PDF Saki El Contador de Historias y Otros Relatos Compress
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Saki.
El contador de historias.
EL CONTADOR DE HISTORIAS.
Era una tarde calurosa, el vagón de tren era, igualmente, bochornoso y la siguiente parada, Tamplecombe, estaba casi a
una hora de distancia. Los ocupantes del vagón eran una niña pequeña otra niña aún más pequeña y un niño también
pequeño. Una tía, que pertenecía
pertenecía a los niños, ocupaba un asiento de la eesquina
squina y el otro asiento de la es
esquina
quina del lado
opuesto estaba ocupado por un hombre soltero que era un extraño ante aquella fiesta, pero las niñas pequeñas y el niño
pequeño ocupaban, enfáticamente,
enfáticamente, el compartimento. Tanto la tía como los niños conv
conversaban
ersaban de manera limitada pero
persistente, recordando las atenciones
atenciones de una mosca que se nie
niega
ga a ser rechazada. La may
mayoría
oría de los comentarios de la
tía empezaban por No, y casi todos los de los niños por Por qué?. El hombre soltero no decía nada en voz alta.
-No, Cyril, no -exclamó la tía cuando el niño empezó a golpear los cojines del asiento, provocando una nube de polvo
con cada golpe.
-Ven a mirar por la ventanilla -añadió.
El niño se desplazó hacia la ventilla con desgana.
-Por qué sacan a esas ovejas fuera de ese campo? -preguntó.
-Supongo que las llevan a otro campo en el que hay más hierba -respondió la tía débilmente.
Pero en ese campo hay montones de hierba -protestó el niño-; no hay otra cosa que no sea hierba. Tía, en ese campo hay
montones de hierba.
-Quizá la hierba de otro campo es mejor -sugirió la tía neciamente.
-Jor qué es mejor? -fue la inevitable y rápida pregunta.
-Oh, mira esas vacas! -exclamó la tía.
Casi todos los campos por los que pasaba la línea de tren tenían vacas o toros, pero ella lo dijo como si estuviera
llamando la atención ante una novedad.
-Por qué es mejor la hierba del otro campo? -persistió Cyril.
El ceño fruncido del soltero se iba acentuando hasta estar ceñudo. La tía decidió, mentalmente, que era un hombre duro
y hostil. Ella era incapaz por completo de tomar una decisión satisfactoria sobre la hierba del otro campo.
La niña más pequeña creó una forma de distracción al empezar a recitar De camino hacia Mandalay. Sólo sabía la
primera línea, pero utilizó al máximo su limitado
limitado conocimiento. Repetía la línea una y otra ve vezz con una voz soñadora,
pero decidida y muy audible; al soltero le pareció
pareció como si alguien hubiera hecho una apuesta
apuesta con ella a que no era
capaz de repetir la línea en voz alta, dos mil veces seguidas y sin detenerse. Quienquiera que fuera quien hubiera hecho
la apuesta probablemente la perdería.
-Acercaos aquí y escuchad mi historia -dijo la tía cuando el soltero la había mirado dos veces a ella y una al timbre de
alarma.
Los niños se desplazaron apáticamente hacia el final del compartimento donde estaba la tía. Evidentemente, su
reputación como contadora de historias no ocupaba una alta posición, según la estimación de los niños.
Con voz baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por preguntas malhumoradas y en voz alta de los
oyentes, comenzó una historia poco animada y con una deplorable carencia de interés sobre una niña que era buena, que
se hacía amiga de todos a causa de su bondad y que, al final, fue salvada de un toro enloquecido por numerosos
rescatadores que admiraban su carácter moral.
-No la habrían salvado si no hubiera sido buena? -preguntó la mayor de las niñas.
Esa era exactamente la pregunta que había querido hacer el soltero.
-Bueno, sí -admitió la tía sin convicción-. Pero no creo que la hubieran socorrido muy deprisa si ella no les hubiera
gustado mucho.
-Es la historia más tonta que he oído nunca -dijo la mayor de las niñas con una inmensa convicción.
-Después de la segunda parte no he escuchado, era demasiado tonta --dijo Cyril.
La niña más pequeña no hizo ningún comentario, pero hacía rato que había vuelto a comenzar a murmurar la repetición
de su verso favorito.
-No parece que tenga éxito como contadora de historias -dijo de repente el soltero desde su esquina.
La tía se ofendió como defensa instantánea ante aquel ataque inesperado.
-Es muy difícil contar historias que los niños puedan entender y apreciar --dijo fríamente.
-No estoy de acuerdo con usted -dijo el soltero.
-Quizá le gustaría a usted explicarles una historia -contestó la tía.
-Cuéntenos un cuento -pidió la mayor de las niñas.
-Érase una vez -comenzó el soltero- una niña pequeña llamada Bertha que era extremadamente buena.
El interés suscitado en los niños momentáneamente comenzó a vacilar en seguida; todas las historias se parecían
terriblemente, no importaba quién las explicara.
-Hacía todo lo que le mandaban, siempre decía la verdad, mantenía la ropa limpia, comía budín de leche como si fuera
tarta de mermelada, aprendía sus lecciones perfectamente y tenía buenos modales.
-CEra bonita? -preguntó la mayor de las niñas.
-No tanto como
Se produjo cualquiera
una ola de vosotros
de reacción en favor-respondió el soltero-,
de la historia; pero
la palabra era terriblemente
terrible buena.
unida a bondad fue una novedad que la
favorecía. Parecía introducir un círculo de verdad que faltaba en los cuentos sobre la vida infantil que narraba la tía.
-Era tan buena -continuó el soltero- que ganó varias medallas por su bondad, que siempre llevaba puestas en su vestido.
Tenía una medalla por obediencia, otra por puntualidad y una tercera por buen comportamiento. Eran medallas grandes
de metal y chocaban las unas con las otras cuando caminaba. Ningún otro niño de la ciudad en la que vivía tenía esas
tres medallas, así que todos sabían que debía de ser una niña extraordinariamente buena.
-Terriblemente buena -citó Cyril.
-Todos hablaban de su bondad y el príncipe de aquel país se enteró de aquello y dijo que, ya que era tan buena, debería
tener permiso para pasear,
una vez a la semana, por su parque, que estaba justo afuera de la cuidad. Era un parque muy bonito y nunca se había
permitido la entrada a niños, por eso fue un gran
gran honor para Bertha tener permiso para poder entrar.
-Había alguna oveja en el parque? -preguntó Cyril.
-No -dijo el soltero-, no había ovejas.
-Jor qué no había ovejas? -llegó la inevitable pregunta que surgió de la respuesta anterior.
La tía se permitió una sonrisa que casi podría haber sido descrita como una mueca.
-En el parque no había ovejas -dijo el soltero- porque, una vez, la madre del príncipe tuvo un sueño en el que su hijo era
asesinado tanto por una oveja como por un reloj de pared que le caía encima. Por esa razón, el príncipe no tenía ovejas
en el parque ni relojes de pared en su palacio.
La tía contuvo un grito de admiración.
-El príncipe fue asesinado por una oveja o por un reloj? -preguntó Cyril.
-Todavía está vivo, así que no podemos decir si el sueño se hará realidad -dijo el soltero despreocupadamente-. De
todos modos, aunque no había ovejas en el parque, sí había muchos cerditos corriendo por todas partes.
-De qué color eran?
-Negros con la cara blanca, blancos con manchas negras, totalmente negros, grises con manchas blancas y algunos eran
totalmente blancos.
El contador de historias se detuvo para que los niños crearan en su imaginación una idea completa de los tesoros del
parque; después prosiguió:
-Bertha sintió mucho que no hubiera flores en el parque. Había prometido a sus tías, con lágrimas en los ojos, que no
arrancaría ninguna de las flores del príncipe y tenía intención de mantener su promesa por lo que, naturalmente, se
sintió tonta al ver que no había flores para coger.
-Por qué no había flores?
-Porque los cerdos se las habían comido todas -contestó el soltero rápidamente-. Los jardineros le habían dicho al
príncipe que no podía tener cerdos y flores, así
así que decidió tener cerdos y no tener flores.
flores.
Hubo un murmullo de aprobación por la excelente decisión del príncipe; mucha gente habría decidido lo contrario.
-En el parque había muchas otras cosas deliciosas. Había estanques con peces dorados, azules y verdes, y árboles con
hermosos loros que decían cosas inteligentes sin previo aviso, y colibríes que cantaban todas las melodías populares del
día. Bertha caminó arriba y abajo, disfrutan o inmensamente, y pensó: Si no fuera tan extraordinariamente buena no me
habrían permitido venir a este maravilloso parque y disfrutar de todo lo que hay en él para ver, y sus tres medallas
chocaban unas contra las otras al caminar y le ayudaban a recordar lo buenísima que era realmente. Justo en aquel
momento, iba merodeando por allí un enorme lobo para ver si podía atrapar algún cerdito gordo para su cena.
-De qué color era? -preguntaron los niños, con un inmediato aumento de interés.
-Era completamente del color del barro, con una lengua negra y unos ojos de un gris pálido que brillaban con
inexplicable ferocidad. Lo primero que vio en el parque fue a Bertha; su delantal estaba tan inmaculadamente blanco y
limpio que podía ser visto desde una gran distancia. Bertha vio al lobo, vio que se dirigía hacia ella y empezó a desear
que nunca le hubieran permitido entrar en el parque. Corrió todo lo que pudo y el lobo la siguió dando enormes saltos y
brincos. Ella consiguió llegar a unos matorrales
matorrales de mirto y se escondió en uno de los arbustos más espesos
espesos.. El lobo se
acercó olfateando entre las ramas, su negra lengua le colgaba de la boca y sus ojos gris pálido brillaban de rabia. Bertha
estaba terriblemente asustada y pensó: Si no hubiera sido tan extraordinariamente buena ahora estaría segura en la
ciudad. Sin embargo, el olor del mirto era tan fuerte que el lobo no pudo olfatear dónde estaba escondida Bertha, y los
arbustos eran tan espesos que podría haber estado buscándola entre ellos durante mucho rato, sin verla, así que pensó
que era mejor salir de allí y cazar un cerdito. Bertha temblaba tanto al tener al lobo merodeando y olfateando tan cerca
de ella que la medalla de obediencia chocaba contra las de buena conducta y puntualidad. El lobo acababa de irse
cuando oyó el sonido que producían las medallas y se detuvo para escuchar; volvieron a sonar en un arbusto que estaba
cerca de él. Se lanzó dentro de él, con los ojos gris pálido brillando de ferocidad y triunfo, sacó a Bertha de allí y la
devoró hasta el último bocado. Todo lo que quedó de ella fueron sus zapatos, algunos pedazos de ropa y las tres
medallas de la bondad.
-Mató a alguno de los cerditos?
-No, todos escaparon.
-La historia empezó mal -dijo la más pequeña de las niñas-, pero ha tenido un final bonito.
-Es la historia más bonita que he escuchado nunca -dijo la mayor de las niñas muy decidida.
-Es la única historia bonita que he oído nunca -dijo Cyril.
La tía expresó una opinión de disentimiento.
-Una historia de lo menos apropiada para explicar a niños pequeños! Ha socavado el efecto de años de cuidadosa
enseñanza.
-De todos modos -dijo el soltero cogiendo sus pertenencias dispuesto a abandonar el tren-, los he mantenido tranquilos
durante diez minutos, lo que es más de lo que usted fue capaz de hacer.
Infeliz! -se dijo mientras bajaba al andén de la estación de Templecombe-. Durante los próximos seis meses, esos niños
la asaltarán en público pidiéndole una historia inadecuada!
<SALTO DE FICHERO>
EL BUEY EN EL ESTABLO.
Theophil Eshley era artista de profesión, un artista que pintaba ganado a causa de su entorno. No' se debe suponer que
vivía en un rancho o en una granja lechera, en una atmósfera llena de cuernos y pezuñas, banquetas para ordeñar y
hierros de marcar. Su hogar estaba en un distrito que parecía un parque, con villas esparcidas y que sólo por poco
escapaba del reproche de considerarse suburbano. Un lado de su jardín lindaba con un prado pequeño y pintoresco, en el
que un vecino emprendedor sacaba a pastar algunas vacas pequeñas y pintorescas de la facción de Channel Island. En
verano, al mediodía, las vacas permanecían, con la hierba alta del prado hasta las rodillas, bajo la sombra de un grupo
de nogales; los rayos del sol caían como formando manchas de colores sobre sus suaves pieles de ratón. Eshley había
concebido y plasmado un delicado cuadro de dos vacas lecheras descansando en un entorno en el que había un nogal, la
hierba del prado y los rayos de sol que se filtraban. La Royal Academy lo expuso debidamente en las paredes de la
Exposición de Verano. Esta Academia estimula los hábitos metódicos y ordenados de sus hijos. Eshley había pintado un
cuadro aceptable y conseguido en el que aparecía ganado, adormecido pintorescamente, bajo unos nogales y, tal como
había empezado, siguió con ello por necesidad. Su Paz al mediodía, un estudio de dos vacas pardas bajo un nogal, fue
seguido por Un santuario en medio del día, estudio de un nogal con dos vacas pardas debajo. Con el debido orden, vino
Donde los tábanos dejan de molestar, El refugio del rebaño y Un sueño en la vaquería, estudios de nogales y vacas
pardas. Sus dos intentos de romper con su su propia tradición fueron fracasos señala
señalados:
dos: Tórtolas alarmadas por un gavilán
y Lobos en la campiña romana volvieron a su estudio como herejías abominables y Eshley recuperó la gracia y la
mirada del público con Un rincón sombreado donde las vacas dormitan y sueñan.
Una hermosa tarde de finales de otoño estaba dando los últimos toques a un estudio de las hierbas del prado, cuando su
vecina, Adela Pingsford, arremetió contra la puerta exterior de su estudio con fuertes golpes perentorios.
-Hay un buey en mi jardín -dijo, como explicación de su tempestuosa intromisión.
-Un buey -dijo Eshley como si no lo hubiera entendido y con un tono más bien estúpido-. Qué tipo de buey?
-Oh, no sé de qué tipo -dijo la dama bruscamente-. Un buey común o de jardín, por usar una expresión de la calle. Es lo
del jardín lo que me molesta. Acaban de acondicionarlo para el invierno y un buey deambulando por él no lo mejorará
precisamente. Además, los crisantemos
crisantemos están a punto de florecer.
-Cómo ha entrado en el jardín? -preguntó Eshley.
-Supongo que lo hizo por la puerta -respondió impacientemente la dama-, no ha podido saltar los muros y no creo que
alguien lo haya lanzado desde un avión como si fuera un anuncio de Bovril.
La cuestión de inminente importancia no es cómo ha entrado, sino cómo sacarlo.
-No se irá? -preguntó Eshley.
-Si estuviera ansioso por irse -dijo Adela Pingsford bastante enfadada-, no habría venido aquí a contárselo a usted.
Estoy prácticamente sola; la doncella tiene la tarde libre y la cocinera está acostada con un ataque de neuralgia. Todo lo
que he podido aprender en la escuela o en la vida sobre cómo sacar un buey grande de un jardín pequeño, parece
haberse esfumado ahora de ni memoria. Todo en lo que he podido pensar ha sido que usted era un vecino cercano y un
pintor de ganado, presumiblemente más o menos familiarizado con los sujetos que pinta y que podría serme de alguna
ayuda. Tal vez estaba equivocada.
-Pinto vacas lecheras, ciertamente -admitió Eshley-, pero no puedo afirmar que tenga experiencia alguna en acorralar
bueyes descarriados. He visto
visto cómo lo hacen en una película del cine,
cine, naturalmente, pero siempre había ca
caballos
ballos y
muchos otros accesorios; además, nunca se sabe cuándo están trucadas las películas.
Adela Pingsford no dijo nada, pero le guió hacia su jardín. Era un jardín de tamaño normal, pero parecía pequeño si lo
comparábamos con el buey, una enorme bestia moteada, de rojo apagado en la cabeza y los hombros, que se convertía
en un blanco sucio por los costados y los cuartos traseros, con orejas velludas y unos ojos grandes inyectados en sangre.
Se parecía a las elegantes novillas del prado que solía pintar Eshley tanto como el jefe de un clan nómada kurdo a una
japonesa de una tetería. Eshley se quedó muy cerca de la entrada mientra
mientrass estudiaba la apariencia y conducta de
dell
animal. Adela Pinigsford seguía sin decir nada.
-Se está comiendo un crisantemo -dijo
- dijo finalmente Eshley, cuando el silencio se había vuelto insoportable.
-Qué observador esusted -dijo amargamente Adela-. Parece darse cuenta de todo. De hecho, en estos momentos, tiene
seis crisantemos en la boca.
La necesidad de hacer algo se estaba volviendo imperativa. Eshley avanzó uno o dos pasos hacia el animal, dio unas
palmadas con las manos e hizo
hizo ruidos tipo chist y os. Si el buey los oía, no dio la mínima señal de ello.
-Si alguna vez se pierde por mi jardín alguna gallina -dijo Adela-, sin duda mandaré que le vengan a buscar para que la
asuste. Usted dice chist maravillosamente. Mientras tanto le importaría intentar echar de aquí a este buey? Ahora está
empezando con una Mademoiselle Louis Bichot -añadió con una calma helada, mientras que una resplandeciente flor
naranja era triturada dentro de la enorme boca masticadora.
-Ya que ha sido tan franca sobre la variedad de los crisantemos -dijo Eshley- no me importa decirle que se trata de un
buey de Ayrshire.
La calma helada desapareció; Adela Pingsford utilizó un lenguaje que hizo que el artista se acercara, instintivamente, a
unos pasos del buey. Cogió una varita y la lanzó, con determinación, contra los costados moteados del animal. La
operación de convertir a Mademoiselle Louis Bichot en una ensalada de pétalos quedó suspendida durante un largo
instante, mientras el buey observaba, con una inquisidora concentración, al lanzador del palo. Adela le miró con la
misma concentración y a la vez con una mayor hostilidad. Como la bestia no bajó la cabeza ni mostró señal de escarbar
con las patas, Eshley, se aventuró con otro ejercicio de jabalina con ramita. El buey pareció darse cuenta de que tenía
que irse; dio un último y rápido tirón al arriate donde habían estado los crisantemos y cruzó el jardín hacia arriba,
rápidamente. Eshley, corrió para dirigirlo hacia la entrada del jardín, pero sólo consiguió acelerar su paso de caminar a
trotar pesadamente. Con cierto aire inquisitivo pero sin verdadera vacilación, cruzó la pequeña franja de césped que era
llamada, caritativamente, el campo. de croquet, y se dirigió hacia la puertaventana abierta de la sala matinal. En la
habitación había algunos crisantemos y otras plantas otoñales en jarrones, y el animal reanudó sus operaciones de
rumiante; a pesar de todo, Eshley percibió en sus ojos el principio de una persecución, una mirada que aconsejaba
respeto. Descartó la intención de interferir en la decisión de deambular del animal.
-Señor Eshley -dijo Adela con una voz temblorosa-, le pedí que sacara la bestia de mi jardín, no que la metiera en mi
casa. Si debo tenerla en algún lugar de mis posesiones prefiero que sea en el jardín y no en el salón matinal.
-Dirigir ganado no es lo mío --dijo Eshley-. Si no recuerdo mal, ya se lo dije al principio.
-Estoy de acuerdo con usted -replicó la dama-, lo suyo es pintar hermosos cuadros de hermosas vacas. Tal vez esté
interesado en hacer un bonito esbozo de este buey sintiéndose como en casa en mi salón matinal?
En esos momentos parecía que la paciencia llegaba a su límite; Eshley empezó a alejarse a grandes pasos.
-Adónde va? -gritó Adela
-A buscar las herramientas -replicó.
-Herramientas? No quiero que utilice un lazo. La sala quedará destrozada si se produce una lucha.
Pero el artista salió del jardín. Volvió en un par de minutos, cargado con un caballete, un taburete y materiales de
pintura.
-Tiene intención de sentarse tranquilamente y pintar a esa bestia mientras destroza mi salón matinal? -jadeó Adela.
-Fue sugerencia suya -respondió Eshley, colocando el lienzo en posición.
-Se lo prohíbo. Se lo prohíbo absolutamente! -vociferó Adela.
-No veo qué tiene usted que ver en el asunto -dijo el artista-. Difícilmente podrá pretender que el buey sea suyo, ni
siquiera por adopción.
-Parece olvidar que está en mi salón matinal, comiéndose mis flores -respondió con rabia.
-Usted parece olvidar que la cocinera tiene neuralgia -dijo él-. Debe de estar medio dormida en un piadoso sueño y su
alboroto la va a despertar. La consideración por los demás debería ser el principio que guiara a la gente de nuestro estilo
de vida.
-Este hombre está loco! -exclamó
- exclamó Adela trágicamente.
Un instante después fue la propia Adela la que parecía volverse loca. El buey había acabado con las flores del jarrón y
la cubierta de Israel Kalisch, y parecía que estaba pensando en salir de su restringido aposento. Eshley percibió su
inquietud y, rápidamente, le lanzó algunos puñados de hojas de enredadera Virginia para inducirlo a que siguiera allí.
-He olvidado cómo dice el refrán -observó él-. Algo así como Cuando hay odio, mejor una cena de hierbas que un buey
en un establo. Parece que disponemos de todos los ingredientes del refrán.
-Iré a la biblioteca pública y les diré que avisen a la policía --dijo Adela y, audiblemente furiosa, salió.
Unos minutos más tarde, el buey se despertó quizá ante la sospecha de que en algún determinado establo le esperaba
pastel de aceite con remolacha
remolacha troceada, y salió del salón matinal cconon mucha precaución; contempló, como re realizando
alizando
una investigación solemne, al ser humano que ya no se entrometía ni le lanzaba ramas. A continuación, avanzó, pesada
pero velozmente, hacia fuera del jardín. Eshley
Eshley recogió sus herramientas y siguió el eejemplo
jemplo del animal, dejando en
Larkdene la neuralgia y la cocinera.
El episodio fue el punto decisivo que cambió la carrera artística de Eshley. Su extraordinario cuadro Un buey en un
salón matinal de finales de otoño, fue una de las sensaciones y éxitos del siguiente Salón de París y, cuando
posteriormente se exhibió en Munich, fue comprado
comprado por el gobierno bávaro, en contra de las eleelevadas
vadas ofertas de tres
empresas cárnicas. Desde aquel momento, su éxito fue continuo y asegurado y la Royal Academy se sintió agradecida,
dos años después, de poder ofrecer a su gran lienzo Macacos destruyendo un tocador un lugar destacado en sus paredes.
Eshley le regaló a Adela Pingsford un ejemplar nuevo de Israel Kalisch y un par de delicadas y floridas plantas de
Madame André Blusset, pero entre ellos no ha habido nada parecido a una auténtica reconciliación.
<SALTO DE FICHERO>
EL CERDO.
Hay un camino trasero que lleva al césped -dijo la señora Philidore Stossen a su hija-, a través de un pequeño prado de
hierba y un huerto vallado con árboles frutales y lleno de groselleros. El año pasado, cuando la familia se marchó,
recorrí todo el lugar. Hay una puerta que lleva del huerto de los frutales a un macizo de arbustos, y cuando salgamos de
ahí podremos mezclamos con los invitados como si hubiéramos entrado por el camino habitual. Es mucho más seguro
que acceder por la entrada principal y correr el riesgo de topar con la anfitriona, cosa que resultaría bastante embarazosa
puesto que no nos ha invitado.
No es tomarse demasiadas
demasiadas molestias para colarse en una fiesta fiesta al aire libre?
-Para una fiesta al aire libre, sí; para la fiesta al aire libre de la temporada, ciertamente, no. Todos los que tienen cierta
importancia en el condado, salvo nosotras, han sido invitados para conocer a la princesa y sería mucho más complicado
inventar explicaciones sobre por qué no estábamos allí que inventarlas por el hecho de haber accedido por un camino
indirecto. Ayer detuve a la señora Cuvering por la carretera y le hablé, con mucha intención, sobre la princesa. Si
prefiere no darse por aludida y no enviarme una invitación,
invitación, no es culpa mía, no? Aquí estamos:
estamos: cruzamos por la hierba
y entramos al jardín por aquella pequeña puerta.
La señora Stossen y su hija, debidamente arregladas para una fiesta el aire libre del condado con una infusión de
Almanaque de Gotha, navegaron a través del estrecho prado de hierba y el siguiente huerto de groselleros con un aire de
grandes barcazas avanzando, de forma no oficial, a lo largo del arroyo truchero. Había una cierta prisa furtiva mezclada
con la majestuosidad de su avance, como si unos reflectores hostiles pudieran enfocarlas en cualquier momento; y, de
hecho, eran observadas. Matilda Cuvering, con los ojos alerta de sus trece años y la ventaja añadida de una posición
elevada en las ramas de un nispero, había disfrutado de una buena vista del movimiento de flanqueo de las Stossen y
había previsto, exactamente, dónde se detendrían.
Se encontrarán con la puerta cerrada y tendrán que volver por el mismo camino que vinieron -se dijo-. Se lo merecen
por no haber venido por la entrada adecuada.
adecuada. Qué pena que Tarquin Superbus no esté sue suelto
lto por el prado. Al fin y al
cabo, ya que todos están disfrutando, no veo por qué Tarquin no puede estar libre esta tarde.
Matilda estaba en una edad en la que todo pensamiento es acción; descendió de las ramas del níspero y, cuando volvió a
subirlas, Tarquin, el enorme cerdo blanco de Yorkshire, había cambiado lo estrechos límites de su pocilga por la parte
más amplia del prado de hierba. La desconcertada expedición de las Stossen, retirándose con recriminaciones, pero
ordenadamente, a causa del obstáculo inflexible de la puerta cerrada, tuvo que detenerse de repente ante la puerta que
separaba el prado del huerto de groselleros.
-Qué animal de aspecto más malvado! -exclamó, la señora Stossen-. No estaba ahí cuando entramos.
-Pero ahora está ahí --dijo su hija-. Qué demonios vamos a hacer? Ojalá no hubiéramos venido.
El cerdo se había acercado a la puerta para una inspección más cercana de los intrusos humanos y se quedó masticando
con sus mandíbulas y parpadeando con sus pequeños ojos rojos de una manera que, sin duda, era para desconcertar, y,
con respecto a las Stossen, consiguió totalmente ese resultado.
-Fuera! Chist! Chist! Fuera! -gritaron las damas a coro.
-Si piensan que lo van a echar recitando las listas de los reyes de Israel y Judea se van a decepcionar -comentó Matilda
desde su asiento en el níspero.
Como hizo la observación en voz alta, la señora Stossen se dio cuenta, por primera vez, de su presencia. Uno o dos
minutos antes no se habría sentido complacida de descubrir que el huerto no estaba tan desierto como parecía, pero en
aquel momento celebró la presencia en la escena de la niña con enorme alivio.
-Pequeña, puedes buscar a alguien que se lleve...? --comenzó esperanzadamente.
-Comment? Comprends pas -fue la respuesta.
-Oh, eres francesa? Étes vous française?
-Pas de tous. Suis anglaise.
-Entonces, por qué no hablas inglés? Quiero saber si...
-Permettez-moi expliquer. Verá, estoy bastante desacreditada --dijo Matilda-. Me alojo con mi tía y me dijeron que hoy
tenía que comportarme particularmente bien porque iba a venir mucha gente para la fiesta al aire libre, y me dijeron que
imitara a Claude, mi primo pequeño, que nunca hace nada mal, excepto por accidente, y después siempre se disculpa
por ello. Parece que pensaron que comí demasiado
demasiado bizcocho de frambuesa en eell almuerzo y dijeron que Claude nunca
come demasiado bizcocho de frambuesa. Bueno, él siempre duerme media hora después del almuerzo, porque se lo
dicen, y yo esperé a que se durmiera y le até las manos y empecé a darle una alimentación forzosa con un recipiente
lleno de bizcocho de frambuesa que guardaban para la fiesta al aire libre. Gran parte del bizcocho cayó sobre su traje de
marinero y otra sobre la cama, pero una buena cantidad bajó por la garganta de Claude, y no podrán volver a decir que
nunca ha comido demasiado bizcocho de frambuesa. Ésa es la razón por la que no me dejan asistir a la fiesta, y, como
castigo adicional, debo hablar toda la tarde en francés. Le he explicado todo en inglés porque hay palabras, como
alimentación forzosa, que no sé cuál es su correspondiente en francés. Naturalmente, podría habérmelas inventado, pero
si hubiera dicho nourriture obligatoire usted no habría tenido la más mínima idea de lo que estaba hablando. Mais
maintenant, nous parlons français.
-Oh, muy bien, trés bien -dijo la señora Stossen, reacia; en momentos de agitación, el francés que ella sabía no lo
dominaba muy bien-. Lá, á 1 áutre cóté de la porte, est un cochon...
Un cochon? Ah, le petit charmant! -exclamó Matilda con entusiasmo.
-Mais non, pas du tout petit, et pas du tout charmant, un bóte féroce...
-Une bóte -corrigió Matilda-. Un cerdo es masculino cuando le llamas cerdo, pero si pierdes los nervios y le llamas
bestia feroz se convierte en seguida
seguida en una de nosotras. El francés es una lengua terrible para los sexos.
-Por el amor de Dios, hablemos pues en inglés -dijo la señora Stossen---. Hay alguna manera de salir de este jardín que
no sea por el prado en el que se encuentra el cerdo?
-Yo siempre salto por encima del muro, por el ciruelo --dijo Matilda.
-Tal y como vamos vestidas difícilmente podríamos hacerlo -dijo la señora Stossen; era difícil imaginársela haciéndolo
con cualquier vestido.
-Crees que podrías ir a buscar a alguien para que se lleve al cerdo de aquí? -preguntó la señorita Stossen.
-Le he prometido a mi tía que me quedaría aquí hasta las cinco; todavía no son las cuatro.
-Estoy segura que bajo estas circunstancias tu tía permitiría...
-Mi conciencia no lo permitiría -dijo Matilda con fría dignidad.
-No podemos quedarnos aquí hasta las cinco -exclamó la señora Stossen con una creciente exasperación.
-Les recito algo para que el tiempo pase más rápido? -preguntó Matilda atentamente-. Belinda, la pequeña trabajadora
es considerada como una de mis mejores piezas, o quizá debería ser algo en francés. La orden de Enrique IV a sus
soldados es lo único que realmente sé en esta lengua.
-Si vas a buscar a alguien que se lleve a este animal, te daré algo para que te compres un bonito regalo -dijo la señora
Stossen.
Matilda descendió del níspero varios centímetros.
-Ésa es la sugerencia más práctica que ha hecho para salir del huerto -comentó alegremente-. Claude y yo estamos
recolectando dinero para el Fondo Para los Niños al Aire Libre, y hemos hecho apuestas sobre quién de nosotros
recaudará la mayor suma.
-Me alegrará contribuir con media corona, me alegrará mucho -dijo la señora Stossen sacando la moneda de las
profundidades de un receptáculo que formaba
formaba parte inseparable de su indumentaria.
-En estos momentos Claude me supera por mucho -siguió Matilda, sin darse cuenta de la oferta sugerida-. Ya ve, sólo
tiene once años y tiene el pelo dorado, y ésas son unas enormes ventajas cuando te dedicas a recolectar dinero. Sólo el
otro día una dama rusa le dio diez chelines. Los rusos entienden mucho mejor que nosotros el arte de dar. Espero que
Claude consiga esta tarde unos veinticinco chelines; tiene todo el campo para él y, después de su experiencia con el
bizcocho de frambuesa, podrá interpretar
interpretar a la perfección el papel de niño pálido, frágil y al que ya
ya no le queda mucho
tiempo en este mundo. Sí, ahora ya me superará por unas dos libras.
Después de muchas investigaciones, búsquedas y murmullos de lamento, las damas cercadas consiguieron reunir setenta
y seis peniques.
-Me temo que esto es todo lo que tenemos -dijo la señora Stossen.
Matilda no mostró ninguna señal de bajar al suelo o acercarse a ellas.
-No podría violentar mi conciencia por menos de diez chelines -dijo inflexiblemente.
Madre e hija murmuraron ciertos comentarios de entre los que sobresalía la palabra bestia, que probablemente no se
refería a Turquin.
-Creo que tengo otra media corona --dijo la señora Stossen con voz agitada-. Aquí la tienes. Ahora, por favor, ve rápido
a buscar a alguien.
Matilda descendió del árbol, tomó posesión del donativo y procedió a recoger del suelo un puñado de nísperos muy
maduros. Después, saltó por encima de la puerta y se dirigió, afectuosamente, hacia el cerdo.
-Vamos, Tarquin, viejo amigo, sabes que no puedes resistirte a los nísperos cuando están podridos y blanditos.
Tarquin no pudo resistirse. A fuerza de echarle la fruta delante de él a sensatos intervalos, Matilda lo atrajo de vuelta a
su pocilga, mientras que las cautivas liberadas
l iberadas cruzaban apresuradamente el prado.
-Bueno, nunca más! La pequeña lagarta! -exclamó la señora Stossen cuando estaba a salvo en la carretera principal-. El
animal no era salvaje en absoluto y, en cuanto a los diez chelines, no creo que el Fondo Para los Niños al Aire Libre vea
un penique de ellos!
Fue injustificablemente dura en su juicio. Si se examina el libro del Fondo, se encontrará este reconocimiento:
Recolectado por la señorita Matilda Cuvering, dos chelines y seis peniques.
<SALTO DE FICHERO>
EL DÍA DEL SANTO.
Según el proverbio, las aventuras son para los aventureros. Muy a menudo, les suceden a los que no lo son, a los
retraídos, a los tímidos de carácter. La naturaleza dotó a John James Abbleway con esa forma de ser que evita
instintivamente las intrigas carlistas, las cruzadas de los barrios bajos, el rastreo de las bestias salvajes heridas y la
proposición de enmiendas hostiles en las reuniones políticas. Si un pe perro
rro rabioso o un mullah loco se hubiera cruzado en
su camino, le habría cedido el paso sin vacilar. En la escuela adquirió a regañadientes un amplio conocimiento de la
lengua alemana Dor deferencia a los deseos, claramente expresados, de un maestro de lenguas extranjeras, que, aunque
enseñaba materias modernas, empleaba métodos anticuados para explicar sus lecciones. Esta impuesta familiaridad con
una lengua comercial importante fue lo que empujó a Abbleway, años después, a ir a tierras extranjeras donde era
menos sencillo protegerse de las aventuras que en la ordenada atmósfera de una ciudad rural inglesa. La empresa para la
que trabajaba creyó conveniente enviarle un día a una prosaica misión de negocios a la lejana ciudad de Viena y, una
vez allí, le hicieron quedarse, ocupado en monótonos asuntos comerciales, pero con la posibilidad de romances y
aventuras, o incluso infortunios, al alcance de la mano. Sin embargo,
después de dos años y medio de exilio, John James Abbleway sólo se embarcó en una azarosa empresa, de una
naturaleza que, seguramente, le habría sobrevenido tarde o temprano si hubiera llevado una existencia casera y entre
algodones en Dorking 0 en Huntingdon. Se enamoró plácidamente de una muchacha inglesa plácidamente encantadora,
hermana de uno de sus colegas comerciales, que estaba ampliando sus conocimientos con un viaje corto por el
extranjero, y a su debido tiempo fue formalmente aceptado como el joven al que estaba comprometida. El siguiente
paso mediante el cual ella se había
había de convertir en la señora de John A Abbleway
bbleway fue el que tuvo lugar, doce mese
mesess
después, en una ciudad del centro de Inglaterra, por lo que la empresa que había contratado a John James ya no
necesitaría más su presencia en la capital austriaca.
A principios de abril, dos meses después de la confirmación de Abbleway como el joven con el que la señorita Penning
estaba comprometida, recibió una carta escrita por ella desde Venecia. Segula peregrinando bajo el ala de su hermano y,
como los últimos negocios le llevarían a pasar uno o dos días en Fiume, se le ocurrió la idea de que sería divertido que
John pudiera obtener un permiso y desplazarse a la costa adriática para encontrarse con ellos. Ella había buscado la ruta
en el mapa y parecía que el viaje no era muy caro. Entre las líneas de su carta se escondía la idea de que si ella le
importaba realmente...
Abbleway consiguió el permiso y añadió a las aventuras de su vida un viaje a Fiume. Salió de Viena en un día frío y
triste. Las floristerías estaban llenas de flores de primavera y los semanarios de humor ilustrado repletos de temas
primaverales, pero los cielos estaban
estaban cubiertos de nubes que parec
parecían
ían una tela de algodón que hubiera estado eexpuesta
xpuesta
demasiado tiempo en un escaparate.
-Va a nevar --dijo el funcionario de tren a los de la estación, quienes estuvieron de acuerdo en que iba a nevar.
Y nevó, rápida y abundantemente. El tren no había recorrido todavía una hora de trayecto cuando las nubes de algodón
comenzaron a disolverse en un cegador chaparrón de copos de nieve. Los árboles de los bosques a ambos lados de la vía
quedaron cubiertos rápidamente por un gran manto blanco, los cables del telégrafo se convirtieron en gruesas cuerdas
relucientes, la propia vía del tren se iba quedando cada vez más enterrada bajo una alfombra de nieve a través de la cual,
la máquina, no muy potente, seguía su camino cada vez con más dificultad. La línea Viena-Fiume no es ni mucho
menos la mejor equipada de la compañía ferroviaria austríaca y Abbleway comenzó a temer seriamente que se averiara.
El tren redujo su velocidad a un ritmo más precario y angustioso, y de pronto se detuvo en un lugar en el que la nieve
amontonada se había acumulado en una imponente barrera. La máquina hizo un esfuerzo especial y atravesó el
obstáculo, pero al cabo de veinte minutos volvió a detenerse. Repitió el proceso de abrirse camino y el tren reanudó su
marcha con tenacidad, encontrando y superando nuevos impedimentos a intervalos frecuentes. Después de una parada
de duración inusualmente larga ante un montón de nieve de excepcional tamaño, el vagón en el que se encontraba
sentado Abbleway sufrió una enorme sacudida y un bandazo, y después pareció detenerse. No había duda de que no se
movía, incluso pudo oír el jadeo de la máquina y el lento chirrido y traqueteo de las ruedas. El jadeo y el chirrido se
fueron debilitando, como si se fueran desvaneciendo en la distancia. De repente, Abbleway soltó una exclamación de
escandalizada alarma, abrió la ventana y miró a través de la tormenta de nieve. Los copos de nieve caían sobre sus
pestañas y le enturbiaban la vista,
vista, pero vio lo suficiente para darse cuen
cuenta
ta de lo que estaba pasando. L
Laa máquina había
hecho un increíble esfuerzo para cruzar el montón de nieve y lo había conseguido, librándose de la carga de su último
vagón, cuyo enganche se había soltado por la tensión. Abbleway estaba solo, o casi solo, en un vagón de ferrocarril
abandonado en el corazón de algún bosque estirio o croata. Recordó haber visto, en el compartimento de tercera clase
que estaba al lado del suyo, a una campesina que había subido al tren en un pequeño apeadero.
-Con excepción de esa mujer -exclamó de forma dramática para sí mismo- los seres vivos más cercanos serán,
probablemente, alguna manada de lobos. lobos.
Antes de dirigirse hacia el compartimento de tercera clase para poner al corriente a su compañera de viaje del alcance
del desastre, Abbleway meditó apresuradamente acerca de la cuestión de la nacionalidad de la mujer. Durante su
residencia en Viena, había adquirido algunos conocimientos superficiales de las lenguas eslavas y se sintió competente
para enfrentarse con las distintas posibilidades
posibilidades raciales.
-Si es croata, servia o bosnia podré darme a entender -se prometió a sí mismo-, pero si es magiar, qué el cielo me
ayude!, tendremos que conversar solamente mediante signos.
Entró en el compartimento e hizo una declaración de suma importancia, con el mejor croata del que era capaz.
-, El tren se ha soltado y nos ha abandonado!
La mujer movió la cabeza con un gesto que podría interpretarse como de resignación ante la voluntad de los cielos, pero
que probablemente sig
nificaba incomprensión. Abbleway repitió su información con variaciones de las lenguas eslavas y generosas
exhibiciones de pantomima.
-Ah -dijo la mujer, finalmente, en un dialecto alemán-. Se ha ido el tren? Nos han abandonado. Ya veo.
Parecía tan interesada en ello como si Abbleway le hubiera explicado el resultado de las elecciones municipales en
Amsterdam.
-Se darán cuenta en alguna estación y cuando la vía no esté cubierta de nieve enviarán alguna máquina. A veces ocurre.
-Podemos pasar toda la noche aquí! -exclamó Abbleway.
La mujer parecía corno si lo creyera posible.
-Hay lobos por estos parajes? -preguntó en seguida Abbleway.
-Muchos -respondió la mujer
Justo en las afueras de este bosque, devoraron a mi tía hace tres años, cuando volvía a casa del mercado. También se
comieron al caballo y al cerdito que llevaba en el carro. El caballo era muy viejo, pero el cerdito era precioso, oh, tan
gordo. Lloré cuando oí lo que ocurrio. No dejaron nada.
-Pueden atacarnos aquí -dijo Abbleway tembloroso-. Podrían entrar fácilmente, estos compartimentos están hechos
corno de astillas. Podemos ser devorados.
-Usted quizá -dijo la mujer calmadamente-, pero yo no.
-Por qué usted no? -preguntó Abbleway-
-Hoy es el día de Santa María Kleofa, mi onomástica. Ella no permitirá que los lobos me coman en su día. No cabe
pensar en tal cosa. Usted sí,
sí, pero yo no.
Abbleway cambió de tema.
-Sólo estamos en la tarde,
t arde, si nos quedamos aquí hasta mañana por la mañana pasaremos hambre.
-Aquí tengo algunos buenos alimentos -dijo tranquilamente la mujer-. Es normal que lleve provisiones conmigo el día
de mi fiesta. Tengo cinco buenas salchichas, en las tiendas de la ciudad cuestan veinticinco centavos cada una. En esas
tiendas las cosas son más caras.
-Le daré cincuenta centavos por cada una si me da un par de ellas -dijo Abbleway con cierto entusiasmo.
-En un accidente ferroviario las cosas se encarecen mucho -dijo la mujer-. Estas salchichas van a cuatro coronas cada
una.
-Cuatro coronas! -exclamó Abbleway-. Cuatro coronas por una salchicha!
-No podrá conseguirlas más baratas en este tren -dijo la mujer con una lógica implacable-, porque no hay otras. En
Agram puede comprarlas más baratas y en el Paraíso no hay duda de que nos las darán por nada, pero aquí valen cuatro
coronas cada una. Tengo un pequeño pedazo de queso Emmental, un pastel de miel y un trozo de pan que también se lo
ofrezco. Esto costará tres coronas más, once en total. Tengo un trozo de jamón, pero no puedo ofrecérselo el día de mi
santo.
Abbleway se preguntaba a qué precio le habría puesto al jamón y se apresuró a pagarle las once coronas antes de que su
tarifa de emergencia se convirtiera en una tarifa de hambre. Mientras tomaba posesión de su modesta provisión de
víveres, de repente, oyó un ruido que hizo palpitar violentamente a su corazón con un espantoso arrebato de miedo. Era
como si algún animal o animales arañaran y se arrastraran, como si-intentaran subir al estribo. En otro momento, a
través del cristal lleno de nieve de la ventanilla del compartimento, vio una cabeza delgada con orejas puntiagudas,
mandíbula abierta, lengua colgante y dientes relucientes; un segundo después apareció otra cabeza.
-Los hay a centenares -susurró Abbleway-. Nos han olido. Van a hacer pedazos el vagón. Nos van a devorar.
-A mí no, en el día de mi onomástica. Santa María Kleofa no lo permitiría -dijo la mujer con una calma irritante.
Las cabezas desaparecieron de la ventanilla y un inexplicable silencio envolvió el vagón asediado. Abbleway no
hablaba ni se movía. Quizá las bestias no habían visto u olfateado claramente a los seres humanos que ocupaban el
vagón y se habían ido en busca de otra misión de rapiña.
Los largos minutos de tortura pasaban lentamente.
-Cada vez hace más frío -dijo de repente la mujer, dirigiéndose hacia el final del vagón, por donde habían aparecido las
cabezas-. El aparato de calefacción ya no funciona. Mire, hacia allí, tras los árboles, hay una chimenea que humea. No
está muy lejos y ya casi no nieva. Encontraré un camino por el bosque que me lleve a esa casa de la chimenea.
-Pero los lobos! -exclamó Abbleway-. Pueden...
-No en el día de mi onomástica -dijo la mujer obstinadamente y, antes de que él hubiera podido detenerla, ella ya había
abierto la puerta y descendido a la nieve. Un momento después, él se ocultó el rostro entre las manos. Dos siluetas
delgadas y encorvadas se precipitaron sobre ella desde el bosque. No había duda de que se lo había buscado, pero
Abbleway no deseaba ver cómo descuartizaban y devoraban a un ser humano delante de sus ojos.
Pero cuando al final miró, se apoderó de él una nueva sensación de asombro escandalizado. Había -sido educado
rígidamente en una pequeña ciudad -inglesa y no estaba preparado para ser testigo de un milagro. Lo peor que hacían
los lobos era empaparla de nieve cuando brincaban a su alrededor.
Un ladrido corto y alegre reveló la clave de la situación.
-Son perros? -gritó él débilmente.
-Sí, los perros de mi primo Karl -respondió ella-. Ésa es su posada, tras los árboles. Sabia que estaba allí, pero no quería
llevarle, él es siempre muy avaricioso con los extranjeros. Pero cada vez hace más frío para quedarse en el tren. Ah,
mire lo que se acerca!
Sonó un silbato y apareció una máquina de asistencia, abriéndose camino por la nieve con dificultad. Abbleway no tuvo
la oportunidad de comprobar si Karl era realmente avaricioso.
<SALTO DE FICHERO>
EL MÉTODO SCHARTZ-METTERKLUME.
Lady Carlotta salió al andén de la pequeña estación y se dio uno o dos paseos por la aburrida superficie para matar el
tiempo hasta que el tren quisiera reanudar su camino. Entonces, en la carretera cercana, vio un caballo que luchaba con
una carga más que grande y un carretero de esos que parecen guardar un odio resentido hacia el animal que les ayuda a
ganarse la vida. Lady Carlotta se dirigió inmediatamente hacia la carretera y le dio un nuevo cariz a la lucha. Algunos
de sus conocidos solían darle numeroso consejos respecto a lo poco deseable que es interferir en favor de un animal
afligido, al considerarse que tal interferencia no era asunto suyo. Sólo puso en práctica una vez la doctrina de la no
interferencia, cuando una de las exponentes más elocuentes de la doctrina se vio asediada por un cerdo colérico, durante
casi tres horas, en un arbusto pequeño y extremadamente incómodo, mientras que lady Carlotta, al otro lado de la valla,
seguía con la acuarela que estaba pintando y se negaba a interferir entre el cerdo y su prisionera. Es de temer que
perdiera la amistad de la dama finalmente
finalmente rescatada. En esta ocasión ssólo
ólo perdió el tren, el cual mostró el primer signo
de impaciencia de todo el viaje y partió sin ella. Soportó la deserción con filosófica indiferencia; sus amigos y parientes
estaban muy acostumbrados al hecho de que su equipaje llegara sin ella. Telegrafió a su destino un mensaje vago y no
comprometido para decir que iba a llegar en otro tren. Antes de tener tiempo de pensar cuál sería su siguiente
movimiento, se vio frente a una dama imponentemente vestida que parecía estar realizando un prolongado inventario
mental de su ropa y aspecto.
-Usted debe ser la señorita Hope, la institutriz a la que vengo a recibir -dijo la aparición en un tono que admitía pocas
discusiones.
-Muy bien, si debo serlo, debo serlo -se dijo lady Carlotta con peligrosa docilidad.
-Soy la señora Quabarl -continuó la damaDónde está su equipaje?
-Se ha extraviado -respondió la supuesta institutriz adhiriéndose a esa excelente regla de la vida que dice que los
culpables siempre son los ausentes, pues el equipaje se había comportado con perfecta corrección-. Acabo de telegrafiar
por él -añadió, aproximándose a la verdad.
verdad.
-Qué irritante! --dijo la señora Quabarl-. Estas compañías ferroviarias son tan descuidadas. Sin embargo, mi doncella
podrá prestarle algunas cosas para
para esta noche
Y se dirigieron hacia el carruaje.
Durante el viaje hacia la mansión de los Qua barl, inició a lady Carlotta de modo contundente en la naturaleza del cargo
que se le había confia, do. Supo que Claude y Wilfrid eran unos jóvenes delicados y sensibles, que Irene tenía el
temperamento artístico muy desarrollado y que Viola era, más o menos, de un molde que ocupaba un lugar común entre
los niños de aquella clase y tipo en el siglo xx.
-No sólo deseo que sean instruidos -dijo la señora Quabarl-, sino que se interesen por lo que. aprenden. En sus lecciones
de historia, por ejem plo, debe intentar que sientan que se les presentan las historias de las vidas de los hombres y
mujeres que vivieron de verdad y no simplemente entregarles un cúmulo de nombres y fechas para que las memoricen.
Respecto al francés, naturalmente, espero que lo hable durante las horas de las comidas varios días a la semana.
-Les hablaré en francés cuatro días a la semana y en ruso los tres restantes.
-Ruso? Mi querida señorita Hope, nadie en la casa habla o entiende ruso.
-No me molesta lo más mínimo -dijo lady Carlotta fríamente.
A la señora Quabarl, usando una expresión coloquial, se le bajaron los humos. Era una de esas personas de poca
seguridad en sí mismas, que son magníficas y autocráticas mientras nadie se oponga a ellas seriamente. A la menor
muestra de resistencia inesperada se quedan intimidadas y se deshacen en disculpas. Cuando la nueva institutriz se
equivocó al no expresar una enorme admiración por el coche grande, recién comprado y caro, y aludió ligeramente a las
ventajas superiores de una o dos marcas que acababan de salir al mercado, la frustración de su patrona llegó a ser casi
abyecta. Sus sentimientos eran semejante a los que podría haber sentido un general de la Antigüedad al contemplar
cómo su elefante de batalla más pesado era expulsado del campo, ignominiosamente, por honderos y lanzadores de
jabalina.
Aquella noche, durante la cena, aunque con el apoyo de su marido, el cual solía duplicar las opiniones de ella y le
ofrecía, generalmente, soporte moral, la señora Quabarl no recuperó el terreno perdido. La institutriz no sólo se sirvió
vino en abundancia, sino que siguió adelante con una muestra considerable de conocimiento crítico sobre varios asuntos
de vendimias, respecto de los cuales los Quabarl no podían pasar por autoridades. Las institutrices anteriores habían
limitado su conversación sobre el tema del vino a una respetuosa e indudable manifestación de sincera preferencia por
el agua. Cuando ésta se aventuró a recomendar una marca de vino con la que uno no podía equivocarse demasiado, la
señora Quabarl pensó
que era el momento de conducir la conversación hacia los canales más habituales.
-Nos han llegado referencias suyas muy satisfactorias del canónigo Teep -observó la señora Quabarl-, a mi parecer un
hombre muy estimable.
-Bebe como un pez y pega a su esposa; por lo demás, es un personaje adorable -dijo la institutriz imperturbablemente.
-Mi querida señorita Hope! Espero que esté exagerando -exclamaron los Quabarl al unísono.
-Se debe admitir, con justicia, que hay algo de provocación -continuó la cuentista-: la señora Teep es la jugadora de
bridge más irritante con la que me he sentado
sentado nunca; sus indicacione
indicacioness y declaraciones harían comprensible una cierta
brutalidad de su compañero, pero empaparla
empaparla con el contenido del único sifón de la ccasa
asa un domingo por la tarde,
cuando no se puede conseguir otro, muestra una indiferencia hacia el bienestar de los demás que no puedo pasar por
alto. Quizá piensen que me precipito con mis juicios, pero prácticamente me marché por el incidente con el sifón.
-Ya hablaremos de eso en otro momento -dijo en seguida la señora Quabarl.
-No volveré a hacer alusión a este tema -afirmó la institutriz con decisión.
El señor Quabarl desvió el tema preguntando a la nueva institutriz con qué estudios se había propuesto comenzar la
mañana siguiente.
-Historia, para empezar -le informó.
-Ah, historia -contestó él sabiamente-. ra, cuando les enseñe historia, debe tener cuidado de que se interesen por lo que
aprenden. Debe hacer que sientan que se les está presentando la historia de las vidas de hombres y mujeres que
existieron realmente...
-Ya le he dicho todo eso -interrumpió la señora Quabarl.
-Enseño historia con el método Schartz-Metterklume -dijo la institutriz orgullosamente.
-Ah, sí -respondieron, pensando que era conveniente reflejar su conocimiento, al menos, del nombre.
-Qué estáis haciendo ahí, niños? -preguntó la señora Quabarl a la mañana siguiente al encontrarse a Irene sentada en la
parte de arriba de las escaleras,
escaleras, algo afligida mientras que su hermana eestaba
staba subida, en una actitud de triste
incomodidad, en el asiento de la ventana que había detrás de ella, con una alfombra de piel de lobo que casi la cubría.
-Nos están dando una lección de historia -fue la inesperada respuesta-. Se supone que yo soy Roma y Viola, allí arriba,
es la loba; no una loba de verdad, sino la figura de una que los romanos solían estimar por.. he olvidado por qué. Claude
y Wilfrid han ido a buscar a las pobretonas.
-A las pobretonas?
-Sí, tenían que conseguirlas. Ellos no querían, pero la señorita Hope cogió uno de los látigos de cinco puntas de papá y
dijo que les daría nueve azotes si no lo hacían, así que han ido.
Un grito fuerte y enojado procedente del prado condujo a la señora Quabarl a toda prisa hacia allí, temerosa de que la
amenaza de castigo pudiera estar infligiéndose. Sin embargo, el alboroto provenía, principalmente, de las dos hijas
pequeñas del guarda, que estaban
estaban siendo arrastradas y empujada
empujadass hacia la casa por los jadea
jadeantes
ntes y despeinados Wilfred
y Claude, cuya tarea era incluso más ardua por los ataques incesantes, aunque no muy efectivos, del hermano pequeño
de las damas capturadas. La institutriz, con el látigo en mano, estaba sentada negligentemente en la balustrada de
piedra, presidiendo la escena con la fría imparcialidad de una Diosa de la B Batallas.
atallas. Las hijas del guarda ele
elevaban
vaban un
coro furioso y repetitivo de Se lo diré a mi madre, pero su madre, que era dura de oído, estaba totalmente absorta en su
colada. Después de una mirada aprensiva hacia la casa del guarda (la buena mujer estaba dotada con el temperamento
altamente militante que es a veces el privilegio de la sordera), la señora Quabarl voló, indignada, al rescate de las
luchadoras prisioneras.
-Wilfrid! Claude! Soltad en seguida a esas niñas. Señorita Hope, qué significa esta escena?
-Historia romana antigua; las Sabinas, no lo conoce? Es el método Schartz-Metterklume para hacer que los niños
entiendan la historia representándola ellos mismos; la fija en su memoria, ya sabe. Naturalmente, gracias a su
interrupción, si sus hijos van por la vida pensando que las Sabinas finalmente escaparon, en realidad no puedo hacerme
responsable.
Quizá sea usted muy lista y moderna, señorita Hope -dijo firmemente la señora Quabarl-, pero me gustaría que se
marchara de aquí en el próximo tren. Le enviaremos su equipaje en cuanto llegue.
-En realidad, no sé dónde me encontraré en los próximos días -dijo la institutriz de jóvenes despedida-. Podría guardar
mi equipaje hasta que le mande la dirección. Son sólo un par de baúles, unos palos de golf y un cachorro de leopardo.
-Un cachorro de leopardo! -exclamó la señora Quabarl.
Incluso en su partida, aquella extraordinaria persona parecía destinada a dejar tras ella un rastro de confusión.
-Bueno, más bien lo que queda de lo que fue un cachorro; ya ha crecido bastante. Una gallina cada día y un conejo los
domingos es lo que suele comer. La ternera cruda le excita demasiado. No se preocupe en pedir el coche para mí,
prefiero ir caminado.
Y lady Carlotta salió caminando del horizonte de los Quabarl.
La llegada de la verdadera señorita Hope, que se equivocó en el día en que tenía que llegar, causó una confusión que
aquella buena dama no estaba acostumbrada a suscitar. Obviamente, la familia Quabarl había sido lamentablemente
engañada, pero un cierto alivio acompañó a ese conocimiento.
-Qué molesto debe de haber sido para ti, querida Carlotta! --dijo su anfitriona cuando la invitada retrasada llegó, al fin-.
Qué molesto perder el tren y tener que pasar la noche en un lugar extraño!
-Oh no querida -dijo lady Carlotta-. No ha sido molesto en absoluto... para mí.
<SALTO DE FICHERO>
EL SOÑADOR.
Era la temporada de rebajas. El augusto establecimiento de Walpurgis and Nettlepink rebajó sus precios durante una
semana entera como una concesión a las prácticas comerciales, como una archiduquesa que pudiera contraer,
protestando, una gripe por la insatisfactoria
insatisfactoria razón de que esta gripe se había eextendido
xtendido localmente. Adela Chemping,
que en cierta medida se consideraba por encima de los encantos de unas rebajas ordinarias, decidió acudir a la semana
de rebajas de Walpurgis and Nettlepink.
-No soy una cazadora de rebajas -dijo-. Pero me gusta ir a los lugares donde las hagan.
Lo cual mostraba que, bajo la apariencia de un carácter fuerte, fluía una graciosa corriente subterránea de debilidad
humana.
Con el propósito de proporcionarse un acompañante masculino, la señora Chemping invitó a su sobrino más joven para
que la acompañara en su primer día de expedición de compras, con el atractivo adicional de una sesión de cine y la
perspectiva de un ligero refresco. Puesto que
que Cyprian todavía no había cumplido los diedieciocho
ciocho años, ella espera
esperaba
ba que
todavía no hubiera alcanzado esa ctapa del desarrollo masculino en la que llevar paquetes se considera algo aborrecible.
-Espérame fuera de la floristería -le escribió ella- no más tarde de las once.
Cyprian era un muchacho que había llevado con él, a lo largo de su corta vida, la mirada sorprendida de un soñador, los
ojos de aquel que ve cosas que resultan invisibles para los mortales ordinarios y reviste las cosas comunes de este
mundo con cualidades insospechadas por el pueblo más llano: los ojos de un poeta o de un agente inmobiliario. Iba
vestido con sencillez: esa sencillez que a menudo acompaña a los adolescentes jóvenes y que normalmente se atribuye,
según los novelistas, a la influencia de una madre viuda. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, liso como la hoja de un
alga, dividido por un estrecho surco que apenas llegaba a ser una ralla. Su tía se percató especialmente de esa parte de
su aseo cuando se encontraron en el lugar donde le había citado, porque él la esperaba de pie y con la cabeza
descubierta.
-Dónde está tu sombrero? -preguntó ella.
-No lo he traído -respondió él.
<SALTO DE FICHERO>
EL TIGRE DE LA SEÑORA PACKLETIDE.
PACKLETIDE.
La señora Packletide tenía la voluntad e intención de disparar a un tigre. No fue porque el ansia de matar le hubiera
aparecido de golpe, ni por sentir que iba a dejar la India más sana y salva de como la encontró con una pieza menos de
animal salvaje por millón de habitantes. El motivo compulsivo de su repentina desviación hacia los pasos de Nimrod
fue el hecho de que, recientemente, a Loona Bimberton la había llevado en un avión, a lo largo de dieciocho kilómetros,
un aviador argelino, y no se hablaba de otra cosa; lo único que podía contrarrestar con éxito este tipo de
acontecimientos era una piel de tigre obtenida personalmente y un buen montón de fotografías de prensa. La señora
Packletide ya había organizado, mentalmente, el almuerzo que ofrecerla en su casa de la calle Curzon, en apariencia en
honor de Loona Bimberton con la piel de un tigre ocupando el primer plano y la mayor parte de la conversación.
También había diseñado, mentalmente, el broche de garra de tigre que iba a regalarle a Loona Bimberton en su próximo
cumpleaños. La señora Packletide era una excepción en un mundo que se supone que está principalmente influenciado
por el hambre y el amor; sus movimientos e intenciones estaban dirigidos, en ggran ran parte, por su antipatía- hacia Loona
Bimberton.
Las circunstancias fueron propicias. La señora Packletide había ofrecido mil rupias por tener la oportunidad de disparar
a un tigre sin demasiado riesgo o esfuerzo. Así pues, ocurrió que una aldea vecina pudo alardear de ser el lugar
predilecto al que acudía un animal de antecedentes
antecedentes respetables
respetables,, a quien las crecientes enfermedades
enfermedades propias de la edad
le habían llevado a abandonar el juego de matar y saciar su apetito con los animales domésticos más pequeños. La
perspectiva de ganar las mil rupias había
había estimulado el instinto deportivo y come
comercial
rcial de los habitantes de la alde
aldea.
a.
Enviaban a los niños, noche y día, a las afueras de la selva para que condujeran al tigre de vuelta al acontecimiento
improbable de tratar de vagar en busca de nuevas tierras de caza, y soltaban las cabras de la clase más barata con una
cuidadosa despreocupación para mantenerle satisfecho con sus presas actuales. Su única gran obsesión era que no
muriera de viejo antes de la fecha establecida para el disparo por la mujer casada. Las madres que llevaban a sus hijos a
casa a través de la selva, después del día de trabajo en los campos, silenciaban sus cantos por miedo a interrumpir el
sosegado sueño del venerado ladrón de rebaños.
La gran noche llegó a su debido tiempo, con luz de luna y sin nubes. Se construyó una plataforma en un árbol cómodo y
convenientemente situado y, justo después, la señora Packletide y su compañera asalariada, la señorita Mebbin, se
agacharon. Ataron una cabra, dotada de un balido particularmente persistente, de esos que sería razonable esperar que
un tigre medio sordo pudiera oír en una noche tranquila desde una distancia adecuada. Con un rifle cuidadosamente
apuntado y haciendo solitarios con una baraja del tamaño de una uña del pulgar, las deportistas esperaron la llegada de
la presa. -Supongo que estamos en peligro --dijo la señorita Mebbin.
En realidad, no estaba nerviosa por la bestia salvaje, pero tenía una mórbida aprensión por excederse en un átomo del
servicio por el que la habían pagado.
-Tonterías! -dijo la señora Packletide-, es un tigre muy viejo. No podría levantarse y venir aquí aunque quisiera.
-Si es un tigre viejo creo que usted debería comprarlo más barato. Mil rupias es mucho dinero.
Louisa Mebbin adoptaba una actitud de protectora hermana mayor hacia el dinero, en general, sin tener en cuenta la
nacionalidad o la denominación. Su enérgica intervención evitó el despilfarro de muchos rublos en las propinas de
cierto hotel de Moscú, y los francos y los céntimos se aferraban a ella de forma instintiva bajo circunstancias en las que
hubieran escapado precipitadamente en otras manos menos receptivas. Sus especulaciones en lo que se refiere a la
desvalorización del mercado de restos de tigre se redujeron a causa de la entrada en escena del mismo animal. En
cuanto el tigre vio la cabra atada, se echó al suelo, dando no tanto la impresión de desear tomar ventaja de toda
oportunidad disponible cuanto de tener el propósito de tomarse un corto descanso antes de iniciar el gran ataque.
-Creo que está enfermo --dijo Louisa Mebbin en voz alta y en indostánico, en beneficio del jefe de la aldea, que estaba a
punto para la emboscada en un árbol vecino.
vecino.
-Chist! -dijo la señora Packletide, y en ese momento el tigre empezó a deambular alrededor de su víctima.
-Ahora, ahora! -incitó la señorita Mebbin algo excitada-. Si no toca la cabra no tendremos que pagar por ella. -El cebo
era un extra.
El rifle se disparó con una fuerte detonación y la gran bestia parda saltó hacia un lado y después se derrumbó con la
tranquilidad de la muerte. En un momento, una multitud de nativos inundó la escena y sus gritos llevaron velozmente la
alegre noticia a la aldea, donde unos fuertes golpes de tam-tam elevaron los cantos de victoria. Y el triunfo y el regocijo
de aquellos hombres encontraron un eco en el corazón de la señora Packletide; aquel almuerzo de la calle Curzon ya
<SALTO DE FICHERO>
EL TRASTERO.
Iban a llevar a los niños, como un regalo especial, a los arenales de Jagborough. Nicholas no iba a estar en la fiesta,
estaba castigado. Aquella mañana se había negado a comerse el tan saludable pan con leche, por el motivo
aparentemente frívolo de que había una rana en su interior. Personas mayores, mejores y más sabias, le habían dicho
que no era posible que hubiera una rana en su pan con leche y que no dijera más tonterías. Sin embargo, siguió diciendo
lo que parecían las mayores tonterías y describió, con mucho detalle, la coloración y las marcas de la supuesta rana. Lo
dramático del incidente era que realmente había una rana en el cuenco de leche con pan de Nicholas, él mismo la había
puesto allí, así que se sentía con derecho a saberlo. El pecado de ccoger
oger una rana del jardín y ponerla en el saludab
saludable
le
cuenco de pan con leche se consideró muy grave, pero el hecho que sobresalía más claramente de todo el asunto, tal y
como le pareció a Nicholas, era que las personas mayores, mejores y más sabias, habían demostrado estar
completamente equivocadas en asuntos sobre los que habían expresado la mayor seguridad.
-Diiísteis que no era posible que hubiera una rana en mi pan con leche, pero la había -repetía con la insistencia de un
técnico en táctica que pretendía no apartarse de un terreno favorable.
Así que, su primo, su prima y su bastante aburrido hermano menor iban a ir, aquella tarde, a los arenales de Jagborough
y él se iba a quedar en casa. La tía de sus primos, que insistía, por una injustificada extensión de la imaginación, en
considerarse también tía suya, había organizado rápidamente la expedición a Jagborough para impresionar a Nicholas
con los placeres que se iba a perder como castigo por su vergonzosa conducta durante el desayuno. Tenía por
costumbre, siempre que alguno de los niños era castigado, improvisar algo de naturaleza festiva de lo que el ofensor
quedaba rigurosamente excluido. Si todos los niños pecaban de forma colectiva, se les anunciaba en seguida que había
un circo en la ciudad vecina, un circo de fama sin rival e incontables elefantes, al que, si no hubiera sido por su acto
depravado, les habrían llevado ese mismo día.
Cuando llegó el momento de la partida de la expedición, se esperaba que Nicholas derramara algunas lágrimas
decorosas. Pero, de hecho, todo el llanto lo produjo su prima porque se había hecho bastante daño arañándose la rodilla
con el escalón del carruaje al subir.
-Cómo aullaba -dijo Nicholas alegremente, ya que la fiesta partió sin el regocijo de los espíritus elevados que debería
haberla caracterizado.
-Pronto se le pasará -dijo la autoproclamada tía-. Va a ser una tarde gloriosa para correr por esos hermosos arenales.
Cuánto van a disfrutar!
-Bobby no disfrutará demasiado ni tampoco correrá demasiado -dijo Nicholas con una sonrisa entre dientes-. Las botas
le hacen daño, le van demasiado apretadas.
-Por qué no me ha dicho que le hacen daño? -preguntó la tía ásperamente.
-Se lo ha dicho dos veces, pero no le escuchaba. A menudo no nos escucha cuando le decimos cosas importantes.
No puedes ir al jardín de los groselleros
groselleros -dijo la ti cambiando de tema.
-Por qué no? -preguntó Nicholas.
-Porque estás
Nicholas castigado
no admitió -dijo la tía del
la perfección conrazonamiento,
arrogancia.
razona miento, se veía totalmente cap
capazaz de estar castigado y en un jardín de los
groselleros al mismo tiempo. Su rostro adoptó una expresión de considerable obstinación. A la tía le quedó claro que
estaba decidido a ir a ese jardín, tal y como ella se dijo, Sólo porque le he dicho que no lo haga.
El jardín de los groselleros tenía dos puertas por las que se podía acceder, y alguien pequeño, como Nicholas, podía
adentrarse y desaparecer de vista entre las crecidas plantas de alcachofa, los frambuesos y los arbustos frutales. Aquella
tarde, la tía tenía muchas otras cosas que hacer, pero dedicó una o dos horas a tareas triviales de jardinería, entre los
lechos de flores y los matorrales, desde donde podía vigilar con un ojo las dos puertas que daban acceso al interior del
paraíso prohibido. Era una mujer de pocas ideas ideas pero con un inmenso poder de conceconcentración.
ntración.
Nicholas realizó una o dos salidas
salidas al jardín delantero, abriéndose cacamino
mino con una clara y sigilosa determinac
determinación
ión hacia
una puerta o la otra, pero, de momento, sin poder evadir la mirada atenta de la tia. De hecho, no tenía intención de
intentar entrar en el jardín de los groselleros, pero le era muy conveniente hacer que su tía así lo creyera; era un
pensamiento que la mantendría en el deber deber de centinela que se había impue
impuestosto durante la mayor parte de la tarde. Una
vez confirmadas y reforzadas por completo las sospechas de la tía, Nicholas entró en casa y, rápidamente, llevó a cabo
un plan de acción que llevaba tiempo incubando en su pensamiento. Subiéndose de pie sobre una silla de la biblioteca,
se podía alcanzar un estante en el que había una llave gruesa y que parecía ser importante. La llave era tan importante
como parecía: era el instrumento que guardaba los misterios del trastero, protegidos de cualquier intromisión no
autorizada y que sólo abría camino a las tías y a las personas con privilegios semejantes. Nicholas no tenía mucha
experiencia en el arte de introducir llaves en cerraduras y de abrir puertas, pero, durante unos días, había practicado con
la llave de la puerta del aula del colegio; no confiaba demasiado en la suerte ni en la casualidad. La llave giró con
dificultad dentro de la cerradura, pero giró. La puerta se abrió y Nicholas se halló en una tierra desconocida; comparado
con ella, el jardín de los groselleros era una satisfacción anticuada, un mero placer material.
Nicholas había imaginado, una y otra vez, vez, cómo podía ser el trastero, esa re
región
gión tan cuidadosamente resguarda
resguardada
da de los
ojos de la juventud y respecto a la cual nunca se respondían preguntas. Estaba a a altura de sus expectativas.
En primer lugar, era un lugar espacioso y oscuro, ya que su única fuente de luz era una ventana alta que daba al jardín
prohibido. En segundo lugar, era un almacén de tesorostesoros inimaginables. La tía por asign
asignación
ación era una de esas persona
personass
que piensan que las cosas se estropean por el uso y las confían al polvo y a la humedad para que se conserven. Las
partes de la casa mejor conocidas
conocidas por Nicholas eran más bien vacías
vacías y tristes, pero aquí había cosas maravillosas para
que la mirada pudiera disfrutarlas. Primero había un pedazo de tapiz con un bastidor que, evidentemente, había sido
creado para ser una pantalla de chimenea. Para Nicholas era una historia viva, que todavía respiraba. Se sentó sobre
unos tapices indios enrollados que resplandecían con maravillosos colores bajo una capa de polvo y se fijó en todos los
detalles de la imagen del tapiz. Un hombre, vestido con su uniforme de caza de algún periodo remoto, acababa de
atravesar un ciervo con una flecha; podía no haber sido un tiro difícil porque el animal estaba sólo a uno o dos pasos del
hombre; entre la vegetación espesa y creciente que sugería la imagen, no debió de haber sido difícil acercarse
sigilosamente a un ciervo que estaba comiendo, y los dos perros moteados que se abalanzaban para unirse a la caza
habían sido adiestrados, evidentemente, para mantenerse tras el dueño hasta que se disparase la flecha. Esa parte de la
imagen, aunque interesante, era sencilla, pero había visto el cazador lo que había visto Nicholas, aquellos cuatro lobos
que se acercaban a él galopando a través del bosque? Debía de haber más de cuatro escondidos tras los árboles y, en
cualquier caso, podrían el hombre y sus perTos hacer frente a los cuatro lobos si éstos atacaban? Al hombre sólo le
quedaban dos flechas en su aljaba y podía fallar con una o con las dos; todo lo que se sabía sobre su técnica de disparo
era que podía acertarle a un gran ciervo a una distancia ridículamente corta. Nicholas permaneció sentado durante
muchos minutos analizando las posibilidades de la escena. Se inclinaba a pensar que había más de cuatro lobos y que el
hombre y sus perros se encontraban en un aprieto.
Pero había otros objetos asombrosos e interesantes que requirieron su atención al instante: había unos originales y
retorcidos candelabros con forma de serpiente, y una tetera de porcelana en forma de pato, por cuyo pico abierto se
suponía que salía el té. Qué aburrida y simple parecía la tetera de los niños en comparación con aquélla! Había una caja
tallada de madera de sándalo repleta de algodón aromático, y entre las capas de algodón había figuritas de bronce (toros
con joroba en el cuello, pavos reales y duendes) que era una delicia verlas y cogerlas. Con apariencia menos
prometedora, había un enorme libro cuadrado con la cubierta lisa y negra; Nicholas miró en su iinterior nterior y, he aquí que
estaba llena de dibujos en colores de pájaros. Y vaya pájaros! En el jardín y en los caminos, cuando iba a pasear,
Nicholas se encontraba con algunos
algunos pájaros de los cuales el mámáss grande era alguna urraca ocasiona
ocasionall o alguna paloma
torcaz; aquí había garzas, avutardas, milanos, tucanes, avetoros atigrados, pavos silvestres, ibis, faisanes dorados, toda
una galería de imágenes de criaturas inimaginables. Y mientras admiraba el colorido del pato mandarín e inventaba la
historia de su vida, se oyó la voz de su tía, desde el jardín de los groselleros, que le llamaba a gritos. Su larga
desaparición le parecía sospechosa, y había llegado a la conclusión de que había trepado por encima del muro, tras la
pantalla protectora de arbustos de lilas;
lilas; en ese momento estaba eenfrascada
nfrascada en una búsqueda enérg
enérgica
ica y algo desesperada
entre las plantas de las alcachofas y los groselleros.
Nicholas, Nicholas! -gritó ella-, sal ahora mismo.
mismo. Es inútil que te escondas ahí
ahí;; puedo verte.
Probablemente, fue la primera vez, desde hacia veinte años, que alguien sonreía en aquel trastero.
Entonces, la enojada repetición del nombre de Nicholas dio paso a un chillido' un grito que pedía que alguien acudiera
rápidamente. Nicholas cerró el libro, lo volvió a poner en su lugar cuidadosamente, y sacudió algo de polvo del montón
de periódicos vecinos sobre él. Después, salió de la habitación, cerró la puerta y volvió a dejar la llave exactamente
donde la había encontrado. Su tía seguía llamándole cuando él se paseaba por el jardín delantero.
-Quién
-Yo -se me
oyóllama? -preguntó.
la respuesta desde el otro lado del muro-, no me oías? He estado buscándote por el jardín de los groselleros
y he resbalado en la cisterna del agua de lluvia. Afortunadamente no hay agua dentro, pero los bordes resbalan y no
puedo salir. Trae la escalerilla que está
está debajo del cerezo...
-Me han dicho que no entrara en el jardín de los groselleros -dijo Nicholas al momento.
-Te dije que no entraras, pero ahora te digo que entres -dijo la voz que salía de la cisterna con impaciencia.
-Su voz no suena igual que la de mi tía -objetó Nicholas-. Debe de ser el Diablo, que me tienta a la desobediencia. Mi
tía me dice a menudo que el Diablo me tienta y que yo siempre cedo. Esta vez no voy a ceder.
-No digas tonterías -dijo la prisionera de la cisterna-, ve a coger la escalera.
- -Habrá mermelada de fresa para el té? -preguntó Nicholas inocentemente.
-Seguro que sí -dijo la tía, decidiendo en su fuero interno que Nicholas no la probaría.
-Ahora sé que tú eres el Diablo y no mi tía -gritó Nicholas alegremente-. Cuando ayer le pedimos a la tía mermelada de
fresa, nos dijo que no había Sé que hay cuatro tarros en la despensa, porque los he visto, y, por supuesto, tú sabes, que
están allí, pero ella no lo sabe porque dijo que no había. Diablo, tú mismo te has descubierto!
Había una inusual sensación de placer en poder hablarle a la tía como si se estuviera hablando al Diablo. Pero Nicholas
sabía, con discernimiento infantil, que no se debe abusar de tales placeres. Se alejó ruidosamente y fue una doncella de
la cocina quien, al ir a buscar perejil, acabó rescatando a la tía de la cisterna.
Aquella tarde tomaron el té en un terrible silencio. La marea estaba en su punto más alto cuando los niños llegaron a
Jagborough Cove, así que no había arena en la que jugar; circunstancia que la tía había pasado por alto con las prisas
para organizar la expedición punitiva. LasLas botas apretadas de Bobby provocaro
provocaronn un efecto desastroso en su
comportamiento durante toda la tarde y no se podía decir del todo que los niños hubieran disfrutado. La tía mantenía el
silencio gélido de quien ha sufrido un arresto indigno e inmerecido en una cisterna de agua de lluvia durante treinta y
cinco minutos. En cuanto a Nicholas, también permanecía en silencio, con la concentración del que tiene mucho en qué
pensar. Consideró que era posible queque el cazador pudiera escap
escapar
ar con sus perros mientras los lobos se da
daban
ban un festín
con el ciervo herido.
<SALTO DE FICHERO>
ESMÉ.
-Todas las historias de caza son iguales -dijo Clovis-. Como también son iguales todas las historias de Turf y todas...
-Mi historia de caza no se parece tanto a las que ha oído -dijo la baronesa-. Ocurrió hace poco, cuando yo tenía unos
veintitrés años. Por aquel entonces no vivia separada de mi marido; ya sabe, ninguno de los dos podíamos permitimos
pagar una pensión al otro. A pesar
pesar de lo que diga el proverbio, la pobreza mantiene más hogares
hogares unidos que separados.
separados.
Pero siempre cazamos con distintas partidas. Todo esto no tiene nada que ver con la historia.
-Todavía no hemos llegado al encuentro. Supongo que hubo un encuentro.
-Pues claro que lo hubo -dijo la baronesa-. Toda la multitud habitual estaba allí, especialmente Constance Broddle.
Constance es una de esas muchachas robustas y rubicundas que quedan muy bien en un paisaje otoñal o como motivo
navideño de decoración en una iglesia.
-Tengo el presentimiento de que va a ocurrir algo espantoso -me dijo-. Estoy pálida?
Estaba tan pálida como un tomate que acabara de escuchar malas noticias.
-Tiene un aspecto más hermoso de lo habitual -le dije-, pero eso es muy fácil para usted.
Antes de que ella consiguiera interpretar adecuadamente aquel comentario, tuvimos que volver a la caza: los perros
habían encontrado un zorro que estaba tendido bajo unos arbustos de aulaga.
-Lo sabía -dijo Clovis-. En todas las historias de caza que he oído aparecen un zorro y arbustos de aulaga.
-Constance y yo montábamos bien -continuó la baronesa serenamente- y no tuvimos ninguna dificultad en mantenernos
en primera posición, considerando que fue una carrera tensa. Sin embargo, hacia el final, tuvimos que apartarnos de, la
línea porque perdimos a los perros y nos encontramos cabalgando, con dificultad y sin objetivo, a muchos kilómetros de
cualquier lugar habitado. Era un poco exasperante y empezaba a perder los estribos por momentos cuando, al abrirnos
camino a través de un dúctil seto, nos alegramos ante la visión de los perros que ladraban escandalosamente a un
agujero que estaba justo debajo de nosotros.
-Allí están -gritó Constance y, después, añadió suspirando-: Dios mío! Qué están cazando?
En realidad no era un zorro mortal. En pie, era dos veces más alto, tenía una cabeza pequeña y fea y un cuello
enormemente grueso.
-Es una hiena! -grité-. Debe de haberse escapado del parque de lord Pabham.
En aquel momento, la bestia acorralada se dio la vuelta y se enfrentó a sus perseguidores, y los perros (de los que sólo
había unas seis parejas) permanecieron en pie, formando medio círculo y con aspecto atontado. Evidentemente, se
habían separado del resto de la manada atraídos por el rastro de aquel extraño olor y no estaban muy seguros de cómo
tratar a su presa una vez que la habían conseguido.
La hiena saludó nuestro acercamiento con un alivio evidente y muestras de amistosidad. Probablemente estaba
acostumbrada a la amabilidad de los humanos, mientras que su primera experiencia con una manada de perros de caza
le había causado una mala impresión. Los perros parecían estar más avergonzados que nunca cuando su presa alar-' deó
de su intimidad con nosotras y el débil sonido de un cuerno a lo lejos se aprovechó como una bienvenida señal para una
retirada discreta. Constance, la hiena y yo nos quedamos solas en la creciente oscuridad.
-Qué vamos
Menuda a hacer?
es usted para-preguntó Constance.
hacer preguntas -le respondí.
-Bien, no nos podemos quedar aquí toda la noche con una hiena -dijo ella.
-No sé qué idea tiene usted en cuanto a comodidades -le dije-, pero yo no había pensado en quedarme aquí toda la
noche, ni siquiera sin hiena. Tal vez mi casa no sea muy alegre, pero al menos tiene agua corriente, caliente y fría,
servicio doméstico y otras ventajas que no podremos encontrar aquí. Mejor que nos dirijamos hacia esa hilera de árboles
de la derecha, supongo que la carretera de Crowley está justo detrás.
Salimos al trote, con lentitud, siguiendo un débil rastro de ruedas de carro, con el animal pisándonos los talones
alegremente.
-Qué demonios vamos a hacer con la hiena? -fue la inevitable pregunta.
-Qué hace uno con las hienas, generalmente? -pregunté malhumorada.
-Nunca había tenido nada que ver con ninguna de ellas -dijo Constance.
-Bien, yo tampoco. Si al menos supiéramos su sexo podríamos ponerle un nombre. Quizá podamos llamarla Esmé.
Sirve para ambos sexos.
Todavía teníamos luz suficiente para distinguir los objetos del borde del camino y nuestros espíritus apáticos se
animaron al encontrarnos con un gitanillo medio desnudo que cogía moras de una pequeña zarza. La repentina aparición
de dos mujeres a caballo y una hiena le hizo gritar. En cualquier caso, apenas habríamos obtenido algún dato útil de
geografía proveniente de aquella fuente, pero había la posibilidad de que encontráramos un campamento gitano en
algún lugar a lo largo de nuestra ruta. Seguimos cabalgando esperanzadamente, pero sin ninguna novedad durante algo
así como un kilómetro y medio.
-Me pregunto qué estaba haciendo allí el niño -preguntó Constance en aquel momento.
-Cogía moras. Es evidente.
-No me gusta el modo en que ha gritado -siguió Constance-. No sé por qué, pero ese aullido sigue sonando en mis
oídos.
No regañé a Constance por su imaginación
imaginación morbosa, de hecho, esa mi
misma
sma sensación de ser perse
perseguida
guida por un gemido
persistente e irritante se había ido adueñando
adueñando de mis nervios extenuad
extenuados.
os. Para tener compañía, le grité a Esmé, que ssee
había rezagado un tanto. Se puso a nuestra altura con unos elásticos saltos y, después, nos adelantó a toda velocidad.
Entendimos por qué nos habían acompañado los gemidos. Sus mandíbulas mordían al gitanillo con fuerza y supongo
que causándole gran dolor.
-Cielo santo! -gritó Constance-. Qué vamos a hacer? Qué podemos hacer?
Estoy totalmente segura de que en el juicio final Constance hará más preguntas que cualquiera de los ángeles
examinadores.
Podemos hacer algo? -persistió llorosa, mientras que Esmé iba a medio galope delante de, nuestros cansados caballos.
Yo hacía todo lo que se me ocurría en aquel momento. Vociferaba, reprendía y rogaba, en inglés, en francés y en el
lenguaje propio de un guardabosque; daba latigazos al aire, absurdos y sin ninguna eficacia, con mi fusta de caza sin
tralla; le arrojé al animal mi fiambrera; en realidad no sé qué más podría haber hecho. Todavía seguíamos avanzando
pesadamente a través del crepúsculo,
crepúsculo, que cada vez se hac
hacía
ía más profundo, con aquella figura oscura y tosc
toscaa caminando
con lentitud delante de nosotras, mientras una lúgubre letanía penetraba en nuestros oídos. De repente, Esmé saltó a un
lado y entró en unos arbustos espesos, donde no pudimos seguirle; el gemido se convirtió en un chillido y, después, se
detuvo de golpe. Siempre me apresuro en explicar esta parte de la historia porque es verdaderamente horrible. Cuando
la bestia volvió a unirse a nosotras, después de una ausencia de unos minutos, había en ella un aire de paciente,
comprensión, como si supiera que había hecho algo que nosotras desaprobábamos, pero que creía totalmente
justificable.
-Cómo puede permitir que esta bestia salvaje trote a su lado? -preguntó Constance, que parecía, más que nunca, un
tomate albino.
-En primer lugar, no puedo evitarlo -dije yo-; y, en segundo lugar, sea lo que sea, dudo que en estos momentos esté
hambrienta.
Constance se estremeció.
-Cree que ese pobrecillo ha sufrido mucho? -fue otra sus vanas preguntas. Todos los síntomas mostraban que sí -le dije-.
Por otro lado, naturalmente, debe de haber estado llorando por simple mal genio. A veces los niños lo hacen.
Era ya casi oscuro del todo cuando, de repente, llegamos a la carretera. En ese mismo momento, un destello de luces y
el zumbido de un motor nos pasó por delante alarmantemente cerca. Un segundo después siguió un ruido sordo y un
aullido agudo. El coche se detuvo y cuando llegué a él encontré un hombre joven que se inclinaba sobre una masa
<SALTO DE FICHERO>
LA TORTILLA
TORTILLA BIZANTINA.
BIZANTINA.
Sophie Chattel-Monkheim era socialista por convicción y Chattel-Monkheim por matrimonio. El miembro en particular
de esa adinerada familia con el que se había casado era rico, incluso a la manera que sus parientes contaban la riqueza.
Sophie tenía unos, puntos de vista muy avanzados y decididos en cuanto a la distribución del dinero. Cuando condenaba
elocuentemente los males del capitalismo, en las reuniones de salón y en las conferencias fabianas, era consciente del
cómodo sentimiento de que el sistema, con todas sus desigualdades e iniquinidades, viviría más que ella. Uno de los
consuelos de los reformistas de mediana edad es que el bien que inculcan aparecerá después de su muerte, si es que
aparece.
Una tarde de primavera, hacia la hora de la cena, Sophie estaba sentada plácidamente entre su espejo y su doncella,
sufriendo el proceso de transformar su pelo en el reflejo elaborado de la moda del momento. Estaba envuelta por una
gran paz, la paz del que ha conseguido un deseo después de mucho esfuerzo y perseverancia. El duque de Siria, que
había aceptado venir bajo su techo como invitado, ya estaba instalado bajo él y, en un instante, se sentaría en la mesa
del comedor. Como buena socialista, Sophie no aprobaba las distinciones sociales y se burlaba de la idea de una casta
principesca, pero, si tenían que existir
existir estas artificiales clasifica
clasificaciones
ciones de clase y dignidad, se ssentía
entía complacida y
deseosa de tener un elevado ejemplar de clase elevada incluido en su fiesta. Era de mentalidad lo suficientemente
abierta como para amar al pecador mientras odiaba el pecado; no es que sintiera ningún cálido sentimiento de afecto
personal hacia el duque de Siria, que era
era un desconocido, sin embargo, en tanto qu quee duque de Siria fue muy bien
recibido bajo su techo. No podía explicar por qué, pero, probablemente, nadie le pediría una explicación y la mayoría de
anfitrionas la envidiaban.
-Esta noche debes superarte, Richardson -le dijo a su doncella de modo complaciente-. Debo mostrar mi mejor aspecto.
Todos debemos superarnos.
La doncella no dijo nada, pero por la mirada de concentración de sus ojos y el movimiento hábil de sus dedos, era
evidente que la asediaba la ambición de superarse a sí misma.
Se oyó un golpe en la puerta, bajo pero perentorio, como de alguien al que no se le rechazaría la entrada.
-Ve a ver quien es -dijo Sophie-, debe de ser algo del vino.
Richardson mantuvo una rápida conferencia en la puerta con un mensajero invisible; cuando volvió, se notó que había
una curiosa inquietud en lugar de la actitud atenta de hasta entonces.
-Qué pasa? -preguntó Sophie.
-Los sirvientes de la casa se han puesto de brazos caídos-dijo Richardson.
-De brazos caídos! -exclamó Sophie-. Quieres decir que se han declarado en huelga?
-Sí, madame -dijo Richardson, añadiendo-. El problema es Gaspare.
-Gaspare? -exclamó Sophie extrañada-. El chef de emergencia! El especialista en tortillas!
-Sí, madame. Antes de convertirse en especialista en tortillas fue ayuda de cámara y uno de los esquiroles en la gran
huelga de la mansión de lord Grimford, hace dos años. En cuanto el personal de aquí supo que usted lo había
contratado, decidieron ponerse de brazos caídos como protesta. No tienen ninguna queja personal en contra de usted,
pero piden que Gaspare sea despedido
despedido inmediatamente.
-Pero -protestó Sophie, es el único hombre de Inglaterra que sabe cómo hacer una tortilla bizantina. Le contraté
especialmente para la visita del duque de Siria y sería imposible sustituirle en un plazo tan corto, debería enviar a
alguien a París, y el duque adora las tortillas bizantinas. Fue de lo único que hablamos cuando volvíamos de la estación.
-Fue uno de los esquiroles de la mansión de lord Grimford -reiteró Richardson.
-Es terrible -dijo Sophie-, una huelga de criados en un momento como éste, con el duque de Siria en casa. Hay que
hacer algo en seguida. Rápido, acaba con mi pelo e iré a ver qué puedo hacer.
-No puedo acabar con el cabello, madame -dijo Richardson tranquilamente pero con una inmensa decisión-. Pertenezco
al sindicato
-Pero esto esyinhumano!
no puedo trabajar ni medio
-exclamó Sophieminuto más hasta
trágicamente-. que la huelga
Siempre he sidohaya terminado.
una señora Siento
modelo y meserhepoco servicial.
negado a emplear
a nadie que no fuera del Sindicato de Criados, y éste es el resultado. Yo no puedo acabar el peinado sola, no sé cómo
hacerlo. Qué voy a hacer? Esto es perverso!
-Perverso, ésa es la palabra -dijo Richardson---. Soy una buena conservadora y no tengo paciencia con esas tonterías
socialistas, le ruego me disculpe. Es una tiranía, eso es lo que es, en toda la línea, pero tengo que ganarme la vida, como
otras personas, y tengo que pertenecer al sindicato. No podría tocar otra pinza de su cabello sin permiso del comité
huelguista, ni aunque me doblara el sueldo.
La puerta se abrió de golpe y Catherine Malsom entró enfurecida en la habitación.
-Bonito asunto -gritó-, una huelga de sirvientes de la casa sin previo aviso, y me han dejado así! No puedo aparecer en
público en estas condiciones.
condiciones.
Después de un escrutinio muy rápido, Sophie convino en que no podía.
-Están todos en huelga? -le preguntó a la doncella.
-El personal de cocina no -respondió Richardson-. Ellos pertenecen a otro sindicato.
-Al menos la cena estará asegurada -dijo
- dijo Sophie-. Es de agradecer.
-La cena! -rebufó Catherine-. Qué diablos tiene de bueno una cena cuando ninguno de nosotros podrá hacer acto de
presencia?... Mírate el pelo, mírame a mí! 0 mejor
mejor no.
-Sé que es difícil arreglárselas sin doncella. Tu marido no puede ayudarte? -preguntó Sophie desesperadamente.
-Henry? Él se encuentra en un caso peor que el nuestro. Su criado es el único que entiende realmente ese ridículo baño
turco que está tan de moda y que insiste en llevárselo con él a todas partes.
-Seguro que podría pasar una tarde sin su baño turco -dijo Sophie-. No puedo hacer acto de presencia sin peinarme, pero
el baño turco es un lujo.
-Mi buena amiga -respondió Catherine, hablando con una intensidad temible-, Henry estaba en el baño cuando empezó
la huelga. Dentro de él, entiendes? Ahora sigue allí.
-No puede salir?
-No sabe cómo hacerlo. Cada vez que tira de la palanca en la que dice abrir lo único que hace es soltar vapor caliente.
En el baño hay dos tipos de vapor: soportable y apenas soportable; ha tir'ado de ambas. A esta hora es probable que sea
viuda.
-No puedo despedir a Gaspare -se lamentó Sophie-. Nunca sería capaz de conseguir otro especialista en tortillas.
-Cualquier dificultad que pueda experimentar para conseguir otro marido es, naturalmente, una tontería bajo cualquier
otra consideración -dijo Catherine con tono amargo.
Sophie capituló.
-Vete -le dijo a Richardson- y di al comité de huelga, o a quienquiera que dirija este asunto, que Gaspare está despedido
y dile a Gaspare que vaya inmediatamente a verme a la biblioteca, donde le pagaré lo que le debo y me disculparé como
pueda. Después vuelve volando
volando y termina de peinarme.
Una media hora después, Sophie acompañaba a sus invitados al gran salón preparatorio para la entrada formal al
comedor. A excepción de que Henry Malsom tenía ese tono de frambuesa madura que a veces se ve en las compañías
de teatro cuando representan la naturaleza humana, entre los que estaban allí presentes había pocos signos externos de la
crisis que acababan de padecer y superar. Pero la tensión les había dejado demasiado anonadados mientras duró como
para no dejar ninguna secuela
mental. Sophie hablaba a tontas y a locas con su ilustre invitado, notando que sus ojos se desviaban, cada vez con más
frecuencia, hacia las grandes puertas a través de las cuales tenía que venir el anuncio bendito de que la cena estaba
servida. De vez en cuando, echaba un vistazo en el espejo de la sala al reflejo de su pelo tan maravillosamente peinado,
como un asegurador podría contemplar agradecido un barco que ha llegado a puerto con retraso, pero sano y salvo,
después de un devastador huracán. Entonces, se abrieron las puertas y la bienvenida figura del mayordomo entró en la
sala.
Pero no hizo ningún anuncio general de que el banquete estuviera listo y las puertas se cerraron tras él. Su mensaje fue
sólo para Sophie.
-No hay cena, madame -dijo gravemente-. El personal de la cocina se ha declarado en huelga. Gaspare pertenece al
Sindicato de Cocineros y Empleados de Cocina y, en cuanto se enteraron de su despido, fueron a la huelga. Piden su
inmediata readmisión y una disculpa por parte del sindicato. Puedo añadir, madame, que se mantienen muy firmes; me
he visto obligado, incluso, a retirar las tarjetas con los nombres de los invitados que ya estaban puestas en la mesa.
Tras un periodo de dieciocho meses, Sophie Chattel-Monkheim comienza a volver a frecuentar sus lugares favoritos y a
ver a sus amigos, pero todavía tiene que tener mucho cuidado. Los médicos no le dejan asistir a nada que la pueda
excitar, como una reunión de salón o una conferencia fabiana- de todos modos, es dudoso que ella quiera ir.
<SALTO DE FICHERO>
LA TREGUA.
-Le he pedido a Latimer Springfield que pase el domingo con nosotros y se quede también a pasar la noche -anunció la
señora Durmot a la hora del desayuno.
-Creía que estaba en medio de unas elecciones --comentó su marido.
-Exacto, las elecciones son el miércoles, y para entonces el pobre hombre habrá trabajado hasta convertirse en una
sombra.
caminos Imagina cómode
rurales llenos debe de yserhablando
barro la campaña
a unelectoral con esta terrible
público empapado en un lluvia que calacon
salón escolar hasta los huesos,
corrientes yendo
de aire, díapor
tras
día durante dos semanas. El domingo por la mañana tendrá que hacer acto de presencia en algún lugar religioso e,
inmediatamente después, podrá venir aquí y tomarse un respiro de todo lo relacionado con la política. Ni siquiera le
permitiré que piense en ella. He mandado
mandado que quiten de la escalera el cu cuadro
adro de Cromwell disolviendo el Parlamento e
incluso que descuelguen del salón de fumadores el retrato de Ladas de Lord Rosebery. Y, Vera -añadió la señora
Durmot dirigiéndose a su sobrina de dieciséis años-, ten cuidado con el color del lazo que te pongas en el pelo; bajo
ningún concepto deberá ser azul o amarillo, pues son los colores del partido rival; los colores verde esmeralda y naranja
serán casi igual de inapropiados, con todo este asunto que se cuece ahora por aquí.
-En ocasiones importantes siempre me pongo en el pelo un lazo negro -dijo Vera con una dignidad aplastante.
Latimer Springfield era un hombre triste, joven pero envejecido, que se metió en política, de algún modo, con el mismo
espíritu con el que otras personas van de medio luto. No obstante, sin ser entusiasta ni tener talento, era una persona
enérgica que trabajaba con enorme dedicación y la señora Durmot había estado razonablemente cerca de la verdad al
afirmar que, en estas elecciones, estaba trabajando bajo una fuerte presión. La tregua de descanso que la anfitriona le
hizo cumplir fue muy bien acogida, pese a que la excitación nerviosa de la contienda se había apoderado demasiado de
él como para desaparecer totalmente.
-Sé que va a pasar la mitad de la noche sentado, trabajando los puntos de sus discursos finales -lamentó la señora
Durmot-. Sin embargo, nos hemos apartado de la política durante toda la tarde y mientras anochecía. No podemos hacer
nada más.
-Eso queda por ver -dijo Vera para sí misma.
En cuanto Latimer cerró la puerta de su habitación, se encontró inmerso en un fajo de notas y panfletos, al tiempo que
puso en funcionamiento una pluma y un cuaderno
cuaderno de notas para la debida presepresentación
ntación de los hechos útiles y las
ficciones prudentes. Estuvo trabajando durante unos treinta y cinco minutos, y la casa parecía estar consagrada al
saludable sueño de la vida en el campo, cuando un ahogado chillido y una escaramuza que provenían del pasillo fueron
seguidos por un fuerte golpe en su puerta. Antes de que tuviera tiempo de responder, entró en la habitación una muy
agobiada Vera que preguntó:
-Puedo dejarlos aquí?
Se refería a un cerdito negro y un robusto ejemplar de gallo de pelea rojo y negro.
A Latimer le gustaban bastante los animales y estaba interesado particularmente en el ganado pequeño criado desde un
punto de vista económico. De hecho,
hecho, uno de los panfletos con el que se eencontraba
ncontraba atareado en aquel momento abog abogaba
aba
calurosamente por el mayor desarrollo de la industria del cerdo y de las aves de corral de nuestros distritos rurales; pero
se comprende fácilmente que no quisiera compartir una cómoda habitación con muestras de productos de gallinero y de
pocilga.
-CNo estarían más contentos afuera? -preguntó él, expresando con tacto y una aparente preocupación por ellos su
preferencia.
-No hay un afuera -contestó Vera como impresionada-, no hay nada excepto una extensión de aguas oscuras y
turbulentas. El embalse de Brinkley ha reventado.
-No sabía que hubiera un embalse en Brinkley -dijo Latimer.
-Bueno, ya no lo hay, se ha extendido ampliamente por todo el lugar, y como nosotros nos encontramos en un lugar
particularmente bajo, en estos momentos somos el centro de un mar interior, Verá que eell río también se ha desbordado,
-Dios mío! Se ha perdido alguna vida?
-Montones, diría yo. La segunda doncella ya ha identificado tres cuerpos que han pasado flotando por delante de la
ventana del salón de billar como el del joven con el que está comprometida. 0 está comprometida con gran parte de la
población de por aquí, o no se fija mucho enen la identificación. Natu ralmente, podía se serr el mismo cuerpo dando vueltas
en un torbellino; no había pensado en ello.
-Pero deberíamos salir fuera a realizar tareas de rescate, no? -dijo Latimer, con el instinto de candidato parlamentario
convirtiéndose en el centro de atención.
-No podemos -dijo Vera decididamente-, no tenemos ningun bote y estamos aislados de cualquier lugar habitado por un
torrente enfurecido. Mi tía esperaba precisamente que usted se quedara en su habitación para no añadirse a la confusión,
pero ha pensado que sería muy amable
amable de su parte si aceptara, por esesta
ta noche, a La Maravilla de Hartlepool, el gallo de
pelea, ya sabe. Verá, hay otros ocho
ocho gallos de pelea y luchan como fiera
fierass si están juntos, por eso hemos ppuesto
uesto uno en
cada habitación. Los gallineros están todos inundados, sabe? Y después he pensado que quizá no le importaría quedarse
también con este cerdo pequeñito; es todo un encanto, pero tiene mal carácter. Lo ha he redado de su madre... aunque
no es que me guste decir cosas en contra de ella cuando está muerta y ahogada en su pocilga, pobre. Lo que el cerdito
necesita realmente es la mano firme de un hombre que le mantenga a raya. Yo misma lo intentaría y me ocuparía de él,
lo que pasa es que tengo a mi perro chow-chow en mi habitación, y se lanza tras un cerdo en cuanto lo ve.
-No podría quedarse el cerdo en el baño? -preguntó débilmente Latimer, deseando haber adoptado una posición tan
decidida como la del perro chow-chow sobre el tema de los cerdos en la habitación.
-El baño? -Vera se rió con tono agudo-. Estará lleno de boy scouts hasta mañana por la mañana, si queda agua caliente.
-Boy scouts?
-Sí, vinieron treinta de ellos a rescatarnos cuando el agua todavía les llegaba por la cintura; después creció otro metro, o
algo así, y tuvimos que rescatarles a ellos. Estamos dándoles baños calientes por tandas y secándoles la ropa con aire
caliente, pero, evidentemente, la ropa empapada no se seca en un minuto y el pasillo y la escalera empiezan a parecer la
escena
importe.de un pequeño lugar de la costa de Tuke. Dos de los chicos llevan puesto su abrigo de Melton, espero que no le
-Es un abrigo nuevo -dijo Latimer, con todos los síntomas de importarle terriblemente.
-Cuidará de La Maravilla de Hartlepool, verdad? -dijo Vera-. Su madre ganó los tres primeros puestos de Birmingham y
él, el año pasado, Quedó el segundo en la categoría de gallo joven de Gloucester. Es posible que se suba a la baranda de
los pies de su cama para dormir. Me pregunto si se sentiría más como en casa si una de sus esposas estuviera aqui con
él. Todas las gallinas están en la despensa y creo que podría sacar de allí a Helen Hartlepool, es su favorita.
Latimer mostró una firmeza tardía respecto a Helen Hartlepool y Vera se retiró sin insistirle en esa idea; dejó primero al
gallo de pelea sobre su improvisada percha y se despidió afectuosamente del cerdito. Latimer se desnudó y se metió en
la cama con la debida celeridad, pensando que disminuiría la inquietud inquisitiva del cerdo en cuanto hubiera apagado
la luz. Como sustituto de una pocilga cómoda y cubierta de paja, la habitación ofrecía, a primera vista, pocos atractivos,
pero el desconsolado animal descubrió,
descubrió, de repente, un aparato del que care
carecían
cían notablemente las pocilgas más lujosas.
El borde afilado de la parte inferior de la cama estaba inclinado hasta una altura exacta que le permitía rascarse el lomo,
hacia delante y hacia atrás, con un artístico arqueo en el momento crucial que acompañaba de un largo gorjeo de placer.
El gallo de pelea, que se había imaginado que estaba en las ramas de un pino, aguantaba el movimiento con más firmeza
que Latimer. Una serie de manotazos dirigidos hacia el cuerpo del cerdo se aceptaron más como una adicional molestia
placentera que como una crítica de su su conducta o una insinuación para que dejara de hacerlo; evidentemente, era
necesario algo más que la mano firme de un hombre para tratar el caso. Latimer salió de la cama en busca de alguna
arma disuasoria. En la habitación había luz suficiente para permitir al cerdo ver su maniobra y el mal carácter, heredado
de su madre, entró en juego. Latimer se metió en la cama de un salto y su atacante, después de algunos bufidos
amenazadores y varios chasquidos de sus mandíbulas, reanudó sus operaciones de masaje con renovado celo. Durante
las largas horas en vela que siguieron, Latimer intentó distraer sus pensamientos de sus problemas inmediatos
meditando, con amable simpatía, sobre el duelo de la segunda doncella, pero se encontró preguntándose cuántos boy
scouts estarían compartiendo su abrigo de Melton. El papel de san Martín, maIgré lui, no le atraía.
Hacia el amanecer, el cerdo cayó en un sueño feliz y Latimer podría haber seguido su ejemplo, pero hacia la misma
hora La Maravilla de Hartlepool lanzó un cacareo muy animado, bajó al suelo ruidosamente y en seguida comenzó un
agitado combate con su imagen reflejada en el espejo del armario. Latimer, al recordar que el ave estaba más o menos
bajo su cuidado, representó los oficios del Tribunal de la Haya colgando una toalla de baño sobre el provocador espejo,
pero la paz posterior fue local y corta. Las
Las energías desviadas del gallo encencontraron
ontraron una nueva salida en un ataque
repentino y sostenido contra el cerdo dormido y temporalmente inofensivo. El subsiguiente duelo fue desesperado y
agrio, más allá de cualquier posibilidad de intervención. El combatiente de plumas contaba con la ventaja de poder
refugiarse sobre la cama cuando era demasiado presionado y se beneficiaba profusamente de esa circunstancia. El
cerdito nunca consiguió alzarse a la misma elevación, pero no porque no quisiera intentarlo.
Ninguna de las dos partes pudo cantar
cantar una victoria decisiva y la pelea yyaa había llegado casi a un punto muerto cuando
apareció la doncella con el té de la mañana.
-Dios mío, señor --exclamó sin ocultar el asombro-, quiere. que estén estos animales en su habitación?
Querer!
El cerdito, como si se hubiera dado cuenta de que podía resultar una carga, salió corriendo por la puerta y el gallo le
siguió, aunque con un paso más digno.
-Si el perro de la señorita Vera ve a este cerdo...! -exclamó la doncella y se apresuró para prevenir tal catástrofe.
Una fría sospecha se apoderó de la mente de Latimer; se dirigió hacia la ventana y abrió la cortina. Caía un fina
llovizna, pero no había ni el más mínimo rastro de inundación.
Una media hora después se encontró con Vera cuando iba a desayunar.
-No me gustaría pensar que has mentido a propósito --observó fríamente-, pero a veces uno tiene que hacer cosas que no
le gustan.
-Por lo menos, he mantenido su mente fuera de la política durante toda la noche -dijo Vera. Desde luego, eso era
completamente cierto.
<SALTO DE FICHERO>
LAS ÁGUILAS
ÁGUILAS RATONERAS PROTEGIDAS.
-Las actividades de casamentero son lo tuyo? Hugo Peterby hizo la pregunta con cierto interés personal.
-No es mi especialidad -respondió Clovis-. Está bien mientras lo haces, pero los efectos secundarios a veces son
bastante desconcertantes...
desconcertantes... las miradas de silencioso reproc
reproche
he de la gente que has ayu
ayudado
dado y persuadido para
experimentos matrimoniales. Es tan malo como vender a un hombre un caballo con media docena de vicios latentes y
ver que los descubre, poco a poco, a lo largo de la temporada de caza. Supongo que estás pensando en la joven
Coulterneb. Es, ciertamente, divertida y está bastante bien en cuanto a físico, y creo que se le atribuye una cierta
cantidad de dinero, lo que no veo es cómo te las apañarás para proponérselo. Desde que la conozco no recuerdo que
haya dejado de hablar durante menos de tres minutos seguidos. Tendrás que retarla a correr seis veces alrededor del
sendero de hierba, como si fuera una apuesta, y, después, soltarle tu propuesta antes de que recupere el aliento. El
sendero está preparado para el heno, pero, si estás realmente enamorado de ella, no permitirás que una consideración de
este tipo te detenga, especialmente porque no se trata de tu heno.
-Creo que podría arreglármelas bastante bien con la parte de la proposición -dijo Hugo- si pudiera contar con quedarme
a solas
tipo, con ella
Lanner, duranteseñales
muestra cuatrode
o cinco horas.por
interesarse El la
problema es queEs
misma presa. noterriblemente
es probable que
ricoconsiga esteguapo
y bastante tiempoa de gracia. Ese
su manera. De
hecho, nuestra anfitriona se siente obviamente halagada de tenerlo aquí. Si se entera del hecho de que él se muestra
atraído por Betty Coulterneb, ella pensará que es una unión espléndida y arrojará a uno en brazos del otro durante todo
el día y, entonces, de dónde sacaré yo mis oportunidades? Mi única preocupación es mantenerle alejado de la chica
tanto como sea posible, y si tú pudieras ayudarme...
-Si quieres que saque a Lanner a pasear por el campo, a inspeccionar los supuestos restos romanos y a estudiar los
métodos locales del cuidado de las abejas y del crecimiento de la cosecha, me temo que no podré complacerte -dijo
Clovis-. Verás, ha adoptado una cierta aversión hacia mí desde la otra noche en que estábamos en la sala de fumadores.
-Qué ocurrió en la sala de fumadores?
-Salió con una vieja anécdota como si fuera la última novedad en buenas anécdotas y yo comenté inocentemente que
nunca me acordaba si era a Jorge II o a Jaime II al que le encantaba ese chascarrillo. Y ahora me mira con un desagrado
educadamente encubierto. Haré todo lo que pueda por ti, si surge la oportunidad, pero tendrá que ser de un modo
indirecto e impersonal.
-Es tan agradable tener aquí al señor Lanner -le confió la señora Olston a Clovis la tarde siguiente-. Siempre que le he
preguntado está comprometido. Es un hombre tan tan agradable; en realidad debería cas
casarse
arse con alguna chica bonita. Entre
usted y yo, tengo la idea de que vino por una razón concreta.
-Yo he tenido la misma idea -dijo Clovis bajando la voz-. De hecho, estoy casi seguro de ello.
-Se refiere a que se siente atraído por... -empezó la señora Olston, entusiasmada.
-Me refiero a que está aquí por ver qué puede conseguir -dijo Clovis.
-Y qué puede conseguir? -contestó la anfitriona con un toque de indignación en su voz-. Qué quiere decir? Es un
hombre muy rico. Qué querría conseguir aquí?
-Está dominado por una pasión -respondió Clovis- y hay algo que puede conseguir aquí que, ni por amor ni por dinero,
podría hallar en cualquier otra parte del país, por lo que sé.
-Pero qué? A qué se refiere? Cuál es esa pasión que le domina?
-Coleccionar huevos -dijo Clovis-. Tiene agentes por todo el mundo que reúnen huevos extraños para él y su colección
es una de las mejores de Europa. Pero su gran ambición es conseguir sus, tesoros personalmente. Para lograr tal objetivo
no repara en gastos ni dificultades.
-Cielo santo! Las águilas ratoneras, las águilas de patas duras! -exclamó la señora Olston-. No creerá usted que va a
robar sus nidos?
-Qué piensa usted? -preguntó Clovis-. La única pareja de águilas ratoneras de este país que se sepa que puede
reproducirse anida en sus bosques. Muy pocas personas saben de ella, pero, como miembro de la liga para la protección
de aves raras, él dispondrá de esa información. Vine en el tren con él y me di cuenta de que uno de los objetos de su
equipaje era un grueso volumen de Aves de Europa, de Dresser. Era el que trata de los halcones y las águilas ratoneras
de ala corta.
Clovis pensaba que cuando merecía la pena decir una mentira, había que decirla bien dicha.
-Esto es horrible -dijo la señora Olston-. Mi marido nunca me perdonaría que les pasara algo a esas aves. El año pasado,
o hace dos años, fueron vistas por los bosques, pero ésta es la primera vez que han anidado. Como dice usted, son casi
la única pareja que se sabe que crían en toda Gran Bretaña y ahora su nido va a ser arrasado por un invitado que se
hospeda bajo mi techo. Tengo que hacer algo para detenerlo. Cree que si le pido...?
Clovis se rió.
-Corre una historia por ahí, que me temo que es cierta en la mayoría de sus detalles, sobre algo que ocurrió no hace
mucho en algún lugar de la costa del mar de Mármara, en la que nuestro amigo tuvo algo que ver. Se sabía que un
chotacabras sirio, o un ave de ese tipo, iba a tener cría en el campo de olivos de un armenio rico que, por una razón u
otra, no permitiría que Lanner fuera allí y cogiera los huevos aunque le ofreciera dinero para obtener su permiso.
Encontraron al armenio uno o dos días después, apaleado casi hasta la muerte, y sus vallas derribadas. Se dedujo que
había sido un caso de agresión musulmana y así quedó anotado en todos los informes consulares, pero los huevos están
en la colección de Lanner. No, si yo fuera usted, no creo que apelara a sus mejores sentimientos.
-Tengo que hacer algo -dijo la señora Olston llorosa-. Las palabras de despedida de mi marido cuando se fue a Noruega
fueron una orden de que esas aves no fueran molestadas y siempre pregunta por ellas cada vez que escribe. Me sugiere
algo?
-Iba a sugerirle hacer guardia -dijo Clovis.
-Un piquete! Se refiere a poner guardias alrededor de las aves?
-No, alrededor de Lanner. Por la noche no podrá encontrar el camino a través de los bosques; de modo que usted podría
hacer que Evelyn, o Jack, o la institutriz alemana o usted misma establecieran relevos junto a él durante todo el día.
Podría deshacerse de un amigo invitado pero no de los bien conocidos miembros de la casa, e incluso al coleccionista
más decidido le costaría trepar para conseguir los huevos de las águilas ratoneras protegidas con una institutriz alemana
colgada de su cuello, por así decirlo.
Lanner, que había estado esperando tranquilamente la oportunidad de continuar cortejando a la joven Coulterneb, de
repente encontró que sus posibilidades de conseguir estar a solas con ella durante diez minutos eran por completo
inexistentes. Si la chica estaba sola alguna vez, él nunca lo estaba. De súbito, su anfitriona cambió, en lo que concernía
a él, de ser la deseable anfitriona que permite que sus invitados no hagan nada que no les plazca, a ser del tipo que los
arrastra por todas partes como un rastrillo. Le mostró el jardín de las hierbas y los invernaderos, la iglesia del pueblo,
algunas acuarelas
siguiente. que sutodos
Le mostraron hermana había pintado
los patitos en Córcega
de Aylesbury y el lugar
y las hileras de en el que se
colmenas deesperaba quelascreciera
madera en apio el
que habrían año si
abejas
no hubiera sido por la epidemia. También le llevaron al final de un largo sendero y le mostraron un montículo lejano en
el cual, según la tradición local, los daneses montaron un campamento. Cuando su anfitriona tenía que dejarle por un
momento porque tenía que hacer otros deberes, se encontraba paseando solemnemente con Evelyn a su lado. Evelyn
tenía catorce años y hablaba, sobre todo, acerca del bien y el mal, y sobre cómo podría uno lograr regenerar el mundo si
estuviera totalmente decidido a hacer todo lo que pudiera. En general, era un alivio cuando la sustituía Jack, de nueve
años, y que sólo hablaba de la guerra de los Balcanes sin lanzar ninguna luz sobre su historia militar o política. La
institutriz alemana le explicó más cosas de Schiller de las que había oído en su vida sobre nadie; quizá fue error suyo al
haberle dicho que no le interesaba Goethe. Cuando la institutriz se iba a realizar sus obligaciones, la anfitriona volvía a
estar a su lado con una invitación, que no podía rechazar, para visitar la casa de campo de una anciana que se acordaba
de Charles James Fox; la mujer se había muerto hacía dos o tres años, pero la casa seguía ahí. A Lanner le reclamaron
desde la ciudad antes de lo que él había previsto.
Hugo no consiguió tener una relación con Betty Coulterneb. Nunca se ha averiguado exactamente si ella le rechazó o si
él, como era más probable no tuvo la oportunidad de decirle más de tres palabras seguidas. De todos modos, ella sigue
siendo la divertida joven Coulterneb.
Las águilas ratoneras consiguieron tener dos crías, que después cazó un peluquero local.
<SALTO DE FICHERO>
UNA TAREA DE VACACIONES.
VACACIONES.
Kenelm Jerton entró en el comedor del hotel Golden Galleon a la hora del almuerzo en la que había más aglomeración.
Casi todos los asientos estaban ocupados, de modo que habían dispuesto unas pequeñas mesas adicionales, donde el
espacio lo permitía, para acomodar a los rezagados, dando como resultado que muchas de las mesas casi se tocaban.
Jerton fue acompañado por un camarero a la única mesa disponible que se podía ver, tomó asiento con la idea incómoda
y totalmente infundada de que todos los que había en la sala le estaban observando. Era un hombre joven de aspecto
corriente, bien vestido y de maneras discretas, y nunca se libraba totalmente de la idea de que una intensa luz le
enfocaba ante la atención pública como si él fuera alguien notable o excéntrico. Después de pedir su almuerzo, llegó el
inevitable intervalo de espera, sin nada que hacer que no fuera observar el florero de su mesa y ser observado (según su
imaginación) por algunas jóvenes que iban a la moda, algunas personas más maduras del mismo sexo y un judío de
aspecto satírico. Con el fin de salir de la situación con cierta apariencia de indiferencia, mostró un falso interés por el
contenido del florero.
-Sabe cómo se llaman estas rosas? -le preguntó al camarero.
El camarero estaba en todo momento dispuesto a ocultar su ignorancia en lo relacionado con la lista de vinos o con el
menu, pero era francamente ignorante con respecto al nombre específico de las rosas.
-Amy Silvester Partington -dijo una voz junto al codo de Jerton.
La voz procedía de una joven bien vestida y de rostro agradable sentada a una mesa que casi tocaba con la de Jerton. Le
agradeció la información, nerviosa y apresuradamente, e hizo algunas observaciones inconsecuentes acerca de las
flores.
-Es algo curioso -dijo la joven- que pueda decirle el nombre de estas rosas sin ningún esfuerzo memorístico, ya que si
me hubiera preguntado mi nombre habría sido totalmente incapaz de dárselo.
Jerton no había albergado la más mínima intención de aumentar su sed nominalista hasta su vecina. Sin embargo, tras
una afirmación tan notable, él se vio obligado a decir algo como muestra de educación.
-Sí -respondió la dama-, supongo que se trata de un caso de pérdida parcial de la memoria. Iba en el tren que me trajo
aquí; me enteré por mi billete que venía de Victoria con destino a este lugar. Llevaba un par de billetes de cinco libras y
un soberano, sin ninguna tarjeta de visita ni ningún otro medio de identificación y sin tener ni idea de quién soy. Sólo
puedo recordar, confusamente, que tengotengo un título; soy lady Alguien... pero más allá de eeso,
so, mi mente está en blanco.
-No llevaba ningún equipaje con usted? -preguntó Jerton.
-No lo sabía. Conocía el nombre de este hotel y recordé cómo llegar hasta aquí y, cuando el conserje del hotel que
recibe a los que llegan en tren me preguntó si tenía algún equipaje, me tuve que inventar que tenía un neceser y una
bolsa; siempre podía decir que se habían
habían extraviado. Le di el nombre de Smith yy,, de repente, salió de un confuso
montón de equipaje y pasajeros con un neceser y una bolsa con las etiquetas de Kestrel-Smith. Tuve que cogerlos, no
veo que otra cosa podría haber hecho.
Jerton no dijo nada, pero se preguntaba qué haría la propietaria legal del equipaje.
-Naturalmente, fue espantoso llegar a un extraño hotel con el nombre de Kestrel-Smith, pero habría sido peor haber
llegado sin equipaje. De todos modos, odio causar problemas.
Jerton imaginó a unos funcionarios de ferrocarril acosados y a los aturdidos Kestrel-Smith, pero no hizo ningún intento
de revestir su imagen mental con palabras. La dama continuó con su historia.
-Naturalmente, ninguna de mis llaves encajaba, pero le, dije a un botones inteligente que había perdido mi llavero y él
forzó la cerradura en un abrir y cerrar de ojos. Demasiado inteligente, ese chico; probablemente acabará en Dartmoor.
Los objetos de aseo de Kestrel-Smith no valían demasiado, pero eran mejor que nada.
-Si está segura de que tiene un título -dijo Jerton-, por qué no consigue una guía nobiliaria y lo comprueba?
-Ya lo he intentado. Eché una ojeada a la lista de la Cámara de los Lores en el Whitaker, pero una mera serie de
nombres impresos
detenidamente me dice
la Lista poco.
Militar Si usted
durante fuera
meses sinundescubrir
oficial del ejército
quién y hubiera
es usted. Estoyperdido su identidad,
siguiendo podríaestoy
otra dirección; examinar
intentando descubrir, mediante pequeñas pruebas, quién no soy.. Así restringiré un poco el abanico de posibilidades de
incertidumbre. Por ejemplo, tal vez se haya dado cuenta de que almuerzo principalmente langosta de Newburg.
Jerton no se había aventurado a darse cuenta de nada semejante.
-Es una extravagancia porque es uno de los platos más caros del menú, pero, de todos modos, prueba que no soy lady
Starping, ella nunca prueba el marisco, y la pobre lady Braddleshrub no puede ni digerirlo, si fuera ella, ciertamente,
moriría en una agonía de dolores durante la tarde, y el deber de descubrir quién soy pasaría a la prensa, a la policía y a
ese tipo de personas; yo dejaría de preocuparme. Lady Knewford no distingue una rosa de otra y odia a los hombres, así
que de ninguna manera habría hablado con usted; y lady Mousehilton flirtea con todos los hombres que conoce... Yo no
he flirteado con usted, verdad?
Jerton le dio la seguridad requerida con rapidez.
-Bien, verá -continuó la dama---, eso elimina de la lista a cuatro de ellas a la vez.
-Reducir la lista a una será un proceso largo -dijo Jerton.
-Oh, pero, por supuesto, hay montones de ellas que yo no podría ser.. Mujeres que tienen nietos o hijos lo
suficientemente mayores como para haber celebrado su mayoría de edad. Sólo tengo que considerar las que tienen mi
edad. Le diré cómo podría ayudarme esta tarde, si no le importa. Vaya a buscar cualquiera de los números atrasados de
Country Life y ese tipo de periódicos que puede encontrar en el salón para fumadores, y compruebe si ve mi retrato con
un hijo pequeño o algo así. No le ocupará más de diez minutos. Yo le esperaré en el salón a la hora del té. Se lo
agradezco enormemente.
Y la Bella Desconocida, tras presionar graciosamente a Jerton para la búsqueda de su identidad perdida, se levantó y
salió de la sala. Cuando pasó por la mesa del joven se detuvo un momento y le susurró:
-Se ha dado cuenta de que le he dado un chelín de propina al camarero? Podemos eliminar de la lista a lady Ulwight, se
habría muerto antes de hacer eso.
A las cinco de la tarde, Jerton se dirigió hacia el salón del hotel; había pasado un cuarto de hora buscando
diligentemente pero sin frutos entre los semanarios ilustrados del salón para fumadores. Su nueva conocida estaba
sentada en una pequeña mesa de té, con un camarero que la atendía.
-Té chino o indio? -preguntó a Jerton cuando llegó.
-Chino, por favor, y nada para comer. Ha descubierto algo?
-Sólo información negativa. No soy lady Befnal, que desaprueba totalmente cualquier tipo de juego, pues cuando
reconocí a un famoso corredor de apuestas en el vestíbulo del hotel, me acerqué y aposté un billete de diez libras por
una potra sin nombre montada por Guillermo III de Mitrovitza para la carrera decimotercera. Supongo que el hecho de
que el animal no tuviera nombre fue lo que me atrajo.
-Ganó? -preguntó Jerton.
-No, llegó en cuarta posición, lo más irritante que puede hacer un caballo cuando has apostado a que gane o se
clasifique. De todos modos, ahora sé que no soy lady Befnal.
-Me parece que ese conocimiento le salió bastante caro -comentó Jerton.
-Bueno, sí, casi me ha dejado sin blanca -admitió la buscadora de identidad-. Todo lo que me queda es una moneda de
dos chelines. La langosta de Newburg hizo que mi almuerzo fuera bastante caro y, desde luego, tuve que dar una
propina a ese chico por lo que hizo con las cerraduras de Kestrel-Smith. Pero he tenido un unaa idea bastante útil. Estoy
segura de que pertenezco al Pivot Club; volveré a la ciudad y le preguntaré al conserje de allí si hay alguna carta para
mí. Él conoce de vista a todos los miembros, y si hay alguna carta o algún mensaje telefónico para mí, evidentemente,
esto solucionará el problema. Si dice que no hay nada de eso, le preguntaré Usted sabe quién soy, verdad?. Así lo
descubriré de todas maneras.
El plan parecía razonable, pero Jerton encontró una dificultad en su ejecución.
-Evidentemente -dijo la dama cuando. él le sugirió el obstáculo-, está mi billete de vuelta a la ciudad, mi factura de aquí,
los taxis y esas cosas. Si me presta tres libras podré arreglármelas cómodamente. Se lo agradeceré siempre. Después,
está la cuestión de este equipaje: no quiero cargar con él durante el resto de mi vida. Mandaré que lo bajen al vestíbulo
y usted puede hacer que lo está vigilando mientras yo escribo una carta. Después, saldré para la estación y usted puede
dirigirse al salón para fumadores, y ellos podrán hacer lo que quieran con las cosas. Después de un rato, se darán cuenta
de que están ahí y el propietario podrá reclamarlo.
Jerton aceptó la maniobra y vigiló el equipaje debidamente mientras su propietaria temporal se marchaba del hotel
discretamente. Sin embargo, su marcha no pasó totalmente desapercibida. Dos caballeros pasaron por el lado de Jerton