4.elredo Opusculos
4.elredo Opusculos
4.elredo Opusculos
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tenja Doce aTíos
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Vi Da reclusa.ie
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Sobre el alTna. i
I Oración pastoral.|
PADRES CISTERCIENSES
ELREDO DE RIEVAL
Figura preponderante monacato in
s del XII Elredo es de
los principales autores cistercienses
los genes Nacido en Hexham Esco
cia), en 1110, recibe su primera forma -
ci con los benedictinos de Durham
1124 el rey de Escocia lleva a
a la corte en compañí de sus
hijos y con el cargo
real. todo, ni nobles amistades
ni vida de palacio acallan sus an
sias espirituales.
-
En 1134 se hace monje cisterci nse en
abadí a de Rieval. destacado
por sus cualidades, es enviado en 142
a Roma
greso se
delicada misi n, a
nombra maestro
re
-
-
cios. Designado abad de Revesby per -
manece allí hasta 1147, en que sus her -
manos de Rieval requieren como
abad cargo que desempeñar hasta
muerte el 12 de enero 1167. i
Padre de cientos monjes influyente
ante la corte, autoridad en Iglesia
Inglaterra, maestro y escritor, se
ha llamado el Bernardo inglé s.
OPUSCULOS presenta cuatro obras de
Elredo de caracter í sticas diversas, pero
de una misma excelencia espiritual
Jes s ten a doce ños es una
meditaci n bí blica y espiritual del pa
saje de Lucas. Vida Reclusa es una re
-
gla redactada para una hermana del
-
abad, consagrada en una peculiar for
ma de vida solitaria logo Sobre
-
el presenta la concepci n psicol
gica, moral y metaf í sica que sustenta
antropolog a de Elredo. La Oraci
pastoral cierra el volumen con el in
agotable espí ritu fraterno y paternal del
santo Cada obra cuenta
ducci n y el volumen se enriquece
-
una intro
la presentaci ón a la vida y la obra
de Elredo que Dom Charles Dumont
prepar ó generosamente para nuestra
colecci n
¡ ELREDO
.
.
.
.
Coedici n
Monasterio Ntra de los Ángeles
Editorial Claretiana
Buenos Aires
1980
CONTENIDO
Manuel
obispo de . Y ABREVIATURAS VI
Azul de julio de 1979.
NOTA DEL EDITOR VII
ELREDO RIEVAL. INTRODUCCION A SU VIDA Y SUS
Dibujo de portada Monjas benedictinas de Sta. stica
Charles , . .s o.
Todos derechos reservados. Hecho el dep sito CUANDO JESUS TENIA DOCE A Ñ OS 1
ley Impreso en la Argentina. in Argentina Introducció y de Gowland o.c s.o.
Traducció por monjes de San Isidro
Monasterio Trapense de Nuestra Señ ora de los Angeles 1979 de as ( Espa ñ ) y revisada María Estefanía
Tamburini, .s. b
VIDA
, ó y de
Aranguren o c s.o , y Gutiérrez, .c.s.o.
SOBRE EL ALMA 155
Introducci y notas de Rodr guez, o c s o
Traducció Diez nez, c.s.o
ORACION PASTORAL 277
Introdució y notas de Eduardo Gowland o c.s
Traducció a cargo de a Rosa Su rez, s b
INDICES BIBLICOS
INDICE GENERAL 305
SIGLAS
NOTA DEL EDITOR
Spec. . . : Espejo de caridad PL 195, 501-620 °
CSpec. . : Compendio de Espejo de caridad PL 195, 621-658 °
GReg . . . : Genealog ía de los reyes de In -
glaterra PL 195, 712-736
Jesu. Cuando Jes ús ten ía doce a ños . . PL 184, 849-870 °
Sin. Vida de san Niniá n Mabillon , ASB, t . I , pág.
204
Stand . Sobre la batalla del Estandarte PL 195, 701 -712
SOncr . . : Sermones De Oneribus PL 195, 361-500
Watt . . . Sobre las monjas de Watton . . . . PL 195, 789
Am. La amistad espiritual PL 195, 609-702 *
Inst . La vida de la reclusa SC 76 *
VEd . Vida de san Eduardo, rey y con -
fesor PL 195, 757-790
MHag . Sobre los milagros de los santos
de la iglesia de Haguisdt . . . . Mabillon , ASB, t. I, pág.
204
Anú na .; Sobre el alma Mediaeval and Renaissance ON el presente volumen damos comienzo a la publicación de las
Studies, Supplemcnt I , obras espirituales del gran abad inglés san Elredo de Rieval Sin -
London 1952 * gular figura de la espiritualidad cisterciense, Elredo de Rieval nos
STemp . 25 sermones del Tiempo y santos PL 195, 210-360
OPast . . Oración Pastoral SC 76 * ha llegado, en el juicio de las generaciones posteriores, como el proto-
SIned . . Sermones in éditos ( Homilías li
t úrgicas )
- tipo de abad para los ingleses. Célebre entre monjes y hombres de espí -
Series Scriptorum S. O.C . , ritu, la Iglesia y el reino de Inglaterra solicitaron su palabra, consejo v
v. I, ed. Talbot. Romae servicio; por la talla de su personalidad se le llam ó el “san Bernardo del
( 1952 )
Norte”, aunque el á mbito de su influencia no llegó a ser tan extenso y
universal como el del abad de Claraval, su maestro en muchos sentidos.
Dotado de una rica y fina personalidad, dedicó lo mejor de sí mismo
ABREVIATU RAS al cuidado y progreso espiritual de las muchas personas que Dios puso
en sus manos; para ellas escribió la porción más extensa y significativa
RB Regla de san Benito . de sus obras, que “ Padres Cistercienses” se propone ofrecer sucesiva -
PL Patrologí a Latina, ed. J. B. Migne, Par í s. mente al lector de habla hispana .
PG
BAO
Patrologí a Griega, ed J. B. Migne, Par í s.
-
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.
En esta primera entrega, hemos reunido bajo el tí tulo Opúsculos aque -
SC Colección “Sources Chr é tiennes”, ed. du Cerf, Parí s.
llos breves escritos compuestos por el santo en respuesta a demandas de
DS Dictionnaire de spiritualit é, ed. Beauchesne, Par í s. distintas é pocas de su vida. Ninguno de ellos es obra capital en la produc-
PC Serie Padres Cistercienses, Azul, Argentina. ción elrediana, pero el valor intr ínseco de cada uno les confiere peculiar
AAS Acta Apostolicae Sedis, Roma. significación para la vida cristiana y son paso obligado para quienes de-
seen conocer el mensaje y vida de este antiguo, pero muy próximo padre
° Indica las obras publicadas en el Corpus Christianorum, Continuatio espiritual que es Elredo de Rieval.
Mediaecalis , Turnhout, Brepols ( 1971 ) . Cuando Jesús tenía doce años es una tí pica meditación evangélica se -
segú n el triple sentido de la Escritura ; en ella Elredo conf ía a su amigo,
X el monje Juan, el eco de la Palabra en él y le describe, a partir del evan-
I
VIII NOTA DEL EDITOR
las de educador, de formador monástico. Habiendo recibido Elredo tiene un encanto personal que naturalmente le atrae
su educación de uno de los mejores discípulos del abad de discí pulos y la experiencia de la debilidad humana en una
Claraval, cuenta, frente a Guillermo y a Guerrico, con la ven- vida mundana lo convierte en el ejemplo m ás hermoso de
taja de no haber asistido a las escuelas y de haber sido for - esa humilde compasión cuya doctrina descubría en san Ber-
mado a un tiempo en la vida cristiana y religiosa directa- nardo. Sólo se habla de lo que se sabe, sólo se sabe por
mente en su forma monástica y cisterciense. Es el ú nico de la experiencia, y la experiencia fundamental es la de la liber -
los cuatro primeros grandes abades que ser á maestro de no - tad bloqueada por la esclavitud de las pasiones, la del amor
vicios, no mucho tiempo, apenas unos dos a ñ os, pero lo sufi - desvirtuado por el egoísmo y la envidia.
ciente para seguir sié ndolo un poco a lo largo de toda su Al buscar su realización al margen de Dios por un ciego
vida de abad. deseo, al amarse mal, con amor pervertido, el hombre, per-
diendo a Dios, se perdió a sí mismo. Permanece insatisfecho,
y esta inquietud le manifiesta a un tiempo su capacidad de
1 Lekai, L. The Cistercians, ideáis and reality, ed. Kent University Press, dicha y su impotencia para alcanzarla. Esta experiencia de
U.S. A. ( 1977 ) , pá g. 17. desubicación , en el á mbito de la desemejanza esencial, es el
2 Ibid pá g. 34.
c
.
O bien Rievaulx. ( N del E . )
3 Ibid. pág. 232. 4 Spec. II, 43.
f
1
XII
INTRODUCCIÓ N "
INTRODUCCIÓ N XIII
comienzo mismo de todo itinerario de retorno a Dios. El sentido en dicha configuración moral con Cristo. La ra íz de
hombre que se amaba mal ( perverse: "a pesar del sentido lo que desea el amor en todas sus formas, es lo que otro desea.
com ún” ) se vuelca ( conversión ) hacia el objeto natural y
adecuado del amor salvado. Lo que para san Bernardo es, ^ al
- ° jeifraterna
j
caridad £ ^
*a am*s*ac wmo en la obediencia religiosa, en la
como en el sacrificio, la esencia del amor
en el primer grado de verdad, conocimiento de su radical mi- radica en esa calidad de la voluntad ” que consiente y se une
seria, adquiere para Elredo la forma de una angustiada enfer- con la divina voluntad . Elredo distinguirá rigurosamente
medad de la conciencia. Modernamente, esta experiencia se
—
dicho o í do voluntarias que es para él la libre entrega de sí
traducir ía con la f órmula de Sartre: “La realidad humana es
doliente, perseguida sin cesar por una totalidad que es, sin
poder serlo. . . Es, por naturaleza, una conciencia desdichada.”
^ —
y . 110 considera caracter ística de la vida religiosa 7 de cual-
quier redundancia accidental de las emociones sensibles. Lo
Pero mientras el ateo considera esta >
——
conciencia “sin posibili -
dad de superación del estado de desdicha” y condenada ^. a un
sufrimiento inútil, Elredo, siguiendo una tradición patrística,
reconoce en esta situación el olvido_ de Dios
que traba la libertad de esta adhesió n del espíritu al Espíritu
divino son las pasiones; Elredo, siguiendo la tradició n monás -
tica , y especialmente a Casiano, a quien cita en forma expresa ,
les préstala particular atenci ó n . Derribar ese obstáculo, re-
8
--
ra y la
ritu - - -
inversi-ói n del amor. La imagen
7~ : — . , el error del espi-
.. WA A V/ A
de Dios en el hombre
ya no “responde” al modelo divino, pero no está
V« Vi chazar lo superfluo que ha hecho pesado al hombre y lo ha
encorvado hacia la tierra , será liberar el dinamismo espon-
taneo del amor y reabrirle el camino de retorno hacia su
blemente destruida. Memoria, inteligencia y deseo pueden-
irremedia
fuente, que es asimismo su plenitud.
volver a hallar su orientación inicial e innata. El del La formación monástica comprende, ordenadamente, la edu-
alma recordará a Dios al leer la Escritura, en la quefondo la inteli- cació n para la re, la reforma moral , la
gencia descubrirá la verdad y el amor su objeto ascesis del cuerpo y
natural, que del espíritu. Importa notar la continuidad de la escuela de
es infinito. El hombre deformado recobra su forma . Aqu í
,
consiste en querer lo que el amado quiere, la unión con Dios libertad personal y subjetiva no se expresa sino bajo el influjo
se realiza mediante el hecho mismo de esta connaturalidad,
S de ]a gracia que la mantiene en la divina objetividad de la
de esta conformidad de quereres. Ser semejantes es estar uni- fe, de la esperanza y la caridad ; mediante el consentimiento
dos, ontológicamnte, antes a ú n de tener conciencia de ello. de dicha dependencia radical, la libertad se salva de todo
Por eso la amistad humana y el fraterno amor comunitario singularismo intelectual y del voluntarismo.
tendrá n tanta importancia pedagógica para Elredo. La forma - Como toda la enseñanza cristiana medieval, la formació n
ció n consiste en restaurar en su forma original a la criatura moná stica se inspira directamente en la Escritura, interpretada
deformada, en divinizarla conforme a su arquetipo divino; la segú n el método de los cuatro sentidos. Si bien el sentido
forma será Cristo, Sabidur ía de Dios. moral ( tropológlco ) está más desarrollado en san Elredo que
San Elredo expuso esta doctrina al comienzo de su comen - en san Bernardo. Elredo lo injerta siempre, al igual que su
tario sobre Isaías. Ahora hemos de hablar de su concepto de maestro, en el sentido alegórico. De tal suerte, sólo en el mis-
la ense ñanza mon á stica . La encontramos claramente descrita terio de la unión de Cristo y de la santa Iglesia , cuya imagen
en el mismo serm ó n . es la comunidad , se realizará la uni ó n del alma con el Verbo.
“La Sabidur ía, al transferirse en almas santas, hizo de Amor y Sabiduría.
ellas amigos y profetas, por los que nos entregó la Sa - La formación de un monje no es asunto de moldes o de
grada Escritura, fuente de toda formación ( eruditio ) . . . copia servil de un modelo, por más santo que fuera. Las exi-
Diré, pues, acerca de lo escrito por el profeta bajo el gencias de la forma sostienen y gu ían la creación de una obra
dictado del Espíritu, aquello mismo que el Espíritu me maestra ; a su vez. la disciplina regular libera el impulso del
haya sugerido para vuestra formación ( aedificatio ) . En amor espiritual de todo aquello que lo estorba y lo traba .
todo me reconozco deudor de vuestro crecimiento, en Así como los primeros cistercienses rechazaron tierras y rentas
razón ciertamente de mi cargo, pero mas aun en razón superfluas, así también el monje debe desechar los frenos de
del afecto que os tengo. . . Cualquier progreso en la inte- las pasiones y restaurar en él, mediante dichas renuncias, la
ligencia de las Escrituras no me es concedido para mí imagen divina en su simplicidad y belleza originales. Despojo
mismo, no me ilusiono; m á s bien os es transmitido a voluntario que consiste en tomar la cruz de Cristo ( Ordo nos -
través m ío. Por supuesto, no ha de ser atribuido a mis ter crux Christi ) , en cargar su yugo 1en la obediencia. Pero
mé ritos, porque soy pecador; ni a disciplinas escolares, ese yugo une, es un peso que da alas L.
porque, ya lo sabéis, carezco de estudios; ni siquiera _ E1 arte espiritual no se aprende mediante nociones abs -
hay que ver en ello el fruto de mi entrega al estudio, tractas y teóricas; es la praxis bien orientada que conduce a
pues rara vez me encuentro libre ( otium ) y con frecuen- la theoria, y no al revés. Tambié n es la práctica que se van
cia me retienen ocupaciones diversas ( negotium ) . Todo formando los monjes-maestros, comparables entonces a los
viene de Dios, me es confiado y os es transmitido. ( Y maestros de obra, que sólo llegan a serlo tras haber sido
luego implora : ) ‘Tú que has inspirado a Isa ías para escri- aprendices y compa ñeros de edificación. La sobria pureza de
bir, inspírame a mí para que entienda lo escrito: t ú lo líneas que admiramos en las abad ías de Fontenay , de Sénan -
inspiraste para que yo crea , y est á escrito : Si no creemos,
no entenderemos.” 6
1 0 Rom . 5,5.
9 Lam . 3,27; SOner. 195, 363-365. 11 Spec. I, XXVII, 78.
XVI INTRODUCCIÓ N XVII
INTRODUCCIÓ N
que o de Rieval, responde a la sobriedad de vida y a la sen-
II. Vida de Elredo: desde la corte real de Escocia hasta el
cillez adquirida por los monjes que las edificaron 11! . desierto de Rieval
Durante veinticinco años, san Elredo enseñó sin interrup- A pesar de tener una Vida de Elredo. escrita poco después
ción las etapas de la formación de un cisterciense en la escuela
de su muerte por Walter Daniel, monje de Rieval, secretario
de la caridad . Luego de su conversió n a Cristo, el monje y enfermero de su abad , descubrimos mejor su personalidad
permanece escondido en el secreto del rostro de Dios y se en los escritos de Elredo, en especial en el primer libro del
deja reformar seg ú n su Imagen encarnada, mediante los ejer - Espejo de caridad . Allí se confiesa, al modo de san Agust ín,
cicios ascé ticos y espirituales, bajo la dirección de un maestro para manifestar la gracia de Dios en él y asimismo para
en la disciplina regular. Puede entonces llegar a ser maestro, cautivar la atención de sus lectores. Tal vez nos resulte muy
forma gregis, y ejemplo, exemplar , de lo que el Espíritu espera cercano cuando nuestro corazón, con sus conflictos y senti-
del monje. Es así mediador de la vocación monástica. La mientos, se encuentre en el suyo; otras veces lo hallaremos
tradición monástica se presenta entonces como un conjunto lejano cuando se nos escapen tantas cosas del mundo en que
— —
de reflejos de Cristo vices Christi que el Espíritu Santo
despliega ante los ojos del disc í pulo. Elredo subraya esta
vivió hace ochocientos a ños. No existen, decía Elredo, dos
hombres a los que convengan las mismas normas exteriores.
transmisió n del “ testigo en un hermoso texto donde describe, ¿Qué diremos entonces de esa vida interior que es la verdade-
una vez más, los grados de la formación. “Tú, que hasta hoy ra vida del monje? Baste decir que una psicolog ía simplista, o
has oído que se decía : ‘¡Ven!’, dilo ahora a tu vez.” 13 Y añade aun perfeccionada, se detiene en el umbral del drama des-
dos recomendaciones prácticas para el nuevo guía de sus arrollado en una conciencia, con sus negaciones y sus consen-
hermanos. Deberá aconsejarse con toda discreción y pruden- timientos, imprevisibles e indiscernibles, en la acción simul-
cia, porque carece de experiencia , sobre todo en las cosas tá nea de la gracia y la libertad .
exteriores, y, m á s a ú n, deberá recordar siempre el camino
recorrido para llegar a tal cura de almas, a fin de que, luego
de haber combatido sus pasiones, no caiga ahora en la pasión No obstante, cada vida interior, en su misma libertad , está
de dominar ( libido dominandi ) , peste del género humano. ampliamente condicionada por las circunstancias que la acom-
La oración del monje es su medio de expresión más autén pañan desde el nacimiento hasta la muerte.
tico. Quizás por ello sea en la Oración pastoral de san Elredo
- Elredo nació en 1110, en Hexham, en Northumberland
donde encontremos con mayor nitidez su concepción y su ( Inglaterra ) , no lejos de Newcastle, en las proximidades de
experiencia de padre espiritual y formador de monjes. la abad ía de Durham, centro de cultura cristiana , donde apren-
Leer ahora la historia de su vida a la luz de esta enseñanza , dió las primeras letras. Hexham fue un lugar privilegiado de
cuyos rasgos salientes esbozamos, nos permitirá captar mejor vida cristiana y monástica en el siglo VII, Elredo escribirá la
el provecho que supo sacar de su experiencia y ver cómo for- historia de los santos de la iglesia de Hexham.
mó a sus discípulos, entre los que nos contamos gustosamente. Hacia los catorce años, Elredo conoció el privilegio de ser
recibido en la corte del rey de Escocia, David I, Se encontró
allí en compañía de los dos hijos, Sim ón y Waldef , que la
reina Matilde tuvo en primeras nupcias con un sobrino de
Guillermo el Conquistador, y de un tercer hijo, Enrique, habi-
12 Cfr . san Bernardo, SC 23,6 ( Ed . crí tica : t . I , págs . 141 -142; BAC, do de David y muerto precozmente. Antes de ocupar el trono
t. II, págs. 147 -148 ) ; discí pulos, socius , magister . de Escocia, David había vivido hasta 1124 en la corte de
13 SOner . 28, PL 195, 283-284 . Inglaterra, junto a su hermana, la reina Maud, esposa de
XVIII ÓN XIX
Ó
de los cortesanos, especialmente la de un rudo caballero que Estos contactos previos, estos deseos indudablemente in-
lo acusó ante el rey con palabras tan indecentes que, según formes, nada quitan a la espontaneidad de su decisión de
Daniel, resultan intrascribibles. Evita así que sepamos el hacerse monje en una circunstancia narrada en la Vita; pero
motivo de una acusación cuya naturaleza, sin embargo, se una vez más aquí la verdad histórica debe ser despojada
puede adivinar. Por este relato nos enteramos también de que de un cú mulo de lugares comunes de intención edificante.
Elredo disponía del tesoro real. Como él mismo lo dirá con En 1134, contando Elredo ya veinticuatro años, el rey
tanta sencillez en el relato de su conversión, precisamente David lo manda ante el arzobispo de York, Thurstan. Por
cuando todo el mundo lo creía feliz y envidiaba sus éxitos, medio de un amigo, vecino de aquella ciudad, quizá Waldef ,
más hondamente padecía su desgracia 80. Ante la acusación entonces prior de los canónigos regulares de Kirkham, al norte
de haber faltado en su fidelidad al rey, contesta que, si pecó, de York, Elredo oye hablar de la pequeña comunidad de
fue ante el rey del cielo 21. monjes blancos que acaba de llegar al condado y de esta-
Waldef abandonó la corte para entrar con los canónigos blecerse en Rieval. Luego de haber cumplido su misión en
regulares. Elredo tiene entonces cerca de veinte años. Per- York, Elredo y sus compa ñeros se dirigen al castillo de Walter
manecerá aún cuatro años cerca del rey, pero no es improbable Espec, en Helmsley, junto a Rieval. Normando de origen,
que este acontecimiento haya influido en su vocación. En Espec es uno de los barones del rey Enrique Beauclerc, al
ese tiempo está ya relacionado con el mundo religioso y uno que san Bernardo se había dirigido para la fundación de
de sus antiguos maestros, monje de Durham, Laurence, le Rieval, unos dos años antes, en 1132. Espec dio sus tierras a
dedica una cierta Vida de santa Br í gida redactada sobre la los monjes, lo volvemos a encontrar en la batalla del Estan-
base de un texto en latín bárbaro. Eilaf , padre de Elredo, a darte, al mando de las fuerzas inglesas que chocan contra
quien Laurence llama su amigo, habíale encargado el trabajo. los escoceses ( batalla historiada por Elredo ) , y muere con
El manuscrito está dedicado al “dispensador de la casa reaT, el há bito cisterciense, en Rieval, luego de haber fundado
y en la carta de presentación Laurence alude a la preocupa- numerosos monasterios. Al d ía siguiente, Walter Espec los
ción del ex alumno por la literatura y el estudio . Tales 22
lleva a visitar Rieval; la Vita 2i nos narra detalladamente el
— —
publicaciones de Vidas de santos en buen latín Elredo tam-
bién redactará una, la Vita sancti Niniani atestiguan elo-
cuentemente acerca del Renacimiento del siglo XII.
ritual de la recepción de los huéspedes, así como había des-
crito también el paisaje y la vida de los monjes. ¡El estilo
amanerado del biógrafo contrasta lamentablemente con la
¿Cuándo comenzó a pensar Elredo en la vida religiosa? sencillez y sobriedad que pretende elogiar sinceramente! No
Según Walter Daniel, parece haberse sentido inclinado hacia fue aquel día, sino el siguiente, pasada una segunda velada
ella desde la partida de Waldef , aunque habría disimulado en el castillo, que, volviendo a Escocia a caballo, Elredo re-
——
sus intenciones ante los suyos al punto de caer enfermo tanta corre con sus compa ñeros el camino de cornisa que domina
era la intensidad del deseo que absorbía su corazón . Detalle el valle del Rie. En una encrucijada del camino que baja
interesante, pues Elredo se esforzaba “ por no parecer el hasta el monasterio, Elredo detiene su cabalgadura y pregunta
hombre que ya era o que quería llegar a ser” 23. a un miembro de su séquito si gustaría de regresar junto a
los monjes para conocerlos mejor. Este detalle, que conmueve
20 Spec. I, XXVIII, 79. al biógrafo, no carece de interés, no por las razones que da
21 Daniel W. The Life of Ailred of Rievaulx , ed . Powicke, págs . 5-8. Walter Daniel, sino porque en el relato que escribirá más
22 Hoste, A . “A survey of the unwritten work of Laurence of Durham tarde el mismo Elredo, su decisión dependerá del acuerdo
with an Edition of his letter to Aelred of Rievaulx”, en Sacris Erwini,
XI ( 1966 ) , págs. 249-265.
23 Daniel, op. cit., pág. 16. 24 Ibid., págs. 10-16.
!
XXII INTRODUCCIÓ N INTRODUCCIóN xxni
entre dos voluntades, con el que habrá de definir más tarde tenecen al fin de su vida, pero con ellas Elredo resume en
y siempre la amistad , y la misma caridad. Entonces, luego cierto modo toda la práctica de una pedagogía empleada a lo
de una segunda entrevista con los monjes, Elredo decide sú bi- largo de sus añ os de abad.
tamente no volver a casa del rey y permanecer con los monjes. Como san Bernardo antes que él, Elredo sólo escribirá
Menos persuasivo o menos proselitista que san Bernardo y f después de diez años de experiencia de vida monástica .
algunos otros, no logra retener más que a un miembro de su Walter Daniel subraya algunos aspectos de la vida cister-
séquito, ya que los dem ás se niegan. Después de cuatro d ías ciense, tal como los practicó Elredo antes de iniciar a otros
en la hospedería, es recibido en el noviciado, no sin haber con su enseñanza. La alternancia de ocupaciones, a la que
informado a la comunidad congregada acercá de su decisión atribuye la virtud de pacificar al hombre y equilibrar su vida,
de hacerse monje. lo llevaba a abandonar la oració n, aun la m ás intensa, para
En su a ño de noviciado, Elredo - nos explica su biógrafo
se distingue en las tres cosas que configuran a un monje: la — entregarse a un trabajo manual, por el cual no dudaba en
exponer la delicada piel de sus manos. En cada momento
meditación, una oración pura y una labor útil. De entre un la obediencia le indicaba su deber y nunca hacía ni más ni
f á rrago de consideraciones en las que Daniel nos describe menos de lo ordenado: evitaba así tanto la vanidad como la
sin duda su propia meditació n, subrayando que Elredo jam ás pereza. Daniel destaca tambié n la alternancia de contempla -
se deten ía en tales t e m a s . . r e t e n g a m o s algunás líneas. ció n y compasi ó n; este t érmino describe la vida comunitaria,
“Impulsaba todo el vigor de su pensamiento hacia Dios y su en la que, renunciando a su querer, Elredo se ponía al servi-
Hijo, y lo hacía pasar a través de Cristo crucificado como por cio de sus hermanos, lo cual es un martirio, pero nadie tiene
un hilo largu ísimo, cuyo extremo alcanzaba el trono del Padre. amor más grande que el que da la vida por sus amigos. En
Diría que el hilo era su ,,intención ( intentio ) y la aguja la esto el biógrafo se sabe bien la lección: efectivamente, estas
penetración de su esp íritu ( intellectus ) 25. consideraciones son las que se hallan en la doctrina ascética y
Estamos ante una imagen de la devoción a la humanidad espiritual de su abad.
de Cristo, en especial de Cristo crucificado, tal como san Pero Elredo a ún es un monje joven cuando el Padre Abad
Bernardo la practicó y la enseñó. Pero si bien Bernardo sentó lo incluye en su consejo. Y al poco tiempo se lo manda a
los principios y ejemplos de la meditación del Evangelio con Roma con la misión de exponer ante el papa Inocencio II la
aplicación de los sentidos, sicut praesens, tal como será des- postura de su abad frente a la sucesió n del arzobispo Thurstan,
arrollada más tarde, en particular por san Ignacio de Loyola, que acaba de fallecer, con el há bito de Cluny, en 1140, en
fue no obstante Elredo quien proporcionó los ejemplos más Pontefract. No hemos de entrar en este complicado asunto
elaborados y practicados, en sus dos tratados, Cuando Jesiis de intereses políticos, que durará varios años. Pero el mismo
tení a doce años , y en la triple meditación que configura la tuvo el feliz efecto de hacer pasar a nuestro Elredo por
parte final de la Vida de la Reclusa. En ambas oportunidades Ciar aval, en la primavera de 1142. Allí recogió éste las cartas
se trata de ejercicios prácticos del m é todo monástico de la que san Bernardo hab ía escrito al papa. La carta 347 de san
lectio-oratio-meditatio, que Elredo dedica a su amigo Juan, Bernardo presenta al papa unos viri simplices, entre los que
—
monje de Wardon su interlocutor en el primer libro de reconocemos a Elredo y a otros monjes delegados por su
La amistad espiritual, muerto antes del segundo diálogo , y
a su hermana reclusa, de acuerdo a los requerimientos for-
— superior. Por cierto, san Bernardo no ha de haber desconocido
la existencia de Elredo; siendo el padre inmediato de Rieval.
mulados por uno y otra. Indudablemente las dos obras per - y por m ás que probablemente nunca haya cruzado el Canal
de la Mancha, el abad de_ Rieval, aquel ex secretario suyo
25 Ibid ., pág . 19 . que escribía bajo la lluvia . . . , no habrá omitido hablarle del
XXIV
INTRODUCCIÓN INTRODUCCIóN XXV
Hace cerca ya de veinte a ños que san Bernardo escribió la confiesa muy pronto su deseo de irse y, a pesar de los repro-
Apologí a. La Orden se ha desarrollado según ya sabemos, y ches de Elredo, franquea la puerta de la clausura. Luego de
vagar por los bosques de los alrededores, se encuentra “mila-
he aquí que en Inglaterra ha vuelto a darse el fenómeno de grosamente” ante la misma puerta por la que acaba de salir;
aquella seducción que los monjes blancos ejercen sobre los
dem ás religiosos. No acababan de llegar a Rieval los monjes ello causa honda alegría al maestro de novicios, que nada
de Claraval, que comenzó el movimiento de “conversión” de comentará al abad. M ás adelante se describen las verdaderas
los monjes de Santa María de York ( 1134 ) ; todas las casas causas de esta huida , cuando la misma tentación asedia al
27
de la Orden de Savigny se pasaron a Citeaux en 1147. mismo monje, esta vez en Reversby, donde acompa ña a Elredo
en la fundación de la que éste es abad desde el a ño 1143.
Pero esta conquista o invasió n de monjes negros y canónigos
regulares engendra muy pronto una dificultad que Elredo —
“Mi liviandad — dice el afligido monje no me permite llevar
el yugo de la Orden; aqu í todo se opone a mi naturaleza; me
atestigua y que debió de tener en cuenta. Estos monjes y aplastan las largas vigilias, con frecuencia sucumbo bajo el
canónigos, formados en una disciplina menos rigurosa que la peso del trabajo manual, los alimentos se me pegan al paladar
de Citeaux y “reformados”, bien por cistercienses expresamen
te enviados, bien en la comunidad que los recibió, reprochan-
como hierba amarga, la bastedad del vestido me corta la
piel en carne viva. Desfallezco por los afectos y las alegrías
a la observancia cisterciense su excesiva dureza f ísica. Según del mundo.”
ellos, esta autoridad excesiva sería un obstáculo para el libre
desarrollo de una vida de caridad y contemplación. San Amistosamente, el maestro de novicios le informa que lle-
Bernardo, que no es insensible a esta crítica, alienta a Elredo gará hasta el límite de lo permitido para suavizarle la vida,
para que escriba un tratado que responda a dichas objeciones. pero, ante su negativa, empieza una huelga de hambre. Esta
Así nace el Espejo de caridad . Elredo había redactado ya
— —
vez el monje no logra franquear el umbral de la puerta que,
sin embargo, está abierta , porque una barrera invisible le
algunas notas sobre este tema e incluso una respuesta formal
a las cartas de un monje que consideraba optativas todas las impide pasar. Volvemos a encontrar a este monje una vez
observancias exteriores de la Regla de san Benito. Esta dis- más en la Vita Ailredi . Junto con el padre de Walter Daniel,
28
putatio encontrará su puesto en el tercer libro del Espejo, también monje de Rieval, había sido enviado a la abad ía de
aunque la obra entera se componga de notas reunidas a lo Hoyland; ésta, junto con la congregación de Savigny, se había
largo de diez años. pasado a Citeaux. Este grupito ten ía la misión de iniciar a
los nuevos cistercienses en las observancias regulares. Elredo,
esta vez abad de Rieval, desde el a ño 1147, ve en sue ños el
Volvamos a la Vida de Elredo para encontrar a nuestro retorno de estos “misioneros”; prevenido en el sue ño de la
autor, a su vuelta de Roma, ya maestro de novicios. La única muerte cercana del monje inestable, se le hace saber que
parte del Espejo de caridad que puede fecharse en esta debe hallarse en la puerta para el momento de tal retorno,
época, a la que Walter Daniel atribuye toda la composición, puesto que, en vez de volver, el monje pide hablar con el
es el diálogo con el novicio del libro II. Reportaje promo-
cional, característicamente, lo que entusiasma al novicio son 26 Ibid . , págs . 24-25 .
las austeridades f ísicas; a su vez, el maestro de novicios suaviza 27 Ibid. , págs. 30-32.
28 Ibid. , pá gs. 35-36 .
I
XXVI INTRODUCCIÓ N XXVII
INTRODUCCIÓN
abad y como éste le anuncia que dentro de poco habrá en- ende más id óneas para salvar
trado en la gloria, malinterpretando el sentido de tales pala- menos eran más discretaslay por
enga ñosa objeción que ya había
bras, repone: “¿Para qué regresar a esa muerte interminable almas” Así se presenta
que aguantan los enclaustrados? No, con vuestra venia, pasaré I:
afectado a san Bernardo. ¿Acaso no había reprochado éste su
, al
a ú n un mes con mi familia y mis padres para gozar un tiempo arrogancia a los cistercienses panfletarios de su tiempo
preguntarles qui é n observaba la Regla , si el m á s humilde o
más de los bienes de la vida presente; pronto volveré.” 30
logra disuadirlo y el monje muere en sus brazos, al finElredo el que más se fatiga, el más estricto o el más discreto? El
seis d ías m ás tarde. El lugar preferencial que la historia
salvo, resto de la historia de san Waldef demuestra el mismo com-
de este monje ocupa en la biograf ía de Elredo y su piejo de claustrofobia que el caso anterior. Un día , estando
ción en tres épocas de la vida del abad subrayan a un reapari- solo en el noviciado y sobrepujado por la tentación de mar -
la dureza de la observancia y la compasión de Elredo por tiempo charse, el monje se acuesta en el umbral de la puerta con las
débiles y por todos aquellos que sólo en Rieval encontraban los piernas y la mitad inferior del cuerpo hacia afuera y la
acogida, de los cuales, seg ú n Walter Daniel, no mitad superior hacia adentro. Entre lágrimas, pide una señal
sino uno.
se perdió al Señor para saber si debe seguir siendo monje o volver a
Con mayor precisión a ún, la objeción mencionada
;
.
los can ónigos “ Milagrosamente” se ve entonces transportado
que responde el Espejo de caridad vuelve a aparecer a la
— —
en la
al asiento donde acostumbra realizar la lectio divina, que
constituye, digá moslo, la menos penosa de las observancias
Vida de san Waldef >. Waldef , cuando era prior de
2Í
innegable
en el lenguaje, y no sólo en el lenguaje, sino tambi
concepto del amor en el siglo XII. Integra el amor cortés
én en el Más agustiniano que san Bernardo, para Elredo el hombre
cierta “espiritualización " a la que nuestros autores entra poco a poco en la contemplació n divina, que es con-
sabr á n recurrir. “Si es verdad que el hombre seespirituales formidad de voluntades, mediante un crecimiento de la paz,
soberbia del bien supremo y arruinó en él la imagen alejó con descrito en tres sábados. En el primer grado, la conciencia
por un movimiento del corazón y no por el andar de divina, convertida , liberada de la angustia del pecado, se recoge
( colligitur ad se ) , serena y redimida ante sus propios ojos,
ciertamente será mediante otro movimiento del corazsus ó n
pies,
que puede amarse tranquilamente. El monje entra en el segundo
el hombre volverá humildemente al Dios que
encontrará en Él su imagen. ‘Renovaos en vuestro
lo creó y re - sá bado cuando se abre a otro ( extenditur extra se ) y su
revestios del hombre nuevo creado seg ún Dios / ¿Ccoraz ómo34
ón, ¡ capacidad de amar crece al ser ejercitada . El afecto fraterno
89
El otro amigo fue Gilberto, abad de Hoyland , quien, segú n Como san Bernardo y Gilberto de Hoyland en sus comenta-
una hipótesis reciente, inició su vida monástica en Rieval. ríos: sobre el Cantar, Elredo despliega aquí todo su talento,
No sin originalidad entre los escritores espirituales cister- su labia y su ingenio; a menudo se manifiesta místico en este
ciences, Elredo hará carrera de historiador. Además de las comentario, con sencillez y profundidad.
obras ya mencionadas, redactó una Genealogía de los reyes Sus 50 sermones para el tiempo litú rgico nos resultan quizás
de Inglaterra, primer ejemplo en el siglo XII de un Espejo de más accesibles; reencontramos en ellos toda la doctrina de
reyes. La obra est á destinada fundamentalmente a la edifica- Elredo, ya que nuestros padres poseían una síntesis doctrinal
ción del joven rey Enrique II ( 25 de octubre de 1154 ) y a muy consistente, completa y orgá nicamente unificada, aunque
subrayar el tenue lazo que lo une a la antigua dinastía inglesa. para nada sistemática en sentido escolástico o moderno.
El abad de Westmínster invitó a Elredo a redactar una nueva
vida del rey Eduardo el Confesor, muerto en 1066, el mismo Querríamos que Elredo fuese el autor del himno Dulcí s
año de la invasión normanda. El único detalle original de Jesu Memoria. En un documentado estudio, Dom André
esta Vida es la interpretación que brinda Elredo de un sueñ o Wilmart no ha querido identificar a su autor, pero, segú n é47l,
del rey en su lecho de muerte. Al presentar su obra al rey no hay mejor candidato para tal título que el mismo Elredo .
Enrique II, Elredo le asegura que es de él de quien el Confe- No obstante, nos parece que se puede responder afirmativa-
sor ha profetizado que sería la piedra angular que unirá en su mente a las exigencias planteadas por Dom Wilmart; ped ía
persona las herencias normanda e inglesa. éste que el autor fuese un discípulo de san Bernardo, y ¿quié n
puede merecer este título mejor que Elredo? Es frecuente el
Elredo, al igual que sus contemporá neos, consideró el co - tema de memoña- praesentia en sus escritos, sobre todo cuando
mentario continuo de los capítulos 13 al 16 de Isaías como habla del misterio de la liturgia. En el lamento por la muerte
la obra más importante de toda su trayectoria literaria. Estos de su amigo Simón, Elredo habla conmovido de su Dulcí s
capítulos contienen los oráculos sobre Babilonia y Moab, memoria tui y más adelante exclama : Quaerit affectus dulcem
que, segú n el Padre Condamin, ‘ pueden ser comparados sin eius praesentiam 48. Asimismo querríamos establecer una rela-
mengua con las obras más hermosas de la antigüedad clásica”. ción, que, extra ñamente, ningún historiador ha señalado hasta
El comentario alegórico, moral y espiritual, segú n la teoría ahora. Gracias a Reginaldo de Durham, su amigo, sabemos
de los cuatro sentidos de la Escritura, ocupa 31 sermones. que Elredo componía himnos. En su Libellus de admirandis
—
Éstos está n dedicados al obispo de Londres otro Gilberto ,
Gilberto Foliot. En un sermón para Adviento, Elredo había — Beati Cuthberti Virtutibus cuenta Reginaldo que, en uno de
sus viajes a Citeaux, Elredo compuso un himno en honor de
interpretado brevemente los once orá culos de Isaías ( cap. 16- san Cutberto, himno que pudo terminar luego del capítulo
19 ) . El sermón complació a los monjes, sobre todo en razón general, durante las dos semanas que los abades ingleses
de sus “moralidades”, y éstos, dice Elredo, le pidieron que debieron esperar para que se compusiese el tiempo y poder
desarrollara el tema en un amplio comentario, en el que cruzar el Canal de la Mancha. Obviamente, en ningú n manus-
hallamos, entre muchas otras cosas, las enseñanzas del Espejo crito hallamos firmado el himno Dulcí s Jesu Memoria; en
de la candad . Los fardos { De oneribus ) de maldiciones lanza- aquellos tiempos, ¡ay!, a ú n no se estilaba. Pero Elredo había
dos contra los babilonios, los filisteos y los moabitas, represen- tenido éxito en varios géneros literarios y bien se merece ser
tan el peso insoportable de las austeridades para el monje considerado autor de la mencionada joya poética .
carente del impulso y la fuerza que la caridad confiere, ya
que ésta se conserva mediante la disciplina que disipa las 47 he “ Jubilus” dit de Saint Bernard , Rome ( 1944 ) .
ilusiones de las emociones afectivas y del orgullo espiritual. 48 Spec. I, XXXIV, 99.
XXXVI INTRODUCCIÓN INTRODUCCIÓ N xxxvn
Para Elredo, la amistad nunca deja de ser la forma ideal III. Ü ltimos años y muerte del abad
de la caridad fraterna, a la que asemeja cualquier relación
comunitaria, menos la que sólo se puede compartir personal
mente en el marco de una intimidad interior de comunión
- f -
En los últimos diez años de su vida, Elredo vivió agobiado
por las enfermedades, sobre todo la artritis, nos dice Walter
natural. La amistad espiritual es tambié n la perfección a la Daniel, quien, como enfermero, mantendrá en adelante una
que tiende la caridad ; ella será, en la bienaventuranza, amistad relaci ón más estrecha con el abad. Dispensado de la asistencia
sin sombra de vicisitudes. Por sobre todo, la belleza de la ima- a los oficios, Elredo no vivió con todo en la enfermería, pues
— —
gen de Dios como en la devoción a la Humanidad de
Cristo reaparece ante nuestra mirada de fe en la amistad
manda levantar una choza donde recibía a diario hasta veinte
o treinta hermanos, con los que conversaba acerca de las Es -
crituras y observancias de la Orden ( de spirituali iocunditate
espiritual, pues sólo podemos elevarnos hacia las cosas espiri - -
scripturarum et ordinis disciplinis ) . Ya sabemos qué estrecha
tuales mediante las cosas sensibles. La amistad de un herma - mente ligados están estos temas; cómo los ejercicios interiores
no, por la f ácil y total conformidad de sentimientos y que
reres que experimentamos, nos deja entrever la adhesión
- y exteriores respond ían al llamado evangélico de la renuncia
y de la unión con Dios. No sin originalidad, el abad prosigue
total, libre y voluntaria a la voluntad divina. así su tarea de doctor.
Si la doctrina monástica de Elredo nos parece cercana a
Forzados a leer entre líneas a este hagiógrafo torpe y locuaz,
la vida, es porque su vida fue la de un monje feliz de serlo en algunas expresiones adivinamos, muy a pesar suyo, en qué
y ansioso por comunicar su experiencia y su entusiasmo. L
consisten las enseñanzas de Elredo que nos transmite. En el
Como san Bernardo, Elredo se embarcó en los asuntos de r: relato de la muerte de san Elredo, que abarca unas diez
la Iglesia y del reino, pero no se dejó atrapar tanto como
páginas ( la sexta parte de la Vita ) , encontramos varias ob
servaciones interesantes. En el momento más patético, cuando
-
aquél. Su naturaleza no se prestaba para ello. El gusto por
la amistad y las relaciones más personales y duraderas lo
un hermano lee la Pasión, a la que Elredo se une con el movi -
miento de los labios y una sonrisa espiritual, los hermanos que
inclinaba hacia el ejercicio de una influencia, más discreta, lo rodeaban rompieron a llorar de tal modo que las lágrimas
en los medios monásticos. La pérdida de su correspondencia
— —
cerca de trescientas cartas es irremediable y nos impide
conocer una irradiación social y política que diversas alusiones
a lo largo de su obra nos permiten adivinar; pero Elredo fue
les impiden verse los unos a los otros; participan así de los
sentimientos de su padre, todos en cada uno y cada cual en*
todos: Eadem in ómnibus et omnia ex singulis. Walter Daniel
repite en esta forma la conocida f órmula con que Elredo des -
ante todo abad y formador espiritual. Siendo abad de Revers
by, en Lincolnshire (1143-1147 ) , nuestro autor cultivó la
- cribía la relación fraterna en el seno de la comunidad, rela -
ción para él eminentemente personal á e.
amistad de dos diferentes Gilbertos, a los que los historiadores
antiguos y modernos suelen confundir; ambos pudieron apre-
En el prefacio, Walter Daniel recordaba su deseo de enal
tecer la santidad “de aquel que lo había engendrado a la vida
-
ciar su celo por la vida monástica. El primero de ellos, Gilber
to de Sempringham, fundó la Orden de las Gilbertinas, que
- de san Benito con el evangelio de Dios”. Con esto repetía, no
sin torpeza, como de costumbre, lo que el mismo Elredo decía
-
había de extenderse rápidamente por todo el condado de
Lincoln. San Elredo fue el consejero de este personaje en la
organización de aquellos monasterios y, admirando su fervor
contemplativo, con mayor razón debía deplorar un escá ndalo
de san Benito, que nos engendra en Cristo Jesús por el Evan
—
gelio 60. El cenobitismo escribe Dom Adalbert de Vogüé
49 Dumont, Ch., Le personnalisme communautaire d’Aelred de Ríe-
“
vaulx , en Collectanea Cisterciensia 39 ( 1977 ) , págs. 129-148.
—
del cual hubo que ocuparse ( De sancti moniali de Watton ) '.
”
.
50 Serm. V: In natali s Benedicti, PL 195, 259.
XXXIX
xxxvm INTRODUCCIÓN INTRODUCCIóN
se funda en esencia sobre la relación eminentemente espiritual retomaba con igual serenidad el discurso interrumpido.
de cada uno de los miembros con un hombre que representa a Sabía hablar cuando correspondía, y lo mismo sabía
Cristo. De esta relación primigenia surge la que une entre sí a callar . . .
todos los discípulos de un mismo maestro 61. El paternalismo ^Delgado y apergaminado, Elredo era todo labios
y el autoritarismo que hoy tanto se teme aunque no más
— —
que en otros tiempos , deben ser atribuidos al ansia de dominio
en los que tienen autoridad ; esta pasión no está en sí ligada
( totus conversas in labiis ) , la mirada modesta y el porte
tranquilo que revelaban la serenidad de sus sentimien-
tos. Se expresaba con claridad y hablaba sin precipita-
.
a tal o cual forma de gobierno, sino que proviene del corazón.
/
cion . . . Su enseñanza era sencilla, pero animaba el alma
Leamos un pasaje de la Oración pastoral : de quien lo escuchaba. Encaraba temas f áciles, pero sus
“Sabes, dulce Señor, cuá nto los quiero, cómo les he palabras transmitían la fuerza de la gracia. Su inteligen-
entregado mi corazón y que mi ternura les pertenece. cia era versátil, pero no carecía de la vehemencia del
Sabes, Señor mío, que no los dirijo con espíritu de rigor amor. 54
99
o af án de dominio, que deseo serles útil más que domi- Este arte de la palabra y del silencio, que lo indujo a decir
narlos, que la humildad me invita a estarles sumiso y el y escribir lo que fuera de utilidad para los monjes, no es sino
afecto a ser entre ellos como uno más. BS 99
el arte del maestro espiritual. El pasado ya no existe, sólo hay
Más adelante, refirié ndose a la idea de ser centro de la un presente que nos abarca , y la tradición cobra sentido sólo
unión espiritual de las mentes, a ñadirá : si hay monjes para oírla y responderle. San Elredo nos sigue
“Que por obra de tu Espíritu tengan, dulce Señor, paz hablando y podemos leerlo porque supo hablar y escribir.
dentro de sí, entre ellos y conmigo. 5 3 99
De san Elredo podemos decir lo que éste dijo de san Benito
La f órmula nos recuerda la doctrina de los tres sábados. al comenzar su quinto serm ón : que nos place avivar nuestro
ardor espiritual rememorando su vida y su doctrina , porque
Concluyamos esta introducción con un hecho relatado por también por el ministerio de su palabra y de su ejemplo nos
Gilberto de Hoyland y que tiene sabor a recuerdo personal. concede Dios el gozo de ser monjes como él.
En el sermón 41 sobre el Cantar de los Cantares, Gilberto
compone el elogio f únebre de Elredo, de cuya muerte acaba CHARLES DUMONT, o.c.s . o.
Monje de Scourmont
de enterarse. El resto íntegro del sermón, y no sólo las pocas
líneas en que habla del amigo, está dedicado a Elredo, espe-
cialmente el final, en el cual Gilberto se explaya sobre el tema
de la amistad. En aquel pasaje especialmente dedicado, Gil-
berto describe lo que hoy llamaríamos el arte de escuchar:
“Recuerdo que, a menudo, cuando alguien interrum -
pía inoportunamente sus palabras, Elredo dejaba de ha -
blar hasta que el otro quedaba totalmente agotado. Al 54 PL 184, 216-218. Elredo muere el 12 de enero de 1167; la fecha nos
es proporcionada por W . Daniel . Por otra parte Gilberto de Hoyland ,
secarse el torrente impetuoso del deslenguado, Elredo en el sermón precedente , alude a la fiesta de san Lorenzo. La con-
cordancia de fechas es un problema; es imposible que la noticia haya
llegado con semejante retraso a Gilberto, pero la alusión a san Lo-
51 La communaut é et V ábhé dans la Ré gle de Saint Benoit , Desclée de renzo está en el sermón 40, y el sermón 41 no le está ligado, ni aun
Brower ( 1960 ) , pág . 143. con la f órmula hesterna die , que a menudo es convencional . Agre-
52 Cfr. pág . 294. guemos que Gilberto no escribirá más que siete sermones durante
53 Cfr . pág . 295 . los cinco años que le restan de vida .
CRONOLOGIA
c. 1157
: En los últimos diez a ños de su vida, Elredo está
enfermo.
: Historia de la Batalla del Estandarte ( escoceses
doce a ñ os
contra ingleses ) . Sermones lit úrgicos: 25 en Migne
( PL 195 ) + 26 ( ed . Talbot ) . Introducción y notas de Eduardo Gowland , o.c.s.o. Traducción
realizada por los monjes de San Isidro de Dueñas ( Espa ña ) y
1160 : De la amistad espiritual ( un diálogo y dos colo-
revisada por María Estefan ía Tamburini, o.s.b.
quios ) .
c. 1162 : Vida de la Reclusa. Carta a su hermana ( SC 76 )
1163-64 : Homilías sobre Isaías: De oneribus. Uno para ad -
viento 4- 33 sermones.
1165 : De sancti moniali de Watton ( Gilbertinas ) .
1162-63: Vida de Eduardo el Confesor.
1165-66: De anima.
1167 : El 12 de enero, hacia las 10 y media de la noche,
muere san Elredo.
Walter Daniel, secretario y enfermero de Elredo, escribió su
vida: Vita Ailredi, ed. F.M. Powicke, Nelson, London ( 1950 ) ,
con trad. inglesa. A la Vida se suma la Carta a Mauricio, ca-
n ónigo regular que había puesto en tela de juicio dicha Vida
de Elredo.
Gilberto de Hoyland trae el elogio f únebre de Elredo en
un sermón sobre el Cantar : PL 184, col. 216 218.
f
INTRODUCCION
1. La obra
i!
4 5
CUANDO JESÚS TENÍA DOCE A ÑOS INTRODUCCIÓN
Según el testimonio de Walter Daniel. Elredo habría escrito lidad de la que trata sólo es perfectamente comprensible para
el Comentario entre los a ños 1155 y 1157 3. En él encontramos aquellos que , como Elredo , habiendo gustado de las mismas
al Elredo profundamente sensible y amante que, con belleza cosas saben de su inefable realidad. -
y fina penetración de espíritu, instruye y comparte al amigo De todo ello y teniendo en cuenta los propósitos de la pre
el fruto de la Palabra en él. Dentro de la producción literaria edició n, quisié ramos destacar tres aspectos y acaso intro-
del abad, Cuando Jesús tenía doce años se encuentra en medio
sente la
ducir a ellos al lector : el triple sentido en que se interpreta en
de sus dos obras destinadas a tratar sobre el amor: Espejo de ó n a la Humanidad de Cristo, y la obra
la Caridad, dedicada al amor divino, y la Amistad Espiritual, Escritura, la devoci
tanto que tratado espiritual.
que habla sobre el amor al pró jimo. La obra que nos ocupa Estos temas están amplia y frecuentemente presentes en
anticipa la afectividad del segundo escrito, pero, a diferencia los escritos de Elredo; ellos merecerían por sí mismos unódete -
del primero, el tema del amor aparece despojado de todo nido estudio que la brevedad de la presente introducci n no
aparato racional. La frescura y vitalidad evangélica de la obra nos permite. Nos limitaremos a ofrecer una visión sint ética,
la hacen tradicional, aunque distinta de la patrística . Modelo considerándolos en esta sola obra , pero para utilidad de mu-
de inspiración posterior, en ella fluye la sabia de chos de nuestros lectores nos permitiremos un desarrollo má s
los Padres ón
con la fuerza del siglo XII. teórico en el primer caso, a fin de facilitarles la comprensi
Como otras obras del santo, Cuando Jesús tenía doce del procedimiento exeg é tico seguido por el autor . Creemos
-
a ños fue atribuida a san Bernardo; a los méritos propios, se que estos temas no sólo caracterizan fuertemente al Comenta
sumó la magnética influencia del abad de Claraval; por ello rio, sino que le dan nueva vigencia en la problem á tica actual
alcanzó una difusión no despreciable en la espiritualidad cris- de la Iglesia.
tiana. Al jesuíta inglés Richard Gibbons debemos, en el siglo Si bien cada época tiene su modo particular de vivir y captar
XVII, el descubrimiento de su verdadero autor. La devotio el misterio de Cristo, ¿qué tiene para aportarnos Elredo me-
moderna, en su preocupación por los métodos de oración, diante el camino de retorno a Dios que es su devoción a la
recibirá su influencia a través de Ludolfo el Cartujo y el Humanidad de Cristo, en momentos en que redescubrimos la
Pseudo-Buenaventura; el mismo método ignaciano de oraci ó religiosidad popular?; ¿qué puede decir de sí mismo a cristia-
con su aplicación de los sentidos a las escenas del Evangelion, nos y no cristianos el camino de unión con Cristo? Y para los
tal como se revela en los Ejercicios Espirituales de san monjes e interesados en los “métodos” espirituales, ¿cu ál es
de Loyola, encuentra en Elredo su remoto precursor 4.Ignacio el camino y los frutos de este “ejercicio monástico”, la lectio
Fruto del siglo XII, esta obra nos ofrece una belleza senci- divinaB? Las preguntas pueden multiplicarse; que la fuerza
lia y una rica complejidad. Quien la lea por primera vez . Consiste
acaso de un tirón, experimentará el encanto singular de ,suy
espontánea frescura, creerá estar entonces ante algo de f á
lectura y asimilación directa. Quien vuelva una y otra cil — ——
5 La lectio divina es una manera típica de orar los monjes
en una lectura preferentemente de la Escritura que compromete y
abarca a toda la persona en un diálogo salvífico con Dios. Clásica
mente se distinguen en ella cuatro ‘ momentos” lectura, meditaci
-
ón ,
sobre los textos, con la misma sencillez con que se manifiesta
el autor, advertirá poco a poco sus muchas riquezas
vez
—
oración, contemplació n , los cuales se alternan o suceden seg ún se
desarrolle la “comunión” con Dios. De la abundante y variada litera-
lec-
y la tura sobre el tema, recomendamos dos artículos: Southey, A. La
“
complejidad de su construcción. La hondura contemplativa de 153 ( 1979 ) , págs. 3-8, para su natura-
tio divina”, en Cistercium
Elredo y el genio propio de su expresión aseguran alimento leza y dificultades contemporá neas de la práctica; y Oliverap, Bgs. .“Lec
429-
-
sólido a lectores de comprensión diversa. En tio divina”, en Cuadernos Monásticos nros. 46-47 ( 1978) , á
verdad, la rea - 437, para una exposición actualizada de su método y una evaluaci ón
.
3 Powicke, op. cit., pág 41.
4 Maréchal, J.: “Aplications des sens”, en DS, t. I, col. de lo mucho bueno
y que sobre el tema se ha escrito en los ú lti -
Galliard, “Composition de lieu”, en DS, t. II, col. 1322823; cfr. Olphe- mos años.
.
!
6 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE AÑOS INTRODUCCIÓN
evangélica de este texto inspire al lector y lo preserve de partito desdoblaba en el sentido “anagógico” los elementos es-
anacronismos. . . catológico de la alegoría y tropología.
No siempre emplearon todos los autores estos esquemas con
igual rigor y secuencia; no obstante, ellos eran el modo habi-
2. La interpretación de la Escritura: los sentidos espirituales tual de abordar la Palabra. Algunos prefirieron el esquema
tripartito por su mayor aptitud para describir la vida del
Hemos dicho que Elredo ordena su Comentario segú n la
forma tradicional de interpretar la Biblia : sentidos literal , ale -
— —
Espí ritu por lo general los contemplativos ; otros, con ma -
yores preocupaciones doctrinales, adoptaron la f órmula cua -
górico y moral Este procedimiento hunde sus raíces en el tripartita por su más adecuada subdivisión lógica, que facili-
judaismo y el helenismo, fue ampliamente desarrollado en taba la enseñanza y la especulación intelectual. Lo cierto es
los primeros siglos cristianos por los Padres de la Iglesia y que este modo de abordar la Escritura daba como resultado
adquirió en el siglo XII caracteres propios 7. Supone una una “exégesis total” que abarcaba y comprend ía en torno a
condición sacramental de la Escritura, en la cual la letra la Biblia todo el discurso cristiano sobre Dios y el hombre,
“encubre”, como el cuerpo de Cristo, el misterio de Dios 8. incluyendo teología y espiritualidad en un perfecto ensamble,
Para el creyente, es Dios, más propiamente Cristo, quien -
fundado en la historia , que es la letra, pero superada y reve
palpita detrá s de cada pá gina santa; ella invita de continuo a lada en su significación por el “sentido espiritual” que la fe
descubrir su misterio pasando de la carne , su letra , al espí ritu, descubría en el misterio de las Escrituras
su sentido salvífico.
Este acceso al misterio de las Escrituras a través de la infi-
nita riqueza significativa de la letra, ha dado origen a múlti- Sentido literal
ples sentidos de interpretación ; todos ellos pueden reducirse
a una simple f órmula interpretativa: letra y espí ritu. Como La letra es el cuerpo de la Escritura, su dimensión sensible,
ha indicado el P. de Lubac \ dos f órmulas o esquemas de el “vestido del Verbo de Dios”, al decir de san Ambrosio .
interpretación han sido usados por los antiguos autores cris- Su comprensión es el primer significado que nos entrega el
tianos, el esquema tripartito, cuyos sentidos eran histórico, texto para que el comentador elabore la primera exposición
moral o tropológlco y mí stico o alegórico, y el esquema cuatri - y el lector obtenga así la primera inteligencia del mismo. •
partito, con sus sentidos literal , alegórico , tropológlco y ana - Supone la historia; de hecho letra e historia se equivalen
gógico. Las diferencias se deben al distinto contenido que ca- y constituyen ambas el sentido literal o histórico. Ella es el
da autor establecía para cada uno de los sentidos. El cuatri- “fundamento” de la letra, porque ésta nos comunica lo que
Dios hizo y sigue haciendo en el acontecer de los hombres.
0 Para esta sección nos hemos servido de los trabajos de: De Lubac, H.
Exégese médiévale, lere. Pars, t. I-II, Aubier, París ( 1959 ) ; Dumon La Historia para el cristiano no es meros hechos; ella es algo
-
tier, P. Saint Bernard et la Bible, Desclée, Paris ( 1953) ; Hallier A . consubstancial a su fe, supone los acontecimientos y una
Un Educateur Monastique: Aélred de Rievaulx, J . Gabalda y Cía., interpretación de los mismos según el misterio de Cristo,
- .
Paris ( 1959 ) , pá gs. 103 116
7 Cfr. De Lubac, op. cit., vol. II, pá gs. 571-580.
que es su clave interpretativa. Para los antiguos cristianos,
toda la Biblia invitaba a “bien vivir”, era la “maestra de la
8 Para un mayor desarrollo del tema, adem á s de la bibliograf ía indi
cada, recomendamos el excelente artículo de De la Torre, J. Ma. “La - vida”, una ciencia moral en la que se aprendía la “ciencia
Sagrada Escritura y el sentido del Misterio”, en Cistercium n "? 120 de la vida”
( 1972 ), págs. 103-127. Pero letra e historia sólo son el “soporte” sensible de Algo
9 Op. cit, t. I, págs. 129-155. intemporal que las sobrepasa; ya en los “hechos” o “pre-
8 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE A Ñ OS INTRODUCCIó N
9
ceptos” en los que se fundan irrumpen los magnolia Dei , es la “inteligencia superior del amor”: la Caridad . Junto con
aquellos gestos luminosos de Dios que pedagógicamente nos la alegoría, forma el “sentido espiritual” de la Escritura; am -
proclaman el Misterio . . . Entregada para que el creyente bos son sustancialmente un mismo sentido, pero mientras el
la reciba, comprenda y asimile vitalmente desentra ñando su alegórico busca “ edificar la fe”, el moral procura la “edifica-
contenido profundo, invita a la “inteligencia1 espiritual”, que ción de las costumbres”. En palabras que Elredo toma de los
la fe descubre al pasar de la letra al esp íritu &. Padres, después de las “flores” de la alegoría vienen los
“frutos” de la tropolog ía .
15
de la que éste habla, es una profecía inscripta en los hechos tiana ; es la m ística . Como Elredo nos dice en el Comentario
que el sentido aleg órico permite descubrir : Dios la garantiza . a propósito de las edades de Cristo, “ . . . todo lo que se dice
Su objeto es Cristo y la Iglesia ; de allí que sólo la alegor ía de 151 . . . se realiza espiritualmente en nosotros en diversos
,
descubra sus secretos a quienes la contemplen con ojos de grados de perfecci ó n ” 1
; mJ
á s que una simple moral derivada
fe. Su contenido más profundo es el misterio de Cristo y su de la ejemplaridad de la letra, se trata de la vivencia actuali-
Esposa ; a su luz, las alegorías adquieren su última significa - zada del misterio de Cristo en el alma , es la “experiencia
ció n: Cristo. Por esto la alegoría es el sentido cristiano de de Cristo”, la espiritualidad que dimana del dogma , el
17
la Escritura, todo lo que ella descubre pertenece a la instruc- “aquí y ahora” de la historia de salvación para tal o cual
ció n de la fe, es el “sentido doctrinal” por excelencia . Edifica persona , la interiorización del don b í blico en todo lo que
la doctrina , introduce al creyente en la plenitud de Cristo contiene de historia y de misterio : es la Caridad .
12
mediante el lenguaje de las “figuras”, permitiendo que la fe De esta forma la Biblia se vuelve plenamente Palabra de
se afirme, profundice y explicite en su contenido 13. El ver- Dios para cada uno de nosotros : profecía, enseñanza moral a
sículo 11 del capítulo 10 de la primera carta a los corintios partir de su letra, luz en el peregrinaje; nos dice qué debemos
fue un texto particularmente querido por Elredo para buscar creer, amar, esperar. Espejo de nuestra alma, tambié n nos
el mensaje profundo del texto sagrado 14. dice quién es Dios, quién nosotros, cu áles sus caminos de
_
salvación. Es el “libro de la experiencia ”, al decir de san
Sentido moral Bernardo, nos da la experiencia del Verbo y nos permite
medirla , pues la Escritura está antes y después de la expe-
El sentido moral, tropológico o mí stico se refiere al aspecto riencia .18
diná mico del misterio de Cristo vivido por el cristiano. Con- El sentido tropológico fue particularmente desarrollado en
tenido en la Escritura y desentra ñado por el sentido alegórico, el siglo XII, especialmente por los cistercienses. Varios factores
contribuyeron a ello: intereses pastorales nuevos respecto de
10 Cfr. I- II -10; SIned 10, PC 5, pág . 166 . los patrísticos, situación de la cristiandad , preponderancia de
11 SIned . 10, PC 5, pág. 166 .
12 SIned . 11, PC 5, pág. 180. 15 III -I -l .
13 SIned. 11, PC 5, pág. 180; SOner 364 A . 16 II-I- l .
14 STemp . VII , 247 D; XXI, 333 D; SIned. 3, PC 5, pá g . 58 ; SIned . 7, 17 Cfr. De Lubac, op. eit . , pá gs . 555 y ss .
PC 5, pág . 111; SIned . 21, PC 5, pá g. 300 . 18 Spec . II, 17 : 564 C.
10 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE A ÑOS INTRODUCCIÓ N 11
para los que lo contemplan , tan suave para los que lo abrazan,
que su ausencia . . . causa el mayor dolor.” Pero esta b ús-
26
— —
Elredo reduce a tres atributos divinos poder, sabiduría y
bondad todo aquello que el alma iluminada puede percibir
queda contemplativa no puede hacerse sino a través de la de Dios ( III . III .1) ; aun en esto, las Escrituras y la Humani-
imitación del mismo Cristo; de aquí la importancia de sus dad de Cristo siguen desempeñando su función; los mismos
misterios como camino de salvación para el hombre. hechos de la vida mortal de Cristo nos descubren y hacen
La razón de esta necesidad de la Humanidad de Cristo experimentar transformativamente su bondad , poder y sabi-
estriba en que el Verbo se hizo carne a fin de redimirnos. dur ía.
Elredo expresa esta idea diciendo que Dios, en Cristo, se De este modo queda descrito el camino más seguro a Dios;
despojó de su inmutabilidad atemporal asumiendo nuestra en el el hombre, por puro amor divino, consigue retirar el
naturaleza para que en Él encontrásemos el camino para subir,
la vida para gozar y la verdad para gustar; así, los misterios
velo que encubre a la divinidad en Cristo en lo que es
—
posible en esta vida , gracias al amor divino hecho carne
—
de la vida terrestre de Cristo son para nuestro nacimiento y para el pobre amor carnal del hombre.
desarrollo espiritual ( II .1.1 ) . La relación entre los misterios
de Cristo y la vida del cristiano podrá vérsela mejor al hablar
de la obra como tratado espiritual; baste aqu í como ejemplo 4. Tratado espiritual
indicar el paralelismo que el autor establece entre Jesús a
los doce a ñ os y el alma que llega a la contemplación que Otro rasgo característico del Comentario es exponer el
el duod écimo a ño, es decir, la ley de la contemplación: “Sigue desarrollo de la vida espiritual a partir del texto evangélico.
eleva el alma abrasada hasta la misma Jerusalén celeste, fran- El análisis de la obra revela una perfecta sistematización de
quea el cielo y abre las puertas del para íso, presenta al mismo las etapas de transformación humana en Cristo como así tam-
Esposo . . . para ser contemplado por los ojos del alma bié n el desarrollo de algunos temas particulares de la vida
pura. ..” 27 La imitación reproduce en el hombre los misterios espiritual : tentación ( I . I .3; II . 1.3; III .1.1; III. III . 2 ) , pre-
de Cristo, desarrolla las virtudes y purifica el alma. sencia de Cristo ( I . I . l ; I . II . 2; III . II . 2; III . Ill ) , virtudes
El cristiano ha recorrido el camino de Cristo; comenzó a ( I . I . 3; II . I . l; II .1.4; III .1.1 y 2 ) , dones del Espíritu Santo
buscarlo y conocerlo en sus hechos y palabras; ahora, este ( III .1.2 ) , estados de oración ( III . II . 3) . . .
mismo Cristo hecho hombre y glorificado comienza a ser el Tres son las coordenadas fundamentales que determinan el
té rmino nuevo de su contemplación. Los mismos hechos y desarrollo espiritual: Cristo y los misterios de su infancia, el
palabras adquieren otras dimensiones : “Entonces aquel por hombre en cuanto caído y redimido en progresiva conversión,
y el dinamismo de la gracia que brota de la Encarnación de
25 I-II-10. Cristo. Elredo estructura todo esto en torno a los cuatro luga-
26 I-II-7.
27 III -II - l . 28 III- II - 3.
14 I
CUANDO JESÚS TENÍA DOCE ANOS INTRODUCCIÓ N 15
res en que vivió Jes ús hasta sus doce a ños: Belén, Egipto,
Nazaret y Jerusalén. El progreso interior consistirá en pasar í
Siguiendo la Escritura, Elredo considera a Egipto como el
espiritualmente por estos mismos lugares. A medida que el lugar de “tinieblas” y de “tentación” lo presenta también co-
mo el refugio en donde se esconde Cristo de Herodes ( I . I . l;
Comentario va exponiendo el sentido literal, alegórico y moral, II .I . l ) . Las tinieblas representan las tentaciones del demonio
la sistematización se va completando y profundizando. que padecemos al principio de nuestra conversió n; a su vez
» /
la bondad
de
lerusalé n Esta uni ó n del alma con Dios es obra exclusiva del Esp í ritu ,
puro don del Amor; el hombre sólo puede disponerse a, reci-
A las “flores” de Nazaret suceden los “frutos” de la con- birla. Elredo la describe y nombra de muchas maneras pero del
templación : Jerusalén. En torno a ella desarrolla Elredo la todas ellas aluden a una misma realidad : el encuentro “lugares ”
vida de unión del alma con Dios. Nos encontramos al final hombre y Dios. La creación y la vida de Jes ú s son
del viaje de ascenso iniciado con Cristo en la conversión. particulares de encuentro ( III . III . 2 -5 ) ; no obstante , la gra -
Ahora puede el alma contemplar los misterios celestiales; ha tuidad y exclusividad de Dios en conceder sus dones vuelve
llegado a la madurez de los “doce añ os” ( III . II .1) . temporaria y fugaz la experiencia manifiesta del encuentro
El ascenso y la permanencia de Jesús durante tres d ías en el ( III . III . 2) . “¡Es un momento muy raro y un descanso muy
Templo de Jerusalé n permiten al autor elaborar diferentes corto! ¡Bienaventurado quien pueda entretenerse tres d ías en
comentarios al texto evangélico. El m ás rico y extenso es el estas delicias!
85
Que así le ocurra al lector.
espiritual, que desarrolla al comentar el sentido moral del
pasaje ( cfr. II . II y III, para el sentido objetivo o hist órico ) . EDUARDO GOWLAND, o.c.s.o.
Jesús en el Templo es presentado en la humildad propia de la
Encarnación : “Convertido así en nazareno, entra en el Templo,
no como maestro, sino como discípulo, oyendo y preguntando,
sin burlar la vigilancia de sus padres . . . , tal es la senda que
indica a los extraviados.” 53
Este acceso a Jerusalén no deja de presentar dificultades
para el hombre. Éste busca, desea , lucha e implora a Dios;
32 ÍÍTPL 34 III-III-6.
-
33 I-I l . -
35. III III- l y 2.
Exposición
del Venerable Elredo 9
Abad de Rieval 1
I
-- _.::=:::::::�--e:-._
----,
/
PROLOGO
estas palabras del Evangelio al oírlas leer o cantar. Miré 3. Pero, ¿ por qu é, dulcísimo Señ or, no te compadeciste de tu
hacia atrás, ¡ pobre de m í!, miré y vi qu é lejos tras de mí dulcísima Madre, que sufriendo y suspirando te buscaba ? En
había dejado aquellas suaves y reconfortantes emociones; qué efecto , ella y tu padre te buscaban con angustia 5
. Y t ú, dul-
lejos de estas delicias me habían llevado los lazos de las císima Señ ora mía , ¿por qué buscabas al Niño cuya divinidad
preocupaciones y solicitudes, tanto que ahora , por desgracia, no ignorabas? ¿Tem ías acaso que fuese atormentado por el
me sirve de alimento aquello mismo que entonces mi espíritu hambre o el fr ío, o tal vez que fuese maltratado por un
no quer ía ni tocar. Al recordar esto, mi alma se deshizo en niño de su edad ? ¿ No es Él quien alimenta y nutre todas las
mi interior \ El Señ or extendi ó su mano y tocó mi corazó n s, cosas; quien reviste de belleza superior a la de Salom ón a
y lo perfum ó con la unci ón de su misericordia . la hierba del campo que hoy existe y ma ñana se arroja al
horno ? Todavía m á s, Se ñora mía -lo digo confiando en ti-:
2. Ya ves: sólo con presentar tu petición , tu afecto ha hecho ¿por qu é perdiste tan f ácilmente a tu dulcísimo Hijo?; ¿por
surgir en m í gran luz y esplendor. Bastó insinuarme tus qué lo guardaste con tan poco cuidado?; ¿ por qué no advertiste
deseos de saber d ónde estuvo el Niño Jes ús durante los tres antes que lo habías perdido?
d ías en que su Madre lo buscaba; d ónde se hosped ó; qué
alimentos tom ó; cu á l fue su agradable compa ñía y en qué
hubo de ocuparse.
Dígnese el mismo Jesús inspirarme lo que en conversa-
ción íntima y espiritual — —
respondió a tus preguntas, a tus
ardientes deseos, a tus arrebatos, para que as í pueda escribirte
Me figuro, hijo m ío, la familiaridad , el amor, las lá grimas cosas conocidas y hacerte part í cipe de las cosas gustadas.
con las que acostumbras a interrogar a Jesú s en tus santas
meditaciones, cuando se presenta ante los ojos de tu corazón
la encantadora figura del dulce Niñ o, cuando te representas
espiritualmente aquel bellísimo rostro, cuando con gozo sien-
tes posados en ti aquellos suav ísimos y dulcísimos ojos. En -
tonces exclamas, sin duda, con í ntimo afecto: ¿d ónde estabas,
dulcísimo Niñ o?; ¿d ó nde te escond ías?; ¿d ónde te hospedabas?;
¿quién te alegraba con su compa ñía?; ¿cuál era tu mora-
y redimiéndolo con su sangre ( SOner. VII, 387 ) . El hombre, por su
da : el cielo, la tierra o alguna casa? Quizás, reunido en alg ú n parte, luego del pecado ha perdido la imagen del Creador; no obs-
lugar secreto con otros niñ os de tu edad , les revelabas los tante, por Cristo, es capaz de reencontrarla. Sus facultades superiores
misterios secretos, segú n lo que dijiste en el Evangelio: “De- colaboran a esto, la memoria posibilita recordar a Dios, la inteligencia
jad que los nifios vengan a m í y no se lo impid áis.” 4 Felices, conocerlo, la voluntad amarlo ( SIned. II, PC 5, pá gs. 48-49 ) . La
si hubo algunos tan dichosos que gozaron familiarmente de memoria ocupa un puesto clave en el sistema ; ella es el órgano de la
tu compañía durante esos d ías.
meditación, permite que el hombre se tenga presente a sí mismo y a
Dios; es la memoria Dei, que en Elredo llega a identificarse con la
2 Sal. 41,5. .
memoria Christi El esfuerzo afectivo y el de la imaginación concurren
3 Job 19,21. para actualizar esta praesentia Christi en la deficiente memoria del
4 Le. 18,16. T í pico ejemplo de meditación elrediana en que el autor hombre que por el pecado tiende al olvido ( Spec. I,IV, 508 ) ; de aquí
pone su imaginación y afectividad al servicio de la meditación y apro- entonces lo decisivo de este esfuerzo afectivo para reestablecer esta
piación del misterio de Cristo. No se trata de sentimentalismo reli-
Presencia en el alma y restaurar la memoria; es el punto de partida
gioso, sino que responde a exigencias propias del hombre y del modo
para la imitación de Cristo, en donde el amor afectivo se vuelve
en que Dios ha querido salvarlo. En efecto, para Elredo la Encama -
efectivo. Cfr. PC 4, pá g. 93, nota 11. Dumont Ch. La méditation ,
ción es una obra de amor; el Hombre-Dios ha querido establecer con
en La vie de Recluse . SC 76; págs. 17 32.-
5 Le. 2,48.
él una relación directa de amor instruyéndolo con los hechos y pala -
bras de su vida terrestre, suscitándole el deseo de imitar sus virtudes -
6 Mt . 6,29 30 .
PRIMERA PARTE
Sentido literal del relato evangélico
desde lo más alto del cielo descendió hasta Belén. Dejando allí
huellas de perfume celeste, hizo de las tinieblas, es decir, de
Egipto, su escondite 2. Por fin, después de haber iluminado con
la luz de la gracia celeste a los que se sentaban en las tinieblas
y en las sombras de la muerte , ennobleció a Nazaret con su
3
escala que propones a los que suben, el camino de retorno en la que abunda el pan y se llama “Casa del Pan”, Belén.
que señalas a los desterrados. Te doy gracias, Señor, por tu misericordia , porque saciaste al
2. ¡Quién me diera, buen Jesú s, seguir constantemente tus famélico y al hambriento lo llenaste de tus bienes 10, con
aquel pan que, bajado del cielo y reclinado en un pesebre, se
pasos y correr en pos de ti, de suerte que alg ú n d ía te alcan
ce! 4 Soy aquel hijo pródigo, yo recibí mis bienes y, no que-
- convirtió en alimento de las bestias de carga racionales.
riendo guardar para ti mis fuerzas, marché a un país lejano, 3. Estos son los comienzos de la conversión, especie de na-
al país de la desemejanza c, compará ndome a las bestias de cimiento espiritual. Para parecemos al Niño, abracemos las
carga y hacié ndome semejante a ellas All í malgasté todos insignias de la humildad y, puestos ante ti, Señ or, como un
mis bienes viviendo lujuriosamente y empecé a sentir necesi - . jumento, gocemos de las delicias de tu presencia. Pero, porque
dad . ¡Miseria absoluta! Me faltó el pan y no me aprovechó el éSET’escrito: “ Hijo, te has alistado en el servicio de Dios; sé
alimento de los cerdos. Siguiendo a los animales m á s inmun
dos, anduve errante por el desierto, sin agua, sin encontrar
- fuerte y prepara tu alma para la tentación” el Señor Jes ús
nos esconde momentáneamente su rostro, no porque nos aban-
.
el camino de la ciudad habitada 7 Muerto de hambre y sed , done, sino para ocultarse. Entonces se apodera de nosotros
mi alma agonizaba en la miseria. Entonces dije: “Cu á ntos jor - Egipto, las tinieblas, la turbaci ón. Sentados en las tinieblas
naleros de mi Padre tienen pan en abundancia , y yo aqu í me y en la sombra de la muerte, dolorosamente privados de los
muero de hambre /’ s goces antes saboreados, prisioneros y cargados de cadenas
El Señor me oyó cuando así lo llamaba y me puso en el
camino recto para que fuese a la ciudad habitada 9; a aquella — —
las de Ja dureza del propio corazón J 2 , es necesario llamar
al Señor en la tribulación y Él nos librará de nuestras an-
4 Cant. 8,2. gustias.
5 “Pa ís de la desemejanza” ( regio dissimilitudinis ) . Expresión frecuente En efecto, la luz de su consuelo disipará las tinieblas de la
en los antiguos autores cristianos que indica el estado del hombre ca í
do y pecador despojado de la “semejanza divina”. La pará bola evan-
- tentación y la gracia de la compunció n interna romperá los
nudos de la dureza interior. Calmada la tempestad nos
gélica del hijo pr ódigo ilustra esta situación . Para Elredo, la “región
de la desemejanza” implica los vicios y miserias del hombre ; la vir -
precederá en Nazaret, para que all í, entre las flores de las
tud le devuelve la capacidad de reintegrarse a la “región de la seme- Escrituras y Jos frutos de las virtudes, podamos crecer bajo
janza”. Esta “ perversión ” radical afecta a la actividad del alma : la la dirección de los ancianos y gozar de las delicias del .duodé-
memoria tiende al olvido, la inteligencia al error, la voluntad ama la cimo .a ño 13. Porque así como Jes ús es concebido y nace en
codicia ( Spec. I,IV : 508 D ) ; la soberbia de Ad á n, al querer aumen - nosotros, tambié n se desarrolla y fortifica en nosotros hasta
tar su semejanza con Dios, hace que el hombre pierda su semejanza que lleguemos todos a la perfección del adulto, en la medida
divina y se asemeje al animal ( ibid. ) ; de aqu í entonces la frecuente
designación del hombre como “bestia ”, “ bestia de carga”, “animal”. . . de la plenitud de la edad de Cristo 14.
Cfr. Hallier, A. Un educateur monastique : Aelred de Rievaulx. Ed .
Gabalda, Par
- -
ís ( 1959 ) , págs. 37 39; Dumeige, G. “Dissemblance”, en
DS, t. III, col. 1330 1346; Gilson, E. La Théologie mystique de S.
ís ( 1934 ) , págs. 47-48; Javelet, R . Image et Ressemblance .
Bernard , Par
Ed. Letouzey y Ané ( 1967 ) , págs. 266-285. En este pasaje el autor
se aplica a sí mismo esta descripción tradicional, indicando su condi- 10 Sal. 106,8-9.
ción de pecador a quien la misericordia ha tocado. .
11 Eclo 2,1.
6 -
Le. 15,13 14. 12 Sal. 106,10.
7
8 Le. 15,17.
-
Sal. 106,4 5. 13 Alusión a la vida monástica en donde la conversión alimentada por
las Escrituras, la prá ctica de las buenas obras y la obediencia a los
9 -
Sal. 106,4 5. hombres alcanzan el fruto de la contemplación.
14 Ef . 4,13.
(
5. Pero consideremos secretos más profundos 20. Allí, en la para los niños y jóvenes, para que aprendan a callar, oír y
intimidad profunda del Padre, trató de la recepción del preguntar, cuando se encuentran entre los ancianos.
bautismo, de la elección de los discí pulos, de la promulgación
del evangelio, de la realización de los milagros y, en fin, de 7. Dime, dulcísima Señora m ía, Madre de mi Se ñor, ¿cuáles
los tormentos de la pasión y de la gloria de la resurrección. fueron tus sentimientos, tu estupor, tu gozo al encontrar a
Arreglado todo al modo divino, al d ía siguiente concedió tu dulcísimo Hijo, el Ni ñ o Jes ús, no entre los ni ñ os, sino
a los coros de los á ngeles y arcá ngeles gozar de la suavidad entre los doctores, cuando viste todos los ojos clavados en Él,
de su vista y alegró a toda la ciudad de Dios al anunciar los oídos de todos pendientes de Él; cuando oíste hablar a
que la antigua defecció n de los ciudadanos de las alturas sería pequeñ os y grandes, a doctos c ignorantes, de su prudencia
reparada en breve. y de sus respuestas?
“Encontré, dice, al amado de mi alma ; lo agarré fuerte -
Por fin, al tercer d ía, visitando las filas de los patriarcas y
profetas, les confirmó con la manifestación de sí mismo lo mente, ya no lo soltaré /’ Guarda, dulcísima Señora, guarda
25
que ya habían oído de boca del santo anciano Simeón. Cam- al que amas, arró jate a su cuello, abrázalo, bésalo, recompensa
bió en consuelo la impaciencia de la espera con la promesa la ausencia de tres d ías multiplicando las delicias.
“Hijo, ¿ por qu é te portaste así con nosotros? He aqu í que
de la redenci ón inminente y a todos infundi ó nuevos á nimos
y mayor alegrí a. tu padre y yo te venimos buscando con gran dolor.” Una
vez m ás te pregunto, Señ ora m ía : ¿porqu é te aflig ías? Creo
6. Con razón, pues, fue encontrado al tercer d ía en el Templo que no tem ías ni al hambre, ni a la sed , ni a la desnudez
en medio de los doctores y ancianos 3. Después de haber
“ del Niño, pues sabías que era Dios, sino que te afligías
revelado, segú n parece, a los á ngeles y santos, libertados ya por verte privada, aunque por poco tiempo, de las delicias
de la carne, la voluntad de la bondad de su Padre sobre la inefables de su presencia. Porque el Se ñor Jes ú s es tan dulce
restauración de los hombres, comenzaba a revelarla poco a para los que lo gustan, tan bello para los que lo contemplan,
poco en el lugar más santo de todo el mundo, el Templo tan suave para los que lo abrazan , que su ausencia, aunque
de Jerusalén, y en primer lugar a aquellos que conservaban brevísima, causa el dolor más agudo.
en las Sagradas Escrituras el tesoro preciosísimo de esta pro-
mesa; escuchando y preguntando primero, y después siendo 8. “¿Por qué, dice, me buscabais? ¿ No sabíais que debo
interrogado, manifestaba estos misterios sacrat ísimos. ocuparme de las cosas de mi Padre?” Aquí comienza ya a
97
Finalmente se lee: “Todos se admiraban de su prudencia revelar el secreto de los misterios celestes en los que por tres
y de sus respuestas.» 24 Ejemplo de humildad y de respeto d ías estuvo ocupado. Para dar mi ejemplo m ás visible y
excelente de humildad y de obediencia, de renuncia a la
20 A continuación sigue una explicación del quehacer de Jesús durante propia voluntad y de sumisión a los mandatos de los mayores,
los tres días que pasó en el Templo mediante una escenificación aun cuando para ello fuera preciso abandonar una ocupación
histórico salvífica. Obsérvese cómo destaca Elredo los aspectos “ejem-
— —
*
plares” o “pedagógicos” aqu í, humildad y obediencia para el cris- más ú til, deja las cosas tan sublimes, tan ú tiles, tan necesarias
tiano, sobre los aspectos “objetivos” del Misterio de la persona de Cris- en que estaba entretenido, para someterse a la voluntad de
to y la Redención, temas de los que se habla. Esta preferencia por los mayores. Así lo» afirma el Evangelista: “Y bajó con ellos
lo que directamente edifique al cristiano es un rasgo típico de su y les estaba sujeto. 28
enseñanza .
21 Fil. 2,7. 25 Cant. 3,4.
22 Le. 2,47. 26 Le. 2,48.
23 Le. 2,46. 27 Le. 2,49.
24 Le. 2,47. aV 28 Le. 2,51.
32 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE A ÑOS PRIMERA PARTE 33
Pero, ¿qué significan las palabras del Evangelista: “Ellos creación y su asunció n por Dios tuvo una sabiduría igual a
no entendieron lo que les dijo”? 20 A mi parecer, esto no se la sabidur ía de Dios. Otros, teniendo reparos en igualar la
refiere a Mar ía, quien, desde el momento en que el Espíritu criatura al Creador, dijeron que Jes ús había crecido en sebi-
Santo vino sobre ella y la virtud del Altísimo la cubrió con duría como en edad , apoyá ndose en la autoridad del Evangelio
su sombra, no pudo ignorar ninguno de los designios de su que dice: “Más Jes ús crecía en sabiduría, edad y gracia.
Hijo. Así pues, mientras los demás ignoraban lo que había No hay por qué admirarse, a ñaden, si se dice inferior en
dicho, María, sabié ndolo y comprendié ndolo, conservaba to- sabidur ía, porque con toda verdad se afirma que era mortal
das aquellas palabras y las rumiaba en su corazón 30. Las y pasible v, por lo tanto, inferior en bienaventuranza.
conservaba en su memoria y las rumiaba en la meditación. Piense cada uno lo que quiera de estas opiniones. A m í
compará ndolas con lo que había visto y oído de Él. me basta saber y creer que el Señor Jesús, desde el momento
De esta forma, ya entonces la bienaventurada Virgen pro
veía misericordiosamente en favor nuestro, para que no se
- de su uni ón personal con Dios, fue Dios perfecto y, por lo
mismo, fue y es sabiduría perfecta , justicia perfecta, felicidad
perdiesen por cualquier negligencia palabras tan dulces, tan perfecta y además virtud perfecta. No dudo; todo cuanto se
saludables y tan necesarias, y por lo mismo se dejasen de puede decir de Dios por razón de su substancia, se puede
escribir y predicar y así quedaran defraudados los amantes afirmar también de Cristo, ya desde cuando estaba en el seno
de las delicias de este mana espiritual. Luego, la Virgen pru - de su Madre. No negamos por esto su condición de mortal
dent ísima guard ó fielmente todas estas cosas, calló modesta - y pasible antes de la resurrecció n; al contrario, confesamos
mente y las reveló en tiempo oportuno encargando su predi
cación a los santos apóstoles y discí pulos.
- que fue hombre no sólo en apariencia, sino en toda verdad ,
y que tuvo verdadera naturaleza humana , seg ú n la cual pudo
9. De las palabras que siguen , “ Jesús crecía en sabiduría, crecer en edad. En cuanto a la sabiduría , que hablen los que
edad y gracia delante de Dios y de los hombres” , se han 31 saben disputar de estas cosas.
dicho muchas cosas y los pareceres son muy diversos 38. No 10. Pero t ú, hijo m ío, no buscas cuestiones, sino devoció n84;
me pertenece juzgar la opini ón de estos autores. Algunos no sutilezas en el lenguaje, sino algo que te excite el afecto .
pensaron que el alma de Cristo desde el momento de su Por tanto, omitiendo cuanto se refiere a la historia , pasemos
29 Le. 2,50.
a explicar el sentido espiritual en la medida en que aquel de
30 Le. 2, 19.51. quien hablamos se digne inspirarnos.
• - -“
31 Le. 2,52.
32 Se trata de las antiguas controversias sobre la doble naturaleza en la
persona de Cristo. Frente al misterio de lo divino y humano en el
Verbo encarnado, el hombre ha sido y sigue siendo tentado a enfa-
tizar uno u otro aspecto del Salvador rompiendo el sublime equilibrio
de su Misterio. Elredo, en una actitud muy típica, toca el problema,
afirma la fe ortodoxa de la Iglesia, se desinteresa de la disputa en
cuanto tal y desarrolla las consecuencias prácticas que el misterio de
Cristo tiene para el cristiano, cfr. 10. Esta preferencia por la “vida
cristiana ” sobre las “ideas cristianas” no implica un rechazo de la es-
peculación intelectual del Misterio, que por otra parte el autor em -
prende, sino una actitud, compartida por los dem ás cistercienses; éstos,
como monjes, valorizan m ás el conocimiento que da la “experiencia”
de las cosas divinas que aquel otro, fruto de la especulación acerca 33 Le. 2,52.
de ellas. 34 Cfr . nota 32.
35
SEGUNDA PARTE
todo lo que se dice de Él en sus diversas
.
SEGUNDA PARTE greso espiritual, y espiritualmente en nosotros en los diversos
edades se realiza ón, como observan los aventajados en la
Interpretación alegórica grados de la perfecci nacimiento corporal es el modelo de
virtud \ Así pues, su espiritual, es decir , de una santa conver -
nuestro nacimiento n que sufri ó de parte de Herodes es figura
sión; la persecució que padecemos al principio de nuestra
de las tentaciones del demonio; su educación en Nazaret
conversión por parte en la virtud .
representa nuestro progreso
, el hijo pródigo, consumido por el
2. En el primer grado pan
a la Casa del Pan , donde encuentra
*
hambre, es invitado , sino cocido sobre las brasas, para que
no de flor de harina pan y mezcle las lágrimas con ,su bebida
6
llenado la superficie de la tierra y ¿todavía buscá is? Dis- elegirá n un solo jefe y se desbordarán de la tierra. ¿Cuándo
persos por toda la tierra , en todos los lugares chocáis con se realizará esto, mi buen Jes ús?; ¿cuá ndo posarás los ojos
Cristo y ¿todavía buscáis? En todas partes, entre las naciones, sobre tu carne, sobre los de tu 20casa y tu sangre, puesto que
suena en honor de Cristo vuestro amén; se canta vuestro nadie aborrece su propia carne ?
aleluia, resuena vuestro hosanna y ¿todaví a buscáis? Clavó Parte, Se ñor, tu pan a los hambrientos y abre las puertas
su tienda en el sol y nadie puede sustraerse a su calor y de tu casa a los indigentes y vagabundos . ¿Hasta cuá ndo el
20
Por esto no lo encontrá is. Vuestros ojos se han oscurecido para camna 28, pero esto será al atardecer. En efecto, al cabo de
no ver y vuestra espalda se ha inclinado 3 . Lo buscáis en
a
tres d ías lo encontraron en el Templo.
Jeremías, pero, segú n su propio ” 10 , “los sacerdotes
testimonio
ignoran la ley, no conocen al vidente . Pero esto no lo en -
contr áis. Lo buscáis en Moisés, pero “hasta hoy siempre que
leéis a Moisés un velo est á puesto sobre vuestro corazón” .
20
III. LAS TRES EDADES DE LA IGLESIA
Por esto no lo encontrá is. SIMBOLIZADAS EN LOS TRES DIAS EN JERUSALEN
3. Así, pues, vuelve, vuelve Sunamita 2 I , vuelve a Jerusalén 1. El primer d ía, aquel en que, habiendo entrado en nuestra
y lo encontrarás. En efecto, se anuncia a Jes ús que su madre
y sus hermanos está n fuera y lo buscan .
22
¿Saldrá? Mejor. Jerusalén, el Señor Jesús se escondió de su madre la Sina-
goga y de sus hermanos los jud íos, fue el de la predicación
Entrad vosotros y lo encontrar é is . Y , volviendo, añ ade el apostólica a los gentiles. Así lo dijo Pablo a los mismos jud íos,
Evangelio, “al cabo de tres d ías lo encontraron en el templo” .
fl8
“porque os juzgá is indignos de la vida eterna, nos volveremos
Aunque el n ú mero de los hijos de Israel fuese como las arenas a los gentiles” S 9. Entonces, en efecto, brilló la luz celeste en
del mar, un resto se convertirá quiero decir, el resto de los entenebrecidos corazones de los gentiles y, disipada la
Jacob se volverá al Dios fuerte . ¿Cu á ndo? Después de tres horrorosa oscuridad de la infidelidad antigua, el esplendor
d ías. ¡Oh momento deseable! Entonces Israel conocerá a su de la fe invadió con los rayos de su claridad las almas de los
Dios y temblará delante de David su Rey. Los dos pueblos perdidos. Mas he aquí que la noche de una cruel persecución
oscurece la encantadora luz de este d ía : los príncipes de este
16 Is. 1,3. mundo se encarnizan contra los cristianos. Cruces, bestias,
17 Sal. 68,23; Rom . 11,9. potros de tortura y ganchos de hierro, parrillas encendidas
18 Sal. 68,24.
19 Jer. 2,8.
20 2 Cor. 3,15. 25 Ef . 5, 29.
21 Cant. 6,12. 26 Is. 58,7.
22 Mt. 12,46. 27 Gn. 4,11-12; Sal. 78,12; Gn . 25,29; Sal.7,3.
23 Le. 2,46. 28 Sal. 58,7.
24 Rom . 9,27. 29 Hech. 13,46.
40 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE AÑOS SEGUNDA PARTE 41
y láminas candentes y otros mil géneros de tormentos se
preparan para su extinción. Aunque la mayor parte de los José, reconocido por sus hermanos, sea proclamado vivo ante
cristianos por la fortaleza de la fe se reía de todos esos el pueblo jud ío como en otro tiempo lo fue el viejo patriarca:
“José, tu hijo, vive y es jefe de toda la tierra de Egipto.«33
tormentos, sin embargo, hubo un buen n ú mero de ellos que “Hijo, le dice, ¿por qué te portaste así con nosotros?; tu
cedió ante los verdugos causando dolor a los santos.
.
padre y yo te hemos buscado con dolor » S I ¿Qué hiciste,
2. A esta noche siguió el d ía radiante de la divina miseri - José? ¿Tu madre muere, tu padre desfallece con un llanto
cordia; los reyes del mundo se convirtieron a Cristo; se des perpetuo, tus hermanos está n en peligro, toda la familia
truyeron los templos de los gentiles, los santuarios de los - languidece y tú, abandonando a los tuyos, te preocupas por
demonios se consagraron al culto de los m á rtires; poco a la salud de los egipcios?
poco penetró en el pecho de los mortales la verdad y se disipó Hijo, ¿por qué te portaste así?; tus hermanos van y vuelven
la opaca noche de la maldad . de Egipto; te ven Señ or de aquella tierra , pero no te recono-
Pero de nuevo la niebla de la herejía veló el esplendor cen; sólo a los de tu casa ocultas el amable rostro que todo
de este d ía hasta que, puesto de manifiesto el error por el Egipto admira .
esfuerzo de los Doctores, aquélla abandonó el corazón de los Hijo, ¿por qué te portaste así?; tratas a los tuyos como a
cristianos, y la fe, probada por mucho tiempo y apoyada en extranjeros, les imputas cr í menes, los amenazas con suplicios;
múltiples argumentos, devolvió al mundo en peligro el Sol los extra ños te encuentran lleno de clemencia y los tuyos lleno
de justicia . de crueldad .
Hijo, ¿por qu é te portaste así con nosotros? Aquel tu
3. Mas he aquí que ahora ya anochece y ha caído el d ía 30. otro hijo, el pródigo, que despilfarró toda su herencia con
¡Tiempos peligrosos, en verdad! La vida desarreglada de los meretrices 36, que adoró a los troncos y a las piedras 36 y
falsos cristianos oculta la luz del tercer día y extiende una trocó el Dios incorruptible por la imagen corruptible del
noche tenebrosa por la sobreabundancia de iniquidad. Des- hombre, de las aves, de los cuadr ú pedos y de los reptiles 87,
borda la maldad y se enfría la caridad. Esperamos el día en
que, por la predicación de Henoc y Elias, la Sinagoga, en-
— —
lo introdujiste en tu casa 88 y desde entonces hace ya muchos
a ñ os se harta con la carne del becerro cebado 8B, se embriaga
trando en el templo, es decir, en la Iglesia, encontrará a con el vino más puro 40 y se recrea con los encantos de la
Jes ús, pues en ella se halla, en medio de los ancianos y doc- m úsica y la danza de nuestro David . Nosotros, por el contrario,
tores, el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre a quienes pertenece la Alianza y la ley y el culto y las pro-
Jesucristo, escuchando con los31 niños, buscando con los jóvenes, mesas y los Padres, tus antepasados segú n la carne, quedamos
enseñando con los ancianos . de pie fuera, como extraños 41.
No creíamos que el que nos había sido prometido, el que mi nombre es grande entre los pueblos” ° \
se nos había dado, hubiese abandonado a los que hab ía Os inflasteis con mis dones; os supo mal mi misericordia y
engendrado, para salvar a un pueblo rival; que hubiera des- vuestros ojos vieron con pena la salvació n del penitente y, ce-
preciado a los que había rodeado de cuidados, y preferido gados por la envidia, no pudieron reconocer al autor de su
las naciones inmundas e id ólatras al pueblo al que el mar propia salvaci ón. Por esto no perdoné las ramas naturales,
cedió paso, alimentó el cielo, la roca ofreció bebida , en cuyo sino que, cortadas del tronco del olivo natural, injerté ramas
favor las olas formaron un muro y el muro se convirtió en extra ñas. Pero ahora me alzar é y tendré misericordia de Sión,
camino; el pueblo a quien obedeció el sol y por el que la luna porque tiempo es ya de que le sea propicio 5; llegó la hora.
B
interrumpió su curso. Por esto te buscá bamos angustiados. Llamo a los que había rechazado, reúno a los que había
Ciertamente en ocasiones eran muchas las señales que nos dispersado, recibo a los que había repudiado; y estaré con
probaban tu venida, pero la ilusión de los gentiles y nuestro vosotros siempre hasta el fin del mundo 60.
propio repudio nos lanzaban de nuevo en la desesperación. De momento basten estas alegor ías.
Por esto te buscá bamos angustiados.
3. Y Él responde: “¿Por qué me buscabais? ¿ No sabíais que
es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?” 40 jOh 47 Le. 24,25-26; 24,47.
necios y tardos de corazón para creer lo que vaticinaron los 48 Sal. 2,8.
profetas! ¿ No era preciso que el Mesías padeciese esto y así 49 Gn. 22,18.
50 Le. 2,49.
entrase en su gloria, y que se predicase en su nombre la 51 Is. 49,6.
52 Gn. 49,10.
53 Ag. 2, 8. ( Se trata de un error de Elredo, que cita seguramente sin
42 Le. 2,48. el texto a la vista. Es Ageo quien, de acuerdo a la Vulgata, habla
43 Sal. 131,6. del Desiderátum gentibus. De ahí lo que sigue. [ N . del E.] )
44 Le. 2,48. 54 Mal. 1,11.
45 Gn. 49,10. 55 Sal. 101,14.
46 Le. 2,49. 56 Mt. 28,20.
TERCERA PARTE 45
no dudes que ha alcanzado ya los tres a ñ os. Si el espíritu libre de las redes de los negocios, se olvida de lo pasado,
de fortaleza lo ha hecho inconmovible e impertérrito contra destruye las imágenes de las cosas externas y levanta con
todas las tentaciones y las delectaciones de la carne que mili- avidez el bello rostro de su corazón para contemplar a su
tan contra el alma c, admira en él a un niño de cuatro a ños. amado y, por lo mismo, merece oí r las palabras antes citadas:
Si a esto se a ñade el espí ritu de consejo, lo har é, por la Toda hermosa eres . . . , etcetera.
virtud de la prudencia, un niñ o de cinco a ñ os. Si el esp íritu “Pasó el invierno’ , a ñ ade: pasaron las lluvias. Han brotado
de inteligencia le otorga la gracia de saber meditar la ley las flores . Estas flores perfumadas son las virtudes que
santa, ha llegado felizmente al sexto a ño de edad. El séptimo aunque tiernas todavía, nacen felizmente, pasado el invierno’
a .ñ o lo trae el espíritu de sabiduría que procede de la medita - de las persecuciones y las lluvias de las tentaciones en el
ció n de la ley divina. Este espí ritu infunde en el alma que
/
campo del corazón que progresa. Su belleza y su perfume
progresa las cuatro virtudes como la luz de cuatro a ñ os. deleitan a Cristo, que invita al alma a subir: pasó el invierno
Nada hay en la vida del hombre m ás ú til que estas cuatro cesaron las lluvias, han brotado las flores. Y como los gemidos
virtudes, como está escrito de la misma sabidur ía : “Enseña de la compunción abren el camino de la contemplación , añade
la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, las vir- en seguida : El arrullo de la tórtola se deja oír en nuestra
tudes m ás provechosas para los hombres /’ En efecto, éstas
7
tierra.
son las moderadoras de las virtudes precedentes; sin ellas, t
las demás no pueden practicarse como conviene, ni guardarse 2. Recuerda, hijo mío, lo que sueles rumiar en los rincones
por mucho tiempo. cuando, al modo de la tórtola, esa ave castísima, solitaria y
La sobriedad , conocida también con el nombre de tem- gemebunda, buscas los escondites para edificar, a pesar de la
planza, vigila para evitar todo exceso inmoderado en la multitud que te rodea, tu soledad cotidiana. '¡Cómo gimes!
práctica de las virtudes. La prudencia impide la confusión ¡Cómo te abrasas!, ¡cómo buscas al amado de tu alma y
indiscreta de las mismas. La justicia se opone a usarlas des- cómo, consumido por el amor, deseas ver ya a tu amado! Tan
ordenadamente. La virtud llamada fortaleza hace que nos pronto te deshaces en caricias como te indignas dulcemente
aficionemos a ellas con perseverancia. para encender en ti un deseo más vivo. A veces le reprochas
sus tardanzas, otras te crees víctima del desprecio - después te
consideras indigno de su visita y de nuevo vuelves a recrearte
II. SUBIDA A
en su bondad , tantas veces gustada. A veces, no pudiendo
JERUSALEN : ACCESO A LA CONTEMPLACION
soportarlo más, tratas de vencer su tardanza en un combate
en una lucha espiritual. ¡Cuá ntas lá grimas! ¡Cuá ntos gemidos
1. Sigue el a ñ o duod écimo, es decir, la ley de la contem -
plación que eleva el alma abrasada hasta la misma Jerusalén ¡Cuá ntos suspiros! ¡Cu á ntos gritos! Unas veces tus ojos pe- '
sados por el llanto se elevan al cielo entre profundos sollozos -
celeste, franquea el cielo y abre las puertas del para íso, y otras extiendes tus manos y tus brazos o con golpes de pecho
presenta al mismo Esposo, el más bello de los hijos de los revelas la pesadez del alma.
hombres, como mirando por las celosías, para ser contemplado Al mismo tiempo pronuncias palabras sin ton ni son, senten-
por los ojos del alma pura, que merecerá así oír aquella sua-
cias incoherentes, razones contradictorias, no prestas atención
vísima voz : “Eres toda hermosa, amiga m ía, y no hay mancha
al sentido m a la familiaridad del lenguaje y aun a veces la
en ti.” 8 Purificada, en efecto, de las máculas de las pasiones, pa abra corresponde al afecto, y de nuevo el afecto anega la
6 1 Pe. 2,11. palabra. Ciertamente aquel buen Jesús goza al ser vencido en
7 Sab. 8,7.
8 Cant. 2,9; 4,7; Sal. 44,3. i* 9 Cant. 2,11.
48 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE ANOS TERCERA PARTE
49
esta lucha y, complacido por la constancia de esa alma, se eleva al alma contemplativa hasta las mismas puertas de la
enorgullece ante los á ngeles que lo rodean : “El arrullo de la cielo.
tórtola se ha dejado oír en nuestra tierra.” 10 En la tierra de Jerusalén delaquel por tanto tiempo buscado, tantas veces
Entonces
los vivos se oye, en efecto, el grito de un alma ardiente y el importunado, tan ardientemente deseado, el más bello de los
aroma suavísimo de un deseo tan abrasado encanta la ciudad hijos de los hombres , como mirando por las celosías, la
13
de Dios. invita »a los besos diciendo: “Levá ntate, amiga mía, date prisa,
Te sucede en tu escondite lo que le aconteció a Elias en su y ven. * Entonces, entrando en Jerusalén, pasa al lugar del
"i
cueva : en primer lugar “pasó un viento fuerte y poderoso tabernáculo admirable , hasta la casa de Dios entre voces de
que rompía los montes y quebraba las piedras, pero no estaba júbilo y alabanza 16
. Entonces vienen los abrazos, los besos:
el Señ or en el viento. Y vino después del viento un terremoto, “Encontré a mi Amado, lo agarré fuertemente, no lo soltaré.” '
1
pero no estaba el Señor en el terremoto. Y vino tras el terre- Ya en Jerusalé n, el alma nada en delicias, goza de todos los
moto un fuego, pero no estaba el Señor en el fuego. Y tras bienes y celebra su día de fiesta con alborozo y regocijo.
el fuego vino un ligero y tenue susurro.” 11 Aqu í tenemos algu-
nos grados por los que en la oración el alma compungida se
eleva como columna de humo de mirra, incienso y toda clase III. TRES DIAS EN JERUSALEN:
de polvos odoríferos. LA TRIPLE LUZ DE LA CONTEMPLACION
3. Pero te conf ío todo esto no tanto para que lo conviertas 1. Por lo mismo, te ruego, hijo carísimo, que te acuerdes
en objeto de investigación cuanto de experiencia en la ora- de m í cuando te vaya bien . Insinúa a tu amado, a tu Rey,
17
ción. Considera diligentemente con cuánta dificultad en el que habita en el santuario, que me saque de esta cá rcel, de
primer momento entras a veces en la cámara de tu corazón estas tinieblas, de estas cadenas, para que pueda finalmente
para encontrar en él una gruta donde, lejos de todo lo que es respirar la libertad del gozo más puro y experimentar tambié n
mundo, sepultarte en cierto modo y orar en secreto a tu yo qué grande es la dulzura que guarda para los que le
Padre 12. Parece a veces que el corazón se endurece como temen 18. Pero, ¡ay, ay de mí! ¡Es un momento raro y un
una roca. Se diría que un monte se ha interpuesto y oculta
la visibilidad de todo lo que es espiritual hasta que un viento
descanso muy corto! ¡Bienaventurado quien puede entretener -
se tres d ías en estas deliciasl
fuerte y poderoso derribe los montes y quebrante las piedras Por estos tres días entiendo, no sin razón, la triple luz de
ante el Señor. A este viento fuerte sigue una sacudida cuando la contemplación: porque todo lo que un alma iluminada
el alma se deshace en compunción y, ba ñ ada en lágrimas, lava puede percibir de Dios se relaciona, segú n nuestra opinión ,
con la contrición interior todas sus manchas. o con su poder, o con su sabidur ía, o con su bondad.
Nacida de aquí la esperanza, se consume en el fuego de Por esto el Se ñ or Jes ús aparece a veces fuerte y poderoso
un deseo inefable; entabla con Dios una lucha espiritual hasta en la lucha 10, para que sepas que, si lo amas, su mano derecha
que el susurro de una brisa ligera, penetrando en el fondo de te protegerá contra el mundo, contra el demonio, contra todo
su corazón , se apodera con una suave caricia de su afecto e,
imponiendo silencio a todos los movimientos, a todas las pre- 13 Sal. 44,3.
ocupaciones, a todos los discursos, a todos los pensamientos, 14 Cant. 2,9-10.
15 Sal. 41,5.
16 Cant. 3, 4.
10 Cant. 2.12. 17 Gn. 40,14.
11 1 Re. 19,9.11-12. 18 Sal. 30, 20.
12 Mt. 6,6. 19 Sal. 23,8.
51
50 CUANDO JESÚS
,
TEN íA DOCE
resistir su poder ,
;
Añ OS
TERCERA PARTE
SrS;.ydoccSnaym”wMÍ¡»
e
5¿
JJSTf s ^
"d ' su estudio
principado y potestad so. Nadie Pued
ante él se doblegan los pilares del mun
se secar á todo ; si las deja libres, mun
•
ja
se levanta contra
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aguas
retiene las
23
tierra
t,
, oraiaTaddade que procede
tu presunción de investigador
cosas
^
y rep
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^
.
5\a vara de la equidad, la vara d e’ ^ t u curiosidad .
En su
^
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su grandeza solo
2. Por tanto, si un espíritu poderosoexcitando los aguijones En fin, si todas estas deseas
despertando la tentación de la pereza o mundo contra y esplendor, su sublimidad , tesus Parec , ? os labios; si con voz,
su Rostro
de las demá s pasiones; si enfrenta al , si tiemblas, si temes beso, un solo contacto con buscado tu nn her-
—
rodea de persecuciones; si tienes miedo
ser vencido en . cada minuto, corre
amas estará contigo como rey poderos
del santo David : Echa mano
“ a
ansioso
la
ísimo
ayuda; el que
ora,
a tu Jesús; ñ tu
exponie los peligros, pide ardientemente su , según la oración
adarga y al escudo Yo
y le oirás: “ No
le temas , porque
, V besar cuando te
d
quejumbrosa gritas con , Un , . “Ojalá fueses
encontrara
de que vendrá a ti agraciado
>
Señor , tu Rostro buscare pechos
mano, amamantado a los
en la
un
con e
bes
„
de
puedes estar
perfumes y
poderte
adre, para cierto
aromas
ba de llenar
qne arre '
su
20 1 Cor. 15, 24 Él ninguna doctrina
instruye; a
a est¿ seguro porque
21 Job 9,13. guna cualidad es ú til. Junto todo es cierto
22 Job 12,15. poder.
nada puede perturbar su engana procede todo lo
23 Sal. 34,2. ^
24 Jer. 1,8. su sabiduría no puede
25 Sal. 72,3. 30 Ap. 3,7 .
26 Sal. 72,9.
atribuye
Elredo la
ías, pero pues en el 31 Heb. 1,8.
27 Jer. 12, 1. ( La cita corresponde a Jerem razó n, se halla
32 Sal. 26,8.
a Habacuc, aunque erróneamente, no sin af n en ello al mismo
33 Cant. 8,1.
espíritu con que se abre este profeta menor
, í
[ N M E0 ) 34 Sal. 44,3.
y Sabnista > < • Hab. b 2'4' '
28 SaieI9310 ^ *
29 Sal. 118,18.
52 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE A ÑOS TERCERA PARTE 53
bueno, porque ninguna malicia puede pervertir su naturaleza. men con fuerza maravillosa los cuellos de los soberbios y alta -
Por lo mismo, en la creación de ios seres contemplamos su ñeros. Besa, repito, acaricia con fus labios afortunados esos
poder; en la belleza su sabiduría; en el uso su bondad. pies para que después de ti ningú n pecador tenga miedo;
Si prefieres contemplarlo en los pasos de su vida mortal, para que nadie, por muchos que sean sus crímenes, desconf íe;
f ácilmente advertirás la luz radiante de esos tres d ías. Si con para que ningú n indigno tiemble de pavor. Besa, abraza, aprie-
los ojos de tu corazón enamorado lo consideras reclinado en ta esos pies venerables para los á ngeles y los hombres; derra-
el pesebre, llorando en brazos de su Madre, colgado de sus ma sobre ellos el perfume de la penitencia y la confesi ón
pechos o niño en las manos de Simeón, admira la obra de su para que toda la casa se llene del aroma del ungüento .
3T
bondad . Si te agrada considerar sus ojos de fuego, el látigo de ¡Ay de ti, fariseo!, para quien este aroma es aroma de muer-
cuerdas y la voz terrible con los que aterrorizó en el templo te, que da la muerte ; que temes mancharte con los pecados
S3
a los vendedores y compradores, tiró por tierra las mesas de ajenos siendo así que el tumor de tu orgullo te mancha de
los cambistas y con los que arrojó además a los vendedores forma más fea y f étida. Ignoras qué suave es para la miseri-
36
de palomas, asómbrate de la energía de tan gran poder. Si te cordia el olor de la miseria confesada de esta pecadora, qué
resulta más agradable, mira con los ojos del alma las insidias dulce le sabe a la piedad la confesión sincera del pecador ,
de los escribas y fariseos, tantas veces descubiertas; por sus cuá nto le agrada este sacrificio, la contrición de corazón ,
39
astutas objeciones y la prudencia de sus respuestas, conocerás cómo el amor ardiente consume el pecado. »“S4 0í, le son perdo-
perfectamente la suprema claridad de la luz de su sabiduría . nados muchos pecados porque amó mucho.
Del mismo modo por su poder arrojó a los demonios, alimentó
a las turbas, anduvo sobre las aguas, llamó a Lázaro del 5. Gracias, oh bienaventurada pecadora, por haber mostrado
sepulcro; y no fue menor su sabiduría cuando burló al príncipe al mundo un refugio seguro para los pecadores: los pies de
— —
del mundo y se dejó tentar por el diablo cosa que se debe Jesús, que no desprecian a nadie, a ninguno desechan, a nadie
enumerar entre los prodigios divinos ; cuando tuvo hambre rechazan , al contrario, reciben y acogen a todos. Sí, es all í
como un pobre; cuando se durmió en la barca; cuando subió donde la etíope cambia su piel; donde el leopardo depone
a la cruz para morir en ella su pelaje moteado 4 ; sólo el fariseo no desinfla su soberbia.
l
4. Pero como te entretienes con más gusto en la consideración ¿Qué haces, oh alma mía, oh pobre y pecadora alma mía ?
Tienes d ónde verter tus lágrimas, d ónde purificar tus ósculos
de su bondad , entra, por favor, en casa de Simón el Fariseo. obscenos con besos sagrados, d ónde derramar seguramente
Fí jate atentamente en la mirada tan piadosa, tan dulce, tan todo el ungüento de tu afecto sin ninguna conmoción ni ven-
complaciente, tan bondadosa que echa sobre la pecadora pos- cimiento del vicio tentador. ¿Qué esperas? Romped , oh dulces
trada en tierra. ¡Con qué compasión ofrece sus pies santísimos lágrimas, salid , nadie impida vuestro curso. Regad los sacra -
para que sean regados por las lágrimas de la penitente, enju- tísimos pies de mi Salvador, de mi Redentor. No me importa
gados por los cabellos que hasta entonces habían sido motivo que algú n fariseo cuchichee, que crea deber apartarme de sus
de soberbia y lascivia, y besados dulcemente por aquellos la
bios manchados por la inmundicia de tantos crímenes!
- pies, que me juzgue indigno de tocar la orla de su manto.
Que se mofe, que se ría, que se burle, que aparte sus ojos, que
Besa, besa, besa, oh dichosa pecadora, besa esos pies dulcí- se tape las narices; a pesar de ello yo me adheriré a tus pies,
simos, suavísimos, bellísimos, que aplastan la cabeza de la
serpiente a, ponen en fuga al enemigo antiguo, pisotean los
3
37 Jn. 12,3.
vicios, echan por tierra toda la alegría de este mundo y opri- 38 2 Cor. 2,16 .
39 Sal . 50,19.
35 Mt. 21,12. 40 Le. 7,47.
36 Gn . 3,15. 41 Jer . 13,23.
54 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE ANOS TERCERA PARTE Oo
Jesús m ío, los apretaré con mis manos, con mis labios los el abismo de sus juicios , exclama “Oh hombre, ¿quién eres
45
acariciaré, no cesaré de llorar sobre ellos y besarlos hasta que t ú para responder a Dios? ¿Acaso dice el vaso al alfarero: Por
oiga : “Se le han perdonado muchos pecados, porque ha amado qué me has hecho as í?” 4 fl; y admirando los tesoros de su sabi-
mucho.” duría exclama : “Oh profundidad de la riqueza, de la sabidu-
y de la ciencia de Dios” 4 T, y lo que sigue. El mismo recuerda
6. As í, pues, el primer d ía, en el que el alma sedienta de Dios también las riquezas de su bondad diciendo: “¿Desprecias,
descansa en las delicias de la contemplación como en Jerusa- acaso, las riquezas de la bondad y longanimidad de Dios?” 48
54 Le. 2,48.
viene de repente a la mente el recuerdo de los d é biles. Pensa - 55 Rom . 8,26.
52 Le. 2,46; 2,51 .
56 Le. 2,49.
53 Sal . 146 ,3.
57 Le. 2,51 .
a 58 Mt. 11,30 .
58 CUANDO JESÚS TENÍA DOCE AÑOS
!
V
INTRODUCCION
\
E S T A peque ña obra que su autor escribió entre los a ños
1160-1162, segú n la cronología que establece Dom An-
selmo Hoste \ tiene por autor indudable a san Elredo de
Rieval, abad cisterciense de la abad ía inglesa de ese mismo
nombre, a pesar de haber sido interpolada en todo o en parte
entre las obras de san Agustí n o de san Anselmo durante varios
siglos, incluso ya en los catálogos de los siglos XIII y XIV.
Pero el testimonio de su mismo discípulo y biógrafo, Walter
Daniel , el catálogo de la biblioteca de Rieval, de fecha muy
2
obligan seriamente a catalogar este tratado entre las obras del i La institución de las reclusas
abad de Rieval, tal como ya el a ñ o 1661 lo hizo Holstenius en
la edición de su Codex Regularum 6. La reclusión es un modo de vida mon ástica . Adopta dos
Por su parte, Dom Andr ó Wilmart, analizando las Medita - formas diversas : la pr áctica de la vida solitaria en un lugar
tiones de san Anselmo, sintetiza muy bien las pruebas crí ticas deshabitado, o bien la vida solitaria garantizada plenamente
por las que dichas Meditationes , desde la XV hasta la XVII, por una estricta clausura perpetua. Fue muy frecuente esta
deben restituirse íntegramente a Elredo como a su verdadero vida hasta la edad media, como expiación de los pecados
autor, de cuyo tratado De insiitutione inclusarum fueron to- o por un ardiente deseo de contemplación, para llegar a
madas estas tres meditaciones, que figuran como anselmianas emitir un voto hasta la muerte, comprometié ndose con él a
en la Patrología Latina de Migne \ morar en una reducida celda o en una casita contigua a una
Manuscrito ampliamente difundido en la edad media, a iglesia .
juzgar por los ejemplares que se han conservado, el op úsculo Este gé nero de vida religiosa, cuyos orígeness se remontan
fue bastante afortunado entre los editores a pesar de sus mo- a los tiempos mismos de la paz constantiniana , conoció tal
destas proporciones. Presentamos la lista de sus ediciones expansión a partir del siglo V que los Concilios se vieron
hasta hoy, limitándonos a las que tenemos entre manos ,
7
obligados a prodigar una legislación al respecto °. Pero se
desde la edición de Par ís en 1555 entre las obras completas conocen pocas Reglas espec10í ficas para este género de vida :
de san Agust í n, a quien le fue adjudicada con el t ítulo la del presbí tero Grimlaico y esta del abad de Rieval.
De vita eremítica ad sororem: Da la impresión de que estamos ante un fen ómeno parti-
cularmente carismá tico quizás y muy poco institucionalizado,
1759 Augustae Vindelicorum ( Graz, 1957 ) , L. Holste- al menos de modo sistemá tico, como lo puede lograr la con-
nius, Codex Regularum , 3^ part., págs. 418-440. creción de una Regla determinante como tal. Contrasta esta
1836 París, S. Augustini opera omnia, ed . altera ( de los sobriedad de la legislación regular con la abundante litera-
Mauristas ) , I, Append ., col. 1380-1412. tura mon ástica sobre el eremitismo, que roza o expresamente
1853 París, Migne, Patrologí a Latina, 158 col. 785 A - trata la vida solitaria englobada bajo los nombres de ermi-
794 D. tañ os, anacoretas o reclusos.
1877 París, Migne, Patrologí a Latina, 32 col. 1451-1474. De los tres términos, este último es el menos frecuente
1951 Roma , C. H. Talbot, en Analecta S . O . C . , VII, en los textos más antiguos, pero se vuelve más familiar en
págs. 167-217. la edad media. Y con Mabillon se puede hablar de un
11
1961 París, Ch. Dumont, Sources Chrétiennes, 76, Textes estado de vida correspondiente específicamente a los que se
monastiques d’Occident, VI, págs. 7-169, ed. latino- recluyen por su propia voluntad. Sin embargo, apenas sabe-
francesa. mos nada sobre la naturaleza jurídica y la organización de
1971 Turnholt, C. H. Talbot, Corpus christianoruni , cont . esta reclusión mon ástica.
med . I, pá gs, 635-682.
8 Cf . H. Leclercq, en Dictionnaire d! Archéologie Chrétienne et de Li -
turgie , art. “Reclus”, t. XIV, col. 2149-2159.
5 L. Holstenius, Codex Regularum, Romae ( 1661 ) , págs. 187-239, sec. 9 H. Leclercq, a. c., col. 2150-2155.
part.; Parisiis ( 1663 ) , págs. 110-140, ter. part. 10 L. Holstenius, Codex Regularum, Grimlaice presbtjteri Regula solita-
6 A. Wilmart, La tradition des prieres de s. Anselme. Tables et notes, riorum, t. I, págs. 292-344, y en Migne, PL 103, col. 345.
en Rev. Bénéd . 36 ( 1924 ) , págs. 60 61.
- 11 En Acta sanct. Ord . S. Bened., Venetiis ( 1733 ) , t. VII, pág. 43, lo
7 La relación completa de todas las ediciones y traducciones del tra - define como una gloriosa realidad oficialmente establecida : Celebre
-
tado puede verse en A. Hoste, o. c., pá gs. 77 79. quondam apud nos fuit reclusorum institutum.
f
Lo cierto es que la Iglesia se ha visto obligada a con- i Tambié n Elredo la considera en varios momentos como
trolar estos movimientos de vida solitaria, porque de hecho un "estado” de vida, como una "institución”, para emplear su
derivaron a veces en ciertas extravagancias y pintorequismos mismo término. Institución que él justifica como un medio
recogidos en abundante anecdotario, en el que con la edifi - para "huir de los peligros de la vida en sociedad. . . y gozar
cación ha proliferado también el escándalo. A este propósito de mayor libertad para poder anhelar a Cristo y desear su
se podría entresacar el amplio testimonio del Concilio VII abrazo”, en un doble planteamiento de "huida del mundo” en
de Toledo ( 648 ) , en el que se recomienda que de alguna deseos de "contemplaci ón ”.
manera dependan los reclusos, o de los obispos, o de los
superiores de los monasterios a los que anteriormente perte-
necieron como monjes o en cuyas cercan ías residen, si nunca Destinatario del tratado
.
lo fueron 12 Muchos cánones conciliares determinan que los
fieles aspirantes a vivir como reclusos se sometan a una No debemos olvidar este sucinto planteamiento de la vida
prueba para comprobar el car ácter sobrenatural de su voca- reclusa, para mejor entrar dentro del contexto de muchas
ci ó n durante uno o varios a ños. consideraciones que a lo largo del tratado formula a su her -
No todos adoptaban el mismo género de vida en una mana y en ella a todas las reclusas para quienes escribe.
situación tan propicia para el excesivo individualismo. Ni t- Porque, siguiendo su costumbre, san Elredo no redacta esta
todos pod ían someterse a una disciplina que exigía a veces obra espont á neamente, sino a instancias de alguien en concre-
fuerzas sobrehumanas. Aun dando margen a la originalidad , to. Esta vez es su propia hermana reclusa; hermana "en la
a la singularidad, y también a un cierto desorden en las carne y en el espíritu”, como la llama en la dedicatoria. Siem-
ideas, se debe reconocer que la mayoría de los reclusos eran i pre tiene así alguien a quien dirigirse directamente. Así había
espí ritus rectos y bien intencionados. sucedido hasta con su Speculum caritatis, que, a pesar de ser
En unos casos la reclusión era perpetua y en otros sola - su tratado más abstracto quizás, de hecho es una recopilación
mente temporal, por ejemplo desde la fiesta de san Martí n de cartas, pequeños artí culos polémicos y notas para los no-
hasta Navidad y durante la Cuaresma 13. Parece que el n ú - vicios. O su op úsculo Cuando Jesús tení a doce años, que en
mero de las reclusas no fue tan elevado como el de los realidad es una carta de dirección a un joven monje. La amis-
hombres. Pero en la edad media, y en tiempos de san Elredo, tad espiritual es asimismo una serie de diálogos que luego le
era relativamente frecuente esta forma de vida monástica dará n base para una forma literaria posterior. Y sus sermones
entre las mujeres, como se desprende de algunas frases del sobre Isaías, titulados De oneribus, fueron expresamente soli-
tratado que presentamos “. Esta es en líneas muy generales citados por sus monjes en adviento.
la situación, cuando el abad de Rieval accede a la petición Esta circunstancia es la explicaci ón de una característica
de su hermana reclusa, escribiendo la "regla ” para orientar que se destaca en las obras de san Elredo : su estilo directo y
su espíritu y regular su plan de vida erem í tica. vivo. Y por eso resultan siempre tan personales. No tendrá
nada de extra ño, pues, que, al dirigirse inmediatamente a su
12 Concilium Toletanum VII, c. V, Mansi, t. VII, col. 954. hermana, se exprese con términos de gran familiaridad propia
13 H. Leclercq, a. c., col. 2157. del género epistolar, m ás que de un tratado como tal. Lo cual
14 Daniel Rops llega a considerar la reclusión monástica como una de las redunda además en una universalidad todavía mayor que tan-
formas curiosas de la piedad, que adquirió un gran desarrollo. Histo - tos escritos impersonales abstra ídos de todo realismo concreto.
ria de la Iglesia de Cristo, t. III, “La Iglesia de los tiempos bárbaros”, Por esta razón, el tratado está impregnado de un delicioso
pág. 385, en nota. Cf . también Jean Leclercq, Espiritualidad occiden
tal , Fuentes, Sígueme, Salamanca ( 1967 ) , págs. 242-243.
- encanto. Y por añadidura, con su espíritu siempre bajo la mira-
it
da de Dios, deja destilar la unción de sus más í ntimas viven- Elredo no se considera un innovador, sino un continuador
cias, de su entusiasmo, de su oración en la gratitud o en la I
del primitivo monaquisino, consciente de que su aportación
compunció n para con el Señ or. personal solamente conseguirá su objetivo poniendo al d ía
Como en casi todas sus obras, también en esta se revela antiguas tradiciones. Y, sin romper con el pasado, enriquece
san Elredo como gran psicólogo y hombre experimentado en el patrimonio monástico acumulado por los siglos.
las cosas del espíritu, manejando además con castiza precisión La orientación contemplativa del tratado dejar á incluso caer
los términos latinos más exactos. Es original; pero su naturali- espontá neamente frases “hechas”, arrancadas de los Padres del
dad le permite no ser rebuscado. Sabe ser agudo y mordaz desierto. Por poner sólo un ejemplo, en el cap. I. n. 2 16, in
cuando quiere, especialmente en casi toda la primera parte heremo soli sedebant. Frase ya clásica, inspirada a su vez en
del tratado, y exaltarse sin el empalago de lo ampuloso. Sus la Escritura , cuya reminiscencia se hará muy frecuente sobre
17
descripciones psicológicas de las negatividades de las reclusas todo en los Apotegmas, como un simbolismo que expresa el
de su tiempo, las confidencias de su vida personal, la presen- estado o actitud habitual de la hesychia, o quietud interior,
tación de las escenas evangélicas, son dignas de un poeta o del monaquisino griego, condición a la vez y resultado de la
de un artista. Podr íamos referirnos aqu í a m últiples pasajes unión con Dios 18.
que el lector descubrirá por sí mismo. El ambiente global con el que este tratado quiere envolver
t la vida erem í tica es la espiritualidad del desierto. Así la sinte-
tiza Elredo con la gran f órmula que saltaría en seguida a
Fuentes del tratado Occidente : Sede, tace , quiesce 19.
Los escritores cistercienses del siglo XII, como todos los * Otra línea maestra de la tradición más primitiva con la que
de su siglo, “miraban hacia los montes”, hacia las encumbradas aqu í empalma Elredo es la de la “paz” o reposo interior indis-
auctoritates de la antig üedad y de los Padres. De ahí resulta pensable para toda vida contemplativa. Cuando él insiste,
ineludible el complicado problema de sus fuentes. San Elredo hasta casi parecemos exagerado, en las virtudes ascéticas que
no es una excepció n al respecto en ninguna de sus obras. exige la “guarda de los sentidos”, de hecho está enquistándose
Ya en el mismo párrafo inicial del prólogo-dedicatoria, le en una constante que en Occidente se remonta a Casiano con
manifiesta a su hermana que, para satisfacer su petición de su puntas coráis y en Oriente a Evagrio con su apathia , hasta
una regla precisa, irá recogiendo diversos elementos entresa- llegar a la máxima simplicidad del espíritu ipso nesciente qui
cados de las diversas “ense ñanzas y costumbres” ( institutis )
de los Padres. Con esta f órmula, familiar para los autores mo-
orat ( V, 36 ) , en reminiscencia de san Antonio 80 y de Casia -
násticos, se refiere a los Padres antiguos del desierto, a quie-
nes todos los codificadores monásticos han pretendido remon-
tarse , para estar en línea con la tradición. Las huellas que
1o
16 Hemos dividido el tratado en nuestra presentación con una numera-
este propósito ha dejado en su tratado son manifiestas a veces ción de capí tulos y párrafos más frecuentes que en otras ediciones,
por tener un punto de referencia desde ahora para la citación de los
hasta en las mismas expresiones. pasajes.
17 Sedebit solitarias et tacebis ( Lam . 3, 28 ) .
18 Irénée Hausherr, “L’Hésycliasme”, en Orientalia christiana P., Roma
32 ( 1956 ) , pág. 263.
15 Por ejemplo, Isidoro de Sevilla, Regula monachorum, PL 83, 867-868; 19 Epí stola Pallada ad Lausum , Append . ad Vitas Patrum, PL 74, 260 D.
Codex Regularum, ed. 1759 ( 1957 ) , t. I, pág. 188; y BAC. 321, San- 20 Pero la sentencia que Casiano explícitamente atribuye a san Antonio
tos Padres españoles, II, pág. 90. 3 no se encuentra entre los repertorios de sus Apotegmas .
I
I
68 VIDA RECLUSA
í
1 INTRODUCCIóN 69
3 tintas en las diversas
no 2 \ Es la “oración pura” de san Benito a la que san Elredo 1
necesario quizá rebajar un tanto las
califica de “incorruptible” 32 . descripciones, a veces demasiado enf áticas posiblemente, a
Sin embargo, por ser él un cisterciense convencido del ideal través de las cuales subraya los peligros a los que está expuesta
cenobítico, indirectamente deja traslucir sus prevenciones la soledad de la reclusa. Y también convendrá recordar que el
personales contra el eremitismo o, más bien, contra las diver - abad de Rieval fue un gran estilista de la ironía.
sas negatividades a que está expuesto 2 a. En este contexto será El tema de la “ventana” de la reclusa se convirtió en la
edad media en todo un simbolismo o tópico literario a través
21 Colaciones , IX, 25 : La oración no es perfecta mientras el monje tie
- del cual se condensaba la caridad de la reclusa o sus disipacio -
ne conciencia de sí mismo y se da cuenta de que ora.” Ed Neblí, . nes con el exterior, hasta poder hablar de todo un género
.- literario. Lo cierto es que Elredo se sirve de esta popularidad
19, págs. 451 452.
22 Regla, 20, 8 Pero san Benito recoge la doctrina de Casiano. Cf. Co
laciones, ed. Neblí, 19, pág 412. . - de la ventana de la reclusa para analizar claramente los pro -
23 Esta posición es muy característica también en san Bernardo El abad . blemas que plantea la reclusión en la psicología de las muje -
de Claraval, siempre que roza el tema, se muestra muy reacio al ere - res 2 \ No ignora sus tentaciones y posibles desviaciones. Pero,
mitismo, por concebirlo como una imprudencia monástica Para él, la . con todas sus reservas, se guarda de lanzar el descrédito sobre
debilidad humana necesita apoyarse en la fuerza invencible de la este género de vida que todos estiman. Solamente reconoce
unión . Así se lo manifiesta precisamente a una religiosa que aspiraba
a la vida solitaria. “He llegado a saber que intentas abandonar tu
que, cuanto m á s elevada es una vocación, mayores son los
.
monasterio . . Es posible que lo hagas por amor de Dios . pero yo . . riesgos a que se expone.
no veo la manera de cumplir tu deseo según las normas de la pru - Además, esta posición suya se inserta plenamente en la tra -
dencia. Me dirás que huir de la abundancia, del trato con las gentes y
Ii
dición benedictina. Aunque san Benito 2reconoce la suprema -
la vida regalada es indicio de poseer el sentido de Dios; y que conser - B
cía del eremitismo sobre el cenobitismo , de hecho su espiri -
varás m ás intacto tu pudor en el desierto .. .
llevando una vida soli
taria , totalmente consagrada a complacer al que elegiste. De ning ún
- tualidad y su Regla son cenobíticas. Por eso, Elredo presentará
.
modo Quien desea obrar desordenadamente halla en el desierto mil a su hermana todos los elementos comunes o adaptables a la
ocasiones ...
El mal que nadie ve queda sin reprender; y donde falta vida de las reclusas con la garantía que a él le supone el Pa-
la corrección, el tentador se acerca más seguro, la maldad se eje
. - triarca de Occidente y su experiencia personal de abad cister -
cuta con mayor libertad . . Si eres de las vírgenes fatuas, te es ne
cesario el apoyo de la comunidad, y si perteneces al grupo de las
- ciense. Así se explica que sea san Benito, entre todos los demás
Padres, el que en el tratado sobre la reclusa es citado con
- .
261 B 262 B La misma postura adopta en los Sermones sobre el
.
prudentes, le eres necesaria a la comunidad.” Epist 115, 1 2, PL 18, - más frecuencia, signo evidente de que la Regla benedictina
-
Cantar 64, 4, ed . Roma ( 1958 ) , II, 168, 11 16, en los Grados de la era el motor impulsante de su vida monástica. El tratado
humildad y la soberbia, 49, PL 182, 968, y en el Sermón para la Cir
. - rezuma benedictinismo hasta en los detalles de la alimenta-
cuncisión del Señor, 2, 6; PL 183, 134 C-D No es, pues, extraño que
otros cistercienses, entre ellos san Elredo, adopten parecida posición,
ción, la bebida, el vestido, la distribución del tiempo, la orga -
insistiendo al menos en los riesgos del eremitismo, o que ni siquiera ¡ nización del trabajo y de la vida lit úrgica de la reclusa, su
.
toquen este tema Sin embargo, J. Leclercq advierte que en los pri -- !i:
silencio, sus lecturas, su oración. Todo va brotando de la mis -
meros a ños de Citeaux se buscaba m á s bien un cierto eremitismo co ma Regla en sus citas, literalismos y reminiscencias.
munitario y que exist ían en los ambientes cistercienses monjes que Está también presente en el tratado san Agustín, el autor
deseaban hacerse ermitaños. “Les intentions des fondateurs de l’Ordre predilecto de la época, cuyas obras no faltaron en ninguna
Cistercien”, Collectanea Cisterciensia 30 ( 1968 ) 4, 268, nota 59* Y . í
recuerda que san Bernardo, en parte, desvió a la Orden de las inten -
--
. 24 Esta calidad psicológica de Elredo en este tratado la considera J . Le
ciones de sus fundadores Esta última afirmación la expone el mismo
autor en Veremitismo in Occidente nei secoli XI e XII , Milán ( 1965) , .
clercq en su obra ya citada Espiritualidad Occidental Fuentes. Sí
gueme, Salamanca ( 1967 ) , pág. 243.
. . .
págs 573-576 Cf . E Mikkers, ibid ., V érémitisme et les cisterciens, pá
ginas 577-580.
- 25 Regla, 1, 4.
70 VIDA RECLUSA INTRODUCCIóN 71
i
biblioteca cislerciense del siglo XII y de las cuales en Rieval Por fin, como en todas las obras de Elredo, Bernardo,
.
se llegaron a registrar 44 manuscritos 20 Dos son los rasgos Guillermo de Saint -Thierry o en Hugo de San Víctor, su
típicamente agustinianos de La vida de la reclusa : su cristo- doctrina fluye mansamente, espontánea y natural, de los
centrismo vital ( IV, 19 ) y sus impresionantes efusiones lí ricas, Libros Santos. Es abrumador contar en una obrita tan breve
tan frecuentes en esta obra elrediana de gran intimidad con hasta 182 citaciones expresas o reminiscencias bí blicas. Ya
su hermana; ellas evocan siempre claras influencias del gran sabemos la razón. Ciñéndonos a Elredo, él mismo nos la
converso de Milá n. Cuando, por ejemplo, Elredo recuerda a explica : “La Sagrada Escritura constitu ía mis delicias; com -
su hermana lo que ella significó para su espíritu en los des- parada con ella, me parecía despreciable lo poco de ciencia
varios de la juventud , lo hace con pinceladas autobiográficas que el mundo me había dado. . . Ya entonces nada era capaz
inspiradas en el gé nero literario que san Agustí n consagró en de arrebatar mi afecto si no. . . había sido sazonado con la
sus Confesiones. No en vano fue esta la obra que provocó la sal de las Santas Escrituras.” 20 Por eso no es posible sintonizar
conversión monástica de san Elredo, para no dejarla de sus con la obra escrita de Elredo, si no hemos captado el sentido
manos, al decir de su biógrafo: M á xime confessiones Augustini profundo de esta intimidad con la Palabra del Dios Vivo, su
manibus portabat assidue ú nica “fuente de erudición ” 30.
Era también natural que recurriera varias veces a san
Jerónimo, el gran apóstol de la soledad, al querer dar a su
hermana codificaci ón y doctrina sobre la vida solitaria de la Esquema de la obra
reclusa. En momentos lo cita casi literalmente. San Ambrosio
con su obra sobre la virginidad , san Gregorio con sus homilías Nos lo presenta el mismo autor, como en otras obras suyas.
y san Anselmo en su Proslogium, autores muy leídos por los Elredo no anda perdido en sus exposiciones. No improvisa.
cistercienses, hacen acto de presencia en el tratado sobre la Siempre se traza un plan y lo sigue exactamente, pero sin
reclusa. perder su espontaneidad . Sin embargo, esta vez presenta el
Impregnada su alma de la acció n lit úrgica y de la Escritura plan a su hermana ya al final del tratado ( n. 181 ) , como si
con su eficacia misteriosa, destila el opúsculo constantemente fuera el í ndice. “Ah í tienes lo que me has pedido”:
la fuerza de la palabra de Dios, escuchada en la lectio y
actualizada en la celebración de los misterios santos. La virgi- 1) un reglamento externo : corporales institutiones ;
nidad contemplativa de la reclusa , adquiere todo su relieve 2 ) un directorio ascé tico: purges a vitiis vel virtutibus
penetrante en estas páginas admirables por las perspectivas ornes;
sobrenaturales con que el tema es tratado y enfocado. Elredo 3) una serie de esquemas de oración: in triplici meditatio-
lo expondrá a través de las figuras representativas y simbóli- nes, porque son tres modos de contemplar la obra o
cas de santa Inés, san Juan Evangelista o santa Cecilia
—
28
econom ía de Dios ( dispensatio ) en lenguaje muy elre-
vividas en la sacralidad lit úrgica del Oficio divino.
—
diano de san Gregorio Magno:
a ) el pasado con la memoria: los evangelios;
26 Catalogue of Rievaulx, Cambridge, Jesús College, Ms. 33 ( Q. B. 17 ) , b ) el presente con la experientia: las gracias personales;
-
13 th c., f . 1 r - bv. A. Hoste, o. c., pá gs. 149 152. 155. 171.
27 W. Daniel, Vita, Londres ( 1950 ) , pá g. 50, XLII. Y da la razón del
c ) el futuro con la exspectatio : vida escatológica.
hecho el mismo biógrafo: Eo quod tilos libros quasi quasdam intro -
ductiones habebat cum a saeculo converteretur . 29 La amistad espiritual , Pról., Studium, Madrid ( 1969 ) , págs. 54, 4.
28 Tomadas del Breviario Cisterciense , las alusiones de los nros. 66, 67 30 Fons eruditionis. Cf . Am édée Hallier, Un éducateur monastique: AeU
y 131. red de Rievaulx , Gabalda, Par -
ís ( 1957 ) , págs. 104 113.
72 VIDA BECLUSA
1 1
INTRODUCCIÓN 73
Esquema sencillísimo que nos permite dividir el tratado i TERCERA PARTE: “SEMILLAS DE CONTEMPLACION ”
de la siguiente forma : ! Introducción a la triple meditación ( 103 105 )
Dedicatoria (1 ) 5 -
1 ) El pasado: meditación de la figura histórica de Cristo
XVI. La anunciación ( 105-106 )
PRIMERA PARTE : EL REGLAMENTO EXTERNO DE VIDA i XVII. La visitación ( 107-108 )
XVIII. El nacimiento ( 109 )
I. La vida solitaria ( 2-3) XIX. La huida a Egipto ( 110-111 )
II. Las reclusas en los tiempos de Elredo XX. La subida al Templo ( 112 )
Su disipaci ón ( 4-7 ) XXI. El bautismo en el Jord á n ( 113-114 )
Su preocupación por lo material ( 8-9 ) XXII. La mujer ad últera ( 115-116 )
III. El ejercicio de la caridad XXIII. La pecadora en casa de Simón ( 117-118 )
-
El pretexto de la caridad ( 10 15 )
El servicio de la reclusa (16 )
i XXIV. El paralí tico ( 119-121 )
XXV. La unción de Betania ( 122-126 )
El trato con los niños ( 17 ) XXVI. La entrada en Jerusalén ( 127 )
IV. El silencio XXVII. La última cena ( 128-132 )
Su aspecto ascético ( 18-21 ) XXVIII. La pasión ( 133-146 )
-
Con quién y cómo podr á hablar ( 22 28 ) XXIX. La aparición a Magdalena ( 147-150 )
Tiempos de silencio ( 29-32 )
V. Distribución del tiempo
La ociosidad ( 33-34 ) i 2 ) El presente como experiencias personales de la gracia
Tiempos de oración ( 35-37 )
La lectura y el trabajo ( 38-40 ) XXX. La propia familia natural ( 151-152 )
VI. La sagrada cuaresma i XXXI. La educación familiar ( 153-154 )
La tradici ón bí blica ( 41-42 ) XXXII. Confesiones” personales ( 155-162 )
Consideraciones ascéticas sobre el ayuno ( 43-44 ) XXXIII. La vocación a la vida contemplativa ( 163-164 )
Consideraciones teológicas ( 45 )
Prácticas cuaresmales ( 46-48 ) 3 ) El futuro como esperanza escatológica
VII. La alimentaci ón ( 49-52 )
VIII. El vestido ( 53 ) XXXIV. La muerte, frontera entre el presente y el futuro ( 165 177 )
XXXV. El cielo ( 178-182 ) -
Conclusión ( 54 )
Conclusión y síntesis ( 183 )
SEGUNDA PARTE : DIRECTORIO ASCETICO
El ascetismo
IX. Virginidad y castidad ( 55-69 )
X. Confidencias del autor ( 70-72 )
XI. Meditación de la Palabra de Dios ( 73 ) Toda la segunda parte del tratado la consagra Elredo al
XII. La falsa discreción ( 74-79 ) estudio psicol ógico y moral de las virtudes llamadas, más
XIII. La humildad ( 80-84 ) í modernamente, ascéticas. La castidad, con sus duros comba
XIV. El trabajo del lino ( 85-91 )
XV. La caridad ( 92-102 )
tes, ocupa en extensión el lugar principal. Sus amplias des
-
-
cripciones y especialmente los rigores con que plantea la
necesidad de la mortificación deben ser encuadrados con
alguna reserva dentro una mentalidad y situació n histórica dis
-
VIDA RECLUSA INTRODUCCION 75
74
a la vanidad “feme- ón básica del monje tomaron parte activa
de esta concepcicontempor
La humildad, con sus derivaciones delicadeza, tanto en
é
los cistercienses
á neos de Elredo. Entre ellos Go-
nina”, es descrita con detalles de gran mención especial, dofredo de ógrafo de sany Bernardo
Auxerre , monje abad de Claraval y después
lo externo como en lo psicológico. laMerece
artesan ía del lino y el 4 de Cister33, el bi
32
, y m¿s tarde Alain
por curioso, el paralelismo entre misterio lit úrgico.
el de Lille .
proceso de la vida cristiana centrada entejido le permite re- “Todo debe llevarte a la unidad . . . la unidad que se en-
manual para fabricar este
La técnica
econom í a de la salvaci ón en el cuentra en el Ú nico, junto esalrealizable
Ú nico, en el cual no hay
construir a doble columna la sobrenatural de las mutación alguna. ” Este ideal para Elredo porque
plano individual y el proceso ascético y la criatura racional tiene ó nticamente capacidad para ello.
virtudes. discreto y delicado Es el homo capax Dei agustiniano. Por ser imagen viva de
Pero en realidad se trata de un ataque externos de piedad, su Creador es ya sin más apta para adherirse a aquel de
medios
contra la frivolidad en los mismos
del siglo XII quien es imagen , hacié ndose uno con* él intencional y real-
muy: en línea con la sobriedad de los cistercienses mente en el espí ritu, no carnalmente , porque su autor dejó
en todo lo referente al culto divino inserta en su ser la trilogía del esquema antropológico plató-
.
; es un medio
Mas el ascetismo de Elredo tiene un laalma unidad del alma nico-agustiniano: la memoria , el conocimiento y el amor hasta
alentado por un solo objetivo: buscar este planteamiento en llegar a hacerse uno con el Uno y reduciendo así la dispersi F ón
en Dios por la caridad. Es indefectible sin embargo de de su complejidad constitutiva .
todos los maestros cistercienses, acusados Elredo, duro y r ígido De esta manera, la asccsis elrediana pretende llegar a la
puro rigorismo externo. Es curioso que detalles en esta segunda “unidad paradisíaca”, que se restablece primero en el hombre
a veces con su hermana, hasta en los
con este binomio inse- mismo, en su querer radical divinizado, p0r la conquista
parte, termine la misma precisamente
y con los her - progresiva de todo el compuesto humano. Al hundir en la
parable y fundamental: la unidad con Dios
vida de los sentidos el clavo de la continencia ascética crucifi -
manos por el amor . ( XIV, 91 ) , evocada cante, el espiritual triunfa del aguij ón del pecado. Las pa-
Esta nostalgia de Elredo por la unidad la caridad , no es ”
siones comienzan a “espiritualizarse para dar paso al orden,
inmediatamente antes de su epílogo sobre
de la identificaci ó n de su pensamiento con .
fruto espíritu se llama 'único’, es decir, 'monje .” Dial , PL 192 1217 Véase
.
solamente ’
el de san Agustín, quien tanto marc ó sus vivencias y toda su
profunda visión de la en la cita completa el entronque de esta definición con Rom 8 religiosa
obra. Porque se trataría quizá de una teológico, sellada con M. Garrido Bona ño, o.s. b., La vida mon ástica en la contienda religiosa
°
vocación monástica en su trasfondo del siglo X I I , Confer., XI, 39 ( 1972 ) , 298.
través de los Padres 32 Ab hoc uno et ab hac monade monachorum appellatio et professio
la impronta neoplatónica de la unidad aexpresamente en nin- ducit originem , citado por J. Leclercq, “ Le témoignage de Geoffroy
griegos, aunque Elredo no lo enuncie »
en Analecta Monástica, 2» serie Studia Anselmiana, XXXI
gú n lugar. fAuxerre
( 1953 ) , pag. 176, y por M. A. Dimier, Les concepts de moine et
Desde esa perspectiva se definiríllega a el monje como un cris- de vie monastique en Sí udta Monástica , 1-2 ( 1959 ) > pá g. 403
a la perfecta unión 33 Hoc enim nomen monachus . . . monas, id est , unitas: quia sumptum
tiano que realiza la unidad , que
Cristo . Si no con toda la
de vida y de pensamiento conReading , en la recuperació n
31
—
est a monade , id est , unitate , cuius mater est caritas. Dialogas í nter
cluniacensem et cisterciensem monachum, 2^ parte, n. 1137 en Marte -
fuerza teológica de un Ugo de ne, Thesaurus nov. anecd ., t. V, col. 1616, citado por A. Dimier, a. c.
El autor de esa obra del siglo XII es un anó nimo cisterciense. Y Alain
31 Ugo de Reading da una base teol
ógica sumamente apreciable a la de Lille: Dicitur monachus quasi quidam unitatis cusios Pn kermr» nrl
interpretación de “monje ” como “ uno ” o “unidad”. De aquí surge claustrales , PL 210, 189. Cf . PL 211, 168-171; 2137 897-904
las mismas palabras del au- * Speculum caritatis , I, 3, PL 195, 507 C; CSEL cont. med. I, pág. 14.
una definición que hay que repetirespcon
í . Por razón de la unidad de
ritu
tor: “El que es de Cristo tiene su
76 VIDA RECLUSA INTRODUCCIÓ N 77
a la paz y a la unidad del ser en Dios. Es el reposo sa- universi orbis y saber encauzar los actos individuales, hasta
bá tico 3\ los más íntimos, ad bonum commune. que es el servicio a la
Iglesia universal, ¡qué grandeza y satisfacción confiere a nues-
tra vida individual! Todo esto justifica plenamente la vida
La virtud teologal de la caridad de silencio, de oración y de trabajos insignificantes de estos
monjes que son mejores ut sunt que lanzados a la vida pastoral
Es muy sintomá tico que Elredo cierre la sección ascética intensa del clero secular,» inofensiva para los clé rigos, mas pe-
de su tratado sobre la reclusa con una serie de observaciones ligrosa para los monjes. 36
y exhortaciones sobre lo que constituye el alma evangélica de
toda espiritualidad cristiana y la fibra íntima del movimiento
cisterciense. En definitiva, lo que crea la unidad en el hom- Con toda su teología sobre la caridad , Elredo ha ahondado
bre es la caridad teologal. en el subsuelo más profundo de la vida contemplativa y
Pero Elredo baja hasta el fondo de la cuestión. Aparente en el estrato más profundo de la espiritualidad cristiana: la
antinomia en todos los tiempos, parece que su hermana le unidad de las virtudes al converger con su diversidad en la
plantea la eterna acusación contra la vida monástica , y mu- cumbre paulina de la caridad. Es la libertad carismá tica del
cho más la erem ítica. Acusación tan vieja como aquella de amor. “Ama y haz lo que quieras.”
los sinópticos : “¿Para qué este despilfarro? Se pod ía haber Con una imagen muy femenina, concibe esta virtud unifi-
vendido a buen precio y d á rselo a los pobres,” 35 Da la im- cadora como el galón dorado que remata la tú nica multicolor
presión de que se propone aquietarla con una solución jurídica: de todas las virtudes 37. Y desde el centro mismo del alma
“obispos, sacerdotes y diáconos” ( N9 98 ) son quienes tienen unificada por la caridad , tanto por el amor efectivo ( la vida
“la obligación” de “hacer ” la caridad . La reclusa deberá virtuosa, manifestación y resultado de la ascesis ) como por el
“ vivirla”, pero abriendo grandes perspectivas a su vida aislada amor afectivo, consolida las bases inalterables de toda vida
e “inactiva ”. Una perspectiva evangélica con el relato de monástica : el amor. “Abre a todos el pecho de tu amor.”
Marta y María ( N? 98 ) . Una perspectiva ascética eludiendo Dilartarse universalmente con toda la amplitud del amor cris-
la “murmuración, la envidia y la detracción” ( N? 98 ) propia tiano, sin límites; caer ían como un alud los textos paralelos
de los administradores de la caridad . Y sobre todo la perspec- de san Elredo sobre esta tesis. Quien ame a la Iglesia, no
tiva teológica, por ser su modo de vivir la caridad “más mire tanto a lo que rinde “ productivamente” y de inmediato
agradable a Dios, más aceptable para Cristo” ( N ^lOl ) , y la su amor, cuanto a la verdad absoluta del mismo; esto viene
eclesial, “abrazando a todo el mundo en el único seno del a decirnos en el precioso pá rrafo 100 del tratado.
amor” ( 100 ) . Son otros tantos jalones para una teología del
eremitismo.
Queda muy bien reflejado todo el pensamiento de Elredo
en este momento de su tratado, con una frase que el futuro
Juan XXIII, entonces Nuncio en París, escribió en su diario . -
36 A. G. Roncalli, Souvenirs d' un Nonce Cahiers de France ( 1944 1953 ) ,
íntimo la noche del 3 de agosto de 1948 en la abadía cister- \
Roma ( 1963 ) , págs. 83-84, citado por L. Leloir, o.s.b., “Témoignage
ciense de Hautecombe: “Sentirse llamado a la salvación monastique et présence au monde”, en Nouvelle Revue Théologique
88 ( 1966 ) , pá gs. 677-678.
34 Jean Hild, Domingo y vida pascual, Sígueme, Salamanca ( 1966 ) , pá - 37 Ya Evagrio aporta esta misma concepción de la unidad de todas las
gina 141. virtudes y la pone en labios de un monje solitario junto al lago Mar ía
35 Mt. 26,8. cerca de Alejandría. Traité Pratique, 98, pág. 707 en SC 171.
t
78 VIDA RECLUSA 79
INTRODUCCION
“ Semillas de contemplación ‘ 38 dad. Ella hace realidad inmanente en el hombre la trascen -
5
i DEDICATORIA
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UERIDA hermana : hace ya varios a ños me vienes pidien-
do alg ú n reglamento con el que puedas orientar tu vida y
i ordenar los ejercicios propios de la religión, de acuerdo
con la vocación que ardientemente has seguido por Cristo. ¡Oja-
lá lo hubieras pedido y lo obtuvieras de alguien más sabio que
yo y capaz de enseñá rtelo m ás por su experiencia que por
la ciencia! Pero soy tu hermano, en la carne y en el espíritu,
i
y no puedo negarte lo que me pides. Por eso procuraré com- 1
)
— —
serta dice ejercicios espirituales” a los “corporales”, con una distin -
ción muy elrediana, que se repite en este tratado y en otras obras suyas.
PRIMERA PARTE
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J
I . LA VIDA SOLITARIA
Estas razones llevaron a muchos a vivir solitarios en el desier- prorrumpen a cada momento en sonoras risotadas, y así,
to a, sustentá ndose con el trabajo de sus manos. Pero los que absorbido el veneno dulcemente, les invade todas sus entra-
ni siquiera en este género de vida se creían seguros, dada
la ñas. Al final, cuando por necesidad deban retirarse, la reclusa
libertad en que deja la soledad para vagar de un lado para se va saturada de placeres y la mujerzuela, de viandas.
otro, creían que presentaba una mayor garantía encerrarse en 6. De nuevo en su soledad, la reclusa desdichada revuelve
una celda, excluyendo así hasta la posibilidad de salir de ella.. en su corazón las imágenes impresas por el oído, para infla-
Esto fue lo que a ti te movió a abrazar este género de vida 3 marse a ún más con el desfile de sus recuerdos la chispa que
saltó encendida durante la anterior conversación. En la sal-
modia titubea como una ebria, en la lectura ni ve las líneas
y en la oración divaga.
II. LAS RECLUSAS EN TIEMPOS DE ELREDO 7. Al caer ya la tarde, acuden de nuevo otras mujerzuelas
quienes, con otras noticias, no dejan en paz a la reclusa, hasta
Su disipación que, presa de sus pasiones, se queda a merced del demonio.
Porque ya con todo descaro comienzan a ver la manera no
4. Muchos, sin embargo, por ignorar o despreciar esta forma sólo de excitar sino de saciar su voluptuosidad y buscan en
de vida , creen que basta encerrarse entre cuatro paredes y com ú n los medios m ás apropiados en cuanto al tiempo, lugar
dar rienda suelta a su imaginación, para distraerse e incluso y persona para poder satisfacer los deseos que siente. De esta
deleitarse con deseos impúdicos o ilícitos. M ás a ún, son inca- manera, la celda se convierte en prostíbulo. Y ensanchando
paces de poner un freno a su lengua, pasá ndose el día entre como sea el acceso, o bien se escapa la reclusa o entra dentro
comentarios del pueblo o de la ciudad en que viven, de las el adultero. ¡Cuantos hombres y mujeres son víctimas en
plazas y mercados, metiéndose en las costumbres y vidas nuestros d ías de tama ñ a desgracia, como se ha comprobado
ajenas, inquiriendo curiosamente no ya cosas inú tiles, sino frecuentemente!
también menos limpias.
5. Apenas encontrarás entre las reclusas de nuestro país una
sola que permanezca en la soledad. Porque no será difícil Su preocupación por lo material
descubrir junto a su ventana alguna mujerzuela charlatana y
vendedorá de noticias que las entretenga con cuentos, ali- 8. Otras, aunque no se dejan llevar de estas torpezas, son
mente su imaginación con chismes y detracciones, les describa sin embargo muy habladoras y se juntan con personas del
el tipo, el atractivo y el cará cter de tal o cual monje o clérigo, mismo talante para satisfacer su curiosidad hasta llegar a
u otro hombre cualquiera, dejando caer algo picaresco que pasarse el día ociosamente oyendo y contando chismes. Pero
fomente la lascivia de las jóvenes o la libertad de las viudas otras, no tan dadas a este vicio que se infiltra entre casi todas
qua ya creen lícita toda complacencia en sus caprichos: y le las reclusas de nuestros d ías, se abrasan en ansias de aumentar
describirá con vivo colorido las astucias de las casadas para su dinero y multiplicar su ganadería. Es tan grande su solici-
engañar a los hombres y satisfacer así su voluptuosidad. tud, que más bien las creerías administradoras o señoras de
2 La expresión in heremo sol í sedebant , “quedarse sentado en la celda
” .
gran patrimonio y no anacoretas Buscan pastos para sus ga-
nados y contratan pastores que los cuiden; exigen a los en-
o “en el desierto”, es muy tradicional para designar el estado monás-, cargados las cuentas sobre el precio, el peso y la cantidad
tico hasta la alta edad media. Cf. san Bernardo, Vita s . M álachiae II de la cosecha anual. Vienen después las compraventas, para
5, PL 182, 1077 D - 1078 A, y Guido I, Consuetudines, 14, 5 PL 153,
659. acumular más dinero del que ya tienen e inflamar aun más
{.
VIDA RECLUSA n PRIMERA PARTE 91
90
de que todo
su codicia. Las engaña el mal espíritu so pretexto , alimentar dad lo que necesite para cada d ía, sin añadir nada para darlo
a los pobres o huespedes Será mejor que en torno a su celda
esto lo necesitan y les viene bien paia dar limosnas
,a XbreS
tltrr
^
y amigos no se d
a los huérfanos, atender caritativamente a parientes
que se acercan a visitarlas, y poder recibir dignamente a los nos o ü '
11. Pero me dirás, ¿quié n puede impedirlo? Tú persevera
huéspedes y piadosas mujeres que acuden a ellas.
9. Ninguna de estas cosas te corresponde a ti, entre los
porque t ú en la soledad, guarda silencio y sopórtalo con paciencia.
bien recibir lo que necesitas como pobre
•
rr Cuando caigan en la cuenta de que nada tienes y nada pue-
debes m3 á s
has des- V den recibir, se irá n cansados de importunarte. Esto es inhuma -
pobres , en vez de andar buscando lo ajeno. ¿ No te sí ntoma de no- , me responder ás. Pero en realidad , si tienes algo más que
prendido ya de lo tuyo por amor a Cristo ? Es un
por el d ía el sustento y el vestido necesarios, ya no eres monja c. Y enton-
notable infidelidad que la reelusa ande agobiada buscad ces, ¿qué puedes dar como limosna ?
da mañana . Porque ya ha dicho el Se ñ or: “ Vosotros
’4 12. Para ello se recomienda a la reelusa que cuanto le sobre
su reino y todo se os dará por añadidura / de su diario sustento, conseguido con el trabajo de sus manos,
se lo entregue a una persona de confianza , para que ella se
lo entregue a los pobres.
EJERCICIO DE LA CARIDAD
III . EL 13. No quiero que entre los pobres se acerque hasta ti algu -
na viejecita tentadora de tu virtud , con regalitos de alg ú n
El pretexto de la caridad monje o clérigo; no toleres que te susurre al oído palabras
de la halagadoras, no vaya a suceder que mientras te bese la mano
10. Hay que conseguir, pues, que si espíritu se libere procure por la limosna recibida, te inyecte el veneno.
solicitud afanosa por lo temporal . Para conseguirlo ,
vivir, en cuanto le sea posible, del trabajo de sus 14. Adem ás hay que vigilar mucho para que la reelusa no
la reelusa o corta contraiga cualquier tipo de obligación con respecto a la hos-
manos , porque esto es más perfecto. Si su debilidad
c
encerrarse en pitalidad, so pretexto de recibir a mujeres piadosas. Porque,
edad no le permiten ganarse la vida , antes de
la celda busque algunas personas de las que reciba con humil - entre las buenas, llegan a veces algunas de costumbres nada
recomendables. Se sientan bajo la ventana y, tras brevísimas
( VIII, 52 ) , san Elredo
3 En este lugar y tratando después del vestido en su posición radical
palabras edificantes, declinan a temas mundanos, para termi-
es testigo de la primera tradici ó n cisterciense nar en conversaciones de amorí os que luego apenas dejan
con respecto a la pobreza , aspecto tan caracter ístico en la fundación
. Cf . Exordio parvo , Poblet (1953 ) , dormir a la reelusa en toda la noche. Gu á rdate muy bien de
del nuevo monasterio de Cister tales sujetos y no te verás obligada a escuchar lo que no
4 Le. 12,31.
-
págs. 39 40.
quieres o a ver lo que aborreces. Porque a veces las cosas
5 San Benito, Regla, 48, 8. Sobre el trabajo de las manos, razonaba así que nos repugnan cuando se oyen o se ven, se tornan halaga-
Teodosio, discí pulo de Teodoreto de Ciro : “Ser ía absurdo que m íen
y a sus hijos a
- doras cuando se piensa en ellas 7.
tras los hombres del mundo alimentan a sus mujeres
ñadidura pagan contri
costa de grandes fatigas y penalidades, por a a Dios sus primicias - 6 Monacha non es. San Elredo parece extender el significado de monje
buciones, se ven cargados de impuestos, ofrecen
y alivian, en lo que pueden, la miseria de los
nos procur á semos lo
mendigos; sería absurdo
necesario con nuestro propio
t
( monachus
— solo ) a una ausencia no sólo de personas, sino también
de cosas. Es decir, exige un desprendimiento radical también de las
que nosotros no cosas y objetos innecesarios.
trabajo, sobre todo siendo tan frugal nuestro r é gimen de vida y tan 7 El verbo latino cogitatur que aqu í emplea Elredo empalma con todo
simples nuestros vestidos, y permaneciéramos sentados y cruzados de el contexto de la tradición oriental que los Padres plasmaban con el
religiosa , 10 MG
brazos, aprovechándonos del trabajo ajeno ( Historia
”
82, 1, 389, citado por García M. Colombás en Historia de
la espiri - sustantivo logismoi , cogitationes o “ pensamientos”. Aparece éste mu-
tualidad , I, Flors, Barcelona [1969 ], pág . 548 ) . chas veces en los diversos Apotegmas y fue sistematizado doctrinal -
92 VEDA RECLUSA PRIMERA PARTE 93
I
15. Y si temes el escándalo porque no socorres a los pobres i. El trato con los niños
ni das acogida a los huéspedes, nadie te acusar á cuando conoz-
ca tu desprendimiento y la santidad de tu vida. 17. A niños y niñas no des entrada alguna. Algunas reclusas
se dedican a la instrucció n de las niñas y convierten la celda
en una escuela. Se sienta ella junto a la ventana y las niñas
El servicio de las reclasas dentro del atrio. Está pendiente de cada una y, según su
comportamiento, se irrita o sonríe, las amenaza o las acaricia,
16. Si no me gusta que tengas dinero ni siquiera para las castiga o las besa. Llama junto a sí a la que llora por el
socorrer a los pobres y huéspedes, mucho menos, por supuesto, castigo, le acaricia su rostro, le estrecha el cuello y entre
con el fin de ampliar el n úmero de personas que 8 esté n abrazos le llama hija mía, querida mía . ¿Dónde queda ya
30
a tu servicio. Por eso, escógete una mujer ya anciana , que el recuerdo de Dios en esta situación? Porque, a pesar de
11
no sea charlatana, amiga de chismes, inestable o sembradora que no sea consumado, se provoca y casi se representa viva-
de rumores, sino de buenas costumbres y de reconocida virtud. I
mente ante los ojos todo lo mundano y carnal.
Cuide ella la puerta de la celda y esté bajo su criterio y control
admitir o rechazar las visitas. Reciba asimismo y guarde ella
todo lo necesario para el sustento y el vestido. Tendrá a su IV. EL SILENCIO
disposición otra muchacha más fuerte que la ayude en las
demás tareas, como traer la leña y el agua, cocinar las habas Su aspecto ascé tico
o legumbres y, en caso de enfermedad , preparar algo más 18. De modo muy especial encarecemos a la reclusa que
nutritivo. Se la someterá a estrecha disciplina , no sea que la guarde el silencio muy seriamente; en esta moderación encon-
lascivia empañe tu santa morada y quede así ofendido el
0 *
trar á gran paz y fruto espiritual, ya que la obra de la justicia
nombre de Dios y tu género de vida. será el silencio 12. Y como dice Jeremías: “Es bueno esperar
mente por Evagrio Póntico, Macario y Casiano. “Fueron los monjes 10 Advertimos en este párrafo, como en varios otros del tratado, las dotes
del desierto quienes nos legaron una técnica completa de los logis - de circunspecto educador y gran psicólogo que poseía san Elredo.
moi , la hueste a la vez doméstica y enemiga contra la que el solita- 11 Memoria Dei , “recuerdo de Dios”. Elredo es tributario de las categorías
rio debía luchar incansablemente de día y de noche” ( B. Colombás, agustinianas y permanece, al mismo tiempo, fiel a la tradición monás
m.b., “El pecado de tristeza”, en Cistercium 130 [1973], pág. 116 ) . tica. “El problema de la oración continua se identifica para los ascetas
-
Esta lucha implica toda una técnica contra los pensamientos, sin la .
con el problema del recuerdo constante de Dios . . Es la atención a
cual no es posible para el monje vivir como solitario y resistir a los la unión habitual con Dios mediante el recuerdo que justifica las leyes
pensamientos. Y lo mismo recoge san Benito en su Regla: el anacoreta más importantes del anacoretismo: soledad , silencio, trabajo manual,
es el que lucha solo contra los vicios de la carne y de los pensamientos horario de oración y salmodia . .. Para ilustrar la doctrina de la mnéme
(1,3-5 ) . Cf . García M. Colombás, Historia de la Espiritualidad, I,
págs. 568-572.
.
théou, es necesario volver a las Vitae Patrum en su conjunto . . Con
viene advertir que el Dios que el monje lleva siempre presente es nues--
8 “ Nuestra plática se dirige a los dos sexos y no sólo al vaso frágil. Si tro Señor Jesucristo” ( J. Lemaitre, art. “Contemplation: Contempla
eres virgen ¿ por qué te gusta la compañía de una mujer? ¿Por qu é tion chez les Orientaux chrétiens”, en DS II, col. 1858-1862 ) .
-
lanzas entre grandes olas una navecilla delicada y quebradiza? . . . 12 Is. 32,17. Nam cultus iustitiae silentium, dice la Vulgata latina Aun
"Pero es que para el servicio es más acomodada una mujer / Pues escoge 4 . -
que las traducciones del texto litúrgico oficial, la Biblia de Jerusalcn,
a una anciana, escoge a una deforme, escoge a una de probada hones- la de N ácar-Colunga y la de la colección “Libros Sagrados” de Cris-
.
tidad ante el Señ or” ( san Jerónimo, Epist 128, 3, BAC 219, pág. 645 ) .
.
9 San Jerónimo, Epist 127, 3. “Pues sabía ( Santa Marcela ) que con
tiandad traducen silentium por “paz”, hemos creído conveniente tra
ducir por “silencio”, por ser más fieles al pensamiento que san Elredo -
frecuencia se juzga del modo de ser de las señoras por la desenvoltura quiere expresar en este lugar.
de sus doncellas” ( BAC 219, pág. 630 ) .
!
94 VIDA RECLUSA
PRIMERA PARTE 95
en el silencio la salvació n del Señor. Y a continuación : en primer lugar, para hablar raras veces. Luego para ver de
13
“Bueno es al hombre soportar el yugo . . . para que se siente qué debe de hablar. Y finalmente para saber cómo lo debe
solitario y silencioso,” Por eso est á escrito: “Guarda silencio decir y con quié nes puede hablar.
14 :
” Cumple, pues, lo que dice el profeta : “Yo 20. Hable raras veces, esto es: en horas bien determinadas
15
y escucha, Israel,
é
dije: vigilar mi proceder para que no se me vaya la lengua ; y establecidas, de las que trataremos después. ¿De qu é debe
pondré una mordaza a mi boca.” Por temor a la lengua, a la
10
hablar? De lo que sea necesario por las exigencias de la vida
que, como dice el Apóstol, ning ún hombre es capaz de do- y para la edificación del espíritu . ¿Con quié nes deberá ha-
mar 17, ponga una mordaza a su boca, permanezca solitaria18
y blar? Con personas determinadas y que le hayan sido desig -
silenciosa con la boca, para hablar con el corazón , y crea nadas. ¿Cómo deberá hablar ? Con humildad y moderación,
que no está sola cuando est á sola Porque entonces estará evitando las palabras altisonantes o violentas, halagadoras o
con Cristo, el que no cqnsiente en estar con ella en medio de que muevan a risa 22. Pues si esta moderación es propia de un
las muchedumbres 20. hombre honrado, mucho más corresponderá a una mujer, más
19. Permanezca, pues, solitaria, silenciosa, escuchando a todavía a una virgen y, ni qué decir tiene, a una reclusa.
Cristo y hablando con Cristo . Ponga una mordaza a su boca, 21. Vive, pues, en la soledad , querida hermana, permanece
21
como es imposible imponerles un silencio perpetuo incluso 26. No hables con personas sospechosas o con jóvenes; y
con los hombres, trataremos de exponer con quié nes podr á n nunca se dirijan a ti26, sino en presencia del que para ti hace
conversar honestamente. las veces de padre . Y eso en caso de verdadera necesidad.
23. En cuanto sea posible, haya en el monasterio o iglesia Por tanto, no hablarás con nadie que se acerque a tu celda
más próxima un sacerdote ya mayor, de honestas costumbres
y buena reputaci ón, al que, no con demasiada frecuencia,
puedan dirigirse para recibir el sacramento de la penitencia y
— salvo si es un obispo, abad o prior de gran consideración
sin autorización o mandato del mismo sacerdote. As í, esas
mismas dificultades para poder hablar contigo será n para ti
—
la dirección espiritual. Él aclarará sus dudas y aliviará sus una fuente de paz.
penas. Pero como el mal que tememos está inoculado en la 27. Nunca intercambies misivas con hombre alguno bajo
carne y puede llegar a despertarse y conmover la edad más pretextos de hacer caridad, mantener el afecto o fomentar la
avanzada, absté ngase de darle su mano y estrechar la de él en- familiaridad o amistad espiritual; reh úsa aceptar sus regalos
tre las suyas. Evite todo comentario sobre la palidez del rostro, o cartas y evita enviarles las tuyas, como muchas lo hacen, y
la finura de los brazos o la aspereza de la piel; no suceda que hasta regalan a monjes y clérigos jóvenes, ceñidores o bolsos
halle el peligro allí donde esperaba encontrar el remedio. confeccionados con variedad de tejidos, o cosas semejantes.
24. Gracias a Dios, querida hermana , no necesitaba decirte Todo esto solamente sirve para fomentar el amor desordenado,
estas cosas a ti. Pero me ha parecido oportuno hacerlo, por- para llegar a ser causa de muchos males. Trabaja en lo que
que cuando me pediste que te escribiera este reglamento de la necesidad exija de tus manos o sea más útil; su importe lo
vida , no lo hacías sólo para ti, sino también para otras jóvenes v invertirás en cubrir tus necesidades. Y si no lo necesitas, entr é-
que, siguiendo tu ejemplo, deseaban ardientemente abrazar galo a la iglesia o a los pobres, como ya te dije.
una vida semejante a la tuya. 28. Sea la honestidad ornato de todos los movimientos y
25. Si algún dignatario o persona de buena reputación, por palabras de la reclusa. Esa honestidad será quien modere la
ejemplo un abad o un prior, deseara hablar con la reclusa, lengua, aquiete la ira , evite los pleitos. Pues ¿cu á nto descaro
há galo en presencia de otra persona . No me gustar ía que no supone que quien deber ía ruborizarse de hablar hasta de
nadie te visitara con demasiada frecuencia, ni que tuvieras inti- cosas honestas, se atreva a proferir palabras inconvenientes,
midades con quien frecuente excesivamente sus visitas. Pues injuriosas o instigadas por la ira ? Por lo mismo, no responda
por el frecuente trato con una persona peligra el buen nombre la reclusa al injurioso, ni insulte al detractor, ni contradiga al
e incluso la virtud de las vírgenes. Ya que cuanto más frecuen - litigioso. Más bien deteste cuanto se critique o murmure en
temente vieras el mismo rostro y oyeses la misma voz, con pú blico o en secreto, desde el alcá zar de su conciencia tran-
mayor viveza se grabará su imagen en tu recuerdo. Por eso, quila, dicié ndose para sí misma lo que escribió el Apóstol:
;! “Para mí lo de menos es ser juzgado por vosotros o por un
24 “Pena me da decir las vírgenes que caen cada día, cuántas pierde de tribunal humano.” 20
su seno la madre Iglesia, sobre qué estrellas pone su silla el soberbio
enemigo, qué de peñas hiende la serpiente para habitar en sus aber
turas. Fá cil es ver a muchas, viudas antes que casadas, que s ólo
-
cubren su desdichada conciencia con há bito fementido y que andan
con cuellos erguidos y pies juguetones hasta que las traiciona la hin
.. -
chazón del vientre y los llantos de los niños . ” ( san Jer ónimo, Epist .
25 Se refiere aquí san Elredo al sacerdote del que ha hablado en el
.
c IV, 23.
22, 13, BAC 219, pá g. 169 ) . 26 1 Cor. 4,3.
!
99
PRIMERA PARTE
9S
VIDA RECLUSA
r conservar *
confesar
y su sirvienta, si bien con
Debe esforzarse sobre todo la reclusa P 2T ra
nidad del espíritu y la paz del corazón > aqUel de quien
qUe pueda tuo•.
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que en otros tiempos del año, a no. ser
que
poseer como eterno huésped de su coraz „ „g y en 0tro lugar 106110 frecuencia
de mayor consideraci ó n viniera de lejos
se ha dicho: “Su taberná culo est á en la PaZ \ ' mis ojos : en e30 otra ^rsona hasta el tiempo arriba indicado, res-
? PPero
desde Pascua
dice el Señor por el profeta : “En ese P0IV mis palabras,
humilde y el abatido que se estremece a kuscar con tanto _
V
Jo
2 *
sie P , el
petando siempre , silencio
¿
desde Completas hasta la salida,
e prima con las alabanzas divinas
Por donde podr ás advertir que nada de
inter és como el silencio, porque este sacrac
conversa
estado de u
¿ones in útiles,
sino
w
* r'tste
^ í
de Vísperas rate con
e
h |
Siuen
entre Nona y Vísperas Despufs
sus servidoras lo que sea menester
.
hasta
espíritu se pierde no sólo con las
tambié n por la excesiva locuacidad . la colación.
^
ya la comida, absté ngase de toda ;
^ “El.,> Ternu-
v a c i o ySmoTeSr
no sea que se le reproche de lo que esta esC ( janzar 31
1
dT
nuestro espíritu está sometido
estable , hemos de evitar la
sentó a comer y beber y después se levanto a qUe sea necesario
37
nunca permanece
-
al
nadas las Vísperas, converse con su criada i Benito plantea al monje
hasta la hora de la colación. al silencio de la reclusa lo que san
rnín-
. , A com 32 Se .
£sta serenidad durante la Cuaresma, Regla 49
.í r^ aaff- I
s ££a ísas3f
istia sst
^
27
ó. .
i’
dición monástica oriental Cf García M . C°l°st ispi tuahd
í ' ’
f
í
^ k
31 Éx. 32,6.
!
100 VIDA RECLUSA PARTE 101
PRIMERA
de salmos. Üsalos más bien en tanto alimenten tu espíritu .
42
ociosidad mediante una ordenada variedad de ocupaciones 38 y
proteger nuestra soledad con la alternante sucesión del trabajo. Si comienzan a resultarte pesados, pasa a la lectura; si ésta te
cansa, haz oraci ón. Así, recurriendo al trabajo manual si
i estos ejercicios te hastían, refrescarás el espíritu con una saluda-
La oració n
ble alternancia y arrojarás la aced ía.
.
1
35. Desde el primero de noviembre hasta la Cuaresma, des -
canse, habida cuenta del cómputo del tiempo, hasta un poco
más de la medianoche y, levantándose entonces, rece las Vigi - La lectura y el trabajo
lias con el mayor fervor posible, como lo establece la Regla
de san Benito 3 B. 38. Concluidas las conmemoraciones, cuyo número deber á
36. Después de las Vigilias hará oración, que puede prolon - dictarlo más la devoción que la obligación de cumplir un
garla o abreviarla segú n se lo inspire el Espíritu Santo. Procu- propósito o un voto, dedicarás el tiempo que te quede hasta
re, sin embargo, que no le cause hastío la oración excesivamen- la aurora en alg ún trabajo manual acompa ñado de la recita-
te larga, porque vale m ás una oración breve, pero reiterada ! ción de salmos. Al clarear de la aurora rece los Laudes a ña-
muchas veces, que orar una sola vez prolongá ndose demasiado, diendo los himnos de Prima. Dicha Tercia, dediq úese al tra-
a no ser que la gracia del cielo alargue la oración, casi sin (
bajo manual hasta Nona. Despu és de la comida y la acción
advertirlo el que ora 40. de gracias, repita el prescrito ciclo, intercalando los ejercicios
37. Después de la oración rezar ás el oficio en honor de la espirituales entre el trabajo corporal hasta Vísperas. Tras un
Santísima Virgen 41, al cual a ñadirá s las conmemoraciones de i breve intervalo después de Vísperas, lea alguna cosa de las
los santos. Pero no te impongas una norma sobre el número Vidas de los Padres, de sus Instituciones o milagros con mayor
í recogimiento 43, para que, levantá ndose de la lectura con alguna
'
i compunción , rece las Completas con mayor fervor y se retire
44
195, 431 B. I mismo no fue definitivamente admitida por el Capítulo general hasta
38 Una preocupación constante de los autores monásticos fue prevenir a el año 1378, y no llegó a ser diaria hasta 1656. Parece ser que la prá c-
los monjes contra los peligros de la pereza, a la que se puede prestar tica primitiva cisterciense consistía en recitar privadamente este oficio
la soledad monástica. Cf . “Los apotegmas antonianos”, 1, Cistercium despu és de la parte correspondiente del oficio canónico. Cf . Conrado
127 ( 1972 ) , pá g. 193; Hildemar, “Expositio Regulae”, en DS II, col. ff
i
d’Eberbach, Exordium magnum Cistercii, I, 27. Esto es lo que aquí
1937. En este mismo tratado previene varias veces san Elredo a la 8 prescribe san Elredo a su hermana.
$
reclusa contra este vicio; V, 33; V, 38. t 42 Hasta la introducción de la devotio moderna, las mejores f órmulas de
39 Regla 8,12. la oración cristiana y también monástica se tomaban de la Biblia,
40 Casiano, Inst. II, 10: “Creen ( los monjes ) que es más ú til hacer especialmente de los salmos. Los consejos que san Elredo da ahora
I
oraciones breves, pero muy frecuentes. Frecuentes, para que, rogando i a su hermana enlazan perfectamente con la mejor tradición cristiana
a Dios reiteradamente, podamos estar siempre unidos a Él; breves y monástica del primitivo Cister, cf . Guillermo de Saint-Thierry, Carta
para evitar con la concisión del pensamiento los dardos que el demo- j de oro, 65, p á g. 83.
nio suele asestar contra nosotros cuando nos hallamos en la oración”; 43 San Benito, Regla 42,5.
ed. Neblí n*? 15, pág. 69. Cf . también san Benito, Regla 20,4. 44 Un efecto muy típico de la lectio divina. Para que sea tal, es impor-
41 El oficio de la Virgen se extendió bastante en el monaquismo occi - tante descubrir sus efectos. No se trata de saciar una curiosidad o
.
dental a partir del siglo X ( cf Dom U. Berliere, Vascese bénédictine .
llenar la mente con el saber del erudito Debe llevar a excitar en el
.
des origines a la fin du XII? s , Maredsous [1927], pág. 49 ) . Sin em
bargo, este oficio, que no figura en la Regla, no lo pusieron en prác
-
-
espíritu una verdadera compunción, bien por el pasado o el presente
( del pecado), bien por el futuro ( del deseo ) . Cf . Jean Leclercq,
tica los cistercienses más que en privado. La recitación coral del Cultura y vida cristiana, Sígueme, Salamanca ( 1965 ) , pág. 43.
102 VIDA RECLUSA PAUTE 103
PRIMERA
39. La reclusa que no sepa leer entré guese con mayor dili- divina, no sólo a algunas personas determinadas oiS a ciertas
gencia al trabajo manual , pero de tal manera que, después
45
I categorías de hombres, sino a todos los cristianos .
los Profetas y el mismo Evangelio atestiguan
,
,
Q
mas nguroso
d ías vienen a significar todo el tiempo que transcurre desde en este tiempo, se nos recuerda oue »n
que Adán fue arrojado del paraíso, hasta aquel d ía postrero
í
?
remos a la saciedad del pan celestial ^^ nUnCa Uega'
en que nos veamos totalmente libres de este destierro.
excluidos de los gozos del paraíso, privados del alimento tratará de vigilar la lengua y el corazón con mayor diligencia
la- i
celestial. Constantemente deberíamos tenerlo presente y con y fervor. Con mucha mayor solicitud deberá hacerlo la reclusa.
mentar este nuestro miserable estado , testimoniando Porque ella comprende tanto mejor la finalidad de este santo
nuestras obras que somos extranjeros y peregrinos en ,
el tiempo, al encontrarla expresada de un modo mucho mas
mundo . Mas por ser muy
6 B
arduo para la fragilidad humana significativo en su mismo estado de vida.
que
eligió el Espíritu Santo un tiempo determinado en el en - V 47. Por eso, anhelando agradar a Cristo de un modo más
pongan
podamos hacerlo y estableció que en la Iglesia
práctica ciertas observancias por las que seamos capaces
se
de
perfecto en estos santos días, renuncie a todo coloquio y con
sidere este tiempo como un día de bodas, para suspirar con
-
reconocer la razón de ser de este santo tiempo . As í , para toda la intensidad de su corazón por el abrazo con Cristo.
recordarnos que hemos sido arrojados del para íso y condena , al im-
- Frecuente la oración más que de costumbre; póstrese a los
dos a la muerte por causa del pecado, se nos repitendirigi
ponernos la ceniza , las mismas palabras que Dios ó a
pies de Cristo con mayor fervor, excite su compunción pro
nunciando el nombre de Jes ús dulcísimo con redoblada fre -
-
“ Eres polvo y al polvo fl 0
cuencia , suscite las lágrimas y guarde su corazón de toda
Adán cuando lo arrojó del paraíso: nos
volverás.” 58 Y para que sepamos que en este destierro se y dispersión.
niega la visi ó n de Dios , se extiende un velo entre nosotros 48. Terminadas las santas vigilias, ocupe en la oración y la
B7
.
el santo de los santos Aun mas, con el fin de recordarnos de
meditación el intervalo que separa la alabanza nocturna de la
la distancia que nos separa de la compañía de aquellos casa ala -
matinal 81, y, dicha Prima después de Laudes, apliq úese a la
quienes est á escrito : “ Dichosos los que viven en tu lectura y a la meditació n hasta Tercia. Una vez concluidas las
de alabanza , esto es , alabanzas de Tercia, entréguese fervientemente la reclusa al
bándote siempre” , omitimos el canto
B8
es tentado, no es probado,
»
La virginidad es como el oro;
17
ncese de manchar su cuerpo virginal hasta con el m ás
j üé
la celda ser ía el horno; el fundidor, el diablo; la tentación, el
fuego. El cuerpo de la virgen es el recipiente de barro en el
que se vierte el oro para ser acrisolado. Pero si lo quiebra el
exceso de calor, el oro se derrama y ning ú n alfarero podrá ya
^ ve movimiento. Y agote todas sus energías en custodiar su
virginidad ; de este modo, á vida de la perfección de esta vir-
tud , será feliz en poder pasar hambre para conservarla y la
pobreza será toda su riqueza. Tema menoscabar su castidad
reparar el recipiente. en las comidas, en la bebida, en el sueño, en las conversacio-
61. Si la virgen medita incesantemente en este tesoro valio- , . nes; no sea que, por conceder m ás de lo debido a la carne,
sísimo de la virginidad que posee como un privilegio y que se ponga las armas en manos del enemigo y despierte al enemigo
pierde sin posible recuperación, lo cuidará con la má xima dili- oculto.
gencia, vigilancia y temor. Piense sin desfallecer en el tálamo 63. Al sentarse a la mesa , siga pensando en el encanto de la
para el que se está preparando y en el abrazo para el que se continencia y aspire de tal manera a la perfección que le
dispone. No quite de su memoria al Cordero a quien debe repugne la comida y deteste la bebida. Tome lo que necesite
seguir a dondequiera que vaya 18
. Contemple a la bienaventu- como si fuera un tormento, confundida y disgustada y hasta
rada María, la hermana de Moisés, , que abre el cortejo de
19
con lágrimas alguna vez.
los coros de vírgenes y entona el melodioso cá ntico que sola- ~tr 64. Cuando tenga que hablar con alguien, tema siempre
mente pueden cantar los ví rgenes de ambos sexos , de quienes escuchar algo que perturbe aun levemente la paz de su alma .
está escrito: “Estos son 20los que no se mancharon con mujeres, Y esté siempre segura de que le abandonará la gracia si pro-
porque son vírgenes.” No creas que este texto se refiere fiere una sola palabra menos honesta.
únicamente a la unión del hombre con la mujer o de la mujer 65. Al acostarte, encomienda a Dios tu inocencia. Ármate
con el hombre. ¿Acaso no es considerada como la peor de las con la señal de la cruz y recorre en espíritu toda tu jornada.
infamias el crimen detestable por el que el hombre apetece a ¿ Has herido la mirada de tu Señor de palabra , obra o deseo?
la mujer y ésta al hombre? También sin el contacto carnal ¿Te has dejado llevar de la ligereza, la ociosidad o la negligen-
puede corromperse y violarse la virginidad , cuando la pasión cía en tus deberes? ¿ Has sobrepasado los límites de la necesi-
violenta que abrasa la carne se apodera de la voluntad e infla- dad , abrumando tu cuerpo con excesiva comida o bebida? 23
ma los miembros. Si descubres que te has dejado sorprender por alguna cosa de
62. Debe recordar siempre la virgen que todos sus miembros éstas, laméntalo seriamente y golpea tu pecho, en este último
está n consagrados a Dios
21
, incorporados a Cristo y entregados sacrificio del d ía 28, para conciliar el sueño reconciliada con
al Espíritu Santo. Y debe considerar como algo indigno el tu Esposo.
hecho de vender a Satanás lo que pertenece a Cristo. Aver- 66. Si te despiertas sobresaltada y sientes alguna excitación,
o por la torpeza del sopor, o por la astucia del tentador; si el
sagaz enemigo irrumpe entre sue ños con diversos pensamien-
17 Flp. 3,18. tos contra la serenidad de tu pudor, sugiriéndote supuestos
18 Ap. 14,4.
19 Se trata aquí de la Madre del Señor , de quien era figura Mar ía, la
hermana de Moisés, Éx. 15,20 ( cfr. san Ambrosio, De virginibus II, 22 Expresión tomada de san Agust ín, De natura et gratia 38,45, PL 44,
ii, 17, PL 16, 211 B ) . 269, BAC 50, pá g. 877, donde se enumeran “los pecados de los justos”.
20 Apoc. 14,4. “ Mas como muchas veces el pecado se introduce furtivamente y por
21 Este pá rrafo puede considerarse como el fundamental en estas pro - inadvertencia en cosas muy leves, ni aún los justos estuvieron exentos
lijas consideraciones sobre la castidad . La razón fundante del tesón de él.” En t érminos generales se alude aqu í a los capí tulos 39 y 40
en la guarda de la virginidad es la relación que tiene el cuerpo del de la Regla de san Benito.
bautizado con las tres personas de la Trinidad. 23 Sal. 140,2 .
i
placeres e infundié ndote horror a la dureza de tu género de conseguirlo . Son éstos los que desean ser castos en medio
30
vida, trae a tu recuerdo a tantas vírgenes que en su edad más de los placeres, continentes andando de banquete en banque-
tierna triunfaron tan valerosamente contra el desalmado ene- te, carecer de tentaciones entre las familiaridades con los jóve-
migo. Piensa en santa Inés \ que despreció como si fuera
2
nes, hartarse de excitantes en comilonas y embriagueces , 30
estiércol 25
el oro , la plata , los vestidos más lujosos, las joyas sin encenagarse; retener en su seno ascuas encendidas, y no
más preciosas y todas las vanidades de la gloria mundana. quemarse . ¿ No
31
es muy dif ícil o más bien imposible? Tú
Feliz ella, que convirtió el lupanar en oratorio y mereció que misma lo puedes juzgar .
el á ngel en cuya compa ñía entró en aquel lugar, inundase de
luz las tinieblas para herir de muerte al que atentó contra su
pudor. Por tanto, si t ú también oras y empu ñas las armas de 4
tus lá grimas para resistir al provocador del placer, ciertamente X. CONFIDENCIA DEL AUTOR
acudirá a tu casto lecho el á ngel que se dejó ver en el burdel.
No es extraño que el fuego material fuera incapaz de abrasar
a santa Inés, puesto que en ella se habían extinguido las llamas
70. Sé yo de un monje 32 que al principio de su vida monás
tica hubo de temer seriamente por su castidad debido a los
-
de la carne por el fuego devorador de su amor. incentivos naturales, a la violencia del vicio inveterado y a las
67. Siempre que te resulte más violento el ardor de las T sugestiones del astuto tentador. Entonces se enfrentó seriamen-
pasiones y cuando el espíritu del mal te sugiera algo ilícito, te consigo mismo y, odiando encarnizadamente a su propia
recuerda que está presente dentro de ti el que escudriña los carne, nada le apetecía sino afligir a su cuerpo. Por eso lo
corazones y las entra ñas 26, viendo todo lo que haces y pien- maceraba con ayunos, le negaba hasta lo estrictamente nece-
sas 27. Ten , pues, un santo respeto al á ngel que, como firme- sario y reprim ía de esta manera hasta los más leves movimien-
mente lo crees, te asiste y respóndele al tentador: “Tengo por 4
tos. Pero se debilitó en tal extremo que se vio obligado a ser
•
amante al á ngel del Señor, que protege mi cuerpo con celo más indulgente consigo mismo. Y de nuevo la carne recuperó
extraordinario.” 28 i
su dominio para perturbar la paz que ya creía definitiva. Se
68. En esas dificultades reforzarás tu empuje batallador con arrojaba al agua helada y, aterido, salmodiaba en ella y oraba
una abstinencia más rígida, porque cuando se aflige mucho a T durante algunos momentos. Otras veces, al sentir el apetito
la carne, no puede subsistir complacencia alguna. de lo ilícito, se restregaba con ortigas; así sofocaba un incendio
69. Que nadie se haga ilusiones, ni se jacte, ni se enga ñe. | metiendo otro en la piel de su cuerpo.
Solamente se puede ser casto por puro don de Dios: nunca 71. Viendo que tampoco esto era suficiente, porque a pesar
puede el hombre atribuirse a sus propios méritos esta gracia, de todo arreciaba vivamente el espíritu de fornicación, recu-
porque es un gesto gratuito de Dios. Sin embargo, Dios juzga rrió a lo único que le quedaba por hacer: postrado a los pies
indignos de este don a los que no hacen ningú n esfuerzo por de Jesús, suplicó, sollozó, suspiró, rogó, y pidió que le quitase
la vida y lo curase. Y sin cesar exclamaba : “ No me iré hasta
que me bendigas.” 33 Experimentó en seguida algún alivio,
24 San Ambrosio, De virginibus I, ii, 5-9, PL 16, 202. La alusión es
directa al Breviario Cistercí ense . Lecciones del II nocturno en la 29 San Jerónimo, Epist . 52, a R ústico; Gregorio Magno, Dialog . III , c.
fiesta de santa Inés. VII; Giracio Cambrense, Gemina eccles. dist. II, c. XV.
25 Flp. 3,8. 30 Rom. 13,13.
26 Apoc. 2,23. 31 Prov. 6,27.
27 Alusión a la Regla de san Benito en el primer grado de humildad, 32 Se trata del mismo san Elredo; cfr. SOner . 23, PL 195, 454 y Spec.
7, 13.14. 1,28, ibid ., 532-533.
28 Breviario Cisterciense, antífona de Prima en la fiesta de santa Cecilia. 33 Gn. 32,26.
VIDA RECLUSA SEGUNDA PARTE
115
114
pero no consiguió la paz. Porque se amortiguaron un poco los simo manantial de la sabiduría. En ellas se delatan los rasgos
incentivos carnales, mas le invadieron los afectos ilícitos. ¡Dios , de las sugestiones diabólicas y despiertan el instinto previsor
m ío, qué cruces y qué tormentos hubo de soportar el infeliz!
í
hasta conseguir desviarlas. Nada es tan eficaz para eliminar
Hasta que por fin se le infundió el don de la castidad para t los pensamientos ociosos y reprimir los obscenos como la me-
ditación de la palabra de Dios . Será algo tan familiar para la
38
ginar. Y aun entonces el tentador lo abandonó solamente por virgen que, aun pretendiendo lo contrario, le resulte imposible
cierto tiempo \ Incluso ahora en su vejez, con una continua
3
meditar otra cosa. El sueñ o debe sorprenderla pensando en las
enfermedad que le ha sobrevenido, tampoco se siente muy Escrituras
a
.0
Sean tambi én ellas su primer pensamiento al des-
y en el momento de dormirse fije en su memoria algu-
seguro .35 pertarse
72. Resulta , por otra parte, repugnante la obscenidad de los na sentencia de las mismas para que ocupe sus sueñ os.
que, envejecidos ya en el vicio, ni aú n así consienten en sepa- !
rarse de la compañía de personas sospechosas . Todavía les
se
nante por el encanto de la virginidad , de haber cambiado XIV. PARALELISMO ENTRE LA VIDA CRISTIANA
lo que terminará en el estiércol por los tesoros y delicias Y EL TRABAJO DEL LINO
eternas del cielo. -r
82. Si te glorías, glor íate en el Señ or , sirvié ndole con te-
48 85. Cubre tu altar con manteles de lino. Su misma blancura
mor 49. No querría que buscaras, por una falsa devoción, esa te recordará la castidad y simbolizará tu sencillez. Ten presen-
gloria de las pinturas e imágenes, de las tapicerías llenas de te el trabajo y el procedimiento a que es sometido el lino para
pá jaros, animales y flores. Todo eso solamente es propio de ral, de los cistercienses. Cf . Spec. II, 24, PL 195, 572 C: ‘‘Por lo
quienes, por no tener nada de qué gloriarse en su interior, tanto, toda belleza excesiva atañe a la curiosidad exterior.” Cf . 1 Cor.
buscan fuera algo en qué complacerse. 1,12. Este texto, relacionado con el Sal. 44,14 ( versión de la Vulg. )
83. Toda la gloria de la hija del rey está dentro de su espí- lo utiliza san Bernardo para ilustrar la misma doctrina, Serm. XXV
in C ántica , 7, BAC, Madrid ( 1955 ) , págs. 167-168: “Con razón, los
ritu, en sus vestidos de perlas y brocados 50. Sí; tú eres ya santos han menospreciado siempre el ornato y cuidado superfluo del
la princesa, pues eres la esposa del Hijo del Rey y has escu- hombre exterior, que es corruptible, poniendo toda su solicitud y
chado la voz del Padre, que te dice: “Escucha, hija, mira: incli- dándose por entero al cultivo y omato del interior, hecho a la imagen
na el oído.” 51 Por eso toda tu gloria debe ser interior. Haz que de Dios y renovado de día en día . . . Por eso toda su hermosura está
consista en el testimonio de tu propia conciencia 6 a. En ella dentro de ellos mismos, sin parecer por fuera. Esto movió a decir al
Apóstol: ‘Toda nuestra gloria está en el testimonio de nuestra con-
47 San Jerónimo, Epist . 22 , a Eustoquia , 27. ciencia . . / Cierto que esta gloria que reside en lo interior no es
48 1 Cor. 1,31. menguada cuando el Señor de la gloria se digna gloriarse de eso
49 Sal. 2,11. seg ún las palabras de David: ‘Toda la gloria de la hija del Rey está
50 Sal. 44,14. dentro / ”
51 Sal. 44,15. 53 Gn. 37,3.
54 San Isidoro de Sevilla, Etymol., 24.20.
52 Este deseo de interioridad que se manifiesta aquí y en el párrafo 55 1 Tim. 1,5.
siguiente, es caracter ístico de la espiritualidad de Elredo y, en gene» 1
'
VIDA RECLUSA
120 SEGUNDA PARTE 121
blancura digna del altar y del Cuerpo de Cristo. Todos nace- dor colgado de la cruz. Con ella evocarás su Pasión para que
mos con ese color de la tierra , pues en la culpa nací y peca - la imites. Sus brazos abiertos te invitan a estrecharte con Él
dor me concibió mi madre . para deleite de tu alma. Y de su pecho descubierto brota su
67
86. Lo primero que se hace es sumergir el lino en el agua. íntima dulzura para consolarte profundamente.
Tambi é n nosotros fuimos sepultados con Cristo 58
en las aguas 90. Y si lo deseas, puedes colocar al pie de la cruz la ima-
bautismales. Con ellas se lava el pecado , pero no se cura la
algo
gen de la Virgen, Madre del discípulo amado que se mantuvo
enfermedad . Por la remisió n de los pecados blanquea virgen, para que contemples gráficamente la grandeza de la
nuestra alma , pero no se nos quita del todo el color de tierra i- virginidad de ambos sexos, pues la consagró en su Madre y en
a causa de la corrupción natural que a ú n después permanece. 1L el discípulo a quien m á s amó. Pendiente de la cruz, los unió a
Al sacarlo del agua, el lino se queda seco. De la misma manera los dos hasta el extremo de darle a ella como madre a su
es menester que después de las aguas bautismales se quede discípulo y a él como hijo a su Madre 81. ¡Qué afortunado has
libre el cuerpo de los humores ilícitos por medio de la abs- sido, Juan, gracias a este testamento! Pues mediante un docu-
tinencia. mento auténtico se te ha encomendado la mayor gloria del
87. Luego se golpea el lino con mazas. También nuestra género humano, la esperanza del mundo, la joya del cielo, el
carne es atormentada en el batá n de interminables tentacio- refugio de los que viven en la miseria, el solaz de los afligi-
nes. Después se desbasta con punzas de hierro para despojarlo dos, la reconciliación de los desesperados, en fin, la Señora
de toda materia superflua. Así nosotros, pulidos por el rigor del mundo y la Reina de los cielos 8a.
de la Regla, apenas si podemos quedarnos con lo necesario. Se 91. Las imágenes deben ser, por tanto, un estímulo del amor,
le aplican luego unos punzones más delgados que lo dejan más no . una exhibición de la vanidad. Todas las cosas deben llevar-
fino, como nosotros, vencidas ya las más violentas pasiones con nos a la unidad, ya que una sola cosa es necesaria 8S. Esta
un rudo esfuerzo, nos purificamos de los pecados más leves y unidad no se encuentra más que en el Único, junto al Único
cotidianos mediante la confesión sencilla y la satisfacción. y con el Ú nico, en el cual no hay cambio alguno ni sombra
siquiera de mutabilidad e \ Quien se une a Él se hace un mismo
88. Es entonces cuando los hiladores lo estiran en largos
filamentos. También nosotros nos lanzamos tensos hacia ade - espíritu con Él 85, entra en el Único que es siempre idéntico
lante por la incansable firmeza de nuestro ánimo . Y por fin ,
60 Los ataques tan fuertes de Elredo y de todos los cistercienses contra
para darle al lino un acabado perfecto, se lo somete al fuego
y al agua. De la misma manera nosotros habremos de pasar se deben tal vez al sabor hermetista, muy en boga en esta época.
.
las imágenes y la ornamentación en general de la arquitectura, etc ,
por ellos derramarás tus lágrimas y por ellos elevarás tu TERCERA PARTE
oración.
101. Esta limosna es la más grata a Dios, la más aceptable “Semillas de contemplación”
para Cristo, la más conforme con tu estado de vida y la más
provechosa para sus destinatarios. Los compromisos que en-
traña ésta manara de hacer el bien no perjudican tu vocación,
la estimulan; no minimizan tu amor al pr ó jimo, lo aumentan; t
no alteran la paz de tu alma, la conservan. I
102. ¿Qué más puedo decirte cuando los santos para amar
más perfectamente al pró jimo se esforzaron por no tener ni
desear nada en este mundo, aun excluyendo todo apego desor-
denado? Ya conoces estas palabras, que son de san Gregorio 81.
Mira, sin embargo, cuántos son los que sienten lo contrario.
Pues para poner en práctica la ley de la caridad, se afaná ban
en poseer bienes para repartirlos, siendo así que el bienaven- INTRODUCCION A LA TRIPLE MEDITACION
turado Gregorio adscribe la perfección de la caridad a aque-
llos que se proponen no tener ni desear nada, aunque sea sin 103. A lo dicho sobre el amor al pró jimo, a ñadiré algunas
poner en ello su corazón. cosas sobre el amor de Dios.
Porque si bien ambas hermanas amaban a Dios y al pró jimo,
Marta sin embargo se ocupaba especialmente en el servicio
del pró jimo, mientras María libaba de la fuente del amor divino.
104. El amor divino comprende dos cosas: el afecto interior
y llevarlo a efecto a través de las obras; esto último consiste
en la práctica de las virtudes y el afecto estriba en la dulzura
del gusto espiritual. La prá ctica de las virtudes implica un
i cierto modo de vivir : ayuno, vigilias, trabajo, lectura, oración,
pobreza y otras obras semejantes; el afecto se nutre con la
reflexión saludable. Por eso, para que ese amor a Jes ús crezca
en tu afecto, necesitas esta triple meditación, sobre las cosas
pasadas, presentes y futuras. Es decir : el recuerdo de los
hechos pasados, de las cosas presentes y de las futuras.
XVI. LA ANUNCIACION
está inscrito en un Jefe es Cristo ( cfr. García
ejército ( acies ) cuyo 105. Una vez purificada ya tu mente del lastre de los pen -
M. Colombás e Iñaki Aranguren, La Regla de San Benito, BAC 406,
.
Madrid ( 1979 ) , págs. 197-198. ( N del E . ) samientos por la práctica de las virtudes, dirige tu mirada
81 San Gregorio Magno, o.c., id. serena al pasado. Y en primer lugar contempla a María en su
VIDA RECLUSA PARTE 129
128 TERCERA
í quieta ? ¡Corre, vamos,
108. Y tú, virgen, ¿qué haces ahgran
habitación y vuelve a leer aquellos pasajes que profetizan el é dicha! ¡Arró jate a los
parto de la Virgen y la venida de Cristo. Aguarda allí la veni- corre y an égate t ú tambi n en tan
pies de las dos y abraza en
el vientre de María a tu Esposo y
da del ángel, de modo que lo veas entrar, escuches su saludo del Esposo en el seno de Isabel!
al amigo
y así, llena de estupor y admiración, puedas saludar con él venera
a tu dulcísima Señora diciendo: “Dios te salve, llena de 1gracia,
el Señor está contigo, bendita eres entre las mujeres.” Repi-
ir
saludo mediante el cual aquel que todavía estaba encerrado unos ladrones en el camino, lo salvó la generosidad de un jo-
en las entra ñas de su anciana madre, el siervecillo, reconoce al vencito. Se trataba, segú n dicen, del hijo del jefe de una banda
Señor, el heraldo al juez, la voz a la Palabra, acogiéndolo con que, en el momento de llevar a cabo su captura, cuando vio
gozo indescriptible. Bienaventurados los senos en los que ama- al Niño en el regazo de su Madre, contempló tal esplendor de
nece ya la salvació n del mundo entero y, disipá ndose toda majestad en su bellísimo rostro que, creyéndolo sin duda un
sombra de tristeza, se preanuncia una alegría sempiterna. ser sobrehumano, encendido de amor, lo abrazó diciéndole:
1 Le. 1, 35. “¡Oh, el más dichoso de los niños! Si alg ún d ía tienes ocasión
2 Jn. 1, 14. T Le. 2, 7.
3 Jer. 23, 23-24. 8 Is . 9, 6.
4 Le. 1, 35.
5 Col. 2, 9. 9 Le. 2, 14.
6 Le . 1, 39. 10 Nuevos Testamentos Apócrifos, ed . M . R . James, pá g . 81.
RMR?
ÜS?
130 VIDA BECLXJSA XERCERA PARTE 131
de compadecerte de m í, acuérdate entonces y no te olvides de Jordán la
este d ía!” rio escucharás en el voz del Padre, verás al Hijo
en ’la carne y al Espíritu en la paloma . Allí serás invitada
17
Dicen también que se trataba del ladrón crucificado a la tú a las bodas espirituales para recibir al Esposo que te entre-
derecha de Cristo, el que increpaba al otro que blasfemaba, ga el Padre, el Hijo te purificar á y el Espíritu Santo sellará
diciéndole: “¿ No temes a Dios, t ú que estás en el mismo supli- contigo la prenda del amor.
cio? Y eso que nosotros justamente, pues recibimos lo merecido 114. Luego te brind ó el misterio de la soledad y santificó
por lo que hicimos; pero éste, ¿qué? No ha hecho nada malo.” 11 el ayuno18demostrando cómo se debe luchar contra el astuto
Volviéndose al Señor y contemplando en Él la majestad que enemigo . Medita cómo se han realizado estos hechos por ti
le vio cuando era niño, recordando lo convenido, le dijo: y para ti, e imítalos.
“Acuérdate de m í, cuando llegues a tu reino.” 13 Así, pues,
no me parece inútil citar esta narración como incentivo del
amor, prescindiendo de toda temeridad en darla por verda-
dera 13.
¿ No crees también que afectar á a tu ternura contemplarlo XXII. LA MUJER ADULTERA
niño entre los niñ os de Nazaret, descubrirle obedeciendo a su
madre y dando una mano en el trabajo a su padre nutricio? r:±r:r 115. Evoca ahora con tu memoria a aquella mujer sorpren -
;:~ ~dida en adulterio y recuerda la contestación de Jesús, lo que
XX. LA SUBIDA AL TEMPLO hizo y lo que dijo. Al escribir con su dedo en el suelo, quiere
indicar que aquellos hombres son terrenos y no celestiales:
112. ¿Y si te pones a buscarlo con su Madre durante tres
"“Aquel de vosotros que no tenga pecado, dijo, sea el primero
d ías cuando en compa ñía de sus padres subió a Jerusalén a 1
sus doce a ñ os y se volvían éstos sin caer en cuenta de que se i: ?
'
en tirarle una piedra.” Cuando aterrados todos por estas pala
~ bras, huyeron del templo, imag ínate qué mirada tan piadosa
-
quedaba en la ciudad ? ¡Qué torrente de lá grimas brotará
]4
el panal del néctar divino. ¿Por qué se te conceden tales gotas y besa el polvo de sus pies. No te duermas como
privilegios a ti, Juan? ¿Es que eres acaso más digno que Pedro, no sea que también a ti te diga : “¿ No has sido capaz
Pedro, más santo que Andrés, más estimado que el resto de ¿e velar -conmigo ni una hora?” 67
los apóstoles? Es una prerrogativa especial de la virginidad , 134. Ya llega el traidor en cabeza de una multitud de
ya que has sido elegido como virgen por el Señor y por lo impíos y, después de darle Judas el beso, echan mano a tu
tanto más amado que los demás . Señor8 . Lo prenden, lo sujetan y atan aquellas dulces ma-
B1
131. Esta es una razón para que t ú, virgen, saltes de gozo, nos B . ¿Quié n podr ía sufrirlo? Sé que la compasión invade tu
te acerques más y reclames tu porción en esta misma dul- corazón y todo tu interior se enardece. Dé jalo, te ruego, que
zura. Si no puedes con lo más sublime, deja a Juan que padezca, ya que por ti padece. ¿Para qué quieres una espada?
embriague su corazón con el vino exultante de la alegría, ¿Por qué te irritas? ¿Por qué te indignas? Si aunque como
el conocimiento de la divinidad. T ú corre al seno de su hu - Pedro cortes una oreja, siegues un brazo o arranques un pie,
manidad y saca de él tu alimento. Él lo sanará todo y aun si matases a alguien, sin duda lo
132. Cuando llegue el momento de la sacratísima oración resucitaría.
en la que encomiende a sus discípulos al Padre, diciendo: 135. Síguelo al atrio del pr íncipe de los sacerdotes y lá vale
“Padre, guá rdalos en tu nombre” ° , inclina la cabeza para con lágrimas el rostro incomparable cuando lo cubren de
2
que puedas también tú escuchar63: “Quiero que también estén salivazos. Contempla con qué ojos de piedad, con qué mise-
ellos conmigo, donde yo estoy.” Qué maravilloso sería que- ricordia y eficacia miró a Pedro después de la triple negación
darse aquí 54, pero debes salir. Él va por delante hacia el y cómo, convertido éste y vuelto en sí, lloró amargamente B 0.
monte de los Olivos. Síguelo. ¡Ojalá, buen Jes ús, se dirija a m í tu dulce mirada, ya que
tantas veces te negué con mis malas obras y afectos, siguiendo
la voz de la criada insolente: la voz de mi carne!
136. Ya de d ía, lo entregan a Pilato 60. Allí lo acusan y se
XXVIII. LA PASION calla, porque “como oveja se lo lleva al matadero y como
cordero ante el esquilador no abrió la boca ai. Mira. Fí jate
jy
133. Aunque con Pedro y los dos hijos de Zebedeo se cómo permanece ante el gobernador: con la cabeza inclinada,
retire a un lugar m á s apartado, conté mplalo de lejos y mira con la vista recogida , con el semblante sereno, parco en
cómo cargó con nuestra indigencia. Contempla cómo Él, el palabras, dispuesto para el oprobio y preparado a los golpes.
dueño de todo, comienza a entristecerse yBB angustiarse dicien- 137. Comprendo que no puedas soportar ya más, que no
do : “Mi alma está triste hasta morir. ¿Por qué, Señor puedas mirar sus espaldas desgarradas por los azotes, ni el
m ío? Hasta tal extremo te compadeces de m í al manifestarte rostro abofeteado, ni la majestuosa cabeza coronada de espi-
como hombre, que hasta pareces ignorar que eres Dios. Pos - nas, ni ridiculizada con la caña su diestra que hizo el cielo
trado sobre tu rostro te pones en oración y tu sudor se hizo y la tierra.
50 Col. 2, 3. 58 Le. 22, 44.
51 Breviario Cisterciense, Resp . VI in Fest . S . Ioann. 57 Mt. 26, 40.
52 Jn. 17, 11. 58 Mt. 26, 47 ss .
53 Jn. 17, 24. 59 Le. 22, 61 -62.
54 Mt. 17, 4. 60 Mt. 27, 1.
55 Mt. 28, 38 . 61 Is. 53, 7 .
138 VIDA RECLUSA
' j'jTRCERA PARTE 139
138. Una vez azotado, coronado de espinas y con el manto une lo ínfimo con lo más alto, las realidades terrenas con las
de púrpura , lo sacan fuera. Dice Pilato: “Mirad al hombre.» ea celestiales. Se pasma el cielo y se admira la tierra.
Cierto que es un hombre. ¿Quién puede dudarlo? Lo prue- 141. Y tú, ¿qué sientes? No es extra ñ o que si el sol se
ban las marcas de los azotes, sus contusiones amoratadas, entristece, te entristezcas t ú; si la tierra tiembla, te conturbes
las manchas de los salivazos. Reconoce, de una vez, Zabulón , 63
.
146 Espera todavía a que venga ese noble cómo abraza
decurión y : Te pido, por favor, que me digas cuál fue tu afecto tu
libere de sus clavos las manos y los pies . Mira
contra su
deseo, tu ardor interno, cuál fue la devoción de tu corazón
cuando gritaste: íf ahbi . Porque apenas se puede pronunciar
su cuerpo con sus dichosos, brazos y lo estrechavarón: Mi '
palabra cuando corren las lágrimas; se ahoga la voz cuando
*
los
.
anuncia a mis hermanos que he resucitado Corrió veloz por
el deseo de volver en seguida. Y lo hace, pero acompa ñada
147. No dejes sola a Magdalena . Y una vez preparados or 81
. ¡Si de otras mujeres. Jes ús se les adelantó con un cari ñoso
perfumes, vete con ella a visitar el sepulcro del Se ñ
con ella en esp íritu lo saludo, animándolas en su abatimiento y consolá ndolas en
t ú pudieras tener la gracia de ver
que ella vio con sus propios ojos ! Un á ngel sentado sobre la su tristeza. Fí jate; y ahora les concede lo que antes había
piedra ya removida a la entrada del sepulcro . Penetra en el diferido. Porque . se acercaron y besaron sus pies 84.
, anun- 150. Quédate aquí, virgen, todo el tiempo que puedas. No
interior. Un ángel está a la cabeza y otro a los pies mismo
ciando la gloria de la Resurrecci ó n . Y despu é s el interrumpa el sueño esta tu dicha, ni te la turbe ninguna
a la afligida 83y llorosa María, a agitación externa.
Jesús mirando tiernamente algo m ás
quien con delicada voz le dice: “¡María!” ¿Habrá Mas ya que en esta miserable vida nada hay estable o
eterno, ni el hombre permanece nunca en el mismo estado 85,
76 Cfr. Sal. 77, 16. mientras vivamos en este mundo, hemos menester que nues-
77 Cfr. Cant. 2, 4. tra alimentación sea variada . Por eso, del recuerdo de los
78 Cfr. Cant. 4, 3.
79 Cant. 1, 12. 83 Jn. 20, 17.
80 Jn. 19, 39. 84 Mt. 28, 9.
81 Le. 24, 1 ss. 85 Job 14, 2.
82 Jn. 20, 16.
142 VIDA RECLUSA PARTE 143
TERCERA
bienes pasados debemos trasladarnos a la experiencia de de un incendio, no nos hemos ahogado, no hemos
los bienes presentes, para que a través de los mismos llegue- sido poseídos por el demonio, ni nos han hecho da ñ o alguno
mos a convencernos de cuánto hemos de amar a Dios. las bestias y animales, no nos hemos despeñado por ning ú n
precipicio; hemos sido educados en la fe y en el beneplácito
¿G Dios hasta la edad conveniente.
2. EL PRESENTE COMO EXPERIENCIAS PERSONALES DE LA GRACIA 154. Hasta aqu í, hermana mía querida, hemos caminado
juntos y nuestras vidas fueron semejantes. Nos engendraron
XXX. LA PROPIA FAMILIA NATURAL los mismos padres y el mismo seno nos llevó y nos trajo a
este mundo. Pero desde ese momento, mi querida hermana,
151. Creo que es un beneficio y no pequeñ o el que Dios aparece 87en mí como un contraste todo lo que Dios hizo en
se sirviera incluso de la falta de nuestros padres
80
para tu alma . Pues te ha separado de m í, como separ ó la luz de
crearnos de su carne e inspirarnos el aliento de la vida. Pues las tinieblas
8S
; a ti te guard ó para sí y a mí me abandonó
tuvo con nosotros la predilecció n de no haber sido, como a m í mismo .
otros, víctimas de un nacimiento prematuro o haber perecido
dentro del mismo seno materno, como quienes parecen haber
sido concebidos más para la pena eterna que para la vida. XXXII . “CONFESIONES ” PERSONALES *
¿Qué razón lo movi ó para habernos creado con todos los
miembros sanos e íntegros, de modo que no fué ramos una 155. Dios m ío, ¿d ónde me marché, a d ó nde hu í, a d ónde
carga para los nuestros ni una afrenta para los extra ñ os? me escapé? Arrojado de tu rostro como Caí n, habit é en la
152. Gran favor es este, desde luego. Pero, ¿cómo apreciar tierra de Nod, errante y swprófugo, para que cualquiera que
en todo su valor estas otras muestras de su bondad por la me encontrase me matara . ¿Qué es lo que puede hacer la
que nos hizo nacer en circunstancias y rodeados de miserable criatura abandonada por su Creador ? ¿A d ónde
personas que nos llevarían a su fe y a los sacramentos? puede ir, dónde se va a esconder la oveja perdida, abando-
Pensemos en esos millares de hombres a quienes se han •
nada por su pastor? Oh hermana mía, una bestia feroz de-
00
negado las gracias que a nosotros se nos han concedido. En voró a tu hermano . Y considera, por otra parte, la gracia
01
todo éramos semejantes a ellos y de la misma condición especial que a ti te concedi ó al conservarte ilesa de esta
que millares de hombres a quienes se negó la gracia a nos - bestia.
otros concedida. Porque ellos fueron rechazados con toda 156. Tan desgraciado fui yo entonces cuando perdí mi
justicia y nosotros hemos sido llamados solamente por pura castidad como t ú feliz al proteger la divina gracia de tu
gracia. virginidad . Cuantas veces te viste t ú tentada y acosada , otras
87 Sal. 65, 16.
88 Cfr. Gn. 1, 18.
XXXI. LA EDUCACION FAMILIAR * Todo el cap. que sigue está clara y reconociblemente inspirado en
anwa en el terror de
mueren en el Señor. Desde
descansan de sus fatigas .” 2
Por
—
ahora, sí dice el Espíritu ,
eso el profeta distingue entre
170. Piensa
otados loselern
las fuerzas
de los
. r ei calor
B
del fuego, Se estremezcan
g ahrir án los infiernos y quedar á n
ocultas Vendrá el juez airado
la muerte de los condenados y la cada muerte de los elegidos.
uno en su morada; manifiestas to
cn
^
gu carro como la tempestad , para
“Todos los reyes yacen con honor sepulcro como raíz desde lo alto , ^ con la desolación del fueg0. Bien-
pero tú has sido arrojado fuera de tu vengarse en ®
^á preparado para salirle al encuentro
la gloria los
in útil, podrida y retorcida.” Sí;
3
descansan en el est ,
una conciencia recta y es aventurado J* s jas almas que ahora se manchan con
que han muerto con la certeza de de sus santos \ Duer - Desgraciadas a la avaricia y se enorguüecen en sus
preciosa a los ojos del Se ñ or la muerte lujurias, se en ° cnidr án los ángeles para separar a malos
aquel a cuya dormición asis-
me indudablemente en la gloria
a su encuentro, le soberbias., Porque éstos a la derecha y a los otros a la
tieron los ángeles. Los santos le salieron . Rechazaron y buenos 11colocan^
prestaron auxilio y confortaron a su conciudadano izquierda .
acusadores . Así acom- estás ante el tribunal de Cristo,
a sus agresores y confundieron
pañaron al alma santa hasta el
a
seno
sus
de Abrah á n en el lugar PiíSe
colocada entre te
ios do
,
uus empos y que aun no te han mandado
^^
}
— temor
qué1 1dolor, quC éníí rnes desnudas
temblando sus carnesdeaesnuuc
su figura ,
C1 1
abatidos verg
^;, horrible
*
- su- ^^ ^^
asr
aspecto
»
/^Pecto
«
S
,
j
dos,
deforme
üenza , confundidos por su impu
_
llamas devoradoras para asfixiarseregocijo en un eterno hedor. Por la desnudez de su
cuerpo. Quieren ocultarse pero no
es y en cambio la de
eso la esperanza defl los justos
los impíos perecerá . , es imposible
169. Y como no lo sabemos por experiencia , este gozo argüir que el Fio es injusto, por-
<n,s crímenes, no pueden
este descanso , esta paz
describir en qué consiste sus la sentencia, su misma conciencia
prometido a los que lo esperanque en el seno de Abrahán. Espe- que cualquiera que fuera
ran allí los bienaventurados a se complete el nú mero de descubre que es justa. amar al que te ha separado de
sus hermanos, para que en el 7 d ía de la resurrección, vestidos 172. Ya ves cuánto debes
de perpetua felicidad predestin á ndote, al qUe te dis-
de gloria con la doble t única , gocen esa masa de condenadosque te ha purificado justific á ndote .
1 .
8
, al
lo mismo con su cuerpo que con su alma r tinguido llamá ndote
tus ojos hacia la derecha y mixa a aque-
173. Ahora vuelve cuando seas glorificada.
2 Apoc. 14, 13. llos entre quienes has de encontrarte
, que felicidad , qu¿ seguridad!
-
3 Is. 14, 18 19. ¡Qué hermosura, qu é honor
a de jueces , llevan la
Unos son elevados a la , éstos la blanca florotros
4 Sal. 115, 5. categor í
5 Sal. 1, 4. de la virgini-
gloriosa corona del martirio largueza de la
6 Prov. 10, 28. fecunda limosna , otros la
7 Apoc. 6, 11. dad , aquéllos la ía, y a todos los une el mismo
que desde los tiempos apostólicos erudición de su docta sabidur
8 Elredo, conforme al pensamiento, marca fuertemente la tensión esca-
avanzó hasta la alta edad media ía final o Juicio universal, de-
tológica del cristianismo hasta la Parus 9 Cfr. Mt. 13, 25.
jando a las almas separadas en un estado o situación de espera des- 10 1 Cor. 14, 25.
zanj ó Benedicto XII en su 11 Mt. 13, 39; 25,33.
pués de la muerte. Cuesti ó n que luego
Constitución Benedictus Deus, el a ñ o 1336 .
151
RECLUSA BCERA PAUTE
VIDA
^ esté . Por eso, allí no habrá luto, ni
16
izquierda , no
cubre el
y el terror, mepodré alegar que eres injusto
, es por tu gracia y no
, Y si me
por mis méritos
. Ya
manos , si, ves
. -
me , ni
luto
alegría?
Hor>fo, m
• llanto
19 1 Jn. 3, 2.
20 Jn. 14, 21.
21 Jn. 17, 3.
22 1 Cor. 2, 9.
23 Sal. 41, 4.
24 Cant. 2, 16.
;
* n - Sobre el alma
Introducción y notas de Francisco Rodríguez, o.c.s.o. Traduc-
ció n de Germ á n Diez Martínez, o.c.s.o.
ü
INTRODUCCION
i:
.
i
.
‘ rXs
—
T
mado. 18
durante su abadiato, llegando a más de seiscientos cincuenta Dios - en el- -' alma se tiene en cuanto es llevada o puede ser
miembros 20. Además de las seis abad ías inglesas, deben con- ^
llevada
i
a
r V
Dios •
.» 34
tarse once monasterios de Escocia y ocho monasterios de Para poder comprender mejor el título de nuestro diálogo,
monjas sólo en Yorkshire, sobre los que debió ejercer influencia. debemos, finalmente, señalar el motivo del mismo y sus desti-
Al describir el diálogo Sobre el Alma, encontramos que a j natarios. Lo decíamos antes. El abad Elredo escribía para sus
Elredo le interesaba el hombre a la luz de Dios , como sujeto
monjes y toda su doctrina es monástica. De ahí su enfoque.
de la gracia, de la vida en el Espí ritu. Para" decirlo en pocas No entraban en su cometido aspectos puramente teóricos. "Los
y con sus propias palabras : el hombre como imagen de Dios”.
ó de la doctrina de Elredo ”U
.
3
El hombre, cistercienses, ha escrito G. Webb en su breve Introducción al
He aquí "el coraz n
r Sobre el Alma cisterciense, fueron especulativos, pero especu -
para nuestro autor, no se agota en las categorías de esta vida. laron sólo en orden a la solución de un problema completa -
Está proyectado hacia Dios. Él mismo predicó a sus monjes mente práctico. A la larga, fueron moralistas, siendo su fin
en cierta ocasión : "El pan de nuestra patria. . . es la faz de principal la realizaci ó n de la unión con Dios por medio de la
Dios ” 31 Porque para Elredo no puede ser completa la visión vida ascética .” 36
y el estudio del hombre, desligá ndolo de Dios. Eso s í, dejé-
moslo bien sentado, la dirección en que se mueve su especua-
lación no es de Dios al hombre, sino del hombre a Dios .
3
En la Escuela Cisterciense
"Encontramos aquí la concepción fundamental de san Agustín,
que está en el doble precepto: Que me conozca, que te conoz- “La publicación en la mitad del siglo XII de varios tratados
ca. Conocimiento del hombre, conocimiento de Dios: uno de sobre la naturaleza del alma, parece, a primera vista, indicar
los puntos sobre los cuales fue predominante la influencia de t una cierta preocupación entre los escritores cistercienses sobre
san Agustín” sobre Elredo, dice Amed ée Hallier, citando a Jean el problema fundamental de la psicología” 36, nos hace observar
Leclercq .3S
t¡ , Talbot. Y A. Le Bail dice m ás expresamente : "Los cister-
Toda la riqueza del alma, es decir, del hombre, en cuanto cienses de los siglos XII y XIII no entend ían la enseñanza
ser racional capaz de conocer y amar a Dios, está en ser "ima- de la espiritualidad sin un tratado Sobre el Alma. Redactado
gen de Dios”. El di álogo que analizamos ha de ser, entonces, expresamente o disperso, según las ocasiones, este tratado era
un desentra ñar esa inmensa riqueza y capacidad del ente ra- la clave de toda su enseñanza sobre la santificación del
cional. Porque no sólo ni principalmente en virtud de la ima- hombre. Así para san Bernardo, para Guillermo de Saint-
gen divina que hay en el hombre, se asemeja éste a Dios. Es Thierry ( De la naturaleza del Alma y del Cuerpo ) , para
más bien en virtud de su condición de ser imagen y en el Elredo de Rieval ( Sobre el Alma ) , para Isaac de la Estrella
esfuerzo por el que el alma, pasando por el camino de s í mis- ( De la naturaleza del Alma y del Cuerpo ) . Seg ú n tales
ma, aprovecha de esa semejanza para llegar a Dios. Santo disposiciones, no se comprenderá su sistema de espirituali-
Tomás lo decía de una manera más sencilla : "La imagen de dad si no se estudia en primer lugar la ciencia del alma.»> 87
Amédée Hallier, o.c, pág. 30. 34 Santo Tom á s de Aquino, Suma Teol ó gica , l . q . 93 a 8. BAC ( 1959 )
31 STemp. IV: 234 B. t. III ( 2P ) , pá g. 589.
32 Etienne Gilson, The Spirit of Mediaeval Philosoplnj , New York (1940),
pá g. 213. -
05 y Webb, An Introduction to the Cistercian De Anima, London
-
ág 18’
33 Am éd ée Hallier, o.c., pág. 11, Jean Leclercq, Vamour des lettres et 36 Talbot, oP
.c., pá gs. 23 y 24.
le desir de Dieu, Par ís ( 1957 ) , pá g. 211.
^ A. Le Bail, “Bernard ( Saint ) ”, DS, t. I, col. 1461.
§K
164 165
SOBRE EL ALMA I^BOPOCCIóN
antropología . '‘A la luz de este estudio, es evidente
42
Escuela Cisterciense, aunque los autores sean casi todos bas-
tante independientes unos de otros y de variado calibre como y su antropología ha logrado una creciente importancia en
la
ía de Bernardo.” 43 En otras palabras,
pensadores y escritores. Una de las comunes preocupaciones
de la Escuela es un interés por el alma en sí misma, revelado
por un notable n úmero de tratados llamados Sobre el Alma,
o algo similar. Éstos han sido pensados como obras espe- m
^estudio de la teolog
¿e todo lo dicho hasta ahora debemos sostener que san
Bernardo de Claraval no escribió ning ún tratado sobre an-
tropología. Es cierto. Pero también es fuerza concluir que
cialmente cistercienses, que vieron la luz a causa del nuevo la preocupación por la antropología teológica, implicada en
ardor de la Orden y dan mucha importancia a la consigna los tratados cistercienses sobre el alma, es un tema muy
‘Conócete a ti mismo', puesto que el propio conocimiento
es la base de toda virtud , como dice san Benito en el capí-
- importante, e incluso central, en todos sus escritos. Todo
cual nos lleva a la conclusión de B. McGinn: “Bernardo
tulo 7 de la Regla.” ss “Especialmente en el á rea central de fue el responsable de la importancia »concedida a la antro-
pología en el movimiento cisterciense.
44
la antropología teológica, la contribuci ón cisterciense fue °
simplificada. ( De tal modo ) , una similar ambig üedad puede A Elredo se lo suele conocer como el Bernardo inglés,
encontrarse en el papel que jugó en colocar la antropología o Mateo de Rieval, en efecto, lo hace “semejante a Bernar -
teológica en el centro del pensamiento cisterciense.” 40 De- do” 47. También Nicolás de Claraval dice: “Semejante a Ber-
bemos tenerlo bien presente antes de seguir adelante. El nardo . . . Casi igual a Bernardo.” 48 Y puesto que el obrar
Diccionario de Espiritualidad, refiriéndose al tratado De la sigue al ser, podemos sostener con toda seguridad que san
gracia y del libre albedrí o,, escribe : “Este título debería ser Bernardo influyó poderosamente en la doctrina de san Elredo.
justamente Sobre el Alma. 41 ¿Qué se nos quiere significar
?
Nada mejor para confirmar lo dicho que la autoridad de
con esto? La más importante contribución, y también de las Gilson. Nos dice : “Elredo, perteneciendo a una generación
más recientes, al estudio de la antropología en el abad de posterior, depende todav ía directamente de san Bernardo.
—
Claraval nos estamos refiriendo a la obra de W. Hiss
pone un particular acento en el socratismo cristiano, es decir,
el conocerse a uno mismo como punto de partida para la
— Habiendo vivido en el siglo XII, la distancia del tiempo que
42 W. Hiss, Die Anthropologie Bernhards von Clairvaux , Berlín ( 1964 ) ,
págs . 31 -41 .
teoría de san Bernardo y la conexi ón entre su cristología 43 McGinn, o .c . , pág . 78.
44 McGinn, o. c. , pág . 77 .
38 G. Webb, o .c., pág . 4. 45 Maiorino, o.c. , pág . 346 .
39 McGinn, o.c ., pág . 92. 46 McGinn, o.c. , pág. 81 . Notas 316 y 317 .
40 McGinn, o.c., pág. 77 . 47 Powicke o.c. , pág. XXXIV .
41 A . Le Bail, art . cit . , col . 1461.
48 Citado por Migne. PL 195, col . 208 .
166 SOBRE EL ALMA
INTRODUCCIóN 167
lo separa del maestro no es considerable. Por tanto, aun
cuando influencias doctrinales se hayan interpuesto entre él gen de Dios, a saber, en la mente y la razón.” San Agustín,
61
y san Bernardo, queda , aunque se a ñada a ello la fuerza de entonces, es reconocido por su insistencia en la eminente
sus diferencias individuales, un intérprete cualificado del dignidad de la mente, abierta como está a la iluminación de
maestro, del que se siente constantemente la presencia en las divinas ideas. “Y la escuela medieval agustiniana, aclara
sus escritos.” Y un poco más adelante, en el mismo libro,
40 Gilson, unirá preferiblemente la idea de imagen a este in-
destaca la importancia de que D. Witmant haya establecido mediato contacto del alma con Dios.» 62
claramente que fue a instancias de san Bernardo que Elredo Los que ponían la imagen de Dios más bien en la libertad
escribió uno de sus más bellos e importantes libros, Espejo del hombre, aducí^an la autoridad de san Bernardo. El santo
centra la imagen de Dios en el libre albedrío humano. “De
de Caridad . Refiriéndose a la carta que el abad de Claraval
envió al de Rieval con este motivo, concluye así Gilson: “Una
carta capital para establecer la verdadera naturaleza de las
—
acuerdo con san Agustín son también palabras de Gilson ,
Bernardo sit úa la imagen de Dios en la mente del hombre;
—
relaciones entre Bernardo y Elredo.” 60
pero mientras Agustín la busca con preferencia en el conoci-
Elredo, entonces, siguiendo las huellas de san Bernardo, miento intelectual, donde la iluminación divina atestigua la
con su diálogo Sobre el Alma , es un exponente elocuente de presencia incésante del Creador a la criatura, Bernardo la
la Escuela Cisterciense del siglo XII. sit úa mas bien en la voluntad , y particularmente en la li-
bertad.” BS
Las principales fuentes del diálogo de establecer un gran equilibrio en sus opiniones en todo
el diálogo. Este esfuerzo se admira de manera especial al
Elredo, a semejanza de san Bernardo y los otros escritores referirse a las facultades del alma : memoria, razón y voluntad,
cistercienses contemporáneos, parte, pues, para su estudio si bien es clara su opción por la preponderancia del libre
antropológico del hombre, del presupuesto de que el mismo albedrío en relación a la imagen de Dios en el hombre, si-
ha sido creado “a imagen de Dios”. Esto importa grandes guiendo a su padre espiritual, Bernardo.
interrogantes. ¿ Dónde est á esta imagen de Dios en el hom-
bre? ¿Cómo se manifiesta? Las fuentes adonde ir á a inspirarse Elredo en el escrito que
Los autores medievales, como había sucedido con los ante- tratamos de analizar son la Biblia, los Padres Latinos y uno
ripres a la edad media y sucederá hasta nuestros días, se o dos escritores clásicos 65. Entre estas fuentes se destacan tres
dividían en sus opiniones. Cuando no se oponían. El problema nombres: san Agustín, san Bernardo y san Gregorio Magno.
resid ía en que se trataba de situar esa imagen divina en lo Dom Jean Leclerq deja constancia de que “san Agustín
que se creía superior en el ser humano. Y aquí venía la gran gozó de un gran prestigio en el primer Citeaux» 66. Además,
polarización: ¿es en la razón o en la libertad de la voluntad? Elredo de Rieval tenía, personalmente, un conocimiento pro-
Para ubicarla en la mente, como razón, era suficientemente
clara la opinión de san Agustín. En sus escritos, en efecto, 51 San Agustín , Enarraciones sobre los Salmos. BAC, t. XX ( 1965) , 42,
se pueden leer frases tan exactas y decididas como esta: n 6 pág. 35.
<?
,
52 Gilson, The Spirit of Medioeval Philosophy , pag
“Debemos entender que tenemos algo en donde está la ima- . 212.
53 Gilson, La Théologie Mystique de Saint Bernard, pág. 64 .
49 Etienne Gilson, La Théologie Mystique de Saint Bernard . Par
(1969 ), pág. 18.
50 Ibidem, pág. 234.
ís
!
54 Gilson, o.c., pág. 18.
55 Talbot, o.c., pág. 51.
/ me
_
.. . c,gueme_.
56 Jean Leclercq, Cultura y Vida cristiana, Salamanca, Eche Sí
1 - 1 1
"
168 SOBRE EL ALMA
INTRODUCCIÓN 169
fundo de san Agustín . Nuestro diálogo está todo él entre-
67
con los muertos. Refiriéndose a él, dice el abad de Rieval:
tejido de citas, explícitas o implícitas, del Obispo de Hipona. “Oye tambié n al que no deja punto por tocar, es decir, a san
No oculta la admiració n que siente por él y exclama: “Es Agustín, al que elegimos en esto como principal guía.” Estas
inimitable en su sutileza.” Y el mismo motivo, o razón de ser, palabras son suficientemente elocuentes para indicarnos el uso
del diálogo es “cerciorarse de lo que piensa Elredo sobre que hizo de este tratado agustiniano.
algunas cosas que se leen en los libros de san Agustín”. Por Por otra parte, llama la atenció n la manera como es citado
eso en el transcurso de la obra hará constar que emplear á
“las palabras, o el sentido, o unas y otro, de san Agustín”.
san Agustín en Sobre el Alma. En los dos primeros Libros, las
citas están bien tramadas y entrelazadas. Hay una perfecta
Tres son los libros de san Agustí n que encontramos citados asimilación y dominio del pensamiento de Agustín en la pro-
expresamente aquí: las Confesiones, Del G énesis a la letra blemática presentada. En la tercera parte no es así. Las citas
y Del cuidado que se ha de tener con los muertos. Parece que está n integradas, aparentemente, con más dificultad. ¿Que la
estas son las obras de Agustí n que más influyen en nuestro enfermedad y la proximidad de la muerte le impedían re-
diálogo, aunque, como dejamos entender, son varias otras flexionar más detenidamente y hacer, por tanto, también
las obras citadas implícitamente. más suyo el pensamiento del Obispo de Hipona? Talbot se
Hablando de los últimos días de su vida, época en que inclina por este parecer ü . Es probable que tenga razón. Pero
0
escribió nuestro Sobre el Alma, nos comenta el biógrafo de si nos detenemos en el mismo tema del Libro III, tan dife
-
Elredo las lecturas habituales del abad. “En particular es-
—
cribe solía tener en sus manos las Confesiones de Agustín,
— rente de los dos primeros, se explicará por qué Elredo usa
tal vez con más pesadez, podríamos decir, las citas expresas
que habían sido su gu ía cuando se había convertido del de san Agustín .
mundo.» 68 Encontramos citadas las Confesiones en los tres
Libros del diálogo. En especial las tiene presentes al referirse Anteriormente mencioná bamos que san Bernardo ha dejado
a la memoria y al libre albedrío. Estos temas son clásicos una gran marca sobre nuestro autor. Aqu í los hechos con-
en las Confesiones. cretos nos lo confirman. Después de san Agustín, el autor
Un profundo conocedor de Elredo, refiriéndose a la in- m ás citado en Sobre el Alma es san Bernardo de Claraval.
fluencia del libro Del Génesis a la letra, de san Agustín, .
Ciertamente no de una manera explícita Pero son bien claras
afirma que “desde el principio hasta el fin de su carrera , el las repeticiones de términos y conceptos. La obra más citada
uso de este libro por Elredo se descubre de todo punto im
portante, y hay buena razón para pensar que significa para
- es el tratado De la gracia y del libre albedrío, la que más re-
fleja su mentalidad. También es la que más influye en Elredo
su general formación teológica lo que las Confesiones para al estudiar las facultades del alma, la parte medular del
su vida imaginativa y devocional” 5e. Este mismo tratado del diálogo que presentamos. 01. Este escrito de san Bernardo,
Obispo de Hipona es citado en otras obras de Elredo, en ademas de ser su tratado sobre el alma, contiene como
especial en los primeros capítulos de su fundamental Espejo centro medular la doctrina del hombre creado a imagen y
de Caridad . En nuestro diálogo lo encontramos explícita- semejanza de Dios por el libre albedrío 62; dos puntos de
mente recordado en el Libro I y en parte del Libro II. capital importancia para el diálogo de Elredo.
El tercer escrito de san Agustín citado expresamente por En el Libro III, el último, se nombra con frecuencia a san
Elredo en Sobre el Alma es el Del cuidado que se ha de tener Gregorio Magno. De él dice Jean Leclercq : “Ejerció una m-
57 Talbot, o.c., pág. 53. 60 Talbot, o.c., pág. 53.
58 Walter Daniel, o.c., pág. 50. 61 A. Le Bail, art . cit.; col. 1461-1462 y 1472.
59 Squire, o.c ., pá g. 53. 62 Ibidem .
t•
170 SOBRE EL ALMA INTRODUCCIÓN 171
fluencia decisiva dentro de la cultura monástica, en lo rela- Talbot resume asi el valor positivo de nuestra obra: “Con-
»
tivo a la tendencia escatológica . Y este último Libro del siste solamente en una síntesis de la doctrina agustiniana tal
63
Sobre el Alma de Elredo está en esa dimensión escatológica. como había sido intentada muchas veces en siglos anteriores
La mayoría de las citas, implícitas y explícitas, sobre san con menos éxito y ciertamente con menos encanto. Su indi-
Gregorio está tomada de sus Diálogos. Para discernir la in- vidual proeza está en el genio con que unió, en restringido
fluencia que haya podido tener este autor sobre Elredo, vayan espacio, un cuerpo de ideas esparcidas en los vol úmenes es-
algunas expresiones de este último en su obra : “Estas pala - critos por san Agustín . Proeza que lo colocó a la altura no
— —
bras dice son dif íciles para el entendimiento. . . ; con todo,
se ha de procurar entender la mente de tal varó n; pero, si
de Guillermo de Conches o de Hugo de San Víctor o Pedro
Lombardo, pero sí con otros miembros de la Escuela Cister-
no se puede, siempre se ha de recibir su opinión.” ciense, como Guillermo de Saint-Thierry, Isaac de la Estrella
y Alcher de Claraval.” 60
imprimió tan indeleblemente en todo con lo que entró en Estos datos de espontaneidad , naturalidad y cordialidad
contacto
» 07
son muy ú tiles para adentrarse en el estudio de nuestro
diálogo. No debemos esperar de la obra grandes disquisicio-
nes metaf ísicas, como hemos señalado. Vamos a dar, en
Análisis del diálogo cambio, con la gracia de una charla familiar, sincera y cordial.
Lo señaló Jocelín de Furness en el retrato que traza de El -
I. Forma redo: “Fue un hombre de altísima integridad, de gran sabi
duría práctica , aguda y elocuente, un compañero agradable,
-
Se inicia el diálogo de una manera verdaderamente espon-
generoso y discreto.” 70
Por otra parte, basta leer el Sobre el Alma para admirar
tánea y natural. Tres datos nos lo confirman :
* la llegada inesperada del interlocutor, Juan, para iniciar la una gran capacidad didáctica en él. El P. A. Hallier, a quien
hemos citado varias veces, no duda en titular muy sugesti-
conversación;
* Elredo, que asegura estar presto para atenderlo y res-
vamente Un Educador Monástico su libro sobre nuestro
santo 71. Eso fue sobre todo Elredo. Y así se descubre toda
ponderle; un arte mayéutica en el desarrollo del diálogo. El autor lleva
* finalmente, los que estaban con el abad de Rieval, que
espont á neamente a su interlocutor a encontrar la respuesta
ya terminan y está n a punto de marcharse.
—
Esta escena es la misma que leemos en su biograf ía se —
repetía constantemente. Elredo está en la enfermería, en efec-
a sus propias preguntas y a dar con nuevos cuestionamientos.
Por lo regular, las intervenciones de Elredo no son dema-
siado largas ni presentan un tinte magistral. Estas caracter ís-
to, donde ha tenido que retirarse los últimos añ os de su vida. ticas brindan gran agilidad al escrito.
“Cada día vienen a su pieza y se sientan allí de veinte a
La división en tres Libros contribuye a una mejor distri-
treinta de sus monjes al mismo tiempo. Hablan juntos de las bució n y clasificación del tema.
delicias espirituales de la Escritura y de la observancia de La misma forma dialogada con que se expresa, el mismo
la Orden. ” 68
Este es el contexto de nuestro diálogo, parte
método que usó para impartir sus ideas a, lo hacen más lleva -
7
de la vida cotidiana del abad. dero; facilita asimismo la lectura y comprensión, la enuncia -
Hay también mucho de cordialidad. Elredo recibe a Juan, ción del tema de cada uno de los Libros al principio de los
que llega, llamándolo “querido”. Durante todo el desarrollo de mismos. Son un gran aporte did áctico los res ú menes que
la conversación, Elredo se manifestar á bondadosamente abier- trata de hacer al final del Libro I y principios del Libro III.
to a las preguntas insistentes de su monje, que lo interroga
ansiosamente. Le repetirá lo dicho, cuando sea necesario. Se
lo resumirá, para que se le grabe mejor. Nunca impondr á su — —
No son cansadoras al contrario, son una buena ayuda
para el lector las frecuentes e insistentes llamadas a re-
parecer porque sí. Así también es el estilo de su vida normal. cordar lo afirmado anteriormente en el curso del diálogo,
“Sus visitantes
— —
nos cuenta el biógrafo , iban y se ponían
alrededor de su cama. Hablaban con él como un niño charla
que se relaciona con la nueva cuestión que se plantea o trata
de estudiar.
Su estilo no es nada rebuscado. Su mismo biógrafo afirma,
con su mamá. No trataba adustamente al que pudiese decir )
algo que no le gustara. Misericordioso como era, nunca ex- refiriéndose a su estilo en general: “Jamás trató de arropar
pulsó un monje del monasterio.”
80 su decir con falsos arreos, que oscurecen más que adornan
70 Powicke, o.c., pág. XXXIII.
67 Ib. , pág . 51. 71 Hallier, o. c.
68 Walter Daniel, o.c . , pág. 40. 72 Talbot, o.c. , pág . 55.
69 Ibidem , pág. 40.
174 SOBRE EL ALMA INTRODUCCIÓN 175
su sentido. 73 Elredo no era un hombre que buscara el buen 1. Método: cómo se lo propone
»
— —
padres. “Estas cosas se dicen argumenta, no afirmando, sino
buscando u opinando para que quede a tu arbitrio si pre-
de ser al alma, imagen suya. Dejamos comprobado que Elredo
en este escrito hacia antropología teológica : antropología
fieres m ás esta opinió n o, ciertamente, cedas a la de mu- con miras a Dios, con proyecció n a Él. Lector asiduo cono- ;
chos . . . Sea, pues, cualquiera la sentencia que elijas, cuídate cedor profundo, admirador por tanto y sintetizador inigua-
de la blasfemia contra la fe.” En otras palabras; frente a la lable del pensamiento agustiniano, el ideal de Elredo aquí
fe no hay opiniones, sólo asentimiento racional. Ante la ra - es el que fuera del Obispo de Hipona : “Quiero
conocer a
zón, en cambio, caben opiniones. Esta es una variedad Dios y al alma \ o, dicho de otra forma : “ Conózcame a m í,
interesante del m étodo elegido por Elredo. con ózcate a ti.
* La fe y la razón se complementan. Aunque ante la fe no Veamos como las lineas principales de nuestro diálogo aca-
cabe la duda, sí es posible que el asentimiento sea más o ban todas en Dios.
menos “racional”. La razó n puede ayudar al asentimiento Dios es el termino del alma en cuanto a su naturaleza Así,
al definir las propiedades del alma segú n su
.
que presta la fe. Y pese a que la razón por su parte exige ser, Dios es el
el esfuerzo humano de pensar y argüir, la fe le puede facili- termino de comparació n . Elredo emplea estas expresiones:
tar y aligerar el trabajo. Aquí está la posibilidad de comple-
mentariedad entre la fe y la razón, f ácil de descubrir en 77 San Agustín, Soliloquios. BAC ( 1957 ) ,
* h Pág. 507.
nuestro diálogo. Leemos sin más, entre otras, esta afirmació n:
•
78 Ibidem , pág. 545.
SOBRE EL ALMA
f 179
178 INTRODUCCION
“ No es la naturaleza de Dios”, y : “Se excluye aquella in
. - Creemos que puede ser de gran ayuda presentar un esque -
mortalidad , que, segú n el Apóstol, es sólo de Dios ” nía del contenido. Previamente iremos demostrando con las
Otro tanto sucede al referirse al obrar del alma humana. mismas palabras del autor la génesis de tal esquema.
— —
Dios en su Trinidad Elredo lo repite varias veces explica
y a su vez es explicado por las tres facultades del alma :
. Al comienzo del Libro I y del Libro III, Elredo establece
un doble plano para su estudio del alma humana : uno es el
memoria, razó n y voluntad . Estas son sus palabras: “Las tres, del estado de dicha alma “en la vida presente” y el otro
las facultades, son una única substancia del alma, una vida “su estado después de la muerte” En ambos casos formula
simple, incompuesta, que fue creada a imagen de su Creador, un doble cuestionamiento : en el orden del ser o naturaleza
el cual, siendo Dios y una esencia, es, no obstante, Padre, del alma y en el orden del obrar o poder y fuerza de la
Hijo y Espíritu Santo, que de tal manera son tres, que no misma.
hay allí ninguna mezcla en los tres, ninguna división o sepa - As í, en las primeras pá ginas del diálogo Elredo manifiesta
ración en la unidad.” que habla “con agrado de lo que no es el alma” y “con
Hasta aquí se ha estado refiriendo nuestro autor al alma temor de lo que la misma es\ A continuación encontramos
en su estado presente . Pero, para Elredo, sobre todo en su expresiones como esta : “Si te acuerdas de cuanto dijimos de la
situació n de después de la muerte, como inmortal, Dios es la naturaleza del alma.” Es obvio que aquí se est á refiriendo
razón del alma. “Gozar de la visión de Dios” es lo que explica f al ser del alma humana. Pero otro interrogante distinto es el
que el alma pueda ser “consolada, purgada o atormentada” que se formula, varias veces por cierto, cuando se pregunta
en su nuevo estado. También al reflexionar sobre la fuerza * “qué es lo que obra el alma en la carne, qué en los sentidos,
del alma en este su nuevo estado, sólo esa misma visión de qué por los mismos sentidos, qué sin ayuda de los sentidos”.
Dios es lo que la justifica. Además, después de constatar que la substancia del alma
Si la vida en el Espí ritu sólo puede tener como fin a Dios, [ abarca tres facultades, dedica una de las tres partes del
es natural que la antropología que cimente o trate de reflejar diálogo a responder cu ál sea el poder o la fuerza de la me-
la estructura humana de esa espiritualidad no pueda tener moria , la razó n y la voluntad , no cabiendo duda de que el
.
sino al mismo Dios como objetivo último Aun cuando ya lo i
tópico es aquí el obrar del alma.
hemos sugerido, al final de nuestro trabajo trataremos de : Pero incluso dentro del actuar del alma se le abre a Elredo
demostrar que la obra de Elredo Sobre el Alma no es otra f una doble posibilidad : “Qué puede el alma a través del
cosa que la antropología de su espiritualidad . cuerpo” y “qué sin el apoyo del mismo.” Son sus mismas
palabras: “Se ha de indagar aquello que el alma puede obrar
i por sí misma, sin apoyo del cuerpo, es decir, por la memoria,
la razón y la voluntad .” Antes ha tratado de estudiar práctica-
3. Contenido: lo que se propone mente lo contrario, vale decir, lo que podría ejecutar “con el
concurso del cuerpo”.
Hagamos una aclaración : Elredo es anterior a la Esco- Hasta ahora se ha hablado de la naturaleza y del poder
lástica. Como los otros escritores espirituales de su época, .
del alma “en el estado presente de la vida” Refiriéndose
escribe animado por la experiencia intensa de su vida en el al alma en su “estado después de la muerte”, sus términos
Espíritu. Por esta causa no es f ácil esquematizarlo seg ú n son estos: “Fallando los instrumentos con los que se sostenía
nuestras categorías mentales. ( Querá moslo o no, nuestra ma- en el cuerpo, el alma comienza a no estar en el cuerpo, y
nera de pensar y razonar es en parte hija de la Escolástica. al instante se refleja en la imagen del mismo, en la que
Tenido esto en cuenta , continuemos con nuestro cometido. ) \ pronto es recibida por los espí ritus dispuestos para ello, de
¡
!
forma que sea consolada, purgada o atormentada ” En este B ) Segú n su actuar, es posible considerarla:
estado del alma, por lo que acabamos de leer, para Elredo 1. “en su fuerza imaginativa ”;
hay tambié n dos órdenes distintos: el de la naturaleza y el
del obrar, como habíamos enunciado anteriormente. Piensa en
2 . “en la fuerza recibida de potestad superior” por
a ) “permiso”,
—
la naturaleza al hablar de la triple forma posible del alma : b ) “mandato”,
‘‘consolada, purgada o atormentada”. Mientras que al señalar c ) “impulso”
que el alma “se refleja en la imagen del cuerpo” está alu-
Junto a estos temas principales y medulares del Diálogo,
diendo a su nuevo poder que no es otro que la fuerza de la
imaginación. encontramos otros que podríamos llamar adicionales, por no
decir secundarios. Ellos son:
Dicho esto, ensayemos el anunciado esquema :
naturaleza, imagen” 82, declara en su primer escrito. Pero vol- o la desemejanza”, exclamar á en Cuando Jesús tenía doce años °.
veremos a encontrar estas afirmaciones en sus escritos poste- “Lugar de miseria, de tinieblas y región de indigencia”, había
riores, por ejemplo en uno de sus Sermones. Comenta: “Así el escrito antes en Espejo de Caridad 89 .
alma racional segú n su naturaleza o esencia, hecha a imagen 3. Del retorno a Dios, que es el aspecto más esencial de la
de Dios.» vida monástica para Elredo °°. Lo encontramos declarado con
88
Y, ¿en qué consiste esta “imagen de Dios”? Para responder precisión, tambié n en Espejo de Caridad : “Es evidente, o yo
está n las cualidades del alma que señala en su diálogo: seme- me enga ño, que de la misma manera que el orgullo humano,
jante a Dios, el alma es “inmudable” en el lugar, pero “muda- no por culpa de los pies, sino por un movimiento del alma ,
ble” en el tiempo. Es “inmortal”, pero “a su modo”, porque no alejándose de Dios y debilitá ndose en sí mismo ha corrompido
lo es con la misma cualidad de Dios. “Simple e incompuesta”, la imagen de Dios, también por un movimiento del alma, la
“con tres facultades”, aunque una sola substancia. Estas cuali- humana humildad, acercá ndose a Dios, renueve en el alma la
dades del alma vamos a encontrarlas como fundamento de su imagen de Dios que la ha creado.» 91
espiritualidad. Si el alma por ser “mudable” puede tener una vida espiritual,
En efecto, por ser el alma mudable, “puede alejarse, ya que en un retorno a Dios, partiendo de la región de la desemejan-
puede ser desemejante, y volver, porque puede ser semejante”, za, en realidad esto sólo es posible porque además el alma es
señala en un Sermón \ Y también en otro Sermón aclara :
8 ‘ inmortal a su modo”. Este es tambié n otro dato antropológico
“Esta es una cualidad, ciertamente. Sin ella, la creatura no que explica la espiritualidad de Elredo. Es así que en Espejo
tendría ya necesidad de Dios y no podría progresar ni retor- de Caridad se pregunta: “La perfecta reforma de la imagen. . . ,
nar.» Por todo esto, la mutabilidad del alma es para Elredo
86 pero ¿d ónde esto? Y, ¿cuá ndo esto?” Y como tiene en cuenta
la razón: que el alma es “inmortal”, es decir, que puede ser bienaventu-
1. De la vida espiritual, pues, gracias a esta mutabilidad, rada o desgraciada, se responde inmediatamente: “Se espera
“tiene necesidad de Dios” y puede “progresar”, como acabamos esta felicidad en la Patria .” 82
de leer hace poco. O como dice en otras palabras, en el Espejo 86 Spec. 1,3:307 D.
87 Spec. 1,4:508 B.
80 .
Hallier, o.c., pág. 30 88 Cfr. Etienne Gilson, La Théologie Mystique de Saint Bernard cap. II.
81 Spec. 1,3:507 D. * PC 4, pág. 26. ( N . del E . )
82 Spec. 1,4:507 A . 89 Spec. 1, 7:512 A.
83 SIned. XV, PC 5, pág. 211. 90 Hallier, o.c., pág. 10.
84 SOner. VII :391 B. 91 Spec. 1, 8:512 B.
85 SOner. XVII: 431 B-C.; Spec. 1,13:517 B-C; 1,8:512 D.
i
184 SOBRE EL ALMA
s
I
INTRODUCCIóN 185
2. Las Facultades del alma
Juntoa las cualidades, propias de la naturaleza del alma
humana, Elredo, en su estudio antropológico, adem ás de la
5
— —
dice también en el Espejo de Caridad en el hombre la ima-
gen de Dios, no abolida completamente.” Lo cual nos deja
08
I
i
i
Comienza el Diálogo
>
del Bienaventurado Elredo,
Abad de Rieval,
ir sobre el Alma
!
5
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-
t -
¿ ...
i
!
LIBRO PRIMERO
¿
c U A L e s l a causa de tu inesperada venida, mi querido
Juan?
—
JUAN. He leído algunas cosas en los libros de san
Agustí n que me preocupan en gran manera, por lo que qui-
siera cerciorarme de lo que piensas t ú acerca de cada una
de ellas.
ELREDO. Estoy presto. . . Éstos, terminado ya el asunto por
el cual vinieron, está n a punto de marcharse.
T
y
JUAN. Desearía saber qué opinas del alma. San Agustín no
juzga sobre ella como yo estoy acostumbrado a pensar.
Dice que no se mueve de lugar, ni está contenida ni circuns-
crita a lugares determinados, ya que carece de longitud ,
latitud y altura. i O
1 San Agustín. Del Génesis a la Letra, 1. VIII, c. 22,43 ( BAC, t. XV,
pá g. 997 ) . Ibíd., 1. VII, c. 27 ( BAC, t. XV, pág. 939 ) .
Dadas las caracter ísticas del diálogo, hemos preferido presentar las
citas agrupadas al fin de cada pá rrafo. Téngase en cuenta que Elredo
trama sus per íodos con las citas de Agustín y sus otras fuentes hasta tal
punto, que en algunos párrafos habr ía resultado totalmente imposible
incluir los números volados de las llamadas correspondientes a pie de
-
pá gina sin afear gravemente la disposici ó n grá fica del texto y, conse
cuentemente, sin dificultar de manera notable la lectura, que el estilo
.
elegido por el autor pide f ácil y corrida. ( N . del E )
190 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 191
2. ELREDO.— ¿Y qué; ¿acaso piensas tú otra cosa? propio del que pueda todas las cosas. El alma humana,
JUAN. — Totalmente. ¿O es que no siento yo que mi alma está hecha a imagen de su Creador, en cierto modo obra en su
cuerpo lo que Dios en la totalidad de la criatura, y ella,
contenida en mi cuerpo? Por consiguiente, siendo mi cuerpo
un lugar, no puedo comprender cómo el alma no esté en por tanto, llena todo el cuerpo, pero no localmente. Si
un lugar, ni se mueva localmente con el cuerpo. fuese localmente, se difundiría o extendería, resultando
ELREDO. No faltaron varones doctísimos que opinaron que mayor en el todo que en la parte. Siempre, por consiguien-
el alma de ningún modo estaba contenida en el cuerpo, te, est á en su sumiso cuerpo, si no llenando, sí imitando o
antes bien era ella la que contenía al cuerpo, y, mantenién- representando la semejanza del que est á en todas las cria-
turas.
4
dose en su natural simplicidad , da existencia al cuerpo, sin
ser prisionera de él. Por ventura, al cesar el alma de infor -
mar al cuerpo, ¿acaso no se descomponen todos los miem-
5. JUAN. —No me es lícito dudar de Dios que esto sea así,
pero no puedo entender, ni de Dios ni del alma, cómo se
bros, se pudre la carne, los huesos se secan, y se desmorona verifica.
todo aquel conjunto de partes? ELREDO. En efecto, adheridos al fundamento de la fe en las
—
JUAN. ¿Quién dudar
mientras vivo? 3
á de que mi alma reside en mi cuerpo
V
cosas que son de Dios, indaguemos del alma, que fue creada
a imagen de Dios, cómo se realiza en ella. Quizás, encon-
3. ELREDO. —Entonces, ¿qué? Aunque razonablemente pueda
decirse que el alma está en el cuerpo, ¿no es por eso nece- h
trada la imagen, hallar ás m ás f ácilmente a aquel del cual
es la misma imagen.
sario que se mueva localmente en el cuerpo o con el cuerpo? —
JUAN. Hagá moslo así.
ELREDO. ¿ Dudas de que el alma está en el cuerpo?
JUAN. Así lo entiendo.
ELREDO. — La fe cristiana no duda de que el alma ha sido
creada a imagen de Dios.
\ —
JUAN. No lo dudo abiertamente, pero no alcanzo a ver cómo
no está localmente.
ELREDO. ¿Toda en todo el cuerpo o en alguna parte de él?
JUAN. Nada hay más cierto.
ELREDO. Su voz es esta: “Yo Heno el cielo y la tierra.” De
ahí que aquel gentil que llamaba Dios a J ú piter, conside-
6. JUAN.
— Ciertamente, en todo el cuerpo y en todas sus
partes, fuera de los cabellos y las uñas, y si hay algunas
otras partes que carecen de sentido, puesto que en éstas no
rando m ás profundamente la naturaleza divina , dijo: “Todas
las cosas está n llenas de Jú piter.” Si, pues, Dios llena todas existe indicio de la presencia del alma .
las cosas, ¿acaso es como el aire al odre o el agua al grifo?
—
JUAN. De ning ú n modo.
ELREDO. — Te enga ñ as, hermano. En el hombre muerto, ¿no
crecen las u ñas y se producen los cabellos?
ELREDO. ¿Cómo entonces? —
JUAN. Me has convencido plenamente,
JUAN. Cuando de niño disputaba con otros niños, indagando
cómo Dios estaba en todas partes, se nos dio esta respuesta : 7. JUAN. ——
ELREDO. El alma se encuentra hasta en el dedo meñique.
De acuerdo.
6
——
“ No localmente, sino potencialmente.” 3 ELREDO. Pero, ¿toda o alguna parte de ella?
4. ELREDO. —Yo digo: no sólo potencialmente, sino tambié n
esencialmente. No es una cosa su esencia y otra su potencia,
JUAN. No te rías si digo que alguna parte de ella, pues no
acierto a comprender otra cosa.
para que se crea estar esencialmente en todas partes aquel
que de verdad se cree que nunca está localmente. Esto es
r
—
ELREDO. Lejos de mí el reírme, ya que buscamos no lo que
se ha de creer, sino lo que se ha de entender. Por tanto, si
2 Ibícl., l. VII, c. 3,4 ( BAC, t. XV, pá g. 901 ) . 4 Roberto Pullo, Sentencias, 1.1, c. 9 ( PL 186, 689 ) .
3 Jer. 23,24. Virgilio, Egloga III, 60. San Agustín, Del Génesis a la Le - 5 San Agustín, Del Génesis a la Letra, 1. VII, c. 16,23 ( BAC, t. XV,
tra , l . VIII, c. 21,42 ( BÁC, t. XV, pág. 995 ) . pág. 921 ) .
¡
192 SOBRE EL ALMA 3 LIBRO PRIMERO 193
—
ELREDO. Ahora, dime, te ruego: ¿cómo piensas en la justicia ?
JUAN. Pienso que la justicia es la virtud por la cual se da a
—
17. ELREDO. Ahora pensemos en aquella vida que no sólo
engendra este movimiento e incremento del cuerpo, sino
cada uno lo suyo; y, para mí, pienso, aun más, que es justo también cierto movimiento espontá neo que se une al sentido
aquello que debo dar a Dios, al pró jimo y a mí mismo. para el gobierno del cuerpo, como ocurre en todos los ani-
Cuando considero la utilidad y gozo que trae consigo esta males. Esta vida se manifiesta en el tacto, y por él siente
adquisición, se me excita y despierta el deseo de poseerla. i las cosas calientes, frías, duras, blandas, leves, graves, áspe-
ELREDO. — ¿Por qu é no meditas igualmente de la vida?
JUAN. Lo ignoro. 10
ras y suaves. Después siente y percibe innumerables dife-
—
rencias de colores, formas, olores, sabores y sonidos , —
—
15. ELREDO. Piensa que la vida es una cosa movible, que
presta incremento, por cierto movimiento, a las cosas insen-
viendo, oliendo, gustando y apeteciendo los convenientes
a su cualidad y rechazando los que le son contrarios. Esta
sibles. Esto ocurre en los á rboles o en las hierbas, en los vida alguna vez se aparta de los sentidos por cierto tiempo
que la savia es introducida en la raíz y después se difunde y sus movimientos los repara como, por ejemplo, con alguna
por todas las partes del á rbol, d á ndole cierta vida de su especie de descansos; las im ágenes de las cosas que atrae
género, para que se fortalezca, crezca, se vista de hojas, se por él, las guarda consigo como en tropel y desparramadas,
adorne de flores, y se fecundice con frutos . i y todo esto es sueño y sueñ os. Se ha comprobado muchas
JUAN. Quisiera saber si esta vida es cuerpo o esp11íritu, o
i veces que esta naturaleza está en el alma de las bestias, por
alguna otra cosa que no sea ni cuerpo ni espíritu. el movimiento y ladrido de los perros que duermen y por
\
el relincho de los caballos. Por el apetito sensitivo es arras-
9 San Agust ín, Del Génesis a la Letra, 1. X, c. 24,40 ( BAC, t. XV, 12 Ibíd., l. VII, c. 21,30 ( BAC, t. XV, pág. 929 ) .
pág. 1103 ) . San Benito, Regla, Prólogo. Ibíd., De la Cantidad del Alma, c. 1,2 ( BAC, t. III, pá g. 533 ) .
10 Cicer ón, De officii, 1. I, c. 6,21. Ibíd. Del Génesis a la Letra, l. VII, c. 19,25 ( BAC, t. XV, pá g. 923 ) .
11 San Agust í n, Del Génesis a la Letra, 1. VII, c. 16,22 ( BAC, t. XV, Ibíd ., c. 25,21 y 26, 22 ( BAC, t. XV, pá gs. 937 y 939 ) .
pág. 921 ) .
196 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 197
trado a muchas cosas, por placer, por necesidad o por donde parten los rayos a los ojos, y de cuyo medio, como
afecto. . . 13
de su centro, no sólo a los ojos, sino también a los demás
18. . . . Por placer, como en la unión carnal; por necesidad , sentidos son llevados por los sutiles canales; a los oídos, a
como en la comida y bebida; por afecto, como en conservar, las narices y al paladar, para oír, para oler y para gustar.
nutrir , acariciar y proteger a la prole, a cuyo efecto b úscan- El mismo sentido del tacto, esparcido por todo el cuerpo,
se los escondrijos necesarios, se construyen nidos, se prepa- dicen que es dirigido por el mismo cerebro mediante la
ran há bilmente los lugares aptos para sus obras. Todas estas médula cervical, insertada en los huesos con los que está
cosas, de tal manera se lo graban e imponen, por cierta cubierta la espina dorsal, para que, de allí, ciertos delgad ísi-
costumbre del sentido y del afecto, que pasan a la memoria mos hilillos que forman el sentido del tacto se difundan por
de tal modo que el pajarillo, entre cien nidos iguales, sin todos los miembros. . . 15
confundirse escoge el suyo; y, entre muchos agujeros, la 20. . . . Examinadas estas cosas diligentemente, f ácil es adver-
abeja encúentra el suyo propio. Ciertamente, a esta vida la tir cómo aquella alma o espíritu, naciendo con el cuerpo y
Sagrada Escritura le llama "espíritu de vida”, que, aunque i*
i muriendo con el cuerpo, empero, en el mismo cuerpo no
carezca de razón, en nada se diferencia de la racional, que excede a la aérea e ígnea cualidad ; en comparación con la
usa y abusa de todas estas cosas no sólo porque puede, sino tierra y el agua , se dice espí ritu "incorpó reo”; pero en com-
tambié n porque quiere. paraci ón con el espí ritu racional e incorpóreo, puede decirse
—
JUAN. Quisiera saber si a este espí ritu le llamas incorpóreo,
mortal o inmortal. 14
"corpóreo”. He aqu í cu á ntas cosas hemos dicho de aquella
vida que se dice tienen los á rboles, cuántas también de
19. ELREDO. — San Jerónimo dice que el alma animal se pro- aquella por la cual los animales no sólo viven, sino también
paga con el cuerpo y muere con el cuerpo. A su vez, san sienten, y a todo lo que hemos dicho aventaja el conoci-
Gregorio afirma que Dios creó tres espíritus vitales; uno, que miento y cierto raciocinio o discernimiento interior. ¿Quié n
no se cubre con carne, como el de los á ngeles; otro, que se pensó estas cosas en nosotros, las distinguió o, como se dice,
cubre, pero que no muere con la carne, como el de los las ordenó? Es grande, es sublime y mucho más excelente
hombres; y el tercero, que se cubre con la carne y muere de lo que hemos dicho que existe en los animales y en los
con ella, como el de las bestias. Pero san Agust í n, inimitable árboles. Ellos no pueden comprender ni distinguir lo que
en la sutileza, usando razones de orden f ísico, dice que el es mejor o lo que es peor, lo que es ú til o lo que es in ú til. 16
movimiento y sentido que vemos en los animales procede de 21. JUAN. — ¿Acaso los animales y las aves no defienden su
—
una cualidad aérea o ígnea. Pues afirma , aunque toda —
carne lleva evidentemente solidez terrena, con todo tiene en
vida en cuanto pueden, por la huida, los escondrijos o de
otros modos?; ¿no escapan tal vez de la muerte y procuran
sí algo de aire que es contenido por los pulmones y se difun- su salud con la comida y la bebida? Tanta es en ellos la
de desde el corazón por las arterias; y el fuego no sólo tiene fuerza de la memoria, que parece se asemeja en gran parte
en sí una f érvida cualidad cuya sede radica en el hígado y al conocimiento y a la razón 17
en el cerebro, sino que posee ademá s la claridad que lo
eleva a lo alto del cerebro, como cielo de su cuerpo, de
22. ELREDO. — No distinguen por ninguna razón de conoci-
miento, pues opera en ellos la fuerza de sentir, no la de juz -
13 Ibíd ., De la Cantidad del Alma , c. 33 ( BAC, t. III, págs. 647-657 ) . 15 San Jerónimo, Carta XXXVII, 9 ( PL 30, 265 ) .
Ibí d., Contra carta de los maniqueos , c. 17,2 ( BAC, t. VIII, pág. 73 ) . San Gregorio Magno, Diálogos, 1. IV, c. 3 ( ed. Moricca, pá g. 231 ) .
14 Ibíd., De la Cantidad del Alma , c. 33,71 ( BAC, t . III, pág. 649 ) . 16 San Agustín, Del Génesis a la Letra , l . VII, c. 13,20 ( BAC, t. XV ,
Ibíd., Confesiones, l . X, c. 17,26 ( BAC, t. II, pág. 399 ) . pág. 917 ) .
Gn . 7,15. /
.
17 Ibíd., De la Cantidad del Alma, c. 28,54 ( BAC, t . III, pá g . 625 )
í
198 SOBRE EL ALMA 199
LIBRO PRIMERO
gar. Pues, como asegura san Agustín, en los sentidos notf
superan muchas bestias; ellas entienden más agudamente
en las cosas que usan, bien para el sustento, bien para el
26. JUAN.
ó rganos del —
Siendo los mismos como ciertos instrumentos u
sentido, ¿quién juzgará que deba atribuirse a
f ellos las cosas que no concedería f ácilmente a los mismos
placer; se acostumbran a ella de forma que parecen imitar sentidos?
no poco a la razón.
23. JUAN . —
Veo que toda aquella como imagen de ciencia —
ELREDO. Con todo, para que quede más claro lo que hemos
dicho, inspeccionemos, hasta donde podamos, estos sentidos,
que admiramos en los animales es la fuerza del sentimiento, por ventura, la vista ¿puede sino ver los cuerpos y los colo-
no la perspicacia de discernir. Mas, como en lo que demos- res? El oído ¿ puede oír más allá de lo que suena corporal-
traste del alma de los brutos ya basta por ahora, torna el mente? Para que callemos acerca de los demás, ¿qué te
discurso a indagar la naturaleza por la cual previniste estas parece de éstos?
cosas, es decir, la naturaleza del alma racional, que es pro-
pia del hombre.
18 JUAN. se—Nada más, sino que las imágenes de estas cosas que se
ven o oyen, se representan e imprimen en la memoria. 21
24. ELREDO.
—
Como te plazca. Si todas las cosas que quedan
dichas las guardas grabadas en la memoria, nos ayudar á n
mucho para que no trabajemos de balde. En primer lugar,
S
27. ELREDO. Según eso, cuando ves algo en lo que quieres
más expresamente pensar, apartada la cosa de los ojos, ¿te
ayudará a pensar en ella el ojo?
como había empezado, pregunto: ¿quién pensó en estas
cosas que hemos dicho? ¿Quié n distinguió así entre la vida
del árbol y la del animal? ¿Quién? Yo, ciertamente. Y ¿quién i
—
JUAN. Nada, en efecto. Pues juzgamos de la misma segú n la
imagen de la cosa que vemos.
ELREDO. ¿Qué ocurriría si ignorases lo que es la justicia y
soy yo? Un hombre, en verdad. He aquí mi cuerpo, provisto oyeras a alguno disputar sobre ella? Y si conocieras por
de ojos, que lleva consigo la longitud y la altura. Se distin- ciertos argumentos lo que la misma es, ¿no podrías pensar
gue por los miembros y est á hermoseado de partes con- en la justicia ?
gruentemente. ¿Es el mismo cuerpo, o alguna parte del JUAN. Podría, ciertamente.
mismo o miembro, el que pensó y distinguió tales cosas? ELREDO. ¿Acaso el oído te imprimió la imagen de la justicia?
JUAN. Ni el necio lo afirma.
10
28. JUAN. De ningún modo. Pues en esta meditación nada
25. ELREDO.
—
Advierto que en mi propio cuerpo existe un
movimiento por el cual se verifica todo lo que conduce a
su incremento. ¿Acaso este movimiento me sirve para dis-
me ayuda el oído, al contrario, cuando deseo meditar expre
sa y sutilmente, todos los sentidos corporales me son impe-
-
dimento, de modo que preferiría el silencio de la noche y
cernir tales cosas? ¿O él puede hacer algo en ello? cerraría los ojos para que no pudiera distraerme en otra cosa.
JUAN. Nada de eso. ELREDO. Cuando digo que ni el cuerpo pensó, ni cualquier
ELREDO. —
Siento, además, que bullen en mi cuerpo sentidos
con los cuales se une el movimiento espontá neo para la or-
otro miembro del cuerpo, ni el sentido o algún otro instru-
—
mento del sentido, yo lo hago hombre compuesto de alma
denación del mismo cuerpo. Veo con los ojos, oigo con los
oídos, huelo con la nariz, saboreo con el gusto, toco con las
¡¡ —
y cuerpo y en su conocimiento no necesito de nada de
ellos; luego, resta que lo verifique mi alma.
manos; pero, dime, ¿cuál de ellos juzgas que puede hacer 1 JUAN. Nada más cierto.
estas cosas? 20
I —
29. ELREDO. Esfuérzate cuanto puedas y, desembarazá ndote
de los sentidos carnales, reflexiona en aquello que piensas,
18 Ibíd. , c. 29,56 ( BAC, t. III, pág. 627 ) . penetra lo m ás profundamente que puedas y mírate a ti
19 Ibíd., Del G é nesis a la Letra, 1 . VII, c. 21,27 ( BAC, t . XV, pág. 927 ) . í
20 Ibíd. , l . VII, c. 21 ,27 ( BAC, t . XV, pág. 927 ) .
Ibíd ., De la Cantidad del Alma , c. 29,57 ( BAC, t . III , pág. 627 ) . 21 Ibíd . , Del G é nesis a la Letra , 1 . VII, c. 20,26 ( BAC, t. XV, pág. 925 ) .
200 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 201
*
í
ELREDO.
——
JUAN. Esto es imposible.
Por consiguiente, estas tres cosas, memoria, enten-
no gusta el paladar, no obra el tacto. Advierte ahora qu é dimiento y voluntad , o son la misma alma, o está n cierta -
sea esto que, dormido todo, piensa, propone y ordena tan- mente en ella.
tas y tantas cosas, trata cuestiones y entre diversas senten-
—
JUAN. Con gusto dir ía que en el alma.
cias juzga tan atinadamente. Esto es grande y sublime.
Cuando, por tanto, adviertes que tu alma piensa con mucha
fuerza, ¿sientes el lugar en que est á, el peso que tiene?
ELREDO.
——
el sujeto?
Y ¿como partes en el todo o como accidentes en
22 Ibíd ., Confesiones, l . X, c. 8,14 ( BAC, t . II, pág. 387 ) . 23 Ibíd ., Sobre la Trinidad , 1. V, c. 4,5 ( BAC, t. , pág. 399 )
V .
202 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 203
aquellas tres cosas han de llamarse accidentes del alma, sin criada a imagen de la Trinidad prueba que no había
las cuales no puede existir su substancia. No siendo, por dicho cosas impropias de la Trinidad . A saber, dijo: “Una
tanto, accidentes, resta que sean substancia. i
es el alma y otra la razón. Dos en vocablos, uno en substan-
—
JUAN. Quisiera saber si aquella que es el alma, u otra. cia. Una cosa significa para mí el vocablo alma, otra el vo-
—
36. ELREDO. No otra. Sin embargo, pueden separarse mutua-
mente o por el pensamiento. De donde resulta claro que — —
cablo razón. Pues de una y la misma substancia que es el
alma y la razón este vocablo alma’ manifiesta lo que vive,
—
estas tres memoria, entendimiento y voluntad son de la
misma substancia. Pues, aunque parezca que cada una tiene
— la Tazón’ lo que discierne.” Y esto es lo que dice: “En el
alma está la razón, y una es la razón, pero el alma vive. .
Es decir, en este vocablo que es el alma se manifiesta aque-
su peculiaridad , con todo, nunca pueden obrar separadamen -
te ni mutuamente separarse. Nada hace la memoria sin la llo que vive; la razón saborea , o sea, este vocablo “razón”
razón o sin la voluntad ; nada la razón sin la voluntad y sin manifiesta lo que discierne. Mas cuando se asegura que “el
la memoria; nada la voluntad sin la memoria y sin la razón. alma sola importa la vida y la razón la sabiduría”, se entien-
Así, por consiguiente, aunque la memoria no sea la razón de de modo que especialmente la vida pertenece al vocablo
ni la voluntad , a pesar de todo las tres son una substancia y del alma y al vocablo de la razón atañe la sabiduría, por lo
un alma. mismo que la razón es perceptible de la sabiduría. Y, con
—
JUAN. Parece que san Agustín opina lo contrario. Dice, en todo, una es la vida de ambas, una es la sabiduría de ambas.
efecto : “ Una cosa es el alma y otra la razó n. No obstante,
en el alma está la razó n y el alma es una sola; pero una
—
39. JUAN. Todavía bulle en m í lo que te dije acerca de que
el alma y la razón no pueden separarse ni por el pensamien-
i
cosa hace el alma y otra la razón. El alma vive, la razón to, ni reflexionar sobre la una sin la otra. He aquí, sin em-
saborea, y al alma pertenece la vida y a la razón la sabi- i bargo, cu á nto pensamos separadamente de cada una, y
duría. Y, siendo una sola cosa , el alma sola mira a la vida aquello sobre todo que dijo san Agustín: “Una cosa es el
y la sola razón mira a la sabiduría.” 24
alma, otra la razón”, asignando a cada una algo que le es
—
37. ELREDO. Juzgo que se adhiere más que se opone a nues-
tra opinión y razonamiento esta sentencia del Santo Padre;
propio.
40. ELREDO. De pasada me parece advertiste lo que dijimos :
al decir manifiestamente que el alma y la razón son una una cosa es, por tanto, pensar del alma, y otra pensar en el
misma cosa, quiere decir de hecho que es una la substancia | alma; una cosa pensar de la razón, y otra pensar la razón.
de una y otra. Tampoco juzgo sea contrario al aserto que Porque separadamente podemos pensar de las dos, seg ún
expuse más arriba; esto es, que una cosa es el alma y otra la diversa significación de los vocablos, no según la identi-
la razón. Fácilmente puede probarse por la misma semejan- dad de la substancia. De ningún modo podemos pensar en
za. Atiende, pues, a qué semejanza acude para entender el alma humana sin la razón, esto es, que no tenga razón,
esto de alguna manera. En efecto, ya había anunciado: asi como no puedes pensar en un hombre que no sea
“Uno es Dios Padre, uno Dios Hijo y uno Dios Espíritu racional mortal.
Santo. No tres dioses, sino un solo Dios. Tres en vocablos, JUAN. Dime, te ruego, ¿acaso la razón que está en mí es
uno en la deidad de substancia. . otra que la que está en ti ?; ¿cada hombre tiene su propia
.
38. . . Y para que esto no pareciera absurdo a los herejes, razón? Lo cual me gustaría saber asimismo de la memoria
contra los que disputaba, por aquella criatura que fue y de la voluntad.
24 Ibíd. , l . X, c. 11 ,18 ( BAC, t. V, págs. 649-651 ) .
41. ELREDO. Me admiro que hayas querido indagar estas
Alcuino, De animae ratione, c. 6 ( PL 101, 647 ) . cosas, cuando ves que uno es de agud ísima memoria, otro
San Agustín, Sermón LII, c. 5,15 ( BAC, t . VII, pág . 527 ) . tan olvidadizo, éste de finísimo sentido, aquél tan torpe que
204 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 205
apenas goza de razón; y, aun m ás, tantas y tan contrarias usan bien, otros abusan torpemente, o son casti
voluntades de los hombres.
cual unos -
gados o son remunerados. De cualquier modo que sea esta
—
JUAN. Aparentas no haber entendido lo que te dije. No juz-
gué indagar del vicio o virtud de la razón y demás cosas,
oscuridad , mantón firmemente lo que se probó más arriba :
que el alma es una cosa simple y no está compuesta de
sino de la naturaleza por la cual el hombre se llama racional. partes, que en su substancia no recibe ni admite el más o
Es decir, si la razón por la cual somos racionales es una para menos, pues no puede ser dividida ni extendida. De donde
todos, o una para cada uno. se deduce que no hay nada en su substancia que no sea
42. ELREDO. — Sabía que querías forzarme, pero no lo hagas,
te lo suplico. El abismo es profundo en demasía , porque
ella misma. Por consiguiente, la razón, la memoria y la vo-
luntad, aunque aparezcan como pluralidad, no son en el
aunque haya quizás alguien que lo desenvuelva, apenas se alma otra cosa que la misma substancia del alma.
encontrar á quien lo entienda. Pues, aunque dijese que una
sola es la razón de todos, estar ías dispuesto para inferir
—
JUAN. Te ruego que no tardes en disputar más larga
mente de la fuerza y propiedad de estas tres. 20
y cabal-
que una es el alma de todos. Si una para cada uno,
quizá no podré explicar cómo una sea la razón por la cual
—
44. ELREDO. Pregunto: ¿por qué vamos a cargarnos con una
larga disputa, si se puede exponer brevemente lo que quie-
veo que las cosas verdaderas sean preferidas a las falsas, res? Oye, por tanto, brevemente. Se representa a la memo-
otra por la cual t ú contemplas estas mismas cosas. Aqu í est á ria lo que se ve por los ojos, lo que se oye por los o ídos, lo
por qu é san Agust í n fren ó al joven Adeodato en su b úsque- que se capta por el olfato, lo que se toca con las manos, lo
da de esta cuestión, afirmando con referencia al n úmero de que gusta al paladar. De todas estas cosas juzga la razón,
almas : “ No sé cómo puedo responderte. Si digo que el alma consiente la voluntad. ¿Basta esto?
es una, te turbarías, porque en uno es bienaventurada y en
otro miserable; tampoco puede ser una al mismo tiempo —
JUAN. De ninguna manera. Hay otras muchas cosas que se
encomiendan y se tienen en la memoria, que no le son indu-
bienaventurada y miserable. Si aseguro que es una y muchas cidas por ningún sentido corpóreo, como son las razones de
al mismo tiempo, te reirás, y no encuentro el modo f ácil de los n úmeros, de los pesos, medidas y otras cosas innumera-
reprimir tu risa . Si afirmo que solamente son muchas, me bles. De ah í que desee saber qué obra el alma en la carne,
reiré yo mismo y no me soportaré menos a mí que a ti. Oye, qué en los sentidos, qué por los mismos sentidos, qué en
pues, lo que te garantizo que puedes oír bien de m í. Pero sí misma por los sentidos, qué sin ninguna ayuda de los
aquello que resulte oneroso para los dos o para uno de los sentidos. 27
46. JUAN.
confesa remos
a su manera viven, son guardados, crecen y engendran. 28,
¿De modo que dices que estas cosas se han de
I
ELREDO.
——
JUAN. ¿Dónde está en él el alma racional?
Preguntas como si alguna vez hubiera tenido alma
atribuir al alma racional, siendo así que en ellas el sentido
nada hace, y mucho menos la memoria, la razón y la
tad? ¿ No se han de atribuir más bien al movimiento
cual los árboles crecen y viven? ,
volun -
por el
I
í —
irracional.
JUAN. ¿ No es el cuerpo humano concebido primeramente
y, por un movimiento interior, crece y es formado, reani-
má ndose después de cierto tiempo cuando se dice que em-
—
ELREDO. ¿Juzgas que hay sentido en alg ú n cuerpo que carez
ca de este movimiento? -
pieza a vivir?
ELREDO. Así, en efecto, convinimos poco antes.
JUAN. No he dicho eso. Pues no puede haber fuerza de
sentir, donde no hay fuerza de subsistir.
— —
JUAN. ¿En d ónde y cu á ndo le es infundida el alma racional?
49. ELREDO. De ningún modo el cuerpo humano puede vivir
47. ELREDO. —Pasemos ya de los inferiores a los superiores. sin alma racional . Por consiguiente, sin ning ú n intervalo de
Se engendra la carne animal en la unión del macho tiempo, desde que el cuerpo empieza a vivir , comienza a
hembra. Cuando se hubiere conseguido la concepciócon n
la
, no
tener alma racional y a ser hombre, es decir, animal racio-
se dice que en el instante el semen viva, pues no puede nal mortal. Ni tuvo primero alma irracional, como sucede
tir nada. Sin embargo, pronto hay en él movimie sen- en los brutos, nacida con el cuerpo y que ha de morir con
nto, por el cuerpo, ni después la racional, de forma que se diga que
medio del cual se forma y crece. Así como el semen
se envía naturalmente al seno de la tierra, por el del árbol
predicho
tiene dos almas. Desde el momento en que empieza a vivir
movimiento, es formado, crece y se difunde por comienza a tener alma racional, no animal, lo cual no tuvie-
así igualmente el semen del animal, infundido enlas ramas, ron en cuenta algunos herejes , cuando decían que nuestro
de la madre, del mismo modo es formado y crece el útero Salvador tom ó la carne sin el alma racional. Ignorantes, no
ta en miembros. Como sea, no decimos que viva y se dila - —
decían otra cosa : que el Verbo de Dios no el hombre, que
afirmamos de los árboles, porque se espera otra vidacomo mejor.
lo
—
nunca puede existir sin razón tomó el alma irracional.
La cual, al llegar, no decimos que haya dos vidas o almas, JUAN. ¿ Es que el alma racional no puede existir en el cuer-
sino una solamente, consistente en doble po sin estas cosas? 80
les, la una está en el movimiento naturalfuerza : de las cua -
que hace que el
50. ELREDO. De ninguna manera. Como dijimos poco antes,
cuerpo viva y crezca; y la otra en el movimiento ning ún cuerpo puede sensibilizarse sin aquel movimiento
que se aplica a los sentidos y por medio del espontáneo, m ás sutil que el propio cuerpo, que presta a todos el incre-
tambié n viva y sienta. cual hace que mento. Así, en verdad , en ning ú n caso puede unirse a este
JUAN. ¿Por ventura el cuerpo humano es concebido del cuerpo compuesto de grosuras o, por decirlo así, de gruesos
mismo modo? > 2I
elementos, a saber : de tierra y humedad , sino por la virtud
que tiene de sentir por el aire y el fuego, tan sutil y próximo
al espíritu, que casi es espíritu y que muchas veces, por su
28 Ibí d . , Del G é nesis a la Letra , 1 . XII , c . 11 , 24 ( BAC sutilidad , es llamado espíritu o espíritu de vida. Así el Verbo
Ibíd. , De la Cantidad del Alma, c. 33,70 ( BAC, t. , III t . XV, pág . 1205 ) .
29 Sal. 48 ,13-21 . , pág. 647 ) 30 San Agust ín , Sobre el Evangelio de San Juan , Trat . 23,6 ( BAC. *
•
XIII, pá g . 599 ) .
v-
208 SOBRE EL ALMA
LIBRO PRIMERO 209
de Dios, en cuya comparación, en cierto modo, todas las misión, porque aquella fuerza de sentir, sin la cual el alma
cosas pueden llamarse corpó reas, de ningú n modo podría no puede ser sostenida en el cuerpo, tiene materia del cuer -
adherirse a la carne, para que formara con Él una persona, po, por el fuego y aire que tambié n laten en el mismo
sino mediante aquella naturaleza que es m ás sutil que todas semen”, si la palabra “transmisión” pudiera convenir a esta
las demás y m ás cercana a la divina naturaleza; esto es, al
espíritu racional. De ahí que san Agust ín, hablando al Padre,
sentencia , no es menos absurdo lo que dicen. Pero, si pudie -
ses pensar que, así como el sentido en cierto modo es un
dice que “tanto había conocido que aquella carne no estaba medio entre la carne y el alma, y por la semejanza y natu-
——
unida a tu Verbo, sino con el alma y mente humanas”. Pero —
raleza má s próxima al espí ritu es capaz de alma ; y así
volvamos a nuestro propósito. Aunque el alma racional use
de aquel movimiento natural para el incremento del cuerpo, £ —
como el gluten o pegamento por el cual se mezcla a!
cuerpo el alma y se mantiene en él, de tal manera que la
[
con todo, el alma no es aquel movimiento y, si bien usa la fuerza o materia que despu és se convierte en sentido, estan-
misma fuerza de sentir para muchas cosas que pertenecen a do latente en el semen, es capaz de una virtud superior , la
los distintos sentidos, no es, sin embargo, el alma aquella ,
cual, procediendo del afecto paterno y materno, invisible
fuerza, ni sus órganos, como ya demostramos más atrás. 31 e incorpóreamente, por medio de la misma fuerza se man -
51. JUAN. Dime, te ruego; ¿qué sientes de su origen y de
d ónde viene al cuerpo, aunque ya dijiste bastante?
tiene en el semen y después de cierto tiempo pasa a la natu -
raleza . . . , entonces podr ías pensar que el alma procede por
ELREDO. — No quiero entrar en esta cuestión que san Agust í n “transmisió n”. Porque en el semen hay una fuerza invisible
dejó zanjada, acerca de si las almas vienen por transmisión
o se crean todos los d ías nuevas. Finalmente, proponié ndose
e incorporalmente numerosa, que no se manifiesta suficien -
temente por la vista o el tacto, sino tan sólo por el entendi-
aquel doctor preclarísimo una y otra cuestión, juntando las miento, en virtud de aquella corpulencia del semen que es
razones y testimonios que parecían amontonarse en pro y
en contra, concluye su largu ísima disputa sobre esto con las
sentida por la vista y el tacto y se conoce bastante manifies
tamente. . .
-
siguientes palabras: “Estudiadas estas cosas en el tiempo 53. . . . Por consiguiente, si alguno puede pensar esto del alma,
que hemos podido, diría que son iguales o casi iguales, de es decir, que en esta fuerza tan sutil tenga el alma una fuer -
uno y otro lado, el c ú mulo de razones y testimonios, a no za aun más sutil, que le sea materia o causa para ser creada,
ser la sentencia de aquellos que juzgan que las almas son esto mismo, como dije, afirma que el alma viene por “trans-
creadas por los padres, lo cual goza de mayor preponderan- misió n”.
cia a la vista del bautismo de los niños.” Hasta aqu í las
palabras del santo. . . 33 —
JUAN. Confieso, sinceramente, que me resultan muy oscuras
estas opiniones. No me tomes, por tanto, por molesto, si
52 Quisiera que supieras esto, que los que dicen que el quisiera que me repitieses todo esto con palabras más sen -
alma viene por transmisió n , de forma que se engendra o cillas y claras.
fecunda con el cuerpo y recibe según la sustancia, más o ELREDO. Procuraré cumplir tu deseo. Atiende no sólo a lo
menos, yerran; y de ningú n modo diría yo esto del alma que vamos a decir, sino tambié n y diligentemente a lo que
racional. Mas aquellos que aseguran: “Por esto es por trans- hemos dicho; que esto no se borre de tu memoria. En primer
lugar, querr ía que me dijeses si sientes que vives. :
5!
35 Cant. 2,3.
62. ELREDO. — Haré como te place. Dijimos que el alma es
incorpórea, porque no fue creada de materia corpórea ni
San Agustín, Del Génesis a la Letra , 1. X, c. 23,30 ( BAC, t.
X'7 de ninguna mezcla de cuerpos. Por lo tanto, carece de longi-
pág. 1145 ) . tud, latitud y altura. De aquí que dijimos que es una natu -
Rom . 5,12.
* “En el cual ( Adá n ) todos pecaron ” raleza simple e incompuesta , que, aunque está en su cuer -
( Rom . 5,12 ) , es una lectura que po, con todo, nunca está localmente. Por consiguiente, resul-
la Iglesia de occidente mantuvo durante un milenio , de Agustí n en
—
adelante y condicionó toda la doctrina sobre el pecado
apoyada en la versión de la Vulgata ( m quo omnes peccaverunt -
original
) del
ta que está toda en todo el cuerpo, toda en cada uno de
los sentidos, y, aunque piense lo que piensa, nunca se puede
én hóo pántes hémarton de san Pablo. Desde los tiempos pensar que está en alg ún lugar. Para que se viese más ma-
se ha abierto paso la interpretación del humanista “de quede Erasmo
én hóo tiene el sentido de ‘porque* o ‘en vista de que* ( el griego
Herbert Haag, 36 Concilio de Oxon ( Oxford ) , añ os 1165-1166.
El pecado original en la Biblia y en la doctrina de la Iglesia Hech. 2,29.
Madrid , pág. 133 ) ; cfr. Denz. 787-791. ( N . del E . ) , Ed. Fax,
37 Cicer ón, Disputationes Tusculanae , 1.1, c. 34,84.
214 SOBRE EL ALMA LIBRO PRIMERO 215
—
JUAN. Te suplico, entonces, no pudiendo el alma pensar
nada corpóreo, ¿cómo el sentido no llevará la imagen?
64. ELREDO. Pero si el sentido las lleva , ¿por ventura no
llamaríamos falsas, recordemos con todo el marco cultural al que
respond ía su multisecular vigencia y el hecho de que para las inten
ciones “antropológicas” de los Padres su utilidad era suficiente. La
-
antig ü edad y en especial la patr ística conciben al hombre en rela -
juzgarás con los ojos cerrados de ellas? Y así todo lo que ció n a su Creador, a sus deberes religiosos y a su destino eterno
se opera en el alma, sin apoyo alguno de sentido se lleva transmundano. Atiéndase finalmente a la influencia de las concepcio -
a cabo.
nes cosmológicas neoplat ónicas y plotinianas, que, como se ha seña -
—
JUAN. Entonces, ¿qué es lo que obra? Pues esto
haberlo puesto a tu consideració n últimamente .
recuerdo
lado, acarrean cierta curiosa corporalizació n del
ajena a la mentalidad bí blica, dominada por una
rica de la realidad. ( N . del É . )
38 Oración de Prima .
mundo espiritual,
concepció n misté-
LIBRO SEGUNDO 217
dejado ayer.
ELREDO. — Ojalá que pronta como está la voluntad , lo
—
4. JUAN. Si el alma es incorpórea jcómo puede retener en
sí las imágenes corpóreas?
estén también las demás facultades. Se ha de indagar aque-
llo que el alma puede obrar por s í misma , sin apoyo del
—
ELREDO. ¿Juzgas acaso que las im ágenes de las cosas corpó
reas son cuerpos?
-
cuerpo; es decir, por la memoria , la razó n y la voluntad .
——
JUAN. Así es.
—
JUAN. De ning ú n modo. Con todo, me admira que elir
no siendo cuerpo, aparezca con tanta latitud como para
alma ,
ELREDO. Recuerda, en primer lugar, cuanto dijimos: que contener todas estas cosas.
estas tres cosas, memoria, entendimiento y voluntad , son la ELREDO. — A ú n más. Es imposible que ningún cuerpo contenga
substancia de la misma alma y que las obras de las tres en s í tanta cosa. Dime, te ruego, ¿nunca has visto la imagen
son inseparables, aun cuando parezca existir alguna propia de tu rostro en un espejo?
de cada una .
2. JUAN. — De todo me acuerdo perfectamente. Tú, empero,
——
JUAN. Muchísimas veces.
ELREDO. ¿Acaso la grandeza de la imagen excede el modo
, ,
.
— —
JUAN. Me parece bien.
3. ELREDO. Acerca de esta potencia ha hablado mucho san
o. ELREDO.
— Ves, por consiguiente, que ninguna imagen, en
absoluto, puede exceder en medida a aquella cosa que a
—
—
Agustí n, y causa admiración contemplar cuando lo expo-
ne cuá nta y qué admirable sea esta fuerza o potencia. La
imprime.
—
JUAN. Lo veo claro, y nada más cierto.
memoria es como un aula grande, que contiene innumera-
bles tesoros, imágenes de diversas cosas temporales adqui- 1 San Agustín, Confesiones , I. X, c. 8 ( BAC, t. II, pág. 385 ).
ridas por los sentidos. Allí está n como escondidas y distinta- 2 elj De la Cantid( jd del Alma , c. 5,9 ( BAC, t. III, pág. 545) .
mente guardadas, cada una seg ú n se van introduciendo; así, í *7
ibid . pfo. 8.
218 SOBRE EL ALMA LIBRO SEGUNDO 219
ELREDO, —
¿Te acuerdas de Londres, qué grande es, cómo el
río Tá mesis la bordea, cómo su parte occidental se embellece mí el aire, la tierra y el mar, y todas las cosas que en ellos
con el monasterio del bienaventurado Pedro, la oriental está pueden existir, excepto aquellas de las que me he olvidado.
fortificada con una gran torre y la meridional aparece ador- No podría hablar del cielo, del mar, de las estrellas, de los
nada por la iglesia del Doctor de las gentes? montes o de otra cosa cualquiera que vi o creí a los que lo
contaban, si no las percibiera todas eñ la memoria con di-
JUAN. — Todo lo recuerdo y nada se me ha borrado. mensiones y espacios tan inmensos como veo que existen
ELREDO. — Y ¿cómo te acordaste, sino porque en tu memoria
viste las imágenes de todo ello?
fuera. Ya hemos dicho bastante de esta fuerza imaginaria;
pasemos ahora a la fuerza más sublime de ella, que no est á
—
JUAN. Efectivamente, así es. sólo en las imágenes, sino también en las cosas. 3
6. ELREDO. — Ahora, atiende. ¿Acaso la imagen de Londres
——
aparece m ás pequeñá en tu memoria que aquella que se 9. JUAN. ¿Cómo, te ruego, en las cosas?
presentó a tus ojos con su propia magnitud ? ELREDO. ¿O no te parece gran cosa la ciencia de medir, la
pericia de disputar, la sutileza de calcular? ¿Qué de razones
JUAN. — Ni mayor ni menor . y leyes innumerables, qué de artes tan diversas que perte-
ELREDO. Certísimo. Así te ves obligado a confesar que tu necen bien al uso de esta vida temporal, bien al conocimien-
memoria y, por tanto, tu alma, es mayor que Londres.
to de la verdad ? Todo ello está contenido en la memoria,
—
JUAN. Verdaderamente, me rindo, pues la imagen de Lon-
dres ha sido impresa en la memoria y ninguna imagen puede
no por alguna imagen, sino las mismas cosas como son. De
esta forma, las mismas virtudes, la prudencia, la templanza,
exceder en magnitud a la cosa que signifique. la fortaleza, la justicia, si estuvieran en el alma, no están
ELREDO. Si, por consiguiente, se puede mirar todo el imaginariamente, sino como son en verdad . 4
mundo y cuanto en él se contiene juntamente, ¿acaso a
quien quiere pensar en él, no está presta al instante su ima -
10. JUAN. —
¿Cómo vienen estas cosas a la mente, si no son
introducidas por imágenes?
gen con id é ntica magnitud ? ELREDO.
7. JUAN. Así es. —
Esto se ve claro por no hablar de las demás :
la ciencia de dividir o de multiplicar no tiene ninguna ima - —
—
ELREDO. Te ruego: ¿existe acaso algú n cuerpo, o cosa corpó-
rea, en la que sin mengua de su tamaño pueda ser pintada
gen en la mente.
la imagen de todo el mundo? JUAN. ¿Cómo puede mi alma llegar a la ciencia de multipli-
car, si no es por ciertos corp úsculos que toco con las manos,
JUAN. — De ningún modo. distribuyo en partes o, si quisiera hacerlo con la sola razón,
—
ELREDO. Tu memoria, por tanto, es mayor que el mundo, no
por mole corpórea , sino por espiritual naturaleza.
moviendo y numerando las imá genes de los mismos?
ELREDO. Así es. He aquí que numerando o multiplicando
JUAN. Siendo, pues, el alma de tal grandeza, ¿cómo puede corp úsculos comprendiste las razones de los n ú meros. ¿
estar incluida en tan breve espacio de cuerpo? gas que existe algo entre las mismas razones que aprendist Juz-
8. ELREDO. —
Aun así, se puede probar f ácilmente que no es e
y las palabras, los corp úsculos o las imá genes, por las cuales
coartada por los términos de la parvedad corporal, ni es con- llegaste al conocimiento de las mismas?
tenida por el lugar, aun cuando parezca estar en el cuerpo; JUAN. Mucho, bajo todos los aspectos.
y forma en sí, y en cierto modo pinta, imágenes numerosas
y grandes, y de toda variedad de cuerpos. Pues, si vieras
con tus ojos mil mundos como éste, de todos ellos se impri- 3 Ibíd. , Confesiones, l . X, c . 8, 14 ( BAC, t. II, pág. 387 ) .
mir ían semejanzas en tu alma, sin menoscabo de su grande- 4 Ibí d ., l . X , c. 9, 16 ( BAC, t. II, pág . 389 ) .
za. Allí, por lo tanto, en mi memoria, está n prestos para Ibí d ., c. 12,19 ( BAC, t. II, pág . 392 ) .
Ibíd . , 15,23 ( BAC, t . II , pá g . 395 ) .
220 SOBRE EL ALMA LIBRO SEGUNDO 221
estas razones.
—
11. ELREDO. Ves, por consiguiente, que no existe imagen de nocer a Dios, en ese mismo instante empieza a habitar en su
memoria y allí lo encuentra cuantas veces se acuerda de Él.
—
0
i
ELREDO. — Ya sabes lo que el Apóstol dice de los sabios de
este mundo, es decir, que conocieron a Dios y, con todo,
percibir estas razones, ni el oído oírlas, ni el olfato olerías, no lo glorificaron como a Dios. En efecto, Dios estaba en su
ni son gustadas ni manoseadas. ¿Cómo y por qué entrada se memoria, pero no en el amor. Por eso, no lo glorificaron
han introducido en mi alma, de modo que est á n allí y se como a Dios, y así perecieron. Todo esto que hemos dicho
mantienen, y si quiero las produzco ante la mirada de mi acerca de la memoria basta para que disputemos después
mente y cuando quiero de nuevo las guardo? brevemente sobre la fuerza de la razón.
ELREDO.——
JUAN. No sé qué responder.
Cuando oíste al que enseña que el número seis
—
JUAN. Continúa hasta que te plazca
para seguir por donde t ú quieras. 7
. Yo estoy preparado
consta de sus propias partes y te dio una clara razón de
ello, ¿acaso lo creiste porque te constaba lo que se te había
—
14. ELREDO. Ya demostraremos suficientemente que la razón
pertenece a la misma substancia del alma. Es, pues, tanta la
—
dicho o porque viste la razón en tu á nimo?
JUAN. Sin duda alguna. Enc mi misma alma conocí ser ver-
dadero cuanto había oído.
12. ELREDO. —Quizá , por tanto, y primeramente, la misma
fuerza de la razó n, que por ella nos distinguimos de los de-
más animales y as í los aventajamos a todos. Por ella subsiste
la memoria , de tal manera que, exceptuadas aquellas imá-
genes que el sentido introduce, nada puede tener, discernir
razón estaba all í, pero no lo advertiste. o juzgar. Comprende cu á nta sea la unidad de naturaleza o
—
JUAN. Así, por consiguiente, tengo por muy verdadero lo
que probaron algunos sabios de este mundo; a saber, que
las ciencias naturales est á n en el alma racional. Mas, como I
substancia, en la diversidad de vocablos. Ciertamente, la
memoria sin la razón no excede a la fuerza del alma irracio-
nal; la razón sin la memoria, no hace nada coherente; y,
el cuerpo que se corrompe agrava al alma, como la debili- í: para decirlo brevemente, la memoria nunca puede juzgar
dad de los instrumentos embota el sentido, y las imágenes sin la razó n o la razón sin la memoria; porque la memoria
de las cosas temporales oscurecen y deprimen el entendi- y la razón son una y simple sustancia.
miento. en cuanto éste es excitado por algo, como saliendo
de las escondidas cavernas de la memoria misma, en la cual
—
JUAN. De consiguiente, cuanto pertenece a la memoria per-
tenece a la razón. Por lo tanto, la memoria y la razón son una
parecían recluidas, vuelven al entendimiento. De donde, cosa, hasta tal punto que la memoria me parece que es la
advirtiéndolas la mente, np las reconoce como introducidas razón, y la razón la memoria.
de otra parte, sino como depositadas allí.
ELREDO. — San Agustín parece aprobar esta opinión en el
15. ELREDO. —En suma, la razón y la memoria son una cósa
y un alma. Con todo, ni la razó n es la memoria, ni la memo-
libro de las Confesiones. Pero, como es dif ícil dar una razón ria es la razón. Pues la memoria expresa una cosa del alma,
clara de ello, pasemos a otras cosas que se han de decir. / y la razón otra. La memoria, en efecto, expresa aquella po-
Ahora bien, la memoria es capaz de Dios y ello aventaja a to- tencia del alma por la cual se recuerda y conecta las cosas
do esto. Desde el momento en que el hombre comienza a co-
6 Sab. 9,15. San Agust ín , Confesiones, 1. X, c. 10,17 ( BAC, t. II, pá g.
390 ) .
5 Ibíd ., l . X, c. 9,16 ( BAC, t . II, pá g. 389 ) . 7 Rom . 1,21. Mt 8,19.
222 SOBRE EL ALMA
LIBRO SEGUNDO 223
futuras con las pasadas, las siguientes con las precedentes. de la razón, mandadas, guardadas para bien, despreciadas
Por la razón, en cambio, discierne y juzga de todas esas \ o descuidadas para mal. Por cierto, cuanto dijimos está con-
cosas, probando lo recto, lo desviado, lo que es justo y lo tenido en la memoria, esto es, la ciencia de las diversas
que es injusto, lo bueno y lo mísero. ¿Acaso estas cosas no artes que, insertas en la misma alma, antes que nacieran
te son más claras que el sol? estuvieron como adormecidas en un profundo sueño, y,
ELREDO.
——
JUAN. ¿Quien dirá lo contrario?
Bien. Pero, mira si la memoria puede ejercer su
en efecto, al ser discernidas por la razón fueron excitadas
en cierto modo y aparecieron en acto. Sin embargo, si
fuerza sin la razón, o ésta sin la memoria. 8 estuvieron en otro sitio, como en alguna fuente de las mis-
16. JUAN. — Lo veo, y me quedo pasmado, al considerar que
en la criatura está aquello que, en el Creador, m ás se cree . iT
mas, a la cual son conducidos los discípulos por el maestro
para que allí puedan extraer la ciencia de ellas, ni esto
que se entiende: el n úmero sin n úmero, la pluralidad en - u
siquiera podr ían realizar sin la razón.
la singularidad , la propiedad en la unidad. ¿Quién ignora
que lo propio de la memoria es recordar y discernir lo pro-
—
JUAN. ¿Cuál, te ruego, puede entenderse sea aquella fuente
en la que no dudamos est á n incluidas todas las artes?
10
creemos, a saber, que Dios es uno y de Él confesamos ser de sabiduría, por ella se llega al conocimiento de Dios. Así
trinidad , de forma que adoramos la propiedad en las perso- que mira la sabiduría del Creador. De todas las cosas que
nas, la unidad en la esencia y la igualdad en la majestad . nos son comunes con los animales y las aves, a ellos les
JUAN. Para llegar al conocimiento de esta verdad, abre un concedió más, a nosotros menos, para que aprendamos a
camino amplio aquello que hemos probado respecto del
alma . Es justo proseguir sobre la fuerza de la razón que —
superan ante aquellos en que nosotros los superamos
—
despreciar todos los bienes del cuerpo en los cuales nos
comenzaste a tratar. 8
¿Quién de los hombres puede compararse en la vista a las
17. ELREDO. — Observa diligentemente lo que, en primer
lugar, se hace en aquellas cosas necesarias para esta vida.
águilas; en el olfato a los perros; en el color a los pavos?
¿A quién de los hombres acompa ña tanta fuerza como al
Mira a las obras de los artesanos, al cultivo de los campos, león? ¿A quién no vence en velocidad la cabrita o la mosca
a las construcciones de ciudades, la prodigiosa multitud de en el vuelo? Y para que sepas que nada puede el cuerpo o
los distintos edificios, la variedad de pinturas, esculturas, el sentido, en comparación de la razón , ¿quién de los hom -
escritos, señ ales, inventos, instituciones de leyes, axiomas, bres podría precaverse de las insidias de una mosca, si la
derechos, los diversos juicios en las distintas causas y otras misma gozara de razón como el hombre? . . . 11
mil cosas por el estilo; todas ellas son pensadas por la fuerza
10 San Agustín, De la Cantidad del Alma , c. 33,72 ( BAC, t. III , pá g .
8 San Agustín, Confesiones, 1. X, c. 8,14 ( BAC, t. II, pág. 387 ) . 651 ) .
San Gregorio Magno, Diálogos , IV, 29 ( ed . Moricca, pág. 270 ) . Ibíd., Sobre el libre albedrí o, 1.1, c. 8,18 ( BAC, t. III pá g. 275 ) .
9 Prefacio de Trinidad, Misal Romano . 11 Ibí d ., De la, Ciudad de Dios, 1. VIII , c. 15,1 ( BAC, t . XVI, pá g . 437) .
224
S
que caen. ¿Quién, pues, ignora que * corrupción en ralmente, prefiera la justicia a la injusticia, la castidad a la
son m ás excelentes que los de todos
los Cu rP s liviandad . Persuade siempre seg ú n la elección del juicio,
no se compara a los jumentos insipientes los am? a° s humanos para apetecer las cosas buenas y evitar las malas. Así, pues,
; ’ cuando
jante a ellos? Con todo, en sus
sus calamidades y pena, hasta en la enfermedad
*
^ ^
Cs Y en toc as
seme "
el que peca, peca por la razón de que es racional, pues,
conociendo por la razón lo que es malo y bueno, elige,
misma
hace mal uso de ellas. El santo patriarca
te usó de las enfermedades que sufr ía 0 ’
en
j kmuer ^ *esabiamen
»
carne He abí
^
raz n
°-
contra su juicio, lo que es malo y reprueba lo que es bueno.
ELREDO.
—
JUAN. No me parecen bastante claras las cosas que dices.
— ¿De d ónde sabes que es malo el adulterio?
el estercolero en que estaba sentado,
hedor que exhalaba, los gusanos de queel U? que
SU
- JUAN. Por la razón de que no quisiera padecer esto.
—
todo ello ¡qué suave olor esparce al e
embargo, de ellos abusó torpemente el mu A^° er*tero! Sin
podrido entre gusanos expiró. ¿ No imn Pl'
^í
usar ° .eroc es> 9ue
cu ert0»
“
^
^
el
/
ELREDO.
—
Es decir, por la razó n.
JUAN. Así es, en efecto.
ELREDO. Si carecieses 'de razón, no sabrías lo que es el adul -
terio, ni que el adulterio fuese malo.
m ártires de la misma muerte, y de aqu 0* sa .arnente los JUAN. Ciertamente.
m á rtires?
JUAN - ¿Cómo puede alguien abusar de
.
í
merecieron el ser 23. ELREDO.
— Por lo tanto, no podrías adulterar. ¿Quién ig
nora que los animales, faltos de razón, no pueden adulterar-
no se puede hacer el mal sino contra la Jaa razón, cuando ni fornicar, y por ello son incapaces de pecar? Nadie, pues,
te, las cosas que se hacen por la razón, ¡ ra*,ón? Por- otra par-
peca sin la razón . Todo el que peca , por obrar contra la
n ( «w
° hechas razonable- 12 Sal. 48,13. Job 2,8. Hech. 12,23. San Agust í n , Del libre albedr í
II, c. 18,50 ( BAC, t. III , pá g. 393 ) .
o, lib.
226 SOBRE EL 227
ALMA LIBRO SEGUNDO
razón peca, pues le arguye y contradice la misma razón.
Así, todo hombre peca contra la razón en cuanto al juicio JUAN . — Desearía me
algunos ejemplos.
demostrases esto m á s claramente con
—
i •,
de ella; y, sin la razón, cuanto a la naturaleza por la cual ELREDO. ¿ No se te ocurren sobre esto innumerables ejem -
es racional, ningún hombre peca. plos? En verdad, se comprende el bien de la naturaleza, y
—
JUAN. Me bastan estas cosas para que pasemos adelante y
hablemos de otras.
nunca puede dejar de ser bueno. Pero mirar a una mujer
para desearla es malo, y nunca puede dejar de ser malo.
——
ELREDO. ¿Cu áles son ellas?
JUAN. Acerca de la potencia de voluntad y cómo por ella
opere el alma.
—
JUAN. Como hemos dicho que la voluntad es buena y mala,
¿no podemos decir que la mirada es buena y mala?
—
26. ELREDO. Segú n la costumbre de hablar , mirada o visión
14
—
24. ELREDO. Ciertamente. El orden de nuestra disputa exige
esto. Así como el alma recuerda por la memoria y discierne
se dice de aquel bien por el cual vemos o podemos ver, aun
cuando no veamos. Por ello, del uso de la mirada se dice
por la razón, así consiente por la voluntad. Las cuales, en !
que puede ser bueno o malo. Malo, si es imp ú dico, cruel, lleno
efecto, son tres, por el hecho de que tiene algo propio cada de indignación y amargura, si pretende el oprobio, si mani-
una; más por la identidad de substancia, en verdad son una. fiesta irrisión. Impú dica era la mirada de aquella mujer
Aunque sea propio de la memoria el recordar, de la razón nefanda que puso los ojos en José, solicitando al joven:
discernir y consentir de la voluntad, con todo, de tal mane- I
“Duerme, dijo, conmigo.” Impúdica era la mirada de los
ra las obras de ellas son inseparables, que la memoria no ancianos que, fijándose en la hermosura de la casta Susana,
recuerda nada sin la razón ni da voluntad; la razón no dis- se encendieron en su concupiscencia , los cuales, enfurecidos
cierne nada sin la memoria y la voluntad ; y la voluntad , a por su resistencia, pagaron la pena de aquel mal deseo y
su vez, no consiente sin la razón y sin la memoria. Estas falsedad. ¿Qué a ñadiré de Holofernes, cuyo ojo impú dico
tres son una substancia no compuesta de las tres, sino sim- favoreció a la sabia mujer y expuso su propia cabeza a ser
ple. Y simplemente en estas tres hay una substancia que cortada? Más, ¿quién no llamar á cruel al ojo del impiísimo
discierne por la razón, con la memoria y la voluntad ; re- Acab, que miró lleno de regocijo la sangre del inocente
cuerda por la memoria, con la razón y la voluntad; y con- Nabot? ¿Con cuánta indignación y amargura no miraron
siente por la voluntad , con la memoria y la razón. .. 13 los hermanos al santo José, que venía a su encuentro? Así
25. . . . De dos modos se entiende la voluntad : según la natu- nos lo declaran las palabras de los mismos: “He aquí que
raleza y segú n el afecto. Esto es, seg ú n lo que es y segú n viene el soñador”, dijeron por indignación. “Venid , matémos-
lo que ama. Seg ún esto último es juzgado principalmente el le”, esto por amargura. “Veamos lo que le aprovechan sus
hombre; es decir, si es bueno o malo, justo o injusto, sabio sueños”, esto por irrisión. . . 10
o necio. La voluntad , seg ú n la naturaleza, es un gran bien 27. . . . Todos ellos abusaron, para su mal, del bien de natu-
y nunca puede dejar de ser un bien. Mas su uso, que proce- raleza, siempre bueno en sí. Pero el que mira con piadosos
de del afecto que la mueve, puede ser malo o bueno. La ojos al pobre y necesitado para socorrerlo, o mira a la cruz
voluntad , seg ú n su naturaleza, es simplemente voluntad; su diligentemente para compungirse, o pone su ojo en la página
recto uso es la voluntad buena; su uso perverso, la mala sagrada para edificarse, usando rectamente del bien de
voluntad . Así, por consiguiente, de este bien que es la vo- naturaleza, consigue para sí un buen mérito. Así, la volun-
luntad , usa bien el que quiere el bien ; y , por el contrario, tad es un bien natural que, si el hombre lo aplicara al pe-
usa mal quien quiere mal . cado y comenzase a querer pecar, ese mal uso de la voluntad
13 Ibíd., 1. III, c. 10,29 ( BAC, t. III, pág. 451 ) . 14 Mt. 5,28.
Ibíd ., Sobre la Trinidad, 1 . X , c. 11 ,18 ( BAC, t . V , pág . 605 ) . 15 Gn . 39,7 . Dn. 13,8. Jud . 10,17 . Jud . 13,10. Gn . 37,19. Gn . 37,20 .
228 SOBRE EL ALMA LIBRO SEGUNDO 229
— —
dos cosas voluntad y razón viene a derivarse la expresión
“libre albedr ío”; as í , con un solo
nombre se significan dos
cosas, sin las cuales no puede haber buen mérito ni malo;
30. ELREDO. — Hay aun m ás. Todo lo que quiere, lo quiere
.
de tal forma porque lo puede querer Pero todo lo que no
quiere, cuando no lo quiere, no puede quererlo porque no
es decir, la libertad que tiene el hombre por la voluntad, el quiere. Desde el momento en que quiere algo, en efecto, lo
juicio que igualmente posee por la razón. Porque si carece quiere por la voluntad y, por lo mismo, no puede haber nin-
de una de las dos, no se puede obrar ni bien ni mal. Así guna necesidad. Si quieres ir a la iglesia, esta voluntad no
como la razón y la voluntad son bienes de naturaleza, así, te la puede quitar ninguna necesidad , ni otra cosa cualquie -
igualmente, el libre albedrío, que de ellas procede, es un ra más que la voluntad. Porque si te arrepintieses y ya no
bien de naturaleza; del cual el ángel malo usó mal y se perdió, quisieras ir a la iglesia, por ninguna necesidad querrías no
ir, sino por la libre voluntad. Si te determinaras, ya en bue-
el bueno lo usó bien y se mantuvo; el primer hombre lo usó
pésimamente y muri ó, el segundo, empero, hizo ó ptimo uso na parte, ya en mala, donde quiera que hay voluntad, allí
de él y fue glorificado. est á la libertad.
—
JUAN. ¿Qué hace, entonces, la gracia ? —
JUAN. Y qué, por tanto: ¿acaso no puede alguno más fuerte
ELREDO.
— .
No te apresures Sin embargo, como ya te es bas-
tante conocido el juicio de la razón, considera ahora la liber-
—
que yo empujarme
ELREDO.
para que vaya a la iglesia?
Sea así, aunque no veo cómo puede ocurrir esto.
tad de la voluntad y así refunde la propiedad de uno y otro Mas, ¿quién te puede obligar que quieras ir a la iglesia?
en el nombre de “libre albedr ío”. Mira si alguno puede obligarte. Ciertamente puedes ser
arrastrado; pero ¿quién puede obligarte a ir?
16 Sal. 40,2. San Bernardo, Sobre la gracia y el libre albedrí o c. 6,18 .
17 Ibíd., c. 2,4 ( BAC, t. II, pág 935 ) .
( BAC, t. II, pág. 946 ) .
Ibíd ., c. 1,2 ( BAC, t . II, pá g. 933 ) .
230 SOBRE EL ALMA 231
LIBRO SEGUNDO
JUAN. — ¿ No lian sido muchos obligados por los tormentos a
negar a Cristo? JUAN. ¿Puede el hombre usar igualmente del libre albedrío
31. ELREDO. — Te engañas. Pues ninguno no queriendo lo
negó. ¿Quién puede obligar por cualesquiera elementos a
para lo bueno y para lo malo?
ELREDO. — Puede , en efecto; pues sin libre albedr ío no se
negarlo? Preséntate ante tus ojos al duro juez sentado en puede obrar el bien ni el mal. Por lo cual, es propio del libre
el tribunal; llevados dos a su presencia, con rostro feroz, albedrío lo que puede salvarse o condenarse, ya que nada
mirá ndolos a través de sus teribles ojos los amenaza con
la muerte, las cruces, las bestias, el fuego u otros tormentos
si no reniegan. Mas he aquí que uno, acobardado, cede; el
otro se mantiene inm óvil. Éste, por consiguiente, está
JUAN.o, —
carente de libre albedrío puede ser salvado o condenado.
De consiguiente, si usase malamente del libre albe-
drí me bastar ía para la condenación; por el contrario, si
lo hiciese bien, me bastar ía para la salvación.
33. ELREDO. Es verdad . Pero mira si necesitas del auxilio
firme. ¿Quiere o no quiere? de otro para obrar bien o te bastas a ti mismo para ello.
ELREDO.
——
JUAN. ¿Quién dudaría que quiere?
Y el que niega , niega ciertamente queriendo.
ELREDO.
—
JUAN. ¿Por qué no he de bastarme, teniendo libre albedrío?
Poco antes distinguimos entre la naturaleza del
JUAN. Todavía más. Muchas veces no queriendo, sintiéndolo libre albedr ío y su uso. ¿Quieres oír nuevamente esto
y, tal vez, llorando.
mismo?
—
ELREDO. Si el otro pudo no negar si hubiera querido, ¿ por
JUAN. NO es necesario.
qué no tambié n éste?
JUAN. Porque el otro pudo sufrir los tormentos y éste no
pudo.
34. ELREDO. —Ya uses bien de él, ya mal, mientras tengas
voluntad y razón no carecerás de libre albedrío. No digo
buena o mala voluntad , sino simplemente voluntad. Es
ELREDO. — Luego, negando quiso huir de los tormentos. ¿ No
le fue dada opeión por el juez, si quería negar a Cristo y decir, la naturaleza, no el uso. De donde resulta que el
ser absuclto, o estar firme en su fe y ser crucificado? ¿ No
libre albedrío, en cuanto a su naturaleza , igual e indiferen-
escogió más bien negar y ser absuelto?
temente conviene a Dios y a toda criatura, tanto mala como
buena; y no se pierde ni aminora por el pecado ni por la
JUAN. Así es, en verdad . 16
_
tamente, quiere, y en parte no; y es la misma debilidad
juzgu é que había de diferir, es decir, si el hombre necesita de la voluntad que, rendida por el peso de la costumbre,
la gracia para obrar el bien o si la voluntad, que tiene tanta
libertad , se basta a sí misma. 21 Ibíd., c. 2,5 ( BAC, t. II, pá g. 936 ) .
22 Rom. 7,18.
20 Ibí d ., c. 2,5 ( BAC, t. II, pág. 936 ) . 23 San Agustín, Confesiones, 1. VIII, c. 9,21 ( BAC, t. II, p , g.
á 320 ) .
234 SOBRE EL
m
ALMA LIBRO SEGUNDO 235
no se levanta toda ayudada por la verdad. El libre
es atraído hacia dos partes contrarias; es decir, la albedrío —
42. JUAN. De ning ú n modo.
voluntad
racional, en tanto se acerca a una, en cuanto se aparta ELREDO. — ¿No perdió aquí nada de su libre albedrío?
la otra, hasta que quiere perfectamente una y así desprecia
plenamente a la otra, que le es contraria. No
de
encuentro
JUAN . ——En absoluto.
ELREDO. Vuelve los ojos a la otra parte. Y si un buen espíri-
modo de realizar el bien; esto es, para querer perfectam ente tu o un hombre bueno atrajera por los medios que pudiese
debería querer fuerte e í ntegramente, no sintiendo la a la voluntad fluctuante para querer deliberadamente lo que
de una parte que se levanta y la otra que cae. La lucha es bueno, ¿perder ía por esto el libre albedrío, si por su insi-
para aclararlo con un ejemplo, contempla de una partevoluntad', nuación prestara voluntario consentimiento?
razón como pedagogo de tu voluntad , aprobando las
justas, modestas y sobrias; por otro lado, al apetito,
a la
cosas
exal-
—
JUAN. Ninguno de sano juicio lo aprobaría. Sin embargo,
esto es lo que hace dudar : que la voluntad se basta a sí
tando ciertos incentivos del placer con los estímulos de misma para querer plenamente lo que es malo; mas, para
carne. Entre estos dos medios la voluntad empieza a la querer el bien, de tal modo se necesita la gracia que, sin
traída a una y otra parte, cuando le agrada el bien por ser ella, no puede intentar lo más mínimo. 25
razón y le deleita el mal por el apetito. Cuando la 43. ELREDO. — Así lo aprobó la fe católica y apostólica. Peto
quiera
plenamente uno de ellos, entonces la voluntad será íntegra querr ía que me dijeras si el á ngel bueno puede o no puede
, pecar.
ya para el bien, ya para el mal, y en ese momento
imputa en pecado o en justicia.
40. JUAN. — Me agrada en extremo.
24
se le
—
JUAN. Aquí ningú n cristiano duda.
ELREDO. Si, pues, no puede pecar, persevera estable e inmu-
ELREDO. Escucha diligentemente las dem ás cosas que se han table en el bien.
de decir. Cualquiera de los dos que elija , le prestar á
tario consentimiento.
volun-
ELREDO.
——
JUAN. Es verdad .
¿Por espontá nea voluntad o por alguna necesidad ?
ELREDO. — Por tanto, lo que se hace voluntariamente no se
hace forzado. Y lo que no se hace forzado, se hace sin que
—
JUAN. ¿Cómo ser ía bueno si no fuera voluntariamente bueno?
—
44. ELREDO. Ahora, mira. En tanto es libremente bueno en
nadie obligue a ello. A cualquier parte que se incline, como el bien, en cuanto es voluntariamente bueno. Pues si uno,
hemos dicho, siempre permanece íntegro el libre albedrío, forzado, es atraído a algo, aunque parezca bueno lo que
es decir, la voluntad racional. hace, ya no libremente, sino servilmente lo realiza y, por lo
JUAN. Juzgo que no hay aqu í más que indagar. mismo, no obra bien. Por lo cual, si el ángel celeste, que no
—
41. ELREDO. Oye lo que sigue. Si al hombre de tal manera
afectado, como dijimos, alg ún espíritu malo o un hombre
puede pecar, permanece libremente bueno, por propia vo-
luntad, no por alguna necesidad externa, tanto más feliz-
perverso lo asediara y pudiera atraerle la voluntad con un mente usa del libre albedr ío, cuanto la voluntad no con-
movimiento o sugestión en aquella lucha o aprieto, y lo ha siente apartarse lo m ás mí nimo de la misma bondad , ni es
lagara hasta que diese el consentimiento, comenzando a- obligado, ni puede ser obligado por cualquier otro. Igual-
querer lo que antes quiso en parte, ¿lo querrá ahora menos mente, el diablo propende al mal y persiste por su propio
por su voluntad, por haber sido tentado por la sugestión de impulso, no por impulso ajeno, y por consiguiente no puede
otro para que quisiera ?
> obrar lo bueno, del mismo modo que no puede el á ngel lo
25 San Bernardo, Sobre la gracia y el libre albedr í o , c . 8,24 ( BAC, t. II,
24 Rom. 7,18 Pág. 951 ) .
San Agust ín, Confesiones , 1. VIII, c. 8,19 ( BAC, t. II , pág . 318 ) . San Agustí n , De la corrección y la gracia, c . 11 ,31 ( BAC, t . VI ,
pág. 179 ) .
236 SOBRE EL ALMA I LIBRO SEGUNDO 237
malo. Mas, como voluntariamente es malo, hay en él la desear gozar de alguna criatura contra la forma y modo
libertad de voluntad , donde no falta la esclavitud de la que Dios instituyó. En efecto, el que desea fornicar, ¿qué
mente que, por lo mismo, nunca podrá hacer el bien, ya otra cosa quiere, sino gozar de su cuerpo o del ajeno contra
que jam ás podrá querer el bien, como el buen ángel nunca el designio de Dios? Fácilmente se comprende por la misma
podrá pecar, porque nunca podrá querer el mal. 26 razón, ya del adulterio, ya del hurto, ya en absoluto de toda
—
45. JUAN. Mucho me inquieta esto, pues, en efecto, no digo
querer, lo cual se verifica siempre del mismo modo, como 1
concupiscencia a la cual consiente la voluntad. Pero hay
algunos que, sin ser vencidos por ning ún deleite, mienten
queda probado, sino que querer lo malo lo puedo por mí gratuitamente, calumnian, murmuran, maldicen, como tam-
mismo, pero no el querer el bien o lo bueno. bién ciertos necios que dicen en su corazón : “ No hay Dios”;
——
ELREDO. Y ¿ por qu é puedes querer el mal? i aunque abusen de estas cosas por medio de la lengua, de
JUAN. Por el libre albedrío. de la mano o de alg ú n otro movimiento de los miembros,
ELREDO. ¿Y es que nunca puedes querer el bien sin el libre de tal manera está n obligados por razón de la cosa por la
albedrío? cual la mentira es preferida a la verdad , lo que equivale
.
JUAN De ninguna manera. a desconocer al Creador o a hacerle injuria. Puede también
ELREDO. —En una y otra parte hay libre albedr ío. decirse “pecado” por otras palabras, es decir, “la espontá nea
JUAN. Es verdad . Mas, para que pueda querer bien, él solo
— inclinación de la voluntad hacia la creatura , en lugar del
no basta, mientras que es suficiente para querer mal. Creador ”. De ah í que toda voluntad pecadora se llame pe-
46. ELREDO. —
¿ De d ónde procede que para querer el mal
se basta la misma voluntad ?
—
cadora porque, despreciado el Creador que sólo es el
—
verdadero , consiente disfrutar de algo que no es nada o de
ELREDO. —
JUAN. Por su libertad.
Entonces, ¿la voluntad angélica carece de libertad
aquello que es menos.
— —
JUAN. ¿Cómo dices “de algo que no es nada”? 28
porque no puede pecar ? Y así, ¿trabajamos en vano todo el 48. ELREDO. La mentira no es nada; el ídolo no es nada; la
d ía los que oponemos tantos argumentos a la libertad de herejía no es nada. Los que se jactaban de creer en el Padre
la voluntad, igualmente que en toda criatura racional? ¿De máximo, en el Hijo menor, en el Espíritu Santo m ínimo,
d ónde, pues, tiene la voluntad el poder pecar, cuando hay siendo así que Dios Trinidad no es esto, convert ían la fe o
otra voluntad que no puede pecar ? su afecto a la nada.
JUAN. Me confundo en esta disquisición. JUAN. Qué sea pecado ya queda expresado cuando san
ELREDO. En primer lugar, di qué sea pecar . Agustí n enseña tambié n que todo pecado no es nada. De
—
JUAN. Querer algo que no se debe querer.
ELREDO. ¿Qué puede querer el hombre que no deba ?
donde se deduce que cada uno, pecando, tiende a la nada .
Aunque, ciertamente, estoy impulsado a creer por tanta au-
—
JUAN. Por ejemplo : robar, fornicar, adulterar y otras cosas toridad , no llego a convencerme por ninguna razón.
por el estilo. 27
47. ELREDO. —
Mira ya si en todas esas cosas puedes pensar —
ELREDO. Diferentes en esto, si te place, atiende diligente-
mente a qué sea la justa voluntad , ya que lo contrario es
que el pecado sea algo distinto ( despreciado el Creador ) de conocido como pecado.
26 San Bernardo, De la gracia y el libre albedr í o, c. 4,9 ( BAC, t. II, i JUAN. Como gustes. 251
pág. 939 ) .
San Agustín, Confesiones, 1. I, c. 12,19 ( BAC, t. II, pá g. 85 ) . I
—
49. ELREDO. La justa voluntad es querer gozar del Creador
San Bernardo, Sobre la gracia y el libre albedrío, c. 4 ,9 ( BAC, t. II, 28 Sal. 52,1.
pág. 939 ) . 29 San Agustín, Tratados sobre el evangelio de san Juan, I, 13 ( BAC,
27 Éx. 20,14. t. XIII, pág. 85 ) .
238 SOBRE EL ALMA LIBRO SEGUNDO 239
por sí mismo, y de la criatura según Él. Esta voluntad , sien
do tan fuerte y firme que no puede ser halagada por nin -- racional se convierte a Él, en cuanto tiende a lo que es
verdadero, porque es inmutable. .. 31
ELREDO.
—
JUAN. Así es.
¿De la nada o de alguna materia preexistente?
a las mejores; y a la cual siempre se une la libertad con la
razón. Dime si te basta con todo lo dicho sobre esta cuestión.
JUAN. Está escrito que creó todas las cosas de materia in- JUAN. Todavía se me ocurre indagar si el á ngel o el hombre,
forme. 30 antes de que pecasen , pudieron perseverar en aquella per -
tí fección sin el auxilio de lo alto.
50. ELREDO. Ahora bien, la misma materia informe no la
creó otro, sino Él. Si fuese otro, no sería Él mismo el Creador —
52. ELREDO. Sobre esto ya dijimos bastante cuando afirma -
mos que no puede persistirse en el bien inmutablemente, ni
de todas las cosas. Si fue Él mismo, se repite la misma cues- del mal pasar al bien, ni progresar en el bien , tratándose
tión; basta que concluyamos que creó todas las cosas de la de aquellas cosas que naturalmente son mudables, sin una
\
nada. Resta, pues, que busquemos si creó las mudables o participación del bien inmutable.
las inmutables. Que todas las cosas corporales estén sujetas
a la mutabilidad, no hay quien no lo vea. El alma es mu- JUAN. ¿Qué hay de culpa por parte del á ngel o del hombre
que cayeron, si no tuvieron el auxilio con el cual sólo pod ían
dable y todo el mundo lo siente. Finalmente, los ángeles perseverar?
fueron creados mudables; unos, buscando las cosas mejores, ELREDO. Ciertamente, si les faltó el auxilio, uno y otro peca -
otros, corriendo hacia las m ás abyectas, dan testimonio de ron inculpablemente. Atiende ahora por grados: poder pecar
su mutación. De aquí que sólo de Dios se dice ser verdadero,
y poder no pecar; no poder no pecar y no poder pecar.
porque es siempre el mismo. Él ú nicamente tiene la inmor -
talidad, esto es, la inmutabilidad , y habita en una luz inac- Ad án, en el para íso, tuvo el poder pecar por naturaleza .
cesible, como dijo a Moisés: “Yo soy el que soy.” Y: “El Tuvo el poder no pecar, pero por gracia. De ning ú n modo
podría no pecar, sino por la gracia de aquel que por su
que es me ha enviado a vosotros.” Lo cual es, en verdad , naturaleza no pod ía pecar. Tuvo, por lo tanto, estas dos
de tal manera, que es el ser de todas las cosas, como afirma
cosas: poder no pecar y la gracia — por la cual, si quisiera,
Dionisio el Areopagita : “La sobreesencial divinidad es el
ser de todas las cosas existentes.” En tanto la voluntad —
podría perseverar . Ahora bien, después de la caída, se hizo
más dé bil. Ya, ciertamente, puede pecar por naturaleza y
no puede dejar de pecar por la corrupción de la misma na -
30 Ibíd., De la doctrina cristiana , III, c . 10, 16 ( BAC, t. XV pág . 213 ) . turaleza, como justa pena de su transgresión , de la cual
Ibí d ., Sobre el evangelio de san Juan, I , 8 ( BAC, t XIII , pág . 8 1 ) . 31 San Agustín, De la verdadera religión, c . 13,26 ( BAC, t . IV, pág . 99 ) .
Sab 11 ,18. I Tim. 6,16.
San Agustín, Confesiones , 1 . XII, c. 8,8 ( BAC, t. II, pág. 495 ) . f
Éx. 3,14. Dionisio Areopagita, De divinis nominibus ( PG 3, 818 ) .
240 SOBRE EL ALMA
LIBRO SEGUNDO 241
esperamos ser liberados por la gracia de Dios, por nuestro
Señ or Jesucristo; por ella los santos viven sin crimen y los
pecados que no puede evitar la humana fragilidad, los re-
—
ELREDO. La cosa es de otra manera. Recuerda que en nues-
tra primera discusi ón c dijimos que aquella vida que es
dimen con las buenas obras y oraciones, esperando aquello propia del árbol y del bruto no excede la cualidad corpó-
que ahora sabemos es completo en los á ngeles; es decir, que rea, siendo así que de m ás sutiles elementos ya purificados
y diluidos, sale aquel movimiento por el cual viven y aque-
por gracia de Dios no pueden incurrir o temer el pecado.
lla fuerza por la cual sienten.
É ntre tanto, te bastan estas cosas que se han dicho sobre
la naturaleza del alma , en cuanto a la memoria y a la razón
Si te parece que puede indagarse algo m á s, no lo difieras y ELREDO.
——
JUAN. Todo esto lo tengo presente; pero ¿a qué viene ahora?
Importa mucho bajo todos los aspectos; para que
manifiéstalo. 32 entiendas que la muerte del á rbol o del animal no es otra
53. JUAN. — Quedan muchas por tratar, sobre todo de la in-
mortalidad del alma.
cosa que la disyunci ó n de la vida y del cuerpo que habían
estado juntos. Y la muerte de la vida de uno y otro es la
——
separación de los elementos que, por una adecuada tempe-
ELREDO. ¿Qué dices? ¿ No entiendes que ella sea inmortal? ratura, se habían juntado en el cuerpo para crear o conser-
JUAN . Aunque estoy forzado a creer, no quedo satisfecho
var el movimiento o el sentido. ¿Te parece a ti otra cosa?
si no lo entiendo.
—
ELREDO. Este orden es legí timo, es decir, primero, que creas; —
JUAN. De ninguna manera .
55. ELREDO. Fí jate ahora , en el hombre que vive, aquel
—
y así entiendas. Porque ‘'si no creyereis dice el profeta ,
no entenderéis”. Con todo, si trajeras a la memoria cuanto
— movimiento por el cual crece y, en el mismo movimiento,
se ha dicho sobre la naturaleza del alma, f ácilmente la fe aquella fuerza por la cual siente y, en el mismo sentido, el
pasar ía al entendimiento. De aqu í que lo primero que se ha alma racional que discierne y rige el mismo movimiento y
de indagar es qué sea la muerte, para después comprobar si i sentido. Cuando estas cosas son separadas mutuamente,
la muerte puede caber o no en el alma. la tal disgregación o separación de las cosas compactas
produce la muerte del cuerpo. Dejan de estar allí el movi-
—
JUAN. No dudo de que esto es consecuente. ¿Qué es, pues, la
muerte?
miento y el sentido, y, por lo mismo, el cuerpo empieza a
no ser. Pero el alma racional, en efecto, deja de estar allí;
ELREDO. — El árbol muere, el ganado muere, el hombre mue-
re; mas el á ngel, tanto el bueno como el malo, ya se te ha
con todo, no deja de ser.
demostrado que no puede morir. JUAN. Esto es lo que quería saber: ¿por qué aqu élla no deja
ELREDO.
——
JUAN. ¿Por qué los á ngeles no pueden morir?
O tienen cuerpos inmortales o son espíritus sin
de ser, cuando deja de estar allí, como dijiste del sentido?
ELREDO. Porque, como dijimos, el sentido se forma por dis-
posici ó n y mezcla de sutilísimos elementos; al diluirse mu-
cuerpo. Ahora bien, como sea una vida racional, por esto tuamente, por defecto de los instrumentos, deja de existir
mismo la vida no puede morir, así como la luz no puede el sentido. Mas no así el alma, que, al ser simple y de vida
producir tinieblas, ni el fuego enfriar. 83
—
54. JUAN. ¿ Acaso no muere la vida del ganado o del árbol?
ELREDO. Las bestias y el á rbol mueren por separación de su
incompuesta , supera a toda sutileza corpórea y no admite,
por tanto, secci ón o división. Pero como la memoria, la ra-
zón y la voluntad son una substancia y un alma, no pueden
vida. Mas la misma vida, en tanto se dice que muere, en separarse, como ya enseñamos bastante anteriormente. Pues
cuanto deja de ser lo que fue; esto es, vida.
—
JUAN. ¿Por qué no se dice esto mismo del alma ?
32 San Bernardo, Sobre la gracia y el libre albedrí o, c. 7, 21 ( BAC, t . II,
donde no hay conjunci ón no puede haber separación, y don-
de no hay separación no hay muerte.84
pág. 949 ) . -
* Cfr. I, 15 23. ( i\\ del E . )
34 San Agust í n , Sobre la Trinidad , 1. V, c. 4 ,5 ( BAC, t . V, pág. 399 ) .
33 Is. 7,9 ( LXX ) . San Agust ín , Del Génesis a la Letra, L U I , e. 4,6
( BAC, t . XV, pág. 675 ) .
242 SOBRE EL ALMA 243
LIBRO SEGUNDO
56. JUAN. Me parecq que el alma puede perecer o extinguir
se, a semejanza del fuego, el cual vemos que en las lámparas
- de algo en aquellas cosas que no son cuerpo ni forma de
cuerpo?
poco a poco se va extinguiendo, hasta que el fin se acaba.
ELREDO. Aú n te enga ñan tus imaginaciones, pues, pensando ——
JUAN. Lo ignoro.
ELREDO. ¿Se te ha olvidado, entonces, que hemos dicho có-
en el alma, no te despojaste plenamente de las apariencias mo la razón de los n úmeros es tan grande, que a ella de
corpóreas, sino que te dejas llevar de ciertas im ágenes. Por
que este fuego visible, por medio del cual son encendidas - ning ún modo puede aspirar el alma animal ?
——
JUAN. Lo indicaste diligentemente
bien.
algunas materias, es corpóreo, y algunos no quieren que sea ELREDO. Escucha . El alma corpórea y las
elemento, esto es, compuesto de los cuatro elementos, si r corpóreas im ágenes pueden ser divididas en realidad o por
bien el elemento ígneo supera a los otros tres. Y en aquel, el pensamiento; y, por lo mismo, parecen estar sujetas a
por tanto, puede caer la separación , en el que existe la cierta muerte. Por esta razón, el alma animal de ning ú n
unió n; y en aquel puro elemento que se concibe sin mezcla modo puede ser capaz de la inmortalidad , puesto que ella
de otros, como nada se une, así nada se separa. De donde es mortal. En efecto, las razones de todas las artes son
lo que en diversos cuerpos se una con otros, así puede ser inmortales y de ellas el alma es capaz, porque las contiene
separado de otros, bien por obras, bien por pensamiento, naturalmente en sí misma , lo cual no se verificaría si no
bien por unas y otro. Con todo, el alma es de una sutileza fuese ella misma inmortal. De otra manera sería mortal. La
mucho mayor que el mismo fuego invisible, cuya máxima y sabiduría es inmortal; de ella el alma es partícipe, lo que no
sutilísima fuerza está en los sentidos, como dijimos poco sería si fuese mortal. . . 86
antes, distando el sentido mucho de la sutileza del alma Por
lo cual la vida sensual admite la muerte, porque admite en
. 59. . . . Así, pues, por estas razones, entendemos claramente
que el alma es inmortal. Y, si te parecen oscuras, apóyate
sí la sección. Mas la vida racional, que es simple y no es en la autoridad de muchos sabios y, sobre todo, en la fe
otra cosa que la razón , sólo podr ía morir si no pudiera darse la católica, que no sólo las almas, sino también los cuerpos
razón. Pero como esta vida no es creada de ninguna materia, será n inmortales. Todo esto agrad ó a los paganos, al hablar
ni para otra cosa que la vida, ¿cómo podrá ser no vida ? de los á ngeles, pues juzgaban que tenían cuerpos inmorta -
57. JUAN. Objetaría algunas cosas que me perturban, sino les. Uno de ellos, Platón en concreto, presenta a Dios Padre
hubieras probado tan claramente que la razón es substancia. hablando con los dioses que había creado ( y a los cuales
Mas, como la razón no está en la substancia del alma , sino nosotros llamamos á ngeles ) . “Porque habéis nacido -dice-
que ella misma es substancia, seg ú n me siento obligado a no podéis ser inmortales e indisolubles. Sin embargo, no
confesar, no veo cómo la razón no pueda morir. seréis disueltos, ni os harán perecer los vaticinios de la
ELREDO. Toma otro ejemplo por el cual entiendas sin ningu- muerte; ni resultarán más poderosos que mi consejo, porque
na duda que el alma es inmortal. es mayor el vínculo para vuestra perpetuidad, que aquellos
JUAN. Ya no esperaba más. a los cuales estáis ligados.” Mira lo que dijo, qué sintió,
ELREDO. ¿ Hasta d ónde puede estar el alma de los brutos en cuá nto atribuyó a la divina voluntad , cu ánto concedió al
las cosas? consejo del Creador. Por lo mismo que nacieron mortales,
JUAN. Esto queda bastante aclarado por ti. A saber, qué constituidos de dos, advierte que no pueden ser indisolu -
puedan las diferentes partes del sentido corporal, qu é en bles. Con todo, asegura, “no seréis disueltos, ni vaticinio
las imágenes corporales de las cosas inducidas por los sen- alguno de la muerte os podrá afectar”. Fí jate en la sorpren-
tidos.
58. ELREDO. Te acuerdas perfectamente. Por ventura, ¿pue- 35 Ibíd . , De la inmortalidad del alma , c. 4 ( BAC, t. III , pág . 539 ) .
j
"
« •
245
SOBRE EL ALMA LIBRO SEGUNDO
244 manera son tres, que no hay allí ninguna
Santo: que de tal o separación en la
dente sutileza del griego. Dijo
que no pueden ser inmorta - mezcla en los tres, ninguna división y voluntad , son tres
les e indisolubles; con todo, afirma que ni han de ser disuel - unidad Así, estas tres, memoria,
una
raz
. En efecto, todas
ó n
estas razones nuestras
tos ni destruidos. . .
sfl
la naturaleza de la criatura
v con todo son
por la autoridad“ evang élica, cuando pro -
60. . . . Distingue, entonces, entre , ya que todas las cosas
són confirmadas el Salvador : No tem áis a los que ma -
y la voluntad y consejo del Creador clama terriblemente matar el alma . No pueden matar
pueden ser disueltas; mas, tan el cuerpo y
no pueden ; los hombres no
que est áinn unidas, naturalmente , muchas tienen el no ser énes? Los perseguidores
por la voluntad y consejo de Dios el alma ,> dice. ¿éQuialma, mucho menos podra matarla alguna
disueltas. Así, por tanto, ,un hombre, una persona, consta nueden matar l naturaleza . ¿Quién, pues Los demonios?
? ¿
de tal manera fueron unidos cosa de inferior, a los que no pueden matar el alma . Mas,
de alma racional y cuerpo que naturalmente tuvieran
en la primera creació n que , aunque
todo, por el beneficio del
el poder de ser disueltos, con no ser disueltos
Creador, tuvieron el poderhablando de L\ . Figurémo-
con Adán y su mujer:
—
No temáis, dice aquel ( no dijo “a aquellos , smo a aquel’ )
—
temed dice a matar puede echar al fuego. Si hablara del
aue después de ía: “Después de matai tiene potestad de
alma , no a ñadir habr ía que poder
nos, si te place, a Dios , no podéis ser inmor - , muerta el alma, no
Porque habéis nacido y estáis unidos que echar al fuego.” Puesconsiguiente, la muerte del alma con-
les e indisolubles; si , empero ,
fuereis obedientes , lo echar al fuego. Por arrojada al fuego, cuyo género. . . "
de muerte
, os lo prestarái mi co-
niega la fragilidad de la naturaleza precepto, sin duda nin- siste en que será que puede morir
del no puede padecerlo
aquello Lristo conven-
luntad . Si fueseis transgresores a aquello con lo que
guna seré is disueltos , que no
por consiguiente, morir el hombre
es otra cosa que morir. Puede,
, porque lo que está uni -
mo puede la muerte afectar
62. . .. Atiende finalmente
do puede ser disuelto; mas, ¿có diversas cosas, ni puede según la carne,
padres habían muertoCanaán. Muertos,
al alma , que no está unida por vivos.” Ya aquellos en la tierra de
precedió la unión, ni de otra
existir la separación donde no vida, como la vida del árbol sepultados en doble cueva carne , vivían para su Dios segú n el
ciertamente , seg ún la .
parte recibe algo para que sea vida es simple y creada , de vivos v no de muertos Deseaba
o del animal, sino que su misma l alma, ya que Dios eraestar con Cristo, siendo sola el alma ,
subsistente por sí misma? re únen
Pabló ser desatado yque pod ía estar eos Cristo. Me faltarí a
— muerta la carne, la
!
que en la substancia del alma óse los testimonios que está n consigna -,
JUAN. ¿No ladijiste la voluntad ? ¿C mo , pues, tiempo si juntara todos
y
tres cosas: razón, la memoria , cuando es así que pue- sobre la inmortalidad del alma
no pueden separarse mutuamente dos en las Sagradas Letrassentencia no hay quien dispute,
máxime que contra esta muchos inquirir la razón de este
den juntarse?
37
-
61. ELREDO. —
gunta tuya . Nunca dije que estas
del alma ,
tres cosas
sino
de esta pre
Te confieso que me avergüenzoestuvieran uni -
que las tres son una
aunque es muy grato para conseguirlo. No obstante, si te
asunto y muy satisfactorio
place, reparemos las fuerzas
con el silencio, para que poda -
, indagando sobre el
lugar y tiem-
das en la substancia vida simple, incompuesta, mos disputar, si te parecey su estado después de la muerte. ae
ú nica substancia del alma, una , el cual, siendo un po de la salida del alma
que fue creada a imagen de su Creador , Padre , Hijo y Espíritu
Dios y una esencia, es, no obstante
. 6,11. Le. 20,38. Flp . 1,23. San Gre-
36 Platón, Timeo, 41. , c. 16,1 ( BAC, t . XVII, pág.. 22
). ^-
39 Le 20 37 38 Gn 23,19 -20. Rm . , pá g. 134 ) .
goricf
^ II, c. 38 ed Morieea
San Agustín. Ciudad de Dios , 1.laXIII lagiK), Diálogos , 1.
(
37 San Agustín, Del Génesis
a Letra 1 , . VI, c. 25 ( BAC, t XV ,
pág. 891 ) .
LIBRO TERCERO 247
en errores; algunos, purificados. Enseñado, en efecto, en JUAN. ¿Y qué otra cosa es?
sueñ os fue el santo Daniel; enseñado el padre nutricio del ELREDO. ¿Es por consiguiente, alguna imagen de dolor ?
Salvador, san José; instruidos los tres caldeos que fueron
los primeros mortales que ofrecieron a Cristo dones, y mu-
chos otros. Mas, como dice la Escritura, a muchos han enga-
ELREDO. —
JUAN. Lo ignoro.
—
Si e$ta piedra se amarra con correas, se azota con
varas, se rasca con uñas, se recuece con fuego, ¿acaso la
ñado los sueñ os. Por eso, afirma san Agustín en el libro piedra siente algún dolor?
Del cuidado que se ha de tener con los muertos: “Alguna
vez, con falsas visiones, los hombres han ca ído en grandes ELREDO.
——
JUAN. De ning ú n modo.
Ves, pues, por qué ni el fuego quemando, ni el
errores, siendo justo que padezcan tales cosas.” Leemos en agua anegando, ni la u ña cortando son pena, sino dolor que
algunas historias fidedignas que muchos, por visión imági- el alma siente por ellos. Así, pues, los azotes por los cuales
naria, fueron engañados por espíritus inmundos, otros ado- se vio quebrantado san Jer ónimo no fueron pena, sino aquel
raron a los demonios en lugar de a Dios, unos se mancharon suplicio que infundió en el alma la horrorosa visión.
con supersticiones judaicas, otros incurrieron en homicidio
o también en parricidio. . . 10
—
JUAN. Siendo falsos
bién aquel dolor ? 12
aquellos azotes, ¿cómo no lo será tam-
quiénes lo afirman. Pero callemos lo que no pueden saber ham a lo lejos y a L ázaro en su seno; y clamando, dijo:
Jas almas por su natural ausencia, aunque pueden saberlo Padre Abraham, acuérdate de mí y enví a a Lázaro para
de otro modo. ¿Acaso no rogamos por muchos, no sólo que, mojando el extremo de su dedo en agua, refresque mi
muertos, sino también vivos, aunque no sabemos si viven? lengua.” He aquí cómo el alma habla al alma. “Padre
Abraham, dijo, ten compasión de mi.
»
Ciertamente, los santos conocen que el género humano está !
soberbio Simón dejó de existir verdaderamente, ni a la ben- acerca de la salida del alma, repitiendo algunas cosas de las
dita pecadora dejaron de perdoná rsele sus pecados. Muchas que ya hablamos más arriba.
veces encontramos tambié n en las Escrituras que los espí-
ritus han proferido palabras corporales. Aun más, se lee
que el mismo Dios habló desde el monte al pueblo que lo
—
JUAN. Cuanto más frecuentemente se oyen , tanto mejor se
entienden y se retienen con más seguridad.
29. ELREDO.í Cuando el alma está en el cuerpo, usa los mismos
'
para matarlo era verdadero, no imaginario. Visto todo esto 30. . . . Uno y otro se vieron en las imágenes de los cuerpos,
con diligencia y guard á ndolo en la memoria, volvamos a lo no callando el dedo de Lázaro ni la propia lengua. También
que poco antes juzgaste que había de tratarse, es decir, se comprueban las im ágenes de otras cosas, bien mirando
al refrigerio, bien al tormento, haciendo mención del agua
y de la llama. De ésta se queja por ser atormentado y de
20 San Gregorio Magno, Homilí as sobre el evangelio de San Juan, 40
( PL 76, 1301 ) . aquélla pide ser refrigerado.
Le. 16,1.
San Gregorio Magno, Homilí as sobre el evangelio de San Juan, 33
( PL 77, 1242 ) .
Éx. 19, 20. 21 San Agustí n, De cura pro mortuis gerenda ( PL 40, 600 ) .
Mt . 2,13. Le. 16, 22.
262
SOBRE EL ALMA LIBRO TERCERO 263
JUAN. — Me
sorprende que aquella llama digas que era
ginaria, pues se dice que el rico fue sepultado ima - quemado, se quema.” ¿Cómo ve que es quemado? ¿Por qué
nos, y nadie duda de que el fuego del infierno en los infier- visión?
31 ELREDO. Se dice, en efecto, fuego corpó sea corpóreo.
.
el que atormentaba los cuerpos de los condena reo del infierno, —
JUAN. Quizá por aquella por la cual el rico vio a Lázaro.
33. ELREDO. Nosotros hablamos de fuego corpóreo, esto es,
es pequeña la cuestión acerca de si las almas son dos; mas no infernal, en el cual no sólo será n atormentados los cuerpos
tadas por el fuego sin los cuerpos. No obstante, sanatormen- después del juicio, sino también, dice san Gregorio, las almas
no parece afirmar que algunas almas pé Grego- de los réprobos. Pues de aquella en la que estaba sufriendo
simas son atormen- el rico, sabes que dice san Agustín: “¿Cómo en aquel fuego
tadas ahora con aquel fuego. Preguntando
puede ser que el esp íritu sea atormentado Pedro cómo corpóreo habrá pena de los espíritus malignos, sino porque
con pena corpo- hay ciertos cuerpos también para los demonios, como han
ral, responde así: “Decimos que el espíritu
por el fuego, en cuanto en el tormento el es aprisionado visto varones doctos, por el aire grueso y h ú medo, cuyo
ver, no en el sentir . Por el mismo hecho que fuego está en el
ve que se pade-
impulso se siente al soplar el viento? Este elemento, si nada
ce el fuego y contempla ser quemado, se quema de fuego puede soportar, no quemaría el que hierve en los
ocurre que la cosa corpó rea tortura a la incorp. óIgualmente balnearios. Si, pues, alguno asegurara que los demonios no
tras por el dolor visible es provocado el rea, mien- tienen ninguna clase de cuerpo, no habría lugar para tratar
sibles, de forma que por el fuego corpóardor y dolor invi- de este asunto. Mas, ¿ por qu é no diremos también que los
reo
atormentada por la llama incorpórea.” Estaslapalabras mente está espíritus incorpóreos pueden ser afligidos por pena de fuego
santo son dif íciles para el entendim del corp óreo, de maravillosos aunque verdaderos modos, si los
que pueden oponerse muchas por losiento, a las cuales aun- espíritus de los hombres, aun siendo ciertamente los mismos
se ha de procurar entender la mentecontencio
de tal
sos, con todo,
var
incorpóreos, no pudieron incluirse entre los miembros cor-
no se puede, a pesar de que no se ón; pero, si porales?” Poco después dice: “Podía asegurarse que así
de recibir su opinión. Mira ya lo queentiende , siempre se ha habrían de arder, sin cuerpo alguno, como ard ía en el infier -
el espíritu es aprisionado por el fuego,dice
de
: “Afirmamos que no aquel rico cuando decía: Me abraso en esta llama. A
tormento el fuego está en el ver, no epmanera que en el
el sentir.” ¿Qué
menos que juzgara má $ conveniente responder que tal fuese
dice: viendo, no sintiendo? ¿ No es la vista algo aquella llama, cuales los ojos que levantó y con los que vio
¿Cómo, pues, ve y no siente? ¿Cómo ve el fuegodel sentido? a Lázaro, cual la lengua a la que deseaba infundir un peque-
el fuego, cuando la vista corpórea es un sentido y no siente ño refrigerio, cual el dedo de Lá zaro del que le suplicaba
aquel es corpóreo? y el fuego servirse, y en donde, con todo, estaban las almas sin los
—
JUAN. Abandonado el cuerpo, no hay ningún sentido cor
póreo para el alma. 22 -
cuerpos. Así, pues, incorpórea era aquella llama en la cual
se abrasaba y aquella gota que pedía, cuales son también
32. ELREDO. Por lo mismo, advierte diligente las visiones de los dormidos, ya sea en éxtasis de los que
habló del sentido corpóreo, cuando dijo: “ mente que él ven las cosas corporales, teniendo sin embargo imágenes
Pues el espíritu sin el cuerpo nada siente No sintiendo.” de los cuerpos. Pues el mismo hombre de tal manera se ve
corporalmente;
por lo cual no introduce, ciertamente,
sentido
visión alguna corpórea. De aquí que siga “ corporal ni
—
semejante a su cuerpo en tales visiones está con el espíritu,
el moa
° ^ ° corporal del infierno. Dijo
cQXn0 pue je ser esto : “Se adherir á n
(
también
afirma los — — —
36. ELREDO. Creo que incorpóreas, como aquella llama de la
que hablamos. Mas, de la misma llama, algunos han juzga-
jemon{ac0s, aunque incorpóreos ,
atormentados por do que fuese purgadora. Pero, si fue purgadora, o lo fue
espírituS
corpóreo, adhiriéndose de modo maravilloso y to ~ para aquel rico o para otro. Mas que fuera purgadora para
el fuego - del fuego, sin dar
mando PeIia Esta adhesió
— vida al fuego /'
n quizá no es otra cosa que aquella
35. ELREP° Ja cual habla san Gregorio: “En el tormento di
visión do
*
-
está en el ver, no en el sentir.” Esto es, adhi -
—
aquel que, se dice, fue sepultado en el infierno, ninguna au -
toridad lo afirma. ¿A qué viene, por tanto, aquella llama? O
se purgan en esa llama las almas, o, ciertamente, las almas
—
jo , el flie®
rié ndose, n
experiment á ndolo corporalmente. As í, pues ,
son atormentadas entretanto hasta el punto en que sean
arrojadas al fuego eterno. Hay otras penas puriíicadoras por
atiende diligentem ente las sentencias de los santos varones , las cuales las almas son purgadas, por el temor, dolor y
de que el bienaventurado Agustí n afirmó que los horror. Mas, así como las almas toleran estas cosas en la
Acuerda
. ^incorpóreos pueden ser atormentados por el fuego
espíritus
/
semejanza de su cuerpo, así, igualmente, por la semejanza de
es corp5reo Recuerda al bienaventurado
del inri ^ eque #
23 San Agust
pá g. 639 )
^ 0 Por
^^
ín De la Ciudad de Dios, 1. XXI, c.
*
?
^ ^
ama corpórea en a imagen de su
^
10,1 ( BAC, t. XVII,
San Agust í n, De la Ciudad de Dios , 1. XXI , c. 10,2 ( BAC, t. XVII,
pág. 640 ) .
25 Virgilio, Eneida , 6 ,733 ( ed . Ribbeck, pá g. 240 ) .
Ibíd., 6,735.
Ibíd., 6,736.
Ibí d ., 6,737.
266 SOBRE EL ALMA LIBRO TERCERO 267
te.” Después, a ñade y dice que piensa que las almas han de hacia abajo por los habitantes de un abismo oscurísimo,
ser juzgadas de las penas por la mancha que habían con- quien sin embargo fue atra ído hacia arriba por varones re-
traído del cuerpo. “Se atormentan con las penas y expían fulgentes, que lo asían por los brazos. Pero, el humo que el
mediante los suplicios de ios antiguos males. Algunas se mismo río exhalaba, con su f é tido olor, no permit ía acer-
abren vacías, suspensas en los vientos; a otras, bajo el vasto carse a las viviendas que lo flanqueaban. Pues las penas
abismo, la maldad empapa y abrasa con el fuego.” Estas de esta vida se distribuyen a cada uno seg ú n la divina
penas, si acaso se sienten despu és de la muerte, ninguno providencia, ya para la venganza de los malhechores, ya
las juzga corporales, mas, como se ven en la imagen de su para corrección de los d ébiles, ya para la alabanza y gloria
cuerpo, así son castigadas en la semejanza de las cosas cor- de los perfectos. Para venganza de los malhechores como
porales. Pero oigamos ya lo que siente san Agustín de las el Fara ón, que, sentenciado ya a llamas y fuegos eternos,
penas purgatorias. “Las penas temporales dijo , unos las
— — para que en él manifestara Dios su ira y diera a conocer su
creen para esta vida solamente, otros para después de la poder, fue reservado todavía un poco de tiempo en este
muerte, y algunos para después y también para ahora. Con mundo, y le fue permitido atentar cruelmente contra el
todo, las padecen antes de aquel severísimo y último juicio. pueblo de Dios.
Pero con cuantas penas sean afligidos en esta vida los m íse-
ros mortales, cualquiera lo diría f á cilmente. Ahora bien , son —
JUAN. Algunos arguyen a Dios de crueldad , pues, segú n el
Apóstol, lo provocó en esto mismo, para manifestar en él
purgatorias para aquellos que, aceptá ndolas, son corregidos. .
su ira 27
Sin embargo, los que se hacen más culpables, son iniciados
con estos azotes para las penas perpetuas.”
39. ELREDO. — Ahora atiende diligentemente. Considera que
un rey condenase a uno, que era reo de lesa majestad , a
—
JUAN. Quisiera saber si aquellas penas, después de la muerte
las reciben otras almas que las que han de ser purgadas. 28
, f las llamas, las cuales piensa t ú que son perpetuas, y ya llegó
el d ía en que se había de iniciar en ellas. Si, pues el rey
38. ELREDO. — — —
Aquí san Agustín: “ No todos dice los que
después de la muerte sufren penas temporales vendrán a
alargara la pena ya preparada para otro tiempo y mientras
tanto lo sometiera a penas más leves, ¿lo juzgarías cruel?
parar a las eternas, que será n futuras después del juicio.
Pues a algunos, lo que no se les perdona en este siglo, se
—
JUAN. De ninguna manera
ELREDO.
.
Escucha. Ya había llegado el tiempo por el cual el
les perdona en el futuro, esto es, para que no sean castigados Faraón , segú n lo que hab ía merecido, debía ser atormentado
con el suplicio eterno del siglo futuro, como ya dijimos.” en el fuego eterno, preparado para el diablo y sus á ngeles;
Afirmando que “no todos con penas sempiternas los que las pero Dios lo apartó de esta pena, la más grave de todas, para
sufren temporales después de la muerte”, manifiesta que que, por otras m ás leves, que otros pod ían ver, manifestara
algunos habrá n de ser atormentados después de la muerte su ira con él, y la riqueza de su gloria en los vasos de miseri-
con penas temporales, y con eternas despu és del juicio; cordia. De aquí creo que dijo el Apóstol: “¿Y si Dios
otros juzgados con tormentos temporales para ser transía - quisiera mostrar su reprobación y manifestar su poder sopor -
dados a mejor vida. Mas, a todos, segú n cada uno haya tando con mucha paciencia a los que eran objeto de su re-
merecido y el juez de todos lo decretare, será n repartidos probación, ya prontos para destruirlos, y dar a conocer su
los suplicios. San Gregorio, refiriendo la visión de cierto sol-
dado, narr ó haber visto a un individuo amarrado con cade- 27 San Gregorio Magno, Diálogos, VI, 37 ( ed. Moricca, pág. 287 ) .
nas de hierro, caído de un puente y arrastrado de los muslos San Agustín, De la Ciudad de Dios, 1. XXI, c. 13 ( BAC, t. XVII,
pág. 644 ) .
Éx. 9, 16.
26 Ibíd., 6,739. Rm . 9,22.
268 SOBRE EL
ALMA
r
LIBRO TERCERO 269
esplendidez con los que eran objeto de su misericordia , qUe
Él había preparado para su gloria? ’ Oh , Dios m ío, ¿qU
'
Si no perdon ó a las ramas naturales, quizá ni a ti te perdone.”
veo? ¿Qué secreto? ¡Qué horrible para mirarlo, qué terrible£
para pensarlo! Pon aqu í, ante la mirada de tu corazó n , l0
s
f
—
JUAN. Terrible es este lugar
a cosas más agradables. 20
. Vayámonos de aquí y pasemos
vasos de ira, allí los vasos de misericordia. ¿Qué cosa
feliz para éstos, que más miserable para aquéllos ? ¡Ay
41. ELREDO. — Oye a san Pablo: “El sólido cimiento de Dios
est á firme y lleva esta inscripción : El Señor conoce a los
aquellos a los que todas las cosas se le convierten en mal!. » 2 suyos.” Éstos son vasos de misericordia, que preparó el
40. . . . Felices estos a los que todas las cosas se les convierten Señor para la gloria, eligiéndolos antes de la constituci ó n
^ — —
en bie i. ¿Por qu é dicen creó Dios a los hombres que
sabía que habían de condenarse? A los cuales contestó san
_
del mundo, para que fuesen santos e inmaculados. Qué
miserables aquéllos, qué felices éstos, a los que todas las
Pablo: “¿Qué, si Dios quiere mostrar su reprobación y nia cosas se les convierten en bien. Bienaventurados los que
nifestar su potencia, la ira en los vasos de ira , la potencia está n absueltos de sus culpas, a quienes les han enterrado
en vasos de misericordia, soportando con mucha paciencia su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apun-
a los que eran objeto de reprobación, ya pronto para des ta el delito. ¿Quiénes m ás felices que aquellos cuyos peca -
truirlos?” Vasos de ira son todos los réprobos. Verdadera- dos les son absueltos y no imputados? Qué bondad tan gran-
mente, vasos de ira , aptos para destruirlos, preparados, - de, Se ñ or, reservas para tus fieles, de los cuales aceptas los
efecto, para la condenació n por la corrupción del pecado
en bienes, disimulas los males y, aun más, los males ceden en
original. Podrían ser condenados justamente en aquel ins su bien. Por esto creo lo que dijo san Juan : “Todo el que
tante. ¿Por qu é, pues, no perecieron entonces? Porque Dios- nace de Dios no peca.” Y poco después: “Y no puede pecar,
los sufre con mucha paciencia. ¿Por qu é utilidad ? para porque está en él la semilla de Dios.” ¿Quién es el hombre
manifestar las riquezas de su gloria en vasos de misericor que puede decir que ha nacido de Dios? Si se trata de la
dia , esto es , en los elegidos. Pie aquí por qué son creados- espiritual regeneració n, por la cual el hombre nace del agua
los r é probos, por qué son tolerados, por qué prosperan, p0r y del Espíritu Santo, responderás que no sólo los elegidos,
qué les permite enriquecerse y vengarse, por qué algunas sino tambié n los réprobos, nacen de Dios del mismo modo.
veces comienzan el bien y no perseveran, por qué está n ¿Por qu é, pues, no pueden pecar? Aquí quizás está latente
mezclados con los buenos y no permanecen con ellos, para la gran bondad que Dios reserva para sus fieles. Hagamos,
manifestar , en efecto, Dios las riquezas de su gloria en vasos por tanto, cuanto podamos para que la perfecta caridad
de misericordia . Infelicísimos los que ni nacen para sí, ni arroje fuera todo temor y entonces, quizá, se nos revelará.
viven para s í, ni son para sí, ni mueren para s í; sino que Pensemos tambié n en la pará bola del trigo y la ciza ña, y a
todo lo que son, lo que hacen , todo lo que de ellos se hace los que el Señor llama hijos del reino y sembrados por Él
todo se les convierte en mal, lo mismo que a otros se les mismo, entiende como nacidos de Él; de los cuales se dice
convierte en bien. que no pueden pecar, porque todo lo que hacen, con la
JUAN. El temor y el temblor cayeron sobre m í, y me cubrie- ayuda de Dios, se les convierte en bien, y no pueden perecer.
ron las tinieblas, ignorando si soy digno de amor o de odio.
ELREDO . — Con razó n tiemblas, pues dice san Pablo: “Castigo
—
JUAN. Me satisface esto que dices. Mas, como ya hemos
hablado bastante de las penas purgatorias, veamos ahora
mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que, predican - T las diversas consolaciones de que gozará n los santos después
do a los demá s, yo mismo me encuentre réprobo.” Y de de la muerte.
— —
nuevo : “ No quieras dijo saber altamente , sino teme. 29 / Sal. 54,6. Ecl. 9,1. 1 Cor. 9,27. Rm. 11,20-21. Gn. 28,17. . 14,31.
30 2 Tim . 2,19. Ef. 1,4. Sal. 31,1-2. Sal. 30,20. Sab. 11,24. Jn.Jn3,9. Sal .
28 Mt. 25,41. Rm. 9,22-23. Rm . 8, 28.
30,20. 1 Jn. 4,18. Mt. 13,24 ss.
270 SOBRE EL
t 271
ALMA LIBRO TERCERO
—
42. ELREDO. San Gregorio, al preguntarle Pedro si las almas
de los santos pueden ser recibidas en el cielo antes de la
resurrección de la carne, le respondió así: “Esto no lo pode-
i
JUAN. — Pero san Gregorio dice que las almas de ciertos
justos son recibidas al momento en el cielo, después de la
muerte. s 2
mos afirmar ni negar de todos los justos, pues hay almas de
ciertos santos que permanecen todavía en algunas mansio-
44. ELREDO. —
Es cierto. Mas de los perfectos, como a ú n no
hemos dicho nada, después lo veremos.
nes lejos del reino celeste.” Estas mansiones se describen así
en la predioha visión. “Eran amenos y verdes prados, luga -
res adornados con flores aromá ticas, en los que se veían ~ ~
ELREDO.
——
JUAN. Esto me resulta muy agradable .
Te acordarás de que disputábamos contra los que
sienten malamente y pretenden anular la utilidad de orar
grupos de hombres vestidos de blanco, y exist ía tal olor de y suplicar a los santos, diciendo que los santos que reinan,
suavidad en aquel lugar, que su misma fragancia saciaba como no saben nada, ni se cuidan de nosotros, ni atienden
a los que allí vivían y ambulaban. La mansión de cada uno a nuestras oraciones, ni, por lo tanto, oyen o escuchan. Para
--
se hallaba inundada de luz magna.”
. —
JUAN Aquel ameno lugar o mansiones, aquel olor o flores,
¿cómo eran? Pues de ningú n modo creería que eran corpó-
reos. 31
esto, en efecto, anima en gran manera lo que dice san Agus
tín hablando de la naturaleza humana, “que, libre del cuer
po, ignora las cosas que nos ocurren”. Y esto, ciertamente,
no dudes de que lo dijo según la fuerza que el alma tiene por
—
43. ELREDO. Ciertamente. Mas el dedo de Lázaro o el seno
de Abraham eran del todo incorpóreos y, con todo, en se-
mejanza corporal.
lrJ
su propia naturaleza , no segú n aquello que puede por gra-
cia. Pues por muchas almas que han venido aqu í y por
los á ngeles que discurren entre ellos y nosotros, pueden
—
JUAN. ¿Qué piensas? ¿Se dan otros géneros de consolacio-
nes que llevan semejanza corporal?
saber muchas cosas de las que aquí se hacen; con todo, no
otras que las que se les permite conocer por la providencia
ELREDO.
—
En cuanto yo juzgo, hay muchas. Cuando Cristo
regala consolaciones a los que viven justa y piadosamente,
I
de Dios. No dudes de cuanto decimos de las almas menos
perfectas. 33
47. ELREDO. Sabes que entre los santos hay distinción de JUAN. A esto se oponen aquellos de los que hemos hablado
poco antes, diciendo : “¿Cómo pueden prestarnos auxilio,
méritos; y así también las hay de premios, seg ú n aquello
que hemos puesto antes: “En la casa de mi Padre hay cuando no pueden ver ni oír y ni siquiera saber lo que se
muchas mansiones.” Es, por tanto, como una mansión la hace con nosotros?» 3:
49. ELREDO. Que se acerquen los hombres de mente corrom-
felicidad de los á ngeles y otra la dignidad arcangélica. Esto pida, reprobados en la fe, ignorantes de las cosas que afir -
se ha de juzgar de los tronos, dominaciones, principados,
potestades, virtudes, querubines y serafines. Estas son aque- man. No negará n que las almas de los santos al instante de
llas mansiones de las cuales cayó aquella miserable multi- la muerte son recibidas en los cielos y gozan de la visión
tud , que no guard ó su principado y, por lo mismo, perdió de Dios. Si lo negasen, que los aplaste aquella piedra arroja-
su domicilio. La divina piedad se propuso instaurar esta da desde el monte sin concurso de manos, cuya voz es:
“Dondequiera que está el cuerpo, allí se reunirá n las águi-
ruina, tanto más maravillosa cuanto m ás poderosa. Qué
cosa más poderosa que introducir la carne allí, donde cayó las.” No negar ás que Pedro está con Cristo, ni juzgar ás que
el espíritu y que, cayendo los á ngeles en los infiernos, los fue negado a Pablo lo que sabemos que tanto anhelaba:
f “Ser disuelto y estar con Cristo.” Nadie vaya a creer que
hombres entraran en el cielo. Pues tiene cada mansi•ón sus/
cuando la contemplación de su dulcísimo rostro es la suma luz de los secretos celestiales, de forma que en ella todo el
felicidad de los santos. Y ahora oigamos a san Gregorio, mundo sea visto tan pequeño que pareciera reconcentrado
que, preguntado por Pedro cómo san Benito pudo en un bajo un solo rayo de sol, ¿qué será y qué podrá estar oculto
solo rayo de sol contemplar todo el mundo, respondió: a los santos, que gozan de aquella inmensidad de la divina
“Fí jate bien, Pedro; para el alma que ve al Creador, es pe
queña toda criatura. Puesto que, por min úscula que sea la
- l u z? . . .
51. . . . Por tanto, nos ven en aquello en que vivimos, nos mo-
porción de luz que percibió del Creador, se le vuelve insig- vemos y somos; allí nos oyen, allí atienden a lo que desea-
nificante todo lo creado; ya que por la misma luz de esta mos, allí miran lo que necesitamos, y no faltan tampoco allí
visión interior se ensancha el horizonte del alma y se dilata donde los á ngeles presentan al Señor nuestras preces. Por
de tal manera en Dios, que se hace superior al mundo.” consiguiente, honremos a los santos con la devoción que po-
Y un poco más abajo: “¿Cómo puede causar maravilla que damos, y alabemos, glorifiquemos y contemplemos en lo
viera el mundo recogido ante sí, el que, elevado en la luz posible su felicidad ; imitemos sus costumbres, deseemos su
de la mente, qued ó fuera del mundo?” Y para que no compa ñía , pues a ellos les ha sido dado nuestro cuidado y
piense alguno que no fue el mundo, sino cierta imagen del con tanta devoción oran por nosotros, cuanto saben que no
mundo, como si mirase la rápida pintura de una gran ciu - pueden consumarse sin nosotros. 39
dad , el varón sapient ísimo, excluyendo este error, a ñadió:
“Al decir que el mundo qued ó recogido ante sus ojos, no quie- Pondré fin aqu í a mi obra
re decirse que el cíalo y la tierra se vieran como reducidos, al sentir que se me arrebata la vida;
sino que, dilatado el espíritu del vidente, arrobado en Dios, mi unión dispone la muerte
pudo ver sin dificultad todo lo que estaba por debajo de con la milicia celestial . °
Dios.. ” 38
¡
INTRODUCCION
ón es diálogo
L Agantes oraci
Cristo. Supone
un el hombre y Dios por
y recíproca
mutua
entre
in
los dialo-
presencia en
. Su contenido adopta éditas formas seg ú la n
infinita actividad del Espíritu y la irrepetible respuesta del
corazón orante. Este amor, hecho tal vez palabra, descubre,
todo entero, el ser del hombre: allí está su grandeza y su mi
seria , sus anhelos y su realidad presente nacida del pasado.
-
Esta realidad es la que nos trae la Oración Pastoral de
Elred o. Ella es el testimonio parcial de aquel diálogo incesan-
’
revela también solido experiencia en la dirección espiritual te de la Oraci ón Pastoral; como lo confirma8 textualmente Dom
de sus hermanos y en el desempeño del cargo abacial. Por
Hoste, o.s.b. , y la afirmación de Talbot , la repetición de
7
bridge , nQ 34 fo. 97r-97r, proveniente de Rieval y escrito por Sustancialmente es una “oración de petición” que adopta dos
distintas manos en el siglo XIII. Gracias al descubrimiento, formas principales: la “sú plica ” por el orante mismo ( 1-7 ) y
atribución y publicación de Dom André Wilmart, o.c.s.o. en la “intercesión” por sus hermanos ( 8-10 ) . Ambos movimientos
1925 B, la herencia literaria de Elredo se nos ha visto enrique- abren el corazón de Elredo al T ú de Dios. Esta apertura des-
cida modernamente. Esta obra habría quedado como un re- cubre la necesidad del abad ante el poder y voluntad de
cuerdo de familia en Rieval y sus casas hijas.
6 Wilmart, art. cit., pág. 266.
7 Hoste, A., La Priére Pastorale, Introducción, SC 76, pág. 175-178,
donde el lector podrá ampliar la información sobre las fuentes.
8 Talbot, C. H., Sermones inediti B . Aelredi Abbatis Rievallensis,
3 Daniel, W., o. cit., pág. LXVII. Romae ( 1952 ) , pá g. 9.
4 SOner. XVI, PC 5, pág. 223. 9 Hoste, o. cit., pág. 177.
5 Wilmart, A., “1/Oraison Pastorale de l’Abbé Aelred ” en Revue B é - -
10 Hoste, o. cit., pá gs. 178 179.
nédictine, XXXVII ( 1925 ) , pá gs. 263-276.
282 ORACIÓN PASTORAL INTRODUCCIÓN
283
ayuda divina; la sumisión y el reconocimiento de la divinidad ® Oración por si mismo: es el desarrollo
que implican es el mejor homenaje que puede rendir el hijo más extenso y
complejo. Esta compuesto sobre cuatro temas principales que
al Padre. sucesivamente se desarrollan: la indignidad del pastor ( 2 ) la
Si bien la oración se inicia con un clamor de angustia (1) , elección divina de Elredo como abad ( 3 ) , el deber de orar ’
no es este el tono de la misma. A los vivos sentimientos de por los hermanos ( 5 ) y lo que podríamos llamar la oración
—
indignidad del comienzo ( 2-3) que en parte corresponden por sí mismo propiamente dicha ( 5-7 ) .
—
a este “género abacial" le sucede y predomina una serena
confianza subyacente en el resto del desarrollo. La acción de
Si bien los tres primeros temas son característicos de estas
oraciones abaciales , la expresión literaria revela los senti-
gracias y la esperanza matizan, aqu í y allá, esta elevació n del mientos, ideas y actitudes del autor, quien emplea estas “for-
alma a Dios; es que su autor “sabe” ( sabiduría ) de la miseri- mas literarias , para revelarnos su oración. En el primer tema,
cordia divina tantas veces experimentada. . . Elredo manifiesta el pesar por sus pecados y falta de contri-
Su estilo es sencillo y posee unción religiosa . Las ideas está n ción ( 2 ) ; en el segundo expone su indignidad personal para
—
bien trabadas y se suceden lógicamente; por momentos n ú me- ser pastor de este Israel ( Comunidad monástica ) a quien Dios
—
ros 5 y 7 puede llegar a ser esquem á tico, pero esto ahonda
y especifica el movimiento religioso. A diferencia de otras
amó tanto liberá ndola de Egipto; el misterio de su elección se
resuelve parcialmente sobre la idea paulina seg ú n la cual en
obras de Elredo, ésta goza de una extraordinaria ausencia de la debilidad del hombre brilla el poder de Dios ( 3) ; “donde
im ágenes; no es que no las haya, pero ni son tantas ni pre-
dominan en el escrito; esto le confiere serenidad. En conjunto,
la expresión literaria nos transmite y aproxima la singular
— —
callan los méritos dice Elredo , clama el deber”; por tanto
se deja el misterio de la elecci ón divina y se pasa a orar por
los hermanos, pero, seg ú n Heb. 5, 3, hay que orar antes por
calidez humana y religiosa de su autor; percibimos en acto sí mismo ( 4 ) .
la fuerza del doble mandamiento del amor y esto nos lleva La oració n por s í mismo propiamente dicha comprende:
a rezar. a ) Una sincera presentación de faltas ante Dios para que
-
las perdone y cure ( 5 ) interesante es que esto sea en virtud
5. El desarrollo
del nombre y humanidad de Cristo .
—
b ) Dos pedidos de la gracia del Espíritu Santo: uno para
aumentar las virtudes teologales y monásticas obsérvese el
—
Sigue un esquema compuesto por cuatro partes principales,
que enumeramos y puntualizamos brevemente:
y conducir sus trabajos ( 5 ) . —
pedido de la virtud de la “delicadeza” , y otro para animar
í
r
ACTO DE CONTRICION
2. Cuando recuerdo en la amargura de mi alma , mis a ñ os
pasados °, / me ]}eno de temor y me estremezco al solo nombre
de pastor : / ciertamente sería una insensatez si no me sintiera
totalmente indigno de él.
1 Adición que data del siglo XIII.
2 Adición posterior ( siglos XIV-XV ) .
3 Cf. Jn. 10,11 14
4 Cf . Jn. 21,17.-
5 Cf . Sal. 101, 1-2
6 Cf . Is. 38,15; Hebr . 10,32.
288 ORACION PASTORAL
'
°“ «^
,
no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu quiera 7 °razón " no hay nada en mi alma
° °^aun
gloria \
2 nombre da la uQ1 o
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Piedad, oh 1SenC dulce Señor, mírame. / Yo espe-
INTRODUCCION DE LA ORACION POR SI MISMO
Y POR SUS SUBDITOS
rapr
para correg ° miras
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pam curar, < 1OS ÍSÍni 0 7 P°rque como médico
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feTrtud
^ Tl
que 7 en tu omnipotencia miseri -
de tu sÍ .n Í de tu nombre suavísimo / y por
dor, / mientras toleras que los presida, me mandas d
el misteno
m st
ellos y orar por ellos con dedicación. / Entonces, Señorcuidar de
sanes las enfer T1 3 humanidad , perdones
postro en oración ante tu rostro apoyado , no me
^ * / mis pecados y
en tu gran misericordia 25; / de modo que en mis m é ritos, sino
f la virtud y la t? P alma, acordándote de tu bon-
méritos, clama el deber.
Que tus ojos estén sobre mí y tus oídos
ción 20. / Pero como la ley prescribe que
te es orar primero por sí mismo y luego
donde callan
escuchen mi ora-
el deber del sacerdo-
por el pueblo 27, / yo inmolo a tu majestad ofrecer el sacrificio
los
Lr nnm
P i a Pesuna
.
-
vidad y C0rrCo«
as
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^dianr^
Pasionesn
costi
“gratitud
,
. / Y que tu dulce
cesanas Para luchar contragracia
t davia asaltan mi
? alma
los
me dé
vicios
, / ya sea
inveterada, / ya por mis infinitas
73 °r a debilidad de mi naturaleza
/
enc ías
,
_s
ame / te a a e> ‘// yrevoluntad generosa y^ eficaz
25 Cf . Dan. 9,18.
26 Cf . Sal. 33,16.
27 Cf . Lev. 9,7; Hebr. 5,3.
28 Cf . Eclo. 23,27 ( Vulgata ) .
29 Elredo aplica a la mirada de Dios
30 Cf . iwT OA
31 Cf . is. 29 i 12
32
33
Cf .
Cf .
Rom Í
?
*
^ ^^
’ ° y medite, / obre y piense
lo que Hebr. 4,12 dice de su '
Palabra . 34
35
Cf .
Cf . 2 Cor ’7,
iÍ
Sal. 32 14 °
; Ec
'
> 24,27 ( Vulgata ) .
1.
292 ORACIÓ N PASTORAL ORACION PASTORAL 293
segú n tu deseo. / Y que persevere en todo esto hasta el fin garlo a su servicio. / Sobre todo, quiero consagrarme yo mis-
de mi vida. mo a ellos de corazó n. / ¡Que así sea, Señor mío, que así sea! /
Mis sentimientos y mis palabras, / mi reposo y mi trabajo, /
mis actos y mis pensamientos, / mis éxitos y mis fracasos, /
PIDE ESPECIALMENTE LA SABIDURIA mi vida y mi muerte, / mi salud y mi enfermedad , / absolu -
6. Todas estas cosas ciertamente me son necesarias a m í tamente todo lo que soy, / lo que vivo, / lo que siento, / lo
mismo, oh esperanza m ía. / Pero hay otras de las que tengo que comprendo, / que todo est é consagrado / y todo se entre-
necesidad no sólo para m í, / sino también para aquellos a gue al servicio de aquellos por quienes t ú mismo no has
quienes me mandas servir m ás bien que dominar so. / Uno de desdeñado entregarte.
los antiguos te pidió cierta vez que le concedieras sabiduría Enséñame, Se ñor, a mí, tu servidor : / enséñame, te ruego,
para saber gobernar a tu pueblo *\ / Era un rey y su pedido por tu Espí ritu Santo, / cómo consagrarme a ellos / y cómo
te agrad ó y escuchaste su voz, / y sin embargo todavía no entregarme a su servicio. / Concédeme, Señ or, por tu gracia
habías muerto en la cruz ni habías mostrado a tu pueblo esa inefable, soportar con paciencia sus debilidades, / compade-
admirable caridad. cerlos con bondad y ayudarlos con discreción. / Que aprenda,
en la escuela de tu Espí ritu, a consolar a los que está n tris-
He aqu í, dulce Señor, he aqu í en tu presencia tu pueblo tes, / a reconfortar a los pusilá nimes, / a levantar a los que
elegido, / que tiene ante sus ojos tu cruz y los signos de tu han ca ído, / a ser d é bil con los d é biles, / a abrasarme con los
pasió n. / Ya este pecador, tu siervo, le has encomendado que
que sufren escá ndalo , / a hacerme todo con todos para ganar
41
Señor, que me des oro, ni plata, ni piedras preciosas, / sino agradable, / para que sean edificados en la fe, esperanza y
la sabidur ía , para que sepa conducir a tu pueblo. / Envíala, caridad , / en la castidad y la humildad , / en la paciencia y la
obediencia, / en el fervor del espíritu y 43 la devoción del corazón .
oh fuente de sabiduría, desde el trono de tu grandeza, para Y ya que les diste este gu ía ciego , este doctor ignoran-
que esté conmigo, conmigo trabaje, conmigo obre ao; / que ella
hable en m í y disponga mis pensamientos, mis palabras y to-
das mis acciones y proyectos seg ú n tu beneplácito, / para ho- — —
te, este jefe insensato / al menos por ellos, si no lo haces
por m í , / enseña al que has establecido como doctor ,
nor de tu nombre, / para progreso de ellos / y para mi propia gu ía al que mandaste que guiara a otros, / gobierna al que
salvación. estableciste como jefe. / Enséñame, pues, dulce Señor, a co-
rregir a los inquietos, / a consolar a los pusilámines, / a
ayudar a los débiles \ / a cada uno segú n su naturaleza, su
4
41 Cf . 2 Cor. 11,29.
36 Cf . Regla de san Benito 64,8. 42 Cf . 1 Cor. 9, 19*22.
37 Cf . 2 Cr ón. 1,10. 43 Cf . Mt. 15,14.
38 Cf . Sal. 68,6. 44 Cf . 1 Tes. 5,14.
39 Cf . Sab. 9,10. 45 Cf . Regla de san Benito 2,23-32.
40 Cf . 2 Cor. 12,15. 46 Cf . Rom. 6,19; G ál. 4,13.
294
ORACIóN
espíritu 17, o por PASTORAL
ORACIÓN
o prácticamente los vicios de mi corazón, los edifico PASTORAL
nada muy
nencia, / te ruego, porcon mi trabajo, mis vigilias o mi poco restaure sus almas por la 295
tu
edificados por mi humildad,abundante misericordia
absti
, que sean - . i
mine su
ricordia. / Que los edifique mi caridad, mi paciencia y los alientcoraz ón con la
luzUdedad
de k compunción /
mi oración los
ditan, a
e, // el
QueUeseVejS
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EspintV esté
'
-.
V, tu gracia; / que la esperanza
humildes, / la caridad los
dumina
. ^
q e t ú deseas escuchar a. /
“
n eJ interior
? s
3
] uchan
en ia tentación /
ella
¿
^?bedefan ,
me obliga gan paz en b la acci n de *
tu benignidad. /
mi corazón les T
el
ú
afecto
sabes ,
/ y me anima la
dulce consideraci
Señor, cuánto los ó n
mi
de s? /°
^/
as y tribulaciones de esta
modestos, benévol ’ entre el] S'Sp/mtu> du ce Señor, / ten-
Tú sabes, Señorpertenece
un espíritu de m ío
dominio
dad antes que dominar
, que
,
y mi afecto se
49
/
no
que
derrama
amo, que
los gobierno con rigor ellos. /
sobre
he elegido servirlos ni con
soporten
gozosos enmutimm » ’ - Q o 0r
a , la
^y el abstinen
-/
nZa ’ 7 ^
silSean de esp
-
que So ? 7 y conmigo, / que sean
>
, ses rva y se
íritu ferviente,
impulsa a someterme sobre ellos e; / que la en can- recogimSo ’ °S traba]°s V hs pac\entes °° en la pobre-
4 '
humildad
como uno de ellos.
Escúchame, pues, escú
a ellos / y al afecto a estar me
entre ellos
Aparta de
gloria. / H „
*
enl c -
Senor > el e~ , .
v ias‘\ en el silencio
^
^ ^¿/ -
chame, de tT te lT jU cIe soberbia y de vana -
ón ^
de desesperaci
tus ojos estén
piadosísimo, tusabiertos sobre ellosSedñíaory, Dios mío 50, / y que reza, / ¿fe > n
'
desconfiar » /
a c e d i a y de blasfemia, /
alas y protégelos; noche \ / Despliega,
B
seJ£fi”
52
santa y bendícelos; / de ellos C1Ó n y de di 7 .de fornicación y de impu-
/ extiende tu diestra
ritu / y que Él
63 derrama en sus corazones qué es lo *** Pr0lnesa 02 q rdla / Permanece en medio
vínculo de la paz 64los conserve en la unidad deltuEsp santo Espí- en eüos lo qUe ^
#
" JalIa
dad del alma. , / en la
castidad í
de la carne y en laritu y el í ’ ° > 7 y ya que sabes
cures lo qUp es d ¿billJ V n 0 fooV te fuego que fortalezcas
Que ese mismo humil- los tibios. / confi enfe : / a
é íchacf Io Que es flaco, / que
ta que tu g„ . mes a fos°inestar ?res as tristezas, reanimes a
mi Esp íritu
entrañas con la enjundia asista a los que
y la manteca deoran / y colme sus ia no le
falta b es: 7 Para que uno sien-
47 Cf . Sal . 54,9
tu amor 66; / que sus necesidades cada y tentaciones.
48 Cf . Ez. 34,4. ( Vulgata ) .
49 Cf . Sal. ,14.
50 Cf . 1 Re32. ,37.
51 Cf. 1 Re. 18
52 Cf . Dt. 32,811,29. 56 Cf. Rom. 8,
26-27.
53 Cf . Misal , etc. 57 Cf. Regla
pí tulo cisterciense, oración “
Infunde ” 58 Cf . Col. 3 de san Benito 35,1.
54 Cf. Ef.General Para la 59 Cf . ,13.
.
celebración del Ca-
4,3.
55 Cf . Sal. 62,6. 60 Cf . 1Rom . 12,11 - 12.
61 Cf. 2 Tes. 5,14.
62 Cf . MtCor . 6,5.
63 Cf . Ez.. 18,20.
34,9.
296 ORACIÓ N PASTORAL
20 ,38
-
20 ,37 38 245
245
EXODO JEREMIAS COLOSENSES
3,13 295
33,19 288 9, 22 290
31, 20 288 1 TESALONICENSES
JUAN LEVITICO
3,9 269 9, 7 290 EZEQUIEL 5,14 293; 295
14, 2 272 DEUTERONOMIO 34 ,4 294
14,31 269 34,9 295 HEBREOS
16,13 251
7,6 289 í 4 ,12 290
32 ,11 294 DANIEL 5,3 290
1 REYES 9,18 290 10 , 32 287
HECHOS
2 , 29 213 8, 29 294
4, 32 205 18 , 37 294
1
{
INDICE GENERAL
CONTENIDO V
SIGLAS Y ABREVIATURAS VI
ORACION PASTORAL
Introducció n
1. La fecha 280
2. El texto 280
3. Las fuentes 281
4. La forma 281
5. El desarrollo 282
Llamado al Buen Pastor ( 1 ) 287
Acto de contrici ón ( 2 ) 287
Examen sobre el cargo de abad ( 3 ) 288
Introducción de la oració n por sí mismo y por sus s ú bditos ( 4 ) 290
Oración por sí mismo ( 5 ) 290
Pide especialmente la sabidur ía ( 6 ) 292
Protesta de abnegación : pedido de asistencia para el bien
de todos ( 7 ) 292
Oración por los sú bditos. Pedido del Espíritu Santo ( 8 ) 294
Oración por los bienes temporales ( 9 ) 296
Ultima recomendaci ó n ( 10 ) 296
INDICES BIBLICOS
*
Cuando Jesús ten ía doce a ños 297
Vida Reclusa 298
Sobre el alma 301
Oración pastoral 302