Clase 1

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Clase 1: La experiencia contemporánea

Introducción

Bienvenida

Hola colegas, ¿cómo están? Espero que haya sido provechosa hasta el
momento la cursada de la Actualización, seguramente lo fue, y que lo siga siendo con
este seminario.

En El mundo contemporáneo y sus transformaciones: sociedad, escuelas y


estudiantes –este es el nombre del seminario que se inicia con esta clase-, con el
objetivo de reflexionar alrededor de algunas de las coordenadas principales que le dan
forma a nuestra época, al mundo en su estado contemporáneo, tomaremos distancia
de lo que bajo la forma de noticia o, más en general, de comunicación, nos rodea y
recorre, nos aprieta cotidianamente, incluso minuto tras minuto. No trabajaremos de
buenas a primeras con lo que informan los diarios, unos u otros, nos gusten más o
menos, y, claro, ya no a través de la casi obsoleta edición impresa –¿se acuerdan?: una
vez por día, la matutina; la vespertina apenas sobrevivía a inicios de este siglo-, sino
desde sus páginas web con novedades que no cesan de actualizarse las 24 horas del día.
Tampoco haremos un desmenuzamiento de lo que circula en los canales de televisión,
de los que llevan décadas o de los flamantes. Sin dudas “tomar distancia” –por supuesto,
mucho más allá del momento algo perimido de formar fila-, es un movimiento clásico,
muy propio de la escuela y de la cultura que invariablemente precisan de “mediación’ y
“sombra”, sino son ellas mismas esa “mediación” y esa “sombra”. El problema, una parte
de él, radica en que este movimiento se ha vuelto de un tiempo a esta parte cada vez
más difícil, alcanzarlo es caminar cuesta arriba y empinado, como si fuera un esfuerzo a
contracorriente; y, confirmamos, no se trata sólo de una sensación, lo es. Sabemos bien
que tanto nosotros como nuestras alumnas y alumnos -y podríamos, desde ya, sumar a
sus madres y padres, a los adultos que están cerca suyo-, nos encontramos zambullidos
y arrastrados por un mar de conexiones y de atenciones -es inevitable: son también
desconexiones y desatenciones-, que parecen impedir la pausa necesaria para pensar la
situación, particular y a la vez bien amplia, en la que se desenvuelve nuestro trabajo
como docentes. Casi demás está decir, pero de todas formas lo decimos, que producir
esa distancia no nos interesará de ningún modo para sustraernos de la realidad, para
alejarnos de ella, sino todo lo contrario: la precisamos para adquirir una percepción más
aguda de lo que circunscribe y en más de un sentido determina a nuestra práctica, con
más eficacia incluso -y de la nociva- ya que se escabulle del pensamiento.

Porque, como lo constatamos todos los días, las y los chicos que asisten a la
escuela, la escuela misma y nosotros como maestros y maestras, portamos en nuestros
cuerpos y conciencias –o en nuestra subjetividad para decirlo a tono con los tiempos-
con la marca de esta época. Un poco más incluso: somos en buena medida en relación
con ella. De forma distinta por supuesto, en primer lugar porque la escuela –tanto como
idea e invención y cada una de ellas en particular- tiene una historia encima, que
acumula otras marcas, que por el hecho de ser pretéritas no significa que hayan dejado
de actuar, de tener su peso. También nosotros, adultos, estamos a caballo entre una
época y otra, con un pie por allá “atrás” –algunas y algunos en los años ochenta de la
llamada “primavera democrática”, o en los noventa; y otras y otros alrededor del 2001
que también quedó lejos- y otro pie aquí. Y, además, las marcas que imprime la época
no son las mismas según las clases sociales, refractan o reverberan de distintas maneras,
pronuncian más algunos ribetes que otros. Ni qué decir que esta reflexión, aun cuando
se sostuviera sobre coordenadas generales similares, no sería la misma en Canadá o en
Alemania, por poner el nombre de dos sociedades en las que la abundancia, la
“sobreproducción” al decir del filósofo Gilles Deleuze, ha hecho que se entramen nuevas
relaciones de poder, colocando una agenda de problemas que no son exactamente los
mismos que los nuestros. Y también nos interesará tener en cuenta y sopesar las formas
en que el mundo contemporáneo se plasmó ante situaciones regionales al interior de
nuestro país, que son económicas y que hacen al mismo tiempo a tradiciones culturales,
para crear situaciones que tienen mucho en común, aunque guardan diferencias.
Entonces: sólo hasta cierto punto compartimos la época, el mundo contemporáneo no
es el mismo, al menos no lo es de pe a pa, para todas y todos.

Añadamos en paralelo que más de una vez se hurgó alrededor de lo que el oficio
de enseñar, e incluso la propia escuela, mantiene incólume más allá de las variaciones
epocales, y también de las de lugar y nación. Por ejemplo, autores como Hannah Arendt
y los pedagogos contemporáneos Masschelein y Simmons, que ustedes ya abordaron,
producen una serie de definiciones a partir de la convicción de que hay una “esencia”
de la educación y de la escuela. Y si bien muchísimo nos interesan estas lecturas, porque
nos encontramos entre quienes suponemos que en efecto es posible definir lo que “es”
una escuela y, por lo tanto, no juzgamos descabellado el intento de encuadrarla más allá
de los contextos, también sabemos que esa “esencia” se conjuga con lo que es propio,
característico de cada tiempo, de cada contemporaneidad. Y del propio lugar en su
sentido más fuerte.

Acerca de los “fines”

Dicho esto, queremos sostener en esta clase de carácter introductorio que una
forma de definir a esta época –o a esto que llamamos “mundo contemporáneo”– es a
partir de lo que ella irremediablemente dejó atrás, de lo que se desancló y, por lo tanto,
alejó. La impresión, entonces, de que se erige como tal a través de un conjunto de
rupturas, como si se hubiera desprendido de la experiencia histórica previa. Es por tal
motivo que el tópico, o el asunto, del “fin” ha estado, y sigue estando, tan a la orden del
día. El “mundo contemporáneo” como ese estadio de la vida de nuestras sociedades que
viene después de que se declararan los finales de muchas “cosas” –experiencias,
instituciones, prácticas, sentidos– que habían estado largamente vigentes, sosteniendo
y ordenando la vida tanto privada como pública, por lo menos desde la Revolución
Francesa. Por supuesto, este cuadro completo que podríamos reconocer como el de la
modernidad se fue plasmando, importantes forzamientos mediante, con distintos
ritmos en nuestro continente. (Entre paréntesis nos preguntamos si fueron solo
declaraciones de finales, si no hubo hechos ciertos que las hicieron posibles y
verosímiles.) Empezamos por uno de los “fines” más estridentes: se dijo “fin de la
historia”, y sonó muy pero muy fuerte hacia el año 1989, el de la caída del Muro de
Berlín y del colapso del llamado “socialismo real”, pero esta idea sobrevolaba a la
cultura, sobre todo en Europa y en los Estados Unidos, desde poco después del final de
la Segunda Guerra Mundial. Iba de la mano del también declarado “final de las
ideologías” –o del triunfo definitivo de una–, y a veces todo estaba teñido de melancolía
más o menos engañosa, así como otras de un enorme entusiasmo. Como sea, se
anticipaba que el futuro se encontraría, si es que ya no lo estaba, capturado por este
final, y entonces la noción misma de futuro, sin el motor de la historia y sin los escalones
del progreso, parecía zozobrar. La sensación que por momentos se impone, solo por
momentos, es que continúa zozobrando, convertido en un vacío en el que solo se repite
lo mismo.
Hacemos un parate para recorrer dos narraciones –una fílmica y
otra literaria– que nos permiten pensar algunos de los problemas que se
abrieron a partir del derrumbe de la alternativa socialista en el mundo y
el triunfo del capitalismo occidental. Dos historias diferentes que tienen
como punto en común la caída del muro de Berlín.

Por un lado, les acercamos la invitación a ver la película alemana


Good Bye, Lenin! (2003) dirigida por Wolfgang Becker. La historia que se
cuenta tiene como trasfondo la reunificación alemana –signada por la
conflictiva coexistencia entre estilos de vida e ideologías disímiles y
opuestas– escenario en el que se despliegan, con ironía y humor,
dramáticas transformaciones familiares y sociales.

Además, les convidamos la lectura del cuento de Sam Shepard,


“Un Trozo del Muro de Berlín”. Un relato corto, poco más que una
escena, en el que a partir de una consigna escolar se desarrolla una
conversación familiar que nos plantea una reflexión sobre la memoria y
los usos de ese pasado reciente.

● En una y en otra narración, ¿qué está finalizando –cómo se lo


caracteriza– y qué ha comenzado?

En sintonía con el adiós a los grandes relatos también se declaró, por caso, el “fin
del trabajo”, muy a propósito de la llamada tercera revolución industrial, la de la
robotización de la producción; y en 1985 una autora –bióloga y filósofa–, Donna
Haraway, arriesgó en un manifiesto el “fin del hombre” –por el hombre blanco,
“encarnación del logos occidental” y abriendo la puerta al cyborg-, cosa que entre
nosotros y en los últimos años los feminismos han retomado. Más fines: del arte, de la
filosofía y, lo que más próximo nos implica: “fin de la infancia”. Incluso en 2017, poco
antes de la pandemia pero recogiendo mucho de lo anterior, un reconocido divulgador
de temas filosóficos habló del “fin del aula”, que el “aula había muerto”.

Fin de la infancia
Sabemos que la definición de la infancia, en tanto categoría social e
histórica, admite variaciones a lo largo del tiempo y de acuerdo al
contexto. Desde hace un tiempo, se ha instalado la pregunta por las
“nuevas infancias” (qué es lo que está cambiando, qué tienen de
nuevas), a la par que algunos teóricos se atrevieron incluso a sostener
que la infancia moderna occidental está en proceso de desaparición.
El sociólogo norteamericano Neil Postman, concentraba su análisis, en
la década del 80, en los efectos de la expansión social de la televisión y
las transformaciones que los medios de comunicación masivos
promovían, tales como la disolución de la línea divisoria entre mundo
adulto e infantil. En este sentido, la subsistencia de la concepción de
infancia dependía del control de la información y la graduación de los
aprendizajes en manos de los adultos (la familia y la escuela
centralmente). La infancia estaba protegida contra cierto tipo de
información, no todo estaba disponible, y mucho menos, al mismo
tiempo y en cualquier situación.
En nuestro país, hacia fines de los 90, Mariano Narodowski -
recuperando aportes de Postman y otros- plantea que la crisis en la
conceptualización moderna de la infancia transcurre por dos vías: la
hiper realización de una infancia, por un lado, y la de una infancia
desrealizada, por otro. En el primer caso, se trata de la infancia de la
realidad virtual, hiperconectada. En palabras del autor: “Hoy los niños
son emperadores mediáticos. Control remoto en mano hacen zapping
de cientos de canales que tienen disponibles con solo un click. Acceden
tanto a canales exclusivos para ellos (inclusive ya se disponen canales
para bebés como “BabyFirstTV”) pero también a canales exclusivos
para adultos, adueñándose de experiencias y saberes que a los viejos
adultos les costó décadas procesar. Niños que transcurren sus días
entre pantallas. Pantallas de televisión, pantallas de videojuegos, de
tablets o de notebooks en la escuela. Smartphones indispensables para
no desconectarse ni un segundo”.
El otro caso, se trata de la infancia de la calle, de la infancia
abandonada, de aquella infancia que es independiente, que es
autónoma porque vive en la calle, trabaja desde muy temprana edad y
construye sus propias categorías para la subsistencia. Se trataría de
“niños con recursos necesarios para no depender de un adulto, y
adultos que no ven la necesidad de protegerlos”. Niños y jóvenes para
los que dejamos de recurrir a la pedagogía, que no reclaman un lugar
en la escuela, y en cambio son tratados a través de otras instituciones,
como el derecho penal o la psiquiatría

Probablemente, y aunque no sea del todo satisfactorio ya que es por la negativa,


una nueva época tienda siempre definirse a sí misma, al menos mientras se encuentra
en ebullición formativa, por aquello que dejó atrás. Pero sospechamos que esta vez la
dificultad tiene otro espesor, encierra algo más… De acuerdo entonces con esta
perspectiva, el “mundo contemporáneo” sería aquello, esto, que convive con todos esos
fines.

Hacia 1994, o sea, en medio del festival –o de la pesadilla según de quién sean
los ojos y la piel– de todo esos fines, el historiador marxista Eric Hobsbawm no salía de
su asombro al confirmar desde su condición de profesor, en el aula, que sus alumnos
vivían en un puro presente sin continuidad con el pasado. Por aquel entonces
Hobsbawm dictaba clases en prestigiosas universidades de Inglaterra y de los Estados
Unidos, y sin embargo nos cuenta de estudiantes que solo llegaban a suponer la
existencia de una Primera Guerra Mundial, porque sabían de una llamada “Segunda
Guerra Mundial”; o que la de Vietnam se les perdiera como un hecho antiquísimo, de
otra edad. Esto lo apunta en su libro Historia del siglo XX, y concluye: “La destrucción
del pasado, o más bien, de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia
contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los
fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX.” Lo que volvía
–¿y vuelve?– entendible que “en su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de
este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica
alguna con el pasado del tiempo en el que viven.” En la Argentina, las y los más grandes
seguro se acordarán y quizás, ese es nuestro caso, con una pizca de dolor, que era usual
tachar de anacrónica cualquier reflexión que tuviera carácter crítico, que dimensionara
tenuemente que la transformación que estaba viviendo nuestro país lo situaba al borde
la crisis; y nos decían frases como “te quedaste en el ’45”. También por nuestros pagos,
una puntada más con historiadores, Tulio Halperin Donghi echó mano a la figura de la
“intemperie”. Su hipótesis, enunciada en 1993 en una conferencia e impresa en libro un
año después, es la siguiente: una vez desmantelado el Estado de bienestar, en la versión
que en la Argentina le dio el peronismo –del cual él nunca fue partidario, más bien todo
lo contrario–, nos encontramos en la “intemperie”. Con ella alude a la ausencia de
protecciones materiales bien ciertas y concretas, así como, en paralelo, al vacío de
protección simbólica, a la orfandad de sentidos que permitan la vida colectiva.

A propósito de la Exposición Universal de Sevilla 1992, a 500 años de la


llegada, que fue mucho más que eso, de Colón a América, el envío
principal que hizo oficialmente Chile fue un témpano, un hielo gigante
extraído de la zona más austral de su mar, como objeto que
supuestamente lo representaba. Un sociólogo del país hermano,
Tomás Moulián, encuentra en esta elección una señal del esfuerzo que
hacía el gobierno constitucional recientemente electo, pero bajo la
constitución sancionada por Pinochet en 1980, por lavarse del barro de
su pasado. El témpano es helado, limpio, transparente: no tiene
historia. Una novela española, que fue un éxito internacional en ventas,
para hablar de la Guerra Civil Española que apenas había ocurrido 65
años atrás, elegía llamarse Soldados de Salamina, o sea, apelar a una
batalla entre griegos y persas que ocurrió en el siglo V antes de Cristo,
porque así de lejos había quedado el pasado incluso reciente.

¿La vuelta de la historia, del trabajo, de la política, etc.?

Ahora bien, permítasenos otra muesca en el argumento de esta clase. Poco


después del atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, es decir, cuando
una escena de impactante enemistad y conflictividad se diseminó sin transiciones por
todo el mundo, a lo que siguió la guerra en Irak y en Afganistán, un crítico de arte, Hal
Foster, propuso que estábamos ante el “fin del fin de la historia” y, junto con este en
particular, se revelaba que todos los “fines” declarados con más o menos pompas habían
estado lejos de ser incontestables. Que las ideologías nunca habían estado todo lo
muertas como se había diagnosticado; que tampoco el trabajo aunque hubiera
modificado severamente su rostro; que el arte de otra manera seguía latiendo. Y,
agreguemos nosotros, esto le cuadra a la infancia, al aula, a la escuela. Funeral para un
cadáver equivocado se llamaba el escrito, que refería con clara ironía a los muertos que
no gozaban de tan mala salud. En varios países de América Latina, luego de lo que en la
Argentina llegó a un punto altísimo expresado por la consigna “que se vayan todos”,
también volvió la política. Pero Foster advertía que la vuelta de ese entramado de
instituciones, experiencias y sentidos, no implicaba una presencia rutilante, que hubiera
recuperado su anterior eficacia y peso. Su estatuto ya no era el de antes, no había
recuperado plenamente la antigua forma, era el “fin de los fines”, pero no la presencia
sin más. Desde esta perspectiva, la época ya no sería solamente de funerales, sino de
conceptos e instituciones que siguen muy presentes, pero se duda de su eficacia que ya
no es la misma. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman remite a “conceptos zombis” que
no se sabe cuán vivos o muertos están, asunto que refuerza el estado de una
modernidad que, su argumento, ya no es sólida sino líquida.

El agua entre las manos

Si Marx y Engels consideraban en el Manifiesto comunista que el


protagonismo de la burguesía y del capitalismo hacía que “todo lo
sólido” se desvaneciera en el “aire”, aún así tenían la certeza de que
algunos elementos sobrevivirían al proceso de “licuefacción”. Por
ejemplo, las clases sociales con sus fronteras nítidas, en lucha por ende,
y más aún el socialismo, como estadio de superación del capitalismo
que permitiría a la humanidad al fin comenzar su verdadera historia, ya
no hecha de zozobras e inseguridades, y que la condujera a su propia
realización. Agreguemos, a distancia de estos intelectuales
revolucionarios pero muy cerca de la propuesta de Bauman, que si un
maestro o un profesor en algún momento fue creado de una vez y para
siempre, título en la mano a lo sumo revalidado por la experiencia, hoy
mantener esa forma, es decir, ser considerado maestro o profesor,
implica una revalidación prácticamente diaria ante alumnos que
tampoco se aquietan en esa posición, a la par que la formación se
volvió “continua” o “permanente”. “Los sólidos son moldeados una
sola vez. Mantener la forma de los fluidos requiere muchísima
atención, vigilancia constante y esfuerzo perpetuo… e incluso en ese
caso el éxito no es, ni mucho menos, previsible.” Un nuevo e
impensado cansancio ha nacido.
En los comienzos del positivismo y la sociología, hacia mediados del siglo XIX, se
entendía que a una “época orgánica” la sucedía una “época crítica”, para dar paso luego
a otro momento de estabilidad. El progreso era el hilo que se desplegaba sobre ese
relieve apenas accidentado y, sobre todo, accidentado para potenciar la evolución
social. La impresión que se impone en nuestros días es que estamos en medio de una
“Gran Aceleración”, así se la llama, que incluye a un conjunto variado de indicadores
que van desde el consumo de recursos naturales al crecimiento demográfico, de la
utilización de energía al deterioro de la biosfera, de los flujos de información que nos
atraviesan a proceso productivos que no reconocen barreras nacionales. A la “Gran
Aceleración” se le da inicio con la finalización de la Segunda Guerra Mundial, aunque en
un primer momento de relativa estabilidad –en Europa y los Estados Unidos se los llamó
“los treinta años gloriosos”, y son los de la vigencia del Estado de Bienestar–, sus
consecuencias no llamaron principalmente la atención. Todo pasó a tener otro cariz al
ligarse con el neoliberalismo en una nueva escena en la que lo orgánico nunca termina
de afirmarse, en la que la moneda usual es la crisis, la inestabilidad.

Se abrió así un período que, lejos de ser excepcional, se asemeja a una


normalidad en permanente mutación, ya sin siquiera permitir la previsión de que se
alcanzará en el futuro algún orden duradero. Se sale de una crisis con otra, cosa que lo
que está ocurriendo en estos días, con el fin de la pandemia y la guerra en Europa –y, en
nuestro caso, con una situación de ahondamiento de la crisis social y económica, signada
por mayores injusticias–, se alinea con este diagnóstico. Por lo tanto, agregamos, con la
sospecha de que toda radiografía social y política nace inexorablemente vieja, aunque
trabaje sobre líneas que aún pasado el tiempo siguen siendo muy reconocibles y
pertinentes.

El mundo contemporáneo y la pandemia

Inevitable que nombremos a la pandemia Covid 19, que fue asunto de diarios
pero será asunto de libros, ya que tiene un lugar brutalmente ganado en la cultura y en
las narraciones por venir de la historia de este siglo e incluso de la modernidad. No cabe
duda de que nos tomó desprevenidos, pues no entraba en nuestra imaginación que
fuera a ocurrir un suceso de estas características, más allá de lo que advirtieran
estudiosos con argumentos atentos a los efectos del crecimiento demográfico y a la
globalización, también al Antropoceno y a la destrucción con fines económicos de
amplísimas zonas del planeta: selvas, montes y bosques. Era difícil no ver solo como
ficciones a las distopías que llegaban a través de películas y series. Pero, a la vez,
transitar la pandemia llevó a profundizar en formas de vida, en prácticas, que ya estaban
socialmente instaladas desde las últimas décadas. Mantuvimos mediada y
cuidadamente los vínculos, laborales y sociales, educativos también, acentuando lo que
investigadores y ensayistas denominan “nuevas formas de vida infotecnológicas”. Por
supuesto, a la distancia –una muy distinta de la que define a la escuela y a la cultura–
que nos permite la web y la conexión de las redes. Aislados pero en contacto, virtual,
“en el enjambre” como titula el filósofo surcoreano Byung Chul Han un libro suyo del
año 2014, o sea, sin noticias aún de lo que nos asaltaría. En celdillas cercanas pero
separados en núcleos familiares de los más diversos.

Vayamos a un efecto, a una resultante del “acontecimiento” pandemia –aunque


en la nominación rigurosa al respecto correspondería hablar de un “desastre”, porque
no abrió sino cerró el horizonte–, que, sin embargo, ya estaba anticipada: en 2013 el
profesor de Teoría y Arte Moderno en la Universidad de Columbia, Jonathan Crary,
publicó un ensayo investigativo con el título 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño.
El planteo es nítido: desde la Revolución Industrial, es decir, desde fines del siglo XVIII
en Europa y los Estados Unidos y, de a poco, en el resto del mundo, la relación con el
sueño mutó significativamente respecto de lo que había sido en sociedades
preindustriales. Básicamente las horas de sueño se redujeron cada vez más, al ritmo en
primera instancia de que la urbanización y el alumbrado público lo hicieron posible, pero
también de que las fábricas incorporaron turnos nocturnos para aumentar la
producción. Pero ese tiempo se angostó aún más a partir de la creación de las señales
de televisión, cosa que ocurrió inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial,
otra componente podríamos afirmar de la “Gran Aceleración”; y, luego, en las últimas
tres décadas con el desarrollo de la web y la revolución silenciosa en las
telecomunicaciones y la digitalización… La llamada “sociedad del rendimiento” se lleva
de mil maravillas con estas posibilidades. La web, lo sabemos bien, nos ofrece
contenidos on line de todo tipo las 24 horas de los siete días de la semana. Y las redes
nos habilitan a ver esto y aquello, a parlotear un poco más, a saber de la vida de una
conocida o conocido que no vemos hace un montón de tiempo. ¿Por qué y, sobre todo,
cómo dejar de jugar a tal juego si este sigue allí, si es tanto más atractivo, y fácil, que
mucho de lo que se nos ofrece o podemos ofrecer? Todo en una lógica que es la del
consumo expandido, permanente, como compulsión a estar conectados, con el estímulo
de la ludificación de la existencia. Hacia 2018, el creador de Netflix ante una pregunta
que le hacían por el temor frente a posibles competencias señaló que su único enemigo
era el sueño, porque era lo que le ponía límite al consumo de lo que ofrece su
plataforma. Estar conectados era una forma de habitar el aislamiento –y la depresión–
sin poner en peligro la salud física de nadie, por lo tanto se extremó lo que ya venía
ocurriendo. A mediados de la década de 1980, Fredric Jameson había advertido que en
la nueva situación del capitalismo avanzado la colonización del inconsciente era uno de
los terrenos que se avizoraba como más rentables. Lo ocurrido en las últimas décadas,
y con vértigo, en los últimos años, prácticamente vuelve literal esta perspectiva de lucha
por el sueño.

El “shock de virtualización” que se ciñó sobre la vida de cada uno de nosotros


durante la pandemia, e incluimos –obvio de toda obviedad– a nuestros alumnos, aun
perteneciendo a clases distintas, con conectividad mejor o peor, etc., no hizo más que
intensificar la situación preexistente. Permítannos una observación como profesores de
5to. año en la ciudad de Buenos Aires: el año pasado tuvimos varios alumnos que
sencillamente padecían este problema, enorme dificultad para desconectarse cuando
todo seguía encendido a su alrededor, y luego en la escuela lidiaban contra el sueño.
Como pocas veces lo hemos visto. Este año la situación adquirió otros rasgos, menos
excepcionales probablemente, pero pasó a ser notable que, en general, si pudiéramos
sacar un promedio, el sueño se redujo de manera pareja. O sea, se diseminó el problema
que, no cabe duda, conspira contra la atención, vuelve más leves las presencias.
Exageramos: zombifica.

Señala Byung Chul Han que la fotografía en su actual estado, como forma de
comunicación virtual, es una forma de “fugar” del mundo. Se refiere a un síndrome
conocido en Japón como el “síndrome de París” que consiste en la decepción de los
turistas cuando luego de las tantas fotos, algunas de ellas de otros turistas, que habían
consumido hasta el hartazgo, la ciudad real con su Tour Eiffel los decepciona. Para
pensar a contramano de los optimismos fáciles, podría ser muy valioso trasladar esta
hipótesis para diagnosticar lo que nos rodea, porque ¿cómo amonestar a quienes
durante el tiempo largo de cuarentena con sus distintas fases quisieran “fugar”? Y Han
escribe esto antes de la explosión de Tik Tok. Si hasta marzo de 2020 podíamos discutir
a propósito de cuán apropiado era el argumento que decía que el celular se había
convertido en una extensión –pero en una activa, no inerte– del propio cuerpo de
nuestros alumnos, y de nosotros también, luego de ese acontecimiento no quedan
dudas de que es así. Fugar de “una Tierra que va perdiendo su condición de mundo”, así
lo escriben el antropólogo y la filósofa del Brasil, Viveiros de Castro y Deborah Danowski,
en su libro ¿Hay mundo por venir? Ensayos sobre los medios y los fines que en la
Argentina se publicó en 2019.

La pandemia y las generaciones

Incorporemos una faceta más de la fractura que acarrea la


experiencia contemporánea muy a propósito de la pandemia. El filósofo
Jean Luc Nancy advirtió durante 2020, o sea, antes de la vacunación
masiva –subrayemos: nunca en la historia se dio un proceso simultáneo,
apenas con desfasajes, de vacunación masiva y global como el de 2021–
, que estaba lejos de ser homogénea la vivencia de la amenaza del Covid
19. Hubiera podido referir a las disparidades de nación, continente o
clase, pero puso el peso en lo generacional. La situación que nos afectó
hasta hace pocos meses, de la que vivimos aún sus remezones, no
revistió la misma gravedad para los adultos mayores de 60 años que para
los jóvenes o los niños. “Es esto mismo lo que hace a los aspectos más
novedosos y complejos de esta pandemia, lo que engendra tensiones
entre generaciones, entre partidarios de una u otra manera de
protección” (entrevista en revista ñ, 5 de diciembre de 2020, “La palabra
hombre se volvió extraña”) Sería engañarnos pensar lo contrario
abastecidos de casos que siempre existen para contradecir y finalmente
imposibilitar cualquier reflexión que parezca “incorrecta”. Por lo tanto,
esta ruptura que se vivió, aún cuando no haya sido amplificada por
discursos, es otra forma de la acentuación de la ruptura generacional, de
consecuencias todavía poco claras.

Sociedad de control y Antropoceno, en América Latina

Ampliamos nuevamente el plano para llegar al escrito que probablemente fue


pionero en advertir estas mutaciones que no han hecho más que ahondarse. Poco
después de la caída, que en verdad fue resultado de una embestida, del Muro de Berlín,
en 1990, el filósofo Gilles Deleuze publicó un breve escrito que sigue dando mucho que
hablar, Posdata sobre las sociedades de control. En él diagnosticaba que se estaba
siendo contemporáneo de la crisis de los espacios de encierro, de las instituciones
llamadas de secuestro o disciplinarias, esas que tomaban las “vidas” para darles forma
duradera, entre la familia y la fábrica, pasando por la escuela y el hospital. Estas
instituciones habían empezado a chocar con formas de subjetividad y con nuevas
perspectivas del capital, hasta tornarse excesivamente estáticas, fijas, por lo tanto
innecesarias. Ahora bien, esta crisis no significaba la emancipación de todo poder sino
la recaída en uno nuevo, gaseoso, omnipresente, que no lleva de espacio cerrado a
espacio cerrado, sino que procede a través de un único movimiento, de una gran
espacialidad. Todo a distancia, remoto, y nada formado de una vez y para siempre, todo
en proceso. No se es maestro de una vez para siempre, no alcanza con el título o la
investidura, sino que hay que revalidarlo permanentemente, incluso cada vez que
entramos al aula. Pero plantea una duda Deleuze, a propósito de la validez del mismo
modelo explicativo que está desarrollando, que no es precisamente menor: “El hombre
ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo
ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad:
demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no
sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las
explosiones de villas miseria y guetos.” Esas tres cuartas partes de la humanidad
implican más que nada a nuestros países, a América Latina, o a lo que también se conoce
como el Sur global.

Algunas imágenes desde Argentina

Imagen 1

En el siguiente enlace pueden observar la obra “Exclusión”, del artista Pablo


Suárez.

Exclusión

Imagen 2

SILENO EN LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL


Acostado de lado, con un codo incómodo
apoyado en el cemento y la cabeza
tirada hacia atrás, duerme. Rodillas dobladas,
pies contra el culo, al aire la panza enorme,
boca abierta al cielo, chata nariz.
Esto es obra de dos o tres tetra-brik.
Si fuera de museo de mármol expuesto estaría
en un de Roma, Londres o París
como ejemplo de arte helenístico.
Y no le molestarían las moscas.

Sergio Raimondi, Poesía Civil. 2001

Por último, a propósito de otro tema que se volvió enormemente inquietante


durante estos últimos dos años, el del llamado Antropoceno –es decir, el acuerdo ya
muy extendido entre científicos de diversas disciplinas alrededor de que nuestra forma
de vida, humana y/o capitalista, infotecnológica también, ha generado una huella sobre
la tierra tal como si se tratara de una fuerza geológica y que pone en peligro nuestra
vida en ella–, Viveiros de Castro y Deborah Danowski, aun reconociendo el enorme
esfuerzo del gobierno de Lula para sacar a 30 millones de brasileños de la pobreza,
criticaban que solo hayan podido encontrar el camino para hacerlo a través de la
“aceleración de la devastación del Amazonia y del Brasil Central, con el fomento del
agronegocio de exportación de commodities, la explotación minera y la construcción de
gigantescas centrales hidroeléctricas para alimentar la industria extractivista.” Mucho
para pensar y discutir trae una afirmación como esta. Por lo pronto, digamos que entre
nosotros el mundo contemporáneo implica subjetividades capturadas o entramadas por
dispositivos técnicos, en especial de comunicación, junto con una naturaleza cada vez
más reducida y comprometida, más situaciones de pobreza e indigencia que implican a
multitudes sociales.

En las próximas clases, tal como pueden verlo en el programa, continuaremos


con estos temas pero ya enfocándonos en temas más precisos: el trabajo, el mundo y el
futuro.
Actividad
A partir del visionado de la película alemana Good Bye, Lenin! (2003) dirigida por
Wolfgang Becker y teniendo en cuenta el desarrollo de la clase:

1. Les proponemos realizar una primera intervención en el foro “El mundo en su


estado contemporáneo” en la que incorporen una captura de pantalla de alguna
escena de la película que consideren significativa. Acompañen la imagen con una
reflexión sobre la escena que recupere las preguntas que compartimos en la
clase: ¿qué está finalizando –cómo se lo caracteriza– y qué ha comenzado?.
2. En una segunda intervención, seleccionen la publicación de un/a colega para
realizar un aporte a partir de las ideas desarrolladas por G. Deleuze en su texto
Posdata sobre las sociedades de control. Les sugerimos elegir una cita breve que
puedan poner en relación con la reflexión del compañero/a.

Estas publicaciones no tendrían que superar las 250 palabras cada una.
Material de lectura
Deleuze, G.. “Posdata a la sociedad de control”. Disponible en
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2242769 Fecha de consulta: 20 de
septiembre de 2022.

Bibliografía de referencia

Arendt, H. (1996) “La crisis en la educación” y “La crisis en la cultura: su significado


político y social” en Entre el pasado y el futuro: Ocho ejercicios de reflexión política.
Barcelona: Península.
Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Becker, W. (2004). Good bye Lenin!: A film. Montreal: Seville Pictures.
Crary, Jonathan. (2015). 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño. Buenos Aires:
Paidós
Danowski. D y Vivieiros de Castro, E. (2019) ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los
miedos y los fines. Buenos Aires: Caja Negra.
Deleuze, G. (1990). Posdata sobre las sociedades de control en Conversaciones 1972-
1990, Valencia, España: Editorial Pre-Textos
Foster, Hal (2001). El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal.
Han. B. (2014). En el enjambre. Barcelona: Editorial Herder.
Halperin Donghi, T. (1994) La larga agonía de la Argentina peronista. Buenos Aires: Ariel
Haraway, D. (2014). Manifiesto para cyborgs. Ciencia, tecnología y feminismo socialista
a finales del siglo xx. Mar del Plata: Puente Aéreo.
Hobsbawm, E. (1998) Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica.
Jameson, Fredric (1995). El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
Barcelona: Paidós Ibérica.
Moulián, T. (1997). “El paraíso del consumidor” en Chile actual: anatomía de un mito.
Santiago de Chile: LOM-ARCIS
Nancy, JL. (2020) “La palabra hombre se volvió extraña”. Revista Ñ, 5 de diciembre de
2020..
Narodowski, M. (2013). Hacia un mundo sin adultos. Infancias híper y desrealizadas en
la era de los derechos del niño. Actualidades Pedagógicas.
doi:https://doi.org/10.19052/ap.2686 Fecha de consulta: 19 de septiembre de 2022.
Postman, N. (2011) The dissapearance of childhood. New York: Vintage.
Raimondi, Sergio. (2001). Poesía civil, Bahía Blanca: Vox.
Shepard, S.(2010). El gran sueño americano. Buenos Aires: La página.
Simons, M. y Masschelein, J. (2014). En defensa de la escuela. Una cuestión pública.
Buenos Aires: Miño y Dávila.

Créditos

Autor: Javier Trímboli


Cómo citar este texto:
Trímboli, Javier (2022). Clase Nro.1: La experiencia contemporánea El mundo contemporáneo
y sus transformaciones: sociedad, escuelas y estudiantes. Buenos Aires: Ministerio de
Educación de la Nación.

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