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Prefacio Capítulo 15
Playlist Capítulo 16
Staff Capítulo 17
Sinopsis Capítulo 18
Prólogo Capítulo 19
PARTE I Capítulo 20
Capítulo 1 Capítulo 21
Capítulo 2 Capítulo 22
Capítulo 3 PARTE III
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
PARTE II Capítulo 27
Capítulo 8 Capítulo 28
Capítulo 9 Capítulo 29
Capítulo 10 Capítulo 30
Capítulo 11 Epílogo
Capítulo 12 Créditos
Capítulo 13
Capítulo 14
ESTIMADO LECTOR
Morally Decadent es el tercer libro de la serie Morally
Questionable y se disfruta mejor si leen primero Morally Corrupt
y Morally Blasphemous
También me gustaría mencionar dos de los desencadenantes
de este libro: el maltrato animal y el abuso infantil. He incluido los
números de los capítulos por si quieren saltarse esas escenas.
El maltrato de animales que se describe no es intencionado,
pero puede ser difícil de digerir para algunos lectores, ya que se
utilizan animales en una escena de tortura (capítulo diecisiete).
Las escenas de maltrato infantil incluyen abusos sexuales, con
algunas escenas más detalladas que otras (capítulo catorce). Por
favor, proceda con cautela si esto es algo con lo que no se siente
cómodo.
Dicho esto, Enzo y Allegra son muy queridos por mi corazón y
espero que disfruten de su viaje tanto como yo he disfrutado
contando su historia.
Por favor, tengan en cuenta que aunque la pareja de este libro
consigue su HEA, hay un cliffhanger para el siguiente libro de la
serie.
ADVERTENCIAS: maltrato animal, abuso, alusiones a
trastornos alimenticios/imagen corporal, intento de violación,
sangre (gore), juegos con sangre, acoso, abuso infantil, muerte,
términos despectivos, consentimiento dudoso, representaciones
extremas de tortura, armas, violencia gráfica, situaciones sexuales
gráficas, situaciones incestuosas, juegos con cuchillos,
manipulación, asesinato, abuso sexual, violación, lesiones graves.
Cat Pierce – You belong to me
Charlotte Lawrence - Joke's On You
Claire Wyndham – My Love Will Never Die
Deftones – Change
Dua Lipa & Angèle–Fever
Grandson – Blood // Water
Lo-fang – Every Night
Natasha Blume – Black Sea
Ruelle – Monsters
Sam Tinnesz - Watch Your Back
Start a War - Klergy with Valerie Broussard
Valerie Broussard–A little wicked

PARA LA LISTA DE REPRODUCCIÓN COMPLETA haz clic


AQUÍ o busca Morally Decadent en Spotify.
TRADUCCIÓN
Hada Carlin
Hada Eolande
Hada Dafne
Hada Sunshine
Hada Calipso

CORRECCIÓN CORRECCIÓN FINAL


Hada Tinkerbell Hada Aerwyna

LECTURA FINAL DISEÑO


Hada Mir Hada Anjana
UN PLAYBOY DECIDIDO
Preparado desde muy joven para convertirse en el líder de un
imperio mafioso, la vida de Enzo Agosti no ha sido más que una
serie de lujosas paradas en todo el mundo en busca de satisfacción
hedonista. Frío y dominante, su aspecto deslumbrante es su arma
secreta: las mujeres caen rendidas a sus pies y los hombres
quieren ser él.
Pero detrás de la máscara de la opulencia yacen las ruinas de
un cínico, un hombre acostumbrado a la oscura soledad de la
llamativa vida pública, y un misántropo alimentado con canciones
de cuna depravadas y sangrientas.

UNA TIGRESA ENJAULADA


Tímida y dócil, Allegra Marchesi siempre ha interpretado a la
hija obediente. Aunque está encerrada en una jaula diseñada para
ahogar su conocimiento y mantenerla en la ignorancia, Allegra es
la pesadilla de cualquier carcelero: puede pensar y actuar por sí
misma. Y como toda prisionera, tiene un objetivo: la libertad.
Sin embargo, no es más que una mujer en un mundo de
hombres, y no tarda en descubrir que, lejos de ser absoluta, hay
grados de libertad. Y el amor podría no formar parte de la
ecuación.
¿Está dispuesta a cambiar una jaula por otra?
Intriga. Obsesión. Decadencia.

Un odio que burbujea justo debajo de la superficie, se necesita


una mujer para llevar a Enzo a su punto de ebullición. Sin
embargo, la intensidad de sus emociones explosivas bien podría
resultar ser el final de ambos.
ENZO

Una niebla roja cubre mis ojos mientras miro su lamentable


forma. Ella debe de haber notado el cambio en mí porque se
encoge en la esquina, tratando de mantener la distancia entre
nosotros.
En dos pasos, la tengo agarrada por la garganta, dejándola sin
respiración. Sería tan fácil. Un poco más de presión y la rompería.
—¿Qué has hecho, Allegra? —le pregunto con los dientes
apretados. Ya sé la mierda que ha hecho, pero quiero oírla de sus
propios labios.
—No puedo... respirar... —chilla, y me entran ganas de apretar
mi agarre y finalmente apagar su vida.
—Dime. Qué. Has. Hecho —enfatizo cada palabra, aflojando
mi agarre lo suficiente para que me responda.
—Jodidamente se lo merecía —suelta, y la golpeo contra la
pared. Gime de dolor, pero su expresión no cambia. Es una mezcla
de desafío y malicia que me revuelve el estómago.
¿Cómo he podido vivir con ella tanto tiempo?
—Estás muerta. Lo sabes, ¿verdad? —La comisura de mis
labios se curva en señal de burla. Lleva mucho tiempo muerta.
Solo he estado esperando mi momento.
—Tú... no puedes... —balbucea.
—Ah, ¿sí? —pregunto irónicamente, y mis dedos se clavan en
su piel, deteniendo su flujo de aire.
—¿Papá? —Una vocecita me detiene en seco.
Me doy la vuelta y veo con horror cómo mi hijo entra en la
habitación, con la cara llena de preocupación.
—¿Qué le estás haciendo a mamá? —La suelto inmediatamente
y se pone en pie tambaleándose.
—Tu mamá y yo solo estábamos teniendo una conversación de
adultos —le explico, mirándola de reojo para que mantenga la
boca cerrada.
Acaba de salvarse.
Pero no por mucho tiempo.
—¿Por qué no te vas a la cama, Luca? Iré a leerte un cuento en
unos minutos. —Le insto a salir de la habitación y, por suerte, me
hace caso.
Cuando lo pierdo de vista, me vuelvo hacia ella, la perdición
de mi existencia.
Se esfuerza por levantarse y se ríe de mí.
—No puedes matarme, ¿verdad? ¿Qué le dirás a tu hijo? —
Tiene una mirada de suficiencia, convencida de que Luca la
salvará.
Oh, qué equivocada está.
—La verdad —digo mientras doy unos pasos hacia ella—. Que
su madre era una puta de mierda y una traidora a la que había
que desechar.
Su confianza desaparece e instintivamente se cae, su culo
golpeando el suelo con un sonoro golpe. Se arrastra hacia atrás,
sus ojos buscando una salida.
—Creo que preferiría juzgarme por no matarte antes. —Una
sonrisa cruel se extiende por mi cara.
Un paso más.
Solo un paso más.
Y estará muerta.
Si pudiera retroceder en el tiempo, elegiría la muerte antes que a él.
-Del diario de Allegra
ALLEGRA

HACE NUEVE AÑOS

—Pero señorita —exclama Cecilia, mi institutriz, siguiéndome


mientras rebusco en el armario de mi primo.
—No puedes disuadirme de esto, Lía. Lo voy a hacer —digo
mientras cojo un par de pantalones que parece que podrían
quedarme bien, teniendo en cuenta que mi primo es cuatro años
más joven que yo y aún no ha pasado por la pubertad.
—Pero señorita —empieza, con el labio temblando
ligeramente—, su boda es en dos semanas. ¿Y si pasa algo?
Reprimo las ganas de poner los ojos en blanco ante la mención
de mis próximas nupcias.
—No pasará nada. He pensado en todo. Estaré fuera solo un
día, y volveré antes de medianoche.
—Si sus padres se enteran... —Sacude la cabeza, ya
imaginando lo peor.
—No lo harán a menos que se los digas. —Con las manos en
las caderas, me dirijo a ella—. Todavía están en Estados Unidos, y
lo más probable es que solo vuelvan justo antes de la boda. —
Arqueo una ceja, esperando que me contradiga. Lia sabe que mis
padres no podrían preocuparse menos por mí: para eso tienen a
mi hermana.
—¿Y si el Señor Franzè se entera?
Respiro profundamente, molesta por la mera mención de su
nombre.
Achille Franzè es mi futuro marido y capo crimini de la
'Ndrangheta de Calabria. Un par de décadas mayor que yo, ha
sido mi prometido durante los últimos cinco años. Sin embargo,
solo he visto al hombre dos veces, y las dos veces me había
petrificado. Pero mis padres han estado esperando tanto esta
alianza que la boda tendrá lugar el día en que cumpla dieciocho
años, dentro de dos semanas.
Cuando se firmó el contrato, la elección había sido entre mi
hermana y yo. Achille se mostró ambivalente: a sus ojos, cualquier
joven novia virginal sería suficiente. Mis padres, sin embargo,
habían visto una oportunidad para deshacerse de mí y salvar a su
preciosa hija. Saben que no me espera ninguna felicidad después
de los votos.
Puede que tema mi futuro, pero también soy lo
suficientemente inteligente como para saber que no hay salida.
Muchas noches he hecho planes: huir, conseguir una nueva
identidad y vivir feliz para siempre. Pero esos pensamientos están
reservados para cuando me voy a dormir, cuando puedo
imaginarme viviendo una vida totalmente diferente. En el
momento en que desafíe a mis padres, o a Achille, estaré muerta.
Lo sé, y también lo sabe Lia, por eso está tan preocupada por
mí. Estoy resignada a mi destino, pero sigo siendo un poco
egoísta. Quiero un recuerdo para mí, solo uno que me mantenga
caliente el resto de mi vida.
Nunca he salido de mi pueblo, y apenas he tenido acceso a la
tecnología. Ni siquiera he comido buena comida, y mucho menos
lo suficiente. Simplemente no he conocido nada más que esta
lúgubre mansión que alberga tanto mis recuerdos más queridos
como mis miedos más profundos. ¿Es tan malo querer
experimentar algo más solo por un día?
Al crecer, los libros eran mi único consuelo. En la biblioteca
solo hay unos pocos títulos en italiano, todos ellos diseñados para
limitar mis conocimientos y mantenerme en una burbuja de
ignorancia: convertirme en la perfecta novia idiota. La mayoría de
los libros están en inglés, español o francés. Pero mis padres no
contaban con una cosa: mi desesperación.
Por casualidad, había un título duplicado en italiano y en
inglés, así que me dediqué a leer esas cartas durante días, meses y
años, comparando palabras y estructuras de frases, hasta que
aprendí el idioma. Con dificultad, pasé a otros títulos en inglés,
pero cuanto más me sumergía en esta nueva lengua, más me
familiarizaba con ella. Y un nuevo mundo se abrió.
Leí sobre París y Nueva York, sobre moda y comida exótica,
sobre arte e historia. Eran cosas que sabía que estaban prohibidas,
pero aun así me encantaban más que nada. Sobre todo, me
mostraron cómo vivía la gente que es libre. Y me volví codiciosa.
Cuanto más se acercaba mi boda, más inquieta me volvía
pensando en lo desconocido; en los cuadros que nunca vería, el
chocolate que nunca probaría o la música que nunca escucharía.
Esa curiosidad fue creciendo hasta llegar a tal punto que al final
me derrumbé. Estudié todos los mapas disponibles, calculé las
distancias y los tiempos, todo con el fin de alcanzar un objetivo:
vivir, aunque solo fuera por un día.
—No lo hará. No puede. Llevo un año planeando esto, Lia.
Tengo los mapas memorizados: conozco los caminos al dedillo.
Puedo hacerlo. Iré a la ciudad por la mañana temprano y volveré
antes de medianoche.
Milena, el pueblo en el que nací y del que nunca me fui, está a
un par de horas de Agrigento, que fue una de las mayores
ciudades de la antigua Grecia y que alberga innumerables ruinas,
museos y restaurantes. A poca distancia del mar, Agrigento cubre
la mayoría de los puntos en mi lista de deseos.
—Pero los guardias... —Lia sacude su cabeza. Entiendo lo que
quiere decir. Ella sabe el riesgo que corro, pero yo me encuentro
cada vez más temeraria solo por esa pizca de libertad.
—Pensarán que estoy enferma. No sabrán que me he ido. —
Vestida como un chico, saldría de casa al amanecer y recorrería en
bicicleta toda la distancia hasta Agrigento.
—Vamos, Lia. Sabes lo importante que es esto para mí —
añado en tono suplicante, tratando de endulzarla. Ha sido más
una madre para mí que la mía.
—¿No te vas a cansar? Dos horas en bicicleta es mucho
cuando nunca lo has hecho. —Frunce los labios.
—Lo he tenido en cuenta. ¿Por qué crees que llevo meses
subiendo y bajando las escaleras?
Cuando dije que lo había planeado a conciencia, lo hice de
verdad. Incluso algo tan simple como la condición física, lo había
tenido en cuenta. Me había arriesgado a enfermar por hacer
demasiado ejercicio sin alimentarme lo suficiente, pero había
funcionado.
—No puedo creer que esté aceptando esto. Que la Virgen
María te proteja. —Hace la señal de la cruz sobre mi cuerpo antes
de meter los dedos en su delantal y entregarme unos billetes.
—Lia... —tartamudeo, las lágrimas acumulándose en las
esquinas de mis ojos. Dinero... me da dinero cuando tiene tan
poco.
—Debes aceptarlo. Utilízalo sabiamente, niña. —No la dejo
terminar y envuelvo mis brazos alrededor de ella.
—Gracias.
Aunque lo había planeado todo al dedillo, la falta de fondos
seguía siendo un problema. Había decidido empeñar algunos
anillos de oro, pero ahora este dinero me aseguraría estar a salvo
incluso si eso no funcionaba.

Cuando el gran reloj del salón da las tres de la mañana, estoy


preparada. Llevo la mochila con todo lo necesario hasta llegar a
Agrigento: mapas, dinero, algo de comida y agua. Me pongo la
mochila al hombro y bajo las escaleras de puntillas. Los guardias
deberían estar durmiendo. Lia me ha ayudado a rociar la comida
y el vino de la noche con valeriana. Su sueño no será
interrumpido, y me bastará para emprender la huida.
La ropa que le había robado a mi primo me quedaba bien, no
es sorprendente. Un par de pantalones grises, una camiseta negra
y una camisa blanca que me había puesto por encima, ya que el
aire de la noche puede ser frío. También me puse una gorra para
ocultar mi largo cabello. Resulta difícil creer que una chica de
(casi) dieciocho años pueda caber en la ropa de un chico de
catorce, pero cuando una ha estado en una dieta estricta durante
los últimos cuatro años, con prácticamente nada más que caldo
claro y algunas verduras, tiende a ser bastante pequeña. Estaría
dispuesta a apostar que nadie podría siquiera decir que soy una
chica. No cuando solo soy piel y hueso sin ninguna forma. Porque,
al parecer, Franzè prefiere a sus mujeres muy delgadas.
A lo largo de los años, Lia había colado algo de comida aquí y
allá, pero incluso eso era difícil de hacer ya que no estaba a cargo
de la compra ni de la cocina. Mis padres habían dado órdenes
estrictas de que todo lo que engordara fuera eliminado de la casa.
Había habido un par de veces en las que intenté robar la comida
de los guardias y, además de haber sido una experiencia
embarazosa, me habían castigado durante una semana la primera
vez, y un mes cada vez después. El castigo había sido incluso
menos comida, así que aprendí rápidamente la lección.
Me dirijo hacia la parte trasera de la casa, donde he
descubierto un agujero en la valla. Como soy bastante pequeña,
puedo pasar fácilmente por la abertura.
Primero empujo la mochila hacia abajo antes de aplastarme
contra el suelo. Me arrastro hacia delante y, en pocos
movimientos, estoy al otro lado. Agarro mi mochila, no me
entretengo más y salgo corriendo del callejón.
Lo habíamos planeado todo, y Lia había escondido una vieja
bicicleta entre los arbustos unas calles más abajo. Sacando la llave
del candado de mi bolsillo, desencadeno la bicicleta y pongo mi
mochila en la cesta delantera. Despliego el mapa y lo aseguro en la
cesta para poder alcanzarlo fácilmente en la carretera. Luego me
subo y empiezo a pedalear.
El sol está saliendo en el cielo, y la luz hace que sea más fácil
ver por dónde voy. Por el camino, solo me detengo un par de
veces para beber agua y comer algo. Aunque me duelen las
piernas, según mis cálculos, debería estar bastante cerca de
Agrigento.
Limpiando el sudor de mi frente, sigo avanzando hacia
delante.
Solo un poco más.
Pedaleo y pedaleo cuando, finalmente, puedo ver algo en la
distancia. Los edificios empiezan a tomar forma; mi corazón se
acelera solo de pensarlo. Estoy tan cerca... Parpadeo dos veces,
mis ojos ya están llorosos tanto de la euforia como del miedo.
Necesito asimilarlo todo.
Respirando profundamente, me detengo y compruebo de
nuevo mi mapa. Se trata de un modelo antiguo, y ya he tenido en
cuenta que quizá no tenga todos los edificios y establecimientos
nuevos. Aun así, había hecho un itinerario corto.
Entraría en Agrigento, visitaría la librería, iría a una cafetería y
a un restaurante. Había reservado un poco de tiempo para pasear
antes de dirigirme a las ruinas, a poca distancia al sur de la
ciudad. Luego continuaría hacia el sur para llegar a la playa.
Sonrío para mis adentros, la idea de experimentar eso por primera
vez me hace estallar de la emoción.
Guardando el mapa, me acomodo de nuevo en la silla de
montar y continúo mi camino. A los pocos kilómetros, aparecen
edificios a ambos lados de la carretera. Hay coches que pasan por
delante y por detrás de mí y, debido a la novedad, no puedo
reunir ningún miedo. Pedaleo más deprisa, sintiendo la brisa fría
que me roza el rostro y me pone la piel de gallina. Aumento la
velocidad, respirando el aire fresco.
Libre. Me siento libre.
Mis labios se estiran en una amplia sonrisa y río como una
tonta. Tantas veces había intentado imaginar esto... Miro a
derecha e izquierda y lo imprimo todo en mi memoria. Las vistas,
los olores, la pura sensación de libertad. Lo almaceno todo,
sabiendo que es limitado.
La carretera serpentea hacia múltiples calles más pequeñas y
sigo la salida marcada en mi mapa. Bajando la colina, los edificios
se apiñan más, creando una sensación urbana que desconozco por
completo.
Mi pueblo es sencillo y, aparte de la casa de mi familia, que
podría considerarse como la más ostentosa de la región, el resto
son modestas y las calles, pequeñas y descuidadas. Mientras sigo
pedaleando, me sorprenden las diferentes arquitecturas, los
colores de los edificios y algunos de sus tamaños.
Dado que voy en bicicleta, es bastante fácil abandonar la calle
principal y adentrarse en los callejones. Al igual que las calles, son
estrechos, y suben y bajan siguiendo la forma de la colina, lo que
hace que mi recorrido sea aún más cansador. Manteniendo el
camino marcado en mi mapa, atravieso algunos callejones,
dirigiéndome directamente al centro de la ciudad.
Al mirar el reloj, me doy cuenta de que he llegado a tiempo:
son casi las ocho de la mañana. Paso por delante de algunas
tiendas y todos sus horarios indican que abren a las nueve. Me
siento un poco decepcionada porque esa es una hora que no está
contemplada en mi horario. Siento que el pánico se apodera de mí,
así que respiro profundamente.
¡Ya lo tengo!
Salto de la bicicleta para caminar, llevándola por el manubrio.
Me dirijo al centro histórico y me detengo al llegar a una iglesia.
Busco un lugar cómodo para sentarme. Sacando lo que me queda
de comida, como mientras veo a la gente ir y venir por la plaza.
Es tan extraño... Cuanto más tiempo me siento allí, más gente
veo. Creo que nunca había visto tanta gente en mi vida. Es como si
estuviera en trance mientras los veo pasar, probablemente yendo a
trabajar.
Cuando son casi las nueve, me sacudo de mis cavilaciones y
pregunto por una casa de empeño. Me dirigen a una no muy
lejana, donde consigo vender los anillos de oro por bastante
dinero.
Esto debería ser suficiente para un día.
Con todo resuelto, miro mi lista de cosas por hacer. ¿Qué
debería hacer primero?
Estoy caminando por el centro de la ciudad cuando un
delicioso olor me llega. Cierro los ojos y respiro, mis pies
llevándome a la fuente. Un puesto de comida está friendo algunos
alimentos, unas formas ovaladas anaranjadas y crujientes.
Parpadeo dos veces, mi boca ya produciendo bastante saliva.
Me aclaro la garganta e intento cambiar mi voz para sonar
como un chico.
—¿Qué es esto? —pregunto, con los ojos todavía clavados en
los manjares que tengo delante.
El hombre que prepara la comida frunce el ceño.
—¿No lo sabes? —Suena indignado, sus manos moviéndose en
el aire e, instintivamente, doy un paso atrás—. Chico, ¿has estado
viviendo bajo una roca? Son arancini, orgullo siciliano.
Sacude la cabeza, claramente ofendido por mi inocente
pregunta. Bueno, sea lo que sea, necesito un poco.
—Deme... —Hago una pausa, tratando de pensar cuántos
necesitaría—. ¡Diez!
Sí, eso debería ser suficiente. Son bastante pequeños, después
de todo.
Murmurando algo en voz baja, el hombre hace lo que le he
dicho, metiendo diez arancini en una pequeña mochila. Pago y me
pongo en marcha, pero un nuevo olor me asalta. Esta vez es dulce.
Pierdo todo el sentido y me dirijo rápidamente al siguiente
puesto. Habiendo aprendido la lección, no pregunto qué son, sino
que me limito a decir mi petición con seguridad.
—¿Me da cinco, por favor? —Me decido por cinco, ya que son
ligeramente más grandes que los arancini.
—¡Cinco cannoli marchando! —exclama la señora, y yo asiento
con la cabeza memorizando el nombre.
En el momento que llego al final de la calle, tengo como unas
diez bolsas, todas llenas de diferentes alimentos callejeros. Guardo
algunas para más tarde, llenando la cesta de la bici con las bolsas.
Sacando los arancini y los cannoli, encuentro un sitio para sentarme
y comienzo a comer.
Primero son los arancini y, oh, qué combinación tan sabrosa
con el exterior crujiente y el relleno de carne. Casi gimo cuando
toca mi lengua. ¿Cuándo fue la última vez que comí algo frito?
¿Algo con carne y salsa? Suspiro de placer, llenando mi boca con
un arancini tras otro. Pronto, la bolsa está vacía.
Pero no me detengo.
Mi estómago está lleno, pero se siente despiadado. Más,
necesito más. Si no, no volveré a tener la oportunidad. Espoleada
por este momento carpe diem, me sumerjo en el cannoli. Muerdo la
oblea y la crema estalla en mi boca, asaltando mis sentidos con
una dulzura tan extraña que es casi insoportable.
—Dios... —susurro entre bocados mientras el chocolate
abruma mis sentidos y me sobrecarga.
¿Cómo es posible?
El sabor es tan potente y perfecto que me como uno tras otro,
hasta que solo me queda uno. Frunzo un poco el rostro al mirarlo,
todo mi cuerpo rebelándose ante la idea de comer otro. Pero no le
hago caso.
No.… tengo que comerlo todo.
Me lo meto en la boca, masticando lentamente e intentando
tragar. Respiro profundamente y cierro los ojos, pero un segundo
después todo vuelve a aparecer. Me encuentro rápidamente entre
los arbustos, vaciando mi estómago hasta el último trozo. Vomito
hasta que no queda nada, la fuerza de ello haciéndome caer, mi
vista un poco borrosa.
—Maldita sea... —murmuro con mi estómago todavía
rebelándose.
Tal vez la próxima vez deba probar con moderación.
Me tomo un momento para recomponerme y bebo un poco de
agua. Cuando me siento ligeramente mejor, continúo con mi
exploración. Tacho la comida de mi lista y paso al siguiente punto:
la librería. Soy consciente de que no podré llevarme nada, pero al
menos puedo hojear algunos libros.
Voy a la librería local y hago un rápido inventario de sus
títulos, maravillándome con las diferentes cubiertas y sus texturas.
La mayoría de los libros que tengo en casa son clásicos con
portadas muy mundanas. Cuando cojo un libro con un pecho
desnudo, mi boca forma una o y casi lo dejo caer.
¿Un hombre desnudo... en una portada? Sintiendo lo
prohibido que es, miro a la derecha y a la izquierda antes de
abrirlo. Hojeo rápidamente el resumen y me doy cuenta de que es
una historia de amor.
¿Y si...?
No tengo que llevármelo a casa. Puedo leerlo hoy y luego
regalárselo a otra persona, ¿no?
Asiento con la cabeza, satisfecha con mi línea de pensamiento
e intrigada por la portada ilícita de la novela. Lo pago y lo meto
rápidamente en mi bolso, asegurándome de que nadie pueda ver
la foto.
Al salir, miro el reloj y decido dirigirme a las ruinas, esperando
encontrar más tiendas por el camino. Me subo a la bicicleta y
vuelvo a pedalear.
Yendo hacia el sur, tardo casi una hora en llegar a las ruinas,
pero todo el esfuerzo merece la pena.
¡Wow!
Es más grande que todo lo que he visto. Un pequeño
sentimiento de emoción florece en mi pecho cuando me acerco a
las ruinas. Ya hay una multitud de gente caminando, algunos
haciendo fotos, otros con un guía personal que les explica el
contexto histórico.
Estoy asombrada mientras pongo un pie delante del otro, mi
respuesta es automática. Encuentro un lugar para asegurar mi
bicicleta y, cogiendo mi mochila, empiezo a recorrer las anodinas
paredes, moviendo la mano por su superficie y sintiendo su
textura, edad e historia.
¡Los antiguos también debieron tocar esto!
Mi mente me grita de inmediato y me da aún más vértigo.
Dios, he perdido la cuenta de cuántas veces me he imaginado
viviendo en aquellos tiempos, quedándome dormida con un libro
que representaba los mitos de los griegos o los romanos. Había
leído a Homero, a Heródoto y a Tucídides, a Cicerón, a Ovidio y a
Marco Aurelio; mi sed de este mundo maravilloso y sin embargo
difunto no había conocido límites. Estar aquí... tocar esto... Es
simplemente demasiado. Ni siquiera he llegado a las principales
atracciones, y ya me siento así de abrumada por la emoción.
Avanzo, perdiéndome en una multitud de gente. Una sonrisa
se dibuja en mis labios. Esto es tan mundano, pero para mí es tan
especial.
Me siento normal.
Al detenerme con la multitud, reprimo un grito mientras mis
ojos se abren de par en par al ver la maravilla que tengo delante.
El templo de la Concordia, de color amarillo anaranjado, se
extiende ante mí en todo su esplendor. Es uno de los templos
antiguos mejor conservados y está construido en estilo dórico. La
principal diferencia de este templo es que está construido
enteramente de arcilla en lugar del habitual mármol. Me quedo
con la boca abierta mirando cada detalle, sumergiéndome en la
grandeza de estar aquí.
Me siento tan pequeña... tan insignificante al contemplarlo.
¿De cuántos problemas ha sido testigo a lo largo de los siglos, de
los milenios que lleva aquí? Todos mis problemas y mi inminente
perdición se desvanecen mientras permanezco clavada en el lugar.
De alguna manera, me obligo a caminar, y sigo admirando
todas estas maravillosas construcciones de la humanidad hasta
que llego al otro templo: el Templo de Hera. Las columnas son las
únicas que siguen en pie, pero es suficiente para hacerse una idea
del aspecto que tendría el templo en su época de esplendor.
Hera... Mis labios se curvan ante la ironía de la situación. Hera, la
Diosa del matrimonio y del nacimiento. Si tan solo pudiera
alcanzarla y suplicarle que no me bendiga con el matrimonio.
Sacudo la cabeza ante la idea, intentando apartar esos
pensamientos de mi mente. No debería perder el tiempo
pensando en lo inevitable, no cuando tengo cosas más
importantes que hacer.
Antes de irme, paso una hora en el museo, intentando ver
todos los objetos. A regañadientes, me obligo a marchar sabiendo
que el tiempo es esencial. Son casi las cuatro de la tarde y debo
tener en cuenta el tiempo que tardaré en volver a casa.
Vuelvo a mi bicicleta y, estudiando de nuevo el mapa, sigo las
indicaciones para ir al puerto.
Es curioso que lleve toda la vida viviendo aquí, pero nunca
haya visto el mar. En el momento en que veo las dos tonalidades
de azul que se encuentran en la línea del horizonte, mis ojos lloran
un poco. Una vez más, siento que podría hacer cualquier cosa.
Esta libertad es embriagadora y me temo que me estoy
emborrachando con ella. Seguro que Marco Aurelio no lo vería
con buenos ojos, pero esta vez su filosofía no me sirve. Necesito
esto para ser feliz. Y ahora que he probado esta libertad, me temo
que nunca seré la misma.
Dejo la bicicleta en un lugar seguro y empiezo a caminar,
tratando de memorizar todo. Hay tiendas, restaurantes... de todo.
Ni siquiera puedo decidir qué quiero hacer primero. Paso un
minuto debatiendo mentalmente cuál debería ser mi primer
destino. Finalmente, me decido por ir a la playa y sumergir mis
dedos en el agua. No se nadar, así que me conformo con eso.
La gente está tomando sol, vestida casi con nada. Mi primer
instinto es apartar la mirada, avergonzada, pero como para ellos
es normal, me armo de valor y avanzo. Incluso hay hombres
desnudos... más que el tipo de la portada. Mis mejillas deben de
estar ardiendo de rojo, y trato de mirar hacia otro lado. Dudo que
un chico reaccione así.
Me concentro en llegar a la orilla y me quito los zapatos. Piso
tímidamente la arena, sorprendida por el tacto de los finos
guijarros bajo mis pies. El calor del sol me produce un agradable
cosquilleo. Doy unos pasos y, justo en ese momento, una ola se
estrella en la orilla mientras la espuma se va arrastrando
lentamente. Alcanza mis pies y muevo los dedos ante la extraña
sensación. Se me escapa una risita, y de repente me lanzo hacia
delante, doblando los pantalones hasta las rodillas. Me meto en el
agua hasta que me llega a las espinillas mientras sonrío como una
tonta.
Esto...
¡Esto es vida!
Agarrando mis zapatos, uno en cada mano, levanto el rostro,
cierro los ojos y simplemente me concentro en sentir. El agua
golpea mis piernas, haciéndome cosquillas con los pequeños
restos que saca. El sol me envuelve en su calor y el viento roza mi
piel en una dulce caricia. Mi sonrisa se amplía al tiempo que
desconecto de todo lo demás.
Solo estoy yo... y el mar.
No sé cuánto tiempo permanezco así. Debo parecer una loca
para todos los demás. Pero ellos no saben que estoy bailando al
son de mi propia melodía mental y, por una vez, el exterior refleja
el interior.
Solo cuando unos niños pasan a mi lado, riéndose a carcajadas,
vuelvo a la tierra.
Miro el reloj y suspiro decepcionada por lo rápido que pasa el
tiempo. Volviendo a mi sentido común, salgo del agua y me dirijo
a una de las duchas para lavarme la arena antes de ponerme los
zapatos.
Vuelvo a deambular, intentando elegir un restaurante para
cenar. Me llama la atención uno de mariscos y no puedo evitarlo.
Quiero probar algo nuevo, y esa parece ser una buena opción.
Un camarero me sienta en una mesa y toma mi pedido. No
tardo en decidirme y, tras hacer unas rápidas cuentas sobre el
dinero que me queda, pido uno de cada uno. No cometeré el
mismo error que en el almuerzo, pero probaré un bocado de cada
cosa.
Los platos van llegando a cuentagotas y disfruto
enormemente. El siguiente es mejor que el anterior. Estoy tan
concentrada en mi paraíso de la comida que tardo un segundo en
registrar lo que estoy viendo.
Un par de hombres vestidos de negro están al otro lado de la
calle. Parecen tensos mientras observan su entorno. Jadeo cuando
uno de ellos mira en mi dirección.
¡Mario!
Uno de mis guardias. No...
Mi corazón late con fuerza en el pecho y todo el sentido común
me abandona. Saco un montón de billetes y los dejo sobre la mesa,
saliendo a toda prisa del restaurante y corriendo en dirección
contraria.
Oigo movimiento y sé que me siguen.
¿Cómo saben que soy yo?
No tengo tiempo para preguntármelo, ya que bordeo el puerto
y corro hacia los barcos. Pero entonces llego a un callejón sin
salida.
¡No!
Estoy hiperventilando mientras miro frenéticamente a derecha
e izquierda. La única opción es esconderme en algún lugar.
Sopeso rápidamente mis opciones. Son los barcos o… el agua. Esta
última opción es cuestionable ya que no sé nadar, así que un barco
tendrá que servir. Elijo el más lujoso, pensando que no se
atreverán a mirar allí.
Intento por todos los medios subir al barco, yendo por una
trampilla abierta y escondiéndome dentro. Se oye un ruido
procedente del exterior y sé que son ellos. Intento regular mi
respiración. La única opción es volver a casa y negar con
vehemencia que he sido yo.
Todavía no puedo creer que me hayan reconocido...
Debido a ello, decido quedarme más tiempo para asegurarme
de que no están cerca. Para que el tiempo pase más rápido, abro
mi mochila y saco la novela. Es mejor emplear el tiempo
sabiamente.
No sé en qué momento me duermo, pero un rato después me
despierta un movimiento repentino. Parpadeo dos veces,
intentando sacudirme el sueño.
Moviéndose... el barco está moviéndose.
¡No!
ENZO

Tomando una profunda calada de mi cigarrillo, inhalo el


humo enarcando una ceja al hombre que tengo enfrente.
—Lo dudo —digo, soltando una nube de humo—. La última
transacción me dio dos millones. Era la mitad de un friso de los
mármoles de Elgin que nunca llegó al público.
El comprador era un magnate griego que quería poseer un
trozo de su patria (para uso privado, claro), así que había pagado
una buena suma por ello.
—Este es aún mejor, o eso he oído. —Manolo me sonríe,
inclinándose hacia atrás en su asiento. Abre la boca para decir
algo más, con su diente de oro brillando a la luz del casino—. Seis
millones.
Inclina su barbilla hacia mí, probablemente esperando una
reacción.
¿Seis millones? Sí, lo dudo. Hay muy pocas obras de arte que
valgan tanto, y de alguna manera dudo que Manolo se las haya
apañado para conseguir una.
—Estoy intrigado. —La comisura de mi boca se curva en una
mueca de incredulidad. Me siento inquieto esta noche y, si
Manolo quiere engañarme, puede que se lleve una sorpresa.
—Lo voy a comprobar con mis compañeros de atrás y te haré
una señal. —La satisfacción está escrita en su cara mientras se
levanta para irse.
Una vez que estoy solo en la mesa, mi cara vuelve
automáticamente a mi expresión usual: molestia. Mi labio
superior tiembla, no sé si en busca de una pelea o más whisky.
Levanto el vaso, vaciando el contenido y disfrutando del
ardor. Saco otro cigarrillo y lo enciendo, mirando al vacío.
—¿Solo, guapo? —llama una voz desde mi derecha y mi enojo
inmediatamente aumenta. Le sigue un toque, y no le gustará lo
que va a desatar si no me quita sus malditos dedos sucios de
encima.
Giro la cabeza ligeramente, observando sus escasas ropas que
se supone que deberían llamar la atención, su cabello y sus tetas
falsas, y lo único que siento es asco.
Sus dedos siguen moviéndose por mis brazos en lo que
probablemente piensa que es un movimiento sexy.
No lo es.
—Quítame la puta mano de encima antes que te la rompa —
digo mientras la miro fijamente a los ojos. Se ríe, con un chillido
que podría incluso romper mi vaso de whisky. Se acerca
empujando sus tetas hacia mí aún más, y yo reprimo las ganas de
arrojarla lejos de mí.
—Eres gracioso —dice mientras suelta una risilla falsa. Usando
solo el pulgar y el índice, me quito su mano de encima.
—Le estás ladrando al árbol equivocado, cara. —Pongo un
gran énfasis en la palabra cara, pero ella no parece entender mi
significado. —No me importa si eres una mujer o no, te romperé la
muñeca.
Sus ojos se abren de par en par al comprender y retrocede un
paso, sorprendida. Me encojo de hombros y espero a que vuelva
arrastrándose de donde sea que haya venido. Sacando un
pañuelo, me limpio la mano y el traje.
Malditas putas.
Me levanto y me dirijo hacia la barra, pidiendo otra botella de
whisky. No sé cuánto tiempo tardará Manolo en irse, pero
necesito algo para adormecer mis sentidos. Cuanto más, mejor,
porque si no, podría estallar. Mis ojos recorren la sala,
escudriñando las diferentes figuras conocidas. Sí, no sería bueno
que perdiera el control. Destruiría mi imagen perfecta.
En lugar de eso, lleno mi vaso hasta el borde y enciendo otro
cigarrillo.
Ya van cinco años desde que me hice cargo de esta rama del
negocio familiar. El comercio del arte y los artefactos es una de las
vías más rentables (si se hace bien). Hay innumerables piezas que
podrían parecer basura para algunas personas, pero que en
realidad son tesoros para otras, y esas personas son las que
pagarán una fortuna para adquirirlas.
Sinceramente, es algo que disfruto. Manejar artefactos antiguos
o piezas de arte de valor incalculable produce cierta satisfacción, y
cuanto más aprendo sobre esto, más entiendo por qué algunas
personas están dispuestas a pagar millones de dólares para
adquirirlos. Pero eso es solo un beneficio secundario. No, la razón
por la que me gusta tanto este trabajo es que me permite estar lo
más lejos posible de casa.
Después del desastre con mi hermana, Catalina, no hay razón
para quedarse, no cuando significa tener que soportar el mal
humor de mi padre o los comentarios de mi madre. Ni siquiera
saben que la única razón por la que vengo a Nueva York es para
ver a mi hermana y a mi sobrina; los demás pueden irse a la
mierda. Sin embargo, desde que Lina se ha visto obligada a vivir
en el Sacre Coeur con las monjas, es aún más conveniente ya que ni
siquiera tengo que ir a casa.
Vuelvo a dar una calada al cigarrillo y veo que Manolo se
pavonea hacia mí con una sonrisa de suficiencia. Mis propios
labios se curvan en respuesta, la curiosidad rebosando en mi
interior. ¿Seis millones? ¿Por un artefacto? Estoy muy intrigado.
—Ven. —Me da una palmadita en el hombro y me impulsa
hacia el fondo del casino. Cojo la botella y le sigo.
Bajamos unas escaleras hasta un nivel aún más bajo que el
sótano. Nos detenemos frente a una puerta de acero y Manolo la
abre con el dedo mediante un sistema biométrico. Entramos y la
sala se baña en luz. Hay innumerables artefactos por ahí, e incluso
algunos sarcófagos egipcios en el fondo. En el centro de la sala
hay una gran mesa y un par de personas se giran para mirarnos
expectantes.
—Aquí está, el heredero de los Agosti —exclama Manolo,
acercándose a la mesa y señalando con la cabeza a los hombres.
Me evalúan lentamente, sus ojos recorriendo mi cuerpo de forma
escrutadora.
—¿Crees que puede hacerlo? —Un hombre levanta una ceja, su
voz llena de escepticismo.
—Llevo mucho tiempo haciendo esto —respondo, mirándole
directamente a los ojos antes de agraciarle con una de mis mejores
sonrisas. No parece convencido de inmediato, pero resopla,
dejando de lado el tema.
Manolo me indica que tome asiento antes de hacer las
presentaciones.
—Estos son el Profesor Moore y el Señor Abruzzo. Llevan
mucho tiempo trabajando en la autentificación de este artefacto.
El énfasis de Manolo sugiere que se toman su trabajo en serio,
y que debo evitar cuestionar sus capacidades académicas. Asiento
con rapidez y mi mirada se posa en el maletín que hay en el centro
de la mesa.
Manolo se acerca y abre la cerradura, levantando la parte
superior del maletín para revelar un pequeño anillo de oro.
Inmediatamente le devuelvo la mirada, confundido. ¿Qué?
¿Seis millones de dólares por un anillo? Llámame escéptico, pero
no veo cómo.
—Este es el anillo de Eduardo el Confesor. —El Profesor
Moore se pone un par de guantes antes de coger el anillo y
sostenerlo a la luz.
No es nada especial, en realidad. Una gruesa banda de oro con
algunos huecos que supongo que servían para albergar piedras
preciosas. Casi resoplo. Ni siquiera tiene los elementos más
valiosos, ¿y su precio es de seis millones?
—El comprador está en Malta y requiere el artículo para el
miércoles al mediodía. —Me vuelve a mirar de arriba a abajo
antes de continuar—. Y me han dicho que eres la mejor persona
para el trabajo.
—Lo es —se apresura a asegurar Manolo—, es el mejor. Se
asegurará de que el anillo llegue al comprador a la hora señalada.
—¿Por qué está dispuesto a pagar tanto por un anillo? —
pregunto. Quizá se me escapa algo, pero ¿seis millones por un
anillo de oro?
El Profesor Moore sonríe burlonamente.
—Deduzco que no conoces la leyenda del anillo. Perteneció a
Eduardo el Confesor, y se utilizó para su coronación. Mira aquí. —
Señala el espacio vacío—. Aquí había un zafiro que actualmente
forma parte de la Corona Imperial Británica. Eduardo fue
santificado, y de ahí surgieron los rumores de que su anillo podía
hacer milagros. El anillo desapareció en el siglo XVI y no se ha
vuelto a ver desde entonces. Se considera una reliquia religiosa y
es codiciado por mucha gente en todo el mundo.
Escucho atentamente su explicación y me limito a enarcar una
ceja al terminar.
—Si lleva tanto tiempo perdido, ¿cómo podemos saber que es
auténtico?
—Lo sabemos. Lo hemos fechado con carbono y le hemos
hecho pruebas, y coincide con la época.
—Pero no se puede saber con seguridad —añado, pensando
que es raro que alguien suelte seis millones existiendo la
posibilidad de que sea una falsificación.
—No —sonríe—, pero eso no es importante. La gente que cree
creerá sin importar qué. —Acerca el anillo para mirarlo—. Lo
contrario también es cierto. Podemos realizar todas las pruebas
posibles y seguirá habiendo escépticos. Es lo que hay. —Se encoge
de hombros y vuelve a colocar el anillo en el maletín.
Viendo que el trato ya está asegurado, y que yo solo tengo que
hacer mi parte, no hago más preguntas. No es asunto mío si una
persona cualquiera está nadando en dinero y quiere derrocharlo
en un anillo.
Pasamos algo más de tiempo negociando la parte de cada uno.
Al final, llegamos a un acuerdo sobre un tercio por persona y me
entregan el maletín.
El vuelo está reservado para la mañana siguiente, de Palermo a
Malta. De alguna manera, no veo que este trabajo sea demasiado
difícil. Mañana terminaré la entrega y aún me quedarán dos días
libres hasta el miércoles. Puede que pase algún tiempo en La
Valette, ya que tienen unas bibliotecas estupendas.
Aunque me gustan los artefactos, mi verdadera afición es
coleccionar libros antiguos. Otra ventaja del trabajo es que soy el
primero en recibir una alerta si se vende una nueva primera
edición en cualquier parte del mundo. También es la razón por la
que no puedo reprochar a nuestro misterioso comprador que
pague tanto por un juguetito. Yo también he pagado una buena
suma por un libro: una primera edición de la Biblia de Gutenberg.
Teniendo en cuenta que solo se imprimieron unos pocos, valió la
pena cada centavo.
Guardando el maletín en la caja fuerte del hotel, me quito la
ropa y me dirijo a la ducha. Cuando el vapor se pega a mi piel,
suspiro de alivio, permitiéndome por fin relajarme un poco.
Pero incluso eso se ve interrumpido por el timbre de mi
teléfono.
Soltando una maldición, detengo el agua y me pongo una
toalla alrededor de la cintura. Alcanzo el teléfono justo a tiempo
para ver que es mi padre el que llama. Pongo los ojos en blanco,
pero contesto tal y como lo haría cualquier hijo obediente.
—Enzo —empieza mi padre, con la voz más alta de lo
habitual. Está de buen humor. He aprendido a escuchar sus
señales, así que sé exactamente cómo tratar con él. Puede creerse
un capo fuerte e inflexible, pero no es más que un tonto orgulloso.
—Padre —le respondo, ajustando mi tono para que no se dé
cuenta del fastidio que siento.
—¡Espléndidas noticias! Acabo de reunirme con Benedicto
Guerra. Hemos decidido firmar el contrato matrimonial dentro de
dos semanas —cotorrea alegremente, y yo tengo que morderme la
lengua para no soltar algo inadecuado—. He vaciado tu agenda
para que puedas volver cuando termines con este trabajo.
Sigue alabando a Gianna, destacando su belleza y su
educación.
—Si todo va según lo previsto, deberían estar casados a finales
de mes. —Aprieto mi puño, y mis labios tiemblan con disgusto.
—Perfecto, padre. No puedo esperar —digo con los dientes
apretados antes de colgar.
Cerrando los ojos, cuento hasta diez, sintiendo que la rabia
abandona mi cuerpo.
Sabía que iba a ocurrir, en algún momento. Solo que no sabía
que sería tan rápido.
Gianna Guerra.
Resoplo con solo recordarla. La había visto una vez el año
pasado, cuando nuestros padres habían decidido que era hora de
ver si encajábamos. Benedicto, por alguna razón desconocida,
quería la opinión de su hija. Tal vez porque su segundo
matrimonio fue supuestamente un matrimonio por amor, había
decidido intentar lo mismo con su hija.
Yo había complacido a mi padre y había acudido a la cita, pero
me había dado cuenta desde el principio de que era un error. Ella
me había echado un vistazo y se había ajustado a mi cuerpo, de
forma bastante obscena, si se me permite añadir, tratando de
encontrar temas de conversación. Cuando no consiguió nada de
mí, se limitó a parlotear sobre algunas cosas mundanas, como su
ropa, sus joyas y otras cosas materiales. Puede que solo la
escuchara a medias, pero de alguna manera se le había metido en
la cabeza que yo era el candidato perfecto para un marido. Justo
cuando me iba a inventar una excusa para irme, se inclinó para
susurrarme al oído.
—Estoy deseando que llegue nuestra noche de bodas. —Su mano
había bajado por mi entrepierna en lo que probablemente percibió
como un gesto seductor.
Yo solo me había disgustado aún más.
Solo después me enteré de los rumores que flotaban en
algunos círculos privados. A Gianna Guerra le gustaba ser follada
por el culo, y encima en baños públicos. No es que fuera
demasiado sorprendente, dada su creciente fama entre las jóvenes
principescas italianas. Dado que la virginidad sigue siendo un
producto de alta demanda (especialmente entre la clase alta más
tradicional), sin duda habían encontrado una manera de evitarlo.
Y mientras las sábanas estén manchadas de rojo en la noche de
bodas, algunos hacen la vista gorda.
Yo no lo hago.
He estado rodeado de putas toda mi vida; no quiero estar
atado a una para siempre.
Y es debido a que sé cómo se comportan esas mujeres de la alta
sociedad, y cómo los hombres se aprovechan de ellas, que he
tratado de proteger a mi hermanita de ello. Había hecho todo lo
posible para protegerla, incluso de nuestros propios padres, y aun
así no había sido suficiente. La habían arrancado de su refugio
seguro y le habían mostrado lo peor que el mundo puede ofrecer.
Y yo le había fallado.
Todavía tengo pesadillas de la noche en que la encontramos
frente a la casa, con el vestido hecho jirones y la espalda
destrozada por la cuchilla de un loco. La tomé entre mis brazos y
ella gimió suavemente de dolor; había sentido que mi corazón iba
a morir en ese mismo momento. Catalina siempre ha sido mi
única debilidad, la razón por la que cumplía con las órdenes de
padre. Y verla tan maltratada, tan herida... Había hecho todo lo
posible por ayudarla a recuperarse de su calvario, pero algunas
heridas nunca se curan.
Debería saber...
Todo se derrumbó cuando descubrió que estaba embarazada.
Ese fue el día en que maldije a Dios y a todas las demás deidades.
No bastaba con que la hubieran profanado de la peor manera, sino
que había tenido que sufrir más consecuencias.
Como era de esperar, nuestra familia no había reaccionado
bien, y mi padre había estado dispuesto a mandarla a la calle,
sobre todo cuando había declarado que quería quedarse con el
bebé. Yo improvisé sobre la marcha sugiriendo que podría ir a un
convento.
El Sacre Coeur tenía una estrecha relación con la mafia desde
hace varias generaciones, y al menos allí estaba lo suficientemente
seguro de que estaría a salvo. Al menos por ahora. Había hecho
una promesa a mi hermana: en cuanto mi padre muriera, iría por
ella.
Hace unos meses, Lina dio a luz a la niña más preciosa del
mundo. Estuve a su lado cuando la trajo al mundo. En el
momento en que puse mis ojos en ella, supe que haría todo lo que
estuviera en mi mano para asegurarme de que nunca sufriera
daños. No le fallaría como lo hice con su madre.
Miro fijamente mi teléfono, la foto de Lina y Claudia que he
puesto como fondo de pantalla. Ellas son lo único que importa, y
si mantenerlas a salvo significa que tendré que casarme con
Gianna, que así sea. Padre sabe muy bien que ella es mi debilidad,
y la usará contra mí si es necesario.
Incluso si no fuera Gianna, sería otra chica italiana de
impecable crianza y conexiones de largo alcance, y sé que todas
terminan comportándose igual: me echan una mirada y me
quieren como su esclavo sexual personal. Solo porque soy un
hombre, piensan que cualquiera me serviría. Porque, ¿qué hombre
sano y cuerdo se negaría a tener sexo fácilmente disponible?
Me levanto y me dirijo al espejo del baño. Una sonrisa cruel se
extiende por mi cara. ¿Qué no daría por coger un trozo de cristal y
arruinar esa cara tan bonita de la que todo el mundo parece estar
enamorado? Una cicatriz tan grotesca que les hiciera desviar la
mirada en lugar de adorarme abiertamente con los ojos. Mis dedos
rastrean el contorno del espejo, la idea es tan atractiva pero tan
inalcanzable. Lo había intentado una vez y me había salido el tiro
por la culata. Ese día aprendí la lección: podemos desear ciertas
cosas con todas nuestras fuerzas, pero eso no significa que
vayamos a conseguirlas.
Sacudo la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos.
Siempre me perjudica cuando me dejo llevar por las fantasías...
por los y si. Porque en mi realidad alternativa, soy la persona más
fea del mundo. Pero al menos entonces puedo ver quién es
auténtico y quién no, quién me quiere por lo que soy o quién me
quiere solo por mi cara.
—Mala suerte —murmuro para mí, y voy en busca de un
cigarrillo.
A la mañana siguiente saco el maletín y hago un pequeño
cambio, colocando el anillo en una caja pequeña. Hago un rápido
inventario de mis armas y salgo del hotel.
Subiendo a mi coche, coloco algunas armas bajo el asiento para
tenerlas al alcance de la mano antes de ponerme en marcha hacia
el aeropuerto. Aunque este trabajo debería de ser fácil, nunca está
de más estar más seguro, no solo por mi línea de trabajo sino
también por quién soy. Hay poca gente en Sicilia que no sepa
quién soy, y eso podría invitar a los enemigos a jugar.
El coche ronronea y cambio rápidamente las marchas hasta
derrapar por la carretera. Llevo veinte minutos de viaje cuando
me doy cuenta de que hay otro coche justo detrás de mí. Miro por
el retrovisor lateral y compruebo que me siguen. Manteniendo la
distancia, siguen tomando todas las curvas que yo tomo, incluso
las de emergencia.
Es interesante.
Decido jugar un poco con ellos y empiezo a surcar las calles de
Palermo como un loco. Los matones me siguen, y tengo que darles
crédito: pocos pueden seguir mi ritmo de conducción.
Casi me divierte la situación hasta que deciden apuntarme con
armas, dos hombres saliendo por las ventanas y apuntándome con
AK-47.
¡Joder!
Esos no son matones normales.
Doy un volantazo con el coche, esquivando a duras penas las
balas que se acercan. Hago un rápido giro en U y evito su coche,
pero ellos no tardan en seguirme.
¡Mierda!
Parece que su coche también tiene techo solar, y uno de los
tipos no tarda en subirse y apuntarme.
Piso el freno y las balas atraviesan la puerta del pasajero.
¡Ha estado cerca!
Doy marcha atrás y, en lugar de huir, me dirijo hacia ellos a
toda velocidad. Ya estamos en una zona apartada de la ciudad, así
que hay pocas posibilidades de que haya víctimas. También sé
que, si no me deshago de ellos ahora, voy a estar mirando por
encima del hombro todo el viaje.
Y eso es algo que no quiero hacer.
Me meto el anillo en el bolsillo y me pongo dos pistolas en el
regazo, preparadas para usarlas. Piso el acelerador, al tiempo que
me desabrocho el cinturón de seguridad. Una vez que el coche se
mueve a toda velocidad, agarro las pistolas y abro la puerta,
rodando por el suelo. El coche choca contra el suyo, pero no antes
que unos cuantos salgan disparados.
Con los dedos en los gatillos, me protejo de cualquier ataque
abierto y disparo.
El sonido de las balas que vuelan a diestro y siniestro es
ensordecedor, y los tipos aguantan bastante bien. Derribo a dos de
ellos y quedan dos más. Ahora han sustituido los AK por unas
pistolas más manejables.
Sigo disparando hasta que me quedo sin munición. Hago todo
lo posible por recargar las armas con rapidez, y luego cambio de
posición.
Tengo que acabar con esto rápidamente.
Me quedan tal vez doce balas en total. Me doy seis balas por
persona, pero eso significa que a la sexta bala una persona debe
estar muerta. Obligado por las circunstancias, debo tomar esto en
serio. No puedo jugar más, lo cual es una pena, ya que necesitaba
desahogarme después de la conversación de anoche con mi padre.
Entrando en un estado de concentración, lo desconecto todo y
observo mi entorno como un juego de mesa, calculando ángulos y
distancias.
Aparecen líneas y cuadrados alrededor de mi campo de visión,
y calculo las probabilidades. Para hacerlo un poco más divertido,
me reto a mí mismo a limitar el juego a dos balas por persona.
En cuanto veo un hueco, salgo corriendo de mi escondite y
cruzo la calle, escondiéndome detrás de otro coche. Sin darles
tiempo a reagruparse, me doy la vuelta y apunto al primer tipo.
Una bala se aloja en su pierna y la otra en su corazón.
¡Uno ha caído!
El otro parece haberse escondido. Escaneo la zona en busca de
algún movimiento y, finalmente, lo localizo intentando abrirse
paso dentro del coche, ya en ruinas.
Interesante. Está buscando algo.
Mis labios se curvan al verle coger el maletín vacío,
convencido de que debe tener el anillo dentro. Paso un segundo
luchando conmigo mismo. ¿Debería matarlo o dejar que se vaya
con el maletín vacío?
La decisión se toma por mí cuando él abre con entusiasmo el
maletín para darse cuenta de que no hay ningún anillo. Y lo que es
mejor, su impaciencia le sitúa en mi punto de mira, por lo que
basta con apretar el gatillo para verle caer.
Con los objetivos derrotados y con muchas balas, me pongo en
pie y me quito el polvo del traje. Retrospectivamente, me doy
cuenta de que tal vez no debería haber sido tan descuidado con mi
coche, ya que me encuentro sin vehículo en este momento.
Me detengo junto a una ventana para asegurarme que estoy lo
suficientemente presentable, y luego llamo a un taxi. Puede que
aún llegue a mi vuelo.
Fiel a su palabra, el taxista me lleva rápidamente al aeropuerto.
En el momento en que entro, hay algo raro. Lo noto en la forma en
que me miran los guardias. Incluso el personal del aeropuerto
parece participar en algún tipo de broma mientras siguen todos
mis movimientos.
Estoy alerta y un poco receloso, pero mis sospechas se
confirman solo cuando veo que otras personas con trajes negros se
dirigen a la zona de seguridad, sus ropas claramente escondiendo
armas.
¡Mierda!
Quienquiera que esté detrás de este anillo tiene todo el
aeropuerto controlado. No hay forma que salga vivo si continúo.
Intento parecer lo más relajado posible mientras me dirijo
hacia el baño. En cuanto estoy dentro, cierro la puerta con llave y
coloco una fregona bajo el pomo. Luego pienso en mis opciones.
El baño tiene una ventana que da al patio exterior. Me levanto
para inspeccionar la zona y no veo ningún traje negro. Por ahora,
ésta podría ser mi apuesta más segura.
Me agarro a la cabina y me empujo hacia la ventana,
impulsándome hacia el exterior. Me cuesta un poco de esfuerzo,
teniendo en cuenta el tamaño de la ventana. Mis pies tocan el
suelo con un ruido sordo y salgo corriendo.
Parado en el estacionamiento, ni siquiera lo pienso mientras
rompo una ventanilla y hago un puente a un viejo Fiat.
Si el aeropuerto no es posible, mi única opción es el mar. La
pregunta sigue siendo: ¿quién coño estaría tan desesperado por
hacerse con un maldito anillo?
Saco mi teléfono del bolsillo y llamo a Manolo. Le explico
rápidamente la situación, pero solo obtengo una vaga respuesta.
—Sabías a lo que te habías apuntado —dice, y apuesto a que
está evadiendo cualquier tipo de responsabilidad.
Apretando los dientes, cuelgo; el impulso de romper el
teléfono es casi demasiado abrumador.
Sí, estos trabajos conllevan un cierto grado de peligro, pero
¿que alguien controle un aeropuerto entero?
Con una mano en el volante, saco el anillo con la otra y lo
estudio. Tiene que haber algo más... Curioso, un poco molesto,
pero sobre todo comprometido, continúo mi rumbo.
Siempre tengo un yate en Porto Empedocle, así que solo tengo
que llegar allí y zarpar hacia Malta. Unas pocas horas en el mar,
no debería haber ningún problema (o eso espero).
Cambio de coche a las afueras de Palermo, y solo faltan un par
de horas más hasta llegar a Agrigento. Me detengo en la ciudad
para hacer algunas compras. Cuando paso por una librería, una
idea repentina se forma en mi mente. Quizá pueda encontrar más
información sobre este anillo.
Entro en la librería y ojeo la sección de historia. Encuentro
algunos títulos sobre la Inglaterra anglosajona y decido
comprarlos. Ya casi estoy en la caja registradora cuando veo a un
chico que parece escandalizado mientras escoge una novela
erótica cuya portada delata el género.
Se me dibuja una sonrisa en la comisura de los labios y
observo divertido cómo empieza a leer furtivamente las primeras
páginas antes de decidirse a comprarlo. Se dirige a la caja y deja el
libro boca abajo sobre el mostrador.
Me quedo un poco atrás, observando el nerviosismo de sus
movimientos. No puede tener más de trece o catorce años, su
altura es un claro indicio de que aún no ha pasado por la
pubertad. Debe medir un metro y medio, y su ropa parece colgar
sobre su esbelto cuerpo. Una vez que ha pagado, mete la novela
en su mochila y sale corriendo de la tienda.
Deslizo mis propios libros sobre el mostrador, con el fantasma
de una sonrisa aún en los labios. Sin darme cuenta, saco algo de
dinero de mi cartera y se lo doy a la cajera. Sin embargo, cuando
miro a la persona que está detrás del mostrador, mi sonrisa cae
inmediatamente. Se muerde el labio y me mira con una mirada
seductora, empujando lentamente una nota con su número encima
de los libros.
Pongo los ojos en blanco y cojo los libros, dejando su nota.
—Signor... —La oigo llamar detrás de mí, pero ya he salido por
la puerta.
La manera perfecta de arruinarme el día.
Mi labio se tuerce con fastidio y saco mi paquete de cigarrillos,
deslizando uno entre mis labios y encendiéndolo. Dando una
profunda calada, llamo a mi tío para pedirle más armas. Viendo
que este anillo puede resultar más peligroso de lo que había
pensado, tengo que estar preparado para cualquier cosa.
Me da la dirección de su almacén y me dirijo allí. Cuando
llego, me reciben mi tío y sus amigos, que me invitan a tomar una
copa con ellos. Por mucho que quiera entrar y salir, sé que será
una falta de respeto para mi tío si lo hago. Así que, para
apaciguarlos, me quedo a la primera ronda de bebidas.
Casi cinco horas más tarde les convenzo de que sí tengo prisa y
me dejan marchar a regañadientes, con munición suficiente para
un mes. Un rato después, llego a mi barco.
El yate tiene una habitación con baño, una cocina y una sala de
estar. Aunque la superficie no es tan grande, tiene todas las
comodidades y funciona muy bien. Ya lo he utilizado unas
cuantas veces para navegar por el Mediterráneo.
También es mi santuario cuando visito este lado del país.
Nadie ha estado nunca en mi barco y, mientras yo viva, nadie lo
hará.
Llevo las armas al interior del salón antes de abastecer la
cocina con los víveres que había comprado.
Cuando todo está hecho, arranco el motor.
ALLEGRA

—Dios mío, ¿Qué está pasando? —murmuro para mis


adentros mientras el pánico trata de apoderarse de mi cuerpo. El
ruido del motor me hace retroceder y me levanto de un salto,
golpeando mi cabeza contra la trampilla.
Un rápido vistazo a mi reloj me dice que me he quedado
dormida y que son casi las diez. Dios, nunca voy a llegar a tiempo,
¿verdad? ¿Y el barco? ¿A dónde va?
Levanto lentamente la trampilla y me asomo a la cubierta. Está
casi oscuro afuera, así que no puedo distinguir quién está allí.
Entrecierro los ojos cuando veo algo de movimiento, pero cuando
una figura se mueve hacia mí, dejo caer la trampilla y me acurruco
en posición fetal.
—Por favor, ignórame —susurro una oración, esperando que
quien sea no me encuentre. Pero ese es el quid de la cuestión. Si no
les digo que estoy a bordo, ¿a dónde me llevarán? Mis ojos se
abren de par en par al darme cuenta. Quién sabe a dónde va el
barco... y conmigo dentro.
—Dios... —digo justo cuando la trampilla se abre de golpe, con
una linterna apuntándome con agresividad. Instintivamente cierro
los ojos, la luz es demasiado fuerte.
—¿Y quién eres tú? —me pregunta una voz áspera, con un
acento siciliano muy marcado que me sorprende. Abro lentamente
un ojo, y luego el otro, mi boca formando una o mientras miro
fijamente la cara más hermosa que he visto en mi vida.
Eso debería ser ilegal.
Incluso en la oscuridad de la noche, puedo distinguir los
fuertes contornos de su cara, los pómulos cincelados y la
mandíbula afilada. Su nariz es recta, pero parece curvarse
ligeramente en la punta. Hace juego con el resto de su cara,
imponente pero suave. Pero luego están sus ojos, de un tono verde
tan profundo que tengo que parpadear dos veces para asegurarme
que no es la luz artificial la que me está jugando una mala pasada.
Trago saliva y, mientras continúo examinándole con mi
mirada, siento algo en el estómago. Es una sensación de
cosquilleo, pero no es para nada desagradable. Mis ojos se posan
en sus labios, tan gruesos y llenos, y me lamo los míos en
respuesta.
No puede ser real.
Me lo repito una y otra vez, porque, en realidad, nadie puede
ser tan hermoso. Puede que haya tenido un contacto limitado con
gente de fuera, pero incluso yo puedo reconocer la perfección
cuando la veo.
—¿Has terminado de mirar, niño? —pregunta, divertido. Sus
labios se curvan hacia arriba en una ligera sonrisa, y mi corazón
reacciona latiendo a un ritmo extraño.
—Yo... ¿Lo siento?
Levanta una ceja hacia mí.
—¿Por allanamiento o por mirar fijamente?
Me tomo un segundo para pensar, la conversación totalmente
fuera de mi zona de confort.
—¿Ambos? —pregunto tímidamente, y él se ríe.
—Ven. —Me tiende la mano y, por alguna razón, me agarro a
ella—. Vamos a levantarte y podrás contarme qué te llevó a ir de
polizón en mi barco.
Me levanta, y yo lucho por sujetar mi mochila. Cuando me
levanto, el libro cae al suelo, la portada con el hombre desnudo
boca arriba. La vergüenza arde en mis mejillas cuando el hombre
se inclina para recogerlo.
—Interesante elección —comenta, pero no me lo devuelve. No
me suelta la mano mientras me guía por unas escaleras y entra en
una de las habitaciones más lujosas que he visto nunca. Mi piel
hormiguea en los sitios donde toca la suya, y su mano enorme
abarca por completo la mía, que es pequeña en comparación. Y
cuando por fin me suelta, me siento vacía.
—Siéntate. —Me señala un sofá y hago lo que me dice. Quizá
si le explico mis circunstancias, lo entenderá.
Con esa idea en mente, observo cómo se acomoda en el sillón
de enfrente, con los brazos cruzados sobre el pecho y la misma
expresión divertida en la cara.
Y qué cara.
Sacudo la cabeza dos veces, tratando de disipar esos
pensamientos intrusos. Mi prioridad es volver a la orilla y
pedalear hasta casa.
—¿Quieres decirme qué hace un —empieza, con su mirada
escudriñando mi figura—, adolescente en mi barco a estas horas?
¿Te has escapado de casa, niño?
En el momento en que las palabras se registran en mi mente,
me doy cuenta de lo que está viendo. Un chico... un adolescente.
Suspiro aliviada, ya que he oído que los hombres no siempre son
amables con las mujeres. Lia me ha dicho a menudo que es mejor
estar protegida que salir sola al mundo sin protección.
—Yo... —¿Qué debería decir? —, estaba jugando al escondite
con unos amigos y me quedé dormido.
Rápidamente me invento la mentira, profundizando mi voz
para sonar como un chico.
—Hmm. —Golpea el libro sobre la mesa—. ¿Jugando al
escondite, o simplemente escondiéndote para poder leer eso?
Me mira expectante y yo trago saliva, ya que me ha puesto en
una situación bastante comprometida.
—Tenía curiosidad. —Me encojo de hombros.
Se ríe, sacudiendo la cabeza.
—No te avergüences, niño. Estás en esa edad. —Hace una
pausa, con el ceño fruncido antes de cambiar de tema—. Tus
padres deben estar preocupados, ¿por qué no les llamas?
Saca un teléfono del bolsillo y me lo lanza. Lo cojo a duras
penas y lo miro con asombro.
Nunca he usado un teléfono, pero, aun así, no tengo a nadie a
quien llamar.
—Erm... No conozco el número. —Más mentiras—. ¿A qué
distancia estamos de la orilla? ¿Puedes dar la vuelta al barco? He
aparcado mi bicicleta en los muelles. Me iré a casa enseguida —
digo, mientras le suplico con la mirada.
Ni siquiera sé lo que me va a pasar. Es posible que los guardias
ya me hayan visto y está claro que no llegaré a medianoche como
le había prometido a Lia.
¡Lia! ¿Qué pensará ella?
—Salimos del puerto hace treinta minutos. —Hace una pausa,
mirándome—. Me gustaría poder ayudarte, chico, pero tengo un
horario.
No llega a terminar sus palabras, ya que el sonido de otro
motor parece acercarse.
Murmura algo mientras se levanta y se dirige a una de las
ventanas para mirar hacia fuera. Le sigo inmediatamente y, en
cuanto miro hacia fuera, reconozco a Mario en el otro barco.
—Por favor, no dejes que me lleven. —Mis dedos se aferran a
la tela de su camisa y doy un ligero tirón. Me mira, con una
expresión inescrutable. Su mano se posa sobre la mía y me suelta
los dedos.
—¿Estás en peligro? —me pregunta, y yo solo puedo asentir,
esperando que me ayude. Hasta ahora solo ha sido amable
conmigo.
—No te preocupes. —Me da unas palmaditas en la cabeza por
encima del sombrero antes de salir de la habitación.
La curiosidad me devora y corro tras él. Abro la puerta y
asomo ligeramente la cabeza entre el espacio vacío.
—¿Qué les trae por aquí, señores? —pregunta mi salvador, con
una voz suave.
—El chico. Sabemos que está aquí. Las cámaras lo captaron
colándose en su barco.
—¿Chico? No he visto a ningún chico. Creo que te equivocas
—responde con seguridad.
—Entonces no te importará que registremos el barco, ¿verdad?
—pregunta Mario, y por un momento temo haber puesto al buen
hombre en peligro.
—¿Tú? —pregunta tras una pausa, antes de reírse—. ¿Acaso
no sabes quién soy?
—Solo queremos al niño —continúa Mario, y me alegro de que
no haya revelado mi tapadera. No puede admitir quién soy, no
cuando eso significaría mi ruina.
—Ya te he dicho que aquí no hay ningún niño. Tienes que irte.
Ahora. —La voz del hombre tiene un filo, y espero que Mario haga
lo que se le dice.
—Escucha, bonito, solo te lo pediré una vez más. Si no... —Se
detiene y oigo que se dispara una pistola.
¡No!
¿Y si le hacen daño por mi culpa?
Abro más la puerta y estoy a punto de mostrarme cuando el
hombre habla, sus palabras clavándome en el sitio.
—¿Y arriesgarse a una guerra con los Agosti? —pregunta, y
Mario balbucea.
—¿Agosti? —repite, sonando sorprendido.
Frunzo el ceño ante el nombre desconocido, pero parece surtir
efecto en Mario.
Me agacho y doy unos pasos, queriendo ver qué pasa.
—La guerra con los Agosti o los Marchesi, yo diría que es lo
mismo para mí, estaré muerto de cualquier manera —responde
finalmente Mario, levantando su arma y apuntando al hombre.
Este no parece inmutarse mientras sacude lentamente la
cabeza, riendo.
—¿Matarías al heredero de los Agosti? Debes de ser muy
valiente o... —Se acerca, ajustándose al arma—, muy estúpido.
Parecen enfrascados en un concurso de miradas antes que
Mario dé un paso atrás, enfundando su arma.
—Esto no ha terminado —dice, indicando a los demás que se
vayan. Se intercambian algunas palabras en voz baja antes que el
otro barco se dé la vuelta y se vaya.
Cuando veo que el hombre regresa, intento volver a la sala de
estar, pero él es rápido y me agarra por el cuello de la camisa,
levantándome para que estemos a la misma altura.
—¿Por qué te persigue Marchesi, niño? —Sus ojos brillan
peligrosamente a la luz de la luna y el miedo se apodera de mí.
—No lo sé —digo, esperando que me crea.
—¿No lo sabes? —Sonríe, se da la vuelta y me lleva al borde
del barco. Mis ojos se abren de par en par, pensando que es
imposible que...
Su mano aprieta mi camisa y me levanta por encima de la
barandilla del barco. Mis pies cuelgan en el vacío, el mar
mirándome amenazante desde abajo.
—¿Te han enviado a espiarme?
—Por favor —digo, mi voz apenas un susurro. Estoy
petrificada. ¿Por qué iba a espiarle? Ni siquiera le conozco.
—Dime la verdad y te dejaré ir —continúa, sus ojos fríos y sin
emoción. Es como si el hombre de antes se hubiera desvanecido.
Cuanto más miro fijamente sus ojos insensibles, más me doy
cuenta de que simplemente no hay forma de salir de esto. Me
soltará si no respondo.
¿Pero qué puedo decirle? ¿Cuánto puedo decirle?
—Yo... los Marchesi son mis padres —respondo rápidamente,
apretando los ojos y esperando que sea fiel a su palabra y me deje
ir.
—Ya está, ves, es posible ser sincero. —Hace un sonido de tsk,
y abro los ojos para verle sonriendo—. Sigue —me insta, pero yo
solo niego con la cabeza.
—Eso es todo.
—Me pregunto... —Se aleja, su mano se mueve mientras me
balancea de un lado a otro, la amenaza de ahogarse acercándose
cada vez más.
—Por favor —gimoteo.
—Bien —suspira aburrido. Me acerca a la barandilla y, justo
cuando está a punto de tirar de mí hacia el otro lado, oigo un
chasquido.
¡No!
Todo sucede a cámara lenta. Veo con horror cómo el material
de mi camiseta se rompe, quedando un gran trozo en su mano. Mi
boca se abre en un fuerte jadeo, un grito de auxilio que no sale.
Y caigo.
Golpeo la superficie del agua dolorosamente, y luego me
hundo.
Abro los ojos y mis extremidades se agitan para intentar
mantenerme a flote, pero nada funciona. Vuelvo a abrir la boca,
intentando pedir ayuda, esperando que me escuche, pero el agua
me rodea por todas partes. Hay un silencio ensordecedor mientras
caigo cada vez más bajo el despiadado asalto de las olas. Cuanto
más lucho, más me ahogo.
Hasta que me rindo.
Miro el magnífico azul del mar y me digo a mí misma que tal
vez no sea el peor camino.
De alguna manera, me resigno.
Pero entonces, una masa de burbujas señala otra presencia, y
mi conciencia, que se apaga lentamente, nota unos brazos fuertes
que me aferran y me arrastran de nuevo a la superficie.
Vuelvo con un zumbido, el agua saliéndome por la boca y la
nariz, y sigo tosiendo.
—Tranquilo, chico. Te tengo —me dice, mientras recorre la
superficie del agua conmigo en brazos hasta que llegamos al
barco. Me empuja hacia una escalera y yo utilizo todas las fuerzas
que me quedan para subir, cayendo de espaldas una vez que llego
a la cubierta.
—Joder, me has asustado —respira con dificultad cuando llega
a mi lado, y me giro para mirarle.
Sus ojos se abren de par en par en estado de shock y su mirada
pasa de mi rostro y mi cabello desatado a mi cuerpo. Apenas soy
consciente de lo que ocurre, pero me doy cuenta de que algo va
mal.
Miro hacia abajo y comprendo lo que está viendo. Lo que
queda de la camiseta mojada se amolda a mi cuerpo, siguiendo el
contorno de mis pechos y mis pezones fruncidos por el frío,
visiblemente tensos contra el material.
—Eres una chica. —Su voz está llena de veneno cuando lo
dice. Se levanta y me mira con una expresión de asco—. Eres una
chica —repite, sacudiendo la cabeza y respirando hondo,
aparentemente para controlar su ira.
—Una mujer —corrijo, levantándome sobre los codos mientras
respiro con dificultad. Mis pulmones aún se están acostumbrando
a no morir, pero eso no significa que vaya a aguantar todo lo que
él me dé. Ya casi me ahogo por su culpa.
—Una mujer. —Se ríe, con los puños apretados a su lado.
Sé que me equivoqué al mentirle, pero seguro que puede
entender lo peligroso que es para una mujer viajar sola.
—Yo... —Estoy a punto de disculparme por mi pequeña
mentira cuando él continúa.
—Debería haberlo sabido. —Una sonrisa amarga aparece en su
rostro—. Solo una mujer me habría mirado así.
—¿Así cómo? —pregunto, frunciendo el ceño.
Se arrodilla a mi lado y saca una navaja del bolsillo. La miro
con desconfianza, sobre todo cuando juega con la punta.
Instintivamente, trato de alejarme de él, pero lo tengo encima
en cuestión de segundos.
—Como si quisieras follar conmigo —responde, pero las
crudas palabras no se registran en mi mente. No cuando me pone
la cuchilla en el rostro, amenazando con cortarme. La baja
lentamente por mi cuerpo.
—No más mentiras. —Sus ojos siguen la hoja mientras se
desliza por mi piel, la punta clavándose en mi carne muy
ligeramente. Un movimiento brusco y sacaría sangre.
—Dame una buena razón por la cual no debería matarte ahora
mismo —continúa justo cuando siento el más mínimo pellizco
bajo mi clavícula. Aterrada, veo las gotas de sangre y dejo de
pensar. Simplemente actúo.
Utilizando las piernas, intento darle una patada mientras me
arrastro hacia atrás sobre los codos, buscando un hueco para
levantarme y correr.
Él atrapa fácilmente un pie, acercándome a él, pero no me
detengo. Con la adrenalina a flor de piel, uso la otra pierna para
empujarle. Ni se inmuta. En cambio, me agarra por la cadera,
asegurándome al suelo bajo su propio cuerpo. Se cierne sobre mí y
encaja la hoja justo debajo de mi barbilla.
—Cada mentira que dices equivale a un corte. Me pregunto...
¿cuántos harán falta para que te desangres?
Mis ojos se abren de par en par ante su insinuación e intento
luchar contra él, pero es mucho más grande y fuerte que yo, así
que simplemente me inmoviliza en el suelo, y la desesperación me
invade.
—¿Te crees tan genial solo porque tienes una cara bonita? No
todo el mundo quiere fo…f… —No me atrevo a decir las palabras
en voz alta, así que continúo con lo primero que se me pasa por la
cabeza—. Estás loco, ¿lo sabías? ¡Loco! ¡Retrasado mental!
¡Desquiciado! —le grito, pero eso solo parece divertirle.
—¿De verdad? —se ríe despacio—. ¿Qué más?
—¡Loco como una liebre de marzo! —le grito, y tiene el
descaro de reírse en mi cara. Estoy aterrorizada, ¿y él se ríe?
—No puedo decir que haya escuchado eso antes. —Se ríe, y la
hoja se clava de nuevo en mi piel—. Ahora, ¿en qué estábamos? Sí,
me estabas hablando de ti. Sin mentiras, pequeña tigresa, sin
mentiras.
Le miro fijamente a sus ojos inflexibles y sé que no tengo
elección. Con un profundo suspiro, empiezo.
—Soy Allegra Marchesi.
Le doy una breve versión de los acontecimientos de hoy, y que
era mi única oportunidad de libertad antes de mi boda. Cuando
termino de relatar, observo su cara expectante, esperando que mi
explicación le satisfaga.
No lo hace.
—¿Así que la pobre niña rica decidió tener una noche de
diversión en la ciudad? —se burla de mí, el cuchillo todavía
jugando en la superficie de mi piel—. He conocido a tus padres.
Un par de depravados, ambos. Supongo que no puede
sorprenderme demasiado que su hija sea igual.
Se burla de mí, con los ojos llenos de odio.
—No, yo... —Quiero explicarle que no me parezco en nada a
mis padres, pero no me deja continuar.
—Oh, conozco a las de tu tipo. ¿Querías tener una polla antes
de tu boda? Dime, ¿ibas a tomarla por el culo para poder fingir
que sigues siendo una inocente virgen en tu noche de bodas? —
escupe las palabras, con la malicia saliendo de cada sílaba. Me
estremezco ante sus acusaciones, sobre todo porque no he oído
palabras más viles en mi vida.
—¿De qué estás hablando? —La pregunta llega en un susurro,
y pestañeo para alejar las lágrimas. Nunca nadie me había
hablado así.
¡Nadie!
—Supongo que tu pequeño viaje a la ciudad de las putas se vio
interrumpido cuando tus guardias te encontraron. Y decidiste
esconderte aquí.
Le miro y no puedo creer lo que oigo. Está distorsionando todo
lo que le dije.
—No, te equivocas. —Intento protestar, pero el cuchillo
presiona aún más mi garganta.
¡Duele!
—¿Me equivoco? —Levanta una ceja, con el labio curvado en
señal de burla—. Si estás tan dispuesta a prostituirte, entonces
vamos, hazlo.
Me quita la cuchilla de la garganta y la desliza lentamente por
mi caja torácica antes de cortar el material.
Jadeo cuando lo que queda de mi camisa se desprende,
abriéndose por la mitad para revelar mis pechos desnudos.
Inmediatamente me cubro con los brazos y me echo hacia atrás.
—¡Déjame en paz! Ya te lo he contado todo, ¿qué más quieres?
—le grito, cansada de ser insultada cuando no he hecho nada
malo. Bueno, excepto por haber entrado en su barco, una decisión
de la que ya me estoy arrepintiendo.
Sigue teniendo esa expresión divertida en la cara, y eso solo
sirve para avivar más mi ira.
—¡Psicópata! Eres un psicópata.
—¿Lo soy? —Inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome—.
Quizá. —Se encoge de hombros—. ¿Qué tal si hacemos un trato?
Tú me dejas follarte y yo te llevo de vuelta al puerto.
No soy tan tonta como para no entender lo que está diciendo.
Quiere que le entregue mi virtud a cambio de mi libertad. Casi me
río a carcajadas. Puede que sea guapo, pero es un diablo guapo. Y
nunca se hace un trato con el diablo.
—No.
Sus ojos se abren por un momento antes de retomar la misma
expresión de abierta burla.
—¿No? ¿Estás segura? ¿Cómo vas a volver entonces? —Cruza
las manos sobre el pecho, riéndose suavemente de mí.
—¡Volveré nadando! —digo antes que pueda pensar bien las
cosas. Cree que tiene ventaja, pero prefiero morir antes de dejar
que este diablo me mancille.
Se ríe a carcajadas de mis palabras, y su burla me hace querer
demostrar que está equivocado. Debe pensar que todas las mujeres
caen a sus pies solo porque es guapo... Puede que no tenga
mucho, pero al menos tengo mi orgullo, y no voy a dejar que
gane.
—¿Necesito recordarte que no sabes nadar? Creo que ya lo
demostraste cuando casi te ahogas. —Se agarra el abdomen
mientras sigue riendo.
Mis manos se cierran en puños y hago un rápido repaso de mi
entorno. Antes de arrepentirme, me abalanzo hacia la borda y cojo
un salvavidas. Lo coloco alrededor de mi cuerpo y, volviéndome
hacia él, hago lo único que se me ocurre.
Le saco la lengua, con un dedo tirando de mi ojo en una
expresión del tipo ya verás.
Luego, sin mirar atrás para ver su respuesta, me lanzo al mar.
Esta vez, el salvavidas me mantiene a flote, y muevo las manos y
los pies, contoneándome por el agua. Me alegro cuando veo que
estoy ganando algo de distancia, solo para que un rayo de luz me
ilumine. Me detengo y me vuelvo hacia el barco. Entrecerrando
los ojos, veo que el insufrible diablo sigue riéndose mientras me
apunta con la luz.
—¿Ya has terminado? ¿O necesitas más tiempo? —grita, el
sonido difuminándose por las olas que chocan con el barco.
Ya me estoy congelando, pero no voy a dejar que se salga con
la suya con su maléfico plan.
—¡No voy a ser tu puta! —le grito, girando para impulsarme
de nuevo hacia delante.
Sé que no es probable que llegue a la orilla, nunca. Pero
prefiero perecer por mi propia voluntad que ser subyugada a las
artimañas del diablo. Al igual que Dafne despreció a Apolo para
conservar su virtud, prefiriendo desprenderse de su piel mortal y
convertirse para siempre en un árbol, yo también prefiero unirme
al mar, con la conciencia limpia y el alma en paz.
Con ese pensamiento, intento olvidar el repiqueteo de mis
dientes o la forma en que mis miembros se van entumeciendo. No,
simplemente sigo adelante.
—Maldita sea, pequeña tigresa. Estás loca, ¿verdad? —Una
mano fuerte se agarra al salvavidas, tirándome hacia atrás.
—¡Déjame ir! —Trato de decir las palabras, pero mi boca no es
capaz de cooperar.
—Tranquila, no te haré nada —continúa mientras arrastra el
salvavidas —y a mí— hacia el barco.
Creo que he pasado el punto de no retorno, porque ni siquiera
me doy cuenta cuando me sube a la cubierta, dejándome en el
suelo, un desastre húmedo y tembloroso a punto de sufrir
hipotermia.
Sin embargo, vuelve y me coloca una manta alrededor de los
hombros, sujetándola con fuerza para pasarme su calor.
—No voy a ser tu puta. —Siento la necesidad de repetirlo.
—¿Realmente crees que alguna vez te follaría? —Inclina la
cabeza hacia un lado, lanzándome una mirada escéptica—. ¿Te
has mirado en un espejo recientemente? Lo siento, pequeña
tigresa, pero mis gustos van hacia las mujeres… —hace una
pausa, mirándome de arriba abajo—, no hacia los niños.
Ni siquiera puedo responder, porque ¿a quién quiero engañar?
Sé cómo soy. Sin embargo, de alguna manera su burla me duele.
Con una última mirada, me da la espalda para marcharse.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me lo has pedido? —Por fin
encuentro mi voz de nuevo.
—¿Por qué? —Se gira a medias, con una sonrisa en la cara—.
Era una prueba. Quería ver cómo reaccionabas.
Frunzo el ceño ante su respuesta.
—¿Y?
—Pasaste. —Sus últimas palabras son apenas audibles.
ENZO

Volviendo a entrar en la habitación, pongo la calefacción al


máximo y me cambio rápidamente de ropa. Luego, tomando
asiento en una silla, espero.
Allegra.
Sonrío para mis adentros. Es pequeña, pero tiene mucha
fuerza. Estaba convencido de que era un chico hasta el momento
en que vi sus pezones asomando por la camiseta.
¡Maldita sea!
Ella es una complicación que no necesito.
Nunca he tenido buenas relaciones con los Marchesi. Y
teniendo en cuenta su reputación dentro de nuestros círculos —
bastardos codiciosos con moral dudosa— no es de extrañar que
pensara que ella era igual.
Desde el momento en que descubrí que estaba emparentada
con esos lunáticos, me propuse presionarla, averiguar hasta dónde
podía llegar. Había visto la forma en que me miró por primera
vez, aun cuando la consideré un chico. La invitación había estado
ahí, en la forma en que sus pupilas se habían dilatado o en cómo
su boca se había abierto con asombro.
Podrían tacharme de narcisista, aunque no lo soy en absoluto.
Sin embargo, todas las mujeres que conozco han reaccionado de la
misma manera, así que he aprendido a reconocer las señales.
La pequeña Allegra me deseaba y, cuando me di cuenta, me
puse furioso. Había sido insensible con ella, quizá demasiado
cruel, pero en mi mente estaba a un segundo de hacer lo que todo
el mundo ha hecho siempre: lanzarse sobre mí.
Así que me propuse demostrarme a mí mismo que ella era
igual que las demás: que solo necesitaba un pequeño empujón
antes de estar dispuesta a abrirse de piernas para mí... y no es que
yo hubiera aceptado la oferta.
Por eso la empujé, la arrinconé y le ofrecí lo que más deseaba:
volver al puerto. Estaba tan seguro de que iba a abandonar su acto
de inocencia y caer de rodillas ante mí, suplicando por mi polla.
Pero no lo hizo.
Había sido... imprevisible. Desde el principio pensé que tenía
el control, pero ella le dio la vuelta al juego e hizo un movimiento
que nunca vi venir.
Prefería morir antes que convertirse en mi puta.
Idiota, pero admirable.
Me demostró que estaba equivocado. Y eso me hizo
reflexionar.
Ella pasó la prueba.
Mis reflexiones se ven interrumpidas cuando una Allegra
arrugada abre la puerta tímidamente, y un gemido se escapa de
sus labios cuando entra en la habitación caldeada.
¿Por qué esto es repentinamente erótico?
Sacudo la cabeza, furioso conmigo mismo por haber pensado
eso.
—Toma. —Le doy un par de pantalones y una camisa nueva
para que se cambie. Los mira con desconfianza, pero los coge.
—Date la vuelta. —Me hace un gesto con la mano, y mi
diversión vuelve a aumentar.
—¿Es que hay algo que ver? —Arqueo una ceja—. Creía que
habíamos establecido que no me gustan los niños —digo, más
para provocarla que otra cosa.
He visto sus afiladas garras, y quizá sea un poco masoquista,
pero quiero que me arañe de nuevo.
Se sonroja y el rojo se extiende por su cuello. Baja la cabeza,
con los ojos fijos en el suelo, y lo siguiente que sé es que se quita la
manta de los hombros.
Mis ojos se abren de par en par cuando se quita la camisa
hecha jirones y la tira al suelo antes de quitarse los pantalones.
No puedo evitarlo. Tengo los ojos clavados en su cuerpo, con
una mezcla de ira y curiosidad hirviendo en mi interior.
Ella parece no inmutarse mientras se pone la ropa seca. A mí,
en cambio, me molesta mucho.
Porque he mentido.
No parece una niña. Es una mujer con el cuerpo de una. Una
que estaba muy desnuda un momento antes. Trago con fuerza,
derrotado en mi propio juego. Otra vez.
¡Mierda!
—Gracias por la ropa —dice, guardando las distancias
conmigo mientras se sienta en otra silla.
—Prefiero no tener tu muerte en mi conciencia —digo
casualmente.
—No parecías tan preocupado hace un momento —responde
con sorna.
—Bah, eso ya está en el pasado. He cambiado desde entonces.
—La miro fijamente, esperando su siguiente réplica.
—Claro —dice mientras estrecha sus ojos—, igual que un
leopardo cambia sus manchas.
—Digamos que mis manchas han sido modificadas
genéticamente. —Me inclino hacia delante, el deseo de ponerla
nerviosa aumentando cada segundo.
Ella se burla, alzando la barbilla en un gesto desafiante. Me
tomo un momento para estudiarla. Es pequeña y demasiado
delgada.
Su cabello negro le cae por la espalda, con mechones húmedos
y pegados por el agua del mar. Sus cejas oscuras están bien
formadas, lo que le confiere una mirada amable. Sus ojos son de
color marrón chocolate, acentuados por gruesas pestañas. Se
inclinan hacia arriba en forma de gato. El resto de su cara es como
ella: pequeña y delicada. Parece joven e inocente y, por primera
vez, podría serlo.
—¿Cómo te llamas? —pregunta de repente.
—¿Por qué? —Muevo las cejas de forma sugerente—. ¿De
repente has cambiado de opinión sobre...?
No llego a terminar porque me lanza su camiseta mojada y la
agarro justo antes que me dé en la cara.
—Ni siquiera intentes terminar eso —me señala con el dedo
intentando parecer amenazante.
Sí, enséñame esas pequeñas garras.
—Enzo. Enzo Agosti. —Me levanto y hago una pequeña
reverencia—. A su servicio.
Allegra resopla, con un pequeño ceño fruncido en la frente.
—¿Es que te acuerdas de ser un caballero?
—Nunca dejo de ser un caballero —replico. ¿Cómo se atreve a
impugnar mi comportamiento de caballero cuando siempre soy
muy amable?
Ella estrecha sus ojos hacia mí.
—¿Así que ahora los caballeros cortan la ropa de las mujeres
con una navaja? —Hace una pausa antes de rectificar—. Error
mío, niñas, no mujeres.
Veo que la comisura de su boca se levanta ligeramente. La
pícara cree que me ha pillado.
Esta vez no.
—¿Qué puedo decir? —Me encojo de hombros, con una
mirada totalmente inocente—. Soy un caballero en las calles y una
bestia en la cama.
Le guiño un ojo, pero ella se limita a poner los ojos en blanco,
perdiéndose la broma.
—Más bien un psicópata con un cuchillo en la cama. —Afirma,
inexpresiva, y me doy cuenta de que no sabe lo que significa la
cama.
Me río. Más aún cuando su nariz se frunce en señal de
confusión.
¿Cuándo fue la última vez que me reí así?
—No te preocupes —dice finalmente con una mirada
decidida—, prometo dar lo mismo que recibo —afirma con
seguridad.
—¿De verdad? ¿Y si me gusta dar duro? —digo, disfrutando
de su falta de conocimiento de lo que realmente estamos
discutiendo.
—Puedo darte más duro. —Levanta la barbilla un poco y
vuelvo a notar su tranquilo orgullo... no, es más que eso. Es
dignidad, y la lleva como una campeona.
—Ya veo —respondo solemnemente—. También me gusta
tener público —lanzo, con la curiosidad de ver con qué va a
rebatirlo.
—Por supuesto —accede— el público es necesario para
presenciar tu derrota —confirma una vez más que está hablando
de algo totalmente distinto.
Mi cara de póquer amenaza con romperse, la risa burbujeando
en mi interior.
—Y perderás —continúa, y veo que se está sintiendo más
cómoda conmigo. Bien.
—¿Perderé? Nunca pierdo, pequeña tigresa. Nunca —miento a
medias, porque soy lo suficientemente fuerte como para admitir
que ya he perdido con ella; no en su rostro, por supuesto.
—Lo harás la próxima vez. No volverás a cogerme por
sorpresa. —Cruza las manos sobre el pecho, la imagen de la
indignación.
—Oh no, la próxima vez sabrás cuando me vengue.
Una sonrisa juega en sus labios.
—Quizá la próxima vez me vengue primero.
En cuanto oigo sus palabras, se me escapa un gemido. ¿Estoy
llevando esto demasiado lejos? Desde luego, es demasiado
agradable para que termine ahora.
—Oh, lo harás, pequeña tigresa. Definitivamente serás la
primera. —Se me quiebra la voz al responder, y ya no puedo
contener mi diversión.
—¿Por qué tengo la sensación de que estás hablando de otra
cosa? —Se levanta, con las manos en las caderas, y sus ojos
lanzándome dagas—. Te estás burlando de mí, ¿verdad?
—Por supuesto que no —aclaro mis pensamientos, relajando
mis rasgos—. Estaba hablando de pelear —miento.
—Qué raro —añade pensativa—, estaba segura de que
estábamos hablando de ese coito, ya que parecías terriblemente
obsesionado con ello.
Se me cae la cara de vergüenza. Me quedo con la boca abierta
por la sorpresa. No porque acabe de llamar coito al sexo, aunque
eso sea gracioso en sí mismo. Sino porque me la ha jugado.
Otra vez.
—¿Cómo...? —Me quedo con la boca abierta y su sonrisa se
amplía. Se acerca a la mesa, regodeándose de pies a cabeza. Coge
el libro que llevaba antes y me lo lanza.
—Muy educativo. Podrías aprender un par de cosas. —Tiene
la desfachatez de guiñarme un ojo, y yo me quedo mirándola
estupefacto.
Mirando hacia abajo, el tipo desnudo de la portada me
devuelve la mirada, con su expresión de suficiencia burlándose
tranquilamente de mí.
Enzo Agosti. Traficante de arte internacional. Temido mafioso.
Acabado por una niñita.

Cansado de verla acurrucada en un rincón y mirando por la


ventana (y, por lo tanto, ignorándome), la llamo.
—Te dejaré en el puerto y podrás coger el próximo ferri de
vuelta a Sicilia. —Gira ligeramente la cabeza para mirarme y
asiente con la cabeza.
¿Dónde está la pequeña tigresa de antes? De alguna manera,
mi conciencia siente la necesidad de aparecer mientras continúo.
—No debería ser muy difícil. Te dejaré algo de dinero para el
billete. Los ferris pasan con bastante regularidad.
Vuelve a asentir, con expresión aburrida.
—Gracias —dice, y gira la cabeza para mirar de nuevo por la
ventana.
Por un momento, me cabrea que me ignore descaradamente,
pero luego me preocupa que algo vaya mal.
Me levanto y en dos pasos estoy junto a ella. Levanto el brazo
y le toco la frente con el dorso de la mano, comprobando su
temperatura.
Se estremece y retrocede, el gesto tomándola por sorpresa.
Levanta los ojos para mirarme, con las cejas fruncidas por la
confusión.
—Nadie dijo que pudieras tocarme —dice mientras hace
rechinar sus dientes, su tono de voz siendo una mezcla entre
molestia y desafío.
—¿Estás enferma? —Giro la mano para agarrarla por la
muñeca, acercándola para poder sentir la temperatura de su piel.
—Suéltame.
Trata de apartarme, pero no me inmuto. Deslizando mi mano
por su frente, compruebo que no tiene fiebre.
—Tranquila, pequeña salvaje. Solo quería asegurarme que no
te fueras a morir.
Ella fija sus ojos en mí, y me sorprende la cantidad de
desprecio que veo en ellos. Parece que mi pequeña tigresa no me
ha perdonado por haberla maltratado, y no es que me haya
disculpado por ello.
¿Tal vez debería disculparme? Me paro a pensar un segundo.
Nunca me he disculpado con nadie antes, y desde luego no será la
primera. Me burlo mentalmente de eso. Mi cordialidad es todo lo
que va a recibir.
En ese momento, oigo un sonido creciente, como si algo
reverberara en el aire. Frunzo el ceño, preocupado por si se trata
de otro motor acercándose, pero una mirada a Allegra me dice
que no es así. Sus ojos se abren de par en par y me empuja para
que dé un paso atrás.
—Tienes hambre —afirmo, y ella hace un pobre intento de
negación.
—Tienes hambre —repito, y sin esperar a que proteste, la cojo
de la mano y la conduzco a la cocina.
—No, no tengo —repite, pero ni siquiera me mira a los ojos.
¿Por qué pensaba antes que era una buena actriz? Está claro que
no podría mentir ni para salvar su vida.
—¡Siéntate! —Empujo sus hombros hacia abajo en una silla y
me giro para mirar la comida que había comprado.
—¿Eres tan mandón con todo el mundo? —murmura en voz
baja, y no creo que le importe si la oigo o no, porque al girarme
hacia ella se limita a encogerse de hombros.
—Sí. Y normalmente la gente también me obedece.
—¿O qué? ¿Los apuñalas con tu cuchillo? —pregunta y,
aunque ahora estoy de espaldas a ella, apuesto a que está rodando
sus ojos.
—No. Eso lo reservo para las niñas desobedientes. Las demás
solo se encuentran con el final de mi pistola —digo
despreocupadamente y vuelvo a mi tarea.
Preparo rápidamente un plato con algo de queso, jamón,
salame y pan fresco, y lo pongo delante de ella.
Ella se muestra escéptica mientras entrecierra los ojos sobre la
comida, pero también hay un destello de deseo en su mirada. Otro
ruido grave resuena en la pequeña habitación y me esfuerzo por
reprimir una sonrisa.
Está hambrienta, aunque no quiera admitirlo.
—No le habrás puesto veneno a esto, ¿verdad? —Coge un
trozo de jamón y se lo lleva a la nariz, olfateándolo.
—Sabes, también hay venenos por ahí que no tienen olor.
—Vaya, gracias, eso hace que confíe aún más en ti.
—¿Por qué no lo harías? Te he salvado de la muerte —digo
mientras sonrío engreídamente.
—Probablemente para que puedas matarme después —
murmura, pero muerde el jamón de mala gana. En el momento en
que toma el primer bocado, sus ojos se cierran y un gemido sale
de su garganta.
Me esfuerzo por no mirar, pero es evidente que no lo consigo,
ya que sigo los movimientos de su mandíbula al masticar y su
garganta al tragar.
Yo también trago con fuerza.
—¿Quieres un poco? —Empuja el pan en mi cara, pero veo
cómo tiembla, retrocediendo lentamente como si se arrepintiera
de su repentino arrebato.
Pequeña tigresa codiciosa.
—Estoy bien —digo y me inclino hacia atrás mientras sigo
observándola. Sus ojos se arrugan en las esquinas, con la
satisfacción escrita en su rostro.
—Es todo para ti —añado por si acaso y me obsequia otra
mirada de completa felicidad mientras se zambulle en la comida
una vez más, llenando su rostro con todo lo que hay en la mesa.
Come como si llevara años pasando hambre.
Me detengo, la idea haciéndome reflexionar. Mis ojos recorren
su cuerpo y recuerdo cómo se sentía debajo de mí, cómo apenas
tenía carne en los huesos. Para ese entonces ya me había dado
cuenta de que era anormalmente pequeña.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto de repente, temiendo la
respuesta.
—Casi dieciocho —responde inmediatamente, con la boca
llena de comida. Está tan contenta de estar comiendo que toda la
animosidad parece quedar a un lado... por ahora.
Estoy sorprendido. Rápidamente cambio mi expresión para
que no se dé cuenta, pero de todas formas no me está prestando
atención. Solo tiene ojos para su comida.
Estoy seguro de que los jóvenes de dieciocho años no son tan
pequeños ni tan delgados.
—No he comido queso en mucho tiempo. —Deja escapar un
gemido mientras da un mordisco al gorgonzola.
—¿Por qué?
—No está permitido —responde antes que sus ojos se abran de
par en par ante su desliz.
—¿No está permitido? ¿Qué quieres decir?
No debería importarme. Al fin y al cabo, no es asunto mío lo
que le haya pasado o lo que vaya a pasar una vez que me la haya
quitado de encima, pero de alguna manera no puedo evitarlo.
—Te engorda —dice mientras se encoge de hombros, como si
fuera lo más normal del mundo.
—¿Y tú no quieres ser gorda?
Había visto a las mujeres de la alta sociedad de Nueva York
seguir todo tipo de dietas para reducir su cintura. Incluso se había
convertido en una competición para ver quién podía presumir de
tener la cintura más pequeña. De alguna manera, la ficticia cintura
de Scarlett O'Hara de cuarenta y tres centímetros se había
convertido en el ideal. Nunca había sido capaz de entender esa
fascinación por los extremos. Sin embargo, viendo la forma en que
Allegra come, con tanto gusto, no creo que sea de las que vigilan
su dieta tan minuciosamente.
—Yo no —suspira, con una exhalación derrotada que hace que
sus ojos se inclinen hacia abajo en una mirada miserable—, mi
futuro marido.
Frunzo el ceño. Al ver mi expresión, suelta una broma.
—Quizá le gusten los niños. —Se ríe, pero yo no lo hago. No
cuando la realidad del asunto me golpea en la cara.
—¿Y quién es tu futuro marido? —Sigo indagando, los
escenarios desagradables ya acumulándose en mi cabeza.
—No creo que lo conozcas. —Ladea la cabeza pensativa—.
Achille Franzè.
Ni siquiera termina de decir su nombre cuando me quedo
helado.
Franzè, uno de los líderes más temidos de la 'Ndrangheta, pero
también un conocido pedófilo.
¡Joder!
Allegra vuelve a centrar su atención en la comida, pero yo la
miro atónito. Ni siquiera sabe lo cerca que ha estado del objetivo
con su broma.
—¿Así que te has estado muriendo de hambre? —Mi voz es
más baja, más suave, porque solo puedo compadecer a quien
tenga su mismo destino. Franzè no es de tomar a la ligera, y sus
muchas esposas muertas son un testimonio de su crueldad.
Porque dudo que todas hayan muerto por causas naturales.
Ella levanta sus ojos para encontrarse con los míos, y suelta un
suspiro:
—Solo como lo que puedo —pronuncia las palabras sin
cuidado, pero puedo leer el subtexto: no le dan comida.
No respondo, sobre todo porque por primera vez me quedo
sin palabras. Por su apellido, inmediatamente supuse lo peor de
ella: que era una niñita rica y mimada que buscaba divertirse.
Casi me río para mis adentros. Teniendo en cuenta lo malos
que son Leonardo y Cristina Marchesi, no me sorprende que
abusen de su propia hija para alcanzar sus objetivos. Y
ciertamente, Franzè será un recurso maravilloso como yerno. Él
será la apertura que tanto desean en Europa.
Se suponía que Leonardo nunca llegaría a ser capo. El más
joven de cuatro hijos, sus pasatiempos incluían prostitutas,
apostar y más prostitutas. Dedicó su tiempo únicamente a la
búsqueda del placer. Cuando su padre y sus hermanos fallecieron
repentinamente en un accidente aéreo, él había sido la única
opción para que la línea Marchesi continuara. Pero Leonardo no
tenía ni idea de cómo dirigir un negocio, y así la empresa de la
familia se había convertido lentamente en polvo. Supongo que es
por eso por lo que ha estado tan interesado en convertirse en
suegro de Franzè.
Después de haber tenido suficiente, Allegra engulle un vaso de
agua y se reclina en su silla, con una mirada de pura satisfacción
en su rostro.
Saco un cigarrillo y lo enciendo. Le doy una calada y muevo
un poco la cabeza para que el humo no vaya en su dirección.
—¿Está bueno? —Sus ojos se fijan en mi cigarrillo.
—Es un gusto al que estoy acostumbrado. —Me encojo de
hombros.
—Los guardias siempre están fumando en casa. —Frunce los
labios, sumida en sus pensamientos—. ¿Puedo probarlo?
Mis cejas se levantan por la sorpresa.
—¿Quieres fumar?
Asiente con entusiasmo y, levantándose, se acerca
rápidamente a mí. Antes que pueda decir nada, me quita el
cigarrillo de la mano y se lo lleva a la boca, separando sus
pequeños labios para acomodar la punta.
JÓ.DE.ME
Aprieta las mejillas en un intento de inhalar, pero no pasa
nada. Tiene una mirada de pura concentración en su rostro que es
adorable.
—¿Cómo lo haces? —pregunta finalmente.
—Así, sin más —empiezo, tomando el cigarrillo en la mano—.
Te lo metes en la boca —hago una pausa—, y luego chupas,
inhalando al mismo tiempo.
Le hago una demostración y ella me observa atentamente.
—Bien. Puedo hacerlo.
Impaciente, coge el cigarrillo y lo envuelve con los labios,
inhalando. Demasiado pronto empieza a toser, como yo sabía que
haría.
—¿Cómo puedes hacer eso? Es asqueroso. —Saca la lengua y
pone cara de asco.
—Gusto adquirido. —Me cuesta mantener una cara seria ya
que su expresión es demasiado divertida y, solo para irritarla más,
siento la necesidad de añadir—. Te das cuenta de que acabamos
de compartir un beso indirecto.
Se detiene, y sus ojos se abren de par en par.
—¡Eh! —estalla en voz alta, limpiándose los labios con el dorso
de la mano—. Qué asco.
No sé cómo esperaba que reaccionara, pero desde luego no con
tanta vehemencia.
—¡Eres un pervertido! —me grita, dándose la vuelta y
corriendo de nuevo hacia el salón, no sin antes llevarse más pan y
jamón.
Paso del asombro por su arrebato a una sonrisa divertida. No
sé qué tiene esta chica, pero es jodidamente atractiva.
Sacudiendo la cabeza, me dirijo al tablero de control y hago el
cambio de piloto automático a manual. Un rápido vistazo al mapa
me dice que falta media hora más para llegar al puerto.
—¿Así es como conduces el barco? —Su voz me coge por
sorpresa y, al volverme, la veo contemplando con asombro la vista
desde la parte delantera del barco. Todavía tiene un trozo de pan
entre sus manos y mastica lentamente algo de comida.
Sigue comiendo.
—¿Ya has terminado de enfurruñarte?
—No estaba enfurruñada. —Sus ojos pasan del mar a mí y
frunce el ceño—. Estaba enojada —corrige, y sus ojos brillan con
picardía.
—¿Enojada? —preguntó con curiosidad por ver lo que va a
decir a continuación.
—El primer beso de una chica es muy importante. Incluso uno
indirecto. —Por el rabillo del ojo la veo cruzar los brazos sobre el
pecho, indignada.
—Dios, te robé tu primer beso indirecto. Me he aprovechado
de ti, ¿verdad? —Le sigo el juego, mi voz adquiriendo un tono
inocente.
—¿Cuándo no te aprovechas? —pregunta con sorna,
levantando una ceja hacia mí—. Creo que no he tenido un
momento de paz desde que te conocí. Y solo han pasado unas
horas.
—Me haces daño, pequeña tigresa. —Hago un falso intento de
sonar herido, pero ella se limita a encogerse de hombros.
—Ojalá —dice con un suspiro.
¿Por qué es tan difícil entenderla? No sé si me está siguiendo el
juego, disfrutando de las idas y venidas, o si realmente me odia, lo
cual, sinceramente, no estaría injustificado. He sido un gran idiota
con ella. No más de lo habitual, pero esta vez el receptor de mi no
tan buen carácter había sido inocente.
Vaya manera de fastidiar esto, Enzo.
La chica probablemente esté traumatizada, pero ¿por qué no
puedo sentirme arrepentido?
¡Maldita sea!
No me gustan los sentimientos y ciertamente no me gustan las
disculpas. No es que vayamos a vernos de nuevo después que la
deje en Malta. Yo seguiré mi camino y ella el suyo. Fin de la
discusión.
Quizás de repente me siento un poco culpable porque nunca
he conocido a una mujer como ella. Alguien que esté dispuesta a
defender sus ideales y su dignidad a costa de su propia vida.
Diablos, he conocido a hombres que lloran como bebés ante la
muerte, y prefieren seguir el camino de los cobardes —
traicionando sus principios fundamentales— solo por un minuto
más en esta tierra.
Allegra no. Ella estaba valientemente pero tontamente
dispuesta a encontrar su final.
Tengo que admitir que algo había cambiado en ese momento.
Había visto su piel casi azul, la forma en que sus dientes
rechinaban y su cuerpo temblaba; sin embargo, sus ojos seguían
mostrando una determinación férrea. Había estado con un pie
metido en la tumba, pero habría tomado gustosamente un atajo en
lugar de someterse a mí.
Al borde de la muerte, pero aún desafiante, me había
infundido respeto. No se lo diré nunca, pero puede que sea la
primera mujer a la que le he dado mi respeto.
Y ella había demostrado que tenía razón.
Ella puede dar tan bien como recibe. Y toda esta discusión entre
nosotros dos había sido algo más que yo metiéndome con ella. Le
había dado la oportunidad de interactuar como iguales, y ella
había estado más que a la altura del desafío.
Las comisuras de mis labios se levantan en una sutil sonrisa,
porque mientras la observo masticar su comida, con los ojos
centrados en la vista exterior y no en mí, no puedo evitar sentir
pena por ella y por el destino que le espera.
Pero no es asunto mío.
La dejaré en la terminal del ferri y me la quitaré de encima.
—¿Qué es esto? —Se inclina, su cabello rozándome la cara, y
percibo un olor a sal marina y otro aroma que es solo suyo.
Instintivamente, cierro los ojos e inhalo más profundamente.
—Señor grande, malo y temible, ¿me está escuchando? —Abro
los ojos de golpe, y ella está a unos centímetros de mi cara. Con
una ceja levantada, me mira a los ojos, manteniendo el contacto.
Levanto la mano y le rozo el labio superior con el pulgar.
Como era de esperar, se estremece y sus ojos brillan como si
alguien hubiera encendido un fuego en ellos.
—Comes como una salvaje. —Sostengo la miga de pan que le
he limpiado del labio y ella rueda sus ojos hacia mí.
—¿Y? —Ya ha puesto algo de distancia entre nosotros, con el
dedo señalando las pantallas del panel de control.
—Algunas son para la navegación, mientras que otras son para
la transmisión de vídeo.
—¿Para qué necesitas eso?
Pulso unos botones y las pantallas cobran vida. Una pantalla
muestra las habitaciones del yate, mientras que otra tiene la vista
trasera del barco.
—Guau... —dice mientras mira asombrada las imágenes—.
Estos somos nosotros.
Señala la cámara que está orientada hacia la sala de control.
Por la forma en que la mira, se diría que nunca ha visto algo así.
Lentamente, toca la pantalla con el dedo, trazándola con las
puntas. El ángulo cambia inmediatamente y ella salta hacia atrás.
—Son pantallas táctiles —añado, y sus ojos se abren de par en
par.
—¿Quieres decir que reaccionan a mi tacto? —dice apenas en
un susurro, sorprendida por la tecnología. Casi de mala gana,
vuelve a pasar el dedo por la pantalla y las imágenes vuelven a
cambiar. Sigue haciéndolo hasta que siento la necesidad de
intervenir. Mi mano se cierra alrededor de su dedo y la detengo.
—¿Nunca habías visto algo así?
Ella niega con la cabeza, con los ojos todavía concentrados en
la pantalla. Mi mano sigue encima de la suya, y de repente ella
parece darse cuenta porque me empuja con un resoplido.
—No me toques —murmura en voz baja, alejándose de mí.
Supongo que hemos comprobado una cosa: no le gusto nada.
—¿Qué es eso? —Allegra se acerca de nuevo, y lo primero que
pienso es que va a intentar jugar con las pantallas de nuevo. Pero
cuando veo lo que está señalando, maldigo en voz alta.
—Es otro barco. —Observo la distancia que nos separa, pero
también algo más. Me acerco rápidamente, y el brillo del acero
resplandece incluso en la profundidad de la noche.
Pensé que tendría más tiempo.
Pero no había calculado el problema de mi pequeña polizona.
¡Mierda!
Cuando había visto la cantidad de fuerzas que esa gente había
movilizado en el aeropuerto, había estado seguro de que no sería
lo último que sabría de ellos. Y por eso había decidido completar
la entrega lo antes posible, aunque técnicamente tenia hasta el
miércoles, dentro de dos días.
Ni siquiera puedo saber cuánta gente hay en el barco y, con
Allegra a bordo, no sé cómo voy a arreglármelas.
—Allegra —empiezo, dirigiéndome a ella por su nombre de
pila por primera vez. Ella también nota la diferencia, así como la
seriedad de mi tono, porque se gira para mirarme, esperando.
—Estamos en peligro. Ese barco no tiene buenas intenciones.
Sus ojos se abren un poco, pero no dice nada. Me levanto y,
cogiéndola de la mano, la llevo hasta donde había guardado las
armas.
—¿Has disparado alguna vez un arma? —Ella niega
rápidamente con la cabeza.
—No es muy difícil. —Saco un par de Glocks y los pongo
sobre la mesa. Le muestro rápidamente cómo cargar el arma.
—Observa. —Me coloco detrás de ella y la aprieto contra mi
pecho mientras levanto los brazos para guiarla—. Asegúrate que
el seguro no esté puesto antes de disparar.
Cubriendo su dedo con el mío, presiono el gatillo. Como el
arma está vacía, no ocurre nada.
—Tienes que mantenerte erguida y poner fuerza en la parte
superior de tu cuerpo. En el momento en que el arma se dispare,
su fuerza te hará retroceder.
Ella sigue mis pasos con atención.
—¿Tengo que matar a alguien? —Su voz es pequeña cuando
pregunta esto, y tengo que recordarme a mí mismo que, a pesar de
todas sus agallas, no es como yo.
—Pequeña tigresa. —Le doy la vuelta con las manos sobre sus
hombros. Mirándola a los ojos, intento que entienda lo serio que
es esto—. Son asesinos. No se lo pensarán dos veces antes de
dispararte. Ahora, o quieres sobrevivir o no. No puedo obligarte a
matar a alguien, pero puedo enseñarte a luchar.
Ella asiente con fuerza.
—¿Por qué te persiguen? —pregunta mientras la veo montar y
cargar el arma como le había enseñado.
—Quieren algo que tengo —digo crípticamente.
De vuelta a la sala de control, la pantalla muestra la nave
acercándose, y sé que el tiempo es esencial.
—Voy a tomar el timón de esto, pequeña tigresa, y voy a
sacarnos de aquí manualmente. Necesito que seas mis ojos, y si se
acercan demasiado, dispara. ¿Crees que puedes hacerlo?
No sé qué esperar de ella. Por todo lo que he visto hasta ahora,
ha sido extremadamente protegida. ¿Qué puede hacer una niñita
mimada como ella con un arma? Tengo que admitir que tengo
poca confianza en que realmente dispare.
Pero bueno, un hombre puede soñar.
Me devuelve la mirada, sin la incertidumbre de antes. Con una
lenta inclinación de cabeza, se pone en posición, tal y como le he
enseñado.
Y arranco el barco a toda velocidad.
ALLEGRA

Me mantengo inmóvil, con las palmas de las manos sudando


sobre el acero de la pistola.
¡Puedo hacerlo!
Pero no puedo. En realidad, no. Solo soy una chica normal.
Una que nunca ha estado en el mundo exterior hasta hoy. ¿Y
ahora? De repente tengo que lidiar con muchas cosas que nunca
creí posibles.
Empezando por el apuesto diablo. Mis labios se curvan con
desprecio en el momento en que pienso en él y en sus suaves
tácticas. Estoy segura que esperaba que cayera a sus pies y lo
adorara. Había visto su expresión de suficiencia cuando creía que
me tenía, y cómo se le había ido la mano cuando le había ganado
la partida.
Puede que no haya estado mucho en el mundo, pero conozco
bien a los de su tipo. Es como mi familia y mi futuro marido: un
matón que no se deja intimidar.
Había decidido no darle la satisfacción de llegar a mí, y por eso
he estado en guardia en todo momento.
¿Y ahora? Miro con incredulidad la pistola que tengo en la
mano, aún sin creer que esta sea la realidad en la que me
encuentro.
¿Y de quién es la culpa?
Frunciendo los labios, sacudo la cabeza e intento
concentrarme. ¿Habrá alguna diferencia si muero ahora en lugar
de hace una hora? Tal y como van las cosas, debo estar destinada
a morir hoy.
—¿Preparada, pequeña tigresa? —me pregunta, y yo asiento
con la cabeza. Otra vez ese apodo. Si voy a morir hoy, me gustaría
que al menos dejara de llamarme así. Me pone la piel de gallina.
Un escalofrío me recorre la espalda al pensarlo, y me recuerdo
que debo mantener la cabeza en el juego.
Me sitúo en la ventanilla de la nave y Enzo comienza sus
maniobras. La nave se agita rápidamente mientras él la hace girar
para evadir al enemigo. Estamos ganando velocidad y, por un
momento, me siento mareada, con el viento en el rostro y el frío de
la noche.
Pero entonces abro los ojos y veo al otro barco justo detrás de
nosotros, la distancia reduciéndose cada segundo. Justo cuando se
acercan a nuestro barco, una tormenta de balas empieza a llover
sobre nosotros.
—Pequeña tigresa —grita Enzo, con la voz tensa.
Hago que mis manos temblorosas obedezcan y coloco mis
dedos en el gatillo. Sintonizando todo, me concentro en el barco
que se acerca y disparo.
—Eso es. Puedes hacerlo, pequeña tigresa. —Creo que le oigo
decir desde atrás, pero no me detengo. Tal vez sea la adrenalina, o
tal vez que de repente quiero vivir, pero sigo adelante. No sé si he
golpeado a alguien, y trato de no pensar en matar a una persona.
No, no soy yo quien hace daño a otro ser humano. Soy yo
defendiéndome a mí misma, y por tanto al apuesto diablo.
Una sonrisa se dibuja en mis labios incluso en el momento de
mayor concentración.
Tendrá que darme las gracias.
La idea de que este orgulloso hombre se incline ante mí me
hace estar aún más decidida a hacer un buen trabajo.
El arma no tarda en quedarse sin balas, y rápidamente meto
otro recambio para seguir disparando contra ellos.
—Esto no está funcionando —murmura Enzo en voz baja, y el
barco hace un movimiento repentino hacia la derecha, casi
haciéndome perder el equilibrio.
—¿Qué está pasando? —le grito, con los dedos aún en el
gatillo.
—Nos están golpeando. —Hace una pausa, volviéndose hacia
mí—. No creo que el barco vaya a aguantar mucho más.
Justo cuando las palabras salen de su boca, el sonido de una
explosión me hace tropezar, alejándome de la ventana.
—¿Qué...? —empiezo, mis ojos abriéndose de par en par al ver
fuego.
—¡Mierda! Esto es exactamente lo que me preocupaba. Se han
cargado el depósito, joder. —Pulsa algunos botones antes de
ponerse de pie.
Saca una caja de sus pantalones y la abre para revelar un
anillo.
—¿Quién hubiera pensado que esta cosita me traería tanta
mala suerte?
Sacude la cabeza, frunciendo los labios. Metiendo la mano bajo
su camisa, saca un collar y rápidamente desliza el anillo en la
cuerda.
Me quedo allí, observándolo, mientras el sonido de un motor
que se acerca se hace más fuerte, con más y más balas golpeando
el barco.
—Toma. —Se acerca, me desabrocha el chaleco y me lo quita.
Le miro fijamente, pero no soy capaz de reaccionar.
¿Qué está pasando?
Antes de darme cuenta, me pone otro chaleco en los brazos, un
chaleco salvavidas. Hace lo mismo con él antes de cogerme de la
mano y llevarme al borde del barco.
—¿Confías en mí, pequeña tigresa? —Sus ojos verdes brillan a
la luz de la luna, y en mi estado de shock me limito a asentir.
—Eso no me lo esperaba —se ríe, acercándome a su pecho y
abrazándome más fuerte.
—Lo siento por esto. Lo siento de verdad —dice justo antes de
saltar al mar.
Golpeamos con fuerza la superficie del agua, pero los chalecos
salvavidas nos mantienen a flote. Los brazos de Enzo se agarran
fuertemente a mí mientras empieza a nadar lejos del barco.
—¿Por qué? —jadeo, el frío del agua ya afectando a mi cuerpo.
—Es… —Sus palabras son silenciadas por una enorme
explosión, los escombros volando en el aire hacia el agua.
Enzo me acuna más cerca y me protege con su cuerpo,
apartándome de los trozos en llamas.
—¿Cómo lo has sabido?
Mis palabras salen como un susurro mientras miro las llamas
que envuelven el barco, o lo que queda de él.
—Era solo cuestión de tiempo —responde con voz grave, con
la mirada fija en el barco que se aleja lentamente.
—¿Se fueron... así como así?
—Tal vez el anillo no era lo que buscaban. Tal vez solo querían
matarme —dice juguetonamente, y me dan ganas de abofetearlo.
¿Cómo puede pensar en bromear en un momento como éste?
Con el codo, le empujo, aunque la corriente del mar me impide
herirle realmente.
—Y ahora yo también voy a morir. Por tu culpa. Muchas
gracias —añado con sorna, pero soy lo suficientemente valiente
como para notar la ironía de mí acercándome y agarrándome a él.
Sabe nadar.
Sí, efectivamente. Esa es la única razón por la que me aferro a
él, con mis manos enredadas en su cuello y mi rostro a
centímetros del suyo.
Levanto los ojos y le veo observándome atentamente.
—Supongo que estás destinada a morir en el mar, pequeña
tigresa.
—¿Quieres dejar de llamarme así? —Aprieto los dientes, y me
sorprende su capacidad para molestarme incluso cuando mi
cuerpo se está apagando lentamente.
—Por supuesto. Ahora debería llamarte lobito de mar, ¿no? —
Me sonríe, y yo cierro los ojos, derrotada.
—Lo siento —dice finalmente, y su mano se acerca a mi rostro,
ajustando su palma a mi mejilla.
Mis dientes ya rechinan, y a él tampoco le falta mucho.
—Sabes que vamos a morir aquí, ¿no? —le pregunto, esta vez
en un tono serio.
Asiente con la cabeza, con una expresión despreocupada.
—Hagamos una tregua, ¿de acuerdo? No muramos como
enemigos. —Me acaricia el cabello, con una cara repentinamente
tierna.
—Pero eso es todo lo que somos, ¿no? Llevamos horas
enfrentándonos.
—¿Es todo lo que tenemos que ser? —Su pulgar recorre mi
mejilla y mi piel arrugada.
—Bien. —Suelto un suspiro—. Puedo fingir... por ahora.
El asomo de una sonrisa aparece en su cara, y provoca una
sonrisa en mí también.
Aquí estamos, en medio de la nada, y rodeados por el inmenso
mar. Tal vez podamos fingir, ahora, justo antes de la muerte, que
somos algo más.
—¿Qué es lo que siempre has querido? —digo de repente.
—¿Yo?
Asiento con la cabeza.
—Nunca he pensado en eso. Siempre he tenido todo lo que he
querido —afirma con el ceño fruncido.
—¿Todo? —Levanto una ceja.
Se queda pensativo un momento antes de contestar.
—Alguien en quien confiar.
—¿Nunca has confiado en nadie en tu vida? —Mi tono
traiciona la incredulidad que siento ante su afirmación.
Incluso con mis padres y mi aislamiento, seguía teniendo a Lia,
y ella ha tenido mi confianza desde el principio. No puedo
imaginarme no tener a nadie en quien confiar.
Sacude la cabeza, con una sonrisa afligida en los labios.
—Toda la riqueza del mundo no nos da lo que más anhelamos.
—¿Y qué es eso?
—Ahora te toca a ti. —Desvía la mirada, y yo hago un mohín,
ofendida porque no ha contestado—. ¿Qué es lo que siempre has
querido, pequeña tigresa?
Su mano sigue en mi rostro, y con el pulgar inclina mi cabeza
hacia arriba para que le mire a los ojos.
—Libertad —digo simplemente, y sus pupilas parecen
agrandarse.
—Libertad... —repite—. ¿Y qué harías con la libertad?
—Ser quien quiera... comer lo que quiera, vestirme como
quiera, casarme con quien quiera. —Las palabras brotan de mis
labios, y la humedad se acumula en mis ojos.
Ya hay suficiente agua alrededor, no necesito añadir más.
Pero no puedo evitarlo. No cuando me doy cuenta que nunca
podré hacer ninguna de las cosas con las que había soñado. Si
habían parecido inconcebibles desde mi jaula dorada, ahora son
imposibles: la muerte es el único resultado.
—Shh, no llores. —Me limpia una lágrima del ojo, la lleva
lentamente a sus labios y la saborea. Mi boca se abre en una o, el
gesto totalmente inesperado.
—También hay libertad en la muerte, sabes. En la forma en
que dejas atrás todas tus preocupaciones. —Su dedo sigue
acariciando suavemente mi mejilla—. Todos tus miedos. Quién
sabe, tal vez ni siquiera sea el final.
—¿Tú crees?
Había leído las escrituras y seguido las directrices de la iglesia
porque eso se esperaba de mí, pero también había recurrido a los
Antiguos. Tal vez por mis circunstancias, me identifiqué con las
enseñanzas de Heráclito: todo fluye. Porque si todo cambia,
entonces yo también me convertiría en otra cosa, y escaparía de mi
condición actual.
—No puedo afirmar que lo sepa —dice mientras sus labios se
levantan en una sonrisa descarada—, pero te lo haré saber pronto.
Tal vez sea porque nos acercamos al final, pero ni siquiera sus
chistes malos consiguen ponerme de los nervios.
—Heráclito. —Respiro profundamente—. Somos y no somos.
Quizá no sea la muerte... solo el cambio —susurro, y la intensidad
de sus ojos parece engullirme por completo.
El mar está inquieto mientras las olas nos llevan, nuestros
cuerpos encajados el uno en el otro, nuestras respiraciones
mezclándose en la oscuridad de la noche.
—El cambio... Eso me gusta. Pero también dijo que el fuego es
la esencia de todas las cosas, y esto —señala con la cabeza hacia el
mar—, está apagando nuestro fuego.
Por primera vez, me río. Echo la cabeza hacia atrás y me río, y
oigo que Enzo también se une a mí.
—Deberíamos proponernos alimentar el fuego, no sea que se
muera —comenta, y no sé qué quiere decir.
Ya casi no siento los pies. Incluso mis brazos pierden
sensibilidad. Miro fijamente a Enzo, sus labios morados, su
palidez.
Ya casi no hay fuego.
—¿Cómo? —No me importa lo que diga mientras me aleje de
nuestro inminente destino. Y por un momento me alegro de que
esté aquí conmigo: no estamos solos mientras miramos a la muerte
a la cara.
Su pulgar pasa por mis labios, separándolos.
—¿Qué tal un primer beso? Esta vez, uno directo. —Mis ojos se
abren de par en par ante sus palabras y mi corazón empieza a latir
con fuerza en mi pecho.
Espera. Me estoy muriendo. Debería ir más despacio.
Aparto mi yo racional y dejo que mi yo espontáneo tome las
riendas. Porque lo del fuego puede ser absurdo, pero mi
curiosidad no lo es.
—Vale —digo, y él parece igual de sorprendido por mi rápida
aprobación—, pero después de esto, vayamos adonde vayamos —
señalo con la mano hacia el cielo—, recuerda que sigues sin
gustarme.
—Como quieras, pequeña tigresa. Ahora cállate y deja que te
bese.
Acuna mis mejillas en sus palmas y acerca mi rostro al suyo.
Nuestros ojos se encuentran y, durante un segundo, nos miramos
fijamente; el frío, los escalofríos, todo desaparece.
Me relamo los labios instintivamente y su mirada baja,
centrándose en ellos.
Intento prepararme mentalmente para este hito, pero entonces
siento la agradable presión de sus labios sobre los míos y todos los
demás pensamientos me abandonan. Jadeo y él profundiza el
contacto, su lengua colándose en mi boca y su calor interior
mezclándose con el mío.
Fuego. Estamos haciendo fuego.
Me aferro aún más a él mientras inclino la cabeza para darle
un mejor acceso a mi boca. Todo está helado, pero no donde
nuestros cuerpos se tocan de la forma más íntima. El roce de su
lengua con la mía me produce escalofríos en la espalda, y esta vez
no es por la hipotermia.
Me entrego a esta sensación.
¿Quién iba a pensar que íbamos a encajar tan bien? Dos
personas que no se soportan pero que saben avivar las llamas.
Termina el beso, su labio todavía moviéndose suavemente
sobre el mío.
—Tal vez si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias...
—Se aleja, y una luz nos ilumina de repente. Ambos
entrecerramos los ojos y miramos hacia la fuente, un barco de
pesca acercándose a nosotros.
—¿Qué? —Me quedo con la boca abierta por la sorpresa. El
barco se detiene junto a nosotros y dos hombres nos ayudan a
salir del agua. Nos envuelven en mantas térmicas y nos dicen que
nos llevarán a un hospital.
—¿No podían haber venido un minuto antes? —murmuro en
voz baja. Si hubiera sabido que no iba a morir, de ninguna manera
habría sucumbido a las artimañas del diablo. Le echo una mirada
furtiva y lo encuentro sonriendo, con una expresión de
satisfacción.
Entonces me doy cuenta.
—Lo sabías. Los viste, ¿verdad? Los viste venir, por eso...
Por eso me besó.
Una rabia sin precedentes envuelve mi cuerpo, haciendo que
todo el hielo se derrita.
—¡Tú! —Aprieto los dientes y tengo que contener mi ira. Nada
me gustaría más que volver a tirarlo por la borda, pero viendo que
apenas puedo funcionar sin la manta térmica que me envuelve,
me conformo con enseñarle los dientes—. Me has engañado.
—¿Lo hice? Estabas demasiado dispuesta a besarme. Debo
decir, pequeña tigresa, que sabes más dulce de lo que imaginaba.
—Está muy orgulloso de sí mismo, y desearía poder borrar esa
estúpida sonrisa de su cara.
—Y tú... —balbuceo, de repente quedándome sin réplicas
inteligentes. Se me está congelando el cerebro, y no sé si es por el
frío o por sus malditos labios venenosos—. Eres vil, Enzo Agosti.
Y espero que tus labios se arruguen y mueran, quién sabe dónde
más los habrás puesto.
Pongo cara de asco mientras me limpio los labios con el dorso
de la mano.
Sí, podría haber sido aceptable dar mi primer beso a la única
persona disponible antes de mi muerte. Pero como estoy muy
viva, y teniendo en cuenta que podría estarlo durante muchos
años, no voy a perdonar este desaire.
—Tranquila, cara, cualquiera diría que estás celosa —ríe,
avivando aún más mi fuego.
Sí, estamos haciendo fuego, y uno de nosotros se quemará.
Yo no, por supuesto.

Nos llevan de urgencia al hospital y los médicos de guardia


nos dicen que hemos tenido una suerte increíble. Un poco más de
tiempo en el agua fría y habríamos entrado en el peligroso
territorio de la hipotermia. Como soy más pequeña, mi estado
parece ser ligeramente peor que el de Enzo. Nos conectan a los
dos a vías intravenosas para calentar la sangre, y no sé qué
conexiones tiene Enzo, pero nos meten en una habitación privada.
—Casi me muero dos veces por tu culpa —murmuro, mirando
la aguja que se me clava en la piel. Nunca me habían puesto una
vía ya que ni siquiera me habían llevado a urgencias. En ese
sentido, se podría decir que estoy teniendo muchas primeras
veces por culpa de Enzo, todas ellas desagradables.
Te gustó ese beso.
Sí, tal vez lo hizo. Pero solo cuando pensé que me estaba
muriendo. Ahora estoy convencida de que no fue más que mi
percepción inexacta en ese momento.
—De nada.
Tiene el descaro de sonreírme, y ni siquiera lo pienso mientras
me abalanzo sobre él. Tomando mi bolsa de suero conmigo, hago
un débil intento de golpearlo. Atrapa mi puño con la palma de la
mano, con una sonrisa astuta en los labios.
—Ahora, pequeña tigresa —me acerca hasta que nuestras caras
están a milímetros de distancia—, tú pegas, yo devuelvo el golpe.
Nuestras miradas se cruzan durante un segundo, el desafío
claramente reflejándose en ellas. Luego me empuja hacia atrás y
me ignora.
Resoplo en voz alta. Si él va a fingir que no existo, entonces yo
haré lo mismo. No pasa mucho tiempo hasta que una enfermera
viene a quitarnos las vías y pronto nos dan el alta.
Como no pienso pasar ni un momento más en su presencia, ni
siquiera miro hacia atrás mientras salgo, llegando solo a la entrada
del hospital antes de darme cuenta de mi situación actual.
Estoy en un país extranjero. Sin dinero. Y no hablo el idioma.
—Qué ganas tienes de deshacerte de mí, ¿verdad? —Oigo la
voz que he llegado a temer viniendo de detrás de mí.
Le dirijo una mirada feroz y sigo caminando. Ya he tenido
suficiente de él para toda una vida.
—¿Cómo piensas volver a casa sin dinero? —me grita, y yo
aprieto los puños con furia.
¿De quién es la culpa de que no tenga dinero?
—Como si tú pudieras ayudarme. Tú tampoco tienes dinero.
—Me doy la vuelta, cruzando los brazos sobre el pecho y
levantando una ceja hacia él.
Ahora mismo estamos en el mismo barco, por muy irónico que
parezca. Y mientras mi propia impotencia me hace entrar en
pánico, el hecho de que él se enfrente a los mismos problemas me
otorga una pequeña satisfacción.
Me dispongo a girar de nuevo cuando un coche se detiene
justo delante de nosotros. Un hombre vestido de negro abre la
puerta del conductor y se dirige a Enzo.
—Signor Agosti. —Se inclina hacia él, abriendo la puerta del
pasajero para que pueda subir. Mis ojos se abren un poco al ver el
intercambio.
—¿Qué vas a hacer, pequeña tigresa? ¿Vas a dejar que te lleve
al puerto o intentarás obstinadamente hacerlo tú misma? Lo cual,
debo añadir, no va a funcionar. —Me mira expectante, con una
expresión divertida en su cara.
No respondo a su burla, sino que subo al coche junto a él.
Puede que sea mezquino, pero incluso yo sé cuándo ceder a la
derrota. Lo necesito para llegar a la terminal del ferri, y él lo sabe.
El coche se detiene cuando llegamos al puerto y Enzo me pone
algo de dinero en la mano cuando estoy a punto de salir.
—Para el billete. —Asiento con la cabeza y me meto el dinero
en el bolsillo.
Después de todo, es lo menos que puede hacer.
Nos miramos un segundo.
—Espero no volver a verte.
—Lo mismo digo. —Se lleva dos dedos a la frente en forma de
saludo y me bajo de un salto. No miro atrás y me dirijo
directamente a la taquilla.
El sonido de los neumáticos chirriando me avisa de su marcha
y por primera vez exhalo, aliviada.
Oh no.
El próximo ferri sale en dos horas. Respiro profundamente,
intentando calmar mis nervios. El reloj de la sala de espera me
dice que ya es casi de día y que el sol está a punto de salir.
Señor, ¿qué voy a hacer?
Estoy condenada. Lo sé. Puede que no haya muerto en el mar,
pero mi suerte se acabará.
Por un breve momento, contemplo la posibilidad de huir. ¿Y si
simplemente no vuelvo a casa?
Pero no puedo. No solo no tengo ningún otro sitio al que ir,
sino que sé que Lia será la que pague si no regreso. Preferiría
soportar el castigo yo misma a que le pase algo a ella.
Suspirando, intento apartar mi mente de ello. O mis padres o
Franzè se van a encargar de ponerme en mi sitio. Ahora, en cuanto
a lo que eso implica...
Sacudo la cabeza, obligándome a dejar de lado esos
pensamientos. No es bueno pensar en lo inevitable.
Y luego está Enzo... ese maldito diablo que me demostró por
qué el mundo no es un lugar seguro para una chica como yo.
Había buscado aprovecharse de mí en todo momento. Que haya
salido con mi virtud intacta es asombroso, considerando todo.
Hubo un momento, cuando me cortó la camisa, en que temí lo
peor. Había actuado tontamente, pero me defendí de la única
manera que sabía: tomando el control de mi propia muerte.
Cuanto más pienso en él y en el lío en el que me metió, más me
enojo. Mejor sacarlo de mi cabeza también, no es como si
fuéramos a encontrarnos nunca más.
La sala de espera es un espacio cerrado cerca de los muelles, y
puedo ver los barcos desde mi asiento. Cada vez tengo más sueño,
pero no confío en despertarme a tiempo para el ferri, así que me
obligo a abrir los ojos.
Empiezo a ver a la gente ir y venir, y pronto, ya ha pasado una
hora.
De repente, me despierto de golpe y, parpadeando dos veces,
obligo a mis ojos a permanecer abiertos.
¡No!
Me he quedado dormida.
Volviéndome hacia el reloj, respiro aliviada al ver que mi ferri
todavía no ha partido. Me levanto y me estiro, preparada para ir
hacia los muelles.
Justo en ese momento, cuatro hombres con trajes negros entran
en la sala. Todos llevan gafas de sol oscuras, lo que resulta extraño
teniendo en cuenta que el sol aún no ha salido del todo. Me encojo
de hombros y me dispongo a pasar junto a ellos.
Estoy pasando cuando uno de ellos me agarra del brazo y me
empuja hacia atrás con fuerza.
—¿Estás seguro de que es ella? —pregunta un hombre,
quitándose las gafas y observándome de pies a cabeza.
—Sí, ella era la que nos disparaba —asiente a los demás y éstos
me agarran rápidamente de las manos.
Empiezo a forcejear y a sacudir mis pies, con la esperanza de
golpearles y hacer que me suelten.
—Pequeña zorra. —Una palma golpea contra mi mejilla y
retrocedo con la vista nublada.
Son ellos... los que iban detrás de Enzo.
—Llévenla. Podría ser útil más tarde. —Me da la espalda,
dejando a dos hombres atrás para arrastrarme.
—Me la pido —dice el bruto que me agarra del brazo mientras
gira su cara hacia mí con una sonrisa que muestra unos dientes
podridos que me hace retroceder de asco.
¡Dios mío!
Un miedo distinto al que he sentido antes se instala en lo más
profundo de mis huesos.
No se lo permitiré.
Empujando contra el hombre que me sujeta, uso las piernas
para dar una patada al otro. Las lágrimas corren por mis mejillas
mientras uso toda la energía que me queda para luchar. El
agotamiento, el hambre y la enfermedad se unen para retenerme,
mi cuerpo ya despojado de toda fuerza.
Un movimiento repentino me hace caer al suelo y mi cabeza
choca con una silla.
Hay alguien más en la sala, y está luchando contra los dos
hombres, aparentemente ganando.
—Ven, pequeña tigresa. —Una voz familiar me ayuda a
ponerme en pie. Parpadeo rápidamente, tratando de recuperar el
enfoque en mi vista, y Enzo está mirándome, su expresión llena de
preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta, acercándome a su cuerpo y dejando
que me apoye en él.
¿Por qué ha vuelto?
No es que me queje, ya que me ha salvado. Pero ¿por qué está
aquí?
Asiento con fuerza y él frunce los labios. Su mano se extiende
para tocarme ligeramente la frente y gimoteo de dolor.
—Te has dado un buen golpe en la cabeza —observa, y se
dispone a llevarme en brazos.
—Estoy bien. Puedo caminar. —Parece querer discutir, pero se
limita a negar con la cabeza, me coge de la mano y me lleva fuera
de la sala de espera.
El sol está saliendo, y el cielo es una combinación de rojo y
púrpura.
—¿Adónde vamos?
—A mi coche —señala la calle donde me espera el coche.
Me muevo con lentitud, y no sé si es por el golpe que me he
dado antes, o si simplemente me estoy derrumbando.
Llegamos al coche enseguida, pero cuando estoy a punto de
entrar, veo a uno de los hombres de antes corriendo hacia
nosotros, con la pistola en alto y su objetivo es claro.
Quizá más tarde, cuando pueda reflexionar con más claridad,
me arrepienta de esto. Tal vez mire hacia atrás y me pregunte
cómo esta decisión repentina cambió el curso de mi vida.
Pero en este momento no estoy pensando. Solo estoy actuando.
Mi boca se abre como una advertencia, y mi cuerpo empuja contra
el suyo, con las últimas fuerzas que me quedan.
El dolor no llega inmediatamente. De hecho, me siento
bastante adormecida mientras trato de aclarar mis ojos.
Enzo acuna mi cuerpo en su regazo y tengo la vaga impresión
de que estamos en un coche en marcha.
—¿Por qué? —pregunta con voz entrecortada.
Pero no puedo responder.
Solo puedo desvanecerme.
ENZO

Mis dedos juegan con el anillo alrededor de mi cuello, y me


obligo a no mirar atrás. Sabía que este momento iba a llegar, que
tomaríamos caminos distintos. Pero ¿por qué me siento extraño al
respecto?
Puede que la conozca desde hace menos de un día, pero ya es
parte de mí. Es... inesperada. Refrescante. Y en mi mundo, eso es
tan raro como encontrar una aguja en un pajar.
Tal vez por eso me llamó tanto la atención, y por eso sigue
apareciendo en mi mente. No había conocido a alguien como ella,
así que mi cerebro está reaccionando a la novedad. No hay nada
más.
Satisfecho con la explicación lógica, saco el teléfono que me
había proporcionado mi chófer y marco al comprador,
programando el encuentro en menos de una hora. Cuanto antes
me deshaga de este anillo maldito, mejor me sentiré.
Todavía no sé si esos hombres iban detrás de mí, o del anillo.
Pero será mejor que no me arriesgue.
Una vez establecida la hora y el lugar de encuentro, me paso
por una tienda para cambiarme y parecer más arreglado.
Después, el intercambio es rápido. En el momento en que veo
la cantidad prometida depositada en mi cuenta bancaria, entrego
el anillo y nos separamos en buenos términos. El comprador había
querido permanecer en el anonimato, por lo que envió a su
asistente personal.
Si bien sentía curiosidad por el hombre que tan fácilmente
derrocharía seis millones en un simple anillo, una profunda y
desconocida ansiedad me hace pasar por alto el negocio, y mis
pensamientos vuelven a Allegra. Y cuando hablamos de seis
millones, mi mente no debería estar en otro lugar que no sea este.
Incluso después de irme, sigo sintiendo una sensación
persistente de... algo.
Las visiones de gente aprovechándose de ella, o yaciendo
muerta en una zanja, me persiguen durante todo el viaje en coche.
Sus ojos inocentes abiertos de par en par, su cuerpo sin vida en un
charco de sangre...
—¡A la mierda con esto! —murmuro, sacudiendo la cabeza.
Con una rápida orden, le pido a mi chófer que dé la vuelta al
coche y vuelva a la terminal del ferri.
Voy a asegurarme de que ha subido al ferri y luego podré
seguir mi camino. Es simplemente irracional, este miedo que
siento, pero por mucho que lo intente, no puedo reprimirlo.
Es porque es tan inocente... tan ingenua. Me recuerda a mi
hermana, Catalina. Y como hermano mayor, no quisiera que le
pasara nada. No cuando la experiencia de tener esa culpa en mi
conciencia ya es demasiado pesada.
Sí, eso es. Ella simplemente apela a mis instintos de hermano.
Puede que sea mi pequeña tigresa, pero para cualquier otra
persona no es más que un cordero que pide ser sacrificado. Esa
ingenuidad suya es como un faro de luz para todas las almas
depravadas que hay... la mía incluida.
Después de asegurarme que está de camino a casa, puedo
dejar atrás todo lo que ha pasado y seguir adelante.
Cuando volvemos al puerto, toda la zona está vacía. Examino
los alrededores, pero no hay rastro de ella.
—Maldita sea —maldigo en voz alta, con los ojos atentos a
cualquier tipo de movimiento. Camino en círculos durante un rato
antes de decidir que debería volver a casa. Un ruido procedente
de un barracón cercano me detiene en seco. Estiro mi cuello para
escuchar más.
Cuanto más me acerco a la zona, más parece que alguien está
luchando. Abro la puerta de un tirón justo a tiempo para ver cómo
un hombre tira a Allegra al suelo de una patada y su frente se
golpea con un ruido sordo contra el mueble.
Vuelvo a mirar a los hombres y aprieto los puños a mis lados.
Están muertos.
Al entrar, un hombre carga contra mí, pero desvío fácilmente
los golpes y lo mando a volar con unos cuantos puñetazos.
Es fácil meterse con una niñita, pero no tanto con alguien de su
tamaño.
El segundo hombre, el que se atrevió a ponerle las manos
encima, da un paso adelante y un puñetazo va directamente a mi
cara. Lo esquivo fácilmente, moviéndome hacia la derecha, antes
de usar mi pie para romper su equilibrio rompiendo su rodilla.
Cae al suelo, con los labios fruncidos en una mueca de dolor.
No dudo en darle otra patada, y mi tibia hace contacto con su
mandíbula. El golpe le hace retroceder y la sangre salpica por todo
el suelo.
Me muevo con rapidez para poner a Allegra de pie.
—Ven, pequeña tigresa.
Parece ligeramente desorientada mientras entrecierra los ojos.
—¿Estás bien? —Quiero preguntarle qué pasó antes que yo
llegara, pero no parece estar preparada para ningún tipo de
interrogatorio.
Ella asiente y mis dedos se dirigen a su cabeza, donde se está
formando una mancha roja.
—Te has dado un buen golpe en la cabeza.
Me controlo, no queriendo asustarla aún más matando a los
hombres. Acercándola a mí, trato de tomarla en mis brazos.
—Estoy bien. Puedo caminar —responde inmediatamente, y
da unos pasos para demostrarme que es capaz de hacerlo por sí
misma.
Abro la boca para decir algo, pero sacudo la cabeza.
¡Ahora no!
La tomo de la mano y la conduzco al exterior.
—¿Adónde vamos? —Su voz apenas supera un susurro, y no
dudo de que le duele. Con lo frágil que es y lo que soportó la
noche anterior, es un milagro que esté en pie.
La miro y siento que aumenta mi respeto por ella. Se ha
tomado todo con calma, apenas se ha quejado.
—A mi coche. —Intento cargar con todo su peso, ya que su
vena independiente parece ofendida si recibe ayuda.
Abriendo la puerta del coche, me muevo ligeramente hacia
atrás para permitir que ella suba primero.
No lo hace.
Se detiene y levanta los ojos para mirarme. Mueve la cabeza
hacia un lado, mirando detrás de nosotros, antes de empujarme
tan fuerte que golpeo la puerta.
Su boca forma una o y un grito espeluznante escapa de sus
labios mientras cae en mis brazos, con una mancha roja y húmeda
formándose en la superficie de su camisa. Mis ojos se abren de par
en par, pero ya estoy acostumbrado a este tipo de escenarios.
¡La seguridad es lo primero!
La cojo en brazos y me meto en el asiento trasero, haciendo
una rápida señal al conductor para que salga a toda velocidad.
Sus ojos brillantes me miran abiertamente sin apenas
reconocerme. La visión que había tenido antes se manifiesta de
repente en la realidad.
—¿Por qué? —grazno. La idea que haya recibido una bala
destinada a mí es casi incomprensible.
No contesta, incluso los pocos gemidos de dolor de antes se
han acallado.
Le paso la mano por la frente ya reluciente, y un peso
incómodo se instala en mi pecho. Mi otra mano sale cubierta de
sangre.
Su sangre.
Y no me gusta.
—Shh, te tengo. —Sigo aplicando presión sobre su herida,
mientras le ladro órdenes a mi conductor.
Necesitamos un médico. Rápido.
La bala parece haberle dado en el hombro, y no hay punto de
salida, así que sigue dentro. Eso significa que necesito que alguien
la opere.
¡Joder!
También están esos hombres, y si sus intentos de asesinato
hasta ahora son una señal, significa que no van a parar. Tengo la
opción de llevarla a mi palazzo1 en Gozo, pero me temo que no lo
logrará hasta que lleguemos a la isla. No.… esa no es una opción.
Haciendo unas cuantas llamadas, consigo que un cirujano se
reúna con nosotros en otro puerto, y ya tengo un barco listo para
partir. El palazzo es el lugar más seguro en este momento.
Rara vez me importa si alguien vive o muere, pero mientras
miro la pequeña forma en mis brazos, ya pálida por la pérdida de
sangre, no puedo imaginarla muriendo.
—No puedes morir en mi presencia —le ordeno, aunque no
pueda oírme. Pero si no me escucha, se desatará el infierno.
Apenas respiro, con el corazón en la garganta, mientras nos
dirigimos hacia la otra parte de la isla. Cuando por fin nos
detenemos, abro la puerta de una patada y, aferrándome a
Allegra, me lanzo hacia el barco que nos espera.

1
Palacio en italiano.
En cuanto subo a bordo, me dirijo directamente a una
habitación de la planta baja. Empujando todo lo que hay sobre
una mesa, la tumbo con cuidado.
Ella gime suavemente, y yo trago con fuerza, casi como si
pudiera sentir su dolor, pero trato de alejar todo de mi mente.
Tengo que actuar con rapidez.
Dando la vuelta, preparo un gran cuenco de agua y mojo un
trapo, arrastrándolo sobre su herida y empapándolo de sangre.
—¿Dónde está el puto cirujano? —le grito a un hombre que
espera en la puerta.
—Estará aquí pronto.
Con una mano mantengo la presión sobre la herida, mientras
con la otra compruebo su pulso.
—Pequeña tigresa, si te atreves a dejarme, te encontraré en el
más allá y te atormentaré para siempre. Tienes mi palabra.
Su pequeño rostro cansado por el dolor me mira fijamente,
pero no obtengo ninguna respuesta.
Se siente como una eternidad antes que el médico aparezca por
fin y el barco se ponga en marcha. Me pide que me aparte y
empieza a evaluar a su paciente.
—Tengo que extraer la bala. Parece que está alojada en el
interior —comenta metódicamente, mientras sus ojos examinan el
frágil cuerpo de Allegra—. Es pequeña. Probablemente con un
peso muy bajo.
—¿Eso va a ser un problema?
—Depende. Podría retrasar su recuperación. Si su cuerpo
sobrevive.
—¿Qué quieres decir con si? Si quieres salir con vida, te
sugiero que te asegures que sobreviva. —Levanto una ceja, ya
cargando el arma en mi mano. El doctor traga saliva y asiente
lentamente.
Volviendo su atención hacia Allegra, le administra un
anestésico. Luego, saca unas tijeras de su maletín y empieza a
cortarle la camisa.
Me pongo tenso y, antes de darme cuenta, mis dedos rodean
su mano y detienen su avance.
—Se queda vestida.
—Pero... —intenta insistir, pero no lo acepto. Sé con certeza
que no necesita desnudar todo su torso para hacer esta cirugía. La
zona del hombro es suficiente.
—Se queda vestida —vuelvo a decir, esta vez con más fuerza.
Él asiente rápidamente y trabaja en su hombro. Desinfecta la zona
antes de utilizar un bisturí y cortar la carne.
Estoy muy atento, siguiendo cada uno de sus movimientos.
—La bala está alojada en el omóplato—dice en algún
momento, utilizando la punta del bisturí para sacar la bala—. Le
ha destrozado el músculo. Tendré que arreglarlo —continúa, y
parece esperar que me haga a un lado.
—Adelante. —Clavado en el sitio, sigo observando
atentamente todo lo que hace. Se centra en conectar de nuevo el
tejido antes de cerrar finalmente su herida.
—Ya he terminado con la herida, pero ha perdido demasiada
sangre. Tienes que llevarla a un hospital. Necesita una transfusión
de sangre.
Mis cejas se fruncen con consternación.
—¿No puedes hacerlo aquí? —pregunto, mirando su botiquín.
—No he traído sangre conmigo.
—Usa la mía —respondo inmediatamente, tendiéndole el
brazo.
—¿Q-Qué? —farfulla, con los ojos desorbitados—. ¡No se
puede hacer así! Necesito saber primero su grupo sanguíneo, y
usted necesitaría un análisis de sangre... —continúa divagando,
mirándome como un idiota que no entiende de ciencia.
—Los dos somos O negativo. No pasa nada.
Había encontrado esa información en el hospital, y ahora me
alegraba por ello, ya que podría salvarle la vida.
—Pero... —continúa, y mi paciencia se agota. Una mirada al
cuerpo casi sin vida de Allegra me hace responder con fiereza.
—Estoy limpio. Ves, no hay problema. ¡Ahora hazlo!
Debe entender la amenaza tácita, porque rebusca en su
botiquín, saca un tubo y lo personaliza para que sea de doble
sentido. Rápidamente hace algunos ajustes antes de clavarle una
aguja en el brazo y luego hacer lo mismo conmigo. Tantea con el
mando hasta que veo que la sangre me abandona lentamente,
bajando por el tubo y entrando en su cuerpo.
La intimidad del acto me asombra, un instinto primario se
despierta en mi interior al verla aceptar mi sangre, y por tanto
convirtiéndonos en uno.
Es mía.

El barco se encuentra en el puerto de Gozo. El médico me da


una lista de medicamentos para administrarle, incluidos
antibióticos.
Tengo mucho cuidado mientras la traslado al coche que nos
lleva al palazzo. Durante todo el trayecto sigo vigilando su pulso,
atento a cada movimiento y a cada sonido que hace.
Ella no morirá.
En el palazzo solo hay unos pocos empleados contratados, que
pasan allí todo el año, manteniendo la finca limpia y en
funcionamiento.
Cuando llegamos a las puertas, cojo a Allegra en brazos y me
dirijo a la suite principal, donde hay un dormitorio principal de
más de mil metros cuadrados. Hay una cama gigante en el centro
de la habitación y la bajo lentamente sobre el edredón.
El médico me dijo que esperara fiebre, escalofríos e incluso
delirio. No estoy precisamente preparado para nada de eso, pero
me aseguraré de que esté caliente y cómoda en la cama.
Me obligo a dejarla por un momento y llamo a los soldados
para que vigilen la finca. Luego, reúno al personal y les asigno sus
tareas. Pido a una mujer que vaya a comprar una variedad de
ropa para Allegra, y luego le encargo a la cocinera una larga lista
de alimentos líquidos que Allegra podrá ingerir.
Cuando he dado a todos los habitantes de la casa algo que
hacer, vuelvo al dormitorio. Al comprobar de nuevo cómo está
Allegra, me alegra ver que no tiene fiebre. Agradecido por un
momento de paz, me dirijo a la ducha para lavarme la sangre del
cuerpo.
Mientras el agua se adhiere a mi piel, no puedo evitar recordar
los acontecimientos del día.
Estuvo tan cerca...
Podría haber muerto. Esa pequeña idiota podría haber muerto,
¿y para qué? ¿Para salvarme a mí? Casi me río de lo absurdo de la
situación, aunque por alguna razón me siento bien.
Creo que nunca nadie ha hecho eso por mí de forma
incondicional. Claro que los soldados de mi padre me protegerían
con sus vidas, pero solo porque soy el heredero de los Agosti, y,
por tanto, su jefe. No es más que una tradición y una disparidad
de poder. Nunca harían lo mismo por un extraño.
Ella lo hizo.
No solo por un extraño, sino por alguien que ni siquiera le
gusta. Estoy de nuevo aturdido al admitir que, por primera vez en
mi vida, una mujer se ha ganado mi respeto.
Cierro el grifo y me envuelvo la cintura con una toalla.
Volviendo a la habitación, acerco una silla a la cama y me siento.
Mientras observo su figura, que se debate valientemente entre
la vida y la muerte, me asalta de repente un pensamiento.
Ella es exactamente lo que necesito a mi lado. Es
increíblemente valiente; se aferra a sus principios incluso ante la
muerte, y es inteligente y desinteresada.
Mis ojos vuelven a su rostro. Definitivamente, no es fea.
Y lo más importante, es alguien en quien puedo confiar.
No tardo en convencerme que tiene todos los atributos para
ser la esposa perfecta (mi esposa perfecta en concreto).
Porque no hay manera que la deje ir. No después de todo lo
que hemos pasado.
Ella tiene mi sangre bombeando por sus venas ahora, así que
me la quedo.
Ahora, convencerla de eso no será tan fácil, un hecho del que
soy dolorosamente consciente. No cuando ella claramente me
odia. Tendré que hacerle ver que no tiene otra opción más que yo.
En lo más profundo de su sueño, hace un pequeño ruido, su
boca abriéndose ligeramente.
Sí, es mía. Siempre mía.

—¿Quieres decir que estaban tratando de impedir la boda por


todos los medios? —añado con sorna.
Uno de mis hombres en Nueva York acababa de informarme
de que, en el momento en que habían comenzado los rumores de
que Agosti y Guerra unirían a sus familias mediante el
matrimonio, DeVille, el enemigo acérrimo de Guerra, no se había
tomado bien la noticia. No es que nadie pensara que lo harían, ya
que siempre han tratado de aislar a los Guerra. ¿Pero que
intentaran matarme solo para asegurarse de que la unión no
tuviera lugar? Bastante drástico, incluso para ellos.
Aunque ciertamente no aprecio que la gente intente matarme,
cruzaron una línea cuando hirieron mi propiedad.
Bueno, mi propiedad a partir de ahora.
—Consigue un señuelo para fingir que me voy a Nueva York.
Comercial. Y mantenme informado. —Cuelgo justo a tiempo para
ver a una criada traer una bandeja de comida.
—Yo me encargo. —Le hago un gesto para que se vaya.
Casi dos días desde el ataque y Allegra solo se ha despertado
un par de veces. Cada vez, murmuraba algo y luego volvía a
dormirse. Lo único bueno es que todavía no ha tenido fiebre.
Dando la vuelta a la cama, cojo el cuenco de sopa y tomo una
pequeña cucharada para asegurarme que no está demasiado
caliente. Cuando estoy satisfecho con la temperatura de la sopa,
ayudo a Allegra a sentarse y trato de abrirle los labios para que le
entre algo de líquido.
El médico había comentado su peso y que si no recibía
suficientes nutrientes podría ser duro para su cuerpo y retrasaría
su recuperación. Había empezado con un poco de agua, y ella la
había aguantado, así que la sopa parece un siguiente paso
razonable.
La cuchara apenas pasa por sus labios y un poco de líquido cae
por su barbilla. Con una servilleta, se lo limpio con cuidado, y sus
ojos se abren ligeramente. Se le escapa un pequeño gemido, pero
no se mueve.
Le doy otra cucharada y ocurre lo mismo. Es como si se
intentara ensuciar a propósito. Decido seguir su juego, sobre todo
cuando veo el pequeño aleteo de sus ojos bajo los párpados.
Le limpio la barbilla y le doy más sopa. Esta vez no me
sorprende que acabe más en su rostro que en su boca. No me
detengo. Otra cucharada y aún más sopa gotea por su barbilla.
Me alejo un poco y veo cómo se esfuerza por fingir que está
dormida. Así que le llamo la atención. Vuelvo a poner el cuenco
en la bandeja y me inclino para capturar con la lengua las gotas de
sopa que caen por su barbilla. Cierro los labios sobre la piel justo
debajo de sus labios, aspirando el líquido.
Ella jadea e intenta apartarse, haciendo una mueca de dolor
cuando le duele el hombro.
Me alejo un poco y la encuentro mirándome fijamente, con los
ojos manteniendo el mismo fuego de antes.
Debería haber sabido que ninguna herida de bala le quitaría
esa chispa. Mis labios se estiran en una lánguida sonrisa.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta con los dientes
apretados. Aún con pocas fuerzas piensa luchar contra mí.
—¿Qué es lo que parece? —Levanto la mano para acariciar su
mejilla. Intenta apartarme, pero su estado no le permite mucho
movimiento.
Está atrapada.
—Estás herida. No te esfuerces. —Hay tanta animosidad en
sus ojos que es como si me desafiara a seguir presionando sus
botones.
Y nunca puedo rechazar un buen desafío.
—Indefensa... ni siquiera puedes pegarme —digo, y ella echa
su cuerpo hacia atrás, haciendo una mueca.
—Sé una buena chica y no te resistas —digo justo antes de
bajar la cabeza, con mi boca revoloteando sobre la suya.
—Morderé —susurra, probablemente esperando que eso me
disuada.
—Tal vez espero que lo hagas —respondo con una sonrisa,
burlándome de ella con un leve roce sobre sus labios antes de
levantarme de repente.
—Me alegro que estés mejor. Ahora puedes alimentarte por ti
misma. Hubiera odiado tener que cuidarte hasta que te
recuperaras.
—¿Y de quién es la culpa, imbécil? —replica ella, con más
vigor en su voz que antes. Señala su hombro vendado y yo me
encojo de hombros.
—¿Acaso te pedí que te dejaras disparar?
Bien hecho, Enzo. Se supone que tienes que engatusarla para
que se case contigo, no contrariarla más.
—Al menos podrías haberme dado las gracias —murmura en
voz baja, balanceando los pies sobre la cama y girándose hacia la
mesita de noche.
Usando su mano buena, empieza a comer la sopa.
—Cuidado —digo cuando veo la velocidad a la que está
comiendo.
—Oh, lo siento. ¿Quieres que me quede mirando? —Pone los
ojos en blanco antes de seguir comiendo.
Creo que eso lo resuelve. No se va a morir.
Cuando la reviso más tarde, está durmiendo de nuevo, con
una expresión pacífica en su rostro. Oh, si siempre fuera así...
Sacudo la cabeza al pensar en ello: no sería divertido.
Sigo con mi día, dedicando la mayor parte del tiempo a
llamadas telefónicas con contactos de Nueva York y de Sicilia,
donde consigo averiguar lo que los Marchesi han planeado para
Allegra. La boda, que tendrá lugar dentro de diez días, es la
culminación de una década de aspiraciones de los Marchesi para
introducirse en los mercados del norte de Europa. Con la actual
dirección, me sorprende que sea siquiera una opción viable.
Leonardo Marchesi es conocido por sus hábitos derrochadores, no
por su previsión, y la cuidadosa planificación de las nupcias me
lleva a creer que podría haber un jugador oculto: el cerebro detrás
de la operación.
Es fácil ver lo que han hecho, incluso sin un relato de Allegra.
Deben haber sabido de la afición de Franzè por los niños, y han
decidido mantenerla como tal limitando su ingesta de alimentos.
Supongo que también han tratado de mantenerla aislada.
Cuando le pregunté a mi contacto sobre Allegra en concreto, ni
siquiera sabía quién era. Solo había conocido a su hermana
Chiara, que, según sus propias palabras, era la niñita de los ojos
de sus padres.
Parece que no estaba muy equivocado en mi apreciación —ella
es solo un cordero al que hay que sacrificar.
Pero ya sabes lo que dicen, la basura de un hombre es el tesoro
de otro. Tendré que borrar de su mente el equivocado sentido del
deber que tiene hacia su familia. ¿Y la forma más fácil? Hacer que
se pierda su propia boda.
—¿Cómo está, doctor? —pregunto cuando el hombre sale de
su habitación. Había encontrado otro médico dispuesto a cuidarla
mientras durara nuestra estancia aquí, principalmente porque
necesitaba uno menos ético.
—La herida va mejor de lo que esperaba. Debería estar bien
mientras se cuide.
—¿Y lo que le pregunté antes? —Golpeo mi pie, ansioso por
escuchar su opinión.
—No debería ser demasiado perjudicial. Dormir es beneficioso
en este momento, ya que la ayuda a curarse —asiento con la
cabeza y doy las gracias. Ahora mi plan puede seguir adelante
oficialmente.
Vuelvo a la habitación más tarde en la noche; Allegra ya está
profundamente dormida a estas alturas. Me acerco a la cama, le
bajo la sábana y le paso la mano por la frente.
Está caliente... Demasiado caliente.
Suelta un suave gemido y estira el cuerpo para que la sábana
caiga por completo. Toda la cama está empapada y su ropa
mojada se adhiere a su piel. Se agita un poco cuando la brisa
golpea la piel húmeda, un escalofrío envolviendo su cuerpo.
¡Mierda!
Esto es exactamente lo que el médico había advertido. Abro el
cajón con las medicinas y cojo las pastillas que me ha recetado.
—Tranquila, pequeña tigresa —susurro, ayudándola a
levantarse para que pueda tragar las pastillas. Esta vez no protesta
y cuando sus ojos se abren, están apagados por el dolor.
—Frío —dice con un gemido que me rompe el corazón. Tomo
rápidamente unas tijeras y le corto la camisa, evitando lo mejor
posible la zona herida. Luego le quito los pantalones, dejándole
solo la ropa interior.
Me dirijo al cuarto de baño, lleno el barreño con agua y lo
acerco a su lado, utilizando un paño para limpiar suavemente el
sudor de su piel.
—No.… no, por favor, no. —Su mano me empuja, con la piel
de gallina por el frío. Mis ojos se fijan en sus bonitas tetas, sus
pezones erectos y firmes tratando de llamar mi atención.
Maldita sea...
Trago saliva. Con fuerza.
—Por favor...
Dejo el barreño en el suelo, con el paño dentro. De pie, me
desnudo, quedándome solo en ropa interior, y me uno a ella en la
cama.
El contacto piel con piel es la mejor manera de calentar a
alguien, supuestamente. En este caso, lo tomo como una verdad.
La pongo sobre su lado bueno y la acerco a mi piel. Mi brazo
se desliza alrededor de su cintura para mantenerla pegada a mí.
Sus pezones rozan mi pecho desnudo y cierro los ojos,
obligándome a calmarme.
—Oh —gime suavemente, todavía temblando. Se acerca más a
mí y lanza su pierna sobre mi cuerpo.
Joder.
Ese movimiento repentino hace que su centro entre en contacto
con mi polla ya rígida, y tengo que apretar los dientes de
frustración.
Esto me pasa por intentar ser útil.
Parece haber encontrado su posición, y pronto se queda
profundamente dormida. Me aferro a ella y, en algún momento,
también me quedo dormido.
Por la mañana me despierta un grito femenino. Abro los ojos y
veo a una Allegra aterrorizada que se aferra a la sábana, con los
ojos llenos de lágrimas.
—Por favor, dime que no... —se interrumpe, y cualquier
intento de broma que pudiera haber hecho se olvida rápidamente.
Parece tan desconsolada que no me atrevo a burlarme aún más de
ella.
—No ha pasado nada. —Me pongo en pie—. Tenías fiebre y te
he calentado.
—¿Desnudo? —Me levanta una ceja, pero no me extraña la
forma en que sus ojos bajan por mi cuerpo antes de subir.
—Claro, ¿qué mejor manera de curarte que con mi cuerpo de
Dios? —Le dedico una sonrisa ladeada y la tristeza parece
desvanecerse de sus ojos, sustituida por pura ira.
Creo que prefiero la ira.
—¡Fuera!
Me grita, lanzando una almohada a mi figura en retirada.
Parece que por fin se está recuperando. Y es el mejor momento
para poner en marcha mi plan.
ALLEGRA

Puede que haya juzgado mal al diablo. Tal vez se sienta


culpable porque recibí una bala destinada a él, pero se ha
comportado lo mejor posible.
Después de mi periodo inicial de convalecencia, el dolor de mi
brazo ha disminuido hasta ser soportable. Incluso me he animado
a mirar la herida y, aunque el médico la ha suturado bien, dejará
una cicatriz.
Sin embargo, un efecto secundario del proceso de curación ha
sido que siempre tengo sueño. No sé cuántas horas al día duermo,
pero he empezado a perder la noción del tiempo, cada día
mezclándose con el otro.
Después del incidente de la cama, Enzo no ha vuelto a intentar
aprovecharse de mí. Sigue trayendo sopa todos los días y
ayudándome con mis medicinas, pero ha pedido a una mujer
mayor de su personal que me ayude a bañarme y vestirme.
Incluso sus burlas han cesado, y no sé si debería preocuparme o
no.
—El médico está aquí para quitarte los puntos. —Sus palabras
me devuelven a la realidad. Solo llevo una camiseta de tirantes,
así que el médico tiene fácil acceso a mi hombro.
Enzo permanece en la habitación, observando cada
movimiento del médico.
El proceso es bastante rápido y no es tan doloroso como
imaginaba.
—Sigue manteniendo la zona limpia —aconseja el médico al
salir, y se detiene ante la puerta para hablar un poco más con
Enzo.
Ya tengo sueño, aunque me he despertado hace un par de
horas. Vuelvo a la cama y me duermo en cuanto mi cabeza toca la
almohada.

—No puede ser… —Mi boca se abre ante las palabras de Enzo.
Seguro que no...
—Has estado un buen tiempo noqueada —señala, pero yo sigo
en shock.
Porque si lo que dice es cierto, entonces... Vuelvo a mirar la
fecha, aturdida.
Mi boda se suponía que iba a ser ayer.
Me he perdido la boda.
—No lo entiendes... —empiezo, pero ni siquiera encuentro las
palabras para explicar lo que me va a pasar por culpa de esto. Y
Lia, ¿sigue viva?
—Shh, pequeña tigresa. Todo estará bien. Te llevaré con tus
padres y les explicaré todo. Ellos sabrán que no es tu culpa.
Además, deberían estar contentos de que su hija esté viva, ¿no?
Sacudo la cabeza. No lo entiende... no se da cuenta de lo que
me va a pasar. El mero hecho que haya estado a solas con un
hombre...
—Confía en mí —continúa, usando su dedo para levantar mi
barbilla de forma que pueda mirarle a los ojos—, conozco a tus
padres y creerán lo que les diga.
Quiero protestar, decirle que no importará, pero parece tan
seguro de sí mismo que hasta yo tengo un momento de duda. ¿Es
posible que tenga razón?
Por primera vez, decido confiar en él. Porque, realmente, ¿cuál
es la alternativa?
Salimos con las primeras luces del alba y, en lugar de ir al
puerto, nos dirigimos al aeropuerto, donde nos espera un jet
privado. En menos de media hora aterrizamos de vuelta en casa.
Un coche negro se detiene en la pista de aterrizaje y nos reciben
dentro.
Puede que Enzo sea alguien importante y que convenza a mis
padres. No hablamos mucho mientras conducimos hacia mi
pueblo, pero a cada segundo que nos acercamos no puedo evitar
sentir un vacío en el estómago, como si supiera que voy hacia mi
propia ejecución.
—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control —me
tranquiliza Enzo una vez más y yo me limito a asentir.
Al detenerse frente a mi casa, los guardias nos echan un
vistazo a mí y a Enzo, y se comunican algo a través de sus
comunicadores.
La ansiedad me está matando cuando nos dan luz verde para
entrar. No pasamos del patio principal antes que mi padre y mi
madre salgan corriendo.
—Mam… —La palabra ni siquiera sale de mi boca cuando mi
madre me da una bofetada con tanta fuerza que me hace
retroceder. Cierro los ojos y espero que llegue el resto dado ya que
sé lo que esperar. Pero no es así.
—No le pegues. —La voz severa de Enzo me sorprende, pero
no tanto como la mirada de asombro de mis padres.
—Tú... —balbucea mi padre, y su mano se dirige
inmediatamente a la pistola que guarda en la cintura del pantalón.
—No creo que quieras hacer eso —comenta Enzo con
arrogancia, y yo giro la cabeza para echarle una mirada.
¿Es así como pensaba ayudarme a explicar la situación a mis
padres?
—¡No sabes lo que has hecho, estúpida! —me grita mi madre.
Su lenguaje corporal me dice que nada le gustaría más que
arrastrarme por el cabello y golpearme hasta que no pueda
ponerme de pie. Veo el desprecio en sus ojos y sé exactamente lo
que significa. Una vez que Enzo se haya ido, estoy muerta.
—Tuvimos que entregar a tu hermana a Franzè. ¡Tu hermana!
—Ella enfatiza la palabra como si no supiera lo que mi hermana
significa para ellos—. ¡Mi dulce Chiara! ¡Y todo es culpa tuya!
Vuelve a cargar contra mí.
Ya no puedo ni siquiera reunir el miedo. Ahora que ya he
confirmado lo que me espera, solo es cuestión de cuándo. Si esto
afectó a Chiara, entonces habrá un infierno que pagar.
—¿No he sido claro? —Enzo da un paso por detrás, colocando
su cuerpo frente a mí para protegerme de cualquier posible
ataque—. No la toques. No le grites. ¿Está claro?
—¿Y quién te crees que eres para decirme lo que tengo que
hacer? ¿Crees que tienes alguna influencia por aquí? —dice mi
madre con suficiencia, pero Enzo se encoge de hombros,
aparentemente sin inmutarse.
Coge mi mano entre las suyas, la sujeta con fuerza y la levanta
delante de mis padres.
—Su futuro marido.
—¡No permitiré eso! —exclama padre, con la pistola
desenfundada y apuntando a Enzo.
—¿De verdad? —habla Enzo lentamente, y mis ojos se abren
de par en par ante su despreocupación. Le superan en número, y
todos los guardias se concentran en nosotros, dispuestos a sacar
también sus armas—. Todos los demás creen que ya lo has
permitido —continúa Enzo, diciéndole a mi padre que compruebe
su teléfono.
—Tú... —Parece sorprendido por lo que ve en su teléfono, y
solo puede negar con la cabeza—. Tú planeaste esto, ¿no es así?
¿Por qué?
Me confunde el intercambio entre los dos, pero me sorprende
aún más cuando mi padre acepta a regañadientes la afirmación de
Enzo.
—¡Mario, llama al sacerdote! —le grita al guardia—. Tenemos
una boda que celebrar —añade, no muy contento.
—Ves, te lo dije —me susurra Enzo al oído mientras nos guían
hacia el salón.
—¿Es esa tu solución? ¿Casarte conmigo? —Aprieto los
dientes, y me doy cuenta de la enormidad de la situación. Pero
¿por qué querría casarse conmigo? Así que le pregunto
precisamente eso—. ¿Por qué?
—Estoy pagando una deuda. Me has salvado la vida y ahora
yo te salvo la tuya. —Su cara es inexpresiva y me doy cuenta que
no podría importarle menos casarse conmigo.
Aturdida, intento mantener la cabeza en el juego. Todo el
mundo está muy tenso cuando entramos en la casa, y mis padres
no ocultan su desprecio hacia mí.
—Allegra, ve con Cecilia para que te ayude a vestirte. Si
estamos haciendo esto, lo estamos haciendo bien. No nos vas a
avergonzar otra vez. —Asiento y salgo de la habitación, sin
molestarme en mirar a Enzo. Al menos puedo confirmar que Lia
está bien.
Pero no lo está. No realmente.
Cuando llego al rellano de la escalera, veo los moratones
púrpura en su rostro y que se extienden por su cuello, hasta los
confines de su ropa.
¡Oh, Lia!
—¡Señorita! —Viene corriendo hacia mí, abrazándome contra
su pecho.
—Lo siento mucho, Lia. Es todo culpa mía. —Las lágrimas
finalmente se derraman por mis mejillas. Esto es culpa mía. Sabía
que no había forma que mis padres la dejaran... Que siga viva es
una pequeña misericordia.
—Shh, nada de eso. He oído las noticias. Me alegro mucho por
ti, hija mía. No tendrás que casarte con ese bruto de hombre.
—Pero Chiara... —digo mientras mi voz se va desvaneciendo,
preocupada por mi hermana. Puede que no tengamos la mejor
relación, pero sigue siendo de la familia.
—Se las arreglará. Se las ha apañado toda su vida para estar en
lo más alto —dice Lia mientras levanta una ceja, esperando que la
contradiga aun sabiendo que no puedo.
Chiara siempre ha sido la favorita de mis padres. Me habían
dicho innumerables veces que casi había matado a mi madre al
nacer, y que en su mente supersticiosa significaba que daba mala
suerte.
—Debería haberte abortado en el momento en que supe que
estaba embarazada —me había escupido mi madre innumerables
veces. Por azares del destino, poco después de mi nacimiento, le
habían diagnosticado un cáncer de mama y se había sometido a
una doble mastectomía. A día de hoy insiste en que la única razón
por la que había enfermado había sido porque yo le había hecho
algo a su cuerpo cuando nací. No soy médico, pero dudo que
ambas cosas estén relacionadas. Aun así, eso significaba que yo
había sido el receptor de tales barbaridades toda mi vida.
¿Mi hermana? Era la niña perfecta. Era la hermana flaca,
obediente y bonita. Era todo lo que yo no era y, por eso, era la que
llevaban a todas partes. La única digna de ser exhibida en público.
No puedo decir que mi relación con Chiara se haya resentido
por ello ya que, para empezar, nunca ha sido buena. Incluso de
niña, había sido maliciosa y envidiosa. Siempre encontraba la
manera de hacerse la víctima, y yo terminaba siendo la villana. La
cantidad de golpes que recibí por las acusaciones injustas de
Chiara casi había destruido todo el aprecio que sentía por ella.
Pero eso no significaba que quisiera que ella sufriera.
—Mejor ella que tú —me susurra Lia al oído mientras me lleva
a mi habitación—. Has sido castigada toda tu vida por pecados
que no son tuyos, y no hagas de Chiara la víctima, ya que su
lengua venenosa te perjudicó demasiadas veces. Ni siquiera sé
qué relación tienes con esta gente. —Sacude la cabeza, con la voz
aún baja.
A veces, yo tampoco lo sé.
Lia va a mi armario y saca un sencillo vestido blanco.
—No es nada especial, ya que Chiara tuvo que usar tu vestido
de novia. Pero estarás preciosa con él. —La genuina sonrisa en su
rostro me hace saber que no está mintiendo solo para hacerme
sentir mejor.
—Gracias. —Mi voz está llena de emoción. Me quito la ropa y
Lia se horroriza al ver mi herida. Sacudo la cabeza ya que ahora
no es el momento de entrar en detalles.
Me pongo el vestido y dejo que Lia me arregle el cabello. En el
momento en que me está sujetando el último mechón del peinado,
mi madre entra por la puerta.
—Debes estar orgullosa de ti misma —se burla de mí y cierra
la puerta tras ella—, pero has elegido al hombre equivocado,
querida.
Suelta una risa falsa y sus palabras están cargadas de
hostilidad.
—No sé cómo lo has metido en esto, pero no te equivoques,
solo te está utilizando. Serás la fea y modesta esposa campesina
que criará a sus hijos en casa mientras él se divierte con sus putas.
Mis ojos se abren de par en par ante sus palabras, pero ella
continúa.
—Cuando veas su serie de amantes, cada una más bonita, más
joven —Me mira de arriba abajo—, más delgada que tú, te morirás
un poco por dentro —sonríe, cruzando los brazos delante de
ella—, y yo tendré un asiento delantero en el espectáculo que será
tu infelicidad.
—No me importa. —Levanto la barbilla, intentando mostrar
algo de fuerza, aunque sus palabras dan en el blanco.
—Puede que ahora no te importe, pero ya veremos. Recuerda
mis palabras. Pensaste en sabotear a tu hermana y lo pagarás. Y
no hay nada peor que la esperanza que se convierte en
desesperación. —No espera mi respuesta mientras sale de la
habitación.
—No le haga caso, señorita —trata de consolarme Lia.
Aunque a veces he alimentado mi lado idealista, soy, sobre
todo, realista. Y aunque sé que ha dicho todo eso para herirme, no
soy una ignorante. Sé que tendrá amantes. Sé que no le importo.
Solo puedo esperar que él no me importe a mí también.
Con una última mirada al espejo, decido que no dejaré que mi
madre gane. Si tengo que cerrar mi corazón a todo, que así sea.
Pero no le daré la satisfacción de verme sufrir.
Seré feliz. Aunque me mate por dentro.
Cuando terminamos, bajamos las escaleras y me coloco al lado
de Enzo. Todavía no me ha mirado, su atención se centra por
completo en mi padre y en lo que sea que estén discutiendo.
Pero me sorprendo cuando siento su mano sobre la mía,
moviéndola para entrelazar nuestros dedos. Acepto el contacto,
intentando apartar de mi mente la conversación con mi madre.
Cuando llega el sacerdote, nos conducen al patio donde los
aldeanos ríen y cantan bulliciosamente, celebrando la boda. Hay
comida y bebida para todos.
—¿Esto es...? —pregunto, sorprendida por el espectáculo.
—Tuve que forzar la mano de tu padre de alguna manera. Un
anuncio público era la mejor manera, ya que él valora demasiado
su imagen —responde Enzo, acercándome a él y conduciéndome
hasta el sacerdote.
La ceremonia religiosa es breve, y en el momento en que
decimos sí quiero, la música empieza a sonar en la calle, y los
habitantes del pueblo nos felicitan a gritos.
—Ven. —Enzo me lleva a un carruaje abierto y me ayuda a
subir—. Tenemos que darles un espectáculo.
Los caballos relinchan, y Enzo toma las riendas, dirigiéndolos
hacia adelante. Empezamos a trotar lentamente y, mientras
avanzamos por la calle, todo el mundo está fuera de su casa,
aplaudiendo y gritando palabras de felicitación, salud y amor.
—¿Cuándo has organizado esto? —Estoy asombrada. Esto no
es algo planeado espontáneamente.
—Puede que haya susurrado al oído de los cotillas del pueblo
hace tiempo. No tardaron en seguirme todos. Después de todo,
hay comida y vino gratis. —Me guiña un ojo y no sé si
escandalizarme o impresionarme.
Después de dar una vuelta por el pueblo, volvemos a la casa.
Mis padres se esfuerzan por entretener a los invitados con
sonrisas falsas, fingiendo que ya sabían lo de la boda secundaria.
Solo querían casar a la mayor antes de proceder con la menor, o al
menos esa es su excusa.
Pasamos un rato con los invitados, cuando de repente nos
meten prisa y nos encierran en una habitación.
—Qué... —Miro a mi alrededor, a la estéril habitación, una sola
cama con sábanas blancas en el centro.
—Supongo que esperan que consumemos el matrimonio —
dice Enzo lentamente, enarcando una ceja hacia mí.
—Sí, ¿no? —Levanto la mano—. Eso no va a pasar, señor.
Me quito los zapatos, tirándolos al suelo y me tumbo en la
cama, confusa.
Todo el asunto había sido un torbellino en el cual ni siquiera
había tenido tiempo de asimilar lo que estaba pasando.
Estoy casada. Con él.
Lo miro de reojo. Está apoyado con la espalda en la puerta,
observándome atentamente.
—¿Por qué lo has hecho? —digo, mientras me levanto sobre
los codos.
—Ya te lo he dicho. No me gusta estar en deuda con nadie.
Este matrimonio garantizará tu seguridad.
—¿Nada más? —pregunto, escéptica. En el tiempo que
conozco a Enzo, aunque no es mucho, me he dado cuenta que no
hace nada sin un motivo oculto.
—¿Qué más? Tú recibiste una bala por mí, yo hice un voto por
ti. —Se despoja de su chaqueta y la tira al suelo antes de unirse a
mí en la cama.
Trato de alejarme de él, pero me inmoviliza.
—¿Adónde vas corriendo? Tenemos una noche de bodas que
consumar, cara. —Su voz mantiene su habitual encanto, y pongo
los ojos en blanco.
—Tú no quieres esto más que yo, así que dejemos la farsa.
—¿Y cómo sabes tú lo que quiero? —Levantando una ceja, me
coge un mechón de cabello y tira de él hasta que todo mi peinado
se deshace y el cabello fluye libremente por mi espalda.
Me giro completamente hacia él.
—Puede que seas un diablo guapo, Enzo Agosti, pero a mí no
me engañas —digo, mirándole a los ojos. Sus pupilas se dilatan,
sus ojos inusualmente claros volviéndose más oscuros—. Puedo
ver el vacío que hay en tu interior. Te pones una máscara y
mantienes a todos alejados. Coqueteas, juegas y te pasas de la
raya, pero todo es para aparentar.
—¿Y de repente eres una experta de mi persona? —Toda la
diversión desaparece de su voz, y creo que vislumbro por primera
vez al verdadero Enzo.
—No, no lo soy. Pero soy una experta de mi persona. —Me
inclino hacia él, con nuestros rostros separados por centímetros.
Simplemente estoy jugando a su juego, y por una vez se siente
bien ser la que tiene el control—. Y yo estoy tan vacía como tú. Por
eso sé que nunca podremos ser nada. Dos vacíos no hacen uno.
—No —Su boca se levanta ligeramente—, hacen un abismo.
¿Qué dices, pequeña tigresa? ¿Qué tal si nos dejamos llevar?
¿Sucumbimos a una caída libre? —Su mano sigue jugando con mi
cabello, pero sus ojos ya no están sobre mí.
—No. —Sacudo ligeramente la cabeza—. Caer es perder. Y no
pienso perder. Nunca más.
Por una vez, voy a demostrarles a mis padres que se
equivocan. Sacaré lo mejor de estas circunstancias... De alguna
manera.
—Entonces estamos de acuerdo —ríe, sus rasgos relajándose, y
me doy cuenta que no tenía intención de consumar el matrimonio.
No te ve como una mujer.
Una vocecita en mi interior no se calla. Intento silenciarla,
porque solo puede significar que estoy decepcionada porque no me
encuentra atractiva. Y ciertamente no es el caso.
Se pone de espaldas, mirando al techo.
—Podemos ser compañeros.
—¿Compañeros? —repito sus palabras. La noción es
totalmente extraña.
—Puede que no seamos capaces de llenar el vacío del otro.
Pero podemos asegurarnos que no se haga más grande.
Me recuesto en la almohada, mirando el mismo techo que a él
le parece tan interesante.
—De acuerdo.
Estaré bien.
Mientras mi felicidad no dependa de él, nunca tendré que
preocuparme por las palabras de mi madre.
Y, por primera vez, tal vez sea libre.
Él era tan embriagadoramente hermoso, pero tan jodidamente
malvado. Lamento el día en que dejé mi destino en sus manos.
-Del diario de Allegra
ALLEGRA

Mirando por la ventanilla del avión, apenas puedo creer que


estoy a punto de cruzar un océano y dirigirme a una ciudad de la
que solo había leído.
Después de la noche de bodas, no nos habíamos demorado.
Enzo había presentado unas sábanas manchadas de sangre falsa, y
nos habíamos esfumado entre los gritos de felicitación y otras
palabras lascivas de la multitud. Ni siquiera había hablado con
mis padres, pero Enzo me había asegurado que había hablado con
ellos y que ya no serían un problema.
Pero conociendo a mis padres... no era precisamente
tranquilizador.
Duermo unas horas antes que me despierte Enzo, quien me
hace saber que ya hemos llegado. Pasamos por inmigración y
pronto salimos por las puertas hacia un todoterreno negro que nos
espera.
Ya es casi de noche cuando nos detenemos frente a una gran y
opulenta mansión. Enzo me guía al interior, pero no puedo evitar
mirar con asombro la arquitectura: es como vivir en el arte.
—Cierra esa boca, pequeña tigresa. Lo peor acaba de empezar
—comenta Enzo mientras abre la puerta de entrada,
conduciéndome por las puertas dobles hasta un enorme vestíbulo
de mármol. No se parece a nada que haya visto antes. Incluso su
palazzo en Gozo palidece en comparación. Todos los rincones de la
casa están construidos de forma intrincada, lo que me recuerda al
arte barroco. Las estatuas doradas, así como la escalera, confirman
mis pensamientos de que la casa está decorada con ese estilo.
—Ana, por favor, llama a mis padres. —La voz de Enzo me
sobresalta y trato de poner los pies en la tierra.
Nos sentamos en el centro de la sala hasta que una pareja de
mediana edad baja las escaleras. Plasmo una sonrisa en mi rostro
con la esperanza de causar una buena impresión.
—Enzo, ¿qué significa esto? —pregunta la voz culta de una
mujer cuando llegan al rellano. Lleva un vestido color crema que
parece demasiado lujoso para llevarlo en casa. Una mano sostiene
un vaso de alcohol mientras la otra se entrelaza con el caballero
mayor, que supongo que es el padre de Enzo.
La mirada de la pareja se fija en mi pequeño equipaje y ambos
fruncen el ceño. Levantan lentamente los ojos para mirarme, su
escrutinio un poco inquietante.
—Madre, padre. Les presento a mi nueva esposa, Allegra
Marchesi. —Se apresura Enzo a hacer las presentaciones.
—Encantada de conocerlos —intento responder en inglés, ya
que parece ser su idioma preferido, pero como nunca he hablado
el idioma en voz alta, mi acento es sencillamente horrible.
Por si acaso, amplío mi sonrisa con la esperanza de caerles
bien.
—¿Ella? —pregunta incrédula la madre de Enzo, con un tono
cortante. Vuelve a mirarme, y durante un minuto no habla
mientras me observa detenidamente. Luego se echa a reír—. ¿Ella?
—repite, riendo. Incluso el padre de Enzo se une, riendo.
—¿Se supone que esto es una broma, hijo?
Me vuelvo hacia Enzo, y aunque su cara no lo demuestra, no
está contento. Tiene los puños apretados y fuerza las palabras.
—No. No es una broma, padre. Allegra es mi esposa oficial.
Nos casamos ayer en Milena.
Sus padres comienzan a reír, aparentemente entendiendo que
no es una broma, pero la expresión que ponen no me calma. No,
me miran como si fuera la cosa más despreciable del mundo.
—Estás casado. ¿Con ella? —vuelve a preguntar su madre, con
una expresión de asombro en su rostro—. ¡Por Dios! —exclama
antes de darnos la espalda y marcharse hacia la cocina.
—Rocco —se presenta el padre de Enzo con un movimiento de
cabeza, indicando a Enzo que se dirija a otra zona de la casa.
—Ana, lleva a Allegra a mi habitación —dice Enzo antes de
salir con su padre.
Ana me lleva por las escaleras hasta un gran dormitorio en el
primer piso. Deja mis escasas pertenencias en el suelo antes de
marcharse.
Miro fijamente la habitación, tan desconocida, y no puedo
deshacerme de esta sensación de malestar. No esperaba que sus
padres me recibieran con los brazos abiertos, pero tampoco
esperaba este tipo de reacción.
Antes de perder mi coraje, abro la puerta y vuelvo a bajar las
escaleras, girando a la derecha por donde había visto ir a Rocco y
Enzo. Cuando estoy en un pasillo estrecho, sigo el sonido de las
voces hasta que estoy frente a una puerta entreabierta. El espacio
es lo suficientemente grande como para permitirme fisgonear,
pero lo suficientemente pequeño como para que no puedan
verme.
En cualquier otra circunstancia me habría sentido culpable por
espiar, pero esta es mi vida, y necesito saber exactamente a qué
me enfrento. Sobre todo, porque Enzo ha estado muy callado con
respecto a sus padres.
Un fuerte ruido que parece una bofetada me hace prestar
atención. Doy un paso adelante y veo la cabeza de Enzo girada
hacia un lado. Mis ojos se abren de par en par y me llevo la mano
a la boca.
—¿Jodidamente entiendes lo que has hecho? —le grita Rocco,
paseándose por la habitación—. Tenía que firmar el contrato de
matrimonio mañana. Y tú fuiste y te casaste con una zorra de
pueblo sin mi aprobación. ¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Arruinaste nuestras posibilidades...
—Padre —comienza Enzo, interrumpiéndolo—, Allegra no es
una zorra de pueblo. Es una Marchesi, y deberías respetar eso.
Rocco se burla, casi riendo.
—¿Respetar a una Marchesi? ¿Estás loco, hijo? ¿Tanto sol te ha
dejado sin cerebro? ¿Cómo carajo terminaste encadenado con esa
chica? ¿La dejaste embarazada? Por el amor de Dios, podrías
haberle pagado para que abortara, ¡no tenías que casarte con ella!
Casi jadeo por la forma en que habla de mí, pero me contengo.
No pueden saber que estoy aquí.
—No, no está embarazada.
—Entonces por qué...
De nuevo, Enzo no deja que Rocco termine mientras continúa.
—Me atacaron de camino a una entrega. Tres veces. —
Comienza a describir sus encuentros con esas personas peligrosas,
y una sonrisa amenaza con invadirme. Va a contarle cómo le
salvé. Quizá entonces vean que no soy tan mala.
—¿Sabes por qué querían matarme? —Enzo hace una pausa
para lograr un efecto dramático—. Por tu alianza con Guerra. ¿Y
quién querría asegurarse de que Guerra siga aislado?
—DeVille. —Tose Rocco, aceptando casi a regañadientes.
—Efectivamente. Parece que no están por encima de matar a
un futuro capo para asegurarse de que los Guerra no tengan
conexiones. ¿No ves lo que habría pasado si me hubiera casado
con Gianna? Habría tenido que dormir con un ojo abierto al
acecho de DeVille y sus matones: no habrían parado hasta
separarnos de nuevo de Guerra. Ahora dime, ¿todavía me harías
cumplir el contrato?
La voz de Enzo no ha mostrado ninguna emoción hasta ahora.
Está usando la lógica para hacer entrar en razón a su padre, pero,
aunque admiro sus métodos, no puedo evitar sentirme engañada.
Nunca me dijo nada de eso.
Había hecho que pareciera que se casaba conmigo para pagar
una deuda, cuando en realidad lo hacía todo para beneficiarse a sí
mismo.
—Y la única manera de salir de este acuerdo es que yo ya esté
casado. Puedes decir fácilmente que no lo sabías, que lo hice a tus
espaldas. No sé, invéntate algo. Pero tal como están las cosas, he
resuelto dos problemas. Me saqué a DeVille de nuestras espaldas,
y me casé. ¿Realmente importa que no sea Gianna?
—Hijo, entiendo por qué hiciste lo que hiciste —dice Rocco
finalmente—, pero de verdad, ¿no podías haber elegido a alguien
menos... horrible?
Jadeo, pero antes que pueda escuchar la respuesta de Enzo,
una mano se aferra a mi cabello, arrastrándome hacia atrás. Me
tropiezo y caigo al suelo, y veo a la madre de Enzo mirándome
con ojos de asesina. Grito de dolor, pero ella no se detiene y sigue
arrastrándome por el cabello.
—¡Para, me duele! —estallo, tratando de apartar su mano de
mi cabello.
—¿Por eso has venido aquí? ¿Para espiarnos? ¡Maldita vaca!
Siento un dolor cegador en el cuero cabelludo mientras ella
sigue tirando de mi cabello y las lágrimas amenazan con salir de
mis ojos.
—No, yo solo...
—¡Maldita puta! No sé cómo te las arreglaste para enganchar a
mi hijo, pero no lo permitiré. ¿Cómo pudo cambiar a alguien
angelical como Gianna por alguien como tú? —Me lanza hacia
delante, el suelo brillante haciéndome resbalar hasta que estoy
sobre mi vientre. Gimoteo de dolor, pero ella no se detiene.
Se arrodilla frente a mí y, cogiéndome por la nuca, me obliga a
mirarla.
—Mi hijo perfecto nunca caería tan bajo como para estar con
alguien como tú. —Escupe la palabra "alguien", como si yo fuera el
ser más miserable de la tierra.
—Déjame ir, por favor. —Intento razonar con ella, pero hay
algo en sus ojos que me hace dudar de que vaya a soltarme.
—Dime, ¿te deslizaste sobre su polla solo para quedarte
embarazada? ¿Es eso?
Ni siquiera me deja replicar ya que se levanta, viene a mi lado
y me da una fuerte patada en el estómago. Jadeo, y hay un
momento en el cual siento que ya no puedo respirar, la fuerza de
su pie contra mi torso provocándome un dolor tan fuerte que
termino mordiéndome la lengua.
—Te voy a enseñar a embarazarte, puta de mierda. —La punta
de su zapato me alcanza justo entre las costillas, y el dolor es casi
insoportable.
—No. Embarazada. —Apenas consigo pronunciar las palabras,
jadeando por el aire que me ha sacado repetidamente.
Esto parece hacer que se detenga y, de repente, se arrodilla
frente a mí, acariciando mi cabello y murmurando palabras
suaves.
—¿Qué ha pasado? —suena la voz de Enzo desde atrás.
—Pobrecita, se ha tropezado y se ha caído. Deja que te ayude.
—Me agarra de los brazos y me levanta. Todo el tiempo, solo
puedo mirar conmocionada cómo finge.
—No, déjame a mí —dice Enzo, empujando a su madre a un
lado y tomándome en sus brazos.
—Cuida de ella, ¿quieres, Enzo? Le pediré a Ana que le traiga
un poco de té —sigue hablando su madre y, mientras Enzo me
sube por las escaleras, veo cómo me sonríe maliciosamente.
Dios mío, ¿en qué me he metido?
Enzo abre de una patada la puerta de la habitación y me
deposita en la cama.
—¿Estás bien? ¿Dónde te duele? —pregunta, y tal vez si no
hubiera escuchado su conversación, o si su madre no se hubiera
puesto en plan psicópata conmigo, lo habría encontrado dulce.
—¡No necesito tu compasión! ¿No podemos simplemente
volver a odiarnos? —digo, con el resentimiento arañando mis
entrañas. Ha jugado conmigo. Todo para salvar su propio pellejo.
¿Y qué obtengo yo? Nada. No tengo familia a la que recurrir -
no es que haya tenido una en algún momento- ni nadie en quien
apoyarme.
Una rabia repentina estalla en mi pecho y, al mirar su cara,
solo consigo frustrarme más.
—¡Todo es culpa tuya! —estallo, con mis puños cerrados
golpeando su pecho. Las lágrimas finalmente fluyen. A pesar de
haber intentado mantener mi coraje cuando su madre había
intentado hacerme abortar un hijo inexistente, todo se derrumba
ahora.
—¿Por qué yo? ¿Por qué tuviste que involucrarme en tus
malditos problemas? ¿Por qué? ¿Qué te he hecho yo? —gimoteo
mientras sigo golpeándole. Mis lloros pronto se convierten en
hipos, pero no me detengo, y él tampoco me detiene.
No, solo se queda ahí, tomándolo todo, pero su pasividad solo
estimula mi agresividad.
—¿Por qué? —le grito, agarrándome a las solapas de su camisa
y sacudiéndolo—. ¿Por qué has tenido que arruinarme?
Desgastada, finalmente me detengo, mis palmas
extendiéndose sobre su pecho, mi hipo un eco implacable.
—Shh, pequeña tigresa, shh. —Su mano rodea mi cintura y me
atrae hacia su pecho—. Entiendo que todo es muy extraño, pero
dale tiempo. Te acostumbrarás a todo.
Sus dedos acarician suavemente mi cabello, y me recuerda lo
que su madre intentó hacer.
—¿Por qué yo? —vuelvo a preguntar, con la voz ronca de
tanto gritar. ¿Por qué tenía que meterse en mi vida?
—No sé lo que crees haber oído, pequeña tigresa, pero déjame
aclarar una cosa. —Me agarra la barbilla, obligándome a mirarle a
los ojos—. Eres mía. Llevarás mi nombre, vivirás en mi casa y
tendrás mis hijos. No hay escapatoria. Dejaste de tener elección en
el momento en que te pusiste delante de esa bala por mí —dice,
con un tono serio.
—No lo entiendo... —susurro, levantando mis ojos llenos de
lágrimas hacia él—. ¿Debería haberte dejado morir? —pregunto,
desconcertada.
—Deberías haberlo hecho. Al menos así habrías tenido la
oportunidad de elegir. Ahora... —Una sonrisa cruel aparece en su
cara.
—Dijiste que seríamos compañeros, ¿o eso también era
mentira? —Muchas cosas se aclaran de repente, y me encuentro en
una situación peor que antes, si es que eso es posible.
—Es bueno que sigas creyendo eso, pero no te equivoques: no
hay vuelta atrás. —Su mano baja en una suave caricia—. Eres
mía. Hasta que la muerte nos separe.
—Así que es eso... me estás utilizando —digo, inexpresiva.
¿Por qué no lo vi antes? Estaba delante de mis narices—. Solo soy
un juguete con el que puedes hacer lo que quieras.
—Cariño —empieza. Su voz es una melodía retorcida que tira
de mi corazón, apretándolo dolorosamente—. Si te estuviera
utilizando, ya te habría follado y descartado... te habría utilizado
como a una vulgar puta, ¿no? —Cada palabra que pronuncia me
aturde aún más... ¿Cómo es que este es el mismo hombre que me
cuidó cuando estaba enferma?
Pero entonces me necesitaba, ¿no? Ahora ya no lo hace. Puede
mostrarme quién es realmente.
—¿Por qué no lo has hecho? Creo que eso completaría la
humillación, ¿no crees? Vamos, termina lo que has empezado. —
Me levanto y empiezo a rasgar mi ropa hasta que estoy desnuda
delante de él—. ¡Venga! ¡Hazlo! ¿No es eso lo que hacen los
hombres? Toman y toman hasta que no queda nada. ¡Vamos,
tómame y haz que te odie aún más de lo que ya lo hago! —grito,
mi voz saliendo a borbotones.
Una mano me rodea la garganta y me empuja sobre la cama,
con la espalda golpeando las sábanas limpias.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que te tome como a una
puta de mierda? —Su voz se quiebra, y es la primera emoción real
que he visto de él en todo el día.
Con su cuerpo encima del mío, empieza a desabrocharse los
pantalones.
Esto es... Aquí es donde me pierdo a mí misma.
Giro la cabeza hacia un lado, sin querer verle, sin querer sentir
nada. Mis lágrimas caen por mi rostro, manchando las sábanas, y
me quedo tumbada, esperando el dolor... la humillación... la
sensación de ser utilizada y desechada.
Pero no llega. Con la misma rapidez, se aparta de mí y sale por
la puerta, dando un portazo.
Solo puedo ponerme de lado y acurrucarme en posición fetal,
dejándome llevar por fin. Me duele todo el cuerpo, pero hay un
lugar que eclipsa ese dolor: mi pecho.
¿Por qué me permití creer en él? Porque debo haberlo hecho,
en algún momento, si me duele tanto; pero el dolor también trae
consigo un nuevo tipo de lucidez. Recuerdo su comportamiento,
la forma en que me trató en el palazzo y cómo se aseguró de que no
llegara a mi boda.
Lo había planeado todo desde el principio.
Al final, sigo siendo un peón. Solo cambié de amo.

Enzo no vuelve a la habitación, y no quiero ni pensar dónde ha


pasado la noche. Es mejor que me desapegue de él.
A la mañana siguiente me dicen que mi suegra me está
esperando para desayunar. Un poco asustada, pero sobre todo
decidida a no dejar que me pisotee, me dirijo al comedor.
Lucía Agosti está sentada en un extremo de la mesa, con una
taza de café en la mano. Cuando me oye entrar, levanta la mirada
y una sonrisa puramente maliciosa se extiende por todo su rostro.
Hay un par de sirvientes en la sala y, debido a su presencia, esa
malevolencia parece contenerse en un saludo forzado y una risa
falsa mientras me pregunta cómo he dormido.
Tomo asiento lo más lejos posible de ella y trato de mantener la
calma.
—Bien —empiezo y, al levantar la mirada, la veo mirándome
expectantemente—. No sabía que Enzo sería tan... —hago una
pausa cuando veo que sus ojos se entrecierran—, exigente. No en
casa de sus padres.
Me llevo el vaso de zumo de naranja a los labios, observando
por debajo de mis pestañas cómo sus manos se aprietan con rabia.
Supongo que esto le ha dado justo donde quería.
Si antes estaba tan preocupada por si estaba embarazada,
entonces debería dejarla seguir dándole vueltas a la cabeza,
pensando que podría quedarme embarazada en cualquier
momento. No sé cuál es su problema, aparte del hecho que
claramente prefería a Gianna Guerra como su nuera, pero eso no
significa que vaya a dejar que me aterrorice.
Sus ojos me clavan con la intensidad de su odio y abre la boca,
a punto de decir algo, cuando un sirviente trae otro plato.
La ignoro mientras lleno mi plato de comida y sigo comiendo
en silencio.
Justo cuando estoy a punto de servirme una segunda ración,
Lucía habla.
—Ana, por favor, coge el plato de Allegra. Creo que ya ha
tenido suficiente por hoy. —Miro atónita cómo la mujer se lleva
mi plato, con un pequeño ceño fruncido al ver mi expresión. Pero
Lucía está muy contenta de verme retorciéndome, así que
rápidamente calmo mis rasgos.
—Sí, gracias, Ana. Debo haber estado hambrienta después de
todo el ejercicio de anoche —digo, y la sonrisa triunfal de Lucía se
transforma en una de enojo, tanto que se levanta de la silla y se
posa frente a mí.
—No sé de dónde te ha sacado Enzo, ni cómo puede soportar
mirarte. —Frunce la nariz con disgusto mientras me mira de
arriba abajo. Me encuentro con su mirada en silencio, esperando
los otros insultos que probablemente haya guardado.
—Pero no me engañas. No eres más que una zorra codiciosa
que intenta aprovecharse de mi hijo. No eres la primera ni la
última que ha intentado arrebatármelo, y no lo conseguirás.
Recuerda mis palabras. —Inclina la cabeza hacia mí—. Pequeña
puta, no sobrevivirás mucho tiempo en esta casa.
—¿Es eso una amenaza, Signora Agosti?
Y yo que pensaba que mis padres eran horribles. ¿Qué está mal
con esta mujer?
—No. —Sonríe burlonamente, cruzando los brazos sobre su
pecho y mirándome como si estuviera por debajo de ella—. Es una
promesa.
Se prepara para irse, pero no puedo dejar que tenga la última
palabra, así que digo lo único que se me ocurre.
—Seguro que se preocupa mucho por su hijo, Signora Agosti.
Me pregunto si no estará celosa de mí... —insinúo, y su expresión
de sorpresa me dice que he dado en el blanco. Es rápida y se pone
delante de mí con el brazo levantado, preparada para pegarme
una bofetada.
Pero yo también estoy preparada.
Le agarro la muñeca con mis dedos en un doloroso agarre.
—Creo que ha elegido el objetivo equivocado para su abuso,
Signora Agosti. No me quedaré callada ni toleraré este tipo de
comportamiento.
—¿Y qué puedes hacer? ¿Delatarme? —Se ríe mientras intenta
quitar lentamente su mano de mi agarre.
—No. Me importa poco lo que piense su hijo. Pero yo también
puedo defenderme, y si empieza una guerra, no venga llorando
cuando sea demasiado. —La empujo a un lado y vuelvo a mi
habitación.
Estoy sudando, el desgaste mental de la confrontación
haciéndome jadear en busca de aire.
¡Infierno! Estoy en el infierno.
Respiro profundamente y me dirijo a mi equipaje. Sacando
algunas de mis pertenencias, encuentro mi diario encajado en el
fondo. Hay un cierto tipo de catarsis que se encuentra al escribir
tus pensamientos y miedos más íntimos, y mi diario es el
confidente más fiel que me ha estado acompañando desde hace
años.
Empiezo a anotar mis pensamientos, pero también los planes
de ataque, porque Lucía se equivoca si cree que puede
intimidarme.
Puede que esté en una tierra extranjera y entre gente extraña,
pero no me rendiré.

Pasan dos días, ambos plagados de comentarios hostiles y una


gran tensión en la casa. Ni Rocco ni Enzo están por aquí, así que
Lucía sigue molestándome abiertamente cada vez que puede.
En su mayor parte, intento quedarme en mi habitación para
evitar cualquier enfrentamiento, pero cuanto más tiempo pasa,
más me doy cuenta que no puedo esconderme para siempre.
Tampoco puedo quedarme entre estas cuatro paredes sin hacer
nada.
Mientras decido mi próxima acción, un miembro del personal
me notifica que esta noche habrá un banquete. Para anunciar
oficialmente el matrimonio y para mantener las apariencias ante
las demás familias e invitados importantes, Rocco ha decidido
organizar una fiesta para presentar el matrimonio de Enzo con la
pobre chica Marchesi como un éxito, una decisión intencionada y
no nacida de la necesidad.
Siendo mi presencia obligatoria, no me queda más remedio
que esperar una nueva humillación. Ya oigo los ecos de las risas y
las miradas de compasión. ¿No es eso lo único que he recibido
hasta ahora?
En algún momento de la tarde, Ana pasa por aquí y me trae un
vestido para la noche.
—El Señor Enzo me ordenó entregarle esto.
Saco la caja de sus manos y la pongo sobre la cama. Dentro hay
un vestido rojo brillante que resplandece a la luz.
Me quedo con la boca abierta al ver el vestido más bonito que
jamás había tenido. No pierdo tiempo y comienzo a despojarme
de la ropa para probármelo, acercarme al espejo y contemplar el
hermoso color y el corte. Es simplemente exquisito.
La zona del escote está demasiado expuesta para mi gusto,
pero el vestido se amolda a mi cuerpo, dándole algo de forma.
Parezco una mujer.
Estoy sorprendida por esta sencilla transformación. El vestido
es a medio muslo, y aunque nunca me he puesto nada tan corto,
sé que es la moda en las grandes ciudades.
También hay un par de zapatos, pero son un poco grandes.
Como no quiero parecer desagradecida o quejica, voy al baño
y busco una gasa para pegar a la parte delantera de los zapatos
con el fin de que no se me resbalen los pies.
Tal vez sea porque me siento más guapa que nunca, pero de
repente estoy mareada, y no puedo esperar a que Enzo me vea con
esto. Después de todo, es su regalo.
Pasan un par de horas más y empiezo a ver coches entrando
por la entrada desde la ventana de la habitación.
Estoy un poco insegura porque cada vez llega más gente, pero
nadie me ha dicho que baje todavía.
Cuando por fin estoy al límite de mi paciencia, aparece de
nuevo Ana y me invita a bajar.
Me esfuerzo por caminar recto, los zapatos increíblemente
incómodos incluso con el material de relleno. Llegamos al final de
la escalera y me acompaña hacia el salón de baile.
Un poco decepcionada por el hecho de que Enzo no haya
venido a buscarme, levanto la barbilla y entro.
Tardo menos de un segundo en darme cuenta de que todo el
mundo me mira, y también descubro por qué. Todas las mujeres y
las chicas llevan vestidos hasta los tobillos en tonos apagados, con
alguna excepción que se atreve con el negro. Nadie muestra nada
de piel.
Capto la mirada de Enzo desde el otro lado de la sala y me
frunce el ceño. Solo unas pocas zancadas y está frente a mí,
tomándome del brazo.
—¿Qué coño llevas puesto? ¿Te has vuelto loca? —me ruge al
oído, aunque su voz solo es audible para mis oídos.
—Pero... —Estoy a punto de decirle que es su culpa, que fue él
quien me regaló el vestido, pero cuando mis ojos se mueven por la
habitación me encuentro con la sonrisa satisfecha de Lucía y me
doy cuenta que me la han jugado.
Toda la humillación que imaginé ya está ocurriendo, y Lucía se
está regodeando al margen.
Debería haber dudado del paquete.
Había estado tan cautivada por el vestido -el primero de su
clase- que no me había detenido ni un segundo a pensar que
podría ser una trampa.
Y ahora, mientras todos me miran acusadoramente, intento no
bajar los hombros en señal de derrota, ni bajar la cabeza en señal
de vergüenza.
—Me gusta el vestido —le digo a Enzo con confianza. Si no
puedo escapar de su escrutinio, bien podría llevar mi vergüenza
con orgullo—. Es un color precioso.
—También te hace parecer una fulana. Dios, Allegra, ¿de
dónde demonios has sacado esto? —Sus palabras son cortantes,
pero sus ojos están centrados en mi escote—. Ve a cambiarte. No
voy a permitir que andes así por aquí. —Sus dedos se me clavan
en los brazos, pero lo empujo, plasmando una felicidad inexistente
en mi rostro.
—Ya lo llevo puesto. Y no parece que a todo el mundo le
disguste. —Levanto una ceja, asintiendo hacia los hombres que
miran mi cuerpo con aprecio.
—Sí, pero solo porque se preguntan lo fácil que sería conseguir
que te abrieras de piernas. —Tiene los puños apretados a su lado,
pero lo ignoro metiéndome más en la multitud y plantándome
delante de mi suegra.
—Gracias por el vestido, Lucía. Hoy me siento realmente como
la invitada de honor —digo con dulzura, y por un segundo se le
cae la careta.
—¿Qué quieres decir, Allegra? —Empieza a reírse, y las
mujeres que están a su lado la miran con curiosidad.
—Os habrá dicho que os vistáis de colores pastel, ¿no? No
quería robarme mi momento. Al fin y al cabo, soy la novia. —Les
dedico una sonrisa deslumbrante antes de excusarme y volver a
buscar a Enzo.
Aunque he conseguido tener la última palabra en ese
particular enfrentamiento, la noche está lejos de terminar.
Al pasar junto a un grupo de chicas de mi edad, no puedo
evitar escuchar su conversación.
—Qué cursilería. Me pregunto de dónde habrá sacado eso, ¿de
la beneficencia?
—Quizá de la década pasada —comenta otra y todas se ríen.
Respirando profundamente, decido que no vale la pena ni mi
tiempo ni mi esfuerzo. Ya casi estoy de vuelta en las puertas
dobles cuando veo a Enzo, el cual está conversando con alguien.
Doy un paso adelante, pero me sorprendo cuando la mujer que
está a su lado se gira un poco y veo la cara de un ángel.
Me detengo, clavada en el sitio. La pareja tiene un aspecto
etéreo. Enzo con su aspecto perfectamente cincelado, y esa mujer
con su dulce rostro. Y no soy la única que lo piensa, ya que las
miradas de la gente se dirigen hacia ellos, admirando la vista.
No creo que sea frecuente que dos personas tan guapas estén
una al lado de la otra en la misma habitación.
—Es guapa, ¿verdad? —una voz astuta dice detrás de mí—.
Esto es a lo que ha renunciado para casarse contigo. Míralo bien y
verás por qué nunca será tuyo, no cuando su alma gemela está a
un solo paso.
Giro ligeramente la cabeza y Rocco me hace un pequeño gesto
con la cabeza. Me hace un gesto para que le siga hasta que
llegamos al lado de Enzo.
—Gianna, esta es mi mujer, Allegra. —Enzo hace las
presentaciones y Gianna levanta ligeramente la barbilla.
—¡Oh, Enzo, qué encantadora! —exclama con un falso chillido
femenino—. Encantada de conocerte, Allegra.
—Lo mismo digo —respondo, pero debido a mi acento, la s
suena como una z dura.
—Hijo, Benedicto quiere hablar. —Rocco se lleva a Enzo a un
lado, indicándole a Gianna que me presente a sus amigos y me
haga sentir más bienvenida.
Como si fuera posible.
La sigo hasta un grupo de chicas, todas ellas vestidas en
distintos tonos de blanco y rosa. Me siento como un payaso entre
ellas con mi vestido rojo chillón pero, como siempre, no dejo que
se note.
—Chicas, esta es Allegra, la nueva esposa de Enzo —comienza
Gianna, y todas estallan en carcajadas.
—Dinos, ¿qué tienes sobre ellos? —me pregunta otra chica,
María.
—¿Qué quieres decir?
—Algo debes tener sobre ellos, si no, nunca habría
abandonado a Gianna para casarse contigo. Quiero decir... —
Retrocede un poco, alternando su mirada entre las dos—. Están
como a kilómetros de distancia... si sabes lo que quiero decir.
Otra risita.
—Nada —Me encojo de hombros, buscando ya un hueco para
dejar su círculo.
—Mi papá me habló de ti. Deberías volver a tu pueblo y
follarte una vaca o algo así —continúa, y las risas son cada vez
más fuertes.
—¡Sienna! —Gianna hace como que jadea y se escandaliza.
—¿Qué, no es eso lo que hacen en el campo? Imagínate si el
bebé de Enzo acaba teniendo piel —dice, orgullosa de su lógica.
Pongo los ojos en blanco.
—Una vaca es hembra, en primer lugar, y, en segundo lugar,
no es biológicamente posible. —Inclino la cabeza hacia un lado,
mirándolas.
—¿Hablas por experiencia? —María se ríe, y la única que
parece intentar no reírse es Gianna. Pero ella ya se cree muy por
encima de todos aquí.
—No. Hablo desde los libros. Ya sabes, leyendo. Deberías
probarlo alguna vez. —Me doy la vuelta para irme, pero sus
palabras siguen llegando a mis oídos.
—Riiiiding —María imita mi pronunciación, burlándose de mi
acento—. Estoy segura de que ha estado riiiding 2 suficientes
animales como para saberlo. —Sacudo la cabeza, dejándolas atrás

2
En inglés, reading (que tiene una pronunciación similar a riding) significa leer, pero al mismo tiempo se
utiliza con connotaciones sexuales, como en este caso, con lo cual se refiere a “montar” en el sentido sexual
de la palabra.
para que continúen con sus burlas. No es como si hubiera
esperado algo mejor.
Pero al ver lo hermosa que es Gianna, simplemente no puedo
entender cómo Enzo podría haber pensado en casarse conmigo
por encima de ella, incluso con ese peligro que se cierne sobre su
cabeza. Ella es simplemente... impresionante.
Las ganas de enterrar la cabeza en la arena son casi demasiado
abrumadoras, y lo bloqueo todo, con el único objetivo de salir del
salón de baile, pero cuando pongo un pie delante del otro, oigo un
chasquido.
Me detengo, horrorizada. Mis manos se dirigen
inmediatamente a mi trasero, y siento el desgarro a lo largo de la
línea de costura.
¡No!
Mis ojos recorren la habitación, deseando que nadie se dé
cuenta. Entonces, me apresuro hacia el baño más cercano,
esperando poder arreglar esto de alguna manera.
En el baño, saco el vestido y evalúo los daños. El desgarro es
tan profundo que no parece una casualidad.
No soy tan grande...
No, el vestido se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Es
imposible que lo haya tensado hasta hacerlo estallar.
¡Lucia!
—¡Maldita sea todo! —Aprieto los dientes con frustración,
siendo ya demasiadas humillaciones en el mismo día.
Salgo de la caseta, con la intención de volver a mi habitación,
cuando me topo con Gianna.
Me mira de arriba abajo, con una sonrisa de satisfacción en el
rostro.
—¿De verdad crees que puedes complacerle? —me pregunta,
la actitud tímida de antes ya inexistente—. ¿Crees que puedes
estar a la altura de sus... apetitos? —Sonríe, la implicación es
clara—. Se va a aburrir rápidamente de ti y ¿adivinas a dónde
vendrá? No sería la primera vez.
Dando un paso adelante, se acerca demasiado a mi espacio
personal y me hace sentir incómoda. Quiere intimidarme: la pobre
chica de pueblo con acento raro y vestido llamativo. Para ellos soy
el hazmerreír de la noche, y no me cabe duda que seguiré siendo
el blanco de sus bromas durante las próximas semanas.
—¿En serio? —pregunto, con la necesidad de ganar ventaja
corroyéndome. Me acerco, mi rostro apenas a un palmo de la
suya—. ¿Por qué no te unes a nosotros entonces? Estoy segura de
que a Enzo no le importará, y yo puedo mirar... y aprender. —Me
inclino hacia ella, cogiendo un mechón de cabello entre los dedos,
intentando imitar el suave coqueteo de Enzo.
—¿Qu-qué quieres decir? —tropieza con sus palabras, sus ojos
abriéndose de par en par.
—Si eres tan buena, quizá debería probarte primero, ¿no? —
Apenas salen las palabras de mi boca, ella me empuja y sale
corriendo del baño.
Sola, por fin, me derrumbo en el suelo de baldosas, con la
respiración agitada. Llevo mis rodillas al pecho y meto la cabeza
entre ellas.
—¿Por qué yo? —pregunto en voz baja, dirigiendo la pregunta
a nadie en particular, y a todos.
¿Qué he hecho yo para merecer tanto odio?
Es de noche cuando siento que Enzo se desliza en la cama a mi
lado, manteniéndose en su lado para que no nos toquemos.
Haciendo acopio de todo el valor posible, empiezo a hablar.
—No espero que me seas fiel —digo mientras respiro
profundamente—. Sé que los matrimonios de personas como
nosotros no se basan en la fidelidad y el amor, pero lo único que te
pido es que no me avergüences. No me dejes verlos, oírlos u
olerlos. Puedes follar con quien quieras. Realmente no me importa.
Solo déjame mantener mi dignidad. —Después de hoy, ya no sé si
la tengo.
Pero es la única cosa a la que estoy dispuesta a aferrarme. Voy
a estar bien, incluso si me mata. Es un voto que me hice a mí
misma y que voy a cumplir.
No habla por un momento.
—¿Realmente no te importa? —pregunta en voz baja, su voz
apenas audible.
—No me importa —miento.
—Bien —acepta, y por alguna razón esa sola palabra me
provoca un dolor sordo en el corazón—. No es que necesite tu
aprobación, pero gracias. Ahora podré ocuparme de mis asuntos
con la mente en paz —añade con sorna.
—Bien. Entonces confío en que no me molestes —le respondo,
tirando del edredón hacia arriba para tapar mi cuerpo y
acurrucándome dentro de su calor.
—Si eso es lo que quieres. —Y con eso, nuestra conversación
termina.
No, no es lo que quiero, pero es lo que voy a conseguir de
cualquier manera. Es mejor si al menos puedo tener un mínimo de
control sobre ello.
En el fondo, sabía que alguien tan llamativo como Enzo
estaría involucrado con innumerables mujeres, ya que ser
mujeriego es un atributo esencial de los hombres de nuestro
mundo.
Pero al mirar directamente el rostro de una de sus amantes, un
rostro casi tan llamativo como el suyo, me había dado cuenta de
que me estaba engañando a mí misma pensando que podría ser
diferente. Había pensado que porque no me había tocado cuando
había tenido muchas oportunidades antes, significaba que era un
hombre honorable que no se dejaba llevar por su polla.
Me equivoqué.
No era que fuera honorable.
Era solo que yo soy demasiado poco atractiva para él.
ENZO

La entrada es tal y como la recuerdo: oscura y envuelta en


nubes de humo de cigarrillo. Hago un gesto con la cabeza al
guardia de fuera y me dirijo al interior, pasando por los fuertes
ruidos que provienen de las habitaciones del primer piso. Hay
mujeres en todos los estados de desnudez, y los gruñidos y
gemidos masculinos impregnan el aire. La puerta de la derecha
está abierta y muestra una orgía con innumerables participantes.
Agacho la cabeza, las chicas habituales saben que no deben
entablar conversación conmigo.
Llego al último piso y golpeo suavemente. Una voz rasgada
me grita que entre, así que paso al interior. Está tumbada en una
tumbona roja orientada hacia las ventanas, lo que permite que la
luz del sol bañe sus rasgos.
Ni siquiera se gira para mirarme, solo mantiene su perfil -su
lado bueno- orientado hacia mí.
—Maman Margot —digo, y una pequeña sonrisa se dibuja en
mis labios. Ella levanta la cabeza lentamente y me devuelve la
sonrisa.
—Hijo mío. —Abre los brazos y no dudo en abrazarla.
—Has perdido peso, maman —digo mientras observo sus
mejillas demacradas y su piel cetrina. Justo en ese momento
empieza a toser, levantando una mano para que la deje recuperar
el aliento.
—Pásame ese vaso, ¿quieres? —Señala la mesa y yo se lo
alcanzo rápidamente.
—Maman, ¿esto es vodka? Creía que lo habías dejado. —Me
acerco el vaso a la nariz y lo huelo. Sí, vodka.
—Shh. Todavía no. —Agita la mano de manera desdeñosa,
cogiendo el vaso de mi mano y bebiéndose el contenido.
Maman Margot no ha tenido una vida fácil, y las muchas cosas
por las que ha pasado han dejado huella en su cuerpo, sobre todo
en su rostro.
Reprime la tos y se vuelve hacia mí, con su mejilla llena de
cicatrices oculta por las sombras.
—No esperaba que volvieras tan pronto. —Me acomodo frente
a ella, bajando por fin la guardia en lo que parece una eternidad.
—Hubo algunos acontecimientos inesperados —digo,
suspirando profundamente.
—¿Quieres contármelo? —Ella sonríe, las líneas de su rostro
profundizándose.
Maman Margot está en sus cincuenta, pero el cabello blanco y
su aspecto frágil no lo atestiguan. Tenía dieciocho años cuando
dejó su casa en Lyon para venir a Estados Unidos, queriendo
probar suerte en Hollywood y confiando en las promesas de un
oscuro agente.
Al principio consiguió algunas pequeñas actuaciones, pero sus
recursos se agotaron rápidamente, por lo que recurrió a lo único
que podía mantenerla a flote: la prostitución de alto nivel. Empezó
con directores y productores de cine, y su suerte parecía haber
cambiado.
Hasta que conoció a mi padre.
Seguía teniendo ojos de estrella, a pesar de vivir entre estrellas,
y su enamoramiento se había convertido rápidamente en
obsesión, por lo que había dejado Los Ángeles para seguir a mi
padre a Nueva York. Rocco también se había enamorado de la
joven belleza, y le había conseguido un apartamento en la Quinta
Avenida que empezó a frecuentar más a menudo.
Sin embargo, pronto mi madre se enteró. A ella no le habría
importado, ya que tampoco le importó la cadena de mujeres que
habían precedido a maman Margot, pero sí le importaba una cosa:
la deslumbrante belleza de Margot.
La aventura se interrumpió cuando una tarde, Maman Margot
salió a pasear a sus perros y un misterioso asaltante se abalanzó
sobre ella, aprovechando su falta de atención para dejarle una
cicatriz permanente en el lado derecho del rostro al arrojarle
ácido.
La policía no había conseguido atrapar al agresor, y a medida
que su aspecto se desvanecía, su cordura se atenuaba. Finalmente,
mi padre también la abandonó instalándola en uno de los muchos
clubes que poseía donde empezó a ganarse el pan trabajando de
nuevo. Pero esta vez, los clientes eran algunas de las peores
escorias de la humanidad.
Maman Margot había visto muchas cosas en su largo tiempo
de trabajo en esas condiciones, y la mayoría de las veces la
trataban como basura.
Sucedió que una noche los dos nos cruzamos. Ella me salvó y
más tarde yo le devolví el favor.
Tenía trece años cuando mi padre me inició en nuestro mundo.
Hice un juramento, y mi sangre derramada sirvió como promesa
de poner siempre a la famiglia3 en primer lugar. Rocco se esmeró
en explicarme todo el negocio, incluidos los restaurantes que
sirven de fachada a una red más amplia: el tráfico de personas.
Creo que no comprendí del todo lo que suponía el tráfico de
personas hasta que mi padre me llevó por primera vez a su club.
Todavía estaba luchando con mi recién encontrada madurez, y
la pubertad me estaba transformando lentamente de niño a
hombre.
—Estoy orgulloso de ti, hijo —me dijo mi padre dándome una
palmadita en la espalda y mostrándome el interior de una sala
privada llena de hombres hechos: hombres que habían matado y
mutilado por la famiglia.
Y yo quería ser como ellos. Quería que me vieran como algo
más que una cara bonita. Yo era un hombre hecho y derecho.
Pero no lo era.
Todos se habían unido rápidamente a la celebración,
contándome diferentes historias de su época en la mafia, cómo
habían escapado de la policía o cómo habían perfeccionado sus
técnicas de asesinato. Las anécdotas me cautivaron, y escuché
atentamente cada palabra, empapándome de la aparente sabiduría
de mis mayores. Porque eso es exactamente lo que quería ser:
temido, para que nadie más pudiera hacerme daño.
Puede que haya nacido en la mafia, pero abracé la vida de todo
corazón cuando aprendí que el mundo no es siempre colorido, y
que no todo es blanco o negro, también hay tonos grises. Lástima
que para mí se hayan inclinado demasiado hacia el lado oscuro.
3
Familia.
Y así, frente a la gente que idolatraba, no busqué otra cosa que
caerles bien. El alcohol corría a raudales, y a los mayores nada les
gustaba más que hacerme probar las distintas variedades,
riéndose cuando me esforzaba por no vomitar el sabor.
Aquella noche también fumé mi primer cigarrillo,
ahogándome con el humo y añadiendo diversión al espectáculo en
general.
Pero pronto, todo el mundo estaba demasiado borracho. Las
historias se habían desviado hacia conversaciones lascivas y
pronto las palabras se habían convertido en realidad.
Apenas me desperté cuando entraron las mujeres, a petición
especial de mi padre. Rápidamente se mezclaron entre los
invitados, encontrando cada una un hombre, y el verdadero
desenfreno había comenzado.
Excepto que, cuando empezó, yo quería estar en cualquier sitio
menos allí.
—Vaya —me había susurrado alguien al oído, y el olor a
perfume barato me había taponado las fosas nasales—, no puedes
ser real.
Más susurros, y de repente una mujer se había acercado
demasiado a mi espacio personal.
—Creo que nunca había visto a alguien tan guapo como tú.
¿Cuántos años tienes? —preguntó, acariciando mi brazo hacia
arriba y hacia abajo de forma sugerente.
Ni siquiera pude responder. El alcohol había llegado a mi
torrente sanguíneo y la habitación empezó a moverse, así que me
levanté y me dirigí a la salida, esperando que el aire fresco me
ayudara a recuperarme. No sé exactamente qué había pasado,
pero un minuto antes había estado en el pasillo y al siguiente en
una habitación ajena, con la sensación de una cama blanda bajo mi
cuerpo.
Había cerrado los ojos brevemente mientras la habitación
seguía girando conmigo. Un momento después, o quizás una
eternidad después (no había sido exactamente consciente del
tiempo), sentí unas manos sobre mi cuerpo. La niebla que cubría
mi mente dificultaba la percepción de lo que estaba sucediendo,
así que golpeé las manos contra los toques invasivos, con la
esperanza de detener a quien me estaba molestando.
Las manos habían cesado momentáneamente. Lo siguiente que
supe fue que me habían quitado la camisa y me habían bajado la
cremallera de los pantalones. Mis movimientos eran lentos y
descoordinados mientras intentaba detener a quien me estaba
tocando, mis manos empujando sus hombros.
No había funcionado.
Siguió la ropa interior y, de repente, me encontré
completamente desnudo. Algo debió de hacer clic en mi mente, y
no sé si fue el aire frío que rozaba mi piel, o los dedos helados que
acariciaban mi carne, pero dejé escapar un quejido estrangulado,
la palabra no saliendo de mi boca.
—Para. —El sonido había sido silencioso al principio, pero al
sentir más toques no deseados, empecé a retorcerme, usando las
piernas para patalear.
Tenía los ojos vidriosos y una espesa niebla me cubría la vista,
pero de alguna manera pude distinguir a un par de chicas que me
miraban, con sonrisas de satisfacción en sus rostros.
—Yo iré primero. —Recuerdo haber oído las palabras, y
cuando una boca húmeda cubrió mi piel, perdí el control. De
algún modo, en lo más recóndito de mi mente, había conseguido
darme cuenta de sus intenciones, y la idea de que volviera a
ocurrir me había impulsado a actuar.
Había luchado por sentarme y arrojar a la mujer fuera de mi
cuerpo, pero en el proceso yo también había caído, mi cara
golpeando el duro suelo, mi frente llevándose la peor parte de la
caída.
—Parece que soy el primero entonces. —No sé si mi mente me
estaba jugando una mala pasada, pero la segunda voz había sido
masculina, e inmediatamente después, unas manos callosas
habían tocado mi culo, moviéndose, tanteando.
—Te dije que te encontraría un chico guapo —había
comentado alguien, y un nuevo tipo de dolor me asaltó al sentir
un dedo empujando dentro de mi cuerpo. Solo salió un ruido
estrangulado, pero empecé a forcejear en serio, aunque mis
miembros no me obedecían.
Un peso se había instalado sobre mí, y mi boca solo podía
formar una palabra.
—Ayúdame.
No sé si conseguí pronunciar las palabras en voz alta o no,
pero súbitamente el peso había desaparecido, y unas voces
elevadas habían comenzado una pelea. De repente, una sábana se
había colocado sobre mi cuerpo, y una suave voz me había
susurrado palabras de consuelo al oído.
—Está bien, ahora estás a salvo. —Eso es lo que me había
dicho maman Margot la primera vez. Cuando se me pasó la
borrachera y recuperé la lucidez, ella se quedó a un lado, evitando
la luz directa que resaltaría sus cicatrices.
Pero para mí eso no había importado. Ya había visto
suficientes bellezas podridas en mi mundo, y sus imperfecciones
no le restaban valor a su hermosa alma. Ella me había salvado
aquella noche, y yo juré salvarla a ella también.
Me había llevado algo más de tiempo, pero había ganado
suficiente dinero para sacarla con seguridad del club y llevarla a
un bonito apartamento. Pero una vida tranquila no era para
maman, así que le había comprado un club y ella se había
convertido en la madame principal. Casi una década después, y
ahora es mi mejor amiga.
—¿Dónde se te ha ido la cabeza? —Sacude la cabeza, divertida.
—A la noche en que nos conocimos, y en cómo nunca te
agradecí debidamente lo que hiciste por mí.
—¿De verdad? Enzo, ¿cómo llamas a todo esto? —Señala su
chillón pero lujoso apartamento.
—Debería haberte hecho dejar esta vida; no debería haberte
permitido seguir. Ahora, mírate. Cada vez que paso por aquí
pareces más enferma.
Una sonrisa triste aparece en sus labios y deja escapar un largo
suspiro.
—Todos estamos destinados a morir algún día, Enzo. Pero no
nos desviemos hacia una charla morbosa, ¿no? Háblame de esos
acontecimientos inesperados. —Cambia su atención hacia mí, con
una sonrisa traviesa jugando en sus labios.
—Estoy casado —digo, levantando mi mano para que pueda
ver el anillo de bodas.
—Non, c'est pas vrais!4 —exclama, saltando de su sillón y
acercándose a mí para estudiar mi anillo—. ¿De verdad? ¿O se
trata de una broma? Ya sabes las ganas que tengo de ver a mis
4
¡No puede ser verdad!
petit fils5 antes de morir. —Agacha la cabeza y entrecierra los ojos
para ver el anillo.
—Es real —confirmo.
—Non —susurra incrédula—. Dime que no es la putain6, comme
s'apelle elle...7 —Hace una pausa, cerrando los ojos con
consternación.
—No, no es Gianna Guerra. Es alguien que conocí de camino a
Malta.
—Enzo... Mon Dieu!8 —Sus ojos se abren de par en par con
asombro—. Cuéntamelo todo.
Así lo hago. Le cuento todo nuestro viaje, hablándole también
sobre cómo he llegado a sentir un profundo respeto por ella, y
cómo mi admiración por su fuerte moral me había llevado a
considerarla como mi futura esposa y madre de mis hijos.
Termino con los acontecimientos de la boda, solo para encontrar a
maman mirándome con curiosidad.
—¿Qué?
—Es la primera vez que te oigo hablar positivamente de una
mujer. Me dan ganas de conocerla.
—La traeré la próxima vez...
—No, claro que no. —Maman me interrumpe
inmediatamente—. ¿Cómo puedes traer a tu mujer aquí? Non, no

5
Nietos
6
puta
7
Como quiera que se llame
8
¡Mi dios!
se hace. Pero me alegro de que hayas encontrado una chica tan
agradable. Cuéntame más.
—Ella es.... —-Hago una pausa, tratando de encontrar las
palabras—. Impredecible. No sé qué tiene, pero no se parece a
nadie que haya conocido. —Una sonrisa juega en mis labios—. No
le gusto, ¿sabes? Puedo ver el desprecio en sus ojos y, sin
embargo, no puedo contenerme.
—Enzo, ¿qué has hecho? —pregunta Maman de repente, con
los ojos entrecerrados. Me conoce demasiado bien.
—La atrapé —admito, y Maman levanta una ceja hacia mí—.
Hice lo que mejor sé hacer. La manipulé para que se casara
conmigo.
—¿Pero por qué?
—Es irónico, ¿no? Me he pasado toda la vida rechazando las
insinuaciones no deseadas de las mujeres, y la única mujer que me
intriga me odia a muerte. —Me levanto, cojo la botella de vodka y
me sirvo un vaso. Maman me pasa su vaso y también lo lleno.
Llevándome el vaso a los labios, doy un gran trago,
encendiendo después un cigarrillo.
—Veo lo infeliz que es aquí, pero no puedo contenerme. No sé
qué tiene ella, pero ha despertado algo primitivo en mí.
—Enzo, ¿estás enamorado? —Maman inclina la cabeza hacia
un lado, estudiándome.
Me río, porque no podría estar más equivocada.
—No, no es amor. No creo que sea capaz de dar ese tipo de
amor. No después de todo lo que pasó. —Maman es la única que
conoce mis secretos más profundos, mi vergüenza más insidiosa—
. Quiero poseerla... domar su espíritu salvaje. Quiero esconderla
del mundo para que nadie más pueda robármela. —Las palabras
salen de mis labios, y siento que me quito un peso de encima al
confesar esto.
Llevo semanas viviendo en un estado de puro tormento, la
idea de que Allegra se me escapara de alguna manera
corroyéndome día y noche. Lo había planeado todo al dedillo,
pero entonces ella tuvo que escuchar mi conversación con mi
padre. Mis dedos se aprietan alrededor del vaso de vodka, la
confrontación de esa noche todavía reproduciéndose en mi mente.
Estuve a punto de estallar y mi control se rompió. Tras años de
autodisciplina, parece que por fin he encontrado a alguien capaz
de hacerme reaccionar.
—¿Poseerla? —Suelta una pequeña carcajada—. Eso suena
bastante peligroso, Enzo. Es un ser humano, no una mascota.
—Y ahora es mía. Para siempre —digo con seguridad, lo único
que parece darme alguna satisfacción estos días.
—Hmm, por lo que dices, no parece muy dispuesta —observa
pensativa.
—Ya se le pasará. —Y aunque no lo haga, no hay vuelta atrás.
—Las mujeres somos seres delicados, mon fils9. Ella no entrará
en razón solo porque tú lo quieras. Y viendo que el vaso podría
romperse en cualquier momento, apostaría a que debe de haberse
metido bajo tu piel.
—Tuvimos un pequeño desacuerdo. —Le hago un rápido
resumen de nuestra discusión y los ojos de maman se abren de par
en par mientras sacude la cabeza.

9
Hijo
—Nunca pensé que fueras un gran romántico, Enzo, pero
tampoco que fueras tan bruto. Debes cortejarla si quieres que se
someta. No puedes esperar simplemente que acceda a tus
exigencias de cavernícola. Por lo que me has dicho hasta ahora,
ella solo ha visto tu lado duro. Muéstrale que también puedes ser
suave. Las mujeres aman lo suave.
—¿Y qué, chocolate y flores? —pregunto con sorna, casi
arrepintiéndome de haber sacado el tema.
—Mais bien sur que non10. ¡Enzo! A veces olvido que, a pesar de
tu alto coeficiente intelectual, tu inteligencia emocional es del
tamaño de un guisante.
—Vaya, merci pour le compliment11, maman. —le respondo
irónicamente, poniendo los ojos en blanco.
—C'est vrais, n'est pas12? Tienes que hacer algo más que lo
mínimo. —Levanta un dedo para acariciarse la barbilla,
pensativa—. Menos mal que me tienes de tu lado. Te ayudaré a
enamorar a tu mujer.
—No estoy seguro de querer su enamoramiento. No quiero que
malinterprete la naturaleza de nuestra relación. Solo la quiero
más... flexible.
—Oh, mi niño, tienes un largo camino por delante. La belleza
del romance es que no se basa en la realidad, sino en la ilusión.
Aliméntala con la ilusión y tendrás una esposa flexible.
Entrecierro los ojos ante ella. La idea es medianamente
atractiva pero no está exenta de dificultades.

10
Por supuesto que no
11
Gracias por el halago
12
Es verdad, ¿no?
—Pero, ¿qué pasa si realmente se enamora de mí?
—¿Y eso sería tan malo?
No respondo, porque no sé la respuesta. A una parte de mí no
le gustaría nada más que tener a Allegra enamorada de mí,
porque entonces sería completamente mía, pero otra parte tiene
miedo de que una vez que vea la adoración en su cara me dé asco,
como todas las anteriores.
Así que no, no quiero su amor, pero tampoco quiero su odio.
¿Me pregunto si hay un punto medio?

Un poco agobiado por el alcohol, me dirijo a la planta baja y


me recibe Nero, uno de los soldados de mi padre.
Aunque en teoría responde a mi padre, a lo largo de los años
hemos desarrollado un respeto mutuo. Puede que sea la única
persona de la organización a la que le confiaría mis tareas más
secretas.
Llegó a servir a la famiglia más o menos al mismo tiempo que
yo me inicié, así que nuestra proximidad en edad nos ha ayudado
a desarrollar un vínculo más estrecho. Aunque su pasado antes de
la famiglia es un misterio, su trabajo ha sido excelente.
Si alguna vez ha habido alguien que no se inmute ante la
crueldad humana, ese tiene que ser Nerón. Y eso lo convierte en el
soldado perfecto.
—Tu padre requiere tu presencia —dice con rigidez, señalando
con la cabeza el coche que espera.
Respiro profundamente, temiendo ya la interacción. No lo
había demostrado de cara al público, pero no le había gustado mi
decisión de casarme con Allegra. Hecho que había dejado
dolorosamente claro en el banquete, incluso mientras alababa la
unión a Benedicto Guerra. Me había alejado intencionadamente
del lado de Allegra, dejándola prácticamente en manos de los
lobos.
Tampoco dudo ni por un momento que él o mi madre
hubieran tenido algo que ver con el vestido que ella había llevado.
Aunque había desafiado abiertamente el código de vestimenta,
estaba magnífica con ese rojo. La forma en que su escote se había
hundido junto con sus pechos aún más acentuados por el ajuste
del vestido habían hecho que no mirara otra cosa durante toda la
noche.
Y no había sido el único.
La rabia vuelve a bullir en mi interior. La forma en que esos
hombres la habían mirado lascivamente, mirando algo que no les
pertenece...
Me está volviendo loco, y necesito controlarme.
El coche se detiene frente al club de mi padre y me bajo,
dirigiéndome directamente a su despacho.
—¡Mi hijo! —exclama, acercándose a besar mis mejillas antes
de indicarme que me siente.
—¿Había algo urgente, padre?
—He estado hablando con Tito y he decidido que te encargues
de los locales de Midtown.
Tito es el primo hermano de mi padre y su consigliere. Se ha
especializado en el mercado de valores, y se ha encargado de que
el patrimonio de nuestra familia se haya multiplicado a lo largo de
los años, hasta alcanzar cantidades demenciales.
—¿Qué motivó esta decisión? —pregunto, curioso. Las
sucursales de nuestro restaurante en el centro de la ciudad son las
más famosas y las más exclusivas. El hecho que padre haya
decidido cedérmelas no es poca cosa.
—Por fin eres un hombre, Enzo. Ahora tienes una esposa,
aunque sea una que no apruebo, y pronto tendrás una familia. No
será beneficioso para ti seguir viajando por tu negocio artístico, no
cuando estoy esperando ansiosamente un nieto.
Dejo que una lenta sonrisa envuelva mis facciones, mostrando
mi agradecimiento por tal oferta, pero en mi interior, pienso en lo
que no ha dicho. ¿Qué hará padre si me hago con el control?
—Por supuesto. Es muy generoso por tu parte, padre.
—Sin embargo, debes saber que espero convertirme en abuelo
pronto —reitera su punto, siendo claramente esta la razón
principal del repentino cambio de liderazgo.
No es la primera vez que padre saca a relucir su deseo de tener
un heredero. Desde que tuvo un derrame cerebral hace un par de
años, se ha enfrentado a su propia mortalidad, y a la posibilidad
de que su línea se extinga. Enseguida empezó a negociar un
contrato con Guerra, con el objetivo de que me casara y tuviera un
hijo a finales de este año. Lo había pospuesto todo lo posible, en
parte por mi aversión a Gianna Guerra, y en parte porque no
quería casarme.
¿Y ahora un niño encima de todo?
—Sí, efectivamente. Estoy seguro de que Allegra se las
arreglará para sorprendernos pronto —miento, porque ¿cómo
podría hacerlo si ni siquiera la he tocado?
Padre gruñe, y el tema cambia rápidamente a la gestión de los
restaurantes. Pasamos un par de horas esbozando las diferentes
estrategias, y padre deja caer que después que le haya dado un
heredero, y solo entonces, me incluirá en la otra parte del negocio
familiar -bien por mí-, ya que no tengo prisa por hacer ninguna de
las dos cosas.
Es tarde en la noche cuando finalmente llego a casa. Hemos
pasado toda la tarde reunidos con los subordinados de padre,
haciendo los planes para mi futura toma de posesión.
Me dirijo a la habitación, con los ojos pesados por el sueño, y
mis manos se apresuran a desabrocharme la camisa y quitarme el
resto de la ropa. Probablemente no debería haber consumido más
alcohol. Pero cuando los mayores beben, hay que seguir su
ejemplo.
Abro la puerta despacio, pasando de puntillas por la
habitación. Allegra ya está en la cama, y el suave sonido de su
respiración me hace saber que está profundamente dormida.
Apartando mi ropa, me deslizo bajo la sábana solo con los
calzoncillos. De espaldas, respiro profundamente, cerrando los
ojos y tratando de descansar.
—Mhmmm. —Los pequeños sonidos de Allegra me hacen
abrir un párpado. Se mueve un poco y se arrastra hasta mi lado de
la cama, acercándose a mí hasta que su pierna se apoya en mi
cuerpo y su brazo rodea mi vientre.
Parece que mi pequeña tigresa se siente atraída por mí, al
menos inconscientemente. Miro su rostro dormido, tan tranquilo y
tan desgarradoramente inocente. Al pasar la mano por su mejilla,
atrapo un mechón y lo muevo hacia atrás.
—Mhmmm. —Otro sonido se escapa de sus labios mientras
entierra su rostro en el pliegue de mi cuello, y los pequeños
movimientos cosquillosos me aseguran que, aunque tenga sueño,
otra parte de mí no lo tiene.
¡Maldita sea!
Si sigue así, no voy a poder dormir pronto y puede que tenga
que ir al baño.
Mis ojos se dirigen a su boca sonrosada, y la idea de sus labios
rodeando mi polla me hace gemir.
Esto no está funcionando.
¿Por qué pensé que sería una buena idea compartir cama? No
es la primera vez que tengo esta reacción hacia ella, así que debo
de ser un masoquista, y las bolas azules serán una constante en el
menú.
Cierro los ojos y cuento hasta diez.
Allegra levanta el rostro, recorriendo con su nariz mi clavícula
hasta llegar a mi cuello. Miro hacia abajo y me encuentro con sus
ojos, muy abiertos.
Se echa hacia atrás, como si hubiera sido quemada, con una
mirada de disgusto en su rostro.
—Una cosa que te pedí —empieza, la tensión irradiando de
sus rasgos—, solo una cosa.
—¿De qué estás hablando? —Frunzo el ceño. ¿Qué he hecho
esta vez? Ella es la que me molestó mientras dormía. Apenas
conseguí mantener las manos quietas y, aun así, soy el culpable.
—Apestas a la puta que acabas de dejar. ¿Ni siquiera tienes la
decencia de ducharte antes de meterte en la cama conmigo, tu
mujer? —Sube el tono de voz, con sus pequeñas manos cerradas
en puños a su lado.
—No es una puta —respondo, sin intención de dejar pasar el
insulto a maman Margot.
—Seguro que huele como una —se burla, inclinando la cabeza
hacia un lado y cruzando los brazos sobre el pecho.
—Aw, pequeña tigresa, ¿celosa? Pensé que tenía tu bendición.
—Ahora me divierte, y me pongo de lado, apoyando la cabeza en
el codo y observando la indignación que desprende.
—Sí, mientras no vea, huela o sepa. Está claro que te ha
agotado tanto que ni siquiera has podido reunir las fuerzas para
ducharte —murmura en voz baja, sin mirarme a los ojos.
—¿Curiosa? ¿Quieres que te enseñe lo que te estás perdiendo?
—me burlo de ella, acercándome y dejando que mi mano vague
por su cuerpo, con las puntas de mis dedos jugando con la curva
de su muslo desnudo. Su piel reacciona inmediatamente y se le
pone la piel de gallina bajo mi contacto.
Tengo que admitir que disfruto demasiado irritarla, así que
cuando la veo reaccionar así no puedo evitar empujarla más.
—Deja de hacer eso —susurra sin ninguna convicción.
Subo la mano por encima del camisón que lleva puesto y la
dejo reposar brevemente en la unión de sus muslos, con los ojos
fijos en su expresión. Sus ojos se abren de par en par y espero que
me aparte la mano en cualquier momento.
Pero no lo hace.
Los dos nos miramos fijamente a los ojos y es como si todo se
desvaneciera. Un suspiro se queda atrapado en su garganta, y mis
ojos bajan hasta su pecho, que sube y baja a cámara lenta, sus
pezones empujando contra las restricciones de su camisón. La
energía entre nosotros crece hasta una intensidad insoportable.
Su camisón ya se ha enrollado alrededor de sus caderas, y sus
bragas están a un solo toque de distancia. No sé qué me pasa. Se
suponía que esto era solo un juego, pero a medida que recorro la
superficie de su sexo cubierto, descubro que no puedo parar.
Suelta un ruido estrangulado cuando mis dedos bajan más
todavía, rozando su clítoris. Sus ojos casi se cierran y sus labios se
separan con asombro. Bajando más, presiono su entrada, el
material de sus bragas ya húmedo por su excitación.
Está mojada.
Deslizo la tela a un lado, la sensación aterciopelada de sus
jugos se encuentra con mis dedos y los recubre de jodida miel. Le
acaricio la entrada antes de localizar de nuevo su clítoris,
acariciándolo suavemente.
—Yo... —Allegra se queda sin palabras, con los ojos cerrados y
la espalda ligeramente arqueada.
Gime. El sonido es pura música para mis oídos, pero también
un estruendo evocador, y me sirve como pensamiento
aleccionador al darme cuenta que me dirijo hacia el punto de no
retorno. Así que hago lo único que puedo.
Abro la boca y lo arruino todo.
—Sí, así de fácil —empiezo, acercando mi cara a la suya, con
mi mano aún entre sus piernas—. La follé con los dedos hasta que
suplicó por mi polla, y solo entonces me introduje en su apretado
coño.
Sus ojos se abren de par en par por un segundo mientras la
claridad se asienta, mis crudas palabras resonando en sus oídos. Y
yo continúo.
—Ordeñó hasta la última gota de mi semen y siguió pidiendo
más. Dime, pequeña tigresa, ¿vas a suplicarme que te folle
también? Si dices “por favor, ¿podría...?"
Sus manos salen disparadas y me empuja fuera de ella. Su
labio se dobla con repugnancia y una fuerte bofetada aterriza en
mi mejilla.
—¡Fuera! ¡Lárgate y aléjate de mí, maldito imbécil! Tal vez esas
putas que parecen amar tanto tu polla te den un lugar para dormir
—me grita, empujándome con los pies hasta que me caigo de la
cama.
Bueno... Misión cumplida.
Me muerdo la lengua para no soltar mis otros pensamientos:
cómo el fuego de sus ojos o la forma en que está dispuesta a
luchar contra mí con uñas y dientes no hacen más que
endurecerme la polla, y la necesidad de inmovilizarla y mostrarle
exactamente lo que ambos nos estamos perdiendo es casi
abrumadora.
Pero no lo hago.
No cuando he trabajado durante años para mantenerme a
raya, para no dejarme gobernar por mis bajos instintos. Y así, para
evitar más tentaciones, me voy. Recojo mis cosas y me dirijo a la
habitación de invitados al otro lado del pasillo.
Cerrando la puerta tras de mí, dejo caer mi ropa en un rincón y
me desplomo sobre la cama.
—¡Dios! —gimo en voz alta ante mi propia estupidez. Porque
la culpa es mía por haber llevado el juego demasiado lejos, por
haberlo disfrutado demasiado.
Sin siquiera pensarlo, me llevo los dedos a la boca, probando
su esencia.
Dulce y a la vez picante... como ella.
Mi otra mano cae por debajo de la banda de mis bóxers para
agarrar mi polla insoportablemente dura.
—¡Mierda! —murmuro en el momento en que empiezo a
bombear mi mano sobre mi longitud.
Creo que nunca antes había estado tan duro.
Tardo menos de un minuto en correrme sobre mi estómago, la
imagen de Allegra con la boca abierta y mis dedos metidos en su
coño grabada para siempre en mi mente.

Después del pequeño incidente, me mantengo alejado de ella


para no hacer que me odie aún más. No es que no tenga a alguien
vigilándola las veinticuatro horas del día, pero las palabras de
maman siguen resonando en mis oídos, y tengo que encontrar una
manera de salvar la distancia que nos separa.
Enamorarla.
¿Pero cómo?
Nunca me he esforzado con una mujer, ya que he pasado la
mayor parte del tiempo huyendo de ellas en lugar de intentar
caerles bien, así que no sé cómo darle la vuelta a nuestra relación
cuando hasta los momentos más mundanos se convierten en un
campo de batalla. No es que no sea en gran parte mí culpa, pero
me parece que no puedo evitarlo cuando se trata de ella.
—Acaba de salir de casa —suena la voz de Nero desde el otro
lado de la línea.
—¿Adónde va?
—De compras. Tiene cinco guardias con ella. —Me da una
breve descripción de lo que lleva puesto, así como su estado de
ánimo.
—Envíame un mensaje con la ubicación cuando llegues —le
digo, y cuelgo.
Hay una cosa que he aprendido sobre Allegra en nuestra corta,
aunque intensa relación: tiene un carácter demasiado fuerte y
volátil, con una vena independiente que hierve a fuego lento bajo
la superficie. Una combinación mortal para alguien que ha estado
confinada toda su vida. Al encontrarse de repente en una gran
ciudad, con un sinfín de oportunidades al alcance de su mano,
podría pensar que puede hacer lo que quiera.
Pero no puede.
Es lo que he temido todo el tiempo, desde el momento en que
la conocí y reconocí su potencial. Era como una gema sin pulir, no
apreciada y subestimada, a la espera de que alguien apreciara su
verdadero valor. Después de haber estado rodeado toda mi vida
de mujeres intrigantes y confabuladoras que solo querían una cosa
de mí, era demasiado refrescante estar cerca de ella.
Tuve suerte de llegar a ella primero, pero ahora es cuestión de
asegurarse que nadie me la robe.
Es lo que me preocupaba desde el principio, y la razón por la
que me había tomado tantas molestias para asegurarme de que
estaría atada a mí para la eternidad. Solo fui el primero en verla
como lo que realmente es, pero ciertamente no el único.
La idea de que salga sola al mundo, donde puede conocer a
cualquiera -enamorarse de cualquiera- me vuelve loco. Y con su
fuerte aversión hacia mí, la posibilidad de que sucumba al encanto
de un don nadie es aún mayor.
¡Maldito sea todo esto!
—Siento interrumpir esta reunión, pero hay algo más que
requiere mi atención urgentemente —me dirijo a la junta directiva
del restaurante, poniéndome en pie y saliendo de la sala.
En pocos minutos, estoy en mi coche y listo para salir,
esperando el mensaje de Nero. Golpeo el dedo contra el volante y
mi mente no deja de torturarme con diferentes escenarios. De
Allegra siendo libre sonriendo a hombres desconocidos, de ella
ruborizándose ante sus cumplidos...
Mi puño se estrella contra el tablero del coche justo cuando
suena mi teléfono, mostrándome que su destino está a unas
manzanas de mí.
Arranco el coche y paso por delante de unos grandes
almacenes de alta gama. Nero está al otro lado de la calle y me
hace un gesto con la cabeza, indicándome dónde está Allegra.
Al entrar en los grandes almacenes, me aseguro de
mantenerme en un segundo plano, limitándome a observar sus
movimientos.
Está mirando algo de ropa, con las cejas fruncidas mientras
mira los vestidos.
Es ahora cuando me doy cuenta de que debería haber prestado
más atención a su falta de ropa: había visto la pequeña maleta que
había traído, con las pocas pertenencias que había metido dentro.
Sigo observándola mientras coge un vestido del perchero, lo
pone contra su cuerpo y comprueba su ajuste en el espejo. Su
mano roza la etiqueta del precio y sus ojos se abren de par en par.
—Nero, dile que debe comprar lo que quiera, sin importar el
precio —le informo por teléfono, pero luego hago una pausa,
pensando en otra cosa—. No, mejor aún, dile que soy un avaro y
que odio gastar de más, sobre todo en ropa, y que me pondría
furioso ver la factura.
—Sí, señor.
Se dirige a Allegra y le susurra algo al oído. Su expresión un
claro indicio, y sus labios subiendo lentamente en una sonrisa
traviesa. No pierde el tiempo y vuelve a coger el vestido y algunos
otros. De hecho, pronto tiene los brazos llenos de ropa y se dirige
a los vestuarios.
Sin perderla de vista, me acerco un poco más, escondiéndome
detrás de una columna. Ella no debería poder verme desde su
ubicación, pero yo la tengo a la vista.
Nero, que la está esperando, me hace una señal con el pulgar
desde el otro lado de la sala.
Allegra abre la cortina, con la incertidumbre escrita en su
rostro mientras se pone delante del espejo más grande del
probador. Está impresionante con un vestido negro demasiado
corto para mi gusto, ya que sus esbeltas y tonificadas piernas
destacan de una manera que me hace sentir físicamente
incómodo.
—Nero —le llamo de nuevo, dispuesto a probar la psicología
inversa una vez más—, dile que me encantan los vestidos sexys, y
que cuanta más piel muestren, mejor; asegúrate también de que
piense que no encuentro atractiva la ropa conservadora en
absoluto.
Nero hace lo que se le ha dicho, y Allegra parece pensativa por
un momento, con los ojos todavía clavados en la forma en que el
vestido abraza su cuerpo.
Miro a mi alrededor, temiendo que otras personas puedan
verla también.
Finalmente, deja de lado las prendas más reveladoras a favor
de la ropa de abuelita, más recta y horrible.
Reprimo un gemido, satisfecho con su elección, pero sintiendo
pena por mis pobres ojos para el futuro inmediato.
Dios, realmente quiere fastidiarme.
Una vez pagada la cuenta, pasan a otra tienda y Allegra
empieza a mirar zapatos, probándose diferentes estilos.
Casi me siento aliviado de que esta excursión vaya a terminar
pronto, pero con el rabillo del ojo veo que un vendedor se dirige
hacia ella, un vendedor masculino.
Nero gira inmediatamente la cabeza para ver mi reacción y le
hago una señal para que le preste atención a ella.
Está sentada en una silla de felpa, esperando. El vendedor le
trae otro par, se arrodilla frente a ella y saca los zapatos de la caja.
Observo, estupefacto, cómo le pone la mano en el pie,
ayudándola a ponerse los zapatos. Allegra está totalmente
concentrada en los zapatos -su única salvación-, pero el chico no
oculta su mirada abierta a las piernas de ella, su mirada
moviéndose hacia arriba.
Le hago una breve señal a Nero, y lo que sea que le diga a
Allegra hace que se levante y se apresure a volver a la tienda de
ropa.
Con el camino despejado, salgo de mi escondite y me dirijo
directamente al dependiente que sigue en el suelo, con los ojos
puestos en su figura en retirada. Me siento frente a él, ocupando el
lugar que Allegra acaba de dejar libre.
—¿Puedo ayudarle? —pregunta cuando por fin se da cuenta
que estoy frente a él.
—Sí, de hecho, puedes. —Le sonrío alegremente,
agachándome para susurrarle al oído—. Vuelve a tocar a la
señorita y te cortaré las manos.
Se echa hacia atrás, con la sorpresa escrita en sus facciones.
Con los ojos muy abiertos, empieza a tartamudear.
—¿Qu-qué...? ¡No puede hacer eso!
—Puedo, y lo haré. —Y para demostrarle que no estoy
bromeando, saco un cuchillo de mi chaqueta, trazando el contorno
de su camisa delantera y abriendo un botón—. O tal vez pueda
hacer algo peor... —Me detengo, y mi cuchillo baja hacia su polla.
—No la tocaré, hombre. Ni siquiera la miraré... —el chico
gime, cayendo sobre su trasero, con el miedo escrito en su cara.
—Bien. Entonces nos entendemos.
Me levanto y le recuerdo a Nero que borre la grabación de la
cámara de seguridad antes de irse. Justo cuando retomo mi lugar
en las sombras, Allegra regresa, casi sin aliento, e intenta
explicarle a Nero que no ha olvidado nada en el vestuario.
El dependiente ya se ha marchado, así que sigo observando
alegremente el resto de la compra, en la que Allegra gasta
alegremente lo que debe creer que es una fortuna, pero que en
realidad es solo calderilla.
Por fin, parece satisfecha con sus compras y se dispone a
volver a casa.
Y yo por fin puedo concentrarme en mi trabajo.
ALLEGRA

Dando vueltas en la cama finalmente renuncio a la esperanza


de dormirme pronto. Por tercera noche consecutiva, Enzo no ha
vuelto a la habitación. Mentiría si una pequeña parte de mí no se
preguntara dónde pasa las noches, o con quién.
¡Maldita sea!
¿Por qué me sigue importando lo que hace ese diablo? ¿Incluso
después de que se burlara claramente de mí? Le di una
oportunidad, y se aprovechó al máximo.
Había estado tan cautivada por él esa noche, que habría dejado
que me hiciera cualquier cosa, pero por supuesto que no lo haría,
no cuando el único momento en el cual puede mostrar interés en
mí es cuando quiere humillarme. Ha dejado muy clara su
posición: no soy su tipo. Debería estar agradecida por ello y, sin
embargo, cuando me tocó, mi mente se quedó en blanco. Lo miré
a los ojos y me perdí.
¡Débil!
Por mucho que odie admitirlo, Enzo tiene un cierto
magnetismo que no solo reside en su perfecta apariencia. No, hay
algo más en la forma en que se comporta, o cómo su voz ardiente
puede derretir...
—¡Maldita sea! —murmuro en voz alta, deseando que mi
cerebro se calle.
Tengo que dejar de pensar en él y en su sonrisa que hace caer
las bragas.
—Desde luego, esa noche había estado dispuesta a bajarme las
bragas por él —me digo, molesta por haber mostrado tal debilidad
cuando acababa de empezar a creerme inmune a él.
Mis pensamientos me traicionan y el sueño me evita, así que
decido que necesito una distracción. Un rápido vistazo al reloj me
dice que es de madrugada. No debería haber nadie en la casa.
Me pongo una bata sobre el camisón y me dirijo al primer piso
hacia la hermosa biblioteca que había visto.
Toda la casa está inquietantemente silenciosa, y hago todo lo
posible por no llamar la atención de nadie mientras camino por el
pasillo y abro la puerta de la biblioteca.
Los muebles de madera de sándalo adornan toda la habitación,
y en cada pared hay estanterías hasta el techo, todas llenas de una
variedad de libros.
Cierro la puerta tras de mí y miro con asombro los lomos
viejos y desgastados, pero sobre todo admiro el hecho de que se
trata de piezas claramente de colección. Al rozarlos con la mano,
siento casi vértigo por estar en la misma habitación con tantos
libros.
Hago un rápido inventario de los títulos y observo que la
mayoría son anteriores al siglo XIX. Algunas secciones tienen
títulos duplicados, en diferentes ediciones y en varios idiomas.
Cuando llego a ‘El Príncipe de Maquiavelo’, me sorprende contar
más de veinte volúmenes, siendo el más antiguo una edición del
siglo XVII.
—Dios, esto debe ser caro. —Lo abro con cuidado, inhalando
el aroma del papel gastado y dejando que las yemas de mis dedos
sientan su textura.
Volviéndolo a dejar en la estantería, sigo adelante, observando
una impresionante colección de autores griegos. Hay una pared
entera dedicada a las obras de Platón, Aristóteles, Eurípides y
otros nombres que nunca había escuchado; pero el libro que más
me llama la atención es ‘El Simposio’ de Platón, un libro que había
estudiado en ensayos, pero que nunca había leído en su formato
original.
Apenas puedo contener mi emoción cuando cojo el ejemplar y
empiezo a leer. Me acuesto en una de las cómodas sillas del fondo
de la sala y me pierdo en las páginas del libro.
Estoy tan fascinada por el contenido del libro que ni siquiera
oigo cuando alguien entra en la biblioteca. Solo me doy cuenta de
la presencia de otra persona cuando me quitan el libro de las
manos.
—¿Qué? —Me sobresalto al ver a Enzo plantado frente a mí,
con el libro ahora en sus manos.
—Interesante elección —comenta, levantando una ceja hacia
mí—, debería haber sabido que tus gustos se inclinan hacia lo... —
Una sonrisa asoma en su cara—. Picante.
—¿Dónde está lo picante? —Frunzo el ceño, y no pienso darle
una oportunidad esta vez—. Se trata de desestructurar el amor
como un concepto filosófico. En ninguna parte habla de sexo. Pero
no debería sorprenderme si tu mente está siempre en ese tema.
Me pongo de pie y le arrebato el libro de la mano.
—¿Alguna vez no piensas en el sexo? —Levanto una ceja y me
muevo para evitarlo y así salir de la biblioteca.
No estoy dispuesta a entrar en otra discusión, y lo mejor es
retirarse.
—¿Estás segura de eso? —Me coge de la muñeca, girándome, y
termino apoyada contra una estantería. Sus dedos suben
lentamente por mi brazo y me esfuerzo por no estremecerme ante
el contacto. Su palma toca la mía, casi uniéndose en un sutil
abrazo, antes que el libro desaparezca de mi mano una vez más.
—¿Sabías que, en el original griego, el Simposio utiliza solo
eros para el amor? Ahora, ¿por qué Platón haría eso cuando el
griego antiguo tiene una abundancia de palabras para el amor, si
el propósito no era enfatizar el amor como deseo?
—Te equivocas. —Levanto la barbilla, dispuesta a luchar
contra él si es necesario.
—¿Me equivoco? Hay una razón por la que usó eros, porque el
deseo no es solo sexual. También está el deseo de poseer la belleza,
de poseer lo que nos agrada —continúa, con sus ojos evaluándome
con atención. Reprimo una carcajada.
Por supuesto que se burlaría de mí, aunque sea de forma
encubierta.
—Pero esa es la cuestión, ¿no? El amor no se siente atraído por la
fealdad —cito el pasaje que me tocó la fibra, porque justificaba las
acciones de todas las personas que me han hecho daño en esta
vida. Y porque, según esta lógica, soy demasiado poco atractiva
para merecer el amor.
Pero me niego a creerlo.
—Puedes insultarme todo lo que quieras, pero ya he
terminado de lidiar contigo. —Aprieto los dientes y empujo contra
él.
—Tranquila, pequeña tigresa, estás distorsionando mis
palabras. No te estoy insultando. Tanto la belleza como la fealdad
son subjetivas —intenta explicarse, pero estoy harta de él y de su
mundo superficial.
—No. Tú eres el que distorsiona el significado de esto. —Me
agarro al libro, pero él no lo suelta. Ambos nos aferramos a una
esquina, nuestros ojos encontrándose y teniendo su propia batalla
personal—. No estás entendiendo nada. El mejor tipo de amor es
el que te completa, no el deseo que es puramente físico. Aquellos
que una vez fueron un solo ser fueron separados por los crueles
dioses, condenados a buscar a su otra mitad durante toda la
eternidad, a no estar nunca completos sin ellos. —Mi voz tiembla
con la intensidad de mi pasión, porque, ¿y si existe mi alma
gemela, mi otra mitad? Será capaz de aceptar y amar todo de mí,
incluyendo mi fealdad.
—¿Quién habría pensado que serías tan romántica? Tú, la
cínica que proclamaba estar tan vacía. Me pregunto qué es lo que
te haría completa.
—Tú no. —Las palabras salen acusadoramente de mi boca y
sus cejas se disparan en un desafío.
—De verdad —dice, acercándose y haciéndome retroceder
hacia el mueble, con las baldas clavándose dolorosamente en mi
piel—, qué pena que sea yo el único que te llene, pequeña tigresa.
—Su mano sube lentamente por mi cuello y sus dedos rodean mi
garganta ejerciendo una suave presión.
¡Suéltame! —Mis fosas nasales se agitan a medida que
aumenta mi ira—. No quiero las sobras de nadie. —Disfruto de la
forma en que sus ojos se abren de par en par cuando el insulto da
en el blanco.
—Pequeña tigresa, parece que estamos en un punto muerto. —
Su pulgar acaricia mi piel con movimientos circulares, aplicando
cada vez más presión a su agarre—. Tienes que aprender a
envainar estas garras tuyas —dice mientras su otra mano se aferra
a mi muñeca haciendo que el libro caiga al suelo—. Soy paciente,
pero incluso yo tengo un límite.
—¿Ah, sí? —pregunto inocentemente, mirándole—. No te
tengo miedo, Enzo Agosti. Así que adelante, hazlo lo peor que
puedas.
—¿Lo peor? —Se ríe mientras su pulgar sube y pasa por debajo
de mi barbilla, empujándola hacia arriba para que le mire
fijamente a los ojos. Está tan cerca que puedo sentir su aliento en
mi piel—. ¿Y si quiero hacerlo lo mejor posible? —Su pregunta me
desconcierta por completo, y mis ojos se abren de par en par por
un segundo antes de darme cuenta de su intención.
Y entonces sus labios están sobre los míos.
Estoy tan sorprendida que me quedo congelada en el sitio.
Sus labios son suaves y delicados, todo lo contrario a él. Poco a
poco va provocando una reacción en mí, y justo cuando empiezo a
devolverle el beso, se detiene.
—Las cosas rara vez son lo que parecen, pequeña tigresa. —Da
un paso atrás, con los ojos todavía clavados en mis labios—.
Juzgas demasiado rápido. Eros es, en efecto, deseo, pero no
siempre es físico. —levanta un dedo hacia mi frente—. A veces
deseamos la mente de alguien, y queremos poseer su espíritu. —
Su mano baja, las yemas de sus dedos rozando mi pecho antes de
posarse sobre mi corazón—. Es fácil tomar el cuerpo, el alma es la
que está siempre fuera de alcance.
Alejo su mano.
—Tienes razón. Siempre puedes tomar mi cuerpo por la
fuerza, pero nunca tendrás mi alma —respondo triunfantemente.
—¿Es eso un reto? —Enarca una ceja, casi divertido.
—Es una afirmación —digo con confianza.
—Allegra, Allegra —hace un sonido de tsk, sacudiendo la
cabeza lentamente—. ¿Qué voy a hacer contigo?
—¿Dejarme en paz? —pregunto, con un tono juguetón y
esperanzado al mismo tiempo.
—Tal vez debería —empieza, y me sorprende su rápida
aceptación, pero luego termina la frase con un encogimiento de
hombros—. Sin embargo, eso no significa que lo vaya a hacer. —Y
mi cara cae hacia una mueca de decepción.
Se da la vuelta para marcharse, pero no antes que capte el
ligero tirón de su boca debido a la satisfacción de tener la última
palabra.
Sola en la biblioteca, vuelvo a coger el libro con la intención de
terminarlo. Al final, tengo que admitir a regañadientes que Enzo
podría haber tenido la razón.
El deseo se vuelve cada vez más matizado, pasando de ser
superficial a algo más profundo, y al final el amor que nace del
deseo lo abarca todo. Se vuelve completo porque al desear el alma -
la esencia misma del ser- todo se vuelve hermoso.

—¿Qué quieres decir con que tengo que bajar? —digo mientras
miro a Ana con incredulidad.
—Lo siento, pero la señora ha dicho que, a partir de ahora, si
quieres comer, tendrás que venir al comedor. Ha prohibido a
todos los miembros del personal que te traigan comida.
Había intentado evitar a Lucía todo lo posible, prefiriendo
comer en la habitación antes que arriesgarme a otro
enfrentamiento con ella. Parece que mi plan la había enojado lo
suficiente como para incitarla a hacer esto.
Aprieto los puños, la frustración corroyéndome.
Con Enzo y Rocco fuera la mayoría de los días, solo estamos
Lucía y yo, lo que significa que no tiene que fingir que es algo más
que la bruja despiadada que es. ¿Y ahora amenaza con matarme
de hambre si no sigo sus mandatos?
Sacudo la cabeza, sin saber cómo proceder. Sé que lo hace con
el objetivo de irritarme y sacarme a la luz para poder
atormentarme más. Es una pena para ella que no vaya a
permitirlo. Tendré que estar atenta.
Asintiéndole a Ana, salgo de mi habitación, preparándome
mentalmente para luchar contra el monstruo.
—Ahí estás —sonríe mi suegra cuando me ve, y observo que
no estamos solas en la mesa.
¿A qué juegas, Lucía?
—Me alegro de volver a verte, Allegra. Tenía ganas de
pasarme por aquí. No llegamos a conocernos bien la última vez, y
esperaba remediarlo. —Agita las pestañas y le sonríe a Lucía
mientras dice esto.
Tampoco se me escapa que están hablando en inglés, sabiendo
perfectamente que me cuesta la pronunciación.
Pongo mi mejor sonrisa falsa y tomo asiento en la mesa. El
estómago me ruge, ya que el día anterior tampoco comí mucho.
Miro la variedad de comida: pasteles, sándwiches, galletas…
Cosas que no he comido nunca.
—Lucía, no creo que Allegra haya visto esto antes —se ríe
Gianna al verme mirando la comida. Levanto la mirada,
frunciendo el ceño.
—Es el té de la tarde inglés —dice Lucía, con cara de
suficiencia.
—Pero no es por la tarde. —Frunzo el ceño.
—Vaya, vaya. —Lucía se pone la mano delante de la boca,
ocultando una sonrisa—. A veces se me olvida que eres del
campo. Seguro que allí no tienen eso. —Su tono delata la
satisfacción que siente al señalar mi descortesía.
No sabe que en el campo apenas tenía comida, así que no es
como si fuera a rechazar nada.
Me encojo de hombros y empiezo a apilar comida en mi plato.
Voy a comer y a salir de aquí.
Los sándwiches no tienen mala pinta, así que les doy un
bocado, sorprendiéndome de que me guste el sabor.
—Le gusta —afirma Gianna, con una sonrisa malvada jugando
en sus labios.
—Claro que sí, es comida —le digo, poniendo los ojos en
blanco. Probablemente no ha pasado hambre ni un solo día en su
vida.
—Oh, querida, ¿tal vez deberíamos decirle lo que es? —
pregunta Lucía, con los ojos fijos en mí.
—¿Y arruinar su comida? No deberíamos. —La falsa
preocupación de Gianna es obvia, pero es aún más el hecho de
que se hayan metido con la comida de alguna manera.
Miro el sándwich y noto que hay una especie de pasta dentro.
Sabe a carne, así que no puedo imaginar qué otra cosa podría ser.
—¿De qué estás hablando?
—Ese sándwich que tanto te gusta está hecho con testículos de
jabalí. Un manjar, o eso he oído. —La mirada de pura
condescendencia en el rostro de Lucía me dice que todo esto fue a
propósito.
Es decir, otra humillación más, ¿no? Pero esta vez tuvo que
meter a Gianna Guerra, su perfecta nuera.
¡Vamos a burlarnos de la campesina!
No les doy la satisfacción de mostrar una reacción. En su lugar,
me limito a encogerme de hombros y a seguir comiendo.
La comida es comida, ¿no?
—¡Vaya, muchas gracias! —añado, con la boca llena de
comida—. No tenías que tomarte tantas molestias para
conseguirme un manjar. Puedo comer cualquier cosa, de verdad
—digo mientras vuelvo a morder el sándwich.
Sus expresiones son escandalizadas, y sus bocas están
entreabiertas del asco al verme tragar el bocadillo con mucho
gusto.
—Sabes, en mi pueblo tenemos un manjar con lengua de vaca.
Debería prepararlo para ti la próxima vez, para agradecerte esto.
—Sus rostros se desploman ante la mención de la lengua de vaca,
y yo trato de no sonreír. En su lugar, continúo:
—Ah, y vísceras. Creo que la gente de las grandes ciudades ya
no come vísceras. Quiero decir...
—Creo que es suficiente —me interrumpe Lucía, con el rostro
casi verde—. Ana, por favor, retira la comida.
—Pero —empiezo, pero me doy cuenta que no se puede
razonar con ella. Así que doblo mi camisa hacia arriba, creando
una pequeña bolsa y, cogiendo toda la comida que me cabe en las
manos, la meto dentro.
Tanto Gianna como Lucía me miran asombradas, pero no
espero a que me pongan otra pega. Me pongo en pie, dispuesta a
salir.
Paso por delante de ellas con la intención de volver a mi
habitación, y no me doy cuenta de que Gianna extiende
lentamente su pierna. No hasta que tropiezo con ella, cayendo de
bruces al suelo. La comida se derrama de mi bolsa improvisada,
rodando por el suelo. La comida más blanda se convierte en
papilla bajo el peso de mi cuerpo, y siento que se pega a mi ropa.
—Ops —ríe Gianna, y Lucía no tarda en unirse, ambas
riéndose de mí.
Maldita sea.
A estas alturas ni siquiera me importa la humillación, pero me
duele la rodilla, y también está mi hombro, con una herida apenas
curada. Cabe decir que no estoy bien.
Mi boca se abre en un gemido bajo de dolor, y mis ojos se
aprietan en un intento de soportarlo.
Oigo un jadeo y unos brazos fuertes me levantan.
—¿Estás bien? —Abro los ojos y veo una expresión de
preocupación en la cara de Enzo.
—Qué tonta, ¿estás bien, Allegra? Habrá tropezado, ¿no? Estos
suelos son muy resbaladizos —interviene Lucía rápidamente, pero
Enzo ni siquiera le hace caso.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar y yo le doy un lento
asentimiento.
Sin previo aviso, me levanta en brazos, y mis brazos le rodean
el cuello, sujetándolo para apoyarme.
Se vuelve hacia la pareja de la mesa del comedor y las palabras
que dice son las que menos esperaba de él.
—Gianna, no tienes nada que hacer en esta casa y confío en
que sea la última vez que te vea por aquí. Madre, si tanto quieres
verla, hazlo fuera de la casa. Ella no es bienvenida aquí. Esta es la
casa de Allegra también ahora, y confío en que no la harás sentir
incómoda.
No espera a que le responda y me lleva por las escaleras hasta
mi habitación. Abre la puerta de una patada y me tumba en la
cama.
—¿Dónde te duele? —Se arrodilla frente a mí y me examina
para ver si tengo alguna herida.
—Estoy bien —digo por fin, pero la respuesta no le satisface.
Empieza a tirar de mi camisa hasta que la cicatriz de mi herida es
visible. Se inclina para inspeccionarla y sus dedos se posan sobre
ella.
—¿Te duele? —vuelve a preguntar y yo niego con la cabeza.
—Allegra. Tienes que decirme si te duele algo. Si no, no puedo
ayudarte.
—¿Por qué lo harías? —pregunto, en voz baja. No es como si él
no me hubiera estado aterrorizando también. Su familia solo tomó
una ruta más directa.
—Porque hice un juramento para protegerte. Y eso es lo que
voy a hacer.
—¿En serio? —pregunto burlonamente—. ¿Y quién me
protegerá de ti? —Porque si bien las bromas y burlas de Lucía y
Gianna duelen, no tienen el potencial de hacerme un lío por
dentro como lo hace él.
—Nadie. Eres mía para hacer lo que quiera.
—Sí, lo soy, ¿no? —resoplo—. Soy el juguete que solo tú
puedes romper.
—Tienes razón en eso, pequeña tigresa. Excepto que ahora
mismo quiero arreglarte. Así que dime, ¿dónde te duele? O puedo
encontrarlo por mí mismo. —Sus manos van al dobladillo de mi
falda, tirando de ella lentamente.
—Para eso. —Le quito la mano de un manotazo. En su lugar,
extiendo la pierna y le muestro el moratón de mi rodilla.
Sus fríos dedos tocan la piel de alrededor, y un escalofrío me
recorre la columna vertebral, poniéndome la piel de gallina por
todo el cuerpo.
—Tenemos que desinfectar esto. —Se levanta y se dirige al
cuarto de baño, del cual vuelve con un pequeño botiquín de
primeros auxilios.
Empapa una gasa con desinfectante y empieza a pasarla por
mi piel.
—Auch. —Me estremezco ante el repentino escozor, pero su
aliento caliente me cubre la piel y mitiga parte del dolor.
—¿Te ha pasado esto antes? —me pregunta en voz baja, con
sus dedos trabajando en mi pequeña herida.
—No es nada que no pueda soportar —respondo, girando la
cabeza hacia un lado. No necesito que luche mis batallas por mí.
No cuando soy capaz de defenderme sola.
—Allegra... —Se echa hacia atrás, soltando un profundo
suspiro—. Solo... la próxima vez que ocurra algo así, dímelo.
—¿Y qué puedes hacer?
—Enviar a mi madre de vuelta a Italia —responde, con
expresión seria.
Mis ojos se abren un poco ante su respuesta, pero decido
cambiar de tema, no queriendo ser la causa de una ruptura entre
madre e hijo.
—Tu madre y Gianna.... ¿son amigas desde hace mucho
tiempo? —pregunto, tratando de entender el enojo de su madre
hacia mí.
—¿Madre y Gianna? —Enzo levanta una ceja, divertido—.
Nunca. Antes no se soportaban. Madre siempre hablaba mal de
Gianna. Hasta que llegaste tú.
—Ya veo.
Ella está haciendo el enemigo de mi enemigo es mi amigo, todo
para hacerme sufrir. ¿Pero por qué?
—Ya está, hecho —dice después de ponerme la tirita en la
rodilla.
—Gracias. —Me vuelvo a poner la falda sobre la pierna,
sintiéndome de repente un poco incómoda. Debe ser la primera
vez que tenemos una conversación decente sin pelearnos.
—Ahora, ve a cambiarte de ropa. Tenemos que ir a un sitio.
—¿A dónde?
—A visitar a mi hermana.

Miro por la ventana del coche, contemplando las vistas del


exterior. Enzo no ha dicho ni una palabra desde que salimos de
casa, y de alguna manera el silencio es ensordecedor.
—¿Por qué está tu hermana en un convento? —pregunto
finalmente. Sé que tiene hermanas mayores que ya están casadas,
así que me ha sorprendido saber que una hermana vive en un
convento.
Sus facciones se tensan ante mi pregunta y sus manos se
agarran con más fuerza al volante.
—Está criando a su hija allí —contesta de forma breve y
cortante, pero eso no hace más que aumentar mi curiosidad.
—¿Y el padre? ¿No está casada?
No responde. En su lugar, pisa el freno y detiene el coche en el
arcén.
—No está casada. Y no quiero oírte hablar de eso delante de
ella.
Frunzo el ceño, sorprendida por su reacción.
—Pero...
—La violaron. Hace dos años. Así es como se quedó
embarazada. Mi padre no podía soportar esa vergüenza en su
casa, así que la envió al Sacre Coeur.
No hay duda de que Enzo se preocupa mucho por su hermana,
no con la forma en que apenas se contiene mientras explica las
circunstancias de su exilio.
—No voy a decir nada —respondo y él me dedica un
asentimiento forzado, por lo que me siento obligada a
explicarme—. No la desprecio, ¿sabes? No es vergonzoso que
haya querido quedarse con su hijo.
Me dedica una mirada antes de responder con severidad.
—Díselo a toda la gente que la crucificó por su decisión.
—Me sorprende que tu padre no haya hecho más. No me
parece de los que ceden.
Enzo se ríe, dirigiendo el coche de nuevo a la carretera.
—No lo es. Tuve que negociar con él. Una cosa que
aprenderás, Allegra, es que a mi padre no le importa nadie más
que él mismo... y el dinero.
—¿Qué hiciste? —Casi me da miedo preguntarlo, sobre todo al
ver cómo tiene la mandíbula tensa y las venas de las manos
marcadas al agarrar el volante.
—Le pagué lo que sentía que había perdido con ella —dice
crípticamente, y yo frunzo el ceño.
—No lo entiendo.
—Iba a quitarle a su hijo y luego a venderla al mejor postor, el
único uso que le quedaba, así que encontré una manera de hacerle
feliz.
Creo que no me está dando toda la información, y como no da
más detalles, dejo el tema. Creo que es la primera vez que veo a
Enzo reaccionar así... con tanta emoción emanando de él.
Conducimos un rato más antes de llegar por fin al destino.
El Sacre Coeur es imponente, rodeado de robustos muros.
Parece más una prisión que un convento. Casi estoy tentada de
preguntar si estamos en el destino correcto, pero Enzo no parece
que vaya a ser receptivo a esa broma.
Me coge de la mano y me lleva hacia la entrada. Primero
pasamos por el control de seguridad y luego nos recibe una
hermana que nos muestra uno de los dormitorios.
Todo el edificio parece un poco desmoronado desde el
exterior, y esto se confirma aún más cuando entramos, subiendo
las escaleras hacia una pequeña habitación en el fondo del primer
piso.
Enzo llama suavemente y una hermosa mujer con un bebé en
brazos abre la puerta. Sus ojos -idénticos a los de Enzo- se abren
de par en par antes de ir a abrazarle, atenta al bebé que duerme en
sus brazos.
—¡Enzo! —exclama, y una mirada de pura felicidad cruza su
rostro—. Te he echado de menos.
—Lina, ¿y cómo está mi sobrina favorita? —Su voz cambia
completamente al dirigirse a su hermana, y de repente me siento
como una intrusa en esta perfecta escena familiar.
—Por fin durmiendo. Vengan. —Nos hace un gesto para que
entremos. La habitación es diminuta, con solo una cama y una
cómoda. Hay cosas de bebé por todas partes, y tengo que
preguntarme cómo se las arregla en un espacio tan reducido.
Entro y veo cómo Enzo coge a la niña de los brazos de su
hermana, acunándola contra su pecho.
—Te juro que se hace más y más grande cada vez que la veo.
—Crece tan rápido... —Lina sacude la cabeza, con una sonrisa
jugando en sus labios—. Y quién... —se interrumpe, volviéndose
hacia mí, con un pequeño ceño fruncido en la frente.
La familia de Enzo debe tener unos genes increíbles.
Lo he notado incluso en Rocco y Lucía. Si no fuera por los kilos
de más alrededor de su estómago, Rocco no parecería tan
regordete y viejo, pero, aún así, he detectado de dónde debe haber
sacado Enzo algunos de sus rasgos. Y luego está Lucía: por mucho
que quiera negarlo, es una mujer muy llamativa.
Pero Catalina... A pesar que ha heredado el aspecto de su
madre, no hay rastro de malicia en sus rasgos. Solo hay una
especie de serenidad que enfatiza su belleza.
—Esta es mi esposa, Allegra. —Enzo inclina la cabeza hacia mí,
pero su atención está totalmente centrada en su sobrina.
—Encantada de conocerte. —Me inclino para besarla en ambas
mejillas, y me sorprendo cuando me atrae para darme un abrazo.
—Bienvenida a la familia. —Me palmea la espalda
cariñosamente. En ese momento, la bebé empieza a llorar en los
brazos de Enzo, y Catalina se la quita rápidamente.
—Y esta pequeña alborotadora es mi hija, Claudia. —Mira con
cariño a su hija, arrullándola para que deje de llorar. Y lo hace. En
el momento en que se siente cómoda en los brazos de Catalina,
una expresión de paz se instala en su rostro, volviéndose a
dormir.
—No eres tú, Enzo —susurra Lina a su hermano, al ver su
expresión abatida—, no está acostumbrada a que otras personas la
sostengan.
Lina es cuidadosa mientras toma asiento en la cama, con su
hija en brazos.
—Cuéntame más. —Nos mira—. ¿Cómo sucedió esto?
¿Cuándo se casaron?
Abro la boca para responder, pero Enzo comienza primero,
relatando nuestro encuentro, pero distorsionando todo lo que
sucedió después. Lina escucha atentamente, con una mirada
soñadora mientras Enzo miente descaradamente sobre nuestra
gran historia de amor.
—¡Oh, Enzo! Me alegro mucho por ti. No sabes las ganas que
tenía de verte sentar la cabeza con alguien que quisieras. —
Catalina sigue entusiasmada por la historia inventada, y Enzo
continúa con su artimaña, dándole detalles adicionales sobre
nuestra boda.
Me limito a sonreír y a dejar que sea él quien hable, ya que
parece importante para él que su hermana crea que se ha casado
por amor.
Mientras observo sus interacciones, no puedo evitar sentir que
hay un extraño frente a mí. Enzo es tan libre con sus sonrisas, y su
voz está tan llena de afecto. Es la primera vez que veo esta faceta
suya, y no quiero hacerlo.
Porque si sé que no es un matón todo el tiempo, puedo
flaquear.
La visita es interrumpida por la Madre Superiora, que nos dice
que es hora de irnos. Enzo le da otro abrazo a Catalina y besa la
frente de Claudia. Yo también me acerco y me despido de ella con
un abrazo.
Pero antes de irme, me susurra algo al oído.
—Sé suave con él, lo necesita. —Frunzo el ceño ante sus
palabras, pero no llego a responder porque nos conducen hacia la
salida.
—Tu hermana es maravillosa —digo cuando llegamos al
coche. Incluso en ese pequeño lapso de tiempo, pude ver que ella
no se parece en nada al resto de su familia.
—Lo es —asiente, arrancando el coche y volviendo a casa.
—¿De verdad tiene que quedarse allí? Podrías alquilarle un
apartamento. —Me había indignado el estado de su habitación,
tan abarrotada y deteriorada. ¿Vivir allí con un niño? No, no
puedo imaginar lo difícil que debe ser.
—Ojalá —responde secamente—, pero entonces sería presa
fácil para todos, enemigos y aliados por igual. Y padre nunca la
ayudaría si le ocurriera algo, eso seguro. Aquí, al menos, está a
salvo.
Asiento, pero por dentro me horroriza el mundo en el que
vivimos.
—¿Por qué me has llevado allí contigo? —pregunto, aunque
sobre todo tengo curiosidad por saber por qué mintió sobre
nuestro matrimonio.
—Mi hermana —empieza, respirando profundamente—, es
una romántica de corazón. Es demasiado inocente para este
mundo, y sé que siempre teme por mi seguridad. Haría cualquier
cosa si eso significara que puedo calmar sus preocupaciones de
alguna manera.
Le miro de reojo, su perfil bañado en las sombras de la noche,
y me doy cuenta de algo.
Puede que el diablo tenga corazón.
ENZO

Mi plan se está materializando. He empezado a notar un ligero


cambio en Allegra, y desde hace unas semanas nuestros
enfrentamientos han pasado de ser puramente hostiles a ser
burlonamente antagónicos. Teniendo en cuenta lo mal que se
ponían nuestras discusiones en el pasado, diría que es una gran
mejora.
El consejo de Maman Margot de que le dejara ver mi lado más
suave ha funcionado, y después de que volviéramos de visitar a
Catalina, incluso noté un cambio en el tono de su voz: ya no es
acusadoramente belicosa, ahora tiene una dulzura que antes no
tenía.
Y eso me gusta. Mucho.
Mi pequeña tigresa tiene un comportamiento tranquilo que
brilla incluso cuando no está afilando sus garras en mi piel.
Y así me encuentro cada vez más cerca de mi objetivo de
hacerla más receptiva a mi voluntad.
La puerta de mi estudio se abre y la veo avanzar vacilante
hasta situarse en el centro de la habitación.
Cuando se enteró de que la biblioteca que tanto le gustaba era
en realidad mi estudio personal, se puso un poco terca negándose
a volver a poner los pies en ella. Pero después de muchas
persuasiones, logré convencerla de que no hay nada malo en
pasar por allí y tomar prestado un libro.
Ella no sabía que la noche que estuvo aquí, solo pudo entrar
por casualidad. Me olvidé de cerrar la puerta del estudio cuando
me acosté.
Como la habitación alberga mi extensa colección de libros, la
mayoría de ellos de valor incalculable, nadie puede entrar. Ni
siquiera el personal de limpieza.
Ella es la primera persona que entra aquí, y la única a la que
dejaría manejar mis tesoros. No porque sea tan importante, sino
porque puedo ver el cuidado que tiene por los libros, la forma en
que los maneja como si tuvieran un valor incalculable, al igual que
yo.
—¿Qué va a ser esta noche? —Me acerco a ella y la acompaño
en su lectura de los títulos.
—Hmm —comienza, levantando el dedo para acariciar su
mandíbula pensativamente—. No sé. ¿Qué me recomiendas? —
Me mira, sus ojos brillando en la penumbra de la habitación.
Dicen que el marrón es el color de ojos más común, pero cuando
la miro a los ojos, es como si lo viera por primera vez.
Me aclaro un poco la garganta, dándome cuenta que he estado
mirándola fijamente.
—¿Qué te apetece? ¿Romance? —Ella niega con la cabeza—.
¿Historia? ¿Filosofía? Creo que incluso tengo algunas obras de
teatro...
Me alejo al ver que se detiene frente a mi colección de
Maquiavelo.
—¿Por qué tienes tantos de estos?
—¿Lo has leído? —pregunto, cogiendo uno de los ejemplares.
Ella asiente, acercándose a mí para mirar el libro.
—Entonces sabes de qué trata. Es una guía para ser un
gobernante fuerte.
—Sí, lo sé. Sigo sin entender tu obsesión con él. —Ella frunce la
nariz en señal de confusión, y el pequeño gesto es adorable.
—Es para recordarme que el poder no pertenece al individuo,
sino al pueblo.
—¿Qué quieres decir?
—Puede que yo herede un imperio, pero no soy nada sin el
pueblo que está en la base de este imperio. El príncipe debe estar de
pie en igualdad con su pueblo —cito el pasaje, observando cómo
funcionan los pequeños engranajes dentro de su cabeza.
—¿Como el leviatán? —me pregunta, y mi boca se levanta en
una sonrisa secreta. No había imaginado que fuera tan versada en
textos políticos, pero siempre encuentra formas novedosas de
sorprenderme.
—No. Hay una diferencia central entre Maquiavelo y Hobbes.
El primero aconseja un gobierno fuerte, pero en conjunto con el
pueblo (nunca hacer que te odien si es posible). El segundo... haz
que te teman, no importa si te odian por el camino; gobierna con
puño de hierro.
—Creo que el enfoque hobbesiano funcionaría mejor, ¿no? Si la
gente te teme, entonces no tienes que preocuparte de que te
traicionen.
—Estás en algo, pequeña tigresa. Pero el miedo solo funciona
hasta cierto punto. En nuestro mundo, el miedo lo domina todo
menos la lealtad. La lealtad se gana con el amor y el respeto.
—Así que estás tratando de ser un gobernante justo, eso es lo
que estás diciendo. —Parece contemplar esto, eligiendo sus
palabras cuidadosamente—. Supongo que puedo ver cómo el
miedo limitaría tus opciones. ¿Pero no es más difícil hacer que la
gente te quiera? El miedo es fácil; es instintivo. ¿El amor? Eso
requiere trabajo.
—Y porque lleva trabajo, el resultado final es mucho más
satisfactorio.
—A veces olvido que estoy tratando con un narcisista. Por
supuesto que prefieres su adoración a su miedo —murmura en
voz baja.
—¿Tienes ganas de pelea, pequeña tigresa?
—Ahora no. —Me hace un gesto de desprecio con la mano—.
Quizá más tarde. Ahora solo quiero un buen libro. —Me da la
espalda y se dirige a la otra pared para leer los títulos. Finalmente,
se decanta por un volumen de Darwin y se acomoda en una silla.
No dejo de observarla, preguntándome si ha captado el sutil
contexto.
Podría haberla dominado fácilmente con el miedo, y hubo un
momento crucial en el que la dinámica de nuestra relación podría
haber cambiado irremediablemente.
La tenía tumbada en la cama y desnuda debajo de mí. Habría
sido tan fácil empujar dentro de su cuerpo, tomar su inocencia y
marcarla como mía. Habría sido un bruto haciéndolo, y aunque
ella no hubiera luchado, me habría odiado después.
No sé si es por mi historia con las mujeres, pero no pude
hacerle eso. No cuando hubiera significado ver cómo su expresión
cambiaba de un leve miedo a odio.
Sí, es difícil ganarse el amor de alguien, pero he descubierto
que prefiero esforzarme por ver cómo me sonríe antes que verla
hostil.
Pasamos el resto de la noche en un agradable silencio. De vez
en cuando la miro a hurtadillas, esperando pillarla haciendo lo
mismo, pero ella está totalmente inmersa en su libro. Es como si
yo no existiera.
Al principio lo habría calificado de refrescante, pero ahora
empieza a preocuparme. ¿Y si realmente no me encuentra
atractivo?
Tanto las mujeres como los hombres han estado encima de mí
desde antes que supiera lo que era la atracción. La mayoría de las
veces me encontraba en situaciones en las que la gente no podía
aceptar un no por respuesta. Nunca pensé que encontraría a
alguien tan inmune a mí, pero, por otra parte, nunca había querido
que alguien me encontrara atractivo.
También es la primera vez que me encuentro pensando cómo
sería dejarme llevar...
Los dedos de Allegra acarician el borde de la página, sus
dientes mordisqueando su labio inferior en señal de
concentración. La miro fijamente mientras pasa la página, con los
ojos concentrados en las palabras.
Sexy. Es muy sexy.
Y eso es un problema.
Cualquiera que la mirara por primera vez se encontraría con
una mujer modesta de rasgos mediocres. Solo hace falta una
interacción con ella para ver cómo se le ilumina todo el rostro ante
una discusión, cómo el orgulloso saliente de su barbilla muestra
su silenciosa dignidad o cómo sus ojos brillan de inteligencia.
Su aspecto puede ser ordinario, pero su carácter es todo lo
contrario. Hay una fuerza en ella que contradice su frágil
apariencia.
Y eso la hace hermosa.
—¿Qué? —Levanta la vista para verme mirarla fijamente. Me
avergüenza admitir que me siento brevemente desconcertado por
el desafío directo de sus ojos, pero me repongo rápidamente,
provocándola:
—Solo estaba mirando a una mujer hermosa.
Se burla, como sabía que haría, sacudiendo la cabeza y
volviendo a centrar su atención en su libro.
No me cree, porque solo confía en aquellos que quieren acabar
con ella.
Y me juro a mí mismo que algún día verá la verdad en mis
palabras.

Colocando cuidadosamente el cuaderno bajo el colchón,


empiezo a planear mi próximo movimiento. Nunca la habría
catalogado como una chica de diario, pero una vez que me di
cuenta de que todos sus pensamientos estaban plasmados en
papel para que yo los leyera, no pude resistir la tentación.
No cuando eso significa que puedo superar esos fuertes muros
que ella ha levantado.
Sus anotaciones desde que nos casamos no han sido muy
detalladas, lo que denota incomodidad y miedo a lo desconocido.
No había confiado ni siquiera en su precioso diario sus
sentimientos hacia mí, buenos o malos.
La principal razón por la que había recurrido a fisgonear había
sido para ver si estaba avanzando con ella. No obstante, apenas
hay una mención de mi nombre dentro. No es tranquilizador de
ninguna manera. Solo confirma mi teoría de que no podría
importarle menos.
Como siempre, la posibilidad de que Allegra sea realmente
inmune a mí me hace hervir la sangre, y cierro brevemente los
ojos, intentando recuperar el control. Tengo algunos otros ases
bajo la manga, y pronto debería sucumbir a mi encanto.
Aunque sus sentimientos por mí no habían entrado en su
libreta, sus deseos más profundos sí. Ha elaborado
cuidadosamente una lista de cosas que siempre ha deseado hacer,
pero que nunca ha podido, y por suerte para mí, puedo darle
algunas de esas cosas.
Me dirijo a su armario y empiezo a revisar su nuevo
guardarropa en busca de un vestido elegante adecuado para la
ocasión que tengo en mente. Encuentro un vestido blanco cremoso
que parece aceptable, y lo combino con un par de tacones bajos.
—¿Qué estás haciendo? —Allegra irrumpe por la puerta, con
las manos en las caderas mientras estrecha los ojos hacia mí.
—Te estoy sacando. Toma —digo mientras tiro el vestido hacia
sus manos—, ponte esto y nos vemos abajo en diez minutos.
No espero a que discuta ya que cierro la puerta tras de mí y
bajo las escaleras.
Ya estoy vestido con un esmoquin, así que hago algunas
llamadas telefónicas mientras espero para asegurarme de que
todo salga bien. Tengo un palco reservado en la Ópera
Metropolitana para cada temporada. Suelo ir con maman Margot,
ya que siempre ha sido una amante de la ópera, pero como la
mayoría de las veces he estado fuera, se ha acostumbrado a ir sola,
o con cualquier amante que tenga en ese momento.
Esta noche, sin embargo, seremos solo Allegra y yo.
Allegra, con un aspecto exquisito en el vestido que he elegido
para ella, baja las escaleras. Me giro para darle el brazo, pero me
mira con desconfianza.
—Vamos, no muerdo —empiezo, pero no puedo evitarlo y
añado—, por ahora.
Ella rueda sus ojos hacia mí, pero me agarra del brazo.
—¿Te molestan los zapatos? —pregunto mientras la veo
tratando de caminar torpemente con sus zapatos.
—No estoy acostumbrada a caminar con tacones —responde,
sus mejillas ya ruborizándose.
—¿Quieres cambiarte y ponerte algo más cómodo?
Ella sacude rápidamente la cabeza.
—No con este vestido. Vámonos.
Un coche nos espera fuera para llevarnos a la ópera.
—¿Adónde vamos? —pregunta, con la frente pegada a la
ventanilla mientras las luces intermitentes de la ciudad empiezan
a saludarnos.
—¿Sorpresa? —Intento una broma desenfadada, pero la
mirada que me lanza me hace negar con la cabeza, cediendo y
contestándole—. Tenemos una cita en la ópera —le digo,
expresándolo de forma que piense que es obligatorio asistir.
Aunque pretendo complacerla, no puedo hacerlo
abiertamente, pues de lo contrario podría pensar que tengo un
motivo oculto. Bueno, lo tengo, pero es mejor que ella no piense
eso.
—¿La ópera? —La falta de aliento en su voz delata la emoción
que se está formando en su interior.
En su diario, había descrito todas las óperas que quería ver,
todas las cuales solo había leído en otros textos y la habían
intrigado sobre este tipo de teatro cantado (sus propias palabras).
Solo puedo esperar que al hacer realidad este pequeño sueño
suyo, pueda ganar algo de terreno con ella.
—Sí, se espera que asistamos al estreno de esta noche —
miento. No sé si es un estreno o no, pero si Allegra cree que es una
ocasión especial que requiere nuestra presencia, entonces no
sospechará de mí.
—Siempre he querido ir a la ópera —admite, girándose
ligeramente para que solo pueda ver su perfil. Está mordiéndose
el labio, y apuesto a que apenas puede contener su emoción.
—¿Nunca habías ido? —pregunto, aun sabiendo la respuesta.
Su diario me había abierto los ojos a algo más que a su lista de
deseos. También había podido echar un vistazo a su vida en
Milena, así como a su cuidadosamente planeada escapada a
Agrigento. Todo por una oportunidad de vivir, aunque fuese por
un día.
Agita su mano, con una sonrisa triste en los labios.
—Nunca he salido de mi pueblo. ¿Dónde podría haber ido a la
ópera?
—¿Por qué? Conozco a tu familia y siempre han estado muy
presentes en la escena social de Nueva York, París y Milán. ¿Por
qué no iban a incluirte a ti también?
Su expresión cambia y mueve la cabeza un poco hacia la
derecha, tratando de ocultar la tristeza escrita en su rostro.
—Tenían otros planes para mí, que claramente arruinaste.
—¿No me digas que habrías preferido casarte con Franzè? —
pregunto, perturbado por la posibilidad.
Su boca se abre, pero no sale ningún sonido. Por primera vez
parece que se ha quedado sin palabras, y no me gusta eso.
—Dime —indago más, queriendo saber. No, necesitando saber
si hubiera preferido a ese maldito pedófilo antes que a mí.
—No —responde finalmente, con voz suave y sin confianza.
No es suficiente.
Quiero sacudirla, agarrarla por los hombros y hacer que me
mire a los ojos mientras responde.
—¿No? Seguro que no lo parece —añado sarcásticamente, con
un tono mordaz.
Mis puños se cierran a mi lado, y mi mente se ve invadida de
repente por imágenes no deseadas: de Allegra de espaldas,
preparada para Franzè. De él maltratándola y tratándola como su
juguete sexual personal.
—¿Qué quieres que te diga? Me forzaste en este matrimonio,
cuando sabías perfectamente que estaba prometida a otro. —Se
vuelve hacia mí, con los ojos llenos de furia.
Es la gota que colma el vaso y mi contención se rompe. La
agarro por la cintura y la atraigo hacia mí, su rostro bajo el mío.
Mis fosas nasales se agitan al encontrar su mirada rebelde. Sus
labios se dibujan en una fina línea, el desafío claramente escrito en
ellos.
—¿Es así, pequeña tigresa? Mírame a los ojos y dime que
preferirías estar con Franzè. —Mi otra mano se dirige a su
mandíbula, sujetándola bruscamente para que pueda obtener mi
respuesta.
Ella se queda callada, sus ojos mirándome furiosamente en
silencio.
—Dime que preferirías tener su boca sobre ti —continúo, mis
labios casi rozando los suyos. Mi lengua se escabulle y le lamo la
comisura de los labios. Ella aprieta los dientes, asegurándose de
que haya una barrera que detenga mi ataque, pero no me detengo.
No cuando las imágenes aún están frescas en mi mente. Presiono,
mi lengua deslizándose por sus dientes antes de mordisquear su
labio inferior.
—Dime —la empujo, mis dedos rozando sus pezones ya
endurecidos—, ¿preferirías tener sus manos en tus preciosas tetas?
—Y para dejar claro mi punto de vista, tomo el duro capullo entre
dos dedos, aplicando una ligera presión sobre él.
—Te odio —escupe las palabras, y yo aprovecho para amoldar
mi boca a la suya, mi lengua explorando sus profundidades. Llevo
mi mano a su nuca, atrayéndola hacia mí, intentando que se
someta.
No lo hace.
Sus dientes aprietan mi lengua, mordiéndola tan fuerte que la
sangre empieza a fluir. Me alejo, mirándola con curiosidad.
—Te dije que iba a morder—responde con suficiencia.
—Y yo te dije que quizás querría que lo hicieras. —Sus cejas se
fruncen durante un segundo antes de darse cuenta de mis
intenciones. En un movimiento fluido, la tengo de espaldas, tirada
en el asiento.
Mi mano empieza a jugar con el dobladillo de su vestido,
subiéndolo lentamente por sus piernas. Con los ojos fijos en mí,
espera ver mi próximo movimiento. Ni siquiera se resiste cuando
el vestido se le sube por las caderas y deja al descubierto sus
bragas rosas. Se lo subo aún más hasta que su estómago queda
también al descubierto.
—¿Has terminado de pelear? —Arqueo una ceja y ella estrecha
los ojos.
—Me preguntaste si prefería casarme con Franzè —su voz es
firme, su mirada inquebrantable—, pero ¿cómo podría tener una
preferencia cuando sigo siendo una prisionera,
independientemente de mi carcelero? ¿Importa realmente quién
me meta en una jaula? Sigo encerrada.
Mis dedos se clavan en la carne de sus muslos, sus palabras
irritándome.
—No soy Franzè —digo apretando los dientes.
—¿De verdad? No me había dado cuenta —añade con sorna,
con una expresión de aburrimiento pintada en sus facciones.
—Te equivocas al jugar así conmigo, Allegra —digo mientras
mis manos se mueven por su culo—. Y me dan más ganas de
demostrarte a quién perteneces.
—No pertenezco a nadie más que a mí misma —resopla y me
empuja los hombros.
—En eso te equivocas, pequeña tigresa. Eres mía. —Bajo mis
labios a su abdomen, justo debajo de su ombligo. Usando mi
lengua ensangrentada, la hago girar alrededor de su carne virgen,
escribiendo la inicial de mi nombre. Marcándola. Su piel es mi
lienzo, y el rojo contrasta perfectamente con el blanco cremoso de
su vientre. Arrastro mi lengua más abajo, bordeando justo por
encima del material de sus bragas.
—¿Qué estás haciendo? —Su grito de indignación va seguido
de otro empujón, tratando de apartarme de ella.
—Eres mía, Allegra. Cuanto antes te acostumbres, más fácil
será para ti.
Se ríe, casi forzadamente.
—¿Para mí o para ti? ¿Qué quieres, Enzo? ¿Quieres que me
ponga de rodillas y me someta a ti? Porque eso nunca va a
suceder.
—Ya veremos.
El coche se detiene y me pongo de pie, enderezando mi ropa.
Volviéndome hacia ella, le doy mi sonrisa más encantadora.
—¿Vamos?
Porque esto acaba de empezar.

Ambos estamos tensos mientras nos dirigimos al palco, y al


verla tan alterada me hace dudar de mis acciones por un breve
momento.
Todo esto era para hacerla feliz, y todo lo que hice fue ponerla triste.
Pero al ver que los ojos de otros hombres recorren lentamente
su cuerpo, mi decisión se consolida: ella necesita saber que no hay
nadie más para ella; que nunca podrá haber nadie más para ella.
Si fuera un hombre normal, tal vez esta obsesión, esta adicción
hacia ella, me habría hecho cuestionar mi cordura.
Pero no lo soy.
Y descubro que estoy perdiendo la paciencia con este enfoque
estratégico.
¿Y si ella nunca confía en mí?
Mientras tomamos asiento en el palco, intento apartar esos
pensamientos de mi mente.
La ópera comienza y, mientras todos están enfocados en el
escenario, yo solo tengo ojos para una persona.
Las expresiones de Allegra son mucho más divertidas que un
espectáculo que ya he visto muchas veces. Observo atentamente
cómo se inclina hacia delante, con los ojos muy abiertos ante
cualquier cosa que ocurra en el escenario. Está totalmente en
sintonía con la actuación: ríe, llora, anima.
Y creo que nunca he visto un espectáculo más hermoso.
En cuanto se anuncia el descanso, la guío hacia el bar y noto
que no está tan tensa como antes. No rechaza automáticamente
mis caricias, así que decido volver a ganarme su simpatía.
—Veo que estás disfrutando del espectáculo —digo, con las
comisuras de mis labios curvadas hacia arriba.
—¡Oh, sí! Es maravilloso. No tengo palabras —exclama, y
empieza a hablar del argumento de la ópera, olvidando
aparentemente nuestra anterior interacción.
Le sigo el juego, demasiado feliz de ver esa alegría en su
rostro.
—Toma. —Le ofrezco una copa de champán.
Sus cejas se fruncen cuando mira la copa.
—Nunca he tomado alcohol —dice, pero no hace ningún
movimiento para rechazarla.
—Pruébalo, pero despacio.
Se lleva la copa a los labios y bebe un poco de la burbujeante
bebida.
—¡Dios mío! —Sus ojos se abren de par en par y se le escapa
un sonido de puro placer. Olvidando mi consejo, vacía el vaso y
me lo tiende para que lo llene otra vez.
—Tranquila, pequeña tigresa.
—¿Por favor? —Ella agita sus pestañas hacia mí y yo casi
gimoteo.
¿Cómo puedo negarme a eso?
Pido otra copa de champán y, al igual que la otra, la vacía de
golpe.
—No más. —Niego con la cabeza al ver su expresión.
—Pero...
La tiro del codo, guiándola de nuevo hacia el palco.
Comienza el tercer acto y espero que Allegra vuelva a
ignorarme a favor de la ópera, pero, aunque sus ojos están
concentrados en la obra, su cuerpo parece acercarse al mío.
La palma de su mano está repentinamente sobre mi muslo, y
por la forma en que se mueve, definitivamente está sintiendo algo.
—¿Allegra? —pregunto, y se le escapa una pequeña risita.
Levanto su barbilla y sus ojos están completamente vidriosos.
—Allegra, ¿estás borracha? —Una sonrisa divertida se
extiende por su rostro.
Sus manos se extienden para agarrar mi camisa, acercando mi
cara a la suya.
—Tú... —balbucea, con una arruga entre sus cejas mientras
intenta encontrar las palabras—. Dices que soy tuya, pero... ¿por
qué no puedes ser tú también mío? —Entrecierra los ojos y un
dedo me pincha en el pecho—. No es justo —continúa
refunfuñando.
Intento no sonreír, pero no lo consigo: la exhibición es
demasiado adorable. Pero la borracha Allegra va un paso más allá.
Su rostro se contorsiona de dolor mientras se muerde la lengua.
Hace una mueca de dolor, mostrando los dientes manchados de
sangre.
—Oye, ¿estás bien? —pregunto, preocupado por su
comportamiento.
—Tú... —Me señala mientras sus ojos intentan enfocarse en
mí—. Eres mío —dice antes de agarrarme la cara con ambas
manos y lamerme descuidadamente la mejilla en forma de letra A.
Conmocionado, no puedo ni moverme.
No me lo esperaba.
—Ahora estamos en paz. —Tiene una expresión de satisfacción
en su rostro, con la sangre todavía alrededor de sus labios.
La gente se calla a nuestro alrededor y, aunque es de mala
educación, cojo a Allegra entre mis brazos y abandonamos el
espectáculo.
El pasillo y la entrada están vacíos, y cuando salimos me doy
cuenta que está lloviendo a mares. Nuestro coche está al final de la
calle, así que es imposible que lleguemos secos.
—¡Lluvia! —exclama Allegra, saltando de mis brazos y
metiéndose de lleno bajo la lluvia.
Sacudo la cabeza ante su evidente entusiasmo: ¡la chica no sabe
beber!
—¡Allegra! —la llamo, pero está ocupada dando vueltas en la
lluvia. El vestido que lleva ya está empezando a empaparse,
pegándose a sus curvas como una segunda piel. El color claro de
la prenda hace que quede poco a la imaginación.
Sus pezones se tensan contra el material, fruncidos y erectos.
Incluso los contornos de su vientre son visibles, y todo conduce a
sus bragas rosas. Son el punto culminante del espectáculo, como
un letrero de neón que dice fóllame.
Y que me aspen si no funciona.
Me apresuro a su lado, agarrándola del brazo y acercándola,
asegurándome de que nadie pueda verla.
—Vamos a casa —le digo, pero ella se limita a negar con la
cabeza, con una sonrisa tonta en el rostro.
—¡No! —Empuja con fuerza contra mi pecho, consiguiendo
poner algo de distancia entre nosotros.
—Libre... Soy libre —grita en voz alta antes de empezar a
reírse.
—Pequeña tigresa. —Mis dedos envuelven su mano,
haciéndola girar hasta que su espalda queda ajustada a mi parte
delantera.
Me pregunto si puede sentir el contorno de mi dura polla,
encajada justo entre sus nalgas, el endeble material que nos separa
siendo solo una débil barrera.
Mi mano rodea su cintura, apoyándose en su estómago y
apretándola contra mí.
—Enzo —suelta un gemido gutural, y su cabeza cae hacia atrás
dándome acceso directo a su garganta. Mordisqueo la piel
expuesta y ella se inquieta aún más entre mis brazos.
—¿Qué quieres, pequeña tigresa? —le pregunto, empujando
mis caderas en su espalda mientras mi mano hace círculos sobre
su piel húmeda, bajando más y más hasta que se queda encima de
sus bragas—. Dime —le pido mientras un dedo se sumerge entre
sus piernas.
Estamos en medio de la plaza, bajo la lluvia torrencial, donde
todo el mundo puede vernos. Sin embargo, hay algo liberador en
esto... en la forma en que ella no está luchando contra mí por una
vez.
—No lo sé —reprime un sollozo mientras su mano cubre la
mía, rogándome que siga tocándola.
—A casa... tenemos que llegar a casa —le susurro al oído y ella
hace un pequeño gesto con la cabeza, todavía completamente
pegada a mi lado.
Llegamos al coche y le ordeno al conductor que sea rápido.
Durante todo el trayecto a casa, las manos de Allegra juegan
con los botones de mi camisa. Su tacto es tentativo e inocente, pero
que me condenen si no es la cosa más caliente que he sentido
nunca.
Cuando el coche se detiene, la llevo en brazos, yendo
directamente a nuestra habitación e ignorando las miradas
curiosas del personal.
—Enzo —maúlla mientras la acuesto en la cama, quitándole
rápidamente la ropa mojada del cuerpo hasta dejarla desnuda
frente a mí.
No hay vergüenza mientras arquea la espalda, con los talones
clavados en el colchón, empujando su coño hacia mí.
—Sé lo que quieres, pequeña tigresa, y te lo voy a dar —gruño
mientras me quito rápidamente la camisa, tirándola al suelo.
Los pantalones se quedan puestos porque apenas confío en mí
mismo en este estado, y sé que aún no estamos preparados para
ese paso.
Pero esto...
Mis rodillas golpean el colchón y abro sus piernas.
Colocándolas a ambos lados de mis hombros, le acaricio el culo y
acerco su coño a mi cara.
Se retuerce mientras mi aliento le hace cosquillas en la zona
sensible.
Dejo un suave beso en la parte superior del montículo antes de
bajar, separar sus labios con la lengua y sumergirme en su
interior.
Le doy un largo lametón antes de posarme en su clítoris,
succionándolo en mi boca. Se le escapa un fuerte gemido, y sus
manos encuentran mi cabello, agarrándolo con fuerza. Sigo
mordisqueando su capullo, alternando entre chupar y rodearlo
con la lengua, y utilizando sus reacciones como indicaciones.
Me lleva un rato, pero empiezo a aprender sus señales. Cómo
el apretón de sus muslos alrededor de mi cabeza significa que
debo seguir haciendo lo que estoy haciendo o cómo el ligero tirón
de mi cabello significa que debo cambiar mi enfoque.
Mi boca desciende más, acariciando su entrada con mi lengua.
Está empapada, y el orgullo se me hincha en el pecho al pensar
que soy yo quien está provocando esta reacción en ella.
Introduzco mi lengua en su interior, acariciándola
profundamente.
—E… —empieza a hablar, pero se interrumpe cuando
introduzco un dedo, notando lo apretada que está a mi alrededor.
Muevo el dedo dentro y fuera, utilizando la lengua para jugar
con su clítoris.
Sus jugos me cubren la cara, y mis sentidos están
completamente abrumados por su olor y su sabor. Mi polla tira
contra la cremallera del pantalón, y noto cómo gotea mi semen
manchando el material. Tratando de olvidar mis bolas doloridas y
mi polla jodidamente dura, me concentro en su placer: sus
pequeños sonidos son mejores que cualquier orgasmo.
Ella es todo lo que siempre pensé que sería y mucho más…
Sigo follándola con el dedo, mi boca envuelta alrededor de su
clítoris, cuando siento que sus paredes se tensan.
Su espalda se arquea y su cuerpo se tensa justo antes que me
apriete con sus muslos.
—Enzo —gime. Mi nombre en sus labios mientras se corre es
toda la satisfacción que necesito.
Levanto la cabeza, y veo cómo sus ojos se cierran mientras su
boca se abre, atascada en una nota interminable.
Subiendo lentamente por su cuerpo, le doy pequeños besos
por todo el cuerpo hasta llegar a su boca.
Sus ojos se abren de golpe, mirándome fijamente.
—Bésame —susurra, y ¿qué puedo hacer sino complacerla?
Pongo mi boca sobre la suya, deleitándome con la sensación de
tenerla dispuesta debajo de mí, aunque sé que puede que no sea
tan dócil por la mañana.
Así que aprovecho para besarla al máximo, disfrutando del
ligero roce de sus pezones contra mi pecho desnudo.
—Tranquila, pequeña tigresa —susurro contra sus labios
mientras su coño sigue frotándose contra mi polla.
Estoy a un segundo de explotar y ella no ayuda a mi
autocontrol.
—Mhmmm —gime ella, y me muevo a un lado, temiendo que,
si esto continúa, podría hacer algo de lo que ambos nos
arrepentiríamos.
—Duerme. —Le doy un beso en la frente, abrazándola por
detrás, y esperando a que llegue la culpa.
Esta noche he cruzado una línea, soy muy consciente. Le había
dado el champán a propósito, esperando que se aflojara un poco y
dejáramos de pelearnos al menos por una noche, pero su reacción
había sido totalmente inesperada. Había perdido todas las
inhibiciones, y yo me aproveché al máximo.
Por mucho que quisiera convencerme de que todo esto había
sido para ella, una parte de mí sabía la verdad: todo había sido
para mí.
ALLEGRA

Me despierto al sentir que algo duro me golpea en el culo.


Confundida momentáneamente, giro lentamente la cabeza y me
quedo atónita al ver a Enzo abrazándome por detrás,
profundamente dormido.
¿Qué está pasando?
Frunciendo el ceño, empiezo a recordar los acontecimientos de
la noche anterior, con el calor subiendo por mis mejillas.
Me veo a mí misma y, sin embargo, no parezco yo.
Había estado... desenfrenada.
Dios mío, ¿qué he hecho? Prácticamente le rogué que hiciera lo
que quisiera conmigo.
Y recuerdo... la forma en que me tocó, puso su boca sobre mí...
allí.
Mis ojos se abren de par en par al recordar las sensaciones que
me había arrancado, cómo había sentido cosas que nunca creí
posibles.
Y me encuentro sin saber cómo reaccionar.
No había sido malo... no como Lia me había advertido justo
antes de mi boda. No había habido dolor. No había habido más
que euforia.
Me llevo la mano a la frente, para ver si tengo fiebre. Siento un
hormigueo en todo el cuerpo del mismo tipo que la noche
anterior, y todo se concentra entre mis muslos.
Sacudo la cabeza, intentando alejar esos pensamientos de mi
mente.
Solo está intentando tentarte, hacer que bajes tus defensas para poder
adentrarte más en el pecado.
Pero si el pecado se sentía así, entonces no veo por qué me
resistiría.
—¿Despierta? —murmura en mi oído, su aliento caliente
soplando en mi rostro.
Me alejo rápidamente de él, sosteniendo dos dedos en forma
de cruz frente a mí.
—¡Fuera, diablo! —le grito. Todo ha ocurrido por culpa de esa
cosa burbujeante que me ha dado de beber. Debía de tener algo
para hacerme comportar así.
Enzo levanta una ceja, pero se limita a reírse y sentarse. Está
sin camiseta, pero sus pantalones siguen puestos.
Y ¡Oh, qué pecho!
¡Dios mío! Todavía debo de estar bajo la influencia de esa
poción. Tal vez fuera un hechizo de amor, de lo contrario no me
pondría tan... caliente.
—¿Qué me has hecho? —escupo las palabras con disgusto,
asegurándome de poner distancia entre nosotros, sin confiar en mí
misma para no saltar sobre él.
Sí, esa poción era potente de verdad.
—¿Qué quieres decir? —Tiene el descaro de preguntar
inocentemente, pero su sutil sonrisa lo delata.
—¿Qué me diste anoche? Me drogaste, ¿verdad? ¿Fue una
poción de amor?
¿Tienen de eso en las grandes ciudades?
En mi pueblo había habido demasiadas veces en las que un
hombre había sucumbido a las artimañas de una mujer, y Lia me
había dicho que todo había sido obra de la brujería. Sin embargo,
no había oído hablar de una poción que funcionara con una mujer.
Tal vez aquí están más avanzados, ya que son definitivamente
más ricos y pueden permitírselo.
—¿Poción de amor? —ríe, mirándome con diversión en sus
ojos—. No me digas que me quieres, pequeña tigresa.
—¡No seas ridículo! —le corto—. ¡Todo es por esa cosa que me
diste para beber! —digo acusadoramente, parándome a pensar en
la fecha. Dicen que la brujería es más potente durante un solsticio
o equinoccio. Una vez leí un texto sobre una bruja que hacía su
magia maligna en la víspera del día de Todos los Santos, creando
un círculo pagano con el diablo y fornicando.
—Se llama champán.
—¡Ajá! ¡Lo sabía! Se metió en mi cabeza. ¿Lo habías planeado
todo el tiempo? —Entorno los ojos hacia él.
Enzo Agosti... Es peligroso. Más peligroso de lo que pensé que
sería.
—¡Claro que se te metió en la cabeza! Te emborrachaste —
intenta explicar, pero no lo entiendo.
He visto a los guardias borrachos antes. Incluso he visto cómo
son algunos aldeanos cuando habían bebido lo suficiente, y
ninguno de ellos se había convertido en un desastre gratuito.
Estaban descuidados, desorientados, y su discurso era lento y
arrastrado. Pero no se habían quitado la ropa ni habían pedido
que el diablo hiciera de las suyas.
—¡No te creo! —respondo, manteniendo mi teoría sobre la
poción. Es la única explicación viable.
—Allegra. —Sacude la cabeza, con los ojos arrugándose en las
esquinas y el verde de sus iris brillando a la luz del día,
haciéndolo demasiado atractivo.
¡Dios! ¿Es esto permanente?
—A pesar de tu inteligencia, crees muy rápido en la brujería.
Te creía más sensata.
—Aléjate. —Mantengo mis dedos en posición, la cruz
destinada a mantener al diablo alejado.
—¡La brujería es muy real! Está documentada desde hace
siglos. —Desanimada por su sonrisa burlona, empiezo a enumerar
todas las fuentes reputadas que mencionan la magia, empezando
por los textos antiguos hasta los más modernos—. He leído sobre
testimonios, ya sabes. El ocultismo es real y peligroso, y te exijo
que deshagas el hechizo que me has lanzado.
—Allegra. —Da un paso hacia mí, y me preparo para correr—.
No hay ningún hechizo, tienes mi palabra. —Se planta frente a mí,
su dedo bajando por mi pecho, rozando mi pezón.
Es entonces cuando me doy cuenta de dos cosas.
He estado discutiendo con él desnuda, y mis pezones se han
puesto rígidos bajo su contacto. Un escalofrío me recorre la
columna vertebral y me pone aún más caliente.
Mis ojos se abren de par en par y clavo mi mirada mortal en él.
—Es la reacción natural de tu cuerpo, pequeña tigresa. —Baja
la cabeza, poniendo sus ojos a la altura de los míos.
—Y eso solo significa una cosa. —No da más detalles, y sale de
la habitación.
Pero sabe que voy a llenar los espacios en blanco.
Lo quiero.
¡Maldita sea! ¿Por qué no pudo haber sido magia? Al menos
entonces no habría sido una participante voluntaria.
Suspirando profundamente, me bajo de la cama, con una
expresión de desolación envolviendo mis rasgos.
Esto es todo... El principio del fin.

Ana me asegura que Lucía ha salido con sus amigas, así que
aprovecho para salir de la habitación. No es frecuente que ella esté
fuera de casa, y a veces prefiero quedarme en mi habitación solo
para evitar un enfrentamiento.
Voy directamente a la biblioteca, con la esperanza de apartar a
Enzo de mi mente. Cierro la puerta detrás de mí y suelto un
suspiro de decepción.
—¿No se supone que deberías estar en el trabajo o algo así? —
le pregunto cuando lo veo recostado en su silla, leyendo el
periódico. Siempre se va de casa a estas horas, así que me
sorprende verlo aquí.
¡Maldita sea!
Es la última persona a la que quería ver (después de Lucía).
—¿Has tenido tiempo de calmarte, pequeña tigresa, o has
venido a buscar pelea otra vez? —Baja el periódico para mirarme
divertido, con una sonrisa que amenaza con apoderarse de toda
su cara.
—¿No podías haber sido un ogro? —murmuro en voz baja. Si
hubiera sido realmente horrible conmigo, tal vez podría odiarlo de
todo corazón. No me gusta que me haga dudar de mi convicción.
—¿Qué fue lo que dijiste? —Sus cejas se levantan, pero me
limito a sacudir la cabeza y a coger un libro al azar, dispuesta a
marcharme.
—No, no, no. —Me señala con un dedo como si fuera un
niño—. No puedes sacar un libro. Si quieres leerlo, hazlo aquí.
Inclino la cabeza hacia un lado, molesta por esta regla
repentina, pero no puedo culparle si quiere ser más cuidadoso con
sus libros. Miro el ejemplar en mis manos, debatiendo si debería
quedarme a leer o simplemente irme.
No dejaré que me intimide.
Con un sonoro golpe, me dejo caer en la silla, abriendo el libro
y empezando a leer.
Solo cuando su risa se intensifica, levanto la vista.
—¿Qué? —La palabra sale un poco brusca. Se levanta y se
sienta en el reposabrazos de mi silla, mirando fijamente mi libro.
—Veo que ya no tienes miedo de caer bajo mi hechizo —se
burla de mí.
Cierro el libro y lo dejo a mi lado, girándome para poder
mirarle a los ojos.
—Te aprovechaste de mi estado de embriaguez —le acuso.
—Oh, ahora admites que solo estabas borracha, no hechizada.
—Su labio tiembla de diversión, y eso solo sirve para enfurecerme
más.
—¿Por qué disfrutas tanto atormentándome? —le pregunto,
con expresión seria. A veces me siento agotada por nuestras
interacciones.
—Porque te irritas muy fácilmente. —Me sorprende
moviéndose hasta quedar frente a mí. Una mano se dirige a mi
rostro, peinando mi cabello hacia un lado—. ¿Por qué te gusta ir
siempre en mi contra? —contraataca con otra pregunta.
—Porque la victoria es dulce. —Levanto la barbilla, dispuesta
a no mostrar ninguna debilidad.
—Sabes —empieza, con su mano aún en mi rostro y
recorriendo suavemente mi cuello. Es como si algo dentro de mí
se encendiera ante este simple gesto.
¡Dios mío! ¿Se me ha estropeado el cuerpo?
—Someterse no es perder. Descubrirás que el resultado final
puede ser mucho más dulce... como anoche —dice
sugestivamente, lamiéndose los labios. Mis ojos se concentran en
su boca, y las imágenes de anoche asaltan tanto mi mente como mi
cuerpo.
Su mano sigue dejando un rastro ardiente a su paso mientras
sigue bajando, hasta que la atrapo.
—Para—susurro, pero mi voz carece de convicción.
—¿Por qué tienes que luchar contra mí con uñas y dientes? —
El tono juguetón de su voz ha desaparecido, cambiando a uno
más serio.
Así que le respondo con sinceridad por primera vez.
—Porque es lo único que puedo controlar. —Mi voz es
pequeña al admitirlo, y sus ojos se oscurecen. Desvío la mirada,
sin querer que vea la vulnerabilidad reflejada en mi mirada.
—Allegra. —Su mano suave atrapa mi mandíbula, girando mi
cabeza para obligarme a mirarlo—. ¿Qué quieres decir?
Toda su actuación desaparece y, por primera vez, siento que
podría tomarme en serio. Respiro profundamente.
—No tienes ni idea de lo que es crecer lejos de las malas
influencias, para así ser lo suficientemente pura para tu futuro
marido. Tener a alguien que restrinja tu forma de vestir, de comer
e incluso de pensar. ¿Quieres saber por qué todos se burlaban de
mi acento? Porque nunca tuve una lección adecuada de inglés en
mi vida. Todo lo que aprendí fue leyendo, e incluso eso estaba
prohibido para mí. Mis padres querían moldearme para
convertirme en la novia perfecta: dócil e ignorante.
—Está claro que no lo consiguieron —añade Enzo en voz baja,
y yo le quito la mano de un manotazo—. Lo siento —dice, pero no
parece ni un poco arrepentido.
—Nunca me han dejado hacer lo que yo quiero.
Enzo se queda pensativo un momento antes de preguntar.
—Entonces, ¿por qué te desanimaste tanto al casarte conmigo
en lugar de con Franzè? No es como si él te fuera a dejar algo de
libertad.
—¡Porque al menos entonces no habría sido todo para nada! —
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas—. Al
menos tendría la aprobación de mis padres.
—Te das cuenta de que nada de lo que hubieras podido hacer
te habría hecho ganar su aprobación. Dios, Allegra, solo querían
utilizarte. ¿Crees que habrían hecho algo en cuanto vieran tu
cuerpo magullado y maltratado? Porque créeme, Franzè es todo lo
contrario a un hombre amable. —Reconozco la verdad en sus
palabras, pero eso no lo hace mejor.
—Así que debería darte las gracias, es eso, ¿verdad? —río con
sorna. Sigue sin entenderlo.
—No soy tu enemigo, Allegra. Nunca lo fui.
—¿De verdad? —Me inclino hacia atrás, arqueando una ceja
hacia él—. Entonces parece que estamos en un punto muerto.
—Nuestro mundo no permite muchas libertades,
especialmente para las mujeres; pero yo no soy tus padres, ni
tampoco Franzè. No quiero que te mueras de hambre y tampoco
quiero restringir tus pensamientos, dado que me gustan. —Me
dedica una leve sonrisa—. Ahora estamos en el mismo bando, y
para bien o para mal, estamos unidos para siempre.
—Eso no significa que me tenga que gustar —refunfuño, mi
reserva de argumentos agotándose por momentos.
—No, pero quizá podamos sacar lo mejor de ello. Así que,
como ofrenda de paz, dime, ¿qué es lo que tú quieres?
Lo miro fijamente, mi mente congelándose de repente.
¿Qué es lo que quiero?
—Yo... —Empiezo a entrar en pánico. Tengo mi lista de deseos,
¿verdad? Ir a la ópera, a un museo, conducir un coche, comer todo
lo que quiero... tantas cosas, ¿por qué no puedo elegir solo una?
—Hagámoslo así —dice Enzo mientras toma mis manos entre
las suyas y sus ojos se centran en los míos—, cada día haremos
algo nuevo, algo que quieras. ¿Qué te parece? —Es como si leyera
mi mente, dándose cuenta de que hay tantas cosas que quiero
hacer que no puedo elegir solo una.
—Está bien. —Asiento lentamente, un poco sorprendida por el
resultado de nuestra conversación. En el mejor de los casos, pensé
que le gritaría algunos insultos más, y en el peor, que lo tiraría al
suelo.
—Bien. —Se levanta, y hace otra cosa que me sorprende
muchísimo: me besa en la frente.
Veo con asombro cómo vuelve a su escritorio, cogiendo de
nuevo el periódico y leyendo, como si no hubiera pasado nada.
Como si no acabara de poner todo mi mundo patas arriba.
Peligroso. Es peligroso, y no solo para mi cuerpo, sino también para
mi corazón.
No quiero que me guste, porque representa todo lo que odio
de este mundo. ¿Pero por qué no puedo odiarlo?
Porque no encaja en el prototipo.
Enzo puede ser cruel y dominante en un momento, pero
amable y gentil al siguiente. Hay una dualidad en él que tiene
poco sentido.
Quieres entenderlo.
¡No! Desde luego que no. Intento apartar mi voz interior. Es
mejor que me mantenga distante, incluso cuando me mira con
esos ojos tan sensuales...
Sacudo la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos. No
me hace ningún bien pensar en ello.
Recogiendo el libro, me concentro en la lectura de nuevo. En
algún momento me duermo, porque cuando me despierto ya está
oscuro afuera.
Me estiro un poco y una manta cae de mi cuerpo.
—Levántate y brilla, pequeña tigresa —me saluda Enzo,
moviendo una mesa llena de comida frente a mi silla.
—¿Para mí? —pregunto en voz baja mientras asimilo todo lo
que hay en la mesa. Es un festín digno de una reina.
—Come —me anima, pero ya me he adelantado a él,
llenándome la boca con los bollos calientes—. Oye, tranquila,
nadie te lo va a quitar —intenta tranquilizarme, pero no puedo
parar.
No cuando su madre se había asegurado de que solo recibiera
lo mínimo para sobrevivir.
—Tranquila. —Su mano acaricia suavemente mi cabello
mientras me observa comer con gusto.
—Gracias —consigo decir entre bocado y bocado. Ahora que
se me pasa la reacción inicial, me acuerdo de aquella vez en
Agrigento y de cómo me puse enferma después. Y sería una pena
desperdiciar esta comida...
Disminuyo la velocidad, pero aún no me detengo.
—¿Por qué sonríes? —Frunzo el ceño al ver que me mira
fijamente.
—Disfruto viéndote comer —responde, y por un momento me
pregunto si esto debía ser para los dos. Mis ojos se abren de par en
par por el miedo: la perspectiva de tener que compartir mi comida
me aterroriza.
Él se da cuenta de mi reacción porque rápidamente vuelve a
decir que es solo para mí.
Mis labios se abren en una sonrisa.
—Puedes quedarte con esto. Solo esto. —Empujo de mala gana
el último bollo hacia él.
Sus cejas se levantan ante mi ofrecimiento, pero no lo rechaza.
Continúo comiendo, pero también lo veo morder lentamente el
bollo, su boca encajando su alrededor.
Con la boca abierta observo el erotismo de ese pequeño gesto.
Me recuerda a la noche anterior, a la forma en que él también se
dio un festín conmigo...
—Cuidado —dice, su mano atrapando el trozo de comida
cayendo de mi boca.
Bueno, si antes no le daba asco... seguro que ahora sí.

Al día siguiente, intento encontrar un buen atuendo para lo


que Enzo ha planeado. Me había despertado con una nota a mi
lado en la que detallaba lo que tenía pensado para hoy: enseñarme
a conducir. Le había contado algunas de las cosas que siempre
había querido hacer, pero a pesar de toda su zalamería no había
considerado que podría complacerme. Especialmente después de
que le cerrara la puerta de la habitación en las narices la otra
noche.
Puede que estemos empezando a llevarnos bien, pero no voy a
ceder ante él solo por eso.
Encuentro unos pantalones que parecen aceptables y añado un
jersey, ya que hace bastante frío fuera. Cuando me siento
preparada, salgo de la habitación, bajando a donde Enzo me está
esperando en el coche.
Cuando estoy a punto de salir de casa me encuentro con Lucía,
y mi día se amarga inmediatamente.
Trato de ignorarla al pasar, pero ella se agarra a mi mano, con
su boca cerca de mi oído.
—No eres la primera con la que se excita en esa cama. —Me
sonríe, una sonrisa insidiosa que me pone enferma. Empujándome
a un lado, se va, con sus palabras aún resonando en mis oídos.
¿De qué está hablando? ¿Cómo lo sabe?
Camino distraídamente hacia la entrada de la casa, donde
Enzo ya me está esperando.
Le miro. Lleva unos vaqueros negros y un jersey de punto azul
marino. Incluso en mi estado de confusión, puedo reconocer que
Enzo tiene un físico de ensueño. Sus músculos sobresalen incluso
a través del grueso material del jersey, sus hombros son anchos y
se estrechan en una pequeña cintura, y luego están sus muslos...
Mi mirada sigue el contorno natural de su cuerpo y trago con
fuerza.
No eres la primera con la que se excita en esa cama.
—¿Has terminado de mirar? —La comisura de su boca se
levanta, y abre la puerta para que pase al asiento del conductor.
Ni siquiera respondo, las palabras de su madre repitiéndose en
mi mente.
¿Qué quiso decir?
—¡Allegra! —Las palabras de Enzo por fin se registran en mi
mente. Me mira con el ceño fruncido y trato de sacudirme las
dudas.
Por una vez, no quiero discutir.
—¿Tienes miedo? No es tan difícil... —Me explica lo que tengo
que hacer, detallando cada paso. Me concentro y asiento con la
cabeza.
—Gracias —añado cuando termina, y él me regala una de esas
sonrisas perversas que tiene.
Maldita sea. ¿Por qué mi corazón se está volviendo loco?
Me aclaro la garganta, tratando de no parecer afectada. Desde
aquella noche, me encuentro teniendo pensamientos muy sucios
cada vez que lo veo.
Vale, incluso cuando estoy sola, pero son más intensos cuando
está a mi lado.
Antes, me esforzaba por ignorar su aspecto perfectamente
cincelado, o cómo se forma un pequeño hoyuelo cuando sonríe, o
incluso cómo sus ojos parecen brillar cuando encuentra algo
divertido, el verde de sus iris volviéndose más profundo, más
llamativo.
¿Y ahora? Apenas puedo apartar los ojos de sus manos, de la
forma en que sus venas sobresalen visiblemente cuando flexiona
los músculos y la ligera hendidura que me hace apretar los
muslos, el recuerdo de antes todavía fresco. Esas mismas manos
me habían acariciado y frotado en lugares que no sabía que
podían ser tocados así, y de alguna manera había avivado en mí
un fuego que amenazaba con convertirse en un infierno.
¡Dios!
Parpadeo dos veces, consciente de que ha estado diciendo algo
todo este tiempo y yo solo he estado mirando fijamente sus
manos, pensando en cómo se sentiría tener sus dedos dentro de
mí otra vez...
—¡Sí! —suelto, con los ojos muy abiertos por la dirección de
mis pensamientos. Deseosa, me estoy volviendo deseosa. Y la
sonrisa cómplice que aparece en su cara me hace sospechar que
sabe exactamente en qué he estado pensando.
—Y lo agarras con fuerza, rodeando el volante con la mano —
continúa y yo solo asiento, perdida de nuevo en sus ojos.
—Veamos qué tienes —dice de la nada y lo miro sorprendida.
Me revuelvo en mi asiento, poniéndome el cinturón de
seguridad, y luego intento recordar algunas de las cosas que había
estado diciendo. Por suerte, vuelve a enumerar sus instrucciones y
yo las sigo.
Con el pie en el embrague, meto la primera marcha y veo con
asombro cómo se pone en marcha. Lo dirijo hacia las puertas y
pronto estamos en la carretera.
—Cuidado con el embrague —comenta Enzo, con la mirada
fija en la carretera—, ahora pon la segunda.
Hago lo que me dice, y al acelerar consigo incluso poner la
tercera marcha.
—¡Guau! —exclamo al sentir la adrenalina que me recorre.
—Tranquila, no nos confiemos demasiado —apunta Enzo
cuando mi pie pisa demasiado fuerte el acelerador.
—Esto es... —Me quedo sin palabras, las palabras fallándome.
Siento que se me acumulan las lágrimas en las esquinas de los
ojos, abrumada por la sensación de libertad.
—Lo sé —dice Enzo con una sonrisa, y yo se la devuelvo
tímidamente antes de volver a mirar la carretera.
Sin embargo, de repente aparece algo en mi campo de visión y
entro en pánico, pisando el embrague y el freno al mismo tiempo.
Es tan repentino que no sé exactamente lo que ocurre, pero en un
momento vamos a toda velocidad y al siguiente el coche se
detiene y salgo despedida hacia delante, siendo el cinturón de
seguridad lo único que me evita una colisión total con el volante.
—¡Mierda! —oigo exclamar a Enzo, pero todo mi cuerpo sigue
en estado de shock, apenas moviéndose.
—¿Pequeña tigresa? ¿Allegra? —Sus palabras se registran en
mi cerebro, pero es como si no pudiera responder. Se levanta de
su asiento y se acerca para abrirme la puerta y desabrocharme el
cinturón de seguridad. Estoy temblando y me coge en brazos,
abrazándome contra su pecho.
—Shh —Me acaricia el cabello con una mano y me rodea la
cintura con el otro brazo—. Estamos bien. No ha pasado nada. —
Su voz es tan suave, tan gentil, que lo miro a través de las
pestañas llenas de lágrimas, tratando de decir algo.
—No hables —me susurra al oído, seguido de más palabras
para tranquilizarme.
Pasa un minuto y encuentro fuerzas para apretar el material de
su jersey entre mis manos. Levantando la cabeza, me encuentro
con sus ojos y veo una preocupación genuina en ellos.
Le importo.
Puede que sea solo una actuación y, si es así, es un actor
brillante.
Pero al ver el inconfundible afecto en su mirada, hago lo que
me resulta más natural: empujo mis labios hacia los suyos para
besarlos.
Al principio se sobresalta, pero sus labios se amoldan
perfectamente a los míos, su boca abriéndose sobre la mía y
profundizando el beso.
Es... reconfortante... y algo más.
ALLEGRA

Las semanas pasan y descubro que incluso las burlas de Lucía


se han convertido en sonidos apagados para mis oídos. No
cuando siento que estoy agarrando la verdadera felicidad por
primera vez en mi vida.
Había sido escéptica con Enzo desde el principio, sobre todo
porque había visto el peligro que podía causarle a mi corazón, y
por eso me había cerrado, tratando de ignorar esos extraños
sentimientos que crecían dentro de mí.
Hasta que ya no pude.
¿Cuándo fue que empecé a verlo de manera diferente?
¿Fue cuando me defendió delante de su madre y de Gianna, o
cuando sus pequeños gestos de amabilidad empezaron a hacer
que mi corazón se acelerara lenta pero constantemente?
Aunque por ahora hemos mantenido nuestros dormitorios
separados, hemos pasado tiempo juntos casi todos los días.
Incluso mi lista de deseos está llegando a su fin.
La semana pasada me llevó al Museo de Arte Metropolitano y
estuvimos mirando las galerías juntos durante horas. Nunca me
había percatado de su amplio conocimiento sobre la historia, y
tenía una pequeña anécdota para cada artefacto que veíamos.
Probablemente la visita más memorable había sido la del
Strand, donde me compró no menos de cincuenta libros. Me había
vuelto loca al ver tantos títulos en un solo lugar, y no pude
contenerme. Incluso me había animado a comprar más.
Había saltado de un pasillo a otro, con la emoción corriendo
por mis venas cada vez que encontraba otro libro que me
interesaba. Incluso había cogido algunas novelas románticas, y
esta vez no se había burlado de mí.
Con tantas cosas buenas sucediéndome en tan poco tiempo,
tengo que preguntarme si no es un sueño. Nunca antes nadie
había sido tan amable conmigo, tratando de complacer todos mis
caprichos.
Enzo, a pesar de su encanto superficial, es una persona mucho
más compleja de lo que yo creía, y todavía siento que apenas estoy
arañando la superficie.
—¿Adónde vamos? —Le miro con el ceño fruncido mientras
me acompaña fuera de la casa, hacia el coche.
—Es una sorpresa. —Me guiña un ojo, sin intentar explicarse.
Tardamos un rato en llegar a la ciudad y el coche se detiene
delante de una tienda bastante vistosa. Me ayuda a salir del coche
y me guía hacia la entrada.
Nada más entrar me doy cuenta que es una pastelería, pero
somos los únicos clientes.
—¿Qué es esto? —pregunto cuando me muestra una mesa
llena de surtidos de dulces, pasteles y galletas.
—Sé lo mucho que te gustan los dulces, así que he alquilado la
tienda por un día. Puedes probarlo todo y comer a gusto.
Le miro con asombro. Justo cuando pensaba que no podía
sorprenderme más, va y hace algo así. Si sigue siendo tan dulce,
entonces podría comérmelo a él también ya que estamos.
Tomando asiento, no consigo decidir qué debería empezar a
comer. Pruebo algunas de las galletas pequeñas, mis ojos
cerrándose con un suspiro de placer ante el sabor celestial.
—Dios, Enzo, esto es increíble —gimo mientras doy un
mordisco al bizcocho, el sabor a chocolate estallando en mi boca.
—Me alegro que te guste. —Me mira fijamente, con una
mirada suave.
—Gustar es un eufemismo. —Cambio entre el chocolate y la
vainilla, volviéndome un poco más aventurera y probando
también otros sabores. Me consiguió de todo: mango, frambuesa,
cereza e incluso algunos sabores de los que nunca había oído
hablar.
—¿Por qué no estás comiendo? —le pregunto cuando veo que
no ha tocado nada.
—Estoy esperando mi turno. —Sus ojos brillan con picardía.
—Lo siento —estallo, dándome cuenta que lo he acaparado
todo—. Toma, puedes comer un poco. —Empujo el plato con
pastelitos hacia él.
—¿Has terminado de comer? —Inclinando la cabeza hacia un
lado, levanta una ceja, su mirada casi depredadora. Vaya, no me
había dado cuenta que estaba esperando a que terminara, aunque
tengo que admitir que es bastante adorable que no quiera robarme
la comida.
Me tomo un momento para debatir si realmente he terminado,
pero al mirar el resto de los pasteles, me doy cuenta que no puedo
tomar otro bocado.
Por ahora.
Asintiendo con la cabeza, espero que se sumerja en los
pastelitos. En lugar de eso, se levanta y viene a mi lado.
—¿Qué estás haciendo? —Frunzo el ceño cuando me coge de
la mano y me levanta del asiento. No responde. En su lugar,
utiliza un brazo para apartar los platos, algunos de los cuales caen
al suelo y se rompen.
Mis ojos se abren de par en par, sorprendidos.
¿Qué está haciendo?
Un dedo sube por mi pierna, arrastrando con él mi larga falda
y subiéndola por mis caderas.
—He dicho que ahora me toca a mí. —Su aliento es caliente en
mi cuello, y sus labios rozan la piel sensible hasta que levanta la
cabeza para mirarme a los ojos. Sus pupilas están dilatadas, sus
iris casi negros, y me pierdo en esas profundidades.
Sus labios se posan sobre los míos, deteniéndose un momento
antes de volver a descender.
—Tú... —Me detengo cuando me doy cuenta de su intención y
de por qué insistió que me pusiera una falda larga.
Engancha sus dedos bajo el elástico de mis bragas,
deslizándolas por mis piernas y llevándoselas a la nariz,
inhalando profundamente.
La expectación aumenta en mi interior cuando se mete las
bragas en el bolsillo y me guiña un ojo de forma obscena.
Casi me estremezco cuando mi mano busca su mandíbula,
acercándolo. El fantasma de un beso no me satisface, ya no.
Nuestras bocas se entremezclan, las lenguas luchando por el
poder, y los dientes mordisqueando. Su dedo barre la crema de un
pastelito de chocolate, llevándola a mi boca y arrastrándola por
toda mi rostro. Su lengua se apresura a limpiar el desastre
mientras lame y chupa, y el frescor de la crema combinado con el
calor de su boca aumenta el erotismo del beso.
La humedad se acumula entre mis muslos y los aprieto,
queriendo aliviar la incomodidad, buscando algo más, pero sin
saber qué.
Hay un vacío evidente dentro de mí, y nada me gustaría más
que él lo llenara.
—Por favor —gimoteo, con los puños enredados en su camisa,
sujetándolo más cerca.
—Por favor ¿qué, pequeña tigresa? Quiero tus palabras.
—Haz que el dolor desaparezca —susurro.
—¿Dónde te duele? —Sus manos comienzan a recorrer mi
cuerpo, cerca de ese lugar que más lo necesita. Se me corta la
respiración cuando se detiene justo encima de mi ombligo.
—¿Aquí? —Me pregunta con un tono ronco y yo niego con la
cabeza, tratando de guiarlo más abajo.
—¿Aquí? —Solo baja un centímetro, y aunque la provocación
pueda ser divertida para él, para mí es pura tortura.
Mi mano baja sobre la suya, colocándola desvergonzadamente
entre mis piernas.
—¿Quieres que acaricie tu pequeño y codicioso coño? —Sus
palabras me dejan sin aliento, y en el momento en que siento sus
dedos en mi centro, mi cabeza cae hacia atrás en un sollozo. Está
jugando con mi humedad, extendiéndola.
—Estás tan jodidamente mojada, pequeña tigresa —gime,
introduciendo un dedo dentro de mí. Mis caderas casi saltan de la
mesa ante la repentina invasión, mi boca abierta en un gemido
agudo—. Dime que es para mí. Solo para mí —susurra en mi oído,
su tono áspero excitándome en lugar de asustarme.
—Sí, solo para ti. Por favor —respondo inmediatamente, todo
para que se mueva más rápido. Las ganas de tenerlo más adentro,
de llenarme más, me hace mover las caderas contra su mano. Me
ha dado mi primera muestra de lujuria, y ahora lo quiero todo.
Demasiado pronto, desaparece de mi cuerpo. Abro los ojos,
sintiéndome inflamada y vacía. Está de pie frente a mí, con una
expresión de deseo y curiosidad, como si me estuviera viendo por
primera vez. Pronto esto cambia, una lenta y sensual sonrisa
extendiéndose por sus rasgos.
Se lleva el dedo a la boca, con mi humedad todavía cubriendo
el dedo. Lo rodea con los labios y lo chupa, y creo que nunca he
visto algo más tentador.
Mis pezones están dolorosamente erectos, esperando también
su atención. Pero por el momento, solo quiero que vuelva a estar
dentro de mí, con un deseo insano de placer y dolor asolando mi
cuerpo.
Dios, ¿qué me está pasando?
Quiero que me devore, que me penetre y me desgarre para
luego volver a unirme. Y de alguna manera, al mirarle a los ojos,
sé que él siente lo mismo.
—¿Enzo? —pregunto tímidamente cuando veo que solo me
mira. Quiero gritarle, rogarle que me tome sin más, pero mi
orgullo no me deja ir por ese camino todavía.
Se arrodilla frente a mí y me separa las piernas. Entonces
siento su lengua, un largo golpe que me hace retorcer bajo su
ataque. Tiene las palmas de sus manos en mi culo y sus dedos se
clavan en mi carne mientras me acerca a su boca.
Rodea mi clítoris con sus labios, provocando, chupando y
haciéndome retorcer. Me agarro a su cabello, tirando de él,
mientras él sigue con sus embestidas haciendo hormiguear mis
nervios con todas esas sensaciones.
Me mete dos dedos, un apretado y punzante ajuste que me
hace jadear. Los introduce y los saca, con sus dientes
mordisqueando mi clítoris, y una cascada de sensaciones
desciende sobre mí. Comienza con un ligero temblor que se
convierte en un electrizante estremecimiento por todo el cuerpo.
Me aprieto a su alrededor, con mi respiración agitada mientras
bajo del subidón.
Pero él no se detiene. Sigue metiendo y sacando sus dedos, que
pronto imitan un movimiento de tijera.
—Auch. —Hago una mueca, sintiendo un dolor agudo. Tiro de
su cabello, el placer desapareciendo y dejando solo dolor a su
paso—. Enzo. —Le empujo, y por fin se levanta, con un rastro de
sangre entre sus labios.
—¿Qué...? —Frunzo el ceño mientras toma sus dedos, ambos
cubiertos de una mezcla entre mi excitación y mi sangre, y los
lame.
—Ahora eres mía, Allegra. —Su mano agarra mi mandíbula,
llevando mi cara frente a la suya—. Tu virginidad es mía. —Sus
palabras me confunden, pero no tengo tiempo de procesar lo que
dice, ya que su boca se abalanza sobre mí. En su lengua, me
saboreo a mí misma, y un matiz de hierro: la sangre de mi
virginidad.
Me agarra por la nuca y me aferra a él, el salvaje asalto de su
beso enredando mis sentidos.
Esto debería estar mal.
Y, sin embargo, no puede estarlo. No cuando le devuelvo el
beso con toda mi fuerza, llevándolo entre mis piernas abiertas, mis
manos yendo a sus pantalones.
Dolor... más dolor y más placer.
Estoy preparada para todo lo que me pueda ofrecer.
Clavo mis talones en su culo, y el bulto de sus pantalones entra
en contacto directo con mi coño empapado.
—Por favor —le ruego, abandonando cualquier otro
pensamiento excepto él.
Se ríe y sus manos se ponen encima de las mías para
detenerme.
—Todo esto era sobre ti, pequeña tigresa. Ya habrá tiempo
para más —dice, todavía acariciando mi cuello, y no puedo evitar
sentirme un poco decepcionada.
Pero tiene razón. Esto es solo el principio. Y por primera vez
siento que todo podría haber sido un juego del destino, que me ha
llevado a este hombre al que no querría más que odiar.
Pero parece que estoy destinada a hacer lo contrario.

A pesar de que Enzo está más que dispuesto a satisfacer todos


mis caprichos, sigue manteniéndose distante. Sí, hemos pasado
tiempo juntos todos los días y nuestras conversaciones han girado
en torno a temas como la historia, la religión y la filosofía, pero
aun así todavía no sé nada personal sobre él.
Y anhelo que me deje entrar.
Me ha tratado mejor de lo que nadie me ha tratado en mi vida;
mejor de lo que esperaba que alguien lo hiciera. Siempre está ahí
para escucharme y hacer realidad todos mis deseos.
¿Pero qué hay de él? ¿Quién hace eso por él?
Desde que volvimos a comenzar nuestra relación, no hemos
hablado de fidelidad, y no quiero pensar que iría con otra mujer,
no después de haberme tocado tan íntimamente.
Teniendo en cuenta el tiempo que pasa conmigo, ni siquiera
veo cuándo encontraría tiempo para buscar a otra persona.
Pero no te está dejando tocarle...
Sacudo la cabeza ante los pensamientos intrusos, ya que la
posibilidad es demasiado dolorosa para considerarla siquiera.
Enzo siempre está tocándome y dándome placer, pero cuando
quiero hacer lo mismo por él, me rechaza.
—Solo verte corriéndote con mi nombre en tus labios me
excita, tigresa —suele susurrarme al oído antes de besarme y
hacerme olvidar el tema por completo.
¿Y si no cree que puedas hacerlo?
Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta... ¿Y si no
quiere que le toque porque no sé cómo hacerlo? ¿Busca el placer
en los brazos de alguien más experimentado? ¿Alguien que
conozca su cuerpo?
Trago con fuerza, el pensamiento torturándome físicamente.
No quise admitirlo antes (siendo mi orgullo el principal
impedimento), pero me enamoré de él, más de lo que jamás
hubiera imaginado. Había empezado a plantar las semillas desde
que atendió mi rodilla herida. Se había arrastrado lentamente
dentro de mi corazón hasta que se quedó alojado allí.
¿Y ahora?
Ahora siento que podría morir cuando no está cerca; cuando no
está tocándome y susurrándome palabras tiernas al oído. Incluso
estaba ya acostumbrada a su término cariñoso -pequeña tigresa-.
Me estoy enamorando de Enzo Agosti. Y eso me asusta.
—Toma. —Se acerca y me pasa unas palomitas antes de
acomodarse en el sofá a mi lado.
Llevamos todo el día encerrados en la sala de cine, ya que
hemos decidido hacer un maratón de películas. Me había
presentado algunos clásicos y habíamos disfrutado de buenos
debates que habían terminado demasiado rápido en el momento
en que yo había comentado el buen aspecto de un actor. Enzo se
apresuró a prohibirme que volviera a decir el nombre de otro
hombre.
—Vuelve a hacer eso, pequeña tigresa, y puede que tenga que
matarlo. —Me reí, pensando que estaba bromeando, pero la
seriedad de su cara me decía lo contrario, así que cambié de tema.
Su posesividad irracional podría haberme desanimado en el
pasado, pero ahora me encuentro sonrojándome cuando proclama
que soy suya. Porque seguramente eso significa que le importo.
—Gracias —respondo, dejando que mi cabeza se apoye en su
hombro, mi brazo entrelazado con el suyo. Se da media vuelta y
me da un suave beso en la frente.
Es en momentos como este cuando hace palpitar mi corazón.
—Sabes —empiezo, abrazándole y rodeando su cintura con el
brazo—, a pesar de tu malhumor, puedes ser muy dulce. —
Sonriendo tímidamente, levanto la vista, curiosa por ver su
expresión.
—¿Ah, sí? —Levanta una ceja, divertido.
—Lo eres —añado con más confianza, y él esboza una sonrisa.
—Solo para ti, pequeña tigresa. No tienes ni idea de cómo soy
con los demás.
—¿Cómo? —pregunto antes de poder pensarlo bien. No quiero
que me diga cómo es con otras mujeres. Manteniéndome inmóvil,
espero su respuesta.
—Eres la única que puede ver esta faceta mía —responde, e
inmediatamente rectifica—, la única que lo merece. —Frunzo el
ceño ante su elección de palabras.
Merecer.
Estoy a punto de preguntar qué quiere decir con eso, pero
entonces continúa.
—Los demás reciben el monstruo que han creado. La única
diferencia es que nunca lo ven venir.
Sus crípticas palabras me hacen reflexionar, y quiero
interrogarle más, pero una vez que empieza la película, me
cautiva la acción en la pantalla.
Es un rato después que la puerta de la sala de cine se abre de
golpe y se encienden las luces. Los dos nos levantamos con
dificultad, entrecerrando los ojos para acostumbrarnos a la luz
repentina.
Una Lucía llena de lágrimas corre hacia Enzo, abrazándolo y
llorando a mares. Enzo se congela, con las manos quietas junto a
su cuerpo.
No sé qué está pasando, y Lucía no parece decir mucho más
allá de sollozar y lamentar lo que sea que esté lamentando.
Una mirada de puro horror cruza la cara de Enzo mientras ella
sigue moviendo las manos por todo su cuerpo, y decido que es
suficiente.
Agarrándola del brazo, la aparto de él, colocándome a su lado.
Da un suspiro de alivio y sus músculos se relajan de inmediato; no
es que no pueda entenderlo, ya que Lucía no es la persona más
agradable.
—¿Qué pasa, madre? —Su voz es dura y cortante al dirigirse a
su madre, y ella se derrumba rápidamente en el suelo mientras
sigue llorando.
—Tu hermana... —comienza, sollozando—, Romina ha
muerto.
Enzo se queda congelado.
—¿Qué quieres decir con qué está muerta?
—La encontraron desnuda y golpeada. Su marido está
detenido —dice mientras sigue sollozando.
La cara de Enzo se transforma ante mis ojos y aparta mi mano,
dando un paso para poner distancia entre nosotros.
—Me estás diciendo… —Su voz hace que un escalofrío recorra
mi columna vertebral e instintivamente doy un paso atrás—. ¿Que
mi cuñado ha matado a mi hermana?
—¿Qué voy a hacer? ¡Mi niña! —Los sollozos de Lucía son
cada vez más fuertes, pero lo único que me importa es Enzo, estar
a su lado.
Cuando me acerco a él para ofrecerle un poco de consuelo,
evade mi contacto y sale de la habitación.
Me quedo clavada en el sitio, mirando su figura en retirada y
sin saber cómo proceder.
—Perra. —La transformación de Lucía es repentina mientras se
seca las lágrimas, su sonrisa diabólica volviendo con toda su
fuerza.
Dios, ¿es esta una mujer que acaba de perder a su hija?
Al salir, choca conmigo, tirándome al suelo. Apenas tengo
tiempo de frenar la caída, y mi codo se engancha en uno de los
asientos, con lo que mi piel se despelleja en una barra de metal. Mi
rostro se contorsiona de dolor y mi mano se dirige a la herida
sangrante, intentando aplicar algo de presión para aliviar el dolor.
—Crees que has ganado, ¿verdad? Pero no conoces a Enzo
como yo. Pronto estarás fuera de esta casa y en la calle. —Se ríe
ante mi expresión de dolor, y apenas evito la patada destinada a
mi estómago.
—Ya veremos, Lucía —gruño mientras ella sale de la
habitación.
No voy a caer tan fácilmente. Y cuando Enzo esté afligido por
la muerte de su hermana, estaré allí para consolarlo.

Siento la lluvia en mis huesos, aunque el paraguas hace un


buen trabajo para proteger mi cuerpo. Al margen, solo puedo
observar la ceremonia antes que pongan a Romina bajo tierra. Los
familiares más cercanos están sentados junto al ataúd, todos con
expresiones abatidas y desoladas en sus caras. Todos menos Enzo.
Su cara es sombría, y sus rasgos no expresan nada.
Comparado con los lamentos de Lucía o incluso con el
desconsolado Rocco, se diría que es el hombre más despiadado de
los presentes, el hermano que no derrama lágrimas por su
hermana.
Pero yo puedo ver que es solo una máscara para el mundo. En
su interior, su dolor amenaza con derramarse y el suyo podría ser
el más genuino de todos.
Han pasado tres días desde que nos lo comunicaron y apenas
he visto a mi marido. Todos los demás han estado en la casa,
reuniéndose para el funeral y el velatorio y convirtiendo un
evento trágico en uno alegre.
He visto a Rocco emborracharse con sus amigos, sus voces
resonando en la casa, el recuerdo de Romina nada más que un
pensamiento pasajero. Se había enojado, pero no porque su
preciosa hija hubiera muerto, sino porque los intereses de la
familia habían perecido con ella.
Valentino Lastra, el marido de Romina, había sido detenido
para ser interrogado, y en la casa de los Agosti se corrió la voz de
que estaban oficialmente en guerra con los Lastra.
Por lo que había averiguado, Rocco no quería hacerlo porque
Lastra era uno de sus principales distribuidores, pero las
apariencias dictaban que había que respetar el honor de la
fallecida y vengar su memoria. Y así, a regañadientes, Rocco
también había seguido a sus compañeros en la denuncia de Lastra.
Solo Enzo había permanecido callado. Observando, pero sin
interactuar realmente. Había sido el primero en llegar a la
morgue, y el último en salir después de que el cuerpo de Romina
fuera enviado a la funeraria.
Y hasta ahora, no ha dicho ni una sola palabra.
Sin embargo, puedo ver una profunda tristeza dentro de él, y
me siento impotente al no poder hacer algo más que quedarme
mirando.
He visto su actitud hacia Catalina y el afecto que le profesa, así
que solo puedo suponer que tiene los mismos sentimientos hacia
sus otras hermanas, incluso las mayores.
Los invitados presentan sus últimos respetos y, finalmente, el
ataúd de Romina es bajado a la tierra. Lucía se precipita hacia el
foso, llorando a mares y gritando por la injusticia de todo esto.
Enzo sigue clavado en el sitio, mirando la tierra fresca que
cubre la tumba. Incluso cuando todo el mundo se va, él sigue allí,
con la lluvia cayendo lentamente sobre él.
—¿Enzo? —Me acerco a su lado, con la preocupación
corroyéndome. Nunca lo había visto así y no sé qué hacer para
ayudarlo.
No responde, ni siquiera reconoce mi presencia.
Me siento a su lado, la tristeza del clima sintonizando con el
vacío de mi interior.
—Yo también le fallé. —Sus palabras son apenas audibles—.
La vi, ya sabes... —empieza a hablar, y el dolor en su voz es
inconfundible—, su cuerpo golpeado y lleno de moratones. Me
quedé pensando... ¿qué loco le haría eso a alguien tan dulce como
Romina? —Sacude la cabeza, tragando con fuerza.
—No es tu culpa —¿Cómo puede pensar en culparse a sí
mismo?
—¿No lo es? Juré protegerlas, y sin embargo no pude. Primero
Lina, y ahora... —se interrumpe, y cuando levanto la vista para
mirarlo, ha tirado el paraguas al suelo. Con la cabeza levantada y
los ojos cerrados, la lluvia le cae lentamente por la cara. Pero ¿es
solo lluvia o también...?
Irradia tanta rabia que me da miedo acercarme, porque me
preocupa que pueda hacer algo que le haga estallar. Pero no
puedo no ir. Tengo que demostrarle que no está solo.
Todavía me tiene a mí.
Abandonando el paraguas en el suelo, me preparo mientras las
frías gotas de lluvia golpean mi piel, ajustándose a mi cabello. Me
acerco y deslizo mi mano en la suya.
Tarda un segundo, pero me da un rápido apretón en la mano,
levantándola y llevándosela a los labios para darle un suave beso.
Nos quedamos así durante mucho tiempo, envueltos el uno en
el otro bajo la lluvia, sin hablar. Más tarde miraría hacia atrás y
reconocería esto como el momento en que Enzo cambió
radicalmente.

Pensaba que habíamos establecido una conexión, pero a


medida que pasan los días, Enzo se cierra aún más. Las pocas
veces que lo veo de pasada siempre está bebiendo.
Quiero acercarme a él y alejar su mente del dolor, pero no sé
cómo.
Suspirando, cierro el libro que estaba leyendo y me pongo de
pie para caminar frente a mi ventana. Seguramente se ha
encerrado en su estudio, bebiendo aún más. Todavía no me he
atrevido a entrar allí, pero viendo que no tiene intención de darme
una oportunidad, tendré que creármela yo misma.
Ya había devorado la mayoría de los libros que habíamos
comprado en el Strand, incluidas las novelas románticas. Ahora, al
pensar en lo que había leído en ellas, mis mejillas se enrojecen,
pero mi determinación se fortalece.
Tal vez no pueda hacer nada para quitarle su sufrimiento, pero
puedo ayudarle a olvidarlo durante un breve periodo de tiempo,
como él ha hecho conmigo.
Poniéndome una bata sobre el camisón, bajo las escaleras. La
casa está inquietantemente silenciosa, ya que tanto Lucía como
Rocco se han ido de viaje, así que no me preocupa encontrarme
con ninguno de ellos.
Esperando que haya dejado la puerta sin cerrar, giro el pomo y
empujo la puerta para abrirla.
Con solo un par de luces encendidas, la habitación está casi
envuelta en oscuridad. Cuando entro, puedo distinguir la silueta
del cuerpo de Enzo, recostado en su silla, con una botella de
alcohol y un vaso vacío a su lado.
Dudo al acercarme a él. Tiene la mirada perdida y apenas
reconoce mi presencia.
Deteniéndome a su lado, pongo la mano en su hombro.
—¿Qué quieres, Allegra? —Su voz es áspera, y sus ojos miran
a cualquier parte menos a mí. Saca un paquete de cigarrillos y se
mete uno en la boca, encendiéndolo e inhalando profundamente.
—Estaba preocupada.
—Preocupada... —Sonríe cruelmente, dando tres caladas
consecutivas a su cigarrillo y soltando una enorme nube de
humo—. Vete a dormir, Allegra. Esto no te concierne.
—Enzo... —Tomo su cara entre mis manos, obligándole a
mirarme—. Está bien estar de duelo, pero por favor, no me
excluyas. —Mi voz tiembla de incertidumbre, sobre todo al ver la
desolación en sus ojos.
Le acaricio la mejilla con ternura, queriendo demostrarle lo
mucho que significa para mí.
—Puedes apoyarte en mí —añado, casi nerviosa cuando no
responde.
Le quito el cigarrillo de la mano y lo apago en el cenicero de la
mesa.
Enzo sigue mirándome con atención, esperando a ver qué
hago a continuación.
Antes de perder la confianza, me inclino y aprieto mis labios
contra los suyos. Está inmóvil debajo de mí, así que intento
sonsacarle una respuesta. Abro la boca e intento profundizar el
beso. El sabor del whisky y del cigarrillo cubre mi lengua mientras
investigo más profundamente, tratando de poner en este beso
todo lo que siento; tratando de quitarle su dolor con mi amor.
Él sigue sin responder, y unos ojos medio cerrados me miran
con desinterés.
—Dime cómo puedo mejorarlo —susurro entre besos—, cómo
puedo calmar el dolor.
Inclinando la cabeza hacia un lado, dice las dos palabras que
no quiero oír.
—No puedes.
Acercando mi cuerpo al suyo, no me rindo. Le rodeo el cuello
con los brazos y me pongo a horcajadas, con una pierna a cada
lado. Mi centro está justo encima de su bulto, y me doy cuenta de
que no está del todo indiferente. Sin embargo, no hace nada más
que mirarme, esperando a ver cuál será mi próximo movimiento.
Casi gimoteo ante el contacto, al sentirlo duro debajo de mí, pero
trato de ignorar mi propia excitación creciente.
Esto es todo para él.
Su camisa blanca está medio desabrochada en el cuello y
puedo ver su pecho. Deslizando las manos hacia abajo, tanteo los
otros botones y extiendo las palmas sobre su piel.
—Deberías irte, Allegra —dice en voz baja, con los ojos
impávidos.
Continúo besándolo, mi boca siguiendo un rastro por su
cuello, imitando lo que él me había hecho en el pasado.
—Déjame entrar —susurro, mordisqueando su oreja. —Estoy
aquí, Enzo. Déjame entrar.
Sigue sin responder. Como una estatua, inmóvil, se limita a
observarme con desinterés.
Volviéndome más atrevida, me despojo de la bata y me quedo
solo con el camisón transparente. Por primera vez, detecto un
rastro de interés cuando sus ojos se centran en mis pezones. Me
inclino hacia delante, rozando mi pecho con el suyo, y apenas
puedo contener un gemido al sentir la ligera fricción.
—Vete —dice con los dientes apretados, su cuerpo rígido
contra el mío.
—Enzo, amore —susurro, sufriendo por él; sufriendo con él.
Mis manos se mueven más abajo, con el único objetivo de darle
el mismo placer que él me ha dado innumerables veces. Puede
que no sepa qué hacer, pero estoy segura de que podré hacer algo.
Mis dedos rozan la cremallera de sus pantalones, su dureza
inconfundible. Desabrocho el cierre y cierro mi mano alrededor de
él.
Se me escapa un jadeo cuando intento rodearlo con los dedos,
sorprendida por su tamaño y su textura: un terciopelo caliente que
palpita contra mi palma. Lo acaricio suavemente, observando su
cara en busca de señales.
—Deja que te haga sentir bien, Enzo. —Nuestros rostros están
tan cerca que nuestras respiraciones se están entremezclando, y
cuando las palabras salen de mi boca, puedo ver cómo sus ojos se
abren de par en par, la primera reacción visible. Todo su cuerpo se
tensa debajo de mí y se congela por un segundo.
Frunzo el ceño, temiendo haber hecho algo mal.
De la nada, su mano sale disparada y sus dedos rodean mi
garganta, deteniendo mi flujo de aire. En un momento estoy en su
regazo, y al siguiente estoy contra la pared, con los pies
ligeramente elevados sobre el suelo. Se me acumulan las lágrimas
en las esquinas de los ojos mientras lanzo las manos para intentar
quitármelo de encima.
Su boca se curva en las esquinas de forma sádica.
Este no es Enzo... ¡No puede ser el mismo Enzo!
—Allegra, Allegra. —Hace un sonido de tsk, pero su agarre
sobre mí se afloja lo suficiente como para que pueda respirar
correctamente—. Realmente pensé que serías diferente.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, y una sonrisa cruel se
dibuja en su cara.
—Eres realmente patética, ¿verdad? —musita, estudiándome
con disgusto—. Me preguntaba cuánto durarías. Cuánto tiempo
hasta que abrieras tus pequeñas piernas santurronas para mí. Pero
no me di cuenta de que todo lo que se necesitaba era un poco de
atención.
—Enzo, esto no es divertido —añado, con los labios
temblando. Pero, aunque espero que todo sea una broma de mal
gusto, su cara me dice que no lo es.
Y eso me está matando por dentro.
—Tienes tantas ganas de saltar sobre mi polla que ya ni
siquiera es divertido —continúa burlándose de mí, acercando un
dedo para acariciar mi mejilla—. No me había dado cuenta de que
fueras tan fácil. ¿De verdad creías que estaría interesado por ti? —
Levanta una ceja, pero no respondo. Cuanto más habla, más lucho
por mantener la compostura, por no romper a llorar y darle la
satisfacción de verme herida. Porque eso es exactamente lo que
intenta hacer.
—¿De verdad creías que me iba a interesar una pobre chica de
pueblo que no ha sido más que una fuente de vergüenza? —
Sacudo la cabeza, mis dedos rodeando su mano y tratando de
forzarlo a soltar mi cuello.
No puedo escuchar esto...
—Dime, esposa, ¿te has mirado en un espejo? Ya sabes, ese
cristal reflectante que te muestra tu aspecto. —Su sonrisa se
amplía, sabiendo que ha dado en el blanco con una de mis
inseguridades.
—Sí, y resulta que me gusta lo que veo —respondo, intentando
contener todo el dolor que siento. No lo voy a dejar ganar.
Se ríe, todo su cuerpo temblando con una alegría inexistente.
—Debes de ser la única —continúa, retorciendo aún más el
cuchillo en mi corazón. Parpadeo dos veces, las lágrimas casi
saliendo a la fuerza.
—Tengo que decir que fue divertido mientras duró, pero ya no
puedo fingir más interés. Tal vez si hubieras mantenido las
piernas cerradas un poco más... —dice, y su mano roza el interior
de mi muslo.
Le empujo, dando patadas y puñetazos, hasta que su mano
desaparece de mi garganta.
Me desplomo en el suelo, con la respiración agitada y el
corazón hecho pedazos.
Al levantar la vista hacia él a través de las pestañas
empañadas, solo veo a un hombre engreído que se regodea de
haber dejado en ridículo a la campesina.
—Incluso te voy a contar algo. —Se arrodilla frente a mí, sus
dedos empujando mi mandíbula hacia arriba para que le mire—.
Me gané un flamante yate nuevo con tu fácil rendición. ¿Por qué
crees que fui tan amable contigo? —Se ríe suavemente—.
¿Pensaste que una mujer como tú sería capaz de mantener mi
interés?
Divertido, sacude la cabeza, levantándose y dirigiéndose a la
puerta.
—Por el lado bueno, ya puedo dejar de fingir y volver a mis
polvos habituales, ya que —Me mira con desagrado—, no vales ni
para un polvo por lástima.
En algún momento sale de la habitación. Me quedo en la
misma posición, mirando la puerta ahora cerrada.
¿Qué ha pasado?
Aunque intente justificar todo, solo hay una respuesta.
Él jugó conmigo.
Como sospechaba que haría. Y, aun así, incluso con esa
pequeña voz preguntándome por qué un hombre como Enzo se
fijaría en alguien como yo, había decidido ignorarlo todo.
Por primera vez en mi vida alguien había sido amable
conmigo, y como un perro callejero, me había enamorado de la
mano que me daba de comer.
Realmente soy patética, ¿no?
ENZO

Deja que te haga sentir bien, Enzo.


Las palabras siguen repitiéndose en mi cabeza y, por mucho
que lo intente, no puedo hacer que se detengan.
¿Por qué tenía que decir esas mismas palabras...? ¿Por qué?
Había desencadenado algo en mí que había conseguido mantener
reprimido durante años.
Había estallado. Y las palabras salieron de mi boca. Quería
herirla, llegar a lo más profundo de ella y hacer que me odiara...
para siempre.
Pero su cara... tan llena de desolación, probablemente me dolió
más que a ella.
Al llegar a mi habitación, cierro la puerta tras de mí y me
refugio en la botella de whisky que guardo en el cajón.
Mi única esperanza es escapar, pero a medida que bebo más y
más, los recuerdos se vuelven más claros que nunca.

Nueve años
—¿No te ves bien con tu trajecito? —murmura la señora que
está frente a mí, sus ojos recorriendo ávidamente mi cara y mi
cuerpo. Inclino la cabeza hacia un lado, pero no digo nada.
Cuando no respondo a su evidente intento de obtener una
respuesta servil, me abofetea en la cara.
—Niño podrido, te crees mucho mejor que todo el mundo,
¿verdad? —Sus labios se tensan en una fina línea.
No me resisto. He aprendido a no luchar contra ella. No es la
primera vez que intenta sacarme una reacción con violencia.
—¡Fuera de mi vista! Ya he tenido bastante por hoy. —Me
despide con un gesto de la mano y no me entretengo.
La Señora Woods no es una mujer amable, por mucho que ella
quiera que la gente crea lo contrario. Todo el mundo en la escuela
la quiere porque solo ven su lado encantador, pero cuando
alguien no hace lo que dice, deja de ser amable.
Todo empezó cuando me mostré indiferente a sus cumplidos.
Al ver que no me había inmutado, ni había dado las gracias o
devuelto el cumplido, procedió a insultarme. Se ha convertido en
costumbre que comente sobre mi aspecto, esperando todavía que
sea todo sonrisas a su alrededor, antes de terminar todo con una
bofetada, tal y como ha hecho ahora.
Suspiro mientras me voy al fondo de la fila.
No es que lo haga a propósito, pero he aprendido a diferenciar
cuándo la gente es realmente amable conmigo o cuándo intentan
conseguir algo. Y a la Sra. Woods nada le gustaría más que quedar
bien con mis padres.
Todos mis compañeros están en fila mientras nos preparamos
para salir al escenario, con nuestra obra de fin de curso a punto de
comenzar.
Como ya había sido grosero con ella antes, me habían dado el
papel con menos líneas, pero no me quejo, ya que hubiera
preferido no hacer la obra. Odio cuando los focos se centran en mí
y todo el mundo empieza a elogiar mi cara.
Es como si no pudieran ver nada más que mi cara.
Soy el mejor alumno de mi clase, pero he oído los rumores: mis
padres han pagado por ello, o soy el favorito de los profesores.
Nunca es por mis propios logros.
La obra va bien, tal y como habíamos ensayado. Pero es al
final, cuando nos inclinamos ante el público, cuando escucho las
siempre familiares palabras.
—Vaya, qué niño más bonito. Será un hombre tan guapo
cuando crezca.
—¿Has visto sus ojos? Nunca había visto ese tono antes.
—Seguro que le tocó la lotería genética.
Más y más comentarios de ese tipo, y luego está mi madre,
sentada en la primera fila con una sonrisa de satisfacción en el
rostro.
Acaba de presumir de su precioso hijo.
A su lado está mi hermana pequeña, Catalina, vestida con un
vestido rosa que la hace parecer una muñeca: el próximo proyecto
de mamá.
Nos dirigimos de nuevo a la parte de atrás, y mi madre y mi
hermana me están esperando.
—¡Enzo! —Lina me sonríe y se suelta de la mano de mi madre
para venir corriendo hacia mí.
La cojo entre mis brazos y la hago girar, besando suavemente
su frente.
—Todavía no puedo creer que no te hayan dado el papel
principal. Tendré que hablar con ella —refunfuña madre en voz
baja y yo suspiro profundamente, no queriendo verme envuelto
en otro conflicto.
—Está bien. No quería el papel principal —le digo, esperando
que por una vez me escuche y deje el tema.
—Si tu padre no estuviera tan en contra. —Hace un sonido de
tsk mientras me mira a la cara—. Serías la cara de todos los
anuncios de modelaje. Con tu hermana a tu lado. —Sacude la
cabeza, con la decepción claramente marcada en su rostro—.
Arrasarías en todo el país.
No es la primera vez que oigo a mi madre decir esto. Desde
que tuve la edad suficiente para entender el lenguaje de los
adultos, me di cuenta de que mi madre tenía grandes aspiraciones
para sus hermosos hijos. Había querido llevarnos a Hollywood,
conseguir que todo el mundo nos mirara como si fuéramos unos
objetos, no seres humanos. Pero, por supuesto, sus sueños habían
sido rápidamente sofocados por mi padre, que no quería nada de
eso.
Eso no impidió que madre nos llevara a todas partes como sus
muñequitos.
Volvemos a casa y me apresuro a ir a mi habitación, ya que los
acontecimientos del día me están pasando factura.
Yendo al baño, me miro en el espejo, preguntándome qué es lo
que hace que todo el mundo se obsesione con mi cara.
Levantando la mano, trazo los contornos de mi cara, buscando
cualquier imperfección, pero sin encontrar ninguna.
¿Y si tuviera una?
¿Y si no fuera tan perfecto? ¿Dejaría la gente de mirarme? Tal
vez esto pueda resolver todos mis problemas.
Ni siquiera lo pienso mientras aprieto la mano en un puño,
dirigiéndola directamente al espejo. No se rompe, no
inmediatamente. Pero mientras sigo golpeándolo, pequeños
fragmentos se abren paso en el suelo.
Haciendo una mueca por el dolor de mi mano, concentro toda
mi energía en un trozo de cristal. Cogiéndolo con la mano, me lo
llevo a la mejilla.
Una cicatriz.
Y dejaría de ser tan perfecto.
Estoy a punto de clavarme el extremo afilado en la piel cuando
madre irrumpe en la habitación y me lo quita de un manotazo.
—¿Qué estás haciendo? —me grita, con los ojos muy abiertos
por el horror. No reacciono cuando empieza a golpearme (siempre
el cuerpo, nunca la cara). Solo la dejo hacerlo hasta que se cansa.
—¡No te atrevas a hacer eso otra vez! —repite una y otra vez, y
aunque asiento a sus palabras, sé que lo volveré a hacer en cuanto
pueda.
No sé si es mi expresión la que no es lo suficientemente
convincente, pero ella añade algo que me hace reflexionar.
—Cada corte que te hagas en la cara, le haré lo mismo a tu
hermana. ¿Quieres que esté fea y con cicatrices? ¿Quieres que llore
de dolor? ¿Por tu culpa? —Miro a los ojos de madre, esperando
que todo sea una broma.
No lo es.
—No lo volveré a hacer —digo en voz baja, convencido de que
cumplirá sus amenazas.
—Bien. Ahora ven, deja que María te limpie. —Me entrega a
mi niñera y sale de la habitación.
Madre vuelve más tarde, como sabía que haría. Este tipo de
comportamiento no queda impune.
—Sabes que no puedo dejarte salirte con la tuya —explica, con
expresión estoica mientras me mira.
Asiento con la cabeza.
—No quiero hacerlo, pero tengo que hacerlo —continúa, como
si le resultara tan difícil castigarme. Frunce los labios y me mira de
arriba abajo.
—Tu castigo será no moverte y guardar silencio. —Frunzo el
ceño ante el extraño castigo, pero no digo nada. A mí me parece
bastante fácil.
Me lleva a su habitación, directamente hacia su armario.
Abriendo la puerta, me mete dentro y me dice:
—Las manos sobre las rodillas, los ojos hacia delante y no te
atrevas a moverte ni a hacer ningún ruido. —Obedezco, doblando
las piernas debajo de mí y colocando las palmas de las manos
sobre mis rodillas.
Madre me dedica una sonrisa de aprobación antes de empujar
la puerta detrás de ella. No la cierra del todo, y queda un pequeño
espacio que permite una perfecta visibilidad dentro de la
habitación.
Me pregunto cuánto tiempo debo estar aquí. Normalmente sus
castigos son corporales. Es la primera vez que me obliga a hacer
algo así.
Oigo la puerta de entrada a la habitación y veo entrar a padre.
Suspira profundamente y empieza a quitarse la ropa. Madre se
apresura a ofrecerle un masaje en los hombros y, cuando padre se
sienta en la cama, empieza a amasar su carne.
No creo que deba ver esto.
Pero la escena cambia rápidamente cuando mi madre se
arrastra de rodillas frente a mi padre y le pone la boca en el pene.
Mi primer instinto es mirar hacia otro lado, pero entonces
recuerdo sus palabras.
Ojos al frente.
Temiendo otra paliza, sigo mirando.
Pronto madre está de rodillas y padre la golpea por detrás, con
una respiración irregular mientras gruñe algunas palabras
malsonantes. Los ojos de madre se centran en mí todo el tiempo.
Se le escapan fuertes gemidos de la boca mientras insta a padre a
ir más rápido y más fuerte. El sonido de una bofetada contra la
carne de mi madre me hace estremecer, pero ella sigue
mirándome, con la mano entre las piernas.
—¡Me corro! Más fuerte —grita, con el cuerpo temblando. Sin
embargo, su mirada no se aparta de mí.
Esto continúa durante la siguiente hora. No importa lo que
padre le haga, sus ojos no se mueven de mí.
Se asegura de que no aparte la mirada.
Cuando finalmente termina y padre sale de la habitación,
madre se acerca a mí, todavía desnuda, y abre la puerta.
—Buen chico. —Se inclina de rodillas frente a mí, con sus
pechos colgando y balanceándose hacia mi cara. Se inclina hacia
mí para besarme la cara, sus labios rozando mi boca.
—Ahora puedes ir a jugar —dice, sacándome de la habitación.
Me duele al levantarme, con los pies casi paralizados por haber
estado sentado en la misma posición durante demasiado tiempo,
pero estoy demasiado contento de salir de allí, así que salgo
cojeando.
Es tarde en la noche cuando se produce la primera visita. Estoy
en mi cama, durmiendo, cuando me sobresalta el crujido de las
sábanas, la cama bajando para acomodar a otra persona.
Mantengo los ojos cerrados, convencido de que es un sueño.
Los monstruos no existen, ¿verdad? Soy demasiado mayor para creer
en eso.
Manteniéndome quieto, siento un aliento en mi mejilla
mientras una mano empieza a recorrer mi brazo. Abro un ojo, e
incluso en las sombras de la noche puedo reconocer el perfil de mi
madre. Parece embelesada mientras me acaricia la piel. Sus dedos
se posan en mi mano y la atrae suavemente hacia ella.
Ajusta sus dedos con los míos, su palma descansando sobre mi
mano mientras acerca su pierna. Arrastra mi mano hacia lo alto de
su muslo, presionando mis dedos contra su carne. Siento que la
humedad cubre las puntas de mis dedos, y ella sigue usando mi
mano, moviéndola en círculos y mojándola cada vez más.
Su respiración se entrecorta en la garganta a medida que los
movimientos se aceleran.
Intento no retroceder con asco, sobre todo cuando me toma
toda la mano y la mete en una estrecha abertura. Paredes calientes
rodean mi piel, y ella la mueve dentro y fuera de su cuerpo.
Permanezco en silencio, dispuesto a ignorar lo que está
sucediendo, esperando que todo sea un mal sueño.
Todo se detiene solo cuando ella suelta un jadeo semi-fuerte, y
yo siento que mis dedos son tragados por algo.
—Buen chico. —Se acerca a mi cara, con su boca cerca de mi
oído—. Pronto —es todo lo que dice antes de irse.
Un tiempo después, abro los ojos y me encuentro solo en la
habitación. No hay pruebas de que haya estado allí, excepto un
fuerte olor que sale de mis dedos.
Me siento físicamente enfermo, e incluso en mi joven mente, sé
que esto está mal.
Todo está mal.

—¿No es esto bonito? Mamá lo hizo especialmente para mí.


Ninguna otra chica tiene uno igual. —Lina presume de su nuevo
vestido, dando vueltas delante de mí con una enorme sonrisa en el
rostro.
Yo también me fuerzo a sonreír, aunque la mención de madre
me da ganas de vomitar.
—Pareces una princesa, Lina —la halago y ella disfruta de la
atención, tomándome de la mano para mostrarme su colección de
muñecas. La escucho con atención, y cuando me pide que juegue
con ella, no tengo el valor de negárselo.
Nos pasamos todo el día con sus muñecas, poniéndolas en
diferentes situaciones. Aunque la actividad en sí no es para mí, el
hecho de ver a Lina sonreír con tanto entusiasmo es lo único que
me importa, porque es la única que puede hacerme feliz.
Es a última hora de la noche cuando temo lo que se avecina.
Cuando cierro los ojos y me hago el dormido.
Las visitas de madre no son diarias. Incluso he notado que no
tiene un patrón determinado, sus llegadas son caprichosas.
Intento darles sentido, prepararme. Pero siempre acaban
tomándome por sorpresa.
Como esta noche.
Por primera vez en la semana, se acerca, acomodando su
cuerpo cerca de mí, su aliento caliente en mi oído. Todo este
tiempo y mi actuación sigue siendo fuerte. Ella sigue pensando
que estoy profundamente dormido, y por eso es libre de hacer lo
que quiera con mi cuerpo.
La mayoría de las veces solo toma prestados mis dedos,
usándolos para acariciarse hasta lo que he llegado a conocer como
clímax. Susurra palabras mientras jadea, con mis dedos en lo más
profundo de su cuerpo: que solo yo puedo darle lo que anhela,
que solo con mi tacto puede experimentar el cielo.
Pero también hay momentos en los que ella hace más.
Como esta noche.
Puedo sentirlo en la forma en que sus manos se mueven hacia
abajo, más allá de la cintura de mi pijama y dentro de mi ropa
interior. Me rodea el pene con la mano, su tacto es suave pero
invasivo. Sus caricias no son desagradables, pero sí repugnantes.
No sé qué quiere conseguir con esto. Sus dedos envuelven mi
carne, el pulgar rodeando la cabeza de mi pene. Sigue moviendo
su mano hacia arriba y hacia abajo, y los movimientos me hacen
difícil fingir que estoy dormido.
—Ven, mi pequeño. —Su voz es melodiosamente baja—. Deja
que te haga sentir bien, Enzo. —Sus palabras, al igual que sus
acciones, me resultan extrañas.
Porque no importa lo que me haga, nunca se siente bien.

Doce años.
Algunas personas crecen temiendo a los monstruos bajo la
cama. Yo crecí temiendo al monstruo de mi casa.
Es difícil creer que mi madre no se dé cuenta de que estoy
despierto todo el tiempo que está allí... tocándome. Pero si lo hizo
nunca lo mostró.
Por la noche era una persona, pero durante el día era otra
completamente distinta. En la oscuridad yo era el objeto que le
daba placer, mientras que durante el día era el hijo guapo que
podía mostrar con orgullo al mundo.
Pero algo empezó a cambiar.
Lo veía en el ligero estrechamiento de sus ojos cuando alguien
me miraba fijamente o me alababa demasiado; o en la forma en
que maldecía a las chicas de mi colegio que se atrevían a darme
atención.
Estaba destinado a ser suyo, solo suyo.
—Toma mi mano, Lina. —Le tiendo la mano mientras salimos
del coche.
Mi hermana mayor, Romina, se casa hoy y toda la familia va a
asistir.
Me agarro a Lina y nos dirigimos al interior del recinto.
Después de la ceremonia en la iglesia, la celebración continuará
con más comida y bebida. Pero teniendo en cuenta la cantidad de
extraños que hay a mi alrededor, no voy a dejar a Lina sola ni un
momento.
Yo, mejor que nadie, sé de lo que son capaces los adultos, y
prefiero morir a que le pase lo mismo a mi hermanita.
Me sonríe y seguimos dentro, tomando nuestros asientos
designados.
Romina parece increíblemente feliz mientras mira a su marido,
Valentino. Aunque el suyo es un matrimonio concertado, han
desarrollado sentimientos el uno por el otro durante su noviazgo.
Romina suele bromear diciendo que fue amor a primera vista,
pero al ver sus interacciones, cómo Valentino la hace girar en la
pista de baile, su amor parece muy real.
—Ya verás cuando encuentres a alguien que ilumine todo tu
mundo —decía, intentando explicar los sentimientos que
Valentino despertaba en ella.
Yo asentía con la cabeza, y le seguía la corriente, ya que el
tema le interesaba mucho. No quise decirle que no creía que algo
así me fuese a pasar nunca. No cuando lo único que siento es asco
cada vez que pienso en una mujer tocándome.
—Tienes chocolate en la barbilla, tonta. —Miro a Lina. Ella
deja el pastel y frunce el ceño mientras intenta limpiarse el rostro.
—Déjame —digo mientras cojo una servilleta y le froto
suavemente la piel. Mi hermana es la única excepción a la regla.
No hay nadie más puro e inocente en este mundo que mi dulce
Lina, y cuando me mira con esos ojos llenos de amor, no puedo
evitar sentir que el corazón me estalla en el pecho.
Haría cualquier cosa para asegurarme de que nunca conozca a los
monstruos del mundo.
Es una promesa que me hice a mí mismo hace mucho tiempo.
La protegería hasta mi último aliento.
—¿Puedo sentarme aquí? —Giro la cabeza para ver a otra
chica que señala la silla que está a nuestro lado. Tiene más o
menos mi edad, quizá un par de años menos.
—¡Claro! —exclama Catalina, con una sonrisa en el rostro—.
Eres muy bonita —la halaga Lina.
—¿Cómo te llamas? —Se planta delante de la recién llegada.
—Soy Gianna —dice la chica, tomando asiento a mi lado.
—Yo soy Catalina y este es mi hermano Enzo —proclama Lina
con orgullo. Le dedico una sonrisa tensa, pero no digo nada. A
Lina le encanta hacer nuevos amigos, y aunque nunca le impediría
socializar, no está precisamente en mi lista de prioridades. La
mayoría de las veces agradezco que la gente no se fije en mí.
—Encantada de conocerte —dice Gianna, y sus ojos saltan
hacia mí inmediatamente. Trato de no reaccionar ante su evidente
mirada, pero no está siendo muy discreta al respecto. Ni siquiera
cuando acerca a propósito su silla a la mía y trata de entablar
conversación conmigo.
Suspiro, dándole respuestas cortas y esperando que capte la
indirecta y nos deje en paz. Lina, en cambio, sigue haciendo sus
preguntas y dirigiendo la conversación.
—¿Qué? —Gianna salta de repente de su asiento, con la parte
delantera del vestido empapada. Levanto la vista y veo a mi
madre de pie junto a ella, con una sonrisa maliciosa pintada en su
rostro.
—Oh, vaya, debo de haberme tropezado. —Arregla su tono
para que parezca una disculpa, pero reconozco la falsedad de la
misma.
Gianna parece angustiada y sale corriendo en busca de sus
padres.
—Mamá —salta Lina a los brazos de su madre, dándole un
fuerte abrazo.
Las miro a ambas, temiendo la situación en la que me
encuentro. Sé que madre nunca le haría nada a Lina, me he
asegurado de ello. Pero a los ojos de Lina nuestra madre es el
epítome de la perfección, y su adoración está escrita en su mirada
cada vez que la mira. Madre lo sabe, y lo utiliza sutilmente en su
beneficio para asegurarse de que soy dócil.
Porque nunca abriría la boca con acusaciones si eso le causara
dolor a mi hermana pequeña.
La forma en que su rostro se contorsiona, una mezcla de
triunfo y satisfacción deja claro que ha dado en el blanco con su
supuesto accidente.
El resto de la celebración transcurre de forma borrosa mientras
intento rechazar otros intentos de socialización.
De vuelta a la casa, me retiro a mi habitación. Como padre está
en casa hoy, no creo que madre venga. Tal vez pueda dormir bien
por la noche.
Me dejo llevar, pero incluso hoy la suerte no está de mi lado.
Me despierta una sensación de humedad alrededor de mi
polla. Me sobresalto momentáneamente y, al abrir un ojo, veo a mi
madre entre mis rodillas, con su cabeza subiendo y bajando por
mi polla. Aprieto las manos en un puño para no reaccionar, para
no quitármela de encima de una patada. Pero la vergüenza me
envuelve al darme cuenta de que, por primera vez, estoy
empalmado, y la forma en que me acaricia la carne o cómo me
empuja tan profundamente en su boca no me parece tan mala.
Giro la cabeza hacia un lado, apretando los ojos y diciéndome
que todo esto es un mal sueño.
No es real.
Sigue succionando, con su lengua haciéndome cosquillas en la
zona sensible. Mis músculos se tensan y siento un cosquilleo en la
columna vertebral. No sé lo que pasa, mi mente se queda en
blanco y una intensa sensación se apodera de todo mi cuerpo.
Salen chorros de algo de mí pene, que van a parar a la boca de
mi madre, que sigue chupando.
Una lágrima solitaria se abre paso por mi mejilla al darme
cuenta de la enormidad de lo que acaba de suceder... y todo mi ser
se llena de autodesprecio.
¿Por qué? ¿Por qué me hace esto?
No es la primera vez que me hago la misma pregunta. Noche
tras noche, me susurraba al oído que me haría sentir bien mientras
recorría mi cuerpo con sus manos.
Pero solo hoy comprendo lo que su oferta exige: el precio de
mi alma.
Estoy casi paralizado mientras espero a que termine lo que sea
que esté haciendo. Mantengo los ojos cerrados y me imagino todas
las formas en que la haría sufrir, destruirla para que nunca se me
acercara de nuevo.
Y, sin embargo, sé que eso nunca podrá ocurrir... y que
mañana volverá a suceder.
A medida que pasa el tiempo, cada vez es más difícil poner
una cara feliz y fingir que soy normal. Incluso mis amigos del
colegio me abandonaron cuando se dieron cuenta de que me había
vuelto demasiado cerrado. No es que me importara demasiado, ya
que significaba menos esfuerzo por mi parte, menos fingir.
Incluso dejé de salir de casa si no era completamente necesario,
porque tener una cara bonita significa que la gente se
arremolinará a mi alrededor con falsas intenciones.
Mi única fuente de consuelo es mi hermana pequeña, la única
que todavía tiene el poder de hacerme feliz.
Pero a medida que ella crece... tengo que preguntarme si ella
también empezará a mirarme de forma diferente... menos
fraternal. Madre ya lo ha hecho, ¿qué le impide hacer lo mismo?
Las noches continúan como antes, pero pronto me encuentro
mejor para controlar mi cuerpo, para no dejarla ganar. En algún
momento, consigo retener mi eyaculación, y por mucho que
madre intente sacarme una reacción, por mucho que intente
hacerme sentir bien, ya no funciona.
Pero, aunque esperaba que esto la disuadiera, solo le dio otras
ideas.
Me doy cuenta de eso cuando me encuentro inmovilizado en la
cama, con el cuerpo desnudo de madre a horcajadas sobre mi
mitad inferior.
No me muevo mientras veo cómo sus manos trabajan mi polla,
toda mi atención concentrada en no mostrar ninguna debilidad,
en no darle lo que ansía.
Pero esta vez, en lugar de intentar excitarme con su boca,
cambia de táctica. Frota sus genitales, ya mojados, y la sensación
es asquerosa. Pero por mucho que intente hacerme reaccionar, mi
polla sigue flácida.
Justo cuando pienso que va a rendirse y marcharse, vuelve a
susurrar esas temidas palabras.
—Deja que te haga sentir bien, Enzo. Solo esta vez —dice
mientras me acaricia, sus dedos rodeando mi polla flácida y
guiándola hacia su entrada.
Es como si todo mi cerebro se pusiera en marcha con
advertencias al saber lo que está a punto de suceder.
Por primera vez, dejo de fingir.
Se esfuerza por introducirme en su orificio cuando me levanto
de la cama, mis manos empujando sus hombros y apartándola
fuera de mí. Mis ojos se abren de par en par cuando la veo
completamente por primera vez, desnuda en el suelo, con una
expresión de asombro.
—Enzo, cariño... —balbucea—, no es lo que parece. —La miro
con horror ante el acto que estaba a punto de ocurrir hace un
momento.
—Fuera. —Mi voz es pequeña, casi temblorosa, pero a medida
que el asco me invade y amenaza con desbordarse, me armo de
valor para ordenarle—. ¡Fuera!
Se echa hacia atrás, recogiendo su vestido tirado antes de salir
de la habitación.
Y yo me quedo mirando las sombras de la pared...
—¿Cuánto tiempo vas a estar deprimido en mi sofá, mon cher?
—Maman Margot abre las persianas y la luz del sol asalta mis
sensibles ojos.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que llegué a su casa? ¿Dos
días? ¿Tres? He pasado todo el tiempo en el fondo de la botella,
así que no he estado llevando la cuenta.
—Maman, por favor —gimo, tapándome los ojos con el dorso
de la mano.
—Enzo, sabes que te quiero mon fils, pero tienes que irte. Hace
un par de días que no veo a Alfredo, y todo porque has asediado
mi boudoir13. Entiendo que estés frustrado ya que —Entrecierra los
ojos mirándome lastimosamente—, no consigues nada, pero ahora
te estás asegurando de que yo tampoco lo consiga.
—Agua —grazno, y maman se limita a sacudir la cabeza
mientras me lanza una botella de agua y un ibuprofeno.
—Al principio te dejé estar porque pensé que todo esto era por
tan soeur14, pero no es solo eso, ¿verdad?
Tomando asiento frente a mí, se sirve un poco de vodka en su
vaso y se lo lleva a los labios. Maman siempre empieza el día con
una dosis rejuvenecedora de vodka, pero esta vez, el olor a alcohol
me resulta repulsivo, y mi nariz se arruga del asco.
Quizá porque me he ahogado en alcohol.
Me quedo en silencio durante unos segundos, sin saber qué
decirle... cuánto decirle.
13
Tocador
14
Tu hermana
—Creía que las cosas iban bien con tu mujer. —Ella toma otro
sorbo, sus ojos observándome con atención.
—Es... complicado.
—¡Complicado mis narices, Enzo! —Maman pone los ojos en
blanco mientras vacía el vaso y lo golpea contra la mesa con
fuerza—. ¿Qué has hecho?
—Hice que me odiara —admito con un suspiro, y el recuerdo
de Allegra en el suelo, con sus grandes ojos mirándome con tanta
decepción, hace que mi corazón se apriete dolorosamente en mi
pecho.
Nunca quise su odio. No obstante, parece que estoy obligado a
tenerlo si quiero que ella sea feliz... segura...
—¿Por qué demonios harías eso? ¡Mon Dieu, Enzo! —Me mira
horrorizada, y su expresión refleja lo que siento por dentro.
Me había acostumbrado tanto a estar con Allegra... a hablar
con ella, a tocarla.
—Me congelé... —admito, bajando la mirada—. Ella dijo algo
que me recordó a... —Me quedo en blanco, pero maman lo capta
inmediatamente.
—Enzo, mon fils, no todas las mujeres son como tu madre.
—Ya lo sé —digo con una sonrisa torcida—. Allegra no es
como nadie que haya conocido. Es simplemente... especial.
Su sonrisa, su calidez, cómo ha hecho que tenga ganas de
despertarme por las mañanas…
—Entonces, ¿por qué no le cuentas lo que pasó? ¿Abrirte a
ella? Estoy segura de que será comprensiva.
Respiro hondo.
—Creo que le rompí el corazón, maman, y no estoy seguro de
que vaya a perdonarme nunca.
—Enzo... —Maman se echa hacia atrás, con los labios fruncidos,
y finalmente dejo que todas mis preocupaciones se derramen.
—Necesito mantenerla lejos. La violación de Catalina... La
muerte de Romina... todo le ocurrió a personas que juré proteger.
No puedo fallarle a ella también. —Miro hacia otro lado, el dolor
amenazando con derramarse.
—Mon Dieu. —Maman cruza los brazos sobre su pecho—.
Dime que no crees realmente que fue tu culpa. No podías haber
hecho nada para evitar que ocurrieran esas cosas horribles.
—Tal vez podría haber...
—¡Enzo! —Levantándose repentinamente, se planta frente a
mí, levantando mi mandíbula para que pueda mirarla a los ojos.
—Después de todo lo que pasó, la vida te dio una mujer que,
según tú, es tu pareja en todos los sentidos. ¿Por qué te alejas de
ella cuando puedo ver el dolor en tus ojos cuando dices su
nombre? Mon fils, una cosa que he aprendido en mi vida... La
gente de calidad no viene fácilmente. Y cuando lo hacen, te aferras
a ellas contra viento y marea. Ahora sal de aquí y ve a disculparte
con tu esposa. Tal vez ella todavía te perdone.
No deja lugar a discusiones y me da la espalda, tomando
asiento junto a la ventana.
Recojo mi abrigo y salgo, casi temiendo volver a casa.
Hacía tanto tiempo que no recordaba tan claramente aquellos
días de mi infancia.
Infancia...
Casi me río de la idea. Dejé de ser un niño la primera vez que
mi madre me tocó inapropiadamente.
Sin embargo, a pesar de mi entusiasta inmersión en la mafia,
de toda la gente que he matado... ella sigue viva.
Tenía trece años la primera vez que intenté matarla, solo para
ser interrumpido por mi hermana pequeña llorando por su madre.
Tenía catorce años la segunda vez. Acababa de aprender lo
fácil que era apretar el gatillo y ver cómo el alma de alguien salía
de su cuerpo. Y, sin embargo, mientras apuntaba con la pistola a
su forma dormida, no me atrevía a hacerlo.
¡Débil!
Tan débil... los recuerdos habían continuado atormentándome,
y la idea de que todas las mujeres querían una cosa de mí quedó
plantada firme e irrevocablemente en mi mente.
A lo largo de los años su presencia se hizo más soportable,
aunque su tacto seguía siendo repulsivo. Pero me las arreglé,
porque seguía siendo la madre de mis hermanas.
Ahora...
Catalina se ha ido. Romina ha muerto. Augusta está lejos...
No hay nada que me retenga.
ALLEGRA

Mis ojos se abren de golpe cuando oigo pasos por el pasillo.


Eso solo puede significar una cosa.
Enzo ha vuelto.
Ha estado ausente durante tres días... tres días en los que había
llorado hasta quedarme sin lágrimas, por lo idiota que había sido,
y por el brillante actor que había resultado ser.
¡No más!
Levantándome de la cama, abro la puerta y me encuentro cara
a cara con el hombre que me ha estado atormentando desde el
primer día.
Pero la visión que encuentro no es la que esperaba.
Lleva la misma camisa blanca y los mismos pantalones negros
que llevaba la última vez que lo vi. Sus ojos se abren de par en par
al verme. Mi mirada se desplaza por su cuerpo y observo las
sombras en su cara, el ligero crecimiento de la barba en su
mandíbula...
No tiene buen aspecto.
Cuando me acerco a él, casi me da pena.
Tal vez sea la tristeza la que habla.
Justo cuando me digo eso, percibo el mismo perfume que se
aferraba a su piel la última vez, un perfume de mujer.
Estaba con esa mujer de nuevo... Se tiró a otra mujer.
Ni siquiera espero a que el dolor se asiente en mi pecho
cuando mi mano se estira, el eco de una bofetada resonando por el
pasillo. Su cara se mueve hacia un lado, pero no reacciona. Se
limita a mirarme de forma aburrida, con toda su expresión
cerrada.
—Esto ha sido por la última vez —empiezo, deseando que mi
voz se mantenga firme. He ensayado tantas veces las cosas que me
gustaría gritarle a la cara, pero al mirarlo ahora, me encuentro casi
sin palabras.
—Ya te dije una vez, Enzo Agosti, que te daré lo mismo que
reciba. Si vuelves a pensar en intimidarme, será mejor que veas
dónde duermes.
No reacciona a mi amenaza, sus hombros inclinándose
perezosamente hacia arriba en un encogimiento de hombros.
—Haz lo que quieras —dice, cerrando la puerta de su
habitación en mis narices.
Sin palabras, me quedo mirando la puerta cerrada.
¿Qué acaba de suceder?
El día siguiente es aún peor. El domingo es el único día de la
semana en que se espera que todos bajemos a cenar: el único día
en que el propio Rocco está presente.
La tensión se dispara cuando me dirijo al comedor. Rocco está
sentado en un extremo de la mesa, con Lucía a su izquierda. Enzo
está sentado en el otro extremo, y yo tomo asiento junto a él, como
es de esperar.
Todos guardan silencio mientras se sirven los platos, pero
detecto una silenciosa satisfacción en el rostro de Lucía.
¿Lo sabe?
Debe de saberlo. Si no, no se regodearía así. ¿También estaba
metida en esto? ¿Burlarse de la campesina, ganarse su confianza y
descartarla como si fuera basura?
Algo extraño parece pasar entre Enzo y Lucía, sus ojos
intensamente pegados el uno al otro. Solo sirve para confirmar
aún más que puede que me hayan tomado el pelo... todos.
No voy a llorar... ya no.
—Padre —me dirijo a Rocco como él me había pedido. Deja de
comer, baja los cubiertos y dirige su atención a mí. Levanta una
ceja y yo respiro profundamente, con mi plan preparado.
—Creo que ya ha pasado suficiente tiempo desde mi
matrimonio con Enzo, y no necesitamos fingir más cordialidad.
Me gustaría mudarme a mi propia casa. —Le miro fijamente a los
ojos mientras digo esto, sin mostrar ninguna debilidad.
Sus ojos se abren de par en par y sus puños golpean la mesa,
su plato de sopa salta y derrama algo de líquido sobre el mantel.
Otro sonido procedente de mi derecha me indica que Enzo ha
hecho lo mismo.
—Enzo, ¿qué es esto? ¿Es una especie de broma? —Rocco
escupe mientras nos mira ambos.
—No, es… —empiezo, queriendo dejar clara mi posición. Pero
una mano me agarra la pierna por debajo de la mesa, apretando
mi carne con fuerza.
—Claro que es una broma, padre. —Enzo corrige, añadiendo
una sonrisa. Intento sacudirme la mano, pero su agarre se hace
más doloroso.
—No es gracioso, hijo. Es casi insultante que haya sugerido
algo así —exclama Rocco, claramente indignado.
No se me escapa la hipocresía, pues sé perfectamente que al
igual que su hijo, pasa la mayor parte del tiempo con putas. El
mero hecho de recordar que Enzo me ha estado tomando el pelo
mientras se acostaba con Dios sabe quién me tiene casi rabiosa de
ira, así que le devuelvo el toque cariñoso a Enzo presionando mis
uñas en su mano. Cuanto más me aprieta el muslo, más presión
ejerzo clavando mis uñas más profundamente en su piel, y la idea
de sacar sangre es una pequeña satisfacción para mi persona.
—No te preocupes, padre. No lo dice en serio —Enzo continúa,
apretando los dientes con dolor, y mi deseo de hacerle daño se
multiplica por diez.
Sabía lo cuidadosa que era con mi corazón, y se desvivió por
conseguirlo para luego pisotearlo. La muerte es la mayor
misericordia para los que son como él.
—Enzo —Rocco se dirige a su hijo, su expresión es grave—, tu
mujer no sabe cuál es su lugar. Necesita ser disciplinada. —Se
vuelve hacia mí con los ojos entrecerrados—. Las mujeres deben
saber cuál es su lugar y cuánto deben abrir la boca.
—¿Disciplina? No soy una niña —estallo, incrédula de que
haya sugerido tal cosa. Los dedos de Enzo se tensan
dolorosamente, pero hace tiempo que me olvidé del dolor.
—Cállate, Allegra —Enzo dice mientras sigue apretando los
dientes.
—Hijo, creo que tienes que demostrarle a tu mujer quién es el
hombre de la casa —Rocco continúa, y a Lucía le resulta cada vez
más difícil ocultar su felicidad por el giro de los acontecimientos.
—¿Qué es lo que...? —Me detengo cuando siento un pinchazo
en el muslo. Me vuelvo hacia Enzo, pero su expresión es
inflexible.
—Tiene que saber lo que significa el respeto. Si no puedes
hacerlo, entonces...
—Lo haré —Enzo responde inmediatamente, tirando con
fuerza de mí para ponerme de pie—. No te preocupes padre, no
volverá a molestarte.
Rocco murmura en señal de aprobación.
—Necesita aprender de tu madre, que la vean pero que no la
escuchen. Más bien creo que necesita otra cosa en esa boca suya —
las comisuras de sus labios se levantan, y la insinuación es clara.
Enzo me arrastra fuera del comedor y me lleva a su despacho
cerrando la puerta tras él.
—¿De verdad eres tan estúpida, Allegra —pregunta,
acercándose a mí con pasos cautelosos—, para sacar ese tema con
mi padre?
—Bueno, esto —digo mientras nos señalo—, está claro que no
funciona, así que será mejor que sigamos caminos distintos. —Me
pongo en posición de defensa, con los brazos cruzados sobre el
pecho, para que no vea a través de mi fachada.
—Caminos separados —se burla, riéndose despectivamente de
mí. Se acerca, su mano agarrándome del brazo y acercándome a
él—. Te olvidas de un pequeño detalle, esposa. Hasta que la muerte
nos separe. O muero yo primero o mueres tú, no hay vuelta atrás.
Eres mía por el resto de tus días, así que será mejor que te
acostumbres.
Haciendo caso omiso de sus palabras, lo empujo y me dirijo a
la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —Sus cejas se levantan y me mira
con diversión irónica.
—Evidentemente, a cualquier sitio donde tu no estés. —Le
pongo los ojos en blanco.
Es más fácil pasar a la ofensiva que reconocer el modo en que
mi corazón sigue dando saltos cuando estoy cerca de él.
—Creo que hay un problema notable —comenta
despreocupadamente mientras se sube las mangas de la camisa.
—No es asunto mío. —Me encojo de hombros.
Intento pasar a su lado, pero de alguna manera nos coloca a los
dos en el sofá del centro de la habitación. Caigo encima de él,
tumbada sobre su regazo. Mi vestido se levanta de repente sobre
mis caderas, y el aire frío que golpea mi piel hace que me retuerza.
—¿Qué...? —Ni siquiera me salen las palabras cuando me da
una bofetada en el culo.
Con fuerza.
Chillo de dolor ante la sorpresa.
—Esa boca te va a meter en un lío, Allegra —dice mientras me
da otra palmada en el culo. Y otra más.
—Deberías agradecer que no sea mi cinturón el que está
tocando tu bonito culo. —Su palma acaricia mi piel con ternura, y
sus movimientos gentiles suavizan el dolor.
—Pero padre tenía razón. Necesitas disciplina. —Otro dolor
punzante mientras sigue azotándome, deteniéndose de vez en
cuando para acariciar mi maltrecho culo.
Se me acumulan las lágrimas en las esquinas de los ojos, pero
me obligo a no llorar, no queriendo darle la satisfacción de ganar.
Sufro en silencio hasta que termina su sesión de disciplina.
Bajándome la falda sobre las piernas, me sienta sobre su regazo.
—Horrible... eres horrible —aprieto los dientes mientras le
suelto el insulto, su erección dura y clavada en mí.
Se está excitando con mi dolor.
Me apresuro a ponerme de pie, queriendo alejarme lo más
posible de él.
—Y harías bien en recordarlo Allegra —dice mientras me
precipito hacia la puerta, abriéndola de golpe para ver a Rocco y a
Lucía esperando fuera, con sus caras llenas de alegría.
—Estoy orgulloso de ti, hijo —oigo las palabras de Rocco
mientras paso junto a ellos, y el corazón se me estruja
dolorosamente en el pecho.
Tonta. Soy tan tonta.
El tiempo pasa y descubro que no es tan fácil enterrar mi
corazón como había pensado. Enzo y yo nos enzarzamos en
pequeñas discusiones, pero, incluso cuando me molesta, su
presencia es reconfortante. Me siento atrapada entre mi orgullo y
mis sentimientos. Mi orgullo no me permite cederle ni un ápice,
mientras que mis sentimientos quieren que le entregue todo mi
corazón.
Lucía, al notar el distanciamiento entre nosotros, no deja de
aumentar sus travesuras. Ella sabe que no puedo irme, así que
hace todo lo posible para hacerme miserable.
El colmo de todo fue cuando encontré una pequeña cámara
incrustada en la pared. Al principio, me enfurecí, pensando que
me había estado espiando, a nosotros, todo el tiempo. Pero
cuando se me pasó la rabia, me di cuenta de que podía utilizarla
para vencerla en su propio juego. Dejé la cámara allí, y moví
algunos muebles para que ocultaran la vista de la cama.
Al ver que ya no podía vigilarme, Lucía se había vuelto más
creativa. Por ejemplo, la situación que estoy viendo ahora.
Sacudo la cabeza mientras veo a una rata correr por mi
habitación antes de meterse debajo de mi cama.
Lo intenta, pero eso no significa que lo consiga. Las ratas no me
molestan: al fin y al cabo, soy una campesina. Estoy acostumbrada
a animales de todos los tamaños y variedades.
Pero no se puede decir lo mismo de la querida Lucía.
Usando algunas sobras, le pongo un cebo a la rata hasta que la
atrapo en una caja improvisada. Luego, esperando a que Lucía
salga a sus visitas sociales de la tarde, me cuelo en su habitación y
dejo la rata bajo su almohada.
Más tarde, esa misma noche, cuando oigo resonar en la casa un
dulce chillido de pánico, sonrío para mis adentros.
Campesina: 1, suegra viciosa: 0.
Los conflictos continúan, y no tengo ni idea de si Enzo o Rocco
son conscientes del alcance de nuestra enemistad.
De todos modos, no es que vea a mi marido más de una vez
cada dos días... A este ritmo, incluso se olvidará de que tiene una
esposa, si es que no lo ha hecho ya.
Una noche, sin embargo, mientras que me dirijo furtivamente
a la cocina para robar algo de comida, me encuentro cara a cara
con mi marido. Y ni siquiera puedo regodearme de la forma en
que lo encuentro.
Sus ropas están empapadas de sangre, y más líquido rojo
gotea de su frente y cae por su mejilla. Su respiración es irregular
mientras se sujeta el vientre, y sus pasos son descoordinados.
Jadeo y me llevo las manos a la boca mientras mis ojos evalúan
su estado.
—Enzo —susurro, y él levanta una mano para apartarme,
dirigiéndose a su habitación.
Por una vez, dejo de lado mi odio y me apresuro a seguirle,
pasando por mi habitación para coger el botiquín.
Está sentado en la cama, con la camisa ensangrentada a su
lado, y veo el alcance de sus heridas. Tiene cortes furiosos por
todo el torso, todos ellos goteando sangre.
—Enzo. —Poniéndome de rodillas, empiezo a evaluar los
daños—. ¿Qué ha pasado? —pregunto mientras abro el botiquín,
sacando algunas vendas y desinfectante.
Solo se encoge de hombros, como si no fuera gran cosa que
haya llegado a casa medio muerto.
Manteniéndose quieto, me observa atentamente mientras le
froto las heridas, con el aleteo de su nariz como única señal de
dolor.
—¿Por qué te haces esto? —pregunto, más bien para mí. Sigo
limpiando su piel, pero la sangre no deja de brotar de la herida
abierta. Con el dorso de la mano, me limpio una lágrima del ojo
dándome cuenta tardíamente de que estoy llorando.
¡Maldita sea!
—Así es nuestro mundo, pequeña tigresa —finalmente
responde, pero no me está mirando. Saca un paquete de cigarrillos
de sus pantalones y enciende uno.
—¿Tiene que ser así? —Las palabras salen de mi boca antes
que pueda detenerlas—. ¿Y si un día sales y no vuelves nunca
más? Sé que nuestro mundo está lleno de violencia. Pero ¿tienes
que...? —Suspiro, con la frustración royendo mis entrañas—.
Mírate ahora. —Señalo sus heridas aún sangrantes.
—Allegra. —Esboza una sonrisa, el humo saliendo de su boca
hacia mi rostro—. Hablas como si yo te importara.
—¿Y qué si lo hago?
—No lo hagas —declara, con esa sonrisa seductora aún en su
cara, pero sin llegar a sus ojos. Me coloca un mechón de cabello
detrás de la oreja y se inclina hacia mí. Una mezcla de su aliento
caliente y el humo del cigarrillo sopla suavemente en mi oído
mientras susurra—, no olvides que esto nunca fue más que el
pago de mis deudas.
—¿Qué intentas decir? —Mi voz es clara, y mi tono no se ve
afectado, aunque por dentro me estoy muriendo lentamente.
—Esto es un acuerdo, mi querida esposa. Nunca será otra cosa.
—Sus ojos vacíos me miran, y en ellos veo la verdad de sus
palabras.
—¿Por eso no me dejas tocarte? ¿Porque es un acuerdo?
¿Cómo me ves? ¿Como una hermanita? —La acusación no
pronunciada está ahí: ¿tan desagradable soy para él? Debo serlo,
dada su reacción hacia mí.
—No eres mi hermanita, Allegra, y gracias a Dios por ello. Eres
mi compañera, mi esposa.
Saco mi mano de su torso, riendo. Parece que tenemos dos
definiciones diferentes de esposa.
—¿De verdad? Así que tú te vas a follar a tus putas y yo me
tengo que quedar así. Solitaria y… sola. ¿Cómo es esto una
relación?
No es la primera vez que me miente sobre nuestra supuesta
relación. Desde su punto de vista, soy totalmente dócil y
complaciente. Él toma y yo simplemente doy...
—Tranquila, pequeña tigresa, guarda tus garras. A quién me
follo no es de tu incumbencia. No intentes fingir que esperabas
fidelidad cuando ha sido así durante generaciones. Sabías en lo
que te estabas metiendo.
Inclino la cabeza hacia un lado, estudiándolo a él y su audacia.
—¿Lo sabía? Entonces yo también encontraré otra persona
para follar.
El apretón de sus puños es inconfundible, y por la forma en
que sus labios se están retorciendo con desagrado, sé que he dado
en el blanco.
—Escucha, pequeña tigresa —dice en voz baja, y la amenaza
subyacente me produce un escalofrío en la espalda. Su mano se
posa en mi cuello y sus dedos acarician mi pulso—. Atrévete
siquiera a mirar a otro hombre, y no te gustará en lo que me
convertiré. Él será un hombre muerto y yo me aseguraré de que tú
no vuelvas a ver la luz del día. Llevas mi apellido, lo que significa
que eres mía. ¿Entendido?
Negándome a mostrar cualquier signo de debilidad, le miro
fijamente a los ojos.
—¿Y qué hay de las mujeres? —pregunto, con la necesidad de
irritarlo creciendo dentro de mí.
—Soy de los pocos que no distinguen, cariño. Si alguien
siquiera te toca, dejará de existir. Lo juro. —Su cara se retuerce en
una sonrisa cruel, y sus labios apenas se encuentran a un suspiro
de los míos.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? ¿Por qué no duermes
conmigo? —¿Podría haber sonado más patética? Aun así, necesito
saberlo...
—Sinceramente, querida, serías un pésimo polvo. —Sonríe
arrogantemente, soltándome y levantándose, desapareciendo en el
baño.
Curiosidad satisfecha.
Cierro los ojos y, con un profundo suspiro, me levanto
saliendo de la habitación sin mirar atrás.

Pasan las semanas y lentamente me doy cuenta de que Enzo


realmente no quiere nada conmigo. Intento llenar mi tiempo con
cosas significativas, pero incluso mis salidas se han convertido en
algo muy esporádico. He empezado a escribir más, y mi diario se
ha convertido en una ventana a mi alma. Cada pequeña cosa que
sucede encuentra su camino dentro de él.
Últimamente han sido sobre todo mis disputas con Lucia, pero
a medida que se acerca el próximo evento, no puedo ni siquiera
reunir las fuerzas para luchar.
El cumpleaños de Enzo está a la vuelta de la esquina, y me han
dicho repetidamente que es un evento muy importante, que no
debo avergonzar a la familia. Después del conflicto con Rocco, me
di cuenta de que preferiría tragarme mi orgullo en lugar de recibir
otra sesión de disciplina.
Así que acepté a regañadientes ir a que me pusieran un vestido
adecuado, que me maquillaran y que me peinaran.
Lucia se había encargado de los detalles, y aunque yo me había
mostrado escéptica al respecto, con Rocco como su sombra no se
había atrevido a hacer nada indecoroso.
—¿Nunca te has maquillado? —La maquilladora me mira con
asombro, y yo solo puedo negar con la cabeza. Frunce los labios y
sus ojos estudian mi rostro.
—No te preocupes, te pondré muy guapa —dice antes de
ponerse a trabajar. Dudo que pueda hacer maravillas, pero me
siento pacientemente en la silla. Sé que nunca he sido bendecida
con mi apariencia, así que no tengo esperanzas de ponerme guapa
de repente. No creo que nadie tenga ese tipo de habilidad.
Tarda más de una hora en terminar, pero de repente me dice
que abra los ojos y me mire en el espejo. Hago lo que me dice,
pero cuando me veo a mí misma no puedo evitar jadear.
—¿Soy yo? —susurro, con los ojos ya humedeciéndose.
¡Maldita sea! No puedo estropear este maquillaje.
Levanto la vista, parpadeando con fuerza y esperando a que
pase el momento.
—Esto es maravilloso. —Miro asombrada mi reflejo. Por
primera vez en mi vida veo algo diferente. No soy para nada
hermosa, no como lo es Gianna Guerra, pero así me siento
hermosa.
—Gracias —suelto sin poder evitarlo, y tomo las manos de la
maquilladora entre las mías, intentando transmitir lo mucho que
esto significa para mí—. Gracias —repito, y siento que las
lágrimas me invaden de nuevo.
Sigo estupefacta por mi nueva transformación mientras me
ajustan un vestido, un vestido de cóctel negro que esta vez tiene
suficiente tela para cubrir mi piel.
Cuando lo del vestido también está terminado, el cabello es la
última parada, pero eso resulta ser un poco más difícil, ya que me
enzarzo en una acalorada discusión con el peluquero sobre la
longitud de mi cabello. Nunca me he cortado el cabello, solo lo he
recortado cuando era necesario. El hecho de que insista en
cortarme el cabello a la altura de los hombros me tiene indignada.
—No, no. —Levanto las manos.
—Sí, sí —se burla de mí antes de dejarme caer en la silla y
cortarme el cabello.
Al parecer, Lucia ha sido muy estricta con sus instrucciones.
Intento no lamentarme por mi cabello mientras lo veo
amontonarse en el suelo. Sin embargo, el resultado final me deja
boquiabierta.
¿Quién iba a decir que el cabello podía cambiar todo mi aspecto?
Vuelvo a la casa justo a tiempo para que empiecen las
celebraciones. Sin embargo, todavía no hay rastro de Enzo.
Perdiéndome entre la multitud de invitados, empiezo a
socializar y a sumergirme en las conversaciones. Para mi sorpresa,
la mayoría de los presentes hablan italiano, así que no tengo que
hacer el ridículo con mi pésimo acento.
Y así empiezo a disfrutar. El champán fluye libremente y las
discusiones abundan. La fiesta de cumpleaños está en pleno
apogeo, salvo por el cumpleañero que está ausente.
Pero ya no me importa. Esta vez, voy a divertirme.
A la mierda Enzo y a la mierda su familia.
—No, no estoy de acuerdo —digo mientras acepto otra copa
de champán de un camarero—. Verás, no hay pruebas científicas
de la plaga de Atenas. Podría haber sido simplemente un recurso
metafórico para ilustrar su desaprobación de Pericles. El propio
Pericles era la peste. —Tomo otro sorbo de champán, dispuesta a
defender fervientemente mi argumento.
¿Cuándo fue la última vez que me sentí tan libre?
—Guapa e inteligente —me halaga el hombre que tengo
delante, y me sonrojo.
Nunca me habían llamado guapa.
Así que me deleito con sus halagos y mi risa se vuelve risueña
por la burbujeante bebida.
—Hay mucho ruido aquí. ¿Por qué no salimos al balcón y me
cuentas todo sobre Pericles? —dice mientras me lleva hacia las
puertas dobles.
No presto atención al cambio de escenario, ya que mi cerebro
se concentra únicamente en la discusión que tenemos entre
manos.
—Fue exiliado. No era precisamente el mayor fan de Pericles
—continúo, intentando que mi argumento sea lo más convincente
posible. No es frecuente que alguien me hable de temas más
intelectuales, especialmente un hombre, así que siento la
necesidad de demostrarle que no soy una cabeza hueca. Que
puedo pensar por mí misma.
—Es muy interesante. Cuéntame más —me insta, y una
enorme sonrisa se dibuja en mi rostro.
El champán no hace más que mejorar mis habilidades sociales,
y sigo divagando sobre Pericles y la peste, sin darme cuenta de
cómo sigue acercándose a mí. O de cómo sus manos rozan mis
brazos desnudos, su palma bajando lentamente por mi espalda y
sobre mi culo.
Es un pensamiento lo suficientemente aleccionador para
intentar poner algo de distancia entre nosotros. Pero él no quiere.
Acorralándome contra la barandilla del balcón, estamos lo
suficientemente lejos de la multitud como para que alguien pueda
vernos u oírnos.
—Si me disculpas —digo, y trato de pasar junto a él, la
situación volviéndose demasiado incómoda para mi gusto.
—¿A dónde crees que vas, princesa? —me susurra en el
cabello, lo suficientemente cerca como para que pueda sentir su
aliento en mi piel.
—Suéltame. —Aprieto los dientes, sorprendida de que intente
algo así en mi propia casa con tanta gente presente.
—No seas tímida ahora —dice mientras sus labios se posan en
mi mejilla. Me estremezco ante la desagradable sensación de la
saliva contra mi piel y continúo empujándolo.
Y entonces desaparece.
Mis ojos se abren de par en par cuando veo a un aterrador
Enzo agarrar al hombre por el cuello, arrastrándolo hasta el centro
del salón de baile.
No.… él no se atrevería...
Corro tras ellos, solo para presenciar una escena hecha para las
películas de terror.
Enzo empieza a darle una paliza al hombre en el suelo, sus
nudillos manchándose de sangre mientras sigue golpeando. La
cara del hombre pasa de ser humana a ser un desastre
irreconocible, y sus palabras se convierten en gruñidos
incoherentes de dolor.
Gritos de sorpresa nos rodean, con gente pidiéndole que se
detenga, pero nadie atreviéndose a intervenir.
Él no se detiene.
Sigue golpeándole hasta que el hombre deja de moverse. Los
ojos de Enzo están en vacíos mientras saca una pistola de la
cintura de sus pantalones, apuntando a la cabeza del hombre.
Mis ojos se cierran instintivamente cuando el disparo resuena
en la habitación, solo para abrirse a un mar de rojo. Un charco de
sangre se acumula alrededor del cuerpo, creciendo lentamente
hasta llegar a mis pies.
Doy un paso atrás, sintiéndome un poco mareada, tanto por el
champán como por haber presenciado la masacre que tengo
delante.
—Tú te vienes conmigo, madame —oigo la áspera voz de Enzo
en mis oídos, y antes de darme cuenta me echa por encima de su
hombro mientras sale del salón de baile.
ALLEGRA

—Déjame ir. —Lo pateo en la espalda, pero su agarre es


demasiado firme en mi cuerpo. Solo cuando llegamos a mi
habitación me deja caer en la cama y se gira para cerrar la puerta
tras él.
La sangre está por toda su camisa blanca, salpicada en su cara
y pegada a sus nudillos. Se lleva el dorso de la mano a la cara y se
mancha la barbilla. Da pasos firmes hacia mí, sus rasgos
careciendo de toda emoción.
Este lado de Enzo me asusta...
Afianzando mi vestido, me bajo de la cama e intento pasar más
allá de él. No quiero estar cerca de él cuando está así.
—¿Qué te dije? —Su voz es baja, con un peligro inconfundible
que reverbera de ella.
—Enzo, ¿has bebido demasiado? —Intento calmar la situación,
y al acercarme a él puedo oler el alcohol en su aliento. Más que
nada puedo ver que sus ojos no son del habitual y sorprendente
verde que he llegado a amar, sino de un tumultuoso color
esmeralda, y sus pupilas negras se expanden engullendo lo que
queda del iris.
No parece estar bien. Después de la exhibición en el salón de
baile, no está bien.
—¿Qué te dije Allegra? —Me agarra de la muñeca pegándome
a su pecho.
Había bebido suficiente champán como para que se me subiera
a la cabeza, pero cuando le miro a los ojos, con el peligro que
irradian, mi mente se aclara al instante.
—Déjame ir, Enzo. Podemos hablar mañana. —Mis palabras
son suaves, y espero llegar a ese lado de él que no ha
desaparecido del todo.
—Cualquiera que te toque deja de existir —repite la promesa
de antes, su tono agudo pero perezoso, casi como un depredador
jugando con su presa.
—Lo que no te dije... —Se aleja, y su mano ensangrentada
recorre mi cuello y mi rostro, manchándome de rojo—, es lo que te
haría si eso llegara a suceder.
Da un paso hacia delante, y me veo obligada a dar un paso
atrás. Se produce un vals de miedo mientras busco una salida,
pero él no me da una.
Una mano me rodea el cuello mientras la otra saca una navaja
de su bolsillo.
Mis ojos se abren de par en par por el miedo al verle probar la
hoja, moviéndola suavemente por mi piel.
—Creo que no te lo he dicho, esposa —dice en un tono burlón
mientras me mira, con la crueldad reflejándose en sus rasgos—,
pero esta noche estás excesivamente guapa. —El cuchillo continúa
su ascenso por mi piel, superando la barrera de la ropa, el frío filo
de la hoja clavándose lenta pero constantemente en mi piel sin
romper la superficie.
Me quedo quieta mientras un escalofrío me recorre la espalda.
¿Quién es este Enzo?
—Dime —balbucea, inclinando la cabeza hacia un lado para
evaluarme, estudia el terror en mi rostro mientras el lado afilado
pretende penetrar en mi piel solo para que él cambie al lado
romo—, ¿para quién te has puesto esto? —Señala con la cabeza mi
vestido—. ¿Y esta puta arcilla que te has puesto en la cara? ¿Para
quién te la has puesto? —Sus palabras son cada vez más
acentuadas, señal de que se está volviendo más intenso.
Y eso es lo último que quiero, no con una cuchilla en mi garganta.
—Para mí. Lo hice todo para mí. —Levanto la barbilla hacia él,
llevando con orgullo mi recién encontrada confianza. ¿Es mucho
pedir un día... solo un día para sentirme guapa?
—¿De verdad? —Hay una diversión siniestra detrás de su voz,
pero soy la única que no capta la broma.
—Sí. Eso es correcto.
—¿Quieres decir que no fue con la intención de follar con
quien sea? ¿Qué fue lo que dijiste…? —Frunce el ceño
teatralmente—. Te sentías sola. —Hace un mohín, burlándose de
mí una vez más—. ¿Quieres hacerme creer que no tenías intención
de abrirte de piernas para ese hombre si yo no hubiera aparecido
convenientemente?
Levantando la mano, le doy una fuerte bofetada en la cara. Su
única respuesta es una risa irónica antes de volver a estar sobre
mí, con sus dedos como una apretada jaula alrededor de mi
cuello.
—¿Dónde te ha tocado? Sé honesta, esposa, y podríamos
terminar esto más rápido. —La ira que irradia es casi palpable, y
aunque mis miembros tiemblan en respuesta, intento no mostrar
mi miedo.
—En ninguna parte. —Apenas consigo decir las palabras antes
que su mano se mueva hacia arriba, sujetando mi mandíbula entre
dos dedos, obligándome a mirarle.
—Desde luego, se veía diferente desde donde yo estaba —
comenta, y sus rasgos vuelven a pasar de la ira a una
despreocupación más relajada.
—¿Qué tanto quieres que te follen? —Su cuchillo vuelve a
ponerse en marcha, esta vez cortando mi piel justo por encima de
la clavícula. No me estremezco, aunque quiero hacerlo.
Simplemente no dejo que mi mirada se aparte de la suya.
¡No muestres miedo!
—No quiero. Pero gracias por el ofrecimiento —respondo,
tratando de recuperar un mínimo de control.
Siento un pequeño hilillo de sangre fluyendo por mi piel. Enzo
baja la cabeza, y su lengua se escabulle para atrapar las gotas,
succionando la herida, abrasándola con una lamida.
El shock se queda corto para describir lo que siento,
especialmente cuando levanta su mano hacia mi rostro, con la
palma hacia delante, y corta una línea recta a través de la piel.
Aparece una grieta cuando la piel se rompe y la sangre sale
inmediatamente.
Su palma me cubre la boca y el líquido viscoso gotea por mis
labios.
—Chupa —me ordena, y yo solo sacudo la cabeza—. Chupa —
vuelve a decir, con más fuerza, y su mano empuja más allá de la
barrera de mis labios. Algunas gotas de sangre se abren paso
dentro de mi boca, pero cuando desliza su mano hacia abajo, se la
escupo en la cara.
¡Te lo mereces, gilipollas!
No reacciona como esperaba, no. Su lengua se desliza por sus
labios para lamer la mezcla de sangre y saliva de su cara, su
expresión desafiándome a volver a hacerlo.
Entonces su mano se desliza aún más abajo hasta cubrir el
corte que acaba de hacer.
—Fuiste mía en el momento en que bombeé mi sangre en tu
cuerpo, pequeña tigresa. Te di mi fuerza vital y a cambio te até a
mí. Eso significa que nadie, absolutamente nadie, te toca.
Su palma se mueve en círculos, frotando su sangre en mi
herida, mezclando nuestros fluidos.
Solo puedo mirarlo con asombro... a este loco que tengo
delante.
—Pensé que podía dejarte ir. —Su voz es apenas audible
mientras parece musitar para sí mismo. Introduce el cuchillo bajo
el corpiño de mi vestido, cortando el material.
—¿Qué? —Mis ojos se abren de par en par cuando veo que me
está sujetando con una mano y cortando la ropa de mi cuerpo con
la otra.
—Querías ser follada, pequeña tigresa. Enhorabuena, por fin
vas a cumplir tu deseo.
Con un último tirón, me quita el vestido, rasgándolo por
completo. Su mano ya no está sobre mí, así que aprovecho para
retroceder lentamente.
Pero es un depredador al acecho y pronto queda claro que,
haga lo que haga, no podré librarme de él.
Mis rodillas golpean la cama y caigo de espaldas.
Se me echa encima enseguida, y su cuchilla corta el último
trozo de tela que cubre mi cuerpo.
Desnuda... Estoy completamente desnuda para él. A su
merced.
Sus ojos recorren salvajemente mi cuerpo, deteniéndose en la
cicatriz del disparo y luego en el nuevo corte que él mismo me ha
hecho. Bajan por mis pechos, mi estómago y mi lugar más íntimo.
Inquieta por su mirada, tiro la sábana de la cama para
cubrirme con ella.
—Puedes correr, pero no puedes esconderte —dice Enzo, con
una expresión vacía. Se quita rápidamente la camisa y los
pantalones, y en poco tiempo está tan desnudo como yo. Su polla
sobresale orgullosa entre sus piernas, su erección enorme.
Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta.
Estoy jodida. Literalmente.
Me voy para atrás en la cama, pero mis esfuerzos son en vano,
ya que me rodea los tobillos con las manos y me atrae hacia él.
Pone su cuerpo sobre el mío, piel con piel. Su nariz empieza a
acariciar mi carne, subiendo y bajando por mi cuello. Me quedo
paralizada, sin saber qué esperar.
—Enzo, por favor, no. Así no. —Le tomo la cara entre las
manos, esperando que vea el ruego en mis ojos.
Parece que no me oye mientras separa mis piernas y se
acomoda contra mí.
Y lo siento allí, caliente, palpitante, amenazante, pero
excitante.
Dios, estoy enferma.
Y él está tan enfermo como yo cuando avanza, deslizándose
dentro de mí con un solo empujón. Con los ojos cerrados, arqueo
la espalda y se me escapa un jadeo. Mis paredes se estiran más y
más tratando de acomodarme su tamaño, dejando una sensación
de ardor. Mis manos se aferran a sus hombros y mis uñas se
clavan en su piel.
Duele, pero se siente bien.
Está alojado tan dentro de mí que desearía que no se fuera
nunca.
Siento su aliento caliente en mi rostro, su cara contorsionada
en algo parecido al dolor.
—¿Te sientes como un intruso ahora? ¿Tomando lo que no es
tuyo? —le pregunto. Las palabras están destinadas a condenarlo,
pero mi cuerpo solo desea que se mueva, que me folle tanto que
me duela bien.
—No. —Me acaricia el cabello, con una pizca de emoción en
sus ojos—, me siento como el único hombre que va a estar dentro
de ti. El único hombre que va a saber lo que es —hace una pausa,
deslizándose todo el camino fuera de mí antes de volver a
entrar—, follar tu apretado coño.
Con los dedos en mi culo me atrae hacia él, con su polla
empujando profundamente dentro de mí y provocándome un
gemido involuntario.
Pero la expresión de su cara, tan engreída y superior... No
puedo evitarlo mientras subo la mano y le doy una bofetada,
atrapando su labio con el anillo de mi dedo, irónicamente, mi
anillo de boda.
—Te odio. —Aprieto los dientes, queriendo no disfrutar de
esto, pero fracasando miserablemente mientras él me acaricia
hasta el alma.
Con el labio sangrando, no detiene su embestida, entrando y
saliendo de mí.
—Sé que lo haces, pequeña tigresa —dice antes de asediarme
los labios, abriéndolos, alimentándome con su sangre una vez
más.
Tal vez debería sentirme asqueada. Tal vez.
Pero cuando siento que acelera, lo rodeo con las piernas,
apretándolo fuerte contra mí y devolviéndole el beso. Nuestras
lenguas se mueven salvajemente una contra la otra. Respiro su
aire, y dejo que él respire el mío.
Un intercambio de almas.
Los miembros se entrelazan, los movimientos bruscos y
espasmódicos, y estamos tan envueltos el uno en el otro que nada
más importa. Solo él follándome, su polla entrando y saliendo de
mí, la carne chocando con la carne, mis jugos cubriendo su eje
mientras me empala de nuevo.
—Más —grito, con sus labios pegados a mi cuello, chupando y
lamiendo. Sus dedos juegan con mis pezones, retorciéndolos y
pellizcándolos.
—¿Quién te está follando, pequeña tigresa? —exige de repente,
deteniéndose a mitad de camino. Mis talones se clavan en su culo
mientras le insisto, ya borracha por la sensación.
—Tú, solo tú.
—Bien —dice antes de llevarse un pezón a la boca y rodear con
sus labios el apretado bulto. Grito, y las sensaciones combinadas
me hacen entrar en una espiral de felicidad.
—Ahora dime —dice con una sonrisa malvada en sus labios,
mientras un dedo rodea mi clítoris. Estoy tan cerca... puedo
sentirlo. Pero de repente se detiene—. ¿A quién perteneces? —Se
queda quieto, esperando mi respuesta.
¡Imbécil!
—A mí —respondo, capturando sus labios con los míos, mis
músculos apretándose alrededor de él.
—Pequeña tigresa —se queja, y sus manos una vez más
vuelven a estimular ese punto.
Siento que una intensidad se abate sobre mí y, con los ojos
cerrados, trato de cabalgarla.
—Abre los ojos. —Los abro de golpe y lo encuentro
mirándome fijamente. Mi boca forma una o, y mi coño se contrae
alrededor de él, exprimiéndolo.
Su expresión refleja la mía cuando siento que me llena, que
dispara su semilla dentro de mí.
Nos miramos a los ojos y, por una vez, no hay odio ni
animosidad.
Solo somos... nosotros.

Me despierto en medio de la noche, y una mirada al cuerpo


desnudo de Enzo a mi lado me hace recordar todo. La claridad
vuelve lentamente y los sucesos de la noche anterior se ven
completamente diferentes.
Recuerdo claramente cómo Lucía me había presentado a ese
hombre, cómo no había tenido más que buenas palabras para
decir sobre él, y en mi cerebro adormecido por el champán me
había parecido un maravilloso compañero de conversación.
Pero también recuerdo algo más. Cómo, justo antes de salir al
balcón, asintió a alguien a un lado.
Lucía, Lucía, ¿qué esperabas?
¿Pensó que Enzo también me mataría?
Probablemente.
Pero parece que no conoce demasiado bien a su hijo. Sigue
siendo un asesino a sangre fría; bueno, la temperatura es
discutible; pero parece tener debilidad por las mujeres, o en este
caso, por esta mujer.
A medida que voy atando cabos de las no tan coincidencias de
la noche anterior, una idea va tomando forma en mi mente.
Sinvergüenza...
Puede que sea una sinvergüenza, pero parece que Lucía
necesita otra lección. Y qué mejor manera de enseñarle que
mostrarle exactamente lo que su hijo me está haciendo.
Bajando las piernas de la cama, me dirijo a la pared orientada
al norte y aparto la cómoda que había utilizado para tapar la
cámara.
El pequeño objetivo vuelve a la vida y una sonrisa malvada se
dibuja en mis labios.
—¿Allegra? —La voz de Enzo me llama, y me giro para
encontrarlo sentado en la cama, con los ojos oscurecidos mientras
su mirada acaricia mi cuerpo desnudo.
Caminando hacia la cama, ondulo mi cuerpo en una danza
seductora, esperando despertar su interés.
—Enzo —digo en tono jadeante, bajando a la cama y
arrastrándome hacia él.
—¿Qué pasa? —pregunta él, ya duro y preparado.
—Te necesito —clamo, rozando mis pechos contra su pecho.
—Mi pequeña tigresa me necesita. —Sus dientes atrapan mis
labios, y me da un sonoro beso antes de girarme sobre mi
estómago—. Dime lo que necesitas, pequeña tigresa, y te lo daré.
—Su aliento roza mi cuello mientras gime y la piel de gallina
cubre todo mi cuerpo.
—Tú, te quiero a ti —ronroneo, medio para la cámara, medio
porque me hace sentir salvaje en mi propia piel.
—Detalles, quiero detalles. —Sus dedos esculpen un rastro
abrasador por mi columna vertebral, llegando a mi culo y
dándome una sonora palmada.
—Quiero tu polla profundamente metida dentro de mí —digo
las palabras en voz alta, y un rubor envuelve mi rostro.
—Qué chica tan traviesa —reprueba Enzo en tono divertido,
mientras sus dedos se introducen entre mis nalgas y me
encuentran empapada para él. Empujo mi culo contra su mano,
gimiendo mientras juega conmigo.
—Me encantan tus sonidos, mi pequeña tigresa perversa, la
forma en que maúllas cuando acaricio tu bonito coño. —Sus
palabras solo sirven para excitarme aún más, y pronto me olvido
de la cámara, su toque experto haciéndome retorcerme y gritar de
placer.
—Fóllame. —Vuelvo a decir mientras bajo de mi orgasmo.
—Si me lo pides tan amablemente… —Se aleja, y lo siento en
mi entrada, empujando y llenándome.
—¡Mierda! —Enzo gruñe cuando está todo dentro de mí. Con
las manos en la cintura, me arrastra hacia él hasta que mi espalda
está apoyada contra su pecho. Su boca está en mi cuello,
mordiéndome en un reclamo animal mientras bombea sus caderas
dentro y fuera de mí.
—Te sientes tan bien envuelta en mi polla, pequeña tigresa. —
Su voz es áspera contra mi piel, sus manos inflexibles mientras
exploran mi cuerpo, arrancando cada pedazo de placer de él—.
Juro que podría pasar una eternidad enterrado dentro de ti —
continúa, con su boca junto a mi rostro, sus palabras solo para mis
oídos.
—Sí —susurro, con una mano en su cadera mientras le insto a
continuar.
—Eres perfecta. Tan jodidamente perfecta que no se qué he
hecho para merecerte. —Sus palabras toman un giro inesperado,
pero la intensidad de sus emociones solo sirve para que yo esté
más en sintonía con las mías.
—¡Mi pequeña tigresa, joder! —Su boca vuelve a la marca de la
mordedura, mordisqueando y burlándose de la piel. Sus dientes
rozan la herida, perforando mi carne una y otra vez mientras se
mueve dentro de mí, y el dolor y el placer se mezclan para
hacerme jadear en señal de rendición.
Sé que ha vuelto a sacar sangre, y utiliza su lengua para
untarla desde la herida hasta mi cuello, dejando pequeños
mordiscos a su paso antes de llegar a mi mandíbula. Me agarra
bruscamente por el cuello y me gira ligeramente para poder
acceder a mi boca.
—Eres mía, maldita sea —dice contra mi boca, lamiendo un
rastro de sangre de mis labios, empujando su lengua hacia el
interior. Me agarra con fuerza y me obliga a probar mi propia
sangre, follándome tanto con su boca como con su polla.
Me rindo, empujando mis caderas contra las suyas para que
me penetre más profundo, agarrando la mano donde se ha
cortado y devolviéndole el favor. Paso la lengua por el corte antes
de intentar abrirlo de nuevo con los dientes.
No debería ser la única en sentir el dolor.
—Eres un poco salvaje, ¿verdad? —pregunta, con los ojos
entrecerrados mirándome. En lugar de apartar su mano, la
introduce aún más en mi boca, animándome a probarlo. Lo
envuelvo, y él gime en mi oído, el sonido reverberando en todo mi
ser.
Me aprieto a su alrededor, con un escalofrío de anticipación
envolviéndome. Su otra mano ya me está tocando, acariciando mi
clítoris hasta que vuelvo a correrme.
Sus embestidas cobran fuerza, y su tacto se hace más intenso
mientras se libera dentro de mí.
Nos desplomamos en la cama, envueltos el uno en el otro. Nos
quedamos así hasta que oigo su respiración constante y sé que
está dormido.
Me separo de él y le doy un beso en la frente antes de bajarme
de la cama.
Al levantarme, el semen empieza a gotear por mis piernas. No
me importa mientras me planto delante de la cámara. Debería
haber captado todo perfectamente.
Lucía debería tener un asiento en primera fila y ver cuánto me
odia su hijo.
Frente a la cámara, me limpio un poco de semen del interior de
mis muslos y me lo llevo a la boca, lamiendo el dedo con un
gemido.
—¡Atrévete, perra! —Dejo que la advertencia hable por sí sola
mientras vuelvo a la cama y sucumbo al sueño.
Sí, puede que no sea la más guapa, ni la más culta, ni siquiera
la más experimentada.
Pero no voy a dejar que nadie me pisotee.
Mi marido incluido.
ENZO

¿Qué mierda pasó?


Al abrir los ojos, gimo ante el fuerte dolor de cabeza que me
golpea. Al mirar a mi alrededor, frunzo el ceño, sorprendido de
encontrarme en mi antigua habitación.
Estoy solo en la cama, pero la forma de otro cuerpo está
impresa en las sábanas a mi lado, prueba de lo que ocurrió la
noche anterior. Allegra no está, pero oigo correr el agua en el
baño.
Como no quiero encontrarme cara a cara con ella, cojo mi ropa
y voy a trompicones a la habitación del otro lado del pasillo.
¡Maldita sea!
Me vienen a la mente trozos de información, y ninguno de
ellos me hace sentir bien.
Enzo, por favor, no. Así no.
Esa frase sigue repitiéndose en mi cabeza, e intento recordar
cómo se llegó a ese punto.
Llegué tarde a la fiesta, retenido por una reunión con los rusos.
Desde que cortamos nuestros lazos con Lastra, no habíamos
podido encontrar un nuevo proveedor para los clubes. Rocco me
había puesto a cargo, y me había reunido con el actual Pakhan para
discutir un nuevo acuerdo.
Un montón de vodka después, y las conversaciones parecían
prometedoras. Me había ido con un buen presentimiento sobre
esta unión y un poco mareado por el alcohol.
Sin embargo, cuando llegué a casa, mi primer pensamiento fue
encontrar a Allegra. Sabiendo la cantidad de gente extraña que
habría en la fiesta, no quería arriesgarme a que le pasara nada. Si
era sincero conmigo mismo, no quería arriesgarme a que se
relacionara con alguien que pudiera resultarle interesante.
A veces, el mero hecho de pensar que alguien podría
arrebatármela me enfurece tanto que apenas puedo ver con
claridad.
Así que me dirigí al salón de baile, excusándome de la gente
que me paraba para desearme un feliz cumpleaños. Pero justo
cuando entré en el salón de baile, madre y su grupo de amigos me
detuvieron.
—No es de buena educación no hacer un brindis, Enzo —había
dicho madre, y sus amigas no tardaron en darle la razón—.
Después de todo, eres el cumpleañero. —Me abstuve de poner los
ojos en blanco y, cogiendo la copa de champán que me había
ofrecido mi madre, la bebí de un trago.
—Genial, ahora si me disculpan. —Intenté pasar junto a ellas,
pero una vez más me detuvieron para poder abrazarme y besar
mis mejillas.
Más de diez personas habían hecho cola para desearme un
feliz cumpleaños, y para cuando empecé a buscar a Allegra de
nuevo, mi visión había empezado a desvanecerse y mi adrenalina
estaba a flor de piel.
Me había detenido en el centro del salón de baile ligeramente
desorientado, con una rabia hirviendo lentamente bajo la
superficie.
Alguien me había guiado hacia el balcón donde había visto a
mi mujer abrazada a otro hombre.
Mi cerebro había dejado de funcionar en ese momento. Solo
recuerdo que una rabia sin precedentes en mi vida ardía en mis
venas, buscando ser liberada.
Y así, había agarrado al hombre y no había parado hasta que
su sangre caliente había estado en mis manos. Pero incluso
entonces, no había sido suficiente. Le había metido una bala en el
cráneo sin importarme las reacciones de los demás.
Mi mente se había centrado en una cosa: alguien había tocado
a mi mujer. Y había un infierno que pagar.
Cogí a Allegra y la llevé a la habitación. Y entonces...
Las imágenes están mezcladas y solo recuerdo fragmentos, no
una narración coherente.
Pero una cosa es segura.
Enzo, por favor, no. Así no.
Si Allegra no me odiaba antes, seguro que lo hacía ahora. ¿Y
yo? Con gusto le pondría un arma en la mano para que pudiera
tomar su retribución.
Sin embargo, todavía no entiendo cómo podría hacer algo así.
He visto a mi hermana y las consecuencias de su violación.
Diablos, tengo mis propios demonios con los que lidiar.
Y por eso, sé que nunca la habría tomado contra su voluntad.
Dios, había hecho todo lo posible para no follarla.
Sacando mi teléfono, llamo a un contacto que trabaja en un
laboratorio de toxicología.
—Necesito un análisis de sangre. —Le doy pocos detalles. Me
ducho rápidamente y me cambio de ropa antes de ir a su casa.
Me había sentido tan anormalmente enojado que sé a ciencia
cierta que había estado a punto de cometer un asesinato en masa,
sobre todo cuando vi las manos de ese hombre sobre Allegra. Que
me detuviera fue un milagro. Diablos, que Allegra esté ilesa es un
milagro.
Espera... ¿Está bien?
La vergüenza arde profundamente en mis entrañas ante la idea
de verla mirarme con nada más que odio en sus ojos.
¿Me merezco algo mejor? Los trozos que puedo recordar de la
noche anterior son suficientes para convertirme en el villano de la
historia: el monstruo que no había parado cuando ella había dicho
que no.
Dios, Allegra... ¿Qué más te hice?
Casi tengo miedo de averiguarlo.
Cuando me estoy yendo veo a Ana salir de su habitación así
que la aparto a un lado y le pregunto por el estado de Allegra.
—Me pareció que estaba bien. Pero me sorprende que haya
aguantado tanto tiempo. —Sacude su cabeza antes de abrir los
ojos de par en par al darse cuenta de que se le ha escapado algo.
—¿Qué quieres decir? —pregunto inmediatamente,
asegurándole que no le pasará nada—. Solo quiero la verdad.
—La señora Lucía ha estado un poco… —Mira a su alrededor
antes de bajar la cabeza para susurrarme.
Escucho con el corazón encogido mientras relata todas las
cosas de las que ha sido testigo, de madre intimidando y
ridiculizando a Allegra a propósito. Poco a poco se va dibujando
una imagen en mi mente, y no es bonita.
Agradezco a Ana su sinceridad y salgo de la casa.
—¡Mierda! —Golpeo el puño contra el volante—. ¡Mierda!
¡Mierda! ¡Mierda!
¿Qué le hice?
No es de extrañar que quisiera tener lugares separados. Ella ha
estado viviendo en el infierno.
Y yo solo... dejé que pasara.
Me sacan sangre y mi contacto me hace saber que los
resultados tardarán un poco en estar disponibles, pero que se
pondrá en contacto conmigo en cuanto los tenga.
—Por lo que me has contado, está claro que alguien sí te drogó
—dice mientras me voy—. Ahora solo es cuestión de encontrar
qué drogas se usaron.
Su propia hipótesis confirma lo que ya pensaba, así que
mientras me dirijo a casa, mis únicos pensamientos son sobre
cómo enfrentarme a Allegra.
Queriendo quitarme todo de encima me decido por una
confrontación directa.
Llamando a su puerta, la abro y la encuentro en su tocador,
peinándose su cabello ligeramente mojado.
Poniéndome detrás de ella, le quito el peine de las manos y se
lo paso por el cabello. Me mira atentamente a través del espejo
cuando por fin me atrevo a hablar.
—Me gustaba tu cabello antes.
—Es lo primero que sale de mi boca, y casi gruño por la
elección de mis palabras.
—Tu madre tenía razón. Necesitaba un cambio —responde,
pero su rostro no revela ninguna emoción.
Mis ojos evalúan disimuladamente su cuerpo buscando
cualquier signo de que podría haber sido demasiado duro con
ella.
¡Mierda! Si tan solo pudiera recordar...
—Nunca deberías hacer caso a mi madre —digo, y sus ojos se
entrecierran—. Sigues siendo guapa —rectifico rápidamente,
porque no quiero que piense que estoy criticando su aspecto.
Su mano cubre la mía sobre el peine y me detiene, dándose la
vuelta para poder mirarme a los ojos.
—No tienes que mentirme, Enzo. Eso es algo que nunca
deberías hacer. —Sus dedos rozan los míos mientras retira la
mano, pero yo la atrapo rápidamente, arrodillándome frente a
ella. Tomo ambas manos entre las mías y las llevo a mis labios.
—Eres hermosa para mí, Allegra —le digo sinceramente. La
más hermosa—. No lo dudes.
Se burla mientras una sonrisa irónica dibuja sus rasgos.
—¿Es la culpa la que habla? ¿Por lo que hiciste? —Inclina la
cabeza hacia un lado, con una ceja levantada, mientras me
estudia—. No te preocupes. Te perdonaré si nunca me vuelves a
decir esas mentiras.
Mis ojos se abren ligeramente cuando menciona casualmente
lo de anoche como si nada, con sus rasgos tan poco emotivos.
Dios... debe odiarme de verdad.
Antes que pueda responder, se deshace de mi agarre y se
levanta, dirigiéndose a su armario.
—Es tarde, seguro que tienes que ir a algún sitio, ¿no? —
pregunta sin ni siquiera volver a mirarme, su atención enfocada
en la ropa que tiene delante.
Puedo reconocer que me está echando, pero el hecho de que su
voz sea tan sombría... Sacudo la cabeza. Cómo hubiera preferido
que se peleara conmigo. Si me hubiera abofeteado o maldecido.
¿Pero esto?
—Como quieras —respondo, saliendo de la habitación y
dejándola sola.
¿Qué te he hecho, Allegra?
Su apatía es más poderosa que cualquier bala que podría haber
atravesado mi corazón. La idea de que pueda haber matado algo
dentro de ella con mi comportamiento... es imperdonable.
Los resultados tardan un par de días en llegar y la larga lista
de sustancias ni siquiera me sorprende.
—Era un cóctel fuerte de anfetaminas y éxtasis. Habría hecho
estallar a cualquiera. —El técnico del laboratorio procede a
decirme que se sabe que esa mezcla de sustancias provoca una ira
irracional y una paranoia que podría conducir fácilmente al
asesinato.
—Gracias —digo mientras cuelgo, las manos cerradas en
puños.
¡Maldita sea!
Debería haberme deshecho de ella hace años, pero había
antepuesto la felicidad de mi hermana a mi propia sed de
venganza. ¿Cómo habrían reaccionado si la madre a la que tanto
querían y adoraban hubiera resultado ser una maldita pedófila?
Pero esto es la gota que colma el vaso.
Cierro la puerta de mi despacho, dispuesto a enfrentarme a mi
madre, cuando oigo los gritos de Ana en el piso de arriba. Corro
hacia el ruido para ver a Allegra agachada en el suelo, con su
brazo alrededor de su cintura mientras vacía el contenido de su
estómago. Le sale sangre de la nariz.
—¿Qué mierda? —maldigo en voz alta, acudiendo enseguida a
ayudarla. Ana llama al 911 mientras yo intento calmarla.
—La comida —susurra, señalando el cuenco de comida medio
vacío que hay sobre el escritorio, e inmediatamente sospecho lo
peor.
Veneno.
La sostengo mientras sigue teniendo arcadas y le pongo una
toalla fría en la frente.
La ambulancia llega rápidamente y la sostengo mientras la
llevan al coche. El viaje al hospital es uno de los peores momentos
de mi vida mientras sostengo su mano fría, deseando que el
veneno sea de acción lenta y que no lleguemos demasiado tarde.
Esperando en la sala de urgencias mientras los médicos la
atienden, tengo tiempo suficiente para darme cuenta de quién está
exactamente detrás de esto: la misma persona que me drogó a mí.
Todo tiene sentido. Madre debió pensar que ver a Allegra con
otro hombre heriría mi orgullo siciliano lo suficiente como para
que los matara a los dos a la vez. Y cuando eso no ocurrió, decidió
terminar el trabajo ella misma.
El médico que la atiende confirma que fue envenenada y me
dice que tuvo suerte de presentar los síntomas a tiempo porque le
hicieron un lavado de estómago antes que el veneno llegara a su
torrente sanguíneo.
Con un suspiro de alivio, le doy las gracias al médico y voy a
ver a mi mujer.
Está pálida, tumbada en la cama con los ojos semi cerrados.
—¿Cómo te sientes, pequeña tigresa? —pregunto, tomando su
mano entre las mías.
—Como la mierda, obviamente. —Intenta bromear, pero
entonces hace una mueca de dolor.
—Mierda, ¿estás bien?
—Son solo unos calambres estomacales. Los médicos dicen que
estaré como nueva. —Una débil sonrisa se extiende por su rostro y
mi corazón revolotea.
Está bien.
—Bien —digo, poniéndome de pie para irme—. Ana se
quedará contigo hasta que te den el alta —añado, y ella se limita a
asentir. Tal vez esperaba que se sintiera un poco decepcionada por
no quedarme, pero su rostro no delata nada.
De mala gana, me doy la vuelta para irme, pero solo porque
tengo que encargarme de alguien.
Llego a la casa en un tiempo récord y me dirijo directamente a
la habitación de madre. No me molesto en llamar y empujo la
puerta para abrirla.
Está en su cama, semidesnuda y masturbándose con un vídeo
que se reproduce en el televisor de la pared. Sorprendido, me
detengo en seco y giro la cabeza al oír mi propia voz procedente
del televisor. Mis ojos se abren de par en par cuando me veo
empujando agresivamente dentro de Allegra desde atrás.
¿Qué mierda es esto?
—Enzo. —Mi madre se apresura a cubrirse, utilizando el
mando a distancia para detener el vídeo.
—¿Nos has grabado? —pregunto con incredulidad.
—Enzo… —Le tiembla el labio, sabiendo que la han pillado.
—Así que así es como celebras la muerte de Allegra, ¿no? —
Queriendo ver cómo se le cae la máscara, insinúo que su número
en Allegra ha tenido éxito. Tal y como me imaginaba, una mirada
de puro triunfo se extiende por su rostro, una que me revuelve el
estómago.
Al igual que una confesión, ni siquiera necesito oír las palabras
de confirmación de su boca. La agarro de la muñeca, conteniendo
mi disgusto por el contacto, y la llevo conmigo.
—¿A dónde...?
—Cállate y sígueme. —Mi voz es lo suficientemente baja como
para meterle miedo, así que cuando la empujo en el asiento del
copiloto del coche no se resiste mucho.
Nos llevo rápidamente a uno de nuestros almacenes en las
afueras de la ciudad, y la arrastro conmigo al interior del desolado
lugar.
El ajuste de cuentas ha llegado.
—Enzo, ¿qué significa esto? —Ella frunce el ceño mientras
observa el destartalado almacén.
Mientras esperaba los resultados de las pruebas, había tenido
tiempo suficiente para pensar en todas las formas de hacérselo
pagar, porque en mi mente ella había sido culpable desde el
principio. Pero ahora puedo ser un poco más creativo.
Se atrevió a tocar a Allegra.
Y eso significa que su muerte no será rápida.
Cierro la puerta del almacén y tomo asiento en una silla,
observando. Sabe que algo está a punto de suceder. Puedo ver la
inquietud justo debajo de su fachada de calma.
—Puedes dejar de actuar —empiezo—, sé exactamente lo que
has hecho.
Se ríe y se gira para mirarme.
—Enzo, no deberías escuchar a esa puta. No conoce nuestro
vínculo. —Tiene el descaro de sonreír, acercándose lentamente a
mí.
—¿Por qué? — No doy detalles, pero ella sabe exactamente de
qué estoy hablando.
—No podía dejar que tu semilla echara raíces en su cuerpo. —
Me pasa las manos por los hombros. Sigo observándola, el deseo
de acabar con ella aquí y ahora abrumándome. Pero todavía no...
—Así que decidiste envenenarla.
—Por supuesto. Ahora bien, si ella murió… —Una sonrisa
juega en sus labios.
—Está viva y bien, madre —le informo, y sus rasgos se
transforman en una cruel ira.
—Sin embargo, no se puede decir lo mismo de ti. —Me pongo
en pie, mis dedos rodeando sus muñecas y arrastrándola hasta la
mesa del centro. Solo cuando ve los grilletes sobre la mesa
empieza a forcejear con mi agarre.
Pero es demasiado tarde.
El dorso de mi mano golpea su mejilla y ella retrocede,
tropezando con la mesa. Confundida momentáneamente por la
bofetada ni siquiera se mueve cuando le encadeno los pies a la
mesa, uno en cada esquina.
Hago lo mismo con las manos y, por primera vez, veo algo de
miedo en su rostro.
—Verás, madre, me he enterado de todo lo que le has hecho a
Allegra y —dejo que lo asimile antes de continuar—, no estoy
contento.
—¡La puta se lo merecía! ¿Cómo podría alguien como ella estar
con alguien como tú? Mi precioso niño necesita a alguien muy
superior, no a alguien mediocre como ella. —Escupe las palabras y
empiezo a ver la raíz de su odio por Allegra.
—Hum, ¿y quién podría ser? ¿Esa persona superior de la que
hablas? —Finjo curiosidad mientras doy un paso atrás en la mesa,
evaluándola. Sus extremidades están separadas en forma de X, su
vestido subido por las caderas en lo que sin duda ayudaría a mi
plan.
Ojo por ojo.
Una sonrisa maniática aparece en su rostro y ya puedo
anticipar su respuesta.
—¡Yo! Te he dado a luz así que solo puedes ser mío. No hay
nadie más digna.
—En serio —digo, con el asco instalándose en mis entrañas al
recordar el derecho que tenía sobre mí y mi cuerpo—. ¿Por eso
intentabas follarme mientras dormía?
—No es que no te gustara. —Levanta una ceja—. Todavía
recuerdo el sabor de tu semen en mi boca. —Hace un ruido
asqueroso con la boca y ya tengo ganas de sacar mi pistola y
dispararle.
¡Todavía no!
—Estás jodidamente enferma. —Sacudo la cabeza con
incredulidad.
—¡Imagina los hijos perfectos que podríamos tener! —sigue
parloteando, más cosas absurdas saliendo de su boca.
A estas alturas solo puedo concluir que, o bien es el ser más
depravado de la tierra, o bien está loca.
O tal vez ambas cosas.
Sacando mi teléfono, marco a Nero.
—Entra —le digo, y pronto aparece por una puerta oculta del
almacén llevando dos pequeñas jaulas.
—Siempre supe que iba a matarte algún día, madre. —Rodeo
casualmente su mesa y ella me mira con desconfianza. No tiene ni
idea de lo que le espera—. Solo me contuve por mis hermanas,
aunque nunca has sido una madre ejemplar para ellas tampoco.
Pero tenías que tocar a Allegra. —Chasqueo la lengua mientras
me detengo junto a su cabeza—. Verás, puede que para ti sea
mediocre, pero para mí lo es todo. —Sus ojos se abren de par en par
ante mi énfasis en la palabra "todo".
—No lo dices en serio —susurra, y por primera vez la
desolación asola sus rasgos.
—Oh, pero sí lo digo en serio —le digo con una media sonrisa
mientras me inclino para susurrarle al oído—, y eso significa que
no tendré piedad. —Oigo su pequeña respiración, y debe darse
cuenta de que estoy hablando en serio.
—Pero tu padre... no lo va a permitir —balbucea, y yo solo
puedo reírme.
—Hasta donde todos saben, estás ahora mismo en un vuelo
hacia Sicilia para unas prolongadas vacaciones. ¿De verdad crees
que padre se acordará de ti? Habrá algunas postales aquí y allá,
por supuesto, pero aparte de eso no le importará que te hayas ido.
Palidece ante mis palabras, sobre todo porque sabe que tengo
razón. A lo largo de su matrimonio, él no ha ocultado sus
numerosas aventuras o amantes, o el hecho de que simplemente
no le queda amor por ella.
—Te mostraré exactamente lo que se siente al estar atrapado
en tu propia piel, sin control sobre lo que le sucede a tu cuerpo. Y
no creas que no siento afecto por ti —añado, y una chispa aparece
en sus ojos solo para ser aplastada cuando termino la frase—, he
pasado mucho tiempo pensando en la forma perfecta de acabar
con tu existencia. Es cierto que he tenido más de una década para
pensar en detalle lo que te haría. ¿Pero esto? —Inclino la cabeza
hacia donde está Nero—. Es para Allegra, con amor.
Me pongo de pie y encendiendo un cigarrillo ladro mis
primeras órdenes.
Había elegido a Nero para esta tarea específica porque había
visto lo confiable que podía ser. También es un bastardo frío y
psicótico. No creo que tenga límites en lo que puede hacerle a otro
ser humano. Y así, la diversión puede comenzar.
Nero se dirige a la mesa y, haciendo girar una pequeña rueda,
la inclina cuarenta y cinco grados, orientando la cabeza de madre
hacia el suelo mientras sus pies están en el aire.
Abre una bolsa de lona llena de herramientas y saca un
espéculo.
—¿Qué? —Los ojos de madre se abren de par en par cuando lo
ve, y empieza a agitarse dentro de sus retenciones. No sirve de
nada, ya que me había asegurado de que estuvieran bien
ajustados.
La cara de Nero es profesionalmente inexpresiva mientras
lanza la falda de madre sobre sus caderas y le quita la ropa
interior.
Luego, introduce el espéculo en su vagina, ampliando la
abertura.
Doy la última calada a mi cigarrillo antes de tirarlo al suelo y
encender otro, moviéndome para experimentar plenamente las
emociones de madre mientras experimenta la violación de su
cuerpo.
Solo que no soy tan vil como para utilizar la violación. Al
contrario, mis sentidos caballerosos me dicen que debería ser más
gentil que eso. Después de todo, es mi madre biológica.
Dejando el espéculo en su lugar, Nero trae un frasco con una
sustancia amarilla dentro.
Le había ordenado que hiciera un brebaje muy particular.
Admito que me he inspirado mucho en la antigua práctica del
escafismo15, pero le he hecho algunos ajustes para que se adapte a
un medio diferente y a algunos otros participantes.
Abre el frasco y comienza a verter el contenido en su vagina.
Una mezcla de mantequilla de cacahuete, miel y huevos de
gusano, diluida con algo de leche para darle una consistencia más
ligera.
15
El escafismo, también conocido como «método de tortura de la artesa» o «de la barca», era un método de
ejecución tortuosa. El procedimiento consistía en introducir a la víctima en un cajón de madera con cinco
agujeros por los cuales sacaba la cabeza, las manos y los pies. El verdugo untaba estas partes del cuerpo con
leche y miel para atraer hacia ellas moscas y otros insectos. Al condenado se lo había alimentado ya con
estos productos, en ocasiones en mal estado, para provocarle diarreas y atraer a muchos insectos, que
empezaban a alimentarse de las heces, para luego ir ingresando en el ano de éste y, por consiguiente, a
dejar sus huevos dentro de él, por lo que esa persona se convertía en comida para insectos y moría al cabo
de unos días.
Madre empieza a gritar mientras el líquido se abre paso dentro
de su vientre, la miel pegándose a sus paredes uterinas; los
huevos se incrustan en un entorno muy cálido y acogedor, el lugar
perfecto para que crezcan hasta la edad adulta. Debido a la fuerza
de la gravedad y a su posición, ningún rincón de su útero quedará
sin tocar.
Hago una señal a Nero y ambos nos retiramos durante unas
horas, tiempo suficiente para que los huevos comiencen a
moverse.
Cuando volvemos madre está llorando, con la piel roja y
caliente. Un rápido vistazo y puedo ver algunas larvas
moviéndose.
No es una coincidencia, ya que había tenido a alguien
cultivando estos huevos durante un tiempo, jugando con la
temperatura de su entorno para asegurarse de que estuvieran
maduros para el disfrute de madre.
—Por favor. —Ella gime al verme, pero me encojo de hombros.
Esto es solo el principio.
Me pregunto qué se siente al tener tu cuerpo invadido por
objetos extraños, moviéndose, retorciéndose dentro de ti...
Mientras observo la agonía reflejada en rostro cara, no puedo
sentir nada de compasión.
Intentó matar a mi pequeña tigresa, y eso es suficiente para mí.
Ya no sé si podrá perdonarme por lo que pasó esa noche. Si soy
sincero conmigo mismo, dudo que las drogas hayan sido
totalmente responsables de mi comportamiento. No cuando he
estado reprimiendo mi deseo por ella durante tanto tiempo,
asustado por la intensidad de las emociones que despierta en mí.
¿Y ahora? Ha pasado y apenas lo recuerdo.
Asiento a Nero y él toma una de las jaulas más pequeñas,
abriéndola para revelar un par de ratas hambrientas. Tomándolas
por la cola, las empuja lentamente en el cuerpo de madre, los
roedores se mueven dentro de su vagina en busca de la dulzura
de la mantequilla de cacahuete y la miel.
Enseguida madre empieza a gritar de dolor, y supongo que
están mordiendo más de la cuenta, mordisqueando sus paredes.
Todo el tiempo, las ratas están comiendo vorazmente sus
entrañas, y observo sus expresiones faciales y la forma en que la
agonía se inscribe en su rostro.
Más... se merece mucho más...
Pero no tengo tiempo para eso. No cuando mi esposa está
débil y frágil, recuperándose de un envenenamiento.
Terminada la segunda fase, Nerón comienza la tercera.
Usando un instrumento parecido a un bisturí, pero más largo,
comienza a cortar las paredes uterinas de madre, lo que conduce
directamente hacia sus intestinos. El líquido de su vientre fluye
libremente hacia la nueva cavidad vacía, y con él las ratas se
adentran más en su interior.
Su voz es rasgada, casi sin fuerza. Pero sigue despierta.
Enciendo otro cigarrillo, soltando una nube de humo mientras
estudio sus rasgos. Es resistente, lo reconozco. Pero solo me ayuda
a mí y a lo que tengo planeado para ella más adelante, con la fase
cuatro.
—Hazlo ahora —le ordeno a Nero, temiendo que si esperamos
mucho más pueda desmayarse por el dolor.
Sus ojos están semicerrados y vidriosos, y por muy fuerte que
sea ante el dolor, ni siquiera ella puede soportar que las ratas se
coman literalmente sus entrañas mientras sigue viva.
Nero acerca la segunda jaula, manejándola con mucho más
cuidado que la primera.
En su interior hay una pitón amarilla verdosa de tamaño
medio. Igual de famélica, Nero tiene especial cuidado con la boca,
sujetando el hocico con las manos.
Madre, incluso en su estado de languidez, abre la boca para
exclamar de incredulidad ante el espectáculo. Midiendo más de
dos metros, la pitón tiene un aspecto amenazador, especialmente
para su estado actual.
Sus ojos se ensanchan antes que sus cejas se arruguen y sé que
se ha dado cuenta del propósito de la serpiente.
Con mucho cuidado, Nero introduce la pitón en su vagina y,
cuando está bien dentro, la suelta. La serpiente se desliza más
profundamente, el hambre corroyéndola mientras busca su presa.
Es bastante obvio cuando se produce la primera alimentación,
ya que el estómago de madre se expande con las mandíbulas de la
pitón mientras engulle una rata, tragándola entera lentamente y
dejando que sus agentes digestivos trabajen para disolver la
materia orgánica.
Todo el cuerpo de madre comienza a convulsionar, y las
comisuras de mi boca se levantan ligeramente ante la visión.
La pitón debería de estar lo suficientemente hambrienta para la
segunda rata también, e incluso más, asegurando que se tragará
algunos de los órganos de madre al final. Otro dato que había
aprendido en mi investigación es que las serpientes digieren mejor
la comida cuando están más calientes, así que el cuerpo de madre
debería ser el entorno perfecto para asegurar un hambre casi
infinita.
Bueno, si eso no la mata, entonces la hemorragia, la sepsis o
incluso un ataque al corazón por el dolor podría.
—Y ahora, madre, creo que mi esposa me está esperando en
casa. Me aseguraré de enviarle tus saludos, sobre todo cuando la
deje embarazada de nuestro primer hijo. —Subo la mano en un
simulacro de saludo, pero sus ojos casi muertos apenas
reaccionan.
Satisfecho con el giro de los acontecimientos y sabiendo que no
durará mucho más, le doy instrucciones a Nero de avisarme
cuando por fin haya muerto, y que tire su cadáver al Hudson
después. No sería justo excluir a los depredadores acuáticos. Todo
el mundo debería tener una oportunidad con ella.
Hum, ¿fue demasiado fácil para ella? Tal vez debería haber
subastado partes de su cuerpo en la web oscura.
Es tarde cuando por fin llego a casa y Ana me informa que
Allegra está dormida en su habitación, recuperándose de la
traumática experiencia del lavado de estómago. Le pido que me
mantenga al tanto, sin querer entrometerme donde sé que no me
quieren.
—¿Qué quieres decir con que necesitas dejarla embarazada? —
pregunta Maman Margot, escandalizada.
Hago una mueca mientras pienso en la manera de explicárselo
sin parecer el peor canalla.
—Necesita una razón para quedarse —añado con cierta
debilidad.
Las secuelas de mi atroz comportamiento y su
envenenamiento no han ido demasiado bien. Me he obsesionado
con mantenerla a salvo, apartada del mundo para que nadie
pueda hacerle daño, pero también para que nadie pueda
robármela.
Empecé con poco. Al principio, me limité a impedir que
saliera, incluso con sus guardaespaldas. Verla agachada en el
suelo, dolorida y ensangrentada, me había afectado. De repente,
empecé a tener visiones recurrentes de que tenía un accidente de
coche o, peor aún, que la mataba un loco.
Las visiones se habían convertido en pesadillas y apenas
dormía por miedo a que le pasara algo y me la arrebataran.
Había instalado cámaras en toda la casa, alternando mi tiempo
entre reuniones necesarias de negocios y vigilarla.
Había percibido el cambio en mí y se había vuelto aún más
retraída.
Odio admitirlo, pero el odio que le había inculcado podría
haber empezado a doler... y solo puedo culparme a mí mismo.
—¿Qué quieres decir con que no puedo ir a ninguna parte? —
Había preguntado, indignada, cuando me había negado a
permitirle ir a la tienda de comestibles.
—Es peligroso. —Le había mentido, aunque soy muy
consciente de que el peligro está solo en mi mente paranoica.
—¿Qué te pasa? —Había susurrado, con los ojos llenos de
dolor.
—Solo estoy cuidando de ti. —Mi respuesta no había surtido
efecto en ella, y desde entonces nuestras conversaciones se han
vuelto cada vez más tensas.
Solo por la noche parecíamos llevarnos bien, y había sido
totalmente sorprendente que no hubiera rechazado mis avances,
teniendo en cuenta todo.
Ante la evidencia de lo que le había hecho, había estado
receloso de acercarme a ella, pero una noche en la que había
bebido demasiado, me encontré llamando a su puerta.
No había estado tan borracho como para no recordarlo al día
siguiente: había saboreado la sensación de tenerla entre mis
brazos y la forma en que su expresión cambiaba en un momento
de placer.
Pero, aunque había empezado a sentirme más seguro de
nuestra relación, fuera del dormitorio la situación había
empeorado.
—Entonces, ¿qué? —Me había arqueado una ceja—. ¿Solo por
ser mujer no puedo disfrutar del sexo? Necesito sacar al menos
algo bueno de esta relación... si es que se le puede llamar así. —Me
había puesto los ojos en blanco.
—¿Así que eso es todo? ¿Solo me estás utilizando? —Me
sorprendió su comentario.
Se encogió de hombros.
—No puedes ofrecerme nada más que un buen polvo, Enzo.
No nos engañemos con que hay algo más profundo en lo que
hacemos. Follamos. Duro, rápido, como animales. No hay nada
tierno ni cariñoso en ello —hizo una pausa, estudiando mi
reacción—. Y estoy perfectamente bien con eso. No creo que
tengas ganas de darme más. —Y con una palmadita amistosa en el
hombro, se había ido al baño, dejándome solo en la cama y
mirando su figura en retirada. Había tomado mis palabras de
antes, tergiversándolas, y me había dado cuenta de lo que se
sentía al recibir semejante burla.
Fue en ese momento cuando supe lo mala que se había vuelto
nuestra relación. Incluso dejó de discutir conmigo, y la apatía me
estaba matando.
Y así había persistido nuestra extraña dinámica: por la noche
encontrábamos placer en los brazos del otro, y durante el día nos
ignorábamos.
Desde hace un mes, sin embargo, Allegra se ha vuelto más
reservada que de costumbre. Así que fisgoneé en su diario, otra
vez.
Pero lo que encontré me sacudió hasta la médula.
Mi pequeña tigresa estaba planeando dejarme. Había hecho
planes detallados, siguiendo el cambio de guardias y el horario de
los autobuses en la estación cercana. Había sido muy minuciosa
en sus observaciones, y sabía que era cuestión de tiempo para que
ejecutara su plan a la perfección: dejándome para siempre.
—Enzo… —Maman Margot sacude la cabeza, y puedo ver la
decepción en sus ojos— ¿Qué has hecho?
—Solo necesito que se quede —repito, con un deje de
desolación en mi voz.
Sé que podría encerrarla, aislarla aún más de lo que ya he
hecho, pero eso haría que me odiara aún más.
Y ahora lo que más deseo es que no me odie.
No, necesito que quiera quedarse por su propia voluntad. Y sé
que un hijo sería la razón perfecta para que se quede.
—¿Han tenido relaciones? —Maman sondea, y yo asiento con
la cabeza—. ¿Con protección? —añade, y yo frunzo el ceño.
—No, nunca hemos usado protección.
Maman estrecha los ojos con consternación.
—¿Nunca? ¿Cuánto tiempo llevan durmiendo juntos?
—Casi un año ya.
—Dios, Enzo... es difícil creer que no haya concebido ya. Tal
vez uno de ustedes tiene problemas de fertilidad… —Se detiene—
. Pero también, ¿tal vez ha estado tomando algo para evitar el
embarazo?
Me paralizo, la idea es absurda al principio, pero empieza a
tener sentido cuanto más lo pienso.
—Ciertamente, podría haber problemas de fertilidad, pero... —
De repente me asalta una idea—. Siempre se toma una píldora a
las tres de la tarde. Le he preguntado y me ha dicho que son
vitaminas —digo y Maman se limita a fruncir los labios.
—Las vitaminas no tienen que tomarse a la misma hora todos
los días. Los anticonceptivos sí.
—Mierda —murmuro por lo bajo, e intento recordar cómo las
habría conseguido ella en primer lugar.
Ana...
Ella es la que entrega sus vitaminas cada mes.
¡Mierda!
¿Cómo no he visto esto? Ella ha estado planeando todo, ¿no?
—¿Qué puedo hacer, maman? No puedo perderla. —El dolor
en mi voz debe de ser palpable porque maman me da una
solución, aunque ella no esté de acuerdo con eso.
—Será mejor que trates bien a esa chica, Enzo. —Me advierte
mientras me voy.
Después de investigar sobre sus píldoras, las cambio
sigilosamente por placebos, esperando que no pase mucho tiempo
hasta que vea resultados.
A última hora de la noche, cuando voy a su habitación, la
encuentro ya dormida. Quitándome la ropa, me deslizo entre las
sábanas, abrazándola.
Empiezo a besar su cuello, sus hombros, llegando a sus pechos
cuando siento que se despierta contra mí, sus manos tirando de
mí, sus piernas envolviéndome.
—Mmh… —gime cuando mis dedos acarician su clítoris y
descienden para entrar en su cuerpo. Se ajusta a mis dedos
mientras bombeo dentro de ella.
Recorro con mi lengua su pecho hasta llegar a sus labios, y la
beso con una intensidad que nos deja a los dos sin aliento. Sus
paredes se aprietan contra mis dedos y me trago su gemido en mi
boca, continuando con la provocación hasta que me ruega que
pare.
Solo entonces me enfundo en su cuerpo, el calor apretado de
su canal haciéndome estremecer de puro placer.
—Joder —murmuro contra su boca mientras empiezo a entrar
y salir de ella, mi polla golpeando el fondo de su vientre y
haciéndola gemir.
—Te sientes tan bien, pequeña tigresa. El ajuste perfecto.
Mi ajuste perfecto.
Solo es en momentos como éste, cuando ambos bajamos la
guardia, que puedo revelar algunas de las cosas que ella me hace
sentir.
Si dijera algo de eso durante el día, me llamaría mentiroso o se
reiría y me lo echaría en cara.
—Enzo. —Sus uñas caen en cascada por mi espalda, la presión
es tan fuerte que sé que ha sacado sangre.
—Mi pequeña salvaje. —Muerdo su pezón, y ella se
convulsiona a mi alrededor, su coño apretándome tanto que tengo
que obligarme a no correrme.
Todavía no.
Arrastro mi boca hacia arriba, mis dientes rozando la piel de
su cuello hasta que llego a su pulso. Lamiendo el punto sensible,
lo chupo, dejando mi marca en ella antes de clavarle los dientes,
rompiendo la piel.
La sangre fluye en mi boca y me deleito con el sabor metálico,
la forma en que nos convertimos en uno.
Sus manos me tiran del cabello y me levantan para mirarla. La
miro fijamente a los ojos mientras se inclina hacia mí y su lengua
baila sobre mis labios, lamiendo su propia sangre antes de
profundizar el beso.
Aumento la velocidad, mis dedos clavándose en sus caderas
mientras meto y saco la polla.
—Más rápido —me ordena, y yo no puedo más que
complacerla.
Saliendo brevemente de ella, la pongo boca abajo, agarrándola
por el culo y me sumerjo en ella una vez más, más profundamente
y con más fuerza.
Esta es la forma animal en la que suelen acabar nuestros
apareamientos.
La agarro por el cabello, tirando de ella hacia mí, mientras mi
otra mano rodea su cuello. Sigo lamiendo la herida abierta en su
hombro, mientras Allegra gime de placer y de dolor.
Se corre gritando mi nombre, con sus paredes apretándose a
mi alrededor. La penetro un par de veces más antes de vaciarme
dentro de ella. La satisfacción rebosa en mi interior cuando
imagino mi semen cubriendo su vientre, impregnándola.
Porque ella es mía.
Y solo puede ser mía.
ALLEGRA

Dejo caer la pequeña pala al suelo y me pongo de pie, con la


necesidad imperiosa de un vaso de agua y algo de sombra.
Debería haberme dado cuenta de que hacer jardinería al mediodía
en agosto no sería una buena idea, pero no es como si tuviera otra
opción después de quedarme sin cosas para hacer. Es eso o... el
aburrimiento total.
¿Es posible morir de aburrimiento?
Porque siento que pronto podría hacerlo.
Después de mi visita de emergencia a urgencias el año pasado,
las cosas han cambiado. Dramáticamente, podría decirse.
Un día Lucia se reía de mí desde su elevada torre, y al
siguiente se había ido. De repente había decidido visitar Sicilia
para pasar unas largas vacaciones.
Cuando me enteré, me quedé extasiada. Finalmente pude tener
un respiro de las continuas batallas en esta casa.
Aunque me sentía como la mierda por el lavado de estómago,
me alegré por la idea de pasar un día, solo un día, en paz.
Y para mi eterna alegría, ella aún no ha regresado.
Pero Enzo...
Su comportamiento había cambiado completamente después
de esos incidentes. Se había ido el pícaro juguetón, reemplazado
por un bastardo frío e insensible.
Tonta de mí, pero había pensado que dormir juntos cambiaría
nuestra relación para mejor. No obstante, Enzo se había vuelto
más taciturno y a veces ni me miraba. Por si fuera poco, empezó a
prohibirme salir a la calle, incluso con guardias armados.
En poco tiempo, pasé de ser una novia reacia a una prisionera
amargada.
Durante el primer mes, intenté acostumbrarme a la idea.
Después de todo, ¿qué otra cosa había para mí?
Pero probé la libertad y ahora sé lo que el mundo puede
ofrecer, así que no iba a dejar que otro hombre me enjaulara.
Un pequeño destello de esperanza comenzó a crecer dentro de
mí, y supe que no podía aceptar su abuso.
Aunque al principio todo habían sido fantasías, sueños de qué
pasaría si…, después de presenciar una nueva faceta de mi marido
estaba cada vez más segura de que no podía quedarme.
Una noche, Enzo había entrado a trompicones en mi
habitación y habíamos procedido a arañarnos como dos animales
en celo. Habíamos perdido el control durante toda la noche,
nuestros cuerpos hablando en lugar de nuestras bocas. Había sido
el cielo... y el infierno.
Porque cuando llegó la luz del día, él volvió a ser indiferente.
Era como si yo no importara. Fue entonces cuando me di cuenta
de lo fácil que es para él saciar su lujuria en mi cuerpo, y a la vez
fingir que no existo cuando no me necesita.
Me di cuenta de lo patética que me había vuelto.
Tan hambrienta estaba de cualquier migaja de afecto, que una
vez más permití que mi corazón se derritiera un poco por él.
Ya no.
Desde que vi que su única utilidad para mí era el sexo, decidí
tratar nuestros encuentros entre las sábanas con la misma
despreocupación que él. Todo el mundo tiene sexo, ¿no? No
debería darle ninguna importancia.
Me obligué a cerrarle mi corazón y a hacer lo que los hombres
saben hacer tan bien: tratar nuestro asunto carnal sin ataduras.
Me llevó un tiempo dejar de suspirar, dejar de sentir esa
punzada en el corazón cada vez que lo veía.
Pero lo logré.
Y así, otro plan había empezado a tomar forma: la libertad.
No quiero ser una prisionera durante toda mi vida. Sé que hay
una vida para mí allá afuera, lejos de la mafia y lejos de Enzo.
Así que empecé a planear, a observar, a inventar un plan.
Utilicé mi diario para escribir todas mis ideas, elaborando
estrategias como un experimentado general de guerra. Anoté la
posición de los guardias, los tiempos entre sus turnos, así como las
características individuales de todos los hombres de la casa.
Observé dónde estaban los puntos débiles de la seguridad, y
pienso aprovecharlos al máximo cuando llegue el momento.
También había guardado cosas para empeñar, cosas que me
ayudarían a salir adelante una vez que estuviera lo más lejos
posible de aquí.
Estaba muy orgullosa de mí misma: había pasado casi un año,
pero confiaba en que mi plan tendría éxito.
Ahora, cuando falta menos de un mes para que llegue el día,
me siento ligeramente nostálgica. Sigo firme en mi convicción de
que tengo que irme. Pero por la noche, me encuentro buscando
más a Enzo, buscando el calor de su cuerpo, dejando que me tome
con fuerza y rapidez de una manera que me lleva al límite,
titubeando en el precipicio, sabiendo que si caigo de verdad nunca
podré recuperarme.
Porque, aunque había reprimido mis sentimientos por él, aún
me preocupa que llegue un día y el sello se rompa, derramando
mi emoción con una intensidad que no estoy preparada para
afrontar.
Sintiéndome un poco mareada, parpadeo dos veces,
intentando recuperar el equilibrio.
Agua... Necesito agua.
Me dirijo a la cocina para servirme un vaso y me encuentro con
Enzo. Su cara, tan carente de emociones como me había
acostumbrado a esperar de él, se acerca a mí, con un ceño fruncido
en sus perfectas facciones.
Pero justo cuando está a menos de un pie de distancia, me
llega un olor penetrante: ese maldito perfume. Mis ojos se abren
de par en par por un momento antes de que todo lo que había
comido esa mañana vuelva. Llego al fregadero en un tiempo
récord, vaciando el contenido de mi estómago y el de mi corazón.
Estaba con ella... otra vez.
Siempre es el mismo olor, así que sé que tiene que ser la misma
mujer.
¿La ama?
Debe amarla, ya que ha estado con ella desde el principio.
¿Sabe ella que también se acuesta conmigo? La idea casi me
haría reír si no estuviera en esta incómoda posición, inclinada
sobre el fregadero, con el grifo abierto mientras me salpica el agua
en el rostro.
Pero no me importa, ¿verdad? Tengo mis propios planes, y
pronto él va a ser una idea secundaria, nada más.
—¿Estás bien? —pregunta, tratando de ayudarme a sentarme
en una silla.
—Sí, ahora estoy bien.
—¿Te ha pasado esto antes?
—No —le digo secamente.
Todo se debe al perfume barato de tu puta.
Pero no lo digo en voz alta. No, eso significaría que me
importa.
Recomponiéndome, me pongo en pie, con el único
pensamiento de alejarme lo más posible de él. Tal vez sea la
brusquedad del movimiento, o simplemente el persistente
malestar, pero al levantarme una oleada de vértigo se apodera de
mí y casi caigo al suelo.
Los brazos de Enzo me rodean con fuerza y me acurrucan
contra su pecho.
—Ya está. Nos vamos al hospital —dice, pero a estas alturas
estoy demasiado débil para discutir.
Mis párpados se cierran y apenas soy consciente del viaje al
hospital.
Enzo me coge en brazos y me lleva a urgencias.
—Ha estado sintiéndose enferma y casi se desmaya —le
explica la situación a una enfermera, y yo empiezo a agitarme, el
malestar volviendo a aparecer.
—Aquí, aquí. —Me colocan en una cama y una enfermera dice
algo.
—Vamos a hidratarla por ahora. Tenemos que preguntar, ¿hay
alguna posibilidad de que esté embarazada?
—No —susurro, al mismo tiempo que Enzo dice “Sí”.

Frunzo el ceño, pero incluso en mi estado de confusión sé que


no puede ser cierto. Llevo tomando la píldora desde que me la
recetaron en mi primera visita a urgencias. No puedo estar
embarazada.
—Entonces, haremos una prueba —continúa la enfermera,
pero yo le rodeo la muñeca con los dedos y la detengo.
—No es necesario.
—Pero lo es. Es el protocolo estándar. No te preocupes, no es
nada invasivo.
Se va y me quedo a solas con Enzo, que me mira con una
mirada extraña.
—Shh, está bien, te tengo. —Toma mi mano entre las suyas.
—No estoy embarazada —le digo, convencida de que esto
tiene que ser algún tipo de error.
Seguramente el universo no sería tan cruel...
Una ronda de pruebas más tarde, y la enfermera vuelve con los
resultados.
—Felicitaciones —empieza, pero mi mente se queda en blanco
después de esa palabra.
Embarazada... Estoy embarazada...
—¿Está segura? —le pregunto cuando está a punto de irse.
—Los análisis de sangre son los más precisos, y tus niveles de
CGH son altos, lo que significa que estás embarazada. Voy a
enviar a mi colega para que te haga una ecografía y puedas ver de
cuánto estás.
Un bebé... Estoy embarazada....
Y atrapada.
Giro la cabeza hacia un lado, sin querer mirar a nadie, y menos
a Enzo. Las lágrimas se acumulan en las esquinas de mis ojos al
darme cuenta de la enormidad de esto.
El doctor introduce una máquina y la mano de Enzo cubre la
mía, agarrándola con fuerza. Su cara se ilumina cuando el médico
pone en marcha el monitor y prepara todo para la ecografía, sin
darse cuenta de lo que esto significa para mí.
El fin de todos mis sueños.
Tal vez aún pueda hacerlo, huir.
Pero eso sería muy egoísta por mi parte. ¿Qué podría ofrecerle
a un bebé? Apenas tendría dinero para cuidar de mí misma, y
había planeado hacer trabajos esporádicos para llegar a fin de mes
hasta que pudiera matricularme en algunos cursos.
Un bebé...
No puedo hacerlo.
El médico supone que mis lágrimas se deben a que estoy
abrumada emocionalmente. Pero solo estoy lamentando mi
futuro.
Estoy destinada a ser su prisionera, para siempre.
Justo cuando esta decepción amenaza con apoderarse de todo
mi ser, el doctor me extiende un gel frío en el estómago.
—Esto puede estar un poco frío —advierte antes de tocar mi
vientre con el aparato.
Giro la cabeza lentamente hacia la pantalla y veo con asombro
cómo aparece algo pequeño en la pantalla.
—Es eso…? —susurro, pero las palabras simplemente me
fallan.
—Sí, son los latidos del corazón. Todo parece normal. Su bebé
tiene entre seis y siete semanas.
Escucho el pequeño pero constante golpeteo, y siento que Enzo
me abraza por detrás.
—Vamos a tener un bebé, pequeña tigresa —me susurra al
oído con la voz llena de emoción.
—¿Qué pasa? —Enzo llega rápidamente a mi lado, tomando
mi mano y llevándome a la mesa. Si vieras cómo se ha
comportado conmigo pensarías que soy de cristal.
Pero viendo lo contento que se ha puesto con el bebé, no es de
extrañar que quiera asegurarse de que todo está bien.
—Estoy bien. Solo un poco cansada. —Suspirando
profundamente, tomo asiento. Él está a mi lado en un segundo,
ofreciéndome agua y medicinas.
—No. —Los aparto—. Estoy bien, de verdad. —Le aseguro de
nuevo.
Entrando en la décima semana de embarazo, mis náuseas
habían mejorado, pero mis niveles de energía habían bajado.
Sorprendentemente, Enzo ha estado constantemente en la casa.
Su padre había sido el más feliz y había procedido a informar a
todos sus familiares de que pronto tendría un nieto, aunque
todavía no se había confirmado el sexo.
Pero por primera vez, Rocco había sido amable conmigo.
—¿Necesitas algo? —Sus ojos están llenos de preocupación
mientras me mira, su dedo dibujando círculos en mi piel.
—Tengo un favor que me gustaría pedir… —Me armo de valor
para pedirlo, sabiendo que no es poca cosa.
—Cualquier cosa —responde Enzo.
—Me gustaría que Lia viniera a quedarse conmigo durante el
embarazo y después del parto. Siempre ha sido como una madre
para mí y...
—¡Hecho! —Enzo me interrumpe, y me sorprende su
respuesta tan decidida.
—¿De verdad? —pregunto asombrada. Había estado dispuesta
a pelear con él por esto.
—Te lo dije, Allegra. Cualquier cosa que quieras solo tienes
que pedirla.
Cualquier cosa por el bebé...
El pensamiento extraño entra en mi mente y vuelvo a
enfrentarme a la decepción. ¿Por qué no puedo gustarle a nadie
por mí?
—Realmente quieres a este bebé, ¿verdad? —Me vuelvo hacia
él y sus cejas se fruncen en un gesto.
—Por supuesto, ¿tú no? —Su respuesta es inmediata y una
sonrisa se dibuja en sus labios.
—Por supuesto. —Finjo una sonrisa también, aunque por
dentro definitivamente no estoy sonriendo.
Me toma por el hombro y me acerca a él, con la parte superior
de mi cabeza apoyada justo debajo de su barbilla.
—Deberíamos empezar a pensar en los nombres.
—¿No es demasiado pronto?
—No. No cuando no puedo esperar a conocer la vida que
hemos creado, pequeña tigresa. —Su voz contiene cierta
melancolía.
Una cosa es segura: Enzo ya ama profundamente a este niño.
El problema es que no importa cuánto lo intenté, también me
enamoré de mi pequeño cada día que pasaba. El sonido de los
latidos del corazón me había impactado, pero también me había
encantado inexplicablemente.
Las semanas pasan y mi malestar desaparece poco a poco. Sigo
cansándome con facilidad, pero he estado durmiendo más y
limitando mis movimientos.
Sin embargo, cuando las náuseas por fin remiten, empiezan los
antojos. Y también algo más...
Desde que se confirmó el embarazo, Enzo apenas me había
tocado, por miedo a que pudiera dañar al bebé. Aunque le
agradezco su consideración, me está matando. Más aún a medida
que avanzo en el segundo trimestre del embarazo.
Pienso constantemente en el sexo, y me encuentro mojada la
mayoría de las veces, con una necesidad ardiente en mi interior.
Pero por mucho que haya intentado que me folle, no lo ha hecho.
—¿Y si hacemos daño al bebé? —Me empujaba por los
hombros después de una intensa sesión de besos.
—Podemos ir despacio —añadía yo, aunque nunca lo
habíamos hecho así. En cierto modo, entiendo por qué se muestra
tan receloso.
En la revisión inicial, el médico me había apartado para
preguntarme si estaba en una situación de abuso. Supongo que
había visto los moretones y las marcas de mordidas en mi cuello,
aunque no había hecho mucho por ocultarlos. Me sentí muy
avergonzada mientras le explicaba cómo me había hecho esas
marcas, y apenas me abstuve de decirle que el cuerpo de Enzo es
aún peor. A estas alturas, no tengo ninguna duda de que su
espalda está permanentemente marcada por mis uñas.
Pero cuando se lo conté a Enzo, se mostró angustiado.
—¡Mierda! No pensé que pudiera afectar al bebé —Había
exclamado, antes de declarar que no me tocaría más.
Me quedé atónita, pero pensé que era una fase pasajera para él
y que no se comprometería a ello. Bueno, me sorprendió cuando
persistió en su loca idea.
Seguimos durmiendo en la misma cama, porque necesita estar
cerca por si pasa algo, pero se asegura de poner una barrera en
forma de almohada entre nosotros por la noche para que ni
siquiera nos toquemos.
¿Se da cuenta de la cantidad de veces que me he tirado a esa
almohada a estas alturas?
Estoy cerca de mi punto de ebullición y el aumento de la libido
junto con los antojos insatisfechos equivalen a una Allegra muy
malhumorada.
—Maldita sea. —Doy una patada contra la mesa, irritada y con
ganas de gritar a alguien. Son cerca de las tres de la madrugada y
he estado registrando todos los rincones de la cocina tratando de
encontrar algo para calmar mis ganas de comer dulces.
Pero se me antoja un pastel de cerezas... y no hay nada ni
remotamente parecido o satisfactorio.
—Pequeña tigresa. —Me giro para ver a un soñoliento Enzo
entrar en la cocina. Solo lleva un pantalón de chándal, así que
tiene el pecho desnudo, y musculoso, y ah...
Aprieto los muslos, de nuevo golpeada por una combinación
de lujuria y hambre, pero ahora es pastel y sexo combinados.
¡Maldita sea!
—¿Qué pasa? —Él viene inmediatamente a mi lado, con el
ceño fruncido y preocupado—. ¿Es por el bebé? ¿Te sientes mal?
Puedo llamar al 911 —continúa hablando y mi fastidio aumenta.
—Para. —Pongo una mano en su brazo, apretándolo, y otra en
mi frente, masajeando mis sienes.
Justo en ese momento, mi estómago gruñe de hambre. Los ojos
de Enzo se abren de par en par antes de que una sonrisa se
extienda por su cara.
—¿Qué quieres comer? —pregunta, divertido.
—Pastel de cerezas —refunfuño, sabiendo que no hay ningún
pastel de cerezas. Mi mirada desciende por su pecho hasta sus
pantalones de deporte... Me relamo los labios—. Pero podría
conformarme con otra cosa —digo, pero él se limita a reírse. Me
levanta en el aire y me coloca sobre la mesa.
—Entonces, pastel de cerezas. —Me guiña el ojo antes de
buscar los ingredientes en los armarios.
—Pero no tenemos cerezas —suspiro, decepcionada.
Él frunce los labios y sacando su teléfono ladra algunas
órdenes.
—Las tendremos en un rato —me asegura.
Y tiene razón. Un pedido de cerezas llega en menos de treinta
minutos después de que cuelgue.
Enzo me obliga a quedarme donde estoy, diciendo que se va a
encargar de todo. Lava las cerezas con cuidado y después empieza
a batirlas.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —le pregunto mientras mira
perplejo los ingredientes.
Se encoge de hombros, sacando su teléfono para buscar una
receta en Google.
—No puede ser tan difícil —responde con aire arrogante.
Una hora más tarde y dos intentos fallidos, sí es tan difícil.
Observo con deleite cómo se esfuerza por conseguir la
consistencia adecuada. Toda la cocina es un desastre, y hay harina
en el suelo, en la encimera y en el propio Enzo.
Todo su pecho está pintado de blanco, y la mitad de su cara
también.
—¿Seguro que no necesitas ayuda?
—Yo me encargo. —Estrecha los ojos hacia su teléfono—. Creo
que sé lo que salió mal.
Vuelve a mezclar la masa, y ya no puedo ocultar mi diversión
cuando la segunda bolsa de harina explota en el fondo, cayendo el
contenido sobre él.
—Está claro que no. —Salto de la mesa para ayudarle.
—No, no deberías hacer esfuerzos. —Se apresura a detenerme,
pero le aparto las manos.
—Enzo, estoy malhumorada y hambrienta y parece que nunca
has estado en una cocina. —Una sonrisa tímida aparece en su cara
ante mi diatriba, así que enarco una ceja—. No lo has hecho,
¿verdad? —Casi gimoteo.
—Culpable. Pero no puede ser tan difícil.
—Te has visto en las últimas dos horas. Es así de difícil. Para ti.
Ahora apártate. —Lo golpeo juguetonamente con mi culo,
apartándolo mientras empiezo a armar los ingredientes de nuevo.
—Mira y aprende, chico de ciudad.
Empiezo con los huevos, añadiendo un poco de azúcar y
batiendo hasta conseguir una consistencia agradable y espesa.
—Ves, no es tan difícil. —Señala irónicamente mientras
termino de mezclar todos los ingredientes hasta conseguir una
masa consistente.
Inclino la cabeza mientras lo estudio.
—Y, sin embargo, alguien no pudo hacerlo bien ni siquiera en
el tercer intento.
—¡Eh! Yo hice bien las cerezas. —Se defiende, con la mano en
el corazón como si acabara de herir su orgullo varonil.
Terminando todo, meto la bandeja del pastel en el horno.
—Ahora esperamos. —Tomo asiento en una silla, con la
mirada fija en el reloj del horno.
Solo un poco más...
Ya se me hace agua la boca al pensar que el esponjoso pastel se
derrite en mi boca. Cerrando los ojos, se me escapa un suave
gemido.
Pero entonces abro los ojos y encuentro a Enzo de rodillas ante
mí, con la mano en mi vientre y una expresión de asombro en su
cara.
Acomoda la palma de la mano sobre el pequeño bulto.
—Crece tan rápido —dice, casi sin aliento.
También es la primera vez que me toca así en semanas.
—Sabes —empiezo, con mis dedos recorriendo su cara y
manchándola de harina—, no soy de cristal. No me voy a romper
si tú... —Me detengo, el repentino oscurecimiento de sus ojos
diciéndome que no es por falta de deseo.
—No quiero hacerte daño —susurra, bajando más la mano. Se
me hace un nudo en la garganta, la excitación creciendo en mi
interior.
—No lo harás. El médico ha dicho que está bien si tenemos
cuidado.
Su cara se acerca a la mía y me humedezco los labios,
preparada para el tan esperado beso. Estamos a un suspiro de
distancia el uno del otro cuando suena la alarma del horno.
Maldita sea...
Enzo me sonríe mientras se pone unas manoplas y saca el
pastel para ponerlo sobre la mesa.
Demasiado impaciente, lo saco de la bandeja y lo corto en
trozos, cogiendo uno y soplando sobre él. Enzo se apresura a
quitármelo de la mano, negando con la cabeza.
—Espera, está demasiado caliente. —Le hago un mohín.
De mala gana, espero un par de minutos, pero mi mirada no se
aparta del pastel. De nuevo, Enzo me sorprende probando el
pastel antes de darme su aprobación.
—Por fin —suspiro de placer mientras muerdo el pastel.
Devoro un trozo y luego otro.
Enzo me mira con una expresión extraña en la cara mientras
mastico el pastel, así que me encuentro preguntando:
—¿Qué?
—Eres tan bonita cuando estás contenta. —Sus palabras me
toman por sorpresa, sobre todo porque no detecto ninguna
falsedad en su cara—. Y antes de que vengas a por mí —
continúa—, no estoy mintiendo, ni tratando de engatusarte. Es
simplemente la verdad.
—Entonces, ¿por qué no haces algo al respecto? —pregunto,
descaradamente.
—Dios, quiero… —gruñe, dando un paso adelante. Rodeando
su cuello con mis brazos, me pongo de puntillas para depositar un
beso en sus labios.
—Sabes —empiezo, acariciando su cara con la mía, la harina
ligeramente abrasiva contra mi piel—, las mujeres embarazadas
tienen necesidades.
—¿Las tienen? —Me coge las mejillas con las manos, y su nariz
se acerca a la mía en un gesto dulce—. Tendré que complacer a mi
mujer. —Sus palabras me provocan un escalofrío en la espalda,
sobre todo el hecho de que me haya llamado su mujer.
—Bésame, maldita s... —No llego a terminar mis palabras
porque su boca está sobre la mía. Sus manos bajan por mi cuerpo
hasta que me agarra por el culo y levantándome hacia él.
Envolviendo mis piernas alrededor de su torso, su dura longitud
entra en contacto con mi centro, un pinchazo de conciencia que se
convierte en una montaña de sensaciones.
—Maldita sea, dormir a tu lado y no tocarte era una pura
tortura —admite, con voz áspera.
—No eres el único.
Y también tengo las hormonas del embarazo que me ponen
cachonda. Pero me abstengo de decirlo en voz alta.
Me coloca sobre la mesa y sus dedos recorren lentamente el
interior de mis muslos antes de quitarme las bragas.
—Despacio... tenemos que ir despacio —murmura, casi como
si intentara convencerse de ello.
Me encuentra resbaladiza y húmeda, pero mientras juega
conmigo me doy cuenta de que no tengo paciencia para los juegos
preliminares.
Le tiro de los pantalones, bajándoselos por las caderas, y
envuelvo su polla con mi mano.
—Adentro. Ahora. —Le insisto, guiándolo hacia mi entrada.
—Tus deseos son órdenes para mí. Siempre —me susurra en el
cabello mientras la cabeza de su polla roza mi calor. Se burla de
mí mientras acaricia su polla a lo largo de los labios de mi coño,
cubriéndola de mi humedad.
—Mierda, mi pequeña tigresa. —Aprieta los dientes mientras
se hunde en mí lentamente, centímetro a centímetro.
Los dos gemimos ante la sensación, nuestras bocas
fundiéndose la una con la otra. Me sostiene contra su pecho
mientras empuja hasta el fondo y se instala en mi interior.
Mirándonos a los ojos, empuja lentamente dentro y fuera de
mí y siento cada parte de él mientras me completa. Su mano me
acaricia la mejilla, su pulgar separando mis labios y colándose
dentro.
Me lo meto en la boca, sin dejar de mirarlo.
No sé si son las emociones del embarazo, que están
simplemente fuera de control, pero sentirlo tan dentro me hace
estar al borde de las lágrimas. Trato de apartar la cara,
avergonzada por este repentino arrebato.
—Shh, pequeña. Estoy aquí contigo. —Sus manos mantienen
mi cabeza en su sitio, su mirada inquebrantable—. Déjalo salir. —
Su tono es suave, y de alguna manera todo se derrumba.
Le rodeo el cuello con las manos y mis talones se clavan en su
culo mientras le insto a continuar.
Las lágrimas fluyen libremente mientras todo mi cuerpo se
inunda de amor, por él y por nuestro bebé.
—Ah, Enzo… —empiezo antes de poder detenerme—, cómo
me gustaría que fueras todo mío. —El amor no correspondido y el
anhelo impregnan mis palabras con desesperanza.
—Lo soy, pequeña tigresa. Todo tuyo —responde, y sus labios
recorren mi mejilla, besando las lágrimas.
—Ojalá pudiera creerte —susurro, con un nudo apretado en el
pecho.
—Confía en mí. —Sus dedos agarran mi culo, empalándome
con un duro empujón—. Lo tienes todo de mí. —Apoya su frente
sobre la mía, sus caderas todavía bombeando dentro y fuera de
mí.
Siento que se acerca el momento y me agarro a sus hombros,
abrazándolo y absorbiendo el significado de sus palabras.
Realmente me gustaría creerle.
Pero no lo hago.
Todo mi cuerpo se convulsiona mientras acabo, con lágrimas
cayendo de mis ojos. Mi coño lo agarra con fuerza y él no tarda en
seguirme, derramándose dentro de mí.
Con una respiración entrecortada, la euforia del orgasmo le
hace susurrarme dulces palabras al oído.
Me aferro a esas palabras, aferrándome a una esperanza
desesperada que, sin embargo, todavía existe en mi corazón.
Desgraciado es el que ama, pero nunca puede ser correspondido.
Aunque sé que sus palabras son una mentira, las acepto.
Permaneceré en mis grilletes mientras veo las sombras de las
ilusiones jugar en la pared, y de alguna manera me obligaré a creer
que son verdaderas.
Porque la alternativa es la larga y asfixiante muerte de mi
alma.
ALLEGRA

Sorprendentemente, Enzo continúa maravillándome. Después


de nuestra aventura nocturna en la cocina, empezó a aprender a
cocinar el pastel perfecto, y le encanta sorprenderme de vez en
cuando con una nueva receta.
Nunca lo vi venir, pero nos hemos asentado en una cómoda
rutina. Pasa la mayor parte del tiempo en casa, conmigo, y solo va
al trabajo cuando le llaman para una emergencia.
Reanudamos nuestras sesiones en la biblioteca y, con el
tiempo, empecé a soltarme con él.
Sigo desconfiando un poco de él y de sus intenciones, pero
intento disfrutar de mi embarazo.
—Mira a nuestro pequeño. —Mira con cariño la ecografía,
trazando los rasgos de nuestro bebé con los dedos.
—No puedo creer que vayamos a tener un niño —susurra, casi
con reverencia.
—Lo supe desde el principio —bromeo. Desde el principio dije
que quería un niño, mientras que él había dicho que quería una
niña.
—Otra pequeña tigresa para unirse a nuestra familia. Como su
mamma —decía.
—Ahora tendremos otro diablillo guapo como su papa. —Me
acerco a él, apoyando mi cabeza en su hombro.
—Espero que no —dice en voz tan baja que apenas puedo
oírle. Giro la cabeza hacia él, con las cejas fruncidas por la
confusión.
—¿Qué quieres decir?
El tic de su mandíbula me hace saber que es un tema delicado.
—Ser guapo no te garantiza nada, salvo dudar de las
intenciones de todos hacia ti —dice crípticamente.
—No entiendo...
—¿Recuerdas el Simposio? —pregunta, y yo asiento—. Es fácil
desear la carne, es innato. Es la naturaleza humana sentirse
atraído por la belleza. Es más difícil, sin embargo, desear el alma,
porque primero estarás deslumbrado o repelido por la carne. —
Hace una pausa, su mano acariciando suavemente mi cabello—.
Pero cuando todo el mundo desea la carne, ¿cómo sabes quién
desea el alma?
—¿Así que preferirías ser repulsivo? —contraataco, porque
nuestras experiencias son polos opuestos—. ¿No es lo mismo al
revés? Cuando todo el mundo siente repulsión por la carne,
¿cómo consigues que alguien te dé una oportunidad? —Puede que
él haya crecido adulado por todos los que le rodean, pero yo crecí
siendo despreciada por todos, así que puedo dar fe de que
tampoco es divertido.
—Preferiría ser... normal —dice con un suspiro—. Promedio...
el tipo de persona con la que te cruzarías por la calle y a la que no
mirarías dos veces.
—Yo también preferiría ser guapa. Todos queremos lo que no
podemos tener.
Sus dedos me agarran de repente la barbilla mientras me
obliga a mirarle a los ojos.
—Lo eres. Para mí eres la mujer más guapa —dice, y por una
vez no discuto. En cambio, sonrío y me pongo de puntillas para
darle un casto beso. ¿Y qué si miente? Por una vez en mi vida me
siento guapa, y sus palabras me alegran aún más.
—Gracias —susurro contra sus labios.
Me abstengo de decirle que no estoy con él por su aspecto, y
que son los destellos de su corazón los que me han hecho
enamorarme de él. Porque eso significaría admitir mis
sentimientos, y no quiero darle ninguna ventaja en el futuro.
Estamos bien así, cariñosos, pero sin palabras de amor.
Estamos... cómodos.
Llega mi próxima cita con el médico y nos preparamos para ir
juntos, pero de camino al hospital Enzo recibe una llamada
telefónica sobre una situación urgente en el Sacre Coeur, donde
vive su hermana.
—No quiero dejarte sola —dice a regañadientes, y se nota que
lamenta de verdad faltar a la cita.
—Ve a ayudar a tu hermana. Habrá más citas. —Le empujo
juguetonamente.
Un poco más de idas y venidas y finalmente se decide a ir, no
sin antes asignarme el doble de guardaespaldas.
Cuando llegamos al hospital, convenzo a mis guardaespaldas
de que esperen fuera de la sección de ginecología, ya que no
quiero molestar a nadie con cinco hombres de aspecto
amenazante.
Entro en el pasillo y me siento en la sala de espera. Llego un
poco temprano, así que la enfermera me dice que espere hasta que
me llamen.
Cogiendo una de las revistas que hay por ahí, trato de
sumergirme en la lectura, esperando que el tiempo pase más
rápido.
Sin embargo, veo por el rabillo del ojo que un hombre se sienta
a mi lado. Frunzo el ceño, observando todos los demás asientos
vacíos alrededor.
Qué raro.
Tratando de ignorarlo, vuelvo a mi revista.
—Buen tiempo para noviembre —dice el hombre, y me doy
cuenta de que se dirige a mí.
—Lo siento, estoy casada —digo rápidamente, mostrando mi
dedo anular. Ya he experimentado los celos de Enzo antes, y no
quiero que se repitan.
En cambio, me levanto para cambiar de asiento.
—No es una frase para ligar, Señora Agosti. —Que sepa mi
nombre me pone inmediatamente en alerta.
—Agente especial McNaught —abre ligeramente su chaqueta,
mostrándome su placa—. Por favor, siéntese.
—Lo siento, creo que se ha equivocado de persona —digo,
respirando profundamente y tratando de calmarme.
—Su marido es Enzo Agosti, hijo de Rocco Agosti. Por favor,
siéntese. Quizá le interese lo que tengo que decir.
No sé qué me impulsa a hacerlo, pero vuelvo a mi asiento. Soy
consciente de que tanto Rocco como Enzo operan al margen de la
ley, pero nunca he oído nada concreto.
—¿Qué quiere? —pregunto, manteniendo la mirada al frente.
—Llevamos tiempo estudiando a la familia de su marido. Es
una gran sorpresa poder encontrarla aquí. Sabemos de su
existencia desde hace un par de años, pero apenas ha sido vista
antes en la ciudad.
—¿Y?
—Solo puedo suponer que su marido la ha mantenido alejada
—dice, y no va muy desencaminado. Aun así, no me fío de él.
—No estoy segura de que eso sea de su incumbencia, agente —
murmuro, un poco desconcertada por su tono.
—No sé si lo sabe, pero el médico que le atendió en su visita a
urgencias en agosto anotó en su expediente un posible abuso
doméstico. Así fue como llegó a nuestras manos por primera vez.
—Se lo expliqué al médico, y le explicaré lo mismo a usted. No
fue ni ha sido nunca abuso doméstico. —Aprieto los dientes.
¿Por qué la gente es tan rápida para suponer?
—¿Sabe a qué se dedica la familia de su marido, Señora
Agosti? —El agente continúa, y me hago una idea de adónde va
esto.
—Sí. Son dueños de una cadena de restaurantes —respondo
con sinceridad.
—El restaurante es una fachada para múltiples clubes que
facilitan la venta de drogas, el tráfico de personas y la
prostitución.
No respondo, porque ¿qué puede decir una ante tales hechos?
—¿Y? Vaya al grano, agente.
—Creo que podemos ayudarnos mutuamente. Sabemos de la
existencia de estos clubes, pero no conocemos las ubicaciones
exactas. Si pudieras averiguarlo por nosotros, entonces...
Inclino la cabeza hacia un lado, con una expresión de
aburrimiento en mi rostro.
—La ayudaremos a salir. Podemos trasladarla a un programa
de protección de testigos. Usted y su hijo estarían a salvo. —Él
asiente hacia mi vientre.
Le sonrío dulcemente. Es interesante ver cómo unos meses
antes habría aprovechado esta oportunidad, pero desde entonces
he decidido darle una oportunidad a Enzo y a la paternidad. Y mi
bebé tendrá a ambos padres.
—Suena como una historia interesante, agente. Para quien le
crea —empiezo, y le miro de reojo. Tiene los puños cerrados.
—Señora Agosti —me llama la enfermera y me levanto para ir,
pero siento la necesidad de aclarar una cosa.
—Solo para que conste, agente. No tengo una relación abusiva
y mi marido es un hombre maravilloso. Si me disculpa —empiezo
a caminar hacia el gabinete, cuando el agente me agarra de la
mano.
Estoy dispuesta a ponerme a la defensiva, pero él solo desliza
una tarjeta de contacto en mis manos.
—Si alguna vez cambias de opinión. —Me saluda con la
cabeza antes de desaparecer por el pasillo.

Aunque el encuentro con el agente me sacudió, traté de


apartarlo de mi mente. No valía la pena perder energía por ello.
Pero, por alguna razón, después de llegar a casa, me puse
inmediatamente a buscar la ubicación de esos clubes. Me había
llevado algunas semanas, algunos fisgoneos estratégicos y
escuchas de llamadas telefónicas, pero lo había hecho.
Ventaja.
Eso es lo que me dije. Después de todo, nada es seguro en este
mundo, y no voy a correr ningún riesgo con mi bebé.
Solo había logrado encontrar dónde están dos de los clubes,
pero tengo otra lista con propiedades de Rocco bajo diferentes
alias. Si algo ocurriera, estaría preparada.
Pero estar al lado de Enzo es demasiado embriagador, y la
culpa empieza a comerme viva. Ha sido tan atento, tan cariñoso,
que al hacer esto siento que estoy traicionando su confianza.
Después de la primera cita a la que faltó, Enzo se puso como
prioridad no faltar a ninguna otra.
Actualmente, estoy embarazada de treinta y seis semanas y me
siento como una ballena.
—Todo es culpa tuya —refunfuño mientras nos dirigimos a
casa tras la última revisión—. Me estás dando demasiado pastel.
Realmente se había convertido en un maestro pastelero.
Siempre bromeo con él diciendo que podría dejar su vida de
delincuente y conseguir un trabajo como chef en uno de sus
restaurantes.
—Mi chico necesita su fuerza —bromea, tirando de mí hacia su
pecho y besando la parte superior de mi cabeza—. Ahora dime
sinceramente —habla entre pequeños besos—, ¿qué quieres para
tu cumpleaños? Puedes tener cualquier cosa que quieras.
—¿Cualquier cosa? —Levanto una ceja, bromeando.
—Cualquier cosa, así que dispara.
—Hum.... —tu amor—, nada. Tengo todo lo que quiero. O lo
tendré, una vez que este pequeño decida que es hora de venir al
mundo.
—Solo un par de semanas más hasta tu fecha de parto,
pequeña tigresa, y conoceremos a nuestro bebé. —Se inclina hacia
delante para besar mi enorme bulto.
—Luca, ¿puedes pasar por la gasolinera? Necesito comprar
cigarrillos —Enzo le dice a nuestro conductor.
Miro hacia atrás y veo que el otro coche sigue detrás de
nosotros.
—¿De verdad necesitamos tantos guardaespaldas cuando
salimos? —pregunto, más que nada por curiosidad.
—Nunca me arriesgo con tu vida, pequeña tigresa. Además,
siempre se mantienen a distancia para no molestarte demasiado.
Asiento distraídamente, sabiendo que sus tendencias
sobreprotectoras podrían empeorar después del nacimiento.
Paramos en una gasolinera y Enzo entra corriendo a por sus
cigarrillos. Saco mi teléfono y empiezo a buscar nombres de bebés.
Habíamos hablado de nuestras opciones, pero habíamos decidido
no elegir un nombre hasta que conociéramos a nuestro hijo.
Estoy recorriendo una lista de nombres cuando un ruido
repentino me sobresalta. Levantando la mirada veo a Luca siendo
apuntado con una pistola mientras sale del coche.
Al mismo tiempo, la puerta de mi derecha se abre de golpe y
me sacan a rastras. Empiezo a gritar y mis manos se dirigen
inmediatamente a proteger mi vientre.
El hombre me empuja al suelo y caigo de rodillas, el frío del
invierno golpeándome de repente, y la nieve helada bajo mi
cuerpo amortigua un poco mi caída.
—¡Cállate, puta! —maldice y el dorso de su mano golpea mi
mandíbula, haciendo que mi rostro se mueva hacia un lado con
una fuerza que me hace ver las estrellas.
No... mi bebé.
Mis brazos se enrollan alrededor de mi cuerpo mientras
intento protegerlo.
El otro hombre hace avanzar a Luca, y sus movimientos son
tan rápidos que no puedo seguirlos, pero de repente Luca está
frente a mí, recibiendo una bala en el pecho.
Una bala destinada a mí.
Mis ojos se abren de par en par, mi boca abriéndose en un grito
que no sale.
Otra bofetada y siento que resbalo.
—Esta zorra no lleva nada encima. No tiene dinero ni objetos
de valor —oigo decir a un hombre justo antes que suene otro
disparo. Y otro más.
Abro los ojos y veo a ambos hombres en el suelo, sangrando
abundantemente.
Un Enzo enloquecido se precipita hacia mí, tomándome en
brazos y meciéndose conmigo.
—Estoy bien —me tiembla la voz mientras intento
asegurarle—. El bebé está bien.
Tomando mi rostro entre sus manos, empieza a dejar besos por
toda la piel.
—Dios, Allegra. Por un momento pensé que te había perdido
—dice con voz ronca, con los ojos empañados.
Otro coche se detiene en el estacionamiento y veo al resto de
nuestros guardaespaldas correr hacia nosotros.
Demasiado tarde.
La expresión de Enzo cambia inmediatamente. Ya no es el
amante preocupado, sino un asesino frío. Incluso en mi estado de
shock puedo ver que no está pensando con claridad.
—Enzo, no. Por favor, no —le ruego, reconociendo que está a
punto de estallar—. Estoy bien, de verdad. Déjalo.
Pero no lo hace.
Me levanta y me coloca en el asiento del coche, cerrando las
puertas al salir.
—¡Enzo, no! —Golpeo la ventanilla con los puños mientras lo
veo caminar hacia los hombres, sus hombres, con pasos
calculados. Una sonrisa y saca su arma.
Los hombres, tres en total, apenas tienen tiempo de reaccionar
cuando Enzo los ejecuta en el acto.
Sigo gritando y pateando el cristal, aunque es inútil.
¿Por qué?
Demasiado agotada por el llanto, tengo hipo mientras observo
consternada cómo Enzo mete los cadáveres dentro del otro coche
antes de regresar. Ocupa el lugar de Luca en el asiento del
conductor, y yo solo puedo mirar atónita al hombre que tengo
delante.
¿Quién eres?
Pensé que había visto un lado despiadado de Enzo cuando
mató a un hombre a sangre fría solo por tocarme. Pero esto...
Simplemente no hay excusa para esto.
—Tenía que hacerse, pequeña tigresa. —Él inclina el espejo
para mirarme.
Solo hay asco cuando lo miro tan despreocupado, tan
tranquilo después de haber matado a cinco personas.
—¿Por qué? —Mi voz suena rota bajo el peso de demasiadas
lágrimas.
—No espero que lo entiendas. Todo tiene consecuencias en
nuestro mundo. La vida en la famiglia… —se interrumpe, pero ya
he oído suficiente.
La famiglia, la siempre importante famiglia que valora la
crueldad por encima de la humanidad.
Cuando llega otro coche, Enzo finalmente se pone en marcha,
dejando atrás la escena de la masacre.
Miro por la ventanilla, con las lágrimas secas y el corazón
destrozado: decepcionado, desolado y roto.
Pero no es hasta que siento una repentina humedad
recorriendo mis muslos que empiezo a sentir pánico, dándome
cuenta de que, efectivamente, todas las acciones tienen
consecuencias.
Y la de mi marido será recompensada como tal.
—¡Enzo, al hospital, rápido! Rompí aguas. —Inspiro
profundamente, tratando de calmarme.
—¿Qué? —Sus ojos se abren de par en par, pero ya está
haciendo un giro en U—. ¿Estás bien? ¡Dijiste que todo estaba
bien!
No le respondo, sino que me concentro en regular mi
respiración.
—Enzo —hablo por fin, entre suspiros—, si le pasa algo a este
bebé, estás muerto para mí. —Casi histérica en este punto,
mantengo las manos sobre mi estómago, rezando para que todo
vaya bien.
Dios mío, si mi bebé está bien, lo haré. Aceptaré el trato. Y me iré tan
lejos como pueda de aquí.
Cualquier cosa para asegurarme de que mi hijo no se vuelva
como su padre. Porque entonces... mi corazón estaría muerto y
enterrado.
Puede que ame a Enzo, pero amo más a mi bebé.

En el momento en que entramos en el estacionamiento, Enzo


me coge en brazos y corre hacia Urgencias.
Estoy hiperventilando, pensando que puede haberle pasado
algo a mi bebé. Su fecha de parto es dentro de unas semanas. Esto
no era lo que se suponía que tenía que pasar.
Me llevan a la sala de maternidad, donde me dicen que tienen
que inducir el parto para asegurarse de que el bebé está bien.
Aterrada, me aferro a la mano de Enzo.
—Mi bebé… —exclamo, la idea de que le haya pasado algo
matándome por dentro.
—Estará bien. —Enzo intenta tranquilizarme, pero estoy más
allá de la razón.
—Todo es culpa tuya —gimoteo mientras me conectan a unas
máquinas para controlar mis latidos.
—Cariño, tienes que calmarte. Tu pulso está por las nubes y no
es bueno para el bebé —me dice una de las enfermeras,
enseñándome algunas técnicas de respiración.
Empiezo a inhalar y a exhalar, sin soltar a Enzo. Me acompaña
durante todo el proceso: maldiciéndole, diciéndole que debería
morir y que lo detesto con todo mi ser.
Él no responde. Simplemente sigue abrazándome y
susurrándome palabras de ánimo al oído.
Incluso cuando empieza el parto, no se aparta de mi lado.
—Puedes hacerlo, pequeña tigresa. Puedes hacerlo. —Su voz
me tranquiliza de algún modo, incluso cuando mi mente se aleja
de esta realidad.
En algún momento empiezo a pujar.
Durante lo que parecen horas, o días, estoy en un estado de
confusión, de tensión física y emocional. Mi cuerpo se siente al
límite y mi mente está a punto de estallar.
Con la respiración agitada, el sudor pegado a la piel y las
lágrimas secas en las mejillas, sigo pujando.
Hasta que oigo un pequeño lloriqueo.
—Felicidades, Señor y Señora Agosti —oigo decir al médico
antes que un diminuto ser humano sea colocado sobre mi pecho.
—Pueden tener unos momentos antes que lo pesemos y nos
aseguremos que está sano dado el parto prematuro.
Asiento distraídamente. Por primera vez, mi mente se aclara al
mirar la dulce cara de mi hijo. Se mueve sobre mi pecho, con los
ojos cerrados y la boca entreabierta, casi como si intentara agarrar
algo. Por el rabillo del ojo veo que Enzo se acerca, ofreciéndole su
dedo meñique para que lo agarre.
—Gracias —dice en voz baja y llena de emoción, con lágrimas
en los ojos—. Gracias por el regalo más maravilloso del mundo,
pequeña tigresa.
No le doy crédito a sus palabras. En su lugar, mi atención se
centra en mi pequeño humano.
—¿Qué nombre le pondrán? —dice una enfermera que viene a
vernos.
Enzo frunce las cejas, ya que aún no lo hemos decidido.
—Luca —digo de repente—. Por el hombre que nos salvó. —
Enzo se congela al oírlo, comprendiendo el doble sentido de mis
palabras. Puede que Enzo haya sido el que nos salvó, pero había
desatado un baño de sangre innecesario. El sacrificio de Luca
había sido heroico y carente de crueldad.
—Entonces es Luca. —Asiente, y detecto una pizca de dolor en
su voz.
—Hermoso nombre. Llevaré al pequeño Luca a que lo limpien
antes de hacer el chequeo médico.
Cuando el médico nos informa de que Luca está bien, tanto
Enzo como yo respiramos aliviados. Y con esa feliz información,
por fin puedo dormirme.
Solo cuando me despierto me doy cuenta de que Enzo debe
haber llamado a Lia para que se quede conmigo. Está apoyada en
una silla, casi dormitando.
—Señorita. —Se levanta inmediatamente de la silla al verme
despierta y se precipita hacia mí para darme un abrazo—. Oh,
Señor, no puedo creer que seas madre. —Continúa besando mis
mejillas, rezando una breve oración por mí.
—Yo tampoco, Lia. —Le sonrío, feliz de tenerla a mi lado.
Al menos Enzo había sido fiel a su palabra y había conseguido
que Lia se mudara con nosotros durante mi embarazo. No creo
que hubiera podido hacer esto sin ella, no cuando empecé a sentir
pánico por cualquier cosa.
—Y el Signor Enzo te adora. ¿Quién iba a pensar que un
desastre se convertiría en un milagro? —continúa, y yo me
abstengo de decirle que es todo lo contrario. Lo que había
empezado como un desastre se había convertido en un infierno.
—Lo hace, ¿verdad? —murmuro, pero Lia no capta la ironía
que destilan mis palabras.
Un rato después, una enfermera vuelve con Luca, y yo acuno
su cuerpecito contra mi pecho, intentando amamantarlo.
Así es como me encuentra Enzo: desnuda de la cintura para
arriba, con la boca de Luca pegada a un pecho, mamando. Se
detiene en seco y sus ojos recorren nuestros cuerpos, con una
sonrisa de satisfacción extendiéndose por sus rasgos.
—Es un espectáculo precioso —susurra mientras se acerca y
pasa la mano por la frente de Luca.
—¿Quieres cargarlo? —pregunto cuando Luca termina de
alimentarse, ya profundamente dormido.
—¿Puedo? —La incertidumbre está escrita en su cara mientras
mira entre Luca y yo. Asiento con la cabeza, pensando que no
tendrá muchas oportunidades de hacerlo en el futuro. Y cuando
veo que levanta con cuidado el pequeño bulto en sus brazos, sus
ojos tan llenos de amor, vacilo. Solo un poco.
Dios mío, ¿estoy haciendo lo correcto?
Camina por la habitación con Luca en brazos, mientras le
susurra palabras de amor al oído.
Las lágrimas inundan de repente mis ojos y aparto el rostro.
—Oye, ¿estás bien? —Se acerca rápidamente a mi lado,
acariciando mi cabello.
—Sí, no es nada —moqueo—, solo son las hormonas.
Eso y ver a Enzo con nuestro hijo me rompe el corazón, sobre
todo por la decisión que he tomado.
Los próximos días son los más duros. Mi cuerpo se ha
resentido con el parto y apenas empiezo a recuperarme. La
presencia de Enzo en el hospital es constante, por lo que no me
permite contactar con el agente.
Cuando en mi última revisión el médico me declara apta para
recibir el alta en un par de días, aprovecho y le pido a Enzo que
me traiga algo de ropa, diciendo que solo confío en él. Cuando por
fin se va, le pido a Lia que vaya a buscarme algo de comida muy
específica, asegurando que va a estar fuera un tiempo. No quiero
implicarla en esto, y es mejor que no sepa nada.
La habitación se vacía por fin, saco mi teléfono y marco al
Agente McNaught.
Luca duerme plácidamente en mis brazos, y su carita pura, la
forma en que aún es inocente de los males del mundo, refuerza mi
determinación. No puedo dejar que mi hijo se críe en una cultura
que desprecia a las mujeres y glorifica el asesinato a sangre fría.
No dejaré que acabe como su padre.
El agente responde al primer timbre.
—La oferta —empiezo, fingiendo una confianza inexistente—,
la acepto.
—Está haciendo lo correcto, Señora Agosti —me asegura
después discutir algunos detalles.
—Ahora estoy en el hospital, pero tengo la lista de lugares en
casa. Puedo hacérsela llegar en cuanto salga del hospital.
—¿Puede hacerlo? ¿Sin peligro?
—No se preocupe por mi marido, agente. Puedo manejarlo —
le respondo.
Procede a indicarme nuestro lugar de encuentro y que me
pondrán bajo protección de testigos inmediatamente.
—Solo... Necesito que mi hijo esté a salvo.
—Lo estará, Señora Agosti. Eso se lo prometo.

Levantándome, salgo de la cama y pongo a Luca en su cunita.


Una sonrisa se dibuja en mis labios al observar su expresión
mientras duerme. Mis dedos trazan sus rasgos, notando tanto a
Enzo como a mí en él. Sé que los ojos de los bebés tienden a
cambiar de color, pero los de Luca parecen ser del mismo verde
intenso de primavera que los de su papa. De alguna manera, esto
me toca la fibra del corazón, ya que me doy cuenta de que siempre
veré a Enzo en Luca.
Cuando sea mayor, tal vez me entienda y entienda por qué
tuve que hacer esto. Quizás me odie, pero quizás algún día me
perdone.
Al menos nunca se convertirá en un criminal.
Le doy un beso en la mejilla y vuelvo a mi cama,
deteniéndome cuando alguien entra en mi habitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, sorprendida al ver a
la persona que debería haber sido mi más querida amiga pero que
había terminado siendo mi peor enemiga.
ENZO

Rocco decreta que necesito ir a Nueva Jersey justo cuando


Allegra está a punto de recibir el alta del hospital. Como no acepta
un no por respuesta, la llamo rápidamente para decírselo.
—Sí —responde ella, con voz extraña.
—Estaré fuera un par de días. Pero te veré en casa, ¿vale?
—Tómate tu tiempo —responde, sin hacer preguntas. Frunzo
el ceño, pero me encojo de hombros.
Sigo con mi trabajo, con el objetivo de terminar más rápido las
reuniones y llegar antes a casa. Ya echo de menos a Luca, y apenas
ha pasado medio día desde que lo vi.
Con el nacimiento de Luca, Rocco me había iniciado
oficialmente en la parte desagradable del negocio familiar. Viendo
que me iba a hacer cargo de los clubes del centro, había decidido
sorprender a Allegra con nuestro propio apartamento, lejos de mi
padre y de todos los demás de la famiglia.
Sé que metí la pata cuando maté a esos hombres delante de
ella, y dudo que me perdone pronto, pero aun así haré todo lo
posible para que vea que todo lo que hago es por ella.
Todo.
La idea de que pudiera haberle ocurrido algo me había
paralizado con un miedo que nunca había conocido. Había
reaccionado de la única manera que sabía: con derramamiento de
sangre.
Tengo que compensárselo.
En cuanto vuelvo a casa, voy a nuestra habitación en busca de
Allegra y Luca. La habitación está vacía, salvo por una cuna en un
rincón. Doy unos pasos.
Seguramente no lo haría.
Pero al llegar a la camita, veo a Luca profundamente dormido,
completamente desatendido.
—¡Qué mierda! —maldigo, levantándolo y abrazándolo.
Llevándolo conmigo, me encuentro con Ana y le exijo que me
diga dónde está Allegra.
—Está tomando el té con tu padre en el invernadero —dice, y
siento que mi rabia aumenta.
—¿Y quién estaba vigilando a Luca?
Se encoge de hombros.
—Creía que era la Signora Allegra.
Me dirijo al conservatorio, sorprendida de ver a Allegra y a mi
padre discutiendo como si fueran viejos amigos.
—Allegra —llamo, con voz cortante.
—Hijo, ahí estás. Estábamos hablando de mi nieto. —Se ríe de
manera falsa.
—¿Mientras estaba solo en el dormitorio?
—Bueno, no ha pasado nada, está bien —habla por fin Allegra,
que mira por primera vez al bebé en mis brazos. Me vuelvo hacia
ella, solo para sentir un fuerte asco al observar sus rasgos,
extrañamente petulantes y desalmados, o la forma en que su
lenguaje corporal me dice que no podría preocuparse menos por
Luca.
—No lo está. ¿Por qué no dejas que Lia lo cuide si necesitas un
tiempo a solas? —Sigo indagando, indignado por el hecho de que
piense que está bien dejar a un recién nacido, además prematuro,
solo y desatendido.
—¿No te has enterado? —Inclina la cabeza hacia un lado, con
los ojos ligeramente cerrados, como si intentara fingir
preocupación—. Tuvo una emergencia familiar en Italia y tuvo
que irse. No podía retenerla aquí. No cuando su familia la
necesitaba más que yo.
—¿Por qué no se me informó de esto? —¿En qué clase de
realidad alternativa me he metido?
Ella agita la mano despectivamente.
—Ahora lo sabes —dice, y mi padre interviene al mismo
tiempo.
—Vamos, hijo, no pasa nada. Deja que le eche un vistazo a mi
nieto. —Se levanta de su asiento y se acerca a mí para mirar a
Luca.
—Se parece a ti —comenta, y yo solo gruño, cabreado por
todo.
Allegra también se levanta y le ofrezco a Luca, sabiendo que le
encanta sentir el calor de su madre. Pone una cara rara, pero lo
coge en brazos con torpeza.
Justo cuando se acomoda contra su pecho, se despierta y
empieza a llorar.
—Creo que tiene hambre —añado, y Allegra me sorprende
volviendo a empujar a Luca contra mi pecho.
—Entonces dale algo de comer.
—¿Qué? Necesita leche materna, Allegra. De ti —Casi pongo
los ojos en blanco.
¿Es esta su forma de castigarme por mis malas acciones?
Porque definitivamente está funcionando. Pero no debería
involucrar a Luca cuando esto es estrictamente entre nosotros.
—El médico dijo que mi leche no era lo suficientemente buena
y que debíamos cambiar a la leche de fórmula —remarca,
haciendo un mohín mientras sus cejas se levantan en señal de
inocencia.
—¿De verdad? —exclamo, entrecerrando los ojos entre los dos.
Con Luca aun llorando en mis brazos, vuelvo a entrar en la
casa, con la intención de encontrar leche de fórmula para
alimentarlo.
Y tal como pensaba, no hay.
¡Qué carajo!
—Shh, pequeño. —Intento arrullarlo mientras llamo a Nero
para que me consiga suficiente leche de fórmula para toda una
vida.
Por suerte, es rápido y pronto puedo alimentar a Luca.
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Estoy sosteniendo a mi hijo de dos semanas mientras chupa su
biberón, con todo el mundo a mi alrededor completamente
desinteresado, incluida su madre.
El comportamiento extraño persiste, y es como si Allegra no se
atreviera a mirar a Luca. Siempre encuentra una excusa para salir
de la habitación cuando me ve con él.
Es incluso peor durante la noche, ya que desde el principio
declaró que no iba a dormir en la misma habitación que él porque
eso alteraría su horario de sueño.
La miré estupefacto, convencido de que le pasaba algo muy
grave.
Sin embargo, me llevé a Luca a mi habitación y procedí a darle
de comer cada dos horas, durmiendo casi nada.
En algún momento, harto de esta nueva actitud suya, la
enfrenté solo para ser recibido con una suave risa burlona. Me dijo
que me estaba imaginando cosas.
Internet había sido un poco más esclarecedor, y había
empezado a creer que tal vez sufría una depresión posparto. Y,
con ese evento traumático y el posterior parto, no la culpo. Así
que decidí darle un respiro, con la esperanza de que en algún
momento volviera con nosotros.
Aun así, eso significa que estoy cuidando de Luca a tiempo
completo.
—Hijo, ¿me estás escuchando? —Me sacude mi padre, y mis
ojos se abren de golpe.
¿Cuándo fue la última vez que dormí toda una noche completa?
—Lo siento, ¿puedes repetirlo?
—Tienes que contratar a una niñera. No puedes seguir así,
Enzo —Mi padre me mira con escepticismo.
—No. No confío en nadie más con Luca —le respondo
escuetamente. Nadie excepto Allegra, pero hoy en día tampoco
me fiaría de ella.
—Hijo, este es un trabajo de mujeres. Tienes cosas más
importantes que hacer. La reunión con los rusos es pronto. ¿Me
vas a decir que vas a llevar a tu bebé a la reunión? Se reirán en tu
cara y adiós trato.
—Me las arreglaré, ¿sí?
—No, no lo harás. Vas a tener una niñera y ya está. No voy a
permitir que mi heredero sea el blanco de las bromas porque
insiste en hacer de nodriza.
—Es mi hijo, padre. —Aprieto los dientes, tratando de no
explotar.
—También puede ser tu hijo desde la distancia. —Padre
sacude la cabeza y se sube las gafas por la nariz para estudiar
unos documentos, señal de que me están echando.
Por la tarde, llevo a Luca a ver a maman Margot y me alegro de
que se lleven tan bien, ya que ella va a ser una presencia habitual
en su vida.
—Quiero que seas su madrina —le pido mientras sostiene a
Luca en brazos, mirándolo con cariño.
Como debería haber hecho Allegra.
No vayas por ahí.
—Por supuesto que sí. Es mi angelito. —Se inclina para besar
su nariz, antes de volverse hacia mí—. ¿Cómo está tu mujer? El
trabajo de parto es duro para las mujeres, ya sabes. Espero que no
la estés presionando para… —Se interrumpe cuando empiezo a
reír.
—Eso es lo último de lo que deberías preocuparte, maman. —
No es solo su repentino cambio de actitud, sino que también hay
algo físicamente desagradable en ella. En el tiempo que lleva de
alta del hospital no he tenido ni un solo pensamiento lujurioso
sobre ella, a pesar de que su figura es regordeta, más encantadora
con la plenitud de la maternidad.
La miro y no siento nada.
Me había avergonzado de mí mismo, pensando que ha pasado
por semejante calvario para darme a Luca, y ahora me da asco su
cuerpo.
—Sé amable con ella. Probablemente esté débil ahora, tanto
física como emocionalmente.
Escucho atentamente los consejos de maman, prometiendo
comportarme y ser consciente del estado mental de mi mujer.
Pero al llegar a casa, me sorprende de nuevo la diferencia de
comportamiento de Allegra. Está ladrando órdenes a Ana y al
resto del personal, con una voz llena de airada superioridad.
—Allegra —empiezo, y ella finalmente se vuelve hacia mí—,
cállate —digo mientras la agarro de la mano para llevarla arriba.
—¿Qué? —Tiene la audacia de batir sus pestañas hacia mí,
como si fuera a caer en ese truco.
—Entiendo que estás pasando por algo, pero eso no significa
que puedas abusar del personal —le digo y ella se limita a
encogerse de hombros.
—Voy a acostar a Luca. —No me molesto en mirar hacia atrás
mientras me dirijo directamente a mi habitación, lo baño y lo visto
con ropa limpia antes de tumbarme en la cama con él.
Me resulta más fácil dormir con él a mi lado que ir y venir de
la cama a la cuna.
Solo cuando Luca sufre un fuerte cólico cedo y contrato a una
nodriza, pasando horas estudiando currículos y entrevistando a
todas las posibles candidatas antes de aprobar a la Sra. Marshall,
una mujer de treinta y tantos años que parece tener un don para
los bebés.
La incorporación de una nodriza llega en el momento perfecto
para el bautizo de Luca, y padre ha dejado claro que se trata más
de un negocio que de otra cosa, ya que los rusos asistirán.
El día antes de la fiesta de bautizo, me acuesto con la
esperanza de poder dormir toda la noche. Apenas me duermo
cuando siento que alguien se desliza bajo las sábanas a mi lado.
Me despierto de golpe y veo a Allegra mirándome
seductoramente, sacando la lengua para lamerse los labios
mientras su mirada recorre mi pecho desnudo.
—Vuelve a dormir, Allegra —le digo, sin ganas de nada. Ella
hace un mohín y se acerca a mí hasta que su mano está sobre mi
pecho y empieza a bajar.
La cojo y la alejo de mí.
—Te he dicho que vuelvas a dormir. —¿Por qué será que la
miro y sin embargo no siento nada?
—¿Ya no me deseas? —Me mira por debajo de las pestañas
mientras intenta poner una expresión de dolor.
—Todavía te estás curando —respondo secamente, sin querer
insistir demasiado en mi falta de atracción hacia ella, o en el hecho
de que se siente como una completa desconocida.
—Vete a dormir —le repito.
—Puedo hacer que te sientas bien. —Su mano va a por mis
pantalones, pero atrapo su muñeca en el aire, apretando mi agarre
alrededor de su mano hasta que hace una mueca de dolor.
—¿Qué es lo que no has entendido cuando te he dicho que te
fueras a dormir? ¡Ahora! —La arrojo de la cama y parece que ha
entendido el mensaje, ya que se escabulle, con las fosas nasales
encendidas.
Maldita sea, ¿cómo es que esta es mi Allegra?
Ese es mi último pensamiento mientras el agotamiento me
reclama y me duermo.
Al día siguiente, la fiesta está en pleno apogeo, con familiares
de los que nunca he oído hablar, que vienen a besarme las mejillas
y a felicitarme por mi hijo. Pero lo que más odio es que Luca sea
paseado como un maldito objeto.
Aunque tengo que interactuar con todo el mundo, incluidos
los rusos, mis ojos siguen a la Señora Marshall mientras lleva a
Luca de invitado en invitado.
—Necesito hablar con Vlad —le digo a su segundo al mando
cuando lo veo. Como nuevo Pakhan, Vlad es el único que puede
tomar las decisiones relativas a la mercancía y, como tal, la única
persona a la que tengo que convencer.
—Está en el jardín —dice, y asiento con la cabeza antes de ir en
busca de Vlad.
Hay demasiada gente aquí, así que tardo en salir. Todavía es
invierno y no veo por qué alguien saldría de buena gana con este
tiempo, pero al abrir la puerta del jardín, oigo una voz familiar.
—Ni siquiera lo sabrá —dice, y mientras doy unos pasos más,
tengo una imagen clara de lo que está sucediendo.
Allegra está de pie un poco demasiado cerca de Vlad, con las
manos jugando con su cinturón.
—¿Qué mierda? —murmuro después de asegurarme de que
mi visión no me está jugando una mala pasada.
Vlad la aparta de su camino.
—Deberías enseñarle a tu mujer algunos modales. No está
precisamente... domesticada —añade con ironía, y yo suelto mi
rabia mientras le doy un puñetazo en la cara.
—Mierda, Agosti, cuidado. —Sus manos vuelan hacia su
nariz—. La cirugía plástica es cara. —Su despreocupación no hace
más que alimentar mi ira, así que me abalanzo sobre él, dándole
otro puñetazo.
Esta vez, él se lo espera y empieza a defenderse, asestando
unos cuantos golpes en mi cara y en mi estómago. Solo cuando mi
padre hace que algunos hombres nos separen, nos detenemos.
—¿Supongo que el trato se cancela? —Vlad se limpia un poco
de sangre de la cara, sus ojos oscureciéndose al mirarla fijamente.
No espera la respuesta de nadie y dice “eso pensé” antes de
encogerse de hombros y marcharse.
Padre lo sigue rápidamente, con la intención de arreglar
cualquier daño que yo haya hecho, pero mis pensamientos solo se
centran en Allegra... y en su maldita audacia.
Está acurrucada en un rincón y, cuando se da cuenta de que
me acerco a ella, retrocede unos pasos golpeando la pared.
—¿Quieres decirme qué ha sido eso? —le pregunto,
entrecerrando los ojos.
Está temblando, y no sé si por el miedo o por el frío, pero
cuando me acerco, aparta el rostro.
Le agarro la barbilla obligándola a mirarme.
—Quería darte celos —susurra, pero me cuesta creer sus
palabras.
—¿Ah sí? Pues lo has conseguido. Además, arruinaste un
negocio de un millón de dólares —escupo las palabras, apretando
los puños a mi lado.
Respirando profundamente, me alejo de ella, volviendo a la
fiesta. Tengo miedo de que si la vuelvo a ver delante de mí pueda
estallar y hacerle mucho daño.
Los días siguientes, me sumerjo en una nueva rutina, visitando
a maman con Luca, y familiarizándome con el negocio de los
restaurantes, o más bien con lo que se esconde detrás. Intento
ignorar a Allegra lo más que puedo, culpándome a mí mismo y a
mi comportamiento por su actitud.
Cómo es posible que no hace ni un mes estuviera junto a su
cama mientras amamantaba a Luca, con una felicidad
indescriptible reflejada en su rostro. ¿Y ahora? Apenas puede
soportar mirarlo.
Hago lo que puedo para llenar el vacío dejado por su madre,
esperando que ella vuelva en sí en algún momento.
Puede que la haya llevado a su punto de ruptura.
Al recordar nuestra relación y todas nuestras interacciones, no
puedo evitar sentir que podría haberlo hecho mejor: confiar más
en ella, hacer que vea lo mucho que me importa.
Se cosecha lo que se siembra.
¿Cuántas oportunidades me ha dado en el pasado, mientras yo
lo arruinaba todo continuamente? La he herido, humillado y
despojado de su libertad. Todo para satisfacer esta insana hambre
que tengo por ella: saber que está cerca de mí en todo momento,
lejos del peligro o la tentación.
Entonces, ¿por qué verla con Vlad no me había afectado como
antes? Me niego a creer que haya sido el trato del millón de
dólares lo que se interpone entre Vlad y una bala. No... algo está
mal.
Al volver a casa, dejo a Luca con la Señora Marshall para que
se ocupe de su comida y bajo a mi despacho, con la intención de
trabajar un poco.
Estoy cerca de la puerta cuando escucho los ruidos. Gemidos.
Gemidos fuertes y chillidos viniendo de mi oficina.
¡Maldita sea!
Le había dicho a mi padre muchas veces que mantuviera a sus
putas en la ciudad, no en casa. Y definitivamente no en mi oficina.
Mi mano está en el pomo de la puerta, lista para interrumpir la
alegre fiesta, cuando oigo su voz.
—¡Más duro!
Al empujar la puerta, veo con asombro a Allegra, desnuda,
inclinada sobre la mesa de mi despacho, con uno de los guardias
metiéndole y sacándole la polla agresivamente.
Sus manos se clavan en sus caderas mientras se la folla con
crudeza, con su polla entrando y saliendo de ella agresivamente.
Solo hay un destino, para ambos.
Saco mi pistola y apunto. Primero al hijo de puta desleal.
Gruñe, su mano agarrándose el pecho donde se está formando
una mancha roja de sangre.
Allegra grita, un chillido estridente que me hace desear
prolongar aún más su muerte. Porque eso es exactamente lo que
se merece por matar mi corazón.
Ojo por ojo.
Se aparta del cadáver y mi labio se tuerce de asco cuando veo
semen seco en el interior de sus muslos.
¿Cuántas veces? ¿A cuántas personas se ha follado?
Entre mi culpa y Luca, solo quería darle espacio. ¿Y así es
como me lo paga?
Levanto mi arma, apuntando directamente a su frente. A estas
alturas está llorando a más no poder, sin molestarse en ocultar su
desnudez.
Cae de rodillas ante mí, suplicando que la perdone, con miles
de promesas vacías cruzando sus labios.
Mis ojos están desolados, toda mi alma desgarrada mientras la
miro fijamente.
Me agacho y le rodeo la garganta con la mano, y el cañón de
mi arma conecta con su sien.
—Lo si-si-siento ta-tanto—dice hipando, con los ojos nublados
por las lágrimas. Le clavo la pistola en la cabeza, con una
necesidad ardiente de desgarrar sus miembros y prenderla fuego
creciendo dentro de mí.
Sus manos empiezan a empujarme el brazo y es entonces, por
casualidad, cuando miro sus hombros desnudos.
Mis ojos se abren de par en par y parpadeo dos veces para
asegurarme de que no estoy viendo mal.
No hay cicatriz.
Ninguna cicatriz de la bala que recibió en Malta.
Mi mirada vuelve a dirigirse a su rostro y la miro estupefacto.
¿Cómo es posible?
No hay ninguna otra diferencia, salvo la falta de cicatriz....
La alejo de mí, decidido a llegar a la raíz de esto.
—Luca te ha salvado. No voy a dejar a mi hijo sin madre —
miento, observando cómo su lamentable forma se encoge de
miedo. —La próxima vez que te folles a alguien, no lo hagas en la
casa, y no dejes que lo vea.

Si antes no dormía porque había estado cuidando de Luca,


ahora no podía porque las ideas locas no dejaban de formarse en
mi mente.
El comportamiento. Su nueva amistad con Rocco. Ella follando
con quien fuera indiscriminadamente.
Y ninguna cicatriz.
Incluso antes de notar esa evidente diferencia, me di cuenta
que esta no era la Allegra de la que me había enamorado. Así que
mi mente suspicaz me obligó a averiguar qué mierda había
pasado.
A la mañana siguiente, aprovecho la hora temprana para
poner micrófonos en toda la casa. Si hay algo en marcha, como ya
estoy sospechando, la falsa Allegra está obligada a contarle a
alguien nuestro pequeño encuentro.
Y así, espero.
No pasa mucho tiempo antes de que Rocco y Allegra se
encierren en el despacho de Rocco. Lo primero que oigo es una
sonora bofetada.
—¡Maldita perra! Lo estás poniendo todo en peligro —le sisea.
—¿Yo? Tú me dijiste que no le importaba su mujer y que no
notaría la diferencia.
—¿Eres jodidamente estúpida? A cualquier hombre le
importaría que su mujer se follara a otro hombre en su propia casa
—le grita.
—Al menos ahora sabemos que realmente no le importa —
replica ella, claramente molesta—. Me aseguraste que apenas se
relacionaban en casa, pero aun así esperaba que me ocupara de
ese mocoso —maldice y Rocco chasquea la lengua.
—Conociendo a Enzo, me sorprende mucho que estés viva. —
Sus palabras están llenas de asco al pronunciar esto—. Primero
arruinas nuestros planes en el hospital y ahora cometes un error
tras otro. Debería haber sabido que no debía confiar en una
Marchesi.
—¿Ah, sí? ¿Necesito recordarte cuál era la alternativa? Mi
hermana te habría entregado a los federales y habrías pasado el
resto de tu vida entre rejas. No nos engañemos. Tú me necesitabas,
no al revés.
—¡Maldita sea! Y yo que pensaba que tu hermana era difícil de
tratar.
¿Hermana?
Recuerdo que Allegra mencionó a una hermana, Chiara, la que
se había casado con Franzè, pero se había olvidado de mencionar
un pequeño detalle: que son unas malditas gemelas.
Pero si esta es la gemela de Allegra, entonces ¿dónde está mi
Allegra?
—Oh, vete a la mierda —continúa mi padre—, como si tus
padres no se hubieran acercado a mí para ganar terreno en Nueva
York. ¿Qué, después de que Franzè te dejara en la ruina, vas a
sentarte y mentirme a la cara que nunca tuviste un motivo oculto?
—Se llama efecto secundario —bromea sarcásticamente la
hermana de Allegra.
—Me sorprende tu desvergüenza. Como si no acabaras de
matar a tu hermana por la riqueza y los contactos —le lanza padre
y yo me quedo helado.
¿Matar...? Qué quiere decir con eso... No... No puede ser.
—Llevo años queriendo matar a esa zorra. Esta vez tuve la
bendición de mis padres. Tendrías que haberla visto
suplicándome por su vida —se ríe, y Rocco se une.
Sigo congelado, sin palabras, pero me obligo a escuchar... a
entender.
Mi pequeña tigresa no puede estar muerta. No puede.
—Me habría encantado ver eso. Nunca me ha gustado la
mocosa. Demasiado bocazas.
—Bueno, ¿no te alegras de tenerme ahora? Soy aún mejor con
la boca.
Oigo el ruido de la ropa, el roce de los labios al chocar.
—¿Segura que te has deshecho bien del cuerpo? No
necesitamos ninguna sorpresa a estas alturas —murmura padre
entre lo que sospecho que son besos.
—Por supuesto. Lo dejé en la morgue —responde Chiara en un
tono jadeante, antes que la dinámica cambie por completo.
—Eres una putita sucia, ¿verdad? —padre gime, y a mí se me
encoge el estómago.
—Las putas aceptan dinero a cambio. Mi moneda son los
orgasmos. ¿Cuántos me vas a dar hoy, papito? —la voz de Chiara
adopta un tono empalagoso.
—Todos los que quieras. Joder —gime y los sonidos
descuidados de una mamada impregnan la habitación.
Detengo el audio, incapaz de soportarlo más.
Allegra está muerta.
Me pongo en pie sobre mis piernas temblorosas, voy a la
habitación de Luca y despido a la Señora Marshall por un par de
horas.
Tomándolo en brazos, lo abrazo contra mi pecho, dejando por
fin caer las lágrimas.
¿Cómo puede estar muerta? ¿Cómo? ¿Y cómo no me di cuenta?
No, no puede ser. Me niego a creer que Allegra esté muerta.
Mi Allegra está viva y bien y la encontraré. Pero incluso mientras
trato de convencerme de eso, la forma en que Chiara habló de su
hermana... de matarla.
Mi corazón se rompe en un millón de pedazos cuando
empiezo a comprender que tal vez nunca vuelva a ver a mi
tigresa. Nunca podré abrazarla, ni decirle lo mucho que la amo.
¿Se lo he dicho alguna vez?
—Dios —gimo en voz alta, la idea repugnándome.
Nunca le dije lo que sentía. Cómo se había metido en mi corazón casi
desde nuestra primera interacción, y cómo me había enamorado más y
más de ella. Cómo ella es la única mujer que permití se acercara a mí, la
única que he amado.
Y ahora ella nunca lo sabrá. Murió pensando que soy un
maldito monstruo.
Miro a Luca y veo al niño que nunca va a conocer a su madre.
Nunca recordará su calidez ni la forma en que lo amaba con todo
su corazón.
Me quedo un rato abrazado a él, meciéndome de un lado a
otro, perdido en mis emociones.
Estoy sosteniendo el último pedazo de Allegra en este mundo.
La idea me rompe de nuevo y no puedo evitar llorar. Es solo
mucho más tarde, cuando la pena se transforma en una furia
insaciable, reacciono de nuevo, sabiendo lo que tengo que hacer.
Besando la frente de Luca, lo vuelvo a poner en su cuna,
diciéndole a la Señora Marshall que lo vigile bien.
Agarro dos pistolas, ambas completamente cargadas, y me
armo con cuchillos.
Porque tengo una misión.
Y nadie saldrá vivo.
Me quitaron el corazón; ahora voy a quitarles el suyo,
literalmente.
ENZO

Agarro el arma firmemente en mi mano mientras imagino el


derramamiento de sangre, un río de sangre para pintar toda la
casa de rojo.
Fueron a por lo único que importaba en mi vida y al igual que
madre, sus muertes no serán rápidas. No, me aseguraré de que
sufran durante días de tortura inconsolable, sangrando pero no
muriendo.
Como yo lo estoy haciendo ahora.
Vivo, pero muriendo lentamente por dentro, siendo Luca la
única razón por la cual no termino todo aquí y ahora, en lo que
acabaría siendo un asesinato-suicidio icónico.
Pero no puedo hacerle eso a mi pequeño. No cuando es el
único vínculo que me queda con Allegra.
Camino despacio, con pasos medidos, todo el tiempo
imaginando las peores muertes posibles para esos pedazos de
mierda.
¿Debería despellejarlos vivos?
¿Cortarles las extremidades de uno en uno?
O quizás debería conservar químicamente a Chiara para poder
mirar el rostro de mi Allegra...
Pero no sería ella.
Lo sentí incluso antes de descubrirlo, así que nunca
funcionaría. Nunca podría reemplazarla en mi corazón, aún si
físicamente son idénticas.
Y así es la tortura.
Pura agonía.
Reprimo el dolor por un momento, necesitando de mi ingenio
para vencerlos en su propio juego. Probablemente estén follando
incluso ahora.
Ah, pero no sería bueno si Chiara se asfixiara con la polla de
padre, después que haya sido separada de su cuerpo, por
supuesto. Me gustaría ver su cara en ese momento, cuando les
haga comerse las entrañas del otro mientras se ahogan en bilis
pútrida; regurgitar, solo para ingerir de nuevo.
Mi boca se encrespa en un deleite pecaminoso.
Estoy en la parte superior de las escaleras, mi determinación
firme, mis dedos ansiosos por extraer sangre.
Hasta que suena mi teléfono, y una mirada renuente me dice
que es Lia.
¿Ella lo sabe?
Estoy dividido entre ignorar su llamada y continuar en el
camino de la destrucción, pero el otro lado de mí me dice que le
responda: averiguar exactamente lo que estas personas han hecho
y aplicar un castigo aún peor.
—Sí —respondo, mi tono es brusco y corto.
—Signor Enzo —dice Lia, su voz jadeante y asustada.
—¿Qué es? —ladro, un poco demasiado duro.
—Yo... ¿podemos encontrarnos? Hay algo que necesita saber.
—Suena lo suficientemente incierta como para intrigarme.
—¿No estás en Italia? —pregunto con cuidado, ya anticipando
la respuesta.
—¿Qué? No, por supuesto que no —responde
inmediatamente. Su confirmación es suficiente para detenerme y
poner un alto momentáneo a mis planes asesinos, porque necesito
la imagen completa.
Necesito saber qué le pasó a mi pequeña tigresa, para así saber
exactamente cuánto castigaré a esos malditos bastardos.
—Bien. —Le digo dónde encontrarme, el único lugar seguro en
este momento, el lugar de maman.
Con una mirada de decepción, dejo algunas de mis armas en
casa antes de llevar a Luca conmigo y dirigirme al lugar de
maman.
Sabiendo lo que sé, no puedo dejar a mi hijo sin supervisión
bajo este techo.
Cuando llego a los apartamentos de maman, me encuentro con
una Lia sollozante siendo consolada por los brazos de maman.
—Shh, querida, deja salir todo —arrulla maman, y Lia llora aún
más fuerte.
Mis propias lágrimas se han secado, pero mientras miro su
rostro devastada por las lágrimas, siento que mis ojos se
humedecen de nuevo.
—Lia. —Me dirijo a ella, y sus ojos se abren cuando me ve con
Luca atado a mi frente.
—Signor Enzo, y el bebé Luca. —Se levanta para correr hacia
mí, sus ojos moviéndose ávidamente sobre la forma dormida de
Luca.
—¿Está bien? —pregunta ella, su voz sin aliento, pero también
llena de alivio.
—Lo está. —Asiento mientras señalo hacia los asientos—.
Supongo que sabes algo.
Ella se sienta, sus manos moviéndose en su regazo, su
expresión llena de preocupación y dolor.
—¿Tú también? —pregunta lentamente, y me pregunto cuánto
puedo revelar. Pero recuerdo lo mucho que Allegra había
confiado en ella y lo mucho que la amaba como figura materna.
—Me he enterado recientemente —admito y su mano vuela a
su boca, amortiguando un grito.
—¿Podría alguien por favor decirme qué está pasando? —
maman interrumpe, y pido que Lia continúe, ya que ella
probablemente tiene más información que yo.
—Ni siquiera sé por dónde empezar, Signor. —Suspira
profundamente.
—¿Qué pasó en el hospital? —pregunto, sintiendo un nudo en
mi garganta. No quiero escuchar sobre la muerte de mi Allegra,
pero necesito hacerlo. Irónico que para alguien que está
acostumbrado a la dureza de la vida, a matar sin cuidado, este
pequeño detalle podría hacer que me deshiciera.
—Fue el día en el que se fue, Signor. Se estaba comportando un
poco extraña, así que estaba preocupada por ella. Seguí tratando
de mimarla, pensando que tal vez se sentía un poco abrumada,
pero luego me pidió que fuera a comprarle algunos dulces. Fue
muy específica en su demanda y pidió algo que sabía que no
encontraría fácilmente. —Se limpia el ojo.
—Por suerte, lo hice, y regresé en menos de una hora. Justo a
tiempo para ver a la Señorita Chiara entrar en su habitación.
—Ella nunca mencionó que ella y Chiara fueran gemelas —
interrumpo.
—Por supuesto que no lo haría. —La expresión de Lia se
amarga—. No cuando toda su vida han sido más extrañas que
hermanas que compartieron un vientre. Y sus padres
contribuyeron en gran parte a eso, siempre enfrentando a las
chicas entre ellas, haciéndolas competir por su afecto. Pero Chiara
no era como la Señorita Allegra. Le faltaba calidez y amabilidad, y
nunca jugaba limpio. Ya era bastante difícil que la Señora
Marchesi culpara a Allegra por las complicaciones de su
nacimiento, pero a medida que las chicas crecían, se hizo evidente
que favorecían a una sobre la otra.
—Pero son gemelas —digo casi indignado. Sabía que la
infancia de Allegra no había sido feliz, pero que ella fuera
excluida por todo el mundo es una píldora difícil de tragar. Había
tenido a mis hermanas y, a pesar de que hay una gran diferencia
de edad, todos habíamos sido cercanos.
—Realmente no les importaba —continúa Lia, respirando
hondo—. Eran cada vez más astutos a medida que aumentaba el
favoritismo. Finalmente se dieron cuenta de que tenían suerte de
tener gemelas, una chica para mantener y otra para vender.
—Franzè.
Ella asiente.
—Él era el objetivo perfecto, con su riqueza y conexiones en
toda Europa. Decidieron que Franzè sería el yerno perfecto, así
que se las arreglaron para convertir a Allegra en la novia
perfecta. La mayoría de sus artimañas, como bien sabes,
involucraban matarla de hambre y mantenerla en una burbuja
aislada del resto. Mientras mi señorita tenía dolores de hambre, su
hermana viajaba lujosamente por todo el mundo. Ella fue amada y
celebrada por sus padres y nunca le negaron nada. —Más lágrimas
bajan por sus mejillas, y maman le ofrece una servilleta.
—Siempre he sabido que la Señorita Chiara odiaba a la
Señorita Allegra, sobre todo porque a pesar de todas sus malvadas
maquinaciones para ser siempre la mejor, sabía que nunca podría
competir con su hermana. Ella siempre trató de intimidar a mi
señorita, pero ya sabe cómo es Allegra. —Sonríe con cariño—. Ella
no se echa atrás sin pelear.
Asiento con la cabeza, tratando de mantener mi cabeza en el
juego y no sucumbir a mi dolor.
Pero Lia tiene razón. Esa es exactamente la belleza de
Allegra. No importa cuántas veces sea derribada, siempre se
levanta más fuerte.
Mi pequeña tigresa.
—Puede imaginar mi sorpresa al verla en el hospital. Sabiendo
lo mucho que se odian, no pensé que a la Señorita Chiara le
importara el parto de la Señorita Allegra. Así que esperé por ahí,
sospechando de su visita.
Mis músculos están tensos mientras espero que continúe.
—Estuvo allí demasiado tiempo, y en algún momento, entró
otro hombre. Pero cuando él salió fue que supe que algo pasaba.
—Moquea, atascándose momentáneamente.
—Llevaba una de esas camas de hospital portátiles, e incluso
desde la distancia pude ver que había un cuerpo sobre ella, solo
una sábana cubriéndolo. —Hace una pausa y se me cae el corazón.
Porque puedo imaginar lo que sigue. Mis manos se dirigen
automáticamente a los oídos de Luca, esperando que no oiga los
espantosos detalles del asesinato de su madre.
—Le seguí hasta la morgue del hospital, donde dejó el cuerpo.
Cuando se fue, entré. Mi… —Se le quiebra la voz—. Mi señorita
estaba tendida allí, ensangrentada e inmóvil... La mitad de su
rostro había sido destrozado y apenas podía reconocerla.
Desvío la mirada, ese detalle amenazando con romper el
control que tengo sobre mi ira.
—No sabía qué hacer. Empecé a llorar y a lamentarme sobre su
cuerpo. Pero entonces me di cuenta de algo. Todavía respiraba.
Apenas, pero estaba ahí.
Giro la cabeza más rápido que un proyectil, y mis manos se
separan de las orejas de Luca.
—¿Quieres decir que... está viva? —Apenas confío en mí
mismo para hablar, sintiendo como si toda una caja de emociones
se abriera dentro de mí.
Lia asiente.
—¿Dónde? ¿Dónde está? —Me pongo de pie, dispuesto a ir a
donde sea que esté mi pequeña tigresa.
—Ella no está... bien.
—¿Qué quieres decir?
—Me las arreglé para sacarla de allí y conseguirle ayuda
médica mintiendo que era mi hija, pero... los Marchesi me han
estado buscando. Enviaron a alguien a donde me hospedaba y
estoy segura de que no descansarán hasta que esté muerta.
—No te preocupes por eso. No te pasará nada —le aseguro, un
poco impaciente—. Allegra. ¿Dónde está Allegra?
—Está en coma, Signor. La he trasladado a una residencia de
ancianos y la tienen conectada a máquinas, pero... no saben cuánto
tiempo más...
—No —susurro—. Ella no puede morir. —No cuando la tengo
de vuelta—. Vayamos a donde está ella así podemos discutir un
plan más tarde.
Lia parece insegura mientras mira entre mí y maman.
—Precisamente por eso no he venido hasta ahora, Signor. No
sé si puedo confiar en usted. Sé que mi señorita necesita mejores
cuidados y que es imprescindible que la trasladen a un centro
mejor, pero... ¿la salvará o la matará?
Me mira directamente a los ojos y hago lo único que se me
ocurre.
Caigo de rodillas frente a ella.
—Por favor —empiezo, con la voz temblorosa—, la quiero más
que a nada en este mundo. Por favor... déjame salvarla —le
imploro, usando todas mis emociones para impregnar mis
palabras y esperando que sea suficiente.
—Tenía razón en mi valoración inicial sobre usted, Enzo
Agosti —habla finalmente, levantándose.
—Vamos a buscar a tu mujer.
Cambiamos de coches dos veces antes de llegar al lugar, con el
objetivo que nadie nos siga.
Cuando finalmente entramos, Lia me agarra del brazo para
advertirme.
—No se parece a la Allegra que conoció.
No le doy demasiada importancia a sus palabras, ya que nunca
me había importado el aspecto de Allegra. La amaría de cualquier
manera, forma o modo. Porque ella es simplemente mi Allegra.
Aún si alguna vez se reencarnara en un gato, un perro o un
pájaro, seguiría teniendo mi devoción. Seríamos como Tesla y su
paloma blanca, y nuestro amor no tendría límites. Y tal vez, más
allá de nuestros grilletes carnales, podríamos fundirnos en uno,
convertirnos en un andrógino primigenio: dos partes de un todo
unidas, la máxima unión de almas.
Porque ella lo es todo para mí, en esta vida o en las siguientes.
Dejando a Luca con maman fuera, entro lentamente en el salón.
Allegra está conectada a todo tipo de máquinas que pitan, con
toda la cabeza vendada y la mitad del rostro destrozado. Me trago
un gemido de dolor al ver su mejilla y su frente destrozadas, y no
puedo evitar que se me salten las lágrimas.
Tomo asiento junto a su cama y cojo su mano entre las mías,
deleitándome con el calor que atestigua que aún está viva.
—Dios, dios mío —susurro, con los ojos fijos en su rostro y en
los tubos que salen de su boca.
—Te juro, pequeña tigresa, que nadie, absolutamente nadie,
quedará impune por lo que te hicieron. —Levanto su mano a mis
labios, esperando poder quitarle el dolor, deseando ser yo en vez
de ella—. Te juro que haré todo lo posible para que despiertes en
el mundo perfecto, y volveremos a ser una familia. Tú, yo y
nuestro hijo.
Porque esta es la llamada de atención que necesitaba para
darme cuenta de que mi pequeña tigresa no pertenece a una jaula.
Ella merece la verdadera libertad, y haré lo que sea necesario para
dársela cuando despierte. Incluso si eso significa enfrentarse a
toda la Costa Nostra.
—Nunca te dije cuanto te amaba… —Me detengo, con los ojos
empañados—, lo mucho que significas para mí. Pero te lo
demostraré. Solo... recupérate pronto.
Paso más tiempo con ella, sintiéndome en casa por primera vez
en semanas. En algún momento maman trae a Luca y lo pongo
sobre el pecho de su madre, esperando que pueda sentirlo y ver lo
mucho que la necesitamos de vuelta.
—Vuelve con nosotros, pequeña tigresa. Te necesitamos. Los
dos. —Le doy un beso en su mejilla intacta, mi corazón
rompiéndose de nuevo ante la idea de dejarla.
Pero al final de la visita una cosa está clara. Voy a desatar el
infierno sobre todos los involucrados, y hay cuatro personas que
tendrán asientos en primera fila: Rocco, Chiara, Leonardo y
Cristina Marchesi. No será una muerte fácil, ni siquiera una larga
sesión de tortura. No, les golpearé donde más les duele: destruiré
lo que más valoran. Para Rocco es la famiglia y el imperio que ha
construido. Para los Marchesi, es su riqueza y sus conexiones.
Al final, no tendrán nada.
—He hablado con su médico. —Me llevo a Lia a un lado—, y
me ha recomendado una serie de cirugías cerebrales, así como una
cirugía reconstructiva para su lado izquierdo. Me encargaré de
todo y les conseguiré dos nuevas identidades para que puedan
moverse sin ser detectadas.
Lentamente, un plan comienza a desenvolverse en mi mente.
—Después de sus operaciones, las trasladaremos a las dos al
Sacre Coeur, donde está mi hermana, y tendré personal médico
disponible las veinticuatro horas del día. Necesito tenerla cerca
pero también en un lugar secreto —añado, explicando mi proceso
de pensamiento.
Si Rocco o los Marchesi descubren que Allegra sigue viva,
intentarán matarla de nuevo. En su estado vegetativo, es un
blanco fácil, así que podría pasar cualquier cosa. Lo mejor es
mantenerla cerca de mí, pero también en un lugar seguro. Como
visito regularmente a Catalina en el Sacre Coeur, nadie sospechará
de ello. Y sé que su seguridad es de primera categoría, así que eso
es una ventaja añadida.
Se necesitará mucho soborno y chantaje, pero lo conseguiré.
Las próximas semanas son un calvario. Estoy muy ocupado
con las cirugías de Allegra, Luca y el negocio. Me alegro de que
maman se ofrezca a cuidar a Luca a veces, ya que me he vuelto
cada vez más paranoico con todos los que me rodean.
Pero mientras mi pequeño crece con cada semana que pasa, el
pronóstico de Allegra empeora.
—Lo siento, no tengo buenas noticias —me dice el médico
después de su tercera operación—. Hemos conseguido reparar los
daños cerebrales, pero no hay forma de saber cuándo se
despertará... —se interrumpe. Las palabras no se pronuncian, pero
se sobreentiende: si es que se despierta.
—Lo hará —digo con confianza, porque sé que lo hará. Es solo
cuestión de tiempo, y puedo esperar el tiempo que sea por ella.
—Si hubiera recibido ayuda inmediata, tal vez su pronóstico
sería mejor. Pero por ahora, no puedo prometer nada.
Asiento con la cabeza y le agradezco al médico su esfuerzo,
aunque por dentro me estoy rompiendo.
¡Joder!
Desde el principio, ésta ha sido mi peor pesadilla: que alguien
le hiciera daño a mi pequeña tigresa y me la arrebatara. Porque ya
entonces sabía que la vida sin ella no sería más que un infierno.
Ahora lo estoy viviendo.
Con Allegra y Lia instaladas en el Sacre Coeur, me resulta más
fácil ocuparme de mis asuntos, así como planear la caída de
Rocco.
Me quitaron lo más importante, así que les devolveré el favor.
La kriptonita de Rocco es su imperio, y siempre declara con
orgullo que ha elevado la famiglia a un estatus diferente con su
perspicacia empresarial. Así que tendré que jugar con él en eso.
Puede que me lleve algún tiempo y, dado el estado vulnerable
de Allegra, alguna actuación de primera categoría por mi parte.
Pero cuando todo esté dicho y hecho, la caída en desgracia de
Rocco será lo mejor que se pueda presenciar.
La actuación no debería ser demasiado difícil, ya que la gente
ya tiene una idea preconcebida de mí: el playboy indolente que
confía en su buena apariencia para conseguir todo en la vida. Sé lo
que la gente ve cuando me mira, al igual que sé que me juzgan
antes de conocerme. Así que me limitaré a jugar con sus prejuicios
y me convertiré en el perfecto hijo pródigo.
Ya había hablado con maman sobre esto, y me había prometido
prestarme algunas de sus chicas para ayudar a potenciar esta
imagen. Solo había tenido un requisito: todas las chicas que
eligiera para mí tenían que ser gais.
No quería ninguna complicación, como que alguien se
obsesionara conmigo. Ya he pasado por eso, y creo que he tenido
suficiente de mujeres obsesivas para toda una vida. También me
ayudará cuando llegue el momento de explicarle a mi pequeña
tigresa que en realidad nunca he estado involucrado con esas
mujeres.
Teniendo en cuenta la afición de Chiara por las pollas, incluso
viejas y arrugadas como las de mi padre, tengo que hacer creíble
que no me molestan sus aventuras porque yo tengo muchas
propias. Un matrimonio moderno hasta la médula.
Y poco a poco, cambiaré este mundo de adentro hacia afuera.
Nunca había cuestionado mi papel en la mafia. Siempre ha sido
mi derecho de nacimiento. Pero ver la expresión aterrorizada de
Allegra cuando maté a esos hombres, la forma en que me maldijo,
había dolido como nunca nada antes. No solo eso, sino que su
diario había confirmado su encuentro con los federales, y aunque
no había expresado su deseo de dejarme por escrito, había
recopilado las pruebas como último recurso.
Nunca confió en mí para hacerla feliz.
Así que le daré lo que siempre ha querido: libertad y un
mundo en el que pueda vivir en paz y a gusto.
—Shh. —Intento calmar a Luca una noche, y después de hacer
de todo, alimentarlo, bañarlo y cambiarlo, nada funciona.
Estoy a punto de rendirme cuando se me cruza otro
pensamiento.
Abriendo mi computadora, miro algunos de los vídeos que
había grabado de Allegra y elijo uno en el que intenta cantar una
canción de un anuncio publicitario, pero fracasa estrepitosamente.
Reproduzco el sonido y observo con asombro cómo Luca agudiza
los oídos y centra su atención únicamente en el vídeo. Golpea las
manos sobre el teclado en su intento de acercarse a la pantalla, sus
gritos ahora casi inexistentes.
—Mamma —digo mientras señalo a Allegra, con la esperanza
de grabar en su joven mente que se trata de su verdadera madre y
no de la impostora que duerme al final del pasillo.
Frunce las cejas mientras mira a Allegra, ya más tranquilo que
antes. Cuando el vídeo termina, el llanto comienza de nuevo, así
que lo pongo en bucle.
Paralizado, Luca sigue observando las payasadas de su madre,
y yo también me pierdo en su presencia.
Si tan solo ella estuviera aquí...

Doy una profunda calada a mi cigarrillo e intento parecer


aburrido, todo ello mientras cuento las cartas para asegurarme de
ganar otra ronda.
Nada como un infiel para que el gran jefe muestre su cara.
Los gemidos se extienden por el aire cuando dejo las cartas:
una escalera real. Tiro de las fichas hacia mí, intentando ignorar a
la mujer que está a mi lado. Al fin y al cabo, ella está
representando un papel y yo también.
Se reparte la siguiente serie de cartas y sigo fumando en
cadena y contando las cartas. No pasará mucho tiempo hasta que
administración se dé cuenta que hay algo raro en mí -y en mi
mano bastante fortuita.
Han pasado casi dos años desde el accidente de Allegra, y mis
planes han empezado a materializarse lentamente. He hecho
cálculos exhaustivos para golpearlos donde más duele,
empezando por Rocco.
Ahora, la mejor manera de derribar un imperio es quitarle sus
recursos. En el caso de mi padre, sus negocios más rentables: las
drogas y el tráfico de personas. Sus muchos clubes en Manhattan
atienden los peores vicios y a las élites más corruptas. ¿Qué diría
él cuando su flujo de clientes disminuya, su afluencia de
prostitutas se detenga y su beneficio haga mella? Al fin y al cabo,
nada puede ponerle en alerta como la competencia a la antigua
usanza.
Pero, sobre todo ¿qué dirá cuando se dé cuenta que su imperio
ya no es suyo?
Decir que ha sido duro llegar hasta aquí es quedarse corto.
Siento que me muero por dentro cuanto más veo a mi Allegra
languidecer ahí en un estado de ser, pero no estar. Está con
respiración asistida y saber que cualquiera podría entrar y
desenchufarla me tiene perpetuamente inquieto.
La visito semanalmente, pero no es suficiente. Nunca es
suficiente. La quiero a mi lado y en mi cama. Quiero adorar su
cuerpo y hacerle el amor como nunca antes.
Quiero demostrarle mi amor.
Nunca me había masturbado con la foto de una mujer antes de
ella. Pero a veces el anhelo es demasiado, y me encuentro
corriéndome con su nombre en los labios, reviviendo las muchas
veces en las que me la había follado duro y rápido, pero también
las otras veces, durante su embarazo, en las que fuimos tan
agonizantemente despacio, explorando el cuerpo del otro y
conectando nuestras almas.
—Y yo gano. —Sonrío—, otra vez. —Tiro las fichas hacia mí,
notando que algunas personas me observan de cerca desde el
costado.
Efectivamente, uno de ellos se acerca a mí y me dice en voz
baja que su jefe quiere verme. Me encojo de hombros y,
aparentemente muy complaciente, lo sigo hasta el fondo.
Abre una puerta para que entre y la cierra a su paso.
Parece que he sido obsequiado con una audiencia privada.
La habitación está a oscuras, una lámpara baja sobre el
escritorio del fondo solo permite ver la silueta de un hombre. Sale
humo de lo que supongo que es un puro, y unos ojos brillantes me
observan con atención.
—Llevas un rato intentando llamar mi atención, Agosti —
retumba, con una voz profunda y áspera fruto de décadas de
fumar.
—Yo diría que ha funcionado —bromeo.
Es imprescindible mantener mi máscara juguetona, aunque
sospecho que el hombre que tengo delante podría saber la verdad.
—Toma asiento. —Me indica delante de él y le obedezco.
No era un hombre fácil de encontrar, y éste no era mi primer
intento, pero al final valdría la pena, aunque estuviera vendiendo
mi alma al diablo.
—Me sorprende que hayas mordido el anzuelo esta vez. —
Inclino la cabeza, encendiendo uno de mis cigarrillos.
—Sentí lástima por ti, chico. ¿Has estado en qué? ¿Diez de mis
casinos en el último año? Y siempre estás contando cartas... tsk,
tsk. Pensé que habrías aprendido la lección después del tiroteo, o
de las palizas, pero aquí estás, otra vez. —Su tono está lleno de
diversión, así que sé que, aunque seamos técnicamente enemigos,
podría admirar mi perseverancia.
—Sabes —continúa, recostándose en las sombras—, al
principio pensé que esto era por su hermana. Pero no lo es,
¿verdad?
—No. No lo es —respondo, aunque me cuesta mucho
quitarme de la cabeza esa información. Había sido incluso más
difícil dejar de lado mi sed de venganza para poder negociar con
él. Pero descubro que por Allegra no hay nada que no haría.
Incluso unirme a la persona que hizo que mataran a mi
hermana.
Es el único con intereses y recursos para ayudarme a conseguir
lo que quiero: la aniquilación total del imperio Agosti.
—Por supuesto. —Sonríe—, si no, no estarías sentado tan
tranquilamente frente a mí. Pero ya me lo imaginaba antes de
invitarte a entrar. Verá, usted me fascina, Sr. Agosti.
—¿Lo hago?
—Hay algo en ti que no encaja en el molde. Debo decir que
rara vez me sorprende la gente, pero has conseguido hacerlo. —Se
levanta de su asiento, de espaldas a mí, mientras mira por la
ventana hacia la noche—. ¿Tu mujer vale todo esto? —me
pregunta, y me quedo momentáneamente aturdido. Pero entonces
me doy cuenta de con quién estoy hablando: uno de los capos de
la droga más escurridizos de Estados Unidos. Por supuesto que
tiene oídos en todas partes.
—Ella lo vale. Ella es mi corazón —respondo, sin
avergonzarme de lo que Allegra significa para mí.
—Lo envidio. Tal vez si mi corazón hubiera estado vivo yo
tampoco estaría aquí... —se interrumpe. Respirando hondo, se
vuelve hacia mí, saliendo de las sombras para que pueda verle por
primera vez.
Es un hombre guapo, incluso en la cincuentena, con un físico
fuerte y unos ojos sagaces que parecen ver a través de todo.
—Hablemos de negocios, ¿quieres? —Su invitación abierta es
todo lo que necesitaba para poner mi oferta sobre la mesa.
—Iré directamente al grano. Te daré Nueva York siempre y
cuando me ayudes a acabar con Rocco y los Marchesi. Quiero que
nunca lo vean venir, golpeándolos donde más les duele.
Una vez que averigüé las circunstancias de la muerte de
Romina, pude reconstruir por qué había tenido que morir. Y la lista
de sospechosos se había reducido significativamente.
Pero solo hay una persona lo suficientemente poderosa como
para atreverse a algo así, y lo suficientemente desesperada como
para intentarlo: Arturo Jiménez.
Había asumido correctamente que la muerte de Romina abriría
una brecha entre Agosti y Lastra, y dejaría a las cinco familias en
un aprieto, enfrentándose entre sí y sin darse cuenta de una
presencia menor atrincherándose lentamente en sus territorios.
Jiménez llevaba tiempo queriendo trasladar su negocio a
Nueva York, y yo haré realidad su sueño.
—Es una oferta bastante generosa. —Levanta una ceja, con la
duda clara en su mirada.
—No me importa la famiglia mientras tenga mi venganza —
añado.
—Hmm. —Estrecha sus ojos hacia mí—. Los hombres con los
que me encontraba en mi época preferían morir de forma dolorosa
antes que traicionar a la famiglia. ¿Por qué debería confiar en ti?
Esto bien podría ser una trampa.
—No estoy buscando ninguna retribución por la muerte de
Romina. Creo que eso debería ser prueba suficiente.
Me mira en silencio por un momento.
—Entonces aceptaré tu oferta, chico. Pero que sepas que en el
momento en que sienta que podrías estar jugando conmigo... —
Enciende una cerilla, sosteniendo el fuego frente a su cara antes de
volver a encender su cigarrillo—, no será a ti a quien persiga. —
Deja colgando la amenaza. No seré yo; será Allegra.
—Nunca jugaría con su vida —le aseguro, y empezamos a
hablar de negocios.
—Tendremos que hacer una transición fluida para que tu
padre no se dé cuenta de lo que está pasando delante de sus
narices —comenta Jiménez, y pronto trazamos un plan.
Todo se haría bajo la apariencia de una alianza con la mafia
irlandesa de Boston. Jiménez tiene una gran participación en sus
anillos de lucha clandestina y es muy cercano a la familia
Gallagher. Dado el conflicto en curso con Lastra, estaríamos
buscando recursos en otra parte, que es cuando los Gallagher
intervendrían.
Ofrecerían sus servicios a cambio de utilizar algunos de
nuestros locales como escenarios de lucha, trayendo así los rings
clandestinos a Nueva York y sentando las bases para la transición
de Jiménez. Cuando padre menos lo esperara, sería golpeado por
la traición por todas partes, y todos sus negocios pasarían a ser
propiedad de Jiménez. Se sentiría impotente al ver cómo el trabajo
de toda su vida se echaba a perder. Solo puedo imaginar su
expresión cuando se dé cuenta de que fue su amado hijo quien
puso todo en marcha y le engañó durante tanto tiempo.
—Haz que Martin Ashby invierta. Es un tonto codicioso, y si la
oferta es atractiva, será el primero en lanzarse. Además, está en mi
lista negra. —Se ríe Jiménez y procede a contarme su turbulento
pasado con Martin, así como las razones por las que lo quiere
muerto... pero aún no.
—Ya llegará su momento, obviamente. Pero como tú, me tomo
mi tiempo con la venganza.
El dato más interesante tiene que ser la identidad de Theodore
Hastings, el comisario jefe de la policía de Nueva York, y los
rasgos de Jiménez se transforman inmediatamente al hablar de él,
con una expresión llena de orgullo.
—Es mi heredero, pero está demasiado establecido en la cosa
esa de la justicia. Necesito darle un pequeño empujón para que
pueda ocupar el lugar que le corresponde cuando llegue el
momento.
—¿Así que quieres que le chantajee? —Le quito la ceniza a mi
cigarrillo mientras trato de entender cuál es el objetivo de Jiménez.
—Sí, hay mucho sobre él. Su identidad anterior como Adrián
Barnett, por ejemplo; o la verdadera identidad de su mujer. —
Jiménez desliza una carpeta hacia mí.
—¿Su mujer? —Levanto una ceja y abro la carpeta para
examinar su contenido. Tiene información detallada sobre Bianca
Ashby, también conocida como Artemisa—. Esto es demasiado
valioso. —Me río ante la ironía—. ¿Y no sabe que vive con una
asesina?
Jiménez sacude la cabeza, con una sonrisa jugando en sus
labios.
—No creo que mi hijo sospechara incluso si se lo tiraras a la
cara. Así de enamorado está de ella. Pero por eso, es todo el
incentivo que necesitará para pasarse al lado oscuro.
—Ya veo —respondo.
Los Gallagher se insinuarían en el negocio de los Agosti hasta
que pudieran robarlo delante de las narices a Rocco. Entonces
Jiménez se abalanzaría sobre el imperio y padre vería destruido el
trabajo de su vida. O muere de un infarto, o yo haré los honores.
—Ahora para los Marchesi —empiezo, y planificamos un par
de años por adelantado.
Es curioso cómo ahora tengo todo el tiempo del mundo.

—Papá, ¿quién es ésta? —Miro a mi hijo de cuatro años


mientras mueve las cejas confundido.
—Esta es la amiga de papá, y está muy enferma —le explico,
sintiendo una punzada de tristeza por el hecho que no reconozca a
su propia madre.
A medida que crecía, dejé de llevarlo conmigo a visitar a
Allegra, por miedo a que le hablara a alguien de la mujer que se
parece a su madre.
Aunque Luca cree que Chiara es su madre, he intentado que
sus interacciones sean muy breves. Lo suficientemente largas para
que Allegra no sea una extraña para él cuando se despierte, pero
también lo suficientemente cortas para evitar la mala actitud de
Chiara. Es incluso mejor que ella no parezca tener ningún interés
en ser madre. En los últimos años, se ha convertido en el centro de
la vida social de Nueva York. La mayoría de las veces ni siquiera
está en casa, prefiriendo pasar su tiempo de fiesta o follando con
quién sabe quién.
Al observar su comportamiento durante tanto tiempo, me he
dado cuenta de que padece múltiples adicciones: alcohol, sexo y
cocaína. Si se le añade una mala personalidad, se obtiene una
combinación ganadora. Las historias que había oído sobre ella me
habían dado un gran dolor de cabeza, sobre todo porque cuando
Allegra despierte será su reputación la que habrá arruinado.
Pero no puedo hacer nada al respecto más que seguir
actuando.
E incluso eso me preocupa. ¿Qué pensará mi pequeña tigresa
cuando se despierte y vea numerosos artículos en la prensa
sensacionalista en los que aparezco con diferentes mujeres? Temo
el día en que tenga que ver la tristeza en su rostro mientras intento
demostrarle que nunca ha habido nadie más.
Tomando a Luca en brazos, tomo asiento junto a Allegra. Con
los años, su salud ha mejorado un poco y ahora es capaz de
respirar por sí misma. Sin embargo, no hay garantía de cuándo va
a despertar.
—¿Por qué está enferma?
—Tuvo un accidente y ahora está durmiendo. —Luca asiente
con la cabeza, su mirada deteniéndose en la forma de Allegra. No
hay ninguna señal de reconocimiento en su mirada. No cuando
Allegra parece tan frágil y pálida, completamente diferente de la
glamurosa Chiara que Luca conoce.
Ojalá pudiera decirle que ella es su verdadera madre, que lo
quiere más que a nada. Pero eso solo confundiría su pequeña
mente.
Como cualquier niño pequeño y revoltoso, Luca está cada vez
más inquieto, así que lo envío a ver a maman Margot, que está
esperando fuera. Se me escapa de los brazos y corre hacia ella. Ella
me dice que puedo tomarme mi tiempo, así que vuelvo a
centrarme en Allegra.
Es extraño cómo pasa el tiempo. Estamos cada vez más cerca
de los cinco años y mi pequeña tigresa sigue durmiendo.
Tomo su mano entre las mías y me la llevo a los labios.
—Pequeña tigresa —empiezo, y verla tan indefensa, tan
vulnerable, nunca deja de afectarme—, no sé si puedes oírme. O si
has oído algo de lo que he dicho en los últimos años. Pero estoy
más cerca que nunca de cumplir la promesa que te hice. Y cuando
lo haga, la familia criminal Agosti dejará de existir. —Trago con
fuerza, un nudo formándose en mi garganta.
—Cuando despiertes, te prometo que dejaré todo atrás. Solo...
vuelve a mí. Puedo esperarte eternamente, pero cuanto antes te
recuperes, mejor. —Intento una broma desenfadada.
Inclinándome, aprieto mis labios contra los suyos en un breve
beso.
—Te amo —le susurro en la mejilla antes de levantarme para
irme.
—Papá, ¿puedo ir a casa de maman Margot? Tiene galletas. —
Luca me aborda cuando salgo de la habitación. Lo levanto en
brazos y enarco una ceja hacia maman.
—Oh, vamos, Enzo. Una galleta no hace daño. Lo traeré
mañana, ¿d’accord16?
—Bien, puedes ir a casa de maman —cedo, sabiendo que tengo
algunos asuntos pendientes de los que ocuparme.

Después de dejarlos en casa de maman, voy al club de Rocco


para una reunión.
La sala está oscura y llena de humo de cigarrillo. En un sofá,
Rocco está inmerso en una conversación con Matthew Gallagher.
Con los pantalones por los tobillos, mezclando sin duda los
negocios con el placer. Dos chicas están arrodilladas frente a ellos,
chupándoselas mientras sus gemidos falsos resuenan en la
habitación.
En la otra esquina, Martin Ashby bombea dentro y fuera de
Chiara mientras da órdenes por teléfono. Desvío inmediatamente
la mirada. Aunque no me importa con quién se acueste Chiara,
sigue siendo la gemela idéntica de Allegra, y no quiero tener la
imagen de mi mujer siendo tomada por detrás por cualquier otro
hombre.
El romance de Chiara y Martin comenzó poco después de que
le invitáramos a unirse a nuestra empresa y, desde entonces, ha
16
¿De acuerdo?
estado fortaleciéndose. Incluso puede que roce la monogamia, lo
cual es una novedad para Chiara.
Me dirijo a la otra esquina de la sala, donde Quinn está
sentado solo, observando a los demás con los ojos entrecerrados.
—¿No te unes? —Me siento a su lado mientras tomo la botella
de whisky de la mesa y me sirvo un vaso. Enciendo un cigarro y
doy un gran trago, esperando que los sentidos embotados ayuden
a mis ojos a enfrentarse a la escena que tengo delante.
—No. —Baja su propio vaso, colocándolo sobre la mesa y
empujando su mano hacia mí—. Casado —dice, con un acento
irlandés aún más marcado por el alcohol.
—Eso no nos detiene. —Me encojo de hombros, apurando mi
bebida y poniendo mi mejor encanto.
—Entonces, ¿por qué no te unes? —Levanta una ceja,
señalando a la stripper que baila en la barra, cuya atención está
puesta en mí.
—No me gusta el... exhibicionismo —respondo. Es
técnicamente cierto, ya que nunca permitiría que otra persona
viera a mi pequeña tigresa. Ella es solo para mis ojos.
Gruñe y vuelve a centrar su atención en la botella de whisky.
—¿No se suponía que íbamos a hablar de la siguiente etapa? —
pregunto, bastante desanimado por la orgía que tengo delante.
Estoy seguro de que podrían haber encontrado cualquier otro
momento para follar. Tal vez sea un poco impaciente, pero mi
plan está demasiado cerca de ser finalizado.
Ya habíamos montado dos arenas de lucha en el centro de la
ciudad, y tanto Rocco como Martin siguen sin siendo ajenos a la
trampa en la que se están metiendo de cabeza. Pronto ambos
acabarán arruinados y muertos, aunque el orden es discutible.
—Mi hija y su marido vienen mañana. —Martin es el primero
en hablar, cambiando de posición para que Chiara se la chupe—.
Tenemos que conseguir que se sumen a esto. La influencia de
Theodore ayudará a que los estadios tengan suficientes
espectadores, pero no policías —dice, su voz fluctuando con las
cuidadosas atenciones de Chiara. Casi pongo los ojos en blanco.
El único alivio es que Chiara se ha teñido el cabello
recientemente, así que no es exactamente como el de Allegra.
—Pan comido —dice mi padre, sacando su polla de la boca de
la prostituta y dándole la vuelta para poder tener su culo. Es todo
un poco ofensivo, la verdad. Intento no mostrar el asco que me da,
sobre todo cuando se escupe en la mano y se acaricia la polla,
metiéndola inmediatamente en el culo de la prostituta sin
preparación ni protección. La chica suelta un gemido de dolor que
finge ser de placer, pero no hace ninguna protesta cuando Rocco
empieza a follarle el culo con crudeza.
No quiero ni saber qué tipo de enfermedades tienen los dos, ya
que claramente padre no es un gran fan de los condones. Por lo
menos Matthew lo envuelve antes de follarse a su puta.
—¿De verdad me han llamado para que los vea follar? —
pregunto finalmente, molesto porque me están haciendo perder el
tiempo y no estamos avanzando.
—Podemos follar y hablar. —Me guiña el ojo padre y todos
empiezan a reírse.
Todos menos yo y Quinn, que parece haberse terminado la
botella de whisky y apenas está despierto.
—¿Cómo vamos a conseguir que Hastings cumpla? —le
pregunto a Martin, intentando ver qué tiene bajo la manga.
—Usaré a mi hija. Ella es su debilidad. —Sonríe
maliciosamente.
Por supuesto que tiraría a su propia hija debajo del autobús.
En el tiempo que he conocido a Martin, me he dado cuenta de por
qué estaba en la lista de los malos de Jiménez. El bastardo es un
perro traicionero, que mueve la cola a quien más le beneficia.
Se abstiene de decir cómo la utilizará exactamente, esperando
mantener el secreto. Me atrevo a adivinar cuál es el gran secreto:
desde sus vínculos con la Bratva rusa hasta su número de
asesinatos, diría que hay mucho con lo que chantajearlos.
Casi gimo en voz alta cuando me doy cuenta de que tendré
que fingir que coqueteo con ella, según las instrucciones de
Jiménez. Según sus propias palabras, quiere que su hijo esté
realmente acorralado y, al parecer, unos buenos y viejos celos
servirán para ello. El único hecho tranquilizador es que, según
todos los indicios, ella está completamente enamorada de su
marido, así que hay menos posibilidades de que me tome en serio.
Al día siguiente, nuestro objetivo se ha cumplido, y Theodore
Hastings está oficialmente bajo nuestro control. Ahora la pieza de
resistencia, la caída de un imperio.
ENZO

—¿Qué quieres decir con qué ellos lo saben? —Me encierro en


mi despacho, con cuidado de evitar cualquier ojo u oído
indiscreto.
—De alguna manera han encontrado mi foto y han sumado
dos y dos —gruñe Jiménez, y me doy cuenta de que no está
contento con este giro de los acontecimientos.
Poco después de que nos hiciéramos con una buena parte de la
fortuna de Martin, Jiménez había decidido que era el momento de
despacharlo. Y eligió nada menos que mi casa para hacerlo, el
mismo despacho en el que estoy.
Ahora bien, Jiménez, a pesar de su disposición a compartir
información, no me había contado un pequeño detalle. La persona
que mató a Martin era alguien que Theodore Hastings conocía de
su época como Adrián Barnett.
En aras de una cordial cooperación, le había enviado a
Hastings y a su esposa las imágenes de esa noche, seguro de que
no encontrarían nada sospechoso que pudiera relacionar al
asesino con Jiménez.
Pues bien, lo hicieron.
Y así había comenzado una cacería de brujas para Jiménez.
Solo que no pensamos que llegaría tan lejos.
Hace años, en su intento de acercarse a su hijo mayor, Jiménez
había tomado prestada la identidad del hermano fallecido de
Matthew: Andrew Gallagher. Y así, durante años, había entrenado
a su propio hijo en la lucha clandestina a muerte, intentando crear
la máquina de matar perfecta.
Solo que había fracasado.
Hastings es uno de esos tipos buenos que creen que pueden
llevar el peso del mundo entero sobre sus hombros. Bueno, dada
la inclinación de su esposa por matar sin remordimientos, yo diría
que está hasta arriba de trabajo.
Por supuesto que Hastings reconocería a su mentor perdido
hace tiempo. Y ahora puede relacionarlo con los Gallagher y…
conmigo.
¡Joder!
—¿Te das cuenta de lo que esto significa? —Aprieto los
dientes, mis planes amenazando con desmoronarse. Todo por lo
que había trabajado a lo largo de estos años será para nada.
—Sí. Tengo que recalcular todo —responde Jiménez, y reprimo
las ganas de lanzar mi teléfono al otro lado de la habitación.
¡Maldita sea!
No, no puedo dejar que esto ocurra. Tengo que reagruparme y
pensar en algo rápido. A este ritmo, Rocco va a descubrir que los
Gallagher han estado trabajando para el enemigo todo el tiempo.
Y aunque ese ha sido el plan todo el tiempo, ¡es demasiado
pronto! Todavía tenemos que hacer una fusión completa con los
Gallagher para dejar todo en manos de Jiménez.
No, hay que hacer algo.
—Efectivamente —digo, y cuelgo. No puedo preocuparme por
la susceptibilidad de Jiménez ahora que estoy en peligro de ser
descubierto, y mi venganza no servirá de nada si eso ocurre.
Masajeando mis sienes, empiezo a pensar. Rápido.
Esta pequeña maniobra está precipitando mis planes, y tengo
que saltarme meses de perfecta planificación,
—¿Qué demonios voy a hacer? —murmuro para mis adentros,
mirando sin rumbo por mi despacho, esperando que se forme una
idea.
En este punto, no se trata de conseguir la venganza perfecta. Se
trata de asegurar la muerte de padre de una manera apropiada y
satisfactoria, pero también la autoconservación. Tiene que hacerse
de una manera que no sea sospechosa para nadie en la famiglia. Lo
último que necesito es una diana en mi espalda.
Mis ojos se desvían hacia mi calendario y veo la fecha del
combate de inauguración de uno de los estadios. Faltan solo unos
días y, mientras me fijo en eso, un plan empieza a formarse en mi
mente.
Solo necesito un momento preciso y un público perfecto. Las
ruedas giran en mi cabeza y pronto tengo un plan de acción
completo. Uno que tal vez no sea tan satisfactorio como ver la
expresión de padre ante el desmoronamiento de su imperio, pero
que al menos asegurará su desaparición. Haciendo unas cuantas
llamadas telefónicas, me aseguro de tener los ojos puestos en
Hastings y su esposa en todo momento.
Unos días más tarde, la suerte está de mi lado, ya que mis
hombres me dicen que los Hastings han abandonado su
apartamento.
Parece que no tengo que sacarlos de su escondite.
Este plan cuenta con su presencia por varias razones. Actuarán
como testigos y como ayudantes cuando llegue el momento. Y
sabiendo la verdad, sospecharán inmediatamente que Jiménez
actúa por miedo a ser descubierto.
Miro el cuerpo a mis pies, molesto porque tengo que
deshacerme de él rápidamente. Había venido aquí para que
Matthew estuviera de acuerdo con mi plan, pero en lugar de eso,
se había opuesto rotundamente, diciendo que arruinaría el
negocio.
—¿Parece que me importa el negocio? —le contesté, y mi dedo
apretó el gatillo rápidamente, dándole a Matthew en el pecho.
Había respirado con dificultad un par de veces más antes de
sucumbir a la muerte.
—Lástima. —Me agacho, evaluando el desastre que he hecho.
Saco el teléfono y llamo a Nero para pedirle que se deshaga del
cuerpo.
—Descuartízalo, quítale los dientes y quema las huellas, y
luego tíralo al río —le digo antes de ir al baño de Matthew para
limpiarme. Es mejor que nunca se confirme su identidad. No
necesito más enemigos en este momento.
Mientras Nero se ocupa del cuerpo de Matthew, hago un
rápido viaje a mi coche para cambiarme de camisa.
Maman ya me está esperando, con una esbelta rubia vestida
con un vestido de noche a su lado.
—Esta es Angelique —me presenta maman, y después nos
dirigimos hacia el lugar donde se encuentra Hastings.
Para hacer hincapié en la importancia del evento, había
contratado una limusina para que nos llevara hasta allí.
—No te va a pasar nada, pero en cuanto oigas disparos quiero
que corras. ¿Entendido? —le digo a Angelique mientras
estacionamos frente a un restaurante.
Le tiendo el brazo y entramos. Veo inmediatamente a Hastings
y a su esposa, así que nos acercamos a ellos para entablar una
conversación amistosa antes de incitarles lentamente a que nos
sigan hasta el estadio.
—Al fin y al cabo, es el primer combate de Quinn. —Les
dedico mi sonrisa más encantadora mientras entramos en la
limusina, cuyo próximo destino es el estadio.
Estoy tenso mientras ocupamos nuestros lugares en la sección
VIP. Padre ya está allí con su última amante, y parece estar de
buen humor, con la mano metida entre sus piernas. Sacudiendo la
cabeza con disgusto, me sitúo junto a él, con Angelique a mi lado
y Hastings y su esposa detrás de nosotros. No los quiero cerca de
mi padre por si uno de ellos decide ser magnánimo y soltar la
verdad sobre Jiménez.
El combate no tarda en empezar, y mi cronómetro también.
Quinn está ofreciendo un buen espectáculo al público, y todos
están fascinados por la violencia en el escenario.
Mirando mi reloj, controlo el tiempo. Cuando veo que faltan
unos minutos para el ataque, me inclino y le susurro a padre.
—Sé lo que has hecho. —Se queda congelado, con la cara
todavía hacia delante.
—¿De qué estás hablando?
—Chiara —digo, y su cara palidece.
—Pero no te preocupes. Ya me he acostumbrado —continúo,
queriendo darle una falsa sensación de seguridad. Su cara parece
relajarse.
—Sabía que entrarías en razón, hijo. Esa zorra, Allegra, estaba
en contacto con un federal. Ya sabes lo que le hacemos a los
traidores.
—Efectivamente. —Aprieto el puño a mi lado, esperando mi
momento. No puedo dejar que mi rabia me nuble el juicio, aunque
el mero hecho de que haya llamado perra a Allegra me está
poniendo rojo.
—Además, no es como si te hubieras preocupado por ella —se
burla—, crees que no sé cuánto tiempo pasas en ese maldito
burdel —continúa. No parece darse cuenta de que el burdel en
cuestión pertenece a maman Margot—. Era reemplazable y por
suerte Chiara tuvo la amabilidad de ayudarnos a salvar nuestra
reputación.
—¿Salvar nuestra reputación, padre? ¿La has visto? Ya se ha
follado a medio Nueva York. —Es ridículo lo hipócrita que puede
ser Rocco. Solo está bien cuando sirve a sus propósitos. Chiara es
su marioneta, para que no haga nada malo.
—Vamos, Enzo. Sabes que solo se folla a gente importante —
continúa Rocco, y no sé si gemir ante su mentalidad mercenaria o
reírme de su estupidez. ¿Así que prácticamente la ha estado
prostituyendo?
—No sabía que el jardinero fuera tan importante. O sus
guardaespaldas. O incluso el puto sacerdote del funeral de Martin.
¿Sabías de eso? —Pensé que tal vez sentía algo por Martin, porque
ciertamente había hecho un despliegue teatral digno de un Oscar
en su tumba. Pero después del funeral la había dejado descansar
solo para encontrarla tirándose al sacerdote.
Padre tartamudea un poco, atrapado en su propia ilusión.
Sé exactamente lo que pasó. Pensó que podría controlar a
Chiara e incluso utilizarla como su basurero personal. Pero no
había previsto la naturaleza inconstante de Chiara, o el hecho de
que ella podría chantajear su culo gordo hasta la sumisión. Es
decir, su comportamiento en los últimos años ha sido poco menos
que indecente, y sin embargo Rocco sigue encontrando formas de
defenderla cuando, si hubiera sido cualquier otra persona, le
habría dado un ataque por mancillar el honor de la familia.
—Es que se siente sola. No le prestas atención. —Casi me río
en su cara.
—Lo siento si no quiero tu coño de segunda mano padre. —Le
pongo los ojos en blanco—. Pero tengo curiosidad —continúo,
queriendo indagar un poco más, el reloj en mi mano diciéndome
que tengo más tiempo—, ¿qué ganaron exactamente los Marchesi?
Sus ojos se abren de par en par ante mi pregunta y tarda un
segundo en responder.
—El control de nuestros negocios italianos —dice con voz
temblorosa, porque el control de Italia es el control de Europa.
—¿De verdad? ¿Valoras tanto tu libertad como para renunciar
a la mitad de tu poder? —Había revisado todos los documentos,
pero ninguno de ellos había sugerido una fusión o incluso una
transferencia de poder, lo que significa que ha estado utilizando
diferentes conjuntos de apoderados para asegurarse de que el
acuerdo permanece oculto. Inteligente, pero también estúpido. De
repente tiene sentido por qué nuestra parte europea ha estado
perdiendo dinero.
Malditos Marchesi.
—Era necesario —resopla, con la cara roja por el esfuerzo.
Dos minutos más.
—Gracias por iluminarme, padre. Ahora, ¿por qué no te
cuento yo también algunos datos interesantes? —Mi mano se
agarra a su brazo regordete, y mis dedos se clavan en su grasa—.
Los Gallagher nunca fueron nuestros aliados.
Quinn asesta un golpe a su oponente, y todo el público se
regocija.
—¿Sabes con quiénes estaban trabajando? —continúo,
observando cómo sus ojos se abren de par en par al darse
cuenta—. Sí, efectivamente. Jiménez y… yo.
—¿Qué...? —tartamudea, pareciendo que ha visto un fantasma.
—Ah, supongo que no lo viste venir —continúo, y por una
vez, parece realmente perdido—. Hiciste mal en meterte con
Allegra, padre, pero peor aún en pensar que no sería capaz de
saberlo.
—Pero... por qué…
—¿Sabes lo que le prometí a Jiménez por su ayuda para
destruirte? —pregunto con sarcasmo, y él puede ver a dónde va
esto—. Todo lo que posees.
Se tensa de repente y se gira para mirarme con la cara llena de
ira.
—No te saldrás con la tuya. —Aprieta los dientes mientras me
mira, con una vena saltando en su frente.
Esto... esto es lo que quería ver.
—¿Y si ya lo hice? —Las manecillas del reloj se alinean, y justo
en ese momento empiezan a llover disparos sobre la multitud. O,
mejor dicho, se centran en nuestra sección.
Rocco, en su débil intento de escapar de su muerte, empuja a
su amante delante de una bala. Pero no lo consigue, ya que las
siguientes le atraviesan, derramando sangre por todas partes.
Con la vista puesta en el frente, siento que una bala entra en mi
costado, en algún lugar del bajo vientre. Parpadeo para alejar el
dolor, pero otra bala me golpea en el pecho, la fuerza
impulsándome hacia atrás y haciéndome caer.
No debían ser dos balas...
Apenas puedo moverme mientras la sangre sigue fluyendo
libremente y una lenta neblina envuelve mi cerebro. Siento a
Bianca a mi lado, ejerciendo presión sobre la herida, y a Hastings
ladrando órdenes en el fondo, llamando al 911, la razón por la que
me había asegurado que estuviera aquí en primer lugar.
Pero por mucho que luche por mantenerme despierto, no
puedo.
Justo antes de perder el sentido, pronuncio lo único que
importa.
—Dile... Allegra... amor. —No puedo reunir más fuerzas para
terminar la frase, pero espero que Bianca lo entienda.
Porque si realmente muero hoy aquí, quiero que Allegra sepa
que la amé y que seguiré amándola.
Pero entonces todo se desvanece.

—Tuviste suerte —me dice el médico mientras revisa mi


historial—. Las balas no alcanzaron ningún órgano vital. Podría
haber sido mucho peor.
Maman es una de mis primeras visitas y no deja de lamentar lo
mal que me veía y cómo pensaba que no sobreviviría. Me habían
dicho que Chiara había venido a visitarme, pero no se había
quedado mucho tiempo.
¿Vino a asegurarse de que estaba muerto?
—¿Qu’est ce que tu as fait, mon fils17? —maman grita mientras
llora y yo doy un respingo.
—Estoy bien, maman —me apresuro a asegurarle, pero al verla
tan preocupada se me ocurre otra idea.
Ya que todos mis planes han sido saboteados, necesitaré una
alternativa para hacer pagar a los Marchesi. He deducido de mis
17
¿Qué es lo que has hecho, hijo?
fuentes que tanto Jiménez como su hijo, Carlos, están muertos.
Toda su organización está muriendo, y ya puedo prever que
diferentes cárteles lucharán por la supremacía. No me afectará
mucho, ya que de alguna manera he acabado con el dinero de
Martín y las inversiones de Jiménez. El único inconveniente es que
me he quedado con un próspero imperio.
En cuanto a Marchesi... ahora que Jiménez ya no puede
ayudarme, tendré que pensar en otra cosa. Y puede que tenga
justo lo que necesito...
—Maman, necesito hacer creer a todos que estoy peor de lo que
realmente estoy —le digo, explicando mi razonamiento.
Si los Marchesi creen que estoy al borde de la muerte, se
apresurarán a venir a Nueva York y afirmarse como los
gobernantes regentes de la familia Agosti. Probablemente dirán
que lo están haciendo hasta que Luca sea mayor de edad,
maquinando para matarlo antes que eso ocurra.
La idea no hace más que avivar mi odio, y le pido a maman que
se instale en la casa con Luca para asegurarse de que nadie lo
toque.
Faltan tres más. Tres más para caer. Tres más para sufrir.
El juego acaba de empezar.
Las cosas buenas llegan a aquellos que esperan (o permanecen
en coma durante cinco años), y ahora es el momento de tomar lo
que me pertenece.
-Del diario de Allegra
ALLEGRA

En la actualidad

Con una sonrisa en mis labios, agarro con fuerza el bolígrafo


mientras tacho descuidadamente el nombre de Rocco de mi lista.
Mis movimientos siguen siendo un poco forzados, pero es de
esperar después de pasar tanto tiempo sin moverme.
—¿Qué la tiene tan contenta, señorita? —Lia toma asiento a mi
lado, estirando el cuello para mirar mi lista.
—Rocco está muerto —le digo. Acababa de ver el artículo de
las noticias al respecto, y una alegría inexplicable se había
formado dentro de mí.
Hay justicia, después de todo.
Casi cinco años. Ese es el tiempo que he estado languideciendo
aquí, casi pudriéndome en esta maldita cama, ¿y para qué? ¿Para
que unos bastardos codiciosos acumulen aún más riqueza?
Mi hijo tiene casi cinco años, y la última vez que lo vi tenía
menos de una semana. ¿Cómo es justo todo esto?
Como una idiota, la vida tuvo que metérmelo en la cabeza
hasta que me di cuenta de que nada es justo. Lo que yo
consideraba correcto no es más que un montón de mierda. El
mundo no gira en torno a la justicia. No, gira en torno al poder. Y
los que lo tienen marcan la pauta de la equidad.
—Oh, Dios —Lia se lleva la mano a la boca, la sorpresa
envolviendo sus rasgos.
Me abstengo de añadir que Enzo también había resultado
herido, ya que ella ha sido su fan número uno desde que me
desperté. Me ha costado mucho convencerla de que me ayude a
fingir que sigo en coma.
Por muy débil que sea, no puedo permitirme dar a nadie una
oportunidad de hacer más daño. Y antes de mostrarme necesito
hacerme más fuerte.
Ya he empezado la fisioterapia, forzando mi cuerpo y
llevándolo al límite, todo para poder poner en marcha mi plan.
Vuelvo a mirar mi lista, los cuatro nombres que aún no están
tachados. Su hora llegará, y esta vez no tendré piedad.
Es curioso cómo había juzgado a Enzo por sus métodos
despiadados, pero el mundo sigue demostrándome que no puedo
ganar de otra manera. Así que yo también tendré que cambiar de
táctica.
Voy a convertirme en la más despiadada.
Deberían haberme matado cuando tuvieron la oportunidad,
porque ahora estoy buscando sangre. Perdí casi cinco años de la
vida de mi bebé, cinco años que nunca voy a recuperar. Y nada me
duele más que saber que llama a esa perra mamá.
—¿Puedes ayudarme a bajar? —le pregunto a Lia, balanceando
lentamente las piernas sobre la cama antes de bajar al suelo. Ella
me sujeta del brazo mientras aterrizo sobre ambos pies, un poco
temblorosa, pero manteniéndome erguida.
—Tengo que vestirme —le digo, y ella frunce el ceño.
—Pero señorita...
—Necesito ir al hospital. Ver con mis propios ojos que
realmente está muerto —le miento. Lo que realmente quiero es ver
a Enzo y el estado en el que se encuentra; quién sabe, tal vez hoy
tache un segundo nombre.
—Pero... —Lia sigue protestando, así que la miro bruscamente.
—Voy a ir —afirmo, mi tono un poco más duro de lo que
pretendía. Ella suspira profundamente, pero me ayuda a ponerme
algo de ropa.
Ya había hecho pequeños viajes antes, pero no había ido
demasiado lejos. Todo había sido en un intento de recuperar cierta
apariencia de independencia, de volver a sentirme viva.
Arreglamos mi ropa de manera que se parezca a la de Lia. La
única forma en que puedo entrar y salir del Sacre Coeur es
haciéndome pasar por ella.
—¿Estás segura? Sabes que no puedo ir contigo —continúa,
con el ceño fruncido. Como solo tenemos una tarjeta de
identificación, solo una de nosotras puede salir a la vez.
—Me las arreglaré —digo mientras ella desliza una chaqueta
ligera sobre mis hombros.
—Toma. —Me pasa mi bastón, un teléfono y algo de dinero—.
Llámame si pasa algo.
—No te preocupes, Lia. No soy la misma persona de antes —
respondo—. Ya no soy tan ingenua.
—Eso es lo que me temo, señorita —susurra, pero no le hago
caso mientras salgo de la habitación, dirigiéndome a la salida.
Lia ha notado el drástico cambio en mí desde que me desperté
y se ha mostrado muy contundente al respecto. No deja de decir
que debería dejar el pasado en el olvido y disfrutar de mi segunda
oportunidad en la vida.
Yo digo que hay que dejar que esos bastardos digan sus
últimas oraciones, porque no voy a parar hasta que se tache cada
uno de los nombres de esa lista.
Lia cree que sabe lo que me pasó, pero no tiene ni idea.
Todavía tengo pesadillas sobre Chiara y lo que me había hecho:
mi propia gemela apaleándome hasta la muerte.
Acababa de dormir a Luca cuando ella entró, con una
expresión de asquerosa suficiencia mientras me miraba de arriba
abajo.
—Veo que sigues siendo una perra gorda. —Había comentado,
con una sonrisa despiadada extendiéndose por su rostro. Intenté
ser mejor que ella y no respondí a su burla.
—¿Qué haces aquí, Chiara? —Era la última persona que
esperaba que viniera a felicitarme por el nacimiento.
—¿Qué más? —Había dado unos pasos hacia el interior,
mirando a su alrededor, con los ojos entrecerrados en Luca. Me
puse delante de él, no quería que estuviera cerca de mi bebé.
Prefería morir antes que esta broma de ser humano tuviera algo
que ver con mi precioso niño—. Quería ver a tu mocoso.
—Ya lo has visto. Ahora puedes irte.
—¿Así es como saludas a tu hermana? ¿Después de haber
tenido que casarme con Franzè por tu culpa? Por lo menos te tocó
uno caliente. A mí me tocó uno que apenas podía levantar la polla.
Y aun así apenas la sentí.
—No seas grosera. —Mi rostro se había torcido de
desagrado—. Me sorprende que Franzè no te haya matado, ya que
ambos sabemos que no fuiste virgen a tu lecho matrimonial.
Chiara se había reído en mi cara.
—Menos mal que le gustaba más mi culo que mi coño, pero
incluso así era como tener un dedo dentro...
—Por el amor de Dios, Chiara, ¿para eso has venido aquí? —
había preguntado, exasperada.
—No. —Se había detenido frente a mí, y era como mirarse en
un espejo—. He venido a darte un pequeño aviso. Tu pequeña
maniobra con los federales va a hacer que te maten.
Mis ojos se habían ensanchado con consternación.
—¿Cómo...?
—¿Cómo? Imagina mi sorpresa cuando estaba paseando
casualmente por la ciudad y se me acerca un tal agente especial
McNaught, llamándome Señora Agosti y preguntándome si había
reconsiderado su oferta.
—Entonces sabes que no acepté su oferta. —Había redactado
mi frase con cuidado, tratando de hacerla retroceder.
—Yo sí, pero nuestros padres no.
—¿Qué quieres decir? ¿Se lo has dicho? —estallé, con la
preocupación royendo en mí.
—A ellos y... —había hecho una pausa, la satisfacción llenando
sus rasgos al verme perder lentamente la calma—. Rocco.
—¿Qué... por qué...? —tartamudeé, dándome cuenta de
repente a dónde iba todo esto.
—Porque, querida hermana. —Había dado un paso adelante,
con su dedo clavado en mi pecho—. Estás viviendo la vida que yo
debería haber vivido. Y tengo la intención de remediarlo.
—No puedes hacer eso. —Había rodeado su mano con mis
dedos, apartándola de mi cuerpo—. Enzo no te dejará.
—¿No lo permitirá? Él propuso toda la idea ya que, seamos
sinceras: no solo soy más guapa —había hecho una pausa,
mirándome por debajo de la nariz—, sino que también follo mejor.
—No te creo —había contestado, mi mano buscando mi
teléfono—. ¿Por qué no le llamamos entonces? Él mismo puede
confirmar lo buena que eres. —Había decidido entrar en su juego,
sabiendo que Enzo nunca me traicionaría así.
Y había tenido razón. Justo cuando corría hacia el teléfono,
Chiara se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo. Mi cuerpo
todavía se estaba recuperando del parto, así que la caída había
sido insoportablemente dolorosa.
—Maldita zorra. —Su puñetazo había ido a parar a mi rostro,
con sus nudillos golpeando el lado izquierdo de mi rostro. Se me
escapó un leve gemido de dolor y reuní todas las fuerzas que me
quedaban para intentar quitármela de encima.
Pero no pude.
Unos cuantos golpes más y ya estaba mareada por el dolor
acumulado.
En algún momento había oído llorar a Luca, pero me había
quedado inmovilizada en el suelo, sin poder hacer nada.
—Luca —gimoteé, todavía bajo un aluvión de golpes.
—Adivina a quién va a llamar mamá tu puto mocoso. —Se
había reído de mí, burlándose aún más.
Con los ojos muy abiertos por el miedo, la piel rota y
sangrando, intenté defenderme. Cualquier cosa para volver con
mi bebé y abrazarlo contra mi pecho, susurrarle palabras de amor
y asegurarme de que estaba a salvo.
Pero justo cuando empecé a ganar terreno al devolverle los
golpes, dejó de contenerse. Enrollando una mano alrededor de mi
cuello, arrastró mi cuerpo por el suelo hasta llegar a una mesa.
Estaba tan maltratada que solo se me escapaban sonidos
inarticulados. Aun así, intenté razonar con ella, suplicarle que me
dejara en paz.
Mi bebé... Luca...
Mi único pensamiento había sido Luca y lo que le ocurriría
cuando me fuera. Así que mis ojos se concentraron en él mientras
Chiara me enredaba los dedos en el cabello y me clavaba las uñas
en el cuero cabelludo. Arrastrando mi cabeza hacia ella, había
aplicado la máxima fuerza mientras me empujaba hacia la pata de
la mesa. Un lado de mi rostro se había llevado la peor parte de la
fuerza, y había sentido que me deslizaba.
Una y otra vez me golpeó el rostro contra la mesa hasta que
supe que ya no estaba intacta. Por alguna especie de castigo
divino, lo sentí todo. Sentí que la piel se rompía, que el hueso se
aplastaba y se clavaba en mi carne. Sentí que la sangre me salía a
borbotones, y en ese momento lo supe.
Me estaba muriendo.
Ella continuó hasta que dejé de moverme por completo, mis
extremidades paralizadas por un dolor sin precedentes que
llenaba todo mi ser.
—Ya no eres tan fuerte, ¿verdad? —me dijo antes de ponerse
en pie para hacer una llamada telefónica.
En un estado entre la vida y la muerte, solo podía esperar a
que llegara la negrura. Pensé brevemente en Luca y Enzo, las dos
personas que más amaba.
Y mientras me moría, esperaba poder volver a encontrarme
con ellos en otra vida.
Pero no morí.
Puede que haya perdido cinco años de mi vida y la de mi hijo,
pero estoy lejos de estar muerta. En todo caso, estoy decidida.
Por lo que me había contado Lia y por lo que había visto en
Internet, está claro que nadie me ha echado de menos. Chiara está
en casa haciéndose pasar por mí y, a pesar de las protestas de Lia,
Enzo parece estar muy a gusto follando por toda la ciudad, e
incluso tiene la audacia de alardear de ello en público.
Además de Luca, había sido la primera persona a la que quise
ver cuando me desperté. Pero cuanto más navegaba por los
acontecimientos de estos últimos cinco años, más me
decepcionaba. Vi innumerables fotos de él con hermosas mujeres,
todas en ambientes íntimos, y a veces incluso fuera de los hoteles.
Mi corazón había recibido un gran golpe cuando me di cuenta de
lo rápido que había sido para descartarme.
Si había estado dispuesta a mirar más allá de su naturaleza
brutal, nunca podría mirar más allá de sus infidelidades. ¿Y qué si
él no había contribuido directamente a que yo pasara media
década en coma? Él dejó salirse con la suya a la gente que lo hizo,
y eso lo hizo igual de malo.
No, lo hizo peor. Porque había tenido mi corazón y lo había
destruido.
Lia había tratado de sugerir que podría tener sus razones para
hacer eso, y que debería escucharlo primero. Me negué ya que no
es como si fuera la primera vez que se desvía.
Al principio, me había dicho a mí misma que hiciera la vista
gorda. Después de todo, no estábamos en buenos términos y no
podía esperar que fuera fiel a una esposa no deseada. Pero a
medida que pasaba el tiempo y nuestro vínculo se profundizaba,
también lo hacían mis sentimientos y expectativas. Cada vez que
olía ese perfume en él era como si me apuñalaran en el corazón,
con saña y repetidamente.
Solo durante mi embarazo pensé que por fin podría ser mío, y
me había conformado con las migajas de cariño que me daba.
Lo había reprimido todo -el abandono, el engaño, el amor no
correspondido-, todo en aras de la armonía y la perspectiva de
una familia. Había dado todo lo que había en mí y él simplemente
lo había tomado.
Ya no.
Mi bastón golpea el pavimento mientras salgo lentamente del
taxi. Me dirijo hacia la entrada del hospital, pasando por un par de
puertas dobles con espejos. Intento ignorar mi reflejo y la
sensación de que mi rostro es extraño, aunque sea el mismo.
Lia me había dicho que Enzo había contratado a los mejores
cirujanos plásticos para reconstruir mi rostro, y había insistido en
que se aseguraran de que tuviera el mismo aspecto que antes.
Aunque me veo igual, me siento como una persona
completamente diferente.
¿Por qué se ha tomado tantas molestias para volver a
traicionarme? ¿Era su conciencia? ¿No quería que la madre de su
hijo pareciera un monstruo?
Relleno el formulario y confirmo mi identidad en la recepción
antes que una enfermera me lleve a la habitación de Enzo.
—Todavía está inconsciente por la operación —menciona antes
de dejarnos solos. Me había asegurado que no había
complicaciones y que estaba fuera de la zona de peligro.
Apoyando el bastón en un escritorio, doy unos cuantos pasos
tambaleantes hasta llegar a su cama, apoyándome en una silla
cercana.
Observo sus rasgos, inalterados incluso después de todo este
tiempo, y mi corazón da un doloroso apretón.
—¿Por qué no pudiste amarme como yo te amé? —Mis
palabras salen como un susurro, mi voz todavía rasgada por el
desuso, mis cuerdas vocales permanentemente marcadas por
tener tubos de respiración en la garganta—. Habría hecho todo
mucho más fácil —continúo, haciendo acopio de valor para tocar
su mano con la mía. Piel con piel, el contacto es sublime, y un
escalofrío recorre mi espalda cuando mi cuerpo recuerda el suyo.
Pero todo era una mentira.
Por un momento, solo un momento, me permito sentir el alivio
de saber que está bien, y me admito a mí misma que había estado
muy preocupada por él.
Solo un momento mientras me levanto, inclinándome sobre él
para colocar mis labios sobre los suyos en un beso muy casto, un
adiós a mi corazón.
—Será mejor que sobrevivas a esto, Enzo Agosti. Porque tu
muerte será por mi mano.
Agarrando mi bastón al salir, me adentro en la bulliciosa vida
de la ciudad de Nueva York y respiro profundamente.
Allegra Agosti murió hace cinco años. No solo mataron mi
cuerpo, sino mi corazón, mi espíritu y mi moral. Ahora, solo soy
una cáscara vacía con un propósito: recuperar a mi hijo.
Y nadie puede detenerme.

Dejando mi bastón en un rincón fuera de la valla de la casa, me


enderezo la ropa, sintiéndome incómoda con el vestido brillante.
Mi rostro también está lleno de maquillaje en un intento de
emular las fotos que había visto de Chiara en internet.
Desde luego, no había perdido el tiempo para hacer su entrada en la
sociedad.
Los tabloides han documentado sus locas escapadas y sus
amantes desechables, todos ellos excusando el hecho evidente de
que ya está casada. Sus escapadas sexuales son tan famosas que
incluso hay vídeos de sexo de ella en sitios porno -con mi puto
rostro-.
¿Por qué no podía Enzo pedir a los médicos que me dieran un
nuevo rostro? Al menos así no tendría que andar por ahí sabiendo
que Chiara ha destrozado toda mi vida.
Con la cabeza alta, intento emular los gestos de Chiara, sobre
todo su esnobismo. Entro en la casa sin hacer contacto visual con
nadie y sin reconocer al personal. Al fin y al cabo, a Chiara no le
importan las personas con un estatus más bajo que ella.
Cuando consigo entrar en la casa, de repente me sorprende la
familiaridad de todo ello.
Hogar... Alguna vez había sido mi hogar.
Respirando profundamente, me niego a dejarme llevar por la
melancolía. Tengo un propósito.
Pero mientras recorro la casa, me doy cuenta de que no tengo
ni idea de dónde está la habitación de Luca. Solo cuando oigo una
pequeña risa, mi corazón se paraliza y me aferro a ese sonido,
siguiéndolo hasta llegar al segundo piso. La puerta está
entreabierta y me detengo justo al lado para asomarme a la
habitación.
Luca, mi precioso hijo, está en el suelo intentando construir
algo con Lego. Hay alguien más con él, su institutriz
probablemente, y le está ayudando a elegir las piezas con cuidado.
Me llevo la mano a la boca y ahogo un sollozo al ver a mi hijo,
tan grande y guapo. Se parece a Enzo, y apenas se ve un rastro de
mí en él. Con su cabello negro y sus ojos verdes, es como un
muñeco que cobra vida.
Las lágrimas se acumulan en las esquinas de mis ojos, y las
emociones embotelladas amenazan con desbordarse.
Se me escapa un jadeo y la institutriz de Luca se da cuenta que
estoy en la puerta.
—Señora —comienza, su tono no muy agradable.
—Mi marido está en el hospital. He venido a sentarme un rato
con Luca. —Miento entre dientes, esperando ser lo
suficientemente buena actriz como para conseguirlo.
—¿Hospital? ¿Qué ha pasado? —Se pone en pie, con expresión
preocupada.
No es demasiado joven, pero tampoco demasiado mayor. La
institutriz no está mal, pero su repentina preocupación es
interesante.
Dios mío, ¿también se la ha follado?
No quiero pensar en esa pregunta mientras me obligo a
parecer normal.
—Hubo un tiroteo que salió mal. Por ahora está bien —le
explico un poco, mientras mis ojos se centran en el chico del fondo
que me mira con curiosidad.
—Puedes tomarte un descanso para comer mientras yo me
siento con Luca. No tardaré mucho. —Me invento algún otro
compromiso, sabiendo que Chiara nunca pasaría demasiado
tiempo con un niño.
—No sé... —Mira entre los dos—. El Señor Enzo me dijo que
me sentara siempre con Luca, incluso cuando está en casa —
continúa, con rostro de conflicto.
—Solo un cuarto de hora. No lo mencionaré si no lo haces. —
Intento sonreír, rogando a los dioses por un milagro.
—Supongo que podría tomarme un descanso más temprano
para comer —finalmente cede y empuja la puerta para que entre—
. Volveré en quince minutos.
Apenas quince minutos, pero serán los quince minutos más
felices de mi vida.
—Hola, Luca —digo, luchando por agacharme en el suelo.
Siento que mis piernas son de madera cuando quiero que se
doblen bien, el esfuerzo de caminar sin bastón ya me está pasando
factura.
—Hola —dice en voz baja, apretando una pequeña pieza de
Lego contra su pecho.
—¿Qué estás construyendo? —Le señalo los cimientos que ya
ha construido.
—Una réplica de la casa —responde tímidamente, bajando la
barbilla para mirar a cualquier parte menos a mí. Se comporta
como si yo fuera una extraña...
—Luca, ¿sabes quién soy? —pregunto, queriendo saber cuánto
torturar a Chiara antes de su muerte por usurpar mi lugar tan
descaradamente... por llevarse a mi hijo.
—Sí —susurra, y el rojo se extiende desde su cuello hasta sus
mejillas—. Tú eres mi mamá. Pero papá dice que no debería
llamarte así. —Esa pequeña admisión me rompe el corazón.
Puede que me compadezca de mí misma por no haber estado
presente en los primeros años de vida de mi bebé, pero ¿qué pasa
con él? ¿Qué hay del niño que no tuvo una madre? Porque estoy
segura de que Chiara es tan maternal como una víbora.
—Puedes llamarme mamá si quieres. Será nuestro pequeño
secreto —digo, ansiosa de escuchar esa palabra que tanto había
esperado. Lo había imaginado llamándome así desde que estaba
en mi vientre. Me pasaba las noches con la mano en la barriga,
imaginando que tenía a mi pequeño en brazos.
—¿De verdad? —Todavía parece inseguro, así que le aseguro
que solo si está cómodo.
—Vale, mamá. —Me dedica una tímida sonrisa, y yo trato de
apartar las lágrimas, fracasando por completo.
—¿Por qué lloras? —pregunta, levantándose rápidamente de
su asiento y acercándose a mí. Está de pie frente a mí, sus
pequeñas cejas moviéndose por la confusión—. ¿Estás triste?
Niego con la cabeza. ¿Cómo podría explicarle lo que significa
este momento para mí?
—Estoy feliz —digo, sonriendo a través de mis lágrimas—.
Tan, tan feliz. ¿Y sabes por qué?
Sacude la cabeza, sin dejar de mirarme con sus grandes ojos
luminosos.
—Porque Luca está aquí, a mi lado. Y eso me hace muy feliz —
le digo, con las manos temblando en mi regazo por la necesidad
de tocarlo y los ojos todavía goteando como una cascada.
—Pero estás llorando. —Él frunce el ceño al verme—. Solo
lloro cuando me duele —afirma con solemnidad.
—A veces, la gente también llora cuando es feliz.
—¿Necesitas un abrazo entonces? Papá siempre dice que los
abrazos quitan el dolor. Pero si no te duele... —se interrumpe,
visiblemente confundido.
—Me encantaría un abrazo, Luca. Si quieres darme uno —
respondo rápidamente, sorprendida por la oportunidad que se me
presenta. Le tiendo los brazos para que me abrace, con
anticipación en mi interior.
Sus labios se estiran en una sonrisa y se desliza sin esfuerzo
entre mis brazos, los suyos pequeños rodeando mi caja torácica
mientras coloca su cabeza en mi pecho.
La última vez que lo sentí tan cerca fue cuando me estaba
amamantando el pecho.
Lo rodeo con mis brazos, apretándolo contra mi pecho, y
pongo todo mi amor en este abrazo. Subo una mano y acuno su
cabeza para darle un beso en la frente.
—Mamá te ama, Luca —le digo, con la voz cargada de emoción
—, mucho, mucho.
No responde, y me alivia que no lo haga, porque eso
significaría que quiere a esa mujer y no a mí.
Se aparta ligeramente, sus ojos evaluándome con astucia.
Finalmente cedo a mi deseo y toco su mejilla con la mano,
sintiendo su calor.
—Eres un buen chico, Luca. Tu papá debe de estar orgulloso de
ti —lo elogio, llevando la conversación a un tema más cómodo.
—Lo está —responde inmediatamente—. Siempre me dice que
está orgulloso de mí. —Por primera vez, Luca me dedica una
sonrisa completa, sus pequeños dientes blancos brillando a la luz
del sol.
—Yo también estoy orgullosa de ti, ¿sabes? —Sus ojos se abren
de par en par, y me siento obligada a continuar—. Puede que
nunca lo diga, pero lo estoy. Eres mi niño querido. —Le paso el
pulgar por la mejilla, grabando este momento en mi memoria.
Será mi ancla mientras me dispongo a recuperar todo lo que
me robaron.
—Señora. —La voz de la institutriz me sobresalta. Suelto la
mano de Luca y me despido brevemente.
Rápidamente se sumerge de nuevo en sus Legos y no parece
darse cuenta de que me voy.
Ignorando los calambres en las piernas, lo aguanto mientras
pongo mi mejor expresión de despreocupación, limpiando las
lágrimas de mi rostro para asegurarme de no parecer extraña.
—Gracias. Me voy a ir ahora —digo antes de apartar la mirada
de Luca de mala gana y salir de la habitación. Salgo despacio,
agarrándome a la barandilla de la escalera para evitar más
lesiones en las piernas.
Mientras tanto, siento que algo nuevo florece dentro de mi
pecho. Algo familiar y a la vez extraño.
Me ha llamado mamá.
Todavía estoy aturdida, reproduciendo en mi cabeza su suave
voz al decir la palabra.
Es todo lo que necesitaba para seguir adelante.
Espérame, Luca... Mamá va a volver.
ALLEGRA

Agachándome frente a Luca le ayudo a ponerse los zapatos. El


tiempo y mi obstinada determinación han conseguido que mis
piernas recuperen su movilidad. Soy casi tan flexible como antes
del coma, y eso me hace más feliz cuando puedo poner en práctica
mi recién encontrada libertad física con Luca.
Había aprovechado al máximo las veces que he podido
escabullirme para conocerlo, y desde hace semanas tanto Luca
como su institutriz se han descongelado un poco hacia mí.
Supongo que tengo la suerte de que Chiara está casi siempre fuera
y Enzo esté tan ocupado con lo que sea que esté haciendo o con
quien sea que se esté tirando que no está en casa durante el día.
—¿Te gustan los zapatos? —le pregunto cuando termino de
atarle los cordones. Mira las zapatillas azul marino y mueve los
dedos de los pies dentro de ellas. Un lento movimiento de cabeza
muestra su aprobación y una sonrisa se dibuja en mi rostro.
El primer par de zapatos que le he comprado.
El primero de muchos.
He intentado no excederme con mis muestras de afecto ni con
los regalos porque no quería confundirlo: un minuto tiene una
madre descuidada y casi inexistente, y al siguiente una obsesiva.
Ha sido difícil tener paciencia cuando lo único que quiero es
llevarlo conmigo, lejos de toda esa gente.
Pero no puedo. Al menos no todavía.
—Se sienten bien —comenta mientras salta del banco,
caminando unos pasos antes de salir corriendo hacia la parte
trasera de la casa.
—Oye, espérame —le digo, divertida. Yo también empiezo a
correr, lentamente al principio, y voy ganando velocidad a
medida que mis piernas se acostumbran al movimiento.
Se ríe, un sonido que es como un bálsamo para mi corazón,
corriendo en círculos alrededor de un árbol.
—No puedes atraparme, mamá. —Mira hacia atrás, con el
cabello al viento y una sonrisa despreocupada en la cara.
—Mírame. —Finjo indignación mientras cambio de dirección,
corriendo hacia él por detrás. Él me ve, y riendo a carcajadas,
consigue evitar mis manos llenas de cosquillas.
Es astuto, y me esquiva escurriéndose entre mis brazos y
haciendo un giro en U para empujarme al suelo: la víctima se
convierte en el verdugo.
—Luca —gimoteo, riendo mientras intenta torturarme con sus
manitas.
—Ya está, pequeño, ahora eres mío —le digo, con una voz
amenazante y divertida. Agarrando sus manos entre las mías, lo
acerco a mi pecho y le beso la frente—. ¿Te he dicho hoy que te
amo?
—Uhm, dos veces —dice tímidamente.
—Una vez más entonces. Te amooo —le digo con voz
cantarina, lo que le hace reírse un poco más.
—¿Qué coño es esto? —Levanto la vista y me encuentro con
las severas facciones de Enzo mientras observa la escena que tiene
ante él.
—Luca, vete a tu habitación —dice, y Luca se estremece,
acurrucándose un poco más entre mis brazos.
—No deberías hablarle así. —Encuentro mi voz, aunque por
dentro me aterra lo que va a pasar.
Había estado tan feliz de estar cerca de Luca que no había
pensado en todo a fondo. Como lo que pasaría si Enzo me pillaba.
—¿Así que ahora voy a recibir lecciones tuyas sobre cómo criar
a mi hijo? —Su voz está llena de ira y asco y no puedo evitar un
escalofrío por el veneno que me envía, aunque sé que no soy
técnicamente la destinataria designada.
—Luca. —Le acaricio el cabello, bajando la voz para que solo él
pueda oírme—. Haz lo que dice tu padre. Jugaremos más tarde —
le aseguro, y sus ojos verdes como el musgo se vuelven hacia mí,
mirándome casi de forma interrogativa, con la incertidumbre
escrita en la forma en que sus cejas suben y bajan. Me rompe el
corazón la idea de traicionar la frágil confianza que hemos
construido juntos en las últimas semanas.
—No pasa nada —le aseguro de nuevo, y con un movimiento
de cabeza se levanta. Se detiene brevemente frente a su padre y
tienen unas palabras antes de que Luca corra hacia la casa.
—Y tú... —Menea la cabeza, con la nariz levantada en señal de
desagrado—. Nunca pensé que cayeras tan bajo.
Me agarra de la muñeca y me obliga a ponerme en pie,
arrastrándome hacia la casa.
—¿Adónde me llevas?
—Debemos tener una discusión, tú y yo, y no quiero que nadie
presencie en qué podría resultar —dice, con la boca torcida en una
sonrisa cruel. Sus dedos se clavan en mi piel, y su agarre es
descuidadamente doloroso.
—Suéltame. —Agito la mano, intentando que me suelte—. Me
haces daño —gimoteo en un intento de emular a Chiara.
No puedo olvidar que cree que soy mi hermana.
—Y haré cosas mucho peores —menciona, y pasamos por la
entrada mientras me lleva a su despacho, encerrándonos a los dos
dentro.
¡Mierda! Tengo que hacer algo al respecto.
Una pequeña burbuja de pánico estalla dentro de mí mientras
pienso en cualquier forma de salir de esto. No puedo dejar que me
descubra, no cuando he trabajado tan duro hasta ahora para
elaborar mis planes con cuidado.
He sido una tonta, sé que lo he sido, ya que mi codicioso
corazón ha sido incapaz de mantenerse alejado de Luca. Y por eso
he arriesgado todo, incluso mi venganza.
Pero como él es la razón de todo lo que estoy haciendo, no
puedo renunciar a él. Pronto, él será mío -solo mío-, y nos iremos
lejos de este lugar olvidado por Dios.
Cuando entramos, Enzo me empuja al suelo y apenas consigo
amortiguar mi caída.
—¿Qué te pasa? —pregunto, sorprendida por esta muestra de
crueldad. Mis ojos lo miran, tan elegante pero tan peligroso. El tic
de su mandíbula me dice que está a un segundo de estallar.
—¿Que qué me pasa? —Su voz suena incrédula—. Creo que te
dije una vez que si te volvía a ver cerca de Luca te iba a volar los
putos sesos, ¿verdad? —No pierde tiempo en desenfundar su
pistola y metérmela entre los ojos.
Me quedo congelada en el sitio, aterrorizada que un
movimiento en falso me lleve a una muerte prematura.
—Solo le estaba ayudando. Pensé que se había caído y temía
que te enojaras si le pasaba algo mientras yo estaba en casa —
miento, inventando la excusa y esperando que se la crea.
—¿Tú? ¿Ayudándole? —se burla de mí, y el arma se clava aún
más en mi piel. Por motivos de autoconservación, intento no
concentrarme en el cañón de acero que tengo entre los ojos. En su
lugar, le miro directamente a los ojos, improvisando.
Piensa... Actúa como lo haría Chiara.
—Yo también puedo ser humana —me detengo—, a veces —
añado por si acaso—. Sigue siendo mi sangre, ¿no? Y el futuro de
esta familia.
Sí, eso es. Egoísta... Mi hermana es completamente egoísta.
—¿Es así? —Sigue sin convencerse mientras me mira
fijamente, con ojos duros e inflexibles.
—¿Qué gano yo si le pasa algo? —bromeo, esperando tener
razón y que Chiara nunca le haga nada a Luca.
—Efectivamente. —Su mano se relaja un poco en su pistola,
pero sus ojos siguen siendo escépticos.
Haciendo un nuevo espectáculo, levanto las manos y busco su
cinturón.
—Puedo chupártela si me dejas —digo en tono seductor. Sus
rasgos se dibujan con disgusto y rápidamente pone distancia entre
nosotros.
—Vete a la mierda —maldice—, no me digas que te has
quedado sin polla.
Exhalo aliviada porque la pistola ya no está en mi rostro. El
hecho que le repugne tan claramente mi hermana hace que mi
estómago haga una voltereta, un placer no deseado llenándome
por dentro.
¡No! ¡No puedo permitirme encariñarme con él!
—Si eso es todo. —Me encojo de hombros, acomodándome la
camisa por encima de los vaqueros y preparándome para salir.
—No —me dice, ya instalado en su estudio—. Una cosa más —
empieza, sus ojos escaneándome de arriba a abajo—. Asegúrate de
que tus padres vengan al baile. Nuestra familia tiene que estar
unida en momentos como éste, ¿no? —pregunta con sorna, y yo
me limito a enarcar una ceja.
—Lo que desee, su alteza —respondo automáticamente,
fingiendo una reverencia. Salgo de la habitación, casi corriendo,
con la necesidad de estar lo más lejos posible de él.
¿Por qué?
¿Por qué sigo siendo tan débil cuando se trata de él? Uno
pensaría que con todas las pruebas que tengo de su traición -
pruebas fotográficas- sería un poco más firme en mi desprecio
hacia él.
Hay una línea muy fina entre el amor y el odio.
Y todavía estoy tambaleándome en ese delgado límite entre
ambos, incapaz de comprometerme firmemente con ninguno de
los dos lados.
¿Estoy realmente obligada a ser una perra patética durante
toda mi vida? ¿Solo porque él fue la primera mano que me dio de
comer tengo que seguir corriendo a por más, incluso cuando él
golpea donde más duele?
Ojalá hubiera una respuesta a esto. Una forma de apagar el
amor para poder centrarme solo en el odio.

—Deprisa —digo mientras me quito los vaqueros de las


piernas para ponerme el pijama. Lia sostiene la blusa por encima
de mi cabeza y rápidamente deslizo las manos por ella mientras la
baja.
—No me dijo que iba a venir hoy. —Un ceño de consternación
aparece en su rostro mientras me ayuda a meterme en la cama,
enganchando mi dedo a la máquina y acomodando las cosas a mi
alrededor para que todo esté impecable.
Enzo suele llamar con antelación para informar a Lia de
cuándo debe esperarle, pero esta vez hemos tenido que oír a Fred,
uno de los amigos de Lia de la seguridad, que se limitó a avisarla.
—No importa, estamos bien —digo rápidamente, sabiendo que
va a llegar en cualquier momento—. Solo cálmate, Lia —digo, y
un momento después se abre la puerta.
Aprieto rápidamente los ojos, deseando que mi cuerpo se
relaje. El pitido de mi pulso no ayuda mientras oigo a Enzo entrar.
—No ha llamado, Signor —empieza Lia, sonando un poco
agitada.
¡Maldita sea, Lia! Actúa con naturalidad.
—Tengo un vuelo mañana y quería verla antes de salir. —Su
profunda voz resuena en la habitación. Privada de mi vista, solo
puedo confiar en mi oído y afino la cadencia de su tono—. ¿Algún
cambio? —pregunta mientras acerca la silla a mi lado y su mano
roza la mía.
—Lo mismo de siempre —dice Lia.
—Déjanos —decreta, sin dejar lugar a la discusión. Hay
algunos cambios en la habitación antes que oiga la puerta cerrarse.
—Pequeña tigresa —empieza, llevando mi mano a su boca. Me
quedo quieta, aunque un escalofrío me recorre la columna
vertebral al oír el apodo y el hecho de que me toque con tanta
ternura—. Cada vez me resulta más difícil estar lejos de ti —dice,
rozando el dorso de mi mano con su cálido aliento, haciéndome
sentir más segura. Se me pone la piel de gallina. Espero que no se
dé cuenta del cambio, ni del hecho de que tiemblo ligeramente
cada vez que me roza la muñeca con el pulgar.
¿Por qué tiene que ser tan seductor? ¿Tan magnético?
—Cada año espero que sea el último y que por fin despiertes.
Pero... —Hace una pausa, y un líquido resbala por mi mano.
Tardo un momento en darme cuenta de que son lágrimas, como
sonidos apagados que acompañan a la humedad.
¿Está... llorando? ¿Por mí?
Viene a visitarme semanalmente, pero hasta ahora solo me
había hablado de Luca: me contaba sus aficiones, cómo disfrutaba
de sus clases de piano o cómo su primer pequeño espectáculo
había sido un éxito. Sus conversaciones nunca habían tocado nada
delicado, y yo lo había agradecido. Sobre todo, me había alegrado
de saber más cosas sobre mi hijo, detalles que, de otro modo,
nunca habría conocido.
—¿Sabes?, cuando pensé que tu hermana te había matado,
estaba dispuesto a arrasar con cada uno de ellos. Tenía mi arma
cargada y no habría dudado en crear un baño de sangre. Lo peor
de todo es que... —otra pausa mientras respira profundamente, y
lleva el dorso de mi mano contra su mejilla húmeda—, si no
hubiera sido por Luca, yo también me habría matado. —Las
palabras son suaves, apenas superando un susurro.
El corazón se me para en el pecho, sus palabras golpeándome
tan fuerte que casi jadeo en voz alta. Pero me aguanto.
—En ese momento todo lo que vi fue venganza. Porque me
habían arrebatado tu persona antes que consiguiera demostrarte
lo mucho que significas para mí. —Me aprieta la mano, con la voz
casi rota mientras continúa—. Y a veces, como hoy, me pregunto
si todo esto merece la pena... si... —Su garganta se atasca, y la mía
también, mientras mis ojos se humedecen tras los párpados—, si
nunca despiertas. ¿Qué voy a hacer si nunca despiertas? Y
entonces pensé en algo. Cuando Luca sea lo suficientemente
mayor para irse a vivir solo, puedo unirme a ti.
Me cuesta todo lo que llevo dentro no reaccionar ante esa
afirmación, pero cuando empieza a entrar en detalles sobre sus
planes, incluidos los lugares que ha elegido donde podremos estar
juntos para siempre -el sueño criogénico lo llama él-, mi corazón
empieza a latir sin control.
Los pitidos del monitor reflejan el cambio repentino, los
sonidos haciéndose más cortos en el intervalo.
—Tigresa —dice, su voz apenas supera un susurro, la
incredulidad goteando de esa única palabra.
Debe haber notado también mis latidos.
¡Maldita sea!
¿Pero cómo se supone que no debo reaccionar cuando me dice
cosas así?
—¿Me oyes? —dice con una voz tan suave, su aliento
recorriendo mi piel mientras empieza a besarme en el punto del
pulso.
¿Tenía que ir a por ese punto? Maldita sea, hace calor aquí.
No respondo, vaciando mi mente y tratando de calmar mi
errático corazón.
—Dios, si puedes oírme, por favor vuelve a mí. Haré todo lo
que quieras; te lo juro. Nunca mataré a otra persona en mi vida si
eso es lo que quieres. Podemos mudarnos a otro lugar. Cualquier
cosa, pequeña tigresa. Pero, por favor, vuelve a mí.
Su grito de dolor me llega a lo más profundo de mi alma, y no
sé cómo consigo mantener la compostura. Sigue hablándome de
esa vida perfecta que tendríamos juntos con Luca y otros niños, de
cómo no volvería a disgustarme.
Y yo vacilo.
Hay tanta sinceridad en su voz, tanta franqueza emotiva, que
apenas me contengo para saltar de la cama y caer en sus brazos.
Pero eso sería débil.
¿Cuántas veces he cedido ante él? ¿Solo para decepcionarme
una y otra vez?
La vida perfecta de la que habla con tanto cariño sería solo una
ilusión. Una que acabaría por romperse y me quedaría como
antes: maltrecha y sangrando y recogiendo los pedazos de mi
corazón roto.
Esta determinación es lo único que me ayuda a bloquear todo,
incluso el dulce beso que me da en los labios cuando se levanta
para irse.
—¿Qué ha pasado? —irrumpe Lia en la puerta un rato
después.
Me pongo de pie y me limpio los ojos, secando el pequeño
hilillo de humedad que se abre paso por mis mejillas.
—El Signor tenía muy mal aspecto. ¿Ha dicho algo? ¿Qué ha
pasado? —continúa indagando, pero yo solo niego con la cabeza.
—Nada. —Agito la mano con indiferencia—. Empecemos a
planear.
Enzo puede esperar.
Mi familia no.
—¿Puedes comprobar la parte de atrás? —Me bajo la peluca
por la frente, ajustando la raya del cabello.
—Ya está hecho —dice Lia mientras aparta los rizos para
comprobar si está asegurada en su sitio.
Esta noche es el baile del que había hablado Enzo y, para mi
gran sorpresa, es un baile de máscaras. Eso significa que nadie
sabrá quién soy y podré mezclarme entre los invitados. Y si lo que
ha dicho sobre la presencia de mis padres es cierto... entonces creo
que es la oportunidad perfecta para tener un tête-à-tête con mis
progenitores.
Me he tomado muchas molestias para asegurarme que nadie
pueda ver a través de mi disfraz. Tengo todo el rostro maquillado,
Lia me ayudó a reservar una cita con un profesional. El
maquillador me había definido las mejillas y la mandíbula para
que, cuando me ponga la máscara, no parezca yo en absoluto.
Hecha completamente de encaje negro, la máscara es ajustable
y se adapta perfectamente a la mitad superior de mi rostro,
protegiendo mi identidad. También me he puesto un par de lentes
de contacto azules, por si acaso.
—Si no supiera que eres tú... —Lia se detiene, y sus ojos
recorren mi escandaloso vestido, un vestido negro de lolita. Un
corsé me ciñe la cintura y me sube las tetas, y la falda apenas me
cubre el culo.
Nadie creería jamás que la aburrida Allegra se pondría algo
así. Es mucho más indicativo del vestuario de Chiara. Pero para
este evento tengo que no ser yo lo que más pueda.
Porque no puedo tener nada que me incrimine.
Añadiendo algunas pequeñas herramientas a una simple bolsa
negra, me preparo para salir.
—¿Está segura de esto, señorita? Todavía puede retirarse…
dejarlo ir —me dice Lia mientras me dirijo a la puerta. Sé que tiene
buenas intenciones, y como tiene un corazón tan puro no puede
comprender que en mis venas hierva la necesidad de que se haga
justicia. Creo que nunca podré perdonar a nadie y seguir
mirándome al espejo.
Toda mi vida he soportado el desprecio de la gente pensando
que tal vez, había algo que me faltaba y que provocaba lo peor en
los demás. Tal vez era alguien que provocaba solo desprecio. Me
había conformado con mantenerme al margen, permaneciendo en
mi propio mundo e ignorando las púas que me rodeaban, y
probablemente, si todavía hubiera sido solo yo, habría seguido así.
Pero involucraron a mi hijo en esto, y eso nunca lo perdonaré.
Todavía recuerdo el momento de su nacimiento, o los días en
que lo abrazaba contra mi pecho, susurrándole dulces palabras e
imaginando el futuro. Por una vez había sido optimista sobre mi
propio destino. Simplemente tenía ganas de vivir: ver los primeros
pasos de mi bebé o escuchar sus primeras palabras. Esas etapas
parecían tan fáciles en aquel momento, tan inocentes.
Pero aquí estoy. Cinco años después y no tengo nada de eso.
Me robaron cinco años de la vida de mi hijo y por eso, pagarán.
—Estaré bien —le digo secamente, dándole a entender que no
hay vuelta atrás.
Pronto me encuentro atravesando las puertas de la casa y
entrando en el animado ambiente. A mi alrededor todo el mundo
lleva una máscara, algunos incluso optan por disfraces completos.
Veo piratas, hadas y vampiros.
Tal vez podría haberme vestido un poco mejor.
Hago una ronda por el salón de baile, tomando un vaso de
ponche y fingiendo que lo sorbo. Mis ojos se fijan en todos los que
entran y salen, lista para actuar.
Sin duda, Enzo no ha escatimado en gastos para este baile, ya
que también hay una orquesta en vivo en la esquina que se está
preparando para iniciar un vals.
—Creo que no he tenido el placer —dice una voz suave detrás
de mí. Me vuelvo ligeramente, solo para encontrarme con la
mirada penetrante de mi marido, su endeble máscara haciendo
poco por ocultar su identidad.
—No, creo que no —respondo en inglés.
Me había preparado para esta eventualidad. Dado que Enzo y
yo solo hablábamos en siciliano, sería más fácil ocultar mi
identidad de esta manera. Sin que él lo sepa, mi inglés también ha
mejorado, y ya nadie puede burlarse de mi acento de campesina.
—¿Por qué no me dices tu nombre, guapa? —Su encanto no
tarda en actuar y siento una punzada en el corazón. Claro que es
un coqueto innato.
—¿Qué tal si no lo hago? —replico con picardía, devolviendo
el coqueteo—, todo esto es por el morbo de lo secreto, ¿no?
Esta noche no se trataba de Enzo, pero al mirarle a los ojos no
puedo evitar recordar las lágrimas que derramó junto a mi cama
no hace mucho tiempo.
La risa burbujea en mi interior cuando me doy cuenta de que
hace unos días me estaba prometiendo la eternidad, y ahora está
aquí intentando ligar con otra mujer.
¡Oh, qué ironía!
Y yo fui una vez más la chica tonta que creyó en sus dulces
palabras aderezadas con arsénico.
Tal vez todo esto es por una razón. Finalmente borrarlo de mi
corazón para siempre.
Está claro que no sabe quién soy, así que ¿no sería ésta la mejor
manera de probar su lealtad?
—Baila conmigo. —No me da tiempo a reaccionar, y me hace
perder literalmente los pies, llevándome con él a la pista de baile.
El vals está en pleno apogeo, y su mano llega a la parte baja de
mi espalda, sujetándome cerca de él mientras me guía en el baile.
Le rodeo con los brazos y me aferro a él, tan cerca pero a la vez tan
lejos.
—¿Y si hubiera dicho que no? —pregunto con descaro,
decidida a ver hasta dónde está dispuesto a llevar esta coquetería.
—¿Lo harías?
—Sí. Estoy casada, ya ves —digo suavemente, mis palabras
terminando en un triste suspiro.
—¿Es tan malo? No pareces muy apegada a tu marido. —Me
hace girar una vez antes que mi frente entre en contacto con la
suya una vez más, esta vez más cerca, nuestros cuerpos alineados
perfectamente.
Se me corta la respiración cuando su mano baja ligeramente.
Vuelvo los ojos hacia los suyos, curiosa por ver qué se esconde en
su mirada cuando está encantando a otras mujeres que no son su
esposa.
—Él no está muy unido a mí. —Giro la cabeza hacia un lado,
fingiendo decepción—. Es un mujeriego al que no le importan mis
sentimientos.
—¿Cómo podría alguien no preocuparse por tus sentimientos,
cara? Eres sencillamente exquisita. —Siento su aliento justo debajo
de mi oreja, caliente, pecaminoso y atrayente.
—Díselo a sus muchas amantes —replico irónicamente.
—Entonces es un tonto si no sabe lo que tiene. —Sus dedos
están jugando con los míos en una postura que haría enloquecer a
un profesor de danza clásica. Bajando lentamente, rozan mi
muñeca antes de tomarla y llevarla a su boca.
—¿Cuál sería el mejor castigo para un adúltero así? En tu
opinión. —Intento ignorar la forma en que mi piel reacciona a su
tacto o cómo se me rompe el corazón al verle hacer a otra todo lo
que me ha hecho a mí.
—Hmm —empieza, y baja la cara para que apenas haya
distancia entre nosotros—. ¿Un cuchillo en el corazón?
No puedo evitar echar la cabeza hacia atrás y reírme. Qué
apropiado.
Puede que acepte su oferta. Pronto.
Pero por ahora, voy a aprovechar esta interacción.
Vamos Enzo, mata mi corazón para que yo pueda matar el tuyo.
—Exactamente —exclamo—, imagina cómo se sentiría si yo
participara en las mismas.... aventuras —le lanzo la idea,
queriendo ver su reacción.
—No muy bien. Sé que yo no lo haría si tuviera a alguien como
tú —susurra, con su mano aún haciendo el amor con la mía—. Me
agarraría tan fuerte que nunca me soltaría.
—¿De veras? —pregunto en un tono jadeante, levantando la
cabeza para tantearle con mis labios cerca de su mejilla, y luego de
sus labios—. Entonces tal vez debería hacer precisamente eso.
Darle de probar su propia medicina.
La mano en mi espalda se tensa, acercándome a él, tan cerca
que puedo sentir su creciente excitación.
—¿De verdad? —dice, y su voz me provoca escalofríos en la
espalda. Hay una tensión repentina en la forma en que me sujeta,
y por un segundo me preocupa que pueda romperme.
—Dígame, señor —digo con mi voz más inocente—, ¿me
follaría para poder volver con mi marido?
—¿Es eso lo que quieres, preciosa? ¿Ser follada por un
desconocido solo para vengarte?
—Oh. —Me río ligeramente—, es solo el comienzo de la
venganza. Pero me vendrá muy bien.
Sin dejar de sujetarme, me lleva fuera del salón de baile hacia
el jardín. A pesar del bullicio que hay dentro, apenas hay gente
fuera.
Me hace retroceder hacia un rincón oscuro hasta que mi
espalda se apoya en la pared de la casa.
¿Servirá esto de algo? ¿Si sé con seguridad que se follará a cualquier
mujer?
Sí, lo hará. Mi mano no temblará en el gatillo cuando apunte a
su corazón.
—Corderito, corderito, sal con los lobos —dice, sus labios
rozando los míos, pero no del todo.
—Arrodíllate —me ordena, y yo frunzo el ceño, mirándole
interrogativamente.
—Arrodíllate. Querías que te follara un desconocido, y lo
tendrás, pero lo haremos a mi manera.
Me empuja los hombros hasta que me encuentro de rodillas
frente a él, mirándole desde abajo.
Su mano me acaricia la mandíbula, y su dedo recorre la línea
de mi mandíbula.
—Quieres jugar en la oscuridad, corderito, ¿no es así? —
pregunta, y sus palabras no tienen mucho sentido.
Sus manos abandonan mi rostro mientras se desabrocha los
pantalones, sacando su dura polla y acariciándola delante de mí.
Dios, ¿de verdad estoy haciendo esto?
Me echo hacia atrás, repentinamente asqueada de mí misma
por haber contemplado esta locura, y menos aún por haberla
llevado tan lejos.
Pero su mano vuelve a estar en mi barbilla, obligándome a
mirarle.
—¿Ya te rindes? —se burla de mí, pero el tono que utiliza hace
todo lo contrario: me hace querer demostrar que está equivocado.
Quito la cara de sus manos y me pongo de rodillas hasta
quedar a la altura de su polla.
Nunca habíamos hecho esto antes.
Nunca me había dejado hacerle una mamada, y no por falta de
ganas. Siempre me distraía bajando sobre mí o simplemente
follando hasta el cansancio.
El hecho de que lo haga con otra mujer solo hace que el abismo
de mi pecho se abra aún más.
Tomando su polla con la mano, inclino la cabeza y lo rozo con
mis labios, mi lengua acariciando la parte inferior.
Él sisea, empujando de mi cabello.
—Sí, corderito, chupa bien esa polla —gime cuando abro la
boca para meterla más.
Pero esto está muy mal, porque no solo tengo su polla en la
boca, casi golpeando la parte posterior de mi garganta, sino que
también siento que me estoy mojando cuando debería ser todo lo
contrario.
Con las manos, lo acaricio de arriba a abajo mientras chupo la
cabeza, mis labios rodeando su grosor y mi lengua lamiéndolo.
—¡Joder! —maldice, y su mano se dirige a mi nuca,
empujándome hacia él hasta que su polla me provoca arcadas.
—Me voy a correr, corderito, y quiero que te tragues hasta la
última gota. ¿Crees que puedes hacerlo por mí? —me pregunta,
con su pulgar acariciando mi mejilla cariñosamente.
Asiento con la cabeza y, antes de darme cuenta, chorros de su
semen salen disparados hacia mi boca. Me lo trago todo y me
encuentro con que me está mirando fijamente, todavía
masajeando tiernamente mi mejilla.
—Joder, eres el sueño húmedo de cualquier hombre —gime, y
sus palabras son como un chorro de agua fría que disipa el
hechizo en el que me encontraba y me despierta a una realidad
aleccionadora: está siendo más amable con una desconocida de lo
que ha sido nunca conmigo.
Su polla sigue palpitando en mi boca, y un pensamiento
repentino entra en mi mente.
Debería morderla. Asegurarme de que nunca se la meta a nadie más.
Mirándolo seductoramente a través de mis pestañas,
aprovecho su niebla post-orgásmica para rodear con mi boca el
tronco y meterlo más profundamente en mi boca antes de apretar
con mis dientes su longitud.
Toma eso, adúltero hijo de puta.
Se sacude de dolor y siento un hilo de sangre en mi lengua.
Antes de poder hacer más daño, está fuera de mi boca y me sujeta
por el cuello, con sus ojos brillando peligrosamente en la
oscuridad.
¿He ido demasiado lejos?
—Estamos un poco sedientos de sangre, ¿no? —Me levanta
una ceja.
Lucho contra su agarre, pero solo consigo dar un paso antes de
encontrarme apoyada contra la pared. Enzo está a mi espalda, su
mano subiendo por mi muslo en busca de mi ropa interior.
—¿Ese era tu plan todo el tiempo, pequeña salvaje? ¿Tenerme
a tu merced para hacerme sangrar? —Su aliento es caliente en mi
cuello mientras me rompe las bragas de un tirón.
¡Maldita sea! Había olvidado lo peligroso que puede ser.
—Por eso te has puesto este vestido tan endeble, ¿no? Eres un
cebo para pollas, ¿verdad? —pregunta, con la voz rasgada
mientras arrastra sus dedos por mis pliegues empapados.
—Joder, estás empapada. —Lo siento a mi espalda, empujando
su cuerpo hacia mí, su polla ensangrentada justo entre mis nalgas.
—Suéltame —le digo, enviando mi codo a sus entrañas.
—¿No has venido a que te follen? No hago las cosas a medias,
corderito, y parece que has sido una niña muy traviesa. Jugar
conmigo así... ¿Fue divertido? —me pregunta, posando un dedo
en mi clítoris.
Un gemido se me escapa ante la sensación.
—Tu cuerpo pide que te folle en este momento. Tu coño está
pidiendo mi polla, ¿verdad? —continúa, su dedo todavía jugando
con mi clítoris.
—Quieres que mi maldita polla te llene, ¿verdad, pequeña
salvaje? Sentir cómo mi sangre y mi semen se mezclan en tu coño
chorreante. —Sus movimientos sobre mi clítoris se aceleran y casi
me pierdo. Pero aun así sé que no puedo permitirlo, así que
intento apartarme, cualquier cosa para escapar de su agarre.
Sus manos me aprietan la cintura, y su cuerpo se alinea con el
mío contra la pared. Entonces su polla se acerca a mi entrada, la
cabeza apenas llegando al interior.
Un solo empujón y ya está dentro, estirándome y llenándome
al mismo tiempo. Siento la pegajosidad de la sangre junto con mis
jugos cuando empieza a entrar y salir.
—Tal vez esto no sea suficiente castigo para ti —dice con sus
dientes rozando la piel justo debajo de la oreja—. Quizá lo
siguiente que debería hacer es tomar tu culo. —Jadeo ante sus
palabras y empiezo a forcejear. Pero no puedo hacer nada, ya que
me sujeta con más fuerza y sus caderas entran y salen de mí con
más agresividad.
Dios, debería odiar esto... Realmente debería.
Pero mi cuerpo hambriento recibe cada una de sus embestidas,
absorbiendo todo el placer que puede darme. Mi alma, en cambio,
se vuelve más sombría.
¿Estás satisfecha ahora, Allegra? Tienes todas las pruebas que
necesitas de que tu marido es un asqueroso bastardo... y un infiel.
Admitiendo que soy un patético desastre que está por encima
de sus posibilidades, dejo de luchar.
Dejo que me folle, sintiendo cada golpe de su polla y la forma
en que me mantiene pegada a su pecho, mientras sus caderas se
mueven contra mí, su polla deslizándose dentro y fuera.
Cuando por fin se libera con un gemido desgarrado,
aprovecho que ha bajado la guardia para empujarlo, enderezando
mi falda y huyendo de su presencia.
—Corre corderito, corre. —Me sigue su voz burlona mientras
doblo la esquina y me dirijo de nuevo a la casa. Siento la mezcla
de sangre y semen que se escapa lentamente de mí y busco un
rincón apartado para limpiarme.
Acabo de obtener una prueba irrefutable de que mi marido es un puto
degenerado.
Respiro profundamente, tratando de calmarme.
No voy a llorar. Ya no.
En lugar de eso, me armo contra cualquier emoción. Y por una
suerte desconocida, mientras vuelvo a la fiesta, vislumbro a mi
madre.
Y ella también me facilita el trabajo mientras se dirige al baño.
Supongo que ahora no tengo que intentar cogerla a solas.
La sigo, mis pasos acercándome a mi objetivo de la noche. Ella
entra en el baño y yo cojo la puerta, cerrándola detrás de mí.
Ella está en un puesto haciendo sus necesidades, así que me
apoyo en el mostrador, mirándome en el espejo, en los ojos
extraños que me devuelven la mirada.
La puerta de la cabina se abre con un clic y ella se acerca al
lavabo para lavarse las manos. Observo con el rabillo del ojo cómo
parece tan despreocupada, tan indiferente mientras su hija ha
estado debatiéndose entre la vida y la muerte durante los últimos
años.
¿Cómo puede ser una madre?
Se dispone a marcharse y finalmente hablo.
—¿No me has reconocido, mamá? —imito la voz aguda de
Chiara.
—Dios mío, me has asustado. —Se da la vuelta, evaluándome.
Entorna los ojos antes de sonreír—. Eso sí que es un disfraz. No
me di cuenta de que eras tú. —Se acerca y pasa la mano por mi
rostro con cariño.
Nunca me había tocado con tanta ternura.
Me quedo inmóvil mientras la observo mostrar tanto cuidado
por primera vez. Ella sigue sin saber mi identidad, y sus dedos se
mueven alrededor de mi cuerpo mientras trata de enderezar mi
ropa.
Como debería hacer una madre.
—¿Con quién te has acostado ahora? —me pregunta, mientras
sus ojos recorren mis piernas, donde la hierba sigue impresa en
mis rodillas—. Te dije que fueras más discreta. No queremos que
la gente dude de la paternidad de Luca cuando finalmente nos
deshagamos de Enzo —dice, con una voz ligeramente
reprendiendo, pero sobre todo llena de indulgencia.
—Estaba pensando en mi hermana esta noche. —Desvío el
tema hacia un terreno incómodo, necesitando ver su reacción. Sus
rasgos cambian de inmediato y su anterior sonrisa cariñosa está
ahora llena de malicia.
—¡No lo hagas! —Su tono es cortante—. Recuerda que, para
empezar, nunca tuviste una hermana —continúa, y sus retorcidas
palabras me duelen aún más.
—Quizá no tenía que morir —continúo indagando, deseando
que su fealdad salga a la luz.
—¡Chiara! —exclama, dando un paso atrás, con expresión
indignada—. ¿Qué te pasa? ¡Ella nunca fue parte de la familia!
Solo era alguien que podíamos usar y desechar. Deja que eso se te
meta en la cabeza. Era un medio para un fin. —Se ríe—.
Ciertamente nos dio todo esto. —Agita su mano.
—Lo siento, mamá, estoy un poco introspectiva esta noche.
Somos gemelas idénticas... Estaba pensando que fácilmente podría
haber sido yo la marginada y ella tu querida niña.
Sus manos se agarran a mis hombros y su mirada se encuentra
con la mía. Veo determinación y una convicción inquebrantable.
—No lo hagas, querida. Ella nunca podría haber ocupado tu
lugar. Desde el momento en que viniste al mundo supe que mi
corazón solo podía amar a una niña. Eras tan preciosa...—
suspira—, te acercaste a mí inmediatamente, abrazándome y
ofreciéndome tu amor incondicional. Tu hermana -sus fosas
nasales se levantan y sus ojos se entrecierran-, además de que casi
me desangró, tuvo la audacia de llorar cada vez que intentaba
tocarla. Me odiaba desde el principio. Mi nonna me había
advertido que daba mala suerte, y empecé a ver lo mala que era.
—Eres todo lo que una madre podría haber querido, mi
querida Chiara. —Me toma en sus brazos, dándome mi primer
abrazo paternal.
Estoy inusualmente indiferente ante el hecho de descubrir que
lo que más había anhelado no era más que una ilusión. ¿Por qué
anhelaba el afecto de esta mujer? La miro y casi me avergüenzo de
haber hecho cualquier cosa para obtener su aprobación, incluso
entregarme como cordero de sacrificio a Franzè.
Al menos ahora tendré la conciencia limpia.
—Gracias, mamá —le digo, dejándole un momento para que
asimile esta interacción antes de reventar su burbuja.
Se dirige al espejo para arreglarse el cabello, mientras habla de
alguna tontería de moda. Me muevo detrás de ella, mis manos ya
están enguantadas y mi pequeña bolsa tiene todas las
herramientas que necesito para hacer de esto una experiencia
inolvidable.
Coloco mi mano en la parte posterior de su cabeza y
simplemente aplico la presión suficiente para que un segundo esté
sentada y mirándose en el espejo, y al siguiente su rostro haga
contacto con el borde del mostrador.
La música está a todo volumen y suena en toda la casa, pero
aun así el ruido de los huesos contra el mármol hace un ruido
sordo.
—¿Qué...? —balbucea.
—Oh, madre querida, pero olvidé decirte un pequeño detalle.
No soy Chiara —le susurro en el cabello, y observo en el espejo el
cambio en su expresión: la seguridad en sí misma se convierte en
miedo.
—No puedes... estás muerta. —sigue repitiendo, con los ojos
desorbitados.
—Me siento muy viva —digo encogiéndome de hombros,
demostrando mi punto de vista al golpear su cabeza contra el
mármol de nuevo.
—Cómo... cómo puedes... —Su voz ya está rota y llena de
dolor. Lo sé muy bien porque a mí también me golpearon el rostro
contra una superficie dura—. ¡Soy tu madre! —grita.
—¿Mi madre? —resoplo, mis dedos tensándose en su cabello—
. El título de madre no es solo de nacimiento. —Me río, con una
violenta tormenta gestándose en mi interior—. Hay que ganárselo.
¿Qué has hecho para que te llame madre? ¿Venderme? ¿Matarme?
Ella gime, y sus manos se mueven salvajemente a su lado,
tratando de aferrarse a mí.
Cambiando de táctica, la arrastro hasta de los cubículos,
todavía sujetándola por el cabello. Su rostro sangra ligeramente,
pero esto es solo el principio.
Introduciendo su cabeza en la taza del váter, me deleito con el
sonido de la asfixia, levantándola solo para ver la expresión de
terror en su rostro.
—Gracias por aclararme lo que siempre quise saber —añado,
dándole una patada en las costillas cuando empieza a moverse—.
Pero sigue sin ser suficiente. ¿Cómo crees que se siente una niña
cuando las personas que deberían haberla querido terminan
odiándola más? ¿Has pensado alguna vez en mí? No, veo en tu
rostro que no lo has hecho. Me despreciaste tanto que
inmediatamente firmaste mi muerte. ¿Por qué? ¿Por dinero? ¿Por
la fama? ¿Para darle el protagonismo a Chiara?
La sumerjo en el agua hasta que las burbujas brotan en la
superficie, y su jadeo me indica que ya se está asfixiando.
Agarrándola por la nuca, la apoyo contra la pared,
estudiándola.
—Tú... eres un monstruo —me grita, con puro terror en su
mirada.
—¡Vamos, no seas hipócrita! —Pongo los ojos en blanco—. No
puedes crear el monstruo y luego quejarte cuando se suelta.
Saco un pequeño cuchillo de mi bolsa y se lo paso por el rostro.
—¿Acaso sabes lo que me hizo tu querida hija? —pregunto y
ella traga con fuerza—. Me desfiguró. ¿Te imaginas lo que se
siente al tener la carne de tu cara colgando, el dolor tan asombroso
que apenas puedes moverte?
Mis palabras la despiertan y empieza a forcejear de nuevo.
Con una mano agarrando su garganta, sujeto el cuchillo con
fuerza con la otra y corto cuidadosamente un contorno alrededor
de la cara. Grita de dolor y sus piernas patalean debajo de mí.
Aplicando más presión, continúo cortando bajo la piel,
arrancando colgajos de carne y desprendiéndolos del músculo. Su
expresión es un grito perpetuo, con la boca en forma de o.
Debe de haberse desmayado por el dolor.
Sintiendo el pulso superficial con mi mano, vuelvo a cortar la
carne hasta separar toda la piel del rostro.
Mutilada así, casi parece humana. Ni siquiera siento asco al
contemplar el enrojecimiento de sus músculos y su carne, la
sangre acumulándose lentamente en su rostro.
La fealdad interior es ahora la fealdad exterior.
Tomando la débil carne la coloco en su mano derecha. Luego
envuelvo su otra mano alrededor de la hoja, acercándola
lentamente a su garganta. Apretando sus dedos sobre el cuchillo,
clavo la afilada punta en su piel. De la herida empiezan a brotar
lentamente hilos de sangre.
Doy un paso atrás, queriendo evitar los chorros de sangre una
vez que la presión sobre la herida disminuya.
—Otro menos —murmuro para mí, tomándome un momento
para disfrutar de mi venganza.
ENZO

Cruzando los brazos bajo mi pecho, observo cómo cargan a


Cristina en una camilla y la sacan del baño.
¿Cuántas personas más tienen que morir bajo mi techo?
La había visto antes de que los limpiadores llegaran al lugar y,
a pesar de lo sangriento de la escena, no podía sentir ninguna
compasión por ella.
Allegra, Allegra, ¿qué voy a hacer contigo?
Llevaba un tiempo sospechando, y en el momento en que la
pillé con Luca, luciendo una expresión tan despreocupada -tan
distinta a la de Chiara-, supe que algo iba mal. Intenté presionarla
para ver hasta dónde llegaba el engaño, pero ella mantuvo la
cabeza alta y apenas vaciló en su actuación.
Mis sospechas se confirmaron más tarde en el hospital, cuando
vi cómo reaccionaba su corazón a mis declaraciones. Aunque todo
lo que había dicho era cierto, también había elegido mis palabras
con cuidado para obtener una respuesta de ella.
Unos días después, me llevé a Lia a un lado y conseguí sacarle
la verdad. Allegra estaba despierta y bien, pero también
empeñada en vengarse. Y yo era uno de sus objetivos. También
me informó de sus planes para el baile, así que le seguí la
corriente.
Si quiere su venganza, entonces la va a tener. Dije que haría
cualquier cosa por ella y si eso es lo que más desea, entonces será
suya.
Decir que tengo el corazón roto, sin embargo, es un
eufemismo. Tenerla en mis brazos y ver el desprecio en sus ojos, la
forma en que hablaba de su marido mujeriego, me hizo dudar de
todo lo que había hecho hasta ese momento.
¿Había tomado la decisión correcta?
Pero cuando ella empezó a hablar de follar con otro hombre,
simplemente estallé. Quería dejar mi marca en ella de tal manera
que nunca considerara dejar que otro la tocara.
¡Maldita sea!
La cagué porque no podía mantener mis manos lejos de ella.
Cinco años y nunca antes había sentido el impulso, pero un
minuto con mis manos en su piel, mi polla en su boca y había
explotado: el primitivismo animal y la obsesión me llenaban de
una necesidad de hacerla mía de nuevo.
Probablemente me habría detenido en eso también, ya que no
había planeado follarla de verdad. Sin embargo, debería haber
sabido que esa pequeña salvaje nunca se echaría atrás sin luchar,
especialmente desde que cree que la he traicionado.
El momento en que ella mordió mi polla... Dios, incluso ahora
el dolor me hace estremecer. Es como si hubiera perdido la cabeza.
En un momento había sido sensato, y al siguiente quería follarla
hasta la saciedad.
¡Maldito infierno!
Perdí la maldita cabeza, y fui demasiado lejos. Y ahora
probablemente me odia aún más.
Aprieto los puños con frustración al darme cuenta de lo mucho
que la he fastidiado.
Había ensayado tantas veces las cosas que le diría cuando se
despertara, desde disculpas profusas hasta confesiones de amor
eterno. Todas ellas implicaban que me pusiera de rodillas frente a
ella y le pidiera perdón, ¿y qué hice? La hice arrodillarse ante mí.
Soy un maldito idiota.
Creo que es seguro decir que dejé que mi otra cabeza pensara
por un buen minuto.
Viendo los extremos a los que ha llegado para vengarse, está
claro que una mísera disculpa no será suficiente, no importa
cuánto tiempo pase de rodillas. No, solo tendré que darle su
venganza, y esperar que tal vez, ella tenga en su corazón el
perdonarme.
A estas alturas... lo dudo.
Con las limpiadoras ocupadas en su trabajo, Chiara finalmente
baja las escaleras, con un aspecto tan desaliñado como siempre.
—¿Qué ha pasado? —Enfoca los ojos hacia los hombres que
llevan a su madre.
Me encojo de hombros, ya que no estoy de humor para lidiar
con su teatralidad. Teniendo en cuenta cómo reaccionó a la muerte
de Martin, no quiero otra sesión de histeria.
—Quizá quieras comprobarlo —digo con la cabeza hacia el
cuerpo—. Parece que tu madre llevó el baile de máscaras a otro
nivel —digo antes de pasar por delante de ella para subir las
escaleras. Ella enfoca sus ojos hacia mí, pero no hace ningún
comentario mientras baja.
Estoy casi en lo alto de la escalera cuando empiezan los gritos.
Sacudiendo la cabeza, me dirijo a la habitación de Luca,
cogiéndolo en brazos y dejando por fin que los sentimientos de
alegría me invadan.
—Pronto tu mamá volverá —le susurro en el cabello, sabiendo
perfectamente que, cuando lo haga, voy a tener que arrastrarme
para conseguir sus favores.
Por desgracia, las cosas buenas llegan solo para los que se esfuerzan.
Y no escatimaré esfuerzos para asegurarme de que mi pequeña
tigresa consiga su muy merecido felices para siempre. Incluso si eso
significa ayudarla a clavar una daga en mi corazón.

—La tengo, Lia, no te preocupes —le digo y cuelgo.


Estaciono el coche a la salida del piso de Leonardo. Todo mi
tablero está formado por pantallas que muestran todos los
ángulos de su casa.
Dije que le daría venganza, y eso es exactamente lo que estoy
haciendo.
He estado en contacto constante con Lia, siguiendo cada paso
de Allegra y manteniéndome al tanto de sus complots. Pronto
quedó muy claro lo que quiere hacer: hacer que sus padres sientan
exactamente lo mismo que ella cuando estuvo al borde de la
muerte.
Su madre había encontrado la muerte sin su rostro, y ahora su
padre morirá atrapado dentro de su cuerpo, incapaz de moverse,
pero aún consciente de lo que ocurre a su alrededor.
Aunque haría cualquier cosa por mi pequeña tigresa, también
me preocupan las repercusiones de sus actos en su alma.
Yo nací en este mundo, así que nunca fui ajeno a su lado
violento, mientras que Allegra había crecido en total abandono y
nunca había visto realmente el lado feo del mundo hasta... mí. Sus
acciones drásticas y su repentina sed de sangre son comprensibles,
pero ¿qué pasará cuando todo esté dicho y hecho?
No será más feliz.
Soy un hipócrita por decir esto, ya que he estado en el mismo
camino de venganza -bastante más largo-, desde hace años. Pero
la diferencia entre nosotros es que yo puedo llevar esta carga
conmigo. Después de todo, ya he asesinado a mi padre y a mi
madre.
¿Ella?
Ella nunca ha matado a un alma antes. Entonces, ¿cómo está
procesando matar a sus parientes de sangre?
Mi pequeña tigresa, a pesar de sus bravuconadas y afiladas
garras, no es más que un alma pura, una que ha sido arrinconada
sin escapatoria. Puedo entender su postura, pero también me
preocupa que no sea la misma.
Mi cabeza se sacude cuando veo que un taxi se detiene frente
al edificio y que Allegra se baja del coche. Va vestida como Chiara,
con un vestido demasiado corto y unos tacones demasiado altos, y
le cuesta caminar con ellos mientras cruza la acera y entra en el
edificio.
Sin que ella lo sepa, yo he elegido la fecha y el lugar, y le he
proporcionado la munición para cumplir su cometido.
Ahora solo tengo que vigilar, preparado para intervenir si las
cosas se descontrolan. Aunque por lo que había oído sobre la
muerte de Cristina, diría que mi chica lo tiene todo calculado.
No debería alegrarme tanto ver a mi pequeña tigresa en busca
de sangre -tan dispuesta a acabar con una vida-, pero joder si no
es caliente. Gimo en voz alta al pensarlo, imágenes de ella
manchada con la sangre de sus enemigos y yo follándola, nuestros
fluidos corporales fusionándose en una mezcla sublime de lujuria
y salvajismo.
¡Joder! Ya estoy empalmado.
Tengo que controlarme ya que no voy a correr ningún riesgo
con mi chica.
Volviendo a los monitores, observo cómo Allegra entra con
cuidado en la casa de su padre.
He estado vigilando a Leonardo y Cristina desde que hicieron
su aparición en Nueva York, convencidos de que iba a morir y
dispuestos a hacerse con el imperio.
Y esa convicción había hecho que se desprendieran de sus
recursos con la velocidad del rayo. Ni siquiera se habían instalado
bien antes que comenzaran los gastos.
Leonardo con sus acompañantes de clase alta, su alcohol y sus
partidas de póquer, y Cristina con su alta costura y sus joyas
excesivamente caras.
Unos pocos meses y ya se han ido millones por el desagüe.
Leonardo la recibe en su salón, dejando a un lado su vaso de
alcohol medio vacío. Empiezan a hablar, así que subo el volumen.
—No dijiste que ibas a venir. —Se deja caer en el sofá, con una
expresión de aburrimiento en su cara.
Allegra no tarda en darse cuenta de que su padre está
demasiado ido, y dudo que lo que tenga en mente sea tan efectivo
como lo había imaginado. Al fin y al cabo, Leo está acostumbrado
a estar siempre en estado de embriaguez.
—Deberíamos apoyarnos mutuamente, papa —dice, imitando
perfectamente el tono más agudo de Chiara—. Mamá acaba de
morir y tú estás aquí compadeciéndote de ti mismo —continúa,
cogiendo dos botellas de alcohol de la mesa que tienen delante y
depositándolas en un cajón.
—Sé que estás sufriendo —empieza, pero Leo se ríe.
—¿Sufriendo? ¿Yo? Me alegro de que esa zorra se haya ido.
Dios mío, nunca pensé que me libraría de ella... y tan fácilmente.
Quien la haya matado tiene mi agradecimiento —responde con
suficiencia, sacando otra botella de ron de detrás del sofá.
—Papa —exclama Allegra con fingido asombro—, ¿cómo
puedes decir eso?
—Esa zorra iba a por mi. —Él sacude la cabeza, alcanzando el
cuello de la botella e inclinándola hacia abajo para dar un largo
trago—. Ella sabía nuestro secreto.
Allegra frunce el ceño, y yo también. ¿Qué secreto?
—¿Qué quieres decir? —pregunta, añadiendo un “¿cómo?”
para enmascarar el hecho de que no tiene ni idea de lo que está
hablando.
Pequeña tigresa inteligente.
—Me emborraché demasiado. —Se encoge de hombros, dando
otro trago—. Y acabé diciéndole que te quité la virginidad en tu
decimocuarto cumpleaños. —Suelta un largo suspiro, pero
Allegra se limita a mirarlo con horror, y su máscara se le cae por
un buen segundo.
—¿Lo hiciste? —Intenta disimularlo, riéndose nerviosamente.
¿Qué carajo?
Siempre supe que Leonardo era un depravado de la peor clase,
pero esto... Casi siento pena por Chiara. Pero entonces recuerdo lo
que ha estado haciendo en los últimos años, y sacudo la cabeza. Es
tan mala como él.
—Intenté explicarle que estaba borracho —continúa, y pongo
los ojos en blanco ante su explicación—, y que una noche viniste a
dormir conmigo y pasaron cosas... Ambos sabemos que no te
forcé. —Sus ojos se posan en ella, buscando su aprobación.
—Por supuesto —responde ella inmediatamente—.
Simplemente ocurrió. —Su expresión sigue siendo de sorpresa.
Aunque intenta aferrarse a la personalidad de Chiara, la forma en
que sus ojos se ensanchan solo un poco, o cómo su boca se curva
ligeramente en la esquina la delatan.
Al menos para mí.
—Exactamente, pero luego tuvo que ir a arruinarme la noche,
insistiendo y regañando, preguntando si había pasado más de una
vez y todo ese rollo. Francamente, estoy muy aliviado de haberme
librado de su puta boca. Todavía me da pesadillas —añade con un
falso escalofrío.
—¿Y qué le dijiste? —indaga Allegra, poniendo algo de
distancia entre ellos.
—La verdad. Que solo pasó un par de veces más, pero solo
cuando los dos estábamos borrachos. Quiero decir, seamos
sinceros, no eres muy exigente cuando se trata de con quién te
acuestas y yo tampoco. —Sacude la cabeza, como si fuera así de
simple.
—Ella no lo entendió.
—¡No! Empezó a decir que estaba mal y que si quería podría
haberme follado a Allegra. Pero entonces le recordé que aún la
necesitábamos intacta para su matrimonio.
Mis puños ya se están apretando con furia al escuchar a
Leonardo tomar tan descaradamente lo de follarse a su propia
hija. Por el amor de Dios, ¿qué le pasa a esta familia?
—¿Lo habrías hecho? —Allegra habla tras una pausa, con el
rostro ligeramente fruncido por el asco. No quiero nada más que
irrumpir allí y abrazarla contra mi pecho y asegurarle que nadie
va a volver a tocarla.
—Nah —dice Leo sacudiendo la mano, las comisuras de sus
labios bajándose—. Es demasiado fría. Tú en cambio… —Su
mirada recorre su cuerpo de una manera que hace que se me
ericen los vellos del brazo.
No te atrevas, joder.
Pero Allegra está decidida a ir a por su presa, y observo con
frustración cómo se acerca a él, con la mano ocultando ya la aguja.
Se acerca para abrazarle y las manos de Leo recorren lascivamente
su espalda.
Me cuesta mucho no correr y quitárselo de encima, pero tengo
que confiar en ella.
La mano de ella desciende sobre el cuello de él, clavando la
aguja profundamente en su piel y vaciando el contenido de la
jeringa en su cuerpo.
Rápidamente la empuja a un lado, sus ojos abriéndose de par
en par en estado de shock.
—¿Qué...? —Solo consigue decir una palabra mientras su
cuerpo empieza a sufrir espasmos. Se cae del sofá en su intento de
alcanzar a Allegra, y segundo tras segundo sus músculos
empiezan a fallarle.
Como Allegra había querido que sintieran lo sintió cuando se
estaba muriendo, le había sugerido a Lia que utilizara una
neurotoxina de efecto rápido. Le había conseguido la toxina, y
ahora puede observar a su padre mientras da su último aliento,
sabiendo exactamente lo que se siente al estar atrapado en tu
propio cuerpo, esperando la muerte.
—Estás aún más enfermo de lo que imaginaba. —Aparta la
mesa para tener mejor acceso al cuerpo de Leonardo.
Se agacha y le dice algo al oído, y los ojos de él se abren un
poco -lo máximo que puede mover en este momento- antes de
levantarse y vaciar su bolsa junto a él.
Cuchillos de todos los tamaños y formas caen al suelo, y tengo
que hacer zoom para ver lo que ha planeado.
Coge una hoja de tamaño medio y le abre la camisa, tirando el
material a un lado.
Mi pequeña tigresa luce una expresión que nunca antes había
visto en su rostro: es como si estuviera atrapada entre un vacío y
un diluvio de emociones, ambos en una batalla perpetua por el
dominio total.
Uno de ellos parece ganar cuando ella empuja la hoja en su
piel, justo debajo de su clavícula. Un movimiento en zigzag y
coloca el cuchillo en el centro de su pecho, una línea recta
tomando forma mientras lo empuja más profundamente en su
carne, arrastrándolo hasta que llega a su ombligo.
—Debería advertirte. —Inclina la cabeza hacia él—, que no soy
médico.
Juro que podría besarla en este momento.
Me toco a través de los pantalones mientras la veo elegir entre
los distintos cuchillos, decantándose por una gran hoja de
carnicero.
¡Que me jodan!
Creía que no podía sentirme más atraído por ella, pero en este
momento, cuando golpea la cuchilla contra el esternón de su
padre, casi me corro en los pantalones. No necesito más estímulo
mientras me abro los botones, acariciándome desde la base hasta
la punta.
Sus dos manos rodean el mango del cuchillo y lo levanta por
encima de su cabeza, tomando impulso, antes de aplastar sus
costillas con toda la fuerza que puede reunir. Sigue golpeando, la
sangre, la piel y los huesos saltando y esparciéndose a su
alrededor.
No sé si su padre sigue vivo, probablemente no, pero ella no se
detiene. Centra toda su ira en el cuerpo hasta que apenas queda
algo reconocible de él.
Se limpia la mezcla de sudor y sangre de la frente y suspira
profundamente, y yo cierro los ojos en un gemido mientras me
agarro con fuerza, la visión de su boca ligeramente abierta, la
sangre en su piel y la crueldad en su rostro haciéndome correrme
con tanta fuerza que empiezo a ver las estrellas.
Joder. Me tiene cogido por las pelotas.
No hay otra explicación para ello. Es como si mi polla fuera su
propiedad personal porque solo reacciona ante ella. Joder, me he
pasado los últimos cinco años masturbándome con fotos y vídeos
de ella.
Cojo una servilleta para limpiarme, con los ojos todavía
puestos en el vídeo. Ella también se está limpiando, duchándose
descaradamente en su apartamento para deshacerse de los restos.
Cuando veo el agua cayendo por su piel desnuda, siento que se
me pone dura de nuevo.
Confirmado.
Simplemente no hay ningún lado de ella que no me guste. Ni
siquiera la parte parricida que ahora tenemos extrañamente en
común.
Cuando termina, se pone tranquilamente ropas limpias. Luego
embolsa las pruebas y se las lleva.
Buena chica.
Pero no es exactamente necesario, ya que haré que alguien
limpie el lugar cuando ella se haya ido.
Sale del edificio con una sonrisa en el rostro, y es como volver
a ver a la antigua Allegra.

—¿Seguro que estás bien, cara? —Le quito el cabello de la cara


a mi hermana. Está acurrucada bajo las mantas en una de las
habitaciones de invitados porque no quería molestar a su hija que
está durmiendo en su antigua habitación.
—Sí. Estoy un poco decepcionada porque no me deja entrar —
dice Lina mientras se acerca a mí, permitiéndome abrazarla.
—Llevará tiempo. Está lo jodido y luego está Marcello. Ni
siquiera sé cómo se ha mantenido cuerdo hasta ahora.
En un extraño giro de los acontecimientos, el hermano de
Marcello, Valentino, había disparado a Jiménez antes de
suicidarse. Y tras diez años de ausencia de la famiglia, Marcello
había decidido volver como capo y me había buscado para una
alianza.
Sabiendo cómo son los Lastras, y sobre todo conociendo la
reputación de Marcello en el pasado, había sido reacio a darle la
mano de Lina en matrimonio. Pero algunas complicaciones en el
Sacre Coeur me obligaron a tomar una decisión rápida.
—Le prometí que le esperaría —susurra, respirando
profundamente para no volver a llorar.
Según Catalina, Marcello no es tan malo. Pero, de nuevo, ella
está enamorada de él, así que no puedo confiar exactamente en su
juicio.
—Todo irá bien. Si no, siempre tienes una casa aquí conmigo y
con Luca.
Por si no fuera suficiente con que el pasado de Marcello esté
saturado de pecado, sus enemigos tenían que apuntar también a
Lina. Me volví loco de preocupación cuando me di cuenta de que
había sido secuestrada por un loco, y me alegro de haber llegado a
tiempo antes de que le pasara algo.
Pero imagina mi sorpresa cuando Lina me dijo quién había
orquestado su secuestro.
La maldita Chiara.
Al parecer, a la puta loca se le había metido en la cabeza que la
razón por la que siempre la había rechazado era por Lina. Dado
que visito a Allegra semanalmente en el Sacre Coeur, puedo ver
por qué en su retorcida mente pensaría que estoy enamorado de
mi propia hermana.
Francamente, después de escuchar la confesión de su padre,
muchas cosas empiezan a tener sentido, como su obsesión por los
viejos. Y esta vez, ella había ido a follar con el tío de Marcello.
Mientras mi padre vivía, tenía una regla para ella: folla con
quien fuera, pero nunca con un conflicto de intereses, como una
famiglia competidora.
Parece que ahora se ha vuelto realmente pícara. Y yo, por mi
parte, estoy deseando deshacerme de ella de una vez por todas.
—No te preocupes por mí, Enzo. Estoy bien, de verdad. Solo
desearía estar a su lado... Está solo... sufriendo —se lamenta y yo
la acerco.
—Puede cuidar de sí mismo. ¿Por qué no te centras en ti? Eres
libre de hacer lo que quieras, Lina. No dejes que Marcello ni nadie
limite tu potencial.
—Tienes razón... Debería… —Inhala profundamente, sus ojos
cerrándose—. Gracias —murmura con sueño.
Le doy un beso en la frente y cierro la puerta tras de mí, para
ver cómo están los niños antes de ir a mi propia habitación.
Chiara debe haberse dado cuenta de que ha metido la pata
porque está desaparecida desde entonces.
Pero yo estoy esperando. Y pronto seguirá a sus padres a la
tumba.

Es tarde en la noche cuando la veo entrar a hurtadillas en la


casa. Cree que está siendo astuta, pero yo la he estado esperando
todo el tiempo. Salgo de mi habitación y voy hacia el pasillo,
escuchando sus pasos mientras registra la casa en busca de objetos
de valor. Debe de haberse quedado sin dinero si está tan
desesperada como para venir aquí.
La observo atentamente mientras saquea todo lo que puede,
llenando una bolsa con ella.
—¿Has encontrado lo que buscabas? —Finalmente hablo y ella
se echa hacia atrás, dejando caer la bolsa con un golpe. Sus ojos se
abren de par en par con miedo y retrocede.
Camino tranquilamente hacia ella, apartando la bolsa de una
patada.
Pero cuando la veo mejor a la luz, su cara tan parecida a la de
Allegra, pero tan diferente, no puedo evitar sobresaltarme. Está
asustada, y una niebla roja cubre mis ojos mientras miro su
lamentable forma. Ella debe de haber notado el cambio en mí
porque ahora se encoge en la esquina, tratando de mantener la
distancia entre nosotros.
En dos pasos, la tengo agarrada por el cuello, dejándola sin
respiración. Sería tan fácil. Un poco más de presión y la rompería.
—¿Qué has hecho, Allegra? —le pregunto con los dientes
apretados. Ya sé la mierda que ha hecho, pero quiero oírla de sus
propios labios.
—No puedo... respirar... —chilla, y me entran ganas de apretar
mi agarre y finalmente apagar su vida.
—Dime. Qué. Has. Hecho —enfatizo cada palabra, aflojando
mi agarre lo suficiente para que me responda.
—Se lo merecía, joder —suelta, y la golpeo contra la pared.
Gime de dolor, pero su expresión no cambia. Es una mezcla de
desafío y malicia que me revuelve el estómago.
¿Cómo he podido vivir con ella tanto tiempo?
—Estás muerta. Lo sabes, ¿verdad? —La comisura de mis
labios se curva en señal de burla. Lleva mucho tiempo muerta.
Solo he estado esperando mi momento.
—Tú... no puedes... —balbucea.
—¿Ah, sí? —pregunto irónicamente, y mis dedos se clavan en
su piel, deteniendo su flujo de aire.
—¿Papá? —Una vocecita me detiene en seco.
Me doy la vuelta y veo con horror cómo mi hijo entra en la
habitación, con la cara llena de preocupación.
—¿Qué le estás haciendo a mamá? —La suelto inmediatamente
y se pone en pie tambaleándose.
—Tu mamá y yo solo estábamos teniendo una conversación de
adultos —le explico, mirándola de reojo para que mantenga la
boca cerrada.
Acaba de salvarse.
Pero no por mucho tiempo.
—¿Por qué no te vas a la cama, Luca? Iré a leerte un cuento en
unos minutos. —Le insto a salir de la habitación y, por suerte, me
hace caso.
Cuando lo pierdo de vista, me vuelvo hacia ella, la perdición
de mi existencia.
Se esfuerza por levantarse y se ríe de mí.
—No puedes matarme, ¿verdad? ¿Qué le dirás a tu hijo? —
Tiene una mirada de suficiencia, convencida de que Luca la
salvará.
Oh, qué equivocada está.
—La verdad —digo mientras doy unos pasos hacia ella—. Que
su madre era una puta de mierda y una traidora a la que había
que desechar.
Su confianza desaparece e instintivamente se cae, su culo
golpeando el suelo con un sonoro golpe. Se arrastra hacia atrás,
sus ojos buscando una salida.
—Creo que preferiría juzgarme por no matarte antes. —Una
sonrisa cruel se extiende por mi cara.
Un paso más.
Solo un paso más.
Y estará muerta.
—¿De verdad? —arrastra las palabras, su rostro pasando del
miedo a la confianza—. No deberías haberle enviado a su
habitación. Ahora vas a ser responsable de su muerte.
Sus palabras me paran en seco.
—¿Qué quieres decir? —No me molesto en ocultar el repentino
terror en mi voz. Al fin y al cabo, Luca es mi límite.
—Digamos que no he venido solo por la plata de la familia —
comenta, levantando con suficiencia la mano para mostrarme un
pequeño mando a distancia.
Entrecierro los ojos y me doy cuenta de lo que quiere decir.
No... No...
Doy un paso atrás, y otro, y luego corro hacia la habitación de
Luca a toda velocidad. Atravieso la puerta y lo agarro,
abrazándolo con fuerza contra mi pecho justo antes de que un
fuerte ruido salga de un lado de su cama. La explosión es lo
suficientemente potente como para impulsarme hacia delante,
pero lo suficientemente débil como para que se limite a su
habitación.
—Está bien, Luca. Papa está aquí. —Le paso la mano por la
cara, besando sus mejillas y susurrando palabras tranquilizadoras.
¡Maldita sea!
Subestimé a Chiara, y eso es culpa mía. Pero la próxima vez
que nos crucemos le demostraré cuánto puede presionarme hasta
que me convierta en su propia pesadilla personal.
ALLEGRA

Desplazándome por mi tablet, me burlo al darme cuenta de


que todos estos métodos de tortura requieren un montón de
instrumentos que no tengo forma de conseguir. Porque Chiara se
merece lo mejor, y yo pretendo dárselo.
Por fin pagará por lo que me ha hecho, y disfrutaré viendo su
dolor mientras la vida drena de su cuerpo.
—Señorita, ¿qué es eso? —El rostro de Lia palidece de horror al
ver la imagen en mi tablet. Sus manos se mueven para hacer la
señal de la cruz, y me abstengo de poner los ojos en blanco.
Lia es demasiado inocente para su propio bien.
—Esto —empiezo, inclinando la pantalla para que tenga una
mejor visión—, es un toro siciliano. —Le explico que se utilizaba
en la antigüedad para tostar lentamente a la gente hasta la muerte.
Dado que quemarse vivo podría ser una de las formas más
dolorosas de morir, tendré que pensar cómo utilizarlo en mi
beneficio, dado que no estoy nadando precisamente en recursos.
Solo hay un pequeño problema: nadie sabe dónde está Chiara.
Lia me había contado lo que había sucedido con la hermana de
Enzo, después de lo cual Chiara había desaparecido rápidamente.
Hace casi dos meses que nadie la ve y eso me afecta en más de un
sentido: no puedo cumplir mi venganza, pero tampoco puedo
hacerme pasar por ella para visitar a Luca.
Mi pobre niño. Ha pasado demasiado tiempo desde la última
vez que lo vi y eso me ha ido matando poco a poco. Sé que al final
de todo estaremos juntos, y eso es lo único que me hace seguir
adelante. Pero hasta entonces...
Saco unas fotos que le hice y sonrío al ver su dulce rostro.
Pronto.
Pero no lo suficientemente pronto.
—¿Crees que podrías conseguirme un radiador fuerte aquí? —
Me vuelvo hacia ella, pensando de repente en algo.
—Tal vez, ¿por qué...? —Sus ojos se abren de par en par al
darse cuenta de mi propósito—. No me digas que tú...
—Por favor. Si puedes —añado, moviendo suavemente las
pestañas hacia ella.
—Veré lo que puedo hacer. —Acepta de mala gana. Asiento
con la cabeza, dándole las gracias.
Ahora solo tengo que pensar en cómo atraer a Chiara.
Entrecerrando los ojos mientras filtro ideas, me levanto de la
cama para buscar entre las cosas que me había llevado de la casa
de mi padre. Tal vez haya sido mi curiosidad, pero quería ver por
qué habían cambiado mi vida. Me había llevado algunos aparatos
electrónicos -incluido un teléfono- y cuadernos. Hasta ahora no
me había llamado la atención nada, pero también es porque los
aparatos están todos bloqueados y no he conseguido averiguar las
contraseñas.
Sacando el teléfono, lo enciendo y empiezo a pensar de nuevo
en diferentes combinaciones. Solo tengo unos pocos intentos antes
que se bloquee y entonces tengo que esperar de nuevo.
Ya había probado todo lo relacionado con cumpleaños, y eso
había sido un completo fracaso. Añado unas cuantas
combinaciones más, todas ellas erróneas.
Un intento más.
No es que tenga nada que perder a estas alturas. Lo intentaré
de nuevo mañana.
Pienso en todas mis interacciones con mi padre mientras me
devano los sesos en busca de alguna pista. También está la noche
en que finalmente lo maté, y Dios... Creo que estoy enferma
porque creo que nunca he disfrutado tanto de algo como hacer
pedazos a mi propio padre.
Hay una cierta libertad en bajar el hacha para cortar mis
conexiones con mi vida pasada -literalmente.
La sangre, la forma en que su cara se había congelado de
terror, sus pupilas la única parte de su cuerpo que aún podía
moverse.
Y se limitó a mirar.
Observó, impotente, cómo le cortaba la piel, cómo llegaba al
hueso solo para coger un cuchillo más grande y hacerlo pedazos.
Había estado vivo el tiempo suficiente para ver su caja torácica
destruida, su corazón visible a través del desorden.
Y como la perra enferma que soy, porque no creo que nadie
relacionado con ellos sea normal de ninguna manera, había
observado paralizada cómo su degenerado corazón bombeaba
una vez, dos veces, hasta que ya no tenía fuerza para hacerlo, los
restos de su cuerpo conduciendo a su caída.
Había sido una experiencia tan embriagadora, casi adictiva en
cierto modo.
¿Es así también para Enzo cuando toma una vida?
Tal vez me apresuré a juzgarlo en el pasado, ya que, desde mi
lugar de santurrona, él parecía el malo de la película. Pero ¿existe
realmente tal cosa como un tipo malo? ¿No depende todo de la
perspectiva?
Quizá ahora que mis manos están un poco manchadas de
sangre pueda entender mejor su perspectiva.
A veces hay que dar el paso y arriesgarse a ser el malo de la película.
Aunque puedo simpatizar mejor con su papel, eso no lo hace
menos infiel.
Enojada por el mero hecho de pensar en Enzo, vuelvo a centrar
mi atención en el teléfono, conectando una fecha, pero sin esperar
que funcione.
—Qué... —Mis ojos se abren de par en par al ver que la
pantalla se ilumina, las aplicaciones cargándose.
Ha funcionado.
El día que mi padre le quitó la virginidad a mi hermana es la
contraseña. No solo es asqueroso, sino que ahora tengo que
preguntarme qué tipo de relación enfermiza han tenido todos
estos años.
Me quito eso de la cabeza mientras empiezo a navegar por el
menú del teléfono, y me doy cuenta de que hay un montón de
llamadas perdidas de cierto número. También hay cientos de
mensajes del mismo número.
Tal vez...
Empiezo a revisarlos todos y pronto queda claro quién es el
remitente. Y Chiara no parece saber que nuestro padre ha muerto.
—Bingo —susurro para mí.
Supongo que por fin tengo la forma de atraerla.
Rápidamente me pongo a trabajar, estudiando su patrón de
texto para poder imitarlo antes de empezar a enviar pequeños
textos, fingiendo que padre ha estado bajo coacción. Pronto
comienza todo un hilo de conversaciones, y mi plan está
oficialmente en marcha.

Después de días de conversaciones falsas con Chiara, todo está


preparado para la trampa. Había pensado en todos los detalles,
incluyendo las secuelas y cómo atraparía a Enzo desprevenido.
—No te preocupes, Lia. Seré capaz de manejarla —le digo
mientras intento convencerla de que se vaya—. Por favor, solo
recuerda lo que me prometiste. Ni una palabra a Enzo sobre si
estoy viva o no —agrego mientras la veo dirigirse a la puerta.
—Sí, pero, aún así. No me siento bien con esto, señorita.
—Todo saldrá bien. Chiara tendrá por fin lo que se merece y
pronto seré libre. —Respiro profundamente, cerrando los ojos e
imaginando el futuro que me espera.
—Pero el Signor Enzo... —se interrumpe, insegura.
—Ni siquiera sabrá qué le ha golpeado. Y me gustaría que
siguiera siendo así.
Me costó un poco más convencerla, pero finalmente conseguí
que se fuera.
Lo había planeado todo, desde la muerte de Chiara hasta la
forma en que haría parecer que fui yo quien murió aquí: todo para
atrapar a Enzo cuando menos lo espera, clavarle un cuchillo en su
corazón traicionero y llevarme a mi bebé.
Si no fuera por Luca, simplemente desaparecería después de
terminar con Chiara, para no volver a ser vista. Pero viendo que
mi bebé es mi único propósito, solo me queda un cabo suelto: mi
marido.
Es casi medianoche, y todos se han ido a casa para pasar la
noche. Le había pedido a Lia que se deshiciera de las personas
encargadas de mi cuidado, y de alguna manera lo ha conseguido.
Ahora solo tengo que esperar.
Simplemente planté la idea en la mente de Chiara de que su
hermana no está realmente muerta, sino que está en coma.
También le di la ubicación exacta, sabiendo que vendría a
matarme de una vez por todas.
Pero esta vez no estaré debilitada por el parto, ni seré lo
suficientemente ingenua como para no ver sus maquinaciones a
una milla de distancia.
No, esta vez caerá en mi trampa y jugará con mis reglas.
Me meto rápidamente en la cama, enganchándome a las
máquinas, y espero la llegada de Chiara. Su lengua había estado
muy suelta con papá querido, y había soltado absolutamente todo
lo que quería hacerme, así como la hora en la que lo haría.
Así que me limito a esperar.
Como había programado todo según el plan, no tengo que
quedarme en la cama mucho más tiempo. La puerta de la
habitación se abre lentamente y sé exactamente quién es.
Cierra la puerta tras de sí -como sabía que haría- y se adelanta.
Manteniendo los ojos cerrados, confío en mis oídos para escuchar
todos sus movimientos.
Comprueba las máquinas antes de instalarse junto a mi cama.
—Maldita perra, ¿tienes nueve vidas o qué? —Se ríe, y sus
manos se dirigen a los monitores. Oigo los pitidos mientras juega
con los ajustes, pensando que me harán daño.
Por supuesto, lo normal sería desconectarme de todas las
máquinas, y eso es exactamente lo que hace cuando se da cuenta
de que no sabe cómo funcionan los monitores. Procede a quitarme
los cables del cuerpo a toda prisa, casi como si no pudiera esperar
a verme morir.
¡Podríamos encontrarnos en el infierno, hermana!
Cuando termina, da un paso atrás, esperando.
Pero entonces se da cuenta de que aún respiro, así que la única
otra opción es asfixiarme con una almohada. Clásico, ¿verdad?
Bueno, debemos haber visto las mismas telenovelas porque eso
es exactamente lo que intenta hacer.
En el momento en que la almohada está sobre mi rostro,
muevo rápidamente mi mano, inyectándole un sedante. Apenas la
aguja atraviesa su piel, empujo contra ella hasta dejarla en el
suelo.
El sedante no tarda en actuar y sus movimientos son lentos
mientras me mira horrorizada.
—¿Sorprendida? ¿Hermana? —pregunto con el mismo tono de
suficiencia que utilizó justo antes de aplastarme el rostro contra la
mesa.
Con sus movimientos restringidos, intenta escapar de mí
arrastrándose por el suelo. Mido mis pasos para avanzar
lentamente, haciendo que ella sienta el miedo multiplicado por
diez.
—¿Qué? ¿El gato te comió la lengua? —Levanto una ceja,
levantando su barbilla con el pulgar.
—Vete a la mierda —me escupe, y yo giro la cabeza hacia un
lado justo a tiempo para evitarlo.
—Bueno, creo que ahora me toca a mí decir eso, ¿no? —Mi
sonrisa se amplía justo cuando sus ojos muestran más miedo.
Al darse cuenta de que no hay salida, no con el sedante en su
sistema, empieza a reírse nerviosamente.
—¿Y qué si estás viva? Nadie te quiere. ¿Por qué crees que fue
tan fácil reemplazarte? Ni siquiera tu marido o tu mocoso saben
quién soy.
—¿Estás tan segura? —Ladeo la cabeza, con la voz bien firme.
Ella es la que no tiene escapatoria y no dejaré que me ponga
nerviosa.
—¿Quién crees que me trajo aquí? —pregunto, y la realización
está ahí en su rostro—. Ah, estás atando cabos, ¿no? Enzo lo ha
sabido desde el principio.
—¿De verdad? —Su boca se transforma en una línea viciosa—.
Estoy segura de que lo sabía cuándo me cogía, llamándome por tu
nombre.
¿Realmente esperaba que no dijera eso?
—No desperdicies tu aliento, no es que vaya a creer nada de lo
que salga de tu boca, de todos modos —le digo, levantándome y
volviendo a la cama—. Sin embargo, deberías saber. —Me
detengo, medio girada—, que tanto madre como padre están
muertos.
Sus ojos se abren de par en par ante esta afirmación, así que le
dedico una sonrisa radiante.
—Fue muy agradable hacerlos sangrar. Ahora, en cuanto a ti...
—¿Tú? —pregunta incrédula.
Asiento con la cabeza y empiezo a quitar las sábanas y las
almohadas hasta que solo queda el armazón de metal. Por suerte,
el marco de esta cama no tiene espacios vacíos, así que será
precioso para la querida Chiara.
Después de tirar todo al suelo, me vuelvo hacia ella.
Estoy relajada, aunque algo me hierve en las venas: ese sabor a
venganza que por fin voy a tener. Pero es tan exquisito que no
puedo precipitarme.
Tengo que saborearlo. Tomarme mi tiempo.
Chiara está apoyada contra la pared, ya fuera de sí. La tomo
por los brazos y la arrastro hasta la cama, atando sus manos y pies
en cada extremo con alambre de espino.
Luego espero.
Se despierta un par de horas más tarde, y yo voy por la mitad
del capítulo. Leo rápidamente la última frase antes de poner el
marcapáginas y dirigir mi atención a mi hermana.
—¿Qué...? —balbucea al ver la situación en la que se
encuentra.
Tomo asiento junto a ella, preparada para lo que viene a
continuación, pero no del todo.
—Sé lo tuyo con Leonardo —afirmo, negándome a seguir
reconociendo a ese cabrón como mi padre.
—¿Qué crees que sabes? —me contesta agresivamente.
¿Acaso tiene otro estado de ánimo que no sea la agresividad?
Creo que nunca hemos tenido una conversación normal en
nuestras vidas. Todas habían sido ella gritándome, o acusándome
de algo y metiéndome en problemas.
—¿Que lo follaste? —pregunto divertida.
—Sí, claro, hemos follado, ¿y qué? —Ella pone los ojos en
blanco.
—¿Y qué? Chiara, puede que nunca me hayas gustado, pero
eso es una mierda. Tenías catorce años —digo, ligeramente
indignada. Puede que la mate lenta y dolorosamente en las
próximas horas, pero eso no significa que no reconozca que lo que
le hizo Leonardo estuvo francamente mal.
—¿Y qué? Fui con él. Sabía en lo que me metía.
—Tenías catorce años —repito, todavía asombrada de que le
parezca normal.
—No es que no le hubiera visto follar con otras antes. Tenía
curiosidad. —No hay ninguna emoción en su rostro cuando lo
admite, y yo solo sacudo la cabeza.
Mis padres no solo me fallaron a mí. También le fallaron a ella.
—Lo siento por ti —añado—, pero no lo suficiente como para
olvidar todo lo que me has hecho.
—¿Qué, también vas a asfixiarme con una almohada? —se
burla de mí, riéndose a pesar de que en este momento está
completamente inmovilizada.
—No. Será mucho, mucho peor —le digo antes de rellenar su
boca con un paño.
Lo que tengo en mente la hará gritar de dolor.
Colocando algunos cables en su pecho, observo cómo un
monitor cobra vida con su pulso. Luego, dando un paso atrás,
utilizo un mando a distancia para activar el radiador bajo la cama.
Moviendo mi silla junto a la ventana y alejándome de la cama,
espero.
El calor rojo del radiador se encuentra justo debajo del marco
metálico de la cama, un excelente conductor del calor.
Pasa algún tiempo hasta que el hierro de la cama se calienta, y
Chiara empieza a moverse en la cama, tratando de levantarse para
no estar en contacto directo con el metal caliente.
Las lágrimas se acumulan en las esquinas de sus ojos al no
poder sostenerse más, cayendo sobre la cama caliente, con la
garganta obstruida por los gritos que no salen.
El olor a carne quemada ya está en el aire, y me limito a ver
cómo la piel de su espalda empieza a derretirse, incluso parte de
ella fluyendo hacia abajo, una mezcla de rojo y amarillo que casi
me hace parpadear dos veces de asco.
Ella sigue retorciéndose contra la sujeción, con la piel roja por
el calor, el esfuerzo y la desesperación, mientras la cama sigue
calentándose.
El olor que desprende su piel derretida me pone enferma y
abro un poco la ventana, todavía en mi sitio. No puedo
permitirme perderme esto después de haberlo planeado durante
tanto tiempo.
En algún momento, Chiara deja de moverse. Me acerco para
ver que todavía hay pulso. Es muy débil, pero está ahí.
Paro el radiador y espero.
Unas horas más y Chiara se despierta de nuevo, su pulso
acelerándose al despertar. Aprieto el botón y los radiadores
vuelven a funcionar.
Debe de tener la garganta dolorida y sangrando, ya que ha
estado intentando gritar contra el paño todo el tiempo.
Sigo mirando cómo se derrite más piel de su cuerpo, algunas
partes volviéndose negras por estar sobrecalentadas en la
superficie de la cama, mientras otros hilos de sangre y grasa caen
al suelo.
Esta vez no detengo los radiadores, sino que los dejo funcionar
a la máxima temperatura hasta que toda su espalda está roja y
nudosa, con los huesos visibles a través de la piel ampollada.
El monitor también deja de captar su pulso. Finalmente, me
acerco a ella y le corto las ataduras con unos alicates, cuyo metal
es lo bastante maleable como para ceder al primer tirón. Me
deshago de ellas para que no haya nada extraño cuando las
autoridades descubran su cuerpo. Luego doy la vuelta a la cama y
recojo las sábanas y las almohadas, arrojándolas sobre ella y
observando cómo el material se adhiere a la carne quemada,
pegándose y creando un olor aún peor.
Con el libro bajo el brazo, prendo un pequeño fuego junto a los
radiadores.
Una última mirada y salgo de la habitación.
Detrás de mí, no pasa mucho tiempo hasta que oigo el sonido
de una explosión, señal de que mi plan ha tenido éxito.
Me escabullo, sacando la ropa que Lia había escondido para mí
en un rincón del convento, y luego consigo salir mostrando una
identificación falsa al personal.
Mientras todos se apresuran hacia el fuego, yo me alejo de él.
Un nombre más.
Pronto.
ENZO

Miro solemnemente el ataúd de madera que está siendo


colocado en el suelo. Apenas tiene restos en su interior, ya que
todo fue incinerado en el lugar del accidente.
El cementerio está vacío y solo hay unas pocas personas en el
funeral de Chiara, porque me niego a creer que el cuerpo que hay
en esa caja sea el de Allegra.
Simplemente me niego.
Llevo días intentando contactar con Lia para que me confirme
que mi pequeña tigresa está viva, pero todo ha sido en vano. Es
como si hubiera desaparecido en el aire.
Aunque el silencio me pone los vellos de punta, me da la
esperanza de que Allegra siga viva y solo esté esperando su
momento hasta que su última víctima baje la guardia. Porque qué
mejor momento para atacar que cuando alguien está en su punto
más bajo.
Miro a mi alrededor a la gente que ha asistido al funeral: mi
hermana con su marido y algunos miembros del personal. No
había podido ocultarles esto cuando la noticia había estallado,
pero al menos había podido retrasar que todos los demás lo
supieran.
Mi mujer no está muerta.
—Enzo. —Lina se acerca a tomar mi mano, mirándome con
preocupación en sus ojos.
—Estoy bien —digo, con la voz demasiado brusca. No creo
que pueda lidiar con esta gente ofreciéndome sus condolencias
cuando mi pequeña tigresa sigue viva.
—Si necesitas algo —continúa, pero me limito a negar con la
cabeza, zafándome de su agarre.
—Solo necesito encontrar a Luca —es todo lo que digo, y me
muevo para irme. Mis ojos se encuentran con los de Marcello
cuando viene a abrazar a Lina.
—Cuida de ella —le digo antes de volver a casa.
Mamam Margot está jugando con Luca en el salón, y en cuanto
me ve corre hacia mí, abrazándose a mis piernas.
—Papa —exclama, con sus ojos brillantes llenos de alegre
energía.
—¿Cómo está mi niño? —le pregunto mientras lo levanto en
brazos, besando la coronilla de su cabeza.
—Bien, maman ha jugado conmigo toda la mañana —empieza
a contarme su día, charlando alegremente.
Maman está en un rincón, mirándome con una expresión
extraña en el rostro.
Pronto, Luca empieza a bostezar y sé que es hora de su siesta,
así que lo llevo a su habitación para acostarlo. Al pasar por mi
propia habitación, me quito la americana y me desanudo la
corbata.
—No estás bien, Enzo —dice maman cuando bajo, con los
dedos enroscados en el cuello de una botella de Jack.
—Estoy bien, maman, te lo he dicho al igual que a todos. Estoy
bien —le respondo mientras me dejo caer en una silla, sacando un
cigarrillo de mi cajetilla y encendiéndolo.
—No lo estás. Cualquiera puede ver que no lo estas. Allegra...
—Esa no era Allegra —la interrumpo con bastante
agresividad—. Allegra está viva y sana y volverá —digo con toda
la convicción que puedo reunir.
Porque no puedo permitirme pensar ni por un momento que
se ha ido. No otra vez. No puedo volver a pasar por eso porque
esta vez temo que pueda hacer alguna estupidez... y todavía hay
que tener en cuenta a Luca.
No, simplemente no puedo bajar a ese agujero sin fin.
—Enzo, tienes que afrontar la posibilidad de que tal vez...
Sacudo la cabeza enérgicamente.
—Está viva y sé que vendrá por mí. Ya sea para matarme o
para amarme, no me importa. Puede dispararme todas las veces
que quiera mientras tenga pruebas tangibles de que está viva —
murmuro, sin mucho sentido—. Ella solo está tratando de
hacerme sufrir.
—Enzo —empieza maman, con un tono preocupado—, estás
alucinando —continúa, quitándome la botella—. Esta no es la
manera de hacer las cosas.
—¿Y qué se supone que debo hacer? —pregunto, con la voz
rasgada, las palabras casi rotas—. ¿Aceptar que se ha ido? Porque
no puedo.
Cuanto más intento forzar las palabras, más se me humedecen
los ojos, la humedad amenazando con derramarse por mis
mejillas. Me las limpio con el dorso de la mano, respirando
profundamente e intentando calmarme.
—Está viva —vuelvo a decir, tratando de convencerme más
que nada.
Maman sacude la cabeza y se acerca lentamente a mí.
—Mon cher, sé que la amas, pero… —Me rodea con sus brazos,
dándome un abrazo.
—No hay peros, maman. No creo que pueda seguir adelante si
realmente se ha ido. No otra vez. —Mi voz se apaga mientras
algunas lágrimas finalmente se abren paso por mi mejilla.
—Tienes que hacerlo. Por Luca. —Me pasa los dedos por el
cabello en un gesto de consuelo.
—¿Y si no puedo? —susurro, avergonzado de mí mismo.
—Eres fuerte, mon cher. Más fuerte que nadie que conozca. Y
he visto cuánto quieres a ese niño; demasiado para dejarlo
desamparado en este mundo.
Ella tiene razón. Nunca dejaría intencionadamente a Luca a su
suerte. Pero este dolor opera a un nivel irracional, y lo único en lo
que puedo pensar es en Allegra.
Mi pequeña tigresa.
—Está viva —afirmo, esta vez sin un ápice de duda.
—Mon cher. —Maman chasquea, decepcionada porque no veo
las cosas racionalmente—. Esto no me gusta. Me voy a llevar a mi
ahijado conmigo hasta que te recompongas. No me siento cómoda
dejándolo contigo así... —Suspira profundamente—. Te conozco y
pronto buscarás consuelo en el fondo de una botella. Non, este no
es un ambiente productivo para un niño.
—Bien, solo... dame un día o dos. —Respiro profundamente,
reconociendo que maman tiene razón, aunque no me gusta la idea
de que Luca esté lejos.
Pero ahora mismo... No quiero que vea esta faceta mía.
—Iré a buscarlo. —Da unos pasos antes de girarse
bruscamente hacia mí—. No hagas ninguna estupidez, ¿bien?
Levanto la mirada y asiento lentamente.
Entonces, solo una vez más, encuentro consuelo en el fondo de
una botella.

Mi mirada es borrosa cuando abro los ojos, pero no hay duda


de que la mujer que está delante de mí camina con determinación,
ni de la forma en que empuña un cuchillo largo y puntiagudo.
Lleva unos vaqueros oscuros combinados con un jersey de lana
gris, y está jodidamente sexy mientras mueve las caderas; sus
intenciones asesinas solo la hacen más sexy.
—Lo sabía. —Las palabras salen rápidamente de mi boca
mientras la neblina del alcohol se disipa.
—Hijo de puta. —Sus ojos arden de furia mientras carga contra
mí. La agarro por los brazos y la sostengo mientras ambos caemos
al suelo.
—Cabrón —sigue profiriendo sus insultos, tratando de liberar
su mano del cuchillo.
—Pequeña tigresa. —Apenas puedo hablar ante la felicidad
que brota de lo más profundo de mi ser.
Está viva. Sabía que volvería a mí.
—Suéltame, imbécil. —Se resiste a que la abrace, pero yo solo
la rodeo con más fuerza.
—Solo un momento. Déjame abrazarte un momento —susurro,
desesperado por sentir su calor, su olor, la prueba que tanto
necesitaba para saber que está viva—. Shh —susurro en su
cabello, deleitándome con su presencia.
¿Cuántos años he soñado con esto? ¿Con abrazarla así?
Sigue luchando, y su cuchillo se me clava en el pecho, la punta
puntiaguda arañando la superficie de la piel. El repentino dolor
me sorprende y ella aprovecha para saltar de mis brazos.
—Maldito bastardo. ¿No pudiste mantenerla dentro de tus
pantalones ni siquiera en mi funeral? —Me mira con asco y no
puedo evitar fruncir el ceño, confundido.
—¿De qué estás hablando?
—¿Crees que no recuerdo ese maldito perfume? —Ella sacude
la cabeza, dando un paso atrás—. Ha estado impreso en mi
memoria desde la primera vez que lo olí en ti. —Su cabeza se
mueve de un lado a otro de la habitación como si estuviera
buscando algo.
—¿Dónde está ella? ¿Dónde la has escondido? —continúa, y
tardo un momento en darme cuenta de que está hablando del
perfume de maman.
—Te equivocas —empiezo, tratando de decidir cuál es la mejor
manera de explicarle lo de maman.
—¿Me equivoco? —Sus cejas se arquean—. ¿Cómo voy a
equivocarme si ha sido la misma persona desde el principio?
Hace una pausa, mirándome como si hubiera sido golpeada.
—¿La amas? —pregunta en voz baja, con los rasgos dibujados
por el dolor—. Eso es, ¿no? La has amado todo este tiempo.
—No —respondo, esforzándome por elegir bien mis
palabras—. Es una querida amiga y nada más. Es la madrina de
Luca —digo, y sus ojos se abren de par en par con horror.
—¿Dejas que esa puta se acerque a mi hijo? —grita, lanzándose
sobre mí una vez más, con la punta del cuchillo apoyada justo
encima de mi corazón.
—No es una puta. —Aprieto los dientes, sabiendo que con su
volatilidad podría apuñalarme fácilmente, incluso de forma
accidental.
—Es una amiga. Una amiga mayor —añado, por si acaso, pero
la sospecha no desaparece de sus ojos.
—¿Cuántas veces? —pregunta entrecortada, con la voz
quebrada—. ¿Cuántas veces me has engañado?
El cuchillo sigue clavándose en mi piel y siento que un camino
de sangre se abre paso hacia la superficie.
—Ninguna. —Alzo la cabeza para mirarla a los ojos,
esperando que vea la sinceridad en mis ojos.
—¡No me mientas! —grita, el cuchillo se clava más profundo y
el dolor se intensifica.
—No lo hago —respondo con calma, con mis manos
ahuecando su rostro. Hay mucho odio en sus ojos, y todo está
dirigido a mí.
Lo he jodido todo.
—Mátame si es lo que quieres, pero te juro que nunca te he
engañado en mi vida. —Envuelvo mis manos sobre las suyas en la
empuñadura del cuchillo, ayudándola a clavarlo en mi pecho.
Ella sacude la cabeza, con las mejillas manchadas de lágrimas.
—No me mientas. Una sola cosa te pedí: que nunca me
mintieras —murmura, frenética y angustiada.
—No lo estoy haciendo. No esta vez. —Le he mentido muchas
veces en el pasado, y por eso estamos aquí. Si hubiera sido más
abierto con ella... más honesto... nada de esto habría ocurrido.
—No te creo —solloza, con las manos aún en el cuchillo.
Cierro los ojos brevemente, el doloroso conocimiento de que yo
la he llevado a este punto me hace odiarme aún más.
¿Qué te he hecho, pequeña tigresa?
—Entonces hazlo —me encuentro diciendo, mis manos
apretando la daga—. Mátame. Consigue tu venganza —le digo
mientras la ayudo a apuñalarme más profundamente—. Solo dile
a Luca que lo amo —le susurro mi último deseo.
Siento que la piel se rompe bajo el filo del cuchillo, el dolor
físico embotado por el dolor de mi propia alma.
—Y a ti, pequeña tigresa. Siempre te amaré —murmuro justo
antes de dar un empujón a la empuñadura, jadeando por el dolor.
Pero justo cuando la presión del cuchillo alcanza un punto
insoportable, desaparece.
Allegra retrocede a trompicones, cayendo de culo, con los ojos
desorbitados al ver mi pecho sangrante y las gotas de sangre que
ahora quedan en la hoja.
—No me mientas —susurra, aturdida en el acto, sin apartar los
ojos de mi herida.
No me importa el dolor mientras me pongo en posición de
asiento. Me llevo la mano al agujero del pecho, profundo pero no
mortal. Mis dedos se empapan de sangre y me quito rápidamente
la camisa presionándola sobre la herida.
—Nunca te mentiría. No sobre esto.
—Señor. —Da una carcajada maniática, sus ojos de nuevo
llenos de desprecio—. Es aún peor entonces. Dime, ¿dónde estaba
ese amor cuando te follabas a otras a mis espaldas? ¿Crees que no
he visto todas las pruebas? ¿Vivido en mi propia piel?
—No es lo que parece —empiezo, intentando defenderme—, y
en la fiesta sabía que eras tú.
Ella frunce el ceño, sus bonitas cejas juntándose en el centro.
—¿Qué? No puede ser. —Estrecha los ojos hacia mí, negando
vehementemente la posibilidad.
—Sé que fuiste tú desde que visitaste a Luca. También sé que
fuiste tú quien mató a Cristina y a Leonardo —añado y el shock
envuelve sus facciones.
—¿Qué...? Cómo... No diste ninguna indicación... —pronuncia,
confundida y con razón.
—Lia, la convencí para que me ayudara. Sabía que ansiabas
venganza, y quería que la tuvieras. Así que hice algunos ajustes
entre bastidores.
—Tú... —Puedo ver cómo se da cuenta—. ¿Pero por qué? —
susurra, con sus rasgos aún impregnados de consternación.
—Porque te amo y haría cualquier cosa por verte feliz. Incluso
dejar que me atravieses el corazón con ese cuchillo, esta vez de
forma definitiva.
—No, eso no es cierto —sigue repitiendo, y me siento obligado
a acercarme a ella.
Dejo caer la camisa al suelo y tomo sus manos entre las mías.
El cuchillo cae con un ruido sordo, pero la atraigo hacia mí antes
de que pueda volver a cogerlo.
—Pequeña tigresa, escúchame, por favor. Te diré todo lo que
quieres saber y después, si todavía quieres mi sangre, es tuya.
No se mueve, y su rostro no tiene expresión mientras me mira.
Esta es mi señal.
—Yo… —Joder, soy un cobarde. Después de todo lo que ha
pasado, ella está viva y bien y delante de mí, pero parece que no
puedo encontrar las palabras para asegurarle mi devoción.
Sus ojos parpadean ligeramente mientras levanta una ceja,
retándome a que diga lo que tengo que decir y acabe con ello. De
repente, es muy desconcertante saber que mis próximas palabras
dictarán el futuro de nuestra relación.
—Te amo. —En el momento en que las palabras salen de mi
boca, su cabeza se inclina hacia un lado en un gesto del tipo eso es
todo. No dejo que me disuada y continúo, revelando finalmente
todo—. Creo que me enamoré de ti después de nuestra primera
interacción. Eras tan diferente a cualquier persona que hubiera
conocido antes, que no pude evitar sentirme atraído por ti. —
Respiro profundamente—. No lo sabía en ese momento porque
simplemente nunca me había sentido así. Te metiste en mi piel, y
la mitad del tiempo no sabía si estrangularte o hacerte el amor —
digo y su rostro se transforma en un ceño fruncido de
interrogación.
¡Gran elección de palabras, Enzo!
—Entonces te pusiste delante de esa bala por mí, y lo procesé
como una señal de que éramos perfectamente compatibles. —
Levantando una mano, le pongo un mechón detrás de la oreja—.
Eres la personificación de todo lo que admiro: valiente, con
principios, amable y honesta. Cómo nadie más ha podido ver el
tesoro que eres me supera. —Me detengo al ver que estrecha los
ojos y sé que los cumplidos no me sacarán de este lío, aunque no
sean más que la verdad.
—Lo que me oíste decir a mi padre sobre nuestra boda fue
simplemente lo que él necesitaba oír en ese momento. Había
decidido que serías mi esposa antes de saber que era otra famiglia
la que me quería muerto. Hice a propósito que te perdieras tu
boda para tenerte toda para mí.
Aunque nunca la he engañado, sí que la he manipulado lo
suficiente como para conseguir lo que quería: ella. Y no sé cómo va
a reaccionar ante ese aspecto.
Esta vez, sin embargo, estoy dejando que ella decida todo,
incluyendo mi destino.
—Pero ni siquiera soportabas verme —habla finalmente,
atrapando mi mano con la suya y retirándola de su rostro.
—Dios —gimo en voz alta, molesto por mi propia estupidez.
Había estado tan concentrado en hacerla mía que no me
molesté en ver cómo la afectaría a ella. Y cuando se convirtió en
mía, intenté luchar contra mi obsesión por ella porque me estaba
volviendo absolutamente loco. Ni siquiera podía estar junto a ella
sin imaginar mil maneras de explorar su cuerpo, y el impulso de
probar sus labios era demasiado fuerte. Para alguien que se había
enorgullecido de su autocontrol, ella ciertamente destruyó
cualquier apariencia de autonomía que yo tuviera.
—Es mi culpa, lo admito —digo, apretando su mano—. No me
gustó lo que despertaste en mí. Tenía este constante impulso de
estar cerca de ti, contigo, dentro de ti... No tenía control cuando se
trataba de ti.
—¿De verdad? —pregunta con sorna—. ¿Es por eso que te
fuiste con tus putas? ¿Porque yo era demasiado para ti? —Su tono
es acusador, pero puedo detectar el dolor subyacente.
Un dolor que yo puse ahí. ¡Joder!
—Pequeña tigresa. —Muevo mi mano ensangrentada hacia su
mejilla, poniendo su rostro frente al mío—. Te juro que nunca te
he sido infiel. Nunca he traicionado nuestros votos matrimoniales,
ni en cuerpo ni en alma. Sé que es difícil de creer, pero...
—¿Difícil de creer? —Ella se burla—. Más bien imposible.
—Pero es verdad. —Mi frente toca la suya mientras cierro los
ojos, respirando profundamente y deseando con todas mis fuerzas
poder convencerla de que estoy diciendo la verdad.
—Sé que es culpa mía por burlarme de ti y no aclarar nunca
tus suposiciones, pero en ese momento pensé que era mejor
mantenerte a distancia. Es lo único de lo que me arrepiento
porque fue el comienzo de toda tu desconfianza en mí.
—Enzo —afirma en tono muerto—, es un bonito discurso y
todo eso, pero, ¿de verdad esperas que me crea que no te has
acostado ni una sola vez con otra mujer en estos cinco años?
Digamos que me mentiste durante nuestro matrimonio y que en
realidad me fuiste fiel. —Se detiene para poner los ojos en
blanco—. Aunque eso también es muy discutible. Pero me resulta
muy difícil creer que un hombre con tu libido haya estado sin sexo
durante tanto tiempo.
—Estuve sin sexo durante veinticuatro años, cinco años no es
nada —murmuro en voz baja, sin intención que lo oiga. Pero su
repentina respiración me dice que, de hecho, me ha oído.
—¿Qué quieres decir? —Sus palabras salen en un gemido
mientras sus ojos buscan los míos, buscando confirmar la
veracidad de mi afirmación.
—Eres la única mujer que he tocado, Allegra. La única —
confieso. Antes de ella, nunca había querido estar cerca de una
mujer. La idea de tocarlas me llenaba de náuseas y asco.
Pero no con mi pequeña tigresa. Se había metido en mi
corazón y no podía dejar de tocarla. Es una de las razones por las
que intenté poner distancia entre nosotros, ya que me costaba
aceptar el hecho de que deseaba a una mujer, en todos los
sentidos.
La reacción de mi cuerpo ante ella me había dejado
boquiabierto, pero al mismo tiempo me habían asustado mucho
las implicaciones.
Su rostro tiembla ligeramente, y sus ojos se abren de par en par
con incredulidad.
—¿Qué... qué acabas de decir? —pregunta, con voz inestable.
No me cree.
—Nunca he estado con otra mujer, pequeña tigresa. Ni antes ni
después de ti.
Me preparo para sus preguntas, dispuesto a contarle cada
parte de mi vergonzoso pasado y espero que no me mire de otra
manera.
ALLEGRA

—Nunca he estado con otra mujer, pequeña tigresa. Ni antes ni


después de ti.
Miro atónita a Enzo y su última mentira, tratando de procesar
cómo demonios ha podido inventar algo así. Es tan ridículo que
hago lo único que puedo hacer en esta situación.
Me río.
Me agacho y me agarro el estómago de la risa, asombrada por
lo que ha podido decir.
¿Cree que soy tan idiota?
Pero mientras mi risa se detiene y observo su herida, que aún
gotea sangre por el pecho, tengo que admitir que soy una idiota.
Había venido aquí con el único propósito de poner fin a
nuestra desgraciada relación y cortar los lazos para siempre. Me
había propuesto clavarle el cuchillo en el corazón como él había
hecho tantas veces en el pasado. El plan había sido bastante fácil,
especialmente cuando había olido ese perfume en él y mi ira se
había disparado.
Debería haber sido fácil.
Excepto que no lo fue.
Solo hizo falta una mirada suya, un susurro para hacerme
vacilar.
No podía matarlo.
¿Y luego tenía que decirme que me había estado ayudando
entre bastidores? ¿Cuánto de lo que me está diciendo es la
verdad?
Tengo que admitir que había sido escéptica con la forma en
que Lia me había ayudado a preparar todo, y retrospectivamente
tiene sentido que haya tenido alguna ayuda externa. ¿Pero por
qué?
Hay tantas cosas que no tienen sentido, y ahora tiene que
soltarme otra bomba.
—¿Esperas que me crea eso? —Levanto una ceja, viendo cómo
la desesperanza envuelve toda su cara.
Parece cansado y golpeado, y de alguna manera eso me toca la
fibra sensible.
—Supongo que me lo merezco —responde con un suspiro,
echándose hacia atrás y apoyándose en el sofá, con la cabeza
inclinada, mientras la sangre sigue brotando de su herida.
¿Le duele la herida? ¿Es grave?
Dios, soy tan patética.
Rebusca en sus pantalones hasta que saca su teléfono,
marcando a alguien.
—¿A quién llamas? —pregunto acusadoramente.
—A la dueña del perfume —dice—, tal vez ella pueda arrojar
algo de luz sobre nuestra situación y tú puedas empezar a ver que
no todo lo que digo es mentira.
Coloca el teléfono entre nosotros y pone el altavoz.
—¿Mon cher? ¿Qué ha pasado? —responde una voz acentuada,
e instintivamente me encojo por la forma en que se dirige a él. Una
imagen repentina de una glamurosa mujer francesa me asalta, y
apenas me contengo al imaginarla usando su seducción con mi
marido.
—¿Por fin se te ha pasado la borrachera? —le pregunta
secamente antes que él tenga la oportunidad de responder—. No
te preocupes, Luca está durmiendo tranquilamente en mi casa —
continúa y mis ojos se vuelven asesinos cuando me doy cuenta
que mi hijo está con esta mujer.
—¿Qué? —La palabra sale a borbotones de mi boca, y mi mano
busca de repente el cuchillo.
—Maman —se dirige Enzo a ella y yo me detengo, frunciendo
el ceño ante su apelativo.
¿Por qué la está llamando mamá?
Sus ojos se deslizan hacia los míos mientras continúa.
—Mi esposa tiene algunas preguntas para ti.
¿Qué, yo? Qué manera de tirarme debajo del autobús.
—Mon fils —exclama ella, casi con asombro—, quieres decir
que ella...
—Sí —contesta él secamente—, está viva y está aquí para
matarme. Y tu respuesta podría salvarme la vida.
—¡Enzo, no bromees con esas cosas! —Ella chasquea antes de
hacer una pausa—. ¿Allegra? ¿Estás ahí? —grita mi nombre y no
sé por qué de repente me siento un poco avergonzada.
—Sí. —Me aclaro la voz, curiosa por ver qué podría contarme
sobre Enzo que no sepa ya.
—Mon Dieu! C'est un miracle. Enzo, tu as beaucoup de chance. Ah,
c'est incroyable. 18
—Maman, español por favor —le dice, un poco divertido.
—Ah, oui, oui. Querida, no puedo creer que esto esté
sucediendo. Creía que Enzo estaba loco cuando me decía que ibas
a volver. Y aquí estás. —Suelta un suspiro soñador, y tengo que
admitir a regañadientes que su parloteo es entrañable.
—Allegra, ¿qué es lo que querías preguntar? No te preocupes
por tu hijo, está en buenas manos. Quiero a ese angelito más que a
nada —continúa y mi animosidad parece disminuir.
Pero no puedo dejarme arrastrar por sus mentiras.
Así que voy directamente al grano.
—¿Cuál es tu relación con Enzo?
—Mi relación con Enzo... —se interrumpe, como si la pregunta
fuera absurda—. Oh, ya veo, ya veo, estás celosa —afirma a
bocajarro y me siento puesta en aprieto... de nuevo.
—Efectivamente, maman, mi pequeña tigresa está tan celosa
que está afilando sus garras en mi piel. Estaría muy bien que le
aseguraras que nuestra relación es puramente platónica —
responde, con una sonrisa en la cara.

18
¡Dios mio! Es un milagro. Enzo, tienes mucha suerte. Oh, es asombroso.
—Pero por supuesto. Allegra, querida, no te preocupes,
nuestra relación es puramente platónica —dice, reiterando las
palabras de Enzo al pie de la letra.
—Qué convincente —murmuro.
—¡Es treinta años menor que yo, mon Dieu! No soy una
asaltacunas —continúa con voz disgustada—. Nos conocemos
desde hace casi dos décadas y ha sido como un hijo para mí.
—Ciertamente has sido la madre que nunca tuve, maman —
añade Enzo con cariño.
—Ah, mon cher, me estás haciendo llorar. —Hace una pausa
mientras revuelve algunas cosas antes que escuche un resoplido, y
me doy cuenta de que sí la hizo llorar.
¿Quién es esta mujer?
—Enzo, ¿tengo tu permiso para contarle cómo nos conocimos?
—Adelante. No quiero más secretos —afirma mientras me
mira a los ojos.
—Hablaré claro entonces, querida. Fui prostituta en uno de los
clubes de Rocco, hace muchas, muchas lunas. Primero fui su
amante, pero esa zorra de Lucía contrató a alguien para que me
arruinara el rostro. Sé que no está confirmado, pero estoy segura
que fue ella. —Respira profundamente mientras su voz se
calienta.
—Cuando ya no tenía ningún atractivo para Rocco, me envió a
uno de sus establecimientos a trabajar. Allí también conocí a Enzo.
Creo que tenía doce o trece años, el pobre muchacho. Le habían
echado alcohol en la garganta a un niño y luego lo habían dejado a
su suerte. Y tú lo has visto.... Mon Dieu, he conocido a muchos
hombres en mi vida, actores y modelos destacados, pero ninguno
tan llamativo como él. Te lo digo con toda objetividad, querida, no
te ofendas —me dice, y no puedo evitar una sonrisa.
—No me ofendo —respondo.
—Bien, sé que es todo tuyo, pero cualquiera que tenga dos
dedos de frente puede ver que es un hombre muy guapo. Incluso
entonces, era tan hermoso que dolía mirarlo. Y eso hacía que la
gente se aprovechara de él. —Hace una pausa con un triste
suspiro.
—¿Qué quieres decir? —Casi temo por la respuesta, porque un
niño borracho y aprovechado solo puede significar una cosa.
Ladeo la cabeza hacia Enzo y él tiene una mirada grave.
—No sé exactamente qué pasó antes que yo llegara. Enzo
nunca me contó los detalles. Estaba caminando por el pasillo del
club cuando escuché un grito de auxilio estrangulado. Ni siquiera
pensé, simplemente irrumpí por la puerta y toda la escena fue
horrorosa. —Su voz se entrecorta, y está claramente afectada por
lo que está diciendo. Es imposible que alguien pueda fingir eso.
—El pobre Enzo estaba desnudo, boca abajo en el suelo, y un
viejo estaba encima de él, a horcajadas y... —Se interrumpe y oigo
un sollozo.
La expresión de Enzo aún no ha cambiado, y apenas me
contengo de tenderle la mano en señal de consuelo.
—Gracias a Dios llegué justo antes que pasara lo peor. Estaba
tan desorientado, tan vulnerable, y mi corazón se rompió por él.
De alguna manera, después del hecho, a Enzo se le metió en la
cabeza que tenía que pagarme, así que lo hizo.
—Le compré un club —interviene Enzo, la apariencia de una
sonrisa jugando en sus labios.
—Hemos sido amigos durante mucho tiempo, pero en
realidad, lo veo como el hijo que nunca tuve —dice con efusión y
un rubor sube por el cuello de Enzo.
—Gracias, maman —añade él con auténtico cariño.
Charlamos un poco más y me cuenta algunas anécdotas de
Enzo a lo largo de los años y, justo cuando estamos a punto de
terminar la conversación, añade algo.
—Por favor, sé amable con él y escucha todo lo que tenga que
decir. Sé que todo apunta a lo contrario, pero puedo dar fe con mi
vida que mi chico te ama más que a nada en el mundo. Dale una
oportunidad, por favor.
—Le dejaré hablar.
Maman me asegura que dejará a Luca al día siguiente antes de
colgar.
Enzo se guarda el teléfono y me quedo sin palabras mientras lo
miro.
—¿Acaso ellos...? —No me atrevo a formular la pregunta.
Sacude la cabeza.
—Casi, pero maman estuvo allí para ayudarme —responde, y
creo que no se da cuenta de cómo su mano busca instintivamente
la botella de alcohol que hay sobre la mesa.
—Enzo, yo...
—Hay más —me corta, tomando un trago de alcohol—. Ni
siquiera sé cómo decir esto... Además de a maman, nunca se lo he
dicho a nadie. —Se le quiebra la voz y cierra los ojos, con la mano
frotándose las sienes.
¿Qué puede ser peor que eso?
Me acerco a él y cubro su mano con la mía. Él mira hacia abajo
ante el contacto, y aprieta los ojos, moviendo la cabeza hacia un
lado.
—Antes del club —empieza, con la voz baja y ronca—, mi
madre tenía una obsesión antinatural conmigo.
Mis ojos se abren de par en par y me alejo conmocionada.
—Ell-ll-a —tartamudeo, y mi mente poniendo todo junto: sus
celos, su comportamiento hacia mí.
No... eso no. Por favor, dime que no es lo que estoy pensando...
—Tenía nueve años cuando empezó a entrar en mi habitación.
Pensaba que yo estaba dormido, así que usaba mis manos para
excitarse.
Jadeo y me llevo la mano a la boca, pero no hablo. No cuando
Enzo parece esforzarse por contarme esto. Le dejo continuar.
—Continuó un par de veces a la semana hasta que ya no fue
suficiente. Empezó a tocarme, a intentar masturbarme. En aquel
momento ni siquiera sabía lo que era eso. —Se ríe
nerviosamente—, pero incluso entonces sabía que estaba mal.
Duró años, hasta que empecé a pasar por la pubertad y... —se
interrumpe y mi corazón se rompe por él.
Me acerco a él, cogiendo su mano y llevándomela a los labios.
Señor, sabía que a Lucía le faltaba un tornillo, pero nunca me
habría imaginado que sería tan... vil. Su propio hijo, el cual era
todavía un niño en aquel momento.
Tal vez mi venganza no haya terminado.
Cómo me gustaría torturar a esa perra, hacer que se arrepienta
del día en que miró a su hijo con algo más que amor maternal.
Pero dudo que haya tenido de eso en algún momento.
—Está bien —le insto suavemente a continuar, admirando su
valor. No debe ser fácil confesar nada de esto.
—Empecé a tener erecciones al azar, como cualquier
adolescente. Pero una noche me desperté con ella chupándomela.
—Se le quiebra la voz y trago con fuerza, luchando ya contra las
lágrimas.
—Me corrí —dice apenas por encima de un susurro—. Ni
siquiera sabía lo que estaba pasando, pero me corrí en la puta
garganta de mi madre. ¿Qué tan jodido es eso? —Sacude la
cabeza, con una sonrisa cínica en los labios—. Pero seguí
fingiendo que estaba durmiendo. Siempre fingía, esperando que
por fin me dejara en paz. Hasta que... una vez no pude fingir más.
Me desperté una noche con ella a horcajadas sobre mí tratando de
follarse sobre mi polla. Yo estaba flácido, pero eso no la detuvo.
Reprimo un sollozo. ¿Qué tan enfermo hay que estar para
hacerle eso a tu propio hijo? Me quedo simplemente sin palabras
mientras veo a Enzo esforzarse por relatar su experiencia,
sintiendo su dolor como propio y queriendo consolarlo.
—Me la quité de encima, y después de eso nunca volvió.
—¿Qué edad tenías?
—¿Cuándo dejó de hacerlo? No sé, doce o trece.
—Dios, Enzo. —Mi mano sube y baja por su brazo en una
suave caricia—. Te das cuenta que nada de esto fue culpa tuya. Es
una mujer muy enferma.
—Era —corrige, con el fantasma de una sonrisa en su cara—.
La maté después de que intentara envenenarte.
—Cuando se fue a Sicilia. —Recuerdo su repentina partida—.
Oh, Enzo. —Sacudo la cabeza ante él y lo que ha pasado, mi alma
doliendo por la suya. Extendiendo la mano, intento tocarle y
ofrecerle mi consuelo.
—No te he dicho esto para obtener tu compasión, pequeña
tigresa. —Se vuelve hacia mí, con los ojos sombríos—. Quiero que
entiendas por qué nunca he besado a otra mujer antes de ti. Toda
mi vida todo el mundo ha intentado follarme, de una forma u
otra. Mujeres, hombres, todos lo intentaban, la mayoría de las
veces sin aceptar un no por respuesta. Supongo que me cansé muy
joven, pero despreciaba ver esa mirada de deseo en la cara de la
gente. Me recordaba demasiado a mi madre. Y habría estado bien
sin tener nunca sexo, si te soy sincero. Hasta que te conocí.
Mis pestañas se agitan rápidamente, su confesión tomándome
por sorpresa.
—Enzo. —Su nombre se escapa de mis labios mientras intento
asimilar lo que me ha dicho. Pensando en el pasado, puedo ver las
señales, y cómo siempre me tocaba sin esperar nada a cambio.
No quería que le tocaran.
—No, déjame decir esto. Admito que no manejé bien mis
sentimientos, sobre todo porque me aterrabas. Eras tan cruda y
única y ¡dios!, tan, tan exquisita. —Se vuelve hacia mí, tomando
mi rostro entre sus manos.
—Por favor, nunca dudes de eso. Para mí eres la mujer más
hermosa del mundo y no es por tu rostro. —Sonríe
disimuladamente—, aunque eso también me gusta especialmente,
pero es por lo que eres. Eres simplemente tú. —Su pulgar acaricia
mi rostro con movimientos circulares, sus pupilas dilatadas por la
intensidad de sus emociones.
—Eres mi pequeña tigresa y nada ni nadie puede
reemplazarte. —Se inclina hacia adelante para presionar un beso
en mi frente.
No puedo contenerlo más. Simplemente empiezo a llorar,
apoyándome en él mientras envuelve sus brazos alrededor de mi
cuerpo. Estoy llorando y temblando, por el niño que creció
temiendo a las sombras y por el hombre que evitó la intimidad
durante tanto tiempo debido a su trauma.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —pregunto entre sollozos e
hipos.
—Estaba avergonzado —admite, su voz baja en mi oído—. No
quería que me vieras como... menos.
—Oh, Enzo. —Mis palmas van a sus mejillas y lo acerco a mí,
aplastando mis labios contra los suyos—. Nunca podría verte
como algo más que mío —digo contra él, dejando ir lo último de
mi resentimiento.
—Tigresa. —Me jala hacia atrás—, hay más que necesito
decirte. —Toma una respiración profunda, sus rasgos
desgastados—. Sé que me porté mal, pero tenía tanto miedo que
me dejaras y estaba tan jodidamente enamorado de ti que seguí
haciendo estupideces.
—Está bien —Me apresuro a asegurarle, pero niega con la
cabeza.
—No está bien. Te traté como a una prisionera y yo... Dios,
incluso fisgoneé en tu diario para tratar que te enamoraras de mí
—admite y mi boca se abre en estado de shock.
—Lo peor es que... Leí que querías dejarme y yo… —Respira
profundamente, con las fosas nasales encendidas—. ¡Maldita sea!
—maldice, con la cara arrugada por el dolor—. Cambié tus
pastillas anticonceptivas para dejarte embarazada, pensando que
un bebé te mantendría a mi lado.
—¿Qué? —estallo, sorprendida por su confesión.
No puedo decir que no haya sospechado que él tuviera que ver
con el embarazo sorpresa, sobre todo porque estaba seguro del
embarazo incluso antes que el médico lo confirmara. Pero nunca
hubiera imaginado que él mismo lo admitiría.
—Sé que estaba mal, pero no podía dejar que te fueras.
¡Maldita sea! Después que básicamente te violara, sabía que solo
me odiarías más, y tenía tanto miedo que me dejaras que empecé a
ser insoportablemente controlador. —Las palabras salen de su
boca a tal velocidad que solo puedo mirar atónita mientras las
revelaciones siguen rodando.
—No me violaste. —Frunzo el ceño, aferrándome a esa
palabra—. ¿Por qué piensas eso?
—¡Joder! No recuerdo mucho de esa noche, pero sí recuerdo
que dijiste que no. Y yo te quité la opción.
—Enzo, no me violaste —le digo de nuevo. Puede que me
asustara con su agresividad, pero yo había agradecido todas sus
atenciones.
—Pero dijiste que no —repite, su cara asemejándose a la de un
cachorro triste.
—Si no recuerdo mal, dije que así no, pero que te deseaba igual.
Parece procesar mis palabras, sus cejas moviéndose hacia
arriba y hacia abajo.
—¿Por qué no lo recuerdas? —pregunto de repente. Incluso mi
yo más bien achispado había logrado retener la mayoría de los
detalles de la noche.
Sus labios se estiran en una fina línea.
—Lucía me drogó. Probablemente esperaba que te matara en
mi estado maníaco, pero está claro que, incluso drogado, nunca
levantaría una mano contra ti —añade secamente.
Ahora, su comportamiento después de esa noche empieza a
tener sentido. Había estado distante pero cada vez más restrictivo.
Todo porque pensaba que me había tomado contra mi voluntad.
¡Oh, Enzo!
—Pensabas que te odiaba —digo, la comprensión dejándome
en shock.
Él se limita a asentir, con una expresión abierta y vulnerable.
—No sabía cómo mantenerte conmigo —dice en un susurro, y
me inclino hacia él, besando su mejilla.
—Podrías haberme dicho simplemente que me amabas y
nunca habría pensado en irme.
—Metí la pata; lo sé. Mirando hacia atrás, no tengo excusa para
ello, aparte de que estaba asustado. Asustado de lo que sentía por
ti, asustado de que me dejaras, asustado de que me odiaras...
Simplemente entré en una espiral de pensar que un día te irías, y
me vi a mí mismo y en lo que me convertiría sin ti, y créeme, no es
bonito.
—Enzo... —Inclino la cabeza hacia un lado, estudiándolo y
asimilando a este nuevo hombre que tengo delante.
Porque nunca me había dejado entrar así.
—¿Qué pasa con Chiara, entonces? ¿Y las fotos? —pregunto,
temiendo la respuesta, pero depositando tímidamente mi
confianza en él.
—Puedes pensar que miento, pero supe que le pasaba algo
desde el momento en que la vi. —Procede a contarme todo sobre
las primeras semanas y cómo cuidó de Luca él solo, temiendo
dejarlo desatendido aunque fuera un momento. Me cuenta cómo
se sintió cuando se enteró de lo que Chiara me había hecho y que
estaba dispuesto a matar a todo el mundo, tan enloquecido de
dolor como había estado.
—Me avergüenza decir que puede que te hubiera seguido —
confiesa y mi corazón se rompe por él y por lo que ha pasado.
¿Fui egoísta al no escuchar su versión antes?
Acababa de decidirme por su traición y me había propuesto
hacerle pagar.
Pero a medida que sigue contándome su plan, su asociación
con Jiménez y, en última instancia, la muerte de Rocco, empieza a
surgir una nueva imagen.
—Enzo —susurro—. ¿Qué hiciste?
—Vendí a la famiglia. Soy prácticamente un traidor, pero de
alguna manera nadie lo sabe. —Se ríe, pero no le llega a los ojos.
—¿Por mí? —Se me quiebra la voz porque nunca había
esperado que alguien hiciera algo así por mí.
—Por ti, y por nuestro hijo. Quería librarme de la famiglia y
ofrecerte una vida normal cuando despertaras. Sin violencia... solo
una vida normal. —Suspira—. Cuando descubrí que estabas en
contacto con el FBI me di cuenta de hasta dónde te había llevado.
—Acababa de dar a luz y estaba aterrorizada, Enzo. Lo único
que me importaba en ese momento era Luca y asegurarme que
estaba a salvo. No podía pensar en nada más —explico. Si él es un
traidor, entonces yo también lo soy, porque había estado
dispuesta a vender a todos para proteger a mi bebé, sin importar
las consecuencias para mí—. ¿Tú...? —Me detengo, sin saber cómo
preguntar si está resentido por mi elección.
Mueve rápidamente la cabeza, casi como si me leyera la mente.
—No puedo culparte por intentar salir. No cuando te asfixiaba
ciegamente con mi obsesión. —Hace una pausa, dedicándome una
sonrisa triste—. Cuando vi tu mirada después de matar a esos
guardias... algo se activó dentro de mí. Supe que estaba en el
punto de no retorno y no tenía idea de cómo arreglarlo.
Tomando mis manos entre las suyas, las lleva a sus labios.
—Así que me propuse darte lo que querías. Una vida normal.
Sus planes no salieron exactamente como él quería, ya que
actualmente está en posesión del imperio Agosti y de la mitad de
los negocios de Jiménez.
Acaba contándome todo lo que ha hecho en los últimos años,
llegando incluso a sacar un documento con los nombres de todas
las mujeres con las que se le había visto y dándomelo para
convencerme de que nunca tocó a ninguna.
—Nunca estuve tentado, pequeña tigresa. Ni una sola vez —
admite cuando lo interrogo más, ya que había visto lo hermosas
que eran esas chicas.
—No sé qué decir, Enzo —hablo tras un largo momento de
silencio —. Es mucho para asimilar.
—Lo sé. —Asiente, frunciendo los labios—. Te he hecho daño
demasiadas veces. Pero a pesar de todos mis pecados, debes saber
que nunca te he mentido en cuanto a que te amaba o te era fiel.
Eres la única para mí, pequeña tigresa. —Me dedica una sonrisa
ladeada mientras se inclina para coger el cuchillo, rodeándolo con
las manos.
—Y si todavía quieres tu venganza, es tuya para que la tomes.
—Apunta el cuchillo hacia su pecho desnudo, la herida sangrienta
que le he causado antes mirándome fijamente y haciéndome
estremecerme.
—¿Me amas? —Levanto los ojos hacia los suyos, esperando la
confirmación de sus labios.
—Lo hago, Allegra. Te amo más que a nada en el mundo. —
Sus palabras destilan una cruda sinceridad, y el hielo que rodea
mi corazón se descongela un poco.
—Yo también te amo, Enzo —le digo justo antes de colocar la
punta del cuchillo sobre su corazón—. Para siempre —susurro
mientras se lo clavo en la piel.
ENZO

Cierro los ojos esperando a que llegue la muerte. Si esto es lo


que ha decidido mi pequeña tigresa, entonces voy a aceptarlo.
Siento el cuchillo clavándose en mi piel, pero solo es
superficial.
—Ya está —bromea, lo que me hace abrir los ojos. La miro con
el ceño fruncido y me llevo las manos al pecho. Hay algo de
sangre goteando por mi piel, pero al palpar la herida, noto los
bordes.
—Es una A. Ahora eres mío para siempre. —Levanta la
barbilla un poco, retándome a discutir con ella.
Riendo, no puedo más que darle la razón.
—Si estoy vivo soy tuyo y si estoy muerto también. De
cualquier manera, tú ganas —añado en broma, pero su expresión
se vuelve seria.
—¿Cómo podría matarte si eso significaría matar mi propio
corazón? No pude matarte cuando pensé que me habías
traicionado, y mucho menos ahora, cuando sé la verdad.
Suelta el cuchillo y se pone de rodillas hasta que nos separan
apenas unas bocanadas de aire.
Sus manos se extienden para acariciar mi mandíbula, y sus
ojos se vuelven melancólicos.
—Te he amado durante tanto tiempo, Enzo —empieza, y esas
palabras me estrujan el corazón como ninguna otra cosa. Joder si
no he soñado con escucharla decirme eso tantas veces a lo largo de
los años.
—Incluso cuando no entendía lo que era el amor —continúa,
con la comisura de los labios tirando hacia arriba—, eras muy
especial para mí. Me trataste como a una reina y por primera vez
pensé que, tal vez, yo valía algo más.
Saber que ella no reconoce su propio valor me duele más que
nada, porque significa que no he hecho bien mi trabajo.
—Lo eres, mi pequeña tigresa. Para mí lo vales todo.
Y juro que a partir de este momento te haré ver lo mucho que vales.
—Pero también me hiciste daño. —Respira profundamente,
bajando los ojos—. Tanto y tantas veces... Estaba dispuesta a
ofrecerte mi ya maltrecho corazón y me lo tiraste a la cara. Estaba
dispuesta a abrirte mi alma, y tu primer rechazo me dolió tanto
que no creo que vuelva a bajar la guardia, por miedo a que acabes
conmigo.
—¡Lo siento mucho! ¡Joder! Las palabras nunca podrán
expresar cuánto lamento mi pésimo comportamiento. Solo te pido
que me des otra oportunidad. Déjame amarte y demostrarte que
tu corazón está a salvo conmigo, igual que el mío está a salvo
contigo. —Subo la mano sacando un poco de sangre de mi pecho
y untando sobre su corazón.
Ella sonríe, la primera sonrisa genuina que he visto en mucho
tiempo, y me dan ganas de llorar al verla.
—Vale —susurra, y no pierdo tiempo en atraerla hacia mí,
rodeando sus costillas con las manos y acercando su boca a la mía.
Le abro los labios y deslizo mi lengua, devorándola como el
hombre hambriento que soy.
—Pequeña tigresa. —Inspiro, inhalando su esencia—.
¿Recuerdas cuando me acusaste de hechizarte? —le pregunto,
divertido cuando se sonroja al recordarlo—. Debería ser yo quien
te acusara de brujería porque no creo que haya nada más potente
que lo que siento por ti. Es simplemente... eros.
El amor que lo supera todo.
Sus ojos se abren de par en par en señal de comprensión, y su
boca se abre en un pequeño gemido.
—Yo también. Incluso cuando quería odiarte, te amaba tanto,
tanto que creía que mi corazón iba a estallar. —Sacude la cabeza,
con el rostro lleno de emoción—. Eres el único para mí, Enzo.
Siempre lo has sido. —Me dedica una sonrisa socarrona, sus
dedos acariciando mi mandíbula —. Te das cuenta que nunca he
mirado a otro hombre.
—Y eso —digo, dándole un rápido beso—, me hace el hombre
más feliz del mundo. Porque créeme, si lo hubieras hecho, no
estarían vivos, de todos modos.
—Salvaje. —Ríe ella, levantando una ceja hacia mí.
—Pero cierto —afirmo, sin poder apartar los ojos de ella.
Un sueño hecho realidad.
—Una última pregunta —dice ella, mirando tímidamente
hacia otro lado—. ¿Tu...? —Se le corta la respiración en la garganta
y suelta una pequeña tos—. ¿Sientes asco hacia mí ahora que he
matado a mi propia familia? —No me mira, así que utilizo mis
dedos para girar su rostro hacia mí y la convenzo de que me mire
a los ojos.
—No te avergüences de nada, pequeña tigresa. No conmigo.
—Trazo el contorno de sus mejillas, perdiéndome en la claridad
de sus ojos—. Cómo podría sentir asco por ti cuando yo hice lo
mismo con los míos. Somos más parecidos de lo que crees. —Le
dedico una sonrisa alentadora —. Dos trozos rotos de un todo que
por fin vuelven a fundirse. Si existen las almas gemelas, tú eres la
mía. Nunca lo dudes.
—Eres un demonio muy persuasivo —murmura en voz baja,
pero las comisuras de su boca se levantan mientras trata de luchar
contra una sonrisa.
—Y tú eres mi pequeña tigresa sangrienta, y tengo que admitir
que fue caliente ver cómo matabas a tu padre a hachazos.
—¿Estabas mirando? —Sus ojos se abren de par en par y me
coge la mano con la suya.
—Por supuesto. Nunca me arriesgaría con tu seguridad. Dicho
esto, quería que tomaras el control de tu propio destino. —Le
guiño un ojo.
—Gracias. —Suspira profundamente—, necesitaba hacerlo.
Necesitaba reclamar mi propia independencia y todo lo que me
robaron. Sé que es una mierda, pero…
—No hay peros, pequeña tigresa. No te lo pienses dos veces.
—Ella frunce los labios, pero asiente lentamente, con los ojos
puestos en los míos.
Sigo tocándola, la sensación de tenerla entre mis brazos vale
todos los años de anhelo. Mis manos se extienden por todo su
cuerpo mientras la estrecho contra mí, inhalando su aroma y
deleitándome con este sueño convertido en realidad.
—Enzo —me llama de repente, con una expresión bastante
pensativa.
—¿Uhm? —pregunto, mis labios ya trazando la columna de su
cuello, hambriento de ella, inquieto por ella.
—Hazme el amor, por favor —susurra suavemente, sus
mejillas ya sonrojándose.
—No tienes que pedirlo dos veces, pequeña tigresa.
Me esfuerzo por controlarme y ofrecerle una experiencia lenta
y sensual. Después del fracaso de la última vez, quiero que sienta
todo mi amor.
Rozo la parte inferior de sus pechos con la mano, cojo el suéter
y se lo quito de un tirón. No lleva sujetador, y la visión de sus
atractivas tetas me hace la boca agua.
—Joder, la vista de ti así. —Sacudo la cabeza, las palabras
fallándome.
Pero hoy me propongo adorar su cuerpo para que no dude de
mis sentimientos.
Sus dedos recorren mi herida y sus cejas se juntan.
—¿Te duele? —pregunta ella, inclinándose para besarlo. Su
lengua sale a hurtadillas y traza el contorno del corte, lamiendo la
sangre. Siento un cosquilleo en el lugar, pero su boca es como un
remedio que se lleva todo el dolor y deja solo la felicidad.
Sube lentamente, lamiendo mi cuello hasta llegar a mi
mandíbula, con una chispa de picardía en sus ojos.
—¿Vas a ser una tigresa traviesa hoy? —le pregunto, y ella
suelta una risita mientras me rodea con los brazos, sus labios
buscando los míos.
La beso como si ella fuera la orilla y yo el mar, las olas que se
tragan la arena acogedora, olvidando dónde acaba una y empieza
la otra. Forjado en el fuego, pero templado en el agua, el yin y el
yang del ser.
Porque solo en sus brazos me siento realmente completo.
Me aferro con fuerza a ella mientras nuestras bocas se funden,
sus pezones rozando mi pecho, mi sangre manchando aún más su
lienzo inmaculado.
Mordisqueando sus labios, me dirijo a su mejilla, arrastrando
mi lengua hacia su oreja.
—Abismo —susurro contra su piel—. Como un pozo sin
fondo, mis sentimientos por ti no tienen límites. Vacío o infinito,
es solo una cuestión de perspectiva.
Gira la cabeza hacia mí, con las pupilas dilatadas por el deseo,
sus iris ahogados por su excitación.
—Infinito. —Sonríe—. Me gusta —dice y sus labios vuelven a
estar sobre los míos.
La tumbo lentamente y cubro su cuerpo con el mío mientras
mis manos recorren su carne desnuda. Bajo la cabeza y desciendo
mi boca por su cuello hasta llegar a sus tetas. Tomo un capullo en
mi boca y lo rodeo con la lengua mientras masajeo el otro con la
mano.
Arquea la espalda, acercando su parte inferior a mí mientras
me burlo de ella.
—Enzo. —Su sonido jadeante es todo el estímulo que necesito
para continuar.
Con las manos en mi cabello, me presiona la cara contra sus
tetas, y el roce de mis dientes con el pezón la hace gemir de
rendición.
Después de ofrecerle las mismas atenciones al otro pezón, me
muevo más abajo, mis manos apresurándose a desabrocharle los
pantalones y tirar de ellos fuera de sus piernas.
Lleva un trozo de tela a modo de bragas, y el contorno de sus
labios del coño es visible a través de la tela blanca empapada.
Entierro la nariz entre sus piernas y aspiro su almizclado
aroma. Cuando uso mi lengua para darle una larga lamida, ella
gime, levantando sus caderas para encontrarse con mi boca.
Pequeña tigresa codiciosa.
—Joder cariño, estás chorreando —le digo con fuerza,
soplando aire caliente y haciendo que se retuerza debajo de mí.
Me rodea el cuello con las piernas y me pone contra ella.
—¿Qué necesitas, pequeña tigresa? Dímelo —exijo mientras
uso un dedo para torturar su clítoris a través del endeble material.
Con los ojos cerrados, suelta un gemido estrangulado mientras
dejo que mi dedo se deslice más y más abajo.
—Tu boca —exhala, sus muslos tensándose en torno a mí.
—Mi boca —continúo acariciándola con el dedo, queriendo
oírla pedir—, ¿dónde quieres mi boca?
—Justo ahí —maúlla suavemente, apretándose contra mí—, en
mi coño.
Agarro la banda de sus bragas y tiro hacia fuera, arrancándole
el material, consiguiendo por fin acceder a su bonito coño.
Introduciendo un dedo entre sus labios, la encuentro goteando
y preparada, con su excitación pegada a mi dedo como una crema
dulce.
Verla toda mojada y excitada es suficiente para abrir mi ya
voraz apetito. Envuelvo su clítoris con mi boca en un beso abierto,
acariciándolo con mi lengua como a ella le gusta. Empieza a
retorcerse debajo de mí, y le doy una larga lamida desde su culo
hasta su montículo, usando mi lengua para sondear su entrada,
burlándome y mordisqueando hasta que tiene espasmos, sus
muslos apretando mi cabeza, sus manos clavándose en mi cuero
cabelludo.
Morir adorando su coño podría ser el mejor tipo de muerte.
—Enzo —grita, tirando de mi cabello, con la respiración
entrecortada mientras llega a ese punto—, me vengo.... Me estoy...
—se interrumpe, su coño me inunda con sus jugos y la lamo,
ahogándome en su esencia.
Ya está sin fuerzas, agotada tras su orgasmo, mientras le doy
un beso en el coño y subo lentamente hasta su estómago, sus tetas
y su cuello antes de besar su boca.
Con una sonrisa pícara, me empuja por los hombros, rodando
conmigo hasta que estoy de espaldas. A horcajadas sobre mí, tiene
un brillo peligroso en los ojos mientras coge la botella de whisky y
la vierte lentamente sobre su pecho, el líquido ámbar fluyendo en
un río hipnotizante entre el valle de sus pechos. Me levanto, la
cojo por la cintura y la acerco, con la boca abierta para empaparme
de su néctar.
Algunas gotas de whisky caen sobre mi herida, y la
combinación de dolor y placer me hace sisear.
—El dolor —empieza, dejando que el líquido gotee sobre mi
estómago—, es por romperme el corazón. —Su voz es plena y
gutural, y ningún dolor del mundo impediría a mi polla
endurecerse solo con ese sonido.
Colocando la botella a mi lado, me empuja al suelo antes de
lamer las gotas de whisky con su lengua.
Baja hasta llegar a mis pantalones. Levantando un poco la
cabeza, me mira a los ojos, con una pregunta no formulada.
Pequeña tigresa considerada.
Debió entender por qué siempre había evitado este acto en
particular, pero desde que dejé a mi madre en el fondo del
Hudson, he empezado a darme cuenta de que podía dejar atrás el
pasado.
—Esta vez sin dientes —le digo, con la voz ronca, mientras mi
polla dura ya hace fuerza contra la cremallera.
Se ríe suavemente, negando con la cabeza.
—Esta vez solo placer. —Su mejilla está justo encima de mi
bulto mientras traza el contorno de mi polla con la boca
entreabierta—. Por recomponer mi corazón.
Sus ágiles dedos se apresuran a trabajar en la bragueta,
bajándola hasta hacer contacto con mi carne caliente. Suelta un
suave jadeo mientras intenta envolverme con su pequeña mano,
sus dedos sin llegar a juntarse mientras me acaricia de arriba
abajo.
Exhalo con fuerza, con los ojos cerrados mientras me concentro
en su inocente tacto.
—Tigresa —gimo cuando sus dedos rozan la parte inferior, su
pulgar en la cabeza de mi polla, barriendo la humedad y
utilizándola como lubricante—, me estás matando. —Apenas
puedo hablar mientras ella baja su mano hasta mi base antes de
arrastrarla de nuevo hacia arriba.
—Me encanta tu polla —susurra, inclinando la cabeza para
darme una tímida lamida, saboreando las gotas de pre-semen de
la punta. Le da un beso antes de soplar sobre ella y hacer que se
me erice el vello del cuerpo, mis bolas doloridas por la
anticipación.
—No volveré a dañarla. Te lo prometo. —Me sonríe
pícaramente, y entonces su boca está sobre mí, abierta y tentadora,
mientras rodea la cabeza con sus labios, absorbiéndola.
—Joder. —Una inhalación y sabe que me tiene a su merced.
Me da una lenta lamida desde la base hasta la punta, mientras me
mira con una chispa tortuosa en sus ojos.
—¿Qué me estás haciendo, pequeña tigresa? —Apenas puedo
forzar las palabras mientras me lleva más adentro, su cálida boca
envolviendo mi longitud hasta que la cabeza de mi polla golpea el
fondo de su garganta. Sus manos están masajeando suavemente
mis bolas, y su toque es tan efectivo como la dinamita.
—Joder —siseo, con las manos en su cabello mientras me meto
en su boca, con los músculos tensos, el placer demasiado intenso.
—Te gusta que te meta la polla en la garganta, ¿verdad, mi
pequeña tigresa? —digo con la voz rasgada mientras ella pasa su
lengua por debajo de la punta.
Que me jodan. ¿Cómo he tenido tanta suerte?
Lo que sea que me está haciendo funciona porque pronto
siento un cosquilleo en la columna vertebral y sé que estoy cerca.
—Me voy a correr —intento advertirle, pero ella sigue
trabajándome con su boca hasta que simplemente exploto. Ella
está ahí para recoger los pedazos mientras se traga hasta la última
parte, mirando descaradamente hacia arriba y lamiéndose los
labios como si fuera el postre más delicioso.
—Eres la mejor. —La arrastro por mi cuerpo para besarla,
saboreando mi presencia en ella como ella puede saborear su
presencia en mí. Y joder si eso no hace que se me ponga dura otra
vez.
Me empuja hacia abajo, con los ojos puestos en mí mientras
busca algo a su alrededor. Una pequeña sonrisa aparece en su
rostro mientras se mueve ligeramente para coger el cuchillo antes
de volver a sentarse a horcajadas sobre mí, con mi polla apoyada
justo entre los labios de su coño.
—¿Allegra? —pregunto mientras la veo deslizar el cuchillo
sobre su palma antes de arrastrarlo por mi pecho.
—Tu turno —dice, con su melodiosa voz cautivadora.
Ni siquiera le pregunto qué quiere decir mientras envuelve
mis dedos sobre la empuñadura, apuntando la punta del cuchillo
justo encima de su pecho.
—Hazme tuya —susurra, empujándolo hacia delante hasta
que atraviesa la piel.
—Eres mía de todos modos —respondo, ya que la idea de
herirla me pone enfermo.
—Hazlo —me insta, apretando sus dedos sobre los míos.
Una mirada a sus ojos y veo la convicción, pero sobre todo veo
su amor.
Arrastro el cuchillo hacia abajo en línea recta, aplicando la
mínima presión para romper la piel, la sangre cubriendo la hoja,
pero aún no lo suficiente como para herirla.
Su respiración se entrecorta y tiembla ligeramente en mis
brazos mientras grabo mi inicial en su carne, la excitación
goteando de su coño mientras se mueve lentamente hacia delante
y hacia atrás sobre mi polla. Ya estoy empalmado con sus jugos
cubriendo mi polla, y el aumento de la fricción es pura tortura.
—Ya está —digo, dejando caer la hoja, e inclinándome para
chupar la sangre errante.
El dorso de su mano llega a mi mejilla para una dulce caricia.
—Quiero follarte, Enzo —me susurra al oído—, ¿me dejas?
—Úsame —le digo—, úsame y obtén tu placer, pequeña
tigresa. Soy todo tuyo.
Una sonrisa de satisfacción aparece en su rostro mientras me
da un suave empujón. Caigo sobre mis codos mientras la observo,
embelesado por sus sensuales movimientos y la fluida sexualidad
que desprende. Desde el principio supe que bajo tanto fuego solo
podía haber una pasión volcánica esperando a ser despertada.
Se levanta ligeramente, moviendo las caderas en una danza
sensual, provocándome con el mero contacto de su coño con mi
piel. Mi polla está dura como una roca y pide atención.
Pero por mucho que me apetezca tumbarla de espaldas y
penetrarla, tengo que esperar.
Este es su momento.
Mete la mano entre las piernas, recogiendo su humedad
untándola en mi polla. Cierro los ojos, reconociendo que ya he
perdido este juego.
Me tiene en la palma de la mano y solo puedo concentrarme en
no derramarme en el acto: el estímulo visual de su cuerpo, tan
seductor -el epítome de la feminidad- ya me está llevando al
borde.
Finalmente, apiadándose de mí, me atrapa con su mano,
colocando la cabeza en su entrada y bajando lentamente sobre mi
polla. Con los ojos medio cerrados y la boca abierta, rosada y
húmeda, gime mientras la lleno, sus paredes engullendo mi polla.
La sensación es diferente a cualquier otra. Su canal me agarra
con fuerza, y su calor me da la bienvenida.
—Pequeña tigresa —gruño cuando se empala hasta la
empuñadura—, te amo.
Todo su rostro se ilumina, y las lágrimas se acumulan en las
esquinas de sus ojos cuando devuelve las palabras.
—Yo también te amo, Enzo. Para siempre.
Con las manos en mi pecho, justo debajo de mi herida, se
empuja hacia arriba, y mi polla se desliza casi por completo fuera
de ella antes de volver a bajar.
Tarda un momento en encontrar su ritmo, pero pronto me
cabalga como si hubiéramos hecho esto un millón de veces en el
pasado.
Da un pequeño gemido cuando mi polla golpea su punto. Mis
manos en sus caderas, sus propios dedos jugando con sus
pezones; ella tiene el control total mientras me folla con un
abandono temerario.
Dejo que tome las riendas hasta que me aprieta, con su coño
más apretado que un guante. Su boca se separa en un gemido
creciente cuando encuentra su liberación.
—Enzo —gime, y es todo el estímulo que necesito para
cambiar de posición, tumbarla de espaldas y penetrarla.
Con los dedos clavados en su piel, empujo profundamente
dentro de ella, con toda el ansia contenida, follándola como un
loco. Ella me recibe golpe a golpe, girando sus caderas y
apretándose a mi alrededor, con sus manos enredadas en mi
cuello y atrayéndome hacia ella para besarla.
—Eres jodidamente perfecta —grito justo cuando me corro,
con mi polla sacudiéndose dentro de ella y llenándola con mi
semilla.
Colapsando encima de ella, nos doy la vuelta para que se
tumbe sobre mi pecho. La sostengo entre mis brazos mientras le
beso la frente, mi polla aún agitándose dentro de ella.
—Así que —empieza, con una voz ligeramente insegura—,
creo que este es el momento de decirte algo —dice tímidamente,
enterrando su rostro en el hueco de mi cuello.
—¿De qué se trata? —Mis cejas se levantan de repente, el
miedo corroyéndome.
—Uhm... ¿recuerdas aquella noche en el baile? —Levanta
ligeramente la cabeza para mirarme.
—¡Mierda! —exclamo, recordando mi atroz comportamiento—
. ¿Fui demasiado rudo contigo? —pregunto, temiendo haberla
herido sin querer.
Ella niega con la cabeza.
—No, claro que no. —Se apresura a decir, y un rubor envuelve
sus facciones.
Se levanta ligeramente hasta que su boca está junto a mi oído.
—Estoy embarazada —dice en voz baja, su tono incierto.
Incluso antes de que pueda digerir completamente la
información, mis labios se estiran en una alegre sonrisa.
—Embarazada —repito, con una sensación de asombro
envolviéndome—. Tigresa, eso es lo mejor que podrías haberme
dicho nunca —le digo con seriedad, besando su naricita—. Dios
mío, otro bebé —digo con asombro.
¿Cómo he tenido tanta suerte?
ALLEGRA

UN MES DESPUÉS,

—¿Puedo tomar otro, mamma?


Me giro para ver a Luca con su plato vacío y mirándome con
ojos de cachorrito, esperando que eso le haga ganar otro trozo de
pastel.
—Claro que puedes. —Le alboroto el cabello mientras le quito
el plato y corto otro trozo.
—Aquí tienes. —Le doy, observando la felicidad que brilla en
su cara.
¡Cómo amo a este chico!
—Gracias —Me sonríe, y yo no puedo evitar devolverle la
sonrisa.
—¿Me das un beso, Luca? —le pregunto, señalando mi mejilla.
Se queda pensativo un momento antes de sonreír tímidamente y
darme un picotazo en la mejilla para después salir corriendo.
Riéndome de sus travesuras, me vuelvo hacia el pastel, y corto
dos trozos más para llevármelos al sofá.
Enzo está en el sofá, revisando unos archivos, mientras que
Luca está en el suelo, viendo su dibujo animado favorito y
comiendo pastel.
—¿Quieres un poco? —Empujo el plato hacia él, pero niega
con la cabeza, con un pequeño ceño fruncido en la frente.
—Tengo que terminar esto —murmura, dándome rápidamente
un beso antes de volver su atención a los documentos.
Dejo su plato sobre la mesa y empiezo a comer el mío.
En el tiempo transcurrido desde el funeral hemos tenido que
hacer algunos cambios, uno de ellos el traslado.
Nos mudamos de la casa de los Agosti a un apartamento en el
centro de la ciudad. Enzo me había dicho que había hecho
construir este apartamento específicamente para nosotros: lleno de
un horno industrial para nuestro pasatiempo favorito y con
espacio suficiente para criar a nuestros hijos. Ya entonces quería
tener plena autonomía de su familia.
Luca se ha tomado muy bien el cambio y cada día estamos más
unidos. Aún no puedo creer que mi hijo tenga casi cinco años, y
todavía me vienen a la cabeza recuerdos de cuando era un bebé.
Los dos nos estamos conociendo y mi corazón está lleno de amor
por este niño, tan amable y bien educado.
Ahora sé que todo se debe a Enzo. Durante mucho tiempo ha
sido padre y madre y ha dedicado todo su tiempo a asegurarse de
que nuestro Luca creciera amado y bien adaptado.
Maman Margot me ha contado todas las historias y no ha
escatimado en contarme lo entregado que ha sido Enzo con el
pequeño Luca, desde cambiarle los pañales, hasta levantarse cada
pocas horas para darle de comer durante la noche, o simplemente
llevarlo con él a todas partes, temiendo dejarlo solo aunque fuera
un segundo.
Nunca pensé que pudiera quererle más, pero cuando me
enteré de todo lo que había hecho por mí y por nuestro bebé, mi
corazón se hinchó de tanto amor que hasta se me saltaron las
lágrimas.
—Mamma. —El pequeño Luca viene corriendo hacia mí, con
un pequeño libro en las manos—. ¿Puedes leerme esto?
—Por supuesto —acepto de buena gana, dándole una
palmadita en el sitio que hay a mi lado para que se siente—.
Veamos —digo mientras le quito el libro de las manos.
Se acerca a mí, con los ojos llenos de curiosidad mientras mira
las animaciones acompañadas de texto.
Empiezo a leer y él me sigue con atención. Pronto me doy
cuenta de que está intentando emparejar mis sonidos con las
letras, y le pregunto suavemente si quiere intentarlo.
—No sé... —Se lleva el pulgar a la boca, con aspecto
pensativo—. Supongo que puedo probarlo. —Se encoge de
hombros.
Le abro mis brazos y se acomoda en mi regazo, con mi barbilla
apoyada sobre su cabeza mientras le indico que empiece.
—El conejo azul...
A pesar de su tímido tono, su capacidad de lectura es
magnífica, especialmente para alguien de su edad. Trato de
corregirle suavemente cuando pronuncia mal algo y le elogio
cuando acierta, ganándome una sonrisa triunfal cada vez.
El libro es pequeño y no tardamos en terminarlo de una vez.
Cuando lee la última palabra y cierra el libro, se queda callado,
con las cejas fruncidas.
—Luca, ¿pasa algo? —Le paso la mano por los rizos,
preocupada por si le he molestado.
Como soy relativamente nueva en esto de ser madre, siempre
tengo miedo de hacer algo mal, aunque Enzo me ha asegurado
que es imposible.
—No, estaba pensando. —Gira su pequeña cara hacia mí, sus
penetrantes ojos verdes manteniéndome en el sitio.
Dios, realmente es la viva imagen de su padre.
—¿En qué estabas pensando?
—Me gusta estar contigo, mamma —empieza, con sus rasgos
serios—, ¿puedes, por favor, no volver a dejarme?
Esa única pregunta me rompe el corazón y lo traigo a mi
pecho, abrazándolo mientras me controlo. Ya se me escapan las
lágrimas de los ojos y ahogo un sollozo mientras me aclaro la
garganta para hablar.
—Te lo prometo, Luca. No volveré a dejarte. Te amo
demasiado y nunca podría dejarte —le digo desde el fondo de mi
corazón.
Sus ojos buscan en mi rostro cualquier signo de engaño y
cuando no encuentra ninguno, me dedica la sonrisa más brillante
que he visto nunca.
—¿Pinky promise19? —Levanta el dedo meñique y yo envuelvo
el mío en el suyo.
—Pinky promise —declaro, dándole rápidamente un sonoro
beso en la frente.
—Te amo mamma —dice mientras salta del sofá y corre a su
habitación.
Me quedo allí de pie, con la boca abierta, tan sorprendida pero
tan feliz que ni siquiera puedo encontrar la reacción adecuada.
Mi hijo me ha dicho que me ama.
Puede que me haya perdido los momentos más importantes de
su infancia, y aunque todavía quedan muchos por llegar, creo que
he vivido el más importante.
Me ha dicho que me ama.
Ni siquiera me doy cuenta cuando Enzo me atrae hacia su
pecho, abrazándome mientras sollozo, compartiendo conmigo
este increíble momento.
—Ese es nuestro niño, pequeña tigresa —me susurra en el
cabello—. Lo creamos juntos.
—Lo hicimos —coincido, apoyándome en él—. ¿No es
maravilloso? —resoplo, todavía llorando incontroladamente.
—El mejor. ¿Y sabes por qué? —Sacudo la cabeza—. Porque es
parte de ti. Y tú eres mi mejor. —Me besa en la sien, abrazándome
mientras me calmo.

19
La pinky promise, es la promesa que empieza con un simple gesto; unir los dedos meñiques. Una promesa
basada en el compromiso
Es mucho más tarde, cuando estamos solos en la cama,
agotados tras hacer el amor, cuando por fin tenemos una
discusión que lleva mucho tiempo en la mente de Enzo.
—Puedo dejarlo todo, ¿sabes? —dice mientras me recuesto
sobre su pecho, con su polla aún alojada dentro de mí—. El
imperio, el negocio... todo. Podemos mudarnos y empezar una
nueva vida.
Me quedo en silencio durante un minuto mientras digiero lo
que está diciendo. Sé que lo haría. Lo ha intentado durante los
últimos cinco años. pero eso no significa que la mafia vaya a
renunciar a él.
—No —hablo finalmente—. No quiero que hagas eso, Enzo.
—¿Por qué? Estaríamos a salvo y lejos de una vida de crimen.
—No estaríamos verdaderamente a salvo, y lo sabes —le
respondo.
He tenido suficiente tiempo para comprender muchas cosas,
una de las cuales es el mundo en el que vivimos.
—Si hay algo que he aprendido en estos últimos años —
empiezo, ligeramente preocupada por si le escandalizo con mi
cambio de perspectiva—, es que no se puede hacer nada sin
poder. Los que no tienen poder aspiran a tener más poder, y los
que tienen poder se esfuerzan por mantenerlo. Siempre seremos
un peldaño para la gente que quiere ganar poder, lo queramos o
no.
El solo hecho de ser el heredero de los Agosti lo convertiría en
un objetivo en todo el mundo, sin mencionar lo que los italianos le
harían por traicionar a la Costa Nostra.
—No quiero que nuestros hijos sean impotentes, porque he
visto exactamente cómo el mundo trata a los que no tienen nada
de valor que ofrecer. Quiero que estén en la cima, y nosotros
podemos darles eso.
—Pequeña tigresa, te das cuenta de lo que eso significa... —se
detiene, respirando profundamente—. Luca tendrá que seguir mis
pasos algún día.
—Tendrá tu guía. Y confío en que contigo como modelo a
seguir se convertirá en un joven honrado.
—Tienes mucha confianza en mí, amor.
—Porque te conozco, Enzo. Y la familia es lo primero. Para mí
también, la familia es siempre lo primero, y eso significa reconocer
que no estaremos mejor si dejamos la famiglia. Nunca tendremos
paz.
—Tienes razón, pero no quiero que sacrifiques tus valores solo
por eso.
—Enzo. —Me vuelvo hacia él para que pueda ver mis ojos y la
convicción que hay detrás de ellos—. Mis valores murieron en el
momento en que toda mi familia tramó que me mataran por una
barra de pan extra. No soy la misma persona que antes. He
aprendido a adaptarme a este mundo.
Alargo la mano para acariciar su cara.
—Hay un espectro de moralidad, querido marido. Y me parece
que estoy bien con estar en la zona gris.
—Tigresa —gime, llevando mi mano a sus labios para un
suave beso—. Eres mi corazón —dice antes de acercarme a él, con
su boca en la mía—. Lo haremos a tu manera. Pero cuando quieras
salir, tendré un plan de contingencia. Te lo dije, esta vez tú tomas
las riendas.
—Oh Enzo, creo que no te das cuenta de lo mucho que te amo
—murmuro contra sus labios.
—Lo hago, pequeña tigresa, lo hago. Porque yo te amo igual.
—Rodea con sus brazos mi torso, su polla todavía palpitando
dentro de mí, y procede a mostrarme cuánto me ama.

Arrastro a Luca más cerca de mí mientras nos dirigimos al


pasillo hacia nuestros lugares designados. Enzo está conversando
con Marcello y veo a Catalina al otro lado, intentando arreglar el
vestido de su hija.
—Lina —digo, y ella levanta la vista y nos hace un gesto para
que nos acerquemos.
Catalina se ha mostrado muy comprensiva cuando le hemos
contado toda la historia, y se ha apresurado a asegurarme que está
a mi lado si necesito una amiga. Dado que Luca y Claudia, su hija,
ya son buenos amigos, habíamos quedado un par de veces en el
último mes para tomar un café.
Tener una amiga mujer es... inusual. Pero no es desagradable.
También había conocido a su cuñada, Assisi, la novia de hoy, y
había sido igual de amable al darme la bienvenida a su redil.
No había oído hablar mucho del novio, Rafaelo, excepto que es
el favorito de Benedicto Guerra, a pesar de ser el segundo nacido.
Mirando a mi alrededor, me alegro de no ver a Gianna, pero como
había oído que se había escapado con su guardaespaldas hace
unos años, no es tan sorprendente.
—Estoy muy emocionada por Sisi —digo cuando llego a ella.
—Yo también. Después de su inesperado aborto, estoy muy
contenta de que Marcello le haya permitido casarse con su
amante.
El aborto involuntario de Assisi había ocurrido justo antes del
funeral de Chiara, y Lina me había confiado que Sisi no había sido
la misma desde entonces.
—Antes estaba tan llena de vida... tan traviesa. Era la reina de
las bromas. Ahora... apenas podemos sacarla de la cama —Lina
me había dicho en confianza. Desde entonces ha estado
preocupándose por Sisi.
—Estará bien, ya verás. Una vez que se casen, todo irá bien. —
Me apresuro a asegurarle, aunque mi propio matrimonio no haya
sido un paseo.
Como Sisi y su novio ya se quieren, confío en que no tendrá los
mismos problemas que yo.
Los invitados empiezan a llegar y todos tomamos asiento.
Tengo a Luca cerca de mí mientras me acomodo contra Enzo, su
hermana y su sobrina al otro lado.
Como Marcello es el hermano mayor de Sisi, es él quien la
lleva al altar.
Nos acomodamos bien y vemos cómo el sacerdote se coloca en
su posición y el novio se coloca delante del altar.
Rafaelo está muy elegante con su esmoquin negro y su cabello
engominado, pero aun así hay algo raro en él.
Parece nervioso mientras espera a Sisi en el altar, golpeando
continuamente el suelo con el pie.
Benedicto se inclina para susurrarle algo al oído y él detiene
brevemente sus movimientos erráticos, pero justo cuando empieza
a sonar la música del órgano, vuelve a hacerlo.
Marcello y Sisi entran cogidos del brazo y yo giro la cabeza
para mirar el vestido de Sisi.
Está guapísima de blanco, con un tocado de diamantes que
complementa exquisitamente su cabello rubio claro.
Su expresión, sin embargo, es todo menos feliz. Tiene la boca
fruncida y la frente con una arruga en el medio, como si se
esforzara por recordar un movimiento ensayado.
Desde luego, no parece una mujer a punto de casarse con el
amor de su vida.
—Enzo —susurro mientras me vuelvo hacia él—. ¿Estás
seguro de que lo suyo es un matrimonio por amor? —pregunto,
confundida.
—Aparentemente. —Se encoge de hombros—. Por lo que me
ha contado Lina, Assisi ha jurado que Rafaelo es el hombre al que
ama y con el que quiere casarse —continúa.
—Eso. —Señalo con la cabeza hacia Assisi que actualmente
ocupa su lugar junto a Rafaelo—, no parece una mujer
enamorada.
—¿Y cómo se vería una mujer enamorada? —pregunta, casi en
tono de broma.
Le doy un pequeño empujón antes de bajar la cabeza para
susurrar.
—Como te miro a ti. —Me giro inmediatamente, un rubor
manchando mis mejillas.
Su mano busca la mía y me da un rápido apretón.
El sacerdote se lanza a su soliloquio, e incluso ahora puedo ver
lo fría que parece Sisi mientras se agarra al brazo de Rafaelo.
Estoy a punto de inclinarme hacia Enzo para comentarlo de
nuevo cuando, de repente, toda la sala se inunda de humo.
Mi primer instinto es agarrar a Luca y cogerlo en brazos. Enzo
me pasa los brazos por encima, nos empuja al suelo y nos protege
con su cuerpo. Marcello hace lo mismo con Catalina y su hija.
Empiezan a sonar disparos al azar, con gente gritando y
corriendo.
La histeria dura unos cinco minutos hasta que el humo
empieza a disiparse. Todo el mundo está en el suelo, levantándose
lentamente para ver qué ha pasado.
Rafaelo está solo en el altar, mirando a su alrededor
desorientado. El sacerdote se levanta de debajo de su mesa, con el
mismo aspecto de perplejidad.
—Sisi, ¿dónde está Sisi? —La voz de Marcello retumba en la
iglesia, y todo el mundo parece acobardarse al asimilar su ira.
Se dirige al altar, agarra a Rafaelo por las solapas y lo levanta
en el aire.
—¿Dónde diablos está mi hermana? —le grita al pobre
muchacho.
—Yo-yo-yo... —Rafaelo tartamudea—. N-no sé. E-e-estaba
aquí.
—¡Maldita sea! —El puño de Marcello golpea la mesa del altar,
casi rompiéndola.
—Es DeVille —interviene Benedicto—, ¡tiene que ser él!
Teniendo en cuenta que DeVille había intentado detener una
fusión Agosti-Guerra en el pasado, sería lógico que intentaran lo
mismo con Lastra.
¿Pero cómo lo hicieron?
Enzo se levanta rápidamente y me dice que me quede quieta
mientras ofrece su ayuda a Marcello.
Todos están igual de confundidos mientras miran alrededor de
la iglesia. Simplemente no hay rastro de Assisi. Es como si se
hubiera desvanecido en el aire.
—Espera —grita Enzo, agachándose para recoger un papel—.
Hay una nota. —Levanta el papel (una nota adhesiva amarilla), y
lee en voz alta el contenido.

Parece que he extraviado mi propiedad.


No te preocupes, ya la he recuperado.
Hasta luego,
XOXO
ENZO

CINCO AÑOS DESPUÉS, SHANGHAI, CHINA.

—¿Qué dijiste que era, bichito? —Miro a Luca mientras coloca


su lupa sobre la pieza de jade que acabamos de adquirir.
—Jade del emperador. Es parte de una máscara mortuoria.
—¿Máscara mortuoria? —pregunta mi pequeña tigresa,
entrando en la habitación con una enorme caja en las manos.
—Deja que te ayude. —Extiendo inmediatamente la mano para
quitarle la caja de las manos.
—¿Dónde has aprendido esas palabras tan complicadas, niño?
—pregunta, revolviendo su cabello mientras se inclina para mirar
la piedra preciosa.
—Lo leí anoche —suspira Luca, ya sabiendo lo que viene.
—¿Anoche, cuando se suponía que estabas durmiendo? —Ella
arquea una ceja, pero él se encoge de hombros y sigue
examinando la pieza de jade.
Una cosa que Luca ha heredado de su madre es su sed de
conocimiento. El chico lee todo lo que cae en sus manos, a veces
incluso cosas muy por encima de su nivel escolar.
Le guiño un ojo a Allegra, haciéndole un gesto para que se
aparte.
Abriendo la caja, hago un rápido inventario de nuestras armas.
Se supone que el intercambio será pacífico, pero hemos aprendido
a no subestimar la situación.
Aunque Allegra y yo habíamos acordado que continuaríamos
nuestras vidas en la mafia, me he retirado lentamente de la escena
pública de Nueva York, dejando que Nero, mi mano derecha de
confianza, se encargue de todo en el Estado. En su lugar,
empezamos a pasar más tiempo en Europa, trasladándonos
permanentemente a mi palazzo en Gozo.
Allegra no ha tardado en sumergirse en el mundo del tráfico
de obras de arte, y le gusta dedicar su tiempo a la investigación de
artefactos y posibles compradores. Aunque hacemos la mayor
parte del comercio entre bastidores, a veces nos gusta
involucrarnos personalmente en un intercambio, como ahora.
Como había evaluado esta misión como de bajo riesgo,
también habíamos llevado a Luca con nosotros.
Puede que tenga poco más de diez años, pero es nuestro
pequeño Indiana Jones en ciernes, y su pasión por las
antigüedades rivaliza con la de su madre.
—Deberíamos dejar a Luca en el hotel —me susurra mi
pequeña tigresa.
—¿Crees que nos dejará? —pregunto secamente. Tiene que
estar presente donde está la acción, de una forma u otra. Si no lo
llevamos con nosotros, podríamos encontrarlo en el maletero del
coche—. Ya sabes que tiene sus maneras —continúo en voz baja.
Allegra revisa las armas en busca de munición, mirando de
vez en cuando a Luca.
—Lo sé, pero ¿y si esto se pone peligroso? —suspira, bajando
la pistola y apoyando su cabeza en mi hombro.
—Hasta ahora solo hemos tenido buenas experiencias, pero
estamos en un país extranjero, en el que nunca hemos comerciado.
No quiero sorpresas.
—Lo sé, pequeña tigresa, lo sé. Pero es mejor que lo llevemos
con nosotros bajo nuestras condiciones, en lugar de despertarnos
con él allí, en medio de la acción. —Lo cual no dudo que ocurra.
A pesar de su comportamiento tranquilo, Luca es muy astuto,
y su capacidad para leer una habitación no tiene comparación.
Incluso ahora, aunque parece embelesado con el jade, estoy
seguro de que está evaluando nuestro lenguaje corporal,
sospechando que estamos tramando algo.
—Dale un arma —le digo y sus ojos se abren de par en par,
sorprendidos.
—¡Enzo! —exclama, indignada pero aun susurrando.
—Sabe disparar. Dale una, por si acaso, y así podremos estar
más tranquilos.
Ella frunce los labios, entrecerrando los ojos hacia mí, pero
finalmente acepta.
Allegra puede ser toda una mamá gallina, pero también es
consciente de lo que supone el futuro de Luca, así que ha
intentado no mimarlo demasiado. Sin dejar de tener en cuenta su
seguridad, siempre intenta llevarle más allá de sus límites.
Ciertamente, más allá de lo que cualquier otro padre normal
permitiría. Pero ha sido la primera en señalar que es mejor
animarle a que pruebe cosas en un entorno controlado, en vez de
dejar que lo haga todo él solo y pueda hacerse daño porque no
estamos allí para supervisarlo.
Y no puedo evitar ser cautivado por ella. Nunca deja de
asombrarme con su fuerza y fortaleza. Probablemente le estaré
eternamente agradecido a DeVille por haber intentado matarme,
porque si eso no hubiera ocurrido nunca habría conocido a mi
pequeña tigresa.
Le doy un beso en la frente y ambos nos preparamos para el
intercambio.
—Estoy deseando volver con mis hijas. —Suelta un triste
suspiro mientras se pone el chaleco antibalas.
Diotima, la mayor, tiene ahora cuatro años, mientras que
Nerissa, la menor, solo tiene dos. Ambas están actualmente con
Maman Margot y Lia. Ellas han sido nuestras niñeras en
momentos como este, y no creo que pueda confiar a mis hijas con
nadie más.
—Yo también, pequeña tigresa. Yo también —respondo,
abotonando su camisa y besando rápidamente sus labios. Haría
mucho más, ya que verla con una pistola atada a su muslo no hace
más que ponerme duro. Sería tan fácil inclinarla y deslizarme
dentro de ella...
—Mente fuera de la cuneta, señor. —Se ríe, señalando mis
pantalones ya abultados.
—Sabes que no puedo evitarlo —me quejo, poniéndole mala
cara para que al menos me dé un beso que me dure hasta la noche.
Se apiada de mí y se pone de puntillas para acercar su boca a la
mía.
—Tenemos que darnos prisa. —Luca pasa
despreocupadamente junto a nosotros para recoger un arma más
pequeña.
—Si tú lo dices, hijo. —Me aclaro la garganta, deseando que mi
erección desaparezca.
El intercambio es, en efecto, bastante pacífico, y la pieza de
jade de la dinastía Han nos hace ganar un buen dinero.
Solo más tarde, cuando estamos de vuelta en el hotel, me llevo
a mi hijo aparte para tener una pequeña charla.
—Este dinero es tuyo, Luca —le digo, mostrándole la cuenta
que había abierto a su nombre—. Todavía no podrás acceder a él,
pero tú has hecho la mayor parte del trabajo de investigación para
esta venta, así que es justo que te lleves la mayor parte.
Le explico que el dinero estará ahí hasta que sea mayor de
edad, y que cada trabajo al que contribuya le reportará más
dinero.
Asiente pensativo.
—Gracias, papa —responde, dándome un abrazo antes de
retirarse a su habitación.
Cuando yo también voy a mi habitación, me encuentro con mi
pequeña tigresa extendida en la cama y sonriéndome.
—¿Te he dicho alguna vez que eres un gran padre? No, no
gran, el mejor. —Me rodea el cuello con sus brazos mientras me
uno a ella en la cama.
—¿Es así? —pregunto, rodeando su cintura con los brazos y
atrayéndola hacia mí.
—Es importante que reconozca el valor del dinero, y que
primero tiene que trabajar para conseguirlo. Así que sí, eres el
mejor padre. —Toma mis labios para darme un beso.
—¿Deberíamos...? —Me detengo, con la mano en su
estómago—. ¿Tener otro?
Ella inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome.
—Ahora no —susurra, con su mano acariciando mi mejilla—.
Quizá cuando Luca y las niñas sean mayores.
—Tus deseos son órdenes para mí. Siempre.
ALLEGRA

UN AÑO DESPUÉS, GOZO, MALTA

Cerrando los ojos, respiro la brisa de la mañana y el olor del


mar.
—Oye, te vas a resfriar. —Viene Enzo por detrás, envolviendo
mis hombros con una manta.
—A veces desearía que nunca nos fuéramos de aquí —digo
justo cuando sus brazos me rodean, abrazándome a él.
—Yo también, pequeña tigresa, pero necesitamos el mundo
tanto como él nos necesita a nosotros. —Siento su aliento contra
mi piel y un escalofrío me recorre la espalda. Nunca ha dejado de
hacerme sentir así, no importa cuántos años pasen.
—¿Te puedes creer que es nuestro decimoquinto aniversario
de boda? —pregunta, mirando al horizonte.
—¿Quién iba a pensar que estaríamos aquí hoy? —pienso en
voz alta.
Desde luego, yo no, teniendo en cuenta los difíciles comienzos
de nuestro matrimonio, o los problemas posteriores con los que
nos encontramos. Pero seguimos adelante y, contra todo
pronóstico, conseguimos construirnos una vida.
—Mamma. —Me giro para ver a Diotima seguida de Nerissa
mientras corren hacia nosotros. Luca las sigue lentamente, con la
mirada puesta en el libro que tiene en las manos.
—Ven aquí. —Me agacho para coger a Diotima en brazos
mientras Enzo coge a Nerissa.
—¿Cómo es que se han levantado tan temprano? —Les enarco
una ceja.
—Rissa se aburría —señala Diotima a su hermana.
—¡Yo no! —Se apresura a defenderse—. Dio quería salir. —
Hace un mohín la más joven, con un aspecto tan inocente pero
tan, tan astuto.
Me vuelvo hacia Enzo y veo que se esfuerza por no sonreír.
Según nuestras chicas, siempre es la otra quien comienza todo.
Hemos tenido suficiente experiencia con sus travesuras para
darnos cuenta de que normalmente es de común acuerdo.
Simplemente les gusta burlarse la una de la otra para ver quién es
más propensa a meterse en problemas.
—Deberíamos ir a desayunar ahora que están todos
levantados. —Doy un paso adelante, y Enzo me sigue con Rissa.
Luca se queda atrás, con un pequeño ceño de consternación en
sus rasgos.
—¿Luca? —me detengo a preguntar, dándome cuenta de que
no viene.
—Ya lo tengo —dice, parpadeando dos veces.
—¿Qué es, querido?
—Diotima. Ya sé de dónde has sacado el nombre —dice,
levantando el libro para que podamos ver el título.
Miro a Enzo y por primera vez noto la presencia de un leve
rubor en sus mejillas.
—Así es, hijo —responde, sus ojos buscando los míos.
—¿Por qué? —pregunta Luca, con su curiosidad inocente,
cuando la respuesta es todo menos eso.
—Enzo, ¿por qué no te llevas a las niñas dentro y yo tengo una
pequeña charla con Luca? —le insto suavemente, depositando a
Diotima en sus brazos.
—Buena suerte. —Me da un rápido beso antes de marcharse,
aliviado de no ser él quien dé las explicaciones.
Colocando mi mano en la espalda de Luca, intento encontrar
las mejores palabras para describir la situación, sobre todo porque
no es un texto para alguien de su edad.
—Aquí. —Señalo su libro—. Diotima es la última en hablar, y
su idea del amor es que lo abarca todo.
Asiente con la cabeza, observándome atentamente.
—Eso es lo que tu papa y yo sentimos el uno por el otro. Y tu
hermana es el resultado de ese amor, así que como homenaje, le
pusimos el nombre de Diotima.
Me mira pensativo, digiriendo la información.
—¿Amas mucho a papa? —me pregunta de repente, y una
sonrisa se dibuja en mi rostro.
—Mucho es un eufemismo —le digo—. Tu papa es mi segunda
mitad.
Luca frunce los labios y entrecierra los ojos antes de asentir
lentamente.
—Ya veo —responde, inclinando la cabeza hacia un lado—. Yo
también quiero eso... una segunda mitad.
Luchando contra las lágrimas de felicidad, lo acerco a mi
pecho para abrazarlo, ya muy orgullosa de él.
—Tú también encontrarás la tuya, cariño. Mantén los ojos
abiertos. A veces ocurre cuando menos lo esperas.
Nunca imaginé que estaría aquí hoy cuando dije “sí, quiero”
frente a ese sacerdote, hace quince años. Pero a pesar de todo el
dolor, el abuso y la pérdida que he sufrido, también he recibido el
mayor regalo de todos: el amor. Entre Enzo y los niños, estoy
simplemente mimada por el amor.
Si antes era la chica más desgraciada de la tierra, ahora soy
simplemente la más afortunada.

FIN

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