Max Nettlau - Historia de La Anarquia
Max Nettlau - Historia de La Anarquia
Max Nettlau - Historia de La Anarquia
Su objetivo fue también, romper las dictaduras intelectuales sin utilizar nunca
formas alienadas en su lucha contra la alienación
HISTORIA DE LA ANARQUÍA
Max Nettlau
ERRICO MALATESTA
Hay que empezar por decir bien alto que en cuantos sienten verdadero interés
por el estudio de la historia del pensamiento social en general y del
movimiento obrero español en particular -incluidos, por supuesto, cuantos se
consideran, con motivo o sin él, algo así como “adversarios ideológicos” de los
anarquistas- no podrían comprender a fondo su auténtico proceso evolutivo
más que recurriendo a una asidua consulta de los textos de Nettlau, ese
“Herodoto de la anarquía” como le calificara Rudolf Rocker. Desde su
“Biografia de Bakunin”, de 3 volúmenes de texto más 4 de documentación
anexa (que hubo de ciclostilar en un tiraje de 50 ejemplares por falta de
editor), pasando por tantos otros ensayos y artículos sobre Bakunin, hasta su
monumental “Historia de la anarquía” en 7 tomos, pasando por la “Bibliografía
de la anarquía”, su estudio biográfico sobre Elisée Reclus, sus dos tomos sobre
Malatesta, etc., las aportaciones de Max Nettlau a la investigación histórica de
la corriente libertaria han sido innumerables.
Y sin embargo era imposible llevar a cabo la tarea de escribir una historia de la
anarquía sin ser fiel a la libertad de pensamiento y de expresión; sin saber
“romper también las dictaduras intelectuales” (y no sólo las materiales),
ignorando toda intuición de “lo que será la sociedad del porvenir que habrá de
permanecer sin adjetivos, como la vida misma...” Hubiera sido algo
absolutamente contradictorio, como elocuentemente expresa el propio
Nettlau en estas mismas páginas, al reflejar sin vacilaciones las disensiones
existentes en el seno mismo del movimiento libertario. No se puede luchar
contra la alienación bajo formas alienadas, no se puede ni siquiera esbozar una
Historia del Anarquismo desde posiciones dogmáticas, exclusivistas o sectarias:
más que el historiador del anarquismo, Nettlau es pues el hombre que levanta
la bandera de una “concepción reflexiva, realista del anarquismo”, de esa
“voluntad consciente” que, según él, “fue la esencia del ser de Malatesta”: “No
podía darse cuenta, como nadie, -escribe Nettlau- de lo que es la voluntad,
pero sabía que existe, y entonces hay que aplicarla a la razón, que sabemos
manejar igualmente. Ellas nos conducen, sin autoritarismo, ahora a la anarquía
esa forma de expresión bien hecha bien razonada, bien proporcionada, que es
la propia de todo trabajo bien hecho”.
Es decir que el bueno de Nettlau no sólo no cayó en el viejo tópico, tan común
en las filas de la vieja militancia libertaria, de una especie de oposición
metafísica entre marxismo y anarquismo, habitualmente ilustrada con el
enfrentamiento histórico entre seguidores de Marx y seguidores de Bakunin —
esa trivialidad de base en la que los viejos bonzos del anarquismo sólo son
superados por la ferviente convicción con que el leninismo estalino-trotskista
recita con fervor una y otra vez el deplorable “Los bakuninistas en acción” del
padrecito Engels— sino que identificó autocríticamente el comportamiento de
ambas tendencias en el seno de la Internacional, viendo los “fines de partido”
como algo contrapuesto por definición al movimiento real, a la verdadera
dinámica de clase. Es más, en la medida en que estaba a su alcance vació de
contenido el referido tópico del antagonismo anarquismo-marxismo, al dejar
bien sentado a todo lo largo de sus irrefutables investigaciones, que no puede
hablarse de Anarquismo como de un todo homogéneo.
Aunque sus críticas se centren más bien sobre la C. G. T. francesa que sobre la
C. N. T. española con la que tantos lazos de amistad le unían, creemos que vale
la pena leer y releer la opinión de Nettlau sobre el sindicalismo y sus
encegados militantes: “Su posición provoca cada vez más controversia, puesto
que ha vuelto la idea, prevalente desde 1870 a 1888, de que la organización
presente será el marco de la sociedad del porvenir que se cree próxima. Es una
tesis que reaparece cuando las organizaciones se expansionan, y que palidece
cuando se ve mejor la complejidad de la vida social, y sobre todo cuando el
espíritu libertario adquiere vigor y no quiere permitir al presente hipotecar o
poner la mano sobre el porvenir. En ese espíritu se le ha opuesto la hipótesis y
la esperanza del ‘municipio libre’, foco de acción constructiva solidaria tan
importante como el ‘sindicato’ el ‘grupo’, la ‘cooperativa’ y otras fuerzas
organizadas del presente”. Añadiendo que “todas esas fuerzas ignoran
igualmente lo que será ‘la sociedad del porvenir’...”
Es pues desde el seno mismo del movimiento libertario que nos llega la crítica
radical del anarcosindicalismo de principios de siglo al tomar sus distancias de
tesis, antaño calificadas de “colectivistas”, según las cuales -a diferencia de las
posiciones anarco-comunistas o comunistas libertarias- se mantiene que “la
organización presente será el marco de la sociedad del porvenir”, esa sociedad
que se cree algo próximo: una tesis que no podrá por menos que palidecer al
poder verse mejor la complejidad de la vida social. Nettlau prefiere abrir
también debate sobre esta cuestión antes que avenirse a jugar el papel ingrato
de intelectual profeta de un futuro de ensueño -que luego comprobará con
amargura cuánto distaba de la realidad que se desarrollaba ante sus ojos-, aún
sabiendo el arraigo obtenido por la tesis que critica. Meterse con el
anarcosindicalismo, o con el sindicalismo a secas, era negar que el ‘sindicato’
presente pudiera considerarse el embrión de la sociedad del porvenir: la tesis
opuesta creía que el ‘sindicato’ -la C.N.T., por ejemplo- podía cargar sobre sus
espaldas el enorme peso que representaba sostener la guerra en el frente y en
la retaguardia y al mismo tiempo organizar sin ayuda de nadie toda la
economía del país...
Pero Nettlau había ya presentido con agudeza esa evolución, había captado en
torno suyo ese talante. Ya en 1932 escribía: “Quienes, como yo, salen del
desierto de los países europeos se sienten en España como en un joven y
verde bosque en medio de un pueblo que aún no ha olvidado la libertad y la
dignidad humanas...” Era evidente que aquellos luchadores españoles, incluso
derrotados y exiliados, proseguirían sus luchas: primero enrolándose en la
guerrilla partisana contra el nazismo, luego intentando a lo largo de dos
décadas reimplantar en España un combate desigual mediante guerrilla
urbana, maquis, pases clandestinos de frontera, etc. hasta el agotamiento más
bien material que moral. En julio-agosto de 1936 tuvo Nettlau ocasión de
percatarse de esa actitud épica: “Viví el gran triunfo de los anarquistas en julio
-escribía entonces- y, poco después, los primeros intentos libertarios y
constructivos en Barcelona. ¿Quiénes realizan hoy esa tarea en España? Son,
hablando en símbolo, sencillamente quijotes. Los hombres de este país sienten
y actúan exactamente como sentía y actuaba el hidalgo de la Mancha...”
***
Santi Soler
I
Los últimos seis siglos de la Edad Media fueron la época de las luchas de
autonomías locales (ciudades y pequeños territorios) dispuestos a federarse y
de grandes territorios que fueron unificados para formar los grandes Estados
modernos, unidades políticas y económicas. Si las pequeñas unidades eran
centros de civilización y habrían podido prosperar por su propio trabajo
productivo, por federaciones útiles a sus intereses, y por la superioridad que
su riqueza les dio sobre los territorios agrícolas pobres y sobre las ciudades
menos afortunadas, su éxito completo no habría sido más que la consagración
de esas ventajas a expensas de la inferioridad continua de los menos
favorecidos. ¿Es más importante que algunas ciudades libres, Florencia,
Venecia, Génova, Augsburg, Nurenberg, Bremen, Gante, Brujas y otras se
enriquezcan o que todos los países en que están situadas sean elevados en
confort, en educación, etc.? La historia, hasta 1919 al menos, ha decidido en el
sentido de las grandes unidades económicas y las autonomías fueron
reducidas o han caído. La autoridad, el deseo de extenderse, de dominar,
estaba verdaderamente en ambas partes, en los microcosmos y en los
macrocosmos y la libertad fue un término explotado por los unos y por los
otros; los unos rompieron el poder de las ciudades y de sus conjuraciones
(ligas); los otros el de los reyes y de sus Estados. Sin embargo, en esta situación
las ciudades favorecían a veces el pensamiento independiente, la investigación
científica, y permitieron a los disidentes y heréticos, proscritos en otras partes,
hallar en ellas un asilo temporal. Sobre todo allí donde los municipios romanos
situados en los caminos del comercio, u otras ciudades prósperas, eran más
numerosas, había focos de esa independencia intelectual; de Valencia y
Barcelona hacia la Alta Italia y Toscana, hacia la Alsacia, Suiza, Alemania
meridional y Bohemia, por París hasta las Bocas del Rhin, Flandes y Países
Bajos y el litoral germánico (las ciudades hanseáticas), tal fue ese país
sembrado de focos de libertades locales. Y fueron las guerras de los
emperadores en Italia, la cruzada contra los albigenses y la centralización de
Francia por los reyes, sobre todo por Luis XI, la supremacía castellana en
España, las luchas de los Estados contra las ciudades en el mediodía y en el
norte alemán, por los duques de Borgoña, etc., las que produjeron la
supremacía de los grandes Estados.
Entre las sectas cristianas se nombra sobre todo a esos Hermanos y Hermanas
de espíritu libre como practicantes de un comunismo ilimitado entre ellos.
Partiendo probablemente de Francia, destruidos por la persecución, su
tradición ha sobrevivido más en Holanda y en Flandes y los Klompdraggers del
siglo XIV y los partidarios de Eligius Praystinck, los ibertinos de Amberes en el
siglo XVI (los loístas), parecen derivarse de ellos. En Bohemia, después de los
husitas, Peter Chelchicky preconizó una conducta moral y social que recuerda
la enseñanza de Tolstoi. También allí había sectas de prácticos, llamados
libertinos directos, los adamitas sobre todo. Se conocen algunos escritos,
sobre todo de Chelchicky (cuyos partidarios moderados se conocieron más
tarde como Hermanos moravos), pero en cuánto a las sectas más avanzadas se
han reducido a los peores libelos de sus perseguidores devotos, y es difícil, si
no imposible, distinguir en qué grado su desafío a los Estados y a las leyes era
un acto antiautoritario consciente. Porque se dicen autorizadas por la palabra
de Dios, que es así su amo supremo.
Los materiales no son, pues, muy numerosos, pero son bastante notorios.
Todo el mundo conoce a Rabelais; a través de Montaigne se llegó siempre a La
Boétie. La utopía de Gabriel Faigny fue bien conocida, varias veces reimpresa y
traducida. La idea juvenil o la escapada de Burke, tuvo gran boga, y Sylvain
Maréchal hizo hablar de sí bastante. Diderot y Lessing fueron clásicos. Así esas
concepciones profundamente antiautoritarias, esa crítica y rechazo de la idea
gubernamental, los esfuerzos serios para reducir e incluso negar el puesto de
la autoridad en la educación, en las relaciones de los sexos, en la vida religiosa,
en los asuntos públicos, todo eso no pasó desapercibido para el mundo
avanzado del siglo XVIII y se puede decir que, como ideal supremo, sólo los
reaccionarios lo combatían y sólo los moderados ponderados lo creían
irrealizable para siempre. Por el derecho natural, la religión natural o la
concepción materialista del tipo d’Holbach 3 (Systéme de la Nature, 1770), y de
La Mettrie, por el encaminamiento de una menor a una mayor perfección de
las sociedades secretas, todos los cosmopolitas humanitarios del siglo estaban
intelectualmente en ruta hacia el mínimo de gobierno, sino hacia su ausencia
total para los hombres libres. Los Herder y los Condorcet, Mary Wollstonecraft
como no mucho después el joven Shelley, todos comprendieron que el
porvenir va hacia una humanización de los hombres, que reduciría a nada
inevitablemente el gubernamentalismo.
Las matanzas se extienden a los revolucionarios que son algunos grados menos
avanzados que el matiz que ha tomado las riendas del Poder; se mata a
Danton y a Camille Desmoulins, como se ha matado ya a los Girondinos, y
Condorcet no escapa a la guillotina más que suicidándose en prisión. Atreverse
a dudar de la centralización absoluta, ser sospechoso de federalismo, era la
muerte. La leyenda nos ha habituado a ver actos heroicos en esos envíos
múltiples de revolucionarios a la guillotina por sus camaradas de la víspera.
Después de lo que vemos sucederse en Rusia desde más de cincuenta años, no
creemos ya en el heroísmo de hombres que no saben mantenerse más que por
la supresión feroz de los que no reconocen su omnipotencia. Es una manera de
obrar inherente a todo sistema autoritario y que los Napoleón y los Mussolini
han practicado con la misma ferocidad que los Robespierre y los Lenin.
William Godwin
Sólo en Inglaterra apareció en febrero de 1793, el primer gran libro libertario,
An Enquiry concerning Political Justice and its influence on general virtue and
happiness (en la segunda edición dice el título: On moráis and happiness), es
decir Una investigación sobre la Justicia en política y sobre su influencia en la
virtud general (la moral) y en la dicha, un libro en 4.°, 2 volúmenes, de XIII, 378
y 379 páginas. La segunda edición, de XXII, 464 y IX, 545 páginas en 8.°
(prefacio del 29 de octubre de 1795), es retocada en sus partes más
importantes (1796). La tercera es de 1798 y la última reimpresión antigua, no
del todo completa, apareció en 1842 en Londres, en 12.°. Hubo ediciones
fraudulentas en Dublín, 1793, y en Filadelfia, esta última en 1796; XVI, 362 y
VIII, 400 páginas; reproducen sin duda el texto de la segunda edición. Sólo el
primer volumen existe en traducción alemana (Würzburg, 1803). Benjamín
Constante habla en 1817 de varios comienzos de una traducción francesa,
entre otras, una de él mismo, pero nada había aparecido entonces, ni apareció
después. El libro no fue pues generalmente accesible más que en lengua
inglesa, y en ella en texto no atenuado sólo en la edición original, muy cara (3
guineas) y en la edición fraudulenta irlandesa que parece ser muy rara,
mientras que la edición original, que entró en todas las buenas bibliotecas, se
ha conservado duraderamente.
***
Una docena de años antes del libro de Godwin fue redactada por el profesor
Adam Wishaupt, “Anrede an die neu aufzunehmenden” (Iluminados)
dirigentes, una alocución que debería ser leída en la recepción en ese grado de
la sociedad secreta de los Iluminados, fundada entonces en Baviera y difundida
en todos los países de lengua alemana. A partir de 1784 hubo persecuciones y
ese texto fue confiscado con muchos otros documentos y hecho público por
orden gubernamental bávara en 1787 (Nachtrag von reiteren Originalschriften,
welche die Illuminatensekte... betreffen..., München, 1787, vol. 11, págs. 44-
121, en pequeño 8.°).
En ese discurso el autor parte del estado de vida sin coacción de los hombres
primitivos; muestra con el aumento de la población su coordinación en
sociedades, primero para fines útiles y tutelares, después su degeneración en
reinos, en Estados y el sometimiento del género humano —descripción
razonada y gráfica (... “el nacionalismo ocupó el lugar del amor al prójimo”...)
—y concluye en una evolución que hará entrar a los hombres en relaciones
mutuas más razonables que las de los Estados... “La naturaleza ha arrancado a
la especie humana del salvajismo y la ha asociado en Estados; de los Estados
entramos en otra etapa nueva más sensatamente elegida. Para nuestros
deseos se forman nuevas alianzas, y por éstas llegamos otra vez al lugar de
donde hemos partido” (es decir, a la vida libre, pero en una esfera superior a la
primitividad), pág. 61. Los Estados, etapa pasajera, fuente de todo mal, están,
pues, condenados a desaparecer y los hombres se agruparán razonablemente.
Es in nuce lo que Godwin demuestra y los procedimientos para llegar a la
desaparición de los Estados son en el fondo los mismos, la enseñanza
inteligente, la persuasión, pero se agrega la acción secreta, no descrita en esta
alocución, pero descrita o sustentada en otros documentos de la sociedad
secreta. Weishaupt escribe al respecto:
... “Esos medios son escuelas secretas del saber; éstas fueron en todo tiempo
los archivos de la naturaleza y de los derechos humanos, por ellas se elevará el
hombre de su caída y los Estados nacionales desaparecerán de la tierra sin
violencia, la especie humana llegará un día a ser una familia y el mundo la
residencia de hombres más razonables. La moral solamente producirá esas
modificaciones inadvertidamente. Todo padre de familia llegará a ser, como
antes Abraham y los patriarcas, el sacerdote y el señor absoluto de su familia y
la razón el único Código de los seres humanos” (pág. 80-81). Aparte del estilo
antiguo y de las referencias a tradiciones religiosas propias de la mayoría de las
sociedades secretas antiguas y que servían también para su protección, el
razonamiento de Weishaupt en tan conclusivo para la condena de todo
estatismo como el de Godwin, y sus procedimientos de persuasión y de acción
son los de Bakunin con su Fraternité Internationale y la Alliance en el seno de
los grandes movimientos socialistas públicos.
***
Ante todo esa penetración del socialismo por la autoridad ha hecho detenerse
el impulso de muy bellas iniciativas socialistas, la de Robert Owen y Charles
Fourier, que se inspiraban todavía en lo mejor del siglo XVIII; lo mismo el
impulso de hombres que surgieron a su lado y de los cuales los dos más
notables fueron William Thompson y Víctor Considérant, pero había muchos
otros más.
Robert Owen, que no ignoraba la obra de Godwin, que tenía una eficacia
eminente y única entonces por su experiencia industrial y económica, su
voluntad tenaz y su abnegación, su espíritu tan emancipado de las tinieblas
religiosas y sus grandes medios, que le aseguraban una independencia y
facultades de acción que nunca poseyó un grupo social avanzado, hizo todo de
1791 a 1858 (por un período de actividad tan largo como el de Malatesta) por
experimentación personal y colectiva, razonamiento, organización y todos los
caminos de la propaganda, para elaborar y preconizar un socialismo
voluntario, integral, recíproco, técnicamente a la altura de las necesidades.
Para él, si he comprendido bien su idea, el problema de la anarquía se
planteaba tan poco como el del estatismo. Buscaba las mejores condiciones de
cooperación equitativa, lo que exigía eficacia y buena voluntad individuales y
los arreglos técnicos y organizadores necesarios. Esos organismos
cooperadores, regulan su propia vida y de ser numerosos, generalizados, en
interrelaciones útiles y prácticas, era evidente que el Estado no tenía ninguna
razón de ser ni hallaría quien le pagase por su mantenimiento.
De esos hombres independientes, uno muy en vista, pero aislado también, fue
John Gray, un mutualista (escritos de 1825 a 1848 y sobre todo The Social
System; a treatise on the principie of exchange. Edinburgh, 1831, XVI, 374
páginas. El sistema social: un tratado sobre el principio del cambio). Otro fue
Thomas Hodgskin (1787-1869); un continuador muy moderado de Thompson
fue William Pare, etc. En la vida práctica se formaron numerosas cooperativas
de producción, que sus miembros y los que éstos eligieron como
administradores, etc., han mantenido al margen del Estado, al de los partidos,
pero que fueron mecanizadas y separadas de las verdaderas luchas
emancipadoras. Los esfuerzos para coordinar sus fuerzas con las de las “Trade
Unions” y un verdadero desarrollo de la cooperación productiva no han tenido
éxito; también su forma reciente, el Guild Socialism, se ha vuelto lánguida y no
se repone.
Charles Fourier
Este capítulo corresponde a las páginas 67-102 del libro Der Vorfrühling der
Anarchie, que implicaría una gran ampliación de acuerdo a las antiguas
publicaciones inglesas, italianas, españolas, etc.
III
Eso fue bien reconocido por algunos, por hombres de Estado incluso, como
Thomas Jefferson, y los mejores luchaban contra esa nueva tiranía velada;
pero el aparato constitucional está construido tan ingeniosamente que es fácil
agregar autoridad e interpretar lo que existe en un sentido más autoritario,
pero es imposible, reducir esa autoridad seriamente. El pueblo es conducido
como en las monarquías; hay amplitud o sus movimientos son circunscritos
según la voluntad del amo; en el caso presente, según la voluntad
gubernamental controlada por los intereses de la propiedad.
Esta situación produjo pronto el descontento de espíritus audaces, y Voltairine
de Cleyre y C. L. James han esbozado esas primeras protestas de hombres que,
ciertamente, no fueron anarquistas en el sentido presente, pero que tuvieron
horror al estatismo y a la dominación insolente de los monopolistas sobre las
riquezas naturales de medio continente. En las ciudades del Este, sobre la
costa del Atlántico, hubo no poca efervescencia democrática vertida en un
socialismo laborista que, precisamente al ver a los políticos llenarse la boca de
libertad, retóricamente, fue autoritario, riguroso, estatista. Se reimprimió el
gran libro de Godwin (Filadelfia, 1796), el irlandés John Driscol (Equality, or a
History of Lithoconm, 1801-2), y J. A. Etzler (en Pittsburgh, en 1833)
compusieron una utopía y un ditirambo sobre la liberación del hombre por la
máquina, tratando de ser lo menos posible autoritarios; pero, en suma, de
esas ciudades tan rápidamente industrializadas y convertidas así en focos de la
política y en centros de las finanzas, no salió jamás una verdadera vida
socialista integral, y los trabajadores se organizan paralelamente a los
capitalistas. De igual modo los inmensos territorios agrarios, nuevamente
roturados, contienen poblaciones absorbidas por el trabajo, poco accesibles
todavía a las ideas, dejándose alimentar o condenar al hambre
intelectualmente por lo que los curas, la prensa y los políticos les entregan.
Había desde el siglo XVIII un pequeño mundo que vivía aparte en comunidades
cooperativas de emigrados reunidos por un sectarismo religioso especializado,
de tendencia social, como mucho antes en los primeros conventos. Después se
introdujo la experimentación socialista, por Robert Owen mismo (New
Harmony), por otros después que fueron influenciados por las ideas de Fourier
y otros. Inevitablemente, las empresas en que los espíritus no estaban
nivelados o quebrantados por la disciplina o la devoción religiosa, tuvieron una
existencia azarosa, y New Harmony, una colonia de 800 personas, en el curso
de varios años mostró mucha desarmonía, lo que indujo a uno de los colonos,
Josiah Warren (1798-1879), un americano de carácter resuelto y tenaz, a
deducir la imposibilidad de la convivencia social desinteresada a causa de la
diversidad natural de los hombres, y concluyó en la individualización completa
de la vida social, es decir, en las relaciones de cambio igual, de reciprocidad
estricta entre los hombres, y consideró el tiempo que requiere un producto o
un servicio como medida de su valor de cambio, según la conciencia de cada
uno.
***
La más bella figura de ese ambiente es, desde el punto de vista libertario,
Henry David Thoreau (1817-1860), el autor de Walden: my Life in the Woods
(1854) y del famoso ensayo On the duty of civil disobedience (1849) “Del deber
de la desobediencia civil”. Walt Whitman es un tipo muy diferente, según mi
impresión. Tiene las expansiones libertarias más bellas, pero su culto
entusiasta a la fuerza le acerca, para mí, a los autoritarios.
Este capítulo resume las páginas 103-132 del libro Worfrühling y remito
también a mi artículo Anarchism in England fifty years ago in Freedom
(Londres), noviembre-diciembre 1905, que se ocupa sobre todo de Ambrose
Caston Cuddon, caído en olvido completo entonces; fue reimpreso por Tucker,
en Liberty (1906).
IV
Así, para no citar más que algunas líneas de sus Confessions d'un
révolutionnaire (1849); págs. 232-3 de la edición de 1868): “El capital, cuyo
análogo en el dominio político es el gobierno, tiene por sinónimo en la religión
el catolicismo. La idea económica del capital, la política del gobierno o de la
autoridad y la idea teológica de la Iglesia son tres ideas idénticas y
variablemente ligadas; atacar a una significa atacarlas todas, como saben hoy
exactamente todos los filósofos. Lo que el capital hace al trabajo, y el Estado a
la libertad, lo hace la Iglesia, por su parte, al espíritu. Esa trinidad del
absolutismo es en la práctica tan funesta como en la filosofía. Para oprimir
eficazmente al pueblo hay que encadenar simultáneamente su cuerpo, su
voluntad y su razón. Cuando el socialismo quiera mostrarse de un modo
completo, positivo, libre de todo misticismo no tiene más que hacer una cosa,
poner en circulación espiritual la idea de esa trinidad...”
Es lo que hizo Bakunin en 1867 con la proposición positiva del federalismo, del
socialismo y del antiteologismo, lo que algunos años más tarde los
internacionalistas españoles e italianos expresaban por anarquía, colectivismo
y ateísmo. Es la emancipación intelectual, política y social, que implica la
emancipación moral, y, sobre esa base, el libre desenvolvimiento de la
humanidad adulta y regenerada. Godwin y Proudhon fueron, por tanto, los
primeros en mostrar ese camino y, como manifestación de pensadores
verdaderamente libres, importa poco que las proposiciones o consejos de
detalle sean imperfectos. Cuando es hallada una nueva gran idea, pasa
siempre algún tiempo antes de que sus aplicaciones hayan tomado una forma
verdaderamente práctica; piénsese en la electricidad, que se comenzaba a
conocer en sus posibilidades teóricas en tiempo de Godwin y, mucho mejor,
cincuenta años más tarde, en tiempo de Proudhon, pero cuyas aplicaciones
prácticas universales no se generalizan más que cincuenta años después y en
nuestros días. Godwin y Proudhon tenían a su alrededor en socialismo, menos
aun que los químicos y los técnicos de su tiempo en aplicaciones y experiencias
probadas.
Joseph Proudhon
- De la Justice dans la Révolution et dans l´Eglise (París, 1858, 3 vol. de 520, 544
y 612 págs. en 18°, y la edición de Bruselas, aumentada, en 1860-61, en 12
partes. -Du Principe fédératif et de la nécessité de reconstituir le partí de la
Révolution (París, 1863, XVIII, 324 págs. en 18.°) — De la capacité politique de
la clase ouvriére (París, 1865, VI, 455 págs. en 18.°; obra póstuma). Luego la
colección de su Correspondance, 1875, en 14 volúmenes en 8.°, de 5303
páginas, una amplia serie a la que se agregan otros grupos de cartas
publicadas, los periódicos y otras notas privadas y el gran número de escritos
de que no hablo aquí. Es una obra enorme, cuya parte crítica sigue siendo de
una actualidad palpitante, si se sabe uno dar cuenta de las situaciones y
problemas que pesan sobre nosotros y nos aplastan todavía hoy, porque aún
no hallaron solución razonable.
Así los gobiernos, los políticos, las finanzas, la burguesía, el nacionalismo, las
guerras son analizadas por él en lo vivo, con la mano en el saco (del pueblo) en
innumerables ocasiones durante los reinos del burguesismo puro (Luis Felipe),
de los revolucionarios jacobinos (1848), del cesarismo y la dictadura imperial y
militar, el nacionalismo europeo, factor dominante desde 1859, y del cual se
deriva la serie de guerras que nos rodea siempre. A falta de un Proudhon, que
no lo tiene esta época, las lecciones por comparación que se sacarían de esa
obra prestarían grandes servicios a los libertarios de hoy, que deben aún hallar
los caminos de la teoría a la práctica y a la crítica de los hechos reales, tal como
supo hacerla Proudhon, no imitándole directamente, pero inspirándose en su
ejemplo y aprovechando su experiencia.
Supo prever, desde 1859 los perjuicios del nacionalismo y mostró las vías del
federalismo. Supo prever los extravíos de los trabajadores en la política
autoritaria y mostró los caminos de la acción económica directa, sucumbiendo
desgraciadamente menos de cuatro meses después de la fundación de la
Internacional (19 de enero de 1865).
Estas ideas, pues, exigían que se las comprendiera, que se las sintiera, que
fuesen aplicadas por hombres que fueran ellos mismos pensadores intrépidos.
Era, al contrario, imposible agrupar muchos hombres en tomo a alguna
aplicación práctica del pensamiento de Proudhon, y si se hizo, el resultado fue
mediocre, y su falta de éxito inevitable fue erróneamente declarada un
defecto del proudhonismo. Menos aun, cuando tales ensayos cesaron, se
puede hablar de una desaparición definitiva del proudhonismo. Vivió, al
contrario, y todos nuestros movimientos vivirían mejor, si sus militantes se
inspirasen en los elementos vivientes de la enseñanza de Proudhon.
***
Pero fue en España donde las ideas proudhonianas fueron más calurosamente
recibidas. La obra maestra de Pi y Margall La reacción y la revolución. Estudios
Políticos y Sociales (Madrid, 1854, 424 páginas; reimpresión de la Revista
Blanca, Barcelona, 1928, 478 págs.), cualquiera que sea su originalidad, no ha
sido escrita sin que el autor haya conocido los trabajos de Proudhon, con el
cual otro español, Ramón de la Sagra estaba unido (autor de Banque du
Peuple, en francés, París, 1849, 160 págs. en 32.°). Pi y Margall, más tarde, ha
traducido al menos seis libros de Proudhon (ediciones de 1868 y 1870, con
introducciones, Madrid, Alfonso Durán, en 18.°), entre otros El principio
federativo (1868) y De la capacidad política de las clases jornaleras (1869). Al
menos otros ocho escritos de Proudhon fueron traducidos por otros, desde
1860 a 1882, entre ellos la Idea general de la revolución en el siglo XIX
(Barcelona, 1868) y La Federación y la unidad de Italia (Madrid, 1870; el
original apareció en París en 1862, 143 págs.).
En Inglaterra y en los Estados Unidos las ideas de Proudhon han tenido poca
repercusión, sin quedar por eso desconocidas. Tucker y más tarde John Beverly
Robinson hicieron traducciones; la General Idea of the Revolution in the
ninetieth Century apareció aun en 1923 en Londres (Freedom Press).
Se advierte al fin la esencia viable de Proudhon, que está en las ideas más
arriba descritas, y su aplicación crítica al pantano autoritario que amenaza
tragamos. Su voz fue un llamado constante a la razón y al buen sentido.
Escuchándola bien y siguiéndola, no a la letra, sino en su verdadero sentido,
nos ayudaría a salir de la rutina y a combatir mejor el ambiente autoritario que
reacciona constantemente sobre nosotros mismos como atmósfera asfixiante
de la que hay que salvarse rompiendo los vidrios. Es lo que Proudhon ha hecho
del mejor modo y más que Bakunin y que cualquier otro; fue a él a quien la
burguesía del siglo XIX temía y odiaba a muerte; la propiedad es un robo: esas
pocas palabras tenían la fuerza de una revolución.
V
De ese grupo nos quedan como publicaciones anarquistas sobre todo escritos
de Edgar Bauer, así Der Streit der Kritik mit Kirche und Staat (Charlottenburg,
1843), confiscado en septiembre y reimpreso en Berna (Suiza) en 1844, 287
págs. Un periódico proyectado (prospecto del 12 de julio de 1843) fue
impedido, pero sus colaboradores reunieron artículos en volumen (no
sometidos a la censura). Tal fue la Berliner Monatsschrift (Mannheim, 1844; IV,
332 páginas en 12.°), la primera colección anarquista en lengua alemana; Max
Stirner colaboró y Buhl organizó la edición.
Max Stirner
Durante esos últimos años Max Stirner ha debido componer su libro famoso
que apareció en diciembre de 1844: Der Einzige und sein Eigentum (El único y
su propiedad) (Leipzig, 1845, 491 págs. en 8). Se han reunido después escritos
dispersos de Stirner, sobre todo en Kleinere Schriften, recopilación por J. H.
Mackay (1898; edición aumentada en 1914), pero el profesor Gustav Mayer y
otros han encontrado más artículos dispersos y las investigaciones no están
terminadas aún. Sin embargo el gran libro contiene todo para formarse una
opinión exacta de sus ideas. He dado extractos (Vorfrühling, págs. 169-173)
para motivar mi opinión de que Max Stirner era en el fondo eminentemente
social, socialista, deseoso de revolución social, pero siendo francamente
anarquista, su llamado “egoísmo” es la protección, la defensa que cree
necesaria tomar contra el socialismo autoritario, contra todo estatismo que los
autoritarios insinuasen en el socialismo. Su egoísmo es la iniciativa individual:
su “Verein” el grupo libre que realiza un objetivo, pero que no se convierte en
organización, en sociedad. Su método es eminentemente la desobediencia, la
negativa individual y colectiva a la autoridad y una agrupación voluntaria
según lo que la situación exija en cada instante. Es la vida libre en lugar de la
vida controlada y ordenada por los usurpadores de la propiedad y de la
autoridad.
***
La segunda fuente auxiliar de las ideas libertarias en Alemania fue la filosofía
de Ludwig Feuerbach, que dio el golpe de gracia a la pesadilla hegeliana. Esa
filosofía (que Max ha combatido también extensamente) no era sin duda
anarquista, pero restablecía el rol del hombre, que en el hegelianismo era
anegado y aplastado por las fuerzas superiores abstractas y, paralelamente,
muy reales (el Estado presente; el Estado futuro; siempre algún dios o algún
Estado). Es el hombre el que ha creado a Dios —dice Feuerbach, y ese
pensamiento dio el golpe Final a la emancipación intelectual de Bakunin— y Pi
y Margall escribe en su libro La Reacción y la Revolución (1854):... “Homo sibi
deus, ha dicho un filósofo alemán; el hombre es para sí su realidad, su
derecho, su mundo, su fin, su dios, su todo. Es la idea eterna, que se encarna y
adquiere la conciencia de sí misma; es el ser de los seres, es ley y legislador,
monarca y súbdito…”
Ese ascendente existía, en efecto, en los años antes de 1848 en algunos que
conocieron bien a Max Stirner y a Proudhon, y se acentuó a partir de la derrota
de las esperanzas de las revoluciones políticas alemanas y francesas de 1848-
49, especialmente después de la demostración ad oculos de la incapacidad y la
impotencia del parlamentarismo liberal y democrático. En los años 1849, 1850,
1851, hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre en Francia, que inauguró el
período de la represión general, hubo todavía un intervalo de crítica
retrospectiva de los errores cometidos y, como en Francia, en Alemania
tampoco faltaban entonces voces libertarias. Así vemos a Carl Vogt mismo,
hombre de ciencia y político, que conocía muy bien a Bakunin y a Proudhon,
gritar en diciembre de 1849:... “Ven, pues, dulce, redentora anarquía... y
redímenos del mal que se llama Estado”, palabras que se parecen tanto a las
de César De Paepe: “¡Anarquía, sueño de los amantes de la completa libertad,
ídolo de los verdaderos revolucionarios!... ¡Venga tu reino, anarquía!”,
publicadas en 1864.
Richard Wagner, en sus escritos Die Kunst und die Revolution (Leipzig, 1849) y
en Das Kunstwerk der Zukunft (1850), muestra y expresa una comprensión
completa, una simpatía profunda por las “libres asociaciones del porvenir”,
también él un hombre que tuvo ocasión de conocer en 1849 a fondo el
pensamiento de Bakunin.
Se puede notar que Marx vio esos desenvolvimientos más sobriamente que
Lassalle, que cayó de bruces en el nacionalismo, y que, muy ambicioso y cada
vez más separado de Marx, fundó la socialdemocracia ultra-autoritaria, con la
cual doce años después tras luchas increíbles, los socialdemócratas marxistas
se fusionaron en 1875. Fue ya la época de la Internacional y es un hecho
incontestable que el desarrollo libertario en el seno de esa organización fue ya
ocultado, ya presentado desdeñosamente y hostilmente a los
socialdemócratas marxistas por su prensa; sobre todo Bakunin fue en ella
combatido e injuriado. Los lassallianos se abstuvieron de esos insultos, pero no
podían tampoco tener una gran parte de la Internacional, o sólo
comprenderlas.
Entonces fueron tomadas por dos lados, por un economista liberal, el Dr.
Theodor Hertzka, nacido en Hungría, que elaboró la utopía Freiland. Fin
soziales Zukunftsbild (Leipzig, 1890, XXXIV, 677 páginas; el prefacio es de
octubre de 1889), y por jóvenes socialistas de Berlín, de los cuales el más
conocido fue Benedikt Friedlándler, autor del folleto bien razonado, Der
freiheitliche Sozialismus in Gegensatz zum Staatsknechtstum der Marxisten
(Berlín, 1892, VIH, 115 páginas), una exposición de las ideas de Dühring en
1872.
Hertzka había dado a su utopía una forma que hizo de ella al mismo tiempo un
proyecto de colonia experimental en gran escala, y en esos años de interés
socialista universal, alentado por primera vez fuera de los medios obreros en
casi todos los países por la utopía famosa Looking backward, por Edward
Bellamy, un gran público general se interesó verdaderamente por Freiland y se
preparó su extensión práctica en el territorio descrito por Hertzka en la región
elevada y fértil del Kenia y Kilimandjaro, en África central oriental. Por el
acceso libre a los grupos productores, según Hertzka, la atracción de los
diversos grupos habría sido nivelada y así, y por otros muchos medios
prácticos y equitativos, la autoridad en la nueva comunidad habría sido
reducida al mínimo, es decir, a las exigencias puramente técnicas, a las que se
cede voluntariamente. Los medios no faltaban y el estado floreciente de las
plantaciones en esa parte del África, una de sus partes más europeizadas y una
de las más ricas, muestra que esa colonización tenía una base no del todo
quimérica. Pero el Gobierno inglés impidió la realización del proyecto. La
agitación disminuyó entonces y se dispersó en varias direcciones; de ahí
proceden las Siedlungen en Alemania misma, propuestas y fundadas en parte
por el Dr. Franz Oppenheimer 8; Michel Flürschein trató largo tiempo de fundar
colonias sociales en países lejanos; el Dr. Wilhelm, que pertenecía a los de
Freiland, que habían desembarcado ya en África, defiende siempre su ideal de
entonces. Indirectamente, pienso, la reunión de los judíos en un territorio
independiente, preoconizada por el Dr. Theodor Herzl y de donde procede, a
través de otros estadios, la presente colonización sionista en Palestina, fue una
repercusión de la iniciativa de Hertzka de fundar Freiland en la región del
Kenia. Igualmente las asociaciones productivas presentes en Palestina, de las
cuales algunas desean vivir en condiciones de libertad personal bien
respetada, derivan lo que poseen de voluntad libertaria, de ese poderoso
impulso dado en otro tiempo por Freiland.
Se conocen los nombres del grupo por el proceso. Los más en vista fueron Jean
Joseph May, considerado la cabeza del grupo (refugiado en Londres, más tarde
enviado al servicio militar en África, como refractario; murió muy pronto), G.
Charavay, gorrero (de la familia más tarde tan conocida de los mercaderes de
autógrafos) y Page, un joven joyero, el orador del grupo.
***
Fue Anselme Bellegarrigue, que, algunos meses más tarde, hizo aparecer el
folleto Au fait, au fait. Interprétation de l´idée démocratique, impreso en
Toulouse (1848, 84 págs. en 16.°) y que fue el redactor del diario La
Civilisation, aparecido en Toulouse del 14 de marzo de 1849 —el número 2 es
del 15 de marzo— hasta el número 242 del 22 de diciembre de ese año; el
periódico continuó hasta diciembre de 1851. Fue el órgano cotidiano más
difundido de Toulouse en 1849, tirando de 1.800 a 2.500 ejemplares, y aun
defendiendo la democracia social más acentuada de entonces, como redactor
del periódico, Bellegarrigue pudo imprimirle ampliamente su sello personal.
Fue, sobre la base de su experiencia americana del mínimo de gobierno central
y de la vida local autónoma de entonces, un repudio completo del
gubernamentalismo francés, que floreció en república, como había florecido
en monarquía. Apeló como medio para paralizar el organismo gubernamental
a la abstención completa, a lo que se ha llamado más tarde “huelga política” y
que él llama en un período en que la democracia quería obrar
revolucionariamente (el 13 de junio de 1849) la “teoría de la calma”. La
democracia fue entonces aplastada por el gobierno sin combatir, puesto que el
pueblo de París, diezmado en junio de 1848, dejó en junio de 1849, como en
diciembre de 1851, a la democracia y a la reacción que se las arreglasen como
pudiesen. Bellegarrigue mantuvo su punto de vista y, llegado a París en 1850,
formó con algunos amigos de su región (uno de ellos, Ulysse Pie, que se decía
P. Dugers, renegado más tarde, escribió entonces en el mismo sentido que él),
la “Asociación de libres pensadores” de Meulan (Seine - et - Oise), que publicó
varios folletos, pero a la que los arrestos impidieron continuar. Así, uno de sus
folletos anunciados fue publicado independientemente: L’Anarchie, Journal de
l´Ordre, por A. Bellegarrigue, París, abril y mayo de 1850, dos números de 56
páginas en gr. 8.°. Hizo aparecer todavía el Almanach de la Vile Multitude (127
y 128 págs.) y preparó un Almanach de l´Anarchie para el año 1852, que no fue
publicado. Había compuesto una novela de recuerdos americanos, cuyos
fragmentos han aparecido en 1851 y 1854, y un ensayo sobre las mujeres de
América (1851; en pequeño volumen en 1853). Su emigración, probablemente
después del golpe de Estado, a Honduras y luego a San Salvador, es cierta y se
constató tras las investigaciones incitadas por mí en 1906, la existencia de un
hijo suyo en El Pimental, cerca de La Libertad (San Salvador), pero no he
podido tener otras noticias. Tal vez algún lector centroamericano de estas
páginas encuentre detalles sobre la carrera de ese hombre, que no fue
revolucionario, sin duda, pero que, sin embargo, habría que conocer, puesto
que en los años de 1848 a 1850 hizo lo posible para implantar un
antigubernamentalismo lógico y consciente en Francia.
Discutió poco las cuestiones sociales, tal vez porque todo lo que sentía contra
el gubernamentalismo político lo sentía también contra el gubernamentalismo
social. Estaba muy contento de la actitud antiestatista del viejo Lamennais en
1850 en La Réforme (París). Se puede reprochar a Bellegarrigue una
exageración de las libertades americanas -del género de París en Amérique de
Edouard Laboulaye (1862)- aunque su novela lo muestra observador realista.
Pero fue verdaderamente afectado por el inmenso apego al poder de los
hombres y de los partidos que, en Francia, por la revolución de febrero de
1848, fue intensificado y privó de toda esperanza de vida libre popular; y
nadie, según su opinión, ni siquiera Proudhon, era defensor consecuente de la
libertad. Según él no se escapa a la brutalidad de este dilema inexorable: la
libertad ilimitada o la presión hasta la muerte, hasta la hoguera; no hay
término medio, como no lo hay entre la vida y la muerte (v. La Civilisation, 1 de
noviembre de 1849).
***
Ignoramos si el joven Elisée Reclus, que pasó el año 1849 hasta el verano al
menos en la Universidad de Montauban, una ciudad a no larga distancia de
Toulouse, veía entonces La Civilisation que redactaba Bellegarrigue a partir de
marzo y hasta diciembre del mismo año 1849. Por lo demás es un detalle, pues
probablemente se sentía anarquista ya entonces y sobre sus sentimientos tan
sociales la crítica fría de Bellegarrigue no habría causado una impresión
decisiva, si la anarquía no hubiera nacido en él ya. Pero lo fue desde no se sabe
qué fecha de su vida intelectual despierta y ha dejado ese documento titulado
Desenvolvimiento de la libertad en el mundo, con la fecha agregada mucho
después: Montauban, 1851. Habría sido escrito, pues, en ocasión de una breve
permanencia en Montauban, cuando volvió de Berlín a Orthez en el otoño de
1851. No discutimos esa fecha, que en todo caso es la última fecha posible; he
aquí el extracto que nos muestra al joven Reclus anarquista convencido
entonces:
... “Así, para resumir, nuestra finalidad política en cada nación particular es la
abolición de los privilegios aristocráticos y en la tierra entera es la fusión de
todos los pueblos. Nuestro destino es llegar a ese estado de perfección ideal
en que las naciones no tendrán ya necesidad de hallarse bajo la tutela de un
gobierno o de otra nación; es la ausencia de gobierno, es. la anarquía, la más
alta expresión del orden. Los que no piensan que la tierra pueda un día
prescindir de la autoridad, esos no creen en el progreso, esos son
reaccionarios”... (v. sobre este texto y otros extractos, mi libro Elisée Reclus. La
vida de un sabio justo y rebelde; Barcelona, La Revista Blanca, 294, 312 págs.
en 8.°; 1929; vol. 1, páginas 72-88). Desde 1930 conozco también otro
manuscrito de Reclus muy antiguo, que he caracterizado en un trabajo que
debió aparecer en el Suplemento de La Protesta en 1930 y que será insertado
en alguna publicación española o italiana.
Elisée Reclus
***
Voces aisladas son, por ejemplo, la del proscrito Benjamín Colín, un maestro
de Bretaña. Plus de Gouvernement, en favor de una pantocracia (artículo de
1856); observaciones del autor filósofo Charles Richard (1861); y corrientes
libertarias en el mundo de los refugiados socialistas. Así, una escisión en la
Asociación internacional (de 1855) en Londres, que culminó en 1859 en la
reunión de los antiautoritarios franceses en el Club de la libre discusión, que
contenía adeptos del anarquismo de Déjacque. Había simpatizantes
antiautoritarios en Ginebra entonces, que nos permite adivinar el informe de
la reunión del 24 de febrero de 1861. No conozco, si es que apareció, un
periódico, L ’Avant garde, journal International, cuyo prospecto, impreso en
Bruselas, anuncia la publicación en Génova para el 1 de octubre de 1864 y
contiene la profesión tanto de la liberación de las nacionalidades como el
reemplazo del Estado en su aspecto social y económico por el contraro libre.
Nacionalismo y proudhonismo mezclados, parece, iniciativa de fuente todavía
desconocida para mí. Existe también el grupo desconocido Los leñadores del
desierto que publicó folletos clandestinos entre 1863 y 1867, cuyos títulos
Révolution - Décentralisation (el primero) y La Liberté ou la mort (el tercero)
corresponden a sus tendencias de rebelión descentralizados destructiva.
***
Ernest Coeurderoy (1825-1862), fue hijo de un médico republicano de
Bourgogne; estudió medicina en París desde 1842, fue interno de los
hospitales y cuidó los pobres y los heridos de junio de 1848; de republicano
exaltado pasó a ser socialista y fue uno de los participantes de la acción de las
Escuelas de París, en el 13 de junio de 1849; se refugió entonces en Suiza, en
Lausana, y, expulsado de allí, en abril de 1851, va a Londres. Viviendo hasta
entonces, y también en Londres, en el ambiente de los demócratas socialistas
del 13 de junio, quizá la capa más simpática de la proscripción, no pudo, sin
embargo, como Déjacque, soportar la jefatura de los grandes jefes y les lanza
reproches hirientes en el pequeño folleto firmado por él y el joven Octave
Vauthier (hermano de un prisionero del 13 de junio), La Barriere du Combat
(Bruselas, 1852, en junio, 28 págs. en 8.°), escrito de verbo y de desafío que le
puso en lo sucesivo en el libro negro de todos los matices autoritarios. Fue por
lo demás una contribución a la discusión promovida por los ataques
furibundos de Mazzini contra el socialismo.
Si otros países han sufrido otra evolución general, la idea anarquista, o bien se
desarrollará naturalmente de otra manera o será implantada imitativamente y
entonces el desarrollo será diverso.
“...Las comunas han sido el golpe más terrible que pudo dirigirse nunca al
feudalismo. De ellos han salido las instituciones salvadoras que contienen en
germen la libertad de los pueblos, y en ellos está el origen y el manantial
fecundo de todas las conquistas políticas. En ellos se han apoyado los reyes
para combatir la anarquía feudal, y ellos son las únicas instituciones que han
podido resistir a la tiranía triunfante de los reyes. Por eso los pueblos han
mirado o mirarán siempre a sus municipios como la salvaguardia de sus
derechos, como el arca santa de sus libertades.
“Toda revolución social para ser posible, ha de empezar por una revolución
política, así como toda revolución política será insustituible y estéril, si no es
seguida de una revolución social. Por esto las comunas que eran la forma
política por donde empezaba el mejoramiento de las clases pobres, debieron
multiplicarse. Y en efecto, así sucedió”, etc. (Pasado, presente y porvenir del
trabajo, por G. N.; 26 de agosto de 1855).
***
En la Italia dividida en Estados independientes y en regiones que forman parte
de Austria hasta los últimos cambios en el siglo XIX, en 1870, no había, por
decirlo así, nada de todo lo que hemos constatado en España. En 1848 las
sociedades obreras comienzan a formarse en el Piamonte, y a partir de 1853
se reúnen congresos de tendencias anodinas. Algunos artesanos, pero no las
masas populares, fueron activos en los movimientos nacionales, clandestinos o
de lucha abierta. Esos artesanos, la juventud, los intelectuales, y una parte de
la burguesía y de la aristocracia, fueron participantes activos y simpatizantes
de los esfuerzos en pro de la unidad nacional, esfuerzos que desde los orígenes
hasta su culminación fueron actividades imbuidas de mentalidad autoritaria,
diplomacia, militarismo, guerrilla organizada y con el objetivo del Estado
unitario. Los pocos federalistas, los Cario Cattaneo, Cesare Cantú, Giuseppe
Ferrari y otros, no fueron libertarios, aunque Ferrari conoció bien a Proudhon y
había criticado la degeneración de los fourieristas.
Pero Carlo Pisacane (1818-1857), repudió tanto los pequeños Estados como los
grandes, y para evitar el mal de unos y de otros, concibió la división del
territorio italiano en comunas unidas por pacto elaborado provisionalmente
por un congreso de las regiones liberadas del territorio nacional y, finalmente
por una Constituyente. Los medios de producción durante la lucha, y de vida
por asociaciones y comunas, corresponde bastante a las ideas de Bakunin,
formuladas en 1866; sólo que Bakunin tendía siempre, como hicieron también
los españoles, a interponer provincias o comarcas entre las comunas y la
colectividad territorial.
***
Eso le lleva a redactar sus ideas —y hablaré más adelante de esos primeros
escritos en tanto que nos son conocidos—. Recuerdo aún que toda su obra
manuscrita de los años 1844-1847, en París, se ha perdido. Preparó ya en 1844
una “exposición y desarrollo de las ideas de Feuerbach”, que en 1845 parecía
haber estado cerca de la publicación con el título: Sur le Christianisme ou la
Philosophie et la Societé actuelle, y fue quizás ese manuscrito —u otro relativo
al estudio de la revolución francesa, que su amigo Reichel, en casa del cual
hablaba, llamó “el libro eterno”... “en el que escribía diariamente sin
terminarlo”. Todo eso se ha perdido y surge la cuestión de si el gran complejo
de ideas que los manuscritos y libros de 1868 a 1873 muestran y que se
encuentra ya esbozado en los fragmentos conservados de 1865, tenían por
primera base esas redacciones de 1845-47 y tal vez el escrito sobre Feuerbach
como origen. Es cuestión de resolver todavía.
***
En los otros países europeos hay una falta de iniciativa en las primeras
expresiones del socialismo, todavía más del anarquismo. Holanda, los países
escandinavos, Suiza, eran en los siglos XVIII y XIX países relativamente libres, el
asilo de muchos refugiados, como igualmente Bélgica, de la que he hablado ya,
y donde el socialismo fue muy activo y largo tiempo muy libertario. Sin
embargo, respecto de Holanda no se podría mencionar ningún esfuerzo
libertario notable antes de los periódicos de la Internacional en 1870-72, y
para los países escandinavos igualmente hasta los escritos de Quiding y las
cartas de lbsen hacia los mismos años; ni en Suiza antes de 1868.
Ese Estado mínimo es, como otras doctrinas del máximo de autonomía o del
federalismo formal más perfeccionado, lo que muchos hombres benevolentes,
pero de corta visión, han propuesto. No hay más que observar, al lado de
Herbert Spencer y otros ya mencionados —The Man versus the State (Londres,
1884, 11, 113 págs.), es uno de los más característicos de Spencer—, J.
Toulmin Smith, Local Self-governement and Centralization (Londres, 1851); los
escritos federalistas conservadores de Constantin Frantz en Alemania; de L. X.
de Ricard (Le Fédéralisme, París, 1877), de Roque Barcia, en España, de
Edmond Thiaudiére y tantos otros. Son excelentes consejos contra la
centralización, contra el Estado mismo, pero al fin se es invitado a confiarse,
sin embargo, a ese Estado, y esa falta de confianza en la libertad quita la fuerza
a toda la argumentación.
En esos años excitados en los que fue atenuado en todas partes el régimen de
la reacción, porque los gobiernos execrados desde la contrarrevolución de
1848, tenían necesidad del concurso del pueblo para las guerras que iban a
venir, y el nacionalismo, que la democracia burguesa aceptó ávidamente, fue
el medio que debía reconciliarla con los pueblos. Pero los trabajadores y los
socialistas, los hombres de 1848 en adelante, y las jóvenes generaciones, veían
llegado el tiempo para reanimar sus movimientos, fundar sus organizaciones, y
en ese ambiente de relaciones y reagrupaciones frecuentes entre los Estados
que obraron como amos del mundo, hay que asombrarse de que también los
trabajadores, en fin, pensasen en ponerse en relaciones entre sí,
internacionalmente. Se hizo muy lentamente, entre 1862 y 1864, sólo entre
algunos núcleos de Londres y de París, entre algunos hombres que se
dedicaron a ello directamente, para hablar de un modo exacto, y que
triunfaron de las inercias, pesadeces, intereses de partido, envidias, etc., de
hombres más influyentes que fueron directores de las organizaciones y que
tomaron buen cuidado de no ligarse a un asunto más que cuando el éxito
estaba asegurado. Esta es la verdadera historia de esos orígenes de la
Internacional, establecida por la documentación íntima. Para las pocas grandes
reuniones públicas, cuidadosamente preparadas, se tenía siempre buenos
oradores y un público aclamador entusiasta, pero que no tenía nada que decir,
y después las cosas se hicieron en pequeño cónclave, llevando meses y meses,
fracasando casi en las susceptibilidades, vanidades, etc., hasta que resultó por
fin esa reunión del 28 de setiembre de 1864, en la cual muchos nombres
preparados de antemano fueron aclamados, y así el gran grupo director, el
Consejo central (más tarde Consejo general), fue constituido y se reclutó en lo
sucesivo por cooptaciones; los congresos generales le confirmaron siempre la
confianza.
Mijail Bakunin
Marx creía haber ganado también a Bakunin para la Internacional, haciéndole
por propia iniciativa una visita amable, en ocasión del paso de Bakunin por
Londres, en el otoño de 1864. Le habría sido útil en Italia, contra Mazzini.
Bakunin, absorbido ya por su sociedad secreta, que debe datar de la primera
mitad de 1864 y de Florencia, no pensó en iniciar a Marx, naturalmente,
sabiéndole su adversario; le dejó hablar y lo que supo de la Internacional
apenas nacida y quizá sobre las esperanzas de Marx, ha debido interesarle, y le
prometió su concurso en Italia, sin que se ofreciera en 1865 una ocasión y, no
abandonando Italia hasta 1867, las relaciones muy espaciadas con Marx
cesaron, sin que hubiese ningún disgusto entre ellos y sin que se hayan vuelto
a ver después.
El primer texto que hizo conocer al público de entonces las ideas de Bakunin —
si se exceptúan sus cartas eslavas, en el periódico italiano—, fue su carta en el
periódico-programa La Démocratie (París), en abril de 1868. Después hubo el
programa del periódico ruso Narodnoe Dielo (La Causa del Pueblo), en
setiembre. Después los discursos en el Congreso de Berna, de la “Liga de la paz
y de la libertad”, a fines de setiembre. Después el Programa de la Alianza de la
democracia socialista, aparecido algunas semanas más tarde. Hacia ese mismo
período redactó proyectos de programa y estatutos de la nueva forma que,
según las deliberaciones de los miembros del grupo secreto, debían tomar el
grupo o los grupos secretos.
En las relaciones de Bakunin para los años 1864 a 1868, se pueden distinguir
hombres que se acercan y se separan de él sin sufrir su influencia, hombres
que sufrieron su influencia y que no tuvieron una originalidad propia, otros
que, seriamente próximos a él, mantenían su independencia, y hombres que,
asistidos por su impulso, adquirieron un desenvolvimiento interesante y
propio. Los tipos de las dos últimas categorías fueron Elisée Reclus y James
Guillaume, este último en 1869, cuando los hermanos Reclus se separaron ya
de Bakunin.
***
Tal fue, desde 1867 a 1869, esa elaboración continua de una síntesis de
libertad y de solidaridad e inevitablemente el estatismo, el autoritarismo, no
tenían nada que ver. Sólo hubo una gran diferencia en la apreciación de los
caminos para llegar a la sociedad colectiva no-estatista, que fue reconocida
como un grado ulterior de evolución social también por Marx, pero sólo
después del período de la “dictadura del proletariado”, cuando tras la
abolición de las clases las funciones gubernamentales se convertían en simples
“funciones administrativas”. De Paepe no estuvo nunca lejos de i esta manera
de relegar la anarquía a un porvenir lejano, sólo que propuso llegar a ella por
etapas libertarias, no por la dictadura, como Marx. Fue colocado así entre los
revolucionarios mencionando, entre algunos belgas, como Eugéne Hins, que
buscaban medios de acción directa colectiva, pero no de acción revolucionaria,
y entre los autoritarios que, al menos teóricamente, admitían una desaparición
del gubernamentalismo, cuando éste no tuviera que defender una clase
privilegiada contra la clase desheredada. Eso explica que, brillante todavía en
el congreso de Basilea, en 1869, De Paepe se eclipsa por decirlo así después
hasta 1874, en que era ya partidario del estatismo moderado (servicios
públicos). Había debido admitir, sin embargo, en uno de los informes de 1869,
que los trabajadores no tendrán la paciencia de esperar los resultados de una
evolución lenta y pacífica que duraría siglos; dicen que han sufrido bastante
tiempo y que quieren ver el fin de sus sufrimientos. La transformación de la
propiedad no llegará, pues, probablemente, por una evolución ciega y
necesaria, sino por la intervención inteligente y razonada de los hombres, no
por la evolución, sino por la revolución.
Las cartas y recuerdos para el año 1870 se han perdido, pero en su primera
mitad hubo la convocatoria de un congreso constituyente de la Federación
española, por los militantes de Madrid (14 de febrero), convocatoria que debió
ser retirada ante un voto de los miembros de 153 secciones en 26 localidades,
de los cuales 10.930 eligieron Barcelona, 3.730 Madrid, 964 Zaragoza, 448
Valencia, etc., como lugar del congreso que fue celebrado en junio de 1870 en
Barcelona. Dos meses antes – “unos meses antes del congreso de Barcelona”,
se lee en la Cuestión de la Alianza, Barcelona, otoño de 1872, declaración
redactada por J. G. Viñas-, en abril de 1870 por tanto, en las semanas que
precedieron a la votación, decidida en marzo y terminada a fines de mayo, se
fundó la Alianza de la democracia socialista, que profesa el programa de 1868
(estructurado diversamente y un poco retocado) y adoptó Estatutos
independientes. Esos documentos son publicados en Cuestión de la Alianza,
donde se agregaba que la Alianza “ni aun comité regional tenía, sino que todas
las secciones se comunicaban y se consultaban entre sí”.
Las actividades rusas de Bakunin se ven, respecto de las ideas (teoría y táctica
revolucionaria), en sus escritos en Narodnoe Dielo (La causa del pueblo),
setiembre de 1868, los folletos y manifiestos del período de Netchaef,
primavera de 1869 al verano de 1870, y el programa de una revista, en ese
verano, después de la ruptura con Netchaef. No se pueden discutir esos
escritos y cuestiones personales sin entrar en muchos detalles. Es aparte de
Netchaef, en 1870 y sobre todo en 1872, cuando Bakunin encontró jóvenes
rusos que se preocupaban de las ideas y de la acción libertarias; Netchaef era
jacobino y blanquista y quería hacer de Bakunin ante todo su instrumento.
“...Los obreros, ¿querrían una vez más jugar el papel de víctimas (en ocasión
de la caída del Imperio)? Abstenerse de toda participación en el radicalismo
burgués y organizar al margen de él las fuerzas del proletariado. La base de esa
organización está dada: son los talleres y las federaciones de talleres, la
creación de las cajas de resistencia, instrumentos de lucha contra la burguesía,
y su federación, no sólo nacional, sino internacional, la creación de cámaras
del trabajo como en Bélgica.
Bakunin no tuvo ninguna influencia sobre los militantes de París; incluso Varlin
apenas estaba en relaciones con James Guillaume y un poco más con los
belgas, y los hombres en Lyon y en Marsella que se habían ligado con Bakunin,
le dieron una desilusión completa.
***
El solo esfuerzo constructor fue promovido en Bélgica por Héctor Denis, Víctor
Arnould y otros de Liberté (Bruselas) a partir de 1867 y sobre todo en 1870; la
constitución de los trabajadores al margen del Estado como un parlamento del
trabajo, un organismo ligado a la vida económica y que quitaría las fuerzas al
organismo político, el Estado. Fue llamado la “representación del trabajo” y
tuvo una viva agitación que la guerra y la Comuna en Francia interrumpen. Sin
eso ¿a qué habría podido llegar esa agitación? No habría podido imponer su
objetivo revolucionariamente; si se hubiese tenido fuerza para ello, se habría
sabido y querido hacer una verdadera revolución. Habría podido, pues, a lo
sumo tener alguna legitimación legal del proyecto, lo que habría fundado el
reformismo. La representación de intereses especiales, agrarios, industriales,
feudales, no fue y no es una novedad en la sociedad burguesa con todas sus
cámaras de comercio y tantas otras instituciones que, a menudo, fuerzan la
mano a los parlamentarios y a los ministros.
Pero para los socialistas de entonces esa proposición correspondía al
sentimiento que expresó, por ejemplo, Eugéne Hins, de Bruselas, en el
congreso de Basilea, diciendo que la Internacional es y debe ser un Estado en
el Estado; que deja a los Estados continuar su ruta hasta que nuestro Estado
sea el más fuerte. Entonces, sobre las ruinas de los Estados, erigiremos el
nuestro, ya preparado, ya listo, como existe en cada sección. Es con ese
espíritu que hacia la misma época apareció en L'Internationale, de Bruselas, el
artículo traducido en La Federación, de Barcelona, del 7 de noviembre de
1869. Las actuales instituciones de la Internacional consideradas con relación
al porvenir (reimpreso en El Proletariado militante, de Lorenzo, vol. I, págs.
233-38). Comienza: “La A. I. de los T. 9 lleva en sí el germen de la regeneración
social... encierra en sí el germen de todas las instituciones venideras”...;
cuando se establezca en todas partes... “entonces se verá desaparecer como
por encanto la vieja sociedad y florecer el orden nuevo que ha de regenerar el
mundo”... He ahí el famoso como por encanto, el golpe de varita mágica. Así...
“la sección o sociedad obrera es el tipo del municipio”, las sociedades de
resistencia “están destinadas a organizar el trabajo en el porvenir”,
transformadas “en talleres cooperativos”, como “las sociedades de consumo”
serán transformadas en bazares comunales, donde estarán expuestos los
diferentes productos con indicación exacta de su precio de costo, etc.
Esa idea fue vuelta a tomar por el sindicalismo francés, sobre todo en los años
de su floración más grande en ímpetu revolucionario, desde 1904 a 1908, y
está incorporada a la utopía Comment nous ferons la Révolution por E. Pataud
y E. Pouget (París, VIH, 298 págs.; nov. 1909). Es afirmada siempre de nuevo
cuando una organización sindicalista está inflada de grandes esperanzas, como
los sindicalistas alemanes, al reconstruirse en los años que siguieron a 1918 y
los sindicalistas españoles frente a las posibilidades que parecían abiertas en
abril de 1931. Es afirmada también en pura teoría, como en el libro de Pierre
Besnard, Les Syndicats ouvriers et la Révolution sociale (París, 1930, 349 págs.).
Como Bakunin reconoció en 1870, no rehusando su concurso a lo que parecía
ser una fuerza viviente, así Kropotkin, cuando la C. G. T. francesa le pareció ser
una fuerza real, reconoció la posibilidad de desarrollos parecidos. Sin embargo,
ni uno ni otro deberán ser enrolados, en mi opinión, entre los verdaderos
adeptos de esa idea, que los que ven en ella un camino único, inevitable,
asegurado, en favor de la cual creen útil y necesario abandonar los otros
caminos, como hicieron los internacionales de España, los sindicalistas
franceses y como hacen ahora los llamados “sindicalistas puros”.
Tal idea está a la par con cualquier otra previsión, como la del municipio libre o
las asambleas llamadas soviets, o el grupo anarquista o la comunidad
experimental (el falansterio), que serán el ambiente primordial, en el cual y
por el cual la convivencia social libre y las realidades y necesidades de la vida
social futura adquirirán mejor su expansión primera. Ninguna de éstas y otras
modalidades excluye ni refuerza a las otras, y esas cinco o seis fuerzas (está
también el aparato de las cooperativas) harán bien en habituarse a trabajar
juntas, porque habrá necesidad de todas y además de esa fuerza que ninguna
organización podría crear, pero que es indispensable: la buena voluntad, el
ímpetu, el buen sentido, la tolerancia mutua y la voluntad.
Louise Michel
Es muy triste ver con qué rapidez y despreocupación fue roto el principio de la
solidaridad internacional de los trabajadores en y después de los años 1870 y
1871, cuando habría debido mantener su primera prueba. Nacida de una
agitación que reclamaba altamente una guerra mundial contra Rusia,
indiferente a la guerra de 1866, considerándose superior a los esfuerzos en pro
de la paz hechos en 1867-1868, la guerra en sí misma no afectaba a la
Internacional; pero la constelación particular de la guerra de 1870-71 y el
desarrollo que adquiría, suscitó todas las antiguas pasiones patrióticas. Marx,
como muestran textos publicados entonces y cartas publicadas más tarde, era
tan antialemán como Bakunin e hizo todo lo posible por fomentar una guerra
inglesa contra Rusia y Alemania. Concordaba también, en 1871-72,
maravillosamente, en el Consejo general, con los blanquistas, patriotas
franceses por excelencia. Aquellos de los socialistas alemanes que estaban en
relaciones con la Internacional, eran todos francófilos. Fueron publicados por
ambas partes manifiestos conciliadores. Nada en la Internacional podía causar
ofensa a los franceses. Pero el hecho mismo que una raza considerada
superior (latina) había sido vencida por una raza considerada inferior
(bárbaros) fue intolerable para los espíritus apasionados y sus consideraciones
racionales no son una interpretación posterior; no hay más que leer el gran
libro de Bakunin: Estatismo y Anarquía (Zurich, 1873, en ruso; Obras, Ed. La
Protesta, tomo V) y sus dos volúmenes de la serie española Obras, escritos a
partir de agosto de 1870 (tomos 1 y II) para conocer la vehemencia de esos
sentimientos de raza. Los tomos III y IV lo muestran en la esfera filosófica, ese
mismo invierno, en 1870-71. En Bakunin obraba verdaderamente la cuestión
de raza; en Marx obraba un egocentrismo patológico, del cual ningún pueblo
es responsable, que le hace reflexionar (carta del 20 de julio de 1870 a Engels)
que... “su (de la clase obrera alemana) supremacía en el teatro mundial sobre
la francesa sería al mismo tiempo la supremacía de nuestra teoría sobre la de
Proudhon”, etc., un pensamiento innoble de calculador frío; pero, como
muestran sus otras expresiones de esa época, ha hecho contra los alemanes
entonces todo lo posible y nada por ellos. Pero entonces se estaba tan poco
informados unos de otros —las cartas conservadas y los impresos del tiempo
lo prueban— que se calificaba a Marx de pangermanista con la misma falta de
conocimientos y de escrúpulos que Bakunin había sido llamado paneslavista.
Dice todavía que, aunque se llame a los congresos “las cátedras del
proletariado”... “el que está habituado al fondo de las cosas, sabe muy bien
que el ímpetu espontáneo de la masa trabajadora entraba muy poco en ello o
nada y que era, al contrario, un pequeño grupo de pensadores y de luchadores
el que proponía, discutía, aceptaba ciertas soluciones del problema social;
después las propagaba y las hacía aceptar en la masa de los internacionalistas.
Y lo que, mucho más que toda otra cosa, causó la muerte de la Internacional,
fue, de parte de la minoría iniciadora y dirigente, el haber discutido demasiado
la masa y no haber sabido separar las funciones de partido de las propias en el
movimiento obrero.
“¿Por qué ocultar ciertas verdades, hoy que son del dominio de la historia y
pueden ser una enseñanza para el presente y para el porvenir?... Nosotros,
que éramos designados en la Internacional con el nombre de bakuninistas, y
éramos miembros de la Alianza, gritábamos muy fuerte contra Marx y los
marxistas porque intentaban hacer triunfar en la Internacional su programa
especial; pero, aparte de la lealtad de los medios empleados y sobre los cuales
sería inútil insistir ahora, hacíamos como ellos, es decir, tratábamos de hacer
servir la Internacional a nuestros fines de partido. La diferencia residía en que
nosotros, como anarquistas, contábamos sobre todo con la propaganda y,
queriendo hacer anarquistas, impulsábamos a la descentralización, a la
autonomía de los grupos, a la libre iniciativa individual y colectiva, mientras
que los marxistas, siendo autoritarios, querían imponer sus ideas a fuerza de
mayorías más o menos ficticias y por la concentración y la disciplina. Pero
todos, bakuninistas y marxistas, tratábamos igualmente de forzar las cosas,
más bien que confiamos en la fuerza de las cosas”...
Hasta 1870, Marx había mostrado una cierta reserva. Sabía que había de
considerar mucho a los ingleses; no se mezclaba en los asuntos de los belgas ni
en los de los italianos (salvo para combatir a los mazzinistas), ni en los de los
españoles en la Internacional, y los suizos fueron tratados con mansedumbre
por su compatriota Jung, que no quería a Marx. Este se ocupaba, sobre todo,
de los parisienses, Michel, la combatiente más entusiasta de la Comuna, por
esos días, teniendo a raya a los proudhonianos, descartando a los
revolucionarios retóricos (género Félix Pyat) y buscando elementos de un
partido obrero sin hallarlos aún. Veía surgir colectivistas independientes, como
Varlin, a quien no quería: pero se guardó de buscarle querella. Se interesó
mucho por los Estados Unidos, esperando formar allí un partido, y se ocupó de
los irlandeses, que podrían dar hilo a torcer a los ingleses. Bakunin le puso
furioso por su aparición repentina, su gran actividad desde 1868 y contrarrestó
la afiliación de la Alianza pública y difundió su odiosa Comunicación
confidencial contra Bakunin por Alemania y una comunicación del mismo
género en Bélgica (enero de 1870).
James Guillaume, autor de Una Comuna social (1870), una comuna libre en el
estadio inicial, había compuesto en el otoño de 1874 y publicado en 1876 sus
Idées sur l´Organisation sociale (Chaux de Fonds, 1876, 56 páginas en 12.°),
una sociedad colectivista anticipada, trabajo muy reflexivo, que tiene buena
cuenta de la evolución progresiva. Así entre colectivismo (retribución según el
trabajo hecho) y comunismo (el consumo libre) Guillaume insiste sobre las
cantidades disponibles, limitadas o abundantes, que permitirán pasar de las
limitaciones del consumo a su libertad más completa. No es el comunismo de
la primera hora el que promete, sino un comunismo a que se acercará al crear
la abundancia. Este trabajo fue traducido en italiano por Costa (1877) y hay
una edición española, Ideas sobre la organización social (“New York, Imprenta
de J. Smith”, sin año, 57 págs. en 12), que, con toda apariencia, es una
impresión clandestina, probablemente hecha en 1878 en Barcelona; y la
advertencia del traductor me parece ser de la pluma del doctor Viñas.
En febrero de 1876 apareció en Ginebra “Aux Travailleurs manuels partisans
de l´action politique” por François Dumartheray, 16 págs. en 32.°, un folleto
correspondiente a las ideas de la sección “L’Avenir”, grupo independiente de
refugiados, sobre todo lyoneses, y otros a que perteneció también
Dumartheray (1842-1931), nativo de Savoye. Allí se habla por primera vez en
un texto impreso del comunismo anarquista y se promete un folleto especial
que lo explicaría, pero que, por falta de medios, no ha aparecido. Esos
hombres, sea sobre un fondo de antiguo comunismo icariano lyonés, sea
porque querían ir más adelante sobre todas las cuestiones, como hizo ese
grupo frente a los jurasianos y a los comunalistas en varias ocasiones, rechazan
pues las limitaciones colectivas y lanzan el comunismo anarquista, y es por el
contacto con ese ambiente, sobre todo con Dumartheray, que se hizo amigo
suyo, que Kropotkin, en Ginebra, se acercó algunos años más tarde al
comunismo hasta aceptarlo francamente.
Todo eso nos muestra que se propuso la nueva concepción en sus comienzos
con un espíritu tranquilo, sin fanatismo ni exuberancia... “Eramos, pues,
anarquistas comunistas, y lo seguimos siendo —escribe Malatesta (Penseiro y
Volontá, 25 de agosto de 1926)—, pero eso no significa que hagamos del
comunismo una palanca, un dogma y que no comprendamos que para su
realización hacen falta ciertas condiciones morales y materiales que es preciso
crear”.
El congreso de Verviers (setiembre de 1877) no fue más que una cita antes del
congreso llamado mundial de Gante, donde autoritarios y antiautoritarios
juntos una vez todavía, pero fríamente, como enemigos, y sin que pudiera
establecerse un modus vivendi cualquiera. De parte de la Federación española
estaban en ese congreso Viñas y Morago.
Esta concepción, incipiente en 1876, continuada por los italianos primero, por
su uso en Suiza, Francia, Bélgica a partir de 1880 se hizo universal para esos
países.
XI
Esta fase fue determinada por la reacción contra los tránsfugas que se pasaron
al parlamentarismo, los Andrea Costa y Paul Brousse, por la indignación contra
la caída del socialismo autoritario en la caza de las actas de diputados, por el
ejemplo de rigorismo y de sacrificio dado entonces por los nihilistas rusos. Fue
determinada, además, por la entrada entre los anarquistas de muchos í
socialistas revolucionarios, antiguos blanquistas franceses y socialdemócratas
alemanes que fueron atraídos ante todo por el carácter de rebeldes integrales
de los anarquistas, y que por su rigorismo, fenómeno autoritario, hicieron
entumecer, inmovilizarse, estacionarse y dogmatizarse el pensamiento
libertario.
Había en esos mismos años varios grandes movimientos, los más grandes que
habían existido fuera de España, y más grandes relativamente que los que han
existido después. Fueron en Francia el movimiento del Suroeste, región de
Lyon, apoyado mucho por Kropotkin (1881-82); en Inglaterra, el socialismo
incipiente antiparlamentario y bien pronto en parte netamente anarquista de
los años 1879-84, aliándose con el socialismo muy libertario de William Morris
(Socialist League, 1884-1890); en Austria, el socialismo cada vez más
revolucionario y en parte anarquista, de los años 1880-84, que entonces fue
aceptado por casi todo el Partido Socialdemócrata anterior; en los Estados
Unidos, el anarquista colectivista de los años 1881 a 1886 (Johann Most, Albert
Parsons; los anarquistas de Chicago ahorcados el 11 de noviembre de 1887).
Esos cuatro grandes movimientos, muestran que se podían interesar a una
gran parte de los socialistas de toda una región en la propaganda de nuestras
ideas y agruparles eficazmente, tanto para las luchas presentes como para la
acción colectiva que —se esperaba— iba a llegar pronto, quizás. Ocurrió lo
mismo con la Federación regional en España, cuyos congresos de Barcelona
(1881) y de Sevilla (setiembre de 1882) muestran un desarrollo público tan
grande —delegados de 495 secciones en Sevilla—. Agreguemos todavía el
bello movimiento de reorganización internacional, que Malatesta hizo en Italia
en 1883-1884, cuando publicó La Questione sociale en Florencia. Todos esos
grandes esfuerzos no dieron una satisfacción completa a muchos camaradas y
grupos, que veían ya demasiada cohesión, demasiado contacto con cuestiones
prácticas del trabajo, demasiado colectivismo o comunismo moderado,
demasiados hombres destacados y que podían convertirse en jefes. Así,
cuando todos esos movimientos coordinados fueron rotos y paralizados por
persecuciones, muy a menudo consecuencia de algún pacto impetuoso, no se
les deploraba demasiado y no se volvió a comenzar. Muchos se sentían más
cómodos en un grupo de su elección, entre ellos con un periodiquito escrito
por ellos, que en el ambiente mucho más vasto de esos seis movimientos
mencionados. Los comunistas anarquistas españoles combaten furiosamente a
la Federación regional y al colectivismo; Malatesta y Merlino son perseguidos
como archienemigos por los “intransigenti” italianos; Most y la Freiheit
colectivista se convierten en el centro de los odios de los comunistas de la
Autonomic, y en todas partes del grupo, que se cree más avanzado, combate a
aquellos anarquistas que cree menos avanzados, y se aísla así, cada vez más,
incluso entre los anarquistas mismos —fenómeno que no es libertario ni
solidarista en grado alguno, sino arbitrario y egocéntrico—. Nadie pone en tela
de juicio el ardor de propaganda de esos grupos, pero se privan demasiado
ellos mismos de verdaderas esferas de acción y de influencia por su rigorismo.
Los militantes del pensamiento anarquista más activos de esos años fueron
Kropotkin y Elisée Reclus, Malatesta y Merlino, Johann Most, Antonio Pellicer
Paraire y, menos conocidos, en Inglaterra, Joseph Lañe, a los que hay que
agregar William Morris de los años 1884-1890, que nunca fue anarquista, pero
ha sido una verdadera potencia socialista libertaria.
Pedro Kropotkin
Luego procede a la serie The Breakdown or our industrial system; The Corning
Reign of Plenty; The Industrial Village of the Future; Brain Work and Manual
Work; The small industries of Britain (de abril de 1888 a marzo de 1890 y
agosto de 1900) que forman más tarde el libro muy difundido, sobre todo en
Inglaterra, Fields, Faetones and Workshops (Campos, fábricas y talleres).
Comenzó la Ética por The Ethical Need of the Present Day y The Morality of
Nature (agosto de 1904; marzo de 1905), pero no completó la parte histórica
más que en 1920 (Ethika, tomo 1, en ruso; Moscú, 1922; 263, IV págs. en 8.°) y
dejó para la parte que habría presentado sus propias ideas, sólo numerosos
borradores y notas.
El texto más importante para sus ideas, junto a esos grandes trabajos, me
parece ser Los tiempos nuevos (Conferencia dada en Londres), París, La
Révolte, 1894, 63 págs., 8.°; también en Freedom, abril de 1893. Luego, L´Etat,
son role historique (1896), reunidos con otros escritos en La Science moderne
et l´anarchie (París, XI, 391 págs. en 18.°, marzo de 1913). Pero habría que
seguir sus colaboraciones cronológicamente, sobre todo en Le Révolté hasta
los Temps Nouveaux, en Freedom y en algunos periódicos anarquistas rusos,
para comprender qué influencia de acontecimientos contemporáneos ha
obrado sobre sus opiniones y, de igual modo, qué actitud ha tomado frente a
todos los acontecimientos que ha discutido tan a menudo desde 1877 a 1921.
***
Elisée Reclus (1830-1905), el geógrafo, no se ha entregado tan exclusivamente
a la propaganda anarquista como muchos otros, sobre todo trabajadores a
quienes su oficio no absorbía y para quienes la propaganda fue una dicha de
las horas de ocio y el pensamiento acariciado durante un trabajo monótono.
Era feliz porque su trabajo intelectual no sólo era interesante, sino que podía
compenetrarlo de su pensamiento libertario íntimo, y así ha producido obras a
la vez competentes como tales y que llevan su sello personal de artista en bella
ejecución literaria y de pensador libertario y humanitario. La Nouvelle
Géographie Universelle. La Terre et les Hommes (París, 1876-1894,19
volúmenes) siguió a La Terre. Description des Phenoménes de la vie du globe
de 1868-1869 (2 vol.) y fue seguida de L'Homme et la Terre (1905-1906; 6v.),
un gran conjunto cuya tercera parte, sobre el hombre, su historia, las
instituciones que ha creado y su desarrollo sucesivo con vistazos sobre el
porvenir se convirtió cada vez más en una aplicación de la crítica, de la
observación y de la anticipación anarquistas a la vida social de los hombres.
Tales trabajos y tantos otros enseñan a su autor la serenidad del trabajo
científico, las grandes perspectivas, la amplitud de miras, y el anarquismo de
Reclus refleja todas esas cualidades. Es ilimitado en esperanzas y en
posibilidades, como lo son la confianza y la fe en los progresos de la ciencia.
Sabe valorar lo que es pequeño o grande y dejar a un lado las estrecheces y las
desviaciones, sin descuidar por eso el detalle, pero poniendo las cosas en su
propio lugar. Está inspirado por una gran bondad y rectitud personal, firme,
pero modesta. La más bella expresión de sus ideas es L ’Evolution, la
Révolution et l´ldeal anarchique (París, 296 págs. en 18.°; noviembre de 1897),
la última versión de Evolution et Révolution, folleto revisado en 1890 (París,
1891, 62 págs. en 16.°), una conferencia publicada primero en La Révolte del
21 de febrero de 1880 y en pequeño folleto (Ginebra, 1880, 25 páginas en
16.°).
Se sabe ahora, por las cartas de Kropotkin a Paul Robín, que entre él, de su
parte, y Reclus en 1877 y en 1878 no había relaciones de propaganda; y hasta
en ideas se han conocido poco el uno al otro entonces. Kropotkin, amigo de
Guillaume y de Brousse, rigorista, tomaba a Reclus por un moderado. Sólo en
los primeros meses de 1880 se han conocido verdaderamente y entendido
bien después. Del prefacio de Reclus a La conquista del pan (1892) citemos
estos pasajes:
***
Sin duda no han faltado esfuerzos en esta última dirección, y la vida anarquista
ha prosperado, probablemente, más ampliamente sin contacto con cuestiones
prácticas, en plena libertad de crítica pura y de manifestaciones individuales y
fue desde ese punto de vista un período único. Muchas bellas flores, sin que
hubiese gran preocupación por los frutos; una decena de años de presentación
ideal y estética, no utilitaria de nuestras ideas, ha dejado su impresión sobre el
espíritu del mundo, y sus últimos rayos nos iluminan todavía. Pone de relieve
para mí el hecho de que la anarquía es una enseñanza humana, la gran luz
hacia la cual toda la humanidad busca un camino al salir de las tinieblas
autoritarias, y no solamente la solución económica de la miseria del pueblo
explotado.
Grave, del grupo de rué Pascal de 1879, había tratado pronto de establecer
relaciones entre los grupos; al fin, el periódico se convirtió en ese lazo
voluntariamente aceptado por muchos, no reconocido por otros. Grave mismo
sostuvo en numerosas exposiciones un anarquismo comunista de manera
sencilla, plausible, que quizás descarta demasiado sumariamente las
dificultades y los obstáculos para ser enteramente persuasivo. Sin embargo,
sus escritos fueron el alimento elemental de la propaganda francesa e
internacional. Mencionemos los más conocidos: La Societé au lendemain de la
Révolution (1882, 32 págs.), agrandada en 1889 y convertida en 1893 en La
Societé mourante et l’anarchie (298 págs.); La Société future (1895,414 págs.);
L´ Individu et la Société (1897, 307 págs.); L’Anarchie. Son but, ses moyens
(1899, 332 págs.); Réformes, Révolution (1910, 363 págs.); una pequeña utopía
Terre Libre (Les Pionniers), 1908, 199 págs., —una novela del ambiente
anarquista parisiense, Malfaiteurs (1903, 311 págs.) y una colección de
recuerdos, Le mouvement libertaire sous la troisiéme République (París, 1930,
317 págs.). A esto se habría agregado una nueva colección de artículos sobre
las deformaciones y desviaciones de la idea anarquista si en ocasión de la
guerra los Temps Nouveaux no hubieran cesado de publicarse. Se encuentra el
pensamiento ulterior de Grave en un número de artículos de la Revista Blanca,
del Suplemento de Buenos Aires y de sus pequeños cuadernos, que sigue
publicando.
Jean Grave
***
La anarquía francesa tuvo uno de los más bellos oradores y propagandistas
inteligentes en Sébastien Faure (nacido en 1857), cuyas ideas generales se ven
en La Doleur universelle. Philosophie libertaire (1895, XII, 396 págs.) en la
utopía Mon communisme (Mi comunismo. La felicidad universal, La Protesta,
1922, 434 págs.) y otra edición de Vértice de Barcelona en 1929, inédita
ilustrada y en tantos folletos y artículos, sobre todo en Le Libertaire, que
apareció desde noviembre de 1895. En otros tiempos su anarquismo muy
persuasivo no me pareció salir de las grandes líneas convenidas; desde las
pruebas de la guerra y después, se ha vuelto más crítico y original, como se
verá en La Synthése anarchiste (Limoges, 1928, 16 págs. 16.°) y en el espíritu
que inspira la gran Encyclopédie anarchiste cuya parte teórica, comenzada en
1926, está casi terminada en 1935.
***
En ese ambiente creció también la rebelión social directa, manifestándose
individualmente porque la rebelión colectiva tardaba en venir y no ha venido
aun casi cincuenta años más tarde. Había hombres serios a quienes el
“débrouillage” y el “pequeño ilegalismo” no daba una satisfacción. Fueron
ante todo Clement Duval y Vittorio Pini, que atrajeron la atención general y
mucho respeto por su actitud altiva ante los tribunales y su desinterés
personal. Hubo actos de protesta, primero por Charles Gallo, en la Bolsa
(1886); acción contra los propietarios (los desahucios), contra las oficinas de
colocación; la Liga de los Antipatriotas; en suma, una cantidad de afirmaciones
contra la autoridad y la propiedad que, sin embargo, no fueron bastante
poderosas y numerosas para arrastrar verdaderamente al pueblo y que, en
esas condiciones, tuvieron más bien por resultado separar a los anarquistas del
pueblo, que quería y no podía seguirles en todos esos caminos.
***
Las ideas anarquistas fueron propuestas entonces con amplitud por Elisée
Reclus, en sus escritos y personalmente (vivió en los alrededores de París entre
1890 y 1894). Tenía relaciones con la juventud literaria y artística, de la cual
una parte profesaba entonces ideas muy libertarias. La filosofía de Jean-Marie
Guyau (1854-1888) tenía un undertone libertario y fue saludada por los
jóvenes anarquistas de la época tanto como Reclus y Kropotkin, cuyo ideal
ético es el de Guyau. Mencionemos solamente Esquisse d’une morale sans
obligation ni sanction (París, 1885, 252 págs.) y L 'Irreligión de l´Avenir. Etude
sociologique (1887, XXVIII, 480 págs.). Citemos, además, los libros de Émile
Leverdays (1835 a 1890), sobre todo las Assemblées parlantes (1883) y de León
Metchnikoff; recordemos las simpatías expresadas a menudo por Madame
Sévérine, Steilen, Octave Mirbeau, Laurent Tailhade. De esos jóvenes autores,
unos han abandonado la Anarquía, que profesaron altamente un cierto
tiempo, como Paul Adam, Adolphe Retté y muchos otros; otros, aun cuando
atenuaron sus opiniones, quedaron en ella, como Bernard Lazare, Pierre
Quillard, Maximilien Luce (el pintor). Hubo muchas “jóvenes revistas”, de las
cuales una de las más bellas fue Lá Revue blanche (1891-1903), y hubo esa
hoja extraordinaria de combate libertario, L´Endehors (5 de mayo de 1891 - 19
de febrero de 1893), de Zó d´ Axa (Alphonse Galland, 1864-1930), de un brío
memorable, del que La Feuille (1897-1899) del mismo autor y su libro Le Grand
Trimard (1895) continúa todavía el reflejo.
Durante ese período, el comunismo anarquista había sido mil veces discutido
en todos sus aspectos, sin que, yo creo, se le hiciese una crítica en Francia.
Había una voz mutualista, el folleto L´ Anarchie et la Révolution, por Jacques
Raux (Eugéne Rousseau, 1889), y hubo, en noviembre de 1893, la crítica de
Merlino, de la que hablaré más adelante. Se conoció también la opinión de
Tarrida del Mármol, que rechazó los calificativos económicos. En un sólo
órgano de corta vida en Bélgica, en 1890, La Réforme sociale, más tarde La
Questión sociale (Bruselas, Octave Berger), se defendió el anarquismo
individualista de matiz norteamericano.
Habría sido inútil precisar todo eso, si esa concepción que Merlino llama
amorfía no hubiese sido muy fuerte en el mundo anarquista italiano y francés,
y también entre los primeros anarquistas comunistas españoles, que
preconizaban lo que Mella llamó un “comunismo extravagante”. Esta
concepción tenía por resguardo los escritos de Kropotkin, que, personalmente,
sentía todo lo contrario, es decir, que, por comunismo, comprendió la
generosidad, dar más de lo que se toma, no un disfrute y un reposo casi sin fin,
como si los vencedores proletarios presentes descansasen indefinidamente en
recompensa por el deslomamiento de las generaciones pasadas. Merlino, al
fin, discutió la obra de Kropotkin mismo, y entre los anarquistas comunistas
destacados, fue él, creo, el primero en hacerlo. L ’individualisme dans
l´anarchisme (La Société nouvelle, Bruselas, nov. de 1893, págs. 567-86), critica
tanto las ideas de Tucker como las de Kropotkin en La conquista del pan. En
una palabra, como escribió en La Révolte del 30 de diciembre, no cree que,
después de la revolución, la producción pueda ser organizada según el “haz lo
que quieras” ni el consumo según “toma del montón”; se tendrá necesidad de
un plan, de pactos libres que obligan, de arreglos permanentes basados sobre
la equidad. Kropotkin rehusó una discusión directa, pero quería ocuparse de
eso en el curso de respuestas a una serie de contradictores. Pero el arresto de
Merlino (enero de 1894) y la suspensión de La Révolte (marzo), han cortado
ese debate.
***
De estos dos escritos que resumen los principios y los medios de acción con
una precisión y una amplitud que se encuentra raramente, destaco
observaciones como éstas: (después de haber establecido los principios
fundamentales)... “Fuera de estos extremos, no tendremos razón de dividimos
en pequeñas escuelas por el furor de determinar con exceso los particulares,
variables según el lugar y el tiempo, de la sociedad futura, de la que estamos
lejos de prever todos los resortes y posibles combinaciones. No habrá motivo,
por ejemplo, de dividimos por cuestiones como las siguientes: si la producción
alcanzará su más o menos vasta escala; si la agricultura se hermanará en todas
partes con la industria; si, por exceso, y a grandes distancias, podrán
cambiarse los productos bajo la base de reciprocidad; si todas las cosas serán
disfrutadas en común o según norma; o si el uso de alguna de ellas será más o
menos particular. En fin los modos y particularidades de las asociaciones y de
los pactos, de la organización del trabajo y de la vida social, ni serán uniformes
ni pueden ser desde hoy previstas ni determinadas.
Sólo él, con algunos camaradas locales, ha sabido reanimar siempre los grupos,
entusiasmar al pueblo, hacer un bello periódico; en 1883-84, La Questione
sociale, de Florencia; en 1885 el periódico del mismo nombre en Buenos Aires;
en 1889-90 la Associazione de Niza y Londres; la serie de folletos de 1890-91
(Londres) y otra comenzada en 1892; la gran jira propaganda en España, en el
invierno de 1891-92; la Agitazione, de Ancona, en 1897-98; casi un año de La
Questione sociale, de Paterson, New Jersey, 1899-1900; algunas pequeñas
publicaciones en Londres, Pensiero e Volontá, de Ancona, 1913-14 y la Semana
roja de Romagna; Umanitá Nova, de 1920 a 1922 en Milán y Roma; la revista
Pensiero e Volontá, de enero de 1924 a octubre de 1926, en Roma. Ahí y en
muchos artículos de otras publicaciones se encuentra su pensamiento en
detalle, teórico y aplicado a las mil cuestiones del día. Hasta su última línea, en
1932, se observará esa concepción reflexiva, realista del anarquismo que le fue
propia como antes a Merlino.
***
Una asamblea pública, el 20 de marzo de 1881, la fundación de la Revista
Social de Madrid (11 de junio), el Congreso de la Unión de constructores de
edificios (de 1877) hacia fines de junio, la convocatoria del Congreso obrero
regional (10 de julio), escrita por Farga Pellicer, el proyecto de los Estatutos de
la Federación de Trabajadores de la Región Española en la Revista social del 18
de agosto, los artículos explicativos de ese periódico; Autonomía, Pacto y
Federación, Municipio del porvenir, Nuestra política (la “política demoledora”),
Nuestra actitud, Nuestra línea de conducta, Política demoledora, Sus
consecuencias y La revolución (del 11 de junio al 23 de febrero de 1882)
marcan el espíritu con el cual fue preparado el Congreso obrero del 23, 24 y 25
de septiembre, un congreso de 140 delegados de 162 asociaciones, cuyo
informe fue impreso en cuatro ediciones de un total de 28.500 ejemplares.
Mencionemos aún su Manifiesto a los trabajadores de la región española, del
24 de septiembre.
Llunas ha explicado más tarde esas mismas ideas en sus Questions socials,
diecinueve artículos en catalán en La Tramontana, del 25 de junio de 1890 al
10 de abril de 1891 (en volumen, 128 págs.; abril de 1891). En Los partits
socialistas espanyols (del 9 de octubre al 27 de noviembre de 1891; en folleto
castellano, 1892, 15 págs. en gr. 8.°) propuso, después de una crítica de los
matices socialistas y anarquistas presentes, que, al lado del movimiento
anarquista, se constituyese un partido extra-anarquista, compuesto de
socialistas autoritarios de buena voluntad y de espíritu común que combatiría
y extirparía los obstáculos del progreso social por medios autoritarios,
desinteresados, sin propósito de fundar la propia dominación. Esta sugestión
no ha tenido consecuencia y es del género de los esfuerzos de Merlino en 1897
y tiene por origen el sentimiento que esos numerosos socialistas que hoy no se
dedican más que a hacer a sus jefes diputados y ministros o para hacerlos sus
amos directos de vida y de muerte como bolchevismo, puedan ser llevados
todavía a una función más útil que la presente en que transcurre su vida casi
en pura pérdida. Llunas fue algunos años más tarde todavía un adversario
declarado de los actos aislados por la dinamita que implicaban tan grandes
persecuciones. La Tramontana satírica, en catalán, fue redactada y en gran
parte escrita por él con verbo e intrepidez.
***
Esa actitud fue motivada por el deseo de salvar a todo precio la organización
en su vida pública total, pero ha debido también haber grandes enemistades y
odios entre los matices disidentes y las voluntades autoritarias duras. Al
mismo tiempo las secciones se vacían o desaparecen, sea por las
persecuciones, sea por disgusto ante la actitud de la Comisión federal. Serrano
propuso entonces “someter los Estatutos a la aprobación del ministerio
responsable” y en caso de negativa disolver la organización para protestar. El
congreso no quiso tal legalización, pero decidió que, “si continuasen los
atropellos, persecuciones y amenazas”, etc., que entonces se disolverá “y que
los proletarios se retiren al Monte Aventino hasta mejores tiempos”... Se
decidió esto un año después, por un congreso extraordinario reunido en
septiembre de 1884, en Barcelona, pero se exhortó a las secciones a no
disolverse y a continuar sus relaciones, y en el congreso celebrado en julio de
1885 en Barcelona se declaró de nuevo la organización pública y dijo en el
Manifiesto que es “partidaria de la unión entre todas las escuelas socialistas
por medio de la unión entre todas las uniones de oficios en la lucha contra el
capital y el principio de autoridad, sin que se entienda por esto que
abdiquemos ni un ápice de nuestros principios”.
Fermín Salvochea
Allí los federados los desheredados y los comunistas sesionaron juntos, pero el
congreso cortó los debates vehementes que mostraban la imposibilidad de
entenderse. Algunos desheredados lamentaban en 1886 la escisión,
expresando esa actitud en un manifiesto publicado en junio (A los trabajadores
de Jerez de la Frontera), ¿Es que la influencia de Fermín Salvochea en Cádiz,
que en El Socialismo reproduce artículos de todas las escuelas socialistas y que
era entonces comunista, habría contribuido a esa reconciliación?
Anselmo Lorenzo
Esta omisión es debida a la previsión para los niños enfermos e inválidos, que
el individuo debe a la sociedad de acuerdo a la reciprocidad de los derechos y
de los deberes; “por consecuencia, para tener el derecho a ser consumidor se
ha de cumplir el deber de ser productor”. La “sociedad se funda en el principio
de la solidaridad, consecuencia natural de la reciprocidad” y si la sociedad
garantiza al individuo el goce de sus derechos mediante el cumplimiento de
sus deberes, todos deben concurrir a la conservación de la sociedad facilitando
el desarrollo de los niños y sosteniendo a los ancianos. Por esta razón Lorenzo
ha borrado, pues, la palabra integro y puesto las palabras: distribución racional
del producto del trabajo. Ricardo Mella todavía en 1888 (v. La Solidaridad
Sevilla, 9 diciembre) mantiene que la sociedad “anárquicamente hablando” no
tiene el deber de criar los hijos ni de sostener a los alienados, inválidos y
viejos; ¡que lo hagan los parientes y la solidaridad espontánea de las
asociaciones humanas.
***
Yo mismo, estrecho y limitado como era entonces, había escrito en 1890 una
apología del anarquismo comunista con refutación completa del colectivismo y
del individualismo, un artículo que Mella tradujo en El Productor para mostrar
su estrechez y su estupidez en Discusión. Comunismo, individualismo y
colectivismo (25 de septiembre y del 2 de octubre al 13 de noviembre de
1890). No he visto esos artículos hasta 1929. He llegado yo mismo, hacia 1900,
a esas concepciones de que era preciso elevarse por sobre los exclusivismos,
pero raramente se me ha escuchado y cuando promoví la cuestión por primera
vez, en Freedom (Londres), al comienzo de 1914, fui combatido por todos.
Cuando, sin yo saberlo, ese artículo fue reimpreso después de la guerra, fue
menos combatido y varias veces reproducido. Sébastien Faure ha combatido
los exclusivismos en La Synthese anarchiste (1928), pero no es enteramente lo
mismo, como he tratado de mostrar entonces en artículos del Suplemento de
La Protesta sobre la convivencia. Tarrida profesó esa idea desde el punto de
vista agnóstico; nosotros no podemos prever los desenvolvimientos
económicos. Mella fue impulsado a ella por su sentimiento del derecho igual
de cada concepción a manifestarse. Juan Montseny veía la libertad, la anarquía
en su conjunto y no quería empequeñecerla por especificaciones y
exclusivismos. Malatesta dijo que no había que dividimos por hipótesis sobre
cuyo destino decidirá el porvenir.
Si se dice que esa cuestión no tiene importancia práctica y que, aún así, habría
sido resuelta por la aceptación casi unánime del comunismo anarquista, es un
grave error. La discusión y las querellas han continuado sobre tantos otros
puntos, y los exclusivismos igualmente. La simple convivencia no ha existido
jamás; cada cual se cree superior al adversario en doctrina. Se está disgregado,
desmenuzado así, y no se sabe ya reunirse para una actividad en común,
cuando sería lo importante. Así la pasión, el fanatismo dominan siempre; pero
la idea de la convivencia solidaria ha sido lanzada y el porvenir la realizará,
cuando, con las dictaduras materiales, sepa romper también las dictaduras
intelectuales.
***
Por los hombres que habían renovado así las ideas y la forma de relaciones
(organización) fue renovada también, a partir de 1886, la acción colectiva
popular. Hasta entonces, cuando el aumento númerico de las secciones y de
los federados eran el objetivo que las huelgas y otros movimientos
incalculables alejaban siempre para desesperación de un secretario abnegado
como fue Francisco Tomás, en lo sucesivo, libre de ese peso, se tenía la
libertad de acción y las huelgas generales de mayo de 1890 y de 1891 en
Cataluña fueron resultados soberbios. Un nuevo progreso para 1892, que
debía preparar el viaje de Malatesta y de Esteve, fue limitado por la revuelta
agraria de Jerez de la Frontera (noche del 8 al 9 de enero de 1892), seguida de
las ejecuciones del 10 de febrero y de torturas y el presidio para muchas otras
víctimas. Eso puso fin a los movimientos de huelga de los primeros de mayo y
hubo ciertamente un debilitamiento del ímpetu colectivo, lo que impulsó hacia
adelante a los partidarios de la acción individual, no de los aislados, sino, al
contrario, de los comunistas muy solidarizados, pero que habían quedado
fuera de la gran corriente descrita aquí, y sus adversarios personales. Mella
escribió entonces que una desconfianza exagerada produce el prejuicio que
toda acción orgánica es perniciosa para nuestra causa. La libre iniciativa fue
interpretada como una negación directa del principio de asociación y hasta
como su contrario; v. El Corsario del 26 de julio de 1893; v. también la
descripción de las mentalidades de entonces por Juan Montseny en Entre
anarquistas, en un periódico anarquista de 1895. Pero el documento principal
sobre ese estado de tensión es la larga serie Puritanismo o exageraciones en El
Productor, del 27 de abril al 15 de junio de 1893, cuyo autor fue sin duda
alguna Antonio Pellicer.
Hubo las bombas del Liceo, el teatro, arrestos y torturas, ejecuciones, horrores
judiciales (v. El Proceso de un gran crimen, por Juan Montseny, La Coruña,
1895, 50 págs. en 16.°) Había siempre periódicos valerosos, El Corsario, en La
Coruña, y los publicados por Álvarez y algunas hojas comunistas anarquistas de
corta duración, pero la gran corriente del pensamiento anarquista parece
cortada, cuando Antonio Pellicer por decirlo así, rompe su pluma y Lorenzo
debe consagrarse a un periódico casi anodino, el único que podía publicarse en
Barcelona (El Porvenir Social) y a una revista, Ciencia social, en 1895-1896
(mayo). Se era muy débil y se reponía el movimiento un poco cuando la bomba
de la calle de Cambios Nuevos, el 7 de junio de 1896, llevó a la persecución en
masa, a las torturas y a las ejecuciones de Montjuich, al presidio por muchos
años y al destierro por deportación a Inglaterra de muchos otros aún (en 1896-
97). Fue preciso un esfuerzo internacional, las grandes campañas de Tarrida
del Mármol y de Federico Urales (Juan Montseny), en el extranjero y en
Madrid mismo para conseguir la liberación de los supervivientes, y por las
campañas de prensa de la Revista Blanca y su Suplemento, cambiado en Tierra
y Libertad (1899-1905) también fueron libertados los presos de Jerez (1892) y
de la “Mano Negra” (1883). Es entonces solamente cuando, por diferentes
iniciativas, en Haro (diciembre de 1899), Manlleu (enero de 1900) y Jerez fue
comenzada una reorganización sindical, iniciada por el congreso de Madrid de
octubre de 1900, que fundó la Federación de Trabajadores de la Región
Española, continuando así la obra del Pacto de Unión y Solidaridad,
organización, si había continuado, al menos dislocada y muy débil, con un
nuevo ímpetu, contando 52.000 miembros aproximadamente en su comienzo
y que publicó un manifiesto de contenido anarquista.
Su vida pública fue casi inmediatamente suspendida por los arrestos pocos
días después. Se recomienza de nuevo, localmente, y por la región catalana
(1913-1914) para constituirse nacionalmente, primero de un modo nominal,
en El Ferrol a comienzos de 1915. De nuevo tiene lugar el gran desarrollo en
las regiones —testimoniado, por ejemplo, por el Congreso regional catalán en
Sants (Barcelona), en agosto de 1918—, con, quizás, todavía poca vida pública
interregional, hasta diciembre de 1919, cuando tuvo lugar, en fin, en Madrid el
gran congreso constitutivo. Había entonces en los sindicatos representados,
90.750 miembros en Andalucía; 15.172, en Aragón; 1.081, en Baleares y
Canarias; 699.369, en Cataluña. Cuando, después de una infinidad de
acontecimientos, fue posible un nuevo congreso en Madrid, en 1931, la cifra
de los representados fue parecida y la cifra de los miembros de la C.N.T. se
había acrecentado todavía en 1931 hasta cerca de un millón. Las cifras varían
siempre según la vida agitada de los sindicatos; pero esa gran unidad existe no
obstante —aproximadamente una decuplicación o veintiplicación de las
fuerzas que la Internacional supo alcanzar.
Seré breve aquí para Inglaterra, desde las impulsiones libertarias ya descritas
más arriba desde Godwin a Cuddon, habían dejado desde 1870 a 1880 rastros
sólo en la mentalidad de algunos trabajadores socialistas que hacia 1880
renovaban la agitación popular y daban a su socialismo un sello
antiparlamentario, antiautoritario en general, comunista y revolucionario. No
sin conocer por el contacto en los clubs y las reuniones las ideas anarquistas
corrientes entonces entre alemanes, franceses, italianos y conociendo también
las publicaciones americanas del matiz de Tucker, esos hombres, que
conocieron también a Robert Owen y a los owenistas y a otros viejos
socialistas supervivientes, se forman un anarquismo comunista solidario,
razonado, que se acerca tal vez más a las ideas de Malatesta. La exuberancia y
la amorfía no les atraen, y las hipótesis especiales de Kropotkin tampoco.
Joseph Lañe, el autor de An Anti-statist Communist Manifestó (Londres, 1887,
24 págs..), Samuel Mainwaring y otros representan ese anarquismo comunista
inglés autóctono que quiere el máximo de libertad, pero que cuenta también
con la mayor solidaridad.
***
La más bella flor de esa evolución libertaria entre americanos que, sin
preocuparse de las escuelas socialistas y anarquistas europeas, trataba
simplemente de combinar el máximo de libertad, de solidaridad y de
sentimiento tan revolucionario como abnegado para los trabajadores
explotados, para las mujeres enfeudadas a las costumbres de la familia, para la
humanidad sometida a los gobernantes —fue Voltairine de Cleyre (1866-
1912), inspirada en sus comienzos por el libre pensamiento, el martirologio de
Chicago y las ideas e impulsiones de Dyer D. Lum (1839-1893), pero llegada
durante sus veinticinco años de actividad a una concepción de la anarquía que
fue tal vez la más amplia, tolerante, y además, seria, reflexiva, determinada,
que conocemos al lado de la de Eliseé Reclus. En su conferencia sobre la
anarquía, dada en Filadelfia en 1902, explica las diversas concepciones, la
individualista, la mutualista (Lum), la colectivista, la comunista en perfecta
igualdad y explica las diferencias por los ambientes y personalidades donde
han nacido. Sí se hubiese estado siempre en esta posición ¡cuántas
animosidades estériles nos habrían sido ahorradas!
***
El primer foco anarquista de lengua alemana fue una sociedad obrera de Berna
(Suiza) en 1875-77, inspirada por Paul Brousse, en 1877 ayudada también por
Kropotkin, publicando el primer periódico (Arbeiter-Zeitung, Berna, desde julio
de 1876 a octubre de 1877), y algunos trabajadores muy activos que
propagaron luego las ideas en Alemania, en 1877, 1878, no sin algún éxito
íntimo, pero obstaculizados por la enemistad socialdemócrata y su falta de
medios para dar a su acción proporciones más vastas y públicas. Fueron sobre
todo Reinsdorf Emil Werrier y Rinke. La ley antisocialista de octubre de 1878
obstruyó más todavía esa propaganda y los pocos militantes fueron bien
pronto detenidos o hubieron de ocultarse o desterrarse. Entonces, en 1879,
1880 la protesta vehemente socialista revolucionaria expresada con gran
verba por Johan Most en la Freiheit (Londres) atrajo las simpatías y se siguió a
Most, el cual, aunque ya informado sobre la anarquía, fue atraído en esos
años, los últimos de la vida de Blanqui en París, casi tanto por el blanquismo.
De ahí una iniciación anarquista muy incompleta y esporádica (algunas
explicaciones dadas por Reinsdorf) de los lectores de la Freiheit y la enseñanza
libertaria que se había vuelto casi caótica en 1881-1882, cuando Most estuvo
largo tiempo en prisión y el periódico fue confeccionado en circunstancias
cada vez más precarias, hasta volver a tomar una orientación exclusivamente
dirigida por Most después de recuperar la libertad y su traslado a América
(fines del año 1882). Lo que sigue en América ha sido resumido ya más arriba;
una afirmación colectivista por Most (1883-1884), que sus adversarios y rivales
alemanes en Londres combatieron proponiendo el comunismo anarquista tal
como lo veía prolongado en Suiza y en Francia. Esta enemistad se envenenaba
cada vez más por acontecimientos deplorables, que no hay necesidad de
recordar aquí. Most, algunos años después, reconoció el comunismo
anarquista, pero entonces la influencia de su periódico había sido socavada ya
en Alemania por el periódico rival Die Autonomie y los lectores alemanes, que
hacia 1890 se interesaban de nuevo en esas ideas, las conocieron sobre todo
en la forma que les dio ese periódico, una forma a la vez rígida y etérea, como
si dijésemos una amorfía obligatoria. Con eso, muchas traducciones de
Kropotkin, lo que hizo creer que sus ideas y las que acabo de caracterizar, eran
más o menos idénticas.
***
***
Los localistas, impulsados por esa agitación, rompen en 1908 con el partido
socialdemócrata, y se aproximan cada vez más al sindicalismo francés de
entonces (en concepción, no en relaciones), creyendo ser la teoría sindicalista
una solución final. Tan sólo en el congreso realizado del 27 al 30 de diciembre
de 1919 en Berlín, después del gran discurso de Rudolf Rocker, se adoptó La
declaración de principios del sindicalismo, que rechaza el Estado y todo
estatismo y es de nuevo una afirmación de lo que la Federación española
deseaba ser a partir de su fundación en 1870; la convertibilidad de las
instituciones sindicales en órganos de la sociedad después de la revolución es
sostenida. Así:... “así se transformará cada Federación local en una especie de
oficina estadística local y tomará todos los edificios, alimentos, indumentaria,
etc. bajo su administración”... “Las federaciones de industria por su parte
tendrían la misión de tomar bajo su administración por sus órganos locales y
con ayuda de los consejos de fábrica, todos los medios de producción
existentes, materias primas, etc. y de proveer con todo lo necesario a los
grupos de producción y fábricas”, etc.
Tanto como “la toma del montón”, ese otro extremo, el dominio por una
asociación de toda la riqueza social, de toda la vida de la sociedad, son
ebulliciones de momentos de exuberancia en una situación en que no se está
frente a realidades directas. Los 3.577 cotizantes internacionales en
septiembre de 1870; los pocos millares de sin trabajo y de militantes que de
1880 a 1890 estaban dispuestos en las manifestaciones más avanzadas en las
calles de París; las pocas decenas de millares así dispuestos tal vez en 1906
en ocasión del congreso de Amiens, que declaró el sindicato de hoy como un
grupo de resistencia, en el porvenir un grupo para la producción y la
distribución, base de la reconstrucción social; los más de 100.000 sindicados
alemanes —a quienes Rocker habla en el congreso de diciembre de 1919;
incluso las cinco o seis veces más que la C. N. T. española contaba entonces y
en 1931— están lejos de ser la sociedad humana; y aun cuando fuese opinión
de la mayoría de esa sociedad, que entonces tendría el poder para imponer su
voluntad, sería tanto más un dominio sobre el porvenir, que sería así
autoritario, dictatorial, pero no libertario.
Rudolf Rocker
Entre los hombres que han movido más las ideas anarquistas en lengua
alemana menciono todavía a Max Baginski, a Rudolf Lange, a Rudolf Rocker, a
S. Nacht, a Fritz Oerter, a Erich Mühsam en Austria a Josef Peukert, a Rudolf
Grossmarm. Pero hubo hombres que han escrito menos o nada, pero que
deben ser recordados por su actividad íntima; tales son Johan Neve, S. Trunk,
Wilhelm Wemer y otros.
Por las numerosas expulsiones de los años 1880-1890, muchos lazos entre los
movimientos del tiempo de Bakunin y Kropotkin fueron cortados en Suiza, Le
Révolté salió del país, etc., pero muchos lazos subsisten todavía, los
Dumartheray, Herzig; Jacques Gross, Pindy, Alcide Dubois y otros en Ginebra y
en el Jura, y una nueva generación crece, asistida por nuevos jóvenes y
estudiantes, los Stoyanoff Galleani, Atabek, Samaja, Bertoni, Ettore Molinari.
En ese ambiente se desarrolla un joven libertario que se convirtió en uno de
los autores más espiritualmente antiautoritarios e irrespetuosos de su país,
también un experto en educación libertaria, Henri Roorda van Eysinga (1869-
1925). Jacques Gross, de Mulhouse (1855-1926), el amigo de los viejos y de
todos los jóvenes, hombre de vasta concepción de las ideas, fue también uno
de aquellos a quienes la conservación de los impresos y rarezas anarquistas
debe más; él sólo ha sabido volver a descubrir a Déjacque y a Coeurderoy (su
autor favorito) y yo le debo enormemente respecto de todas mis
investigaciones históricas durante las décadas de nuestra amistad, desde fines
de 1892 hasta su muerte, en octubre de 1928.
En mis libros o más bien en los manuscritos inéditos, he procurado esbozar los
orígenes anarquistas de un gran número de países y naciones, pero aquí no
puedo más que resumir los resultados en el sentido de lo que esos países han
dado en ideas e iniciativas generales al movimiento internacional. Sin duda, allí
donde se ha sido puramente receptivo e imitativo se ha influenciado también
la corriente internacional agregando fuerza o durabilidad a las ideas así
recibidas, cuando se ven aceptadas así en otras partes sin contradicción y sin
modificaciones importantes. Sólo que, desde el punto de vista crítico, el que
una idea que se ha desarrollado en tal lugar naturalmente y es aceptada en
otra parte de lleno, por su prestigio, sin examinar, no es prueba de que
corresponda a las tendencias locales. Mecanismos, máquinas, pueden ser
generalizadas así, o plantas en invernáculos, pero un organismo viviente, la
planta, el animal, el hombre y su producto más delicado, la idea, se modifican
según su ambiente. Hemos comentado bastante la importación ficticia del
marxismo en todos los países, y pienso que, con el mismo derecho, se puede
poner en duda el que, por la traducción de algunos folletos de Kropotkin,
Grave y otros camaradas en una fecha accidental, dependiente de las
circunstancias personales en algunos hombres abnegados, por la fundación de
un periódico que tomó por modelo La Révolte y algunas otras publicaciones
recibidas en cambio, se hayan “implantado” las ideas anarquistas en un país
bajo esa forma, que correspondería mejor a la disposición de los hombres de
ese país. Son esas localizaciones las que han faltado demasiado, sea por falta
de medios de acción, para el estudio y la experiencia, sea por el entusiasmo de
los iniciadores que no querían cambiar nada en la buena nueva, en el
evangelio nuevo que llevaban a sus connacionales. En ese terreno queda pues
mucho que hacer, y no hay que dejarse engañar por las unificaciones en
procedimientos industriales, comerciales, financieros de nuestros días para
creer que eso nivelará también las mentalidades humanas. En tanto que las
nivela, las liga al autoritarismo capitalista y bolchevista que nos arruina. No es
tampoco el nacionalismo de nuestros días, las nacionalidades encerradas en
jaulas-Estados, lo que salvará a esos hombres; esperamos que será un
socialismo libertario internacional con todos los matices que le darían las
inclinaciones locales. Es ese el anarquismo de todos los países, y los programas
anarquistas y sindicalistas crudos les son tan indigeribles, como el marxismo
crudo. Es así como la diferenciación anarquista deberá eludir la unificación
bolchevista y asegurar el porvenir de un verdadero socialismo integral.
***
En Holanda las ideas socialistas fueron muy raramente expresadas en los siglos
pasados —aunque se encuentra mucho sentimiento social en la vida de sectas
religiosas (v. el libro La Paix créatrice, París, 1934, de B. de Ligt).— y también el
socialismo francés e inglés y la crítica filosófica radical alemana de la primera
mitad del siglo XIX no hallan una repercusión más que en algunos intelectuales
y librepensadores. Es la pérdida total de la independencia nacional por las
guerras de la revolución francesa, la pérdida de Bélgica desde 1930 por la
política y el ejército de Francia y el consentimiento de las grandes potencias,
que han aislado así a Holanda; ¿o eran las condiciones económicas, el rico
comercio y los campesinos satisfechos, quiénes retardaron las colisiones de los
intereses sociales? Tampoco la Internacional fue introducida sino tardíamente,
y entonces las ideas anarquistas formadas en Bélgica fueron propagadas sobre
todo en 1870-72, pero languidecieron poco tiempo, pocos meses, se diría,
después, y no hubo más que reformismo y socialdemocracia incolora hasta
1878-79, cuando un pastor protestante, Ferdinand Dómela Nieuwenhuis
(1846-13 de noviembre de 1919) se separó de la iglesia y se entregó en los
cuarenta años siguientes enteramente a la obra socialista, más tarde
anarquista. El terreno era bueno; un gran movimiento que en sus
ramificaciones dura todavía, fue creado pronto y las cuestiones por qué no se
hizo eso antes, por qué Dómela, que vio a los veinticuatro años la Comuna de
París, que leía la Freiheit de Most con atención desde 1879 y aprovechó sus
advertencias, no se desarrolló más rápidamente, son ociosas... “Sí, he de
acentuar que hasta durante mi período socialdemócrata fue la Freiheit la que
me movió a preservar el movimiento obrero holandés de convertirse en un
rebaño de masas obreras bien disciplinadas y organizadas siguiendo
ciegamente al rabadán por todas partes” (3 de diciembre de 1903, Freiheit, 26
de diciembre de 1903).
Dómela Nieuwenhuis
Cornelissen era uno de los preparadores públicos e íntimos del esfuerzo para
oponer a los marxistas en el congreso internacional de Londres un frente
antiparlamentario, sindicalista y anarquista y cooperó en ese objetivo con
Fernand Pelloutier; Hamon-Pouget, Malatesta, Landauer y otros y el congreso
de Londres mostró ese frente minoritario que fue apoyado también por
ingleses a quienes interesó Kropotkin y todos entonces, a excepción de los
“amorfistas”. Pero de ahí a un acercamiento en ideas y a lazos en organización
con los anarquistas (que no los tenían), se estaba lejos, y ese paso no se dio, ni
siquiera se comenzó, salvo por Merlino en su nueva concepción (a partir de
1896), que fue aprobada en Francia por Bemard Lazare y tal vez por nadie más
fuera de él. Cornelissen comprendió todo eso y no veía fuerza organizada
libertaria con la cual pudiese cooperar; sólo los sindicalistas, a quienes conoció
a fondo en París, cuando fue a vivir allí en 1898 ó 1899, precisamente por
incompatibilidad en concepciones, criterios y caracteres con Dómela y para
evitar una ruptura abierta en Holanda. Dómela escribió en 1907... “Pero yo
ante todo soy anarquista y luego sindicalista, y creo que muchos otros primero
son sindicalistas y luego anarquistas. Hay una gran diferencia”... “El culto a los
sindicatos es tan nocivo como el del Estado, pero existe y amenaza ser más
grande cada vez. Parece que los hombres no pueden vivir sin dioses, y apenas
han derribado una divinidad cuando ya surge otra nueva. Si la divinidad de los
socialdemócratas en el Estado, la divinidad de los socialistas libertarios parece
ser el sindicato”... (cartas al Dr. Brupbacher, publicadas en 1928). Dice aún:...
“El sindicalismo sólo no me satisfaría, pues sin ser inspirado por el ideal es la
lucha por más salario y menos trabajo, que no menosprecio, por razones
prácticas, pero no me parece digna de tanto esfuerzo”. Esto resume el punto
de vista de Nieuwenhuis durante los largos años hasta su muerte; quería ante
todo libertar a los hombres intelectualmente y moralmente —de ahí su gran
interés en la educación libre de los niños y en esa educación primaria moral de
los adultos que les hace olvidarse de odiarse y matarse mutuamente
(antimilitarismo), y en su emancipación intelectual (librepensamiento).
Cornelissen, que conocía las imperfecciones y la inexperiencia en cooperación
social eficaz de los trabajadores, quiere ante todo educarlos en y por sus
medios de convivencia, el sindicato, la fábrica, el trabajo mismo, puesto que
hasta aquí el trabajo forzado en interés patronal no les interesa y eso impide
que formen hábitos de verdadero trabajo social.
Fue tratado de loco por la socialdemocracia, que vivía de los votos de los
electores y no quería perder votantes patriotas. Después hubo esa inmensa
agitación contra la mentalidad militar durante el affaire Dreyfus, y cinco
franceses —Laurent Tailhade, Malato, Gastón Lhermitte, Janvion y Charles
Vallier— hicieron hacia fines de 1902 un llamamiento para un congreso
antimilitarista internacional. De allí salió al fin el congreso celebrado en
Ámsterdam en junio de 1904 y una organización, la Asociación Internacional
Antimilitarista. Ese congreso y ese medio fueron invalidados por la
incompatibilidad de la tendencia tolerante que quería englobar todos los
esfuerzos antiguerreros de resistencia a la fuerza, por tanto también a los
tolstoianos, a los Christen-Anarchisten, etc., y la tendencia vehemente que
creyó hacer bien al hacer triunfar el antimilitarismo revolucionario sindicalista
y anarquista y enviar a paseo a toaos los demás elementos antiguerreros. Por
ese exclusivismo, aisló el movimiento, que pronto tomó en Francia formas
ruidosas a causa de la actitud de Almereyda, de las salidas estrambóticas de
Hervé, la acción perseverante de los sindicalistas con los números famosos de
La Voix du Peuple anuales por Pouget, el Nuevo Manual del Soldado, por
Yvetot (ya aparecido en 1902), el “céntimo del soldado”, etc., que tuvo
también una cierta repercusión en Italia, pero que no tenía un verdadero
fondo y se desvaneció como briznas de paja dispersadas por el viento, en los
unos, como en Hervé años antes de la guerra de 1914; en otros, como Yvetot
mismo, bajo la impresión del atiborramiento de cráneos, durante la guerra, o
incluso al primer sonido del clarín de la guerra. Por “fondo” quiero decir o bien
un fondo moral, un sentido de solidaridad humana, que los tolstoianos y
algunos otros le daban —una repugnancia absoluta a ser asesino por orden
superior—; o bien un fondo intelectual, conocimientos serios, que hacen
comprender las verdaderas causas de las guerras, sus promotores, sus
aprovechadores y que hace estimar a todos los pueblos de los cuales cada uno,
a excepción de esos elementos rapaces y feroces, quiere vivir a su modo y en
paz; entonces se está inmunizado contra el atiborramiento de cráneos, como
en los primeros casos se está inmunizado contra las incitaciones al asesinato
de hombres-hermanos. El esfuerzo moral de los tolstoianos fue más bien
menospreciado por todos los demás, que tenían, como veremos más adelante,
una impresión no enteramente exacta del tolstoismo. El esfuerzo intelectual se
hizo raramente y fue sofocado en nosotros mismos por animosidades y
prevenciones nacionales; porque insensiblemente las mentalidades también
de los revolucionarios se adaptaban en los años de preparación general de la
guerra que estalló en 1914, a la mentalidad de las naciones respectivas y la
polémica anarquista contra Marx, sindicalista contra los centralizadores
alemanes como Legien, hizo cada vez más apelación a los argumentos de raza
latina y germánica, exactamente como se hizo en toda otra polémica de esos
años. No han faltado sin duda esfuerzos de superación, pero fueron
demasiado aislados. Los dos volúmenes que producen materiales recogidos
por Temps Nouveaux; Guerre-Militarisme (París), 1902, XV, 406 págs. y Patrie
et Colonisation (1903, VI, 422 págs.; prefacio de Elisée Reclus), son un bello
esfuerzo para obrar en el terreno moral e intelectual, pero habría sido preciso
hacer mucho más. Se especializó la propaganda sobre el mal en el cuartel o en
los infiernos militares de África, lo que podía conducir a que uno se hiciese
refractario o desertor o a que se deseasen reformas; pero no informaba eso
nada sobre los factores que al mismo tiempo preparaban todo para hacer
inevitable la guerra y pusieron de repente a los pueblos ante un hecho
consumado.
En suma, una buena parte de esos hombres, a los que se agregan los de las
colonias tolstoianas y los que han rehusado hacer el servicio militar eran y son
todavía hombres de valor y hay muchos duchobores en el Cáucaso y en el
Canadá, hombres que antes de Tolstoi insistían en vivir su propia vida, al lado
del Estado —autores, artistas, pensadores de valor ético, libertarios religiosos
no agresivos en materia religiosa— que flanquean a los demás anarquistas
como camaradas. Fue un gran ambiente, que habría merecido más simpatías
de las que los anarquistas supieron darle. Por los conciencious objectors
durante la guerra, por la acción verdaderamente humana de muchos
miembros de la Society of Friends (quakers) después de la guerra, se comenzó
a apreciar los elementos humanos en ese mundo de guerra y de crueldad, y los
tolstoianos, mejor comprendidos y mejor apoyados, habrían sabido llevar a
muchos espíritus que la propaganda revolucionaría no supo cautivar, y podrán
hacerlo aún. Porque las ideas de Tolstoi no han perecido con él y no pueden
ser buscadas en algunos partidarios demasiado estrechos, sino en el espíritu y
en la esencia de toda su obra.
***
Entre los movimientos anarquistas de los pueblos del Estado de Europa, aparte
del ruso, el más intenso y difundido fue el de los judíos de la antigua Rusia y la
Galitzia austríaca, que hablan el yiddisch, es decir un alemán con muchas
palabras hebraicas y eslavas. Los emigrantes judíos, sobre todo en Londres y
en los Estados Unidos, han creado movimientos obreros fuertes, socialistas
desde 1885 aproximadamente, anarquistas en buena parte desde 1890 más o
menos, ricos en periódicos de larga duración, folletos, traducciones; corrientes
anarquistas siempre comunistas, aceptando enteramente las ideas de
Kropotkin, influenciados a veces por algunos de sus autores por lo que ven
sucederse en Rusia y en Palestina, pero por término medio los adeptos más
fieles del comunismo anarquista de Kropotkin.
No puedo leer su escritura y no puedo darme cuenta del grado en que las
ideas removidas por la discusión en sus órganos han producido proposiciones
nuevas. Sus más activos militantes fueron o son todavía David Edelstadtt S.
Janovsky, J. Bovschaver (Basil Dahl), Dr. J. Maryson, Dr. Michael A. Cohn,
Joseph J. Cohén y otros. Su órgano en Londres, el Arbeiterfreund, fundado en
1885, fue redactado casi una veintena de años hasta 1914, así como la revista
Germinal, por Rudolf Rocker (nacido en 1873), anarquista de nacionalidad
alemana que supo en poco tiempo, atraído por el celo y la energía de ese
movimiento en el Eastend de Londres, dominar la lengua y la escritura como
autor y orador. Kropotkin era entonces el hombre más querido por esos
camaradas y muchas veces su conferenciante.
***
***
En lituano hubo poca literatura entonces y hay una literatura incipiente estos
últimos años.
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***
Malatesta, Galleani, Gori, han pasado algún tiempo en Egipto. En Túnez sobre
todo el doctor Nicoló Convertí autor de una serie de publicaciones. Esos
ambientes italianos sostenían los matices más avanzados del movimiento en
Italia; pero no pudieron crear movimientos locales duraderos, puesto que la
represión seguía a todo esfuerzo hecho en esa dirección. Igual ocurrió con los
franceses en Argelia, donde han aparecido publicaciones anarquistas, pero sin
influencia sobre las poblaciones locales. Lo mismo ha debido ocurrir en Tánger,
en Marruecos, que fue algunas veces, en otros tiempos, un asilo para los
refugiados anarquistas en España.
***
Queda el gran número de los países de habla española y portuguesa. He
redactado larguísimos capítulos, pero me limito a las referencias siguientes,
que harán ver la extensión de este asunto especial.
Los países a examinar han sido: Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú,
Chile; después el Ecuador, Colombia, El Salvador, Costa Rica; México y
Guatemala, Cuba, el Brasil. Después los trabajadores latinos en los Estados
Unidos.
Deseando abreviar este trabajo ya demasiado largo, me queda por recordar las
relaciones de nuestros movimientos con el sindicalismo.
La Histoire des Bourses du Travail (París, 1902, XX, 232 páginas) y su Ouvrier
des Deux-Mondes y Monde Ouvrier, la revista de 1897-99, no dan más que una
débil idea del esfuerzo de Pelloutier, que tenía contra él al Estado, al
patronato, a las municipalidades radicales y a los socialistas políticos a quienes
privó de los trabajadores como electores. Además los anarquistas llegados al
sindicalismo, a excepción de algunos como Georges Yvetot y Paul Delesalle, se
interesaban más bien por las Federaciones industriales y por la introducción de
métodos más acentuados de lucha obrera directa. Así, como los patronos
oponían al boicot de los trabajadores su propio boicot, el lock-out, las listas
negras, etc., bajo el impulso de Pouget sobre todo en el Congreso corporativo
de Toulouse (septiembre de 1897) se reconoció el sabotaje, derivado del
“ca’canny” (id suavemente) escocés e inglés; véase el famoso informe
Boycottage et Sabottage de la Comisión del boicot del Congreso, en depósito
en París; 18 páginas in 12.°. También en Toulouse “la unidad obrera”, la
combinación orgánica de las Federaciones y de las Bolsas y un diario
sindicalista fueron declarados deseables —otros signos de la acción de Pouget
y el primer paso hacia una C. G. T. más eficaz. Los miembros de comités y
funcionarios menos avanzados se retiran a menudo desde esa época o no son
ya nombrados y fue relativamente fácil a los jóvenes anarquistas
desinteresados de la política socialista y también algunos allemanistas 12 de
incluso blanquistas tomar sus funciones, sin que eso haya cambiado mucho las
opiniones de los miembros, que dejaban hacer a esos hombres de ímpetu y de
voluntad que supieron mostrarse útiles, tenaces, adquiriendo prestigio y
popularidad.
Cuando Pouget escribió esa utopía, había ya una teoría nueva, la de los
“consejos de delegados obreros”, que fueron considerados también
“embriones del nuevo poder revolucionario” (v. el informe del Comité central
del partido socialdemócrata obrero de Rusia al Congreso de Copenhague, en
junio de 1910 sobre los acontecimientos rusos en 1905 y años siguientes). Las
reuniones de barrio (Kropotkin), los sindicatos (españoles hasta 1888, Pouget,
etc.), las reuniones soviéticas de 1905 y en la teoría bolchevista son ya tres
embriones rivales y el municipio libre ofrece otras posibilidades todavía, y así
sucesivamente.
Ese acto puso a las fuerzas de la C. G. T. hasta entonces no ensayadas ante una
tarea definida, y disfrutando de un prestigio que se llamaría misterioso y
bastante grande, ante una promesa formal de breve plazo; fue mal
aconsejado. La agitación febril fue afrontada por la resistencia gubernamental
persecutora y dando la impresión de querer provocar la masacre, y la
resistencia feroz del patronato, y no triunfó en proporciones imponentes. Y en
ese mismo mes de mayo de 1906 hubo elecciones que dieron a los socialistas,
principalmente a Jaurés, un primer puesto, e hicieron casi perder de vista el
sindicalismo. El revolucionarismo insurreccionista de Hervé atrajo en esos años
elementos inquietos del anarquismo y del sindicalismo, que se agitaban
inútilmente, para ser licenciados años más tarde por Hervé, cuando dio a todo
vapor máquina atrás.
***
Escribiendo para los jóvenes anarquistas rusos (en Le Syndicat russe, aparecido
en agosto-septiembre de 1905), Kropotkin aconseja a socialistas y anarquistas,
fundar sindicatos independientes, pero en octubre declara que el puesto de
los anarquistas está en el pueblo y consagrándose al trabajo organizador,
derrocharía nuestras fuerzas en una tarea que se hace no obstante —punto de
vista amplio pero justificado por la situación de entonces—. Bien pronto vio
que las corrientes antiorganizadoras expropiacionistas, individualistas
predominaban de tal modo -se dio cuenta en París, en septiembre de 1905 y
después-, que se pronunció entre sus camaradas rusos en octubre de 1906, en
el periódico ruso de Londres (de octubre de 1906 a julio de 1907) y en otras
partes a favor de las actividades sindicalistas, declarando, por ejemplo, que los
anarquistas consideran los sindicatos como células-germen (ya-cheika) de la
construcción social futura. ¿Hay que entrar en los sindicatos que existen en
Rusia o fundar sindicatos anarquistas? Piensa en el hecho que en España los
anarquistas forman sindicatos sin partido y adquieren influencia en ellos, pero
si es preciso en Rusia reconocer el programa socialdemócrata, quisiera más
fundar sindicatos nuevos, aunque sean pequeños.
Cuanto más fue recordado por Guillaume, cuya obra L'Internationale, tomos I y
II, desde 1864 a 1872, había aparecido en 1905 y 1907, sobre las ideas del
tiempo hasta la caída de la Comuna, mas Kropotkin se indignó entonces contra
el tiempo perdido durante el predominio socialdemócrata. En fin, se verán sus
sentimientos por estas palabras escritas a Guillaume, el 6 de agosto de 1907:...
“Los sindicatos han sido durante veinte años la presa de los Dupire, de los Basli
13
, hasta que los anarquistas después de haberse creado un derecho a la vida
por medio de la dinamita, se dirigieron hacia los sindicatos a fin de hallar en
ellos un campo para nuestras ideas. Pero si durante ese tiempo no nos
hubiéramos separado claramente de los Basly y de los Guesde —en táctica, en
organización, como en idea— es posible que hasta el presente la idea no
hubiese sido destacada”... Kropotkin escribió también en agosto de 1907
(prefació al folleto de Goghelia, sobre el sindicalismo, en ruso) que ese estudio
muestra “en qué grado las opiniones presentes de los sindicalistas franceses
están orgánicamente ligada con los comienzos formados en el ala izquierda de
la Internacional”... y “La ligazón estrecha entre el ala izquierda de la
Internacional y el sindicalismo presente, la ligazón estrecha entre anarquismo
y sindicalismo y la contradicción ideal entre el marxismo y los principios de la
socialdemocracia y el sindicalismo se ponen de relieve por los hechos
comunicados en este trabajo”... Goghelia había citado, por ejemplo, a Yvetot
que escribió en Le Libertaire, del 17 de diciembre de 1905, que nuestro
anarquismo sindicalista coincidía totalmente con el anarquismo federalista de
Bakunin. Pelloutier había escrito en 1895 que lo mismo que el partido
allemanista y los sindicatos que se liberan del yugo marxista, se veía al
elemento anarquista comunista que continúa ahora la obra de Bakunin y se
consagra a la educación de los sindicatos.
“...En todo caso, si fuera necesario esperar que la insurrección comenzara por
una revolución comunista (libertaria), habría que renunciar a la posibilidad de
una revolución, porque para ello habría necesidad de que la mayoría se
pusiera de acuerdo para la realización de un cambio comunista”...
Todo eso es simple y no valía una treintena de años de discusiones, que duran
aún. El porvenir libre no será la presa de una guerra de conquista. No
pertenece ni al ejército que obtenga la victoria, aunque fuesen los sindicatos,
ni a los grandes jefes que los conducen, como no reconocemos las conquistas
de Napoleón, Lenin o Mussolini. El sindicalismo de aquellos que piensan de
otro modo, sería un militarismo, un fascismo económico, que sueña con la
conquista y la omnipotencia. La lucha verdaderamente revolucionaria derriba
los obstáculos, desbroza el terreno y en cuanto puede, pone las manos en la
masa de la obra nueva, que correría probablemente mucho riesgo de ser
empequeñecida, retardada, obstruida si se quisiera canalizar en cuadros viejos,
aunque fuesen los sindicatos... “Hagamos tabla rasa del pasado”... ese es el
espíritu del porvenir.
XVIII
Sin embargo, todo eso no tenía necesidad de ocurrir así en Francia. Había, hay
que decirlo, una abdicación verdadera. Se ha reiniciado en 1895 la propaganda
y no fue seriamente impedida por las “leyes de excepción” (lois scélérates). No
había durado, además, más que muy pocos años, en su forma más perfecta
apenas cinco años, desde 1889 al fin de 1893. Había que continuarla, y sin
duda se ha hecho desde mayo de 1895, pero no en el antiguo espíritu. Antes
se estuvo solo y se lanzó el desafío al mundo burgués entero. Ahora se sentía
uno como al abrigo en la sombra, bajo la protección de la gran masa sindicada.
No se tenía ya nada que temer, pero tampoco se hizo nada para poner a la
anarquía seriamente en el primer plano. Se estaba como anclado en un puerto
protegido contra toda tempestad. Es eso lo que desde 1895 puso la anarquía
en Francia en el último plan y no ha vuelto a recuperar el terreno que
abandonó, inútilmente, en mi opinión.
Otra cosa aún. A partir de 1895, se muestran varias especializaciones a las que
no se había prestado atención en los años hasta 1894. Ahora se expansionan.
Tales fueron ese naturismo de entonces, la apología del primitivismo salvaje,
más tarde el naturismo dietético, el vegetariano, etc., y los pequeños focos de
vida sencilla, todos esos pequeños sistemas de Grauvelle y Zisly a Butand y
Sophie Zaikowska y otros 14. Además, el neo-malthusianismo, propagado
primero con toda perversidad por Paul Robin, consiguió un campo enorme y
no sólo como accesorio, a elección de cada uno, sino que absorbió
enteramente algunos, sea materialmente, sea conduciendo al sexualismo, la
discusión interminable de los problemas de sexo, lo que es todavía, sin duda
alguna, un asunto de la elección personal de cada cual, pero para nuestro
ambiente, es una absorción de energía y de atención por las especializaciones.
De Paul Robin a las publicaciones numerosas de E. Armand y su En dehors
presente conduce esa larga serie interesante para su observador, pero
objetivamente una gran desconcentración de energías libertarias durante
todos esos años. El esperanto y lenguas ficticias parecidas, absorbían aún
fuerzas, y por algunas comunicaciones exóticas facilitadas así, algunas cartas
cambiadas con el Japón, tal vez se dejaba probablemente a menudo de
aprender las lenguas europeas vecinas, el inglés o el alemán, el español o el
italiano, que habían podido multiplicar los conocimientos y las relaciones
europeas. El antimilitarismo, como he observado ya, por tenazmente que se
haya defendido, se dirigió sobre todo contra el medio del militarismo, el
cuartel, el ejército y no tanto contra sus fuentes de nutrición, el patriotismo, el
no conocimiento de los otros pueblos, el juego nefasto de la diplomacia, de las
industrias y de las finanzas. Había “Universidades populares”, “Teatro del
pueblo”, educación de la infancia y otras actividades útiles y simpáticas para
un período de gran reposo, pero que no daban sino pocas fuerzas nuevas
enérgicas a las ideas anarquistas en esos años en que la C. G. T., con su
prestigio inmenso, Jaurés y Hervé con un prestigio que hizo perfectamente
frente a la C. G. T., los intelectuales “dreyfusards” que más tarde subieron al
poder real, como Clemenceau, a un poder no menos real, como Jaurés, o que
se hicieron promotores de la causa de las nacionalidades, una de las causas de
la guerra, como los del Courier Européen, etc., en esos años por tanto en que
todas esas fuerzas pusieron la mano sobre el pueblo y la opinión pública. Los
anarquistas tenían otra cosa que hacer entonces, tal me ha parecido siempre,
que entregarse al esperanto, al neo-malthusianismo sexual y a desviaciones
semejantes. No lo hicieron y eso los relegó a un plano secundario. Desde el
exterior se vio entonces brillar y vibrar la C. G. T., a Jaurés, a Hervé, pero sólo
se percibieron muy pocos anarquistas que, sin embargo, desde 1881 a 1894
habían atraído la atención del mundo.
***
Estos son, hasta aquí, los principales desenvolvimientos del pensamiento
anarquista que he tratado de describir en mi historia que se detiene en 1914
en el momento de la gran guerra. Para los países que no han tomado parte en
la guerra se detiene en alguna fecha característica algún tiempo después de
1914; para los países de lengua española y portuguesa se continúa hasta el
presente; porque hay continuidad no interrumpida.
Los más grandes ímpetus que la anarquía ha tomado aún -en Italia, desde el
congreso de Florencia, en abril de 1919, a septiembre de 1920, el momento de
la ocupación de los establecimientos metalúrgicos, y en España, desde el
Congreso regional de Sants (Barcelona), en agosto de 1918 al Congreso
nacional de Madrid, diciembre de 1919- fueron detenidos tanto por la
represión gubernamental como por la enemistad de los socialistas políticos
(enemistad que hasta aquí ha sido ejercida contra todo esfuerzo libertario) y
por ese producto modernísimo, su quintaesencia, que son sus mobs
fanatizados por algunas pesetas y el aguardiente, los progromistas, las
“centurias negras”, los amarillos, los maníacos de algún nacionalismo o
antisocialismo exagerado, se les organiza pronto a todos en sindicatos libres,
en fascio, y es esa una trailla que los poderosos que mandan y que pagan,
desencadenan contra el progreso bajo todas sus formas. Puesto que esto no
hace reflexionar a los socialistas autoritarios sobre el mal de la autoridad, es
difícil sentir la menor solidaridad en ellos, y así los libertarios —como es de su
deber— luchan contra todo el mundo autoritario, incluidos esos socialistas.
Eso no puede ser de otro modo y ello no aumenta de ninguna manera
nuestros enemigos, puesto que esos socialistas autoritarios lo fueron siempre.
Siempre hemos visto ya que en las horas y en los días de verdadera acción
muchas fuerzas populares se unen francamente a los libertarios en rebelión,
sin preocuparse de los socialistas políticos, que desde su oficina desautorizan
los movimientos (como hizo la Conferencia italiana del Lavoro en 1914 y en
1920) o que por su voto parlamentario sancionan la deportación como los
diputados socialistas españoles en 1933 (después de Fígols). La semana roja de
Romagna y Ancona, en junio de 1914, las múltiples revueltas de enero de
1932, enero y diciembre de 1933, y en tantas ocasiones más en España,
muestran que las verdaderas acciones no dejan de contar hoy con el apoyo
popular. El pueblo se mantiene también instintivamente al margen de los
comunistas moscovitas, que no sabrían sino darle un nuevo despotismo. Todos
están en favor de nuestra buena causa, si nos colocamos en el verdadero
terreno de acción y si entonces educamos las mentalidades libertarias.
¡Que todos los anarquistas, libertarios, todos los seres humanos y de espíritu
libre, puedan convertirse en una fuerza de elementos que, conservando todas
las autonomías, se apoyen recíprocamente y, derrotando la autoridad aquí,
dejándola relajada allí por nuestro propio progreso, se desarrolle por mil
caminos para realizar la libertad en pequeño y en grande, en nosotros mismos
y alrededor de nosotros, en todas partes y en todo! Tengamos buena
esperanza; porque la autoridad, por poderosa que sea, no puede hacer sino
mal, y todo el bien en el mundo ha venido, viene y vendrá siempre sólo por la
libertad y de la libertad.
M. Nettlau
3. Paul Henry Dietrich Holbach (1723-1829). Filósofo de origen alemán que en su obra
“Systeme de la Nature” trata a través de una síntesis materialista del mundo físico y moral,
de destruir la creencia en Dios bajo todas sus formas. (N. d. E.) <<<
4. Jonathan Swift (1667-1745). Escritor político y satírico muy conocido por su obra
“Los viajes de Gulliver”. (N. d. E.) <<<
8. Dr. Franz Oppenheimer. Nacido en Berlín en 1864. Economista y sociólogo tras haber
ejercido la profesión de médico, se dedicó a los estudios de economía política y de
sociología. Está considerado como el representante del socialismo liberal. <<<
10. El 4 de agosto de 1878 Stepnjak dio muerte al general Mezenkof, jefe de los esbirros
del zar y responsable de numerosas represiones sangrientas. (N. d. E.) <<<
11. G. Goghelia, redactor jefe y el militante más activo de Chleb e Volia (Pan y Libertad).
(N. d. E.) <<<
13. Militantes políticos más que sindicalistas, cuya tarea era someter los sindicatos al
partido político. (N. d. E.) <<<
14. En esta época en Francia, el término naturista designaba a los que sostenían que la
revolución por hacer no era de orden económico y colectivo sino humano e individual.
Henry Zisly fue uno de los principales alentadores de los grupos naturistas. (N. d. E.) <<<