Abba Padre Parte 2

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Abba Padre parte 2

Hemos estado considerando la gran bendición que tenemos al ser guiados por el Espíritu de Dios,
aquel que nos trae la vida que Cristo ha comprado para nosotros por medio de su sacrificio en la
cruz, razón por la cual nos debemos al Espíritu, no a la carne. Tenemos un llamado del Espíritu de
Dios a hacer morir el pecado en nuestra propia vida, a andar en vida nueva, y porque somos hijos
de Dios, tenemos la gracia de ser guiados por el Espíritu de Dios, de ser enseñados, dirigidos,
capacitados para hacer la voluntad de Dios, por su Espíritu que mora en nosotros. Tenemos una
gran responsabilidad en seguir tal dirección, en vivir bajo el control total del Espíritu de Dios, si en
verdad habita en nosotros. A continuación, el apóstol quiere enfatizarnos la verdad que somos
Hijos de Dios, no esclavos, que tenemos una relación filial con nuestro gran redentor, que no
somos extraños para Dios, y por lo tanto Dios nos ha dado Su Espíritu Santo para que podamos
disfrutar de tal relación. Esto mis hermanos, tiene grandes implicaciones que derriban toda clase
de presunción e hipocresía de pretender algo de parte de Dios alegando ser su pueblo. Algunos
todavía viven como esclavos, aunque dicen ser creyentes, aunque dicen ser parte del pueblo de
Dios, pero Pablo hablaba con esperanza a la iglesia de Roma, llamándolos a considerar esta
maravillosa realidad, que somos Hijos de Dios. Consideremos en esta oportunidad esta
consoladora verdad mis hermanos, somos Hijos de Dios.

I. ADOPTADOS HIJOS DE DIOS

Esto es lo primero a considerar hoy, somos Adoptados Hijos de Dios. La buena nueva del perdón
de pecados en Cristo, no solo nos señala la nueva posición legal que tenemos, sino además la
nueva relación filial que gozamos en Cristo. Ya se nos ha dicho que todos los que son guiados por
el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Ahora se enfatiza esta verdad para que seamos llenos
de todo consuelo, de toda esperanza, de tal forma que nuestros corazones ardan de ferviente
alegría, de profundo agradecimiento por lo que el Señor nos ha concedido. Dice nuestro texto:
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis
recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre!”. ¿Sabemos de qué espíritu
somos?, ¿sabemos cuál es nuestra identidad?, hoy día el engaño inunda nuestra sociedad, y
muchos buscan su identidad en las mentiras de este mundo, en las escuelas el gobierno ha
introducido la ideología de género para decir a nuestros niños que no se nace hombre o mujer,
sino que se llega a serlo, esto es falso, Dios nos hace hombres o mujeres desde el vientre, y lo
seremos para siempre. Pero por causa del pecado de nuestra raza, y por el pecado particular de
cada uno, muchas veces somos víctimas del engaño. Incluso llegando a escuchar el evangelio sin
entenderlo, es posible que se continúe engañado sin entender cuál es nuestra verdadera
identidad, que no es dada por la sociedad, sino por Dios. A esta iglesia se le da una buena nueva,
les dice, ustedes fueron adoptados Hijos de Dios.

A. No son esclavos atemorizados

Pablo les dice, ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para que vuelvan a estar bajo
temor, para que vuelvan a ver a Dios aterrorizados como hacen todos aquellos que no le conocen,
ya sean paganos, ya sean religiosos que pretenden ganar su salvación por hacer una cosa u otra, y
que viven con miedo de perder su salvación en cualquier momento. Esta es la triste realidad de
todos aquellos que no han conocido la gracia de Dios. Tienen miedo, tienen fobia a Dios, y en
consecuencia unos prefieren ignorarlo y actúan en sus corazones diciendo “no hay Dios”, y odian
todo aquello que tenga relación alguna con Dios, y buscan de la manera que sea acallar toda voz
que les señale al creador y sustentador de todo, al juez de toda la tierra. Otros pretenden servir a
Dios siguiendo determinadas reglas y doctrinas humanas, aunque su corazón en realidad está lejos
de Dios, pero pretenden que Dios está en deuda con ellos y tendrá que salvarles. Muchos
pretenden ser hijos de Dios, pero no son más que esclavos de sus pecados, de sus falsas ideas, y su
relación con Dios no es más que un sentimiento de profundo miedo, no de reverencia y respeto a
Dios. Los verdaderos cristianos no viven aterrorizados de lo que les pueda ocurrir, o que Dios les
pueda abandonar en cualquier momento, o que Dios deje de controlar todas las cosas como si
pudiera algún día de dejar de ser soberano y dejar de ser Dios, los cristianos ya no viven como
esclavos atemorizados, porque ya no son esclavos atemorizados.

B. Sino Hijos adoptivos de Dios

Leamos nuevamente nuestro texto: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar
otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba,
Padre!”. El Espíritu que hemos recibido, el don que Dios nos ha dado, nos permite comprender
que ahora tenemos una nueva condición ante Dios, ya no somo extraños a él, ya no somos objeto
de su ira, ya no somos ajenos a sus promesas, sino que hemos sido convertidos en Hijos Suyos por
medio de nuestro Señor Jesucristo, Ef. 2:19; ahora somos libres de toda condenación, Rom. 8:1.
Hemos recibido el Espíritu de adopción, por el cual sabemos que Dios es nuestro Padre, que ahora
somos familia de Dios. Hemos entrado en una nueva relación con Dios. Hoy se desconoce el
significado de la adopción y a lo largo de la historia la humanidad ha tenido un concepto no muy
certero de la misma. Durante el imperio Romano nos cuentan los historiadores que se practicaba
la adopción legal (formal) de varones para prolongar la descendencia de un hombre (influyente
por lo general) que no hubiese tenido hijos; tenía más un carácter egocéntrico que filantrópico.
Pero la historia del pueblo de Israel señala que Dios formó para sí un pueblo al cual adoptó como
su hijo, y cada creyente podía estar convencido que Dios era su Padre, Sal. 27:10, Is. 43:6, Os. 1:10.

C. En relación filial con Dios

El Dios del pacto no solo es nuestro Rey Soberano a quien debemos total fidelidad, sino que es
nuestro Padre que está en los cielos, con el cual podemos tener una relación filial verdadera, que
nos llena de libertad y confianza para venir ante nuestro Señor y decir como los pequeñitos
“papito”, (mis hijos también me dicen “pa”, y así no llaman a nadie más, porque solo conmigo
tienen esa relación filial). Es por el Santo Espíritu que ahora habita en nosotros, el Espíritu de
Adopción, por el cual podemos clamar al Dios creador de todo y sustentador de todo, al que es
Juez de toda la tierra, al que es tres veces santo, al que reina sobre todo y sobre todos: “Abba,
Padre”. Pablo usa esa expresión cariñosa aramea que usaban por lo general los niños para
referirse a su papá, y la acompaña de la respectiva traducción griega, “Padre”. Cristo usó esta
misma expresión para dirigirse al Padre (Mr. 14:36) debido a su estrecha relación con él. Esta
expresión, nos dice un comentarista: “connota ternura, dependencia y una relación libre de todo
temor y ansiedad”. Pablo la usa aquí y también en Gálatas 4:6, para asegurarnos que como Hijos
tenemos acceso con confianza a nuestro Padre Celestial, quien es Dios sobre todas las cosas, pero
también es nuestro Padre tierno y amoroso. No solo somos hijos legalmente, sino que gozamos de
una relación filial, personal con nuestro Dios, como pueblo en general, y cada uno de nosotros en
particular, con todos los beneficios y deberes que nos da dicha relación. Muchos solo quieren
gozar los beneficios, pero se olvidan de los deberes de esta relación, y los que consideran al estado
como su padre son un vivo ejemplo de lo que digo, sino mire el llamado “estallido social” en
nuestro continente. De hecho, veamos las relaciones de nuestros hogares, ¡qué ternura los
pequeñitos que se cuelgan del cuello de su padre y le dicen “papito” o “pa” y le dicen “te quiero
mucho”!, pero qué triste que ese pequeñito al crecer deja de decirle “pa” y lo llama
despectivamente “viejo”, y ya no lo ve con asombro como su inspiración y ejemplo a seguir, sino a
veces hasta como un estorbo. Debemos aprender de la relación en la cual Dios nos ha puesto
consigo mismo, para desarrollar nuestras relaciones filiales, hombres, la verdadera paternidad la
aprendemos de Dios, no del mundo, el modelo de paternidad está en Dios no en el mundo. Hijos,
la honra que brinden a sus padres terrenales la brindan a Dios, el amor y respeto que brindan a su
padre, lo brindan a Dios. Otro pensamiento más por favor, las adopciones deberían ser guiadas de
acuerdo con el ejemplo dado por Dios, no para satisfacer un capricho personal, no para aumentar
el ego, sino para dar un amor incondicional, sacrificial a aquel que no goza de dicha relación.

II. EL ESPÍRITU SANTO NOS ATESTIGUA LO QUE SOMOS

Nuestra segunda reflexión nos dice: Somos Hijos de Dios, El Espíritu Santo nos atestigua que lo
somos. Dice el verso 16 de romanos 8: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que
somos hijos de Dios”. El Espíritu Santo da fe que somos descendencia de Dios, y esto es muy
importante como veremos en el verso siguiente. El Espíritu Santo, dice el apóstol, es quien
atestigua que somos verdaderamente puestos en esa nueva relación legal y filial con Dios.
Respecto a la práctica de la adopción se nos comenta que: “En la cultura romana, para que una
adopción tuviera obligatoriedad legal debían hacerse presente siete testigos de buena reputación
que atestiguaran de su validez”. Bueno, es el Espíritu de Dios el que atestigua la validez de la
adopción que hemos recibido como Hijos de Dios,

A. Actuando en nosotros

Como estudiamos la semana pasada, al ser guiados por el Espíritu de Dios recibimos dicho
testimonio, al evidenciar toda virtud fruto de la operación del Espíritu en nosotros, empezando
por atender el llamado a creer y seguir, esto es, a ser de Jesucristo (Rom. 1:6, Gl. 5:22-23, Ef. 5:9).
No se trata de escuchar una voz audible que nos diga “ustedes son mis hijos”, esto se dio
únicamente con Cristo para señalarle como el Mesías prometido. No se trata de una revelación
extraordinaria que despertamos de un momento a otro siendo hijos de Dios. Se trata del
testimonio de la obra extraordinaria del Espíritu de Dios de manera constante en nuestras vidas.
Otra vez debemos recordar Rom. 8:5, 9, 14. No es una mera persuasión, no es tampoco
presunción, el testimonio del Espíritu en nosotros produce una profunda convicción en la obra de
Cristo a nuestro favor, un profundo convencimiento en la Palabra de Dios, y la capacidad de andar
de acuerdo con nuestra condición de Hijos de Dios.

B. Para que nosotros lo testifiquemos también

Recibimos esta certeza para que podamos dar testimonio, no solo con nuestras palabras, sino con
nuestra práctica de fe, de los maravillosos beneficios y deberes que hemos recibido al ser
adoptados Hijos de Dios. Para que testifiquemos como el apóstol Juan: “¡Mirád cuál amor nos ha
dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Jn. 3:1). Para que nuestra forma de
vivir de testimonio de quién es nuestro Padre, tal como Cristo mismo nos enseñó, miremos Mt.
5:14-16. Así a los Filipenses también el apóstol Pablo les enseñó: “para que seáis irreprensibles y
sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la
cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Para que honremos a nuestro creador,
salvador, sustentador.

CONCLUSIÓN

Excelente noticia: ¡Somos Hijos de Dios!, hemos recibido el Espíritu de Adopción por el cual
podemos prorrumpir en alabaza, “papá” o “padre” Dios. Podemos acercarnos a nuestro Padre
celestial confiadamente, seguros de hallar consuelo, esperanza, aceptación. Ya no vivimos bajo
terror, porque ya no somos enemigos de Dios, ahora somos sus hijos, objetos de su tierno amor,
que demostró entregando a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, para que viniera a salvarnos, y
por él darnos su Espíritu para asegurarnos que fuimos adoptados Hijos de Dios. Esta es nuestra
verdadera identidad hermanos, no tenemos que escuchar al mundo y sus mentiras, debemos
escuchar el testimonio del Espíritu Santo, somos hijos de Dios. Disfrutemos de esta maravillosa
relación de confianza e intimidad con nuestro tierno y amoroso Padre, que es soberano Dios.

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