Actividad para 1° Año Intensificación
Actividad para 1° Año Intensificación
Actividad para 1° Año Intensificación
Según se cuenta, antes de la creación no había hombres ni animales ni árboles. Primero se formaron las montañas y los
valles, y se dividieron las corrientes de agua. Así fue la creación de la Tierra, cuando fue formada por los Progenitores.
Luego, hicieron a los animales: a los venados, los pájaros y los tigres, guardianes de los montes; y a las culebras y los
candiles, guardianes de los bejucos.
Enseguida les repartieron sus moradas.
Y una vez terminada la creación de todos los cuadrúpedos, y las aves, les dijeron los Progenitores:
-¡Digan nuestros nombres! ¡Alaben a sus Progenitores!
Pero no pudieron conseguir que los animales hablaran. Solo chillaban, cacareaban y graznaban; no se manifestó la forma de
su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente.
Cuando los Progenitores vieron que no era posible que hablaran, se dijeron:
-Esto no está bien. Haremos otros seres que sean obedientes. Ustedes acepten su destino: sus carnes serán trituradas. Así será.
Este será su suerte.
Entonces, los Progenitores trataron de hacer otra criatura. Tomaron barro y con él hicieron el cuerpo y con él hicieron el cuerpo
de un hombre. Pero enseguida vieron que no estaba bien, porque el barro era blando y el cuerpo se deshacía. Al principio
hablaba, pero no tenía entendimiento. Pronto, los creadores decidieron disolverlo, y se dijeron:
-¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la Tierra?
Decidieron consultar a los abuelos del Sol y de la Luna. Y estos les dijeron que debían formar al hombre a partir de la
madera. Así lo hicieron. Los hombres de madera se multiplicaron, tuvieron hijos e hijas, pero no tenían alma y se negaron a
venerar a los Progenitores. Entonces fueron destruidos con un gran diluvio.
Al fin, los Progenitores tomaron maíz amarillo y maíz blanco, los molieron y los mezclaron con agua. Con esta masa de maíz
formaron a los primeros a los primeros cuatro humanos, de los que descienden las razas actuales.
Versión de Ignacio Miller basada en los capítulos I, II y III de la parte y el capítulo I de la tercera parte del Popol Vuh.
Algunos niegan que Prometeo creara a los hombres, o que algún hombre brotara de los dientes de una serpiente. Dicen que
la Tierra los produjo espontáneamente, como el mejor de sus frutos, especialmente en la región del Ática, y que Alalcomeneo
fue el primer hombre que apareció, junto al lago Copáis en Beocia, incluso antes que existiera la Luna. Actuó como consejero de
Zeus, con ocasión de su querella con Hera, y como tutor de Atenea cuando ésta era todavía una muchacha.
Estos hombres constituían la llamada raza de oro; eran súbditos de Crono, vivían sin preocupaciones ni trabajo, comían
solamente bellotas, frutos silvestres y la miel que destilaban los árboles, bebían leche de oveja y cabra, nunca envejecían,
bailaban y reían mucho; para ellos la muerte no era más terrible que el sueño. Todos ellos han desaparecido, pero sus espíritus
sobreviven como genios de los felices lugares de retiro rústicos, donantes de buena fortuna y mantenedores de la justicia.
Luego vino una raza de plata, comedora de pan, también de creación divina. Los hombres estaban completamente
sometidos a sus madres y no se atrevían a desobedecerlas, aunque podían vivir hasta los cien años de edad. Eran pendencieros e
ignorantes y nunca ofrecían sacrificios a los dioses, pero al menos no se hacían mutuamente la guerra. Zeus los destruyó a todos.
A continuación, vino una raza de bronce, hombres que cayeron como frutos de los fresnos y estaban armados con armas de
bronce. Comían carne y pan, y les complacía la guerra, pues eran insolentes y crueles. La peste terminó con todos.
La cuarta raza de hombres era también de bronce, pero más noble y generosa, pues la engendraron los dioses en madres
mortales. Pelearon gloriosamente en el sitio de Tebas, la expedición de los argonautas y la guerra de Troya. Se convirtieron en
héroes y habitan en los Campos Elíseos.
La quinta raza es la actual de hierro, indignos descendientes de la cuarta. Son degenerados, crueles, injustos, maliciosos,
libidinosos, malos hijos y traicioneros.
De noche Yací, la luna, alumbra desde el cielo misionero las copas de los árboles y platea el agua de las cataratas. Eso es
todo lo que conocía de la selva: los enormes torrentes y el colchón verde e ininterrumpido del follaje, que casi no deja pasar la
luz. Muy de trecho en trecho, podía colarse en algún claro para espiar las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las
arañas. Pero Yací es curiosa y quiso ver por sí misma las maravillas de las que le hablaron el sol y las nubes: el tornasol de los
picaflores, el encaje de los helechos y los picos brillantes de los tucanes.
Pero un día bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, y juntas, convertidas en muchachas, se pusieron a recorrer la
selva. Era el mediodía y, el rumor de la selva las invadió, por eso era imposible que escucharan los pasos sigilosos del yaguareté
que se acercaba, agazapado, listo para sorprenderlas, dispuesto a atacar. Pero en ese mismo instante una flecha disparada por
un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al tigre fue a clavarse en el costado del animal. La bestia rugió furiosa y se volvió
hacia el lado del tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las
muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.
En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente
el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.
Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse
a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas
parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a
entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá.
Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos,
tus hijos y los hijos de tus hijos...
Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los
demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las
instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una
caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.
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