1.0 Historia
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UNIDAD 1.
Desarrollo
La época de los descubrimientos
Los descubrimientos marítimos abren nuevas perspectivas para las relaciones internacionales. En
primer término, la formación de un Imperio Universal, con una Iglesia universal será en adelante
meta inalcanzable. “El Imperio era una religión, que no tenía más creyentes que sus sacerdotes”
El siglo que se inicia, es escenario de hondas transformaciones y de hechos relevantes en la vida
de los pueblos del mundo occidental, (El centro de gravedad de las relaciones internacionales fue,
hasta entonces, la cuenca del Mediterráneo, Un clima benigno y apacible vio florecer brillantes
civilizaciones, pero, fue imposible que la dinámica de la civilización en expansión se limitara a los
contornos de un mar cerrado.
Es así, como los pueblos de Europa se lanzan a la gran aventura atlántica a fines del siglo XV y
comienzos del siglo XVI. Primero Portugal y más tarde España comienzan una pugna en procura de
nuevos horizontes presentidos e ignorados, lo cierto es que las tierras descubiertas hacia el oeste
Atlántico, como las nuevas rutas que las naves portuguesas recorren hasta alcanzar “las especies”
del lejano oriente, producen en el orden de las ideas profundas transformaciones políticas; que
hace necesario crear un derecho público. Los problemas derivados de la navegación del mar
océano, los nuevos descubrimientos de tierras, como el gobierno y trato a los naturales de los
territorios que se incorporaban a la civilización europea plantean situaciones de orden espiritual
como temporal. Son naciones afectadas por estos problemas quienes deben tratar de resolverlos.
En los centros universitarios de París, Pisa, Valladolid y Salamanca; teólogos y juristas buscan
respuestas adecuadas a todas estas cuestiones.
La Iglesia perderá su papel ecuménico. Como dispensadora del poder espiritual, moldeará su
nueva fisonomía con una diplomacia altamente eficiente y especializada al servicio de una
orientación definida. De hecho surgirá una sociedad cristiana formada por múltiples naciones que
pugnarán por romper el equilibrio de fuerzas por medio de guerras y alianzas.
Una manifestación de los nuevos tiempos constituye la sustitución del latín como lengua universal.
El nacionalismo en su forma lingüística hará que cada nación procure usar su idioma como medio
de comunicación en sus relaciones internacionales. En Roma en 1536, Carlos V provocará sorpresa
al pronunciar un discurso en español ante una asamblea de cardenales, presidida por el Papa.
A España, el siglo XVI le ofrece anchas perspectivas en el orden económico. Sus vastos y riquísimos
territorios de ultramar y el entroncamiento dinástico con los Habsburgos, la sitúa durante ese siglo
en la cúspide del poder europeo. (Paralelamente, Francia coherente y unida tratará de formar su
población nacional dentro de lo que llama sus “fronteras naturales”, con una población de quince
millones de almas le permitirá elevarse a la categoría de potencia continental.)
Los descubrimientos marítimos obligan a crear una legislación del mar, aunque en forma bastante
vaga como imprecisa, constituirá un antecedente valioso en la formación del derecho
internacional.
Teólogos y juristas como Vitoria y Suárez en España, exponen desde la cátedra las bases de un
derecho de los pueblos y de las personas inspiradas en principios más de acuerdo con los nuevos
tiempos. Todas estas ideas no tendrán todavía sanción normativa entre las naciones y aunque se
las proclame enfáticamente en los centros universitarios no siempre serán respetados por los
monarcas, cada vez más inclinados al absolutismo.
En los principales centros comerciales del cercano oriente los extranjeros continúan organizados,
al margen de las naciones donde desarrollan sus actividades protegidos por cónsules. El carácter
de estos funcionarios es esencialmente comercial y los que ejercen el cargo son comerciantes
delegados por sus colegas, desempeñando al mismo tiempo funciones diplomáticas en
representación de sus soberanos, aunque con carácter informal, particularmente en los territorios
del Imperio Otomano, cuyas relaciones con las naciones cristianas no tenían carácter oficial.
Con el nacimiento de las monarquías absolutas y el creciente debilitamiento del feudalismo existe
una tendencia al crecimiento y evolución del estado nacional, fundado en la comunidad de origen,
de lengua y religión.
Las tres naciones que en el mundo occidental muestran estos perfiles nacionales son; España,
Francia e Inglaterra que ejercerán en los siglos sucesivos funciones rectoras en la política
internacional.
La diplomacia tendrá en cada uno de éstos reinos, perfiles nacionales propios que estarán al
servicio de sus respectivas concepciones sobre el Estado, aunque estas “razones de Estado”, en
última instancia, se encuentren íntimamente ligadas con los intereses dinásticos.
La unión de estos dos reinos y la reconquista de Granada del poder musulmán, señalan el
comienzo de la unificación política de España y su elevación imperial.
Isabel de Castilla, hija de Enrique III de Trastamara rey de Castilla y de Catalina de Plantagenet
nace el 21 de abril de 1451. Desde su adolescencia a pesar de su condición de mujer demuestra
una especial perspicacia para el manejo de las cuestiones de Estado, pues debe luchar contra
turbios manejos en una corte donde la intriga y la maledicencia socavan profundamente la
autoridad del monarca reinante Enrique IV, hermano de Isabel, cuya paternidad es puesta en duda
con respecto a su hija Juana, llamada “la Beltraneja”. De esa turbia polémica sale triunfante Isabel
al ser reconocida como heredera del trono.
La figura de Fernando de Aragón ofrece por muchos motivos aspectos singulares que lo destacan
como uno de los diplomáticos más hábiles de su época, que, de haber tenido la autoridad.
Suficientemente en la conducción del Imperio, seguramente se hubieran consolidado las vastas
posesiones y colonias de Europa y el Nuevo Mundo bajo el cetro de los Habsburgos de España.
Fernando V de Castilla y II de Aragón nació el año 1452. Descendiente por parte de su madre, del
almirante de Castilla, Don Fadriquez Enríquez, nacido hijo de Juan II de Aragón y doña Juana
Enríquez. Crestes Ferrara expresa con relación al rey Don Fernando el juicio siguiente: “Los éxitos
de Fermando el Católico fueron de una envergadura superior y la historia de las ideas políticas lo
ha consagrado, durante siglos, como el rey de mejor visión y habilidad entre todos los de su
época”.
José María Doussinague, con gran estilo hace una descripción de don Fernando el católico como
maestro en la ciencia diplomática: “La realidad es, afirma el autor, que don Fernando reunía todo
el conjunto de condiciones que hacen falta a un buen diplomático. La política internacional y aun la
que no pasa de las fronteras, requiere una ponderada ecuación de cualidades de tono mate: la
discreción cautelosa y reservada, el equilibrio de juicio, exento de toda preocupación previa; la
capacidad de elevarse a la zona serena de la pura reflexión, dejando muy abajo las constancias que
intervienen en cada asunto; una despierta avidez en consultar sin fatiga y en escuchar a cuantos
puedan aportar una idea o un nuevo punto de vista".
Y termina señalando: “No es Femando el Católico hombre que tuviera otra cosa que estas dotes, a
menudo no apreciadas, y que, sin embargo, son el resello de la verdadera inteligencia, ponderada
y madura"
Fernando guiado por las " razones de Estado" hecha a mano un recurso usado por los reyes de
aquella época; la unión matrimonial. Para esto encomienda Fray Juan de Enguerra con
instrucciones para negociar ante Luís XII el matrimonio de Don Fernando con alguna princesa de
Francia. La elección recayó en Germana de Foix, sobrina de Luís XII. Con ésta hábil maniobra
Fernando neutralizó la manifiesta hostilidad del monarca francés con respecto a España, Don
Fernando con su segunda nupcias, evitó a España una situación difícil para la unidad española,
desbaratando la ambición de muchos señores que apoyadas en Francia y contando con la
inexperiencia de Felipe I querían volver a las antiguas épocas de monarquía feudal.
Fernando sostenía con amplia visión de diplomático el siguiente principio :" solo puede lograrse
una paz estable y duradera sobre la base de que cada uno sea conservado en lo suyo, impidiendo
que los más poderosos perjudiquen o lesionen los derechos de los Estados débiles”.
En aquel momento de plenitud histórica de España, Femando e Isabel, como Isabel y Fernando,
constituyen la feliz coyunda de calidades idénticas que pone a España en los senderos de su
imperecedera grandeza.
Los portugueses demostraron ser hábiles navegantes como osados en sus aventuras marítimas lo
que les daba, a pesar de constituir una pequeña nación, una ventaja sobre las otras. País de
formación cosmopolita, con muchos puertos poseía una rica burguesía que estaba pronta a
prohijar cualquier aventura ultramarina. Su limitado territorio hacía que sus gobernantes tuvieran
un latente instinto de defensa y con mayor motivo por tener de vecino a la poderosa España. Los
portugueses pusieron en práctica desde un comienzo la “política del secreto” y la simulación en su
programa de expansión ultramarina. Todas estas condiciones heredarían posteriormente los
brasileños y seria puesta en práctica como método diplomático en esta parte del nuevo mundo.
Pero la política expansionista de Portugal chocaría inevitablemente con Castilla, más aun después
del descubrimiento de América. Del enfrentamiento y colisión de los intereses coloniales de estas
dos naciones y sus respectivas diplomacias heredarían las futuras naciones hispánicas con el Brasil.
Los lusitanos en pleno siglo XV emprendieron viajes en busca de las Indias. Los portugueses tenían
conocimientos profundos y avanzados de los nuevos métodos de navegación astronómica y
poseían cartas náuticas bastante precisas de las expediciones que realizaban que eran guardadas
celosamente y dentro del mayor secreto. Esta orientación fue posible merced al apoyo
incondicional que los monarcas portugueses prestaron siempre a este tipo de expediciones.
Así fue posible a este pequeño reino convertirse muy pronto en una potencia colonial, sobre la
base de la “política del secreto” de los descubrimientos, mediante el ocultamiento de los
documentos y cartas náuticas, la mutilación de documentos, mapas y el sigilo jurado de los
navegantes.
Nada prueba mejor esta metódica política del secreto de los portugueses, la ignorancia de Colón
de la ciencia náutica de fines del siglo XV. Colón navegó durante el reinado de Juan II de Portugal
con marinos portugueses y a pesar de sus condiciones innatas de navegante y observador tenaz,
las notas y los comentarios dejados por el gran navegante demuestran una inferioridad de
conocimientos náuticos con relación a los portugueses de la época.
Severas sanciones imponían las leyes portuguesas de la época para todos aquellos que divulgaran
los conocimientos sobre la navegación atlántica que eran guardados come secreto de Estado.
Juan II de Portugal que mereció el nombre del Príncipe Perfecto, era el arquetipo del
renacimiento, capaz de sacrificar todos los principios a la "razón de Estado”. Tenía a su servicio
informadores secretos en las cortes de Europa, especialmente en España, cuyos planes
interesaron siempre para el logro de sus objetivos políticos. Así se explica que merced a su servicio
de información y posta, los embajadores portugueses al negociar el Tratado de Tordesillas
conocieron con anticipación lo que los delegados españoles iban a proponer, encontrándose listos
para responder y formular los reparos que convinieran a los intereses lusitanos.
Esta metódica política del sigilo trasladaría con igual eficiencia al campo diplomático en sus
permanentes cuestiones que a lo largo de los siglos siguientes sostendrían España y Portugal.
Heredera de esa diplomacia sería Brasil, en cuyos moldes lusitanos se inspiraría su tradicional
diplomacia de expansión territorial en el continente americano en perjuicio de los territorios
hispano americanos.
El castillo que dio nombre a la estirpe fue construido en el siglo XI, en Aargau con el nombre de
Habischburg -nido de águila-que sirvió de blasón emblemático a esta estirpe.
Merced a esa política matrimonial las posesiones de los Habsbúrgos aumentaron progresivamente
y sus diversas ramas llegarían a ocupar otros tantos tronos europeos. En donde comienza esta
dinastía a adquirir prestigio es dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, en permanente
anarquía en sus relaciones con el Papado.
En el periodo que la corona imperial pasó a mano de la casa de Luxemburgo, Carlos IV deseoso de
establecer un sistema estable para la elección imperial propuso a la Dieta de Núremberg (1335) un
derecho de preeminencia de los príncipes más poderosos en la elección del monarca. Este poder
se afianzó en los Arzobispados de Maguncia, Colonia y Tréveris y en los principados de Sajonia,
Brandeburgo, Palatinado y Bohemia.
Este documento se llamó la BULA AUREA en consideración al sello de oro adherido a su texto. El
documento tuvo extraordinaria importancia por cuanto en adelante se prescindiría de autoridad
papal con relación a una cuestión que había sido desde la época de Carlomagno motivo de
querella entre el Pontífice y el Imperio, pues, consideraba el Papa que solo él podía legitimar la
posesión de la corona imperial.
En 1438 la casa de Habsbúrgo logra con Federico III afirmar la soberanía sobre el Imperio alemán
dándole carácter hereditario, donde el derecho electoral de los príncipes se convierte en mero
formalismo.
Maximiliano Primero de Habsbúrgo siguiendo la tradicional política de su estirpe se une en
matrimonio con María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario, pasando de esta suerte a ingresar
al patrimonio de los Habsburgos el sólido ducado de Borgoña cuyo papel durante la guerra de los
Cien Años había sido importante.
Las consecuencias de este matrimonio fueron considerables pues a pesar de que Maximiliano
ejerció solamente la tutela sobre el ducado después de la prematura muerte de su esposa María
en 1482, su único heredero varón Felipe llamado “el Hermoso" se une con la princesa Juana,
segunda hija de los reyes católicos en el momento que España surge con proyecciones mundiales
en la política internacional europea fortalecida con los lazos que el jefe de los Habsbúrgos -
Maximiliano primero- había tejido con sus mañas casamenteras.
De este matrimonio desafortunado causado por la frenética pasión amorosa de la princesa Juana
por su veleidoso esposo, que la historia se ocupó extensamente, nace el futuro emperador de las
Españas: Carlos I en la ciudad de Gantes en el año 1500.
El emperador Maximiliano tomó a su cargo la educación del príncipe Carlos, en tanto Felipe y
Juana deben regresar a Castilla por la muerte de Isabel la Católica.
Aquí surge la lucha por el poder entre el astuto y hábil Fernando VII regente del reino y su
veleidoso yerno. Una inesperada enfermedad provoca la muerte de Felipe el Hermoso cayendo su
esposa Juana en un desequilibrio mental que la incapacita para gobernar ese prodigioso reino que
iba creciendo a impulso de los descubrimientos en el Nuevo Mundo. Tampoco podía en
consecuencia la reina Juana ocuparse de la educación del heredero de la corona. El futuro
emperador Carlos V fue educado en Flandes, rodeado de flamencos bajo la dirección de su
imperial abuelo.
Toda esta serie de acontecimientos familiares tendría consecuencias funestas para España. La
diplomacia estaría al servicio de intereses dinásticos y familiares ante que los más importantes del
reino español. Fernando el Católico sería puesto de lado en el gobierno de la regencia ante el
problema de una hija loca y un nieto incapacitado por su edad a dirigir y reinar dentro de tan
vastos como distantes territorios.
Muy pronto comenzaron los reclamos de Maximiliano a favor de su nieto Carlós, para que
entrara en posesión de sus derechos a la corona de España. Para ello se encomendó a Adriano de
Utrecht, Deán de la Catedral de Lovaina, la misión de concertar los arreglos con Fernando el
Católico con relación a la herencia española de Carlos. La muerte de Fernando el Católico (1516)
deja libre el campo político español a favor de la influencia de los Habsburgos. A España llegaría un
rey educado a la usanza flamenca dentro de la ceremoniosa corte de Borgoña, hablando apenas el
idioma castellano.
España,
los Países Bajos,
Alemania,
Sicilia,
Cerdeña,
Nápoles y
las ilimitadas tierras descubiertas en América.
Pero de todos estos dilatados territorios muy distintos unos de otros; costumbres, lenguas,
intereses y religión serían difíciles de gobernar y menos conciliar una orientación diplomática de
carácter nacional que conformara los intereses coloniales del nuevo mundo hispánico con los
propósitos dinásticos de la estirpe de los Habsburgos.
Debe reconocerse que el nuevo emperador y rey de España poseía condiciones y educación
apropiadas para gobernar sus complejos y encontrados intereses. Pero desde un comienzo tuvo
que enfrentar las presiones políticas de su no menos capacitado rival Francisco I de Francia, que
también había aspirado a ceñir la corona Imperial. De esta rivalidad surgirían guerras entre las dos
potencias que se disputaron la hegemonía europea durante el siglo XVI.
Pero así mismo los reyes, imbuidos de este sentimiento absolutista y mesiánico se consideraban
obligados hacia sus vasallos.
Si, “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”, constituía la divisa que mejor sintetizaba el gobierno
de la época, no puede parecer sorprendente que se produjesen estallidos de violencia, cuando la
autoridad de la corona se relajaba en determinado momento. Los difíciles medios de
comunicación, la ignorancia general, como la barbarie de las costumbres hacía sentir imposible el
gobierno popular, de tal manera que si el poder central no hacía sentir todo el peso de su
autoridad, el país pasaba a ser presa de las encontradas ambiciones de una nobleza insaciable de
privilegios y prerrogativas, como de una burguesía adinerada que buscaba escalar posiciones. La
industria y el comercio se habían extendido considerablemente con los nuevos descubrimientos y
el tráfico marítimo del Atlántico tenía cada vez mayor volumen, pero de cualquier modo, ni las
naciones ni los pueblos habían adquirido una verdadera conciencia jurídica, que permitiera
mantener sus relaciones, tanto en el orden privado como en el público, por medio del derecho.
Todas estas circunstancias hacen que las monarquías absolutas y hereditarias se fortalecieran en
las principales naciones de Europa y cuando una de ellas se mostraba lo suficientemente
coherente y eficiente, su papel hegemónico en el orden internacional se hacía sentir con fuerza.
Cuando la llamada Baja Edad Media entró en su etapa de declinación se produjeron en el orden
internacional una serie de acontecimientos que aumentaron el poder de los monarcas y por
consecuencia fue necesario que la diplomacia actuara dentro de las líneas fijadas por los intereses
absolutistas y dinásticos de los monarcas. Fue la guerra exterior un factor esencial en el desarrollo
de la monarquía absoluta.
En Francia, después de la guerra de los “cien años”, fue la dinastía de los Valois-Capeto, a partir de
Luis XI, quién perfecciona una estructura administrativa que le permite pasar de una monarquía
de tipo feudal al de un sistema autoritario y absolutista como fue el reinado de Luis XIV.
El nacimiento del derecho internacional que tiene su comienzo con las doctrinas de los frailes
dominicos Francisco Vitoria, y Domingo de Soto en España y el jurista Hugo Grocio en los Países
Bajos, ayudaría a forjar la autoridad de la corona. La nueva teoría que acerca de la monarquía
trataban de elaborar los juristas era que la corona, esto es, la suma total de los estados sometidos,
los derechos feudales y las regias e imperiales prorrogativas que los soberanos gozaban,
constituían una herencia inalienable e intangible de que el monarca sólo era depositario, al igual
que ya era el guardián de la ley y el depositario de la justicia. De este nuevo concepto surge la
necesidad de deslindar los dominios del derecho privado y del derecho público. Todos estos
cambios se reflejan en la diplomacia, cuyo tecnicismo debe adaptarse a las modalidades de las
relaciones internacionales que buscan su cauce a través del derecho.
Por otro lado las relaciones de los monarcas católicos, antes como después de la reforma, se
establecieron de acuerdo a principios y normas más estables. El universalismo de la Iglesia se
limitó al campo espiritual y así los clérigos nacionales pensaban aprovechar esta circunstancia para
adquirir mayor autonomía, la corona no alentó tal pretensión, como ocurrió en anteriores
movimientos de desobediencia, pues estaba muy lejos de desear el monarca, que la jerarquía de la
Iglesia en sus respectivos reinos, se erigiera en un Estado dentro de otro Estado.
Este fenómeno de consolidación y absolutismo del poder real aparecen en forma simultánea en
Inglaterra, España como en Francia aunque con modalidades propias. En Inglaterra después de la
guerra de los Cien Años, cae en un período de anarquía y guerras civiles, conocidas como “la
guerra de dos rosas", entre las casas de Lancaster y York, la rosa roja y la rosa blanca, eran sus
respectivos emblemas heráldicos. Las querellas tienen su solución cuando Enrique de Richmond de
la casa de Tudor, cuyas pretensiones al trono inglés procedían de sus lazos con la estirpe de Juan
de Lancaster, sube al trono de Inglaterra como Enrique VII (1485-1509) y comienza el reinado de la
casa Tudor que llega hasta 1603.
El matrimonio de Enrique VII con Isabel de York termina con la fatal contienda civil y el
sometimiento de la nobleza feudal al poder del monarca. Para el historiador Alemán Leopold von
Ranke califica la época de los dos primeros Tudor de “intento de una consolidación separada del
reino en sentido espiritual y temporal". La política exterior inglesa persigue el objetivo de
mantener alejada a Inglaterra de los problemas continentales.
Cuando gobernaban los Plantagenet, su política tenía un marcado acento dinástico y de familia,
más feudal que nacional. Creó Enrique VII un tribunal superior formado por altos dignatarios,
denominado “La Cámara Estrellada”, por el decorado de su salón, que es encargado de vigilar las
infracciones a la ley y las transgresiones a sus deberes de la alta nobleza. El gobierno se libera de la
tutela extranjera en el orden comercial principalmente, ejercido por los hanseáticos y flamencos,
creando las bases de la industria inglesa.
Este régimen monárquico creado por los reyes católicos fue perfeccionado por Carlos V y por su
hijo Felipe II, quien llega a su más alto nivel. El rey sería señor de la paz y de la guerra y en todas
las negociaciones con países extranjeros intervendría personalmente, pues la dirección de la
diplomacia se encontraba bajo su control directo. El sistema español de administración era por
muchos conceptos bastante bueno para esa época y dio resultado cuando estuvo asistido por
hombres de la capacidad de un Mendoza o Cisneros en el gobierno civil y conductores de la guerra
como Gonzalo de Córdoba, Juan de Austria, Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Decae
perpendicularmente el prestigio español cuando los últimos Habsburgos españoles, indolentes e
incapaces, son gobernados por sus privados o válidos.
Este sistema de Consejos perduró más tiempo en Francia y España, no así en Inglaterra, que un
siglo después comienza a apartarse de su modelo europeo.
Al finalizar el siglo XVI, a pesar de los progresos del espíritu y del renacimiento de las letras y las
artes, en el orden jurídico las formas de gobierno de las naciones continúan con estructuras
feudales. El papel de los monarcas a los que el azar del nacimiento confiere el poder absoluto, es
siempre gravitante. Si bien es cierto que desde el punto de vista de la institución de la diplomacia,
se hace necesario denominar este período como el de la iniciación de la diplomacia permanente,
debe convenirse que el hecho de que los soberanos tuvieran acreditados sus embajadores
permanentes ante los demás reinos, no significaba que en la dirección de las relaciones
internacionales se prescindiera de la directa y personal intervención de los mismos.
Pero surgen circunstancias y factores dentro del campo de la diplomacia, que ni los soberanos
podrán controlar. Será el equilibrio de fuerzas entre las grandes potencias, que se iniciará en
tiempos de las guerras de Francisco I y Carlos V. La seguridad de los príncipes y de las dinastías
como de las naciones estribarían en un contrapeso recíproco, para mantener el “equilibrio de
fuerzas".
Sobre este punto, afirmaría el escritor y Duque francés Enrique de Rohan en 1638 lo siguiente:
“todos los restantes Estados tienen como interés principal el conservar tan igualada la balanza
entre dos monarquías (la española y la francesa), que ya sea por las armas, ya por las
negociaciones, ninguna de ellas llegue a destacarse nunca totalmente”.
El problema de las potestades y las bulas papales
El descubrimiento del Nuevo Mundo y la formación de las grandes potencias motivaran la
necesidad de legitimar el derecho de ocupación de los reinos de las Indias. Por otro lado el
comercio interoceánico determina una serie de conflictos entre las naciones que hace necesario
solucionarlos.
Cuando se produce el conflicto entre España y Portugal con motivo del pleito sobre la legitimidad
del dominio español en las Indias, se encontraba aún en vigencia la vieja y discutida concepción
medieval sobre el origen y naturaleza del poder. Se afirmaba que toda autoridad proviene de Dios
y que su Augusto representante; el Pontífice, era el depositario de esa potestad, no sólo en lo
espiritual sino también en lo temporal, de tal manera que la autoridad de los reyes en sus
respectivos reinos, era delegada por conducto del soberano pontífice vicario de Dios en la tierra.
Tan ortodoxa interpretación del poder universal del Papa fue atacada y controvertida por los
monarcas. Esta querella tuvo su comienzo entre Felipe IV el Hermoso y Bonifacio VIII a principio
del siglo XIV.
Después del descubrimiento del Nuevo Mundo, por Colón, el Papa Alejandro VI expide el 4 de
mayo de 1493 la Bula INTER CETERA, confirmatoria de la potestad pontificia de su poder universal.
La declaración papal establecía una línea de demarcación, que se debía considerar tirada de polo a
polo, en forma de meridiano y que pasase hacia el occidente a la distancia de cien leguas de las
islas del Cabo Verde, con tal que otro príncipe cristiano no la hubiese ocupado hasta el día de
Navidad de 1492. Pero, la mencionada donación pontificia no satisfacía de ninguna manera las
pretensiones de los portugueses y los mismos españoles, pusieron en tela de juicio la legitimidad
de la potestad papal.
Consecuencia de toda esta pugna, los reyes católicos y el rey de Portugal Juan IV convinieron y
acordaron una nueva línea de demarcación que debía fijarse 370 leguas desde las islas llamadas
del Cabo Verde al Occidente. El pacto se firmó el 7 de junio de 1494 en Tordesillas, obteniendo la
sanción del papa Julio II, quién expidió al efecto la Bula de 24 de enero de 1506.
Pero de nada valió la firma de este convenio frente a la persistente política de los portugueses de
expansión territorial. La diplomacia lusitana consistía en valerse del mismo Instrumento legal para
desvirtuarlo en la práctica, con una perseverancia y empeño cuyos frutos benefició a su heredero
americano el Brasil, continuador éste último de la política geográfica de su antecesor.
Pero las cuestiones que se derivaren del descubrimiento del Nuevo Mundo, cuando ya
definitivamente se tuvo conciencia de la existencia de un nuevo continente, fueron innumerables
para España, con derivaciones en el orden teológico, canónico y jurídico que ocupó la atención de
sus más esclarecidos pensadores en los centros universitarios españoles como Valladolid y
Salamanca.
De esta situación creada por las bulas pontificias, surgieron en España entre juristas y teólogos
interpretaciones opuestas. Palacios Rubios defendía la tesis pontificia, de que las Indias fueron
legítimamente concedidas a los Reyes Católicos y sus sucesores en plena soberanía por Alejandro
VI, en virtud de esa supuesta potestad universal que los pontífice se atribuían como sucesores de
Cristo en la Tierra.
La otra tesis cuyo expositor esclarecido fue Francisco Vitoria, sin discutir la autoridad pontificia en
el orden espiritual, introducía una diferencia sustancial, cual era, que las Indias fueron
legítimamente acordadas por el Papa a los Reyes Católicos pero sólo para su conversión. Pero las
cuestiones no paraban aquí. El viejo pleito de las “potestades” derivaría en la naturaleza jurídica
de los naturales frente al problema de la conversión y el trato que merecían conforme Francisco
Vitoria a su condición humana y sobrenatural. De aquí surge la actitud defensora de Antonio de
Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas, que clamaban por los desafueros que contra los
naturales de Indias se cometían invocando muchas veces los conquistadores el mandato pontificio.
En el momento en que fueron dadas a conocer las citadas “Letras Apostólicas” el problema de las
potestades no había aún adquirido la relevancia que con posterioridad se les atribuyó como
consecuencia de las ideas sostenidas por Francisco Vitoria.
Cinco en total fueron los documentos emanados de la Sede Apostólica conocidas como “ bulas”;
Comenta en los términos siguientes Ballesteros Beretta: “Después de éstas, las bulas de Alejandro
VI que conceden las Indias a los reyes de España significan una nueva confirmación por parte del
Pontífice de su soberanía y potestad universal y también un eslabón más de la larga serie de
donaciones medievales y objetivamente idénticas a las dadas a Portugal por Martín Quinto. Lo
que diferencia la concesión hecha a los reyes de Castilla de las que a su tiempo hicieron a otros
príncipes, otros papas, es entorno las rivalidades que la acompañaron. Y fundamentalmente esta
extraordinaria circunstancia ya antes aludida; fueron los mismos españoles a cuyos reyes les
habían concedido el Nuevo Mundo, quienes, pusieron en tela de juicio la legitimidad de la
donación pontificia, resucitando así, con extraordinarias proporciones una vieja cuestión que en el
caso español tenía a favor de su gravedad la circunstancia de hallarse entrelazada con la
descomunal suma de intereses religiosos, políticos y económicos de la Iglesia, del Estado y de los
particulares dio origen el descubrimiento y dominio del “Nuevo Orbe”.
La tan mentada bula INTER CETERA, que en realidad son dos, hace relación con la adjudicación de
las nuevas tierras atribuidas a Portugal y España. La segunda de las bulas INTER CETERA, de
carácter extraordinario, fue dada a los efectos de aclarar y concretar los términos de la primera.
Venía esto a demostrar que el problema de las nuevas tierras descubiertas había tomado un matiz
inesperado en sus consecuencias. La controversia había pasado del plano de la teoría teológica al
de la realidad jurídica y la cuestión se suscitaba entre dos importantes reinos cristianos de fines
del siglo XV.
Según el investigador Manuel Giménez Fernández la fecha efectiva de esta segunda parte de la
bula INTER CETERA es el 28 de junio de1493 y no del 4 de mayo del mismo año. La cuestión de la
transposición de fechas es de un valor relativo que no modifican sus efectos.
"De todas estas letras apostólicas -continua comentando el historiador español- no eran conocidas
en los años de la polémica sobre los títulos de dominio, la primera INTER CETERA fechada el
viernes 3 de mayo, ni la pifideliúm del 25 de junio; refiriendo se por tanto todas las
argumentaciones a las otras tres restantes de las cuales, la segunda INTER CETERA de fecha 4 de
mayo se hallaba contenida en su homónima a la razón desconocida; y en cuanto a la pifideliúm no
se concreta de modo fundamental a la concesión pontificia de las Indias de los Reyes Católicos y a
sus sucesores, sino que se refiere a Fray Bernardo de Boyl, su misión y atribuciones en las tierras
descubiertas”.
En España durante el siglo XVI se destacan dos figuras extraordinarias, cuyas ideas pueden
considerase como básicas para la futura estructuración del derecho internacional como disciplina
destinada a regular las relaciones de naciones y personas, por el cauce del derecho y que
entonces sería la meta de la diplomacia moderna.
Respecto a las potestades, separó en forma definitiva la eclesiástica de la temporal. Del mismo
modo que Vitoria o inspirado en la misma doctrina se manifestó Domingo de Soto, catedrático de
Salamanca contemporáneo de Vitoria. Agreguemos a estos nombres, ilustrados juristas como
Martín Azpilicueta, Covarrubias, Santiago Simancas y teólogos como Pedro de Soto, Martín de
Ledesma y otros.
Con respecto a la potestad del Sumo Pontífice, teólogos y juristas españoles basados en la
doctrina tomista, fijaron los límites del Vicario de Cristo para intervenir en la sociedad civil
siempre que sea necesario a los fines sobrenaturales que le son propios y exclusivos.
Es importante señalar el clima de estas controversias que agitaron a Europa durante el siglo XVI y
XVII y en particular en España en su momento cenital de prestigio y poderío.
De los dos poderes, el temporal había pasado a ser exclusivo en forma irrevocable de los
príncipes, favoreciendo en la política el absolutismo nacionalista. En cuanto lo religioso una gran
parte de Europa se desprendió del trono romano, arrebatando al Papa su potestad espiritual,
formándose las iglesias nacionales que favorecieron en Inglaterra de los Tudors el absolutismo de
los monarcas.
No cabe duda del mérito de los teólogos y juristas del siglo XVI y XVII como: Francisco Vitoria,
Domingo de Soto, Francisco Suárez, Juan Ginés de Sepúlveda, en la búsqueda de soluciones
jurídicas y aceptables para resolver los problemas que se planteaban entre los pueblos, con
motivo del descubrimiento del Nuevo Mundo, dando de este modo nacimiento a una nueva rama
de las ciencias jurídicas, llamada derecho internacional público.
Seguidores de estos juristas fueron en otras naciones los que formularon en forma más concreta
principios y normas que constituirán los primeros principios de la nueva disciplina jurídica de
ámbito internacional.
En 1582, el holandés Baltazar Ayala publica su obra sobre “Del derecho de la guerra y de las
organizaciones militares”, en la que se expone la doctrina de la inmunidad de las embajadas.
Alcanza, así mismo renombre la obra de Alberico Gentile; “De las embajadas”. De origen italiano,
abrazó el protestantismo, actuando como profesor de la Universidad de Oxford (1586).
Corresponde a Hugo Grocio (1583 - 1645), el mérito histórico de tratar de sistematizar, dentro del
marco jurídico, las obligaciones y derechos de los pueblos en tiempo de guerra. El permanente
estado bélico en que vivía Europa, acompañado del saqueo y devastaciones movió a este jurista a
argumentar y defender el derecho de los pueblos, de respeto de la propiedad privada. Partiendo
del derecho natural del hombre, se desprende el derecho positivo que los Estados deben dictar
para proteger los derechos inalienables de la persona humana. Considera que la guerra es un mal
inevitable y. natural, pero que debe llevarse a cabo respetando ciertos principios y normas,
derivadas del derecho natural.
Grocio se ocupa de los embajadores y del respeto que merecen por la función que deben cumplir
en el orden internacional, debiendo ser su persona inviolable, por su misión, como por
representar la persona del soberano. Los principios enunciados por Hugo Grocio están contenidos
en su obra fundamental; “De jure belli ac Pacís”, 1625.
A la obra de estos autores, cabe agregar los tratados de Richard Zouch (1650) y la del holandés
Abraham Viequefort (1676).
Francia se erige en el principal rival de España y la política del monarca francés Francisco I, está
dirigida, principalmente, a socavar el prestigio y el poderío de los Habsbúrgos. No otra es la
explicación de las guerras sucesivas que entre 1521 hasta 1556, se suceden entre Francia y
España. La guerra parece, más que un conflicto entre dos naciones, la lucha personal de dos
señores medievales, cuyas querellas y búsquedas de prestigio determina el curso de las relaciones
internacionales entre estas dos naciones.
Las causas que provocan este largo conflicto con espacios intermitentes de paz, son las cuestiones
italianas principalmente y los problemas en el norte con la frontera de los Países Bajos.
Dentro de este escenario ambos monarcas tratan de vencerse mutuamente buscando alianzas, ya
sea la de Inglaterra o la amistad de los turcos en Oriente, que utiliza Francisco I, para presionar
sobre el español. Grande es el poder del César Carlos V, con extensas posesiones pero en la
misma medida están sus responsabilidades. Dentro de esta permanente tensión bélica la
diplomacia tendrá que encontrar medios para neutralizar cualquier ruptura del equilibrio entre
ambas potencias.
Además de estos problemas Carlos V tendrá que afrontar la herejía luterana, cuyas derivaciones
políticas son aprovechadas por sus adversarios. La superioridad Imperial no se afianza frente a
Francisco I, sino cuando consigue que los príncipes alemanes, incluso los luteranos, le ayuden
contra el rey de Francia, amigo y aliado de los infieles, cuyas negociaciones con Solimán el
Magnífico, provocan el escándalo en la Europa cristiana.
Inglaterra será en adelante fiel a la política trazada después de la guerra de los Cien Años. No
participar en guerras continentales, buscando o aceptando alianzas que convengan a sus intereses
económicos y marítimos que se perfilan y se acrecientan.
La dinastía Tudors regirá los destinos de esta nación imprimiéndole, en lo interno, carácter
absoluto y centralista y en la internacional afirmará su política aislacionista. Todas estas
circunstancias no impedirán que su voluntarioso monarca Enrique VIII se una en matrimonio en
primeras nupcias, con Catalina de Aragón, tía del Emperador Carlos V. Como tampoco, que más
tarde, Felipe II de España se una en matrimonio con María Tudor, hija de Enrique VIII.
En 1520, Francisco I tiene una entrevista con Enrique VIII cerca de Andrés, el famoso “Campo del
Paño de Oro”. Se dan todas las seguridades de amistad entre ambos monarcas. Esto no impide
que unos días después, el monarca inglés se encuentre con Carlos V, en Gravelin y cambie con
éste, idénticas seguridades. Esta era la técnica de la diplomacia absolutista de la época; los
acuerdos lo negociaban personalmente los monarcas. En la "cumbre" se diría hoy.
En la misma forma que son los monarcas, por el carácter absoluto de sus poderes, quienes
negocian y tratan los acuerdos diplomáticos, participan del mismo modo a la cabeza de sus tropas
en las batallas. Francisco I es derrotado prisionero en Italia, en Pavía (24 de febrero de 1525).
Después escribiría con pesar a su madre, terminado la misiva con esas palabras que la historia ha
recogido “todo se ha perdido menos el honor y la vida, que se ha salvado”.
El monarca francés fue tratado por su “hermano" Carlos I como correspondía a su rango y al
espíritu caballeresco de la época. El 13 de enero de 1526 se firmó el tratado de Madrid, por el cual
el monarca Francisco I recuperó su libertad. Las concesiones y obligaciones del francés impuestas
por el tratado, tenía como garantía la entrega en calidad de rehenes los dos hijos de Francisco I, a
pesar del compromiso suscrito, lejos estaba de su mente cumplirlo.
La diplomacia de la época con motivo de las guerras entre Francia y España demuestra, una vez
más, que todos los procedimientos son válidos cuando se busca la paz. Cinco en total fueron las
guerras que sostuvieron Francia y España, como consecuencia de la confrontación hegemónica de
sus dos soberanos. Al quedar desbaratada “la liga clementina” cuyo patrocinador había sido el
propio Papa, Clemente VII.
Francia se ve en dificultades por la falta de apoyo de sus antiguos aliados. Esta vez son las mujeres
quienes intervienen para encontrar una solución y evitar la guerra. Margarita de Austria,
gobernadora de los Países Bajos y tía del Emperador se ha reunido con Luisa de Saboya, madre de
Francisco I, para negociar la paz de Cambrai o “Paz de las Damas”, el 5 de Agosto de 1529.
Carlos V ha llegado al punto más alto de su poderío y prestigio. Reunido con el Papa en Bolonia,
recibe de manos de éste la corona de hierro de los reyes lombardos y la diadema del rey de Roma
(1530). Pero el monarca y “ señor de Dos Mundos" tiene en su pensamiento ser antes que nada
rey de España y hace elegir a su hermano Fernando emperador y le entrega la administración de
los países “patrimoniales" de los Habsbúrgos.
La integración de los pequeños reinos feudales en los nuevos estados nacionales comenzaba en la
Europa Occidental, se extiende hacia el oriente europeo. A comienzos del siglo XVI el “Gran
Principado de Moscú”, que era uno de los tantos feudos monárquicos, comienza hacerse sentir. El
nuevo estado que representaba una fuerza considerable por la extensión de sus territorios,
necesitaba sólo el monarca que pudiera darle la coherencia necesaria para imponer el orden
entre los anárquicos señores feudales, siempre opuestos a la concentración del poder en una sola
persona.
Corresponde al Zar Iván IV (El Terrible, 1553-1584), el que dará impulso a la política de
engrandecer sus territorios, objetivo básico de la orientación intencional de la época. La
demostración de su poderío se hacía necesaria para que el nuevo amo de Rusia fuera reconocido
por sus pares del Occidente. Iván IV se hace coronar en 1547 y adopta el título de “Zar”, como
equivalente al de Emperador. La diplomacia rusa estará orientada hacia dos direcciones; la salida
al Báltico, en el norte y el Mar Negro, en el Sur. En ambas direcciones tendrá que afrontar guerras
para buscar sus objetivos históricos que aún perduran. Iván IV no podrá superar los obstáculos de
esa primera hora. Un siglo más tarde, Pedro el Grande saldrá victorioso.