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Palacio en italiano.
En cuanto subo a bordo, me dirijo directamente a una
habitación de la planta baja. Empujando todo lo que hay sobre
una mesa, la tumbo con cuidado.
Ella gime suavemente, y yo trago con fuerza, casi como si
pudiera sentir su dolor, pero trato de alejar todo de mi mente.
Tengo que actuar con rapidez.
Dando la vuelta, preparo un gran cuenco de agua y mojo un
trapo, arrastrándolo sobre su herida y empapándolo de sangre.
—¿Dónde está el puto cirujano? —le grito a un hombre que
espera en la puerta.
—Estará aquí pronto.
Con una mano mantengo la presión sobre la herida, mientras
con la otra compruebo su pulso.
—Pequeña tigresa, si te atreves a dejarme, te encontraré en el
más allá y te atormentaré para siempre. Tienes mi palabra.
Su pequeño rostro cansado por el dolor me mira fijamente,
pero no obtengo ninguna respuesta.
Se siente como una eternidad antes que el médico aparezca por
fin y el barco se ponga en marcha. Me pide que me aparte y
empieza a evaluar a su paciente.
—Tengo que extraer la bala. Parece que está alojada en el
interior —comenta metódicamente, mientras sus ojos examinan el
frágil cuerpo de Allegra—. Es pequeña. Probablemente con un
peso muy bajo.
—¿Eso va a ser un problema?
—Depende. Podría retrasar su recuperación. Si su cuerpo
sobrevive.
—¿Qué quieres decir con si? Si quieres salir con vida, te
sugiero que te asegures que sobreviva. —Levanto una ceja, ya
cargando el arma en mi mano. El doctor traga saliva y asiente
lentamente.
Volviendo su atención hacia Allegra, le administra un
anestésico. Luego, saca unas tijeras de su maletín y empieza a
cortarle la camisa.
Me pongo tenso y, antes de darme cuenta, mis dedos rodean
su mano y detienen su avance.
—Se queda vestida.
—Pero... —intenta insistir, pero no lo acepto. Sé con certeza
que no necesita desnudar todo su torso para hacer esta cirugía. La
zona del hombro es suficiente.
—Se queda vestida —vuelvo a decir, esta vez con más fuerza.
Él asiente rápidamente y trabaja en su hombro. Desinfecta la zona
antes de utilizar un bisturí y cortar la carne.
Estoy muy atento, siguiendo cada uno de sus movimientos.
—La bala está alojada en el omóplato—dice en algún
momento, utilizando la punta del bisturí para sacar la bala—. Le
ha destrozado el músculo. Tendré que arreglarlo —continúa, y
parece esperar que me haga a un lado.
—Adelante. —Clavado en el sitio, sigo observando
atentamente todo lo que hace. Se centra en conectar de nuevo el
tejido antes de cerrar finalmente su herida.
—Ya he terminado con la herida, pero ha perdido demasiada
sangre. Tienes que llevarla a un hospital. Necesita una transfusión
de sangre.
Mis cejas se fruncen con consternación.
—¿No puedes hacerlo aquí? —pregunto, mirando su botiquín.
—No he traído sangre conmigo.
—Usa la mía —respondo inmediatamente, tendiéndole el
brazo.
—¿Q-Qué? —farfulla, con los ojos desorbitados—. ¡No se
puede hacer así! Necesito saber primero su grupo sanguíneo, y
usted necesitaría un análisis de sangre... —continúa divagando,
mirándome como un idiota que no entiende de ciencia.
—Los dos somos O negativo. No pasa nada.
Había encontrado esa información en el hospital, y ahora me
alegraba por ello, ya que podría salvarle la vida.
—Pero... —continúa, y mi paciencia se agota. Una mirada al
cuerpo casi sin vida de Allegra me hace responder con fiereza.
—Estoy limpio. Ves, no hay problema. ¡Ahora hazlo!
Debe entender la amenaza tácita, porque rebusca en su
botiquín, saca un tubo y lo personaliza para que sea de doble
sentido. Rápidamente hace algunos ajustes antes de clavarle una
aguja en el brazo y luego hacer lo mismo conmigo. Tantea con el
mando hasta que veo que la sangre me abandona lentamente,
bajando por el tubo y entrando en su cuerpo.
La intimidad del acto me asombra, un instinto primario se
despierta en mi interior al verla aceptar mi sangre, y por tanto
convirtiéndonos en uno.
Es mía.
—No puede ser… —Mi boca se abre ante las palabras de Enzo.
Seguro que no...
—Has estado un buen tiempo noqueada —señala, pero yo sigo
en shock.
Porque si lo que dice es cierto, entonces... Vuelvo a mirar la
fecha, aturdida.
Mi boda se suponía que iba a ser ayer.
Me he perdido la boda.
—No lo entiendes... —empiezo, pero ni siquiera encuentro las
palabras para explicar lo que me va a pasar por culpa de esto. Y
Lia, ¿sigue viva?
—Shh, pequeña tigresa. Todo estará bien. Te llevaré con tus
padres y les explicaré todo. Ellos sabrán que no es tu culpa.
Además, deberían estar contentos de que su hija esté viva, ¿no?
Sacudo la cabeza. No lo entiende... no se da cuenta de lo que
me va a pasar. El mero hecho que haya estado a solas con un
hombre...
—Confía en mí —continúa, usando su dedo para levantar mi
barbilla de forma que pueda mirarle a los ojos—, conozco a tus
padres y creerán lo que les diga.
Quiero protestar, decirle que no importará, pero parece tan
seguro de sí mismo que hasta yo tengo un momento de duda. ¿Es
posible que tenga razón?
Por primera vez, decido confiar en él. Porque, realmente, ¿cuál
es la alternativa?
Salimos con las primeras luces del alba y, en lugar de ir al
puerto, nos dirigimos al aeropuerto, donde nos espera un jet
privado. En menos de media hora aterrizamos de vuelta en casa.
Un coche negro se detiene en la pista de aterrizaje y nos reciben
dentro.
Puede que Enzo sea alguien importante y que convenza a mis
padres. No hablamos mucho mientras conducimos hacia mi
pueblo, pero a cada segundo que nos acercamos no puedo evitar
sentir un vacío en el estómago, como si supiera que voy hacia mi
propia ejecución.
—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control —me
tranquiliza Enzo una vez más y yo me limito a asentir.
Al detenerse frente a mi casa, los guardias nos echan un
vistazo a mí y a Enzo, y se comunican algo a través de sus
comunicadores.
La ansiedad me está matando cuando nos dan luz verde para
entrar. No pasamos del patio principal antes que mi padre y mi
madre salgan corriendo.
—Mam… —La palabra ni siquiera sale de mi boca cuando mi
madre me da una bofetada con tanta fuerza que me hace
retroceder. Cierro los ojos y espero que llegue el resto dado ya que
sé lo que esperar. Pero no es así.
—No le pegues. —La voz severa de Enzo me sorprende, pero
no tanto como la mirada de asombro de mis padres.
—Tú... —balbucea mi padre, y su mano se dirige
inmediatamente a la pistola que guarda en la cintura del pantalón.
—No creo que quieras hacer eso —comenta Enzo con
arrogancia, y yo giro la cabeza para echarle una mirada.
¿Es así como pensaba ayudarme a explicar la situación a mis
padres?
—¡No sabes lo que has hecho, estúpida! —me grita mi madre.
Su lenguaje corporal me dice que nada le gustaría más que
arrastrarme por el cabello y golpearme hasta que no pueda
ponerme de pie. Veo el desprecio en sus ojos y sé exactamente lo
que significa. Una vez que Enzo se haya ido, estoy muerta.
—Tuvimos que entregar a tu hermana a Franzè. ¡Tu hermana!
—Ella enfatiza la palabra como si no supiera lo que mi hermana
significa para ellos—. ¡Mi dulce Chiara! ¡Y todo es culpa tuya!
Vuelve a cargar contra mí.
Ya no puedo ni siquiera reunir el miedo. Ahora que ya he
confirmado lo que me espera, solo es cuestión de cuándo. Si esto
afectó a Chiara, entonces habrá un infierno que pagar.
—¿No he sido claro? —Enzo da un paso por detrás, colocando
su cuerpo frente a mí para protegerme de cualquier posible
ataque—. No la toques. No le grites. ¿Está claro?
—¿Y quién te crees que eres para decirme lo que tengo que
hacer? ¿Crees que tienes alguna influencia por aquí? —dice mi
madre con suficiencia, pero Enzo se encoge de hombros,
aparentemente sin inmutarse.
Coge mi mano entre las suyas, la sujeta con fuerza y la levanta
delante de mis padres.
—Su futuro marido.
—¡No permitiré eso! —exclama padre, con la pistola
desenfundada y apuntando a Enzo.
—¿De verdad? —habla Enzo lentamente, y mis ojos se abren
de par en par ante su despreocupación. Le superan en número, y
todos los guardias se concentran en nosotros, dispuestos a sacar
también sus armas—. Todos los demás creen que ya lo has
permitido —continúa Enzo, diciéndole a mi padre que compruebe
su teléfono.
—Tú... —Parece sorprendido por lo que ve en su teléfono, y
solo puede negar con la cabeza—. Tú planeaste esto, ¿no es así?
¿Por qué?
Me confunde el intercambio entre los dos, pero me sorprende
aún más cuando mi padre acepta a regañadientes la afirmación de
Enzo.
—¡Mario, llama al sacerdote! —le grita al guardia—. Tenemos
una boda que celebrar —añade, no muy contento.
—Ves, te lo dije —me susurra Enzo al oído mientras nos guían
hacia el salón.
—¿Es esa tu solución? ¿Casarte conmigo? —Aprieto los
dientes, y me doy cuenta de la enormidad de la situación. Pero
¿por qué querría casarse conmigo? Así que le pregunto
precisamente eso—. ¿Por qué?
—Estoy pagando una deuda. Me has salvado la vida y ahora
yo te salvo la tuya. —Su cara es inexpresiva y me doy cuenta que
no podría importarle menos casarse conmigo.
Aturdida, intento mantener la cabeza en el juego. Todo el
mundo está muy tenso cuando entramos en la casa, y mis padres
no ocultan su desprecio hacia mí.
—Allegra, ve con Cecilia para que te ayude a vestirte. Si
estamos haciendo esto, lo estamos haciendo bien. No nos vas a
avergonzar otra vez. —Asiento y salgo de la habitación, sin
molestarme en mirar a Enzo. Al menos puedo confirmar que Lia
está bien.
Pero no lo está. No realmente.
Cuando llego al rellano de la escalera, veo los moratones
púrpura en su rostro y que se extienden por su cuello, hasta los
confines de su ropa.
¡Oh, Lia!
—¡Señorita! —Viene corriendo hacia mí, abrazándome contra
su pecho.
—Lo siento mucho, Lia. Es todo culpa mía. —Las lágrimas
finalmente se derraman por mis mejillas. Esto es culpa mía. Sabía
que no había forma que mis padres la dejaran... Que siga viva es
una pequeña misericordia.
—Shh, nada de eso. He oído las noticias. Me alegro mucho por
ti, hija mía. No tendrás que casarte con ese bruto de hombre.
—Pero Chiara... —digo mientras mi voz se va desvaneciendo,
preocupada por mi hermana. Puede que no tengamos la mejor
relación, pero sigue siendo de la familia.
—Se las arreglará. Se las ha apañado toda su vida para estar en
lo más alto —dice Lia mientras levanta una ceja, esperando que la
contradiga aun sabiendo que no puedo.
Chiara siempre ha sido la favorita de mis padres. Me habían
dicho innumerables veces que casi había matado a mi madre al
nacer, y que en su mente supersticiosa significaba que daba mala
suerte.
—Debería haberte abortado en el momento en que supe que
estaba embarazada —me había escupido mi madre innumerables
veces. Por azares del destino, poco después de mi nacimiento, le
habían diagnosticado un cáncer de mama y se había sometido a
una doble mastectomía. A día de hoy insiste en que la única razón
por la que había enfermado había sido porque yo le había hecho
algo a su cuerpo cuando nací. No soy médico, pero dudo que
ambas cosas estén relacionadas. Aun así, eso significaba que yo
había sido el receptor de tales barbaridades toda mi vida.
¿Mi hermana? Era la niña perfecta. Era la hermana flaca,
obediente y bonita. Era todo lo que yo no era y, por eso, era la que
llevaban a todas partes. La única digna de ser exhibida en público.
No puedo decir que mi relación con Chiara se haya resentido
por ello ya que, para empezar, nunca ha sido buena. Incluso de
niña, había sido maliciosa y envidiosa. Siempre encontraba la
manera de hacerse la víctima, y yo terminaba siendo la villana. La
cantidad de golpes que recibí por las acusaciones injustas de
Chiara casi había destruido todo el aprecio que sentía por ella.
Pero eso no significaba que quisiera que ella sufriera.
—Mejor ella que tú —me susurra Lia al oído mientras me lleva
a mi habitación—. Has sido castigada toda tu vida por pecados
que no son tuyos, y no hagas de Chiara la víctima, ya que su
lengua venenosa te perjudicó demasiadas veces. Ni siquiera sé
qué relación tienes con esta gente. —Sacude la cabeza, con la voz
aún baja.
A veces, yo tampoco lo sé.
Lia va a mi armario y saca un sencillo vestido blanco.
—No es nada especial, ya que Chiara tuvo que usar tu vestido
de novia. Pero estarás preciosa con él. —La genuina sonrisa en su
rostro me hace saber que no está mintiendo solo para hacerme
sentir mejor.
—Gracias. —Mi voz está llena de emoción. Me quito la ropa y
Lia se horroriza al ver mi herida. Sacudo la cabeza ya que ahora
no es el momento de entrar en detalles.
Me pongo el vestido y dejo que Lia me arregle el cabello. En el
momento en que me está sujetando el último mechón del peinado,
mi madre entra por la puerta.
—Debes estar orgullosa de ti misma —se burla de mí y cierra
la puerta tras ella—, pero has elegido al hombre equivocado,
querida.
Suelta una risa falsa y sus palabras están cargadas de
hostilidad.
—No sé cómo lo has metido en esto, pero no te equivoques,
solo te está utilizando. Serás la fea y modesta esposa campesina
que criará a sus hijos en casa mientras él se divierte con sus putas.
Mis ojos se abren de par en par ante sus palabras, pero ella
continúa.
—Cuando veas su serie de amantes, cada una más bonita, más
joven —Me mira de arriba abajo—, más delgada que tú, te morirás
un poco por dentro —sonríe, cruzando los brazos delante de
ella—, y yo tendré un asiento delantero en el espectáculo que será
tu infelicidad.
—No me importa. —Levanto la barbilla, intentando mostrar
algo de fuerza, aunque sus palabras dan en el blanco.
—Puede que ahora no te importe, pero ya veremos. Recuerda
mis palabras. Pensaste en sabotear a tu hermana y lo pagarás. Y
no hay nada peor que la esperanza que se convierte en
desesperación. —No espera mi respuesta mientras sale de la
habitación.
—No le haga caso, señorita —trata de consolarme Lia.
Aunque a veces he alimentado mi lado idealista, soy, sobre
todo, realista. Y aunque sé que ha dicho todo eso para herirme, no
soy una ignorante. Sé que tendrá amantes. Sé que no le importo.
Solo puedo esperar que él no me importe a mí también.
Con una última mirada al espejo, decido que no dejaré que mi
madre gane. Si tengo que cerrar mi corazón a todo, que así sea.
Pero no le daré la satisfacción de verme sufrir.
Seré feliz. Aunque me mate por dentro.
Cuando terminamos, bajamos las escaleras y me coloco al lado
de Enzo. Todavía no me ha mirado, su atención se centra por
completo en mi padre y en lo que sea que estén discutiendo.
Pero me sorprendo cuando siento su mano sobre la mía,
moviéndola para entrelazar nuestros dedos. Acepto el contacto,
intentando apartar de mi mente la conversación con mi madre.
Cuando llega el sacerdote, nos conducen al patio donde los
aldeanos ríen y cantan bulliciosamente, celebrando la boda. Hay
comida y bebida para todos.
—¿Esto es...? —pregunto, sorprendida por el espectáculo.
—Tuve que forzar la mano de tu padre de alguna manera. Un
anuncio público era la mejor manera, ya que él valora demasiado
su imagen —responde Enzo, acercándome a él y conduciéndome
hasta el sacerdote.
La ceremonia religiosa es breve, y en el momento en que
decimos sí quiero, la música empieza a sonar en la calle, y los
habitantes del pueblo nos felicitan a gritos.
—Ven. —Enzo me lleva a un carruaje abierto y me ayuda a
subir—. Tenemos que darles un espectáculo.
Los caballos relinchan, y Enzo toma las riendas, dirigiéndolos
hacia adelante. Empezamos a trotar lentamente y, mientras
avanzamos por la calle, todo el mundo está fuera de su casa,
aplaudiendo y gritando palabras de felicitación, salud y amor.
—¿Cuándo has organizado esto? —Estoy asombrada. Esto no
es algo planeado espontáneamente.
—Puede que haya susurrado al oído de los cotillas del pueblo
hace tiempo. No tardaron en seguirme todos. Después de todo,
hay comida y vino gratis. —Me guiña un ojo y no sé si
escandalizarme o impresionarme.
Después de dar una vuelta por el pueblo, volvemos a la casa.
Mis padres se esfuerzan por entretener a los invitados con
sonrisas falsas, fingiendo que ya sabían lo de la boda secundaria.
Solo querían casar a la mayor antes de proceder con la menor, o al
menos esa es su excusa.
Pasamos un rato con los invitados, cuando de repente nos
meten prisa y nos encierran en una habitación.
—Qué... —Miro a mi alrededor, a la estéril habitación, una sola
cama con sábanas blancas en el centro.
—Supongo que esperan que consumemos el matrimonio —
dice Enzo lentamente, enarcando una ceja hacia mí.
—Sí, ¿no? —Levanto la mano—. Eso no va a pasar, señor.
Me quito los zapatos, tirándolos al suelo y me tumbo en la
cama, confusa.
Todo el asunto había sido un torbellino en el cual ni siquiera
había tenido tiempo de asimilar lo que estaba pasando.
Estoy casada. Con él.
Lo miro de reojo. Está apoyado con la espalda en la puerta,
observándome atentamente.
—¿Por qué lo has hecho? —digo, mientras me levanto sobre
los codos.
—Ya te lo he dicho. No me gusta estar en deuda con nadie.
Este matrimonio garantizará tu seguridad.
—¿Nada más? —pregunto, escéptica. En el tiempo que
conozco a Enzo, aunque no es mucho, me he dado cuenta que no
hace nada sin un motivo oculto.
—¿Qué más? Tú recibiste una bala por mí, yo hice un voto por
ti. —Se despoja de su chaqueta y la tira al suelo antes de unirse a
mí en la cama.
Trato de alejarme de él, pero me inmoviliza.
—¿Adónde vas corriendo? Tenemos una noche de bodas que
consumar, cara. —Su voz mantiene su habitual encanto, y pongo
los ojos en blanco.
—Tú no quieres esto más que yo, así que dejemos la farsa.
—¿Y cómo sabes tú lo que quiero? —Levantando una ceja, me
coge un mechón de cabello y tira de él hasta que todo mi peinado
se deshace y el cabello fluye libremente por mi espalda.
Me giro completamente hacia él.
—Puede que seas un diablo guapo, Enzo Agosti, pero a mí no
me engañas —digo, mirándole a los ojos. Sus pupilas se dilatan,
sus ojos inusualmente claros volviéndose más oscuros—. Puedo
ver el vacío que hay en tu interior. Te pones una máscara y
mantienes a todos alejados. Coqueteas, juegas y te pasas de la
raya, pero todo es para aparentar.
—¿Y de repente eres una experta de mi persona? —Toda la
diversión desaparece de su voz, y creo que vislumbro por primera
vez al verdadero Enzo.
—No, no lo soy. Pero soy una experta de mi persona. —Me
inclino hacia él, con nuestros rostros separados por centímetros.
Simplemente estoy jugando a su juego, y por una vez se siente
bien ser la que tiene el control—. Y yo estoy tan vacía como tú. Por
eso sé que nunca podremos ser nada. Dos vacíos no hacen uno.
—No —Su boca se levanta ligeramente—, hacen un abismo.
¿Qué dices, pequeña tigresa? ¿Qué tal si nos dejamos llevar?
¿Sucumbimos a una caída libre? —Su mano sigue jugando con mi
cabello, pero sus ojos ya no están sobre mí.
—No. —Sacudo ligeramente la cabeza—. Caer es perder. Y no
pienso perder. Nunca más.
Por una vez, voy a demostrarles a mis padres que se
equivocan. Sacaré lo mejor de estas circunstancias... De alguna
manera.
—Entonces estamos de acuerdo —ríe, sus rasgos relajándose, y
me doy cuenta que no tenía intención de consumar el matrimonio.
No te ve como una mujer.
Una vocecita en mi interior no se calla. Intento silenciarla,
porque solo puede significar que estoy decepcionada porque no me
encuentra atractiva. Y ciertamente no es el caso.
Se pone de espaldas, mirando al techo.
—Podemos ser compañeros.
—¿Compañeros? —repito sus palabras. La noción es
totalmente extraña.
—Puede que no seamos capaces de llenar el vacío del otro.
Pero podemos asegurarnos que no se haga más grande.
Me recuesto en la almohada, mirando el mismo techo que a él
le parece tan interesante.
—De acuerdo.
Estaré bien.
Mientras mi felicidad no dependa de él, nunca tendré que
preocuparme por las palabras de mi madre.
Y, por primera vez, tal vez sea libre.
Él era tan embriagadoramente hermoso, pero tan jodidamente
malvado. Lamento el día en que dejé mi destino en sus manos.
-Del diario de Allegra
ALLEGRA
2
En inglés, reading (que tiene una pronunciación similar a riding) significa leer, pero al mismo tiempo se
utiliza con connotaciones sexuales, como en este caso, con lo cual se refiere a “montar” en el sentido sexual
de la palabra.
para que continúen con sus burlas. No es como si hubiera
esperado algo mejor.
Pero al ver lo hermosa que es Gianna, simplemente no puedo
entender cómo Enzo podría haber pensado en casarse conmigo
por encima de ella, incluso con ese peligro que se cierne sobre su
cabeza. Ella es simplemente... impresionante.
Las ganas de enterrar la cabeza en la arena son casi demasiado
abrumadoras, y lo bloqueo todo, con el único objetivo de salir del
salón de baile, pero cuando pongo un pie delante del otro, oigo un
chasquido.
Me detengo, horrorizada. Mis manos se dirigen
inmediatamente a mi trasero, y siento el desgarro a lo largo de la
línea de costura.
¡No!
Mis ojos recorren la habitación, deseando que nadie se dé
cuenta. Entonces, me apresuro hacia el baño más cercano,
esperando poder arreglar esto de alguna manera.
En el baño, saco el vestido y evalúo los daños. El desgarro es
tan profundo que no parece una casualidad.
No soy tan grande...
No, el vestido se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Es
imposible que lo haya tensado hasta hacerlo estallar.
¡Lucia!
—¡Maldita sea todo! —Aprieto los dientes con frustración,
siendo ya demasiadas humillaciones en el mismo día.
Salgo de la caseta, con la intención de volver a mi habitación,
cuando me topo con Gianna.
Me mira de arriba abajo, con una sonrisa de satisfacción en el
rostro.
—¿De verdad crees que puedes complacerle? —me pregunta,
la actitud tímida de antes ya inexistente—. ¿Crees que puedes
estar a la altura de sus... apetitos? —Sonríe, la implicación es
clara—. Se va a aburrir rápidamente de ti y ¿adivinas a dónde
vendrá? No sería la primera vez.
Dando un paso adelante, se acerca demasiado a mi espacio
personal y me hace sentir incómoda. Quiere intimidarme: la pobre
chica de pueblo con acento raro y vestido llamativo. Para ellos soy
el hazmerreír de la noche, y no me cabe duda que seguiré siendo
el blanco de sus bromas durante las próximas semanas.
—¿En serio? —pregunto, con la necesidad de ganar ventaja
corroyéndome. Me acerco, mi rostro apenas a un palmo de la
suya—. ¿Por qué no te unes a nosotros entonces? Estoy segura de
que a Enzo no le importará, y yo puedo mirar... y aprender. —Me
inclino hacia ella, cogiendo un mechón de cabello entre los dedos,
intentando imitar el suave coqueteo de Enzo.
—¿Qu-qué quieres decir? —tropieza con sus palabras, sus ojos
abriéndose de par en par.
—Si eres tan buena, quizá debería probarte primero, ¿no? —
Apenas salen las palabras de mi boca, ella me empuja y sale
corriendo del baño.
Sola, por fin, me derrumbo en el suelo de baldosas, con la
respiración agitada. Llevo mis rodillas al pecho y meto la cabeza
entre ellas.
—¿Por qué yo? —pregunto en voz baja, dirigiendo la pregunta
a nadie en particular, y a todos.
¿Qué he hecho yo para merecer tanto odio?
Es de noche cuando siento que Enzo se desliza en la cama a mi
lado, manteniéndose en su lado para que no nos toquemos.
Haciendo acopio de todo el valor posible, empiezo a hablar.
—No espero que me seas fiel —digo mientras respiro
profundamente—. Sé que los matrimonios de personas como
nosotros no se basan en la fidelidad y el amor, pero lo único que te
pido es que no me avergüences. No me dejes verlos, oírlos u
olerlos. Puedes follar con quien quieras. Realmente no me importa.
Solo déjame mantener mi dignidad. —Después de hoy, ya no sé si
la tengo.
Pero es la única cosa a la que estoy dispuesta a aferrarme. Voy
a estar bien, incluso si me mata. Es un voto que me hice a mí
misma y que voy a cumplir.
No habla por un momento.
—¿Realmente no te importa? —pregunta en voz baja, su voz
apenas audible.
—No me importa —miento.
—Bien —acepta, y por alguna razón esa sola palabra me
provoca un dolor sordo en el corazón—. No es que necesite tu
aprobación, pero gracias. Ahora podré ocuparme de mis asuntos
con la mente en paz —añade con sorna.
—Bien. Entonces confío en que no me molestes —le respondo,
tirando del edredón hacia arriba para tapar mi cuerpo y
acurrucándome dentro de su calor.
—Si eso es lo que quieres. —Y con eso, nuestra conversación
termina.
No, no es lo que quiero, pero es lo que voy a conseguir de
cualquier manera. Es mejor si al menos puedo tener un mínimo de
control sobre ello.
En el fondo, sabía que alguien tan llamativo como Enzo
estaría involucrado con innumerables mujeres, ya que ser
mujeriego es un atributo esencial de los hombres de nuestro
mundo.
Pero al mirar directamente el rostro de una de sus amantes, un
rostro casi tan llamativo como el suyo, me había dado cuenta de
que me estaba engañando a mí misma pensando que podría ser
diferente. Había pensado que porque no me había tocado cuando
había tenido muchas oportunidades antes, significaba que era un
hombre honorable que no se dejaba llevar por su polla.
Me equivoqué.
No era que fuera honorable.
Era solo que yo soy demasiado poco atractiva para él.
ENZO
5
Nietos
6
puta
7
Como quiera que se llame
8
¡Mi dios!
se hace. Pero me alegro de que hayas encontrado una chica tan
agradable. Cuéntame más.
—Ella es.... —-Hago una pausa, tratando de encontrar las
palabras—. Impredecible. No sé qué tiene, pero no se parece a
nadie que haya conocido. —Una sonrisa juega en mis labios—. No
le gusto, ¿sabes? Puedo ver el desprecio en sus ojos y, sin
embargo, no puedo contenerme.
—Enzo, ¿qué has hecho? —pregunta Maman de repente, con
los ojos entrecerrados. Me conoce demasiado bien.
—La atrapé —admito, y Maman levanta una ceja hacia mí—.
Hice lo que mejor sé hacer. La manipulé para que se casara
conmigo.
—¿Pero por qué?
—Es irónico, ¿no? Me he pasado toda la vida rechazando las
insinuaciones no deseadas de las mujeres, y la única mujer que me
intriga me odia a muerte. —Me levanto, cojo la botella de vodka y
me sirvo un vaso. Maman me pasa su vaso y también lo lleno.
Llevándome el vaso a los labios, doy un gran trago,
encendiendo después un cigarrillo.
—Veo lo infeliz que es aquí, pero no puedo contenerme. No sé
qué tiene ella, pero ha despertado algo primitivo en mí.
—Enzo, ¿estás enamorado? —Maman inclina la cabeza hacia
un lado, estudiándome.
Me río, porque no podría estar más equivocada.
—No, no es amor. No creo que sea capaz de dar ese tipo de
amor. No después de todo lo que pasó. —Maman es la única que
conoce mis secretos más profundos, mi vergüenza más insidiosa—
. Quiero poseerla... domar su espíritu salvaje. Quiero esconderla
del mundo para que nadie más pueda robármela. —Las palabras
salen de mis labios, y siento que me quito un peso de encima al
confesar esto.
Llevo semanas viviendo en un estado de puro tormento, la
idea de que Allegra se me escapara de alguna manera
corroyéndome día y noche. Lo había planeado todo al dedillo,
pero entonces ella tuvo que escuchar mi conversación con mi
padre. Mis dedos se aprietan alrededor del vaso de vodka, la
confrontación de esa noche todavía reproduciéndose en mi mente.
Estuve a punto de estallar y mi control se rompió. Tras años de
autodisciplina, parece que por fin he encontrado a alguien capaz
de hacerme reaccionar.
—¿Poseerla? —Suelta una pequeña carcajada—. Eso suena
bastante peligroso, Enzo. Es un ser humano, no una mascota.
—Y ahora es mía. Para siempre —digo con seguridad, lo único
que parece darme alguna satisfacción estos días.
—Hmm, por lo que dices, no parece muy dispuesta —observa
pensativa.
—Ya se le pasará. —Y aunque no lo haga, no hay vuelta atrás.
—Las mujeres somos seres delicados, mon fils9. Ella no entrará
en razón solo porque tú lo quieras. Y viendo que el vaso podría
romperse en cualquier momento, apostaría a que debe de haberse
metido bajo tu piel.
—Tuvimos un pequeño desacuerdo. —Le hago un rápido
resumen de nuestra discusión y los ojos de maman se abren de par
en par mientras sacude la cabeza.
9
Hijo
—Nunca pensé que fueras un gran romántico, Enzo, pero
tampoco que fueras tan bruto. Debes cortejarla si quieres que se
someta. No puedes esperar simplemente que acceda a tus
exigencias de cavernícola. Por lo que me has dicho hasta ahora,
ella solo ha visto tu lado duro. Muéstrale que también puedes ser
suave. Las mujeres aman lo suave.
—¿Y qué, chocolate y flores? —pregunto con sorna, casi
arrepintiéndome de haber sacado el tema.
—Mais bien sur que non10. ¡Enzo! A veces olvido que, a pesar de
tu alto coeficiente intelectual, tu inteligencia emocional es del
tamaño de un guisante.
—Vaya, merci pour le compliment11, maman. —le respondo
irónicamente, poniendo los ojos en blanco.
—C'est vrais, n'est pas12? Tienes que hacer algo más que lo
mínimo. —Levanta un dedo para acariciarse la barbilla,
pensativa—. Menos mal que me tienes de tu lado. Te ayudaré a
enamorar a tu mujer.
—No estoy seguro de querer su enamoramiento. No quiero que
malinterprete la naturaleza de nuestra relación. Solo la quiero
más... flexible.
—Oh, mi niño, tienes un largo camino por delante. La belleza
del romance es que no se basa en la realidad, sino en la ilusión.
Aliméntala con la ilusión y tendrás una esposa flexible.
Entrecierro los ojos ante ella. La idea es medianamente
atractiva pero no está exenta de dificultades.
10
Por supuesto que no
11
Gracias por el halago
12
Es verdad, ¿no?
—Pero, ¿qué pasa si realmente se enamora de mí?
—¿Y eso sería tan malo?
No respondo, porque no sé la respuesta. A una parte de mí no
le gustaría nada más que tener a Allegra enamorada de mí,
porque entonces sería completamente mía, pero otra parte tiene
miedo de que una vez que vea la adoración en su cara me dé asco,
como todas las anteriores.
Así que no, no quiero su amor, pero tampoco quiero su odio.
¿Me pregunto si hay un punto medio?
—¿Qué quieres decir con que tengo que bajar? —digo mientras
miro a Ana con incredulidad.
—Lo siento, pero la señora ha dicho que, a partir de ahora, si
quieres comer, tendrás que venir al comedor. Ha prohibido a
todos los miembros del personal que te traigan comida.
Había intentado evitar a Lucía todo lo posible, prefiriendo
comer en la habitación antes que arriesgarme a otro
enfrentamiento con ella. Parece que mi plan la había enojado lo
suficiente como para incitarla a hacer esto.
Aprieto los puños, la frustración corroyéndome.
Con Enzo y Rocco fuera la mayoría de los días, solo estamos
Lucía y yo, lo que significa que no tiene que fingir que es algo más
que la bruja despiadada que es. ¿Y ahora amenaza con matarme
de hambre si no sigo sus mandatos?
Sacudo la cabeza, sin saber cómo proceder. Sé que lo hace con
el objetivo de irritarme y sacarme a la luz para poder
atormentarme más. Es una pena para ella que no vaya a
permitirlo. Tendré que estar atenta.
Asintiéndole a Ana, salgo de mi habitación, preparándome
mentalmente para luchar contra el monstruo.
—Ahí estás —sonríe mi suegra cuando me ve, y observo que
no estamos solas en la mesa.
¿A qué juegas, Lucía?
—Me alegro de volver a verte, Allegra. Tenía ganas de
pasarme por aquí. No llegamos a conocernos bien la última vez, y
esperaba remediarlo. —Agita las pestañas y le sonríe a Lucía
mientras dice esto.
Tampoco se me escapa que están hablando en inglés, sabiendo
perfectamente que me cuesta la pronunciación.
Pongo mi mejor sonrisa falsa y tomo asiento en la mesa. El
estómago me ruge, ya que el día anterior tampoco comí mucho.
Miro la variedad de comida: pasteles, sándwiches, galletas…
Cosas que no he comido nunca.
—Lucía, no creo que Allegra haya visto esto antes —se ríe
Gianna al verme mirando la comida. Levanto la mirada,
frunciendo el ceño.
—Es el té de la tarde inglés —dice Lucía, con cara de
suficiencia.
—Pero no es por la tarde. —Frunzo el ceño.
—Vaya, vaya. —Lucía se pone la mano delante de la boca,
ocultando una sonrisa—. A veces se me olvida que eres del
campo. Seguro que allí no tienen eso. —Su tono delata la
satisfacción que siente al señalar mi descortesía.
No sabe que en el campo apenas tenía comida, así que no es
como si fuera a rechazar nada.
Me encojo de hombros y empiezo a apilar comida en mi plato.
Voy a comer y a salir de aquí.
Los sándwiches no tienen mala pinta, así que les doy un
bocado, sorprendiéndome de que me guste el sabor.
—Le gusta —afirma Gianna, con una sonrisa malvada jugando
en sus labios.
—Claro que sí, es comida —le digo, poniendo los ojos en
blanco. Probablemente no ha pasado hambre ni un solo día en su
vida.
—Oh, querida, ¿tal vez deberíamos decirle lo que es? —
pregunta Lucía, con los ojos fijos en mí.
—¿Y arruinar su comida? No deberíamos. —La falsa
preocupación de Gianna es obvia, pero es aún más el hecho de
que se hayan metido con la comida de alguna manera.
Miro el sándwich y noto que hay una especie de pasta dentro.
Sabe a carne, así que no puedo imaginar qué otra cosa podría ser.
—¿De qué estás hablando?
—Ese sándwich que tanto te gusta está hecho con testículos de
jabalí. Un manjar, o eso he oído. —La mirada de pura
condescendencia en el rostro de Lucía me dice que todo esto fue a
propósito.
Es decir, otra humillación más, ¿no? Pero esta vez tuvo que
meter a Gianna Guerra, su perfecta nuera.
¡Vamos a burlarnos de la campesina!
No les doy la satisfacción de mostrar una reacción. En su lugar,
me limito a encogerme de hombros y a seguir comiendo.
La comida es comida, ¿no?
—¡Vaya, muchas gracias! —añado, con la boca llena de
comida—. No tenías que tomarte tantas molestias para
conseguirme un manjar. Puedo comer cualquier cosa, de verdad
—digo mientras vuelvo a morder el sándwich.
Sus expresiones son escandalizadas, y sus bocas están
entreabiertas del asco al verme tragar el bocadillo con mucho
gusto.
—Sabes, en mi pueblo tenemos un manjar con lengua de vaca.
Debería prepararlo para ti la próxima vez, para agradecerte esto.
—Sus rostros se desploman ante la mención de la lengua de vaca,
y yo trato de no sonreír. En su lugar, continúo:
—Ah, y vísceras. Creo que la gente de las grandes ciudades ya
no come vísceras. Quiero decir...
—Creo que es suficiente —me interrumpe Lucía, con el rostro
casi verde—. Ana, por favor, retira la comida.
—Pero —empiezo, pero me doy cuenta que no se puede
razonar con ella. Así que doblo mi camisa hacia arriba, creando
una pequeña bolsa y, cogiendo toda la comida que me cabe en las
manos, la meto dentro.
Tanto Gianna como Lucía me miran asombradas, pero no
espero a que me pongan otra pega. Me pongo en pie, dispuesta a
salir.
Paso por delante de ellas con la intención de volver a mi
habitación, y no me doy cuenta de que Gianna extiende
lentamente su pierna. No hasta que tropiezo con ella, cayendo de
bruces al suelo. La comida se derrama de mi bolsa improvisada,
rodando por el suelo. La comida más blanda se convierte en
papilla bajo el peso de mi cuerpo, y siento que se pega a mi ropa.
—Ops —ríe Gianna, y Lucía no tarda en unirse, ambas
riéndose de mí.
Maldita sea.
A estas alturas ni siquiera me importa la humillación, pero me
duele la rodilla, y también está mi hombro, con una herida apenas
curada. Cabe decir que no estoy bien.
Mi boca se abre en un gemido bajo de dolor, y mis ojos se
aprietan en un intento de soportarlo.
Oigo un jadeo y unos brazos fuertes me levantan.
—¿Estás bien? —Abro los ojos y veo una expresión de
preocupación en la cara de Enzo.
—Qué tonta, ¿estás bien, Allegra? Habrá tropezado, ¿no? Estos
suelos son muy resbaladizos —interviene Lucía rápidamente, pero
Enzo ni siquiera le hace caso.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar y yo le doy un lento
asentimiento.
Sin previo aviso, me levanta en brazos, y mis brazos le rodean
el cuello, sujetándolo para apoyarme.
Se vuelve hacia la pareja de la mesa del comedor y las palabras
que dice son las que menos esperaba de él.
—Gianna, no tienes nada que hacer en esta casa y confío en
que sea la última vez que te vea por aquí. Madre, si tanto quieres
verla, hazlo fuera de la casa. Ella no es bienvenida aquí. Esta es la
casa de Allegra también ahora, y confío en que no la harás sentir
incómoda.
No espera a que le responda y me lleva por las escaleras hasta
mi habitación. Abre la puerta de una patada y me tumba en la
cama.
—¿Dónde te duele? —Se arrodilla frente a mí y me examina
para ver si tengo alguna herida.
—Estoy bien —digo por fin, pero la respuesta no le satisface.
Empieza a tirar de mi camisa hasta que la cicatriz de mi herida es
visible. Se inclina para inspeccionarla y sus dedos se posan sobre
ella.
—¿Te duele? —vuelve a preguntar y yo niego con la cabeza.
—Allegra. Tienes que decirme si te duele algo. Si no, no puedo
ayudarte.
—¿Por qué lo harías? —pregunto, en voz baja. No es como si él
no me hubiera estado aterrorizando también. Su familia solo tomó
una ruta más directa.
—Porque hice un juramento para protegerte. Y eso es lo que
voy a hacer.
—¿En serio? —pregunto burlonamente—. ¿Y quién me
protegerá de ti? —Porque si bien las bromas y burlas de Lucía y
Gianna duelen, no tienen el potencial de hacerme un lío por
dentro como lo hace él.
—Nadie. Eres mía para hacer lo que quiera.
—Sí, lo soy, ¿no? —resoplo—. Soy el juguete que solo tú
puedes romper.
—Tienes razón en eso, pequeña tigresa. Excepto que ahora
mismo quiero arreglarte. Así que dime, ¿dónde te duele? O puedo
encontrarlo por mí mismo. —Sus manos van al dobladillo de mi
falda, tirando de ella lentamente.
—Para eso. —Le quito la mano de un manotazo. En su lugar,
extiendo la pierna y le muestro el moratón de mi rodilla.
Sus fríos dedos tocan la piel de alrededor, y un escalofrío me
recorre la columna vertebral, poniéndome la piel de gallina por
todo el cuerpo.
—Tenemos que desinfectar esto. —Se levanta y se dirige al
cuarto de baño, del cual vuelve con un pequeño botiquín de
primeros auxilios.
Empapa una gasa con desinfectante y empieza a pasarla por
mi piel.
—Auch. —Me estremezco ante el repentino escozor, pero su
aliento caliente me cubre la piel y mitiga parte del dolor.
—¿Te ha pasado esto antes? —me pregunta en voz baja, con
sus dedos trabajando en mi pequeña herida.
—No es nada que no pueda soportar —respondo, girando la
cabeza hacia un lado. No necesito que luche mis batallas por mí.
No cuando soy capaz de defenderme sola.
—Allegra... —Se echa hacia atrás, soltando un profundo
suspiro—. Solo... la próxima vez que ocurra algo así, dímelo.
—¿Y qué puedes hacer?
—Enviar a mi madre de vuelta a Italia —responde, con
expresión seria.
Mis ojos se abren un poco ante su respuesta, pero decido
cambiar de tema, no queriendo ser la causa de una ruptura entre
madre e hijo.
—Tu madre y Gianna.... ¿son amigas desde hace mucho
tiempo? —pregunto, tratando de entender el enojo de su madre
hacia mí.
—¿Madre y Gianna? —Enzo levanta una ceja, divertido—.
Nunca. Antes no se soportaban. Madre siempre hablaba mal de
Gianna. Hasta que llegaste tú.
—Ya veo.
Ella está haciendo el enemigo de mi enemigo es mi amigo, todo
para hacerme sufrir. ¿Pero por qué?
—Ya está, hecho —dice después de ponerme la tirita en la
rodilla.
—Gracias. —Me vuelvo a poner la falda sobre la pierna,
sintiéndome de repente un poco incómoda. Debe ser la primera
vez que tenemos una conversación decente sin pelearnos.
—Ahora, ve a cambiarte de ropa. Tenemos que ir a un sitio.
—¿A dónde?
—A visitar a mi hermana.
Ana me asegura que Lucía ha salido con sus amigas, así que
aprovecho para salir de la habitación. No es frecuente que ella esté
fuera de casa, y a veces prefiero quedarme en mi habitación solo
para evitar un enfrentamiento.
Voy directamente a la biblioteca, con la esperanza de apartar a
Enzo de mi mente. Cierro la puerta detrás de mí y suelto un
suspiro de decepción.
—¿No se supone que deberías estar en el trabajo o algo así? —
le pregunto cuando lo veo recostado en su silla, leyendo el
periódico. Siempre se va de casa a estas horas, así que me
sorprende verlo aquí.
¡Maldita sea!
Es la última persona a la que quería ver (después de Lucía).
—¿Has tenido tiempo de calmarte, pequeña tigresa, o has
venido a buscar pelea otra vez? —Baja el periódico para mirarme
divertido, con una sonrisa que amenaza con apoderarse de toda
su cara.
—¿No podías haber sido un ogro? —murmuro en voz baja. Si
hubiera sido realmente horrible conmigo, tal vez podría odiarlo de
todo corazón. No me gusta que me haga dudar de mi convicción.
—¿Qué fue lo que dijiste? —Sus cejas se levantan, pero me
limito a sacudir la cabeza y a coger un libro al azar, dispuesta a
marcharme.
—No, no, no. —Me señala con un dedo como si fuera un
niño—. No puedes sacar un libro. Si quieres leerlo, hazlo aquí.
Inclino la cabeza hacia un lado, molesta por esta regla
repentina, pero no puedo culparle si quiere ser más cuidadoso con
sus libros. Miro el ejemplar en mis manos, debatiendo si debería
quedarme a leer o simplemente irme.
No dejaré que me intimide.
Con un sonoro golpe, me dejo caer en la silla, abriendo el libro
y empezando a leer.
Solo cuando su risa se intensifica, levanto la vista.
—¿Qué? —La palabra sale un poco brusca. Se levanta y se
sienta en el reposabrazos de mi silla, mirando fijamente mi libro.
—Veo que ya no tienes miedo de caer bajo mi hechizo —se
burla de mí.
Cierro el libro y lo dejo a mi lado, girándome para poder
mirarle a los ojos.
—Te aprovechaste de mi estado de embriaguez —le acuso.
—Oh, ahora admites que solo estabas borracha, no hechizada.
—Su labio tiembla de diversión, y eso solo sirve para enfurecerme
más.
—¿Por qué disfrutas tanto atormentándome? —le pregunto,
con expresión seria. A veces me siento agotada por nuestras
interacciones.
—Porque te irritas muy fácilmente. —Me sorprende
moviéndose hasta quedar frente a mí. Una mano se dirige a mi
rostro, peinando mi cabello hacia un lado—. ¿Por qué te gusta ir
siempre en mi contra? —contraataca con otra pregunta.
—Porque la victoria es dulce. —Levanto la barbilla, dispuesta
a no mostrar ninguna debilidad.
—Sabes —empieza, con su mano aún en mi rostro y
recorriendo suavemente mi cuello. Es como si algo dentro de mí
se encendiera ante este simple gesto.
¡Dios mío! ¿Se me ha estropeado el cuerpo?
—Someterse no es perder. Descubrirás que el resultado final
puede ser mucho más dulce... como anoche —dice
sugestivamente, lamiéndose los labios. Mis ojos se concentran en
su boca, y las imágenes de anoche asaltan tanto mi mente como mi
cuerpo.
Su mano sigue dejando un rastro ardiente a su paso mientras
sigue bajando, hasta que la atrapo.
—Para—susurro, pero mi voz carece de convicción.
—¿Por qué tienes que luchar contra mí con uñas y dientes? —
El tono juguetón de su voz ha desaparecido, cambiando a uno
más serio.
Así que le respondo con sinceridad por primera vez.
—Porque es lo único que puedo controlar. —Mi voz es
pequeña al admitirlo, y sus ojos se oscurecen. Desvío la mirada,
sin querer que vea la vulnerabilidad reflejada en mi mirada.
—Allegra. —Su mano suave atrapa mi mandíbula, girando mi
cabeza para obligarme a mirarlo—. ¿Qué quieres decir?
Toda su actuación desaparece y, por primera vez, siento que
podría tomarme en serio. Respiro profundamente.
—No tienes ni idea de lo que es crecer lejos de las malas
influencias, para así ser lo suficientemente pura para tu futuro
marido. Tener a alguien que restrinja tu forma de vestir, de comer
e incluso de pensar. ¿Quieres saber por qué todos se burlaban de
mi acento? Porque nunca tuve una lección adecuada de inglés en
mi vida. Todo lo que aprendí fue leyendo, e incluso eso estaba
prohibido para mí. Mis padres querían moldearme para
convertirme en la novia perfecta: dócil e ignorante.
—Está claro que no lo consiguieron —añade Enzo en voz baja,
y yo le quito la mano de un manotazo—. Lo siento —dice, pero no
parece ni un poco arrepentido.
—Nunca me han dejado hacer lo que yo quiero.
Enzo se queda pensativo un momento antes de preguntar.
—Entonces, ¿por qué te desanimaste tanto al casarte conmigo
en lugar de con Franzè? No es como si él te fuera a dejar algo de
libertad.
—¡Porque al menos entonces no habría sido todo para nada! —
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas—. Al
menos tendría la aprobación de mis padres.
—Te das cuenta de que nada de lo que hubieras podido hacer
te habría hecho ganar su aprobación. Dios, Allegra, solo querían
utilizarte. ¿Crees que habrían hecho algo en cuanto vieran tu
cuerpo magullado y maltratado? Porque créeme, Franzè es todo lo
contrario a un hombre amable. —Reconozco la verdad en sus
palabras, pero eso no lo hace mejor.
—Así que debería darte las gracias, es eso, ¿verdad? —río con
sorna. Sigue sin entenderlo.
—No soy tu enemigo, Allegra. Nunca lo fui.
—¿De verdad? —Me inclino hacia atrás, arqueando una ceja
hacia él—. Entonces parece que estamos en un punto muerto.
—Nuestro mundo no permite muchas libertades,
especialmente para las mujeres; pero yo no soy tus padres, ni
tampoco Franzè. No quiero que te mueras de hambre y tampoco
quiero restringir tus pensamientos, dado que me gustan. —Me
dedica una leve sonrisa—. Ahora estamos en el mismo bando, y
para bien o para mal, estamos unidos para siempre.
—Eso no significa que me tenga que gustar —refunfuño, mi
reserva de argumentos agotándose por momentos.
—No, pero quizá podamos sacar lo mejor de ello. Así que,
como ofrenda de paz, dime, ¿qué es lo que tú quieres?
Lo miro fijamente, mi mente congelándose de repente.
¿Qué es lo que quiero?
—Yo... —Empiezo a entrar en pánico. Tengo mi lista de deseos,
¿verdad? Ir a la ópera, a un museo, conducir un coche, comer todo
lo que quiero... tantas cosas, ¿por qué no puedo elegir solo una?
—Hagámoslo así —dice Enzo mientras toma mis manos entre
las suyas y sus ojos se centran en los míos—, cada día haremos
algo nuevo, algo que quieras. ¿Qué te parece? —Es como si leyera
mi mente, dándose cuenta de que hay tantas cosas que quiero
hacer que no puedo elegir solo una.
—Está bien. —Asiento lentamente, un poco sorprendida por el
resultado de nuestra conversación. En el mejor de los casos, pensé
que le gritaría algunos insultos más, y en el peor, que lo tiraría al
suelo.
—Bien. —Se levanta, y hace otra cosa que me sorprende
muchísimo: me besa en la frente.
Veo con asombro cómo vuelve a su escritorio, cogiendo de
nuevo el periódico y leyendo, como si no hubiera pasado nada.
Como si no acabara de poner todo mi mundo patas arriba.
Peligroso. Es peligroso, y no solo para mi cuerpo, sino también para
mi corazón.
No quiero que me guste, porque representa todo lo que odio
de este mundo. ¿Pero por qué no puedo odiarlo?
Porque no encaja en el prototipo.
Enzo puede ser cruel y dominante en un momento, pero
amable y gentil al siguiente. Hay una dualidad en él que tiene
poco sentido.
Quieres entenderlo.
¡No! Desde luego que no. Intento apartar mi voz interior. Es
mejor que me mantenga distante, incluso cuando me mira con
esos ojos tan sensuales...
Sacudo la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos. No
me hace ningún bien pensar en ello.
Recogiendo el libro, me concentro en la lectura de nuevo. En
algún momento me duermo, porque cuando me despierto ya está
oscuro afuera.
Me estiro un poco y una manta cae de mi cuerpo.
—Levántate y brilla, pequeña tigresa —me saluda Enzo,
moviendo una mesa llena de comida frente a mi silla.
—¿Para mí? —pregunto en voz baja mientras asimilo todo lo
que hay en la mesa. Es un festín digno de una reina.
—Come —me anima, pero ya me he adelantado a él,
llenándome la boca con los bollos calientes—. Oye, tranquila,
nadie te lo va a quitar —intenta tranquilizarme, pero no puedo
parar.
No cuando su madre se había asegurado de que solo recibiera
lo mínimo para sobrevivir.
—Tranquila. —Su mano acaricia suavemente mi cabello
mientras me observa comer con gusto.
—Gracias —consigo decir entre bocado y bocado. Ahora que
se me pasa la reacción inicial, me acuerdo de aquella vez en
Agrigento y de cómo me puse enferma después. Y sería una pena
desperdiciar esta comida...
Disminuyo la velocidad, pero aún no me detengo.
—¿Por qué sonríes? —Frunzo el ceño al ver que me mira
fijamente.
—Disfruto viéndote comer —responde, y por un momento me
pregunto si esto debía ser para los dos. Mis ojos se abren de par en
par por el miedo: la perspectiva de tener que compartir mi comida
me aterroriza.
Él se da cuenta de mi reacción porque rápidamente vuelve a
decir que es solo para mí.
Mis labios se abren en una sonrisa.
—Puedes quedarte con esto. Solo esto. —Empujo de mala gana
el último bollo hacia él.
Sus cejas se levantan ante mi ofrecimiento, pero no lo rechaza.
Continúo comiendo, pero también lo veo morder lentamente el
bollo, su boca encajando su alrededor.
Con la boca abierta observo el erotismo de ese pequeño gesto.
Me recuerda a la noche anterior, a la forma en que él también se
dio un festín conmigo...
—Cuidado —dice, su mano atrapando el trozo de comida
cayendo de mi boca.
Bueno, si antes no le daba asco... seguro que ahora sí.
Nueve años
—¿No te ves bien con tu trajecito? —murmura la señora que
está frente a mí, sus ojos recorriendo ávidamente mi cara y mi
cuerpo. Inclino la cabeza hacia un lado, pero no digo nada.
Cuando no respondo a su evidente intento de obtener una
respuesta servil, me abofetea en la cara.
—Niño podrido, te crees mucho mejor que todo el mundo,
¿verdad? —Sus labios se tensan en una fina línea.
No me resisto. He aprendido a no luchar contra ella. No es la
primera vez que intenta sacarme una reacción con violencia.
—¡Fuera de mi vista! Ya he tenido bastante por hoy. —Me
despide con un gesto de la mano y no me entretengo.
La Señora Woods no es una mujer amable, por mucho que ella
quiera que la gente crea lo contrario. Todo el mundo en la escuela
la quiere porque solo ven su lado encantador, pero cuando
alguien no hace lo que dice, deja de ser amable.
Todo empezó cuando me mostré indiferente a sus cumplidos.
Al ver que no me había inmutado, ni había dado las gracias o
devuelto el cumplido, procedió a insultarme. Se ha convertido en
costumbre que comente sobre mi aspecto, esperando todavía que
sea todo sonrisas a su alrededor, antes de terminar todo con una
bofetada, tal y como ha hecho ahora.
Suspiro mientras me voy al fondo de la fila.
No es que lo haga a propósito, pero he aprendido a diferenciar
cuándo la gente es realmente amable conmigo o cuándo intentan
conseguir algo. Y a la Sra. Woods nada le gustaría más que quedar
bien con mis padres.
Todos mis compañeros están en fila mientras nos preparamos
para salir al escenario, con nuestra obra de fin de curso a punto de
comenzar.
Como ya había sido grosero con ella antes, me habían dado el
papel con menos líneas, pero no me quejo, ya que hubiera
preferido no hacer la obra. Odio cuando los focos se centran en mí
y todo el mundo empieza a elogiar mi cara.
Es como si no pudieran ver nada más que mi cara.
Soy el mejor alumno de mi clase, pero he oído los rumores: mis
padres han pagado por ello, o soy el favorito de los profesores.
Nunca es por mis propios logros.
La obra va bien, tal y como habíamos ensayado. Pero es al
final, cuando nos inclinamos ante el público, cuando escucho las
siempre familiares palabras.
—Vaya, qué niño más bonito. Será un hombre tan guapo
cuando crezca.
—¿Has visto sus ojos? Nunca había visto ese tono antes.
—Seguro que le tocó la lotería genética.
Más y más comentarios de ese tipo, y luego está mi madre,
sentada en la primera fila con una sonrisa de satisfacción en el
rostro.
Acaba de presumir de su precioso hijo.
A su lado está mi hermana pequeña, Catalina, vestida con un
vestido rosa que la hace parecer una muñeca: el próximo proyecto
de mamá.
Nos dirigimos de nuevo a la parte de atrás, y mi madre y mi
hermana me están esperando.
—¡Enzo! —Lina me sonríe y se suelta de la mano de mi madre
para venir corriendo hacia mí.
La cojo entre mis brazos y la hago girar, besando suavemente
su frente.
—Todavía no puedo creer que no te hayan dado el papel
principal. Tendré que hablar con ella —refunfuña madre en voz
baja y yo suspiro profundamente, no queriendo verme envuelto
en otro conflicto.
—Está bien. No quería el papel principal —le digo, esperando
que por una vez me escuche y deje el tema.
—Si tu padre no estuviera tan en contra. —Hace un sonido de
tsk mientras me mira a la cara—. Serías la cara de todos los
anuncios de modelaje. Con tu hermana a tu lado. —Sacude la
cabeza, con la decepción claramente marcada en su rostro—.
Arrasarías en todo el país.
No es la primera vez que oigo a mi madre decir esto. Desde
que tuve la edad suficiente para entender el lenguaje de los
adultos, me di cuenta de que mi madre tenía grandes aspiraciones
para sus hermosos hijos. Había querido llevarnos a Hollywood,
conseguir que todo el mundo nos mirara como si fuéramos unos
objetos, no seres humanos. Pero, por supuesto, sus sueños habían
sido rápidamente sofocados por mi padre, que no quería nada de
eso.
Eso no impidió que madre nos llevara a todas partes como sus
muñequitos.
Volvemos a casa y me apresuro a ir a mi habitación, ya que los
acontecimientos del día me están pasando factura.
Yendo al baño, me miro en el espejo, preguntándome qué es lo
que hace que todo el mundo se obsesione con mi cara.
Levantando la mano, trazo los contornos de mi cara, buscando
cualquier imperfección, pero sin encontrar ninguna.
¿Y si tuviera una?
¿Y si no fuera tan perfecto? ¿Dejaría la gente de mirarme? Tal
vez esto pueda resolver todos mis problemas.
Ni siquiera lo pienso mientras aprieto la mano en un puño,
dirigiéndola directamente al espejo. No se rompe, no
inmediatamente. Pero mientras sigo golpeándolo, pequeños
fragmentos se abren paso en el suelo.
Haciendo una mueca por el dolor de mi mano, concentro toda
mi energía en un trozo de cristal. Cogiéndolo con la mano, me lo
llevo a la mejilla.
Una cicatriz.
Y dejaría de ser tan perfecto.
Estoy a punto de clavarme el extremo afilado en la piel cuando
madre irrumpe en la habitación y me lo quita de un manotazo.
—¿Qué estás haciendo? —me grita, con los ojos muy abiertos
por el horror. No reacciono cuando empieza a golpearme (siempre
el cuerpo, nunca la cara). Solo la dejo hacerlo hasta que se cansa.
—¡No te atrevas a hacer eso otra vez! —repite una y otra vez, y
aunque asiento a sus palabras, sé que lo volveré a hacer en cuanto
pueda.
No sé si es mi expresión la que no es lo suficientemente
convincente, pero ella añade algo que me hace reflexionar.
—Cada corte que te hagas en la cara, le haré lo mismo a tu
hermana. ¿Quieres que esté fea y con cicatrices? ¿Quieres que llore
de dolor? ¿Por tu culpa? —Miro a los ojos de madre, esperando
que todo sea una broma.
No lo es.
—No lo volveré a hacer —digo en voz baja, convencido de que
cumplirá sus amenazas.
—Bien. Ahora ven, deja que María te limpie. —Me entrega a
mi niñera y sale de la habitación.
Madre vuelve más tarde, como sabía que haría. Este tipo de
comportamiento no queda impune.
—Sabes que no puedo dejarte salirte con la tuya —explica, con
expresión estoica mientras me mira.
Asiento con la cabeza.
—No quiero hacerlo, pero tengo que hacerlo —continúa, como
si le resultara tan difícil castigarme. Frunce los labios y me mira de
arriba abajo.
—Tu castigo será no moverte y guardar silencio. —Frunzo el
ceño ante el extraño castigo, pero no digo nada. A mí me parece
bastante fácil.
Me lleva a su habitación, directamente hacia su armario.
Abriendo la puerta, me mete dentro y me dice:
—Las manos sobre las rodillas, los ojos hacia delante y no te
atrevas a moverte ni a hacer ningún ruido. —Obedezco, doblando
las piernas debajo de mí y colocando las palmas de las manos
sobre mis rodillas.
Madre me dedica una sonrisa de aprobación antes de empujar
la puerta detrás de ella. No la cierra del todo, y queda un pequeño
espacio que permite una perfecta visibilidad dentro de la
habitación.
Me pregunto cuánto tiempo debo estar aquí. Normalmente sus
castigos son corporales. Es la primera vez que me obliga a hacer
algo así.
Oigo la puerta de entrada a la habitación y veo entrar a padre.
Suspira profundamente y empieza a quitarse la ropa. Madre se
apresura a ofrecerle un masaje en los hombros y, cuando padre se
sienta en la cama, empieza a amasar su carne.
No creo que deba ver esto.
Pero la escena cambia rápidamente cuando mi madre se
arrastra de rodillas frente a mi padre y le pone la boca en el pene.
Mi primer instinto es mirar hacia otro lado, pero entonces
recuerdo sus palabras.
Ojos al frente.
Temiendo otra paliza, sigo mirando.
Pronto madre está de rodillas y padre la golpea por detrás, con
una respiración irregular mientras gruñe algunas palabras
malsonantes. Los ojos de madre se centran en mí todo el tiempo.
Se le escapan fuertes gemidos de la boca mientras insta a padre a
ir más rápido y más fuerte. El sonido de una bofetada contra la
carne de mi madre me hace estremecer, pero ella sigue
mirándome, con la mano entre las piernas.
—¡Me corro! Más fuerte —grita, con el cuerpo temblando. Sin
embargo, su mirada no se aparta de mí.
Esto continúa durante la siguiente hora. No importa lo que
padre le haga, sus ojos no se mueven de mí.
Se asegura de que no aparte la mirada.
Cuando finalmente termina y padre sale de la habitación,
madre se acerca a mí, todavía desnuda, y abre la puerta.
—Buen chico. —Se inclina de rodillas frente a mí, con sus
pechos colgando y balanceándose hacia mi cara. Se inclina hacia
mí para besarme la cara, sus labios rozando mi boca.
—Ahora puedes ir a jugar —dice, sacándome de la habitación.
Me duele al levantarme, con los pies casi paralizados por haber
estado sentado en la misma posición durante demasiado tiempo,
pero estoy demasiado contento de salir de allí, así que salgo
cojeando.
Es tarde en la noche cuando se produce la primera visita. Estoy
en mi cama, durmiendo, cuando me sobresalta el crujido de las
sábanas, la cama bajando para acomodar a otra persona.
Mantengo los ojos cerrados, convencido de que es un sueño.
Los monstruos no existen, ¿verdad? Soy demasiado mayor para creer
en eso.
Manteniéndome quieto, siento un aliento en mi mejilla
mientras una mano empieza a recorrer mi brazo. Abro un ojo, e
incluso en las sombras de la noche puedo reconocer el perfil de mi
madre. Parece embelesada mientras me acaricia la piel. Sus dedos
se posan en mi mano y la atrae suavemente hacia ella.
Ajusta sus dedos con los míos, su palma descansando sobre mi
mano mientras acerca su pierna. Arrastra mi mano hacia lo alto de
su muslo, presionando mis dedos contra su carne. Siento que la
humedad cubre las puntas de mis dedos, y ella sigue usando mi
mano, moviéndola en círculos y mojándola cada vez más.
Su respiración se entrecorta en la garganta a medida que los
movimientos se aceleran.
Intento no retroceder con asco, sobre todo cuando me toma
toda la mano y la mete en una estrecha abertura. Paredes calientes
rodean mi piel, y ella la mueve dentro y fuera de su cuerpo.
Permanezco en silencio, dispuesto a ignorar lo que está
sucediendo, esperando que todo sea un mal sueño.
Todo se detiene solo cuando ella suelta un jadeo semi-fuerte, y
yo siento que mis dedos son tragados por algo.
—Buen chico. —Se acerca a mi cara, con su boca cerca de mi
oído—. Pronto —es todo lo que dice antes de irse.
Un tiempo después, abro los ojos y me encuentro solo en la
habitación. No hay pruebas de que haya estado allí, excepto un
fuerte olor que sale de mis dedos.
Me siento físicamente enfermo, e incluso en mi joven mente, sé
que esto está mal.
Todo está mal.
Doce años.
Algunas personas crecen temiendo a los monstruos bajo la
cama. Yo crecí temiendo al monstruo de mi casa.
Es difícil creer que mi madre no se dé cuenta de que estoy
despierto todo el tiempo que está allí... tocándome. Pero si lo hizo
nunca lo mostró.
Por la noche era una persona, pero durante el día era otra
completamente distinta. En la oscuridad yo era el objeto que le
daba placer, mientras que durante el día era el hijo guapo que
podía mostrar con orgullo al mundo.
Pero algo empezó a cambiar.
Lo veía en el ligero estrechamiento de sus ojos cuando alguien
me miraba fijamente o me alababa demasiado; o en la forma en
que maldecía a las chicas de mi colegio que se atrevían a darme
atención.
Estaba destinado a ser suyo, solo suyo.
—Toma mi mano, Lina. —Le tiendo la mano mientras salimos
del coche.
Mi hermana mayor, Romina, se casa hoy y toda la familia va a
asistir.
Me agarro a Lina y nos dirigimos al interior del recinto.
Después de la ceremonia en la iglesia, la celebración continuará
con más comida y bebida. Pero teniendo en cuenta la cantidad de
extraños que hay a mi alrededor, no voy a dejar a Lina sola ni un
momento.
Yo, mejor que nadie, sé de lo que son capaces los adultos, y
prefiero morir a que le pase lo mismo a mi hermanita.
Me sonríe y seguimos dentro, tomando nuestros asientos
designados.
Romina parece increíblemente feliz mientras mira a su marido,
Valentino. Aunque el suyo es un matrimonio concertado, han
desarrollado sentimientos el uno por el otro durante su noviazgo.
Romina suele bromear diciendo que fue amor a primera vista,
pero al ver sus interacciones, cómo Valentino la hace girar en la
pista de baile, su amor parece muy real.
—Ya verás cuando encuentres a alguien que ilumine todo tu
mundo —decía, intentando explicar los sentimientos que
Valentino despertaba en ella.
Yo asentía con la cabeza, y le seguía la corriente, ya que el
tema le interesaba mucho. No quise decirle que no creía que algo
así me fuese a pasar nunca. No cuando lo único que siento es asco
cada vez que pienso en una mujer tocándome.
—Tienes chocolate en la barbilla, tonta. —Miro a Lina. Ella
deja el pastel y frunce el ceño mientras intenta limpiarse el rostro.
—Déjame —digo mientras cojo una servilleta y le froto
suavemente la piel. Mi hermana es la única excepción a la regla.
No hay nadie más puro e inocente en este mundo que mi dulce
Lina, y cuando me mira con esos ojos llenos de amor, no puedo
evitar sentir que el corazón me estalla en el pecho.
Haría cualquier cosa para asegurarme de que nunca conozca a los
monstruos del mundo.
Es una promesa que me hice a mí mismo hace mucho tiempo.
La protegería hasta mi último aliento.
—¿Puedo sentarme aquí? —Giro la cabeza para ver a otra
chica que señala la silla que está a nuestro lado. Tiene más o
menos mi edad, quizá un par de años menos.
—¡Claro! —exclama Catalina, con una sonrisa en el rostro—.
Eres muy bonita —la halaga Lina.
—¿Cómo te llamas? —Se planta delante de la recién llegada.
—Soy Gianna —dice la chica, tomando asiento a mi lado.
—Yo soy Catalina y este es mi hermano Enzo —proclama Lina
con orgullo. Le dedico una sonrisa tensa, pero no digo nada. A
Lina le encanta hacer nuevos amigos, y aunque nunca le impediría
socializar, no está precisamente en mi lista de prioridades. La
mayoría de las veces agradezco que la gente no se fije en mí.
—Encantada de conocerte —dice Gianna, y sus ojos saltan
hacia mí inmediatamente. Trato de no reaccionar ante su evidente
mirada, pero no está siendo muy discreta al respecto. Ni siquiera
cuando acerca a propósito su silla a la mía y trata de entablar
conversación conmigo.
Suspiro, dándole respuestas cortas y esperando que capte la
indirecta y nos deje en paz. Lina, en cambio, sigue haciendo sus
preguntas y dirigiendo la conversación.
—¿Qué? —Gianna salta de repente de su asiento, con la parte
delantera del vestido empapada. Levanto la vista y veo a mi
madre de pie junto a ella, con una sonrisa maliciosa pintada en su
rostro.
—Oh, vaya, debo de haberme tropezado. —Arregla su tono
para que parezca una disculpa, pero reconozco la falsedad de la
misma.
Gianna parece angustiada y sale corriendo en busca de sus
padres.
—Mamá —salta Lina a los brazos de su madre, dándole un
fuerte abrazo.
Las miro a ambas, temiendo la situación en la que me
encuentro. Sé que madre nunca le haría nada a Lina, me he
asegurado de ello. Pero a los ojos de Lina nuestra madre es el
epítome de la perfección, y su adoración está escrita en su mirada
cada vez que la mira. Madre lo sabe, y lo utiliza sutilmente en su
beneficio para asegurarse de que soy dócil.
Porque nunca abriría la boca con acusaciones si eso le causara
dolor a mi hermana pequeña.
La forma en que su rostro se contorsiona, una mezcla de
triunfo y satisfacción deja claro que ha dado en el blanco con su
supuesto accidente.
El resto de la celebración transcurre de forma borrosa mientras
intento rechazar otros intentos de socialización.
De vuelta a la casa, me retiro a mi habitación. Como padre está
en casa hoy, no creo que madre venga. Tal vez pueda dormir bien
por la noche.
Me dejo llevar, pero incluso hoy la suerte no está de mi lado.
Me despierta una sensación de humedad alrededor de mi
polla. Me sobresalto momentáneamente y, al abrir un ojo, veo a mi
madre entre mis rodillas, con su cabeza subiendo y bajando por
mi polla. Aprieto las manos en un puño para no reaccionar, para
no quitármela de encima de una patada. Pero la vergüenza me
envuelve al darme cuenta de que, por primera vez, estoy
empalmado, y la forma en que me acaricia la carne o cómo me
empuja tan profundamente en su boca no me parece tan mala.
Giro la cabeza hacia un lado, apretando los ojos y diciéndome
que todo esto es un mal sueño.
No es real.
Sigue succionando, con su lengua haciéndome cosquillas en la
zona sensible. Mis músculos se tensan y siento un cosquilleo en la
columna vertebral. No sé lo que pasa, mi mente se queda en
blanco y una intensa sensación se apodera de todo mi cuerpo.
Salen chorros de algo de mí pene, que van a parar a la boca de
mi madre, que sigue chupando.
Una lágrima solitaria se abre paso por mi mejilla al darme
cuenta de la enormidad de lo que acaba de suceder... y todo mi ser
se llena de autodesprecio.
¿Por qué? ¿Por qué me hace esto?
No es la primera vez que me hago la misma pregunta. Noche
tras noche, me susurraba al oído que me haría sentir bien mientras
recorría mi cuerpo con sus manos.
Pero solo hoy comprendo lo que su oferta exige: el precio de
mi alma.
Estoy casi paralizado mientras espero a que termine lo que sea
que esté haciendo. Mantengo los ojos cerrados y me imagino todas
las formas en que la haría sufrir, destruirla para que nunca se me
acercara de nuevo.
Y, sin embargo, sé que eso nunca podrá ocurrir... y que
mañana volverá a suceder.
A medida que pasa el tiempo, cada vez es más difícil poner
una cara feliz y fingir que soy normal. Incluso mis amigos del
colegio me abandonaron cuando se dieron cuenta de que me había
vuelto demasiado cerrado. No es que me importara demasiado, ya
que significaba menos esfuerzo por mi parte, menos fingir.
Incluso dejé de salir de casa si no era completamente necesario,
porque tener una cara bonita significa que la gente se
arremolinará a mi alrededor con falsas intenciones.
Mi única fuente de consuelo es mi hermana pequeña, la única
que todavía tiene el poder de hacerme feliz.
Pero a medida que ella crece... tengo que preguntarme si ella
también empezará a mirarme de forma diferente... menos
fraternal. Madre ya lo ha hecho, ¿qué le impide hacer lo mismo?
Las noches continúan como antes, pero pronto me encuentro
mejor para controlar mi cuerpo, para no dejarla ganar. En algún
momento, consigo retener mi eyaculación, y por mucho que
madre intente sacarme una reacción, por mucho que intente
hacerme sentir bien, ya no funciona.
Pero, aunque esperaba que esto la disuadiera, solo le dio otras
ideas.
Me doy cuenta de eso cuando me encuentro inmovilizado en la
cama, con el cuerpo desnudo de madre a horcajadas sobre mi
mitad inferior.
No me muevo mientras veo cómo sus manos trabajan mi polla,
toda mi atención concentrada en no mostrar ninguna debilidad,
en no darle lo que ansía.
Pero esta vez, en lugar de intentar excitarme con su boca,
cambia de táctica. Frota sus genitales, ya mojados, y la sensación
es asquerosa. Pero por mucho que intente hacerme reaccionar, mi
polla sigue flácida.
Justo cuando pienso que va a rendirse y marcharse, vuelve a
susurrar esas temidas palabras.
—Deja que te haga sentir bien, Enzo. Solo esta vez —dice
mientras me acaricia, sus dedos rodeando mi polla flácida y
guiándola hacia su entrada.
Es como si todo mi cerebro se pusiera en marcha con
advertencias al saber lo que está a punto de suceder.
Por primera vez, dejo de fingir.
Se esfuerza por introducirme en su orificio cuando me levanto
de la cama, mis manos empujando sus hombros y apartándola
fuera de mí. Mis ojos se abren de par en par cuando la veo
completamente por primera vez, desnuda en el suelo, con una
expresión de asombro.
—Enzo, cariño... —balbucea—, no es lo que parece. —La miro
con horror ante el acto que estaba a punto de ocurrir hace un
momento.
—Fuera. —Mi voz es pequeña, casi temblorosa, pero a medida
que el asco me invade y amenaza con desbordarse, me armo de
valor para ordenarle—. ¡Fuera!
Se echa hacia atrás, recogiendo su vestido tirado antes de salir
de la habitación.
Y yo me quedo mirando las sombras de la pared...
—¿Cuánto tiempo vas a estar deprimido en mi sofá, mon cher?
—Maman Margot abre las persianas y la luz del sol asalta mis
sensibles ojos.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que llegué a su casa? ¿Dos
días? ¿Tres? He pasado todo el tiempo en el fondo de la botella,
así que no he estado llevando la cuenta.
—Maman, por favor —gimo, tapándome los ojos con el dorso
de la mano.
—Enzo, sabes que te quiero mon fils, pero tienes que irte. Hace
un par de días que no veo a Alfredo, y todo porque has asediado
mi boudoir13. Entiendo que estés frustrado ya que —Entrecierra los
ojos mirándome lastimosamente—, no consigues nada, pero ahora
te estás asegurando de que yo tampoco lo consiga.
—Agua —grazno, y maman se limita a sacudir la cabeza
mientras me lanza una botella de agua y un ibuprofeno.
—Al principio te dejé estar porque pensé que todo esto era por
tan soeur14, pero no es solo eso, ¿verdad?
Tomando asiento frente a mí, se sirve un poco de vodka en su
vaso y se lo lleva a los labios. Maman siempre empieza el día con
una dosis rejuvenecedora de vodka, pero esta vez, el olor a alcohol
me resulta repulsivo, y mi nariz se arruga del asco.
Quizá porque me he ahogado en alcohol.
Me quedo en silencio durante unos segundos, sin saber qué
decirle... cuánto decirle.
13
Tocador
14
Tu hermana
—Creía que las cosas iban bien con tu mujer. —Ella toma otro
sorbo, sus ojos observándome con atención.
—Es... complicado.
—¡Complicado mis narices, Enzo! —Maman pone los ojos en
blanco mientras vacía el vaso y lo golpea contra la mesa con
fuerza—. ¿Qué has hecho?
—Hice que me odiara —admito con un suspiro, y el recuerdo
de Allegra en el suelo, con sus grandes ojos mirándome con tanta
decepción, hace que mi corazón se apriete dolorosamente en mi
pecho.
Nunca quise su odio. No obstante, parece que estoy obligado a
tenerlo si quiero que ella sea feliz... segura...
—¿Por qué demonios harías eso? ¡Mon Dieu, Enzo! —Me mira
horrorizada, y su expresión refleja lo que siento por dentro.
Me había acostumbrado tanto a estar con Allegra... a hablar
con ella, a tocarla.
—Me congelé... —admito, bajando la mirada—. Ella dijo algo
que me recordó a... —Me quedo en blanco, pero maman lo capta
inmediatamente.
—Enzo, mon fils, no todas las mujeres son como tu madre.
—Ya lo sé —digo con una sonrisa torcida—. Allegra no es
como nadie que haya conocido. Es simplemente... especial.
Su sonrisa, su calidez, cómo ha hecho que tenga ganas de
despertarme por las mañanas…
—Entonces, ¿por qué no le cuentas lo que pasó? ¿Abrirte a
ella? Estoy segura de que será comprensiva.
Respiro hondo.
—Creo que le rompí el corazón, maman, y no estoy seguro de
que vaya a perdonarme nunca.
—Enzo... —Maman se echa hacia atrás, con los labios fruncidos,
y finalmente dejo que todas mis preocupaciones se derramen.
—Necesito mantenerla lejos. La violación de Catalina... La
muerte de Romina... todo le ocurrió a personas que juré proteger.
No puedo fallarle a ella también. —Miro hacia otro lado, el dolor
amenazando con derramarse.
—Mon Dieu. —Maman cruza los brazos sobre su pecho—.
Dime que no crees realmente que fue tu culpa. No podías haber
hecho nada para evitar que ocurrieran esas cosas horribles.
—Tal vez podría haber...
—¡Enzo! —Levantándose repentinamente, se planta frente a
mí, levantando mi mandíbula para que pueda mirarla a los ojos.
—Después de todo lo que pasó, la vida te dio una mujer que,
según tú, es tu pareja en todos los sentidos. ¿Por qué te alejas de
ella cuando puedo ver el dolor en tus ojos cuando dices su
nombre? Mon fils, una cosa que he aprendido en mi vida... La
gente de calidad no viene fácilmente. Y cuando lo hacen, te aferras
a ellas contra viento y marea. Ahora sal de aquí y ve a disculparte
con tu esposa. Tal vez ella todavía te perdone.
No deja lugar a discusiones y me da la espalda, tomando
asiento junto a la ventana.
Recojo mi abrigo y salgo, casi temiendo volver a casa.
Hacía tanto tiempo que no recordaba tan claramente aquellos
días de mi infancia.
Infancia...
Casi me río de la idea. Dejé de ser un niño la primera vez que
mi madre me tocó inapropiadamente.
Sin embargo, a pesar de mi entusiasta inmersión en la mafia,
de toda la gente que he matado... ella sigue viva.
Tenía trece años la primera vez que intenté matarla, solo para
ser interrumpido por mi hermana pequeña llorando por su madre.
Tenía catorce años la segunda vez. Acababa de aprender lo
fácil que era apretar el gatillo y ver cómo el alma de alguien salía
de su cuerpo. Y, sin embargo, mientras apuntaba con la pistola a
su forma dormida, no me atrevía a hacerlo.
¡Débil!
Tan débil... los recuerdos habían continuado atormentándome,
y la idea de que todas las mujeres querían una cosa de mí quedó
plantada firme e irrevocablemente en mi mente.
A lo largo de los años su presencia se hizo más soportable,
aunque su tacto seguía siendo repulsivo. Pero me las arreglé,
porque seguía siendo la madre de mis hermanas.
Ahora...
Catalina se ha ido. Romina ha muerto. Augusta está lejos...
No hay nada que me retenga.
ALLEGRA
En la actualidad
18
¡Dios mio! Es un milagro. Enzo, tienes mucha suerte. Oh, es asombroso.
—Pero por supuesto. Allegra, querida, no te preocupes,
nuestra relación es puramente platónica —dice, reiterando las
palabras de Enzo al pie de la letra.
—Qué convincente —murmuro.
—¡Es treinta años menor que yo, mon Dieu! No soy una
asaltacunas —continúa con voz disgustada—. Nos conocemos
desde hace casi dos décadas y ha sido como un hijo para mí.
—Ciertamente has sido la madre que nunca tuve, maman —
añade Enzo con cariño.
—Ah, mon cher, me estás haciendo llorar. —Hace una pausa
mientras revuelve algunas cosas antes que escuche un resoplido, y
me doy cuenta de que sí la hizo llorar.
¿Quién es esta mujer?
—Enzo, ¿tengo tu permiso para contarle cómo nos conocimos?
—Adelante. No quiero más secretos —afirma mientras me
mira a los ojos.
—Hablaré claro entonces, querida. Fui prostituta en uno de los
clubes de Rocco, hace muchas, muchas lunas. Primero fui su
amante, pero esa zorra de Lucía contrató a alguien para que me
arruinara el rostro. Sé que no está confirmado, pero estoy segura
que fue ella. —Respira profundamente mientras su voz se
calienta.
—Cuando ya no tenía ningún atractivo para Rocco, me envió a
uno de sus establecimientos a trabajar. Allí también conocí a Enzo.
Creo que tenía doce o trece años, el pobre muchacho. Le habían
echado alcohol en la garganta a un niño y luego lo habían dejado a
su suerte. Y tú lo has visto.... Mon Dieu, he conocido a muchos
hombres en mi vida, actores y modelos destacados, pero ninguno
tan llamativo como él. Te lo digo con toda objetividad, querida, no
te ofendas —me dice, y no puedo evitar una sonrisa.
—No me ofendo —respondo.
—Bien, sé que es todo tuyo, pero cualquiera que tenga dos
dedos de frente puede ver que es un hombre muy guapo. Incluso
entonces, era tan hermoso que dolía mirarlo. Y eso hacía que la
gente se aprovechara de él. —Hace una pausa con un triste
suspiro.
—¿Qué quieres decir? —Casi temo por la respuesta, porque un
niño borracho y aprovechado solo puede significar una cosa.
Ladeo la cabeza hacia Enzo y él tiene una mirada grave.
—No sé exactamente qué pasó antes que yo llegara. Enzo
nunca me contó los detalles. Estaba caminando por el pasillo del
club cuando escuché un grito de auxilio estrangulado. Ni siquiera
pensé, simplemente irrumpí por la puerta y toda la escena fue
horrorosa. —Su voz se entrecorta, y está claramente afectada por
lo que está diciendo. Es imposible que alguien pueda fingir eso.
—El pobre Enzo estaba desnudo, boca abajo en el suelo, y un
viejo estaba encima de él, a horcajadas y... —Se interrumpe y oigo
un sollozo.
La expresión de Enzo aún no ha cambiado, y apenas me
contengo de tenderle la mano en señal de consuelo.
—Gracias a Dios llegué justo antes que pasara lo peor. Estaba
tan desorientado, tan vulnerable, y mi corazón se rompió por él.
De alguna manera, después del hecho, a Enzo se le metió en la
cabeza que tenía que pagarme, así que lo hizo.
—Le compré un club —interviene Enzo, la apariencia de una
sonrisa jugando en sus labios.
—Hemos sido amigos durante mucho tiempo, pero en
realidad, lo veo como el hijo que nunca tuve —dice con efusión y
un rubor sube por el cuello de Enzo.
—Gracias, maman —añade él con auténtico cariño.
Charlamos un poco más y me cuenta algunas anécdotas de
Enzo a lo largo de los años y, justo cuando estamos a punto de
terminar la conversación, añade algo.
—Por favor, sé amable con él y escucha todo lo que tenga que
decir. Sé que todo apunta a lo contrario, pero puedo dar fe con mi
vida que mi chico te ama más que a nada en el mundo. Dale una
oportunidad, por favor.
—Le dejaré hablar.
Maman me asegura que dejará a Luca al día siguiente antes de
colgar.
Enzo se guarda el teléfono y me quedo sin palabras mientras lo
miro.
—¿Acaso ellos...? —No me atrevo a formular la pregunta.
Sacude la cabeza.
—Casi, pero maman estuvo allí para ayudarme —responde, y
creo que no se da cuenta de cómo su mano busca instintivamente
la botella de alcohol que hay sobre la mesa.
—Enzo, yo...
—Hay más —me corta, tomando un trago de alcohol—. Ni
siquiera sé cómo decir esto... Además de a maman, nunca se lo he
dicho a nadie. —Se le quiebra la voz y cierra los ojos, con la mano
frotándose las sienes.
¿Qué puede ser peor que eso?
Me acerco a él y cubro su mano con la mía. Él mira hacia abajo
ante el contacto, y aprieta los ojos, moviendo la cabeza hacia un
lado.
—Antes del club —empieza, con la voz baja y ronca—, mi
madre tenía una obsesión antinatural conmigo.
Mis ojos se abren de par en par y me alejo conmocionada.
—Ell-ll-a —tartamudeo, y mi mente poniendo todo junto: sus
celos, su comportamiento hacia mí.
No... eso no. Por favor, dime que no es lo que estoy pensando...
—Tenía nueve años cuando empezó a entrar en mi habitación.
Pensaba que yo estaba dormido, así que usaba mis manos para
excitarse.
Jadeo y me llevo la mano a la boca, pero no hablo. No cuando
Enzo parece esforzarse por contarme esto. Le dejo continuar.
—Continuó un par de veces a la semana hasta que ya no fue
suficiente. Empezó a tocarme, a intentar masturbarme. En aquel
momento ni siquiera sabía lo que era eso. —Se ríe
nerviosamente—, pero incluso entonces sabía que estaba mal.
Duró años, hasta que empecé a pasar por la pubertad y... —se
interrumpe y mi corazón se rompe por él.
Me acerco a él, cogiendo su mano y llevándomela a los labios.
Señor, sabía que a Lucía le faltaba un tornillo, pero nunca me
habría imaginado que sería tan... vil. Su propio hijo, el cual era
todavía un niño en aquel momento.
Tal vez mi venganza no haya terminado.
Cómo me gustaría torturar a esa perra, hacer que se arrepienta
del día en que miró a su hijo con algo más que amor maternal.
Pero dudo que haya tenido de eso en algún momento.
—Está bien —le insto suavemente a continuar, admirando su
valor. No debe ser fácil confesar nada de esto.
—Empecé a tener erecciones al azar, como cualquier
adolescente. Pero una noche me desperté con ella chupándomela.
—Se le quiebra la voz y trago con fuerza, luchando ya contra las
lágrimas.
—Me corrí —dice apenas por encima de un susurro—. Ni
siquiera sabía lo que estaba pasando, pero me corrí en la puta
garganta de mi madre. ¿Qué tan jodido es eso? —Sacude la
cabeza, con una sonrisa cínica en los labios—. Pero seguí
fingiendo que estaba durmiendo. Siempre fingía, esperando que
por fin me dejara en paz. Hasta que... una vez no pude fingir más.
Me desperté una noche con ella a horcajadas sobre mí tratando de
follarse sobre mi polla. Yo estaba flácido, pero eso no la detuvo.
Reprimo un sollozo. ¿Qué tan enfermo hay que estar para
hacerle eso a tu propio hijo? Me quedo simplemente sin palabras
mientras veo a Enzo esforzarse por relatar su experiencia,
sintiendo su dolor como propio y queriendo consolarlo.
—Me la quité de encima, y después de eso nunca volvió.
—¿Qué edad tenías?
—¿Cuándo dejó de hacerlo? No sé, doce o trece.
—Dios, Enzo. —Mi mano sube y baja por su brazo en una
suave caricia—. Te das cuenta que nada de esto fue culpa tuya. Es
una mujer muy enferma.
—Era —corrige, con el fantasma de una sonrisa en su cara—.
La maté después de que intentara envenenarte.
—Cuando se fue a Sicilia. —Recuerdo su repentina partida—.
Oh, Enzo. —Sacudo la cabeza ante él y lo que ha pasado, mi alma
doliendo por la suya. Extendiendo la mano, intento tocarle y
ofrecerle mi consuelo.
—No te he dicho esto para obtener tu compasión, pequeña
tigresa. —Se vuelve hacia mí, con los ojos sombríos—. Quiero que
entiendas por qué nunca he besado a otra mujer antes de ti. Toda
mi vida todo el mundo ha intentado follarme, de una forma u
otra. Mujeres, hombres, todos lo intentaban, la mayoría de las
veces sin aceptar un no por respuesta. Supongo que me cansé muy
joven, pero despreciaba ver esa mirada de deseo en la cara de la
gente. Me recordaba demasiado a mi madre. Y habría estado bien
sin tener nunca sexo, si te soy sincero. Hasta que te conocí.
Mis pestañas se agitan rápidamente, su confesión tomándome
por sorpresa.
—Enzo. —Su nombre se escapa de mis labios mientras intento
asimilar lo que me ha dicho. Pensando en el pasado, puedo ver las
señales, y cómo siempre me tocaba sin esperar nada a cambio.
No quería que le tocaran.
—No, déjame decir esto. Admito que no manejé bien mis
sentimientos, sobre todo porque me aterrabas. Eras tan cruda y
única y ¡dios!, tan, tan exquisita. —Se vuelve hacia mí, tomando
mi rostro entre sus manos.
—Por favor, nunca dudes de eso. Para mí eres la mujer más
hermosa del mundo y no es por tu rostro. —Sonríe
disimuladamente—, aunque eso también me gusta especialmente,
pero es por lo que eres. Eres simplemente tú. —Su pulgar acaricia
mi rostro con movimientos circulares, sus pupilas dilatadas por la
intensidad de sus emociones.
—Eres mi pequeña tigresa y nada ni nadie puede
reemplazarte. —Se inclina hacia adelante para presionar un beso
en mi frente.
No puedo contenerlo más. Simplemente empiezo a llorar,
apoyándome en él mientras envuelve sus brazos alrededor de mi
cuerpo. Estoy llorando y temblando, por el niño que creció
temiendo a las sombras y por el hombre que evitó la intimidad
durante tanto tiempo debido a su trauma.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —pregunto entre sollozos e
hipos.
—Estaba avergonzado —admite, su voz baja en mi oído—. No
quería que me vieras como... menos.
—Oh, Enzo. —Mis palmas van a sus mejillas y lo acerco a mí,
aplastando mis labios contra los suyos—. Nunca podría verte
como algo más que mío —digo contra él, dejando ir lo último de
mi resentimiento.
—Tigresa. —Me jala hacia atrás—, hay más que necesito
decirte. —Toma una respiración profunda, sus rasgos
desgastados—. Sé que me porté mal, pero tenía tanto miedo que
me dejaras y estaba tan jodidamente enamorado de ti que seguí
haciendo estupideces.
—Está bien —Me apresuro a asegurarle, pero niega con la
cabeza.
—No está bien. Te traté como a una prisionera y yo... Dios,
incluso fisgoneé en tu diario para tratar que te enamoraras de mí
—admite y mi boca se abre en estado de shock.
—Lo peor es que... Leí que querías dejarme y yo… —Respira
profundamente, con las fosas nasales encendidas—. ¡Maldita sea!
—maldice, con la cara arrugada por el dolor—. Cambié tus
pastillas anticonceptivas para dejarte embarazada, pensando que
un bebé te mantendría a mi lado.
—¿Qué? —estallo, sorprendida por su confesión.
No puedo decir que no haya sospechado que él tuviera que ver
con el embarazo sorpresa, sobre todo porque estaba seguro del
embarazo incluso antes que el médico lo confirmara. Pero nunca
hubiera imaginado que él mismo lo admitiría.
—Sé que estaba mal, pero no podía dejar que te fueras.
¡Maldita sea! Después que básicamente te violara, sabía que solo
me odiarías más, y tenía tanto miedo que me dejaras que empecé a
ser insoportablemente controlador. —Las palabras salen de su
boca a tal velocidad que solo puedo mirar atónita mientras las
revelaciones siguen rodando.
—No me violaste. —Frunzo el ceño, aferrándome a esa
palabra—. ¿Por qué piensas eso?
—¡Joder! No recuerdo mucho de esa noche, pero sí recuerdo
que dijiste que no. Y yo te quité la opción.
—Enzo, no me violaste —le digo de nuevo. Puede que me
asustara con su agresividad, pero yo había agradecido todas sus
atenciones.
—Pero dijiste que no —repite, su cara asemejándose a la de un
cachorro triste.
—Si no recuerdo mal, dije que así no, pero que te deseaba igual.
Parece procesar mis palabras, sus cejas moviéndose hacia
arriba y hacia abajo.
—¿Por qué no lo recuerdas? —pregunto de repente. Incluso mi
yo más bien achispado había logrado retener la mayoría de los
detalles de la noche.
Sus labios se estiran en una fina línea.
—Lucía me drogó. Probablemente esperaba que te matara en
mi estado maníaco, pero está claro que, incluso drogado, nunca
levantaría una mano contra ti —añade secamente.
Ahora, su comportamiento después de esa noche empieza a
tener sentido. Había estado distante pero cada vez más restrictivo.
Todo porque pensaba que me había tomado contra mi voluntad.
¡Oh, Enzo!
—Pensabas que te odiaba —digo, la comprensión dejándome
en shock.
Él se limita a asentir, con una expresión abierta y vulnerable.
—No sabía cómo mantenerte conmigo —dice en un susurro, y
me inclino hacia él, besando su mejilla.
—Podrías haberme dicho simplemente que me amabas y
nunca habría pensado en irme.
—Metí la pata; lo sé. Mirando hacia atrás, no tengo excusa para
ello, aparte de que estaba asustado. Asustado de lo que sentía por
ti, asustado de que me dejaras, asustado de que me odiaras...
Simplemente entré en una espiral de pensar que un día te irías, y
me vi a mí mismo y en lo que me convertiría sin ti, y créeme, no es
bonito.
—Enzo... —Inclino la cabeza hacia un lado, estudiándolo y
asimilando a este nuevo hombre que tengo delante.
Porque nunca me había dejado entrar así.
—¿Qué pasa con Chiara, entonces? ¿Y las fotos? —pregunto,
temiendo la respuesta, pero depositando tímidamente mi
confianza en él.
—Puedes pensar que miento, pero supe que le pasaba algo
desde el momento en que la vi. —Procede a contarme todo sobre
las primeras semanas y cómo cuidó de Luca él solo, temiendo
dejarlo desatendido aunque fuera un momento. Me cuenta cómo
se sintió cuando se enteró de lo que Chiara me había hecho y que
estaba dispuesto a matar a todo el mundo, tan enloquecido de
dolor como había estado.
—Me avergüenza decir que puede que te hubiera seguido —
confiesa y mi corazón se rompe por él y por lo que ha pasado.
¿Fui egoísta al no escuchar su versión antes?
Acababa de decidirme por su traición y me había propuesto
hacerle pagar.
Pero a medida que sigue contándome su plan, su asociación
con Jiménez y, en última instancia, la muerte de Rocco, empieza a
surgir una nueva imagen.
—Enzo —susurro—. ¿Qué hiciste?
—Vendí a la famiglia. Soy prácticamente un traidor, pero de
alguna manera nadie lo sabe. —Se ríe, pero no le llega a los ojos.
—¿Por mí? —Se me quiebra la voz porque nunca había
esperado que alguien hiciera algo así por mí.
—Por ti, y por nuestro hijo. Quería librarme de la famiglia y
ofrecerte una vida normal cuando despertaras. Sin violencia... solo
una vida normal. —Suspira—. Cuando descubrí que estabas en
contacto con el FBI me di cuenta de hasta dónde te había llevado.
—Acababa de dar a luz y estaba aterrorizada, Enzo. Lo único
que me importaba en ese momento era Luca y asegurarme que
estaba a salvo. No podía pensar en nada más —explico. Si él es un
traidor, entonces yo también lo soy, porque había estado
dispuesta a vender a todos para proteger a mi bebé, sin importar
las consecuencias para mí—. ¿Tú...? —Me detengo, sin saber cómo
preguntar si está resentido por mi elección.
Mueve rápidamente la cabeza, casi como si me leyera la mente.
—No puedo culparte por intentar salir. No cuando te asfixiaba
ciegamente con mi obsesión. —Hace una pausa, dedicándome una
sonrisa triste—. Cuando vi tu mirada después de matar a esos
guardias... algo se activó dentro de mí. Supe que estaba en el
punto de no retorno y no tenía idea de cómo arreglarlo.
Tomando mis manos entre las suyas, las lleva a sus labios.
—Así que me propuse darte lo que querías. Una vida normal.
Sus planes no salieron exactamente como él quería, ya que
actualmente está en posesión del imperio Agosti y de la mitad de
los negocios de Jiménez.
Acaba contándome todo lo que ha hecho en los últimos años,
llegando incluso a sacar un documento con los nombres de todas
las mujeres con las que se le había visto y dándomelo para
convencerme de que nunca tocó a ninguna.
—Nunca estuve tentado, pequeña tigresa. Ni una sola vez —
admite cuando lo interrogo más, ya que había visto lo hermosas
que eran esas chicas.
—No sé qué decir, Enzo —hablo tras un largo momento de
silencio —. Es mucho para asimilar.
—Lo sé. —Asiente, frunciendo los labios—. Te he hecho daño
demasiadas veces. Pero a pesar de todos mis pecados, debes saber
que nunca te he mentido en cuanto a que te amaba o te era fiel.
Eres la única para mí, pequeña tigresa. —Me dedica una sonrisa
ladeada mientras se inclina para coger el cuchillo, rodeándolo con
las manos.
—Y si todavía quieres tu venganza, es tuya para que la tomes.
—Apunta el cuchillo hacia su pecho desnudo, la herida sangrienta
que le he causado antes mirándome fijamente y haciéndome
estremecerme.
—¿Me amas? —Levanto los ojos hacia los suyos, esperando la
confirmación de sus labios.
—Lo hago, Allegra. Te amo más que a nada en el mundo. —
Sus palabras destilan una cruda sinceridad, y el hielo que rodea
mi corazón se descongela un poco.
—Yo también te amo, Enzo —le digo justo antes de colocar la
punta del cuchillo sobre su corazón—. Para siempre —susurro
mientras se lo clavo en la piel.
ENZO
UN MES DESPUÉS,
19
La pinky promise, es la promesa que empieza con un simple gesto; unir los dedos meñiques. Una promesa
basada en el compromiso
Es mucho más tarde, cuando estamos solos en la cama,
agotados tras hacer el amor, cuando por fin tenemos una
discusión que lleva mucho tiempo en la mente de Enzo.
—Puedo dejarlo todo, ¿sabes? —dice mientras me recuesto
sobre su pecho, con su polla aún alojada dentro de mí—. El
imperio, el negocio... todo. Podemos mudarnos y empezar una
nueva vida.
Me quedo en silencio durante un minuto mientras digiero lo
que está diciendo. Sé que lo haría. Lo ha intentado durante los
últimos cinco años. pero eso no significa que la mafia vaya a
renunciar a él.
—No —hablo finalmente—. No quiero que hagas eso, Enzo.
—¿Por qué? Estaríamos a salvo y lejos de una vida de crimen.
—No estaríamos verdaderamente a salvo, y lo sabes —le
respondo.
He tenido suficiente tiempo para comprender muchas cosas,
una de las cuales es el mundo en el que vivimos.
—Si hay algo que he aprendido en estos últimos años —
empiezo, ligeramente preocupada por si le escandalizo con mi
cambio de perspectiva—, es que no se puede hacer nada sin
poder. Los que no tienen poder aspiran a tener más poder, y los
que tienen poder se esfuerzan por mantenerlo. Siempre seremos
un peldaño para la gente que quiere ganar poder, lo queramos o
no.
El solo hecho de ser el heredero de los Agosti lo convertiría en
un objetivo en todo el mundo, sin mencionar lo que los italianos le
harían por traicionar a la Costa Nostra.
—No quiero que nuestros hijos sean impotentes, porque he
visto exactamente cómo el mundo trata a los que no tienen nada
de valor que ofrecer. Quiero que estén en la cima, y nosotros
podemos darles eso.
—Pequeña tigresa, te das cuenta de lo que eso significa... —se
detiene, respirando profundamente—. Luca tendrá que seguir mis
pasos algún día.
—Tendrá tu guía. Y confío en que contigo como modelo a
seguir se convertirá en un joven honrado.
—Tienes mucha confianza en mí, amor.
—Porque te conozco, Enzo. Y la familia es lo primero. Para mí
también, la familia es siempre lo primero, y eso significa reconocer
que no estaremos mejor si dejamos la famiglia. Nunca tendremos
paz.
—Tienes razón, pero no quiero que sacrifiques tus valores solo
por eso.
—Enzo. —Me vuelvo hacia él para que pueda ver mis ojos y la
convicción que hay detrás de ellos—. Mis valores murieron en el
momento en que toda mi familia tramó que me mataran por una
barra de pan extra. No soy la misma persona que antes. He
aprendido a adaptarme a este mundo.
Alargo la mano para acariciar su cara.
—Hay un espectro de moralidad, querido marido. Y me parece
que estoy bien con estar en la zona gris.
—Tigresa —gime, llevando mi mano a sus labios para un
suave beso—. Eres mi corazón —dice antes de acercarme a él, con
su boca en la mía—. Lo haremos a tu manera. Pero cuando quieras
salir, tendré un plan de contingencia. Te lo dije, esta vez tú tomas
las riendas.
—Oh Enzo, creo que no te das cuenta de lo mucho que te amo
—murmuro contra sus labios.
—Lo hago, pequeña tigresa, lo hago. Porque yo te amo igual.
—Rodea con sus brazos mi torso, su polla todavía palpitando
dentro de mí, y procede a mostrarme cuánto me ama.
FIN