La Bruja y El Sapo
La Bruja y El Sapo
La Bruja y El Sapo
La bruja y el sapo
En una plácida charca, de agua quieta y desabrida, vive un sapo color marrón, con
verrugas a montón. Un sapo grande y pesado, con cara de irritado.
Un sapo corriente y moliente aunque con pinta de inteligente, un sapo que siempre fue
sapo y que así estaba estupendamente.
Cerca de la plácida charca, bajo un árbol lleno de ramas, vive una bruja piruja, blanduja,
coruja, papanduja y algo granuja. Una bruja dentuda y testaruda, una bruja sin arrugas, ni
verrugas que se alimenta de lechugas. Una bruja bromista con cara de lista.
Eran la bruja y el sapo bastante buenos vecinos y bastantes amigos hasta el día en
que Farrapo, el sapo, olvidó invitar a Panduja, la bruja, a su fiesta de cumpleaños.
– «¡Conviérteme otra vez en sapo, bruja granuja! ¡Quiero ser otra vez yo, bruja piruja!»
– «De eso nada, monada» -contestó Panduja, la bruja-. «Príncipe encantador y azul te
quedarás hasta que recibas el beso de una bella, dulce y tonta princesa. Eso y sólo eso te
transformará.»
Farrapo volvió a gritar, patalear y gruñir porque tampoco soportaba a las princesas, ni a
las dulces, ni a las amargas ni a las de ningún sabor.
– «¡Eso te pasa por antipático y maleducado!» -dijo Panduja, la bruja, y subiendo a su
escoba, se marchó dejando a los invitados con la boca abierta y al sapo-
príncipe Farrapo enfadado y hecho un trapo.
El sapo-príncipe intentó seguir con su vida en la charca, pero no hubo forma. No tenía
ancas para saltar, los insectos le daban asco, estar todo el día metido en el agua ya no le
parecía tan divertido y ni el nenúfar más grande era capaz de soportar su peso. De modo
que el sapo-príncipe tuvo que abandonar su charca en busca de un lugar seco en el que
vivir, comida que no tuviera antenas y, sobre todo, una princesa tontorrona que le diera
un beso.
Farrapo vagó durante días sin rumbo fijo. Unas veces triste, otras veces enfadado y, la
mayor parte del tiempo, bastante cansado.
La bruja subió altas montañas, bajó a profundos valles, voló sobre extensos reinos, anduvo
por largos caminos, corrió tras las princesas, huyó de los príncipes, se arrastró por cuevas
oscuras, se escondió de gigantes, preguntó a enanos y habló con soldados… Y nada.
Charló con reyes, se reunió con otras brujas, visitó varios reinos, pasó por muchas aldeas,
cruzó unos cuantos ríos, navegó por el mar… Y nada.
Un día llegó a una colina verde, muy verde. Y en la colina había un camino rodeado de
flores, muchas flores. Al final del camino, en la cima de la colina, había una cabaña
pequeña, muy pequeña. Y sentado a la puerta de la cabaña, tomando el sol con cara de
aburrido estaba Farrapo, el sapo-príncipe.
Panduja saltó de alegría, bailó un zapateado y abrazó a Farrapo con tanta fuerza que el
pobre no podía ni respirar. Luego le explicó lo arrepentida que estaba, lo triste que se
puso y lo mucho que lo había buscado:
Entonces Panduja, la bruja, se sonrojó y muy bajito, tan bajito que casi no se oía, confesó
que ella era una princesa.
Bruja y sapo volvieron juntos al bosque: ella a su casita bajo el árbol y él a su verde charca.
A los pocos días hicieron, juntos, una gran fiesta para celebrarlo y se aseguraron muy bien
asegurados de que, esta vez, estuvieran todos los invitados.