Clase 1
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Introducción
Bienvenida
Hola colegas, ¿cómo están? Espero que haya sido provechosa hasta el
momento la cursada de la Actualización, seguramente lo fue, y que lo siga siendo con
este seminario.
Porque, como lo constatamos todos los días, las y los chicos que asisten a la
escuela, la escuela misma y nosotros como maestros y maestras, portamos en nuestros
cuerpos y conciencias –o en nuestra subjetividad para decirlo a tono con los tiempos-
con la marca de esta época. Un poco más incluso: somos en buena medida en relación
con ella. De forma distinta por supuesto, en primer lugar porque la escuela –tanto como
idea e invención y cada una de ellas en particular- tiene una historia encima, que
acumula otras marcas, que por el hecho de ser pretéritas no significa que hayan dejado
de actuar, de tener su peso. También nosotros, adultos, estamos a caballo entre una
época y otra, con un pie por allá “atrás” –algunas y algunos en los años ochenta de la
llamada “primavera democrática”, o en los noventa; y otras y otros alrededor del 2001
que también quedó lejos- y otro pie aquí. Y, además, las marcas que imprime la época
no son las mismas según las clases sociales, refractan o reverberan de distintas maneras,
pronuncian más algunos ribetes que otros. Ni qué decir que esta reflexión, aun cuando
se sostuviera sobre coordenadas generales similares, no sería la misma en Canadá o en
Alemania, por poner el nombre de dos sociedades en las que la abundancia, la
“sobreproducción” al decir del filósofo Gilles Deleuze, ha hecho que se entramen nuevas
relaciones de poder, colocando una agenda de problemas que no son exactamente los
mismos que los nuestros. Y también nos interesará tener en cuenta y sopesar las formas
en que el mundo contemporáneo se plasmó ante situaciones regionales al interior de
nuestro país, que son económicas y que hacen al mismo tiempo a tradiciones culturales,
para crear situaciones que tienen mucho en común, aunque guardan diferencias.
Entonces: sólo hasta cierto punto compartimos la época, el mundo contemporáneo no
es el mismo, al menos no lo es de pe a pa, para todas y todos.
Añadamos en paralelo que más de una vez se hurgó alrededor de lo que el oficio
de enseñar, e incluso la propia escuela, mantiene incólume más allá de las variaciones
epocales, y también de las de lugar y nación. Por ejemplo, autores como Hannah Arendt
y los pedagogos contemporáneos Masschelein y Simmons, que ustedes ya abordaron,
producen una serie de definiciones a partir de la convicción de que hay una “esencia”
de la educación y de la escuela. Y si bien muchísimo nos interesan estas lecturas, porque
nos encontramos entre quienes suponemos que en efecto es posible definir lo que “es”
una escuela y, por lo tanto, no juzgamos descabellado el intento de encuadrarla más allá
de los contextos, también sabemos que esa “esencia” se conjuga con lo que es propio,
característico de cada tiempo, de cada contemporaneidad. Y del propio lugar en su
sentido más fuerte.
Dicho esto, queremos sostener en esta clase de carácter introductorio que una
forma de definir a esta época –o a esto que llamamos “mundo contemporáneo”– es a
partir de lo que ella irremediablemente dejó atrás, de lo que se desancló y, por lo tanto,
alejó. La impresión, entonces, de que se erige como tal a través de un conjunto de
rupturas, como si se hubiera desprendido de la experiencia histórica previa. Es por tal
motivo que el tópico, o el asunto, del “fin” ha estado, y sigue estando, tan a la orden del
día. El “mundo contemporáneo” como ese estadio de la vida de nuestras sociedades que
viene después de que se declararan los finales de muchas “cosas” –experiencias,
instituciones, prácticas, sentidos– que habían estado largamente vigentes, sosteniendo
y ordenando la vida tanto privada como pública, por lo menos desde la Revolución
Francesa. Por supuesto, este cuadro completo que podríamos reconocer como el de la
modernidad se fue plasmando, importantes forzamientos mediante, con distintos
ritmos en nuestro continente. (Entre paréntesis nos preguntamos si fueron solo
declaraciones de finales, si no hubo hechos ciertos que las hicieron posibles y
verosímiles.) Empezamos por uno de los “fines” más estridentes: se dijo “fin de la
historia”, y sonó muy pero muy fuerte hacia el año 1989, el de la caída del Muro de
Berlín y del colapso del llamado “socialismo real”, pero esta idea sobrevolaba a la
cultura, sobre todo en Europa y en los Estados Unidos, desde poco después del final de
la Segunda Guerra Mundial. Iba de la mano del también declarado “final de las
ideologías” –o del triunfo definitivo de una–, y a veces todo estaba teñido de melancolía
más o menos engañosa, así como otras de un enorme entusiasmo. Como sea, se
anticipaba que el futuro se encontraría, si es que ya no lo estaba, capturado por este
final, y entonces la noción misma de futuro, sin el motor de la historia y sin los escalones
del progreso, parecía zozobrar. La sensación que por momentos se impone, solo por
momentos, es que continúa zozobrando, convertido en un vacío en el que solo se repite
lo mismo.
Hacemos un parate para recorrer dos narraciones –una fílmica y
otra literaria– que nos permiten pensar algunos de los problemas que se
abrieron a partir del derrumbe de la alternativa socialista en el mundo y
el triunfo del capitalismo occidental. Dos historias diferentes que tienen
como punto en común la caída del muro de Berlín.
En sintonía con el adiós a los grandes relatos también se declaró, por caso, el “fin
del trabajo”, muy a propósito de la llamada tercera revolución industrial, la de la
robotización de la producción; y en 1985 una autora –bióloga y filósofa–, Donna
Haraway, arriesgó en un manifiesto el “fin del hombre” –por el hombre blanco,
“encarnación del logos occidental” y abriendo la puerta al cyborg-, cosa que entre
nosotros y en los últimos años los feminismos han retomado. Más fines: del arte, de la
filosofía y, lo que más próximo nos implica: “fin de la infancia”. Incluso en 2017, poco
antes de la pandemia pero recogiendo mucho de lo anterior, un reconocido divulgador
de temas filosóficos habló del “fin del aula”, que el “aula había muerto”.
Fin de la infancia
Sabemos que la definición de la infancia, en tanto categoría social e
histórica, admite variaciones a lo largo del tiempo y de acuerdo al
contexto. Desde hace un tiempo, se ha instalado la pregunta por las
“nuevas infancias” (qué es lo que está cambiando, qué tienen de
nuevas), a la par que algunos teóricos se atrevieron incluso a sostener
que la infancia moderna occidental está en proceso de desaparición.
El sociólogo norteamericano Neil Postman, concentraba su análisis, en
la década del 80, en los efectos de la expansión social de la televisión y
las transformaciones que los medios de comunicación masivos
promovían, tales como la disolución de la línea divisoria entre mundo
adulto e infantil. En este sentido, la subsistencia de la concepción de
infancia dependía del control de la información y la graduación de los
aprendizajes en manos de los adultos (la familia y la escuela
centralmente). La infancia estaba protegida contra cierto tipo de
información, no todo estaba disponible, y mucho menos, al mismo
tiempo y en cualquier situación.
En nuestro país, hacia fines de los 90, Mariano Narodowski -
recuperando aportes de Postman y otros- plantea que la crisis en la
conceptualización moderna de la infancia transcurre por dos vías: la
hiper realización de una infancia, por un lado, y la de una infancia
desrealizada, por otro. En el primer caso, se trata de la infancia de la
realidad virtual, hiperconectada. En palabras del autor: “Hoy los niños
son emperadores mediáticos. Control remoto en mano hacen zapping
de cientos de canales que tienen disponibles con solo un click. Acceden
tanto a canales exclusivos para ellos (inclusive ya se disponen canales
para bebés como “BabyFirstTV”) pero también a canales exclusivos
para adultos, adueñándose de experiencias y saberes que a los viejos
adultos les costó décadas procesar. Niños que transcurren sus días
entre pantallas. Pantallas de televisión, pantallas de videojuegos, de
tablets o de notebooks en la escuela. Smartphones indispensables para
no desconectarse ni un segundo”.
El otro caso, se trata de la infancia de la calle, de la infancia
abandonada, de aquella infancia que es independiente, que es
autónoma porque vive en la calle, trabaja desde muy temprana edad y
construye sus propias categorías para la subsistencia. Se trataría de
“niños con recursos necesarios para no depender de un adulto, y
adultos que no ven la necesidad de protegerlos”. Niños y jóvenes para
los que dejamos de recurrir a la pedagogía, que no reclaman un lugar
en la escuela, y en cambio son tratados a través de otras instituciones,
como el derecho penal o la psiquiatría
Hacia 1994, o sea, en medio del festival –o de la pesadilla según de quién sean
los ojos y la piel– de todo esos fines, el historiador marxista Eric Hobsbawm no salía de
su asombro al confirmar desde su condición de profesor, en el aula, que sus alumnos
vivían en un puro presente sin continuidad con el pasado. Por aquel entonces
Hobsbawm dictaba clases en prestigiosas universidades de Inglaterra y de los Estados
Unidos, y sin embargo nos cuenta de estudiantes que solo llegaban a suponer la
existencia de una Primera Guerra Mundial, porque sabían de una llamada “Segunda
Guerra Mundial”; o que la de Vietnam se les perdiera como un hecho antiquísimo, de
otra edad. Esto lo apunta en su libro Historia del siglo XX, y concluye: “La destrucción
del pasado, o más bien, de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia
contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los
fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX.” Lo que volvía
–¿y vuelve?– entendible que “en su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de
este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica
alguna con el pasado del tiempo en el que viven.” En la Argentina, las y los más grandes
seguro se acordarán y quizás, ese es nuestro caso, con una pizca de dolor, que era usual
tachar de anacrónica cualquier reflexión que tuviera carácter crítico, que dimensionara
tenuemente que la transformación que estaba viviendo nuestro país lo situaba al borde
la crisis; y nos decían frases como “te quedaste en el ’45”. También por nuestros pagos,
una puntada más con historiadores, Tulio Halperin Donghi echó mano a la figura de la
“intemperie”. Su hipótesis, enunciada en 1993 en una conferencia e impresa en libro un
año después, es la siguiente: una vez desmantelado el Estado de bienestar, en la versión
que en la Argentina le dio el peronismo –del cual él nunca fue partidario, más bien todo
lo contrario–, nos encontramos en la “intemperie”. Con ella alude a la ausencia de
protecciones materiales bien ciertas y concretas, así como, en paralelo, al vacío de
protección simbólica, a la orfandad de sentidos que permitan la vida colectiva.
Inevitable que nombremos a la pandemia Covid 19, que fue asunto de diarios
pero será asunto de libros, ya que tiene un lugar brutalmente ganado en la cultura y en
las narraciones por venir de la historia de este siglo e incluso de la modernidad. No cabe
duda de que nos tomó desprevenidos, pues no entraba en nuestra imaginación que
fuera a ocurrir un suceso de estas características, más allá de lo que advirtieran
estudiosos con argumentos atentos a los efectos del crecimiento demográfico y a la
globalización, también al Antropoceno y a la destrucción con fines económicos de
amplísimas zonas del planeta: selvas, montes y bosques. Era difícil no ver solo como
ficciones a las distopías que llegaban a través de películas y series. Pero, a la vez,
transitar la pandemia llevó a profundizar en formas de vida, en prácticas, que ya estaban
socialmente instaladas desde las últimas décadas. Mantuvimos mediada y
cuidadamente los vínculos, laborales y sociales, educativos también, acentuando lo que
investigadores y ensayistas denominan “nuevas formas de vida infotecnológicas”. Por
supuesto, a la distancia –una muy distinta de la que define a la escuela y a la cultura–
que nos permite la web y la conexión de las redes. Aislados pero en contacto, virtual,
“en el enjambre” como titula el filósofo surcoreano Byung Chul Han un libro suyo del
año 2014, o sea, sin noticias aún de lo que nos asaltaría. En celdillas cercanas pero
separados en núcleos familiares de los más diversos.
Señala Byung Chul Han que la fotografía en su actual estado, como forma de
comunicación virtual, es una forma de “fugar” del mundo. Se refiere a un síndrome
conocido en Japón como el “síndrome de París” que consiste en la decepción de los
turistas cuando luego de las tantas fotos, algunas de ellas de otros turistas, que habían
consumido hasta el hartazgo, la ciudad real con su Tour Eiffel los decepciona. Para
pensar a contramano de los optimismos fáciles, podría ser muy valioso trasladar esta
hipótesis para diagnosticar lo que nos rodea, porque ¿cómo amonestar a quienes
durante el tiempo largo de cuarentena con sus distintas fases quisieran “fugar”? Y Han
escribe esto antes de la explosión de Tik Tok. Si hasta marzo de 2020 podíamos discutir
a propósito de cuán apropiado era el argumento que decía que el celular se había
convertido en una extensión –pero en una activa, no inerte– del propio cuerpo de
nuestros alumnos, y de nosotros también, luego de ese acontecimiento no quedan
dudas de que es así. Fugar de “una Tierra que va perdiendo su condición de mundo”, así
lo escriben el antropólogo y la filósofa del Brasil, Viveiros de Castro y Deborah Danowski,
en su libro ¿Hay mundo por venir? Ensayos sobre los medios y los fines que en la
Argentina se publicó en 2019.
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Exclusión
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Estas publicaciones no tendrían que superar las 250 palabras cada una.
Material de lectura
Deleuze, G.. “Posdata a la sociedad de control”. Disponible en
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2242769 Fecha de consulta: 20 de
septiembre de 2022.
Bibliografía de referencia
Créditos