Tomo IX
Tomo IX
Tomo IX
y
Apuntes
Camila Henríquez Ureña
Tomo IX
OBRAS
Y
APUNTES
V
LITERATURAS NO HISPÁNICAS II.
SIGLOS XVIII AL XX
Los tres grandes acápites o capítulos, por otra parte, son un inten-
to, una vez establecido este corpus, de agrupar por afinidades temáticas,
genéricas y/o circunstanciales, manuscritos y textos mecanografiados que
VII
Camila Henríquez Ureña
1
Vicentina Antuña: “Camila Henríquez Ureña In memoriam”, trabajo leído en el Aula Magna de la
Universidad de La Habana el 28 de diciembre de 1973, con motivo del homenaje póstumo rendido
a la profesora emérita Camila Henríquez Ureña. Citado por: Mirta Yáñez: Camila y Camila, Ediciones
La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2003, pp. 253,254.
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obras y apuntes
2
Miriam Rodríguez y Minerva Salado: “Camila maestra”. Citado por Mirta Yáñez. Camila y Camila,
ob.cit., p. 196.
3
Camila Henríquez Ureña: Estudios y conferencias, Editorial Letras Cubanas, 1982, pp. 356-445.
IX
Camila Henríquez Ureña
la juvenil “aventura” del Sturm und Drang, para luego transitar hacia el
llamado “clasicismo de Weimar”. El pormenorizado análisis de las dos
partes del Fausto facilita la comprensión de una obra que, sobre todo en
su segunda parte, puede resultar ardua, si se desconoce el credo poético
y dramático que la nutre.
X
obras y apuntes
4
Ídem., pp. 77-84.
XI
Camila Henríquez Ureña
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obras y apuntes
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Jean Epstein (1899-1953). Importante teórico de la vanguardia francesa, siguió muy de cerca el
desarrollo del cine, durante las primeras décadas del siglo XX en Francia. Fue también pintor.
XIII
Camila Henríquez Ureña
XIV
obras y apuntes
6
Vicentina Antuña: “Camila Henríquez Ureña In memoriam”, ob.cit., p. 256.
XV
EL TEATRO:
DE GOETHE A O´NEILL
GOETHE, EL DRAMATURGO
3
Camila Henríquez Ureña
1773), que lo elevó al primer cargo entre los poetas de Alemania. El genio
poético de Klopstock es predominantemente lírico, como lo demuestran sus
Odas. La obra de Klopstock señala el surgimiento, en el Siglo de las Luces
alemán, de una tendencia irracionalista: su poesía brota del sentimiento y re-
chaza la rigidez racionalista. Uno de sus aportes principales fue la liberación
del lenguaje poético, al que dotó de tensión y fuerza interior, de musicalidad y
brillo no alcanzados hasta entonces.
Más entrado el siglo se desarrolla la vida de Gotthold Efraim Lessing
(1729-1781), principal figura representativa de la Ilustración en Alemania. Jus-
tamente en el período en que florecía la poesía sentimental de Klopstock y se
gestaba el prerromanticismo alemán, Lessing llevó a la Ilustración a su mayor
altura y significado. Lessing consideraba la razón como un instrumento para la
investigación de la verdad. Su talento abordó por igual problemas de la crítica
literaria, de estética, de religión, pedagogía y filosofía; pero el género que de
preferencia cultivó fue el teatro. Se dio cuenta de la necesidad de crear un
teatro alemán, ya que la escena alemana estaba invadida por frías y estériles
imitaciones del clasicismo francés. Dio fundamento teórico a sus ideas sobre
este punto en sus Cartas acerca de la literatura actual (1759-1763) y en su impor-
tante libro Dramaturgia de Hamburgo (1767-1769), basado en sus experiencias
como Director del Teatro Nacional de Hamburgo, del que fue fundador en
1767. Para la creación de un nuevo teatro en Alemania presentó como mode-
los a Sófocles, en quien veía la culminación de la tragedia griega, y a Shakespeare,
como genio que, libre de normas precisas, supo interpretar los secretos de la
naturaleza humana. Además compuso Lessing obras en las que trató de poner
en práctica sus teorías; aunque, a decir verdad, no se apartó del todo del
neoclasicismo, a causa del rigor lógico que aplicó en la composición de sus
obras teatrales. Con todo, creó en el teatro alemán el drama burgués con Miss
Sara Sampson (1755) y la alta comedia con Minna von Barnhelm (1767). Más
tarde escribió por su ambiente y sus alusiones políticas, una crítica de ciertas
pequeñas cortes alemanas. En sus últimos años escribió Lessing el drama filo-
sófico Nathan el sabio (1779), que no llegó a ver representado, y que es, en su
esencia, una defensa de la tolerancia religiosa.
Como crítico teatral, Lessing redefinió el concepto aristotélico de la tra-
gedia adaptándolo a las ideas de su época, dando a la catarsis un sentid de
“práctica de virtud”, eminentemente burgués. Desarrolló su concepción del
lenguaje teatral, ejemplificándolo, principalmente, en el diálogo vivaz y conci-
so de un fragmento que dejó escrito sobre el tema de Fausto. En la crítica de
arte y la estética llevó adelante las geniales sugestiones de Winckelmann (1717-
1768) en su estudio titulado Laocoonte o de los límites entre la pintura y la poe-
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obras y apuntes
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Camila Henríquez Ureña
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obras y apuntes
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Camila Henríquez Ureña
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obras y apuntes
mente las unidades dramáticas y el refinamiento del lenguaje literario, que qui-
sieron asimilar al habla cotidiana con sus imperfecciones y dialectalismos. Tam-
bién intentaron desarrollar en sus obras dramáticas la crítica social; pero sus
capacidades no estuvieron a la altura de esas intenciones y la historia literaria ha
recogido de ellos escasos nombres y pocas obras dignas de recordación, fue-
ra de las de Goethe y Schiller, los únicos genios creadores que figuraron en el
grupo.
El doctor Fausto
Una figura sacada, como la de Goetz von Berlichingen, del complejo
mundo de la Edad Media en el período de transición a la Edad Moderna, es
el personaje semilegendario conocido como el Doctor Fausto.
El personaje y su vida fueron tratados en sus obras por varios miem-
bros del Sturm und Drang, como Federico Maximiliano Klinger (1752-1831)
quien, después de su emigración a Rusia, donde alcanzó posición prominente,
escribió una novela titulada Vida, obra y viaje a los infiernos de Fausto (1791) y
Enrique Leopoldo Wagner (1747-1779), autor de La infanticida (1776), sobre
un tema que parece haber tomado de Goethe, quien le habría dado a conocer
su primitiva versión de la historia de Margarita. También Federico Müller
(1749-1825) dejó escrito un fragmento sobre Fausto. Es decir, que el tema de
Fausto ejerció gran atracción sobre la generación de los Stürmer por las posi-
bilidades que creían descubrir en el personaje como ejemplo del titán, el su-
perhombre, grato a su modo de pensar.
El tema había sido tratado en épocas anteriores en varias formas.
En el siglo XVI hubo libros populares que narraban la vida del Doc-
tor Fausto con mezcla de admiración y horror, y de cuya narración se
desprendía una enseñanza moral. El más conocido de esos libros es el
Volksbuch, impreso en 1867 por Johann Spiess en Frankfort, bajo el título
de Historia del Doctor Fausto, hechicero y mago y de cómo vendió su alma al diablo.
Este libro alcanzó gran popularidad y pronto fue conocido en el resto
de Europa a través de reimpresiones y traducciones. Probablemente
esta versión y otras que existieron hacia la misma época tuvieron una
fuente común alemana, que a su vez debió derivarse de un original en
latín.
La imaginación popular se apoderó de la leyenda y hubo sobre ella
representaciones por actores y representaciones de títeres, de las Goethe re-
cuerda haber visto una en su infancia. Algunas de estas representaciones se
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Camila Henríquez Ureña
El fausto histórico
El personaje histórico que ha dado el nombre al tipo del mago
que ya era familiar a la fantasía popular en los albores del Renacimien-
to, vivió por los años de 1480 a 1540. La leyenda se fue creando alre-
dedor de él durante su vida, a tal punto, que hoy es muy difícil separar
los rasgos imaginarios de los que pertenecen a la persona real. Sabe-
mos que era nacido en Alemania, que su nombre de pila era George o
Johann. No sabemos si Fausto era su verdadero nombre o un sobre-
nombre de origen latino: Faustus (feliz), que aludiera a sus felices reali-
zaciones de magia. Testimonios que se juzgan auténticos de
contemporáneos suyos lo presentan como un aventurero, vagabundo
a través de Alemania y quizás más allá de sus fronteras: se dice que
estuvo por breve tiempo al servicio de Francisco I de Francia. Parece
que estuvo en Wittenberg y que allí conoció a Lucero y a Melanchton,
y que allí tuvo que huir para no ser arrestado. De otras ciudades se
sabe que fue expulsado por las autoridades. Murió, según parece, de
muerte violenta, y el rumor público propagó que el diablo se lo había
llevado. Los testimonios lo presentan como un extraño personaje, de
dudosa reputación, pero admirado por muchas gentes, querido por
los estudiantes y mirado con curioso interés por los hombres cultos.
No fue un mago ilustre, como, por ejemplo, Paracelso; sino más bien
algo charlatán y el sabio, que en su vanidad, quiso asumir el título de
“príncipe de nigromantes”. Muchos aliados y teólogos lo rechazaron;
pero el público en general lo tuvo por mágico prodigioso. Ha sobre-
vivido en la leyenda menos como individuo que como tipo. Su figura
se fue engrandeciendo a medida que se desarrollaba en la mentalidad
de Europa la oposición del pensamiento y el conocimiento.
Pocos años después de su muerte legendaria, fue enriqueciéndose su
biografía con rasgos y anécdotas que provenían del floklore de la magia.
Principalmente contribuyeron a la creación de esta leyenda los estudiantes uni-
versitarios, entre los cuales había vivido Fausto en varios centros de estudio.
La leyenda le añadió los siguientes rasgos: que había estudiado la magia en
Cracovia y la teología en Wittenberg; que poseía el título de Doctor y fue
profesor en la Universidad de Erfurt; que había evocado ante los alumnos a
quienes explicaba un curso sobre Homero a los héroes homéricos, en especial
a Helena. En el Volksbuch se le presenta rodeado de grupos de estudiantes, a
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obras y apuntes
los que al final confiesa sus culpas y quienes, después de horrible muerte a
manos del diablo, recogen su cadáver, le dan sepultura y publican su biografía,
en la que se incluía la copia de su pacto con el diablo.
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Camila Henríquez Ureña
El fausto de Lessing
Lessing modifica decisivamente el sentido de la leyenda de Fausto. En el
Siglo de las Luces, la historia del célebre mago no podía ser interpretada
desde el mismo punto de vista con la que encaró la Reforma. El racionalismo,
en primer lugar, no podía aceptar que fuera peligrosa el ansia de conocimien-
to, pues sentaba como principio la realización de la armonía entre la razón y la
fe. La condenación de Fausto, como se describía en las obras del siglo XVI,
parecía a la mentalidad del siglo XVII el producto de una superstición que
veía en la ciencia un enemigo de la fe, y por lo tanto, una fuente de pecado y
de error. Lessing, opuesto a tal superstición, proclama que la razón es la esen-
cia del ser humano y ve en ella un medio para debilitar el dominio sobre el
mal, un camino hacia el bien y el progreso. Sobre esta base, crea el tipo de su
Fausto, en un drama que no llegó a terminar, pero cuya orientación se nos
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obras y apuntes
Goethe y Fausto
Goethe se siente atraído por el tema de Fausto desde su primera juven-
tud. Seguramente conocía la leyenda por el Volsbuch y había tenido ocasión de
presenciar alguna de sus dramatizaciones en Leipzig, en Frankfort o en
Estrasburgo, ciudades donde residió y en las que sabemos que se ofrecieron
representaciones de la leyenda entre los años de 1768 y 1770. En Frankfort, su
ciudad natal, se había familiarizado Goethe con Paracelso, célebre profesor y
“mago” del siglo XV, y con los alquimistas, místicos y teólogos del siglo XVI
al XVIII, hasta Swedenborg. En la mente de Goethe, la figura de Fausto fue
cobrando los rasgos de una personalidad poderosa y original y concibió la
idea de encarnar en él la visión del hombre superior que se gestaba en el
pensamiento de su generación. Su punto de vista es diferente y en algunos
aspectos opuesto al de Lessing; ya que el pensamiento de la joven generación.
Su punto de vista es diferente y en algunos aspectos opuesto al de Lessing; ya
que el pensamiento de la joven generación se rebelaba contra las limitaciones
del racionalismo.
Los Strümer oponían al culto exclusivo de la razón, el del hombre inte-
gral, que para ellos tenía su encarnación más excelsa en el “genio” y que ten-
dría no sólo capacidad de razonar, sino instintos poderosos, sensibilidad
exaltada, grandes pasiones. Crearon al mismo tiempo un nuevo concepto de
la religiosidad, oponiendo al deísmo racionalista un pateísmo místico que ado-
raba a Dios en la naturaleza y a la naturaleza como Dios.
Goethe concibe a su Fausto originariamente como un hombre superior
que, hastiado de la ciencia árida y muerta de los viejos libros, aspira al conoci-
miento vivo, intuitivo de la naturaleza, y que siente el ansia de disfrutar de
todos los goces y de conocer también los sufrimientos de la vida. Para esca-
par a la rutina de una existencia estrecha y opaca, hace pacto con el diablo, que
lo guiará hacia la experiencia de cuanto puede ofrecer el mundo. En lugar de
condenar al gran insatisfecho, como lo exalta, como hombre profundo que
aspira a conocer la verdad, y de valor tanto a la ciencia y el conocimiento
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Camila Henríquez Ureña
racional como a la vida con sus fuerzas irracionales, y aspira a desarrollar toas
las potencias humanas en su propia personalidad.
El clasicismo de Weimar
Después que Goethe fija su residencia en Weimar en 1775, abandona el
desarrollo de su drama Fausto durante más de diez años. Lo hace en parte por
falta de tiempo; pero además porque en él se verifica un cambio: se va alejan-
1
La señorita Luisa von Göchhausen, entonces dama de la corte de la duquesa Amalia Weimar. Esta
copia, la única que se conserva del Fausto primitivo, se publicó por primera vez en Weimar, 1887.
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obras y apuntes
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Camila Henríquez Ureña
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obras y apuntes
teatro de Weimar. Schiller era, de los dos, el mejor dramturgo: tenía una visión
del mundo esencialmente dramática y hay en su teatro fuerza de crítica social.
Clavijo y Stella
Después de su primer drama Goetz von Berlinchingen, Goethe había
presentado en el teatro dos obras en las que los respectivos héroes se
debaten entre el amor y el impulso a huir de él. Son Clavijo –en alemán
aparece escrito Calvigo– (1774) y Stella (1776). Están escritas con ma-
yor sobriedad que el Goetz y con mayor dominio del arte escénico;
Stella, especialmente, despliega gran vigor dramático. Los temas son
en parte autobiográficos, reflejo de las complicaciones amorosas en la
vida del joven Goethe; las heroínas evocan a algunas de las mujeres
amadas por él. Sin embargo, el personaje de Clavijo está tomado, con-
servando su propio nombre, de la realidad. Era el joven aventurero
canario Clavijo y Fajardo, y el tema, su conflicto con Beaumarchais (el
célebre autor de la comedia Las bodas del Fígaro), debido a que Clavijo,
después de haber prometido casamiento a María, la hermana de
Beaumarchais, la abandonó arrastrado por ambiciones más audaces,
lo que obligó al hermano ofendido a venir de París a Madrid a pedirle
cuentas. El conflicto no pasó de ahí y al parecer quedó sin solución;
pero Goethe en su drama le da el desenlace más trágico: María muere
víctima de su amor y desengaño, y Beaumarchais da muerte a Clavijo.
Los protagonistas del verdadero hecho histórico vivían aún, y
Beaumarchais presenció en Augsburgo en 1774 una representación de
la obra de Goethe, que le pareció vacua, si bien sobrecargada de deta-
lles macabros. El propio Clavijo también vio representada la obra y se
expresó en términos de desaprobación. Es interesante notar que el
argumento de la obra fue sacado por Goethe de unas Memorias que
había publicado Beaumarchais; pero entre realidad y ficción, había
puesto su imaginación creadora.
Característica de los héroes de Goethe en aquel período preweimariano
es el verse derrotados en su empeño de vencer una inacabada lucha con un
anhelo infinito de abarcar todo el contenido de la existencia: éste es el caso de
Calvito, de Fernando, el héroe de Stella, y es, no lo olvidemos, el problema
central de Fausto, cuya versión primitiva pertenece a esta misma época de la
vida de Goethe.
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Camila Henríquez Ureña
Ifigenia en Táuride
En Weimar, antes de su viaje a Italia, hemos visto que la orientación del
poeta cambia. Claridad y equilibrio, serenidad espiritual, cualidades que en
él se desarrollan bajo la influencia de Carlota von Stein, van a integrar la
sustancia de su nuevo drama “clásico”. A esta orientación contribuye, des-
de el punto de vista estético, el desarrollo de su capacidad de apreciación
del arte griego, a cuyo estudio se dedicó con asiduidad. En tal ambiente
espiritual se forja y madura su concepción de Ifigenia. La primera versión,
escrita en 1779, está en prosa, pero en prosa que, apartándose del lenguaje
conversacional como lo había empleado en Goetz, por ejemplo, se acerca
a la expresión poética, aunque sin desbordamiento emocional. Poco des-
pués intentó Goethe poner la obra en verso blanco o libre; pero no que-
dó satisfecho y abandonó por el momento la tarea. En 1786 sus primeras
experiencias en Italia le infundieron nuevo aliento. En Bolonia pudo ver el
cuadro de santa Águeda pintado por Rafael y admiró la “sana y reposada
virginidad” de la figura femenina, igualmente distante de la sensualidad y
de la frialdad inexpresiva. Concibió este ideal para su Ifigenia. En él, como
en la plástica griega, encontró pureza y claridad: la belleza externa como
expresión de interna belleza espiritual.
De la Ifigenia de Eurípides había tomado el asunto; pero el drama
alemán traspuso la antigua obra a un plano tan moderno que resultó una
creación nueva en el contenido y en la forma. En la tragedia griega, el
hombre aparece subordinado a poderes superiores: los dioses y el hado,
fuerzas que intervienen en cuanto desea y ejecuta. El hado desarrolla un
curso inexorable sin tener en cuenta al hombre. En el drama moderno la
acción se origina en el carácter del héroe, que parece identificarse con su
destino y apoyarse en su voluntad. Nada podía ser más ajeno al pensa-
miento de Goethe que el fatalismo absoluto de la tragedia griega, y en el
período de su vida que comprende su permanencia en Italia, su fe en los
destinos humanos y en la naturaleza amiga está en el punto más alto. La
pura humanidad dará remedio a los males que producen las debilidades
del hombre; las fuerzas del destino no pueden resistir al poder del espíritu
humano en toda su nobleza y firmeza.
Eurípides dramatizó la conocida leyenda del mito de Tántalo y su des-
cendencia infortunada, condenada a expiar una culpa ancestral. Orestes ha
dado muerte a su madre en retribución por el asesinato de su padre,
Agamenón, consumado por ella. Como precio del perdón de tal crimen,
Orestes debe ir a Táuride y sustraer de allí la imagen de Artemis (Diana), la
hermana de Apolo, que allí se encuentra como objeto de culto entre tribus
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obras y apuntes
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Camila Henríquez Ureña
Egmont
Por su concepción y su desarrollo, según muchos críticos, es el dra-
ma histórico Egmont la obra teatral más perfecta de Goethe. Como siem-
pre en este autor, no es el producto de un momento genial, sino obra de
paciente labor. Desde 1774 concibió Goethe la idea inicial de este dra-
ma; luego dejó que esa idea germinara; en diciembre de este año escribe
a su amigo Boie que se está preparando para “cuando entre el sol en
Aries”, es decir, cuando comience la primavera, presentar una nueva
producción. Se refiere al Egmont. Sin embargo, hasta 1776 no tenemos
noticia de que haya desarrollado las primeras escenas de la obra. En
1778 sabemos que estaba trabajando ya en el cuarto acto, y encontró
dificultades, a tal punto que pensó que “necesariamente tendría que re-
hacerlo”. Vuelve a trabajar a intervalos en la obra, planeando cuidadosa-
mente sus escenas, y a veces lo invade el desaliento. En 1782 expresa en
una carta al efecto que “si tuviera que escribir ahora esta obra, la escribi-
ría de otro modo, y aun quizás no la escribiera”. Pero ya la ha escrito en
gran parte y comprende que debe darle fin. No decide ocuparse “en
firme con el Egmont”. En ese año queda el drama definitivamente es-
tructurado en su forma actual, y a principios del siguiente año, 1788,
declara Goethe: “Ya está completamente terminado el Egmont.”
Por su carácter histórico, este drama exigió de Goethe una larga
preparación de estudio y documentación. Su fuente principal fue la obra
del jesuita Strada De bello belgico (1651), que le proporcionó, incluso, im-
portantes rasgos psicológicos de los principales personajes, sin que el
estorbara la manifiesta simpatía del jesuita hacia Felipe II y el duque de
Alba, actitud opuesta a la Goethe.
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obras y apuntes
Torcuato Tasso
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obras y apuntes
La hija bastarda
La Revolución Francesa no fue para Goethe una sorpresa; hacía
tiempo que se hacía dado cuenta de la inminencia de una catástrofe. En
junio 21 de 1781 había escrito a Lavater:
Créeme; nuestro mundo político y moral está minado, como
una gran ciudad recorrida por subterráneos, corredores, sóta-
nos y cloacas, en la que prácticamente nadie piensa en lo que
ellos significa ni el peligro que corren sus habitantes. Sólo el
2
Kart Viëtor: Goethe, the Poet. Harvard University Press, New Cork, 1949.
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obras y apuntes
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El despertar de Epiménides
Esta actitud de Goethe de mantenerse al margen de los aconteci-
mientos políticos, fue causa de un incidente en el cual el poeta asumió
un papel deslucido a los ojos de sus propios contemporáneos, a despe-
cho del respeto y la admiración con que en general se el miraba.
Durante las guerras napoleónicas, que asolaron a Alemania y por lo
menos amenazaron su apacible retiro de Weimar, Goethe se mantuvo
apartado y no se oyó su voz entre las de los poetas que cantaron en defen-
sa de la patria.
“En tanto no lejos de su sacro retiro tronaba el cañón (escribe Cansinos
Sáenz),3 Goethe, como un sabio antiguo, seguía su pacífica tarea: evadirse
mentalmente de su Europa ensangrentada y convulsa, e iba a buscar un
refugio en el tranquilo Oriente.” Es el momento en que traba conocimien-
to con los antiguos poetas persas Saadi y Hafiz y empieza a componer los
admirables poemas de Diván de Occidente y Oriente. En los episodios bélicos
veía sólo la amenaza al orden ideal del universo y juzgaba su deber, por
encima de todo, mantener los valores de la cultura amenazada.
En 1814, cuando Federico Guillermo III regresó victorioso, des-
pués de la primera toma de París por los ejércitos confederados, el di-
rector teatral Iffland escribió a Goethe pidiéndole que escribiera un “paso
festivo” con motivo de esa victoria, para ser representado en el Teatro
Nacional de Berlín. Goethe en el primer momento tuvo el buen acierto
de declinar cortésmente la invitación, consciente sin duda de que no le
correspondía el papel de cantor de la victoria a quien se había manteni-
do apartado de la lucha. Pero después se acordó de Epiménides. Este
personaje fue un filósofo cretense del siglo VI antes de nuestra era de
quien refiere la leyenda que en su juventud y durante cincuenta y seis
3
R. Cansinos Sáenz: Prólogo a las Obras completas de Goethe. T. III, Aguilar, Madrid, 1958, p. 83. (N.
del A.)
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obras y apuntes
años lo tuvieron los dioses dormido en una caverna, con un sueño ma-
ravilloso, del cual despertó al fin poseído del don de videncia profética.
Húyete pensó que su retiro durante los calamitosos tiempos prece-
dentes podría equipararse al sueño de Epiménides, y que también él
podía despertar ahora de ese sueño como profeta de un futuro mejor.
Escribió a Iffland aceptando la proposición, y en breve tiempo, trabajan-
do intensamente, pudo remitir a Berlín la mayor parte de la obra que
tituló El despertar de Epiménides. Pronto pudo completar el manuscrito. Pero
surgieron dificultades inesperadas y la obra no pudo estrenarse hasta mar-
zo de 1815, casi un año después de empezadas las negociaciones.
La obra tiene un contenido histórico y un sentido alegórico. El poeta,
sumido, por gracia especial de los dioses, en un sueño profundo al em-
pezar la guerra, se despierta luego para revelar el sentido de aquel ven-
daval y fortificar a los hombres con augurios de futuro bienestar. El
poeta daba al desastre de la guerra una interpretación optimista retros-
pectiva. Lo que había ocurrido era condición previa para el porvenir:
había servido para despertar la conciencia nacional de los pueblos ger-
mánicos y, desaparecida la tiranía representada por el invasor extranje-
ro, una nueva era de paz se iniciaba para el mundo europeo.
La optimista profecía se produjo en momentos adversos. Primero
se retrasó por las dificultades imprevistas que hemos mencionado, y lue-
go el regreso de Napoleón de la isla de Elba pareció desvirtuar la pro-
fecía. El público de Berlín la acogió con burlona ironía y escepticismo,
mientras la corte prusiana acogía también con ironía y con reproche la
actitud del poeta, que fingía despertar cuando se había desvanecido el
peligro. “Oh Epiménides! (nos cuenta la crónica que decían en Berlín los
guasones) ¿Qué me dice usted de Epiménides?” 4
La obra, empero, si se la separa de las circunstancias de su momen-
to, es un bello poema para la lectura en su verdadero ambiente, que es lo
inactual.
Pandora
Desde su juventud Goethe se había sentido atraído por la figura de
Prometeo, en quien había visto la encarnación mítica del hombre en su
carácter de creador, titánico y rebelde. En 1795 había pensado en escri-
bir un Prometeo libertado, a la manera de una tragedia griega. Conserva-
mos un fragmento de una obra anterior (1773) titulada Prometeo, que se
4
Ibid., p. 833 (N. del A.)
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obras y apuntes
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obras y apuntes
a expresar lo que sabe que sucederá. De parte del Diablo sí hay apuesta; se
cree capaz de desviar y torcer el espíritu del hombre y vencer a Dios en
ese terreno. Dios otorga el permiso, porque las tentaciones diabólicas son
estímulos para que el hombre aprenda a vencerse. Mefistófeles no tiene
duda de su propio triunfo: Fausto “morderá el polvo, y con placer”.
El problema planteado en este prólogo sería concreto y limitado si
se redujera a la posibilidad de posesión, por Dios o por el Diablo, de un
alma individual; pero la lectura de la obra no nos deja duda de que Fausto
no es sólo un individuo, sino el representante de la humanidad: el destino
que está en juego es el del género humano. Se discute si la humanidad se
elevará definitivamente hacia el bien, o si sucumbirá bajo el peso del mal y
del pesimismo. El crítico francés Henri Lichtanberger cree que la inten-
ción de Goethe ha sido hacer de su Fausto “un drama cósmico”, cuyo
tema central es el problema del valor universal de la vida.
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Verweile Doch! Du bist so schon!. Fausto. Primera Parte. Verso 1700. (N. del A.)
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obras y apuntes
sin que esto dé el triunfo al Tentador, porque son goces que Fausto es
capaz de experimentar libremente; el Tentador no se los proporciona.
Goethe no concibe la vida eterna en la forma en que lo hace el
cristianismo tradicional; Dios y el Diablo no son interpretados por él
como entidades trascendentes exteriores al hombre; el espíritu humano
los encuentra dentro de sí mismo; dentro del hombre estarán infierno y
paraíso. El dualismo medieval se traslada, por el autor moderno, al inte-
rior del hombre, donde Goethe nos descubre dos niveles del alma: uno
inferior, que impulso a los goces sensuales; otro superior, que impele ha-
cia lo infinito y lo divino. La controversia entre Fausto y Mefistófeles pue-
de interpretarse como un diálogo entre los dos niveles del alma de Fausto.
El personaje de Mefistófeles es muy complejo. Por una parte, es el
Diablo popular capaz de asumir formas varias, desde el perro callejero
hasta el hidalgo español y aun, en la Segunda Parte, extrañas figuras
mitológicas, y capaz también de realizar los usuales actos de magia, como
el viaje a través de los aires sobre la capa maravillosa. Es, profundizan-
do, el Espíritu del Mal, que dondequiera lo ve y lo provoca, el Espíritu
del Mal como principio opuesto al Bien que Goethe extrae no sólo de la
cristiana, sino de todas las cosmologías. Y es, como hemos dicho, la
segunda alma de Fausto, del hombre en general; el yo inferior (podríamos
decir, el id de Freíd), egoísta, sensual y cruel, que se opone y se burla ante
los altos designios del yo superior. De estos diversos elementos, el genio
del poeta crea un personaje de poderosa individualidad, aunque sin supri-
mir del todo las contradicciones inherentes a su estructura.
Goethe caracteriza su obra sobre Fausto como “una tragedia”; tal
como Dante caracterizó la suya como “comedia”. Considera Goethe su
obra como dramática, y la desarrolla en forma dialogada; pero la Primera
Parte no está dividida en actos, sino en escenas, y éstas no están numera-
das, sino designadas generalmente por el nombre del lugar en que se desa-
rrollan. Las principales escenas que conforman la Primera Parte, a partir
de la escena del pacto hasta la escena en la cocina de la bruja, son escenas
en que Mefistófeles actúa como personaje principal. Luego, a partir de
escena del primer encuentro de Fausto y Margarita, en la calle, se desa-
rrolla todo el episodio de los amores entre ambos, hasta el abandono y
el trágico final, con prisión e inminente ajusticiamiento de Margarita.
Ésta es la parte de la obra que presenta mayor unidad, a causa del hilo
argumental, aunque su composición sea “suelta”, en forma de escenas
salteadas. En el episodio de los amores no representa Mefistófeles el
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Henri Lichtenberger: Introducción al Fausto de Goethe. Primera Parte. Éditions Montaigne, Paris,
1932, pp. 47 a 49. (N. del A.)
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O wär ich geboren. Fausto Primera Parte. Verso 4596. (N. del A.)
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La noche de Walpurgis
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War muse geschehn, mag´s gleich geschehn!. Fausto. Primera Parte. Verso 3369.
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Löwen: Die Walpurgisnacht. Poema épico burlesco, 1756.
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Nicolai, escritor berlinés contemporáneo de Goethe, es objeto de repetidas alusiones en esta
escena y en el “Sueño de la noche de Walpurgis”. Lavater era también escritor y amigo personal
de Goethe. En el “Sueño de la noche de Walpurgis” aparece bajo la figura de una grulla, porque
según lo expresó Goethe a Eckermann, tenía mucho de esa ave ene l aspecto general y en el
andar. (N. del A.)
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su viva penetración de los temas que trata, los cuales por inteligencia
cobran vida nueva y fecunda. El comentario erudito, por útil que sea, no
resulta indispensable al lector inteligente y sensible para alcanzar la com-
prensión general de la acción y de su interés humano imperecedero.
En esto, empero, no están de acuerdo todos los críticos. La obra ha
sido y sigue siendo objeto de inacabables controversias. La mayor parte
de los críticos coinciden en destacar el carácter esencialmente simbólico
de esta Segunda Parte y muchos han lamentado que el drama se convier-
ta en ella en alegoría, con lo que, según algunos, pierde vitalidad. Sin
embargo, debemos recordar que también la Primera Parte es simbólica,
que Goethe la concibió como “la tragedia del hombre” y como “dra-
ma cósmico”. Lo que puede afirmarse es que, a pesar de su carácter
simbólico, el Primer Fausto se desarrolla en gran parte en un plano próxi-
mo a la realidad cotidiana, que sus personajes se nos presentan como
seres reales, a la vez tipos e individualidades, que experimentan alegrías y
dolores y viven aventuras de la humanidad común.
La Segunda Parte se desarrolla en una esfera de más difícil acceso.
Goethe explicó a Eckermann (17 de febrero de 1831):
La Primera Parte es casi totalmente subjetiva. Es la obra de un
individuo penetrado de ciertas ideas, agitado por ciertas pa-
siones, y el claroscuro que reina en ella puede ser atractivo
para el común de los hombres. En la Segunda Parte no hay ya
casi nada subjetivo; allí aparece un mundo más elevado, más
amplio, más luminoso, más libre de pasiones, y el hombre que
no posea ciertas experiencias, cierto desarrollo, no sabrá como
desenvolverse en él.
El Segundo Fausto se desarrolla casi enteramente fuera del plano de
la realidad corriente, en un mundo libre de las condiciones habituales del
tiempo y del espacio. Como lo explicó Goethe a Riemer en 1831, “ lo
específico sede lugar a lo genérico”. Los personajes no son seres de la
realidad común individual: son tipos designados por un nombre genéri-
co (el Emperador), o por un nombre simbólico (Filemón y Baucis), o
son criaturas imaginarias (Homúnculo), o figuras alegóricas (la Zozo-
bra), o figuras de la mitología pagana o de la cristiana. Por esta razón es
difícil llegar a familiarizarse con el mundo fantástico del Segundo Fausto y
discernir su sentido humano.
Se considera también, por muchos exegetas, que el Segundo Fausto
es profundamente filosófico y metafísico, y muchos se han aplicado te-
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George Santayana: Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe. Traducción del inglés por José Ferrater
Mora. Ed. Losada, Buenos Aires, 1943. (N. del A.)
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Fausto. Segunda Parte. Acto I, escena 5. (N. del A.)
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misteriosas están las formas de todos los seres y las cosas que han exis-
tido, existen o existirán. Algunos han interpretado éste como el mundo
de las ideas platónicas, el reino de los arquetipos. Pero otros han dado
una explicación más plausible: es el reino de las mónadas, idea que co-
rresponde a la filosofía de la naturaleza que profesa Goethe. Esta doc-
trina filosófica sostiene
la existencia de tipos individuales, las mónadas o entelequias,
que constituyen cada una un ser esencial de un individuo. Son
principios eternos, ideas permanentes que encarnan, en la rea-
lidad, en una serie de individuos, que vienen a ser, así, manifes-
taciones sucesivas de un mismo principio original. Entre estas
mónadas, las hay inferiores, que están sometidas a la ley de la
evolución, y superiores, combinaciones altamente personales,
que subsisten intactas. Tal es el caso de la mónada Helena, idea
pura que subsiste eterna, en la región de las Madres. 13
Para Fausto era posible ir a buscarla allí, valiéndose de la imagina-
ción poética, que es capaz, en su intensidad, de aproximarse a la idea
original, tal como brota de la fuerza creadora de las Madres. Esta es la
“magia” que ejercita Fausto. Puede evocar a Helena y a Paris como imá-
genes, por su poder de creación poética, después de descender al reino
de las Madres en busca de la inspiración, que Goethe simboliza por el
trípode con que trabaja Fausto para hacer la evocación.
Pero he aquí que, cuando ve aparecer la imagen que su inspiración
ha creado, el poeta Fausto siente despertarse en él el amor. Quiere po-
seer la belleza suprema, no como idea, sino como criatura viviente. Esta
explicación, bien que un tanto simplista, parece al menos aproximarse a
la concepción de Goethe.
Después de su desmayo provocado por la aparición de Helena y la
explosión producida por su arrebato, Fausto es transportado por
Mefistófeles a su antiguo laboratorio, en que tuvo lugar la escena inicial
del Primer Fausto. Wagner, su antiguo discípulo, ha mantenido intacto el
lugar de estudio de Fausto: hasta su vieja toga está aún colgando en la
percha; sólo hay un poco de polvo en todo y las polillas vuelan en en-
jambre cuando Mefistófeles sacude la toga que revistiera una vez en los
primeros días de su trato con Fausto.
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Frederking: Euforión. T. 18, 1811, pp. 122 y ss. (N. del A.)
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Henri Lichtenberger: Goethe: Faust, Deuxiène Partie. Introducción. Editions Montaigne, Paris, 1933.
(N. del A.)
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El retorno de Helena
Pisando de nuevo el suelo de Grecia, Helena cree regresar a Esparta,
después de la caída de Troya, acompañada por un coro de troyanas cauti-
vas. Llega a la antigua morada de su madre Tíndaro; pero su alma está
acosada por el temor. ¿Entra al palacio como reina y señora, o acaso como
víctima propiciatoria? Menelao, que la ha traído, se mantiene en actitud mis-
teriosa y apenas le ha dirigido la palabra. Al tratar de entrar en el palacio, una
figura terrorífica le cierra el paso: es la Forkia, en la que se oculta Mefistófeles.
Le revela que el designio de Menelao es sacrificarla con todas sus compañe-
ras y que la única salvación para ellas es aceptar la hospitalidad y la protec-
ción de un bárbaro que “emergiendo de la noche cimeriana” se ha instalado
en una gran fortaleza, hacia el norte de Esparta, a orillas del Eurotas. Helena
desconfía de los bárbaros y siente horror de la Forkia; pero aún más teme la
muerte ignominiosa. Se resigna, pues, a seguir el consejo del monstruo.
Mefistófeles es, así, instrumento de la unión de Helena con Fausto. Entre
una nube espesa, conduce a la hermosa griega y sus acompañantes al castillo
donde mora Fausto. La escena que sigue describe el maravilloso encuentro
de Fausto, el mundo germánico, con Helena, el mundo de la antigüedad
griega; es decir, del romanticismo con el clasicismo. La escena se desa-
rrolla en un castillo gótico, de fantástico esplendor; entra el caballero
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F. Baldensperger: Bibliographie Critique de Goethe en France. París, 1907. (N. del A.)
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Fausto. Primera Parte. Escena “En el gabinete de trabajo de Fausto” (“Im Anfang war die tat”), verso
1237. (N. del A.)
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Esta escena está inspirada en obras de poetas latines, en particular en el libro VI de La Eneida,
donde Eneas, en su descenso al Averno, puede ver a los Cuidados o Pesares (Curae), seres
espectrales que intervienen en la vida de los hombres, para hacerlos víctimas del temor y e
desconcierto. Son males precursores de la muerte. Los nombres que da Goethe a estos cuatro
fantasmas son, en alemán: der Mangel, die Schuld, die Not, y die Sorge, nombres que, en las diversas
versiones de Fausto, aparecen traducidos de varias maneras. (N. del A.)
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Como a los adivinos de la Antig[uedad, la ceguera física le permite a Fausto una visión interior
más clara y reveladora. (N. del A.)
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Muerte de Fausto
Fausto ha ganado una suprema batalla; no ha sucumbido ni al peso
del remordimiento por el error cometido, ni al sufrimiento de la limita-
ción física en que lo sume la ceguera ni al temor de la muerte, que sabe
próxima. Sigue queriendo y actuando, en su yo íntimo, con la misma
pasión que en su juventud. Morirá como en guerra, en plena acción.
Sus aspiraciones, de acuerdo con la transformación interior que él
ha experimentado, se han purificado; se han despojado del egoísmo, del
ansia de dominación que antes lo poseía. No es para sí mismo que quie-
re actuar; es para los hombres que trabajen y realicen su vasta concep-
ción. No aspira a someter y dominar a esos hombres, vislumbra ahora
una libre cooperación de hombres libres que vivirán, en la nueva tierra
liberada del mar, una vida deliberadamente escogida por ellos; una vida
que no será de reposo y holganza, sino de constante, fructífera labor;
una vida peligrosa, en lucha de cada día contra los elementos. Ni siquiera
anhela ya Fausto la gloria: le basta saber que la huella de su paso por la
tierra subsistirá ilimitadamente en la obra común de una colectividad
libremente organizada:
Sí: a este pensamiento me doy por entero; es la última lección
de sabiduría: sólo merece la libertad y la vida quien cada día
debe conquistarlos. Así, entre peligros, la infancia, la madurez,
la vejez desarrollarán su ciclo fecundo. Quisiera ver ese hor-
miguero humano; tenerme en pie sobre una tierra libre entre
un pueblo libre. Al instante que pasa podría decirle entonces:
“¡Detente, eres tan hermoso!” (Fausto. Segunda Parte. Versos
11 573 a 11 582.)
Al pronunciar estas palabras, que él mismo había puesto como lí-
mite a su vida, la muerte arrebata a Fausto, en el instante en que, llegado
a la más alta sabiduría, descubre que la felicidad humana reside en el
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La salvación de Fausto
El hombre debe creer en la inmortalidad [declaraba Goethe a
Eckermann (4 de febrero de 1829)]; tiene derecho a la inmor-
talidad de acuerdo con su naturaleza. En mí, la convicción de
nuestra capacidad para sobrevivir brota del concepto de la
actividad. Si actúo incansablemente hasta el final, la naturaleza
se verá obligada a asignarme una nueva forma de existencia,
cuando la presente no pueda ya llebar las necesidades de mi
espíritu.
En otro lugar, habla de que podría “concebir la beatitud eterna si
no ofreciera uevas tareas que cumplir y dificultades que vencer”.
Fauste, pues, no podría entrar en un paraíso de beatitud inmóvil.
Su vida a sido de difícil, pero constante progreso, que lo ha llevado a
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Gundolf: Goethe. (N. del A.)
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Las obras dramáticas de Goethe son, ante todo, teatro para ser
leído; bellos poemas, creaciones de un poeta de incomparable calidad
lírica y profundo sentido. El propio Schiller definía las creaciones teatra-
les de Goethe como “una forma de poesía épica”, lo que indica que
reconoce en ellas ciertas ausencia de calidad dramática, y también que su
concepto de lo épico era diferente del de Goethe.
El autor teatral queda en Goethe por debajo del poeta. Él mismo
puso, quizás, el dedo en la llaga cuando dijo: “No he nacido para autor
trágico: soy demasiado conciliador.”20
Marzo 31 de 1972
Johann W. Goethe. Fausto (Primera Parte). col. Clásicos. Instituto Cubano del Libro, La
Habana, 1973, pp. 7-97.
20
Carta a Zelter, escrita en 1832, poco antes de morir. (N. del A.)
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EL TEATRO DEL ROMANTICISMO
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reglas rígidas, sino sólo como orientaciones que era aconsejable seguir
cuando fuera factible. Al rechazar estas restricciones, Lessing proponía
dar al teatro de su época mayor flexibilidad y libertad. Tampoco aceptaba
la regla que limitaba la tragedia a presentar como personajes principales
sólo a príncipes y héroes y a tomar por asunto sólo graves acontecimien-
tos de índole estatal, al paso que los personajes de clase inferior y los
incidentes sencillos sólo podían servir de motivo a la comedia. En esta
obra tanto como en sus Cartas sobre la literatura alemana contemporánea
(1759), señalaba Lessing las limitaciones de Corneille, Racine, Boileau y
Voltaire, y aún las más de sus vulgares imitadores alemanes, demostrando
que la tragedia clásica francesa había degenerado en una serie de continua-
dos monólogos y juegos verbales en torno a motivos de análisis psicoló-
gico, dejando completamente de lado la acción dramática. En cuanto a la
acción dramática, Lessing exaltaba por encima de todos los dramaturgos
de La Edad Moderna, a Shakespeare, cuyo genio sin duda desconoció las
reglas neoclásicas, pero supo crear los más poderosos
conflictos dramáticos. Lessing recomendaba a los jóvenes dramaturgos
alemanes que trataran de combinar el arte de crear grandes conflictos y
poderosas personalidades que se manifestaba en el teatro shakesperiano,
con el equilibrio formal, la mesura y la lucidez que podían aprender en el
de Sófocles: así lograrían crear el drama perfecto.
El propio Lessing escribió obras dramáticas en las que trató, con
mayor o menor éxito, de poner en práctica sus teorías, y pudo aprovechar
para ello su experiencia como Director del Teatro Nacional de Hamburgo.
Se le debe la creación del drama burgués alemán, con obras como Miss
Sarah Sampson (1755) y Emilia Galotti (1772). En esta última tragedia,
que se considera una obra maestra desde el punto de vista de la técnica de
la época, consigue combinar un estilo depuradamente clásico con caracte-
res que ya anuncian el drama romántico de la primera época (Sturm und
Drang) por la violenta protesta social contra la nobleza corrompida y por
su trama sombría de engaño y de muerte.
La obra dramática más perfecta de Lessing es, empero, Natán el Sabio
(1799), bello poema dramático inspirado en el cuento de los tres anillos,
que toma del Decamerón de Boccaccio y que convierte en una generosa
defensa de la tolerancia religiosa. Es sin duda el mejor drama de motivo
religioso producido por la ilustración en Alemania. La obra se libera de
los cánones del clasicismo francés y corno forma emplea por primera vez
en alemán el verso blanco o libre favorito de Shakespeare, que a partir de
este momento se convierte también en vehículo favorito del teatro poéti-
co en Alemania.
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de Hamburgo, dirigida por Lessing, secundado por el, notable actor Ekhof.
Esta escuela impuso en la escena alemana el estilo romántico burgués. Su
mayor florecimiento lo alcanzó con el gran actor Schroeder, y su línea fue
continuada en el Teatro Nacional de Berlín, por otro gran actor y director,
Federico Fleck, discípulo de Schroeder. Otra escuela fue la de Weimar,
dirigida por Goethe. En ella se afirmaron también los principios del
realismo escénico, pero con mayores exigencias que la escueta de Hamburgo
en cuanto al rigor formal y al arte de la declamación. El tercer centro fue
la escuela de Mannheim, dirigida por Iffland. Iffland fue el primero en
representar en Alemania las obras de Schiller, y, siendo un gran actor, fue
el más notable intérprete de Franz Moor en Los bandidos. Además, Iffland
luchó tenazmente por afirmar la boga de Shakespeare en la escena alema-
na. Cuando pasó a dirigir el Teatro Nacional de Berlín, en 1790 (cargo que
ocupó hasta su muerte), ofreció allí una serie memorable de representa-
ciones de La doncella de Orleans de Schiller. Es un hecho indiscutible que
la tendencia predominante en la escena alemana iba hacia el realismo y
que se desarrolla al margen del movimiento romántico —no importa cuá-
les fueran las otras que se representaran, incluso las de Shakespeare— y
perdura hasta la entrada del siglo XX. Una de las innovaciones de impor-
tancia que produjo fue la atención a la exactitud histórica en la indumenta-
ria y el mueblaje y otros detalles escénicos.
El apogeo del Romanticismo representa ciertos cambios de actitud
espiritual. Si el prerromanticismo había afirmado la reble— rebeldía y la
protesta de intención renovadora, los románticos del período del apo-
geo, invadidos por el descontento y la faIta de fe, se desvían de toda
lucha activa. El nuevo héroe romántico es el poeta que crea en su mente la
auténtica realidad. Esta teoría se basaba en la filosofía de Fichte, que
colocaba en el centro del mundo al yo humano, que así se convertía en
base de toda realidad. Todo es creación de la mente humana. “Alles ist ein
Märchen”:”todo es un cuento fantástico” decía Novalis.
Frente a los grandes personajes rebeldes del prerromanticismo, sur-
gen ahora, en las obras de los románticos, los personajes pasivos, que
huyen de la lucha, que escapan de la realidad ambiente hacia un mundo de
creación poética personal. Como dice Ignatov, “en el primer caso se trata-
ba del individualismo de la afirmación social; en el segundo del individua-
lismo dentro de la impotencia social y política de la burguesía alemana”.
En el desarrollo del Romanticismo alemán en su período de pleni-
tud hay dos etapas. La primera estuvo representada por el círculo de Jena,
del que formaron parte los hermanos Schlegel Tieck y Novalis. En esta
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tarse de ello, debe sentir la impresión de ese cuadro en medio del cual se
realiza la acción.
La fantasía del espectador debe trabajar necesariamente, pues de
otra manera es imposible la ilusión. Aún cuando los decorados hubieran
sido logrados con absoluta fidelidad realista, sólo la imaginación puede
hacer que el espectador vea en un castillo pintado, uno auténtico. Los
decorados sólo han de ayudar al espectador a crearse él mismo una ilu-
sión”.
Hoffmann era pintor y prestaba gran atención a la armonía de los
colores y la combinación de los matices en la escena. “Para cada conjunto
—decía— han de ser eficaces las reglas de un cuadro bien compuesto, de
donde se deduce que en la indumentaria y a elección de los colores se ha
de tener en cuenta en qué manera la acción agrupa a los personajes”. No
menos sutiles y acertadas son sus observaciones sobre otros puntos de
controversia, como la relación entre el personaje y el intérprete, el ritmo
de la declamación, etc.
Por muchas de sus cualidades de director teatral, no apreciadas en su
época, así como por su actitud de vigorosa protesta contra la sociedad
que lo rodeaba, Hoffmann es estimado hoy como un precursor del realis-
mo.
Alemania, en su carácter de teorizante de la doctrina romántica, va a
ejercer influencia en el desarrollo del Romanticismo en Francia que será el
tema de nuestra próxima lección.
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EL TEATRO EN EL PERÍODO REALISTA.
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Peer Gynt es una sátira caricaturesca del carácter noruego: representa “la
mentira romántica nacional”.
Peer es fanfarrón y lleno de una fantasía desbordante, pero en realidad
es incapaz de acción. Su lema no es ya Sé tú mismo, sino Bástate a ti mismo;
pero su fracaso es total. La obra se desarrolla por medio de símbolos místi-
cos: muchas figuras en ella, como los trolls y su rey, el Encorvado, el Pasajero,
El Fundidor de botones, son símbolos de las fuerzas que rigen la vida del
hombre. Peer Gynt es la concepción más original y genial en toda la obra de
Ibsen. Dado su carácter poético y simbólico, está escrito en verso (Ibsen era
un poeta notable) y las Canciones de Solvej son famosas en el mundo, con la
música sensitiva de Grieg, el cual creó dos suites basadas en Peer Gynt.
Hasta este momento, la obra de Ibsen podía caber en el romanticismo;
no se aparta esencialmente de él, como lo demuestra el bello final de Peer
Gynt: su salvación por el amor de Solvej.
Con la publicación del drama Emperador y Galileo (1873) se abre una
nueva etapa en su vida literaria.
La obra tiene un tema histórico: la rebelión de Juliano el Apóstata
contra el Cristianismo, y su derrota en esa lucha, provocada en parte porque
sus propias persecuciones dan vida a la nueva creencia. Ibsen enfrenta las
opiniones contrarias de varios personajes y propone, en la persona del mís-
tico Máximo, una nueva concepción de la vida: el “Tercer reino”, en el que
se unirán la ley y la libertad, y el árbol de la ciencia y el de la cruz, crecerán a
la par. Es un pensamiento que se hallará implícito en varias de sus obras
posteriores.
En 1869 había probado Ibsen el drama de tema de actualidad social,
en la comedia La Liga de la Juventud, que escribe bajo la influencia de
Scribe. En ese año escribió también un poema (“A mi amigo el orador
revolucionario”) en el que declaró la guerra a la sociedad tal como estaba
establecida, la que calificó luego de “barco que lleva como carga un cadá-
ver”, y en 1870 invitó a Brandes a colaborar en la tarea de instalar “la
rebelión en el alma humana”.
En 1877 presentó el drama Los puntales de la sociedad, y su fama
europea data de esa presentación. En la descripción del protagonista
Bernick y de su círculo ataca la hipocresía convencional y la falta de hon-
radez de la “buena sociedad”, de los hombres que tienen la reputación de
ser “los puntales de la sociedad”: y acaba afirmando que esos puntales
son en realidad la Verdad y la Libertad. La obra, aunque es interesante en
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destruye la vida de los hijos inocentes. Por otra parte, la obra ataca el falso
concepto de la moral que impone la sociedad, el que obligó a Elena Alving a
seguir viviendo con un marido depravado y que es la verdadera causa de la
catástrofe: esas son ideas y conceptos muertos, lúgubres espectros que persis-
ten en aparecer en la mentalidad del individuo y en la vida de la sociedad. Es
una profunda tragedia moderna, y en la lucha desesperada de la señora Alving
por salvar a su hijo y su terrible dilema final de decidir si debe quitarle la vida,
Ibsen alcanza la grandeza de las tragedias griegas.
La reacción en contra de la obra fue violenta. Ibsen sufrió hondamente.
Él deseaba librar a la sociedad de sus impurezas, y la sociedad arrojó sobre él
toda su escoria. Sólo Bjórnson lo defendió. Ibsen respondió a tan injustos
ataques, a tanta incomprensión, con su obra más personal, Un enemigo del
pueblo (1882).
La respuesta de Ibsen a los ataques provocados por Espectros fue una
nueva obra dramática: Un enemigo del pueblo (1882) en la cual el autor, en la
persona de Dr. Stockmann, ataca violentamente a la “compacta mayoría”
capaz de ser arrastrada a toda inferioridad moral por los falsos “puntales de
la sociedad” que la engañan; y él declara que “el hombre más fuerte es el que
está más solo”.
Su obra siguiente, El pato salvaje (1884) ajusta cuentas, por el contrario,
con aquellos que en nombre de un ideal abstracto no traen a la humanidad
más que sufrimiento y destrucción. En el personaje de Gregers Werle, que
quiere poner por encima de todo “los derechos del ideal”, Ibsen critica el
sueño de los idealistas realistas de reformar el mundo revelando sus miserias
básicas, sueño que el propio Ibsen había mantenido en sus anteriores “dramas
sociales”. En El pato salvaje, la humanidad en su tipo medio está representada
por Hjalmar Ekdal, charlatán e inepto, y el punto de vista de Ibsen, ahora
escéptico, lo formula otro personaje, el Dr. Kelling: “Robadle al hombre su
mentira vital y le robaréis al mismo tiempo toda su felicidad”.
Y con El pato salvaje, Ibsen, definitivamente abandona el drama de
problemas sociales y se adentra en el drama de la personalidad. En este desa-
rrollo sigue el desarrollo de Georg Brandes, inspirado por Nietzsche. Al mis-
mo tiempo, el realismo que había aparecido en sus obras de problema social,
aunque nunca había dejado de tener un fondo simbólico, que les da su carác-
ter distintivo, ahora va diluyéndose cada vez más, y el simbolismo va predo-
minando en la producción ibseniana.
Rosmersholm (1886) su obra siguiente, marca el nuevo derrotero. El
hombre de personalidad superior aparece encarnado en el noble Johames
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EL TEATRO REALISTA EN INGLATERRA.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, el teatro en Inglaterra que se
había ilustrado con dramaturgos como Sheridan, Goldsmith y Congreve,
cultivadores de la prosa dramática, decae de manera sensible. Los principales
autores de aquel período preferían cultivar la novela; son, de hecho, los crea-
dores de la moderna novela inglesa: Defoe, Richardson, Smollet, Sterne.
El teatro no experimentó un resurgimiento hasta que nuevos temas vi-
nieron a revivificarlo: Estos nuevos temas no fueron abstractos ni poéticos,
sino realistas, y se referían a cuestiones importantes de actualidad. Se señala el
drama de Tomás Robertson Casta (1876) como la obra que señala el inicio de
ese resurgimiento. No es una obra importante en sí misma, pero instala una
novedad: la del tema de los hechos sociales y económicos del momento, que
en la literatura inglesa se señala con el nombre de “costumbrismo burgués” y
que había de desarrollarse en las obras de Arthur W. Pinero,(1855-1934), Jones
(1851-1929) y Galsworthy (1867-1933). La importancia de este hecho es que
se trata de un movimiento originario de Inglaterra, no importado de otros
países. Se escribió también en esta época teatro poético como La reina María
de Tennyson y Stratford de Browning, dramas históricos en verso por dos
grandes poetas; pero en aquella edad realista de prosperidad burguesa, estas
obras se tuvieron por rarezas y fueron recibidas con indiferencia.
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ron: María Rosa (1920) una “ghost-story” con sugestiones simbólicas; Shall
we joing the Ladies (1921), ingeniosa historia de un crimen, y al fin, tras
largo silencio, The boy David (1936) obra desigual, pero que contiene
escenas conmovedoras y a veces extraordinarias. Cuando Barrie publicó
sus obras impresas las acompañó de comentarios y descripciones que las
hacen más comprensibles.
En comparación con Shaw, a Barrie parece faltarle fuerza; pero la
apariencia no siempre es la verdad. La delicadeza inventiva de las obras de
Barrie renovó el teatro dándole una gracia estructural que sobrepasó del
todo el realismo de tipo vulgar. Pero en medio de su aparente fantasía,
Barrie nunca “se escapó” de la realidad, sino que, como los fabulistas, dio
a través del velo ligero y caprichoso de la fama, una visión penetrante de
la vida, y su manera suave de destruir la ilusión es a veces más efectiva que
los feroces ataques de los realistas.
Trajo al teatro un mundo nuevo, creación suya, en el cual, como en
los cuentos de Andersen, la vida se presenta como puede aparecer a la
mente poética del niño, pero en el que se percibían, en relámpagos de
horror, la crueldad y el sufrimiento de la existencia humana.
En la literatura inglesa contemporánea muchas de las mejores pági-
nas se deben a escritores de raza cética: galeses, escoceses, irlandeses.
Entre esta producción se destaca la del movimiento contemporáneo
anglo-irlandés; es decir, las obras de autores irlandeses, sobre temas irlan-
deses, pero en lengua inglesa. Este movimiento, a partir del siglo XIX ha
sido muy rico y vario, y el grupo de sus poetas, entre los que se cuentan
Yeats (1865-1939) la más alta figura poética del Reino Unido en la prime-
ra mitad del siglo XX y A.E. (Georges William Russell) (1867-1935) es tan
sorprendente por el número como por la calidad. Otro tanto puede de-
cirse de sus dramaturgos, entre los que se destacan el propio Yeats, Lady
Gregory (Augusta Persse) (1859-1932), Lord Dunsany (1878-) y aquel cuya
obra vamos a reseñar aquí brevemente: John Millington Synge (1871-1909).
En el período en que estos autores vivieron, se llevó a cabo el renacimien-
to nacional irlandés, y se trató de buscarle expresión en un teatro nacional.
En correspondencia con ese renacer, apareció un nuevo genio dramático,
que fue Synge. Este había vivido entre irlandeses de las islas del oeste y
conocía su espíritu, su lengua y su vida. Empezó por escribir unas inter-
pretaciones de la vida rural en las islas de Aran, pero, bajo la influencia de
Yeats, se dedicó al teatro, y entonces presentó su obra en un acto The
Sadow of the Glen: La obra fue impugnada por los patriotas irlandeses
desde el punto de vista de la moral “doméstica”; pero reveló las grandes
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CHÉJOV
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Otros dos principios que Chéjov sentó para el cuento son su similitud
con el drama y la necesidad de objetividad de parte del autor. (Comentar)
Si los cuentos de Chéjov hacen de la suya la influencia más poderosa
sobre muchos cuentistas contemporáneos como K. Mansfield, Hemingway y
K. A. Porter, sus obras teatrales significaron un cambio radical en la dramaturgia
y fueron instrumentales en el tiempo del Teatro de Arte de Moscú
(Knipper), que encontró en la interpretación de esas obras un nuevo vehí-
culo.
Apenas hay “argumento” en sus obras, y los incidentes sobresalientes se
presentan como puntos culminantes de un desarrollo psicológico más bien
que del desarrollo del drama. Sus dramas se estructuran en torno a una rela-
ción entre personajes, la cual nos es conocida desde el principio, de modo que
la tensión y la sorpresa casi se eliminan (p.125 Russian Literature).Chéjov re-
emplazó la intriga con variaciones de tono y de estado de ánimo, líricamente,
para despertar la emoción en su público. El Teatro de Arte de Moscú hizo
resaltar esos rasgos por medio de elaborados escenarios que creaban el am-
biente de la obra, y el uso artístico de pausas, silencios, sonidos y ruidos, etc.
Para Chéjov, el objetivo realista se alcanzaba por sugestión poética; por
eso su tipo de obra dramática ha recibido el nombre de drama lírico.
Aunque situada en la corriente del realismo, la obra de Chéjov asumió
muchos recursos del simbolismo y de la narrativa poética y se desvió de las
rutas antiguas. Su influencia en la literatura rusa antes y después de la Revolu-
ción ha sido enorme, y aún no se ha agotado hoy, en la segunda mitad del
siglo XX.
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EUGENE O´ NEILL
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sus propias compañías teatrales, las cuales, además de dar frecuentes repre-
sentaciones en el teatro de la universidad recorren el país con su repertorio.
Recordamos cómo, durante los últimos años de la Gran Guerra, la compañía
de la Universidad de Minessota, dónde nos encontrábamos entonces, realiza-
ba tounées, ofreciendo representaciones de obras de Wilde, Shaw, Barrie y obras
americanas, como el entonces reciente éxito de Susan Glaspell y George Cram
Cook: Surpressed Desires (Deseos reprimidos: una sátira sobre la naciente moda del
psicoanálisis).
Los esposos Cram Cook acaban de fundar, en 1916, durante una tem-
porada de verano en la pequeña villa marítima de Massachussets que dio su
nombre al grupo, la compañía de Provincetown Players, bajo la modesta protec-
ción del municipio. En un viejo muelle abandonado levantaron el escenario, y
acometieron la gigantesca empresa de crear el teatro nacional que soñaban,
sin arredrarse ante la falta de recursos de todo género. La suerte les fue bas-
tante propicia para que pudieran poco después trasladarse a Nueva York, y
empezar a ofrecer representaciones allí, en un mal local del barrio del comer-
cio, ante un pequeño público de abonados que se identificaron con su propó-
sito.
Quiso el destino que allá en Provincetown –donde aún tiene su retiro favo-
rito– se uniera al nuevo grupo de artistas improvisados un joven soñador, que
después de vagar en vano largamente en el espacio y en el tiempo, en busca de
Eldorado, se encontró al fin a sí mismo en aquel olvidado rincón de
Massachussets. Tenía escritos ya algunos breves, extraños dramas que nadie
conocía. Se llamaba Eugene O´ Neill. Antes de crear sus dramas había hecho
de su propia vida una novela, prólogo animado de la obra escrita. La obra no
sería lo que es sin la vida que la engendró y sigue palpitando en ella. Nadie
podría haber escrito Anna Christie o Diferente sin haber experimentado antes la
violencia de la fiebre de mar, la angustia de la niebla y el misterioso hechizo de
las islas. “Homme libre, toujours tu chériras la mer…” Nadie hubiera podido crear
El emperador Jones o El hombre mono sin haber alcanzado por contacto íntimo la
comprensión profunda del alma primitiva.
Eugene O´ Neill nació en New York el 16 de octubre de 1888. Su padre
era un emigrado irlandés, que se hizo actor y empresario. Su madre, de origen
irlandés también, era pianista distinguida e influyó poderosamente en el desa-
rrollo de las inclinaciones artísticas del hijo. Los primeros años os pasó O´Neill
recorriendo los Estados Unidos con la compañía de su padre, que represen-
taba viejos melodramas románticos. Ya adolescente, pasó un año estudiando
en la Universidad de Princeton; pero la abandonó para unirse en 1909 una
expedición a Honduras en busca de oro. Regresó sin un centavo. Se erigió en
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obras y apuntes
director de una pequeña compañía teatral; pero la dejó para embarcar como
marino en un buque noruego, rumbo a la Argentina. En ese país pasó año y
medio, rodando de un empleo a otro; pero, escuchando de nuevo la llamada
del mar, sentó plaza de marino en un barco inglés, luego en otro, luego en uno
norteamericano... Más tarde lo volvemos a hallar en tierra, actor de la compa-
ñía de su padre. Pronto la abandona para hacerse periodista. Y los venticinco
años esa vida tumultuosa y sin tregua lo arroja a un sanatorio de Wallingford,
con los pulmones rotos. Durante meses de forzoso descanso, entonces, preci-
sa su vocación literaria y empieza a ensayarse en la literatura dramática. Com-
prendiendo su falta de preparación técnica, consagra tiempo al estudio serio,
siguiendo durante un año el curso que dictaba el profesor Baker en la Univer-
sidad de Harvard. Esto es en 1915. Al año siguiente se halla en Provincetown
justamente a tiempo par tomar parte en la empresa creadora que iniciaban los
Players, a los que se incorpora como actor y como autor. Desde ese momento
hasta el presente su carrera ha sido un triunfo ininterrumpido, que se consoli-
dó desde 1920 con el estreno de Más allá del horizonte –que le valió el premio
Pulitzer–, y de una de sus mayores creaciones, El emperador Jones, con el gran
actor negro Charles S, Gilpin en el papel del protagonista.
Las primeras producciones de O´Neill –dramas en un acto, reunidos
para su publicación bajo el título de La luna de las Caribes– son cuadros que
desarrollan el motivo marino, esencial en su obra. Desde esos primeros ensayos
se ponen de relieve su honda emoción poética y su inmanente romanticismo
céltico. El mar, símbolo proteiforme de la vida, presta a esos cuadros un
fondo palpitante. El motivo alcanza su desarrollo más completo en Anna Christie,
una de las obras capitales de O´Neill. Es drama de estructura naturalista y de
estudio de caracteres; pero es sobre todo simbólica, y su verdadero protago-
nista es el mar, responsable de todos los males, según el viejo Chrisopherson,
purificador de todas las manchas que imprime la tierra, según su hija Anna, la
antigua prostituta que se siente lavada como en agua lustral desde que el mar
y el amor la han renovado. El sentimiento del ambiente como realidad vincu-
lada a la existencia humana alcanza en esta obra una rara intensidad, que sólo
suele tener en los escandinavos, de Visen a Selma Lagerlof y a Haanshuus; o
en Sygne, ese otro celta genial.
Para O´Neill el ambiente forma al hombre y va intrínsecamente unido a
su ser espiritual. Insiste, en varias de sus obras, sobre la oposición entre los
hijos del mar y los de la tierra, identificados con los contrarios elementos en
que se desenvuelven su vida. Esa oposición constituye el eje del drama en Más
allá del horizonte, donde los hermanos rivales encarnan esos dos tipos funda-
mentales de humanidad. En la tragedia El deseo bajo los olmos, el terruño repre-
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ansia de exclusivismo del amor masculino.) Y ella, más fuerte que todos,
hacendar la vida para crearla de nuevo. “Dios es una madre!” –exclama.
El extraño intermedio termina en una nota mística, que viene a deshacer la
angustia indefinible. En el atardecer de la vida, todo el tumulto que ha sido la
existencia aparece “como un doloroso episodio, como un intermedio de prueba
y preparación, en el que nuestras almas han sido despojadas de la carne impu-
ra para hacerse dignas de blanquear en paz”. “¡Extraño intermedio! [dice la
protagonista]. Sí, nuestras vidas son solamente extraños y oscuros interme-
dios en el eléctrico espectáculo de Dios.” Las anteriores obras de O´Neill
terminan en un ansia que interroga; ésta, es una respuesta serena.
Si la obra total de Eugene O´Neill es complicada, si es a veces fatigosa y
a ratos monótona, ello se debe a su misma profundidad. Está cargada de
ideas trascendentales. St. John Revine ha dicho que es el escritor más interesan-
te que han producido los Estados Unidos después de la muerte de Walt
Withman. Bien merece ser el hombre de letras representativo que Norteamérica
presente al mundo.
18 de noviembre de 1936
Senderos, La Habana. pp. 4-7, 1º de diciembre de 1936
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LA NOVELA
EN EL SIGLO XIX
LA NOVELA EN FRANCIA.
REALISMO Y NATURALISMO
SIGLOS XIX Y XX
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políticas: todo esto es de espíritu científico, y por lo tanto, afirma una tenden-
cia u orientación que no acentuó el romanticismo.
Cree Balzac que el novelista debe ser capaz de responder a la pregunta
¿qué es la vida? Para Balzac es “una suma de pequeñas circunstancias” que él
elevaba a “la esfera del ideal”. El novelista debe elegir entre esas circunstancias
las que, por sus consecuencias, pueden convertirse en elementos del “drama”
que hay en toda novela. Ciertos personajes, el novelista los eleva a la altura de
un símbolo. Para Balzac existe “lo real en la naturaleza” y “lo real literario”. Si
el novelista transportara a su libro tal como es lo real natural sería tan brutal
que parecería inverosímil. El autor literario compone su realidad sobre mo-
delos del natural, pero crea un todo nuevo y lo sella con su genio.
El sentido moral: de la novela se derivará una gran lección moral; pero
indirecta. El novelista pintará generalmente el mal, porque la pasión es uno;
pero lo compensará a veces con la pintura de la virtud: del contraste brotará
la lección.
Altísimo concepto del arte novelístico: el género se eleva entre todos los
géneros literarios, y el novelista: pintor, historiador, filósofo, y moralista, crea-
dor, tiene que ser un “genio universal”.
Balzac y el espiritualismo.
Difícil de creer: el mismo, que tenía fe en las conclusiones materialistas de
los hombres de ciencia de su época, tenía igual fe en el misticismo de
Swedenborg, en las manifestaciones espiritistas y el ocultismo.
En parte, heredaba esa tendencia, que su madre había tenido y cultivado.
Es que en Balzac hay como un determinismo materialista, que está en el
subsuelo de la sociedad; pero él ve que los hechos, que son lo concreto, obe-
decen a causas, las que él sitúa en las pasiones humanas, y por encima de las
causas se hallan los principios, que son los únicos elementos reales en un sen-
tido permanente en la estructura del mundo.
(Denis Saurat).
Hay obras de Balzac en las que se afirma el espiritismo, como creencia
basada en una realidad: Ursula Mironet, personajes místicos, como Lambert
hay incluso una obra suya, cuyo protagonista es un espíritu (un ángel
swedenborgiano), obra que se titula Serafita. En uno de los Estudios filosófi-
cos de Balzac, Argumento: de las “bodas celestes” del barón Seraphits con la
Srta Sheersmith, nace en Noruega, en 1768, un ser que es llamado Serafita o
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Seraphitus, porque cada sexo cree que pertenece al opuesto. Pero debe morir
a los 17 años, o más bien, efectuar su “ascensión celeste”. Es más bien un
concepto que un ser, y sin corresponder a ningún amor terrenal, se vuelve a la
eternidad. Esta obra de carácter metafísico enorgullecía mucho a Balzac.
A la mayoría de los lectores de hoy los fatiga sin convencerlos; pero es
que no poseemos los órganos mentales de Balzac.
Él tendía a examinar todas las manifestaciones contradictorias de la exis-
tencia y a buscar, a luchar por realizar en el arte, su unidad.
Esa unidad la buscan varios de sus protagonistas: Frenhofer, por medio
del arte, (La obra maestra desconocida); Baltazar Cloes (La búsqueda de lo
absoluto) por la alquimia; Rafael (La piel de zapa) por el deseo y la muerte
unificados en un talismán; Luis Lambert, por la unión del cuerpo humano con
la acción elemental de la naturaleza; y Serafita es el símbolo de esa lucha por la
unidad: la realiza y se reintegra al principio universal.
En otro de los aspectos de su obra, Balzac se apoya en la ciencia: la
anatomía, la fisiología, la “física social”. !
Hace en cierta medida estudios que caben esa ciencia (Fisiología del
matrimonio, El último Chovan).
No sólo el historiador de la sociedad, sino su zoólogo. Adopta, para
analizar la sociedad, el léxico del médico (Bianchon) y aun del presidiario
(Vautrin).
Intenta realizar a través de la novela, una filosofía de la historia, a la vez
religiosa y positivista. Sin dudas, no lo logra del todo, porque era demasiado
pedir, pero como vemos, ese fue su propósito.
¿Podemos afirmar pues, que Balzac era puramente “realista” en su sen-
tido “positivista” ? La crítica de hoy se inclina a pensar que Balzac trasciende
ese concepto, que anticipa el superrealismo.
V. Mauroi- pag 116. Torres B.
Sin embargo, en otros aspectos, anticipa el naturalismo, cuando nos pre-
senta los aspectos más oscuros, bajos, dolorosos y a veces repugnantes, de la
vida, con la triple visión del medio, el sacerdote y el jurista; “tres hombres,
dice, que no pueden estimar a la sociedad”.
Pág. 188-189, Torres B.- Begun.
Las ideas sociales de Balzac no eran, empero, ni avanzadas ni revolucio-
narias; era católico y monárquico. Lo que hace “avanzada” su obra es su genio
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ser un Proteo cambiante y multiforme, sin tomar partido. Para ser verídico, el
novelista debe ser a veces crudo, siempre audaz, y no asustarse de chocar al
público, debe ser un investigador de todo tipo de documentos, vivos o escri-
tos, y de todos los medios; y poner en su obra todos los resultados de su
investigación, sin cuidarse más que de la verdad. El estilo, debe ser transparen-
te.
Este realismo, teórico, como vemos, no se aplica más que a la realidad
vulgar, se aplica a las clases bajas de la sociedad, porque “están más próximas
a la naturaleza y a la verdad humana simple y profunda, que las clases altas.” El
novelista se dirigirá especialmente al pueblo porque este, libre de prejuicios (?)
podrá gustar del realismo mejor que las clases imbuidas de tradiciones socia-
les, y los críticos, de tradiciones literarias.
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a) la influencia de la herencia y
b) la influencia del medio social.
La novela moderna científica -decía- sería también moral. (Se le impu-
taba a Zola inmoralidad). El novelista tendrá la impasibilidad y objetividad
del sabio para estudiar las situaciones y los caracteres pero le corresponderá,
al revelar las leyes de la vida social, dar pie al político, al reformador, para
mejorar la sociedad.
Él no era pesimista, pues creía en el progreso social y quería prepararle el
camino.
Era un evolucionista. Zola tiene un objetivo moral grave y austero; adopta
la fórmula de Claude Bernard: “La moral moderna investiga las causas, trata
de explicarlas y de actuar sobre ellas”. (No es mera censura o mandamiento)
Pero la imaginación no está ausente de la obra novelística, como no lo
está del trabajo científico. Se necesita imaginación para inventar un experimen-
to. El novelista tiene que imaginar cómo combinar los hechos de manera que
arrojen luz sobre el proceso que estudia. Por lo tanto, el trabajo del novelista
no es simplemente trabajo oscuro de laboratorio, sino que, como el del sabio,
se dirige a preparar grandes descubrimientos. Esos descubrimientos permiti-
rán a la humanidad actuar para modificar en sus efectos el determinismo de
las leyes naturales. Por lo tanto, Zola no es fatalista: las leyes naturales son
inmutables, dejadas a sí mismas, pero el hombre puede modificar sus resulta-
dos. Esa conquista de la naturaleza por el hombre constituye el progreso
humano.
Zola cree en la importancia de la originalidad en el artista literario, como
en el hombre de ciencias. En esto se opone a Proudhon, (socialista) para
quien el arte debe ser “la imagen anónima de una civilización”, “el producto
de la nación”, y el artista sólo “un agente casi inconsciente de las fuerzas del
grupo social” Zola sí cree que la obra de arte es un producto de la vida social;
pero da lugar importante a la individualidad del artista en el arte de nuestros
tiempos modernos. Proudhon ve en la libre manifestación del pensamiento
individual “una anarquía peligrosa en el plano social” Zola reclama la primacía
del artista individual, que no debe someter su obra personal a un estado de
espíritu general, porque esto anulará precisamente su poder de innovación, y
de progreso. ¿Cómo se manifestará en la obra la personalidad del escritor?
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Por otra parte, los Goncourt crearon un estilo refinado y a veces alambi-
cado que ejerció gran influencia: son los creadores del estilo impresionista, que
rompe con la regularidad de la construcción gramatical para no dejar subsistir
más que los términos (palabras o frases), productores de sensaciones.
(Puntillismo, dice Lanson).
En el movimiento naturalista se sitúa también a Alfonso Daudet (1840-
1897) natural de Provenza.
Influyeron sobre él Zola y los Goncourt; y como ellos tomó notas y usó
documentos sociales. Su originalidad, empero, superó a su doctrina, y su obra
es admirable por la impresión personal y de cosa vivida; no sólo observada,
sino sentida. Construía sobre su experiencia íntima y sin embargo, sin exhibir
su propio yo.
Hizo también grandes estudios históricos de costumbres contemporá-
neas: Le Nabab (1877) (20 imperio); Los reyes en el destierro (1879). Otras
obras suyas son Safo (1884), Jack (1876), Poquita cosa (1868), Tartarin (1872-
1890) y muchos cuentos bellísimos: Cartas de mi molino (1861); Cuentos del
lunes (1873).
El estilo de Daudet, sobre todo en sus relatos provenzales, es un mode-
lo de finura y de gracia humorística, que realiza la expresión de su también
finísima penetración psicológica.
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LA NOVELA EN INGLATERRA
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período realista, en el siglo XIX en Inglaterra, ha ejercido más bien que recibi-
do influencia en el continente. Sus rasgos predominantes son la observación
realista, el tono a la vez humorístico y sentimental, la presentación de la vida y
costumbres familiares sobre todo, pero con más amplio alcance social, y una
gran variedad en los asuntos y en el estilo. Carlos Dickens (1812-1870) ocupa
el primer lugar en el desarrollo de la novela moderna inglesa del siglo XIX, en
el orden del tiempo, y para muchos en el orden del mérito. Su obra posee más
que otra alguna, vigor y vida. Sus novelas son en general larguísimas y aparen-
temente deshilvanadas en su desarrollo, pero infaliblemente interesantes y ab-
sorbentes. Admirable pintor de la existencia de los que se ganan la vida
malamente a fuerza de trabajos, de los oprimidos y de los débiles maltrata-
dos, tanto como de la de sus explotadores y opresores, ha creado en sus
obras muchas figuras que perdurarán en el arte literario y en la memoria del
público. Su pintura realista la hizo sin frialdad, con hondo sentimiento; em-
pleó la novela para denunciar los abusos e injusticias que pervadían la socie-
dad, en la familia, en la escuela, en la administración de la justicia; en las
condiciones de vida y trabajo de los empleados humildes y de los obreros.
(Obras)
Su más ilustre rival y contemporáneo fue William Thackeray (1811-1863)
y forma, en muchos aspectos, contraste con él. Dickens fue hombre de ori-
gen humilde, que tuvo que luchar desde niño para ganarse el pan. Thackeray
fue hijo de familia de buena posición y fue hombre de mundo, culto y refina-
do. Pintó las costumbres de la clase acomodada. Fue observador profundo, y
expositor exacto, ingenioso, incisivo. Al mismo tiempo satirizó la sociedad
que pintaba y moralizó sobre ella. No oculta sus opiniones incluso, a veces
moraliza excesivamente. Su obra más famosa fue la primera que escribió: La
feria de las vanidades l (1847). Luego publicó Pendennnis (1850) y un ciclo de
novelas (Henry Esmond, Los Newcome, etc. (1852-1855). En total, once
novelas, frente al torrente de la producción de Dickens.
Entre los demás novelistas ingleses más notables del período –aparte de
las hermanas Brontë, cuyas novelas, profundas y conmovedores estudios de
sentimientos y pasiones, se apartan del método realista- la figura más destaca-
da es la de otra mujer, Mary Ann Evans (George Eliot) (1819-1880). Mujer
de amplia cultura, que sabía lenguas clásicas y modernas, traducía a los filóso-
fos alemanes y leía a Darwin, vivió en el centro del medio literario de Lon-
dres, donde se unió al ilustre crítico George Lewes. Empezó a escribir novelas
en 1857 (Escenas de la vida clerical, serie de narraciones breves, y Adam
Bede.)
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obras y apuntes
EL ROMANTICISMO EN RUSIA.
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una sonata de Mozart”; pero hasta ahora no ha tenido Pushkin un gran tra-
ductor a ninguna lengua.
Nació A. Pushkin en Moscú en 1799 de familia noble terrateniente. Su
padre era de la más rancia nobleza rusa. Su madre era la nieta de un príncipe
abisinio. Aníbal, que había sido protegido de Pedro el Grande; por lo tanto,
tenía Pushkin sangre africana, en lo que algunos han querido ver el origen de
su naturaleza apasionada.
Se educó Pushkin bajo la dirección de maestros privados, franceses, por
lo que desde temprano dominó ese idioma; pero por otro lado lo formó su
“nana” rusa, de la que aprendió la lengua, las tradiciones y la literatura popular
rusa.
A la edad de 12 años lo enviaron a la escuela secundaria de Tsarskoie
Sielo, aldea a la que, después de 1917 la Revolución dio el nombre de Pushkin.
Allí permanece hasta 1917 y produjo sus primeros poemas que merecieron
elogio de Derzhavin y Karamzin.
Después de su graduación, llevó la vida desocupada y turbulenta de los
jóvenes nobles de su tiempo; pero nunca dejó de escribir asiduamente, se unió
a los románticos en su lucha contra los conservadores y su poesía cobró fama
en los salones. También se unió a sus contemporáneos de ideas liberales y
progresistas; cantó la (ilegible), censuró la servidumbre, criticó el régimen
autocrático. Por esta causa fue desterrado por el gobierno al sur de Rusia: fue
al Cáucaso, a Crimea, y luego lo asignaron a al servicio civil en Besarabia y en
Odessa. En sus cuatro años de exilio realizó serios trabajos literarios: escribió
Los gitanos, La fuente de Bajchisarai y el primer capítulo de Eugenio Oneguin,
y numerosos poemas líricos. Pero siguió su vida turbulenta y expresaba opi-
niones radicales, de modo que las autoridades lo devolvieron al norte, y allí se
le confinó en las posesiones de su familia.
Vivió allí confinado, y en esos dos años escribió su drama Boris Gadunov,
y casi todo el resto de Eugenio Oneguin, muchos poemas y varios cuentos.
Estaba confinado durante la conspiración decembrista y por eso no tomó
parte en ella, como se lo dijo él mismo al Zar. Este, en 1826, le permitió
volver a establecerse en San Petersburgo y Moscú, y se relacionó con los
mejores escritores de su tiempo, aunque siempre estuvo vigilado y bajo censu-
ra. Hizo periodismo activo y orientó el gusto de sus contemporáneos. En
1830 se casó con la bella Natalia Goncharova.
En los primeros años de su matrimonio escribió algunas de sus mejores
narraciones en prosa y poemas entre ellos su Jinete de bronce. Pero pronto se
vio envuelto en intrigas y sometido a insultos en los que se mezcló el nombre
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de su esposa. Por esta causa, retó a duelo al barón de D’Anthes, fue herido, y
un mes después murió a la edad de 37 años. Los testigos de la época estaban
convencidos de que Pushkin había sido entrampado en una red de intrigas
arteramente armada por la corte y por el propio Zar, que así se vengó de los
epigramas y las declaraciones liberales. Lo cierto es que esta muerte provocó
la indignación popular, hasta el extremo de que el gobierno tuvo que tomar
medidas para evitar que el entierro no derivara en peligrosa manifestación
pública.
Entonces, un joven llamado Lermontov, oficial de la escolta del monar-
ca tuvo la osadía de escribir un poema, “La muerte del poeta”, que inflama-
ron al público y le valieron el arresto y un proceso que hizo más ruidoso
añadiendo versos aún más audaces, que terminaban con la hoy célebre frase:
“No lavaréis con toda vuestra negra sangre la digna sangre del poeta”. Fue
condenado a destierro al Cáucaso.
Muchos críticos opinan que lo más logrado de la obra de Pushkin son
sus poemas líricos breves. Algunos lo consideran “luminosos”, por su armo-
nía y su perfecto equilibrio; pero Pushkin también exploró el lado sombrío de
la vida. No fue un desesperado: amó la vida y tuvo un temperamento viril;
pero no se hacía ilusiones sobre el destino del hombre.
La felicidad, decía, no es posible; pero puede aspirar el hombre a la paz
y la libertad. Aún siendo romántico, su mentalidad tendía al equilibrio clásico,
siempre exaltó “la razón, ese sol que hace desvanecer las tinieblas nocturnas”.
Pushkin careció de espíritu religioso; era más pagano que cristiano, más
libre pensador que creyente, y decididamente anticlerical. En filosofía sus ten-
dencias fueron positivistas y sensualistas.
Su primer poema largo, Ruslán y Ludmila (1820) es un poema épico
burlesco contra las formas estereotipadas del clasicismo. Señaló un cambio
en la moda literaria, en el fondo y en el estilo. La fuente de Bajchisarai se
publicó con un prólogo de Viazemski, uno de los principales defensores del
romanticismo que fue como el manifiesto del nuevo grupo. Pushkin se con-
virtió al leader del grupo. Se propuso oponerse a los cánones literarios del
clasicismo convencional y poner la poesía en contacto con la realidad: ampliar
su campo estético, libertándose de las reglas que aherrojaban la libertad del
autor. Con ese propósito central emprendió la creación de su Eugenio Oneguin
(1823-1831) que le tomó ocho años terminar. Este es un largo poema narra-
tivo, que por su tema y su desarrollo en capítulos se suele clasificar como
“novela en verso”.
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obras y apuntes
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que ese famoso héroe de trágico destino rigió el Estado ruso. Dijo Pushkin
que su propósito era presentar “el conflicto del destino del hombre y el del
pueblo”. Así como Eugenio Oneguin fue llevado a la escena operativa por el
gran compositor Tchaikowski, Boris Godunov es la base de una gran ópera
del mismo nombre por Moussorgsky. Ambas forman parte del repertorio
de todos los grandes teatros de opera del mundo.
Pocos hombres de letras en la época de Pushkin tuvieron una cultura tan
extensa. Estudió los clásicos pero también tuvo conocimiento de las literatu-
ras modernas: Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe y Voltaire le fueron
familiares, y halló temas de inspiración en las otras literaturas europeas: El
avaro, de la Alemania medieval; Una fiesta durante la peste; de Escocia en el
Renacimiento, Mozart y Salieri, de Austria en el siglo XVIII, Angelo, de la
Italia renacentista, y Don Juan, inspirada en la leyenda del Burlador de Sevilla.
Se sabe que el último período de su vida en San Petersburgo, Pushkin
aprendió bien la lengua española.
Por otra parte, Pushkin se propuso expresar la conciencia nacional rusa,
cuya característica, pensaba, era la universalidad, la comprensión de los demás
pueblos y naciones. Se preocupó del destino de su nación, y aunque fue un
fuerte defensor de las reformas de Pedro el Grande, no dejó de sentir el
destino de las víctimas sacrificadas por él a la gloria del Estado (El jinete de
bronce). Aceptaba el imperio de San Petersburgo y lo justificaba histórica-
mente, pero sus simpatías estaban con las víctimas. Con Pushkin se inaugura
en la literatura rusa la tragedia del hombre común, que sería luego uno de sus
temas principales.
Se ha dicho que así como Pedro el Grande europeizó a Rusia en el
sentido material, Pushkin lo hizo en un sentido espiritual y el campo del arte.
Es el primer escritor ruso de significación universal.
LERMONTOV
Hemos hablado ya del poema “La sangre del poeta”, que glorificó a
Pushkin a su muerte y cubrió de infamia a sus enemigos y victimarios. El
autor, Miguel Lermontov un joven húsar de la Guardia Imperial de 23 años,
fue degradado y enviado como desterrado al Cáucaso, al frente de la guerra
contra las tribus nativas rebeldes. De ese modo, Lermontov se hizo conocido
de repente e inició una brillante si bien breve carrera literaria.
Lermontov había nacido en 1814 y su familia se decía descendiente de
los españoles duques de Lerma.
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Su padre, empero, no había sido más que un capitán del ejército sin fama
ni fortuna, pero que se casó con una rica heredera. Esta, la madre de Miguel,
murió cuando éste tenía sólo tres años. El niño fue educado por su abuela
materna, quien lo llevó a residir por un tiempo en el Cáucaso, cuya naturaleza
dejó en él impresión imborrable. Tuvo los esenciales maestros privados ex-
tranjeros, asistió a la escuela preparatoria en Moscú. Allí leyó ávidamente a los
románticos ingleses y a Pushkin, que lo apasionó. A los 15 años había com-
puesto poemas que aún son famosos, como El Ángel y había trazado los
planes de las principales obras que luego escribió. A los 17 años había com-
puesto 300 poesías líricas, 15 poemas largos, 3 dramas y una novela corta. Al
principio se sintió fuertemente atraído por Byron y lo siguió en su espíritu
rebelde y su orgullo demoníaco. No era una pose, sino una verdadera afini-
dad de temperamento. Pero algunos años después declaró en un poema:
“No soy Byron: soy diferente y lo será también mi incógnito destino. Soy,
como él, un peregrino perseguido: pero mi alma es rusa.”
Fue al principio de su juventud desdichado en amores; luego se vengó
convirtiéndose en un seductor y adquirió reputación de Don Juan, a pesar de
su fealdad. Vivió entonces en San Petersburgo y entró en el regimiento de
Húsares de la Guardia imperial. Sólo a partir de su destierro comenzó a pu-
blicar sus obras regularmente, y con éxito.
En 1839 fue perdonado y volvió a San Petersburgo y a la usual vida
libertina; pero era ahora una víctima de la persecución política.
En 1840 tuvo un disputa con un hijo del embajador francés a propósito
de una dama, y se batió en duelo. Por ello fue desterrado de nuevo al Cáucaso.
El emperador y la corte le eran hostiles. En los meses siguientes publica su
novela Un héroe de nuestro tiempo, que fue aclamada por la crítica.
Pero su vida en el Cáucaso seguirá siendo desordenada. Por una pen-
dencia por cuestión de faldas, se batió con su compañero de armas el Co-
mandante Martinov, y recibió la muerte. Contaba sólo 27 años.
La gloria póstuma creció rápidamente; y lo colocó en el segundo lugar
después de Pushkin. Su poesía, subjetiva y personal, tiene un sello de confe-
sión íntima, aún el los poemas largos. De ellos los más famosos son El novi-
cio y El demonio.
De sus dramas, el más notable es La Mascarada. En todas sus obras,
presenta como tema principal el conflicto entre el ensueño –el ansia de belleza
y perfección ideales- y la realidad áspera y trivial. Rechaza el mundo en que
vive y trata de escapar de él.
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CHÉJOV
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Entre dos censos transcurrían varios años, mientras tanto, los impuestos
se pagaban aún por los muertos. El héroe (o anti-héroe) el pícaro Chichikov,
idea un estafa, que consiste en comprar barato varios miles de estas almas
muertas que eran una carga inútil para los propietarios, y presentarlas como
vivas y propiedad de él, con lo cual adquiere alta posición social, la posi-
bilidad de tomar préstamos al Banco y hacer negocios productivos y aún
de casarse con una rica heredera. El pícaro, en el curso de realización de
su proyecto conoce a toda clase de gente, visita desde los palacios hasta
las granjas humildes y esto permite a Gogol presentarnos una gran varie-
dad de tipos humanos, pero que, dentro de esa variedad, tienen rasgos
comunes: una vida espiritual pobre, una ausencia de anhelos e intereses
elevados, un nivel bajo, intelectual y moral. Su vida es de tan desesperante
vulgaridad, que ellos resultan ser las verdaderas “almas muertas”. La fuer-
za de generalización es una de las peculiaridades del talento de Gogol. Sus
héroes, además de ser tipos nacionales, con rasgos de la época y en am-
biente ruso, son al mismo tiempo tipos psicológicos que pertenecen a la
humanidad entera. Además de los personajes individuales existe en la obra
un personaje colectivo, la ciudad N, cabeza de distrito, en la que se nos da
la visión de conjunto de la sociedad provinciana y de su espíritu.
La atmósfera es sofocante, por su vulgaridad y por la falta de toda
noción del deber y la justicia. La obra tuvo el efecto de un temblor de
tierra en la sociedad rusa; fue como un acta de acusación espantosa. Se
dice que Gogol mismo se asustó cuando vio las críticas que se escribieron
de la obra. Es verdad que la exposición de tan tremenda tragedia espiri-
tual está compensada en parte por los pasajes en que Gogol expresa su
esperanza en la Rusia del futuro. Los dos “partidos” en que se dividía
entonces la “inteligencia” rusa: “occidentalistas y “eslavófilos”, empren-
dieron una acerba disputa sobre la obra: los occidentalistas aplaudían la
condenación que hacía Gogol del atraso social y cultural de Rusia: los
eslavófilos veían en ella un acto de fe en los destinos de Rusia.
Gogol mismo se creyó después de caer en una etapa de meditación,
en la obligación de escribir una segunda parte de la novela que fuera “afir-
mativa”, en la cual todos los males se remediaran y que terminara en apo-
teosis: pero no lo consiguió.
Dos veces escribió la segunda parte, pero se dio cuenta que pintar
ese mundo redimido y triunfante era algo a que sus dotes de escritor no se
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LA NOVELA REALISTA Y NATURALISTA
EN LOS PAISES ESCANDINAVOS
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los conservadores. En una segunda novela: Las sendas de Dios (1889) con-
trasta el punto de vista cristiano sobre la vida con el evolucionista, encarnándolos
respectivamente en la figura del sacerdote (pastor) y el médico.
El sacerdote llega a constatar, a lo largo de los acontecimientos, que la
vida es más poderosa que las creencias, y que “donde quiera que marchen los
hombres de bien, allí están las sendas de Dios.
El novelista Jonás Lié (1833-1908) fue el verdadero creador de la novela
moderna noruega en el mismo sentido en que Ibsen y Björnson crearon el
drama moderno. Era contemporáneo de esos dos grandes escritores, pero
empezó a escribir en la madurez. Empezó en 1870, con la novela corta El
visionario, que le ganó fama rápida y segura, por el tema amoroso, bello y
conmovedor y por la forma brillante, y las asombrosas descripciones del
norte, en que el color local se mezcla a las extrañas leyendas tradicionales. Sus
novelas más importantes aparecieron a partir de 1880. Entre ellas menciona-
remos: ¡Adelante! (1882) (Gaa paá) que es de interés por su ideología como
Björnson, Lié narra la historia de una familia amenazada por la decadencia, y
presenta su lucha por regenerarse. Como muestra ambiente, pinta el de una
región aparatad donde todo parece estancarse y degenerara los seres huma-
nos tanto como las bestias, y la regeneración, por renovación tanto del aire y
de todos los elementos materiales como de la visión de la vida se hace sentir
como una necesidad esencial.
No se sabe si el autor lo pensó previamente así, pero este cuadro se
tornó en aquel momento como un símbolo de la estancada vida intelectual
del Norte a la que amenazaban decadencia y muerte a menos de abrirse a la
influencia de Europa. Las dos novelas siguientes de Lié, El carnicero Tobías
(1882) y El condenado a prisión perpetua (1883) le aseguraron un puesto
destacado entre los novelistas realistas.
En la segunda, el tema social se desarrolla en forma de acusación a la
sociedad burguesa: es la historia de cómo se forma un criminal.
Las novelas de Lié tocan muchos de los problemas de su tiempo, y su
tranquila melancolía no es menos convincente que las tragedias de Ibsen y
Björnson. El nunca predica. Presenta figuras de hombres y mujeres; y lo que
se debate es el destino humano.
No toma como protagonistas a seres excepcionales, sino al hombre
medio. Su escenario, por eso, es en general, el hogar, sus tonos son pálidos,
pero sus descripciones, siempre efectivas. El novelista naturalista se muestra
muchas veces como un experimentador frío, pero en Jonas Lié hay un calor
humano: el de su simpatía hacia los personajes que presenta y el de su fe
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juventud vagabundeó diez años por Europa y América del Norte; fue zapa-
tero, picapedrero, pescador en Terranova, tuvo un temperamento medio sal-
vaje bajo la cubierta de una fuerte cultura. A través de sus obras se revela una
personalidad solitaria, una rara sensibilidad; como de “un extranjero en la vida
social”. Su amor a la naturaleza es hondo e íntimo. Desprecia la ciudad y la
civilización, pero siente compasión hacia los hombres, que trata de no demos-
trar ante ellos. Es, por lo tanto, un crítico de la vida social urbana, de la buro-
cracia, de los “arribistas”. Escribe la alabanza del trabajo productivo en el
campo: “la primitiva y verdadera cultura”. Su primera novela famosa es Ham-
bre (1890). Luego escribió Pan (1894) y Los frutos de la tierra (1917), así
como la serie de novelas cuyo protagonista es el Vagabundo; Bajo la estrella
otoñal (1906), El vagabundo toca con sordina (1909) y La última alegría (1912),
glorificando la huída lejos de la sociedad hacia la libertad de la naturaleza y el
trabajo sencillo.
Hamsun recibió el Premio Nobel en 1920
II
El neorromanticismo que representa Hamsun en Noruega fue una co-
rriente de relativamente corta duración, pero de importantes manifestaciones.
Así como en Dinamarca representó ante toda la nueva exploración del alma
humana; en Noruega fue principalmente una renovación de la poesía de la
naturaleza, y un debate sobre el idioma nacional. Noruega tiene dos idiomas
nacionales, en pugna en ese momento: el Riksmaal, o dano-noruego, lengua
oficial del país, y el Landimaal, una nueva lengua nacional, basada en varios
dialectos noruegos, que ciertos escritores y políticos favorecían; y en el que se
ha producido buena literatura, sin lograr, empero, aferrarse del todo. En Sue-
cia, el neorromanticismo tiende a revivir las memorias del pasado del país,
como se puede ver en la obra, tanto en verso como en prosa, de Werner von
Heidenstam y los dramas y novelas de Per Hallström. Hacia 1891 hace su
sensacional aparición en las letras la novelista Selma Lagerlöf, con una de sus
obras más notables: La saga de Gösta Berling.
Selma Lagerlöf nació en 1858 en una hacienda llamada Marbacka, en
Verland, la cual ha descrito en un encantador libro autobiográfico sobre su
niñez, que lleva el título de Marbacka (1923). Su familia había vivido en aque-
llas regiones por varios siglos, y ella se educó en la reverencia hacia el pasado
de su suelo natal, con su rico mundo de leyendas y aventuras, y la vida de
esplendidez que llevaba la brillante clase dominante de Verland, en sus hacien-
das, a principios del siglo XIX:
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Con los poetas Isaías Tegúer y E.G. Geljer (de principios del siglo XIX)
Selma Lagerlöf se considera uno de los grandes escritores románticos de
Suecia.
Pero pronto el neorromanticismo cedió el lugar, en la literatura escandi-
nava, a un nuevo realismo (neorrealismo). Vuelven a tratarse problemas socia-
les y a escribirse novela histórica de investigación arqueológica y técnica realista.
Dos novelistas noruegos ejemplifican estas nuevas tendencias: Sigrid
Undset (1882 - ) y Johan Bojer (1872-1949)
Sigrid Undset, aunque nació en Dinamarca se educó y vivió el resto de
su vida en Noruega. Su primer éxito notable (aunque no fue su primera nove-
la) fue Jenny (1911) que es una audaz novela de tema erótico. Su obra siguien-
te, Primavera (1914) hasta el problema de las relaciones conyugales desde el
punto de vista de la compenetración espiritual. Pero Sigrid Undset avanzó al
rango principal entre los novelistas con su larga novela-trilogía Kristin
Lavrandsdatter, cuyas partes son: La corona de la novia (1920, La señora de
Husaby (1921) y La cruz (1922). La acción tiene lugar en Noruega en la
primera mitad del siglo XIV; la protagonista es hija de un rico terrateniente, y
la seguimos en su vida desde la niñez hasta su muerte en la gran peste de 1350.
El tema central es el de sus amores con el brillante y arrebatador pero irres-
ponsable Erland Nikolauson y su difícil y tormentosa vida matrimonial con
él. Los personajes principales son inventados pero la verdad histórica esencial
se respeta. Esta gran obra señala en la literatura escandinava la renovación de
la novela histórica. Una civilización entera se hace volver a vivir para nosotros,
en el campo y en la ciudad, en su vida cotidiana y en sus momentos de gran-
des celebraciones: un poderoso período de la Edad Media, en una narración,
basada en sólidos conocimientos arqueológicos (el padre de Sigrid Undset
fue un arqueólogo notable y ella trabajó con él) y vivificada por una imagina-
ción poderosa. El lector es transportado seis siglos atrás. Las personas que
viven en aquel mundo existen en un ambiente no sólo material, sino espiritual,
completamente diferente del nuestro, pero nosotros nos sentimos dentro de
aquel mundo, y olvidamos todo lo demás mientras leemos; la antigua concep-
ción nórdica y pagana de la moralidad y el resultado de su contacto con las
ideas dominantes de la Iglesia Católica, nos sitúa dentro de un conflicto sordo
pero insoluble: todas las acciones y opiniones de aquellos seres humanos, cons-
cientemente o no, se basan en motivos religiosos. Y sin embargo, la fuerza de
la obra está en que lo universal y eternamente humano está allí, palpitando
bajo las condiciones determinadas por la época. No sólo creemos en la ver-
dad de aquellos seres sino sentimos con ellos. A pesar de la distancia en el
tiempo, los resortes del pensamiento y el sentimiento, las emociones y las
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LITERATURA
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TEORÍAS SUPERREALISTAS
La revolución superrealista tiene lugar entre los años 1920 y 1930, con
numerosas vacilaciones y variaciones, pero con ciertos elementos que la defi-
nen y le dan el carácter de un todo homogéneo.
Como Rimbaud, pero más explícitamente, el superrealismo condena
toda la literatura anterior; incluso dirige ataques al propio Rimbaud. Respecto
al realismo, declara que hay que “instruirle proceso” (André Breton- Manifies-
tos (primero y segundo del Superrealismo) y condenas, más bien que las obras
que produjo, la actitud que las produjo, las insuficiencias, que se pueden seña-
lar en ella. Nada hay más superficial, a los ojos de un André Breton, que la
pseudobservación que en esas obras no hace más que rozar la superficie de lo
real, y cree haber hecho obra científica al entablar y describir relaciones de
causa y efecto entre estados de alma artificialmente creados y objetos cuyo
misterio ni siquiera se sospecha. A decir verdad, los descriptores realistas no
han tenido ni audacia ni confianza en sí mismos; no se han atrevido a estudiar
la vida profunda del ser moral ni la realidad íntima del mundo exterior. La
psicología en los novelistas realistas y naturalistas es como una “partida de
ajedrez”, guiada por la lógica, partiendo de datos simples arbitrariamente
escogidos en un dominio muy estrecho de la conciencia y en las apariencias
más banales y más esquematizadas del mundo exterior. La lógica reina siem-
pre en esas obras; los novelistas creen que las leyes del alma son las de la
mente, o más bien que el hombre moral no está constituido sino por los
fenómenos que aparecen en la superficie de la conciencia. Ningún realista o
naturalista se da cuenta de las riquezas inmensas que oculta el alma humana en
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Sólo es preciso mirar sin prejuicios la vida propia o la ajena, para darse
cuenta de que el encadenamiento extraño, de los fenómenos, su enlace absur-
do, su inconsecuencia, ofrecen muchas veces todas las características del en-
sueño. Este aspecto de la vida no está limitado a esos instantes, sino que proviene
de una manera particular de ver que se relaciona con nuestro estado psíquico
y que no es necesariamente falso ni son falsas las imágenes que nos propone;
por el contrario, pueden ser más exactas que las que nuestro orden lógico
establece, esquematizando y simplificando arbitrariamente las cosas y los acon-
tecimientos. En oposición al hombre práctico, el poeta debe considerar esa
visión como exacta.
Una de las consecuencias importantes de esta unificación es en efecto
que el ensueño y lo mágico, en el sentido tradicionalmente poético de esos
términos, no son ni una evasión ni aun refugio. Lo mágico está integrado a lo
real. El ensueño es un aspecto de lo real. El poeta no tiene que huir a refugiar-
se en el ensueño para escapar de lo real, ni que inventar lo mágico para
transportar al hombre a un mundo nuevo.
El poeta es un materialista y un realista integral que no necesita imaginar
un mundo aparte en el que la poesía reine, y del que lo real ofrezca a veces,
bajo ciertos aspectos, una imagen imperfecta. Lejos de creer que “no hay
nada de común entre la tierra y él”, el poeta superrealista cree que todo es
común entre la tierra y él.
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LITERATURA FRANCESA CONTEMPORÁNEA. CURSO
OFRECIDO EN EL LYCEUM EN 1939.
LECCION I
DETERMINACIÓN DE LAS ÉPOCAS Y LAS TENDENCIAS QUE SERÁN ESTUDIADAS
EN ESTE CURSO. — LECTURAS QUE SE ACONSEJA HACER EN RELACIÓN CON
ÉSTE. — SUGERENCIAS RESPECTO A ALGUNOS TEMAS ENTRE LOS QUE PODRÁ
ELEGIR PARA DESARROLLAR UN BREVE ENSAYO LA ALUMNA QUE DESEE
HACERLO.
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días, con una introducción que puede retroceder unos 20 ó 30 años para
estudiar el génesis del espirit nouveau que a fines del siglo XIX se muestra,
primero, en la poesía, luego en la novela y el ensayo, y por último en el teatro.
Ese período que cubre René (ilegible) en su Historia de la Literatura
Francesa Contemporánea, y entre sus límites quedará el breve curso que nos
toca desarrollar aquí.
La dividiremos en:
1ro.- Un período desde antes de 1890 hasta 1900 aproximadamente.
2do.- Un período que llamaremos de avant-guerre, de 1900 hasta la
guerra de 1914 a 1918. (pre-guerra)
3ro.- El período de aprés-guerre, de 1918 a 1930. (Post-guerra)
4to.- El período de reacción contra el anterior y su continuación
que podemos considerar como una nueva avant-guerra,
que empieza hacia 1930 y se continúa en la actualidad,
que no será tratado especialmente en este curso.
Hemos elegido la fecha 1890 como la más significativa en el inicio de la
época literaria que vamos a estudiar, porque en esa fecha la poesía francesa
aparece con definidas tendencias en la escuela literaria denominada simbolista.
Pero el movimiento de renovación que cu1mina en ella se había comen-
zado varios años antes.
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El teatro, por influencia de Ibsen produce en los primeros años del siglo
el drama de ideas, de Curel Hervieu y sus continuadores, pero también se
desarrolla bajo la tendencia simbolista, con carácter profundamente poético,
por obra, principalmente, de Mauricio Maeterlinck. Con Rostand, tiene un
nuevo despertar del romanticismo, y se mueve hacia nuevas aspiraciones en
las obras teatrales de un gran poeta: Paul Claudel.
El simbolismo ha sido el movimiento literario más importante y fecun-
do después del romanticismo. Y muchos otros de los grandes escritores de
hoy se iniciaron en su época, como Gide, Claudel y Valery.
Así llegamos al año fatal de 1914 y con él a la formación de una nueva
generación literaria de las post-guerra.
La generación de 1914 es, dice Thibaudet, una generación mutilada. Esa
fue la obra de la guerra.
No trataremos de explicar ahora su formación y su trágica crisis, porque
ello corresponderá a lecciones posteriores en el desarrollo del curso. Vamos
solamente a señalar el sentido del movimiento literario en las épocas que co-
mienzan con la guerra. Tampoco consideraremos las obras literarias que han
utilizado la guerra misma o su secuencia como asunto, y que dejamos en
grupo aparte.
El sentido del movimiento poético de 1914 hasta hace pocos años, lo
que hemos llamado la post-guerras, ha sido la separación cada vez más radical
entre la elocuencia y la poesía. En esto, representa la evolución gradual de una
tendencia que se origina a mediados del siglo XIX. “Prends l’eloquence et
tords-luissou cou”, habrá dicho Verlaine, pero que ha tenido que luchar larga-
mente contra la tradición oratoria de la poesía francesa del siglo XVII al XIX.
El grupo surrealista, cuando elige un estandarte escribe sobre él el nom-
bre de Lautreamont, con lo cual reconoce su lazo con el pasado.
Dos grandes poetas de la generación anterior son las figuras más altas
de este período: son Paul Valery, que en 1917 publica La Joune Parque, des-
pués de largo silencio y cinco años más tarde los poemas de Charmes y Paul
Claudel: ambos ejercen gran influencia sobre la juventud.
Los poetas de esta generación de 1914 se reunieron en escuelas y bajo
banderas que cubrían lo mismo a literatos que a pintores y a músicos. Tene-
mos los cubistas con Max Jacob, (Apollinaire y Salmon. Apollinaire se llamó
antes impresionista) el futurismo , que tuvo desde poco antes de 1914 su
nuevo código estético con el italo-francés Marinetti, el dadaismo, de Tzara,
Aragón y Breton y las variaciones neoimpresionistas de Jean Costeau.
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LECCION II
LA LIQUIDACIÓN DEL ROMANTICISMO.
LAS NUEVAS INFLUENCIAS.
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BIBLIOGRAFIA:
Poémes antiques (1853)
Poémes barbares (1859)
Poémes tragiques (1884)
Derniers poémes (1895)
Premiéres poesies et lettres intimes (1902)
Consultar:
P. Bourget. Essais de psychologic Contemporaine
Brunetiére. Evolution de la poesie lyrique, 13 eme leçon
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LECCION III
LOS ANIMADORES. TAINE: NUEVO CONCEPTO DE LOS VALORES ESTÉTICOS.
RENÁN: NUEVA INTERPRETACIÓN DE LOS VALORES MORALES
Hipólito Taine y Ernesto Renán son los maestros, los animadores, aso-
ciados y complementarios, de la generación de 1870. En la época romántica,
la misión de animador había correspondido a los poetas, especialmente a
Víctor Hugo. A fines del siglo XIX esa misión correspondía a dos mentes
enciclopédicas, a dos escritores, dos de los más altos espíritus del siglo XIX,
que son críticos, historiadores y filósofos. Son dos mentalidades opuestas en
más de un aspecto; pero ambos representan la conciliación entre la ciencia y la
literatura que caracteriza su época.
Taine nació en 1828 y murió en 1893. Hizo sus estudios en la Escuela
Normal de París y de allí salió a los 22 años con una formación definida ya,
como filósofo, como crítico y como historiador.
Empezó por escribir sobre Filosofía. En sus años escolares había trata-
do de reanimar el espíritu de Coudillac y de los Ideólogos del siglo XVIII.
Impugnación de Cousin, como Caballero. Por eso vio rechazada su tesis so-
bre las Sensaciones, sufrió persecuciones universitarias y fracasó en su propó-
sito de conseguir la agregación de Filosofía. Su primer libro fue Los Filósofos
Franceses del siglo XIX (1857) (Philosophes Français du XIX sieçle) libro que
todavía puede leerse con agrado. En él Taine sienta su teoría del espíritu clási-
co, su filosofía basada en el Análisis; análisis de las palabra, para traducirlas
siempre en cosas; análisis de las cosas, descomponiendo todos los hechos
hasta el detalle. Pero al mismo tiempo se propone ir más allá del análisis y
completarlo por la síntesis. En este propósito obra bajo la influencia del
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distintos años, hasta 1894, después de su muerte, cuando vieron la luz los
últimos; la Historia de la Literatura Inglesa (1863) y la Filosofía del Arte. (1865-
1869) texto de algunas lecciones dictadas por él en la Ecole des Beaux-Arts,
donde enseñó Estética e Historia del Arte durante 20 años.
Su crítica se deriva de su filosofía. Son observaciones de psicología cien-
tífica. “El hombre -se repite con Spinoza- no está en la naturaleza como un
imperio dentro de otro, sino como una parte de un todo y los movimientos
del autómata espiritual que es nuestro ser se rigen también por los del mundo
material que lo encierra”. Esa es la base del determinismo filosófico que rige
la crítica de Taine. Considera que las obras literarias son efectos necesarios de
ciertas causas generales: la raza, el medio físico e histórico, y el momento, de
lucha entre el paso del desarrollo precedente y la presión de lo que quiere
llegar a ser. “Es un problema de mecánica, —dice— el resultado está deter-
minado por la magnitud y la dirección de las fuerzas que lo producen”. Así, la
literatura inglesa es el producto de la raza anglo-sajona, en ese clima y en tales
circunstancias históricas. El fin de Taine era llegar a la definición general del
espíritu del grupo humano estudiado.
Precisamente ése es el defecto de su crítica: llega demasiado pronto a la
fórmula y a la definición. Quiere explicarlo todo por lo externo sin contar
con el misterio de la individualidad, sin contar con los elementos inexplicables
en toda obra literaria y artística, cuyo secreto está en el fondo del espíritu que
la crea. El determinismo de la raza, del medio y del momento no puede
explicar al genio.
Su afán de definir llevó a Taine a resumir al escritor o al artista que
juzgaba en una facultad directora que absorbiera a todas las demás. Abstrac-
ción que engendra falsedad, y que se quiso llevar en el terreno de la crítica a los
personajes literarios: Otelo sería los celos, Hamlet personificaría la duda. Es
una interpretación que peca de exclusiva y de simplista.
En sus estudios de Filosofía del Arte, Taine da la fórmula de un arte
objetivo impersonal. La imitación de la naturaleza le parece el objeto del arte
si bien es una imitación relativa, que se refiere a los caracteres dominantes y,
suple las diferencias de la naturaleza. La obra de arte valdrá más cuanto mejor
exprese los caracteres profundos y permanentes del modelo natural. La jerar-
quía de las obras de arte dependerá también 1ro) de que el carácter que
expresen sea más o menos bienhechor; 2do) de su poder de expresión, que
depende de la ejecución del autor, de su técnica.
Por este nuevo concepto de los valores estéticos, Taine es el maestro de
la literatura que va a desarrollarse, cuyo gran empeño será la realización de ese
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en los literatos un nuevo interés en los asuntos religiosos que tuvo consecuen-
cias.
(Flaubert- Franco) Su importancia está en haber puesto en primer térmi-
no, en toda obra, la cuestión del valor moral.
Fue en parte romántico, es decir, mezcló su persona a su obra, como lo
prueban sus Souvenirs, exquisitamente escritos, sus Cartas, y sus Impresiones
de Viaje. Se le ha criticado precisamente el complacerse demasiado en sí mis-
mo. De su ciencia, se han hecho censuras, porque mezcló en demasía a lo real
lo imaginario.
De sus obras, de bella forma, la Vida de Jesús y la Plegaria sobre el
Acrópolis, celebrados un tiempo, no son hoy lo que perdura, sino sus grandes
Diálogos, donde alcanza la cumbre de su pensamiento y de su estilo, que se
perfeccionó tardíamente. Y sus Dramas filosóficos que lo revelan como un
creador de mitos, continuador de Shakespeare y de Platón.
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LECCIÓN IV
EL PARNASO
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maestros que fueron llamados por sus continuadores, los Tetrarcas: son Gautier,
Leconte de Lisle, Banville y Baudelaire. Y de este último, por razones que
luego veremos, es preciso hacer excepción.
No había ningún lazo entre los poetas parnasianos que no fuera el respe-
to por sus directores y el horror al descuido poético. Cada uno siguió la
inclinación natural de su genio y las divergencias entre ellos se manifestaron
pronto, a medida que sus personalidades se afirmaban. Pero el epíteto de
Parnasianos, nos ha quedado para señalar a aquellos escritores que, sin pro-
grama literario común, permanecieron fieles a la influencia de Gautier, de
Banville y de Leconte de Lisle, y el culto de la belleza concebida como una
exactitud normal absoluta.
Trataremos de resumir brevemente lo que representa el Parnasianismo
como movimiento literario, entre el romanticismo que lo precede y el
simbolismo que lo sucede.
1ro. Representa una reacción contra el lirismo romántico, sustituyendo a
la poesía personal, la objetiva, con tendencia a la impasibilidad. Esto implica el
desarrollo de la poesía descriptiva, erudita, de inspiración histórica, aproxi-
mándose a la épica; y también de la poesía filosófica, que expone ideas gene-
rales.
2do. Representa el retorno al clasicismo; a la imitación de las formas
clásicas y del espíritu greco-latino, que el propio Romanticismo había evoca-
do. Recordemos a Musset en su Rolla:
Regrettez-vous le temps úo le ciel sur la terre
Marchait, et respirait dans un people de dieux ?
Ou Venus-Astarte, fille de I’onde amére,
Seconait, vierge encore, les larmes de sa mére,
Et fecondait le monde en Tordant ses cheveux ?
El neo-clasicismo parnasiano lleva impresa un leve, pero indeleble tinte
romántico.
3ro. Representa una nueva aspiración a la perfección artística a través de
reglas rigurosas. Cuando Banville escribe su Tratado de Versificación, titula
uno de sus capítulos: Licencias Poéticas, y bajo el título escribe una sola frase:
“Il n’ y en a pas”. (No existen) Lo que importa de la obra es sobre todo la
forma, la belleza. El arte parnasiano no admite una finalidad extraña a si
mismo: es “el arte por el arte”. Y la pasión por las formas bellas lleva al
plasticismo en la poesía, que se hace, en asunto y en modo, afín a la pintura y
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Baudelaire
Baudelaire ha sido el precursor de la poesía francesa del último cuarto
del siglo XIX. Todas las escuelas literarias de ese período lo cuentan como
uno de sus fundadores. Esto no ha sido por la abundancia de su obra, sino
porque a ella llegan y de ella parten muchas tendencias: en él se renuevan o se
inician un infinito número de temas intelectuales y sentimentales. Hubo en su
obra elementos efímeros; hay una parte viva, fuente en que han bebido inspi-
ración muchos poetas que aún viven.
Charles Baudelaire (1821-1867) tuvo el deseo y el propósito de oponer-
se al Romanticismo, y lo hizo continuándolo pero agregándole elementos
originales. Es romántico por la intensidad, por la sensibilidad vibrante, por la
sinceridad, por haber hecho coincidir su obra con su vida infortunada, con
tanta emoción como Musset o Vigny. En su poesía desnudó su alma, su sen-
sibilidad exacerbada e histérica, hipertensa, la miseria de su existencia; y cultivó
su angustia para extraer de ella una obra de arte. La poesía romántica había
sido un derramamiento del poeta hacia el exterior: con Baudelaire, el poeta se
vuelve hacia el interior de su ser. Los románticos se habían contemplado en un
espejo que les daba lo más noble y magnífico de su personalidad. Baudelaire
va a contemplar su propia miseria, su realidad de vicio y de pecado; su
corazón oscuro, ejemplar de lo que es, en general, el corazón tenebroso del
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platónica del mundo ideal: el vuelo, el escape hacia el país de los sueños. La
sustitución de este mundo por otra realidad más hermosa; una superrealidad
(Le Voyage de Cythere-L’Suvitation-Le Voyage) (La Vie Anteneiin) Aunque
en Baudelaire el viaje se termine en el ansia de la Muerte, suprema descubrido-
ra de lo desconocido. (Parfum Exotique).
Además, Baudelaire es, en la literatura francesa, el mejor poeta del amor.
Canta un amor vasto, que abarca mil aspectos: diabólico en la carne, guarda
rencor a la que ha amado (como a los países desconocidos, una vez alcanza-
dos) por no haber sabido conservar su misterio. (Sed non saliata – Cansené).
Pero por encima de los sentidos, su amor es sobre todo, sentimiento, y su
acento más hondo es el de la ternura: (“mon enfant, ma soeur”) cuando se
eleva, superando la lucha de los sexos, siempre penetrada de oposición y de
incomprensión a una compenetración espiritual fraterna. No realizó nunca ese
ideal en su vida, lo llevó dentro como un dolor, y lo expresó en algunas de sus
más bellas poesías: (Le Balcón). Aspiración a la inmortalidad del recuerdo
purificado.
Por desgracia suya, su manera de sentir la religión le cerraba el camino de
ese ideal. Su sentido del pecado era sobre todo del pecado original. La carne,
para él es la mancha indeleble del amor, y de ese sentimiento del mal nace,
precisamente, la voluptuosidad. No pudo separar en la realidad como en sus
éxtasis poéticos, la idea del amor de la del pecado. Su vida fue una serie de
conflictos espirituales, de ímpetus de vuelo, seguidos de recaídas desesperan-
tes. (La Chevelure-etc.) (Pág. XXXIV a XXXVI — Gautier.)
En cuanto a la forma, es casi siempre bella en Baudelaire, aunque no
siempre perfecta. Muchos de sus poemas tienen versos flojos. Podemos
decir que es uno de los grandes sonetistas del mundo, continuó en ello la
tradición de Ronsard.
(Pero no los llama sonetos)
Llevó a su poesía elementos de sugestión musical, muy sutil: (Agonie du
Soir): pero aun sabiendo que la poesía es canto, no dio a ese concepto el
primer lugar, como han de hacerlo Verlaine y sus sucesores. (Mon áme voltige,
sur les parfums). El tacto y el olfato (Gatos: pág. XXXIII Gautier)
Quiso en poesía, cultivar el arte, no de decir, sino de evocar; darnos su
interpretación de las cosas. Por eso fue el primero de los simbolistas, y dejó a
la literatura una contribución de significación profunda: un sentido poético
del mundo.
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Bibliografía:
Fleurs du Val (1851-61)
Lettres- Critiques-Traductions
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LECCION V
EL SIMBOLISMO. VERLAINE. RIMBAUD.
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3ro. La de 1867-72, que está formada por los que hacen la transición del
Simbolismo a la nueva literatura: Claudel, Gide, P. Fort, F. Jammes, P. Valery.
Produce su obra después de 1897. Esta es la generación que recibe el aporte
definitivo del simbolismo: la penetración en la poesía íntima de las cosas.
El primero entre los precursores es Paul Verlaine, (1844-1896) se pre-
ocupó ante todo del efecto artístico. En su primer libro Poemas Saturninos
(1866) mostraba la influencia de sus maestros Ste. Beuve y Baudelaire. Tres
años más tarde, en Las Fiestas Galantes, sufre la influencia pictórica de Watteau,
y se nos presenta enmarcado. (Darío) En 1870, en La Buena Canción, se
muestra tal como es.
Durante la gran crisis y la catástrofe que sobrevinieron en su vida, se
publicaron las Romanzas sin palabras, y al fin vuelto hacia Diosa después de la
dura prueba, publica en 1881, su verso cristiano, en Sagesse. Esas obras pasa-
ron casi inadvertidas. Pero desde entonces se consagró a la literatura. Comen-
zó a publicar los Poetas Malditos, publicó Jadis et Naguére y un Arte poética
que lo consagró jefe de fila. Luego, tras nuevas desdichas, publicó Amour,
también cristiano. Y volvió a París para llevar, de café en taberna y de taberna
en hospital la existencia lamentable y gloriosa del pobre Lelian, aclamado por
la juventud como príncipe de los poetas. Escribió un paralelo profano a sus
obras cristianas, en Parallélement, Chansons pour elle, y Odes en sou honneur.
Entre sus obras de espíritu cristiano se cuentan también Bonheur, y Liturgies
intimes. Esa doble producción se explica por su mezcla espiritual de fe reli-
giosa y de erotismo, de piedad y sensualidad. Fue un bohemio genial, como
Francois Villon.
P. Verlaine fue un gran poeta. Fue quizás prolijo, y en muchos casos imitó
a muchos. Pero, tuvo la espontaneidad lírica, el don de la música y de la
expresión poética. En medio de todas sus bajezas e impurezas conservó algo
de ingenuo y puro en su alma, capaz de sentir los matices más delicados y las
más sencillas bellezas de la vida. No sólo fue musical, sino el más perfecto en
musicalidad de los poetas franceses. (Alemania y España) Fue a veces en el
amor, como un niño, completamente entregado a la mujer “que a veces nos
besa en la frente como a una criatura”, a la amante a la que pidió a veces “la
ternura apacible de una hermana”. La sencillez y la humildad fueron sus virtu-
des cristianas. Halló un símbolo naciente en cada uno de los actos cotidianos.
Alcanzó en sus plegarias las más honda intensidad lírica, y a pesar de su vida
irregular, cantó con emoción penetrante el amor de la esposa y del hijo y del
“petit soiu, le petit nid”.
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Rimbaud.
Juan Arturo Rimbaud nació en 1854 y murió en 1891, esto es, a los 37
años. A causa de su precocidad extrema, su puesto en la historia literaria está
entre la generación nacida entre 1842 y 1846, unos diez años que él. En 1870,
a los 16 años, escribía ya poemas líricos de gran belleza. Antes de los 19 años,
había producido su obra Les Illuminations, había publicado La Saison en
Enfor y había renunciado a la literatura. Desde entonces siguió una vida erran-
te. Estaba en África cuando su amigo Verlaine publicó los Poetas Malditos, en
1884. Los nuevos poetas lo saludaron como a un precursor. Pero Les
Illuminations no se publicaron sino en 1886, y sólo en 1892 se hizo una nueva
edición de la Saison en Enfor. Un año antes, el poeta había regresado a Fran-
cia para morir.
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ver, con la piel roída por el cieno y por la peste, los cabellos llenos
de gusanos, las axilas también, y con gusanos más grandes aún en el
corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimiento... Yo
hubiera podido morir... ¡Espantosa evocación! ¡Yo execro la mise-
ria!
Temo el invierno, porque es la estación de las comodidades.
A veces yo veo en el cielo playas sin fin cubiertas de blancas nacio-
nes en fiesta. Un gran barco de oro, por encima de mi, agita sus
banderas multicolores, a las brisas de la mañana. Yo he creado
todas las alegrías, todos los triunfos, todos los dramas. Yo he trata-
do de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas
lenguas. He creído adquirir poderes sobrenaturales. ¡Ay! Debo en-
terrar mi imaginación y mis recuerdos. Una bella gloria de artista y
de narrador es arrebatada.
¡Yo! ¡Yo que me digo mago o ángel, dispensado de toda moral,
soy devuelto al suelo, con un deber que buscar, con la rugosa reali-
dad que abrazar! ¡Campesino!
¿Me equivoco acaso? ¿Será para mi la caridad una hermana de la
muerte?
En fin, pediré perdón por haberme nutrido de mentira. Y vamos.
Pero no hay una mano amiga.
¿De dónde obtener socorro?
Así este joven y milagroso Próspero arrojó al mar su vara mágica, pen-
sando ahogar así su gloria de creador. Pero en esa desesperada biografía –que
luego quiso destruir también- dejó una de las obras maestras de la prosa
francesa. “Prosa de diamante”, decía Verlaine, “Testimonio de un completo
dominio de un arte”, agrega Claudel. Desde entonces hasta su muerte, vivió
en silencio errante. “Aquello ha pasado –había escrito-. Ahora sé saludar a la
belleza”. En las generaciones que había seguido, más de un lector ferviente ha
aprendido en los poemas de Rimbaud a “saludar la belleza”.
Los Poetas Malditos eran, además de Rimbaud y Verlaine, Stéphane
Mallarmé, Tristán Corbiére y Lautreamont.
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Cobiére, (1845) hijo de Bretaña, muerto antes de los treinta años, dejó
una colección de poema titulada Amours Jaunes, (1873) versos de un
primitivismo rudo, de imaginería popular, violentos y recios. Una parte de sus
poemas se refiere a Bretaña, en narraciones pintorescas y brutales. La otra
parte es universal o general, y no siempre tiene valor artístico. El mérito de
Corbiére está en haber hecho entrar en la alta poesía el acento de las lamenta-
ciones populares, con cierta originalidad bárbara:
“L’Art ne me connait pas. Je ne connais pas l’ Art ».
Una figura mucho más complicada y oscura es la de Isidore Ducassa,
(1846-1870) quien con el pseudónimo de Comte de Lautreamont publicó
una obra titulada Chants de Maldoror. Lautreamont murió antes de cumplir
los 24 años. Había nacido en Montevideo. Sobre su extraño talento se ejerció
la influencia del Romanticismo en su aspecto tenebroso; sepulcral y satánico.
Quizás por cultivar su originalidad, exageró esa nota hasta lo que parece afec-
tación. Muchos lo creen un genio loco. Otros lo reconocen como precursor,
entre ellos los surrealistas.
Les Chants de Maldoror son un poema en prosa, en seis cantos, monó-
logo violento en que se trata de expresar toda la violencia primitiva, sensual,
de una extraña criatura arrojada del mundo austral a las riberas de Francia.
Maldoror es el nombre de un ídolo precolombino; serpiente de mar.
Lautreamont tiene la obsesión de lo monstruoso. Sus visiones son repugnan-
tes y violentas. Se transforma en pulpo. Declara que hace servir su genio para
juntar las delicias de la crueldad. Su mundo es oscuro e indeciso, es espeluz-
nante; pero él mismo dio la medida de su valor: “A medida que escribo,
nuevos estremecimientos recorren la atmósfera intelectual; se trata solamente
de tener el valor de hacerles frente”. Junto a esos chispazos de genio hay
muchas debilidades, mucha banalidad. Se asemeja a su propio héroe, de quien
dice: “tu espíritu está tan enfermo que tú no lo percibes y crees estar en lo
natural cuando salen de tu boca palabras insensatas, aunque tocadas de infer-
nal grandeza”. Su poesía, ha dicho un crítico, es indefinible por ser indefinida.
Nadie hoy podría, por otra parte, dudar de su influencia, especialmente sobre
los poetas jóvenes de la post-guerra.
Con posterioridad a su muerte se publicó otro volumen suyo, titulado
Poesías (1917).
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den siempre cuenta; los rudos principios del hombre, cuando éste
conoció al dolor, que nunca después lo ha abandonado. ¡Te saludo,
viejo océano!
La finalidad de esta literatura era de renovación y de recomienzo. Por esa
senda marcharon estos poetas hasta un límite que no lo es quizás, un límite
hiperbólico, La realidad se convierte sólo en el punto de apoyo que quería
Goethe, para lanzarse al espacio. Se transfigura la expresión. La palabra se
verá obligada a dar a luz sus secretos recónditos. Esa fue la obra de Stephane
Mallarmé, que vamos a estudiar próximamente.
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LECCIÓN VI
MALLARMÉ. LA ESCUELA SIMBOLISTA.
LOS POETAS BELGAS. RETORNO AL CLASICISMO.
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La carne es triste ¡ay! Y ya he leído todos los libros. ¡Huir, huir hacia
allá! ¡Siento que hay aves ebrias de estar entre la espuma incógnita y
el cielo! Nada, -ni los viejos jardines reflejados por los ojos,- podrá
retener el corazón que se empapa en el mar. ¡Oh noches! Ni la
claridad despierta de mi lámpara sobre el papel vacío que la blan-
cura defiende; ni la mujer que da el seno a su hijo. ¡Yo partiré!
Buque que balanceas tu arboladura, leva el ancla hacia una naturale-
za exótica. Un hastío, desolado por las esperanzas crueles, cree aún
en el supremo adiós de los pañuelos. Y quizás los mástiles invitadores
de tempestades sean de esos que un viento inclina sobre los naufra-
gios, sin mástiles, ni fértiles islote...
Pero ¡oh corazón mío! ¡Oye el canto de los marinos!
Del Parnasianismo conservó siempre la austeridad, la exigencia
del estilo. “Nunca –dice Gourmont—escribió al azar. Pero se vol-
vió contra lo que él consideró la ilusión parnasiana: “la pretensión
de encerrar en la expresión la materia de los objetos”: él buscó la
música de las almas. “Toda alma es una melodía que es preciso
reanudar”. Pero esa música era exclusivamente poética, de la pala-
bra y de la idea. La música propiamente dicha no lo atrajo sino
tarde, cuando encontró a Wagner, que le inspiró la idea de una
correspondencia o intercambio entre el arte musical y el poético, y
en esa aproximación vio la esperanza de una nueva poesía. “Exis-
ten en la música varios medios que me parecen pertenecer a las
letras: yo los recobro”.
Mallarmé fue siempre el artista insuperado de los versos de musicalidad
perfecta, como unidad aislada:
“Nordant au citron d’ or de l’ Idéal amor.
« De blanc sanglots glissant sur lásur des corolles ».
« C’ etait le jour bene de ton premier baiser ».
« l’ azur séraphique sourit dans los vitres profundes ».
Pero más tarde, en sus últimas obras, los efectos musicales se convierten
en propósito primordial, hasta convertirse en artificio que suprime la esponta-
neidad. Quiere “el verso que con varios vocablos construya una palabra total,
como una fórmula de encantamiento. He aquí el “Soneto en X mayor”,
creación de maestría musical.
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Hoja de Álbum
¡Oh, tan cara de lejos y tan próxima y tan blanca, tan deliciosamente
tú, Mary, que pienso en algún raro bálsamo emanado, por engaño,
de un florero ausente en los años, he aquí siempre cómo tu sonrisa
deslumbradora prolonga la misma rosa, con su bello estío que se
hunde en el ayer y luego en el mañana.
El corazón, que en las noches, a veces quiere oírse, o hallar algún
nombre más tierno para llamarte, se exalta con el de hermana,
apenas susurrado. Tesoro grande y pequeña cabeza, enséñame tú
una nueva dulzura, que suene como un solo beso sobre tus cabe-
llos.
Su afán de la perfección en la forma y de revelar lo absoluto en el fondo,
llevó a Mallarmé a una relativa esterilidad. No sólo son muy breves sus poe-
mas, con frecuencia quedan sin terminar, o solo como “étudas en vue da
misur”.
Pareció siempre prometer una gran obra que no llegó a realizar. El tenía
esa impotencia (L’azur) Su genio sólo hablaba en raros momentos, y en esas
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obras y apuntes
revelaba “la poesía en estado puro”. Pero aceptaba que ese fracaso en la
creación era obra del azar, no de una renunciación. El asunto de su última
obra “Un coup de dés jamais n’abolira le Hasard”. Es la lucha del genio con
el azar, y la victoria de éste. Pero –dice- el pensamiento humano recomendará
siempre el combate.
Mallarmé ideó lo que hoy llamamos neo-tipografía, diferencias de ca-
racteres, espacios en blanco, intervalos calculados, que pretendíase trazar el
“dibujo del pensamiento”, combinando así su doble técnica, musical y visual.
Su tentativa fue diversamente estimada, por algunos, como una revelación
luminosa; por otros como una demencia.
La poética de Mallarmé puede reunirse en una frase suya: “Ceder la
iniciativa a las palabras”. Banville había sido el teorizante de la nueva poética;
Mallarmé ascendió de la teoría a la mística. Más bien que un asunto sus poe-
mas tienen un esquema, un tono emotivo, y para desarrollarlo, el poeta pone
en juego la magia de las palabras, su encantamiento. Es una poesía de mila-
gro: El ha simbolizado a la Poesía en su Herodiade, la virgen que se reía de la
realidad, de lo preestablecido (novelas) Lo real es vil, dice. El recrea el mundo.
Su metafísica es el desprecio de lo real. Las palabras ondulan, giran, se unen
por afinidades secretas, en nuevos y más puros sentidos. Es una poesía más
allá de la cual no queda nada. Los pocos versos son tildados de oscuros e
incomprensibles, que ha dejado Mallarmé han llegado a adquirir, a través el
tiempo, una significación inmensa: de la iniciativa cedida a las palabras se ha
derivado “el ocaso de un tipo de poesía, el amanecer de otra, y la transforma-
ción del propósito, la sustancia y el gusto poético”.
La influencia de Mallarmé ha sido grande. Su obra se ha comparado a la
de Boileau, como legislador de un orden nuevo. El perfeccionó el empeño
de encontrar el sentimiento poético, de hacer un arte de sugerencias; pero ha
exigido del lector tal colaboración, un esfuerzo tal para comprender, que era
en parte crear el poema. Todo en él, ha asumido un papel difícil: la forma del
verso, la tipografía, el espacio en blanco...Ha creado un mito en (ilegible) y los
símbolos de su mitología, el cisne, el amor, el hielo, se hallan en muchos poe-
tas modernos.
Sobre la evolución simbolista su influencia fue inmensa, por su obra y
directamente por su éxito personal. En la vida cotidiana, Mallarmé fue un
simple profesor de inglés, pero en su pequeño apartamento de Rue de Roma,
(El recibía los martes) reunía a toda la más granada intelectualidad francesa, y
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Camila Henríquez Ureña
se hizo el centro de la más alta censura de su época. Entre los poetas de fin de
siglo llegó a revestir prestigio de héroe. Se consagración a la labor intelectual
bien merecía ese homenaje.
Los simbolistas que integran la escuela propiamente dicha son, (los prin-
cipales) Gustavo Kahn, que se dice inventor del verso libre, y que por lo
menos fue uno de los primeros en erigir la libertad absoluta. Es un poeta de
mérito en el terreno de la poesía musical, especialmente del lied poético, que
lo relaciona con los grandes liederistas alemanes. Nos ha dejado dulces can-
ciones ingenuas y misteriosas. (Premiers poems, Palais nomades, Chanson
d’amani- Domane de Fie).
Francis Violé – Griffin ((ilegible) - La Charté de Vie) dio su contribución
original) en sus canciones espontáneas y en sus poemas narrativos, que dejan
percibir la influencia de Wagner. Cuando se aparta de esos tipos, se hace ora-
torio y pesadamente filosófico.
El más renombrado de los poetas de este grupo fue Henri de Regnier,
muerto no hace aún tres años. Aceptó a Mallarmé y a los simbolistas, no pudo
nunca subordinar del todo a sus principios su espíritu y su cultura fuertemen-
te impregnadas de clasicismo. Sus primeras colecciones de Verlaine y Baudelaire.
Empieza a manifestar su originalidad en los Sonetos donde pinta su paisaje
espiritualmente taciturno y da el primer término a la antigüedad, una antigüe-
dad de humanista. Con él la poesía simbolista emprende el retorno hacia lo
clásico.
Con gran maestría en el manejo del verso, tanto el libre como el clásico,
se demuestran en sus obras más tardías. (Ilegible) y sobre todo, los (ilegible).
Regnier tiene las virtudes y los defectos de una elegancia sostenida. Sus poe-
mas son obra de preciosismo, canciones estilizadas, ensueños de una dulce
gravedad señorial, expresiones de un (ilegible) aristocrático o evocaciones de
un helenismo delicado. Pero su personalidad se revela en su obra. El poe-
ta, sin llegar a la declamación romántica, es hondamente lírico, clásicamente
lírico. (Léase)
Henri de regnier es un simbolista casi parnasiano. Francis (ilegible) es el
poeta que lleva a las pequeñas peripecias de la vida cotidiana, la interpretación
simbolista. Es un poeta de la vida íntima, que anota, no los momentos repre-
sentativos de su vida, sino los menos aparentemente significativos, y encuentra
su sentido. Se cuenta a sí mismo, desde su nacimiento hasta su muerte. Es
sencillamente religioso: habla con la voz que Dios le dió, con espíritu francis-
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obras y apuntes
cano, sabe amar a los humildes y sabe interpretar el alma de los animales. Allí
encuentra, con profundo sentimiento de la naturaleza, una fuente inagotable
de poesía. A veces es demasiado sencillo, pero conoce y elude el peligro de
banalidad, con una viveza sentimental e imaginativa sin reproche. Aún cuan-
do más cerca de lo vulgar parece, el dulce, tierno poeta sabe ya poner el
toque de una discreta ironía, ya ascender, súbitamente, con noble impulso de
vuelo.
“Mi pensamiento se une a Vos -escriben dedicando su obra a María
madre de Dios- como una liana florida: y yo os dedico esta pobre obra
como una sirvienta su maceta de rosada, y la siento temblar entre mis manos
que se elevan”.
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obras y apuntes
El retorno al clasicismo
Las libertades formales que trajo al simbolismo no convenían a todos
los poetas. Hemos visto ya como Regnier evolucionó hacia el clasicismo. La
figura más significativa del retorno del simbolismo a la forma clásica es Jean
Moréas (1856), ateniense de nacimiento, Parisiense de adopción, fue uno de
los primeros simbolistas, discípulo de Baudelaire y de Verlaine. Luego (1890)
fundó la llamada Escuela Romana donde figuró, entre otros, Charles Maurras.
Tomó partido contra el verso libre, que le parecía ya ilusorio y declaró “que
era preciso volver al verdadero clasicismo y a la verdadera antigüedad, y a la
versificación tradicional”. Pero la antigüedad clásica él la ve a través de Francia
y se vuelca especialmente hacia la Pléyade. Su obra Stances lo consagra como
un gran poeta clásico francés, de forma pura y fuerte, de espíritu sereno y
firme, aunque a veces resuene en su lira “una cuerda consagrada a la melanco-
lía”. Llega a la expresión de una sabiduría armoniosa que comprende la vida:
“No digáis: la vida es un festín alegre, pues sería de necios o de almas
bajas. Es digáis, empero, “es desdicha sin fin, pues sería de cobardes fatigados
demasiado pronto. Está como las ramas que se agitan en la primavera; llorad,
como la ráfaga o como la ola sobre la playa; gustad todos los placeres y sufrid
todos los dolores y decid: esto es mucho, y es apenas la sombra de un sueño”.
Otros poetas siguieron a Moréas en este retorno al clasicismo entre ellos:
Ferdinand Gragh, que se llamó jefe de la escuela “humanista” sin gran origina-
lidad. Louis Menard, (Réveries d’un pain mystique), reformador de la orto-
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grafía, y que consagró su talento a resucitar los mitos antiguos: Charles (ilegi-
ble), muerto a los 33 años, y que llega en su poesía la huella de Samain, y
sobre todo, la de Francis Jammes; Charles Maurras, que con gran pureza
parnasiana ha renovado el mito de Ulises.
Así se refunden en el clasicismo, sin perecer los dones del simbolismo,
traídos por Verlaine, Mallarmé y Rimbaud, “esos tres Reyes Magos de la
poética moderna” -los llama Valery- portadores de presentes tan preciosos y
de tan raros aromas, que el tiempo que ha pasado no ha alterado ni su brillo
ni su poder.
El simbolismo, como el maravilloso cuerpo del ahogado en la Tempes-
tad de Shakespeare, no se ha perdido; nada de él ha desaparecido, sino sufre
constantes transformaciones en nuevos dones preciosos y raros.
No cerraremos su estudio sin hablar de paul Fort, que Thibaudet ha
llamado “el Banville del simbolismo”. Su gran momento empieza en 1912, de
modo que ya está casi en la post-guerra.
Sus Ballados francaises fueron recibidas con entusiasmo. Su forma elegi-
da es una prosa, que forma estrofas regulares. Es en realidad verso, verso libre
y flexible de simbolista; pero él ha querido marcar esencialmente el ritmo, y
buscar “un estilo que pueda pasar, a impulsos de la emoción, del verso a la
prosa y de la prosa al verso”. “Es- dijo Gourmont tanto una manera de sentir
como una manera de decir.” Capaz de animar personajes humanos, ha evoca-
do a los héroes de la Caballería, y Luis XI y a Juana de Arcos y a Shakespeare,
y se ha dejado arrebatar en alas de la fantasía y del humour, con curiosos
resultados. Pero su sentimiento dominante es el amor de la naturaleza, (ha
cantado la Francia provinciana y la Francia parisina) amor que se funde en él
con el de la mujer: “Sé contra mi corazón un rayo que tiembla, dulce como la
seda”. “Quisiera con mis dedos acariciar la naturaleza como un bello instru-
mento que responde a mi ensueño”. Ha sabido expresar bellas ideas generales
bajo la forma de baladas populares, puramente francesas. (V.p 394 Lalou)
(Lecturas para mujeres).
Cerremos la relación de los simbolistas con Jules Supervielle, nacido en
Montevideo en 1884. Como ha vivido en América, una parte de su obra tiene
ese acento amplio, de inmensidad, que parece lo esencial de nuestro Continen-
te.
También es amplio su espíritu y su angustia se vierte en meditación filo-
sófica. Es hombre modesto y silencioso. Sus poemas se hallan en dos selec-
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LECCION VII
EL TEATRO, LA COMEDIA DE COSTUMBRES. EL TEATRO LIBRE.
EL TEATRO DE IDEAS. EL TEATRO SIMBOLISTA.
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comenzó a producir Lavedan. Por fin, Antoine hizo representar “El Po-
der de las Tinieblas”, de Tolstoi y preparó Los Aparecidos, de Ibsen.
Dice Thibaudet que el ardor de Antoine convenció a todos de la necesi-
dad de liberar al teatro, aunque no se supiera exactamente de qué. Por lo
menos, en un momento de renovación literaria general, ese movimiento
representó el dinamismo, la capacidad de cambio, del teatro francés. En el
afán de representar la vida según las ideas del naturalismo, se llegó a veces
a la grosería. Pero se le debe a Antoine el haber llevado a la mise en escene
la calidad expresiva, que refuerza el sentimiento, la idea de la obra; y a los
actores la sencillez verídica en su arte.
La fuerza misma de las cosas llevó al Teatro Libre del naturalismo al
simbolismo. El naturalismo era una tendencia que había precedido a ese
teatro. Los extranjeros traídos a él: Tolstoi, Ibsen, Gerhart Hauptmann
eran cultivadores de un realismo poético. El Teatro libre empezó a buscar
en Francia también el desarrollo de un teatro de ideas y de un teatro poé-
tico.
En 1893 se fundó el teatro de L’ Ceuvre bajo la dirección de Lugné-
Pos y hasta el fin del siglo fue laboratorio de experimentación teatral del
simbolismo. La mayor parte de los autores llamados simbolistas llevaron
a la escena obras dramáticas poéticas. Henri de Regnier produjo el diálo-
go lírico La Gardianne, F.Violé-Griffin presentó Phocas le Jardinier.
André Gide presentó Saul y Le Roi Candaule y Verhaeren su Cloítre y su
Felipe II, que son todas obras notables. Pero las mayores creaciones del
simbolismo en el teatro (sin contar el teatro de Claudel, que dejamos aparte)
se deben a Maurice Maeterlinck.
Las obras teatrales de Maeterlinck están creadas como en un trance
poético. El que escribe es un visionario a quien la realidad teatral externa
no interesa. Es un teatro de la vida interior. Uno de los primeros ensayos
de Maeterlinck se llama, simbólicamente, Interior: pero todo en el teatro
lo es. La princesa Maloine y Pollas et Melissande son sus obras maestras.
Sin duda ese teatro nos parece hoy antiquísimo, con sus viejos castillos, sus
llaves misteriosas y sus princesas de cuento de hadas y sus largos diálogos
filosóficos. Pero algunos de sus dramas dejan una imborrable emoción de
belleza trágica, como Peleas y Melisanda, que ha alcanzado la perfección al
combinarse con la música en la obra inefable de Debussy.
La gran preocupación de Maeterlinck es el destino del hombre. Sus
mejores dramas no son aquellos en que los personajes se someten sin
protesta a la fatalidad, sino aquellos en que el hombre se rebela contra su
destino, aunque sea luego vencido por él.
Maeterlinck dice que su propósito, “su misión urgente” es “el des-
pertar del alma”. Para ello invocó a los grandes místicos y los estudió en el
silencio, para descubrir las voces de la bondad invisible de la vida profun-
da. Pero comprobó que ese aislamiento evitaba la comunicación habitual
con los demás. Y entonces se resignó a explorar solamente las almas por
medio de la inteligencia. No renunció, empero, a buscar lo inefable de las
almas. “Toda vida interior, afirma, comienza menos en el momento en
que la inteligencia se desarrolla que en el momento en que el alma se hace
buena”. Predica la sumisión final al destino, que no es ni justo ni injusto:
“lo que suceda será la (ilegible)”. Su última palabra a ese respecto está en
el bello cuento alegórico del Pájaro Azul, en la liberación que expresa el
grito “No hay muertos”, en aquel que al principio creó los más torturantes
dramas de la muerte y el espanto en La Intrusa, La Muerte de Toritagiles
y Aladina y Palomides.
La mayor obra dramática de la generación de 1890 se llevó a cabo
en el teatro de ideas. Los directores de L’Ceuvres querían sustituir a la
tentativa del teatro naturalista, sobre todo un teatro idealista. La influencia
decisiva en esto fue la de Ibsen. Antoine había representado Los Espec-
tros la más próxima al naturalismo entre las obras ibsenianas: la tragedia
de la herencia. L’Ceuvre representó casi toda la obra ibseniana, de la que
partió el teatro de ideas en sustitución del teatro de tesis de la generación
anterior.
El maestro de ese teatro fue Francois de Curel, que venía del Teatro
Libre. Sus obras siempre proponen un problema, que no resuelven, pues
entonces serían de tesis. Son piezas bien construidas, de gran fuerza, en
buen estilo. Ha creado figuras vivientes y originales, de mujer especial-
mente. Ha sabido conquistarse al público sin rebajarse. Pero su teatro ha
envejecido precisamente por ser de ideas: las ideas cambian rápidamente.
Lo permanente son los sentimientos, que es lo que salva y eterniza la obra
de Ibsen. (Fossiles-Terre Inhumaine-Le XXX du Lion – Ame en folie).
Paul Hervieu tuvo grandes éxitos en ese teatro. Llevó a la escena los
problemas de la familia burguesa. (Los Tonailles, Le Dedale. La Course
du Flambeau, L’Enigme). En ese sentido hizo teatro de clases. Su estilo es
retórico, frío. Es un dramaturgo hábil.
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Brieux llevó a escena, con estilo: más sencillo, los problemas del día
y los problemas eternos: la instrucción laica y obligatoria (Balnchette) las
enfermedades sociales (Los Avaries) la maternidad (Les Remplacantes) y
otros más. Poco hay en su teatro que sobreviva.
El teatro de combate social tuvo su representación en Merbeau. (Les
Affair sont les Affaires. Le Foyer) : incoherente y violento.
El teatro amoroso en este tipo tuvo su maestro en Porto-Riche que
en su Amorosa (1891) lleva a la escena los problemas íntimos del amor
conyugal. Passé (1897) y Viel Homme (1911) forman con el drama ante-
rior una trilogía de obras bien logradas en el fondo y la forma.
Desde 1900 dos autores se comparten el teatro nuevo: Bataille y
Berstein.
Bataille comenzó con obras simbolistas de escaso mérito. Luego pro-
dujo piezas originales: Mamá Colibrí, La Marcha Nupcial, La Virgen Loca,
en las que crea figuras de mujer bien forjadas, ilógicas y a veces contradic-
torias, como la vida. No tiene ni la virtud del diálogo ni la del equilibrio
escénico: es débil en técnica.
Berstein es, por el contrario rico en técnica teatral. Sus personajes
principales han sido por largo tiempo seres enfermos, con taras, violen-
tos, desenfrenados. Su teatro es brutal. Su obra maestra es El Secreto. En
Sansón, Israel y Judith plantea el problema judío o vuelve a la Biblia por
inspiración. La Rafale. Le Voleur, son otras de sus obras notables. Sigue
produciendo hoy y renovándose cada día.
Réstanos por nombrar a Henri Lavedan, Donnay y Hermant, los
colaboradores de La Vie Parisienne revista fundada por Marcelin en 1867.
La producción publicada era de teatro, que pronto pasó de la letra a la
escena. Hay en este teatro más diálogos que acción, y más sátira que ob-
servación directa. En el Teatro Francés, Lavedan produjo piezas
moralizadoras, como El Duelo, Servir, etc., bien construidas. Donnay tam-
bién, estudiando las formas modernas del amor, y el alma femenina
(Amants) Hermant tuvo gran éxito con sus Transat l´antiques, de observa-
ción crítica y caricatural.
Courteline y Jules Renard han llevado parte de sus novelas al teatro
(Bacubouroche) (Poil de Garotta). Bernard ha separado su teatro y sus
novelas (Triplepatte. Petit Café).
Debemos recordar también que antes de la guerra hubo, en un mo-
mento dado, una resurrección del teatro romántico en verso, que repre-
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LECCION VIII
LA NOVELA. REALISMO Y NATURALISMO.
LA REACCIÓN ANTINATURALISTA.
LA NOVELA INTELECTUALIZADA: LOTI, BOURGET, FRANCE.
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obras y apuntes
con visitas al lugar donde Cartago estuvo , estudio de los textos y del arte
rúnicos, estudia comparativos, etc.
Luego con arte extraordinario, llenó las lagunas con su penetración, y su
sentido de la armonía. Es la novela más notable que existe en este género
arqueológico, y sus cuadros alcanzan a veces gran fuerza dramática.
En 1881 se publicó póstuma una obra de Flaubert: Bouvard et Pécuchet,
que es una caricatura de la burguesía, algo seca y triste.
Como vemos, Flaubert produjo poco, lo que se comprende, dada su
ansia de perfección; pero dejó tres o cuatro obras maestras. El puso a la
novela bajo la dirección del pensamiento crítico, y realizó el milagro de equi-
librar lo romántico con lo realista, el ensueño con la vida.
La escuela naturalista se constituyó en 1870, bajo la influencia de Flaubert
con su Madame Bovary, y de las teorías literarias de Taine, y del movimiento
científico. El maestro de esta nueva escuela literaria fue Emile Zola. (1840-
1903).
Zola trata de ser más un sabio que un artista, de hacer de la novela, no ya
una pintura de la vida, sino un laboratorio de experimentación, done, crean-
do ciertas condiciones en torno a ciertos hechos, se llega a inducir una ley
biológica.
La diferencia está en que las condiciones que se ponen en la novela tienen
que ser más o menos arbitrarias, y no exactas como en un experimento de
Física; pero no se veía así en aquel momento. Zola escribió en la serie de los
Rougon Macquart, la Historia natural de una familia bajo el segundo Imperio,
queriendo demostrar la infalibilidad de la ley de herencia.”El novelista –dice-
es un observador y un experimentador. El observador en él da los hechos
como los observa, fija el punto de partida, establece el terreno sólido sobre el
que van a marchar los personajes y a desarrollarse los fenómenos.
Luego, el experimentador instituye el experimento: es decir, hace mo-
verse los personajes en una historia particular para mostrar en ella que la suce-
sión de los hechos será tal como lo exige el determinismo de los fenómenos
estudiados.
Esa pretensión científica nos parece hoy ilusoria. La obra de arte es
irreductible a las leyes científicas. El artista obra por selección. En algún lugar
afirma Zola: “Yo no he tenido más que un deseo
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que son lo más durable de su obra. Encarnó el carácter provenzal, por una
parte de su Arlesiana, y por otra parte en el héroe simbólico Tartarín de Tarascón
en una trilogía magnífica donde la fuerza de la observación, el humorismo y el
sentido poético se combinan prodigiosamente. De sus obras dedicadas a
París la mejor es Safo, cuadro conmovedor de amor y de tragedia. En todas
las obras de Daudet se expone ese encanto de sensibilidad y de gracia que
hace de él un autor incomparable.
En Guy de Maupassant (1850 – 1893) en donde puede hallarse después
de Flaubert, la más pura expresión de realismo. En él los personajes tienen una
viva psicología individual, aunque no se propuso el análisis psicológico, sino
pintar las apariencias de la vida. Presentó todos los medios y tipos que cono-
ciera, con sobriedad poderosa. Tuvo el sentido de lo sólido y lo real. Luego,
por la enfermedad en su sistema nervioso, se volvió hacia lo fantástico, y
también dejó las más emocionantes, terribles pinturas de las emociones pato-
lógicas. Sus mejores obras son Une vie, y sus cuentos, hacen de él un maestro
indiscutible del género.
La reacción antinaturalista. La novela intelectualizada. Leti, Bourget, France.
Durante los diez años que abarcó la carrera de Maupassant, se ejercieron
influencias nuevas y la aparición de ciertas obras produjo modificaciones pro-
fundas en las tendencias literarias. Las descripciones externas de los naturalistas
provocaron un regreso hacia los psicólogos que habían estudiado el alma, los
conflictos interiores, con preferencia lo exterior o lo colectivo.
El Adolfo de Benjamín Constant, el Obermann de Senaucour, Julián
Sorel y Fabricio del Dongo, creaciones de Stendhal, héroes de la meditación
solitaria, o ejemplos elegidos de análisis de los secretos movimientos del alma
humana, se pusieron de nuevo en actualidad.
En 1883-84 se publicaron dos volúmenes del Diario Intimo de Federico
Amiel. A partir de las protestas de Brunetiére, entonces situado en la cima de
la Crítica, muchos encontraron en esa obra su propia imagen espiritual.
Esta generación que reanuda el culto del yo íntimo, rinde pleitesía a un
escritor que hasta entonces, más de cincuenta años después de la publicación
de su obra, había permanecido ignorado: Jules Barbey D’Anrevilly. Se con-
vierte en un maestro respetado, más por la personalidad que por la obra.
René Lalou evoca esa personalidad “la silueta del altivo mosquetero que atra-
vesó el siglo XIX como gentilhombre monárquico y católico; siempre pronto
a saludar con su sombrero de fieltro y a defender por la pluma o la espada su
doble fe, y a calarse el sombrero hasta las orejas cuando pasaba el Cortejo de
alguno de los falsos dioses que su tiempo adoró”.
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LECCIÓN IX
LA RENOVACIÓN DE LA NOVELA. MARCEL PROUST
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percibe entre las cosas y para sustraerlas a las contingencias del tiempo las
reunirá en metáforas y las encadenará por el lazo indescriptible de una alianza
de palabras. En la calidad del lenguaje se puede juzgar del grado a que ha sido
llevado el trabajo de la intuición y de la inteligencia. “Creo —dice— que sólo
la metáfora puede dar una eternidad al estilo”. Todas sus escenas están nutri-
das de imágenes pictóricas y musicales.
En cuanto a la composición general de su obra, la ha definido como
“rigurosa aunque velada”. En Du coté de Guernantes ha definido su método;
“los espacios de mi memoria se cubrían poco a poco de nombres que al
ordenarse, componiéndose lo unos en relación con los otros, anudando entre
ellos relaciones más y más numerosas, imitaban esas obras de arte acabadas
donde no hay un solo toque que sea aislado, donde cada parte recibe de las
otras una razón de ser y les impone la suya”.
Es preciso decir que esta composición rigurosa no se deja apreciar por
el lector; pero varias entre las más grandes novelas contemporáneas tienen esa
falta de composición y hoy en día los valores de relación y construcción en la
novela han perdido en importancia.
Sin embargo, la idea de una construcción conscientemente proseguida y
acabada persiguió a Proust hasta el último momento. Se puede considerar que
dio a su obra una especie de lógica interior, muy diferente de la lógica ordina-
ria, pero que le crea una continuidad sensible. Fue la preocupación de perfec-
cionarla, de terminarla lo que lo impulsó a hincharla desmesuradamente
agregándole más y más páginas.
La obra así concebida es la vida del orador y Proust quería poner en la
suya todo lo que de él debía eternizarse antes de que su cuerpo consiguiera
libertarse definitivamente del tiempo por la muerte. El no temía la muerte,
cuya idea se había instalado en él desde tiempo atrás, “como un amor” y que
había sabido comprender mejor que el amor: pero concibió esta última parte
de existencia como una lucha. “Tener un cuerpo es la gran amenaza para el
espíritu”, dijo. Sentía que pronto su espíritu se rendiría en la lucha y quería
“dejar cumplida su labor”. Trabajó en ella hasta en la agonía y la obra nos ha
quedado tal como él la había presentido: “Hay partes que no han tenido
tiempo más que de ser esbozadas y que sin duda nunca se terminarán, a causa
de la amplitud misma del plan del arquitecto. ¡Cuántas grandes catedrales han
quedado sin terminar! Durante largo tiempo, a un libro así se le nutre, se le
fortifica en sus partes débiles, se le preserva; pero luego es él quien crece,
quien señala nuestra tumba, la protege contra los rumore y tal vez la defiende
del olvido”.
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LECCION X.
EVOLUCIÓN DE LA NOVELA DESDE 1914.
ANDRÉ GIDE.
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Vatican (1914). Había alcanzado una dual filosofía de la vida, y unas veces se
movía hacia el aspecto celeste, pero con más frecuencia hacia el terrestre. Tal
era su situación en la fecha fatal de 1914.
Al estallar la Gran Guerra, la N.R.F. dejó de publicarse por el momento
y la mayoría de los amigos de Gide se fue a las trincheras. Gide, que contaba
entonces 45 años, trabajó en lo que hoy llamaríamos campo de concentración
belga—frances y presenció dolores y miserias sin cuento. Para Gide llegó
entonces un momento de crisis espiritual, por la cual volvió a la religión, y
trató de conciliar con ella sus teorías de la vida. No puede haber oposición
entre Dios y el cuerpo humano, que es su creación. Creyó solucionar su con-
flicto estableciendo que el hombre tiene derecho a vivir su vida corporal como
lo entienda justo y sin embarco ser aceptable a los ojos de Dios. Entonces
publicó Gide un pequeño libro titulado Numquid et tu? que contiene la mas
audaz confesión y la vindicación de su vida privada. Luego, en espíritu igual,
publicó Si le Grain ne Meurut y La Symphonie Pastorale.
Una vez alcanzado ese equilibrio interior, Gide tuvo su momento de
mayor exaltación. Se unió a los jóvenes en su movimiento de renovación
literaria. (Dadaismo). Empezó a escribir la que esperaba que fuera su obra
maestra: Les Faux Monnayeurs . La N.R.F. volvió a publicarse, con la colabo-
ración de Proust, Paul Morand, Jean Girandaux y Paul Valery; pero siempre
bajo la organización de Gide. Naturalmente, este florecimiento de su popula-
ridad hizo que pronto se empezara a atacarlo violentamente. Se le acusó de
inmoralidad política y de corrupción de la juventud. Gide respondió por una
edición muy numerosa de Corydon, con su nombre ahora, de Numquid et
tu? y de Si le grain ne Meurt.
Esto se consideró un escándalo, y muchos de sus propios amigos inte-
lectuales lo abandonaron. Disgustado y herido, Gide se volvió al África, al
Congo esta vez.
Durante su ausencia, los libros de Proust y las teorías psicológicas de
Freud consiguieron acostumbrar al público a mirar con diferentes ojos las
cuestiones sexuales, aún en sus aspectos más escabrosos. Muchos, aún no com-
partiendo las teorías de Gide, admiraron la sinceridad casi heroica con que
desafió la opinión pública para realizar lo que él juzgaba la verdad de su vida.
Gide entre tanto sufría nuevas transformaciones espirituales. En su largo
viaje por el África Ecuatorial presenció los horribles tratamientos infligidos a
los nativos por los agentes del gobierno en las colonias y por los representan-
tes de las compañías caucheras.
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LECCIÓN XI
LA POESÍA A PARTIR DE 1914
Paul Claudel
Al entrar en el estudio de la poesía de la post-guerra debemos fijarnos en
primer término en la figura, de renombre universal, de alguien que es a la vez
un gran poeta lírico, un gran dramaturgo, una fuerte inteligencia crítica y un
defensor de avanzada del catolicismo: Paul Claudel. Su obra es difícil: a veces
oscura; por eso ha sido mal comprendido, y no solamente de sus detractores,
sino de sus propios admiradores.
Claudel es una gran tradicionalista; pero no de la tradición académica,
sino de la historia, religiosa y racial. “Admito –dice– que le orden es el placer
de la razón; pero el desorden es la delicia de la imaginación”. Así se compren-
de que siendo el más grande de los dramaturgos franceses de hoy, los teatros
oficiales no le pongan atención.
Su vida no explica su obra. Pertenece a la generación nacida hacia 1867,
(16 de agosto de 1868), que llevó al simbolismo una parte de la realidad
relacionándolo con el suelo, con la vida y la tradición francesas. En filosofía,
ha sufrido la influencia de Taine, de Renan y de Kant. En literatura, la de los
románticos de Hugo, y la de los parnasianos; pero se ha rebelado contra el
romanticismo luego, y contra el siglo XIX, que ha llamado el Siglo sin Dios.
Es curioso que Claudel haya señalado una fecha exacta como la de su conver-
sión al Catolicismo: el 25 de diciembre de 1886. Dice que fue una conversión
súbita; pero no se ve bien por qué, pues él había nacido en el seno del Cato-
licismo. El hecho es que en esa fecha él creyó oír la llamada de Dios, y que
desde ese día ha creído que Dios lo ha marcado con un signo, lo ha hecho uno
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Dios. Es preciso decir que este Catolicismo que tiene mucho de hebraismo
primitivo, es mal comprendido por los católicos contemporáneos.
Como poeta lírico, Claudel empezó por usar el alejandrino francés co-
rriente y ese vehículo de expresión no sirvió para su inspiración. Entonces
creó una forma propia: el versículo claudeliano, un gran hallazgo, no solamen-
te original y apropiado para su expresión personal, sino un buen instrumento
poético que poner en manos de la juventud. Claudel no era desconocido
antes de 1914. La correspondencia entre él y Jacques Riviére demuestra el
prestigio de que ya entonces gozaba ante una parte de la juventud. Pero su
disipulado poético vino a él después de la guerra. Es entonces cuando vemos
su versículo usado por poetas de la guerra misma, como Motherlant y Drien
de la Rochelle, o católicos como Henriette Charasson. Pero sucede con el
versículo claudeliano que una forma muy personal del autor, y sólo unos
pocos se han atrevido a tratar de adaptarlo a otro temperamento. Es un
intermedio entre la especie de prosa rimada que hacen algunos poetas y el
verso nuevo que es el instrumento usual de la generación de 1914.
Entre las obras líricas de Claudel debemos citar Connaissance d l´Est,
serie de pequeños poemas en prosa en los que trata de expresar sus impresio-
nes personales del Oriente. Son muy logrados, estos poemas en prosa.
Las Cinco Grandes Odas y la Cantata a tres voces son también bellos
poemas, anteriores a 1914. Pero lo más bello de su obra lírica está esparcido
en sus dramas.
El lirismo, según explicaba Brunetiére, es lo personal. Pero no cabe ahí
todo el lirismo. El de Claudel parte de la Naturaleza como un todo y se lleva
hacia Dios, mas sin dejar el suelo en que se fijara. Es un amor a todas las cosas
creadas, la flor tanto como el polvo; es el amor de todo lo que germina y se
eleva hacia el sol. No hay preciosismo; sino amor de las cosas naturales, cuan-
do habla con imágenes nuevas, de la rana “de voz de cristal”, de la alondra
“pequeña cruz vehemente”.
Claudel cree que el artista vuelve a crear las cosas. Primero las compren-
de, luego las eleva a lo divino. Su símbolo es el Árbol, que mientras más se
hunde en el suelo por sus raíces, más se eleva en impulso perpetuo hacia el
cielo. el movimiento claudeliano es siempre de elevación. No es un panteísta,
aunque ve a Dios por doquier, como una gran presencia. En nosotros mismo
debemos descubrir. “Descubrir en mí a alguien que vea más mi propio yo.”
dice. Es un místico; pero en cierto modo su misticismo es como el de V.
Hugo de los últimos años; crea una mística y se erige sacerdote de ella.
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interior de las superficies planas por el temblor de la línea que las limita”. Por
lo tanto no se trata de copiar la naturaleza, sino de disociar elementos ordina-
riamente unidos y usar otros ordinariamente separados, para hallar totalizada
en una imagen todos los valores. Es una forma del surrealismo. Pero si bien es
cierto que nada se opone a un desarrollo del arte literario en ese sentido,
también lo es que ese arte no se ha encontrado un genio creador capaz de
imponerlo. Además, se ha exagerado la nota de lo cómico, de lo bizarro, y las
formas externas varias, de la neotipografía. La poesía se ha convertido en
puro juego de imaginación o de técnica.
El futurismo, que buscó imponer la belleza de lo mecánico y abolir la de
lo femenino eterno, también fracasó sin poder dar al mundo una nueva for-
ma de poesía, quedándose en lo externo.
El dadaísmo quiso darnos la glorificación de lo incoherente, algo como
un impresionismo exagerado. Se quedó en una especie de visión vertiginosa,
proclamando como la obra maestra literaria un léxico en desorden. Es posi-
ble que todo esto tenga sobre todo, un valor de destrucción, de abolición de
todo lo pasado, y por lo tanto, de liberación. En este torbellino sin centro,
quizás lo que busquemos sea, con palabras del joven poeta R. Canudo
“Dans de vagues senteurs de folie
Le seus éperdu de toute la víe.”
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LECCION XII
EL TEATRO DE POST—GUERRA.
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tro de Lenormand, que lleva a la escena ideas. Es una forma de teatro que,
por su manera de organizarse se parece a la novela, lo cual no le favorece para
el éxito teatral. Representa el la escena el papel de novelista psicólogo y psi-
coanalista, v esto interesa más al hombre de letras que al público en general.
Lenormand se resiente en el fondo, de desarrollar una teoría todavía naciente:
la psicoanalítica. En cuanto a la forma, sus obras no poseen la estructura
dramática que les convendría. Su ideología es forzada sobre sus personajes
con demasiada violencia. Además lleva a la escena un erotismo de carácter
repugnante. (L’homme et ses fantomes). Ha empleado también el exotismo.
Se ha esforzado por darle una expresión poética, condensada, que no ha
logrado. Su mérito está en la intención de volver el teatro hacia la psicología
profunda, y de evocar la emoción, que en Pirandello, demasiado ingenioso y
en Bernard Shaw, demasiado intelectual, suele perderse. Lenormand ha con-
seguido hacer más emotivo su teatro.
El teatro no parece ser un arte contemporáneo. Los autores hoy llevan el
sentido trágico de la vida a otros géneros, como la novela. Los autores teatra-
les están en minoría. Cierto número de talentos líricos se han ensayado en él,
no siempre con éxito. Tal es el caso de Claudel, Que es excepcional por su
genio, pero es siempre para minorías. Su teatro es escrito distante de la escena
y de la realidad usual. Dos de sus dramas solo han subido a la escena y estos
en los cinco años que precedieron a la guerra L’Annonce falte a Marie y L’Otage,
y son difíciles para el espectador. Otros dos de sus dramas son obras maes-
tras: Tete d’Or, escrito a los veinte años y Le Soulira de Satin, escrito después
de los cincuenta. En Tete d’Or hay un solo personaje. En esa obra emplea
Claudel por primera vez su versículo famoso. Le Soulier de Satin es una evo-
cación del siglo XVII en España, en Bohemia y en América. Un drama mun-
dial y católico. Claudel es aquí el poeta de la materialidad del dogma, de la
religión en sus formas externas. Pero no se adapta sino por momentos a la
materialidad de la escena. Es siempre un gran lírico, y su teatro, gran literatura,
más bien que vida.
Para el autor de teatro, la psicología es un gran escollo. El no puede
penetrar en el cerebro de los personajes para revelarnos su pensamiento como
el novelista. Y son muy pocos los que han reunido al talento dramático el
genio poético y el don psicológico. Lo hizo Shakespeare, lo logró Racine;
pero esos son milagros. En el teatro se necesita una correspondencia entre el
autor y su época; pues el dramaturgo no puede esperar su público como el
novelista. Sin embargo, es preciso que el teatro tenga caracteres de eternidad;
que el autor cree personajes que se puedan convertir en tipos. Se precisa tam-
bién la colaboración del director de escena y de los actores, y un público de
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Í NDICE ONOMÁSTICO
Browning, Robert:267
CH
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Epstein, Jean:165
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Gide, André:171, 182, 186, 187, 209, 234, 260, 261, 262,
263, 264, 265, 266, 267, 268, 274, 275, 278, 289
Gorki, Maksim:144
Graig, Gordon:289
Ibsen, Henrik Johan: 69, 87, 88, 89, 90, 91, 92, 93,
96, 97, 153, 155, 160, 182, 234, 235, 266
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Maeterlinck, Maurice:227
Marlowe, Christopher:12
Mell, Stuart:154
Moliere:231, 289
294
N
Proust, Marcel:183, 186, 187, 249, 250, 251, 252, 253, 254,
255, 256, 257, 258, 259, 264
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Reinhardt, Max:289
Sócrates:7
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Thibaudet: 179, 182, 194, 201, 204, 228, 234, 248, 252,
280, 286
Valery, Paul:182, 186, 187, 209, 219, 228, 264, 271, 272,
278, 289
297
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Zola, Emile: 124, 125, 126, 127, 128, 129, 154, 181,
233, 241, 242, 246, 247, 252
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Í NDICE GENERAL
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LITERATURA CONTEMPORÁNEA
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LECCION I
Determinación de las épocas y las tendencias que serán
estudiadas en este curso. — Lecturas que se aconseja hacer
en relación con éste. — Sugerencias respecto a algunos
temas entre los que podrá elegir para desarrollar un breve
ensayo la alumna que desee hacerlo. ........................... 179
LECCION II
La liquidación del romanticismo.
Las nuevas influencias. .................................................. 185
LECCION III
Los Animadores. Taine: nuevo concepto
de los valores estéticos. Renán: nueva
interpretación de los valores morales ......................... 191
LECCIÓN IV
EL PARNASO .............................................................. 197
LECCION V
El Simbolismo. Verlaine. Rimbaud. ........................... 207
LECCIÓN VI
Mallarmé. La escuela simbolista.
Los poetas belgas. Retorno al clasicismo. .................. 219
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LECCION VII
El teatro, La comedia de costumbres. El teatro libre.
El teatro de ideas. El teatro simbolista. ..................... 231
LECCION VIII
La novela. Realismo y naturalismo.
La reacción antinaturalista.
La novela intelectualizada: Loti, Bourget, France. ..... 239
LECCIÓN IX
La renovación de la Novela. Marcel Proust .............. 249
LECCION X.
Evolución de la novela desde 1914.
André Gide. ................................................................... 261
LECCIÓN XI
La poesía a partir de 1914 ........................................... 277
LECCION XII
El teatro de post—guerra. ........................................... 285
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