Desamortizaciones-Ebau-Murcia 211001 115631
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Aunque a lo largo del s. XIX fue perdiendo peso, la agricultura siguió siendo el sector económico más
importante en España lo que se relaciona directamente con el atraso industrial en ese periodo. El principal obstáculo
para el desarrollo de la agricultura era la estructura de la propiedad, en su mayoría vinculada a nobleza, el clero o los
municipios. Los diversos gobiernos liberales, especialmente en etapas progresistas, llevaron a cabo una profunda
transformación de dicha estructura a través de las desamortizaciones si bien sus efectos no siempre fueron positivos ni
supusieron la necesaria reforma agraria.
En el Antiguo Régimen la mayor parte de la propiedad de la tierra no podía ser vendida o enajenada
porque estaba vinculada permanentemente a un título de nobleza, institución municipal o eclesiástica (manos
muertas). Nobles y clérigos vivían de las rentas y sus tierras las cultivaban arrendatarios con contratos de alquiler
antiguos pero los campesinos, que constituían la mayoría de la población, eran muy pobres y la propiedad estaba
fragmentada, lo que impedía la modernización del campo. Asimismo, muchas hectáreas eran tierras comunales,
propiedad de municipios y a menudo improductivas o mal cultivadas.
Ante la creciente necesidad de generar ingresos para reducir la enorme deuda de la Hacienda española y para
tratar de solucionar esta situación los políticos liberales tomaron una serie de medidas: eliminar los restos del
régimen señorial suprimiendo los mayorazgos y la jurisdicción señorial, erradicar el sistema de propiedad de manos
muertas (tierras que pertenecen a la Iglesia y las Órdenes militares) y vender sus propiedades para modernizar el
campo. El elemento clave de esta reestructuración de la propiedad agraria fue la desamortización, un largo proceso
jurídico-político que consiste en sacar al mercado libre bienes que durante el Antiguo Régimen eran inalienables (no se
podían vender) tanto nobiliarios sometidos al mayorazgo como de los ayuntamientos y de la Iglesia previa expropiación
por parte del Estado.
La desamortización consiste, así, en la apropiación, por el Estado de gran parte de los bienes eclesiásticos
(tierras y edificios) y civiles (bienes comunales) que son nacionalizados, es decir, declarados bienes nacionales y
vendidos a particulares en subasta pública para aumentar los ingresos de la Hacienda y modernizar el campo.
Causas comunes o generales a todo el proceso como son sanear la Hacienda y acabar con la enorme deuda
pública y, asimismo, el objetivo de los liberales de romper la vinculación de la tierra, es decir, acabar definitivamente
con la vinculación a los títulos de nobleza o la Iglesia y permitir a los burgueses (sus votantes) el acceso a la
propiedad.
Y entre las causas específicas de las dos grandes desamortizaciones destacan, en la de Mendizábal (1836)
sanear la Hacienda, financiar la guerra carlista, castigar al bajo clero por su apoyo al carlismo y crear una clase media de
propietarios. Respecto a la desamortización de Madoz (1855) principalmente financiar la construcción del ferrocarril y
completar el proceso desamortizador de Mendizábal ampliándolo a los bienes municipales.
Es un proceso largo que va desde finales del XVIII hasta principios del s. XX aunque las desamortizaciones más
importantes se dan durante el reinado de Isabel II (1833-68)
Durante el reinado de Carlos IV el primer ministro Godoy (1800-08) trata de desamortizar los bienes de los
jesuitas, hospitales, hospicios, casas de misericordia y reduce el número de conventos pero sus medidas no llegan a
aplicarse por el estallido de la Guerra de Independencia. En el Trienio Liberal (1820-23) hay un nuevo intento
consistente en la desamortización de bienes de conventos y monasterios suprimidos. Pero con la restauración de
Fernando VII (1823) se devuelven sus propiedades a la Iglesia y se restituyen los mayorazgos a sus dueños.
Pero será durante el Reinado de Isabel II (1833-68) con períodos de gobierno de los progresistas cuando se
dé el impulso definitivo a las desamortizaciones.
En 1836, en plena guerra carlista, el ministro de Hacienda, Juan Álvarez de Mendizábal, disolvió las órdenes
religiosas y por decreto de 16 de febrero de 1836 ordenó la incautación y posterior subasta de los bienes de las
órdenes regulares (monasterios y conventos) y posteriormente de los bienes del clero secular (sacerdotes, obispos,
párrocos) que se dividen en lotes y se venden a precios bajos.
Sus objetivos principales eran obtener fondos para sufragar la guerra carlista y eliminar la deuda pública del
Estado pero también castigar a una parte del clero por su apoyo al carlismo (provocando la ruptura de relaciones
diplomáticas con Roma) y atraer a las filas liberales a los burgueses que adquirieran los bienes subastados. El valor
total de los bienes desamortizados ascendió a 3.500 millones de reales.
Pero sus efectos fueron limitados ya que las oligarquías municipales controlaban la adquisición de los lotes y
los campesinos no tenían acceso a las subastas con lo que nobles y burgueses adinerados son los únicos compradores de
los lotes de tierras, demasiado grandes para ser comprados por aquellos. Los terrenos desamortizados fueron
principalmente eclesiásticos, sobre todo aquellos en desuso, pero la Iglesia no recibió ninguna compensación por ello de
ahí que excomulgase a todos los compradores, que para evitarlo, lo hicieron a través de intermediarios o testaferros.
Durante su breve regencia en 1841 Baldomero Espartero (progresista) desamortiza los bienes del clero
secular (obispos, arzobispos y sacerdotes) pero la ley es derogada en 1845. Los moderados paralizan el proceso durante
su década de gobierno y restablecen las relaciones con la Iglesia a través del Concordato de 1851.
Finalmente durante el Bienio Progresista (1854-56) el nuevo ministro de Hacienda, Pascual Madoz, pone a
la venta las propiedades del Estado y del clero aun sin vender, de las órdenes militares, de cofradías, santuarios,
obras pías, beneficencia e instrucción pública y sobre todo los bienes de propios y comunes propiedad de los
ayuntamientos pero cuyo disfrute pertenecía a todos los vecinos del municipio. Es decir, se privatizaron todas las tierras
que, hasta entonces eran propiedad colectiva. El valor total de los bienes desamortizados ascendió a 8.000 millones de
reales. El dinero recaudado se destinó a subsanar el déficit público, comprar deuda y construir el tendido ferroviario.
Los objetivos de las leyes desamortizadoras no se cumplieron en su totalidad por diversos motivos.
Se produjeron, en efecto, cambios en la propiedad de la tierra. Unas 3/5 partes de las propiedades de la Iglesia
fueron vendidas a aristócratas terratenientes, clérigos y comerciantes e industriales que concentraron la propiedad ya
existente creando grandes latifundios sobre todo en la zona meridional, en Andalucía. Se saneó la Hacienda pero no
se resolvió del todo el problema de la deuda pública. Se produjo un aumento de la superficie cultivada y de la
productividad agrícola y se mejoraron y especializaron algunos cultivos (como la vid y el olivar en Andalucía) pero
también aumentó la deforestación.
Tampoco se produce una revolución agrícola ya que no se modernizan apenas las explotaciones ni las
técnicas de cultivo y pervive la mentalidad rentista. Ni tampoco se crea una clase media de propietarios agrícolas: la
propiedad se concentra en pocas manos y aumenta el número de jornaleros y campesinos sin tierras, por la desaparición
de los bienes comunales, que no va acompañada de una proletarización del campesinado (trasvase de mano de obra del
campo a la industria) ante la ausencia de tejido industrial.
En conclusión, las desamortizaciones del s. XIX fueron el resultado del objetivo de los políticos liberales de
hacer desaparecer definitivamente las estructuras económicas y sociales del Antiguo Régimen sustituyéndolas por unas
estructuras capitalistas cambiando, básicamente, el antiguo sistema agrario de tipo señorial. Sin embargo, sus efectos
fueron limitados porque no se cumplió el objetivo de crear una clase media de propietarios libres sino que los lotes de
tierras fueron a parar a propietarios adinerados que concentraron la propiedad y aumentó el número de jornaleros sin
tierra y campesinos descontentos que reclamaban una reforma agraria que, hasta el s. XX, no se llevará a cabo.