Max Nettlau - Historia de La Anarquia

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Rudolf Rocker consideró a Max Nettlau el Herodoto de la Anarquía por sus

indudables méritos como historiador.

La obra más importante de Nettlau fue su Histoire de l’Anarchie en 7 tomos y


más de 3000 páginas, de la que el autor extractó el presente compendio, que
es el que habitualmente se utiliza por su manejabilidad.

Su lectura no es solo una imprescindible base para acceder a todos los


escritores anarquistas, sino que nos ofrece además una panorámica completa
del pensamiento del propio Nettlau cuyas líneas generales se enmarcan en la
oposición al sectarismo, al fanatismo y a la intolerancia.

Su objetivo fue también, romper las dictaduras intelectuales sin utilizar nunca
formas alienadas en su lucha contra la alienación
HISTORIA DE LA ANARQUÍA

Max Nettlau

Edición digital: C. Carretero


Publica: Confederación Sindical Solidaridad Obrera
ÍNDICE
PRÓLOGO
I LIBERTAD Y ANARQUIA: SUS MÁS ANTIGUAS MANIFESTACIONES Y LAS CONCEPCIONES
LIBERTARIAS HASTA 1789
II WILLIAM G0DWIN; LOS ILUMINADOS; ROBERT OWEN Y WLLIAM THOMPSON; FOURIER Y
ALGUNOS FOURIERISTAS
III EL ANARQUISMO INDIVIDUALISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS, EN INGLATERRA Y EN OTRAS
PARTES. LOS ANTIGUOS INTELECTUALES LIBERTARIOS AMERICANOS
IV PROUDHON Y LA IDEA PROUDHONIANA EN DIVERSOS PAÍSES
V LA IDEA ANARQUISTA EN ALEMANIA DESDE MAX STIRNER A EUGEN DUHRING Y A
GUSTAV LANDAUER
VI LOS PRIMEROS ANARQUISTAS COMUNISTAS FRANCESES Y OTROS PRECURSORES
LIBERTARIOS. EL GRUPO DE L’HUMANITAIRE; BELLEGARRIGUE; EL JOVEN ELISÉE RECLUS;
DEJACQUE; COEURDEROY
VII LOS ORIGENES ANARQUISTAS EN ESPAÑA, ITALIA Y RUSIA: ASOCIACIONES CATALANAS;
PI Y MARGALL; PISACANE, BAKUNIN. VESTIGIOS LIBERTARIOS EN OTROS PAISES EUROPEOS
HASTA 1870
VIII LOS ORIGENES DEL COLECTIVISMO ANTIAUTORITARIO EN LA INTERNACIONAL Y EN LOS
GRUPOS FORMADOS POR BAKUNIN DESDE 1864, EN LOS AÑOS 1864-1868
IX LAS IDEAS LIBERTARIAS EN LA INTERNACIONAL DESDE 1869 A 1872. LA
“REPRESENTACION DEL TRABAJO.” LA SOCIEDAD DEL PORVENIR. LA COMUNA DE PARÍS Y EL
COMUNALISMO
X LA INTERNACIONAL ANTIAUTORITARIA HASTA EL AÑO 1877 (CONGRESO DE VERVIERS).
LOS ORIGENES DEL ANARQUISMO COMUNISTA EN 1876 Y EN 1880
XI ANARQUISTAS Y SOCIALISTAS REVOLUCIONARIOS. PIOTR KROPOTKIN. ÉLISÉE RECLUS. EL
COMUNISMO ANARQUISTA EN FRANCIA EN LOS AÑOS 1877 A 1894
XII EL ANARQUISMO COMUNISTA EN ITALIA: SU INTERPRETACION POR MALATESTA Y POR
MERLINO (1876-1932)
XIII EL ANARQUISMO COLECTIVISTA EN ESPAÑA; EL ANARQUISMO SIN ADJETIVOS; EL
COMUNISMO LIBERTARIO. OJEADA SOBRE LOS AÑOS 1870-1931
XIV LAS IDEAS ANARQUISTAS EN INGLATERRA, EN LOS ESTADOS UNIDOS, EN ALEMANIA, EN
SUIZA Y EN BELGICA, A PARTIR DE 1880
XV LOS MOVIMIENTOS ANARQUISTAS Y SINDICALISTAS EN HOLANDA Y EN LOS PAISES
ESCANDINAVOS
XVI IDEAS Y PROPAGANDA ANARQUISTAS EN LOS OTROS PAISES: DE RUSIA AL ORIENTE; EN
ÁFRICA, AUSTRALIA Y EN LA AMERICA LATINA
XVII EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO EN FRANCIA. FERNAND PELLOUTIER, EMILE
POUGET, KROPOTKIN. MALATESTA Y EL SINDICALISMO (1895-1914)
XVIII EL ANARQUISMO FRANCÉS DESDE 1895 A 1914. UNA OJEADA SOBRE LOS AÑOS 1914 A
1934. LA GUERRA: EL COMUNISMO; LAS ACTIVIDADES LIBERTARIAS. CONCLUSIÓN
Acerca del autor
PRÓLOGO

“Sólo un alemán podía llevar esto a término...”

ERRICO MALATESTA

Hay que empezar por decir bien alto que en cuantos sienten verdadero interés
por el estudio de la historia del pensamiento social en general y del
movimiento obrero español en particular -incluidos, por supuesto, cuantos se
consideran, con motivo o sin él, algo así como “adversarios ideológicos” de los
anarquistas- no podrían comprender a fondo su auténtico proceso evolutivo
más que recurriendo a una asidua consulta de los textos de Nettlau, ese
“Herodoto de la anarquía” como le calificara Rudolf Rocker. Desde su
“Biografia de Bakunin”, de 3 volúmenes de texto más 4 de documentación
anexa (que hubo de ciclostilar en un tiraje de 50 ejemplares por falta de
editor), pasando por tantos otros ensayos y artículos sobre Bakunin, hasta su
monumental “Historia de la anarquía” en 7 tomos, pasando por la “Bibliografía
de la anarquía”, su estudio biográfico sobre Elisée Reclus, sus dos tomos sobre
Malatesta, etc., las aportaciones de Max Nettlau a la investigación histórica de
la corriente libertaria han sido innumerables.

De todos modos, estamos convencidos que ha sido su “Historia de la


Anarquía” que aquí presentamos, el más clásico y utilizado de toda su larga
trayectoria (ensayos e investigaciones aparte) tanto por su manejabilidad -una
décima parte aproximadamente de su obra cumbre- como por el honesto
espíritu que se respira a través de sus páginas y que le hacen merecedor de la
confianza tanto de los suyos como de quienes se pretenden sus contrincantes.
Caso poco común en un historiador militante, y menos aún en el mundo de
beatería rayana en la fe religiosa propia de buena parte del anarquismo de su
tiempo y que él fuera el primero en lamentar, propugnando el “libertarse de
creencias y de costumbres profundamente arraigadas y llegar a elevarse por
encima del sectarismo, del fanatismo, de la intolerancia. (...) Es una enorme
desgracia que los anarquistas no hayan seguido esa evolución de la tutela de
una idea al examen libre de todas sus ideas. (...) Hemos creído que puesto que
los unos tenían razón, los otros se equivocaban, (...) la simple convivencia no
ha existido jamás; cada cual se cree superior al adversario en doctrina. Se está
disgregado, desmenuzado así, y no se sabe ya reunirse para una actividad en
común. Así la pasión, el fanatismo dominan siempre...”

Y sin embargo era imposible llevar a cabo la tarea de escribir una historia de la
anarquía sin ser fiel a la libertad de pensamiento y de expresión; sin saber
“romper también las dictaduras intelectuales” (y no sólo las materiales),
ignorando toda intuición de “lo que será la sociedad del porvenir que habrá de
permanecer sin adjetivos, como la vida misma...” Hubiera sido algo
absolutamente contradictorio, como elocuentemente expresa el propio
Nettlau en estas mismas páginas, al reflejar sin vacilaciones las disensiones
existentes en el seno mismo del movimiento libertario. No se puede luchar
contra la alienación bajo formas alienadas, no se puede ni siquiera esbozar una
Historia del Anarquismo desde posiciones dogmáticas, exclusivistas o sectarias:
más que el historiador del anarquismo, Nettlau es pues el hombre que levanta
la bandera de una “concepción reflexiva, realista del anarquismo”, de esa
“voluntad consciente” que, según él, “fue la esencia del ser de Malatesta”: “No
podía darse cuenta, como nadie, -escribe Nettlau- de lo que es la voluntad,
pero sabía que existe, y entonces hay que aplicarla a la razón, que sabemos
manejar igualmente. Ellas nos conducen, sin autoritarismo, ahora a la anarquía
esa forma de expresión bien hecha bien razonada, bien proporcionada, que es
la propia de todo trabajo bien hecho”.

Nettlau, el trabajo bien hecho, la voluntad consciente, la posición equilibrada,


sin adjetivos, como la vida misma. Nettlau, el precoz historiador: nacido en
Neuwaldeg, cerca de Viena, el 30 de abril de 1865, hijo de una familia prusiana
de talante más bien liberal, estudios secundarios en Viena y de Filología en
diversas ciudades alemanas, obtiene su doctorado a los 23 años con una tesis
sobre las lenguas célticas, se entusiasma con la figura de Bakunin concibiendo
a sus 25 años el proyecto de unificar en una sola biografía todo el disperso
material al que en aquel momento se tenía acceso (proyecto que culminaría
brillantemente tras 6 años dedicado a documentarse), el hombre de 30 años al
que Elisée Reclus no vacila en encargarle la realización de una exhaustiva
“Bibliografía de la anarquía”, el eficaz políglota, con todo su tiempo y su
fortuna dedicada a la adquisición de archivos y a los viajes y desplazamientos
para consultar bibliotecas y contactar en directo a los principales protagonistas
del movimiento...

Es también el hombre que oscila entre su natural optimista y la constatación


vivida de la puesta en crisis de todos sus esfuerzos e ilusiones: la instauración
del fascismo en 1920, del nazismo en 1933, la derrota de la república española
en 1939, su retiro forzoso en Ámsterdam viendo caer sus archivos y
manuscritos en poder de los nazis y toda una “sucesión ininterrumpida de
enfermedades causadas -así lo dejó escrito- por el horrible envenenamiento
moral de la humanidad desde 1914”, hasta su muerte en plena indigencia a los
79 años de edad, el 23 de julio de 1944, debido a un tumor no operable, todo
ello no le impedía escribir con mal contenido entusiasmo en pleno avance de
todo ese proceso de degradación de sus esperanzas (1935): “llevamos en
nuestras entrañas el siglo XIX. Nadie puede robarnos el pasado ni los sueños
del futuro…” La obra de Nettlau queda pues definitivamente detenida en sus
consideraciones sobre esa desventurada fecha de 1914, punto que escogiera
para detener todo su ingente proceso de investigación.

Pero ante todo, Nettlau encarna -frente al militantismo hipócrita y timorato-


una decidida voluntad autocrítica en el seno del movimiento: “Los mejores
creen en Kropotkin -no vacila en afirmar- como otros creen en Marx, e incluso
Elisée Reclus les parece sospechoso. Pero Kropotkin tenía un espíritu mucho
más vasto y clarividente que el de sus admiradores, y el verdadero obstáculo
estriba precisamente en toda esa gente que solo conoce de él algunas páginas
y creen que ese bagaje intelectual les basta para renunciar hasta el fin de sus
días a pensar por sí mismos, error semejante al de los marxistas o de los fieles
de una religión…” Se diría un eco de la posición de Malatesta que tan bien
reflejara en sus estudios: “¿Por qué ocultar —decía este— ciertas verdades,
hoy que son del dominio de la historia y pueden ser una enseñanza para el
presente y para el porvenir? (…) Nosotros, que éramos designados en la
Internacional con el nombre de bakuninistas, y éramos miembros de la
Alianza, gritábamos muy fuerte contra Marx y los marxistas porque intentaban
hacer triunfar en la Internacional su programa especial: pero aparte de la
lealtad de los medios empleados y sobre los cuales sería inútil insistir ahora,
hacíamos como ellos, es decir, tratábamos de hacer servir a la Internacional a
nuestros fines de partido. La diferencia residía en que nosotros, como
anarquistas, contábamos sobre todo con la propaganda (…) Pero todos,
bakuninistas y marxistas, tratábamos igualmente de forzar las cosas, más bien
que confiábamos en la fuerza de las cosas…”

Es decir que el bueno de Nettlau no sólo no cayó en el viejo tópico, tan común
en las filas de la vieja militancia libertaria, de una especie de oposición
metafísica entre marxismo y anarquismo, habitualmente ilustrada con el
enfrentamiento histórico entre seguidores de Marx y seguidores de Bakunin —
esa trivialidad de base en la que los viejos bonzos del anarquismo sólo son
superados por la ferviente convicción con que el leninismo estalino-trotskista
recita con fervor una y otra vez el deplorable “Los bakuninistas en acción” del
padrecito Engels— sino que identificó autocríticamente el comportamiento de
ambas tendencias en el seno de la Internacional, viendo los “fines de partido”
como algo contrapuesto por definición al movimiento real, a la verdadera
dinámica de clase. Es más, en la medida en que estaba a su alcance vació de
contenido el referido tópico del antagonismo anarquismo-marxismo, al dejar
bien sentado a todo lo largo de sus irrefutables investigaciones, que no puede
hablarse de Anarquismo como de un todo homogéneo.

Cuando en nuestros días oímos invocar la sacrosanta pureza del Anarquismo,


amenazada por repetidas infiltraciones de tonos marxistizantes, hemos de
preguntar ante todo en nombre de qué Anarquismo se nos habla: poco hay de
común entre Proudhon y Bakunin (los dos contemporáneos de Marx), entre
ellas y Kropotkin, entre éste y Malatesta, entre los predecesores de Proudhon
y Marx (izquierda hegeliana, socialismo utópico, fourierismo, etc.) y un
Ravachol o un Emile Henry con su sonada “propaganda por la acción” ¿De qué
Anarquismo se nos habla, qué pureza se nos invoca, en nombre de qué
ortodoxia se nos quiere depurar? Por lo que Nettlau nos cuenta hubo muchos
géneros de anarquismo: condensando los matices y explicaciones de Nettlau,
basta con decir que a su parecer “hubo hacia 1880 tres concepciones
anarquistas en plena vida, la colectivista en España, la comunista que se
difundía en Francia, Italia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, etc. y la mutualista-
individualista en los Estados Unidos; hacia la misma época hubo un concurso
de agitaciones agrarias, de terrorismo político, de agitaciones obreras
violentas, y algunos actos de venganza social”. Mas cuanto se añadió
posteriormente...

Es obvio que la muestra de desesperanza que refleja la práctica del activismo


violento en general y de la “propaganda por la acción” en particular, no podía
contar con el apoyo de Nettlau: “Esa idea -escribe- no tenía necesidad de
manifestarse por acciones de un tipo cuyo alcance social e ideal exigía a
menudo interpretaciones muy sutiles. Sobre todo, acciones que no habrían
debido ocupar durante algún tiempo el puesto de la más importante, casi
única entre las actividades anarquistas. Se comprenden todas, reaccionan muy
a menudo contra las crueldades, fueron actos de venganza justiciera, lo que
me causa pena es que muchos creyeron entonces que era lo único que se
podía hacer y que se despertaría, se provocaría así la revuelta social general. Y
la opinión pública fue inducida y se habituó a creer que eso era lo único que
sabían denunciar con precisión comportamientos de insolidaridad hacia los
grupos activistas; por ejemplo, la declaración de la Federación Regional
española sobre las penas de muerte aplicadas en Andalucía a los supuestos
miembros de “la Mano Negra” en 1883: “la Federación rechaza toda
solidaridad con los que se hayan organizado o se organicen para la
perpetración de delitos comunes, declamando que el criminal jamás podrá
tener cabida en sus filas” y protesta contra la inclusión de “nuestra
organización pública, legal y revolucionaria, con otras organizaciones, o más
bien pandillas, cuyos fines son censurables”. Su comentario es certero: “Esa
actitud fue motivada por el deseo de salvar a todo precio la organización en su
vida pública total, pero al mismo tiempo las secciones se vacían o
desaparecen, sea por las persecuciones, sea por disgusto ante la actitud de la
Comisión federal”.
Nettlau se mantiene pues a la altura de los temas en debate. Si se habla de
Proudhon, nos da sin vacilar el siguiente retrato: “Prodigó proyectos prácticos
prematuros y necesariamente abortivos, pero todo eso es reconocido hoy
como accesorio, y su verdadera gran obra es la crítica a la autoridad. Era
imposible agrupar muchos hombres en torno a alguna aplicación práctica del
pensamiento de Proudhon, y si se hizo, el resultado fue mediocre”. Y al
respecto añade la opinión manifestada por Bakunin: “El único en el mundo
político de los literatos que comprende todavía algo”, pero si llegase al poder
“entonces estaríamos probablemente forzados a combatirle, pues al fin
también él tiene su sistemática detrás”... Sobre el espontaneísmo, adopta una
postura crítica similar a la de Malatesta, aún siendo consciente de la
preponderancia de las concepciones opuestas: “la inmensa mayoría de los
camaradas ha preferido la otra concepción del anarquismo, la que se llamaba
'optimista', que raya en una inconsciencia pasiva, en una fe en la
espontaneidad, en que todo marchará por sí solo, casi automáticamente...”

Habla largamente de la educación racional y libre de la Escuela Moderna de


Francesc Ferrer i Guardia. Concede amplias referencias sobre los autores
anarquistas españoles y catalanes, que llegan hasta pocos años antes de la
guerra (ya hemos indicado que, aunque su punto de cierre en el análisis
histórico lo sitúa intencionadamente en 1914, sus referencias bibliográficas
alcanzan hasta 1934, llegando su experiencia directa hasta vivir aquí el inicio
de la guerra, una guerra que creía duraría poco y vendría marcada por el éxito
de las realizaciones obreras que empezaban a ponerse en práctica por aquellos
días). Diríamos que el libro de Max Nettlau debió ser el libro de consulta por
excelencia de todo aquel florecimiento libertario: alumnos de la Escuela
Moderna de Ferrer, naturistas, escritores, sindicalistas, grupos de acción,
ministros anarquistas del Frente Popular, etc. Y sin embargo, manifiesta una
opinión más bien escéptica respecto al porvenir de las posiciones
anarcosindicalistas, ese tema tabú del cenetismo.

Aunque sus críticas se centren más bien sobre la C. G. T. francesa que sobre la
C. N. T. española con la que tantos lazos de amistad le unían, creemos que vale
la pena leer y releer la opinión de Nettlau sobre el sindicalismo y sus
encegados militantes: “Su posición provoca cada vez más controversia, puesto
que ha vuelto la idea, prevalente desde 1870 a 1888, de que la organización
presente será el marco de la sociedad del porvenir que se cree próxima. Es una
tesis que reaparece cuando las organizaciones se expansionan, y que palidece
cuando se ve mejor la complejidad de la vida social, y sobre todo cuando el
espíritu libertario adquiere vigor y no quiere permitir al presente hipotecar o
poner la mano sobre el porvenir. En ese espíritu se le ha opuesto la hipótesis y
la esperanza del ‘municipio libre’, foco de acción constructiva solidaria tan
importante como el ‘sindicato’ el ‘grupo’, la ‘cooperativa’ y otras fuerzas
organizadas del presente”. Añadiendo que “todas esas fuerzas ignoran
igualmente lo que será ‘la sociedad del porvenir’...”

Es pues desde el seno mismo del movimiento libertario que nos llega la crítica
radical del anarcosindicalismo de principios de siglo al tomar sus distancias de
tesis, antaño calificadas de “colectivistas”, según las cuales -a diferencia de las
posiciones anarco-comunistas o comunistas libertarias- se mantiene que “la
organización presente será el marco de la sociedad del porvenir”, esa sociedad
que se cree algo próximo: una tesis que no podrá por menos que palidecer al
poder verse mejor la complejidad de la vida social. Nettlau prefiere abrir
también debate sobre esta cuestión antes que avenirse a jugar el papel ingrato
de intelectual profeta de un futuro de ensueño -que luego comprobará con
amargura cuánto distaba de la realidad que se desarrollaba ante sus ojos-, aún
sabiendo el arraigo obtenido por la tesis que critica. Meterse con el
anarcosindicalismo, o con el sindicalismo a secas, era negar que el ‘sindicato’
presente pudiera considerarse el embrión de la sociedad del porvenir: la tesis
opuesta creía que el ‘sindicato’ -la C.N.T., por ejemplo- podía cargar sobre sus
espaldas el enorme peso que representaba sostener la guerra en el frente y en
la retaguardia y al mismo tiempo organizar sin ayuda de nadie toda la
economía del país...

No vamos a extendernos más en tal debate. Las realizaciones que se llevaron a


término superaron todo lo previsible pese a las arduas limitaciones de las leyes
económicas de la “organización presente”, al productivismo, a la lógica aún
capitalista que regía (salvo las experiencias básicamente agrícolas de
colectivización, abolición del dinero y de los títulos de propiedad, de
“comunismo libertario” que se decía entonces). Pero la guerra se iba
alargando, exigiendo cada vez mayores sacrificios: ya Buenaventura Durruti
-alma del levantamiento del 19 de julio en Barcelona- había afirmado que si la
guerra no podía concluirse en cosa de una semana (en plan guerra-relámpago)
iba a tomar un cariz de larga y agotadora ofensiva en la que el proletariado iba
a tenerlo todo en contra. La creación de milicias voluntarias, rápida marcha al
frente de Aragón -hasta las puertas mismas de Zaragoza- no podía solventar
tan difícil papeleta. En agosto, ese presagio de una guerra larga se iba
convirtiendo en evidencia palpable.

No vamos a caer aquí en el ocioso debate sobre si era o no un error intentar


hacer la revolución para ganar la guerra, como propugnaba la base anarquista,
en vez de decir que primero la guerra y luego la revolución, como opinaba y
opina aún el reformismo y el revisionismo. Baste recordar que un
revolucionario como Camillo Berneri, un hombre que tocaba de pies al suelo,
encabezaba su publicación “Guerra di classe” con la siguiente frase de
Malatesta: “Para defender y salvar la revolución hay sólo ya un medio:
impulsar afondo la revolución... “Berneri insistió en salvar ese equívoco -eso
de que hay que escoger entre la revolución o la guerra- en sus textos: “La
naturaleza y extensión del conflicto, sus formas de desenvolvimiento y las
inevitables condiciones de su solución son tales, que los aspectos de la lucha
armada son los de la guerra, pero su esencia es la de la revolución social (...)
Guerra civil y revolución social son en España dos aspectos de una misma
realidad: un país está en marcha hacia un nuevo orden político y económico”.

No encontraremos en Nettlau valoración alguna de ese período republicano


frentepopulista español, ni por lo que respecta a su fase de auge ni a su
proceso de degradación: él se detiene en 1914. Intuye que las cosas pueden
cambiar para bien con la proclamación de la república en 1931, la insurrección
asturiana de 1934, el Congreso de Zaragoza en mayo de 1936, las jornadas de
julio de 1936 que vivió en Barcelona mismo; poco después vendría el decreto
de colectivizaciones de la Generalitat, el intento de tomar las riendas por parte
del Consell d’Economía, la pretensión de disolver el Comité de Milicias, la
muerte de Durruti en el frente de Madrid (noviembre 1936), las trágicas
jornadas de Barcelona en mayo de 1937, la eliminación de cuantas conquistas
revolucionarias se habían conseguido en la primera fase de lucha, el intento de
englobar los voluntarios en el marco del Ejército Popular republicano (al que la
gente replicaba con el lema: “¡Milicianos sí, soldados jamás!”), y en fin la
derrota y consiguiente exilio de unos luchadores que habían admirado al
mundo con su quijotesca temeridad.

Pero Nettlau había ya presentido con agudeza esa evolución, había captado en
torno suyo ese talante. Ya en 1932 escribía: “Quienes, como yo, salen del
desierto de los países europeos se sienten en España como en un joven y
verde bosque en medio de un pueblo que aún no ha olvidado la libertad y la
dignidad humanas...” Era evidente que aquellos luchadores españoles, incluso
derrotados y exiliados, proseguirían sus luchas: primero enrolándose en la
guerrilla partisana contra el nazismo, luego intentando a lo largo de dos
décadas reimplantar en España un combate desigual mediante guerrilla
urbana, maquis, pases clandestinos de frontera, etc. hasta el agotamiento más
bien material que moral. En julio-agosto de 1936 tuvo Nettlau ocasión de
percatarse de esa actitud épica: “Viví el gran triunfo de los anarquistas en julio
-escribía entonces- y, poco después, los primeros intentos libertarios y
constructivos en Barcelona. ¿Quiénes realizan hoy esa tarea en España? Son,
hablando en símbolo, sencillamente quijotes. Los hombres de este país sienten
y actúan exactamente como sentía y actuaba el hidalgo de la Mancha...”

***

Pero la intención de este prólogo, como comprenderá el lector, no es la de


evocaciones nostálgicas, la de quedarnos anclados en un pasado brillante y
hasta glorioso hoy definitivamente superado. Así, hemos hecho hincapié
precisamente no en citas o referencias elogiosamente triunfalistas, sino en los
párrafos que rozan más de cerca temas que, hoy como ayer; resultan
conflictivos. Hoy hay en España una C. N. T. legal, sindicalista y también con
claro “deseo de salvar a todo precio la organización en su vida pública total”.
Hoy hay en España una veneración supersticiosa -ridícula en ocasiones- hacia
un pasado que se desconoce y hacia una serie de grandes nombres cuyo
auténtico peso se ignora. Hay una urgente necesidad de informarse, de
ponerse al día, (de abrir nuevos caminos. Desde el anarcosindicalismo de
principios de siglo -y que aún se mantiene vigente en buen número de facetas-
la corriente libertaria ha tenido sobrada ocasión de ampliar su campo
presentando, como dijo la I. S., “a Marx y Bakunin definitivamente
reconciliados...”

En torno nuestro se habla de huelgas salvajes, de autonomía obrera, de luchas


marginales, de extraparlamentarismo, de movimientos anti-autoritarios, de
hippies, provos, yippies, tupamaros, tendencias underground, crítica de la vida
cotidiana, etc. En torno nuestro siguen pues vigentes, en nuevas
circunstancias, las recomendaciones de Nettlau tomando, ya en 1914, sus
distancias del sindicalismo: “El porvenir libre no será la presa de una guerra de
conquista -afirmaba-; no pertenece ni al ejército que obtenga la victoria
aunque fuesen los sindicatos, ni a los grandes jefes que los conducen (...) La
lucha verdaderamente revolucionaria derriba los obstáculos, desbroza el
terreno y en cuanto puede, pone las manos en la masa de la obra nueva, que
correría probablemente mucho riesgo de ser empequeñecida, retardada,
obstruida si se quisiera canalizar en cuadros viejos, aunque fuesen los
sindicatos. Hagamos tabla rasa del pasado, ése es el espíritu del porvenir...”

Nuestra intención es más bien la de completar en lo posible la información que


el libro de Nettlau nos proporciona. No quisiéramos que el libro sufriera la más
mínima modificación: el lector tiene derecho a encontrar entre sus manos este
talante abierto, comprensivo, razonable y autocrítico que inspiró en su día al
autor, ese libertarismo sin sigla, ese “anarquismo sin adjetivos” como él decía.
Pero el mundo ha dado muchas vueltas desde la guerra de 1914-1918... Nos
hemos referido ya a los puntos cruciales, a las realizaciones y fracasos de la
guerra española, a las prolongaciones en la segunda guerra mundial y después
de finalizarse ésta. Pareció luego que se entraba en una fase de
estancamiento: la “guerra fría” dividía el planeta en dos bloques antagónicos y
los anarquistas se veían llevados por la fuerza de las cosas a tomar sus
distancias del bloque del Este, cuyos representantes en Occidente -los Partidos
Comunistas- propugnaban el desarme de los partisanos, los gobiernos de
concentración patriótico-chovinista, el boicot a las huelgas obreras en nombre
del productivismo a ultranza (recordemos el lema de Thorez: “Hay que saber
terminar una huelga”, su desarme de los “franc-tireurs” franceses, su
incondicional apoyo al retorno de De Gaulle...).
Se dijo entonces que la posición autónoma adoptada por la militancia
libertaria hacía el juego al imperialismo U.S.A. en Occidente, al mantener su
tradicional crítica a la línea política de la U.R.S.S. y sus satélites. Pronto se
vería, sin embargo, que la fraseología de guerra fría era sólo el camuflaje
aparente tras el que se ocultaba la práctica real de una coexistencia pacífica
entre ambos imperialismos para el reparto del mundo en dos áreas de
influencia, a espaldas de la clase trabajadora. Y estallaron situaciones que, sin
ser propiamente libertarias, ponían de manifiesto como una posición
revolucionaria auténtica no podría hallar respaldo en ninguno de los dos
poderes constituidos: en 1945, Yugoslavia se ve obligada a romper con el
bloque del Este y a lanzar nada menos que la consigna de “autogestión” (pese
a mantenerse en situación de dictadura, partido único y culto de la
personalidad): en 1953, estalla la insurrección de Berlín, enfrentada al mismo
tiempo al modelo de sociedad de la “Alemania del milagro” occidental y al
“Estado fuerte” que el Este presenta como alternativa...

El 26 de julio de 1953, un Fidel Castro joven y revolucionario asalta el Cuartel


de Moncada en desafío armado al dictador cubano y a sus protectores
yanquis: unos años después inician a la guerrilla en Sierra Maestra. Existe en
estos momentos la convicción de que los revolucionarios pueden y deben
actuar con plena autonomía de uno y otro bloque. Pero la insurrección de
Hungría en 1956, tratando de hallar este espacio libre de las injerencias de
ambos bloques, mostraría la inviabilidad a que ambos imperialismos
condenaban a los insurrectos de uno y otro bloque: los tanques soviéticos
invadían Hungría con el consentimiento tácito de las potencias occidentales. El
desengaño proseguía: reajustes en el seno de la tecnocracia polaca, el XX
Congreso del P. C. soviético, la entente Eisenhower-Khruschev conocida como
el espíritu de Camp David... Y en Occidente, la aparición en 1958 de la
Internacional Situacionista (“Marx y Bakunin definitivamente reconciliados”),
las huelgas salvajes en las minas de Limburg (Bélgica), las modas
“autogestionistas” llegando hasta Argelia (1962), el escándalo de Strasburg
(“La miseria en el medio estudiantil”, 1966), el izquierdismo invadiendo desde
el Japón (Zengakuren) hasta la Universidad Crítica de la Alemania occidental
(los S.D.S.), pasando por los “hooligans “ incontrolados del bloque Este...
El estadillo tiene lugar en Francia en mayo-junio de 1968: se ocupa la Sorbona,
reaparece la bandera negra de los anarquistas, se convoca la Huelga General
Salvaje, los “enragés” se ven enfrentados en su lucha a los partidos y
sindicatos; se contrapone espontaneidad a organización, el Barrio Latino se
llena de subversivos graffittis y amenazadoras barricadas, apareciendo por fin,
bajo los adoquines de la vida cotidiana, esa playa de ensueño del proyecto
revolucionario, una nueva Comuna de París. En esa catarsis del mayo de 1968,
vuelven a colocarse sobre el tapete tradicionales temas de la historia del
anarquismo: los nuevos héroes son Jules Bonnot, Makhno, Durruti, los
luchadores anónimos de las jornadas del mayo de 1937 en Catalunya. Y el
lema que encuadra el movimiento, ataca simultáneamente a la burguesía
capitalista y a las burocracias que ostentan el poder en el Este: “El mundo sólo
será feliz cuando el último de los capitalistas haya sido colgado con las tripas
del último `burócrata´” se lee en muros, octavillas, cómics...

El éxito de esa tentativa de renovación del movimiento ha sufrido altibajos.


1968 no es sólo el año de ese efímero mayo francés que ha puesto al día los
clásicos temas libertarios, que tiene tiempo de descubrir pero ya no de aplicar
a fondo. Es también el año de las comunas de Berkeley en los U.S.A. De la
invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos. De la masacre de la
plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México, mostrando la faceta represiva
de una república que siempre había alardeado de progresista. Y seguimos con
el “otoño caliente” italiano en 1968, con la Polonia caliente de 1970 (que
repitió sus estallidos en 1977), con el mítico Portugal de los claveles de 1975
(de tan corta duración), con la ejecución de Ulrike Meinhof en 1976 (y de sus
compañeros de 1977) en un clima de Gulag occidental que, como siempre,
viene a complementar ese Gulag del bloque Este denunciado por Soljenitsin
después de medio siglo de reiterada denuncia desde las filas libertarias. Y
veremos qué nos reservan los próximos años...

Ciertamente, los resultados prácticos -en cuanto a éxitos y victorias


revolucionarias- son más bien exiguos. Pero en cambio es indiscutible que el
resurgir (o puesta al día) de una corriente libertaria amplia y radical, se ha
conseguido muy por encima de cuanto era de esperar tras la guerra de España
y la segunda Guerra Mundial: se ha comprobado que la disyuntiva forzosa que
pretendían marcarnos mediante la guerra fría era un engaño, que existía un
espacio a redescubrir entre las alternativas de uno y otro bloque, que eso no
contaba únicamente para países del Tercer Mundo (Cuba, Argelia, Vietnam...)
sino también en el mismo seno de las metrópolis, de los países fuertemente
descollados de la vieja Europa e incluso en los bastiones del nuevo
imperialismo (en la U.R.S.S., en los U.S.A). Nuevos teorizadores del
pensamiento libertario saltan a la palestra en los campus universitarios
yanquis, Noam Chomsky, por ejemplo... Los títulos adoptados tienen un nuevo
talante: Carlos Semprún titula “Ni dios ni amo ni C.N.T.” Los nexialistas toman
el relevo de los situacionistas, oficialmente disueltos en 1969, en la práctica
subversiva del “détournement”. A Nettlau le gustaría comprobar con qué
inquebrantable convicción la gente está dispuesta a continuar la lucha, esa
labor de zapa que, para subvertir el mundo, emprende el viejo topo de la
historia.

Santi Soler
I

LIBERTAD Y ANARQUIA: SUS MÁS ANTIGUAS MANIFESTACIONES


Y LAS CONCEPCIONES LIBERTARIAS HASTA 1789

Una historia de la idea anarquista es inseparable de la historia de todos los


desarrollos progresivos y de las aspiraciones hacia la libertad, ambiente
propicio en que nació esta comprensión de vida libre propia de los anarquistas
y garantizable sólo por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre
que al mismo tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad,
generosidad, etc.) estén bien desarrollados y tengan expresión libre. Esta
comprensión se manifiesta de innumerables maneras en la vida personal y
colectiva de individuos y de grupos, comenzando por la familia, ya que la
convivencia humana no sería posible sin ella. Al mismo tiempo la autoridad,
sea tradición, costumbre, ley, arbitrariedad, etc., ha puesto desde la
humanización de los animales que forman la especie humana, su garra de
hierro sobre un gran número de interrelaciones, hecho que sin duda procede
de una animalidad más antigua todavía, y la marcha hacia el progreso que se
hace indudablemente a través de las edades, es una lucha por la liberación de
esas cadenas y obstáculos autoritarios. Las peripecias de esa lucha son tan
variadas, la lucha es tan cruel y ardua que relativamente pocos hombres han
llegado todavía a la comprensión anarquista más arriba descrita, y aquellos
incluso que luchaban por libertades parciales no los han comprendido más que
rara e insuficientemente y en cambio han tratado a menudo de conciliar sus
nuevas libertades con el mantenimiento de antiguas autoridades, ya quedasen
ellos mismos al margen de ese autoritarismo, o creyesen útil la autoridad y
capaz de mantener y de defender sus nuevas libertades. En los tiempos
modernos tales hombres sostenían la libertad constitucional o democrática, es
decir libertades bajo la custodia del gubernamentalismo. De igual modo en el
terreno social esa ambigüedad produjo el estatismo social, un socialismo
impuesto autoritariamente y desprovisto por eso de lo que, según los
anarquistas, le da su verdadera vida, la solidaridad, la reciprocidad, la
generosidad, que sólo florecen en un mundo de libertad.

Antiguamente, pues, el reino de la autoridad fue general, los esfuerzos


ambiguos, mixtos (la libertad por la autoridad) fueron raros, pero continuos, y
una comprensión anarquista, al menos parcial y tanto más una integral, ha
debido ser muy rara, tanto porque exigía condiciones favorables para nacer,
como porque fue cruelmente perseguida y eliminada por la fuerza o gastada,
desamparada, nivelada por la rutina. Sin embargo, si de la promiscuidad tribal
se llegó a la vida privada relativamente respetada de los individuos, no es sólo
el resultado de causas económicas, sino que fue u n primer paso de la marcha
de la tutela a la emancipación; y de sentimientos paralelos al antiestatismo de
los hombres modernos, han pasado los hombres de esos tiempos antiguos a
esta dirección. Desobediencia, desconfianza de la tiranía y rebelión han
impulsado a muchos hombres enérgicos a forjarse una independencia que han
sabido defender o han sucumbido. Otros supieron sustraerse a la autoridad
por su inteligencia y por capacidades especiales, y si en un tiempo dado los
hombres pasaron de la no-propiedad (accesibilidad general) y de la propiedad
colectiva (de la tributo de los residentes locales) a la propiedad privada, no
sólo la codicia de posesión, sino también la necesidad, la voluntad de una
independencia asegurada, han debido impulsarlos a ello.

Los pensadores anarquistas integrales de esos antiguos tiempos, si los hubo,


son desconocidos, pero es característico que todas las mitologías han
conservado la memoria de rebeliones, e incluso de luchas nunca terminadas,
de una raza de rebeldes contra los dioses más poderosos. Son los Titanes que
dan el asalto al Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, las fuerzas sombrías que
en la mitología nórdica provocan el “crepúsculo de los dioses”, es el diablo que
en la mitología cristiana no cede nunca y lucha a toda hora y en cada individuo
contra el buen Dios, ese Lucifer rebelde que Bakunin respetaba tanto, y
muchos otros. Si los sacerdotes, que manipulaban esos relatos tendenciosos
en el interés conservador, no han eliminado esos atentados peligrosos a la
omnipotencia de sus dioses, es que las tradiciones que tenían por base han
debido estar tan arraigadas en el alma popular que no se han atrevido a ello y
sólo se contentaron con desnaturalizar los hechos, insultando a los rebeldes, o
bien han imaginado más tarde interpretaciones fantásticas para intimidar a los
creyentes. como sobre todo la mitología cristiana con su pecado original, la
caída del hombre, su redención y el juicio final, esa consagración y apología de
la esclavitud de los hombres, de las prerrogativas de los sacerdotes como
mediadores, y esa postergación de las reivindicaciones de justicia para el
último término imaginable, para el fin del mundo. Por consiguiente, si no
hubiese habido siempre rebeldes atrevidos y escépticos inteligentes, los
sacerdotes no se habrían tomado tanto trabajo.

La lucha por la vida y la ayuda mutua estaban quizás inseparablemente


entrelazadas en esos antiguos tiempos. ¿Qué es la ayuda mutua sino la lucha
por la vida colectiva, protegiéndose así una colectividad contra un peligro que
aplastaría a los aislados? ¿Qué es la lucha por la vida sino un individuo que
reúne u n mayor número de fuerzas o capacidades triunfando sobre otro que
reúne una cantidad más pequeña? El progreso se hizo por independencias e
individualizaciones fundadas en un medio de sociabilidad relativamente segura
y elevada. Los grandes despotismos orientales no permitieron verdaderos
progresos intelectuales, pero sí el ambiente del mundo griego, compuesto de
autonomías más locales, y la primera floración del pensamiento libre que
conocemos fue la filosofía griega, que ha podido en el curso de los siglos, tener
conocimiento de lo que pensaban en la India y en China algunos pensadores,
pero que ante todo hizo una obra independiente que ya los romanos, a
quienes les interesaba tanto instruirse en las fuentes griegas de la civilización,
no pudieron comprender y continuar y menos aún el mundo inculto del
milenio de la Edad Media.

Lo que se llama filosofía fueron al comienzo reflexiones todo lo


independientes que es posible de la tradición religiosa por individuos que
dependían de su ambiente, y sacadas de observaciones más directas y,
algunas, resultados de la experiencia; reflexiones por ejemplo sobre el origen y
la esencia de los mundos y de las cosas (cosmogenia), sobre la conducta
individual y sus mejoras deseables (moral), sobre la conducta colectiva cívica y
social (política social) y sobre un conjunto más perfecto en el porvenir y los
medios de llegar a él (el ideal filosófico que es una utopía, derivada de las
opiniones que esos pensadores se han formado sobre el pasa­ do, el presen te
y la dirección de la evolución que creen haber observado o que consideran útil
y deseable). Las religiones se habían formado antes aproximadamente de
manera parecida, sólo que en condiciones generales más primitivas, y la
teocracia de los sacerdotes y el despotismo de los reyes y de los jefes
corresponden a ese estadio. Esa población de los territorios griegos continente
e islas, que se mantenía contra los despotismos vecinos, fundando una vida
cívica, autonomías, federaciones, rivalizando en pequeños centros de cultura,
produce también esos filósofos que se elevaron sobre el pasado, que trataban
de ser útiles a sus pequeñas repúblicas patrias y concebían sueños de progreso
y de felicidad general (sin atreverse o sin querer tocar a la esclavitud, claro
está, lo que muestra cuán difícil es elevarse verdaderamente sobre el
ambiente).

De esos tiempos datan el gubernamentalismo de formas en apariencia más


modernas, y la política, que tomaron el puesto del despotismo asiático y de la
arbitrariedad pura, sin reemplazarlos totalmente. Fue un progreso semejante
al de la revolución francesa y al del siglo XIX, comparados con el absolutismo
del siglo XVIII, y como, este último progreso, dio un gran impulso al socialismo
integral y a la concepción anarquista, así al lado de la masa de los Filósofos y
de los hombres de Estado griegos moderados y conservadores, hubo
pensadores intrépidos que llegaron ya entonces a las ideas socialistas
estatales, los unos, y a las ideas anarquistas, los otros -una pequeña minoría,
sin duda—, pero hombres que hicieron su marca, que no se les pudo ya borrar
de la historia, aunque rivalidades de escuela, persecuciones o la incuria de
edades ignorantes hayan hecho desaparecer los escritos. Lo que de ellos
subsiste se ha preservado sobre todo como extractos en textos de autores
reconocidos que se han conservado.

Había en esas pequeñas repúblicas siempre amenazadas, y ambiciosas y


agresivas a su vez, un culto extremo al civismo, al patriotismo, y había también
riñas de los partidos, demagogia, y la preocupación del poder, y sobre esa base
se desarrolló un comunismo muy crudo. De ahí la aversión de otros contra la
democracia y la idea de un gobierno de los más prudentes, de los sabios, de los
hombres de edad, como soñaba Platón. Pero también la aversión contra el
Estado, de que había que apartarse, que profesó Aristipo, las ideas libertarias
de Antifon, y sobre todo la gran obra de Zenón (342-270 a. de C.), el fundador
de la escuela estoica, que elimina toda coacción exterior y proclama el impulso
moral propio en el individuo y de la comunidad. Fue un primer grito claro de la
libertad humana que se sentía adulta y se despojaba de sus lazos autoritarios,
y no hay que asombrarse de que ese trabajo fuese ante todo depurado por
generaciones futuras, luego completamente dejado al margen para irse
perdiendo.

Sin embargo, como las religiones transportan las aspiraciones de justicia y de


igualdad a un “cielo” ficticio, también los filósofos y algunos jurisconsultos se
transmitieron el ideal de un derecho verdaderamente justo y equitativo,
basado en las exigencias formuladas por Zenón y los estoicos; fue el llamado
derecho natural que, como igualmente una concepción ideal de la religión, la
religión natural, iluminó débilmente numerosos siglos de crueldad y de
ignorancia, y a su resplandor en fin se rehicieron los espíritus y se comenzó a
querer hacer realidad de esas abstracciones ideales. Ese es el primer gran
servicio que la idea libertaria ha prestado a la humanidad: su ideal, tan
enteramente opuesto al ideal del reino supremo y definitivo de la autoridad,
es absorbido después en más de dos mil años y queda implantado en cada
hombre honesto que sabe perfectamente que es eso lo que haría falta, por
escéptico, ignorante o desviado que esté, a causa de intereses particulares, en
relación a la posibilidad, y sobre todo a la posibilidad próxima, de
realizaciones.

Pero se comprende también que la autoridad Estado, propiedad, iglesia, veló


contra la popularización de esas ideas, y se sabe que la República y el Imperio
romano y la Roma de los Papas hasta el siglo XV, imponían al mundo
occidental un fascismo intelectual absoluto, con el despotismo oriental que
renacía en bizantinos, y turcos y zarismo ruso (continuado virtualmente por el
bolcheviquismo ruso) como complemento. Entonces, hasta el siglo XV y más
tarde aún (Servet, Bruno, Vanini) 1, el pensamiento libre fue impedido bajo
peligro de pena de muerte y no pudo transmitirse más que secretamente por
algunos sabios y sus discípulos, tal vez en el núcleo más íntimo de algunas
sociedades secretas. No se mostró en plena luz del día más que cuando,
entremezclado con el fanatismo o el misticismo de las sectas religiosas, no
temía ya nada, sintiéndose impulsado al sacrificio, sabiéndose consagrado o
consagrándose alegremente a la muerte. Aquí las fuentes originales fueron
cuidadosamente destruidas y no conocemos más que las voces de los
denunciadores, de los insultadores y a menudo de los verdugos. Así
Karpokrates, de la escuela gnóstica en Egipto, preconizó una vida en
comunismo libre en el siglo segundo de la era presente, y también esta idea
emitida en el Nuevo Testamento (Pablo a los Cálateos): si el espíritu os manda,
no estáis sin ley —pareció prestarse a la vida fuera del Estado, sin ley ni amo.

Los últimos seis siglos de la Edad Media fueron la época de las luchas de
autonomías locales (ciudades y pequeños territorios) dispuestos a federarse y
de grandes territorios que fueron unificados para formar los grandes Estados
modernos, unidades políticas y económicas. Si las pequeñas unidades eran
centros de civilización y habrían podido prosperar por su propio trabajo
productivo, por federaciones útiles a sus intereses, y por la superioridad que
su riqueza les dio sobre los territorios agrícolas pobres y sobre las ciudades
menos afortunadas, su éxito completo no habría sido más que la consagración
de esas ventajas a expensas de la inferioridad continua de los menos
favorecidos. ¿Es más importante que algunas ciudades libres, Florencia,
Venecia, Génova, Augsburg, Nurenberg, Bremen, Gante, Brujas y otras se
enriquezcan o que todos los países en que están situadas sean elevados en
confort, en educación, etc.? La historia, hasta 1919 al menos, ha decidido en el
sentido de las grandes unidades económicas y las autonomías fueron
reducidas o han caído. La autoridad, el deseo de extenderse, de dominar,
estaba verdaderamente en ambas partes, en los microcosmos y en los
macrocosmos y la libertad fue un término explotado por los unos y por los
otros; los unos rompieron el poder de las ciudades y de sus conjuraciones
(ligas); los otros el de los reyes y de sus Estados. Sin embargo, en esta situación
las ciudades favorecían a veces el pensamiento independiente, la investigación
científica, y permitieron a los disidentes y heréticos, proscritos en otras partes,
hallar en ellas un asilo temporal. Sobre todo allí donde los municipios romanos
situados en los caminos del comercio, u otras ciudades prósperas, eran más
numerosas, había focos de esa independencia intelectual; de Valencia y
Barcelona hacia la Alta Italia y Toscana, hacia la Alsacia, Suiza, Alemania
meridional y Bohemia, por París hasta las Bocas del Rhin, Flandes y Países
Bajos y el litoral germánico (las ciudades hanseáticas), tal fue ese país
sembrado de focos de libertades locales. Y fueron las guerras de los
emperadores en Italia, la cruzada contra los albigenses y la centralización de
Francia por los reyes, sobre todo por Luis XI, la supremacía castellana en
España, las luchas de los Estados contra las ciudades en el mediodía y en el
norte alemán, por los duques de Borgoña, etc., las que produjeron la
supremacía de los grandes Estados.

Entre las sectas cristianas se nombra sobre todo a esos Hermanos y Hermanas
de espíritu libre como practicantes de un comunismo ilimitado entre ellos.
Partiendo probablemente de Francia, destruidos por la persecución, su
tradición ha sobrevivido más en Holanda y en Flandes y los Klompdraggers del
siglo XIV y los partidarios de Eligius Praystinck, los ibertinos de Amberes en el
siglo XVI (los loístas), parecen derivarse de ellos. En Bohemia, después de los
husitas, Peter Chelchicky preconizó una conducta moral y social que recuerda
la enseñanza de Tolstoi. También allí había sectas de prácticos, llamados
libertinos directos, los adamitas sobre todo. Se conocen algunos escritos,
sobre todo de Chelchicky (cuyos partidarios moderados se conocieron más
tarde como Hermanos moravos), pero en cuánto a las sectas más avanzadas se
han reducido a los peores libelos de sus perseguidores devotos, y es difícil, si
no imposible, distinguir en qué grado su desafío a los Estados y a las leyes era
un acto antiautoritario consciente. Porque se dicen autorizadas por la palabra
de Dios, que es así su amo supremo.

En suma, la Edad Media no pudo producir un libertarismo racional e integral.


Sólo el redescubrimiento del paganismo griego y romano, el humanismo del
Renacimiento, dio a muchos hombres instruidos medios de comparación, de
crítica; veían varias mitologías tan perfectas como la mitología cristiana, y
entre la fe en todo eso y la fe en nada de ello, algunos se han emancipado de
toda creencia. El título de un pequeño escrito de origen desconocido, De tribus
impostoribus, sobre los tres impostores (Moisés, Cristo y Mahoma) marca esa
tendencia y, en fin, un sacerdote francés, François Rabelais, escribe las
palabras libertadores Haz lo que quieras, y un joven jurista, Etienne de la
Boetie (1530-1563), nos dejó el famoso Discours de la servitude volontaire.
Estas investigaciones históricas nos enseñan a ser modestos en nuestras
expectativas. No sería difícil hallar los más bellos elogios de la libertad, del
heroísmo de los tiranicidas y otros rebeldes, de las revueltas sociales
populares, etc.; pero la comprensión del mal inmanente en la autoridad, la
confianza completa en la libertad, eso es rarísimo, y las manifestaciones
mencionadas aquí son como las primeras tentativas intelectuales y morales de
los hombres para marchar de pie sin andadores tutelares y sin cadenas de
coacción. Parece poco, pero es algo, y no ha sido olvidado. Frente a los tres
impostores se erigió al fin la ciencia, la razón libre, la investigación profunda, el
experimento y una verdadera experiencia. L´ Abbaye de Théléme, que no ha
sido la primera de las islas dichosas imaginadas, no fue la última, y junto a las
utopías autoritarias, estatistas, que reflejan los nuevos grandes Estados
centralizadores, hubo aspiraciones de vida idílica, inofensiva, graciosas, llena
de respetos, afirmaciones de la necesidad de libertad y de convivencia en esos
siglos XVI, XVII, XVIII de las guerras de conquista, de religión, de comercio, de
diplomacia y de las crueles colonizaciones de ultramar —el sometimiento de
los nuevos continentes—. Y la servidumbre voluntaria tomaba a veces impulso
para poner fin a sí misma, como en la lucha de los Países Bajos y contra la
realeza de los Stuart en los siglos XVI y XVII y la lucha de las colonias
norteamericanas contra Inglaterra en el siglo XVIII, hasta la emancipación de la
América Latina a comienzos del siglo XIX. La desobediencia entró así en la vida
política y social. De igual modo el espíritu de la asociación voluntaria, de los
proyectos y tentativas de cooperación industrial en Europa, ya en el siglo XVII,
de la vida práctica por organizaciones más o menos autónomas y
autogobernadas en América del Norte antes y después de la separación de
Inglaterra. Ya los últimos siglos de la Edad Media habían visto el desafío de la
Suiza central al Imperio alemán y su triunfo, las grandes revueltas de los
campesinos, las afirmaciones violentas de independencia local en varias partes
de la Península Ibérica; París se mantuvo firme contra la realeza en diversas
ocasiones, hasta el siglo XVII, y de nuevo en 1789.

El fermento libertario, lo sé bien, era todavía demasiado pequeño, y los


rebeldes de ayer se quedan prendidos en una nueva autoridad al día siguiente.
Todavía se puede hacer matar a los pueblos en nombre de tal o cual religión, y,
más aún, se les inculcó las religiones intensificadas de la Reforma y por otra
parte se les puso bajo la tutela y la férula de los jesuitas. Europa, además, fue
sometida a la burocracia, a la policía, a los ejércitos permanentes, a la
aristocracia y a las cortes de los príncipes, aun siendo sutilmente dirigida por
los poderosos del comercio y de las finanzas. Muy pocos hombres entreveían a
veces soluciones libertarias y hablaban de ellas en algunos pasajes de sus
utopías, como por ejemplo Gabriel Faigny en Les Aventures de Jacques Sadeur
dans le découverte et le voyage de la Terre australe (1676); o sirviéndose de la
ficción de los salvajes que no conocían la vida refinada de los Estados
policiales; como por ejemplo Nicolás Gueudeville en Entretiens entre un
sauvage et le barón de Hontan (1704); o bien Diderot en el famoso Supplément
au Voyage de Bougainville.

Hubo el esfuerzo de acción directa, la recuperación de la libertad después de la


caída de la monarquía en Inglaterra en 1649, hecha por Gerard Winstanley
(the Digger); los proyectos de socialismo voluntario por asociación, de P. C.
Plockboy (1658), un holandés, John Bellers (1695), el escocés Robert Wallace
(1761), en Francia de Réstif de la Bretonne.

Razonadores inteligentes disecaban el estatismo, como —no importa que haya


sido una extravagancia— Edmund Burke en A Vindication of Natural Society
(1756), y en Diderot fue familiar una argumentación verdaderamente
anarquista. Hubo aislados que impugnaban la ley y la autoridad, como William
Harris en el territorio de Rhode lsland (Estados Unidos), en el siglo XVII;
Mathias Knutsen, en el mismo siglo, en el Holstein; el benedictino Dom
Deschamps, en el siglo XVIII, en un manuscrito, dejado por él en Francia
(conocido desde 1865); también A. F. Doni, Montesquieu (los trogloditas), G. F.
Rebmann (1794), Dulaurens (1766, en algunos pasajes de Compére Matthieu),
esbozan pequeños países y refugios felices sin propiedad ni leyes. En las
décadas anteriores a la revolución francesa, Sylvain Maréchal (1750-1803), un
parisiense, propuso un anarquismo muy claramente razonado, en la forma
velada de la vida feliz de una edad pastoral arcadiana; así, en L'Age d’Or,
recueil de contes pastoraux par de Berger Sylvain (1782) y en Livre échappé au
déluge ou Pseaumes nouvellement découverts (1784). El mismo hizo una
propaganda ateísta de las más decididas y en sus Apologues modemes, á
Vusage d’un Dauphin (1788), esboza ya las visiones de todos los reyes
deportados a una isla desierta en que acaban por destruirse unos a otros, y de
la huelga general, por la cual los productores, las tres cuartas partes de la
población, establecen la sociedad libre. Durante la revolución francesa,
Maréchal fue impresionado y seducido por el terrorismo revolucionario, pero
no pudo menos, sin embargo, de poner en el Manifesté des Egaux de los
babouvistas, estas palabras famosas: “desapareced, repulsivas diferencias de
gobernadores y de gobernados”, que fueron radicalmente desaprobadas
durante su proceso por los acusados socialistas autoritarios y por Buonarroti
mismo.

Se encuentran ideas anarquistas claramente expresadas por Lessing, el Diderot


alemán del siglo XVIII; los filósofos Fichte y Krause, Wilhelm von Humboldt
(1792) (el hermano de Alejandro), se inclinan del lado libertario en algunos de
sus escritos. De igual modo los jóvenes poetas ingleses S. T. Coleridge y sus
amigos del tiempo de su Pantisocracy. Una primera aplicación de esos
sentimientos se encuentra en la reforma de la pedagogía entrevista en el siglo
XVII por Amos Comenius 2, que recibió su impulso por J. J. Rousseau, bajo la
influencia de todas las ideas humanitarias e igualitarias del siglo XVII, y
particularmente atendida en Suiza (Pestalozzi) y en Alemania, donde también
Goethe contribuyó de buena gana. En el núcleo más íntimo de los Iluminados
alemanes (Weishaput), la sociedad sin autoridad fue reconocida como objetivo
final. Franz Baader (en Baviera) fue impresionadísimo por la Enquire on
Political Justice de Godwin, que apareció en alemán (sólo la primera parte en
1803, en Würzburg, Baviera) y también Georg Forster, el hombre de ciencia y
revolucionario alemán leyó ese libro en París, en 1793, pero murió pocos
meses después, en enero de 1794, sin haber podido dar una expresión pública
sobre ese libro que le fascinó (carta del 23 de julio de 1793).

Estas son referencias rápidas de los principales materiales que he discutido en


el libro Der Vorfrühling der Anarchie, 1952, págs. 5-66. Es probable que por
algunos meses de investigaciones especiales en el British Museum, las
completase un poco, y son sobre todo libros españoles, italianos, holandeses y
escandinavos los que no he consultado sino muy poco. En los libros franceses,
ingleses y alemanes he buscado ya mucho. En suma, lo que falta puede ser
numeroso e interesante, pero no será probablemente de primera importancia,
o su repercusión sobre los materiales ya conocidos nos habría advertido de su
existencia.

Los materiales no son, pues, muy numerosos, pero son bastante notorios.
Todo el mundo conoce a Rabelais; a través de Montaigne se llegó siempre a La
Boétie. La utopía de Gabriel Faigny fue bien conocida, varias veces reimpresa y
traducida. La idea juvenil o la escapada de Burke, tuvo gran boga, y Sylvain
Maréchal hizo hablar de sí bastante. Diderot y Lessing fueron clásicos. Así esas
concepciones profundamente antiautoritarias, esa crítica y rechazo de la idea
gubernamental, los esfuerzos serios para reducir e incluso negar el puesto de
la autoridad en la educación, en las relaciones de los sexos, en la vida religiosa,
en los asuntos públicos, todo eso no pasó desapercibido para el mundo
avanzado del siglo XVIII y se puede decir que, como ideal supremo, sólo los
reaccionarios lo combatían y sólo los moderados ponderados lo creían
irrealizable para siempre. Por el derecho natural, la religión natural o la
concepción materialista del tipo d’Holbach 3 (Systéme de la Nature, 1770), y de
La Mettrie, por el encaminamiento de una menor a una mayor perfección de
las sociedades secretas, todos los cosmopolitas humanitarios del siglo estaban
intelectualmente en ruta hacia el mínimo de gobierno, sino hacia su ausencia
total para los hombres libres. Los Herder y los Condorcet, Mary Wollstonecraft
como no mucho después el joven Shelley, todos comprendieron que el
porvenir va hacia una humanización de los hombres, que reduciría a nada
inevitablemente el gubernamentalismo.

Tal fue la situación en vísperas de la revolución francesa, cuando no se


conocían aún todas las fuerzas que un golpe decisivo dado al antiguo régimen
iba a poner en movimiento para el bien y para el mal. Se estaba rodeado de
aprovechadores insolentes de la autoridad y de todas sus víctimas seculares,
pero los hombres del progreso querían un máximo de libertad y tenían buena
conciencia y buena esperanza. La larga noche de la era de autoridad iba por fin
a terminar...
II

WILLIAM G0DWIN; LOS ILUMINADOS; ROBERT OWEN Y WLLIAM


THOMPSON; FOURIER Y ALGUNOS FOURIERISTAS
Una gran revolución, es el río de la evolución súbitamente cambiado en
torrente, derramándose por cataratas y fuera del control de sus navegantes
que se extraviaron y perecen casi todos y cuya obra es vuelta a emprender
más lejos en nuevas condiciones por sus continuadores. Los que quedan en pie
durante una parte de la revolución, perecen también o son transformados, de
suerte que después de la tormenta casi nadie tiene una influencia sana y
saludable sobre la nueva evolución. En otros términos, como la guerra, la
revolución destruye, consume o cambia a los hombres, los vuelve autoritarios
cualquiera que sea su disposición anterior, y los hace poco aptos para
defender una causa liberal después de tales experiencias. Los que han
quedado en las filas, los que han aprendido una nueva enseñanza por los
errores de la autoridad, los que poseen un ímpetu revolucionario de fuerza
excepcional, atraviesan las revoluciones inermes -Elisée Reclus, Louise Michel,
Bakunin, representan esas tres categorías-, pero sobre casi todos los otros el
autoritarismo, que es todavía inseparable de las grandes conmociones
populares, pesa fatalmente. Fue así como, después de un período inicial de
pocos meses, en Francia, en 1789, como en Rusia, en 1917, el autoritarismo
tomó la hegemonía, y esos cuarenta y más años antes de 1789, el brillante
período de los enciclopedistas, de una crítica tan liberal y a veces libertaria de
todas las ideas e instituciones del pasado, ese siglo de luchas políticas y
sociales en Rusia hasta 1917, fueron como nulos y no acontecidos ante la lucha
más aguda de los intereses y por la toma del Poder, la dictadura.

Fenómeno que no se puede negar ni disminuir, y que tiene por causa la


enorme influencia de la autoridad sobre el espíritu de los hombres y los
inmensos intereses que son puestos en juego cuando el privilegio y el
monopolio son amenazados. Es entonces la lucha a muerte y tal lucha en un
mundo autoritario se hace con las armas más eficientes. Hubo en Francia, en
1789, en los primeros meses, cuando los Estados Generales se reunieron, y
después del 14 de julio, la toma de la Bastilla, algunas horas, algunos días de
alegría inmensa, de solidaridad generosa, vibrante, y el mundo entero
compartió esa alegría, pero ya en las mismas horas la contrarrevolución
conspiraba, y hubo la defensa encarnizada con medios abiertos o pérfidos
todo el tiempo subsiguiente. Por eso los elementos avanzados obtuvieron muy
poco después del 14 de julio, gracias al consenso general, el buen sentido, la
generosidad; todo se planteó mediante jomadas revolucionarias, grandes
impulsos populares bien dirigidos por militantes iniciados, y por la dominación
del aparato gubernamental total, intensificado entonces en el interior por la
dictadura central de los Comités y local de las secciones, y que, después de
haberse impuesto así en el interior, tuvo su centro de gravedad en los ejércitos
y de ellos salió la dictadura del jefe de uno de esos ejércitos, Napoleón
Bonaparte; y su golpe de Estado del Brumario, en el VIII, su Consulado y su
Imperio, la dictadura sobre el Continente de Europa. La aristocracia se había
convertido pronto en el ejército “blanco” de los emigrados; los campesinos,
para ser protegidos contra un retomo del feudalismo, se aliaron al Gobierno
más autoritario y militarmente poderoso; la burocracia entre ambos se
enriquecía, aunque fuese a costa del hambre, aunque fuese por medio de las
provisiones para las guerras. Los obreros y artesanos de las ciudades se vieron
engañados por todas partes, reducidos al silencio por los gobiernos de hierro,
entregados a una burguesía floreciente y pasto de los ejércitos insaciables en
hombres.

No hay que asombrarse, pues, de ver manifestarse en tales condiciones del


comunismo ultra-autoritario de Babeuf y Buonarroti, en 1796, mientras que
durante el período más avanzado de la revolución, de 1792 a 1794, las
aspiraciones socialistas se confundían con las reclamaciones de los grupos
populares más radicales, el ambiente de Jacques Roux, de Leclerc, de Jean
Varlet, de Rose Lacombe y otros. Los Enragés, los hebertistas más decididos,
Chaumette, Momoro, así como Anacharsis Cloots, fueron todos hombres
abnegados, de acción popular directa, indignados ante la nueva burocracia
revolucionaria, todo lo que se quiera como bravos revolucionarios, pero si uno
u otro tenía algún hábito libertario, no dijeron nada, y Sylvain Maréchal se
calló también bajo ese aspecto. Buonarroti, inspirándose sin embargo en el
verdadero socialismo de Morelly (Code de la Nature, 1755), vio en Robespierre
el hombre que iba a imponer la justicia social. Es decir, todos los socialistas se
asociaban al gobierno del terror o exigían que se le llevase adelante, y el
gobierno alternativamente aceptó e incluso solicitó ese concurso o hizo
guillotinar y destruyó a los socialistas demasiado poco disciplinados. Jacques
Roux, como más tarde Darthé, se matan ante el Tribunal; Varlet y Babeuf y
otros son ejecutados.

Emille François Babeuf

Las matanzas se extienden a los revolucionarios que son algunos grados menos
avanzados que el matiz que ha tomado las riendas del Poder; se mata a
Danton y a Camille Desmoulins, como se ha matado ya a los Girondinos, y
Condorcet no escapa a la guillotina más que suicidándose en prisión. Atreverse
a dudar de la centralización absoluta, ser sospechoso de federalismo, era la
muerte. La leyenda nos ha habituado a ver actos heroicos en esos envíos
múltiples de revolucionarios a la guillotina por sus camaradas de la víspera.
Después de lo que vemos sucederse en Rusia desde más de cincuenta años, no
creemos ya en el heroísmo de hombres que no saben mantenerse más que por
la supresión feroz de los que no reconocen su omnipotencia. Es una manera de
obrar inherente a todo sistema autoritario y que los Napoleón y los Mussolini
han practicado con la misma ferocidad que los Robespierre y los Lenin.

La idea libertaria declinó, pues, en Francia poco después de 1789, y apenas un


mínimo de liberalismo ultra-moderado y socialmente conservador continuó
vegetando en algunos hombres, a quienes sus medios permitieron mantenerse
al margen de las carreras del Estado, esos hombres a quienes Napoleón con
desprecio llamaba los “ideólogos”, que volvieron a la escena en 1814 para
confundirse después de 1830 con la burguesía próspera del reino de Luis
Felipe. En los otros países del continente europeo, la expansión guerrera de la
revolución a partir de 1792, hallaba algunos adeptos entusiastas en Italia, en
Bélgica, Holanda, en Alemania misma (en Mainz), en Ginebra, etc.; pero bien
pronto esas guerras de liberación, fundando repúblicas de corta vida, fueron
consideradas como simples guerras de conquista y el resentimiento nacional
se hizo muy grande, en España, en Alemania, en Austria, etc., y para casi todos,
Napoleón, de héroe se transformó en tirano, cuya caída, en 1814 y 1815, fue
un alivio general.

No debo describir aquí el bien que ha causado la revolución francesa; pero


como el sistema ruso de los últimos cincuenta años ha hecho poco bien a la
causa anarquista presente, así se puede decir que ha hecho poco bien la
revolución francesa a la causa libertaria de entonces. Esta causa en la segunda
mitad del siglo XVIII, estaba en ascenso, la autoridad en descrédito, en
decadencia moral, pero las primeras cuestiones de fuerza y de interés de la
Asamblea de 1789, pusieron frente a frente la antigua y la nueva autoridad, y
en lo sucesivo era preciso ser reaccionario o partidaria ardiente de la autoridad
republicana, consular, imperial y continuar siendo adepto de la autoridad
constitucional o republicana desde 1789 a este día, un autoritarismo que una
dictadura sindicalista no podría menos de continuar. La Anarquía debía volver
a comenzar de nuevo hacia 1840, con Proudhon, y luego, otra vez, cuarenta
años más tarde, hacia 1880. La libertad en 1789 perdió, pues, su iniciativa en
Francia y en todas partes en Europa, lo que fue una gran interrupción de una
bella floración apenas comenzada. Lo que se fundó entonces, mezcla de
libertad y de autoridad, el sistema mayoritario constitucional o republicano,
era un cuadro sin vida propia, lleno en los bellos días de liberales, en los
tiempos malos de conservadores, y no siendo capaz de resistir el asalto de la
franca reacción de nuestros días, un cuadro lleno de individuos que desde
1789 hasta ahora parecen ser de calidad cada vez peor y que no inspiran ya
ninguna simpatía ni crean ilusiones. El estatismo en ruinas del antiguo sistema
fue reemplazado por el estatismo severo y meticuloso, el antiguo militarismo
por el militarismo de los ejércitos populares, del servicio obligatorio. En
pensamiento, en literatura y en arte se exaltaba al Estado, la patria, de los que
en el antiguo sistema se había hecho en más de cincuenta años una crítica a
fondo. La irreligión de esos años no fue ya de buen tono; la autoridad es
siempre religiosa y en caso de necesidad hace un culto de sí misma; la escuela
es un instrumento a su disposición, la Prensa, el cuartel, otros tantos.

Así todo ese período, de 1789 a 1815, es estéril en producciones del


pensamiento y sólo florecen grandes obras, útiles a la vida del Estado en
grandes proporciones, construcciones, caminos, todo lo que se relaciona con la
administración, con los ejércitos, con las comunicaciones en gran estilo, y
unificaciones como el género métrico decimal.

William Godwin
Sólo en Inglaterra apareció en febrero de 1793, el primer gran libro libertario,
An Enquiry concerning Political Justice and its influence on general virtue and
happiness (en la segunda edición dice el título: On moráis and happiness), es
decir Una investigación sobre la Justicia en política y sobre su influencia en la
virtud general (la moral) y en la dicha, un libro en 4.°, 2 volúmenes, de XIII, 378
y 379 páginas. La segunda edición, de XXII, 464 y IX, 545 páginas en 8.°
(prefacio del 29 de octubre de 1795), es retocada en sus partes más
importantes (1796). La tercera es de 1798 y la última reimpresión antigua, no
del todo completa, apareció en 1842 en Londres, en 12.°. Hubo ediciones
fraudulentas en Dublín, 1793, y en Filadelfia, esta última en 1796; XVI, 362 y
VIII, 400 páginas; reproducen sin duda el texto de la segunda edición. Sólo el
primer volumen existe en traducción alemana (Würzburg, 1803). Benjamín
Constante habla en 1817 de varios comienzos de una traducción francesa,
entre otras, una de él mismo, pero nada había aparecido entonces, ni apareció
después. El libro no fue pues generalmente accesible más que en lengua
inglesa, y en ella en texto no atenuado sólo en la edición original, muy cara (3
guineas) y en la edición fraudulenta irlandesa que parece ser muy rara,
mientras que la edición original, que entró en todas las buenas bibliotecas, se
ha conservado duraderamente.

William Godwin (1756-1836) ha indicado él mismo (prefacio del 7 de enero de


1794) que hacia 1781 se convenció, por los escritos políticos de Jonathan
Swift4 y los historiadores romanos, que la monarquía era una forma de
gobierno fundamentalmente corrompida. Hacia ese tiempo,
aproximadamente, leyó el Systéme de la Nature de d'Holbach (1770) y escritos
de Rousseau y de Helvetius. Concibió una parte de las ideas de su libro desde
hacía mucho, pero no “había —escribe— llegado completamente a la
deseabilidad de un gobierno que sería simple en el más alto grado —una
manera de describir su ideal anarquista— más que gracias a ideas sugeridas
por la revolución francesa. A ese acontecimiento debe también la
determinación de producir esa obra”. El libro fue compuesto, pues, entre 1789
y 1792 y en una época en que la opinión pública inglesa no estaba aún azuzada
odiosamente contra la revolución en Francia, lo que se hizo ya cuando el libro
apareció; y se sabe que sólo su precio elevado le hizo eximir de una
confiscación y acusación, por ser obra evidentemente no destinada a la
propaganda popular.

Godwin considera el estado moral de los individuos y el papel de los gobiernos,


y su conclusión es que la influencia de los gobiernos sobre los hombres es, y no
puede menos de ser, deletérea, desastrosa... “¿No puede ser el caso —dice en
su modo prudente, pero de razonamiento denso— que los grandes males
morales que existen, las calamidades que nos oprimen tan lamentablemente,
se refieran a sus defectos (los del gobierno) como a su fuente, y que su
supresión no puede ser esperada más que de su enmienda (del gobierno)? ¿No
se podría hallar qué la tentativa de cambiar la moral de los hombres
individualmente y en detalles es una empresa errónea y fútil, y que no se hará
efectiva y decididamente más que cuando, por la regeneración de las
instituciones políticas, hayamos cambiado sus motivos y producido un cambio
en las influencias que obran sobre ellos?”... (Vol. 1, pág. 5; 2.ª ed.). Godwin se
propone, pues, probar en qué grado el gubernamentalismo hace desgraciados
a los hombres y perjudica su desarrollo moral y se esfuerza por establecer las
condiciones de “political justice”, de un estado de justicia social que sería el
más apto para hacer a los hombres sociales (morales) y dichosos. Los
resultados, que no resumo aquí, son tales y cuales condiciones en propiedad,
vida pública, etc., que permiten al individuó la mayor libertad, accesibilidad a
los medios de existencia, grado de sociabilidad y de individualización que le
conviene, etc., y todo voluntariamente, inmediatamente, o de un modo
gradual, por la educación, el razonamiento, la discusión y la persuasión, y
ciertamente no por medidas autorizadas de arriba abajo. Es ese camino el que
quería trazar a las revoluciones que se preparan en el género humano. El libro
fue enviado por él a la Convención nacional de Francia, de la que pasó este
ejemplar al refugiado alemán profesor Georg Forster, que lo leyó con
entusiasmo, pero murió algunos meses después.

Todavía hoy por la lectura de Political Justice se siente uno templado en el


antigubernamentalismo más lógicamente demostrado, pues el
gubernamentalismo es disecado hasta la última fibra. El libro fue durante
cincuenta años y más un libro de verdadero estudio de los radicales y de
muchos socialistas ingleses, y el socialismo inglés le debe su larga
independencia del estatismo. Es la influencia de las ideas de Mazzini, del
burguesismo del profesor Huxley, las ambiciones electorales y el
profesionalismo de los jefes tradicionalistas, quienes hicieron debilitar hacia
mediados del siglo XIX las enseñanzas de Godwin. Pero éste había florecido
también en la poesía, puesto que el libro fascinó al joven Percy Bysshe Shelley
y nos habla a través de esos bellos versos. En cambio a Godwin mismo, su
carrera fue quebrantada por ese libro, ya que, aun cuando no hubo
confiscación y proceso, la propaganda nacionalista, antisocialista de entonces
y durante muchos años, llamada “anti-jacobina”, se refirió odiosamente a él y
a sus ideas tan claramente antirreligiosas, antimatrimoniales, etc., que él,
tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó ya en
la segunda edición y se guardó bien de dar a sus otros libros las cualidades de
verdadera independencia intrépida que posee Political Justice de 1793. En una
palabra, fue intimidado y no recogió más el guante, sin que por eso haya
tenido un repudio flagrante. Eso ha contribuido probablemente a que no haya
habido propaganda popular directa de sus ideas tan libertarias. Pero otra
razón habrá sido que los hombres del pueblo en Inglaterra, cruelmente
perseguidos por los tribunales, fueron atraídos por la política terrorista, el
socialismo autoritario que emanaban de la Francia de la Convención y de
Babeuf; la miseria del trabajo en las nuevas fábricas, la caza abierta contra las
coaliciones obreras, la insolencia de los gobernantes aristocráticos, todo eso
les impulsó por la vía autoritaria y les alejó del razonamiento libertario que no
podían menos que prevenirlos contra el reemplazo de la autoridad de los unos
por la autoridad de los otros. Godwin conoce las críticas de la propiedad desde
Platón a Mably y se refiere particularmente a un libro de Robert Wallace
(Various Prospects of Mankind, Nature and providence, 1761) y a un Essay on
the Right of Property in Land, publicado una docena de años antes de su libro
“Por un habitante ingenioso del norte de Inglaterra”; ¿es el libro de William
Olgivie, de Pittensear, 1782, reimpreso en Londres en 1891, Birthright in Landl
Existía también entonces la agitación netamente socialista de Thomas Spence,
que comenzó en 1775 a proponer sus ideas. Pero no había teoría socialista
autoritaria ante el público o bien Godwin la hubiera examinado. Se contenta
con decir que esos “sistemas de Platón y otros están llenos de imperfecciones”
y concluye en el valor de la argumentación contra la propiedad, pues dejó su
huella a pesar de la imperfección de los sistemas. Dice también “las grandes
autoridades prácticas son la Creta (Minos); la Esparta (Licurgo); el Perú (los
Incas) y el Paraguay (las Misiones de los Jesuitas)” (II, página 542, nota) 5.

***

Una docena de años antes del libro de Godwin fue redactada por el profesor
Adam Wishaupt, “Anrede an die neu aufzunehmenden” (Iluminados)
dirigentes, una alocución que debería ser leída en la recepción en ese grado de
la sociedad secreta de los Iluminados, fundada entonces en Baviera y difundida
en todos los países de lengua alemana. A partir de 1784 hubo persecuciones y
ese texto fue confiscado con muchos otros documentos y hecho público por
orden gubernamental bávara en 1787 (Nachtrag von reiteren Originalschriften,
welche die Illuminatensekte... betreffen..., München, 1787, vol. 11, págs. 44-
121, en pequeño 8.°).

En ese discurso el autor parte del estado de vida sin coacción de los hombres
primitivos; muestra con el aumento de la población su coordinación en
sociedades, primero para fines útiles y tutelares, después su degeneración en
reinos, en Estados y el sometimiento del género humano —descripción
razonada y gráfica (... “el nacionalismo ocupó el lugar del amor al prójimo”...)
—y concluye en una evolución que hará entrar a los hombres en relaciones
mutuas más razonables que las de los Estados... “La naturaleza ha arrancado a
la especie humana del salvajismo y la ha asociado en Estados; de los Estados
entramos en otra etapa nueva más sensatamente elegida. Para nuestros
deseos se forman nuevas alianzas, y por éstas llegamos otra vez al lugar de
donde hemos partido” (es decir, a la vida libre, pero en una esfera superior a la
primitividad), pág. 61. Los Estados, etapa pasajera, fuente de todo mal, están,
pues, condenados a desaparecer y los hombres se agruparán razonablemente.
Es in nuce lo que Godwin demuestra y los procedimientos para llegar a la
desaparición de los Estados son en el fondo los mismos, la enseñanza
inteligente, la persuasión, pero se agrega la acción secreta, no descrita en esta
alocución, pero descrita o sustentada en otros documentos de la sociedad
secreta. Weishaupt escribe al respecto:

... “Esos medios son escuelas secretas del saber; éstas fueron en todo tiempo
los archivos de la naturaleza y de los derechos humanos, por ellas se elevará el
hombre de su caída y los Estados nacionales desaparecerán de la tierra sin
violencia, la especie humana llegará un día a ser una familia y el mundo la
residencia de hombres más razonables. La moral solamente producirá esas
modificaciones inadvertidamente. Todo padre de familia llegará a ser, como
antes Abraham y los patriarcas, el sacerdote y el señor absoluto de su familia y
la razón el único Código de los seres humanos” (pág. 80-81). Aparte del estilo
antiguo y de las referencias a tradiciones religiosas propias de la mayoría de las
sociedades secretas antiguas y que servían también para su protección, el
razonamiento de Weishaupt en tan conclusivo para la condena de todo
estatismo como el de Godwin, y sus procedimientos de persuasión y de acción
son los de Bakunin con su Fraternité Internationale y la Alliance en el seno de
los grandes movimientos socialistas públicos.

Importa poco que Weishaupt no fuese un hombre de gran valor personal,, y


Godwin no lo fue tampoco, pero uno y otro han construido sobre el mismo
fondo la crítica antiestatista del siglo XVIII, han conocido aproximadamente los
mismos libros avanzados de este siglo, han podido hacer el mismo estudio del
pensamiento avanzado griego y romano y han llegado a las mismas
conclusiones. Tampoco Weishaupt veía un socialismo autoritario, un Estado
socialista que haría a todos felices, y concluía en la eliminación de los Estados
que, por la división de los hombres en patriotas enemigos, han sembrado el
fratricidio entre los hombres, lo mantienen y lo intensifican, y no pueden hacer
nada bueno, puesto que su esencia misma es el mal.

La Revolución francesa ha cambiado profundamente también las sociedades


secretas. He tratado en otras ocasiones, por documentos de los archivos y por
fuentes impresas a veces muy ocultas, en otros casos muy fáciles de hallar, de
ir hasta el fino fondo de esas' sociedades entre el período de Babeuf y
Buonarroti y el de Mazzini. En el fondo de una de las más renombradas he
hallado un Credo igualitario (bábeuvista) en latín; en el fondo de otra hallé la
liberación por la iniciativa y la supremacía de Francia, casi una repetición de las
guerras de la Revolución francesa; en el fondo de la Joven Europa está la
creación de los Estados nacionales. Más tarde, en 1848, trata así de ayudar a la
fundación de los organismos nacionales eslavos y a su federación. No es más
que después del invierno de 1863-64 que el mismo Bakunin se pone a reunir
secretamente elementos para la destrucción de los Estados y la reconstrucción
libre de la sociedad. Hubo, pues, setenta u ochenta años de torbellino
autoritario entre Godwin (1792 y Weishaupt (hacia 1782) y el federalismo de
Proudhon, Pi y Margall, Pisacane y Bakunin.

***

El socialismo autoritario de las múltiples utopías y, a partir del siglo XVIII,


también de libros razonables (Morelly, Mably, Charles Hall, etc.) que descuidan
la libertad, fue siempre una proyección de un ambiente presente a una
sugestión, un consejo, a veces una adulación hacia un poder reinante. Las
imaginaciones de Thomas

Moro, Campanella, Bacon, Harrington, proceden de su ambiente, sus planes,


sus personalidades. A algunos reyes se les sugirió una utopía que haría a sus
súbditos “más felices aún”, y un rey in partibus, el suegro de Luis XV, compuso
también él mismo una utopía de Le Royaume de Dumocala. Para Napoleón I, P.
J. Jaunez Sponville y Nicolás Bugnet publicaron en 1808 La Philosophie du
Ruvarebohni (de la verdadera dicha)... Pero también deseaba atraer la
atención de las autoridades (Lettre au Grand Juge, 1804) y Robert Owen la de
los monarcas de la Santa Alianza en 1818, y los saint-simonianos tenían una
rama discreta destinada al “apostolado principesco”, a persuadir a los
príncipes, y vieron así la conversión del hijo mayor de Luis Felipe, el que
pereció algunos años después en un accidente.

Teóricamente, idealmente los sistemas autoritarios se adaptan a las


dimensiones sea territoriales, sea comerciales, sea de interrelaciones
financieras del Imperio francés y del período de los grandes Estados
conservadores que le siguen. Saint-Simon, Auguste Comte piensan así en
mundos, y si esa amplitud hay que saludarla como superior a las estrecheces
localistas, en la práctica es la autoridad la que regula esos vastos espacios, los
industriales, los sabios que gobiernan, como en la sociedad contemporánea de
entonces el emperador y los reyes, los financistas y los militares. De ahí no hay
más que un paso a la simple preconización y a las tentativas para apoderarse
del mecanismo del Estado tal como es, por los golpes de mano de los
blanquistas o por la acción electoral del partido democrático y social, los
democ-soc, los prototipos de los socialdemócratas. El Estado es rehabilitado
por decirlo así; podrá organizar el trabajo (Louis Blanc) y una ensalada de todo
eso es el marxismo, esa superdoctrina de tres fachadas que enseña a la vez el
blanquismo de la dictadura por golpes de mano o golpes de Estado —la
conquista del poder por mayoría electoral (socialdemocracia en sus formas
presentes también por simple participación en los gobiernos burgueses)— y el
automatismo, es decir la autoeliminación del capitalismo por su apogeo final,
seguido de su caída y de la herencia del proletariado según el viejo: el rey ha
muerto ¡viva el rey! Estamos aún entrelazados en esa promiscuidad cada vez
más repugnante entre socialismo y autoridad, que ha procreado ya al fascismo
y otros miasmas mefíticos.

Ante todo esa penetración del socialismo por la autoridad ha hecho detenerse
el impulso de muy bellas iniciativas socialistas, la de Robert Owen y Charles
Fourier, que se inspiraban todavía en lo mejor del siglo XVIII; lo mismo el
impulso de hombres que surgieron a su lado y de los cuales los dos más
notables fueron William Thompson y Víctor Considérant, pero había muchos
otros más.

Robert Owen, que no ignoraba la obra de Godwin, que tenía una eficacia
eminente y única entonces por su experiencia industrial y económica, su
voluntad tenaz y su abnegación, su espíritu tan emancipado de las tinieblas
religiosas y sus grandes medios, que le aseguraban una independencia y
facultades de acción que nunca poseyó un grupo social avanzado, hizo todo de
1791 a 1858 (por un período de actividad tan largo como el de Malatesta) por
experimentación personal y colectiva, razonamiento, organización y todos los
caminos de la propaganda, para elaborar y preconizar un socialismo
voluntario, integral, recíproco, técnicamente a la altura de las necesidades.
Para él, si he comprendido bien su idea, el problema de la anarquía se
planteaba tan poco como el del estatismo. Buscaba las mejores condiciones de
cooperación equitativa, lo que exigía eficacia y buena voluntad individuales y
los arreglos técnicos y organizadores necesarios. Esos organismos
cooperadores, regulan su propia vida y de ser numerosos, generalizados, en
interrelaciones útiles y prácticas, era evidente que el Estado no tenía ninguna
razón de ser ni hallaría quien le pagase por su mantenimiento.

La cooperación en producción (poco desarrollada) y en distribución


(enormemente difundida) se deriva directamente de los esfuerzos de Owen y
de sus camaradas, y tan poco como esas asociaciones se cuidan de los
patrones y de los comerciantes eliminados por la producción y la distribución
directas, tan poco esos organismos desarrollados en verdaderas comunidades,
en “town-ships” (municipios libres) como los concibió Owen, se molestarían
por pagar a los funcionarios de un Estado que no les sirve para nada.

Esa voluntad de actividad productiva y distributiva directa por los interesados


es también calurosamente acentuada en la obra de William Thompson (1785-
1844), un irlandés, autor del segundo gran libro libertario inglés., An Enquiry
into the principies of the distribution of wealth most conductive to human
happiness, applied to the newly proposed Systems of voluntary Equality of
Wealth (Londres, 1824, XXIV, 600 págs. en 8.°), investigación de los principios
de reparto de la riqueza que son más apropiados a la dicha humana, aplicada
al sistema de la igualdad voluntaria de propiedad recientemente propuesto.
Hay que comparar ese título con el de Godwin y lo que Godwin hizo con el
estatismo, la demostración de su influencia nefasta, lo hizo Thompson con la
propiedad, y su trabajo muestra su propia evolución, puesto que después de
haber insistido sobre el producto completo del trabajo como regulador de la
distribución, acabó por convertirse él mismo al comunismo, a la distribución
sin contar. Publicó otros tres escritos importantes, en 1825, 1827 y 1830. Y se
dedicó cada vez más a los esfuerzos de realización que habría querido ver
hacerse (y a favorecerles en sus comienzos con sus propios medios) en gran
estilo. Así entre grandes números de trabajadores asociados de los oficios
útiles e importantes, pero también entre las sociedades cooperativas, etc. La
muerte en marzo de 1833, fue la mayor pérdida para el socialismo inglés de
entonces, cuyos demás representantes incluso Robert Owen, individualizaban
un poco demasiado sus ideas y sus actividades, mientras que Thompson, creo,
habría podido coordinar esfuerzos excesivamente dispersos.

De esos hombres independientes, uno muy en vista, pero aislado también, fue
John Gray, un mutualista (escritos de 1825 a 1848 y sobre todo The Social
System; a treatise on the principie of exchange. Edinburgh, 1831, XVI, 374
páginas. El sistema social: un tratado sobre el principio del cambio). Otro fue
Thomas Hodgskin (1787-1869); un continuador muy moderado de Thompson
fue William Pare, etc. En la vida práctica se formaron numerosas cooperativas
de producción, que sus miembros y los que éstos eligieron como
administradores, etc., han mantenido al margen del Estado, al de los partidos,
pero que fueron mecanizadas y separadas de las verdaderas luchas
emancipadoras. Los esfuerzos para coordinar sus fuerzas con las de las “Trade
Unions” y un verdadero desarrollo de la cooperación productiva no han tenido
éxito; también su forma reciente, el Guild Socialism, se ha vuelto lánguida y no
se repone.

La lógica antigubernamental de Godwin (1793), había sido tal que durante


generaciones hubiese sido como un testimonium paupertatis intelectual, dar al
Estado un rol político y social que no fuese maléfico, es decir, el de una
intrusión incapaz y perjudicial. Fueron los jóvenes torys del tipo de Disraeli
(Lord Beaconsfield) los que fomentaban la leyenda del Estado social. Los
pensadores radicales, aunque fuesen antisocialistas, abogaban por la
reducción al mínimo del Estado, sobre todo Herbert Spencer (en el famoso
capítulo El derecho a ignorar el Estado en “Social Statics” 1850), y John Stuart
Mili en el ensayo On Liberty (1859), y hasta Charles Dickens satiriza el aparato
gubernamental en la novela Little Dorrit (1855-57) —el “Circumlocution
Office”— lo que corresponde al sentimiento popular de entonces.

En Francia, Charles Fourier, hizo lo que le fue humanamente posible para


recomendar un socialismo voluntariamente asociativo y para elaborar sus
mejores condiciones. Si ha continuado ese socialismo, etapa por etapa, por
razonamiento y fantasía hasta una perfección sublime donde culmina en una
anarquía perfecta, ha elaborado también penosamente sus menores primeros
pasos, aplicándole la investigación de la perfección técnica, la proporción
correcta que es esencial a todo trabajo, sea elemental o muy elevado. Su
inmenso Traité de l´association domestique et agricole (París, 1822, LXXX y
592; VIII y 646 páginas en 8.°); Sommaire (1823, 16 y 121 páginas), y muchos
otros escritos lo testimonian, y la gran obra de Víctor Considérant -Destinée
sociale (1837, 1838; 184; IX, 558; LXXXV1, 351 y III, VI, 340 páginas)-. En esos
dos autores y otros varios fourieristas, como por ejemplo Ferdinand Guillon
(Démocratie pacifique, París, 8 diciembre 1850), o el independiente Edouard
de Pompéry que, en su Humanité del 25 de octubre de 1845, lleva el
fourierismo hasta una concepción próxima al anarquismo comunista, se puede
recibir una enseñanza libertaria magnífica que se eleva sobre todo
especialismo sectario.

Charles Fourier

Fourier ha podido conocer el asociacionismo preconizado por varios en el siglo


XVIII, entre otros, por el poco conocido L’Ange o Lange, de Lyon, durante la
revolución. Asociación y Federación fueron gratas también a otros socialistas,
como Constantin Pesqueur, que no pensaba en manera alguna en entregar el
trabajo con los puños ligados al Estado, como propuso el jacobinista comunista
Louis Blanc. En ninguna parte está tan bien elaborada la Comuna societaria
como en los escritos de Considérant. En una palabra, del fourierismo partieron
mil caminos hacia un socialismo libertario, y hombres como Elie Reclus, se
sintieron atraídos toda su vida por esas ideas, asociación y Comuna; es decir,
su sentimiento les dijo que esas dos concepciones, ampliamente
comprendidas, no constituyen más que una sola: el esfuerzo por organizar una
vida armoniosa fuera de esa inutilidad nefasta: el Estado.

Este capítulo corresponde a las páginas 67-102 del libro Der Vorfrühling der
Anarchie, que implicaría una gran ampliación de acuerdo a las antiguas
publicaciones inglesas, italianas, españolas, etc.
III

EL ANARQUISMO INDIVIDUALISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS, EN


INGLATERRA Y EN OTRAS PARTES.

LOS ANTIGUOS INTELECTUALES LIBERTARIOS AMERICANOS

La gran lucha por la independencia norteamericana, comprometida por la


parte liberal de los coloniales contra la potencia central inglesa había
adquirido desde 1775 a 1783 todas las formas de protesta constitucional, de
insurrección cambiada pronto en guerra (1775); de la declaración de la
independencia (4 de julio de 1776) al tratado final de paz, en 1783, siguieron
otros siete años de campañas. Esto ocurría enteramente entre los patriotas
americanos y los que habían acudido de Europa en su apoyo, y los ejércitos a
sueldo de Inglaterra; la mentalidad más estrictamente gubernamentalista tuvo
la primacía y no se tocó ni a las condiciones sociales ni a la esclavitud de los
negros, ni fueron escuchados los votos de los que abogaban por un mínimo de
gobierno, por la descentralización, por libertades reales. Lo que se estableció
como constitución, fue una maravilla comparado con las monarquías europeas
y fue un cuadro en el cual ciertas autonomías locales podían desenvolverse y
fueron al comienzo toleradas, pero fue al mismo tiempo un aparato
gubernamental formidable, casi inalterable, equivalente, por sus garantías
sutiles reservadas al poder, al absolutismo abierto de las antiguas monarquías.

Eso fue bien reconocido por algunos, por hombres de Estado incluso, como
Thomas Jefferson, y los mejores luchaban contra esa nueva tiranía velada;
pero el aparato constitucional está construido tan ingeniosamente que es fácil
agregar autoridad e interpretar lo que existe en un sentido más autoritario,
pero es imposible, reducir esa autoridad seriamente. El pueblo es conducido
como en las monarquías; hay amplitud o sus movimientos son circunscritos
según la voluntad del amo; en el caso presente, según la voluntad
gubernamental controlada por los intereses de la propiedad.
Esta situación produjo pronto el descontento de espíritus audaces, y Voltairine
de Cleyre y C. L. James han esbozado esas primeras protestas de hombres que,
ciertamente, no fueron anarquistas en el sentido presente, pero que tuvieron
horror al estatismo y a la dominación insolente de los monopolistas sobre las
riquezas naturales de medio continente. En las ciudades del Este, sobre la
costa del Atlántico, hubo no poca efervescencia democrática vertida en un
socialismo laborista que, precisamente al ver a los políticos llenarse la boca de
libertad, retóricamente, fue autoritario, riguroso, estatista. Se reimprimió el
gran libro de Godwin (Filadelfia, 1796), el irlandés John Driscol (Equality, or a
History of Lithoconm, 1801-2), y J. A. Etzler (en Pittsburgh, en 1833)
compusieron una utopía y un ditirambo sobre la liberación del hombre por la
máquina, tratando de ser lo menos posible autoritarios; pero, en suma, de
esas ciudades tan rápidamente industrializadas y convertidas así en focos de la
política y en centros de las finanzas, no salió jamás una verdadera vida
socialista integral, y los trabajadores se organizan paralelamente a los
capitalistas. De igual modo los inmensos territorios agrarios, nuevamente
roturados, contienen poblaciones absorbidas por el trabajo, poco accesibles
todavía a las ideas, dejándose alimentar o condenar al hambre
intelectualmente por lo que los curas, la prensa y los políticos les entregan.

Es entre esos inmensos medios autoritarios y conservadores, donde ha


florecido, en el gran territorio, una vida socialista y anarquista muy variada,
muy activa, muy abnegada, numerosa relativamente, pero sin embargo casi al
margen de la sociedad, de donde se acuerdan de esos hombres algunas veces
para simular que les admiran, muy a menudo para perseguirles, pero que, con
frecuencia también, sobre todo antiguamente, se les dejaba hacer, como se
deja a las sectas religiosas o a hombres de vida privada, tranquila en general.
Tales me parecen las proporciones de los hombres y de su ambiente por
alrededor de un siglo después de 1776. Porque había entonces sobre todo
espacio, latitud, condiciones para fundar una vida nueva, tierra todavía
relativamente libre, en el territorio de los Estados Unidos, lo que Europa no ha
conocido desde hace 1.500 años, desde la caída de los romanos. Y eso tuvo
una influencia psicológica vigorizante sobre muchos hombres, y en aquellos
que tenían un fondo altruista produjo el anarquismo individualista americano;
en otros, con un fondo religioso, se produjo un espiritualismo libertario: dos
fenómenos que las condiciones de vida creadas desde hacía cincuenta años, al
reforzar el autoritarismo, el mecanismo, la brutalización, han reducido mucho,
pero que son bellas páginas de la historia de la anarquía.

Había desde el siglo XVIII un pequeño mundo que vivía aparte en comunidades
cooperativas de emigrados reunidos por un sectarismo religioso especializado,
de tendencia social, como mucho antes en los primeros conventos. Después se
introdujo la experimentación socialista, por Robert Owen mismo (New
Harmony), por otros después que fueron influenciados por las ideas de Fourier
y otros. Inevitablemente, las empresas en que los espíritus no estaban
nivelados o quebrantados por la disciplina o la devoción religiosa, tuvieron una
existencia azarosa, y New Harmony, una colonia de 800 personas, en el curso
de varios años mostró mucha desarmonía, lo que indujo a uno de los colonos,
Josiah Warren (1798-1879), un americano de carácter resuelto y tenaz, a
deducir la imposibilidad de la convivencia social desinteresada a causa de la
diversidad natural de los hombres, y concluyó en la individualización completa
de la vida social, es decir, en las relaciones de cambio igual, de reciprocidad
estricta entre los hombres, y consideró el tiempo que requiere un producto o
un servicio como medida de su valor de cambio, según la conciencia de cada
uno.

Warren concluyó igualmente en el repudio de todo lo que una colectividad


impusiera a los individuos en servicios públicos; compete a los individuos, si
quieren, arreglarse para hacer ejecutar esos servicios por personas empleadas
y pagadas por ellos según el tiempo que dediquen a esos trabajos. Aplicó sus
ideas concebidas de acuerdo a su experiencia a partir de 1825 en New
Harmony, en Cincinnati primero, a partir de mayo de 1827, en su “Time Store”
(tienda donde vendía y compraba él mismo sus mercancías según la medida
del tiempo) e hizo propaganda de ese sistema por su acción personal, por los
escritos, por el periódico The Peaceful Revolutionist, en 1833, en Cincinnati —
el primer periódico anarquista, según toda apariencia— y entró en
correspondencia con los cooperadores en Inglaterra; en una palabra, atrajo el
interés y sus libros Equitable Commerce (1846) y Practical Details in Equitable
Commerce (1852). “Detalles prácticos en el comercio equitativo”, fueron muy
difundidos. Sobre todo en 1851-52; en New York, Stepehn Pearl Andrews
(1812-1886) dio a esas ideas una forma ruidosa por conferencias y su gran
libro The Science of Society (1851; dos partes, VI, 70 y Xll, 214 páginas), cuya
primera parte es: “La verdadera constitución de un gobierno en la soberanía
del individuo”, y la segunda “Los gastos como límite del precio: una medida
científica para la honestidad en el comercio como principio fundamental para
la solución de la cuestión social”. Andrews tomó parte en esa discusión, con
motivo de una “Free Love League”, con Henry James y Horace Greeley, en The
New York Tribune hacia 1852, publicada como Love, Marriage and Divorce
(Amor, matrimonio y divorcio). Muchos adeptos de esas ideas vivían desde
1851 hasta una decena de años más tarde en Trialville (ciudad de ensayo), más
conocida como Modern Times, en Long lsland, a no muy larga distancia de New
York, cada cual a su modo, haciendo localmente el cambio entre ellos,
empleando notas de trabajo. Fue sobre todo una comunidad de vida
independiente, sin autoridad oficial, que atrajo buenos elementos y demostró
que la libertad une y la coacción desune a los hombres. La guerra civil en los
Estados Unidos (1862-65) con sus consecuencias económicas dispersó esa
comunidad.

Estas ideas fueron especializadas por otros hombres y mujeres de


pensamiento lógico y de gran tenacidad; tales fueron W. B. Greene, Lysander
Spooner, Eira M. Heywood, Charles T. Fowler, Benjamín R. Tucker, Moses
Harman, E. C. Walker, Sidney H. Morse, Mane Louise David, Louis
Waisbrooker, Lillian Harman y muchos otros. Hubo periódicos notables como
The Social Revolutionist, The World, The Radical Review, Liberty (de B. R.
Tucker; Boston, luego New York, 1881-1907); Lucifer, FairPlay y muchos más.

Estos anarquistas individualistas combatían todos el estatismo, la intervención


de colectividades y de sus mandatarios en la vida de los individuos, los poderes
económicos dados al monopolio (emisión de notas, los Bancos), la sumisión
por el matrimonio y la familia y fueron también hostiles a lo que debía hacerse
en nombre de un socialismo de Estado y de un socialismo anarquista. Muchos
de ellos se especializaban sobre todo en el dominio de las finanzas, otros en el
de la libertad personal y en la vida sexual liberada de todas sus trabas. El único
movimiento social que inspiró simpatías a algunos de ellos, fue el del impuesto
único creado por Henry George (Progress Poverty) y al respecto hubo y hay
todavía cierto matiz de ellos que llega a una fusión de ideas. Son los anarchist
single taxers, los anarquistas del impuesto único, de que The Twentieth
Century, redactado por Hugh O. Pentecost, fue la cuna, hace alrededor de
cuarenta años. Los hombres de ese matiz, aparte de ciertas defecciones, han
entrado a menudo desde entonces en relaciones de buena vecindad con los
comunistas libertarios y con todas las buenas causas de los movimientos de los
obreros americanos. Pero por otro lado B. R. Tucker fue feroz en su
anticomunismo (contra Kropotkin, Most, etc.), en 1883, y ha hecho accesibles
así una parte de las ideas bakuninianas en Estados Unidos y en Inglaterra.

Ese movimiento de 1827, un siglo después, se encuentra frente a una América


enormemente cambiada, y si queda él mismo sin cambiar, es de un siglo atrás,
y si cambia es difícil decir lo que quedaría de él o si no se engaña en la
dirección de ese cambio a operar. En los ambientes sencillos de territorios
recientemente poblados, las condiciones sociales de los hombres se parecen, y
si el cambio honesto es proclamado frente a la codicia y al fraude de algunos,
ese principio moralizador puede triunfar, pero no ha triunfado siquiera
entonces y el monopolio se ha vuelto cada vez más fuerte, hasta acaparar el
Estado completamente después de la gran guerra civil, durante y después de la
cual el capital puso mano sobre la tierra y sus riquezas y fundó en sesenta años
el Imperio de la plutocracia más poderoso que se conoce. Warren murió en
1879 conservando sus ilusiones, que Tucker (nacido en 1854) defendió
entonces contra toda evidencia, propiciando esa reciprocidad entre gentes
honestas frente al monopolio que, al regimentar a todo el pueblo en su
servicio, destruye la independencia personal, la primera base de la
reciprocidad. Otra base de ésta es el sentimiento social, el deseo, el placer de
obrar socialmente por tanto honestamente, con desinterés. Al presuponer ese
sentimiento esos antisocialistas son en realidad muy sociables y muchos
malentendidos no se habrían tenido si hubiesen dicho claramente que su
acción procede de su voluntad de no pasar por el socialismo autoritario. Ir más
lejos, preconizar un sistema único, como lo hicieron con encarnizamiento
desde Warren a Tucker, es sectarismo que corresponde mal a la amplitud de
miras de algunos de ellos.
En la práctica, la rama principal de ese movimiento, antes extendido, se ha
restringido al cambio directo (mutualismo) o se pierde en la reforma
monetaria. Las ramas de libertad personal y de libertad sexual, tan
exuberantes en tiempos de Heywood y de Harman, han tenido una cierta
satisfacción por la creciente libertad de las costumbres y sobre todo por el
derecho de ciudadanía que supo conquistar el neo-malthusianismo bajo el
nombre de birth control. Los antiguos militantes han muerto, a veces hasta en
suicidio frente a persecuciones sistemáticas, y la juventud se contenta con las
mayores facilidades que halla ahora y no promueve ya esas cuestiones de
libertad y de dignidad como hicieron los antiguos. Cuando el anarquismo
individualista debía afirmarse más en nuestro tiempo de estatismo
desenfrenado, no está ya en acción o sólo se presenta en forma pequeña y
anodina.

Estas ideas fueron muy pronto conocidas en Inglaterra por la correspondencia


de Josiah Warren, que trató de hacer una brecha en el movimiento. No logró
más que muy poco; se puede nombrar ante todo a Ambrose Caston Cuddon, el
alma de un pequeño grupo en los años antes y después de 1850 a 1870 y hasta
su muerte en edad avanzada. El libro de Stephen Pearl Andrews y la colonia
“Modem Times” daban un nuevo interés a esas ideas, y ese grupo tomó por
nombre la London Confederation of Rational Reformes (agosto de 1853),
publicando sus principios y un folleto explicativo, que debe ser de Cuddon
(octubre). Estos hombres venían de los matices socialistas de Robert Owen y
de Bronterre O’Brien, y William Pare, que se interesó también por esas ideas
(1855), había estado ligado con William Thompson. Se puede nombrar todavía
al coronel Henry Clinton. Allí se encuentra ese individualismo penetrado de
espíritu socialista, y por lo poco que se sabe de lo sucesivo, se puede suponer
que en ese ambiente inglés las ideas de Warren —si se exceptúa a Cuddon—,
tal vez fueron reabsorbidas por un socialismo de acción popular directa que
desconfía del Estado.

Es un hecho extraño, por cierto, que hasta 1885 aproximadamente ese


anarquismo individualista americano pasó desapercibido en el mundo
socialista europeo, aparte de esas repercusiones en Inglaterra, que a su vez no
han debido ser conocidas en el continente. Hago excepción de Stephan Pearl
Andrews y de “Modem Times”. Sus ideas y la fundación de la colonia fueron
discutidas en particular en el semanario The Leader (Londres), en 1851,
entonces un órgano democrático muy difundido, por Henry Edger, que vivió en
“Modem Times”, un positivista que desde allí mantenía correspondencia
también con August Comte. Si The Sovereignity of the Individual es tan
afirmada por Andrews (1851) ¿es por puro azar que Pí y Margall escribe en La
Reacción y la Revolución (Madrid, 1854): “Nuestro principio es la soberanía
absoluta del individuo; nuestro objeto final, la destrucción absoluta del poder,
y su sustitución por el contrato; nuestro medio, la descentralización y la
movilización continua de los poderes existentes”... No hay duda que Pí y
Margall ha debido conocer los dos famosos libros libertarios de 1851, “Idée
générale de la Révolution au XIXème siécle”, de Proudhon, y las Social Statics, de
Herbert Spencer. ¿Por qué no habría tenido conocimiento del libro de
Andrews discutido en el Leader, órgano que tenía tantas noticias sobre el
movimiento avanzado en España? Incluso en 1854 apareció en Cádiz una
traducción española de un gran libro relativamente poco importante del
mismo Andrews (The Basic Outline of Universology...). De Modem Times se
tiene conocimiento generalmente por un artículo de Moncure D. Conway en
una gran revista inglesa (Fortnightly Review, julio de 1865) de que se habla
incluso de Rusia en el Sovremennik, la antigua revista de Chemishevsky. Élie
Reclus ha debido ver a algunos de esos anarquistas americanos en ocasión de
su viaje a los Estados Unidos y ha colaborado en The Radical Review, en 1877,
redactada por Tucker. Tucker mismo ha hecho en 1874 un viaje a Londres,
donde vio todavía a Cuddon, de 83 años de edad, y viajó por Francia e Italia. Se
puso a traducir grandes volúmenes de Proudhon, entonces las primeras
ediciones americanas. Se sabe también que Élie Reclus, en 1878, conoció a
Tucker y The Radical Review, como Tucker, en 1889, en París, por medio de
Élie, conoció a Élisée Reclus. Pero los hermanos Reclus se han sentido tan
distantes, en su comunismo generoso, de la meticulosidad del cambio igual de
esos americanos, que no han creído necesario o importante hablar de esas
concepciones en su ambiente europeo.

Hubo probablemente algunos de esos individualistas en la famosa sección 12


de la Internacional, compuesta enteramente de americanos de matices
diversos, en New York, que causó tanta tristeza a Marx, porque no se puso
bajo la tutela de uno de sus hombres de confianza. No le quedó más recurso
que tratar de hacerla expulsar. Uno de sus miembros asistió al Congreso de La
Haya (1872), sin ser reconocido delegado; se hizo a la sección el reproche de
contener también espiritistas y partidarios del amor libre, y con eso se
contentó la mayoría marxista del Congreso para rechazar a ese delegado.

Por los acontecimientos de huelga violenta en Pittsburgh, en 1877, algunos


jóvenes individualistas de Boston fueron removidos, como Morse, que escribió
entonces un folleto vehemente (Los reyes de los ferrocarriles desean llegar a
un Imperio...) y de ese medio de jóvenes surgió la revista The Anarchist
(Boston) en enero de 1881, cuyo primer número fue muy difundido, mientras
que el segundo, en preparación, fue impedido por la policía. Allí, según la
opinión y el deseo de un joven de espíritu aventurero, esas ideas americanas
habrían tenido puesto junto a las socialistas revolucionarias entonces de Most
y del anarquismo comunista francés. Ese esfuerzo fue quebrantado, pero
también en Liberty, que Tucker fundó en agosto de 1881, a pesar de la rigidez
teórica, había al comienzo un soplo de solidaridad con los revolucionarios
internacionales, los nihilistas rusos, etcétera.

Es verdaderamente todo lo que me recuerdo haber apercibido del contacto


entre esos anarquistas americanos y los dé Europa durante más de cincuenta
años, hasta 1881. Ni Proudhon, ni Bakunin, ni Élisée Reclus, ni Déjacque, ni
Coeurderoy han hablado de ellos, aunque tres de esos cinco han vivido o
pasaron algún tiempo en los Estados Unidos, y Cuddon, en Londres, había sido
el 10 de enero de 1862, presidente de una delegación obrera inglesa que
saludó a Bakunin de regreso de Siberia.

El 6 de agosto de 1881 apareció Liberty, redactada por Tucker, un órgano muy


combativo, que se puso a negar el derecho a llamarse anarquista a los
colectivistas y comunistas libertarios, a Kropotkin mismo, y se replicó no
considerando anarquistas a esos individualistas, por el hecho de reconocer
eventualmente la propiedad privada, etc. En mi opinión, se conocían
mutuamente muy poco, no se sabía nada en Europa del pasado anarquista
americano de cincuenta años entonces, y muy poco en América también del
mismo pasado europeo desde hacía cincuenta años. Había bastante espacio
para las dos corrientes que hasta entonces se habían estorbado tan poco una a
la otra, que ni siquiera se habían apercibido la una de la existencia de la otra.

Liberty circulaba un poco en Londres, y un tipógrafo inglés, Henry Seymour,


fundó allí, en marzo de 1885, The Anarchist; en Melboume (Australia),
apareció Honesty, en abril de 1887. En Inglaterra el pequeño movimiento se
perdió algunos años después en esas especializaciones financieras sobre la
emisión libre de papel-moneda y sobre panaceas semejantes, que en ese país
han absorbido el esfuerzo de gran número de socialistas que, entonces, no
volvieron a encontrar el camino hacia las ideas. También en Alemania, más
tarde, antes ya de la guerra, fueron iniciadas tales especializaciones
infructuosas (los nuevos fisiócratas, Silvio Gessel, “Frei-geld”). Son cosas que
no se pueden hacer sin tener el poder, y si se tuviese ese poder, no habría
necesidad de hacerlas y se haría algo muy distinto.

Enteramente independiente de esas corrientes de buena fe, el burguesismo


antisocialista, que es también antiestatista, en tanto que es enemigo de toda
intervención social del Estado para proteger a las víctimas de la explotación
(horas de trabajo, higiene, etc.), esa avidez de la explotación ilimitada había
creado en Inglaterra una agitación por un pseudo-individualismo, el
burguesismo ilimitado, con una pseudo-literatura mercenaria. Hablo de la
Liberty and Property Defense League de los años 1880-90, etcétera. A ella se
refieren, por grados doctrinarios y fanáticos de un “individualismo” siempre
absolutamente estéril, de ese no-intervencionismo que dejaría morir de
hambre a un hombre por no herir su dignidad al mezclarse en sus asuntos y al
darle de comer. De ahí, por otros grados, se llega al voluntarysm absoluto, la
doctrina de Auberon Herbert hacia 1880, idea benévola y vigorosamente
antiestatista; pero todo eso, en fin, es dilettantismo, medios ineficaces que no
han impedido acrecentarse terriblemente el mal autoritario en estos cuarenta
años que siguieron.

El anarquismo, como fue elaborado estrechamente porTucker (cuyo libro


Instead of a book, New York, 1893, VII, 512 páginas, reproduce las partes más
significativas de sus artículos y notas en Liberty), se vuelve a encontrar en el
periódico alemán Libertas (Boston, 1888; 8 números) y fue aceptado durante
mucho tiempo después por el joven poeta alemán John Henry Mackay,
fascinado desde 1888-89 por las ideas de Max Stimer, de Proudhon y las de B.
R. Tucker; sus libros Die Anarchisten (1891), Der Freiheitssucher (1920) y un
tercer tomo lo muestran inspirándose en esas tres concepciones. Su esfuerzo
fue secundado por una propaganda algunos periódicos y folletos en Alemania.
Mackay murió en 1933.

Fuera de esto, el individualismo anarquista americano fue presentado en


Francia y en Bélgica en algunos periódicos y por autores que, sin embargo, no
lo han aceptado o conservado ellos mismos integralmente. Hubo también
pequeñas repercusiones escandinavas. Es llamado mutualismo por la
propaganda americana presente y ha encontrado también algunos
“aficionados” italianos. En suma, me parece que nos debe una explicación
clara con la situación mundial presente, que es mucho más complicada que
cuando Josiah Warren, en 1827, fundó su primer Times Store. Si hay que
superar las primitividades del comunismo, hay que superar también las del
individualismo.

No tengo que hablar aquí de lo que se llama individualismo en los


movimientos socialistas libertarios francés, italiano y otros, pues no tienen
relación alguna con la corriente americana.

***

Lo que he llamado espiritualismo libertario americano, es el pensamiento y el


sentimiento de un pequeño número de intelectuales concienzudos que en los
Estados Unidos, sobre todo en los años 1830-1860, más desde 1840 a 1850, se
dedicaban a vivir y a obrar como hombres libres. Sobre una base religiosa
deísta vivía en ellos el espíritu humanitario del siglo XVIII, el espíritu social que
tomaban de los escritos de Fourier y de Owen, un espíritu crítico que les hizo
ver el mal hecho por la autoridad a través de la historia y tenían una causa
viviente ante ellos, la de la esclavitud vergonzosa de los negros, institución
legal, que todos estaban forzados a ver erigida ante sus ojos. Yo sé que los
esclavistas respondían cínicamente demostrando los horrores de la esclavitud
de los blancos en las fábricas, pero no disminuye nunca un mal el hecho de
presentar otro; entonces hay que combatir los dos, y los abolicionistas se
decían muy lógicamente que una sociedad brutalizada por la esclavitud de los
negros no poseía la fuerza moral para poner remedio a la esclavitud de los
blancos. Para la burguesía, los hombres peligrosos eran entonces los que
querían destruir inmediatamente la esclavitud, y mucho menos los que
hablaban de un socialismo del porvenir lejano, o los que, entre ellos, en
pequeñas comunidades, practicaban hábitos sociales. Los hombres en cuestión
fueron de los unos y de los otros, abolicionistas del tipo de William Lloyd
Garrison, y socialistas de Brook Farm. Había hombres y mujeres como Emerson
W. E. Channing, Margaret Fuller, Francés Wright, Nathaniel Hawthome y otros.
Se puede decir que lo que hay en América del Norte de civilización, se liga de
cerca o de lejos a ese ambiente cultivado de la antigua Massachusetts, tan
diferente del Estado presente de ese nombre que ha dejado matar durante
siete años a los dos anarquistas italianos que sabemos 6.

La más bella figura de ese ambiente es, desde el punto de vista libertario,
Henry David Thoreau (1817-1860), el autor de Walden: my Life in the Woods
(1854) y del famoso ensayo On the duty of civil disobedience (1849) “Del deber
de la desobediencia civil”. Walt Whitman es un tipo muy diferente, según mi
impresión. Tiene las expansiones libertarias más bellas, pero su culto
entusiasta a la fuerza le acerca, para mí, a los autoritarios.

Hubo algunos otros americanos de verdadero valor conquistados para las


buenas causas y para la de la humanidad libre ante todo; Emest Crosby, fue
uno de los mejores.

Este capítulo resume las páginas 103-132 del libro Worfrühling y remito
también a mi artículo Anarchism in England fifty years ago in Freedom
(Londres), noviembre-diciembre 1905, que se ocupa sobre todo de Ambrose
Caston Cuddon, caído en olvido completo entonces; fue reimpreso por Tucker,
en Liberty (1906).
IV

PROUDHON Y LA IDEA PROUDHONIANA EN DIVERSOS PAÍSES

Hubo necesidad de cincuenta años, después de la inauguración de la autoridad


intensificada por la Revolución francesa poco después de las aspiraciones
liberales de 1789, antes de que se levantara en Francia una voz poderosa y
lanzase un reto a todas las autoridades —y fue la voz de Pierre Joseph
Proudhon (1809-1865). La crítica libertaria del siglo XVUI, sofocada por el culto
a la autoridad, renació en él y por largo tiempo aún, hay que decirlo, sólo en él
en su país. Tuvo el buen sentido de comprender que durante esos cincuenta
años no se había hecho más que multiplicar las autoridades, las nuevas
feudalidades. La feudalidad de la burocracia del Estado centralizado, la del
ejército y del clero reorganizados, la de la burguesía que trataba sólo de
enriquecerse, el espíritu conservador de la propiedad campesina, y la
esperanza de dominación sobre el mundo productor alimentado por jerarquías
socialistas nacientes. Los productos mismos gemían bajo el yugo de todas esas
imposiciones. Proudhon, solo, opuso a todo eso en 1840, su grito por la
anarquía y puso al desnudo el mal de toda autoridad, fuese religiosa, estatista,
propietaria o socialista. De él data el socialismo integral, es decir, el de las
liberaciones reales y completas.

Así, para no citar más que algunas líneas de sus Confessions d'un
révolutionnaire (1849); págs. 232-3 de la edición de 1868): “El capital, cuyo
análogo en el dominio político es el gobierno, tiene por sinónimo en la religión
el catolicismo. La idea económica del capital, la política del gobierno o de la
autoridad y la idea teológica de la Iglesia son tres ideas idénticas y
variablemente ligadas; atacar a una significa atacarlas todas, como saben hoy
exactamente todos los filósofos. Lo que el capital hace al trabajo, y el Estado a
la libertad, lo hace la Iglesia, por su parte, al espíritu. Esa trinidad del
absolutismo es en la práctica tan funesta como en la filosofía. Para oprimir
eficazmente al pueblo hay que encadenar simultáneamente su cuerpo, su
voluntad y su razón. Cuando el socialismo quiera mostrarse de un modo
completo, positivo, libre de todo misticismo no tiene más que hacer una cosa,
poner en circulación espiritual la idea de esa trinidad...”

Es lo que hizo Bakunin en 1867 con la proposición positiva del federalismo, del
socialismo y del antiteologismo, lo que algunos años más tarde los
internacionalistas españoles e italianos expresaban por anarquía, colectivismo
y ateísmo. Es la emancipación intelectual, política y social, que implica la
emancipación moral, y, sobre esa base, el libre desenvolvimiento de la
humanidad adulta y regenerada. Godwin y Proudhon fueron, por tanto, los
primeros en mostrar ese camino y, como manifestación de pensadores
verdaderamente libres, importa poco que las proposiciones o consejos de
detalle sean imperfectos. Cuando es hallada una nueva gran idea, pasa
siempre algún tiempo antes de que sus aplicaciones hayan tomado una forma
verdaderamente práctica; piénsese en la electricidad, que se comenzaba a
conocer en sus posibilidades teóricas en tiempo de Godwin y, mucho mejor,
cincuenta años más tarde, en tiempo de Proudhon, pero cuyas aplicaciones
prácticas universales no se generalizan más que cincuenta años después y en
nuestros días. Godwin y Proudhon tenían a su alrededor en socialismo, menos
aun que los químicos y los técnicos de su tiempo en aplicaciones y experiencias
probadas.

Renuncio, pues, aquí a esbozar los tanteos prácticos de Proudhon, cuyo


desenvolvimiento muy gradual puede ser examinado por sus notas y cartas,
como Daniel Halevy (La Jeunesse de Proudhon, 1913) ha comenzado a hacer,
trabajo muy extenso y no terminado todavía. Es maravilloso cómo vive en
Proudhon el reconocimiento casi instintivo del mal autoritario que ha invadido
su país con intensidad enorme en el momento mismo en que se puso con todo
entusiasmo y buena fe a destruir su forma menos desarrollada aún, el antiguo
sistema. Durante veinticinco años seguimos en la disección de la autoridad por
Proudhon y su esfuerzo por agrupar a los hombres para una obra común que
les pusiese fuera de las garras de esa autoridad que, privada de la
“servidumbre voluntaria” de los que la alimentan, perecería por sí misma de
inanición y de impotencia. Importa muy poco si los primeros medios
propuestos eran o no practicables. Todos se basaban, sin embargo, en la
elevación del hombre, en su acción social consciente, en el ejercicio de esa
condición de toda convivencia humana, la igualdad y la reciprocidad (el
mutualismo). El problema se planteaba así entonces: lo que se puede exigir y
esperar del hombre normalmente social, es esa reciprocidad como un mínimo,
y no es la generosidad (el comunismo) que es un máximo. Nada más fácil que
presuponer o prometer esa generosidad que, sin duda, nacerá un día, pero
inmediatamente no se puede más que tratar de introducir un poco de
honestidad ordinaria en las relaciones entre los hombres, y tal fueron el
camino equitativo de Warren, el mutualismo de Proudhon.

Joseph Proudhon

Fiaba todavía en las tendencias asociativas y federativas de los hombres, que


han establecido entre ellos un grupo local y general, según sus necesidades
económicas y su vida real, fuerzas que el centralismo y el estatismo combaten
en interés de monopolistas del poder y de la propiedad. Restablecer la acción
libre de las asociaciones y federaciones contra esa intervención del monopolio,
será obra directa a realizar, y de ese esfuerzo continuo nacería el aislamiento
de los Estados, lo cual llevaría a su liquidación, y a la asociación y a la
federación de los organismos de verdadera utilidad social, según sus
necesidades y sin obstáculos autoritarios.

Se conoce más a Proudhon por un número restringido de sus trabajos, sobre


todo “Q'est-ce la propriété?” o “Recherches sur le principe du droit et du
gouvernament” (1840), la primera memoria, seguida de otras dos dirigidas al
profesor Blanqui (hermano del revolucionario) y al fourierista Considérant, y
explicaciones dirigidas al Ministerio público (el procurador del rey) en 1841 y
1842. Las Confesiones de un revolucionario, para servir a la historia de la
revolución de febrero (París, 1849, 107 páginas, in. 4.°), recolección de
artículos de 1848, analizando sobre todo la maniobra gubernamental y las
mistificaciones o locuras de los partidos autoritarios durante una parte del año
1848; en el espíritu de ese libro está escrito el famoso Prologue d'une
Révolution, Février-Juin 1848, por Louis Ménard (París, 1849, en las oficinas del
Peuple -el diario de Proudhon-, 319 páginas), el origen de lo que culminó en la
masacre del proletariado de París en junio de 1848 -Idea general de la
revolución en el siglo XIX, París, 1851, Vil, 352 págs. en 8.°)

- De la Justice dans la Révolution et dans l´Eglise (París, 1858, 3 vol. de 520, 544
y 612 págs. en 18°, y la edición de Bruselas, aumentada, en 1860-61, en 12
partes. -Du Principe fédératif et de la nécessité de reconstituir le partí de la
Révolution (París, 1863, XVIII, 324 págs. en 18.°) — De la capacité politique de
la clase ouvriére (París, 1865, VI, 455 págs. en 18.°; obra póstuma). Luego la
colección de su Correspondance, 1875, en 14 volúmenes en 8.°, de 5303
páginas, una amplia serie a la que se agregan otros grupos de cartas
publicadas, los periódicos y otras notas privadas y el gran número de escritos
de que no hablo aquí. Es una obra enorme, cuya parte crítica sigue siendo de
una actualidad palpitante, si se sabe uno dar cuenta de las situaciones y
problemas que pesan sobre nosotros y nos aplastan todavía hoy, porque aún
no hallaron solución razonable.

Así los gobiernos, los políticos, las finanzas, la burguesía, el nacionalismo, las
guerras son analizadas por él en lo vivo, con la mano en el saco (del pueblo) en
innumerables ocasiones durante los reinos del burguesismo puro (Luis Felipe),
de los revolucionarios jacobinos (1848), del cesarismo y la dictadura imperial y
militar, el nacionalismo europeo, factor dominante desde 1859, y del cual se
deriva la serie de guerras que nos rodea siempre. A falta de un Proudhon, que
no lo tiene esta época, las lecciones por comparación que se sacarían de esa
obra prestarían grandes servicios a los libertarios de hoy, que deben aún hallar
los caminos de la teoría a la práctica y a la crítica de los hechos reales, tal como
supo hacerla Proudhon, no imitándole directamente, pero inspirándose en su
ejemplo y aprovechando su experiencia.

Supo prever, desde 1859 los perjuicios del nacionalismo y mostró las vías del
federalismo. Supo prever los extravíos de los trabajadores en la política
autoritaria y mostró los caminos de la acción económica directa, sucumbiendo
desgraciadamente menos de cuatro meses después de la fundación de la
Internacional (19 de enero de 1865).

Un pensador como Proudhon no podía producir más que proposiciones


prácticas personales, individuales, y ese criterio se aplica también a las
proposiciones de todos los demás socialistas independientes que, todos, no
pueden menos de proyectar su propia individualidad en sus obras. Provocado
sobre todo por sus adversarios —es una argucia de guerra provocar al
enemigo a que se exponga, a que se comprometa, y una falta de juicio de las
masas el dejarse influenciar por el resultado elegido—, Proudhon prodigó
proyectos prácticos prematuros y necesariamente abortivos, pero todo eso es
reconocido hoy como accesorio, y su verdadera gran obra es la crítica a la
autoridad; la acción económica y cualquier otra acción humana directa, y la
federación, que es la única que excluye las rivalidades, la guerra y el pacto
como lazo, siempre temporal y revocable entre las partes, individuos o grupos,
que determina el carácter de sus relaciones de reciprocidad, si eligen la
entrada en tales relaciones.

Estas ideas, pues, exigían que se las comprendiera, que se las sintiera, que
fuesen aplicadas por hombres que fueran ellos mismos pensadores intrépidos.
Era, al contrario, imposible agrupar muchos hombres en tomo a alguna
aplicación práctica del pensamiento de Proudhon, y si se hizo, el resultado fue
mediocre, y su falta de éxito inevitable fue erróneamente declarada un
defecto del proudhonismo. Menos aun, cuando tales ensayos cesaron, se
puede hablar de una desaparición definitiva del proudhonismo. Vivió, al
contrario, y todos nuestros movimientos vivirían mejor, si sus militantes se
inspirasen en los elementos vivientes de la enseñanza de Proudhon.

***

Como todos los hombres de valor intelectual en Europa y en América, fueron


despertados sobre las ideas sociales por el período de los saint-simonianos
principalmente, y sobre la situación de los trabajadores por la miseria, las
asociaciones, las revueltas en Inglaterra, en Lyon y en otras partes, así una
gran parte de ellos fue impresionada por la anti-autoritaria de Proudhon, que
se las tomó con el Estado actual tanto como con el socialismo autoritario que
se figuraba representar ya el porvenir. Se puede decir que, por largos años,
pongamos el período de 1840 a 1870 en todo caso, estas pretensiones fueron
frustradas por Proudhon solo, que fue una fuerza que impresionó los espíritus
de entonces como no se había visto otra desde los tiempos de Voltaire,
Rousseau y Diderot. Sin embargo, esa influencia no podía producir réplicas
exactas a su talento, y aquellos mismos que fueron más influenciados, no han
podido ser continuadores parciales o imperfectos de su obra.

En Francia se citaría una cantidad de esos hombres, sean amigos personales,


George Dúcheme, Charles Beslay, Gustave Chaudey etc., sean jóvenes adeptos
de los años 1860-70, los Robert Luzarche, Vermorel, etc., sean trabajadores de
los primeros sindicatos y de la Internacional, Henry Tolain, etc., sean autores
posteriores a 1870, los Chevalet, Perrot, Beaucherv y otros, y aparte de los
blanquistas y de los supervivientes del saint-simonismo, fourierismo,
cabetismo, pierre-lerouxismo, etc., de los años 1860-1870, todo socialista
estuvo un poco impresionado por Proudhon, el único de los socialistas que se
leía entonces. Si la idea de la Comuna de París tenía raíces autoritarias en la
afirmación de la Comuna de 1793-94 y raíces sociales libertarias en el
fourierismo (Considérant), se derivaba igualmente de la negación
proudhoniana del Estado, de la federación, opuesta a la centralización estatal,
de la anarquía, en suma, que uno de los jóvenes poetas de entonces y que
escribió el Pére Duchéne de la Comuna, Eugéne Versmersch, proclamó
paladinamente en 1868, llamándose atomista y anarquista. Al lado de esa
verdadera influencia intelectual, desaparece la insuficiente de los epígonos
proudhonianos del tipo de Tolain en la Internacional, cuyas flojas defensas
mutualistas no fueron ya escuchadas ante las demandas con voz cada vez más
fuerte, del colectivismo.

Fue Bélgica, donde, en esas décadas de 1830 a 1870, cierto número de


hombres pensaban más libremente que en Francia, es decir, no fueron
distraídos por la actualidad autoritaria parisiense, la lucha incesante de los
intereses y de los partidos; fue Bélgica, donde Proudhon había pasado un
destierro de varios años, el país en que las ideas proudhonianas fueron
discutidas independientemente, propagadas, y donde entraron en contacto
directo con las concepciones socialistas no autoritarias. Hablo del bello
período de la Rive gauche (1864-66) y de la Liberté (1867-73) de Bruselas. Es
allí donde se encontraría el proudhonismo revolucionario, socializado,
modificaciones o aplicaciones más o menos originales, inspiradas por un bello
impulso. Se encuentra ese proudhonismo independiente también en la obra
de Émile Leverdays (1835-1890), el autor de las Assemblées parlantes (1883) y
de otros volúmenes de crítica económica y estatista, lo mismo que se
encuentra en todas las manifestaciones del socialismo avanzado francés desde
1860, también en la Comuna, y en el que debía ser redactor jefe del diario Le
Proudhon, cuyo número de muestra apareció el 12 de abril de 1884,
publicación proyectada por un joven entusiasta, E. Potelle, que murió pronto.

Proudhon, desde 1840, impresionó fuertemente a los socialistas alemanes, M.


Hess, Marx, más tarde a Lasalle; después a Max Stimer, Arnold Ruge, Cari Vogt,
Cari Grün, Alfred Meissner, Ludwig Pfau y otros; a los rusos Bakunin, Alejandro
Herzen, N. V. Scholoff y otros; y James Guillaume, escribió a iniciativa de
Bakunin, el libro La anarquía según Proudhon (que no existe más que en
traducción rusa, impresa en Londres en 1874). Algunos raros escandinavos
seguían a Proudhon, y en el lejano México, Plotino Rhodokanaty tradujo Idea
general de la revolución en el siglo XIX (Biblioteca socialista, México 1877). En
Italia fueron Giuseppe Ferrari, Saverio Friscia, Nicoló Lo Savio y algunos otros.

Pero fue en España donde las ideas proudhonianas fueron más calurosamente
recibidas. La obra maestra de Pi y Margall La reacción y la revolución. Estudios
Políticos y Sociales (Madrid, 1854, 424 páginas; reimpresión de la Revista
Blanca, Barcelona, 1928, 478 págs.), cualquiera que sea su originalidad, no ha
sido escrita sin que el autor haya conocido los trabajos de Proudhon, con el
cual otro español, Ramón de la Sagra estaba unido (autor de Banque du
Peuple, en francés, París, 1849, 160 págs. en 32.°). Pi y Margall, más tarde, ha
traducido al menos seis libros de Proudhon (ediciones de 1868 y 1870, con
introducciones, Madrid, Alfonso Durán, en 18.°), entre otros El principio
federativo (1868) y De la capacidad política de las clases jornaleras (1869). Al
menos otros ocho escritos de Proudhon fueron traducidos por otros, desde
1860 a 1882, entre ellos la Idea general de la revolución en el siglo XIX
(Barcelona, 1868) y La Federación y la unidad de Italia (Madrid, 1870; el
original apareció en París en 1862, 143 págs.).

En Inglaterra y en los Estados Unidos las ideas de Proudhon han tenido poca
repercusión, sin quedar por eso desconocidas. Tucker y más tarde John Beverly
Robinson hicieron traducciones; la General Idea of the Revolution in the
ninetieth Century apareció aun en 1923 en Londres (Freedom Press).

Marx concibió una rivalidad formidable contra Proudhon y trató de demolerle


teóricamente, en 1847, y en reputación, por un artículo de los más injuriosos
después de su muerte. El médico alemán doctor Arthur Mülberger se
especializó en el estudio de Proudhon hasta atraerse los ataques vehementes
de Friedrich Engels (1872); pero continuó y publicó también una biografía
esmeradamente redactada (1899) y los escritos póstumos de un joven
pensador, Emest Bush, que había llegado a conclusiones económicas paralelas
a las de Proudhon (1890). Gustav Landauer, sobre todo en Sozialist de los años
1909 a 1915, fue fascinado por Proudhon, del cual publicó en traducción
numerosos extractos bien elegidos y preparó la traducción de La Guerre et la
Paix.

Se comienza de nuevo en Francia a apreciar a Proudhon como uno de los raros


autores del siglo XIX exento del centralismo autoritario, y a veces los
anarquistas vuelven a descubrir la fuerza y la belleza de su crítica a la
autoridad; en el Reveil (Ginebra) hace varios años, Bertoni reprodujo mucho
de tales extractos de sus escritos. También una selección de sus cartas,
publicada en París por Daniel Halévy hace unos años, fue una sorpresa literaria
bien saludada.

Se advierte al fin la esencia viable de Proudhon, que está en las ideas más
arriba descritas, y su aplicación crítica al pantano autoritario que amenaza
tragamos. Su voz fue un llamado constante a la razón y al buen sentido.
Escuchándola bien y siguiéndola, no a la letra, sino en su verdadero sentido,
nos ayudaría a salir de la rutina y a combatir mejor el ambiente autoritario que
reacciona constantemente sobre nosotros mismos como atmósfera asfixiante
de la que hay que salvarse rompiendo los vidrios. Es lo que Proudhon ha hecho
del mejor modo y más que Bakunin y que cualquier otro; fue a él a quien la
burguesía del siglo XIX temía y odiaba a muerte; la propiedad es un robo: esas
pocas palabras tenían la fuerza de una revolución.
V

LA IDEA ANARQUISTA EN ALEMANIA DESDE MAX STIRNER A EUGEN


DUHRING Y A GUSTAV LANDAUER

Inevitablemente el pensamiento liberal del siglo XVIII se abría un camino en los


grandes países a través del período autoritario que comenzó en 1789, como
hemos visto. En Alemania, como en Italia, las victorias y las conquistas
napoleónicas fomentaron el nacionalismo en su forma cultural, la vuelta hacia
el pasado nacional, y en su forma económica, las unidades territoriales, el
Estado nacional unificado. De ahí también la filosofía nacional: inspirándose en
el estatismo de Napoleón, filósofos de alguna fuerza lógica como Hegel desean
un estatismo omnipotente semejante para su propio país; viendo las guerras
nacionales de los otros, Fichte, antes nada menos que un admirador del
Estado, escribe “Der Geschlossene Handesstaat” (1800) y pronuncia los
discursos patrióticos “Discursos a la nación alemana”. Los autores y poetas
románticos habían profesado antes ideas no nacionales y emancipadoras en
varios dominios; los acontecimientos hicieron de ellos nacionalistas extremos y
reaccionarios. Las relaciones internacionales comienzan en pequeñas
dimensiones, por viajes de algunos miembros de sociedades secretas liberales
a París y a Berlín, y por las relaciones entre tales miembros e italianos y suizos
en Suiza. Diez años después el saint-simonismo inspira a un gran grupo de
jóvenes autores alemanes. Los republicanos y los socialistas incipientes
alemanes van a establecerse a menudo en París después de 1830, y también
autores avanzados como Boeme y Heine 7 y los refugiados y los artesanos.
Pero todo eso fue en suma democracia unitaria, y ya las opiniones federalistas
—el refugiado Georg Kombst ha expresado tales opiniones— eran muy raras.

Estas vacilaciones entre el bello internacionalismo cosmopolita y lo que


pareció no menos bello, la más grande prosperidad y cultura local, nacional,
fueron una primera expresión de las feroces luchas que desgarraron a Europa
en ese momento todavía. Puesto que las garantías del internacionalismo faltan
y su realización parece difícil, en lugar de proseguir ese gran objetivo, se busca
refugio en el aislamiento, en la nación armada, y para protegerse, cada nación
quiere ser la más fuerte y obstruir el desenvolvimiento de los otros pueblos.
No hay solución en el terreno del Estado independiente; lo hay solamente en
la Federación, que abre a todos el gran cuadro y permite a cada uno su
desenvolvimiento autónomo. De ahí se pasa al grupo libre y a las
interrelaciones múltiples; es lo que los hombres hacen por sí mismos en un
ambiente de paz asegurada en muchos dominios de la vida social —y la
práctica general de esa agrupación libre, eliminación de todas sus trabas: es la
anarquía.

Sin embargo, de dos ambientes y personalidades nació un sentimiento


libertario original en los alrededores de 1840. Fue en el ambiente de los
hermanos Bruno y Edgar Bauer en Berlín, el círculo libre que Marx visitó en
1837, ligándose mucho con Bruno Bauer hasta la ruptura a Fines de 1852. Max
Stirner fue un pilar de ese círculo, en el que, de la filosofía hegeliana, que
comenzaban a considerar críticamente, de la crítica incisiva a las fuentes del
cristianismo, de la crítica de todos los días al estatismo y al burguesismo que
les rodeaba, y de la repercusión del movimiento de los espíritus en todas
partes y de los movimientos sociales, en el que, digo, de todo eso se formaba
en los miembros más destacados, los hermanos Bauer, Max Stirner, Ludwig
Buhl y otros un nihilismo crítico, el destronamiento de todas las autoridades
establecidas y reconocidas. De allí, en el curso de 1842, entre primavera y
otoño, se llegó al repudio completo del Estado. Engels, en el verano de 1842,
en un poema radical, escrito con gran verborrea, describe ese ambiente, que
había frecuentado, simpáticamente, y caracterizaba a Max Stirner muy bien,
diciendo que, cuando los otros gritaban “¡Abajo los reyes!”, Stirner decía:
“Abajo también las leyes”. Marx, a Fin de noviembre, poco más o menos,
rompe brutalmente con ese grupo al que se llamaba “los libres de Berlín”.

De ese grupo nos quedan como publicaciones anarquistas sobre todo escritos
de Edgar Bauer, así Der Streit der Kritik mit Kirche und Staat (Charlottenburg,
1843), confiscado en septiembre y reimpreso en Berna (Suiza) en 1844, 287
págs. Un periódico proyectado (prospecto del 12 de julio de 1843) fue
impedido, pero sus colaboradores reunieron artículos en volumen (no
sometidos a la censura). Tal fue la Berliner Monatsschrift (Mannheim, 1844; IV,
332 páginas en 12.°), la primera colección anarquista en lengua alemana; Max
Stirner colaboró y Buhl organizó la edición.

Max Stirner

Durante esos últimos años Max Stirner ha debido componer su libro famoso
que apareció en diciembre de 1844: Der Einzige und sein Eigentum (El único y
su propiedad) (Leipzig, 1845, 491 págs. en 8). Se han reunido después escritos
dispersos de Stirner, sobre todo en Kleinere Schriften, recopilación por J. H.
Mackay (1898; edición aumentada en 1914), pero el profesor Gustav Mayer y
otros han encontrado más artículos dispersos y las investigaciones no están
terminadas aún. Sin embargo el gran libro contiene todo para formarse una
opinión exacta de sus ideas. He dado extractos (Vorfrühling, págs. 169-173)
para motivar mi opinión de que Max Stirner era en el fondo eminentemente
social, socialista, deseoso de revolución social, pero siendo francamente
anarquista, su llamado “egoísmo” es la protección, la defensa que cree
necesaria tomar contra el socialismo autoritario, contra todo estatismo que los
autoritarios insinuasen en el socialismo. Su egoísmo es la iniciativa individual:
su “Verein” el grupo libre que realiza un objetivo, pero que no se convierte en
organización, en sociedad. Su método es eminentemente la desobediencia, la
negativa individual y colectiva a la autoridad y una agrupación voluntaria
según lo que la situación exija en cada instante. Es la vida libre en lugar de la
vida controlada y ordenada por los usurpadores de la propiedad y de la
autoridad.

Al leer a Stirner como socialista, pienso que no se puede interpretarlo de otro


modo. Buscando un individualista anti o no socialista en él, se menospreciarían
sin razón valedera los pasajes bastante numerosos y que no son únicos,
señalados por mí. Estas interpretaciones ultraindividualistas son ya antiguas.
No hay más que ver las publicaciones del doctor Karl Schmidt en el ducado de
Anhalt, “Das Verstandestum und das Individiuum” y “Liebesbriefe ohne Liebe”
(“Lo comprensible y el individuo” y “Cartas de amor sin amor”) (Leipzig, 1846),
que han sido tratadas por Stirner mismo con desprecio supremo. No pensaría
de otro modo sobre mucho de lo que se ha escrito sobre él desde su aparente
redescubrimiento. Porque no fue nunca perdido de vista y su libro tuvo una
segunda edición en 1882 por el editor original. Muchos testimonios sobre su
vida fueron recogidos en la biografía por J. H. Mackay (1898; edición
aumentada 1910), pero, como también respecto de los Kleinere Schriften, hay
una cantidad de materiales dispersos o encontrados más tarde, que es preciso
conocer también. Hay de “Der Einzige und sein Eigentum”, una edición en una
serie popular muy difundida en otros tiempos (abril 1892) y por ella el libre fue
leído por muchos anarquistas alemanes de esos años e impresionó a algunos.
Hay traducciones en francés, italiano, español, inglés, sueco, ruso y tal vez en
otros idiomas y hay en todas partes algunos folletos, etc., que se ocupan de él,
sin profundizar nuestros conocimientos, según mi opinión. Se ha publicado
también un gran trabajo, que había quedado inédito en su tiempo y muestra a
Marx y Engels en guerra estéril contra el libro de Max Stirner.

***
La segunda fuente auxiliar de las ideas libertarias en Alemania fue la filosofía
de Ludwig Feuerbach, que dio el golpe de gracia a la pesadilla hegeliana. Esa
filosofía (que Max ha combatido también extensamente) no era sin duda
anarquista, pero restablecía el rol del hombre, que en el hegelianismo era
anegado y aplastado por las fuerzas superiores abstractas y, paralelamente,
muy reales (el Estado presente; el Estado futuro; siempre algún dios o algún
Estado). Es el hombre el que ha creado a Dios —dice Feuerbach, y ese
pensamiento dio el golpe Final a la emancipación intelectual de Bakunin— y Pi
y Margall escribe en su libro La Reacción y la Revolución (1854):... “Homo sibi
deus, ha dicho un filósofo alemán; el hombre es para sí su realidad, su
derecho, su mundo, su fin, su dios, su todo. Es la idea eterna, que se encarna y
adquiere la conciencia de sí misma; es el ser de los seres, es ley y legislador,
monarca y súbdito…”

En suma, si el hombre ha creado los dioses de su fantasía, no es difícil concluir


que ha creado también sus filosofías, y que todas las instituciones sagradas
son obra suya, que ha podido hacer y de las que puede deshacerse. No será ya
el esclavo de la filosofía de otros hombres, ni de sus instituciones y de su
autoridad. Puede levantar su cabeza y arreglar él mismo sus asuntos, si tiene
voluntad. En ese sentido Ludwig Feuerbach fue un liberador de espíritus.
Hombres de buena voluntad se habían sentido tanto tiempo impotentes
contra las deidades, contra una naturaleza divinizada, contra afirmaciones
filosóficas de pretendido valor absoluto; Feuerbach les mostró en esos años en
tomo a 1840 que estaban en el círculo de sus propias creaciones. Entonces
comienzan a ver claro y sienten la necesidad de obrar.

Socialistas cuyo autoritarismo fue quebrantado por la crítica de Proudhon y


filósofos humanizados por Feuerbach buscan una síntesis, un socialismo
libertario y humanizado, y esas concepciones se aproximan al comunismo
anarquista. Tales ideas son expuestas por Moses Hess en los ensayos
Sozialismus und Kommunismus y Philosophie der Tat (Socialismo y comunismo
y Filosofía de la acción), en una colección que reemplazó a un periódico
propuesto, publicada en Zurich en 1843. Otro autor que llegó a conclusiones
similares fue Cari Grün en 1844. Y esas ideas entraban entonces (1843-45) en
la propaganda socialista revolucionaria de algunos trabajadores alemanes en
Suiza, sobre todo por Wilhelm Marr, y los “Blátter der Gegenwart fur soziales
Leben” de Lausana, de diciembre de 1844 a julio de 1845, fueron el primer
órgano de una propaganda anarquista alemana entre los trabajadores.

Esos esfuerzos chocaban con dificultades aplastantes. Los trabajadores


alemanes —se trataba de emigrados, refugiados y de esos que, en su gira por
Europa, pasaban algún tiempo en el extranjero, sobre todo en Suiza, en París y
en Bruselas y que, de regreso a su país, hacían una propaganda secreta,
ligados entre sí por sociedades secretas– esos trabajadores, pues, estaban bajo
la influencia de los comunistas autoritarios, como Weitling, y bien pronto bajo
la de los intelectuales de doctrina socialista absoluta como Marx y Engels. La
propaganda anarquista en la Suiza romántica sobre todo, fue exterminada en
1845 por las autoridades cantonales mediante persecuciones y expulsiones, y
cuando renació un poco, como en 1847 en París, donde Grün sostuvo las ideas
de Proudhon, Engels consideró de su deber combatirla directamente. De igual
modo, entre los intelectuales, Hess era aterrorizado por Marx y, sin aceptar las
ideas de éste, fue en todo caso un hombre muerto para las ideas libertarias; y
Grün, violentamente combatido por Marx, se restringió en un proudhonismo
ortodoxo y sacrificó así su originalidad incipiente de duración demasiado
breve. Se sabe que Marx y su acólito Engels, que antes de conocer a Marx
había tenido un interés socialista general, conociendo todo de Godwin y
Robert Owen a Max Stirner, se dedicó desde 1844 a demoler, es decir, a tratar
de descalificar mediante polémicas exageradas, absolutamente a todos los
socialistas de valor de su tiempo, y su polémica constante contra los libertarios
prueba que, con buena razón, sentía el ascendente intelectual de esas ideas.

Ese ascendente existía, en efecto, en los años antes de 1848 en algunos que
conocieron bien a Max Stirner y a Proudhon, y se acentuó a partir de la derrota
de las esperanzas de las revoluciones políticas alemanas y francesas de 1848-
49, especialmente después de la demostración ad oculos de la incapacidad y la
impotencia del parlamentarismo liberal y democrático. En los años 1849, 1850,
1851, hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre en Francia, que inauguró el
período de la represión general, hubo todavía un intervalo de crítica
retrospectiva de los errores cometidos y, como en Francia, en Alemania
tampoco faltaban entonces voces libertarias. Así vemos a Carl Vogt mismo,
hombre de ciencia y político, que conocía muy bien a Bakunin y a Proudhon,
gritar en diciembre de 1849:... “Ven, pues, dulce, redentora anarquía... y
redímenos del mal que se llama Estado”, palabras que se parecen tanto a las
de César De Paepe: “¡Anarquía, sueño de los amantes de la completa libertad,
ídolo de los verdaderos revolucionarios!... ¡Venga tu reino, anarquía!”,
publicadas en 1864.

Richard Wagner, en sus escritos Die Kunst und die Revolution (Leipzig, 1849) y
en Das Kunstwerk der Zukunft (1850), muestra y expresa una comprensión
completa, una simpatía profunda por las “libres asociaciones del porvenir”,
también él un hombre que tuvo ocasión de conocer en 1849 a fondo el
pensamiento de Bakunin.

Localmente se encuentra en esos años a Wilhelm Marr en Hamburgo (Anarchie


oder Autorität? 1852); al profesor R. Th. Bayrhoffer en Hesse (en Die Homisse,
periódico de Cassel); traducciones de Proudhon, con quien simpatizó Friedrich
Mann en la Freie Zeitung, de Wiesbaden, como lo hizo largo tiempo la
Triersche Zeitung (Trier) bajo la influencia de Grün. Un diario de Berlín, en
1850, la Abendpost, es antiestatista por principio en ese sentido que en
Francia representa Bellegarrigue, preconizando el no intervencionismo de toda
colectividad, lo que, en el sistema presente, quiere decir también carta blanca
para la burguesía en la explotación de las masas, un antiestatismo formal, sin
contenido social. Arnold Ruge, uno de los traductores de Proudhon entonces,
el antiguo amigo de Bakunin, se expresa en un escrito de 1849 por el
“autogobierno del pueblo”, que es “supresión de todo gobierno, un orden
social que en realidad es la anarquía ordenada, porque no reconoce arconte
alguno, sino sólo encargados de negocios... la libre comunidad y la
cooperación de hombres que se determinan a sí mismos, que en todo son
compañeros iguales”. También Edgar Bauer en su pequeña revista Die Partien
(Hamburgo 1849), es de un matiz antiautoritario moderado. Esas ideas han
encontrado también alguna expresión en la prensa de lengua alemana tan
numerosa, de los refugiados y emigrados en los Estados Unidos, aunque no he
podido conocer por estudio directo esas publicaciones lejanas.

Marx y Engels, rechazado en el destierro, pronto en Inglaterra desde la


segunda mitad de 1849, tenían poca influencia sobre los militantes en
Alemania entonces, a excepción de Lassalle, y otros comunistas
revolucionarios, de tonos blanquistas, tan poco como ellos. La idea libertaria,
como muestran las indicaciones dadas, que son sin duda incompletas, fue
animada por un gran número de focos entonces, pero la reacción desde 1852
los sofocó todos y cuando, siete años después, ese silencio forzoso fue
quebrantado, se hizo porque los movimientos nacionalistas, que llegaban
fatalmente a las guerras, soportados y excitados por las ambiciones estatistas
en Italia, Francia y Alemania, hacían útil para los Estados la conciliación con el
pueblo, después de los años de reacción, a fin de tener apoyo popular y el de
los políticos autoritarios de todos los matices, demócratas y socialistas
incluidos, para las guerras que se preparaban. El pensamiento libertario no fue
vuelto a propagar, salvo por Proudhon que, por oponerse al patriotismo
nacionalista caldeado al rojo en esos años se 1859 a 1862 sobre todo, fue por
decirlo así, puesto al margen de la opinión pública liberal.

Se puede notar que Marx vio esos desenvolvimientos más sobriamente que
Lassalle, que cayó de bruces en el nacionalismo, y que, muy ambicioso y cada
vez más separado de Marx, fundó la socialdemocracia ultra-autoritaria, con la
cual doce años después tras luchas increíbles, los socialdemócratas marxistas
se fusionaron en 1875. Fue ya la época de la Internacional y es un hecho
incontestable que el desarrollo libertario en el seno de esa organización fue ya
ocultado, ya presentado desdeñosamente y hostilmente a los
socialdemócratas marxistas por su prensa; sobre todo Bakunin fue en ella
combatido e injuriado. Los lassallianos se abstuvieron de esos insultos, pero no
podían tampoco tener una gran parte de la Internacional, o sólo
comprenderlas.

Sin embargo, esas ideas han encontrado repercusión entonces en Alemania,


estando en la base de las ideas sociales de Eugen Dühring (1833-1921), como
las propuso sobre todo en 1872 en su Cursus der National und
Sozialoekonomie. Las ideas llamadas socialitarias, también anticratas, son en el
fondo las del colectivismo anarquista de esos años, de los grupos de
productores, libremente federados (comunas económicas), e insiste
particularmente sobre el acceso libre de productores en esos grupos, lo que,
por lo demás, los colectivistas de la International no pensaban rehusar, no
queriendo crear corporaciones cerradas que establecerían monopolios
colectivos. No he podido examinar todavía en qué grado Dühring ha podido
tener concepciones originales, pero en todo caso sus ideas de 1872, y las que
los colectivistas de la Internacional profesaban altamente a partir de 1868, son
virtualmente las mismas.

Esas ideas no desagradaron de ningún modo a aquellos socialistas alemanes


que pudieron conocerlas y que eran felices de tener conocimiento de un
socialismo liberal fuera de las doctrinas rígidas de Marx y de Lassalle. Se
sintieron incluso encantados y se formó un ambiente de fronda, al que
pertenecieron tanto Eduard Bernstein como Johann Most entonces, lo que
pareció muy peligroso a Marx y a Engels, y este último entabló entonces su
formidable refutación de Dühring (1877-78), que fue otra de sus campañas
contra las tendencias libertarias en el socialismo. Como ni Dühring, que carecía
de espíritu libertario, ni sus simpatizantes socialistas alemanes de entonces,
que permanecían sin embargo en su partido, hicieron una verdadera agitación
por el sistema socialitario anticrata, y como muy pronto, desde 1876, fue
comenzada una agitación directa por trabajadores anarquistas colectivistas
alemanes llegados de Suiza, las ideas de Dühring caen en olvido hasta 1889
aproximadamente.

Entonces fueron tomadas por dos lados, por un economista liberal, el Dr.
Theodor Hertzka, nacido en Hungría, que elaboró la utopía Freiland. Fin
soziales Zukunftsbild (Leipzig, 1890, XXXIV, 677 páginas; el prefacio es de
octubre de 1889), y por jóvenes socialistas de Berlín, de los cuales el más
conocido fue Benedikt Friedlándler, autor del folleto bien razonado, Der
freiheitliche Sozialismus in Gegensatz zum Staatsknechtstum der Marxisten
(Berlín, 1892, VIH, 115 páginas), una exposición de las ideas de Dühring en
1872.

Hertzka había dado a su utopía una forma que hizo de ella al mismo tiempo un
proyecto de colonia experimental en gran escala, y en esos años de interés
socialista universal, alentado por primera vez fuera de los medios obreros en
casi todos los países por la utopía famosa Looking backward, por Edward
Bellamy, un gran público general se interesó verdaderamente por Freiland y se
preparó su extensión práctica en el territorio descrito por Hertzka en la región
elevada y fértil del Kenia y Kilimandjaro, en África central oriental. Por el
acceso libre a los grupos productores, según Hertzka, la atracción de los
diversos grupos habría sido nivelada y así, y por otros muchos medios
prácticos y equitativos, la autoridad en la nueva comunidad habría sido
reducida al mínimo, es decir, a las exigencias puramente técnicas, a las que se
cede voluntariamente. Los medios no faltaban y el estado floreciente de las
plantaciones en esa parte del África, una de sus partes más europeizadas y una
de las más ricas, muestra que esa colonización tenía una base no del todo
quimérica. Pero el Gobierno inglés impidió la realización del proyecto. La
agitación disminuyó entonces y se dispersó en varias direcciones; de ahí
proceden las Siedlungen en Alemania misma, propuestas y fundadas en parte
por el Dr. Franz Oppenheimer 8; Michel Flürschein trató largo tiempo de fundar
colonias sociales en países lejanos; el Dr. Wilhelm, que pertenecía a los de
Freiland, que habían desembarcado ya en África, defiende siempre su ideal de
entonces. Indirectamente, pienso, la reunión de los judíos en un territorio
independiente, preoconizada por el Dr. Theodor Herzl y de donde procede, a
través de otros estadios, la presente colonización sionista en Palestina, fue una
repercusión de la iniciativa de Hertzka de fundar Freiland en la región del
Kenia. Igualmente las asociaciones productivas presentes en Palestina, de las
cuales algunas desean vivir en condiciones de libertad personal bien
respetada, derivan lo que poseen de voluntad libertaria, de ese poderoso
impulso dado en otro tiempo por Freiland.

En el grupo de Friedlándler se veía al joven Gustav Landauer (1871-1919),


estudiante llegado a Berlín, curioso por conocer todo socialismo y que vio allí,
tal vez, que había en socialismo algo muy distinto a la socialdemocracia
grandilocuente que, porque tiene artículos, folletos y libros de Marx y Engels
contra casi todos los demás socialistas, se Figuraba que en virtud de eso, todo
socialismo divergente estaba demolido para siempre y era mantenido sólo por
maldad o estupidez. Landauer conoció, pues, las ideas de Dühring y muy
pronto todas las ideas anarquistas, pero supo quedar dueño de si mismo en
socialismo y anarquía. Tomó gran interés por Die nene Gemeinschaft, una
especie de grupo ético libre de los años 1900-1902 en los alrededores de
Berlín, al que faltaba la base social. Esa base social trató de darla Landauer a
partir de 1907 (Dreissing sozialistische Thesen) a un grupo libre, el
Sozialistische Bund de 1908, que formaría focos de vida libremente asociada.
Otros anarquistas y simpatizantes se habían especializado en la cooperación
libre, que Landauer defendió también en 1895 (Ein Weg zar Befreiung der
Arbeiterklasse) y en la Ciudad Jardín a partir de 1902 aproximadamente,
siguiendo en eso la iniciativa dada por Ebenezer Howard en Inglaterra con su
libro Tomorrow: a peacejid way to social reform (1898), seguido de la
fundación de la Carden City Association.

He aquí referencias sumarias sobre el anarquismo incipiente en Alemania, que


tuvo, como en todos los países del mundo, que luchar contra la enemistad de
los socialistas autoritarios, como, igualmente, contra la falta de tolerancia de
aquellos trabajadores anarquistas que no creen más que en una sola manera
de concebir la anarquía y que, por eso, se sienten ya adversarios de sus
camaradas más próximos de otro matiz. Así stirnerianos y kropotkinianos se
aíslan unos de otros, y Landauer, sea cuando puso al mismo nivel todos los
matices, sea cuando afirmó sus opiniones propias, fue siempre mal visto por
los que no reconocieron válida más que una sola doctrina anarquista: la de
ellos.

El contenido de los capítulos IV y V se encuentra elaborado en las páginas 143-


183 del libro Vorjnihling y en algunas partes de los volúmenes siguientes.
Exigiría el asunto sin duda una elaboración más amplia sobre la base de
investigaciones nuevas.
VI

LOS PRIMEROS ANARQUISTAS COMUNISTAS FRANCESES


Y OTROS PRECURSORES LIBERTARIOS.
EL GRUPO DE L’HUMANITAIRE; BELLEGARRIGUE;
EL JOVEN ELISÉE RECLUS; DEJACQUE; COEURDEROY

El socialismo de los saint-simonianos y de los fourieristas no ofrecía nada de


tangible a los proletarios franceses, privados del derecho de coalición por la
revolución francesa (ley del 14-27 de junio de 1791), entregados al
maquinismo más crudo, tratados como sospechosos de republicanismo por
todos los Gobiernos y masacrados como rebeldes sociales, si se movían
seriamente, como en 1834, en 1848, en 1871. No podían tampoco limitarse a
enrolarse en las sociedades secretas y en las conspiraciones republicanas. No
se puede uno asombrar de que el babouvismo, el blanquismo los atrajesen, y
fue ya un acto de independencia cuando muchos se destacaban de esos
movimientos para adherirse al comunismo de realización directa y voluntaria,
que Cabet, antes conspirador republicano, preconizó a partir de 1838 con su
gran libro, impreso entonces en París, pero publicado en enero de 1840
solamente (Voyage et Aventures de Lord William Carisdall en Icarie..., París,
1840, 378 y 508 páginas; sin nombre de autor); Viaje por Icaria, libro aparecido
entonces también en traducción española y alemana. Fue también progreso
cuando varios comunistas divisaron sistemas un poco menos autoritarios,
como por ejemplo Théodor Dézamy (Code de la Communauté, 1843), Richard
Lahautiere, Brige y otros. Cabet lanzó prontamente folletos titulados
Réfutation de... contra los disidentes y los otros socialistas, y un folleto tal
apareció también contra los primeros anarquistas, la Réfutation de
L´Humanitaire (París, setiembre, 1841, 12 págs. en 8.°).

Había, en efecto, algunos comunistas que publicaron un periódico escrito con


una resolución tranquila, sin acrimonia, redactado con esmero, L ’Humanitaire,
organe de la Science sociale, dirigido por G. Charavay, 8 páginas infolio
pequeño, suprimido después de los dos números de julio y agosto del año
1841. El grupo fue perseguido como asociación ilícita y por haber publicado el
periódico sin llenar las formalidades legales, y hubo condenas a prisión, sin que
el contenido del periódico haya podido ser incriminado. Pero la acusación, la
prensa y todos los periódicos comunistas y socialistas clamaban contra las
opiniones inmorales del grupo que, como resulta de un acta del grupo editor
del 20 de julio (documento confiscado), sostenía como doctrina comunista
igualitaria; la verdad, el materialismo, la abolición de la familia individual, la
abolición del matrimonio; el arte no fue aceptado más que como recreo; el
lujo desaparecerá; las ciudades, como centro de dominación y de corrupción,
serán destruidas; cada comunidad tendrá una especialidad en producción; el
desarrollo de los hombres será avanzado por viajes muy frecuentes. Esas ideas
son explicadas, sin embargo, mucho más claramente en el periódico, donde se
encuentra también un artículo muy bien documentado sobre Sylvain Maré
chal, recomendando “las ideas antipolíticas o anárquicas” que había propuesto
al examen, aparte de su sistema patriarcal (lo que quiere decir la autoridad
patriarcal en la familia). El periódico rechaza también el exclusivismo de clase,
mostrando a casi todos los comunistas famosos, y a los hombres a quienes
llama “nuestros maestros”, como fuera casi todos de la clase obrera, los
Pitágoras, Sócrates, Platón, Tomás Moro, Campanella, Mably, Morelly, Babeuf,
Buonarroti.

Se conocen los nombres del grupo por el proceso. Los más en vista fueron Jean
Joseph May, considerado la cabeza del grupo (refugiado en Londres, más tarde
enviado al servicio militar en África, como refractario; murió muy pronto), G.
Charavay, gorrero (de la familia más tarde tan conocida de los mercaderes de
autógrafos) y Page, un joven joyero, el orador del grupo.

A causa de los gritos sobre el extremismo de L 'Humanitaire, se sabe


exactamente que fue la primera publicación de ese género, el primer órgano
del comunismo libertario y el único en Francia durante cuarenta años aún. El
período de 1848 a 1851, tan rico en periódicos, los años 1860-1870, la
Comuna, tan fértil en publicaciones, no produjeron otro.

Hubo, parece, en el otoño de 1841-42 un grupo, “Les amis du Peuple”, que se


llamó racionalista y ha podido ser ante todo individualista. Hubo en 1846-47
los ilegalistas, a quienes se llamó “comunistas materialistas” y que fueron
condenados por ciertos actos; Coffineau, el más destacado de ellos, había sido
del grupo del Humanitaire, pero no se conoce el matiz del comunismo de ese
primer grupo de represalias sociales. Los años de 1830 a febrero de 1848, han
sido examinados bastante bien en cuanto a las manifestaciones más avanzadas
llegadas a París y no se encontró otras expresiones anarquistas que las de
Proudbon y los uno, dos o tres grupos comunistas aquí mencionados.

***

Los hombres que se agrupan alrededor de Proudhon, se ponen de relieve por


sus grandes periódicos de los años 1848 a 1850; había en París dos órganos
mutualistas independientes; además, La France libre, de Maximilien Mane (de
abril a octubre de 1848; 6 números), y Le Socialiste, journal de l'égal-échange,
de C. F. Chevé (de 8 de julio a octubre de 1849; 4 números).

Pero en el orden de ideas del antiestatismo más inmitigado, surgió en


Toulouse un joven, nacido entre 1820 y 1825, aproximadamente, en el
extremo sudoeste de Francia, del lado de los Pirineos por tanto —le he oído
llamar un vasco, pero ignoro en base a qué autoridad verificada—, que había
frecuentado el liceo de Auch y había pasado el año 1847 en los Estados
Unidos, que conoció de New Orleans a New York, de donde volvió y fue a París
en ocasión de la «revolución de febrero de 1848; se encuentra su nombre
entre los inscritos del club de Blanqui, la “Société républicaine céntrale”, lo
que no prueba opiniones blanquistas en esas semanas agitadas.

Fue Anselme Bellegarrigue, que, algunos meses más tarde, hizo aparecer el
folleto Au fait, au fait. Interprétation de l´idée démocratique, impreso en
Toulouse (1848, 84 págs. en 16.°) y que fue el redactor del diario La
Civilisation, aparecido en Toulouse del 14 de marzo de 1849 —el número 2 es
del 15 de marzo— hasta el número 242 del 22 de diciembre de ese año; el
periódico continuó hasta diciembre de 1851. Fue el órgano cotidiano más
difundido de Toulouse en 1849, tirando de 1.800 a 2.500 ejemplares, y aun
defendiendo la democracia social más acentuada de entonces, como redactor
del periódico, Bellegarrigue pudo imprimirle ampliamente su sello personal.
Fue, sobre la base de su experiencia americana del mínimo de gobierno central
y de la vida local autónoma de entonces, un repudio completo del
gubernamentalismo francés, que floreció en república, como había florecido
en monarquía. Apeló como medio para paralizar el organismo gubernamental
a la abstención completa, a lo que se ha llamado más tarde “huelga política” y
que él llama en un período en que la democracia quería obrar
revolucionariamente (el 13 de junio de 1849) la “teoría de la calma”. La
democracia fue entonces aplastada por el gobierno sin combatir, puesto que el
pueblo de París, diezmado en junio de 1848, dejó en junio de 1849, como en
diciembre de 1851, a la democracia y a la reacción que se las arreglasen como
pudiesen. Bellegarrigue mantuvo su punto de vista y, llegado a París en 1850,
formó con algunos amigos de su región (uno de ellos, Ulysse Pie, que se decía
P. Dugers, renegado más tarde, escribió entonces en el mismo sentido que él),
la “Asociación de libres pensadores” de Meulan (Seine - et - Oise), que publicó
varios folletos, pero a la que los arrestos impidieron continuar. Así, uno de sus
folletos anunciados fue publicado independientemente: L’Anarchie, Journal de
l´Ordre, por A. Bellegarrigue, París, abril y mayo de 1850, dos números de 56
páginas en gr. 8.°. Hizo aparecer todavía el Almanach de la Vile Multitude (127
y 128 págs.) y preparó un Almanach de l´Anarchie para el año 1852, que no fue
publicado. Había compuesto una novela de recuerdos americanos, cuyos
fragmentos han aparecido en 1851 y 1854, y un ensayo sobre las mujeres de
América (1851; en pequeño volumen en 1853). Su emigración, probablemente
después del golpe de Estado, a Honduras y luego a San Salvador, es cierta y se
constató tras las investigaciones incitadas por mí en 1906, la existencia de un
hijo suyo en El Pimental, cerca de La Libertad (San Salvador), pero no he
podido tener otras noticias. Tal vez algún lector centroamericano de estas
páginas encuentre detalles sobre la carrera de ese hombre, que no fue
revolucionario, sin duda, pero que, sin embargo, habría que conocer, puesto
que en los años de 1848 a 1850 hizo lo posible para implantar un
antigubernamentalismo lógico y consciente en Francia.

Discutió poco las cuestiones sociales, tal vez porque todo lo que sentía contra
el gubernamentalismo político lo sentía también contra el gubernamentalismo
social. Estaba muy contento de la actitud antiestatista del viejo Lamennais en
1850 en La Réforme (París). Se puede reprochar a Bellegarrigue una
exageración de las libertades americanas -del género de París en Amérique de
Edouard Laboulaye (1862)- aunque su novela lo muestra observador realista.
Pero fue verdaderamente afectado por el inmenso apego al poder de los
hombres y de los partidos que, en Francia, por la revolución de febrero de
1848, fue intensificado y privó de toda esperanza de vida libre popular; y
nadie, según su opinión, ni siquiera Proudhon, era defensor consecuente de la
libertad. Según él no se escapa a la brutalidad de este dilema inexorable: la
libertad ilimitada o la presión hasta la muerte, hasta la hoguera; no hay
término medio, como no lo hay entre la vida y la muerte (v. La Civilisation, 1 de
noviembre de 1849).

***

Ignoramos si el joven Elisée Reclus, que pasó el año 1849 hasta el verano al
menos en la Universidad de Montauban, una ciudad a no larga distancia de
Toulouse, veía entonces La Civilisation que redactaba Bellegarrigue a partir de
marzo y hasta diciembre del mismo año 1849. Por lo demás es un detalle, pues
probablemente se sentía anarquista ya entonces y sobre sus sentimientos tan
sociales la crítica fría de Bellegarrigue no habría causado una impresión
decisiva, si la anarquía no hubiera nacido en él ya. Pero lo fue desde no se sabe
qué fecha de su vida intelectual despierta y ha dejado ese documento titulado
Desenvolvimiento de la libertad en el mundo, con la fecha agregada mucho
después: Montauban, 1851. Habría sido escrito, pues, en ocasión de una breve
permanencia en Montauban, cuando volvió de Berlín a Orthez en el otoño de
1851. No discutimos esa fecha, que en todo caso es la última fecha posible; he
aquí el extracto que nos muestra al joven Reclus anarquista convencido
entonces:

... “Así, para resumir, nuestra finalidad política en cada nación particular es la
abolición de los privilegios aristocráticos y en la tierra entera es la fusión de
todos los pueblos. Nuestro destino es llegar a ese estado de perfección ideal
en que las naciones no tendrán ya necesidad de hallarse bajo la tutela de un
gobierno o de otra nación; es la ausencia de gobierno, es. la anarquía, la más
alta expresión del orden. Los que no piensan que la tierra pueda un día
prescindir de la autoridad, esos no creen en el progreso, esos son
reaccionarios”... (v. sobre este texto y otros extractos, mi libro Elisée Reclus. La
vida de un sabio justo y rebelde; Barcelona, La Revista Blanca, 294, 312 págs.
en 8.°; 1929; vol. 1, páginas 72-88). Desde 1930 conozco también otro
manuscrito de Reclus muy antiguo, que he caracterizado en un trabajo que
debió aparecer en el Suplemento de La Protesta en 1930 y que será insertado
en alguna publicación española o italiana.

Elisée Reclus

Elisée Reclus, en abril de 1851 escribió a su madre que aceptaba la teoría de la


libertad en todo y para todo, es el tipo del hombre desinteresado que, desde
los sentimientos individuales y sociales que son fuertes en él, llega
naturalmente a la inseparabilidad de la libertad y de la solidaridad, y a su
fusión, la anarquía socialista que, para él, fue siempre la anarquía
económicamente generosa, lo que se llama el comunismo libertario. Esa idea
vivía en él, la aplicó en su conducta, pero en mucho tiempo no se hizo su
propagandista directo y admitió toda actividad más especializada o menos
avanzada siempre que estuviese en la buena dirección. Tenemos pocas
impresiones de sus ideas anarquistas antes de 1877, cuando se fundó Le
Travailleur. Existe sobre todo su discurso en el Congreso de la Liga de la Paz y
de la Libertad, celebrado en Berna en septiembre de 1868, sobre la cuestión
federativa (véase mi biografía, vol. 1, págs. 204-211). Su discurso del 19 de
marzo de 1876 en Lausanna, cuando desarrolló por primera vez en público su
concepción del anarquismo comunista, no se ha conservado (v. vol. II, págs.
38-41). Para él la mejor parte del antiguo socialismo tal como lo conoció
probablemente ya en años anteriores a 1848 en Sainte-Foy-la Grande, se ha
transmitido en el anarquismo de actualidad moderna, tal como lo preconizó
desde 1876 a 1905, enriqueciéndolo de año en año por el estudio y la
experiencia.

***

Saludada por el entusiasmo popular que Bakunin ha descrito tan


palmariamente en la fortaleza misma, arrojándola a la cabeza del Emperador
de la Reacción, Nicolás I (Confesión, 1851), no careciendo de elementos de
valor como esos jóvenes hermanos Reclus y tantos otros, no amenazada nunca
en el exterior, puesto que toda la Europa de 1848 se inspiró
revolucionariamente entonces, la República francesa de febrero no fue sin
embargo desde el primer momento —la constitución inmediata por
aclamación de un gobierno provisorio— más que un instrumento de la
parálisis y de la destrucción de las fuerzas revolucionarias, y de la marcha
irresistible hacia la dictadura, y esta vez con los ojos bien abiertos.
Encarcelando a los socialistas de acción después del 15 de mayo, masacrando
al pueblo de París por millares, aprisionando y deportando, después de las
jomadas de junio, muy pronto -para tener un presidente electo- se proyectó la
candidatura imperialista del futuro Napoleón III, y fue elegido por el voto de la
mayoría campesina y tuvo en lo sucesivo el poder, provocando la colisión del
13 de junio de 1849, que eliminó a los militantes de la democracia por la
prisión y el destierro. El golpe de Estado militar

del 2 de diciembre de 1851, el Imperio declarado un año después, no fueron


más que la consagración de la caída hacia la autoridad intensificada.

¿Qué podían las voces críticas de Proudhon y de Bellegarrigue, contra la


ceguera autoritaria de los demócratas y de los socialistas que hicieron el juego
de la burguesía y del imperialismo aprisionando y masacrando la flor de sus
propios amigos y poniendo por el sufragio universal todo el poder en manos
de los delegados de la reacción, de los diputados de la mayoría
antirevolucionaria y del pretendiente imperial electo?

No tardó en desarrollarse un fascismo imperialista. Lo más que se produjo


entonces en crítica de ese sistema, fue la idea de la legislación directa por el
pueblo, vista la incapacidad de los parlamentarios.

Un demócrata socialista alemán, Rittinghausen, en diciembre de 1850, Víctor


Considérant ya en destierro en Bélgica (La solution ou le Gouvernement directe
du Peuple; Plus de Président, plus de Représentants, 1851) proponen en 1851
esa idea, que encontró un adversario implacable en el terrible fanático de
autoridad, el socialista Louis Blanc (Plus de Girondins: La République une et
indivisible, 1851). Esa crítica del sistema parlamentario, traducida también en
inglés (1851) y más tarde tomada por Rittinghausen en alemán (1858-72) fue
punzante y útil, pero el remedio propuesto ponía la decisión en manos de esos
mismos electores, que eligen los malos y absurdos diputados que forman los
parlamentos. Ese voto universal eligió una asamblea inferior y en respuesta a
una cuestión bien directa eligió a Luis Napoleón presidente y más tarde (1852)
confirmó su usurpación, y le expresó confianza todavía en la primavera de
1870 (los plebiscitos). Que una mayoría imponga por su voto un mal diputado,
un presidente perjuro o una ley de su elección que será reaccionaria, es la
misma cosa. Sin embargo esa idea, que se asoció a las antiguas asambleas
populares germánicas, sobrevivientes en Suiza (la comunidad campesina de
Appenzel) y que desde hace mucho tiempo se practica en Suiza (referéndum),
fue considerada como etapa hacia la sociedad anarquista por un anarquista de
los más revolucionarios, Joseph Déjacque, y por el pensador anarquista más
razonado de la Internacional, César De Paepe, todavía en 1864. Bakunin
percibió esas ilusiones (1869) y no se habló más de ellas por mucho tiempo.
Pero el sovietismo, que algunos anarcosindicalistas aceptan cada vez más, es
una especie de resurrección de ellas, a pesar de la experiencia rusa. En
realidad, ni un Parlamento compuesto de elementos muy diversos puede
resolver una cuestión con verdadera competencia científica y técnica por un
voto de mayoría —tampoco se confiaría la decisión al azar de una lotería, de
un juego de dados—, una asamblea plenaria territorial, local, gremial, incluso
una conferencia de expertos, está en la misma posición: las cuestiones
importantes no pueden ser confiadas a las decisiones arbitrarias, o el resultado
será muy a menudo tal que no puede ser impuesto más que por una
autoridad, que es así inseparable de todos esos procedimientos.

Se discutieron en 1850-1851, diferentes atenuaciones del sistema


gubernamental, y los resultados mejor intencionados son quizás reunidos en el
proyecto Gobierno directo: Organización comunal y central de la República…;
por una serie de hombres, entre los cuales Charles Renouvier, Charles Fauvety,
Erdan, etcétera, son los más conocidos (París, 1851, III, 421 páginas), pero ¡qué
distancia entre esos tanteos y La idea general de la revolución en el siglo XIX
de Proudhon en el mismo año!

Un autor de buen sentido en Bélgica, Paul-Emile De Puydt (de Mons; 1810-


1891) diez años después, aunque no fuese más que una extravagancia, pero
con un gran fondo de sentido común, en Panarchie (Revue trimestrielle,
Bruselas, julio de 1860, págs. 222-45) esboza la coexistencia de las
concepciones y aplicaciones sociales en autonomía, sin intervención y
agresividad, inspirándose en esa coexistencia realizada ya respecto a las
religiones, las ciencias, las artes. He encontrado ese artículo en 1909 y lo he
resumido en el Sozialist (G. Landauer) el 15 de marzo de ese año.

Una concepción amplia de la anarquía, que reconoce la diversidad en sus


aplicaciones según las voluntades y los caracteres, es expresada en Philosophie
de l´ insoumission ou Pardon a Caín, por Félix P... (New York, 1854, IV, 74 págs.
en 12.°). He podido constatar que el autor se llamó Félix Pigna, un proscrito del
2 de diciembre del departamento de Saóne et Loire. Pero cuanto más ciertos
folletos contienen razonamientos sensibles, más aislados parecen haber
estado; porque éste, por ejemplo, es rarísimo. Lo he analizado en la Revue
anarchiste (París) de julio de 1922.

La conciencia de que se ha hecho camino falso se despierta lentamente y las


mejores propuestas son bien flojas. Lamennais tenía esa conciencia cuando
dirigía los Sophismes parlamentares de Jeremy Bentham (en francés, en 1840);
La Légomanie por Timón (de Carmenin, 1844). De ese género hubo más tarde
La Représentacratie, por Paul Brandat (contraalmirante Réveilliére, 1874) y del
mismo autor una cantidad de críticas semejantes en el sentido de la autarquía,
como llamó a su manera de ver. Hay naturalmente buen número de
publicaciones sobre individualismo, descentralización, regionalismo y sobre lo
que Emile de Girardin llamaba en sus artículos y folletos desde 1849 a 1851
simplificar el gobierno, proposición ambigua; porque a menudo un
procedimiento complicado protege todavía al público, porque lo ignora y se
abre un camino directo, mientras que el gobierno simplificado presiona
directamente. En 1791 Billaud de Varennes publicó el folleto Acephocratie,
que no he visto.

Voces aisladas son, por ejemplo, la del proscrito Benjamín Colín, un maestro
de Bretaña. Plus de Gouvernement, en favor de una pantocracia (artículo de
1856); observaciones del autor filósofo Charles Richard (1861); y corrientes
libertarias en el mundo de los refugiados socialistas. Así, una escisión en la
Asociación internacional (de 1855) en Londres, que culminó en 1859 en la
reunión de los antiautoritarios franceses en el Club de la libre discusión, que
contenía adeptos del anarquismo de Déjacque. Había simpatizantes
antiautoritarios en Ginebra entonces, que nos permite adivinar el informe de
la reunión del 24 de febrero de 1861. No conozco, si es que apareció, un
periódico, L ’Avant garde, journal International, cuyo prospecto, impreso en
Bruselas, anuncia la publicación en Génova para el 1 de octubre de 1864 y
contiene la profesión tanto de la liberación de las nacionalidades como el
reemplazo del Estado en su aspecto social y económico por el contraro libre.
Nacionalismo y proudhonismo mezclados, parece, iniciativa de fuente todavía
desconocida para mí. Existe también el grupo desconocido Los leñadores del
desierto que publicó folletos clandestinos entre 1863 y 1867, cuyos títulos
Révolution - Décentralisation (el primero) y La Liberté ou la mort (el tercero)
corresponden a sus tendencias de rebelión descentralizados destructiva.

Pero la más clara expresión del antipatriotismo libertario y revolucionario fue


el folleto belga Les Nationalités considérés au point de vue de la liberté et de
l´autonomie individuelle, par un prolétaire (Bruselas, 1862, 52 págs.) que es
por Héctor Morel, sobre el cual se quisiera estar mejor informado.

Hubo en fin un antiguo diputado y proscrito de diciembre, Claude Pelletier


(1816-1880), refugiado en New York, donde llegó a concepciones anarquistas
expuestas en varios libros. Les da el nombre de atercracia.

Esas publicaciones, en tanto que son socialistas, muestran un esfuerzo por


asociar las exigencias sociales del socialismo con las exigencias de la libertad
del individuo. Eso se terminó en la década 1860-1870; en la de 1850 la
tradición y el prestigio, tanto de los socialistas autoritarios como de Proudhon,
se oponen todavía, y en la proscripción dispersa y dividida, la gran mayoría fue
conservadora, es decir, perpetuó las escisiones y les agregó otras o asistió a la
decadencia gradual de los hombres antes de relieve.

Sólo dos individuos, un obrero pintor y decorador y un joven médico, tuvieron


la energía intelectual y moral para hablar altamente, para remover las ideas,
para hacer conocer sus pensamientos a pesar del aislamiento que se hizo a su
alrededor. Los dos han sucumbido en esta tarea, muriendo prematuramente
con los nervios quebrantados, pero no sin haber realizado su obra. Sus
contemporáneos y los posteriores a su muerte hicieron el silencio alrededor de
ellos, de suerte que efectivamente, han quedado desconocidos para los
militantes de sólo unos años más tarde (del tiempo de la Internacional), que
habrían estado muy contentos de conocerlos. Fueron Joseph Déjacque y Emest
Coeurderoy. También Elisée Reclus pasó esos años por América, por la
Louisiana y Colombia, y luego en Francia, en sus estudios y entre los socialistas
humanitarios, sin expresar públicamente su pensamiento anarquista. Estos dos
hombres, con Proudhon, claro está, fueron pues la verdadera voz de la
anarquía francesa en el período de 1852 a 1861.
***

Joseph Déjacque, de origen desconocido, nacido hacia 1821, sirvió quizás en la


marina del Estado, no siendo mencionado en las publicaciones y los procesos
de la década anterior a 1848 (probablemente estaba ausente de París) y se le
encuentra por primera vez el 25 de febrero entre un grupo de trabajadores del
matiz moderado de L'Atelier, signatarios de un mural; después en el Club de
las mujeres (socialistas), y sus primeras poesías aparecen entonces.
Combatiendo en junio de 1848, es arrestado, llevado a los depósitos de Brest;
vuelve a París a fines de mayo de 1849 y es arrestado de nuevo en vísperas del
13 de junio. No encuentro su nombre hasta su condena el 22 de octubre de
1851 a dos años de prisión por la colección de sus poesías Les Lazaréennes.
Fables et Poésies sociales (París, en casa del autor, 1851, en agosto, 46 págs.;
edición aumentada, Nueva Orleans, 1857, 199 págs.). No sufre esa condena,
pero en ocasión del golpe de Estado del 2 de diciembre, si no antes, se refugió
en Londres.

Allí perteneció a esa pequeña parte de la proscripción que no siguió a los


grandes jefes, desterrados ellos también, los Ledru-Rollin, Louis Blanc y otros,
y se señaló por demostraciones de repudio a su autoridad, por ejemplo, sus
versos de 24 de junio de 1852. Habitando en Jersey, en 1852-53, compuso La
Question Révolutionnaire, una exposición anarquista que, emigrado a América,
leyó ante la sociedad de proscritos más avanzada de Nueva York, la cual
repudió su extremismo. Hizo imprimir ese folleto (Nueva York, 64 págs. en
32.°; 1856). Déjacque figura entre los firmantes del programa de la Asociación
Internacional (1855). En Nueva Orleans (1856-58), escribe la famosa utopía
L’Humanisphére. Utopie anarchique, que habría querido publicar por
suscripción, sin lograrlo. Va a vivir a Nueva York (1858-1861), donde lleva a
cabo esa publicación por medio de un periódico, casi exclusivamente escrito
por él y bien cuidado, Le Libertaire. Journal du mouvement social, del 9 de
junio de 1858 al 4 de febrero de 1861; 27 números bien repletos, conteniendo
L ’Humanisphére. Ese texto, sacado de ese periódico rarísimo, fue publicado en
un pequeño volumen en Bruselas (1899, IV, 191 págs. en 12.°, con algunas
omisiones), y en traducción española (texto completo), en Buenos Aires
(Editorial La Protesta). Trabajó todos esos años, fue muy pobre y se consagró a
producir y a hacer circular Le Libertaire que tuvo un tiraje restringido, pero no
del todo mínimo, sobre todo en los Estados Unidos, en Londres, en Bruselas y
en Ginebra. Había entonces otros dos periódicos franceses en Europa, uno de
un socialismo muy moderado, otro Le Prolétaire, de Bruselas, de un socialismo
autoritario revolucionario. Fatigado y presa de la crisis de trabajo, al acercarse
la guerra civil (una carta del 20 de febrero de 1861 nos muestra su depresión
de entonces, no en idea, sino como aislado en aspiraciones sociales en el gran
desierto autoritario), volvió a Londres en 1861 y fue a vivir a París, donde no
ha debido encontrar un ambiente acogedor y no se sabe cuándo y en qué
circunstancia la melancolía o la locura misma hizo presa en él y murió en 1864,
si no en junio de 1867, en circunstancias trágicas que no me ha sido posible
verificar.

No entro en el análisis de las ideas de Déjacque que había concebido el


comunismo anarquista más libre (“la comunidad anárquica”), pero que, aun
buscando para los militantes los medios intransigentes de acción, se esforzaba
al mismo tiempo por contar con los hombres tales como son ahora, y por
divisar medios de transición, puentes o planchas de salvación para salvarles del
barco náufrago del tiempo presente en la tierra firme del porvenir. Aceptó por
eso la legislación directa (con mayorías variables según la variación de los
asuntos) o parlamentarismo. No son atenúaciones de un moderado, sino el
razonamiento de un hombre que se veía absolutamente aislado —llama a
Proudhon un anarquista juste-milieu, liberal, pero no libertario—, que ve en
hostilidad hacia él a socialistas y republicanos, al pueblo indiferente y sumiso,
ninguna fuerza organizada y siente que entre el año 2858 que describe en
estado de anarquía pura y el año 1858, que tiene ante él, vale la pena
ocuparse de las modalidades de acción colectiva incipiente, de la que había
aún tan poca.

***
Ernest Coeurderoy (1825-1862), fue hijo de un médico republicano de
Bourgogne; estudió medicina en París desde 1842, fue interno de los
hospitales y cuidó los pobres y los heridos de junio de 1848; de republicano
exaltado pasó a ser socialista y fue uno de los participantes de la acción de las
Escuelas de París, en el 13 de junio de 1849; se refugió entonces en Suiza, en
Lausana, y, expulsado de allí, en abril de 1851, va a Londres. Viviendo hasta
entonces, y también en Londres, en el ambiente de los demócratas socialistas
del 13 de junio, quizá la capa más simpática de la proscripción, no pudo, sin
embargo, como Déjacque, soportar la jefatura de los grandes jefes y les lanza
reproches hirientes en el pequeño folleto firmado por él y el joven Octave
Vauthier (hermano de un prisionero del 13 de junio), La Barriere du Combat
(Bruselas, 1852, en junio, 28 págs. en 8.°), escrito de verbo y de desafío que le
puso en lo sucesivo en el libro negro de todos los matices autoritarios. Fue por
lo demás una contribución a la discusión promovida por los ataques
furibundos de Mazzini contra el socialismo.

Compuso ya entonces, de acuerdo a una idea concebida en 1849, su libro De la


Révolution dans l´Homme et dans la Societé (Londres, Bruselas, 1852, en
setiembre, 240 págs.). Viajó por España, por Saboya y por Piamonte, y hace
publicar en 1854 en Londres, Jours d’Exil, Primera parte, 299 págs.; Trois
lettres au joumal “L'Homme”, organe de la démagogie française á l´etranger,
28 págs., y Hurra! ou la Révolution par les Cosaques, en octubre, 11, 437 págs.;
en diciembre de 1855 aparece Jours d’Exil, Segunda parte (Londres, 1885, 576
págs.), su último volumen, aunque anunció todavía otros escritos,
principalmente una segunda y tercera parte de La Révolution par les Cosaques
- Les Braconniers ou la Révolution par llndividu y Le Reconstruction socialiste, lo
mismo que una tercera parte de Jours d’Exil. Conocemos, aparte de sus
escritos anteriores a 1852, una carta suya a Alexandre Herzen (27 de mayo de
1854), y una declaración, algunos años después, en ocasión de la amnistía de
1859 en Francia, que rehusó aceptar.

Coeurderoy pudo hacer estas publicaciones voluminosas esmeradas y


vehementes gracias a los medios de su familia. De una manera o de otra no ha
podido continuar haciéndolas, y sin abandonar sus ideas y aunque afectado en
su sistema nervioso, sin ser invalidado por una enfermedad, murió en una
aldea de los alrededores de Ginebra en 1862 de una manera trágica, tan poco
explicada en el verdadero detalle como la muerte de Déjacque, aunque he
podido ver la casa y hablar con una persona que vio desarrollarse esos
acontecimientos. Lo que es seguro ahora es que su madre, que veneraba su
memoria, pero que vio que nadie se interesaba por su obra, quemó al fin de su
vida los papeles y lo que había reunido de sus publicaciones, una cantidad
considerable. Eso ha contribuido a su rareza extrema, pero todo lo escrito
hasta diciembre de 1855 ha sido vuelto a encontrar y yo mismo he publicado
una reimpresión de los Jours d’Exil (París, 1910-11; Bibliotheque sociologique,
vols. 44, 45 y 46), con una larga biografía, que es el resumen de un manuscrito
más detallado. El enigma de su vida de los años 1856 a 1862 (Ginebra) y si hay
alguna publicación todavía no encontrada, queda por explorar. Fue el primer
anarquista que ha podido hacer amplias publicaciones sin ninguna restricción y
eso en los años de plena reacción.

Hay en él partes de utopía anarquista comunista, otras de miseria social


opresiva, otras de fustigación a la autoridad del sistema presente y a la
ambición democrática y socialista, otras de fraternización de los pueblos y
observación de su vida tan diferenciada por territorios. Coeurderoy estaba
desde 1849, viendo las derrotas populares, bajo la influencia de una idea, que
ha hecho posible que se interpretara superficialmente y mal, pero que hay que
saber comprender y poner en el puesto que corresponde. Viendo la
impotencia popular, buscaba una palanca de destrucción de la sociedad y la
vio en una catástrofe de guerra aplastante, esa invasión de los cosacos, de que
entonces se hablaba tanto y que él no rechazaba, sino que la habría saludado
como un romano, desesperado por la decadencia de Roma, habría podido
saludar un rejuvenecimiento, una fusión de razas, por las invasiones de los
bárbaros. En esa Europa trastrocada así, veía llegado el tiempo para la
destrucción de la autoridad (Les Braconniers ou la Révolution par l’Individu;
probablemente la guerrilla antiautoritaria), y sobre el terreno desbrozado así,
tendrá lugar la reconstrucción socialista en solidaridad, fraternidad y libertad
completa para llegar a la belleza de sus sueños utópicos. Joseph Déjacque, en
1859, escribió que los bárbaros de esa invasión serían los trabajadores y
campesinos europeos mismos; de París, Londres, Roma, Nápoles, el torrente
destructor comenzaría su inundación. Presintió esas fuerzas que la
Internacional, desde 1864, trató de levantar, que el sindicalismo revolucionario
asoció en proporciones mucho más grandes, que, en fin, en nuestros días
tendrían bastantes buenas razones para levantarse por sí mismos uno de estos
días... Pero hay que observar bien que Coeurderoy, estableciendo las tres
etapas mencionadas —crisis catastrófica, guerra a la autoridad,
reconstrucción— no salta a las estabilizaciones, como se hace hoy (Estado
socialdemócrata, dictadura bolchevista, régimen sindicalista universal).
Mantiene la continuidad de la evolución; la catástrofe no crea más que las
posibilidades de acción —cuando se lucha por extirpar la autoridad—, y luego
se coordina y reconstruye.

Al examinar de cerca los escritos de Kropotkin, se ve que él insiste también


sobre ese período de 3 a 5 años (cifras imaginadas sobre los años 1788-1793
de la revolución francesa), cuando después del acto inicial, el ascendiente
ganado por el pueblo, las instituciones autoritarias serían incesantemente
combatidas y la idea anarquista entraría en la conciencia de todos. Ni Bakunin
ni Malatesta habrían diferido de esa opinión, y sólo interpretando
superficialmente algunas observaciones de Kropotkin (si en veinticuatro horas,
como dice el viejo Blanqui...), se ha podido saltar a la conclusión de que el
comunismo anarquista podrá ser improvisado de lleno, como por un golpe de
varita mágica. Desbrozar el terreno por un cataclismo que destruya el viejo
orden, prepararlo y sembrar la idea a manos llenas, y luego, como cosecha,
reconstruir —tales fueron las ideas ya de Coeurderoy—, así como veinticinco
años después las de Kropotkin y otros.

Proudhon, Bellegarrigue, Coeurderoy, Déjacque, esos cuatro hombres


presentan una bella obra anarquista para los años desde 1840 a 1865. ¡Pero
qué aislamiento entonces! Estaba además Pisacane, que fue muerto, y Pi y
Margall, que no continuó su trabajo inacabado de 1854. Bakunin estaba en la
fortaleza, Elisée Reclus en los países tropicales, Max Stirner murió (en 1856) y
los individualistas de “Modern Times” se desinteresaban de los demás
libertarios. ¡Y cuántos enemigos e indiferentes, todos los socialistas, todos los
trabajadores, con pocas excepciones! Y sus propios amigos y camaradas, ¿qué
han hecho por Coeurderoy y Déjacque, que habían afrontado la enemistad de
todos por sus ideas y su crítica libertaria? Es un hecho verificado por mí que los
militantes y las publicaciones de la Internacional los ignoraban, aunque
hormigueaban en los mismos centros de propaganda que los camaradas de
esos hombres (Londres, París, Ginebra, Bélgica). Si se dice que fueron hombres
de otra generación, cuarentiochistas, tales fueron también muchos militantes
de 1860-1870 y sus periódicos fueron bastante pobres a menudo para que
páginas de esos autores les hayan sido inútiles. Se era en extremo pobres
entonces en literatura, no conociendo más que a Proudhon y juzgando el
comunismo según Cabet y la Biblia, cuando no se tenía más que contemplar
sus expresiones libertarias en Déjacque y Coeurderoy. Yo sé que por algunos
pasajes de ciertos autores (S. Englánder, Rittinghausen, G. Lefraais, B. Malón,
etc.), se podía llegar a los rastros de estos hombres, pero sus escritos mismos,
la tradición oral sobre ellos, algunos documentos dispersos, todo eso fue
hallado solo mucho más tarde, comenzando por la década 1880-1890 tanto
por el azar como por un esfuerzo continuo de cuatro o cinco personas, entre
ellas Jacques Gross, Bemard Lazare, Pouget, Otto Karmin y yo mismo (desde
1889) con la ayuda de algunos viejos como Lassasie, Lefrangais, Vésinier y
otros. En fin, ese esfuerzo se ha hecho, aunque no con la amplitud que yo
desearía hoy; pero es demasiado tarde ya: la muerte de los hombres y la
muerte también de tantas acumulaciones antiguas, incluso de colecciones más
recientes, ha roto esos lazos con el pasado.
VII

LOS ORIGENES ANARQUISTAS EN ESPAÑA, ITALIA Y RUSIA:


ASOCIACIONES CATALANAS; PI Y MARGALL; PISACANE, BAKUNIN.
VESTIGIOS LIBERTARIOS EN OTROS PAISES EUROPEOS HASTA 1870

El anarquismo en los grandes países discutidos hasta ahora (Francia, Inglaterra,


Alemania, Estados Unidos), es como un fenómeno que forma parte de la
evolución humana progresiva, sea el resultado directo de la humanización
liberal que termina en el siglo XVIII, sea, después del período glacial autoritario
(para expresarme así), que comienza en 1789 y que continúa aún, una de las
formas y la más acentuada, de la continuidad de ese espíritu, de su
reanimación con más experiencia y energía, pero en proporciones todavía muy
pequeñas en el siglo XIX.

Si otros países han sufrido otra evolución general, la idea anarquista, o bien se
desarrollará naturalmente de otra manera o será implantada imitativamente y
entonces el desarrollo será diverso.

El anarquismo ha alcanzado hoy su mejor desarrollo en España; las raíces


históricas en este país habrán sido, pues, diferentes, relativamente, como en
los otros grandes países, y sería interesante poder examinarlas. Sería preciso
saber discernir los elementos que la cultura internacional aporta desde el siglo
XVI, lo que las propagandas imitativas (sobre todo la influencia francesa), han
producido y lo que es original del país, un trabajo que, por lo demás, habría de
hacerse para cada país.

No pudiendo entrar aquí en el detalle histórico y estando muy


imperfectamente informado, por lo demás, diré sólo que, por su
configuración, la Península Ibérica no favorece ese estatismo centralizador,
que en los otros grandes países europeos ha sido el producto
temporariamente inevitable de necesidades económicas.
El estatismo en España ha sido siempre de puro sello dominador y para
proteger la continuación del feudalismo económico, de la manumisión feudal
sobre una parte tan grande de la tierra; además para proteger la gigantesca
empresa américo-latina-española de los siglos XVI, XVII y XVIII. El estatismo
español para el pueblo no fue nunca más que el régimen administrativo,
judicial, militar y, por el clero, religioso, que le mantenía en sumisión forzada y
le tomaba lo que podía tomar, en hombres (militares), impuestos y beneficio
garantizado a los propietarios. Había con eso esta ventaja para el pueblo de las
ciudades y de los campos, que pudo conservar sus tradiciones autonómicas y
federalistas y que no concibió ese amor a la grandeza del Estado que alimenta
el autoritarismo, a excepción siempre de muchos adoctrinados, fanatizados,
interesados que se convirtieron en el personal ejecutor del Estado, esa clase
de perros de guardia que existe en todos los países. Había esta otra ventaja,
que la gran unidad nacional inspiraba al menos ese sentimiento de sociabilidad
que se expresa por federación y asociación y no dejaba echar raíz a las
corrientes de la atomización de la vida social y de la relegación de los hombres
en pequeñas unidades sociales.

Sobre tales bases aproximadamente, el desarrollo local fue muy diferenciado,


a lo que se agregan las diferencias naturales del norte y del mediodía,
acercadas y no menos separadas en ese territorio como en ninguna parte.
Elisée Reclus dice que el principio de la federación “parece escrito sobre el
mismo suelo de España, donde cada división natural de la comarca ha
conservado su perfecta individualidad geográfica”. Semejantes condiciones
han hecho nacer el federalismo en Suiza. Pero las manos de la corona de
Castilla y de la iglesia católica pesaron sobre todo eso durante los siglos de los
espíritus de Europa, y el sentimiento popular no pudo expresarse más que en
revueltas locales y por su aversión inquebrantable contra el Estado y todo lo
que a él se refería. España no tuvo siglo XVIII liberal ni revolución francesa, y su
socialismo, que han esbozado algunos pensadores del siglo XIII al XVIII, es
sobrio y realista, superando raramente “el colectivismo agrario” y muy
raramente pudo ser —como se hizo por Martínez de Mata, en Sevilla, en el
siglo XVII—, objeto de una propaganda pública. Pero la rebelión agraria estaba
siempre en incubación; el pueblo sabía lo que quería. Las ideas sociales de la
revolución francesa no aportaban, pues, nada nuevo a España; sus ideas
humanitarias fueron en Francia misma relegadas bien pronto por el
gubernamentalismo á outrance, que no decía nada a España, que tenía
bastante ella misma, y bien pronto entre los dos países continuó esa guerra de
tantos siglos que culminó en la conquista francesa, la cual encontró esa
resistencia tenaz y encarnizada que marca el comienzo del fin del Imperio de
Napoleón I (1808).

Cuando las esperanzas de un régimen soportable (la Constitución de 1812),


fueron frustradas, el absolutismo fue atacado por la revolución constitucional
de 1820, sofocada por el “ejército de la fe” francés en 1823, que restableció el
orden tal como lo comprendía la Santa Alianza de los reyes. Desde entonces,
virtualmente después de la restauración en 1814, hubo lucha contra la
monarquía, con algunos intervalos de liberalismo moderado, e incluso
república, sobre todo los años 1854-56 y de 1868 a 1874, y en fin, la caída de la
monarquía el 14 de abril de 1931 y una república que dio muy poca
satisfacción al pueblo desde ese día. Esa lucha se hizo igualmente contra todos
los nuevos acaparadores del poder central, militares y políticos, y así fue
elaborada la concepción federalista y se convirtió en la palabra de unión
popular, la república federal. Estas ideas, a veces, no siempre, acompañadas
de sentimientos de justicia y de equidad sociales, fueron la concepción política
de la parte verdaderamente despierta del pueblo español y su intérprete más
reconocido fue Pi y Margall (1824-1901), cuyo libro La reacción y la revolución,
publicado durante el intervalo progresista (1854-1856), ha sido mencionado
ya, así como sus traducciones de Proudhon (1868-70). Se vio impedido
entonces, por la reacción que había vuelto al poder, para completar ese libro
con su parte social; más tarde tampoco lo acabó. La Federación (Barcelona, 12
de junio de 1870), el órgano de la Internacional, pone de relieve este hecho, y
las cosas quedaron allí. Como jefe del partido federalista, Pi y Margall no ha
querido probablemente dividir ese partido exponiendo sus ideas sociales
personales, que habrían sido rechazadas por la parte no socialista de su
partido. Ha elaborado en detalle la aplicación territorial del federalismo en Las
Nacionalidades (Madrid, 1877 —prefacio del 14 de noviembre de 1876-, VIII,
378 págs. en gr. 8.°), pero esas soluciones por autodeterminación puramente
nacional son muy defectuosas, como sabemos por la experiencia desde 1918-
19, si descuidan los factores económicos, o más bien si los pervierten
arbitrariamente. La acción federal en 1873, el cantonalismo, fue una iniciativa
sobre una escala tan vasta como la Comuna de París y las Comunas en el
Mediodía francés de 1870-71 (Lyon, Marsella, Toulouse, Narbonne, etc.),
militarmente aplastada también. Si Pi y Margall se había vuelto escéptico
respecto a la anarquía y si no ha sobrepasado probablemente la idea del
Estado-mínimo, conservó hasta el fin el respeto por las aspiraciones de la
anarquía integral.

He ahí el socialismo que correspondía al sentimiento popular del país hasta


1868, cuando las ideas de Bakunin fueron conocidas; y he ahí por qué las
corrientes socialistas autoritarias, todas más o menos conocidas por
traducción del francés y por algunos adeptos muy activos en España, no
crearon nunca verdaderos movimientos allí. El comunismo, como ideal, el
principio asociativo de los fourieristas, correspondían a aspiraciones sociales
en Andalucía y en Cataluña, y las ideas democráticas fueron rodeadas de
socialismo estatista por republicanos de acción social autoritaria en Madrid,
etc.; pero todo eso fue pasajero y no dio satisfacción real. De lo que se
deseaba verdaderamente —al menos en los ambientes obreros avanzados de
Cataluña– se juzgará por algunos extractos de El Eco de la Clase Obrera
(Madrid; a partir del 5 de agosto de 1855; redactado por el obrero Ramón
Simó y Badia, de Barcelona):

“...Las comunas han sido el golpe más terrible que pudo dirigirse nunca al
feudalismo. De ellos han salido las instituciones salvadoras que contienen en
germen la libertad de los pueblos, y en ellos está el origen y el manantial
fecundo de todas las conquistas políticas. En ellos se han apoyado los reyes
para combatir la anarquía feudal, y ellos son las únicas instituciones que han
podido resistir a la tiranía triunfante de los reyes. Por eso los pueblos han
mirado o mirarán siempre a sus municipios como la salvaguardia de sus
derechos, como el arca santa de sus libertades.

“Toda revolución social para ser posible, ha de empezar por una revolución
política, así como toda revolución política será insustituible y estéril, si no es
seguida de una revolución social. Por esto las comunas que eran la forma
política por donde empezaba el mejoramiento de las clases pobres, debieron
multiplicarse. Y en efecto, así sucedió”, etc. (Pasado, presente y porvenir del
trabajo, por G. N.; 26 de agosto de 1855).

“...Figurémonos por un momento que en Madrid, en Barcelona, en Valencia,


en Málaga, en Sevilla, en Valladolid, en Tolosa, en todos los centros
industriales empiezan a asociarse por una parte los tejedores de seda, por otra
los de algodón, por otra los de lino, por otra los cajistas, por otra los
carpinteros, por otra los albañiles, por otra los sastres, por otras, en fin, los
operarios de todas las artes y oficios. Constituidas ya en cada pueblo todas
estas asociaciones, nombran, por sufragio universal, su junta directiva. Los
directores de estas juntas se asocian entre sí y deliberan sobre las cuestiones e
intereses comunes. Este centro de directores se pone en comunicación con los
demás centros. Los centros de toda una provincia, delegan un individuo de su
seno para la formación de un comité provincial que reside en el pueblo más
céntrico o más fabril de la comarca. Los comités provinciales delegan otro para
la de un comité nacional, destinado a dirigir y a velar por los intereses de toda
la clase obrera...

“...La asociación en las asociaciones o sea la asociación organizada en gran


escala...

“...En el antiguo Principado (Cataluña), las asociaciones son numerosísimas.


Reconocen todas, o por lo menos han reconocido, un solo centro. El comité
provincial ha sido allí una realidad y lo es, a no engañarse. Si la organización no
es aún ni tan fuerte ni tan vasta como podría, todos sabemos la causa. Todo ha
debido hacerse allí a la sombra. El desarrollo de la espontaneidad social ha
sido no favorecido sino impedido hasta sistemáticamente...”

(Influencia de las Asociaciones, por P. M.; 14 octubre 1855).

El mismo Pi y Margall dice (21 de octubre): “...Una vasta asociación, la Iglesia,


destruye la esclavitud antigua. Otra vasta asociación, las cruzadas, rompe los
muros que nos separan del Oriente. Otra vasta asociación, los gremios, acaba
con el feudalismo. Otra vasta asociación, ¿no ha de poder concluir con la
nueva tiranía?...”
M. G. M., discutiendo asociación y libertad, demuestra que son inseparables,
que una o la otra, sola, es insuficiente... “Nunca la humanidad ha sentido tanto
ni tan imperiosamente la necesidad de la armonía, nunca ha deseado con tan
ansioso anhelo la fórmula de la síntesis social”... (De la asociación; 11 nov.
1855).

Cuando los delegados de Barcelona, Joaquín Molar y Juan Alsina, son


saludados en Madrid por un centenar de trabajadores, en un banquete, el Eco
escribe: “...prevemos el día en que toda la clase obrará bajo la inspiración de
un solo centro, de un gran comité nacional compuesto por delegados de los
comités de todas las provincias”... (11 de nov. 1855). Hablando de las
provincias, división establecida en 1833, el periódico escribe: “...y el día en que
sea España una federación, como está llamada a ser, y será tal vez dentro de
no muchos años, prevalecerá la (división) de las antiguas (regiones, provincias)
arbitrariamente separadas, como en Francia, por la división en
departamentos”.

Pi y Margall escribe aun: “...La organización de las demás clases a imitación de


la obrera tendrá efectivamente lugar dentro de un tiempo dado. Pero, ¿acaso
no ganábamos también en que la entidad gobierno se perdiese en el seno de
ese nuevo organismo económico? El gobierno sería entonces el de las mismas
clases; las sumidades de estas reunidas compondrían un gran centro directivo.
Se realizaba así el bello ideal de los pensadores eminentes de Alemania,
¿habíamos todavía de quejamos? Las consecuencias de esta reforma serían
incalculabes. ¡Ojalá llegase el día en que sucediese lo que algunos temen!”...
(23 de diciembre de 1855).

Ese periódico fue publicado para contrarrestar un proyecto de ley odioso


contra las asociaciones, del 8 de octubre de 1855, y al reunir firmas de
protesta, las cifras alcanzadas en diciembre (Eco del 16 de diciembre), fueron
33.000 de las cuales 22.000 en Cataluña, 4.540 en Sevilla, 958 en Málaga, 650
en Córdoba, 1.028 en Antequera, 1.280 en Alcoy, 1.100 en Valladolid, 600 en
Madrid, etc., llegando todavía 800 de las Baleares, etc. Los delegados de
Barcelona ante una comisión parlamentaria hablan de 80.000 obreros
asociados en Cataluña en julio de 1855 (Eco del 9 de diciembre).
Se sabe que las asociaciones en Barcelona han comenzado en 1840 y
continuado abierta o clandestinamente hasta la revolución de septiembre de
1868 y que entonces, en gran parte, se afiliaron a la Internacional y a las
sociedades que le sucedieron hasta la C.N.T. Esos votos de 1855-56 con todas
sus vacilaciones y sus tanteos, nos muestran, lo pienso al menos, en qué grado
lo que dirán la Internacional, la Federación Regional, la C. N. T., existía ya en el
espíritu de los hombres de 1855, y se desarrolló pues, de 1840 a 1855, y sobre
un fondo que se formó en los años de luchas después de la muerte de
Fernando o antes aun. Es el federalismo social, la asociación de las
asociaciones (textual “solidaridad, es decir, la asociación entre todas las
asociaciones”; Simó y Badía, en el banquete mencionado; Eco del 18 de
noviembre 1855), la síntesis de asociación y libertad (que no puede ser más
que el anarquismo socialista), la sociedad económica que sustituirá al
gubernamentalismo político, en fin, es esa estructura de comités de oficio,
locales, comarcales, nacionales que se elaboró tan cuidadosamente para la
Internacional en 1870 y que se elabora aún en nuestros días y que, más débil o
más fuerte, es en 1935 la argolla obrera de las relaciones entre los
trabajadores, como lo fue en 1855 al menos en sueños de porvenir próximo,
que fue en efecto realizado. Se comprende que sobre ese fondo de ideas y de
práctica, sobre la lectura de Pi y Margall y de Proudhon además, y sobre la
práctica de la asociación, de las huelgas, de la solidaridad probada de las
actividades clandestinas y algunas veces de las luchas armadas, se comprende
que sobre los militantes de esa especie, el socialismo autoritario no tuviera
ninguna influencia, mientras que las ideas del anarquismo colectivista,
transmitidas de parte de Bakunin y de sus camaradas, fueron el complemento
lógico y bienvenido de lo que esos militantes sentían ya ellos mismos desde
hacía mucho tiempo.

En ninguna parte del mundo se habría encontrado esa predisposición en 1868,


y ya en 1855; lo que la Internacional ha querido fundar en 1864, existía en
España en espíritu y realidad.

***
En la Italia dividida en Estados independientes y en regiones que forman parte
de Austria hasta los últimos cambios en el siglo XIX, en 1870, no había, por
decirlo así, nada de todo lo que hemos constatado en España. En 1848 las
sociedades obreras comienzan a formarse en el Piamonte, y a partir de 1853
se reúnen congresos de tendencias anodinas. Algunos artesanos, pero no las
masas populares, fueron activos en los movimientos nacionales, clandestinos o
de lucha abierta. Esos artesanos, la juventud, los intelectuales, y una parte de
la burguesía y de la aristocracia, fueron participantes activos y simpatizantes
de los esfuerzos en pro de la unidad nacional, esfuerzos que desde los orígenes
hasta su culminación fueron actividades imbuidas de mentalidad autoritaria,
diplomacia, militarismo, guerrilla organizada y con el objetivo del Estado
unitario. Los pocos federalistas, los Cario Cattaneo, Cesare Cantú, Giuseppe
Ferrari y otros, no fueron libertarios, aunque Ferrari conoció bien a Proudhon y
había criticado la degeneración de los fourieristas.

Sólo el siciliano Saverio Friseia, amigo igualmente de Proudhon y de Bakunin,


médico, socialmente un anarquista, habría renunciado en lo nacional
voluntariamente a la Italia unificada, si hubiese podido realizar una Sicilia
independiente o federada con otras partes de la región italiana.

Pero Carlo Pisacane (1818-1857), repudió tanto los pequeños Estados como los
grandes, y para evitar el mal de unos y de otros, concibió la división del
territorio italiano en comunas unidas por pacto elaborado provisionalmente
por un congreso de las regiones liberadas del territorio nacional y, finalmente
por una Constituyente. Los medios de producción durante la lucha, y de vida
por asociaciones y comunas, corresponde bastante a las ideas de Bakunin,
formuladas en 1866; sólo que Bakunin tendía siempre, como hicieron también
los españoles, a interponer provincias o comarcas entre las comunas y la
colectividad territorial.

Pisacane, uno de los más valientes combatientes revolucionarios en 1848-49


en Italia (república romana), en su destierro —donde conoció también a
Coeurderoy y a Herzen—, a partir de 1851, aproximadamente, se emancipó de
la mentalidad autoritaria y antisocialista de los nacionalistas, incluso Mazzini,
el antisocialista por excelencia, y dijo ya en un libro de 1852: “Italia no tiene
otra esperanza que la gran revolución social”. En su famoso testamento
político (Génova, 24 de junio de 1857), dice que cree que “sólo el socialismo,
pero no los sistemas franceses, formados todos de acuerdo al género
monárquico y despótico predominante en esa nación, sino sólo el expresado
por la fórmula libertad y asociación, forma el único provenir, no lejano, de
Italia, y quizá de Europa; he expresado esta idea misma en dos volúmenes,
resultado de seis años de estudio aproximadamente”... Pero para él mismo “la
propaganda de una idea es una quimera y la educación del pueblo algo
absurdo”; porque... “las ideas se derivan de los hechos, y no al revés, y el
pueblo no será libre cuando sea educado, sino que será educado cuando sea
libre”. Esa finalidad no puede ser alcanzada más que por conspiraciones y
tentativas, y corresponde a cada uno hacer su parte de la revolución; entonces
la suma total será inmensa. En ese espíritu, Pisacane y otros llevaron la lucha
abierta en el territorio del reino de Nápoles, donde la pequeña banda fue
aniquilada en lucha abierta contra los soldados en Sapri, el 2 de julio de 1857,
siendo muertos Pisacane y otros, y los demás encerrados en las mazmorras
hasta la caída del reino de Nápoles por los Mil de Garibaldi en 1860.

Se publicó la obra de Pisacane, Saggi storici-politici-militari sur l´italia en buena


edición (4 partes; I y II, Génova, 1858, XX, 104 y 179 págs. en 8.°; III y IV,
Milano, 1860,188 y 168 págs.); el volumen tercero forma el famoso Terzo
Saggio. La Rivoluzione, y el Testamento político está al fin del volumen IV
(páginas 150-162). Creo que el Saggio sulla Rivoluzione no fue reimpreso hasta
1894 (Bolonia, IX, 274 págs.), mientras que el Testamento apareció muchas
veces en artículo o en folleto anarquista (la primera de esas reimpresiones que
yo conozco es de junio de 1878, en Modena, en L ’Avvenire, órgano
anarquista).

Los Saggi desaparecieron muy pronto de la circulación, se ha dicho siempre,


por maquinaciones de patriotas autoritarios y antisocialistas. Un amigo de
Pisacane y participante en la conspiración, que fracasó en Capri, fue Giuseppe
Fanelli, amigo de Bakunin desde 1865, el mismo que en 1868-69 transmitió sus
ideas en España. Se asegura que veneraba la memoria de Pisacane, y por él,
sino por otros antes, Bakunin ha debido conocer la obra de
Pisacane, aunque en todos los documentos conocidos, no habla nunca de él. Es
todavía más incomprensible que, por ejemplo, el silencio sobre Coeurderoy y
Déjacque, sobre quienes los hermanos Reclus, por su permanencia de Londres
en 1852, estaban perfectamente informados, aunque los hayan perdido de
vista más tarde. Pisacane era un héroe nacional, bien conocido y celebrado
como tal, y se asombra uno de que los internacionalistas no hayan sacado su
libro de su escondite. Parece que fue imposible, y se cuenta de la alegría de
Cafiero cuando, hacia 1880, hizo el descubrimiento de un ejemplar en Lugano.
Una veintena de años después, me dirigí a una gran librería italiana en procura
de un ejemplar, y se me envió uno enteramente nuevo, y también varios más
tarde, que di a Kropotkin y a Malatesta. ¿Se había levantado entonces la
prohibición? En todo caso, hay que insistir sobre estos detalles para mostrar
cómo después de Coeurderoy y Déjacque, otro más de los grandes libertarios
de 1850-1860 fue privado del efecto de su obra sobre los hombres de la
década de años siguientes.

***

En Rusia, ni las revueltas agrarias, ni el bandidismo popular ni el mir (el reparto


periódico de las tierras de una aldea entre los aldeanos), ni la aversión de los
campesinos contra los funcionarios, tenían un aspecto particularmente
libertario, y los esfuerzos de los revolucionarios entre los campesinos han
despertado muy pocas fuerzas para la lucha contra el zarismo. Las
conspiraciones de los nobles contra los zares eran ante todo intrigas de la
corte, venganzas o codicias. No es sino en imitación de París, primero, y poco a
poco, en algunos nobles, por verdadera admiración de las ideas humanitarias
del siglo XVIII, que esas ideas fueron al menos respetadas teóricamente por la
alta sociedad de entonces y hubo en el siglo XVIII utopías sociales rusas y
traducciones de las utopías internacionalmente conocidas; hubo
francmasones; Diderot visitó a la emperatriz Catalina, como Voltaire había
visitado al rey de Prusia. El padre de Bakunin, educado en Italia, conocedor de
Francia hasta la revolución, volvió con ideas de liberal que palidecieron hasta
el conservatismo, pero que tenían, sin embargo, un sello humanitario e
hicieron feliz la primera juventud de su hijo mayor, Miguel. Más tarde, los
oficiales traían de las guerras en Alemania y en Francia los planes de
sociedades secretas antizaristas, y así hubo el primer contacto de los rusos
centralistas del norte con los federalistas del mediodía, y por los ucranianos
sobre todo fue promovida la cuestión de la convivencia de las nacionalidades.
Los ucranianos, que no tenían Estado, y que se quejaban de las supremacías
rusas y polacas, que querían englobarlos, enarbolaban el federalismo de
Kostomarof y Shevchenko a Dragomanof y hasta nuestros días. Otros eslavos,
en su destierro en París, soñaban con la federación de todos los pueblos
eslavos, y Bakunin, en París, que no podía entenderse con los polacos,
estatistas por excelencia, que consideraban a los ucranianos, a los bielorrusos
y a los lituanos como pueblos históricamente sometidos a su dominación;
Bakunin, quizá como reacción contra los polacos aristócratas y autoritarios, se
sumergió desde 1846 en la fraternización con todos los pueblos eslavos y
formuló en 1848, en ocasión del Congreso eslavo de Praga, su Estatutos de la
nueva política eslava, una verdadera utopía federalista, pero sin un tenor que
se pudiera considerar propiamente libertario.

Bakunin (1814-1876), no puede ser analizado aquí en lo que ha moldeado su


esencia, en las múltiples influencias que sufrió, y en su manera de reaccionar
contra ellas. Con razón o sin ella, vemos una gran continuidad, a pesar de la
diversidad extrema de los ambientes. Un gran ideal, grandes obstáculos a
destruir, un grupo solidario a defender, con el cual cooperar, al cual inspirar,
sino dirigir, por su inteligencia y su energía y asiduidad particulares —y un
ambiente que conocía menos y sobre el cual se hizo ilusiones, sobre el que
creía poder contar (o que constituía parte de sus planes, quedando convencido
o escéptico)—, con esos dos factores siempre representados por hombres,
acontecimientos, situaciones diversas, obró Bakunin toda la vida, desde su
juventud doméstica a su período internacional, y ningún revés lo desanimó. Un
dios de su imaginación, después los ídolos, los filósofos, le dominaron largo
tiempo, hasta que comprendió con Feuerbach que todas esas ficciones son
creación de los hombres mismos. Entonces obró como hombre libre, y por el
socialismo, que conoce mejor en 1842, permanece en lo sucesivo
independiente también, el afiliado a ningún sistema. Pero como sobre todo
muestran las cartas a su hermano Pablo (1845) y a Georg Herwegh (1848), es
profundamente anarquista y profundamente revolucionario... “No creo en
Constituciones y en leyes; la mejor constitución no podría satisfacerme.
Necesitamos algo diverso: tempestad y vida y un mundo sin leyes y por tanto
libre” (agosto de 1848)... “Libertad a los hombres, esa es la única, legítima y
bienhechora influencia. ¡Abajo todos los dogmas religiosos y filosofías! No son
más que mentiras; la verdad no es una teoría, sino un hecho, la vida misma —
la comunidad de seres humanos libres e independientes—, la santa unidad del
amor que emana de las infinitas y misteriosas profundidades de la libertad
personal” (29 de marzo de 1845).

Si se me pregunta cómo con tales concepciones anarquistas puede Bakunin


consagrar los años 1846 a 1863 de su vida -desde mayo de 1849 al verano de
1861 estuvo en las prisiones y en Siberia-, a la acción nacionalista eslava,
tendría mucho que decir al respecto, pero entre otras cosas esto, que es una
prueba nueva de la gran ausencia de hombres libertarios entonces con los
cuales hubiera podido cooperar. Llama a Proudhon en agosto de 1848 “el
único en el mundo político de los literatos que comprende todavía algo”, pero
si llegase al poder, dice, “entonces estaríamos probablemente forzados a
combatirle, pues al fin también él tiene su sistemita detrás, pero ahora está
con nosotros”. Ni en Suiza ni en 1848-49 entre los alemanes y los eslavos, ni de
regreso en Londres y en Suecia, en 1862-63, ha encontrado un anarquista, y
Herzen y Herwegh, los dos con quienes más libremente hablaba y “que
comprendían la anarquía” (Herzen al menos), eran ante todo escépticos. Solo
en los últimos meses de 1863, al abandonar Suecia y Londres, para hacer un
viaje por París y Suiza a Florencia, Bakunin comienza a trabajar directamente
para inspirar los movimientos socialistas con ideas libertarias, y eso en medio
de la sociedad secreta que comienza entonces a formar.

Eso le lleva a redactar sus ideas —y hablaré más adelante de esos primeros
escritos en tanto que nos son conocidos—. Recuerdo aún que toda su obra
manuscrita de los años 1844-1847, en París, se ha perdido. Preparó ya en 1844
una “exposición y desarrollo de las ideas de Feuerbach”, que en 1845 parecía
haber estado cerca de la publicación con el título: Sur le Christianisme ou la
Philosophie et la Societé actuelle, y fue quizás ese manuscrito —u otro relativo
al estudio de la revolución francesa, que su amigo Reichel, en casa del cual
hablaba, llamó “el libro eterno”... “en el que escribía diariamente sin
terminarlo”. Todo eso se ha perdido y surge la cuestión de si el gran complejo
de ideas que los manuscritos y libros de 1868 a 1873 muestran y que se
encuentra ya esbozado en los fragmentos conservados de 1865, tenían por
primera base esas redacciones de 1845-47 y tal vez el escrito sobre Feuerbach
como origen. Es cuestión de resolver todavía.

***

En los otros países europeos hay una falta de iniciativa en las primeras
expresiones del socialismo, todavía más del anarquismo. Holanda, los países
escandinavos, Suiza, eran en los siglos XVIII y XIX países relativamente libres, el
asilo de muchos refugiados, como igualmente Bélgica, de la que he hablado ya,
y donde el socialismo fue muy activo y largo tiempo muy libertario. Sin
embargo, respecto de Holanda no se podría mencionar ningún esfuerzo
libertario notable antes de los periódicos de la Internacional en 1870-72, y
para los países escandinavos igualmente hasta los escritos de Quiding y las
cartas de lbsen hacia los mismos años; ni en Suiza antes de 1868.

Eduard Douwes Dekker (Multatuli; 1820-1887) y S. E. W. Roorda van Eysinga


(muerto en 1887), fueron autores de amplio miraje y de crítica antiestatista y
antiburguesa incisiva en Holanda. Henrik lbsen (1828-1906), experimentó
impresiones socialistas vivas en su juventud en tiempos de Marcus Thrane, y
se dice que ha leído entonces unos escritos de Proudhon y de Wilhelm Marr
(entonces en Hamburgo, que publicó Der Mensch und die Ehe vor dem
Richterstuhl der Sittlichkeit, 1848, y Anarchie oder Autorität? 1852). ¿Ha
expresado ideas contra el Estado antes de las cartas a Georg Brandes, del 20
de diciembre de 1870,17 de febrero y mayo de 1871 y la carta contra las
mayorías, 3 de enero de 1882, el año de la publicación de En Folkefiende (Un
enemigo del pueblo)?
El primer autor sueco que propuso un socialismo federalista, tal vez comunista
(pero que no me atreveré a llamar anarquista) fue Nils Hermán Quiding (1808-
1886), en Slutlikvid med Sveriges lag (Liquidación de la ley de Suecia), 1871-73.

En Noruega el novelista Ame Gaborg (1851-1924), en sus novelas, primero


muy realistas, en Kolbotnbrev, en el pequeño libro Fri Skilmisse (Libre
separación. Observaciones en la discusión sobre el amor; Bergen, 1888, 99
págs.), en su periódico Fedraheimen (El hogar, de Tonnsett, fundado en 1877),
describió bellamente y con precisión la vida autónoma de los campesinos
noruegos y la vida de los hombres y de las mujeres libres, y el periódico se
hizo, en efecto, claramente comunista anarquista, cuando fue redactado por
Ivan Mortensen, desde 1883 a 1890, más todavía en su última fase en Skien,
cuando fue transformado en cuadernos conteniendo cada uno un folleto
anarquista. Gaborg modificó su manera de ver y fue al fin de su vida
influenciado por las ideas de Severin Christensen, en su libro Retsstaten (El
Estado jurídico), publicado en Copenhague. Escribió todavía al respecto en
1923 el artículo Magtstat-rettsstat (El Estado de fuerza - El Estado jurídio). Ese
“Estado jurídico” es para él un Estado mínimo.

Ese Estado mínimo es, como otras doctrinas del máximo de autonomía o del
federalismo formal más perfeccionado, lo que muchos hombres benevolentes,
pero de corta visión, han propuesto. No hay más que observar, al lado de
Herbert Spencer y otros ya mencionados —The Man versus the State (Londres,
1884, 11, 113 págs.), es uno de los más característicos de Spencer—, J.
Toulmin Smith, Local Self-governement and Centralization (Londres, 1851); los
escritos federalistas conservadores de Constantin Frantz en Alemania; de L. X.
de Ricard (Le Fédéralisme, París, 1877), de Roque Barcia, en España, de
Edmond Thiaudiére y tantos otros. Son excelentes consejos contra la
centralización, contra el Estado mismo, pero al fin se es invitado a confiarse,
sin embargo, a ese Estado, y esa falta de confianza en la libertad quita la fuerza
a toda la argumentación.

La autoridad es además impugnada en muchos escritos de buena literatura


como los de Claude Tillier, Charles De Coster, Gustave Courbet, y, en suma, por
el buen panfleto, la sátira, la caricatura, la comedia de todos los tiempos, por
todo el género “irrespetuoso”. ¿A quién no fueron siempre odiosos el Estado,
las leyes, los funcionarios, los impuestos, las órdenes y las prohibiciones? Cada
cual hace lo posible por pasarse sin todo eso, pero muy ilógicamente lo cree
necesario para su vecino.

En suma, para el período descrito hasta aquí la idea anarquista fe ha tenido


defensores múltiples y variados, que se manifiesta en tantas condiciones
diversas, que es una evolución natural, no una propaganda artificial e
imitativa. Desde 1760 a 1860 los Diderot y Lessing, Sylvain Maréchal, Godwin,
Warren, Proudhon, Max Stirner, Elisée Reclus, Bellegarrigue, Coeurderoy,
Déjacque y Pi y Margall, y los trabajadores catalanes asociados, además Miguel
Bakunin y Pisacane, no es poco en hombres de relieve que lanzan claramente
su desafío a la autoridad.
VIII

LOS ORIGENES DEL COLECTIVISMO ANTIAUTORITARIO EN LA


INTERNACIONAL Y EN LOS GRUPOS FORMADOS POR BAKUNIN
DESDE 1864, EN LOS AÑOS 1864-1868

Por la guerra de Crimea (1854-56), la iniciativa política napoleónica,


quebrantada en 1814 y en 1815, fue establecida sobre el continente europeo.
Con Rusia, también Alemania y Austria fueron puestas fuera de combate,
habiendo afirmado su neutralidad y por ello, especialmente Austria, sobre la
cual creía Rusia poder contar, se captó la enemistad de Rusia, sin ganar de
ninguna manera las simpatías de las potencias occidentales. El Piamonte tomó
parte en la guerra y la cuestión de las nacionalidades quedó abierta; en 1859
ya hubo la guerra del Piamonte y de Francia contra Austria, victoriosa.
Entonces siguió un rápido engrandecimiento del poder piamontés, que en
Italia —a la que Napoleón III habría querido ver compuesta de principados
dependientes virtualmente de Francia, con nuevos Bonaparte y Murat, como
príncipes—, se convertía al contrario en el reino de la dinastía de los Saboya y
en una gran potencia que, naturalmente, no pensaba en ser una dependencia
francesa después de haber sacudido el poder de Austria, que pesaba sobre ella
desde 1815. Esta situación dio a Alemania y también a Austria una pausa, y la
Francia imperial, alarmada por el despertar popular que mostró el
garibaldismo la epopeya de 1860, no dio todo su apoyo a la insurrección
polaca, el segundo acto del nacionalismo, sin desalentarla por eso y estalló en
1862 para extenderse en 1864. La cuestión de Schleswig-Holstein, sustraída a
la injerencia de las otras potencias y decidida por la guerra de 1864, es el
primer acto de independencia alemana; la enemistad de Inglaterra le es segura
en lo sucesivo, y Francia e Inglaterra se aproximan de nuevo, habiendo estado
un poco divididas a causa del favor que Inglaterra prestaba a la nueva Italia.
Garibaldi, recibido en Londres en triunfo por el pueblo, en 1864, es avisado
sutilmente por el gobierno inglés para que abreviase su permanencia y parte
de inmediato.

En esos años excitados en los que fue atenuado en todas partes el régimen de
la reacción, porque los gobiernos execrados desde la contrarrevolución de
1848, tenían necesidad del concurso del pueblo para las guerras que iban a
venir, y el nacionalismo, que la democracia burguesa aceptó ávidamente, fue
el medio que debía reconciliarla con los pueblos. Pero los trabajadores y los
socialistas, los hombres de 1848 en adelante, y las jóvenes generaciones, veían
llegado el tiempo para reanimar sus movimientos, fundar sus organizaciones, y
en ese ambiente de relaciones y reagrupaciones frecuentes entre los Estados
que obraron como amos del mundo, hay que asombrarse de que también los
trabajadores, en fin, pensasen en ponerse en relaciones entre sí,
internacionalmente. Se hizo muy lentamente, entre 1862 y 1864, sólo entre
algunos núcleos de Londres y de París, entre algunos hombres que se
dedicaron a ello directamente, para hablar de un modo exacto, y que
triunfaron de las inercias, pesadeces, intereses de partido, envidias, etc., de
hombres más influyentes que fueron directores de las organizaciones y que
tomaron buen cuidado de no ligarse a un asunto más que cuando el éxito
estaba asegurado. Esta es la verdadera historia de esos orígenes de la
Internacional, establecida por la documentación íntima. Para las pocas grandes
reuniones públicas, cuidadosamente preparadas, se tenía siempre buenos
oradores y un público aclamador entusiasta, pero que no tenía nada que decir,
y después las cosas se hicieron en pequeño cónclave, llevando meses y meses,
fracasando casi en las susceptibilidades, vanidades, etc., hasta que resultó por
fin esa reunión del 28 de setiembre de 1864, en la cual muchos nombres
preparados de antemano fueron aclamados, y así el gran grupo director, el
Consejo central (más tarde Consejo general), fue constituido y se reclutó en lo
sucesivo por cooptaciones; los congresos generales le confirmaron siempre la
confianza.

En el comité inglés que recibió a los delegados franceses, conducidos por


Tolain, en el mitin de Free Masons Tavem, el 5 de agosto de 1862, estaba el
viejo Ambrose Caston Cuddon, el anarquista individualista inglés (v. cap.III),
que había saludado también a Bakunin en enero, en nombre del Comité de un
periódico obrero, The Working Man, publicación indiferente, al lado de la cual
existía en 1862 The Cosmopolitan Review, donde Cuddon escribía también. En
la reunión del 5 de agosto, Cuddon fue uno de los oradores; de su discurso no
se ha sacado más que la observación “que el problema social podría fácilmente
ser resuelto si los hombres echaban a un lado toda hipocresía”, observación no
inútil, considerando que se necesitaron todavía dos años antes de formar el
Consejo del 28 de setiembre de 1864, y que lo primero que hizo Tolain desde
1862 fue dejar a un lado esos socialistas que le habían recibido para tratar
ante todo de aliarse a los tradeunionistas. No lo consiguió, y los socialistas
autoritarios franceses, en Londres, intervinieron e hicieron el trabajo real de
preparación, con ayuda de las pequeñas logias masónicas avanzadas de 1850 y
1858, que reunían socialistas internacionales; tenía también relaciones en
París que desagradaron a Tolain, de suerte que todo avanzó lamentablemente
y cuando la sociedad fue fundada, esas mismas divergencias desgarraron su
Consejo central, todavía largo tiempo. Marx no tenía nada que ver con todo
eso; se le invitó a la reunión del 28 de setiembre, los últimos días, se informó,
asistió y fue aclamado miembro del Consejo central provisorio. No es sino
cuando los primeros documentos de la sociedad fueron redactados que su
talento se impuso fácilmente sobre los hombres de buena voluntad, pero de
experiencia y de talento mucho menores que el suyo. Puso entonces lo que le
pareció más importante de sus ideas propias en esos documentos, lo que le
fue fácil, porque los demás no conocían esas ideas y las conclusiones que él
sacaba —era poco conocido entonces—, y tomaban por buen socialismo
general lo que para él fue un sistema bien personal. Obtuvo así un ascendiente
erudito, literario, de energía y de habilidad personales, de brusquedad
también, que no le valió muchas simpatías y que fatigó a todos con el tiempo,
pero que produjo trabajo útil a la asociación; y los otros miembros, todos
autoritarios, no observaban de cerca por su autoritarismo especialmente
intenso; fue, pues, “la servidumbre voluntaria” de los otros lo que afirmó su
posición.

Después de una quincena de años sin vida socialista pública, de proporciones


apreciables, hubo, en cuanto a la mentalidad social de los trabajadores, casi en
todas partes nada, y viejos y jóvenes militantes, sobre la base de algunas
sociedades socialistas obreras y de organizaciones de oficio, que llevaban
todavía una vida aparte, han improvisado entonces las secciones de la
Internacional. Un trabajo de paciencia y de abnegación, que se volvía más fácil
cuando se había hecho el comienzo y la asociación ganaba en prestigio. Los
militantes, cualesquiera que fuesen sus convicciones socialistas personales, no
podían hacerlas penetrar en las secciones más que gradualmente o
nominalmente, y de ahí resulta la extrema moderación que caracteriza las
conferencias y los congresos hasta 1867. La política del Consejo central o
general era la de sacrificar los avanzados a los moderados, siempre que estos
últimos tuviesen organizaciones numerosas. Se desembarazó de los franceses
violentos de la emigración y se tomó a Tolain y a los organizados de París.
Respecto de los tradeunionistas ingleses, se estaban contentos con afiliaciones
puramente nominales. En efecto, algo como más tarde la Internacional sindical
de Ámsterdam (Legien-Jouhaux), y lo que se llama la segunda “Internacional”,
los partidos socialistas políticos nominalmente asociados, era ya el objetivo de
la Internacional de Londres, desde los primeros años, según sus verdaderos
dirigentes.

La causa libertaria tenía entonces un pie firme solamente en Bruselas, en “Le


Peuple”, asociación de la democracia militante y su órgano La Tribune du
Peuple (Bruselas, del 12 de mayo de 1861 al 4 de abril de 1868). El Compte
rendu du Meeting démocratique de Patignies (en las Ardennes; de 26 de
diciembre de 1863; folleto de 1864, Bruselas, 112 págs.), muestra esa
propaganda y en particular las ideas de César De Paepe (1841-91), joven
socialista muy instruido, que profesó netamente la anarquía, pero que
reconoció netamente también la imposibilidad de su realización inmediata y
estableció algunas etapas, como la legislación directa por el pueblo con una
suma de libertades garantizadas a la minoría, etc. Tal fue el sistema libertario
más razonado formulado en esos años, y los militantes de la asociación Le
Peuple, que se transformó pronto en sección de la Internacional -sección local
y sección que se dio la misión de ayudar a la fundación de otras secciones en
Bélgica-, esos militantes propagaron ideas semejantes, más pronunciadas a
menudo que las ideas siempre capciosas y estudiadamente moderadas y
circunspectas de De Paepe. A eso se agregó —pero en parte fuera de la
Internacional—, un anarquismo más vivo, un proudhonismo revolucionario,
expresado por jóvenes franceses y belgas, estudiantes y refugiados, el grupo
de la Rive gauche.

Los trabajadores llamados proudhonianos franceses, Tolain y sus camaradas,


fueron sindicados ellos mismos, republicanos que buscaban una entrada en la
política, enemigos de los republicanos burgueses tanto como de los socialistas
blanquistas y otros autoritarios, aceptando económicamente las partes más
débiles y anodinas de la obra de Proudhon, que saludó su advenimiento en su
libro de 1864, De la capacité politique de la classe ouvriére, publicado como
trabajo póstumo en 1865 por Gustav Chaudey. Proudhon fue feliz de ver a los
trabajadores comenzar a despertarse, después de 1848, pero si hubiese vivido
les habría dado impulsos muy diferentes. Tolain y los suyos dormían sobre los
laureles de ese libro, y Marx, que tan vergonzosamente insultó a Proudhon,
muerto en su necrología, se puso contento de ver encamarse el proudhonismo
parisiense, aparentemente, en esos pequeños espíritus, que le eran útiles para
combatir a otros socialistas a quienes odiaba, y contaba desembarazarse
después de ellos mismos, igual que hoy los bolcheviques.

Mijail Bakunin
Marx creía haber ganado también a Bakunin para la Internacional, haciéndole
por propia iniciativa una visita amable, en ocasión del paso de Bakunin por
Londres, en el otoño de 1864. Le habría sido útil en Italia, contra Mazzini.
Bakunin, absorbido ya por su sociedad secreta, que debe datar de la primera
mitad de 1864 y de Florencia, no pensó en iniciar a Marx, naturalmente,
sabiéndole su adversario; le dejó hablar y lo que supo de la Internacional
apenas nacida y quizá sobre las esperanzas de Marx, ha debido interesarle, y le
prometió su concurso en Italia, sin que se ofreciera en 1865 una ocasión y, no
abandonando Italia hasta 1867, las relaciones muy espaciadas con Marx
cesaron, sin que hubiese ningún disgusto entre ellos y sin que se hayan vuelto
a ver después.

El, Bakunin, consideraba abortados hacia fines de 1863 los movimientos


nacionalistas, es decir, llegados entonces bajo el control de los hombres de
Estado, de Francia, de Prusia, Rusia, el Piamonte, y puso su esperanza en lo
sucesivo en los movimientos sociales que renacían. Viendo la desorientación
de las fuerzas democráticas y socialistas, creía obrar del mejor modo obrando
sobre ellas por medio de militantes ocultos, que sabrían dirigir y coordinar
tales fuerzas y que ellos mismos harían nacer e inspirarían grupos y
movimientos más conscientes. Los años 1864 (cuando hace su segundo viaje a
Suecia y pasa la última vez por Londres y París) y 1865 (cuando va desde
Florencia a vivir a Nápoles y sus alrededores, hasta agosto de 1867), pasan en
esos esfuerzos inevitablemente poco esclarecidos. Sabemos un poco de su
esfuerzo en Florencia y conocemos su tentativa de proponer sus ideas a la
masonería en Italia, a la que pertenecía. Hay también fragmentos de
manuscritos, de 1865, las primeras redacciones conservadas de sus ideas, que
podría publicar, si hubiese una posibilidad material seria para tal publicación.
Estamos, en fin, puestos un poco al corriente de sus planes por su carta a
Herzen, del 19 de julio de 1866, por su resumen histórico en un libro ruso de
1873 y por el programa y los estatutos mismos, in extenso, de la sociedad
internacional revolucionaria, redactados en 1866, en marzo,
aproximadamente, que he hecho conocer desde 1898 y en traducción alemana
casi completa en 1924. En las Werke (Berlín, 1924, vol. III, págs. 8-61), y en mi
biografía de 1898, págs. 209-233, se encuentran esos textos —una exposición
completa de su pensamiento socialista y revolucionario de entonces, mientras
que los fragmentos masónicos (es decir, destinados a ser propuestos a los
francmasones), contienen sobre todo su pensamiento filosófico, la crítica
religiosa. Tenemos también la aplicación más restringda de sus ideas y
proyectos en las impresiones clandestinas para la organización italiana de esa
sociedad internacional, el Programa délla Rivoluzione democratico-sociale
italiana y los estatutos de la Societé dei Legionari della Rivoluzione sociale
italiana (de 1866) y las hojas clandestinas de actualidad, La Situazione italiana,
de octubre de 1866, y una segunda hoja, La Situazione, del otoño de 1868. En
fin, cartas y esbozos de cartas de 1866 y 1867 y otros materiales recogidos
muestran un poco de la vida íntima de esa sociedad internacional que se llama
más frecuentemente la Fraternidad internacional

En el libro italiano mío, Bakunin e l’Internazionale in Italia del 1864 al 1872


(con prefacio de Enrico Malatesta), Ginebra, Edic. del Risveglio, 1928, XXXI, 397
págs. en 8.°), esos documentos son reproducidos y discutidos y el volumen Der
Anarchismus von Proudhon zu Kropotkin, 1927, págs. 21-50, discute las ideas
de Bakunin desde lo que sabemos de sus orígenes hasta 1867, sucintamente.
Asociación y federación son la base de la reconstrucción después de la
demolición y la liquidación del sistema presente. Lo que le interesa, no es un
porvenir anarquista perfecto, que deja elaborar a los hombres futuros como
ellos quieran, sino los fundamentos de la nueva sociedad, esa base que mejor
impida una recaída y garantice una evolución progresiva. Por eso insiste sobre
un sólido comienzo y no se fía de las espontaneidades ni del azar. Si puedo
expresarme así por comparación, se trata de abandonar una casa vieja. Se
puede hacerla volar o demolerla a piqueta o salvar algunas partes válidas o
abandonarla y construir en otra parte, donde hay variedad, azar e imprevisto;
pero si no se quiere vagabundear o vegetar primitivamente, sino construir una
casa más sólida, entonces se requieren ciertos trabajos inevitables de abrir la
tierra, echar los cimientos, buscar las proporciones, los materiales sólidos, etc.;
una buena casa no se improvisa como una choza primitiva sobre la hierba. Con
ese espíritu Bakunin, admitiendo todas las formas de la destrucción, es muy
metódico para la reconstrucción. Todos los anarquistas que hemos discutido
hasta aquí lo fueron —Godwin, Warren, Proudhon, Déjacque, Coeurderoy, De
Paepe—. Todos, rechazando tanto las dictaduras como desconfiando de las
improvisaciones, de las espontaneidades, de las escenas de transformación
por golpe de magia, por decirlo así, todos han tratado de hallar no sólo el
objetivo ideal, sino también los mejores caminos que conducen a él.

A la actividad clandestina o privada de Bakunin se agregó desde febrero de


1867 la acción pública de sus camaradas de Nápoles por la sociedad Liberta e
Giustizia, que después de las declaraciones programáticas en febrero y abril,
publicó en agosto el periódico Liberta e Giustizia, que apareció hasta
comienzos de 1868. No he podido ver nunca ese periódico, que se hizo sin la
participación de Bakunin, aunque con su colaboración. El mismo había ido a
tomar parte en el congreso de la paz celebrado en Ginebra, en setiembre de
1867, la gran manifestación de la democracia republicana que fundó allí la Liga
de la Paz y de la Libertad. Bakunin pronunció un discurso de repercusión; v. los
Annuales del congreso de 1868, págs. 187-191. Había permanecido en Suiza y
fue miembro del comité de esa Liga. Propuso allí sus ideas que,
inevitablemente, no fueron aceptadas, pero las redactó para una publicación
inacabada e inédita entonces. Es Federalismo, socialismo y antiteologismo.
(publicado por mí en Oeuvres, París, 1895, págs. 1-205).

El primer texto que hizo conocer al público de entonces las ideas de Bakunin —
si se exceptúan sus cartas eslavas, en el periódico italiano—, fue su carta en el
periódico-programa La Démocratie (París), en abril de 1868. Después hubo el
programa del periódico ruso Narodnoe Dielo (La Causa del Pueblo), en
setiembre. Después los discursos en el Congreso de Berna, de la “Liga de la paz
y de la libertad”, a fines de setiembre. Después el Programa de la Alianza de la
democracia socialista, aparecido algunas semanas más tarde. Hacia ese mismo
período redactó proyectos de programa y estatutos de la nueva forma que,
según las deliberaciones de los miembros del grupo secreto, debían tomar el
grupo o los grupos secretos.

Porque había entrado en el verano de 1868 en la Internacional (sección central


de Ginebra), y él y sus camaradas se habían separado de la Liga (25 de
setiembre), fundando la Alianza internacional (pública), que quería afiliarse a
la Internacional, y en cuyo seno debía existir la Alianza secreta. Pero como lo
que se llamaba la Fraternidad (secreta) existía ya, habría sido preciso poner de
acuerdo esos dos grupos secretos, de los cuales el uno no existía todavía.
Sobre eso hubo tanteos manuscritos, esbozos de ensayo, y algunos de esos
manuscritos han caído más tarde, por un abuso de confianza, sino por varios
de tales abusos, en manos de Marx, que los publicó en 1873, fundando sobre
ellos una acusación contra Bakunin en el congreso de La Haya (1872), lo que
ayudó a hacerle expulsar de la Internacional. Conocemos una cantidad de
esbozos manuscritos y de deliberaciones colectivas, etc., de los primeros
meses de 1869, lo que muestra que los documentos de 1868 no correspondían
a ninguna realidad definitiva, y formalmente, antes de setiembre de 1872, tal
realidad como conjunto, como totalidad, no ha existido, sino sólo fragmentos
incipientes; en suma: hubo la Fraternidad, renovada en setiembre de 1872
como Alianza secreta; pero entre 1868 y 1872 no ha existido una Alianza
secreta como conjunto internacional, y la requisitoria de Marx, Engels,
Lafargue y Utin es una fabricación desprovista de base, un tejido de ficciones.

La proposición de la entrada de la Alianza pública, como organización


internacional afiliada, en la Internacional, hizo estimular a Marx, y al mismo
tiempo, casi, cuando Bakunin le envió una carta de las más amables (22 de
diciembre de 1868), escribió sobre él con una hostilidad absoluta a Engels (18
de diciembre; también el 13 de enero de 1869), y desde ese momento se
consagra a arruinar a Bakunin en la Internacional —justamente entonces,
cuando Bakunin, en Ginebra, comienza su actividad en la Federación románica,
en la sección de la Alianza y en L ’Egalité (Ginebra), y en Le Progrés (Lóele; Jura
neuchatelense), mediante escritos de propaganda intemacionalista
irreprochables y de bella factura.

Me limito aquí a algunas indicaciones de las fuentes originales para informarse


sobre las ideas anarquistas en la Internacional, sobre las personas y los grupos
que las representaban y sobre lo que los órganos y componentes de la
Internacional, secciones, consejos, congresos, hicieron frente a ellos. Todo
esto es abreviado aquí, no por falta de conocimientos sino por abundancia de
materiales que impide dar todas las iniciativas y sobre todo dar explicaciones.

En las relaciones de Bakunin para los años 1864 a 1868, se pueden distinguir
hombres que se acercan y se separan de él sin sufrir su influencia, hombres
que sufrieron su influencia y que no tuvieron una originalidad propia, otros
que, seriamente próximos a él, mantenían su independencia, y hombres que,
asistidos por su impulso, adquirieron un desenvolvimiento interesante y
propio. Los tipos de las dos últimas categorías fueron Elisée Reclus y James
Guillaume, este último en 1869, cuando los hermanos Reclus se separaron ya
de Bakunin.

Elie Reclus, profundamente libertario, demasiado escéptico para poder


sentirse anarquista —su tesis universitaria de 1851 había tratado del principio
de autoridad (en teología)—, fourierista y asociacionista en espíritu, tomó
parte en la empresa cooperativa “Le Crédit au Travail”, y en las publicaciones
L’Association y La Coopération, de París (1864-68), al comienzo un punto de
ligazón de los elementos sociales, socialistas y libertarios entre los
republicanos, más tarde una especialización infructuosa y sin salida. Elisée
tomó parte en tales esfuerzos, pero expresó también, cuando fue preciso, su
pensamiento completo, como en el congreso de Berna sobre la cuestión
federalista. Esta amplitud que era propia a los hermanos Reclus, les separó de
Bakunin en 1869; Elisée se acercó de nuevo a él a partir de 1872, como
“hermano independiente”.

***

La elaboración de las ideas en los congresos de la Internacional fue de las más


graduales, puesto que no se quiso proclamar teorías que desagradasen
seriamente a una parte importante de la asociación. Había la tendencia
socialista autoritaria del Consejo general, que fue, sin embargo, atenuada en
consideración a sus miembros ingleses; la tendencia de los proudhonianos
anticolectivistas de París y la mutualista-colectivista de De Paepe, que tenía la
simpatía de los suizos avanzados (del Jura, etc.), y poco a poco de una parte de
los delegados franceses. En cuestiones de libertad, y también de
antinacionalismo, París y Bruselas estaban unidas contra Londres; en
cuestiones de socialismo, de colectivismo, Bruselas y Londres estaban unidas
contra París. De Paepe tenía, pues, la dirección intelectual de los congresos;
Tolain retrocedió siempre, y los delegados del Consejo general, guiados
siempre por las instrucciones de Marx, no llevaban ningún éxito serio a
Londres. Marx se enfurecía; su correspondencia sin freno con Engels y con el
doctor Kugelmann, nos conserva su estado de ánimo —desestimaba y
despreciaba a todos.

Por los informes de la sección de Bruselas, escritos por De Paepe (1867-1868),


y las discusiones de los congresos de Lausanna y de Bruselas, por la carta de
De Paepe a la Alianza (16 de enero de 1869; la extensa carta de Bakunin a De
Paepe, casi un folleto, de fines de 1868, no se ha encontrado aún o se ha
perdido, aunque existía en original y en copia); por las discusiones entre La
Liberté (1867-1873) y L'Internationale (1869-1873), de Bruselas, etc.,
conocemos por vez primera la combinación del mutualismo con la
socialización de la propiedad territorial (De Paepe estaba influenciado por las
doctrinas de Colins, Louis de Potter y De Keizer, Het Natuurregt al respecto),
luego la socialización también de los medios de producción, el colectivismo
integral, como la concepción de De Paepe. Reconoció igualmente “...que todos
los Estados políticos y autoritarios, actualmente existentes, deben reducirse a
simples funciones administrativas de los servicios públicos, en sus países
respectivos y desaparecer finalmente en la unión universal de las libres
asociaciones, tanto agrícolas como industriales...” (carta del 16 de enero de
1869 al grupo iniciador de la Alianza internacional, firmada por los diecisiete
miembros del Consejo general belga). Esta socialización integral y esa
liquidación de los Estados forma la concepción anarquista colectivista, que fue
reconocida, en la forma descrita en esta carta, por los principales militantes de
Bruselas, De Paepe, Brismée, Eugéne Hins, Verrycken, el francés Paul Robin y
otros.

De Paepe dijo en un informe al congreso de Basilea (1869), que el socialismo


científico y el comunismo popular en las formas rejuvenecidas y bajo los
nombres nuevos de mutualismo y de colectivismo abandonan su categoría
exclusiva y absoluta, se abrazan y se compenetran hoy en la Internacional, en
una nueva concepción de la sociedad, una concepción sintética que busca al
mismo tiempo garantías para el individuo y para la colectividad.

Tal fue, desde 1867 a 1869, esa elaboración continua de una síntesis de
libertad y de solidaridad e inevitablemente el estatismo, el autoritarismo, no
tenían nada que ver. Sólo hubo una gran diferencia en la apreciación de los
caminos para llegar a la sociedad colectiva no-estatista, que fue reconocida
como un grado ulterior de evolución social también por Marx, pero sólo
después del período de la “dictadura del proletariado”, cuando tras la
abolición de las clases las funciones gubernamentales se convertían en simples
“funciones administrativas”. De Paepe no estuvo nunca lejos de i esta manera
de relegar la anarquía a un porvenir lejano, sólo que propuso llegar a ella por
etapas libertarias, no por la dictadura, como Marx. Fue colocado así entre los
revolucionarios mencionando, entre algunos belgas, como Eugéne Hins, que
buscaban medios de acción directa colectiva, pero no de acción revolucionaria,
y entre los autoritarios que, al menos teóricamente, admitían una desaparición
del gubernamentalismo, cuando éste no tuviera que defender una clase
privilegiada contra la clase desheredada. Eso explica que, brillante todavía en
el congreso de Basilea, en 1869, De Paepe se eclipsa por decirlo así después
hasta 1874, en que era ya partidario del estatismo moderado (servicios
públicos). Había debido admitir, sin embargo, en uno de los informes de 1869,
que los trabajadores no tendrán la paciencia de esperar los resultados de una
evolución lenta y pacífica que duraría siglos; dicen que han sufrido bastante
tiempo y que quieren ver el fin de sus sufrimientos. La transformación de la
propiedad no llegará, pues, probablemente, por una evolución ciega y
necesaria, sino por la intervención inteligente y razonada de los hombres, no
por la evolución, sino por la revolución.

Pero no obstante eso, reconocimiento tardío, De Paepe y sus camaradas


permanecen doctrinarios y tienen una aversión constitucional a la revolución,
desconfían de sus aspectos autoritarios y se sienten alejados del esfuerzo de
Bakunin por precisar, intensificar, precipitar las actividades revolucionarias por
medio precisamente de esa “intervención inteligente y razonada de los
hombres”, por la Alianza pública internacional (v. carta del 6 abril de 1870);los
belgas son un poco quisquillosos, tienen alguna desconfianza contra la Alianza
—son también un poco doctrinarios, y la Alianza no encuentra puesto en su
doctrina. Eso fue. El doctrinarismo no comprendió la diferencia de las
situaciones reales, y el Consejo general belga habría debido decir al grupo de la
Alianza, que en Bélgica no tenían necesidad de ella pero que sobre los otros
países no podían pronunciarse. En efecto la asociación de los “Solidaires”,
después el “Peuple”, después la sección de Bruselas y el Consejo mismo, fue
un núcleo sólido que tenía la mano sobre el movimiento belga, al lado de otros
núcleos en Lieja, Verviers, Gante, Amberes, y la obra de la Alianza se hizo
desde largo tiempo por esos grupos de militantes.

Los jurasianos intelectualmente dirigidos por James Guillaume, con


trabajadores muy reflexivos y abnegados como Adhémar Schwitzguébel,
Auguste Spichiger y muchos otros, estaban en el fondo mucho más cerca de
los belgas que de Bakunin y de los parisienses revolucionarios como Varlin. A
pesar de las disidencias localmente inevitables con los ginebrinos, por medio
de Jung, el secretario suizo del Consejo general de Londres, se habrían
entendido, de haber sido dejados tranquilos, como lo estuvieron siempre los
belgas. Allí, al menos hasta setiembre de 1874, se estableció entre Bakunin y
ellos esa convivencia basada en el respeto mutuo y en la no-intervención, y
sobre esas bases una cooperación amistosa, que habría podido también tan
fácilmente crearse entre el grupo de Bruselas y Bakunin. En el Jura, sin la
Alianza, Guillaume y los otros militantes estaban tan íntimamente ligados
entre sí que no tenían necesidad de lazos aliancistas. Y Bakunin, no
mezclándose en nada, pero discutiendo y concertándose con Guillaume, tuvo,
como Guillaume, esa influencia que la inteligencia y la experiencia dan
siempre. El haber rehusado eso para Bélgica fue una falta de solidaridad
intelectual, el rehusamiento orgulloso de un concurso honorablemente
ofrecido.

Así las nuevas fuerzas en aumento desde 1864 a 1868 también en la


Internacional y los elementos de acción, que Bakunin asoció en el mismo
espíritu, en el del colectivismo antiautoritario, no fueron tan solidarias como
habrían podido ser, pero, sin embargo, en el otoño de 1868, cuando Bakunin
comienza a obrar en el ambiente de los trabajadores organizados, la idea
anarquista había adquirido ya un hermoso puesto en la Internacional,
superando ese descenso que marca el pálido post-proudhonismo, y no siendo
afrontada todavía abiertamente por la idea autoritaria (Marx), que, sin
desarmarse, había observado una reserva prudente en los grandes congresos
públicos.
IX

LAS IDEAS LIBERTARIAS EN LA INTERNACIONAL DESDE 1869 A 1872.


LA “REPRESENTACION DEL TRABAJO.” LA SOCIEDAD DEL PORVENIR.
LA COMUNA DE PARÍS Y EL COMUNALISMO
Entre setiembre de 1868 y setiembre de 1869 (Congreso de Basilea), las ideas
anarquistas-colectivistas fueron interpretadas primeramente en España por el
viaje de Fanelli a Madrid y a Barcelona, organizado por Bakunin y sus
camaradas de la Fraternidad y de la nueva Alianza pública internacional. En ese
país las asociaciones de trabajadores no ignoraban la existencia de la
Internacional, pero después del año de insurrección política, 1866, las últimas
luchas hasta la caída de la monarquía borbónica en setiembre de 1868, eran el
problema agudo, y sólo después de esos acontecimientos las asociaciones
vuelven a resurgir en pleno y están a punto de convertirse en dominio de los
republicanos federalistas. El secretario para España del Consejo general, Paul
Lafargue, no ha dejado ni rastro de su actividad, ni hasta entonces ni después.
Fue Fanelli el que supo hallar, por intermediarios federalistas, los más
avanzados de los trabajadores militantes, los Morago, Lorenzo, Rafael Farga
Pellicer y otros, que conocían las ideas socialistas y proudhonianas, que
estaban en el corazón mismo de lo que había en grupos de trabajadores
avanzados, que eran conocidos de los trabajadores y que tenían la mejor
voluntad de luchar por el conjunto de sus ideas, y no de ver reducidos a los
trabajadores a ser dirigidos por los jefes del partido federal que, socialmente,
eran antisocialistas, o a lo sumo reformistas moderados.

Esos hombres de los núcleos de Madrid y de Barcelona estuvieron encantados


de conocer el colectivismo antiautoritario y de compenetrarse con el
socialismo integral de Bakunin, que implicaba la liberación intelectual, política
y social —ateísmo, anarquía y colectivismo—. Comprendieron también —y
estuvo eso ya, sin duda, en sus hábitos de militantes—, el principio de la
Alianza. Las disposiciones de los hombres, sus energías y talentos son
diferentes; los unos se dan enteramente a una causa, los otros no hacen más
que enrolarse y se desarrollan lentamente. De ahí la Internacional y la Alianza,
cualesquiera que sean los nombres que se den a esas dos graduaciones del
ritmo de adhesión y de acción socialista.

Las relaciones entre los hombres de Madrid y Bakunin no se establecieron


entonces; sólo Morago se pone en relaciones poco seguidas con la sección de
la Alianza de Ginebra, y Celso Gomis vuelve en 1870 de Ginebra a Madrid. Pero
de Barcelona, Farga Pellicer y el doctor Sentiñón, visitan a Bakunin y son
delegados al congreso de Basilea. Son entonces (agosto-setiembre de 1869),
iniciados por Bakunin en el círculo íntimo, y con ellos Bakunin queda en
relaciones seguidas; fueron aliados o hermanos internacionales, términos que
expresan que entre ellos, Bakunin, y un pequeño número de camaradas
semejantes, había confianza, solidaridad, consultas y convenios y a veces
planes y acciones y una táctica comunes.

Rafael Farga Pellicer

Las cartas y recuerdos para el año 1870 se han perdido, pero en su primera
mitad hubo la convocatoria de un congreso constituyente de la Federación
española, por los militantes de Madrid (14 de febrero), convocatoria que debió
ser retirada ante un voto de los miembros de 153 secciones en 26 localidades,
de los cuales 10.930 eligieron Barcelona, 3.730 Madrid, 964 Zaragoza, 448
Valencia, etc., como lugar del congreso que fue celebrado en junio de 1870 en
Barcelona. Dos meses antes – “unos meses antes del congreso de Barcelona”,
se lee en la Cuestión de la Alianza, Barcelona, otoño de 1872, declaración
redactada por J. G. Viñas-, en abril de 1870 por tanto, en las semanas que
precedieron a la votación, decidida en marzo y terminada a fines de mayo, se
fundó la Alianza de la democracia socialista, que profesa el programa de 1868
(estructurado diversamente y un poco retocado) y adoptó Estatutos
independientes. Esos documentos son publicados en Cuestión de la Alianza,
donde se agregaba que la Alianza “ni aun comité regional tenía, sino que todas
las secciones se comunicaban y se consultaban entre sí”.

Por estas publicaciones de 1872, que hicieron necesaria la denuncia pública de


esa sociedad secreta por los socialistas de Madrid, José Mesa, Pablo Iglesias y
otros, bajo instigación de Paul Lafargue, uno de los yernos de Marx
(primavera-verano de 1872), se podía ver desde el otoño de 1872 que la
preparación del congreso de junio de 1870, esa votación sobre todo, que fue
una descalificación del papel asumido por los militantes de Madrid, había
probablemente inspirado o determinado la fundación de la Alianza, una
cuestión puramente española por tanto, que los militantes de Barcelona,
Farga, Pellicer, Viñas, Sentiñón, etc., habrán decidido en ese sentido, con o sin
el consejo o el conocimiento siquiera de Bakunin; esto es imposible decirlo;
pero lo que importa es que ese método fue realmente aplicado, reconocido
práctico y que ayudó a la Internacional a difundirse.

En Suiza, en 1869, la sección de la Alianza de la democracia socialista, en la que


Bakunin tomó activa participación, los periódicos Egalité (Ginebra), y Progrés
(Lóele; redactado por James Guillaume), y una parte de las secciones en el
Jura, propagan el colectivismo anarquista; después del congreso de Basilea y
de la marcha de Bakunin (para Locarno), los socialistas políticos se imponen en
Ginebra y llevan la escisión a toda la Federación románica (en las pascuas de
1870), lo que llevó más tarde a la adopción del nombre de Federación
jurasiana para las secciones antiautoritarias, organización que persiste hasta
algunos años después de 1880.

En Italia, Bakunin y sus camaradas quisieron introducir la Alianza pública y


secreta a partir de los últimos meses de 1868, pero no resultó de todos los
esfuerzos más que la fundación de la sección de Nápoles de la Internacional,
en enero de 1869, que reunió muchos trabajadores, pero a la cual los
militantes de los años desde 1865 dedicaron poca atención y no fue capaz de
difundir las ideas ni la organización a través del país. Antes de 1871 no tuvo
lugar en Italia un verdadero despertar internacional.

Las actividades rusas de Bakunin se ven, respecto de las ideas (teoría y táctica
revolucionaria), en sus escritos en Narodnoe Dielo (La causa del pueblo),
setiembre de 1868, los folletos y manifiestos del período de Netchaef,
primavera de 1869 al verano de 1870, y el programa de una revista, en ese
verano, después de la ruptura con Netchaef. No se pueden discutir esos
escritos y cuestiones personales sin entrar en muchos detalles. Es aparte de
Netchaef, en 1870 y sobre todo en 1872, cuando Bakunin encontró jóvenes
rusos que se preocupaban de las ideas y de la acción libertarias; Netchaef era
jacobino y blanquista y quería hacer de Bakunin ante todo su instrumento.

En Francia, en 1869, el colectivismo tomó la primacía sobre el proudhonismo


entre los militantes más destacados, sobre todo en Eugéne Varlin. Pero la
caída del imperio, que parecía inminente, puso en primer plano la acción
práctica y la reunión de fuerzas, y los sindicatos se llenaron de miembros.
Varlin hacía frente en todas las direcciones, salvaguardando a la vez la
independencia de la Internacional y de los Sindicatos (Cámara federal de las
sociedades obreras), e impidiendo su aislamiento, tratando también de unir a
París y a las grandes ciudades de provincia. De ahí la gran reunión del 13 de
marzo de 1870, en Lyon, en ocasión de la cual Bakunin escribió en una carta
para los íntimos de Francia:

“...Los obreros, ¿querrían una vez más jugar el papel de víctimas (en ocasión
de la caída del Imperio)? Abstenerse de toda participación en el radicalismo
burgués y organizar al margen de él las fuerzas del proletariado. La base de esa
organización está dada: son los talleres y las federaciones de talleres, la
creación de las cajas de resistencia, instrumentos de lucha contra la burguesía,
y su federación, no sólo nacional, sino internacional, la creación de cámaras
del trabajo como en Bélgica.

“Y cuando la hora de la revolución haya sonado, proclamaréis la liquidación del


Estado y de la sociedad burguesa, la anarquía jurídica y política y la nueva
organización económica de abajo arriba y de la circunferencia a los centros.
“Y para salvar la revolución, para conducirla a buen fin, al medio de esa
anarquía, la acción de una dictadura colectiva de todos los revolucionarios, no
revestida de un poder oficial cualquiera y tanto más eficaz, la acción natural,
libre de todos los socialistas enérgicos y sinceros, diseminados en la superficie
del país, de todos los países, pero unidos fuertemente por un pensamiento y
por una voluntad comunes...”.

Bakunin no tuvo ninguna influencia sobre los militantes de París; incluso Varlin
apenas estaba en relaciones con James Guillaume y un poco más con los
belgas, y los hombres en Lyon y en Marsella que se habían ligado con Bakunin,
le dieron una desilusión completa.

***

Ante el pueblo, en todos los países, la obra ideológica de la Internacional


contaba sin duda poco, y los progresos en miembros dependían para esa
asociación sobre todo de su prestigio del momento. Porque llenaba a la vez el
papel de partido socialista, de sindicato para la lucha cotidiana y de gran
fuerza revolucionaria potencial, y de ahí, para algunos, también de fuerza
reconstructiva, hasta ver en ella ya una parte misma de la sociedad del
porvenir.

El pueblo no iba tan lejos. Estuvo contento y deslumbrado cuando vio —


estamos en 1867-70— los primeros testimonios de solidará dad de país a país,
huelgas tenaces sostenidas por algunas sumas llegadas de otros países, los
hijos de los huelguistas cobijados en otras partes, obreros extranjeros
importados en ocasión de huelgas a quienes se les persuadía a volver a su
lugar por los internacionalistas, etcétera. Hubo grandes masacres en Francia y
en Bélgica y la entrada en masa de los trabajadores locales en la Internacional.
Pero hubo también situaciones en que los trabajadores provocados por el
capital y los que protegen al capital, habrían querido rebelarse y la
Internacional les aconsejó esperar. Hubo huelgas sin desenlace posible y
algunas veces demasiado numerosas, que la Internacional no podía ni sostener
financieramente ni llevar a buen fin; entonces perdió en prestigio y en
miembros. Las secciones eran sindicatos débiles en miembros o
temporalmente numerosos (secciones varias), ambientes muy diversos, por
tanto, activos o lánguidos, lo que dependía de la calidad de los militantes, del
esfuerzo de los centros de propaganda, de la situación y de las cuestiones
agitadas. Las secciones no fueron numerosas más que en España y allí
también, en 1872, en 1873, en Cataluña y en Andalucía solamente, en el resto
raleadas y pequeñas. Además en Ginebra y mucho menos en Bélgica y en el
Jura suizo, también en París, si se cuentan las Cámaras de trabajo de los
oficios.

Las esperanzas iniciales de agrupar el mundo obrero por millones contra el


capital, no se habían realizado. La elaboración en común de las ideas sociales
alcanzó límites en el congreso de 1869; desde ese momento la ruptura teórica
trajo también la ruptura personal de las corrientes autoritaria y libertaria
(1869-72). La diferenciación no había sido prevista como consecuencia
inevitable del progreso de las ideas. Agrupar conjuntos homogéneos no valía la
pena; establecer la convivencia de los diferenciados, tal habría sido el
problema que hoy, sesenta años más tarde, tenemos aún entre nosotros.

El solo esfuerzo constructor fue promovido en Bélgica por Héctor Denis, Víctor
Arnould y otros de Liberté (Bruselas) a partir de 1867 y sobre todo en 1870; la
constitución de los trabajadores al margen del Estado como un parlamento del
trabajo, un organismo ligado a la vida económica y que quitaría las fuerzas al
organismo político, el Estado. Fue llamado la “representación del trabajo” y
tuvo una viva agitación que la guerra y la Comuna en Francia interrumpen. Sin
eso ¿a qué habría podido llegar esa agitación? No habría podido imponer su
objetivo revolucionariamente; si se hubiese tenido fuerza para ello, se habría
sabido y querido hacer una verdadera revolución. Habría podido, pues, a lo
sumo tener alguna legitimación legal del proyecto, lo que habría fundado el
reformismo. La representación de intereses especiales, agrarios, industriales,
feudales, no fue y no es una novedad en la sociedad burguesa con todas sus
cámaras de comercio y tantas otras instituciones que, a menudo, fuerzan la
mano a los parlamentarios y a los ministros.
Pero para los socialistas de entonces esa proposición correspondía al
sentimiento que expresó, por ejemplo, Eugéne Hins, de Bruselas, en el
congreso de Basilea, diciendo que la Internacional es y debe ser un Estado en
el Estado; que deja a los Estados continuar su ruta hasta que nuestro Estado
sea el más fuerte. Entonces, sobre las ruinas de los Estados, erigiremos el
nuestro, ya preparado, ya listo, como existe en cada sección. Es con ese
espíritu que hacia la misma época apareció en L'Internationale, de Bruselas, el
artículo traducido en La Federación, de Barcelona, del 7 de noviembre de
1869. Las actuales instituciones de la Internacional consideradas con relación
al porvenir (reimpreso en El Proletariado militante, de Lorenzo, vol. I, págs.
233-38). Comienza: “La A. I. de los T. 9 lleva en sí el germen de la regeneración
social... encierra en sí el germen de todas las instituciones venideras”...;
cuando se establezca en todas partes... “entonces se verá desaparecer como
por encanto la vieja sociedad y florecer el orden nuevo que ha de regenerar el
mundo”... He ahí el famoso como por encanto, el golpe de varita mágica. Así...
“la sección o sociedad obrera es el tipo del municipio”, las sociedades de
resistencia “están destinadas a organizar el trabajo en el porvenir”,
transformadas “en talleres cooperativos”, como “las sociedades de consumo”
serán transformadas en bazares comunales, donde estarán expuestos los
diferentes productos con indicación exacta de su precio de costo, etc.

Igualmente, César De Paepe había dicho en un informe al congreso de Basilea


(setiembre de 1869):... “éstas (las sociedades de resistencia), por su federación
y su agrupación organizan al proletariado y acaban por constituir un Estado en
el Estado, un Estado económico obrero, en medio del Estado político burgués.
Ese Estado se encuentra representado naturalmente por los delegados de las
corporaciones obreras que, al proveer a las necesidades actuales, constituyen
también el embrión de la administración del porvenir... Y bien, dada esa
situación, podría ocurrir muy bien que un buen día ese nuevo Estado
pronunciase la disolución del Estado antiguo, etc.”.

También Bakunin escribió en un manuscrito de 1871:... “La organización de las


secciones de oficio, su federación en la Asociación Internacional y su
representación por las Cámaras de trabajo, no crean sólo una gran Academia
donde todos los trabajadores de la Internacional, uniendo la práctica a la
teoría, pueden y deben estudiar la ciencia económica, producen además los
gérmenes vivos del nuevo orden social que ha de reemplazar al mundo
burgués. No solamente crean las ideas, sino los hechos mismos del porvenir”.

Y Eugéne Hins, dice en el congreso de Bruselas:... “Sí, las sociedades de


resistencia subsistirán después de la supresión del asalariado, no como
nombre, sino como obra: será entonces la organización del trabajo. Será
entonces la resolución del libre cambio, operando un vasto reparto del trabajo
de un fin al otro del mundo. Reemplazarán los antiguos sistemas políticos; en
lugar de una representación confusa y heterogénea, se tendrá la
representación del Trabajo”...

Primer Congreso de la Federación de la Internacional en España

En vísperas del congreso de Barcelona (19-26 de junio de 1870) la Federación


publicó La representación del trabajo (del 15 al 29 de mayo), concluyendo que
es necesario... “fundar, en una palabra, las bases del Estado económico-obrero
en medio del Estado político burgués actual...”. Con ese espíritu fueron
redactados los Estatutos de la Federación española en ese Congreso y habían
sido elaborados en la Alianza y, como dice Lorenzo (vol. 11, pág. 89) fueron
“obra en su mayor parte de estudiantes jóvenes burgueses relacionados con
los trabajadores asociados de Barcelona y miembros activos de la Alianza de la
Democracia Socialista”. El relator sobre la organización, fue Antonio González
García Meneses, un futuro catedrático y de los que cita Lorenzo, el más activo
fue con toda probabilidad el futuro médico José García Viñas y otro aun ha
podido ser Trinidad Soriano. Penetrados de la idea de que la organización de
hoy debía ser construida de modo que fuera para mañana un organismo del
cual cada una de las partes sería capaz de llenar una función nueva importante
y más capaz, esos jóvenes camaradas, Meneses en primer lugar, han hecho un
trabajo de precisión meticulosa, un verdadero código que se encuentra
reunido en Reglamento típico aprobado por el primer Congreso obrero de la
Región española de la Asociación Internacional de Trabajadores celebrado en
Barcelona, el 19 de junio de 1870 (48 páginas en 16.°). La conferencia de
Valencia, setiembre de 1871, aumentó esos textos hasta formar 88 páginas, la
Organización social de las secciones obreras de la Federación Regional
Española... y la última redacción, después del congreso de Córdoba, diciembre
de 1872, fue publicada en 1873, 96 páginas. Desde entonces el carácter
clandestino de la organización (de 1874 a 1881) simplificó o hizo letra muerta
más bien tales estatutos, pero la Federación regional (en 1881 y 1882 sobre
todo), los volvió a tomar en lo posible hasta 1887-88 aproximadamente,
cuando se hizo la crítica de ese modo de organización y de la idea (del
embrión) que tenía en su base.

Para el resto de la Internacional esa idea, nacida en el ambiente belga y que


Bakunin no intentó desalentar, no tuvo vida real, a causa ya de las situaciones
sobrevenidas desde 1870, que fueron desfavorables a la vida teórica y al
progreso de la organización. Furiosos por la impotencia para hacer valer sus
ideas en el congreso de Basilea contra los antiautoritarios (Bakunin, los belgas,
los jurasianos, una parte de los franceses y los españoles), los autoritarios
comenzaron su ofensiva en favor de la acción política, de la conquista del
Estado (y no de su liquidación), lo que condujo, según las oportunidades, a la
acción electoral o a la dictadura blanquista. Entre los ginebrinos (contra
Bakunin y los jurasianos), los socialdemócratas alemanes, Marx y su partido en
el Consejo general, se hace, por una polémica odiosa y por maniobras que
abusan de los poderes confiados por los estatutos, esa guerra a la vez abierta y
sorda contra los antiautoritarios en la organización. En Francia, las
persecuciones generales en mayo de 1870 sofocan la vida de la Internacional
hasta setiembre, en plena guerra, cuando la situación general forzó la mano.
En Bélgica se asistía pasivamente a los acontecimientos de Francia, y no fue
factible una expansión de la Internacional, sino que se produjo una crisis
económica que detuvo sus progresos. España también estuvo en crisis en el
invierno de 1870-71 (como igualmente el Jura) y en 1871 la Federación
Española sufrió sobre todo persecuciones, en 1872 la intriga de Lafargue le
causó molestias, y en 1873 sólo ella adquiere grandes dimensiones, para ser
desde el verano, después de Alcoy y de Sanlúcar de Barrameda, víctima de
nuevas persecuciones y para ser reducida a una existencia clandestina a partir
de enero de 1874. La base de las previsiones de 1869, un acrecentamiento
general de la organización tan débil todavía en este año y, a excepción de
España, debilitándose y desviándose de esas ideas desde 1870, no existió
nunca en la vida de la Internacional de esa veintena de años, desde 1864 a
1884 aproximadamente, y para España, en rigor, 1888.

Esa idea fue vuelta a tomar por el sindicalismo francés, sobre todo en los años
de su floración más grande en ímpetu revolucionario, desde 1904 a 1908, y
está incorporada a la utopía Comment nous ferons la Révolution por E. Pataud
y E. Pouget (París, VIH, 298 págs.; nov. 1909). Es afirmada siempre de nuevo
cuando una organización sindicalista está inflada de grandes esperanzas, como
los sindicalistas alemanes, al reconstruirse en los años que siguieron a 1918 y
los sindicalistas españoles frente a las posibilidades que parecían abiertas en
abril de 1931. Es afirmada también en pura teoría, como en el libro de Pierre
Besnard, Les Syndicats ouvriers et la Révolution sociale (París, 1930, 349 págs.).
Como Bakunin reconoció en 1870, no rehusando su concurso a lo que parecía
ser una fuerza viviente, así Kropotkin, cuando la C. G. T. francesa le pareció ser
una fuerza real, reconoció la posibilidad de desarrollos parecidos. Sin embargo,
ni uno ni otro deberán ser enrolados, en mi opinión, entre los verdaderos
adeptos de esa idea, que los que ven en ella un camino único, inevitable,
asegurado, en favor de la cual creen útil y necesario abandonar los otros
caminos, como hicieron los internacionales de España, los sindicalistas
franceses y como hacen ahora los llamados “sindicalistas puros”.

Tal idea está a la par con cualquier otra previsión, como la del municipio libre o
las asambleas llamadas soviets, o el grupo anarquista o la comunidad
experimental (el falansterio), que serán el ambiente primordial, en el cual y
por el cual la convivencia social libre y las realidades y necesidades de la vida
social futura adquirirán mejor su expansión primera. Ninguna de éstas y otras
modalidades excluye ni refuerza a las otras, y esas cinco o seis fuerzas (está
también el aparato de las cooperativas) harán bien en habituarse a trabajar
juntas, porque habrá necesidad de todas y además de esa fuerza que ninguna
organización podría crear, pero que es indispensable: la buena voluntad, el
ímpetu, el buen sentido, la tolerancia mutua y la voluntad.

Para la Internacional, esa utopía sindicalista fue un episodio. En España fue


vivamente criticada al fin por sus antiguos adeptos convencidos; se encuentra
esa crítica, sobre todo formulada por Antonio Pellicer Paraire en la revista
Acracia (Acratismo societario; enero-julio de 1887) y en El Productor. Dejó en
todos los países del sindicalismo presente esa molesta consecuencia, que en
cada localidad, distrito, país, no habría más que una organización reconocida,
exclusivismo que ha llegado a luchas internas y a excomuniones sin fin. Es en
suma una dictadura anticipada sobre la humanidad futura y en el curso de la
propaganda y de los arreglos orgánicos presentes, sobre la humanidad actual
igualmente. La idea, por bien intencionada que sea, está cargada con ese peso
que le creará siempre adversarios, en el presente, y para el porvenir eventual,
si puede imponerse en el porvenir.

En la Internacional la guerra franco-alemana de 1870-71 puso un fin a la


elaboración de ideas en común por los congresos, y desde setiembre de 1869
(Basilea) autoritarios y libertarios no se han vuelto a encontrar más que como
enemigos absolutos, encerrado cada cual en su doctrina. En Bakunin, con el
deseo de revolución social, se avivaron en agosto de 1870 sus antiguas
pasiones nacionales. Los planes, teóricamente esbozados entonces en escritos
en su mayor parte inéditos por largo tiempo, se debilitan al contacto con
realidades insuficientes (en Lyon, en Marsella). Se retiró al trabajo crítico, que
de las pasiones del día se elevó pronto a su más bella altura filosófica, en los
manuscritos fragmentarios sobre el Fantasma divino y sobre todo el que se ha
llamado Dios y el Estado. La Comuna de París interrumpió ese trabajo y
después de la imposibilidad de ayudarle (en mayo de 1871, en el Jura),
analizó profundamente y tomó su defensa y la de todo el socialismo contra
Mazzini que les había ultrajado. Eso le valió en fin relaciones italianas
múltiples, la Internacional fue seriamente implantada en Italia,
completamente conquistada para las ideas del colectivismo anarquista y para
la táctica recomendada por Bakunin, y la Federación italiana fue fundada en
agosto de 1872. En España se entró en 1872 en un contacto más estrecho con
Bakunin. En el Jura, en noviembre de 1871 (circular de Sonvillier) se comenzó
la lucha contra los autoritarios, desafiando su conferencia privada de Londres
en setiembre. Respecto de Francia, se había acabado con la Internacional, cuya
parte autoritaria, se redujo, después de la derrota de la Comuna, bien pronto a
algunos refugiados y a una pequeña parte de comunalistas. En Bélgica, el
impulso intelectual está, por decirlo así, quebrantado, debido al escepticismo
sobre la eficacia de los medios revolucionarios que invadió a los intelectuales
frente a las masacres de París.

La Comuna de París fue el producto de la concurrencia de factores múltiples lo


que valió una interpretación en favor de ideas muy variadas y no solamente
liberales y libertarias. Hubo el antiguo antagonismo entre ciudades y Estados,
la altivez de la capital contra un Estado y un gobierno desprovisto de prestigio,
degradados en la opinión pública en ese momento (de setiembre a marzo), la
agrupación de las fuerzas obreras y socialistas durante el estado de sitio, la
cual terminó en una especie de dictadura militar del proletariado armado que
se opuso a la dictadura feroz de los generales —había de todo eso mucho más
que de sentimiento federalista y menos aun de sentimiento claramente
antiestatista y deseoso de reemplazar el Estado francés por la Federación de
40.000 comunas que Elisée Reclus, en su discurso de Berna (1868), había
calificado de satrapías compuestas de obedientes y contribuyentes, poseyendo
todas alcalde, consejos municipales, cura y otros funcionarios, todos hasta el
guarda campestre ávidos de gobernar a alguien. Había evidentemente todavía
más buenas gentes simplemente amigas del progreso y que saludaban el
nuevo esfuerzo como una protesta social contra la impotencia y la
inhumanidad secular del Estado.

Por sí misma, obstaculizada y llevada al autoritarismo por su situación de


defensa desesperada contra enemigos feroces que la ahogaron en sangre, la
Comuna fue un microcosmos autoritario, lleno de pasiones de partido, de
funcionarismo y de militarismo, hechos que su fin heroico en la muerte puso a
menudo al margen de la crítica de los libertarios, pero que fueron sin embargo
conocidos y que no pudieron menos de ver de cerca al contacto con
numerosos refugiados, por ejemplo en Ginebra. En sus mejores
representantes, como Gustave Lefrangais, un viejo comunista de 1848, el
antiestatismo era perfecto, pero en el interior de la Comuna preconizada había
restos indelebles de gubernamentalismo municipal, local y una desconfianza
hacia la anarquía. En una palabra, como exigía la teoría del Estado-mínimo, se
tenía ahora la Comuna-mínima, gobernando lo menos posible, pero
gobernando, no obstante.

Louise Michel

Los libertarios que tropezaron con esos comunistas fueron atraídos y


rechazados a la vez. La idea de la Comuna fue su sagrario, su
gubernamentalismo les pareció opresivo, pero se arriesgaron algunos, sin
embargo, como Paul Brousse, y fueron absorbidos, anulados para nuestras
ideas, mientras que otros, como Elisée Reclus, él mismo combatiente de la
Comuna y queriéndola mucho, permaneciendo amigo de todos sus defensores,
no se dejó seducir por el comunismo y se hizo cada vez más un anarquista que
veía claro. Louise Michel, la combatiente más entusiasta de la Comuna, por
esos errores, por el autoritarismo que había visto desarrollarse en los mejores
se hizo anarquista cuando en el barco que la deportó hasta 1889, pudo
reflexionar sobre lo que había vivido. Otra combatiente, Victorine Rouchy, se
hizo también una de las primeras anarquistas comunistas en Ginebra. Bakunin
no fue absorbido, fascinado exclusivamente, por la Comuna de París, como
otros cuya esfera de visión fue restringida por ese gran acontecimiento.
Respecto de Italia y de España, por lo demás, no hubo esa restricción, pero sí
en otras partes, y ahí comienza, según mi impresión, una cierta disgregación
de la idea anarquista.
X

LA INTERNACIONAL ANTIAUTORITARIA HASTA EL AÑO 1877


(CONGRESO DE VERVIERS).
LOS ORIGENES DEL ANARQUISMO COMUNISTA EN 1876 Y EN 1880

Es muy triste ver con qué rapidez y despreocupación fue roto el principio de la
solidaridad internacional de los trabajadores en y después de los años 1870 y
1871, cuando habría debido mantener su primera prueba. Nacida de una
agitación que reclamaba altamente una guerra mundial contra Rusia,
indiferente a la guerra de 1866, considerándose superior a los esfuerzos en pro
de la paz hechos en 1867-1868, la guerra en sí misma no afectaba a la
Internacional; pero la constelación particular de la guerra de 1870-71 y el
desarrollo que adquiría, suscitó todas las antiguas pasiones patrióticas. Marx,
como muestran textos publicados entonces y cartas publicadas más tarde, era
tan antialemán como Bakunin e hizo todo lo posible por fomentar una guerra
inglesa contra Rusia y Alemania. Concordaba también, en 1871-72,
maravillosamente, en el Consejo general, con los blanquistas, patriotas
franceses por excelencia. Aquellos de los socialistas alemanes que estaban en
relaciones con la Internacional, eran todos francófilos. Fueron publicados por
ambas partes manifiestos conciliadores. Nada en la Internacional podía causar
ofensa a los franceses. Pero el hecho mismo que una raza considerada
superior (latina) había sido vencida por una raza considerada inferior
(bárbaros) fue intolerable para los espíritus apasionados y sus consideraciones
racionales no son una interpretación posterior; no hay más que leer el gran
libro de Bakunin: Estatismo y Anarquía (Zurich, 1873, en ruso; Obras, Ed. La
Protesta, tomo V) y sus dos volúmenes de la serie española Obras, escritos a
partir de agosto de 1870 (tomos 1 y II) para conocer la vehemencia de esos
sentimientos de raza. Los tomos III y IV lo muestran en la esfera filosófica, ese
mismo invierno, en 1870-71. En Bakunin obraba verdaderamente la cuestión
de raza; en Marx obraba un egocentrismo patológico, del cual ningún pueblo
es responsable, que le hace reflexionar (carta del 20 de julio de 1870 a Engels)
que... “su (de la clase obrera alemana) supremacía en el teatro mundial sobre
la francesa sería al mismo tiempo la supremacía de nuestra teoría sobre la de
Proudhon”, etc., un pensamiento innoble de calculador frío; pero, como
muestran sus otras expresiones de esa época, ha hecho contra los alemanes
entonces todo lo posible y nada por ellos. Pero entonces se estaba tan poco
informados unos de otros —las cartas conservadas y los impresos del tiempo
lo prueban— que se calificaba a Marx de pangermanista con la misma falta de
conocimientos y de escrúpulos que Bakunin había sido llamado paneslavista.

Oigamos todavía una voz retrospectiva sobre esos procedimientos en la


Internacional; resume la experiencia de los años a partir de 1871 de su autor.
Malatesta escribió, en 1914, en Volontá (v. Le Réveil, Ginebra, 7 de marzo de
1914) sobre la acción de sus camaradas y la propia... “que queremos por una
acción consciente imprimir al movimiento obrero la dirección que nos parece
mejor, contra los que creen en los milagros del automatismo y en las virtudes
de las masas trabajadoras”.

“Bakunin esperaba mucho de la Internacional, pero fundó, sin embargo, la


Alianza, una asociación secreta con programa bien determinado -ateo,
socialista, anarquista, revolucionario-, que fue, verdaderamente, el alma de la
Internacional en todos los países latinos y dio a una rama de la Internacional su
impulsión anarquista, como, por otra parte, las ententes íntimas de los
marxistas dan la impulsión socialdemócrata a la otra rama”...

Dice todavía que, aunque se llame a los congresos “las cátedras del
proletariado”... “el que está habituado al fondo de las cosas, sabe muy bien
que el ímpetu espontáneo de la masa trabajadora entraba muy poco en ello o
nada y que era, al contrario, un pequeño grupo de pensadores y de luchadores
el que proponía, discutía, aceptaba ciertas soluciones del problema social;
después las propagaba y las hacía aceptar en la masa de los internacionalistas.
Y lo que, mucho más que toda otra cosa, causó la muerte de la Internacional,
fue, de parte de la minoría iniciadora y dirigente, el haber discutido demasiado
la masa y no haber sabido separar las funciones de partido de las propias en el
movimiento obrero.
“¿Por qué ocultar ciertas verdades, hoy que son del dominio de la historia y
pueden ser una enseñanza para el presente y para el porvenir?... Nosotros,
que éramos designados en la Internacional con el nombre de bakuninistas, y
éramos miembros de la Alianza, gritábamos muy fuerte contra Marx y los
marxistas porque intentaban hacer triunfar en la Internacional su programa
especial; pero, aparte de la lealtad de los medios empleados y sobre los cuales
sería inútil insistir ahora, hacíamos como ellos, es decir, tratábamos de hacer
servir la Internacional a nuestros fines de partido. La diferencia residía en que
nosotros, como anarquistas, contábamos sobre todo con la propaganda y,
queriendo hacer anarquistas, impulsábamos a la descentralización, a la
autonomía de los grupos, a la libre iniciativa individual y colectiva, mientras
que los marxistas, siendo autoritarios, querían imponer sus ideas a fuerza de
mayorías más o menos ficticias y por la concentración y la disciplina. Pero
todos, bakuninistas y marxistas, tratábamos igualmente de forzar las cosas,
más bien que confiamos en la fuerza de las cosas”...

Hasta 1870, Marx había mostrado una cierta reserva. Sabía que había de
considerar mucho a los ingleses; no se mezclaba en los asuntos de los belgas ni
en los de los italianos (salvo para combatir a los mazzinistas), ni en los de los
españoles en la Internacional, y los suizos fueron tratados con mansedumbre
por su compatriota Jung, que no quería a Marx. Este se ocupaba, sobre todo,
de los parisienses, Michel, la combatiente más entusiasta de la Comuna, por
esos días, teniendo a raya a los proudhonianos, descartando a los
revolucionarios retóricos (género Félix Pyat) y buscando elementos de un
partido obrero sin hallarlos aún. Veía surgir colectivistas independientes, como
Varlin, a quien no quería: pero se guardó de buscarle querella. Se interesó
mucho por los Estados Unidos, esperando formar allí un partido, y se ocupó de
los irlandeses, que podrían dar hilo a torcer a los ingleses. Bakunin le puso
furioso por su aparición repentina, su gran actividad desde 1868 y contrarrestó
la afiliación de la Alianza pública y difundió su odiosa Comunicación
confidencial contra Bakunin por Alemania y una comunicación del mismo
género en Bélgica (enero de 1870).

Desde el otoño de 1870, se agregó a eso la agresividad brutal de Engels, que


trató de arruinar la obra de Bakunin en Italia por medio de Cafiero, y en
España por Lafargue. Envenenó todas las cuestiones en litigio, se apoderó, por
medio de Utin, de un ruso, de lo que éste pudo recoger en documentos sobre
los proyectos concernientes a la Alianza secreta y sobre los manejos de
Netchaef, y se instruyó sobre ello un proceso, comenzó en la conferencia de
Londres, continuado por un folleto-circular sobre las “Pretendidas escisiones”
en mayo de 1872 (por Engels), culminando con esa encuesta secreta en el
congreso de La Haya, en setiembre, y dejando como monumento de ignominia
el folleto sobre la Alianza publicado en agosto de 1873. Marx y Engels, en todo
eso —como se puede demostrar en detalles ahora— obraban con esa falta de
honestidad espantosa que es propia de todas sus polémicas, con materiales
insuficientes que, según su hábito, completaban con afirmaciones y
conclusiones arbitrarias, que sus adeptos han tomado por resultados reales,
mientras que son lamentables malentendidos, errores y perversiones sin
escrúpulos.

Del lado antiautoritario, tenemos, sobre todo en lo que se refiere a estos


asuntos, la documentación directa reunida por James Guillaume en el
“Bulletin” de la Federación jurasiana (en 1872-73); en la Mémoire de esa
Federación (Sonvillier, 1873, 285, 193 págs.), y el todo, con una masa de
explicaciones en los cuatro volúmenes, L 'Internationale. Documents et
Souvenirs (1864-1878), París, 1905-1910, un conjunto de 1.322 grandes
páginas. Bakunin escribió mucho entonces, que no publicó, queriendo hasta el
último momento procurar un arreglo entre camaradas de todas esas
diferencias. En general, sería preciso consultar, sobre todo ese período, su
carta a Réveil (París), octubre de 1869; las tres conferencias en el Jura, mayo
de 1871; “Le principe de L'Etat” un fragmento; los escritos de 1871
concernientes a la sección de la Alianza en Ginebra (1869-1870); “La réponse
d'un internacionaliste á Mazzini” (en italiano) y “La Théologie politique de
Mazzini”... (en francés) en 1871; la gran carta a Celso Cerretti, en marzo de
1872, después de la muerte de Mazzini, y muchos otros textos y fragmentos
concernientes a Italia (1871-1872); la larga carta a los jurasianos, de la
dimensión de un pequeño libro, inédita, de los primeros meses de 1872; la
carta a Anselmo Lorenzo, en marzo, y las cartas concernientes a la Alianza en
España (fragmentos manuscritos de 1872); respecto de la Alianza, también las
cartas a Albert Richard y un capítulo del libro ruso El desenvolvimiento
histórico de la Internacional (1873). Todavía manuscritos del otoño de 1872
sobre la Internacional, después del congreso de La Haya (Oeuvres, III y IV) y el
gran libro Estatismo y Anarquía (en ruso, 1873; 308 y 24 págs.). En fin, en
ocasión de su retiro de la Internacional, las dos cartas publicadas en el otoño
de 1873. Con todo eso, su correspondencia con Herzen y Ogaref, publicada
en 1895 (en alemán) y en 1896 en texto ruso, es muy instructiva.

En la actividad personal de Bakunin, en 1871, están principalmente los


encuentros con sus amigos y camaradas en Florencia (abril) y en el Jura
(mayo), la lucha contra Mazzini y numerosas relaciones italianas nuevas; en
1872, relaciones con Cafiero, los rusos y otros eslavos de Zurich, visitas al Jura,
la constitución de la Alianza de los socialistas revolucionarios, en Zurich, y el
congreso internacional de Saint-Imier (Jura), en setiembre; en 1873, los libros
rusos; relaciones con los delegados del congreso de Ginebra (en Berna);
después comienza el año de la Baronata; a partir de diciembre de 1873, la
preparación de la insurrección italiana (agosto de 1874). En fin, de setiembre
de 1874, varios de sus camaradas más íntimos se separaron de él, acción muy
deplorable. Desde entonces, desde esa época hasta su muerte, el 1.° de julio
de 1876, no militó más.

Se ve que no es fácil documentarse exactamente sobre Bakunin desde 1871 a


1874, sobre todo cuando un número de textos, que habrían figurado en las
Oeuvres (París) si hubiesen sido publicados los tomos Vil y siguientes, no son
todavía accesibles más que por los numerosos extractos que yo he dado en mi
biografía (1898-1900). Desde 1914 a 1935, sin embargo, nadie ha tratado aún
de hacer posible la continuación de la edición de Oeuvres en texto original
francés, muy pocos que yo recuerde, han tenido siquiera la curiosidad de
tratar de informarse sobre lo que habría de entrar todavía en tales volúmenes
nuevos. Para los hechos de “La Baratona”, es fácil hallar el relato y las
interpretaciones de Guillaume en su Internationale; sin embargo, tengo que
agregar aquí, también, que su punto de vista me ha parecido siempre parcial y
que sería preciso conocer el conjunto de los documentos conservados antes de
formar una opinión independiente. He publicado el texto completo de la
Memoria justificativa del verano de 1874 en el Suplemento de “La Protesta”,
con algunas anotaciones. Naturalmente, hay que guardarse de tener en cuenta
la novela fantástica italiana que trata de este asunto y de Bakunin en Bolonia,
en agosto de 1874.

Una de las más notables expresiones del pensamiento de Bakunin, fue la


resolución Naturaleza de la acción política del proletariado del congreso de
Saint-lmier (16 de setiembre de 1872), concluyendo: “que la destrucción de
todo poder político es el primer deber del proletariado; que toda organización
de un poder político llamado provisorio y revolucionario para llevar a esa
destrucción (la teoría marxista-bolchevista) no puede ser sino un engaño más,
y sería tan peligroso para el proletariado como todos los gobiernos que existen
hoy; que rechazando todo compromiso para llegar al cumplimiento de la
revolución social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de
toda política burguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria”.

El conjunto de sus ideas, es resumido, sin duda, en su propia redacción, en la


octava resolución del congreso de la Federación italiana, celebrado en Bolonia
en marzo de 1873, demasiado larga para ser reproducida aquí.

En general, se puede decir, objetivamente, sobre Bakunin, que su pensamiento


y su impulsión anarquistas, que desde el otoño de 1874, a excepción de muy
pocos hombres en Italia y en España y de algunos rusos, se habían creído
poder y deber, incluso, dejar a un lado, y cuyo verdadero sentido casi se había
perdido; después de una veintena de años de ese olvido, han comenzado a ser
reconocidos en su verdadero valor y lo son cada vez más. En ese intervalo se
había extraído Dios y el Estado de sus manuscritos, en 1881-82, lo sé bien;
pero entonces se creía haber hecho casi todo lo que quedaba por hacer. He
visto la impresión que hicieron en Kropotkin en 1895 una parte de las cartas
rusas (a Herzen), y el giro data de esos años.

Sin el fermento de la discusión con diferentes matices de socialistas, los


congresos de la Internacional antiautoritaria (1873-77) pierden en interés.
Según el deseo de James Guillaume, que insistió en obrar así en el congreso de
La Haya, se buscaron los adversarios de Marx, de los cuales una parte, los
ingleses, eran, sin embargo, ellos mismos socialistas autoritarios. Fueron
socios que ofrecían poco interés, en idea y en acción y en fuerza sindical. Había
otras insuficiencias, como la excelente sección “L’Avenir”, de Ginebra en el
congreso de 1873, los anarquistas más avanzados, bien pronto los primeros
anarquistas comunistas, pero obreristas por excelencia, insistiendo sobre la
exclusión de los intelectuales de la Internacional, que el congreso, sin
embargo, rehusó. Esa actitud había sido provocada por desconfianza contra
hombres como Marx y los jefes de la Comuna. El congreso puso remedio a ese
mal por la nueva organización de la asociación que abolió el Consejo general,
instituyó un Bureau federal sin poderes y la autonomía completa de las
federaciones. No se decidieron ya las cuestiones de principios por el voto. En la
práctica, la Internacional, por la abstención de toda iniciativa de un órgano
central, desapareció de la vista pública; pero en realidad, todo el trabajo había
sido hecho localmente desde hacía mucho tiempo, los impulsos iniciales de
Londres se habían agotado desde los años 1864-66, y desde entonces el
Consejo no había sido más que un grupo deseoso de imponer su punto de vista
(el de Marx, que creía poder gobernar así) y sirviéndose para ese fin cada vez
más de los poderes administrativos que se le confiaron. Las Comisiones
federales, alternando entre Suiza y Bélgica, por inactividad se volvían casi
nulas, y el último grupo belga que, después del congreso de 1877, debía
formar una Comisión federal, procedió con una incuria tal que de una manera
o de otra no hubo ya signo de vida de una Comisión, y la cohesión ligera de las
Federaciones cesó en lo sucesivo sin que éstas hayan cesado ni se apercibiesen
incluso de esa ausencia de lazo formal. La situación de persecución hizo bien
pronto imposible la vida pública de esas secciones en Francia (1871), en
España (1874) y precaria y espasmódica en Italia (a partir de 1873), mientras
que en Bélgica el espíritu de una serie de secciones, sobre todo de las
flamencas, giró hacia un socialismo moderado. En España, en el congreso de
Córdoba (diciembre de 1872), los Consejos fueron reemplazados por
Comisiones y en 1874-75, a consecuencia de las persecuciones, después del
congreso clandestino de Madrid (junio de 1874), las conferencias comarcales
deliberaron cada año, y no hubo ya congreso; pero las Comisiones federales
continúan y su secretario se convirtió virtualmente en el eslabón obrero de
toda la organización. De esa manera la vida real, hecha entonces como se hace
todavía, de muchas pruebas crueles, había modificado en pocos años ese
organismo internacional que en 1869 se creía ya el cuadro mismo de la
sociedad futura. Esa concepción carece ante todo de perspectiva histórica y
del sentido de proporción: mil factores intervienen entre un presente
fatalmente perecedero y siempre móvil, y un porvenir de fecha y de modalidad
desconocidas; saltar esa distancia por una afirmación, una esperanza, una
creencia, incluso quererla saltar por una voluntad, es simplismo o fantasía.

La situación real determinaba también la táctica; la de los italianos fue


insurreccional (1874-1877); la de los españoles perseverante, teniendo en vista
un gran movimiento general del país que el año en que se esperaba no se
produjo (1877); la de los jurasianos y de los belgas tranquilamente
propagandista y localmente haciendo función de sindicatos diminutos. Lo que
asociaba los espíritus, fue en el congreso de Bruselas (1874) la defensa contra
las infiltraciones autoritarias propuestas por César De Paepe que, influenciado
tanto por la socialdemocracia (Estado obrero) comopor el comunalismo
(servicios públicos comunalizados) preconizó tal comuna libre en un Estado
libre (De Vorganisation des Services publics dans la société future). Belgas,
suizos y españoles (Farga Pellicer) rechazaron esas ideas.

El año 1875 fue lánguido y el congreso proyectado para Barcelona no pudo


celebrarse. En 1876 todos los espíritus se despiertan y hay bellas expresiones
nuevas del pensamiento anarquista en ese año de la muerte de Bakunin.

James Guillaume, autor de Una Comuna social (1870), una comuna libre en el
estadio inicial, había compuesto en el otoño de 1874 y publicado en 1876 sus
Idées sur l´Organisation sociale (Chaux de Fonds, 1876, 56 páginas en 12.°),
una sociedad colectivista anticipada, trabajo muy reflexivo, que tiene buena
cuenta de la evolución progresiva. Así entre colectivismo (retribución según el
trabajo hecho) y comunismo (el consumo libre) Guillaume insiste sobre las
cantidades disponibles, limitadas o abundantes, que permitirán pasar de las
limitaciones del consumo a su libertad más completa. No es el comunismo de
la primera hora el que promete, sino un comunismo a que se acercará al crear
la abundancia. Este trabajo fue traducido en italiano por Costa (1877) y hay
una edición española, Ideas sobre la organización social (“New York, Imprenta
de J. Smith”, sin año, 57 págs. en 12), que, con toda apariencia, es una
impresión clandestina, probablemente hecha en 1878 en Barcelona; y la
advertencia del traductor me parece ser de la pluma del doctor Viñas.
En febrero de 1876 apareció en Ginebra “Aux Travailleurs manuels partisans
de l´action politique” por François Dumartheray, 16 págs. en 32.°, un folleto
correspondiente a las ideas de la sección “L’Avenir”, grupo independiente de
refugiados, sobre todo lyoneses, y otros a que perteneció también
Dumartheray (1842-1931), nativo de Savoye. Allí se habla por primera vez en
un texto impreso del comunismo anarquista y se promete un folleto especial
que lo explicaría, pero que, por falta de medios, no ha aparecido. Esos
hombres, sea sobre un fondo de antiguo comunismo icariano lyonés, sea
porque querían ir más adelante sobre todas las cuestiones, como hizo ese
grupo frente a los jurasianos y a los comunalistas en varias ocasiones, rechazan
pues las limitaciones colectivas y lanzan el comunismo anarquista, y es por el
contacto con ese ambiente, sobre todo con Dumartheray, que se hizo amigo
suyo, que Kropotkin, en Ginebra, se acercó algunos años más tarde al
comunismo hasta aceptarlo francamente.

En las reuniones del 18 y 19 de marzo de 1876, en Lausana, de


internacionalistas y de comunalistas, Elisée Reclus pronunció un discurso que
reconoció el anarquismo comunista, un hecho nuevo que se recordaba
también, aunque el discurso no ha sido conservado. No había tenido todavía
una ocasión, o no la había buscado, para precisar sus opiniones, pero esta vez
lo hizo y en lo sucesivo, en Le travailleur (Ginebra, 1877-78; una revista) y La
Révolté, a partir de 1879, lo hizo más a menudo.

Fue después de la lectura de las Idées de Guillaume, aparecidas en agosto de


1876 y que algunos italianos como Cafiero conocían ya en.1874, o bien en
ocasión de una discusión en el Bulletin jurasiano (v. el número del 14 de mayo
de 1876) —en todo caso en Napóles, ese verano u otoño, los militantes
italianos llegaron también a la aceptación del anarquismo comunista. “En Italia
-escribe Malatesta en Volontá (v. Le Réveil, Ginebra, 7 de marzo de 1914)—,
fuimos algunos (Cafiero, Covelli, Costa, el firmante y tal vez uno o dos más que
olvido) los que decidimos abandonar el colectivismo entonces profesado por
toda la Internacional e hicimos aceptar el comunismo a los delegados al
congreso de Florencia (1876) y por tanto a toda la Federación italiana de la
Internacional”... El congreso de las secciones de Romagna y de Emilia, en julio,
habría sido colectivista. Costa presidió. Antes del congreso de Florencia, Costa
fue detenido. Entre julio y octubre se ha entendido, pues, y entonces, con los
camaradas mencionados en Nápoles, por carta o por un viaje, y quizás en
setiembre, se han puesto de acuerdo para proponer ese cambio en el congreso
de Florencia. Cafiero y Malatesta van directamente a Suiza, al congreso de
Berna de la Internacional. El informe de ese congreso no contiene ninguna
mención de ese cambio, lo que muestra al menos que, si el hecho ha sido
expuesto, no atrajo la atención. Pero la Arbeiter-Zeitung de Berna (redactada
por Paul Brousse) escribe el 28 de octubre... “un hecho importante es la
adoptación por el socialismo italiano de la comunidad del producto del
trabajo”, etc. y una carta de Cafiero y Malatesta al Bulletin jurasiano (número
del 3 de diciembre) dice:... “La Federación italiana considera la propiedad
colectiva de los productos del trabajo como el complemento necesario del
programa colectivista”, etc.

Paul Brousse (en una conferencia en Saint-lmier del 17 de febrero de 1877) y


Andrea Costa durante su propaganda como refugiado en Suiza (primavera-
verano de 1877) reconocen esas ideas nuevas, y una pequeña hoja impresa
alemana, que data de abril o mayo de 1877 y proviene de algunos trabajadores
alemanes de Berna unidos a Brousse y a Kropotkin, se titula Statuten der
deutscheredenden anarchischkommunistischen Partei. Kropotkin había
propuesto decir “deutsche anarchische kommunistische Partei” (carta a Emil
Wemer, 4 mayo).

Hubo también en el congreso Internacional celebrado en Verviers en


setiembre de 1877 una discusión en la cual Costa y Brousse mantienen el
comunismo, Morago y Viñas el colectivismo y Guillaume, Jules Montéis, Emil
Wemer y un delegado belga desean apartar esa cuestión. Esa discusión nos es
conocida por notas del acta escritas por Kropotkin. Guillaume sostuvo que lo
único que podemos decir actualmente, es que se distribuirán los productos
como se quiera; diferentes soluciones pueden ser encontradas en los mismos
grupos.

Todo eso nos muestra que se propuso la nueva concepción en sus comienzos
con un espíritu tranquilo, sin fanatismo ni exuberancia... “Eramos, pues,
anarquistas comunistas, y lo seguimos siendo —escribe Malatesta (Penseiro y
Volontá, 25 de agosto de 1926)—, pero eso no significa que hagamos del
comunismo una palanca, un dogma y que no comprendamos que para su
realización hacen falta ciertas condiciones morales y materiales que es preciso
crear”.

Había escrito ya en 1884:... “Pero para ser realizable, el comunismo tiene


necesidad de un gran desarrollo moral de los miembros de la sociedad, un
sentimiento de solidaridad elevado y profundo que el ímpetu revolucionario
no bastará quizás para crear”, etc. —es decir, porque la abundancia no existirá
en todas partes al comienzo y sería preciso aceptar para las localidades y
objetos que no permiten el comunismo inmediato, transitoriamente el
colectivismo.

También Kroptkin que, en 1877, incluso en 1879, no parecía ocuparse de estas


cuestiones, en tanto que conocemos su pensamiento por sus artículos,
concluye en su gran exposición sobre la Idea anarquista desde el punto de
vista de la realización práctica (Ginebra, 4 pág. en 4.°; 12 de octubre de 1879)
en la comuna colectivista, sin hablar de comunismo, y en su discurso al
congreso jurasiano de entonces (según Le Révolté del 18 de octubre) sostiene
el anarquismo comunista como objetivo con el colectivismo como forma
transitoria de la propiedad.

No hay que perder de vista que el colectivismo anarquista, al garantizar a cada


uno el producto entero de su trabajo, no significaba para sus adeptos un
reparto estrictamente mesurado según la cantidad del trabajo de cada uno. El
producto integral fue producto sin deducción del provecho capitalista y de los
gastos del Estado. La asociación, el grupo, el taller habrían decidido de qué
modo se repartiría el producto, lo que podía implicar la hora de trabajo o la
cantidad producida por cada uno como medida, o bien un salario igual (que
Bakunin sostenía) o un reparto según las necesidades de cada uno. Identificar
el colectivismo con un nuevo salariado fue un error. Tal fue la opinión de
James Guillaume que, como muestran sus Ideas (1874-1876), tuvo el buen
sentido de hacer depender la distribución ilimitada de la abundancia de un
artículo. Yo sé que también los comunistas admitían el racionamiento de los
artículos raros. Pero hay que entender que esos artículos para ellos eran
excepciones, como los primeros en frutos y vegetales que se darían a los
enfermos o a los niños, y con respecto a todos los artículos de verdadera
importancia presumían la abundancia existente o muy fácilmente obtenible.
Los colectivistas y los comunistas prudentes, como Malatesta, no presumían la
abundancia de nada, aun deseando que fuese creada pronto por un trabajo
aplicado. También allí se presentó la cuestión que el trabajo se emplearía
quizás más bien para producir nuevos artículos que faltaban que para producir
una sobreabundancia por una distribución ilimitada en artículos viejos. No
había audacia para reclamar arreglos y cálculos, lo que sería autoritario, y
todos no tenían la esperanza de que la cosa se arreglaría automáticamente. El
colectivismo como Guillaume y el comunismo como Malatesta lo comprendía,
ofrecían la más grande amplitud de esas concepciones —el progreso hacia el
comunismo o su realización completa allí donde la abundancia lo permitiera, y
los arreglos colectivistas de matices diversos allí donde la abundancia no exista
aún y con el fin de crearla.

El congreso de Berna (octubre de 1876) se había inspirado, en cuanto a


Guillaume y otros delegados, en la idea apoyada también por algunos
socialistas autoritarios en Suiza después de la muerte de Bakunin (1 de julio)
de que “un respeto recíproco”, un “avance paralelo pacífico” podría y debería
existir entre socialistas libertarios y autoritarios. El congreso aceptó un
manifiesto muy internacionalmente concebido, redactado por Charles Perron,
Guillaume, Cafiero y Joukovsky, sobre la guerra en los Balcanes (los eslavos
contra los turcos). De Paepe se había vuelto entonces completamente
estatista, pero Guillaume, Reinsdorf, Malatesta, Joukovsky rechazan sus ideas.

Sobre la cuestión de los medios de acción, Perron, Brousse, Joukovsky, los


españoles (Viñas y Soriano) y los italianos, proponen el respeto recíproco a los
medios empleados en cada país. La Federación italiana creía entonces que el
“hecho insurreccional” era el medio de propaganda más eficaz (declaración de
Cafiero y Malatesta en el Bulletin del 3 de diciembre), preludio de la acción
proyectada para el mes de mayo en Italia y del cual lo que se llama la
insurrección de la banda del Mátese o de Benevento, en abril, no fue más que
un fragmento precipitado por adversidades ruinosas. Este hecho y el 18 de
marzo de 1877 en Berna (la defensa de la bandera roja asaltada por las
autoridades) dieron lugar a preconizar la “propaganda por el hecho”, término
creado entonces por Costa (junio) y Brousse (agosto) pero que fue usado ya en
el 1873 en un manuscrito ruso por Kropotkin, que emplea el término
“fakticheskaia propaganda”, significando el adjetivo “por los hechos”, como
también Bakunin escribió en 1870 “propagar nuestros principios por los
hechos” (manuscrito que quedó entonces inédito). Esa palabra tan terrible
para los antisocialistas, la “propaganda por el hecho”, no es más peligrosa que
decir “dar el ejemplo” o emplear uno de los otros términos numerosos, por los
cuales en todas las lenguas se expresa que los hechos son más poderosos que
las palabras.

El congreso de Verviers (setiembre de 1877) no fue más que una cita antes del
congreso llamado mundial de Gante, donde autoritarios y antiautoritarios
juntos una vez todavía, pero fríamente, como enemigos, y sin que pudiera
establecerse un modus vivendi cualquiera. De parte de la Federación española
estaban en ese congreso Viñas y Morago.

Antes de su viaje a Bélgica, a La Chaux-de-Fonds (Jura) los miembros de la


Alianza internacional y Kropotkin se habían concertado para reorganizar su
“intimidad revolucionaria”, la antigua fraternidad de 1864. Kropotkin fue
nombrado su secretario corresponsal, y se convino que cada país sería
autónomo en táctica, y que se correspondería entre los miembros, y el
secretario envió cartas que pasaban de uno a otro, agregando cada cual su
opinión. Hay lugar para pensar que esos hombres fueron Guillaume,
Schwitzguébel, Pindy, Paul Brousse, Costa, Viñas, Morago, Kropotkin y los
prisioneros de entonces en Italia, Cafiero y Malatesta, aliados desde 1872 eran
igualmente de ese grupo, cuyo funcionamiento se ve por algunas cartas
conservadas de 1879, 1880, 1881; pero la gran parte de sus trabajos
permanece desconocida y puede considerarse perdida. Con la marcha de
Malatesta de Londres en el verano de 1882 o la prisión de Kropotkin hasta
1886, en diciembre del mismo año, la cohesión entre militantes se ha
extinguido probablemente. Pero siempre, cuando Malatesta, o Kropotkin y
Guillaume se han encontrado, han debido sentir que les ligaban esos lazos.
Con Malatesta el 22 de julio de 1932 ha muerto, pues, el último del grupo
íntimo fundado por Bakunin en 1864.

Le Révolté (aparecido el 22 de febrero de 1879) fue considerado el órgano


internacional de ese grupo y debía a ello una parte de su prestigio. El resto lo
debía al talento de Kropotkin, que en 1880, en los primeros meses, se
aproximó mucho a Elisée Reclus, se pronunció la primera vez enérgicamente
por el anarquismo directo, inmediato en el momento de la revolución social en
La Comune de París (Révolté, 20 de marzo; un capítulo de Palabras de un
rebelde, 1885). Hay motivo para creer que esa declaración fue causada por la
actitud de Brousse, que entonces había salido de la “intimidad revolucionaria”
y que precisó su nuevo punto de vista casi al mismo tiempo en Le Travail
(Londres), abril de 1880.

Kropotkin se entendió luego con Dumartheray y Herzig del grupo de Ginebra,


después con Reclus y Cafiero —probablemente entre julio y setiembre de
1880— para proponer a la Federación jurasiana en su congreso (9 y 10 de
octubre) la aceptación del comunismo anarquista, lo que así se hizo.
Schwitzguébel había resumido las ideas colectivas en su Programme
socialiste... (Ginebra, 1880, 32 p. en 8.°). Cafiero pronunció el discurso
Anarquía y comunismo (Le Révolté, 13-27 de noviembre de 1880; publicado a
menudo en folleto); Kropotkin y Reclus abogan en grandes discursos por la
idea anarquista comunista y el congreso la adoptó. También Schwitzguébel y
Pindy se declaran comunistas, pero desaconsejan la adopción de esa palabra,
que los trabajadores suizos y franceses comprendían mal y no querían mucho.
Esa misma objeción podía ser hecha contra la palabra “anarquista” y a eso
corresponde el empleo del término comunismo libertario en el congreso
regional francés, en el Havre (16-22 de noviembre de 1880). El término
comunista anarquista se difundió pronto en Francia; un mural de enero de
1881 dice: Comunismo libertario o anarquista.

Esta concepción, incipiente en 1876, continuada por los italianos primero, por
su uso en Suiza, Francia, Bélgica a partir de 1880 se hizo universal para esos
países.
XI

ANARQUISTAS Y SOCIALISTAS REVOLUCIONARIOS.


PIOTR KROPOTKIN. ÉLISÉE RECLUS. EL COMUNISMO ANARQUISTA
EN FRANCIA EN LOS AÑOS 1877 A 1894

Hubo, pues, hacia 1880, tres concepciones anarquistas en plena vida, la


colectivista en España, donde la Internacional, al volver a la vida pública como
Federación de Trabajadores de la República Española, la proclamó como el
credo social de 30 a 40.000 trabajadores organizados en 1881-82, con órganos
como Revista social (1881), Acracia (1886), El Productor (1887) y tantos otros;
la comunista que se difundía en Francia, Italia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, etc.,
con órganos como Le Révolté, Freedom (1886), etc., y la mutualista-
individualista en los Estados Unidos, con órganos como Liberty (1881) y otros.

Hacia la misma época hubo un gran número de agitaciones agrarias (Irlanda,


Andalucía), de terrorismo político (nihilismo ruso, zaricidio), de agitaciones
obreras violentas (Monceau-les-Mines en Francia, 1882, etc.) y algunos actos
de venganza social. También la vuelta de los comuneros después de la
amnistía de 1880 (Louise Michel, ahora oradora anarquista), de persecuciones
muy duras contra socialistas y anarquistas, en Alemania, en Italia, incluso un
despertar político y social próximo el momento de una tormenta
revolucionaria general con tendencias socialmente destructivas; porque se
estaba muy impresionado por esa masa de hechos vehementes después de un
decenio bastante tranquilo.

Además, Blanqui parecía representar entonces una gran fuerza socialista


autoritaria revolucionaria, pero murió a fines de 1880. En cambio los
comuneros de regreso y los trabajadores franceses que llegaban de nuevo al
socialismo, se dejaban absorber por el socialismo político y municipal,
electoral uno y otro, y los blanquistas se mostraban incapaces de todo después
de la muerte de Blanqui. La socialdemocracia alemana, excluida de la vida
pública y perseguida desde el otoño de 1878, produjo una protesta socialista
revolucionaria en 1879, 1880, 1881 (Johan Most), pero la gran mayoría de ese
partido fue inaccesible a una aceptación de su táctica, y sólo los que en 1881-
1882 se hicieron anarquistas (como algunos lo habían hecho ya en 1876, 1877
y 1878) fueron grupos e individuos intransigentes; los otros quedaron fíeles al
reformismo electoral.

Esas tendencias de las grandes masas obreras a hacer sólo un mínimo de


esfuerzo, regimentándose en partidos donde la labor activa fue hecha por los
militantes y los jefes, esa inercia fue más fuerte que el despertar
revolucionario que, considerado de cerca, era producto de situaciones muy
agravadas localmente y de la energía de individuos. Esos dos factores son
parcialmente incluso accidentalmente repartidos, mientras que la inercia, el
mínimo de esfuerzo, la sumisión a los jefes, son universales. En todo caso, los
socialistas revolucionarios y los anarquistas de esos años se vieron bien pronto
mucho más aislados de lo que habían creído estar, y eso produjo entre ellos
mismos, sea actos de combate social encarnizado y a veces feroz (sobre todo
en Alemania y en Austria), sea un cierto desprecio de la estupidez de las
masas, una vida feroz de combatividad social individual, y sobre este último
terreno, unos se aproximaron al heroísmo, muchos otros a la vulgaridad, a una
vida de acomodo ni obrera ni burguesa, que quitaba peso moral a lo que
decían; todo eso se vio sobre todo en París, y también entre los italianos fuera
de su país.

Cincuenta años después, se puede admitir que fue un período de exaltación


heroica, pero que ha producido ese aislamiento de la Anarquía de la opinión
moderna que dura todavía. La idea más en vista en los grandes congresos de la
Internacional, la idea que se admiraba y aclamaba en los acusados de los
grandes procesos italianos de Florencia, Trani, Bolonia (1875-1876), la idea que
había producido esa triple flor de concepciones inteligentemente
diferenciadas que hemos mencionado al comienzo del capítulo, esa idea no
tenía necesidad de manifestarse por acciones de un tipo cuyo alcance social e
ideal exigía a menudo interpretaciones muy sutiles. Sobre todo, acciones que
no habrían debido ocupar durante algún tiempo el puesto de la más
importante, casi única entre las actividades anarquistas. Se comprenden todas,
reaccionan muy a menudo contra las crueldades y fueron actos de venganza
justiciera. Lo que me causa pena es que muchos creyeron entonces que era lo
único que se podía hacer y que se despertaría, se provocaría así la revuelta
social general. Y la opinión pública fue inducida y se habituó a creer que eso
era lo único que sabían hacer los anarquistas. De esa manera, justamente en el
momento en que, en ideas, las tres concepciones florecían, la Anarquía fue
relegada de la discusión pública y restringida a un estado de espíritu de
algunos, que no podía manifestarse más que por la violencia absoluta en
palabras y en hechos.

Esta fase fue determinada por la reacción contra los tránsfugas que se pasaron
al parlamentarismo, los Andrea Costa y Paul Brousse, por la indignación contra
la caída del socialismo autoritario en la caza de las actas de diputados, por el
ejemplo de rigorismo y de sacrificio dado entonces por los nihilistas rusos. Fue
determinada, además, por la entrada entre los anarquistas de muchos í
socialistas revolucionarios, antiguos blanquistas franceses y socialdemócratas
alemanes que fueron atraídos ante todo por el carácter de rebeldes integrales
de los anarquistas, y que por su rigorismo, fenómeno autoritario, hicieron
entumecer, inmovilizarse, estacionarse y dogmatizarse el pensamiento
libertario.

La propaganda que hizo Johann Most en su Freiheit, la de los parisienses en La


Révolution sociale (1880-81), el congreso socialista internacional de Londres
(julio de 1881), las reuniones públicas en París en esos años, las actividades
terroristas en Alemania y en Austria de entonces, etc., muestran lo que señalo
aquí como unilateralidades. Se quería hacer organización en el congreso de
Londres; pero al mismo tiempo, casi todos se habrían creído tachados de
autoritarismo si hubieran creado una organización real; se hizo una, que era
casi nula en lazos y en cooperación, y qué bien pronto nula en la práctica. Todo
eso no correspondía a las ideas de Malatesta ni a las de Kropotkin; pero eran
impotentes contra la ola de amorfía que reclamó lo ilimitado en comunismo,
transformándolo en individualismo arbitrario, y en nada en organización.

Había en esos mismos años varios grandes movimientos, los más grandes que
habían existido fuera de España, y más grandes relativamente que los que han
existido después. Fueron en Francia el movimiento del Suroeste, región de
Lyon, apoyado mucho por Kropotkin (1881-82); en Inglaterra, el socialismo
incipiente antiparlamentario y bien pronto en parte netamente anarquista de
los años 1879-84, aliándose con el socialismo muy libertario de William Morris
(Socialist League, 1884-1890); en Austria, el socialismo cada vez más
revolucionario y en parte anarquista, de los años 1880-84, que entonces fue
aceptado por casi todo el Partido Socialdemócrata anterior; en los Estados
Unidos, el anarquista colectivista de los años 1881 a 1886 (Johann Most, Albert
Parsons; los anarquistas de Chicago ahorcados el 11 de noviembre de 1887).
Esos cuatro grandes movimientos, muestran que se podían interesar a una
gran parte de los socialistas de toda una región en la propaganda de nuestras
ideas y agruparles eficazmente, tanto para las luchas presentes como para la
acción colectiva que —se esperaba— iba a llegar pronto, quizás. Ocurrió lo
mismo con la Federación regional en España, cuyos congresos de Barcelona
(1881) y de Sevilla (setiembre de 1882) muestran un desarrollo público tan
grande —delegados de 495 secciones en Sevilla—. Agreguemos todavía el
bello movimiento de reorganización internacional, que Malatesta hizo en Italia
en 1883-1884, cuando publicó La Questione sociale en Florencia. Todos esos
grandes esfuerzos no dieron una satisfacción completa a muchos camaradas y
grupos, que veían ya demasiada cohesión, demasiado contacto con cuestiones
prácticas del trabajo, demasiado colectivismo o comunismo moderado,
demasiados hombres destacados y que podían convertirse en jefes. Así,
cuando todos esos movimientos coordinados fueron rotos y paralizados por
persecuciones, muy a menudo consecuencia de algún pacto impetuoso, no se
les deploraba demasiado y no se volvió a comenzar. Muchos se sentían más
cómodos en un grupo de su elección, entre ellos con un periodiquito escrito
por ellos, que en el ambiente mucho más vasto de esos seis movimientos
mencionados. Los comunistas anarquistas españoles combaten furiosamente a
la Federación regional y al colectivismo; Malatesta y Merlino son perseguidos
como archienemigos por los “intransigenti” italianos; Most y la Freiheit
colectivista se convierten en el centro de los odios de los comunistas de la
Autonomic, y en todas partes del grupo, que se cree más avanzado, combate a
aquellos anarquistas que cree menos avanzados, y se aísla así, cada vez más,
incluso entre los anarquistas mismos —fenómeno que no es libertario ni
solidarista en grado alguno, sino arbitrario y egocéntrico—. Nadie pone en tela
de juicio el ardor de propaganda de esos grupos, pero se privan demasiado
ellos mismos de verdaderas esferas de acción y de influencia por su rigorismo.
Los militantes del pensamiento anarquista más activos de esos años fueron
Kropotkin y Elisée Reclus, Malatesta y Merlino, Johann Most, Antonio Pellicer
Paraire y, menos conocidos, en Inglaterra, Joseph Lañe, a los que hay que
agregar William Morris de los años 1884-1890, que nunca fue anarquista, pero
ha sido una verdadera potencia socialista libertaria.

Pedro Kropotkin

He tratado de escribir ese período en el libro alemán Anarchisten und


Sozialrevolutionáre, que comprende los años 1880 a 1886 (Berlín, Gilde
freiheitlicher Bücherfreunde, 1931, 409 págs. en 8.°).

Tres años de prisión (1883-1885); cuatro años y medio de vida en la Argentina


(1885-89) de Kropotkin y Malatesta, respectivamente, interrumpen sus
actividades, y Elisée Reclus y Merlino, en una cierta medida, ocupan su puesto.
Reclus tenía más tolerancia que Kropotkin; Merlino tenía menos que
Malatesta. Uno y otro, indulgencia y contradicción, hicieron crecer el estado
de espíritu amorfo, la inclinación atomizante, de que acabo de hablar, y esas
concepciones, creyéndose las más libertarias, por su deseo de imponerse, se
volvieron en realidad muy autoritarias, queriendo hacer la ley en la Anarquía,
despreciando a todos los que no se elevaban hasta ellos y combatiéndolos
fanáticamente.

La obra crítica de Kropotkin (1842-1921), sacada de Le Révolté (1879-1882),


fue reunida en Palabras de un rebelde (París, (X, 342 págs. en 8.°; de los
últimos meses de 1885; el prefacio de Reclus es de octubre). Había pensado y
trabajado mucho en prisión, y después de haber resumido sus ideas en su
discurso pronunciado en París: La Anarquía en la evolución socialista (Le
Révolté, del 28 de marzo al 9 de mayo de 1886), las elabora en una serie de
artículos de Le Révolté y La Révolté, comenzada el 14 de febrero de 1886,
reunidos en el volumen La conquista del pan (París, XV, 298 págs., en 18.°;
marzo de 1892) y en otra serie, que corresponden a la situación en Inglaterra,
en Freedom (Londres).

Las resume de manera muy elaborada en el Nineteenth Century, la gran


revista, en The Scientific Basis of Anarchy y en The Corning Anarchy, en febrero
y agosto de 1887.

Luego procede a la serie The Breakdown or our industrial system; The Corning
Reign of Plenty; The Industrial Village of the Future; Brain Work and Manual
Work; The small industries of Britain (de abril de 1888 a marzo de 1890 y
agosto de 1900) que forman más tarde el libro muy difundido, sobre todo en
Inglaterra, Fields, Faetones and Workshops (Campos, fábricas y talleres).

Entonces comienza la serie Mutual Aid, de setiembre de 1890 a junio de 1896


y el libro Mutual Aid, a factor of evolution (El apoyo mutuo, un factor de la
evolución) que había de tener por coronación su Ética. Pero no ha podido dar
de la ética más que esbozos incipientes en la conferencia pronunciada en 1888
o 1889, Justicia y moralidad, que no fue publicada hasta 1921, y en La moral
anarquista (La Révolté), 1.° de marzo a 16 de abril de 1890.

Comenzó la Ética por The Ethical Need of the Present Day y The Morality of
Nature (agosto de 1904; marzo de 1905), pero no completó la parte histórica
más que en 1920 (Ethika, tomo 1, en ruso; Moscú, 1922; 263, IV págs. en 8.°) y
dejó para la parte que habría presentado sus propias ideas, sólo numerosos
borradores y notas.
El texto más importante para sus ideas, junto a esos grandes trabajos, me
parece ser Los tiempos nuevos (Conferencia dada en Londres), París, La
Révolte, 1894, 63 págs., 8.°; también en Freedom, abril de 1893. Luego, L´Etat,
son role historique (1896), reunidos con otros escritos en La Science moderne
et l´anarchie (París, XI, 391 págs. en 18.°, marzo de 1913). Pero habría que
seguir sus colaboraciones cronológicamente, sobre todo en Le Révolté hasta
los Temps Nouveaux, en Freedom y en algunos periódicos anarquistas rusos,
para comprender qué influencia de acontecimientos contemporáneos ha
obrado sobre sus opiniones y, de igual modo, qué actitud ha tomado frente a
todos los acontecimientos que ha discutido tan a menudo desde 1877 a 1921.

De ahí se procederá a sus trabajos históricos y retrospectivos, su estudio sobre


la revolución francesa, comenzando en 1878, que culminó en La Grande
Révolution, 1789-1793 (París, 1909, Vil, 479 páginas en 18.°; traducción
española de A. Lorenzo) y sus memorias, Memoirs of a Revolutionist (Londres,
1899, XIV, 258 y 300 págs. en 8.°), Autor d'une Vie (París, 1902, XX, 536 págs.
en 18.°). Pero su correspondencia, en gran parte inédita, nos conserva mucho
más todavía que las memorias de su pensamiento íntimo y de sus impresiones
y planes de trabajo. Russian literature (Londres, 1905, Vil, 341 págs.) muestra
su criterio estético y In Russian and French Prisons (Londres, 1887, IV, 387
págs.) ayuda a apreciar sus memorias. La gran serie, Recent Science, sus
controverisas con algunos hombres de ciencia, etcétera, nos hacen
comprender mejor su Apoyo mutuo.

Si su obra permanece aún en torso por la falta de la Ética completa, se debe,


en primer lugar, a la continuación de la grave enfermedad que le atacó en el
otoño de 1901 y que disminuyó en lo sucesivo su fuerza de trabajo. En
segundo lugar otros trabajos intervienen, de urgencia a causa de la situación -
las actividades rusas después de las revoluciones de 1905 y 1917, etc.- y en
tercer lugar la gran polémica con algunos darwinistas, por el lamarckismo (en
Nineteenth Century) que pertenece tanto a la Mutual Aid como a la Ética: fue
necesaria, descartando obstrucciones, antes de continuar la Ética comenzada
por los artículos de 1904 y 1905.
Todo eso se hizo claro por su correspondencia inédita y sus conversaciones
conservadas y yo he utilizado mucho de esos materiales en los volúmenes,
inéditos todavía, de esta historia.

La obra de Kropotkin es grande y variada; muestra a la vez muy grandes


continuidades y algunas variantes que se observan mirando de cerca. Las
impresiones vivas de setenta años vibraban en él, y su cerebro y sus nervios
estuvieron en actividad incesante tan intensa como los de pocos hombres.
Para mí, resultado de ello y de mis impresiones personales sobre él, que las
ideas anarquistas de Kropotkin, a partir de su actividad independiente
(Ginebra, 1879) y sobre todo de sus años de prisión y de vida de estudio en
Harrow (1883-1892) son un producto extraordinariamente personal, que
reproduce en el más alto grado la esencia de su propio ser y un número de
impresiones muy fuertes recibidas por él. Su comunismo es el que él mismo
habría practicado, tomando poco y dando mucho. El cerco de París, la
Comuna, la situación agraria en Inglaterra, las guerras que preveía
constantemente, la rica naturaleza que atravesó entre la Siberia oriental y
China, todo eso y muchas otras impresiones se reflejan en sus ideas
anarquistas, como la revolución rusa y la revolución francesa se esclarecen
recíprocamente en su concepción de esas dos grandes épocas bien
diferenciadas. No podía hacer de otro modo, como un verdadero poeta da lo
que está en él; y no dudo del valor de su obra como producción individual.
Sólo que por eso mismo esa obra no tiene ese carácter de teoría general y
permanente que se le ha atribuido con frecuencia, sobre todo en esos
veinticinco años antes de 1914, cuando muchos han creído que se poseía
ahora un sistema anarquista definitivo e irrefutable. No se poseía más que lo
mejor que un hombre muy inteligente y muy abnegado, pero
excepcionalmente impresionable y subjetivo, había dado al reproducir su
propio ser con la mayor sinceridad.

***
Elisée Reclus (1830-1905), el geógrafo, no se ha entregado tan exclusivamente
a la propaganda anarquista como muchos otros, sobre todo trabajadores a
quienes su oficio no absorbía y para quienes la propaganda fue una dicha de
las horas de ocio y el pensamiento acariciado durante un trabajo monótono.
Era feliz porque su trabajo intelectual no sólo era interesante, sino que podía
compenetrarlo de su pensamiento libertario íntimo, y así ha producido obras a
la vez competentes como tales y que llevan su sello personal de artista en bella
ejecución literaria y de pensador libertario y humanitario. La Nouvelle
Géographie Universelle. La Terre et les Hommes (París, 1876-1894,19
volúmenes) siguió a La Terre. Description des Phenoménes de la vie du globe
de 1868-1869 (2 vol.) y fue seguida de L'Homme et la Terre (1905-1906; 6v.),
un gran conjunto cuya tercera parte, sobre el hombre, su historia, las
instituciones que ha creado y su desarrollo sucesivo con vistazos sobre el
porvenir se convirtió cada vez más en una aplicación de la crítica, de la
observación y de la anticipación anarquistas a la vida social de los hombres.
Tales trabajos y tantos otros enseñan a su autor la serenidad del trabajo
científico, las grandes perspectivas, la amplitud de miras, y el anarquismo de
Reclus refleja todas esas cualidades. Es ilimitado en esperanzas y en
posibilidades, como lo son la confianza y la fe en los progresos de la ciencia.
Sabe valorar lo que es pequeño o grande y dejar a un lado las estrecheces y las
desviaciones, sin descuidar por eso el detalle, pero poniendo las cosas en su
propio lugar. Está inspirado por una gran bondad y rectitud personal, firme,
pero modesta. La más bella expresión de sus ideas es L ’Evolution, la
Révolution et l´ldeal anarchique (París, 296 págs. en 18.°; noviembre de 1897),
la última versión de Evolution et Révolution, folleto revisado en 1890 (París,
1891, 62 págs. en 16.°), una conferencia publicada primero en La Révolte del
21 de febrero de 1880 y en pequeño folleto (Ginebra, 1880, 25 páginas en
16.°).

Después de su discurso de Lausana en marzo de 1876, Reclus, absorbido por la


geografía, cuyos volúmenes anuales exigían un trabajo regular, estudios y
viajes, da un poco más de tiempo a la propaganda (conferencias) y se interesa
sobre todo por la revista Le Travailleur (Ginebra, 1877-78) donde sostiene la
idea anarquista (escribiendo “an-arquista” en el Programa; abril de 1877; y se
encuentra pronto obligado a defenderla contra las objeciones comunalistas y
otras. De ahí los artículos L´Evolution légale et l´anarchie y A propos d’anarchie
(enero-marzo de 1878). Esas discusiones le inducen a proponer al congreso
jurasiano celebrado en Fribourg en agosto que se examinen las preguntas:
¿Por qué somos revolucionarios? ¿Por qué somos anarquistas? ¿Por qué
colectivistas?, y envía su propia respuesta, publicada en L’Avant-Garde (Chaux-
de-Fonds) del 12 de agosto de 1878.

Se sabe ahora, por las cartas de Kropotkin a Paul Robín, que entre él, de su
parte, y Reclus en 1877 y en 1878 no había relaciones de propaganda; y hasta
en ideas se han conocido poco el uno al otro entonces. Kropotkin, amigo de
Guillaume y de Brousse, rigorista, tomaba a Reclus por un moderado. Sólo en
los primeros meses de 1880 se han conocido verdaderamente y entendido
bien después. Del prefacio de Reclus a La conquista del pan (1892) citemos
estos pasajes:

“...Sin embargo, la recuperación de las posesiones humanas, la expropiación,


en una palabra, no puede realizarse más que por el comunismo anárquico; es
preciso destruir el Gobierno, desgarrar sus leyes, repudiar su moral, ignorar
sus agentes y ponerse a la obra según la propia iniciativa y agrupándose según
sus finalidades, sus intereses, su ideal, y la naturaleza de los trabajos
emprendidos.” “Es después de esa caída del Estado que los grupos de
trabajadores emancipados... podrán entregarse a las ocupaciones atractivas de
la labor libremente elegida y proceder científicamente al cultivo del suelo y a la
producción industrial, mezclada con recreos dados al estudio o al placer. Las
páginas del libro que tratan de los trabajos agrícolas ofrecen un interés capital,
porque relatan hechos que la práctica ha controlado ya y que es fácil aplicar en
todas partes en gran escala, en provecho de todos” “profesamos una fe
nueva, y cuando esa fe, que es al mismo tiempo la ciencia, se haya convertido
en fe de todos los que buscan la verdad, tomará cuerpo en el mundo de las
realizaciones, porque la primera de las leyes históricas es que la sociedad se
modela en su ideal”... “Ciertamente, la inminente revolución, por importante
que pueda ser en el desarrollo de la humanidad, no diferirá de las revoluciones
anteriores al dar un salto brusco; la naturaleza no lo da. Pero se puede decir
que, por mil fenómenos, por mil modificaciones profundas, la sociedad
anarquista está ya desde hace largo tiempo en pleno crecimiento. Se muestra
en todas partes donde el pensamiento libre se desprende de la letra del
dogma, en todas partes donde el genio del buscador ignora las viejas fórmulas,
donde la voluntad humana se manifiesta en acciones independientes, en todas
partes donde hombres sinceros, rebeldes a toda disciplina impuesta, se unen
voluntariamente para instruirse unos a otros y reconquistar juntos, sin amo, su
parte en la vida y en la satisfacción integral de sus necesidades. Todo eso es la
anarquía, incluso cuando se ignora, y cada vez más llega a conocerse. ¡Cómo
no habría de triunfar, si tiene su ideal y la audacia de su voluntad!...”.

No entraré aquí en ningún detalle de la vida de Reclus, que se puede conocer


íntimamente por sus recuerdos sobre su hermano, Elie Reclus, (1827-1904,
París, 32 págs., 1905) y por su Correspondance (3 v. París, 1911, 1925). He
relatado su vida en Elisée Reclus. Anarchist und Gelehrter (1830-1905), Berlín,
Der Syndikalisty 1928, 344 págs.; trad. española aumentada, Elisée Reclus. La
vida de un sabio justo y rebelde (Barcelona, 1928, Bca. de La Revista Blanca, 2
vol., 294, 312 págs.). Una hermosa colección de testimonios de muchos amigos
de los hermanos Reclus fue publicada en 1927 por Joseph lshill —el libro Elisée
and Elie Reclus. In memorian (Berkeley Heights. New Jersey).

***

En Francia todo lo que había habido de concepciones sea proudhonianas sea


colectivistas, hasta 1870, en el mundo trabajador, se había confundido con la
memoria de la Comuna para los socialistas y una pequeña propaganda secreta
—nunca extinguida gracias a las relaciones de los jurasianos, de los lyoneses
en Ginebra, de Brousse en Berna, etc.— se hizo a partir de 1876, sobre todo en
1877 (por el periódico L ’Avantgarde y la revista Le Travailleur) y en 1878,
cuando Costa y Kropotkin, en París mismo, operaban en el pequeño ambiente
de los simpatizantes. Si entonces se llamaban todavía colectivistas,
precisamente los que hicieron esa propaganda eran ya comunistas, y cuando,
después de la disgregación de esos grupos por el arresto de Costa, la marcha
de Kropotkin, etc., en 1878, se volvió a la reagrupación en 1879, esta vez no en
secciones de una Internacional que no existía sino nominalmente, sino en
grupos autónomos, en esos grupos que leían Le Révolté había comunistas,
italianos como Cafiero y Malatesta y otros como Tcherkesoff, y no se volvió a
tratar del colectivismo, según lo sabemos. Esta idea no tenía ningún intérprete
de marca, y pasó erróneamente, como superada, refutada, vencida, en una
palabra, como retrógrada. Su pasado y su existencia bien sólida en España
eran desconocidos a los que, desde 1880, formaban los grupos franceses;
fueron socialistas de toda procedencia, testigos o militantes del despertar
social en Francia desde 1876 -rechazando el estatismo, la política electoral de
Truesde y el moderantismo de los sindicatos de entonces; preparados algunos
por el federalismo y el comunalismo; varios llegando directamente del
blanquismo ultra-autoritario, viendo después de la muerte de Blanqui la
salvación revolucionaria únicamente en la anarquía. Sin duda también los
anarquistas colectivistas de 1868, 1869, etc. no eran hojas blancas, anarquistas
natos (como hay siempre algunos); pero la procedencia de los anarquistas
franceses de los años 1879 a 1885 era verdaderamente poco homogénea —
tan poco, por ejemplo, como la de los sindicalistas revolucionarios quince años
más tarde—. La tradición estaba ausente, o más bien lo que era del pasado se
creía fuera de moda y que no merecía la atención. La corriente dominante era
ir hasta el fin en teoría, anarquía y comunismo, y en la práctica, no
organización y vida libre. Con eso un inmenso ardor de propaganda, y en la
gran ciudad de París y en los centros de provincia había naturalmente un
bastante gran número de hombres atraídos por ese ambiente de vida libre
ilimitada y así se llenaron los grupos y fueron numerosos. Pero con algunas
excepciones, no se comprendió que el número de esos espíritus ansiosos a
quienes se atraía fácilmente, esa primera cosecha, era limitada, y que, si se
había formado un amplio medio de vida sin trabas para los anarquistas, se
había hecho al precio de un aislamiento bastante grande del pueblo mismo,
que, como se diría, asistía al espectáculo, pero se cuidó bien de no participar
en él. Peor aún, el pueblo se dejaba cautivar por los socialistas autoritarios,
que no le exigen un esfuerzo intelectual y revolucionario, sino solamente su
voto, es decir abdicar en sus manos de nuevos amos, y las esperanzas que se
tenían durante la Internacional y que los libertarios de los movimientos más
arriba descritos de esos años (en Italia, España, Austria, Inglaterra, Estados
Unidos y también en el Suroeste de Francia) tenían aún, fueron frustradas para
París y Francia en general: había allí la más bella vida en grupos aislados, pero
no se tenía verdadero contacto con los intereses del pueblo.

Sin duda no han faltado esfuerzos en esta última dirección, y la vida anarquista
ha prosperado, probablemente, más ampliamente sin contacto con cuestiones
prácticas, en plena libertad de crítica pura y de manifestaciones individuales y
fue desde ese punto de vista un período único. Muchas bellas flores, sin que
hubiese gran preocupación por los frutos; una decena de años de presentación
ideal y estética, no utilitaria de nuestras ideas, ha dejado su impresión sobre el
espíritu del mundo, y sus últimos rayos nos iluminan todavía. Pone de relieve
para mí el hecho de que la anarquía es una enseñanza humana, la gran luz
hacia la cual toda la humanidad busca un camino al salir de las tinieblas
autoritarias, y no solamente la solución económica de la miseria del pueblo
explotado.

Kropotkin se dedicó a esa propaganda, desde 1879 a 1882 y desde 1886 en


adelante; Reclus tomó su puesto cuando Kropotkin fue expulsado de Suiza
(Reclus vivió en Clarens hasta 1890) desde 1882 a 1885.

Le Révolté, atendido por Herzig después de Kropotkin, lo fue a partir de 1884


por Jean Grave (nacido en 1854): el periódico apareció en París desde abril de
1885 hasta marzo de 1894, llamado desde noviembre de 1887 La Révolte.

Grave, del grupo de rué Pascal de 1879, había tratado pronto de establecer
relaciones entre los grupos; al fin, el periódico se convirtió en ese lazo
voluntariamente aceptado por muchos, no reconocido por otros. Grave mismo
sostuvo en numerosas exposiciones un anarquismo comunista de manera
sencilla, plausible, que quizás descarta demasiado sumariamente las
dificultades y los obstáculos para ser enteramente persuasivo. Sin embargo,
sus escritos fueron el alimento elemental de la propaganda francesa e
internacional. Mencionemos los más conocidos: La Societé au lendemain de la
Révolution (1882, 32 págs.), agrandada en 1889 y convertida en 1893 en La
Societé mourante et l’anarchie (298 págs.); La Société future (1895,414 págs.);
L´ Individu et la Société (1897, 307 págs.); L’Anarchie. Son but, ses moyens
(1899, 332 págs.); Réformes, Révolution (1910, 363 págs.); una pequeña utopía
Terre Libre (Les Pionniers), 1908, 199 págs., —una novela del ambiente
anarquista parisiense, Malfaiteurs (1903, 311 págs.) y una colección de
recuerdos, Le mouvement libertaire sous la troisiéme République (París, 1930,
317 págs.). A esto se habría agregado una nueva colección de artículos sobre
las deformaciones y desviaciones de la idea anarquista si en ocasión de la
guerra los Temps Nouveaux no hubieran cesado de publicarse. Se encuentra el
pensamiento ulterior de Grave en un número de artículos de la Revista Blanca,
del Suplemento de Buenos Aires y de sus pequeños cuadernos, que sigue
publicando.

Jean Grave

El programa del momento, en que no se ha de hablar sólo de anarquía entre


anarquistas, sino que hay que dirigirse al pueblo mismo, fue atacado con
determinación y abnegación indescriptible por Louise Michel (1883-1905), que
dio desde su vuelta de la deportación en 1880 un gran vuelo a las reuniones
anarquistas. Otro militante experimentado, Emile Digeon, del movimiento
comunista de 1871 (en Narbona) puso también su inteligencia práctica en la
obra, habiendo llegado a concepciones anarquistas muy claras. Louise Michel
en 1880-82 se encontraba en ese ambiente de la Révolution sociale (periódico
de 1880-81) y de los jóvenes oradores como Emile Gautier. El joven Emile
Pouget (1860-1931), que debía un fondo sólido de crítica social al viejo Digeon
y que tenía siempre presentes las reivindicaciones directas de los trabajadores
y la gran revolución social popular directa, hizo lo posible por crear entonces
ya un sindicalismo de acción directa de alto tono, y escribió también el primer
folleto de antimilitarismo revolucionario A l´Armée (1883). Otros ebanistas
sobre todo, pertenecieron a esos primeros sindicatos, militando rudamente en
ellos camaradas como Tortelier, Guéritieau, Théophile Meunier, etc. En
ocasión de la manifestación de sin trabajo del 9 de marzo de 1883, Pouget,
Louise Michel y otros son arrestados y los dos nombrados quedan en la cárcel
hasta enero de 1886. Después Pouget, con el pz ¿ra de 1888 y sobre todo con
Pére Peinará (de febrero de 1889, a febrero de 1894; continuando de otras
formas hasta abril de 1900), consigue el periódico anarquista que más se
acercó al sentimiento popular y, aún estando al día en ideas y supremamente
inteligente en crítica política y social, ese periódico recuerda los grandes
órganos de la revolución francesa. En efecto, Pouget se habría convertido en el
Marat de la anarquía y con Marat, Blanqui, Proudhon y Varlin lo considero
como la cabeza más inteligente del socialismo francés, uno de los raros
hombres que quería verdaderamente la revolución popular, la ruptura de las
cadenas que lleva el pueblo y el aplastamiento de sus torturadores. No le
considero como uno de los primeros libertarios pues aunque apreció la
anarquía como la mayor fuerza destructiva que halló desde 1880 a 1894, es
también cierto que creyó ver luego una fuerza destructiva y tal vez
constructiva más actual en el sindicalismo de los años 1895 a 1908. La culpa no
está en la falta de esfuerzo de Pouget, si los anarquistas mismos no supieron
constituir tal fuerza en los quince años de 1880 a 1894, cuando tenían una
amplitud de acción en Francia que no tuvieron después.

***
La anarquía francesa tuvo uno de los más bellos oradores y propagandistas
inteligentes en Sébastien Faure (nacido en 1857), cuyas ideas generales se ven
en La Doleur universelle. Philosophie libertaire (1895, XII, 396 págs.) en la
utopía Mon communisme (Mi comunismo. La felicidad universal, La Protesta,
1922, 434 págs.) y otra edición de Vértice de Barcelona en 1929, inédita
ilustrada y en tantos folletos y artículos, sobre todo en Le Libertaire, que
apareció desde noviembre de 1895. En otros tiempos su anarquismo muy
persuasivo no me pareció salir de las grandes líneas convenidas; desde las
pruebas de la guerra y después, se ha vuelto más crítico y original, como se
verá en La Synthése anarchiste (Limoges, 1928, 16 págs. 16.°) y en el espíritu
que inspira la gran Encyclopédie anarchiste cuya parte teórica, comenzada en
1926, está casi terminada en 1935.

El elemento romántico me parece representado por Charles Mulato (nacido en


1857), educado en un ambiente republicano socialista y comunista, que se
acercó a la anarquía a partir de 1885, militando enseguida muy activamente.
La Philosophie de l´Anarchie (1889, 141 págs.), Révolution chrétienne et
Révolution sociale (1891; 289 págs.) son sus libros serios. En otros libros da una
nota alegre, como en Prisoti fin-de-siécle. Souvenirs de Pélagie (con Ernest
Gégout, 1891); De la Commune á l´Anarchie (1894) y Les Joyeusetés de l´Exil
(1896). Malato ha defendido a menudo la anarquía abiertamente como
batallador, pero le ha faltado un verdadero campo para sus capacidades, como
por ejemplo un gran periódico independiente. Ha insistido mucho sobre el
elemento racial, como antes Bakunin, criterio que felizmente había perdido de
vista todo el movimiento francés de ese período.

En la segunda edición de Philosophie de l´Anarchie, revisada (París, 1897),


Malato escribe:... “En cuanto a la ‘toma del montón’ preconizada por
Kropotkin, es decir, a echar mano indistintamente a los productos, la vemos
como un expediente revolucionario durante una lucha de algunos días, y más
tarde sólo como una consecuencia de la superabundancia en la producción”...,
lo que corresponde a las ideas de Malatesta, Merlino, etc.

***
En ese ambiente creció también la rebelión social directa, manifestándose
individualmente porque la rebelión colectiva tardaba en venir y no ha venido
aun casi cincuenta años más tarde. Había hombres serios a quienes el
“débrouillage” y el “pequeño ilegalismo” no daba una satisfacción. Fueron
ante todo Clement Duval y Vittorio Pini, que atrajeron la atención general y
mucho respeto por su actitud altiva ante los tribunales y su desinterés
personal. Hubo actos de protesta, primero por Charles Gallo, en la Bolsa
(1886); acción contra los propietarios (los desahucios), contra las oficinas de
colocación; la Liga de los Antipatriotas; en suma, una cantidad de afirmaciones
contra la autoridad y la propiedad que, sin embargo, no fueron bastante
poderosas y numerosas para arrastrar verdaderamente al pueblo y que, en
esas condiciones, tuvieron más bien por resultado separar a los anarquistas del
pueblo, que quería y no podía seguirles en todos esos caminos.

Entonces sobrevino un cierto dogmatismo de proyecciones autoritarias, que


hizo de esas especializaciones una teoría, y proclamó el desprecio de esos
anarquistas que no fueron de la misma opinión. Hubo el período de la
exaltación del “robo entre camaradas” incluso. Kropotkin, por la Moral
anarquista (1890), y Merlino reaccionaron más directamente contra esas
concepciones; Reclus, personalmente tan lejano de ellas, se abstuvo de
criticarlas. El que firmó primeramente N’importe qui (Antoine, muerto en
1929), fue durante largos años el defensor libertario más persuasivo del
ilegalismo. Merlino, en Nécessité et Bases d'une Entente (Bruselas, primavera
de 1892) pidió una separación clara. Otra solución fue presentada en el mismo
momento por Ravachol que tal vez afectado por críticas muy duras, de
ilegalista se convirtió en justiciero tratando de vengar a los camaradas
martirizados en 1891, y que fue pronto llevado a la muerte, el primero dé los
anarquistas muertos en Francia; en España se había ahorcado a los
condenados de la “Mano negra” en 1884, y antes a Moncasi y a Otero que
habían tratado de matar al rey.

Todos los actos de violencia de Ravachol a Sante Caserío, 1892-1894, fueron o


la repercusión directa de crueldades gubernamentales, o actos de guerra social
directa, y fueron comprendidos así por la opinión pública. Llevaron a
persecuciones según el principio de la “responsabilidad colectiva” que
reemplazan tan pronto a la “legalidad” que se nos ensalza tanto como
arraigada, inquebrantable y eterna.

Como Ravachol, otros ilegalistas han sabido obrar con un sentimiento


eminentemente social; si no corrían el riesgo de deslizarse tanto fuera de los
movimientos en que militaban como de ponerse voluntariamente al margen
de la sociedad. Malatesta dijo su opinión entonces en Un peu de théorie,
artículo del Endehors (París, 21 de agosto de 1892); Émile Henry escribió una
respuesta. Kropotkin me parece ser el autor de la Declaración, en La Révolte
del 18 de junio de 1892; véase, además, su Encore la morale (diciembre, 1891).

***

Las ideas anarquistas fueron propuestas entonces con amplitud por Elisée
Reclus, en sus escritos y personalmente (vivió en los alrededores de París entre
1890 y 1894). Tenía relaciones con la juventud literaria y artística, de la cual
una parte profesaba entonces ideas muy libertarias. La filosofía de Jean-Marie
Guyau (1854-1888) tenía un undertone libertario y fue saludada por los
jóvenes anarquistas de la época tanto como Reclus y Kropotkin, cuyo ideal
ético es el de Guyau. Mencionemos solamente Esquisse d’une morale sans
obligation ni sanction (París, 1885, 252 págs.) y L 'Irreligión de l´Avenir. Etude
sociologique (1887, XXVIII, 480 págs.). Citemos, además, los libros de Émile
Leverdays (1835 a 1890), sobre todo las Assemblées parlantes (1883) y de León
Metchnikoff; recordemos las simpatías expresadas a menudo por Madame
Sévérine, Steilen, Octave Mirbeau, Laurent Tailhade. De esos jóvenes autores,
unos han abandonado la Anarquía, que profesaron altamente un cierto
tiempo, como Paul Adam, Adolphe Retté y muchos otros; otros, aun cuando
atenuaron sus opiniones, quedaron en ella, como Bernard Lazare, Pierre
Quillard, Maximilien Luce (el pintor). Hubo muchas “jóvenes revistas”, de las
cuales una de las más bellas fue Lá Revue blanche (1891-1903), y hubo esa
hoja extraordinaria de combate libertario, L´Endehors (5 de mayo de 1891 - 19
de febrero de 1893), de Zó d´ Axa (Alphonse Galland, 1864-1930), de un brío
memorable, del que La Feuille (1897-1899) del mismo autor y su libro Le Grand
Trimard (1895) continúa todavía el reflejo.

La propaganda anarquista por libros, folletos, periódicos, murales, canciones,


dibujos, fue inagotable; de los cancioneros, mencionemos Paul Paillete
(Tablettes d´un Lázard) y Gabriel Randon (Jehan Rictus, Les Soliloques du
Pauvre, 1897). La comuna anarquista de Montreuil fue un primer esfuerzo de
reciprocidad voluntaria de servicios.

La crueldad de la legislación (las deportaciones a la Cayenne) y la ferocidad


particular de procuradores, jueces y policías, provocaron las represalias de
1892 a 1894, que tuvieron por consecuencia las persecuciones colectivas, las
leyes de excepción llamadas “lois scélérates” de 1893 y 1894. Así, en 1894, los
militantes fueron forzados, en gran número, al destierro, en Londres, y Elisée
Reclus también dejó entonces a Francia para siempre, estableciéndose en
Bruselas.

Durante ese período, el comunismo anarquista había sido mil veces discutido
en todos sus aspectos, sin que, yo creo, se le hiciese una crítica en Francia.
Había una voz mutualista, el folleto L´ Anarchie et la Révolution, por Jacques
Raux (Eugéne Rousseau, 1889), y hubo, en noviembre de 1893, la crítica de
Merlino, de la que hablaré más adelante. Se conoció también la opinión de
Tarrida del Mármol, que rechazó los calificativos económicos. En un sólo
órgano de corta vida en Bélgica, en 1890, La Réforme sociale, más tarde La
Questión sociale (Bruselas, Octave Berger), se defendió el anarquismo
individualista de matiz norteamericano.

Individualismo en los órganos franceses, quería decir antiorganizacionismo y


comunismo sin el deber, o el impulso moral, de reciprocidad.

Todo eso es un resumen rápido de unos capítulos de mis volúmenes históricos,


todavía inéditos, el primero de los cuales (el cuarto de la serie) se titulará La
primera floración de la anarquía: los años 1886-1894.
XII

EL ANARQUISMO COMUNISTA EN ITALIA: SU INTERPRETACION POR


MALATESTA Y POR MERLINO (1876-1932)

En Italia, el comunismo anarquista de 1876, fue poco discutido en los años de


persecución, que comienzan en la primavera de 1877. Covelli lo afirmó, así
como los acusados del proceso de Benevento, y hubo una discusión bastante
extensa en La Plebe, (Milano) en 1879, que conozco. Cafiero afirmó un
comunismo exuberante en el congreso jurasiano de 1880; v. también su serie
Révolution, en La Révolution sociale (París) en 1881. De Cafiero tenemos,
además, el artículo L’Action (Révolté, 25 de diciembre de 1880); de Malatesta,
el artículo en el segundo Bulletin del congreso de Londres (22 de junio de
1881) y la larga carta escrita por el grupo internacional íntimo, carta que he
resumido en Anarchisten und Sozial-revolutionáre, pgs. 228-230; la concepción
de Cafiero es distinta (v., pág. 231). Lo vemos todavía en el congreso de
Londres (págs. 202-223). Lo que escribió después, como en el Ilota, de Pistoia,
y el Risveglio, de Ancona, no me es conocido. II Popolo, de Florencia, no pudo
ser publicado; sólo La Questione sociale, que no puedo consultar ahora (22 de
diciembre de 1883, al 3 de agosto de 1884). Pero ha aparecido entonces Fra
Contadini y Programma e organizzazione della Associazione lnternazionale dei
Lavoratori, folleto de 64 págs., en 16.°, que contiene sus primeras expresiones
sobre el anarquismo comunista, que me son accesibles ahora. La carta de
1881, se ha traducido ahora en Studi sociali (Montevideo, 1934); también el
folleto contenido el progra de 1884, ha sido reproducido allí. Malatesta ha
debido sufrir años dolorosos, de 1879 a 1882, cuando vio a Andrea Costa y a
un número de otros antiguos camaradas desfallecer y cuando vio a Cafiero
ensombrecer de un modo gradual y al fin perder la razón irremediablemente.
Se repuso, y tomó la iniciativa de 1883-1884, cuyas consecuencias le hicieron
abandonar Europa por largo tiempo.
Errico Malatesta

Discute, en el Programma, de junio de 1884, el pro y el contra del


colectivismo, y declara el comunismo una solución más amplia y más
consecuente, la única que corresponde al desenvolvimiento completo del
principio de solidaridad, pero presupone un gran desarrollo moral de los
hombres, etc., pasaje ya mencionado más arriba, que concluye en el
comunismo allí donde es posible y en el colectivismo transitorio donde no hay
abundancia. Piensa que en los primeros tiempos después de la revolución,
bajo la influencia del entusiasmo y del ímpetu revolucionario, el colectivismo
no tendría malas consecuencias, pero sería preciso tratar de hacerlo
desarrollar pronto hacia el comunismo. También en Fra Contadini, primera
edición, septiembre de 1884, prevé que en algunas localidades habrá
comunismo, en otras colectivismo u otra cosa y, según la experiencia, se
aceptará poco a poco el mismo sistema. Malatesta comprende el comunismo,
según Luigi Fabbri escribió en 1925... “como una línea directriz de la conducta,
que se sigue voluntariamente, con todos los temperamentos y excepciones
que las condiciones y voluntad de los asociados mismos exijan y hagan
necesarios”…
En toda la obra de Malatesta hallamos esa comprensión, a la vez muy libertaria
y muy realista, de la diferenciación probable de los grados de comunismo, e
incluso de un colectivismo transitorio, según las situaciones reales, las
disposiciones de los individuos y la abundancia de los productos particulares.
Ese realismo y esa prudencia, distinguen a él y a Merlino de la mayor parte de
los anarquistas comunistas, que creían en la existencia de una abundancia (v.,
los folletos muy difundidos Los productos de la tierra, etc.) o en la rápida
producción, casi en la improvisación de esa abundancia (v. Cafiero, 1880); en
una palabra, en la toma del montón, por decir así ilimitada, y en la ausencia de
dificultades iniciales de una sociedad libre.

Francesco Saverio Merlino (1856-1930), conquistado para las ideas anarquistas


desde el invierno de 1876-77, traductor del libro inglés The Abolition of the
State (Londres, 1873), del Dr. S. Englánder, extracto de un libro alemán de
1864 sobre los esfuerzos proudhonianos y otros de 1848-51 —ese autor habla
también de Bellegarrigue— L´Abolizione dello Stato (Milán, 1879, 176 págs.).
Merlino, refugiado como Malatesta después del proceso de Roma, 1883-1885,
fue entonces durante la ausencia de Malatesta en la Argentina el camarada
italiano más en vista en la discusión de las ideas. Ha expuesto sus
concepciones muy claramente, sobre todo en Profili d’un posible organamento
socialistico, las págs. 1982-212 de su libro ¿Socialismo o monopolismo?
(Nápoles, Londres, 1887, 288 págs) y De l´Anarchia o donde veniamo e dove
andiamo (Florencia, 1887, 16 págs.).

En este último escrito rechaza el colectivismo como norma de la distribución


de los productos, pero niega que las condiciones del comunismo, la
abundancia, existan, hasta que un sistema económico racional produzca
pronto una variedad suficiente de artículos útiles y la abundancia de algunos
de ellos. A pesar de todo, acepta el comunismo desde el punto de vista de la
solidaridad que, espontánea como su esencia exige, tendrá la forma del pacto
social de la ordenación del trabajo por pactos libres. Los pactos, diferentes
según la localidad y el desarrollo del socialismo, tendrán por base la libertad
del individuo, del trabajo, de la asociación, del empleo directo de los
instrumentos de trabajo y la equivalencia del trabajo hecho. No puedo entrar
en el detalle de las proposiciones de Merlino, que quisiera poder reproducir
para exponer, sobre todo, su verdadero espíritu. Me parece corresponder más
a lo que hoy se comprende en España por municipio libre, la comprensión que
la primera organización de la vida social libre exige una reciprocidad de buena
voluntad, arreglos mutuos en el buen espíritu de la solidaridad y que todo eso
implica trabajo y procurará la seguridad, la certidumbre de la ausencia de
miseria, mientras que la falta de privaciones, el disfrute, la toma del montón
general no existirán de inmediato: existen hoy, para los ricos, y al precio de las
privaciones de cien pobres por un rico; los cien pobres habrán, pues, de
centuplicar su esfuerzo si quieren producir un disfrute semejante para ellos
mismos, lo que es absurdo.

Merlino dice el fondo de su pensamiento por las palabras: somos anarquistas;


pero la Anarquía no es la amorfía, sino la asociación de libres y de iguales. Para
él, la apropiación (gustaba de llamar así a la expropiación), los pactos libres y la
federación más o menos extensa, según las condiciones son la serie de los
actos de la revolución... “El comunismo, el colectivismo, otros sistemas aún
serán ensayados, tal vez combinados”, y, durante esos ensayos, los hombres
se habituarán a cooperar en solidaridad. Las dificultades serán muy grandes,
no habrá transformación de la noche a la mañana, sino ensayos, mejoras,
incluso conflictos antes del acuerdo. Esto es tomado de Necessité et Bases d'
une Entente, el folleto de la primavera de 1892.

Habría sido inútil precisar todo eso, si esa concepción que Merlino llama
amorfía no hubiese sido muy fuerte en el mundo anarquista italiano y francés,
y también entre los primeros anarquistas comunistas españoles, que
preconizaban lo que Mella llamó un “comunismo extravagante”. Esta
concepción tenía por resguardo los escritos de Kropotkin, que, personalmente,
sentía todo lo contrario, es decir, que, por comunismo, comprendió la
generosidad, dar más de lo que se toma, no un disfrute y un reposo casi sin fin,
como si los vencedores proletarios presentes descansasen indefinidamente en
recompensa por el deslomamiento de las generaciones pasadas. Merlino, al
fin, discutió la obra de Kropotkin mismo, y entre los anarquistas comunistas
destacados, fue él, creo, el primero en hacerlo. L ’individualisme dans
l´anarchisme (La Société nouvelle, Bruselas, nov. de 1893, págs. 567-86), critica
tanto las ideas de Tucker como las de Kropotkin en La conquista del pan. En
una palabra, como escribió en La Révolte del 30 de diciembre, no cree que,
después de la revolución, la producción pueda ser organizada según el “haz lo
que quieras” ni el consumo según “toma del montón”; se tendrá necesidad de
un plan, de pactos libres que obligan, de arreglos permanentes basados sobre
la equidad. Kropotkin rehusó una discusión directa, pero quería ocuparse de
eso en el curso de respuestas a una serie de contradictores. Pero el arresto de
Merlino (enero de 1894) y la suspensión de La Révolte (marzo), han cortado
ese debate.

Durante o después de sus años de prisión, Merlino ha atenuado sus opiniones


considerablemente, lo que expresan el libro Pro e contro il Socialismo (Milán
1897, 1, 387 págs.) y otros escritos. Consideraba sin salida la Anarquía amorfa,
y trataba de asociar a su anarquía reflexiva las formas menos estatistas del
socialismo autoritario; dice: “el amorfismo o el atomismo no es el porvenir de
la humanidad” (Formes et essence du socialisme, París, 1898, págs. 157). Se
separa netamente de Malatesta, el representante de la anarquía socialista, de
Kropotkin y Grave, los de la anarquía comunista. No ignora las ideas de Hertzka
(Freiland), criticándolas también, y establece un “sistema unionista”, algunas
ideas generales (págs. 1835). Edward Carpenter me parece asumir una
posición semejante a la suya.

No basta rechazar a Merlino como apóstata. Su caso me parece mostrar en


qué grado la intolerancia y el doctrinarismo, también los procedimientos
personales, de los exuberantes de la amorfía han hecho aparecer sin salía la
causa anarquista dominada por ellos hasta 1894, al menos. Merlino, prisionero
en 1894-96 (mayo) no había podido asistir a las discusiones serías entre
Pouget y Malatesta, Kropotkin y otros en 1894, que determinaron entonces el
acercamiento hacia el sindicalismo, y no había podido ver cómo, a partir de
1895 aproximadamente, también los bellos tiempos del “amorfismo” habían
pasado ya. Salir del aislamiento fue objetivo y al mismo tiempo el objetivo de
los otros. Creía poder articular un centro relativamente libertario compuesto
por anarquistas reflexivos y por los socialistas menos autoritarios; los otros
creían poder inspirar a los trabajadores de matices socialistas muy diversos,
reunidos en los Sindicatos, el espíritu libertario: fue en el fondo íntimo una
esperanza bastante parecida, una obra que podía ser útil y que dio a Merlino
decepciones entre los socialistas tanto como a los creyentes y entusiastas del
sindicalismo (¡lo que había entonces!). Malatesta, que había conservado su
sangre fría, vio a Merlino volver maltrecho, y vio a los fascinados por el
sindicalismo o bien absorbidos por él (y no al revés) sentirse muy
desilusionados cuando el sindicalismo autosuficiente no quería saber de ellos.
Vio también la decadencia de la amorfía y del atomismo, pero lo que no vio
fue que se había comenzado a prestar más atención a los problemas y a las
dificultades de una reconstrucción. Allí se creía poder apoyarse en los trabajos
de Kropotkin, y la rutina que se estableció fue probablemente más fatal
todavía que las extravagancias anteriores que, en parte al menos, fueron
exuberancia y testimoniaban fuerza; la rutina es siempre debilidad.

***

De regreso de la Argentina, Malatesta hizo aparecer el Apello (Niza,


septiembre de 1889, 4 páginas en 4.°; en texto español, Circular, 2 páginas en
4.°), una declaración de principios seguida muy pronto del Programma
elaborado, que publicó su nuevo periódico L ’Asociazione (Niza; más tarde en
Londres). Su propósito era una renovación de la Internacional como “Partido
internacional socialista anárquico”... “con un programa general, el cual, sin
perjudicar las ideas de cada uno y sin estorbar el camino a las nuevas que
puedan producirse, nos reúna a todos bajo una sola bandera, dando unidad de
acción a nuestra conducta hoy y durante la revolución”...

De estos dos escritos que resumen los principios y los medios de acción con
una precisión y una amplitud que se encuentra raramente, destaco
observaciones como éstas: (después de haber establecido los principios
fundamentales)... “Fuera de estos extremos, no tendremos razón de dividimos
en pequeñas escuelas por el furor de determinar con exceso los particulares,
variables según el lugar y el tiempo, de la sociedad futura, de la que estamos
lejos de prever todos los resortes y posibles combinaciones. No habrá motivo,
por ejemplo, de dividimos por cuestiones como las siguientes: si la producción
alcanzará su más o menos vasta escala; si la agricultura se hermanará en todas
partes con la industria; si, por exceso, y a grandes distancias, podrán
cambiarse los productos bajo la base de reciprocidad; si todas las cosas serán
disfrutadas en común o según norma; o si el uso de alguna de ellas será más o
menos particular. En fin los modos y particularidades de las asociaciones y de
los pactos, de la organización del trabajo y de la vida social, ni serán uniformes
ni pueden ser desde hoy previstas ni determinadas.

“No se pueden prever, sino muy vagamente, las transformaciones de las


industrias, de las costumbres, de los mecanismos de producción del aspecto
físico de las ciudades y de los campos, de las necesidades, de las ocupaciones,
de los sentimientos del hombre y de las relaciones y vínculos sociales. Por lo
menos no es lícito dividimos por puras hipótesis. La cuestión entre el
colectivismo anárquico y el comunismo anárquico es cuestión también de
modalidad y de pacto.

“Cierto es que la ‘remuneración, según la obra ejecutada’, pregonada por los


colectivistas, puede conducimos a la acumulación desigual de los productos, y
determinar (cuando el proceso de esta acumulación fuera excesivo) la vuelta a
la usura; a menos que la acumulación y la usura no fuesen imposibilitadas por
prohibiciones y fiscalizaciones, las cuales no podrán menos de ser despóticas y
odiosas. Por otra parte, la ‘toma a voluntad’ de las cosas abundantes y
aprovisionamiento de otras, pueden dar lugar también a arbitrariedades e
imposiciones humillantes. Así, pues, el sistema comunista no está exento
enteramente de inconvenientes.

“Pero los inconvenientes de estos dos sistemas desaparecen; las imposiciones,


la acumulación y la usura se hacen imposibles e infructuosas por el sólo hecho
de que todos los hombres hallarán en la sociedad los medios para producir y
vivir en libertad; que las ventajas de la producción en común serán
manifiestas, y que una nueva conciencia moral se formará, por la cual el salario
repugnará a los hombres, como repugnan hoy la esclavitud legal y la
inquisición. Así es que, sean cualesquiera que sean las particularidades, el
fondo de la organización de la sociedad será comunista. Contentémonos con el
comunismo moral y fundamental que, bien mirado, vale más que el material y
formal. Y lejos de sujetamos a fórmulas frecuentemente sibilíticas, casi
siempre ambiguas y de aplicación incierta, preferimos atenernos a los
principios fundamentales, esforzándonos por inculcarlos en las masas, a fin de
que éstas también, cuando sea llegada la hora, no riñan por una frase o por un
adminículo, sino que sepan imprimir en la sociedad, que saldrá de la
revolución, una dirección conforme con los principios de justicia, igualdad y
libertad”...

(En el Programma dice)... “somos decididamente comunistas... Pero, en todo


esto es preciso distinguir lo que ha sido científicamente demostrado, de lo que
se halla todavía en estado de hipótesis o de previsión; se tiene que distinguir lo
que debe hacerse revolucionariamente en seguida y mediante la fuerza de lo
que será consecuencia de la evolución futura y que debe dejarse a la libre
voluntad de todos, armonizada espontánea y gradualmente.

“Hay anarquistas que preven y preconizan otras soluciones, otras formas


futuras de organización social; sin embargo, ellos quieren, como nosotros,
destruir el poder político y la propiedad individual; quieren, como nosotros,
que la organización de las funciones sociales se haga espontáneamente, sin
delegación de poder y sin gobiernos; como nosotros, quieren combatir a todo
trance y sin tregua hasta la completa victoria; ellos son compañeros y
hermanos nuestros. Apartemos, pues, todo exclusivismo de escuela;
entendámonos más bien sobre el camino y sobre los medios, y adelante”...

Leyendo estas observaciones con atención se ve que Malatesta estuvo muy al


corriente de la situación; destaca sobriamente ciertas creencias llamándolas
con su propio nombre hipótesis, y repudia los exclusivismos. Viendo el fracaso
de los congresos socialistas de 1889 (julio) dice:... “El último congreso
socialista obrero de París, ha indicado su decadencia (la del partido socialista
autoritario) y casi su desaparición.” “Nosotros debemos ser nuevamente
socialistas, ha dicho justamente; y la misión de realzar la bandera del
socialismo deben cumplirla los anarquistas, los cuales, consecuentes con sus
principios, son y serán hasta el fin, antiparlamentarios y revolucionarios”...
Pero en el mismo mes de septiembre de 1889 en que apareció el Apello
tuvieron lugar las dos conferencias anarquistas internacionales en París, donde
se discutió sobre muchas cosas, pero considerablemente también del
edificante problema del “robo entre camaradas”, que había fascinado
entonces a algunos. No hay más que leer los informes publicados y el artículo
del Productor del 2 de octubre de 1889, basado sobre las impresiones de
Tarrida del Mármol, que estuvo presente. Por lo demás, también estaba
presente yo y sé cómo se estuvo a mil leguas del deseo de Malatesta de dejar
en paz las diferencias y de buscar un terreno de acción común. Sólo El
Productor de Barcelona reconoció el valor de su iniciativa; para los demás un
llamado a organizarse fue como un llamado a convertirse en esclavos.

En Italia, Malatesta trató de reunir un partido de acción, los anarquistas y los


socialistas revolucionarios, los que, aún votando por Cipriani y Costa, en la
Romagna, se creían revolucionarios. El congreso de Capolago corresponde a
ese esfuerzo: v. Manifestó ai socialisti ed al popolo d´Italia e programma del
Partido socialista rivoluzionario anarchico italiano. Risoluzioni del Congreso
socialista italiano di Capolago, 5 gennaio 1891 (Forli, 2 de marzo de 1891, 16
páginas in-16.°). El primero de mayo ese esfuerzo fue frustrado. Su viaje a Italia
central en el invierno de 1893-94, sus esfuerzos de 1895 —uno de los cuales, el
internacional, ha dejado el proyecto impreso Federazione internazionale fra
socialisti-anarchici-rivoluzionari (febrero 1895; 2 páginas in-4.°; Londres)—, su
llamado a: todos en 1899 Contro la Monarchia. Apello a tutti gli uomini di
progresso (agosto de 1899; 15 págs. en 16°; sin nombre de autor), y quizás
otros esfuerzos; todo eso corresponde a su plan de reunir las fuerzas
militantes antimonárquicas de Italia para derribar primero la Monarquía,
después de lo cual cada uno seguiría su propio camino. Internacionalmente
quería asociar las fuerzas anarquistas de todos los matices, pero ha debido
convencerse en la “internacional anarquista”, que el congreso celebrado en
Ámsterdam, en 1907 (agosto, 24-31) había fundado, que los grupos
anarquistas de entonces, hasta 1914, no se atenían a ninguna actividad en
común y han dejado languidecer esa Internacional, que no ha sido reanimada
después.

Sólo él, con algunos camaradas locales, ha sabido reanimar siempre los grupos,
entusiasmar al pueblo, hacer un bello periódico; en 1883-84, La Questione
sociale, de Florencia; en 1885 el periódico del mismo nombre en Buenos Aires;
en 1889-90 la Associazione de Niza y Londres; la serie de folletos de 1890-91
(Londres) y otra comenzada en 1892; la gran jira propaganda en España, en el
invierno de 1891-92; la Agitazione, de Ancona, en 1897-98; casi un año de La
Questione sociale, de Paterson, New Jersey, 1899-1900; algunas pequeñas
publicaciones en Londres, Pensiero e Volontá, de Ancona, 1913-14 y la Semana
roja de Romagna; Umanitá Nova, de 1920 a 1922 en Milán y Roma; la revista
Pensiero e Volontá, de enero de 1924 a octubre de 1926, en Roma. Ahí y en
muchos artículos de otras publicaciones se encuentra su pensamiento en
detalle, teórico y aplicado a las mil cuestiones del día. Hasta su última línea, en
1932, se observará esa concepción reflexiva, realista del anarquismo que le fue
propia como antes a Merlino.

La inmensa mayoría de los camaradas ha preferido la otra, la que se llamaba


optimista, que raya en una inconsciencia pasiva, en una fe en la
espontaneidad, en que todo marchará por sí solo, casi automáticamente, en la
amorfía apasionada, querida, en el deseo de no vivir más que sobre la más alta
cima siempre que estuviera en aislamiento absoluto, y de despreciar como
retrógrada toda veleidad solidaria. Sea la rutina, sea la exuberancia han
triunfado sobre la voluntad consciente que fue la esencia del ser de Malatesta.
No podía darse cuenta, como nadie, de lo que es la voluntad, pero sabía que
existe, y entonces hay que aplicarla, y la razón, que sabemos manejar,
igualmente. Ellas nos conducen, sin autoritarismo, a dar a la anarquía esa
forma de expresión bien hecha, bien razonada, bien proporcionada, que es
propia de todo trabajo bien hecho. La anarquía es la vida misma, que entre
hombres es la convivencia, el máximo de los beneficios de la autonomía y de la
solidaridad con el mínimo de fricción y de fuerza perdida. Es la marcha de los
astros, como término medio, y no necesariamente el juego inacabable, en
apariencia, de los cometas y de los meteoros. Los sistemas de los mundos
celestes se componen más bien de astros, y los bólidos son excepción; si eso
basta para ellos, también la pequeña sociedad humana, sobre la corteza de la
pequeña “tierra”, haría mejor en contentarse por el momento con una
convivencia lo más armoniosa posible, que con una vida amorfa, atomizada
semejante a las carreras erráticas de los bólidos, chispas efímeras.

Por grandes que fueron y sean la actividad y la abnegación de los otros


camaradas italianos, en este relato no los discuto, pues no presenta más que
reproducciones y combinaciones de las dos corrientes ya descritas: Kropotkin
o Malatesta —y algunas veces influencias stirnerianas y otras sobre el fondo
de sus propias individualidades y caracteres. Cafiero, Covelli, Fanelli, Friscia,
Convertí, Giovanni Rossit Sergio di Cosmof Paolo Schicchi, Roberto d'Angió,
Ciancabilla, Fabbri, Pietro Gori, Luigi Galleam, Bertonit Edoardo Milano, Ettore
y Luigi Molinari, Samaja, Vezzani, Damiani Borghi, son algunos de esos
hombres destacados y no olvido a los que han escrito poco o nada y han
obrado y se han sacrificado. Se encuentra razonamiento crítico tal vez más que
en ninguno en Gigi Damiani, pero todos me parecen diferenciarse de
Malatesta en esto, que no tuvieron absolutamente la fe que él tenía en la
posibilidad de una revolución social italiana. Tal vez bajo la influencia de los
cambios de 1860 a 1870, que había visto, y la de Bakunin, y la de su propio ser,
tenía esa confianza directa y la voluntad de reunir los elementos que
entablarían esa lucha. Los otros, que habían visto al Estado reforzándose
desde 1870, no tenían esa fe y no cooperaban más que a medias o no querían
cooperar con él. Así, que se le respetase o se le combatiese —y se creía
derribar un tirano, al combatirle— no se secundaba su esfuerzo continuo.
Internacionalmente se siguió a la figura más brillante de Kropotkin. ¡Ojalá
después de su muerte se llegue a comprender al fin mejor a Malatesta!
XIII

EL ANARQUISMO COLECTIVISTA EN ESPAÑA; EL ANARQUISMO SIN


ADJETIVOS; EL COMUNISMO LIBERTARIO.
OJEADA SOBRE LOS AÑOS 1870-1931

La Federación española de la Internacional, de junio de 1870, cuya historia


hasta la primavera de 1874 nos es conocida por numerosos documentos,
impresos y periódicos, después de un desarrollo lento en 1870-71, la situación
amenazante en 1871 que causó el traslado temporal de su Consejo federal a
Lisboa, su avivación en la conferencia de Valencia, y el repudio de la tentativa
de política marxista introducida por Paul Lafargue, tomó un desenvolvimiento
progresivo en secciones y miembros desde 1872 a 1873. Los militantes se
entendían en La Haya, en Zurich y en Saint-lmier con Bakunin, los italianos y
los jurasianos (septiembre de 1872) y su secretario de la Comisión federal,
Francisco Tomás, un joven albañil de Palma (Mallorca) se interesaba
cordialmente por la suerte de la Asociación. Su finalidad consistía en hacerla
crecer en secciones y en miembros ante todo y en la primavera de 1873
pensaba que, si ese progreso continuaba como de 1872 a 1873, en dos años se
estaría en condiciones de una verdadera acción. Desde este punto de vista, no
quería que huelgas numerosas gastaran las fuerzas y tuvieran quizás por
consecuencia desilusiones y desorganizaciones locales. De igual modo,
deseaba que la Internacional quedase fuera de las luchas agudas que el
federalismo acentuado, el cantonalismo, desencadenó hacia el verano de
1873. Pero eso no fue posible para un número de localidades y al mismo
tiempo movimientos sociales locales, especialmente en Alcoy, donde estaba la
Comisión federal, y en Sanlúcar de Barrameda, a donde había ido Morago,
arrastraban a los internacionales y tuvieron por consecuencia persecuciones y
arrestos numerosos. Cuando 74 trabajadores presos describieron los malos
tratos que sufrieron (carta del 29 de octubre de 1873), la circular de la
Comisión federal del 10 de noviembre (núm. 34; impresa, 2 págs. in-4°), escrita
por Tomás, fue la primera declaración activamente revolucionaria de la
Federación, porque se habló allí del terror de represalias, recordando los
Sheffield outrages, los actos de terror industrial por los tradeunionistas en
Sheffield.

La Internacional fue declarada disuelta por el gobierno mediante un decreto


aparecido el 11 de enero de 1874; la circular número 38, reservada (Madrid,
12 de enero de 1874; litografiada, 2 págs. in-4.°) da entonces consejos sobre la
continuación clandestina de la organización, cuyos periódicos desaparecen o
se vuelven anodinos. En marzo se hizo circular ampliamente en el país —
conocemos los detalles sobre 11.720 ejemplares— el Manifiesto de la
Comisión federal a todos los trabajadores de la Región española (infolio, gr. de
5 columnas, 2 págs.), en el cual el proyecto de Bakunin sobre la organización
de los Hermanos internacionales es libremente insertado en partes. Había un
órgano clandestino, Las represalias, y un Manifiesto del congreso regional, el
último, celebrado en Madrid, en junio de 1874, en 12 mil ejemplares,
prometiendo también represalias. Sobrevino entonces una dislocación de la
organización por las persecuciones, pero la Alianza volvió a tomar los hilos y
desde 1875 las conferencias comarcales celebradas todos los veranos
reemplazaron a los congresos; la Comisión federal residía desde esa época en
Barcelona. Eso pudo producir un desarrollo un poco diferenciado en Madrid.
Allí aparecieron en febrero de 1875, después de la restauración monárquica,
algunas hojas clandestinas A los obreros, que expresaron la voluntad de no
tratar con indiferencia absoluta un cambio político como hasta aquí, y de
quitar todo el poder posible a un nuevo régimen. No conozco ninguno de los
62 números de El Orden, el periódico clandestino (1875-78), que se decía “hoja
socialista de propaganda y de acción revolucionaria”, en el cual tomaron parte
Morago y Juan Serrano y Oteiza.

De Francisco Tomás, el secretario, son probablemente las Medidas prácticas


que han de tomarse después de destruido el estado actual de 1876, que
corresponden ampliamente al documento de Bakunin ya mencionado. En 1877
parecía inminente un movimiento republicano y la Internacional habría
tomado parte, pero tal vez por esa razón el movimiento no estalló y los
republicanos quedan desde entonces en el terreno parlamentario. La
Internacional desde 1878 está frente al problema agrario en Andalucía, donde
en 1878 y 1879 hubo incendios en los campos y el nombre de La Mano Negra
fue puesto ya, según parece, en circulación, al menos por un juez que habría
mostrado a un preso un escrito con el título “La Mano negra” (no puedo
verificar la cita en este momento). Una hoja clandestina firmada por la
Comisión federal, en mayo de 1879, es titulada A los trabajadores del campo
de Andalucía, en particular y a los obreros en general (2 págs. in-4.°). En las
conferencias comarcales de 1879 fue aceptado el Programa de realización
práctica inmediata en 17 artículos, que es la suma de las medidas
revolucionarias durante y después de la revolución (1 pág. en 4.°); hubo una
edición revisada por las conferencias de 1880, fechada en España, 8 de abril de
1881; (1 pág. in-4.°). Ese proyecto se parece al programa del periódico
clandestino El municipio libre (Barcelona, no v. de 1879, a mayo de 1880) y los
dos me parecen proceder de J. G. Viñas, que redactó hasta fines de 1880 el
periódico público Revista Social, necesariamente anodino, pero que toma un
poco de color cuando se acercó la caída del ministerio conservador de Cánovas
del Castillo (febrero de 1881).

Por esas publicaciones y algunos folletos, sobre todo las traducciones de


escritos de James Guillaume, se puede uno dar cuenta de las ideas de la
organización, que fueron un anarquismo colectivista rígido, el cual impondría
una revolución que procedería por medidas que se pueden describir como
muy precisas y severas. Francisco Tomás y el doctor Viñas, por antagónicos
que se hayan vuelto personalmente en el curso de esos años, me parecen
semejarse en rigorismo. Hubo al fin graves disidencias sobre el retomo de la
Internacional a la vida pública abandonando su nombre y denominándose
Federación de Trabajadores de la Región Española. Viñas y otros habrían
querido continuar la clandestinidad revolucionaria. Farga Pellicer, Llunas y
otros en Barcelona y Serrano y Oteiza en Madrid han debido apoyar sobre
toda la fundación de la organización pública. Viñas se retiró, pero los gérmenes
de descontento sobre el abandono de la organización clandestina parecen
haber entrado en la Federación Regional desde sus comienzos y el problema
andaluz se incubaba en ella como otro factor de disensión.

***
Una asamblea pública, el 20 de marzo de 1881, la fundación de la Revista
Social de Madrid (11 de junio), el Congreso de la Unión de constructores de
edificios (de 1877) hacia fines de junio, la convocatoria del Congreso obrero
regional (10 de julio), escrita por Farga Pellicer, el proyecto de los Estatutos de
la Federación de Trabajadores de la Región Española en la Revista social del 18
de agosto, los artículos explicativos de ese periódico; Autonomía, Pacto y
Federación, Municipio del porvenir, Nuestra política (la “política demoledora”),
Nuestra actitud, Nuestra línea de conducta, Política demoledora, Sus
consecuencias y La revolución (del 11 de junio al 23 de febrero de 1882)
marcan el espíritu con el cual fue preparado el Congreso obrero del 23, 24 y 25
de septiembre, un congreso de 140 delegados de 162 asociaciones, cuyo
informe fue impreso en cuatro ediciones de un total de 28.500 ejemplares.
Mencionemos aún su Manifiesto a los trabajadores de la región española, del
24 de septiembre.

Los constructores de edificios se pronuncian al fin de junio por:... “Municipio


libre y autónomo compuesto de todas las secciones de productores de cada
localidad, que, dueños de la tierra, capital e instrumentos de trabajo, se
administrarán de la manera que juzguen más conveniente para sus intereses y
para que cada uno reciba el producto íntegro de su trabajo; Federación de los
Municipios de cada comarca para todos los intereses y servicios regionales;
Pacto o alianza fraternal entre todas las regiones para todos los intereses y
servicios generales, y para que sea un hecho la fraternidad humana y la
práctica de la justicia sobre la tierra”...

El congreso se pronuncia, pues, “en pro de la reunión de un Congreso Regional


compuesto de delegados de todas las secciones simpáticas a las ideas
colectivistas y de libre federación de Municipios libres”...

En el Manifiesto del 24 de septiembre se dice:... “por lo que dejamos


expuesto, claramente se desprende que el Congreso obrero se declara
colectivista con respecto a la propiedad, anárquico o autonomista en la
manera de entender la organización social”... La palabra autonomía es
empleada entonces y por uno o dos años a menudo como sinónimo de
anarquía. Serrano y Oteiza en Nuestro Programa del primer número de la
Revista Social (11 de junio), dice, sin emplear la palabra anarquía:...
“Queremos la autonomía del individuo, la del grupo o sección de oficio que los
individuos puedan constituir, y la del municipio. Como medio de realizar los
fines autonómicos consiguientes, queremos facultad legislativa en el individuo,
en el grupo o sección, en el municipio mismo, para dar solución a todas las
cuestiones que les fueran propias, y muy especialmente en el orden
económico, salvo siempre los derechos individuales que nosotros
denominaríamos primordiales y esenciales, y que tienen su base en la igualdad
de medios económicos, así de las personas humanas como sociales. En este
sentido somos autonomistas en la más extensa acepción que pueda darse a
esta frase... La organización armónica de todas las autonomías está en el
pacto, que, si bien es medio de realizar aquélla, por el hecho de serlo, es
esencial... debiendo constar que en ciencia sociológica profesamos las ideas
más opuestas al comunismo, fourierismo y cooperismo (permítasenos la
palabra); somos, pues, colectivistas”...

El 10 de enero de 1882 en Nuestra política, Serrano, dice:... “Los medios


materiales de regirse esta sociedad (la sociedad del porvenir, la Armonía
Universal) son: la autonomía, el pacto y la federación, asentados en la
Propiedad colectiva, que es el principio justo de la propiedad. Esta es la
sociedad donde el orden es permanente. Esta es -y no las simplezas que por
ahí se propalan-, la aborrecida anarquía”...

Juan Serrano y Oteiza (1837-1886) de Madrid, antes republicano militante y un


internacionalista de la primera hora, jurista y literato, se formó con las ideas
de Proudhon y se muestra el militante menos alcanzado de esos años por las
ideas que procedían de Bakunin. Sus escritos muy precisos en pensamiento,
parecen fríos y desprovistos de sentimiento. Ricardo Mella, que escribió desde
1880 en las publicaciones libertarias, yerno de Serrano, parece haberse
formado con él, al menos a juzgar por sus escritos de la década de años
siguientes.

En Barcelona el anarquismo de esos años fue más inspirado por ideas de


asociación, bakuninistas, y por el sentimiento revolucionario general. Tenía un
foco seguro en la gran imprenta “La Academia”, regenteada por Farga Pellicer
y gracias a las cualidades de éste en su arte, a la elección de sus colaboradores,
y a la actitud recta del republicano federal Evaristo Ullastres, el dueño, se pudo
producir en ese ambiente un número importante de buenas publicaciones
anarquistas, como el gran libro Garibaldi. Historia liberal del siglo XIX (1882-
1883; 2.336 páginas), La Tramontana, Acracia, la Asociación de la Sociedad de
obreros tipógrafos de Barcelona, etc. Si la Comisión federal, cuyos
componentes a menudo son inhallables en la documentación que me ha sido
accesible, se compuso en 1882-83 de Francisco Tomás (secretario), Antonio
Pellicer Paraire, José Llunas, Eudaldo Canibell y un quinto, tres eran de la
“imprenta La Academia” y Farga Pellicer —que no me atrevo a considerar el
quinto, pues sería una suposición sin prueba posible para mí— estaba en todo
caso constantemente a su lado.

José Llunas Pujols, de Reus, muerto en 1905, antiguo militante de la


Internacional, fue entonces, sobre todo en 1882-83, muy conocido como
exponente de los principios de la Federación Regional, y sus escritos son la
elaboración más consecuente de la tesis de 1869-70, que considera la
organización presente como permutable con la sociedad del porvenir. Se leerá
de él: ¿Qué es la anarquía? y Colectivismo, ensayos de 1882; Organización y
aspiraciones de la Federación de Trabajadores de la Región Española, del 30 de
diciembre de 1883; en el Primer Certamen socialista, 1885 (Reus, Centro de
Amigos, impreso en Barcelona, LXII, 576 páginas). Combate más estrictamente
el comunismo y su discurso del congreso de Sevilla (1882) contra el
comunismo puede ser reemplazado en su argumentación por el ensayo sobre
el colectivismo (en el Almanaque para 1883, Madrid 1882, vol. de la Biblioteca
del Proletario, impreso en 40.000 ejemplares; 224 páginas en 16.°).

Llunas reconocía la delegación y una jerarquía por delegación sucesiva es para


él una organización perfectamente anárquica. Una elección para un objeto
determinado no implica una abdicación... “Como que una colectividad en
pleno no puede escribir una carta, ni echar una suma, ni hacer infinidad de
trabajos sólo realizables por el individuo, resulta que al delegar a quien se
tenga por conveniente para realizar aquellos actos, para lo cual de antemano
le señala una línea de conducta, no tan sólo no abdica su libertad sino que
cumple el deber más sagrado de la anarquía, que es organizar la
administración. Supongamos que una corporación obrera se organiza sin junta
directiva y sin ningún cargo jerárquico; que se constituye en asamblea general
una o más veces por semana, y que en ella se determina todo lo conveniente a
su marcha; que para recaudación de cuotas, custodia de fondos, contabilidad,
archivo, correspondencia, etc., elige recaudadores, tesorero, contador,
archivero, secretario, etc., se nombra una comisión con atribuciones
exclusivamente administrativas, a la cual se ha señalado su línea de conducta o
le ha dado un Mandato imperativo; la organización de esta colectividad sería
perfectamente anárquica”. Y pasa a considerar “el municipio libre del porvenir
organizado anárquicamente”. En este caso “la unidad de organización sería
siempre la sección de oficio de cada localidad” (es decir, el sindicato único de
cada oficio que exista en una localidad —uno solo, nunca varios)... “Para
organizar, pues, el municipio anárquico, cada unidad (Sección de oficio)
delegaría uno o más individuos con atribuciones puramente administrativas o
con mandato imperativo, para que se constituyese en municipio o comisión
administrativa local. Estos individuos, renovables o revocables en todo tiempo
por el sufragio permanente de sus poderdantes, no podrían nunca erigirse en
dictadores”... “Según sus condiciones geográficas y topográficas y sus
circunstancias etnológicas, o sea sus usos y costumbres, afinidades de idioma y
de clima, posición geográfica y número de población, podrían hacerse, tanto
las Federaciones de oficios como las Federaciones de municipios, de más o
menos extensión territorial”... “Todas las comisiones o delegaciones que se
nombren en una sociedad anárquica, deben ser en todo tiempo renovables y
revocables por el sufragio permanente de la sección o secciones que la
eligieron, para de este modo hacer imposible que nadie pueda abrogarse el
más pequeño destello de autoridad”...

Llunas ha explicado más tarde esas mismas ideas en sus Questions socials,
diecinueve artículos en catalán en La Tramontana, del 25 de junio de 1890 al
10 de abril de 1891 (en volumen, 128 págs.; abril de 1891). En Los partits
socialistas espanyols (del 9 de octubre al 27 de noviembre de 1891; en folleto
castellano, 1892, 15 págs. en gr. 8.°) propuso, después de una crítica de los
matices socialistas y anarquistas presentes, que, al lado del movimiento
anarquista, se constituyese un partido extra-anarquista, compuesto de
socialistas autoritarios de buena voluntad y de espíritu común que combatiría
y extirparía los obstáculos del progreso social por medios autoritarios,
desinteresados, sin propósito de fundar la propia dominación. Esta sugestión
no ha tenido consecuencia y es del género de los esfuerzos de Merlino en 1897
y tiene por origen el sentimiento que esos numerosos socialistas que hoy no se
dedican más que a hacer a sus jefes diputados y ministros o para hacerlos sus
amos directos de vida y de muerte como bolchevismo, puedan ser llevados
todavía a una función más útil que la presente en que transcurre su vida casi
en pura pérdida. Llunas fue algunos años más tarde todavía un adversario
declarado de los actos aislados por la dinamita que implicaban tan grandes
persecuciones. La Tramontana satírica, en catalán, fue redactada y en gran
parte escrita por él con verbo e intrepidez.

La Revista social, de Madrid, que apareció hasta mayo de 1884 al menos, y


como hoja disidente de las decisiones del congreso de Barcelona (septiembre
de 1884) todavía del 26 de diciembre de 1884 al 8 de octubre de 1885 en Sans
(Barcelona), la Crónica de los Trabajadores de la Región Española, fundada
después del congreso de Sevilla (1882), los ensayos diversos del Primer
Certamen de Reus, 1885 y las indicaciones sobre la extensión de la
organización en su más bella floración, que da el informe del congreso de
Sevilla (septiembre de 1882), dicen bastante sobre esos años de la Federación
Regional, cuya vida fue, sin embargo, minada y amenazada al mismo tiempo
por corrientes disgregadoras.

***

La gran organización, nominalmente 663 secciones con 57.934 miembros en


septiembre de 1882, una treintena de miles en todo caso, no podía vivir largo
tiempo sin incidentes, sin diferenciaciones, sólo para ser algún día la más
fuerte y formar el cuadro y el germen de la sociedad del porvenir. Hubo los
descontentos de ese quietismo y fueron pronto determinados por la situación
agraria en Andalucía, donde la miseria hacía estragos, y donde las secciones no
podían abstenerse o inducir a todos sus miembros a abstenerse sin pender
prestigio. Las disidencias comienzan en Arcos de la Frontera, combatidas por la
Comisión federal y el Congreso de Sevilla, llegaron a un pequeño congreso
secreto celebrado en enero de 1883, en Sevilla, y a la constitución de una
sociedad Los Desheredados. Organización revolucionaria anarquista, que
parece haber existido hasta 1886, sobre todo en Andalucía; en la época de su
congreso de diciembre de 1884, en Cádiz, fue colectivista y su
revolucionarismo de acción terrorista no tenía nada de específicamente
libertario. Hubo en la segunda mitad de 1882 rebeliones del hambre, actos de
terror agrario y actos de violencia, la muerte también, contra traidores reales o
anticipados. La Comisión federal repudió todo eso por declaraciones y
manifiestos y se cayó sobre disidentes con expulsiones como perturbadores
(fines de 1882, primeros meses de 1883). Para colmo sobrevino la enorme
persecución gubernamental, los arrestos de miembros de todos los matices de
organización, de la Comisión comarcal de la Andalucía del Oeste misma y un
procedimiento cruel por varios procesos, el todo para el público y la Prensa,
bajo el velo del pretendido descubrimiento de una sociedad terrorista La Mano
Negra. Hubo pronto las 71 condenas a muerte y mucho después, el 14 de junio
de 1884, las seis ejecuciones de Jerez. Fuera de Andalucía la Federación
Regional no fue perseguida, pero no hizo tampoco actos de solidaridad con las
víctimas en Andalucía. Cuando los prisioneros esperaban su ejecución, el
congreso de Valencia en octubre de 1883 declaró:... “La Federación... rechaza
toda solidaridad con los que se hayan organizado o se organicen para la
perpetración de delitos comunes, declarando que el criminal jamás podrá
tener cabida en sus filas”. Y protestó contra la confusión de “nuestra
organización pública, legal y revolucionaria, con otras organizaciones, o más
bien pandillas, cuyos fines son censurables”. El 30 de septiembre uno de los
más antiguos militantes, T. G. Morago, fue expulsado por tal razón de su
sección de Madrid y murió en 1885 en la penitenciaría de Granada.

Esa actitud fue motivada por el deseo de salvar a todo precio la organización
en su vida pública total, pero ha debido también haber grandes enemistades y
odios entre los matices disidentes y las voluntades autoritarias duras. Al
mismo tiempo las secciones se vacían o desaparecen, sea por las
persecuciones, sea por disgusto ante la actitud de la Comisión federal. Serrano
propuso entonces “someter los Estatutos a la aprobación del ministerio
responsable” y en caso de negativa disolver la organización para protestar. El
congreso no quiso tal legalización, pero decidió que, “si continuasen los
atropellos, persecuciones y amenazas”, etc., que entonces se disolverá “y que
los proletarios se retiren al Monte Aventino hasta mejores tiempos”... Se
decidió esto un año después, por un congreso extraordinario reunido en
septiembre de 1884, en Barcelona, pero se exhortó a las secciones a no
disolverse y a continuar sus relaciones, y en el congreso celebrado en julio de
1885 en Barcelona se declaró de nuevo la organización pública y dijo en el
Manifiesto que es “partidaria de la unión entre todas las escuelas socialistas
por medio de la unión entre todas las uniones de oficios en la lucha contra el
capital y el principio de autoridad, sin que se entienda por esto que
abdiquemos ni un ápice de nuestros principios”.

La idea comunista libertaria había sido sostenida la primera vez en el congreso


de Sevilla por un trabajador de Sevilla, Miguel Rubio, un antiguo miembro de la
Alianza que había llegado por su propia reflexión a esa concepción. Queda sólo
en su opinión; tampoco los disidentes la comparten unos meses después. Pero
había “un grupito de Sevilla, capitaneado por el comunista Rubio”, como dice
la Crónica, y el Consejo local de Sevilla lo expulsa en marzo de 1883. Por el
proceso de Lyon (enero de 1883), tal vez por un Círculo italiano anarquista en
Barcelona (otoño de 1883), por una permanencia de Georges Herzig, de
Ginebra y de Le Révolté, en Barcelona en 1884, se comienza a conocer un poco
mejor esas ideas, que son proclamadas en 1885 por un manifiesto firmado Los
grupos comunistas anarquistas de Barcelona, cuyo foco de agitación estuvo en
Gracia en tomo a Martin Borrás y a Emilio Hugas. La Justicia humana y Tierra y
Libertad, en 1888-89 fueron las primeras hojas; hubo traducciones de folletos
desde 1885.

Esos primeros comunistas, como se ve por sus publicaciones y sus


correspondencias en los periódicos franceses, tenían un gran desprecio por el
colectivismo y la organización y proclamaban más o menos lo que Merlino
llamó la amorfía. Los colectivistas no fueron impresionados por esas ideas y
esos métodos. Sin embargo, hubo un cambio en ellos después de la rigidez
hasta 1883, que había llegado a la actitud lamentable ante las revueltas de
Andalucía y no a algo mejor. Tomás no fue ya secretario desde septiembre de
1883 y él y pronto también Serrano son bastante maltratados en 1884. El
nuevo secretario, Indalecio Cuadrado, un tipógrafo de Valladolid, parece haber
buscado un apaciguamiento ¿o bien ha seguido una corriente de ese género —
la opinión de los que se inclinaban más a la vida revolucionaria, aun cuando
fuese clandestina y restringida, que a la vida grande y pública de la
organización—, que Tomás, que había vivido los períodos de vida pública,
1870-74, y clandestina, 1874-81 de la Internacional, apreciaba tanto?
Cuadrado ha debido inspirar la idea del congreso cosmopolita (empleaba
siempre esa palabra cosmopolita) de 1884, que tuvo lugar en 1885, después
del congreso regional, en Barcelona.

Fermín Salvochea

Allí los federados los desheredados y los comunistas sesionaron juntos, pero el
congreso cortó los debates vehementes que mostraban la imposibilidad de
entenderse. Algunos desheredados lamentaban en 1886 la escisión,
expresando esa actitud en un manifiesto publicado en junio (A los trabajadores
de Jerez de la Frontera), ¿Es que la influencia de Fermín Salvochea en Cádiz,
que en El Socialismo reproduce artículos de todas las escuelas socialistas y que
era entonces comunista, habría contribuido a esa reconciliación?

En todo caso, la muerte de Alfonso XII, un gobierno fusionista, la agitación por


las ocho horas y el 1.° de Mayo de 1886 y los acontecimientos del 4 de Mayo,
en Chicago, en los Estados Unidos, dan un nuevo impulso al movimiento,
especialmente en Cataluña. La revista Acracia es fundada en enero, un
término empleado entonces a menudo por anarquía, tal vez no hasta entonces
y que recuerda una revista obrera, Atercracia, anunciada en octubre de 1884
para aparecer en Barcelona, pero que no apareció. El hombre es tomado del
libro francés Atercratie, de Claude Pelletier, en New York, del cual se habla en
una carta de la Comisión federal en 1873. Canibell ha escrito que Farga Pellicer
encontró el nombre de Acracia y éste ha podido hallarle directamente, pero
también ha podido sugerírselo la palabra atercracia. En otros países se ha
creado las palabras uticratie (gobierno de persona) ukarchie (no gobierno),
anticratie (contra un gobierno) Herrschaftslosigkeit (sin dominación),
bezvlastie (en ruso), etcétera.

En el gran manifiesto A todos los trabajadores de la Región Española, firmado


por la Federación barcelonesa (23 de febrero de 1886), redactado por Anselmo
Lorenzo, al volver al movimiento, leemos: “...Proclamamos la acracia (no
gobierno)... La primera colectividad social es la agrupación local de los
productores de idéntica profesión. El pacto fundamental se verifica entre el
productor y la agrupación respectiva o similar de productores. Las
agrupaciones productoras de una localidad celebran un pacto por el cual
forman una entidad que facilita el crédito, el cambio, la instrucción, la higiene
y la policía local y celebra pactos con otras localidades para el crédito y el
cambio en mayor esfera, a la par que las comunicaciones, transportes y
servicios públicos generales y recíprocos; otras entidades formadas en virtud
de condiciones geográficas especiales, como calidad y configuración del
terreno, clima, etc., pueden constituirse mediante pactos especiales basados
en principios económicos y de facilidad de producción, cambio y transporte. La
tierra, las minas, las fábricas, los ferrocarriles, los barcos, y en general todos
los medios de producción, transporte, cambio y comunicación, declarados de
propiedad social, deben pasar a título usufructuario a las colectividades
trabajadoras...”.

Este manifiesto, varias veces publicado, recibió un gran número de


adhesiones; fue insertado también en parte en el manifiesto del congreso
regional de Madrid, en mayo de 1887. Contiene, además, este pasaje, que es
idéntico en los textos de 1886 y 1887: “...Organización de la sociedad sobre la
base del trabajo de cuantos sean aptos para la producción; distribución
racional del producto del trabajo; asistencia de los que aún no sean aptos para
ella, así como de los que hayan dejado de serlo; educación física y científica
integral para los futuros productores...”. Lorenzo, el delegado de la Federación
barcelonesa en Madrid, lo ha descrito en El Productor, del 27 de mayo de
1887; recuerda una discusión animada sobre la frase del manifiesto: “el
trabajador percibirá el producto de su trabajo”, que omite el objetivo integro.

Anselmo Lorenzo

Esta omisión es debida a la previsión para los niños enfermos e inválidos, que
el individuo debe a la sociedad de acuerdo a la reciprocidad de los derechos y
de los deberes; “por consecuencia, para tener el derecho a ser consumidor se
ha de cumplir el deber de ser productor”. La “sociedad se funda en el principio
de la solidaridad, consecuencia natural de la reciprocidad” y si la sociedad
garantiza al individuo el goce de sus derechos mediante el cumplimiento de
sus deberes, todos deben concurrir a la conservación de la sociedad facilitando
el desarrollo de los niños y sosteniendo a los ancianos. Por esta razón Lorenzo
ha borrado, pues, la palabra integro y puesto las palabras: distribución racional
del producto del trabajo. Ricardo Mella todavía en 1888 (v. La Solidaridad
Sevilla, 9 diciembre) mantiene que la sociedad “anárquicamente hablando” no
tiene el deber de criar los hijos ni de sostener a los alienados, inválidos y
viejos; ¡que lo hagan los parientes y la solidaridad espontánea de las
asociaciones humanas.

En los periódicos que se publican en Madrid a partir de 1885, la Bandera social


la Bandera Roja, la Anarquía, redactada por Ernesto Álvarez, apenas se percibe
si son colectivistas o comunistas; no tienen ni entusiasmo ni animosidad en
pro o en contra de una u otra doctrina. La vida intelectual circula enteramente
entonces en la revista Acracia (de enero de 1886 a junio de 1888; 625 páginas
en 8.°) y El Productor (del 1.° de febrero de 1887 al 21 de septiembre de 1893;
369 números) y en La Solidaridad de Sevilla a partir de 1888 hasta 1889, en
tanto que la redactó Ricardo Mella. Antonio Pellicer Paraire (1851-1916),
primo de Farga Pellicer, fue el alma de esas publicaciones de Barcelona, y con
Anselmo Lorenzo (1841-1914), que ha vuelto y que no parte ya más, Hay
jóvenes, como Pedro Esteve (1866-1925), Fernando Tórrida del Mármol (1861-
1915), Palmiro de Lidia (Adrián del Valle); están Teresa Claramunt. (1862-
1931), Teresa Mané (Soledad Gustavo; nacida en 1865); Juan Montseny, de
Reus (Federico Urales; nacido en 1864) y otros, que no trato de enumerar.
Estaban también Rafael Farga Pellicer (1844-1890) y José Llunas y el ambiente
de La Tramontana. Fuera de Cataluña los más destacados eran Fermín
Salvochea, en Cádiz (1842-1907) y Ricardo Mella.

***

En este resumen rápido, que no puedo ni apoyar en extractos ni desarrollar en


su significación con los materiales de una autocrítica y esfuerzos de superación
de las ideas prevalentes hasta entonces, que se encuentran al examinar,
aunque sólo sea Acracia y El Productor (1886-1893), el lector debe contentarse
con indicaciones enteramente sumarias.

Se examinará primero La Asociación del grupo de los tipógrafos (1883-1888),


donde los hombres de “La Academia” y otros se encuentran y se establece
entre ellos una cooperación inteligente.

Allí, en La Organización obrera (28 de febrero de 1886) Lorenzo expresa su


primera crítica; en Acracia habrá la crítica madura de Antonio Pellicer, en
Acratismo societario de enero a julio de 1887. Cuadrado se une en El mandato
imperativo (abril de 1887). El congreso de Madrid (mayo de 1887) es
críticamente discutido por Lorenzo (El Productor, 27 de mayo de 1887). La
hipótesis del embrión, el producto integral, la organización de 1870, todo es
así sometido, en fin, a la crítica y no es considerado como hecho inmutable
que solo los perturbadores, a quienes se expulsa, ponen en tela de juicio.

Se conocieron entonces por traducciones en Acracia y El Socialismo, de


Salvochea, algunos escritos de William Morris y los artículos ingleses de
Kropotkin, y Mella, en Sevilla, se familiarizó por la lectura de Liberty (Bostón)
con las ideas de Tucker. El simplismo de manifiesto de los grupos anárquico-
comunistas de Madrid (mayo de 1887) causa una impresión deplorable sobre
El Productor (3 de junio), pero se discute seriamente con Le Révolté (v. 10 de
junio; Acracia, agosto de 1887; Colectivistas y comunistas, El Productor, 16 de
septiembre, y Acracia, octubre). La Reacción en la revolución, de Mella
(Acracia, junio de 1887 a abril de 1888), mantienen que, establecer ahora que
después de la victoria de la anarquía los pueblos deberán organizarse según el
modo de distribución comunista o colectivista, es dogmatizar a lo ciego —más
aún, es la destrucción del principio anarquista, la negación de la revolución. La
reacción, para Mella, es la detención, la muerte, que trae el dogma;
revolución-evolución, es la vida. Antonio Pellicer (Acracia, agosto de 1887) ve
una convergencia de las escuelas, los comunistas abandonando las
exageraciones paritarias y la escuela ácrato-colectivista abandonando los
errores y prejuicios autoritarios. Incluso Kropotkin (sin firma) en Le Révolté, del
7 de octubre de 1888, citando la amistad, sin adaptaciones en ideas,
establecida en Sevilla entre las dos escuelas (según Mella) declara eso como el
único procedimiento honesto entre gentes que se respetan, pero no puede
abstenerse de añadir que no hay ninguna duda para él que el comunismo será
el victorioso. Los comunistas españoles atacan a los colectivistas en periódicos
anarquistas portugueses y franceses; las Declaraciones y Aclaraciones sobre
declaraciones de Pellicer en El Productor (3 de agosto, 7 de sep. 1888) y lo que
responde a Tierra y Libertad (Gracia) el 14 de septiembre, son refutaciones
espléndidas del fanatismo exclusivista, pero en Tiempo perdido (12 de julio de
1889) reconocía que es tiempo perdido discutir con el periódico de Gracia.
Esteve escribe el 5 de octubre de 1888 que en algunas localidades —hace
alusión a Mella— no hay ese fanatismo, pero que se está de acuerdo en que
cada individuo, cada colectividad se organizarán después de la revolución
como les convenga.

La renovación de la organización es discutida en las Conferencias de estudios


sociales, reuniones en Barcelona (v. El Productor, del 4 de octubre de 1887 al
11 de mayo de 1888). Por el congreso amplio de mayo de 1888 en Barcelona,
la Federación Española de resistencia al capital es fundada y después de
muchas discusiones antes y después —sobre todo Mella promueve objeciones
y las debate con Esteve— en septiembre en Valencia la Federación regional (la
Internacional por tanto) es reemplazada —como lo había sido ya en el terreno
económico, en mayo— en el terreno de las ideas y de la acción revolucionaria,
por la Organización anarquista de la región española, que comprende
personas, grupos, etcétera, “sin distinción de procedimientos revolucionarios,
ni de escuelas económicas”; estableció un Centro de relaciones y estadística
que ha sido hasta las grandes persecuciones, hasta un momento que no puedo
precisar, el grupo Benevento, de Barcelona.

Al mismo tiempo que se elevaban voces contra la división de los anarquistas


por las diversidades en concepciones económicas (v. El Productor, 11, 18 de
enero, 8 de marzo., 14 de junio de 1889) y el grupo “Benevento” declaró el 31
de mayo que ningún régimen económico especial deberá ser impuesto a la
sociedad nueva; todo trabajo en ese dominio económico no es considerado
más que como estudio, y como tal, por el perfeccionamiento en economía
científica, está en su puesto. Fernando Tarrida del Mármol, propuesto por ese
grupo, es nombrado delegado a las reuniones anarquistas internacionales de
París, en septiembre. El grupo propuso para el Segundo certamen socialista un
tema sobre el cual Tarrida escribió el ensayo, La teoría revolucionaria, fechado
el 26 de octubre de 1889, que culmina en la “anarquía sin adjetivos” (edición
de 1890, págs. 83-89). Sin embargo, esa idea era ya corriente en Barcelona en
la segunda mitad de 1888; Mella le combate en La Solidaridad, de Sevilla, el 27
de septiembre de 1888 y el 12 de enero de 1889 (“la anarquía... no admite
adjetivos”...). Más tarde esa cuestión fue expuesta en La Révolte, 6 y 13 de
septiembre de 1890 por un camarada de Barcelona, evidentemente Tarrida,
artículo muy importante por la diferencia entre las concepciones españolas y
las francesas. Tarrida, hablando en francés conmigo, empleaba los términos: la
anarquía saris phrase y la anarquía pura y simple; en 1908, en la reimpresión
de su ensayo del certamen propuso, siguiendo a Ferrer (en 1906 ó 1907)
renunciar a la palabra anarquía, que el público interpreta demasiado mal, y
decir socialismo libertario. Dice entonces que sus conclusiones de 1889 habían
sido aceptadas por la inmensa mayoría de los anarquistas españoles “que
prescinden de toda preocupación sectaria.”

Recordemos que justamente entonces, cuando Tarrida escribe (26 de octubre


de 1889), el Appello de Malatesta (Niza, sep. 1889) había aparecido en hoja
española (Circular; en El Productor, 2 de octubre, etcétera) y se había leído:
“...Por lo menos no es lícito dividimos por puras hipótesis”, etc. Tarrida habla
muy francamente de la “aldea industrial”, de Kropotkin, que reduce su
concepción a la agregación de pequeñas comunidades, mientras que
Malatesta recomendará la organización de grandes organizaciones, que
cambiarán sus productos, etc... y agrega que, cada inteligencia poderosa crea
nuevos caminos para la sociedad futura y hallará adherentes por la fuerza
hipnótica, si puede expresarse así, que sugiere a otros sus propias ideas, y
todos nosotros, en general, tenemos nuestro propio plan.

En La Anarquía (Madrid, del 12 de diciembre de 1890) Juan Montseny


(Federico Urales), declara que la anarquía no conoce exclusivismos y se llama
“anárquico a secas”. Escribe con el mismo espíritu, Las preocupaciones de los
despreocupados (1891; páginas 43-46), en El Corsario (La Coruña), 20 de
septiembre de 1841, 16 de enero de 1894, etc., y permanece afecto a esa idea.
Algunos anarquistas comunistas han abogado en 1893, por la anarquía sin
adjetivo en La Controversia (Valencia), el periódico de Octave Jahn. También
Vicente García en La Tribuna libre (Sevilla), 23 de enero de 1893; artículo ¡No
hay que temer! Acababa de acompañar entonces a Malatesta y a Esteve en
una parte de su gira de conferencias; por lo demás en Barcelona había habido
una conferencia de tres, en la cual Malatesta, Esteve y Tarrida explicaron cada
cual su punto de vista personal.

Es imposible seguir aquí el desarrollo de las concepciones de Ricardo Mella,


desde sus escritos del Primer Certamen (1885) al informe escrito para la
conferencia internacional de 1900 en París, La cooperación libre y los sistemas
de comunidad, etcétera. Mella luchaba más fuertemente que nadie contra la
desconfianza que el comunismo, sea autoritario o libertario, le inspiraba. La
Solidaridad (Sevilla), 1888-89 le muestra —en un tiempo en comunión de ideas
con los federalistas, Proudhon, después Serrano y Oteiza— ahora reconfortado
por Tucker (Liberty), un poco más tarde por Dyer D. Lum The Economics of
Anarchy (1890) G. C. Clemens (A Primer of Anarchy). Tiene horror al
comunismo en su expresión extravagante a outrance. En El socialismo
anarquista (Revista Blanca, 1899; tomo II, páginas 158-161) dice que el
anarquismo socialista contempla todas las hipótesis con tolerancia; reconoce
la “cooperación libre”, en cuyo seno todos los métodos y aplicaciones pueden
ejercitarse. Después de su informe para París, publicado por Les Temps
Nouveaux, documento de los más característicos de una concepción
genuinamente libertaria del anarquismo, ese asunto estaba ante un público
verdaderamente internacional, pero fue raramente discutido, si se exceptúa a
Voltairine de Cleyre en una conferencia dada no mucho después en Filadelfia.

Hubo momentos del más bello entusiasmo, de más alta energía, de


expresiones de bondad y de belleza más conmovedora en la vida de la
anarquía, pero no hubo, en mi impresión, un período de mayor eficacia
intelectual que esos años de 1886 a 1893 en el gran ambiente aquí descrito,
que ha sabido libertarse de creencias y de costumbres profundamente
arraigadas y llegar a elevarse por encima del sectarismo, del fanatismo, de la
intolerancia. Fue el paso de la fe religiosa a la crítica científica y es una enorme
desgracia que los anarquistas de los otros países no hayan seguido esa
evolución de la tutela de una idea al examen libre de todas las ideas. También
en España hay recaídas. En nuestra ceguera creíamos que uno de los
pensadores destacados y una de las doctrinas habían vencido sucesivamente a
los antecedentes y que, puesto que nadie había frente a Kropotkin y a Tucker,
esos dos habían dicho la última palabra del comunismo y del individualismo
anarquistas. Hemos creído que, puesto que los unos tenían razón, los otros se
equivocaban, cuando todo lo que acabo de recordar demasiado brevemente,
estaba lúcidamente a nuestro alcance en las publicaciones españolas y algunos
reflejos accesibles también en francés.

Yo mismo, estrecho y limitado como era entonces, había escrito en 1890 una
apología del anarquismo comunista con refutación completa del colectivismo y
del individualismo, un artículo que Mella tradujo en El Productor para mostrar
su estrechez y su estupidez en Discusión. Comunismo, individualismo y
colectivismo (25 de septiembre y del 2 de octubre al 13 de noviembre de
1890). No he visto esos artículos hasta 1929. He llegado yo mismo, hacia 1900,
a esas concepciones de que era preciso elevarse por sobre los exclusivismos,
pero raramente se me ha escuchado y cuando promoví la cuestión por primera
vez, en Freedom (Londres), al comienzo de 1914, fui combatido por todos.
Cuando, sin yo saberlo, ese artículo fue reimpreso después de la guerra, fue
menos combatido y varias veces reproducido. Sébastien Faure ha combatido
los exclusivismos en La Synthese anarchiste (1928), pero no es enteramente lo
mismo, como he tratado de mostrar entonces en artículos del Suplemento de
La Protesta sobre la convivencia. Tarrida profesó esa idea desde el punto de
vista agnóstico; nosotros no podemos prever los desenvolvimientos
económicos. Mella fue impulsado a ella por su sentimiento del derecho igual
de cada concepción a manifestarse. Juan Montseny veía la libertad, la anarquía
en su conjunto y no quería empequeñecerla por especificaciones y
exclusivismos. Malatesta dijo que no había que dividimos por hipótesis sobre
cuyo destino decidirá el porvenir.

Si se dice que esa cuestión no tiene importancia práctica y que, aún así, habría
sido resuelta por la aceptación casi unánime del comunismo anarquista, es un
grave error. La discusión y las querellas han continuado sobre tantos otros
puntos, y los exclusivismos igualmente. La simple convivencia no ha existido
jamás; cada cual se cree superior al adversario en doctrina. Se está disgregado,
desmenuzado así, y no se sabe ya reunirse para una actividad en común,
cuando sería lo importante. Así la pasión, el fanatismo dominan siempre; pero
la idea de la convivencia solidaria ha sido lanzada y el porvenir la realizará,
cuando, con las dictaduras materiales, sepa romper también las dictaduras
intelectuales.

***

Por los hombres que habían renovado así las ideas y la forma de relaciones
(organización) fue renovada también, a partir de 1886, la acción colectiva
popular. Hasta entonces, cuando el aumento númerico de las secciones y de
los federados eran el objetivo que las huelgas y otros movimientos
incalculables alejaban siempre para desesperación de un secretario abnegado
como fue Francisco Tomás, en lo sucesivo, libre de ese peso, se tenía la
libertad de acción y las huelgas generales de mayo de 1890 y de 1891 en
Cataluña fueron resultados soberbios. Un nuevo progreso para 1892, que
debía preparar el viaje de Malatesta y de Esteve, fue limitado por la revuelta
agraria de Jerez de la Frontera (noche del 8 al 9 de enero de 1892), seguida de
las ejecuciones del 10 de febrero y de torturas y el presidio para muchas otras
víctimas. Eso puso fin a los movimientos de huelga de los primeros de mayo y
hubo ciertamente un debilitamiento del ímpetu colectivo, lo que impulsó hacia
adelante a los partidarios de la acción individual, no de los aislados, sino, al
contrario, de los comunistas muy solidarizados, pero que habían quedado
fuera de la gran corriente descrita aquí, y sus adversarios personales. Mella
escribió entonces que una desconfianza exagerada produce el prejuicio que
toda acción orgánica es perniciosa para nuestra causa. La libre iniciativa fue
interpretada como una negación directa del principio de asociación y hasta
como su contrario; v. El Corsario del 26 de julio de 1893; v. también la
descripción de las mentalidades de entonces por Juan Montseny en Entre
anarquistas, en un periódico anarquista de 1895. Pero el documento principal
sobre ese estado de tensión es la larga serie Puritanismo o exageraciones en El
Productor, del 27 de abril al 15 de junio de 1893, cuyo autor fue sin duda
alguna Antonio Pellicer.

Por temor al principio autoritario se niega incluso la organización de la


sociedad futura y se propaga un individualismo inexplicable y antisocial, sin
pensar que la complejidad del organismo social exige administración,
asociación y organización, dice Pellicer, y hace una crítica semejante de todos
los simplismos y primitivismos corrientes entonces, que fueron productos de la
exuberancia, de un razonamiento en el vacío, basado sobre demasiados pocos
conocimientos reales, pero que fueron moderados, respetables,
organizadores, etc., los amigos de los periódicos El Productor, Freiheit,
Freedom, de Malatesta y Merlino. Había antagonismos terribles. Aunque el 24
de septiembre de 1893 el Círculo obrero de estudios sociales, un gran centro
anarquista cerrado el 3 de mayo de 1891 por las autoridades, debía
inaugurarse de nuevo, —lo que marca una vida normal y progresiva del
movimiento—, después del atentado de Paulino Pallás contra el general
Martínez Campos ese mismo día, El Productor, encontrando la negativa de los
impresores, no trató de superar ese obstáculo (en otras ciudades los
periódicos continúan), sino que cesó de aparecer y dio explicaciones (en El
Corsario, La Coruña, 5 de noviembre de 1893) que duele leer por su
demostración de la impopularidad de su órgano, que se designaba como un
peso de plomo sobre la iniciativa libre. Se puede dar uno cuenta de los odios
promovidos contra los hombres de El Productor por las correspondencias
descriptivas que Martín Borrás, de Gracia, una de las cabezas de esos
adversarios, envió en 1893, hasta su arresto, a El Perseguido, de Buenos Aires.

Hubo las bombas del Liceo, el teatro, arrestos y torturas, ejecuciones, horrores
judiciales (v. El Proceso de un gran crimen, por Juan Montseny, La Coruña,
1895, 50 págs. en 16.°) Había siempre periódicos valerosos, El Corsario, en La
Coruña, y los publicados por Álvarez y algunas hojas comunistas anarquistas de
corta duración, pero la gran corriente del pensamiento anarquista parece
cortada, cuando Antonio Pellicer por decirlo así, rompe su pluma y Lorenzo
debe consagrarse a un periódico casi anodino, el único que podía publicarse en
Barcelona (El Porvenir Social) y a una revista, Ciencia social, en 1895-1896
(mayo). Se era muy débil y se reponía el movimiento un poco cuando la bomba
de la calle de Cambios Nuevos, el 7 de junio de 1896, llevó a la persecución en
masa, a las torturas y a las ejecuciones de Montjuich, al presidio por muchos
años y al destierro por deportación a Inglaterra de muchos otros aún (en 1896-
97). Fue preciso un esfuerzo internacional, las grandes campañas de Tarrida
del Mármol y de Federico Urales (Juan Montseny), en el extranjero y en
Madrid mismo para conseguir la liberación de los supervivientes, y por las
campañas de prensa de la Revista Blanca y su Suplemento, cambiado en Tierra
y Libertad (1899-1905) también fueron libertados los presos de Jerez (1892) y
de la “Mano Negra” (1883). Es entonces solamente cuando, por diferentes
iniciativas, en Haro (diciembre de 1899), Manlleu (enero de 1900) y Jerez fue
comenzada una reorganización sindical, iniciada por el congreso de Madrid de
octubre de 1900, que fundó la Federación de Trabajadores de la Región
Española, continuando así la obra del Pacto de Unión y Solidaridad,
organización, si había continuado, al menos dislocada y muy débil, con un
nuevo ímpetu, contando 52.000 miembros aproximadamente en su comienzo
y que publicó un manifiesto de contenido anarquista.

Esta Federación de 1900 se ha extinguido como organismo federado en 1905 ó


1906, sin que tales desapariciones del aparato federal quiera decir en España
que las partes componentes, las secciones o sindicatos, se hayan desintegrado.
En ese caso particular, simplemente, una comisión, situada en Barcelona, en
Sevilla, en La Coruña acaba por perder el contacto con los sindicatos. Una
nueva iniciativa partió de esas 40 ó 50 secciones o sindicatos de Barcelona y
sus alrededores, que han existido siempre y que bajo el nombre de Solidaridad
Obrera dieron un nuevo impulso a su federación, reuniendo los sindicatos de
Cataluña y avanzando hacia una federación nacional. La insurrección y la
represión de 1909 han retardado esos desenvolvimientos que culminan en
1910 en la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo (C. N. T.),
octubre y noviembre de 1910.

Su vida pública fue casi inmediatamente suspendida por los arrestos pocos
días después. Se recomienza de nuevo, localmente, y por la región catalana
(1913-1914) para constituirse nacionalmente, primero de un modo nominal,
en El Ferrol a comienzos de 1915. De nuevo tiene lugar el gran desarrollo en
las regiones —testimoniado, por ejemplo, por el Congreso regional catalán en
Sants (Barcelona), en agosto de 1918—, con, quizás, todavía poca vida pública
interregional, hasta diciembre de 1919, cuando tuvo lugar, en fin, en Madrid el
gran congreso constitutivo. Había entonces en los sindicatos representados,
90.750 miembros en Andalucía; 15.172, en Aragón; 1.081, en Baleares y
Canarias; 699.369, en Cataluña. Cuando, después de una infinidad de
acontecimientos, fue posible un nuevo congreso en Madrid, en 1931, la cifra
de los representados fue parecida y la cifra de los miembros de la C.N.T. se
había acrecentado todavía en 1931 hasta cerca de un millón. Las cifras varían
siempre según la vida agitada de los sindicatos; pero esa gran unidad existe no
obstante —aproximadamente una decuplicación o veintiplicación de las
fuerzas que la Internacional supo alcanzar.

La Internacional tenía su aparato administrativo muy elaborado, pero tenía


también su espíritu vivificante y animador: la Alianza. De igual modo las
organizaciones más recientes tan crecidas, tienen su aparato administrativo,
pero si tal aparato funcionase por sí solo, la degeneración en dictadura o en
burocracia estancadora sería inevitable. Lógicamente a un cuerpo le hace falta
ese soplo de gran vida que dio la Alianza a la Internacional, y es esa vida la que
dan los anarquistas a esa inmensa aglomeración de sindicatos. Sin eso habría
pronto inercia, indiferencia, corporativismo, impotencia, y habría dictadores,
para que esa masa fuese un capital electoral para su ambición y arribismo.
Veamos esto: En España, los grupos anarquistas, reunidos desde 1888
(Organización anarquista) han renovado siempre sus interrelaciones,
finalmente en una conferencia en Valencia, en 1927, donde fue constituida la
Federación Anarquista Ibérica (F. A. I.). Es contra ese organismo contra el que
se concentra el odio de los dictadores o aspirantes a dictadores de varias
especies, que quisieran dominar ese millón de organizados y los millones
populares que le son simpáticos, lo que los anarquistas de la C. N. T. se
esfuerzan por impedir con toda razón.

La historia del movimiento español está llena de grandes luchas y de grandes


mártires; que se recuerden las víctimas de Alcalá del Valle y de Cullera. Una de
las luchas más intensas fue la huelga de la metalurgia en Barcelona, en 1902, y
el periódico de Ferrer y de Lorenzo, La Huelga General (de noviembre de 1901,
con interrupción forzada hasta 1903) estuvo entonces en primera fila
elaborando la idea de la huelga revolucionaria. Hubo la semana roja de 1909,
en Barcelona, que la reacción vengó asesinando a Ferrer el 13 de octubre.
Hubo ese período de 1917 a 1923, con su inmenso desenvolvimiento de la
organización y la feroz represión por los asesinatos de militantes. Hubo
siempre huelgas violentas y masacres en Andalucía. Finalmente hubo la
dictadura de septiembre de 1923, hasta la caída del dictador en enero de
1930, período que impuso una existencia oculta a la organización, que en los
quince meses hasta abril de 1931 volvió del claro-oscuro a la luz del día. Los
anarquistas, agrupados finalmente en la Federación Anarquista Ibérica,
tomaron una participación intensa en la vida de la C. N. T., predominando
alternativamente en sus consejos y con su conducta o chocando con fuerzas y
elementos de las tendencias más arriba descritas cuya importancia, o al menos
su poder personal, fue reforzado por los períodos de persecución, de vida
oculta o semioculta, que dejaban la mano libre a un pequeño número de
militantes (como antes en los años 1874-81, 1883-88 y otros períodos
después).

Las ideas anarquistas, bien representadas por la Revista Blanca y las


publicaciones que le pertenecían (Suplemento y Tierra y Libertad) de 1899 a
1905, y de nuevo por las series de Tierra y Libertad, de Barcelona por largos
años, fueron, diría, cada vez más restringidas a obrar sobre la gran
organización obrera, que no tenía un valor progresivo más que en proporción
de su alejamiento de los escollos descritos. En esas condiciones, el
pensamiento anarquista mismo tenía, pienso, poca vida nueva. Se aceptó el
anarquismo comunista por rutina, es decir moderado, sin discutirlo todavía,
como un sistema en lo sucesivo adquirido. El comunismo amorfo de los años
1885-1896 había muerto en las terribles persecuciones de los años 1893 a
1897 y los elementos de lucha acentuada que no encuentran ya esa resistencia
que les aguijoneaba tanto antes, en ocasión de su guerra contra el
colectivismo y la organización, se manifiestan en las luchas colectivas, que no
faltan, en las luchas de alta envergadura contra la dictadura, la monarquía, el
Estado, de acciones solidarias con el objetivo general de todos.

Hubo aplicaciones simpáticas para las energías despertadas, como la Escuela


Moderna, de Francisco Ferrer Guardia y todo el movimiento de educación
racional y libre; el movimiento naturista, que en España adquirió una gran
idealidad libertaria. Y en suma, tantos años de lucha constante llena de
esperanza, y la gran felicidad de no haber estado comprometidos en la
horrorosa guerra mundial, han tenido a los libertarios españoles en un estado
de eficacia, de espíritu alerta, de una moral llena de esperanza, que los
anarquistas de los otros países han sabido raramente mantener. El esfuerzo
comenzado en 1840, acentuado desde 1868, afrontando las persecuciones de
1893 y 1931 y hasta hoy, ha producido frutos que no analizo aquí. Las tres
afirmaciones libertarias en enero de 1932, enero y diciembre de 1933, son
testimonios vivientes y vibrantes de ello.

Entre los autores anarquistas españoles y catalanes de esos treinta años no


menciono más que a. Anselmo Lorenzo activo hasta su muerte en el otoño de
1914, Tarrida del Mármol, Ricardo Mella (cuyas colecciones, Mirando hacia el
futuro. Páginas anarquistas, Buenos Aires, 237 páginas; Ideario, Gijón 1926,
335 páginas; Ensayos y conferencias, id., 335 páginas, 1934, reproducen una
pequeña parte de los numerosos artículos y folletos), Pedro Esteve, en los
Estados Unidos, José López Montenegro, un viejo de la Internacional, Federico
Urales y la joven Federica Montseny. No hablo de los militantes del
sindicalismo cuya posición provoca cada vez más controversia, puesto que ha
vuelto la idea, prevalente desde 1870 a 1888, de que la organización presente
será el cuadro de la sociedad del porvenir que se cree próximo. Es una tesis
que reaparece cuando las organizaciones se expansionan, y que palidece
cuando se ve mejor la complejidad de la vida social, y sobre todo cuando el
espíritu libertario adquiere vigor y no quiere permitir al presente hipotecar o
poner la mano sobre el porvenir. En ese espíritu se le ha opuesto la hipótesis y
la esperanza del municipio libre, foco de acción constructiva solidaria tan
importante como el sindicato, el grupo, la cooperativa y otras fuerzas
organizadas del presente; todas esas fuerzas ignoran igualmente lo que será la
sociedad del porvenir que habrá de permanecer sin adjetivos, como la vida
misma.
XIV

LAS IDEAS ANARQUISTAS EN INGLATERRA, EN LOS ESTADOS


UNIDOS, EN ALEMANIA, EN SUIZA Y EN BELGICA, A PARTIR DE 1880

Seré breve aquí para Inglaterra, desde las impulsiones libertarias ya descritas
más arriba desde Godwin a Cuddon, habían dejado desde 1870 a 1880 rastros
sólo en la mentalidad de algunos trabajadores socialistas que hacia 1880
renovaban la agitación popular y daban a su socialismo un sello
antiparlamentario, antiautoritario en general, comunista y revolucionario. No
sin conocer por el contacto en los clubs y las reuniones las ideas anarquistas
corrientes entonces entre alemanes, franceses, italianos y conociendo también
las publicaciones americanas del matiz de Tucker, esos hombres, que
conocieron también a Robert Owen y a los owenistas y a otros viejos
socialistas supervivientes, se forman un anarquismo comunista solidario,
razonado, que se acerca tal vez más a las ideas de Malatesta. La exuberancia y
la amorfía no les atraen, y las hipótesis especiales de Kropotkin tampoco.
Joseph Lañe, el autor de An Anti-statist Communist Manifestó (Londres, 1887,
24 págs..), Samuel Mainwaring y otros representan ese anarquismo comunista
inglés autóctono que quiere el máximo de libertad, pero que cuenta también
con la mayor solidaridad.

Esos hombres encuentran a William Morris (1834-1896) en la organización


socialista y ayudan a impulsarle hacia adelante, en lo cual triunfan hasta un
cierto punto, pero no totalmente. Morris era entonces desde 1884 a 1890 al
menos, un socialista franco, que rechazaba todas las instituciones estatistas y
económicas presentes, igualmente las patrias y las naciones, reemplazándolas
por un orden basado en las comunas (town-ships) y las guildas locales,
asociadas en federaciones de formación y de disolución voluntaria,
comunicándose por delegados y ligadas con una especie de cuerpo central
cuyas funciones consistirían casi exclusivamente en la custodia (guardianship)
de los principios fundamentales de esta sociedad. Se evolucionaría en la
dirección de la “abolición de todo gobierno (the abolition of all govemment) y
hasta de todas las regulaciones no sancionadas por la costumbre, y la
asociación voluntaria (voluntary association) se convertiría en el único lazo
social (the only bond of society)”. Véase una de sus cartas de 1888, impresa en
Letters on Socialism by W. Morris to Rev. G. Baiton... (Londres, 1894).

Esa concepción es enteramente comparable, y mucho más libertaria, a la


producida de 1880 a 1890 por Serrano y Oteiza y Llunas, en nombre de los
anarquistas españoles, y con la diferencia que Morris proponía claramente
proceder a una eliminación progresiva y total de la autoridad, mientras que los
colectivistas españoles, al menos en todas sus declaraciones públicas, daban a
su sistema un carácter de inmutabilidad rígida.

Morris ha dado a sus concepciones ulteriores y a sus uposiciones sobre la


forma que tomaría la revolución social inglesa una bella expresión en su utopía
News from Nowhere, aparecida desde el 11 de enero al 4 de octubre de 1890
en The Commonweal, el órgano de la Socialist League, y comenzada en la
primavera de 1888; su forma de protesta contra la utopía autoritaria de
Bellamy. Existe en traducción Noticias de ninguna parte... (Buenos Aires,
Protesta, 1928, XXVIII, 231 págs.). En ese libro, como ya antes en conferencias
y en sus otros escritos, Morris ha proclamado la aplicación del arte a la vida, la
belleza y la producción práctica combinadas, el trabajo intelectual, manual
estéticamente bello y bien hecho, en lugar de las mecanizaciones y de las
fealdades oficiales, vulgares, avaras y utilitarias. Su socialismo, como todo
socialismo original, correspondía a la esencia de su ser mismo. Amante de las
armonías, de las cosas sólidas y bien hechas, de la cooperación inteligente
entre los productores, de la entente práctica para un fin decidido
voluntariamente y convenido tenía horror a las cualidades opuestas, al
oficialismo, a la servilidad, a la incompetencia, a la indiferencia como,
inevitablemente, en el terreno de las ideas sociales y también de la conducta
personal, a la amorfía, a los hábitos “debrouillards”, a las exageraciones y
también a las palabras gruesas revolucionarias donde una argumentación sería
mucho más apropiada. No le gustaban tampoco las expectativas de cambios
casi instantáneos y todo eso explica que no se haya declarado por la anarquía
brusca, “al minuto”, por decirlo así, que los camaradas franceses preconizaban
entonces. Igualmente se sentía alejado de los hábitos presentes de algunos
anarquistas, ni le interesaba el matiz socialista revolucionario de entonces y,
cuando de todos esos elementos entró una parte en la Liga socialista —aunque
en forma atenuada—, él se retiró de allí en el otoño de 1890, y desde entonces
ha evolucionado hacia un socialismo legalitario, creyendo a los anarquistas
incapaces de cooperación seria. En muchos puntos sus impresiones coincidían
con las de los colectivistas españoles, que no podían cooperar con los primeros
comunistas. Los colectivistas se entendían un poco mejor con las ideas de
Kropotkin en sus ensayos ingleses de 1887, 1888 (Ninet-tenth Century). Pero
Morris vio a Kropotkin desde 1886 en las reuniones y los artículos de Freedom,
y consideraba que importaba a Inglaterra un sistema formado sobre el modelo
de París, sin conocer el terreno inglés. Así no se han aproximado, sin
combatirse por eso.

Kropotkin, en efecto, no sin alguna experiencia inglesa (1881-82), llegado a


Londres después de su largo cautiverio en marzo de 1886, no se preocupó
tampoco de cooperar con la Socialist League en la que, hasta la primavera de
1888, había aún parlamentarios, marxistas incluso, pero donde, gracias a la
autonomía de las secciones, los diversos matices podían vivir su propia vida, y
el Freedom Group fue fundado en la primavera, el mensual Freedom en
octubre de 1886 (publicado hasta fines de 1927 y continuando aún por un
Bulletin y por un periódico del mismo nombre, publicado por un grupo en
Londres). Allí propuso Kropotkin ampliamente sus ideas, hasta el otoño de
1914, tratando de interpretar y de resolver los problemas ingleses en su
espíritu local, como hizo respecto de Francia en Le Révolté, etc. (1879-1914) y
respecto de Rusia en los Listki “Cheib i Voliaff” (Hojas de “Pan y libertad”)
desde 1906-1907 en Londres.

Después de un período de revolucionarismo anarquista (1890-1894), los


anarquistas ingleses de la antigua Liga socialista, se asociaron en 1895 en
torno a Freedom, escrito por Kropotkin y sus camaradas, pero que admitía
también opiniones disidentes expresadas cortésmente. Fue un largo período
de propaganda siempre razonada, que trataba también de propagar un
sindicalismo anarquista (The Voice of Labour). Por la conversión de casi todos
los socialistas ingleses, despertados desde 1879, a un socialismo electoral cada
vez más incoloro, el radio de acción del grupo Freedom se volvió restringido, y
con la absorción de los elementos un poco menos legalistas por el comunismo
a la rusa y por los socialistas de izquierda, la situación de los libertarios no ha
sido mejorada.

En los capítulos detallados sobre los esfuerzos libertarios en Inglaterra,


describo la época del Congreso socialista internacional de Londres en 1896,
cuando algunos anarquistas, antiparlamentarios, socialistas antimarxistas y
algunos socialistas de espíritu equitativo general se sentían próximos por
indignación común contra los jefes marxistas que estuvieron entonces en la
cima de su orgullo despectivo; aún la época del regreso de Kropotkin de los
Estados Unidos y los esfuerzos desde entonces, fines de 1897 hasta 1902, el
período de la gran huelga general de Barcelona, para atraer a los
tradeunionistas, de los cuales al menos una de las grandes capacidades, Tom
Mann, mostraba interés por la posición de los sindicalistas libertarios, que le
explicaban sobre todo Cherkesof y Tarrida del Mármol. Esto se repitió en los
años de 1910 a 1914, cuando el “sindicalismo” de Tom Mann, de regreso de
Australia, fascinó a los camaradas ingleses y a Cherkesof, no tanto por su
contenido ideal, sino por la esperanza que concibieron de que al fin se
constituiría una fuerza de acción obrera económica directa, que relegaría a
último plano la política obrera de la Labour Party. El estatismo tan reforzado
por la guerra, el espíritu dictatorial que el viento del Este, soplando desde
Rusia, trajo consigo, y el debilitamiento de la fuerza económica de los
trabajadores por la masa de los sin trabajo, todo eso ha contribuido a destruir
las esperanzas de antes de la guerra. Así, actualmente, los libertarios ingleses
quedaron aislados frente al socialismo puramente electoral, a un
tradeunionismo reducido a la defensiva, y a los imitadores del bolchevismo de
Moscú y del fascismo de Roma.

Antes había todavía un socialista verdaderamente libertario que no


evolucionaba hacia atrás, como Morris, pero que estuvo, a pesar de todo, cada
vez más aislado: fue Edward Carpenter (1844-1929), autor de Towards
Democracy (1883; ensanchado y continuado; edición completa de 1905), uno
de cuyos capítulos ha aparecido en folleto Non Govemmental Society. Es una
concepción más libertaria que la de Morris y tan bella estética y éticamente.
Al margen de toda propaganda, ciertamente, Oscar Wilde ha publicado el
ensayo netamente socialista libertario The Soul of Man under Socialism en la
Fortnightly Review (Londres) de febrero de 1891, págs. 292-319, y en una
encuesta francesa ha escrito que antes era poeta y tirano, ahora artista y
anarquista (v. L'Ermitage, París, julio de 1893), donde en una encuesta
internacional entre autores y artistas, veintitrés se declaran autoritarios,
veinticuatro son imprecisos y cincuenta y dos se declaran por la libertad, de los
cuales, once son libertarios conscientes.

He mencionado ya a los anarquistas individualistas ingleses animados por


Liberty de Boston; el individualista voluntaryst, Auberon Herbert, etc. Pero el
autoritarismo ha recuperado su terreno en Inglaterra y en Escocia, y en Irlanda
el nacionalismo no ha permitido nunca prosperar al anarquismo, apenas un
poco de socialismo. Una triste evolución después de un siglo que desde 1793 a
1890 había producido en Political Justice, de Godwin y News from Nowehere,
de Morris, dos de las más bellas joyas del pensamiento y del arte libertarios.

***

En los Estados Unidos, la gran huelga vehemente de 1877 (Pittsburgh) había


reanimado a los revolucionarios y una revista The Anarchist. Socialistic
Revolutionarv Reriew, Boston, enero de 1881, cuyo segundo número
suprimido, fue una expresión de ello. La Freiheit, de Most (Londres; a partir de
1870) radicalizó a muchos trabajadores de lengua alemana; la agitación
personal de Johann Most (1846-1906), a partir de diciembre de 1882 hizo
anarquistas a esos socialistas revolucionarios que se organizaron en último
lugar en Pittsburgh, en el otoño de 1883, aceptando los principios formulados
por Most, que fueron los del colectivismo anarquista. Most los expresó en
detalle en Die freie Gesellschaft, folleto que apareció en New York, en julio de
1884, 85 págs. El subtítulo es “Un estudio sobre los principios y la táctica de los
anarquistas comunistas”, pero Most empleó ese término como lo había
empleado en 1877 en Berlín, porque el término colectivista no era familiar a
los lectores alemanes. Fue vivamente criticado por comunistas anarquistas
alemanes en Londres, que conocían la diferencia, pero como eran enemigos
personales, no admitió el error y no propagó las verdaderas ideas comunistas
anarquistas (ateniéndose a las de Kropotkin) más que a partir de 1888. Los
anarquistas, martirizados en Chicago (1886-87) fueron colectivistas, a
excepción tal vez de Lingg. Albert Parsons, William T. Holmes fueron
americanos de ese matiz. Dyer D. Lum (1839-1893) combinó el colectivismo y
el mutualismo y fue también el propagador de un sindicalismo revolucionario.
Víctor Drury, G. C. Clemens, C. L. James, John Labadie, representan otros
matices que, hablando generalmente, muestran la influencia del anarquismo
individualista sobre los colectivistas, mientras que los individualistas que se
aproximaban a Henry George, como Hugh O. Pentecost, llevaron un mayor
elemento socialista a su individualismo.

La más bella flor de esa evolución libertaria entre americanos que, sin
preocuparse de las escuelas socialistas y anarquistas europeas, trataba
simplemente de combinar el máximo de libertad, de solidaridad y de
sentimiento tan revolucionario como abnegado para los trabajadores
explotados, para las mujeres enfeudadas a las costumbres de la familia, para la
humanidad sometida a los gobernantes —fue Voltairine de Cleyre (1866-
1912), inspirada en sus comienzos por el libre pensamiento, el martirologio de
Chicago y las ideas e impulsiones de Dyer D. Lum (1839-1893), pero llegada
durante sus veinticinco años de actividad a una concepción de la anarquía que
fue tal vez la más amplia, tolerante, y además, seria, reflexiva, determinada,
que conocemos al lado de la de Eliseé Reclus. En su conferencia sobre la
anarquía, dada en Filadelfia en 1902, explica las diversas concepciones, la
individualista, la mutualista (Lum), la colectivista, la comunista en perfecta
igualdad y explica las diferencias por los ambientes y personalidades donde
han nacido. Sí se hubiese estado siempre en esta posición ¡cuántas
animosidades estériles nos habrían sido ahorradas!

Selected Works of Voltairine de Cleyre, publicadas por Alessandro Berkman


(New York, Mother Earth Publishing Association, 1914, 741 págs. en 8.°) son la
perla de la literatura anarquista americana. Desgraciadamente siete u ocho
años antes de su muerte un individuo embrutecido, de un ambiente de
camaradas, disparó un tiro sobre Voltairine que la hirió terriblemente, la
invalidó casi y la hizo morir a consecuencia de ello en 1912.

Las publicaciones comunistas anarquistas de lengua inglesa, los periódicos


Solidarity (New York, fundado bajo la influencia de la propaganda de Merlino,
como también II Crido degli Oppressi, italiano; 1892-93 y otras series), The
Firebrand (San Francisco, cambiado en Free Society, más tarde en Chicago y en
New York, 1895-1904); Discontent; The Demostrator; The Agitator (más tarde
The Syndicalist en Chicago), esos en comunidades libertarias en el Estado de
Washington cerca del Pacífico (1898-1913...); la revista Mother Earth publicada
por Emma Goldman, asistida pronto por Alessandro Berkman, en New York
(1906-1917); esas publicaciones y otras contienen ciertamente, al lado de las
popularizaciones de las ideas derivadas más o menos de Kropotkin, una
cantidad de artículos, de cartas y discusiones de crítica anarquista
independiente que exigiría ser destacada por investigaciones especiales que
no puedo hacer.

Emma Goldman y Alexandre Berkman

Se encuentra allí Some Misconceptions of Ariarchism, una conferencia dada en


enero de 1904 en New York por el Dr. M-n (Dr. J. A. Maryson), traducida en
francés y en español y que me ha sido falsamente atribuida en varias
ediciones. Apareció en Free Society (New York) el 10 de abril de 1904 firmada
Dr. M-n y su autor es un camarada muy conocido del movimiento de lengua
judía en New York. De mí hay un artículo que resume algunas críticas en
Mother Earth en diciembre de 1907, del que hay otro texto, revisado sobre un
manuscrito por mí en los Temps Nouveaux (18 y 25 de abril de 1908; La lutte
contre l’Etat). Alessandro Berkman, nacido en 1870, después de haber
sacrificado casi su vida y de haber sufrido catorce años de presidio por el
atentado de Pittsburgh en 1892, volvió a la vida anarquista desde 1906 y
defendió un vigoroso anarquismo obrero en New York y en San Francisco. Se
conocen sus ideas por sus folletos sobre la revolución rusa, su libro The
Bolshevik Myth (New York, 1925, con el capítulo final, Berlín, 29 págs.) y sobre
todo por Now and Alter. The ABC of Communist Anarchism (New York, 1929,
XX, 300 págs.; titulado What in Communist Ariarchism? en otra edición).

Emma Goldman, nacida en 1869, ha relatado su actividad de propagandista,


conferencista, sus ideas y sus luchas en Living my Life (New York, 1931, XVI,
993 págs.), un libro que recuerda también los hechos salientes de la vida
anarquista y libertaria y de las grandes luchas obreras en los Estados Unidos
desde 1887 a 1919; completa también sus dos volúmenes sobre Rusia,
publicados en 1923 y 1924. El capítulo final del segundo volumen My Further
Disillusionment in Russia, (título que no fue de su elección) da su concepción
de la anarquía que se eleva en ese capítulo muy por encima de la rutina.
Ensayos más antiguos son reunidos en Anarchism and other Essays (New York,
1910, 277 págs.).

Se ven en algunas partes de su autobiografía figuras antiguas y más jóvenes de


lo que se llama el ambiente radical y liberal americano, esos hombres y
mujeres humanitarios y, en diversos grados, libertarios que descienden tanto
en los anarquistas individualistas antiguos, defensores de la persona, de la
autonomía humana, como de los trascendentalistas de New England (la
antigua Boston, etc.), de los fourieristas y otros socialistas sobre todo de los
años 1830-1860. Están dispersos ahora, se extinguen y no han podido siquiera
advertir desde su antiguo hogar, Boston, la vergüenza del asesinato de Sacco y
Vancetti en 1927, pero sin embargo han sido el elemento humanizador del
gran país. Por la Free Speech Bibliography de Theodor Schroeder (New York,
1922, V, 247 págs. in-gr. 8.°) se da uno cuenta de una parte de esos esfuerzos
persistentes de resistencia al mal.

Robert Reitzel (1849-1898) fue un espíritu libertario alemán de un talento


literario gracioso y que se eleva a un pensamiento y a una crítica a menudo
extraordinarios en su semanario Der arme Aeufel, desde 1884 hasta su
muerte; la tragedia de Chicago le había solidarizado con los anarquistas y
habló en los funerales de las víctimas en el cementerio de Waldheim,
acusando a la religión que predica la sumisión a la autoridad; la religión y el
sistema capitalista han hecho cobardes a los trabajadores de Chicago, que
dejaron asesinar a sus camaradas, como se hizo de nuevo en 1927, cuando el
mundo entero dejó matar a Sacco y Vanzetti.

Había en los Estados Unidos las grandes series de periódicos comunistas


anarquistas italianos, la Question sociale, a partir de 1895, titulada más tarde
L’Era Nuova, La Cronaca sovversiva de Luigi Galleani (1861-1931), a partir de
1903 y otros; El Despertar y otros periódicos españoles por Pedro Esteve y
algunos más, a partir de 1891. En los escritos de Galleani se encuentra un
kropotkinismo revolucionario expresado con el más bello vigor; y lo que se ha
reimpreso de él conserva su frescura. Pedro Esteve, al que no puedo seguir en
su larga actividad americana, ha expresado ideas muy amplias en sus artículos
publicados en Cultura Obrera de New York en 1922, el librito Reformismo.
Dictadura. Federalismo, 88 págs., y en otras varias investigaciones.

El capital es feroz en los Estados Unidos y la resistencia impone a los


trabajadores de todas las opiniones sociales y políticas todos los medios de
acción, la astucia, la guerrilla, la guerra abierta. Este estado de guerra latente o
abierta acentuada no hace a los que están en la contienda ni revolucionarios ni
libertarios, puesto que la lucha directa, su preparación y sus consecuencias
absorben los espíritus y las energías. Un sindicalismo libertario es inimaginable
en esa situación y la fuerza o la astucia actúan únicamente, apoyadas a
menudo por una gran solidaridad, el entusiasmo y la perseverancia.

Por eso la mentalidad autoritaria es mantenida y reforzada y la idea libertaria


no puede difundirse ampliamente en el gran país de acaparamiento sin fin,
donde el autoritarismo hace estragos desde siglos atrás en las formas más
intensas por el rechazo de los indios, las guerras con los países vecinos, la
esclavitud de los negros, el dominio de los fuertes sobre las riquezas naturales
y ahora el sometimiento intensificado de los trabajadores y la dictadura
económica.

En estas condiciones la influencia de las ideas libertarias sobre los trabajadores


americanos ha sido siempre débil y estos últimos, desde los diez años de
luchas impregnadas de voluntad socialista revolucionaria 1877-1886, no han
vuelto a manifestarse de otro modo que localmente, en huelgas muy violentas
y reprimidas muy cruelmente. Organizaciones de hombres decididos a la
acción, como una parte de los I. W. W. (International Workers of the World) en
el Oeste americano lo fueron, no se muestran accesibles a las ideas libertarias,
aunque individualmente hubo anarquistas en sus filas y han salido de entre
ellos, como Kurt Wilckens, que supo obrar tan valerosamente en la Argentina,
y otros. En los años presentes, la crisis terrible de trabajo provoca una
tormenta revolucionaria que se opuso de forma minoritaria a la autoridad. La
propaganda libertaria no ha sabido implantarse todavía profundamente en el
enorme país.

***

El primer foco anarquista de lengua alemana fue una sociedad obrera de Berna
(Suiza) en 1875-77, inspirada por Paul Brousse, en 1877 ayudada también por
Kropotkin, publicando el primer periódico (Arbeiter-Zeitung, Berna, desde julio
de 1876 a octubre de 1877), y algunos trabajadores muy activos que
propagaron luego las ideas en Alemania, en 1877, 1878, no sin algún éxito
íntimo, pero obstaculizados por la enemistad socialdemócrata y su falta de
medios para dar a su acción proporciones más vastas y públicas. Fueron sobre
todo Reinsdorf Emil Werrier y Rinke. La ley antisocialista de octubre de 1878
obstruyó más todavía esa propaganda y los pocos militantes fueron bien
pronto detenidos o hubieron de ocultarse o desterrarse. Entonces, en 1879,
1880 la protesta vehemente socialista revolucionaria expresada con gran
verba por Johan Most en la Freiheit (Londres) atrajo las simpatías y se siguió a
Most, el cual, aunque ya informado sobre la anarquía, fue atraído en esos
años, los últimos de la vida de Blanqui en París, casi tanto por el blanquismo.
De ahí una iniciación anarquista muy incompleta y esporádica (algunas
explicaciones dadas por Reinsdorf) de los lectores de la Freiheit y la enseñanza
libertaria que se había vuelto casi caótica en 1881-1882, cuando Most estuvo
largo tiempo en prisión y el periódico fue confeccionado en circunstancias
cada vez más precarias, hasta volver a tomar una orientación exclusivamente
dirigida por Most después de recuperar la libertad y su traslado a América
(fines del año 1882). Lo que sigue en América ha sido resumido ya más arriba;
una afirmación colectivista por Most (1883-1884), que sus adversarios y rivales
alemanes en Londres combatieron proponiendo el comunismo anarquista tal
como lo veía prolongado en Suiza y en Francia. Esta enemistad se envenenaba
cada vez más por acontecimientos deplorables, que no hay necesidad de
recordar aquí. Most, algunos años después, reconoció el comunismo
anarquista, pero entonces la influencia de su periódico había sido socavada ya
en Alemania por el periódico rival Die Autonomie y los lectores alemanes, que
hacia 1890 se interesaban de nuevo en esas ideas, las conocieron sobre todo
en la forma que les dio ese periódico, una forma a la vez rígida y etérea, como
si dijésemos una amorfía obligatoria. Con eso, muchas traducciones de
Kropotkin, lo que hizo creer que sus ideas y las que acabo de caracterizar, eran
más o menos idénticas.

Había entonces una oposición socialista contra el reformismo socialdemócrata,


y muchos hombres de buena voluntad tuvieron interés por conocer las ideas
revolucionarias. Algunos creen en un socialismo de izquierda,
antiparlamentario, otros se informan por Die Autonomie y Freiheit y creen que
su anarquismo es todo lo que la anarquía sabe decir. Algunos, como he
descrito ya, se informan a través de Dühring-Hertzka y el colectivismo
anarquista. En fin, por la traducción de La Conquista del Pan se conocen,
capítulo por capítulo —luego, en 1896, en libro— las ideas directas de
Kropotkin. El periódico Der Sozialist (Berlín; desde noviembre de 1891 a
diciembre de 1899) nos muestra esta diversidad de corrientes; es redactado
desde los primeros meses de 1893 por el joven Gustav Landauer (1870-1919)
que, personalmente, se declaró entonces colectivista anarquista y combatió
claramente “el libre derecho de consumo” de los comunistas. Entra pronto en
la cárcel (1893-94); el periódico es muy perseguido, y cuando en fin puede
volver a proseguirlo esas discusiones han terminado, el comunismo es
generalmente aceptado, y Landauer y sus amigos se vuelven tan aislados que
hay una ruptura en 1897. Los trabajadores anarquistas hacen entonces
publicaciones propias (Neues Leben; Der freie Arbeiter) que defienden según
mi impresión un anarquismo doctrinario.

Landauer, atraído en 1895 por la cooperación, interesado más tarde en una


comunidad intelectual y ética de los hombres libres (v. Durch Absonderung zur
Gemeinschaft, 1901), fascinado por las ideas de resistencia pasiva colectiva
preconizadas por Etienne de la Boétie (v. su librito Die Revolution, 1907),
estudiando mucho a Proudhon, llega a desear una salida de la sociedad
presente por la fundación numerosa de ambientes socialistas libres, que se
organizan lo mejor que pueden para la producción y el cambio entre sí, sin
separarse culturalmente del mundo progresivo general. Publica las Dreissig
sozialistische Thesen (12 de enero de 1907), las Flugblátter del Sozialistischer
Bund (1908-1909), el periódico Der Sozialist (1909-1915), el Aufruf zum
Sozialismus (Berlín, 1911; trad. española;: Incitación al socialismo, 1932) etc.,
la guerra de 1914 interrumpe esas actividades. Esas proposiciones no han
tenido ejecución práctica, aunque muchos grupos se han formado entonces
con ese fin; casi todos los anarquistas y sindicalistas y todos los
socialdemócratas y trabajadores organizados se desinteresaron de ellas o
fueron sus adversarios. Es siempre fácil agrupar masas alrededor de un
programa, no pidiéndoles más que votos o cotizaciones; pero es difícil, sino
imposible llevar, aunque no sea más que uno sobre mil, a hacer
individualmente una acción de verdadera independencia. Sin embargo
Landauer creía que todo nuestro socialismo y nuestro anarquismo no eran más
que nominales, si no hacíamos tales actos de verdadera separación (en tanto
que nos es posible) del sistema actual. Todo su periódico de los años 1909-15
es una apelación, por la argumentación y los ejemplos antiguos y nuevos, a tal
acción por nosotros mismos y es uno de los raros órganos que impulsa a esas
verdaderas iniciativas y a la creación de la voluntad socialista en nosotros
mismos. He hablado largamente de la persona y de las ideas de Landauer, en
el Suplemento de La Protesta, 31 de julio de 1929, págs. 354, 92, sobre la base
de su correspondencia (Gustav Landauer. Sein Lebensgang in Briofen,
Francfort, 1929, VIII, 459 y 440 págs.). Una gran parte de sus artículos y
folletos se han reunido en Beginnen. Aufsátze zum Sozialismus (Colonia, 1924),
Rechen-schaft (Berlín, 1919; Colonia, 1924), etc. Ya los Anarchische Gedanken
über den Anarchismus, publicados en octubre de 1901, contienen la esencia de
su obra futura y ha escrito entonces, el 21 de noviembre, que “no ha dicho
apenas nada que no haya expresado antes en discursos y escritos”; hay una
gran continuidad en su pensamiento, durante los veinticinco años que
preceden a 1914. Es entonces, en 1901-02, cuando vivió en Bromley y se
encontró con Kropotkin; pero no han podido entenderse.

En tanto que creía en ese esfuerzo individual y colectivo, que se erigía al


margen de la sociedad presente, creía también que, en cuanto hubiese un
medio serio, habría sido preciso mezclarse en la vida de esa sociedad e
impulsar adelante las energías latentes en la resistencia pasiva y en la acción
demoledora y reconstructiva autónoma. Acechó tales ocasiones en varias
oportunidades, y durante la guerra, y finalmente se sumergió en tales
esfuerzos desde noviembre de 1918, cuando el trastorno exterior e interior de
Alemania le parecía ofrecer posibilidades de acción. Lo hizo en Munich, en los
meses siguientes, gastándose sin medida, hasta atraerse sobre él tales odios
reaccionarios (los socialdemócratas que gobernaban incluso entonces en
Baviera), que fue miserablemente azuzado, asesinado bestialmente por la
soldadesca cuando fue escoltado como prisionero, el 2 de mayo de 1919, en
Munich, en el patio mismo de la prisión.

***

Hubo durante esos veinticinco años antes de 1914, en Alemania, también un


pequeño retoño stirneriano, por el esfuerzo de John Henrv Mackay (1864-
1933) influenciado igualmente por B. R. Tucker y el mutualismo de Proudhon,
autor de las poesías Sturm (1888), de la novela Die Anarchisten (1891), con la
discusión entre comunistas e individualistas, argumentación completa en Der
Freiheistssucher (1920) y un tercer volumen, Abrechnung (1932). Una
propaganda por periódicos y revistas de esas ideas, comenzada en 1898, ha
continuado hasta el advenimiento del hitlerismo. Hubo también una
propaganda proudhoniana, sobre todo por los escritos del doctor Arthur
Mülberger y muchas traducciones de extractos de Proudhon, por Landauer. No
discuto aquí a Nietzsche y Tolstoi que, con Max Stimer, Ibsen, Multatuli y lo
que había de libertario y de verdadera ética social en todas las filosofías y
literaturas interesaban y fascinaban entonces a viejos y a jóvenes, mal
interpretados sin duda por muchos, pero bien comprendidos por algunos otros
que tuvieron el propósito de una síntesis individualista y socialista, el objetivo
mismo de los libertarios de todos los tiempos. Tales fueron, por ejemplo, el
doctor Bruno Whille y el magyar Dr. Eligen Heinrich Schmitt (1851 -1913) en
sus numerosos escritos, y Moritz ron Egidy (1847-1898). Mencionemos a
poetas sinceramente idealistas como Peter Hille (1854-1904; muerto de
agotamiento por el hambre); Benedikt Friedlánder, el dühringiano libertario;
Bernhard Kampffmeyer, muy próximo a Kropotkin; los austríacos Arthur
Kahane, Cari Morburger, Fritz y su hijo Otto Karmin, etc. Un libro de un jurista,
adversario, pero de ejecución meticulosamente exacta, Der Anarchismus, por
el Dr. Paul Eltzbacher (Berlín, 1900, XIÍ, 305 págs.; trad. española) apareció
entonces, comparando las ideas principales de Godwin, Proudhon, Max
Stimer, Bakunin, Gropotkin, B. R. Tucker y Tolstoi -libro muy incompleto
respecto a esos mismos autores y que no tiene en cuenta las otras
concepciones anarquistas, pero que llena su objetivo directo de presentar
exactamente al gran público la crítica social y las proposiciones principales de
esos siete libertarios-. Con riesgo de insinuarse inoportunamente en ese
ambiente, diría aún que, por el volumen Oeuvres, de Bakunin (en parte
inédito; París, 1895), por la Bibliographie de l'Anarchie (Bruselas, 1897, XI 291
págs.) y por la biografía de Bakunin, con bastante documentación inédita
(Londres, 1898-1900; 1.281 págs., in-folio de escritura densa, poligrafiados por
mí mismo en 50 ejemplares) he contribuido entonces a mostrar la extensión
de la literatura anarquista internacional, y a presentar a Bakunin, que sus
enemigos autoritarios habían indultado de tal modo; también a los
anarquistas, un poco más completamente de lo que habían conocido hasta
entonces, aparte de sus camaradas personales, una parte de los cuales vivía
aún entonces y de ellos no pocos me han ayudado a documentarme.
Ese período de 1890 en adelante no fue pues sin aspiraciones libertarias,
aunque, como en casi todas partes en Europa, algunos años antes de la
catástrofe de 1914 ese ímpetu decrecía gradualmente.

***

Una parte de los socialdemócratas no había abandonado el partido en ocasión


de la oposición y de la separación de otros hacia 1890, pero un sentimiento
opositor germinaba en ellos desde hacía mucho tiempo. Hubo un número de
organizaciones locales (Fachvereine), que prefirieron su autonomía y
federación a las grandes centralizaciones de sindicatos, los llamados localistas,
de los cuales Gustav Kessler y Frítz Kater son los más conocidos. Se
constituyeron en Freie Vereinigung deutscher Gewerkschaften, en 1897,
publicando Die Einigkeit.

Mientras tanto, el sindicalismo francés atrajo la atención de los anarquistas y


fue sobre todo el folleto Der Generalstreick und die Soziale Revolution, por
Siegfried Nacht (Londres, 1902, 32 págs.), traducido muy a menudo entonces,
el que llamó la atención; fue seguido en 1906 ó 1907 por Direkte Aktion
Revolutionáre Gewerksftstaktik (New York, 63 págs.).

Un socialdemócrata destacado, el doctor Raphael Friedeberg (nacido en 1863)


comenzó desde 1896 a considerar sin fundamento para el tiempo presente de
entonces el marxismo y menos aún la táctica socialdemócrata. Se hizo
anarquista; su propósito no fue el de la propaganda anarquista ideal, ni el del
sindicalismo revolucionario francés, sino lo que se llama un
anarcosindicalismo; las masas organizadas, penetradas de la idea anarquista y
obrando solidariamente, económica y revolucionariamente, por ese objetivo.
Fue activo en ese sentido en Alemania desde 1904 a 1907 ó 1908, pero no
encontró entonces comprensión anarquista en los antiguos localistas, ni
comprensión para las acciones fuera de la rutina propagandista en los
anarquistas alemanes y, sin estar en desacuerdo con él, no pudo tampoco
entenderse con Landauer. Pienso que Malatesta, a quien conoció en el
congreso de Ámsterdam, estaba más próximo a él en ideas. Una enfermedad
le hizo abandonar pronto la vida de las agitaciones. Fue él quien reconoció al
momento la gravedad de la enfermedad de las vías respiratorias de Kropotkin
y le incitó a pasar los inviernos en el mediodía donde lo ha cuidado.

Los localistas, impulsados por esa agitación, rompen en 1908 con el partido
socialdemócrata, y se aproximan cada vez más al sindicalismo francés de
entonces (en concepción, no en relaciones), creyendo ser la teoría sindicalista
una solución final. Tan sólo en el congreso realizado del 27 al 30 de diciembre
de 1919 en Berlín, después del gran discurso de Rudolf Rocker, se adoptó La
declaración de principios del sindicalismo, que rechaza el Estado y todo
estatismo y es de nuevo una afirmación de lo que la Federación española
deseaba ser a partir de su fundación en 1870; la convertibilidad de las
instituciones sindicales en órganos de la sociedad después de la revolución es
sostenida. Así:... “así se transformará cada Federación local en una especie de
oficina estadística local y tomará todos los edificios, alimentos, indumentaria,
etc. bajo su administración”... “Las federaciones de industria por su parte
tendrían la misión de tomar bajo su administración por sus órganos locales y
con ayuda de los consejos de fábrica, todos los medios de producción
existentes, materias primas, etc. y de proveer con todo lo necesario a los
grupos de producción y fábricas”, etc.

Tanto como “la toma del montón”, ese otro extremo, el dominio por una
asociación de toda la riqueza social, de toda la vida de la sociedad, son
ebulliciones de momentos de exuberancia en una situación en que no se está
frente a realidades directas. Los 3.577 cotizantes internacionales en
septiembre de 1870; los pocos millares de sin trabajo y de militantes que de
1880 a 1890 estaban dispuestos en las manifestaciones más avanzadas en las
calles de París; las pocas decenas de millares así dispuestos tal vez en 1906
en ocasión del congreso de Amiens, que declaró el sindicato de hoy como un
grupo de resistencia, en el porvenir un grupo para la producción y la
distribución, base de la reconstrucción social; los más de 100.000 sindicados
alemanes —a quienes Rocker habla en el congreso de diciembre de 1919;
incluso las cinco o seis veces más que la C. N. T. española contaba entonces y
en 1931— están lejos de ser la sociedad humana; y aun cuando fuese opinión
de la mayoría de esa sociedad, que entonces tendría el poder para imponer su
voluntad, sería tanto más un dominio sobre el porvenir, que sería así
autoritario, dictatorial, pero no libertario.

Rudolf Rocker

Entre los hombres que han movido más las ideas anarquistas en lengua
alemana menciono todavía a Max Baginski, a Rudolf Lange, a Rudolf Rocker, a
S. Nacht, a Fritz Oerter, a Erich Mühsam en Austria a Josef Peukert, a Rudolf
Grossmarm. Pero hubo hombres que han escrito menos o nada, pero que
deben ser recordados por su actividad íntima; tales son Johan Neve, S. Trunk,
Wilhelm Wemer y otros.

El socialismo experimental fue recordado por el libro Utopie und Experimenta


compuesto por Alfred Sanftleben (Zurich, 1897, Vil, 324 págs.), la traducción
de los escritos del doctor Giovanni Rossi (Cardias) antes y después de la
fundación de la “Colonia Cecilia” en el Brasil, y su utopía inédita posterior que
le hace abandonar el comunismo libertario y aceptar un régimen mutualista.
En la Suiza de lengua alemana, el doctor Fritz Brupbacher, de Zurich, nacido en
1874, siempre pensador y “froundeur”, socialista atraído en 1904 hacia el
sindicalismo, conociendo desde 1905 a James Guillaume y también a
Kropotkin, militó algunos años en favor del sindicalismo y del antimilitarismo y
puso de relieve la primera vez a los lectores socialistas alemanes, con gran
desesperación de los marxistas, a Marx und Bakunin (Munich, 202 páginas;
1913). Nadie ignora que la revolución rusa le fascinó más tarde, como gran
fenómeno convertido en una realidad, al menos desde hace ya un número de
años. Pero permanecer observador crítico e inspirado en sentimientos como
los expresados en 1911 en Aufgaben des Anarchismus in dem demorkratischen
Staate. Observa los hombres, las cosas y las ideas como médico, que no tiene
el derecho a ocultar los aspectos débiles de un organismo, y su crítica no
puede menos de ser útil para tratar de obrar mejor si nos engañamos. Entre
los apologistas oportunistas, los aduladores, diría yo, y los hombres de la
crítica seria, ¿quién no prefiere a estos últimos? Su autobiografía, 60 Jahre
Ketger (60 años de vida de un Hereje) aparece en Zurich en 1935.

Es curioso en qué grado un número de países carece de originalidad en


pensamiento anarquista o es vacilante o tardío. Además de los países ya
discutidos y Suiza y Bélgica, viejos focos de asilo para refugiados, antes más
hospitalarios que ahora, y Rusia, de donde nos han llegado pensadores como
Bakunin y Kropotkin y a dónde todos nosotros hemos mirado para ver a
Tolstoi, en los otros países europeos la originalidad es muy pequeña en
nuestro dominio. No escribiendo aquí esbozos de movimientos, sino
destacando sólo las partes características y originales, pasaré rápidamente por
la mayoría de esos países y hasta me referiré a los otros continentes en el
resto de ese capítulo.

Por las numerosas expulsiones de los años 1880-1890, muchos lazos entre los
movimientos del tiempo de Bakunin y Kropotkin fueron cortados en Suiza, Le
Révolté salió del país, etc., pero muchos lazos subsisten todavía, los
Dumartheray, Herzig; Jacques Gross, Pindy, Alcide Dubois y otros en Ginebra y
en el Jura, y una nueva generación crece, asistida por nuevos jóvenes y
estudiantes, los Stoyanoff Galleani, Atabek, Samaja, Bertoni, Ettore Molinari.
En ese ambiente se desarrolla un joven libertario que se convirtió en uno de
los autores más espiritualmente antiautoritarios e irrespetuosos de su país,
también un experto en educación libertaria, Henri Roorda van Eysinga (1869-
1925). Jacques Gross, de Mulhouse (1855-1926), el amigo de los viejos y de
todos los jóvenes, hombre de vasta concepción de las ideas, fue también uno
de aquellos a quienes la conservación de los impresos y rarezas anarquistas
debe más; él sólo ha sabido volver a descubrir a Déjacque y a Coeurderoy (su
autor favorito) y yo le debo enormemente respecto de todas mis
investigaciones históricas durante las décadas de nuestra amistad, desde fines
de 1892 hasta su muerte, en octubre de 1928.

Después de tantas persecuciones, sobre todo contra los italianos, de 1890 a


1900, y el famoso proceso del Almanacco socialista-anarchico per l´anno 1900
a causa de un artículo que ahora se sabe escrito por Malatesta, el Réveil-
Risveglio fue denunciado (7 de julio de 1900), pero sigue publicándose,
compuesto y ampliamente escrito por Luigi Bertoni (nacido en 1872), en
italiano y en francés, largo tiempo con la colaboración de Georges Herzig
(1857-1921), ginebrino, de una pluma libertaria acerva, que fustiga las
hipocresías sociales. Entre los dos hicieron una crítica memorable del
funcionarismo en el sindicalismo suizo y Bertoni extendió su crítica también
sobre la C. G. T. de París, donde ha dado algunas conferencias, no olvidadas.
James Guillaume (1844-1916), renovó su acción en Suiza a partir de 1903 y se
consagró en cuerpo y alma a la C. G. T., resucitando a los viejos jurasianos,
especialmente Spichiger, ganando a los jóvenes, los doctores Brupbacher y
Max Tobler y a la bernesa Margareta Faas-Hardegger. Había La Voix du Peuple
sindicalista de Lausana y las cuestiones entre sindicalismo y anarquismo fueron
muy debatidas en ese medio, entre Guillaume, el doctor Wintsch (Lausana),
Herzig, Bertoni y otros. Kropotkin, por sus inviernos pasados en el Tessino,
entró de nuevo en relaciones directas con los viejos amigos y conoció bien a
Bertoni. Todo eso da al Réveil-Risveglio algunas veces también a la Voix y al
Wechmf de Zurich, un interés particular para la evolución y la crítica de las
ideas.

En Bélgica, después de un bello pasado que vio a Buonarroti, a Cinsidérant, a


Proudhon, a Blanqui y a tantos otros socialistas, después del período glorioso
de la Internacional, la caída en el electoralismo obrero marca también una
depresión intelectual. También los periódicos anarquistas fueron rutinarios,
hasta una renovación por la revista La Société Nouvelle, primero colinsiana,
más tarde ampliamente abierta a los anarquistas y libertarios (Bruselas, 1884-
1897) —el joven Fernand Brouez, fundó esa revista y le dio su actitud
tolerante—, por una permanencia de cierta duración de Merlino, y ante todo
por la presencia de Elisée y de Elie Reclus, desde 1894 hasta su muerte (1904 y
1905) y también por la presencia, hasta 1914, de Paul Reclus (un hijo de Elie).
En lengua flamenca había bellas revistas Van Nuen staks y Ontwaking en
Anvers (de 1896 a 1910...). Había también una renovación de literatura nueva,
en parte por autores de tendencia libertaria, como Georges Eekhoud (1854-
1929). Entre los estudiantes Jacques Mesnil, que vivió mucho tiempo en Italia,
fue pronto uno de los jóvenes autores anarquistas más reflexivos, sobre el cual
obraban el ambiente del arte flamenco e italiano, la vida popular italiana, su
amistad con Eliseé Reclus, su gran interés por Edward Carpenter y todos los
trabajos del espíritu contemporáneo progresivo. Le Mouvement anarchiste
(Bruselas, 1897, 87 págs. en 12.°) y Le Mariage libre (1901, 64 págs. en 12.°)
están entre sus escritos mejor conocidos.

Las peripecias del curso de Eliseé Reclus, postergado perennemente por la


“Université libre”, a causa del pánico antianarquista de 1894, llevaron a la
fundación de la “Université Nouvelle”, donde los hermanos Reclus dieron
conferencias libremente y fueron el alma de un núcleo de intelectuales
libertarios en Bélgica. Es entonces cuando Eliseé escribió El Hombre y la Tierra;
Francisco Ferrer hizo traducir en castellano, por Lorenzo, esa gran obra. Ferrer
fundó también L´Ecole renovée, la revista comenzada en Bruselas y continuada
en París (1908-1909).

Hacia el fin de la vida de Reclus, se produjo también en Bélgica lo que


Landauer, al escribirme en 1910 llama: “en todos los países encuentro el
movimiento anarquista epigonal”; es lo que quiero decir cuando en estas
páginas hablo de rutina, de detención, basada en la suposición errónea que
todo el trabajo intelectual está ya hecho y que se puede entregar uno a
recreos —esperanto, neomalthusianismo, colonias primitivas, a veces también
ilegalismo y expropiacionismo; en una palabra, no se va rectamente hacia
adelante, se arrastra, se dispersa. Había mucho de eso, en Bruselas, mientras
en Lieja había un esfuerzo más serio y continuo— cuando de 1900 a 1908
aparecieron allí Le Réveil des Travailleurs, L 'Insurgé, L ’Action directe y el
doctor Lucien Hénault fue muy activo. Otros militantes fueron en su hora los
hermanos Houtstond, George Thonar, Raphael Fraigneux; un camarada de
múltiples actividades fue Emile Chapelier, de la colonia “L’Expérience”, de
Boitsfort. Antiguos militantes fueron Jules Moineaux, el condenado del
proceso de Lieja, de julio de 1892; Paul Gille, el autor de estudios publicados
en 1920, reunidos como Esquisse d’une Philosophie de la Dignité humaine
(París, 1924, Félix Alean, 146 págs., in-18.°), etc.

El profesor Guillaume De Greef, el juez Ernest Nys, la señora Florence De


Brouckére, el pintor Van Rysselberghe y otros pertenecieron al ambiente de
Elisée Reclus.
XV

LOS MOVIMIENTOS ANARQUISTAS Y SINDICALISTAS EN HOLANDA


Y EN LOS PAISES ESCANDINAVOS

En mis libros o más bien en los manuscritos inéditos, he procurado esbozar los
orígenes anarquistas de un gran número de países y naciones, pero aquí no
puedo más que resumir los resultados en el sentido de lo que esos países han
dado en ideas e iniciativas generales al movimiento internacional. Sin duda, allí
donde se ha sido puramente receptivo e imitativo se ha influenciado también
la corriente internacional agregando fuerza o durabilidad a las ideas así
recibidas, cuando se ven aceptadas así en otras partes sin contradicción y sin
modificaciones importantes. Sólo que, desde el punto de vista crítico, el que
una idea que se ha desarrollado en tal lugar naturalmente y es aceptada en
otra parte de lleno, por su prestigio, sin examinar, no es prueba de que
corresponda a las tendencias locales. Mecanismos, máquinas, pueden ser
generalizadas así, o plantas en invernáculos, pero un organismo viviente, la
planta, el animal, el hombre y su producto más delicado, la idea, se modifican
según su ambiente. Hemos comentado bastante la importación ficticia del
marxismo en todos los países, y pienso que, con el mismo derecho, se puede
poner en duda el que, por la traducción de algunos folletos de Kropotkin,
Grave y otros camaradas en una fecha accidental, dependiente de las
circunstancias personales en algunos hombres abnegados, por la fundación de
un periódico que tomó por modelo La Révolte y algunas otras publicaciones
recibidas en cambio, se hayan “implantado” las ideas anarquistas en un país
bajo esa forma, que correspondería mejor a la disposición de los hombres de
ese país. Son esas localizaciones las que han faltado demasiado, sea por falta
de medios de acción, para el estudio y la experiencia, sea por el entusiasmo de
los iniciadores que no querían cambiar nada en la buena nueva, en el
evangelio nuevo que llevaban a sus connacionales. En ese terreno queda pues
mucho que hacer, y no hay que dejarse engañar por las unificaciones en
procedimientos industriales, comerciales, financieros de nuestros días para
creer que eso nivelará también las mentalidades humanas. En tanto que las
nivela, las liga al autoritarismo capitalista y bolchevista que nos arruina. No es
tampoco el nacionalismo de nuestros días, las nacionalidades encerradas en
jaulas-Estados, lo que salvará a esos hombres; esperamos que será un
socialismo libertario internacional con todos los matices que le darían las
inclinaciones locales. Es ese el anarquismo de todos los países, y los programas
anarquistas y sindicalistas crudos les son tan indigeribles, como el marxismo
crudo. Es así como la diferenciación anarquista deberá eludir la unificación
bolchevista y asegurar el porvenir de un verdadero socialismo integral.

***

En Holanda las ideas socialistas fueron muy raramente expresadas en los siglos
pasados —aunque se encuentra mucho sentimiento social en la vida de sectas
religiosas (v. el libro La Paix créatrice, París, 1934, de B. de Ligt).— y también el
socialismo francés e inglés y la crítica filosófica radical alemana de la primera
mitad del siglo XIX no hallan una repercusión más que en algunos intelectuales
y librepensadores. Es la pérdida total de la independencia nacional por las
guerras de la revolución francesa, la pérdida de Bélgica desde 1930 por la
política y el ejército de Francia y el consentimiento de las grandes potencias,
que han aislado así a Holanda; ¿o eran las condiciones económicas, el rico
comercio y los campesinos satisfechos, quiénes retardaron las colisiones de los
intereses sociales? Tampoco la Internacional fue introducida sino tardíamente,
y entonces las ideas anarquistas formadas en Bélgica fueron propagadas sobre
todo en 1870-72, pero languidecieron poco tiempo, pocos meses, se diría,
después, y no hubo más que reformismo y socialdemocracia incolora hasta
1878-79, cuando un pastor protestante, Ferdinand Dómela Nieuwenhuis
(1846-13 de noviembre de 1919) se separó de la iglesia y se entregó en los
cuarenta años siguientes enteramente a la obra socialista, más tarde
anarquista. El terreno era bueno; un gran movimiento que en sus
ramificaciones dura todavía, fue creado pronto y las cuestiones por qué no se
hizo eso antes, por qué Dómela, que vio a los veinticuatro años la Comuna de
París, que leía la Freiheit de Most con atención desde 1879 y aprovechó sus
advertencias, no se desarrolló más rápidamente, son ociosas... “Sí, he de
acentuar que hasta durante mi período socialdemócrata fue la Freiheit la que
me movió a preservar el movimiento obrero holandés de convertirse en un
rebaño de masas obreras bien disciplinadas y organizadas siguiendo
ciegamente al rabadán por todas partes” (3 de diciembre de 1903, Freiheit, 26
de diciembre de 1903).

Dómela Nieuwenhuis

Es así como después de diez años de actividad socialdemócrata en un partido


del que fue el principal fundador, propagandista de la socialdemocracia
alemana, expresada en varios estudios socialistas internacionales recibió la
impulsión final para la crítica de la socialdemocracia alemana, expresada en
varios estudios de vigor ascendente (Les divers courants de la démocratie
socialiste allemande, marzo de 1892; Le socialisme en danger, mayo de 1894;
Socialisme libertaire et socialisme autoritaire, sept-nov.; 1895; esos escritos y
otros forman el libro Le socialisme en danger, París, 1897, XI, 321 págs., en
18.°, con un prefacio de Elisée Reclus); La Débacle du Marxisme, apareció en
junio de 1900 y concluye esa serie. Dómela había llegado a ver que lo que
había censurado en la socialdemocracia alemana era común al marxismo
entero y a todo socialismo autoritario, y le opuso su concepción de un
socialismo libertario.

Mientras que Dómela comprendía cada vez más la necesidad de despertar en


la conciencia de los hombres el sentimiento libertario, su interés en la
organización de los trabajadores disminuía, sobre ese punto su opinión no fue
compartida por Christian Cornelissen (nacido en 1864), desde 1892 su joven
coredactor en el periódico Recht voor Allen, antiguo maestro, que participó de
su actitud crítica contra el socialismo parlamentario. Cornelissen se dedicó
pronto a organizar sindicatos y a federarlos (Nationaal Arbeids-Secretariaat,
1893). Recomendó a los anarquistas en 1892 que se atuvieran a la crítica
hecha por Merlino en Nécessité et Bases d´un entente, y ha criticado mucho La
conquista del pan, en 1903. Sus opiniones han sido formuladas en Les diverses
tendances du Partí ouvrier intemational (1893), en Le Communisme
révolutionnaire. Projet pour une entente et pour l´action commune de
socialistes révolutionnaires et communistes anarchistes (1896); en holandés:
Het revolutionaire Kommunisme, zijn beginselen en zijn taktiek (1897, 68 págs.
in-gr. 8.°). En segunda edición el escrito holandés de 1897 se llama
Revolutionair Kommunistisch Manifest (1905).

Cornelissen era uno de los preparadores públicos e íntimos del esfuerzo para
oponer a los marxistas en el congreso internacional de Londres un frente
antiparlamentario, sindicalista y anarquista y cooperó en ese objetivo con
Fernand Pelloutier; Hamon-Pouget, Malatesta, Landauer y otros y el congreso
de Londres mostró ese frente minoritario que fue apoyado también por
ingleses a quienes interesó Kropotkin y todos entonces, a excepción de los
“amorfistas”. Pero de ahí a un acercamiento en ideas y a lazos en organización
con los anarquistas (que no los tenían), se estaba lejos, y ese paso no se dio, ni
siquiera se comenzó, salvo por Merlino en su nueva concepción (a partir de
1896), que fue aprobada en Francia por Bemard Lazare y tal vez por nadie más
fuera de él. Cornelissen comprendió todo eso y no veía fuerza organizada
libertaria con la cual pudiese cooperar; sólo los sindicalistas, a quienes conoció
a fondo en París, cuando fue a vivir allí en 1898 ó 1899, precisamente por
incompatibilidad en concepciones, criterios y caracteres con Dómela y para
evitar una ruptura abierta en Holanda. Dómela escribió en 1907... “Pero yo
ante todo soy anarquista y luego sindicalista, y creo que muchos otros primero
son sindicalistas y luego anarquistas. Hay una gran diferencia”... “El culto a los
sindicatos es tan nocivo como el del Estado, pero existe y amenaza ser más
grande cada vez. Parece que los hombres no pueden vivir sin dioses, y apenas
han derribado una divinidad cuando ya surge otra nueva. Si la divinidad de los
socialdemócratas en el Estado, la divinidad de los socialistas libertarios parece
ser el sindicato”... (cartas al Dr. Brupbacher, publicadas en 1928). Dice aún:...
“El sindicalismo sólo no me satisfaría, pues sin ser inspirado por el ideal es la
lucha por más salario y menos trabajo, que no menosprecio, por razones
prácticas, pero no me parece digna de tanto esfuerzo”. Esto resume el punto
de vista de Nieuwenhuis durante los largos años hasta su muerte; quería ante
todo libertar a los hombres intelectualmente y moralmente —de ahí su gran
interés en la educación libre de los niños y en esa educación primaria moral de
los adultos que les hace olvidarse de odiarse y matarse mutuamente
(antimilitarismo), y en su emancipación intelectual (librepensamiento).
Cornelissen, que conocía las imperfecciones y la inexperiencia en cooperación
social eficaz de los trabajadores, quiere ante todo educarlos en y por sus
medios de convivencia, el sindicato, la fábrica, el trabajo mismo, puesto que
hasta aquí el trabajo forzado en interés patronal no les interesa y eso impide
que formen hábitos de verdadero trabajo social.

Puedo pasarme sin discutir ampliamente esas dos concepciones y también


numerosas ideas y doctrinas intermediarias en el movimiento holandés, que se
escisionó a menudo y francamente; todos esos matices no se estiman sin
duda, pierden esfuerzos en polémica interna, pero esas disputas no adquieren
la ferocidad y el salvajismo que tienen a veces en otros países. Cornelissen ha
removido más que nadie en nuestros medios las doctrinas económicas y de ahí
llegó a las observaciones económicas tomadas de lo vivo y a un estudio
especial de las modalidades del trabajo mismo; v. sus libros de la Théorie de la
valeur (1903), Théorie du Salaire et du Travail salarié (1908), la Théorie du
Capital et du Profit (1926) y la de la Rente fonciére (1929), el todo en las
últimas ediciones de un gran Traité général de Science économique, trabajos
que superan mi poca competencia. Ha observado también los movimientos
sindicalistas del día, en sus escritos en los periódicos y principalmente en su
Bulletin International du Mouvement syndicaliste, poligrafiado, comenzado en
1907. Véase también de él en el Mouvement socialiste (París, 15 de julio de
1905; págs. 392-400) el artículo sobre la evolución del anarquismo en el
movimiento obrero holandés.

Como otros militantes holandeses, no mencionó más que a los primeros


comunistas anarquistas, que hicieron propaganda mucho antes de que Dómela
se acercase a la anarquía; pero no hicieron más que reiterar lo que
encontraban en las publicaciones alemanas (Die Autonomie) y francesas (La
Révolte, etc.); hubo así J. Methófer y B. P. van der Woo. Por el anarquismo
francés de Félix Féneon en Emile Henry fue temporalmente influenciado
Alexandre Cohén (De Paradox; La Haya, 1897-98 y escritos en francés). Maurits
Wagenvoort hizo aparecer la nóvela De Droomers (Los soñadores; Ámsterdam,
1900). Se aproximaba al individualismo y al naturismo en Licht en Waarheld y
Anarchie de Ámsterdam (1894-95; 96-1902). Hojas de propaganda anarquista
directa son menos numerosas que las hojas más grandes socialistas
revolucionarias y de otros matices, todos libertarios, pero más de actualidad
obrera que ideales. Dómela publicó De Vrije Socialist, desde 1898 en adelante.
Habría preferido que se llamase a las ideas “Sociaal-Anarchie” lo que recuerda
el “socialismo anárquico” de Malatesta.

Las ideas de Tolstoi, la negativa individual a hacer el servicio militar, el


colectivismo agrario y la vida en comunidad inspiran a grupos de
propagandistas y de práctica libre de hombres que aceptaban las creencias
religiosas. Fueron los Christen-Anarchisten, recuerdo a Félix Ortt; la colonia de
la “Internationale Broeder-schap” en Blaricum, destruida en las Pascuas de
1903, por campesinos católicos, visitada por los hermanos Reclus; los escritos
de T. Luitjes; a alguna distancia de ese grupo estuvo Frederik van Eeden, autor
no del todo libertario y más tarde alejado de sus ideas sociales. En Holanda,
socialistas religiosos han sabido abstenerse de tendencias clericales,' como
antes también en Inglaterra, en los Estados Unidos y en otras partes, y todavía
en 1920 comenzó a aparecer en Utrecht De Vrije Communist. Orgaan van
religieuse anarcho-communisten, hoja que marchaba a la par con las otras
publicaciones libertarias del país. También B. de Ligt fue pastor y se convirtió
en anarquista independiente y antimilitarista. Véase el periódico Bevrijding
etc.

Dómela Nieuwenhuis, que en 1870, bajo la impresión de la guerra, había


hecho un llamamiento en favor de una asociación pro paz, trató de hacer
aceptar la huelga general en caso de guerra por el congreso internacional de
Bruselas de 1891, como la había votado el congreso de la Internacional
celebrado en 1868 en la misma ciudad.

Fue tratado de loco por la socialdemocracia, que vivía de los votos de los
electores y no quería perder votantes patriotas. Después hubo esa inmensa
agitación contra la mentalidad militar durante el affaire Dreyfus, y cinco
franceses —Laurent Tailhade, Malato, Gastón Lhermitte, Janvion y Charles
Vallier— hicieron hacia fines de 1902 un llamamiento para un congreso
antimilitarista internacional. De allí salió al fin el congreso celebrado en
Ámsterdam en junio de 1904 y una organización, la Asociación Internacional
Antimilitarista. Ese congreso y ese medio fueron invalidados por la
incompatibilidad de la tendencia tolerante que quería englobar todos los
esfuerzos antiguerreros de resistencia a la fuerza, por tanto también a los
tolstoianos, a los Christen-Anarchisten, etc., y la tendencia vehemente que
creyó hacer bien al hacer triunfar el antimilitarismo revolucionario sindicalista
y anarquista y enviar a paseo a toaos los demás elementos antiguerreros. Por
ese exclusivismo, aisló el movimiento, que pronto tomó en Francia formas
ruidosas a causa de la actitud de Almereyda, de las salidas estrambóticas de
Hervé, la acción perseverante de los sindicalistas con los números famosos de
La Voix du Peuple anuales por Pouget, el Nuevo Manual del Soldado, por
Yvetot (ya aparecido en 1902), el “céntimo del soldado”, etc., que tuvo
también una cierta repercusión en Italia, pero que no tenía un verdadero
fondo y se desvaneció como briznas de paja dispersadas por el viento, en los
unos, como en Hervé años antes de la guerra de 1914; en otros, como Yvetot
mismo, bajo la impresión del atiborramiento de cráneos, durante la guerra, o
incluso al primer sonido del clarín de la guerra. Por “fondo” quiero decir o bien
un fondo moral, un sentido de solidaridad humana, que los tolstoianos y
algunos otros le daban —una repugnancia absoluta a ser asesino por orden
superior—; o bien un fondo intelectual, conocimientos serios, que hacen
comprender las verdaderas causas de las guerras, sus promotores, sus
aprovechadores y que hace estimar a todos los pueblos de los cuales cada uno,
a excepción de esos elementos rapaces y feroces, quiere vivir a su modo y en
paz; entonces se está inmunizado contra el atiborramiento de cráneos, como
en los primeros casos se está inmunizado contra las incitaciones al asesinato
de hombres-hermanos. El esfuerzo moral de los tolstoianos fue más bien
menospreciado por todos los demás, que tenían, como veremos más adelante,
una impresión no enteramente exacta del tolstoismo. El esfuerzo intelectual se
hizo raramente y fue sofocado en nosotros mismos por animosidades y
prevenciones nacionales; porque insensiblemente las mentalidades también
de los revolucionarios se adaptaban en los años de preparación general de la
guerra que estalló en 1914, a la mentalidad de las naciones respectivas y la
polémica anarquista contra Marx, sindicalista contra los centralizadores
alemanes como Legien, hizo cada vez más apelación a los argumentos de raza
latina y germánica, exactamente como se hizo en toda otra polémica de esos
años. No han faltado sin duda esfuerzos de superación, pero fueron
demasiado aislados. Los dos volúmenes que producen materiales recogidos
por Temps Nouveaux; Guerre-Militarisme (París), 1902, XV, 406 págs. y Patrie
et Colonisation (1903, VI, 422 págs.; prefacio de Elisée Reclus), son un bello
esfuerzo para obrar en el terreno moral e intelectual, pero habría sido preciso
hacer mucho más. Se especializó la propaganda sobre el mal en el cuartel o en
los infiernos militares de África, lo que podía conducir a que uno se hiciese
refractario o desertor o a que se deseasen reformas; pero no informaba eso
nada sobre los factores que al mismo tiempo preparaban todo para hacer
inevitable la guerra y pusieron de repente a los pueblos ante un hecho
consumado.

Dómela ha debido tener una concepción más profunda; v. su Proyecto de


propaganda antimilitarista (de 1907; 15 págs., escrito en ocasión del congreso
de 1907), pero tampoco él ha entrado en el fondo de las cosas, lo que hicieron,
por ejemplo, bajo algunos aspectos, Francis Delaisi (La Guerre qui vient, 1911),
Marcel Sembat y algunos otros. Dómela, decepcionado sobre muchos
hombres y cosas, sosteniendo hasta el fin un anarquismo sin compromisos,
atenuaciones y adaptaciones que le fue caro, permanece una figura patética,
apasionada, muy personal, que fue cada vez menos comprendido y secundado
en su obra durante sus últimos veinte años, aunque la apreciación y el elogio
sumarios, en bloque, no le han faltado. Ha descrito los comienzos de su
desarrollo en Van Christen tot Anarchist (De cristiano a anarquista;
Ámsterdam, 1911, 600 págs. en 8.°). Los escritos de Multatuli (Eduard Douwes
Dekker, 1820-1887) y de S. E. W. Roorda van Eysinga (muerto en 1887; el
padre de Henri Roorda) le han sido familiares; por el segundo conoció a Elisée
Reclus en Clarens (Suiza) cuando él mismo era una personalidad
socialdemócrata. Ha conocido probablemente a Kropotkin antes de 1896 en
Londres.

Su obra se ha extinguido casi con él; sus escritos innumerables no se han


concentrado en algunos textos comprensivos, y así quedan de él solamente su
ejemplo y su intrepidez moral, que le hace sostener el principio anarquista a
pesar de todo, en todas las situaciones, desde que lo reconoció. Algo
semejante ha pasado con muchos camaradas holandeses que se agrupan o se
aíslan por matices según las convicciones de cada uno. Pero Dómela tenía otra
cosa aún, un ímpetu, un vigor, una tenacidad irresistibles; en eso nadie lo ha
alcanzado todavía; su voz sabía hacerse escuchar; la de todos los demás
apenas se oye y raramente fuera de su país y de su idioma, aunque sean muy
activos.

En los países escandinavos, en Dinamarca, había un matiz socialista


revolucionario en 1881, expresado por Harold Brix, fallecido el mismo año, y el
semanario Nye Tid en Chicago siguió en esos años la evolución revolucionaria
de la Arbeiter-Zeitung redactada por Spiess; movimiento de ideas suscitado
sobre todo por la Freiheit de Most. A partir de 1889 en Arbejderen
(Copenhague) un socialismo menos reformista, pero marxista, fue propagado,
como desde 1887 en la Volkstribune de Berlín. En 1896 hubo la primera hoja
comunista anarquista, Prole taren, suprimida por una persecución. Después
hubo, a partir de 1904 una hoja Nye Tid de matiz del “joven socialismo” sueco.
En fin el autor noruego Hans Jaeger (1854-1910), novelista realista muy
conocido, publicó el libro Anarkiets Bibel (la Biblia de la anarquía; 1906,489
págs.) y el periódico de combate Skorpionen (1907), continuando después de
un intervalo por Revolten (1907-08).
I. I. Ipsen, que colaboró ya con Hans Jaeger y el doctor Rolf Hammer, muerto
algunos años antes de 1914, son los camaradas más conocidos entonces. Hubo
algunos otros periódicos entonces (Anarkisten; Frihet), algunas publicaciones
muy individualistas (Individet, 1908), algunos individualistas y sindicalistas y
una publicación del mínimo de Estado y del máximo de autonomía, Samstvre
(autogobierno) comenzada en 1908 y continuada largo tiempo.

Hubo en Dinamarca durante cincuenta años y más la influencia intelectual de


George Brandes, el hombre que sabía reconocer bien las aspiraciones
humanas, sociales y libertarias, que estuvo en relación con Ibsen, Nietzsche,
Kropotkin y Clemenceau, y que fue él mismo, tal me ha parecido siempre, frío,
no social, burgués en el fondo. Hay también desde hace más de sesenta años
el periódico Soeialdemokraten, desde hace generaciones un cotidiano,
siempre reformista. En este ambiente, verdaderamente, Hans Jaeger, I. I. Ipsen
y algunos trabajadores militantes y el doctor Rolf Hammer parecen haber sido
los únicos libertarios.

En Noruega está Henrik Ibsen (1828-1906), ya discutido en un capítulo


anterior, que interpretó no como individualista antisocial, sino como
comprendiendo el autoritarismo y la “servidumbre voluntaria”, la estupidez de
casi todos, lo que hacía que no creyese ya en acciones revolucionarias
colectivas, que ha sostenido en su juventud en los tiempos de Marcus Thrane
(1817-1890), que estuvo encarcelado desde 1851 a 1858 por el movimiento de
los años precedentes. Ibsen preconizó, pues, la elevación del individuo por sí
mismo hasta perder, más tarde, también esa fe, probablemente, y dejarse
reabsorber por la masa como todo el mundo.

Arne Garborg (1851-1924), mencionado más arriba, idealizó la autonomía de la


vida campesina en Noruega y el periódico Fredaheimen, escrito en la lengua
local, redactado por Ivar Mortensen entre 1888 y su fin en 1891, enarboló el
comunismo anarquista; Arne Dybfest, que conoció las ideas en los Estados
Unidos y en París y mantuvo correspondencia con Kropotkin, y Rasmus
Steinsvik fueron los militantes más salientes, pero en 1892 ya el movimiento
pareció desaparecer, seguido en 1897-1898 por algunas publicaciones
atenuadas de Ivar Mortensen. Ame Garborg ha acabado por adherirse a la
tendencia del Estado mínimo, preconizada en Dinamarca.
Un solo camarada excelente, Kristofer Hansteen (1865-1906) en Cristianía
(Oslo) hizo por su perseverancia un periódico Anarkisten, continuando con el
nombre Til Frihet y una traducción de las “Palabras de un rebelde”, el todo
desde 1898 a 1904, moribundo ya. Voltairine de Cleyre ha visitado Noruega en
1903 y ha conservado la memoria de Hansteen, a quien he conocido también,
por una bella descripción. Desde ese tiempo A. Hazeland ha publicado otras
traducciones de Kropotkin. Hay, siguiendo el ejemplo de Suecia, un
movimiento joven-socialista (“Ung-Socialism”; a partir de 1906), un
movimiento sindicalista (Direkte Aktion; 1912-18; Alarm, a partir de 1919) y
uno de esos órganos, Revolt, joven-socialista, 1914, publicado hasta 1927, fue
al menos en los últimos años claramente anarquista; cambió en junio de 1927
su título por Fritt Samfund, órgano de la Federación social-anarquista;
desapareció, que yo sepa, en 1928.

En Suecia, Nils Hermán Quiding (1808-1886), ya mencionado, en su libro


aprecido en 1871-73 se manifiesta federalista y autonomista, pero ¿ha
superado verdaderamente el Estado mínimo, cuya afirmación marca
precisamente una falta de confianza en la libertad, por tanto una ausencia de
sentimiento anarquista?

Había un grupo escandinavo en Londres, que publicó algunos manifiestos en


1886 y 1887, “La ley y la autoridad”, por Kropotkin (1888), y algunos
anarquistas trabajaban en Suecia con los socialistas que les eliminaron de su
ambiente en 1891, después de lo cual Hinke Bergegren hizo aparecer entonces
Under Rótt Flagg (Bajo la bandera roja), el primer órgano anarquista en
Stokholm. Ese matiz sufrió la influencia de los “independientes” de Berlín en su
crítica a la socialdemocracia y la influencia de los actos violentos y del
ilegalismo que se manifestaban entonces en el movimiento francés. Uno de los
más militantes; Gustar Henriksson-Holmberg (1865-1929) conoció al
dühringiano Friedlánder en Berlín y también a Reclus y a Kropotkin. Este
último vio en Harrow desde 1890 ó 1891 casi todos los días al joven químico
sueco Gustaf F. Steffen, que no compartió nunca sus opiniones, pero que ha
podido ser un lazo en esas interrelaciones, cuando los autoritarios y los
libertarios no se habían separado tanto como lo estuvieron pronto en todas
partes.
Los partidarios de Bergegren fueron ante todo socialistas opuestos al
reformismo. Forman en noviembre de 1892 el Club de juventud
socialdemócrata de Stockhólm, una vez publican un periódico Anarkus, otra
vez, en 1896 aún, envían felicitaciones a Liebknecht en su 70 aniversario.
Forman clubs de juventud en provincias que se federan en 1897 y el periódico
Brand aparece en 1898 y desde entonces sigue publicándose. La Conquista del
Pan es publicada en 1898-1900 y un anarquista redacta Brand en 1901.
Comienzan la propaganda antimilitarista (1901) y antirreligiosa (1903).
Entonces todavía grupos se separan y se organizan. En 1908, por un atentado
en un barco donde hay rompehuelgas, hay tres condenados a muerte; los
condenados quedan en la cárcel hasta 1917. Forman en 1908 el Partido joven-
socialista de Suecia para la conquista del poder económico por la huelga
general y la cooperación efectiva como los medios más eficaces. Desde
entonces se prepara una organización sindicalista revolucionaria, que fue
formada en junio de 1910, las Sverges Arbetares Centralorganisation. Hay así
el partido joven-socialista (órgano Brand) y la organización central sindicalista,
que publica Syndikalisten (en Malmoe, a partir de 1911) seguido del diario
Arbertaren (en Stockholm, a partir de enero de 1922) que sigue publicándose.
Albert Jensen fue el alma de todos esos movimientos.

El programa del partido, tal como lo aceptó el congreso de 1918, es el de un


“partido de propaganda y acción revolucionaria socialista”, que reconoce el
punto de vista anarquista, tomando también en consideración las tareas más
inmediatas. Dice aún:... “El medio de la clase obrera para alcanzar un objetivo
final, la sociedad libre fundada por todos los hombres, y también sus armas de
ataque y de defensa en la lucha cotidiana, son sus organizaciones económicas,
formadas sobre principios sindicalistas con la intención de que sean en el
futuro las organizaciones de la producción”...

Dicen de igual modo que las organizaciones cooperativas deben ser


construidas sobre bases socialistas “con la visión no sólo del presente, sino
también del futuro”.

Rechazan la táctica parlamentaria, pero admiten en algunas situaciones una


cooperación con los partidos socialistas. El partido ha publicado una cantidad
de literatura anarquista comunista en traducciones y muy pocos escritos
originales que superen una propaganda elemental, a excepción del estudio de
C. J. Bjórklund sobre Quiding y las publicaciones de Henriksson-Holmberg,
como Anarkismen. Des grund text (Stockholm, 1928, 144 págs.), un libro que
no permite ver otras actividades anarquistas notables en Suecia más que las
resumidas aquí.

Ese joven-socialismo es de un eclecticismo singular, que no corta las


prolongaciones en ninguna dirección. Por las publicaciones que conozco, me
parece que se desliza en todos los problemas que nos ocupan en los otros
países muy vagamente. No confundo esa literatura con la de la organización
sindicalista, que es muy seria, demasiado seria y estrictamente metódica, de
suerte que sus cualidades libertarias son difíciles de reconocer, mientras que
las afirmaciones de federación y la práctica de la acción directa y del
antiparlamentarismo la distinguen bien de las organizaciones socialdemócratas
y comunistas. En qué es libertario es difícil decirlo —y si ese sistema fuese ya el
de la sociedad del porvenir, aparte de la ausencia de la explotación capitalista
habría cambiado muy poco.

Las articulaciones materiales serían perfectas; pero el verdadero Ibsen sería


considerado siempre “en Folkefiende”, un “enemigo del pueblo”.
XVI

IDEAS Y PROPAGANDA ANARQUISTAS EN LOS OTROS PAISES:


DE RUSIA AL ORIENTE; EN ÁFRICA, AUSTRALIA
Y EN LA AMERICA LATINA

La última fase de la actividad de Bakunin referente a Rusia, sus relaciones con


la juventud rusa en Zurich en 1872 y su libro Estatismo y anarquía con su
apéndice sobre la propaganda y los métodos de acción en Rusia (los
revolucionarios inspirando —como una Alianza en una Internacional— las
agitaciones y las rebeliones de los campesinos) esos argumentos y consejos
habían inspirado mucho a los jóvenes revolucionarios de Rusia, que entonces
han “ido al pueblo” con un ímpetu y una abnegación que se han vuelto
legendarios. Pero la ferocidad de la persecución empujó al terrorismo
primeramente agrario y contra los funcionarios, después dirigido en
concentración cada vez más acentuada desde 1879 a 1881 contra el zar
Alejandro II, que fue muerto. La propaganda libertaria, anarquista hecha por
antiguos camaradas de Bakunin en Ginebra, año 1873 a 1879, en último lugar
por la revista Obschtchina (La Comuna), de 1878-79, cedió paso a la acción
terrorista concentrada, y tampoco Kropotkin, que en 1872-73 en Rusia había
estado casi aislado en un ambiente compuesto en su mayor parte de
moderados —su programa de 1873 no fue aceptado por el círculo de los
Tchaikovsky—, tampoco Kropotkin trató de estimular una propaganda
anarquista rusa después de su llegada al occidente, sino que suspendió toda
actividad semejante en favor del gran esfuerzo contra el zar (1878-71) y
después en favor de la defensa de los prisioneros rusos y de las actividades
revolucionarias rusas en general ante la opinión pública mundial y sobre todo
inglesa. Se dio esa misión y la cumplió con su talento y su prestigio personal,
como hizo también Stepnjak, antes el camarada de los anarquistas italianos de
la banda de Mátese (1877), y actor de uno de los actos terroristas de audacia
suprema, cuando apuñaló al sátrapa Mezenkof 10.
Así, de 1879 a 1891, el anarquismo ruso no dio signo de vida y a partir de 1891
solamente, algunos estudiantes de Ginebra proponen un periódico que no ha
aparecido, se ponen en relación con Kropotkin, Reclus, Malatesta, Cherkesof
(que volvió entonces al occidente) y publican algunos folletos. El centro de ese
esfuerzo fue un estudiante de medicina armenio Alessandro Atabek, que
imprimió él mismo las primeras publicaciones anarquistas en armenio. En
ideas esos jóvenes camaradas se adhirieron completamente a las de
Kropotkin, Reclus y La Révolte; para la acción, se inspiraban en Malatesta.
Después de algunos años, por la partida de los estudiantes más militantes cesa
ese esfuerzo, lo que se reinició luego por un joven georgiano más activo, que
se entregó enteramente a esas actividades, Goghelia 11.

Varían Cherkesof (1845-1925), georgiano, que vivió en un ambiente nihilista


desde el tiempo de Chemychevski, ligado a los grupos más avanzados, los
camaradas de Korakasof (1866) y de Netchaef (1868-70), en el ambiente
anarquista suizo y francés desde 1877 a 1883, del Este al Occidente, a Londres
sobre todo, en el otoño de 1891, fue el amigo constante de Kropotkin, y el de
Malatesta hasta la guerra. Se puso a combatir el marxismo que, sobre todo por
Plekhanof, había influenciado poco a poco el socialismo ruso, combatiendo
odiosamente todo sentimiento libertario. Cherkesof escribió así Pages
d’histoire socialiste, Doctrines et Actes de la Socialdémocratie (París, 1896, 64
págs.) Précurseurs de l´ínternationale (Bruselas, 1899, 144 págs. in-12.°) y otros
escritos, recordando las ideas del socialismo antiguo y del esfuerzo liberal y
humanitario en general, que los marxistas trataban de detractar y de hacer
olvidar, haciendo creer que Marx, que, como todo hombre instruido de su
tiempo, se había alimentado intelectualmente de todo eso, había descubierto
todo lo que valía en economía social y en socialismo mismo. Si esa verificación
de sus fuentes era una obra muy útil, por eso mismo, en mi opinión, es
refutada esa otra tesis de Cherkesof, propuesta desde la primavera de 1900,
que el Manifiesto del Partido comunista, publicado en febrero de 1848, sería
un plagio de los Principes du socialisme.

Manifesté de la Démocratie au XIX siécle, por Víctor Considérant (París, 157


págs. en 16.°; en primera versión, Bases de la politique positive. Manifesté de
L´Ecole sociétaire fondée par Fourier, 1841-IV, 119 págs. in-gr. 8.°). Porque
Considérant estaba impregnado de una cultura general similar a Marx y a otros
hombres avanzados, y era él mismo un observador de las tendencias
económicas fuera de lo común. Ni uno ni otro tenían necesidad de plagiarse, y
a los hechos generales, conocidos de ambos, uno le dio una interpretación
forzosamente “marxista”, ya que eran Marx y Engels los que tenían la pluma.
Cherkesof ha contradicho además otras afirmaciones de Marx, como la de la
concentración del capital, y fue fascinado por el sindicalismo francés; bajo esos
dos aspectos confirmó mucho a Kropotkin en sus opiniones ya formadas y se
atrajo también la opinión de algunos militantes tradeunionistas ingleses hacia
el sindicalismo y apoyó su desconfianza hacia el marxismo. Su idea que el
sindicalismo es socialismo popular; en 1912 provocó el entusiasmo de James
Guillaume, que pensaba desde que volvió al movimiento (1903) que la C. G. T.
era la antigua Internacional en una forma reforzada, más perfecta y
verdaderamente el germen de la nueva sociedad.

Las aspiraciones de la autonomía nacional de los georgianos en el Cáucaso


fueron vivamente sostenidas por Cherkesof, que durante años fue el
intérprete de esas esperanzas proscritas entonces ante la opinión pública,
inglesa sobre todo, lo que contribuyó, como las simpatías por los armenios, los
boers, los finlandeses, los persas sobre todo, a suscitar también en los
ambientes libertarios corrientes en favor de pequeños Estados, que se
consideraban preferibles y culturalmente superiores a los grandes, como las
Comunas fueron consideradas en esa forma frente a los Estados. Error fatal,
porque las Comunas, por su federación o incluso aisladas en el interior de un
gran Estado, están en relaciones inevitables con sus iguales, las otras comunas,
o viven en el seno de un Estado, sin política de guerra y conquista por sí
mismas. Los pequeños Estados independientes, en cambio, viven en el
ambiente rival y combativo de los Estados y son ambiciosos y guerreros como
todo Estado. La comuna, la villa, la aldea, es pues la paz: el Estado, grande o
pequeño, es tarde o temprano la guerra.

Con el progreso sucesivo no interrumpido hasta 1905 de las protestas rusas


contra el despotismo, comenzando por los “desórdenes universitarios” en
Rusia, también los jóvenes anarquistas rusos, sobre todo en París y en Ginebra,
comienzan en fin las publicaciones, en 1903, cuyo periódico Chleb i Volia de
Ginebra (1903-1905) representa las opiniones de los camaradas rusos de
Kropotkin y las suyas. Pero surgieron una cantidad de publicaciones rusas que
hablaban en nombre de tendencias anarquistas diversas que existían en los
movimientos franceses sobre todo —los expropiacionistas, los amorfístas y las
tendencias mixtas, todos hablaban entonces altamente y a menudo, en Rusia,
obraron según sus opiniones. Un periódico Listki “Chleb i Volia” (Hojas de “Pan
y Libertad”; Londres, del 30 de octubre de 1906 al 5 de julio de 1907) fue
redactado y ampliamente escrito por Kropotkin, que ayudó además en Chleb i
Volia de París en 1909 y al Rabotchii Mir de París, ayudado por A. Schapiro,
Goghelia, María Godlsmith y algunos otros. Pero las ideas de Kropotkin, que
entonces, como actividad práctica en Rusia preconizó la organización de los
trabajadores, parecieron por decirlo así como de extrema derecha a la mayoría
de los jóvenes anarquistas rusos de los años 1903 a 1914, que se dedicaron a
la lucha muy directa, jugándose la vida y tratando de herir o debilitar al Estado
ruso por actos individuales y colectivos múltiples. Fueron ellos los que obraron
según las ideas expresadas en 1881 por Kropotkin en El Espíritu de rebelión, y
si se ha recordado estos últimos años (1931) lo que Kropotkin ha escrito
entonces en ruso en favor del sindicalismo, hay que tener presente que esa
propaganda y esos consejos de Kropotkin han permanecido aislados y sin peso
en la balanza entonces, y han cesado muy pronto. Se vio desbordado, bien a su
pesar, por las tendencias más de acción de la juventud, y vio la falta de
respuesta por actos colectivos del pueblo que, si hizo algo, prefirió hacerlo
enrolado y comandado por socialistas autoritarios, cuando éstos le parecieron
representar una verdadera potencia. Kropotkin halló mucha más esperanza
antes de 1914 en lo que pareció ser un despertar liberal general (muy
mezclado ya con nacionalismo y el sentimiento de guerra; pero eso
concordaba con sus propias opiniones y aprensiones), y esperaba que esas
fuerzas liberales se mantendrían contra la dominación de los socialistas
autoritarios, tal como ocurrió un momento en 1917. Pero comprendió pronto,
al volver a Rusia, que no era posible oponerse ya a ese dominio; se resignó
sombríamente y quedó herido en el corazón en sus esperanzas. Hizo esfuerzos,
sin salida, para ayudar las ideas federalistas y la cooperación; veía con simpatía
todo esfuerzo asociacionista independiente; expresaba sus esperanzas en una
Internacional obrera (que jamás se figuró sin una Alianza de militantes en su
seno) hasta el último momento y murió así, habiendo aplicado los últimos
meses a su Ética, el 9 de febrero de 1921.

Francamente hablando, es ingenuo u obra de partido, el querer descubrir o


crear un Kropotkin sindicalista. El hombre que ha reconocido constantemente
la necesidad de un período revolucionario de 3 a 5 años, no ha podido querer
abdicar en el primer momento de la victoria revolucionaria en manos de una
organización sindicalista que sería en lo sucesivo “la sociedad”, es decir un
organismo estable, que, como todos los organismos constituidos, se opondría
a toda evolución más allá de él. No ha propagado la anarquía casi cincuenta
años de su vida para querer una dictadura sindicalista el día de la victoria
popular. He reunido sus propias palabras sobre su verdadero pensamiento en
artículos aparecidos en La Revista Blanca (Barcelona) en el invierno de 1933-34
y en otros escritos.

Se ha publicado una gran cantidad de literatura anarquista en Rusia, en 1905-


1906 y desde 1917 a 1922, traduciendo a toda prisa folletos y libros, fundando
nuevos periódicos y sosteniendo todos los matices de las ideas. Se publicó el
libro de Max Stirner, dos veces en 1907. Hubo un sistema mutualista
formulado en 1906 por P. D. Turkhaninov (Lev Tcherny), más tarde muerto por
los bolchevistas, en el libro Associacionn y Anarchism. A. A. Karelin (1863-
1926) representa un matiz aparte. También Germán Askarov (Jakobson) que
fundó el grupo de los Anarquistas universalistas (expresando la noción
“internacional” por “universal”). Néstor Mahkno (27 de octubre 1889-25 de
julio 1934), Volin (Eichenbaum), Máximof, Grigori Gorelik, Aleksei Borovoi,
Rogdaef y muchos otros representan matices múltiples de los cuales ninguno
puede decirse definitivo y superior a los demás. Hubo tentativas lamentables
de adaptación al bolchevismo, y no menos lamentables de importaciones
autoritarias en el anarquismo para hacerle frente, aparentemente como un
rival autoritario del bolchevismo. Hubo retornos al sindicalismo absoluto;
tentativas de síntesis (ideas ya propuestas por Volin en el Anarchicheskyi
Vestnik, Berlín, 1923-24). En una palabra, es un vasto campo de discusión
influenciada y agriada por el largo destierro, el éxito aparente por los medios
autoritarios que mostraba el bolchevismo gobernando desde hace dieciocho
años en un país tan grande, por la crisis mundial general y la falta de contacto
con el pueblo ruso mismo, que en todos esos años no oye una sola palabra que
no haya pasado por la censura bolchevista, y cuyo verdadero pensamiento es
para nosotros un misterio más que nunca.

Desde Belinsky, Herzen, Bakunin, Chernyshevski, pocas voces originales de


socialistas y libertarios se han levantado en el socialismo ruso, y Kropotkin, por
solidaridad profunda con la revolución rusa en su totalidad, ha tratado muy
poco de imprimir sus concepciones personales a la gran lucha. Hay una sola,
pero grande excepción para el período posterior a Bakunin, fue León Tolstoi
(1828-1910). No pienso entrar aquí en este asunto, que la gran obra de Tolstoi
y el estudio íntimo de su vida, ha hecho tan vasto y complicado. Mi impresión
es que debemos a Tolstoi el haber insistido sobre dos grandes verdades
indispensables a las realizaciones libertarias grandes y pequeñas, presentes y
futuras. Una de ellas es la comprensión de la fuerza de la resistencia pasiva,
que es la desobediencia, el abandono de la “servidumbre voluntaria”.

Se ha comprendido mal a Tolstoi y privado del efecto que habría impedido


tener su pensamiento, al ver en él una resignación, una sumisión al mal, que se
soporta con paciencia llamada “cristiana” y con la obediencia que, se dice, se
debe a toda autoridad. Tolstoi quería exactamente lo contrario, la resistencia
al mal, y ha agregado a uno de los métodos de resistencia, la fuerza activa,
otro método, la resistencia por la desobediencia, la fuerza pasiva por tanto. No
ha dicho: someteos al daño que se os causa; presentad la otra mejilla después
de la bofetada recibida, sino: no hagáis lo que se os ordena hacer; no toquéis
el fusil que se os presenta para enseñaros a matar a vuestros hermanos. Se
puede constatar por sus propias palabras que el principio de fundar sus
relaciones humanas sobre la persuasión pacífica en lugar de la fuerza brutal se
remonta para él William Lloyd Garrison, del ambiente de los Emerson, Thoreau
y otros, y si hubiese visto el libro de William Godwin, lo habría encontrado
impregnado de las mismas ideas. Ha tenido correspondencia además con
Gandhi (carta del 7 de septiembre de 1910) y ni la resistencia contra la
esclavitud de los negros, la obra de Garrison, ni la desobediencia preconizada y
practicada por Gandhi, son acciones de obediencia; son al contrario desafíos
arrojados a las autoridades. Si los tolstoianos forzados al servicio militar habían
sido resignados pasivos, obedientes, que no combatían el mal, habrían sido los
primeros en tomar el fusil cuando se les ordenara. Pero vemos a todos los
demás obedecer y tomar el fusil, y los tolstoianos se rehúsan. Pienso pues que
la línea Emerson-Tolstoi-Gandhi, es una línea de combate contra la autoridad
tan notable como la línea de la fuerza revolucionaria. En suma, la huelga y la
huelga general sobre todo ¿no coloca en esa misma línea a Garrison-Tolstoi-
Gandhi? Se hace la huelga o se rebela por la fuerza: los dos medios tienen
derecho igual de ciudadanía en la lucha social, y los exclusivismos por principio
son maléficos y no prueban nada.

La otra gran verdad sobre la cual insiste tanto, es el reconocimiento de que la


fuerza del bien, la bondad, la solidaridad —y todo lo que se llama amor— está
en nosotros mismos, debe y puede ser despertado y desarrollado y ejercitado
por nuestra conducta. Esta comprensión va contra la pasividad moral, contra la
llamada no-responsabilidad por lo que se hace contra la esperanza de ser
mejorado colectivamente, cuando cada uno, por oprimido que sea, tiene
facultades en sí mismo para mejorarse, perfeccionarse individualmente.
Tolstoi ha escrito (el 13 de enero de 1898; Tagebuch): “La organización, toda
organización nos libera de todo deber humano, personal, moral. Todo el mal
del mundo tiene allí su base. Se fustiga a los hombres a muerte, se les
desmoraliza, se les estupidiza y nadie tiene la culpa de ello”... También aquí,
como hay huelgas y revolución, hay ese esfuerzo individual y hay el esfuerzo
colectivo; las dos alternativas no se excluyen, sino que se complementan. La
parte íntima de la preparación libertaria, se encuentra en Tolstoi, y hombres
así preparados, me parece, son los únicos capaces de emplear la fuerza
individual y colectiva de modo razonado: el soldado no sabe más que matar, y
es como el revolucionario que no supiera más que destruir; el cirujano no sabe
aplicar la fuerza para curar, y así el revolucionario que ha hecho ya su propia
revolución en su fuero interior, es el único que sabrá, con inteligencia y
conocimientos, dedicarse a reconstruir seriamente.

En todo esto, no estamos pues de ningún modo separados de Tolstoi, que ha


puesto el dedo sobre muchas de nuestras grandes imperfecciones. Es
lamentable que lo haya hecho a menudo en la terminología religiosa. El joven
Bakunin empleó en una época una terminología parecida. Tolstoi escribió a la
edad de veintisiete años, por tanto hacia 1855:... “Producir con intención en la
unión de la humanidad por la religión, ese es el pensamiento fundamental
que, espero, me dominará”, y por religión ha comprendido, como lo muestran
sus escritos, amor y bondad entre los hombres, una conducta que
evidentemente los hombres bien dispuestos practicarían de inmediato sin
preocuparse de las consecuencias para ellos; porque, sino, ¿quién comenzaría?
No los mal dispuestos, ni una colectividad abstracta, ni el Estado. Viendo en
Rusia, desde 1878 a 1881, a gobernantes y a revolucionarios desgarrarse unos
a otros, ha intervenido con una propaganda incesante en lo sucesivo por casi
treinta años en la terminología religiosa que se conoce.

Fue un error fatal; habría podido saber que la humanidad se emancipa de la


superstición y no espera de la religión organizada más que el mal. Se ha
remontado a las bellas promesas hechas al comienzo de la agitación cristiana
en los escritos de propaganda, que son del mismo calibre que las promesas de
los candidatos antes de las elecciones. Ha calculado mal; no se cree ya en esas
cosas y las religiones han sido siempre un instrumento de la reacción que
persigue a los que las combaten a fondo. En fin, el hecho está ahí, que las
buenas intenciones de Tolstoi nos aparecen a menudo en una lengua que no
comprendemos apenas. Pero no comprendemos tampoco con frecuencia a un
autor velado en terminología filosófica o económica, o medievalesca, y los
que, leyendo a Tolstoi, no saben atravesar ese velo y llegar a su pensamiento
sencillo y claro, harán bien en suspender su juicio. Toda su obra examinada,
traducida en nuestra propia lengua; adquiere otro aspecto y abunda en
enseñanzas libertarias, que no se encuentran más que allí.

No se les encuentra sino raramente en los autores tolstoianos que, como


todos los que se hacen reproductores de las ideas de un solo hombre, corren
el riesgo de deslizarse al nivel de lo que vemos en los marxistas. Por lo demás,
había muchos hombres de buena voluntad que han hecho lo mejor que
pudieron.

Recordemos de esa propaganda y del ejemplo viviente de muchos que


sufrieron persecuciones por negarse a obedecer, al martirizado J. N. Ivan
Tregubof Droschin (1886-1894), V Cherkof Paul Biriukof, John C. Kenworthy,
Arthur St. John, William L. Haré, J. Morrison el ambiente de la Groydon
Brotherhood de Purleig y la colonia del Whiteway (Gloucestershire); el
periódico The New Age (Londres); muchas publicaciones de los editores A. C.
Fifleld u C. W. Daniel (Londres); María Kugel del ambiente de la Ere Nouvelle,
comenzada en 1901 en Francia, de los anarquistas cristianos en Holanda y un
movimiento extenso en Bulgaria, sobre todo en Burgas (el periódico
Vzrashdane; Resurrección). Simpatizantes en los Estados Unidos que se
confundían con los adeptos libertarios de las ideas de Walt Whitman, de
Edward Carpenter así Emest Howatd Crosby (muerto en 1907), Leonard D.
Abbot, Bol ton Hall y otros que son partidarios también de Henry George y
simpatizantes de un individualismo altruista.

En suma, una buena parte de esos hombres, a los que se agregan los de las
colonias tolstoianas y los que han rehusado hacer el servicio militar eran y son
todavía hombres de valor y hay muchos duchobores en el Cáucaso y en el
Canadá, hombres que antes de Tolstoi insistían en vivir su propia vida, al lado
del Estado —autores, artistas, pensadores de valor ético, libertarios religiosos
no agresivos en materia religiosa— que flanquean a los demás anarquistas
como camaradas. Fue un gran ambiente, que habría merecido más simpatías
de las que los anarquistas supieron darle. Por los conciencious objectors
durante la guerra, por la acción verdaderamente humana de muchos
miembros de la Society of Friends (quakers) después de la guerra, se comenzó
a apreciar los elementos humanos en ese mundo de guerra y de crueldad, y los
tolstoianos, mejor comprendidos y mejor apoyados, habrían sabido llevar a
muchos espíritus que la propaganda revolucionaría no supo cautivar, y podrán
hacerlo aún. Porque las ideas de Tolstoi no han perecido con él y no pueden
ser buscadas en algunos partidarios demasiado estrechos, sino en el espíritu y
en la esencia de toda su obra.

***

Entre los movimientos anarquistas de los pueblos del Estado de Europa, aparte
del ruso, el más intenso y difundido fue el de los judíos de la antigua Rusia y la
Galitzia austríaca, que hablan el yiddisch, es decir un alemán con muchas
palabras hebraicas y eslavas. Los emigrantes judíos, sobre todo en Londres y
en los Estados Unidos, han creado movimientos obreros fuertes, socialistas
desde 1885 aproximadamente, anarquistas en buena parte desde 1890 más o
menos, ricos en periódicos de larga duración, folletos, traducciones; corrientes
anarquistas siempre comunistas, aceptando enteramente las ideas de
Kropotkin, influenciados a veces por algunos de sus autores por lo que ven
sucederse en Rusia y en Palestina, pero por término medio los adeptos más
fieles del comunismo anarquista de Kropotkin.

No puedo leer su escritura y no puedo darme cuenta del grado en que las
ideas removidas por la discusión en sus órganos han producido proposiciones
nuevas. Sus más activos militantes fueron o son todavía David Edelstadtt S.
Janovsky, J. Bovschaver (Basil Dahl), Dr. J. Maryson, Dr. Michael A. Cohn,
Joseph J. Cohén y otros. Su órgano en Londres, el Arbeiterfreund, fundado en
1885, fue redactado casi una veintena de años hasta 1914, así como la revista
Germinal, por Rudolf Rocker (nacido en 1873), anarquista de nacionalidad
alemana que supo en poco tiempo, atraído por el celo y la energía de ese
movimiento en el Eastend de Londres, dominar la lengua y la escritura como
autor y orador. Kropotkin era entonces el hombre más querido por esos
camaradas y muchas veces su conferenciante.

El esfuerzo más durable para continuar la obra de Ferrer es “The Modem


School” en Stelton (New Jersey) y una bella colonia libertaria, la “Sonrise
Colony” y otras obras de cooperación libre son fundadas por esos mismos
libertarios judíos en los Estados Unidos.

***

En Ucrania no hubo propaganda escrita en la lengua del país, pero un número


de los revolucionarios más militantes de los años 1870-1880 hasta Néstor
Makhno fueron anarquistas y los grupos de esta región meridional eran
siempre más avanzados y más combativos que los del Norte.

Había desde hacía mucho tiempo un federalismo político y nacional en


Ucrania, que el profesor Mijail Dragomanof combinó hacia 1880 con un
socialismo popular (la revista Gromada, etc.), que pronto abandonó el mismo.
De ahí se derivan los partidos puramente nacionalistas y, en otro tiempo, un
partido popular cultural, antirreligioso (M. Pavlik, Ivan Franko, etc.), que se ha
extinguido.

***

En finés se publicó La conquista del pan en 190... en Tammerfors; La ley y la


autoridad en New York, en 1910; y apenas otra cosa que algunas publicaciones
a partir de 1926.

Hubo un número mayor de publicaciones en letón —periódicos, folletos,


traducciones, después de 1905. Anarquistas letones dispersos en el occidente
a causa de la represión feroz de 1906 en su país, fueron exterminados después
de actos violentos, principalmente en el invierno de 1910-11 en Londres
(Sidney Street).

En lituano hubo poca literatura entonces y hay una literatura incipiente estos
últimos años.

***

Hubo más en polaco. Se considera el libro El socialismo de Estado (Lemberg,


1904) por L. A. Czjakoszki (Eduard Abramovski, muerto en 1917) como
proposición original de un cooperativismo muy social y libertario. Escribió
también El cooperativismo como medio de emancipación de la clase obrera. Se
tradujo también algunos extractos de Gustav Landauer en 1907. Pero todos los
focos de propaganda fueron bien pronto cerrados y las publicaciones
suprimidas. En París el doctor Josef Zielinski estuvo muy próximo a los Temps
Nouveaux.

Bakunin, tan simpatizante con la causa nacional de los polacos, no podía


entenderse nunca con ellos sobre el abandono de sus reclamaciones históricas
de incorporación de los ucranianos, bielorusos (rutenos blancos) y lituanos.
Waleryan Mrozhowski fue el único camarada polaco con el cual pudo
colaborar un cierto tiempo.

En Rumania, país donde antes de la guerra ruso-turca de 1877 los búlgaros,


refugiados en Turquía, conspiraron largos años, por donde Netchaef pasó al
volver secretamente a Rusia en 1869, los primeros impulsos socialistas y
anarquistas fueron dados por refugiados rusos en ambientes de estudiantes y
jóvenes profesores. Hacia 1890 la propaganda fue renovada, esta vez
comunista anarquista, por estudiantes atraídos por La Révolte de París y las
ideas de Kropotkin y de Grave. Se consiguió algunas veces, pero rara y
temporalmente, acercarse un poco a los campesinos, y la propaganda quedó
en un ambiente restringido de intelectuales simpatizantes. P. Mushoiu es
desde hace mucho tiempo su principal sostén. En otros tiempos hubo N. K.
Sudzilovsski el doctor Russell, muerto hacia 1930 en China), Zubku-Kodreanu,
Zamfirí Arbore (Ralli, del tiempo de Bakunin), Levezan, Zozin y otros.

Los revolucionarios búlgaros Christo Botiofy Liuben Karavelof estaban en


relaciones con Bakunin y Netchaef, Botiof también con Sudzvilovki, pero la
conspiración nacional los absorbió y Boriof fue muerto como insurrecto.
Quince años más tarde, a partir de 1890 aproximadamente, las ideas
comunistas anarquistas fueron propagadas por estudiantes que leían La
Révolte, principalmente Stoyanoff, estudiante de medicina en París, Ginebra y
Bucarest, muy ligado a Merlino, conociendo bien a Reclus, a Galleani y
también a Kropotkin y a Malatesta, etc. Sobre esa base se edificó una actividad
continua y ascendente, reiniciada después del largo período de las guerras,
llegando a trabajadores y campesinos y no perdiendo su influencia sobre una
minoría de intelectuales, sufriendo algunos las más crueles persecuciones y
martirios (como en Jambulli), pero con raíces más fuertes que en ningún otro
país del Este de Europa.

En Serbia, en cambio —algunos estudiantes serbios estuvieron muy ligados


con Bakunin en 1872 en Zurich, pero sobre todo en el terreno nacional— los
esfuerzos libertarios fueron nimios. Algunos periódicos y folletos aparecidos
desde 1905 hasta la época de las guerras (1912) parecen representarlos y no
hubo ninguna reanimación desde 1918 en Yugoslavia. Sólo un croata libertario,
Stepati Fabijanovic, un obrero, forzado a abandonar su país desde hace
muchos años, ha impreso en publicaciones hechas en Estados Unidos un
espíritu independiente vigoroso; murió en 1933.

Las publicaciones armenias comunistas anarquistas hechas desde 1891 a 1894


en Ginebra son debidas al trabajo asiduo del estudiante ya mencionado,
Alessandro Atabek, que publicó también un pequeño periódico (Haimaitik. La
Comuna, 1894). Después las luchas y desdichas nacionales parecen haber
descartado toda propaganda, salvo lo que ha podido hacerse en Tiflis en
algunas raras épocas de vida pública un poco libre.

Los georgianos fueron numerosos, muy abnegados, algunos muy anarquistas


en el movimiento ruso; los más militantes estuvieron implicados en el gran
proceso de los 50 en Moscú en 1877, y Cherkesof fue condenado ya en el
proceso de Netchaef en 1871. Más tarde, él de regreso a su país, y Cherkesof
escapado de la Siberia en el destierro de 1876, comienzan a obrar sobre la
opinión pública por la autonomía de Georgia y también su socialismo, en las
publicaciones georgianas publicadas en París, están impregnadas del
autonomismo nacional. Fue más bien el joven Goghelia que Cherkesof el que
propagó un sindicalismo anarquista en Tiflis en 1905-1906 y todo lo que pudo
desde 1917 hasta su muerte. Cherkesof, realizó la cooperación cultural
solidaria y autónoma a la vez de las nacionalidades enemigas, georgianos,
tártaros y armenios, en Tiflis, en 1905-1906, pero si georgianos, tártaros,
turcos se entienden, parece sin embargo que los armenios quedan fuera de
relaciones verdaderamente buenas.

Se han publicado probablemente algunos folletos, traducciones en lengua


turca, tártara, persa, árabe, tal vez también en hebreo en Palestina, pero casi
todo eso me es desconocido. Creo poder decir que los hindúes no han sido
alcanzados por una propaganda libertaria directa, y el boicot, la
desobediencia, el terror en las luchas nacionales tienen por objetivo poner un
nuevo poder en el puesto del antiguo. Respetamos las víctimas caídas antes de
llegar a un poder nacional; así el doctor José Rizal, (1861-1869) en las Islas
Filipinas, el Multatuli de su raza tagala, autor de Noli me tangere, del
Filibusterismo y de la magnífica poesía escrita antes de su ejecución. De igual
modo las víctimas en Corea (hubo en el destierro chino publicaciones
anarquistas coreanas) y en la isla Formosa (allí también los refugiados en China
hacían circular publicaciones anarquistas). En otras partes, en el Extremo
Oriente y en

Indonesia, la propaganda comunista parece ser la única que se hace.

Respecto de China, renuncio a interpretar a Lao-Tsé (hacia 550 años antes de


la era cristiana), que en el texto de algunos traductores adquiere un aspecto
muy libertario. Se ha hallado también a Yang-tschu, que sería un “Stirner
chino”. De 1907 a 1908 jóvenes intelectuales chinos hicieron aparecer en París
el periódico Sinsiki (Tiempos Nuevos) y una cantidad de traducciones
comunistas anarquistas. Ese grupo, de regreso en China después, tomó parte
más tarde en el esfuerzo liberal general, influenciando la educación en un
espíritu progresivo y pasa por eso como habiendo abandonado el anarquismo.
Un movimiento en China misma, iniciado por Sifu (1884-1915), parece haber
tratado de obrar más directamente sobre el pueblo. Las ideas, en tanto que no
sumergidas por el comunismo y el liberalismo nacional, tienen adeptos en la
China meridional y en los Estados Unidos sobre todo.

En el Japón, conocemos sobre toda la vida y el martirio de Denchiro Kotoku


(1869-1911) y de Sakae Osugi (1885-1923), asesinado él también. En 1905
Kotoku, del marxismo, en prisión durante un tiempo, pasó al anarquismo, que
aceptó en teoría, según Kropotkin, fascinado por Campos, fábricas y talleres
sobre todo, pero las persecuciones le impulsan a actividades antimilitaristas,
de huelga general y tal vez a planes terroristas; en todo caso fue ahorcado el
24 de enero de 1911, con su mujer Suga Kamo y otros diez camaradas.
También Osugi fue asesinado él 16 de septiembre de 1923, con su mujer Noe
Ito, el asesino los consideraba más o menos responsables del gran temblor de
tierra en Tokio.

Ha habido en China y en el Japón organizaciones y publicaciones sindicalistas y


anarquistas numerosas, algunas considerables, muy a menudo perseguidas y
suprimidas, pero, en los últimos años, las oleadas nacionalistas y comunistas,
las catástrofes y la guerra, han debido obstruir ese impulso. Pero en China, al
menos el interés libertario es vivo y ascendente; se busca una salida hacia la
libertad frente a la autoridad entronizada en formas terribles. El Japón, en
cambio, parece cada vez más sumergido en la noche autoritaria, a pesar de los
esfuerzos de algunos propagandistas abnegados.

***

Pasando aún al resto de Europa, se puede recordar que en la antigua Austria-


Hungría de 1881, la socialdemocracia fue puesta vigorosamente en segundo
rango y al fin reducida a una pequeña minoría por los socialistas
revolucionarios, entre los cuales se comenzó, en 1883, una propaganda
educativa anarquista. Actos terroristas interrumpen esa primera educación en
las ideas, y la represión lo redujo todo a la clandestinidad. Desde 1885, los
socialdemócratas vuelven y comienzan a fundar su dominio exclusivo sobre los
trabajadores, que ha perdurado. Ese período de 1881-84, comprendió a los
socialistas de lengua alemana, checa, una parte de los polacos y también de los
magyares en Hungría. No hubo tiempo para elaborar las ideas; pero el espíritu
y la voluntad estaban despiertos. No fue sino largo tiempo después a partir de
1892 y de nuevo a partir de 1907 que pudo comenzarse una nueva
propaganda pública; pero choca en lo sucesivo con la regimentación cada vez
más completa de los obreros en la socialdemocracia. Comprende de nuevo las
lenguas alemana y checa. Sobre el territorio de lengua alemana no llega a las
organizaciones de oficios: en Bohemia las toca, sobre todo entre los mineros
de algunas cuencas y hubo entonces hasta 1914 una abundante prensa
anarcosindicalista en lengua checa y publicaciones anarquistas. De estas
últimas, algunas, las de St. K. Neumann sobre todo, se aproximan al género de
la joven literatura libertaria en Francia; los otros son en gran parte órganos de
defensa en las luchas del trabajo, y en los unos y en los otros hay
progresivamente infiltraciones nacionalistas. La guerra suprime todo eso, y
después de la guerra, en Checoslovaquia, todos, socialistas y anarquistas, se
pasan a tambor batiente al patriotismo nacional. Había aún restos anarquistas,
un pequeño periódico Bezvlastie (Anarquía), pero ya no existe, y lo que el
nacionalismo del Estado nacional no ha absorbido, ha pasado al comunismo de
Moscú.
En el Austria de lengua alemana han sido hechas muchas publicaciones a partir
de 1907 por Rudolf Grossman, que ha resumido sus ideas sobre todo en el
libro Die Neuschópfung der Gesellschaft durch den kommuniistischen
Anarchismus (Wien-Klos-temeubunrg, 1921, VIII, 264 págs.) y sus volúmenes
anuales Jahrbuch der Freien Generation, 5 vol., 1910-1914, siguiendo a una
revista de ese nombre (1906-1908) han hecho accesibles un número de
trabajos internacionales anarquistas.

En Hungría, después del período socialista revolucionario muy acentuado


(1881-84) hubo un intervalo; después las ideas del doctor Eugen Heinrich
Schmitt tuvieron gran influencia, un socialismo libertario muy consciente como
socialismo, pero ético sobre todo, próximo al tolstoismo. Eso no dio
satisfacción completa a algunos hombres más deseosos de actividades
colectivas organizadas y de una verdadera leva popular libertaria. De los
primeros fue el joven Ervin Szabó (1877-1918); el iniciador de los segundos fue
el conde Ervin Batthyany (nacido hacia 1877), que hizo aparecer Társadalmi
Forradalom (La revolución social; 1907-1911)... Fue al mismo tiempo un
propagandista anarquista comunista y de un esfuerzo educativo sobre todo de
la población rural. Batthyany vivió en Inglaterra bastante tiempo y conoció a
Kropotkin.

Había algunos otros. húngaros que continuaban la obra de Eugen Heinrich


Schmitt, sobre todo Krauz; pero la guerra, el régimen bolchevista en 1919, la
represión cruel que le sucedió y que dura todavía los han absorbido, destruido
o dispersado, y no hay ninguna renovación en el desgraciado país.

***

En Grecia hubo en los años 1870-80 a veces refugiados italianos anarquistas y


un intercambio con sus camaradas en Egipto y en Turquía, también algunas
relaciones con la Federación jurasiana. En lengua griega había algunos folletos
de Kropotkin desde 1886, y el socialismo de Platón N. Drakuli, su editor, fue
ecléctico entonces. Bien pronto los grupos anarquistas fueron aislados y más
acentuados. Stavros G. Kallergis fue uno de los más militantes. Hubo actos
terroristas y muchas persecuciones.

Para Egipto y Túnez los anarquistas italianos emigrados y refugiados fueron el


alma del esfuerzo libertario durante largos años. En Egipto sobre todo Icilio
Ugo Parrini, de Liorna (1851-1906).

Malatesta, Galleani, Gori, han pasado algún tiempo en Egipto. En Túnez sobre
todo el doctor Nicoló Convertí autor de una serie de publicaciones. Esos
ambientes italianos sostenían los matices más avanzados del movimiento en
Italia; pero no pudieron crear movimientos locales duraderos, puesto que la
represión seguía a todo esfuerzo hecho en esa dirección. Igual ocurrió con los
franceses en Argelia, donde han aparecido publicaciones anarquistas, pero sin
influencia sobre las poblaciones locales. Lo mismo ha debido ocurrir en Tánger,
en Marruecos, que fue algunas veces, en otros tiempos, un asilo para los
refugiados anarquistas en España.

En África de lengua inglesa y holandesa (los boers) me parece que no ha


tenido iniciativa libertaria, a excepción de Henry Glasse, inglés, emigrado a
Natal, que mantenía contacto con los camaradas de Londres. En Australia, a
partir de 1887 se hicieron varias publicaciones anarquistas comunistas por
camaradas que se formaron en la lectura de Liberty (Boston), del Commonweal
de William Morris (Londres) y de Freedom (Londres —tales Honesty, The
Australian Radical, Anarchy, The Revolt, Reason, etcétera— por militantes
como W. R. Winspear, David A. Andrade, J. A Andrews, J. W. Fleming ante
todo. Fueron casi todos esfuerzos muy individuales, no perdidos, pero
impotentes contra el estatismo social, que puso la mano sobre todo el
continente e hizo abortar los esfuerzos que han faltado en Australia y Nueva
Zelanda para crear un sindicalismo independiente. También en el Canadá hay
sin duda libertarios aislados de lengua inglesa y un número mayor de otras
lenguas, pero una propaganda que haya producido publicaciones inglesas no
es conocida, pero parece estar muy próxima.

***
Queda el gran número de los países de habla española y portuguesa. He
redactado larguísimos capítulos, pero me limito a las referencias siguientes,
que harán ver la extensión de este asunto especial.

Recordamos el libro razonado y crítico Concepsao Anarquista de Sindicalismo


por Neno Vasco (Naciando de Vasconcelos, muerto en 1920), Lisboa 1920, 167
páginas; O Sindicalismo en Portugal Esbozo histórico por M. J. de Souza (Lisboa,
1931, 234 páginas-; Kropotkin: Su vida y obras, por Adrián del Valle (Palmiro de
Lidia), Buenos Aires, 1925, 40 páginas; Paul Berthelot, L´Evangile de THeure
(París, 1912, 24 páginas); E. López Arango y D. A. Santillán, El anarquismo en el
movimiento obrero (Barcelona, 1925, 202 páginas); La F. O. R. A. Trayectoria e
ideología del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, por D. A.
Santillán (Buenos Aires, 1933, 318 páginas) y la historia de La Protesta, por el
mismo.

En México hay epopeyas de insurrecciones agrarias, luchas para derribar todo


el sistema despótico secular, de Ricardo Flores Magón, Práxedes G. Guerrero,
Librado Rivera, investigaciones de J. C. Valdés sobre la historia socialista y
libertaria de ese país, sus ensayos históricos y bibliográficos en el volumen
conmemorativo del 30 aniversario de La Protesta, Certamen internacional...
(Buenos Aires, Editorial La Protesta, 159 páginas in-gr. 8.° junio de 1927)
contienen abundantes materiales.

Los países a examinar han sido: Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú,
Chile; después el Ecuador, Colombia, El Salvador, Costa Rica; México y
Guatemala, Cuba, el Brasil. Después los trabajadores latinos en los Estados
Unidos.

Por la presencia simultánea de criollos, españoles, catalanes, italianos y


algunos franceses, por las emigraciones sucesivas, por la presencia en
proporciones diversas de indios nativos, por las influencias de escritos y de
propagandistas militantes europeos, por los problemas económicos
particulares, por la ausencia de los problemas políticos y económicos
europeos, también las concepciones libertarias deben diferenciarse en ese
continente.
***

He procurado desbrozar un poco ese vasto asunto en largos capítulos. Muchas


figuras y movimientos interesantes se encuentran en esas épocas y en esos
vastos territorios. Los primeros socialistas, la internacional, los grupos y
organizaciones territoriales, los actos de rebelión individuales y colectivos.
Propagandistas procedentes de España, de Italia, de Francia (el que en 1864
publicó en Buenos Aires una traducción de El comunismo de Cabet, B. Víctor
Suárez, procedía de las Baleares), los Rhodokanaty, Zalacosta Saris; los Ettore
Mattei, Mala testa, Dr. Juan Creaghe, José Pratt Gori, Esteve López Arango,
Santillán, Damiani, Fabbri, Neno Vasco y mil otros; además aislados de talento
exquisito, Rafael Barret, Paul Berthelot, etc. y hombres del país, figuras de talla
de Alberto Chiraldo, González Pradat González Pacheco y del inolvidable
Ricardo Flores Magón, víctima de la crueldad de los Estados Unidos, Librado
Rivera, el Dr. Fabio Luz, etc. He escrito un resumen de esos capítulos. Viaje
libertario a través de América Latina (Revista Blanca, fines de 1934; reimpresa
en Solidaridad, el viejo órgano de la F. O. R. U., Montevideo, en los primeros
meses de 1935), pero evidentemente ese asunto me sobrepasa.
XVII

EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO EN FRANCIA


FERNAND PELLOUTIER, EMILE POUGET, KROPOTKIN
MALATESTA Y EL SINDICALISMO (1895-1914)

Deseando abreviar este trabajo ya demasiado largo, me queda por recordar las
relaciones de nuestros movimientos con el sindicalismo.

En Francia, a partir de 1880, el grupo con su autonomía absoluta, sus


actividades voluntarias, la ausencia de fuerzas opuestas, obstáculos y
adversarios, si no sé buscaba el combate, ha sido una forma ideal de
agrupación de los anarquistas, pero si no habla un objetivo muy directo en
ellos a alcanzar, fue también un aislamiento y una paralización de energías.
Fue también un organismo fácil de dispersar y que ninguna colectividad amplia
defendía. Entonces en los días de las persecuciones no se recordaba a los
sindicatos que en varias épocas hablan sido ya una fuerza colectiva ligada a los
revolucionarios -asi en los últimos años del imperio de Napoleón III-, sea un
abrigo, como durante los años de reacción después de la Comuna. Pouget
habla recomendado a entrar en ellos ya a comienzos de 1894, cuando todos
los otros medios de acción fueron quitados a los anarquistas de París.

Emite Pouget (1860-1931) era ya el alma del Syndicat des Employés de


Commerce Parisiens de 1879, al mismo tiempo que, socialista desde hacia
tiempo, durante el año 1880, se hizo anarquista, y hubo ebanistas, zapateros,
sastres, componiéndoselas para ayudarse mutuamente en demostraciones y
actos colectivos de diverso género de acción directa, boicots, sabotajes, que se
pusieron en contacto con los sin trabajo, etc., y Pouget que había escrito
también y hecho circular el folleto clandestino A l´ Armée, fue detenido al fin
con ocasión de la gran demostración de desocupados en marzo de 1883 y
quedó en prisión hasta enero de 1886. Su ausencia probablemente contribuyó
a ese mayor aislamiento de los grupos, y puesto en libertad al fin, no pudo ya
remediarlo y se creó una tribuna propia por sus periódicos, sobre todo por Le
Pére Peinará (1889-1894, 21 de febrero). Estimuló más que todos los demás
los actos de revuelta anarquistas y populares, pero conoció también la
debilidad, el aislamiento de los grupos y se decidió, en su destierro en Londres,
a ponerle fin.

Conocía la actividad de Fernand Pelloutier (1867-1901), que en el congreso de


la Fédération des Travailleurs socialistes de l´Ouest (broussistas) celebrado en
Tours en 1892, había propuesto el estudio de la huelga general por una
comisión especial que expondría su proyecto al Congreso socialista
internacional de Zurich en 1893. Pelloutier se estableció en París, en febrero
de 1893, donde conoció a Hamon y a Gabriel de La Salle (del Art Social) y por
Hamon, como éste ha contado, y la literatura que le proporcionó Hamon,
Pelloutier se hizo bien pronto anarquista. Representó la Bourse du Travail de
Saint Nazaire, en la Federación de esas Bolsas en París, desde el comienzo de
1894 y en junio de 1895 se hizo secretario de esa Federación, fundada en
febrero de 1892.

Ya en el congreso nacional de las Cámaras sindicales y grupos corporativos


celebrado en París en julio de 1893, había aconsejado la Federación de los
sindicatos en Federaciones industriales por oficios, y su federación local en
Bolsas de Trabajo y la federación nacional de esas Bolsas, y también la
federación internacional de las Federaciones industriales, lo que corresponde
al proyecto elaborado en Valencia en 1871 y que Lorenzo debía proponer
entonces la Conferencia internacional de Londres.

En Nantes, en septiembre de 1894, los guesdistas sufrieron una gran derrota


sobre la cuestión de la huelga general. En Limoges, en septiembre de 1895, fue
fundada la Conféderation Générale du Travail que declaró en sus estatutos
que sus componentes deben mantenerse al margen de todas las escuelas
políticas. Vegetó sólo hasta 1900, sostenida por los reformistas en
antagonismo con la Federación de las Bolsas que fue autónoma y comprendió
toda la vida revolucionaria de los sindicatos (según Pouget, 1905;
naturalmente la vida localmente federada vibraba de otro modo que la de las
secciones de oficios federados, dispersos en el país y que no se conocían entre
sí).
En ese ambiente se hizo la propaganda teórico-práctica y el esfuerzo
organizador-coordinador de Pelloutier de 1893 hasta su muerte prematura en
1901, en tanto que su salud, terriblemente quebrantada, se lo permitió. Hay
que analizar sobre todo sus ideas prácticas sobre la huelga general y sus ideas
sociales ulteriores que formaban la base ideal de su esfuerzo presente al
organizar sobre las bases renovadas las Bolsas del Trabajo. Su L'Organisation
corporative et l´Anarchie (19 páginas in-16.°) de 1896 plantea la asociación
voluntaria, libre, de productores, como nuestra concepción de la primera
forma, transitoria (porque el progreso no se detiene nunca) de la sociedad, y
esbozando los órganos de esa vida de asociados, encuentra un germen en los
órganos de las presentes Bolsas del Trabajo que prefería llamar Cámaras del
trabajo. Las funciones son las mismas y concluye que entre la unión
corporativa que está en tren de elaborarse y la sociedad comunista y libertaria
en su “período inicial” hay concordancia. Una y otra quieren reducir toda la
función social a la satisfacción de nuestras necesidades y la unión corporativa
se libera cada vez más de la fe en la necesidad de gobiernos y quieren la
entente libre de los hombres; la autoridad y la coacción son desterradas; la
emancipación obra del pueblo mismo. Que los trabajadores ensanchen pues el
campo de sus estudios, comprendiendo que toda la vida social está en sus
manos; que no asuman un deber que no obligue más que a ellos mismos, ese
es su papel y ahí está también el objetivo de la anarquía.

Así Pelloutier llegó él mismo a enlazar el presente y el porvenir por un mismo


órgano que cree capaz de un gran desenvolvimiento, pero lo hace
discretamente y con un espíritu muy libertario. Tiene ante todo en vista la
comuna libre que en el estadio inicial tendría puntos de apoyo en las
instituciones, relaciones, la experiencia, los hábitos de solidaridad, que las
corporaciones locales sabrían formar y adquirir por su actividad incesante en
tal sentido. Sabía mejor que todos en qué grado existía ya bien poco de todo
eso y que, sobre todo, por el subvencionismo municipal la verdadera
independencia faltaba a las Bolsas todavía. ¿Qué podía contra todas esas
influencias locales? Y más débiles todavía fueron las Federaciones industriales
que, si eran revolucionarias, permanecían débiles en acciones reivindicativas
pues tenían pocos adheridos, salvo por las acciones de sorpresa o cuando
durante meses todo el esfuerzo fue concentrado sobre una sola huelga local. Y
las que fueron numerosas en miembros, eran reformistas y se cuidaban bien
de exponerse al riesgo de huelgas demasiado numerosas y acentuadas.

La Histoire des Bourses du Travail (París, 1902, XX, 232 páginas) y su Ouvrier
des Deux-Mondes y Monde Ouvrier, la revista de 1897-99, no dan más que una
débil idea del esfuerzo de Pelloutier, que tenía contra él al Estado, al
patronato, a las municipalidades radicales y a los socialistas políticos a quienes
privó de los trabajadores como electores. Además los anarquistas llegados al
sindicalismo, a excepción de algunos como Georges Yvetot y Paul Delesalle, se
interesaban más bien por las Federaciones industriales y por la introducción de
métodos más acentuados de lucha obrera directa. Así, como los patronos
oponían al boicot de los trabajadores su propio boicot, el lock-out, las listas
negras, etc., bajo el impulso de Pouget sobre todo en el Congreso corporativo
de Toulouse (septiembre de 1897) se reconoció el sabotaje, derivado del
“ca’canny” (id suavemente) escocés e inglés; véase el famoso informe
Boycottage et Sabottage de la Comisión del boicot del Congreso, en depósito
en París; 18 páginas in 12.°. También en Toulouse “la unidad obrera”, la
combinación orgánica de las Federaciones y de las Bolsas y un diario
sindicalista fueron declarados deseables —otros signos de la acción de Pouget
y el primer paso hacia una C. G. T. más eficaz. Los miembros de comités y
funcionarios menos avanzados se retiran a menudo desde esa época o no son
ya nombrados y fue relativamente fácil a los jóvenes anarquistas
desinteresados de la política socialista y también algunos allemanistas 12 de
incluso blanquistas tomar sus funciones, sin que eso haya cambiado mucho las
opiniones de los miembros, que dejaban hacer a esos hombres de ímpetu y de
voluntad que supieron mostrarse útiles, tenaces, adquiriendo prestigio y
popularidad.

Esa nueva generación tuvo el predominio en el Congreso de París en


septiembre de 1900; la Voix du Peuple semanal redactado por Pouget fue
fundada (1 de diciembre) y Pouget propuso la teoría y la práctica sindicalista
en sus escritos de, eminente precisión. Así Gréve genérale réformiste et Gréve
générale révolutionnaire (no firmado; 1902, 24 páginas in-12); —Les Bases du
Syndicalisme (1904; 24 páginas)—, Le Syndicat (1904); Le Partí du Travail
(1905); L'Action directe (1907) a los que debían seguir todavía La Gréve, Label
et Boycott, Sabotage, Antimilitarisme, la Gréve générale y otros; se tiene de él
en otra serie La C. G. T., Le Sabotage, L´Organisation du Surmenage; le Systeme
Taylor 1910, 1914); y la utopía firmada por Emile Pataud y por él, Comment
nous ferons la Révolution (octubre de 1909, VIII, 298 páginas). Pouget profesa
la hipótesis de la organización sindical como organización fundamental de la
sociedad nueva; v. el Syndicat (1904). Delesalle (1900), basándose en
Pelloutier, expresa la misma hipótesis del embrión. Griffuelhes en 1909 (Le
Syndicalism révolutionaire, París, 28 páginas) expresa graves dudas al respecto,
diciendo que no podemos prever las formas del porvenir como los autores y
los filósofos del siglo XVIII no han podido indicar las formas exactas de la
revolución de 1789 que se anunciaba por tantos signos y que ellos mismos
preparaban. Pouget había proclamado entonces altamente los sindicatos
embriones de los organismos de la sociedad nueva como los grupos que harán
la obra de la transformación social, en 1908 (v. La Confédération Générale du
Travail, página 26). Así los dos sindicalistas más destacados, los que hasta 1908
eran omnipotentes en la C. G. T. y que, por lo que sabe de la opinión general,
han cooperado armoniosamente, eran de opinión diferente sobre esta
cuestión tan a menudo puesta en primer plano: Pouget decididamente
afirmativo, Griffuelhes, profesando que no sabía, agnóstico pues.

Pouget ha confirmado o debilitado, como se quiera, esa idea por la utopía de


1909, sobre la cual Kropotkin ha formulado su opinión después de madura
reflexión en el prefacio de la edición francesa de 1911 y en un texto revisado,
el de la edición rusa de 1920, precedido todo él por observaciones en algunas
cartas que hay que conocer. Vaciló mucho, y si el plan Pouget le agradó como
afirmación de voluntades obreras colectivas, se preguntó sin embargo, lo que
ocurría en todo eso con la anarquía, que le era tan cara y que para Pouget y
Pataud parecía como nula y no existente; porque no existiría ni antes de su
sociedad nueva, que es la C. G. T. continuada, ni durante ella, ni, puesto que
han descrito una sociedad simpática, habría una necesidad de abandonarla por
otro sistema. Griffuelhes, al contrastar los sistemas ante-revolucionarios y las
peripecias inescrutables, antes de la revolución francesa, ha comprendido bien
que los sistemas proponen el máximo, puesto que se han formado en el vacío,
y las revoluciones ejecutan un mínimo, puesto que todos sus factores carecen
aún de experiencia, tropezando con obstáculos y siendo desorientados por
tantos factores imprevistos.

Cuando Pouget escribió esa utopía, había ya una teoría nueva, la de los
“consejos de delegados obreros”, que fueron considerados también
“embriones del nuevo poder revolucionario” (v. el informe del Comité central
del partido socialdemócrata obrero de Rusia al Congreso de Copenhague, en
junio de 1910 sobre los acontecimientos rusos en 1905 y años siguientes). Las
reuniones de barrio (Kropotkin), los sindicatos (españoles hasta 1888, Pouget,
etc.), las reuniones soviéticas de 1905 y en la teoría bolchevista son ya tres
embriones rivales y el municipio libre ofrece otras posibilidades todavía, y así
sucesivamente.

Vale la pena observar de cerca el advenimiento del sindicalismo de los años


1900 a 1908. La Bolsa del Trabajo, la base de la comuna libre, el ideal de
Pelloutier pasa a segunda fila frente a la Federación de las industrias, el
reemplazante futuro del Estado. Lo mismo que veinte años antes entre
broussistas y comunalistas y guesdistas conquistadores del Estado, los
estatistas han relegado al segundo plano a los comunalistas. Desde que hay
poder en cuestión, el mayor poder es el más atractivo. En el Congreso de
Montpellier (septiembre de 1902) las Bolsas y las Federaciones constituyeron
esa organización de conjunto que funcionó a partir del 1.° de enero de 1903;
diez años después se sintió la necesidad de Uniones departamentales de los
sindicatos (v. la Conferencia de julio de 1913). La lucha contra el millerandismo
(sutil corrupción por favores gubernamentales), contra el militarismo, las
relaciones más agrias que dulces con las organizaciones sindicales de los otros
países, especialmente los alemanes reformistas y socialdemócratas,
capitaneados por Legien, las luchas entre revolucionarios y reformistas en la C.
G. T. misma, y un número de huelgas a veces ganadas de golpe, a veces
prolongadas y difíciles llenan años desde 1900, y en el Congreso de Bourges
(otoño de 1904) se cree poder dar un paso decisivo, el de preparar la
imposición de la jornada de ocho horas por acción directa, de grado o por
fuerza, el 1.° de mayo de 1906.

Ese acto puso a las fuerzas de la C. G. T. hasta entonces no ensayadas ante una
tarea definida, y disfrutando de un prestigio que se llamaría misterioso y
bastante grande, ante una promesa formal de breve plazo; fue mal
aconsejado. La agitación febril fue afrontada por la resistencia gubernamental
persecutora y dando la impresión de querer provocar la masacre, y la
resistencia feroz del patronato, y no triunfó en proporciones imponentes. Y en
ese mismo mes de mayo de 1906 hubo elecciones que dieron a los socialistas,
principalmente a Jaurés, un primer puesto, e hicieron casi perder de vista el
sindicalismo. El revolucionarismo insurreccionista de Hervé atrajo en esos años
elementos inquietos del anarquismo y del sindicalismo, que se agitaban
inútilmente, para ser licenciados años más tarde por Hervé, cuando dio a todo
vapor máquina atrás.

El Congreso de Amiens, (octubre de 1906), considerado con buen derecho


como el apogeo de la C. G. T. fue para ella en realidad un supremo esfuerzo: la
causa revolucionaria fue victoriosamente afirmada por la famosa resolución
llamada a menudo la Charte d’Amiens —en recuerdo de la famosa constitución
comunal de Amiens en el siglo XII (estudiada por Augustín Thierry en 1856)—,
una de las más altivas declaraciones sindicalistas redactada probablemente
por Pouget y que sufrió pocas alteraciones. El sindicato, hoy un grupo de
resistencia, será en el porvenir el grupo de la producción y la distribución, la
base de la reconstrucción social. Sobre esa tarea se ha fundado el deber de
todos los trabajadores de formar parte de él, cualquiera que sean sus
tendencias políticas o filosóficas. Como individuos son libres de obrar según
esas tendencias, siempre que no introduzcan sus opiniones del exterior en el
sindicato. La acción económica directa contra el patronato es lo único que
importa, y las organizaciones no tienen que preocuparse de los partidos y de
las sectas, que fuera de ellas y a su lado pueden aspirar en plena libertad a la
transformación social.

Esos textos, resumidos aquí, y sobre los cuales se ha basado la no menos


famosa frase del sindicalismo “que se basta a sí mismo”, no me parecen un
grito orgulloso de exclusivismo y de desafío lanzado al socialismo y también a
la anarquía. En la situación de entonces fue, me parece, sobre todo una línea
de demarcación que debía impedir la injerencia socialista, pero que no debía
impedir a los socialistas entrar en los sindicatos, se les respetaría en ellos, pero
se les rehusaría el derecho a poner una mano política sobre las agrupaciones
económicas. Los militantes sindicalistas, en mi opinión, no tenían la misma
prevención contra los anarquistas que eran sus camaradas y fueron militantes
sindicalistas como ellos, como Pouget y los otros. Los que podían ser
adversarios en plan teórico se abstenían del sindicalismo y eran demasiado
poco numerosos para pesar en la balanza. No se quería a los socialistas
políticos, pero no se pudo hacer contra ellos más que esa delimitación, y la
Charte d’Amiens lo hizo muy dignamente.

En cuanto al porvenir, toda generalización es en el fondo una usurpación, una


dictadura, puesto que pasa sobre las minorías, a las que se llama
“excepciones”. Y cada usurpación general arrastra otras consigo. Así la
proclamación del Estado socialista dueño del mundo del porvenir, ha forzado
la del grupo de los sindicatos, y pronto los soviets hicieron lo mismo, y los tres
son o serán especies de Estados.

Desde Amiens, dígase lo que se diga, el sindicalismo francés tuvo enemigos


más decididos que nunca a dominarlo por todos los medios. Los reformistas,
siempre en minoría por los numerosos pequeños sindicatos, no querían
esperar más. El herveismo florecía en La Guerre sociale (a partir de diciembre
de 1906), enrolando a los jóvenes. Un sindicalismo, esta vez de verdadero
orgullo, fue enarbolado por algunos intelectuales (L ’Action directe, el
periódico de 1908) y —eso verdaderamente por amor a la causa y por
entusiasmo— por categorías verdaderamente militantes de trabajadores,
sobre todo la construcción, los “terrassiers”, y hubo la pequeña guerra contra
los amarillos, las “chasses au renard” (cazas al zorro). En esas condiciones en
1908 bajo el ministerio Clemenceau la C. G. T. cayó en una verdadera
acechanza que puso fin al ascendiente revolucionario de los años a partir de
1900. Para protestar contra una masacre en ocasión de una huelga prolongada
a alguna distancia de París, elementos apasionados en París propusieron ir allí
en gran número para hacer una reunión. Contra la opinión de los militantes de
experiencia se aceptó eso, y entonces fueron todos; fueron horrorosamente
heridos y maltratados por los soldados de Clemenceau, y todos los militantes
destacados fueron detenidos durante varios meses y puestos en libertad sin
proceso. Una protesta por una huelga general de un día en París fue saboteada
por los reformistas (los tipógrafos que entonces mostraron audacia). Otros
eligieron el momento para una intriga contra el secretario prisionero. Los
mineros reformistas entraron en la C. G. T. para arrojar su peso del lado
reformista. Pouget, uno de los presos, se retiró en esa ocasión de este
ambiente; Griffuelhes no quiso ser más secretario, pero siguió militando y
puso al desnudo las intrigas en el congreso de 1910. El nuevo secretario,
elegido en febrero de 1909, L. Niel, fue reformista ambiguo, y su posición se
volvió imposible después de algún tiempo. Entonces León Jouhaux, de los
fosforeros, fue elegido secretario como hombre de confianza de los
revolucionarios y lo sigue siendo aún. La C. G. T. de 1909 a 1914 no abandonó
ninguna de sus profesiones de fe y de sus reclamaciones; publicó el diario La
Bataille Syndicaliste (a partir de abril de 1911); se organizó en el detalle, llegó a
ser numerosa; pero todo el mundo comprendió que sus resortes de vida
estaban rotos desde 1908, desde 1906 quizás ya, sus esperanzas, su ímpetu
ascendente, su influencia sobre la opinión popular. Entusiastas como James
Guillaume no querían ver eso. El ambiente de La Vie ouvriére se tomaba el
mayor trabajo por afirmar y profundizar las ideas. Estoy lejos de pensar que la
culpa de la falta de éxito era de los militantes, que hicieron lo que pudieron,
aunque algunos en el curso de los años se deslizaron en la rutina y el
funcionarismo. Fue ya la atmósfera asfixiante de anteguerra cuando, sin
darnos cuenta y en medio de nuestra incomprensión, se preparó todo
sutilmente para la hecatombe.

La revolución rusa de 1905-06, el gran prestigio de la C. G. T. de 1904 a 1906, y


el alerta de guerra de 1906 coinciden aproximadamente, y la represión rusa
por Stolypin, esos años terribles del Terror en Rusia, en 1907-1908, las
persecuciones de los antimilitaristas y de la C. G. T. por Clemenceau, esos
mismos años coinciden también. Luego en Rusia las corrientes nacionalistas,
desmoralizadoras, progromistas fueron favorecidas, y en Francia Hervé
“cambiaba de casaca”, el sindicalismo se asentaba y hubo esas horrorosas
desviaciones hacia el corporativismo, un sindicalismo realista y una mentalidad
fascista, que se han cubierto con el nombre de Georges Sorel entonces, el cual
ha podido tener objetivos y visiones socialistas, pero que se hizo muy culpable
de su indulgencia hacia el ambiente circundante.
Fué una desgracia también que en los otros países, donde el sindicalismo nacía
entonces, se conociese justamente la C. G. T. de los años 1909 a 1914, y se
creyese que debía tomarse por modelo; se imitó una forma cuyo espíritu, el de
los años de 1900 a 1908 había desaparecido. Internacionalmente había esa
situación singular, que la C. G. T. no se creía entre sus pares más que con las
grandes organizaciones nacionales, casi todas socialdemócratas, y con ellas se
las arreglaba, de suerte que esas relaciones ficticias, sobre todo con los
alemanes, no hicieron más que aumentar las animosidades nacionales de esos
años. Y, ligada por esas relaciones formales, rehusaba estimular los
movimientos sindicalistas que se levantaban en lucha difícil contra las vastas
organizaciones reformistas y no quiso tener nada que ver con los esfuerzos
para crear una Internacional sindicalista. Hubo esos esfuerzos entre
holandeses, ingleses, alemanes; por otra parte hay que notar el trabajo asiduo,
constante de James Guillaume, para reunir los suizos, los españoles, los
italianos en tomo a las ideas y a la esfera de amistad de la C. G. T., que le
dejaba hacer, pero que en suma se interesaba muy poco en lo que tenía en
vista. Todos estos esfuerzos de relaciones internacionales culminaron en
animosidades, malentendidos, embrollos formidables de que testimonia el
Congreso celebrado en Londres en septiembre de 1913.

***

Se exageran mucho las simpatías sindicalistas de Kropotkin. Este era un


verdadero anarquista, lo que implicaba simpatías hacia todo progreso en
libertad (asociación voluntaria) y en solidaridad (cooperación comunista) y
hacia la creación de fuerzas revolucionarias (el proletariado organizándose y
rebelándose). Pero conociendo los hábitos autoritarios de las masas, su
penetración e impulsión por militantes libertarios -en el sentido de la Alianza
en la Internacional- le pareció necesario. Los militantes como Pelloutier,
Pouget y sus amigos no hicieron otra cosa. Los socialistas políticos y los
moderados habían inspirado a los sindicatos después del aplastamiento de los
revolucionarios de la Internacional, desde 1871 a 1892. Viendo a los libertarios
adquirirla supremacía en ellos, tuvo Kropotkin una gran satisfacción, y en
enero de 1898, de regreso de los Estados Unidos, por ejemplo, saludó tres
movimientos que existían ya en germen: la federación de los sindicatos
tomando en las manos las fábricas y la producción; las cooperativas que harían
la distribución y el municipio que tomaría el suelo, las viviendas, etc. para las
necesidades de sus miembros. Pero reconoció también que los socialistas, los
anarquistas, tenían razón al quedar como “teóricos”, en lugar de ser
absorbidos por un esfuerzo práctico que no servirá más que a una pequeña
parte de los trabajadores (v. Les Temps Nouveaux, 24 de agosto de 1895). El
grupo de los estudiantes de París, en un folleto publicado en 1898, aboga por
el trabajo de los anarquistas en los sindicatos, pero rechaza claramente la
hipótesis del embrión; el sindicato, adaptado a las luchas del presente,
desaparecerá o se modificará, dejando el puesto a las asociaciones productivas
libres; Kropotkin en su carta a los estudiantes (abril de 1897), en tanto que la
conozco (v. T. N. f 25 de mayo de 1907) no reivindica la hipótesis del embrión.
En 1905, en Syndicalisme et révolution, Pierrot no habla de esa hipótesis.
Artículos en inglés y cartas de 1900 a 1902 muestran a Kropotkin proponiendo
una “Labour Convention” inglesa, una Federación internacional de todas las
tradeunions del globo, una Alianza obrera internacional (con un núcleo intimó)
o una red Internacional obrera sindical, proposiciones todas para recomenzar
la acción socialista entre los trabajadores frente a los políticos socialistas a
quienes ve tomar el predominio (v. La Réaction dans l´Internationale, T. N., 14
de septiembre de 1901). Es reconfortado por las grandes huelgas de 1902,
1903 (v. Las guerras obreras en La Huelga General de Barcelona, 5, de mayo de
1903; en el prefacio a la traducción italiana de Palabras de un rebelde en Le
Réveil, 4 de junio de 1904; una carta a James Guillaume, 5 de mayo de 1903,
etc.). Escribe a Guillaume:... “En una palabra, hemos trabajado (en Le Révolté-
La Révolte-Temps Nouveaux) precisamente en la dirección que has indicado y
planteado desde 1869. Y —lo que es de notar—, es esa corriente la que ha
dominado a las otras, después de todo. El reciente desenvolvimiento sindical,
no podríamos menos que aprobarlo”... (12 de junio de 1903; Guillaume se
volvió a aproximar entonces de nuevo al movimiento).

Escribiendo para los jóvenes anarquistas rusos (en Le Syndicat russe, aparecido
en agosto-septiembre de 1905), Kropotkin aconseja a socialistas y anarquistas,
fundar sindicatos independientes, pero en octubre declara que el puesto de
los anarquistas está en el pueblo y consagrándose al trabajo organizador,
derrocharía nuestras fuerzas en una tarea que se hace no obstante —punto de
vista amplio pero justificado por la situación de entonces—. Bien pronto vio
que las corrientes antiorganizadoras expropiacionistas, individualistas
predominaban de tal modo -se dio cuenta en París, en septiembre de 1905 y
después-, que se pronunció entre sus camaradas rusos en octubre de 1906, en
el periódico ruso de Londres (de octubre de 1906 a julio de 1907) y en otras
partes a favor de las actividades sindicalistas, declarando, por ejemplo, que los
anarquistas consideran los sindicatos como células-germen (ya-cheika) de la
construcción social futura. ¿Hay que entrar en los sindicatos que existen en
Rusia o fundar sindicatos anarquistas? Piensa en el hecho que en España los
anarquistas forman sindicatos sin partido y adquieren influencia en ellos, pero
si es preciso en Rusia reconocer el programa socialdemócrata, quisiera más
fundar sindicatos nuevos, aunque sean pequeños.

Cuanto más fue recordado por Guillaume, cuya obra L'Internationale, tomos I y
II, desde 1864 a 1872, había aparecido en 1905 y 1907, sobre las ideas del
tiempo hasta la caída de la Comuna, mas Kropotkin se indignó entonces contra
el tiempo perdido durante el predominio socialdemócrata. En fin, se verán sus
sentimientos por estas palabras escritas a Guillaume, el 6 de agosto de 1907:...
“Los sindicatos han sido durante veinte años la presa de los Dupire, de los Basli
13
, hasta que los anarquistas después de haberse creado un derecho a la vida
por medio de la dinamita, se dirigieron hacia los sindicatos a fin de hallar en
ellos un campo para nuestras ideas. Pero si durante ese tiempo no nos
hubiéramos separado claramente de los Basly y de los Guesde —en táctica, en
organización, como en idea— es posible que hasta el presente la idea no
hubiese sido destacada”... Kropotkin escribió también en agosto de 1907
(prefació al folleto de Goghelia, sobre el sindicalismo, en ruso) que ese estudio
muestra “en qué grado las opiniones presentes de los sindicalistas franceses
están orgánicamente ligada con los comienzos formados en el ala izquierda de
la Internacional”... y “La ligazón estrecha entre el ala izquierda de la
Internacional y el sindicalismo presente, la ligazón estrecha entre anarquismo
y sindicalismo y la contradicción ideal entre el marxismo y los principios de la
socialdemocracia y el sindicalismo se ponen de relieve por los hechos
comunicados en este trabajo”... Goghelia había citado, por ejemplo, a Yvetot
que escribió en Le Libertaire, del 17 de diciembre de 1905, que nuestro
anarquismo sindicalista coincidía totalmente con el anarquismo federalista de
Bakunin. Pelloutier había escrito en 1895 que lo mismo que el partido
allemanista y los sindicatos que se liberan del yugo marxista, se veía al
elemento anarquista comunista que continúa ahora la obra de Bakunin y se
consagra a la educación de los sindicatos.

Kropotkin a excepción de esa carta a Pouget; en 1909, que es desconocida,


pero que es la base del prefacio de 1911 a la utopía de Pataud y Pouget, ha
escrito muy poco sobre el sindicalismo de los años 1908 a 1914, me parece. En
el artículo de Freedom sobre el sindicalismo y el anarquismo (julio-agosto de
1912) y el ensayo sobre el desenvolvimiento de las ideas anarquistas, en la
Encyclopédie du mouvement syndicaliste, mayo de 1912, habla en sordina; la
hipótesis del embrión no se encuentra allí. Escribe el 2 de marzo de 1914 a
Bertoni, en ocasión de la acerva discusión entre Guillaume y él:... “Mi opinión
es absolutamente la expresada por Malatesta en Volontá, del 7 de febrero de
1914, y a la cual te asocias tú. El sindicato es absolutamente necesario. Es la
única forma de asociación obrera que permite mantener la lucha directa
contra el capital, sin caer en el parlamentarismo. Pero evidentemente no lleva
a ello j mecánicamente, puesto que tenemos por ejemplo en Alemania y en
Francia y en Inglaterra, los sindicatos ligados a la lucha parlamentaria, y en
Alemania, los sindicatos católicos, muy poderosos, etcétera. Es preciso el otro
elemento de que habla Malatesta y que Bakunin ha practicado siempre”...

Malatesta había escrito en ¿A dónde va el movimiento obrero? el artículo de


Volontá traducido en Le Réveil, del 7 de marzo de 1914:... “Bakunin esperaba
mucho de la Internacional, pero fundó sin embargo la Alianza... que fue
verdaderamente el alma de la Internacional en todos los países latinos”; ese es
el otro elemento de que habla Kropotkin, al que perteneció él mismo desde
1877, que sostuvo en sus cartas de 1881 y de 1902 y que, según él, era
indispensable para una aglomeración obrera que así sería inspirada en el
sentido “ateo, socialista, anarquista, revolucionario”, como escribe Malatesta,
mientras que sin él inspirarían otros a los sindicatos en el sentido
socialdemócrata, católico u otro. Malatesta dice con su franqueza: ¿Por qué
ocultar ciertas verdades, hoy que son del dominio de la historia y pueden ser
una enseñanza para el presente y para el porvenir?...

Resulta que ni Bakunin ni Kropotkin, ni en el fondo, a pesar de que se


persuadiese más tarde él mismo, Guillaume, han creído en secciones o
sindicatos como aglomeraciones de las cuales saldría automáticamente la
solución práctica de las cuestiones presentes y que por eso mismo serían la
base legítima de la sociedad libre del porvenir. Tal sociedad tiene necesidad
del sentimiento, la voluntad, la acción, la experiencia de la libertad y esos
factores, aún desarrollándose en buenas condiciones, tienen necesidad de un
despertar, de una evocación y de algún apoyo educativo por los mejor
preparados. Los internacionales españoles que han proclamado, a partir de
1870, la organización presente de su sociedad convertible en la estructura de
la sociedad futura, eran al mismo tiempo de la Alianza, y Guillaume, Pelloutier,
Pouget, Kropotkin, tenían todas las palancas de impulsión personal e ideal por
relaciones, por periódicos, etc. Fueron iniciadores que debían suplir a la falta
de “savoir-faire” y a la inercia de los elementos todavía poco educados.

Si se hubiese dicho simplemente que en ocasión de una revolución,


evidentemente, y después de su victoria las organizaciones existentes, si su
acción ha sido de valor y útil, serán probablemente un punto de apoyo en los
primeros momentos, pero que, si se quiere crear algo nuevo, no hay que
quedar apegados al pasado y, por consiguiente, es poco probable que los
grupos de ayer sirvan todavía al día siguiente, entonces se habrían evitado
todos esos malentendidos de partidarios demasiado fieles, que tomaron la
exageración de 1860 al pie de la letra. Todo eso se dijo para estimular, pero no
para fijar de antemano la constitución de una sociedad que, si se apareja con
los elementos organizadores de hoy, no sería más libre de lo que lo somos
actualmente. Es una restricción de la idea, son esperanzas cortadas, se aspira
hacia lo nuevo y se es condenado a ver perpetuarse un cuadro presente. Eso
no es reconstrucción -es réplica a una construcción que en ninguna parte
todavía, ni en la internacional, ni en la C. G. T., ni en la C. N. T. presentes ha
producido la armonía ni las interrelaciones muy seguidas y prácticas- sería un
mal comienzo el de la constitución de tales organismos. Si eso se hiciese
realmente, seriamente, sería desde la primera hora el equivalente de una
estabilización forzosa, un organismo intangible como un gobierno provisional o
los Comités o Consejos cualquiera, en una palabra, una dictadura. Que los que
creen todavía en eso cesen de mecerse en esas falsas esperanzas.

Kropotkin ha hablado de otro modo en su bello artículo Insurrecciones y


revolución escrito para Tierra y Libertad (Barcelona), 3 de agosto de 1910, en
texto francés en Temps Nouveaux, 6 de agosto de 1910. Por ejemplo:...
“Precisamente sabemos que un motín puede hacerse en un día y cambiar de
gobierno, y que una revolución necesita tres o cuatro años de tormenta
revolucionaria para llegar a un resultado tangible, a un cambio serio, durable,
en la distribución de las fuerzas económicas de una nación; precisamente por
eso decimos a los trabajadores:

“Las primeras insurrecciones de una revolución no pueden tener más objetivo


que perturbar la máquina del gobierno, detenerla, romperla. Y es necesario
obrar así para hacer posible los desarrollos sucesivos de la revolución’’...

“...En todo caso, si fuera necesario esperar que la insurrección comenzara por
una revolución comunista (libertaria), habría que renunciar a la posibilidad de
una revolución, porque para ello habría necesidad de que la mayoría se
pusiera de acuerdo para la realización de un cambio comunista”...

... “Únicamente después de haber trastornado y debilitado el gobierno del


Estado y sus cimientos morales, comenzaron a extenderse y precisarse en las
masas las ideas anárquico-comunistas. Únicamente entonces, apartados o
inutilizados los primeros obstáculos, la vida presenta los grandes problemas de
la igualdad económica; entonces, y únicamente entonces, excitados los ánimos
por los acontecimientos, se lanzan a la destrucción de las viejas formas y a la
construcción de las nuevas relaciones. Entonces, y jamás en condiciones
diferentes, la anarquía y el comunismo se impondrán como soluciones
inevitables.

“Entonces comenzará la revolución que representa nuestras aspiraciones, la


que responde más o menos a nuestro anhelo’’... (Londres, 20 de julio de 1910).

¿Se dirá que no hubo nunca sindicalismo en la opinión de Kropotkin al leer


estas líneas? Es que, emocionado por el período ascendente de movimientos
huelguistas y de afirmaciones sindicalistas, desde 1902 a 1907, había
estimulado el sindicalismo, y viendo la semana roja de Barcelona, en 1909, las
insurrecciones campesinas en México y la guerrilla revolucionaria incesante en
Rusia en esos años, fue fuertemente inspirado por todo ello entonces y al ver
lo que pasaba realmente, no habló de las “veinticuatro horas” y de la “toma
del montón” de La Conquista del pan y comprendió que el comunismo
anarquista se implantaría al fin de algunos años de revolución y no al
comienzo.

En cuanto a la actitud de Malatesta hacia el sindicalismo, se tiene en muchos


de sus artículos y muy bien, por ejemplo, en las discusiones del Congreso
internacional anarquista de Ámsterdam, 1907, y por sus artículos después de
ese congreso en los Temps Nouveaux y en Freedom. Como para él la huelga
general no reemplazaría a la anarquía. Son gestos y cuadros los dos primeros;
y el objetivo hacia el cual deben tender, el espíritu, sea una Alianza o una
Federación Anarquista Ibérica, una agrupación secreta o pública, los que la
representan, o algunos hombres de iniciativas y de voluntad libertarias,
impulsará a los sindicatos educativamente y como inspirador hacia el
comunismo libertario; si no, otros los dirigirán hacia otros fines; están siempre
ahí y no acechan más que la buena ocasión.

Todo eso es simple y no valía una treintena de años de discusiones, que duran
aún. El porvenir libre no será la presa de una guerra de conquista. No
pertenece ni al ejército que obtenga la victoria, aunque fuesen los sindicatos,
ni a los grandes jefes que los conducen, como no reconocemos las conquistas
de Napoleón, Lenin o Mussolini. El sindicalismo de aquellos que piensan de
otro modo, sería un militarismo, un fascismo económico, que sueña con la
conquista y la omnipotencia. La lucha verdaderamente revolucionaria derriba
los obstáculos, desbroza el terreno y en cuanto puede, pone las manos en la
masa de la obra nueva, que correría probablemente mucho riesgo de ser
empequeñecida, retardada, obstruida si se quisiera canalizar en cuadros viejos,
aunque fuesen los sindicatos... “Hagamos tabla rasa del pasado”... ese es el
espíritu del porvenir.
XVIII

EL ANARQUISMO FRANCÉS DESDE 1895 A 1914. UNA OJEADA


SOBRE LOS AÑOS 1914 A 1934. LA GUERRA: EL COMUNISMO; LAS
ACTIVIDADES LIBERTARIAS. CONCLUSIÓN
De 1895 a 1914 ha habido sin duda las manifestaciones anarquistas más
variadas, pero hasta los últimos años, la renovación en España, hubo, en mi
opinión, un largo período que ha traído demasiado poco de nuevo, un tiempo
de espera casi, cuando no se dejaba caer conscientemente en la rutina. Había
también una reducción de la afirmación alta y pública de las ideas anarquistas
y una cierta pasividad frente a los acontecimientos generales. Son mis
impresiones, y no ignoro tantas excepciones, ni las causas de lo que se ha
llamado “decadencia” o “epigonismo” y que es tal vez una fase del crecimiento
de una idea que tiene necesidad de períodos de reposo y de arraigo antes de
crecer de nuevo en altura.

Es indiscutible que se estaba de tal modo fascinado por el comunismo


anarquista del tipo de La Conquista del pan, que se prestó poca atención al
desenvolvimiento de Kropotkin mismo, que no quedó inactivo ni invariable, y
cuando Merlino desapareció, cuando los amorfistas tampoco decían nada,
cuando Malatesta se abstuvo de formular reservas, el comunismo anarquista
de Kropotkin, embellecido por la palabra de Pietro Gori, de Sebastien Faure,
revolucionado todavía por la palabra enérgica de Galleani, no fue objeto de
discusión y en esos años de prosperidad no se puso en duda siquiera la
“abundancia”. Se estaba igualmente seguro ya del “concurso del pueblo” por
el sindicalismo en Francia, cuyo despertar fue ciertamente al antiestatismo y al
antiparlamentarismo y al estímulo de acción vehemente de los anarquistas,
pero cuyos componentes no tuvieron nunca esa homogeneidad revolucionaria
y antiestatista que se les atribuía a menudo; todavía entre ellos se desarrolló
esa ambición exclusivista, antagónica a todos los que no fueron de los suyos, a
los libertarios tanto como a los socialistas políticos.
Las grandes persecuciones, sobre todo en Francia, en Italia y en España, habían
destruido a muchos de los más militantes y habían producido cambios
insidiosos en las condiciones de la vida pública, que no privaban de todos los
medios de propaganda, pero les imponían una suma de restricciones que en
libertades trajo las costumbres de la caución, y el terreno perdido entonces no
ha sido recuperado. Se dio hablar menos altamente y si la discusión entre
nosotros en periódicos y reuniones no ha sufrido por la ausencia de algunas
expresiones enérgicas, lo que se decía resonaba menos en el oído de un
público más grande del que podrían haber venido nuevos elementos. La
palabra alta, el gesto enérgico pasan después de algunos años a los
sindicalistas, a los antimilitaristas, para llegar a una elevación ficticia y
exagerada en el insurreccionalismo y el neoblanquismo de Hervé, para caer
boca abajo, desinflado, algún tiempo más tarde en ocasión de la conversión de
Hervé. Esto atrajo a jóvenes inquietos que como antes en los anarquistas,
hallaban entonces en los movimientos mencionados, como ahora en los
comunistas, lo que buscaban, un partido de vanguardia y de ataque. Se puede
decir que la pérdida no fue grande; sea, pero esa ausencia de ruido sonoro
(para expresarme así) produce un silencio relativamente demasiado grande en
torno a los anarquistas en Francia, que la bella palabra y la propaganda asidua
de muchos camaradas no pudieron contrabalancear bastante.

Sin embargo, todo eso no tenía necesidad de ocurrir así en Francia. Había, hay
que decirlo, una abdicación verdadera. Se ha reiniciado en 1895 la propaganda
y no fue seriamente impedida por las “leyes de excepción” (lois scélérates). No
había durado, además, más que muy pocos años, en su forma más perfecta
apenas cinco años, desde 1889 al fin de 1893. Había que continuarla, y sin
duda se ha hecho desde mayo de 1895, pero no en el antiguo espíritu. Antes
se estuvo solo y se lanzó el desafío al mundo burgués entero. Ahora se sentía
uno como al abrigo en la sombra, bajo la protección de la gran masa sindicada.
No se tenía ya nada que temer, pero tampoco se hizo nada para poner a la
anarquía seriamente en el primer plano. Se estaba como anclado en un puerto
protegido contra toda tempestad. Es eso lo que desde 1895 puso la anarquía
en Francia en el último plan y no ha vuelto a recuperar el terreno que
abandonó, inútilmente, en mi opinión.
Otra cosa aún. A partir de 1895, se muestran varias especializaciones a las que
no se había prestado atención en los años hasta 1894. Ahora se expansionan.
Tales fueron ese naturismo de entonces, la apología del primitivismo salvaje,
más tarde el naturismo dietético, el vegetariano, etc., y los pequeños focos de
vida sencilla, todos esos pequeños sistemas de Grauvelle y Zisly a Butand y
Sophie Zaikowska y otros 14. Además, el neo-malthusianismo, propagado
primero con toda perversidad por Paul Robin, consiguió un campo enorme y
no sólo como accesorio, a elección de cada uno, sino que absorbió
enteramente algunos, sea materialmente, sea conduciendo al sexualismo, la
discusión interminable de los problemas de sexo, lo que es todavía, sin duda
alguna, un asunto de la elección personal de cada cual, pero para nuestro
ambiente, es una absorción de energía y de atención por las especializaciones.
De Paul Robin a las publicaciones numerosas de E. Armand y su En dehors
presente conduce esa larga serie interesante para su observador, pero
objetivamente una gran desconcentración de energías libertarias durante
todos esos años. El esperanto y lenguas ficticias parecidas, absorbían aún
fuerzas, y por algunas comunicaciones exóticas facilitadas así, algunas cartas
cambiadas con el Japón, tal vez se dejaba probablemente a menudo de
aprender las lenguas europeas vecinas, el inglés o el alemán, el español o el
italiano, que habían podido multiplicar los conocimientos y las relaciones
europeas. El antimilitarismo, como he observado ya, por tenazmente que se
haya defendido, se dirigió sobre todo contra el medio del militarismo, el
cuartel, el ejército y no tanto contra sus fuentes de nutrición, el patriotismo, el
no conocimiento de los otros pueblos, el juego nefasto de la diplomacia, de las
industrias y de las finanzas. Había “Universidades populares”, “Teatro del
pueblo”, educación de la infancia y otras actividades útiles y simpáticas para
un período de gran reposo, pero que no daban sino pocas fuerzas nuevas
enérgicas a las ideas anarquistas en esos años en que la C. G. T., con su
prestigio inmenso, Jaurés y Hervé con un prestigio que hizo perfectamente
frente a la C. G. T., los intelectuales “dreyfusards” que más tarde subieron al
poder real, como Clemenceau, a un poder no menos real, como Jaurés, o que
se hicieron promotores de la causa de las nacionalidades, una de las causas de
la guerra, como los del Courier Européen, etc., en esos años por tanto en que
todas esas fuerzas pusieron la mano sobre el pueblo y la opinión pública. Los
anarquistas tenían otra cosa que hacer entonces, tal me ha parecido siempre,
que entregarse al esperanto, al neo-malthusianismo sexual y a desviaciones
semejantes. No lo hicieron y eso los relegó a un plano secundario. Desde el
exterior se vio entonces brillar y vibrar la C. G. T., a Jaurés, a Hervé, pero sólo
se percibieron muy pocos anarquistas que, sin embargo, desde 1881 a 1894
habían atraído la atención del mundo.

De una debilidad primeramente querida, atenuación (en parte forzada)


considerada práctica, se desarrolló así una debilidad real que no disminuyó. Se
debatía con los sindicalistas sobre el funcionarismo, se reunían en congresos,
en 1913, para separarse con bombos y platillos de los individualistas. Es a eso a
lo que se había llegado al fin de veinte años y fue demasiado poco. Tensión
aguda con los sindicatos; ruptura con los “individualistas ilegalistas”, si eso era
verdaderamente necesario en 1913-14, ¿no lo habría sido también veinte años
antes? Si no, no. Hubo durante esos años tres jóvenes intelectuales, tres
médicos, que hicieron aparecer buenos trabajos, que yo llamaría de iniciativa
intelectual, de una remoción activa de las ideas en los Temps Nouveaux fueron
el doctor Marc Pierrot, Michel Petit (el doctor Duchemin) y Max Clair (el doctor
Michaud). Había autores de algún renombre, muy diversos, entre ellos, por
ejemplo, Caries Albert (Daudet); Víctor Barrucaud (Le Pain gratuit..., 1896);
René Chaughi (Henri Gauche); Manuel Dévalsant Aldés; Georges Durupt;
André Girard; Emile Janvion; C. A. Laisant; Albert Libertad; André Lorulot;
Paraf-Javal; Jacques Sautarel; Laurent Tailhade y de los más continuaban
Grave, S. Faure, Hamon, Bernard Lazare, Malato, Louise Michel y otros. Pero
esos esfuerzos múltiples tenían poca cohesión entre sí y por ello los efectos
más bien literarios o reducidos a una de las tres divisiones que se habían
establecido; los anarquistas amigos de los Temps Nouveaux los de mayor
vivacidad, amigos de Libertaire; y aquellos amigos de la anarchie de Libertad.

Después de escribir esto, he elaborado los capítulos sindicalistas de 1895 a


1914 y anarquistas de 1895 a 1906 y encuentro más que confirmadas las
apreciaciones sombrías sobre este período por el detalle de este trabajo.

***
Estos son, hasta aquí, los principales desenvolvimientos del pensamiento
anarquista que he tratado de describir en mi historia que se detiene en 1914
en el momento de la gran guerra. Para los países que no han tomado parte en
la guerra se detiene en alguna fecha característica algún tiempo después de
1914; para los países de lengua española y portuguesa se continúa hasta el
presente; porque hay continuidad no interrumpida.

La guerra encontró a los anarquistas en todas partes sin que la hubieran


previsto en su proximidad fulminante, pero se estaba resignado y se había
tomado ya partido, como todo el mundo, y no se estaría muy engañado al
predecir lo que cada cual haría y diría. Las mentalidades de los diversos países,
aleccionadas desde hacía años (y siempre) en interés de la política de cada
país, estaban formadas y muy pocos anarquistas no sufrieron esas influencias
de todo su ambiente. Se habían saturado de las opiniones corrientes y de
ilusiones especiales sobre las pequeñas nacionalidades, las cualidades y los
defectos de ciertas razas; se tenían a mano explicaciones plausibles, los
imperialismos, las finanzas, etc. y, como Tolstoi había muerto en 1910,
ninguna voz ética libertaria era escuchada en el mundo. Ninguna organización,
grande o pequeña, tampoco. Se había dejado así hacer con indiferencia todas
las guerras desde hacía cuarenta años, en muchos países, y esa serie de
preludios de la guerra, que había comenzado en 1911 por el ataque de Italia
contra Turquía. En todas esas guerras no se tenía simpatías por los unos ni por
los otros. Con eso ¿cómo se habría adquirido la fuerza moral individual y la
fuerza colectiva organizada, o cómo reunirse espontáneamente, para
levantarse contra la gran guerra que no era sino etapa más en la serie que se
desarrolló entre guerras, insurrecciones y revoluciones desde 1848 mismo?
¿Quién no clamaba en París, en 1848, por una guerra contra el despotismo
ruso? ¿Quién, a partir de 1859, no fue entusiasta de las guerras nacionales y
de las insurrecciones nacionales que no tenían más que el voto ardiente y el
objetivo de verse transformadas en guerras? Cuando Garibaldi, en Nápoles,
abrió el camino, el ejército piamontés siguió sus huellas. Los insurrectos
polacos de 1862 tenían la firme esperanza de que Francia e Inglaterra
amenazarían a Rusia con la guerra o harían esa guerra. La Internacional no
rectificó nunca su Manifiesto inaugural, escrito por Marx, que es un
llamado a la guerra mundial contra la Rusia zarista. Guerra, insurrecciones,
esperanzas revolucionarias estuvieron siempre íntimamente mezcladas, y
Proudhon, desde 1859 a 1862, y más tarde Tolstoi, fueron los únicos libertarios
de relieve que han combatido esas concepciones. Tampoco Reclus (en 1870) y
Malatesta (en 1876) han sido excepciones. No hay que asombrarse, pues, de
que, como todo el socialismo, también la anarquía se encontrase con que
virtualmente, no tenía “nada que decir” en 1914, ni hasta 1918, ni después,
sobre ese asunto, exceptuados algunos actos de protesta, abstención o
revueltas individuales.

Durante la guerra hubo la revolución rusa de marzo de 1917, que no tuvo


ninguna repercusión en otra parte. Hubo un verano de acciones cada vez más
socialistas de trabajadores y de toma de la tierra y jacquerie contra los
propietarios por los campesinos rusos, y hubo el golpe de Estado bolchevista
de noviembre de 1917, que para ellos, que conocían a los hombres y partidos,
tan vastamente conocidos desde hacía muchos años por sus escritos y
periódicos, por su acción pública en 1905-06, en los congresos socialistas, etc.,
fue una usurpación marxista apoyada por una parte de los socialistas-
revolucionarios y por muchos anarquistas, pero que para aquéllos en los otros
países que no se habían ocupado de esos hombres y de esas cosas rusas, era la
revolución social triunfante, y fue para ellos pues un acontecimiento único de
primer orden, una felicidad imprevista en esas dimensiones y esa rapidez. Pero
aunque, por esa dichosa ignorancia la revolución rusa ha podido obrar en 1917
y todavía en 1918, casi sin voz crítica, sobre el espíritu y la imaginación de los
pueblos, no ha sabido arrastrar a los dos movimientos libertarios más fuertes
de entonces, el español y el italiano, y sin que haya habido siquiera comienzos
de revolución, hubo las represiones formidables de los años 1920-21 y las
dictaduras a partir de 1922 y 1923. Sobre los países del socialismo autoritario,
la revolución rusa tuvo repercusiones violentas en 1918 y 1919, en la Europa
central. Pero lo que se hizo, se hizo bajo el signo de la autoridad intensificada y
ha sembrado la mala semilla de la autoridad en tal grado que los
desenvolvimientos horrorosos que tenemos delante a esta hora, han salido de
allí.

Todo eso debía reaccionar sobre los movimientos libertarios debilitados


material y moralmente, mal nutridos intelectualmente desde 1914. Se
estableció un culto a la grandeza y hubo también infiltraciones autoritarias. Las
cifras un poco elevadas de los inscritos en los sindicatos controlados por los
autoritarios nos engañan sobre la disminución del antiesfuerzo anarquista que,
en efecto, por antiguos anarquistas es ahora considerado un accesorio inútil, y
para ellos no hay más que el “sindicalismo puro” en lo sucesivo.

Mientras que eso se plantea en ambientes restringidos, las masas se ponen


por millones a las órdenes de los más desvergonzados mistificadores
autoritarios y nos escapan. Eso induce a algunos a querer servirse también
ellos de autoridad; y están perdidos para nosotros.

Los más grandes ímpetus que la anarquía ha tomado aún -en Italia, desde el
congreso de Florencia, en abril de 1919, a septiembre de 1920, el momento de
la ocupación de los establecimientos metalúrgicos, y en España, desde el
Congreso regional de Sants (Barcelona), en agosto de 1918 al Congreso
nacional de Madrid, diciembre de 1919- fueron detenidos tanto por la
represión gubernamental como por la enemistad de los socialistas políticos
(enemistad que hasta aquí ha sido ejercida contra todo esfuerzo libertario) y
por ese producto modernísimo, su quintaesencia, que son sus mobs
fanatizados por algunas pesetas y el aguardiente, los progromistas, las
“centurias negras”, los amarillos, los maníacos de algún nacionalismo o
antisocialismo exagerado, se les organiza pronto a todos en sindicatos libres,
en fascio, y es esa una trailla que los poderosos que mandan y que pagan,
desencadenan contra el progreso bajo todas sus formas. Puesto que esto no
hace reflexionar a los socialistas autoritarios sobre el mal de la autoridad, es
difícil sentir la menor solidaridad en ellos, y así los libertarios —como es de su
deber— luchan contra todo el mundo autoritario, incluidos esos socialistas.
Eso no puede ser de otro modo y ello no aumenta de ninguna manera
nuestros enemigos, puesto que esos socialistas autoritarios lo fueron siempre.

Siempre hemos visto ya que en las horas y en los días de verdadera acción
muchas fuerzas populares se unen francamente a los libertarios en rebelión,
sin preocuparse de los socialistas políticos, que desde su oficina desautorizan
los movimientos (como hizo la Conferencia italiana del Lavoro en 1914 y en
1920) o que por su voto parlamentario sancionan la deportación como los
diputados socialistas españoles en 1933 (después de Fígols). La semana roja de
Romagna y Ancona, en junio de 1914, las múltiples revueltas de enero de
1932, enero y diciembre de 1933, y en tantas ocasiones más en España,
muestran que las verdaderas acciones no dejan de contar hoy con el apoyo
popular. El pueblo se mantiene también instintivamente al margen de los
comunistas moscovitas, que no sabrían sino darle un nuevo despotismo. Todos
están en favor de nuestra buena causa, si nos colocamos en el verdadero
terreno de acción y si entonces educamos las mentalidades libertarias.

Estos años de postguerra han traído persecuciones salvajes, bestialidades


fascistas contra los anarquistas en Italia; las barbaries de Barcelona a partir de
1920; la deportación de los anarquistas extranjeros de los Estados Unidos y el
martirio de Ricardo Flores Magón y de Sacco y Vanzetti, con la prisión
continuada de Tom Mooney y otros sindicalistas; las tragedias de Gustav
Landauer y de Erich Mühsam en Alemania; la de muchos camaradas
anarquistas en Rusia y los sufrimientos en las prisiones y lugares de
deportación árticos siberianos de tantos otros en la república soviética; la
persecución y las ejecuciones en la Argentina en 1930-31; todos los muertos,
los deportados (vueltos ahora), las prisiones judiciales y gubernativas en la
España republicana de 1931-35; todo eso forma un catálogo de sufrimientos
infringidos por fascistas y bolchevistas, burgueses y social demócratas, en
unísono completo, y que muestra que todos los autoritarios del mundo son un
solo cuerpo y una sola alma.

¡Que todos los anarquistas, libertarios, todos los seres humanos y de espíritu
libre, puedan convertirse en una fuerza de elementos que, conservando todas
las autonomías, se apoyen recíprocamente y, derrotando la autoridad aquí,
dejándola relajada allí por nuestro propio progreso, se desarrolle por mil
caminos para realizar la libertad en pequeño y en grande, en nosotros mismos
y alrededor de nosotros, en todas partes y en todo! Tengamos buena
esperanza; porque la autoridad, por poderosa que sea, no puede hacer sino
mal, y todo el bien en el mundo ha venido, viene y vendrá siempre sólo por la
libertad y de la libertad.

M. Nettlau

30 de octubre de 1932 (revisado en julio de 1934)


MAX NETTLAU, “el Herodoto de la Anarquía”

Rudolf Rocker consideró a Max Nettlau el Herodoto de la Anarquía por sus


indudables méritos como historiador. Fue un hombre retraído que vivió por y
para el trabajo teórico y el pensamiento anarquista. Nació en Neuwaldogg
(Wiener Wald, cerca de Viena) y se doctoró en la universidad de Leipzig.
Heredó una pequeña fortuna que le permitió entregarse íntegramente a sus
estudios históricos aunque dicha fortuna fue a menos después de la Primera
Guerra Mundial lo que hizo que viviera al borde de la miseria. Trabajador
infatigable, no dejó de enriquecer su archivo cada día de su vida. Mantuvo
siempre contacto con España manteniendo una gran afinidad con
personalidades como Federico Urales (seudónimo de Juan Montseny) e
interesándose por la documentación sobre la Primera Internacional que se
conservaba en Barcelona; defendió un anarquismo “sin adjetivos” lo que le
situaba próximo a su amigo Tarrida de Mármol. Defendió con entusiasmo la
revolución española -el 19 de julio de 1936 se encontraba en Barcelona- y
lanzó llamadas a todos sus amigos europeos o americanos para divulgar el
heroico pasado del movimiento obrero español, las causas y realidades de la
Guerra Civil Española y la necesaria ayuda a los combatientes republicanos.

Sus primeros artículos se publicaron en el periódico Freiheit editado por Most.


Entre sus mejores publicaciones se encuentra la Bibliographie de l’Anarchie
editada en Bruselas por la Bibliotéque des Temps Nouveaux. Su obra mayor es
la destinada a Bakunin, escrita en alemán, Michael Bakunin. Eine Biographie,
tres volúmenes en origen pero modificados más adelante (cosa que era una
constante en su obra); tiene, además de esta obra, numerosos ensayos sobre
el anarquista ruso. En 1922, publicó en italiano Vita e pensieri de Errico
Malatesta, con edición española en 1933 por parte de La Revista Blanca. En
1928, Elisée Reclus. Anarchist und Gelerhter, 1830-1905. También escribió
otros estudios menores dedicados a personalidades como Ernest Coverdeny,
Fernand Pelloutier, Saverio Merlino, etc. Sus memorias inéditas abarcan más
de 3.500 páginas. Pero su obra monumental es Histoire de l’Anarchie que
tendría más de 3.000 págs. pero se ha editado un compendio muy reducido
con el nombre de Anarquía a través de los tiempos. La obra completa tiene un
primer volumen, con tres capítulos, dedicado a la Prehistoria de la Anarquía;
en 1927, vio la luz el segundo con el nombre de El anarquismo de Proudhon a
Kropotkin. Su desarrollo histórico de 1849 a 1880; el tercero y último volumen
publicado se tituló Anarquistas y socialrevolucionarios. El desarrollo histórico
del anarquismo en los años 1880-1886. El nazismo hizo imposible la edición de
los volúmenes posteriores.

A Nettlau no se le puede considerar únicamente un historiador, transmisor o


intérprete del pensamiento anarquista sino, obligatoriamente, poseía una
concepción específica del mismo. La definición de su ideal ácrata aludía a una
forma de pensamiento sensible al anhelo de libertad pero no de una forma
doctrinaria o cerrada sino con capacidad de evolución sin ninguna limitación
dogmática. Así, Nettlau contemplaba todas las concepciones y proyectos
económicos que dieran al hombre mayor libertad e independencia personales.
Se llamara mutualismo, colectivismo o comunismo, eran medios destinados a
tal fin y debían ser puesto a prueba sin ninguna validez indiscutible
apriorística. De ahí, su “anarquismo sin adjetivos” ya mencionado y su gran
flexibilidad de pensamiento similar al de Malatesta o Abad de Santillán. Era un
firme partidario de la libre experimentación para poner a prueba las teorías y
fue uno de los primeros pensadores en defender los derechos de las minorías.
Notas:

1. Miguel Servet (1511-1553) teólogo y médico español que combatió el Dogma de la


Trinidad; Calvino, lo hizo quemar vivo en Ginebra; Giordano Bruno (1548-1600), fraile
dominico, filósofo neo-platónico adversario de la doctrina aristotélica. Acusado de herejía y
arrestado por la Inquisición en Venecia, fue quemado vivo en Roma en el Campo dei Fiori;
G.-C. Varini (1585-1619) divulgó las doctrinas panteístas y naturalistas de B. Telesio, de P.
Pomponazzi lo juzgaron por hereje en Toulouse. (N. d. E.) <<<

2. Amos Giovanni Comenius (1592-1670), pedagogo de la secta de los Hermanos


Bohemios, cuya obra más importante es la Didáctica Magna. Giovanni Enrico Pestalozzi
(1745-1827), pedagogo suizo promotor de la educación popular. Sitúa en la base de la
instrucción la intuición o visión sensible de las cosas. (N. d. E.) <<<

3. Paul Henry Dietrich Holbach (1723-1829). Filósofo de origen alemán que en su obra
“Systeme de la Nature” trata a través de una síntesis materialista del mundo físico y moral,
de destruir la creencia en Dios bajo todas sus formas. (N. d. E.) <<<

4. Jonathan Swift (1667-1745). Escritor político y satírico muy conocido por su obra
“Los viajes de Gulliver”. (N. d. E.) <<<

5. Political Justice. <<<

6. Se trata naturalmente de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, asesinados en la silla


eléctrica el 23 de agosto de 1927 en la prisión de Charlestown (Massachusetts). (N. d. E.)
<<<

7. Ludwig Boeme (1786-1837). Periodista de Frankfurt refugiado en París, escribió


“Cartas desde París” en las que se pronuncia contra la censura, la sumisión y el espíritu de
casta de su país. Heinrich Heine (1799-1856). También residente en París en 1830,
compartía las ideas de Boerne. Junto con otros refugiados alemanes fundará el grupo
político-literario “Joven Alemania”. (N. d. E.) <<<

8. Dr. Franz Oppenheimer. Nacido en Berlín en 1864. Economista y sociólogo tras haber
ejercido la profesión de médico, se dedicó a los estudios de economía política y de
sociología. Está considerado como el representante del socialismo liberal. <<<

9. Asociación Internacional de los Trabajadores. <<<

10. El 4 de agosto de 1878 Stepnjak dio muerte al general Mezenkof, jefe de los esbirros
del zar y responsable de numerosas represiones sangrientas. (N. d. E.) <<<
11. G. Goghelia, redactor jefe y el militante más activo de Chleb e Volia (Pan y Libertad).
(N. d. E.) <<<

12. Jean Allemane, tipógrafo, reunió un grupo de simpatizantes de tendencia obrera


antiparlamentaria y antimilitarista que fueron llamados allemanistas. (N. d. E.) <<<

13. Militantes políticos más que sindicalistas, cuya tarea era someter los sindicatos al
partido político. (N. d. E.) <<<

14. En esta época en Francia, el término naturista designaba a los que sostenían que la
revolución por hacer no era de orden económico y colectivo sino humano e individual.
Henry Zisly fue uno de los principales alentadores de los grupos naturistas. (N. d. E.) <<<

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