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Ayacucho

y la Independencia del Alto Perú


Orlando Rafael Rincones Montes
Ayacucho
y la Independencia del Alto Perú

Editorial
Hormiguero
UNIVERSIDAD MILITAR BOLIVARIANA DE VENEZUELA
Editorial Hormiguero
Un sueño, una estrategia, un libro

Página web: www.hormiguero.com.ve


Twitter: @hormiguero_umbv
Instagram: @hormiguero_umbv
Fanpage: https://www.facebook.com/hormigueroUMBV

1.a edición digital Editorial Hormiguero, 2022

© Orlando Rafael Rincones Montes


© Editorial Hormiguero

2.a edición impresa Editorial T & C Quina, 2016


1.a edición impresa Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello, 2014

AUTORIDADES DE LA UMBV
GB. Dilio Guillermo Rodríguez Díaz
Rector
GB. Carlos José Lara Ramos
Vicerrector Académico
GB. Omar Enrique Pérez La Rosa
Secretario General

EDITORIAL HORMIGUERO
Cnel. Sara Otero Santiso
Coordinadora General de la Editorial Hormiguero

Prof.a Bárbara Caraballo Vielma


Coordinadora de publicaciones

Lic. José Jenaro Rueda


Edición y corrección de estilo

Esp. Saira Arias


Diseño y diagramación

Imagen de portada:
Batalla de Ayacucho (1890)
Antonio Herrera Toro (1857-1914), según boceto de Martín Tovar y Tovar (1906);
óleo sobre tela de 528 x 778 cm. Palacio Federal Legislativo, Caracas.
Cortesía del Centro Nacional de Estudios Históricos-
Centro de Estudios Simón Bolívar, República Bolivariana de Venezuela
/
Escudo de la República de Bolívar, según decreto del 17 de agosto de 1825,
Asamblea General de la República de Bolívar

Depósito legal: DC2022000146


ISBN: 978-980-435-013-9

REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA


Caracas, febrero de 2022
Contenido

Dedicatoria 10
Agradecimientos 11
Presentación 13
Prólogo a la primera y segunda ediciones 17

Introducción 27

Capítulo I
Lima 1823: El oscuro laberinto de la anarquía 37
Lima 1823: El oscuro laberinto de la anarquía 39
Las gestiones iniciales para traer a Bolívar 51
El primer rayo de esperanza: Sucre arriba a Lima 58
Nueva campaña a Puertos Intermedios y la ocupación de Lima 67

Capítulo II
El Libertador en Lima: El retorno de la esperanza perdida 87
El Libertador en Lima: El retorno de la esperanza perdida 89
Rebelión del Callao y sedición de Torre Tagle 112
Los realistas en Lima: Bolívar y el difícil ejercicio de la dictadura 125

Capítulo III
Camino a Junín 135
Camino a Junín 137
La rebelión de Pedro Antonio Olañeta 148
Junín: Antesala de la gloria americana 162
Capítulo IV
Ayacucho: La redención de los Hijos del Sol 193
Ayacucho: La redención de los Hijos del Sol 195
Nuevos obstáculos: la perfidia de Santander 204
Sucre y La Serna: el juego de las estrategias 219
El desastre de Corpahuayco 232
El fin de la tiranía, a paso de vencedores 237
La feliz reacción de Bolívar 268

Capítulo V
La Capitulación de Ayacucho 279
La Capitulación de Ayacucho 281
Consecuencias de la Capitulación de Ayacucho 294

Capítulo VI
De Cusco al Alto Perú: Sucre y la creación de Bolivia 297
De Cusco al Alto Perú: Sucre y la creación de Bolivia 299
Las intrigas de los Olañeta 302
Sucre en Cusco: las primeras insinuaciones a favor
de la independencia del Alto Perú 306
Sucre y el decreto de convocatoria a la Asamblea Deliberante 321
Bolívar renuncia a la dictadura. Objeciones y aprobación
del decreto del 9 de febrero 332
Instalación de la Asamblea Deliberante. El nacimiento de Bolivia 344
Capítulo VII
Ayacucho, “Cuna de la Libertad Suramericana” 351
Ayacucho, “Cuna de la Libertad Suramericana” 354
9 de diciembre: Ayacucho se viste de gala 359
Quinua 362
Wari y Pikimachay 369
Vilcashuamán 370

Fuentes consultadas 373


Dedicatoria

A mi padre, José Rincones, y a mi suegra, Eugenia Sullcata,


que nos guían desde el cielo.

A mi madre, María Antonieta.


A mi esposa, Lucy.
A mis hijos: Orlando José, José Gabriel y Tania Amaya.

Al amarillo, azul y rojo de mi bandera venezolana.


A los valerosos pueblos de Perú y Bolivia.

A la memoria de Gran Mariscal de Ayacucho,


Antonio José de Sucre, y a su ejército de héroes.
Agradecimientos

Al Comandante Supremo, Hugo Rafael Chávez Frías,


por haberme dado la oportunidad de venir a Bolivia.

A David, Sagrario y Canfux, por confiar en mí


y motivarme permanentemente para culminar esta obra.

A todas las instituciones, públicas y privadas, de Bolivia y del Perú,


que gentilmente nos apoyaron en el proceso de investigación.
Mariscal Antonio José de Sucre (1874). Martín Tovar y Tovar (1827-1902), Óleo sobre tela 131 x 97,2 cm,
Palacio Federal Legislativo, Caracas. Cortesía del Centro Nacional de Estudios Históricos-Centro de
Estudios Simón Bolívar, República Bolivariana de Venezuela
Presentación

U
n largo y espinoso recorrido tuvieron nuestros pueblos para
alcanzar la independencia, que no cristalizó con la libertad
anhelada. Después de realizada la hazaña de expulsar para
siempre el imperialismo español, las circunstancias que han acaecido en
cada espacio geográfico continental en el transcurso de dos siglos, desde
el río Grande hasta la Patagonia, nos han demostrado hasta la saciedad
el rigor lapidario de las palabras de Bolívar al hablar de una sociedad
heterogénea cuyo complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve
con la más ligera alteración. De tal manera que es evidente percibir dos
grandes sacrificadas en este camino largo: no solo la necesaria unidad de
las naciones por la que se luchó –que ha estado quebrada por voluntad
de quienes asumieron la conducción de nuestros destinos, siempre bajo
el influjo e inercia de la marcha imperialista–, sino también el proceso
magno de transformación democrática que exigía el continente como
expresión de auténtica libertad.
El arrojo por alcanzar la independencia de todo un continente venía
nutrido por la presencia de los intereses individuales mantuanos. Para
esa casta, una cosa era la necesidad de aprovechar el impulso que estaba
dado desde el corazón patriota de los grandes sacrificados en la lucha,
muchos de ellos sin alcanzar a disfrutar el júbilo de su heroísmo; y otra
cosa era tener en sus manos el poder alcanzado para agitar su objetivo
primario de hacer trizas el sueño bolivariano. La interdependencia y la
correlación actual de los sucesos en el interior de cada uno de nuestros

- 13 -
Estados y su incidencia geopolítica en la región también son prueba
fehaciente del manejo injerencista imperial que se perpetuó, vulnerando
la estabilidad general, propagando el subdesarrollo y el atraso, y
cohibiendo la libre autodeterminación de nuestros destinos a partir de
la traición santanderista como eje del nuevo poder.
Nada es ahora más evidente a nivel político, económico y sociocultural
en nuestra América Latinocaribeña que esa la huella que nos recuerda,
por un lado, el doloroso y prolongado martirio que significaron la
invasión, la conquista y la colonia a que fueron sometidos nuestros
pueblos originarios y verdaderos dueños de estas tierras; y por otro,
la amenaza sostenida que se ha perpetuado sobre nuestras patrias por
habernos atrevido a buscar una vida distinta a la esclavitud y el oprobio.
Conocer la descripción pormenorizada de lo que fueron los últimos
años de la presencia imperial española en nuestras tierras ha sido posible
a través de distintas fuentes, pero es bien distinto tenerla desde la visión
sesgada del eurocentrismo y la parcialización de la realidad histórica,
que poder conocerla al penetrar en una investigación profunda y
responsable, con la cual tener elementos de juicio para el análisis con
base en la documentación que aporta el contenido de esta obra; sobre
todo, cuando se trata de procurar más el acercamiento a la comprensión
de esos acontecimientos finales a partir del compromiso y la mirada
de uno de los descendientes de aquellas culturas vencidas –como suelen
llamar algunos historiadores a la consumada extinción física de todo
lo que constituía esta Abya Yala–, con el fin de esclarecer el origen del
poder constituido en cada una de las patrias resultantes de la dolorosa
negación del sueño de Bolívar.
Si bien en cada una de ellas, año tras año, se evoca y se busca la
honra de aquel sueño, “¿Quién no querría ver la mirada de Bolívar y

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repartírsela en este momento? Las mujeres desearíamos que nos diera
la que daba a Teresa del Toro; los muchachos le pedirían la que lamió
la urna en que iba el corazón de Girardot; los generales, la que tenía en
lo apretado de la batalla, cuando la derrota posible endurecía los ojos o
se los enloquecía de dignidad; los viejos buscarían la de la meditación
de Jamaica, aplacada y melancólica. Todos querríamos mirarle, pero
habría que saber a quién él querría mirar”, nos repasa aquella poética
sentencia de la primera nobel continental en nuestra tierra suramericana,
la Gabriela Mistral bolivariana que hace nueve décadas lacerara con ese
dardo la falacia del poder constituido.
En medio de la celebración continental del bicentenario de Boyacá,
de Carabobo y ahora ad portas de la conmemoración de los augustos
actos de Pichincha, Junín y Ayacucho, la República Bolivariana de
Venezuela a través de su Ministerio del Poder Popular para la Defensa,
de la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela y de su Editorial
Hormiguero, en medio del combate antiimperialista que libran nuestros
pueblos latinocaribeños por asegurar su independencia definitiva, pone
al alcance todos y todas esta nueva edición de Ayacucho y la Independencia
del Alto Perú, a sabiendas de que constituye una herramienta fundamental
en esta gesta bolivariana, sucrense y de todas y todos los que han
sembrado y abonaron con su sangre la eterna esperanza de alcanzar
nuestra comprensión y el acercamiento anfictiónico duradero.

GB. Dilio Rodríguez Díaz


Rector de la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela

- 15 -
Prólogo a la primera
y segunda ediciones

A
yacucho y la Independencia del Alto Perú, el libro que usted
hoy tiene entre sus manos, es el producto de una “pasión
desenfrenada”, como diría nuestro inolvidable líder
latinoamericano Hugo Chávez de su amor a la patria, pero en este
caso se trata de la pasión por la historia nuestramericana que impregna
profundamente la vida y el pensamiento de su autor, Orlando Rincones,
de quien propiamente podemos decir, para retratarlo, que no escribe la
historia sino que la vive densamente, como un continuum de sí mismo y
del colectivo social.
De allí su compromiso de apropiársela y divulgarla, basado en la
recopilación y verificación de las fuentes más rigurosas para facilitarles
la tarea a los lectores posibles de su trabajo que quieran constatar sus
argumentaciones. Este compromiso nace desde la humildad de quien
se dedica a la defensa de la historia latinoamericana, desde la ética del
investigador que quiere contribuir al desbrozamiento de las malezas
que inevitablemente crecen en los intersticios descuidados o que han
sido sembradas interesadamente a lo largo del tiempo. Y esta es una
de las tareas misionales de todo historiador: combatir las versiones e
interpretaciones ideologizadas que se presentan como historia, para
desvirtuar las posibles torceduras y mitologizaciones que obstaculizan

- 17 -
la certera comprensión del desarrollo histórico; tal como lo expresara
Eric Hobsbawm: “Una de las tareas de las que deben ocuparse los
historiadores profesionales es precisamente la de desmantelar dichas
mitologías, a menos que se contenten (…) con ser esclavos de los
ideólogos”.1
Volver sobre los pasos de Ayacucho y los sucesos del Alto Perú en aquel
difícil pero venturoso año de 1825 implica un desandar la historia, para
propiciar el encuentro de nuevas luces2 que alumbren el conocimiento
del presente, deslastrado de aquellos mitos o ilusas interpretaciones
que pudieran haber provocado torceduras e incomprensiones de esos
sucesos tan importantes, como fueron la completa liberación de la
América Meridional y el nacimiento de un nuevo país: Bolivia, en el
seno de la región suramericana.
La insistencia en este punto obedece a la convicción de que buena
parte de la historia de nuestra región, con las honrosas salvedades de la
que ha sido escrita por serios autores, está aún plagada de esos elementos
perturbadores originados fundamentalmente en las interpretaciones
que hicieron los plumíferos de las oligarquías nacionales, interesadas
estas en apuntalar sus hegemonías, como efectivamente ocurrió luego
de finalizadas las luchas independentistas en el siglo XIX. La historia de
Venezuela no escapa, obviamente, a este rasgo, por lo que Fermín Toro
Jiménez nos advierte que…

Recuperar el eje histórico, hasta ahora torcido, consistiría en indagar sobre las
verdades permanentes de nuestra existencia histórica, ocultas en la espesura
de los engaños para abrir los ojos de los venezolanos extraviados y sin pistas

1 E. Hobsbawm. Sobre la historia, Edit. Crítica, Biblioteca de Bolsillo, Barcelona (España): 2004, p. 40.
2 Tal como el mismo Simón Bolívar lo clamara: “Moral y luces son nuestras primeras
necesidades”.

- 18 -
claras sobre nuestros orígenes, manipulados una y otra vez en los momentos
cruciales de nuestro acontecer, hasta situarlos en el vértice del reencuentro de
sí mismos.3

Es pues, esta, una tarea apremiante, delicada y necesaria en estos


días en que en nuestra región ha insurgido con fuerza la búsqueda de
una epistemología y una ética liberadoras que, fundadas en la corriente
de descolonización, permitan ese “reencontrarnos con nosotros
mismos” para enfrentar con mayores posibilidades de éxito el proyecto
globalizador que destruye la riqueza cultural humana.
Este es, pues, uno de los propósitos del presente libro: contribuir
al reencuentro necesario con nuestras raíces históricas, muchas veces
sepultadas por falsas creencias inducidas por las oligarquías políticas
latinoamericanas en dos siglos, sin dejar de lado muchas otras de ellas,
generadas en los cinco siglos transcurridos desde la invasión europea,
que reclaman revisiones críticas no para cambiar los sucesos acaecidos
–lo cual sería absurdo–, sino para confrontar las falsas interpretaciones
que ocultan las raíces auténticas de Nuestra América y que extravían
con ello la conciencia colectiva. Advertía Maurice Halbwachs que “La
construcción de la memoria colectiva no está influenciada solo por el
pasado sino también por la situación actual en tanto que se invoca el
pasado para satisfacer las agendas políticas del presente”4. Ello ocurre
precisamente cuando se usa arteramente la historiografía para justificar
posturas políticas vacías de significado y sentido para los pueblos.

3 F. Toro Jiménez. Los mitos políticos de la oligarquía venezolana, Gráficas Franco, srl, Caracas: 2003, p. 18.
4 M. Halbwachs. (1935). Les cadres sociaux de la mémoire, París, Alcan, citado en: Venezuela
insurgente, Linárez, Pedro Pablo (2011), Ediciones del Ministerio del Poder Popular para la
Cultura, Caracas: p. 18.

- 19 -
El libro del compatriota Orlando Rincones tiene otra bondad: es
un emocionado relato que no se desboca en apelar al sentimiento del
lector, sino que se esfuerza en una delicada contención en su escritura
para orientar la recepción racional y el disfrute estético de su lectura.
Orlando Rincones nos trae Ayacucho una vez más a nuestras
memorias para actualizarnos la película, como se dice en coloquial
lenguaje cinematográfico, y aún más: la dinámica de su narración semeja
el lenguaje del llamado séptimo arte, por lo que su lectura es atractiva,
logrando celajes de suspenso en una historia tan conocida.
Pero más allá, el autor busca remover las conciencias y hacernos
patente lo que debemos a esos hombres y mujeres que, en esa larga e
incruenta lucha por la independencia en el siglo XIX, dieron sus vidas
íntegramente para cambiar la realidad de sus días y construir países que
muchos, obviamente, no llegaron tan siquiera a disfrutar un día. Porque
recuérdese con Simón Rodríguez que:

La independencia de América se debe a las Armas (…) con ellas se ha de


sostener: los que no han podido tomarlas han trabajado bajo su protección
o vivido a su sombra –debe, pues, reconocerse el Patriotismo activo por el
Uniforme y buscar alrededor del cuerpo militar los verdaderos amigos de la
causa social– ¿Quién tendrá más derecho a la confianza del Pueblo que los que
abrazaron su causa…? Los militares han transformado una Colonia en Nación
y llaman a consejo para construir la Nación en República… y no pretenden,
por ello, vincular honores en sus familias, sino dejar una honrosa memoria de
sus nombres a la posteridad americana.5
Por todos aquellos y aquellas que, efectivamente, cuanto desearon
fue esa “honrosa memoria de sus nombres”, sus descendientes hoy
5 Simón Rodríguez, La defensa de Bolívar. El Libertador del mediodía de América y sus compañeros
de armas defendidos por un amigo de la causa social, Universidad Nacional Experimental “Simón
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tenemos, pues, la tarea de honrar esa memoria. Indudablemente la
historia no se detiene, no es un coágulo de acontecimientos que se fijan
para siempre. La sociedad humana avanza y busca en ella luces para
atisbar el presente y a veces para arriesgarse a prever el futuro, pero ese
uso experiencial de la historia es no solo anticuado sino aventurado.
Parafraseando a Hobsbawm,6 las sociedades contemporáneas son
muy disímiles de las del pasado, pero de ellas provenimos y la historia
es una construcción humana. De allí que lo que ayer era una república
hoy devino en un Estado Plurinacional, concepción que supera
ampliamente lo que ya presentimos como anacronismo: la república.
Es, pues, esta nueva situación plurinacional un espacio para la invención
de novedosas formas de relacionamientos, una construcción en
proceso en la que muchos anhelos se han fijado para apostar por un
nuevo mundo posible. Sin duda, la visión viene desde mucho más allá
de la invasión, conquista y colonia. Desde el Tawantisuyo al coloniaje,
de aquí a la república y hoy al Estado Plurinacional, Bolivia ha sido un
continuum histórico en el cual Ayacucho resuena en el momento de su
creación como república. No se quedó allí la historia para actuar como
un bálsamo momificador. ¿Cuál ha de ser su futuro? ¿Cuál el futuro de
nuestros países? El que construyamos día con día nosotros mismos. Y
si ello lo asumimos con plena conciencia y actuamos en consecuencia,
efectivamente ese será el aporte que demos a la construcción de ese
otro mundo posible.
No es una convocatoria que expresamente haga el autor de este
apreciable libro, son las reflexiones que me ha suscitado y que me hacen
recordar lo que dice Hobsbawm:
Rodríguez”, Ediciones del Rectorado, Caracas: 2006. pp. 118-119. Escrito originalmente por el
maestro Simón Rodríguez en Arequipa, en enero de 1830.
6 E. Hobsbawm, op. cit., p. 43.

- 21 -
… si se analiza la evolución histórica de la humanidad no es para predecir
el futuro, aunque el conocimiento y la comprensión histórica le resulten
esenciales a cualquiera que desee basar sus acciones y planes en algo mejor que
la clarividencia, la astrología o el simple voluntarismo7

La historia no es, pues, una entelequia metafísica que por sí sola


construya futuros; esa es una responsabilidad de cada uno de nosotros,
de cada una de nosotras:

Lo que sí puede hacer (la Historia) es mostrarnos las pautas y mecanismos


del cambio histórico en general, y más concretamente los relativos a las
transformaciones sufridas por las sociedades humanas durante los últimos siglos
en los que los cambios se han generalizado y han aumentado de una manera
espectacular. Esto, más que cualquier posible predicción o esperanza, es lo que
tiene una relación más directa con la sociedad contemporánea y con su porvenir.8

… como lo sintetiza Hobsbawm desde la visión materialista de la historia.

Pero volvamos al texto que nos ocupa y que se desplegará en la


lectura crítica que el amable lector y la amable lectora haga del mismo.
Ciertamente, Ayacucho significó la liberación plena de estos territorios
del dominio español y le puso freno a apetencias soterradas de diversos
reinos europeos: América desde el inicio fue un manjar muy apetecible,
pero no solo para Europa sino incluso para quienes comenzaban a
germinar como futuro imperio en este mismo continente: la América
Septentrional, que desde bien temprano forjó la tesis monroista de

7 Op. cit., p. 45.


8 Op. cit., p. 45.

- 22 -
“América para los americanos”; pero no para todos los americanos, solo
para los americanos confederados como Estados Unidos, con lo cual
las palabras de Bolívar en carta a Patrick Campbell el 5 de agosto de
1829,“Los Estados Unidos, que parecen destinados por la Providencia
para plagar a la América de miserias a nombre de la Libertad…”9 no
contenían figuraciones suyas, sino que constituían la síntesis de la
experiencia vivida en largos años en que el comportamiento sinuoso y
esquivo de los gobiernos de ese país ante las guerras independentistas
de la América Meridional no mostraron nunca un apoyo sustantivo;
todo fueron evasivas. Tan es así que en la profética Carta de Jamaica
del 6 de septiembre de 1815, el Libertador crítica por primera vez la
“neutralidad” de los Estados Unidos:

… hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores


de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más
bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos.10

… como lo expresara Francisco Pividal.

La libertad de la América Meridional no se culminaría sin su unidad y


nadie más que Bolívar clamó tanto por la unión de nuestros países, para
que tuvieran la fuerza propia necesaria para contrarrestar los embates
imperiales de toda laya; una idea que transitó su pensamiento y acción
desde tan temprano, como en 1810, cuando publica un artículo en el

9 Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. “Yo moriré como nací: desnudo”, en: Pensamientos de
Simón Bolívar. Edición preparada por la Comisión Presidencial de Alfabetización para ser destinada a
los patriotas alfabetizados en el Plan Misión Robinson, Yo Sí Puedo, Caracas, 2003, p. 88.
10 F. Pividal. Bolívar. Pensamiento precursor del antiimperialismo, Ediciones de la Presidencia de La
República/Fondo Editorial Ipasme, Caracas: 2006, p. 9. Esta cita fue tomada de Bolívar. Precursor
del antiimperialismo, Ediciones Casa de las Américas, Cuba: 1977.
- 23 -
Morning Chronicle de Londres (15 de septiembre de 1810). En este da a
conocer a la opinión inglesa su propio criterio:

… El día, que no está lejos, en que los venezolanos se convenzan de que


el deseo que demuestran de sostener relaciones pacíficas con la Metrópoli,
sus sacrificios pecuniarios, en fin, no les hayan merecido el respeto ni la
gratitud a que creen tener derecho, alzarán definitivamente la bandera de
la independencia…Tampoco descuidarán de invitar a todos los pueblos de
América a que se unan en Confederación.11

Idea que precisó con meridiana claridad en la Carta de Jamaica al


anticipar el futuro hemisférico de nuestra región:

Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación
del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y su gloria
(…) Seguramente la unión es lo que nos falta para completar la obra de nuestra
regeneración (…) mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos sino por
efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos.12

Un esfuerzo bien dirigido fue sin duda el Congreso Anfictiónico de


Panamá, que se inició el 22 de junio de 1826, delineado por Bolívar
precisamente en la Carta de Jamaica:

!Qué bello sería que el Itsmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de
Corinto para los griegos¡ Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar

11 Op. cit., p. 47.


12 S. Bolívar. Carta de Jamaica en: 7 Documentos esenciales, Ediciones de la Embajada de la
República Bolivariana de Venezuela en Bolivia/ Editorial Lup’iña Chuspa, La Paz: 2008, pp.
54 y 63.

- 24 -
allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e
imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con
las naciones de las otras tres partes del mundo.13

¿Y cuál es la relación de este Congreso Anfictiónico con Ayacucho?


Pues que esos ideales integracionistas de Bolívar, como lo precisa Luis
Antonio Bigott: “lo inspiran para convocar al Congreso de Panamá el 7
de diciembre de 1824, dos días antes de la Batalla de Ayacucho”14. Este
inmenso triunfo del Ejército Unido Colombiano fue el mejor catalizador
para la realización de ese magnífico Congreso, donde se confrontaron
las doctrinas de la unidad bolivariana y el panamericanismo imbuido
del monroísmo y del destino manifiesto; y desde donde a partir del cual
“La América del Norte unida quedó como una realidad. La América
desunida, del Bravo a la Patagonia, sería también un hecho”15, razón por
la cual dijo Martí: “Lo que Bolívar no hizo, está todavía por hacer en
América”, como referencia Pividal (p. 247).
Pero como la Historia no se detiene, porque los hombres y mujeres
seguimos viviendo y respirando y soñando nuevos mundos posibles
y trabajamos para lograrlo, hoy podemos decirle a Martí: estamos
haciendo… y de Ayacucho al Congreso Anfictiónico de Panamá, hoy
ya andamos con “los efectos sensibles”: la ALBA, la Celac, la Unasur…
¡Bolívar anda por América Latina!

Dra. Sagrario de Lorza


Caracas, 24 de julio de 2014
Día del natalicio del Libertador Simón Bolívar

13 Op. cit., p. 62.


14 L. A. Bigott. Otra vez y ahora sí Bolívar contra Monroe. Editorial Trinchera. Caracas: 2010, p. 42.
15 F. Pividal. Op. cit., p. 234.

- 25 -
Introducción

C
orría el segundo semestre del 2009 cuando escuché, por primera
vez, la tesis que reivindicaba a Casimiro Olañeta como el
“auténtico” padre de la República de Bolivia; no solo por haber
sido –supuestamente– un entusiasta impulsor de la idea, sino también
por ser el supuesto “creador” del decreto de convocatoria a la Asamblea
Deliberante, promulgado por el Mariscal Sucre el 9 de febrero de 1825
en La Paz. Con el pasar del tiempo me di cuenta de que esta no era la
idea aislada de algún trasnochado antibolivariano, no; pude determinar
claramente que era una corriente de pensamiento con muchos adeptos,
irónicamente en el país que honra con su nombre la memoria del Genio
de América: Simón Bolívar.
Pero esto no era todo. Los antibolivarianos tenían otro referente: el
coronel realista Carlos Medinaceli, uno de los tantos criollos que estando
por años al servicio de las huestes realistas en el Alto Perú, se volcaron
intempestivamente al bando republicano una vez decidido el destino
de América en la Batalla de Ayacucho. Medinaceli tiene un crédito
muy particular, según algunos historiadores; él y sus tropas “acabaron”
con el último reducto realista de Charcas en la Batalla de la Tumusla,
así como también con la vida del caudillo Pedro Antonio Olañeta. La
forma como murió Olañeta es todo un misterio, tanto como la batalla
misma; algunas investigaciones refieren que no existió tal batalla y que la
muerte del tío de Casimiro Olañeta fue producto de un ajuste de cuentas
por un problema de “faldas”. Otras versiones más serias refieren que el

- 27 -
Ayacucho

general Pedro Antonio Olañeta cayó de su caballo y murió al siguiente


día producto de las lesiones sufridas. Los más optimistas aseguran que
en medio de la batalla fue herido de muerte por una bala disparada por
uno de sus subordinados. Sea como fuere la historia, la única verdad es
que después de Ayacucho los partidarios del rey estaban reducidos a la
mínima expresión, desmoralizados y sin ninguna posibilidad de triunfo
ante la más poderosa maquinaria de guerra del continente: el Ejército
Unido Libertador.
Sin embargo, la convicción de los “medinacelistas” es tan grande
como lo fue la de Pedro Antonio Olañeta en favor de una causa
absolutista ya perdida. Por el solo hecho de haber dado un extemporáneo
grito independentista, el 30 de marzo de 1825, y por haber “batido”
al general Olañeta cuando la guerra ya había acabado y el destino de
América había sido sellado en las pampas de Ayacucho, esta corriente
pondera exageradamente los méritos del coronel realista, al punto de
considerarlo como el auténtico Libertador del Alto Perú y, por lo tanto,
de Bolivia. La obstinación llega al punto de proponer como fecha de la
independencia el 1.° de abril, en homenaje a la Batalla de la Tumusla.
Ambas propuestas, en nuestra humilde opinión, son totalmente
inadmisibles por las razones que expongo a continuación.
El poderoso Ejército Realista que oprimía al Alto y Bajo Perú fue
derrotado en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824 por 5.780 bravos
del Ejército Unido Libertador, magistralmente guiados por el genuino
Padre y Libertador de Bolivia: el Mariscal Antonio José de Sucre. Con
este resultado quedó sellada para siempre la libertad del continente
americano, los realistas quedarían reducidos al Callao (Rodil), Chiloé
(Quintanilla) y al Alto Perú (Olañeta).

- 28 -
y la Independencia del Alto Perú

A los realistas vencidos en Ayacucho el entonces general Sucre les


concedió la más generosa Capitulación que recuerde la historia del
Nuevo y del Viejo Mundo. En ese entendido, los realistas del Alto Perú
tenían solo tres alternativas: jurar la independencia (cambiar de bando),
rendirse y acogerse a la Capitulación, o enfrentarse a la poderosa y
experimentada maquinaria de guerra colombiana, la misma que en los
campos de Carabobo, Gámeza, Pantano de Vargas, Boyacá, Yahuachi,
Bomboná, Ibarra, Pichincha, Junín y Ayacucho había acabado con las
mejores tropas realistas del continente.
En virtud de lo anterior, los pronunciamientos y adhesiones a la
causa libertaria verificados en Cochabamba, Chuquisaca, Chayanta,
Mojos, Chiquitos y Santa Cruz (enero y febrero de 1825), incluyendo
la del coronel realista Medinaceli en Cotagaita, no fueron espontáneas
ni por amor a la libertad, son consecuencia directa de la victoria de
Ayacucho y de la Capitulación ofrecida por Sucre a los vencidos; de no
ser así, ¿por qué no se produjeron antes? ¿Por qué no al menos en el
marco de favorables condiciones que ofrecieron las primeras campañas
de Puertos Intermedios (1821-1823)?
La “batalla de la Tumusla” –aunque suene duro decirlo–, de haberse
efectivamente efectuado, no cambió para nada el curso de la historia;
solo precipitó un acontecimiento que días más tarde o más temprano
ocurriría: el sometimiento total de Olañeta y sus huestes. De no haber
derrotado el coronel realista Medinaceli al mermado y desmoralizado
ejército de Olañeta en la Tumusla, cualquier división del Ejército Unido
Libertador lo habría hecho con meridiana facilidad: Olañeta no era ya un
oponente que pudiera poner en riesgo la independencia ni el nacimiento
de la nueva República.

- 29 -
Ayacucho

Sobre el particular tema de la idea de la Independencia del Alto


Perú tampoco fue el coronel realista Medinaceli el primero en hablar
o pronunciarse por ella, como tampoco lo fue Casimiro Olañeta. El
general Sucre desde Cusco, los días posteriores a la Batalla de Ayacucho,
en fluida correspondencia con Bolívar manifiesta que las provincias
altoperuanas, al parecer, están dispuestas a ser libres; que “no quieren
ser del Perú ni de Argentina sino de sí mismas” (Sherwell, 1995: 110),
esto lo dice en diciembre del año 24, cuando aún no había conocido al
“patriota” Casimiro Olañeta, secretario de su tío Pedro Antonio. En
carta a Bolívar, fechada el 4 de abril de 1825, Sucre admite ya haber
tratado mucho antes de Ayacucho el tema de la independencia del
Alto Perú con el Libertador y que la opinión de este se inclinaba por la
Asamblea Deliberante.
La independencia no se decreta, se conquista en los campos de
batalla; no espontáneamente ni producto de la casualidad, sino a fuerza
de tesón, sacrificios y constancia. No basta con tomar una guarnición,
a última hora, y desde una plaza pública proclamar la independencia
de tal o cual región; no basta con eso, además, es muy fácil decirlo y
hacerlo cuando el monstruo que nos oprimía yace inerte y humillado
en la pampa de Ayacucho. Qué meritorio hubiese sido proclamar esa
independencia de Charcas un año antes y luchar por ella, en especial
cuando las fuerzas de La Serna sumaban más de 15.000 hombres.
Por último, consideramos que el título de Libertador no se impone
ni se decreta, menos desde una oficina o computadora, a 200 años de
distancia de las luchas libertarias. El supremo título de Libertador lo
otorgan los pueblos como un especial reconocimiento a los hombres
que lucharon por nuestra libertad y que luego de grandes sacrificios
efectivamente la lograron. Libertadores no pueden ser considerados

- 30 -
y la Independencia del Alto Perú

los patriotas de última hora, en ninguna parte lo han sido; este es un


título que se gana con base en el liderazgo, valor, dignidad, idoneidad,
sensibilidad social. En fin, es un reconocimiento a una suma de virtudes,
en especial a la constancia.
Valdría la pena preguntarse: ¿Qué habría pasado si el desenlace de
la Batalla de Ayacucho hubiese sido favorable a España? ¿Medinaceli
y Casimiro Olañeta se hubieran pronunciado igualmente en favor de
la independencia? Pero estas preguntas caen en el campo especulativo
porque la historia ya se ha pronunciado.
Pese a que los argumentos que hemos esgrimido son contundentes,
no queremos quedarnos solo con la crítica a lo que Olañeta y
Medinaceli hicieron o dejaron de hacer; creemos que nuestro deber
como bolivarianos es pasar a la ofensiva y demostrar que la creación de
la República de Bolivia, hoy Estado Plurinacional, fue obra intelectual y
material de los Libertadores Bolívar y Sucre, y una consecuencia directa de
la épica victoria conseguida por las armas republicanas en la Batalla de
Ayacucho. Ese es el objetivo central del presente trabajo.
El primer capítulo, “Lima 1823: El oscuro laberinto de la anarquía”,
nos ubica en medio de la locura y el caos imperante en la Ciudad de
los Reyes después de la salida del general José de San Martín y de las
catástrofes militares de Torata y Moquegua. A la amenazante presencia
en la cordillera sur del país del Ejército Realista, liderado por el virrey
José de la Serna y sus bizarros capitanes: Canterac, Valdés, Monet
y Villalobos, se sumaba el fatídico enfrentamiento entre el Poder
Ejecutivo y el Congreso, además de las presiones políticas y los intereses
comerciales de la Compañía de Comercio del Perú. En medio de este
complejo panorama arribó a Lima el más insigne de los capitanes
bolivarianos, Antonio José de Sucre; solo él podía, en medio de esta

- 31 -
Ayacucho

anarquía, encaminar con éxito la campaña militar contra el más fuerte


contingente español en América. La segunda Campaña de Puertos
intermedios y su terrible desenlace es parte también de este capítulo.
El segundo capítulo, “El Libertador en Lima: El retorno de la
esperanza perdida”, aborda el frenético accionar político y militar del
más grande prócer venezolano de todos los tiempos, Simón Bolívar, a
partir de su arribo a Lima el 1.° de septiembre de 1823. Una sociedad
dividida entre patriotas y realistas, dos presidentes en ejercicio, traiciones
constantes, una contrarrevolución creciente y la inminencia de una
guerra civil fue el contexto socio-político que recibió al Libertador. Las
difíciles negociaciones con Colombia, las intrigas y las adversidades que
debió afrontar el Libertador Bolívar para llegar al Perú, son destacadas
con especial atención en este capítulo. Si bien las divisiones auxiliares
colombianas comenzaron a arribar al Perú desde el mismo año 1822,
año de la célebre entrevista de Guayaquil entre Bolívar y San Martín,
la comparecencia de Bolívar en el Perú se vio en extremo demorada
por la falta de autorización por parte del Congreso de Gran Colombia,
pese a que su homónimo peruano, y el propio Ejecutivo, clamaban a
gritos por su presencia como única forma de preservar la frágil libertad
instaurada en 1821. La desesperación que invadía el alma revolucionaria
de Bolívar por la imposibilidad de llegar a Lima solo encontró alivio
con la presencia en la Ciudad de los Reyes del mejor de sus tenientes,
Antonio José de Sucre. Las traiciones de Riva-Agüero y Torre Tagle
son también parte fundamental de este capítulo que, además, aborda la
lamentable pérdida de la Fortaleza Real Felipe, del Callao.
“Camino a Junín” es el título del tercer capítulo, en el cual
acompañaremos a Bolívar y a Sucre en todo el proceso de preparación
de la campaña final contra los opresores del Perú. La inagotable actividad

- 32 -
y la Independencia del Alto Perú

de los dos libertadores queda de manifiesto en estas páginas, que tan solo
recogen una parte de sus múltiples esfuerzos para organizar un ejército
libertador que tuviera la capacidad de atravesar la abrupta geografía y
oponerse, en su terreno, al león español, invicto durante 14 años en el
Perú. El primer choque de esta contienda en la pampa de Junín es el
tema principal de este capítulo, que aborda, además, un hecho singular
que favoreció a la causa patriota: la rebelión de Pedro Antonio Olañeta.
“Ayacucho: La redención de los Hijos del Sol” es el tema del cuarto
capítulo. Como si no fuera poca adversidad la traición de Santander
a Bolívar separándolo del mando del Ejército (vía Congreso) después
de Junín, el Ejército Real se recupera de su reciente derrota habiendo
logrado reunir todas sus fuerzas (Ejército de Norte y Ejército del Sur),
bajo el comando del propio virrey La Serna, para oponerse a Sucre y a su
Ejército Unido Libertador. Luego de una tormentosa campaña de cinco
meses a través de los Andes peruanos, Sucre debió contramarchar en
medio de un juego de estrategias, desde las riberas del Apurímac hasta
la pampa de Ayacucho donde, finalmente, el 9 de diciembre de 1824 los
realistas presentaron batalla. Pese a tener una desventaja numérica de 2
a 1, los patriotas cambiaron el curso de la historia en una de las jornadas
bélicas más importantes y decisivas en la historia de la humanidad.
En el quinto capítulo, “La Capitulación de Ayacucho”, conoceremos
los detalles y pormenores de la honrosa Capitulación concedida por Sucre
a los realistas derrotados en Ayacucho. Sus términos son tan benévolos
y condescendientes que lejos de humillar o castigar a los vencidos les
ofrecía la oportunidad de unirse a las banderas de la república y a su
glorioso ejército, sentando así las bases para la reunificación de un
país dividido por la guerra. Este documento, precursor del Derecho
Internacional Humanitario, abrió las puertas del Alto Perú al Ejército

- 33 -
Ayacucho

Unido Libertador, evitando mayores enfrentamientos entre patriotas y


realistas, más allá de lo que pueda haber ocurrido en la Tumusla.
“De Cusco al Alto Perú: Sucre y la creación de Bolivia” es el tema
del sexto capítulo de la obra. En él acompañaremos al Mariscal Sucre
en su travesía desde Cusco hasta La Paz, en los albores del año 1825;
una travesía durante la cual el joven Mariscal de treinta años va dando
forma a su idea de dejar en manos de los habitantes del Alto Perú la
trascendental decisión de su destino. La convocatoria a una Asamblea
que defina los destinos del Alto Perú parece ser el camino ideal, así lo
piensa y así va comunicándoselo, durante 47 días de travesía, al Libertador
Simón Bolívar y a los propios altoperuanos. Resaltan también durante
este período las múltiples intimaciones a la rendición, libradas a Pedro
Antonio Olañeta y a las diferentes guarniciones realistas del Alto Perú,
punto clave y determinante para sumar a la causa patriota a los más
avezados jefes realistas de esa región y concluir satisfactoriamente la
Guerra de Independencia, sin la necesidad de nuevos enfrentamientos
bélicos y sacrificios para la patria. El decreto de convocatoria a la
Asamblea Deliberante, dictado en La Paz el 9 de febrero de 1825, primer
y fundamental paso para la independencia del Alto Perú, es tratado con
particular atención en este capítulo, así como la reacción de Bolívar ante
la convocatoria y la firme y ecuánime defensa de Sucre a la deliberación
altoperuana para decidir su destino; hecho que lo reivindica, junto con
Bolívar, como el auténtico “padre” de la nación boliviana. La instalación
de la Asamblea y su pronunciamiento final a favor de la independencia
concluyen el capítulo y la obra.
El séptimo y último capítulo: “Ayacucho, Cuna de la Libertad
Suramericana”, nos permitirá conocer, a través de las impresiones del
autor, ese mágico y emblemático lugar que fuera protagonista y testigo

- 34 -
y la Independencia del Alto Perú

del tramo final y decisivo de la gesta independentista latinoamericana:


Ayacucho. Con un riquísimo legado histórico y cultural, este
departamento del sur del Perú emerge hoy día como uno de los más
pujantes y representativos de este país. Si bien la actividad agropecuaria,
la minería, la construcción, la artesanía y el comercio son las principales
actividades económicas del departamento, el turismo cobra cada vez
mayor fuerza gracias, fundamentalmente, a sus imponentes complejos
arqueológicos, a su colorido carnaval y a la inmortal pampa de
Ayacucho, que junto a su impresionante Obelisco sirven de testimonio
a las generaciones presentes y futuras del máximo sacrificio hecho por
los americanos en aras de su libertad.

Orlando Rincones

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Capítulo I
Lima 1823:
El oscuro laberinto de la anarquía
Plaza Mayor de Lima (La Ciudad de los Reyes). Guamán Poma de Ayala, principios del siglo XVII. Archivo:Lima
POMA1039v.jpg
Lima 1823:
El oscuro laberinto de la anarquía

C onsumada en las faldas del volcán Pichincha la independencia


del territorio que hoy conocemos como Ecuador (24-05-1822)16,
el Perú se constituía como el último reducto español de importancia
en el territorio continental de América del Sur17. Si bien el pueblo de
Pasto (Colombia) seguiría fiel –durante un buen tiempo– a la causa
monárquica, solo los realistas acantonados en la antigua capital del
incario (Cusco) podían poner en jaque la estabilidad de los territorios
liberados en Venezuela, Nueva Granada, Quito y Guayaquil.
Con el aparato militar más poderoso que ostentaba España en el
continente americano, aproximadamente 20.000 hombres distribuidos
entre el Alto y el Bajo Perú, aunado al concurso de curtidos y
experimentados jefes militares, muchos de ellos auténticos héroes de la
guerra hispano-francesa18, estaba claro que el virrey José de la Serna sería
un rival nada fácil de vencer. Pese a los grandes esfuerzos y a los triunfos
iniciales de la expedición libertadora del general José de San Martín
16 Sobre las 9.30 de la mañana del 24 de mayo de 1822, el batallón colombiano Paya, al
mando del bizarro comandante venezolano José Leal, hace contacto con tropas realistas en
las laderas internas del volcán Pichincha, dando inicio con esta acción a la batalla decisiva de la
independencia ecuatoriana: La Batalla de Pichincha. En esta trascendental confrontación, Sucre
despliega todo su genio militar y derrota al mariscal Melchor Aymerich en el lugar que es hoy
conocido por todos los ecuatorianos como La Cima de la Libertad.
17 En el archipiélago de Chiloé (Chile), un pequeño contingente realista resistiría hasta 1826,
mientras que en la Fortaleza San Juan de Ulúa, ubicada en el extremo norte del Puerto de Veracruz
(México), los españoles presentaron una férrea y tenaz oposición desde 1821 hasta 1825.
18 Tal era el caso de Canterac, Valdés, Monet, Villalobos, Carratalá, Celis, Ferraz y el propio
La Serna.

- 39 -
Ayacucho

en el Perú (finales del año 1820 y principios de 1821), el Ejército Real


permanecía prácticamente intacto. La declaratoria de independencia
en julio del año 1821 y el Protectorado de San Martín no cambió esa
situación: el Perú no era libre, solo Lima lo era; la sierra, el sur y el Alto
Perú le pertenecían a La Serna y a sus hombres. La independencia del
país de los incas –y la de toda América– pendía de un hilo.
El general San Martín19, Libertador de Argentina y Chile, curtido en los
menesteres de la guerra y la política (tanto en Europa como en América),
tenía claro que para derrotar a los realistas se requeriría del urgente
concurso del experimentado Ejército de Colombia, la destrucción de la
división de Domingo Tristán a manos del experimentado jefe realista
José de Canterac20, en la Batalla de Ica (7-04-1822), así lo confirmaba. Ya
el propio Libertador Simón Bolívar, al tiempo de agradecer el concurso
de las armas peruanas en la campaña de Pichincha y en la Batalla de
Bomboná, le había ofrecido el auxilio de Colombia al Gobierno del Perú:

No es nuestro tributo de gratitud un simple homenaje hecho al Gobierno y
Ejército del Perú, sino el deseo más vivo de prestar los mismos y aún más
fuertes auxilios al Gobierno del Perú, si, para cuando llegue a manos de V.E.

19 Hijo de un coronel español, nace en el seno de una familia humilde de la pampa argentina,
específicamente en Yapeyú, capital de la provincia Misiones, el 25 de febrero de 1778. Sus
años infantiles transcurrieron con muchas limitaciones; no obstante, entre los siete y los ocho
años de edad se traslada con toda su familia a España en donde estudiará y abrazará la carrera
militar en los ejércitos del rey, defendiendo esta causa en África y España, especialmente en
la guerra de independencia española (1808-1813) contra la invasión napoleónica. (Gutiérrez,
1950; Ludwig, 1952).
20 “El general Canterac es natural de Burdeos (Francia) y sus padres emigraron con él a España
en 1792. Principió su carrera en la artillería española, y de ese cuerpo pasó a la caballería (...)
Canterac sirvió en el Estado Mayor de O’Donnel (guerra hispano-francesa), luego conde de
Abisbal, y es positivo que no le habría elegido este valiente general para servir a su lado, si no
hubiese tenido valor e inteligencia. Canterac es organizador, un excelente táctico, y tiene muy
buenas maneras”. (Miller, 2009: 309).

- 40 -
y la Independencia del Alto Perú

este despacho, ya las armas libertadoras del Sur de América no han terminado
gloriosamente la campaña que iba a abrirse en la presente estación.
Tengo la mayor satisfacción en anunciar a V.E. que la guerra de Colombia
está terminada, y que su ejército está pronto a marchar donde quiera que sus
hermanos lo llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del
Sur. (Bolívar a San Martín. Quito, 17-VI-1822. O’Leary, 1883 XIX: 307).21

El Protector del Perú, poco antes de partir a su histórico encuentro


con Bolívar, no tardó en responder positivamente a tan gallarda oferta:

Yo acepto la oferta generosa que V.E. se sirve en hacerme en su despacho del
17 del pasado: el Perú recibirá con entusiasmo y gratitud todas las tropas de que
pueda disponer V.E., a fin de acelerar la campaña, y no dejar el menor influjo a
las vicisitudes de la fortuna: espero que Colombia tendrá la satisfacción de que
sus armas contribuyan poderosamente a poner término a la guerra del Perú,
así como las de este han contribuido a plantar el pabellón de la República en el
Sud de su vasto territorio. (San Martín a Bolívar. Lima, 13-VII-1822. O’Leary,
1883 XIX: 336).

Sin muchas opciones a su favor, más que la de aceptar el auxilio que


el Libertador de Venezuela, Colombia y Ecuador le ofrecía, San Martín
se entrevista con Bolívar en Guayaquil el 26 de julio del año 1822,
previamente –el día 6 de ese mismo mes– Joaquín Mosquera y Bernardo
Monteagudo, en representación de Colombia y Perú, respectivamente,
suscriben un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua
entre ambas naciones independientes, el cual, además de servir como

21 Para esta y todas las demás cartas y documentos insertados en la presente obra se respetará,
íntegramente, la redacción (ortografía y tipografía) original de los mismos. (Nota del autor).

- 41 -
Ayacucho

marco jurídico y legal para el auxilio colombiano al Perú, constituye el


primer paso en una política de alianzas continentales emprendidas por
Colombia, la Grande, que tendrá su expresión más alta en el Congreso
Anfictiónico de Panamá, obra magna de la visión integracionista de
Simón Bolívar.

Los artículos primero y segundo del tratado suscrito establecen que:

1°. La República de Colombia y el estado del Perú, se unen, ligan y confederan


desde ahora para siempre, en paz y guerra, para sostener con su influjo y
fuerzas marítimas y terrestres, en cuanto lo permitan las circunstancias,
su independencia de la nación española, y de cualquiera otra dominación
extranjera, y asegurar después de reconocida aquella, su mutua prosperidad, la
mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos súbditos y ciudadanos,
como con las demás potencias con quienes deben entrar en relaciones.
2°. La República de Colombia y el Estado del Perú se prometen por tanto, y
contraen espontáneamente un pacto perpetuo de alianza íntima y amistad firme
y constante para su defensa común, para la seguridad de su independencia
y libertad, para su bien recíproco y general y para su tranquilidad interior:
obligándose á socorrerse mutuamente, y á rechazar en común todo ataque ó
invasión que pueda de alguna manera amenazar su existencia política. (O’Leary,
1883 XIX: 324).

Adicionalmente, los plenipotenciarios de Colombia y Perú firmaron


ese mismo día, 6 de julio, un tratado complementario al ya referido de
Unión, Liga y Confederación Perpetua, específicamente referido a la
convocatoria de una Asamblea General de los Estados Americanos y al

- 42 -
y la Independencia del Alto Perú

trascendental tema del sostenimiento de la independencia. En su parte


introductoria el tratado reza:

El gobierno de la República de Colombia por una parte, y por otra el del Estado
del Perú, animados de los más sinceros deseos de terminar las calamidades de
la presente guerra á que se han visto provocados por el Gobierno de S.M.C. el
Rey de España, decididos á emplear todos sus recursos y fuerzas marítimas y
terrestres para sostener eficazmente su libertad é independencia; y deseosos de
que esta liga sea general entre todos los Estados de la América antes española,
para que unidos fuertes y poderosos sostengan en común la causa de su
independencia, que es el objeto primario de la actual contienda. (O’Leary, 1883
XIX: 327).

Sobre el particular tema de la una Asamblea de Estados Americanos dice:

3°. Luego que se haya conseguido este grande é importante objeto (el de hacer
gestiones con otros estados americanos para que entren a formar parte del
tratado de ULCP)22, se reunirá una Asamblea General de los Estados americanos
compuesta de sus Plenipotenciarios, con el encargo de cimentar de un modo
el más sólido y establecer las relaciones íntimas que deben existir entre todos y
cada uno de ellos, y que les sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto
de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete de sus tratados públicos
cuando ocurran dificultades, y de juez árbitro y conciliador en sus disputas y
diferencias. (O’Leary, 1883 XIX: 328).

En lo militar, ambos Estados asumían compromisos mínimos:

22 ULCP: Unión, Liga y Confederación Perpetua. (Nota del autor).

- 43 -
Ayacucho

7°. La República de Colombia se compromete especialmente á sostener y


mantener en pie una fuerza de cuatro mil hombres armados y equipados, á
fin de concurrir á los objetos indicados en los artículos anteriores. Su marina
nacional, cualquiera que sea, estará también dispuesta al cumplimiento de
aquellas estipulaciones.
8°. El Estado del Perú contribuirá por su parte con sus fuerzas marítimas,
cualesquiera que sean, y con igual número de tropas que la República de
Colombia. (O’Leary, 1883 XIX: 329).

A toda vista estaban dadas las condiciones “legales” para la participación


colombiana en el teatro de operaciones peruano, solo restaba la aprobación
de ambos congresos23, sin embargo, esto no fue óbice para que las
primeras tropas colombianas comenzaran a llegar al país ese mismo año
1822 (específicamente en el mes de octubre), al mando del general Juan
Paz del Castillo24 (División Auxiliar de Colombia), conformadas por los
batallones Vencedor, Yaguachi y Pichincha; todas ellas tropas veteranas
que brillaron con luz propia en la campaña libertadora del Ecuador,
dirigida magistralmente por Antonio José de Sucre.
Entre tanto, en Lima, la situación política y social no era precisamente
“color de rosas” en ese decisivo año 1822. San Martín, al asumir en
agosto de 1821 el “protectorado” del Perú, se había hecho no solo con
el mando militar del país sino también con el mando político, algo que

23 Debido a la turbulencia política que generó la sedición de Riva-Agüero, el Congreso del Perú
ratificó el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua en el mes de octubre de 1823,
mientras que el de Colombia ya lo había hecho el 12 de julio de ese mismo año.
24 Este insigne y poco nombrado prócer venezolano libró sus primeras batallas por la causa
de la libertad al lado de Miranda en 1811 y 1812. Capturado por los españoles, fue remitido a
la península ibérica de donde escapó para recalar en Chile y combatir en Maipú, enrolándose
luego en la expedición libertadora del Perú organizada por San Martín en 1820. Proclamada la
independencia del Perú se unió a Sucre en Ecuador para participar también en la Campaña de
Pichincha.

- 44 -
y la Independencia del Alto Perú

no le perdonaría fácilmente una oligarquía peruana ávida de acceder a


los más altos círculos del poder. Si bien San Martín tomó medidas muy
loables y significativas en temas vitales como la educación, la hacienda,
el comercio, la libertad de imprenta, la división de los poderes y la
emancipación de los esclavizados (Rojas, 1940), centró su accionar en
lo político –en detrimento de lo militar– con el apoyo de su cuestionado
y controversial ministro de Estado y canciller, Bernardo Monteagudo.
Es que en los nuevos dirigentes “extranjeros”25 del recién emancipado
Estado existía un sentimiento de desconfianza hacia la clase política
limeña, de la cual llegaron incluso a cuestionar su patriotismo por no
haber podido sacudir, por sí misma, el yugo que les oprimía desde tres
siglos atrás, como bien sí lo hicieron otras metrópolis del continente.
El aporte de la sociedad limeña a la causa independentista americana,
específicamente en “la confrontación ideológica y de la propaganda
política” –como refiere Riva-Agüero en Lima justificada (citado por Rojas,
2009: 322)–, fue subestimado por el Protector. Tal era el desconocimiento
del contexto peruano, que el ministro Monteagudo llegó a convocar
a través de la Sociedad Patriótica, institución creada por San Martín
para defender y justificar la instauración de un régimen monárquico,
un concurso de ensayos que versarían sobre tres temas fundamentales:
la forma de gobierno más adaptable al Estado peruano, las causas que
retardaron en Lima la revolución y, por último, la necesidad de mantener
el orden público para terminar la guerra y perpetuar la paz (Rojas, 2009).
La reacción no se hizo esperar, constituyéndose este concurso en el
pretexto ideal para que los bandos en favor de la monarquía o de la
república confrontaran sus ideas, acentuando aún más la ya profunda
división entre adeptos y contrarios a San Martín.

25 Considerados así por la naturaleza argentina de San Martín y Monteagudo.

- 45 -
Ayacucho

Aunado a lo anterior, la represión inicial contra los ciudadanos


identificados con la causa realista, a quienes la nueva dirección del
Estado expulsó del país26 y confiscó sus bienes a través del Tribunal
de Secuestros, se convirtió en un pretexto para la persecución y
hostigamiento de todos aquellos que manifestaban su animadversión
hacia el régimen –“extranjero”– de San Martín y Monteagudo. Otra
polémica e impopular medida fue la de acabar con todo vestigio de
aquellos vicios mundanos que acompañaron al régimen español y que,
según las nuevas autoridades, fueron en parte culpables del letargo que
vivió la sociedad limeña durante tres siglos. La prohibición de las corridas
de toros, lidias de gallos, el carnaval y en especial la de los juegos de
azar (Rojas, 2009) fue el detonante para que la sociedad limeña apoyara,
en julio de 1822 (mientras San Martín se entrevistaba con Bolívar) un
movimiento de masas en rechazo hacia la figura del canciller27, el cual
conduciría, en breve tiempo, a la definitiva destitución de Monteagudo.
(Montoya, 2009; Rojas, 2009).
A su regreso de Guayaquil, en vista de la delicada y explosiva situación
política y militar que agobiaba a Lima y al resto del Perú, San Martín no
tuvo más remedio que convocar un Congreso Constituyente, instancia
política ante la cual renunciaría el 20 de septiembre de 1822, poniendo
fin así al Protectorado. El Perú pasa la página de San Martín en medio
de un gran descontento, generado más que todo por las pretensiones
políticas del general gaucho. Incluso en el seno de las propias fuerzas
chileno-argentinas había un sentimiento de rechazo a su postura política
promonárquica, pues entendían sus compañeros de armas que el
objetivo central que los había traído al Perú era acabar con los últimos

26 Más de 10.000 fueron expulsados a Santiago de Chile (Montoya, 2009).


27 Movimiento encabezado por Riva-Agüero.

- 46 -
y la Independencia del Alto Perú

vestigios de la tiranía española en el continente y no el de entrometerse


en asuntos de política interna que solo debían corresponder a los
peruanos (Montoya, 2009).

Esta anarquía, que facilitó la salida de San Martín, se agravó con su intervención.
Aquí, como en todas partes, se desconfiaba del extranjero, aunque trajese
la libertad. También aquí los criollos eran casi los únicos representantes de
la revolución; pero, divididos por las intrigas, no estaban en capacidad de
oponer unidad interior al gobierno español (…) La opinión de los indios
y de los mestizos era favorable al Virrey, pues si aborrecían a los españoles
temían también la república y San Martín había alentado sus inclinaciones
monárquicas. (Ludwig, 1952: 204).

Así las cosas, pese a que el pueblo, los partidos y muchas instituciones
peruanas pedían a gritos el concurso de Bolívar como único medio para
poner fin a la crisis, la Junta Gubernativa28, nacida del seno del propio
Congreso Constituyente en septiembre del año 1822, quiso acabar
prontamente con la amenaza de La Serna sin el concurso del caraqueño
y sus tropas veteranas, los resultados fueron desastrosos.
La definitiva anexión de Guayaquil a Colombia sembró un
gran resentimiento en algunos comerciantes y políticos peruanos
(especialmente en José de La Mar, cuencano de nacimiento), lo que
aunado al terrible precedente de ayuda “foránea” de San Martín
y Monteagudo –en menos de un año el Ejército Unido pasó de ser
aclamado como Ejército Libertador a ser temido como ejército de
ocupación– apuró a los miembros de la Junta a organizar una expedición

28 La integraban: José de La Mar (presidente), Manuel Salazar y Baquijano y Felipe Antonio


Alvarado.

- 47 -
Ayacucho

militar hacia el sur para hacer frente a La Serna y a su poderoso ejército.


Es así como se ejecuta la Primera Campaña de Puertos Intermedios29 (idea
original de San Martín), importante pero precipitada iniciativa militar
que, por falta de coordinación y de decisiones oportunas, encontraría
un prematuro y trágico desenlace en los campos de Torata y Moquegua.
Paz del Castillo y sus bravos de Colombia no participaron en esta
refriega30, tenía órdenes estrictas de no comprometer sus tropas ni en
asuntos internos del Perú, ni en contiendas aventuradas cuyo éxito
no estuviera garantizado31. Además, este avezado general no estaba
dispuesto a colocar sus fuerzas, crema y nata del Ejército Libertador,
bajo las órdenes de jefes que, arropados por el torbellino político que
sacudía al país, no contaban ni siquiera con el reconocimiento y la
confianza de su propia gente. Al respecto, el eminente historiador y
geógrafo peruano del siglo XIX, Mariano Felipe Paz Soldán y Ureta,
en su obra Historia del Perú independiente (1870), señala que la falta de
un centro militar al cual pudieran estar subordinados todos los jefes
aumentaba la discordia entre ellos, agregando, además, que ninguno tenía
el suficiente crédito para ser debidamente obedecido por todos; estas condiciones
éticas, morales y militares solo las reunía la figura de Simón Bolívar. (Paz
Soldán, 1870: 81).
La total destrucción de las fuerzas expedicionarias del Ejército Unido:
4.490 hombres entre argentinos, chilenos y peruanos, en la batallas de
Torata (19-01-1823) y Moquegua (21-1-1823), generó un cataclismo
político en Lima: la mejor apuesta militar de la Junta Gubernativa,
confiada en lo que a su dirección se refiere al mariscal Rudecindo

29 Algunos historiadores la consideran como “la segunda”, ya que confieren el crédito de “la
primera” a la incursión de Miller sobre Pisco y Arica entre marzo y julio de 1821.
30 Solo se utilizaron los 4.000 fusiles enviados por el Libertador.
31 En consecuencia, la División Auxiliar Colombiana regresó a Guayaquil en diciembre de 1822.

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y la Independencia del Alto Perú

Alvarado32, había sido totalmente aniquilada por Valdés y Canterac;


el futuro de la República y de la libertad que apenas comenzaban a
disfrutar los peruanos era incierto. La crisis política se saldaría con el
motín de Balconcillos (26-02-1823).
Tal como refiere Alfonzo Crespo (1944), ante los desaciertos de la
Junta Gubernativa y la presión popular, el Ejército peruano termina
insubordinándose; el nombre del vencedor de cerro de Pasco, el general
Antonio Álvarez de Arenales, es propuesto para dirigir la rebelión, sin
embargo, este no acepta y es el general altoperuano Andrés de Santa
Cruz –su segundo– el que asume la situación, enviando al Congreso
un ultimátum en el cual exige la disolución de la Junta Gubernativa y la
designación del coronel Riva-Agüero como presidente de la República.
La misiva es firmada por Santa Cruz y por un grupo de altos oficiales,
entre los que destacan Agustín Gamarra, Antonio Gutiérrez de la Fuente,
Ramón Herrera, Juan Bautista Eléspuru, entre otros. No obstante, el
Congreso no doblará sus rodillas rápidamente ante las primeras voces
de insatisfacción; su presidente, Hipólito Unanue33, se juega una carta
maestra mientras encuentran una salida a la situación: la designación
como jefe del Ejecutivo de José Bernardo de Tagle y Portocarrero,
marqués de Torre Tagle, por ser este el militar de más alta graduación y,

32 Este insigne prócer de la independencia americana combatió junto con Belgrano, Rondeau,
San Martín y O’Higgins en un sin fin de batallas, tales como Las Piedras, Tucumán, Vilcapugio,
Ayohuma (Argentina), Chacabuco, Concepción, Cancha Rayada, Maipú, Biobío (Chile), y en el
Alto y el Bajo Perú; sin embargo, durante la Campaña de Puertos Intermedios sus decisiones no
fueron las más acertadas ni las más oportunas, hecho que supieron aprovechar los realistas a su
favor. Posterior a la campaña fue destinado a la Plaza del Callao. Culminó su carrera política en
Argentina como gobernador de las Provincias de Mendoza (1829) y Salta (1831 y 1856).
33 Electo por el departamento de Puno, este diputado era médico de profesión (fundador de
la Escuela de Medicina de la Universidad de San Marcos) y como tal prestó sus servicios al
Libertador Bolívar en Pativilca. Luego se destacó como ministro de Bolívar y retirado este del
país llegó a ejercer la Presidencia del Consejo de Gobierno (1825-1826), un cargo equivalente al
de presidente de la República.

- 49 -
Ayacucho

además, por haber ejercido ya las funciones de supremo delegado de enero


a agosto de 1822. Torre Tagle toma juramento el día 27, hecho que lejos
de apaciguar los ánimos encrespa aún más la situación. El Ejército no
acepta esta decisión del Congreso y amenaza a través de Santa Cruz
que, de no acceder a sus peticiones, “los militares renunciarían a sus empleos
y pedirían sus pasaportes” (Paniagua, 2003: 360). No pareció suficiente esta
amenaza y Santa Cruz se ve obligado a movilizar sus tropas y las ubica
intimidatoriamente en los suburbios de Lima, subiendo de inmediato
el tono de la amenaza al punto de advertir: “si dentro de media hora no
resuelven el pedido, el ejército tomará medidas inmediatas” (Crespo, 1944: 49).
La estrategia surte efecto y el 28 de febrero el Congreso, con 37 votos a
favor, elige a Riva-Agüero como presidente del Perú:

Por decreto del 28 de febrero (sin considerando alguno como era entonces usual)
se le nombró “para que administre el poder ejecutivo con el título de Presidente
de la República y tratamiento de excelencia”. Riva-Agüero juró ese mismo día
y fue reconocido, oficialmente, el 2 de marzo. Por decreto del 4 de marzo, fue
designado Gran Mariscal de los Ejércitos del Perú. (Paniagua, 2003: 61).

El Congreso Constituyente asumió este hecho como un atentado


contra la incipiente democracia peruana y, por ende, contra la soberanía
popular; la mayoría de sus miembros nunca llegaron a aceptar esta
imposición nacida del poder de las armas –no en balde el motín de
Balconcillos es considerado como el primer golpe de Estado en el
Perú–. Al respecto, Jorge Basadre (1992) refiere que “Es el motín
de Balconcillos, el primer choque entre el militarismo y el utopismo
parlamentarista. Con él ya la acción liberal decae y, a poco, se esfuma
con la Guerra Civil” (p. 45). Comienza así un largo período de

- 50 -
y la Independencia del Alto Perú

enfrentamientos entre el poder Ejecutivo y el Congreso, controversia


que tendría funestas consecuencias para la causa patriota a lo largo del
año 1823, año de la anarquía.

Las gestiones iniciales para traer a Bolívar

Riva-Agüero fue, desde un principio, uno de los más entusiastas


impulsores de la idea de traer a Bolívar al Perú, pensaba –como muchos–
que estando el Libertador al frente del Ejército Unido la República
encontraría salvación; sin embargo, el entusiasmo le duraría poco y
mucho antes de hacerse efectivo el arribo del Libertador a suelo peruano
(1-09-1823) ya se había convertido en su más acérrimo enemigo.
La tensión entre el Ejecutivo y el Legislativo se acentuaba cada vez
más. Seguramente ambas instituciones pensaron que Bolívar podía ser
la pieza clave para inclinar la balanza a su favor; en atención a ello, no
escatimaron diligencias para ganar su concurso y su presencia en la
Ciudad de los Reyes. Por su parte, el Libertador después de Carabobo34
había manifestado en reiteradas ocasiones su deseo de ir al Perú a
consumar la obra emancipadora del continente, anhelo que se convertiría
en una necesidad vital una vez consumada la liberación de los territorios
subordinados a la Real Audiencia de Quito. Las malas noticias que
llegaban desde el sur desesperaban al Genio de América: O’Higgins había
sido depuesto en Chile, en Buenos Aires imperaba la anarquía (Espinoza,
2006) y Lima estaba al alcance de un poderoso Ejército Realista, amo

34 Última y decisiva batalla de las campañas terrestres de la independencia venezolana (24 de


junio de 1821), en la cual el propio Bolívar derrota al mariscal De la Torre. En esta épica jornada
se destacaron particularmente los comandantes de las tres divisiones colombianas: los generales
Paéz, Cedeño y Plaza (los dos últimos muertos en el combate), y la Legión Británica que perdió
a su comandante Ferriar y a 17 oficiales superiores sin rendir nunca su posición.

- 51 -
Ayacucho

y señor de la sierra y del sur del país de los incas. En ese contexto no
se podía concebir la posibilidad de perder Lima, la salida al Pacífico a
través del Callao abriría la posibilidad de una contraofensiva española,
poniendo los estratégicos puertos de Guayaquil, Buenaventura, Arica y
Valparaíso, a tiro de cañón de los realistas.
En Lima también eran conscientes de esta realidad. El pueblo, los
políticos, los comerciantes, y muy especialmente los altos mandos
militares, ubicaban en la figura de Bolívar la salvación del Perú. Andrés
de Santa Cruz, Mariano Necochea, el propio Monteagudo, Sánchez
Carrión, Portocarrero, Riva-Agüero: todos eran conscientes de que solo
el héroe caraqueño, con los lauros de Carabobo, Boyacá y Pichincha
sobre sus hombros, era el único hombre que gozaba del prestigio militar
necesario para unir voluntades y ponerse al frente, con verdaderas
posibilidades de éxito, de la última y más importante campaña militar
de la emancipación suramericana. Existían algunos recelos, es cierto;
no pocos temían que una vez desplazados los godos del Perú este
inmenso territorio fuera anexionado a Colombia, como ocurrió con
Guayaquil35. Adicionalmente, la disputa (reclamo) por Maynas y Jaén de
Bracamoros36 generaba igualmente ciertas incomodidades en algunos
sectores y algunos personajes, como en La Mar, por ejemplo. Con el
Congreso como escenario de estas profundas cavilaciones, los partidos,
más apegados a sus intereses que a la auténtica voluntad popular,

35 Guayaquil y Quito formaban parte del virreinato de la Nueva Granada para el momento de
los pronunciamientos libertarios de 1810, por tanto, según el principio de Uti possidetis iuris (como
poseías poseerás) debían formar parte de la Nueva República nacida bajo esa demarcación
política territorial, en este caso Colombia.
36 Esta disputa quedó pendiente hasta 1828 cuando la ocupación de estos territorios por La
Mar sirve de detonante para la guerra colombo-peruana, que finalizaría con la Batalla de Tarqui
(27-02-1829) y los tratados de Girón. En la actualidad ambos territorios pertenecen al Perú
como parte de los departamentos de Loreto y Cajamarca.

- 52 -
y la Independencia del Alto Perú

trataban de imponer su criterio con respecto al arribo del Libertador; sin


embargo, pese a los temores de algunos, incluyendo el propio Ejecutivo,
Bolívar era la única opción válida para no perder el Perú.
Ante tal panorama, Riva-Agüero –apenas asumida la presidencia–
solicitó oficialmente el concurso de Colombia y de Bolívar para
completar la independencia del Perú37; para esta delicada y urgente
misión designó como ministro plenipotenciario ante Bolívar al general
Mariano Portocarrero y le envió directo a Guayaquil para aceptar de
una vez el auxilio colombiano. Bolívar, al recibir a Portocarrero en el
principal puerto ecuatoriano, le expresó:

El Perú no podía elegir ni un jefe más digno de su administración que el presidente


Riva Agüero, ni un mensajero más agradable y más digno de representar al Perú
en Colombia. La suerte de la bella República Peruana está ya asegurada, porque
tiene un gobierno de su corazón, un ejército peruano, y a Colombia de auxiliar.
Sí, Colombia hará su deber en el Perú: llevará sus soldados hasta Potosí, y estos
bravos volverán a sus hogares con la sola recompensa de haber contribuido
a destruir los últimos tiranos del nuevo mundo. Colombia no pretende un
grano de terreno del Perú, porque su gloria, su dicha y su seguridad se fijan en
conservar la libertad para sí, y en dejar independientes a sus hermanos.

Señor General: Responda V. S. al Gobierno del Perú, que los soldados de Colombia
ya están volando en los bajeles de la República para ir a disipar las nubes que turban
el sol del Perú. (Gaceta de Colombia n.° LXXXII, 11 de mayo de 1823).38

37 Riva-Agüero envió también comisionados a Argentina y Chile: en el primer caso al


vicealmirante Manuel Blanco Encalada y; al país austral, con mucho más éxito, al diplomático
José de Larrea y Loredo, quien consiguió auxilios en dinero y hombres para la segunda campaña
de Intermedios.
38 Disponible en www.antiescualidos.com/bolivar/dis124.rtf

- 53 -
Ayacucho

A pesar del deseo de Bolívar de “volar” a Lima junto con sus tropas,
y en unión de peruanos, argentinos y chilenos conformar un ejército
multinacional que borrase de la faz del continente el último vestigio de la
oprobiosa dominación colonial española, estaba imposibilitado de hacerlo
hasta no contar con la aprobación del Congreso de Colombia. Santander39,
quien no era precisamente el más entusiasta impulsor de la participación
colombiana en conflictos “foráneos”, invirtió un tiempo precioso en
levantar información sobre la situación del Perú, al punto de generar la
más profunda desesperación en el Libertador estacionado en Guayaquil.
“Esté Ud. Cierto que si no vamos ahora al Perú, perdemos todo lo que hay allí sin
remedio (...) Participe Ud. al Congreso mi resolución de ir a Lima, para que diga su
determinación en este negocio” (citado por Espinoza, 2006: 27), llegó a advertir
dramáticamente Bolívar a su vicepresidente el 12 marzo de 1823.
Pese a que con marcado optimismo el Libertador había asumido ya
la empresa de culminar la independencia peruana, sus temores sobre la
respuesta del Congreso de Colombia siguen presentes a finales del mes
de marzo del año 23. El día 18 de marzo, en su respuesta a la solicitud
formal que por escrito le hiciera llegar el plenipotenciario peruano,
general Portocarrero, el Libertador manifiesta:

La república de Colombia se complace en hacer sacrificios por la libertad del


Perú, y hoy mismo están navegando sus batallones en busca de los tiranos
del Perú; muy pronto otros batallones y otros escuadrones completarán 6.000

39 Para el momento vicepresidente de Colombia. Este célebre general colombiano


acompañó a Bolívar en la Campaña Admirable de 1813 y en la campaña de Boyacá de
1819, contando siempre con el aprecio y la admiración del prócer caraqueño, quien
lo llegó a reconocer como “El hombre de las leyes”. Sin embargo, su desmedida
ambición personal lo llevó a traicionar al Libertador en 1828 (el frustrado magnicidio
septembrino), motivo por el cual fue desterrado de Colombia.

- 54 -
y la Independencia del Alto Perú

hombres que Colombia ofrece a sus hermanos del Sur, para que tengan la
gloria nuestros valientes de haber sido los primeros que empuñaron las armas
libertadoras y sean los últimos en deponerlas en el templo de la libertad del
Nuevo Mundo.
En cuanto a mí, estoy pronto a marchar con mis queridos compañeros de
armas a los confines de la tierra que sea oprimida por tiranos, y el Perú será el
primero, cuando necesite mis servicios.
Si el congreso general de Colombia no se opone a mi ausencia, yo tendré la
honra de ser soldado del grande ejército americano reunido en el suelo de los
incas, y enviado allí por toda la América meridional. (Bolívar, 1978 II: 136).

Más allá de la dilación de los congresistas en Bogotá, el auxilio de


Colombia para el Perú quedó reafirmado en un tratado o convenio
“ajustado” sobre el envío de tropas auxiliares, pago, equipamiento y
mantenimiento de las mismas, firmado el mismo día 18 de marzo por
el general Juan Paz del Castillo, en representación de Colombia, y por el
general Mariano Portocarrero, en representación del Perú. Los términos
del tratado fueron los siguientes40:

Artículo primero. La república de Colombia ausiliará con 6000 hombres á la


república del Perú i con cuantas fuerzas disponibles tenga segun las
circunstancias.
Artículo segundo. El gobierno del Perú se obliga á satisfacer á la república de
Colombia todos los costos del trasporte de estas tropas á su territorio.
Artículo tercero. El gobierno del Perú se obliga á pagar á los jenerales, jefes
i oficiales de Colombia los sueldos que se pagan á los de sus clases en el Perú,
segun el reglamento de sueldos de aquel Estado.

40 Negritas del autor.

- 55 -
Ayacucho

Artículo cuarto. Las tropas de Colombia en guarnicion disfrutarán la paga de


diez pesos mensuales por plaza, descontandose de estos el rancho i vestuario.
Este descuento se les hará en sus cuerpos respectivos; pero en campaña
gozarán de los diez pesos integros i el gobierno del Perú les dará raciones i
vestuarios sin descuento alguno.
Artículo quinto. El equipo del ejército de Colombia será por cuenta del
gobierno del Perú, lo mismo que la reposicion de las armas i composiciones i
reparos de estas mismas.
Artículo sexto. El ejército de Colombia será provisto de las municiones que le
corresponden en campaña, cualquiera que sea su actitud i recibirá tambien las
que pida para su instruccion.
Artículo séptimo. Los jenerales i jefes recibirán del gobierno del Perú los
caballos de ordenanza para el servicio.
Artículo octavo. Para las marchas se dará al ejército de Colombia los bagajes
de ordenanza, desde el jeneral hasta el soldado.
Artículo noveno. Siendo mui costoso i difícil que Colombia llene las bajas de
su ejército en el Perú con remplazos enviados de su territorio; el gobierno del
Perú se obliga á remplazarías numericamente, sea cual fuere la causa de estas
bajas. Estos remplazos se darán como vayan ocurriendo las bajas; pues de otro
modo el ejército de Colombia no podia contar con la fuerza necesaria para
obrar.
Artículo 10o. Los gastos del ejército de Colombia para volver á su territorio
serán satisfechos por el gobierno del Perú.
Artículo 11o. Los buques de guerra de la marina de Colombia serán tratados
en el Perú como los buques de guerra de aquella República siempre que estén
a su servicio.
Autorizados plenamente los contratantes por nuestros gobiernos respectivos
hemos convenido, previos los requisitos legales en los once artículos anteriores

- 56 -
y la Independencia del Alto Perú

que contiene el presente convenio, i firmamos dos de un tenor en Guayaquil á


18 de marzo de 1823, 13 de la República de Colombia i 4o. de la República del
Perú. (López, 1993).41

Como bien dijera el Libertador a Portocarrero, el auxilio de


Colombia estaba ya en camino; el mismo 18 de marzo se embarcan
los tres primeros batallones: Vencedor, Voltígeros42 y Pichincha43
(aproximadamente 3.000 hombres), y más pronto que tarde, en abril,
lo harían los beneméritos Rifles y Bogotá, junto con los Húsares y
Granaderos de Colombia, alma y corazón de la caballería patriota.
En total, mediando el mes de mayo del año 23 de mil ochocientos,
5.400 bravos de Colombia habían desembarcado ya en la tierra de los
incas; nuevas jornadas de gloria les esperaban en los campos de Junín y
Ayacucho, pero no sería suficiente su espartana bizarría para vindicar a
los Hijos del Sol. El enemigo a vencer era sumamente fuerte y poderoso,
requerían de un Leónidas que guiara sus gloriosos estandartes hasta
la victoria final y, por el momento (y por mucho tiempo más), el
Libertador permanecía estacionado en Guayaquil.

41 Luis Horacio López Domínguez. Relaciones diplomáticas de Colombia y la Nueva Granada: tratados
y convenios 1811-1856. Tomado de la edición de la Fundación para la Conmemoración del
Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte del General Francisco de Paula
Santander, Biblioteca de la Presidencia de la República. Administración César Gaviria Trujillo.
Santa Fe de Bogotá D. C., 1993. (Nota de la edición). Disponible en: http://www.bdigital.unal.
edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html#9c
42 Antiguo Batallón Numancia pasado al bando patriota en diciembre de 1820.
43 Batallón que nace el 9 de julio de 1822 de la fusión de los batallones Paya y Alto Magdalena,
de destacada participación en la Batalla de Pichincha.

- 57 -
Ayacucho

El primer rayo de esperanza: Sucre arriba a Lima

Asumiendo una comisión que no le era extraña, representar los


intereses de Colombia ante un gobierno extranjero44, el general Antonio
José de Sucre arriba al Callao el 2 de mayo de 1823. Su misión está
investida de un carácter diplomático, es el ministro plenipotenciario de
Colombia ante el Perú, es la voz de Bolívar ante el Ejecutivo y Legislativo
peruano; todas las ideas y propuestas del Libertador para el beneficio
del Perú reposan en el hijo pródigo de Cumaná. Sucre debe ponerse
al frente del ejército y arreglar todo lo concerniente a la campaña final
contra los realistas; su objetivo principal es llevar a buen puerto la guerra
de liberación, en medio de un contexto político sumamente complejo
y hostil. Bolívar confiaba ciegamente en él, ya había demostrado su
inmensa capacidad conciliadora y de negociación –tanto con criollos
como con realistas– en el proceso de incorporación de Guayaquil a
Colombia (1821) y en la campaña de Pichincha (1822); en esta última
sus habilidades para la organización y dirección de la guerra lo llevaron
a levantar un ejército de héroes a partir de las reliquias de la derrota de
Huachi45. En carta dirigida a Riva-Agüero el 13 de abril de 1823, Bolívar
no escatima elogios para su lugarteniente predilecto.

Aseguro a Vd. Que este general servirá infinito al Perú, si Vd. Quiere tener la
bondad de emplear sus luces, su actividad, su celo y aun su valor. Confieso

44 Dos años atrás, en mayo de 1821, había llegado a Guayaquil con la misión de lograr que esa
provincia independiente aceptara la protección de Colombia y su incorporación a ella, no sin antes
trazar el plan de operaciones militares para abatir de forma definitiva a los realistas de Quito.
45 Desastrosa derrota sufrida por las fuerzas lideradas por Sucre el 12 de septiembre de 1821
a manos del jefe realista Melchor Aymerich en su camino a Quito. Sin embargo, dos meses
después, Sucre logra un armisticio con los españoles que le permite reorganizar sus fuerzas e
hilvanar una exitosa campaña que culminará con el apoteósico triunfo en Pichincha (24-05-1822).

- 58 -
y la Independencia del Alto Perú

con franqueza que no ha dado Venezuela un oficial de más bellas disposiciones,


ni de un mérito más completo. Aunque criado en la revolución, y sin haber
podido tener otra educación que la que da la guerra, es propio para todo lo
que se quiera. Yo he confiado en él la dirección de nuestro ejército en el Perú
(...) Tanto en la dirección de la guerra como en la ejecución de las medidas
conciliatorias con los españoles, puede servir el general Sucre a ese gobierno,
servicios que en épocas difíciles yo he apreciado mucho porque el general
Sucre ha sido útil y puede ser útil siempre que sea empleado. Por último decirle
a Vd. Que en la instrucción que le he dado, en todas ocasiones, ha sido la más
sencilla, autorizándole para que obrase según su conciencia y buen juicio. Es
hombre que puede merecer una carta blanca, y ahora la lleva para el buen éxito
de su comisión. (Bolívar, 1978 II: 140).

La Gaceta del Gobierno, en su edición del 14 de mayo de 1823 (Lima,


n.° 39, p.1), reseña con gran entusiasmo el arribo del enviado del
Libertador:

Gloria eterna al inmortal Bolívar que con la celeridad del rayo ha hecho volar
en nuestro socorro las aguerridas huestes de Colombia y que para asegurarnos
de sus sentimientos generosos nos envía de Plenipotenciario al compañero
de sus gloriosas acciones, el General Antonio José de Sucre. (Citado por
Castellanos, 1998: 152).

Sucre era consciente de la responsabilidad que acarreaba sobre sus


hombros y así se lo hace saber a su apreciado amigo Francisco de Paula
Santander antes de su arribo a Lima: “Yo trabajaré cuanto esté a mi alcance y si
no llegase a satisfacer los deseos del Libertador y los intereses de la República no será
por falta de mis diligencias” (Sucre, 1974 III: 71). No traicionó su palabra

- 59 -
Ayacucho

y apenas pisó territorio peruano comenzó a desplegar una infatigable


tarea en aras de la libertad.
Desde un principio uno de los elementos que más complejizó la tarea
de Sucre fue la de lidiar con los partidos, manteniéndose él y su ejército
al margen de estos sectarios intereses. Pronto se dio cuenta de la división
existente en torno a la presencia del Libertador en Lima; el pueblo
y el ejército eran favorables a ella, pero los emigrados de Guayaquil,
desde su trinchera en el Congreso, y el propio Ejecutivo, se mostraban
recelosos y, por tanto, opuestos a dicha medida. Era evidente que en
lo inmediato una de las principales tareas de Sucre debía ser interceder
ante el Congreso y el Ejecutivo, para zanjar las brechas ideológicas que
pudieran obstaculizar la venida del Libertador y el propio accionar del
ejército auxiliar colombiano.
Aunado a lo anterior, otros factores pintaban un panorama complejo
en el país de los incas. Por una parte, la sociedad limeña no se mostraba
abiertamente patriota, el partido realista tenía aún sus adeptos; además,
el Ejército Real estaba conformado básicamente por peruanos y muchos
de sus jóvenes oficiales y tropas eran hijos de Lima, lo que planteaba
un escenario de confrontación entre tropas “extranjeras” (colombianos,
venezolanos, chilenos y argentinos) y tropas criollas (peruanas) al
servicio del Ejército Real. La experiencia previa de “convivencia” con los
ejércitos auxiliares chileno-argentinos y sus altos mandos tampoco fue
muy positiva, como hemos referido anteriormente. En Lima primaba un
sentimiento de haber pasado de la ocupación realista a la ocupación de
los auxiliares extranjeros en un lapso muy breve de tiempo y para ambos
contendientes la Ciudad de los Reyes debió hacer grandes sacrificios
humanos y materiales. Por otra parte, el Ejército Realista se hacía fuerte
en Cusco, donde su causa parecía ganar cada vez más adeptos. El virrey

- 60 -
y la Independencia del Alto Perú

La Serna era un caudillo militar de mano fuerte y no poca astucia y


sagacidad; había llegado al poder gracias al motín de Aznapuquio,
una especie de golpe militar dado por la oficialidad realista al virrey
Pezuela por sus desaciertos en la conducción de la guerra y por sus
negociaciones con San Martín. En esa coyuntura emergió la figura de La
Serna, no solo por ser el jefe de mayor graduación militar, sino porque
su impecable trayectoria durante la guerra de independencia española46
y sus campañas en el Perú, desde 1816, así lo avalaban. Abiertamente
partidario de la causa liberal, La Serna obtuvo el reconocimiento del
régimen constitucional de Madrid (trienio liberal 1820-1823), lo que le
ganó simpatías entre criollos e incluso entre comerciantes ingleses, que
observaban con buenos ojos la idea de la constitución de un “Estado
independiente” en el Perú, el cual, con La Serna al frente, negociaría
abiertamente con todas las naciones (Roca, 1984).
Otro asunto de gran importancia –esta vez en el plano estrictamente
militar– que el general Sucre encontró en pleno desarrollo a su arribo
a Lima fue la preparación de la Segunda Campaña de Intermedios,
ahora bajo el mando de un antiguo subordinado suyo en Pichincha: el
general Andrés de Santa Cruz. Por lo visto Riva-Agüero no pretendía
esperar a Bolívar, sabía que el venezolano era en ese momento la figura
política de mayor peso en el continente; su genio, su grandeza y toda
la gloria y reputación que había alcanzado ya en los campos de batalla
americanos eran sencillamente apabullantes. Riva-Agüero, ambicioso y
calculador, no queriendo verse eclipsado por Bolívar, tomó la iniciativa
46 Formado como oficial en la Academia de Artillería de Segovia, La Serna tiene una actuación
destacada en la defensa del Sitio de Ceuta, en la Guerra del Rosellón contra la Francia
revolucionaria y en la defensa de Valencia y Zaragoza. Hecho prisionero por los franceses, logra
escapar audazmente de ese país para volver a España y formar filas en contra de la invasión
napoleónica. Por sus servicios a la corona fue reconocido como brigadier del ejército y enviado
a América.

- 61 -
Ayacucho

de organizar esta nueva expedición militar para acabar con los españoles
sin el concurso del Libertador, logro que seguramente habría frustrado
el arribo del ilustre venezolano al Perú. En primera instancia, Sucre vio
con buenos ojos la campaña, al parecer todo estaba bien calculado y se
contaba con un buen contingente militar (5.000 hombres); pese a ello y
desoyendo los pedidos del Ejército peruano, no quiso involucrarse en
ella ya que consideraba que era una iniciativa del Perú y de sus mandos
militares, en la cual, tal como estaba concebida, tenía poco que opinar
o aportar –¡mucho menos dirigir!–, especialmente en medio de un
panorama militar dominado por la contradicción de intereses. En su opinión,
ni él ni el general Manuel Valdés47 (comandante de la División Auxiliar
Colombiana) tenían una base de autoridad suficiente, ni la reputación que se exige
para sofocar este choque de partidos. (Sucre a Bolívar. Lima, 7-V-1823. Sucre,
1981: 101).
Durante sus primeros días en Lima, Sucre se reunió también con el
presidente Riva-Agüero, le quiso expresar el porqué de su no participación
en la expedición a Intermedios ni en la junta militar convocada para tal
fin. Ni corto ni perezoso, el presidente peruano ofreció al joven general
venezolano el mando del ejército, a lo cual este replicó que los auxiliares
de Colombia venían a obedecer y nunca a mandar (Sucre, 1981). Solo un jefe
como Bolívar tenía las luces necesarias para conducir a buen término
una campaña tan ambiciosa como la que ofrecía el Perú; eso se lo hizo
saber también a Santa Cruz, quien igualmente le buscó para ofrecerle el
mando del ejército. Aquí la única salida era Bolívar, solo él garantizaría
47 Este prócer venezolano acompañó la causa de la emancipación desde los días de la
revolución de abril de 1810. Su principal teatro de operaciones en Venezuela fue el oriente del
país, donde libró decenas de combates junto con Mariño, Bermúdez y Zaraza, llegando incluso
a ser comandante de la prestigiosa Legión Británica (1819). Destacado luego al sur de Colombia
(Pasto), triunfó en Pitayó y acompañó a Bolívar en Bomboná (1822) antes de recibir la comisión
de viajar al Perú al frente de las fuerzas auxiliares colombianas.

- 62 -
y la Independencia del Alto Perú

la cohesión monolítica del ejército en torno a su incuestionable figura.


Bolívar era sinónimo de seguridad, de éxito, de victoria, el solo escuchar
su nombre y presagiar su presencia unía voluntades, eliminaba dudas,
temores y disensos; en medio de tantas tempestades solo él podía llevar
a buen puerto a la indómita nave republicana.
Con el devenir de los días la situación se hacía más y más compleja,
tanto en el terreno político como en el militar, pese a estar presta a salir
la expedición a Intermedios.

El Ejército no tiene jefes, el país está tan dividido en partidos, como están las
tropas de los diferentes Estados que las forman: el Congreso y el Ejecutivo
están discordes y esto no puede traer buenos resultados: no hay subsistencia
para las tropas y las pocas que se adquieren se mal invierten: los materiales
para mover al Ejército se hacen (si se hacen) muy tardíamente; los medios de
moverlo se preparan aún con más lentitud, y a todo una parte de la división
Santa Cruz salió ya y la otra sale hoy o mañana y si no le secundamos su
operación es perdida esa expedición: en fin mil males asoman para presagiar
que todo esto se desbarata y en su desmoronamiento la división de Colombia
será parte de las ruinas. Si Vd. Viene, es preciso que se resigne a entrar en una
nueva empresa para la cual, como le he dicho antes, hay 12.000 hombres de
que Vd. puede formar un buen Ejército; pero tiene que entrar en conciliar
partidos y en remediar otros tantos o más entuertos que en Colombia durante
la revolución. (Sucre a Bolívar. Lima, 15-V- 1823. Sucre, 1981: 111).

A todas estas, Sucre está –como puede– alistando a su división, con


muchas carencias no resueltas aún, pero dispuesto a auxiliar a Santa
Cruz a todo trance. Pide instrucciones a Bolívar sobre este particular;
estas llegarán pronto y Sucre podrá entrar en acción, claro está, en un

- 63 -
Ayacucho

contexto mucho más complicado por la inminente invasión de Canterac


a Lima (junio-julio). Mientras Sucre se embarca en aprestos militares, el
Congreso, el día 14 de mayo, ha resuelto –al fin– instar al Ejecutivo para
que sea este el que convoque oficialmente al Libertador como único
medio para salvar al Perú; bien por afinidad o por necesidad parece ya
no haber dudas al respecto, las múltiples diligencias del general Sucre en
torno a este particular parecen haber surtido un efecto favorable en los
congresistas peruanos y en el propio Ejecutivo. Sin embargo, consciente
de que el estado de las cosas implicaba una gran responsabilidad para
Bolívar y que este podía aceptar o no la empresa, Sucre tocaba el corazón
del Libertador y su orgullo militar, poniendo en sus manos el futuro de
los cuerpos colombianos en el Perú:

Si Vd. no viene al Perú piense mucho en lo que será la suerte de la división


de Colombia en la tempestad sobre que se halla. No olvide Vd de mandarle
caballería, para que en caso de perecer sea con Gloria. (Sucre a Bolívar. Lima,
15-V- 1823. Sucre, 1981: 115).

El día 22 de mayo48, día de mucha actividad en Lima, Sucre acompaña


a Santa Cruz al Callao, el general altoperuano va a embarcarse hacia los
Puertos Intermedios; él está plenamente consciente de que sin el apoyo
colombiano su división sería desgraciada y mucho tendría que sufrir en
su incursión al sur, solicita explícitamente a Sucre que los auxiliares se
muevan en 40 días para apoyarle (Sucre, 1974). Sin embargo, no hay
sinceridad en las palabras del jefe paceño49, él ambiciona toda la gloria

48 Primer aniversario de la memorable Batalla de Pichincha.


49 Nació en el municipio Huarina, provincia Omasuyos del departamento de La Paz, Estado
Plurinacional de Bolivia, en donde una estatua pedestre del prócer, ubicada estratégicamente a
la entrada del municipio, recuerda este feliz acontecimiento acaecido en1792.

- 64 -
y la Independencia del Alto Perú

para sí mismo y para la causa de Riva-Agüero, su amigo. En este sentido,


el jefe patriota con pasado realista50 desatenderá las instrucciones de
Sucre y se embarcará en una campaña de marchas y contramarchas, sin
sentido, que terminarán por debilitar y extinguir la excelente fuerza de
más de 5.000 hombres que tenía a su disposición, sin lugar a dudas, los
mejores hombres y jefes que tenía el Perú en ese momento (Cuadro
n.°1). Sucre no podía presagiar tan triste destino para este ejercicio
militar, sin embargo, sabía que Santa Cruz, La Mar y Gamarra no se
contaban entre los más adeptos a Colombia, solo le quedaba invertir
todo su tiempo y capacidad organizativa para proveer a sus tropas de los
aprestos necesarios para auxiliar la aventura de Santa Cruz y resguardar
Lima, ahora debilitada por la salida al sur de las divisiones peruanas;
la suerte estaba echada. Mientras tanto Canterac y sus huestes –bien
calculadas por Sucre en unos 9.000 hombres– avanzaba decididamente
sobre la Ciudad de los Reyes.

50 Prestó sus servicios a la causa realista desde el grado de alférez hasta el de teniente coronel.
Combatió contra los republicanos principalmente en el teatro de operaciones del Alto Perú
(Bolivia). Fue hecho prisionero tras la Batalla de la Tablada (Tarija, 15-4-17), misma que hiciera
célebre a Eustaquio Moto Méndez y sus montoneros. Logró escapar de su cautiverio y dirigirse
al Brasil, incorporándose nuevamente al Ejército Real en el Perú. Bajo la dirección de O’Reilly
enfrentó a Álvarez de Arenales en cerro de Pasco (6-12-1820) y nuevamente cayó prisionero de
los patriotas. Trasladado al campamento de San Martín abrazó la causa republicana en enero
1821.

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Ayacucho

Cuadro n.° 1. Cuerpos y jefes comprometidos


en la campaña de Santa Cruz a Intermedios

Efectivos
Unidad Jefe
(oficiales y tropa)
Infantería
Primer Batallón
Tte. Cnel. Cerdeña 536
de la Legión
Batallón de Cazadores Tte. Cnel. Alegre 843
N.° 1 Cnel. Eléspuru 816
N.° 2 Tte. Cnel. Garzón 642
N.° 3 (?) 507
N.° 4 Cnel. Pardo Zela 508
N.° 6 Cnel. San Miguel 654
Ocho piezas de campaña Tte. Cnel. Morla 142
Subtotal 4.648
Caballería
Regimiento de Húsares de
Cnel. Brandsen 423
la Legión
Dos escuadrones
Cnel. Placencia 298
de Lanceros
Subtotal 721
Total general 5369

Fuentes: Miller (2009: 229) y Paz Soldán (1870: 82)

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y la Independencia del Alto Perú

Nueva campaña a los Puertos Intermedios


y la ocupación de Lima

Hecha a la mar la expedición peruana, el plan de Sucre era claro:


por una parte, como refiere Laureano Villanueva (1995), distraer el
mayor tiempo posible a Canterac en Lima y sus inmediaciones para que
Santa Cruz pudiera disponer de un buen margen de tiempo (treinta o
cuarenta días) para posicionar sus fuerzas en aquellos territorios del sur
y dar inicio al plan de operaciones51, al tiempo que él mismo, o en su
defecto el general Valdés, partían con un contingente de 2.000 o 3.000
colombianos para reforzar dicha empresa. Paralelamente, una operación
envolvente sobre Canterac pretendería aislarlo una vez estuviera en
Lima: bloquearía los puertos de Ancón, Chorrillos y Cañate para cortar
la comunicación de Lima con el exterior; mil hombres ingresarían
por Pisco o Ica para bloquear cualquier posible auxilio a la capital.
Adicionalmente, sin descuidar el resguardo del Callao, movilizaría tropas
a la sierra para cortar las comunicaciones del jefe realista con su base de
operaciones (Cusco), y otras tantas a Jauja en prevención de un ataque
a las fuerzas independentistas que desde Pisco intentarían apoderarse
de Huamanga (hoy Ayacucho) y Huancavelica. Indiscutiblemente se
trataba de un excelente plan, sin embargo, su éxito en mucho dependía
de un desempeño idóneo de Santa Cruz y Gamarra (su segundo) en el
sur del país, condición que –para el infortunio de la causa patriota– no
se cumplió a cabalidad.
Pese a comenzar con buen pie las operaciones militares en el sur
con la toma de Arica, Tacna y Moquehua, estas sufrieron a partir de allí

51 Contemplaba como tareas inmediatas la ocupación de Arequipa y Puno para atraer a los
realistas hacia esa posición.

- 67 -
Ayacucho

una dilación tan inexplicable como inútil a nuestras armas, favoreciendo


así a los que defendían con obstinación la causa del rey. Perdido ya el
elemento sorpresa por parte de los independentistas, el virrey La Serna
tomó sus previsiones. El general realista Andrés García Camba, en su
obra Memoria para la historia de las armas españolas en el Perú (1846), nos
refiere sobre el particular lo siguiente:

Había prevenido (el virrey) a las guarniciones del alto Perú que se uniesen a
la división del brigadier Olañeta y que este se acercase al desaguadero para
hacer frente a Santa Cruz: que el brigadier Carratala cubriese en cuanto le fuera
posible la ciudad de Arequipa; y que el general Canterac abandonase el bloqueo
del Callao, reforzase el valle de Jauja, y con el resto de sus tropas disponibles
pasara a situarse en Parinacochas para observar los movimientos de Sucre y
servir al propio tiempo de reserva del Norte y del Sur, mientras el mismo virey
con un batallón, un escuadrón y cuatro piezas de campaña se trasladaba a las
fronteras de la provincia de Puno. (García Camba, 1846 II: 64).

En consecuencia, Canterac, quien había ocupado Lima el 18 de junio,


cesó el sitio del Callao y se movilizó a la sierra al tiempo que remitía a
Gerónimo Valdés –con tres escuadrones de granaderos, tres batallones
de infantería y dos piezas de artillería– hacia Cusco al encuentro del
virrey en Sicuani, su residencia y cuartel general.
Mientras los realistas tomaban aprestos defensivos, las fuerzas
independentistas peruanas se dividieron en dos cuerpos y avanzaron
sobre el Alto Perú: Santa Cruz y su división con dirección a La Paz –a
donde arribaría el 8 de agosto– tomando la vía de Puno y Desaguadero; y
Gamarra, con la otra, pasaría de Tacna a Oruro, por el camino de Tacora
y San Andrés de Machaca (García Camba, 1846); el choque entre los

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y la Independencia del Alto Perú

dos bandos era inminente. El 10 de agosto el brigadier52 Pedro Antonio


Olañeta –con 1.500 hombres– avistaría y confrontaría a la fuerte división
de Gamarra (2.500 hombres) en las cercanías de Calamarca; si bien este
no fue un lance de grandes proporciones, tres escuadrones republicanos
fueron “embestidos” por las avanzadas realistas53, ocasionando algunas
bajas de consideración, acción que potenció el ánimo de todos los que
defendían la causa monárquica. Valdés, por su parte, se encontraba
ya sobre las pisadas de Santa Cruz; de Sicuani pasó a Puno y de allí,
informado sobre la cercana presencia de los patriotas, se lanzó sobre el
Desaguadero esperando darle alcance, lo cual efectivamente se verificó
el día 23 de agosto. Sobre el principal puente de esa localidad, bien
defendido por los hombres de Santa Cruz, sostuvieron un primer careo
los bandos en conflicto. Rechazado Valdés en su intento y con menor
número de efectivos que su oponente54, decidió el curtido jefe español
replegarse ordenadamente hacia Zepita, acción que llenó de ánimo a
Santa Cruz, quien pasó de perseguido a perseguidor.
El 25 de agosto, en el sector conocido como los altos de Zepita, a
orillas del lago Titicaca, chocarían ambos bandos en la batalla más
importante librada en el marco de esta nueva campaña sobre los Puertos
Intermedios, confrontación que pudo haber cambiado el curso de la
guerra de haberse aprovechado adecuadamente las ventajas iniciales
obtenidas en buena lid por la caballería patriota. Lo que pudo haber
sido un triunfo resonante para nuestras armas se convirtió en un pleito
irresoluto por la falta de ambición, o por el exceso de humanidad, del
52 En el Ejército Real Español este grado era equivalente al de general de brigada.
53 Nos referimos a las guerrillas y a los regimientos Dragones Americanos y Constitución.
54 Pese a haber recibido el refuerzo del brigadier Carratalá y sus tropas de la guarnición de
Arequipa, hallábase Valdés en desventaja por haber engrosado Santa Cruz sus filas con los
guerrilleros de José Miguel Lanza, con lo cual su división llegaba a la respetable suma de 7.000
efectivos.

- 69 -
Ayacucho

futuro presidente de Bolivia y de la Confederación Perú-Boliviana. En


efecto, luego de que la infantería realista impusiera su temple y disciplina
sobre su homónima patriota (superior esta en número de efectivos),
la caballería de Santa Cruz entraría en escena oportunamente para
salvaguardar a los infantes dispersos, trabándose inmediatamente en un
cerrado duelo con la caballería de Valdés, a la cual finalmente lograría batir,
inclinando, inesperadamente, la balanza a favor del bando republicano.
Desafortunadamente, como ya hemos manifestado anteriormente, el jefe
paceño no supo aprovechar esta ventajosa situación ni el desconcierto
del enemigo para dar el golpe definitivo y llevarse el lauro total sobre
el campo de Zepita, permitiendo con su inacción la huida de este hacia
Puno, nada más y nada menos que al encuentro del propio virrey y de las
fuerzas que este traía desde Sicuani. Santa Cruz, por su parte, se retiró
hacia el sur de Desaguadero, concretamente hacia Oruro, en busca de
Gamarra, a quien finalmente encontraría en la comunidad de Panduro,
en las cercanías de Sica Sica y Ayo Ayo. Irónicamente, en un Perú ávido
de triunfos y victorias que insuflaran ánimo a la causa republicana, esta
acción fue asumida como un triunfo y le valió a Santa Cruz la investidura
de gran mariscal de Zepita.
Pero el infortunio de los expedicionarios no había culminado aún.
La Serna fue decididamente tras Santa Cruz y este comenzó una
penosa y larga retirada, buscando las costas y el auxilio de Sucre. De
Oruro partieron las mermadas fuerzas patriotas buscando la ruta de
Desaguadero y Puno; previamente, en Sica Sica las caballerías de ambos
bandos toparon nuevamente55, pero Santa Cruz no presentó batalla,

55 En esta acción se distinguió particularmente el coronel francés Federico Brandsen, quien


comandaba la caballería de la vanguardia patriota. Pese a su intachable trayectoria en las campañas
libertadoras de Chile y Perú, su adhesión a la causa de Riva-Agüero le costó el destierro, razón
por la cual no participó en la campaña de Ayacucho.

- 70 -
y la Independencia del Alto Perú

quizás solo fue un amago para que la infantería ganara un precioso trecho
de ventaja en su retirada. A partir de allí la marcha fue un verdadero
calvario, relata García Camba: “… el ejército independiente se entregó a
la más desastrosa huida hacia el Desaguadero con abandono de cuanto
podía embarazarle” (García Camba, 1846). En ese ínterin las fuerzas
del virrey se habían remozado con la incorporación de Olañeta y sus
2.500 hombres, mientras que en el bando republicano los efectivos
mermaban vertiginosamente por el rigor de las marchas y contramarchas
para eludir al enemigo. Del formidable ejército que Santa Cruz trajo
consigo al sur, solo 800 hombres y 300 jinetes llegaron al puerto de
Ilo. Bien es cierto que muchos otros quedaron dispersos a lo largo del
camino y la mayoría fueron capturados por el enemigo, otros lograron
reagruparse alcanzando las costas por sus propios medios, los menos se
incorporaron a las partidas guerrilleras de Lanza56, y algunos, por qué
no reconocerlo, en tan dramáticas circunstancias se pasaron al bando
enemigo. El balance: fracaso total, 5.369 hombres desperdiciados en
cuatro meses de extenuante campaña, sin lograr mayor éxito que el
indeciso lance de Zepita.
A la par de estos desafortunados acontecimientos en el sur del país, en
Lima la situación no era más halagadora para la causa republicana. Ante
la certeza de que Canterac atacaría la ciudad con fuerzas superiores en
número y bien disciplinadas, una Junta de Guerra convocada por Riva-
Agüero decide la evacuación de la ciudad, respalda el auxilio a Santa Cruz
y designa a Sucre general en jefe del Ejército Unido. El joven general
venezolano, en un arrebato de humildad y disciplina, intenta rechazar la

56 Hicieron frente, sin éxito, a las huestes de Olañeta que ocuparon La Paz el 24 de septiembre,
en lo que significó la confrontación final de esta campaña, sarcásticamente bautizada por los
españoles como “Campaña del Talón” por haber estado todo el tiempo “pisando” los talones
de Santa Cruz.

- 71 -
Ayacucho

designación alegando que otros jefes tienen mayor antigüedad y méritos


que él en la guerra independentista americana, ofrece sus servicios solo
como un jefe subalterno o como simple soldado; sin embargo, obligado
por las críticas circunstancias, aceptó la designación y procedió, con la
eficiencia que le caracterizaba, a la evacuación ordenada del ejército,
las instituciones –Congreso, Tribunales y Ejecutivo– y de toda aquella
parcialidad leal a la patria hacia la Fortaleza Real Felipe57, del Callao.
(Sherwell, 1995; Paz Soldán, 1870).

Al fin hemos perdido ayer a Lima aunque hemos salvado al ejército. Se ha


cumplido el pronóstico que hice a Vd. desde que observé la posición en que
estaban colocados los negocios del Perú, y probablemente van a terminarse
nuestras esperanzas de remediar inmensos males que amenazan la suerte de
estos países, si alguna casualidad no proporciona el aprovechar la única ocasión
que nos queda de sacar ventajas de la necesidad (...) No es describible el estado
de anarquía en que todo estaba sepultado; yo tuve que ceder al torrente de
males para ser la víctima de un sacrificio, con tal que él produjese algún bien a
la América, más a Colombia, y que pudiese llenar los planes trazados por Vd.
(Sucre a Bolívar. Lima, 19-VI-1823. Sucre, 1981: 121).

Una vez en el Callao, el general Sucre debe empeñar toda su


energía y capacidad en la apremiante tarea de defender la plaza58, lo
hace protegiendo todos los caminos que entraban y salían de la misma,
alistando partidas guerrilleras para hostigar al enemigo, distribuyendo
57 Monumental fortaleza de diseño pentagonal y 70.000 m2 de construcción, erigida entre los
años de 1747 y 1776 para defender las costas de Lima y el puerto del Callao del ataque de
corsarios y piratas. Su nombre rinde homenaje a Felipe V. Con un extraordinario poder de fuego
constituido por 207 cañones, apropiadamente distribuidos entre sus dos torres principales, este
recinto era prácticamente inexpugnable.
58 Nos referimos a la Fortaleza Real Felipe.

- 72 -
y la Independencia del Alto Perú

víveres y, sobre todo, manteniendo en alto la moral del ejército; una


moral que podía decaer en cualquier momento, víctima del desorden y
del triste espectáculo derivado del conflicto entre los poderes públicos
peruanos. Sobre el particular, Sucre escribiría a Bolívar lo siguiente:

El Callao es actualmente una confusión. Manda el presidente como jefe del


país; manda el marqués de Torre Tagle como gobernador de la Plaza, aunque
está en cama, y mando yo las tropas. Con desorden tal, es fácil concebir cual
resultado tenga. (Sucre a Bolívar. Lima, 19-VI-1823. Sucre, 1981: 123).

Así la situación, priorizando ante todo los sagrados intereses de la


patria, el Congreso no tuvo otra salida que emitir un decreto (19 de
junio) instruyendo el traslado del Ejecutivo, los Tribunales y del propio
Parlamento a Trujillo (al norte del país), organizando, además, por la
misma vía, un poder militar con todas las facultades necesarias para
salvar la República, recayendo todo ese poder en la figura del general
Antonio José de Sucre (Paz Soldán, 1870). Una vez verificada la salida
de las instituciones y de los partidos de la plaza del Callao, esta quedaría
a total disposición de Sucre y del Ejército Unido para una defensa más
efectiva, así como para preparar el impostergable auxilio a Santa Cruz.
En medio de la intensa actividad legislativa del día 19, el soberano
Congreso del Perú –institución que nunca terminó de asimilar la
imposición forzada de Riva-Agüero– quiso implementar una radical
medida para apaciguar la crisis política y las tensiones que envolvían a la
República: la destitución del presidente Riva-Agüero. Sucre lo evita por
considerar “inoportuna” la medida:

- 73 -
Ayacucho

Esta mañana cuando se reunió el congreso tuvo por objeto decretar la


destitución del señor Riva Agüero, y habiéndolo sabido por una casualidad,
dije a los diputados que son amigos, cuán ridícula e inoportuna era tal medida,
y cuanto ella podía desconcentrarnos: tuve que empeñar no sólo razones, sino
la amistad para disuadirlos de tal resolución, y les pedí por último que se fuesen
a Trujillo con Dios y nos dejasen aquí trabajar a los militares. (Sucre a Bolívar.
Lima, 19-VI-1823. Sucre, 1974 III: 180).

Otra polémica medida adoptada, esta vez sí por el Congreso ese


mismo día 19, fue la de absolver de todo cargo y responsabilidad a
quienes fueron integrantes de la Junta Gubernativa59 del año 1822 y
principios de 1823, resolución que dejaba mal parado al presidente,
pues las faltas que estos patricios cometieron fueron precisamente
el detonante que propició el ascenso e imposición de Riva-Agüero,
quedando ahora estos libres de toda culpa y pena. (Paz Soldán, 1870).
Vale destacar que en la misma jornada legislativa del día 19 se acordó
que una comisión del Congreso invitara directamente al Libertador
Simón Bolívar para que “viniera a salvar al Perú”. La designación para
tan distinguida comisión recayó sobre el patriota guayaquileño Joaquín
Olmedo –otrora adversario de Bolívar– y en el diputado Sánchez
Carrión, con la autorización de conferir todo el poder político y militar
del país y el grado de generalísimo de las armas desde el momento que
pisara territorio peruano (Paz Soldán, 1870: 96-97). La comisión se
trasladó a Guayaquil y cumplió su cometido.
Pese a las firmes resoluciones adoptadas por el legislativo, la anarquía
continuaba imperando al interior de los muros de la Fortaleza Real

59 En consecuencia, quedaron también libres de los juicios de residencia que se les mandó a
instruir. (Paz Soldán, 1870).

- 74 -
y la Independencia del Alto Perú

Felipe del Callao; con evidente preocupación y molestia, el 20 de junio


Sucre le confesaría al ministro de Guerra del Perú lo siguiente:

La situación de esta plaza es la confusión más completa que yo he visto jamás


(...) En el día los víveres se distribuyen por orden de diferentes autoridades
a pesar de mis reclamos (...) Hoy se han sacado de los cuerpos, cuadros para
otros batallones, sin el más pequeño aviso a mí, no obstante de que se me llama
jefe del ejército; y en fin, todo se hace por mano extraña, y la responsabilidad
pesa sobre mí. En tal situación, ni debo consentir esta conducta, ni puedo
sufrir semejante dislocación en el orden de las cosas. (Sucre, 1974 III: 191).

Era tan agobiante la situación que el héroe de Pichincha concibió


la idea de renunciar al mando, así se lo planteó al propio Congreso
cuando este le llamó para que jurara el ejercicio de las amplias facultades
conferidas el día 19. Lejos de aceptar esta postura del general venezolano,
el Legislativo designa a Sucre como jefe supremo militar del Perú (21 de
junio), con iguales –e incluso superiores– poderes que el Ejecutivo; Sucre
no aceptó inicialmente la propuesta, recordó su intención de renunciar,
pero lo crítico de aquel momento y la firme insistencia de los legisladores
finalmente le hicieron aceptar, condicionando esta aceptación al visto
bueno del Ejecutivo y a que el mando que implicaba la misma fuera
efectivo solo en los territorios que estaban en conflicto, aquellos donde
él dirigiría la guerra (el sur del Perú). Hasta ese extremo llegaba la
modestia, la humildad y el desapego al poder de este extraordinario
venezolano. (Sherwell, 1995; Villanueva, 1995; Paz Soldán, 1870).
La reacción de Riva-Agüero ante las dos resoluciones del Congreso
no se hizo esperar, rechazó ambas por considerar que lesionaban sus
intereses políticos y sus hasta ahora loables servicios a la causa libertaria

- 75 -
Ayacucho

peruana. Por una parte, no quería alejarse de Lima: él era el presidente,


su honor y su prestigio estaban en juego, consideraba su deber morir en
la defensa de la patria; marchar al norte era desvincularse del poder y
abandonar el principal teatro de operaciones militares del país, dejando
todo el protagonismo al joven y laureado general venezolano. De la
misma manera, no quiso refrendar con su firma la designación de Sucre
como jefe supremo militar; era obvio que tal designación reducía su
poder a una mínima expresión, convirtiéndolo, en el mejor de los casos,
en una figura decorativa de la administración. Esto era inaceptable para
un hombre que anteponía la ambición personal a los intereses de la
República; además, esta designación del 21 y las demás medidas adoptadas
por el Legislativo aquel día 19 le hacían presumir un complot político
en su contra, a lo cual estaba dispuesto a responder decididamente. Al
mismo tiempo, pese a la neutralidad mil veces manifestada y practicada
por Sucre y sus tropas auxiliares, veía a los colombianos más proclives
al Congreso que a su causa y, en consecuencia, como un peligro para la
soberanía del Perú; nada más apartado de la realidad.
Lejos de pretender anular al presidente peruano y a sus partidarios,
Sucre busca mantener a Riva-Agüero en el bando “patriota”; conoce de su
patriotismo y actividad, no le guarda ningún rencor, requiere de él como
del concurso de todos los peruanos para doblegar al poderoso Ejército
Real que amenazaba la libertad del Perú; no eran tiempos de alimentar
tensiones, odios y rencillas intestinas, lo que estaba en juego era la vida
de la República y lo que esta demandaba era la unidad de todos sus hijos
para no volver a la esclavitud. Demostrando su desapego al poder, Sucre
firma con Riva-Agüero (el 22 de junio) un acuerdo conciliatorio que le
daría al caudillo peruano la jefatura de las operaciones militares en el
norte del país mientras él se empeñaba en el sur (Villanueva, 1995). Pero

- 76 -
y la Independencia del Alto Perú

las medidas conciliatorias de Sucre no apaciguan los ánimos: el Congreso


toma de nuevo la ofensiva, está consciente de que ha creado un nuevo
Ejecutivo y procede a desprenderse del que le ha sido impuesto por las
armas. El 23 de junio el legislativo decreta que el gran mariscal Riva-
Agüero queda definitivamente exonerado del gobierno, expidiéndosele
un pasaporte para que se traslade al lugar donde el Supremo Poder
Militar designe (Paz Soldán, 1870). Pese a lo radical e inoportuno de
la medida, al parecer Riva-Agüero estaba dispuesto a aceptarla, así lo
había valorado días atrás con el presidente del Congreso y con dos de
sus secretarios; incluso, animado por un sincero y lúcido patriotismo,
estuvo a punto de poner fin a esta estéril confrontación a través de una
epístola dirigida al soberano cuerpo legislativo, en donde se apartaba
voluntariamente de la presidencia, desprendimiento digno de un
verdadero patriota; sin embargo, una vez elaborada y firmada la carta, no
llegó nunca a entregarla so pretexto de la presencia de Canterac en Lima
(¿?). Ahora bien, cierto es que días antes de la destitución (18 de junio)
Riva-Agüero también había mostrado su hostilidad y repulsa hacia el
Congreso60, incubando junto con sus parciales la disolución del mismo
y su sustitución por una junta de siete diputados denominado “Senado
Consultivo”. Esta artimaña no encontró ningún tipo de apoyo en el
seno de los legisladores y no se llegó siquiera a presentar, sin embargo,
el daño estaba hecho, la semilla de la discordia estaba sembrada ya y
abonada permanentemente, de una y otra parte, no hallaría otra salida
que la confrontación total.
Con los realistas amos de Lima y en una actitud de hostilizar al
Callao, era urgente dar cumplimiento al decreto del 19 de junio y partir

60 Pese a las deferencias iniciales de este hacia él, confiriéndole el grado de gran mariscal y
otorgándole la medalla al civismo instaurada por San Martín.

- 77 -
Ayacucho

a Trujillo. Ante esta urgencia se tomaron los aprestos necesarios y se


acordó, en la última sesión del Congreso, dejar “todo en suspenso” y
como parte de ese “todo” estaba la aceptación por parte Riva-Agüero
del decreto que lo apartaba de la Presidencia. En consecuencia, Riva-
Agüero se va para Trujillo, aún como presidente, no sin antes advertir
a todos que desde allá responderá a los cargos que le han endosado.
Lejos del influjo de los auxiliares colombianos y bien pertrechado ya
junto con sus parciales, civiles y militares, en “La ciudad de la eterna
primavera”61, el cuestionado presidente da rienda suelta a sus frustrados
planes: desatiende en todo el acuerdo firmado con Sucre62 y el 19 de
julio emite una resolución para disolver el Congreso, y acto seguido
nombra un Senado Consultivo con diez representantes (uno por cada
región del país, afectos a su causa). Riva -Agüero coloca al Perú al borde
de la guerra civil y, lo que es peor aún, en su empeño por acabar con sus
enemigos personales está dispuesto a hipotecar la independencia de la
patria y de todo el continente, entrando en tentativas con los realistas;
triste final para el patriota limeño de tanta actividad y celo patriótico en
las horas iniciales de la República. (Villanueva, 1995; Paz Soldán, 1870).
Pese a toda esta confusión, Sucre continúa preparando con
asombrosa actividad la expedición al sur para auxiliar a Santa Cruz.
Dicha misión contaba ya con un minucioso plan de operaciones que
había sido consensuado con el Libertador, así como con tropas veteranas
de Colombia, Chile y Argentina para ejecutarla; lo que sí faltaba eran
víveres y medios de transporte (embarcaciones) para la alimentación

61 Apelativo con el que se ha distinguido en Perú a la ciudad de Trujillo por su clima benigno
y agradable.
62 Por largo tiempo el general Sucre estuvo esperando los auxilios de Riva-Agüero y que este
operara sobre Jauja, según lo previsto en el acuerdo firmado; hasta último momento tuvo fe en
el patriotismo del jefe peruano.

- 78 -
y la Independencia del Alto Perú

y movilización de las tropas; sin lugar a dudas, otro dolor de cabeza


para el héroe de Pichincha, uno que lo obligaría a abrir un nuevo frente
de batalla, esta vez en el campo económico y comercial. Mientras el
presidente y el Congreso debatían sobre costos y contratistas, los días
pasaban y casi 5.000 hombres permanecían estacionados en el Callao sin
poder partir al teatro de operaciones abierto por Santa Cruz en el Alto
Perú. El problema se agudizó aún más por el temor de los contratistas
a un posible incumplimiento por parte del Gobierno del Perú a sus
obligaciones con ellos; esto al punto de solicitar al jefe venezolano la
intervención de Colombia como fiador de su par peruano, solo así se
prepararían víveres y transporte para 3.000 hombres. Sucre no lo pensó
dos veces: privilegiando siempre los más caros intereses del Perú, de
Colombia y de la América toda, comprometió el respaldo financiero de
su país para emprender la campaña que podría dar término a la guerra.
Un día antes de partir (18 de julio), Sucre toma la previsión de delegar
el mando político y militar de la capital, y del país, en otro personaje
polémico y no exento de controversias, don José Bernardo de Tagle y
Portocarrero, marqués de Torre Tagle63 (jefe de la plaza del Callao); esto,
claro está, hasta el regreso de quien para él era aún el legítimo presidente
del país: el mariscal Riva-Agüero.
Finalmente, la expedición zarparía el 9 de julio64 al mando del general
Alvarado, llevando consigo la brigada del general venezolano Jacinto
Lara (2.000 hombres), a la que inmediatamente seguiría otra con efectivos

63 Durante la administración colonial fue alcalde de Lima (1811-1812), diputado a las Cortes
de Cádiz (1813-1817) e intendente de Trujillo, ciudad que se insubordinó en favor de la causa
patriota en 1820.
64 Con precisas y muy detalladas instrucciones del general Sucre.

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Ayacucho

chilenos (1.200 hombres) al mando del general Pinto65 (Rumazo, 1976:


97). Por su parte, Sucre zarparía el día 19 (tres días después que Canterac
saliera de Lima). Todo un tributo a la perseverancia y al trabajo del ilustre
general; claro está que la misma no zarpaba entre vítores y aplausos, no,
lo hacía en medio de las heridas que dejaba una profunda crisis política,
tan explosiva y peligrosa para los intereses del país como la amenaza
realista: el enfrentamiento entre el Ejecutivo y Congreso peruano.
Parte Sucre del Callao con el impulso y el regocijo que le proporcionaba
el haber logrado el primer objetivo estratégico de la campaña: la salida
de Canterac y sus tropas de Lima66 rumbo a la sierra; ahora Sucre solo
esperaba que un buen desempeño de Santa Cruz y Gamarra hubiera
abonado ya el camino a la antigua capital del incario, Cusco. Sucre arriba
a la Caleta de Chala (Arequipa) el día 2 de agosto, encontrando en este
puerto al general Jacinto Lara con los batallones Voltígeros y Vencedor;
el recién investido jefe supremo militar estaba ya en el sur, listo para
entrar en operaciones sobre Cusco, sin embargo, una vez recibidos
los informes sobre el desenvolvimiento de Santa Cruz (y sus actuales
planes de batalla) quedó tan decepcionado y preocupado que desistió
de avanzar sobre los Andes y optó más bien por dirigirse al puerto de
Quilca, y desde allí incursionar sobre Arequipa.

65 Entendiendo que la suerte de Chile dependía de la del Perú, este auxilio forma parte del
contingente de 2.500 hombres comprometido por la nación austral, el 26 de abril de 1823, para
una nueva campaña sobre el Perú, siempre que el Libertador Bolívar se encargase de la dirección de la
guerra (O’Leary, 1919). El acuerdo incluía también el apoyo con recursos económicos, tomados
estos del empréstito levantado por Chile en Londres. (Paz Soldán, 1870).
66 Recordemos que el virrey La Serna le solicitó a Canterac que le enviara a Valdés para hacerle
frente a Santa Cruz en el Alto Perú, y le pidió a él que abandonara el sitio del Callao y se
replegara al valle de Jauja y de allí a Parinacochas (Villanueva, 1995).

- 80 -
y la Independencia del Alto Perú

Una vez superado el violento temporal que dispersó los buques de


la escuadra patriota entre Chala y Quilca, Sucre entró en Arequipa67
el 1.° de septiembre68 sin mayor oposición, ya que la plaza había sido
abandonada por el contingente realista que la custodiaba, al mando
del coronel Ramírez. No obstante, el rigor de la travesía por tierra en
medio de inmensos arenales y sofocantes temperaturas privó al ejército
auxiliar de cuando menos trescientas plazas (Hoover 1995; Villanueva,
1995). Sucre no perdió ni un minuto en Arequipa: al tiempo de girar
instrucciones a Santa Cruz y ofrecerle sus inmediatos auxilios, desplegaba
una intensa actividad en procura de restablecer sus tropas de la fatiga
y el cansancio, así como de alistarlas y prepararlas adecuadamente para
la inminente campaña. Con el apoyo del siempre patriota pueblo de
Arequipa, el héroe de Pichincha consiguió vestimenta y calzado para las
tropas, víveres, caballos, armas, municiones y, por si fuera poco, nuevos
reclutas; no podía esperar menos de la tierra de Melgar. Sin embargo,
el pensamiento principal del héroe cumanés estaba en Santa Cruz, la
reunión de fuerzas realistas en torno a Desaguadero le preocupaba sobre
manera; ya veía precipitarse un trágico desenlace, más aún conocedor ya
del insulso desenlace de Zepita producto de la inacción del jefe paceño.
El escritor ecuatoriano Alfonso Rumazo González refiere sobre este
particular:

Sin que se disparara un tiro, en vigencia de pánico total los peruanos dejaron
cuatro mil prisioneros y más de cinco mil fusiles en poder de los españoles.

67 Aquí conoció Sucre al joven Rey de Castro, quien después de la Batalla de Ayacucho se
convertiría en su secretario, legando a la posteridad documentos y testimonios de excepción
recogidos en su obra Memoria de un tiempo heroico.
68 Dos días antes el general Miller había entrado a la ciudad para cerciorarse del curso que
habían tomado las fuerzas españolas que defendían aquella plaza.

- 81 -
Ayacucho

Nunca hubo, en la guerra de independencia, una derrota por desconcierto de


esta magnitud ni jamás en el ánimo de los combatientes de entonces apareció
tan determinante la consciencia de un aniquilamiento seguro a manos del
enemigo. (Rumazo, 1976: 98).

Sucre acude al tardío pero desesperado llamado de auxilio de Santa


Cruz, ahora replegado en Oruro con cuanto había podido salvar de aquel
holocausto; toma dirección a Puno (26 de septiembre) con la precaución que
le imponían los movimientos del enemigo, especialmente los de Canterac, de
quien ya había tenido noticias sobre su arribo a Cusco el 20 de septiembre.
Acampado en Apo69, Sucre recibe nuevas noticias del descalabro final de
Santa Cruz y de la avalancha realista que sobre él se precipitaba.
Sucre se dirigió a Cangallo y luego a Moquegua, recogiendo en
esta última los maltrechos restos de la división de Santa Cruz70. A
lo largo del camino pudo obtener información más precisa sobre el
volumen del ejército enemigo; para ese entonces había tomado ya la
resolución de embarcarse para Quilca, no había caso de enfrentar a sus
3.000 hombres y las reliquias de la expedición peruana con los más
de 10.000 que reunían La Serna, Olañeta, Valdés y Canterac. A todas
estas, siempre en retirada, Santa Cruz llega a Moquegua; de allí pasa al
puerto de Arica, se embarca en un bergantín inglés y logra dar alcance
en Quilca a los restos de su división y a la infantería de Sucre, evacuada
de Arequipa. De esa penosa y apremiante manera regresaría Santa Cruz
a Lima; ni venció ni murió”71 como había prometido al Congreso antes de
69 Ubicado a siete leguas de la ciudad de Arequipa, pertenece en la actualidad al Distrito San
Juan de Tarucani de ese departamento.
70 Solo 600 infantes y 300 de caballería, “todos acobardados y en tan inmoral desorden, que era
a todas luces peligroso contar con ellos para ninguna operación militar”. (Villanueva, 1995: 282).
71 Santa Cruz, investido ya como jefe de la segunda expedición de Intermedios, antes de
embarcarse se despide del Congreso el 17 de mayo prometiendo “vencer o morir”. (Basadre,
2002: 153).
- 82 -
y la Independencia del Alto Perú

partir en mayo (Crespo, 1944; Basadre, 2002). Grande deberá ser en


adelante su esfuerzo y su accionar republicano para superar el estigma
de tan vergonzosa derrota; con el tiempo lo logrará, llegará a ejercer
la presidencia de la Junta de Gobierno del Perú (1827), la presidencia
de Bolivia (1829) y el protectorado de la Confederación Perú-Boliviana
(1836), pero lo que no recuperará nunca será la confianza del futuro
héroe de Ayacucho, el general Sucre.
En Arequipa, mientras tanto, el arribo de las fuerzas realistas era
inminente. Sucre había regresado a esa ciudad el día 6 de octubre; la
retirada de las tropas colombochilenas, y del propio Sucre, corría serio
peligro. La Serna arribó a Apo el día 7 del mismo mes, dio descanso
a sus tropas y dispuso que el brigadier Ferraz, con dos escuadrones y
cuatro compañías del Cantabria, al mando del coronel Tur, acometieran
a Sucre y sus hombres. El día 8 de octubre Ferraz, previo choque con
las avanzadas patriotas en Cangallo, ataca enérgicamente a Arequipa
chocando allí con la firme oposición de Miller72 y Raulet73, dos oficiales

72 Nos referimos al insigne general Guillermo Miller, valeroso oficial inglés que habiendo
participado exitosamente en las guerras anglo-francesa y anglo-estadounidense de comienzos
del siglo XIX, siguió con atención el desarrollo de la lucha entre la América española y la
metrópoli, incorporándose a la causa libertaria suramericana en Buenos Aires (1817), con el
grado de capitán, a la corta edad de 22 años. Incorporado por su expresa solicitud al Ejército
Libertador de San Martín que se encontraba acantonado en Chile, el intrépido Miller cumple una
destacada actuación en Cancha Rayada y Maipú, así como en las primeras campañas de la novel
Armada chilena contra su par española en aguas del Pacífico, destacándose particularmente en
Talcahuano, Pisco y Chiloé. En la campaña libertadora del Perú brilló con luz propia en los
campos de Junín y Ayacucho, en este último y decisivo lance fue el jefe de la caballería patriota.
Más de 20 veces herido en combate, su bizarría sin par pero a la vez sus nobles maneras, le
permitieron granjearse el respeto y la admiración de patriotas y realistas por igual. Hoy día sus
restos reposan en el Panteón de los Próceres del Perú.
73 Pedro Benigno Raulet fue un valeroso oficial francés que sirvió dignamente en las campañas
de la independencia del Perú (1820-1823), sin embargo, su identificación con la causa del
disidente presidente Riva-Agüero le costó su separación del ejército. Reincorporado al servicio
activo durante el gobierno de La Mar, defendió la causa peruana en la guerra con Colombia
(1828-1829), pereciendo en la batalla decisiva de esa fratricida confrontación: Portete de Tarqui.

- 83 -
Ayacucho

europeos adscritos vehementemente a la causa de la emancipación


americana. Las calles de la Ciudad Blanca74 se tiñeron de rojo, en todas
partes se combatía; Raulet cargó valerosamente a los contingentes que
Ferraz dirigió por la calle que conduce al puente sobre el río Chili, logró
desconcertarlos con su decidido accionar y los hizo retroceder; sin
embargo, el propio Ferraz reforzó a sus tropas y luego de trabarse en
una encarnizada lucha con los patriotas, rechazó totalmente a Raulet,
infringiéndole grandes pérdidas. Por su parte, Miller se multiplicaba por
todos lados dando muestras de su ya célebre intrepidez, su esfuerzo
por inclinar la balanza en favor de los republicanos no fue suficiente;
el veterano de mil batallas comprendió que era hora ya de replegarse y
priorizar el auxilio a la muy bien organizada retirada que había dispuesto
Sucre por el Camino Real.
Estando ya la caballería patriota enfilada hacia la Caleta de Quilca por
el camino de Huchumayo (dos leguas al oeste de Arequipa), deciden sus
bizarros jefes, Miller y Raulet, presentar batalla a las huestes enemigas
que les perseguían, alentadas seguramente por la superioridad numérica
de sus tropas; lamentablemente no fue una feliz decisión, los hombres
de Ferraz y del bravo comandante Echizarraga se emplearon a fondo
contra los independentistas, infringiéndoles la más completa derrota.
Un desconsolado Miller, luego de buscar infructuosamente la muerte
para limpiar con su inmolación la derrota patriota, debió emprender
una vertiginosa retirada con las reliquias de sus tres regimientos; puestos
estos a salvo recibiría órdenes de partir a Lima por tierra. Entretanto,
desde Quilca, Sucre y su Estado Mayor parten a Ica y al Callao, llevando
en los labios el sabor de esta amarga e inconclusa campaña en los
74 Arequipa es conocida como la Ciudad Blanca por utilizar para las construcciones
de casas y edificaciones piedras de origen volcánico de color blanco. Disponible en:
www.muniarequipa.gob.pe

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y la Independencia del Alto Perú

Puertos Intermedios. (García Camba, 1846; Villanueva, 1995; Miller,


2009; Sherwell, 1995, Rey de Castro, 1883; Vicuña Mackenna, 1995).
Obligado por las circunstancias, el 11 de octubre, en tono triste y
apesadumbrado, Sucre da cuenta a Bolívar de la desafortunada campaña
de Santa Cruz:

Mis temores respecto a la campaña del Sur se han verificado. El ejército del
Perú no existe, y 5.000 hombres perfectamente situados, con bastante moral,
en un país patriota, y en la oportunidad de haber liberado al Perú no tiene ya
sino los recuerdos de sus faltas para contemplar su disolución, sin una sola
batalla. (Sucre a Bolívar. Quilca, 11-X-1823. Sucre, 1974 III: 497).

La estratégica y rica región de Arequipa se había perdido, el virrey


La Serna la ocuparía el día 10; pero no solo se perdió el sur en esta
desafortunada campaña, el tan esperado apoyo de Chile75 se desvaneció
al conocer el brigadier Pinto y su escuadra, ya en aguas territoriales
peruanas, los pormenores de la terrible derrota de Santa Cruz. Pese a estas
calamidades, los patriotas tenían motivos para renovar sus esperanzas; por
una parte, Sucre había conseguido superar las múltiples adversidades que
ofreció la campaña de Intermedios, manteniendo prácticamente intacto
su ejército, preservándolo –sin saberlo– para los decisivos lances de Junín
y Ayacucho; y por otra, el 1 de septiembre el Libertador Simón Bolívar
había finalmente arribado a Lima, la guerra tomaría a partir de aquí un
rumbo marcadamente favorable para la causa republicana.
75 Al mando del brigadier Francisco Antonio Pinto, futuro presidente de Chile (1827-1829),
la división había zarpado de Valparaíso el 15 de octubre de 1823, arribando a Arica el 26.
Estaba integrada por tres batallones y un regimiento de coraceros, mandados por los coroneles
Aldunate, Voches, Rondisoné y Viel, respectivamente. Desatendiendo las instrucciones del
Libertador, este contingente regresó súbitamente a Coquimbo. (O’Leary, 1919: 80; Paz Soldán,
1870: 136).

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Fortaleza Real Felipe en la actualidad. Vista de la entrada principal (izq.) desde el “Torreón del Rey”, el
Callao, Perú. Foto: Orlando Rincones, 2012
Capítulo II
El Libertador en Lima:
El retorno de la esperanza perdida
Simón Bolívar en el Perú. Museo de Sitio, Dtto. de Quinua, Ayacucho, Perú. Foto: Orlando Rincones, 2011
El Libertador en Lima:
El retorno de la esperanza perdida

E l Perú de mediados del año 1823 se encontraba más cerca del


abismo que de la gloria. Junio, julio y agosto habían sido meses de
una intensa actividad política y militar, desgraciadamente la mayor parte
de ella adversa a los intereses de la República. Los poderes del Estado, en
cuestión de semanas, habían pasado de Lima al Callao y de allí a Trujillo
(junio); los realistas habían ocupado la capital y la habían abandonado
un mes después (junio-julio); la expedición a Intermedios había sido un
completo fracaso (mayo-octubre). Pero de todas estas tempestades la
más funesta para la existencia de la nación había sido el enfrentamiento
entre el Ejecutivo y el Congreso –ampliamente abordado en el capítulo
anterior–, confrontación a la que irresponsablemente no renunciaban
sus protagonistas y que tuvo en el mes de agosto una nueva escalada y
nuevos ingredientes.
El pueblo de Lima no vio con buenos ojos el golpe de Estado de
Riva-Agüero (19 de julio), pero mayor fue su indignación cuando se
conoció el maltrato brindado a siete diputados que se opusieron a tan
censurable medida. Ya desde el día 4 agosto los limeños se organizaban
para exigir al marqués de Torre Tagle –encargado del poder por Sucre–
una urgente convocatoria del Congreso; a tal efecto, una solicitud
refrendada por cientos de personas, entre ellas las familias y apellidos
más notables de la ciudad, se le dirigió al marqués y este, ni corto ni
perezoso, ambicionando también el cargo del proscrito Riva-Agüero,

- 89 -
Ayacucho

acordó la convocatoria del parlamento con 13 diputados titulares y


el resto entre suplentes y suplentes de suplentes (Paz Soldán, 1870).
Las medidas adoptadas por este “Congreso extraordinario” fueron
contundentes: el día 8 de agosto se ratificó la destitución del mariscal
Riva-Agüero, sancionada el 23 de junio, y no conforme con ello se le
declaró reo de alta traición. En medio de una apasionada agenda legislativa,
el día 12 llegaban a Lima los diputados sobrevivientes del “disuelto”
Congreso, siendo inmediatamente acogidos como héroes por Torre
Tagle. En medio de vítores, aplausos y todo tipo de celebraciones fueron
conducidos a la Municipalidad y luego al Congreso; obviamente, el
marqués buscaba ganar el concurso de estos para su causa, asegurándose,
muy habilidosamente, de llenar la vacante presidencial decretada por el
Legislativo (Rumazo, 1973). El 16 de agosto se cumplió esta premisa;
cuando aún se combatía en el sur del país y era todavía incierta la suerte
de Sucre y Santa Cruz, el Congreso designa al marqués de Torre Tagle
como presidente de la República.
Ciertamente, esta designación agravó aún más la compleja situación
política del país, como refiere el historiador canadiense Timothy Anna76:
“Hacia fines de 1823 la independencia del Perú presentaba al mundo un
cuadro realmente patético (...) El Estado político carecía de liderazgo,
con dos hombres diferentes que reclamaban ser presidente de la
república” (Anna, 2003). Al complejo panorama militar que amenazaba
la estabilidad de la incipiente República, y al cual los políticos no parecían
prestarle la debida atención, se sumaba ahora el de una dirección política
bicéfala (Lima y Trujillo); esto, claro está, como consecuencia de la

76 Profesor de la Universidad de Manitoba (Winnipeg, Canadá), Doctorado en la Universidad


de Duke (EE.UU), se ha especializado en la historia de México, Perú y España en la época
correspondiente a la Guerra de Independencia.

- 90 -
y la Independencia del Alto Perú

intransigencia de Riva-Agüero y de la usurpación del poder por parte de


Torre Tagle. (Anna, 2003; Villanueva, 1995).
Mientras tanto, la máxima jefatura militar del país continuaba en
manos del general Sucre, suerte de paladín de la libertad ajeno a las dos
facciones, lo que no dejaba de proponer un panorama muy complejo y
delicado en el bando patriota. Del otro lado, un poderoso Ejército Real,
bien organizado y mejor dirigido, amenazaba con asestar en cualquier
momento el mazazo final al sueño libertario peruano; sus más recientes
éxitos en Intermedios abonaban esta posibilidad. En medio de tan
calamitoso panorama, el primero de septiembre de 1823 se presenta
frente a las costas del Callao el bergantín Chimborazo77, en su interior la
última luz de esperanza para el país de los incas: el general Simón Bolívar,
Libertador de Venezuela, Colombia y Ecuador, paladín indiscutible de la
revolución independentista suramericana; con él renacían las esperanzas
en unos y se acrecentaban los miedos en otros. Criollos y españoles
temblarían con solo escuchar su nombre, más ahora que, después de un
sin fin de gestiones, se encontraba –¡al fin!– en Lima, presto para dirigir
la guerra contra los últimos vestigios de España en el Nuevo Mundo,
una guerra que cambiaría definitivamente y para siempre el destino del
Perú y de la América toda.
El recibimiento al Libertador, como era de esperarse, fue apoteósico;
difícilmente otro personaje de la historia haya levantado tanta expectativa
con su arribo a costas peruanas. Ciertamente, el prócer caraqueño llegó
en el momento que más lo requería la patria, una patria secuestrada
por pasiones políticas encontradas, profundamente dividida por los

77 El bergantín Chimborazo, junto a la goleta Guayaquileña y la corbeta Pichincha,


formó parte, en 1823, de la primera escuadra de la recién constituida Armada Gran
Colombiana, dirigida por el experimentado marino inglés Juan Illingworth.

- 91 -
Ayacucho

partidos, a merced de las compañías de comercio y bajo el acecho de un


león español sediento de revancha. Agotadas ya todas las opciones de
victoria, Bolívar y sus tropas eran la única esperanza de salvación para
la bisoña República, así lo entendían todos; en tal sentido, el pueblo y
las instituciones de Lima no escatimaron manifestaciones de júbilo y
regocijo ante el que ya asumían como su nuevo Libertador. Al respecto,
Laureano Villanueva recoge las siguientes impresiones del arribo de
Bolívar a Lima:

Un repique general y la voz estruendosa del cañón, anunciaron que el padre


de Colombia había puesto su planta olímpica sobre el ensangrentado suelo
del Imperio del Sol. Los partidos quedaron atónitos; al paso que el pueblo,
enloquecido de entusiasmo, corrió al camino real del Callao, para recibir en sus
brazos al Caudillo omnipotente, vengador de la raza americana. Jamás mortal
alguno recibió honores más grandiosos. (Villanueva, 1995: 266).

Por un momento reinó la unidad y la esperanza entre los limeños,


se depusieron actitudes y se dejaron de lado resentimientos, celos y
discordias; todos aclamaban al venezolano, sus adversarios políticos
–nuevos y futuros– se rendían ante su poderosa personalidad no
sin antes reconocer y exaltar las virtudes y méritos del vencedor de
Carabobo. En el ámbito militar la situación no era diferente, todos le
admiraban78 y saludaban con franco beneplácito su arribo; argentinos,
chilenos, peruanos, y obviamente los colombianos, tenían muy claro
que solo Bolívar disponía de la reputación y el prestigio necesario para

78 Aunque muchos vieran al Libertador como un potencial rival, o le temieran por su


poder, no podían dejar de reconocer sus múltiples méritos en el campo militar y su
vasto conocimiento de la política internacional.

- 92 -
y la Independencia del Alto Perú

unir a todos los sectores del país y lidiar con las dificultades que imponía
la campaña del Perú. Su ínclita figura, ajena a los partidos y sin nada
que tributarles, actuaría firme y decididamente en contra del opresor
español hasta su definitiva aniquilación, tal como lo había hecho ya
en Venezuela, Colombia y Ecuador. Solo restaba saber cuánto tiempo
tardarían en caer las máscaras y las falsas sonrisas; la traición estaba a
la orden del día, agazapada por ahora, pero alistando su próximo y más
vil zarpazo.

La ciudad de Lima está embanderada para recibir al Libertador, que entra


solemnemente a las tres de la tarde a caballo y acompañado del propio
Presidente del Perú. Las tropas, en dos alas, presentan armas al paso de los
dos gobernantes, mientras a distancia los cañones disparan salvas en su honor.
(Rumazo, 1973: 182).

El presidente al cual se refiere Alfonso Rumazo González es el recién


designado marqués de Torre Tagle, tan perverso y apátrida como su
oponente Riva-Agüero, que si bien colocó a Trujillo en el mapa patriota
de 1820, en este nuevo tiempo su ambición lo llevaría a cometer las
más grandes aberraciones políticas, todas opuestas al interés nacional
y particularmente lesivas a la gestión del Libertador Bolívar. O’Leary79,

79 Nació en Cork, Irlanda del Norte (1801) y a la temprana edad de 16 años


hállase enrolado ya en los cuerpos expedicionarios que participarían en la epopeya
libertadora suramericana. Si bien fue un activo oficial con destacada participación en
la independencia de Venezuela y en las campañas de Boyacá y Pichincha, la labor que
desempeñará con más entusiasmo es la de edecán del Libertador Simón Bolívar, figura
a la que llega a apreciar y admirar con una particular devoción. Posterior a la muerte del
Libertador en Santa Marta (1830), la frustración y el dolor por no haber acompañado
los últimos momentos del Padre de la Patria le hacen emprender la encomiable tarea
de recopilar y organizar su archivo (cartas, decretos, manifiestos) y de redactar sus
Memorias (32 volúmenes). Esta tarea la emprendió en América y Europa, aprovechando
- 93 -
Ayacucho

fiel edecán irlandés de Bolívar, define a Torre Tagle como un hombre


“simpático, intrigante y cobarde; disoluto y perezoso; dadivoso y falaz;
de conversación agradable y trato insinuante”; agrega además, en su
descripción, que el controvertido presidente “Rodeábase por lo común
de pillos y parásitos; y tan débil de carácter que se dejaba todas veces
influir por su esposa en la resolución de las cuestiones políticas” (citado
por Villanueva, 1995: 264). Este oscuro personaje, más pronto que tarde,
traicionaría vilmente a Bolívar y al Perú, colocando toda su inmoralidad
al servicio de la causa realista; la sublevación del Callao de comienzos de
1824 sería una de las consecuencias de esta artera actitud.
El Congreso no dudó un segundo en proveer al Libertador de todas
las facultades necesarias, primero para transigir con Riva-Agüero (2 de
septiembre) y luego para conferirle la suprema autoridad militar del
país (10 de septiembre). Bolívar, al tiempo de rechazar un salario de
50.000 pesos anuales y cualquier posibilidad de injerencia en asuntos
del gobierno civil de la República, respondió al Congreso y al pueblo
del Perú ofreciendo todo su ímpetu y energía en la primordial tarea de
reorganizar al ejército y dirigir la guerra contra los realistas, como era su
anhelo desde hacía mucho tiempo. (Espinoza, 2006; Villanueva, 1995;
Bolívar, 1978):

su condición de diplomático en España, Francia e Inglaterra. Se entrevistó con


compañeros y con adversarios de Bolívar durante la gesta de independencia, de ellos
obtuvo miles de documentos que, sumados a los que él conservó en su condición de
edecán, constituyen hoy día la base fundamental de todo lo que sabemos sobre Bolívar
y la revolución independentista suramericana. Desde 1882 sus restos descansan en el
Panteón Nacional de Caracas, justo al lado del féretro del hombre a quien consagró
gran parte de su vida: el Libertador Simón Bolívar, tal y como él lo hubiese deseado
en vida.

- 94 -
y la Independencia del Alto Perú

Por fin he tenido la satisfacción de trasladarme al Perú y de cumplir mis


ardientes deseos de venir a cooperar a su libertad y de llenar las repetidas
instancias que este pueblo me ha hecho por medio de sus representantes, de
su gobierno y de sus generales.
El congreso constituyente, con el objeto de dar a la guerra una marcha firme,
sólida y uniforme, me ha autorizado suficientemente para dirigirla, y yo me
hago un deber de cumplir con los votos y con la confianza del pueblo peruano.
Yo haré por este pueblo cuanto he hecho por Colombia y nada, nada ahorraré
por salvarlo. (Bolívar a Portocarrero. Lima, 9-IX-1823. Bolívar, 1978 II: 206).

El 13 de septiembre el Congreso peruano se viste de gala para


recibir a Bolívar, tantas habían sido las gestiones y diligencias hechas
para su arribo que tenerlo ahora en Lima era, para muchos, un sueño
hecho realidad. Llegó en medio de un mar de pueblo que lo aclamaba.
Escoltado por todas las corporaciones civiles, eclesiásticas y militares del
país, su entrada a la sala de sesiones desató una emoción indescriptible.

Al entrar a la sala prorrumpió toda la concurrencia en estrepitosas aclamaciones;


todos los miembros del Congreso, en señal de respeto, se pusieron de pie, y
su presidente le señaló el puesto, a su derecha. A los ruidosos vivas sucedió un
gran silencio, y el Libertador, levantándose de su asiento, dijo:
“El Congreso constituyente del Perú ha colmado para conmigo la medida de
su bondad: jamás mi gratitud alcanzará a la inmensidad de su confianza. Yo
llenaré, sin embargo, este vacío con todos los sacrificios de mi vida; haré por
el Perú mucho mas de lo que admite mi capacidad, porque cuento con los
esfuerzos de mis generosos compañeros (...) Los soldados libertadores que
han venido desde el Plata, el Maule, el Magdalena y el Orinoco no volverán a
su patria sino cubiertos de laureles, pasando por arcos triunfales, llevando por

- 95 -
Ayacucho

trofeos pendones de Castilla. Vencerán y dejarán libre al Perú, o todos morirán,


yo lo prometo”. (O’Leary, 1919: 58-59).

No más culminó su exposición, la sala de sesiones estalló nuevamente


en vítores y aplausos ante las sentidas y comprometidas palabras del
Libertador Presidente de Colombia. Una vez recuperada la calma, el
presidente del Congreso, don Justo Figuerola80, contestó la intervención
del Libertador de esta manera:

Ciudadano Libertador: Nada tiene que deciros la representación nacional


acerca de vuestras nuevas obligaciones. Habéis desempeñado dignamente
las antiguas, y ocupáis un lugar distinguido entre los héroes que en el Nuevo
Mundo han roto el odioso cetro de la tiranía. Habéis puesto los cimientos de la
felicidad en Cundinamarca; pero el majestuoso edificio de la independencia de
América no será consumado hasta que los cánticos de la libertad no resuenen
unísonos en todos los ángulos del orbe reciente. ¡Bienaventurado el mortal
llamado por los destinos a obra tan grande ¡Vos Libertador, parecéis elegido
por los cielos a cubriros de esta gloria. Habéis volado al oír el clamor del
angustiado Perú; destruya vuestra triunfadora espada a los enemigos externos,
y vuestras virtudes a los internos, y ceñidas vuestras sienes de los laureles que

80 Este célebre político y magistrado peruano, nacido en la norteña provincia


de Lambayeque (1771), formó parte del Congreso Constituyente de 1822 en
representación de Trujillo. En medio de las difíciles horas que vivió la República
a mediados del año 1823, asume la presidencia del Congreso el 23 de junio de ese
año. Siguió a Riva-Agüero en el éxodo a Trujillo (23-26 junio), pero ante arbitraria
disolución del Congreso que este decretó se separó del presidente y regresó a Lima.
Una vez reactivado el Congreso (4 de agosto) reasumió la presidencia del mismo. Fue
dos veces encargado de la presidencia del Perú y también ejerció la presidencia de la
Corte Suprema de Justicia del Perú (1836-1837) y la cartera de Relaciones Exteriores
(1829).

- 96 -
y la Independencia del Alto Perú

os labren la filosofía, la humanidad y la misma religión, donad a la América esa


libertad (...) Ya mil páginas de los anales de la gloria están llenas de vuestras
hazañas Bolívar, que las fojas que aún restan en blanco aparezcan escritas por
la misma mano de la inmortalidad (...) ¡Bolívar¡ El presidente del congreso del
Perú únicamente os dice: patria, patria, patria. Vos, obrad según las emociones
de vuestro corazón al escuchar este nombre divino. (O’Leary, 1919: 59-60).

Con el pasar de los días continuaron los festejos, agasajos y


celebraciones para honrar la presencia del paladín venezolano en
la Ciudad de los Reyes81. Sin lugar a dudas, Lima era una metrópoli
apasionante y seductora; buen teatro, buena comida y gente cordial
enamoraban al más exigente de los visitantes y el Libertador no fue
la excepción. Sin embargo, Bolívar no perdía la brújula en virtud de
las atenciones recibidas; estaba consciente de que la campaña contra el
vigoroso y prepotente adversario ibérico, dueño de hecho de la mayor
parte del país, implicaría riesgos y sacrificios inmensos, más aún en
medio de las dificultades que imponía la dispersión de tropas patriotas
al sur, en la aún irresoluta Campaña de Intermedios, y al norte asociadas
a la rebelión de Riva-Agüero. Un feliz desenlace en estas dos empresas
era perentorio para emprender la campaña final contra los realistas y
consumar así la colosal obra de la independencia americana, más allá de
las iniciativas “diplomáticas” que desde el sur del continente anunciaban
el cese de la guerra.
Si bien es cierto que desde el mes de mayo de 1823 el Gobierno de
Buenos Aires –a la cabeza de Rivadavia– se encontraba en negociaciones82

81 Nombre con el cual fue bautizada la actual ciudad de Lima el 18 de enero de 1535.
82 A los efectos, habían arribado a Buenos Aires los comisionados españoles Antonio
Pereyra y Luis La Robla.

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Ayacucho

bilaterales de “paz y amistad” con el régimen constitucional instaurado


en España tres años atrás (7 de mayo de 1820), y que este “acuerdo”,
conocido como la Convención Preliminar de Paz de Buenos Aires,
establecía el compromiso por parte del gobierno porteño de gestionar la
adhesión a aquel de los gobiernos de Perú, Chile y las Provincias Unidas
del Río de la Plata, no era esta, de ninguna manera, una salida viable ni
válida para garantizar la independencia plena y duradera que anhelaban
todos los americanos. Esto por dos razones fundamentales: por una
parte, la debilidad y el poco crédito de los proponentes, de un lado de la
mesa un impopular gobierno porteño, visto con recelo por el resto de los
nuevos Estados americanos; y al otro extremo un gobierno peninsular
frágil y seriamente amenazado desde el exterior por una coalición
monárquica (la Santa Alianza83), resuelta a restablecer el absolutismo en
España. La otra razón tiene que ver con las incongruencias establecidas
en el propio tratado, el cual, lejos de reconocer las independencias84
dignamente conquistadas por nuestros heroicos pueblos en el campo
de batalla, estipula –o consiente– el establecimiento de un “enclave
monárquico en América del Sur” (Roca, 1984; Roca, 2007); esto, claro
está, en los territorios que para ese momento estaban aún sometidos
a las armas españolas, es decir, Cusco, Puno y todo el Alto Perú; esta
sola condición mataba el tratado al nacer y lo hacía inaceptable para
una valiosa generación de héroes americanos que habían abonado con
su sangre la libertad de medio continente. La motivación real de este
tratado era más de índole comercial que político, tal como lo refieren los
artículos 3, 5 y 9 de la Convención:
83 Francia, Austria, Prusia y Rusia.
84 En las doce cláusulas del tratado, firmado el 4 de julio de 1823, no existe referencia
alguna a la independencia y soberanía de nuestros pueblos ni a la de Buenos Aires, ni
a la de ningún otro país de la región.

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y la Independencia del Alto Perú

Art. 3º. Las relaciones de comercio, con la excepción única de los artículos de
contrabando de guerra, serán plenamente restablecidos por el tiempo de dicha
suspensión85 entre las provincias de la monarquía española, las que ocupan en
el Perú las armas de su S.M.C y los estados que ratifiquen esta convención.
Art. 5º. Las relaciones de comercio marítimo con la nación española y los
estados que ratifiquen esta convención, serán reglados por convención especial,
en cuyo ajuste se entrará enseguida de la presente.
Art. 9º. En el caso de renovarse las hostilidades, éstas no tendrán lugar ni
cesarán las relaciones de comercio sino cuatro meses después de la intimación.
(Roca, 2007: 101-102).

No obstante los despropósitos de la altanera propuesta, el Libertador


no la censura –ni la aprueba– totalmente, le atraía particularmente la
tregua de 18 meses que establecía el acuerdo, tiempo en el cual podría
levantar y disciplinar un poderoso ejército en el Perú, complementado
este con los auxiliares que tanto demandaba de Colombia, Chile y
Argentina. En total, Bolívar soñaba con levantar una fuerza de más de
20.000 hombres que garantizaría no solo la independencia del Perú,
sino la libertad de toda la América del Sur.
A la postre la Convención, y los acuerdos de “paz y amistad” que
ella estipulaba, no se llegarían a materializar por la restitución de la
monarquía en la península ibérica (octubre de 1823); sin embargo, la
serie de intrigas que en torno a ella se tejieron fueron, a la postre, más
favorables a la causa patriota que a la realista. El reconocimiento de
nuestra independencia y de nuestras libertades se conquistaría, como
hasta ahora, sobre el campo de batalla.

85 Se refiere a una tregua de 18 meses que estipulaba el acuerdo.

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Ayacucho

Llegado el mes de septiembre del año 1823, a más de dos años de la


declaración de independencia, el panorama que ofrecía el Perú en todos
los ámbitos de la vida nacional, no solo en el terreno político y militar,
era realmente crítico y adverso. El país que recibía Bolívar para su
redención estaba inmerso en el más profundo caos, las arcas del Estado
en total bancarrota, las instituciones de caridad al borde del colapso por
falta de recursos, las calles a merced del hambre y la miseria; los robos,
el pillaje y los saqueos eran el orden del día a día; en fin, un desorden
civil generalizado al cual ni siquiera las beneméritas tropas auxiliares
extranjeras eran inmunes (Ludwig, 1952; Anna, 2003). Por otra parte,
la ocupación realista de junio y julio de ese año 1823 había impuesto
fuertes tributos de guerra a los ciudadanos de Lima, mermando, aún
más, su ya exigua economía. Bolívar, obrando siempre de conformidad
con el Congreso y el Ejecutivo, debía actuar de inmediato para asegurar
las mínimas condiciones de subsistencia de las tropas, elevar su moral y
tomar todos los aprestos logísticos necesarios de cara a la campaña que
se avecinaba. O’Leary, el ya aludido edecán irlandés del Libertador, en
su obra Junín y Ayacucho (1919), señala que Bolívar debió comprometer
su responsabilidad personal para procurarse un empréstito de 300.000
pesos de manos de los principales capitalistas de la ciudad; estos,
conocedores de la pulcritud con que el Libertador manejaba los fondos
públicos, no dudaron en otorgárselo prontamente. (O’Leary, 1919).
Otro asunto que ocupó la atención y las energías de Bolívar, desde el
momento mismo de su arribo al Perú, fue la rebelión de Riva-Agüero.
Conociendo ya los pormenores de la disolución del Congreso, el atropello
a sus representantes y la actitud hostil y desafiante que desde Trujillo
asumía el expresidente, el Libertador, facultado por la representación
nacional para mediar con el rebelde, intentó persuadirlo para que

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y la Independencia del Alto Perú

depusiera su censurable actitud. Bolívar le escribe el 4 de septiembre, le


reprocha el crimen cometido: “No dude usted que el suceso de Trujillo
es la mancha más negra que tiene la revolución”, señala el Libertador;
le recuerda que el mando que él ostenta, y que tan obstinadamente
defiende, proviene de la autoridad del Congreso, entidad a la que juró
obediencia; le asegura, además, que de esta actitud solo puede esperar
“maldiciones de América y juicios de desaprobación en Europa” (Bolívar, 1978
II: 203). Sin embargo, y pese a la fuerte reprimenda, Bolívar ofrece a
Riva-Agüero su amistad, una amnistía86 y el mando del Ejército del Perú;
generosa oferta que, de no ser aceptada, “Es inevitable la ruina del Perú”
(Bolívar, 1978 II: 203). El depuesto presidente no acepta la propuesta,
pero tampoco cierra el camino del diálogo, necesita ganar tiempo para
remozar su ejército y establecer nuevas y oscuras alianzas; ofrece las
bases de un nuevo acuerdo, incluso se muestra dispuesto a renunciar,
pero condiciona este trascendental paso al cese del Congreso y de Torre
Tagle. Aun cuando la representación nacional rechaza categóricamente
esta contraoferta y aspira a la aniquilación total del disidente, el
Libertador insiste en transitar la vía de la negociación para forzar la
rendición de Riva-Agüero; este acepta el juego dilatorio y en él apuesta
a una de sus mejores fichas: el coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente,
sin imaginarse ni remotamente que este movimiento desmoronaría su
causa, víctima de sus propias intrigas.
Al tiempo que avanzaban las “negociaciones”, en la práctica Riva-
Agüero asumía una posición cada vez más beligerante frente al Congreso
y ahora contra el propio Bolívar y sus tropas auxiliares. Como ya hemos

86 A través de dos comisionados: el coronel Luis Urdaneta y don José María Galdiano.

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Ayacucho

señalado, lejos de poner en marcha la parte que le correspondía87 en


el plan de operaciones acordado con Sucre (22 junio) y, por lo menos,
apoyar a los que en el sur luchaban contra los enemigos de la patria
–los españoles–, Riva-Agüero se encargó de fraguar planes en contra de
sus adversarios políticos, anteponiendo así sus intereses a los del Perú.
En medio de la campaña de Intermedios envió hasta tres emisarios
(Soyer, Orbegoso y Castañeda88) a Santa Cruz para ponerlo al tanto de
los acontecimientos en Lima y de su confrontación con el Congreso,
solicitándole –como si ello fuera de importancia capital para la subsistencia
del país– el inmediato regreso de su división rumbo a Trujillo. Ilusos
Bolívar y Sucre que llegaron a creer que este oscuro personaje colocaría
todo su celo y actividad en favor de la causa de la libertad; no, no fue
así, solo actuó en beneficio propio, generó intrigas, sembró cizaña, odio
y rencor en los corazones de los jefes peruanos para con hacia sus pares
colombianos; presentó a los ejércitos auxiliares como una amenaza para
el país y su soberanía, les hizo creer a todos que él era una víctima del
Congreso y que con su destitución se violaba la legalidad. Desconoció
el acuerdo firmado con Sucre y la Suprema Autoridad Militar que ejercía
por delegación del Congreso y, lo que es peor aún, instó a otros generales
y jefes del ejército a que le desobedecieran, envolviéndolos en una serie
de acuerdos secretos en donde todos se comprometían a “sostener a costa
de su propia vida la independencia del Perú y la autoridad de Riva-Agüero”. (Paz
Soldán, 1870).

87 Su principal responsabilidad estaba reflejada en el artículo 1 del referido convenio: “Art.1°


D. José de la Riva-Agüero pasará inmediatamente para la costa abajo, se hará cargo de las fuerzas del Perú,
y las dirigirá por la parte del Norte, haciendo ocupar el territorio de Jauja, e interceptando a los enemigos sus
comunicaciones, víveres”. (Paz Soldán, 1870; Villanueva, 1995).
88 Los dos primeros, coroneles, y el tercero, civil.

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y la Independencia del Alto Perú

En su obstinación por sostenerse en el poder, y ante la aniquilación


en Intermedios de su principal contingente militar: la división de Santa
Cruz, Riva-Agüero le escribe a José de San Martín solicitando su auxilio,
primero el 22 de agosto y luego el 28 de septiembre, a través de Guise,
Orbegoso y Portocarrero, sus agentes en el sur. En ambas misivas no
se escatiman elogios para con el fundador de la libertad peruana y
claman desesperadamente por su inmediato regreso para salvar al Perú
(Hoover, 1995). En una primera instancia el prócer argentino, que a la
sazón se encontraba en Mendoza, responde que la única fórmula para
salvar al Perú pasa por el reconocimiento del Congreso, dejando de
lado “las quejas y resentimientos que puedan tener” (citado por Paz Soldán,
1870: 133); solo de esa manera él estaría dispuesto a sacrificar su vida
privada para apoyar al Perú. Posteriormente, en comunicación directa
a Riva-Agüero (23 octubre), un indignado San Martín declina cualquier
posibilidad de ir al Perú al sentir que se le está convocando para unirse
al expresidente en su particular guerra con el Congreso. Los términos
de su contestación no pudieron ser más contundentes: “Es inconcebible
su osadía grosera al hacerme la propuesta de emplear mi sable en una guerra civil.
¡Malvado! ¿Sabe usted si este se ha teñido jamás en sangre americana?” (citado
por Rumazo, 1973: 99). Sin la división de Santa Cruz y sin el apoyo de
San Martín, Riva-Agüero concibe la peor y más reprochable de todas
sus estratagemas: la alianza con los españoles.
Desviando al país del horizonte democrático y republicano que se
había trazado, Riva-Agüero parecía dispuesto a pactar con el virrey
para convertir al Perú en una especie de “monarquía constitucionalista”
bajo los preceptos de la Constitución de Cádiz (1812). El nuevo Estado
sería “independiente”, pero estaría regido por un príncipe europeo
designado por el rey de España. Hasta que esto se verificase el propio

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Ayacucho

La Serna presidiría el Perú (Espinoza, 2006: 37; Anna, 2003: 289;


Dietrich, 1995: 105). En pocas palabras y por increíble que parezca,
¡prefería entregar la patria a los españoles antes que dejarla en manos
de Bolívar y el Congreso! La Serna nunca respondió a esta propuesta,
como no respondió tampoco a anteriores propuestas de armisticios y
de paz hechos por Riva-Agüero, no tenía por qué hacerlo; la anarquía y
la confrontación interna que vivía el país era enteramente favorable a su
causa, el Perú estaba por caer en cualquier momento, era solo cuestión
de tiempo. Sin embargo, como astuto político que era, el virrey envió
emisarios a Trujillo para escuchar las patéticas propuestas del otrora
adalid de la independencia peruana.
En este contexto, Bolívar, más que el Congreso y que Torre Tagle, era
el principal enemigo a vencer y el más serio obstáculo para llevar a cabo
sus nuevos planes monárquicos. En su demencia, Riva-Agüero estaba
dispuesto a enfrentar al Libertador en el campo militar, con el apoyo
de Santa Cruz, claro está; para ello requería que este abandonara Lima
–centro de su poder– y se embarcara en una campaña terrestre rumbo a
Trujillo, en ese momento podría Riva-Agüero aprovechar su ventaja, en
lo que a medios navales se refiere, y atacar a una desguarnecida ciudad
de Lima, establecer allí un nuevo gobierno y terminar de expulsar al
Libertador y a sus huestes hacia el norte del país, procurando que por
esa vía retornaran a su originaria Colombia. Para esta temeraria empresa
Riva-Agüero disponía de 2.000 hombres89, fuerzas que aspiraba a
duplicar en lo inmediato en las provincias que le eran afectas, además
de contar en sus cálculos con un absoluto apoyo popular, incluso en
Lima. Ni lo uno ni lo otro se verificó, más por el contrario, con el pasar

89 Según José María Novoa, secretario privado de Riva-Agüero, el expresidente contaba


dentro de estas fuerzas con los regimientos Coraceros, Lanceros de la Victoria y el de
Húsares (citado por Espinoza: 44).
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y la Independencia del Alto Perú

del tiempo Bolívar recibía mayores adhesiones y Sucre estaba próximo


a retornar desde los Puertos Intermedios, situación que hacía previsible
una inminente operación militar sobre los disidentes y su obstinado jefe.
Llegó noviembre y Bolívar se puso en campaña contra Riva-Agüero.
Bolívar y sus tropas parten del Callao el 11 de noviembre y tras
cuatro días de intensa travesía desembarcan en Supe, desde allí van
a emprender un meteórico desplazamiento terrestre que los llevará a
Pativilca, Marca, Recuay y Huaraz, en solo nueve días, sorteando a su
paso las múltiples dificultades que les imponía la cordillera peruana,
entre ellas la lluvia y la temible enfermedad de la verruga90 (Espinoza,
2006). Para colmo de males, la contribución material que estos pueblos
podían ofrecer para sofocar las calamidades que padecían las aguerridas
tropas colombianas era muy poca, no por falta de patriotismo, que de
hecho lo había y en gran medida, sino porque sus haberes habían sido
extinguidos ya por las partidas rivagüeristas. Ya establecido en Huaraz,
el Libertador emprendió una serie de movimientos tácticos para tomar
el norte del país y poner fin a la sedición de Riva-Agüero. El Batallón n.°
1 del Perú fue despachado –el mismo 25 de noviembre– a Conchucos,
Huamalíes y Huánuco, la caballería a Caraz y la infantería esperaría su
turno hasta el 29 para movilizarse hacia Trujillo. Adicionalmente, tropas
colombianas provenientes de Panamá se situarían al norte de Trujillo y
dos buques bloquearían las costas del departamento; no había salida para
Riva-Agüero, solo dos opciones cabían en su destino inmediato: aceptar
una capitulación honrosa o enfrentar militarmente al Libertador, de las
dos alternativas la última perdía fuerza ante la ausencia de Santa Cruz

90 Enfermedad mortal que afectaba a los extranjeros que tomaban agua de manantiales,
arroyos o ríos en su paso por la cordillera; de este y otros males enfermaron 300
colombianos (Espinoza, 2006: 49).

- 105 -
Ayacucho

y por el precario estado disciplinario y moral en que se encontraban


sus propias tropas (Espinoza, 2006). Sin embargo, los acontecimientos
darían un giro sorpresivo y favorable a la causa patriota en menos de 24
horas, el enfrentamiento entre hermanos no sería necesario: el decidido
y claro accionar de uno de los hombres de confianza del expresidente
pondría fin a este triste capítulo de la epopeya independentista peruana.
El coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente, hijo de español y peruana,
nacido en 1796 en la rica zona minera Huantajaya (Tarapacá), hoy parte
de la provincia de Iquique en Chile, fue uno de los tantos criollos que
sirvió decididamente a la causa realista durante los primeros lustros del
siglo XIX y luego, por convicción o empujado por las circunstancias,
emigró al bando patriota prestando allí un grande servicio a la patria.
En 1821, ya con el ejército de San Martín presente en el Perú, fue
convencido por Torre Tagle, en Trujillo, de sumarse a la causa patriota
en medio de la ya proclamada independencia de Trujillo91. Sin resentimiento
se unió a las fuerzas patriotas92 e hizo filas en la causa de Riva-Agüero,
parcialidad a la cual sirvió fielmente hasta el momento en que se enteró
de que el depuesto presidente estaba en acercamientos y coqueteos
con los españoles. Gutiérrez de la Fuente fue comisionado por Riva-
Agüero para participar en las negociaciones próximas a entablarse
con comisionados del Libertador. Una vez iniciadas estas en una
hacienda en las cercanías de Lima, el hábil coronel observó que los tres
comisionados bolivarianos, Araos, Alcázar y Elizalde, “no tenían, como
91 29 de diciembre de 1820.
92 En la Batalla de Talcahuano (1817) fue hecho prisionero por las fuerzas de San
Martín y posteriormente remitido al depósito de prisioneros de Las Bruscas, cerca
de Buenos Aires, del cual logró escapar y volver al Perú vía Brasil, posiblemente
en compañía de Andrés de Santa Cruz, por ese tiempo igualmente prisionero en
las Bruscas y quien también se fugó al Brasil para regresar al Perú e incorporarse al
Ejército Real.

- 106 -
y la Independencia del Alto Perú

los anteriores, instrucciones suficientes para trabajar sobre suficientes bases, aunque
éstos ofrecían verbalmente acceder a algunos puntos” (Paz Soldán, 1870: 190);
este impasse se resolvería con la designación de una pequeña comisión
de dos individuos, uno por cada bando, la cual se trasladaría a Lima
para solicitar una “ampliación” de los poderes. Para esta comisión Riva-
Agüero seleccionaría nuevamente a Gutiérrez de la Fuente, sin saber
que con esta decisión hipotecaría su futuro político.
Sin lugar a dudas, Bolívar era un hombre fascinante, dotado de
una personalidad única e irresistible; tenía el don de cautivar a todos,
una especie de magnetismo único que atraía y cautivaba hasta al más
acérrimo de sus enemigos; su crédito y su gloria todo lo conquistaba y
el noble corazón del joven coronel peruano no fue la excepción. Una
vez reunidos los delegados con el Libertador, Gutiérrez de la Fuente
escuchó con atención la exposición del héroe venezolano en torno a la
inconveniencia de la guerra civil y la perentoria necesidad de encaminar,
de una buena vez y por todas, la guerra contra el auténtico enemigo
del Perú: los españoles. Bolívar no se guardó nada, puso al descubierto
las intrigas de Riva-Agüero, mostró al coronel cartas que demostraban
contundentemente que el otrora presidente estaba en tratativas con
los realistas; el coronel no lo podía creer, se sintió decepcionado y
traicionado y, como queriendo enmendar por sí mismo todo aquel
entuerto, se extralimitó en sus funciones y propuso a Bolívar un nuevo
acuerdo en donde reconocía la autoridad de Torre Tagle, quedando
restringida la autoridad de Riva-Agüero al mando del ejército o a
una misión diplomática en caso de no aceptar. Bolívar hizo algunos
ajustes al acuerdo, especialmente en lo concerniente al reconocimiento
del Congreso, pero en la esencia del mismo había consenso ya que
ponía fin a la amenaza de guerra civil. Con el compromiso de celebrar

- 107 -
Ayacucho

una nueva junta en Pativilca para concluir definitivamente el acuerdo,


se retiró Gutiérrez de la fuente, eclipsado por el genio de Bolívar y
enemistado irreconciliablemente con Riva-Agüero. (Paz Soldán, 1870,
Dietrich, 1995).
Si bien un decepcionado Riva-Agüero rechazó categóricamente y de
forma inmediata el acuerdo transado por su intermediario –recordemos
que para el líder disidente la base de cualquier negociación era la cesación
del Congreso y de Torre Tagle–, mantuvo abiertas las negociaciones con
Bolívar e incluso nombró dos delegados para ir a Pativilca93, pero el daño
a su causa ya estaba hecho; su antiguo preferido incubaba dentro de sí el
germen de la duda, duda con la causa que defendía, duda hacia su jefe y
sus verdaderas intenciones, dudas con el papel que él mismo jugaba en
todo este teatro de intrigas. El rechazo de Riva-Agüero al acuerdo que
Gutiérrez de la Fuente había propuesto al Libertador molestó aún más
al coronel e interpuso un océano entre los dos.
Cada vez estaba más solo el caudillo limeño, Santa Cruz no llegaba
–posiblemente había sucumbido también al influjo de Bolívar–, los
españoles no respondían a sus propuestas de entregarles la patria en
bandeja de plata, y los comisionados del Libertador en Pativilca tenían
claro ya que sus propuestas conciliatorias eran una estratagema a favor
de sus intereses y en beneficio de los enemigos de la patria. Huir era
ahora la única opción que consideraba; de hecho, ya tenía preparada su
fuga: por un lado, la goleta Terrible le esperaba en la caleta de Malabrigo
para sacarlo al Pacífico y, por otro, alistaba su éxodo hacia Cajamarca

93 Luego de varios días de insulsas discusiones, los comisionados de Riva-Agüero


presentaron un arreglo de 25 artículos en el que si bien se reiteraba la solicitud de
cese del Congreso y del Ejecutivo, se estipulaba la sumisión del ejército del norte a la
autoridad de Bolívar, siempre y cuando se convocara a nuevas elecciones populares,
mismas en las que el expresidente no participaría, pidiendo en este caso para él una
misión diplomática en Londres (Paz Soldán, 1870).
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y la Independencia del Alto Perú

en busca del río Marañón; para ambas empresas ya se había provisto


de víveres y de mucho dinero para su subsistencia (Espinoza, 2007).
A pesar de tener todo tan bien calculado, Riva-Agüero caería víctima
de sus propias intrigas –como hemos manifestado anteriormente–; su
correspondencia con los españoles sería la incontestable prueba de su
traición a la patria.
A manos del coronel Gutiérrez de la Fuente habían llegado, por
azares del destino, nuevas cartas que demostraban las transacciones
secretas entre el expresidente y los realistas (Dietrich, 1995); esta vez las
compartió con sus oficiales y compañeros y ante el estupor de estos por
lo que acababan de conocer, hizo un llamado patriótico que arrastró la
adhesión de todos, pasando de inmediato a la acción. Bajo un pretexto
administrativo y sin levantar la más mínima sospecha, Gutiérrez de la
Fuente partió el 23 de noviembre rumbo a la ciudad de Trujillo, al frente
de su prestigioso regimiento Coraceros, decidido a poner fin a la traición
de Riva-Agüero y abortar la guerra civil que se avecinaba. En el camino
sumó a esta patriótica empresa a la Legión Peruana, que ya se trasladaba
a Cajamarca conforme a los planes de fuga del mariscal-presidente. Una
vez en Trujillo, Gutiérrez de la Fuente ejecutó el golpe de mano con una
precisión tal que nadie se enteró de lo sucedido sino hasta la mañana
siguiente. En efecto, a la una de la mañana del día 25 de noviembre
La Fuente apresa a Riva-Agüero (Hoover, 1995; Dietrich, 1995) y,
paralelamente, según instrucciones que había librado a sus subordinados,
el general Herrera, incondicional rivagüerista, era capturado también. Ya
en la mañana hizo conocer al Cabildo las razones de su extremo accionar,
las cartas demostraban ampliamente la felonía del exmandatario; ante tan
contundentes pruebas el Cabildo y el pueblo de Trujillo aclamaron a
Gutiérrez de la Fuente, saludaron su patriótico desempeño en aras de los

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Ayacucho

más caros intereses de la patria y le nombraron prefecto (o presidente)


del departamento (Paz Soldán, 1870). Días más tarde, en una elocuente
epístola dirigida al coronel Ramón Novoa, expondría las razones que le
llevaron a sobreponer los intereses de la patria a la sincera amistad que
hasta el momento profesaba a Riva-Agüero:

No ha sido U. más amigo que yo del señor Riva-Agüero. Yo lo soy hasta


el presente como lo acreditan mis anteriores comprometimientos y la
consideración que le he guardado hasta el último momento de su salida del
territorio (…) El deber exigía que no viese con indiferencia el sacrificio que se
iba a hacer del país y de nosotros mismos ¿Podía ser insensible al abandono
que se meditaba, dejándonos en los mayores comprometimientos, y en manos
de nuestros implacables enemigos? ¿No sería yo tan criminal como Riva-
Agüero, que sabiéndolo no lo impidiese en el único que restaba? Este pues, ha
sido el objeto de su deposición, y esto mismo habría U hecho y todo hombre
honrado. Las copias que acompaño a U le demostrarán la justicia de mis
operaciones; y los muchos documentos que conservo en mi poder convencerán
al más incrédulo que no me quedaba que elegir entre variar al Gobierno o ser
sacrificados. (Citado por Paz Soldán, 1870: 202-203).

Y, de hecho, salvó al expresidente del espíritu de revancha de Torre


Tagle y del Congreso al expulsarlo a Guayaquil junto con sus más
allegados colaboradores; con esta acción precauteló su vida, pese a que
en Colombia se le dio el tratamiento de reo de alta traición. A solicitud
expresa del vicealmirante Guise, Bolívar ordenó el excarcelamiento de
Riva-Agüero y su expulsión del país (a Europa); Guise, por consiguiente,
se subordinó completamente al Gobierno de Lima y a Bolívar:

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y la Independencia del Alto Perú

En prueba del caso que hago del efecto V.S.H. para el señor Riva-Agüero y
sus socios, ofrezco a V.S.H. generosamente, mandar a Guayaquil órdenes para
que se pongan en libertad aquellos individuos, y haré otro tanto con los que
tenemos presos por la misma causa, y han sido tomados en el Marañón, en
fuga para el Brasil. Si esta satisfacción no es suficiente, no sé que pueda ser
otra más lisonjera, ya que redunda en beneficio de la humanidad afligida y de
amigos perseguidos por una discordia que, aunque injusta, bien merece un
olvido de parte de vencedores. (Bolívar a Guise. Trujillo, 28-XII- 1823. Bolívar,
1978 II: 261-262).

Por otra parte, los ánimos con el Ejército del Norte fueron
conciliados con un digno tratado que mandaba al olvido todas las
tensiones precedentes y garantizaba el mando de este cuerpo en manos
peruanas94. (Paz Soldán, 1870; Espinoza, 2007).
Bolívar no podía estar más satisfecho con el desenlace de esta
campaña, sin combatir, sin derramar la sangre de hermanos; solo con su
prestigio y su ascendente natural sobre las almas nobles salía airoso de
esta primera tormenta política y militar en el Perú. La actitud patriótica
del coronel Gutiérrez de la Fuente fue su gran aliada, tanto como la
tozudez y el despropósito de su adversario. Adicionalmente, las fuerzas
que mandaba el general Sucre95 se unieron a las de Bolívar en Huaraz, el
94 Los únicos que mantuvieron una posición de intransigencia fueron los jefes rivagüeristas
Silva, Novoa (exministro de Guerra) y Mancebo, aunque finalmente claudicarían en diciembre,
siendo expulsado el primero a Panamá y los otros dos, apresados por tropas colombianas,
fueron remitidos a Trujillo el 21 de diciembre.
95 El 20 de noviembre Sucre “ruega encarecida y ardientemente” a Bolívar no dirigir el Ejército
Unido contra Riva-Agüero; por una parte, no desea inmiscuir a las tropas auxiliares colombianas
en un conflicto doméstico del Perú y, por otra, sabe –y es público– que el expresidente le
adversa abiertamente por considerarlo aliado del Congreso, motivo por el cual podría asumirse
su jefatura como una retaliación personal contra el político rebelde que tanto lo había
calumniado en el pasado reciente. Su negativa fue firme y no le dejó otra alternativa a Bolívar
que comprender sus bien fundamentadas razones. (Dietrich, 1995; Hoover, 1995).

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Ayacucho

24 de noviembre, un día antes de la captura de Riva-Agüero; el Ejército


Unido comenzaba a tomar cuerpo para alegría del Libertador y de todos
los peruanos. No obstante las buenas nuevas, la paz interna en el país
de los incas aún no estaba plenamente asegurada, nuevas amenazas para
la causa libertaria surgirían del seno de sus propios hijos y nuevamente
sería el Ejecutivo el principal protagonista de esta infamia.

Rebelión del Callao y sedición de Torre Tagle

Después de una larga travesía de 30 días, el Libertador llega por fin


a Trujillo la noche del 19 de diciembre de 1823.Tal como lo reseñó la
primera plana del Correo Mercantil, de Lima, en su edición extraordinaria
del 29 de diciembre, Bolívar arribó al otrora bastión de Riva-Agüero
“después de haber recorrido las provincias de Huaylas, Conchucos,
Huamachuco y Cajamarca” (citado por Espinoza, 2007: 356). Desde
Huaraz pasó por Antún, Huaylas, Pallasca, Huamachuco, Cajabamba,
Cochamarca y Cajamarca, donde se estacionó por tres días y cuatro
noches, para luego retomar el camino al norte, pasando por La
Magdalena, Huangamarca, Contumazá, Cascas, El Jagüey, Chicama, y
finalmente Trujillo. Llama particularmente la atención toda la actividad
que desplegó en Cajamarca, especialmente el día 14 de diciembre,
atendiendo durante interminables jornadas de trabajo un sin fin de
despachos en donde no parecía escapársele el más mínimo detalle
referido a la guerra, especialmente en lo concerniente al arribo de los
auxiliares chilenos y colombianos.
En esos días de trajín, una de las tareas fundamentales era reinsertar
a las filas de la patria a los contingentes rivagüeristas ya rendidos,
asistirlos –moral y materialmente– y hacer de ellos verdaderos soldados

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y la Independencia del Alto Perú

para la gran y definitiva campaña que se avecinaba; en todos sus cálculos


Bolívar contaba con estos contingentes como parte del Ejército peruano
que, junto con los auxiliares extranjeros, enfrentaría a los encopetados
realistas. Sobre este particular Waldemar Espinoza Soriano (2007), en su
obra Bolívar en Cajamarca, hace referencia a un singular acontecimiento
que, casi sin pensarlo ni prepararlo, hizo incrementar la confianza de la
soldadesca peruana en el Libertador. Pasando revista a los 500 efectivos
del regimiento Tiradores de la Guardia, recientemente incorporados a
la causa de la patria, honró con gran reverencia y respeto a la alta Cruz
de Piedra que se erigía sobre lo que fue la transitoria tumba del inca
Atahualpa y, seguidamente, con “fervoroso civismo”, lanzó la siguiente
invitación: “Jurad todos, como yo juro, por esta Cruz y por la cenizas del gran
Atahualpa, morir por la independencia del Perú”.

El enardecimiento con que lo dijo fue tan estremecedor y sobreexitante que


el rivaguerismo de los soldados se volatizó. Se dieron cuenta que Bolívar era
un hombre excepcional, un elegido para consumar la independencia del Perú.
La exaltación de los soldados peruanos fue tan insondable, que la totalidad
contestaron al unísono y con estruendo: “¡Lo juramos! ¡Por Dios y por la Patria, lo
juramos!”. (Espinoza, 2007: 243).

En Trujillo su actividad no fue menos intensa. Apenas llegó


escribió a Santander solicitándole 12.000 hombres, de los 32.000 que
se aseguraba que tenía Colombia en armas; él mismo estaba dispuesto
a ir a buscarlos, sin embargo, el coronel Diego Ibarra96 lo hace desistir de

96 Este prócer venezolano nacido en Guacara, estado Carabobo, acumula una extraordinaria
hoja de servicios a favor de la causa republicana desde 1813. Fuera del teatro de operaciones
de Venezuela estuvo en la defensa de Cartagena (1815), en la Expedición de los Cayos (Haití,
1816), combatió en Pantano de Vargas, Boyacá, Riobamba, Pichincha y Pasto. Fue edecán del

- 113 -
Ayacucho

esa idea, haciéndole ver lo inconveniente de abandonar el Perú en medio


de las dificultades que aún agobiaban a la tierra de los incas: “Perdemos
el ejército, el Perú y el Sur de Colombia si yo me voy en estas circunstancias”,
comentaba al vicepresidente colombiano (Bolívar a Santander. Trujillo,
21-XII-1823. Bolívar, 1978 II: 257-260). El Libertador era consciente
de que la liberación del Perú no era prioridad para la clase política
colombiana, especialmente para la radicada en Santa Fe de Bogotá;
allí, bajo el influjo de Santander, todos veían con escepticismo y poco
interés los descomunales esfuerzos de Bolívar por culminar la gesta
libertaria suramericana. En consecuencia, el hijo de Caracas no le otorga
la exclusividad de su confianza a Santander en la gestión de tan delicado
asunto; recurre a su amigo Pedro Briceño Méndez97, exsecretario
suyo desde los tiempos de la Campaña Admirable98, solicitándole,
dramáticamente, su intersección en la gestión de los auxiliares:

Si Uds. ahora no hacen milagros para que vengan las tropas que pido, se
lleva el diablo todo, y aún haciendo todo lo que digo también creo que, al
fin y postre, todo se pierde (…) Sea Ud. inoportuno, ruegue, pida, suplique
al Vicepresidente y a cuantos tengan influencia en la marcha de las tropas
para que las manden pronto, pronto, pronto; que no duerman, que no coman,
que no descansen, hasta verlas salir. De otro modo: ¡adiós Colombia¡ ¡adiós

Libertador y gran compañero de Sucre en las campañas del sur. Lamentablemente, un accidente
sufrido en Venezuela cuando preparaba una división de 4.000 hombres lo privó de estar presente
en las épicas jornadas de Junín y Ayacucho.
97 General venezolano (Barinas), que además de su desempeño como militar en la Guerra de
Independencia sirvió a la patria y al proyecto bolivariano como político, escritor y diplomático,
siendo delegado en esta última ocupación como representante de Colombia (La Grande) ante el
Congreso Anfictiónico de Panamá (1826).
98 Nombre con el que se conoce la épica campaña militar que llevó a Bolívar, al frente de un
puñado de 600 hombres (en su mayoría neogranadinos), desde la fronteriza ciudad de Cúcuta
(Nueva Granada, hoy Colombia) hasta Caracas (Venezuela), de febrero a agosto de 1813.

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y la Independencia del Alto Perú

Libertad¡ ¿tan preciosas amigas, cómo debemos perderlas sin llorar lágrimas
de sangre??? (Bolívar a Briceño. Trujillo, 21-XII-1823. Bolívar, 1978 II: 264).

Pronto marchará Bolívar a Pativilca, allí enfermará gravemente a


principios del glorioso año 24; sin embargo, esto no será óbice para
detener el ritmo de su frenética actividad. Pese a la altísima fiebre, al
dolor de cabeza y a los males intestinales, continúa despachando decenas
de cartas y oficios (Rumazo, 1973), solicita recursos económicos para
cubrir los gastos del ejército, manda a llamar a La Mar para que se
ponga al frente de las divisiones del Ejército peruano (Espinoza, 2007);
monitorea el arribo de los auxiliares colombianos, escribe al Congreso
peruano, a Torre Tagle, a Sucre, a Heres, a Salom, a Santander (Bolívar,
1978 II); instruye, ordena, advierte, organiza; todo lo resuelve desde
su lecho de enfermo. El amor a la patria es en Bolívar más fuerte que
cualquier enfermedad; su voluntad y la convicción en la causa republicana
son infinitas. Lamentablemente los funcionarios de Bogotá, y los de
Lima, adolecían del ritmo de trabajo del Libertador, un crimen en tan
apremiantes circunstancias, llegando incluso al pernicioso extremo de
la inacción (o indiferencia) ante las reiteradas solicitudes de auxilio que
desde el sur llegaban. El gobierno de Torre Tagle no fue la excepción a
esta reprobable conducta; su desatención a los requerimientos mínimos
de los auxiliares acantonados en la plaza del Callao sería el germen de
una grave crisis político-militar que retornaría Lima a manos de sus
opresores, crisis en la cual caerían las máscaras de apátridas y oportunistas,
develándose los mezquinos intereses de aquellos que privilegian su
bienestar antes que la felicidad de la patria. Para desgracia del país, por
increíble que parezca, en menos de tres meses el Perú volvía a tener en
Torre Tagle a un presidente proclive a la oprobiosa causa realista.

- 115 -
Ayacucho

Aprovechando la brecha diplomática abierta por el Gobierno de


Buenos Aires con los delegados del régimen constitucional ibérico,
Bolívar aspiraba a replicar en el Perú la tregua en él establecida99
(18 meses) para terminar así de organizar el Ejército Unido, tanto
con elementos del patio como con los nuevos auxiliares solicitados
a Colombia y Chile; así lo había hecho en Venezuela (1820) con
Pablo Morillo100, en vísperas de Carabobo, logrando su cometido
de tomar ventaja sobre el prestigioso jefe español, ventaja que sería
fundamental para la magistral organización de la campaña decisiva de
la independencia venezolana. Celoso con su bien ganado prestigio,
el Libertador no quiso hacer él, directamente, la propuesta de
armisticio a La Serna, podía ser esto interpretado como una señal de
debilidad por parte de sus oponentes; para ello se vale del concurso
del presidente Torre Tagle, hombre de gran aportación a la causa
libertaria en el pasado reciente, “El negocio rueda sobre una negociación que
se debe entablar con los españoles y que se debe manejar de un modo admirable
para poder sacar ventaja de él”, indicaba Bolívar al presidente peruano el
9 de enero del año 1824, desde su lecho en Pativilca (Bolívar, 1978 II:
275). Todo debía llevarse a cabo con mucho celo y mayor discreción,
el virrey debía morder el cebo y proporcionar a los independentistas
el tiempo requerido para aumentar sus fuerzas; sin embargo, no

99 Art. 7 (de la Convención): La suspensión de las hostilidades subsistirá por el término de 18


meses (Roca, 2011).
100 El teniente general Pablo Morillo fue el comandante del Ejército Expedicionario de Costa
Firme que partió de Cádiz en febrero de 1815 con un contingente de más de 10.000 hombres
para restablecer el orden en las excolonias españolas, luego de la restitución de Fernando VII en
el trono de Madrid. Conocido como “El Pacificador”, ostentó los títulos de conde de Cartagena,
marqués de La Puerta y capitán general de Venezuela. En noviembre de 1820 (25 y 26), luego
de jurar la Constitución de Cádiz, se entrevista con Bolívar y firman un tratado de cese de
hostilidades (6 meses) y otro de regularización de la guerra, en Santa Ana- Trujillo (Venezuela),
luego de lo cual regresa a España en diciembre de ese año.

- 116 -
y la Independencia del Alto Perú

contaba el Libertador-Presidente de Colombia con la agenda oculta


de Torre Tagle.
Si bien el presidente en ejercicio hizo todo lo que le indicó Bolívar
y comisionó a su ministro de Guerra, general Juan de Berindoaga, para
que llevara la propuesta de tregua al propio virrey, o en su defecto para
encaminarla por intermedio de sus principales lugartenientes, ya desde
el mes de diciembre del año que acababa de concluir Torre Tagle, en
complicidad con su vicepresidente, Diego de Aliaga, había iniciado
contactos con Canterac para “entablar un tratado bajo la base de que Bolívar
saliera del Perú” (Paz Soldán, 1870: 227; Hoover, 1995: 215). La cobardía de
estos indignos hijos del Perú llegó al extremo de manifestarle a Canterac,
a través de intermediarios, que en ellos no había un odio ciego hacia los
realistas ni hacia su persona, solo las “circunstancias” de la presencia del
Bolívar en el Perú los colocaba en esa difícil situación (de adversarle) y
que sus deseos eran los de “unírseles sinceramente” (Paz Soldán, 1870:
228). Aprovechando la delicada misión de Berindoaga, los traidores
reanudaron los contactos con el enemigo, hicieron acompañar al general
de un exoficial realista de apellido Herrán, quien llevaba correspondencia
secreta para Canterac, esto a espaldas del propio Berindoaga. No
pudiendo la comisión adentrarse en territorio enemigo más de lo que le
permitieron sus dominadores, el oficial Herrán aprovechó la atención de
Berindoaga en su importante comisión para, en un descuido, trasladarse
a Huancayo y entregar a los realistas nueva correspondencia secreta
de Torre Tagle: la traición a la patria y a Bolívar estaba consumada. Si
bien la perfidia del presidente peruano no tardaría en ser develada, los
desgraciados acontecimientos ulteriores pondrían en evidencia que el
espíritu artero del Ejecutivo era compartido por sus ministros y por una
considerable porción de la oficialidad peruana.

- 117 -
Ayacucho

Cansados de no ser escuchados en sus demandas, relacionadas todas


con el atraso en el pago de salarios101, la guarnición que custodiaba la
Fortaleza Real Felipe del Callao se sublevaría la madrugada del 4 de
febrero de 1824102 (García Camba, 1846). El sargento primero Dámaso
Moyano, del Regimiento Río de la Plata, sería la cabeza visible y primer
referente de una sublevación que pudo evitarse oportunamente. Junto
con el también sargento Oliva y un puñado de hombres de su regimiento,
Moyano, en una operación ejecutada con gran precisión y efectividad,
toma prisioneros a todos los jefes y oficiales de su unidad, así como
también al gobernador de la plaza, el tristemente célebre general
Rudecindo Alvarado –comandante de la primera y fallida expedición a
Intermedios, quien pocos días atrás había sustituido en esa jefatura al
coronel Valdivieso.
Pese a las bien fundadas sospechas del Libertador de que el motín
del Callao era “una combinación con los godos” (Bolívar a La Mar, Pativilca,
8-II-1824. Bolívar, 1978 II: 318), la rebelión realmente no ocultaba
fines políticos; los soldados solo exigían el pago de sus sueldos y la
restitución a sus lugares de origen, de hecho, mantuvieron una muy
digna actitud durante las instancias iniciales del conflicto, pero en la
medida que el tiempo pasaba y sus demandas continuaban irresolutas
la propiedad de la fortaleza del Callao se comprometía cada vez más.

101 Solo por lo correspondiente a los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1823 se
les adeudaban 76.552 pesos, faltaría en el cómputo lo correspondiente a enero de 1824 (Paz,
Soldán, 1870).
102 O’Leary coincide con el historiador y exgeneral realista Andrés García Camba en cuanto a
la fecha del motín, 4 de febrero, pero con una mayor precisión en cuanto a la hora: la una de la
madrugada. Otras fuentes consultadas difieren en cuanto a la fecha del alzamiento, por ejemplo,
Paz Soldán señala que el movimiento se verificó el día 5 a las diez de la mañana, mientras que
el general Miller señala como fecha del levantamiento el día 7 del mismo mes. La polémica
aumenta con Jhon Hoover, quien situá el día 10 de febrero como el del estallido de la revuelta.
(O’Leary, 1919; García, 1846; Paz Soldán, 1870; Miller, 2009; Hoover, 1995).

- 118 -
y la Independencia del Alto Perú

Múltiples gestiones se hicieron para atender los pedidos de la soldadesca


amotinada, entre estas destaca la realizada por el capitán Estanislao
Correa, oficial adscrito precisamente a la unidad de Moyano y quien
para el momento del levantamiento se encontraba en Lima. Confiado
en la relación de subordinación que hasta unas horas atrás le unía al
líder de la rebelión, Correa se presentó en la fortaleza para conocer
directamente las exigencias de sus antiguos soldados. Pese a verificar
al interior de la inexpugnable fortaleza un panorama verdaderamente
complejo, con el propio Moyano envestido como coronel, el capitán
patriota fue bien recibido y plenamente puesto al tanto de la magnitud y
origen de las demandas de los hombres del Regimiento Río de la Plata y
de los otros cuerpos que componían la guarnición103; según lo planteado
a Correa, el pago de los haberes atrasados y la garantía de retorno a
Buenos Aires de Moyano y Oliva bastaban para saldar el conflicto, pero
la falta de patriotismo de Torre Tagle –quien para ese momento ya había
entregado la República a los realistas– y el alevoso comportamiento del
general Enrique Martínez –jefe militar del distrito de Lima– terminarían
por echar en un saco roto cualquier posibilidad de mediación. (Miller,
2009; Paz Soldán, 1870; O’Leary, 1919; Ramos, 2012; Hoover, 1995,
Villanueva, 1995).
El capitán Correa hizo partícipe a los generales Necochea, Martínez
y Las Heras –reunidos con el ejército en el pueblo de Bellavista– de los
pormenores de su entrevista con Moyano y, pese a la resistencia inicial
de algunos de estos jefes, logró llevarlos a la fortaleza para negociar
con los amotinados una salida a la crisis. Todos, al igual que Correa en
la ocasión precedente, fueron bien recibidos y tratados con la debida

103 Nos referimos al n.° 11 de la división de los Andes, a las tropas de Buenos Aires y a la
artillería peruana.

- 119 -
Ayacucho

consideración y respeto a su investidura. Se transó el pago de 100.000


para resolver el tema de los pagos atrasados, así como también garantías
para Moyano y Oliva para salir del país. Con este acuerdo salieron los
jefes patriotas de la fortaleza, sin embargo, no estaba en el ánimo de
todos cumplirlo. Martínez era de la idea de capturar a los jefes del
alzamiento una vez salieran del Callao hacia el destino solicitado; los
más optaban por conseguir el dinero y poner fin a la rebelión. Enterado
el Ejecutivo y el Congreso de los resultados de estas conferencias y
los compromisos en ellas asumidos, ambos se manejaron con la misma
indiferencia y desatención que había sido el germen de esta situación,
la respuesta del uno y del otro fue débil y su actividad aún más estéril;
claro está, ya había una apátrida conspiración en progreso a la cual la
crisis del Callao le sentaba como anillo al dedo.
Gracias al inagotable patriotismo de algunos limeños empecinados
con la libertad de su patria se logró reunir la cantidad de 20.000 pesos,
suma que decidió entregarse a los alzados al día siguiente (6 de diciembre)
como muestra de buena voluntad y de que se estaba dando la debida
atención a sus exigencias. Con la intención de ganar tiempo y calmar los
ánimos al interior del Real Felipe, Correa se dirigió a la fortaleza para
informar a Moyano sobre los avances de las gestiones emprendidas y
una vez allí fue recibido de manera hostil por los auxiliares rebeldes, se
le interrumpió el paso y se le trató con rudeza; una vez puesto al frente
de Moyano, este, lanza en mano, le reclamó airadamente acerca de una
supuesta conspiración para capturarlo una vez se embarcara rumbo al sur.
Los acusó a todos de pícaros y traicioneros, y como prueba exhibió una
carta del general Martínez dirigida al capitán de la nave a la cual subiría
Moyano; en ella se describía claramente el plan y el compromiso del
marino de devolver a Moyano a puerto luego de dos días de navegación,

- 120 -
y la Independencia del Alto Perú

tiempo en el cual la fortaleza habría sido retomada. Correa no podía


salir de su asombro, trató de excusarse, quiso hacerles entender que era
un ardid de Martínez, les insistió que ya se había conseguido parte del
dinero y que pronto se solucionaría todo, sin embargo, el mal ya estaba
hecho, la desconfianza estaba sembrada, la prueba de la traición era
demasiado contundente, tanto que Correa estuvo a punto de pagar con
su vida la alevosía de otros; solo la indulgencia de Moyano, avivada por el
buen recuerdo de quien hasta hace poco había sido su jefe y compañero,
le salvó de tan trágico destino. (Paz Soldán, 1870; Miller, 2009).
A partir de este momento la crisis tomaba otra dimensión, Moyano
comprendió que su vida corría serio peligro, ya no podía confiar en los
patriotas; el éxito de su causa pendía de un hilo, estaba a punto de perderlo
todo, decidió entonces buscar apoyo en elementos más preparados que
él, aunque estuviesen estos en el bando realista. Ese mismo día 6 las
tropas sublevadas pusieron en libertad a los realistas confinados en la
fortaleza, entre ellos se encontraba el coronel José de Casariego, a quien
Moyano le entregó toda la guarnición; de inmediato, Casariego reconoció
el grado de coronel de Moyano, lo nombró su segundo y procedió a izar
el pabellón español bajo salvas de artillería, al tiempo que despachaba
oficios a Canterac para hacerle conocer tan feliz acontecimiento para las
armas españolas. La fortaleza del Callao, 1.000 individuos de tropa y 105
oficiales patriotas prisioneros, constituían el inesperado botín que recibía
La Serna gracias a la ineptitud y a la traición de Torre Tagle. Más pronto
que tarde algunas unidades del otrora célebre escuadrón Granaderos de
los Andes se sumarían a la traición del Callao. La República atravesaba
sus horas más bajas, mientras los aguerridos jefes realistas Monet y Rodil,
con más de 3.500 hombres bajo su mando, avanzaban sobre Lima y el
Callao. (O’Leary, 1921; Paz Soldán, 1870; Anna, 2003).

- 121 -
Ayacucho

Bolívar, puesto al tanto de la crisis desde el día 7, ordenó desde


Pativilca la evacuación de Lima y la extracción de todo cuanto hubiera
de utilidad en esta plaza para las fuerzas beligerantes (caballos, mulas,
dinero, pertrechos militares, etc.); esta fue una orden que encontró
una considerable resistencia en el Gobierno de Lima, seguramente
por contravenir los intereses de quienes estaban entregando la patria al
enemigo. Al no cumplirse las órdenes con la celeridad que demandaba tan
apremiante situación, el Libertador relevó del mando del distrito militar
de Lima al general Martínez y designó al benemérito general argentino
Mariano Necochea, quien cumplió a cabalidad la misión encomendada.
Antes de evacuar la ciudad, el Congreso, agobiado por la asfixiante
situación militar y por la perfidia de Torre Tagle, descubierta a través
de documentos incautados que probaban fehacientemente su adhesión
al bando realista, decide la destitución del indigno presidente y declara
a Bolívar dictador del Perú (10 de febrero de 1824). La República se
derrumba a pedazos y el héroe venezolano se erige, una vez más, como
la última carta en una partida que no pocos consideran ya como perdida.
En un momento tan excepcional para la causa libertaria del Perú, y del
continente, Bolívar no dejaba de exhibir su temple de acero. Sin perder
la serenidad da instrucciones y toma los aprestos necesarios, tanto para
incomodar a los españoles104 en la retirada como para asegurar, en lo
posible, la inminente campaña que se avecinaba. El ínclito guerrero no
se deja abatir por las adversidades ¡y vaya que había adversidades en este
momento! Lima y el Callao en manos realistas, y las limitadas fuerzas
patriotas menguadas por traiciones y patrañas. Tocaba ahora al hijo de
Caracas ejercer la dictadura para salvar la República, una dictadura en el

104 En paralelo con la retirada de Lima, Sucre ordena al almirante Guise que destruya todos los
buques que no pudiera sacar del puerto del Callao.

- 122 -
y la Independencia del Alto Perú

sentido que se asumía en la antigua Roma cuando “El Senado daba el título
de Dictador a un general con el fin de que salvara la república en un momento de
emergencia. El Senado cedía su poder y se retiraba de la arena política” (citado por
Paucar, 2012: 7). En tan calamitosas circunstancias, su entrañable amigo
Joaquín Mosquera105 le visita en Pativilca y lo consigue, aunque fuera de
peligro, abatido por la enfermedad del tabardillo, una situación realmente
penosa para el Libertador:

Estaba sentado en una pobre silla de vaqueta recostado contra la pared de un


pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco (…) su voz hueca y
débil y su semblante cadavérico. Y, ¿Qué piensa hacer usted ahora? Le pregunté.
TRIUNFAR, me contestó. (citado por Salamé Ruiz, 2009: 134; Medina, 2011:
315; Sherwell, 1995: 73; Dietrich, 1995: 113 y Oropesa, 1988: 96).

… así era el irreductible carácter del Genio de América.


El insigne general inglés Guillermo Miller, cuyo concurso a favor de
la causa libertaria americana hemos resaltado ya en páginas anteriores,
quedó cautivado con el impecable desempeño del Libertador en medio
de tan difíciles circunstancias. Esta favorable impresión la dejará
plasmada para la historia de nuestros pueblos en sus célebres Memorias106,
105 Nacido en el seno de una distinguida familia de Popayán (Colombia), en el año de 1787,
este político, jurista y diplomático colombiano formó parte del Congreso de la Gran Colombia
y fue representante de este país ante los gobiernos de Perú, Chile y Buenos Aires, durante
los años 1822-1823, especialmente designado para solucionar asuntos limítrofes y para sellar
alianzas políticas bilaterales. Llegó a ejercer la presidencia de la República en dos ocasiones
(1830 y 1831).
106 Nos referimos a las Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú, escritas
en inglés por su hermano Jhon Miller y traducidas al castellano por el general Torrijos. La
publicación de la primera edición (1829) de esta obra estuvo a cargo de los Sres. Longman, Rees,
Orme, Brown y Green, en la imprenta de Carlos Wood e hijo. Para la realización del presente
libro hemos utilizado una de las ediciones más recientes de las Memorias de Miller, la de 2009, a
cargo de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad de la Editorial Espasa, Madrid.

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Ayacucho

aparecidas por vez primera en Londres en el año de 1829; en ellas el


oficial nacido en Wingham, condado de Kent, señala:
Quizás nada de cuanto hizo Bolívar en el Perú, dio más títulos a su gloria, que
su conducta en los críticos momentos que se siguieron a la sublevación de
las tropas del Callao; por su firmeza, actividad y oportunos ejemplares, cortó
el progreso a las defecciones, y obtuvo el respeto y entera confianza de todo
buen patriota. A su nombre acompañaba un cierto encanto, y era considerado
unánimemente como el único hombre capaz de salvar la República: a la verdad
no desmintió las esperanzas que habían formado de él, pues en menos de un
año quedó asegurada definitivamente la independencia de la América del Sur.
(Miller, 2009: 260).

Poco antes de la evacuación de Lima, fue precisamente a las manos


del general Necochea que llegaron documentos irrefutables de la
perfidia de Torre Tagle: correspondencia de Canterac a los agentes del
presidente en donde se “revelaba la naturaleza y la extensión de la traición del
presidente” (O’Leary, 1919: 98). Necochea consultó a Bolívar la novedad
y este instruyó el inmediato apresamiento del traidor; sin embargo, el
noble general argentino, a quien el destino tiene reservada una cita con
la inmortalidad en las pampas de Junín, quiso ser condescendiente con
el traidor y lo instó a entregarse voluntariamente en el cuartel general del
Libertador. El pícaro y locuaz político engañó al general y fingiendo la
aceptación de marchar a Pativilca, en un descuido “abandonó furtivamente
el Palacio Presidencial de Lima, para ocultar su vergüenza tras los muros de la
fortaleza del Callao” (Villanueva, 1995: 265). Junto con él corrió también su
influyente y manipuladora esposa, quien, a decir de muchos, era la persona
que más influía y manipulaba el débil carácter del ahora expresidente,
incluso en las cuestiones políticas. Ambos personajes encontrarían

- 124 -
y la Independencia del Alto Perú

rápidamente la muerte en la fortaleza que ellos mismos entregaron al


enemigo: el escorbuto sería su implacable victimario en el marco del sitio
impuesto al Callao en 1825 por el general venezolano Bartolomé Salom.
Si bien hemos señalado a Torre Tagle como el principal artífice de
la pérdida de la Fortaleza Real Felipe del Callao, bien por el estado de
indigencia al que sometió a las tropas auxiliares acantonadas en ese
recinto –incluyendo a las colombianas–, bien por su falta de diligencia
para atender los reclamos que hicieron detonar la crisis de febrero, o
bien por la develada traición que tarde o temprano abriría las puertas de
Lima a los realistas, no fue el excéntrico marqués el único ni el principal
responsable de este desgraciado acontecimiento. El exiliado Riva-
Agüero, con su dañina sedición, obligó a Bolívar a disponer la salida del
insigne Batallón Vargas de la plaza del Callao, con el solo propósito de
confrontar a las partidas guerrilleras que defendían su obstinada causa.
Lamentablemente, las desmoralizadas unidades argentinas y chilenas que
sustituyeron al batallón colombiano, célebre por su decisivo desempeño
en la Batalla de Pantano de Vargas107 (1819), no tuvieron el mismo nivel
de compromiso con la causa que defendían y se dejaron atrapar en el
oscuro laberinto de la anarquía.

Los realistas en Lima. Bolívar y el difícil ejercicio de la dictadura

Una vez que Necochea completó la evacuación de Lima (28 de


febrero), la tropa sublevada en el Callao –ahora bajo el amparo del
pabellón español– procedió al saqueo de la ciudad. Se vivieron escenas de
terror en la antigua capital del virreinato peruano. Muchos comerciantes
107 Acción táctica librada en el marco de la Campaña Libertadora de la Nueva Granada (25-7-
1819), en la cual Bolívar y sus tropas colombo-venezolanas derrotan a las fuerzas del coronel
Barreiro, en lo que constituyó el preámbulo de la decisiva jornada de Boyacá.

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Ayacucho

buscaron amparo en los barcos ingleses fondeados en el aledaño puerto


del Callao, otros solo pudieron contemplar con resignación como la
turba arrasaba con todo a su paso; ni los oficiales españoles podían
controlar la situación, la población esperaba con ansias la entrada de un
ejército, sea cual fuere su parcialidad, para el restablecimiento del orden
(Anna, 2003). Este deseo no tardó en hacerse realidad, el 29 de febrero
Monet y Rodil entran a Lima al frente de un impecable contingente
militar, el orden es restablecido, la ciudad se encuentra en poder de
los realistas por segunda vez en menos de ocho meses. Consumada la
ocupación de la ciudad, tal como lo había previsto Bolívar, el mariscal
Monet ofreció de inmediato amnistía a todos aquellos ciudadanos que
se adhirieran a la causa española; Torre Tagle y su esposa estaban ya, de
hecho, incorporados y obrando por esa parcialidad desde tiempo atrás.
Otros, como el vicepresidente Aliaga y el general Berindoaga,
corrieron en ese momento a buscar abrigo en las faldas del enemigo,
actitud asumida también por el presidente del Congreso, don Carlos
Pedemonte, decenas de funcionarios civiles y, lo más lamentable, por
337 oficiales peruanos que “desertaron ignominiosamente de las banderas de
la patria y se humillaron ante sus opresores” (O’Leary, 1919: 103). Luego de
dejar varios cientos de soldados en Lima, Monet pasa a tomar posesión
de la Fortaleza Real Felipe, regida desde días atrás por el comandante
Isidro Alaix, enviado desde Pisco por Canterac. Una vez designado el
bizarro general Rodil108 como comandante de la plaza del Callao, Monet
retornaría a Jauja llevando consigo a los oficiales patriotas prisioneros
en aquella plaza, en el camino dos de ellos fueron fusilados a instancias
del general García Camba (Miller, 2009); sin embargo, los gritos de
108 Desde diciembre de 1824 Rodil, al frente un un grueso contingente realista, va a desarrollar
heroica y tenaz resistencia al sitio impuesto por el general venezolano Bartolomé Salom, ante
quien finalmente capitularía el 22 de enero de 1826.

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y la Independencia del Alto Perú

¡Viva la patria! lanzados por estos dos nobles oficiales, justo antes de
morir, le hicieron ver a Monet y a sus hombres que la reserva moral en el
bando patriota era aún muy grande. Entretanto, el vicealmirante Guise,
siguiendo las instrucciones del Libertador, hostigaba valientemente
los buques fondeados en el puerto del Callao. La guerra no estaba aún
ganada para los partidarios de España; Monet, veterano oficial de las
guerras europeas, lo sabía, por eso volaba a Jauja a tomar aprestos ante
una segura contraofensiva de Bolívar.
La actualidad del Perú no podía ser más favorable para los realistas:
dominaban prácticamente todo el país, solo les era esquivo parte de
Huánuco y el rico departamento de Trujillo, lugar escogido por el
Libertador para establecer su cuartel general. En lo que respecta a
efectivos militares, los ibéricos también contaban con amplia ventaja:
18.000 hombres, bien equipados y disciplinados, sobre 7.000 efectivos
del Ejército Unido, deficientemente provistos de elementos de guerra
y con la moral muy golpeada por los recientes sucesos. En medio de
un panorama tan adverso, el Libertador no tenía más alternativa que la
de usar el poder que le había otorgado la representación popular para
sacar adelante la campaña final contra los españoles; de afuera sabía ya
que poco podía esperar, de los 14.000 hombres que solicitó a Colombia
el vicepresidente Santander terminaría enviando menos de la tercera
parte, al tiempo que otras gestiones iniciadas en Centroamérica, Chile
y Buenos Aires tampoco darían frutos, en lo que a auxilios militares y
económicos se refiere109. (Rumazo,1973).

109 Pese a no conseguir los auxilios bélicos y materiales que demandaba el Libertador, los
representantes colombianos (Mosquera y Santa María) lograron la firma de Tratados de Unión,
Liga y Confederación Perpetua con Chile (1822), México (1823) y Centroamérica (1826), y
de Amistad y Alianza con Buenos Aires (1823), así como avances sustanciales en la cuestión
limítrofe.

- 127 -
Ayacucho

Bolívar comienza a gobernar, designa a Trujillo como capital


provisional de la República, establece una Corte de Justicia y suprime los
Tribunales Militares, fuente constante de abusos y atropellos contra los
sectores más humildes de la sociedad; por si esto fuera poco, los costos
de los aranceles en los tribunales fueron reducidos considerablemente
para poner la justicia al alcance del pueblo. (Acosta, 2009; O’Leary, 1919).
En el ámbito militar, la primera prioridad era la subsistencia del
ejército; para ello se requería del desprendimiento y buena voluntad del
pueblo, pero también de grandes sumas de dinero. Es por ello que, sin
tiempo que perder, el Libertador tomó medidas extraordinarias en el
orden económico, algunas muy rigurosas pero plenamente justificadas;
entre ellas podemos destacar las siguientes:

• Eliminó empleos y puestos de trabajo inútiles


• Fusionó ministerios
• Redujo sueldos de empleados civiles
• Redujo también el sueldo de las tropas, pero les pagó
• Persuadió a las autoridades eclesiásticas de que dieran la plata
labrada del culto
• Adjudicó al Estado el producto de las propiedades de los que por
haber desertado para servir al enemigo habían perdido el derecho a
la protección del gobierno
• Estableció impuestos y los hizo cobrar
• Combatió con severidad extrema el contrabando. (O’Leary, 1919;
Ramos, 2012, Acosta, 2009).

En el ámbito social también se adoptaron medidas de suma


importancia en medio de aquella coyuntura tan particular. Bolívar no era

- 128 -
y la Independencia del Alto Perú

solo un espartano guerrero, era un hombre de Estado, un arquitecto de


repúblicas y un redentor social; su causa era la causa de los desposeídos,
de los humildes, de los oprimidos; su lucha, más que una gesta militar,
fue una revolución social, y solo Dios sabe cuánto requería el Perú de
una revolución social. En este sentido, Jorge Abelardo Ramos (2012:
179) nos da a conocer las principales determinaciones del Libertador
en materia social:

• Anuló la obligatoriedad del trabajo indígena en las obras públicas


• Suprimió la mita110 y los repartimientos de indios
• Suprimió el derecho de curas y corregidores para el trabajo gratuito
de los indios en el servicio doméstico
• Ordenó la entrega de una porción de tierra a cada indio, anulando la
autoridad hereditaria de los caciques
• Otorgó pensiones a los descendientes de la nobleza incaica
• Protegió a los hijos del cacique Pumacahua111

Si bien fueron muchas las disposiciones adoptadas para resarcir, en


cierta medida, 300 años de abusos y explotación hacia los indígenas, este
no fue el único grupo social favorecido por las medidas revolucionarias
del Libertador, los esclavizados también fueron tomados en cuenta y
considerados por el Genio Caraqueño. El 24 de marzo Bolívar gira una
instrucción al prefecto de Trujillo en donde orienta:

110 Oprobioso sistema de trabajo forzado mediante el cual la administración colonial disponía
de los indígenas para trabajar en el comercio, agricultura y, muy especialmente, en la minería.
111 Pese a su apoyo inicial a los realistas, enfrentando la rebelión de Tupac Amarú de finales del
siglo XVIII, lideró junto con los hermanos Angulo la Rebelión de Cusco (1814) contra el poder
colonial español.

- 129 -
Ayacucho

Todos los esclavos que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan razón,
y aún cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los
amos a que les permitan cambiar de señor, concediéndoles el tiempo necesario
para que lo soliciten. S.E. previene a V.S. dispense a los pobres esclavos toda
la protección imaginable del Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a
estos miserables del triste consuelo de cambiar de dominador. Por esta orden
S.E. suspende todas las leyes que los perjudiquen sobre la libertad de escoger
amo a su arbitrio y por solo su voluntad. (Citado por Acosta Saignes, 2009: 311).

Adicionalmente, sensible como siempre al tema educativo, el


Libertador funda escuelas en diferentes cantones de Trujillo “donde
pudieran recibir instrucción los hijos del pueblo, cosa hasta entonces descuidada
en el Perú” (O’Leary, 1919: 112); y lo que es más aún, fundó la
Universidad de Trujillo, única institución de educación superior
que estableció el Libertador en la tierra de los incas.
De regreso a las medidas adoptadas por el Libertador en el terreno
castrense, Bolívar se ocupa en dar especial atención a la escuadra
del intrépido vicealmirante Guise –víctima también del descuido
irresponsable del anterior gobierno112– al tiempo que designa a Sucre
como comandante en jefe del Ejército Unido, ahora Ejército Unido
Libertador, una heterogénea fuerza multinacional conformada,
principalmente, por elementos venidos de lo que son hoy las repúblicas
de Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, Perú, Panamá, el
Estado Plurinacional de Bolivia y, en menor proporción, de distantes
latitudes como México, Guatemala, Curazao, Brasil, Uruguay, Paraguay,

112 A las tropas se les debía un año de paga y adolecían de víveres y municiones. (O’Leary,
1919).

- 130 -
y la Independencia del Alto Perú

Puerto Rico113, Inglaterra, Irlanda, Francia, Escocia y Alemania. Este


inédito mosaico de nacionalidades y razas, fundidas como un todo en
las divisiones peruanas y colombianas, encontraría en el general Sucre
al infatigable, noble y digno capitán que las conduciría a lo más alto del
altar de la gloria americana.

113 José Luis Salcedo Bastardo (1988). “Sucre”, en: Diccionario de Historia de Venezuela.
Fundación Polar, Vol. 3, P-Z, pp. 646.

- 131 -
Ayacucho

¡Peruanos¡ Los desastres del ejército y el conflicto de los partidos parricidas,


han reducido al Perú al lamentable estado de ocurrir al poder tiránico
de un dictador para salvarse.
El Congreso constituyente me ha confiado esta odiosa autoridad,
que no he podido rehusar por no hacer traición a Colombia y al Perú,
íntimamente ligados por los lazos de la justicia, de la libertad y del interés
nacional. Yo hubiera preferido no haber visto jamás el Perú, y prefiriera
también vuestra pérdida misma al espantoso título de dictador.
Pero Colombia estaba comprometida en vuestra suerte,
y no me ha sido posible vacilar.

¡Peruanos¡ Vuestros jefes, vuestros internos enemigos han calumniado


a Colombia, a sus bravos y a mí mismo. Se ha dicho que pretendemos
usurpar vuestros derechos, vuestro territorio y vuestra independencia.

Yo os declaro a nombre de Colombia, y por el sagrado del ejército


libertador, que mi autoridad no pasará del tiempo indispensable para
prepararnos a la victoria; que al acto de partir el ejército de las provincias
que actualmente ocupa, seréis gobernados constitucionalmente por vuestras
leyes y por vuestros magistrados.

¡Peruanos¡ El campo de batalla que sea testigo del valor de nuestros


soldados, del triunfo de nuestra libertad, ese campo afortunado me verá arrojar
lejos de mi la palma de la dictadura; y de allí me volveré a Colombia
con mis hermanos de armas, sin tomar un grano de arena del Perú
y dejándoos la libertad.

Simón Bolívar
Trujillo, Marzo 1824114
114 O’Leary, 1919: 109.

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José Mariano de la Riva-Agüero y Sánchez Boquet . Autor anónimo, 1823. Wikimedia.org., Instituto Riva-Agüero
- PUCP
José Bernardo de Tagle y Portocarrero, marqués de Torre Tagle. José Gil de Castro, 1823. Museo Nacional de
Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Wikimedia.org
Capítulo III
Camino a Junín
Batalla de Junín. Martín Tovar y Tovar (1895), Galería de Arte Nacional, Caracas, República Bolivariana de
Venezuela. Wikimedia.org, archivo: Batalla de Junín.jpg
Camino a Junín

E n Trujillo todo era actividad. Las labores para proveer al ejército


de cuanto era menester para cubrir sus necesidades no parecían
tener límites e involucraban a todos por igual, hombres y mujeres,
civiles y militares; todos sin excepción participaban con patriótico
entusiasmo en tan arduas y extenuantes tareas. Según O’Leary (1919),
Trujillo en aquellos días parecía un inmenso arsenal en donde nadie estaba
ocioso, era imposible que fuera de otra manera; todos seguían el ejemplo
de un incansable líder que en todo se involucraba, que en todo ayudaba,
derrochando optimismo, autoridad y una energía sin igual; un hombre
que parecía tener respuestas y soluciones ante cualquier adversidad:
Simón Bolívar.
Pendiente hasta del más mínimo de los detalles, el Libertador hizo,
sin ningún tipo de prejuicio, tanto de costurero como de herrero durante
el mes que se estacionó en Trujillo; él mismo cortaba los moldes (o
patrones) para las chaquetas de los soldados –en atención a economizar
tela–, indicando incluso como se debían teñir las mismas. Por otro
lado, en su inusitado rol de herrero, Bolívar enseñaba como preparar
las herraduras de los caballos, tema que fue siempre su preocupación
por ser la caballería el arma principal del Ejército Libertador. Sobre este
singular e importante tema gira instrucciones muy precisas a Sucre:

Para las herraduras españolas debe tener el clavo fuera de la cabeza, dos
pulgadas por lo menos; esta debe ser muy fuerte para que sufra en lugar de la

- 137 -
Ayacucho

herradura todo el uso exterior, pues estando más elevado debe chocar más con
las piedras y el terreno. Para las herraduras inglesas, debe ser el clavo de dos
pulgadas, pero más fino en todo, porque queda embutida la mayor parte de la
cabeza dentro de la herradura en una pequeña canal que tiene ésta. Debe ser
de hierro dulce de Vizcaya, y para experimentarlo, deben torcerlo y doblarlo, y
si se rompe no vale nada. (Citado por O’Leary, 1919: 113).

Sucre, quien desde el mes de diciembre del año 1823 había partido
a la sierra para evitar el paso expedito del enemigo al valle de Jauja,
rivalizaba en actividad con el Libertador. Se estableció primeramente en
Yungay y de allí fue distribuyendo las beneméritas tropas colombianas
conforme iban llegando: el Batallón Pichincha en Carnas, el Bogotá en
la provincia de Huamalíes, el Rifles115 en Caraz, el Vencedor en Huaylas,
y el Voltígeros con él en Yungay (Villanueva, 1995: 290). Para el mes de
enero estableció su cuartel general en Huánuco, no sin antes proveerse
suficientemente de granos, ganado y leña; recursos que distribuyó
estratégicamente a lo largo del camino que debían recorrer las tropas.

En todas las provincias del departamento se hacen acopios de víveres, y creo


que, aunque con trabajo, se mantendrá el ejército en la estación de invierno.
En Humalíes y Conchucos he mandado que los depósitos, particularmente
de ganados, se hagan donde puedan marchar con facilidad a Cajamarca. En

115 Esta benemérita unidad tuvo su origen en Venezuela (1818-1819) en las misiones del Caroní
al oriente del país. Constituido por “legionarios” extranjeros, principalmente británicos e
irlandeses, y criollos de diferente origen étnico y social, el Batallón Rifles se cubrió de gloria en
las acciones de Pantano de Vargas, Boyacá, Carabobo, Bomboná, Taindalá y Yacuanquer antes
de su inmolación en Corpahuayco (3-12-1824). Por su arrojo y valor toda la unidad recibió
la “Orden de los Libertadores” (Bomboná) y entre sus jefes destacaron particularmente los
nombres de Sandes, Ferguson, Rook y Duchbury, el primero triunfador junto con Sucre en
Tarqui (1829) y los tres últimos muertos en acción.

- 138 -
y la Independencia del Alto Perú

Cajatambo he mandado que se hagan los acopios en los lugares más cómodos,
porque creo que vendrá a consumirlos Vargas (el batallón) y cualquier otro
pequeño cuerpo que se sitúe en Oyón. Si esos ganados y recursos de Cajatambo
se han de retirar, es menester que con tiempo se manden órdenes directas de
Lima, y aún comisionados expresos que lo hagan, porque es el punto más
próximo a un ataque, y donde deben acopiarse muchos ganados con los
del Cerro, y más granos. Las órdenes que vayan directamente allí, porque se
demorarían si me buscasen, no teniendo yo residencia fija. (Sucre al secretario
general de S.E. el Libertador. Huánuco, V-I-1824. Sucre, 1976 IV: 49-50).

El joven y activo general venezolano pasó a Huaraz (separada de


Huánuco por la ciudad de Llata) y estableció allí un gran hospital para
asistir a las tropas; no contento con esto estudió minuciosamente todo
aquel inmenso y fértil valle, reconociendo él mismo sus caminos, ríos,
quebradas, entradas y salidas, rutas de escape, acceso a la costa de
Chancay y conexión con Lima; parecía no escapársele ningún detalle
al jefe venezolano, todo lo preveía y todo lo aseguraba con sus propias
manos y su inagotable energía:

Mientras yo hago un reconocimiento personal de todas la direcciones que


conducen a Huánuco, y las transmito a V.S, sabrá S.E que la ruta de Tarma a
ésta ciudad por el camino principal es susceptible de una gran defensa en la
reunión de los ríos que forman un fuerte obstáculo en Ango; pero marchando
hacia Cajatambo, hay pasos doce leguas río arriba hacia el este, viniendo a caer
a la provincia de Huamalíes y a la espalda de esta provincia. (Sucre al secretario
general de S.E. el Libertador. Huánuco, V-I-1824. Sucre, 1976 IV: 49).

- 139 -
Ayacucho

Días después, en una epístola dirigida directamente al Libertador,


Sucre anexa y envía un croquis con la siguiente leyenda:

De Huánuco a Pasco 23 leguas. A Ambo son 5 ½ leguas a Guacar. De Huánuco


a Ambo son todas haciendas y muy buen camino. Siete leguas arriba de Huacar
hay puente al pueblo pero de éste no hay camino a Huacar. Por la ribiera
derecha más arriba de Ambo dicen que no hay camino conocido de tráfico
pues el cerro de Huarica viene junto al río.
A la espalda de esta cordillera hay un camino que viene de Jauja a tomar a
Huánuco por retaguardia 7 leguas abajo; pero es camino que nadie lo trafica,
es muy frío y tiene que pasar una fuerte cordillera. (Sucre a Bolívar. Huánuco,
XI-I-1824. Sucre, 1976 IV: 60).

Al igual que Bolívar lo haría en Trujillo, Sucre estableció talleres


para construir y reparar material de guerra de toda clase (maestranzas),
fabricó uniformes, cartucheras, sillas y frenos para la caballería,
lanzas, morrales y todo cuanto pudiera necesitar un soldado. Todo
este derroche de actividad lo realizó decididamente el hijo pródigo
de Cumaná pese a estar su salud malograda por las largas jornadas a
lomo de caballo (Villanueva, 1995, Salamé, 2009). Sobre este denodado
accionar, el general y expresidente venezolano (1936-1941) Eleazar
López Contreras, en un ensayo sobre la vida de Sucre, devela:

Sucre, con su cuartel general en Huánuco y Huacho, desarrolla un máximo


esfuerzo personal en dar a las tropas las comodidades posibles en cuanto a
alojamiento, vestuario, equipo y subsistencia; trabaja en el desarrollo de la
instrucción teórica y en su entrenamiento, en constantes marchas de resistencia;
solicita con interés el material de guerra, reúne y cuida de la dotación de

- 140 -
y la Independencia del Alto Perú

ganado caballar y mular; asegura, dentro del radio de vigilancia de los cuerpos,
los ganados propios y aún los de particulares, de que pudiera disponer el
enemigo; estudia detenidamente el terreno bajo el punto de vista militar, ya
para la defensa y el ataque, ya para los recursos que posea; establece un eficaz
servicio de exploración lejana y de espionaje para conocer los movimientos e
intenciones del enemigo; y realiza una intensa propaganda por la prensa, que
atrae a esas regiones a la causa, disminuyendo su fanático entusiasmo por los
realistas. (Citado por Dietrich, 1995: 109).

Este tesonero trabajo no pasó desapercibido a los agudos ojos del


Libertador, en aquellos días de afanes escribe a Sucre y le manifiesta
estas sinceras palabras: “El espíritu de Ud. es fecundo en arbitrios, inagotable
en medios cooperativos; la eficacia, el celo y la actividad de Ud. no tienen límites.
Emplee usted todo esto y algo más por conservar la libertad de América”. (Citado
por Oropesa, 1988: 99; Dietrich, 1995: 114 y Villanueva, 1995: 302).
Pero el accionar del futuro Gran Mariscal de Ayacucho no se limitó
a Yungay, Huánuco y Huaraz, una vez consumada la pérdida del
Callao debió “volar a la costa para recoger las guarniciones, cambiar
algunos jefes, asegurar las poblaciones del litoral y entenderse con la
escuadra” (Villanueva, 1995: 293). Quién mejor que él para ejecutar
eficientemente una misión tan delicada y apremiante como esta,
Sucre era un auténtico paradigma en el cumplimiento del deber; su
compromiso con la causa emancipadora y su ya manifiesta devoción
hacia Bolívar lo hacían superar con creces cualquier demanda o
solicitud que se le hiciera. En este sentido, para complementar su
misión, organizó guerrillas a lo largo de la costa y en otras regiones
cercanas a ella, para espiar los movimientos del enemigo y establecer
correspondencia con elementos leales que subsistían en Lima; al

- 141 -
Ayacucho

tiempo que, con inagotable fortaleza, armaba transportes veleros para


hostigar las costas y distraer la atención del enemigo. Todo lo preveía
la lúcida y privilegiada inteligencia del joven general venezolano,
inmortalizado ya en las faldas del Pichincha.
Bolívar, por su parte, no se quedaba atrás; además de construir de
la nada todo cuanto necesitaba el ejército, emitía cientos de órdenes
e instrucciones a sus colaboradores, en Perú y fuera de él, para
asegurar todo cuanto le era esquivo en esta encomiable tarea. Ante el
ofrecimiento de tropas que le hiciera el general Bartolomé Salom, de
aquellas desmovilizadas en Pasto, Bolívar le orienta:

Vuelvo a reencargar a vd. El mayor empeño en la construcción de equipo
y fornituras de tropas; pues aquí (Trujillo) lo hemos agotado todo y no se
encuentra nada con que subvenir a las necesidades del ejército, y vuelvo
a repetir que cada soldado debe traer dos mudas de ropa, un capote y una
frazada, alpargatas o zapatos, fornitura completa de infantería o caballería, y
sus respectivas armas en el mejor estado posible. Las monturas de caballería
deben ser excelentes para que no maten; y si matan que no vengan; que vengan
igualmente muchos millares de astas de lanzas buenas y largas. (Bolívar a
Salom. Trujillo, 14-III-1824. Bolívar, 1978 II: 338).

Ante la inminencia de la campaña final que teje ya en su


mente privilegiada, Bolívar comparte sus planes y gira múltiples
instrucciones al coronel Tomás de Heres 116, designado por esos

116 Oficial venezolano de gran actividad y sobresalientes servicios en la administración política


de importantes provincias y regiones, tanto en Perú como en Ecuador. Hasta finales de 1820
sirvió a la causa realista, año en el cual como comandante del célebre Batallón Numancia lo
entregó al general San Martín en Lima (diciembre de 1820). Fue secretario de Bolívar y combatió
con distinción en la Batalla de Tarqui (1829) junto con el Mariscal Sucre. Sus restos reposan en
el Panteón Nacional de Caracas.
- 142 -
y la Independencia del Alto Perú

tiempos primera autoridad política y militar del departamento


de Trujillo:

En el caso que los enemigos combatan con nosotros tenemos una gran
probabilidad del suceso porque hay mucho espíritu en nuestro ejército y el
material y personal es excelente Así, haremos siempre mucho, si vamos a
convidarlos a un combate, por la proximidad.
Pero, para llenar tan grande objeto todo esfuerzo será vano: toda diligencia
pequeña: todo empeño infructuoso. Preciso es, mi amigo, que todos nos
matemos en procurar el buen éxito de esta expedición: las dificultades son
enormes y así Vd por su parte y yo por la mía, no debemos descansar ni de día
ni de noche. Necesitamos, pues:
1.- Infinitas herraduras con sus buenos clavos.
2.- Mulas y caballos.
3.- Las Municiones y armas de todas especies, menos cañones.
4.- El equipo.
5.- Las maestranzas, y
6.- El dinero y botiquines.
Cada uno de estos artículos es más o menos importante, según el orden de su
filiación: el grado de la importancia está en el 1º, 2º,3º,4º,5º y 6º. Creo que está
dicho claramente. Desvélese Vd por los clavos y las herraduras y después por
lo demás. (Bolívar a Heres. Otuzco, 15-VI-1824. Bolívar, 1978 II: 356).

Pero la correspondencia más fluida de Bolívar en este período (finales


de 1823 y primer tercio de 1824) fue, ciertamente, con Sucre, su más fiel
y consecuente colaborador. Durante el período señalado, las epístolas
fluían copiosamente entre el campamento del jefe del Ejército Unido y
el cuartel general del Libertador. Los dos paladines de la independencia

- 143 -
Ayacucho

suramericana, acostumbrados a dedicar largas horas –todos los días– a


la redacción de órdenes, instrucciones, decretos y cartas, de todo tipo,
generaron entre ellos un fluido sistema de comunicación a través del cual
compartieron aspectos relativos a la guerra y la política, pero también a
sus sentimientos, sueños y aspiraciones, dibujando entre línea y línea de
cada texto el presente y futuro de América. En lo estrictamente referido
a la preparación de la decisiva campaña contra los opresores del Perú,
Bolívar indica a Sucre lo siguiente117:

117 Doc. 1: carta 744. Bolívar 1978, II: 310-311; Doc. 2: carta 754. Bolívar 1978, II: 330-331;
Doc. 3: carta 761. Bolívar 1978, II: 343. Doc. 4: carta 768. Bolívar 1978, II:354.

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y la Independencia del Alto Perú

Cuadro n.° 2. Correspondencia Bolívar-Sucre, febrero-marzo 1824

N.° Lugar Fecha Instrucción o requerimiento


1 Pativilca 4-2 “Véngase Vd, pues volando, a verme aquí; dejando
antes todas sus órdenes dadas para que nada falte a la
ejecución de mis primeras y últimas disposiciones, y de
aquellas más que Vd haya determinado. Aquí tendremos
una conferencia extensa, profunda y tranquila. Vd hará el
papel de fiscal, y yo el de abogado de mi opinión. Ojalá
tuviéramos un juez imparcial que acordase lo mejor (…)
Por lo mismo que la cosa es de mucha importancia me
es indispensable un consultor como Vd, que reúne la
parte deliberativa a la ejecutiva, sin cuya reunión no hay
verdadera ciencia práctica. Últimamente nada deseo tanto
como ver llegar a Vd pronto; pero sin haber descuidado
de un solo punto las prevenciones indispensables para la
ejecución de nuestros movimientos. También diré a Vd
que no exijo un religioso cumplimiento en cuanto a las
tropas avanzadas y a los jefes que deseen mandarlas, como
igualmente los puntos que deben ocupar. En todo esto
queda Vd en libertad de obrar como mejor le parezca,
sin dejar de tenerla también en las demás partes de la
instrucción. Me explicaré aún más claramente: autorizo a
Vd de un modo pleno para que haga lo que más tenga por
conveniente, sin sujetarse a las instrucciones más que en
el fondo de ellas: este fondo se reduce a no comprometer
nuestras tropas a nada, y a salvarlas hasta que se reúnan
con los nuevos refuerzos que espero de Colombia”.

2 Pativilca 16-2 “Mucho he sentido no haber visto a Vd aquí. Su


maldito viaje a Reyes sobre Pasco me ha privado de esta
satisfacción, y temo que también me prive de Vd. Le
recomiendo de nuevo que se cuide, que no ande solo, y
que no se meta en aventuras, porque la moda del día es un
poco peligrosa para los que tienen que perder, y porque
esas son necedades”.

- 145 -
Ayacucho

3 Trujillo 21-3 “Repito a Vd que haga venir a Huaraz los piquetes de


Navajas y Ezeta y se forme un escuadrón a las órdenes
inmediatas de Vd, que se habilite lo mejor posible y
que se compongan sus sillas. Los Granaderos que se
aumenten lo más que se pueda, y ponga las herraduras
lo mejor posible, porque son muy malas y los clavos
son detestables; en fin, es preciso refaccionarlas y quizás
hacerlas de nuevo”.
4 Otuzco 14-4 “… Yo pienso que debemos movernos todo el mes de
mayo contra Jauja a buscar a Canterac, que no nos puede
resistir (…) Los caballos buenos, útiles, que se vayan
engordando con cebada, que deberá conseguirse a todo
trance, aunque sea comprándola a cuenta de cuentas, o
por dinero si no hay otro partido.
Venga Vd a verme inmediatamente a Mollepata, para
donde parto pasado mañana: allí trataremos de todo,
todo.
Antes de salir Vd de su cuartel general deje Vd. todas
las órdenes necesarias sobre las medidas preparatorias
para la marcha hacia adelante, o atrás, conforme a las
circunstancias. Por cualquier evento, el enemigo puede
echarse sobre nosotros mientras estamos divididos, y
por lo mismo debe preverse el caso. De resto, todo debe
referirse a mis nuevas miras de marchar adelante”.
Fuente: Bolívar, Obras Completas, tomo II (1978)

La correspondencia del Libertador no deja ningún resquicio de


duda de que, consumido el primer tercio del año 1824, él y Sucre se
encontraban ya en abierta campaña contra el león español, siendo el
quinto mes del año el elegido para ir en busca del enemigo. En medio
de esta coyuntura, el aprecio y la confianza que Bolívar dispensaba al
héroe de Pichincha crecía cada vez más; en su inagotable actividad y
buen juicio depositó Bolívar toda su confianza, Sucre sería ahora más
que nunca el faro que guiaría los movimientos del Ejército Unido
Libertador; él había preparado las condiciones desde las postrimerías

- 146 -
y la Independencia del Alto Perú

del año anterior para su paso a través de la compleja topografía andina,


ahora le tocaría la difícil tarea de conducir esa masa militar por los
terrenos más agrestes que pueda concebir la imaginación humana. La
revolución independentista suramericana llegaba a su momento cumbre
y, ahora más que nunca, el Libertador necesitaba del apoyo de su alma
gemela, el lúcido y joven general nacido hace tan solo 28 años en la
oriental ciudad venezolana de Cumaná.
Muchos fueron los momentos de incertidumbre y de desasosiego que
arroparon a Bolívar desde su arribo al Callao aquel 1.º de septiembre del
año 1823; tanta falsedad, tanta hipocresía y, sobre todo, tantas calumnias
y traiciones ¡incluso su propia gente le falló! –como su otrora apreciado
Santander–. Bolívar llegó incluso a cuestionar el paso cumbre que había
dado al aceptar la invitación del Perú para luchar por su libertad; no
imaginó nunca que los enemigos de esa libertad harían filas en el bando
patriota, no imaginó nunca tanta xenofobia y tanto “nacionalismo” mal
entendido; llegó a pensar también que su bien ganado prestigio estaba
en riesgo, más por las intrigas y la anarquía imperante en la tierra de
los incas que por la fuerza o superioridad de su adversario español. En
medio de este mar de dificultades pocos hombres eran merecedores
de su confianza: Heres, O’Leary, Salom, La Mar, Lara y, por supuesto,
Sucre –el hombre de la guerra–118, el ínclito guerrero que no traicionará
jamás la confianza del Libertador.
Del lado español la actividad era igualmente intensa y constante,
aunque con muchas menos carencias y limitaciones que sus adversarios;
sus orgullosos jefes buscaban aprovechar al máximo la relativa y
circunstancial ventaja que les deparaba la posesión de Lima y el Callao,

118 “Yo soy el hombre de las dificultades; Vd. el hombre de las leyes y Sucre el hombre de la guerra” (Bolívar
a Santander. Lima, IX-II-1825. Bolívar II, 1978: 450).

- 147 -
Ayacucho

sabían, no obstante, que el control de estas plazas secuestradas no


les garantizaba el éxito final sobre el Ejército Unido; solo el campo
de batalla decidiría la suerte final del Perú, sin embargo, por ahora, la
esquiva balanza del destino parecía inclinarse caprichosamente hacia el
bando realista.

La rebelión de Pedro Antonio Olañeta

El año 1823 representó un período particularmente adverso


para la causa patriota en el Perú, al igual que también lo fue,
dramáticamente, el primer tercio de 1824. A la debacle militar de
Intermedios debemos sumar la traición de dos presidentes, el motín
del Callao, la pérdida de Lima –en dos oportunidades–, la deserción
y pase al enemigo de cientos de efectivos militares (incluyendo jefes y
oficiales) y el súbito regreso a su país (sin pisar Lima) del contingente
chileno al mando del brigadier Pinto. A este panorama adverso
en el ámbito local se adicionaba el no menos preocupante tema
del retorno del absolutismo a España: los cien mil hijos de San Luis119
habían traído de vuelta al trono a Fernando VII, lo que hacía pensar,
con no pocos fundamentos, en un posible intento de reconquista de
América por parte del monarca ibérico, auxiliado ahora por un poderoso
aliado (la Santa Alianza) ávido de posesiones ultramarinas en el nuevo
mundo. Sobre este particular Sucre escribe a Bolívar lo siguiente:

Este año veríamos el desenlace de Europa, el cual va más que nada a decidir
el de la América. Todo colombiano debe poner un ojo en el Perú y otro en la

119 Nos referimos al contingente de 95.000 franceses que bajo la dirección del duque de
Angulema invadiera España en abril de 1823, para reponer en el trono a Fernando VII, no sin
antes encontrar una tenaz y feroz resistencia, especialmente en Cádiz.

- 148 -
y la Independencia del Alto Perú

Santa Alianza. Esta maldita coalición de los reyes de Europa me hace temer
mucho de la existencia de nuestras instituciones; no puedo negar a Vd. que
más cuidado me da de ellos que de los godos del Perú porque éstos a lo más
nos tomarían a Quito, pero aquellos nos pueden destruirlo todo (…) Ya
se dice de una división de la América a favor de los soberanos de la Santa
Alianza, dejando Méjico para la España (…) Se dice que la Francia quiere
apropiarse a Colombia en esta división de la América, y vale más la muerte que
ser ni colonos franceses, ni ser gobernados por los Borbones. (Sucre a Bolívar.
Yungay, 25-II-1824. Sucre, 1976 IV: 143-144).

Así las cosas, el futuro del Ejército Unido en el Perú era para nada
halagador, el destino parecía ensañado con los independentistas; muy
pocas habían sido las satisfacciones cosechadas en ese tiempo y, para
colmo de males, los refuerzos solicitados a las naciones libres del
Nuevo Mundo no terminaban de llegar, al menos no en la cuantía
solicitada para equilibrar fuerzas con el poderoso Ejército Realista.
Definitivamente eran horas bajas para Bolívar y para los hombres que
obstinadamente luchaban por la redención del Perú, se encontraban en
una peligrosa encrucijada de la cual no parecía haber retorno. ¿Será la
tierra de los Hijos del Sol la tumba del ilustre hijo de Caracas y del sueño
libertario americano? “Vencer y dejar libre al Perú ¡o todos morir!”,
había prometido Bolívar al Congreso; este último y fatal designio
parecía ser su irremediable destino. Sin embargo, el oscuro panorama de
los independentistas cambiaría repentinamente, la monolítica estructura
del Ejército Realista se resquebrajaría en profundidad con el grito de
disidencia del ahora mariscal Pedro Antonio Olañeta desde el Alto Perú,
un acontecimiento tan inesperado como favorable para la causa patriota.

- 149 -
Ayacucho

Europeo de nacimiento120 y de profesión comerciante –sumado a la


causa realista en 1810–, el mariscal Olañeta tenía un particular influjo
sobre las provincias del Alto Perú y aquellas ubicadas al norte del Río de
la Plata. A su mando estaba una fuerte división de 4.000 hombres que
tenía por cuartel general la ciudad de Oruro y debía subordinación al
llamado Ejército Real del Sur, al mando del acreditado mariscal Manuel
Valdés. Sin que mediara un motivo, una causa o una justificación de
peso para poder explicar su temerario accionar, Olañeta irrumpió en
Potosí el 4 de enero de 1824, tomando posesión de todo cuanto allí
existía, dinero, tropas y recursos bélicos, y quebrantando la autoridad
del mariscal José Santos de la Hera, gobernador de Potosí, a quien trató
de sumar a su causa para marchar sobre Charcas (hoy Chuquisaca).
La negativa del jefe, fiel al virrey La Serna, motivó un desigual
enfrentamiento que culminó con la capitulación de La Hera (García
Camba, 1846). Un sorprendido y cauteloso La Serna no daba crédito
a las noticias que recibía desde el sur del Desaguadero; si bien Olañeta
no era precisamente el oficial más apreciado del Ejército Real –su
ambición y el notorio beneficio que en su condición de comerciante
había obtenido de la guerra le granjeaban el recelo de buena parte de
la oficialidad hispana–, no imaginó nunca el virrey que las apetencias
personales de este jefe se tradujeran en tamaña disidencia. La Serna
pidió explicaciones a Olañeta y giró instrucciones precisas sobre el
destino inmediato que debía ocupar a las tropas que este comandaba,
instrucciones que fueron totalmente desoídas por el mariscal disidente.
Los aires de tormenta estaban ahora sobre el campo realista, la guerra

120 Nació en 1770 en la jurisdicción de Vergara, Guipúzcuoa, provincia de Vizcaya (hoy


país Vasco), España. Se presume que se trasladó a América junto con su familia en 1787,
estableciéndose entre el sur del Alto Perú y el norte de la actual Argentina, es decir Potosí, Jujuy
y Salta, región en la cual llegaría a ejercer un auténtico monopolio comercial.

- 150 -
y la Independencia del Alto Perú

civil estaba a punto de estallar entre españoles y nada de lo que pudiera


hacer o instruir el virrey desde Cusco parecía poder evitarla. Al respecto,
La Serna escribe el 10 de febrero a Olañeta en los términos siguientes:

Deseo saber cuales son las ideas de V.S., pues no puedo imaginar sea la que
vulgarmente se dice y denota el comportamiento de V.S. de haber hecho salir de
esa villa al general La Hera, nombrado por mi jefe político, con otros incidentes
que hacen inferir que V.S. no obedece mis órdenes. Así, se hace preciso me diga
V.S. si reconoce o no en mí la legítima autoridad superior de estos países (…)
La ocurrencia habida en Potosí, que V.S. debió evitar y dar parte, exige cierta
explicación de parte de V.S. para que este gobierno superior haga notoria al
Perú y a todo el universo la fidelidad de V.S. al rey y a la nación, o su traición
(…) Por el conductor de éste espero V.S. me conteste sencilla y claramente,
pues de cuantos perjuicios y males puedan resultar, por no proceder V.S. como
las leyes de la razón y la tranquilidad pública exigen, será responsable a Dios,
a la nación y al rey. (La Serna a Olañeta. Cuzco, 10-II-1824. Citado por García
Camba, 1846: 135-136).

Mientras tanto, en Potosí, Olañeta continúa imponiendo su ley. Apresó


a los jefes que mostraban obediencia al virrey y marchó sobre Charcas,
estratégica provincia en donde encontró el apoyo de la guarnición de esta
plaza, en detrimento de su jefe natural, el general Maroto, gobernador
y presidente de la Real Audiencia de Charcas. Sin enfrentar resistencia
alguna, Olañeta y sus huestes entran a la ciudad de La Plata (hoy Sucre)
el 13 de febrero de 1824. Con Maroto fuera de acción (se replegó a
Oruro) y con la adhesión a su causa del brigadier Aguilera, gobernador
de la provincia de Santa Cruz, Olañeta y su rebelión se robustecían
vertiginosamente; en tales circunstancias favorables, el autoproclamado

- 151 -
Ayacucho

capitán general de las Provincias del Río de la Plata se dio a la tarea de designar a
familiares y adeptos en cargos públicos y promociones militares, el caso
más elocuente fue la designación de su cuñado, el coronel Guillermo
Marquiegui, como gobernador y presidente de la Real Audiencia de
Charcas. (García Camba, 1846).
Ahora bien, detengámonos un momento a analizar: ¿Cuáles razones
de fondo podían existir para la sublevación de Olañeta? ¿Por qué un
cambio de conducta tan súbito en un oficial que hasta hace unos meses
había servido leal y eficientemente al virrey, al punto de merecer su
ascenso a mariscal de campo? El origen de toda la controversia se
encuentra, básicamente, en la desmedida ambición de poder de Olañeta
y en los acontecimientos acaecidos en la convulsionada España.
En 1820, a raíz de la revolución liberal iniciada con la rebelión
de Rafael del Riego121, el régimen absolutista había sido depuesto en
España, viéndose obligado el rey Fernando VII a jurar la Constitución
de 1812. Igual situación se verificó para las autoridades monárquicas
de ultramar, es decir, debieron jurar la Constitución y someterse al
posteriormente denominado Trienio liberal. La Serna y sus prestigiosos
comandantes no fueron la excepción; de hecho, había en muchos de
ellos un marcado espíritu liberal conjugado con un ferviente amor a
la nación española. Olañeta, pese a su indiscutible identificación con
la monarquía, aceptó también el régimen constitucional122; incluso en

121 Tal como ocurrió en 1815 con la expedición del “Pacificador” Pablo Morillo, desde 1819
se alistaba en Andalucía una fuerte expedición (20.000 hombres) para poner fin a la rebelión
de las colonias españolas en América. La concentración de tropas fue aprovechada por un
grupo de oficiales con pensamiento liberal, entre los que se encontraba Riego, para proclamar la
Constitución de 1812. El 1.º de enero de 1820 Riego lanza una célebre proclama en Las Cabezas
de San Juan (Sevilla), con lo que dio inicio a la revolución que depuso al rey.
122 Olañeta juró la Constitución con toda su división el 14 de diciembre de 1820, en obediencia
al real orden del 15 de abril de ese año.

- 152 -
y la Independencia del Alto Perú

medio de este régimen luchó bajo las órdenes de La Serna, sin mayores
problemas, poniendo a disposición de la causa realista la considerable
fortuna que había labrado, fruto de sus actividades comerciales y el
contrabando. Pero cuando en un hombre la ambición no tiene límites,
sus ojos ven como insignificante cualquier retribución que no sea
proporcional a sus desmesurados intereses.
Luego del feliz suceso que significó para las armas españolas el
fracaso patriota en la última campaña de Intermedios, comenzaron
a manifestarse abiertamente los problemas y las insatisfacciones de
Olañeta. Pese a ser ascendido a mariscal de campo junto con Valdés
y otros oficiales en octubre de 1823, por su antigüedad consideraba
Olañeta que en él debería recaer la comandancia en jefe del recién creado
Ejército del Sur; el virrey pensó de manera diferente y la designación
fue para Valdés. A partir de este momento un profundo resentimiento
se albergó en el espíritu de Olañeta. Amigo del poder, de la autoridad
y de las influencias (Roca, 2007), aspiraba este alto oficial al mando
supremo –político y militar– del Alto Perú y de las provincias del Río
de la Plata, territorios en donde de hecho ya detentaba una poderosa
influencia merced a sus actividades comerciales. En lo estrictamente
militar le avalaban los catorce años de servicio incondicional al pabellón
español (comenzó como guerrillero y oficial de milicias) y en lo político
el apoyo que en su momento brindó para el ascenso a virrey de La
Serna. No obstante estos méritos, su adscripción al absolutismo parecía
ser su mayor lastre de cara al ejercicio de un cargo político o militar
de relevancia; otros oficiales, simpatizantes del liberalismo, ascendían
igual o por encima de él, sin importar la antigüedad, tal fue el caso
precisamente de sus primeros adversarios españoles La Hera y Maroto,
y del ahora general en jefe Valdés.

- 153 -
Ayacucho

Conocedor, vía Buenos Aires y Montevideo, de los acontecimientos


que se desarrollaban en España, Olañeta esperaba el pronto regreso al
trono de Fernando VII y con ello un cambio drástico en la dirección
política y militar de estos territorios. En enero del año 1823 Olañeta
habría recibido una carta enviada por miembros del Consejo de
Regencia de Urgel, instándolo a erigirse como defensor del absolutismo
en estos territorios y prometiéndole a cambio el cargo de virrey del Río
de la Plata, una vez la Santa Alianza repusiera a Fernando en el trono.
Si bien no confrontó a La Serna y a sus “liberales” a lo largo de ese año
1823 –por el contrario, luchó junto con ellos para repeler las incursiones
patriotas en Intermedios y la inagotable actividad guerrillera de Lanza
en La Paz–, o cabe duda de que Olañeta estuvo preparando el terreno
para asaltar el poder cuando las condiciones le fueran más favorables;
el desplante que significó para él la designación de Valdés como jefe
supremo del sur solo precipitó los acontecimientos.
Puesto ya en campaña para hacerse con el poder que los proliberales
españoles le habían negado a fines del año 1823, Olañeta y su división
capturan rápidamente Oruro y Potosí, como vimos detalladamente en
párrafos anteriores, y es precisamente en esta última ciudad cuando, el
22 de enero de 1824, llega a manos de Olañeta una gaceta española con
la tan ansiada noticia: el rey había sido liberado y repuesto en el trono,
anulando de inmediato, mediante real decreto del 1.º de octubre de
1823, todas las disposiciones, decretos, comisiones y cargos instaurados
por el Trienio liberal. El mariscal vizcaíno vio su oportunidad y le dio, a
partir de ese momento, un contenido antiliberal y anticonstitucionalista
a su causa, proclamándose defensor a ultranza del rey y de la religión,
desconociendo de plano la autoridad de La Serna como virrey,
precisamente por haber sido esta conferida durante el mandato de

- 154 -
y la Independencia del Alto Perú

los hoy depuestos liberales (García Camba, 1846). Evidentemente, no


faltaron adeptos a la causa independentista que alimentaran los sueños
virreinales de Olañeta y su renovado absolutismo; era esta una clara
oportunidad para fracturar sensiblemente la estructura orgánica del hasta
ahora irreductible Ejército Real. Desde supuestos planes monárquicos
del propio La Serna en el Perú (Roca, 2007), hasta la pretensión de este
de traer a suelo americano a todos los constitucionalistas y liberales
exiliados de la España monárquica, se manejaron como argumentos
para acrecentar el odio de Olañeta hacia sus excompañeros de armas.
A todas estas, La Serna desconocía las reales motivaciones de
la rebelión de Olañeta. Las atribuyó en primera instancia a celos o
desavenencias personales con Maroto y La Hera; en tal sentido, actuó con
cautela inicialmente, pero al ver desoídas sus instrucciones giró órdenes
a Valdés para que marchara al sur y redujera al rebelde. El bizarro jefe
español, veterano de mil campañas en Europa, actuó también con cautela
y moderación, buscando la conciliación con el excompañero de armas
como primera opción para resolver la compleja situación planteada. En
la medida que avanzaba hacia su objetivo, Valdés giraba comunicaciones
al jefe rebelde, apelando a la amistad, a la hermandad y al futuro de las
armas españolas en el Perú; hasta la repentina sublevación de la plaza
del Callao en favor de la causa realista fue utilizada como un motivo
para claudicar posiciones y unir esfuerzos contra los independentistas:

Espero y suplico a V.S. de nuevo que se concluya toda desavenencia entre


nosotros para ponernos en estado, cuanto más pronto, de no perder las
grandes ventajas conseguidas; y no dudo que V.S., como español, accederá
a ello, sean los que fuesen los motivos que hayan impelido su conducta en

- 155 -
Ayacucho

este último tiempo. (Valdés a Olañeta. Viacha123, 22-II-1824. Citado por García
Camba, 1846: 147).

Olañeta, por su parte, que no despilfarraba un segundo en su


campaña contra los enemigos del absolutismo, dirigió un manifiesto
a los peruanos y a sus compañeros de armas denunciando al virrey,
así como también decretó la abolición del régimen constitucional en
todas las provincias al sur del Desaguadero, noticia esta que impactó
profundamente a Valdés cuando llegó a su conocimiento. El 27
de febrero, desde Caracollo (Oruro), Valdés dirige a Olañeta una
solidaria epístola:

Hasta ahora caminábamos en nuestras comunicaciones bajo el supuesto de


que las ocurrencias de Potosí y Charcas no tenían otro carácter que el de una
desavenencia justa o injusta entre V.S. y los generales Moroto y La Hera; más
ahora por sus posteriores pasos veo que el asunto ha tomado otro semblante, y
por lo tanto debo anunciarle que de los mismos sentimientos que V.S. participo
yo, por lo que respecta a la abolición del sistema constitucional, y así mismo
todos los demás jefes, autoridades y tropas del Perú; por lo que le aseguro que
si dentro de nueve días (tiempo que calculo necesario para dar parte al Virrey)
no me previene S.E. que así lo haga, le doy mi palabra de abolirlo en todo el
territorio que mando y que harán otro tanto las fuerzas que me obedecen.
(Citado por García Camba, 1846: 148).

Tal era la ansiedad de Valdés por aplacar la discordia y alcanzar


pacíficamente una reconciliación entre iguales que no esperó ni
siquiera los nueve días ofrecidos para cumplir su promesa. El día 29

123 Actual municipio del departamento de La Paz, Estado Plurinacional de Bolivia.

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y la Independencia del Alto Perú

de febrero el general en jefe del Ejército Realista del Sur decretó por
bando la abolición del régimen constitucional en las provincias a él
subordinadas, medida que fue avalada por La Serna el 11 de marzo,
haciéndola extensiva a todo el territorio del virreinato peruano. Así las
cosas, consideró prudente Valdés proponer a Olañeta un encuentro; es
así como se gestó el acuerdo, o convenio, de Tarapaya. (García Camba,
1846; Paz Soldán, 1870; Arnade, 1982).
Abolido el régimen constitucional por Valdés y La Serna parecía que
Olañeta y su rebelión quedaban sin argumentos existenciales, pero la
inobediencia del mariscal atendía a razones más profundas; no bastaba
la extinción del constitucionalismo, Olañeta aspiraba al virreinato del
Río de la Plata. Después de sortear diversos contratiempos, la reunión
de Tarapaya se verifica finalmente el 9 de marzo (García Camba, 1846;
Paz Soldán, 1870); en ella, Olañeta expuso sus razones a Valdés: el jefe
rebelde se rehusaba a reconocer la autoridad del virrey, esgrimiendo
como argumento principal el hecho cierto de que el decreto real del 1.º
de octubre de 1823 abolía todo lo normado, decretado o instituido por
los liberales, y esto incluía los cargos que en ese momento detentaban
La Serna, Canterac y el propio Valdés.
En tales circunstancias, Olañeta se autoproclamaba como el máximo
representante de la Corona española en las provincias del sur del
Desaguadero, dejando abierta la posibilidad de reconocer la autoridad
del virrey solo en el bajo Perú, a cambio de que este reconociera la
suya en los territorios ya señalados. Por el bien de las armas en el Perú,
Valdés convino en refrendar un acuerdo en el cual Olañeta reconocía la
autoridad política y militar del virrey y de Valdés, a cambio del mando
militar de todo el Alto Perú, territorio en el cual él operaría con total
libertad y autonomía en contra del enemigo. El compromiso incluía

- 157 -
Ayacucho

también el envío mensual de 10.000 pesos a la persona del virrey como


auxilio a la campaña general de los realistas, debiendo, además, asistir
con tropas y pertrechos a los jefes de los ejércitos del norte y del sur en
caso de extrema necesidad. Este tratado no era lo que deseaban los jefes
españoles en el Perú, de hecho, socavaba la autoridad de todos y cada
uno de ellos, pero ante la amenaza de Bolívar desde Trujillo era lo que
más convenía a su causa; poner fin a la sedición y unir fuerzas contra
el héroe caraqueño era en ese momento la prioridad para el mando
realista, después habría tiempo de ajustar cuentas, sobre todo si los
cargos de Canterac, Valdés y La Serna eran ratificados por el rey, como
en efecto sucedió.
Más pronto que tarde Olañeta incumplió con lo acordado y
demostró que sus intenciones iniciales se mantenían intactas; daba
ascensos, levantaba tropas y seducía a oficiales y a efectivos de otros
jefes para que se unieran a su causa; a decir de Valdés (14-6-1824), “ha
obrado como un verdadero enemigo y como obraría un Bolívar, un San Martín”
(citado por García Camba, 1846:168). En tales circunstancias, acechado
por una confrontación cada vez más inminente, La Serna sometió a
consulta de las autoridades políticas, militares y religiosas del virreinato
la conveniencia de la continuidad de su mandato; las autoridades lo
respaldaron rotundamente y, adicionalmente, llegaría a sus manos la
ratificación de su cargo por parte del rey (con fecha 19-10-1823), lo
que sumado a la posición desventajosa en la que habían quedado las
fuerzas independentistas como consecuencia de las sucesivas pérdidas
del Callao y Lima, pintaba un escenario propicio para dirigir la atención
y los esfuerzos hacia el oficial rebelde y rendirlo ejemplarmente. (García
Camba, 1846; Paz Soldán, 1870; Oropesa, 1988).

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y la Independencia del Alto Perú

Previo ultimátum y a la fallida intermediación del coronel Diego


Pacheco para que el jefe absolutista se pusiera a derecho, en junio del
año 1824 se inicia la campaña contra Olañeta; Valdés y los oficiales
Valentín Ferraz, Carratalá, Ameller, Maroto y La Hera marcharon
sobre el disidente desde Cochabamba. Olañeta, por su parte, no estaba
solo, lo respaldaban destacados oficiales como Aguilera, Medinaceli,
Marquiegui, Ostría, Zeballos y el bravo comandante José María Valdés,
mejor conocido como “Barbarucho”. Entre los civiles que acompañan
a Olañeta destaca la figura de un oscuro e intrigante personaje,
presunto autor intelectual de la inusitada rebeldía del general124
vizcaíno; se trata de Casimiro Olañeta, sobrino y secretario privado
del nuevo amo del Alto Perú. Los movimientos de tropas de uno y
otro bando se verificaron durante días, convirtiéndose los territorios
de Potosí y Chuquisaca en los principales teatros de operaciones de
esta contienda. Finalmente, las fuerzas beligerantes toparían el día 12 de
julio en Tarabuquillo125, en lo que fue el inicio de una serie de choques
que no llegaron a inclinar decisivamente la balanza hacia ninguno de los
dos bandos en conflicto.
Luego de un poco más de un mes de encarnizados enfrentamientos,
el balance fue totalmente negativo para los opresores del Perú; no podía
haber ganadores en una guerra entre iguales, miles fueron las bajas entre
muertos y heridos: entre los primeros el jefe del Gerona, Cayetano Ameller,
y entre los segundos La Hera. Caballos, ganado, piezas de artillería, plata
y dinero en efectivo fueron “despilfarrados” en esta confrontación estéril
para la causa española, pero tan oportuna como favorable para el bando
republicano. (García Camba, 1846; Arnade, 1982).
124 El grado de mariscal era equivalente a general de división.
125 Los combates de Cotagaita y La Lava fueron otras dos importantes funciones de armas, en
el marco de esta fratricida confrontación.

- 159 -
Ayacucho

Cuando Valdés parecía tener una posición ligeramente más favorable


que la de su inobediente adversario recibió una noticia abrumadora:
Bolívar había derrotado a Canterac en las pampas de Junín, razón por la
cual el virrey demandaba con urgencia su presencia en Cusco. Debiendo
abandonar todo cuanto había avanzado en la campaña, el mariscal
Valdés se retira del Alto Perú, no sin antes hacerle conocer a su tozudo
oponente la ratificación que, desde la península ibérica, había llegado en
favor de La Serna como virrey del Perú. (Paz Soldán, 1870).
En efecto, con el objetivo de reforzar la flota realista que disputaba
al valeroso Guise la supremacía del litoral peruano, habían arribado a
Chiloé, desde mediados del mes de abril, el navío Asia y el bergantín
Aquiles, al mando del capitán de navío Roque Guruceta; estos traían
consigo los importantes pliegos en donde se daba a conocer la
ratificación de La Serna como virrey del Perú:

Ministerio de Guerra,-Excmo.Sr.- Restituido el rey N.S a la plenitud de sus


derechos soberanos, de que le había despojado una facción revolucionaria,
ha vuelto inmediatamente sus ojos paternales a sus dominios americanos y
con especialidad a toda la América meridional; y como tienen tantas pruebas
de la fidelidad con que V.E. sostiene su justa causa en la grande extensión
del virreinato que desempeñaba, quiere su majestad que le manifieste su real
satisfacción nombrando a V.E. en propiedad Virrey, gobernador y capitán
general de Perú.-Manda igualmente S.M. que a todos los generales, jefes,
oficiales, tropas y demás individuos que hayan manifestado con su conducta los
mismos leales sentimientos que V.E. les dé las gracias en su real nombre. Desea
S.M. que V.E. le remita una relación circunstanciada de todos los empleos y
grados que haya concedido durante el ominoso sistema revolucionario para

- 160 -
y la Independencia del Alto Perú

que recaiga sobre ella su real aprobación.-Confirma S.M. la gracia de la gran


cruz de la real orden americana de Isabel la Católica con que decoró a V.D. en
tiempo de dicho gobierno revolucionario.-Aunque S.M. estaba persuadido de
la prudencia y circunspección con que V.E. habrá procedido en la concesión
de los grados y empleos militares, quiere que en lo sucesivo use V.E. de la
facultad que le confía para continuar dándolos, pero con la justicia, economía
y discreción que exige un asunto tan delicado. De real orden lo digo a V.E.
para su noticia, satisfacción y cumplimiento. Dios guarde a V.E. muchos años.
Madrid 19 de diciembre de 1823.-José de la Cruz.-Sr. Virrey del Perú D. José
de Serna. (Citado por García Camba, 1846: 200).

El restituido régimen absolutista daba un firme espaldarazo a La


Serna, pero los problemas del virrey no culminaban allí; Olañeta y Bolívar
amenazaban con poner fin a su autoridad y al propio régimen colonial.
Ante el firme avance de los independentistas, Valdés, al tiempo que se
retiraba a Cusco, apeló –una vez más– al tan proclamado nacionalismo
de su rival, dándole a conocer claramente el peligro que pendía sobre
los intereses españoles a raíz del inesperado revés en Junín. Con la
esperanza de que el disidente jefe absolutista claudicara en favor de una
campaña general contra los independentistas, Valdés voló al encuentro
de La Serna. Por ahora Olañeta salvaba su pellejo, retomó La Paz y
Cochabamba y se aventuró sobre Puno; su causa retomaba oxígeno y se
mantendría en pie un tiempo más, solo que con nuevos protagonistas,
unos que cambiarían definitivamente el destino del Alto Perú.

- 161 -
Ayacucho

Junín: antesala de la gloria americana

Mientras los españoles dirimían por las armas sus diferencias


políticas, Bolívar y sus hombres no dejan de preparar con intensidad
su inminente y decisivo encuentro con el Ejército Real. Los primeros
días de abril (de 1824) Bolívar sale de Trujillo; el 14 está ya en Otuzco,
luego Huamachuco, Santiago de Chuco y finalmente Huaraz (mayo),
para establecer allí su cuartel general. Sucre, por su parte, continúa su
avance hacia el sur del país, alistando todo cuanto pueda requerir el
grueso del Ejército Unido Libertador una vez que emprenda su avance
sobre los Andes peruanos.
En medio de esa frenética actividad, una noticia reconfortante: el
arribo del general Miller al cuartel general del Libertador en Huaraz (19-
5-1824). Sin sacudirse el polvo del camino, el intrépido oficial británico
se le presenta a Bolívar y de inmediato recibe una importante comisión:
atravesar los Andes para ponerse al frente de 1.500 montoneros que
dominaban los alrededores de Pasco. (Miller, 2009: 269).
Sin mayor disciplina o táctica militar que el valor, los montoneros
eran partidas guerrilleras conformadas por indígenas y campesinos
como respuesta a siglos de humillación, vejámenes y atrocidades por
parte de los jefes militares realistas y por los representantes políticos
del oprobioso régimen colonial. Si bien es cierto que, en algunos casos
y durante determinados períodos de tiempo, estos grupos defendieron
también la causa de los opresores del Perú, no es menos cierto que esta
adhesión no siempre fue voluntaria; la coacción, el chantaje y el terror,
fueron, en no pocos casos, el vehículo utilizado para sumar a estos
colectivos a las huestes promonárquicas. Algunos jefes guerrilleros y
sus partidarios sirvieron en primera instancia a la causa realista y luego

- 162 -
y la Independencia del Alto Perú

a la patriota –el caso de Pumacahua–, otros se dejaron arrastrar por el


torbellino político del año 1823 y confrontaron inicialmente a Bolívar,
solo para respaldarlo unos meses después. No obstante esta situación,
no serían la excepción los grupos que lucharon y resistieron durante
toda su existencia al invasor ibérico, como fue el caso, por ejemplo, de
los morochucos.126.
Diestros jinetes, ganaderos por excelencia, de espíritu libre y rebelde,
estos singulares y valerosos campesinos ya habitaban las pampas de
Cangallo (Ayacucho) desde mucho antes de la irrupción de los españoles
en el Nuevo Mundo. Por lo indómito de su ser fueron diezmados durante
siglos por los “conquistadores”, sin poder doblegarlos completamente. No
es de extrañar entonces que los morochucos se incorporaran a la rebelión
de Pumacahua y Angulo en el año 1814, participando, a partir de ese año,
en las principales acciones bélicas libradas en Huamanga y sus alrededores
en aras de la independencia. El más célebre de sus líderes, Basilio Auqui,
fue el artífice de la gran victoria de Seqccha Pampa donde habilidosamente
se hizo perseguir por 400 españoles para luego mandar a inundar toda la
pampa una vez los españoles entraron en ella. La victoria fue completa,
quedando en poder de Auqui gran número de víveres y pertrechos127. como
era costumbre ya en aquel tiempo, los realistas vengaron con gran
ensañamiento la derrota sufrida; el sanguinario jefe realista Carratalá,

126 Proviene de la conjunción de las voces quechuas “moro”: múltiples colores y “chuco”:
gorro, en alusión a los coloridos gorros que trajeron los primeros españoles que incursionaron
sobre estas tierras en tiempos del conquistador Almagro (1542). Muchos de estos europeos se
quedaron en estos territorios conjugándose con los originales en un mestizaje muy particular.
En la actualidad los morochucos aún conservan el porte alto, los ojos claros y el cabello rubio
que heredaron de la fusión con la raza española, enfundados como siempre en sus vistosos
ponchos multicolores. Así los conocimos en diciembre de 2012 cuando visitamos el distrito Los
Morochucos de la provincia Cangallo, a media hora de la ciudad de Ayacucho. (Nota del autor).
127 Testimonio aportado por el señor Félix Gamboa al autor de esta obra en Incarajai (8-12-
2012), lugar donde se escenificó la Batalla de Seqccha Pampa.

- 163 -
Ayacucho

rivalizando en crueldad con otros que le precedieron, incendió la ciudad


de Cangallo previo degollamiento de todos los hombres, mujeres y
niños que allí encontró (Thorndike, 1999). El propio Auqui, víctima de
una traición, fue capturado y sometido al más terrible de los suplicios en
1822, siendo ejecutado junto con toda su familia. Los morochucos, en
respuesta, no cesaron un minuto de hostigar a los ejércitos realistas amén,
principalmente, de sus grandes habilidades como jinetes y su destreza en
el uso de la lanza y de los “cocobolos”128. Como estos valerosos hombres
–cuyos méritos fueron reconocidos repetidas veces por San Martín y
Bolívar–, varios miles, a todo lo largo y ancho del Bajo y Alto Perú129
, sostuvieron la guerra de independencia desde el momento mismo
de la rebelión de Manco Cápac II; su concurso llegaría incluso a las
célebres jornadas de Junín y Ayacucho, integrando las famosas partidas
de montoneros, mismas que recibían ahora, en la figura de un viejo y
apreciado amigo –el general Miller–, un valiosísimo y decisivo aporte
desde el punto de vista de la táctica y la estrategia militar, y también, por
qué no, para el mejoramiento de su tan cuestionada disciplina130.
Miller, que ha servido a la causa de la independencia suramericana
en todas las armas –incluyendo la armada–, se siente a gusto con esta
nueva responsabilidad, ya ha luchado junto con los montoneros en el
pasado reciente; ellos, al igual que él, derrochan una bizarría y un coraje
sin igual en cada batalla; su recibimiento en Pasco no pudo ser mejor, tal
como lo describe el propio general en sus Memorias:

128 Cuero de toro trenzado con una punta de plomo.


129 Las guerrillas del Alto Perú sostuvieron una enconada lucha contra los realistas, resaltando
notoriamente el período 1809-1825, en el cual podemos destacar la instauración de territorios
liberados conocidos como “republiquetas” y el infatigable accionar del guerrillero paceño José
Miguel Lanza.
130 Muchos jefes patriotas temían incluso armar a estos grupos por su volatilidad e indisciplina.

- 164 -
y la Independencia del Alto Perú

Habiendo mandado el general Miller en varias ocasiones a los montoneros,


conocía personalmente a muchos de ellos, y, por lo tanto, celebraron la noticia
de su nombramiento con mil regocijos. Estas guerrillas estaban divididas
en partidas, compuestas de cincuenta hasta cien hombres; y de ellas, la que
se componía de los hacendados de Reyes era de lo más atrevido, arrojado y
emprendedor que pueda imaginarse. Después de permanecer dos días en Pasco,
base de operaciones de la guerrilla, pasó Miller a Reyes, donde los montoneros
de aquel punto, como los de Ninicaca y Carhuamayo se habían reunido, deseosos
de felicitar a su nuevo jefe, y los halló formados en batalla (…) Cuando Miller
se les acercó, se adelantó el capitán a recibirle, y le saludó marcialmente con su
toledana. Miller entonces le contestó cortésmente y pasó a caballo por frente
de la línea, y después de haber sobrepasado la última hilera, le sorprendió el
zumbido de las balas de la salva que hicieron todos los que tenían armas de
fuego; los cuales, no teniendo cartucho sin bala, no escrupulizaron en disparar
con ella para hacer su saludo. (Miller, 2009: 270-271).

El hostigamiento constante al cual fueron sometidas las fuerzas


con que Canterac dominaba ya el valle de Jauja fue obra de estas
intrépidas partidas guerrilleras capitaneadas por el general Miller; en su
intenso y sistemático accionar, él mismo estuvo varias veces a punto
de ser capturado por los realistas en virtud de su osadía. Sin embargo,
estas acciones no solo perseguían mantener en vilo a los españoles, el
seguimiento constante de los montoneros sobre el enemigo permitió
conocer en detalle todos los movimientos de Canterac y la verdadera
dimensión y disposición del Ejército Realista; información esta de sumo
valor para Sucre y Bolívar, así como también la obtenida a través de la
correspondencia interceptada, por estos mismos grupos, al poderoso
Ejército Real del Norte. (Miller, 2009; Villanueva, 1995).

- 165 -
Ayacucho

Durante este período Bolívar y Sucre mantuvieron una coordinación


constante, no podía ser de otra manera ya que los dos paladines de
la gesta independentista suramericana habían dividido esfuerzos para
garantizar el éxito de la campaña; el uno baja desde Trujillo hacia el valle
de Huaraz, mientras que el otro ya superaba inmensas dificultades en su
camino hacia la “cordillera Blanca”.
Desde su salida de Trujillo, el Libertador continúa mostrando gran
preocupación por temas logísticos y de aprovisionamientos aún no
resueltos; tal es el caso de los clavos de las herraduras de los caballos, que
seguían sin ser de la calidad requerida. De Trujillo a Cajabamba los clavos
acabaron rápidamente con las herraduras de los caballos por el difícil
estado de los caminos –dice Bolívar–, prácticamente quedó (el ejército)
sin caballería y el regimiento peruano destruido: “¿Ha de creer Vd. que
no podamos ejecutar el movimiento general por éstos malditos clavos???”, comentó
Bolívar a Tomás de Heres (Santiago de Chuco, XIX-IV-1824. Bolívar
II, 1978: 358). En tal sentido, el máximo jefe patriota gira instrucciones
precisas para conseguir, a todo trance, el preciado hierro dulce de Vizcaya, y
fabricar con él los clavos requeridos, en Trujillo y Huamachuco, mientras
que en Cajamarca se harían las herraduras. Fuera de lo que eran las
herrerías y las piezas de artillería, Bolívar ordena traer de Trujillo todo
cuanto fuera útil para la campaña, incluyendo dinero, plata, oro y alhajas:

Mi intención es limpiar a Trujillo de todo lo que pertenece al Estado” –instruía


a José Gabriel Pérez desde Huamachuco (VI-V-1824)– ¡Por Dios, mándeme
Vd. volando todo, todo, todo, todo !!!, Yo tiemblo por todo lo que se queda
a la espalda. Cuando me venga todo, ya no necesito de prefecto en Trujillo.
(Bolívar, 1978 II: 368).

- 166 -
y la Independencia del Alto Perú

Otros temas ocupan también la atención y el cuidado permanente


del Libertador. De estos los más apremiantes eran, sin lugar a dudas, la
rebelión de Olañeta y el arribo de tropas y recursos desde Colombia. Con
respecto a Olañeta, las partidas guerrilleras mantenían permanentemente
informado a Bolívar y Sucre acerca de los movimientos del general
rebelde, así como también de los movimientos de Valdés para reprimirlo:

El punto cardinal de todo el negocio está en examinar la situación de los


españoles, porque el movimiento de nuestro ejército, está pendiente del estado
en que ellos están, de sus fuerzas en Jauja, de si esperan o no refuerzos del sur,
de si marchan o no desde el Cuzco algunas fuerzas contra Olañeta, de si se
ha pacificado o no la insurrección de éste. (Sucre a Francisco de Paula Otero.
Huaraz, XXII-IV-1824. Sucre, 1976 IV: 295).

Estas noticias, que arribaban también a través de diferentes fuentes,


eran buenas nuevas para Bolívar porque más allá de la evidente ventaja
que le tributaba la fractura verificada en el bando realista, quería ganar
a Olañeta para la causa independentista. Por este particular motivo
no tardará el Libertador en escribir una larga carta dirigida al general
Olañeta desde Huaraz (21 de mayo), en la cual, al tiempo de ofrecerle su
amistad critica el régimen político español (incluyendo la Constitución)
y lo invita a revisar el estado actual de la América toda; le hace ver
que la independencia de nuestros pueblos es un proceso irreversible y
que, además, contamos con el apoyo de las potencias extranjeras que
detentan en la actualidad el patrimonio de los mares, como es el caso
de Inglaterra y EE. UU. Le dice, además, al rebelde jefe español que no
tiene nada que temer a España y que por su actuación reciente él y sus

- 167 -
Ayacucho

hombres serán recordados como beneméritos de la patria. (Bolívar a


Olañeta. Huaraz, XXI-V-1824. Bolívar, 1978 II: 379).
Con respecto a las tropas auxiliares, Bolívar insiste con Santander
para obtener al menos 4.000 hombres más (6 de mayo); las cavilaciones
del vicepresidente lo exasperan. Sin embargo, para beneplácito del
Perú y de la Patria Grande latinoamericana, esa no sería la actitud de
todos los grancolombianos; es justo y necesario resaltar en este punto la
gran labor desempeñada, por ejemplo, por el general Bartolomé Salom
en Quito, prestando desde allí todo tipo de auxilios –materiales y
humanos– para el desarrollo de la campaña del Perú. Así también lo
hizo, con gran energía y no menos eficacia, el general Paz Castillo desde
la intendencia de Guayaquil. Sin el decidido concurso de estos dos
patriotas venezolanos nos atrevemos a aseverar que no hubiese existido
campaña alguna contra los opresores del Perú, no habiéndole quedado
otro camino a las tropas auxiliares y peruanas que el de la inmolación.
Bolívar y Sucre finalmente se reúnen los primeros días de mayo en
Mollepata (o en el cuartel general de Huamachuco), tal como lo había
solicitado Bolívar el 14 de abril desde Otuzco (ver p. 67); su encuentro
será breve, solo dos o tres días, pero lo suficiente para ultimar los
detalles finales de la decisiva campaña. Algunas semanas después se
volverán a encontrar en Huaraz (alrededor del 20 o 21 de mayo), de
allí –según las instrucciones de Bolívar– partirá Sucre en pocos días
a tramontar el ramal occidental de los Andes con destino a Pasco –el
nudo más complejo y abrupto de la cordillera andina peruana–, para
preparar desde allí la entrada del grueso del Ejército Unido Libertador.
(Villanueva, 1995; Oropesa, 1988).
El desempeño de Sucre en esta tarea fue más que extraordinario;
toda su inteligencia, sagacidad y energía fueron puestas al servicio de

- 168 -
y la Independencia del Alto Perú

tan importante responsabilidad. El general Miller, en sus Memorias, no


escatima elogios para resaltar el accionar del prócer venezolano:

El general Sucre desplegó antes de principiarse la campaña el saber más


profundo y el juicio más exquisito en las disposiciones preparatorias que
adoptó para facilitar la marcha del ejército a Pasco, distante cerca de doscientas
leguas de Cajamarca, por el terreno más áspero del país más montañoso de la
tierra, que presenta a cada paso obstáculos y dificultades, que se tuvieran en
Europa como absolutamente insuperables. (Miller, 2009: 275).

Sucre no se deja intimidar por las dificultades y desafíos que le ofrece


el terreno, construye puentes y repara los pasos y senderos más difíciles,
tarea que no le es desconocida por su formación como ingeniero
militar; además, cada cierto trecho guarda víveres y forrajes para las
tropas que venían en camino (Rumazo, 1976). El hijo ilustre de Cumaná
estaba decidido a doblegar aquel agreste territorio que Miller no dudó
en calificar como el “país más montañoso de la tierra” (2009: 275). No
era exagerada la apreciación del bizarro general inglés; como refiere
Francisco Encina:

… la Cordillera Blanca es en esa parte uno de los cordones de los Andes


más elevados, más abruptos y más desprovisto de recursos –a lo que agrega
la siguiente descripción–: sus pasos son estrechos senderos, pendientes y
resbaladizos, bordeados por profundos precipicios, cortados por los cauces
de arroyos y con frecuentes estrechuras por donde solo puede transitar un
hombre. (Citado por Rumazo, 1976: 116).

- 169 -
Ayacucho

Condiciones tan complejas eran solo equiparables a las afrontadas


por Bolívar y su ejército de llaneros en el difícil paso por el páramo de
Pisba –cordillera andina colombiana–, en el marco de la Campaña de
Boyacá (1819); épica jornada de la independencia suramericana de la
cual eran veteranas precisamente varias de las unidades colombianas131
que hoy, desde la vanguardia, se lanzaban a la conquista de la cordillera
Blanca y de la libertad del Perú.
Desde Llaclla, el 1.° de junio, Sucre evalúa la situación del Ejército
Realista y reflexiona sobre los movimientos del Ejército Unido
Libertador. Sabe que Canterac ha recibido refuerzos en Jauja y que Rodil
ha partido del Callao con 500 hombres para apoyarlo; no duda, pues, el
general venezolano, que los realistas están concentrando sus tropas en
aquel estratégico lugar y, por lo tanto, se han de estar moviendo, más
pronto que tarde, para buscarlos; en ese sentido plantea al Libertador
estudiar la posibilidad de presentar batalla con 6.000 hombres –por
8.000 de los realistas– o continuar esperando la división que viene de
Panamá y el millar de efectivos que se anuncia desde Guayaquil. Por
último, alerta que los retrasos en el movimiento de las tropas puede
ser perjudicial, especialmente si deben realizarse grandes esperas (de
un mes o dos) en regiones poco fértiles y con escasos recursos para
asistir al ejército. (Sucre a Bolívar, Llaclla III-VI-1824; Sucre, 1976 IV:
317-318).
Para el 4 de junio Sucre está ya en Cajatambo, el 6 en Oyón y el 13 en
Huánuco; a cada jornada está más y más cerca de Pasco. Durante la dura

131 Los batallones Vargas y Vencedor, cuyos nombres completos eran Vencedores en Pantano
de Vargas y Vencedor en Boyacá, respectivamente, son, junto con el Batallón Rifles y elementos
del Batallón Pichincha (fusión de los batallones Paya y Magdalena), parte de las unidades y
cuerpos veteranos de aquella célebre jornada que selló la independencia definitiva de la Nueva
Granada, hoy Colombia.

- 170 -
y la Independencia del Alto Perú

travesía, el ínclito guerrero venezolano no deja escapar ningún detalle,


estudia cada paso que da, monitorea al enemigo, evalúa permanentemente
el terreno, indaga acerca de los recursos con los que puede contar, busca
proveerse de información e interactúa con todos los pueblos a su paso.
En medio de tan ardua tarea se da espacio para atender a las guerrillas,
en lo referido a su dirección militar (conflicto Ninavilca- Estomba) y a la
dotación de elementos de guerra; en este último sentido procura que las
partidas sean provistas con varios cientos de fusiles, de aquellos que han
dejado los soldados enfermos del Ejército del Perú; incluso piensa ya en
el destino que dará a los 1.000 fusiles franceses que vienen de Guayaquil,
con ellos quiere sustituir los de origen español que existen en nuestras
unidades y que, en su concepto, “en el Ejército del Perú sirven de bien
poco, y en las guerrillas serán de gran provecho”. (Sucre al secretario
general de S.E. el Libertador. Cajatambo, IV-VI-1824. Sucre, 1976 IV:
319-320).
Pero su gran preocupación es Canterac, pese a que ahora
considera poco probable un movimiento general de este sobre el
Ejército Libertador; no deja de advertir sobre la posibilidad de un
golpe desde Cajatambo, previa marcha forzada desde Reyes, o que
simplemente se hagan fuertes en Cachachi y esperen allí. En tal sentido,
despacha correos desde Chiquián hasta Cajatambo y establece vigías
que puedan alertar oportunamente, a él y al valeroso Córdova132
, sobre cualquier movimiento del enemigo. La preocupación deriva en
angustia cuando desconoce a ratos la ubicación exacta de las fuerzas

132 Nos referimos al bizarro general José María Córdova, natural de Concepción, Antioquia
(Colombia), uno de los más jóvenes y valerosos oficiales del Ejército Unido Libertador. Héroe
en Pichincha y en Pasto, el destino le deparaba la máxima gloria a la que un soldado patriota
pudiera aspirar: sellar con su arrojo y con su valor la independencia de América en la Batalla
de Ayacucho.

- 171 -
Ayacucho

libertadoras; sabe que el astuto y bien acreditado general en jefe


español, segundo en el mando después del virrey, cuenta con fuerzas
considerables, pero desestima a la vez partes que sobredimensionan tal
situación (Sucre a Bolívar. Oyón, VI-VI-1824. Sucre, 1976 IV: 321-322).
Sucre espera con ansias, como ningún otro americano, el lance final
contra los realistas.
Mientras tanto, en el cuartel general realista establecido en Huancayo
todo es incertidumbre, de todas partes fluyen noticias sobre los
movimientos de Bolívar desde el norte y del avance de Sucre sobre Pasco.
En una guerra de inteligencia y contrainteligencia, Canterac también
envió avanzadas y estableció vigías para monitorear los movimientos de
sus adversarios; los españoles conocían bien el terreno y eso les deparaba
una ligera ventaja que no supieron aprovechar. Exceso de confianza,
prudencia, precaución o respeto, lo cierto es que Canterac no atacó
nunca y permitió el agrupamiento de las fuerzas patriotas en Pasco, las
cuales alcanzaban ya los 10.000 hombres, por 8.300 de los realistas.
Al otro extremo de Pasco, en Huánuco, Sucre, el guerrero de la
libertad, reflexiona sobre el estado general del Perú y sobre los últimos
acontecimientos que casi condenan a este país a la servidumbre eterna:

El Perú estuvo en febrero, marzo y abril, como un hombre con una enfermedad
peligrosa de muerte. Los jefes mismos de esta república, es decir, su gobierno,
por la traición más infame, la han puesto casi en poder del enemigo. (Sucre,
1976 IV: 331).

Haber superado esta terrible coyuntura y estar hoy prestos para batir
al enemigo era, meses atrás, sencillamente inimaginable. Son los días
finales del mes de junio y hay un desbordante optimismo en el jefe

- 172 -
y la Independencia del Alto Perú

patriota; la situación actual del Ejército Unido Libertador es halagadora,


con perspectivas de seguir mejorando conforme pasen los días.

Un trabajo asiduo, constante y tenaz, nos ha producido la organización en que


hoy estamos, y ya próximos a abrir la campaña. Contamos hoy en el ejército
colombiano que yo mando, seis mil quinientos hombres muy buenos, y bajo
un pie de orden y disciplina, que tal vez nunca hemos tenido; espero que en
este mes, o en principios de julio, llegarán mil quinientos colombianos más. El
ejército peruano tiene tres o cuatro mil hombres en regular estado. Nosotros
empezaremos las operaciones activas en julio; los enemigos tienen su ejército
a cuarenta leguas de esta ciudad (Huánuco), pero no se atreven a buscarnos,
ni lo han intentado durante nuestras desgracias, por respeto o temor al
ejército colombiano. Como esperamos los refuerzos de Colombia que están
llegando a la costa, y éstos tienen que pasar la cordillera nevada, no podremos
marchar hasta fin de julio; pero nos halaga la esperanza de que el 7 de agosto
celebraremos el aniversario de Boyacá con la libertad del Perú. (Sucre, 1976 IV:
332; citado por Villanueva, 1995: 304-305 y por Shewell, 1995: 78).

Finalmente, a mediados de junio los refuerzos que tanto se esperaban


de Colombia llegaron, tal como le indica el propio Bolívar a La Mar el
7 de julio desde Huariaca: “La última expedición que esperábamos, ha llegado,
compuesta de un batallón y un escuadrón de 1.200 plazas magnificas, veteranos
y aguerridos”. Pronto estarán en el Cerro de Pasco” (Bolívar, 1978 II: 390).
Completado este requisito, el Libertador ordenó el levantamiento de
todos los cuerpos y partió de Huaraz rumbo al otro lado de la cordillera
(15 de junio), dejando al benemérito general Lara la responsabilidad de
la conducción de la retaguardia. El deseo más ardiente de Bolívar es
que el regimiento de La Mar se le una lo más pronto posible en Pasco,

- 173 -
Ayacucho

era lo único que esperaba para emprender la campaña y “completar la


destrucción de los enemigos” (Bolívar a La Mar. VII-VII-1824. Bolívar, 1978
II: 389). El Libertador dispone que el grueso de las fuerzas libertadoras
tramonten la cordillera Blanca por tres puntos diferentes, previendo que
un ataque sorpresivo del enemigo, fuere de la magnitud que fuere, no
acabara con todo el ejército (Rumazo, 1976; Hoover, 1995). Bolívar y su
Estado Mayor toman la vía de Olleros, Chavín, Aguamina, Lauricocha,
Huánuco y, finalmente, el pueblo de cerro de Pasco, punto de asamblea de
todo el Ejército. (O’Leary, 1919: 123).
Al margen de la guerra, un detalle muy significativo y que
deja al descubierto la sensibilidad social del Libertador, es
que al arribar a Pasco, seguramente con cierta ventaja sobre el
grueso del ejército, se dedicó a visitar las famosas minas de este
distrito, examinando –según narra O’Leary– cuidadosamente
el modo de trabajarlas y la condición de los mineros133
; no es de extrañar entonces que, una vez alcanzada la independencia,
el Genio de América diera especial atención al fomento de este
importante ramo de la economía. (O’Leary, 1919: 123).
Luego de vencer las múltiples dificultades que interpusieron a su paso
los caminos más accidentados y peligrosos de los Andes peruanos, el 1.º
agosto de 1824 el Ejército Unido Libertador se reunió en Pasco. En
total 7.700 guerreros (Dietrich, 1995: 120; O’Leary, 1919: 125), de ellos
900 de caballería, los cuales, aún sin haber combatido, habían escrito ya
con letras doradas una de las páginas más hermosas de la gesta libertaria
latinoamericana. No es exagerado señalar que pocas veces en la historia
de la humanidad un ejército exhibió tanta disciplina, coraje, sacrificio y

133 Bolívar exoneró a los mineros, vía decreto, de la prestación del servicio militar. (O’Leary;
1919:123).

- 174 -
y la Independencia del Alto Perú

ardor patriótico; lo que la naturaleza interpuso entre ellos y los enemigos


de la libertad hubiera sido simplemente insuperable para cualquier ser
humano, pero ellos eran héroes y los guiaban los jefes más valerosos
que haya conocido el Nuevo Mundo en cualquier época: Bolívar, Sucre,
Lara134, Córdova, La Mar, Necochea, Miller, Carvajal, Silva, Camacaro,
Suárez, Pringles, Sandoval, Rázuri, Luque, Morán y tantos otros;
hombres cuya bizarría y patriotismo solo podía infundir una sincera y
especial devoción en sus subordinados; nunca un ejército se mostró más
orgulloso de los hombres que los comandaban.
El día 2 de agosto, en el llano de Sacramento135 (Dietrich, 1995: 120),
entre Rancas y Pasco (Miller, 2009: 281), Bolívar pasa revista al Ejército
Libertador en impecable formación; sus efectivos superan ya los 9.000
hombres con la adición de guerrilleros y montoneros136, el momento
era de excepcional emoción, misma que alcanzará su máximo apogeo al
escucharse la inmortal proclama del Libertador:

134 Adscrito a la causa de la independencia desde 1810, este insigne militar venezolano
combatió al lado del Generalísimo Francisco de Miranda en tiempos de la Primera República
venezolana (1810-1812) y junto con Bolívar en la célebre Campaña Admirable, donde destaca en
las batallas de Niquitao, los Horcones y Taguanes. Luego actúa en Bárbula, Vigirima, Trincheras
y en la primera Batalla de Carabobo. Después de realizar con Bolívar la campaña de Santa
Fe de Bogotá (1814) se une a Páez en los llanos de Venezuela y junto con él combate hasta
1817. Hace la campaña de Guayana (1817) donde es ascendido a coronel. Forma parte de la
Campaña Libertadora de la Nueva Granada, que concluye en Boyacá (1819). Ya general, se
integra a la división colombiana que bajo el mando de Valdés parte a auxiliar al Perú en 1822.
Su participación en Junín y Ayacucho fue admirable. Siempre fiel a Bolívar y a su causa, ejerció
también importantes cargos civiles en Perú y Venezuela. Sus restos reposan en el Panteón
Nacional de Caracas.
135 Villanueva (1995: 306) lo denomina los llanos de Sacra Familia y Diezmo.
136 Nos referimos a los 1.500 guerrilleros y montoneros referenciados por Rufino Blanco
Fombona en O’Leary (1919: 125) y por Miller (2009: 269) en sus Memorias.

- 175 -
Ayacucho

¡Soldados¡
Vais a completar la obra más grande que el Cielo ha podido encargar a los
hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud.

¡Soldados ¡
Los enemigos que vais a destruir se jactan de catorce años de triunfos; ellos,
pues, serán dignos de medir sus armas con las vuestras,
que han brillado en mil combates.

¡Soldados¡
El Perú y la América toda aguardan de vosotros la Paz, hija de la Victoria; y aún la
Europa liberal os contempla con encanto, porque la libertad del Nuevo Mundo es
la Esperanza del Universo. ¿La burlaréis? ¡No¡ ¡No¡ Vosotros sois invencibles137.

Los vencedores de Carabobo, Maipú, Chacabuco, San Lorenzo,


Pasto, Yahuachi, Pichincha, Bomboná, Riobamba, Gámeza, Pantano de
Vargas y Boyacá escucharon, pletóricos de emoción, al máximo líder de
la revolución independentista suramericana; pero no solo los americanos
se embriagaron del entusiasmo de aquel día, los oficiales y jefes europeos,
cuyos servicios habían sido prestados en las más importantes guerras
europeas del primer cuarto del siglo XIX, no fueron inmunes al caudal
de sentimientos y emociones que hacía desbordar aquel trascendental
momento. Sowersby138, Braun, Bruix, Miller, Sandes, entre otros, se
aferraron apasionadamente a una causa que hicieron suya, aprendieron
a querer todo lo que encontraron en esta tierra de gracia, se mezclaron
con su gente y llegaron a sentir en sus corazones el significado de la
137 Citado por O’Leary (1919: 126), Miller (2009: 282), Villanueva (1995: 306-307) y Dietrich
(1995: 120).
138 “Luchó junto a Napoleón en Borondino” (Miller, 2009: 286).

- 176 -
y la Independencia del Alto Perú

palabra Patria, tan desconocida en la Europa monárquica por la que


antes luchaban. Ahora el renovado absolutismo español y la Santa
Alianza amenazaban con perpetuar la opresión del continente y con
destruir todo lo que ellos habían aprendido a amar, razón suficiente
para poner sobre el campo de batalla un denuedo y una bizarría sin
igual. En América, y bajo la dirección de Bolívar, los legionarios europeos
habían encontrado una nueva razón para vivir y morir139.
El Ejército Unido Libertador quedó conformado, desde Huaraz
(Villanueva, 1995: 307), por tres fuertes divisiones organizadas de la
siguiente manera:

La División Vanguardia estaba conformada por los batallones


de infantería colombianos Caracas (antes Zulia), Pichincha (fusión
del Paya y Magdalena), Voltígeros (antes Numancia) y el Bogotá. La
caballería de esta división la conformaba el Regimiento Granaderos
de Colombia, el Escuadrón Granaderos de los Andes y el Escuadrón
Húsares del Perú140.

139 Luego de haber sido herido mortalmente en el combate de Pantano de Vargas (1819), el
coronel irlandés James Rook, comandante de la Legión Británica, solicita que sus restos sean
enterrados en su patria. En ese momento el médico que lo asiste le pregunta: “¿En Irlanda?” A
lo que responde el moribundo oficial: “No, en esta, por la que he de morir”.
140 En la caballería peruana formaban filas valerosos jinetes de Chile y Buenos Aires.

- 177 -
Ayacucho

La División Centro estaba integrada por el grueso de los cuerpos


peruanos, es decir, la Legión Peruana de la Guardia y los batallones n.° 1,
n.° 2 y n.° 3 del Perú. Su caballería descansaba en el Primer Regimiento
de Caballería del Perú (antes Coraceros). Seis piezas de artillería, con su
correspondiente personal, conformaban la unidad de artillería volante
de esta división.
Por último, la División Retaguardia se nutría de los beneméritos
batallones colombianos Rifles, Vencedor y Vargas, mientras que en el
arma de caballería tenía a su disposición tres Escuadrones de Húsares
de Colombia y 1.500 montoneros. (O’Leary, 1919: 124; Villanueva,
1995: 307-308; Sherwell, 1995: 80; Oropesa, 1988: 102).
El jefe del Estado Mayor General era el general paceño Andrés de
Santa Cruz, mientras que el comando general de la caballería recayó
en el general argentino Mariano Necochea, con los generales Miller
y Carvajal como comandantes de la caballería peruana y colombiana,
respectivamente. El Ejército Unido Libertador estaba listo para luchar,
solo esperaba ser guiado a la victoria por su máximo líder y artífice
principal de esta campaña: el Libertador Presidente de Colombia –y
dictador del Perú–, general Simón Bolívar.
Al tiempo que esto ocurría en Pasco, Canterac, alertado por cientos de
informes de sus vigías, decide –al fin– ponerse en actividad para verificar
personalmente los movimientos de Bolívar y batirlo completamente. El
general en jefe español, de origen francés, concentra su ejército el día 1.º
de agosto a una distancia de dos leguas de la Villa de Jauja y el día 2 se
establece en Tarmatambo. Las fuerzas que acompañan a Canterac son
muy respetables en número y disciplina. Ocho batallones de infantería,
repartidos en dos fuertes divisiones que comandan los mariscales Monet
y Maroto; 1.300 elementos de caballería (el arma preferida de Canterac)

- 178 -
y la Independencia del Alto Perú

bajo las órdenes del brigadier Bedoya, y nueve piezas de artillería, para
un total de 8.300 hombres, constituyen el grueso del Ejército Real del
Norte con el cual pretende Canterac mantener la hegemonía de España
en estos territorios. (García Camba, 1846: 190; Villanueva, 1995: 306).
Desde Tarma, sin tiempo que perder, los realistas emprenden
camino a Pasco. En su movimiento Canterac baja un poco hacia
el sur buscando la falda oriental de la cordillera de los Andes, para
luego ascender hacia Carhuamayo; en la medida que avanza va
quedando sobre su flanco izquierdo la laguna de Lauricocha, hoy lago
Junín141 (García Camba, 1876: 189). El general Miller, quien desde
Pasco se había adelantado con sus partidas de montoneros, avistó el
movimiento de Canterac; en consecuencia, aconseja a Bolívar avanzar
hacia Jauja por el lado opuesto a la ruta seguida por los hispanos, es
decir –en sentido norte sur142–, por el margen derecho del lago Junín
(Thorndike, 1999: 147). Canterac arriba a Carhuamayo el día 5; en
ese lugar deja toda su infantería y artillería y aligera el paso con su
caballería sobre cerro de Pasco. Al llegar allí, ese mismo día recibe
la noticia de que el día 3 Bolívar y sus fuerzas habían salido por el
camino de Rancas hacia Jauja, por la orilla occidental del lago; en otras
palabras, por el extremo opuesto –y en sentido contrario– a la ruta
que él había seguido (O’Leary, 1919: 127; Villanueva, 1995: 306). De
Rancas Bolívar siguió a Cochamarca y luego pasó a Conocancha, para
de allí comenzar su descenso buscando la pampa de Junín. Apenas
recibió la noticia del movimiento de su astuto adversario, Canterac
retrocedió vertiginosamente sobre sus pasos; no podía permitir que
los independentistas lo aislaran cortándole la salida hacia su principal

141 También conocido en ese tiempo como el Gran Lago de los Reyes.
142 Nota del autor.

- 179 -
Ayacucho

fuente de abastecimiento: Jauja y, por consiguiente, su conexión con


Cusco y el Ejército Real del Sur.
Pese a que el camino que debía recorrer el jefe español era más corto
y menos difícil que el tomado por los patriotas, le llevó toda la noche
del día 5 y parte del día 6 recorrerlo. Forzaba la marcha el veterano
jefe realista con la esperanza de llegar antes que Bolívar a la pampa de
Junín y atacarlo cuando este estuviera descendiendo de las montañas
(Dietrich, 1995). Mientras tanto, del otro lado y casi en paralelo, Bolívar
avanzaba rápidamente con el mismo pensamiento; quería alcanzar a los
realistas en las inmediaciones del pueblo Reyes (hoy la ciudad de Junín),
consciente de que los caminos que ambas fuerzas habían tomado se
entrecruzarían antes de llegar a esa localidad (Hoover, 1995: 226). Con
este claro objetivo, Bolívar le imprime un ritmo tan acelerado al avance
de su caballería que deja atrás a toda su infantería guiada por Sucre. El
día 6, cerca de las dos de la tarde, los patriotas desde un punto elevado
avistan a las huestes realistas en las inmediaciones de las pampas de
Junín, al sur de Reyes; la distancia que los separa de ellos es de escasas
dos leguas (Miller, 2009):

Un “viva” entusiasta y simultáneo se escuchó por toda la línea, y es imposible


dar una idea exacta del efecto que produjo la repentina vista del enemigo. Los
semblantes de los patriotas se animaron con el ceño y la expresión varonil
del guerrero que ve aproximarse el momento de lidiar y de la gloria, y con la
vista fija y ojos centellantes contemplaban las columnas enemigas, marchando
majestuosamente al pie del sitio elevado que ocupaban. El temor de que los
realistas se escapasen sin poderlos atacar, ocupaba el ánimo de la mayoría, y la
caballería, particularmente, ardía de impaciencia. (Miller, 2009: 283).

- 180 -
y la Independencia del Alto Perú

Finalmente, los dos ejércitos se encontrarían en la pampa de Junín


sobre las cuatro de la tarde de aquel célebre 6 de agosto de 1824.
En su vertiginoso avance Bolívar ha dejado a su infantería una legua
atrás, no obstante, con tan solo 900 hombres de caballería no duda en
abalanzarse, sable en mano, sobre los escuadrones realistas. Canterac,
consciente de que no podía seguir retrocediendo, presentó formación
de batalla con su caballería (once escuadrones), con la confianza que
le deparaba el no haber perdido nunca un duelo de caballería en suelo
americano. Seguro de que obtendría una rápida y fácil victoria, dejó que
su infantería y artillería continuaran su marcha de retroceso hacia el sur.
(Thorndrike, 1999).
El impresionante paisaje que rodeaba aquella pampa, lagunas, ríos,
cordilleras y cumbres nevadas aportaba un marco especial a la épica
confrontación que estaba a punto de suceder; sin embargo, en lo que
respecta específicamente al lugar en donde se escenificaría la batalla,
presentaba condiciones que hacían sumamente complejo el despliegue
efectivo de ambos ejércitos:

Los patriotas pusieron en batalla dos escuadrones, y los demás en columnas


por mitades, pero no pudieron desplegarse oportunamente, porque no habían
acabado de pasar un desfiladero entre un cerro y unos pantanos cuando fueron
acometidos. (Villanueva, 19995: 309).

En efecto, al descender de la cordillera, después de superar una especie


de “pasillo” en medio de montañas escarpadas, los independentistas
son recibidos por tierras pantanosas sobre su flanco izquierdo y el cerro
Chacamarca sobre el derecho, un terreno muy difícil para desenvolverse
con la soltura que requiere la caballería; a pesar de ello los realistas

- 181 -
Ayacucho

golpearon primero. Como buen estratega que era, Canterac actuó con
celeridad y decisión en el campo de batalla, desplegó en primera línea
de combate a cuatro escuadrones del Regimiento Húsares de Fernando
VII y colocó, en un segundo agrupamiento de fuerzas, al Regimiento
Dragones de la Unión en dos columnas, para atacar los flancos patriotas
y servir también de retaguardia (Villanueva, 1995; Thorndike, 1999).
Puesto al frente de su caballería, el propio Canterac embistió con
furiosidad a los patriotas; a partir de allí el choque del acero contra el
acero coparía el campo de batalla, no se disparó un solo tiro en aquella
memorable jornada: la Batalla de Junín había comenzado.
Los primeros veinte minutos fueron favorables a la causa realista, los
jinetes patriotas (colombianos, peruanos y algunos elementos chilenos
y argentinos) se multiplicaban en valor y heroísmo para contener la
avalancha realista; como no podía ser de otra manera, su bizarrísimo
jefe, Mariano Necochea143, daba inigualables ejemplos de valor a sus
subordinados repeliendo la avalancha española como un auténtico león,
en medio de aquella intransitable trampa de lodo. Herido una y otra
vez, el heroico jefe gaucho resiste incólume, pero finalmente la séptima
lanza que atraviesa su cuerpo termina por derribarlo. Sumergido en el
lodo, Necocha realiza un postrero y vano esfuerzo por hallar su sable y
morir luchando; los españoles le capturan, su destino es incierto, pero

143 Nacido de padres españoles en la ciudad de Buenos Aires (7 de septiembre de 1792) Mariano
Necochea se incorpora, con el grado de alférez, al Regimiento Granaderos a Caballo en
1812, precisamente el mismo año de su fundación por parte de San Martín. Combatió en San
Lorenzo, hizo la campaña del Alto Perú con Rondeau (Ejército Auxiliar Argentino); allí actuó
en El Tejar, Venta y Media y Sipe Sipe, donde fue herido de gravedad. Participó en la campaña
de Chile con San Martín, brillando con luz propia en los combates de Las Coimas, Chacabuco,
Gavilán, Talcahuano y Cancha Rayada. Ya en el Perú, combate en Nazca, cerro de Pasco y en el
sitio del Callao. En todos los combates derrocha un valor y una intrepidez extraordinaria. Las
graves heridas recibidas en Junín le privan de toda posibilidad de actuar en la decisiva Batalla
de Ayacucho.

- 182 -
y la Independencia del Alto Perú

ese día la providencia estaba de su lado. En medio de aquella brutal


carnicería, un oficial español –a quien Necochea había perdonado la
vida en Maipú en reconocimiento a su valor– lo reconoció e intercedió
por él, salvándole de hecho la vida y devolviendo de esta manera el
favor recibido años atrás en Chile. No transcurrió mucho tiempo para
que una partida de centauros colombianos, al mando de la primera lanza
de Colombia, el intrépido capitán venezolano José María Camacaro144,
irrumpiera desafiante frente a las filas realistas y completara el rescate;
desgraciadamente, por la confusión reinante en aquel infierno, no
se pudo conocer el noble y generoso gesto de reciprocidad de aquel
oficial realista, muriendo casi en el acto atravesado por las lanzas de
los llaneros colombianos. (Thorndike, 1999; Dietrich, 1995; Villanueva,
1995; Miller, 2009; O’Leary, 1919).
Bolívar contemplaba con preocupación aquella escena, la
caballería patriota no se recuperaba del tremendo choque y caía en la
desesperación y el desorden; solo el valeroso mayor Braun, al frente del
célebre escuadrón colombiano Granaderos de Colombia, pudo abrirse
paso en medio de los enemigos y romper su izquierda, mientras que el
comandante argentino Isidoro Suárez, trabado en el fango junto con un
escuadrón de Húsares del Perú, se salvaba de la debacle. En el centro,
Carvajal y Silva al frente de la caballería de Colombia; Bruix, jefe de la
de Buenos Aires; y Miller con el Primer Regimiento del Perú, hacen
redoblados esfuerzos para mantener la posición y reorganizar las tropas;

144 Extraordinario centauro venezolano, cuyo valor e intrepidez inigualable confería un halo
fantástico a su accionar bélico. Durante el sitio del Callao retó a duelo al brujo Atanasio,
temible e invencible mulato al servicio de los realistas y le derrotó; lleno de admiración, Bolívar
lo asciende a capitán en las puertas de la Fortaleza Real Felipe. En la Batalla de Tarqui (1829) no
corrió con igual suerte: retó a duelo al mejor lancero de los húsares de Junín, el teniente coronel
peruano Domingo Nieto, y pereció en el lance ante la mirada atónita e incrédula de su división.
Su pérdida para Colombia es solo comparable con la de Aquiles para los troyanos.

- 183 -
Ayacucho

el mayor Lizárraga, edecán de Miller, cae muerto al lado de su jefe,


cosido por diez lanzazos. Bolívar desespera, imparte órdenes, se pone
al frente de la retaguardia, espera por la infantería que no llega; todo
parece perdido. Canterac –como Barreiro en Pantano de Vargas145– grita
anticipadamente la victoria, el desenlace favorable de la batalla parece
verificarse más rápido y fácilmente de lo previsto por los jefes realistas;
sin embargo, los llaneros colombianos y los húsares peruanos tenían
reservada una sorpresa para Canterac. Embriagados de triunfalismo,
los centauros españoles pierden el orden y se lanzan a la frenética
persecución de la célebre caballería colombiana; de pronto, siguiendo al
pie de la letra una estrategia que había llenado de triunfos a los llaneros
venezolanos frente a las temibles huestes de Morales, Morillo y La Torre
en las campañas de Venezuela (1814-1821), los jinetes perseguidos
volvieron caras súbitamente y aprovechando la mayor longitud y
flexibilidad de sus lanzas embisten a los jinetes realistas, haciéndolos
volar de sus cabalgaduras atravesados en sus temibles varas. (Dietrich,
1995; Villanueva, 1995; Miller, 2009; O’Leary, 1919; Paz Soldán, 1876).
El semblante de Canterac cambia totalmente, el orgulloso general en
jefe no da crédito a lo que ven sus ojos:

Los Escuadrones enemigos que estaban en columna, al ver la carga, volvieron


grupas y se desordenaron completamente: los que estaban en batalla fueron
atacados de frente y flanco, por haber éstos aguardado la carga a pie firme; y
estaban ya en desorden, cuando en este mismo instante, sin poder imaginarme
cuál fuese la razón, volvió grupas nuestra caballería y se dio a una fuga

145 Ante el decidido avance de sus hombres, el coronel español exclamó en esa batalla: ¡Viva
el Rey..Viva España, ni Dios me quita esta victoria¡. Luego el intrépido coronel venezolano de
la caballería patriota, Juan José Rondón, junto con catorce lanceros, al grito de “los que sean
valientes síganme” le arrebatarían el manjar de la boca.

- 184 -
y la Independencia del Alto Perú

vergonzosa, dando al enemigo una victoria que era nuestra y que decidía en
nuestro favor la campaña. (Canterac a Rodil, citado por O’Leary: 1919: 135).

Al sorpresivo contrataque de los llaneros colombianos se suma


ahora la súbita acción del comandante Isidoro Suárez146, quien entra en
acción con su Escuadrón de Húsares del Perú y ataca con tal decisión
la retaguardia de la caballería realista, que ocasiona la mayor confusión
en ella. El valeroso capitán Camacaro imita el accionar de Suárez y
embiste, con el ímpetu que lo caracteriza, la espalda de los realistas.
Miller comprende que el momento preciso para invertir la balanza ha
llegado; junto con Carvajal, Silva, Pringles y Bruix, el ahora jefe de todos
los jinetes patriotas rehace sus cuerpos y logra embestir con sin igual
ferocidad al grueso de la caballería realista, poniéndola en completa
derrota y arrojándola a los pies de su propia infantería. En cuarenta y
cinco minutos la historia había cambiado para siempre. (Dietrich, 1995;
Villanueva, 1995; Miller, 2009; O’Leary, 1919; Paz Soldán, 1876; García
Camba, 1846).

Durante la batalla que semejaba a los combates de los caballeros de los antiguos
tiempos, y que sólo puede concebirse recordando los siglos heroicos, no hubo
un solo disparo: el terrible silencio no fue interrumpido sino por la estridente
voz de los clarines, el choque de las espadas y de las lanzas, el galopar y piafar
de los caballos, las maldiciones de los vencidos y los lamentos de los heridos.
La pérdida de los españoles fue de 240 muertos y otros tanto heridos; la de los

146 Natural de Buenos Aires, con apenas 15 años se incorpora en 1814 al Regimiento
Granaderos a Caballo, de San Martín. Incorporado al Ejército de los Andes tuvo un desempeño
heroico en Cancha Rayada, protegiendo a sus compañeros y evitando una carnicería por parte
de los españoles. Estuvo también en Chacabuco y Maipú y, ya en el Perú, con la expedición
libertadora (1820) luchó en Nazca, cerro de Pasco y en el sitio del Callao, antes de participar en
Junín y Ayacucho.

- 185 -
Ayacucho

patriotas no excedió de una tercera parte de este número. El valiente Necochea


fue uno de los heridos. Siete lanzazos recibió, y habría perdido la libertad
y tal vez la vida, si el intrépido llanero venezolano Camacaro no le hubiera
rescatado. (O’Leary, 1919; 129).

El Jefe del Estado Mayor del Ejército Unido Libertador, el general


altoperuano Andrés de Santa Cruz, ofrece un parte más detallado de las
bajas de uno y otro bando:

La pérdida del enemigo ha sido la de dos jefes, 12 oficiales y 245 hombres de


tropa; 80 prisioneros, más de 400 caballos ensillados, la mayor parte de sus
armas, muchos dispersos y gran número de heridos.
La nuestra ha constituido en 45 muertos y 99 heridos; entre los primeros
el capitán Urbina, de Granaderos de Colombia; el teniente Cortés, del primer
escuadrón del Perú, y el sargento mayor Lizárraga, edecán del señor general
Miller. De los segundos: el señor general Necochea, el comandante Sowersby,
capitán Vargas y alférez Rodríguez, del regimiento del Perú; el alférez Ferrer,
de Granaderos de Colombia; el teniente Allende, de Granaderos de los Andes, y
el capitán Peraza, teniente Tapia y alférez Lanza, de Húsares de Colombia.
(O’Leary, 1919: 131).

De los heridos reportados por Santa Cruz pronto se convertiría en


una baja definitiva la del teniente coronel del Ejército del Perú Carlos
Sowersby, una de las más lloradas y sentidas en el Ejército Libertador.
El general Miller en sus Memorias narra, dramáticamente, como fue su
último encuentro (7 de agosto) con su insigne y valeroso compañero de
origen angloalemán:

- 186 -
y la Independencia del Alto Perú

Entró a la choza (el general Miller)147, vio recostado contra la pared a su


antiguo compañero de armas, el valiente teniente coronel Sowersby. Este
jefe había recibido dos heridas de lanza (…) en su semblante estaba marcado
un aire de melancólica reflexión, mezclado con una expresión de fiereza o
inestabilidad que indicaba su próxima muerte. Al principio apenas miró a su
amigo; pero después de una pequeña pausa le agarró la mano, y con voz débil,
le dijo: “Mi querido Miller, ambos tomamos las armas en esta causa casi el
mismo día. Frecuentemente nos hemos batido juntos; usted ha presenciado
mi conducta, usted es el amigo mejor y más antiguo que tengo en éste ejército.
Estoy demasiado débil para hablar mucho. Usted ve lo que probablemente
sucederá. Escriba usted a mis ancianos y buenos padres, y dígales usted que
muero por una causa gloriosa”148. (Miller, 2009: 286).

Al día siguiente, 8 de agosto, fallece Sowersby en Carhuamayo.


Nacido en Alemania, pero de padres británicos (Miller, 2009: 287),
formó parte de ese selecto grupo de legionarios que vinieron a engrosar
las filas patriotas en la etapa cumbre de la independencia suramericana.
Su espada brilló en medio continente antes de caer gloriosamente en
Junín al frente del Segundo Escuadrón del Regimiento Húsares del Perú,
ahora y para siempre Húsares de Junín, un significativo reconocimiento
del Libertador Simón Bolívar al decisivo y fundamental aporte de este
heroico regimiento en el memorable triunfo de las armas republicanas
el glorioso 6 de agosto de 1824.
Canterac y sus malogradas huestes emprendieron una acelerada
retirada hacia Cusco, arribando el día 8 a Huayricachi (32 leguas al
sur del campo de batalla), pasando luego a Huando (11 de agosto),

147 Paréntesis del autor.


148 Negritas del autor.

- 187 -
Ayacucho

Molineros (15 de agosto), Huamanga (28 de agosto), Chincheros, y de


allí al margen derecho del Apurímac; en el camino el jefe realista perdió
3.000 hombres producto de las deserciones y enfermedades. Ya había
perdido completo el Escuadrón de Lanceros del Rey que, dando vivas
a Bolívar, había abrazado sus banderas; el general Maroto, descontento
por sus desacertadas decisiones, también lo abandonó renunciando al
mando de su división y retirándose a Cusco junto con el virrey. Para
los realistas, y especialmente para Canterac, Junín fue un calvario y un
golpe moral muy difícil de superar: “Este ejército brillante y animoso a
principios de agosto, se hallaba ahora en el estado más lamentable (…)
en poco más de un mes había alcanzado un grado de abatimiento moral
apenas concebible”, expresaba el general García Camba desde el cuartel
general del virrey (García Camba, 1876: 196). En la pampa de Junín
quedó enterrado para siempre el prestigio y el crédito de la caballería
realista, así como la reputación del orgulloso jefe que las mandaba. En
poder de los independentistas quedaron, en consecuencia, las provincias
de Tarma, Lima, Huancavelica y Huamanga con todos sus recursos y
almacenes, además de los innumerables pertrechos militares que los
españoles iban abandonando en su vertiginosa huida; elementos que
potencialmente serían de gran utilidad para emprender la recta final de
la campaña que culminará gloriosamente en Ayacucho. (Paz Soldán,
1876; Villanueva, 1995; García Camba, 1846; Sherwell, 1995).

- 188 -
y la Independencia del Alto Perú

A Dios glorificador149

Aquí
Yacen las cenizas
de
Don Carlos Sowersby
Teniente Coronel del ejército del Perú,
y comandante
del segundo escuadrón del regimiento
de húsares de Junín;
a cuya cabeza
recibió dos mortales heridas,
animando a sus camaradas
el 6 de Agosto,
contra una fuerza cuádrupla,
en los llanos de Junín,
de la caballería española
donde
la victoria
coronó los esfuerzos de los soldados
de la patria
después de una sangrienta y reñida acción.

149 Epitafio colocado por el general Miller en la tumba de Carlos Sowersby (Miller, 2009: 286).

- 189 -
Ayacucho

Este valiente jefe


exhaló
su último aliento
el día 8 de Agosto
en este pueblo de Carhuamayo
tiernamente llorado
por todos sus compañeros de armas.
Maypo, Riobamba, Pichincha,
y otros campos
presenciaron su valor
por la causa de Sud-América.
8 de Agosto de 1824

- 190 -
General Guillermo Miller en las campañas de Chile y Perú. C. Turner, revistamarina.cl
Capítulo IV
Ayacucho: La redención de los Hijos
del Sol
Mural Batalla de Ayacucho. Municipalidad Dtto. de Quinua, Ayacucho-Perú. Foto: Orlando Rincones, 2011
Ayacucho: La redención
de los Hijos del Sol

E l Ejército Unido Libertador entró a Reyes el día 7 de agosto,


quinto aniversario de la Batalla de Boyacá, descansó hasta el 8 en
esa ciudad y pasó luego, sin ningún contratiempo, a Tarma, el 9, y a Jauja
el día 11; para el 13 de agosto Bolívar se encuentra ya en Huancayo.
En esta ciudad recibe informes precisos sobre la rebelión de Olañeta,
la cual considera aún accesible a la causa republicana. Previo paso por
Guanta (22 de agosto) el día 23 de agosto la vanguardia del Ejército
Libertador entra a Huamanga y cinco días después lo haría el propio
Libertador (Villanueva, 1995:315, Miller, 2009: 288). Durante su avance
desde Reyes, los vencedores de Junín recibieron todo tipo de muestras
de afecto y admiración por parte de los pueblos y comunidades que
les salían al paso para vitorearlos como auténticos libertadores, estaba
fresco aún el recuerdo de las atrocidades cometidas por Canterac y
Carratalá en estas comarcas; Bolívar y sus hombres habían demostrado
con su exitoso accionar que los realistas no eran invencibles y que la
hora de la redención estaba por llegar.
Pero no solo de ovaciones y fiestas estuvo lleno el camino hasta
Huamanga para el Ejército Unido Libertador; las condiciones de aquella
travesía fueron sumamente complejas en medio de un territorio agreste
y desconocido. Adicionalmente, Canterac hizo aún más penoso ese
transitar, volando puentes y caminos y arrasando en su huida con todo

- 195 -
Ayacucho

lo que pudiera ser de utilidad para los patriotas. Otro elemento que
impedía un avance más expedito del ejército eran los hospitales y los
heridos, así como también las no poco frecuentes deserciones y bajas
a consecuencia de la dura travesía. El ejército, aunque con la moral
alta, se encontraba considerablemente mermado. Para reparar estas
dificultades, el Libertador –siempre estratega– adoptaría oportunas y
firmes medidas antes de llegar a la capital del actual departamento de
Ayacucho, una de ellas causaría un cataclismo en la moral militar de su
principal lugarteniente.
Al arribar a Huancayo, localidad ubicada entre Jauja y Pampas, el
Libertador está decidido a revitalizar a su ejército, sabe que más pronto
que tarde Canterac se reunirá con el virrey y en ese instante recibirá el
socorro de las poderosas divisiones del Ejército Real del Sur, una bien
engranada maquinaria militar, superior en número y en dirección a la
acabada de derrotar en Junín. En tal sentido, comisiona a Sucre para ir a la
retaguardia, hasta cerro de Pasco, a reunir a los dispersos y convalecientes
para asegurar su incorporación al grueso del ejército, debiendo, además,
asegurar la marcha de los hospitales y la recuperación de los muchos
elementos de guerra que habían quedado atrás, al tiempo que La Mar
quedaba con el mando en jefe del ejército. Sucre, como siempre, cumplió
su comisión con la actividad y celo que le caracterizaban; sin embargo,
considerando que este tipo de responsabilidades eran más propias para
un oficial subalterno que para el general en jefe del Ejército Unido,
sintiose degradado y ofendido al extremo de querer renunciar al mando
del ejército, una vez llenada satisfactoriamente su comisión. Desde Jauja,
el 28 de agosto escribe al Libertador en los siguientes términos:

- 196 -
y la Independencia del Alto Perú

Mi General
He despachado todo lo que había atrás del Ejército hasta el cerro, y más allá
han marchado oficiales que harán andar cuanto queda. Han ido para el Cuartel
Libertador las fuerzas y los artilleros militares de que he dado cuenta por
medio de la Secretaría General. Después que he llenado tal comisión, y que
he cumplido con usted, querrá usted permitir que piense un momento en mí.
Convendrá usted, mi General, en que un hombre que carezca de la delicadeza
necesaria para servir su destino no debe obtenerlo, y menos vivir en la sociedad
que guían el honor y la gloria. Yo he sido separado de la cabeza del Ejército,
para ejecutar una comisión que en cualquier parte se confía cuando más a
un Ayudante General, y enviado a retaguardia al tiempo en que se marchaba
sobre el enemigo; por consiguiente se me ha dado públicamente el testimonio
de un concepto incapaz en las operaciones activas, y se ha autorizado a mis
compañeros para reputarme como un imbécil o un inútil.
Pienso, señor, que al usar este lenguaje no se me acusará de orgulloso ni de
aspirador. Habiendo rehusado de todo mi corazón el primer rango del Perú
que obtuve una vez por la Representación Nacional, parece que poseo un
derecho a exigir de mis compatriotas que me crean con sólo el deseo de un
poco de estimación pública; pero este desprendimiento de los destinos, ni me
aleja de los miramientos que debo a mi actual empleo, ni me autoriza para
prostituirle su decoro.
Es cierto que he consentido en la aceptación del nombre de General en Jefe del
Ejército Unido con un ejercicio vago e informal; pero ni he dejado de conocerlo,
ni de saber la crítica de los jefes a mi insulza representación: la continué sin
embargo por complacer a usted, y por servir al Ejército y al Perú, sin llevarme
nunca de la presunción de mi título; pero sucede de algunas distracciones, que
de un mal se va a otro, y yo he visto con dolor que sufriendo pequeños golpes
(y tal vez varios no pequeños), se me ha dado el más fuerte que jamás preví, de

- 197 -
Ayacucho

reducirme ante el Ejército Unido, al papel de conducir enfermos y atrasados.


No sé si al conferirse semejante comisión se ha tratado de abatirme; pero lo
dudo infinito, y mi conducta me persuade que no lo he merecido: tampoco sé, si
porque se me juzgue inepto; pero en tal caso, me consuela que he servido a usted
y al Ejército con un celo especial, y que en la campaña he tenido una absoluta
consagración a todos los trabajos. Sea lo que sea, mi General, esta comisión
ha servido de burlas y sátiras a los que no son mis amigos, y de sorpresa a los
que me estiman. Yo he sufrido el tormento de que algún jefe me dijera, que
haberla aceptado era una indebida autorización para que pudiesen ser tratados
los demás casi como criados (disculpe usted que use la misma palabra): si esto
se ha dicho a mi frente, es fácil juzgar lo que se hable a mi espalda, e inferir qué
respetabilidad y qué concepto he de merecer a mis compañeros. Es incontestable
que de hecho se ha declarado a la faz del Ejército que no se me necesita para
nada (que es demasiado probable), y lo que es más mortificante, usted ha dicho
a alguien de mis menos amigos, que se me mandaba a la retaguardia en busca
de las altas de hospitales y de las guerrillas. ¿No es esto dar a mis desafectos los
medios fáciles de desacreditarme? Sin embargo, yo creo de muy buena fe que
sirvo para mucho más que tales comisiones.
De todo esto deducirá usted que mi situación es un verdadero conflicto; estoy
separado del Ejército por la distancia del honor al vilipendio, y mi corazón está
unido a usted, al Ejército y a la gloria de Colombia en la libertad de este país.
He meditado doce días mi posición y el partido que me deje, y después de un
choque constante entre mis deseos y mis deberes, éstos me aconsejan de no
presentarme en donde mis compañeros me han visto salir con desaire. Si usted
me permitiera, yo abrazaría la resolución que me dictan mi conciencia militar
y mi justificación: pero aún seré sumiso y elegiré a usted mismo de consultor
en este delicado asunto.

- 198 -
y la Independencia del Alto Perú

Los amigos a quienes he manifestado mi situación, me han reprochado de que


no representara antes contra el ultraje de esta comisión; pero si yo conviniera
de que fuese una falta, seré suficientemente disculpado con mi prudente y
ejemplar obediencia a los mandatos de usted, y porque además, era una triste
indiscreción reclamar otras consideraciones que aquellas que buenamente se
me dispensaran.
Usted sabe, mi General, que nadie ha sido más empeñado que yo en esta
campaña, y que aún cuando el año pasado quise por razones poderosas irme
de este país, luego tomé una muy positiva determinación de quedar hasta el
fin de la guerra, corroborándola sinceramente en los conflictos de febrero y
marzo, y mucho más después del Consejo de Huamachucos. He llenado con
entera contracción mis obligaciones hasta que nuestro Ejército, tomando en
todos sentidos una superioridad absolutamente decidida sobre el enemigo, nos
presagia o asegura una conclusión feliz y pronta; y hasta que el suceso más
inesperado y bochornoso me ahuyenta del Ejército. Ningún acaecimiento de
otra especie menos ofensivo, pudiera inducirme al partido que más me cuesta;
y no a la verdad por esperanza de premios militares ni otras recompensas al
fin de la campaña, sino porque mis sentidos todos han estado tan ligados a la
suerte de nuestros cuerpos en el resultado final de la empresa, como se halla
usted a la gloria. Contemple usted por tanto cuán amarga es mi resolución, que
la encuentro tan precisa como dura.
Después de tan franca exposición, creo, señor, que usted no consentirá mi
humillación ante todo el ejército: usted no querrá que un soldado honrado
se conforme con la vergüenza y el desprecio. Condenado por consecuencia
a la más cruel despedida, permaneceré unos días en Huancayo a Tarma (con
las ocupaciones más posiblemente útiles a las tropas), mientras usted tiene la
bondad de mandarme sus órdenes, que en mi estado desagradable sabrá usted
cuáles convengan. Me atreveré a indicar como las más oportunas, aquellas

- 199 -
Ayacucho

que me ahorren nuevos e injustos vejámenes; porque como otras veces he


dicho a usted, yo quiero y puedo ser de simple particular en Colombia un
buen ciudadano, ya que la suerte no me ha protegido bastantemente para ser
un buen militar. Desde mucho tiempo me he penetrado de que no soy para la
carrera pública: lo sé, lo confieso sinceramente y es cuanto hay que exigírseme.
Dígnese usted, mi general, aceptar los votos constantes de mi corazón por
su prosperidad y su dicha: siempre desearé vehemente que en todas partes
las sombras de usted sean la fortuna y la victoria. No sé cómo acabar esta
carta: entre la desesperación y el dolor, apenas permiten pedir a usted que me
conserve sus restos de estimación, y que cualquiera que fuere mi condición
quiera usted contarme. Su fiel amigo, humilde y obediente servidor. –A.J. DE
SUCRE. (Sucre a Bolívar. Jauja, XXVIII- VIII.1824. En: Rey de Castro, 1883:
39-41; Vicuña Mackenna, 1995: 13-16; Shewell, 1995: 83-84; Villanueva, 1995:
317-319; O’Leary, 1919: 147-150).

Durante varios días llevó consigo Sucre esa pena, ese sufrimiento;
sin embargo, su prudencia y el enorme respeto que sentía por Bolívar
le hicieron guardar el más absoluto y doloroso silencio. Solo el vicario
general del Ejército Libertador, don Pedro Antonio Torres, fue
confidente de su tragedia (Rey de Castro, 1883: 42-43; Sherwell, 1995:
87). El año anterior (1823) debió soportar con estoicismo algunos
señalamientos que se hicieron desde Colombia a su desempeño en
Intermedios, también pensó en renunciar en aquel momento, pero su
compromiso con Bolívar y con la causa emancipadora le hizo declinar
prontamente tan temeraria determinación. Los enemigos de Colombia
–que no eran pocos en el ejército– y los que ambicionaban el glorioso
puesto que el destino tenía reservado para el hijo de Cumaná –que
eran muchos más– hicieron de esta disposición, normal en cualquier

- 200 -
y la Independencia del Alto Perú

campaña, motivo de críticas y burlas, tejiendo alrededor de ella un sin


fin de conjeturas.
Apenas recibió Bolívar la carta de su lugarteniente, entre el asombro
y la preocupación le libró la más aleccionadora respuesta:

Mí querido General:
Contesto la carta que ha traído Escalona, con una expresión de Rousseau
cuando el amante de Julia se quejaba de ultrajes que le hacía por el dinero que
ésta le mandaba: “esta es la sola cosa que usted ha hecho en su vida sin talento”150. Creo
que a usted le ha faltado completamente el juicio, cuando ha pensado que yo
he podido ofenderle. Estoy lleno de dolor por el dolor de usted, pero no tengo
el menor sentimiento por haberle ofendido.
La comisión que he dado a usted la querría yo llenar; y pensando que usted
lo haría mejor que yo por su inmensa actividad; se la conferí a usted más bien
como una prueba de deferencia que de humillación. Usted sabe que yo no
sé mentir, y también sabe que la elevación de mi alma no se degrada jamás al
fingimiento. Así, debe usted creerme.
Antes de ayer (sin saber nada, nada de tal sufrimiento), dije al General Santa
Cruz que nos quedaríamos aquí para dirigir esa misma retaguardia, cuya
conducción deshonra a usted, y que usted iría adelante con el Ejército hasta las
inmediaciones del Cuzco o de Arequipa, según la dirección de los enemigos; y
en todo esto, yo no veía ni veo más que el servicio, porque la gloria, el honor, el
talento, la delicadeza, todo se reúne en un solo punto del triunfo de Colombia,
de su Ejército y la libertad de América.
Yo no tenía tan mala opinión de usted que pudiese persuadirme de que se
ofendiese de recorrer la jurisdicción del Ejército, y de hacer lo que era útil.

150 Cursivas del autor.

- 201 -
Ayacucho

Si usted quiere saber si la presencia de usted por retaguardia era útil, eche
usted la vista sobre nuestro tesoro, sobre nuestro parque, nuestras provisiones,
nuestros hospitales y la columna del Zulia: todo desbaratado y perdido en un
país enemigo, en incapacidad de existir y de moverse. Y ¿Cuál es la vanguardia
que yo he traído?
El Coronel Carreño la ha conducido. –El General Santa Cruz me ha precedido
de seis días.- Los enemigos no nos podían esperar, ni nos esperaran en un mes.
El Ejército necesitaba y necesita de todo lo que usted ha ido a buscar y de
mucho más. Si salvar el Ejército de Colombia es deshonroso, no entiendo yo
ni las palabras ni las ideas.
Concluyo, mi querido General, por decir a usted que el dolor de usted debe
convertirse en arrepentimiento por el mal que usted mismo se ha hecho en
haberse dado por ofendido de mí, con sus sentimientos.
Esas delicadezas, esas hablillas de las gentes comunes, son indignas de usted: la
gloria está en ser grande y en ser útil151. Yo jamás he reparado en miserias,
y he creído siempre que lo que no es indigno de mí, tampoco lo era de usted.
Diré a usted, por último, que estoy tan cierto de la elección que usted mismo
hará entre venirse a su destino o irse a Colombia, que no vacilo en dejar a usted
la libertad de elegir. Si usted se va, no corresponde usted a la idea que yo tengo
formada de su corazón.
Si usted quiere venir a ponerse a la cabeza del Ejército, yo me iré atrás, y
usted marchará adelante para que todo el mundo vea que el destino que he
dado a usted no lo desprecio para mí. Esta es mi respuesta. Soy de corazón.
–BOLÍVAR. (Bolívar a Sucre. Huamanga, IV- IX-1824. En: Rey de Castro,
1883: 41-42; Vicuña Mackenna, 1995: 16-17; Sherwell, 1995: 85-86).

151 Negritas del autor.

- 202 -
y la Independencia del Alto Perú

Deja claro Bolívar que en ese momento lo que estaba en juego era
la maltrecha salud del Ejército Libertador. El cruce de los Andes y la
memorable victoria de Junín habían cobrado una elevada factura en el
bando independentista, reparar esta situación solo podía ser obra de un
hombre con la comprobada capacidad de Sucre. Era tan imprescindible
esta labor que pensó el Libertador realizarla él mismo, pero prefirió
confiar tamaña responsabilidad en el más capaz de sus oficiales, Sucre;
los resultados no pudieron ser mejores, apartando, obviamente, la
injustificada molestia del joven e impetuoso general.
Bolívar, pasado un tiempo, en el Resumen sucinto de la vida del Mariscal
Sucre, escrito por él mismo desde Lima en el año 1825, no escatimaría
elogios para reconocer el desempeño del futuro héroe de Ayacucho en
el cumplimiento de la tarea que tanta suspicacia y comentarios levantó
en su momento:

El general Sucre después de la acción de Junín se consagró de nuevo a la


mejora y alivio del ejército. Los hospitales fueron provistos por él, y los
piquetes que venían de alta al ejército, eran auxiliados por el mismo general;
estos cuidados dieron al ejército dos mil hombres, que quizás habrían perecido
en la miseria sin el esmero del que consagraba sus desvelos a tan piadoso
servicio. Para el General Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria,
le parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón: él
es el general del soldado152. (Citado por Pereira, 2009: 17).

Este episodio se transformó en una lección para todo el Ejército


Unido Libertador. Los oficiales que en un momento murmuraron y
sobredimensionaron alevosamente este incidente quedaron atónitos ante

152 Negritas del autor.

- 203 -
Ayacucho

la respuesta del Libertador, y ante la nueva muestra de subordinación de


Sucre. No serían pocos los que bajo sus coloridos uniformes y preseas
de viejas glorias tendrían que esconder su vergüenza y su admiración
ante tamaña muestra de humildad y desprendimiento del jefe máximo
de la revolución. En la antesala de la hora decisiva de América quedaba
claro que, más allá de cualquier diferencia de criterio u opinión, Bolívar
y Sucre eran uno solo; su amistad monolítica y la confianza entre ambos
blindada contra las miserias humanas. El respaldo otorgado por el Genio
de América a su más lúcido y preclaro capitán serían de vital importancia
a la hora de sellar, en pocas jornadas, la libertad del continente.

Nuevos obstáculos: La perfidia de Santander

Luego de un mes de reparadora estadía en Huamanga, el Ejército


Unido Libertador se puso en movimiento. En su intención de batir al
enemigo en Cusco, o al menos expulsarlo de allí antes de que pudiera
recibir mayores auxilios, Bolívar ordena a Sucre avanzar a Chalhuanca,
punto equidistante (50 leguas) entre Cusco y Huamanga; él, por su parte,
con su Estado Mayor avanza a reconocer el Apurímac153, caudaloso río
que prácticamente dividía las posiciones de ambos ejércitos (Villanueva,
1995; O’Leary, 1919). La idea del prócer caraqueño era ocupar Chalhuanca
y tomar el margen izquierdo del mencionado río y cruzarlo por Belille,
para tomar a los españoles por su retaguardia en la otrora capital del
imperio incaico, cortando de paso su comunicación con el Alto Perú
de donde seguramente recibiría el refuerzo de las fuerzas, derrotadas
o victoriosas, del intrépido general Gerónimo Valdés. (O’Leary, 1919).

153 Importante río de la cordillera peruana –850 km de ext.– que al unirse con el Urubamba
forman el Ucayalí (Apu-Paru) de cuya fusión con el Marañón nace el río Amazonas.

- 204 -
y la Independencia del Alto Perú

Sucre y otros generales eran de la idea de esperar los refuerzos de


Colombia y también aquellos que se pudieran organizar en el norte
del país, antes de cruzar el río, pues una vez ejecutada esta acción
sabían que no habría marcha atrás; en caso de una situación adversa
en el camino, cualquiera que fuera, el Apurímac cerraría el paso de un
eventual repliegue o retirada. Por otra parte, la situación en el Alto Perú
era aún una incógnita y de regresar Valdés a Cusco con las fuerzas que
empeñó contra Olañeta, el virrey podría contar nuevamente con un
ejército espléndido para oponer a los independentistas. No obstante
estas consideraciones, las instrucciones del Libertador se cumplieron al
pie de la letra.
En virtud de lo anterior, Sucre empeñó sus esfuerzos en dos
direcciones prioritarias: por una parte, el levantamiento de reclutas para
proveer al ejército una sólida reserva y reponer las bajas que para ese
momento superaban ya las 1.200 plazas y, por otra, el establecimiento
de una efectiva red de espionaje para monitorear los movimientos del
virrey en Cusco y conocer la verdadera dimensión de sus fuerzas. Para
los patriotas cada paso154 hacia el sur implicaba alejarse más y más de
su centro de operaciones y abastecimiento (Jauja, Lima y la costa);
para Canterac era todo lo contrario porque su centro era Cusco, en esa
medida sus fuerzas se robustecían con el pasar de cada jornada al tanto
que Sucre ponía un trecho cada vez mayor entre él y sus auxilios.
Siguiendo con el plan de operaciones, los montoneros del coronel
Carreño tomaron Abancay y otros puntos a la izquierda del Apurímac
(Miller, 2009: 288); entretanto Sucre, con la actividad que lo caracterizaba,
se alistaba para cruzar el gran río. Villanueva (1995: 329) da cuenta de las
múltiples disposiciones y tareas acometidas por el joven héroe venezolano:

154 El virrey se encontraba en Limatambo.

- 205 -
Ayacucho

Resuelto, empero a ejecutar las disposiciones del Libertador, en cuyo genio


tenía fe, se preparó para marchar al río: despachó oficiales a almacenar víveres
en la ruta de Corpa; acopió materiales para construir balsas y puentes; aprontó
raciones para muchos días, y ordenó levantar tambos o ranchos en los sitios del
camino, donde no hubiera casas para acamparse.

Distribuyó las tropas de la siguiente manera: la División peruana de


La Mar en Larcay, la división del general Jacinto Lara en Pampachiri y la
del bizarro general José María Córdova en Sañayca. Esta actividad ocupó
los días del vencedor de Pichincha en septiembre y durante los primeros
días de octubre, mes que traería novedades de todo tipo, incluyendo la
separación de Bolívar del ejército.
Entre tanto, del otro lado del Apurímac el virrey La Serna no daba
crédito a la desesperada y avergonzante retirada que desarrollaba
Canterac. Le había instruido hacerse fuerte en algún punto, aprovechando
las ventajas que la geografía le dispensaba, y detener el avance patriota
para dar tiempo a que Valdés cubriera las 277 leguas que se interponían
entre Lava y Cusco; sin embargo, el acreditado general en jefe y
teniente general del Ejército Realista no hizo nada de eso y continuó
su vertiginosa retirada. El virrey instruyó a García Camba trasladarse a
Chincheros a auxiliar a su lugarteniente, pero cuando este se aprestaba
para partir con la encomienda de hacerse cargo del Estado Mayor
de aquel malogrado ejército, llegaron noticias de que Canterac había
abandonado ya aquella posición, razón por la cual La Serna optó por
reforzar el margen derecho del Apurímac con todos los elementos a su
disposición. Canterac pasó con sus huestes al sur de aquel grandioso río,
encontrando allí cobijo y descanso, más el refuerzo de 1.500 hombres
enviados por el virrey. (García Camba, 1846: 196).

- 206 -
y la Independencia del Alto Perú

Bolívar proseguía con el reconocimiento de aquella inmensa región,


preparando la guerra, atento a los reportes que diariamente remitía
Sucre con los últimos movimientos del enemigo, momento en el cual
recibe trascendentales noticias desde Lima, Colombia y desde el sur. En
primer lugar, lo ponían al tanto de que se había realizado positivamente la
negociación del empréstito que el Gobierno del Perú (con la mediación
de Chile) había gestionado en Londres y que dejaba a disposición del
país la nada despreciable cifra de tres millones de pesos (O’Leary, 1919:
154), de los cuales debía llegar pronto un millón (Paz Soldán, 1870:
258). Por otra parte, pudo conocer que en Colombia se alistaban los
12.000 hombres que con tanta insistencia había solicitado meses atrás
a Santander, de estos 3.000 ya se encontraban en camino hacia el Perú;
adicionalmente, a Panamá habían arribado armas y municiones traídas
de Inglaterra (Villanueva, 1995: 329). Pero no todas eran buenas noticias,
conoció del avance de Valdés hacia Cusco luego de la acción de La Lava
contra Olañeta; esto venía a confirmar que más pronto que tarde La
Serna tendría a su disposición una fuerza superior a los 12.000 hombres,
casi el doble de las fuerzas con las que contaban en la actualidad los
patriotas. Aunado a esto le fue reportada la presencia en aguas del
Pacífico del navío de línea Asia, de 72 cañones, y el bergantín Aquiles de
20, hecho que no dejó de preocupar al Libertador por la posibilidad de
ver cortadas sus comunicaciones con Guayaquil, más ahora que estaba
confirmado el arribo de tropas veteranas de Colombia. El Libertador
estaba de nuevo en una encrucijada y de la cual solo su astucia y el apoyo
de Sucre le permitirían salir.
Lo primero que pensó Bolívar fue designar a uno de sus jefes para
que marchase a Lima con amplios poderes y organizara desde allí el
auxilio al Ejército Libertador puesto en campaña contra La Serna.

- 207 -
Ayacucho

Este “comisionado” debería también preparar las condiciones para el


arribo de las tropas colombianas y su inmediato despacho al teatro de
operaciones y, por supuesto, velar por la adecuada ejecución del dinero
del empréstito; sin lugar a dudas, muchas responsabilidades para alguien
que no fuera Bolívar. Aunado a lo anterior, había que tomar en cuenta
que el país requería dirección política y la urgente reorganización de los
territorios hoy libres, no bastaba con los grandes esfuerzos del ministro
Carrión; solo un hombre con el prestigio de Bolívar podía ponerse al
frente de los negocios del país en las condiciones tan apremiantes en que
este se encontraba, él tenía el poder político conferido por el legislativo,
era el dictador del país, llamado por el Perú para salvar los destinos de
la patria, no solo con su ya célebre espada sino también con su genio y
lucidez inigualables.
Ciertamente, en el campo militar existían beneméritos jefes que
podían dirigir la guerra, entre ellos su general en jefe, Sucre, mientras
que las decisiones políticas y económicas tenían que ser necesariamente
asumidas por el Libertador en su calidad de jefe de gobierno. Otro
elemento que se sopesó con mucha sinceridad en aquellos difíciles días
fue el hecho de que ante una impensable –pero no imposible– derrota,
quién, sino Bolívar, podía volver a llamar a los pueblos a la guerra. No
valía la pena exponer a Bolívar a caer en manos de los españoles, eso
podría tener una terrible repercusión para la causa emancipadora no solo
del Perú sino de todo el continente. Esta fue una posición asumida por
toda la oficialidad colombiana, peruana y argentina, y por los oficiales
y jefes europeos en una suerte de consejo de guerra155 convocado para

155 El Dr. Galindo en su obra Las batallas decisivas de la libertad, citada por Villanueva, hace
mención de que en esta reunión estuvo presente también el benemérito general chileno
Bernardo O’Higgins, quien fue “expresamente llamado desde la costa” para tratar este asunto.
Sin embargo, debemos mencionar que otros insignes autores –Paz Soldán entre ellos– refieren

- 208 -
y la Independencia del Alto Perú

tratar tan delicado asunto (Aníbal Galindo, citado por Villanueva, 1995:
331). Este argumento y la inminencia de la llegada de las lluvias, con la
consecuente inactividad que ello podía provocar, llevó al Libertador a
tomar la decisión de marchar inmediatamente para Lima.
Como era de esperarse, Bolívar deja a Sucre al frente del Ejército
Unido Libertador, con una amplitud de facultades que venían a ratificar
la fe ciega que tenía en el hombre llamado por la Providencia a rivalizarlo
en glorias. O’Leary, (1919: 157) refiere al respecto:

Los poderes que le dio eran tan amplios como lo exigían las circunstancias,
pues le autorizaban a tomar la ofensiva o a permanecer a la defensiva según
el aspecto de las cosas y los movimientos del enemigo, ora continuando
operaciones activas, ora acantonando el ejército: en este caso recomendaba las
provincias de Andahuailas y Abancay para cuarteles de invierno.

Sobre este particular el general Miller (2009) agrega que la sugerencia


de acuartelamiento estuvo dada por no creer el Libertador que los
realistas se comprometieran en una ofensiva estando ya a las puertas la
estación lluviosa.
El 7 de octubre Bolívar se despide de sus tropas en Sañayca y para
el 10 está ya en Andahuaylas, de allí prosigue su marcha rumbo a Lima
pasando por Huamanga, Marca y Huancavelica. Pese a la urgencia de las
obligaciones que demandaban su presencia en la Ciudad de los Reyes,
el Libertador –en todas estas regiones y en las más cercanas a la capital
que si bien en efecto el héroe chileno se encontraba junto con el Libertador por esos días, en
compañía también de otros relevantes personajes como Bernardo Monteagudo, esta unión se
ha había verificado desde las jornadas que precedieron al triunfo de Junín, incluyendo la propia
batalla; otros, sin embargo, no hacen referencia a esta relevante presencia junto a Bolívar, misma
que tan difícilmente podía pasar inadvertida, entre ellos podemos citar a Miller y Camba, de
paso protagonistas en cuerpo y alma de estas jornadas.

- 209 -
Ayacucho

también– se dio el tiempo necesario para organizar la administración e


impartir justicia social. Bolívar nombra gobernadores y jueces de paz;
sanciona abusos con rigurosidad extrema, vinieran de quien vinieran,
especialmente en caso de tratarse de efectivos del Ejército Libertador;
exonera del pago de impuestos –por diez años– a los pueblos devastados
por el enemigo; prohíbe las persecuciones políticas; hace un inventario
de los bienes del Estado; funda escuelas y rebautiza al pueblo de Reyes
con el nombre de Junín; Bolívar es actividad pura, para él no existe un
minuto que perder en la construcción de la patria.
Sin embargo, a su arribo a Huancayo (24 de octubre), en la
correspondencia recibida desde Colombia el Libertador encuentra
una noticia devastadora: el Congreso de Colombia, por Ley del 28 de
julio, ha derogado la Ley del 9 de octubre de 1821. Esta Ley era la que
le proveía facultades extraordinarias para hacer la guerra fuera de las
fronteras de Colombia, “aumentar tropas, exigir contribuciones, dar grados y
ascensos a oficiales, organizar las zonas liberadas, conceder recompensas e imponer
penas, dar indultos, etc.” (Rumazo, 1976: 121). El nuevo decreto le quitaba
el mando del Ejército colombiano en el Perú y lo reducía a atender solo
las regiones insurrectas de Colombia, es decir, la indómita provincia de
Pasto. El polémico decreto en su integridad reza lo siguiente:

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y la Independencia del Alto Perú

DECRETO de 28 de Julio
Sobre facultades extraordinarias al poder Ejecutivo
El Senado y Cámara de R. de la R. de Colombia reunidos en Congreso

Teniendo en consideración:

1º. Que el decreto de 9 de Octubre de año 11º, en que se conceden al Poder


Ejecutivo y al presidente en campaña, facultades extraordinarias, para ejercerlas
en los lugares donde se hace la guerra, ha producido en su ejecución algunos
inconvenientes, en medio de las grandes utilidades y ventajas que ha causado
a la Nación.

2º. Que es deber del Congreso procurar disminuir aquellos inconvenientes, y


conservar estas utilidades y ventajas; principalmente cuando han variado algunas
de las circunstancias que había al tiempo de la sanción del expresado decreto.
3º. Que es igualmente un deber del Congreso, proveer á la conservación y
esplendor del ejército que en virtud de los tratados celebrados con las
repúblicas aliadas, está obrando ó en adelante obrare fuera del territorio de
Colombia, y que sería de peor condición por hacer el sacrificio de oponerse al
enemigo lejos de su patria, si no se recompensasen sus servicios con prontitud
y oportunidad.
Por estos motivos, y en uso de la atribución que le concede el parágrafo 25,
artículo 55 de la Constitución;

Decreta:
Art. 1º. El Poder Ejecutivo podrá declarar provincias de asamblea: 1º. La
provincia ó provincias en las cuales se haya verificado una invasión exterior
y repentina, ó una insurrección interior a mano armada.-2º. La provincia o

- 211 -
Ayacucho

provincias, respecto de las cuales tenga datos fundados de que están próximas
a verificarse, una invasión exterior y repentina, ó una insurrección interior a
mano armada.-3º. La Provincia ó provincias, en que por su contigüidad con
las expresadas en el parágrafo 1º de este artículo, y por la necesidad que haya
de procurar prontos recursos para la defensa del país invadido, ó insurrecto,
sea preciso usar en ellas de las facultades extraordinarias que aquí se expresan.
Art. 2º. Podrá exigir contribuciones en la provincia ó provincias, que haya
declarado provincias de asamblea.
Art. 3º. Podrá en dichas provincias hacer el alistamiento de tropas que
considere necesario.
Art. 4º. En la provincia o provincias invadidas, ó insurrectas conforme se vayan
liberando, podrá hacer el Poder Ejecutivo los arreglos que sean convenientes
en todos los ramos de la administración pública, hasta que conseguida su
seguridad puedan tener lugar las leyes constitucionales de la República.
Art. 5º. Podrá conceder en dichas provincias, y en nombre de Colombia,
premios y recompensas á los pueblos e individuos que se distingan auxiliando
y concurriendo de alguna manera al éxito de la campaña.
Art. 6º. Podrá expulsar de dichas provincias a los desafectos al sistema de
la libertad e independencia, sin las formalidades de las leyes, procediendo
gubernativamente: y conceder indultos generales ó especiales en los casos que
lo estime prudente y útil para seguridad de la República.
Art. 7º. Podrá en dichas provincias admitir al servicio de la República, oficiales
de cualquiera graduación, y cuerpos enteros del enemigo, perteneciente á los
ejércitos que obran inmediatamente contra Colombia ó sus aliados, poniendo
á los oficiales militares desde coronel inclusive arriba, desde luego en posesión
de los grados con, los cuales hayan sido admitidos.
Art. 8º. Podrá conceder á los oficiales superiores de la República que hacen la
guerra fuera de su territorio los ascensos á que se hagan acreedores por sus

- 212 -
y la Independencia del Alto Perú

servicios, desde coronel inclusive arriba, poniéndolos desde luego en posesión.


Art. 9º. Podrá delegar las facultades comprendidas en los artículos anteriores,
en el todo ó en la parte, y con las restricciones que juzgue necesarias.
Art. 10º. El ejercicio de estas facultades, que sólo tendrá lugar en las provincias
declaradas en asamblea, comenzará desde que se hayan declarado por tales, y
solo podrá durar por el tiempo que se creyere muy necesario para la seguridad
de la República.
Art. 11º. El Poder Ejecutivo dará cuenta al Congreso en su primera reunión
del uso que haya hecho de estas facultades, expresando si hay motivo para que
alguna ó algunas provincias continúen en estado de provincias de asamblea.
Art. 12º. Se deroga en todas sus partes el citado decreto del 9 de Octubre de
1821; pero si restituido el Libertador Presidente al territorio de la República,
tuviere por necesario, útil y conveniente mandar en persona algún ejército,
queda autorizado para ello.

Dado en Bogotá á 28 de Julio de 1824, 14.- El vicepresidente del Senado,


Francisco Soto.- El presidente de la Cámara de Representantes, José Rafael
Mosquera.- El secretario del Senado, Antonio José Caro.- El diputado secretario
de la Cámara de Representantes, José Joaquín Suares.
Palacio del Gobierno en Bogotá á 28 de Julio de 1824, 14.- Ejecútese.- Francisco de
Paula Santander.- Por S.E. el Vicepresidente de la República, encargado del Poder
Ejecutivo.- El secretario de estado del despacho del interior, José Manuel Restrepo156.

El decreto, una trama fraguada por Santander, apartaba alevosamente


al Libertador del mando de un ejército que él mismo había conformado

156 Tomado de la obra Cuerpo de Leyes de la República de Colombia, que comprende todas las
leyes, decretos y resoluciones dictados por sus congresos desde el de 1821 hasta el último de 1827.
Reimpreso del original en Caracas-Venezuela, en la imprenta de Valentín Espinal.

- 213 -
Ayacucho

y robustecido desde 1817; un ejército que había brillado como ningún


otro en América y cuya fama hacía temblar a las cortes europeas157. Los
campos de Boyacá, Carabobo y Pichincha –entre otros– fueron testigos
de su espartano valor y de la ciega obediencia que se profesaba a su
máximo líder, el inmortal Bolívar. Luego de tantos sacrificios y gestiones
realizadas para apoyar la definitiva emancipación del Perú, incluso
desde la administración de San Martín en el año 1822, este ejército y
su creador estaban a las puertas del máximo lauro de la gesta libertaria
latinoamericana: la derrota definitiva de España en su último bastión;
ahora un absurdo acuerdo legislativo atentaba contra esa posibilidad.
Pasto, si bien rebelde hasta más no poder, en ningún caso podía ser
más importante para la causa libertaria del continente que el Perú; era
una amenaza relativa para Colombia y como tal había que someterla
–como en el pasado reciente–, pero teniendo claro, eso sí, que la suerte
desgraciada que había tocado a las armas españolas en América le restaba
futuro, más no fanatismo, a su causa. Nos preguntamos entonces:
¿Era necesario demandar el concurso del Libertador en esta empresa
doméstica? ¿No había jefes capaces en Colombia para acometerla? Si era
tan urgente la rendición de los pastusos, ¿por qué no se ponía el propio
Santander al frente de una fuerza bien organizada para someterlos? Las
respuestas parecen ser evidentes, sin embargo, el tema de fondo parece
trascender lo político y militar, y son nuevamente las miserias humanas
las que se imponen a la razón. Al igual que en los casos de Riva-Agüero
y Torre Tagle, la ambición personal imponía la agenda, relegando los
intereses de una república y de un continente a un segundo plano.

157 Se dice que a su regreso a España el jefe realista Pablo Morillo, “El pacificador”, fue
confrontado por el rey quien le reclamo por las causas de su fracaso en Venezuela y Nueva
Granada, Morillo le respondió: “Su majestad deme usted 1.000 llaneros y un Paéz y pongo a
Europa a sus pies”.

- 214 -
y la Independencia del Alto Perú

Más que privar al Libertador de un nuevo triunfo, que ciertamente


engrosaría su ya aquilatada hoja de servicios a la causa independentista,
la conjura parece apuntar directamente a Sucre. El Congreso, al derogar
el decreto del 9 de octubre y al limitar la concesión de ascensos solo al
teatro de operaciones en las provincias declaradas en asamblea (Pasto),
estaba dejando al Libertador imposibilitado, una vez culminada con
éxito la guerra en el Perú, de conceder un ascenso inmediato a Sucre al
grado de general en jefe, que era lo que realmente temía el vicepresidente
colombiano. Santander, en su carrera por detentar el poder absoluto en
Colombia, no se podía permitir un nuevo rival, menos uno de la talla
y méritos de Sucre, aun cuando este se contara –hasta ese momento–
entre sus más cercanos amigos. Sobre el particular O’Leary manifiesta
su opinión de la siguiente manera:

La verdad es que Santander contemplaba con envidia la merecida elevación de


Sucre en el ejército y temía que en caso de triunfar en el Perú, el Libertador le
conferiría el grado de general en jefe. Esta no es mera conjetura mía; me fundo
en hechos y documentos auténticos. (O’Leary, 1919: 164).

Más allá de cualquier interpretación que quepa, lo cierto es que


Bolívar, respetuoso como siempre de las instituciones y de la legalidad,
acata la ley y da a conocer, con mucha prudencia, su determinación a
Sucre y al ejército; se vale para ello de dos despachos bien meditados,
elaborados ambos por su secretario –coronel Tomás de Heres–, uno de
los cuales explica en detalle el alcance de la medida y ratifica a Sucre en el
mando del Ejército Unido Libertador por ser este “el jefe de Colombia más
caracterizado que existe en el país, y además habiendo sido antes nombrado V.S. por
S.E. General en Jefe del Ejército de Colombia, dispone S.E. que tome V.S. el mando

- 215 -
Ayacucho

del expresado ejército” (Heres a Sucre. Huancayo, XXIV- X-1824; Sucre IV,
1976: 458). En el siguiente despacho trata el Libertador de transmitir
tranquilidad, minimizando el impacto de la medida e incluso excusando
al Gobierno y al Congreso de Colombia; sin embargo, deja escapar un
elemento emotivo que hace mella en los duros corazones de los más de
6.000 “bravos” que le han seguido hasta el corazón de los Andes:

Al señor general A.J. de Sucre

S.E. el Libertador me manda a decir a V.S. que la nueva orden del Congreso que
con esta fecha se incluye, sobre la revocación de las facultades extraordinarias
con que antes estaba autorizado, le obligan a dejar el mando inmediato del
ejército de Colombia, no porque esta sea la orden expresa del Gobierno y la
mente del Congreso, sino porque S.E. cree que el ejército de Colombia a las
órdenes de V.S. no sufrirá ni el más leve daño o perjuicio por esta medida, y
porque S.E. desea además manifestar al mundo que su más grande anhelo es
desprenderse de todo poder público, y aún de aquel mismo que, por decirlo
así, compone la parte más tierna de su corazón: el ejército de Colombia.
Al desprenderse S.E. el Libertador de este idolatrado ejército, su alma se le
despedaza con el más extraordinario dolor. Porque ese ejército es el alma del
Libertador. Así desea S.E. que lo haga V.S. entender a los principales jefes
del ejército de Colombia; pero con una extraordinaria delicadeza, para que
no produzca un efecto que sea sensible a nuestras tropas. (Heres a Sucre.
Huancayo, XXIV- X-.1824. Sucre IV, 1976: 457).

Una vez conocida la determinación del Congreso de Colombia y


la resolución de su acatamiento por parte del Libertador, la reacción
del Ejército Unido Libertador no se hizo esperar. Sucre, notoriamente

- 216 -
y la Independencia del Alto Perú

indignado, dirige una carta a Bolívar, firmada esta por todos los jefes del
ejército auxiliar colombiano; en ella expresan su sorpresa por la noticia
y su pesar por la resolución del Libertador:

El Ejército ha recibido ayer con el dolor de la muerte la resolución que V.E.


se ha dignado comunicarle el 24 de Octubre desde Huancayo, separándose de
toda intervención y conocimiento de él, á virtud de la ley de 28 de julio último.
(Sucre a Bolívar. Pichirgua, X-XI-1824. Sucre IV, 1976: 439-442).

Sucre y el resto de los jefes eran de la idea de que él no estaba obligado


a renunciar al mando en virtud de la referida ley, era esta una excesiva
muestra de desprendimiento de su parte, del “genio que ha creado una nación,
que ha formado a Colombia y que nos ha dado patria y existencia” (Ibid., citado
por O’Leary, 1919: 168). Le recuerdan en la carta su compromiso con
el Ejército colombiano y con el Perú, exhortándolo a no privarlos de su
intervención en las armas republicanas. El compromiso del ejército para
con su jefe máximo es ratificado una y otra vez a lo largo de la misiva:

Los legisladores saben que nosotros no hemos venido al Perú en busca de
ninguna fortuna, sino en busca de la gloria de Colombia, del brillo de sus
armas, de la seguridad de sus fronteras, de la independencia de América, y lo
diremos también, señor, sin ideas de lisonja, por acompañar a V.E. que nos ha
educado, que nos hizo soldados, que ha impreso en nuestros corazones el amor
a la libertad, y que nos convidó a llevarla a nuestros hermanos desgraciados.
(Sucre a Bolívar. Pichirgua, X-XI-1824. Sucre IV, 1976: 439-442).

Los votos del Ejército Unido Libertador eran por el inmediato retorno
de Bolívar a sus filas, le ruegan revocar su decisión del 24 de octubre y le

- 217 -
Ayacucho

piden que sea él quien conduzca a feliz término la heroica empresa que
está ya en su momento culminante. Sin embargo, nada hizo cambiar de
parecer al héroe nacido en la capital de Venezuela, su determinación era
tan firme como su dolor; la fe incondicional en Sucre y los negocios que
le esperaban en Lima le animaban a continuar con seguridad y firmeza el
rumbo que ya había tomado. Aplacó a sus oficiales con sabios consejos y
por el bien de ellos no consintió que se enviara ningún tipo de petición o
pronunciamiento al Congreso de Colombia sobre este particular. Al final,
la que se tomó fue la mejor decisión; la ley del 28 de julio influyó poco –o
nada– en el desarrollo final de la guerra, etapa esta tan maravillosamente
conducida por Sucre que los reconocimientos a sus méritos, y al de
sus hombres, llovieron por doquier. Lo que sí dejó al descubierto este
triste episodio fue la ambición y la perfidia de Santander; Bolívar, por lo
pronto, suspendió su correspondencia con él, mientras Sucre, su amigo
declarado, admitía con pesar una mayor culpabilidad en el vicepresidente
que en el Congreso en toda esta trama. Pese a sus excusas y justificaciones,
Santander y su espíritu antibolivariano quedaron en evidencia y solo
mediarían tres años para que este sentimiento de aversión mostrara su
peor cara; por lo pronto, el Libertador tenía un mundo de cosas que
atender en Lima, mientras Sucre, en el sur del imperio de los incas, debía
culminar la titánica tarea que Bolívar comenzó. El Perú y la América toda
así lo demandaban.

- 218 -
y la Independencia del Alto Perú

Sucre y La Serna: el juego de las estrategias

Bolívar, después de haber delegado toda la autoridad para la


conducción de la guerra en la figura del general Sucre, avanza
decididamente sobre Lima; en el camino no deja de obrar en función
del éxito de su lugarteniente. Desde Jauja envía a Sucre 1.000 hombres
y en menos de un mes le mandará 1.000 más, al igual que caballos y
pertrechos (O’Leary, 1919). A la par de estas “ayudas”, el Libertador
remite a Sucre numerosas cartas y comunicaciones, compartiendo
opiniones y puntos de vista sobre la campaña y las operaciones que
se iban a desarrollar, ratificando en todas ellas su confianza en el buen
criterio del héroe de Pichincha:

Lo que S.E dijo a US. en la carta particular, que US. cita en su oficio del 24,
sobre las operaciones de la campaña, debió considerarlo US. como opiniones
particulares de S.E. que hasta ahora ni ha variado, ni ha restringido, ni ha
modificado siquiera las amplias autorizaciones que concedió oficialmente a
US. en Sañayca. Por el contrario, confía cada día más y más en el tino, en la
prudencia y en la actividad, en los conocimientos y en las demás cualidades
que tanto distinguen à US. Lo que única y exclusivamente desea S.E. es la
destrucción del enemigo con la menor perdida nuestra; y a esta operación debe
US. contraer todas las de la campaña. Enterado US. de esto puede acantonar
al ejército, puede US. continuar las operaciones activas; en fin puede US. obrar
como lo juzgue más útil al servicio público. (Heres a Sucre. Chancay, IX-
XI-1824. Citado por Paz Soldán, 1870: 271).

Lima, la Ciudad de los Reyes, en los meses postreros del año 1824 se
encontraba presa del caos, sumida en la más grande confusión producto,

- 219 -
Ayacucho

fundamentalmente, de la ocupación realista de la Fortaleza Real Felipe


del Callao. A ratos en manos de los realistas y a ratos en manos de
los patriotas, la otrora gran capital del virreinato era un espejismo de
ciudad; sus habitantes abandonaron completamente las calles para
esconderse en sus casas, escapando tanto del choque de las facciones
como del pillaje y el saqueo. Cuando el general español Mateo Ramírez
incursionaba en la ciudad era particularmente sanguinario y despiadado
con todo aquel que presumiera adepto a la causa independentista; su
brutalidad le hizo acreedor del título de “Robespierre del Perú” (Paz
Soldán, 1870; Villanueva, 1995). Una inoportuna derrota del general
Urdaneta en las inmediaciones de Lima comprometió seriamente la
posición de los independentistas en aquel lugar; sin embargo, con el
arribo del Libertador a Chancay (20 leguas al norte de Lima) el 5 de
noviembre, el panorama adverso cambió drásticamente.
Apenas tuvieron conocimiento los habitantes de Lima sobre la
presencia del Libertador en las inmediaciones de la ciudad, abandonaron
sus claustros y salieron masivamente al encuentro del héroe, especie de
divinidad terrenal en quien se conjugaban todas las esperanzas de aquel
sufrido pueblo. El recibimiento en Lima fue apoteósico, seguramente
el más grande y afectuoso que haya recibido nunca el Libertador; la
población entusiasmada, confundida en una auténtica avalancha
humana, arropó a Bolívar al punto de dificultarle sus movimientos –e
incluso la respiración–, luego, en medio de la mayor solemnidad, lo
condujeron a sus aposentos. Mateo Ramírez, junto con otros bandoleros
y pillos de distinta calaña, no tuvieron más alternativa que refugiarse en
la Fortaleza Real Felipe del Callao, reducto realista que no tardaría en
ser sometido formalmente a sitio por parte del Libertador con las tropas

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y la Independencia del Alto Perú

recién arribadas desde Colombia158. (O’Leary, 1919; Paz Soldán, 1870;


Villanueva, 1995).
Con Bolívar llegó el orden, el respeto y la acción de gobierno
a la hermosa ciudad que fundara Pizarro en 1535. Villanueva (1995:
333) refiere que el Libertador “limpió de forajidos los campos; restableció
la tranquilidad pública, las garantías individuales, el derecho de propiedad y la
inviolabilidad de los hogares”. En este fecundo período la administración de
justicia fue otra de sus grandes preocupaciones, así como la posibilidad
de conformar una alianza ofensiva y defensiva contra España y sus
aliados; la idea de una gran asamblea de pueblos libres comenzaba a
tomar forma en la mente privilegiada del Libertador.
La importancia de tomar por completo el control de los mares no
era ajena al Libertador; en tal sentido, instruye acometer en Guayaquil
las reparaciones que requiriera la valerosa escuadra republicana,
conformada por las corbetas Protector y Pichincha, el bergantín Chimborazo
y las goletas Macedonia y Guayaquileña; lo que sumado a los dos buques de
50 cañones comprados en Londres y los que pudieran venir a instancias
del Gobierno de Chile, darían un renovado equilibrio a la lucha en el
Pacífico frente a la bien provista Armada española159. (Villanueva, 1995).
No obstante tantas actividades y tareas, la mayor preocupación de
Bolívar era Sucre; su destino le preocupaba, era consciente de que
frente a sí el joven general tenía un adversario sumamente peligroso
–herido en su orgullo, pero aún muy superior en número de efectivos
y recursos– a cuya cabeza se encontraban valerosos y experimentados

158 La tarea de sitiar y rendir la fortaleza fue encomendada por Bolívar al general Salom; valiose
para ello de buena parte de los 3.000 hombres que arribaron desde Colombia los primeros días
de diciembre. (O’Leary, 1919; Villanueva, 1995).
159 La conformaban el navío de línea Asia; los bergantines Aquiles, Moyano y Pezuela; la corbeta
Ica; los corsarios Quintanilla y General Valdéz; y varias cañoneras. (Villanueva, 1995: 334).

- 221 -
Ayacucho

jefes. No se trataba en esta ocasión de bandoleros y sicópatas como


Mateo Ramírez, o de esos cobardes que se pasaban de un bando a otro
según evolucionaba la guerra, no; los jefes realistas en esta justa final
eran hidalgos oficiales peninsulares, militares de carrera, bañados de
múltiples glorias en la guerra hispano-francesa, hombres con principios,
dispuestos a darlo todo, hasta la vida, por defender la causa española en
América. La Serna, Valdés, Monet, Villalobos, Canterac, Ferraz, Camba,
Carratalá, constituían, sin lugar a dudas, lo más selecto que haya puesto
España sobre un campo de batalla en el Nuevo Mundo; Bolívar lo sabía
y por ello no escatimaba esfuerzos por auxiliar a su espartano ejército
de héroes.
Fiel a su estilo, Sucre se mueve con rapidez. Apenas un par de días
después de la partida de Bolívar (8-9 de octubre), Sucre convoca en
su cuartel general de Chalhuanca a una especie de junta de guerra
con algunos jefes: Lara, La Mar y Miller entre ellos, para tratar el
plan de operaciones más conveniente a seguir; las opiniones, aunque
divergentes, apuntaban a respetar las indicaciones de Bolívar, pero sin
sacrificar la acción. En pleno uso de las facultades recibidas de parte
del Libertador, el general en jefe despacha al Batallón n.° 1 del Perú,
junto con 56 Granaderos de los Andes y un cuerpo de Húsares de
Junín, hacia Mamara y Oropesa como cuerpos de observación sobre
las posiciones realistas; necesita conocer Sucre los movimientos del
enemigo y cerciorarse si Valdés, en efecto, se ha reunido con Canterac
y La Serna en Cusco. La guerra de las estrategias ha comenzado.
(Miller, 2009; Villanueva, 1995, O’Leary, 1919).
Entre tanto, el virrey La Serna, viejo y reconocido estratega militar,
tampoco despilfarra un segundo de su tiempo; desde su cuartel
general de Limatambo adopta importantes medidas en lo referido a la

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y la Independencia del Alto Perú

organización de su ejército. Con su más prestigioso jefe, aún aturdido


por la derrota en Junín, era menester definir quién conduciría el ejército
en esta campaña; tal vez no sería lo más acertado darle la responsabilidad
de nuevo a Canterac, como tampoco lo sería conferírsela a Valdés para
evitar recelos por temas de jerarquía (Canterac era Teniente General).
En tal sentido, el virrey optó por ponerse él mismo al frente del
renovado ejército, ahora denominado Ejército de Operaciones del Perú.
La maquinaria militar realista que se apresta a salir en procura de Sucre
queda organizada de la siguiente manera:

Cuadro n.° 3. Comando general realista

Oficial/jefe Cargo

General en jefe y comandante general


Tte. general virrey José de la Serna
del Ejército

Segundo del virrey y jefe del Estado


Tte. general José de Canterac
Mayor General

Mariscal José de Carratalá Segundo jefe del Estado Mayor General

Fuente: García Camba (1846: 207)

- 223 -
Ayacucho

Cuadro n.° 4. Infantería realista

División Jefe Subjefe Estado Batallones


Mayor
Vanguardia Mariscal Brigadier - • Cantabria
Gerónimo Martín de • Castro
Valdés Somocurcio • Centro
• 1.° del Imperial
Alejandro
1.ª División Mariscal Brigadier Juan Coronel • Burgos
Juan Antonio Pardo Gaspar • Guías
Antonio Claver • Victoria
Monet • Infante
• 2.° del 1.er
Regimiento
2.ª División Mariscal Brigadier Comandante • 1.ª Gerona
Alejandro Manuel Ramírez Luis Raceti • 2.ª Gerona
González • 1.º del 1.er
Villalobos Regimiento
• 2.º Imperial
Alejandro
• Fernando VII
Fuente: García Camba (1846: 207) y Villanueva (1995: 371)

- 224 -
y la Independencia del Alto Perú

Cuadro n.° 5. Caballería realista

Componente Jefe Estado Mayor Unidades


Comando Brigadier Valentín Comandante. -
General Ferraz Ramón Gazcón

1.ª Brigada Brigadier Andrés - • Húsares de


García Camba Fernando VII
• Granaderos de
La Guardia
2.ª Brigada Brigadier Ramón - • Dragones de la
Gómez Bedoya Unión
• Esc. San Carlos
• Esc.
Alabarderos del
Virrey

Fuente: García Camba (1846: 207) y Miller (2009: 289)

Cuadro n.° 6. Artillería e ingenieros

Cuerpo Jefe
Artillería (14 piezas) Brigadier Fernando Cacho

Ingenieros Brigadier Miguel Atero

Fuente: García Camba (1846: 207)

Después de ultimar algunos detalles administrativos y logísticos en el


Cusco, el día 22 de octubre La Serna abre operaciones militares contra
los independentistas, a la cabeza de un poderoso ejército de casi 13.000
hombres, perfectamente equipados, preparados y organizados en tres
fuertes divisiones de infantería –un total de 14 batallones de infantes–
y dos brigadas de caballería con 1.600 caballos y 14 piezas de artillería
(cuadros n.os 3, 4, 5 y 6)). Previamente, Monet había ocupado Paruro

- 225 -
Ayacucho

el 1.° de octubre y Valdés Agcha el día 3; este último pueblo –ubicado


entre Cusco y Santo Tomás– sirvió de punto de concentración a los
orgullosos cuerpos del virrey. (Sherwell, 1995: 90; Villanueva, 1995: 337;
García, 1846: 208).
La estrategia de La Serna consistía, primeramente, en aislar a
los patriotas; para ello debía posicionarse sobre su flanco derecho160
y cortar así sus comunicaciones con el norte del país, su centro de
operaciones. En ese entendido debía cruzar el Apurímac y dirigirse un
poco al sur, buscando las faldas occidentales de la cordillera andina,
para luego subir y envolver a Sucre y a sus hombres a manera de tenaza,
forzando la ejecución de una batalla decisiva (Hoover, 1995). El día 25
los realistas vadearon el Apurímac, tomando luego una “dirección media
entre la cordillera occidental y el camino principal de Cusco a Lima”
(García Camba, 1846: 208). Las avanzadas patriotas observaron estos
movimientos con la mayor cautela y precaución posible, sin comprometer
ninguna acción de envergadura, tal como habían sido las instrucciones
explícitas de Sucre. Ubicado ya a la izquierda del Apurímac, el virrey y su
ejército avanzaron por Parco, Pacmara, Colcamarca, Quiñota, Haquira y
los altos de Mamara a donde llegaron el 31 de octubre. (García Camba,
1846; Dietrich, 1995).
Entre tanto, en el bando patriota, el general Sucre no escatimaba
recaudos para prevenir cualquier posible ofensiva de los realistas.
Ubicó estratégicamente la infantería colombiana entre Sirca y
Lambrama161; de allí el propio general en jefe partió a reconocer los

160 Con esta maniobra el virrey buscaba evadir el tránsito por los territorios que ya consideraba
en poder de los patriotas y, por consiguiente, adversos a su causa.
161 La infantería colombiana la ubicó entre estas dos poblaciones y la caballería detrás de
Sirca para aprovechar las ventajosas condiciones que le deparaban las haciendas del sector.
(Villanueva, 1995: 339).

- 226 -
y la Independencia del Alto Perú

inmediatos campos de Ñahuinlla (28 de octubre), Mara, Haquira y


Tambobamba, observando por sí mismo los movimientos del enemigo.
Tuvo la previsión de establecer su campamento principal en la línea
de vanguardia, específicamente en el pueblo de Lichivilca (1.° de
noviembre), localidad bien protegida por el río Chuquibamba, apenas a
seis leguas de Lambrama. En el caso de la División peruana, los cuerpos
que quedaban a su disposición los distribuyó de la siguiente manera: a la
Legión Peruana de La Guardia y al Batallón n.° 2 del Perú los ubicó en
la misma Lichivilca para apoyar al n.° 1 y a los Granaderos de los Andes,
que cumplían tareas de expedición junto con Miller; al Batallón n.° 3 del
Perú lo asentó en Larata, al extremo izquierdo de la línea, para defender
el paso del Apurímac por el puente de Corpa, único sobreviviente a la
meteórica retirada de Canterac. (O’Leary, 1919: 184).
Por esos días eran frecuentes las escaramuzas entre las avanzadas de
ambos ejércitos. A pesar de ello no parecía inminente el inicio de una
batalla crucial; sin embargo, reportes enviados por el general Miller162
y por el coronel Altahus desde los puestos avanzados del enemigo
cambiarían súbitamente esa percepción: La Serna y el grueso de su
ejército –con el intrépido general Valdés al frente de la vanguardia–
avanzaban desde Agcha, decididos a aplastar a Sucre y a su ejército. Sin
dilación alguna el joven jefe patriota comienza a mover sus tropas con
el tino y el acierto de los grandes jefes militares, dando así inicio a lo que
Villanueva (1995: 339) no duda en calificar como “la más bella campaña,
la más difícil, la más estratégica, y la más gloriosa de cuantas llevaron a cabo las
162 El general Miller cuenta en sus Memorias que un buen día, en medio de esas operaciones
de reconocimiento sobre las líneas enemigas, recibió a un emisario de Valdés el cual al notar
que el general mascaba coca le preguntó por esa afición; el inglés le comentó sobre la dificultad
de conseguir cigarros en medio de los avatares de la campaña. A los pocos días Miller recibió
una caja de habanos enviados como muestra de cortesía y de especial consideración de parte
del general Valdés.

- 227 -
Ayacucho

armas de la independencia americana”. Imposibilitado de ir hacia adelante,


bien por prudencia o por no contravenir las orientaciones de Bolívar,
Sucre levanta el campamento y se traslada inicialmente a Pichirgua en
busca de forraje para la caballería y luego toma rumbo hacia el norte,
con dirección a Andahuaylas (11 de noviembre); cruza el río Pachachaca
y se sitúa en Pichirgua, desde donde envía oficiales en todas direcciones
para monitorear los vertiginosos movimientos del enemigo. (Villanueva,
1995: 340-344; Paz Soldán, 1870; Oropesa, 1988; O’Leary, 1919: 185).
La Serna se movió con rapidez –quizás con demasiada rapidez–
aprovechando el mayor conocimiento práctico que existía en su
ejército sobre la naturaleza de aquellos accidentados terrenos. En tales
circunstancias, el virrey arriba el 18 de noviembre a los campos de Rajay-
Rajay, allí descansará el grueso de su ejército hasta el día 19, al tiempo
que su vanguardia se adelanta e ingresa a Huamanga. En Huamanga la
sorpresa fue mayúscula: a instancias del reconocimiento practicado y
de las informaciones recogidas de algunos prisioneros capturados en la
ciudad, supieron los realistas que los patriotas no habían pasado aún por
esa jurisdicción, es decir, se encontraban todavía sobre su retaguardia
(al sur del río Pampas); esto molestó mucho a varios oficiales que
atribuyeron a falsas informaciones de inteligencia la presunción de que
Sucre y sus tropas marchaban por delante de ellos. El 20, a marcha
forzada, retrocedió La Serna sobre Pampas y el 21 acampó en la orilla
izquierda del río, a una legua del pueblo de la Concepción. (García
Camba, 1846: 211).
Desde la aventajada posición que había establecido, Sucre observó
todos los movimientos del virrey sin atinar a comprender inicialmente el
objetivo de los mismos. Su marcha era muy rápida y no parecía tener la
intención de presentarle batalla, tal como habían presumido inicialmente

- 228 -
y la Independencia del Alto Perú

él y Miller. Sucre veía tres posibles intenciones en la precipitada acción


del teniente general español: por una parte, el deseo de cortar sus
comunicaciones con el norte del país y en especial con Bolívar, a quien
seguramente continuaban considerando el cerebro de la campaña; por
otra, pensó el héroe cumanés que la intención de La Serna era tentarlos
a entrar a Cusco y, una vez allí, atraparlos entre dos ejércitos, el que
conducía el propio virrey por el norte y el de Olañeta por el sur. Por
último, consideró que había la posibilidad de que La Serna estuviera
preparando algún tipo de acción envolvente para atacarlos en ese
mismo punto en que se encontraban. Evaluados todos estos posibles
escenarios, Sucre y sus hombres resuelven continuar con una lenta y
calculada retirada hacia el norte (Huamanga) en busca del opulento y
orgulloso enemigo. (Dietrich, 1995; Sherwell, 1995; Villanueva, 1995;
Miller, 2009).
El movimiento estratégico de Sucre desde Lambrana hasta Quinua
(Huamanga) constituye, sin lugar a dudas, una de las más grandes
proezas militares realizadas en el marco de la revolución independentista
latinoamericana: 20 días de marchas a través de los territorios más
abruptos de la geografía andina, con recursos escasísimos, en plena
época de lluvias, cruzando ríos caudalosos, avanzando por estrechos
senderos –en medio de riscos y desfiladeros–, tomando con una mano
el caballo y con la otra el fusil, cuidando los enfermos, acechados por
el enemigo; en ocasiones evadiéndolo, en otras hostigándolo; siempre
en contacto con él, a su vista, a su alcance. En medio de esta épica
gesta, Sucre multiplicó al máximo su ya célebre actividad. En todas
partes aparecía, atendía todos los problemas con la mayor diligencia,
cuidaba hasta el más mínimo de los detalles; no parecía dormir ni
comer; revisaba planos, escuchaba opiniones, daba instrucciones, pero

- 229 -
Ayacucho

también acometía, él mismo, las más riesgosas tareas; espiaba de cerca


a los enemigos163 con el mayor sigilo, para luego traer precisos reportes
sobre sus movimientos y el volumen de sus fuerzas. Con su inagotable
accionar despertó Sucre la más grande admiración en todo el ejército,
atrás quedaron olvidados los comentarios e intrigas generados después
de la victoria de Junín; a menos de un mes del encuentro final entre la
libertad y la opresión, Sucre, por sus propios méritos y virtudes, se había
constituido en el paradigma a seguir en el Ejército Unido Libertador.
(Dietrich, 1995; Sherwell, 1995; Villanueva, 1995; Hoover, 1995).
Entre los días 14 y 19 de noviembre las tres divisiones de infantería
del Ejército Unido Libertador quedaron ubicadas en Talavera, San
Gerónimo y Andahuaylas. El 20 de noviembre el Ejército Patriota
arriba al campo de Uripa, cerca de Chincheros, y establece contacto
visual con el enemigo situado en la Concepción164, al otro lado del río
Pampas. El mismo día 20 una compañía de Húsares de Colombia y la
1.ª de Rifles, con el bravo general Silva a la cabeza, reconocieron las
inmediaciones y chocaron con tres compañías de cazadores realistas,
las cuales fueron desalojadas de las alturas de Bombón y obligadas a
repasar el río Pampas, en donde ya se encontraba el grueso del Ejército
Realista (Sucre al ministro de Guerra. Ayacucho, XI-XII-1824. Sucre
IV, 1976: 492). Durante tres días ambos ejércitos mantuvieron su
posición, limitándose las acciones a pequeñas escaramuzas en donde
los patriotas rechazaban las partidas guerrilleras que osaban vadear el

163 En una ocasión Sucre desapareció súbitamente, había salido de reconocimiento con un
pequeño piquete de hombres. Transcurridos varios días, dándolo ya por perdido o en manos del
enemigo, el Estado Mayor delibera y está a punto de nombrar otro jefe, cuando aparece Sucre al
cabo de seis días, agotado a más no poder, pero con valiosa información del enemigo. (Oropesa,
1988; Villanueva, 1995; Hoover, 1995).
164 El día 19, partidas patriotas habían establecido ya contacto con el enemigo, batiéndose
reciamente con un cuerpo de este en el puente de Pampas.

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y la Independencia del Alto Perú

río para reconocer sus posiciones. Sintiendo la inminencia de ataque de


mayores proporciones, Sucre mueve sus tropas a los altos del Bombón,
“inexpugnable por la naturaleza de los profundos barrancos que la defienden” (Paz
Soldán, 1870); acertada decisión ya que, al decir de Villanueva (1995), en
el Bombón Sucre estaba como en una “ciudadela”.
En la imposibilidad de atacar frontalmente a Sucre en aquella altísima
cumbre, el 23 de noviembre el virrey contramarchó por Vilcashuamán
(24), Cochas (25) y altos de Carhuanca (26), buscando la mejor posición
para cruzar el río Pampas y flanquear la posición del Bombón por las
alturas de Cocharcas (García Camba, 1846: 211). En este momento
se verifica una situación muy particular en el Ejército Realista: las
constantes marchas y contramarchas han despertado ya un marcado
malestar en sus filas, jefes y oficiales no entienden el porqué de tanta
indecisión, más aún sintiéndose superiores a los independentistas. Los
comentarios y murmullos eran ya tan frecuentes que el virrey se ve
obligado a convocar un consejo de guerra para analizar las acciones
a seguir y tomar la mejor determinación en atención al éxito de la
campaña. La decisión no dejaba de ser difícil por lo bien apertrechado
que se encontraba Sucre en el Bombón, ir por él a comprometer una
acción implicaba un gran riesgo; retroceder hasta Andahuaylas podía
continuar mermando la moral del ejército y ponía en entredicho su
reputación frente a los pueblos que pretendía seguir gobernando el
virrey. La resolución que se adopta es la de realizar una distracción
con la vanguardia de Valdés, la cual atravesaría el río para hacer creer a
Sucre que todo el ejército se movilizaba sobre él, viéndose obligado, en
consecuencia, a abandonar su fuerte posición y emprender la marcha
sobre Huamanga, momento en el cual sería atacado por Valdés desde
la retaguardia y por el virrey al otro lado del río. Los realistas ejecutan

- 231 -
Ayacucho

el plan, Valdés atraviesa el río cerca de Huancaray y Sucre avanza sobre


el valle de Pomacochas; inicialmente el general venezolano reacciona
como ellos habían previsto. (Villanueva, 1995; Rumazo, 1976):

Sabiéndose que los enemigos venían por la noche a la derecha del Pampas por
Huchubambas a flanquear nuestras posiciones, me trasladé a la izquierda del
río para descubrir nuestra retaguardia.
Los españoles al sentir este movimiento repasaron rápidamente a la izquierda
del Pampas; nuestros cuerpos acaban de llegar a Matará en la mañana del 2,
cuando el ejército español se avistó sobre las alturas de Pomacahuanca: aunque
nuestra posición era mala presentamos la batalla, pero fue excusada por el
enemigo situándose en unas breñas no sólo inatacables sino inaccesibles.
(Sucre al ministro de Guerra. Ayacucho, XI-XII-1824. Sucre IV, 1976: 493).

La velocidad, el orden y la precisión con que fue ejecutada la maniobra


evasiva de Sucre le permitieron salvar todo su ejército de la trampa urdida
por los españoles. Al llegar al paso del río el Ejército Patriota estaba ya
muy lejos, inalcanzable para los españoles; sin embargo, colocados el
uno frente al otro pocos días después en Matará (2 de diciembre), no
tardarían en chocar en lo que sería el preludio de la batalla final.

El desastre de Corpahuayco

Después de marchar en paralelo los dos ejércitos con rumbo


al norte, mediando entre ellos una distancia no mayor a los diez
kilómetros (Rumazo, 1976), el virrey finalmente alcanza a Sucre en
Matará (el día 2) y acampa en el borde de la meseta por la cual habían
descendido los patriotas el día anterior (Miller, 2009: 297). El joven

- 232 -
y la Independencia del Alto Perú

general patriota, confiando plenamente en la capacidad de sus fuerzas,


lo invita al combate. Pese a las constantes intimaciones a combatir y
al hostigamiento de Húsares colombianos mandados por el intrépido
Silva, La Serna rehúsa el combate; las condiciones del terreno no eran
las más favorables, además, no deseaba comprometer ninguna acción sin
la presencia de la división de Valdés que demoraba en llegar. (Hoover,
1995: 236; Dietrich, 1995: 149-150).
El día 3 el jefe español decide contramarchar media legua para salir
del alcance visual de su adversario, al tiempo que ejecuta un movimiento
destinado a conquistar la retaguardia de los patriotas, ubicándose sobre el
mismo camino que estos habían recorrido (Villanueva, 1995: 351). Para
ese momento (1 de la tarde) ya se había incorporado la división de Valdés
a la vanguardia, ahora el virrey estaba presto a pasar a la ofensiva. Ante la
indisposición bélica mostrada por su adversario el día anterior, Sucre decide
avanzar ese día 3 a Tambo Cangallo, región que ofrecía mayores recursos
para la subsistencia de las tropas; tarda en conocer los movimientos de La
Serna ya que el comandante Bustamante, enviado a espiar al enemigo, había
caído prisionero al llegar a la cumbre de la montaña. No obstante, una vez
puesto sobre aviso de la maniobra enemiga, decide avanzar y desafiar la
quebrada de Corpahuayco. Consciente de lo comprometida de la acción
y de que el enemigo estaba a sus espaldas, Sucre envía exploradores a
inspeccionar el paso; estos no regresan nunca, el virrey había emboscado
en el desfiladero nada más y nada menos que cinco batallones y cuatro
escuadrones (Villanueva, 1995: 352), la trampa estaba montada, no había
escapatoria posible. La única opción era avanzar o morir en el lugar; en
tan dramáticas circunstancias, el general en jefe desenvaina su gloriosa
espada y se coloca al frente de sus tropas, decidido a llevarlas al otro lado
de la quebrada. (Villanueva, 1995; Miller, 2009).

- 233 -
Ayacucho

Sucre se apresura a tomar posiciones en el lado norte del profundo


barranco y establece una bien sostenida línea de defensa con su
infantería, al tiempo que ordena a sus divisiones desfilar por la derecha
y bajar la quebrada con prontitud; los realistas emboscados en aquel
punto descargan todo su poder de fuego sobre ellos. Comprendiendo
rápidamente el grado de exposición de sus hombres, el jefe patriota
despacha compañías de cazadores para proteger los puntos altos de
aquel pasadizo infernal; estas unidades se baten ardorosamente con
el enemigo, permitiendo que las divisiones de Córdova y La Mar
logren traspasar la quebrada, no sin antes abrirse paso valerosamente
en medio de una lluvia de balas. Lamentablemente la división Lara no
contó con igual suerte: al momento de cruzar, la división de Valdés la
embiste con el ímpetu y la ferocidad que distinguían a su jefe, causando
una gran dispersión en sus filas. La división del general Lara estaba
compuesta por los batallones Vargas, Vencedor y Rifles, los cuales,
además, conducían y resguardaban la caballería de Miller, los hospitales,
el parque, la artillería y otros elementos de sumo valor para el ejército,
en virtud de lo cual el veterano jefe español no escatimó esfuerzos para
destrozarla completamente. (Villanueva, 1995: Oropesa, 1988; Rumazo,
1973; Miller, 2009).
Luego del impacto de la recia embestida de Valdés, los batallones
Vargas y Rifles quedaron dispersos; el general Miller logra reagrupar
al primero, protegiendo con este cuerpo el paso de la caballería por
el valle de Chonta, a través de caminos seguros que el mismo había
descubierto en sus arriesgadas exploraciones del día anterior. Por su
parte, el Batallón Rifles, una vez repuesto del golpe inicial perpetrado
por los realistas, se reagrupa de la mano de su bizarro comandante

- 234 -
y la Independencia del Alto Perú

irlandés, coronel Arthur Sandes165; echan pie firme en tierra y se alistan


a protagonizar una de las acciones más heroicas de toda la campaña
libertaria peruana y suramericana.
Sandes con sus hombres, al igual que Leónidas y sus 300 espartanos
en las Termópilas, desde una posición totalmente desventajosa en el
paso principal, resisten con impecable serenidad y con la intrepidez que
los hizo célebres la embestida de todo el Ejército Realista, el tiempo
suficiente para permitir que el Vargas evacuara la caballería y pusiera
a buen recaudo el resto de los pertrechos. La masa de fuego que
resistió el Rifles no tiene comparación en el marco de esta campaña;
fusilería y artillería se combinaban para derribar aquella barrera humana
que se interponía entre la victoria realista y la salvación del Ejército
Libertador, sus hombres fueron cayendo uno a uno sin que ello minara
la resistencia de aquella monolítica formación. Todo se intentó contra
ellos, los mejores cuerpos del Ejército español fueron empleados para
doblegarlos; Valdés estaba desesperado y, a su vez, como buen soldado,
admirado ante tamaña demostración de valor. Prácticamente todos los
hombres del Rifles murieron o resultaron heridos en aquel estrecho
desfiladero166; 200 valientes sacrificaron sus vidas para que casi 6.000
hombres del Ejército Libertador salvaran las suyas. El intrépido mayor
inglés Thomas Duchbury, segundo al mando, uno de los mejores y más
activos oficiales del Ejército de Colombia, pereció junto a sus hombres
165 Natural de Dublin (Irlanda), Sandes (1793-1832) luchó en Waterloo, dejando la Armada
británica en 1815; dos años después se enrola en el regimiento que el coronel Campbell alistaba
en Londres para prestar servicios en Venezuela. Reconocido por su valor, ya como parte del
Batallón Rifles fue herido dos veces en la Batalla de Pantano de Vargas (25-7-1819), pese a
lo cual en Boyacá (6-8-1819) participa en la carga decisiva contra la artillería realista. Por su
destacada actuación en la Batalla de Bomboná (7-4-1822) fue ascendido a coronel y recibió
la Orden de los Libertadores. Luego de la independencia luchó junto con Sucre en Tarqui y
posteriormente fue designado gobernador de la provincia de Azuay, en Ecuador.
166 Sus bajas se contabilizaron en 700 hombres, entre muertos (200), heridos y desaparecidos.

- 235 -
Ayacucho

luchando, sable en mano, con el arrojo y la fortaleza de cien leones; su


sentida inmolación se verifica momentos antes que el Batallón Vargas
acudiera a salvar lo poco que quedaba de aquella heroica unidad, luego
de tres horas y media de tenaz resistencia (Villanueva, 1995; García
Camba, 1846; Miller, 2009; Hoover, 1995; Sherwell, 1995, Dietrich,
1995; Rumazo, 1973; Sucre IV, 1976). Al terminar la batalla el coronel
Sandes, al ver su batallón reducido a menos que un simple esqueleto, se
sentó en el suelo y lloró desconsolado167.
El Perú y todo el continente americano deben a estos 200 héroes
su redención. Así lo piensa y lo manifiesta el general Sucre, quien días
después no escatimará elogios para esta unidad que lo acompañará
siempre, incluso en la fratricida jornada de Tarqui. Sobre el campo de
Ayacucho, el célebre 9 de diciembre, el general en jefe exclama:

“Rifles” ¡
Nadie más afortunado que vosotros ¡Donde vosotros estáis, ya está presente
la victoria Acudistéis a Boyacá, y quedó libre la Nueva Granada; concurristéis
a Carabobo y Venezuela quedó libre también; firmes en Corpahuayco, fuisteis
vosotros solos el escudo de diamantes de todo el ejército libertador. (Sucre IV,
1976: 477).

Justo es señalar también que el general Jacinto Lara combatió con


admirable valor y entusiasmo junto con sus hombres del Rifles, del
Vargas y del Vencedor; nunca cesó de animarlos y de respaldarlos para
evitar que fueran arrollados por los realistas; se multiplicó por todo el

167 Referido por Moisés Enrique Rodríguez en su artículo “Arthur Sandes (1793-1832),
commander of the Rifles Battalion in the South American wars of Independence”.
Publicado por la Society for Irish Latin American Studies. (Maison Rouge, 1268, Burtigny-
Switzerland).

- 236 -
y la Independencia del Alto Perú

campo de batalla, auxilió a los heridos, recogió fusiles y pertrechos; de


no ser por su inagotable actividad, las pérdidas del ejército hubieran
sido seguramente mucho mayores. En total el Ejército Patriota sufrió
cuando menos 300 muertos e innumerables heridos, perdió una pieza
de artillería y casi todo su parque, pero lo más importante: salvó sus
tres divisiones de infantería, 90 cargas de 4.000 cartuchos y el total de
la caballería. Del lado realista, en reconocimiento al esfuerzo y al arrojo
empeñado durante toda la jornada, el virrey La Serna asciende, sobre el
propio campo de batalla, al coronel Tur al grado de general de brigada.
Llegada la noche, los cazadores realistas se replegaron, mientras el general
Lara continuaba apresurando la retirada de los rezagados, arribando
sobre las siete de la noche al campamento patriota. El emocionado e
interminable abrazo que le brindó Sucre al verlo fue una muestra más
de humildad del general en jefe republicano. Esa noche ambos ejércitos
durmieron prácticamente juntos, tan solo separados por la quebrada de
Corpahuayco, el de Sucre del lado norte y el de La Serna en el costado
sur; repararían fuerzas desde allí para afrontar las próximas y decisivas
jornadas, mismas que encontrarían su desenlace definitivo –seis días
después– en la pampa de la Quinua, mejor conocida como pampa de
Ayacucho. (Villanueva, 1995; O’Leary, 1919).

El fin de la tiranía, a paso de vencedores

El Ejército Unido Libertador continuó al día siguiente su marcha


hacia Tambo Cangallo, distante tres leguas al norte de Corpahuayco y
siete al sur de Huamanga. En el camino presentan batalla a los realistas,
que les siguen de cerca, pero estos evaden el combate y echando mano
de su gran movilidad se posesionan de los cerros ubicados a la derecha

- 237 -
Ayacucho

de los patriotas, sin ninguna intención de combatir. La noche del día 4


el ejército de Sucre se separa del camino real que conduce a Huamanga
y, sin ser percibido por los realistas, toma rumbo a su derecha, con
dirección al pueblo de Huaychao, debiendo atravesar en este proceder la
profunda y escabrosa quebrada de Acocro de dos leguas de profundidad.
A las 8 de la mañana del día 5 llegan a Huaychao y en la tarde prosiguen
la marcha rumbo a Acos Vinchos, población a la que arriban ese mismo
día. La Serna, por su parte, se mueve en paralelo y acampa en Tambillo.
(Sucre IV, 1976: 493; Miller, 2009: 301).
Para los independentistas la travesía hacia Huamanga se hacía cada
vez más dura y penosa, no solo por el enemigo que lo asediaba y lo
hostigaba permanentemente en medio de una estrategia de desgaste,
sino también por las dificultades propias del terreno y la escasez de
recursos vitales como ganado y pasto. Habiendo perdido las mulas en
Corpahuayco, los jinetes debían ir a pie llevando del diestro los caballos,
muchos de ellos ya sin herraduras. La infantería había perdido buena
parte de sus pertrechos y equipajes, muchos de los infantes estaban
prácticamente desnudos y, al igual que el resto del ejército, llevaba dos
días sin comer bien. Para colmo de males, los españoles habían inducido
a los indígenas de Huanta, Huancavelica, Chincheros, Huando y otros
pueblos cercanos a levantarse en contra de los patriotas, y siguiendo
estas directrices causaron grandes estragos en el ejército, robando sus
escasas provisiones y atacando con especial ensañamiento a los heridos
y rezagados. Para ese momento, 6 de diciembre, los patriotas habían
verificado ya más de 1.200 bajas en sus filas, reduciendo el número de
sus efectivos a menos de 6.000 hombres.
El día 6 el Ejército Patriota continuó su marcha hacia el pueblo de
Quinua, mientras el realista, marchando casi a su lado, lo hace hacia

- 238 -
y la Independencia del Alto Perú

Macachacra. En su trayecto las tropas del virrey se ven obligadas a


cruzar la quebrada y el río Pangora, debiendo “empeñarse en un prolongado y
estrecho desfiladero dando el flanco derecho a los enemigos” (García Camba, 1846:
219). Sucre vio la oportunidad propicia para emboscar a los españoles,
tal como ellos habían hecho en Corpahuayco, pero para cuando intentó
adelantar algunas tropas hasta el desfiladero ya el general Valdés con su
división ocupaba las formidables alturas de Pacaycasa, brindando una
adecuada protección desde allí al desfile del Ejército español.
El Ejército Republicano acampó en Quinua ese día 6, mientras
los españoles con su mayor movilidad lo hicieron en el camino a
Huanta, prosiguiendo su marcha al siguiente día con dirección a la
cercana Huamanguilla. El 6 recibió Sucre correspondencia de Bolívar
indicándole que presentara batalla cuanto antes, ya que nada más se
podía esperar ni de Colombia ni del interior del Perú (Hoover, 1995: 237;
Sherwell, 1995: 96; Villanueva, 1995: 362). Informada esta situación a
sus generales, se adoptaron medidas inmediatas para el lance final, entre
ellas la ubicación de un lugar adecuado para presentar batalla; ese lugar
era, definitivamente, la extraordinaria pampa de 300 hectáreas ubicada a
un kilómetro del pueblo de Quinua y que era conocida como Ayacucho,
es decir “rincón de los muertos” o “rincón de las almas”, en quechua.
Si bien ya estaba estaba claro el proceder del Ejército Patriota,
Sucre tenía prevista una nueva estratagema para confundir más a La
Serna en esta particular lucha de estrategias: simuló una nueva retirada
y maniobró un corto trecho hacia Acos Vinchos, donde pernoctó,
para estar de vuelta en Quinua el día 7. El virrey cayó en la trampa
y confiado nuevamente en la gran movilidad de sus tropas realizó
un gran movimiento envolvente para tratar de ganar la delantera
de su adversario y cortar su retaguardia; como era su costumbre,

- 239 -
Ayacucho

mientras esto ocurría Sucre y sus tropas descansaron todo el día 7


en Quinua, mientras el virrey y los suyos apenas aparecieron el día 8
en las alturas del Condorcunca, luego de empeñarse en una insulsa
marcha que costó hombres, ganado y pertrechos al Ejército español.
(Villanueva, 1995).
La Serna salió el 8 de Huamanguilla y ocupó el Condorcunca ese
mismo día. El jefe realista e historiador español, García Camba, describe
el movimiento de la siguiente manera:

El día 8 marchó el virrey por su flanco izquierdo a lo alto de la cordillera


oriental de los Andes, y se extendió por su cumbre hacia el sur para descender a
acampar en la falda de la prominencia, conocida por el cerro de Condorcanqui,
sobre el campo enemigo de Quinoa, donde tomó posición a tiro de fusil de la
pequeña planicie que separa el pie de la cordillera del pueblo de Quinoa, y los
indígenas llaman Ayacucho. (García Camba, 1846: 220).

Sobre la naturaleza y características del terreno que se presentaba


ante los ojos de los contendientes como el más propicio para acoger el
lance final de la independencia, Camba refiere:

La pequeña llanura que desde el pie del elevado Condorcanqui se extiende hacia
el pueblo de Quinoa tendrá de ancho sobre cuatrocientas toesas168, y algo más
de seiscientas de largo de sur a norte. Este campo, a que los indígenas llaman
Ayacucho se eleva en suave pendiente por su extremo occidental, forma una
loma de fácil acceso por toda su longitud, que desciende en mayor inclinación
por el lado de Quinoa, está cortado por los flancos por escabrosísimas

168 Antigua medición francesa de longitud, que equivalía a 1.949 metros. (Diccionario
Enciclopédico Larousse, 2010: 984).

- 240 -
y la Independencia del Alto Perú

quebradas, la del sur absolutamente impracticable, y le atraviesa otro barranco


en su mayor extensión de norte a sur. (García Camba, 1846: 223)

El día 8 el virrey organizó sus fuerzas desde su fuerte posición en


el Condorcunca. Tenía la esperanza de combatir y dar por terminada
ya esta afanosa campaña. Sus tropas estaban cansadas y hambrientas,
no tenía ya provisiones (ganado) para sus hombres ni forraje para sus
caballos; buena parte de ellos los habían perdido a lo largo del camino,
sin embargo, la moral era alta y el ánimo de sus jefes se decantaba por
decidir de una vez por todas el destino del Perú en un combate final.
Con esa determinación estableció su campamento a un costado del
cerro, desplegó guerrillas y mantuvo un vivo fuego de artillería para
hostigar a su enemigo. De parte del virrey la mesa estaba servida.
Sucre movilizó sus fuerzas desde Quinua y se apostó frente a la pampa
de Ayacucho. La contemplación de las huestes enemigas no dejaba de
ser apasionante y desafiante para un hombre formado desde los 15 años
en el arte de la guerra. Pese a las bajas de toda índole sufridas durante
la campaña, el opulento adversario monárquico disponía del doble de
fuerzas que Sucre en infantería y caballería, mientras que en artillería
la superioridad era de 11 a 1. Solo los grandes guerreros de la historia
pueden disfrutar sin inmutarse de una escena tan dantesca como esa:
troyanos, espartanos, persas, macedonios, romanos, germanos, moros
y samuráis; todos veían en la superioridad del enemigo una mayor
posibilidad de alcanzar la gloria; Sucre y sus impertérritos capitanes
no fueron la excepción. Dispuestos a poner término a cinco siglos de
opresión o morir en el intento, el Ejército Patriota toma los aprestos
necesarios; sobre aquella pampa inmortal, para decidir el futuro de
América, la invitación a combatir ha sido aceptada.

- 241 -
Ayacucho

El día 8 discurrió entre amagos, escaramuzas y distracciones, de


uno y otro bando, verificándose solo al final de la tarde los más fuertes
choques entre las avanzadas de ambos ejércitos. El día fue propicio
también para realizar arriesgadas misiones de observación, en procura
siempre de obtener información precisa con la cual nutrir la estrategia
de ambos jefes; en este empleo, patrullas realistas y patriotas arriesgaron
temerariamente sus vidas, llegando a lamentar el bando republicano la
pérdida de los coroneles Carreño y Plasencia: el primero muerto y el
segundo hecho prisionero, al igual que los monárquicos sufrían el deceso
de un comandante y varios soldados. El manto oscuro que ofrece la
noche en aquel frío rincón de los Andes (3.300 m s. n. m.) invitaba, a
unos y a otros, a intentar el asalto final de las posiciones adversarias; por
ello el fuego de los fusiles no se detuvo durante toda la noche, incluso
los patriotas recurrieron a medios acústicos para inquietar e intimidar
a su enemigo. En efecto, Sucre dispuso que las bandas de todos
batallones se apostaran frente al enemigo, a lo largo de toda la línea, y
tocaran intensamente bajo el resguardo del fuego vivo de una compañía
de cazadores. La estrategia al parecer fue acertada, pues esa noche los
españoles no bajaron; bien porque esperaban un ataque o quizás por el
hecho de que llegaron a pensar que se trataba de una distracción para
cubrir una nueva retirada republicana. (Villanueva, 1995; Miller, 2009).
Amaneció el 9 de diciembre de 1824, día radiante como pocos. A
la vista de todos un marco natural y humano indescriptible, la escena
estaba servida para escribir la última página de las grandes batallas
por la independencia americana. Los dos ejércitos formaban perfecta
e impecablemente, uno frente al otro, desplegando al viento gloriosos
estandartes que recordaban victorias pasadas. Bajo el estruendo marcial
de las bandas de guerra, 9.310 hombres del Ejército Realista, exhibiendo

- 242 -
y la Independencia del Alto Perú

sus mejores galas, orden y disciplina, ocuparon el campo bajo la misma


organización y estructura con la que salieron de Cusco (ver cuadros 3 al
6), presentando el siguiente orden de batalla:

• Flanco derecho (izquierda patriota): la División de Vanguardia del


mariscal Valdés, con sus cuatro batallones de infantería, reforzados
con dos escuadrones de Húsares de Fernando VII y seis piezas de
artillería169.
• Centro: la 1.ª División del mariscal Monet con cinco batallones
de infantería, apoyados en la izquierda con tres escuadrones de
Dragones de la Unión, el de San Carlos y los cuatro de Granaderos
de la Guardia –todos estos regimientos de caballería– y cinco piezas
de artillería.
• Flanco izquierdo (derecha patriota): la 2.ª División del mariscal
Villalobos, con sus cinco batallones de infantería y el escuadrón
Alabarderos del Virrey y dos de Dragones del Perú (Sucre al ministro
de Guerra. Ayacucho, XI-XII-1824. Sucre IV, 1976: 493).

A esta impresionante mole militar, el Ejército Unido Libertador


de Sucre interpuso los mejores y más laureados guerreros del Nuevo
Mundo –y de parte de Europa– bajo la siguiente organización:

169 El general español García Camba refiere en sus memorias que fueron 4 las piezas colocadas
en este flanco y 7 en el opuesto.

- 243 -
Ayacucho

Cuadro n.° 7. Comando general patriota

Oficial/jefe Cargo
General Antonio José de Sucre General en jefe del Ejército

General Agustín Gamarra Jefe del Estado Mayor General

Coronel Francisco Burdett O’Connor Segundo jefe del Estado Mayor General

Fuente: Thorndike (1999: 160), Villanueva (1995: 371-372) y Miller (2009:302)

- 244 -
y la Independencia del Alto Perú

Cuadro n.° 8. Infantería patriota

División Jefe Batallones Comandantes

Cnel. León Galindo


Bogotá
1.ª División de Caracas
General José Tte. Cnel. Manuel León
Colombia
María Córdova
(2.100 hombres)
Pichincha Cnel. José Leal

Voltígeros Cnel. Pedro Guach


Número 1
Tte. Cnel. Pedro Bermúdez

Número 2 Tte. Cnel. José Ramón


División peruana González (chileno)
General
La Mar Número 3 Tte. Cnel. Miguel
(1.380 hombres) Benavides (español)
Legión peruana
Cnel. José María Plaza
de la Guardia
(argentino)

Rifles de
Cnel. Arthur Sandes
Bomboná
(irlandés)
2.ª División de
Colombia
General
Vencedor en
Jacinto Lara Cnel. Ignacio Luque
(1.600 hombres) Boyacá

Vencedores
Tte. Cnel. José Trinidad
en Pantano de
Morán
Vargas
Comandante
Artillería
Manuel La
Fuente
(1 pieza)
(chileno)

Fuente: Thorndike (1999: 160), Villanueva (1995: 371-372), Sucre (1976: 494) y Miller (2009:302)

- 245 -
Ayacucho

Cuadro n.° 9. Caballería patriota (700 hombres)

Componente Jefe
Comando General General Guillermo Miller
Húsares de Colombia
Cnel. José Laurencio Silva

Granaderos de
Cnel. Lucas Carvajal
Colombia
Húsares de Junín Tte. Cnel. Isidoro Suárez (argentino)
Granaderos a caballo
Comandante Bogado
de los Andes
Fuente: Thorndike (1999: 160), Villanueva (1995: 371-372), Sucre (1976: 497) y Miller (2009:302)

Cuadro n.° 10. Montoneros y guerrilleros patriotas

Componente Jefe
Montoneros a caballo Cnel. Marcelino Carreño
Guerrilleros

Fuente: Juan Perlacio Campos (s/f) y Acevedo (1995: 5)

Cuadro n.° 11. Número de combatientes por nacionalidad

Nacionalidad Combatientes

Colombianos 4.500

Peruanos (*) 1.200

Argentinos 80

Total 5.780

*Incluye a la mayoría de los efectivos chilenos, especialmente en la caballería peruana.


Fuente: Sucre (1976: 500)

- 246 -
y la Independencia del Alto Perú

El orden de batalla dispuesto por el general en jefe para esta


memorable jornada fue el siguiente:

• Flanco derecho (izquierda realista): división Córdova con sus


cuatro batallones.
• Centro: caballería de Miller con los Húsares y Granaderos de
Colombia, y los Granaderos a caballo de los Andes.
• Flanco Izquierdo (derecha realista): división La Mar con sus
cuatro batallones y los Húsares de Junín en reserva. Apoyados por
las partidas de montoneros y guerrillas.
• Reserva: división Lara con sus tres batallones.

Sucre formó un ángulo con la División peruana a la izquierda y la


de Córdova a la derecha; la única pieza de artillería de que disponía 170
la situó entre Córdova y el centro que gobernaba Miller; la reserva
–decisiva en toda batalla– había sido confiada al benemérito Lara,
héroe en Corpahuayco. Por los flancos no había mayores problemas
de que preocuparse, estaban resguardados por precipicios al norte y al
sur, mientras su espalda quedaba resguardada con el pueblo de Quinua.
(Villanueva, 1995: 374).
Cerca de las nueve de la mañana de ese épico 9 de diciembre un
momento sublime copó la escena. El mariscal Monet, por medio de
un parlamentario, solicitó una entrevista con el general Córdova –su
amigo– antes del combate. Concedido el permiso por Sucre, ambos jefes
se entrevistaron y el jefe realista le comunicó que varios de sus hombres,
que tenían familiares y amigos en el bando patriota, querían despedirse
de ellos. Sin pensarlo dos veces, Córdova comunica la novedad a Sucre

170 La otra pieza que traían los patriotas cayó en poder de los realistas en Corpahuayco.

- 247 -
Ayacucho

y este gustoso autoriza la celebración del encuentro. Hasta en los


áridos campos de la guerra florecen los más nobles sentimientos de
humanidad: el general Tur, el mismo que fuera ascendido por el virrey en
Corpahuayco, solicitó verse con su hermano (Vicente), quien habiendo
casado con una señorita de Lima se sentía americano de corazón; el
comandante Tur prestaba sus servicios en el Estado Mayor General
del Ejército Libertador. Los hermanos se encontraron sobre el campo
de batalla y luego de algunos reproches iniciales ambos se fundieron
en un emotivo e interminable abrazo. Durante media hora, más de
medio centenar de oficiales, jefes y soldados dejaron atrás sus armas
y fueron al encuentro de familiares y amigos en el bando contrario.
Los mediadores del encuentro, Monet y Córdova, también departieron
animadamente para despedirse luego en medio de efusivas muestras de
fraternidad. Si un toque mágico y emotivo faltaba a esta memorable
jornada, la sensibilidad y los más puros sentimientos de humanidad de
los caballeros de la guerra lo acababan de brindar sobre la pampa de
Ayacucho171. (Villanueva, 1995: 372-373; Miller, 2009: 301; Perlacio, s/f;
Sherwell, 1995: 99).
Cercana ya la hora de abrir fuegos, el virrey La Serna convoca a sus
generales a una junta para dar las instrucciones correspondientes al ataque
que se iba a ejecutar, la estrategia ya estaba decidida, no había espacio
para preguntas ni opiniones, ni siquiera en atención a la gran experiencia
bélica que existía en los mandos realistas. Según el plan diseñado por
La Serna y Canterac, Valdés con su división y con los Húsares que lo

171 El general Miller refiere que el encuentro entre hermanos y amigos se verificó en la tarde
del día 8, mientras que el historiador Villanueva señala que bien pudo ser el 8 o el 9 a primera
hora de la mañana, opinión que coincide con el testimonio de otro de los protagonistas de la
jornada: el militar colombiano Manuel Antonio López, citado por el historiador peruano Juan
Perlacios Campo.

- 248 -
y la Independencia del Alto Perú

asistían debía romper el movimiento ofensivo por la derecha, es decir,


sobre la División peruana –a la cual consideraban la más débil–, tomar
una casa que ocupaban ya los patriotas y forzar ese flanco izquierdo
del enemigo. Entre tanto Monet, con sus cinco batallones y con los
Granaderos y Dragones que lo reforzaban, debía tomar el centro del
campo sobre el borde oriental del barranco que dividía el campo de
Ayacucho. Villalobos y su división debían empeñarse contra la derecha
patriota del temible general Córdova, para ello el bizarro coronel Rubín
de Celis debía asegurar el emplazamiento de siete piezas de artillería sobre
ese flanco para hostigar a las huestes colombianas. Los dos batallones
del Gerona y el del Fernando VII debían permanecer expectantes en la
reserva. Según el orden dispuesto por el alto mando realista, la caballería
debía formar en brigadas detrás de la infantería, a intervalos hacia la
izquierda; para ello debían descender del Condorcunca por estrechos
senderos que solo permitían bajar a pie llevando el caballo tirado de
las bridas. Esta última disposición causó cierto malestar y algunas
observaciones por parte del general Camba, no se había considerado
en ella la dificultad que implicaba descender con la caballería en tan
difíciles condiciones, con lo cual el despliegue de esta arma no tendría
la rapidez y eficiencia que demandaba una coyuntura como esta. Sin
embargo, pese a los sólidos argumentos, no se exploró otra posibilidad
para el referido movimiento; Canterac cerró su exposición y ordenó
tomar posiciones de combate, la Batalla de Ayacucho había comenzado
(García Camba, 1846: 225-226).
Siendo ya las diez de la mañana el aluvión bélico era incontenible,
las avanzadas de ambos ejércitos intercambiaban disparos sobre el
campo de batalla, mientras la artillería española hacía lo propio contra
la única pieza republicana; ambas trataban de cubrir la evolución de

- 249 -
Ayacucho

sus cuerpos hacia posiciones ofensivas. Desde su privilegiada posición


en el centro del campo, Sucre y su Estado Mayor podían observar el
imponente espectáculo que ofrecía el desfile de la masa realista hacia
la llanura de Ayacucho. Había un sentimiento general de ansiedad,
pero también de expectación y tensión por lo que estaba a punto de
suceder. Comprendiendo que este solo espectáculo podía bajar el ánimo
y la moral de sus tropas, el héroe de Pichincha toma su caballo y pasa
frente a las divisiones patriotas, ubicadas ya en perfecta formación; a
ellas se dirige en un tono enérgico pero entusiasta, les habla de forma
directa a todos y cada uno de los cuerpos allí reunidos, les recuerda sus
más importantes triunfos y laureles y les reta a conseguir una nueva y
definitiva victoria que corone el sueño de una América independiente.
Sucre logra hilvanar, de manera magistral, un efusivo discurso que
constituye con toda seguridad la arenga más hermosa que jefe alguno
haya podido pronunciar sobre un campo de batalla americano:

Arenga de Sucre al Ejército Libertador antes de la Batalla de Ayacucho

¡Batallón Nro. 2 !
Me acompañásteis en Quito; vencistéis en Pichincha, y distéis libertad a
Colombia: hoy me acompañáis en Ayacucho; también venceréis y daréis
libertad al Perú asegurando para siempre la independencia de América¡

¡Legión Peruana !
Si fuísteis desgraciada en Torata y Moquegua, salísteis con gloria y probasteis
al enemigo vuestro valor y disciplina; hoy triunfaréis y habréis dado libertad a
vuestra patria y a la América ¡

- 250 -
y la Independencia del Alto Perú

¡Compatriotas Llaneros !
Estoy viendo las lanzas del Diamante de Apure, las de Mucuritas, Queseras
del Medio y Calabozo, las del Pantano de Vargas y Boyacá, las de Carabobo,
las de Ibarra y Junín ¿Qué podré temer? ¿Quién supo nunca resistirles? Desde
Junín ya sabeís que allí (señala el cerro del frente donde están los españoles)
no hay jinetes, que allí no hay hombres para vosotros, sino unos mil o dos mil
soberbios caballos con que pronto remudareís los vuestros. Sonó la hora de ir a
tomarlos. Obedientes a vuestros jefes caed sobre esas columnas y deshacedlas
como centellas del cielo. Lanza al que ose afrentaros ¡Corazón de amigos y
hermanos para los rendidos ! ¡Viva el llanero invencible ! ¡Viva la libertad !

Heroico “Bogotá”
Vuestro nombre tiene que llevaros siempre a la cabeza de la redentora
Colombia; el Perú no ignora que Nariño y Ricaurte son soldados vuestros; y
hoy no sólo el Perú, sino toda la América os contempla y espera milagros de
vosotros. Esas son las bayonetas de los irresistibles Cazadores de Vanguardia de
la epopeya clásica de Boyacá. Esa es la bandera de Bomboná, la que el español
recogió de entre centenares de cadáveres para devolvérosla asombrado de
vuestro heroísmo. La tiranía (señalando el campo español) no tiene derecho a
estar más alta que vosotros. Pronto ocuparéis su puesto al grito de Viva Bogotá
¡Viva la América redimida !

¡“Caracas”!
Guirnalda de reliquias beneméritas (de otros cuerpos que forman ese) que
recordáis tantas victorias cuantas cicatrices adornan el pecho de vuestros
veteranos ¡Ayer asombrasteis al remoto Atlántico en Maracaibo y Coro; hoy
los Andes del Perú se humillarán a vuestra intrepidez. Vuestro nombre os
manda a todos ser héroes. Es el de la Patria del Libertador, el de la ciudad

- 251 -
Ayacucho

sagrada que marcha con él al frente de la América. Viva el Libertador ¡Viva la


cuna de la libertad !

¡“Rifles”!
Nadie más afortunados que vosotros ¡Donde vosotros estáis, ya está presente
la victoria. Acudísteis a Boyacá, y quedó libre la Nueva Granada; concurristeis
a Carabobo y Venezuela quedó libre también; firmes en Corpahuayco, fuisteis
vosotros solos el escudo de diamantes de todo el ejército libertador; y todavía
no satisfecha vuestra ambición de gloria, estáis en Ayacucho, y pronto me
ayudaréis a gritar: Viva el Perú libre ¡Viva la América independiente ¡

Al Voltígeros
Voltígeros…Harto sabe el Perú que nadie aborrece tanto como vosotros el
despotismo, y que nadie tiene tanto que cobrarle. No contento con hacernos
esclavos a todos, quiso hacer de vosotros nuestros verdugos, los verdugos de
la patria y de la libertad. Pero él mismo honró vuestro valor con el nombre de
Numancia, el más heroico que España ha conocido, porque quizás no encontró
peninsulares que pudieran honrarlo más que vosotros. He aquí el día de vuestra
noble venganza...Cinco años de sonrojo, cinco años de ira, estallarán hoy contra
ellos en vuestros corazones y en vuestros fusiles. Sucumba el despotismo. Viva
la libertad ¡

Al Pichincha
Ilustre Pichincha…Esta tarde podréis llamaros Ayacucho…Quito os debe
su libertad y vuestro general su gloria. Los tiranos del Perú no creen nada
de cuanto hicimos, y están riéndose de nosotros. Pronto los haremos creer,
echándoles encima el peso del Pichincha, del Chimborazo y del Cotopaxi, de
toda esa cordillera, testigo de vuestro valor y ardiente enemigo de la tiranía, que

- 252 -
y la Independencia del Alto Perú

hoy por última vez (señalando al campo español) osa profanar con sus plantas.
Viva la América libre ¡

Al Vargas
Bravos del Vargas. Vuestro nombre significa disciplina y heroísmo y del Cauca
a Corpahuayco harto habéis comprobado que lo merecéis. No tuve la dicha de
admiraros en Bomboná pero, aquí está el Perú y la América entera a aplaudiros
en el mayor de los triunfos. Acordáos de Colombia …del Libertador…Dadme
una nueva palma que ofrecerle a ambos en la punta de vuestras bayonetas. Viva
Colombia ¡Viva el Libertador !

Al Vencedores
Desde las orillas de Apure hasta las del Apurímac habéis marchado siempre en
triunfo. El brillo de vuestras bayonetas ha conducido la libertad a todas partes
y el ángel de la victoria está tejiendo en este instante las coronas de laurel con
que serán ceñidas vuestras sienes en este instante de gloria para la Patria. ..¡Viva
la libertad !…
A los cuerpos peruanos se dirigió enalteciendo las prendas de sus comandantes:
el Mariscal La Mar, el intrépido Miller, el comandante Suárez, haciéndoles
presente que el 24 de mayo de 1822, algunos soldados peruanos habían
compartido con los soldados de la Gran Colombia en la jornada de Pichincha.
Y luego les dijo:
El gran Simón Bolívar me ha prestado hoy su rayo invencible, y la santa libertad
me asegura desde el cielo que los hemos destrozado solos al común enemigo,
acompañados de vosotros es imposible que nos dejemos arrancar un laurel,
el número de sus hombres nada importa; somos infinitamente más que ellos
porque cada uno de vosotros representa aquí a Dios Omnipresente con su
justicia y a la América entera con la fuerza de su derecho y de su indignación.

- 253 -
Ayacucho

Aquí los hemos traído peruanos y colombianos a sepultarlos juntos para


siempre. Este campo es su sepulcro y sobre él nos abrazaremos hoy mismo
anunciándolo al Universo. Viva el Perú libre…Viva toda la América redimida…

¡Soldados !
De los esfuerzos de hoy, pende la suerte de la América del Sur…Otro día de gloria va a
coronar vuestra admirable constancia ¡

Fuente: Sucre, 1976: 476-479; Sherwell, 1995: 97-99; Villanueva, 1995: 376-378.

Según el testimonio del general Miller –devenido en jefe de la


caballería patriota a raíz de la convalecencia de Necochea–, la breve
pero animada arenga del general en jefe “produjo un efecto eléctrico, y todos
contestaron con vivas repetidos con el mayor entusiasmo”. (Miller, 2009: 303).
A las diez de la mañana comenzó la batalla. Los realistas, amparados
en su superioridad numérica y en la estrategia concebida, presagiaban
una rápida y fácil victoria. Valdés, dirigiéndose a sus compañeros de
armas, indica:

Es la División peruana la que a esa parte se dirige; voy a vérmelas con La Mar;
me situaré al otro lado de la barranca, la artillería se colocará en aquel punto
(señalándolo); poco más allá la infantería, y a sus flancos la caballería; de esa
manera podremos, sin gran dificultad, posesionarnos de aquella importantísima
posición, que ofrece la eminencia que allí se ve. Conseguido eso, dentro de
dos horas quedará todo concluido; pues tomaremos al enemigo a dos fuegos.
Monet lo atacará por el centro, y Villalobos por la izquierda. (Rey de Castro,
1883: 45).

- 254 -
y la Independencia del Alto Perú

El desfile realista hacia el campo de batalla continúa en progreso,


el escuadrón San Carlos es designado para proteger ese movimiento
general y para apoyar a las guerrillas empeñadas –desde hace buen
tiempo– en la contención de las avanzadas patriotas, los hombres del
comandante Manuel de la Canal cumplen cabalmente su cometido,
pero a costa de grandes pérdidas. La división Valdés entra en acción,
rompe movimientos sobre su derecha para arremeter contra La Mar,
en tanto que Villalobos, siguiendo el plan acordado, adelanta al Primer
Batallón del Primer Regimiento al punto señalado, a la espera de que
todas las unidades estén en posición y que las siete piezas de artillería
sean descargadas de las mulas; solo en ese momento entraría en acción
para secundar coordinadamente el ataque que Valdés ya iniciaba
contra el flanco izquierdo republicano. Sin embargo, en los hombres
acostumbrados a la guerra la sed de gloria parece ser, en ocasiones,
más fuerte que la razón. El coronel Rubín de Celis, comandante del
referido Primer Batallón del Primer Regimiento, se impacienta por
entrar en acción y aludiendo órdenes superiores (de Canterac) se lanza
temerariamente sobre el campo de batalla en busca de la derecha
patriota. El Ejército Republicano, hasta ese entonces, había permanecido
prácticamente expectante a la evolución de los movimientos de su
adversario; no obstante, el arriesgado movimiento del coronel Celis
encontró una oportuna y firme respuesta en la división Córdova. Varias
columnas colombianas entraron en acción y cargaron contra Celis y su
batallón, que ya contaban con el refuerzo de las guerrillas y del Segundo
Batallón del Imperial Alejandro.
La lucha fue encarnizada y violenta, se derrochó valor y heroísmo
de ambos lados, pero esto no fue suficiente para los realistas; pese a la
bizarría desplegada por Celis y sus hombres, los dos batallones españoles

- 255 -
Ayacucho

fueron arrollados por el empuje y el arrojo de las beneméritas unidades


colombianas. El escuadrón San Carlos trató de auxiliar la maniobra y
se mantuvo con una resolución increíble sobre el campo de batalla,
prácticamente hasta morir todos sus hombres destrozados por las
bayonetas patriotas. En una dramática y desesperada acción el valeroso
coronel Celis se arroja, sable en mano, sobre las columnas colombianas
para morir luchando en medio de ellas; sin embargo, su inmolación no
cambiaría el curso de la historia, el desastre fue total para los españoles,
la acción parecía presagiar, prematuramente, el lance final de aquella
épica jornada. (García Camba, 1846; Villanueva, 1995).
La vanguardia realista desaloja sin mayores inconvenientes la pequeña
casa sobre la quebrada y pasa los barrancos de la pampa, contando con
el nutrido apoyo de fuego de su artillería; sin embargo, el resto de la
maniobra chocaría con la tenaz e inesperada resistencia de la división
La Mar. El propio Valdés se coloca al frente de su división y lanzando
reiterados vivas a España se abre paso con su espada junto al laureado
Batallón Cantabria, en medio de las ínclitas unidades peruanas. La Mar,
el ilustre hijo de Cuenca al servicio de la causa del Perú, toma el Batallón
n.° 1 –que estaba en reserva– y se precipita sobre Valdés, con el arrojo
y el coraje de quien defiende la más noble de las causas; el combate
que se traba es fortísimo, Valdés empeña también a los Húsares de
Fernando VII. Por momentos la resistencia peruana parece debilitarse,
la carnicería es espantosa; Sucre contempla con preocupación los
estragos que ocasionan las huestes realistas sobre su izquierda y los
movimientos de la división Monet en el centro, es cuando, a solicitud
de La Mar, instruye que las montoneras del coronel Carreño se
formen en batalla y auxilien a la División peruana para evitar que los
realistas tomen su retaguardia. Con el arrojo que los caracterizaba, los

- 256 -
y la Independencia del Alto Perú

montoneros cumplen a cabalidad la orden y contienen por momentos


el avance depredador de la vanguardia realista, eso sí, a costa de grandes
sacrificios, entre ellos el de su valeroso comandante el coronel Marcelino
Carreño172. En ese instante el edecán del general La Mar –de apellido
González– llega ante el general en jefe a solicitar nuevos auxilios en
virtud de la comprometida situación de su división; Sucre orienta que se
recurra al Batallón n.° 1, pero este ya estaba en combate a la cabeza del
propio La Mar. Comprendiendo lo complejo de la situación, Sucre vuela
hasta donde está su reserva e instruye al general Lara que de inmediato
ordene al bravísimo comandante Morán173 y a su Batallón Vargas correr
en auxilio de La Mar, al tiempo que indica a Miller tomar a los Húsares
de Junín –hasta ahora en reserva– y embestir con ellos a las tropas de
Valdés. Por lo pronto, Sucre empeña toda su energía en proteger ese
flanco izquierdo, sin descuidar, como buen estratega, lo que ocurre en
el resto del campo de batalla; su mirada acuciosa identificará más pronto
que tarde una fisura en la monolítica disposición ofensiva española y esa
será la brecha que conducirá al Ejército Unido Libertador a la victoria
final. (Villanueva, 1995; Rey de Castro, 1883; Caro, 1995).
El mariscal Villalobos, en el flanco izquierdo de los realistas, no ha
sido ajeno al desastre de Rubín de Celis, corre a auxiliar al Segundo
172 El historiador peruano José María Vásquez González, con quien tuvimos la oportunidad de
compartir en dos oportunidades en los recintos de la Universidad de Huamanga (2011 y 2012),
en su obra Huamanga: Historia, tradición y cultura (2011), sostiene que Carreño no murió en
la batalla del 9 de diciembre; afirma que fue abatido el 8 por una partida realista del Imperial
Alejandro, luego de ser sorprendido en busca de los patriotas a su salida de Andahuaylas. (Nota
del autor).
173 Denominado por el historiador venezolano Angel Grisanti como “el pequeño gigante
del Tocuyo”, Morán (1796-1854) participa con Bolívar en la Campaña Admirable (1813),
posteriormente combate en Bárbula, Trincheras, Vigirima, La Puerta y San Mateo. En la Nueva
Granada –ya Colombia– luchó contra los pastusos en Pitayó (1820), para luego seguir con
Manuel Valdés y Sucre rumbo al sur en donde participa en la Campaña de Pichincha y en todas
las operaciones de la campaña del Perú .

- 257 -
Ayacucho

Batallón del Imperial Alejandro que trataba de resistir, ahora en


solitario, la embestida colombiana. Canterac, al ver el descalabro inicial
que sufren sus cuerpos, ordena a Monet que atraviese con toda su
división el barranco que está a su frente y, una vez desplegado sobre
el centro del campo, auxilie a Valdés y a Villalobos; por lo pronto, el
propio Canterac acude al auxilio de su izquierda, conduciendo los dos
batallones del Gerona que habían permanecido hasta ese momento en
reserva. (García Camba, 1846).
El general Sucre, antes de empeñarse personalmente junto con el
Batallón Vencedor en auxilio de La Mar, observa el movimiento de
Monet y al percatarse de que sus batallones aún no se acomodaban
bien sobre el terreno, encontrándose incluso buena parte de ellos aún
en el fondo del barranco, ve la oportunidad propicia para infligirle un
golpe mortal. Sin dudar un segundo, Sucre ordena al general Córdova
cargar el centro de Monet e igualmente dispone que el grueso de la
caballería colombiana, los bravos Húsares y Granaderos de Colombia,
de los comandantes Silva y Carvajal, embistan el centro realista por
varios flancos. La división Córdova, que había saldado exitosamente
su primer lance contra las fuerzas monárquicas, enfilaba ahora hacia
un nuevo objetivo: la división Monet. Su intrépido comandante, el
general José María Córdova –para quien la vida no significaba nada
cuando la patria estaba de por medio– se coloca al frente de su división,
desciende de su cabalgadura y la despacha, para no contar con medio
alguno para escapar de aquel infierno; acto seguido toma su sombrero
de dos puntas y lo levanta en alto con su espada, dirigiendo a sus tropas
con voz de trueno la célebre orden que estremeció a un continente:
¡Soldados, armas a discreción; de frente, paso de vencedores!174. Desplegando

174 Rey de Castro señala que la orden emitida fue: “¡Armas a discreción, paso al vencedor!”.

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y la Independencia del Alto Perú

el mayor orden táctico visto en esa jornada, las invictas tropas de


Colombia siguen a su joven comandante de 24 años. Con un trote
lento pero sostenido, la Primera División de Colombia atraviesa del ala
derecha al centro del campo, la pampa de Ayacucho se estremece con
su paso decidido. Con admirable estoicismo, ajena al fuego de los fusiles
y al estruendo de los cañones, la división colombiana se planta a cien
pasos de sus incrédulos adversarios: el Burgos175, el Guías, el Segundo del
Primer Regimiento, el Victoria y el Infante; todos quedan sorprendidos
ante semejante demostración de convicción y desprecio a la muerte.
Sin salir aún de su asombro, los opulentos batallones realistas reciben
una nutrida descarga de fusilería de la división Córdova, después de lo
cual su ínclito jefe ordena cargar a la bayoneta. El Segundo del Primer
Regimiento salió al paso de los independentistas, pero su esfuerzo no
fue suficiente, el batallón es arrollado y disuelto pese a la bravura y al
arrojo que despliegan sobre el campo. El brigadier Juan Antonio Pardo,
segundo de Monet, cae herido y otros tres jefes de cuerpo fallecen al
instante. El resto de la división de Monet intenta desesperadamente
atravesar el barranco, pero los mismos elementos que retroceden en
busca de resguardo se interponen en su camino. En su angustia, Monet
toma un batallón y lo lleva al combate, recibe un balazo pero no se rinde,
sigue luchando espada en mano como intentando cambiar por sí mismo
el fatal destino de su división y de todo el Ejército Real. (Dietrich, 1995;
Villanueva, 1995; Rey de Castro, 1883; Sherwell, 1995).
El combate en el centro del campo, a orillas del barranco, es
trabadísimo; la confusión es espantosa, la mortandad terrible en uno
y otro bando. Los batallones republicanos despliegan un denuedo

175 Antes de probar el amargo sabor de la derrota en Maipú y Carabobo, el Burgos presumía de
no haber conocido la derrota en 18 batallas consecutivas. (Dietrich, 1995: 162-163).

- 259 -
Ayacucho

extraordinario y, como si fueran hijos de Esparta, rivalizan en valor


con sus compañeros de armas. La artillería realista emplazada sobre la
izquierda del campo castigaba duramente a las unidades colombianas;
advertidos de esta situación, los hombres del Batallón Caracas –dirigidos
por el impertérrito comandante León– se abalanzan sobre la batería
dispuestos a acallarla; en la temeraria acción la mayoría de sus oficiales
caen abatidos, entre ellos el comandante León herido de gravedad,
otros 30 elementos de tropa dejan su vida en aquel lugar 176. En otro
lado del terreno, el Pichincha se emplea con el mismo valor y coraje
que desplegara en la campaña contra Aymerich en Quito; dos de sus
oficiales, Prieto177 y Ramonet, junto con 20 soldados caen abatidos en
medio de escuadrones enemigos. Los batallones Voltígeros y Bogotá
logran grandes avances, pero son contenidos a ratos por la masa de
adversarios que les cierran el paso. En el desesperado intento por
romper las filas contrarias, el mayor Torres –del Voltígeros– y Zornosa
–del Bogotá– son cosidos a lanzazos; solo entre estos dos cuerpos la
división Córdova ofrenda 107 vidas y 354 heridos a la causa libertaria
peruana. (Villanueva, 1995; Sucre IV, 1976: 499).
A estas alturas de la batalla las pérdidas en el Ejército Real son
igualmente considerables. Guiadas por acreditados y valerosos jefes,
las tropas monárquicas venden cara su irremediable derrota; en ese
desesperado y vano esfuerzo varios oficiales realistas luchan hasta su
último aliento y caen valerosamente al pie de sus estandartes. En total
1.800 realistas mueren ese día y otros 700 son heridos. (Dietrich, 1995:
166; Hoover, 1995: 239; Sucre IV, 1976: 496).

176 En su gran mayoría provenientes de Venezuela.


177 Este joven teniente de 19 años era natural de Guayaquil y, pese a que un hermano suyo era
comandante en la Legión Peruana, prefirió servir bajo las banderas de Colombia (Miller, 2009).

- 260 -
y la Independencia del Alto Perú

Cuando el combate era más intenso y la caballería realista desfilaba


lentamente y dificultosamente hacia el campo de batalla, como previno
Camba, insurge en escena el intrépido coronel José Laurencio Silva al
frente de sus Húsares de Colombia. Como una máquina de guerra, el
jefe patriota nacido en el centro-occidental estado Cojedes de Venezuela,
embiste con audacia sin igual a todos los escuadrones realistas que se
interponen en su camino: Burgos, Gerona y Cantabria son arrasados por
las lanzas de los diestros jinetes colombianos. Pese a ser alcanzado una y
otra vez por las bayonetas realistas, el benemérito Silva continúa luchando;
finalmente cae vencido por la intensidad de sus heridas, pero está aún con
vida. Lamentablemente el capitán Urquiola, subordinado de Silva, y el
teniente Oliva, de Granaderos de Colombia, no contaron con igual suerte
y perecieron en el campo de batalla. Pese a las pérdidas, la embestida de
la caballería colombiana fue tan poderosa que logró hacer retroceder a las
unidades españolas, incluso más atrás de la quebrada; el sacrificio de estos
hombres definitivamente no fue en vano. (Miller, 2009; Villanueva, 1995).
En medio del estrépito del choque del acero contra el acero, de las
descargas de fusilería, del rugido de la artillería y del grito desesperado
de jefes y oficiales, la lucha se hacía cada vez más intensa en el flanco
izquierdo patriota. Canterac había auxiliado aquel costado con dos
batallones que se interponían entre La Mar y la división Córdova.
El oportuno auxilio de Miller con los heroicos Húsares de Junín,
del comandante Suárez, inclina definitivamente la balanza del lado
patriota. Embestidos simultáneamente por varios flancos los realistas
ceden, oportunamente los batallones Vargas y Vencedor atacan
vigorosamente el centro realista. Dirigiendo el asalto a la cabeza de su
batallón, el comandante Luque, del Vencedor, cae gravemente herido
igual que un centenar de sus hombres. En una gallarda demostración

- 261 -
Ayacucho

de valor, la Legión Peruana de la Guardia, comandada por el valeroso


coronel Plaza, es la primera unidad patriota que logra cruzar el barranco
para apoyar a la caballería; el Vargas, de Trinidad Morán, no tarda en
imitarlos por el costado derecho. A estas alturas los españoles están
irremediablemente perdidos.
En cuestión de minutos el Vencedor y los Batallones n.os 1, 2 y 3 del
Perú traspasan la línea y van detrás de la infantería enemiga, que huye
en desbandada. Valdés ha caído de su caballo y en vano trata de rehacer
sus cuerpos, los soldados arrojan sus armas y ya no obedecen a sus
jefes; las piezas de artillería que antes los protegían ahora son dirigidas
contra ellos, en la confusión cada quien corre por su vida. Como un
samurái deshonrado, Valdés trata de acabar con su vida, sus oficiales se
lo impiden; él no acepta la derrota y mucho menos huir, desea morir
con honor sobre el campo de batalla como lo han hecho la mayoría de
sus hombres, se arroja sobre una piedra a esperar ser atravesado por el
hierro de los patriotas. Una vez más, sus oficiales caen sobre él y logran
reducirlo sacándolo de aquel laberinto de sangre. (Dietrich, 1995; Miller,
2009; Villanueva, 1995).
El virrey permaneció muy activo a lo largo de las tres horas que duró
la batalla. Colocado al frente de sus divisiones, a ratos a pie, a ratos a
caballo, trataba infructuosamente de retornar al orden a sus divisiones.
En un último y desesperado esfuerzo lanza el resto de la caballería de
Ferraz sobre Córdova, pero la estrategia de los patriotas le depararía
una nueva sorpresa al desesperado jefe español. Sucre había ordenado
a Lara avanzar con sus lanceros colombianos al pie del Condorcunca y
cuando la caballería realista se abalanzó frenéticamente, cuesta abajo,
sobre las unidades de Córdova, se encontró de frente con las largas
lanzas (14 pies) de los llaneros colombovenezolanos; estos solo tuvieron

- 262 -
y la Independencia del Alto Perú

que sostener sus lanzas enristradas a pie firme y ver como los jinetes
españoles se ensartaban en ellas. El brigadier Camba fue derribado
con su caballo cuando dirigía la carga de su escuadrón y, quedando
debajo del cuerpo inerte del animal, fue milagrosamente salvado por el
coronel Antonio García, segundo ayudante del Estado Mayor realista.
Sucre ordenó el relevó de la división Córdova al tiempo que este jefe
coronaba ya las alturas del Condorcunca (Thorndike, 1999; Villanueva,
1995). El mermado Batallón Rifles, del coronel Sandes, no participa de
lleno en la batalla pero cuida el parque, vigila a los prisioneros y asiste
a las unidades patriotas en todas partes; algunos de sus oficiales y jefes,
aptos para pelear, refuerzan no pocos batallones.
Sucre, general en jefe del Ejército Unido Libertador, a nombre
del Libertador Bolívar y de la República de Colombia, asciende a los
generales de brigada Córdova y Lara al grado de generales de división,
en pleno campo de batalla, por sus extraordinarios servicios a lo largo de
la campaña. Silva, Carvajal y Sandes serán objeto de recomendaciones
especiales para obtener el grado de generales de brigada.
Entre tanto el mariscal Villalobos, quien antes de empezar la batalla
presumía de tener las mejores unidades españolas en su división, se ha
quedado sin nada; sus batallones yacen destrozados sobre un costado
del campo y los pocos regimientos que siguen en pie están confundidos
en la masa del centro, que inútilmente se opone a la división Córdova.
El objetivo de emplazar la artillería en aquel lado del terreno (el flanco
derecho de los patriotas) tampoco se cumplió, deparando este solo
hecho terribles consecuencias para el éxito de la estrategia realista.
Comprendiendo lo irreversible de la situación, Villalobos intenta buscar
abrigo en la cumbre de la montaña junto con Carratalá y otros oficiales
superiores. Ese mismo destino había sido asumido ya –desde hacía

- 263 -
Ayacucho

buen rato– por varios cientos de soldados y jinetes, desesperados por


salvaguardar sus vidas de la fatalidad.
Observando con incredulidad el completo naufragio de su ejército,
el virrey trata de huir amparado oportunamente por la confusión que
dominaba aquel lugar. El orden con el cual se procedía a la evacuación del
otrora amo y señor del Perú se perdió súbitamente cuando los Granaderos
de Colombia destrozaron en una sola carga al famoso regimiento
Alabarderos del Virrey, la guardia personal de La Serna. (Sucre al ministro
de Guerra. Ayacucho, XI-XII-1824. Sucre IV, 1976: 497).
Las tropas del Pichincha, del Voltígeros y del Bogotá, aunque
extenuadas, trepaban decididamente el Condorcunca para coronar
las alturas que tan solo unas horas atrás habían servido de cobijo a
los españoles. A pesar de que todavía se combatía en algunos lugares
dispersos de la pampa, la inmensa mayoría de la soldadesca realista huía
por doquier de los hombres de Lara y de La Mar, empeñados en su
persecución. Algunos oficiales españoles no resignaban la derrota y se
empeñaban en recuperar algunos elementos para hacerse fuertes en
algún punto de la pampa o de la montaña. Solo unos pocos cientos de
hombres de infantería, y especialmente de caballería, lograron organizarse
en torno a algunos abatidos generales realistas que hacían planes, ya no
para vencer, sino para sobrevivir en tan dramáticas circunstancias.
En medio de aquel ajetreo, el sargento patriota Pantaleón Barahona
–de la división Córdova– reconoció entre un grupo de hombres que
vestían como paisanos al virrey La Serna, ordenando de inmediato su
captura. Sin embargo, en un momento de indecisión, el jefe español
trata de huir tomando un camino a su mano derecha; imposibilitado de
alcanzarlo por las dificultades que interponía el terreno, Barahona le hace
un disparo a La Serna que, sin impactarlo, lo derriba al suelo. Barahona

- 264 -
y la Independencia del Alto Perú

y sus hombres auxilian al virrey y lo convidan a seguirlos para ser


presentado ante el general Sucre; un poco reacio al principio, finalmente
accede ante la firme amenaza de ser fusilado en el lugar. Colocando su
trofeo de guerra en un caballo, Barahona desciende el Condorcunca
hasta encontrarse con Córdova, quien sin haber identificado de entrada
al célebre prisionero le reclama el hecho de no estar combatiendo en los
altos del cerro; pero al exponerle que había capturado al virrey y que su
intención era presentarlo ante el general en jefe, Córdova, en otro tono,
lo felicita por su proceder y le pide al prisionero, dándole al sargento
todas las garantías de que sería ampliamente recomendado ante Sucre
por su valiente comportamiento178. El derrotado virrey entrega su
espada a Córdova, el poder real en el Perú finalmente ha claudicado
ante los libertadores de medio continente; el campo de Ayacucho ha
sido testigo de este trascendental acontecimiento. (Vásquez, 2011: 229;
Villanueva: 386).
A la 1 de la tarde la batalla estaba ya decidida, los esqueletos de las
divisiones realistas se replegaban desesperadamente hacia la cumbre; la
victoria patriota ha sido total, tres siglos de dominación española han
llegado a su fin. En consecuencia de la victoria, una vez acordados los
términos de la honrosa Capitulación concedida por el general Sucre
a los vencidos, quedarían en poder del Ejército Unido Libertador los
siguientes trofeos:

178 Según Vásquez, a la postre el desempeño de este sargento no fue del todo bien
recompensado; solo el general Sucre, estando ya en Bolivia, le concedió una compensación de
1.500 pesos por su impecable comportamiento. El sargento Barahona murió en el hospital San
Andrés, de Lima, en medio de la miseria y el olvido oficial de los gobiernos posindependencia.
(Vásquez, 2011: 230).

- 265 -
Ayacucho

• Dos (2) tenientes generales: La Serna y Canterac


• Cuatro (4) mariscales de campo: Valdés, Monet, Villalobos y
Carratalá
• Diez generales de brigada: Bedoya, Ferraz, Camba, Somocurcio,
Cacho, Atero, Landázuri, Vigil, Pardo y Tur
• Dieciséis (16) coroneles
• Sesenta y ocho (68) tenientes coroneles
• Cuatrocientos ochenta y cuatro (484) oficiales y jefes
• Dos mil (2.000) efectivos de tropa
• Once (11) piezas de artillería
• Dos mil quinientos (2.500) fusiles (Sucre IV, 1976: 479 y 496)

Días más tarde, el 29 de diciembre, esta lista se engrosaría con un


mariscal, dos generales de brigada y sesenta y tres jefes y oficiales más.
El número de efectivos de tropa capturados se elevaría hasta los seis mil
hombres. (Sucre IV, 1976: 496).
Las bajas en el bando patriota se cifraron al final de la batalla en 309
muertos y 670 heridos, distribuidos estos de la siguiente manera:

- 266 -
y la Independencia del Alto Perú

Cuadro n.° 12. Estado de muertos y heridos del Ejército Unido Libertador

Muertos Heridos
Divisiones Cuerpos
Oficiales Tropas Oficiales Tropas Total

Estado
- - 4 -
Mayor
2.ª de 3 51 1 39
Rifles
Colombia 1 28 4 114
Vencedor
Gral. Lara - 20 1 31 334
Vargas
1 13 3 20
Húsares
Artillería
- - 1 1
Legión
- 3 1 10
N.o 1
Div. - 6 3 25
N.o 2
peruana - 48 2 21
N.o 3 184
- 20 - 21
Húsares
- 8 2 12
de Junín
Bogotá 1 24 4 61
1.° de
Voltígeros - 19 7 60
Colombia
Pichincha 2 20 6 55
Gral.
Caracas - 30 9 128 461
Córdova
Granaderos 1 10 3 21

9 300 51 619 979

Fuente: Archivo de Sucre (IV, 1976: 499)

Varios heridos perecerán en los días subsiguientes, con lo cual el


total de bajas patriotas superará el millar de hombres; una cantidad
considerable, pero aún muy por debajo de las dos mil quinientas
ocurridas en el bando realista. El día 10 de diciembre el general en jefe
patriota dirige unas emocionadas palabras a sus hombres para cerrar el
episodio final de la independencia americana:

- 267 -
Ayacucho

Antonio José de Sucre


Comandante en jefe del Ejército Unido Libertador del Perú

¡Soldados ¡
Sobre el campo de Ayacucho habeís completado la empresa más digna de
vosotros. 6.000 bravos del ejército libertador han sellado con su constancia
y con su sangre la independencia del Perú y la paz de América. Los 10.000
soldados españoles que vencieron catorce años en esta República, están ya
humillados a vuestros pies.

¡Peruanos ¡
Sois los escogidos de vuestra patria. Vuestros hijos, las más remotas
generaciones del Perú, recordarán vuestros nombres con gratitud y orgullo.

¡Colombianos ¡
Del Orinoco al Desaguadero habeís marchado en triunfo; dos naciones os
deben su existencia; vuestras armas las ha destinado la victoria para garantir la
libertad del Nuevo Mundo (Sucre IV, 1976: 481).

La feliz reacción de Bolívar

En una emocionada y apresurada carta, escrita sobre el propio campo


de batalla a las cinco de la tarde de aquel 9 de diciembre, Sucre da cuenta
al Libertador del éxito alcanzado:

El campo de batalla ha decidido por fin que el Perú corresponde a los hijos
de la gloria. Seis mil bravos del ejército libertador han destruido en Ayacucho
los nueve mil soldados realistas que oprimían esta república: los últimos restos

- 268 -
y la Independencia del Alto Perú

del poder español en América, han expirado el 9 de diciembre en este campo


afortunado. Tres horas de un obstinado combate han asegurado para siempre
los sagrados intereses que V.E. se dignó a confiar al ejército unido. (Sucre a
Bolívar. Ayacucho, IX-XII-1824. Sucre IV, 1976: 479-480).

Apenas conoce la noticia de la victoria de Ayacucho (18 de diciembre)


un Bolívar emocionado emite la siguiente proclama desde Lima:

¡Soldados !
Habeìs dado la libertad a la América Meridional, y una cuarta parte del mundo
es el monumento de vuestra gloria, ¿dónde no habeis vencido?
La América del Sur está con los trofeos de vuestro valor; pero Ayacucho
semejante al Chimborazo, levanta su cabeza erguida sobre todos.

¡Soldados !
Colombia os debe la gloria que nuevamente le daís: el Perú, vida, libertad y
paz. La Plata y Chile también os son deudores de inmensas ventajas. La buena
causa, la causa de los derechos del hombre, ha ganado con vuestras armas su
terrible contienda contra los opresores. Contemplad, pues, el bien que habeis
hecho a la humanidad con vuestros heroícos sacrificios.

¡Soldados !
Recibid la ilimitada gratitud que os tributo a nombre del Perú. Yo os ofrezco
igualmente que sereís recompensados como mereceís, antes de volver a vuestra
hermosa patria. Más no, jamás sereís recompensados dignamente: vuestros
servicios no tienen precio.

- 269 -
Ayacucho

¡Soldados peruanos !
Vuestra patria os contará siempre entre los primeros salvadores del Perú.

¡Soldados colombianos !
Centenares de victorias alargan vuestra vida hasta el término del mundo.
(Salamé, 2009: 182; Sherwell, 1995: 103; Hoover, 1995: 241; O’Leary, 1919: 212).

Como era de esperarse, Bolívar no escatimó palabras y elogios para


resaltar las cualidades del hombre que asumió, de su mano, la dirección
del Ejército Unido Libertador para conducirlo hasta la victoria final:
el general Antonio José Sucre. En un decreto emitido en el palacio
dictatorial de Lima el 27 de diciembre de 1824, para conceder diferentes
honores a los vencedores de Ayacucho, Bolívar señala lo siguiente: “Que
esta gloriosa batalla se debe exclusivamente a la habilidad, valor y heroísmo del general
en jefe Antonio José de Sucre y demás generales, jefes, oficiales y tropas” (Salamé,
2009: 183-184; citado por Sherwell, 1995: 105). En una proclama a los
peruanos el 25 de diciembre del año 1824 Bolívar expresa: “El Ejército
Libertador a las órdenes del experto general Sucre ha terminado la guerra del Perú”
(citado por Sherwell, 1995: 105). Los reconocimientos generales del Perú
a los protagonistas de la gloriosa jornada del 9 de diciembre se encuentran
contenidos en el referido decreto del 27 de diciembre de 1824:

- 270 -
y la Independencia del Alto Perú

Simón Bolívar
Libertador y Presidente de la República de Colombia
y encargado del Poder Dictatorial del Perú, &.&.&.179
Considerando:

1° Que el ejército unido libertador, vencedor en Ayacucho, ha dado la libertad


al Perú.
2° Que esta gloriosa batalla se debe exclusivamente a la habilidad, valor y
heroísmo del general en jefe Antonio José de Sucre y demás generales, jefes,
oficiales y tropa:
3° Que es deber del pueblo y del gobierno, dar un noble testimonio de su
gratitud a este glorioso ejército:
He venido en decretar y decreto:
1° El ejército vencedor de Ayacucho tendrá la denominación de LIBERTADOR
DEL PERÚ, y los cuerpos llevarán en sus Banderas esta misma inscripción.
2° Los cuerpos que lo componen recibirán el sobrenombre de GLORIOSO.
3° Los individuos que lo componen, el título de BENEMÉRITOS EN
GRADO EMINENTE.
4° En el campo de Ayacucho se levantará una columna sagrada a la gloria
de los vencedores. En la cima de esta columna se colocará el busto del
benemérito general Antonio José de Sucre, y en ella se grabaran los nombres
de los generales, jefes, oficiales y cuerpos en el orden y preminencia que le
corresponden. La gratitud del pueblo y el gobierno se esforzará en prodigar la
riqueza, el gusto, y la propiedad en la erección de esta columna.
5° Un cuerpo de cada arma de los de Colombia y el Perú, tomará el sobre
nombre de AYACUCHO. Una junta compuesta de los generales y jefes

179 Colección de leyes, decretos y órdenes publicadas en el Perú desde su independencia en el año de
1821, hasta el 31 de diciembre de 1830 (1832: 47).

- 271 -
Ayacucho

de ambos ejércitos, presidida por el general en jefe Antonio José de Sucre,


designará los cuerpos que deban recibir esta gloriosa recompensa.
6° El ejército vencedor en Ayacucho será inmediatamente ajustado y pagado,
teniendo estos gastos la preferencia sobre todos los del estado, aún cuando
para ello tenga la nación que contraer un nuevo empréstito.
7° Los individuos del ejército vencedor, llevarán una medalla en el pecho
pendiente de una cinta blanca y roja con esta inscripción, AYACUCHO. Los
generales esmaltadas en brillantes; los jefes y oficiales de oro, y la tropa de
plata.
8° Los padre, mujeres, e hijos de los muertos en Ayacucho. Gozarán el sueldo
íntegro que correspondía a sus hijos, esposos y padres cuando vivían.
9° Los inválidos recibirán la misma recompensa del artículo anterior; y además,
serán preferidos para los empleos civiles, según sus aptitudes.
10° Se nombra al general en jefe Antonio José de Sucre gran mariscal, con el
sobre nombre de GENERAL LIBERTADOR DEL PERÚ.
11° El gobierno del Perú se encargará de interponer su mediación con el de
Colombia, a fin de que se sirva prestar su consentimiento para el efecto de las
recompensas que declara este decreto al ejército de Colombia.
12° El Ministro de estado en los departamentos de guerra y marina queda
encargado de la ejecución de este decreto. Imprimase, públiquese y circúlese.

Dado en el Palacio Dictatorial de Lima a 27 de diciembre de 1824.


Simón Bolívar

Sin embargo, Sucre, campeón de la humildad, de la subordinación y


la disciplina, se ve abrumado por tantos reconocimientos y manifiesta al
ministro de Guerra del Perú, en fecha 23 de enero de 1825, lo siguiente:

- 272 -
y la Independencia del Alto Perú

Señor Ministro:

He tenido la honra de recibir la nota de V.S. del 27 de diciembre, con el decreto


de S.E. el Libertador en favor de los vencedores de Ayacucho. Mi corazón ha
sufrido un combate de terribles sentimientos. Me he visto humillado por la
excesiva generosidad de S.E. el Libertador en prodigarme honores que son
debidos a él, el genio de la América, que me dio un ejército de héroes formado
por él mismo, para defender las libertades patrias y los derechos del Perú; y a la
vez he visto con orgullo las recompensas a estos héroes que fijaron en un día
los destinos del Nuevo Mundo.

El Libertador ha mandado erigir monumentos que recuerden a las futuras


generaciones los servicios de los vencedores de Ayacucho; pero en el corazón
de éstos está consagrado el monumento que ellos han formado al hijo de
la gloria; al guerrero generoso que nos dio patria; y que de la condición de
esclavos nos convirtió en soldados de la libertad y de la victoria. Sobre todos
estos corazones y en cada uno de ellos existe la estatua de Bolívar y de allí la
dejaremos a los hijos de nuestros hijos, para que su memoria tenga la duración
del sol. (Citado por Sherwell, 1995: 106-107).

Pero no solo fueron palabras las que demostraron el noble espíritu


del vencedor de Ayacucho. La ciudad de La Paz obsequiaría en 1825
una corona de oro y diamantes a Bolívar, este la toma y la traspasa
a Sucre diciendo: “Esta recompensa toca al vencedor”, pero el joven jefe
venezolano la pasa inmediatamente a Córdova diciendo: “… él ha sido
el héroe de Ayacucho” (Salamé, 2009: 185). Bolívar fue también objeto
de grandes reconocimientos por la victoria de su ejército, medallas y
monumentos ecuestres fueron decretados para honrar su memoria. El

- 273 -
Ayacucho

Congreso Constituyente del Perú, como una pequeña demostración de


reconocimiento público, puso a disposición del Libertador la suma de
un millón de pesos180, pero el Genio de América, demostrando la misma
humildad y desprendimiento de su pupilo, rechazó tajantemente la
asignación181: “Me basta, Excmo señor, el honor de haber merecido del Congreso
del Perú su estimación y su reconocimiento”. (Bolívar al Congreso del Perú,
citado por Paz Soldán, 1870: 305).
La noticia de la victoria de Ayacucho corrió como pólvora por toda
América. El gobierno de Rivadavia en Buenos Aires se estremeció
con las manifestaciones de júbilo popular, veía con preocupación las
aclamaciones a Bolívar y su Ejército Libertador; similar incomodidad
debió sentir Santander en Bogotá, ya en planes conspirativos contra
Bolívar. En Río de Janeiro, los partidarios de la libertad estallaron en
júbilo mientras los defensores de la monarquía lloraban la aniquilación
de su última esperanza. Las repercusiones en los Estados Unidos
de Norteamérica fueron significativas también y no se limitaron a
expresiones de algarabía: por lo menos una docena de pueblos y ciudades
fueron bautizadas con el nombre de Bolívar. (Hoover, 1995: 242).
Si bien la batalla de Ayacucho será recordada, por generaciones, como
el más grande triunfo militar alcanzado por los hijos del Nuevo Mundo
en el marco de la gesta independentista suramericana, la Capitulación
concedida por Sucre a los vencidos quedará registrada, con letras de
oro, en los anales de historia universal como el gesto más generoso y
magnánimo de un vencedor para con un vencido. Para los españoles no
fue fácil asumir el papel de derrotados, después de haber saboreado las
mieles del triunfo en el Perú durante 14 años consecutivos, no sabían
180 Decreto del Congreso Constituyente del Perú, 12 de febrero de 1825, artículo 5.
181 Sin embargo, “El millón de pesos lo pagó el Perú íntegramente a los herederos de Bolívar,
quienes comisionaron el año de 1851 a D. Leocadio Guzmán para recibirlo”. (Paz Soldán, 1870: 305).

- 274 -
y la Independencia del Alto Perú

qué hacer en esta nueva condición. Lo cierto es que escondidos, en


medio de la cumbre, los principales jefes debían tomar rápidamente
una decisión: luchar hasta morir, huir o entregarse; eran esas las duras y
poco halagadoras opciones que les quedaban. Lo que habría de suceder
en el transcurso de las próximas horas y al día siguiente será una lección
de humanidad en medio de los horrores de la guerra; por lo pronto, el
tiempo corría vertiginosamente y no parecía haber consenso entre los
derrotados sobre qué hacer para salir de aquel atolladero.

- 275 -
Ayacucho

La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y obra del general


Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras
hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a
un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la
desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió el
destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones
venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en
el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el sagrado
imperio de la naturaleza.

El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol:


es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el Imperio de los Incas.
La posteridad representará a Sucre con un pie en Pichincha y el otro en Potosí,
llevando en sus manos la cuna de Manco Capac contemplando las cadenas del Perú,
rotas por su espada.

Simón Bolívar

Resumen sucinto de la vida del General Sucre


Lima 1825182

182 Colectivo de autores (2008: 15). Antonio José de Sucre para lectores de 9 a 90 años. Fundación
Banco Central de Bolivia.

- 276 -
Batalla de Ayacucho. Colección Libros Raros de la Biblioteca Nacional, Caracas. Cortesía del Centro Nacional
de Estudios Históricos-Centro de Estudios Simón Bolívar, República Bolivariana de Venezuela
Capítulo V
La Capitulación de Ayacucho
Capitulación de Ayacucho. Daniel Hernández (1924), Museo del Banco Central de Reserva (Perú)
La Capitulación de Ayacucho

C onocida la noticia de la captura del virrey, las últimas unidades


realistas que aún resistían dejaron de combatir, la mayoría de sus
jefes optaron por replegarse a la cumbre de la cordillera para tratar de
reorganizarse o simplemente para huir. Monet (herido), Villalobos,
Carratalá, Canterac, Camba, Pacheco y otros más estaban guarecidos
ya en la impresionante mole andina. En medio de la preocupación,
la impotencia y el desaliento del momento se ventilaban planes y
opciones de diferente tipo. El arribo de Valdés completó la plana
mayor del Ejército Real, cuyo mando recaía ahora en manos del
teniente general Canterac.
Reunidos en una especie de junta de emergencia, los jefes españoles
exponen sus diferentes puntos de vista. Canterac veía perdido el Perú,
sabía que con Olañeta no se podía contar, pues era tan enemigo como
los independentistas. El general de origen francés es partidario de buscar
una salida que redujera de una vez por todas los males del Ejército
Real, es decir, abogaba por algo parecido a una capitulación. Muchos no
comparten la posición de Canterac; los más obstinados consideraban
que no todo estaba perdido, pues aún se contaba con guarniciones
leales en Arequipa, Cusco y Puno, con cuyo concurso se podrían reunir,
cuando menos, unos 3.000 hombres. Camba, por su parte, aún abriga
algunas esperanzas en Olañeta. Si el jefe insurrecto asumía su deber
como realista y se oponía decididamente a los republicanos, valdría
entonces la pena ayudarle. Unidas las fuerzas ubicadas al norte y al

- 281 -
Ayacucho

sur del Desaguadero se podían equiparar, e incluso superar, a las de


Sucre. La idea que ganó más fuerza fue la de reagrupar a los dispersos
y tomar camino a Cusco por la cordillera; además, de un momento a
otro se esperaba la incorporación del comandante Miranda con 500
hombres desde las inmediaciones de Chincheros. La reunión acabó con
una enérgica afirmación del coronel Pacheco: “Yo no me rindo a nadie”, a
lo que un entusiasmado Valdés ripostó: “Pues vamos a marchar”. (García
Camba, 1846: 230).
El entusiasmo de los derrotados jefes realistas duraría muy poco: la
tarea de reorganizar las tropas se presentó mucho más cuesta arriba de
lo previsto. En medio de una ausencia total de disciplina, los soldados
realistas corrían despavoridos negándose a formar filas; arrojaban sus
armas y se despojaban de sus uniformes, no existía el más mínimo
respeto hacia aquellos que habían sido sus comandantes apenas unas
horas atrás. La situación desbordó los límites y llegó incluso a la agresión
mortal, el capitán Salas fue muerto por la soldadesca al intentar frenar su
insubordinación. Estos acontecimientos estremecieron profundamente
a los generales realistas, “la confusión y la incertidumbre estaban
retratadas en el semblante de todos y ninguno acertaba a proponer el
arbitrio que convendría adoptar en tamañas circunstancias” (García
Camba, 1846: 231), más aún cuando el brigadier Somocurcio confirmó
que él también estuvo a punto de morir por el mismo motivo. Sintiéndose
todos abatidos por tan triste panorama, no les quedó otra opción que
respaldar la propuesta de Canterac (Villanueva, 1995).
El frío de la cordillera, ya caída la tarde, junto a la lluvia y la falta
de alimentos, hacía más penosa la situación de los realistas. Ante
estas circunstancias, la junta de generales acordó enviar Canterac y a
Carratalá a conferenciar con Sucre sobre los términos de una honrosa

- 282 -
y la Independencia del Alto Perú

rendición. Aún persistían reservas de todo tipo en algunos jefes, el


recuerdo del fatal destino que cupo a Barreiro y a sus oficiales a manos
de Santander después de la derrota de Boyacá aumentaba el recelo y el
legítimo temor de los abatidos realistas183. Pero Sucre no era Santander,
el joven jefe patriota había conducido la campaña de forma brillante,
con una lucidez y un acierto digno de los mejores capitanes de la vieja
Europa; por consiguiente, estaban seguros los ibéricos de estar ante el
general más esclarecido de América. Aferrándose a la amistad que en
un tiempo unió a Canterac y a La Mar tenían esperanzas de ser al menos
escuchados en su petición de un arreglo honorable. Diego Pacheco
mantuvo su postura en contra de la rendición y se separó del grupo vía
a Cusco, mientras Canterac y Carratalá enviaban emisarios al cuartel de
los vencedores. Impuesto La Mar del deseo de los realistas convino en
servir de intermediario ante el general en jefe.
Como siempre, antes y después de la batalla Sucre estaba imbuido
en medio de la más frenética actividad; giraba instrucciones, despachaba
cartas, elaboraba su parte oficial de la batalla y aún se reservaba tiempo
para atender a los heridos y prisioneros. Conociendo que entre estos
militaba ya el virrey La Serna, no dudó un instante en ir a visitarlo al
improvisado hospital de emergencia184:

Momentos después llegó a la puerta de la iglesia el general Sucre acompañado


de otros jefes, Córdova entre ellos; preguntó por el Virrey, quien se puso de

183 En un episodio absurdo de la guerra a muerte, el 11 de octubre de 1819 Santander fusila a


Barreiro y a 38 oficiales realistas en medio de un pomposo acto solemne en la Plaza Mayor de
Santa Fe de Bogotá.
184 Probablemente en este encuentro se haya producido el célebre diálogo entre ambos jefes y
que es recogido en varios relatos de la siguiente manera: La Serna exclama al ver a Sucre: “Gloria
al vencedor” y este le responde sin titubeos: “Honor al vencido”.

- 283 -
Ayacucho

pie al instante, y saludándolo Sucre con afable respeto y expresándole la pena


que le causaba verlo herido, le pidió permiso para trasladarlo al paraje menos
incómodo que pudiera hallarse. Otro de los jefes dobló a punto el brazo derecho
y asiéndoselo de la muñeca con la otra mano dijo a los presentes “Llevémoslo
en silla de manos”, observado lo cual por el Virrey le respondió: “Mil gracias
caballero; puedo andar por mis pies”, y salieron juntos. (Narración del oficial
patriota Manuel Antonio López, citada por Castellanos, 1998: 190-191).

Arribaron Canterac y Carratalá al campamento patriota en compañía


del mariscal La Mar; este había impuesto previamente a Sucre sobre
las intenciones de los españoles, motivo por el cual su presencia no
fue recibida con sorpresa por parte del jefe republicano, sino con la
amabilidad y gallardía que le caracterizaban. Haciendo a un lado los
papeles que ocupaban su atención, Sucre se levantó y estrechó las
manos a los generales españoles y luego les abrazó; no había en él el
más mínimo resentimiento hacia una raza que había diezmado a buena
parte de su familia y a un continente entero, por el contrario, parecía
solidarizarse por el patético estado en que se encontraban los otrora
opresores del Perú.
Las banderas realistas fueron arreadas sobre el campo de batalla en
medio de la mayor solemnidad, Sucre las honró con una salva de artillería.
En su poder estaban ahora, entre otros trofeos, cinco pabellones
españoles a los cuales se uniría en Cusco (29 de diciembre) el que trajo
Pizarro al Perú, estandarte que sería inmediatamente preservado por
Sucre para presentarlo como un obsequio especial al Libertador Bolívar,
junto con Pájaro, el hermoso caballo de Canterac. (Salamé, 2009: 188;
Dietrich, 1995: 168).

- 284 -
y la Independencia del Alto Perú

Provistos de abrigo, fuego y alimento, los realistas no tardaron en


exponer los términos del acuerdo al general vencedor; este los escuchó
con el mayor respeto y consideración posible, asumiendo el papel no del
vencedor que busca aniquilar y castigar a su enemigo, sino del estadista
que busca sentar las bases de las nuevas relaciones que deben mediar
ahora entre dos Estados, antes adversarios. Esa era la justicia de los
hombres y mujeres del Nuevo Mundo, de los hijos de Bolívar y Miranda;
ya habían quedado atrás los años terribles de la guerra a muerte, gracias a
la noble iniciativa del Libertador de abolirla en el año 1820. No estaba,
pues, en el ánimo de Sucre ni del Ejército Unido Libertador, proveer de
mayores desgracias a los derrotados. Los términos de la Capitulación
fueron acordados rápidamente; Sucre no interpuso mayores obstáculos,
solo algunas importantes observaciones que fueron aceptadas también
por los vencidos. El ejército del mariscal Olañeta en el Alto Perú no
fue incluido dentro de los términos de la Capitulación, ya que Bolívar
y Sucre (especialmente el Libertador) lo consideraban afiliado a la
causa libertaria. Los términos de la Capitulación fueron remitidos de
inmediato a Valdés y a los demás jefes realistas que aún permanecían
ocultos en la cumbre, para su correspondiente convalidación. Una
vez hechos los ajustes pertinentes, Sucre y Canterac firmaron sobre el
campo de Ayacucho el siguiente documento, precursor indiscutible del
Derecho Internacional Humanitario:

- 285 -
Ayacucho

Capitulación de Ayacucho185
Ejército Libertador – Cuartel General de Ayacucho
10 de diciembre de 1824

Don José Canterac, Teniente General de los reales ejércitos de S. M. C.,


encargado del mando superior del Perú por haber sido herido y prisionero
en la batalla de este día el Excelentísimo señor Virrey don José de La Serna,
habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron después que, el
ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de
sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú,
ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar
a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los
males del país, he creído conveniente proponer y ajustar con el señor General
de División de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, Comandante
en Jefe del ejército unido libertador del Perú, las condiciones que contienen los
artículos siguientes:
1° El territorio que guarnecen las tropas españolas en el Perú, será entregado
a las armas del ejército libertador hasta el Desaguadero, con los parques,
maestranza y todos los almacenes militares existentes.
1º Concedido, y también serán entregados los restos del ejército español, los bagajes
y caballos de tropas, las guarniciones que se hallen en todo el territorio y demás fuerzas y
objetos pertenecientes al Gobierno español186.
2° Todo individuo del ejército español podrá libremente regresar a su país, y
será de cuenta del Estado del Perú costearle el pasaje, guardándole entretanto
la debida consideración y socorriéndole a lo menos con la mitad de la paga que
corresponda mensualmente a su empleo, ínterin permanezca en el territorio.

185 Tomado de la copia facsimilar Capitulación de Ayacucho –9 de diciembre de 1824–.


Municipalidad de Lima Metropolitana, julio de 1983.
186 Negritas y cursivas del autor.
- 286 -
y la Independencia del Alto Perú

2º Concedido; pero el Gobierno del Perú sólo abonará las medias pagas mientras
proporcione transportes. Los que marcharen a España no podrán tomar las armas contra la
América mientras dure la guerra de la independencia, y ningún individuo podrá ir a punto
alguno de la América que esté ocupado por las armas españolas.
3° Cualquier individuo de los que componen el ejército español, será admitido
en el del Perú, en su propio empleo, si lo quisiere.
3º Concedido.
4° Ninguna persona será incomodada por sus opiniones anteriores, aun cuando
haya hecho servicios señalados a favor de la causa del Rey, ni los conocidos
por pasados; en este concepto, tendrán derecho a todos los artículos de este
tratado.
4º Concedido; si su conducta no turbare el orden público, y fuere conforme a las
leyes.
5° Cualquiera habitante del Perú, bien sea europeo o americano, eclesiástico o
comerciante, propietario o empleado, que le acomode trasladarse a otro país,
podrá verificarlo en virtud de este convenio, llevando consigo su familia y
propiedades, prestándole el Estado proporción hasta su salida; si eligiere vivir
en el país, será considerado como los peruanos.
5º Concedido; respecto a los habitantes en el país que se entrega y bajo las condiciones
del artículo anterior.
6° El Estado del Perú respetará igualmente las propiedades de los individuos
españoles que se hallaren fuera del territorio, de las cuales serán libres de
disponer en el término de tres años, debiendo considerarse en igual caso las de
los americanos que no quieran trasladarse a la Península, y tengan allí intereses
de su pertenencia.
6º Concedido como el artículo anterior, si la conducta de estos individuos no fuese
de ningún modo hostil a la causa de la libertad y de la independencia de América, pues en
caso contrario, el Gobierno del Perú obrará libre y discrecionalmente.

- 287 -
Ayacucho

7° Se concederá el término de un año para que todo interesado pueda usar


del artículo 5°, y no se le exigirá más derechos que los acostumbrados de
extracción, siendo libres de todo derecho las propiedades de los individuos
del ejército.
7º Concedido.
8° El Estado del Perú reconocerá la deuda contraída hasta hoy por la Hacienda
del Gobierno español en el territorio.
8º El Congreso del Perú resolverá sobre este artículo lo que convenga a los intereses de
la república.
9° Todos los empleados quedarán confirmados en sus respectivos destinos,
si quieren continuar en ellos, y si alguno o algunos no lo fuesen, o prefiriesen
trasladarse a otro país, serán comprendidos en los artículos 2° y 5°.
9º Continuarán en sus destinos los empleados que el gobierno guste confirmar, según
su comportación.
10. Todo individuo del ejército o empleado que prefiera separarse del servicio,
y quedarse en el país, lo podrá verificar, y en este caso sus personas serán
sagradamente respetadas.
10º Concedido.
11. La plaza del Callao será entregada al ejército unido libertador, y su
guarnición será comprendida en los artículos de este tratado.
11º Concedido; pero la plaza del Callao, con todos sus enseres y existencias, será
entregada a disposición de S. E. el Libertador dentro de veinte días.
12. Se enviarán jefes de los ejércitos español y unido libertador a las provincias
unidas para que los unos reciban y los otros entreguen los archivos, almacenes,
existencias y las tropas de las guarniciones.
12º Concedido; comprendiendo las mismas formalidades en la entrega del Callao.
Las provincias estarán del todo entregadas a los jefes independientes en quince días, y los
pueblos más lejanos en todo el presente mes.

- 288 -
y la Independencia del Alto Perú

13. Se permitirá a los buques de guerra y mercantes españoles hacer víveres en


los puertos del Perú, por el término de seis meses después de la notificación de
este convenio, para habilitarse y salir del mar Pacífico.
13º Concedido; pero los buques de guerra sólo se emplearán en sus aprestos para
marcharse, sin cometer ninguna hostilidad, ni tampoco a su salida del Pacífico; siendo
obligados a salir de todos los mares de la América, no pudiendo tocar en Chiloé, ni en ningún
puerto de América ocupado por los españoles.
14. Se dará pasaporte a los buques de guerra y mercantes españoles, para que
puedan salir del Pacífico hasta los puertos de Europa.
14º Concedido; según el artículo anterior.
15. Todos los jefes y oficiales prisioneros en la batalla de este día, quedarán
desde luego en libertad, y lo mismo los hechos en anteriores acciones por uno
y otro ejército.
15º Concedido; y los heridos se auxiliarán por cuenta del Erario del Perú hasta
que, completamente restablecidos, dispongan de su persona.
16. Los generales, jefes y oficiales conservarán el uso de sus uniformes y
espadas; y podrán tener consigo a su servicio los asistentes correspondientes a
sus clases, y los criados que tuvieren.
16º Concedido; pero mientras duren en el territorio estarán sujetos a las leyes del país.
17. A los individuos del ejército, así que resolvieren sobre su futuro destino
en virtud de este convenio, se les permitirá reunir sus familias e intereses y
trasladarse al punto que elijan, facilitándoles pasaportes amplios, para que sus
personas no sean embarazadas por ningún Estado independiente hasta llegar
a su destino.
17º Concedido.
18. Toda duda que se ofreciere sobre alguno de los artículos del presente
tratado, se interpretará a favor de los individuos del ejército español.
18º Concedido; esta estipulación reposará sobre la buena fe de los contratantes.

- 289 -
Ayacucho

Y estando concluidos y ratificados, como de hecho se aprueban y ratifican


estos convenios, se formarán cuatro ejemplares, de los cuales dos quedarán en
poder de cada una de las partes contratantes para los usos que les convengan.
Dados, firmados de nuestras manos en el campo de Ayacucho, el 9 de diciembre
de 1824.

José Canterac
Antonio José de Sucre

Cláusula secreta que se añadió al acta de capitulación187

Adición particular al tratado de capitulación


El Ejército Español que capitula no es responsable si el Gobernador de la
Plaza del Callao desobedeciera las órdenes de entregar la fortaleza, ni esto
alterará los demás artículos del convenio ajustado; pero siempre se le prevendrá
expresa y terminantemente el cumplimiento de la capitulación en la parte que
le corresponde.
Concedido; pero los jefes que capitulan practicarán todas las diligencias para la entrega del
Callao; y en caso contrario que el Gobernador desobedezca, el Gobierno del Perú y el Ejército
Unido desconocerán aquel Jefe y la guarnición como no dependientes del Gobierno Español;
y tratarlos en cualquier tiempo como excluidos de los derechos de los españoles.

Quinua a 9 de diciembre de 1824

José Canterac
Antonio José de Sucre

187 Capitulación de Ayacucho –9 de diciembre de 1824–. Municipalidad de Lima Metropolitana,


julio de 1983.

- 290 -
y la Independencia del Alto Perú

Al día siguiente los jefes españoles fueron alojados en diferentes


residencias en el pueblo de Quinua, donde Sucre tenía su cuartel general.
Una especial atención se brindó al virrey en función de sus heridas. El
general Miller se acercó hasta los aposentos del virrey a quien encontró
visiblemente decaído, más en lo moral que en lo físico; no obstante, este
no ocultó su alegría por la visita y expresó, seguidamente, sentimientos
de respeto y admiración hacia el general inglés. Miller, recordando
que en una oportunidad La Serna habría manifestado que de atraparle
le daría el tratamiento de un hermano y que le facilitaría los medios
para volver a su país, trató, al alcance de sus posibilidades, de aliviar
sus penas; ambos compartieron una taza de té, recordando los azares
de la guerra que acababa de culminar. Canterac y Valdés tampoco
ocultaron su alegría de conocer al intrépido Miller, ambos le abrazaron
afectuosamente cuando le consiguieron188, olvidando por momentos su
condición de prisioneros. (Miller, 2009: 308).
Firmada la Capitulación, Sucre no demoró en remitirla al Libertador
Simón Bolívar en los siguientes términos:

Excelentísimo Señor

El tratado que tengo la honra de elevar a manos de V .E. firmado sobre el campo
de batalla en que la sangre del Ejército Libertador aseguró la independencia del
Perú, es la garantía de la paz de esta República y el más brillante resultado de
la victoria de Ayacucho.

188 En el caso de Valdés, este le pidió a Sucre que le condujera con Miller; al verlo, sin mediar
palabra le abrazó efusivamente recordando luego, junto al general en jefe, los muchos aprietos a
los cuales Miller los sometió a lo largo de la campaña. (Miller, 2009: 308).

- 291 -
Ayacucho

El Ejército Unido siente una inmensa satisfacción al presentar a V.E. el


territorio completo del Perú, sometido a la autoridad de V .E. antes de cinco
meses de campaña.

Todo el Ejército real, todas las Provincias que éste ocupaba en la


República, todas sus Plazas, sus parques, almacenes y quince Generales
Españoles son los trofeos que el Ejército Unido ofrece a V. E. como
gajes que corresponden al ilustre salvador del Perú, que desde Junín
señaló al Ejército los campos de Ayacucho para completar la gloria de
las armas Libertadoras. (Sucre a Bolívar. Cuartel General en Ayacucho,
X-XII-1824. Sucre IV, 1976: 483-484).
En otra comunicación Sucre manifiesta al Libertador estas emocionadas
palabas: “Mi general, está concluida la guerra, y completada la libertad del Perú.
Estoy más contento por haber llenado la comisión de usted que por nada” (citado
por Sherwell, 1995: 105). Sucre está feliz por haber cumplido con Bolívar,
con Colombia, con el Perú y con la América y, por qué no, satisfecho por
haber impartido la justicia de Colombia “imbuido en lo humanitario, acicateado
en la misericordia y en la fe para demostrar que si la guerra es el último recurso,
mayor lo es el diálogo hacedor de paz” (Castellanos, 1998: 191). No podía
darse cuenta el ilustre hijo de Cumaná, en ese momento de justificada
algarabía, el impacto y la repercusión mundial que tendría la generosa
Capitulación concedida sobre el campo de Ayacucho; la historia lo ha
juzgado brillantemente, más allá de algunas poco afortunadas opiniones
que pretenden encontrar algo turbio en su hidalgo comportamiento. En
torno al juicio de la historia, transcribimos cinco importantes opiniones,
vertidas en diferentes momentos históricos, que despejan cualquier duda
acerca del correcto y acertado comportamiento del general Sucre.

- 292 -
y la Independencia del Alto Perú

Cuadro n.° 13. Sobre la Capitulación de Ayacucho

“Nunca se manifestó Sucre tan grande y generoso como en estas


capitulaciones; pudo haber impuesto condiciones humillantes, ó más
Mariano restrictivas, pero no quiso humillar a sus valientes enemigos (…) Jamás se
habrá concedido mayor ni más generosa capitulación a favor de un partido
Felipe Paz
1 que se hallaba en la imposibilidad de restablecerse. Eran tan generosas las
Soldán condiciones que Carratalá y otros dudaron que se cumpliera lo ofrecido, más
(Perú, 1870) para honra de los patriotas y vergüenza de España resta decir que todos los
artículos fueron religiosamente cumplidos por aquellos, mientras que Rodil y
otros jefes negaron su obedecimiento”.

José Manuel
de los Ríos “Merced a la diplomacia y a la magnanimidad de Sucre la guerra de la
independencia quedó ceñida a las prácticas de la civilización, el reinado
2 (Venezuela, de la caridad reemplazó al imperio de las furias y América entró en la vida
1895) internacional independiente, culta y soberana”.

“Al lado del guerrero que conmovió la tierra con sus hechos, que levantó
Canónigo su nombre a la altura de los grandes capitanes del orbe, brilla el hombre
Luis R. de corazón magnánimo, que suaviza con el perdón la suerte del vencido y
que convierte sus triunfos en motivos de aplauso para sus enemigos y de
3 Escalante inefables satisfacciones para él. No comprendía la victoria sin la clemencia,
(Ecuador, ni experimentaba las dulces fruiciones del vencedor con la humillación y
1930) abatimiento de sus contrarios. Tales fueron los sentimientos a que obedeció
en su larga carrera pública”.

“La gloria del vencedor se ostenta menos en la grandeza de la victoria que en


la magnanimidad con que trató a los vencidos. En ésta es que se manifiesta
el héroe digno de triunfar. Sucre que sabía que hubiera sido fusilado como
Antonio un traidor si hubiera sido vencido, trató a aquellos que puso la suerte a su
disposición con toda la generosidad que solo es dado tener al hombre que
4 José Irisarri sabe ennoblecer la carrera terrible de las armas. En América no se ha dado a
(Guatemala) la conducta noble y g enerosa de Sucre, los elogios que ella merecía. Son los
españoles, los enemigos de Sucre, los que le han hecho justicia, y esto es lo
que pocas veces se ha visto en el mundo, y lo que está reservado a la gloria
de los héroes”.

“En Sucre, como en San Martín y Bolívar, los rasgos fundamentales del
Manuel soldado del siglo XIX aparecen con toda nitidez. La generosidad con el
vencido, el respeto al honor de los oficiales derrotados y un auténtico civismo
5 Burga expresado en el respeto a las instituciones políticas y la opinión pública son
(Perú, 1996) los rasgos principales de los grandes jefes militares de la independencia en
el Perú”.

Fuentes: n.° 1: Paz Soldán (1870: 283); n.os 2-4: Castellanos (1998:194-195); n.° 5: Burga Manuel en Mora
(2009: 119)

- 293 -
Ayacucho

Consecuencias de la Capitulación de Ayacucho

Además de la libertad definitiva del continente189, Ayacucho vino a


consolidar el influjo bolivariano en toda la América; los ecos de esta
reonante victoria representaron un firme espaldarazo a la política de
alianzas continentales y de unidad latinoamericana emprendida por el
Libertador desde 1822. La convocatoria (6 de diciembre) y posterior
celebración del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826) así lo
confirman. ¿Cuál otro hombre nacido en esta Tierra de Gracia hubiera
podido convocar una augusta Asamblea como la de Panamá? Las naciones
recién liberadas del yugo español concurrieron a la cita, motivadas por
el prestigio del convocante y por los contundentes argumentos con
los que el Genio de América justificaba la necesidad de la reunión. El
primer congreso de pueblos libres que conoce la historia universal
–reunidos no para agredir o para llevar la opresión a otros pueblos, sino
para deliberar sobre su futuro en el campo político, económico, militar,
y de las relaciones internacionales– es una consecuencia directa de la
victoria de Ayacucho.
La victoria patriota del 9 de diciembre estaba llamada también a
convocar la reunificación de la sociedad peruana, dividida en torno a
dos bandos en conflicto, a los cuales tributaba vidas y recursos por igual.
La composición de ambos ejércitos presentaba un elevado porcentaje de
efectivos peruanos, especialmente el bando realista que nutría sus filas,
desde muchos años atrás, con tropas y oficiales criollos. El lado patriota,
aunque con un componente internacional muy fuerte, suplía sus bajas
con efectivos del patio. La desaparición del Ejército Real allanaba el

189 Solo resistían Rodil en el Callao y Quintanilla en el archipiélago Chiloé (Chile); ambos
depusieron las armas en 1826.

- 294 -
y la Independencia del Alto Perú

camino para integrar a todos los militares peruanos bajo una misma
bandera y en un mismo ejército: el del Perú.
Pese al intento del presidente realista de Cusco, mariscal Antonio
Álvarez190, de designar y establecer un nuevo virrey (Pío Tristán) en
Arequipa, el mandato español en el Perú había expirado ya. El propio
Tristán, sin oponer resistencia, se rindió en Arequipa al coronel
Francisco de Paula Otero cuando este le hizo conocer los términos de
la Capitulación. En total cuatro importantes guarniciones depusieron
las armas: Arequipa (700 hombres), Quilca (600), Puno191 (480), Cusco
(1.700), además de la columna de Miranda desde Chincheros con 1.000
efectivos. La Armada española también depuso las armas sin mayor
novedad. Con la única mancha del Callao, la tierra de los incas quedaba
libre de realistas hasta los límites del Desaguadero. (Sherwell, 1995: 102;
Paz Soldán, 1870: 284-286).
En Ayacucho quedó enterrado el oprobioso régimen colonial. La
América –antes española– inscribiría su nombre, de una vez por todas,
en el concierto de naciones libres del universo; sin embargo, la gesta
de Ayacucho aún tenía frutos que brindar a la humanidad. El 9 de
diciembre, al igual que marcaba el fin de un ciclo, determinaba el inicio
de otro; uno cuya máxima y más sublime expresión sería el nacimiento
de una nueva nación: Bolivia.

190 Presidente accidental ante la huida del titular Sanjuanena. (Rey de Castro, 1883: 55).
191 El general Rudecindo Alvarado, el mismo que comandó la primera expedición a Puertos
Intermedios en los primeros días de la república, estaba prisionero en Puno junto con otros
patriotas, pero al tener conocimiento de la victoria de Ayacucho se rebelaron contra sus captores,
quienes al mando del general Echeverría entregaron la plaza sin mayores consecuencias.
Alvarado quedó como nuevo comandante de la Plaza.

- 295 -
Piedra de Huari sobre la cual se firmó el Parte de la Batalla de Ayacucho, Casa de Capitulación, Quinua-
Ayacucho. Foto: Orlando Rincones, 2011
Capítulo VI
De Cusco al Alto Perú:
Sucre y la creación de Bolivia
De Cusco al Alto Perú:
Sucre y la creación de Bolivia

D e Quinua, población que brindó todo tipo de servicios al Ejército


Unido Libertador, Sucre pasó a Huamanga con los prisioneros
españoles; allí se ocupó de brindar nuevos auxilios a los heridos, en
especial al virrey, a quien proporcionó un digno alojamiento y una guardia
de honor (Rey de Castro, 1883: 52). El 3 de enero de 1825, en compañía
de Valdés192, Villalobos, Landázuri, Ferraz y muchos subalternos más,
embarcaría La Serna en Quilca rumbo a España, a bordo de la fragata
mercante francesa Hernestine. Estos jefes y oficiales, pese al valor y a la
intrepidez con el cual defendieron los intereses de la Corona en América,
serán conocidos en España a partir de este momento con el despectivo
apodo de “Los Ayacucho”. (García Camba,1846).
Desde Huamanga, el 12 de diciembre, un activo e incansable
Sucre le hace conocer a las municipalidades de Cusco, Arequipa y
Puno que “La república del Perú había completado su libertad y su
independencia en la batalla de Ayacucho”, ofreciendo sus trofeos
y triunfos como “la garantía de la paz del Perú” (Rey de Castro,
1883: 51). Ese mismo día 12 el general en jefe despacha a Gamarra
hacia el Cusco, con un batallón peruano, luego le seguiría Miller

192 Valdés se mantendría muy activo en España, en el Ejército Real participó en la Campaña
de Cataluña contra los carlistas; desempeñó las gobernaciones de Cartagena y Valencia; fue
capitán general de Cuba y posteriormente senador hasta 1847; muere en Oviedo en el año de
1855. Canterac llegó a ser capitán general de Madrid y, como tal, rindió la vida combatiendo la
revolución de 1835. La Serna, menos activo, murió en Cádiz en 1832. (Villanueva, 1995: 393).

- 299 -
Ayacucho

el 16. El propio Sucre saldría el 20 en dirección a la capital del


imperio incaico.
Durante este corto período en Huamanga, Sucre aprovecha para
manifestar al Libertador sus intenciones de separarse del Ejército,
sugiriendo a Lara o Córdova para quedar frente al Ejército (Sucre a
Bolívar, XVI-XII-I824. Citado por Salamé, 2009: 207). En otra misiva,
dando por cumplida su misión en Perú, llega a suplicar su relevo al
Libertador, animado por la única recompensa que desea por sus
destacados servicios: reunirse con su amada Mariana Carcelén en Quito:

Como he dicho a usted, cuento haber concluido mi comisión en Ayacucho; y


rogaré a usted mil veces que no me haga pasar adelante. Yo estoy más contento
por haber satisfecho los encargos de usted, y porque usted haya salido de la
empresa del Perú, que por el servicio que he hecho, y por la gloria que de
él pueda resultarme. Crea usted que le hablo sinceramente y sin lisonja, que
usted sabe no tengo. En mi placer por una victoria tan completa y de tanta
trascendencia, mi pensamiento es siempre de usted. (Citado por Villanueva,
1995: 423-424).

En otra es más directo y sugiere:

Después que la campaña del Perú se ha terminado, me atrevo a rogar a usted


que me releve del mando del Ejército; la guerra con Olañeta, si la hay es cosa
de poco. Yo confieso a usted que mi espíritu necesita un poco de reposo;
estos días he trabajado mucho y puedo decir a usted que el suceso sólo me
ha reanimado en cuanto a que he cumplido la comisión de usted. (Citado por
Villanueva, 1995: 424).

- 300 -
y la Independencia del Alto Perú

La respuesta del Libertador no se hizo esperar:

Mi querido general, llene Vd. su destino, ceda Vd. la fortuna que lo persigue,
no se parezca Vd. a San Martín y a Iturbide que han desechado la gloria que los
buscaba. Vd. es capaz de todo y debe vacilar un momento en dejarse arrastrar
por la fortuna que lo llama, Vd. es joven, activo, valiente, capaz de todo ¿Qué
más quiere Vd.? una vida pasiva e inactiva es la imagen de la muerte, es el
abandono de la vida; es anticipar la nada antes que llegue. Yo no soy ambicioso
pero veo que Vd. debe serlo un poco más para alcanzarme o superarme.
Acuérdese Vd. que tiene un padre vivo que se alegrará siempre de la gloria de
su hijo. (Bolívar a Sucre. Lima, XX-I-1825. Bolívar II, 1978: 444).

Si bien la suerte del Alto Perú, como la de la América toda, quedó


sellada en la pampa de Ayacucho el 9 de diciembre, la ambigüedad de
Olañeta generaba cierta inquietud en el bando patriota. Era perentorio
conocer la posición final de este jefe realista con respecto a la causa
libertaria, ya que si bien no tenía una fuerza numerosa a su disposición
–cerca de 4.000 hombres–, podía ciertamente establecer comunicación,
vía Tarapacá, con los realistas de Chiloé y con Rodil en el Callao. Su
adhesión a la independencia, o su total aniquilación, eran urgentes para
traer la paz y el sosiego a las provincias ubicadas al sur del Desaguadero,
y solo el más lúcido capitán de Colombia podía cumplir a cabalidad
esta misión, combinando la diplomacia y el poder militar de Ejército
Unido Libertador.

- 301 -
Ayacucho

Las intrigas de los Olañeta

Bolívar siempre había abrigado esperanzas de sumar a Olañeta


a la causa libertaria. Como recordaremos, desde Huaraz tomó el
Libertador la iniciativa de comunicarse con él, ponderando su disidente
actitud frente al virrey. Olañeta tardó cinco meses en recibir esta carta,
concretamente el 2 de octubre (Arnade, 1982: 171). Ante la ausencia de
respuesta, Bolívar vuelve a escribir a Olañeta, esta vez bajo el augurioso
destino que marcaba la victoria de Junín. Al tiempo de ofrecerle la
amistad de Colombia y el Perú, le manifiesta: “V.S. y su bravo ejército
son nuestros mejores amigos. Por tanto, yo cuento con V.S. como con cualquiera
de nuestros generales” (Bolívar a Olañeta. Sañayca, VI-X-1824. Bolívar II,
1978: 398). Adicionalmente, el Libertador ofrece entablar un tratado de
alianza ofensiva y defensiva entre la fuerza que comanda Olañeta y el
Ejército Libertador; en este entendido, le informa al jefe realista que el
general Sucre está plenamente autorizado para entrar en negociaciones
con él. Después de Ayacucho, el 15 de diciembre Bolívar insiste en su
comunicación epistolar con el general rebelde, en esta ocasión le hace
conocer el saludable estado en que se encuentra el Ejército Libertador,
pronto a recibir 10.000 hombres de refuerzo, el buen estado de la Armada
patriota –superior en todo a la realista– y la suficiencia de recursos de
todo tipo gracias a un empréstito de ocho millones del cual disponía ya.
Todo esto le cuenta y le dice, además, que la causa de la independencia
cuenta con el visto bueno de algunas potencias europeas (Francia)
mientras España se ve sumida nuevamente en la guerra civil. Alegando
que por un familiar de Olañeta, radicado en Buenos Aires, ha conocido
su deseo sincero de unirse a la causa libertaria, le reitera el llamado a
“entrar en negociaciones amigables” con el Ejército Libertador, para

- 302 -
y la Independencia del Alto Perú

lo cual el general Sucre está plenamente facultado. Por último, en esta


larga carta, le hace una relación de todos los españoles que habiendo
abandonado oportunamente la causa del rey, hoy sirven en diferentes
puestos y cargos al ejército y a las naciones libres del Nuevo Mundo.
Bolívar cierra la misiva expresándole:

No tengo inconveniente alguno en confesar a la faz del mundo que V.S. es uno
de los más grandes bienhechores de la América y que ninguna recompensa
pagaría jamás los servicios que V.S. le ha hecho en estas circunstancias. (Bolívar
a Olañeta. Lima, XV-XII-1824. Bolívar II, 1978: 424-426).

El 24 de diciembre Bolívar por fin recibe una contestación de


Olañeta. Fechada en su cuartel general de Oruro el 2 de octubre de
1824, la misiva da acuse de recibo a la primera carta de Bolívar (Huaraz),
expresando que son correctos lo juicios emitidos por el Libertador en
ella; seguidamente, hace una relación de todos los motivos por los
cuales insurgió contra el virrey, aludiendo, además, que está persuadido
de trabajar en beneficio de la América y que sus deseos nunca han sido
otros. La alentadora carta concluye con un deseo del general realista:

Ojalá pudiésemos uniformar nuestros sentimientos y dar un día de regocijo a la


América y a la humanidad. Feliz yo si consiguiera tanta dicha: Feliz también si
V.E. acepta mis respetos con los que tengo el honor de B.S.M. (García Camba,
1846: 351-352).

De inmediato Bolívar responde, creyendo ingenuamente que cuenta


ya con la adhesión del jefe español: “Es indecible el placer que he recibido
con los despachos de V.S. de 2 de octubre que han llegado hoy a mis manos”

- 303 -
Ayacucho

(Bolívar a Olañeta. Lima, XXIV-XII-1824. Bolívar II, 1978: 434). Luego


de reiterar que con el fin de la guerra han desaparecido los comunes
enemigos que hostilizaban al Perú, Bolívar no escatima elogios para la
oportuna “diversión” que Olañeta y sus tropas hicieran sobre el Ejército
Real: “La victoria de Ayacucho no nos hará olvidar jamás lo debemos a V.S.”,
a lo que añade: “Yo espero que V.S. ya será nuestro decidido amigo” (Bolívar
a Olañeta. Lima, XXIV-XII-1824. Bolívar II, 1978: 434). Indicando
nuevamente las amplias facultades de las que está investido Sucre para
transigir con él, el Libertador cierra la carta esperanzado en que el
camino hacia el Alto Perú estaba allanado con la actitud “patriótica”
de Olañeta; desafortunadamente, el pensamiento de este obstinado jefe
español, influenciado por las arteras intenciones de su sobrino, estaba
dirigido a ganar tiempo y prolongar la guerra, como lo había hecho ya
con Valdés a través del acuerdo de Tarapaya.
Desde Cochabamba, el 22 de diciembre el maquiavélico general
realista escribe a Bolívar y a Sucre, al mismo tiempo y con el mismo
tenor, indicando que estaba ocupado acabando con los focos “realistas”
dejados por Valdés y que estaba determinado y listo para marchar
sobre el Desaguadero para “arreglar tratados útiles a la causa que sostengo y
al Perú todo, según lo desea S.E.” (García Camba, 1846: 350-351); es decir,
aceptaba entablar negociaciones con Sucre: la trampa estaba montada.
Al día siguiente insurge en la escena el intrigante sobrino del general
Olañeta, Casimiro. Este oscuro personaje emprende con Bolívar su
propia campaña epistolar de maquinaciones e intrigas. El 23 de diciembre
envía una carta confidencial al Libertador, indicándole que él había
sido la persona que por conducto de Gregorio Funes (encargado de
negocios de Colombia en Buenos Aires) había comunicado (a Bolívar)
el estado real del ejército en el Alto Perú y la posición de su tío con

- 304 -
y la Independencia del Alto Perú

respecto a la causa de América. Casimiro no tiene el menor resquemor


de identificarse como “el poder detrás de su tío” (Arnade, 1982: 171).
Justificando su inicial adhesión a la rebelión de Olañeta como parte de
un ardid en contra del poder real…

Tan luego como el general Olañeta hizo una señal a los pueblos para sustraerse
de la dominación del injusto poder aristócrata de La Serna, fui el primero en
seguir la causa del rey absoluto: era necesario que el germen de la discordia se
hiciese reproductivo. (García Camba, 1846: 353-354).

Proclama seguidamente que el ejército de su tío pertenecía


íntegramente a él –al Libertador–, dejando otros temas que eran de
su conocimiento en una completa incógnita, como para no gastar
todos sus argumentos de una vez y mantener a Bolívar a la expectativa
de la información que este le pudiera proporcionar. En su afán de
venderse como patriota ante el Libertador, Casimiro manifestó en su
carta “Yo pertenezco enteramente a la revolución”, cerrando la misma
con extravagantes elogios que incluían “himnos de gratitud a nuestro
Libertador” (Arnade, 1982: 172). La mentira tiene patas cortas y pronto
el general Olañeta develará sus verdaderas intenciones; su sobrino, sin
embargo, mantendrá su máscara de bolivariano hasta 1828, cuando
gestará el primer golpe de Estado de la nueva República Boliviana.

- 305 -
Ayacucho

Sucre en Cusco: las primeras insinuaciones a favor


de la independencia del Alto Perú

A todas estas, Sucre marcha sobre Cusco, ciudad a la que arriba el 29


de diciembre. Una vez en la antigua capital del incario, el jefe patriota
quiso entrar de incógnito pero fue reconocido rápidamente, dirigiéndole
el pueblo cusqueño las más entusiastas muestras de algarabía y afecto. A
las puertas del Templo del Sol se aglomeró la gente para ver y escuchar
a su redentor; un emocionado Sucre no pudo menos que responder con
las siguientes palabras:

Cuartel General en el Cuzco,


29 de diciembre de 1824

Antonio José de Sucre


Comandante en jefe del Ejército Unido
Libertador del Perú

A los habitantes del Cuzco


¡Cuzqueños !
El Libertador de Colombia os envía la paz y la redención. Del otro lado del
Ecuador, el oyó los gemidos del pueblo querido de los Incas, y vino a salvarlos
de la esclavitud. Vuestros hermanos os presentan a su nombre los dones de la
Independencia Nacional.

¡Cuzqueños !
Al pisar vuestra patria he tenido las emociones más sensibles: he visto
cumplidos vuestros deseos y satisfechos los votos del Ejército Unido. En los

- 306 -
y la Independencia del Alto Perú

campos sagrados de Junín y Ayacucho quedaron rotas para siempre las cadenas
que os ataban a un poder extraño: dejasteis eternamente de ser españoles, sois
ya peruanos, sois libres. En adelante los destinos de la República dependerán
de vuestras virtudes y patriotismo.

¡Cuzqueños !
El Ejército Libertador, que desde tierras lejanas viene combatiendo por traeros
la libertad, os pide en recompensa vuestra amistad y unión. La dicha del Perú
son los bienes que anhela; y volver a su país llevando por trofeos, dulces
recuerdos y las bendiciones de los remotos descendientes del Sol. (Sucre IV,
1976: 574-575).

Los agasajos y celebraciones no se hicieron esperar, banquetes


y bailes sirvieron para honrar al Ejército Unido Libertador y a sus
jefes, en muchas de estas celebraciones familias enteras –hasta hace
poco realistas– asistían con sus hijos, oficiales del Ejército Real recién
capitulados en Ayacucho (Villanueva, 1995).
En la majestuosa ciudad de los incas Sucre se llenó de energías y de
lucidez para emprender una nueva ofensiva diplomática, dirigida a los
usurpadores del Alto Perú. A Olañeta le reitera el balance positivo para
las armas americanas de la épica jornada de Ayacucho –le adjunta copia
de la Capitulación y otros documentos relativos–; como protagonista
principal de los mencionados sucesos, quién mejor que él para recordarle
que si bien los jefes realistas vencidos insistieron en colocarlo a él
(Olañeta) y a su ejército bajo los términos de la Capitulación, esto no fue
aceptado por considerársele ya como parte del Ejército Libertador. Le
manifiesta que el Libertador está dispuesto a recompensar a su ejército,
pero que requiere conocer el estado de las provincias y los términos

- 307 -
Ayacucho

en los cuales se han pronunciado por la causa de la independencia. Por


último, le informa que el comandante Elizalde ha sido comisionado
cerca de él para suscribir un acuerdo o para recibir sus propuestas. Entre
tanto, él avanza con la mayor parte del Ejército Unido Libertador193
sobre Oruro y La Paz, en donde esperará a sus comisionados.
El mismo día 1.° de enero Sucre se comunica con otros dos
importantes jefes olañetistas: el general de división Francisco Javier
Aguilera y el teniente coronel Pedro Arraya. Al primero le manifiesta que
en Cusco ha conocido con beneplácito de su incorporación a la causa
de la libertad, lo impone del feliz resultado de la jornada de Ayacucho
y le envía los documentos referidos a la Capitulación; al tiempo de
manifestarle su deseo de conocer el verdadero estado de las provincias
del Alto Perú –le solicita que el mismo le informe–, le hace conocer la
autorización que lleva para recompensar a su ejército, pero le reitera que
desea conocer los términos en los cuales él (Aguilera) ha declarado la
libertad de su patria.
Finalmente, le indica que atravesará el Desaguadero con el Ejército
Unido Libertador en dirección a La Paz y Oruro, en donde esperaba
recibir su contestación o a sus delegados. Al comandante Arraya le
felicita por su patriotismo y por la contribución a la causa de Olañeta
(entendiendo esta como favorable a la independencia). A este jefe le
indica que ha enviado un delegado suyo para conocer el estado de esos
pueblos y de su ejército (su principal preocupación), y le participa que
estará en La Paz y Oruro para entrar en contacto con Olañeta, y donde
lo espera a él (Arraya) y a su ejército para tributarles “las recompensas

193 Enterado Sucre de que Arenales avanzaba desde el Sur (Tupiza) sobre el Alto Perú,
consideró prudente dejar en el Cusco a Gamarra con los batallones peruanos, por algunos
efectivos naturales de estas tierras y por estar comandadas estas unidades, casi en su totalidad,
por oficiales y jefes del Río de la Plata.

- 308 -
y la Independencia del Alto Perú

debidas a sus trabajos y a su patriotismo exaltado”. (Sucre V, 1978: 6-9;


Arnade, 1982: 174).
Sucre buscaba respuestas a la incierta situación de las provincias del
Alto Perú, pero también enviaba un mensaje muy claro a Olañeta y a
sus subordinados: el Ejército Real había sido exterminado en Ayacucho
y ahora él avanzaba sobre la antigua Charcas, no solo, como lo haría en
un territorio considerado amigo, sino en compañía de una impecable
maquinaria militar, verdugo de cuantos ejércitos oprimieron a la
América. Si bien su tono era conciliador, ofreciendo recompensas por
la supuesta contribución a la causa libertaria de estos jefes, estaba muy
claro que cualquier decisión contraria a los intereses de la independencia
sería severamente reprimida por los 10.000 bravos con los que se
hacía acompañar el ahora Gran Mariscal de Ayacucho. Sucre les abría
de par en par las puertas del Ejército Unido Libertador, un ejército
al cual ya podían considerarse adscritos, sin mayores esfuerzos, solo
dependía de ellos escoger entre la libertad y la opresión. Las posteriores
decisiones de Aguilera de declinar la lucha y de Arraya de sumarse a los
independentistas estará, incuestionablemente, influenciada por estas y
otras comunicaciones del héroe de Ayacucho.
Ese mismo día 1.° de enero, Sucre escribiría varias cartas más en
su incansable búsqueda de una solución definitiva a la indefinición del
Alto Perú. Al general Lanza le escribe felicitándole por su “constancia
heroica” (Sucre V, 1978: 7), al tiempo que lo impone del magnífico
saldo que arrojó la victoria de Ayacucho. Con el valeroso guerrillero
–que ofrendará su vida defendiendo a Sucre en el motín de Chuquisaca
en abril de 1828– se muestra más sincero y abierto y le hace conocer,
como patriota, cuánto le perturba la “incierta conducta de Olañeta”.
(Sucre V, 1978: 7).

- 309 -
Ayacucho

Adicionalmente, como gobernador comandante de La Paz recién


designado por Sucre, Lanza es instruido de preparar todo lo necesario
para el acuartelamiento y subsistencia del ejército de 10.000 hombres
que acompañaba al novel mariscal. Otras comunicaciones fueron
elaboradas ese día: al ministro de Guerra, dando cuenta de documentos
capturados al enemigo, de las comunicaciones con Olañeta y Lanza,
así como también de aspectos relativos a la organización de nuevos
escuadrones de Dragones del Perú; y otra al prefecto de Cusco sobre la
elección de intendentes, pero la carta más importante de este día será la
que dirija a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y
Potosí, cuyo tenor es el siguiente:

Cusco, 1° de enero 1825


A las muy ilustres municipalidades de La Paz, Cochabamba,
Chuquisa y Potosí.

La mano de la providencia ha prodigado al Perú los bienes de la paz y de la


libertad. El 9 de diciembre en los campos de Ayacucho terminaron la opresión
y los males de este país. La más célebre victoria ha dejado en poder del ejército
libertador todo el ejército real, las provincias que poseían, sus guarniciones,
parques, almacenes, la plaza del Callao, en fin, todo cuanto pertenecía al
gobierno español en el Perú. Los documentos adjuntos impondrán a V.S.M.I
de sucesos tan felices.

Al llegar a esta ciudad he sido informado que el señor general Olañeta y el


señor general Aguilera han proclamado en esas provincias la independencia;
pero no teniendo un aviso oficial de ese país (no obstante que desde mucho

- 310 -
y la Independencia del Alto Perú

tiempo lo esperábamos como desenlace del anterior estado de cosas) mando


un jefe autorizado donde esos señores para obtener un conocimiento positivo.

S.E el Libertador no dudando del objeto que se proponía el ejército del señor
Olañeta desde el mes de febrero pasado, ha declarado a sus valientes tropas
como parte del ejército unido y como libertadores del Perú, y persuadido S.E
el Libertador del acendrado patriotismo de esos pueblos y su amor ardiente
por la causa de la independencia, me ha hecho por ellas las más encarecidas
recomendaciones. Así es que, aunque yo pienso que ya ellas estén ya
pronunciadas por la causa de la América, he resuelto marchar con el ejército
libertador para La Paz y Oruro, tanto por ponerlas al abrigo de sugestiones
enemigas, cuanto por acercarme a los señores generales Olañeta y Aguilera y
arreglar de un modo definitivo y cierto los términos en que ellas queden.
Me es agradable declarar a V.S.M.I y a todos los pueblos que el ejército no lleva
a esos países la menor aspiración: sus armas no se ocuparán sino de garantir
su libertad; les dejaremos su más amplio y absoluto albedrío para que
resuelvan sobre si lo que gusten194, para que se organicen del modo que más
proporcione su felicidad; y en fin, protesto que el ejército no intervendrá sino
en mantener el orden y evitar los males de los partidos. Bajo estos principios
es que el ejército libertador marcha al otro lado del Desaguadero para felicitar
a sus hermanos, para incorporarlos a la familia americana y para estrechar los
lazos que unan nuestros intereses.
Sírvase V.S.M.I aceptar los sentimientos de respeto y la muy distinguida
consideración con que soy de V.S.M.I.

A. J. de Sucre
(Sucre V, 1978: 9; Rey de Castro, 1883: 62-63).

194 Negritas del autor.

- 311 -
Ayacucho

Sin estar directamente dirigida a ellas, el tenor de esta carta estremeció


los sentimientos de las guarniciones españolas en el Alto Perú. Todos
los municipios que estaban siendo informados oficialmente del feliz
suceso de Ayacucho eran depositarios de las principales guarniciones
realistas (olañetistas) del Alto Perú. Al arribar a la cabecera municipal
los duplicados de la Capitulación concedida al otrora poderoso Ejército
Real del Perú, con la rúbrica de Canterac y Sucre, debieron comprender
los jefes realistas cuan cerca estaba el fin de la causa monárquica en esas
provincias que aún se aferraban obstinadamente al estandarte español.
Aunado a lo anterior, el aviso de que el Ejército Unido Libertador –el
vencedor en Ayacucho– marchaba sobre el Alto Perú llenó de angustias
y preocupación a estos jefes, que antes que verse enfrentados al invicto
ejército de Sucre prefirieron sumarse a la causa independentista. En esta
lógica, el 14 de enero se pronunció la guarnición de Cochabamba por
la causa libertaria, el 14 de febrero Santa Cruz (ya lo había hecho dos
días antes Valle Grande), y el 22 de febrero López de Quiroga se alzaría
en Chuquisaca (Arnade, 1982: 193; Hoover, 1995: 256). La estrategia
diplomática y de sutil intimidación ideada por Sucre había tenido un
éxito incontestable, el Alto Perú se sometería a la causa independentista
sin la necesidad de combatir.
Otro aspecto de trascendental importancia en esta carta del 1.° de
enero de 1825, dirigida a las municipalidades de La Paz, Cochabamba,
Potosí y Chuquisaca, es que el joven mariscal patriota asoma su clara
intención de dejar a estas provincias la potestad de decidir su futuro, es
decir, de pronunciarse libremente a favor de su independencia o en su
defecto optar por su incorporación a Lima o a Buenos Aires. Pocos días
después, el 8 de enero, Sucre le manifestaría al Libertador su convicción
de que de pasar al Alto Perú tendrían que “trabajar en un país que no es del

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y la Independencia del Alto Perú

Perú ni parece que quiere ser sino de sí mismo195” (Sucre a Bolívar. Cusco,
VIII-I-1825. Sucre, 1978: 27; Beltrán, 1960: 16; Vásquez, 2012: 56;
Sherwell, 1995: 110); el héroe de Pichincha y Ayacucho estaba ganado
con la idea de la independencia altoperuana.
Mientras Sucre iba dando forma a la materialización del sentimiento
libertario altoperuano, seguramente incubado en él desde los tiempos de
la campaña de Pichincha a partir de sus primeros contactos con tropas
altoperuanas196, el general Olañeta continuaba con sus tácticas dilatorias
en procura de ganar tiempo ante un eventual auxilio proveniente de
España. El 4 de enero el general absolutista lanza una proclama a los
pueblos del Alto y Bajo Perú, también a los oficiales y jefes de su ejército,
en donde acusa al ejército de La Serna de traición e incapacidad por su
derrota en Ayacucho; hecho que, por demás, no minaba su entusiasmo
y determinación, manifestando su absoluta convicción de no rendirse
jamás. Sin saber que Pío Tristán ya había aceptado los términos de
la Capitulación de Ayacucho, entabló correspondencia con él para
coordinar esfuerzo, exponiéndole sus planes dilatorios para con los
patriotas (Arnade, 1982: 175). Era tal su descaro, pero tal su convicción
en la victoria, que el 13 de enero firma una tregua de cuatro meses con
el teniente coronel Elizalde; la misma establecía que el Ejército Patriota
quedaría al norte del Desaguadero, mientras el de Olañeta lo hacía al
sur, conservando, además, la región de Tarapacá con una salida expedita
al Pacífico por Iquique. En función del tratado, el general patriota
José Miguel Lanza debía acantonarse en Ayopaya. Al mismo tiempo
195 Negritas del autor.
196 Entre estos habría que destacar al general Andrés de Santa Cruz, a quien siempre se le
identificó como proclive a la emancipación de Charcas, tanto que por este particular motivo
Riva-Agüero, pese a contar con su incondicional fidelidad, veía con reservas su traslado a
Puertos Intermedios (1823) por temor a que este jefe buscara solo proclamar la independencia
del territorio que lo vio nacer.

- 313 -
Ayacucho

que enviaba el tratado a Sucre para su firma, el cínico y artero Olañeta


despachaba a su sobrino Casimiro y al general Echevarría a comprar
armas y municiones al puerto de Iquique, sin advertir ni remotamente
los planes traicioneros de su ambicioso sobrino.
El 12 de enero Casimiro da el primer golpe mortal a su fanático tío.
Escribe ese día dos cartas dirigidas al general Sucre; en ellas, al igual que
en las que dirigió 20 días atrás a Bolívar, asume la autoría intelectual de
la disidencia del general y mal pone a su ejército presentándolo como
hambriento, desmoralizado y falto de entusiasmo. Pero lo peor para el
partido del general Olañeta no fue eso; lo más grave de todo es que
Casimiro devela a Sucre los planes dilatorios de su tío, al tiempo de
asegurarle que de cruzar Sucre el Desaguadero el ejército de Olañeta se
desintegraría. No contento con esto, el exsecretario del amo y señor del
Alto Perú pensó que una prueba de fidelidad a la causa republicana le
daría mayor aceptación en el bando patriota. Una vez arriba a Tarapacá
en compañía de Echeverría –oficial que traicionó también la palabra
empeñada en Puno de acogerse a los términos de la Capitulación de
Ayacucho197–, Casimiro lo entrega a las autoridades locales, que lo
aprenden y le envían a Arequipa para ser juzgado y posteriormente
fusilado. Los documentos y los 10.000 pesos quedaron en poder del
inescrupuloso Casimiro, quien ahora emprendería camino a Puno para
sacarle rédito a su traición; esta vez frente al propio mariscal Sucre.
(Arnade, 1982: 178-179-181).
Cansado de esperar respuesta del general Olañeta, Sucre prepara la
salida del Ejército Libertador de Cusco rumbo al Alto Perú. El jefe
venezolano no alberga mayores expectativas en las negociaciones
197 El general Alvarado, al posesionarse de la plaza de Puno luego de la victoria de Ayacucho,
asistió al jefe realista a salir del país, tal como lo establecía la Capitulación; incluso le asistió con
500 pesos para salir vía Buenos Aires. (Arnade, 1982: 176).

- 314 -
y la Independencia del Alto Perú

iniciadas con el general realista y ya desde el día 2 había girado


instrucciones a Alvarado, en Puno, para que tomara previsiones para
la campaña que estaba por comenzar. Sucre informa a Alvarado el
movimiento de tres batallones de infantería hacia Puno, vía Sicuani;
igualmente le hace conocer el destino asignado al general Lara y a
su división de 4.000 hombres rumbo a la Paz, le solicita que recabe
información sobre la dimensión y movimientos de las tropas de Olañeta,
y le ordena ponerse en contacto con el general Arenales en Salta. En
fin, el intrépido jefe patriota prepara ya la campaña sobre el último
reducto realista en territorio continental americano. Para ese entonces,
Sucre tiene pruebas incontestables de la ambigüedad de Olañeta –las
proclamas de Oruro del día 4 de enero, por ejemplo– y las hace conocer
al Libertador, así como su plan de campaña198. El 19 enero, bajo una
fuerte lluvia, el Mariscal Sucre con su ejército en formación de campaña
abandona la mítica capital del extinto imperio de los Hijos del Sol (Rey
de Castro, 1883: 65-66).
Durante el camino no tarda Sucre en recibir nuevas pruebas de
infamia de Olañeta y de sus planes para enfrentar al Ejército Libertador.
En ese sentido, un indignado Sucre da instrucciones muy severas al
prefecto de Cusco para que se cumplan estrictamente las disposiciones
de la Capitulación de Ayacucho, y en el caso de incumplimiento o
traición a la misma por parte de los realistas ordena la pena capital,
previa verificación del crimen. Para cerrar sus instrucciones le indica
al Prefecto: “Por ningún motivo tolerará que ningún enemigo abuse de la
indulgencia con que lo hemos tratado ni se burle de los magistrados, ni de las leyes

198 Sucre movilizó de inmediato a la Legión Peruana y al Batallón n.° 2 del Perú con 1.000
hombres, más 550 Húsares de Junín. Próximamente marcharían Córdova con 3.500 y Lara
finalmente con 3.000. Todo este contingente se reuniría entre Sicuani y Lampa. (Sucre a Bolívar.
Cusco, XV-I-1825. Sucre V, 1978: 49).

- 315 -
Ayacucho

de la república”. (Sucre al señor prefecto del departamento del Cusco.


Quiquijana, XXI-I-1825. Rey de Castro, 1883: 68).
Al arribar a la villa de Santa Rosa, Sucre envía un severo ultimátum a
Olañeta, que comienza de esta manera:

Señor general:
Al salir de Cusco me llegó la nota de V.S. del 13 del corriente, contestación a la
mía del 1º, y el armisticio que incluye. Antes había recibido sus comunicaciones
del 22 de diciembre desde Cochabamba, y seguidamente han venido a mis
manos los oficios originales que V.S. ha dirigido al comandante del navío Asia,
al señor general Tristán y a otras autoridades que eran antes españolas. A la
confusión de ideas que envuelven estos documentos debiera contestar a V.S.
que el ejército libertador jamás sufrió un insulto sin castigarlo, y que él marcha
a justificar a V.S. esta verdad.

Sin embargo, después de los servicios que han hecho las tropas
de V.S. a la república en nuestra última campaña, después que las
hemos declarado como parte del ejército libertador, después que nos
disponíamos a darles cuantas recompensas quisieran, después que
hemos proclamado a V.S. mismo como libertador del Perú, no es mi
ánimo abusar de nuestras ventajas, ni usar de la fuerza, sin servirnos
primero de la Razón; por eso me detendré en explicaciones. (Sucre a
Olañeta. Santa Rosa, XXIV-I-1825. Sucre, 1978: 99-100).
Seguidamente expone el Gran Mariscal de Ayacucho los motivos
de su enojo, le hace referencia a las proclamas dictadas en Oruro en
fecha 4 de enero, así como las intimaciones a los embarcados en el
Asia a faltar a los acuerdos de la Capitulación de Ayacucho. Pero lo
que más ha ofuscado al jefe patriota es la afrenta de haber hollado

- 316 -
y la Independencia del Alto Perú

nuevamente el suelo de una república, ya libre, para exigir el pago de una


contribución de 50.000 para su causa, a través del coronel José María
Valdés “Barbarucho” y sus huestes. Esto fue intolerable para Sucre,
Valdés había cruzado a Puno a demandar esta cantidad aprovechando
el estado de desolación en que deliberadamente se había dejado esta
región, considerando las tropas que operaban al sur del Desaguadero
como amigas de la causa libertaria. Sucre reclamó vehementemente
este accionar a Olañeta, pero le advirtió que pese a que declinó tomar
represalias inmediatas por estas injurias, no dudara que de persistir un
“Rayo de Ayacucho pondrá en terror a los ingratos”. Sucre aprovecha para
devolver el “tratado” firmado por Olañeta ante Elizalde el día 13, “¿Qué
quiere decir este armisticio tan cubierto de mala fe? No, señor general; no es justo que
mi candor sea retribuido con actos que infamen su nombre”. Finalmente, Sucre
solicita a Olañeta que se retire a Potosí mientras que “una asamblea de
diputados de las provincias decida de su suerte (del Alto Perú), sin que
las armas se empleen más que en mantener el orden”. El término establecido
para que cumpla esta condición es de 12 días, de lo contrario “el Ejército
libertador decidirá está cuestión”. (las cuatro citas en: Sucre a Olañeta. Santa
Rosa, XXIV-I-1825. Sucre V, 1978: 101: Castellanos, 1998: 219).
Más allá de las duras advertencias de Sucre al obstinado jefe realista,
próximo a su irremediable extinción, el héroe patriota saca a relucir
nuevamente el tema de que “una asamblea del pueblo de Charcas decidiría
acerca del futuro de las provincias” (Arnade, 1982: 186), posición que
ratifica categóricamente una semana después en correspondencia
enviada al ministro de Guerra el 1.° de febrero:

Yo voy a estar pues en el caso de organizar aquel país como libertado por
los independientes, y dejar a los pueblos su soberanía para constituirse,

- 317 -
Ayacucho

mientras haya un arreglo definitivo entre los congresos del Perú y del antiguo
Virreinato de Buenos Aires, ambos uniformes, legal y libremente conocidos
y reunidos. Parece que esta es la mente de S.E. el Libertador presidente de
Colombia.
Como por consecuencia, ni a mí, ni al ejército nos honra quedar con el
gobierno de estas provincias, he pensado al llegar a La Paz dar un decreto
convocando una asamblea de diputados de las provincias, del modo
más breve y legal, y que reunidas en Oruro u otro punto del centro,
delibere libremente sobre su suerte199, sin que el ejército unido, y mucho
menos el ejército de Colombia se mezcle nada más, nada más que en mantener
el orden; pues nuestras armas ni pueden intervenir en los negocios de aquellos
pueblos, ni ser garantes de otra cosa, que de libertarlos de los españoles. (Sucre
a al ministro de Guerra. Puno, I-II-1825. Sucre V, 1978: 141; Beltrán, 1960: 17).

La travesía hacia Puno, ciudad en donde Sucre definitivamente dará


forma a la convocatoria de una asamblea, es sumamente compleja
por la fatal inclemencia del tiempo200; sin embargo, la inquebrantable
voluntad del joven Mariscal todo lo supera. A su paso, los pueblos salen
a recibir a su Libertador en medio de coloridas danzas y demostraciones
de afecto y subordinación. En una de estas comarcas, Ayaviri, recibe
extraordinarias y alentadoras noticias de los sucesos en el Alto Perú.
El día 14 enero la guarnición realista de Cochabamba, de la mano
del coronel Antonio Saturnino Sánchez, proclamó la causa de la
independencia (Arnade, 1982: 186). Inmediatamente, Sucre le escribe
a Olañeta haciéndole conocer esta auspiciosa novedad, expresándole

199 Negritas del autor.


200 Como el obstáculo que le interpuso la crecida del río Uncachiri en su tránsito a Lampa. El
Mariscal debió recurrir a la destreza en el nado de los jinetes oriundos de Maracaibo (Venezuela)
para arribar a la orilla opuesta y proveerse de balsas. (Rey de Castro, 1883: 78-79).

- 318 -
y la Independencia del Alto Perú

que es esta una muestra más de cuál es el espíritu de los pueblos y de


las tropas a favor de la independencia, quedando Olañeta y su causa
reducidos a la nulidad. Pese a lo favorable de la situación, Sucre no
busca aplastar a su adversario; guiado por la nobleza de su corazón
americano, amante de la vida y la libertad, le reitera al jefe realista su
disposición a conceder todos los beneficios expresados en las cartas
anteriores si este depone definitivamente su actitud; en caso contrario,
y muy especialmente si hay represalias contra Cochabamba, “la sangre
de cuantos cometieron cualquier daño o ejecución vengará a nuestros compatriotas”.
(Sucre a Olañeta. Ayaviri, XVI-I-1825. Rey de Castro, 1883: 77).
Finalmente en Puno, el 29 de enero, previo paso por Sicuani, Lampa
y Juliaca, el Mariscal Sucre pudo dar forma al tan anunciado decreto
para convocar una asamblea de los pueblos (provincias) del Alto Perú.
En una comunicación dirigida al Libertador el 1.° de febrero, en la
cual evalúa la delicada situación política de las provincias al sur del
Desaguadero, manifiesta:

Yo estoy, mientras reciba órdenes de Vd. por la tal asamblea que resuelva lo que
guste de esos pueblos; los pretendientes a las provincias que hagan diligencias
por ganar las votaciones. Esta es en cuanto a mí y al ejército colombiano la
conducta más derecha que encuentro. (Citado por Vásquez, 2012: 60; Sucre a
Bolívar. Puno, I-II-1825. Sucre V, 1978: 127).

Consecuente con la idea esbozada desde Cusco y ratificada tantas


veces a Bolívar, al ministro de Guerra y al propio Olañeta en su
tránsito al Desaguadero, la noche del 2 de febrero “habíase cristalizado
definitivamente en el ánimo de Sucre la idea del decreto de convocatoria
a la referida Asamblea (…) Esa noche del 2 de febrero tuvieron ya

- 319 -
Ayacucho

realización tales pensamientos y Sucre redacta el proyecto del célebre


decreto” (Vásquez, 2012: 62). El joven Mariscal, en compañía de su fiel
secretario, el arequipeño José María Rey de Castro, trabaja toda la noche
aferrado a sus convicciones democráticas para dar a las provincias
altoperuanas un mecanismo expedito y legal para decidir su futuro. Lejos
de desembarazarse del complejo problema que implicaba administrar
y organizar políticamente un territorio con aspiraciones propias, y al
mismo tiempo pretendido por otros, Sucre –sin proponérselo– estaría
ligando su suerte y su destino a la nueva nación que vería la luz al amparo
de su democrática y plausible iniciativa. El decreto que redacta Sucre la
noche del 2 de febrero es el documento fundamental que anuncia y
prepara el nacimiento de la futura República de Bolivia.
El 3 de febrero, en correspondencia dirigida al Libertador, el Mariscal
Sucre informa: “Anoche pensando en esos negocios del Alto Perú he arreglado
las ideas del decreto adjunto para darlo al llegar a La Paz” (Sucre a Bolívar.
III-II-1825. Sucre V, 1978: 150; Vásquez, 2012: 62). En esta misma
carta hace referencia a las informaciones201 traídas por el “patriota”
Casimiro Olañeta, quien había llegado a Puno ese mismo día, después
de haber vendido al general Echeverría en Tarapacá202. Casimiro causó
tan buena impresión con “La soltura de sus maneras, su trato franco
y desembarazado, el ardor del entusiasmo con que se extasiaba en la
próxima ventura de la patria” (Rey de Castro, 1883: 83), que el Mariscal

201 Se refería a los planes para adquirir fusiles vía Iquiquey a la estrategia dilatoria para ganar
tiempo ante un posible auxilio desde España.
202 Su arribo a Puno debe haberse verificado en horas de la tarde, pues en la mañana se
encontró con el general Alvarado –a 10 millas de la ciudad–, quien había salido esa mañana de
Puno rumbo al sur, tal como lo cuenta Sucre a Bolívar en su carta del día 3. La impresión que
recibió Alvarado al encontrarse con el desertor y su compañero de viaje, Mariano Calvimontes,
fue de repulsa por conocer la filiación realista de este oscuro personaje; así lo recogió en sus
memorias y también alcanzó a advertir a Sucre en su oportunidad. (Arnade, 1982: 191).

- 320 -
y la Independencia del Alto Perú

y todos los que allí estaban sucumbieron a su simpatía. Sucre le participa


al Libertador que le dará a Olañeta el cargo de auditor general del
ejército. En compañía de su nuevo auditor general, Sucre sigue rumbo
a Desaguadero desafiando y venciendo los obstáculos que la naturaleza
colocaba en su camino.

Sucre y el decreto de convocatoria a la Asamblea Deliberante

La Villa de Acora, a orillas del lago Titicaca, fue el lugar donde Sucre
y Casimiro discutieron largamente sobre el problema del Alto Perú. El
sobrino del general rebelde manifestó a Sucre que el pueblo de Charcas
odiaba a las Provincias Unidas (Arnade, 1982: 191), seguramente a raíz
de los estragos realizados por las tropas de estas en el marco de las
expediciones auxiliares argentinas (1810-1817)203. Casimiro era de la
idea de que la elección estaría entre el Bajo Perú o la independencia.
Bajo un fuerte aguacero el ejército siguió su camino, pasó por Ilave
y en este, como en todos los pueblos, fue recibido con múltiples
demostraciones de júbilo en medio de arcos triunfales y danzas típicas,
“era una marcha más bien triunfal que bélica” (Dietrich, 1995: 189). En
Zepita se rememoró la batalla allí acaecida el 15 de septiembre de 1823,
en la Campaña de Puertos Intermedios, para arribar luego a la población
de Desaguadero. El paso del caudaloso río por el flotante puente de
balsas se verificó en medio de la mayor emoción y algarabía imaginable.

203 Al estallar la revolución del 25 de mayo de 1810, la Primera Junta del coronel Saavedra
consideró la situación de las provincias lejanas y decide enviar un ejército expedicionario al Alto
Perú: la primera expedición a cargo del general Antonio González Balcarce y el Dr. Juan José
Castelli (1810), derrotada por Goyeneche; la segunda, dirigida por el general Manuel Belgrano
(1813), derrotada por Pezuela; la tercera, a las órdenes del general José Rondeau (1815), derrotada
por Pezuela nuevamente; y una última bajo el mando del teniente coronel Gregorio Araoz de la
Madrid (1817), derrotada finalmente en la Batalla de Sopachuy. (Valencia, 1984: 544).

- 321 -
Ayacucho

El ánimo del colectivo parecía presagiar una nueva jornada como la


de Ayacucho para exterminar los últimos restos del poder español
en América (Rey de Castro 1883, 84). El general en jefe, ahora Gran
Mariscal, pensaba en el destino de los pueblos que estaban inmediatos
a recibirles; conocía del derecho que le asistía a los rioplatenses y de
las justificadas pretensiones que pudieran albergar desde el Bajo Perú,
regido por Bolívar, pero llevaba en su corazón lo que él consideraba el
sentimiento generalizado de los altoperuanos: la independencia.
Sucre cruza Desaguadero el día 6 de febrero de 1825 y un día
después, el 7, está ya en La Paz. En su tránsito hacia esta ciudad
arriba a la emblemática ciudad precolombina de Tiawanaco, allí no
perdió oportunidad de contemplar con verdadero gusto y afición los
magníficos monumentos de la cultura tiawanacota, dedicándole una
especial atención a la Puerta del Sol. Sobre este particular su secretario
privado, Rey de Castro, compañero de Sucre en esta travesía, refiere:

Interesándole especialmente una piedra grande y cuadrada en cuya faz principal


se veían esculpidos jeroglíficos y figuras, a semejanza de los egipcios, dispuso
que se le diera una posición adecuada para preservarla de todo daño, pero
que no dificultase a los curiosos visitantes la indagación y estudio de aquellos
grabados simbólicos, lo que se conseguiría, dijo, dando a la piedra una posición
conveniente, inclinándola sobre fuerte apoyo hasta formar ángulo obtuso con
el terreno en que descansaba. (Rey de Castro, 1883: 84-85).

En Laja fue recibido Sucre por diferentes autoridades y vecinos


distinguidos, con la pompa y solemnidad que ameritaba la ocasión; sin
embargo, la alegría y el entusiasmo patriótico del pueblo llano estuvo
también presente en la memorable jornada. Todos deseaban ver y saludar

- 322 -
y la Independencia del Alto Perú

a sus libertadores, “era la explosión del patriotismo de aquel pueblo viril


y heroico, el primero en invocar la independencia de España, jurando
morir en defensa de la libertad” (Rey de Castro, 1883: 85). Los festejos
continuaron hasta la propia ciudad de La Paz, que se vistió con sus
mejores galas y preparó sus mejores banquetes y celebraciones para
agasajar al Ejército Unido Libertador. Sucre quedó no solo satisfecho
por tantas muestras de consideración, sino también prendado de la
hermosa ciudad y de su centinela blanco, el majestuoso Illimani.
Embriagado de entusiasmo patriótico, el Mariscal Sucre no duda en
brindar a las provincias del Alto Perú su más grande demostración de
apego a la libertad, a la justicia y a la libre autodeterminación de los
pueblos. El 9 de febrero expide desde La Paz el célebre decreto por el
cual se convoca a la reunión de una asamblea deliberante para decidir
los destinos del Alto Perú.

Antonio José de Sucre


General en jefe del Ejército Libertador, &. &.

Considerando:
1°.- Que al pasar el Desaguadero el ejército libertador ha tenido el sólo objeto
de redimir las provincias del Alto Perú de la opresión española, dejándolas en
la posesión de sus derechos.
2°.- Que no correspondiendo al ejército intervenir en los negocios domésticos
de estos pueblos, es necesario que las provincias organicen un gobierno que
provea a su conservación, puesto que el ejército ni quiere ni debe regirlas por
sus leyes militares, ni tampoco puede abandonarlas a la anarquía y al desorden.
3°.- Que el antiguo Virreinato de Buenos Aires a quien ellas pertenecían a
tiempo de la revolución de América, carece de un gobierno general que

- 323 -
Ayacucho

represente completa, legal y legítimamente la autoridad de todas las provincias,


y que no hay por consiguiente con quien entenderse para el arreglo de ellas.
4°.- Que este arreglo debe ser el resultado de la deliberación de las provincias, y de
un convenio entre los Congresos del Perú, y el que se forme en el Río de la Plata.
5°.- Que siendo la mayor parte del ejército libertador compuesto de tropas
colombianas no es otra su incumbencia, que libertar el país y dejar al pueblo en
la plenitud de su soberanía, dando este testimonio de justicia, de generosidad,
y de nuestros principios.

He venido en decretar y decreto:

1°.- Las provincias que se han conocido con el nombre del Alto Perú, quedarán
dependientes de la primera autoridad del ejército libertador, mientras una
asamblea de diputados de ellas mismas delibere de su suerte.
2°.- Esta asamblea se compondrá de los diputados que se eligieren en juntas de
parroquia y de provincia.
3°.- El doce de marzo próximo se reunirán indispensablemente los ciudadanos
de cada parroquia en el lugar más público, y presididos del alcalde del pueblo
y cura párroco, elegirán nominalmente cuatro electores, antecediendo a esta
diligencia el nombramiento de dos escrutadores y un secretario.
4°.- Los votos se escribirán en un libro por el secretario públicamente y serán
firmados por el votante; concluido el acto serán firmadas las relaciones por el
presidente, el secretario y los escrutadores.
5°.- Para ser elector se requiere ser ciudadano en ejercicio, natural o vecino
del partido, con un año de residencia y con reputación de honradez y buena
conducta.
6°.- Concluidas las votaciones que serán en un solo día, se remitirán las listas
de cada parroquia a la cabecera del partido, dirigidas, cerradas y selladas a la
municipalidad, o al juez civil.
- 324 -
y la Independencia del Alto Perú

7°.- El veinte de marzo se reunirán a la cabeza del partido la municipalidad,


el juez, el cura y todo ciudadano que guste asistir al acto de abrir las listas de
elecciones. Para ello se nombrarán por la municipalidad o en su defecto por un
juez dos escrutadores y un secretario.
8°.- Abiertas públicamente las listas de votaciones, y hecho el escrutinio de
todas las elecciones de las parroquias, resultarán legítimamente nombrados
por el partido, los cuatro electores que tengan el mayor número de votos.
Habiendo igualdad de sufragios decidirá la suerte: el jefe civil avisará a los que
salgan elegidos, y se les entregarán, como credenciales, las listas originales o
libros de las votaciones de las parroquias.
9°.- Los cuatro electores de cada partido se reunirán el treinta y uno de marzo
en la capital del departamento para el nombramiento de diputados.
10°.- Sobre un cálculo aproximativo de la población habrá un diputado por
cada veinte o veinticinco mil almas; así, el departamento de La Paz nombrará
dos diputados por el partido o cantón de Yungas: dos por el de Caupolicán;
dos por Pacajes; dos por Sica Sica, dos por el de Umasuyos, dos por el de
Larecaja, y dos por el de La Paz. El departamento de Cochabamba tendrá
dos diputados por cada uno de los cantones de Cochabamba. Arque, Cliza,
Sacaba, Quillacollo, Misque, y la Palca. El departamento de Chuquisaca dará
un diputado por cada uno de los cantones de Chuquisaca, Oruro, Carangas,
Paria,Yamparaes, laguna y Sinti. El departamento de Potosí nombrará tres
diputados por Potosí, tres por Chayanta, tres por Porco, tres por Chichas,
uno por Atacama y otro por Lipes. El departamento de Santa Cruz tendrá
un diputado por cada uno de los partidos, de Santa Cruz Mojos, Chiquitos,
Cordillera y Valle Grande.
11°.- Para ser diputado se necesita ser mayor de 25 años, hijo del departamento, o
vecino de él con residencia de cuatro años, adicto a la causa de la independencia,
concepto público y moralidad probada.

- 325 -
Ayacucho

12°.- Verificada la reunión de los electores de los partidos el 31 de marzo, y


presididos por el jefe civil, se procederá a nombrar un presidente del seno de
la junta, dos escrutadores y un secretario, y verificado se retirará a el jefe civil.
En el acto mismo dará cada elector su voto por tantos diputados, cuantos
corresponden al departamento, escribiéndose públicamente. En el mismo
día se hará el escrutinio y resultarán diputados los que obtengan la pluralidad
absoluta de votos. Habiendo igualdad, decide la suerte. Ningún ciudadano
puede excusarse de desempeñar el encargo de diputado.
13°.- La junta evitará todo cohecho, soborno, seducción y expulsará de su seno
a los que por estas faltas se hiciesen indignos de la confianza del pueblo. Todo
ciudadano tiene derecho a decir de nulidad; por consiguiente puede usar de él
ante la junta, debiendo decidirse el juicio antes de disolverse. Disuelta la junta
no ha lugar a instancia alguna.
14°.- Las credenciales de los diputados serán firmadas por todos los electores,
y sus poderes no tendrán otra condición que conformarse al voto libre de los
pueblos, por medio de la representación general de los diputados.
15°.- Los partidos cuyas capitales no estén libres, harán la reunión de sus
electores en la cabecera del cantón el mismo 31 de marzo, y nombrarán los
diputados que correspondan al partido bajo las mismas formalidades que
en la junta del departamento; pero si hubiese dos o más partidos libres, se
reunirán los electores de ellos en el punto central, que elija el presidente del
departamento para hacer las elecciones. Los partidos que vayan libertándose
nombrarán sus diputados en esta misma forma.
16°.- Los diputados estarán reunidos en Oruro el quince de abril para que sean
examinadas sus credenciales, y si se hallan presentes las dos terceras partes, es
decir, treinta y seis diputados, se celebrará la instalación de la asamblea general
del Alto Perú el diecinueve de abril.

- 326 -
y la Independencia del Alto Perú

17°.- El objeto de la asamblea general será sancionar un régimen de gobierno


provisorio y decidir sobre la suerte y los destinos de estas provincias como sea
más conveniente a sus intereses y felicidad; y mientras una resolución final,
legítima, legal y uniforme, quedarán regidas conforme al artículo primero.
18°.- Toda intervención de la fuerza armada en las decisiones y resolución de
esta asamblea, hará nulo los actos en que se mezcle el poder militar: con este
fin se procurará que los cuerpos del ejército estén distantes de Oruro.
19°.- El ejército libertador respetará las deliberaciones de esta asamblea con tal
que ellas conserven el orden, la unión, concentren el poder y eviten la anarquía.
20°.- Una copia de este decreto se remitirá al gobierno del Perú y a los
gobiernos que existen en las provincias del Río de La Plata protestándoles que
no teniendo el ejército libertador miras ni aspiraciones sobre los pueblos del
Alto Perú, el presente decreto, ha sido una medida necesaria, para salvar su
difícil posición respecto de los mismos pueblos.

Dado en el cuartel general de La Paz a 9 de febrero de 1825.204


A.J de Sucre
(Sucre, 1981: 209-212; Sucre V, 1978: 167-171).

204 En la obra de Humberto Vásquez Machicado, El Mariscal Sucre, el doctor Olañeta y la


fundación de Bolivia (2012) aparece una versión de este decreto de tan solo 12 artículos, en
donde, entre otras importantes diferencias con respecto al decreto citado por nosotros ( extraído
del Archivo de Sucre, tomo V), encontramos el contenido del Artículo 2: “Esta Asamblea se
compondrá de un diputado por partido, que será elegido por los cabildos y todos los notables,
que se convocaran al efecto.”; el Artículo 3: “El 25 de marzo se reunirá en la cabeza del partido
la municipalidad, los notables y todo propietario de una renta de 300 pesos o poseedor de un
oficio que se los produzca, y que quiera asistir a la elección, a cuyo efecto el gobernador del
partido los citará con ocho días de anticipación”; y el Artículo 6: “Para ser diputado se necesita
ser mayor de 25 años y poseer una renta de 800 pesos mensuales, o tener un empleo, o ser
profesor de alguna ciencia que se los produzca…”.

- 327 -
Ayacucho

El decreto, sustentado jurídicamente en la libre autodeterminación de los


pueblos, es decir “en el derecho de cada conglomerado a decidir su propio
destino” (Castellanos, 1998: 223), fue acogido con frenético y loco
entusiasmo por los habitantes de La Paz, lo que seguramente se repetiría
en los demás departamentos del país. Por ahora, los acontecimientos
marcaban un futuro auspicioso para Sucre y su Ejército Libertador;
quedaba por solucionar, de una vez por todas, el caso de Olañeta y su
obstinada rebelión, así como recibir las impresiones de Bolívar sobre la
organización propuesta para el Alto Perú.
El mes de febrero, mes aniversario del Mariscal, trajo buenas nuevas
para la causa patriota: Valle Grande, Santa Cruz y Chuquisaca abrazaron
la causa de la independencia y Oruro ya era de los patriotas, el mundo
de Olañeta se hacía cada vez más pequeño, aferrándose a su último
reducto: Potosí.
En La Paz, Sucre no se diluye en fiestas y celebraciones; con su
característica diligencia atendía todos los requerimientos del ejército,
preparaba una nueva campaña en un país extranjero, antes fueron
Guayaquil y Lima testigos de su energía patriótica y de su convicción
revolucionaria, ahora La Paz. ¿Era ese su destino? ¿Acaso no podría
tener una vida normal, de familia? Por lo pronto, había aún enemigos
que vencer. Una vez provisto de ropa adecuada para el frío y de
haber recibido buena alimentación y merecido descanso, gracias a las
gestiones de su diligente jefe, el Ejército Libertador estaba listo para
salir en campaña. Sucre hizo algunos ajustes organizativos a partir de las
altas205 recibidas desde su arribo al Alto Perú e inmediatamente se puso
tras los pasos de Olañeta. El 12 de marzo parte el incansable Mariscal
rumbo a Oruro, la vanguardia patriota era comandada por el coronel

205 Aproximadamente 1.800 hombres (Arnade, 1982: 196).

- 328 -
y la Independencia del Alto Perú

O’Connor206, oficial irlandés de destacada actuación en el Estado Mayor


General de Ejército Unido Libertador (Miller, 2009: 302). Al arribar a
Oruro, O’Connor conoció de un plan para asesinar a Sucre; su propio
ejecutor, el suizo Pablo Ecles, se reveló ante el prefecto del departamento,
coronel Ortega, y le confesó la fatal encomienda que lo traía a Oruro.
El infame plan, fraguado por Olañeta, consistía en verter arsénico en el
chocolate que solía degustar el Mariscal a la hora del almuerzo; con el
morirían todos los que le acompañaban también. Si bien Sucre perdonó
la vida del infeliz sicario y lo mandó de vuelta a su país, con Olañeta
tuvo fuertes expresiones de repulsa a su criminal actitud:

Apenas puedo persuadirme de que un hombre como U.S. que se jacta de


principios morales y religiosos, pueda pensar en un atentado tan horrible,
que no está contado ni entre los horrores de los españoles en la revolución
de América. (Sucre a Olañeta. Oruro XVI-III-1825. Rey de Castro, 1883: 90;
Arnade, 1982: 197; Hoover, 1995: 257).

El 18 de marzo el Ejército Unido deja Oruro con rumbo a Potosí.


Inicialmente, Sucre había concebido la idea de ocupar primero
Chuquisaca y obligar a Olañeta a evacuar la Villa Imperial ante la
intimidante presencia de un ejército que lo superaba en proporción de 5
a 1. El Ejército Libertador avanzó sobre el altiplano, haciendo su primera
parada en Challapata; de allí pasarían a Condo, sitio de concentración
final del ejército antes de cruzar la cordillera de los Frailes por el camino
de Vilcapugio. El 26 de marzo arribaron a Lagunillas; en este lugar el
Mariscal Sucre se dio tiempo para lanzar una nueva proclama a las
206 “Habiendo levantado un hermoso regimiento en Panamá, fue al Perú mandándolo. Este
jefe se distinguió frecuentemente en el campo de batalla y es generalmente estimado por su
valor, su desinterés y caballeroso porte”. (Miller, 2009: 302).

- 329 -
Ayacucho

tropas de Olañeta, invitándolas a dejar a su acorralado jefe y sumarse


al Ejército Libertador. Previendo una prematura evacuación de Potosí
por parte de Olañeta, el ejército siguió directo a Potosí, acampando en
las afueras de la ciudad el día 28. El coronel exrealista Arraya se adentró
en la ciudad para cerciorarse de la situación de su antiguo jefe, no le
encontró, la había abandonado en la mañana de ese día no sin antes
saquear 70.000 pesos en oro de las arcas de la ciudad.
El día 29 la totalidad del Ejército Libertador entró a Potosí. Olañeta
escapaba al sur, pero tomaba recaudos para resistir; despachó a
Medinaceli a la fortaleza de Cotagaita mientras él se trasladaba a Vitichi.
Su incondicional “Barbarucho”, al frente de una columna de 500
hombres, se dirigía a saquear Chuquisaca. Pero no contó Olañeta con que
el germen de la traición había sido sembrado por su sobrino Casimiro,
incluso en sus más predilectos oficiales. El 30 de marzo el coronel realista
Carlos Medinaceli lanza un extemporáneo grito libertario en Cotagaita,
declarando, además, la “independencia” de Charcas; era su oportunidad
de capturar a Olañeta y entregarlo como trofeo a Sucre, tal como lo
había planeado junto con Casimiro Olañeta desde los primeros días
enero de ese año 1825, al conocer el contundente resultado de la Batalla
de Ayacucho. En caso de fracasar en su intento, Medinaceli207 sabía que
contaría con el respaldo del Ejército Libertador ya acantonado en la
cercana Potosí. El coronel Hebía, enviado por Olañeta para reforzar a
Medinaceli, se entera de la traición de este jefe antes de llegar a Cotagaita;
inmediatamente dio media vuelta y regresó a Vitichi. Un indignado
Olañeta no soportó la traición de un hombre que hasta hace poco había
jurado fidelidad a él y a la causa del rey. Tomó los pocos hombres que
207 Medinaceli sirvió fielmente a la causa española combatiendo a los patriotas en todos los
teatros de operaciones del Alto Perú.

- 330 -
y la Independencia del Alto Perú

le quedaban –entre 800 y 1.200– y se dirigió a Cotagaita a enfrentar al


traidor. El 1.° de abril en la Tumusla, aparentemente, se enfrentaron las
dos facciones realistas, siendo herido de muerte el general Olañeta. El
día 2 el tozudo general moriría a causa de sus heridas, al menos eso fue
lo que informó el día 3 el coronel exrealista Medinaceli a Sucre, en un
escueto comunicado208. (Rey de Castro, 1883; Arnade, 1982).
Sucre no recibió la noticia con regocijo ni algarabía, le daba profundo
pesar la muerte de un hombre, incluso la de Olañeta, además de intuir
algo oscuro en torno a este hecho. Inmediatamente ordenó regresar a
las unidades que ya había despachado en procura del rebelde general.
Valdés se rendiría el día 9 de abril a Urdininea en Chequelte; terminaba
así la campaña y la guerra de independencia en el Alto Perú, la sangre
americana no había sido derramada: los realistas resolvieron entre ellos
la extinción del último foco español en América, “El ejército español
se había desintegrado por sí mismo, por la mera presencia del ejército
bolivariano en Charcas y por las exitosas intrigas de los dos caras”
(Arnade, 1982: 206). Si bien Olañeta fue ciertamente un ambicioso
tirano al servicio de la oprobiosa dominación colonial, al menos no
fue peor que sus verdugos. Siempre militó bajo una misma bandera, la
realista, a la cual estuvo adscrito hasta el último suspiro de su vida. Por
irónico que parezca, el reconocimiento real a sus fanáticos servicios
llegó tarde, mediante cédula real de 28 de mayo de 1825 fue designado
virrey del Perú tras la derrota española en Ayacucho. (Rey de Castro,
1883; Arnade, 1982).
208 Según Charles W. Arnade, la Batalla de la Tumusla es un misterio: José María Urcullo,
único cronista boliviano de la Guerra de Independencia y futuro miembro de la Asamblea
Deliberante, estuvo en camino para hablar con Olañeta y afirmó que allí “fue disparado un
solo tiro, por un soldado desconocido, con la intención de asesinar al general”. Adicionalmente,
Arnade se pregunta: ¿Dónde están los términos de rendición y el número de soldados que
perecieron en la batalla? Jamás los elaboró Medinaceli. (Arnade, 1982: 203).

- 331 -
Ayacucho

Con el advenimiento de la paz, el camino a la Asamblea Deliberante


quedaba expedito; correspondía ahora al pueblo su organización de
acuerdo al reglamento electoral establecido en el propio decreto de
convocatoria, la nueva república entraba ya en la fase final de su largo
proceso de gestación.

Bolívar renuncia a la dictadura. Objeciones y aprobación


del decreto del 9 de febrero

Mientras estos decisivos acontecimientos se desarrollaban en el Alto


Perú, en Lima el Libertador Bolívar daba un paso de trascendental
importancia para restablecer la institucionalidad democrática de la
nación recientemente liberada. Habiendo convocado el Congreso del
Perú para el 10 de febrero, el Libertador renuncia ese mismo día a la
dictadura impuesta por las necesidades apremiantes de la guerra. El
texto completo de su renuncia es el siguiente:

Lima, 10 de febrero de 1825


¡Legisladores¡

Hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador. El Congreso salvó
la patria cuando transmitió al Ejército Libertador la sublime autoridad que le
había confiado el pueblo, para que lo sacase del caos y la tiranía. El Congreso
llenó altamente su deber dando leyes sabias en la Constitución republicana, que
mandó cumplir. El Congreso, dimitiéndose de esa autoridad inenajenable que
el pueblo mismo apenas podía prestar, ha dado el ejemplo más extraordinario
de desprendimiento y de patriotismo. Consagrándose a la salud de la patria,
y destruyéndose a sí mismo, el Congreso constituyó al Ejército en el augusto

- 332 -
y la Independencia del Alto Perú

encargo de dar la libertad al Estado, de salvar sus flamantes leyes y de lavar


con la sangre de los tiranos las manchas que la nación había recibido de esos
hombres nefandos, a quienes se había confiado la autoridad de regirla.
Me es imposible expresar la inmensidad de gloria que me ha dado el Congreso
encargándome de los destinos de su patria. Como representante yo del Ejército
Libertador, me atreví a recibir las formidables cargas que apenas podían
sobrellevar todos mis compañeros de armas; pero la virtud y el valor de estos
ínclitos guerreros, me animaron a aceptarla. Ellos han cumplido la celeste
misión que les confió el Congreso: en Junín y Ayacucho han derramado la
libertad por todo el ámbito del imperio que fue de Manco Cápac; han roto
el yugo y las cadenas que le imponían los representantes del procónsul de la
Santa Alianza en España. Ellos marchan al Alto Perú; pues sean cuales fueren
las miras del que allí manda, al fin es un español. Yo volaré con ellos; y la plaza
del Callao será tomada al asalto por los bravos del Perú y Colombia.
Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero, y no a mandar como
político. Los legisladores de Colombia, mis propios compañeros de armas, me
increparían un servicio que no debo consagrar sino a mi patria, pues unos y
otros no han tenido otro designio que el de dar la independencia a este gran
pueblo. Pero si yo aceptase su mando, el Perú vendría a ser una nación parásita
ligada así a Colombia, cuya presidencia obtengo y en cuyo suelo nací. Yo no
puedo, señores, admitir un poder que repugna mi conciencia: tampoco los
legisladores pueden conceder una autoridad que el pueblo les ha confiado sólo
para representar su soberanía. Las generaciones futuras del Perú os cargarían
de execración; vosotros no tenéis facultad de librar un derecho de que no
estáis investidos. No siendo la soberanía del pueblo enajenable, apenas puede
ser representada por aquellos que son los órganos de su voluntad; mas un
forastero, señores, no puede ser el órgano de la representación nacional. Es un
intruso en esta naciente república.

- 333 -
Ayacucho

Yo no abandonaré, sin embargo, el Perú: le serviré con mi espada y con mi


corazón, mientras un sólo enemigo huelle su suelo. Luego, ligando por la
mano las repúblicas del Perú y Colombia, daremos el ejemplo de la grande
confederación que debe fijar los destinos futuros de este nuevo universo.
(Bolívar, 2009: 289; O’Leary, 1919: 235-237).

Pese a la resolución de Bolívar, el Congreso no acepta la renuncia. En


la sala y en las calles el pueblo aclama al Libertador y pide su protección.
Ese mismo día 10 el Congreso dicta otra norma concediendo mayores
poderes al Libertador; en ella se declara que Bolívar continuaría en el
poder hasta que el Congreso se reúna nuevamente en 1826, pero ya no
con el título de “dictador”. A partir de esta nueva Ley quedaba bajo la
potestad del héroe nacido en Caracas la prolongación de su mandato a
partir de 1826, la suspensión de decretos, leyes y artículos constitucionales,
o la redacción de nuevas normas para la organización de la república.
Podía también delegar facultades, en uno o más individuos, o nombrar
sustituto en los casos que lo ameritara. Esto era muy oportuno, pensando
especialmente en la urgente visita que debía realizar al Alto Perú. Una
comisión del Congreso se encargó de dar a conocer al Libertador su
unánime resolución; esta expresión de voluntad fue tan contundente
que Bolívar no pudo negarse, y seguidamente manifestó: “Queda mi
persona consagrada al Perú en los términos que el Congreso desea, y que el eminente
patriotismo de este pueblo merece, con tal que se olvide enteramente, al nombrárseme,
el odioso título de dictador” (citado por Paz Soldán, 1870: 303). Dictados los
decretos que establecían nuevos reconocimientos a Bolívar, a Sucre y al

- 334 -
y la Independencia del Alto Perú

Ejército Unido Libertador por la victoria de Ayacucho209, el Congreso


peruano se disolvía hasta el próximo año, dejando todas sus atribuciones
en manos de Simón Bolívar. (Paz Soldán, 1870; O’Leary, 1919).
Durante el fecundo período de gobierno que expiraba (10-2-
1824/10-2-1825), Bolívar no solo se ocupó de dirigir personalmente la
guerra contra los enemigos internos y externos del país; como hombre
de Estado que era puso especial atención en la administración de
justicia y en la educación. Nombró una comisión con los principales
jurisconsultos del país para reformar el Código Civil y Criminal, vigiló
con celo extremo la aplicación de la justicia para que esta no continuara
siendo una fuente de abusos hacia los más humildes (ver páginas 58 y
59, op. cit.). Decretó el establecimiento de escuelas normales –basadas
en el sistema Lancaster– en las capitales de cada departamento y, lo más
importante, dispuso que los hijos de los pobres recibieran instrucción
gratuita costeada por el Gobierno. (O’Leary: 1919: 222-223).
La suerte política y militar del Alto Perú era un tema que continuaba
preocupando al Libertador, a pesar de contar ya con la presencia de Sucre
y el Ejército Unido Libertador en esos territorios. Los departamentos del
sur del Perú también demandaban la atención y el cuidado esmerado
del benefactor de la patria, un trato igual al que habían recibido ya los
departamentos del norte del país; era necesario visitarlos y conocer de
cerca sus necesidades más apremiantes. Ante la inminencia de su viaje,
Bolívar designa en Lima un consejo de gobierno constituido por La Mar

209 El Congreso de Colombia también estableció diferentes premios y reconocimientos para


los vencedores en la memorable campaña del Perú. En el caso particular de Bolívar se acuñó una
medalla que representaba a la Victoria coronando a Bolívar, con la inscripción: Junín y Ayacucho,
6 de Agosto y 9 de Diciembre de 1824. Al reverso una guirnalda con hojas de laurel y la leyenda:
A Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú, El Congreso de Colombia 1825. También
se estableció el pago inmediato de los salarios pendientes del Libertador por un total de 150.000
pesos; Bolívar nunca los cobró. (O’Leary, 1919: 249).

- 335 -
Ayacucho

como presidente y los ministros Sánchez Carrión e Hipólito Unaune en


carácter de vocales. El Consejo poseía todas las atribuciones conferidas
por la Constitución al presidente del Estado; sin embargo, debía siempre
consensuar sus decisiones con el Libertador. En lo referido a las carteras
de Hacienda, Gobierno y Relaciones Exteriores, el Consejo procedía en
plenitud, en materia de Guerra y Marina solo tenía atribuciones en los
departamentos de Lima, Trujillo y Huánuco. Bolívar asumía la dirección
suprema de los negocios en los departamentos de Arequipa, Cusco
y Puno. Antes de su partida, el jefe político y militar del país deja al
Consejo un pliego de 22 tareas para atender, en todos los campos; de
esta manera dejaba Bolívar los asuntos de gobierno organizados en Lima
para emprender su viaje al Alto Perú. (Paz Soldán, 1870: O’Leary, 1919).
Preparando su viaje al sur, Bolívar recibe la carta que desde Puno
(1.° de febrero) le enviara Sucre, adjuntándole el decreto de Asamblea
Deliberante. Bolívar, celoso al extremo del Derecho Internacional y de
la soberanía de los pueblos, no pudo menos que alarmarse ante lo que
le informaba su subordinado predilecto. El Alto Perú –en tiempos de la
colonia Real Audiencia de Charcas– perteneció hasta 1776 al virreinato
del Perú, luego –por decisión del rey español– pasó a ser parte del
recién creado virreinato del Río de la Plata. Con la creación en Buenos
Aires, el 25 de mayo de 1810, de una junta de gobierno que depuso a
las autoridades españolas y desconoció a la Regencia (CAB, 2008: 45),
las autoridades reales de Charcas210 pusieron a la Real Audiencia y a sus
territorios nuevamente bajo la protección del virrey del Perú, Fernando
Abascal (Roca, 2007: 199). Ya independientes nuestros Estados, Buenos
Aires podía reclamar estos territorios en atención al principio del Uti
possidetis iuris de 1810, “según la demarcación del territorio de cada

210 Nos referimos al presidente Vicente Nieto y al gobernador Francisco de Paula Sanz (Roca, 2007).

- 336 -
y la Independencia del Alto Perú

Capitanía General o Virreinato erigido en Estado Soberano” (Finot,


1936: 158), así como también el Perú por haberlo tenido adscrito a su
jurisdicción durante 234 años de administración colonial, e incluso antes
de la llegada de los españoles. Bolívar escribe inmediatamente a Sucre
una carta con argumentos estremecedores y contundentes:

Lima 21 de febrero de 1825


Señor general Antonio José de Sucre

Mí querido General:
He recibido la carta de Vd de Puno del 1° de febrero con mucho gusto, porque
se de Vd y del estado de las cosas.
Me parece que el negocio del Alto Perú no tiene inconveniente alguno militar,
y en cuanto a lo político, para Vd. es muy sencillo: Vd. está a mis órdenes con
el ejército que manda y no tiene que hacer sino lo que le mando. El Ejército
de Colombia ha venido aquí a mis órdenes, para que, como jefe del Perú, le
de dirección y haga con él la guerra a los españoles. Vd. manda el Ejército
como general de Colombia, pero no como jefe de la nación, y yo sin mandar el
ejército como general, lo mando como auxiliar de la nación que presido. Esto
lo digo en respuesta a los compromisos de que Vd. habla. Yo no le doy órdenes
como jefe de Colombia, porque no lo soy, pero si como jefe del territorio que
está en guerra con el Alto Perú, no habiendo límites entre enemigos.
Ni Vd., ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper
y violar las bases del derecho público que tenemos reconocido en América.
Esta base es que los gobiernos republicanos se funden entre los límites de los
antiguos virreinatos, capitanías generales, o presidencias como la de Chile. El
Alto Perú es una dependencia del virreinato de Buenos Aires: dependencia
inmediata como la de Quito de Santa Fe. Chile, aunque era dependencia del

- 337 -
Ayacucho

Perú, ya estaba separado del Perú algunos años antes de la revolución, como
Guatemala de Nueva España. Así es que ambas a dos de estas presidencias han
podido ser independientes de sus antiguos virreinatos; pero Quito ni Charcas
pueden serlo en justicia, a menos que, por un convenio entre partes, por resultado
de una guerra o de un Congreso, se logre entablar y concluir un tratado. Según
dice, Vd. piensa convocar una asamblea de duchas provincias. Desde luego,
la convocación misma es un acto de soberanía. Además llamando Vd. estas
provincias a ejercer su soberanía, las separa de hecho de las demás provincias
del Río de la Plata. Desde luego, Vd. logrará con dicha medida la desaprobación
del Río de la Plata, del Perú y de Colombia misma, que no puede ver con
indiferencia siquiera que Vd rompa los derechos que tenemos a la presidencia
de Quito por los antiguos límites del antiguo virreinato. Por supuesto, Buenos
Aires tendrá mucha justicia, y al Perú no le puede ser agradable que con sus
tropas se haga una operación política sin consultarlo siquiera.
Vd. tiene una moderación muy rara: no quiere ejercer la autoridad de general
cual le corresponde, ejerciendo de hecho el mando del país que sus tropas
ocupan, y quiere, sin embargo, decidir una operación que es legislativa. Yo
sentiría mucho que la comparación fuese odiosa, pero se parece a lo de San
Martín en el Perú: le parecía muy fuerte la autoridad de general Libertador
y, por lo mismo se metió a dar un estatuto provisorio, para lo cual no tenía
autoridad. Le diré a Vd. con la franqueza que Vd. debe perdonarme, que Vd.
tiene la manía de la delicadeza, y que esta manía le ha de perjudicar a Vd. como
en el Callao. Entonces quedaron todos disgustados con Vd. por delicado, y
ahora va a suceder lo mismo.
Vd. créame General, nadie ama la gloria de Vd. tanto como yo. Jamás un jefe
ha tributado más gloria a un subalterno. Ahora mismo se está imprimiendo una
relación de la vida de Vd. hecha por mí, en que, cumpliendo con mi conciencia, le
doy a Vd. cuanto merece. Esto lo digo para que Vd. vea que soy justo, desapruebo

- 338 -
y la Independencia del Alto Perú

lo que no me parece bien, al mismo tiempo que admiro lo que me es sublime.


Yo he dicho a Vd. de oficio lo que Vd. debe hacer, y ahora lo repito: sencillamente
se reduce a ocupar el país militarmente y esperar órdenes del gobierno. Ahora
mismo está el Congreso tratando sobre las instrucciones que debe darme con
respecto al Alto Perú. Todavía no sé cuál será su determinación; pero, sea la
que fuere, yo no haré más que mi deber, sin meterme en consideraciones en
que no debo.
Dentro de muy pocos días me voy para allá y llevaré tales órdenes del Congreso.
Todo lo que Vd. me dice con respecto a las tropas me parece muy bien.
Vd. verá por la gaceta que el Congreso me ha recompensado excesivamente.
Así no me parece bien lo que usted me dice para darme el título de Libertador;
sin merecerlo, antes me lo habían dado. De todos modos doy gracias a Vd. por
su fineza.
Dentro de tres o cuatro días comenzará el bloqueo y sitio del Callao. Ya
tenemos aquí más de 3.000 para emprender esa operación.
En este momento acabo de saber que en el Congreso hay buenas opiniones
con respecto al Alto Perú. Llamo buenas las que se inclinan por no agregarlo
al Perú; porque ésta es la base de nuestro derecho público. Por lo demás, dicen
que se ocupe el país militarmente hasta que se decida su suerte de un modo
legal y legítimo. Yo creo que esto es lo que está conforme a la justicia. Yo me
alegraré mucho que ni Colombia ni el Perú tengan que sufrir por el sacrificio
de haber liberado ese país, pues será muy desagradable ser redentor y mártir.
Por lo mismo, no quiero que Vd. tenga una suerte tan inicua

Soy de Vd. , mi querido General, de todo corazón


P.D: Muchas memorias a Lara, Córdoba y demás generales.
(Bolívar, 2009: 290-293; Castellanos, 1998: 229-231).

- 339 -
Ayacucho

Ante lo que pudiera interpretarse como una violación al principio


establecido del Uti possidetis iuris, Bolívar muestra preocupación no solo
por las posibles reacciones de Perú y Buenos Aires, sino también por
la de la propia Colombia, que pudiera ver en la deliberación del Alto
Perú un ejemplo negativo a seguir por la de Quito, ex Real Audiencia de
Santa Fe de Bogotá. Bolívar trata a Sucre con firmeza y le recuerda sus
órdenes, pero a la vez le manifiesta su estimación, al punto de confesarle
que estaba preparando la impresión de una biografía de su vida, la única
que escribiera el Libertador.
La carta estremeció a Sucre y este no meditó la respuesta. En medio
de un tono respetuoso y reflexivo, Sucre argumenta cuales fueron los
motivos que lo llevaron a tomar tan trascendental resolución “Hace
una hora que recibí la carta de Vd. del 21 de febrero. Ella me ha dado un gran
disgusto, pero no con Vd. sino conmigo que soy tan simple que doy lugar a tales
sentimientos”. Al tiempo de asumir responsablemente que cometió un
error tan involuntario, defiende su posición recordándole al Libertador
viejas conversaciones, mucho antes de Ayacucho, en donde ambos
habían valorado ya la situación del Alto Perú, pareciendo el ilustre hijo
de Caracas inclinado por la convocatoria de una Asamblea que decidiera
los asuntos del Alto Perú. A continuación Sucre le expresa “he pensado
que me tocaba únicamente obedecer y seguir al genio que ha tomado a su cargo
nuestra redención”. (las dos citas en: Sucre a Bolívar. Potosí, IV-IV-1825.
Sucre V, 1978: 368-371; Castellanos, 1998: 233-238).
Definiéndose como poco conocedor del asunto de los pueblos, Sucre
justifica el paso dado no solo en la conversación previa con Bolívar, sino
también en un tema de justicia e igualdad. Compara la situación de las
provincias altoperuanas con las de Buenos Aires, en donde todas son
soberanas (Córdova, Tucumán, Salta, La Arrioja, Santa Fe, cita) y se pregunta:

- 340 -
y la Independencia del Alto Perú

¿Por qué pues una provincia con 50.000 almas ha de ser allí gobernada
independiente y federada, y cinco departamentos con más de un millón no
han de congregarse para proveer a su conservación y a tener un gobierno
provisorio mientras ven si se concreta el gobierno general?

Le recuerda que en Guayaquil el Libertador pidió a una asamblea su


deliberación con respecto a una sola provincia de 80.000 almas. Sucre,
al tiempo de admitir que puede haber errado, reitera que ha actuado con
la intención de servir al Libertador, al Alto Perú, al Perú, a Buenos Aires
y a la América toda “con un paso que evitaba facciones y tumultos”. Por último,
un alegato contundente: le expresa que su decreto, en esencia, está
concebido con base en el contenido de dos cartas del propio Bolívar
en donde él expresa “que la suerte de estas provincias será el resultado de la
deliberación de ellas mismas y de un convenio entre los congresos del Perú y el que
se forme en el Río de la Plata”, lo que reivindicaría en el genio de Bolívar
la idea de proponer la conformación de una asamblea deliberante para
el Alto Perú y en Sucre su materialización. (Las tres citas en: Sucre a
Bolívar. Potosí, IV-IV-1825. Sucre V, 1978: 368-371; Castellanos, 1998:
233-238).
Los acertados y lúcidos argumentos del Mariscal en torno al derecho
a la libre autodeterminación de los pueblos y a la justicia hicieron pensar
a Bolívar, pues también tenían un basamento jurídico bastante sólido. ¿A
caso no era por esa libertad que habían luchado los pueblos de nuestra
América? ¿A caso no era ese el propio discurso del Libertador? ¿No era
esa la inspiración y la forma de pensar que él mismo había sembrado
en sus capitanes? Tal vez no haya sido del todo errada la decisión de
su lugarteniente, él sabía que contaba con el apoyo incondicional del
Congreso del Perú en cualquier materia, incluso en una tan delicada

- 341 -
Ayacucho

como esta; su reunión sería a principios del próximo año y podía dar
por hecho su pláceme para avalar cualquier decisión que emanara de la
Asamblea Deliberante. Por otra parte, el Gobierno de Buenos Aires,
mediante decreto del 8 de febrero de 1825, autorizaba al general Álvarez
de Arenales211 “para que pactase cualquier arreglo con los jefes del Alto Perú
cuya provincias quedaban en la más completa libertad para que acordasen lo que
más conviniera a sus intereses y gobierno” (citado por Castellanos, 1998: 223;
Roca, 2007: 669). La principal preocupación de Bolívar se despejaba
con esta posición y con el seguro respaldo de los tribunos en Lima. Una
vez más, el Libertador respaldaría las lúcidas y acertadas iniciativas de
su discípulo, ahora no en el campo militar sino en el terreno político;
ese que tanto parecía incomodar al héroe de Pichincha y Ayacucho.
Desde Arequipa, el Libertador emite el presente decreto que ratifica lo
dispuesto por Sucre previamente, quedando saldado de esta manera el
breve impasse surgido entre los dos héroes.

Simón Bolívar
Libertador Presidente de la República de Colombia,
Libertador de la del Perú y Encargado del supremo mando de ella, etc.

Considerando:

1° Que el soberano Congreso del Perú ha manifestado en sus sesiones el más


grande desprendimiento en todo lo relativo a su propia política y a la de sus
vecinos:

211 El 24 de marzo, desde Salta lanza una proclama en este sentido, indicando que “había
llegado el caso de que por medio de sus representantes (las provincias del Alto Perú) dispusiesen
libremente de su destino. (Rey de Castro, 1883: 94).

- 342 -
y la Independencia del Alto Perú

2° Que su resolución de 23 de febrero del presente año manifiesta explícitamente


el respeto que profesa a los derechos de la Repúblicas del Río de la Plata y
provincias del Alto Perú;
3° Que el Gran Mariscal de Ayacucho, General en Jefe del Ejército Libertador,
convocó al entrar en el territorio de las provincias del Alto Perú una Asamblea
de Representantes;
4° Que el Gran Mariscal, don Juan Antonio Álvarez de Arenales, me ha
manifestado que el Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la
Plata le ha prevenido colocarse aquellas provincias en aptitud de pronunciarse
libremente sobre sus intereses y gobierno;
5° Que siendo el objeto de la guerra de Colombia y del Perú romper las
cadenas que oprimían a los pueblos americanos para que reasuman las augustas
funciones de la soberanía y decidan legal, pacífica y competentemente de su
propia suerte, he venido en decretar y

Decreto:

Artículo 1° Las Provincias del Alto Perú, antes españolas, se reunirán,


conforme al decreto del Gran Mariscal de Ayacucho, en una Asamblea General
para expresar libremente en ella su voluntad sobre sus intereses y gobierno,
conforme al deseo del Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la
Plata y de las mismas dichas provincias.
Artículo 2° La deliberación de esta asamblea no recibirá ninguna sanción hasta
la instalación del nuevo Congreso del Perú en el año próximo.
Artículo 3° Las provincias del Alto Perú quedarán entre tanto sujetas a la
autoridad inmediata del Gran Mariscal de Ayacucho, General en Jefe del
Ejército Libertador, Antonio José de Sucre.

- 343 -
Ayacucho

Artículo 4° La resolución del Soberano Congreso del Perú de 23 de febrero


citada, será cumplida en todas sus partes sin la mayor alteración.
Artículo 5° Las provincias del Alto Perú no reconocerán otro centro de
autoridad por ahora y hasta la instalación del nuevo Congreso Peruano sino la
del gobierno supremo de esta República.
Artículo 6° El Secretario General queda encargado de la ejecución de este
decreto.

Imprímase, publíquese y circúlese


Dado en el Cuartel General de Arequipa, a 16 de mayo de 1825.-4° y 6°.
(Bolívar, 2009: 297-298).

Instalación de la Asamblea Deliberante. El nacimiento


de Bolivia

Derrotado (asesinado) Olañeta, Sucre se encargó de algunos temas


administrativos, visitó la Casa de la Moneda y se mostró muy preocupado
por el estado de la instrucción pública. Dentro de pocos meses, ya
envestido como presidente de la nueva nación, dedicaría especial atención
a este ramo de la administración pública. Ya saliendo de Potosí rumbo a
Chuquisaca tuvo un feliz encuentro con el general Antonio Álvarez de
Arenales, quien al frente de una pequeña columna traía instrucciones del
Gobierno de Buenos Aires que coincidían plenamente con el accionar
del joven Mariscal en torno a la Asamblea Deliberante. La subordinación
con Sucre fue inmediata, aunque el jefe argentino ya había entrado en
contacto epistolar con Medinaceli a espaldas de este. (Roca, 2007: 670).
Los dos héroes de la independencia marcharon juntos a Chuquisaca
en medio del más grande entusiasmo popular. Todo tipo de festejos y

- 344 -
y la Independencia del Alto Perú

agasajos fueron preparados en Chuquisaca, algunos muy estrambóticos,


tanto que avergonzaban a los agasajados; sin embargo, se supieron dar
maneras para no defraudar el entusiasmo desbordado de un pueblo
agradecido por su libertad.
Los preparativos para la asamblea marchaban con lentitud, debido
primeramente al estado de guerra en que se encontraba el país hasta
mediados de abril; esta situación afectaba particularmente a Chuquisaca
y Potosí, adonde corrió Olañeta con su último aliento y con los residuos
de su ejército. Las observaciones iniciales de Bolívar hacia la Asamblea
también disminuyeron el impulso inicial que debía tener la propuesta,
adicionalmente la ciudad de Oruro imponía otro serio contratiempo
para celebrar la reunión, en este caso de orden climático, ya que las
temperaturas eran muy bajas para las fechas en que estaba convocada la
Asamblea, lo que ciertamente afectaría la salud de los diputados. Ante
tantos problemas, la Asamblea se pospuso varias veces: las fechas de
29 de abril, 9 de mayo, 25 de mayo, 24 de junio y 1.° de julio fueron
las alternativas propuestas por Sucre para la reunión; sin embargo, esta
logró al fin reunirse el 10 de julio en Chuquisaca (Arnade, 1982: 208;
Valencia, 1984: 561). Para no influenciar las deliberaciones, Sucre dejó
Chuquisaca el 2 de julio rumbo a Cochabamba, de allí seguiría a La Paz
para encontrarse con Bolívar en el Desaguadero los primeros días de
agosto. El trayecto a La Paz de ambos libertadores sería una marcha
triunfal y la entrada de Bolívar a la ciudad, acompañado de su maestro
y mentor, Simón Rodríguez, se verificaría con toda solemnidad el 18 de
agosto (Lofstrom, 2010: 74-75; Diez de M., 1954: 95).
Luego de algunas modificaciones al reglamento electoral establecido
en el decreto de febrero, se reunieron finalmente en la antigua capilla
jesuita de la Universidad Pontificia y Real San Francisco Xavier, de

- 345 -
Ayacucho

Chuquisaca, 47 delegados. Los debates sobre la futura organización


política del Alto Perú dieron inicio el 18 de julio y, aunque había un
consenso casi general en cuanto a la formación de una república
autónoma (seguramente gracias al influjo de Olañeta), los debates se
extendieron hasta el 6 de agosto (Lofstrom, 2010: 76). Las otras dos
propuestas sometidas a debate fueron proseguir la unidad con el Río
de la Plata, incorporándose al conjunto de las Provincias Unidas o la
adhesión al Perú. José Mariano Serrano, presidente de la Asamblea, si
bien se pronunciaba por la independencia total de España y de cualquier
otro Estado, alegaba que de ser necesario la unión a alguna república, que
fuera a las del Río de la Plata. El vicepresidente José María Mendizábal
y el diputado Eusebio Gutiérrez (ambos de la Paz) defendieron la
incorporación al Bajo Perú. La propuesta de la independencia total
era defendida ardorosamente por el intrigante y manipulador Casimiro
Olañeta. (Valencia, 1984: 562).
El 6 de agosto de 1825 una aplastante mayoría, 45 votos a 2, se
decantó por la independencia absoluta del Alto Perú. Una larga y
sostenida guerra de resistencia de 16 años en el Alto Perú llegaba de esta
manera a su fin, lamentablemente pocos de sus artífices participaron en
este momento sublime de la patria212. Para Bolívar y Sucre se cerraba
la etapa final de la lucha por la independencia suramericana, esa que
comenzó con el arribo de Sucre a Lima el 10 de mayo de 1823, en medio
de aquel “oscuro laberinto de la anarquía”, y que alcanzó la cúspide de
la gloria en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

212 Nos referimos a los guerrilleros que sostuvieron durante 15 años las famosas “republiquetas”,
es el caso de los esposos Padilla, de Cáceres, Chinchilla, Warnes, Arce, Eustaquio Méndez y
muchos otros, algunos ya fallecidos en la lucha para esa gloriosa fecha.

- 346 -
y la Independencia del Alto Perú

A un año exacto de la memorable victoria de Junín nacía al mundo la


República de Bolívar, como para no olvidar nunca que la nueva patria que
veía la luz por vez primera era producto del sacrificio y la inmolación de
nuestros mejores héroes. Junín, Corpahuayco y Ayacucho son etapas que
transitó la República de Bolívar durante su largo proceso de gestación;
con la sangre derramada en estos campos se sepultó para siempre el
monstruo que la oprimía y que no la hubiera dejado nacer jamás.
La Asamblea Deliberante extendió su trabajo hasta el 6 de octubre de
ese año 1825. Tres días después de la proclamación de la independencia,
la Asamblea cambiaría la denominación del país a República de Bolivia.
La capital de la República se denominaría Sucre. Adicionalmente, el
20 de agosto los diputados solicitaron a Bolívar la redacción de una
constitución, lo cual cumplió el Libertador a fecha 25 de mayo de 1826.
Bolívar asumió la presidencia del nuevo país hasta enero del año 1826
cuando salió rumbo al Perú. A partir de allí Sucre asumiría oficialmente
la primera magistratura de la República. El impulsor de la independencia,
el creador de la República, su fundador, el padre que le dio vida, tuvo el
privilegio de acompañar los primeros pasos de su creación, envidia del
mundo libre, pues nacía bajo la égida del Libertador. Durante dos años
y medio, casi cuatro si contamos el año 24 también, Sucre desplegó en
esta nueva tarea de Estado la pasión y el ardor al que nos acostumbró
en las grandes campañas militares que dirigió: Pichincha y Ayacucho.
La educación, la salud, las relaciones exteriores, la hacienda pública,
los caminos y carreteras, los puertos, la creación de las instituciones
fundamentales del país como la Corte Suprema de Justicia, la Policía;
todo, absolutamente todo, lo atendía el joven y activo mariscal.
Lo que habría de venir a partir de ahora sería un largo camino de
luchas para la consolidación del Estado Nación. Por desgracia para

- 347 -
Ayacucho

Bolivia y para los bolivianos, el luminoso período “bolivariano” solo


llegaría hasta abril de 1828, cuando la perfidia, la tiranía y la ambición se
combinaron para cometer el más abominable de los crímenes y truncar
el sueño de la independencia y la libertad.

- 348 -
Al pasar el desaguadero encontré una porción de hombres dividido entre asesinos
y víctimas; entre esclavos y tiranos: devorados por los enconos y sedientos de venganza.
Concilié los ánimos, he formado un pueblo que tiene leyes propias, que va cambiando
su educación y sus hábitos coloniales, que está reconocido de sus vecinos, que está exento
de deudas exteriores, que sólo tiene una interior pequeña, y en su propio provecho, y que
dirigido por un Gobierno prudente será feliz.

En el retiro de mi vida veré mis cicatrices; y nunca me arrepentiré de llevarlas,


cuando me recuerden que para formar a Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser
el tirano o el verdugo que llevara siempre una espada pendiente sobre la cabeza de los
ciudadanos.

Desde mi patria, desde el seno de mi familia, mis votos constantes serán por la
prosperidad de Bolivia.

Último mensaje de Sucre al Congreso Boliviano


Chuquisaca, 2 de Agosto de 1828

- 349 -
Capítulo VII
Ayacucho, “Cuna de la Libertad
Suramericana”
Monumento a la victoria de Ayacucho. Pampa de Ayacucho, Dtto. Quinua, Ayacucho-Perú. Foto: Orlando
Rincones, 2011
Nueve de diciembre de 1824:

Aquí al pie del altivo Condorcunca,


se decidió la terrible contienda entre la libertad y la servidumbre.
Aquí, Sucre, La Mar, Córdova, Miller, Lara, Gamarra;
vencieron en nombre de la emancipación de un continente
a los que en Bailén, abatieron el vuelo de las Águilas Francesas.
Aquí Castilla, Morán, San Román, Tudela, Nieto, Vivanco, Salaverry
y cinco mil héroes de la América del Sur, nos dieron
patria y hogar, rompieron las cadenas de trescientos años de
esclavitud.
Generaciones venideras postraos en este lugar
de gloria y heroísmo, para retemplar vuestra fe en los destinos de
la América213.

213 Inscripción en la lápida derecha del primer monumento a los vencedores de Ayacucho (1897)
mandado a construir por el prefecto de Ayacucho, coronel Pedro Portillo. El monumento fue
inaugurado el 28 de julio de 1897 durante la presidencia del Excmo. Señor Nicolás de Piérola.

- 353 -
Ayacucho, “Cuna de la Libertad
Suramericana”

B ajo un fuerte e intenso sol, un día cualquiera del año 2011 una
muchedumbre de jóvenes estudiantes atraviesa ante mis ojos la
Plaza Mayor de Ayacucho –también llamada Plaza de Armas–. Forzados
por los apremios del tiempo, algunos corren, otros más desentendidos
y relajados solo caminan mientras conversan o disfrutan algún helado.
Todos pasan, con la mayor indiferencia y naturalidad, por el frente y
por los costados de la estatua del Gran Mariscal de Ayacucho –Antonio
José de Sucre–, el héroe que 187 años atrás les legara la libertad e
independencia que hoy disfrutan.
Ubicada al sur de la Sierra Central del Perú (2.761 m s. n. m.), la ciudad
de Ayacucho, capital de la provincia Huamanga y del departamento de
Ayacucho, es una ciudad rebosante de juventud, bien por la bulliciosa
presencia en sus estrechas calles coloniales de miles de escolares, o por la de
los no menos alegres y entusiastas estudiantes de la Universidad San Cristóbal
de Huamanga (fundada en 1680), venidos estos de todos los confines del
país. Esta entusiasta juventud es la misma que decidió el destino de América
aquel memorable 9 de diciembre de 1824 en la pampa de Ayacucho (o
pampa de Quinua como también suelen llamarla los lugareños), a escasos 33
km de esta hermosa y pintoresca ciudad (Iperú, 2009).
El 25 de abril de 1540, previo establecimiento durante 14 meses
en Quinuacocha de Huamanguilla, el teniente gobernador Vasco de
Guevara, por mandato del conquistador español Francisco Pizarro,

- 354 -
y la Independencia del Alto Perú

funda en Pucaray la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga, hoy


Ayacucho. Con el advenimiento de la República y como justo homenaje
a la gloriosa victoria de Ayacucho, el Libertador Simón Bolívar, el 15 de
febrero de 1825, decreta:

1° El Departamento de Huamanga será denominado en adelante


“Departamento de Ayacucho”
2° La Ciudad de Huamanga, capital del departamento, llevará la denominación
de “Ciudad de Ayacucho”
3° La Provincia de Huamanga conservará su antiguo nombre de provincia de
Huamanga.
Dado en el Palacio del Supremo Gobierno a 15 de febrero de 1825. Simón
Bolívar (Vásquez, 2011: 242).

Al igual que en el resto del departamento, la herencia colonial


española ha quedado firmemente plasmada en la ciudad de Ayacucho.
Casonas coloniales, festividades religiosas como el Carnaval –patrimonio
cultural de la nación– y, muy especialmente, la presencia de 33 templos
religiosos (católicos) de variado tipo, que le han valido a Ayacucho la
denominación de la Ciudad de las Iglesias, son parte de ese acervo cultural
impuesto a sangre y fuego por el invasor español. La Sevilla Peruana, por
sus festividades de Semana Santa y arquitectura colonial, o el de Muy
Noble y Leal Ciudad por su fidelidad y contribución a la causa del rey, son
otros de los apelativos que distinguen o han distinguido, en el tiempo, a
esta emblemática ciudad.

- 355 -
Plaza Mayor de Ayacucho o Plaza de Armas, frente a la catedral. Foto: Orlando Rincones, 2011
Catedral de Ayacucho, en la Plaza de Armas, construida entre 1632 y 1672. Foto: Orlando Rincones, 2011
Ayacucho

En la actualidad, Ayacucho –cuya etimología proviene de dos voces


quechuas, Aya: muerto/alma y cucho: rincón– es una acogedora ciudad
muy parecida a la capital de Bolivia, Sucre, e incluso a la ciudad de
Mérida en los Andes venezolanos. Desde que se arriba al aeropuerto
Coronel FAP Alfredo Mendivil Duarte, la hospitalidad y el trato amable
del ayacuchano se hacen presentes. Un punto de información turística
de i Perú (Prom Perú), suele ser el primer contacto del visitante con
Ayacucho. Afortunadamente la información es amplia y abundante,
guías, mapas, volantes, trípticos y todo un caudal de información
turística es ofrecida en medio de la mayor cortesía. El trayecto del
aeropuerto al centro de la ciudad es corto y expedito, no más de 10
minutos, pese a lo estrecho de las calles y al nutrido flujo de vehículos. El
breve recorrido puede darnos la impresión engañosa de que Ayacucho
es una ciudad pequeña, pero no, unas pocas vueltas por los alrededores
dejan en evidencia que con el pasar de los años Ayacucho ha crecido
ampliamente. Varios barrios rodean el centro de la ciudad, La Unión,
Quinuapata, Belén, Puca Cruz, Santa Ana, Soquiaqato, El Calvario, El
Arco, Munaypata, San Sebastián, Conchopata y San Juan Bautista, son
algunos de ellos.
La presencia masiva de estudiantes, así como también de turistas,
principalmente europeos, le da un aire y un dinamismo muy particular a
esta ciudad. Las calles Jr. Asamblea o la Jr. 28 de julio, por solo citar dos
cercanas a la Plaza Mayor, están todo el día llenas de vida y actividad,
bien por sus comercios y galerías o por su variada oferta gastronómica,
en donde chifas (restaurantes de comida china) y broaesterías se imponen
ampliamente a la comida nacional.
La oferta hotelera es también muy amplia en la ciudad de Ayacucho,
desde hospedajes para “mochileros” hasta hoteles cinco estrellas;

- 358 -
y la Independencia del Alto Perú

puede conseguirse de todo y al alcance de todos los bolsillos. Sin


lugar a dudas, la ciudad de Ayacucho está preparada para recibir a
todos aquellos visitantes que quieran conocer la Cuna de la Libertad
Suramericana.

9 de diciembre: Ayacucho se viste de gala

De más está decir que la más grande festividad que tiene lugar en la
ciudad y en todo el departamento, junto con el carnaval, es la celebración
que rinde homenaje a la victoria obtenida por Sucre y su Ejército Unido
Libertador el 9 de diciembre de 1824 en la pampa de Ayacucho. Una
semana entera de coloridas actividades se desarrollan para recordar la
más gloriosa batalla librada en suelo americano, así como también el día
del Ejército peruano.
Si bien una disposición del expresidente Fernando Belaúnde Terry,
la Ley n.° 14733 del 23 de noviembre de 1963, declaró el 9 de diciembre
Fiesta Nacional y Día de la Libertad y Confraternidad Americana, una
resolución posterior del expresidente Alan García, la Ley n.° 24682
del 3 de junio de 1987, redujo inexplicablemente la festividad a “Día
cívico laboral a nivel nacional” y “no laborable” en el Departamento
de Ayacucho. Este mismo decreto, en su artículo primero, proclama
a Ayacucho como “Capital de la Emancipación Hispanoamericana”
(Vásquez, 2011: 241-242). Sin embargo, esto no ha hecho mella ni
ha restado colorido a la gran celebración que año a año envuelve a
Ayacucho por el 9 de diciembre.
A pesar de que en 2011 no se realizó escenificación alguna de la
batalla, como sí la hubo en años anteriores, las actividades fueron muy
variadas y comenzaron temprano. Retretas de bandas institucionales,

- 359 -
Ayacucho

exposiciones pictóricas, artesanales y gastronómicas, conferencias de


historia, y hasta un festival internacional de guitarra, formaban parte de
la variada agenda cultural preparada para la fecha.
Los desfiles cívicos y militares no podían estar ausentes en una
celebración como esta. Primero el día 8, con los escolares de las
diferentes unidades educativas ayacuchanas colmando de civismo los
alrededores de la Plaza Mayor, y luego, el propio día 9, sobre la pampa de
Ayacucho, un vistoso desfile militar internacional fue la actividad central
que coronó una semana de festejos. Ese día, desde muy tempranas horas
de la mañana y pese a las amenazas de lluvia, la pampa de Ayacucho se
llenó de pueblo; más de diez mil personas rindieron con su presencia el
más encarecido homenaje que se pudiera brindar a los libertadores de la
patria y del continente. El presidente Ollanta Humala y su alto mando
militar presidieron un espectáculo en donde, además de recordar la
trascendental gesta libertaria de 1824, se hicieron votos por la unión de
Latinoamérica, esta vez frente a otros enemigos no menos peligrosos: la
desnutrición, el analfabetismo y la ignorancia. El día 10 la Plaza Mayor
de Ayacucho recibió la marcialidad y el patriotismo exacerbado de los
efectivos militares que brillaron durante la jornada anterior en Quinua,
poniendo así un broche de oro a las celebraciones por el 187 aniversario
del 9 de diciembre de 1824.

- 360 -
Conmemoración y fiesta tradicional en el Obelisco, en la pampa de Ayacucho. Foto: Orlando Rincones,
9-12-2011
Ayacucho

Quinua

Muy cerca de la ciudad de Ayacucho, a tan solo 32 km de la capital


del departamento, se encuentra el distrito de Quinua (3.200 m s. n. m.),
emporio de reconocidos ceramistas y cuna de la emancipación americana; localidad
de laboriosos y destacados artesanos, que alberga en su seno la célebre
pampa de Ayacucho, una impresionante planicie de 300 hectáreas de
extensión a orillas del mítico cerro Condorcunca.
Nominada como “Patrimonio Cultural del Perú” por Resolución
Suprema n.° 709-73ED, del 23 de febrero de 1973, y considerada,
además, “Santuario Histórico Nacional” por D. S. n.° 119-08AA del
11 de agosto de 1980, la pampa de Ayacucho exhibe orgullosa un
majestuoso monumento en forma de obelisco erigido en 1974 por
el gobierno del general Velasco Alvarado, con la colaboración de
la República de Venezuela, en conmemoración de los 150 años de la
victoria de Ayacucho. La obra, todo un referente e ícono regional, fue
diseñada –paradójicamente– por el artista español Aurelio Bernardino
Arias, ganador del concurso internacional que para los efectos convocó
el Ministerio de Guerra del Perú en 1967. (Vásquez, 2011; Perlacios, s/f).
Desde la carretera, pocos kilómetros antes de llegar a Quinua, ya se
puede divisar a ratos el Obelisco; pese a la distancia no deja de impactar y
emocionar su contemplación. Ya en Quinua, una pronunciada escalinata
une la avenida Los Libertadores, paradero de las movilidades, con la
plaza principal. Desde allí, subiendo a pie por la calle Sucre, son tan solo
10 minutos los que nos separan de una imperdible cita con la historia.
Apenas arribamos a la pampa nos recibe la inmensa mole blanca
del Obelisco; una imponente obra de 44 m de altura, uno por cada año
transcurrido desde el martirio y asesinato de Túpac Amaru II (1780)

- 362 -
y la Independencia del Alto Perú

hasta el decisivo triunfo de Ayacucho (1824). El diseño del Obelisco


consiste en una estructura de bloques, revestidos en mármol traventino,
dispuestos sobre una base de granito que dan al monumento una atractiva
apariencia piramidal; esta representa las diferentes regiones naturales
del Perú: costa, sierra y selva, “las irregularidades, cortes en diferentes niveles,
representan las conspiraciones motines y levantamientos que hubo en el Perú por su
independencia” (Perlacios, s/f). Sobre sus cuatro costados se exhiben un sin
fin de detalles laboriosamente tratados: la arenga de Sucre a los diferentes
cuerpos del Ejército Unido minutos antes de la batalla (costado derecho),
la conformación de los ejércitos, patriota y realista, que se enfrentaron ese
9 de diciembre (costado izquierdo); una gran representación de la batalla
en alto relieve (parte posterior); y al frente, mirando al Condorcunca, seis
imágenes gigantes agrupadas en un saliente sobre la base del monumento:
ellas representan a los jefes patriotas que actuaron en la batalla: Córdova
(1.ª División de Colombia-ala derecha), La Mar (División peruana-ala
izquierda), Sucre (general en jefe), Gamarra (jefe del Estado Mayor),
Lara (2.ª División de Colombia-retaguardia) y Miller (Caballería-centro).
Sobre el grupo de jefes patriotas destaca un gran medallón con la efigie
del Libertador Simón Bolívar en alto relieve, mientras que a sus pies,
debajo de los escudos de los países bolivarianos y del sur, se deja leer la
inscripción: La nación a los vencedores de Ayacucho.
Varios siglos antes de la memorable victoria de Sucre en Ayacucho, la
histórica pampa habría sido el escenario también de otra colosal batalla:
la que significó la victoria del inca Huiracocha sobre los indómitos
chankas. Luego de la feroz batalla, los cadáveres de los derrotados
chankas fueron amontonados en todos los rincones del cerro y de la
pampa, bautizándose el lugar, a partir de ese momento, como Ayacucho,
es decir rincón de los muertos. (Vásquez, 2011: 215-216).

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Detalle del Obelisco de Ayacucho. Foto: Orlando Rincones, 2011
y la Independencia del Alto Perú

En el pueblo de Quinua (a 1 km de la pampa) encontramos otros dos


lugares de gran interés histórico: la Casa de Capitulación de Ayacucho y
el Museo de Sitio. La Casa de Capitulación, pequeña residencia que en
1824 fuera propiedad del para ese entonces gobernador de Ayacucho,
don Bernardino Gutiérrez, conserva intacta la piedra de Wari sobre la
cual el general Canterac firmó la generosa Capitulación concedida por
el magnánimo general Sucre. Los tataranietos de Bernardino Gutiérrez
aún viven en Quinua y con gran entusiasmo comparten con los visitantes
los pormenores de la Batalla de Ayacucho y de la Capitulación firmada
en la que fuera la casa de su abuelo.
El Museo de Sitio, ubicado justamente al lado de la Casa de
Capitulación y del Palacio Municipal, es una casona mucho más amplia,
con un patio interior en donde destacan tres frisos de bronce en alto
relieve: dos con sendas representaciones de la Batalla de Ayacucho
y el otro, más grande, al centro del patio, con la representación de
la Capitulación de Ayacucho, con base en la obra del célebre artista
peruano Daniel Hernández Morillo (1924). En la sala principal del museo
podemos encontrar fotos y óleos de los célebres jefes patriotas que
comandaron la Batalla de Ayacucho (Córdova, Gamarra, La Mar, Miller)
con Bolívar y Sucre en un primer plano. Resaltan también las fotos de
otros importantes comandantes, especialmente del arma de caballería,
quienes se cubrieron de gloria tanto en Junín como en Ayacucho; tal
es el caso de los bizarros comandantes argentinos Mariano Necochea
(Junín), Manuel Isidoro Suárez (Junín y Ayacucho), y de los peruanos
José Andrés Razuri Estévez (Junín) y Ramón Castilla y Marquesado
(Ayacucho); este último, presidente del Perú en cuatro ocasiones. Los
próceres y mártires peruanos de extracción popular se hacen presentes
también en la sala, en la figura de uno de sus máximos exponentes, José

- 365 -
Ayacucho

Olaya Balandra, valeroso pescador que durante la ocupación realista de


Lima (junio de 1823) servía de mensajero entre la flota patriota que
bloqueaba Lima y el Callao y los patriotas de tierra firme. Fue capturado
y sometido a crueles y despiadadas torturas, sin embargo, no reveló
quienes eran sus contactos en Lima; tras su grito de “Si mil vidas tuviera,
gustoso las daría antes que traicionar a mi patria”, fue fusilado a un costado
de la Plaza de Armas de Lima, en un pasaje que hoy lleva su nombre:
Pasaje Olaya. Varias vitrinas con sables, espadas y todo tipo de armas
utilizadas en la batalla (incluida una pieza de artillería) complementan
la exposición, junto a una maqueta gigante de la sierra sur del Perú,
en donde se resalta la ubicación del Condorcunca y del sitio exacto en
donde se libró la Batalla de Ayacucho.

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Capitulación de Ayacucho en alto relieve, patio del Museo de Sitio, Quinua, Perú. Foto: Orlando Rincones,
2011
Casa de Capitulación de Ayacucho, Quinua, Perú. Foto: Orlando Rincones, 2011
y la Independencia del Alto Perú

Wari y Pikimachay

Un poco antes de llegar al pueblo de Quinua, pero ya dentro de


los límites de este distrito (22 km desde la ciudad de Ayacucho), se
encuentra la localidad Wari, emblemático y místico lugar que albergó
entre los años 500 y 1100 d. C. a la ciudad fortificada de Wari Willka,
majestuosa capital del Imperio Wari. Según el destacado periodista y
escritor peruano Guillermo Thorndike Losada, la finalidad del Estado
durante el Imperio Wari era la guerra y su política la expansión territorial
(Thorndike, 1999: 47); con este fin construyeron gran cantidad de
caminos para desplazar sus poderosos ejércitos a lo largo de los Andes
(Cajamarca, Huamachuco, Lima), caminos que luego favorecerían
también la expansión territorial de incas y españoles. El auge, y muy
especialmente la caída de este imperio, es todo un misterio irresoluto
todavía; a casi 1.000 años de su desaparición no existe certeza de cómo
pudo verificarse dicho suceso (cataclismo, epidemia, migración), lo que
llenó de escepticismo a muchos con respecto a la existencia real de
esta cultura; dudas que han sido superadas con el tiempo. Al respecto
Thorndike opina:

Es tan profundo el misterio, que por mucho tiempo se puso en duda la


existencia del imperio, atribuyéndose su extraordinario rastro arqueológico
a la expansión del Tiahuanaco, el también misterioso pariente del altiplano,
cuyos dioses y mandatos ideológicos fueron adoptados por los Waris. Pero
Tiahuanaco era un gran centro ceremonial, un lugar sagrado y religioso y la
de Wari fue una sociedad militar, que de una parte adquirió la sabiduría de los
sacerdotes establecidos en el suroeste del Lago Titicaca y de otra estableció
relación permanente con la civilización Nazca. (Thorndike,1999: 46).

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Ayacucho

Hoy día, sobre las ruinas de Wari Willka, uno de los centros urbanos más
importantes del antiguo Perú, se levanta un complejo arqueológico de 2.000
hectáreas de extensión; en él se han encontrado (y se siguen encontrando)
una gran cantidad de piezas de cerámica, principalmente de uso ceremonial,
entre las que podemos destacar las enormes vasijas cónicas (hasta un metro de
altura) usadas como urnas.
Muy cerca de Wari, a la altura del kilómetro 23 de la carretera
Ayacucho-Huanta, se encuentran los que seguramente son los restos
arqueológicos más antiguos de América del Sur: la Cueva de Pikimachay
(cueva de pulgas), 23.000-13.000 a. C. Según el historiador José María
Vásquez González –catedrático de la Universidad Nacional San
Cristóbal de Huamanga–, Pikimachay es “el complejo cultural de mayor
antigüedad, estos hombres debieron corresponder a la primera oleada migratoria de
población americana”. (Vásquez, 2011: 49).

Vilcashuamán

Cambiando radicalmente de dirección y ubicándonos esta vez al sur


de Ayacucho, más concretamente a 107,3 km al sureste de la capital
departamental, sobre una altura de 3.462 m s.n.m. (Dircetur Ayacucho,
2012) se encuentra Vilcashuamán214, otrora centro administrativo del
imperio incaico edificado por Túpac Inca Yupanqui (siglo XV d. C.).
En su plaza mayor se encuentra el imponente Templo del Sol, magna
construcción piramidal conformada por tres grandes plataformas
escalonadas, cada una de dos metros de altura aproximadamente,
erigidas sobre una superficie de media hectárea. Sobre las espaldas
de este impresionante centro ceremonial incaico se levanta, altiva y

214 Halcón sagrado.

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y la Independencia del Alto Perú

desafiante, la iglesia colonial de San Juan Bautista, símbolo irrefutable de


la dominación española. El complejo arquitectónico de Vilcashuamán
acoge otras majestuosas edificaciones, tales como El Templo de la Luna,
ubicado al lado derecho del Templo del Sol, dedicado a la adoración de
la diosa Luna215; el Ushnu, trono sagrado o adoratorio inca; la Kallanka,
galpones para soldados o funcionarios incas (ubicado detrás del Ushnu);
y la Plaza trapezoidal, gran espacio abierto capaz de albergar hasta
20.000 personas216, en ella se encuentra la famosa piedra de los sacrificios.
Vilcashuamán es célebre también por haberse verificado allí, en
octubre de 1533, a los pies de la ciudadela, la primera derrota militar
española durante el proceso de conquista del Perú. Hernando Soto, en su
apresurado avance hacia Cusco, es derrotado por Apo Maila y sus incas
quiteñistas, debiendo refugiarse en la propia ciudadela de Vilcashuamán;
de allí saldría solo tras el retiro de los incas hacia el sur ante el inminente
arribo de Pizarro y sus huestes. Era el momento de máximo apogeo
del proceso colonizador; la expropiación del imperio incaico estaba
prácticamente consumada y el nacimiento del Estado colonial era solo
cuestión de tiempo. Con el establecimiento definitivo del virreinato del
Perú (1542-1824) se consolidaría la oprobiosa dominación española
en el Tahuantinsuyo, indigna condición que llegaría a su fin tres siglos
después en la pampa de Ayacucho.

215 La diosa Luna era “una divinidad que habitaba el Qanan Pacha o mundo de arriba”.
(Vásquez, 2011: 91).
216 Tavera, Lizardo (s/f). Vilcashuamán. Disponible en www.arquelogiadelperu.com,ar/vilcas.htm

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Dimensión panorámica de la pampa de Ayacucho, tomada por Orlando Rincones
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Trípticos, folletos, encartes y cuadernillos


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Quinua. Municipalidad Provincial de Huamanga.

- 379 -
Salón Independencia de la Casa de la Libertad, en Sucre, Chuquisaca (Bolivia)
Legisladores, felices vosotros que presidís los destinos de una república
que ha nacido coronada con los laureles de Ayacucho, y que debe perpetuar
su existencia dichosa bajo las leyes que dicte vuestra sabiduría, en la calma
que ha dejado la tempestad de la guerra.
Simón Bolívar, 25 de mayo de 1826
Comentarios a la obra

Los ayacuchanos sabemos de la inmensa trascendencia para el Perú y Latinoamérica de la


Batalla de Ayacucho. Orlando Rincones, en su obra, ratifica esta trascendencia.
Lic. Carlos Condori Castillo (Perú)
Antropólogo y periodista
Presidente del Comité Cívico Bicentenario de Ayacucho

Una de las miradas más bellas, transparentes y argumentativas


sobre la batalla que cambió el curso de la historia de los pueblos del Abya Yala,
invadidos por la infame espada colonizadora.
Prof. Dr. David Mora (Venezuela)
Educador e investigador social
Exdirector ejecutivo del Instituto Internacional de Integración del Convenio
Andrés Bello (IIICAB)
La Paz, Bolivia

Ayacucho y la Independencia del Alto Perú es un libro necesario e imprescindible,


escrito desde la pasión por uno de los cimarrones sentipensantes
más autorizados sobre la vida y obra de Sucre.
Dr. Alí Rojas Olaya (Venezuela)
Filósofo y educador
Rector de la Universidad Nacional Experimental de la Gran Caracas (UNEXCA)

Ayacucho siempre fue, es y será uno de los más altos valores históricos para Bolivia:
destruyó las cadenas de la opresión colonial,
intentó reivindicar a los dueños originarios de nuestro continente
y abrió las puertas de la autonomía política de Bolivia;
pero muy poco se ha escrito en general sobre estas facetas.
Orlando Rincones, cual Cicerone moderno, nos conduce
al redescubrimiento de esta faceta algo olvidada de nuestra historia.
Dr. José Roberto Arze (Bolivia)
Historiador y escritor
Miembro de las Academias Bolivianas de la Lengua y de la Historia
Ayacucho y la Independencia del Alto Perú
se terminó de editar en Caracas,
República Bolivariana de Venezuela,
en enero de 2022
Editorial
Hormiguero

Ayacucho y la Independencia del Alto Perú propone un apasionante y


emotivo relato histórico que lleva al lector a reencontrarse con una
etapa fundamental de nuestra historia, aquella en la que la unidad de
todo un continente consumó el tan anhelado sueño de la emancipación
americana. Para comprender la verdadera dimensión del triunfo patriota
en Ayacucho, la obra no escatima recursos para describir la titánica
labor de conciliación y de organización que debió emprender el general
Sucre desde el mismo momento de su arribo a Lima en mayo de 1823.
Para describir lo acaecido durante los meses finales de la campaña de
Ayacucho, y en particular ese memorable 9 de diciembre de 1824, no
solamente fueron consultados más de 60 autores –la mayoría clásicos del
siglo XIX– y decenas de documentos que incluyen diarios de campaña
tanto de realistas como de patriotas, sino que se buscó profundizar de
mejor manera los sucesos de esa gloriosa epopeya a través de reiteradas
visitas a la Pampa de Ayacucho para compartir con la gente del lugar y
de poblaciones vecinas como Cangallo y Los Morochucos, que fueron
testigo y participaron en tal heroísmo.

Orlando Rincones (Caracas, 1968)


Historiador, docente e investigador. Profesor en el Instituto
Universitario de Tecnología del Oeste “Mariscal Sucre” (IUTOMS)
de Caracas y miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela en
el Centro Correspondiente de Carabobo, donde fue galardonado
en 2016 con la Orden de Mérito “Bolívar y Urdaneta”, máxima
distinción de este organismo; también ha sido investigador en
el Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés
Bello, miembro de la Fundación de Investigación Histórica del
Acervo Cultural del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio Joseph
Francisco de Sucre y Alcalá, y asesor del proyecto Metodológico
Integral del Programa Nacional de Alfabetización “Yo, sí Puedo”
en el Estado Plurinacional de Bolivia. Entre sus más destacadas
obras y aportes también se cuentan Ayacucho, 20 visiones (2017) y
Sucre, de la gloria al martirio (2018).

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