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Bajo El Signo de Tespis José Manuel Hidalgo

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Bajo el signo de Tespis

Obra ganadora del Premio Nacional Manuel Herrera de dramaturgia de Querétaro 2017.

de José Manuel Hidalgo

A mi padre lo mataron frente a mí.

Se bajó al cajero y cuando salió lo esperaban dos tipos armados.

No muy armados, pero lo suficiente como para matar a mi padre.

No hay que ser muy lista para asesinar a alguien.

Ni muy incrédula para saber que, cuando apuñalan a alguien, es cosa seria.

Y ahí tenían.

Mi padre apuñalado intentando asirse de su hija asustada.

Yo no sabía qué hacer y me puse a tocar el claxon como enferma.

En ese entonces sólo me sabía la tonadita de La cucaracha.

“No se rían, vengan a ayudarme”, les gritaba a los conductores.

Pero más allá de improperios y risas no recibí ayuda.

“No mames”, fueron sus últimas palabras.

“No mames

mames…

mames…”

Y se murió.

Así.

Nomás.

1
A mi madre y su amante les parecieron considerables tres semanas antes de
revolcarse en la cama de mi difunto padre.

“Tres semanas de luto son suficientes, soy una mujer joven”.

Y cogían.

Salvajemente.

Salvajemente cogían.

También les pareció que vender la camioneta de lujo en la que mi padre había
agonizado era un desperdicio.

“Esa camioneta es muy cara, y Beto puede usarla”.

Beto era el nombre del amante de mi madre.

Un judío venido a menos que cojeaba del pie derecho.

Y que era tan moderno que veía la misa judía por internet desde una pantalla de
plasma.

Al mes de enterrado mi padre, eso es un decir porque realmente lo incineraron, mi


madre se embarazó.

Se embarazó de tres meses.

Así.

De putazo.

Vas a tener una hermanita y ya tengo tres meses de embarazo, me dijo.

Cité a mi padre: no mames

mames…

mames…

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Nació Judith.

Una judía teotihuacana de ojos azules.

Con su cabello güerito y cara de perro.

Mi madre estaba orgullosa.

Hasta que va haber una güerita en la familia, dijo ella.

Hasta que vamos a tener un perro, pensé yo.

Y es que yo tengo cabellera larga.

Pero no como ella.

Mi cabello es más bien chino tirándole a jodido.

Y digo, no soy negra, pero tampoco soy blanca.

Bueno, a veces me salen unos vellitos medio güeritos, pero casi no se notan.

Pero sí tengo algo de blanca.

Eh.

Eh.

¡Qué bonito cabello! / ¡Qué bonitos ojitos! / ¡Qué bonita piel! / ¡Se parece tanto a su
mami! / ¡Y a su papi judío! / ¡Qué bonita familia! / ¡Es una nena hermosa, hermosa,
HERMOSA!

Y así decidí quedarme huérfana.

Sí.

Decidí asesinar a mi madre y a mi padrastro judío.

Mentalmente.

3
Pero asesinarlos.

No volví a dirigirle la palabra a Beto y me dirigía a mi madre sólo por su nombre.

Pero cuando me daba hambre o quería dinero hacía una excepción.

O cuando pedía un permiso para salir.

O cuando reprobaba una materia.

O cuando quería un vestido nuevo.

Pero fuera de esas excepciones jamás les volví a hablar.

También decidí otra cosa.

Le iba hacer la vida imposible a Judith.

Imposible.

Cuando quise entrar a la preparatoria fui tan zopenca que no me quedé en ninguna
de mis opciones.

Entonces me emputé y me puse mi primera borrachera.

Al segundo año tampoco me quedé y entonces probé la mariguana.

Al tercero me quedé en mi tercera opción y, para celebrar, decidí perder mi


virginidad.

Le hablé a cualquier tipo del feisbúc con cuadritos y nos vimos en su casa.

Ahí comprendí que quizá había estado mal.

Sí.

Que me habría gustado perder mi virginidad como una persona normal.

Sin presiones.

O sea: en los asientos de una sala de Cinépolis en la última función del día.

4
Pero no todo se puede tener en esta vida.

Perdí mi tesorito en una cama, como una cualquiera.

Ni modo.

Después de varios encuentros casuales entré al CCH.

Vallejo.

El chido.

Je je je.

No cierto.

Entré al Politécnico Nacional.

A la hache hache Heroica Cecyt 13.

“La técnica al servicio de la patria y esas mamadas”

La patria no me interesa.

Y la técnica suena muy pedante.

Como de artistitas mamones.

Pero me puse enormemente feliz porque mi escuela estaba al otro lado de la ciudad.

Al sur de la gran Tenochtitlán.

Eso significaba que tenía que ir a rentar por allá.

Por fin les iba a dejar de ver la cara a mi madre, al judío y a la cara de perro.

Eres una perdida, pudiste estudiar en una mejor escuela.

Tu hermana,

Tu hermana,

(La cara de perro)

5
¿Qué dijiste?

Nada.

Tu hermana va a estudiar en El Tec de Monterrey.

No es mi hermana.

¡Sí es tu hermana!

No porque ella sí está bonita significa que no es tu hermana.

Me fui de la casa refunfuñando.

En la noche le hablé a cualquier tipo de mi feisbúc con linda cara y lo invité a mi


cuarto.

Después de re-cursar todo el primer año mi madre me habló por primera vez.

Llorando.

Habían asesinado a Beto.

¿Cómo?

Bajó al cajero y al salir ya lo esperaban unos tipos armados.

Sus últimas palabras fueron: Bar Mitzvah…

Bar Mitzvah….

Bar Mitzvah…

Al parecer al pobre judío lo mataron igual que a mi difunto padre.

Y justo enfrente de Judith.

Ella se puso a tocar el Himno a la alegría en el claxon.

6
Regresé a casa para el entierro.

Ese no es un decir, a él sí lo enterraron.

Judith tenía diez años.

La vi sentada, con la mirada perdida, en uno de los sillones.

Tenía una cinta negra amarrada en el brazo izquierdo.

Yo usé la mía para amarrarme el cabello.

Mataron a papi.

Te equivocas.

¿No está muerto?

No. Sí está bien pinche muerto, sólo que él no era mi papá.

Después de atascarme de galletas, y de que había regalado centros de mesa para


el recuerdo del velatorio, le hice una pregunta responsable a mi madre:

¿Qué pedo?

¿Qué pedo de qué?

¿Quién me va a pagar mi renta?

Vas a tener que dejar de estudiar.

El fantasma de mi padre apareció detrás mío: no mames

mames…

mames…

No puedo dejar de estudiar, por fin terminé el primer año.

Lo siento hija, no me alcanza el dinero.

Sí te alcanza.

7
Que no.

Que sí.

A las mujeres viudas o divorciadas jamás les alcanza el dinero.

Es como si necesitaran a huevo a un Marlon Brandon que les provea carne.

Un macho alfa que las insulte.

Sobaje.

Amenace.

Y coja salvajemente.

Bueno, eso está chido.

Pero mi madre era una tacaña.

Y se sentían los efectos de mujer mal cogida.

Lo siento, necesito tu ayuda en la casa.

¿Para qué?

Necesito que cuides de tu hermana.

¡PINCHES JUDÍOS!

Sí.

Adivinaron.

Lo grité.

En medio de mi emputamiento había perdido la noción del espacio-tiempo.

Y ahí estaba yo.

Acabando de insultar a la raza favorita de Dios.

Justo en medio de la sala rodeada de judíos.

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Con sus kipás y el rabino sosteniendo la Torá.

Y acababa de insultarlos.

Supongo que Hitler sonrió desde el infierno.

Hubo un silencio de muerte.

Ese es un chiste.

Porque había un judío muerto en medio de la sala.

Pero ellos no tuvieron ese sentido del humor.

No sé por qué, pero mi reacción fue sonreír y decir que mi libro favorito era El diario
de Anna Frank.

Y que odiaba el cine de Riefenstahl.

Los judíos sólo me vieron, acariciaron sus carteras y procedieron a ignorarme.

Oficialmente estaba jodida.

Saqué mis audífonos y me puse a escuchar Adios Nonino.

Me gusta Piazzolla.

Los siguientes días ─el judío se había muerto en vacaciones de verano─ intenté
idear un plan.

Un plan para no tener que volver a casa.

Cualquier cosa:

mmm uno.

mmm dos.

mmm tres.

Después de meditar por tres segundos lo primero que se me ocurrió fue practicarme
un intento de suicidio.
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No sé por qué.

Cuando no sé qué hacer pienso en suicidarme.

Lo normal.

Por esos días había visto en Netflix la película donde a Nicolas Cage le va de la
chingada y decide matarse en Las Vegas un trago de whisky a la vez.

La dipsomanía tiene su atractivo.

Morir ahogada en alcohol se me presentaba como un acto de rebeldía y belleza.

Seré la próxima Antonieta Rivas Mercado, Nahui Ollin y Frida Kahlo me la


van a pelar, pensé.

Entonces fui a la tienda de vinos y licores.

Pero no me decidía a entrar.

Le di vueltas al local como por media hora.

No te puedes echar atrás ─me dije─, recuerda por qué estás aquí.

(La cara de Nicolas Cage haciéndola de a borracho por 112 minutos apareció frente
a mí)

Puta madre. En verdad que ese hombre es horrible.

(Piensa en otra cosa)

¿En qué?

Pensé en Piazzolla, en bailar tango ─aunque no tengo idea de cómo mover los
pies─, en poder estar tranquila en mi cuarto, en que todo estaría bien…

En que todo podría estar bien…

En que todo podría estar bien…

(carita decidida)

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Entré.

Tomé dos botellas de Jack Daniels, una de Absenta, un six de Heineken, un Absolut
vodka y unos Lucky Strike.

Pero cuando me di cuenta que sólo traía cien pesos decidí economizar y sólo
compré un tequila que en la etiqueta traía la imagen de un nopal feliz alzando un
caballito.

¿Qué edad tienes?, preguntó el encargado.

¿Yo?... este… pues…

Es broma, destrúyete como quieras.

Y me regaló unos hielos.

Un ofertón.

Volví a casa.

Pinté pito a todo.

Desacomodé los sillones y escribí una nota a Judith diciéndole que los Reyes Magos
no existían y que era adoptada.

Se la dejé debajo de su almohada junto con la cabeza de su peluche favorito.

Sí.

Degollé a ese osito hijo de puta.

Después me encerré en mi cuarto, puse a Piazzolla y comencé a beber esperando


mi final.

A beber,

a beber,

a beber.

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Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao

¿No ves que va la luna rodando por callao?

Que un corso de astronautas y niños, con un vals me baila


alrededor.

¡Locos! ¡Loco! ¡Locos!

Ya sé que estoy piantao, pantao, piantao

¡Loco! ¡Locos! ¡Todos locos!

¡Despierta hija de tu pinche madre!

Mi madre me lanzó un cubetazo de agua directo al rostro.

Por un momento me sentí como un salmón parapléjico subiendo una cascada.

O como Jack después del naufragio del Titanic.

¿Quién chingados te crees?

Mi madre estaba furiosa, no dejaba de agitar sus manos y de lanzarme cubetazos.

Yo no entendía de dónde salía tanta agua.

¿Qué?, yo, ¿qué?

Judith está llorando en su cuarto, ¿estás contenta?

¿Qué?, yo, ¿qué?

¿Te crees muy chistosita escribiendo notas?, no entiendo cómo puedes ser
tan egoísta, sólo piensas en ti, nunca ayudas en la casa, tienes tu cuarto
desordenado, ¿hace cuánto que no te bañas?, y no respetas el luto por Beto,
sólo quieres llamar la atención, eras una malagradecida, repruebas, no
escuchas.

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¿Qué?, yo, ¿qué?

¡No te atrevas a levantarme la voz! Escúchame bien chamaquita, escúchame


bien, no vas a arruinar mi vida, ¿oíste?, tengo derecho a ser feliz y ni tú ni
nadie me lo va a impedir, no te quiero más tiempo aquí, no sé cómo le vas
hacer, pero te vas a largar, no voy a estarte manteniendo, no soporto que
estés cerca de mí, contaminas todo lo que tocas, eres como una enfermedad.

¿Qué?, yo, ¿qué?

Te vas a ir a disculpar con tu hermana, no te mereces el cariño de nadie,


¿oíste?, de nadie, no tienes idea por lo que estoy pasando, lo difícil que es
tener que salir adelante sin ayuda de nadie ¡TE VAS A MORIR SOLA

SOLA

SOLA!

Eso fue lo único que escuché realmente.

La puerta de mi cuarto se cerró con violencia.

Yo me quedé sola.

Justo como había dicho mi madre.

Sola.

Sola.

Sola.

Cuando recobré el aire me quité la ropa ─me había dormido vestida─ y la exprimí
como por cinco minutos.

Me sentía triste.

No había logrado nada.

Estaba mojada.

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Cruda.

Confundida.

Tiritando de frío.

En resumen, estaba viva.

Puta madre.

Entre las sábanas revueltas encontré la botella de tequila.

Apenas y había tomado poco menos de la mitad.

Poco menos de la mitad fue suficiente para tumbarme.

Eso me deprimió más.

El nopalito de la etiqueta seguía alzando su trago y sonreía.

¿De qué te ríes?, le pregunté.

Por fortuna no me respondió.

El resto de ese día dormí hasta muy tarde.

O muy temprano, según los usos horarios.

Si fui al cuarto de la cara de perro no fue por obligación.

Fue porque quería agregar, además de que los Reyes Magos no existían, que si
salía de su cuarto después de las once se la iba a aparecer un fantasma en el
pasillo.

Cuando entré Judith cocía la cabeza de su oso:

¿Por qué lo hiciste?

Él me lo pidió, estaba harto de una vida miserable.

¿Sr. Osito estaba triste?

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No. Sólo era un desgraciado.

¿Por qué?

Porque se enteró que la Sra. Osa lo engañaba con el Sr. Abeja de allá.

Pero ella es niña.

Por eso.

No es cierto.

Es mejor que lo aprendas de una vez por todas: LA VIDA ES UNA MIERDA.

No es cierto, sólo porque tú lo piensas no significa que sea así.

Judith terminó de ponerle la cabeza al peluche y estiró la mano para que lo tomara.

No lo quiero.

Tómalo, así podrás dormir, cuando te sientas sola abrázalo, yo me lo


pongo entre las piernas y está calientito.

No lo quiero.

Ya sé que no existen.

¿Qué cosa?

Los Reyes Magos.

Ah, tampoco existe amor.

Yo… me gustaría creer que sí.

Me quedé callada, por un momento creí que el tequila era de efecto retardado.

Soy judía, ¿se te olvida?

Ah…

Y no celebramos eso.

Oh…

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Si hubieras venido a casa en algún momento lo sabrías.

Entonces sentí que Judith me examinaba con una curiosidad casi científica, como
si de repente me hubiese convertido en una vasija de barro con alguna inscripción
debajo mía.

Me miraba.

Me miraba.

¿Por qué nunca viniste?, ¿acaso es muy bonito allá donde vives?,
¿tenías mucha tarea?, ¿tienes muchos amigos?, ¿te gusta la prepa?,
¿cómo es vivir sola?

Judith me tomó de la mano.

¿Por qué no…

¡Al final te vas a morir!, grité con todas mis fuerzas.

Volví a mi cuarto con un extraño dolor de estómago.

No entiendo por qué.

Pero no quería seguir escuchándola.

No quería oír a nadie.

El resto del verano pasó como tenía que pasar: de la verga.

Y la cara de perro comenzó a dejarme notitas que nunca leí.

Se la pasaba molestándome.

A huevo quería ponerse a platicar conmigo.

Mi madre quitó la puerta de mi cuarto.

Un día llegué y ni las bisagras dejó.

También le puso candado al refri.

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Y contraseña al Waifai.

Nomás le falto ponerme cinturón de castidad o algo así.

Porque mi madre, además de loca, no, loca no, porque los locos son personas que
han sufrido una discriminación sistemática de parte de las personas que se creen
normales.

Han desvirtuado una linda palabra, así como la palabra zorra.

¿Qué culpa tienen las zorras de las mujeres de moral distraída?

Así, ¿qué culpa tienen los locos de mi madre?

Eso es discriminación semántica.

El caso es que por el resto del verano mi vida se redujo a comer lo que el vecino
me regalaba y a ver Netflix.

Intenté leer, pero no pude.

Cuando faltaba una semana para empezar las clases mi madre puso a la entrada
de mi cuarto una maleta con una nota.

Decía, con una pésima ortografía y todo en mayúsculas:

TU RENTA SE VA A PAGAR. YEVATE (con i griega) TUS COSAS, LAS QUE

DEGES (con ge), EN UN PLAZO DE UN MEZ (con zeta), LAS VOY A

VENDER A DON CHUY (¿?). TE DEPOSCITO (con ese y ce) MIL

SETECIENTOS PESOS PARA TU SÉMESTRE (con acento). NO

NECESITAS MAS (sin acento). CUANDO TE VALLAS (con doble ele) TOCA

A MI CUARTO PARA DARTE UNA HÚLTIMA (con hache) COSA.

Me puse a saltar de alegría.

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Había ganado.

Había conseguido seguir sola.

Comencé a hacer mi maleta en ese momento.

Aunque sólo guardé la botella de tequila que no me terminé y un par de calcetines.

Allá en mi cuarto está toda la ropa que me gusta.

Tengo una faldita muy bonita que me voy a poner en cuanto regrese allá.

Y una blusa azul marino con rayas blancas.

Sólo una cosa me intrigaba: ¿quién vergas es don Chuy?

Toqué la puerta imitando la tonadita de La cucaracha porque sé que a mi madre le


caga.

Ella abrió con una mascarilla de aguacate en la cara.

Toma.

Mi madre estiró una tarjeta de crédito.

Yo dudé en tomarla.

Ahí está tu dinero ─dijo─, hasta nunca.

Tomé la tarjeta y mi madre me cerró la puerta.

Cuando llegué a la entrada me topé con Judith con una maleta igual a la mía.

Se veía como la perfecta representación de la bobería canina.

Sus ojos le brillaban.

Nomás le faltaba tener la lengua de fuera y escurrir baba.

¿A dónde vas?, le pregunté.

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Contigo, mamá dijo que me iría a vivir contigo.

No les miento.

Estuve tocando por tres horas la puerta del cuarto de mi madre y nunca me abrió.

(Resignación)

No te voy a llevar conmigo. No permiten mascotas en el cuarto.

Pero Sr. Oso no es una mascota real.

Es igual de insoportable.

Dale una oportunidad.

No.

También dijo que si no me llevabas no iba a pagarte la renta.

Y que te iba a obligar a ir a las reuniones familiares.

¡Mierda!

Intenté que la cara de perro se perdiera en uno de los tantos transbordes en el metro

Sonreía con ver su carita en los anuncios de la Alerta Amber.

Pero por más vueltas que di.

Por más veces que cambié de dirección

Por más veces que me bajé y subí de los vagones no pude hacer que se perdiera.

Siempre aparecía a lado mío preguntándome:

¿Falta mucho para que lleguemos?

Era como si estuviera amarrada a ella por alguna especie de hilo invisible.

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El cuarto que rento está sobre Calzada de Taxqueña.

A unas cuantas cuadas de la estación de autobuses del sur.

Y a diez minutos caminando del CECyT 13 “Ricardo Flores Magón”.

Diez minutos que convierto como en tres horas para llegar porque es una condena
vivir tan cerca.

Y a la vez tan lejos.

Como poema joto de Benedetti.

En la esquina de mi cuarto hay una tiendita que se llama “Abarrotes La Marra”

Le dicen así porque entre mi cuarto y la escuela hay una zona llamada LA
MARRANERA

LA MARRANERA es un conjunto de casitas que están unas sobre otras.

LA MARRANERA es un espacio sin ley donde llegaron a vivir las personas


desplazadas por el terremoto del 85.

LA MARRANERA se llama así porque está hecha un asco y no hay alumbrado en


toda esa cuadra.

Pero venden unas quesadillas de puta madre.

LA MARRANERA es la bodega de toda una ruta de peseros y los ladrones que


asaltan esos peseros.

De ahí son mis dos únicos amigos.

Este es Lorenzo.

Él tiene un serio problema de carácter.

Esta es Fátima.

Ella tiene una niña de tres años.

Ambos viven en LA MARRANERA.

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Ellos no estudian.

Ella se dedica a su hija y él se dedica a…

Bueno, se dedica a ciertas cosas.

La casera, perdón, la cacique, dijo que ya había hablado con mi madre y habían
llegado a un acuerdo para dejar vivir a la cara de perro.

Era verdad…

El resto del día no hice nada.

La cara de perro comenzó a olfatear el lugar y le dije que podía poner sus cosas en
un rincón.

La vi acomodar su maletita y poner al Sr. Oso cómodamente sentado sobre unas


almohadas.

Ridícula, pensé.

Para la noche me dio hambre y se me ocurrió salir por unas quesadillas.

Yo también tengo hambre, dijo la cara de perro.

Entonces saqué de mi closet un pedazo de lazo y se lo amarré a Judith en la cintura.

Después de chingarme dos de huitlacoche y un refresco de manzana llegaron


Fátima y Lorenzo.

¿Ahora te dedicas a la trata de blancas?

Lorenzo vio a la cara de perro y ella le lamió la mano, jeje, bueno no.

Ella es Judith.

¿Y de dónde vino?

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Es hija del judío.

¡Ah! ¿Es ella? ¡Qué bonito cabello tiene!

¡Y qué bonitos ojos!

¡Y muy bonita sonrisa!

¡Qué bonita hermana tienes!

No es mi hermana, les dije entre dientes.

¡Ay! Sí es tu hermana, no porque ella sí esté bonita no significa que no


sea tu hermana.

Los miré como si quisiera matarlos.

No te sientas mal tú tienes… una gran capacidad para… ser… no estás tan
gorda.

En ese momento la cara de perro se puso a platicar con mis amigos.

Habló con ellos como si se conocieran de toda la vida.

Me sorprendió enterarme de cosas sobre Fátima y Lorenzo que jamás había


escuchado.

Como que Fátima sólo había estado con un solo hombre en toda su vida.

Su marido, que es diez años mayor.

Y que cuando ella mostró interés por estudiar algo la embarazó a la fuerza.

O que Lorenzo tenía un tío deportado de los Estados Unidos varado en Cd. Juárez.

Y que había estado volándose los rines de los carros.

O que la mitad de LA MARRANERA se robaba el Waifai de un Kinder que estaba


atrás de la colonia.

Conmigo jamás en la vida habían platicado así.

Jamás.

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En la vida.

No importa.

Yo me atascaba de quesadillas.

Y gorditas.

Y sopes.

Y pambazos.

Y tortas.

Y…

¿Sí?

¿Qué?, no te escuché, estaba pensando en cosas tristes.

Que si todavía tienes la falda que te presté, se la quiero enseñar a


Judith para…

En ese momento salí disparada hacia mi cuarto.

Arrastré a la cara de perro de su correa y llegamos sudando las dos.

Corrí a una pequeña zotehuela donde estaban unos lavabos y un boiler que siempre
que intentabas encenderlo podías perder las cejas.

Abrí el portillo… no mames

mames

mames.

Había olvidado sacar mi ropa de la lavadora.

Eso significaba que, en dos meses, desde que me fui al velorio del judío, mi ropa
había estado retozando en un jugo de jabón y agua estancada.

Ya ni siquiera me esforcé por hacer algo.


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Apestaba a humedad e incluso estaba en aras de desintegración.

Creo que vi una rana saltar de la lavadora.

Creo que vi unos protozoarios en proceso de evolución en mis sostenes.

Y una colonia de hongos y algas en mis tangas.

Había perdido toda mi ropa.

Toda.

Mi ropa.

Mi falda…

Después de meterla toda en una bolsa, y resignarme a que tendría que usar una
misma prenda durante todo el semestre, fui a la cocina a comerme un pastel de
chocolate.

Era un pastel pequeño que había estado guardando para una ocasión especial.

Y me sentía emputadamente triste.

Mi ropa.

La cara de perro.

Mis amigos.

Las cinco quesadillas, tres sopes y dos pambazos que me acababa de comer.

Merecía ese pastel.

Me orgasmeaba pensando en lamerle los trocitos de bombón que tenía.

Abrí la puerta del refrigerador con una sonrisa de oreja a oreja que se convirtió en
cara de payaso de fiesta infantil.

Vacío.

De nuevo: vacío.
24
El pinche refri estaba vacío.

Le grité a la casera.

¡Casera!

¿Eh?, respondió desde su cuarto.

¡Comida!

No, gracias.

No, ¿dónde está la comida que dejé en el refri?

La tiré.

¿La tiró?

La tiré.

¿La tiró?

La tiré.

¿La tiró?

Bueno, había un pastel de chocolate que me comí.

¿Se lo comió?

Me lo comí.

¿Se lo comió?

Me lo comí.

¿Se lo comió?

Me lo comí.

¿Se lo comió?

Me lo unté por todo el cuerpo.

No tenía caso pelear.

25
No tenía caso.

Salí a la calle y me topé con la cara de perro.

Me dejaste afuera.

No tenía ánimos para los chistes.

Me limité a sentarme en la banqueta y sentirme gorda.

¿Por qué siempre te ves tan triste?

¿Por qué siempre te ves tan cuadrúpeda?

Judith guardó silencio y, para mi sorpresa, comenzó a tararear la melodía de Balada


para un loco.

¿Qué crees que haces?

Tarareo.

Sí, pero ¿por qué tarareas eso?

Me gusta.

A ti no te puede gustar eso.

¿Por qué?

Porque ESO es mío, ¿entiendes?

Eso no tiene sentido.

Sí, Piazzolla es mío, tú tienes los lazos, las pelotas y los sobrecitos de
Pedigree

La música es de todos.

No, no, Piazzolla es más que eso, es… como… no lo entenderías.

Comenzaba hacer frío y el único poste de luz en esa calle asemejaba una estrella
distante.
26
No entiendo por qué me odias.

No te odio.

¿En serio?

No. Sólo no te quiero cerca de mí.

Yo sé que mami es un poco tonta.

¿Un poco?

Ella no me obligó a venir contigo. Fui yo la que se quiso venir.

Volteé a ver a Judith y me dio la impresión de que la estaba viendo por primera vez.

Le dije que si no me dejaba venir me iba a quejar con mis tíos para que no le
dieran el dinero del seguro. Como no es judía…

Eres una cachorra mala.

Extraño a papi.

Yo también.

Pensé que no lo querías.

Al mío.

Ah.

No lo vi venir, cuando me di cuenta ya tenía a la cara de perro con su cabeza


recargada en mi regazo.

Estaba llorando.

No quiero estar sola, no tengo a nadie.

Tienes al Sr. Oso.

Sí sabes que es un peluche, ¿no?

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Yo sé que tú también viste cómo a tu papá… recuerdo mucho lo que me
dijiste.

¿Qué te dije?

Que la vida es una mierda. ¿La vida realmente es así? ¿No hay esperanza
de nada? ¿Todos son malas personas con todos? ¿Sólo nos queda esperar
al día en que tengamos que morir?

La cara de perro me miraba con los ojos hinchados.

Sí es medio así.

¿Medio así cómo?

Medio jodida.

Nos despertamos pasado el mediodía y amaneció siendo un domingo.

La mañana siguiente empezarían mis clases.

Le pregunté a la cara de perro que qué haría mientras yo estuviera en clases.

Ella se alzó de hombros.

¿No se supone que tienes que ir a la escuela?

Ella se alzó de hombros.

¿No tendrás problemas?

Ella se alzó de hombros.

¿No tienes que ir a misa hoy o rezar para el Oriente o algo así?

Ella se alzó de hombros.

¿Me acompañas al super?

Si no le puse el lazo en la cintura es porque se me olvidó, no porque no quisiera.


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Me sorprendió que el vigilante la dejara pasar.

Algo bueno salió de eso.

La cara de perro llevaba una mochila y en ella guardamos desodorantes, cremas,


toallitas, latas de atún, unas leches Lala, unos bolillos y demás cosas.

Por “demás cosas” me refiero a la mitad del puto super.

Hasta me pude llevar una faldita nueva.

En la registradora sólo pagamos unos chicles.

Más los diez pesos que le dimos al cerrillo porque la cara de perro insistió que
metieran los Trident en una bolsa.

A Judith no la revisaron y por un momento fuimos felices.

Estaba tan contenta que le invité un helado de yogurt en una de esas


multinacionales que maltratan a las vacas y contaminan ríos.

Es mi cosa favorita.

Mjm.

¿Cuántos llevas?

Dossssyyycuatro… o siete.

¿Te has dado cuenta que de repente comes mucho?

Mmmm…. no.

¿Es por ansiedad?

Mmmm… no.

Cuando yo estoy ansiosa me pongo a contar los dedos de mis pies, tengo la
impresión de que un día voy a amanecer con once dedos.

Mmm… iré por otro helado.

29
Cuando regresé de comprar mi octavo helado la cara de perro estaba pálida, blanca,
blanca como un copo de nieve.

¿Qué pasó? ¿Olfateaste algo?

La cara de perro no contestó.

Dime, Firulais, ¿qué pasa? ¿Se está quemando el granero?

¿El Viejo Tom se volvió a caer en el pozo?

Ya sé, la yegua de la señora Thompson está preñada.

Entonces me di cuenta de cómo, entre sus piernas, comenzaba a escurrir un hilito


de sangre.

Cargué a la cara de perro hasta el baño y nos encerramos en uno de los cubículos.

NomamesNomamesNomamesNomames.

¡Cálmate! Me pones más nerviosa.

¿Tú?... puta madre… ¿estás... eso es normal, yo… no sabía que…


pensé… ¿sí sabes qué?

Sí, ya sé que estoy menstruando. Pásame una toalla.

Saqué de su mochila una toalla sanitaria.

Me di la media vuelta para salir del cubículo.

¿A dónde vas?

Afuera.

Enséñame a usar la toalla.

Pues… te la pones y ya.


30

¿No sabes?

Es mi primera vez.

¿Y estás tan tranquila?

Si quieres me puedo poner a gritar.

Yo no entendía cómo podía estar tan serena.

La primera vez que me bajó fue dormida y cuando desperté, y vi mis sábanas
manchadas de sangre, me puse a gritar como loca.

Ahora que recuerdo mi madre también me echó cubetazos de agua esa vez.

Comencé a explicarle con mis ojos apuntando al techo del baño.

¿Cómo se pone?

Primero sácala del empaque.

… ¿en serio?

Bueno, desprende la banda adhesiva.

¿Así?

Ahora coloca la parte más angosta adelante y la más gruesa atrás.

¿Qué?

Presiónala para que se pegue a tu ropa interior.

No, espera, no entendí lo anterior.

¡Presiona!

No. ¿Cómo es eso de la parte más angosta y la gruesa?

Angosta adelante, gruesa atrás.

Yo las veo igual.

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No, no pueden estar igual.

Sí, sí están igual.

¿Ya presionaste?

No.

¡Pues presiona!

Es que no sé cuál es la parte angosta y la gruesa.

¿Cómo no sabes?

Pues no sé, ¿angosta es pequeña?

No, angosta es angosta.

¿Puedes ayudarme, por favor?

Eso estoy haciendo.

No, no lo estás haciendo, estás mirando al techo.

Es que no quiero verte la…

¿La?

La…

¿Vagina?

¡No lo digas!

¿Qué está pasando ahí dentro?

Nada.

No pueden estar dos mujeres en un mismo baño, salgan.

No podemos.

¿Por qué?

En serio no podemos.

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Voy a llamar a seguridad.

No. No lo haga.

¡Entonces salgan!

Es que...

¡Salgan en este instante o van a tener serios problemas!

En serio no podemos.

¿Hay una niña ahí dentro?

No.

Sí.

Suficiente. ¡Seguridad!

¡A MI HERMANA LE ESTÁ COMENZANDO A SANGRAR LA VAGINA!

¿Qué?

Estoy comenzando a menstruar.

Ah…

Y mi hermana me está enseñando a ponerme la toalla.

¿Señora?

Dense prisa. No pueden estar ahí adentro toda la vida, una


cliente ya se quejó.

Ya no vamos a tardar.

Gracias.

Apúrense y pues, felicidades.

¡Gracias!

33
No hablamos mucho hasta entrada la noche.

Todo el camino de regreso a mi cuarto la cara de perro estuvo agarrada de mi mano.

Y se durmió casi en seguida que llegamos.

Lo que me daba vueltas en la cabeza era lo que había dicho en el baño.

“¡A mi hermana le está comenzando a sangrar la vagina!”

A mi hermana…

A mi hermana…

A mi hermana…

Lorenzo llegó como a las once, abrió la puerta del cuarto como sin nada.

¿Cómo entraste?

Tu casera me abrió.

¿Cómo?

Está abajo echándose un tequila.

¿Otra vez?

Otra vez.

Lorenzo se acomodó en el suelo.

Hace meses que no llegaba a mi cuarto así.

Supongo que no hay problema en que lo haga.

¿Recuerdan mi frase “cualquier tipo del face”?

Bueno.

Siempre fue él.

34
Siempre fue él.

Estoy celebrando.

¿Qué cosa?

Mi papá llegó con una buena merca.

Creí que ya no lo iba hacer.

Es diferente, como deportaron a mi tío necesita lana para enviársela.


¿No tendrás tú?

No.

¿Segura?

¿Cómo que segura?

Nada. Te extrañaba.

No empieces.

¿Por qué?

Lorenzo miró a Judith, ella dormía abrazada de Sr. Oso.

¿Es la hija del judío rico?

No sé si es rico.

Sí es rico, al menos como me lo contaste.

No sé.

No es tan odiosa, habías dicho que era fea.

Es fea.

Tiene lo suyo.

Tendré que soportarla todo el semestre.

Yo te la cuido.

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Bebimos un rato del tequila “nopalito feliz”

Hasta que escuchamos a la casera poner a José José.

Tú dijiste que era fea.

¿Podemos dejar de hablar de la cara de perro?

¿Cara de perro? ¿Así le dices de cariño?

Sí… supongo.

¿La quieres?

No.

¿Segura?

No.

¿No estás segura?

No. Sí, estoy segura de que no la quiero.

¿Nada?

Nada.

¿Ni un poquito?

Nadita de nada nadita. Arruinó mi vida.

Entonces podemos hacerlo.

Lorenzo comenzó a sacar unas cosas de una mochila.

Por culpa de ella mataron a mi papá, me corrieron de la casa, perdí mi ropa


y la casera se comió mi pastel y ya no puedo dormir y Piazzola ya no me
gusta y hay guerras en el mundo y…

Entonces vi que Lorenzo había puesto en el suelo una pistola.

¿Es una pistola?

36
Una 9mm. ¿Qué tal? Me la acaban de regalar.

¿Qué chingados te pasa?

Vamos a secuestrarla.

¿A quién?

A Judith.

¡A mi hermana!

¿No que no era tu hermana?

Técnicamente lo es.

Mira, a las afueras de la ciudad mi jefe tiene una casa de seguridad


que cuida uno de sus compas. Relájate. No la vamos a tratar mal ni
nada. Ahora que se murió el novio rico de tu mamá debe tener dinero
de algún seguro o algo. Mi jefe y yo necesitamos el dinero,
¿entiendes? Llevamos a esa niña a la casa, le hacemos una
“llamadita” a tu mamá pidiéndole un rescate y listo. Estamos pensando
en pedirle unos, no sé, trescientos mil pesos.

¿Qué?

¿Es muy poco?

¿Qué? No, no sé.

Tú que la conoces, ¿cuánto le pedirías?

¿Qué? ¡No! ¿Qué te ocurre? ¿Una “llamadita”? ¿Trescientos mil pesos?


¿Qué te ocurre? ¿Casa de seguridad?

Es una casa chingona. Se la va a pasar bien: hay vaquitas, borreguitos


y le acabamos de poner piso de a de veras.

Lorenzo, no vamos a secuestrar a Judith.

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¿Por qué chingados no? Mira, no es un secuestro como tal, es,
digamos… bueno, sí es un secuestro, pero ¿cuál es el pedo? Ya lo
hemos hecho antes y sólo una vez nos salió mal.

¿Salió mal?

Sí, secuestramos a una mamá con su hija. Pero sus familiares no


cooperaron y llamaron a la policía. Las tuvimos que matar.

¡No! ¿Cómo puedes proponerme eso? ¿No eres mi amigo?

Mira hija de tu puta madre. No tengo tiempo para estar discutiendo


pendejadas. Podemos hacerlas por las buenas o por las malas, ¿cuál
quieres?

Me empezó a doler la cabeza, las tripas me saltaban, quería vomitar.

Pendeja, ¿me entendiste? ¿Sí topas la situación en la que te


encuentras? ¿Ves esta pistola? ¿Quieres que se la meta por la puchita
a tu hermana? ¿Quieres que le truene su florecita con esto?

No…

Entonces… ¡No llores chingada madre! ¡No llores! No soporto ver a


una mujer llorar, me pone mal. Te juro que… te juro que si gritas o
haces alguna pendejada aquí va a pasar algo muy feo, a ti y a tu
pendeja hermana les va a pasar algo feo.

No, por favor, vete…

A ver, pinche puta cabrona. Te estoy diciendo que no les va a pasar


nada, ¿eres sorda o estúpida? Incluso te estoy invitando al bisne.

Lorenzo se acercó a Judith con la pistola apuntándome.

Dijiste que era fea… y no está nada fea la putita. La voy a tratar bien,
atención personalizada, ¿oíste? Per-so-na-li-za-da. Mira, ya le están
creciendo las chichis, tssssss. ¿Ya le bajó? Sí, ¿verdad? Ya está para
merecer. Puta, lo que nos vamos a divertir.
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Lorenzo se acercó.

Lo empujé.

¿Me vas a provocar? ¿A ti también quieres que te la meta, otra vez?

Por favor…

Pendeja, tú no tienes la culpa de que el mundo sea tan culero. Que


tengamos que ser tan mierdas uno con otros. Pero así es la puta y la
puta vida es la puta vida. ¿Recuerdas lo que me platicabas? Eso de
que la vida está de la verga. Bueno. No sé tú, pero yo ya estoy hasta
la madre.

No respondía.

Sólo miraba esa figura esquelética frente a mí.

Lorenzo tomó la pistola, se la guardó entre el pantalón y la entre pierna.

Ahora despiértala, ya nos vamos. Tenemos que pasar en corto a la


MARRANERA primero. ¿Qué esperas? ¡Despiértala!

Salimos de mi cuarto como a las dos de la madrugada.

Judith iba adormilada, me preguntaba a cada rato:

¿Qué te pasa?

Yo no respondía, de abrir la boca me habría puesto a llorar.

Lorenzo la llevaba de la mano.

La llevaba de la mano.

La llevaba de la mano.

Hacía bromas y Judith abrazaba a Sr. Oso.

Yo llevaba su mochilita.

39
¿A dónde vamos? ¿No tienes que ir mañana a la escuela?

Temblaba toda, me sentía como si estuviera en medio de una licuadora gigante.

Todo giraba alrededor mío.

Todo estaba pasando muy muy muy rápido.

Estás bien bonita Judith ─le decía Lorenzo─, ¿te lo habían dicho?

Si me detenía Lorenzo me empujaba para que apresurara el paso.

No podía pensar en nada.

Cuando estábamos a punto de entrar a LA MARRANERA le solté el golpe detrás de


la cabeza.

La botella de tequila del nopalito feliz se rompió en muchos pedazos.

La había estado sosteniéndola adentro de la mochila de Judith.

Lorenzo cayó al suelo.

Grité con todas mis fuerzas.

Nunca había gritado así en mi vida.

Y lo golpeé tres veces más.

Tres veces más.

Tres veces más.

Tres veces más.

Tomé a Judith de la mano y comenzamos a correr.

Corrimos toda la avenida hasta la Central de Camionera del Sur.

¿Por qué hiciste eso? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

40
Nos vamos a ir.

¿A dónde?

A donde sea, lejos, lejos de aquí.

¿Por qué le pegaste?

La cabeza seguía doliéndome, pero ya no temblaba.

Espérame aquí, no te muevas, no te muevas.

Fui a uno de los cajeros de la Central.

Pensaba a dónde ir, cualquier lado estaría bien, algún pueblito de provincia.

Ya no quiero estar en la ciudad.

Ya no quiero esto.

Ya no quiero.

Apenas pude teclear el NIP y saqué todo el dinero.

Hacía cuentas en mi cabeza, me equivocaba y volvía a hacerlas.

Me di la vuelta.

Y entonces había dos tipos armados frente a mí.

No muy armados, pero lo suficiente como para pedirme el dinero.

No hay que ser muy lista para saber que estaba jodida.

Ni muy incrédula para imaginar que todo apuntaba hacia este momento.

De pronto escuché el claxon de un auto imitando la tonadita de La cucaracha.

O quizá era el Himno a la alegría.

Entonces me dio mucho sueño y decidí dormirme un rato.

Judith ─alcancé a decir─, Judith…

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Judith…

Judith…

Y me dormí.

Así.

De putazo.

En medio de la Central de autobuses.

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao

¿No ves que va la luna rodando por callao?

Que un corso de astronautas y niños, con un vals me baila


alrededor.

¡Locos! ¡Loco! ¡Locos!

Ya sé que estoy piantao, pantao, piantao

¡Loco! ¡Locos! ¡Todos locos!

Lo primero que vi fue a mi madre hablando con el doctor y unos policías.

Tenía un tubo en mi brazo izquierdo y otro metido en las fosas nasales.

Traía una batita que me hacía sentir ridícula.

Toda la parte de mi abdomen estaba vendada.

Sentía como si estuviera flotando.

Y había aparatitos que hacían bip-bip-bip.

Cuando se dieron cuenta de que había despertado, todos se acercaron y


comenzaron a decirme cosas que no entendía.

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Cosas como:

“informe policial” “una bendición”, “tratamiento”,


“recuperación”, “apoplejía”,

“heridas con arma blanca”, “lesiones en la parte del abdomen”,


“pericardio”, “disposiciones”, “testimonio”

“se resuelve en 36 horas” “menores de edad” “suerte”

No quería escuchar nada de eso.

Les pedí que me dejaran sola.

El médico accedió.

Espera ─le dije a mi madre─, ¿dónde está Judith?

Está afuera.

Quiero verla.

Mi madre me miró extrañada.

Yo le insistí y el médico dijo que rápido.

Que necesitaba descansar.

Que la cirugía había sido larga.

La vi entrar con Sr. Oso y su carita de perro.

Le sonreí.

¿Estás mejor?

Sí.

Pensé que te ibas a morir.

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Yo también.

Judith se acercó hasta estar a mi lado.

¿Te duele?

No siento nada.

Tenías razón, la vida es una mierda.

No. No es verdad, la vida no es una mierda.

Pero… mira lo que pasó.

Escúchame, grábatelo en la cabeza, recuérdalo siempre: la vida no es


una mierda. Vale la pena estar viva.

¿En serio?

Sí.

¿Lo prometes?

Sí, lo prometo.

No quiero que te vayas a ir otra vez.

Judith estiró a Sr. Oso.

No puedo moverme, ponlo a mi lado.

¿Me puede gustar Piazzolla?

Sí.

¿Y podemos ir por helado?

Sí.

Como pude puse mi cabeza en la de ella y nos abrazamos.

Te quiero mucho, hermana.

Yo también te quiero, hermana.

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Y ahí nos quedamos la cara de perro y yo.

Mi hermana y yo.

Haciendo planes para el resto de la vida.

Yo con ella y ella conmigo.

Decidiendo que íbamos a tomar clases de tango.

Que íbamos a comernos el pastel de chocolate más grande que encontráramos.

Y que iríamos a algún concierto de Piazzola.

Que todo iba a estar bien.

Ya todo va a estar bien.

En cuanto me quiten estos tubos y vendas saldremos a ver el sol y la playa, las
montañas y las placitas llenas de gentes.

Todo va a estar mejor.

Por fin todo ya va a estar mejor.

Porque estamos juntas.

Juntas.

Juntas.

Juntas.

Ciudad de México, abril y mayo de 2017.

Contacto: [email protected].
Registro ante INDAUTOR: 03-2017-080311374800-01

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