiros.
¡Evohé!289 Tiembla mi espíritu con temor repentino y
siente un júbilo turbulento porque Baco llena mi pecho.
¡Evohé! ¡No te ensañes en mí, Líber 290, no te ensañes,
oh temible por tu tirso 291 castigador!
Lícito me es cantar a las Tíades 292 porfiadas, la fuente
de vino y los arroyos por los que fluye leche en abundan­
cia, así como reiterar en mis cantos las mieles que gotean
de los huecos troncos.
Lícito me es también cantar el adorno de tu esposa fe­
liz, colocado entre las estrellas 293, la casa de Penteo, des­
truida con ruina no liviana 294, y la muerte del tracio Li­
curgo 295.
Tú domeñas los ríos; tú, el mar extranjero; tú, cargado
de vino en las alejadas cumbres, sujetas los cabellos de las
Bistónides 296 con un nudo de víboras sin sufrir daño.
Tú, cuando la impía cohorte de los Gigantes escalaba
el imperio de tu padre a través de las alturas, hiciste re­
289 Grito ritual de las Bacantes.
290 Baco.
291 Vara coronada de yedra o pámpanos, quellevaban las Bacan­
tes en sus orgías y era signo del dios Baco.
292 Bacantes. El nombre proviene de una tal Tía, que fue la
primera en celebrar orgías.
293 Es la corona que Baco regaló a Ariadna cuandosedesposó
con ella, y que fue convertida en constelación.
294 Por no creer en la divinidad de Baco y menospreciar sus
ritos, Penteo fue devorado por su propia madre, Ágave, en el
curso de una bacanal.
295 Por su hostilidad a Baco y al culto de la viña, fue castigado
por éste con la locura.
296 Bacantes. Los bistones eran un pueblo de Tracia.
Epodos y odas 121

troceder a Reto con las uñas y la escalofriante mandíbula


de un león 297.
Sin embargo, considerado más apto para las danzas y
para los juegos y el divertimento, no se decía de ti que
fueras bastante idóneo para la batalla; pero en igual me­
dida eras partícipe de la paz y de la guerra.
Engalanado con tu cuerno de oro 298, te vio Cérbero sin
agredirte299, inclinando mansamente su cola; y con su
fauce de tres leguas te lamió los pies y las piernas cuan­
do partías.

20.

Con ala no estrenada ni endeble seré llevado por el


aire límpido, poeta de forma doble; no me detendré por
más tiempo en la tierra y, superior a la envidia, dejaré
atrás las ciudades.
Yo, sangre de padres pobres, yo, a quien tú, mi que­
rido Mecenas, invitas, no moriré, no; ni la corriente es-
tigia 300 me tendrá cercado.
Ya, ya unos ásperos pellejos se pegan a mis piernas y
por la parte de arriba me transformo en ave blanca, bro­
tándome livianas plumas por los dedos y los hombros.
En seguida, más famoso que ícaro, el hijo de Dédalo,
visitaré, pájaro cantor, las playas del gimiente Bosforo, las
Sirtes getulas301 y las llanuras hiperbóreas 302.
Me conocerá el coico, y el dacio que oculta su miedo

297 También Baco, como Hércules, intervino a favor de los


Olímpicos en su lucha contra los Gigantes (cf. n. 248). Aquí se
alude a su metamorfosis en león durante la batalla. Reto es el
nombre de uno de los Gigantes.
298 Era representado a veces con cuernos, como los sátiros.
299 Cf. n. 255.
s» Cf. n. 182.
» i Cf. n. 135.
302 Designación para referirse al extremo norte del mundo: los
de más allá del Bóreas, viento del Norte.
122 Horado

a la cohorte marsa, y los remotos gelonos TO; me apren­


derá el docto ibero y el que bebe el agua del Ródano 304.
Queden lejos de mis vanas exequias los cantos fúne­
bres, amargos llantos y lamentaciones; contén el griterío
y ahórrate los superfluos honores de la sepultura 305.

303 Cf. n. 245.


304 Perífrasis para referirse al galo.
Horado no parece concebir otra forma de supervivenda fe­
liz sino por la fama.
Libro I I I

1.

Odio al vulgo profano y me aparto de él 306. Guardad


silencio: sacerdote de las Musas, canto para doncellas y
muchachos versos nunca antes oídos. A los reyes temi­
bles corresponde el imperio sobre las multitudes de las
que son dueños, pero el imperio sobre esos mismos reyes
corresponde a Júpiter, esclarecido por su triunfo en la
guerra de los Gigantes 301, él, que todo lo mueve con su
sobrecejo.
Puede ocurrir que un hombre disponga en surcos sus
arboledas sobre una extensión mayor que la de otro hom­
bre; que otro, más animoso, baje desafiante al campo de
Marte 308; que uno sea más ilustre por sus costumbres y
su fama; que otro tenga un número mayor de clientes 309:

306 Cf. nn. 11 y 274.


307 Cf. nn. 248 y 297.
308 Lugar de ejercicios deportivos (cf. n. 22).
309 Cf. n. 284.

123
124 Horacio

con ley pareja la Necesidad sortea a los gloriosos y a los


sin gloria, su espaciosa urna remueve todos los nombres.
A aquél sobre cuya impía cerviz pende una espada
desenvainada, los banquetes sicilianos310 no le obsequia­
rán con su agradable sabor, ni la música de los pájaros
y de la cítara le traerán el sueño: el sueño ligero de los
hombres del campo no desdeña las casas humildes, ni la
ribera sombría, ni los valles acariciados por los Zéfiros311.
Al que desea lo que es suficiente, ni le da cuidados
el mar tempestuoso, ni la furia violenta de A rturo312 en
su declinar o del Cabrito313 al surgir sobre el horizonte,
ni las viñas azotadas por el granizo, ni la finca desleal,
cuando el árbol se queja ya de las lluvias, ya de los astros
que abrasan los campos, ya de los inviernos rigurosos.
Los peces sienten disminuidos los mares por los blo­
ques arrojados a la profundidad: numerosos contratistas,
más los siervos, y el dueño que no se conforma con la
tierra, arrojan pedruscos a ese lugar; pero el Temor y
las Amenazas suben al mismo sitio que el propietario, y
la lóbrega Preocupación no se retira de la trirreme guar­
necida de bronce, y se sienta detrás del jinete.
Y si al angustiado no lo tranquiliza ni la piedra de Fri­
gia, ni el lucir con más brillantez que la luz del sol las
telas de púrpura, ni la vid de Falerno o el costo aque-
menio314, ¿para qué me construiré un atrio elevado con

310 Alusión al episodio de Damocles, que ha hecho proverbial


la expresión «espada de Damocles»: fue invitado por Dionisio de
Siracusa a un opíparo banquete, pero sobre su cabeza se había he­
cho colgar una espada pendiente de un hilo.
311 Vientos del Oeste, llamados también Favonios, mensajeros
de la primavera.
312 Estrella más brillante de la constelación del Boyero, situada
junto a la Osa Mayor; el nombre de dicha estrella significa «guar­
dián de la osa»; en ¡as fechas en que declina (en otoño) sobre­
vienen tempestades.
313 Singular por plural: la constelación se llama «Los Cabritos»
y junto con la de la Cabra se integran, a su vez, en la constela­
ción del Auriga. También la fecha de su aparición sobre el hori­
zontes — finales de Septiembre— coincide con tiempo borrascoso.
314 Planta aromática empleada para la elaboración de un per­
fume.
Epodos y odas 125

puertas que causen envidia y según el estdo nuevo?,


¿para qué cambiaré mi valle de Sabina por riquezas que
me traigan más inquietudes?

2.

Que el joven, curtido por la dura milicia, aprenda a


sobrellevar amigablemente la estrechez de la pobreza y,
caballero temible con su lanza, acose a los impetuosos
partos; que pase su vida a la intemperie y en medio de
circunstancias de peligro. En viéndolo desde las murallas
enemigas, suspire la esposa del tirano que nos combate
y la doncella casadera, no vaya, ¡ay!, el prometido de la
princesa, inexperto en las artes marciales, a provocar a
ese león de áspero trato, al que la cólera sangrienta arras­
tra por medio de las matanzas.
Dulce y hermoso es morir por la patria; la muerte
además persigue al soldado que huye y no perdona las
corvas ni la temerosa espalda de una juventud cobarde.
El valor, que no sabe de la afrentosa derrota, resplan­
dece con honores sin mancha y no toma o deja las segu­
res al soplo del viento del pueblo31S. El valor, abriendo
el cielo a los que no merecieron morir, intenta hacerse
paso por el sendero que se le ha negado, y se aleja con
ala huidiza de las aglomeraciones del vulgo y del suelo
encharcado316.
Hay también una recompensa segura para el silencio
fiel: impediré que quien haya divulgado la ceremonia de
la misteriosa Ceres317 permanezca bajo las mismas vigas

315 La expresión «viento del pueblo», que resuena en nuestros


oídos como voz del poeta Miguel Hernández («Vientos del pueblo
me llevan, / vientos del pueblo me arrastran...»), era ya antigua:
se encuentra, además de en Horacio, en Cicerón, Tito Livio, Vir­
gilio; su significado es metafórico como veleidades e inconstancia
del pueblo.
316 Es decir: suelo bajo, donde van a parar todas las aguas; como
imagen para referirse a lo vulgar.
317 Los misterios famosos de Eleusis, celebrados en honor de
esta diosa, requerían el silencio y secreto de sus fieles.
126 Horado

que yo, o que suelte conmigo las amarras de un frágil


bajel.
Muchas veces Júpiter, desdeñado, juntó al inocente con
el culpable; raramente el Castigo, con su pie cojo, deja
de alcanzar al criminal que camina delante.

3.

Al varón justo y tenaz en su propósito no le conmueve


en la firmeza de su espíritu ni el arrebato de los ciuda­
danos que aconsejan maldades, ni la mirada de un tirano
amenazador, ni el Austro, rey turbulento del borrascoso
Adriático, ni la mano poderosa de Júpiter fulminante;
si el mundo quebrantado se desploma, caerán sobre él
las ruinas sin causarle miedo.
Esforzándose en esa práctica, Pólux y el andariego Hér­
cules alcanzaron los alcázares estrellados31β, y Augusto,
recostándose entre ellos, bebe néctar con sus labios de
púrpura. Por ese camino, según tus méritos, padre Baco,
tus tigresas te condujeron tirando del yugo con su cuello
indócil; por ese camino Quirino119 escapó del Aqueronte
en los caballos de Marte, una vez que Juno habló amiga­
blemente al consejo de los dioses:
«Ilio, Ilio, un juez funesto y adúltero 32°, y una mujer
extranjera321 te han convertido en polvo; desde que Lao­
medonte322 engañó a los dioses en el precio convenido,
yo y la casta Minerva te condenamos con tu población
y tu rey fementido. Ya ni resplandece el huésped ilustre
de la adúltera laconia 323, ni la perjura casa de Príamo

318 Del délo, de la apoteosis.


315 Nombre de Rómulo, una vez divinizado (cf. n. 24 y Epo­
dos, n. 87).
^ Paris. Juez en el juido famoso de las tres dipsas; adúltero
por haber raptado a Helena, esposa de Menelao.
Helena.
m Antiguo rey de Troya que no quiso pagar el precio conve­
nido a Apolo y Neptuno por haber construido las murallas de su
ciudad.
323 Helena.
Epodos y odas 127

quebranta a los belicosos aqueos con la fortaleza de Héc­


tor, y se ha amainado la guerra que alargamos con nuestras
rencillas. A partir de ahora depondré mi enconado resenti­
miento y haré a Marte entrega de su nieto **, odiado por
mí, al que dio a luz una sacerdotisa troyana 325; permitiré
que él penetre en las mansiones de la luz, pruebe el jugo
del néctar y sea inscrito en los pacíficos gremios de los
dioses. Con tal que el extenso piélago interponga su fu­
ror entre Ilio y Roma, imperen felices esos desterrados
sobre cualesquiera tierras; con tal que el rebaño retoce
sobre la tumba de Príamo y Paris, y las fieras, sin sufrir
asechanzas, oculten allí sus cachorros, yérgase resplande­
ciente el Capitolio y pueda Roma soberbia dar sus leyes
a los medos, después de triunfar sobre ellos. Temible,
extienda ampliamente su nombre hasta los remotos con­
fines, por donde el mar interior326 divide a Europa de
África, por donde las crecidas del Nilo riegan los campos;
tenga el valor suficiente para despreciar el oro no encon­
trado — y por tanto, cuando la tierra lo oculta, guardado
en el mejor sitio— más que para amontonar con mano
ladrona todo lo sagrado destinándolo al uso del hombre.
Arremeterá con las armas contra cualquier término que se
haya constituido en frontera para el mundo, deseoso de in­
vestigar en qué lugar los fuegos solares llegan a su grado
más alto, en qué lugar las nieblas y las gotas de lluvia.
Pero anuncio a los belicosos quirites 327 sus destinos bajo
esta condición: que no quieran, excediéndose en piedad
y confianza frente a su situación, volver a construir los
edificios de su antepasada Troya. Si la fortuna de Troya
renace bajo este lúgubre agüero, volverá a caer en la fu­
nesta destrucción, siendo yo, esposa y hermana de Júpi­
ter, quien guíe las mesnadas vencedoras. Si por tres veces
se alza el muro de bronce, aunque Febo lo construya, tres
veces caerá derruido por mis argivos, tres veces la esposa
cautiva llorará por su esposo y sus hijos.»
324 Rómulo.
325 Rea Silvia o Ilia, vestal de linaje troyano.
326 Así se llamaba en la Antigüedad al Mediterráneo.
327 Ciudadanos romanos.
128 Horacio

Pero esto no será apropiado para mi lúdica lira. ¿Adon­


de te me vas, Musa? Deja de obstinarte en recordar los
discursos de los dioses y en empequeñecer los grandes
temas para adecuarlos a ritmos menudos.

4.

Desciende del cielo y recítame, ea, reina Calíope una


larga canción al son de tu flauta, o si prefieres ahora, al
son de tu aguda voz, o al ritmo de las cuerdas y la cítara
de Febo.
¿La oís, o es que de mí se burla una amable ilusión?
Me parece estar oyéndola, y deambulando por los bos­
ques bienaventurados, que cruzan placenteras aguas y
brisas.
A mí, siendo niño, hallándome en el ápulo Vúltur
escapado de los umbrales de mi nodriza Pulía 1X1, que
solía contarme cuentos, cansado de jugar y sumido en el
sueño, unas palomas me cubrieron de verde follaje, de
manera que causó admiración a todos los habitantes del
nido de la elevada Aquerontia, de las florestas de Bantia
y del fértil campo de la baja Forento331 el ver cómo yo
dormía con el cuerpo al amparo de víboras y osos, cómo
el laurel sagrado y el mirto, trenzado con él, me corona­
ban, niño atrevido no sin la protección de los dioses.
Vuestro, oh Camenas, vuestro, me dirijo a los altos de
la Sabina, o bien — si ha sido de mi gusto— a la fresca
Preneste o a Tíbur, extendido sobre una ladera, o a la
acuosa Bayas332.

3* Una de las Musas (cf. n. 12).


329 En las inmediaciones de Venusia.
330 Esta nodriza ocuparía el vacío dejado por la madre de Ho­
racio, que debió de morir siendo él muy pequeño (cf. introduc­
ción).
331 Aquerontia, Bantia, Forento, aldeas de los alrededores de
Venusia.
332 Preneste y Tíbur, ciudades del Lacio; Bayas, ciudad costera
cercana a Nápoles, conocida por sus aguas termales y baños
(cf. n. 285).
Epodos y odas 129

Amigo de vuestras fuentes y coros, ni el ejército obli­


gado a retroceder en Filipos, ni el árbol conjurado contra
mí 333, ni Palinuro334 con la ola siciliana, lograron ani­
quilarme.
Siempre que vosotras estéis conmigo, marinero gusto­
so, haré frente al enfurecido Bosforo y recorreré cual pe­
regrino las arenas abrasadoras del litoral asirio; visitaré
a los britanos, feroces con sus huéspedes, y al cóncano 335,
que se contenta con la sangre del caballo; visitaré a los
gelonos portadores de aljaba, y el río de la Escitia, sin
sufrir daño alguno.
Vosotras solazáis en la gruta del monte Pierio al excelso
César, que pretende poner fin a sus fatigas tan pronto
como haya recluido en fortalezas a las cohortes fatigadas
de la guerra; vosotras le dais también consejos de paz y,
después de aconsejarle, os alegráis por ello, oh alentadoras.
Sabemos cómo, dejando caer su rayo, domeñó a los im­
píos Titanes 337 y a la gigantesca muchedumbre 338 aquél
que gobierna la tierra tranquila, que gobierna el mar azota­
do por los vientos y reina sobre las ciudades, los lacrimosos
reinos, los dioses y las aglomeraciones humanas, siendo
señor único con igual poder sobre todo.
Gran temor le había producido a Júpiter aquella teme­
raria juventud erizada de brazos 339, y los hermanos340 de

333 Cf. Odas, II, 13 y n. 251.


** Cf. n. 167.
335 Pueblo cántabro.
Cf. n. 245.
337 La primera batalla de los Olímpicos antes de su estableci­
miento definitivo en el trono del mundo fue contra los Titanes.
338 En segundo lugar, hubieron de hacer frente los Olímpicos a
los Gigantes (cf. nn. 248 y 297).
339 ¿Se refiere Horacio a los Hecatonquires o Centimanos: Coto,
Briáreo y Giges, hermanos de los Titanes? Si fuera así, nos halla­
ríamos frente a un extraño testimonio, pues los Hecatonquires
lucharon en la Titanomaquia, según la versión más común, al lado
de los Olímpicos y en contra de los Titanes (A. Ruiz de Elvira,
op. cit., pp. 54-55). Es posible, sin embargo, que Horacio confun­
da a los Hecatonquires o Centimanos con los Gigantes. Pero, ade­
más, este salto tan brusco de una guerra a otra nos advierte tam­
130 Horado

éstos que intentaban colocar el Pelio sobre el umbroso


Olimpo.
Pero ¿qué podría lograr Tifeo y el fuerte Mimante, o
qué Porfirión con su amenazadora estatura, qué Reto y
Encélado341, lanzador atrevido de troncos arrancados de
cuajo, lanzándose a la carrera contra la resonante égida342
de Palas? Del lado de ésta estuvo el afanoso Vulcano; del
lado de ésta, la matrona Juno y el que nunca depondrá
de sus hombros el arco, aquél que lava sus cabellos suel­
tos con el puro rocío de la fuente Castalia, aquél que
habita en los chaparrales de Licia y en el bosque donde
nació, Delio y Patareo 343 Apolo.
La fuerza privada de inteligencia se derrumba por su
propio peso; pero la fuerza bien dirigida, los dioses la
promueven todavía a más; odian asimismo las fuerzas del
que en su ánimo planea toda clase de abominaciones.
Ejemplo de mis afirmaciones es el Centimano G ías344,
y el famoso pretendiente de la casta Diana, Orion 345, do­
blegado por una flecha de la doncella.
La Tierra deplora haber sido arrojada sobre sus hijos

bién de la probable confusión y unificación de Titanomaquia con


Gigantomaquia.
340 Vuelve otra vez a la Gigantomaquia — si es que no confun­
de en una ambas guerras— , pues fueron los Gigantes los que
amontonaron los montes para llegar hasta el Olimpo.
341 Mimante, Porfirión, Reto y Encélado son nombres de Gigan­
tes. También se menciona entre ellos, sin distinción, a Tifeo, ser
horrendo, gigantesco y monstruoso que la Tierra engendró contra
los Olímpicos y cuya guerra contra ellos — la Tifonomaquia— cons­
tituye un capítulo aparte, posterior a la Gigantomaquia (v. A. Ruiz
de Elvira, op. cit., pp. 56-57).
342 Escudo fabricado con la piel de la cabra Amaltea, nodriza
de Júpiter, que éste regaló a su hija Palas Atenea.
343 Corresponden estos epítetos a Apolo por haber nacido en
Délos y recibir culto en Pátara (Licia).
344 Otra vez se insiste en la hostilidad de los Centimanos — aquí
uno de ellos, Gías o Giges— frente a los Olímpicos, no testimo­
niada (cf. n. 339) en otra parte. Aunque, a la vista de la muy
probable confusión entre Centimanos y Gigantes, estamos tentados
de rechazar la conjetura de Lambino para el verso 69: centimanus
Gyas, donde los manuscritos dan la lectura: centimanus gigas.
*5 Cf. n. 259.
Epodos y odas 131

monstruosos y se entristece de que el rayo haya sumer­


gido a su prole en el lóbrego O rco 346; el fuego impetuo­
so de éstos no puede corroer el Etna, que les fue colocado
encima; no se aleja del hígado del incontinente T itio 347
el ave, guardián impuesto a su maldad; trescientas cade­
nas tienen preso a Pirítoo 348, el enamoradizo.

5.

En el cielo creemos que reina Júpiter tonante; mas


como dios presente tendremos a Augusto, cuando haya
anexionado a su imperio las tierras de los britanos y de
los feroces persas.
¿Ha vivido el soldado de Craso 349 junto a una bárbara
esposa como marido sin honra, y ha envejecido el marso
y el ápulo en las armas de sus suegros, nuestros enemigos
(¡oh curia y costumbres pervertidas!), a las órdenes de
un rey medo, sin acordarse de los escudos sagrados, ni
de su nombre, ni de la toga y de la siempre viva Vesta,
cuando Júpiter y la ciudad de Roma se mantenían incó­
lumes?
Esto lo había precavido la previsora mente de Régu­
lo 350, que se oponía a unas afrentosas condiciones y que
hubiera atraído con su ejemplo la ruina para la generación
futura, de no perecer sin compasión la juventud cauti­
va. Dijo: «Yo he visto clavadas en los templos púni­
cos nuestras enseñas y las armas arrancadas a nuestros

346 Tanto los Titanes como los Gigantes, después de su derrota,


fueron encerrados en las profundidades de la tierra: los Titanes en
el Tártaro y los Gigantes debajo de los de los montes.
Cf. n. 261.
348 Enamorado de Prosérpina, bajó al Hades para raptarla y
quedó allí prisionero para siempre. Pero ¿por qué después de
ejemplificar con Gigantes como Orión y Titio, pasa el poeta a Pi­
rítoo, un ser humano de condición heroica, pero no Gigante?
349 Después de la derrota romana en Carras (53 a. C.) por los
partos, muchos de los supervivientes prisioneros se casaron con
mujeres del país.
Cf. n. 78.
132 Horado

soldados sin derramamiento de sangre; yo he visto los


brazos de los ciudadanos atados a su espalda libre, y las
puertas no cerradas y que sus campos, devastados por
nuestra campaña, estaban siendo cultivados. ¿Acaso el
soldado, rescatado con oro, se volvería más valiente? 351,
¡a su infamia añadís vuestro perjuicio!: ni la lana teñida
de púrpura recobra sus colores perdidos, ni el verdadero
valor, cuando ha fallado una vez, se cuida de volver a
instalarse en aquellos que se han pervertido.
Cuando luche la cierva, después de librarse de las redes
espesas, entonces también será valiente aquél que se en­
tregó a enemigos traidores, y aplastará a los púnicos en
una nueva campaña quien sintió, sin inmutarse, las co­
rreas en sus brazos prisioneros y temió la muerte. Éste,
no sabiendo por dónde aferrarse a la vida, mezcló paz
en medio de la guerra: ¡oh vergüenza!, ¡oh gran Cartago,
enaltecida por la afrentosa ruina de Italia!»
Dícese que apartó de sí el beso de su casta esposa y a
sus hijos pequeños, como privado del rango de ciudadanía
y que, huraño, fijó en tierra su rostro varonil, hasta que,
insistiendo él, con un consejo nunca dado antes añadió se­
guridad a los senadores vacilantes y marchó presuroso,
ilustre desterrado, entre sus amigos afligidos. Y , sin em­
bargo, sabía qué tormentos le preparaba el verdugo ene­
migo; a pesar de todo, a sus familiares, que le salían al
paso, y al pueblo, que retardaba su retorno, no los apartó
de otro modo que si, resuelta una querella, dejara los
interminables negocios de sus clientes, dirigiéndose a los
campos de Venafro 352 o a la lacedemonia Tarento.

6.

Tú, romano, expiarás inmerecidamente los delitos de


tus mayores, hasta que hayas reconstruido los templos,
351 Esto es lo que en términos retóricos se llama una occupatio:
el orador expresa un posible argumento de su oponente, para — a
continuación— rebatirlo.
352 Cf. n. 231.
Epodos y odas 133

las moradas ruinosas de los dioses y sus imágenes ensu­


ciadas por el negro humo.
Conservas el imperio por conducirte humildemente ante
los dioses: de aquí todo principio, hacia aquí debes guiar
el fin. Los dioses, por haber sido despreciados, ocasio­
naron muchas desgracias a la enlutada Hesperia353. Ya
por dos veces Moneses y la tropa de Pácoro 354 desbara­
taron nuestros ataques, emprendidos bajo auspicios des­
favorables, y se ufanan de haber añadido nuestros des­
pojos a sus delgados collares. El dacio y el etíope casi
arrasaron la ciudad, entregada a las revueltas, éste temi­
ble por su flota, más ducho aquél disparando flechas. Unas
generaciones fecundas en culpa mancillaron primeramente
sus nupcias, y luego su linaje y sus casas: de esta fuente
emanó el desastre y recayó sobre la patria y el pueblo.
La doncella casadera se goza en aprender las danzas
de Jonia y se recompone con artificios; ya incluso ahora,
desde su más tierna infancia, planea amores impúdicos.
Más tarde busca amantes más jóvenes entre los que acom­
pañan a su marido cuando bebe, y no elige a uno para
darle furtivamente placeres prohibidos lejos de las lucer­
nas, sino que, a una orden dada, se pone en pie delante
de todos, no sin el consentimiento de su marido, tanto si
la llama un mercader, como si es el capitán de una nave
hispana, comprador adinerado de sus desvergüenzas. .
No de padres tales había nacido la juventud que tiñó
el mar con sangre púnica y dio muerte a Pirro 355, al gran­
dioso Antíoco 356 y al cruel Aníbal; sino la prole varonil
de soldados nacidos en el campo, avezada a remover la
gleba con azadones sabelios y a llevar troncos cortados
a una orden de su severa madre, cuando el sol trasladaba

353 Aquí, Italia.


354 Jefes partos que derrotaron doblemente a los romanos: pri­
mero en Carras (cf. n. 349) al ejército de Craso y luego, en el
36 a. C., a dos legiones de Antonio.
355 Caudillo epirota que invadió Roma y fue derrotado en
275 a. C.
356 Rey de Siria que dio asilo a Aníbal, y fue más tarde derro­
tado por Roma.
134 Horacio

la sombra de los montes y retiraba el yugo de los cansa­


dos bueyes trayéndoles el tiempo de descanso lejos del
carro.
¿Qué no ha erosionado el corrosivo día? La generación
de nuestros padres, peor que la de nuestros abuelos, nos
engendró a nosotros, más perversos aún, quienes habre­
mos de procrear con el paso del tiempo una prole más
viciosa todavía.

7.

¿Por qué lloras, Asteria, a aquél a quien los luminosos


Favonios 357 te devolverán al comienzo de la primavera,
enriquecido con mercancía de T in ia351, joven de fidelidad
inmutable, Giges? Aquél, empujado por los Notos hasta
el Órico 359, después de la aparición de la funesta conste­
lación de la Cabra 360, pasa las heladas noches en vigilia no
sin verter muchas lágrimas.
Y , sin embargo, el mensajero de una anfitriona enamo­
rada, diciéndole que Cloe suspira y que la infeliz se abra­
sa en tus mismos fuegos, intenta astutamente seducirlo
de mil maneras. Cómo al confiado Preto una mujer trai­
dora lo empujó con falsas acusaciones a apresurar la muer­
te del demasiado casto Belerofontes361: tal es su relato;
le cuenta que Peleo fue casi entregado al Tártaro mien­
tras huía esquivando el trato de Hipólita la de Magne­
sia 362 y, engañoso, le enseña historias que incitan a pecar.
357 Vientos del Oeste (cf. n. 37).
358 Comarca de Asia Menor.
359 Ciudad del Epiro.
Cf. n. 313.
361 Siendo Belerofontes huésped de Preto, se enamora de él Es-
tenebea (o Antea), mujer de Preto, y se le declara. Rechazada por
el héroe, lo acusa ante su marido de intento de seducción y éste
da crédito a la calumnia. Para castigar a Beloforontes lo envía a
casa de su suegro. Yóbates, con una carta para él en la que le
pedía que diera muerte al portador. Yóbates manda a Belerofontes
dar muerte a la Quimera, pensando que así moriría él.
362 Peleo sufre una aventura similar a la de Belerofontes: sien­
do huésped de Acasto, la mujer de éste, Hipólita (o Astidamía)
Epodos y odas 135

En vano: pues, más sordo que los acantilados de Ica­


r o 3*3, escucha sus palabras íntegro hasta el momento.
Pero tú, ten cuidado no te agrade más de lo conve­
niente tu vecino Enípeo, aunque ningún otro sea admi­
rado como él por su pericia en dar vueltas al caballo
sobre el césped de Marte y ningún otro nade tan rápido
por la corriente del río etrusco 364.
Cierra tu casa al llegar la noche y no mires a la calle
al oír la música de una quejumbrosa flauta; y mantente
esquiva para aquél que a menudo te llama cruel.

8.

¿Te preguntas admirado qué hago yo solitario en las


calendas de Marzo, qué significan las flores y el pebetero
lleno de incienso y el carbón colocado sobre césped ver­
de, oh tú, conocedor de ambas lenguas?
Había prometido suculentos banquetes y un blanco ma­
cho cabrío a Líber 365, cuando estuve a punto de fenecer
por la caída de un árbol sobre mí 366. Este día, festivo
al retorno del año, hará saltar el corcho pegado con pez
de un ánfora que aprendió a empaparse de humo en el
consulado de Tulo 367.
Bébete, Mecenas, cien copas en recuerdo de la salva­
ción de tu amigo y permite que las lucernas continúen
encendidas hasta el amanecer; lejos de aquí quede todo
griterío y enfado. Olvídate de las preocupaciones políticas
concernientes a la urbe. Ha perecido el ejército del dacio

se enamora de él, es rechazada y lo acusa de intento de seducción.


Acasto entonces, para castigar al presunto culpable, lo invita a una
cacería en el monte Pello y lo deja abandonado con la esperanza
de que las fieras lo mataran. Magnesia era la comarca tesalia
donde se hallaba Yolco, ciudad donde habitaban Acasto y Asti-
damía.
363 De Icaria, la isla que recibió el nombre de Icaro.
364 El Tiber.
365 Baco.
366 Cf. Odas, II, 13 y n. 251.
367 Cónsul en el año 66.
136 Horado

Cotisón 368; el medo, enconado contra sí mismo, está di­


vidido empuñando armas luctuosas 369; es ya nuestro es­
clavo el cántabro, antiguo enemigo de las tierras de His­
pania, doblegado por fin con nuestra cadena 37°; ya los es­
citas se disponen a retirarse de sus llanuras con el arco
distendido.
Sin pensar en las fatigas de la población, abstente,
como un ciudadano particular, de hacer demasiados pro­
yectos, y recoge, gozoso, los dones que te ofrece la hora
presente 371; deja las seriedades.

9.

— Mientras yo te gustaba y ningún otro hombre, pre­


valeciendo sobre mí, echaba sus brazos sobre tu blanco
cuello, florecí más dichoso que el rey de los persas.
— Mientras por ninguna otra más que por mí te abra­
saste y Lidia no era pospuesta a Cloe, yo, Lidia, gozando
de gran renombre, florecí más ilustre que la romana
Uia m .
— A mí ahora me domina la tracia Cloe, entendida en
los dulces ritmos y experta en tañer la cítara; por quien
yo no temiera morir, si los hados permiten que su vida
se alargue.
— A mí me quema con antorcha compartida Cálais, el
hijo de Órnito de Turio 372 b; por quien yo consintiera mo­
rir dos veces, sí los hados permiten que el muchacho me
sobreviva.
— ¿Y qué si regresa el antiguo amor y con yugo bron­

364 Rey de los getas, pueblo tracio que habitaba en los alrededo­
res de la desembocadura del Danubio y de las costas del Ponto
Euxino. Fueron derrotados en el año 29 a. C. por M. Craso.
369 Las disensiones entre Fraates y Tiridates por el reino (cf. no­
tas 149 y 214).
370 Derrotados también los cántabros en el mismo año 20 por
Estatilio Tauro.
371 Otra formulación del carpe diem.
372 Cf. n. 19.
372 b Ciudad de la Magna Grecia, al Sur de Italia.
Epodos y odas 137

cíneo reúne a los desunidos; si despido a la rubia Cloe


y mi puerta se abre a Lidia, la rechazada?
— Aunque él es más hermoso que una estrella, tú más
liviano que un corcho y más iracundo que el levantisco
Adriático, contigo vivir quisiera, contigo moriría gustosa.

10.

Aunque bebieras en el remoto Tánais 373, Lice, casada


con un marido huraño, llorarías, sin embargo, el dejarme
expuesto a los Aquilones que allí tienen su casa, arrojado
ante las duras puertas.
¿Escuchas con qué ruido cruje la puerta, cómo brama
al azote de los vientos el bosque plantado entre los bellos
edificios, y cómo Júpiter hiela las nieves con su serena di­
vinidad?
Depon el orgullo que desagrada a Venus, no vaya a
volver hacia atrás la cuerda al correr de la rueda 374. No
te engendró tu padre tirreno como Penélope esquiva a
los pretendientes.
¡Oh!, aunque ni los presentes, ni las plegarias, ni la
palidez de tus enamorados, teñida de violeta, ni tu ma­
rido, maltrecho por una meretriz de Pieria 373, te doble­
guen, compadécete de los que te suplican, no más blanda
que la áspera encina ni más benévola en tu corazón que
las serpientes moras.
No siempre este costado mío aguantará el umbral y el
agua del cielo.

11.

Oh Mercurio — pues dócil a tu enseñanza Anfión hizo


moverse a las piedras con su canto 376— , y tú, tortuga 377,
373 Río de las regiones escitas, hoy el Don.
374 Metáfora tomada de la rueda de un pozo.
375 Macedonia.
376 Anfión, hijo de Antíope y de Júpiter, construyó las murallas
138 Horado

que eres diestra en resonar con tus siete cuerdas, ni lo­


cuaz en otro tiempo ni placentera, pero amiga ahora de
las mesas de los ricos y de los templos, haz sonar unos
ritmos a los que preste Lide sus obstinados oídos, ella
que, como yegua de tres años en las vastas llanuras, juega
retozona y teme que la toquen, inexperta en la coyunda
y esquiva todavía a su aasioso marido.
Tú puedes llevar tras de ti los tigres y el cortejo de
los bosques, y detener los rápidos arroyos: cedió ante
tus caricias el portero de la temible mansión, Cerbero,
aunque cien serpientes fortifican su cabeza espantosa y
un aliento fétido y baba viscosa mana de su fauce de tres
lenguas 378.
Incluso también Ixión 379 y T itio 380 sonrieron con ex­
presión contraria a su voluntad; quedó seca por un mo­
mento la urna, mientras deleitabas con tu plácida música
a las hijas de Dánao 381.
Oiga Lide el crimen y el famoso castigo que sufrieron
las doncellas, y la tinaja vacía del agua que se escapa
por los agujeros del fondo, así como sus postreros desti­
nos, que les reservan castigos incluso en el Orco 382. Las
impías (pues, ¿qué impiedad mayor pudieron cometer?),
las impías fueron capaces de asesinar a sus esposos con
el duro hierro. Sólo una de entre las muchas que eran,
digna de la antorcha nupcial, fue gloriosamente traidora
a su padre perjuro, y doncella ilustre para siempre: «Le­

de Tebas de una manera prodigiosa: las piedras se iban colocando


solas al son de su lira.
377 Conservo la metonimia: pues con «tortuga» quiere referirs
el poeta a la lira, hecha en sus orígenes con un caparazón de tor­
tuga; el poeta aprovecha y resalta el contraste entre el mutismo
del animal y la melodía del instrumento.
376 Se hace referenda a la bajada de Orfeo a los infiernos: co
la música de su lira consiguió pasmar a los habitantes del mundo
subterráneo.
379 Condenado en el infierno a estar atado a una rueda que no
dejaba de rodar. Motivo de su castigo era el haber osado violar
a Juno.
Cf. n. 261.
381 Cf. n. 263.
»2 Cf. n. 163.
Epodos y odas 139

vántate», dijo ésta a su joven marido, «levántate, no te


venga un largo sueño de donde no te lo esperas; engaña
a tu suegro y a mis hermanas criminales, que, como leo­
nas que han dado caza a unos terneros, degüellan, ¡ay!,
cada una a su esposo. Yo, menos salvaje que ellas, ni te
heriré ni te mantendré encerrado. ¡Cárgueme mi padre
de crueles cadenas, por haber perdonado, clemente, a mi
infeliz esposo, o que me relegue a los remotos campos
de los númidas por medio de una nave!, ¡márchate adon­
de te lleven los pies y las brisas, mientras la Noche y
Venus te favorecen!, ¡márchate con augurios propicios y
graba en mi sepulcro un lamento que dé testimonio
de mí!»

12.

Propio de mujeres desgraciadas es no dar diversiones


al amor, no enjugar los sufrimientos con el dulce vino,
o angustiarse temiendo los azotes de la lengua de su tío
paterno.
El hijo alado de Citerea 383 te roba el canastillo, oh Neo-
bule; y el resplandor de Hebro, el de Lípara 384, te roba
las telas y los trabajos de la hacendosa Minerva3,5, siem­
pre que baña él sus aceitados hombros en la corriente
del Tiber, jinete más diestro que el mismo Belerofon-
te s3,6, ni por sus puños nunca vencido, ni porque fuera
lento su pie, hábil asimismo para disparar en terreno des­
pejado su jabalina contra los ciervos huidizos, después de
haber asustado al rebaño, y veloz en afrontar la acometida
de un jabalí que se escondía en los espesos matorrales.

383 Cupido.
384 Hoy Lípari, isla del Norte de Sicilia.
385 Era patrona de las labores femeninas.
386 Cabalgaba sobre el caballo alado Pégaso.
140 Horacio

13.

¡Oh fuente de Bandusia 387, más transparente que el vi­


drio, digna del dulce vino y también de las flores!, ma­
ñana tendrás la oblación de un cabrito, al que su frente
abultada, con los cuernos que ya le apuntan, al amor y
a los combates lo destina — aunque en vano, pues man­
chará con su sangre escarlata tus aguas heladas, retoño
de grey lasciva— .
A ti la hora implacable de la bochornosa Canícula388
no sabe tocarte; tú ofreces el frescor placentero a los to­
ros, fatigados del arado, y al ganado errante.
Serás contada tú también entre las fuentes famosas, si
yo canto a la encina que se asienta sobre las huecas rocas
de las que brotan tus linfas murmuradoras.

387 Se trata muy probablemente de la fuente que brotaba en su


finca de Sabina, de la que el poeta nos habla en Sat., II, 6, 2 y
Epist., I, 16, 12 y ss. Así lo indica al menos el testimonio del
escoliasta Acrón: «Bandusia es una comarca de la región sabina,
en la que se encontraba la finca de Horacio.»
388 Constelación que es el resultado de la catasterización de
Mera, la perra del ateniense Icario, quien recibe de Baco la ense­
ñanza del cultivo de las vides y de cómo obtener el vino. Al po­
ner en práctica tales enseñanzas causa la embriaguez a unos pas­
tores a los que da a probar la bebida. Otros, al verlo, creen que
es un veneno y lo matan. Pero al recuperarse los embriagados, los
asesinos huyen a la isla de Ceos. Erígone, hija de Icario, busca
a su padre; lo encuentra gracias a la perra Mera y se suicida ahor­
cándose; asimismo la perra se tira a un pozo. Pero Baco los catas-
teriza a los tres: a Icario en el Boyero (en versión alternante con
aquélla que hace a esta constelación catasterismo de Arcas, el hijo
de Calisto), a Erígone en la constelación de Virgo (en versión al­
ternante con la que la identifica con la Justicia), y a la perra en
la Canícula. Ya como constelación, decíase que castigaba a los ha­
bitantes de Ceos con terribles calores, para vengar así el asesinato
cometido por los atenienses que allí se habían refugiado. Otra
versión indica que dicha constelación es la catasterización del perro
Lélape, cuyo último propietario fue el ateniense Céfalo; y otra que
es eí perro de Orión, el famoso cazador (cf. n. 259). Se la llama
también Sirio, que es el nombre de su más luminosa estrella. Su
orto coincide con la época más calurosa del verano (v. A. Ruiz
de Elvira, op. cit., pp. 474 y 484-85).
Epodos y odas 141

14.

Después de decir de él poco ha, oh plebe, que a la


manera de Hércules había buscado el laurel que se paga
con la m uerte3®9, César regresa vencedor a sus penates
desde las tierras de Hispania 390.
La esposa391, que se goza únicamente en su marido,
adelántese tras haber sacrificado a los dioses justos; tam­
bién la hermana 392 del esclarecido caudillo; y engalanadas
con la cinta de las suplicantes, las madres de las mucha­
chas y de los jóvenes que se han salvado recientemente.
Vosotros, oh donceles y muchachas que habéis ya co­
nocido varón, absteneos de palabras de mal agüero.
Este día, verdaderamente festivo para mí, me librará
de las negras inquietudes; yo no temeré la revolución ni
el morir violentamente, si César gobierna sobre la tierra.
Ve, muchacho, busca perfume y coronas y el cántaro
que se acuerda de la guerra contra los marsos, si es que
alguna vasija ha podido salvarse de las correrías de Es-
pártaco 393.
Di también a la melodiosa Neera que se apresure a re­
coger con un nudo su cabellera que huele a mirra; si vas
a demorarte por culpa de un odioso portero, márchate
de allí.
Los cabellos canosos394 suavizan mi temperamento, de­
seoso de disputas y de la porfiada querella. No soportaría
esto, fogoso como yo era por razón de juventud, en los
tiempos del cónsul Planeo 395.

389 Pues cayó enfermo en Tarragona y se temió por su vida.


390 Vuelve a la guerra contra los cántabros, dejando allí a Agri­
pa. Esto ocurría en el año 24 a. C., debiendo datarse la oda en tor­
no a esa fecha.
351 Livia.
392 Octavia.
393 Cf. Epodos, n. 84.
394 Horacio tenía ya cincuenta años cuando escribió esta oda.
395 Fue cónsul en el 42 a. C., cuando contaba veintitrés años.
142 Horado

15 .

Esposa del pobre íbico, pon término por fin a tu des­


vergüenza y a tus famosas hazañas; estando por tu avan­
zada edad cerca de la muerte, deja de jugar entre las
muchachas y de salpicar nubarrones a las resplandecientes
estrellas. Si algo le cae bien a Fóloe, no por eso te cae
bien también a ti, Cloris.
Tu hija saquea con más derecho las casas de los jóve­
nes, como una Tíade 396 excitada por el ruido del tambo­
ril. A ella el amor de Noto la obliga a jugar igual que
una cabra retozona. A ti, vieja ya, te sientan bien las
lanas esquiladas junto a la ilustre Luceria 397; no las cíta­
ras ni la flor purpúrea del rosal, ni los cántaros apurados
hasta las heces.

16 .

A Dánae encerrada la habrían protegido suficientemen­


te de los amantes nocturnos una torre de bronce con sus
recias puertas y la vigilancia acuciante de los atentos sa­
buesos, si Júpiter y Venus no se hubieran burlado de
Acrisio, guardián temeroso de la enclaustrada doncella;
pues sabían que habría camino seguro y libre para un dios
convertido en dorado m etal358.

396 Bacante.
397 Ciudad de Apulia.
398 Acrisio, según la leyenda, conociendo por el oráculo que su
hija Dánae tendría un hijo que lo mataría, la encierra en una pri­
sión subterránea (novedosa en este sentido es la «torre de bronce»
de la que habla Horacio, seguido por Ovidio, Amores, II, 19, 27).
Pero Júpiter, que se había enamorado de la muchacha, consigue
llegar hasta ella transformándose en lluvia de oro — tema del fa­
moso cuadro de Tiziano— . Obsérvase en el presente pasaje indi­
cios claros de una interpretación racionalista del mito: se insinúa
que no hubo tal lluvia de oro, sino que el enamorado Júpiter
sobornó con oro a los guardianes. Este modo de exégesis de la
mitología era ya antiguo: el más famoso de sus seguidores fue el
historiador griego Paléfato (siglo iv a. C.).
Epodos y odas 143

El oro gusta de abrirse paso a través de los centinelas


y perforar la s. rocas con ímpetu mayor que el del rayo
al caer; por afán de ganancia sucumbió la casa del augur
argivo inmersa en la ruina3" ; el varón macedonio400 hen­
dió las puertas de las ciudades y derribó a los reyezuelos,
sus rivales, valiéndose de regalos; los regalos echan el
lazo a los crueles capitanes de naves.
En pos de la fortuna creciente va la inquietud y el ham­
bre de mayores riquezas.
Con razón he aborrecido levantar mi cabeza para ha­
cerla visible desde una gran extensión, oh Mecenas, hon­
ra de los caballeros.
Cuanto más se haya negado cada uno a sí mismo, más
le ofrecerán los dioses401; desnudo me dirijo al campa­
mento de los que nada desean y, tránsfuga, ansio viva­
mente abandonar el partido de los ricos, dueño de una
riqueza despreciada, más distinguido aún que si se dijera
de mí que guardo en mis graneros todo lo que ara el afa­
noso hombre de Apulia, sin recursos en medio de grandes
recursos.
Un riachuelo de agua clara, un bosque de pocas yuga­
das y la confianza segura en mis mieses son un lote más
afortunado que el de aquél que relumbra por el imperio
sobre la fértil África, aunque no se lo parezca a él.
Aunque no me regalan su miel las abejas de Calabria,

399 Este augur argivo era Anfiarao que, sabiendo que moriría si
marchaba en la expedición contra Tebas, se ocultó para no ir. Pero
su mujer, Erifile, lo descubrió, seducida por el regalo del collar de
Harmonía que Polinices le dio. A raíz de ello se sucedieron los
crímenes en su familia: una vez muerto en la guerra Anfiarao, su
hijo Alcmeón, para vengarlo, mató a su madre y fue asesinado
a su vez por sus cuñados, los hijos del rey Fegeo de la Psofide.
Los hijos de Alcmeón vengan a su padre, matando a los asesinos
y consagran, por fin, el collar en el templo de Apolo en Delfos.
■*° Filipo, padre de Alejandro Magno, que decía (según Cicerón,
ad Atticum, I, 16, 12) no existir ciudad inexpugnable si en ella
se podía hacer entrar un asno cargado de oro.
401 Esta sentencia, que trasluce un concepto de providencia di­
vina ajeno al epicureismo y predicado por el estoicismo, suena a
la proclama evangélica: «Quien perdiere su vida por amor de mí,
la salvará» (Le., 9, 24).
144 Horacio

ni envejece para mí B aco402 en un ánfora lestrigonia403,


ni para mí crecen blandos vellones en los pastizales de
la Galia, con todo, la incómoda pobreza está lejos de mí
y, si quisiera más, tú no te negarías a dármelo. Menguan­
do mis deseos, alargaré mis escasas rentas mejor que si
a los campos migdonios 404 añadiera el reino de Alíates 405.
Mucho les falta a los que mucho piden; bien le va a aquél
al que un dios con mano parca concedió lo que le es su­
ficiente.

17.

Elio, famoso por el antiguo Lamo — puesto que cuen­


tan que de él derivaron su nombre los primeros Lamias,
y el linaje completo de sus descendientes, según los fas­
tos que así lo recuerdan; remontas tu origen a aquel an­
tepasado que, rey de una gran comarca, gobernó por vez
primera, según dicen, en las murallas de Formias406 y
en el Liris 407 que se desborda sobre las riberas de Ma­
rica 408— , mañana la tempestad desencadenada por el Euro
alfombrará la floresta de abundantes hojas, y de algas
inútiles la playa, si es que no se equivoca ia vieja corneja,
profetisa de lluvias. Amontona leña seca, ahora que pue­
des; mañana, venerarás a tu Genio 409, ofreciéndole vino
puro y un lechón de dos meses junto con tus criados, libe­
rados de sus ocupaciones.

402 Metonimia por vino.


403 Es decir: de Formias, pues había sido fundada — según la le­
yenda— , por Lamo, rey de los lestrígones.
404 Cf. n. 250.
405 Rey de los lidios y padre de Creso.
406 Cf. n. 403.
407 Cf. n. 176.
408 Diosa esposa de Fauno y madre del rey Latino, que tenía
un bosque sagrado a las orillas del Liris.
409 Divinidad tutelar de cada individuo.
Epodos y odas 145

18.

Fauno 41°, enamorado de las ninfas que te huyen,


ven a pasear, propicio, por mis fincas y mis campos solea­
dos; y márchate otorgando tu protección a mis crías pe­
queñas si, al cumplirse el año, te es sacrificado un tierno
cabrito, no te falta vino abundante en la cratera, compa­
ñera de Venus, y humea el vetusto altar con profusión
de aromas.
Retoza todo el ganado en la llanura alfombrada de
hierba, cuando vuelven a ti las Nonas de diciembre411; la
aldea huelga festiva en los prados junto al buey sin queha­
ceres; vaga el lobo entre corderos atrevidos; en tu honor
el bosque desparrama su agreste follaje; alégrase el cava­
dor de golpear por tres veces con su pie la tierra odiosa.

19.

Qué lapso de tiempo separa a ín a co 412 de Codro413, el


que no temió morir por la patria, es el tema de tu relato;
también, el linaje de É aco414 y los combates que se libra­
ron al pie de la sagrada Ilio 415. Pero no nos dices a qué
precio podemos comprar un cántaro de vino de Qui os,
quién calienta el agua sobre el fuego, ni quién y a qué
hora, invitándome a su casa, me pone a resguardo del frío
del país de los pelignios416.
Escánciame en seguida, muchacho, para brindar por la

410 Cf. n. 40.


411 Las Nonas coincidían con los días quintos de cada mes, ex­
cepto en los meses de Marzo, Mayo, Julio y Octubre, que eran el
día séptimo.
412 Cf. n. 218.
413 Legendario rey de Atenas.
4>4 Cf. n. 253.
415 Tema de la litada. Se refiere el poeta a temas de la poesía
épica, a los que contrapone la inspiración menos sublime de la
poesía lírica.
4,6 Pueblo itálico que habitaba al Norte del Samnio; una de sus
ciudades era Sulmona, cuna del poeta Ovidio.
146 Horado

luna nueva, por la medianoche y por Murena, el augur.


¿Con tres o con nueve tazas llenas se mezcla la bebida?
El poeta delirante, que ama a las Musas impares en nú­
mero, pedirá que sean tres tazas por tres, pero la Gracia
unida a sus desnudas hermanas, temiendo las riñas, prohi­
birá que se pongan más de tres.
Pláceme hacer locuras. ¿Por qué callan los sones de la
flauta berecintia417?, ¿por qué la zampoña cuelga junto
a la lira callada? Odio las manos ahorrativas: esparce
pétalos de rosas; que el envidioso Lico escuche nuestra
loca algarabía, y asimismo la intratable vecina del vie­
jo Lico.
A ti, Télefo, resplandeciente por tu espesa cabellera,
semejante al luminoso lucero vespertino, te pretende
Rode, que ya está en sazón. A mí el calmoso amor por
mi adorada Glícera me tiene en ascuas.

20 .

¿No ves, Pirro, cuán peligroso es quitarle los cachorros


a una leona de G etulia418? Después de poco tiempo, es­
caparás a los duros combates, ladrón sin audacia, cuando
ella venga a buscar al distinguido Nearco por entre los
tropeles juveniles que le cierran el paso: gran dilema sa­
ber si a ti te toca o a ella la presa más grande419.
Entre tanto, mientras tú sacabas las rápidas flechas y
ella afilaba sus dientes temibles, cuentan que el árbitro de
la querella puso la palma bajo su pie desnudo, y refrescaba
al lene viento su espalda por la que se derramaban los
perfumados cabellos, semejante a Nireo 420 o al que fue
raptado del húmedo Ida421.

417 La que acompaña las ceremonias de Cibeles (cf. n. 123).


«s Cf. n. 140.
419 Tanto Pirro como la mujer innominada pretenden al joven
Nearco.
420 Cf. Epodos, n. 81.
421 Ganimedes, raptado por el águila de Júpiter, quien se había
enamorado de él.
Epodos y odas 147

21.

¡Oh tú, piadoso cántaro, nacido conmigo en el consu­


lado de Manlio 422!, ya si encierras disputas o jolgorios, ya
si pelea y amores locos, o si sueño fácil, cualquiera que
sea el nombre con el que guardas el selecto Másico 423, dig­
no de que te saquen en día fasto, baja para ofrecernos un
vino más suave, pues Corvino lo manda.
Aunque él está imbuido en las doctrinas socráticas, no
te desdeñará haciendo gala de austeridad: cuéntase tam­
bién que la virtud del antiguo Catón se encandiló con el
vino más de una vez.
Tú proporcionas un dulce tormento al espíritu, casi
siempre embotado; tú pones al descubierto las inquietu­
des y la secreta opinión de los sabios merced al festivo
Lieo 424. Tú traes esperanzas a las mentes angustiadas, y
das fuerza y orgullo al pobre, que después de beber de ti,
no tiembla ante las airadas coronas de los reyes ni ante las
armas de los soldados.
A ti Líber 425 y Venus, si alegre se presenta, las Gra­
cias, que se resisten a romper su vínculo 436, y las lucer­
nas encendidas te acompañarán hasta que Febo, al regresar,
ponga en fuga a las estrellas.

22 .

Virgen guardiana de montes y espesuras, que invocada


por tres veces oyes a las mujeres en trance de parto y les

422 Lucio Manlio Torcuato, cónsul en el año 65, año en que na­
ció Horacio. ¿No habría que ver en este primer verso de la oda,
O nata mecum consule Manlio, una citación paródica del famosí­
simo verso de Cicerón, denostado por cacofónico, O fortunatam
natam me consule Romam?
«3 Cf. η. 8.
424 Cf. Epodos, η. 54.
«5 Cf. η. 70.
426 Se las suele representar siempre unidas formando un corro
(cf. n. 38).
148 Horacio

libras de la muerte, diosa triforme 427, séate consagrado


el pino que se alza sobre mi quinta, ai que, gozoso,-pro­
meto obsequiar al fin de cada año con la sangre de un
verraco que planea una embestida de soslayo.

23.

Si, cuando se asoma la luna, levantas al cielo las manos


vueltas hacia arriba ingenua Fídile; si aplacas a los
Lares con incienso y granos del año, y con una cerda glo­
tona, tu vid fecunda no sentirá el pestilente Ábrego 429, ni
tu mies el estéril tizón, o tus tiernas crías la peligrosa es­
tación en que el año se carga de frutos.
Pues la víctima, destinada al altar, que pace en el ne­
vado Álgido430 entre carrascas y encinas o crece en los
prados albanos, manchará las segures de los pontífices con
la sangre de su cuello; pero a ti no te hace ninguna falta
granjearte con abundante sangre de ovejas el favor de
tus diosecillos, a los que coronas de romero y quebradizo
mirto. Pues si la mano inocente toca el altar, puede ablan­
dar a los Penates adversos con una piadosa torta y un
saltarín grano de sal, sin necesidad de haberse hecho más
propicia con una víctima suntuosa.

24.

Aunque, más opulento que los tesoros sin explotar de


los árabes y de la rica India, te adueñes de todo el Tirre­

427 Es Diana. Se le llama triforme porque se la identifica al mis­


mo tiempo con Hécate — diosa subterránea, identificada a su vez
con Prosérpina— y con la Luna. Y además se la invoca como Lu­
cina en los alumbramientos.
42S Este gesto ritual del orante se sigue manifestando en pintu­
ras paleocristianas y lo mantiene el sacerdote en cierto momento
de la misa.
429 Cf. Epodos, n. 90.
430 Cf. n. 132. En ese monte se criaba el ganado destinado a
los sacrificios. \,
Epodos y odas 149

no y del mar de Apulia con los bloques que allí arrojas,


si la cruel Necesidad clava sus clavos de acero431 en las
partes más altas, no librarás tu espíritu del temor ni tu
cabeza de los lazos de la muerte.
Mejor viven los escitas, habitantes de la llanura, cuyos
carros arrastran por costumbre sus casas errantes, y los
austeros getas, a quienes yugadas de tierra, de extensión
no medida, les producen mieses y espigas espontáneas; no
les gusta cultivar un suelo por más de un año, y al que
ha cumplido ya con sus trabajos lo releva un sustituto con
igual destino. Entre ellos, a los hijastros que carecen de
madre los trata afablemente una mujer sin culpa, y nin­
guna esposa, por razón de su dote, domina al marido,
ni se confía a un apuesto libertino; su dote es la gran
virtud de sus padres y la castidad temerosa de otro va­
rón, una vez fijado el contrato; y el delinquir se considera
como un sacrilegio o está castigado con pena de muerte.
¡Oh, quienquiera que sea el que se proponga abolir
las impías matanzas y el encono entre los ciudadanos!,
si desea que bajo sus estatuas se escriba «Padre de las
ciudades», atrévase a poner freno al libertinaje indómito,
ilustre así para las generaciones futuras.
¡Hasta qué punto, oh crimen, odiamos envidiosos la
virtud mientras vive, y la buscamos cuando nos la han
quitado de los ojos! 432
¿Para qué las tristes lamentaciones, si no se arranca
la culpa con el castigo?, ¿de qué sirven unas leyes vanas
no acompañadas de las costumbres, si ni la región sumer­
gida en hirvientes calores, ni la parte del mundo limítrofe
con el Bóreas y sus nieves endurecidas sobre el suelo ahu­
yentan al mercader, si los marineros sagaces triunfan so­
bre los mares encrespados, y la pobreza, oprobio grande,

«J Cf. n. 186.
432 Es una similar constatación a la que leemos en Epist., I, 8,
12: «igual que una veleta, cuando estoy en Roma, añoro Tíbur,
y cuando en Tíbur, añoro Roma», concreción del humano incon­
formismo que Horacio retrata en otras ocasiones (I, 16- 18; Epod.,
II, 67-70 y Sat., I, 1, 1-11).
150 Horacio

ordena emprenderlo y soportarlo todo, abandonando el


camino de la excelsa virtud?
Enviemos al Capitolio — adonde nos llama el griterío
y la muchedumbre que aplaude— , o arrojemos al mar más
cercano las joyas y piedras preciosas, y el inútil oro, ori­
gen de la peor desgracia, si es que estamos sinceramente
arrepentidos de nuestros crímenes.
Hemos de arrancar los gérmenes de la funesta ambi­
ción y educar las mentes demasiado muelles en una más
rígida disciplina.
Inexperto, el hijo de familia libre no sabe sostenerse
sobre el caballo y teme ir a cazar, más hábil, si se lo
mandas, en jugar con el aro griego, o con el dado prohi­
bido por las leyes, si prefieres, en tanto que la perjura
palabra de su padre engaña a su compañero de nego­
cio y a sus huéspedes, apresurando para su heredero una
fortuna que no ha merecido. Sus riquezas infames crecen
sin duda; no obstante, siempre le falta un no sé qué a su
hacienda incompleta.

25.

¿A dónde me arrastras, Baco, lleno, de ti?, ¿a qué bos­


ques o a qué cuevas me veo empujado, veloz, por una
inspiración nueva?, ¿qué cavernas me escucharán cuando
intente incorporar a las estrellas y a la asamblea de Júpi­
ter la gloria eterna de César?
Cantaré algo extraordinario, novedoso, no descubierto
aún por ninguna otra boca.
No de otro modo en las cumbres la insomne Evíade433
se pasma al contemplar el H ebro434, y la Tracia, cubierta
de un blanco manto de nieve, y el Ródope 435, que su
pie bárbaro ha recorrido, como a mí, lejos de los caminos,
me place quedar extasiado ante las riberas y el bosque des­
habitado. Oh tú, señor de las Náyades y de las Bacantes,
433 Bacante (cf. n. 120).
434 Cf. n. 147.
435 Monte de Tracia.
Epodos y odas 151

fuertes como para arrancar con sus manos los altos fres­
nos, no proclamaré nada insignificante o en estilo humil­
de, nada mortal. Dulce peligro es, oh Leneo 436, seguir al
dios que se ciñe las sienes con verde pámpano.

26.

En relación con las mujeres, he vivido hasta hace poco


estando a la altura de las circunstancias, y he tomado
parte en la batalla no sin gloria. Pero ahora mis armas y
mi laúd, que ha servido en la guerra, los tendrá colgados
esta pared que protege el costado izquierdo de la marina
Venus.
Aquí, traed aquí las antorchas que me alumbraban, y
las palancas, y los arcos amenazadores ante el obstáculo
de las puertas.
¡Oh tú, diosa que habitas en la feliz Chipre y en Men-
fis437, libre de la nieve sitonia438, oh reina, levanta tu láti­
go y azota, aunque sólo sea una vez, a la arrogante Cloe!

27.

Guíeles a los impíos el augurio de un ave siniestra que


repite su canto, y una perra preñada o una loba parda
que baja corriendo desde el campo de Lanuvio 435, y una
zorra recién parida; desvíese también la serpiente de su
camino emprendido si, reptando sesgadamente, veloz como
una flecha, ha asustado a los jacos: yo, augur previsor
para aquél por quien sienta inquietud, haré surgir con mis
súplicas el cuervo profético desde el oriente del sol, antes
que el ave adivina de las lluvias inminentes vuelva otra
vez a las lagunas estancadas440.

436 Baco. Este epíteto significa «el de los lagares».


437 Pues también en esa ciudad egipcia tenía Venus un templo.
438 Propia de Tracia.
439 Ciudad del Lacio situada en un monte.
440 La corneja.
152 Horacio

¡Ojalá seas feliz, Galatea, en cualquier sitio que prefie­


ras, y vivas acordándote de mí!, ¡y que ni el siniestro
pico ni la errabunda corneja441 entorpezcan tu marcha!
Pero ves con cuánta agitación tiembla Orion en su de­
clive 442. Yo conozco cómo es el tenebroso golfo del Adriá­
tico y cuál es el crimen del blanco Yápige443. Que las mu­
jeres e hijos de los enemigos experimenten las sacudidas
ciegas del Austro 444 al levantarse, y el rugido del mar os­
curo y las playas que tiemblan a sus azotes.
Así también Europa confió su niveo costado al toro
fingido 445 y, en su audacia, palideció al ver el ponto po­
blado de bestias y los engaños en medio del mar. La que
hacía poco se ocupaba de recoger flores en los prados y
trenzar la corona ritual a las Ninfas, no vio otra cosa en
la débil claridad de la noche sino estrellas y oleaje. Y tan
pronto como alcanzó tierra de Creta, poderosa por sus
cien fortalezas, dijo: «¡O h padre, oh título de hija aban­
donado por mí, y piedad vencida por mi locura!, ¿desde
dónde vengo y adonde he llegado?; la muerte, sin más, es
castigo liviano para el delito de las doncellas. ¿Tal vez
lloro despierta una acción vergonzosa o, libre de faltas, se
burla de mí un vano fantasma que, saliendo por la puerta
de marfil 446, lleva tras de sí el ensueño? ¿Acaso ha sido
preferible marchar por la inmensidad de las olas o reco­
ger las flores recién brotadas? Si alguien, en mi cólera, me
entregara ahora el infame novillo, trataría de herir con el

441 Según que vinieran las aves de una parte u otra del cielo
daban buenos o malos augurios: de Oriente, buenos; de Occiden­
te, malos.
442 Cf. n. 166.
443 Cf. n. 28.
444 Cf. n. 56.
445 Pues, en realidad, era Júpiter metamorfoseado. El dios se
había enamorado de la doncella hija de Agénor, y apareció ante ella
en la playa bajo forma de un espléndido toro blanco y apacible.
Europa, sin prever las consecuencias, subió a sus espaldas, y fue
conducida por mar hasta Creta, donde, despojándose de su forma
animal, que catasterizó en la constelación del Toro, el dios la
hizo su esposa.
444 Los sueños verdaderos salían del infierno por la puerta de
cuerno y los falsos por la puerta de marfil.
Epodos y odas 153

hierro y romper los cuernos de ese monstruo al que tanto


amé hasta hace un momento.
Desvergonzada, he abandonado los Penates patrios; des­
vergonzada, retraso mi partida al Orco. ¡Oh, si alguno
de los dioses escucha estas palabras!, ¡ojalá vague yo des­
nuda en medio de leones! Antes que la fea delgadez se
adueñe de mis hermosas mejillas y los jugos vitales aban­
donen a la tierna presa, quiero con mi belleza servir de
pasto a los tigres. Mi padre me acosa desde lejos: «¡Mal­
dita Europa!, ¿por qué te detienes ante la muerte?, pue­
des ahorcarte con el cinturón, que para bien tuyo te ha
acompañado, y suspender tu cuello de ese olmo. O si para
darte muerte te gustan las rocas y los puntiagudos acan­
tilados, ea, lánzate a la impetuosa borrasca, si es que no
prefieres hilar el copo que te encarga tu señora y, siendo
sangre de reyes, ser entregada como concubina a una
dueña extranjera».
Al lado de la quejumbrosa estaba Venus sonriendo con
perfidia y su hijo con el arco distendido. Luego de haberse
divertido bastante, le dijo: «Cuando el toro odiado te
ofrezca otra vez sus cuernos, brindándote la ocasión para
que se los rompas, cede en tus iras y en tu acalorada
querella. Eres la esposa de Júpiter invicto, y no lo sabes;
deja de gemir y aprende a sobrellevar dignamente tu ex­
traordinario destino: una parte del mundo llevará tu
nombre.»

28.

En el día de la fiesta de Neptuno, ¿qué es lo mejor


que puedo hacer? Apresúrate, Lide, a sacar el Cécubo
bien guardado, y haz violencia a la sabiduría fortificada.
Ves que declina el mediodía y, como si la volátil jornada
se detuviera, te resistes a retirar de la bodega el ánfora
que allí reposa, de tiempos del cónsul Bíbulo 447.

447 M. Calpurnio Bíbulo, cónsul en el 59 a. C., colega de César


en el cargo.
154 Horacio

Nosotros, cuando nos llegue el turno, cantaremos a


Neptuno y las verdeantes cabelleras de las Nereidas; tú
al son de la curva lira responderás cantando a Latona44*
y las flechas de la rápida Cintia 449; con nuestro canto más
sublime elogiaremos a aquella que habita en Cnido y en
las brillantes Cicladas, y visita Pafos en un carro tirado
por cisnes 45°; cantaremos también a la Noche con la can­
ción luctuosa que merece.

29.

Mecenas, prosapia de reyes tirrenos, ya desde hace tiem­


po tengo en mi casa para ti un vino suave en un cántaro
que no se ha removido aún, junto con la flor de las rosas
y una ampolla de esencia aromática para tus cabellos.
Sustráete a la demora; no estés siempre contemplando
el húmedo Tíbur, y el inclinado campo de Éfula, y las
cumbres del parricida Telégono 451. Abandona la enojosa
opulencia y el edificio vecino a las excelsas nubes; deja
ya de admirar el humo, las riquezas y algarabía de la
suntuosa Roma.
Casi siempre los cambios son del agrado de los ricos,
y una cena decente en el estrecho hogar de los pobres,
sin tapices ni púrpura, les hace desarrugar su frente preo­
cupada.
Ya el brillante padre de Andrómeda 452 muestra su fue­
go escondido, ya Proción 453 y la estrella del furioso
León 454 se enardecen, cuando el sol vuelve a traer los días

448 Cf. n. 131.


449 Diana, llamada así, como su hermano Apolo (cf. n. 130), por
haber nacido en el monte Cinto de Délos.
450 Venus.
451 Éfula es una ciudad del Lacio, situada en un altozano entre
Preneste y Tíbur. Telégono era el hijo de Circe y Ulises, que, sin
saberlo, mató a su padre; se le dice fundador de Túsculo.
452 Cefeo, catasterizado, junto con su esposa Casiopea, después
que Perseo salvó a Andrómeda.
453 También llamado Canícula (cf. n. 388).
454 Constelación zodiacal por la que pasa el Sol en Agosto. Es
la catasterización del león de Nemea capturado por Hércules.
Epodos y odas 155

secos. Ya el pastor, con su grey parsimoniosa, busca can­


sado las sombras, el arroyo y los matorrales del hirsuto
Silvano 455. Y la ribera silenciosa se ve libre del azote de
los vientos.
Tú te preocupas de cuál es el régimen que conviene a
la ciudad y temes preguntándote angustiado qué prepa­
rativos hacen contra la Urbe los seres456 y Bactra4S7, don­
de reinó Ciro, y el querelloso Tánais458.
E l dios providente del tiempo futuro oculta el desen­
lace bajo una noche de tinieblas, y ríe si el mortal se
inquieta por lo que está más allá de su alcance.
Lo que tienes frente a ti, no te olvides de ponerlo en
orden convenientemente; lo demás es arrastrado como por
un río, que ora discurre apaciblemente por medio de su
cauce rumbo al mar Etrusco 459, ora va arrastrando con­
juntamente piedras desprendidas, troncos arrancados y ga­
nado y casas, no sin el fragor de los montes y del bosque
cercano, cuando la violenta crecida remueve la quietud de
sus aguas.
Dueño de sí mismo y satisfecho vivirá aquél que pue­
de decir día tras día: «He vivido; mañana puede el Pa­
dre 460 cubrir el firmamento con una negra nube o con el
resplandor del sol; no podrá, sin embargo, anular lo que
es del pasado, ni transformará o volverá a deshacer lo que
una vez nos trajo la hora fugaz.»
La Fortuna, gozosa en su cruel ocupación y obstinándo­
se en jugar a un juego versátil, traslada sus inciertos fa­
vores, benévola unas veces para mí, otras veces para otro.
Si permanece a mi lado, la alabo; si bate sus alas rápidas,
le restituyo lo que me dio, me revisto de mi virtud y bus­
co la honesta pobreza sin dote.
No es propio de mí, si el mástil cruje en las tormentas
provocadas por el Ábrego, descender a las infelices sú­

455 Cf. Epodos, n. 8.


« Cf. n. 86.
457 Antigua provincia del Imperio persa.
458 Cf. n. 373.
459 El Tirreno.
460 Júpiter.
156 Horado

plicas, y quedar comprometido con ofrecimientos, para evi­


tar que las mercancías de Chipre y de Tiro añadan rique­
zas al mar avaro; en esa circunstancia, valiéndome de una
lancha de dos remos, la brisa y Pólux, el gemelo461, me
conducirán seguro a través de las borrascas del Egeo.

30.

He levantado un monumento más perenne que el bron­


ce y más alto que la regia construcción de las pirámides,
que ni la lluvia voraz, ni el Aquilón desenfrenado podrán
derruir, ni la innumerable sucesión de años y la fuga de
las generaciones.
No moriré por completo y mucha parte de mí se libra­
rá de Libitina462; yo creceré sin cesar renovado por el elo­
gio de la posteridad, mientras al Capitolio ascienda el
pontífice acompañado de la silenciosa vestal463.
De mí se dirá, por donde resuena el violento Áufido464
y por donde Dauno 465, pobre en agua, reinó sobre tribus

Cf. n. 26.
Diosa de los funerales.
463 La Gran Vestal acompañaba al Pontífice Máximo al Capi­
tolio en las grandes ocasiones festivas. El Capitolio, en idéntico
contexto, aparece en Eneida, I X , 448-449: Virgilio asegura la in­
mortalidad por la fama a Niso y Euríalo «mientras la casa de
Eneas habite la inamovible roca del Capitolio». ¿Se acordaba Vir­
gilio del verso horaciano al escribir lo anterior? ¿Conocía Horacio
por lecturas públicas el pasaje de la Eneida? Sabido es que la
Eneida se editó después de morir Virgilio en el año 19 y los tres
primeros libros de Odas habían visto la luz cuatro años antes.
O ¿dependen ambos de un modelo común, tal vez algún pasaje
de Ennio que no ha llegado hasta nosotros? Pues el mismo mo­
tivo y el mismo contexto me parecen excluir la coincidenda for­
tuita.
464 Río de los alrededores de Venusia.
465 Hijo de Pilumno y Venilia, padre de Turno, que reinó en
Apulia. Horacio se está refiriendo a su tierra. Algunos traduc­
tores, editores y comentaristas (Bentley, Smith, Plessis, Villeneuve
y Javier de Burgos) atribuyen la predicación ex humili potens
(«llegando a ser influyente, aunque de origen humilde») a Dauno,
en lugar de a Horacio. Pero, aunque sintácticamente cabe tal po-
Epodos y odas 157

campesinas, que, llegando a ser influyente, aunque de ori­


gen humilde, trasladé el primero la canción eólica405 a los
ritmos de Italia.
Acepta el honor que mis méritos te han procurado y
ciñe propicia mi cabellera, Melpómene467, con laurel de
Delfos.

sibilidad, está más de acuerdo con el contexto el referirla a Ho­


racio, que nació hijo de liberto y murió siendo amigo del príncipe
y poeta famoso, y no a Dauno, que era de linaje divino. Tampoco
se debe entender la oración qua... regnavit como indicadora del
origen de Horacio y subordinada de deduxisse (así lo entienden
Plessis y Villeneuve), sino que va subordinada a dicar: Horacio
presume que será famoso en su propia tierra. Fränkel (Horace,
pp. 305-306), en apoyo de esta interpretación, da una serie de lu­
gares paralelos (Propercio, IV, 1, 63 y ss.; Ovidio, Amores, II I,
15, 7 y ss.; Marcial, I, 61) que dejan suficientemente zanjada
la cuestión.
* * De Safo y Alceo, poetas eolios.
487 Cf. nn. 12 y 141.
Libro IV

1.

¿Provocas de nuevo, Venus, las guerras largo tiempo


interrumpidas? Aléjate de mí, te lo ruego, ruégotelo. No
soy el mismo que era bajo el reinado de la bella Cinara 46β.
Madre cruel de los dulces Amores 469, deja de someter­
me, endurecido ya, a tus mansas órdenes, cuando mi edad
merodea los diez lustros410: retírate allí, donde te recla­
man las súplicas persuasivas de los jóvenes.
Más oportunamente irás en comitiva alegre, llevada en
alas de tus cisnes resplandecientes, a la casa de Paulo
Máximo471, si pretendes abrasar un corazón 472 bien dis­
468 Cf. IV, 13, versos finales.
469 Venus.
470 La tendencia a la perífrasis para la expresión de los nume­
rales es algo característico de la poesía antigua (cf. Epod., n. 20).
Horacio cuenta más o menos con cincuenta años cuando escribió
esta oda. Estamos, por tanto, aproximadamente en el 15 a. C.
471 Fue cónsul en el año 11 a. C. Pariente de Augusto y amigo
de Ovidio, que le dirige más tarde algunas de sus Pónticas.
472 En el original dice propiamente «hígado», como sede que era

158
Epodos y odas 159

puesto; pues es ilustre y bien parecido, y no mantiene su


boca en silencio cuando defiende a reos angustiados; mu­
chacho de cien habilidades llevará lejos las banderas de
tu milicia; y, cuando imponiéndose sobre los regalos de
su dadivoso contrincante se haya reído de él, te erigirá
en mármol bajo vigas de limonero junto a los lagos de
Alba 473. Allí aspirarás por tu nariz abundancia de incien­
so, y la lira y la flauta berecintia 474 te deleitarán combi­
nando sus sones, sin que falte la zampoña; allí unos mu­
chachos, glorificando tu divinidad dos veces al día acom­
pañados de tiernas doncellas, golpearán por tres veces el
suelo con su blanco pie a la manera de los salios.
A mí ya no me agrada mujer, ni muchacho, ni la espe­
ranza que confía encontrar un espíritu compenetrado, ni
competir bebiendo vino, ni ceñirme las sienes con flores
tempranas.
Mas ¿por qué — ¡ay!— , Ligurino, por qué rueda una
lágrima de vez en cuando por mis mejillas?, ¿por qué mi
lengua charlatana se detiene en un silencio poco honroso
a mitad de mis palabras? Yo en mis ensueños nocturnos
ora te tengo cautivo, ora te sigo en tu vuelo a través de la
hierba del campo de Marte 475, te sigo a ti, cruel, a través
de las aguas undosas.

2.

El que se afana en imitar a Píndaro, Julo, se vale de


alas de cera, dedálico invento 476, para acabar dando nom­
bres al mar cristalino.

para los antiguos de las emociones y la concupiscencia. Puesto


que aquí no hay problemas de contexto, como en I, 13, 4 (cf. n. 87),
donde se habla también de bilis, traducimos por «corazón».
473 Eran cuatro lagos (uno de ellos el Nemorense, cerca de Nemi,
en cuyo bosque se hallaba el famoso templo de Diana), alrededor
de los cuales abundaban las casas de campo.
474 Cf. n. 417.
475 Cf. nn. 318 y 22.
476 Pues fue Dédalo quien, para escapar de Creta, decidió abrir­
se camino por el aire fabricándose unas alas de cera y plumas.
Su hijo Icaro, que lo acompañaba, voló demasiado alto y el sol le
160 Horacio

Descendiendo del monte como un río, al que las lluvias


acrecieron por encima de sus riberas de siempre, hierve
Píndaro, e inmenso se precipita con voz profunda, digno
de ser premiado con laurel apolinar, tanto si en ditiram­
bos 477 atrevidos profiere palabras nuevas, como si se deja
llevar por ritmos libres de ley; si canta a los dioses y a
los reyes, sangre de los dioses, por quienes sucumbieron
con merecida muerte los Centauros 478 y sucumbió la llama
de la terrible Quimera 479; o si elogia a aquéllos a quienes
la palma elea480 les hace regresar a su casa alzados hasta
el cielo, ya púgil o caballo, y les obsequia con un regalo
más valioso que cien estatuas; o si se lamenta por el joven
arrebatado a su llorosa prometida, y sus fuerzas y valor
y costumbres brillantes como el oro las pone por las es­
trellas y al negro Orco se lo sustrae481.

derritió la cera y destruyó las alas; el muchacho cayó al mar, que


desde entonces, en recuerdo suyo, se llamó Icario. .
477 Poemas dedicados a Baco, de tono exaltado. Por ejemplo,
la oda II I, 25 sería, por su contenido, un ejemplo de ditirambo.
Quedan fragmentos de los que compuso Píndaro.
478 Los Centauros murieron en la guerra contra los Lápitas, pero
también a manos de Hércules, en un episodio de su cuarto traba­
jo, la caza del jabalí del Erimanto.
479 El matador de la Quimera fue el héroe Belerofontes. Sobre
la Quimera, cf. n. 157. Se está refiriendo Horacio a los himnos (en
honor de los dioses) y encomios (en honor de los héroes), que es­
cribió Píndaro y de los que sólo quedan fragmentos.
4,0 Alude a los vencedores de los juegos, cuya celebración es
objeto del género lírico denominado epinicio. De los de Píndaro,
como se sabe, nos han llegado sus cuatro libros que, según los
juegos donde se obtuvo la victoria, llevan por título: Olímpicas,
Píticas, Ístmicas y Nemeas. Odas epinícicas, a la manera de Pín­
daro, también compuso Horacio, pero no en memoria de los ven­
cedores en competiciones deportivas, sino en honor de los triun­
fadores en la guerra: epinicios son, por ejemplo, las odas 4 y 12
de este libro cuarto que conmemoran las victorias bélicas de Druso
y Tiberio, hijastros del príncipe, o la oda en honor de Augusto,
vencedor en la batalla de Accio (I, 37).
481 La expresión «sustraérselo al Orco» parece aludir a la inmor­
talidad gracias a la fama que da la poesía, motivo de rancio
abolengo pindárico. Aunque, refiriéndose nuestro poeta a los tre­
nos de Píndaro, en los que — a juzgar por los fragmentos conser­
vados— predomina la temática del paraíso (Elisio e Islas de los
Epodos y odas 161

Mucha brisa sostiene el cisne dirceo 482, Antonio 483,


siempre que se eleva a las altas regiones de las nubes;
yo en cambio, al modo y manera de la abeja del Mati­
no 484, libando industriosamente dulces tomillos cabe la es­
pesura del bosque y las riberas del húmedo Tíbur, com­
pongo laboriosos versos en mi pequeñez.
Tú, poeta de plectro más elevado, cantarás a César,
cuando engalanado con el follaje merecido, arrastre a los
fieros sigambros485 por la pendiente sagrada 486; nada ma­
yor o mejor que él dieron a la tierra los hados y los dioses
propicios, ni lo darán, aunque los tiempos vuelvan a la

Bienaventurados), como noción opuesta al Orco, del que aquí se


hace cuestión, la alusión podría ser a la inmortalidad real y, ade­
más, en un lugar feliz. Este caso sería el único en que, aun trans­
mitiendo el contenido de la obra de otro poeta, Horacio hablara
de un paraíso postrimero.
482 La metáfora del ave para designar al poeta es frecuente en
la Antigüedad. Llamar a Píndaro cisne, ave de proverbial canori-
dad aunque sólo sea en el momento de la muerte, es de todo punto
encomiástico. También Horacio sueña con transformarse en cisne,
para ser más exactos, en un ser híbrido de -cisne y de hombre
(en II, 20). También al poeta Vario lo llama «águila del canto
meonio» (I, 6, 2). Dícele dirceo, porque en Tebas, patria de Pín­
daro, había una fuente llamada Dirce.
483 Julio Antonio, a quien va dirigida la oda (en el verso 2
lo llama por su primer nombre, aquí por su segundo), era hijo de
Marco Antonio; acusado de adulterio con Julia, la hija de Octavio,
fue condenado a morir en el año 2 a. C. Escribió un poema épico
sobre Diomedes en doce libros — como la Enéida— . Horacio con­
trapone su inspiración épica con la propia vocación lírica, en una
recusatio que se aparta de la formulación típica.
484 Si metafóricamente Píndaro era un cisne dirceo, que se eleva­
ba hasta las nubes, Horacio es una abeja diminuta del monte Mati­
no, que revuela por el bosque de Tíbur (en Apulia, su patria). Den­
tro del género lírico, Horacio contrapone la diferente inspiración:
la de Píndaro es solemne, heroica, y próxima al tono de la epopeya;
la suya es más ligera, como nos había dicho ya en otras ocasio­
nes (I, 6; I, 19; II, 12). Confiesa así Horacio, implícitamente, su
compenetración y seguimiento de los ideales estéticos alejandrinos.
485 Pueblo germano, que Augusto había sometido recientemen­
te. Se alude, por tanto, a un proyecto por parte de Julio Anto­
nio de epopeya histórica sobre Augusto.
486 La Vía Sagrada, por donde se realizaban las procesiones
triunfales.
162 Horado

antigua edad de o ro 48?. Cantarás también los días de jú­


bilo y el divertimiento público de la ciudad, a causa del
regreso por fin logrado del valiente Augusto 488, y el foro
vacío de litigios.
Entonces, si proclamo algo digno de ser oído, una bue­
na parte de mi voz se añadirá al griterío, y cantaré: «¡Oh
sol hermoso, oh digno de loa!», feliz por haber recupe­
rado a César. Y , mientras avanzas, diremos tres veces:
«¡hurra, Victoria!», y no una sola vez «¡hurra, Victo­
ria!» la ciudad entera, y ofreceremos incienso a los dioses
benévolos.
A ti diez toros y otras tantas vacas te purificarán, a
mí un joven becerro que crece, lejos de su madre, en la
abundancia de los prados, destinado a mis ofrendas, imi­
tando con su frente los curvados resplandores de la luna
que se asoma por tercera vez, en donde, niveo de ver,
Üeva una mancha, siendo rojizo en el resto de su cuerpo.

3.

A quien tú, Melpomene489, una vez nacido, lo hayas


mirado con ojos complacientes, a ése no lo hará famoso
como luchador su esfuerzo en el istmo 490, ni caballo infa­
tigable lo conducirá vencedor en un carro aqueo, ni su
arte guerrero lo mostrará al Capitolio 491, general engala­
nado con el follaje de Délos 492 por haber aplastado las
soberbias amenazas de los reyes; sino que las aguas que
riegan la fértil Tíbur y las espesas cabelleras de los bos­
ques lo harán ilustre en la canción eolia.
La prole de Roma, princesa de las ciudades, se digna

487 Cf. Epodos, n. 5.


488 Después de su victoria sobre los sigambros.
489 Cf. nn. 12 y 141.
490 Los juegos ístmicos se celebraban en honor de Posidón
(Neptuno), en el istmo de Corinto. A los vencedores en estos jue­
gos los cantó Píndaro en sus Istmicas (cf. n. 480).
491 Donde concluía la procesión triunfal romana.
492 Es decir, con laurel, signo de victoria, planta de Apolo, dios
nacido en Délos.
Epodos y odas 163

colocarme a mí en los amables coros de los poetas, y ya


el diente de la envidia me muerde menos.
¡Oh Piéride 493, que ajustas el dulce son de la lira de
oro, oh tú, que darías incluso a los mudos peces el canto
del cisne, si te pluguiera!, esto es por completo fruto de
tu dadivosidad: el que yo sea señalado por el dedo de
los transeúntes, como tañedor de la lira romana. Mi ins­
piración y mi éxito, si es que lo tengo, obra tuya es.

4.
Como el alado ministro del rayo 494, a quien Júpiter,
rey de los dioses, concedió el imperio sobre las aves erra­
bundas, después que comprobó su fidelidad en el rapto
del rubio Ganimedes 495 — en otro tiempo la juventud y el
vigor heredado de sus padres lo lanzaron fuera del nido,
ignorante de fatigas, y los vientos primaverales, disipadas
ya las nubes, le enseñaron a volar por vez primera entre
temores; más tarde un poderoso ímpetu lo envió como
enemigo contra las majadas; ahora su afición por la comi­
da y la lucha lo impele contra las serpientes que se le
resisten— ; o como al león, destetado ya de la ubre de su
rojiza madre, lo vio la cabra, atenta a los exuberantes pas­
tos, destinada a sucumbir bajo su diente joven: así vieron a
D ruso496 llevar la guerra al pie de los Alpes los retos
vindélicos — cuya costumbre de armar siempre sus diestras
con la segur de las Amazonas, he omitido investigar de
dónde la aprendieron: no es posible saberlo todo— , pero
sus mesnadas vencedoras desde tiempo atrás y a lo largo
de las tierras, vencidas por los designios del muchacho, ex­
perimentaron qué poder tiene una mente que se conduce
493 Epíteto de las Musas, del que se adueñaron después de su
victoria musical sobre las hijas de Píero que, como castigo por
su osadía, fueron transformadas en urracas.
El águila.
Cf. n. 421.
496 El hijastro de Augusto, hijo de su esposa Livia con su an­
terior marido, Tiberio Nerón, vencedor de retos y vindélicos
(año 15 a. C.). Más tarde (9 a. C.) morirá a causa de una caída del
caballo.
164 Horado

con rectitud, qué virtud un carácter fomentado bajo el te­


cho de hogar venturoso, qué influjo el espíritu paternal de
Augusto sobre los jóvenes Nerones.
A los valientes los engendran los valientes y virtuosos;
en los terneros, en los potros permanece la virtud de sus
padres, y a la pacífica paloma no la procrean las bravias
águilas; pero la educación desarrolla la fuerza innata, y
una formación sólida vigoriza los espíritus; siempre que
las costumbres han decaído, los vicios afean a los bien
nacidos.
De qué debes, oh Roma, a los Nerones es testigo el
río Metauro*97 y el derrotado Asdrubal, y aquel día her­
moso para el Lacio, una vez disipadas las tinieblas, que
sonrió el primero con la victoria alentadora, cuando el
violento africano cabalgó a través de las ciudades italia­
nas igual que una llama entre los pinos o que el Euro
por las olas del mar de Sicilia. Después de esto, la juven­
tud romana creció constantemente empleada en fecundos
trabajos; los santuarios, devastados por el ataque impío
de los cartagineses, tuvieron a sus dioses erguidos; y dijo
finalmente el pérfido Aníbal:
«Ciervos nosotros, presa de lobos rapaces, tomamos la
iniciativa de perseguir a aquéllos sobre quienes nuestro
supremo triunfo sería engañarlos y huir de ellos. Pueblo
que, valeroso después del incendio de Ilio, trajo a las
ciudades ausonias498 sus objetos sagrados, tras haber sido
zarandeados por los mares de Etruria, sus hijos y sus pa­
dres ancianos; como una encina podada por fuertes hachas
en el Álgido, fecundo en sombrío follaje, pasando por mu­
tilaciones, por heridas, del hierro mismo saca su empuje
y vigor. No creció con más tenacidad la hidra, al serle ta­
jado el cuerpo, contra Hércules 499 que se afligía de su

m Río de la Umbría, en cuyas márgenes tuvo lugar la derrota


de Asdrúbal en el año 207 a. C. por parte de los cónsules de ese
año, que eran antepasados de Druso.
498 Es decir, italianas. Ausonia es nombre antiguo de Italia.
499 La hidra de Lerna, cuya muerte constituye el objetivo del
segundo trabajo de Hércules. Tenía múltiples cabezas que, al serle
cortadas, volvían a nacer en mayor número.
Epodos y odas 165

derrota, ni domeñaron los coicos 500 o Tebas de Equión 501


a tamaño monstruo. Sumérgelo en las profundidades:
vuelve a aparecer más flamante; enfréntate contra él: de­
rribará, cubriéndose de gloria, a un vencedor intacto y
llevará a cabo combates de los que hablarán las comadres.
Ya no enviaré yo mensajeros arrogantes a Cartago; ha
sucumbido, ha sucumbido toda esperanza y fortuna de
nuestro nombre después de morir Asdrúbal. Nada hay que
no lleven a buen fin las tropas claudias a las que Júpiter
protege con voluntad benévola, y cuyas sagaces determi­
naciones les sacan de apuros en las asperezas de la guerra.»

5.

Nacido de benignos dioses, guardián excelso del pue­


blo de Rómulo, llevas ya demasiado tiempo ausente 502;
vuelve, pues que prometiste tu pronto regreso a la sacra
asamblea de los senadores.
Devuelve la luz a tu patria, oh buen caudillo; pues
cuando, igual que la primavera, ha brillado tu mirada para
el pueblo, el día transcurre más placentero y resplande­
cen los soles con luz más clara.
Como a un joven, a quien el Noto con soplo envidioso
lo mantiene allende las aguas del mar de los Cárpatos 503
alejado de su dulce hogar, reteniéndolo ya por más de un
año, lo reclama su madre con ofrecimientos, auspicios y
súplicas, y no aparta su rostro de la curva playa, así la
patria, turbada por leales deseos, añora a César. Pues el
buey recorre sin riesgo los campos, a los que nutren Ce-
res y la Fecundidad bienhechora, los nautas vuelan por
un mar apaciguado, la lealtad teme ser vituperada, ningún
adulterio ensucia la castidad de las familias, la costumbre

500 El dragón que vigilaba el vellocino de oro en la Cólquide.


501 Equión era uno de los espartos, guerreros nacidos de los
dientes del dragón que mató Cadmo, al que aquí se alude.
502 Desde el año 16 hasta el 13, Augusto se ausentó de Roma
mientras «pacificaba» Hispania, Galia y Germania.
503 Debía su nombre a la isla de Cárpates, entre Rodas y Creta.
166 Horacio

y la ley han vencido la infamia del crimen, las recién pa­


ridas reciben elogios por la prole parecida a su marido,
la pena castiga de inmediato el delito.
¿Quién temerá a los partos, quién al escita, helado de
frío, quién a los hijos que engendra la inculta Germania,
si César se mantiene con vida?, ¿quién se angustiará por
la guerra de la feroz Iberia 504? Pasa cada cual la jornada
en sus colinas, y enreda la vid a los árboles solitarios;
regresa desde aquí contento al vino y, como a dios, te in­
voca en el segundo plato; a ti con incontables súplicas,
a ti con el vino derramado de las páteras te sigue de cer­
ca, y asocia tu divinidad a la de los Lares, como Grecia
cuando recuerda a Cástor y al egregio Hércules 505. «¡O ja­
lá brindes a Hesperia oh buen caudillo, un largo pe­
ríodo de paz!», son nuestras palabras matinales al comen­
zar sobrios el día, palabras que repetimos ebrios cuando
el sol se sumerge en el océano.

6.

Dios a quien la prole de Níobe sufrió como verdugo


de su lengua incontinente 507, y el raptor Titio 503, y el casi
vencedor de la elevada Troya, Aquiles de Ftía 509, mayor
que los otros, pero soldado inferior a ti, aunque, hijo de
la marina Tetis, batiera las torres dárdanas, encarnizán­
dose con su lanza terrible. Aquél, igual que un pino he­
rido por hierro mordaz o un ciprés azotado por el Euro,

504 Se refiere a España, y no a la Iberia asiática, como en


Epod., V, 21 (cf. n. 30).
505 Héroes griegos apoteosizados al fin de su vida.
5* Italia.
507 Níobe se había jactado de ser más fecunda que Latona, ma­
dre de Apolo, y, en castigo, él y su hermana Diana mataron a
los Nióbidas.
s«» Cf. n. 261.
509 Aquiles mató a Héctor, baluarte de los troyanos, pero no
estuvo presente en la toma de Troya, puesto que le había dado
muerte antes Paris con un flechazo en el talón. Era de Ftía, co­
marca tesalia.
Epodos y odas 167

cayó abatido a lo largo de gran extensión y puso su cuello


sobre el polvo teucro; aquél, encerrado en el caballo de
Minerva510, que fingía ser ofrenda sagrada, no habría en­
gañado a los troyanos, festivos en mala hora, ni al palacio
de Príamo, alegre por las danzas, pero sí que, funesto a
plena luz del día para aquellos que capturaba, habría que­
mado con el fuego aqueo — ¡ay, crimen, ay!— a niños
privados del habla aún, e incluso a los escondidos en el
vientre de su madre, si el padre de los dioses, vencido
por tus palabras y las de la plácida Venus, no hubiera
concedido al destino de Eneas alzar unas murallas con
mejores auspicios 511.
¡Oh Febo, tañedor de lira, maestro de la melodiosa Ta-
lía 512, que lavas tus cabellos en la corriente del Ja n to 5U,
preserva el honor de la Camena daunia514, lampiño
Agieo515!
Febo me concedió inspiración; Febo, el arte de versifi­
car y el nombre de poeta.
Vosotras, primeras de las doncellas y vosotros, mucha­
chos nacidos de padres ilustres, desvelo que sois de la
diosa de Délos 516, que ataja con su arco a los linces hui­
dizos y a los ciervos, guardad el ritmo del pie lesbio y
el golpe de mi pulgar, mientras cantáis según costumbre
al hijo de Latona, según costumbre a la luminaria noc­
turna que va creciendo con su antorcha 517, fertilizante de
las mieses y rápida en hacer girar los meses pasajeros.
Ya casada, dirás: «Cuando el siglo renovaba los días de
fiesta518, canté yo un himno en acción de gracias a los
dioses, dócil a ios compases de Horacio, el poeta.»

510 El famoso caballo de madera, en el que los griegos, escondi­


dos, pudieron entrar a Troya.
511 Las murallas de Lavinio, metrópoli de Alba Longa, metró­
poli a su vez de Roma.
512 Una de las Musas (cf. n. 12).
513 Río de Licia, homónimo de otro de la Tróade.
514 Es decir: Musa latina.
515 Epíteto apolíneo que significa «dios de las calles».
516 Diana, nacida en Délos.
517 La luna, identificada (cf. n. 427) con Diana.
518 A saber, los Juegos Seculares celebrados en el año 17 a. C.
168 Horado

7.

Licuáronse las nieves, vuelve ya el césped a las llanu­


ras y a los árboles sus cabelleras de hojas; cambia la tie­
rra de aspecto y, decreciendo los ríos, dejan secas sus
riberas; una de las Gracias, con las Ninfas y sus dos her­
manas, se atreve a dirigir desnuda las danzas.
No esperes la inmortalidad: tal es el aviso del año y de
la hora que arrebata al nutricio día.
Los fríos se templan al soplo de los Zéfiros, a la pri­
mavera la arrolla el verano, que habrá de sucumbir, a su
vez, tan pronto como el pomífero otoño haya derramado
sus frutos, y viene corriendo más tarde de nuevo el invier­
no inactivo. Aunque las rápidas lunas reparan sus men­
guas en el cielo, nosotros, cuando descendemos allí donde
moran el padre Eneas, donde el rico Tulo y A nco519, so­
mos polvo y sombra.
¿Quién sabe si los dioses de arriba añadirán el día de
mañana a la suma de hoy? Todo lo que hayas concedido
a tu propio capricho en calidad de amigo, escapará a las
manos avarientas de tu heredero.
Tan pronto como hayas muerto y haya Minos 520 pro­
nunciado sobre ti su veredicto sonoro, no te devolverá a
la vida, Torcuato, ni linaje ni elocuencia ni piedad; pues
tampoco Diana puede librar al casto H ipólito521 de las
tinieblas infernales, ni tiene fuerza Teseo para romper
las cadenas del Leteo que sujetan a su amigo Pirítoo 522.

Esta oda es como un complemento del Canto Secular y debe ha­


berse escrito por las mismas fechas.
519 Tres ejemplos de la leyenda e historia antigua de Roma: el
antepasado Eneas y los reyes Tulo Hostilio y Anco Marcio, ter­
cero y cuarto, respectivamente, de la corta dinastía romana.
520 Como juez del infierno que es, al igual que Éaco.
521 A pesar — se entiende— de ser un devoto suyo. Sin embar­
go, consta la versión (de la que se hacen eco Virgilio y Ovidio)
de que Hipólito fue resucitado por Esculapio a ruegos de Diana,
adoptando el nombre de Virbio en su segunda vida.
522 Cf. n. 348.
Epodos y odas 169

8.

Daría de buen grado a mis camaradas páteras y visto­


sos bronces, Censorino; daríales trípodes, premio a la for­
taleza entre los griegos, y tú no te llevarías los peores de
esos regalos en caso de que yo fuera rico en las obras
de arte que produjeron Parrasio 523 o Escopas 524 — hábil
éste con la piedra, aquél con colores líquidos para repre­
sentar ora un hombre, ora un dios— . Pero no tengo yo
tal riqueza, y tampoco tu hacienda o tu gusto personal
necesitan de tales suntuosidades. Te recreas con los versos;
versos sí podemos regalarte y decir el valor de nuestro
regalo.
Ni los mármoles grabados con inscripciones públicas,
merced a los cuales los valerosos caudillos recobran alien­
to y vida después de la muerte, ni la rápida escapada de
Aníbal y sus amenazas rechazadas y vueltas hacia atrás,
ni los incendios de la impía Cartago, debidos a aquél
que, por su victoria sobre África, regresó de allí enrique­
cido con un título 525, reflejan los honores con tanta clari­
dad como las Piérides de Calabria 526; y, si los papeles
silenciaran tus buenas acciones, no tendrías recompensa.
¿Qué sería del hijo de Ilia y de Marte si el silencio envi­
dioso hubiera puesto una barrera a los méritos de Rómu-
lo? A Éaco 527, arrancado a las aguas estigias, su virtud,
el favor que despierta y la lengua de poetas poderosos lo
inmortalizan en las islas afortunadas. La Musa impide
que muera el varón digno de alabanza, y lo premia con
el cielo. Así el infatigable Hércules participa en los desea­
dos banquetes de Júpiter; los Tindáridas, resplendeciente
constelación 528, sacan las zarandeadas barcas de la profun­
523 Famoso pintor griego de época clásica.
524 Famoso escultor griego, que vivió en el siglo iv a. C. Es co­
nocida su Ménade.
525 Escipión el Africano.
526 Es decir: Musas latinas.
s2? Cf. n. 253.
528 Son los Dióscuros (cf. η. 26), llamados también Tindáridas
por su padre adoptivo, Tíndaro, que en alguna versión es el padre
real de, al menos, uno de ellos.
170 Horacio

didad de las olas; adornadas sus sienes con verde pámpa­


no, Líber 529 conduce los deseos a su feliz cumplimiento.

9.

No vayas a creer perecederas las palabras que, en rit­


mos no divulgados todavía, dignas de ser acompañadas
con las cuerdas, pregono yo, el nacido junto al Áufido530
que resuena de lejos.
Aunque Homero de Meonia ocupa el primer sitial, no
permanecen ocultas las Camenas de Píndaro, las del poe­
ta de Ceos531 y las amenazadoras de Alceo o las solem­
nes de Estesícoro ni el tiempo ha borrado lo que otro­
ra compuso Anacreonte; late todavía el amor y viven las
pasiones de la muchacha eolia 533, confiados a los acordes
de la lira.
No fue Helena de Lacedemonia la única en abrasarse
de amor por los bien peinados cabellos de un libertino534
ni en admirarse ante el oro que cubría sus vestidos, ante
su atavío regio y su acompañamiento; ni Teucro 535 el pri­
mero en disparar flechas con arco cidonio; no una vez
sola fue destruida I lio 536; no fueron únicos en librar com­
bates dignos de ser recordados por las Musas el gran
Idomeneo o Esténelo 537; ni el fiero Héctor o el fogoso
Deífobo 538 fueron primeros en recibir heridas graves com­
batiendo por sus púdicas esposas y sus hijos; muchos hom­
bres valientes vivieron antes que Agamenón, pero a todos
ellos, sin que nadie los llore y desconocidos, los abruma

5» Baco.
530 Cf. n. 464.
531 Simónides de Ceos (cf. n. 209).
532 Poeta lírico griego del siglo vin a. C.
533 Safo.
534 Paris.
«s Cf. η. 55.
536 Anteriormente ya Troya había sido conquistada por Hér­
cules.
537 Guerreros cretenses que participan en el asedio de Troya.
538 Hermano de Héctor.
Epodos y odas 171

el peso de una noche perpetua, puesto que carecen de sa­


cro poeta que los cante.
Poca distancia media entre la virtud escondida y la pa­
sividad sepultada.
No consentiré yo que pases sin galardón por mis escri­
tos, ni que el lóbrego olvido, Lolio, consuma impunemen­
te tantas hazañas tuyas. Tienes espíritu previsor del fu­
turo y sereno, tanto en circunstancias prósperas como en
las críticas, castigador del fraude avaro y desinteresado
del dinero que todo lo arrastra hacia él; espíritu que ha
sido cónsul no de un único año 539, sino que cuantas ve­
ces, juez honesto y leal, puso la honradez por delante
del provecho, rechazó con mirada altanera los obsequios
de los culpables y desplegó victorioso sus armas por me­
dio de multitudes que le cerraban el paso.
Al que posee muchas riquezas, no le llamarías feliz
con toda razón: más razonadamente se adueña de ese
nombre quien sabe usar con sabiduría de los dones de los
dioses y soportar la penosa pobreza, y teme la infamia
más que la muerte, no medroso de morir por sus amigos
queridos o por su patria.

10 .

Oh tú, todavía cruel y poderoso por los dones de Ve­


nus: cuando el bozo inesperado venga a tu orgullosa pre­
sunción y los cabellos, que ahora flotan sobre tus hom­
bros, hayan caído540, y el color que ahora aventaja a la
flor del bermejo rosal, transformándose, haya convertido
a Ligurino en un rostro áspero541, dirás: «¡ay!» — siem­
pre que te veas distinto en el espejo— , «¿por qué no
tuve cuando era niño el mismo juicio que tengo hoy o por

539 Quiere decir Horacio que Lolio, que había sido cónsul una
sola vez (21 a. C.), tenía, por el contrario, un alma virtuosa, que
actuaba como cónsul de sí mismo.
540 Al llegar a la edad madura era norma el cortarse los cabe­
llos, que en la juventud se dejaban crecer.
541 Por la barba.
172 Horacio

qué no regresan las mejillas imberbes a mis pensamientos


de ahora?»

11 .

Tengo un cántaro de vino albano que pasa ya del no­


veno año; tengo en mi huerto, Filis, apio para trenzar
coronas y yedra en gran profusión con la que, si anudas
tus cabellos, estarás deslumbrante. Mi casa sonríe con la
plata; el altar, engalanado con sacro follaje, está deseoso
de que lo salpique la sangre de un cordero inmolado; se
apresura todo el personal: de un lado a otro corren mu­
chachas mezcladas con mozos; agítanse las llamas haciendo
rodar en espiras un humo negro. Mas, para que sepas a
qué celebración se te invita, vas a festejar las Idus, día
que divide en dos mitades a Abril, mes de la marina
Venus; esta fecha es tradicionalmente festiva para mí y
casi más sagrada que mi propio cumpleaños, puesto que
a partir de ella mi querido Mecenas comienza a contar
los años que le afluyen.
A Télefo, a quien tú pretendes, joven de distinta con­
dición a la tuya, lo ha conquistado una muchacha rica y
lujuriosa, y lo tiene atado con plácida cadena.
Faetón abrasado nos hace huir de esperanzas ambicio­
sas y ejemplo triste ofrece el volador Pégaso, agobiado
por el peso de Belerofontes, su jinete terrestre 543, para
que tú persigas siempre lo digno de ti y evites tener espe­
ranzas más allá de lo permitido, considerando ilícito lo
que te es desigual.

542 El hijo del Sol, que para probar su filiación ante Épafo,
que la había puesto en duda, quiso conducir el carro de su padre
y fracasó en el intento. Júpiter lo fulminó. La leyenda la cuenta
Ovidio al comienzo del libro II de las Metamorfosis.
543 Belerofontes, ufano de haber dado muerte a la Quimera,
quiere llegar hasta el cielo volando sobre Pégaso, pero Júpiter
aguijonea al caballo, que arroja a su jinete al suelo, y lo deja
cojo; desde entonces el caballo pasó al servicio de la Aurora. El
mito lo cuenta Píndaro en la ístmica V II.
Epodos y odas 173

Ea ya, meta de mis amoríos — pues no me encandilaré


después de ti por ninguna mujer— , aprende los compases
para repetirlos con tu amable voz: con el canto menguan
las negras inquietudes.

12.

Ya el cortejo de la primavera, las brisas de Tracia 544,


que sosiegan el mar, empujan las velas; ya ni los prados
siguen helados ni rugen los ríos, hinchados de nieve in­
vernal.
Sitúa su nido, llorando lacrimosamente a Itis, el ave in­
feliz y de la casa de Cécrope oprobio eterno por haber
castigado cruelmente la salvaje lujuria de la realeza 545.
544 Curiosamente no son aquí los Zéfiros o Favonios los asocia­
dos a la primavera, sino los vientos del Norte, a los que se llama
tracios por atención a un punto de vista exclusivamente griego.
Se trataría de los vientos Omitios, llamados así porque coincidían
con la llegada de los pájaros (en griego, omis). El testimonio de
Columela (X I, 2, 21) añade: «también entonces llega la golon­
drina», lo que nos orienta en la exégesis de los versos siguientes.
545 La leyenda a la que aquí se alude es la de Tereo, Proene y
Filomela. Tereo, rey de Tracia, casa con Proene, hija del rey ate­
niense Cécrope. Enamorado más tarde de su cuñada Filomela, a
la que conducía a Tracia para visitar a su hermana, la viola, le
corta la lengua y la encierra en unos establos. Pero Filomela logra
comunicarse con su hermana por medio de una tela bordada y le
cuenta lo sucedido. Proene la libera y ambas preparan la venganza
contra Tereo. Matan a Itis, hijo común de Proene y Tereo, y se
lo sirven al rey en un banquete. Cuando al final del mismo le
muestran la cabeza y se percata de que ha devorado a su propio
hijo, sale persiguiéndolas, y los dioses los transforman en aves:
Tereo en abubilla, Proene en ruiseñor y Filomela en golondrina:
así en las fuentes griegas. En las fuentes latinas, en cambio, se
invierten las metamorfosis de Proene y Filomela, convirtiéndose
la primera en golondrina y la segunda en ruiseñor. La razón pro­
bable de tal cambio quizá haya sido una falsa etimología de este
último nombre (con e larga) que significa «amante de los es­
tablos» — aludiendo a la afición de las golondrinas por anidar
en ellos— y que pudo confundirse con la forma con e breve, que
quiere decir «amante del canto»: puesto que esta cualidad convie­
ne más al ruiseñor que a la golondrina, se habría producido la
inversión de papeles. Sin embargo, en toda la poesía latina se
174 Horacio

Cantan sobre el tierno césped canciones al son de su


zampoña los guardianes de las pingües ovejas, y deleitan
con ello al dios al que place el ganado y las negras coli­
nas de Arcadia546.
La estación ha traído la sed, Virgilio 547; pero si te dis­
pones a beber un Líber prensado en Cales548, oh tú, clien­
te de jóvenes nobles, pagarás el vino con perfume de
nardo.
Un frasco pequeño de nardo hará salir el cántaro que
reposa ahora en las bodegas de Sulpicio 549, pródigo para
dar esperanzas nuevas y eficaz para borrar la amargura
de las cuitas.
Si te apresuras a estos placeres, ven rápido con tu mer­
cancía; no estoy yo dispuesto a rociarte con mi bebida,

sigue escandiendo la palabra con e larga. Ante la ambigüedad


creada entre unos testimonios y otros, los poetas optan a veces
— como aquí Horacio— por no arriesgar nombres, haciendo uso
del procedimiento perifrástico, tan arraigado en su poesía: «ave
infeliz y de la casa de Cécrope eterno oprobio», que tanto puede
convenir a una como a otra hermana. Ahora bien, sea cual sea
el nombre de la mujer que se metamorfoseó en el ave, aquí pa­
rece hacer referencia a la golondrina, que es la tradicional men­
sajera de la estación primaveral (cf. n. anterior).
546 Es el dios Pan. Estos versos constituyen una estampa bucó­
lica muy semejante a las que nos ofrece Virgilio en sus Églogas.
547 ¿Se refiere aquí al poeta Virgilio? Teniendo en cuenta que
Horacio lo aborda como a persona viva, ello nos obligaría a fe­
char la oda antes de la primavera del año 19, en que Virgilio
marchó a Atenas para sólo volver moribundo y morir en Brindis
a principios del otoño, datación que resultaría extrañamente tem­
prana en el conjunto del libro IV (la cronología de las distintas
piezas da este libro suele establecerse entre el año 17 y el 13, en
que vio la luz). A pesar de tal inconveniente, la estampa bucó­
lica, digna de las Églogas virgilianas, con que el poeta nos sor­
prende en la estrofa tercera, parece añadir verosimilitud a la pro­
puesta de identificación: Horacio, al mencionarlo, tendría a bien
hacer una citación de su obra, siguiendo una práctica extendida.
La dificultad cronológica se salvaría entendiendo que Horacio, por
simple convención literaria, fingiera vivo a Virgilio, muerto ya a
la sazón.
*·* Cf. n. 129.
549 Las grandes bodegas de Sulpicio Galba.
Epodos y odas 175

sin que tú traigas nada a cambio, como si fuera yo un


rico en su opulenta mansión.
Pero deja de lado la tardanza y el afán de lucro, y acor­
dándote, mientras es posible, de los lúgubres fuegos 550,
mezcla con tu prudencia un poco de locura: es grato deli­
rar cuando se ofrece la ocasión.

13.

Escucharon, L ice551, los dioses mis deseos; los dioses


escucharon, Lice: te haces vieja y, sin embargo, quieres
parecer hermosa, y juegas y bebes desvergonzada, y bo­
rracha provocas al lánguido Cupido con tu canción tem­
blorosa. Él pasa la noche arrimado a las mejillas hermosas
de Quía, que está en la flor de la edad y sabe tocar la
lira. Pues, altanero, deja atrás en su vuelo las encinas se­
cas y te huye porque los dientes negruzcos, porque las
arrugas y las nieves en la cabeza te afean. Y ni la púrpura
de Cos ni las costosas gemas te devuelven ya el tiempo
que el día volátil clausuró sepultándolo en los fastos co­
nocidos.
¿A dónde se escapa, Venus, ¡ay!, o a dónde el color,
a· dónde el gracioso movimiento?, qué conservas de aqué­
lla, de aquélla que inspiraba amores, que me había con­
quistado, dichosa después de Cinara y rostro célebre tam­
bién por sus deliciosas habilidades? Pero a Cinara años
escasos dieron los destinos, que habrían de conservar, en
cambio, por largo tiempo a Lice hasta cumplir la edad de
la vieja corneja, para que los jóvenes ardientes pudieran
ver, entre risas sin cuento, su antorcha deshecha en ce­
nizas.

550 De la pira funeraria. De modo que tenemos de nuevo el tema


del carpe diem: incitación al goce a la vista de la muerte (cf.
n. 217).
551 Este nombre de origen griego, que probablemente es fingido,
tiene intención irónica sin duda. Significa «loba», y así se desig­
naba a las meretrices entre los romanos.
176 Horacio

14.

¿Qué disposición de los senadores o cuál de los quiri­


tes con cargos repletos de honores, inmortalizará para
siempre tus virtudes, Augusto, a través de inscripciones
y de fastos que te recuerdan, oh tú, el más grande de los
príncipes, por toda la extensión en que el sol ilumina las
regiones habitables?
De ti aprendieron últimamente los vindélicos, ignoran­
tes de la ley latina, cuál era tu poder en la guerra. Pues
con tus soldados Druso 553 ha sometido a los genaunos,
tribu turbulenta, a los veloces breunos y sus fortalezas
levantadas sobre los Alpes amenazantes, enérgico en más
de una sola ocasión.
Más tarde, el mayor de los Nerones 554 emprendió una
dura campaña y, con auspicios favorables, derrotó a los
feroces retos 555, digno de ser admirado en el combate mar­
cial: con qué empuje hostigaba los pechos que se habían
entregado a una muerte libre, casi como el Austro cuando
bate las indómitas olas, mientras el coro de las Pléyades556
desgarra las nubes, incansable en azuzar las mesnadas de
los enemigos y en lanzar el caballo relinchante por me­
dio del incendio. El tauriforme Áufido 557, que atraviesa
los dominios de Dauno en Apulia, se arremolina, cuando
se ensaña y se apresta para una horrible inundación so­
bre los campos cultivados, no de otro modo que Claudio
cuando abatió con su fuerte acometida los batallones cu-
552 Ciudadanos romanos.
553 El celebrado en la oda 4 de este mismo libro. Aquí se alu­
de a la continuación de sus campañas, con la derrota de genaunos
y breunos, pueblos alpinos.
554 Alude a Tiberio, hermano de Druso. Se recurre a la perí­
frasis, en este caso probablemente por una razón métrica: el nom­
bre Tiberius, con la sucesión inicial de tres sílabas breves, no po­
día entrar en el esquema de estos versos.
555 Pueblos que habitaban el actual Tirol.
556 Constelación, cuyo ocaso en el mes de Noviembre coincide
con el mal tiempo. Según la leyenda, son las siete hijas de Atlas
y Pleíone, que, perseguidas por Orion, fueron transformadas en
palomas y luego en estrellas.
557 Cf. n. 464.
Epodos y odas 177

biertos de hierro de los bárbaros y, segando a los de van­


guardia y retaguardia, dejó cubierto el suelo, vencedor sin
sufrir daños; tú le proporcionabas las tropas, tú el desig­
nio y los propios dioses tuyos, pues a ti, desde el día en
que Alejandría suplicante te abrió su puerto y su palacio
vacío 558, al cabo del tercer lustro, la próspera Fortuna
te recompensó con el feliz desenlace de la guerra, y con­
cedió la gloria y el honor deseado a tus campañas con­
cluidas.
Te admira el cántabro, antes invencible, el medo y el
indo; te admira el errante escita, oh defensor presente
de Italia y de la soberana Roma. A ti el Nilo, que oculta
el origen de sus fuentes, y el Istro 559; a ti el rápido Tigris
y el Océano, habitado por monstruos, que ruge cabe a los
remotos britaños; a ti la tierra de la Galia que no tiene
miedo a la muerte, y de la áspera Iberia, te escuchan; a
ti los sigambros 560, que se recrean en la matanza, depues­
tas sus armas, te respetan.

15.

Cuando quería yo hablar de batallas y ciudades venci­


das, Febo, haciendo sonar su lira, me amonestó para que
no desplegara velas pequeñas por el mar Tirreno561.
Tu edad, César, nos ha traído fecundas cosechas a los
campos; restituyó también a nuestro Júpiter las enseñas
arrebatadas a las puertas soberbias de los partos y cerró
el templo de Jano Quirinal 562, libre de guerras; puso fre­

558 Después de la victoria de Accio y del suicidio de Cleopatra.


559 Hoy el Danubio.
560 Cf. n. 485.
561 Una forma de recusatio muy similar a la que aparece· a co­
mienzos de la égloga VI de Virgilio. La metáfora náutica para la
poesía es tradicional. Quiere decir el poeta que el dios le acon­
sejó no encerrar temas heroicos en el estrecho molde de las for­
mas líricas.
562 Normalmente en lugar de esta designación aparece la de Jano
Quirino. Su templo se abría en época de guerra y se cerraba en
tiempo de paz.
178 Horacio

no además al libertinaje que andaba fuera del recto or­


den, ahuyentó los delitos y reinstauró las viejas costum­
bres, merced a las cuales el nombre latino y el poderío
de Italia, así como su fama y la erguida majestad de su
soberanía, se extendieron desde la madriguera occidental
del sol hasta su levante.
Siendo César el guardián del estado, ni el tumulto o la
violencia de los ciudadanos pondrá fin a la paz, ni la có­
lera, que forja espadas y lleva discordia a las desgracia­
das ciudades. No quebrantarán los edictos julios quienes
beben en el profundo Danubio, ni los getas, ni los seres
o los traidores persas, ni los nacidos junto al río Tánais.
Y nosotros, en días laborables y días festivos, entre
los dones del riente Líber, tras invocar previamente a los
dioses según el rito, acompañados de nuestros hijos y nues­
tras esposas, cantaremos según costumbre ancestral a los
caudillos que actuaron valientemente — asociando nues­
tro canto a la música de flautas lidias— , a Troya y a An-
quises y al linaje de la nutricia Venus.
Canto secular

¡Oh Febo y Diana, soberana de los bosques, gloria bri­


llante del cielo 563, oh siempre venerables y venerados!,
concedednos lo que os pedimos en el tiempo sagrado,
tiempo en que los versos sibilinos 564 aconsejaron que es­
cogidas doncellas y castos donceles dijeran un canto a los
dioses a los que pluguieron las siete colinas 565.
¡Nutricio sol que con fulgente carro sacas el día y lo
escondes, y naces otro y el mismo!, nada puedes contem­
plar más ilustre que la ciudad de Roma.
¡ Ilitía 566, que sabes sin dolor según las reglas abrir
los partos maduros!, protege a las madres, ya si consien-

563 Se refiere esta aposición tanto a Febo como a Diana; ambos,


identificado el uno con el sol y la otra con la luna, son «gloria
brillante del cielo».
564 En los versos sibilinos — una porción de los cuales relati­
vos a la presente cuestión nos ha conservado Zósimo (II, 5)—
se establecían las normas para la celebración de los juegos se­
culares.
565 Las siete colinas sobre las que se asentaba Roma eran éstas:
Quirinal, Viminal, Capitolio, Esquilino, Palatino, Celio y Aventino.
566 O Lucina: una de las identificaciones de Diana (cf. n. 427).

179
180 Horacio

tes en que se te invoque como Alumbradora, ya si como


Engendradora: ¡oh diosa!, saca adelante a nuestra prole
y haz prosperar los decretos senatoriales sobre el casa­
miento de las mujeres y sobre la ley matrimonial, fecunda
en retoños nuevos 567, para que la fijada rueda del tiempo,
al cabo de diez veces once años 568, traiga de nuevo can­
ciones y juegos tres veces en número durante el claro día
y otras tantas en la noche plácida.
Y vosotras, Parcas, veraces al vaticinar lo que ya una
vez se dijo 569 (¡y ojalá que el firme término de los even­
tos se mantenga fiel a ello!), añadid destinos propicios
a los ya cumplidos.
Fecunda la tierra en frutos y ganado, obsequie a Ceres
con una corona de espigas; alimenten a las crías las aguas
salutíferas y las brisas de Júpiter.
Guardado tu dardo, Apolo, escucha, afable y sereno,
a los jóvenes que te suplican; reina bicorne de las estre­
llas, Luna, escucha tú a las muchachas.
Si Roma es obra vuestra y las tropas ilíacas se adueña­
ron del litoral etrusco — después que un grupo de ellas
recibiera la orden de mudar de lares y de ciudad en tra­
vesía propicia, grupo a quien el pío Eneas, sobreviviendo
a su patria, protegió en su libre marcha, sin que sufriera
menoscabo, a través de las llamas de Troya, destinado a
porcurarles más de lo que habían dejado 570— , dad cos­
tumbres sanas, dioses, a la dócil juventud; descanso, dio-

567 Se trata de la Lex Julia de maritandis ordinibus, votada en


los comicios en el 18 a. C.: favorecía el matrimonio, concediendo
privilegios a los padres de familia.
568 Cf. n. 470. Los juegos seculares se celebraban cada ciento
diez años.
569 Las Parcas son las diosas del destino o fatum. Esta palabra
etimológicamente es el participio pasado neutro del verbo for y
significa propiamente «lo que antaño se dijo», de modo que la ex­
presión horaciana quod semel dictum est no es sino una perífrasis
Dara referirse al destino.
570 Se resume aquí la leyenda que constituía el argumento de
la Eneida, obra que por entonces Virgilio ya debía tener muy
avanzada.
Epodos y odas 181

ses, a la plácida vejez; y al pueblo romano, riqueza, des­


cendencia y todo tipo de honores.
Y lo que os suplica con el sacrificio de bueyes blancos
el ilustre vástago de Anquises y Venus571, consígalo, su­
perior como es a su contrincante en la guerra y elemente
con el enemigo postrado a sus pies.
Ya el medo teme sus manos poderosas por mar y por
tierra, y las segures albanas; ya los escitas, soberbios has­
ta hace poco, y los indos, solicitan su consejo. Ya la
Fidelidad, la Paz y el Honor, la Vergüenza de antaño y la
Virtud olvidada se atreven a volver, y aparece la Abun­
dancia, opulenta con su cuerpo rebosante 512.
Y si Febo, el augur, el adornado con su arco refulgen­
te, el bienquisto de las nueve Camenas, el que con su
ciencia medicinal sana los miembros enfermos del cuerpo,
contempla benévolo los altares del Palatino y hace durar
durante otro lustro y durante un período de tiempo cuela
vez más venturoso la prosperidad del estado romano y
del Lacio, y la que habita en el Aventino 573 y el Algi­
do 574, Diana, se ocupa de los ruegos de los quindecénvi-
ros 575 y presta oídos amables a las súplicas de los mucha­
chos, volvemos a casa con la esperanza feliz y segura de
que Júpiter y los dioses todos están en ello de acuerdo,
nosotros, coro instruido en cantar las glorias de Febo y
Diana.

571 Augusto, descendiente de Eneas por vía de Julo, hijo de este


último y de Lavinia, quien daría nombre a la familia de los Julios.
Siendo Eneas hijo de Venus y Anquises, resultaba ser Augusto de
linaje divino.
Cf. n. 115.
573 Donde Diana tenía un templo.
574 Donde desde antiguo se daba culto a la diosa (cf. n. 132),
573 Eran los sacerdotes encargados de la custodia e interpreta­
ción de los oráculos sibilinos.
Fechas en la vida de Horacio

Año 65 a. C. Nace Horado.

63 Nace Octavio. Conjuradón de Catilina.

60 Constitución del llamado «primer triunvirato» (Cé­


sar, Pompeyo y Craso).

53 Derrota de Craso en Carras por los partos.

49 César pasa el Rubicón. Guerra civil entre César


y Pompeyo.

48 Victoria de César en Farsalia.

45 Llega Horacio a Atenas.

44 Asesinato de César.

43 Guerra de Módena. Constitución del segundo


triunvirato (Octavio, Antonio y Lépido). Proscrip-
dones y muerte de Cicerón. Nacimiento de Ovidio.

42 Victoria de los cesarianos en Filipos. Horacio en­


tre los derrotados.

39 Presentadón de Horado a Mecenas.

183
Horacio

Viaje a Brindisi con ocasión de la conferencia de


Tarento.

Derrota de Sexto Pompeyo en Nauloco.

Publicación del primer libro de Sátiras.

Victoria de Octavio en Accio sobre Marco Anto­


nio y Cleopatra.

Publicación del libro II de las Sátiras y del libro


de los Epodos.

Fin de la ilegalidad revolucionaria. Octavio recibe


el título de Augusto.

Publicación de los tres primeros libros de Odas.

Publicación del primer libro de Epístolas.

Mueren Virgilio y Tibulo.

Celebración de los Juegos Seculares. Canto Secular.

Publicación del libro II de las Epístolas.

Publicación del libro IV de las Odas.

Muere Mecenas. Muere Horacio.


Indice de nombres propios

Abrego: Ep. 16; I, 1; I, 3; I, 14; Alumbradora: C. S.


111,23; 111,29. Amazonas: IV, 4.
Abril: IV, 11. Amenazas: III, 1.
Abundancia: 1 , 17; C. S. Amintas: Ep. 12.
Acrisio: III, 16. Amor: I, 2; 1 ,19; IV, 1.
Acroceraunios: I, 3. Amor Propio: 1 , 18.
Adriático: 1 ,3; 1 , 16; 1 ,33; II, Anacreonte: Ep. 14; IV, 9.
10; 11,14; 111,3; 111,9; III, Ancio: I, 35.
27. Anco: IV, 7.
Africa: II, 18; I II , 3; III, 16; IV, Andrómeda: III, 29.
8. Anfión: III, 11.
Africano: Ep. 9. Aníbal: Ep 16: II, 12: III, 6: IV.
Agamenón: IV, 9. 4; IV, 8.
Agieo: IV, 6. Anio: I, 7.
Agripa: I, 6. Anquises: IV, 15; C. S.
Alba: IV, 1. Antiloco: II, 9.
Albio: 1,33. Antíoco: III, 6.
Albúnea: I, 7. Antonio: IV, 2.
Alceo: II, 13; IV, 9. Apeninos: Ep. 16.
Alcida: 1,12. Apia: Ep. 4.
Alejandría: IV, 14 Apolo: Ep. 15; 1,2; 1,7; 1,10;
Alfio: Ep. 2. 1,21; 1,31; II, 10; 111,4; C. S.
Algido: I, 21; 111,23; IV, 4; C.S. Apulia: Ep. 3; I, 33; III, 16; III,
Allâtes: III, 16. 24; IV, 14.
Alpes: Ep 1; IV, 4; IV, 14 Aquemenes: II, 12.

185
186 Horacio

Aqueronte: I, 3; I II , 3. Briseida: II, 4.


Aquerontia: I II , 4. Bruto: II, 7.
Aquiles: Ep. 17; 1 , 15; II, 4; II, Búpalo: Ep. 6.
16; IV, 6.
Aquilón: Ep. 10; Ep. 13; I, 3; II,
9; III, 10; I II , 30. Cabra: 111,7.
Arcadia: IV, 12. Cabrito: 111,1.
Argos: I, 7. Calabria: Ep. 1; I, 31; III, 16; IV,
Arímino: Ep. 5. 8.
Armenia: II, 9. Cálais: 111,9.
Arquitas: I, 28. Calendas: Ep. 2.
Arturo: III, 1. Cales: 1,20; 1,31; IV, 12.
Asáraco: Ep. 13. Calíope: III, 4.
Asdrúbal: IV, 4. Camenas: 1 , 12; II, 16; III, 4; IV,
Asteria: III, 7. 6; IV, 9; C.S.
Atalo: I, 1; II, 18. Camilo: 1 , 12.
Ática: I, 3. Canícula: I, 17; I II , 13.
Atlántico: I, 31. Canidia: Ep. 3; Ep. 5; Ep. 17.
Atlas: I, 10; I, 34. Capitolio: 1,37; 111,3; 111,24;
Atrida: 1 , 10; II, 4. III, 30; IV, 3.
Aufido: III, 30; IV, 9; IV, 14. Capricornio: II, 17.
Augusto: 11,9; 111,3; 111,5; IV, Capua: Ep. 16.
2; IV, 4; IV, 14. Caribdis: I, 27.
Aulón: II, 6. Cárpatos: I, 35; IV, 5.
Austro: Ep. 10; II, 14; III, 3; III, Cartago: Ep. 7; Ep. 9; III, 5; IV,
27; IV, 14. 4; IV, 8.
Aventino: C. S. Caspio: II, 9.
Averno: Ep. 5. Castalia: III, 4.
Ayax: Ep. 10; 1 , 15; II, 4. Castigo: III, 2.
Cástor: Ep. 17; IV, 5.
Catilo: 1 ,18.
Bacantes: I II , 25. Catón: 1,12; 11,1; 11,15; III,
Baco: 1,7; 1,18; 1,27; 11,6; II, 21 .
19; III, 3; III, 16; 111,25. Cáucaso: Ep. 1; I, 22.
Bactra: III, 29. Cécrope: II, 1; IV, 12.
Bandusia: III, 13. Cécubo: Ep. 9; 1 ,20; I, 37; II,
Bantia: III, 4. 14; 111,28.
Barina: II, 8. Censorino: IV, 8.
Basareo: I, 18. Centauro« Ep. 13; I, 18; IV, 2.
Baso: I, 36. Centimanos: II, 17; I II , 4.
Batilo: Ep. 14. Ceos: 11,1; IV, 9.
Bayas: II, 18; I I I , 4. Cérbero: 11,19; 111,11.
Belerofontes: III, 7; III, 12; IV, Cerdeña: I, 31.
11 . Ceres: Ep. 16; III, 2; IV, 5; C. S.
Berecintia: I, 18. César: Ep. 1; Ep. 9; I, 2; I, 6; I,
Bíbulo: 111,28. 21; 1,35; 1,37; 11,9; 11,12;
Bistónides: II, 19. I I I ,4 ; 111,14; 111,25; IV, 5;
Bóreas: III, 24. IV, 15.
Bósforo: 11,12; 11,20; 111,4. Cicladas: 1 , 14; I II , 28.
Epodas y odas 187

Cíclopes: 1,4. Diana: Ep. 5; Ep. 17; 1,21; II,


Cilene: Ep. 13. 12; III, 4; IV, 7; C. 5.
Cinara: IV, 1; IV, 13. Dione: II, 1.
Cintia: III, 28. Diciembre: Ep. 11; III, 18.
Cintio: 1,21. Díndimo: I, 16.
Circe: Ep. 17; 1 ,17. Druso: IV, 4; IV, 14.
Ciro: I, 17; 1,33; 11,2; 111,29.
Citerea: III, 12.
Claudio: IV, 14. Êaco: II, 13; III, 19; IV, 8.
Clío: 1,12. Éfeso: I, 7.
Cloe: 1,23; 111,7; 111,9; 111,26. Éfula: 111,29.
Cloris: II, 5; III, 15. Egeo: 11,16; 111,29.
Cnido: 1,30; 11,5; 111,28; Elio: III, 17.
Cnoso: 1 , 15. Encélado: I II , 4.
Cocito: II, 14. Eneas: IV, 6; IV, 7; C. S.
Codro: 111,19. Engendradora: C. S.
Coicos: Ep. 5; Ep. 16. Enipeo: I II, 7.
Cólquide: II, 13. Eolo: 11,14.
Coribantes: 1 , 16. Equión: IV, 4.
Corinto: I, 7. Erimanto: I, 21.
Corvino: III, 21. Érix: 1,2.
Cos: Ep. 12; IV, 13. Escamandro: Ep. 13.
Cotisón: III, 8. Escauros: 1 , 12.
Cotito: Ep. 17. Escitia: III, 4.
Crago: I, 21. Escopas: IV, 8.
Craso: I I I , 5. Escorpión: II, 17.
Cremes: Ep. 1. Espártaco: Ep. 16; I I I , 14.
Creonte: Ep. 5. Esperanza: I, 35.
Creta: Ep. 9; I, 26; I II , 27. Esquilino: Ep. 5; Ep. 17.
Crispo: II, 2. Esténelo: 1 , 15; IV, 9.
Cupido: II, 8; IV, 13. Estesícoro: IV, 9.
Curio: 1 , 12. Estige: I, 34.
Chipre: 1 ,3; 1 ,30; I II, 26; III, Etna: Ep. 17; 111,4.
29. Etruria: IV, 4.
Euménides: II, 13.
Euro: Ep. 10; Ep. 16; 1 ,28; II,
Dalmacia: II, 1. 16; I II , 17; IV, 4; IV, 6.
Dámalis: I, 36. Europa: 111,3; 111,27.
Dánae: III, 16. Euterpe: 1 , 1.
Dánao: II, 14; III, 11. Eviade: I II , 25.
Danubio: IV, 15. Evio: I, 28; II, 10.
Daunia: I, 22; II, 1.
Dauno: III, 30; IV, 14.
Dédalo: I, 3; II, 20. Fabricio: 1 , 12.
Deífobo: IV, 9. Faetón: IV, 11.
Delfos: 1,7. Falanto: II, 6.
Delio: 11,3; 111,4. Falerno: Ep. 4; 1,20; 1,27; 11,3;
Délos: 1,21; IV, 3; IV, 6. 11,6; II, 10; I II , 1.
Destino: II, 17. Fama: II, 2.
188 Horacio

Fauno: I, 4; I, 17; II, 17; III, 18. Hedilia: 1 ,17.


Favonio: I, 4; III, 7. Helena: Ep. 17; I, 3; I, 15; IV, 9.
Febo: I, 12; I, 32; 111,3; 111,4; Helicón: 1 ,12.
III,2 1 ; IV, 6; IV, 15; C.S. Hemo: 1 ,12.
Fecundidad: IV, 5. Hemonia: I, 37.
Fidelidad: I, 24; I, 35; C. S. Hercules: Ep. 3; Ep. 17; I, 3; II,
Fídile: 111,23. 12; 111,3; 111,14; IV, 4; IV,
Filipos: 11,7; 111,4. 5; IV, 8.
Filis: II, 4; IV, 11. Hesperia: 1,28; 1,36; 11,1; II,
Flaco: Ep. 15. 17; IV, 5.
Foceo: II, 4. Híadas: I, 3.
Folia: Ep. 5. Hidaspes: I, 22.
Fóloe? I, 33; II, 5; III, 15. Hileo: II, 12.
Forento: III, 4. Himeto: II, 6; II, 18.
Formias: I, 20; III, 17. Hipólita: III, 7.
Fortuna: 1 ,9; I, 31; I, 34; 11,1; Hipólito: IV, 7.
IV, 14. Hirpino: II, 10.
Fraates: I I , 2. Hispania: III, 14.
Frigia: I I , 12; III, 1. Homero: IV, 9.
Frine: Ep. 14. Honor: C. S.
Ftía: IV, 6. Horacio: IV, 6.
Furias: I, 28.
Furor: Ep. 5.
Fusco: I, 22. Iberia: Ep. 5; IV, 5; IV, 14.
Ibico: III, 15.
Icaria: 1 ,1.
Gades: 11,2; 11,6. ícaro: 11,20; 111,7.
Galatea: III, 27. Iccio: 1,29.
Galeso: II, 6. Ida: 1,15; 111,20.
Galia: III, 16; IV, 14. Idomeneo: IV, 9.
Ganimedes: IV, 4. Idus: Ep. 2; IV, 11.
Gárgano: II, 9. Ilia: 1,2; 111,9; IV, 8.
Genio: III, 17. Ilio: Ep. 10; Ep. 14; 1 , 10; I, 15;
Gerión: II, 14. I I I ,3 ; III, 19; IV, 4; IV, 9.
Germania: Ep. 16; IV, 5. Iliria: I, 28.
Getulia: 1 ,23; III, 20. Ilitía: C. S.
Gías: II, 17; I II , 4. ínaco: II, 3; III, 19.
Gigantes: III, 1. Inaquia: Ep. 12.
Giges: 11,5; 111,7. India: 1,31.
Glicera: 1,19; 1,30; 1,33; III Indiscreción: I, 19.
19. Inquietud: II, 16.
Gracias: 1 ,4; I, 30; III, 19; III, Istro: IV, 14.
21; IV, 7. Italia: 1,37; 11,7; 111,5; 111,30;
Grecia: I, 15; IV, 5. IV, 14; IV, 15.
Grosfo: II, 16. Itis: IV, 12.
Ixión: III, 11.
Hebro: I, 25; III, 12; III, 25.
Héctor: Ep. 17; II, 4; III, 3; IV, Jano: I V ,15.
9. Janto: IV, 6.
Epodas y odas 189

Jantias: II, 4. Licambes: Ep. 6.


Jápeto: I, 3. Lice: III, 10; IV, 13.
Jasón: Ep. 3. Licencia: I, 19.
Jonia: III, 6. Liceo: I , 17.
Jónico: Ep. 10. Licia: III, 4.
Juba: 1,22. Lícidas: 1,4.
Juego: I, 2. Licinio: II, 10.
Julio: 1,12. Licimnia: II, 12.
Julo: IV, 2. Licisco: Ep. 11.
Juno: 1,7; 11,1; 111,3. Lico: I, 32; III, 19.
Júpiter: Ep. 2; Ep. 5; Ep. 9; Ep. Licóride: I, 33.
10; Ep. 13; Ep. 16; Ep. 17; I, 2; Licurgo: II, 19.
1,10; 1,11; 1,16; 1,21; 1,22; Lide: 11,10; 111,11; 111,28.
I,2 8 ; 1,32; 1,34; 11,6; 11,7; Lidia: I, 8; 1 , 13; I, 25; III, 9.
II, 10; II, 17; III, 1; 111,2; III, Lieo: Ep. 9; 111,21.
3; 111,5; 111,16; 111,25; III, Ligurino: IV, 1; IV, 10.
27; IV, 4; IV, 8; IV, 15; C. S. Lipara: I II , 12.
Justicia: I, 24; II, 17. Liris: I, 31; III, 17.
Juventud: I, 30. Lolio: IV, 9.
Lucania: Ep. 1.
Luceria: III, 15.
Lacedemonia: 1,7; IV, 9. Lucina: Ep. 5.
Lacio: I, 12; I, 35; II, 1; C. S. Lucrétil: I, 17.
Laconia: II, 10; II, 18. Lucrino: Ep. 2; II, 15.
Laertes: I, 15. Luna: C. S.
Lálage: 1,22; 11,5.
Lamias: I, 26; I, 36; III, 17.
Lamo: III, 17. Magnesia: I II , 7.
Lanuvio: III, 27. Manes: Ep. 5; I, 4.
Laomedonte: III, 3. Manlio: 111,21.
Lápitas: 1 ,18; II, 12. Marcelo: 1 , 12.
Lares: 111,23; IV, 5. Mareotico: I, 37.
Larisa: 1,7. Marica: I II , 17.
Latona: 1,21; 1,31; 111,28; IV, 6. Marte: 1,6; 1,17; 1,28; 11,14;
Leda: 1,12. I I I ,1 ; 111,3; 111,7; IV, 1;
Leneo: III, 25. IV, 8.
León: 111,29. Marzo: I II , 8.
Lesbia: Ep. 12. Másico: 1,1; 11,7; 111,21.
Lesbos: Ep. 9; I, 1; 1 , 17; 1 ,26; Matino: Ep. 16; I, 28; IV, 2.
I,32. Máximo: IV, 1.
Leteo: Ep. 14; IV, 17. Maya: I, 2.
Leucónoe: 1 ,11. Mecenas: Ep. 1; Ep. 3; Ep. 9; Ep.
Líber: 1,12; 1,16; 1,18; 1,32; 14; 1,1; 1,20; 11,12; 11,17;
II,1 9 ; 111,8; 111,21; IV, 8; 11,20; 111,16; 111,29; IV, 11.
IV, 12; IV, 15. Medea: Ep. 3; Ep. 5.
Libia: I, 1; II, 2. Megila: 1 ,27.
Libitina: III, 30. Melpomene: I, 24; III, 30; IV, 3.
Libra: II, 17. Menüs: I II , 26.
190 Horacio

Meonia: IV, 9. Occidente: Ep. I.


Mercurio: 1 , 10: I, 24; I, 30; II, Océano: Ep. 16; I, 3; 1 ,35; IV,
7; II, 17; I II, U. 14.
Meriones: I, 6; 1 , 15. Olimpia: 1 , 1.
Metauro: IV, 4. Olimpo: I, 12; III, 4.
Metelo: II, 1. Opunte: I, 27.
Mevio: Ep. 10. Orco: 1,28; 11,3; 11,18; 111,4;
Micenas: I, 7. III, 11; 111,27.
Mimante: III, 4. Orfeo: I, 12; I, 24.
Minerva: III, 3; III, 12; IV, 6. Örico: 111,7.
Minos: 1,28; IV, 7. Oriente: I, 35.
Mírtale: I, 33. Orión: Ep. 10; Ep. 15; 1 ,28; II,
Mirto: I, 1. 13; 111,4; 111,27.
Mistes: II, 9. Órnito: III, 9.
Mitilene: 1,7. Osa: I, 26; II, 15; II, 16.
Moneses: III, 5. Otón: Ep. 4.
Muerte: I, 4. Otoño: Ep. 2.
Murena: III, 19.
Musas: 1,6; 1,17; 1,26; 1,32; II,
1 ; 11 , 10 ; 11 , 12 ; 111 , 1 ; 111 , 3 ; Pácoro: III, 5.
I II , 19; IV, 8; IV, 9. Pactolo: Ep. 15.
Pactumeyo: Ep. 17.
Padre ( = Júpiter): I, 2; 1 , 12; III,
Nápoles: Ep. 5. 29.
Náyades: 111,25. Pafos: I, 30; III, 28.
Nearco: III, 20. Palas: Ep. 10; 1 ,6; 1 ,7; 1 , 12; I,
Necesidad: I, 35; III, 24. 15; 111,4.
Neera: Ep. 15; III, 14. Palatino: C. S.
Neobule: III, 12. Palinuro: III, 4.
Neptuno: Ep. 9; Ep. 17; 1 ,28; Panecio: I, 29.
111,28. Pántoo: I, 28.
Nereidas: III, 28. Parcas: Ep. 13; II, 6; II, 16; II,
Nereo: Ep 17; 1 , 15. 17; C. 5.
Nerones: IV, 4; IV, 14. Paris: III, 3.
Neso: Ep. 17. Paros: 1 ,19.
Néstor: 1 , 15. Parrasio: IV, 8.
Nilo: III, 3; IV, 14. Patareo: I I I , 4.
Nifates: 11,9. Paulo: I, 12; IV, 1.
Paz: C. S.
Ninfas: I, 1; I, 4; T, 30; II, 8; II,
Pégaso: I, 27; IV, 11.
19; III, 18; 111,27; IV, 7.
Peleo: 111,7.
Nfobe: IV, 6.
Pelida: I, 6.
Nireo: Ep. 15; III, 20. Pelio: 111,4.
Noche: Ep. 5; I II, 11; III, 28. Pélope: I, 6; I, 28; II, 13.
Nonas: III, 18. Penates: II, 4; III, 23.
Noto: Ep. 9; Ep. 10; Ep. 16; I 3; Penélope: I, 17; I II, 10.
1,7; 1,28; 111,7; III, 15; IV, 5 Perneo: II, 19.
Numancia: II, 12. Pérgamo: II, 4.
Númida: I, 36. Petio: Ep. 11.
Epodas y odas 191

Piérides: IV, 3; IV, 8. Reto: II, 19; I II , 4.


Pieria: III, 4; III, 10. Ródano: 11,20.
Pilos: 1,15. Rodas: I, 7.
Pimpleide: I, 26. Rode: III, 19.
Pindaro: IV, 2; IV, 29. Ródope: III, 25.
Pindo: 1,12. Roma: · Ep. 16; III, 3; III, 3; III,
Pirítoo: 111,4; IV, 7. 29; IV, 3; IV, 4; IV, 14; C.S.
Pirra: I, 2; I, 5. Rómulo: 1,12; 11,15; IV, 5;
Pirro: 111,6; 111,20. IV, 8
Pitágoras: Ep. 15.
Pitio: I, 16.
Planeo: I, 7; III, 14. Sahra· I 29
Pléyades: IV, 14. Sabina: 1,20; 11,18; 111,1; III,
Plutón: I, 4; II, 14. 4.
Po: Ep. 16. Sacra: Ep. 4; Ep. 7.
Polihimnia: 1 ,1. Safo: II, 13.
Polión: II, 1. Sagana: Ep. 5.
Pólux: III, 3; III, 29. Salamina: I, 7; I, 15.
Pompeyo: II, 7. Salustio: II, 2.
Pompilio: 1 , 12. Samos: Ep. 14.
Ponto: 1 ,14. Sátiros: I, 1; II, 19.
Porfirión: III, 4. Saturno: 1 , 12; II, 12; II, 17.
Porsena: Ep. 16. Sémele: 1 , 17; 1 , 19.
Póstumo: II, 14. Septimio: II, 6.
Preneste: III, 4. Sestio: I, 4.
Preocupación: III, 1. Sfbaris: I, 8.
Preto: III, 7. Sicilia: Ep. 17; IV, 4.
Prfamo: 1,10; 1,15; 111,3; IV, 6. Silvano: Ep. 2; III, 29.
Príapo: Ep. 2. Sfmois: Ep. 13.
Proción: III, 29. Siria: I, 31.
Proculeyo: II, 2. Sirtes: Ep. 9; 1,22; 11,6; 11,20.
Prometeo: Ep. 17; I, 16; II, 13; Sisifo: Ep. 17; II, 14.
II, 18. Sol: C. S.
Prosérpina: Ep. 17; 1,28; 11,13. Soracte: I, 9.
Proteo: I, 2. Suburra: Ep. 5.
Pulia: III, 4. Sulpicio: IV, 12.

Qufa: IV, 13. Talla: IV, 6.


Quimera: 1,27; 11,17; IV, 2. Taliarco: I, 9.
Quintilio: I, 24. Tínais: III, 10; I II , 29; IV, 12.
Quintio: II, 10. Tíntalo: Ep. 17; II, 18.
Qutos: Ep. 9; III, 19. Tarento: I, 28; I II , 5.
Quirinal: IV, 15. Tarquino: 1 , 12.
Quirino: Ep. 16; I, 2; I II , 3. Tártaro: I, 28; I II , 7.
Tebas: I, 7; IV, 4.
Tecmesa: II, 4.
Régulo: 1,12; 111,5. Telamón: II, 4.
Remo: Ep. 7. Telégono: I II , 29.
192 Horacio

Télefo: Ep. 17; 1 , 13; III, 19; IV, Tulo: III, 8; IV, 7.
11. Turio: III, 9.
Temor: I II , 1. Tusculo: Ep. 1.
Ténaro: I, 34.
Tempe: I, 7; I, 21.
Tempestades: Ep. 10. Ulises; Ep. 16; Ep. 17; I, 6.
Teos: Ep. 14; I, 17. Ustica: 1 , 17.
Terminales: Ep. 2.
Tesalia: 1 ,27.
Teseo: IV, 7.
Tetis: Ep. 13; I, 8; IV, 6. Valgio: II, 9.
Teucro: I, 7; I, 15; IV, 9. Vanidad: 1 ,18.
Tíades: II, 19; III, 15. Vario: I, 6.
Tiber: 1,2; 1,8; 1,29; 11,3; III, Varo: Ep. 5; 1 , 18.
12. Vaticano: I, 20.
Tíbur: 1 ,7; I, 18; II, 6; III, 4; Venafro: II, 6; III, 5.
I II , 29; IV, 2; IV, 3. Venus: 1 ,4; I, 13; I, 15; 1 , 18;
Tiburno: I, 7. I,2 7 ; 1,30; 1,32; 1,33; 11,7;
Tideo: I, 15. I I ,8 ; 111,10; 111,12; III, 16;
Tidida: 1,6. III,1 8 ; 111,21; 111,26; 111,27;
Tierra: II, 12; III, 4. IV, 1; IV, 6; IV, 10; IV, 11; IV.
Tiestes: Ep. 5; 1 , 16. 13; IV, 15; C S
Tifeo: 111,4. Venusia: I, 28.
Tigris: IV, 14. Verdad: I, 24.
Tindáridas: IV, 8. Vergüenza: I, 6; I, 24; C. 5.
Tíndaris: 1 , 17. Veya: Ep. 5.
Tioneo: 1 , 17. Vesta: 1,2; 111,5.
Tiridates: I, 26. Victoria: Ep. 9; IV, 2
Tiro: I II , 29. Virgilio: I, 3; I, 24; IV, 12.
Tirreno: I, 11; 111,24; IV, 15. Virtud: II, 2; C. S.
Titanes: III, 4. Vulcano: I, 4; III, 4.
Titio: II, 14; 111,4; 111,11; IV, Vúltur: III, 4.
6.
Titono: I, 28; II, 16.
Torcuato: Ep. 13; III, 7. Yápige: 1,3; 111,27.
Tracia: Ep. 13; 1 ,25; 1 ,36; II, Yolco: Ep. 5.
16; III, 25; IV, 12. Yugurta: Ep. 9; II, 1.
Troilo: II, 9.
Troya: 1,6; 1,8; I, 10; 1,28; III,
3; IV, 6; IV, 15; C. S. Zéfiro: III, 1; IV, 7.

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