Moncasi, Carlota. AFO Mundo Antiguo.
Moncasi, Carlota. AFO Mundo Antiguo.
Moncasi, Carlota. AFO Mundo Antiguo.
Antes de comenzar un breve estudio sobre las concepciones del espacio en diferentes civilizaciones del
pasado; concretamente en Mesopotamia, Grecia y Roma; me parece necesario hacer incapié en que no existe
modo alguno de aproximarnos al estudio del espacio en el Mundo Antiguo y por extensión al estudio de 'la
Historia Antigua', exento de subjetividad. Las fuentes históricas o escritas de las que disponemos están a
merced de quién las interpreta y de las corrientes de pensamiento dominantes en el momento de la
interpretación, al igual las investigaciones arqueológicas, antropológicas, paleontológicas o etnográficas.
Dicho lo cuál comienzo este breve ensayo; tampoco exento de subjetividad; diferenciando entre las dos
formas antagónicas (aunque no excluyentes hasta el reciente nacimiento del laicismo) de entender e
interpretar el mundo, que han articulado a todas las civilizaciones humanas desde sus albores.
Por un lado encontramos el denominado dicurso mítico, trascendente o religioso; presente en todas las
civilizaciones tanto de la Prehistoria como del Mundo Antiguo y Altomedieval que se caracteriza por una
concepción arquetípica de la realidad y una circular del tiempo. En esta interpretación, el mundo real está
constituido por elementos fundamentales y por acciones que repiten copias de actos primordiales y
trascendentes, como lo son la construcción o la ordenación del territorio. El mundo mesopotámico, otrora
cuna de la civilización y actualmente Irak y nordeste de Siria, participaba de este discurso.
Cosmogónicamente hablando y como narra la Epopeya de la Creación*, su mundo era fruto de la superación
de un gran conflicto primordial y de la consiguiente instauración de un órden cósmico y político; una
epifanía y por lo tanto, trascendente. Eliade nos cuenta en El mito del eterno retorno (2001, p.9) como "todas
las ciudades babilónicas tenían sus arquetipos en constelaciones: Sippar en el Cáncer; Nívime, en la Osa
Mayor; Azur, en Arturo, etcétera"; o que en un documento hallado en Lagash, se narra como la diosa Nidaba
le revela específicamente al rey Gudea el plano del templo que había de construirle. De entre las cualidades
del rey mesopotámico destaca su condición de rey-arquitecto y al servicio como estaba de dioses y mortales,
su figura como nexo regulador entre los espacios. La magnificencia de las construcciones era una ambición
real no solo para alabar al dios, sino para reflejar la consistencia del poder establecido. En su artículo
Babilonia, ida y vuelta: del rey arquitecto al arquitecto rey (2013), Sanmartin nos expone una interesante
correlación entre el antiguo rey arquitecto del mundo mesopotámico y los paradójicamente arquitectos reyes
del mundo occidental o capitalista de hoy día; las grandes multinacionales que construyen, quitan,
desmontan, cortan y pegan el mundo a su antojo, erigiendo imponentes rascacielos que bien podrían ser
templos dedicados a los dioses vigentes, el dinero y el mercado y que además tratan de hacer sentir al ser
humano en cierto sentido, insignificante e impotente. En el caso mesopotámico, quizá más anhelando ser una
montaña sagrada y como un Centro del Mundo Trascendente, se erigían en el centro de la ciudad uno o
varios templos, zigurats o pirámides, los hogares de las deidades correspondientes de la ciudad, a partir de
los cuáles se estructuraba urbanísticamente el resto. Un ejemplo conocido es el zigurat de Marduk en
Babilonia, que los judíos allí exiliados denominaron bíblicamente torre de Babel. El templo mesopotámico
es, además de punto de encuentro entre las tres esferas ontológicas; la celestial, la humana y el inframundo,
el centro administrativo y económico de la ciudad**, con talleres de artesanos, escuelas de escribas, zonas de
cultivo, de almacenaje, de ganado... Pero si la ciudad era la sede del dios y de su rey; cuyo palacio casi
competía en importancia y trascendencia con el templo (aunque el rey era un gran hombre y pastor del
pueblo, pero no un dios); la estepa estaba poblada por bandidos y asesinos y el campo por espíritus y un
sinfín de demonios. (Sanmartín, 2013, p.28). Este hecho, sumado al continuum bélico mantenido por el
dominio del territorio mesopotámico ya desde época sumeroacadia, pone de manifiesto razones suficientes
para erigir la muralla característica, ovaidal y doble, que rodea y protege a la ciudad mesopotámica. El
territorio amurallado, que desde los ejes centrales disminuye radialmente en densidad urbanizada y aumenta
en zonas de cultivo, puede contener una serie de muros interiores que separan entre sí barrios y uno o varios
que protegen su núcleo más precioso: lo complejos palaciales y los templos. Se entiende que Gilgamesh, al
volver a Uruk y en los últimos versos de su Epopeya, le mostrase a su barquero lo esencial de su obra como
rey arquitecto, las murallas en las que se encerraba la megalópolis. (p.32-33).
Probablemente los filósofos griegos del S.V a.C que teorizaron sobre las formas más adecuadas para las
ciudades, como el famoso Hipodamo de Mileto o "padre" del urbanismo regular (hipodámico) en la Grecia
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Clásica, se inspiraran en los modelos urbanos mesopotámicos y de otras culturas de Oriente; especialmente
en la ciudad de Babilonia del periodo neobabilónico (605-539 a.C), que con su planta rectangular dividida
por el Eúfrates de norte a sur y una serie de ejes, conformaba una retícula más o menos ortogonal.
A partir del S.IV a.C y sobre todo durante el S.V a.C, trascurre en las ciudades del Egeo un proceso
determinante para el curso de las sociedades occidentales, el advenimiento del pensamiento lógico-filosófico
científico.Surge, a la par que los filósofos, los historiadores y los científicos, una nueva manera de entender
el mundo, ontológicamente opuesta a la del discurso mítico que también había articulado a las Grecias
micénica y 'oscura' y a la Roma monárquica; el discurso lógico. Esta nueva interpretación coexiste y convive
con la anterior, pues no reniega de la religión ni de las tradiciones, pero reivindica la singularidad frente a la
repetición, la clasificación frente a la integración y la linealidad frente a la multiplicidad de aproximaciones.
En el arte la perspectiva frente a la aspectividad y la representación de escenas cotidianas o de carácter
emocional frente a las de tipo mitológico. Tanto en Grecia como en Roma, el discurso lógico se emplea en el
ámbito político, social, militar, administrativo, judicial, institucional y académico, es decir, en todo el ámbito
de lo 'público'; mientras que el discurso mítico o religioso queda relegado al ámbito de la espiritualidad
privada y familiar, así como a los medios rurales, nutriéndose en gran medida de los cultos mistéricos
griegos y orientales que prepararon y asentaron las bases para la llegada del cristianismo. En virtud del
nuevo discurso, los griegos reinterpretaron el modelo urbano ortogonal mesopotámico y lo recategorizaron; a
diferencia de los babilónicos que veían en él la plasmación de un orden trascendente, una distribución
cultual, le asignaron y lo apreciaron por un valor intrínseco y funcional. El uso de la isla como unidad para
gobernar el trazado regular que proporcionaba cohesión y flexibilidad entre los elementos de la ciudad,
introducía también un elemento democrático en la plasmación urbana, en un anhelo quizá de materializar las
utopías políticas y filosóficas griegas. De los periodos clásico y helenístico se han excavado numerosas casas
de las mismas dimensiones alineadas en filas paralelas, aunque la democracia que había surgido como tal
solo en la Atenas Clásica ya ni si quiera se practicaba durante la época Helenística; a penas 80 años después
de su nacimiento había sido suprimida por las cruentas guerras del Peloponeso. El sistema democrático, el
humanismo o el despliegue de la racionalidad son aspectos originales de la civilización griega, que aunque
no fueron comunes a todas las polis, ni continuos a penas durante la historia del Egeo, han servido después
de masticados por los romanos como cimientos de nuestra civilización occidental.
Las nuevas concepciones urbanísticas que surgieron a lo largo del s.V. a.C no afectaron a las ciudades
antiguas como Atenas, Corinto o Esparta que ni si quiera poseía un núcleo urbano como tal, además de que
la planificación urbana no se restringía a un modelo único y rígido, sino que se adaptaba a cada situación.
Fue con la expansión colonial cuando se dio el paso definitivo en la búsqueda de un modelo de planificación
y organización territorial. En palabras del arquitecto Salvador Tarragó (Palet et.al., p.26); la ciudad
cuadrangular como modelo urbanístico ha sido una gran conquista histórica que ha costado muchos milenios
de evolución de los asentamientos humanos y la culminación de los trazados viarios e interviarios regulares
no se logró hasta el mundo romano y su sistema de cuadrícula; un trazado de islas ortogonales y calles
rectilíneas que se entrecruzan en ángulo recto. Este sistema de cuadrícula así como el derecho romano y en
general todo el legado escrito, artístico y cultural romano que emana únicamente del estamento político y
académico, han llevado a catalogar Roma como la civilización del discurso lógico por excelencia del Mundo
Antiguo así como el máximo exponente de la racionalidad humana, sin competidor hasta la ciencia del XIX.
La polis griega o comunidad de ciudadanos, al igual que más adelante la comunidad romana, se componía,
por lo general de un conjunto formado por una ciudad o núcleo urbano (astu) y un territorio (chora).
Diferentes colonias griegas como la de Chersonès (S.V a.C) en el mar negro o la de Metaponto (S.VII a.C) al
sur de Italia, atestiguan que la chora se organizaba en divisiones agrarias dispuestas de manera regular;
rectangulares y delimitadas por cercados de piedra en el caso de Metaponto; consecuencia reveladora de una
ocupación y explotación del espacio planificada.También característico del urbanismo clásico es el propio
concepto de paisaje urbano, que influenciado por Hipodamo y llevado a su máximo esplendor por el
Emperador Augusto, se traduce en la explotación el terreno para crear un determinado efecto escénico; como
hacían los megalómanos reyes-arquitectos de la antigua Mesopotamia.
Aunque fueron los griegos los primeros en teorizar sobre la ciudad ideal a mediados del S.V a.C, el modelo
de comunidad romana ideal está lejos de ser una especulación filosófica como los modelos de las polis
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ideales griegas; la planificación en la organización del territorio no se queda en el deseo de constituir una
comunidad perfecta y estable, una utopía, si no que está pensada y concebida para ser llevada a la práctica y
se hace de tal modo. (López Paz, 1994, p.3). Además, la expansión colonial romana no admite
comparaciones en magnitud e incidencia con ninguna otra de las civilizaciones humanas. El territorio de la
ciudad romana ideal está primeramente delimitado a cada comunidad. Se impone en el paisaje agrario el
ángulo recto y una división en cuadrados o parcelas de tierra, delimitadas por termini u otros elementos de
demarcación, que servían además para indicar la diferente condición jurídica de las parcelas (privadas,
públicas, comunales...). Este sistema denominado centuriación pose claros precedentes griegos y etruscos,
pero está vinculado con una profunda concepción romana: allí donde se pueda y deba organizar un territorio,
se divide en cuadrículas y se dispone para su uso; próximo o futuro. López Paz apunta que la máxima de las
ambiciones romanas es que el modelo que se construye perdure en el tiempo y que uno de los medios para
lograrlo es precisamente la colocación de los termini. El procedimiento más perfecto de distribución ideal
del terriotorio es la ratio pulcherrima, que implica el cruce de los ejes de la centuriación en el centro del
núcleo urbano. Aunque la prática suele alejarse en la mayoría de los casos de la idealidad, ya que los
agrimensores debían atenerse a las condiciones prácticas y geo-biológicas del suelo en pos del mejor
funcionamiento; la ratio pulcherrima no es una utopía sino la forma más optimitizada de organización. Todo
en el mundo romano estaba subordinado a la eficacia. (p.3) Cada ciudadano-propietario adquiría no un lote
de tierra apta para cultivo, sino una explotación agraria eficaz y viable, complementada con bosques y pastos
para el ganado. La concesión de tierras públicas así como su uso ilustran otro rasgo del modelo ideal de
comunidad romana: la aspiración a la autosuficiencia. Para terminar de asentar las bases de la comunidad
ideal y duradera se regulaban los caminos (la red viaria) así como las aguas. Es la operatividad la que debe
garantizarse para el futuro y la calidad de las infraestructuras es su soporte.
En cuanto a la distribución social del espacio en el contexto grecorromano, donde la identidad de la mujer
quedaba determinada íntegramente por sus relaciones de parentesco, contrasta, en palabras de Picazo (p.77),
la evidente escasez de fuentes escritas sobre la mujer con la importancia de los restos materiales relacionados
con la vida cotidiana. A pesar de que en el Económico (S.IV a.C), el tratado más importante sobre la casa y la
familia del Ateniense Jenofonte; así como en las demás fuentes que lo siguieron y consolidaron el ideal
social de la élite grecorromana; se mostraba a la mujer como la perfecta dama noble, sentada, inmóvil,
esperando la vuelta del esposo navegante, guerrero y trabajador; el registro arqueológico de los espacios
domésticos (p.82) muestra que en la casas se realizaban formas de trabajo colectivo que implicaban grados
de cooperación entre hombres y mujeres. Diversas excavaciones arqueológicas en unidades domésticas
rurales, e incluso en algunas urbanas y más acomodadas, revelan que "los roles sexuales en la vida cotidiana
no se ajustaban a las aparentemente rígidas diferencias que se apuntan en la ideología 'oficial' de la ciudad
antigua que, en todo caso, se desarrolló por y para los miembros de las clases dominantes, tanto en Grecia
como en el mundo romano". (p.83). A la hora de estudiar el mundo clásico, la acentuada división que se
establece entre dos esferas antitéticas y separadas; una pública restringida a los hombres y otra privada donde
la mujer jugaba su tímido rol; podría desdibujarse en la realidad material a la luz de las investigaciones
arqueológicas. La diferenciación sexual que ha mamado Occidente, no solo de las fuentes históricas
grecoromanas y de su interpretación, sino también del legado social y mítico de los pueblos indoeuropeos, de
la tradición monoteísta judía, del cristinaismo y de la revolución científica del S.XIX, ha condicionado
nuestra 'forma de ser' y por tanto de 'mirar y entender el pasado'. Puede que, como reflexiona Picazo (p.82) ,
más que heredado del pasado, se haya traslado a él el sistema binario de difrencia sexual que ha dominado
hasta hace poco tiempo en las sociedades occidentales. Otro ejemplo claro del caracter tendencioso y
sesgado de las fuentes legadas por la élite inteletual grecoromana en contraste con la realidad material
desenterrada son, siguiendo a Lopez Quiroga (2008, p.23), las referencias a las gentes barbarae; que surgen
siempre en un contexto de enfrentamiento y/o alianza de caracter político y militar, como elemento para la
instrumentalización del territorio y que de ninguna manera reflejan el sentir o el modo de vida de los
bárbaros."Por eso presenta una mayor dificultad para el análisis, ya que no aparece reflejada en las fuentes, la
vida de los bárbaros humildes que cultivarían tierras y que porbablemente se identificaron muy pronto con la
población del campo y adoptaron sus modos de vida" (Ubric Urbaneda, 2009, p.62); mezclándose las
poblaciones y configurando la gradual etnogénesis entre 'bárbaros' y romanos que diluyó al Imperio Romano
de Occidente y dio forma a la Edad Media en Europa.
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La historiografía tradicional siguiendo las huellas del legado grecorromano etnocentrista y androcéntrico, ha
antespuesto, en relevancia, el estudio de la arquitectura monumental al de los espacios de trabajo y de vida
más sencillos, el de las élites al del pueblo llano o el de los ciudadanos libres al del gran grosso de la
población; campesinos, mujeres, niños y esclavos. Pero fortunadamente nuevas ramas del conocimiento
como la antropología o la etnografía, conjugadas con las investigaciones arqueológicas e históricas están
abriendo puertas hacia nuevas formas del entendimiento de la alteridad, hacia replantearnos los estigmas que
perviven en nuestra ontología y condicionan nuestra forma de mirar y entender el pasado, para así, en la
medida de lo posible, trascenderlos.
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
Cervelló, Josep; Torras, Nuria. "El Creciente Fértil. Las civilizaciones del Oriente Próximo Antiguo".
Barcelona: UOC.
Eliade, Mircea. (2011). “Arquetipos y repetición”. En: Eliade, M.. El mito del eterno retorno (págs. 7-25).
Madrid: Alianza Editorial.
López Paz, P. (1994)."La ciudad romana ideal. 1. El Territorio". En: G. Pereira-Menaut (ed.). La economía
política de los romanos I. Santiago de Compostela: Arcana Veri.
Lopez Quiroga, Jorge; et.al..."¿Sabían los bárbaros que eran bárbaros? Nuestra imagen de las gentes barbarae
a través de las fuentes". En: Gentes Barbarae. Los bárbaros entre el mito y la realidad. p.19-36. Murcia,
Antiguedad y Cristianismo, Universidad de Mucia, 2008.
Palet, Josep M.; Cervelló, Josep; Torras, Nuria. "El mundo indoeuropeo. Los orígenes de las civilizaciones
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Palet Martínez, J. M. "Las fuentes clásicas, las centuriaciones y el territorio". Inédito. Barcelona: UOC.
Picazo, Marina. "Familia y trabajo colectivo en las unidades domésticas griegas". En: Delgado, Ana ; Picazo,
Marina. Los trabajos de las mujeres en el mundo antiguo : cuidado y mantenimiento de la vida. p. 77-84.
Tarragona : Institut Català d'Arqueologia Clàssica, 2016. ISBN 9788494203473
Sanmartín, J."Babilonia, ida y vuelta: del rey arquitecto al arquitecto rey". DC Papers. Revista de crítica i
teoria de l'arquitectura, 2013, Núm.: 25-26. p 25-44. ISSN 11395559.
Ubric Rabaneda, Purificación.. "Hacia la superación de los prejuicios: la integración del bárbaro en
la vida cotidiana del Imperio romano tardío". En: G. Bravo y R. González Salinero (eds.) .Formas
de integración en el mundo romano. p. 59-73. Madrid, Signifier Libros, 2009.
* El Poema de la creación es una de las creaciones más importantes de la literatura mesopotámica junto con
la Epopeya de Gilgamesh, cuyo impacto va más allá de los límites de la cultura mesopotámica y su origen se
remonta a la época sumeria del III milenio a.C..