Tomo 2 Historias de Mi Pueblo
Tomo 2 Historias de Mi Pueblo
Tomo 2 Historias de Mi Pueblo
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Concurso:
Historias de mi pueblo
y de su gente II
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Concurso : historias de mi pueblo y su gente 2 / Virginia Nelly Becerra ... [et
al.].- 1a ed . - San Luis : SLL - San Luis Libro, 2019.
250 p. ; 25 x 18 cm.
ISBN 978-987-8311-00-5
2º Edición
© 2019 San Luis Libro
Diseño y Edición
Área Diseño y Comunicación. Grupo Payné S.A.
Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopias sin la autorización expresa
del autor.
Concurso:
Historias de mi pueblo
y de su gente II
Autoridades
GOBERNADOR:
Dr. Alberto José Rodríguez Saá
SECRETARIO GENERAL:
Dr. Alberto José Rodríguez Saá (h)
PROGRAMA CULTURA
Dra. María Silvia Rapisarda
ÍNDICE
Anchorena
Malditos 30 años................................................................................183
Chosmes
Historia del paraje Chosmes..............................................................29
Cochequingán
Historias del Cochequingán.............................................................221
Concarán
Un casamiento en el campo................................................................93
A lo del bolichero................................................................................115
Cortaderas
Las manos de don Ernesto..................................................................97
El Volcán
Rescatando recuerdos..........................................................................37
Jarilla
Jarillero...................................................................................................33
Juan W. Gez
Historia del paraje Juan W. Gez.........................................................17
Lavaisse
La tierra de mis abuelos......................................................................125
Doña Feliza la maestra......................................................................137
Carnicería El Arbolito........................................................................149
Liborio Luna
Liborio Luna y su gente.....................................................................119
Luján
Historia del pueblo Luján..................................................................157
Historias de Luján..............................................................................159
Una mala noche..................................................................................163
Nueva Galia
Nueva Galia, su pasado y su gente..................................................187
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Memoria..............................................................................................195
El escudo de mi pueblo......................................................................203
Centinelas del tiempo........................................................................205
Tilisarao
Sueños de acero..................................................................................101
Mis abuelos puntanos........................................................................105
Digan whisky...click...........................................................................107
Hoy se juega........................................................................................111
Villa de la Quebrada
La escuelita de la Villa.........................................................................59
Los secretos escondidos de la Huascara...........................................63
Villa General Roca
Historia de nuestro pueblo Villa General Roca...............................49
Las fiestas populares su historia y su cultura..................................67
Villa General Roca...............................................................................69
Fiesta patronal de la Virgen del Carmen.............................................71
Zanjitas
Mi tesoro invalorable...........................................................................57
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Historias de mi pueblo y de su gente II
PRÓLOGO
A fines del año 2016, y como parte del Proyecto Cultural que en
nuestra Provincia procura el encuentro de todos los sanluiseños con
su identidad primigenia, surgió la iniciativa de la realización de un
concurso que, con el nombre Historias de mi Pueblo y de su Gente,
acercara a los habitantes de la tierra puntana a sus raíces culturales más
profundas.
La propuesta fue recuperar aspectos de la historia y cultura de
los poblados del interior de la Provincia, especialmente de aquellos
que, ya fuera por su densidad de población o por la forma en que cre-
cieron han permanecido en la sombra y el silencio. Pensamos que para
poder llevar adelante esta tarea, era bueno hacerlo escuchando lo que
los mismos habitantes de cada lugar tenían guardado en su memoria,
dando lugar de este modo a que esta emergiera y se hiciera presente
vivo uniendo a todos en una misma identidad.
Muchos de los pequeños parajes y pueblos carecen de documen-
tos escritos en los que puedan apoyarse para dar entidad a su historia.
No obstante ello, existe la posibilidad de reconstruirla desde la pers-
pectiva de la recuperación de la memoria de los que vivieron en otro
tiempo, de los relatos recogidos de la tradición oral y de todo lo que
guarda el entorno de una comunidad. El paisaje adquiere entonces un
sentido distinto, un arado, una casa construida con piedras o adobe,
una pirca, un telar, una manta, los dibujos que alguien grabó en las
piedras, una escoba de pichana, una conana o un mortero abandona-
do, toda huella de vida adquiere un significado y permite entonces la
reconstrucción de la historia del lugar y de su gente.
El hombre es el hacedor de la historia y por consiguiente tiene
derecho a escribirla como un modo de permanecer en el tiempo y de
proyectarse hacia el porvenir con una clara identidad y pertenencia a
una tierra y a una cultura que el mismo ha construido.
Con este propósito, el Concurso dio lugar en todo el territorio
provincial a que los habitantes de los pueblos narraran sus historias
tratando con ellas de reconstruir algunos aspectos del pasado colectivo
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Biografía:
Juan Wenceslao Gez nació en la ciudad de San Luis, el 28 de sep-
tiembre de 1865.
Sus padres fueron don Juan María Gez, francés y doña Damiana
Pérez y Muñoz.
Gez formó su hogar en San Luis, donde se casó con la señorita
María Dolores Sabarots, norteamericana de origen, tuvo seis hijos: Ma-
ría Estela, Lola Angélica, Juan Alberto, Graciela Guillermina, Enrique
Franklin y Julio Arístides.
Gez era de carácter serio, de costumbres severas, pero de fondo
bondadoso y sentimental, se preocupó especialmente de la educación
de sus hijos, inculcándoles amor al estudio, al trabajo y a la práctica del
bien.
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-Gez historiador:
No es posible resumir en apretada síntesis el contenido de los tra-
bajos históricos publicados por Gez, numerosos en cantidad y nutridos
en calidad.
La Apoteosis de Pringles, fue impresa en Buenos Aires (1896) en
imprenta Europa M.A. (Moreno y Defensa). Es un estudio exhaustivo
sobre el héroe.
El Dr. Juan Crisóstomo Lafinur. Estudio biográfico y recopila-
ción de sus poesías, fue dado a la publicidad en 1907. Editorial Cabaut
y Cia. Librería del Colegio (Alsina y Piedras) Buenos Aires.
La historia de la provincia de San Luis, fue publicada en 1916.
Talleres Gráficos Weiss y Preusche (Patricios 249) Buenos Aires, en dos
tomos.
La Ley N° 405 del 27 de julio de 1910 de la Legislatura de San Luis,
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La escuela
A principios de 1883, una pequeña escuelita blanca con una tran-
quera y un mástil que todos los días elevaba imponente la enseña pa-
tria.
Una campana que sonaba y marcaba la hora de entrada, en su
puerta los caballos y burros esperaban a sus dueños que venían de las
zonas más lejanas.
La señorita Ana Velázquez, una experta dibujante, nadie dibujaba
como ella, le salían perfectas las manzanas, los patitos y las flores para
aprender a contar.
Ella forraba nuestros cuadernos y hasta nos daba unos lápices de
colores en una pequeña cajita de 6 colores.
Era la maestra del primario en el único salón de la escuela. Se for-
maban filas primero, segundo, tercer grado y las siguientes eran los
grados más grandes.
La directora por aquella época era la Sta. Mirta Godino, muy dis-
tinguida y coqueta, siempre impecable, con su trato amable y cariñoso.
Los desayunos, larga mesa de madera, jarritos de metal y mate
cocido para todos.
Hasta el comienzo de 1990 no había luz eléctrica así que la tarea de
la escuela se hacía antes que la noche llegara sino a la luz de la vela o
de la lámpara a kerosene.
Estación de ferrocarril
A cargo del Sr. Roberto Arce a mediados de 1970, en que el tren
que salía de San Luis paraba en la estación de ferrocarril de Gez y era
un acontecimiento escuchar su paso y su llegada.
Era tradición cruzar los campos para ver pasar el tren y saludar a
nuestros familiares que viajaban a Bs. As. hasta el próximo verano que
volvían a visitarnos.
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Las vías siempre ejercían atracción en los días soleados para bus-
car piedras de diferentes colores y formas.
Otras festividades
Los 25 de Mayo se organiza Campeonato de fútbol, donde partici-
paban equipos de todas las localidades vecinas como Lobos, Fraga, etc.
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claro que, aquellas personas que tenían para comprar una pantalla o
un molino aerocargador. Antes de ponerse el tendido eléctrico el Mi-
nisterio del Campo, entregó a los pobladores de este paraje pantallas
solares, esto fue en el año 2012, a las pantallas solares las entregaron
con su respectivo acumulador, que hacía funcionar a 4 o 5 lámparas,
o un televisor o radio. Actualmente con la electricidad, la gente tiene
más vida digna, ya que pueden hacer funcionar sus electrodomésticos.
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Aves
En Santa Rosa se pueden apreciar diversas aves como por ejem-
plo: calandrias, tijeretas, benteveos, bolitas de fuego, pájaro de la nieve,
cardenal amarillo, picaflores, picahuesos, lechuzos, teros, taguas, chi-
mangos, caranchos, gavilanes, catas, perdices del pasto, martinetas y
horneros. Entre otras bellas aves.
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en Merlo (San Luis) muy pocos saben de este porque al cerrarse estos
campos y al no tener los cuidados, no sabe decirnos si ha quedado ras-
tros de este algarrobo, recuerda que tenía una circunferencia de apro-
ximadamente 40 metros, también sobre esta ruta en su momento habi-
tada, nos cuenta Alfredo que se encuentra una humilde capilla llamada
San Antonio y lleva varios años solitaria siempre dispuesta esperando
a sus fieles, esta ruta desemboca en Jarillas otro paraje vecino de esos
lugares.
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Jarilla
Ahí está ella, tan simple y común, pero coqueta, vestida con un
inmenso color amarillo, enamoradiza de las obreras de la miel, tantas
veces vistas ocupando espacios que otros no pueden ocupar o que sim-
plemente desprecian y por supuesto, tienen tareas que cumplir según
la sabiduría popular de los abuelos “jarilleros”.
Aliviar los afectos de la artritis, el reumatismo y artrosis, ayuda
a controlar el mal olor corporal, ayuda a combatir los hongos en los
pies, a eliminar líquidos del cuerpo, acelera la cicatrización de heridas
y unas cuantas propiedades más hasta que lleguen el médico y su au-
xilio. Pero no está sola, la acompañan algunos chañares, breas, pencas,
palo azul, algarrobo negro y otros, con lo necesario para perdurar en el
tiempo y en el espacio, además de pintar el paisaje, y como si eso fuera
poco se da el lujo de nombrar un pueblo paraje: Jarilla.
Este pueblo paraje se encuentra en las coordenadas 33° 24´ 0” S,
67° 2´ 0” O, a 200 m de la Ruta N° 7, a 67 km de la ciudad de San Luis,
10 km de la localidad de Alto Pencoso y a 15 km del límite con la pro-
vincia de Mendoza.
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Jarilla tiene más para contar, aunque mucho más atrás en el tiem-
po, cuando se lo conocía como Posta de la Cabra. Eran tiempos de pro-
fundas diferencias, tiempos de unitarios y federales, azules y colora-
dos, tiempos de mucha sangre derramada entre hermanos.
Aldao había vencido a su eterno enemigo Mariano de Acha, una
partida lo lleva detenido, al llegar al paraje Posta de la Cabra, actual
Jarilla, la partida se detiene, bajan del caballo al vencido, los intentos
de ponerlo de rodillas son inútiles, le disparan por la espalda, le cortan
la cabeza y la colocan en una pica al costado del camino para escar-
miento, horas después una vecina encuentra semejante cuadro, cava y
da cristiana sepultura a quien en vida fuera Mariano de Acha, unitario.
Una construcción a pocos metros del pueblo recuerda el acontecimien-
to.
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debe y ama.
Llegó aquí de niña, en un carro tirado por mulas. Once años tenía
cuando la familia, plena de sueños y esperanzas, se radicó en el pue-
blito formado en los alrededores del casco de la antigua estancia de
Potrero Grande, una inmensa extensión de terreno que pertenecía a
Don Esteban Funes y a su esposa, Doña Petrona Miranda y que en su
momento abarcaba lo que ahora se conoce como Estancia Grande, Po-
trero y Las Chacras.* Aunque ella había nacido en San Jerónimo, llega-
ban desde el paraje La Estrechura, cercano a la actual Estancia Grande,
donde sus padres estaban viviendo por entonces.
Referencia: * Esta propiedad fue otorgada por merced real por servicios
prestados a la corona española a don Francisco Muñoz y/o don Juan Luis de
Guevara, reconocidos encomenderos. El último de ellos regresó luego a Chile,
según destacara en su momento el profesor Hugo Fourcade quien describe in-
cluso litigios entre familias por dichas tierras. Las mercedes reales eran exten-
sas, dado que ello aseguraba la posibilidad de tener cría de animales y chacras.
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Doña Blanca ama este lugar, sus luces y sus sombras, sus días de
sol y las copiosas lluvias que embravecen el usualmente tranquilo cau-
ce del río. Ama la antigüedad de algunas de las construcciones y tam-
bién aquellas que por su modernidad y envergadura lo han convertido
en un importante centro de turismo, como asimismo en lugar de en-
cuentro para competencias deportivas, conferencias y cursos interna-
cionales. Y a sus años, cargados de haceres y recuerdos, calmarlo es un
placer al que no quiere renunciar. Por eso lo recorre despacito, acom-
pañada de alguno de sus nietos, saboreando cada sombrita fresca, cada
seto perfumado, cada saludo cariñoso.
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Sasha Leyes
VILLA GENERAL ROCA, DEPARTAMENTO BELGRANO
HISTORIA DE NUESTRO PUEBLO
VILLA GENERAL ROCA
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Reconocimiento
Por Decreto N° 7-PEM-2006, se reconoce el Escudo; Simbología a)
La Virgen del Carmen Patrona de la localidad. b) Mástil más alto del
país, Monumento al General Belgrano y a la Bandera, como marco re-
presentativo del Departamento que lleva su nombre. c) El algarrobo,
árbol autóctono de la zona. d) El dique, embalse construido sobre el río
Amieva con la existencia de sus géiseres y pejerreyes.
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Esta es una historia de las que muchos de ustedes han sentido ha-
blar, pero yo se los relataré bajo mi propia mirada, recordando datos,
anécdotas, conversaciones de las festividades del Paraje de la Bella Flo-
rida el cual está ubicado a 60 km de la ciudad capital sobre Ruta Pro-
vincial N° 15 para más datos la que va desde San Jerónimo hasta Villa
General Roca-Los Manantiales.
Vivían ahí varias familias, las citaré porque por relatos las tengo en
mi memoria: don Jesús García con sus 12 hijos, don Victoriano García,
también con doce hijos, don Corsino Herrera que con su señora doña
Enar García tenían 10 hijos y dos de crianza, don Domingo Lucero con
8 hijos, doña Dolores Vázquez que tenía 8 hijos, pero según ella cuen-
tan que decía solterita y sin apuro… don Hinginio Baigorria con 6 hijos,
don Cristeto Flores con 4 hijos y don Santiago Jofré con 5 hijos.
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más oscuro. Estaban elegantes esos caballos, pues si era yegua hasta
trencitas en sus crines tenía. Se presentaban los jockeys, que eran los
mismos dueños, sus hijos o una persona de mucha confianza a la que
le conocían su destreza para montar.
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Asimismo doña Estela nos relata que ella fue integrante de la co-
misión cooperadora de la antigua escuela, cuando funcionaba en un
ranchito que lo prestó la tía de doña Estela llamada Raimunda, y que
se hacía necesario juntar recursos para poder acondicionarla, por ello
organizaban bailes con el fin de juntar fondos, donde doña Estela cuen-
ta que con 13 años era ella la maestra de baile de los niños que iban a la
escuela y les enseñaba a bailar para que el día que se hicieran las fiestas
los niños se lucieran bailando. La maestra era la Sra. Nélida Suárez,
de la ciudad de San Luis. Doña Estela nos relata que era muy buena,
tiene lindos recuerdos de ella y luego vino la Srta. Margarita que no
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Quiero compartir una historia, tal vez un milagro que estuvo guar-
dado por muchos años y hace tiempo nos contó mi mamá…
Estaban mi primo Rolando, su señora Lucía y sus hijos Jenni , Ni-
colás, Lucas y mis hijos Nahuel y Joselin reunidos en mi casa. Recién
habíamos llegado del campo Huascara donde nos criamos a unos cin-
co kilómetros desde el pueblo de la Villa de la Quebrada, al pie de las
sierras grandes de San Luis. Cada vez que podemos vamos a ese lugar
porque les mostramos a nuestros hijos la ubicación de la zona don-
de íbamos a la escuela; las piedras donde jugábamos, las lomas que
subíamos para buscar las cabras, fue un día de invierno que fuimos
como siempre lo hacemos, sacamos fotos de las casas, ya caídas, pero
que no dejan de ser importantes para nosotros. Ya habíamos llegado a
mi casa de la villa cuando entra Juana y nos pregunta ¿Cómo les fue
por allá?¿me trajeron yuyos para el mate? Recuerdo que cada vez que
recorríamos la zona traíamos romero de la virgen, yerba del pájaro, pe-
perina y cumplíamos sus deseos de acompañar esos mates con hierbas
serranas y cuando hacíamos las rondas del mate, se sentaba a la mesa,
le mostrábamos la fotos, y entre charla y charla sacábamos el tema de
la Fiesta del Cristo.
Le preguntábamos si iba a alquilar y nos decía que sí y también di-
jimos que tenía que subir un poco el pan porque lo vendía muy barato
ya que había aumentado la leña; ¡Cómo se enojó en aquella ocasión!,
porque nos dijo: “Yo a los peregrinos no les puedo cobrar mucho, en
memoria de mi padre”. Le animamos, por mucho el esfuerzo que ella
sola realizaba. Con un “no” rotundo insistió en su posición siendo ta-
jante al decirnos: “Yo tengo mis razones”.
En esa oportunidad le pregunté ¿Por qué razón? Y nos dijo: Us-
tedes que les gusta sacar fotos, y con tono de pregunta, ¿no vieron el
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Historia
Allá por 1873, don Víctor Videla había comprado 1.384 hectáreas
de tierras fiscales y ya en 1874 funcionaba en Los Manantiales una es-
cuela primaria cuya dirección ejercía doña Tránsito Blanco.
Don Toribio Mendoza quien gobernaba en ese entonces la provin-
cia tuvo la trascendental iniciativa de remitir a la Cámara Legislativa
un proyecto que propendía la formación de un pueblo. El gobernador
había recibido una nota por numerosos habitantes de la zona quienes
solicitaban la pronta expropiación con fines de fundar en el lugar un
centro poblado. El día 6 de noviembre de 1878 fue sancionada la ley y
disponía: “Autorízase al Poder Ejecutivo para expropiar en el lugar de-
nominado Manantiales, comprensión del 8° Departamento de la Pro-
vincia, la cantidad de nueve cuadras cuadradas de terreno para formar
un centro de población”.
Pocos antecedentes (por no decir ninguno) se han logrado encon-
trar con el nombre de Villa General Roca con que se modificó tiempo
después el verdadero nombre de nuestra querida villa. El avasallador
espíritu de los gobiernos porteños pudo atreverse a hacerlo de un plu-
mazo y sin escuchar jamás la opinión de sus verdaderos interesados
que eran, son y serán sus habitantes. En nuestros antepasados aboríge-
nes no fue tristemente célebre el general del ejército Julio A. Roca. Para
que conozcan nuestros paisanos, amigos y lectores, este personaje de
la historia que se nos presentó como el gran héroe de la campaña del
desierto, jamás tuvo nada que ver con nuestra zona del departamento
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Belgrano.
En honor a la verdad que el día 11 de junio de 1979 se dictó un
decreto provincial que disponía la creación de una comisión integrada
por Juan Barbosa, Cipriano Núñez y Timoteo Astudillo, vecinos carac-
terizados de la villa para que procedieran a evaluar la ocupación de los
distintos solares y en mérito a ello los distribuyeron a sus ocupantes
previo cumplimiento de una serie de condiciones.
La existencia del referido instrumento legal ha llevado según nues-
tro modesto entender a un historiador puntano de fuste como conside-
ramos a don Juan W. Gez, al afirmar en su obra “Historia de San Luis”
que en esa fecha “se decretó la fundación de la villa”, circunstancia que
llevó al intendente y al pueblo de Villa General Roca, a colocar una pla-
ca en la plaza del pueblo el día 21 de junio de 1979 conmemorando el
centenario del pueblo. Esta circunstancia de aparecer para el visitante
como una población fundada dos veces.
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Verónica Estragó
PARAJE SANTA MARTINA
EL PAISANO
Has de saber que este relato fue contado por don Tonino, nativo
de Santa Martina, un hombre que ha trabajado con mucho esfuerzo y
perseverancia en las actividades primarias de la región.
Don Victoriano Saldaña “Tonino”, contaba con orgullo sobre su
bisabuelo quien fuera uno de los primeros dueños de Santa Martina
por aquel entonces vivía en casa de tierra pisada, los que estaban un
poco mejor posicionados las hacían de adobe. En sus hogares debían
usar mucho la imaginación, para iluminarse usaban faroles y meche-
ros, estos los llegaban a construir con huesos de pollo, tener una lám-
para era un lujo.
Había buenos vecinos, entre ellos estaba su primo don Andrés Za-
bala, un hombre muy popular en la zona y excelente anfitrión, a cual-
quier paisano que pasaba por ahí lo atendía de maravilla, no tenía pro-
blema en prepararles la comida, tomar mate o invitarles unos tragos.
Los viejos tiempos fueron duros, podían tener ropa vieja, pero el
plato siempre estaba lleno, cocinaban en el fogón en un rincón de la
casa los platos típicos del lugar, allí ponían una olla grande de hierro a
hervir y compartían con la numerosa familia era muy común elaborar
maíz tostado, mazamorra, zastac, patay y arrope. Una bonita costum-
bre entre los vecinos era compartir los que le sobraba, si se carneaba
una vaca se prestaban las piezas, en verano solía quedar mucha canti-
dad entonces la secaban. En las épocas de mucho frío se preparaban un
té de chañar, tala y jarilla, con eso curaban toda gripe y resfrío.
Ir a la escuela era todo un desafío, solo asistió 7 meses, se hallaba
en muy mal estado, al poco tiempo se derrumbó el techo quedando los
niños sin sitio donde estudiar. Más tarde se construyó una nueva en un
campo donado por su papá, en aquel entonces también contribuyó con
la tierra donde está el pozo de agua que tanta falta hacía en el pueblo.
Pudo concurrir desde los 10 años hasta terminar la primaria llegaron
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un valioso aporte y comenta que uno de los docentes que tuvo fue
doña Blanca Guiñazú, la señora de Ramosca y Raquel, una docente de
Santa Rosa.
El yerno de don Eulogio, Enrique Alaniz, recuerda que en su in-
fancia le enseñó Marcelino Fernández, el maestro Ponce de Villa Larca
y Toti Domínguez. En esa época la escuela estaba en el campo de la fa-
milia Rojo. Iban a caballo y había alrededor de 60 alumnos. Un puntero
de un metro era utilizado para las penitencias y el alumno cuando no
hacía las tareas debía colocarse arriba de un banco mirando la pared.
En el servicio militar tuvo 8 meses. Salió en la primera baja. Ma-
nifiesta que fue una experiencia enriquecedora para formarse como
hombre.
Después de una charla amena con don Eulogio, Ana y Enrique, ya
casi de nochecita cuando la helada se acentúa di una vuelta por la casa
de Inés Andrada. En su corazón perpetúa la imagen de la abuela Sofía
Quiroga que viajaba muy a menudo a Buenos Aires porque allí tenía
hijos. Inés la esperaba ansiosa ya que siempre traía en su valija punti-
llas y rollos de seda. Con emoción expresa que la cuidó en el último
tiempo de vida, la abuela tenía mal de Alzheimer.
Asistió a la escuela a los 5 años. Se acuerda de Elvira Ceresole y
Margarita Garavaglia como sus docentes y las cocineras, doña Merce-
des y María Arias. Dos maestros revisaban las cabezas, algunos niños
se llutían de piojos. Un día Jorge, Jesús , Juan y Tito se escaparon hacia
la cantina de don Víctor. Cuando los docentes se enteraron se llevaron
un gran reto.
Como es la menor de los hermanos, en los últimos años quedó
sola para ir a la escuela. Entonces espiaba y cuando divisaba que el
sulqui de Jorge, Teresa y Juan Preve asomaba, ella salía disimulando el
encuentro y la subían en la vara de atrás del sulqui. Durante el trayecto
comentaban la novela de Nazareno Cruz y el Lobo que lo escuchaban
en radio todas las noches.
Debía cuidar la majada y barrer el patio con la escoba de jarilla.
En el verano cuando caminaban bajo la resolana por el campo encon-
traban sandías casi a punto así que las comían hasta raspar la cáscara.
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Carmelo.
Vecinos de Marcos Navarro es la familia Rodríguez. En el siglo pa-
sado del matrimonio de don Liberato Rodríguez y Ermelinda Ortiz na-
cieron 14 hijos. Uno de ellos Pedro Aníbal Rodríguez se casó con doña
Joaquina Ortiz y la descendencia fue de 16 hijos, 4 de ellos fallecidos.
Llenaron de vida el hogar. Alberto, Lucía, Azucena, Luisa, Marta,
Antonio, Carmen, Josefina, Isidro, Juana, Roque y Petrona. También
tuvieron 2 hijos de crianza.
Petrona se pone sonrojada al recordar las picardías de la infancia y
abraza con nostalgia los recuerdos de la vieja escuela donde asistió. La
señora de Guiñazú ha quedado en su memoria. Chicas y chicos juga-
ban al fútbol, al huevo podrido, a la mancha o a la payana. Un puntera-
zo bien dado, mirar a la pared o la abstinencia del mate cocido eran las
penitencias cuando alguien no hacía las tareas o su comportamiento
no era correcto. Un día volvió a su casa a las 17 horas porque se había
perdido la tapita del tintero y hasta que no apareció, ningún alumno
pudo retirarse.
Como buena hija alambraba, sembraba, hachaba leña y ayudaba
por turno a cuidar los animales. Cuando cumplió los 14 años iba con su
mamá a limpiar los surcos de menta en el Establecimiento San Francis-
co. Los dueños fueron Federico Lochel y la familia Urquiza en distintas
épocas. También ayudaba a limpiar ajo en la casa de don Juan Preve.
Como muchas familias de la zona sembraban sandía, zapallo, melón,
maní y maíz.
Su papá vendía postes, cueros y lanas en el pueblo de Concarán,
con las ganancias compraban lo necesario para vivir. La deliciosa leche
espesa que hacía su mamá con harina y azúcar y la mazamorra eran las
comidas que a menudo preparaba en la cocina a leña.
A los 19 años conoció a su cónyugue, Rubén Jorge Tissera, que
trabajaba en La Maldonada amansando caballos chúcaros y ahí sus pa-
dres eran puesteros. Jorge hizo el servicio militar El joven le pidió la
mano de Petrona a su suegro. Un tiempo después se casaron en el cam-
po. Ese día no tuvieron recreo el acordeón y la guitarra y más de una
ranchera o pasodoble eran bailados hasta el día siguiente.
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tierra como Asencio Oviedo que se casó con Aurelia Navarro y de esa
unión nacieron: Silvia, Graciela y Marta.
De una u otra manera los que vivieron aquí hicieron patria, lugare-
ños o hijos adoptivos, supieron hacer propias las tradiciones del lugar.
Encarnarlas, amarrarlas y llevarlas muy hondas para sí porque Santa
Martina es… tierra de reliquias.
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Ni qué decir, allá fuimos, éramos un grupo como de 20, entre chicos y
chicas. El puente estaba a menos de 2 cuadras de distancia de la casa.
El arroyo serpenteaba entre barrancas, con riberas cubiertas por el
monte, a pesar de la noche, era posible ver allá abajo grandes bancos
de arena.
Yo recuerdo ese hecho, poéticamente, así: Era mediados de octu-
bre, la noche era clara, bañada por la luz de la luna. Ya sobre el puente,
tomados de sus barandas, algo mágico sucedió, de repente nos queda-
mos en silencio, como si el paisaje nos hubiera tomado a todos, y las
luciérnagas brillantes nos acompañaban con sus danzas.
Solo se oía a lo lejos, el cantar de los grillos, y el correr del agua
bajo el puente y el monte cercano, una suave brisa nos traía perfumes
de flor salvaje.
Fue un momento maravilloso que nos impactó a todos, por unos
instante sentimos estar transportados a otra dimensión.
En un momento, escuchamos voces, las voces de quienes estaban
en la fiesta llamándonos; tal vez pensando que algo nos había ocurri-
do. Contestamos al llamado y regresamos a la fiesta.
Ya en la fiesta nuevamente, un grupo andaba buscando a los no-
vios que no estaban por ningún lado. Era una costumbre en aquella
época, que en la mitad de la fiesta los novios se fueran a escondidas;
más tarde se supo que el padre de la novia había vendido unas va-
quillonas y les había regalado dinero para un viaje de luna de miel a
Córdoba. Ellos fueron en auto a Villa Dolores y desde allí tomaron un
micro hacia Córdoba.
Faltaba un rato largo para el amanecer, don Lorenzo nos dijo a to-
dos: “Vamos a ver la destreza de los jóvenes, es costumbre en los casa-
mientos, hacer algunos juegos, empezaremos con la doma del potro”.
Don Lorenzo puso la botella de vidrio en el piso, acostada, y el jue-
go consistía en que había que sentarse sobre ella, cruzar un pie sobre el
otro y durar en esa posición unos tres minutos, que se controlaban. No
era tarea fácil, lo que sí era muy gracioso.
Luego vinieron las adivinanzas, y por último, el juego del anillo.
Este juego, el del anillo, consiste en poner las manos juntas como
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si fuéramos a rezar, entonces venía una chica que tenía un anillo entre
sus manos en la misma posición sosteniendo el anillo entre las palmas.
Iba pasando sus manos juntas por entre las manos de cada uno de los
chicos. Y eligiendo el muchacho que más le agradaba, le dejaba el ani-
llo entre sus manos.
Luego, venía alguien del grupo y ataba el anillo con un hilo, co-
locaba a la pareja elegida frente a frente, y sostenía el anillo a la altura
de sus labios, tenían que besarse a través del anillo, y cuando lo iban
a hacer, el que sostenía el hilo, levantaba el anillo y la pareja se daba
un beso en los labios. Jarana general y la muchachada animando a los
compañeros que besaran el anillo.
Y esto no finalizaba ahí, acto seguido, a esta pareja había que ca-
sarla. Se elegía uno del grupo que hiciera de sacerdote. Y como yo, de
niño fui monaguillo en la parroquia, sabía algunas oraciones en latín
aprendidas de memoria. Esa noche hice de sacerdote y los casé.
Realmente, estos juegos inocentes fueron un cierre hermoso de esa
fiesta. Por mi parte, le pregunté a don Lorenzo si esto era un inven-
to suyo, y me contó que en el campo, para las fiestas de casamientos,
siempre se realizaban estos juegos porque eso les traía buena suerte a
los novios, a los recién casados.
Nuestro pequeño grupo, ya cansados de todo el día, teníamos que
regresar caminando, pero por suerte, un señor que estaba en la fiesta,
había ido en camión al casamiento. Él nos llevó hasta Concarán de re-
greso, ya era de día.
Este casamiento en el campo, siempre está en mi memoria como
de los momentos más gratos en mi vida.
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trarse para poder escribir”. Con el tiempo entendí que “Ernesto” era el
señor de bigote enorme que se pasaba todo el verano con el entrecejo
fruncido escribiendo a la sombra. Para mí era una especie de guardián
de la pileta, tal vez quien inhibía a mi abuelita de tramitar mi sueño de
nadar en la mágica pileta.
Una siesta de mucho calor, tantas fueron mis súplicas que mi abue-
la Luisa tomó coraje y habló con ese señor serio de bigotes que tanto
escribía y que era el hermano del dueño de la casa para que yo pudie-
se bañarme en la monumental pileta. Finalmente el hombre, no muy
simpático aceptó y yo pude cumplir mi sueño. Pero claro, con apenas
8 años e inexperta absoluta, me encontré abatida por tanta inmensi-
dad que empecé a sentir a los pocos minutos de nadar que mis fuerzas
se debilitaban y la profundidad de la pileta me ganaba y me sumergí
sin poder subir a la superficie, sentía que perdía conocimiento, creí
que moriría ahogada, cuando de repente vi que desde el cielo entraban
unas manos pequeñas pero firmes y me tomaban de los brazos, salván-
dome la vida, eran las manos de don Ernesto, el hombre de bigotes no
dudó un segundo en abandonar sus manuscritos y lanzarse a salvar mi
vida. Muchos años después supe que mi salvador había sido el gran
escritor Ernesto Sábato, que mientras yo insistía en vivir mis travesu-
ras en su pileta él estaba escribiendo libros que recorrerían el mundo.
El tiempo pasó. Mi abuela murió y yo dejé de ir a veranear a Cor-
taderas. Sin embargo cada vez que puedo, vuelvo a mi pago y hago el
recorrido que hacía de pequeña… llenándome de nostalgia. Aún pue-
do sentir el calor de la mano de mi abuela recorriendo las calles de
tierra, la adrenalina cuando pasó lo de don Ernesto, el olor a los pinos,
el bullicio de las procesiones para atraer la lluvia y el ruido del canal.
Sé con certeza que esa parte de San Luis vivirá por siempre en mí. Ese
es mi lugar en el mundo, mi Cortaderas de la infancia… mi Cortaderas
mágico.
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lución del pueblo, las fiestas, escenas de la vida cotidiana, modas, cos-
tumbres, personajes y llegaron en imágenes valiosos testimonios de la
época.
Contaba con los equipos más potentes de esos años, una Nikon
f4, una cámara réflex de monoobjetivo con enfoque automático y un
flash Metz 402 que era a batería. El proceso de revelado lo hacía por las
noches, al principio en un cajón que había comprado de una cámara
antigua asentado en un trípode que tenía depósitos con revelador y fi-
jador, todo el proceso del revelado lo hacía en 15 o 20 minutos. Y luego
al necesitar algo mejor un primo le prestó una ampliadora y una seca-
dora para fotografías en blanco y negro. Tenía un cuarto de luz tenue
para evitar el velado, y las colgaba sobre un hilo de sisal con pequeños
broches. Era vital no tener mucho tacto con el papel.
A medida que el proceso fue avanzando y con la llegada de la ima-
gen color, los rollos los mandaba a Río IV.
Cuando llegué al pueblo había solo dos fotógrafos, Ricardo Ávila
y el Gordo Sevil, existía una competencia sana por lograr la mejor foto,
pero siempre prevaleció la amistad.
Hoy en día hay varios que realizan esta profesión, oficio u hobby,
pidiéndole consejos que para Hugo ha sido la inspiración.
La pérdida de su esposa fue un golpe duro en su historia de vida,
la recuerda con profundo amor y respeto.
“No pudimos tener hijos, pero fue una extraordinaria compañera
en la vida, siempre juntos, vivimos épocas regulares y muy buenas,
compartimos cincuenta y un años”.
Uno de sus servicios más memorables fue trabajar para la Munici-
palidad, en esos años estaba a cargo de Rolando Ochoa que le realizó
un interrogatorio bastante extenso pero al poco tiempo ya estaba sa-
cando para la municipalidad que hasta el día de hoy lo sigue haciendo,
no solo para su pueblo sino para localidades vecinas como Renca, Nas-
chel, San Pablo, Concarán.
Hoy tiene su estudio fotográfico particular en su domicilio de Mi-
tre al 400, donde pasa largas horas preparando trabajos desde hace
veintiséis años, reconociendo que en cada fotografía ve una historia.
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Inmortalizando al pueblo con sus disparos, oficio que eligió más allá
de los costos de las máquinas y el largo aprendizaje requerido para
ejercerlo, Hugo sigue trabajando.
“Sigo trabajando en fotografía , es mi pasión, mi cable a tierra”.
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Una alegre historia que me contaron fue la del perro del boliche.
En las apacibles tardes de verano, en el boliche del otro lado de la
calle, frente a la estación, los changarines de las bolsas de trigo, avena,
centeno o sorgo, una vez terminada su tarea de estibar altas pilas en los
galpones, cruzaban la calle en busca de sosiego al intenso día, saludan-
do al bolichero y haciendo rechinar los pisos de madera, se sentaban en
una mesa chica cuadrangular ubicada al lado de la ventana enrejada,
pedían vino fresco y allí permitían que pasaran mansamente las horas
del atardecer, donde veían irse el sol por la puerta que daba al poniente
en la ochava de la cuadra. Ritual que se repetía día a día en épocas de
cosecha en la década del 40, los distintos hombres de las bolsas hacían
uso y a veces abuso del crédito semanal que don José le extendía hasta
el día de cobro y que con total amabilidad y bonhomía él mismo servía
el vaso de vino y compartía cada mesa del boliche en charlas y anéc-
dotas del día sin sentido alguno, pasar horas acompañados y relajar el
cuerpo.
Sobre la punta del lado de afuera de la ventana, enchapado en
cinc y justo enfrente de donde estaba el cajón de la plata, en el interior
de ese mostrador, allí apaciblemente y con sus patas extendidas a sus
anchas hacía como que dormía, e ignoraba a los parroquianos; Teo,
un ovejero alemán, que casi se mimetizaba con las tablas del piso y la
postura inerte, durante el coloquio de risas, gritos, alcohol y esputos
arrojados por la ventana.
En cuanto la luz amarillenta del crepúsculo del cielo daba paso e
importancia a la luz amarillenta también de la única bombita eléctrica
que colgaba de un cable desde el techo, gracias a los locos y pioneros
italianos que generaron electricidad en la usina del pueblo. El boliche
prolongaba la tardecita y recibía el fresco de la noche iniciándose así
la partida de uno en uno de los clientes. En este obligado ritual diario,
Teo se incorporaba en el acercamiento en el primero en irse e indefec-
tiblemente debía dirigirse a la punta del mostrador, donde estaba el
cajón o en su defecto el desgastado libro de anotaciones, donde don
José anotaba lo consumido aquel día y a cada uno. En ese sombrío
acto donde la luz, los olores, el cansancio, la ingesta y la sincronizada
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Liborio Luna
Nació el 25 de mayo de 1920 en la provincia de Buenos Aires, po-
líticamente conservador, fue intendente y diputado provincial, tenía
campos en ese lugar dedicados a la ganadería. Fundó en 1883 la So-
ciedad Rural de 25 de Mayo, un verdadero suceso ya que no existía
en el oeste de Buenos Aires debido a que la cantidad de vacunos eran
diezmados por los malones indígenas. Todas las estancias contaban
con sótanos como protección a dichos ataques.
Cultivó la amistad de personas importantes del país como la del
general Bartolomé Mitre.
La llegada del Ferrocarril Andino a Villa Mercedes en 1875 y en
1882 su prolongación a Fraga lleva a Liborio a comprar 17.000 hec-
táreas al oeste de dicha ciudad. Instaló la primera feria ganadera de
Villa Mercedes en sociedad con Miguel B. Pastor (una calle lo recuerda
en Villa Mercedes) en Tres Esquinas, en las afueras de la ciudad, este
señor hijo de Reynaldo Pastor que ocupó altos cargos en el gobierno
nacional.
Liborio donó tierras para el paso del ferrocarril y para la instala-
ción del mismo con un pariente, Severo Luna.
Por esos años un gran incendio de campos iniciado en terrenos de
propiedad del ferrocarril provocó que gran parte de los campos de Li-
borio sufrieran grandes daños por lo que el mismo tuvo la intención de
realizar la denuncia y solicitó a las autoridades ferroviarias que llevara
su nombre y apellido y no llevar a cabo dicha denuncia.
Hacia 1930 fallece Liborio, y su señora se hace cargo de la propie-
dad y nombra como encargado general de la estancia a Esteban Ci-
valero Tomattis, padre de Esteban Ramón Civalero (ex docente de la
escuela de Fraga). Tiempo después la dueña vende la propiedad que es
dividida en tres lotes de menor superficie.
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La Estación
En la sección Villa Mercedes-San Luis del Ferrocarril Argentino se
encuentra la estación Liborio Luna, dicha estación fue inaugurada el 7
de febrero de 1900 y se encuentra ubicada en el Departamento General
Pedernera en la provincia de San Luis, muy cercano a la Ruta Nacional
N° 7 (actualmente Autopista de las Serranías Puntanas), a 20 km de la
ciudad de Villa Mercedes y a 18 km del pueblo de Fraga; y que forma
parte del ramal Junín –Mendoza (línea 1) del ex ferrocarril San Martín.
La llegada del ferrocarril influyó en la construcción de un galpón
de grandes dimensiones donde los agricultores y ganaderos de la zona
depositaban su producción, la cual para su venta era trasladada a Bue-
nos Aires y con los años a Rosario, también la ganadería aprovechó
este medio de transporte hacia la gran ciudad, el tren de pasajeros se
llamaba “El Cuyano” con destino a Buenos Aires. Es destacable el he-
cho que dicho galpón estando vacío era aprovechado por la escuela del
lugar para organizar bailes y obras de teatro con sus alumnos como
actores.
Actualmente, en el lugar se encuentran los elementos del ferroca-
rril están casi intactos, considerando el deterioro natural por el paso
del tiempo.
Siguiendo en sentido ascendente, se encuentra Fraga, única locali-
dad relevante entre Villa Mercedes y San Luis. Su origen fue el Fuerte
Las Piedritas al mando del comandante Fraga que luego moriría en la
Guerra del Paraguay. La fundación oficial del pueblo tiene por fecha el
5 de mayo de 1906. La localidad se ve favorecida por encontrarse casi
en el centro del corredor industrial de Justo Daract-Villa Mercedes.
A fines del siglo pasado, el servicio de pasajeros se suspende. Sus
vías están a cargo de la empresa estatal de “Trenes Argentinos Cargas
y Logística”.
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Estafeta Postal
En el tren venía el vagón del correo a cargo del estafetero que car-
gaba y entregaba los sacos de correspondencia que dejaba cada esta-
ción. En 1980 se levantó la Estafeta Postal de Correo y Comunicaciones
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cial 11.
Esta localidad lleva el nombre del religioso Benjamín Lavaisse, na-
cido en Santiago del Estero en 1823 quien prestó importantes servicios
en la Asamblea Constituyente que sancionó la Constitución de 1853.
Después de la llegada del ferrocarril, el pueblo dio un nuevo avan-
ce, instalaron una bomba de agua que proveyó de agua a los rurales de
la zona y también abasteció a la localidad de Justo Daract, eso significó
un gran avance.
Recordaba con mucha emoción don Andrés Vlahovic de origen
austriaco, quien fue presidente del Club Social y Deportivo Lavaisse.
Vlahovic tenía un almacén de rubros generales y bar.
Falleció a los 100 años y es recordado como el longevo de Lavaisse.
Hoy en día su almacén sigue en vigencia atendido por sus hijos
Alicia Vlacovic y Pedro Alberto Vlacovic.
Mi papá recuerda a su amigo Andrés al cual apodaron El Pata.
También recuerda la panadería de los Alvarez, la carnicería que
era atendida por Mariano Moreno, la tienda de Salvador Alegre, la es-
tafeta de correo que la atendía Alicia Rainieri, el almacén de doña Rosa
Ortiz, el bar de José Alvarez, el almacén de la familia Rainieri, de rubro
general, carnicería y se destacaban los chacinados.
Pedro Rainieri era el intendente municipal en ese momento.
El comisario del pueblo era Teodoro Villegas. El jefe de ferrocarril,
Juan Manuel Vedún.
Lavaisse de ser un pueblo numeroso, tenía 350 habitantes, en la
actualidad volvió a sus orígenes, a ser un paraje, sin progreso, sin ini-
ciativas de ninguna índole con escasos 68 habitantes.
La estación de ferrocarril fue inaugurada en 1907 por la empresa
ferroviaria Buenos Aires al Pacífico (BAP) en el ramal de Justo Daract
a La Paz (Mendoza).
A principios del siglo XX eso generó trabajo, el pueblo comenzó a
poblarse de a poco.
El tren transportaba pasajeros que venían de Justo Daract a Lavais-
se, y de allí seguían su viaje a Mendoza.
Mi papá Luis nos contó que en una oportunidad venía el tren, lle-
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Pedro Herrera
PARAJE LAS ISLETAS
LAS ISLETAS
Allá por 1950 cuenta don Pedro Herrera que Las Isletas solía ser un
pequeño poblado en el que vivían alrededor de 20 familias más la gen-
te que trabajaba en el ferrocarril. Sus padres y abuelos fueron oriundos
del paraje, él vivía allí con su familia, su padre empleado rural, su ma-
dre ama de casa, y sus hermanos Raúl el mayor, él es el segundo de
los hijos y después vinieron 9 hermanos más, y estuvo allí hasta los 23
años hasta que por razones de trabajo tuvo que partir, se casó a los 28 ,
tuvo 3 hijos y hace unos años volvió a su lugar de crianza.
Nos cuenta además que en Las Isletas, se desarrollaba como acti-
vidad principal la ferroviaria, ya que siempre se encontró una estación
de trenes, los trabajadores de la misma eran quienes se encargaban
del mantenimiento de las vías allí también se encontraba el famoso
campamento que le decían, era el alojamiento de los trabajadores y las
familias de la estación donde había más o menos 6 familias y los traba-
jadores solteros. Otra de las actividades era el trabajo rural, las familias
criaban animales para el consumo y venta y muy pocos se dedicaban
a la siembra, solo los que tenían herramientas para trabajar la tierra. El
paraje contaba con un único almacén de ramos generales del señor Mi-
guel Grosso, una carnicería del señor Rojo y una famosa panadería del
señor Dalof , la que abastecía a las personas del lugar y zonas aledañas
tales como campos cercanos y uno que otro más retirados.
Con sus 7 años Pedro concurrió a la escuelita citada en el paraje
comenzando su primer grado con el maestro Allende y era un total de
15 niños de diferentes edades los que compartían el salón junto a él.
Siempre que había un evento importante este se hacía en la escuela
donde se reunían todos los habitantes, ya sea por acontecimientos es-
colares, bailes a beneficio de la cooperadora, siempre fiestas para pasar
un buen rato en familia en la que participaban todos, niños jugando,
mayores dialogando y unos que otros bailando.
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Cristina Evangelista
PARAJE LOS CÉSARES
NOSOTROS LOS RIOQUINTEÑOS
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Escuela N° 35
Don Polo Godoy Rojo hace referencia en su obra “Donde la patria
no alcanza” hay una escuela, representando ese pedazo de patria, de
nación. Y es ahí donde nuestros maestros rurales debemos ser garan-
tes del derecho de la educación, sabiendo que en la escuela se vive la
comunidad.
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Siendo muy joven todavía enviudó y tuvo que enviar a sus pe-
queños hijos para que los cuidara su madre en la ciudad de San Luis.
Ella, en cambio, siguió año a año en su tarea de docente. Formando
hombres y mujeres de tierra adentro, donde el viento helado, los fríos
inviernos y un sol que quemaba todo, eran los grandes protagonistas.
Esta era una tierra lejana para muchos, llena de estancias con dueños
desconocidos, de Buenos Aires y que no hacía tanto tiempo habían de-
jado de ver al ranquel pasar por sus rastrilladas o sentir de matanzas
en las cercanías.
Decía doña Elia Fourcade, su hija (en una ocasión que visité su
casa), que su mamá trabajaba todo el año y volvía junto a ellos en las
vacaciones, pero su humilde sueldo y su gran trabajo fueron suficien-
tes para que sus hijos se convirtieran en hombres de bien.
La vida le dio la satisfacción de ver a sus hijos convertirse en per-
sonas reconocidas, que siguieron su camino en la docencia pero ade-
más se destacaron en otros ámbitos. El profesor Hugo Fourcade, gran
historiador de nuestro pueblo. Doña Elia, no solo fue una gran docente
sino que dedicó su vida a los demás. El padre Jorge Fourcade que fue
docente y gran sacerdote jesuita.
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familias a la vez, pero se daba entre las que sentían afinidad unas con
otras. La vida en el 4 de Octubre era simple, amena.
Otra cosa que caracterizó al barrio fueron las antenas en el techo
para tomar señal de aire del canal 12 de Córdoba, la única por mucho
tiempo hasta que llegó la del canal 13 San Luis con una imagen mucho
mejor. Eran pocos en el barrio que tenían la posibilidad de tener tele-
visor entonces los vecinos se juntaban para compartir algún programa
especial. Los que no tenían tele escuchaban radio, por aquel tiempo,
solo AM, transmitían novelas, no se perdían capítulo y estaban atentos
al horario de comienzo.
Las luces de la calle por aquel entonces se apagaban a la hora vein-
tidós y los menores no tenían permitido andar después de esa hora.
Había mucho control. El barrio quedaba a oscuras y cada uno en su
casa.
El 4 de Octubre era muy importante para Nilda, aquí la vida la ha
visto reír y llorar. Tener y criar sus hijos. Hoy a sus casi 70 disfruta de
sus nietos. Con Fernando construyeron su propio mundo con una fa-
milia que cuidaron como un tesoro. Hicieron muchos amigos, algunos
que ya Dios los llevó a su reino, otros que aún siguen visitándola o se
encuentran en la vereda o en algún comercio y la charla de siempre se
hace presente e interminable.
Sus calles siguen siendo de tierra. Pero el 4 de Octubre ya no está
solo, no lo rodea el monte, no hay barrios a su alrededor. Sus casas han
sido modificadas, mejoradas y le dan una preciosa vista.
Entonces Nilda me mira, toma mi mano y me dice, el barrio es
muy importante para mí, porque me dio todo, hasta este momento con
vos, hijo.
El 4 de Octubre es el primer barrio de San Francisco, y tiene en
cada una de sus casas una historia.
Nilda y Fernando escribieron la suya.
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coterráneo padre Juan Valerio Ogrin. Allí monseñor Zupancic fue con-
fesor de parroquia de 1991 a 1993.Con respecto al origen en común que
tenían estos eclesiásticos, no es dato menor para mediados del siglo XX
un porcentaje no desdeñable del clero de San Luis era esloveno.
Un 7 de febrero de 1993,los sacerdotes Luis Zupancic y Juan Ogrin
regresaban de sus vacaciones en la colonia de eslovenos, en la provin-
cia de Córdoba, cuando sufrieron una colisión con un jeep. Zupancic
sufrió, en un primer momento traumatismo de cráneo y escoriacio-
nes en el rostro al golpear la cabeza contra el parabrisas, mientras que
Ogrin tuvo algunas costillas rotas, golpes en ambas piernas y rostro.
Sobre el accidente El Diario de la República informó que los he-
ridos fueron llevados inmediatamente al Hospital Regional de Villa
Dolores, donde estuvieron en observación hasta el día 8, cuando se les
dio de alta. Ya en Quines, esa noche se acostaron normalmente, pero
al día siguiente, llamó la atención que Zupancic siguiera durmiendo
durante la mañana.
Inmediatamente se llamó al médico, quien lo encontró en coma.
Se le aplicó medicación sin respuesta favorable, hasta que finalmente
el anciano sacerdote falleció a las 11 hs de aquel 9 de febrero de 1993,
tras 8 décadas de existencia. Había sufrido un paro cardiorrespiratorio
debido a un ACV agudo, según consta en su Acta de Defunción.
Sus restos fueron llevados a la localidad de San Francisco del Mon-
te de Oro, donde fue velado el día miércoles 10 en la Iglesia Sagrada
Familia, con la presencia del obispo de San Luis quién presidió el fune-
ral con todo el clero.
En la homilía, Laise destacó su tenaz trabajo como párroco y de
igual manera su tarea como docente en la Escuela Normal, destacando
“su perseverancia, su ejemplo de bondad y de amor a los fieles, hasta
el último momento”. Luego de la Santa Misa, el féretro fue acompaña-
do a pulso hasta el cementerio local, donde las familias del pueblo lo
esperaban.
Tres años después, el 10 de febrero de 1996, sus restos fueron tras-
ladados a la Iglesia Sagrada Familia, donde finalmente descansan. En
el homenaje, su sucesor, el padre Abel Roberto Arisi, pronunció las
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Lucrecia Quevedo
LAVAISSE
CARNICERÍA EL ARBOLITO
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esta historia que hunde raíces tierra adentro entre el canto de los pá-
jaros mañaneros y nocturnos desde el atardecer, el bullicioso sonido
de la chicharra pegada a la corteza de un árbol buscando refugio para
su ensordecedor chicharrear cantado, que alguna vez comparte con el
croar de las ranas en aquel charco formado después de las esperadas y
bien celebradas lluvias de verano para aplacar la sed del suelo polvo-
riento y agrietado por donde se filtran pequeños surcos que desparra-
man el inconfundible olor de tierra recién mojada que pretende alcan-
zar la frescura silvestre en el bosque natural pasando la superficie de
la represa llena de agua, visitada por una pluralidad de aves, gansos,
pájaros, gorriones y catas alternando con coloridas mariposas.
La vista se extiende entre el monte donde crecen los algarrobos,
chañares, entre otras especies menores como jarilla, atamisque, picha-
nilla, piquillín, pencas, cactus, matorrales que esconden la presencia de
zorros, chuñas, conejos, liebres, ratones, peludos, lagartos, lagartijas e
iguanas de la siesta, toda una combinación de flora y fauna que entran
por las sensaciones con las que cada uno capta la belleza para el disfru-
te del campo donde la naturaleza es rica y sorprendente.
Estamos muy ligados a este aire, a este clima de sol caliente, a estos
vientos que van y vienen soplando en las ventanas de las casas muy
humildes, la mayoría de adobe y techos de paja o jarilla con horcones
que los sostienen.
Sabemos caminar en medio de la oscuridad pero siempre hay que
manejarse con cuidado por las víboras que se esconden debajo de los
troncos, en los huecos de los árboles secos o cruzando la senda que
lleva al corral de cabras o vacas, construidos con cercos de palos apun-
tados con postes.
Por las noches un manto de brillante e incontables estrellas vela el
descanso de la gente madrugadora para empezar las tareas habituales
cuando el lucero se esconde, dando lugar a las primeras luces del día.
Entre el cielo y la tierra los componentes naturales del paisaje es-
timulan los recuerdos que recorren el camino de la memoria por reco-
brar el tiempo pasado con el aporte de algunos vecinos, amigos, cono-
cedores de historias, que nos contaban anécdotas a la orilla del fogón,
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aun para atemorizarnos con la luz que aparecía en tal lugar del camino
y que llamaban “luz mala”, estamos seguros que nadie podía dormir
esa noche sin pensar en la temida “luz mala”.
Así como todas estas conversaciones forman parte de nuestros re-
latos.
Bajo el techo de familias que nos enseñaron a amar este suelo, for-
mamos nuestro hogar con 5 hijos, que ya nos dieron nietos y en medio
de tanta felicidad en setiembre de 2017 Dios nos bendijo permitiéndo-
nos festejar las Bodas de Oro matrimoniales.
Desde nuestra infancia recorrimos caminos de ida y vuelta trazan-
do huellas de pasado y presente con experiencias inolvidables.
La escuela nos esperaba todas las mañanas, entonces funcionaba
en la casa del señor Sixto Vargas.
Una de las primeras directoras fue la señora Lupercina Alaniz.
También fueron maestros el Sr. Vicente Arellano y el Sr. Miguel Ángel
Jofré Papaño, ellos vinieron de San Luis capital y siempre los recorda-
mos con cariño y respeto porque compartieron muchos momentos e
hicieron una linda amistad que perduró a través de los años.
Otra maestra querida fue la Sra. Jorgelina Quevedo (Coca) de San
Francisco. Aquí contrajo matrimonio con un hijo de don Silvio Vargas
(Jerónimo) estuvo viviendo por largo tiempo entre nosotros ejerciendo
la profesión.
También recordamos a los maestros Hugo Glellel y Alba Dolly
Glellel ambos hijos de don Jorge Glellel, un vecino de la Estancia San
Jorge de este paraje. El maestro Kelo Amaya se destacó por su manera
de llegar a la gente con el folclore (cantaba y tocaba la guitarra).
La escuela siempre fue promotora de cambio y progreso y por sus
aulas pasaron buenos maestros que se ganaron el cariño de todos noso-
tros pues nos ayudaron a vivir mejor haciendo prevención y enseñan-
do un adecuado uso de los recursos para su aprovechamiento en bene-
ficio de la salud y la economía de la casa, como así también sirviendo
de nexo para gestionar ante las autoridades las mejoras para satisfacer
las necesidades.
Al hablar de la escuela no podemos dejar de evocar la alegría con
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Atencio.
Como medio de transporte se usaba el caballo, los carros tirados
por mulas, en que el viajante tardaba un mes en llegar a Luján. Trasla-
daban de Luján naranjas, quesos, cueros, carne,etc.
Los carros de don Blanchet y otros más vendían la mercadería y
luego compraban harina, azúcar y aceite. Iban a Chile a comprar las
mulas.
Con el tiempo llegó el tren de pasajeros, paraba en los desvíos de
los campos,y también los de carga que transportaban leña, carbón a
otras provincias y por barco a otras naciones.
Las comidas típicas tradicionales fueron: locro, empanadas, tortas
fritas, pastel de carne, chanfaina, pan casero, dulce de leche, arrope de
algarroba, queso de pata, quesillos, mazamorra, mote, humita, arroz
con leche, locro de choclo.
Fabricaban artesanías: herraduras, bozales, lazos, cobijas en telar,
ponchos etc.
¿Cómo eran los velorios? A la persona que moría la ponían sobre
una mesa y la velaban con 4 cañas que le ponían velas. Le rezaban el
rosario, pidiendo por el descanso del alma del difunto.
Luego para darle cristiana sepultura, carneaban un animal y ha-
cían carne con cuero para los concurrentes.
Hacían un pozo cuadrado y le daban sepultura al difunto.
Familia y hogar. Después de los casamientos, el hombre trabajaba
en el campo y su esposa se quedaba en la casa cuidando a sus hijos.
En el pueblo había escuelas, la primera escuela que funcionó en
Luján fue la escuela del Molino, luego la Escuela N° 52, más tarde la
Escuela N° 164 y ahora la Escuela N° 297 “Maestro Celestino Gómez”.
Hubo maestros que vivían en casas de familia porque era imposi-
ble viajar todos los días, viajaban en caballo o en sulky, fue una época
muy sacrificada para el magisterio.
La vivienda donde funcionaba la escuela de campo era un rancho
construido con 4 horcones, paredes de adobe y techo de paja y barro.
Los alumnos comían allí.
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La Policía
No estaba organizada como hoy la conocemos, tenían una sola ha-
bitación como local. A los policías los llamaban milicos porque venían
de ser milicianos.
El jefe era el que tenía más instrucción y estaba sujeto a reglas es-
trictas. Por ejemplo para poder casarse tenía que pedir permiso. Los
agentes tenían costumbres de campo y en una ocasión para encontrar
un ladrón fueron siguiendo las huellas por la tierra.
Los caminos
Eran de tierra, no estaban asfaltados, no habían puentes, y para ir
a San Luis había que cruzar vados. Se iba en carros. La ruta 146 pasaba
por lo que es hoy 25 de Mayo, luego desviaba a la izquierda e iba a
Quines.
El transporte público
Los primeros colectivos eran de la CITA (Compañía Interprovin-
cial de Transporte Automotor).Después vino la TAC (Transporte Auto-
motor Cuyo). Eran colectivos Leyland.
La Municipalidad
Hacia 1966 no era como la conocemos hoy. Estaba dirigida sola-
mente por un comisionado de la Municipalidad: comisionado muni-
cipal.
La salud
En 1942, un villadolorense, Segundo Llanos puso el primer boti-
quín en Luján. Era un idóneo, no un farmacéutico. Los preparados los
hacía él, no había especialistas.
Fue el comienzo de la estructura de salud.
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La educación
En 1978 se crea una escuela de artesanía. Se dictaban clases de dis-
tintas técnicas: cestería, telar, etc. Posteriormente se traslada adonde se
encuentra hoy la escuela de comercio. Allí se enseñaba, secundario por
la mañana y artesanías por la tarde.
El título que se obtenía tenía valor docente. Había corte y confec-
ción, tejido industrial, alfarería, se hacían tinajas para guardar el agua.
Se hacía con una técnica mezclando arcilla con guano de vaca, esto le
daba porosidad para frenar el agua.
Los servicios
La luz era suministrada por una cooperativa que daba el alumbra-
do público hasta las 24 hs. Y luego cortaba, no así el alumbrado domi-
ciliario que era permanente.
Hubo un teléfono público con una operadora que estaba en lo que
es hoy, la oficina de turismo.
Finalmente lo llevaron frente a la escuela de Los Pejes hasta 1986,
en que se instalaron teléfonos particulares.
El dique fue inaugurado en 1957.
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Todos los pueblos tienen una historia, que está formada por la
suma de pequeñas historias, casi cotidianas, de la que son protago-
nistas personas comunes, muchas veces anónimas, que en determina-
dos momentos y por obra de las circunstancias se ven involucrados en
acontecimientos ajenos a su voluntad que los obligan a realizar actos
muchas veces heroicos, sobre todo en estos tiempos de cambios sustan-
ciales en el comportamiento de la naturaleza, por obra y gracia del mal
uso de los recursos por parte de la humanidad.
Cuando se habla de historia todos enseguida piensan en aconte-
cimientos remotos en el tiempo, pero hay una historia que transcurre
todos los días. Ayer, ya es historia y alguien debe escribirla para que
no se desdibuje con el paso del tiempo y en un futuro no muy lejano la
escriban de oídas, corregida y aumentada hasta el momento.
Voy a contar una historia que me tocó vivir de cerca, de mi pueblo
de Luján, en el departamento Ayacucho.
La última noche de febrero del año 2015, día sábado, me trasladé
a la cercana localidad de Quines para asistir a la entrega de premios
Carolina Tobar García a la actividad radial del interior de la provincia,
porque había sido nominado en una categoría.
A eso de las 21 hs. tomé mi auto y después de dejarle la cena a mi
padre, de 93 años, partí hacia el lugar del acto. Al salir, estaba comen-
zando a llover suavemente. Lo había estado haciendo durante el día en
forma intermitente, a veces torrencialmente pero nada de importancia,
de modo que no era motivo para faltar a la cita.
Habiendo circulado un par de kilómetros más allá del puente del
río Luján, la lluvia paró y continué viaje hasta Quines., a unos 20 km
donde tampoco llovía.
La reunión estaba en su apogeo alrededor de las 23 hs. cuando
sonó mi teléfono celular y atendí el llamado de un amigo de Luján y no
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estaba ya a nivel de este. Traté de volver rápido pero tuve que bajar la
velocidad. El auto perdía adherencia por tanta agua. Regresando volví
a cruzar lo que parecía el límite de la lluvia, ya que pasado ese punto,
era menor y en Quines, no llovía.
Regresé al salón de la entrega de premios y les dije a mis compañe-
ros de la radio, que eran de Merlo, que debían irse porque la situación
estaba complicándose. Ya los organizadores del acto estaban recomen-
dando lo mismo. Alarmados, se fueron y alcanzaron a pasar un rato
antes de que el río de Quines, desbordado, arrancara los puentes.
Yo regresé al cruce de la ruta y no me quedó más remedio que es-
perar en la Estación de Servicio de ese lugar, a que la situación aclarara
un poco.
Ya había podido hablar con mi padre, por teléfono y él ni se había
enterado de lo que pasaba afuera de la casa, así que, más tranquilo,
solo quedaba esperar. Poco a poco la estación se fue llenando de autos
y camiones que circulaban por la ruta y debieron quedarse en el lugar,
bloqueados como yo.
Y pasaron las horas y amaneció y ya llegó el mediodía y recién a
las quince horas la policía habilitó el tránsito. Diez minutos después
llegaba al pueblo en el que encontré un verdadero caos, aunque ya
habían llegado socorros desde San Luis. Por todos lados había camio-
netas de San Luis Solidario (algo así como Defensa Civil) y del ejército
llevando a las familias a la escuela 52, lugar donde alojaron a los eva-
cuados. También repartían agua potable y transportaban toda clase de
pertenencias de los evacuados. Frente a la escuela había un camión con
acoplado descargando colchones, que no sé por dónde habría pasado
porque el puente del río San Francisco no estaba transitable y desde el
norte, con los puentes sobre el río Quines, destruidos, tampoco.
Cuando estuve seguro de que en mi casa no había problemas, fui
a lo de mi amigo Dante, que vive en la calle Ángel Gatica, a unos tres-
cientos metros de la escuela 315, Amieva Paiva, no muy lejos de la pla-
za Mitre. Lo encontré desolado tratando de rescatar sus cosas desde
el barro, en el interior de la casa. Cuando llegué eran alrededor de las
16 hs. y todavía había dentro de la casa unos 5 o 6 cm de agua y limo
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con los animales, a ordeñar las vacas, cuidar cabras, caballos. Ellos lo
querían como un hijo, aunque era adoptado. Cuando cumplió 24 años
se enamoró de mi mamá.
Ella vivía en un lugar de las sierras también, que le dicen Los Po-
leos porque hay allí muchísimo poleo en el campo. Ellos se casaron y
se vinieron a vivir a El Zanjón, tuvieron 4 hijos, 2 varones y 2 nenas,
una de ellas yo. Mis viejos eran pobres, antes no había sueldos como
ahora. Tenían unas cabritas y unas ovejitas, cuando carneaban una ca-
bra, mi papá le sacaba el cuero, lo sobaba y lo cortaba en varias partes,
lo trenzaba y hacía látigos, bozales, cinchas. Igual con el cuero de las
ovejas, los lavaba, los cortaba y hacía cojenillos y eso vendía para poder
darnos de comer, aunque no alcanzaba.
Un día un amigo de mi papá le cuenta que en las hachadas podía
ganar más dinero. Mi papá se va por mucho tiempo, más de un mes
al sur de Villa Mercedes, mucho tiempo pasábamos sin saber nada. No
había celulares. Mi mamá se quedó sola con nosotros.
Le ayudábamos con los animales, le habían prestado una vaquita
para que la ordeñara y les diera leche.
Cuando mi papá regresa fue tan grande la alegría que sentimos al
verlo llegar ¡venía con un regalito para cada uno! Mi papá nos contaba
en las noches que en las hachadas tenían que dormir en ranchos de
nylon, pasaban mucho frío, lluvias. Pero luchó para podernos criar con
mucho sacrificio hasta que lo logró.
Hoy en día tiene una pensión y mi mamá trabaja en la escuela.
Esta es la vida en el campo, en mis sierras.
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región. Por eso desde el pueblo de Renca se lleva al Cristo para ser res-
guardado en la capilla del pueblo hasta que pasara el peligro.
De acuerdo al testimonio de un antiguo poblador como lo fue don
Hugo Ortiz, quien recuerda haber visto la marca de un bolazo de indio
a 20 cm en la parte de arriba de la puerta de entrada a la iglesia, ya que
los malones al enterarse que el Cristo de Renca estaba refugiado allí,
ingresaron al poblado a fuerza de lanza y sangre.
El 6 de junio de 1932 el Gobierno de la Provincia de San Luis in-
serta a la localidad de Las Lagunas dentro del régimen de comisión
municipal. En 1959 comienza la construcción de la sala de primeros
auxilios sobre un terreno donado por Ismael Ochoa y en 1960 se inau-
gura. Tiempo después se hace la refacción de la misma llegando a con-
tar con una sala de internación. Luego en 1973 se inaugura la policía y
el centro cívico con modernas instalaciones.
En los años 60 los misioneros llegan al pueblo, con el objetivo de
preparar a los habitantes para la primera comunión, confirmación,
bautismo y casamiento. Estos acontecimientos dieron lugar a la visita
del obispo Cafferata en el año 1964 quien realizo las respectivas ben-
diciones.
Las principales actividades que se desarrollaban en la localidad
tenían que ver con la minería, ya que la zona geográfica en la que está
inserta Las Lagunas es rocosa y de terreno elevado. De esta actividad
se extraía una mineral llamado berilo el cual era canjeado por alimen-
tos básicos y por ropa.
La crianza de animales para el consumo, como porcinos, vacunos,
aves de corral y caprinos sigue siendo otra de las ocupaciones en el
presente. Otra labor consiste en la siembra y cosecha de maíz en la
zona rural del pueblo.
A partir de 1995 siendo comisionado municipal don Luis Oscar
Palacios, Las Lagunas experimentó el progreso: ordenamiento de la
administración municipal, construcción de la plaza principal, moder-
na red de agua potable, ruta de acceso al pueblo, tendido eléctrico en
zonas aledañas, viviendas para familias de escasos recursos otorgadas
desde el municipio, transporte escolar, salón de usos múltiples, polide-
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que lo peor fue una gran sequía que azotó todo el centro del país, ya
en 1929 las lluvias habían mermado considerablemente y lo siguieron
haciendo hasta 1937. El rigor de la sequía provocó merma del ganado
en la región y los campos fueron castigados con fuertes vientos y calo-
res insoportables. El pasto puna reseco en los años de sequía, junto al
bosque de caldén resinoso fueron favorables para los incendios, que no
solo mataron animales sino que arruinaron casas y alambrados.
Los vientos casi constantes, de intensidad importante, causaron la
voladura de suelos, dando origen a tormentas de tierra que cubrían los
campos, alambrados, caminos y animales, las ovejas que se echaban
no se levantaban más porque las tapaba la tierra. Son dolorosos los
relatos de los vecinos, contando que vivían con bolsas mojadas debajo
de las puertas, y dormían con la cabeza tapada para que el polvo no
los asfixiara, a la mañana salían por la ventana, para con palas sacar la
tierra acumulada en la puerta, contaba en sus memorias don Narciso
Cabada, otro vecino de Anchorena.
La ceniza, la sequía, la profundización de las napas de agua, el
médano avanzaba nuevamente, hicieron perder los campos en su valor
un 50%, vientos y médanos se apoderaron del sur de San Luis por más
de 10 años, provocando despoblamiento.
Como respaldando esas voces ancestrales que repican en mi me-
moria, contándome maravillas de Anchorena, pero se apenaban cuan-
do recordaban, “los malditos años 30”, encuentro por casualidad, o
tal vez como uno de esos tantos mensajes que me envía mi abuela con
frecuencia, una hoja suelta de la Revista San Luis, de junio de 1928,
describiendo a Anchorena en sus años de esplendor, tal cual lo hacía
ella, cuando me contaba de ese pueblo, que solo tenía 20 años funda-
do, en el momento que con su esposo Rafael Bausa se habían instalado
atraído por las mismas virtudes relatadas por el periodista que escribía
en mencionada revista:
“De los pueblos de la zona austral de nuestra provincia, es sin du-
das, Anchorena, uno de los más florecientes”.
Su planta urbana está constituida por más de 150 casas, siendo en
su mayoría de material, existiendo algunas en los alrededores de ado-
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Serranías y aromas,
Rumorosos arroyos…
Por estos confines
Que el Señor dotó de dones ignotos,
Donde el ancestral indígena marcara sus pasos,
Y en rocas y cuevas vestigios dejara.
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los que tenían que afrontar pero nada los detenía, ni los haría cambiar
de opinión, ni siquiera la propia muerte. Por eso ellos realizaban reu-
niones, expresaban sus ideas, aprendían a manejar armas, ya que era
la única forma de defenderse. Ese grupo de jóvenes se hizo muy sólido
y compartían muchos momentos juntos, hasta que un día un vecino
los denunció, porque decía escuchar disparos en ese lugar donde se
encontraban, y fue así que un 3 de febrero de 1977, un grupo de más
de sesenta militares con armas largas, con muchos vehículos irrumpie-
ron en la paz del paraje buscando “a los guerrilleros”, a ese grupo de
jóvenes, alguien por suerte les advirtió lo que sucedería y alcanzaron a
salir del lugar, se cortaron los caminos, se allanó el campo donde ellos
habían estado, pero además los campos de los vecinos, indagaron con
armas a los lugareños para tener información, pero nadie contestó.
En el campo donde se habían refugiado los jóvenes, los militares
solo encontraron cajones con utensilios y frazadas, no encontraron ar-
mas, ni nada que fuera considerado peligroso o en contra del gobierno
de facto.
Según expresan los habitantes del lugar, que como no se encontró
nada en al campo siguieron buscando los jóvenes en las casas de San
Martín, de los que ellos tenían datos. Todos los hogares fueron allana-
dos, las entradas de acceso a San Martín quedaron cortadas por varias
semanas, nadie entraba ni salía del pueblo. Mientras los militares bus-
caban a los hombres en el pueblo, dicen haber encontrado una bóveda
con armas en el cementerio, donde aún hoy se resguarda el lugar.
De los jóvenes de la Universidad de La Plata, nada se supo, solo
dicen haberse puesto de acuerdo para separarse y buscar nuevos des-
tinos. De nuestros jóvenes, desde el 11 de mayo de 1977, nada más se
supo de ellos, en esa fecha Jorge Lubino Amodey pasó por su casa y se
despidió de sus padres y hermana, pidiéndole a ella especialmente que
cuidara de sus padres. Un beso en la frente fue el último gesto de amor
que su hermana después de tantos años sigue recordando con una lá-
grima. Luego de esto los tres jóvenes del pueblo desaparecieron, y uno
de ellos fue a los centros de concentración, sin juicio previo, lo trasla-
daron durante muchos años de cárcel en cárcel, recibiendo los peores
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Este relato es del señor Plácido Arce “Don Pacho” un lugareño del
paraje Ojo de Agua que nació el 5 de octubre de 1941 en el paraje Agua
Tapada, a unos 5 km de Tala Verde, Departamento San Martín. Tuvo
gran participación en la creación de la Escuela N° 15 “Santa Catalina
de Siena”. Para escuchar este relato lo invitamos a que viniera a com-
partir sus recuerdos con alumnos de la escuela.
Comienza contando que el pedido de creación de la escuela fue
porque había muchas familias en el lugar, las cuales tenían niños en
edad escolar los que iban a una escuela ubicada en el paraje Arroyo
Vílchez, y que quedaba bastante alejado a 5 km. ”Padres y vecinos nos
juntamos en el lugar para hacer una nota de pedido a quien correspon-
diera…”, nos cuenta.
La escuela comienza funcionando en mi casa, el primer día de cla-
ses fue el 4 de agosto de 1975. La primera maestra y directora fue la
señora Rosario del Carmen Ochoa, oriunda de la localidad de Quines.
Las clases se daban en una habitación en la que funcionaba la cocina,
medÍa 5 x 4 m. Y hasta ahora mide lo mismo.
“La cantidad de alumnos no recuerdo, pero creo que eran 14 o 15
niños. Después yo me casé el 6 de abril de 1976, a los pocos meses , creo
que en junio, la escuela se trasladó a la casa de doña Teresa Escudero,
ahí funcionó hasta que se logró hacer una habitación con aportes de
vecinos y material proporcionado por la Dirección de Arquitectura. Se
construyó una habitación de 3 x 6, de adobe asentada en barro, en un
predio que donó don Encarnación Ledesma, quien era hermano del es-
poso de doña Teresa Escudero, el cual se llamaba Mercedes Ledesma”.
“El nombre Tala Verde se lo puso don Encarnación Ledesma cuan-
do donó el terreno, su nombre hace referencia a la característica de la
zona que era de gran abundancia de bosques de talas”.
“Recuerdo cómo trabajábamos los integrantes de la Asociación
Cooperadora y todos los vecinos para hacer el primer local escolar para
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Esta historia tiene sus orígenes hacia los años 1900-1910 aproxima-
damente.
Según datos aportados por la señora Nicolasa Isaguirre, quien vi-
vió en el paraje Ojo de Agua, departamento San Martín, contaba con
noventa y cuatro años de edad. Sus dichos y datos fueron rescatados
por el profesor en Ciencias Sociales, señor Hugo Lossa, residente ac-
tualmente en el departamento San Martín.
Hacia aquella época, algunos pueblerinos, se dedicaban al otrora
oficio de la construcción de murallas de piedra conocidas con el nom-
bre de pircas, vocablo que en quechua significa pared o muro de poca
altura. Dichas piedras eran llevadas al lugar por un sistema de trans-
porte, conocido con el enombre de Angaría, mediante el cual se pro-
cedía a montar cada piedra que una vez asentada quedaba trabada a
las barras, a su vez estas barras eran atadas con soga al cuerpo de un
burro o caballo y arrastradas con lentitud por el antiguo mecanismo de
tracción a sangre.
El sistema de pago podía acordarse de dos maneras: por cien me-
tros de pirca se cobraba una vaca de 100 a 150 kg. Otro tipo de paga
se conocía con el nombre “al tanto”. Otra modalidad era que cada 100
metros o por diez metros de pirca levantada se pagaba una cantidad de
dinero a convenir, en el tiempo que el trabajador utilizara en terminar-
la, colocándose cada piedra en lonjas de cuero, las cuales se obtenían
del lomo de un caballo sacrificado para tal fin. Una vez que eran cur-
tidas previamente, eran pasadas por dos argollas dispuestas a ambos
lados del lomo del caballo y atadas a la cincha, sobre estas lonjas o
correón era montada cada piedra y arrastrada hasta el lugar, donde se
construiría la muralla de piedra o pirca.
A veces se construían dos murallas de pircas paralelas, debido a la
negativa de acordar límites de campos colindantes o linderos, con tan
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Aproximaciones
Como persona agradecida de la vida no es pretencioso escribir a
Nueva Galia, sino que responde lo que se viene al acto mismo de valo-
ración, reconocimiento, observación de tantas cosas que damos por he-
cho, de tanto que miramos y no vemos, de sensaciones que nos hacen
tan bien al alma y que muchas veces no nos detenemos a apreciar, los
momentos sencillos, los olores, los verdes, los abrazos y un sinfín de
aspectos que tanto sanan nuestros días y que por mucho tiempo no nos
damos cuenta que están. Deteniéndose en tantas realidades que uno
tiene la dicha de experimentar la mía, la de nosotros que te vivimos,
pueblo entrañable es dimensionar tu a veces letargo con el verdadero
motivo de existir, con la real consideración de saber qué es realmente
lo importante, quedarnos con una mirada limpia, con una mano que
se aprieta fuerte, con el calor del fuego en cada hogar, con el silbido
distinto de las mañanas frescas y claras, con tu límpido cielo que te
abraza.
Nueva Galia, como madre adoptiva y no por eso no carnal ni san-
guínea, te ofrezco mi eterna gratitud, mi obligación, mi corresponden-
cia, mi devolución a tantos años de paciencia y amor.
Nuestro pueblo
Somos Bruno y Andrés y nuestra abuela Rosita Leguisa nos contó
que en sus comienzos Nueva Galia, era un pueblito muy pequeño, con
poquísimos habitantes y casas dispersas entre sí. La luz eléctrica, que
ahora es tan común para nosotros, no existía en nuestros hogares, solo
había en las calles principales. La gente usaba velas o lámparas a ke-
rosene para iluminarse. Se compraba en una sola carnicería y en un al-
macén de ramos generales porque no había más comercios. En relación
a la salud, no había médicos, solo una enfermera y algunas mujeres
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Recuerdos
Me llamo Micaela y mi papá, Daniel Díaz vino a Nueva Galia allá
por mil novecientos setenta y nueve con su madre y comenzó tercer
grado en la escuela “Bernardino Rivadavia”, en ese entonces la escuela
era también albergue ya que los niños que venían de campos cercanos
se quedaban a dormir. Tuvo una misma maestra por cinco años, la se-
ñora Alicia Arce. Después, fue a la escuela secundaria de la localidad
de Unión en el colectivo “El Verdolaga” todas las mañanas y cuando
regresaba a la tarde, ayudaba a su mamá en la casa. Más tarde, ya ma-
yor trabajó en una empresa que realizó el primer asfalto de hormigón
de las calles. En los tiempos de “antes” las calles locales eran de tierra
y en el medio de ellas había plantas de paraíso, y la autopista hoy cin-
cuenta y cinco, era antes la ciento cuarenta y ocho. La localidad era de
pocas manzanas rodeadas de monte de caldenes y chañares, enfrente
de la iglesia había una gran cancha de fútbol, había una panadería y
algo muy llamativo era que cuando alguien se moría se lo velaba en
la propia casa porque no existía sala velatoria, también tuvimos tres
fábricas una en especial era aserradero y se hacía el parqué, muy co-
diciado, especialmente en Buenos Aires. En aquel tiempo estuvo un
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Sobre el tren
Hace mucho recuerda mi mamá Gabriela Gaita cuando el tren
recorría mi pueblo. Los pueblos tenían vida porque era un medio de
transporte accesible para que pudiera viajar la familia. Además era
muy divertido, podías comer, dormir, jugar. Cuando era el tiempo del
carnaval, la gente que viajaba en el tren llevaba bombitas con agua y
en cada estación las arrojaban a la gente para celebrar, todos se diver-
tían. El tren también llevaba agua a los pueblos porque en muchos era
escasa. Viajar en tren significaba una experiencia inolvidable…lugares
y gente que iban y venían, amores que se dejaban, trabajos que comen-
zaban, pero al dejar de pasar el tren muchos lugares y estaciones que-
daron casi olvidados. A mí, María José, me gustaría sentir la sensación
de ese viaje en tren, que me lleve adonde la imaginación y la dicha
quieran volar…
Mi lugar
Lo que puedo decir sobre Nueva Galia, el pueblo que me vio cre-
cer es que tiene una rica historia y les brinda especialmente mucha paz
y tranquilidad a sus habitantes. Tiene mi lugar, un árbol muy especial,
el caldén y creo yo que sus raíces nos dan mucha energía y ganas de vi-
vir. De sus viejos habitantes, algunos quedan y otros ya emprendieron
su viaje, dando todo por nuestro pueblo, por lo que hoy somos y te-
nemos. Mi pueblo, alberga a muchas personas de otros lugares ya que
su suelo ofrece madera, cultivos y todo aquel que tiene paciencia, fe y
esperanza consigue muchas cosas aquí. También, a mí lo que me llena
el corazón es la ayuda que brinda su gente porque cuando alguien lo
necesita toda la comunidad lo apoya. En fin, gente gaucha muy buena
con cosas bonitas en el alma que ha realizado grandes sacrificios para
tener y ser lo que somos. Es mi homenaje, homenaje de Valentín.
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Mi mirada
Escribir sobre este lugar, Nueva Galia para mí es un poco difícil ya
que no conozco en profundidad sobre su historia y costumbres aun-
que algunas de las que viví son hermosas. Una de ellas es una fiesta,
la Fiesta Nacional del Caldén, aquí se valora al árbol del lugar y las
tradiciones y está siendo reconocida en muchos lugares del país. Según
lo que me contaron la fiesta comenzó en un galpón que está al ingreso
del pueblo y se hacían muchas actividades llamativas como ferias en
la plaza principal o carrozas representativas de instituciones como las
de las escuelas.
Yo llevo más de un año aquí y para mí el pueblo es uno de los lu-
gares más tranquilos que he vivido, por su paz y la educación de sus
habitantes, podés dejar cosas afuera de tu casa que nadie va a tocar
nada. Un espacio que me encanta es la plaza “Los Pioneros” que
lleva este nombre por los primeros que se animaron a soñar y fundar
la localidad, porque todos la disfrutan y está llena de gente conversan-
do o tomando mate. Hay también gente mayor que vive hace mucho
aquí como un señor muy especial llamado Carlos más conocido como
“Pato” Nievas y que es todo un personaje, que vive actualmente en la
antigua estación del tren, él me contó que trabajó haciendo los cordo-
nes cuneta de todo el pueblo. Pato no se pierde ninguna fiesta ni evento
que se realice en la localidad, es muy alegre, siempre está sonriendo y
visita casi todas las casas de la comunidad. Lo destaco a Pato porque
me da mucha ternura y necesita de nuestra amistad. Es lo que siento.
Paloma.
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Libertad
Hace ya un década que estoy viviendo acá, en Nueva Galia y estoy
segura que puedo dar mi opinión especialmente sobre el cambio que
tuve que sentir.
Hasta mis ocho años de vida viví en Lincoln, provincia de Buenos
Aires, una ciudad hermosa. Luego por razones de trabajo de mi familia
llegamos a este pueblo y lo conocí. Al principio tenía mucha ira conte-
nida cuando mis padres me lo dijeron ya que iba a perder mis amigos
y mis familiares estarían lejos. Cuando llegué a este suelo compartí
con gente humilde y muy generosa y justo ahí caí en la cuenta que el
destino no me hizo perder sino ganar.
Lo más significativo que puedo sentir del tiempo transcurrido
aquí es que aprendí cultura y conocí la verdadera libertad…libertad
de poder ir a la plaza, que es el lugar de encuentro de todos, a tomar
mates de amistad o salir sin temor a la calle en cualquier horario, creo
que eso es felicidad.
Una persona que estuvo en ciudades se cree la ideología que irse
a vivir a los lugares pequeños es irse a la nada misma. Claramente se
equivocan, claramente me equivoqué.
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Agradecimientos
Valorar y siempre agradecer es la regla principal de consideración
al otro por ello es prioritario decir ¡¡¡Gracias!!! a quienes se me brinda-
ron en sus pensamientos, palabras, sentimientos, emociones, recuer-
dos, testimonios. Para Andrés, Bruno, Rosita, Micaela, Daniel, María
José, Gabriela, Valentín, Facundo, Guadalupe, Carlos, Martín, Vanina,
Paloma, Agostina, Ariel y Florencia.
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Prólogo
Cochequingán… Viejo Cochequingán, ese que, al nombrarlo, para
quienes sabemos de tu gloriosa y triste historia, perdida para siempre
en el polvo acumulado del olvido, abre en nuestros abuelos esa herida
cruel, que el relato falaz de los que escribieron la otra historia, jamás
pudo cerrar.
Es un observar en silencio y con respeto, la caída de una lágrima
en aquellos relatores, que no tiene sino respuesta en lo mucho que pu-
dimos escuchar de los pocos que pudieron contarnos.
Porque no se trata de un paraje en sí, no es un lugar, fue un terri-
torio y aunque un punto físico y determinado tomara su nombre y por
tradición lo asumiera para siempre como tal, yace entre los médanos
sublimes del lejano sur puntano un pasado y el retumbar de cien jine-
tes regresando del malón a su oasis escondido que abarcaba en aquel
entonces casi quinientas mil hectáreas de pastizales de estación, man-
chados mágicamente con lagunas, trapales y guaicos, que regando los
entornos con su natural humedad, pintaban sus lomadas circundantes
con cientos de silvestres colores.
“Es Cochi-Quingán…” decían los más viejos, “Coche… está mal
dicho m’hijo, mi finado padre decía cochi, o sea que es dulce… agua
buena” y volvían al silencio, excusándose en un amargo ya lavado y
culpando al mate de demasiado caliente cuando al recordar los ojos
empezaban a nublarse.
Fue el silencio y el aprender a escuchar entonces, mi mayor maes-
tro.
El silencio convocó, molestó, clavó en mí su puñal inquisidor e
inyectó el veneno de la curiosidad más cruda, tenía en mi haber la me-
moria viva de mi bisabuela descendiente de los ranqueles, nacida allá
en el Cochiquingán y grabados en mí sus innumerables relatos narra-
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Historias de mi pueblo y de su gente II
dos en voz baja y casi con vergüenza y esos mismos que hasta ayer me
resultaron casi ficción, marcaron quizás el comienzo de un necesario
derrotero por un tiempo que fue y será desde su origen, encerrar en el
corazón esos pocos hálitos de vida ahogados en el pasado para sacar-
los del olvido.
Fueron entonces seis años de mi vida en los que más de cien entre-
vistas a ancianos y antiguos pobladores de esas tierras, me convirtie-
ron de a poco en parte de sus fibras, horas y días en que hurgando en
los archivos ávido de corroborar una oralidad que moribunda aún pal-
pitaba, un sinnúmero de correos con diversos profesionales, colabora-
dores, familiares, contactos, bibliotecas de varios países e incalculables
kilómetros y lugares recorridos, me llevaron a buscar en los principios
de los todos, aquellos finales de la nada misma.
Intentando de sacar a la luz, la muda voz de quienes frente a la
oscuridad resguardaron su origen.
Tratando de que el sol que ilumina la memoria de los pasados, aun
con las noches de los tiempos, nunca se apague.
Cochequingán…esa zona
“Quingán mapu”, cuyo topónimo en chedungún (lengua rankül-
che) nombrado en algunos escritos, se traducía en su significación
como “Lugar de embalses naturales”, en consecuencia, si “Cochi” se
traduce como dulce, y “Quingán” es reserva o embalse, su conjunción
traducida es “Reserva de Agua Dulce” o “Embalses Naturales de Agua
Dulce”. Al Gran Cochiquingán (Vuta Cochiquingán – gran zona de
embalses de agua dulce) podemos enmarcarlo en un territorio com-
prendido aproximadamente entre: la altura de la Laguna del Guaico
Santiago por el norte, nombrada en algunos planos como “Guayco del
Padre” o “Guayco de la mula”, al sur a la altura del llamado Bajos del
Ramblón, al oeste las lagunas del actual establecimiento “La Dulce”
(donde hállese un conjunto de variados lagunares de agua dulce) y
al este las antiguas Lagunas del Bagual y Ranquil-có, territorio que el
rankülche conocía bien y que guardaba casi a manera de secreto por la
calidad de sus pasturas, sus aguas y la tranquilidad de extensos, férti-
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Fríos recuerdos
Fría mañana en los valles del Colchagua, mientras lava sus trapos,
doña Juana Huequelef disimula sus lágrimas, sabe que no son tiempos
fáciles, teme que la soledad se haga carne en su humilde “ruká” empla-
zada en Pichi-lemu, allí en el gélido sur de Chile, mirando el horizon-
te, el recuerdo triste de esos tiempos de recién llegada a Huitranlebú
con sus dos hijos pequeños adormece con el dolor su pensamiento,
uno era recién nacido y el otro apenas si tenía tres años, pasaron mu-
chos inviernos y sola los crió, siendo casi “pichi mailén” y aunque a
duras penas, pero a conciencia, los preparó para la vida. Cierra sus
ojos húmedos, cansados y los fríos recuerdos de su Malal-hue natal,
allá en los valles del sur mendocino laceran su estómago, allí quedó
Coñuenao su esposo, mirándola fijamente para siempre, apretando su
mano pegadiza con su sangre que le brotaba a borbotones, “maldita
guerra…”-murmuró en silencio- y secó rápido sus ojos con un paño
ante el “…¡ñuke!”, grito dulce y ansioso disparado desde el bajo por
su amado Juan.
Coñuenao, íntimo del cacique Rayguan, había sucumbido en esa
infausta jornada de 1796 con los suyos, incluido su jefe. Apenas si
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Historias de mi pueblo y de su gente II
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Historias de mi pueblo y de su gente II
y cada día lo atrapa más. Desde el día en que es llamado para acom-
pañarlo como ayudante con parte de su gente, se sumirá junto a don
José Miguel en un tortuoso sueño de años de lucha, gloria, pólvora,
sangre y traición. Vorágine sinuosa hasta la triste mañana del desastre
de Rancagua.
Es correr entre el humo ácido, ayes lastimeros, miradas desencaja-
das y rostros sangrientos imposibles de reconocer, es esquivar mulares
despavoridos, pisar sobre cientos de despojos humanos que entremez-
clados con caballos mutilados por esquirlas le revuelven el estómago,
con el brazo desgarrado apenas si puede escapar entre el gentío, ate-
rrorizado y sin soltar sus alforjas llenas de documentos que ha jurado
cuidar con la vida misma, cruzará entonces junto a otros de los suyos
la inmensa cordillera en estado febril, con el brazo hinchado por las
laceraciones recién en territorio mendocino, ya casi agonizante “que-
mará” las heridas más profundas evitando desangrarse y sobrevivi-
rá a la tensa espera de noticias de su patrón, quien junto a Bernardo
O’Higgins y a otros superiores quedó en la retaguardia intentando el
escape de ese famélico y ahora disperso ejército chileno perseguido
por Osorio. En cercanías del Campamento del Ejército de los Andes, al
suroeste del Plumerillo, junto a sus hermanos de sangre que se habían
sumado a las tropas del “Generalísimo Don José Miguel”, arman pre-
carios toldos con lo poco que encontraron en esos salitrosos campos.
Días después llegó Carrera y empeoró la situación en el campamen-
to. Tras continuos desmanes, rencillas, hurtos y pillajes de esa tropa
chilena en el valle mendocino, debieron partir inmediatamente hacia
San Luis unos so pena de cárcel y otros por órdenes impartidas hacia
Buenos Aires, a pocos días de marcha y ante un futuro incierto, en el
desvío de El Lince (en ese entonces una extraña bifurcación de huellas
que llevaban hacia el pequeño poblado de San Luis y otras que con-
ducían a pequeñas quintas diseminadas al sur y al norte, como a una
antigua rastrillada que conducía hacia El Morro) deciden junto a otros
hermanos apartarse de la columna carrerina y bajar en dirección sur,
bordeando el Desaguadero, buscando los pasos más seguros que les
permitieran regresar a Chile.
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Génesis
Allí en el “Cochiquingán Viejo”, “Quinyán” o “Quinyhám” trans-
curre su nueva y azarosa vida, sobreviviendo al hambre y a lo inhós-
pito, sosteniéndose junto a los suyos de la caza cimarrona, tratando
de integrarse y de ganarse el respeto de los pares que circundaban su
humilde toldería y uniéndose a los rankülches bajo la protección del
Vuta Carripilún.
La vida de esos años fue envolviendo al lejano Cochiquingán en
las intrigas políticas de aquellos círculos tribales, sirviendo esta zona
de refugio para algunos que comienzan a escapar de la llamada “Gue-
rra a muerte” recientemente desatada en Chile, las facciones araucanas
que apoyaban la independencia y escapaban por los pasos cordillera-
nos al norte de Bio-Bio (Chile), en camino hacia el “Mamüll Mapú”
(“País de los Montes”, entiéndase gran caldenar que abarca el sur de
San Luis y norcentro de La Pampa) lo hacían irremediablemente por la
Gran Travesía o el Cochiquingán, evitando así, de a partes el “Camino
de los Chilenos” (gran rastrillada con tráfico frecuente) por las contin-
gencias que pudieran sucederles, ya sea por la venganza que pudiere
desatarse sobre sus familias del lado chileno, a la chusma de parciali-
dades en desbande hacia las pampas que en su retraso sufrían el flagelo
de los perseguidores o por el peligro de delatores de su misma raza de
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Páramo y calma
“Dicen que fue una época brava, todos los animales se le murie-
ron a mis abuelos, no tenían que comer y encima…pobres, contaba mi
abuela que ella era chica y que encima se prendieron fuego todos los
campos…debe haber sido muy triste”, se calcula que entre 1857 y 1860,
fueron los peores años de sequía que la Argentina recuerde, algunas
familias (de cristianos e indios) empezaron a emigrar hacia San Luis o
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Mendoza, cerca de los fortines por comida, vagaron famélicos por los
campos y muchos sucumbieron ante tal adversidad de secarse las lagu-
nas como nunca antes, el cacique Juan dispuso llevar sus pocos anima-
les hacia los fríos valles del sur mendocino, parte entonces con algu-
nas familias, entre ellos con su hermana “Marimillán” o “Mariquillán”
(viuda de joven, hija de un cristiano chileno, venida al Cochiquingán
luego de la muerte de su madre Juana y según los datos aportados por
el profesor Jaime Chávez Purrán: “Una mujer que dicen, de muy bellas
facciones y además que sabía leer y escribir”) y que permaneciendo
un tiempo para hacer negocios en lo del cacique don Feliciano Purrán,
“éste quedó muy prendado de Marimillán y la tomó como mujer”.
Aquí comienza entonces un período de gran crecimiento econó-
mico para el cacique Juan, como parte del arreglo cuentan que Purrán
le entregó mucho ganado que envió más tarde con un íntimo suyo lla-
mado Guayquiyán (¿Huayquillán?) y que de a poco “empezó a dedi-
carse al comercio de ganado con Zúñiga, Pincén, Gatica y otros cuatre-
ros”, comerciaba en Chile, en Mendoza y con proveedores de San Luis,
amén de disponer ante cualquier contingencia “mil lanzas para lo que
necesite”, tales eran las ventajas del parentesco con don Feliciano, que
ya en esa época era un poderoso estanciero con muchos contactos en
Mendoza y también con el gobierno de Chile.
Por ese tiempo en la zona de Cochiquingán había nacido “Yanca-
mil”, quien sería uno de los caciques más rebeldes de la corte ranque-
lina y posteriormente el coronel Baigorria, con la venia de Mariano
Rosas, tratando de evitar problemas con su gente (algunos cristianos
alzados que se dedicaban al pillaje de ganado), se vendría con ellos a
las tierras vacías que estaban al noroeste de Leuvucó, en donde monta-
rá el llamado “Campamento” (ver plano) a tan solo seis leguas y media
del “Cochiquingán Chico”, consiguiendo abrir nuevos jagüeles (ver
plano “jagüeles”) y teniendo un acceso más directo hacia Mendoza por
el Paso del José y el Paso de los Gauchos que le permitirá traficar con el
ganado. (El Campamento se encontraba sobre el actual establecimiento
homónimo – Nota del autor - Ver plano).
En un viaje a Telén para truequear ganado, el cacique Catrinao
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Pincén que asistía a esa, le ofrece una joven cautiva que había sido
arrebatada de pequeña de Bahía Blanca llamada Rosario Camargo, el
cacique Juan hace pareja con ella y de esa relación tendrá seis hijos
más. Uno de los hijos mayores, llamado “Renü” Wenchenao (Nicanor,
Nicasio o Nicandro), se asimilará en esos años con unos cristianos al
norte de los médanos de La Verde y será quien protagonizará tiempo
más tarde el conocido hurto al Cabo Mendoza retratado en el libro
“Una excursión a los indios ranqueles” del coronel Lucio V. Mansilla.
Para 1875, el Cochiquingán será un “conglomerado de ranchitol-
dos” esparcidos en un amplio valle, extendiéndose ese rancherío dos
leguas hacia el noreste, alrededor de una vieja laguna (actualmente
dentro del establecimiento del señor Ariel Álvarez) tomando el nom-
bre de “Cochiquingán Chico”, ubicado casi frente a los “Médanos del
corralito de los chilenos” o “Loma del Corralito” o “Corralito” lugar
usado por los primeros voroganos refugiados (nombre que le imponen
los cristianos de Baigorria a una lomada continua que corre en sentido
norte – sur, que encerrando un vasto valle, permitía mantener la caba-
llada pastando de manera tranquila sin que se disperse, actualmente es
parte sur del cuadro El Corralito de la estancia “La Estrella” propiedad
de Schultze Hnos. ubicado a unos kilómetros de la entrada al paraje
Cochiquingán”). A modo documental y como nota que nos lleva a la
época, se transcriben partes de una declaración de Ercilio Albornoz en
1874, detenido en San Juan bajo los cargos de ejercer el cuatrerismo
en Mendoza y San Luis, que nos describe el Cochiquingán de antaño:
“… Y según declara don Ercilio Albornoz que ha estado comerciando
mucho tiempo antes yeguas y hacienda para Gatica y que lo hacía por
la Cochiquinga y el paso del José, que para llegar a ese lugar hay que
hacer cinco jornadas de cincuenta y tantas leguas desde el Chacalito ro-
deando el cerro de Varela camino de Chischaqui y siguiendo la trave-
sía al sud, por los rastros de los trapales, a guayco de la mula y jagüeles
de Quiroga, se llega al gran paraje oculto de la indiada, que mucho
tiempo sirvió de refugio a los bárbaros Pincheira, que es de muy difícil
acceso debido a que está dentro de grandes montes”… “se hallan co-
rrales por doquier y antiguas taperas rodeando una laguna principal
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Historias de mi pueblo y de su gente II
que parece haber servido antaño de gran aguada y aún se usa para el
ganado de paso hacia el poniente”… “que más al norte, este y oeste de
esos potrero se extienden varios conjuntos de rancheríos atiborrados
de indios ranqueles y pampas, conviviendo”… “con pares chilenos,
familias pobres, exiliados ronceros y forajidos con cuentas pendientes
con la ley, que entiende en esos parajes invernan haciendas de malón y
mucha caballada que indios de Pinzén llevan y traen a Chapicó y que
conoce ese lugar que ha visitado varias veces con la tropa, por ser Ga-
tica compadre de don Rufino Sombra”… “y hacer unos arreglos con el
cacique Juan, el chileno Gavino Acosta y un hermano de este”… “que
en otra oportunidad permaneció un tiempo en esos lugares mandado
por el mismo Gatica a tropear ganado con gente de allí y el jefe Undal-
mán hasta los potreros de Zúñiga y desde ahí a Chile, que recuerda ha-
ber llevado también de esos lados varias haciendas marcadas a Varela
por Chischaqui para Ceberio Lucero y un tal Andrada que decían”…
“de unos proveedores del gobierno y otras más cuando venía de re-
greso de algunos encargues que le han comisionado a Chillán, según a
su decir, gente importante de San Luis algunas veces”… “que Liborio
Garro... en varias oportunidades le sirvió de intérprete y baquiano por
ser desde siempre de esa población y estar casado con una china del
lugar…”. El cacique Juan se hizo con el tiempo un fuerte hacendado,
en 1875 y luego del “malón grande”, Pincén lleva a Cochiquingán mu-
cha caballada por las pasturas y como precaución ante las entradas
del “huinka” y los arrebatos de Calfulcurá, como encargado de la mis-
ma envía al indio “Cachilo” Beltrán, (“…un pariente muy pendencie-
ro”) quien más tarde con su dudosa muerte por ahorcamiento, dará
un nombre secundario al paraje de Cochequingán como “el Cachilo
ahorcao”, (algunos sostienen que “se debió a un ajuste de cuentas por
una carrera de caballos”). En “Tricagüé” (Tricá-hué = lugar donde hay
loros, a dos leguas al norte de la Laguna de Cochequingán, donde se
calcula, estuvo asentado Carrupane – “Jagüeles Viejos”- Ver plano), se
asienta Guaiquegür (hijo de Epudeo (o “Epusdeo” – M. Hux.) y de una
cautiva de Villa Nueva, doña Tiburcia Sosa, este era sobrino directo del
cacique Guaqueguir (Guaquignerr) y del cacique Painé, quien más tar-
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Historias de mi pueblo y de su gente II
Presagio
La economía de Cochiquingán no dependía directamente del co-
mercio de Villa Mercedes o el de Río Cuarto (como en el caso de Leu-
vucó), independientemente de que algunos participaran de las racio-
nes mezclados entre los cristianos del Campamento (en las entregas de
raciones entre los años 1860 a 1870 se encuentra “Indio Juan” o “Gente
de Juan”) o vendieran algunos productos en la Villa, se sabe que la
compra y venta de ganado (por cierto de dudoso proceder) era la prin-
cipal actividad y que se desarrollaba con Chile, Mendoza y San Luis
capital. Relataba un miembro de la familia Quiroga de Bagual (S.L.),
que su bisabuelo “tropeaba muchas vacas desde Cochequingán, para
el cerro Varela que vendía don Juan (el cacique) a unos proveedores del
ejército que eran de San Luis, que el gobierno lo compraba y lo entrega-
ba después como ración a los indios en la parada de Cochinelo (paraje
al norte de Buena Esperanza, que resultaba ser un puesto de frontera
militar de pases y entrega de raciones a comitivas y fletes de indios) y
que se reía porque muchas veces reconocía que eran los mismos ani-
males que habían vendido en Varela meses atrás”. Por ese tiempo don
Vicente Cruz (“el Güiti”), sufre un grave accidente “saliendo a boliar”
y siendo muy afectado en su salud, se retira a vivir junto a unos parien-
tes a las inmediaciones del actual Luan Toro.
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Réquiem
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Finales de un principio
La llegada del ferrocarril a Bagual en 1904, marcó el final de la
pulseada entre los Wüst (que residían en la estancia “La Unión” y los
Schultze (radicados en la estan-
cia “La Estrella”, Cochequingán),
ambos bregaban para que el tren
pase cerca de sus tierras, pero la
íntima amistad de los hermanos
Wüst con Julio Argentino Roca
(frecuentes encuentros de bran-
dys y de íntimas charlas de caba-
lleros en su paqueta joyería ubica-
da en la avenida Florida número
530 de Buenos Aires, como tam-
bién la “estricta y caballeresca re-
serva” con “el amigo Presidente”
cuando este adquiría en esta casa, carísimas joyas para sus amantes de
turno), rindió al final sus frutos, en un trámite expreso del expediente,
la empresa “trazó la línea” por sobre las tierras de los Wüst. Este trans-
porte, a partir de la puesta en funciones de su línea entre Buenos Aires y
Colonia Alvear Oeste (sur mendocino), permitió que la cercana locali-
dad de Unión (a una distancia de tres leguas del mencionado paraje) se
desarrollara a pasos agigantados. La erupción del volcán Descabezado
Grande registrada el 2 de junio de 1932 al afectar de manera inmediata
las pasturas naturales y los sembrados, diezmó de ovejas y de vacunos
el Cochiquingán, causando un éxodo preocupante de la gente que allí
vivía y que en el abandono desesperado de todos sus bienes, malven-
dieron lo poco que pudieron salvar y desarmaron las pocas y precarias
construcciones de chapas del poblado para trasladarse a otras tierras,
siendo los tiros de gracia para aquellos que se quedaron en la miseria:
los años comprendidos entre 1960 y 1980, (ya que con la llegada de la
energía eléctrica, el hospital, la instalación de una sucursal del Banco
de San Luis, la nueva Ruta Nacional 188, el colegio Secundario, las
instituciones deportivas, la aparición de la comunicación telefónica, el
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Epílogo
Cuánta historia derramada sobre la bella tierra sanluiseña!
Desde los principios de los tiempos, aquellos en los que San Luis
nació, miles de hombres y mujeres de todas las culturas, hicieron en el
pasado con su amor y sacrificio, aun sin saberlo, este presente del cual
hoy disfrutamos y el futuro que seguramente disfrutarán nuestros hi-
jos y las generaciones que seguirán más allá de nuestros pasos.
Los parajes como las grandes ciudades, tienen un principio, una
historia, una vida que transcurrió y que de una u otra forma está co-
nectada con nuestra realidad actual, aun a miles y miles de kilómetros
de distancia, aun con las diferencias temporales y culturales.
“Un pueblo que olvida su pasado jamás podrá caminar hacia el fu-
turo, porque lo identitario es el motor y la brújula que guían su camino
y cimentan su crecimiento”.
Caminar por el pasado de cualquier rincón puntano es amar San
Luis.
Caminando en silencio por el pasado de esta bendita tierra de
Cochiquingán en un amanecer cualquiera y con los ojos cerrados es
posible sentir desde la profundidad de los montes el retumbar de kul-
trunes, el estruendoso vibrar de las trompas en son de guerra, el grito
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Bibliografía consultada:
“Vivir en la frontera” – Carlos A. Mayo. Biblos; “Colección de
obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las
provincias del Río de la Plata” - Pedro de Ángelis - Imprenta del esta-
do; “Yancamil, el último grito ranquelino” – Hugo Ferrari - Fundación
Yancamil; “La Conquista del Desierto”- Carlos Walther; “Caciques
Pampas y Ranqueles”- M. Hux; “Bosquejo de una etnología de la pro-
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Archivos consultados
Archivo General de la Nación,
Archivo de la Universidad Nacio-
nal de Chile, Archivo Histórico de
Ferrocarriles Argentinos, Archivo
Geográfico Militar, Archivo Gene-
ral del Ejército, Archivo Geográfi-
co Nacional, Biblioteca Nacional,
Biblioteca del Congreso, Bibliote-
ca del Círculo Militar, Junta de In-
vestigación Histórica J. M Carrera,
Archivo Histórico de San Luis, Ar-
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Relatos orales
Landaburu Ricardo; Cruz, Yolanda; Velázquez, Elena; Barrera,
Alfredo; Sánchez, Yolanda; Lonko Soria, Mercedes; Lonko María Inés
Canué; Lonko Fermín Acuña; Luis Yancamil Dentone; Sosa, Cornelia;
Fernández, Edith; Gil Fernández, Luisa; Ruiz, Ricardo; Victoriano,
Rubén; Lucioni, Obdilia; Ayala, María; Suárez, Leónides; Plano, Os-
valdo; Morán, Edelmira; Villegas, Geroma; Sánchez, Mercedes; Ale,
Andrés; Muñoz, Ricardo Martín; Giménez, Juan Carlos; Pardo, Jesús;
Benítez, Noemí; Medero, Rodolfo; Cruz, Berta; Mendicoa, Sara; Bení-
tez, Julián; Gómez, Liborio; Sosa, Jorge; Trapailaf, Francisco; Molina,
Rogelio; Cisneros Maitén, Ignacio; López, Ana María; Amaya, Dionisia
Orozco; Amaya, Santos; Gallardo, Anacleto; Mora, Beatriz; Díaz, An-
drés; Lozano, Marta Aurora, Guinchinau, Agustín, Pérez, María Asun-
ción, Huenchenao, Hipólita; Huinchinau Guito; Carrera Cecilia; Fami-
lia Wenchenao de General Pico (La Pampa) y Familia Huenchenao de
Mercedes (Bs. As.) y Santa Rosa (L.P.)
Agradecimientos
Al arqueólogo Guillermo Heider, por ser desde la desinteresada
amistad, una luz en el desentrañar de la historia de los nuestros, a Mar-
celo Pauluzzi, puntapié inicial y compañero inigualable de años de re-
corrido y de recopilación histórica, al arqueólogo Rafael Curtoni, por
su amistad y profesional consideración, a la Arq. Celina Vacca, por la
sincera amistad y su criterio en el trabajo que lleva a cabo en nuestro
sur puntano en la prosecución de estudiar nuestro pasado identitario y
al Consejo de Lonkos de La Pampa y sus componentes, en quienes me
he apoyado a la hora de obtener sabiduría y el consejo de verdaderos
hermanos.
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Este libro terminó de imprimir en el
mes de abril de 2019
en los Talleres Gráficos de Payné S.A.
Av. Lafinur 924, D5700MFO San Luis.
Tel. 0266 442-2037 y líneas rotativas