Or Juana: Inés de La Cruz
Or Juana: Inés de La Cruz
Or Juana: Inés de La Cruz
DE POESÍA
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
or Juana
Inés de la Cruz
Poesía selecta
or Juana
Inés de la Cruz
Poesía selecta
or Juana
Inés de la Cruz
Poesía selecta
Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla
Rectoría General
Miguel Ángel Navarro Navarro
Vicerrectoría Ejecutiva
José Alfredo Peña Ramos
Secretaría General
Sonia Reynaga Obregón
Coordinación General Académica
Patricia Rosas Chávez
Dirección de Letras para Volar
Sayri Karp Mitastein
Dirección de la Editorial Universitaria
Editorial Universitaria
José Bonifacio Andrada 2679
Colonia Lomas de Guevara Se prohíbe la reproducción, el registro o
44657, Guadalajara, Jalisco la transmisión parcial o total de esta obra
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Abril de 2016
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ISBN 978-607-742-498-7 derechos correspondientes.
Estimado universitario:
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• Colección Caminante Fernando del Paso
• Colección Hugo Gutiérrez Vega
• Colección Fernando Carlos Vevia Romero
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Índice
25 A su retrato
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31 De una reflexión cuerda con que mitiga
el dolor de una pasión
8 |
50 Prosigue el mismo asunto y determina
que prevalezca la razón contra el gusto
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70 Cadena por crueldad disimulada el alivio
que la esperanza da
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Sor Juana, luz de las letras
novohispanas
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La niña, dotada de belleza y de inteligencia excep-
cional, aprendió a leer a los tres años, gracias a las ense-
ñanzas de su hermana mayor; a los cinco ya escribía, y
devoraba la biblioteca de la hacienda de su abuelo, que
visitaba con frecuencia. En 1656, el abuelo falleció y dejó
sus propiedades a la madre de Juana, quien se encargó
de administrarlas. En aquellos libros, la futura escritora
conoció a los clásicos griegos y romanos, se acercó a los
estudios teológicos y leyó libros de astronomía y física,
así como todo lo relacionado con la música.
La sed de conocimiento era innata en la pequeña
Juana. Quería saber más. Ella escribió, años después,
que cortaba un mechón de su pelo cuando no recorda-
ba una lección o una lectura, esperando aprenderla an-
tes de que el cabello otra vez creciera. A los ocho años
ganó un premio por una loa que escribió dedicada al
Santísimo Sacramento y con ello la fama de niña pro-
digio. A partir de entonces, escribiría “por encargo” la
mayoría de sus obras poéticas. Otro dato que habla de
su interés por el estudio es que, muy joven aún, intentó
convencer a su madre de que la enviara a la universidad
disfrazada de varón.
Tenía tal vez trece años cuando, gracias a su bri-
llantez y belleza, ingresó a la corte del virrey Antonio
Sebastián de Toledo, como dama de compañía de la
virreina, Leonor de Carreto marquesa de Mancera, a
quien más tarde dedicó varios sonetos. La marquesa,
a su vez, se convirtió en su protectora y mecenas. El vi-
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rrey reunió un grupo de 40 letrados para examinar a la
joven en todas las materias y ella asombró a todos al
responder con gran destreza aquel examen. Desde esa
posición, Juana tuvo acceso a la biblioteca virreinal,
cultivó el contacto con los intelectuales de la época y
comenzó a brillar en la corte.
La falta de datos no permite establecer con clari-
dad por qué Juana decidió alejarse de un medio que
le era tan favorable para ingresar al convento. Algunos
biógrafos creen ver en esta decisión una reacción de la
joven ante una decepción amorosa. Otros, ante la aten-
ción que seguramente despertaba en los caballeros de
la corte. Ella escribiría posteriormente que, “para la to-
tal negación que tenía al matrimonio (ingresar a la vida
religiosa) era lo más decente que podía elegir en mate-
ria de la seguridad de mi salvación”. Fue el confesor de
los virreyes, el padre Núñez de Miranda, quien, al saber
que Juana no tenía intención de casarse, le propuso que
ingresara a un convento. La joven aceptó y eligió el de
San José, de las Carmelitas Descalzas; pero la rigidez
de la regla, al parecer, perjudicó su salud y debió regre-
sar al lado de los virreyes. No obstante, tres meses más
tarde, accedió al convento de Santa Paula, de la orden
de San Jerónimo, donde la disciplina era más flexible.
Encontró que en su amplia celda de dos pisos podía
celebrar reuniones —a las que concurrían filósofos,
teólogos, matemáticos—, dedicarse a los estudios y re-
cibir visitas, además de tener ayudantes de cámara. En
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aquel recinto reunió más de cuatro mil libros —tal vez
la biblioteca más grande de la Nueva España—, instru-
mentos musicales, aparatos de medición, mapas y otros
implementos científicos.
La Décima Musa hizo sus votos religiosos el 24 de
febrero de 1669 y adoptó el nombre de Sor Juana Inés
de la Cruz. Con las jerónimas permanecería hasta el fin
de sus días.
A los veinte años enfermó de tifus, pero logró ven-
cer a la infección que, años más tarde, la mataría. En
1674, los virreyes fueron relevados de su cargo, lo que
lamentó la joven monja, quien se despidió de su protec-
tora con gran pesar. Pasaron seis años. En 1680, arribó
a la silla virreinal Tomás de la Cerda y Aragón con su
esposa María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga mar-
quesa de Paredes. A Sor Juana se le encomendó la con-
fección de un arco triunfal para adornar la entrada de
los virreyes a la capital, y para ello escribió su Neptuno
alegórico, que impresionó vivamente a los mandatarios,
quienes le ofrecieron apoyo y amistad, una amistad que,
entre la marquesa y la escritora, perduraría siempre.
En la Colonia, prevalecían muchas limitantes que
impedían a la mujer acceder al conocimiento. La filo-
sofía, la literatura y el saber académico eran, exclusiva-
mente, para los varones. Universidad, libros y discipli-
nas científicas eran patrimonio del sexo masculino. Sor
Juana supo sortear esta desventaja para convertirse en
una conocedora, no sólo de las letras, sino también de
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la astronomía, la música, la teología, la filosofía, la quí-
mica, la biología y otras disciplinas, en un mundo ad-
verso al desarrollo intelectual de la mujer. El apoyo que
le brindaron las dos virreinas y otros personajes pode-
rosos de la corte fue importante para que ella pudiera
ahondar en sus estudios y continuar su obra.
La genial jerónima, pese a los obstáculos de la épo-
ca, dominó la poesía, el teatro y la prosa, y en los tres
campos destacó. Es la mayor figura literaria del siglo
XVII, al lado de Juan Ruiz de Alarcón. Defendió la sabi-
duría profana y el derecho de la mujer de acceder a ella,
así como su propio interés por el estudio y la ciencia.
Una muestra de su postura decidida fue que despidió a
su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, lue-
go de que éste la criticara varias veces en público por
dedicar su tiempo a las letras y al conocimiento.
En poesía, siguió la ruta marcada por los autores
del Siglo se Oro, principalmente por Góngora y Queve-
do. Su primer libro, Inundación Castálida, se publicó en
1689 en España. Escribió villancicos, sonetos, redon-
dillas, églogas, décimas, y dejó en claro que conocía
los secretos de la pasión amorosa y de sus desengaños,
como lo refleja con profunda sensibilidad en sus poe-
mas amorosos. ¿Cómo es que Sor Juana plasma con tal
nitidez los sentimientos amorosos si no conoció nunca
el amor? ¿Cómo es que expone la pasión, los celos, el
rechazo, el acoso y los pequeños males que se derivan
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de una relación, si no tuvo nunca un romance? Esa pre-
gunta, hasta ahora, no tiene respuesta.
A juicio de algunos estudiosos de su obra, entre
ellos el Nobel mexicano Octavio Paz, Primero sueño,
publicado en 1692, es la obra fundamental de la poesía
de la monja jerónima. Otros autores interesados en sus
trabajos literarios han sido Amado Nervo, Alfonso Re-
yes, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Gonzalo Celo-
rio y Sara Poot, por citar unos cuantos.
Escribió, además, autos sacramentales (El Divino
Narciso, El cetro de José y El mártir del sacramento) y dos
comedias (Los empeños de una casa y Amor es más labe-
rinto) que se siguen representando. Fue también admi-
nistradora del convento, cargo que cubrió con eficacia,
y realizó diversos experimentos científicos.
Entre 1690 y 1691 rompió su vida apacible una dis-
puta teológica que surgió tras escribir una crítica privada
(muy inteligente y justificada) a un sermón del famoso
jesuita Antonio Vieyra, sobre el tema de las finezas de
Cristo. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa
Cruz, publicó el texto de Sor Juana bajo el título de Carta
Atenagórica, con un prólogo suyo que firmó como “Sor
Filotea”, donde recomienda a la autora alejarse de las le-
tras humanas y dedicarse a las divinas. La poetisa, ante
aquella publicación, responde con el escrito Respuesta a
Sor Filotea, donde, con argumentos irrebatibles, que de-
jan mal parado ante la historia al obispo de Puebla, de-
fiende el derecho de la mujer a la educación.
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Los años siguientes fueron difíciles para Sor Juana.
Gonzalo Celorio lo narra así:
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monjas. Sor Juana cuidaba de sus hermanas cuando se
contagió mortalmente de tifus. El 17 de abril a las 4:00
de la mañana, finalmente, falleció y, con ella, se apagó
el esplendor de la mayor escritora novohispana y una
de las voces más grandes y luminosas de la poesía en
lengua española.
La selección de textos que se incluyen en este libro
es una muestra de una de las obras más bellas y perfecta
de toda la literatura de nuestra lengua.
18 |
Contiene una fantasía
contenta con amar decente
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Arguye de inconsecuencia
el gusto y la censura de los
hombres, que en las mujeres
acusan lo que acusan
Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
20 |
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.
poesía selecta | 21
Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y queja enhorabuena.
Dejad de solicitar
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
poesía selecta | 23
En que satisface un recelo
con la retórica del llanto
24 |
A su retrato
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Que consuela un celoso
epilogando la serie
de los amores
26 |
Enseña modo con que la
Hermosura, solicitada de amor
importuno, pueda quedarse
fuera de él, con entereza tan
cortés que haga bienquisto
hasta el mismo desaire
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como que me trate mal
por trataros a vos bien.
No sé cómo despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros es disgustarme
y no amaros disgustaros.
poesía selecta | 29
Quéjase de la suerte: insinúa
su aversión a los vicios y
justifica su divertimiento
a las Musas
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De una reflexión cuerda
con que mitiga el dolor
de una pasión
| 31
De amor, puesto antes en
sujeto indigno, es enmienda
blasonar del arrepentimiento
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En que describe
racionalmente los efectos
irracionales del Amor
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Porque si acaso se ofrece
después de tanto desvelo,
la desazona el recelo
o el susto la desvanece.
Ya sufrida, ya irritada,
con contrarias penas lucho,
que por él sufriré mucho
y con él sufriré nada.
poesía selecta | 35
A vengarse se abalanza
tal vez el alma ofendida
y después arrepentida
toma de mí otra venganza.
Y si al desdén satisfago
es con tan ambiguo error
que yo pienso que es rigor
y se remata en halago.
En mi ciego devaneo,
bien hallada con mi engaño,
solicito el desengaño
y no encontrarlo deseo.
Y si acaso en mi provecho
hallo la razón propicia,
me embaraza la injusticia
y ando cediendo el derecho.
Si acaso me contradigo
en este confuso error,
aquel que tuviese amor
entenderá lo que digo.
poesía selecta | 37
Bello compuesto en Laura
dividido
38 |
Cítara de carmín
que amaneciste
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Nacimiento de Cristo,
en que se discurrió la abeja
40 |
Pues a ¿qué fin es el llanto
que dulcemente le riega?
Quien no puede dar más Fruto,
¿qué importa que estéril sea?
poesía selecta | 41
Pues si por eso es el llanto,
llore Jesús, norabuena,
que lo que expende en rocío
cobrará después en néctar.
| 43
¡Oh, famosa Lucrecia,
gentil dama
44 |
Alma que al fin se rinde al
amor resistido, en alegoría
a la ruina de Troya
| 45
Y buscando sus violencias
en ella al príamo fuerte,
dio al Entendimiento muerte,
que era Rey de las potencias;
y sin hacer diferencias
de real o plebeya grey,
haciendo general ley
murieron a sus puñales
los discursos racionales
porque eran hijos del Rey.
A Casandra su fiereza
buscó, y con modos tiranos,
ató a la Razón las manos,
que era del Alma princesa.
En prisiones su belleza
de soldados atrevidos,
lamenta los no creídos
desastres que adivinó,
pues por más voces que dio
no la oyeron los sentidos.
poesía selecta | 47
Correspondencias entre
amar o aborrecer
48 |
Resuelve la cuestión de cuál
sea pesar más molesto en
encontradas correspondencias:
amar o aborrecer
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Prosigue el mismo asunto y
determina que prevalezca la
razón contra el gusto
50 |
Romance que en sentidos
afectos produce el dolor
de una ausencia
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Oye la elocuencia muda
que hay en mi dolor, sirviendo
los suspiros, de palabras,
las lágrimas, de conceptos.
Ya no me sirve la vida,
esta vida que poseo,
sino de condición sola
necesaria al sentimiento.
poesía selecta | 53
¿Que no he de ver tu semblante?
¿Que no he de escuchar tus ecos?
¿Que no he de gozar tus brazos?
¿Ni me ha de animar tu aliento?
Y si mi amor no es bastante,
el tuyo mismo te acuerdo,
que no es poco empeño haber
empezado ya en empeño.
Y perdona si en temer
mi agravio, mi bien, te ofendo,
que no es dolor el dolor
que se contiene en lo atento.
poesía selecta | 55
Aunque en vano, quiere
reducir a método racional
el pesar de un celoso
56 |
En la muerte de la
Excelentísima Señora
Marquesa de Mancera
| 57
Para explicar la causa
a la rebeldía…
58 |
Aplaude la ciencia astronómica
del padre Francisco Kino
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Alaba con especial acierto
el de un músico primoroso
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Acusa la hidropesía de mucha
ciencia, que teme inútil,
aun para saber, y nociva
para vivir
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
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y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.
Si es mío mi entendimiento,
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un acero
que sirve para ambos cabos:
de dar muerte, por la punta,
por el pomo, de resguardo.
poesía selecta | 63
Si vos, sabiendo el peligro
queréis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el otoño,
que ostente flores el mayo?
poesía selecta | 65
Y a esta desdicha por fuerza
ha de seguirse el fracaso
de quedar el que produce,
si no muerto, lastimado.
Es de su propio Señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas
las armas de su resguardo.
Aprendamos a ignorar,
pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso,
tanto le usurpo a los años.
poesía selecta | 67
Sólo con aguda ingeniosidad
esfuerza el dictamen de que
sea la ausencia mayor mal
que los celos
68 |
Soneto a Martín de Olivas
| 69
Cadena por crueldad
disimulada el alivio
que la esperanza da
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Encarece de animosidad la
elección de estado durable
hasta la muerte
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Dime vencedor rapaz
72 |
y otra, a la razón medida.
Guerra civil, encendida,
aflige el pecho importuna:
quiere vencer cada una,
y entre fortunas tan varias,
morirán ambas contrarias
pero vencerá ninguna.
poesía selecta | 73
Muestra sentir que la
baldonen por los aplausos
de su habilidad
74 |
Pues estoy condenada
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asístanme implacables tus enojos;
y si otro amor del tuyo me divierte,
tú, que has sido mi vida, me des muerte.
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Estos versos, lector mío
No agradecido te busco:
pues no debes, bien mirado,
estimar lo que yo nunca
juzgué que fuera a tus manos.
En tu libertad te pongo,
si quisieres censurarlos;
pues de que, al cabo, te estás
en ella, estoy muy al cabo.
78 |
Di cuanto quisieres de ellos,
que, cuanto más inhumano
me los mordieres, entonces
me quedas más obligado,
pues le debes a mi musa
el más sazonado plato
(que es el murmurar), según
un adagio cortesano.
Y siempre te sirvo, pues,
o te agrado, o no te agrado:
si te agrado, te diviertes;
murmuras, si no te cuadro.
poesía selecta | 79
llevo la pluma trotando.
Pero todo eso no sirve,
pues pensarás que me jacto
de que quizá fueran buenos
a haberlos hecho despacio;
y no quiero que tal creas,
sino sólo que es el darlos
a la luz, tan sólo por
obedecer un mandato.
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Mientras la gracia me excita
La virtud y la costumbre
en el corazón pelean
y el corazón agoniza
en tanto que lidian ellas.
Obscurécense el discurso
entre confusas tinieblas
pues ¿quién podrá darme luz
si está la razón a ciegas?
82 |
Hago disgusto a lo mismo
que más agradar quisiera;
y del disgusto que doy,
en mí resulta la pena.
poesía selecta | 83
Refiere con ajuste la tragedia
de Príamo y Tisbe
84 |
Inés, cuando te riñen
por Bellaca
| 85
Aunque eres (Teresilla)
tan muchacha
86 |
Sor Juana
Inés de la Cruz
Poesía selecta
se terminó de editar en abril de 2016
en las oficinas de la Editorial
Universitaria, José Bonifacio Andrada
2679, Lomas de Guevara, 44657
Guadalajara, Jalisco
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