15.2 Historia Desarrollo
15.2 Historia Desarrollo
15.2 Historia Desarrollo
La Guerra del Chaco constituyó, en ese contexto, un paréntesis dentro del proceso de
desmoronamiento del orden liberal, que se concretó con la Revolución de 1936 y la adopción de
una nueva Constitución en 1940.
En agosto de 1920, asumió la presidencia de la República, por segunda vez, Manuel Gondra, líder
intelectual de los radicales, dando inicio a una gestión que pretendía caracterizarse por la
austeridad administrativa y el respeto al Estado de Derecho. Gondra había sido elegido como
candidato del Partido Liberal mientras ejercía las funciones de ministro plenipotenciario en
Estados Unidos. Los liberales gubernistas recurrieron a él —reclamándole un sacrificio que
dudaba en aceptar—, confiados en que su prestigio preservaría la unidad del partido, dividido en
torno a la figura del ex presidente Eduardo Schaerer, contra cuyos afanes de predominio político
se levantó un sector renovador liderado por José P. Guggiari.
Schaerer no simpatizaba del todo con la candidatura de Gondra, pero accedió a apoyarla,
conservando el control de la conducción partidaria. Un hombre de su confianza, Félix Paiva,
completó, como candidato a vicepresidente, la fórmula que resultó electa para el periodo 1920-
1924.
El país afrontaba en esos momentos una grave crisis económica. La caída de la demanda y de los
precios internacionales de los productos básicos, como consecuencia de la finalización de la
Primera Guerra Mundial, afectó seriamente la economía global, con secuelas que se hicieron
sentir en Paraguay desde mediados de 1920.
En 1920, unos 17000 paraguayos fueron registrados en los territorios argentinos de Formosa,
Chaco y Misiones.
Las exportaciones de carne conservada, muy significativas en los años anteriores, se redujeron
notablemente en 1920 y ya no figuraron en las estadísticas de 1921. El país importaba gran parte
de las manufacturas que consumía. Aparte de las unidades productivas artesanales y de pequeñas
fábricas de bienes perecederos destinados al mercado interno, la actividad industrial se
concentraba en las tanineras y en los frigoríficos, que pertenecían a capitalistas extranjeros y
operaban en relación con los mercados internacionales. El primer comprador de los productos
paraguayos era Argentina, como importador genuino, pero también como país de tránsito, ya que
en sus puertos —y en menor medida en los del Uruguay—, la carga se re despachaba hacia otros
destinos.
Paraguay dependía de esa relación, que no solo pesaba por su propio valor, sino porque Argentina
dominaba la salida y el ingreso de su comercio exterior, tanto en cuanto al transporte fluvial como
al ferroviario. El funcionamiento regular del aparato estatal en medio de la crisis recayó sobre el
ministro de Hacienda, Eligio Ayala, quien consideró que el primer paso para afrontarla y producir
una reacción consistía en ordenar las finanzas públicas mediante «la tarea odiosa, oscura y sin
prestigio de corregir corruptelas financieras y administrativas, de organizar las oficinas
perceptoras de rentas, la contabilidad financiera, de asegurar el control eficaz de las operaciones
del Tesoro, y depurar y vigorizar las finanzas de la nación».
Al margen de la crisis económica, la lucha política también ocupó la atención de los gobernantes
durante 1921. En febrero de ese año tuvieron lugar, con relativa calma, aunque con denuncias de
fraude y coacciones, los comicios para la renovación parcial del Congreso.
Los schaeristas denunciaron la injerencia del ministro del Interior, José P. Guggiari, en el proceso
electoral interno, y el presidente Gondra intervino con el objeto de conformar una lista única para
la Comisión Central del partido.
En las negociaciones, el primer mandatario comprometió la sustitución del ministro del Interior
por alguien que diese garantías de imparcialidad al schaerismo. Sin embargo, Gondra demoró el
relevo del ministro Guggiari y Schaerer decidió presionarlo. El 29 de octubre de 1921, el ex
presidente se instaló en las dependencias del Departamento de Policía y, con la adhesión del
batallón de Guardia cárceles, intentó obligar al jefe de Estado a que adoptase una decisión.
Al evaluar Gondra la disposición de los mandos militares para sostener su autoridad, se quedó con
la impresión de que únicamente contaba con «jefes de fuerzas sin fuerzas». Los gondristas
acusaron al ministro de Guerra y Marina, coronel Adolfo Chirife, de haber engañado y traicionado
al presidente asumiendo una actitud de prescindencia que favoreció a los sublevados.
En abril de 1922, al inaugurarse las sesiones ordinarias del Congreso, el presidente Ayala instó al
Legislativo a que tomase una decisión con respecto a la convocatoria a comicios, ante «la
necesidad de constituir un Poder Ejecutivo con un mandato que no sea precario».
Los gondristas se mostraron inclinados por confirmar al doctor Ayala en la jefatura del Estado,
pero los schaeristas, descontentos con algunas decisiones del presidente, decidieron acompañar
una propuesta de la representación colorada, en el sentido de convocar a elecciones de
inmediato. A mediados de mayo, el Congreso sancionó, con el voto de colorados y schaeristas,
un decreto legislativo por el que se determinó que las elecciones presidenciales se realizarían en
julio y el mandatario electo asumiría sus funciones el 15 de agosto de 1922. Al mismo tiempo,
comenzó a plantearse la candidatura a la presidencia del coronel Chirife, comandante de la
Segunda Zona Militar.
En los primeros meses de mandato, Ayala trató de mantener el equilibrio entre las dos fracciones
radicales, pero fue distanciándose en forma paulatina de los schaeristas. La ruptura se hizo
efectiva con la convocatoria a elecciones y las acciones iniciadas por el schaerismo en favor de la
candidatura del coronel Chirife, a quien el Gobierno objetaba por ser un militar en servicio activo
y por estar acusado de connivencia con la sublevación de octubre de 1921. El presidente resolvió,
entonces, vetar la decisión congresal, esperando que la mayoría coloradoschaerista no
consiguiera los dos tercios de votos requeridos para rechazar el veto.
La mayoría convocó a Congreso pleno y, el 30 de mayo, adoptó una resolución que declaraba que
el jefe del Estado carecía de facultad para vetar un decreto legislativo —que no era una ley —,
dictado en ejercicio de facultades exclusivas del cuerpo congresal. Fue este el último golpe en el
crispado enfrentamiento entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, aunque en realidad ya no
resultaba necesario, porque el presidente Ayala había retirado el veto el día anterior.
El primer mandatario, pese a reafirmar la legalidad del veto, manifestó que lo retiraba para
«sustraer del debate público, la única causa que hoy divide y encona los ánimos », y ante la
alteración del orden en el país. En efecto, el veto presidencial provocó el levantamiento de la
Segunda y Cuarta Zonas Militares, bajo el comando de los coroneles Chirife y Pedro Mendoza, a
incitación de los schaeristas, y con el argumento de que dicho veto suponía un atentado contra la
Constitución. Más adelante, se sumó a los rebeldes la Primera Zona Militar, comandada por el
teniente coronel Francisco Brizuela.
Al parecer, el coronel Chirife confiaba en que conseguiría imponerse sin derramamiento de sangre
y que el Gobierno no atinaría a reaccionar. Los jefes sublevados, «antes de tomar ninguna
actitud», invitaron al ministro de Guerra y Marina, coronel Manuel Rojas, a entablar
conversaciones. El ministro aceptó, con acuerdo del presidente y con el ánimo de ganar tiempo, y
así organizar la resistencia en Asunción, donde el Gobierno estaba prácticamente indefenso. En la
capital únicamente contaba con la Escuela Militar —cuyo director, el coronel Manlio Schenoni,
asumió el comando de las fuerzas leales —, una compañía de zapadores, el escuadrón escolta, la
flotilla y elementos de la policía.
Las tropas se completaron con miembros del Partido Liberal y de la Liga de Obreros Marítimos,
que debían enfrentarse a un enemigo con mayor instrucción militar y armado con lo mejor del
parque de guerra del Paraguay. Las gestiones para alcanzar un entendimiento y la indecisión de
los sublevados permitieron a las fuerzas gubernistas adelantar su organización y preparar las
obras de defensa de la capital.
El 9 de junio, el ataque de los rebeldes fue rechazado, tras sangriento combate. Estos se
replegaron hacia Paraguarí, población que evacuaron el 14 de julio, ante el avance de las tropas
gubernamentales. Los rebeldes se establecieron entonces en Villarrica, pero a fines de julio se
retiraron igualmente de allí para fortificarse en Caí Puente (actual Coronel Bogado), en el sur del
país, de donde fueron desalojados en noviembre, gracias a una maniobra envolvente que
permitió a las fuerzas leales ocupar la retaguardia de los sublevados, en Carmen del Paraná.
A partir de la victoria de Caí Puente, las fuerzas gubernistas dominaron la situación, sin poder,
empero, imponerse. Los rebeldes se retiraron hacia Caaguazú y los yerbales del norte, donde
pudieron reorganizarse y emprender acciones de guerrilla o montoneras. El Gobierno afrontó la
primera etapa de la guerra civil en condiciones adversas: tuvo que improvisar sus fuerzas y
organizarlas; no consiguió que el Congreso declarase el estado de sitio, que recién pudo
implantarse en septiembre de 1922, al comenzar el receso legislativo, y solo dispuso de los
recursos ordinarios establecidos en el Presupuesto Nacional. La prolongación de la guerra civil fue
atribuida a las contemplaciones y a una mal apreciada falta de energía del presidente Ayala, quien
trató de armonizar las ansiedades de los políticos con las limitaciones de las fuerzas militares. En
esas circunstancias, el Partido Liberal le planteó que fuera candidato para el próximo periodo
constitucional, por lo que Ayala renunció a la presidencia, para no tener que presidir su propia
elección. El Congreso, que prácticamente ya no pudo reunirse después de mayo de 1922 y tuvo
que ser reconstituido mediante elecciones de renovación parcial en abril de 1923, aceptó en ese
mismo mes la renuncia del presidente provisorio, y designó en su reemplazo a Eligio Ayala,
ministro de Hacienda hasta ese momento.
En abril y mayo de 1923, las operaciones militares languidecieron. Pero el 18 de mayo falleció el
coronel Chirife en el Alto Paraná, aquejado por una grave enfermedad y, en junio, las fuerzas
leales comenzaron a acorralar a los rebeldes, aunque estos consiguieron escapar y caer sobre
Asunción, en julio, de manera sorpresiva. La capital, desguarnecida, pudo detener con grandes
esfuerzos el ataque y a continuación se produjo la desbandada de los sublevados. Los jefes del
levantamiento se refugiaron en Argentina y la guerra civil concluyó después de trece meses. Las
pérdidas y los gastos ocasionados por la larga guerra civil fueron compensados por la
recuperación de la economía a partir de 1923, como consecuencia de la reactivación económica
en Europa y el aumento de los precios internacionales. Las exportaciones de productos cárnicos
recuperaron importancia. El frigorífico de San Antonio reinició sus operaciones y la compañía
inglesa Liebigs adquirió y reactivó el frigorífico de Zeballos Cué.
Además, el desarrollo del cultivo del algodón ubicó a este producto entre los principales rubros de
exportación del país, en momentos en que su precio se incrementó sensiblemente. Los años
siguientes fueron de recuperación y crecimiento económico, con el tipo de cambio estabilizado y
equilibrio presupuestario, facilitado por el aumento de las recaudaciones y la contención de los
gastos.
La fracción liberal triunfante en 1923 consideró que había dado el golpe de gracia al caudillismo y
a la injerencia de los militares en la política, y que la poderosa corriente de renovación surgida en
el seno del propio partido de gobierno permitiría realizar las transformaciones que demandaba la
sociedad. En agosto de 1923, se convocó a elecciones para completar las cámaras legislativas,
dado que las de abril de ese año permitieron regularizar el funcionamiento del Congreso en pleno
y de la Cámara de Diputados, pero no así de la Cámara de Senadores. A tal efecto, el Poder
Ejecutivo, reconociendo la «disolución automática» del Senado, cesó a quienes habían
abandonado su cargo. Los comicios se efectuaron en septiembre, y los liberales gubernistas —
previamente unificados con los cívicos o democráticos— se aseguraron todas las bancas en
disputa, ya que el Partido Colorado no tomó parte en los comicios.
Para el periodo 1924-1928, el Partido Liberal decidió presentar la fórmula Eligio Ayala-Manuel
Burgos, quedando descartada la candidatura de Eusebio Ayala. Antes de las elecciones, el
presidente provisorio renunció al cargo que venía desempeñando desde abril de 1923 y el
Congreso eligió en su reemplazo, en marzo de 1924, al doctor Luis A. Riart, quien se encontraba
al frente de la cartera de Hacienda. El doctor Eligio Ayala inició su mandato constitucional en
agosto de 1924 con la economía en crecimiento, las finanzas públicas ordenadas, las Fuerzas
Armadas en proceso de reorganización y un partido político fuerte que lo respaldaba.
Su temperamento poco contemporizador y la honestidad con que manejaba los recursos públicos
le generaron frecuentes roces con la dirigencia del liberalismo, que el presidente del partido, José
P. Guggiari, procuró disipar para evitar fisuras en el respaldo de la tarea de organización
administrativa que llevaba adelante el primer mandatario. Guggiari también tuvo a su cargo las
negociaciones para el retorno de los colorados al Congreso. El acuerdo quedó consagrado
mediante una reforma de la legislación electoral, sancionada en enero de 1927. En lo esencial, se
estableció el sistema de votación por lista completa —que impedía alterar los nombres y el orden
de ubicación de los candidatos propuestos por los partidos —, así como la representación
proporcional limitada, en cuya virtud los cargos serían distribuidos en proporción a los votos
obtenidos, solo entre las dos listas con mayor número de sufragios. Se creó, además, una Junta
Electoral Central, dependiente de la Cámara de Diputados. La reforma fue calificada por sus
críticos como inconstitucional y antidemocrática, ya que suponía cerrar las listas y reservar, de
hecho, los cargos electivos para liberales y colorados. La decisión de levantar la abstención y
participar en las elecciones legislativas de 1927 provocó discrepancias dentro del Partido
Colorado, que más adelante llevaron a la escisión entre «eleccionistas» y «abstencionistas»,
constituyendo cada fracción sus propias autoridades.
Con anterioridad, los radicales schaeristas habían conformado el Partido Liberal del llano. En las
elecciones para la renovación parcial de las cámaras, efectuadas en marzo de 1927, se registró
una participación inusitada, pues votó más del 70% de los inscriptos, o sea, alrededor de 105000
personas. El 54% de los votos fueron para el Partido Liberal y el 30,4% para el Partido Colorado.
Hubo, además, un 14,2% de votos en blanco, propiciados por los disidentes colorados y liberales.
Pero no todo era política de partidos. Serias cuestiones sociales, arrastradas desde mucho tiempo
atrás, preocupaban al país. En el campo, el principal problema era la mala distribución de la tierra,
ya que se estimaba que al menos el 70% de los agricultores ocupaba y trabajaba predios ajenos.
En las ciudades, el valor real del salario disminuía, mientras los precios de los bienes de consumo
aumentaron de manera considerable. En los establecimientos forestales y yerbateros las
condiciones de trabajo se regían por la libre contratación civil, y el Estado se abstenía, en general,
de intervenir para la prevención de abusos e injusticias. Era frecuente que los obreros o peones
cobraran sus salarios con vales que solo podían canjearse en los almacenes del mismo
establecimiento.
La mala distribución del ingreso mantenía a gran parte de la población, especialmente en las áreas
rurales, en situación de pobreza crítica. Se calculaba que cuatro niños de diez morían antes de
llegar a la edad adulta, y tres sobrevivían atacados por serias enfermedades. Todo esto provocó
cuestionamientos al orden liberal, por más que el Gobierno y sectores del oficialismo propiciaran
los cambios, y abandonaran posiciones ortodoxas. En 1926, se sancionó la Ley de creación,
fomento y conservación de la pequeña propiedad agropecuaria, que facilitó la formalización de
los ocupantes de predios rurales de dominio privado y la utilización de tierras fiscales con fines de
colonización. En 1927, se dictó una ley sobre accidentes de trabajo y, al año siguiente, se decidió
constituir una comisión parlamentaria para estudiar el régimen de contratación laboral en los
yerbales y obrajes.
ALBORDE DE LAGUERRA
El Partido Liberal presentó para el periodo 1928-1932 la candidatura de José P. Guggiari,
presidente de la agrupación y el más popular de sus dirigentes. El Partido Colorado participó en
los comicios con la fórmula Eduardo Fleytas - Eduardo López Moreira. Este hecho representó que
por primera vez se disputara en las urnas la jefatura del Ejecutivo. El triunfo correspondió a la
dupla integrada por Guggiari y Emiliano González Navero, quienes asumieron sus funciones en
agosto de 1928.
El ex presidente Eligio Ayala fue nombrado ministro de Hacienda del nuevo gobierno. Poco
después, en diciembre de 1928, casi estalló la guerra con Bolivia, a raíz del incidente del fortín
Vanguardia. Restablecida la calma, en marzo de 1929 se realizaron las elecciones para la
renovación parcial de las cámaras del Congreso, y el presidente Guggiari se declaró satisfecho por
ver lograda en el Paraguay, luego de sacrificios y empeños tenaces, «una cultura cívica tan
completa».
Guggiari era, en puridad, un hombre aferrado a los principios democráticos y pretendía gobernar
con tolerancia y amplio respeto a las libertades individuales. No siempre pudo hacerlo, ante una
convivencia política signada cada vez más por la agresividad y por un creciente cuestionamiento a
la eficacia del liberalismo para viabilizar las transformaciones que demandaba el país. Las huelgas
y la actividad sindical adquirieron inusual combatividad a partir de 1927, tanto en la capital como
en el interior, y la fuerza pública debió intervenir con frecuencia para contenerlas. Los lazos del
partido de gobierno con la dirigencia obrera se fueron cortando. Se incrementó, en cambio, entre
los trabajadores la influencia de comunistas y socialistas, que también se hacía sentir entre los
estudiantes.
En 1929, se difundió el Nuevo Ideario Nacional, suscrito, entre otros, por Óscar Creydt y Obdulio
Barthe, en el cual se sostenía que «el régimen de la democracia parlamentaria se acercaba a su
quiebra definitiva», y se postulaba la creación de una «República Comunera», formada por
comunas urbanas, suburbanas y rurales, bajo el gobierno de juntas locales de obreros y
campesinos. Se planteaba, además, la nacionalización y la socialización de los medios de
producción.
Junto a las ideas de izquierda, las de derecha cobraban igualmente fuerza, inspiradas en
procesos políticos que tenían lugar en Europa y en América. Mayor impacto generó a este
respecto la campaña de reivindicación de los gobiernos fuertes del siglo XIX, que fue moldeando
un nacionalismo exaltado en amplios sectores de la población, y muy especialmente entre los
militares. Muchos pensaban que la democracia liberal había sido una imposición de los
vencedores de la Guerra contra la Triple Alianza, que no se acomodaba a la idiosincrasia de los
paraguayos. Otros simplemente querían aprovecharse de la debilidad del Gobierno. Así, los
partidos y los grupos políticos intensificaron los ataques contra la administración de Guggiari a
través de la prensa y en el Congreso. Además de los reclamos puntuales, se agitó una cuestión
que unificó a todos, como fue la defensa del Chaco. La oposición acusó a los gobernantes de no
preparar al país ante la amenaza boliviana, de permitir el avance boliviano en el territorio
disputado y de actuar con debilidad en las negociaciones diplomáticas. Los excesos determinaron
la adopción de medidas represivas. Entre septiembre de 1929 y julio de 1930 se mantuvo el
estado de sitio y, bajo su imperio, el Poder Ejecutivo apresó y deportó a sus adversarios más
sañudos. A este estado de cosas se añadió el estancamiento económico, como consecuencia de la
gran depresión mundial de 1929. A la contracción y disminución del valor de las exportaciones se
sumaron los efectos de las trabas impuestas por la Argentina a los productos del Paraguay que
tenían en ese país su principal mercado. La crisis se tradujo en retracción del comercio y de las
actividades productivas, incremento del desempleo y disminución de los ingresos fiscales. Para
empeorar la situación, en octubre de 1930 falleció inesperadamente el ministro de Hacienda,
Eligio Ayala, columna vertebral en el manejo de las finanzas públicas desde 1920. El año que
siguió a la muerte del ministro Ayala fue de intensa agitación. Las derivaciones de una huelga de
albañiles llevaron al Poder Ejecutivo, en febrero de 1931, a prohibir el funcionamiento de varias
entidades sindicales, a decretar nuevamente el estado de sitio y a detener y confinar en el interior
del país a dirigentes obreros. Se denunció que algunos de ellos estaban en correspondencia con el
comunismo soviético, del que recibían instrucciones y dinero. En ese mes de febrero, un grupo de
trabajadores y estudiantes vinculados al Nuevo Ideario Nacional, dentro de un plan más amplio,
tomaron por unas horas la ciudad de Encarnación, declarándola «comuna revolucionaria libre».
En marzo de 1931, se efectuaron con normalidad las elecciones de renovación legislativa. El
Partido Liberal obtuvo el 55,5% de los votos, el Partido Colorado eleccionista, el 26,7%, y los votos
en blanco totalizaron el 17,7%. Entre tanto, las reformas legislativas siguieron adelante. En junio,
el Gobierno remitió al Congreso proyectos para la creación del Departamento Nacional del
Trabajo y la reglamentación de los derechos de asociación y paro laboral. También se sancionaron
leyes sobre enseñanza profesional y asistencia médica en los establecimientos industriales, y
sobre locación de servicios en los obrajes del Alto Paraná, así como un nuevo Código Rural. Pese a
todo, la efervescencia política no cedió terreno. En abril, un amotinamiento de conscriptos, que
exigían su relevo y el pago de haberes, fue sangrientamente reprimido en el fortín Coronel
Martínez. El hecho dio a conocer las deplorables condiciones en que se encontraban las
guarniciones del Chaco, lo que precipitó la renuncia del ministro de Guerra y Marina, general
Manlio Schenoni, cuya gestión era cuestionada por la oposición, y provocó fricciones entre el
Gobierno y algunos mandos militares. Además, también en abril, se abortó un intento de rebelión
y se dispuso el destierro del ex presidente Schaerer, así como la expulsión del Partido Liberal del
senador Modesto Guggiari, líder de un grupo de congresales disidentes del oficialismo. Los
liberales gubernistas intentaron dominar la situación planteando el estudio de una reforma del
régimen electoral e iniciaron negociaciones para su reunificación con los liberales del llano. Las
cosas se salieron de control en octubre de 1931. El 23 de ese mes, una manifestación estudiantil
que reclamaba la defensa del Chaco forzó los cordones de seguridad y avanzó hasta los jardines
del Palacio de Gobierno, donde fue reprimida, dejando un saldo de varios muertos y heridos. El
hecho conmovió al país y el Gobierno sintió su derrumbe, pero las Fuerzas Armadas lo
sostuvieron, conjurando la crisis. El presidente Guggiari, refugiado en la Escuela Militar, decretó el
estado de sitio, solicitó al Congreso que investigara su actuación y delegó el poder en el
vicepresidente González Navero. La Cámara de Diputados, de la que se habían retirado los
representantes de la oposición, consideró que no había lugar para que se formase una causa
contra el presidente, por lo que Guggiari reasumió sus funciones en enero de 1932. A pesar de
todas las dificultades, pudo concluir su mandato en agosto siguiente y traspasarlo a Eusebio
Ayala, postulado por el Partido Liberal para ejercer la presidencia durante el periodo 1932-1936.
La transmisión de mando tuvo lugar en momentos en que ya se había iniciado la Guerra del
Chaco, y los paraguayos se aprestaban a defender la integridad de su territorio, postergando para
más adelante los afanes de transformación política, social y económica del país.
LA GUERRADEL CHACO
La causa principal de la Guerra del Chaco fue la larga controversia diplomática en torno al dominio
del Chaco Boreal, que conllevó la ocupación militar del territorio en disputa y predispuso a las
sociedades de ambos países hacia soluciones de fuerza que limpiaran el honor nacional ultrajado,
poniendo fin a lo que se calificaba como intransigencia del adversario para reconocer las
pretensiones íntegras de cada país. Desde luego, también entraron en juego factores económicos.
Los establecimientos forestales y ganaderos del Chaco aportaban una parte muy significativa de
los ingresos fiscales del Paraguay. Estaba, además, el petróleo, descubierto en los extremos
occidentales del Chaco, y cuya explotación había sido concedida por el gobierno de Bolivia a la
Standard Oil, de Estados Unidos. Las dificultades que encontró esta empresa estadounidense para
extraer el petróleo boliviano por territorio argentino, reafirmaron la intención de Bolivia de
asegurarse un puerto propio sobre el río Paraguay, que facilitase la exportación de dicho
producto. La restricción a las operaciones de la Standard Oil en la región era, además, un interés
del gobierno de Argentina y de los capitales británicos que operaban allí. Por otra parte, la
situación interna de los dos países que se enfrentaron en el Chaco se había complicado mucho en
los años previos al estallido de la guerra. En Bolivia, el gobierno del presidente Daniel Salamanca
afrontaba una crisis política y económica muy delicada. Algunos autores sostienen que las
decisiones adoptadas por él, en cuanto a las acciones militares de 1932, además de basarse en la
confianza en las fuerzas propias y en el menosprecio de las del adversario, estuvieron motivadas
por el temor a que el colapso económico llevase a Bolivia hacia la anarquía social. El hecho
puntual que produjo el estallido de la guerra fue el desalojo por parte de fuerzas bolivianas del
fortín paraguayo Carlos Antonio López, situado a la vera de la laguna Pitiantuta, en junio de 1932.
Tropas de Paraguay recuperaron la laguna en el mes de julio, y Bolivia, que presentó este hecho
como una agresión inmotivada, reaccionó ocupando los fortines paraguayos Corrales, Toledo y
Boquerón, a fines de ese mismo mes. Se pensó que, después de esas pretendidas represalias, las
gestiones diplomáticas pondrían término al incidente, como había ocurrido en el caso del fortín
Vanguardia. Pero las hostilidades no se detuvieron. El gobierno paraguayo autorizó al
comandante de las fuerzas del Chaco, teniente coronel José Félix Estigarribia, a retomar
Boquerón. Un contingente de más de 5.000 hombres inició el ataque el 9 de septiembre y chocó
contra posiciones eficazmente fortificadas. Al fracasar los ataques frontales, se decidió cercar el
fortín, para evitar que recibiera refuerzos y provisiones. Tras veinte días de intensos combates, las
fuerzas paraguayas, incrementadas durante la batalla, ocuparon Boquerón, aunque con grandes
pérdidas de vidas humanas. Además de recuperar Toledo y Corrales, las tropas paraguayas
tomaron, en los días subsiguientes a la caída de Boquerón, los fortines Castillo, Ramírez, Yucra,
Arce y Alihuatá. La ofensiva se detuvo en las últimas semanas de 1932, en el kilómetro 7 de
Saavedra. Los reveses militares obligaron al gobierno boliviano a incrementar la movilización de
tropas y a poner al frente de sus fuerzas combatientes al general Hans Kundt, militar alemán que
había sido en el pasado jefe del Estado Mayor General y organizador del Ejército de ese país. Con
Kundt a la cabeza, las fuerzas bolivianas organizaron una fuerte contraofensiva. Dos grandes
arremetidas se produjeron en el primer trimestre de 1933 contra los fortines paraguayos Nanawa
y Toledo, que pudieron resistir. En cambio, los bolivianos consiguieron recuperar Alihuatá y
desalojar a los paraguayos del camino de Saavedra. En los meses siguientes, la ofensiva de Bolivia
fue general en toda la línea, que quedó estabilizada entre Nanawa y Toledo, con un enorme
desgaste para las tropas bolivianas en vidas y material bélico. En septiembre de 1933, Paraguay
recuperó la iniciativa y cercó a las tropas enemigas en Pampa Grande y Pozo Favorito. Después se
produjo el ataque decisivo en el sector de Alihuatá o Zenteno y en el de Gondra, que llevó al
descalabro de las fuerzas de Bolivia: dos divisiones capitularon en Campo Vía, en diciembre de
1933, y quedaron como prisioneros 250 jefes y oficiales, y 8.000 soldados. Como consecuencia de
la derrota, el general Kundt fue reemplazado por el general Enrique Peñaranda. Al concluir la
batalla de ZentenoGondra se acordó un armisticio, que permitió reorganizar las fuerzas
beligerantes. En los primeros meses de 1934, el ejército boliviano fue replegándose
paulatinamente hasta hacerse fuerte en el fortín Ballivián, sobre el río Pilcomayo, donde se
concentraron grandes efectivos, así como también en El Carmen. Ante la estabilización del frente
en Ballivián, que parecía inexpugnable, el comando paraguayo resolvió desplazar tropas hacia las
espaldas del enemigo. En agosto, sus fuerzas tomaron los fortines Picuiba y 27 de noviembre, se
aproximaron al río Parapití, y atrajeron hacia la zona una parte de las fuerzas bolivianas. La
disminución de tropas en El Carmen permitió al ejército paraguayo operar con éxito contra sus
defensas, lo que concluyó en noviembre de 1934 con la captura de miles de prisioneros,
armamento y un centenar de camiones. Poco después, también cayó Ballivián. En el mismo mes
de noviembre, tras un enfrentamiento con los militares, fue derrocado el presidente Salamanca, y
asumió la jefatura del Estado boliviano el vicepresidente José Luis Tejada Sorzano. En diciembre,
se desbarató la ofensiva boliviana en el sector de Picuiba. De Ballivián los bolivianos se retiraron
hacia la Serranía de Ybybobo y luego a los contrafuertes andinos, atrincherándose en Villamontes,
casi en los confines del Chaco. Las fuerzas paraguayas intentaron, sin éxito, tomar esta localidad.
Al norte, consiguieron cruzar el río Parapití, ocupar la población de Charagua y acercarse a los
pozos petrolíferos. Una fuerte contraofensiva boliviana les obligó, empero, a retroceder varios
kilómetros hasta Huirapitindy. En el primer semestre de 1935, las acciones bélicas se estancaron y
ninguno de los dos beligerantes parecía capaz de obtener una victoria definitiva mediante la
rendición incondicional del enemigo. Las tropas adelantadas del Paraguay se encontraban a unos
setecientos kilómetros del río del mismo nombre, cubriendo un amplio frente, en un terreno que
favorecía la defensa del enemigo. El aprovisionamiento y el transporte de los combatientes
demandaban una logística cada vez más costosa y las disponibilidades financieras del Gobierno se
estaban agotando. De hecho, la Guerra del Chaco obligó a Paraguay a realizar un esfuerzo
extraordinario. La conducción del Estado durante esos años se concentró en las experimentadas
manos del presidente Eusebio Ayala. Pragmático y eficiente, Ayala administró con inteligencia el
aparato gubernamental y las finanzas públicas, orientándolos hacia el sostenimiento del esfuerzo
bélico. El ambiente de enfrentamientos, que había predominado en los años previos a la
conflagración, fue reemplazado por una tregua política tácita, a lo que se sumó la reunificación
del Partido Liberal de gobierno con el del llano. En las elecciones de renovación legislativa de
1933, representantes del schaerismo se incorporaron al Congreso, que estuvo integrado durante
la guerra únicamente por liberales. El comando en jefe del ejército paraguayo en el Chaco fue
ejercido a lo largo del conflicto bélico por el teniente coronel, y luego general, José Félix
Estigarribia. Sus excepcionales cualidades de templanza, serenidad y carácter le permitieron
conducir con éxito las fuerzas militares y ejercer una autoridad que fue fundamental para el
mantenimiento de la disciplina y la buena organización entre la oficialidad y las tropas. Estudioso
y buen observador, el comandante paraguayo supo adaptar sus conocimientos teóricos a las
peculiaridades de la geografía chaqueña y de sus comandados para el desarrollo de las acciones
bélicas. Condujo un plantel de jefes y oficiales que demostraron capacidad y compromiso, aunque
no siempre plena armonía, entre los que se destacaron, citando solo a los comandantes de
Cuerpos de Ejército, los coroneles Juan B. Ayala, Nicolás Delgado, Gaudioso Núñez, Carlos J.
Fernández, Rafael Franco, Luis Irrazábal y Francisco Brizuela. Las tropas combatientes debieron
enfrentarse no solo a las fuerzas enemigas sino, antes que nada, a las grandes dificultades
naturales del territorio chaqueño. El problema más angustioso fue el de la falta de agua, que se
cobró miles de vidas y obligó a que la caballería combatiera sin caballos y a que el transporte de
provisiones y otros elementos se efectuara principalmente por medio de camiones. Las
deficiencias del transporte y las limitaciones para el abastecimiento frenaron, muchas veces, el
avance regular de las operaciones militares. Asimismo, el país tuvo que organizar una enorme
estructura para atender las necesidades de las fuerzas combatientes, que incluyó desde la
compra, acopio, distribución y transporte de alimentos, uniformes, herramientas, combustible,
armas y municiones, hasta los servicios de salud y de asistencia espiritual. En los Arsenales de
Guerra y Marina de Asunción, cerca de quince mil obreros trabajaron, en tres turnos, para la
fabricación y reparación de elementos bélicos. En la retaguardia, la guerra potenció las
actividades económicas del país. Con la gran movilización de hombres, el desempleo disminuyó
sensiblemente. La excepcional demanda de alimentos, vestuario y elementos para las fuerzas
combatientes reactivó la producción y la ocupación internas, al igual que las ventas del comercio
local. La recuperación de la economía mundial contribuyó también al incremento de las
exportaciones y de los ingresos fiscales. Con todo, en razón de la limitada capacidad financiera del
Estado, el esfuerzo bélico se efectuó en un marco de precariedad y grandes sacrificios. La
superioridad de las fuerzas bolivianas, en efectivos y elementos de defensa, fue muy notoria
durante la mayor parte de la conflagración. En los primeros meses de la guerra, el traslado de
tropas y abastecimientos resultó más fácil para el Paraguay que para Bolivia. El transporte fluvial y
la vía férrea que comunicaba Puerto Casado con el interior del territorio chaqueño permitieron el
rápido traslado de los contingentes paraguayos en momentos decisivos. Las fuerzas bolivianas, en
contrapartida, tuvieron que efectuar una larga y demorada travesía desde los centros de
reclutamiento, por malos caminos y con insuficientes medios de locomoción. La diferencia se
revirtió posteriormente, con el avance de las fuerzas paraguayas hacia el occidente chaqueño. El
Estado paraguayo pudo atender el financiamiento de la guerra mediante la utilización de las
reservas internacionales de la Oficina de Cambios, la emisión monetaria, la expropiación de un
porcentaje de las divisas provenientes de las exportaciones y la requisa de bienes solicitados para
el Ejército en campaña. Se apeló también, de manera limitada, a los créditos interno y externo. En
los tres años que duró el conflicto, Paraguay movilizó a unos 140.000 hombres, equivalentes a
más del 15% de su población, de los cuales 36.000 murieron en el Chaco; por su parte, Bolivia
movilizó a aproximadamente 200.000 soldados, de los que perecieron más de 50.000. Al finalizar
la conflagración, Bolivia mantenía unos 2.500 prisioneros paraguayos; y se calcula que el Paraguay
capturó cerca de 21.000 prisioneros, de los cuales más de 4.000 habrían fallecido en cautiverio. La
guerra impuso grandes desafíos a la diplomacia paraguaya. Varias gestiones se sucedieron, desde
1932, para poner término a las hostilidades, impulsadas por la Comisión de Neutrales de
Washington, los países vecinos y la Sociedad de Naciones. En mayo de 1933, el Paraguay declaró
el estado de guerra, con el fin de hacer cumplir a los estados limítrofes los deberes de la
neutralidad y así pudo interrumpir el aprovisionamiento a las fuerzas bolivianas por territorio
argentino, aunque no consiguió frenar el libre tránsito desde Chile, en donde Bolivia pudo
contratar mineros para reemplazar a los movilizados, y oficiales para su ejército. El Paraguay se
aseguró, en contrapartida, el apoyo efectivo del gobierno argentino, del que obtuvo armas,
municiones, elementos sanitarios y combustible, que resultaron fundamentales para la
prosecución de las operaciones. El largo e infortunado trámite de la cuestión del Chaco ante la
Sociedad de Naciones concluyó con el retiro del Paraguay de dicho organismo, en febrero de
1935, ante la decisión que adoptó de mantener la prohibición de venta de armas para Paraguay y
de levantarla para Bolivia. Las gestiones de paz se trasladaron, entonces, a Buenos Aires, donde,
en mayo de 1935, quedó constituido un grupo mediador con representantes de los países vecinos
y de los Estados Unidos, bajo la presidencia del ministro de Relaciones Exteriores de Argentina.
Días después llegaron a esa capital los cancilleres de Paraguay y de Bolivia, y se adelantaron las
negociaciones para poner fin a la guerra. Durante el desarrollo de estos debates, se libró en el
Chaco la última gran batalla, en la zona de Ingavi, donde fue derrotada la Sexta división boliviana.
El comando paraguayo exageró las proporciones de la derrota enemiga, con el obvio designio de
que la noticia influyera en las negociaciones que estaban en curso. Tratado de Paz del 21 de julio
de 1938. Mapa de Juan Esteban Vacca, Notas de la pasada Guerra del Chaco (Buenos Aires, 1938)
El 9 de junio de 1935 se alcanzó un acuerdo y el día 12 se suscribió el Protocolo de Paz, por el cual
se acordó el cese de las hostilidades, sobre la base de las posiciones alcanzadas por uno y otro
ejércitos. Se decidió, además, la desmovilización de los combatientes y el establecimiento de una
Conferencia de Paz para resolver la cuestión de límites. Al mediodía del 14 de junio, se ejecutó el
cese del fuego en los frentes de batalla del Chaco y una Comisión Militar Neutral fijó, mediante
hitos, las posiciones en que se encontraban los contendientes. En los meses posteriores se
concretó la desmovilización de las fuerzas militares. Más de 54.000 bolivianos y 46.000
paraguayos dejaron el Chaco, y la Conferencia de Paz declaró, en octubre de 1935, el fin de la
guerra.
LA REVOLUCIÓN DE 1936
Los paraguayos que tomaron parte en la Guerra del Chaco volvieron a la normalidad de sus vidas
animados por ansias de renovación. Habían integrado una organización eficaz que consiguió
expulsar al enemigo del territorio en disputa, gracias a los esfuerzos de toda la población.
Resultaba natural que se sintieran artífices potenciales de la grandeza de la patria, y que confiasen
en que, después de la conflagración, había llegado la hora de las grandes transformaciones. Más
comprometidos se consideraron los jefes y oficiales, consustanciados con las inquietudes y
aspiraciones de la ciudadanía que habían comandado. El presidente Ayala advirtió a la dirigencia
política del liberalismo que una profunda revolución se estaba operando en el país, y que era
preciso encauzarla, sin aferrarse «a las viejas concepciones». No obstante, las esperanzas de
renovación chocaron con la dura realidad. Las finanzas del Estado habían tocado fondo y el
Gobierno debió, antes que nada, reajustar el gasto público, desmantelando la estructura montada
para la guerra. Se dispuso la desmovilización de oficiales y soldados, sin compensaciones y sin
acompañar su reinserción a la vida civil. La forma en que el Gobierno ejecutó esta medida dejó la
sensación de que se estaba cometiendo una injusticia o, al menos, un acto de ingratitud. En los
mandos del Ejército existía también molestia por la forma en que se administraron los ascensos y
los reconocimientos. A ello se sumaban las pugnas en el Partido Liberal de cara a las elecciones
presidenciales para el periodo 1936- 1940, la angustiosa situación económica del país y los
problemas sociales no resueltos. A principios de febrero de 1936, el Ejecutivo dispuso la
detención y expatriación del coronel Rafael Franco —director de la Escuela Militar y presidente de
la Asociación Nacional de Excombatientes— junto con otros oficiales, a quienes acusó de
conspirar en su contra. La decisión adoptada contra un prestigioso jefe como el coronel Franco
aceleró los afanes conspirativos de los mandos medios y la oficialidad joven del Ejército. Así, el 17
de febrero, bajo la dirección de los tenientes coroneles Federico W. Smith y Camilo Recalde,
estalló el movimiento revolucionario en Asunción. El doctor Ayala, tras intentar resistir, renunció a
la presidencia para evitar enfrentamientos estando en proceso las negociaciones de paz con
Bolivia.
El comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general Estigarribia, se encontraba por razones de
servicio en el Chaco, y al retornar a la capital fue detenido. Él, el ex presidente Ayala y otras
personalidades del régimen caído quedaron bajo arresto y, posteriormente, salieron al exilio. El
movimiento de febrero fue esencialmente militar, pero concitó grandes expectativas en la
población. Los sublevados difundieron un Acta Plebiscitaria, en la que anunciaron el cese del
personal de los tres poderes del Estado y la restitución de la nación paraguaya «al nivel de su
historia en el Río de la Plata, al libre dominio de su suelo y a la grandeza de su porvenir». El 19 de
febrero, se firmó el denominado Decreto Plebiscitario, por el cual los jefes y oficiales,
«interpretando las aspiraciones del Ejército Libertador», designaron al coronel Rafael Franco
como presidente provisional de la República. Igualmente, se autorizó a Franco a convocar, en su
oportunidad, una Convención Nacional Constituyente y a dictar decretos con fuerza de ley. La
Constitución de 1870 sería observada solo en su espíritu y preceptos fundamentales,
«considerándose las circunstancias del momento histórico».
El Ejecutivo reaccionó ante la febril actividad reiniciada por los comunistas y otros sectores de
izquierda, aprehendiendo y deportando a dirigentes obreros y estudiantiles; posteriormente,
prohibió toda actividad destinada a propagar, difundir o implantar el comunismo en el Paraguay.
Pronto se produjeron fricciones entre los grupos que apoyaban al Gobierno. En mayo de 1936,
dejaron sus cargos los ministros que sostenían más claramente posiciones de izquierda y de
derecha, y en agosto del mismo año la decisión de conformar un partido oficial provocó la
renuncia del ministro de Agricultura, Bernardino Caballero, militante del Partido Colorado. Desde
ese momento, el gabinete quedó bajo el predominio de los hombres de la Liga Nacional
Independiente, reducida agrupación de intelectuales nacionalistas liderada por el canciller del
gobierno revolucionario, doctor Juan Stefanich.
En noviembre de 1936, se constituyó el partido de la Revolución, con el nombre de Unión
Nacional Revolucionaria, que integraba a elementos de la Liga Nacional Independiente, la
Asociación Nacional de Excombatientes, liberales disidentes, estudiantes y obreros. El gobierno
revolucionario modificó sustancialmente la estructura y las funciones del Estado, efectivizando su
intervención en la economía y en la atención de los problemas sociales. Se estableció el
Departamento Nacional del Trabajo, con facultades de mediación, inspección y vigilancia, y se
consagraron los derechos de libertad sindical, jornada de trabajo diaria de ocho horas y pago de
salarios en dinero.
Los mandos militares se levantaron contra el coronel Franco con el propósito declarado de
regularizar la situación institucional del país, dentro del marco de la democracia liberal. Aunque
originalmente habían pretendido establecer un gobierno militar, los sublevados encomendaron el
ejercicio de la presidencia provisional al decano de la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional, doctor Félix Paiva, quien había militado en el Partido Liberal. Este aceptó la
responsabilidad, con la condición de que se restableciera el imperio de la Constitución de 1870 y
se le dejase libertad de acción en el gobierno. Las Fuerzas Armadas se reservaron los Ministerios
del Interior y de Guerra y Marina, mientras que las demás carteras fueron confiadas a profesores
de la Facultad de Derecho. De todos modos, los militares no se retiraron a sus cuarteles ni se
mostraron dispuestos a dejar de influir en la gestión gubernamental. La restauración
constitucional conllevó el fin de la tregua política y permitió el retorno de la dirigencia liberal del
exilio. Se restableció la Junta Electoral Central con representantes del liberalismo y del
coloradismo y, en diciembre de 1937, se convocaron elecciones para reconstituir el Poder
Legislativo. La situación política, sin embargo, no conseguía consolidarse. Entre septiembre y
diciembre de 1937 se registraron levantamientos militares, que fueron dominados con efusión de
sangre. Con el fin de prevenir nuevos intentos de subversión, el Gobierno desplegó una intensa
actividad policial destinada a controlar a los opositores.
De todos modos, la instalación de las cámaras legislativas acentuó la pugna entre los liberales y el
alto mando militar. En tales circunstancias, pareció encontrarse una salida institucional con la
postulación del general José Félix Estigarribia a la presidencia de la República para el ciclo 1939-
1943. Su candidatura, sostenida por los militares, fue propiciada también por un sector
mayoritario del Partido Liberal, que se impuso sobre los dirigentes aferrados a las tradiciones
civilistas de esa agrupación política. El prestigio y la autoridad moral del general Estigarribia
sirvieron para aproximar a los dos grupos preponderantes, con la confianza de que el nuevo jefe
de Estado restablecería además la disciplina en las Fuerzas Armadas.
Sin oposición, la fórmula liberal, completada con el doctor Luis A. Riart como candidato a
vicepresidente, fue consagrada por las urnas y los nuevos mandatarios asumieron sus funciones el
15 de agosto de 1939. Mientras tanto, durante el gobierno de Paiva tuvieron lugar importantes
definiciones en materia de política exterior. En julio de 1938, luego de tres años de complejas
negociaciones, se alcanzó un entendimiento en la Conferencia de Paz del Chaco, que permitió la
firma, en ese mismo mes, del Tratado de Paz, Amistad y Límites entre las Repúblicas de Bolivia y el
Paraguay.
Se decidió que la línea divisoria entre ambos países debía establecerse por medio de un arbitraje
de equidad, sobre la base de las últimas propuestas aceptadas por cada uno de ellos. En realidad,
los límites habían sido acordados previamente y el arbitraje fue solo un recurso para hacer más
aceptable el arreglo por parte de las opiniones públicas de los ex beligerantes. En el Paraguay, el
tratado fue sometido a un plebiscito, en el que votaron por su aprobación más de 135.000
electores y en contra, unos 13.000.
El Colegio Arbitral, constituido por representantes de los presidentes de Argentina, Brasil, Chile,
Estados Unidos, Perú y Uruguay, dictó su fallo en octubre de 1938: por él, Bolivia preservó la zona
petrolífera en el extremo occidental del Chaco, pero quedó excluida del litoral del río Paraguay al
sur de Bahía Negra, y el Paraguay reafirmó su dominio sobre la mayor parte del territorio en
disputa. En julio de 1939, se suscribió un Tratado Complementario de Límites entre el Paraguay y
la Argentina, que puso término a las discusiones sobre la delimitación entre ambos países en la
cuenca del río Pilcomayo. Con los acuerdos de 1938 y 1939 y los actos internacionales celebrados
en su virtud quedaron fijados la extensión y los límites de la Región occidental del Paraguay.
Asimismo, en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el Paraguay se aseguró la
cooperación financiera de los Estados Unidos para el impulso de su desarrollo.
Sectores de las Fuerzas Armadas no estuvieron satisfechos con el restablecimiento del liberalismo
en el poder, ni admitieron de buen grado que se pretendiese colocar a las instituciones castrenses
en situación subalterna. La prensa opositora no aminoró las censuras al Ejecutivo y los estudiantes
reforzaron su movilización y manifestaciones de protesta. Nuevas gestiones para que el Partido
Colorado levantara su abstención y participase en las elecciones de renovación del Poder
Legislativo tampoco prosperaron. A todo esto se sumó la difícil situación económica. Con motivo
de la creciente agitación estudiantil, el Gobierno dispuso, en enero de 1940, la intervención de la
Universidad Nacional y el cese de sus autoridades, medidas que agravaron las críticas y las
protestas. Poco después, se decidió el arresto y la posterior deportación del director del diario El
Tiempo, vocero de un grupo de intelectuales católicos que mantenían vinculaciones con
elementos militares y que llevaban adelante una campaña virulenta contra el Ejecutivo.
El nuevo gabinete ministerial quedó integrado con militares y hombres de diversa extracción
política, quienes asumieron los cargos a título personal y no partidario. Al mismo tiempo que
implementaba un ambicioso plan de gobierno, el general Estigarribia se ocupó de la reforma
constitucional. Descartó la convocatoria a una Convención Constituyente ante la evidencia de que
las elecciones de convencionales obligarían a levantar la tregua política y de que, dada la
abstención colorada, solamente participaría de los comicios el Partido Liberal. El presidente dirigió
en persona la preparación del proyecto de Constitución, redactado de conformidad con sus
orientaciones por los ministros Justo Pastor Benítez y Pablo Max Ynsfrán.
El documento fue puesto a consideración del gabinete y de los altos mandos militares y,
posteriormente, fue sancionado y promulgado por decreto del Poder Ejecutivo, en julio de 1940.
Para guardar las formas, la nueva Constitución fue sometida a un plebiscito, efectuado a
principios de agosto, sin tiempo ni condiciones para una genuina deliberación ciudadana. Una vez
aprobada por el voto popular, fue jurada solemnemente el 15 de agosto de ese año. Los dos
grandes ejes de la Constitución de 1940 consistían en asegurar la primacía del interés general
sobre los intereses particulares y en organizar un Estado fuerte, en el que el Poder Ejecutivo
tuviese mayor preponderancia.
El Estado ya no sería neutral, sino que tenía atribuciones para intervenir en la vida social y
económica. La propiedad privada debía cumplir una función social y se proscribía la explotación
del hombre por el hombre. Se establecía que las libertades garantizadas por la Constitución eran
de carácter social, y que, por tanto, las exigencias del orden público podían limitar su ejercicio,
con sujeción a la ley. El Presidente de la República podía disolver el Congreso, decretar por sí
mismo el estado de sitio y dictar decretos-leyes durante el receso legislativo. Se eliminó la
vicepresidencia y se creó un Consejo de Estado, como órgano asesor del Poder Ejecutivo,
integrado por los ministros de Estado, representantes de la Iglesia católica, la Universidad, las
Fuerzas Armadas, el comercio y las industrias agropecuarias y transformadoras.
El Poder Legislativo sería, en lo sucesivo, unicameral, con una sola Cámara de Representantes.
Además del nuevo marco constitucional, en febrero de 1940 se dictó el Estatuto Agrario,
instrumento jurídico con el que se pretendía afrontar y resolver el crucial problema de la
propiedad rural, sobre la base del reconocimiento de su función social y con el programa de que
«todo hogar paraguayo debe estar asentado sobre un pedazo de tierra propio que le produzca lo
necesario para la vida». Se sostenía entonces que los predios rurales del Paraguay estaban
acaparados por unas pocas compañías extranjeras y que los paraguayos eran dueños de apenas el
5% de su territorio. De hecho, 14 propietarios poseían en la Región oriental siete millones de
hectáreas, y 11 eran dueños de cinco millones de hectáreas en el Chaco.
El nuevo estatuto declaró susceptibles de expropiación, con fines de utilidad social y pago de
indemnización, entre otros, los predios ocupados por núcleos mayores de veinte personas, y
cualquier tierra apta para la explotación agropecuaria que no se encontrara racionalmente
explotada. Estableció también la reversión al Estado de las tierras rurales no aprovechadas de
manera racional, pertenecientes a extranjeros que residieran en el exterior y que adeudasen más
de cinco años de impuesto inmobiliario. Aprobada y jurada la nueva Constitución, el presidente se
abocó a concretar la segunda etapa de la asistencia financiera estadounidense, cuando ocurrió lo
imprevisto. El 7 de septiembre de 1940, el general José Félix Estigarribia falleció junto a su esposa
en un accidente de aviación, en las cercanías de Altos, dejando truncada su obra. El país quedó
consternado con la noticia y los funerales del conductor del Ejército del Chaco constituyeron una
apoteosis. Estigarribia fue ascendido en forma póstuma a mariscal y sus restos fueron depositados
en el Panteón Nacional.