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Cuento 4

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Luis se quedó mirando al infinito, rememorando con nostalgia

aquellos momentos tan especiales para él. Cuando volvió en sí, mostró
a todos su saquito de monedas.

– Y mirad mi bolsa… ¡sigue llena! Me han invitado a todo, así que de


las cien monedas solo he gastado tres. ¡Un mes de lujo por la cara!…
¿A que es genial?

El desparpajo de Luis hizo reír a su padre.

– ¡Ja, ja, ja! Está claro que has disfrutado y me alegro mucho por ti.

Seguidamente, el rey miró a otro de sus hijos.

– Y tú, Jaime, ¿te lo has pasado igual de bien que tu hermano?

El simpático muchacho también estaba loco de contento.

– ¡Oh, sí, sí, mejor que bien!… ¡Puedo decir sin mentir que ha sido el
mejor mes de mi vida!

– ¡No me digas!… Estamos deseosos de conocer tus andanzas.

– ¡Es difícil resumir todo lo que he vivido en pocas palabras!… Solo


os diré que al poco de partir me crucé con unos carromatos en los que
viajaba una compañía de más de cuarenta artistas. Como no me
reconocieron les dije que era un comerciante de telas que iba al sur y
me dejaron unirme al grupo. ¡Fue estupendo! En cada pueblo al que
iban ofrecían un espectáculo que dejaba a todo el mundo boquiabierto.
Había equilibristas, cómicos… ¡e incluso faquires!

– ¡Caramba, qué bien suena todo eso!… ¡Debió ser muy divertido!
Jaime se exaltaba recordando sus vivencias.

– ¡Sí! Yo me sentaba entre el público a verlo, pero lo mejor  venía


después, porque una vez que recogían los bártulos nos íbamos a cenar
y bailar bajo la luz de la luna. ¡Ay, qué vida tan despreocupada la de
esa gente! Si no fuera porque soy el hijo del rey os aseguro que sería
malabarista…

Jaime también dejó la mirada perdida durante, regodeándose en sus


recuerdos. Momentos más tarde, añadió:

– Por cierto, me daban cama y comida a cambio de fregar los platos.


¡Tuve tan pocos gastos que traigo de vuelta casi todas las monedas que
me llevé!

El padre suspiró pensando que su hijo no tenía remedio.

– Ay, mi querido Jaime, ¿cuándo sentarás la cabeza? ¡Mira que te


gusta hacer extravagancias!… En todo caso, me alegro mucho de que
este viaje haya sido tan placentero para ti.

Finalmente, llegó el turno del tercer hermano.

– Bueno, pues ya solo quedas tú… ¡Cuéntanos cómo te ha ido!

Alberto no parecía demasiado satisfecho.

– Bueno, yo quise ver con mis propios ojos cómo viven los habitantes
de nuestro reino. Durante un mes recorrí todas las granjas que pude y
charlé con un montón de campesinos de las cosas que más les
preocupaban, como la escasez de semillas y la falta de lluvia estos
últimos años. Debo decir que todos fueron muy amables y
compartieron conmigo lo poquito que tenían.
El anciano clavó su mirada en la del joven y le preguntó:

– No suena demasiado divertido, la verdad… Hijo mío, ¿quieres


explicarme de qué te ha servido todo eso?

Alberto contestó sin dudar:

– ¡Para ver la realidad! ¡Para conocer lo que pasa más allá de los
muros de palacio!… Los que estamos aquí lo tenemos todo, pero ahí
fuera la mayoría de la población trabaja de sol a sol en circunstancias
muy duras. ¿Sabíais que muchos no tienen ni un viejo arado que les
facilite

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