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Cómo Leer La Biblia para Recibir La Guía Del Espíritu Santo

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Cómo leer la Biblia para recibir la guía del

Espíritu Santo: las 3 principales vías


2019-06-2088271
A- A+

Xiao Xiao (Francia)

Índice
1. Al leer la Biblia, es imprescindible sosegar el corazón ante Dios para
recibir el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo.
2. No leas por leer: elige pasajes acordes a tus problemas y dificultades
reales.
3. Céntrate en meditar las palabras de Dios y en entender el significado
profundo de la verdad.

La lectura de la Biblia es una obligación diaria para los cristianos, además de

indispensable en la senda hacia la verdad y la madurez en la vida espiritual. El

Señor Jesús dijo: “Escrito está: ‘No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda

palabra que sale de la boca de Dios’” (Mateo 4:4). Es evidente que leer las

palabras de Dios con frecuencia y valorarlas con el corazón es obligación de todo

cristiano, pero ¿cómo debemos leer la Biblia para recibir la guía del Espíritu Santo

y lograr resultados positivos? Esta es una cuestión de suma importancia para

nosotros. Es probable que todos hayamos leído la Escritura de la siguiente

manera. A veces somos capaces de recibir el esclarecimiento y la guía de Dios y

de entender Su voluntad y Sus exigencias; nuestro espíritu se conmueve y

tenemos fe y determinación para practicar las palabras de Dios en la vida diaria.

Cada vez nos gusta más asistir a reuniones, orar y leer la Escritura y durante ese

tiempo, además, maduramos en la vida espiritual. Sin embargo, algunas veces no

disfrutamos la lectura de la Biblia y no percibimos el esclarecimiento ni la

iluminación del Espíritu Santo. Sólo entendemos el significado literal de los

pasajes bíblicos y nos falta sentido de la voluntad y las exigencias de Dios; no

sabemos defender las palabras de Dios en la vida diaria y no maduramos


espiritualmente. En ocasiones puede que hasta nos entre sueño leyendo la Biblia

y cada vez tengamos menos ganas de hacerlo, de asistir a reuniones y de orar.

Esto puede ser muy confuso. Si leemos la Biblia como siempre, ¿por qué se dan

dos resultados totalmente distintos? ¿Cómo podemos leer la Biblia para obtener

resultados positivos? A fin de recibir luz a partir de la lectura de la Biblia,

comprendiendo estos tres principios podemos acercarnos más a Dios y recibir Su

esclarecimiento y guía con facilidad.

1. Al leer la Biblia, es imprescindible sosegar el corazón ante Dios


para recibir el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo.

Aunque perseveremos en la lectura diaria de la Biblia a una hora fija, si no

sosegamos el corazón ante Dios durante ese tiempo, simplemente leeremos la

Biblia mientras pensamos en cómo ocuparnos de los asuntos familiares o

laborales. Esa manera de leer la Escritura se limita a seguir una norma y llevar a

cabo un ritual. En tal caso, es probable que lo hagamos mecánicamente y

alcancemos una comprensión superficial; de ningún modo podremos recibir


esclarecimiento del Espíritu Santo, no adquiriremos nueva luz y, naturalmente, ya

no tendremos gozo espiritual. Especialmente en una época tan acelerada, las

ocupaciones laborales y las complicadas relaciones interpersonales nos dejan

exhaustos de cuerpo y mente, así que, cuando leamos la Escritura, debemos tener

todavía más en cuenta el sosiego ante Dios y meditar con esmero Sus palabras.

Esta es la única vía para recibir esclarecimiento y guía del Espíritu Santo.

Dice la palabra de Dios: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en

espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le

adoren” (Juan 4:23). “Acallar el corazón en presencia de Dios es el paso más

crucial para entrar en Sus palabras. […] Solo después de que las personas

son capaces de estar en paz delante de Dios, el Espíritu Santo puede

tocarlas y las puede esclarecer e iluminar, y solo entonces pueden tener

comunión verdadera con Dios y pueden entender Su voluntad y la guía del

Espíritu Santo” (“Acerca de acallar el corazón delante de Dios”). En las palabras

de Dios comprobamos que Él nos exige que lo adoremos con honestidad de

espíritu. Si deseamos ser movidos por el Espíritu Santo y conseguir resultados

positivos de la lectura de la Biblia, debemos sosegarnos ante Dios, meditar con


esmero Sus palabras y escuchar Su guía, pues el tiempo que pasamos leyendo la

Escritura es también el tiempo que tenemos para acercarnos a Dios, adorarlo y

entender verdades de la Escritura. Sólo si veneramos a Dios de corazón, nos

volcamos de todo corazón en Sus palabras y buscamos y meditamos

sinceramente podemos recibir esclarecimiento y orientación del Espíritu Santo, ser

movidos por Él y comprender el sentido de las palabras de Dios. Por tal motivo,

antes de leer la Biblia debemos encontrar un lugar tranquilo y evitar a las

personas, circunstancias o cosas que puedan distraernos. Debemos hacer una

oración antes de empezar, sosegar deliberadamente el corazón ante Dios y


pedirle que nos guíe para que entendamos la verdad de Sus palabras. Cuando

nos volcamos de todo corazón en las palabras de Dios podemos recibir Su

esclarecimiento y guía, y no sólo podemos comprender Su voluntad y Sus

exigencias, sino también aprender nuevas perspectivas y conocimientos sobre

Sus palabras. Cuanto más practiquemos esto, más oportunidades tendremos de

ser movidos por el Espíritu Santo al leer la Escritura y seremos capaces de

descubrir qué podemos hacer para cumplir la voluntad de Dios. Entonces

maduraremos en la vida espiritual con mayor rapidez.

2. No leas por leer: elige pasajes acordes a tus problemas y


dificultades reales.

En primer lugar, hemos de saber que leer la Biblia no implica seguir una

norma ni llevar a cabo una tarea. Se trata, más bien, de resolver nuestros

problemas y dificultades de carácter práctico para tener un sendero de práctica en

nuestra vida diaria. Sin embargo, estamos sujetos a error en la lectura de la Biblia;
a veces nos limitamos a seguir las normas y pasar de un capítulo a otro, de un

versículo a otro, o leemos cualquier página a la que llegamos sin rumbo. Leer la

Escritura así, sin ningún objetivo, no da resultados positivos. Es como si un

enfermo intenta tratar su enfermedad: no puede esperar una mejoría tomándose

cualquier medicamento, sino que primero tiene que entender qué ha provocado

realmente la enfermedad y de qué tipo es para poder recuperar la salud con el

medicamento adecuado a su patología concreta. Lo mismo sucede al leer la

Escritura. La palabra de Dios dice: “Cuando comas y bebas de las palabras de

Dios, deberás comparar con ellas la realidad de tu estado. Es decir, cuando

descubras tus defectos en el transcurso de tu experiencia real, deberás

saber encontrar una senda de práctica y dar la espalda a tus motivaciones y

nociones incorrectas. Si siempre te esfuerzas por estas cosas y pones todo

tu corazón en lograrlas, tendrás una senda que seguir, no te sentirás vacío y,

por tanto, podrás mantener un estado normal. Solo entonces serás una

persona que soporta una carga en la vida, que tiene fe” (“Práctica (7)”). Con

las palabras de Dios comprendemos que debemos tener en cuenta las dificultades

y los problemas que nos encontramos en nuestra vida normal y que leer las

palabras de Dios selectivamente es la única vía para lograr resultados positivos.


Por tanto, antes de hacer la lectura diaria de las palabras de Dios, primero hemos

de pensar un poco en nuestra situación espiritual actual, en la clase de personas,

circunstancias y cosas a que nos hemos enfrentado últimamente, en el aspecto de

la verdad con el que guardan relación y en el tipo de práctica que debemos tener

para cumplir la voluntad de Dios. Entonces podremos buscar conscientemente,

para su lectura, unas palabras de Dios adecuadas a nuestras dificultades reales.

Esto es así porque las palabras de Dios dejarán al descubierto nuestras

motivaciones incorrectas y nuestra corrupción, lo que puede señalarnos el sendero

correcto de práctica. Siempre que actuemos según las exigencias de Dios y


desechemos nuestras motivaciones y perspectivas incorrectas, nuestros

problemas se resolverán y nuestra situación espiritual y nuestra relación con Dios

podrán ir mejorando. Incorporando nuestros problemas personales a la lectura de

la Biblia podemos lograr resolver nuestros problemas prácticos.

Por ejemplo, digamos que surge un conflicto entre nosotros y nuestra familia,

o nuestros hermanos y hermanas, y no somos tolerantes ni pacientes con ellos,

sino que damos muestras de mal genio. Para empezar, debemos aprender a

sosegarnos ante Dios, plantearnos con qué aspecto de la verdad guarda relación

este problema, qué nos exige Dios, etc. Una vez que hayamos captado estas

cosas, sabremos buscar en la Escritura las exigencias de Dios para que tengamos

amor, tolerancia y paciencia hacia los demás. Asimismo, podremos buscar

pasajes en los que Dios nos pide introspección y que no nos centremos solamente

en la otra persona. También podríamos leer cómo el Señor Jesús amaba y

perdonaba a la gente. Con esta clase de lectura selectiva de la Escritura podemos

apreciar lo arrogantes, ofendidos, mezquinos y conflictivos que somos con los

demás. Igualmente podemos reconocer que es voluntad de Dios que aprendamos

a perdonar al prójimo, que nos amemos, seamos magnánimos y tolerantes unos


con otros; quiere que vivamos como cristianos. Luego, si pensamos un poco en la

magnanimidad y tolerancia del Señor Jesús hacia la gente, por las que lavó

personalmente los pies de Sus discípulos, nos emocionaremos más todavía.

Cuando conozcamos estas verdades sentiremos ganas de amar al prójimo según

las exigencias de Dios y, con naturalidad, cultivaremos la tolerancia y la

comprensión hacia quienes nos rodean. Veamos otro ejemplo. Cuando nos

volvemos débiles y negativos mientras predicamos el evangelio y nos topamos

con los impedimentos, la represión, la calumnia y el juicio de las malvadas fuerzas

de Satanás, podemos leer en la Escritura pasajes acerca de cómo tener en


consideración la voluntad de Dios, así como sobre el perfeccionamiento de

nuestra fe a manos de Dios. También podemos mirar fragmentos acerca de la

prudencia ante las fuerzas de Satanás, opuestas a Dios, mientras predicamos el

evangelio. Con la lectura de estas Escrituras podemos entender mejor la voluntad

de Dios, ver que somos tan frágiles que nos volvemos negativos y débiles ante los

fracasos o los reveses, y que tenemos muy poca fe. Puede que esto, asimismo,

nos ayude a comprender que la propagación del evangelio del reino es nuestro

deber y misión obligatorios y que hemos de soportar la persecución y las

dificultades para dar testimonio de la obra de Dios. De igual modo, en la Escritura

podemos llegar a conocer las exigencias de Dios hacia nosotros; debemos ser

prudentes al difundir el evangelio en esta era del mal y aprender a ser astutos

como las serpientes e inocentes como las palomas. Cuando sepamos estas cosas

tendremos fe para apoyarnos en Dios y podremos utilizar la prudencia para vencer

a Satanás y seguir difundiendo el evangelio de Dios. Por ello, si leemos la Biblia

selectivamente, dirigiéndonos a nuestras dificultades reales, podremos recibir con

mayor facilidad el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo, alcanzar a entender

la voluntad de Dios y tener un sendero de práctica correcto. Acto seguido, nuestra

relación con Dios puede volverse más íntima; así es como se logra el mejor
resultado de la lectura de la Escritura.
3. Céntrate en meditar las palabras de Dios y en entender el
significado profundo de la verdad.

Muchos piensan que solamente alegran a Dios las personas que están muy

familiarizadas con la Biblia y tienen muchos conocimientos bíblicos. Así, al leer la

Escritura, hacemos mucho hincapié en leer y memorizar más pasajes para

sabérnosla más al dedillo y de cabo a rabo. Sin embargo, no nos centramos en


meditar las palabras de Dios para lograr entender de qué tratan realmente. Si lo

pensamos detenidamente, tal vez nos parezca que esta práctica simplemente nos

familiariza más con el texto bíblico y que llegamos a comprender algunos

principios espirituales. No obstante, no entendemos las verdades inherentes a las

palabras de Dios, no conocemos Su voluntad ni Sus exigencias y, en especial, nos

falta verdadero conocimiento del propio Dios. Es más, en nuestra vida normal no

sabemos experimentar ni practicar las palabras de Dios. De ese modo, puede que

también nos volvamos cada vez más arrogantes por dominar tantos conocimientos

y teorías de la Biblia. Alardeamos ante los hermanos y hermanas y nos lucimos


interpretando teorías y conocimientos bíblicos; nos exhibimos para que nos

admiren y adoren, y nos plantamos ante nuestros hermanos y hermanas al tiempo

que tenemos una relación cada vez más distante con Dios. En lo espiritual,

caemos en la oscuridad, involucionamos y no sentimos la presencia de Dios.

La palabra de Dios dice: “Cuando leía las palabras de Dios, Pedro no

estaba centrado en entender las doctrinas y, menos aún, en obtener

conocimiento teológico; más bien, se concentró en comprender la verdad y

captar la voluntad de Dios y lograr un entendimiento de Su carácter y Su

encanto. Pedro también intentó comprender los diversos estados corruptos

del hombre a partir de las palabras de Dios, así como la naturaleza corrupta

del hombre y sus verdaderas deficiencias, cumpliendo, así, con todos los

aspectos de las exigencias que Dios le hace al hombre para que lo satisfaga.

Pedro tuvo muchas prácticas correctas que se ciñeron a las palabras de

Dios. Esto estuvo totalmente alineado con la voluntad de Dios y fue la mejor

forma en la que una persona podía cooperar al tiempo que experimentaba la

obra de Dios” (“Cómo caminar por la senda de Pedro”). Esto deja claro que,

cuando Pedro leía las palabras de Dios, no se conformaba únicamente con


comprender algunos conocimientos teológicos o cartas y doctrinas, sino que se

esforzaba especialmente en lo que Dios exige, así como en la búsqueda y la

contemplación reiteradas, y entonces captó el propósito y la voluntad inherentes a

las palabras de Dios. Posteriormente, actuó conforme a las exigencias de Dios de

tal modo que supo poner en práctica, con gran naturalidad, las palabras de Dios

en todas las cosas y vivir la realidad de Sus palabras. La práctica de Pedro nos

aporta una senda propia, práctica y viable. Las palabras de Dios son la verdad,

expresión de Su carácter y de lo que Él tiene y es; todas contienen la voluntad y

las exigencias de Dios. Si no las buscamos, meditamos ni percibimos


detenidamente, no entenderemos nada más que doctrinas literales; desde luego,

no la voluntad de Dios. Tampoco entenderemos de qué tratan realmente las

palabras de Dios, por lo que, naturalmente, no podremos entrar en la realidad de

las mismas. Así pues, cada vez que leamos un pasaje de ellas, debemos meditar

con esmero lo siguiente: ¿Cuál era el propósito de Dios al decir esto? ¿Cuál es Su

voluntad y cuáles Sus exigencias a la humanidad? ¿Qué quería que lográramos

por medio de esto? ¿En qué fallo yo? ¿Cómo debo practicar y entrar en esto en mi

vida real? ¿Qué puedo hacer para cumplir las exigencias de Dios? Al emprender

este tipo de búsqueda y meditación, para cuando nos demos cuenta, Dios nos

dará esclarecimiento y guía y nos permitirá comprender el significado profundo de

Sus palabras. Tendremos algo de verdadero conocimiento del carácter y la

voluntad de Dios, hallaremos un sendero de práctica y entrada y, así, entraremos

paso a paso en la realidad de las palabras de Dios.

Observemos las siguientes palabras del Señor: “En verdad os digo que si

no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los

cielos” (Mateo 18:3). “Antes bien, sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo

que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). En las palabras de Dios
vemos que Él posee una esencia de credibilidad: ama a los honestos y le

disgustan los mentirosos y tramposos. Sólo los honestos pueden entrar en el reino

de los cielos, mientras que los siniestros y taimados no pueden cruzar sus puertas.

La oración y meditación de las palabras de Dios son la única vía para que

podamos entender que Dios quiere que seamos honestos, inocentes y abiertos

como niños, sin mentir de palabra y sin engaño ni falsedad de corazón. Llegados a

ese punto en nuestros planteamientos, podemos pasar a la búsqueda: ¿Tenemos

elementos de deshonestidad? Reflexionando sobre nuestros pensamientos y

actos comprobamos que aún manifestamos mucha falsedad. En ocasiones,


cuando estamos ante Dios en oración, decimos toda clase de maravillas y nos

proponemos muchas cosas, pero casi nunca estamos a esa altura en la vida real.

A veces hacemos algo mal y queremos reconocer el error ante otra persona, pero

nos da miedo que nos desprecie, así que, para preservar nuestra imagen y

reputación, decimos una media verdad y ocultamos la realidad. De vez en cuando,

al comentar nuestras experiencias, estamos más que dispuestos a airear cómo

ponemos en práctica las palabras de Dios, pero muy rara vez hablamos de cómo

desafiamos y nos oponemos a Dios y de cuando no ponemos en práctica la

verdad. A menudo aparentamos ser lo que no somos para que los demás

conserven una buena imagen de nosotros. Alguna vez vemos a hermanos y

hermanas que hacen cosas que no están en consonancia con la voluntad de Dios

y queremos hablar con ellos, pero nos preocupa herirlos en su orgullo o nos da

miedo que no acepten nuestra opinión y nos juzguen, por lo que mantenemos un

ojo abierto y otro cerrado como si no supiéramos nada. Suma y sigue. Con la

reflexión vemos cuánta falsedad manifestamos: en absoluto somos honestos y

agradables a Dios, así que ¿cómo podría entrar alguien como nosotros en el reino

de los cielos? Tras comprender estas cosas, debemos proceder a sopesar la

senda hacia la honestidad en las palabras de Dios. En primer lugar, no podemos


mentir de palabra, sino que debemos hablar con arreglo a la verdad. Hay que

diferenciar las cosas: este es el fundamento de nuestra práctica. Pero, más que

nada, es necesaria la honestidad de corazón. Este no puede albergar perversidad

ni falsedad; todo cuanto decimos o hacemos está sujeto al escrutinio de Dios. No

podemos mentir ni engañar para proteger nuestro estatus, reputación o imagen,

sino que, ante un problema, deberíamos ser capaces de despojarnos de nuestras

motivaciones incorrectas y hablar sin rodeos, con honestidad y con el corazón.

Este es el primer paso hacia la honestidad. Si siempre meditamos seriamente las

palabras de Dios de esta forma, procurando entender la esencia de la verdad más


allá del sentido literal, comprenderemos cada vez mejor los pormenores de la

verdad y, entonces, será más correcto lo que practiquemos en nuestra vida. Nos

acercaremos más a la voluntad y las exigencias de Dios y nuestra práctica será

más acorde a Su voluntad. Estaremos cada vez más cerca de Dios y nos

sentiremos firmes, tranquilos y satisfechos en el alma.

Otro punto que cabe plantear es que, sea cual sea el aspecto que estemos

leyendo de las palabras de Dios, no podemos conocerlo del todo y a fondo tras

una o unas pocas lecturas. Esto siempre es un proceso. Las palabras de Dios son

tan profundas que ocultan muchas verdades, por lo que no podemos tener

demasiada prisa ni ansia por terminar. Debemos esforzarnos con ellas, sopesarlas

y orar al respecto de manera constante y trabajar diligentemente para entender las

verdades que contienen. También debemos llevarlas a la práctica en la vida diaria,

reflexionándolas y entrando en ellas al mismo tiempo para que adquiramos a

través de nuestras experiencias una comprensión más profunda de las verdades

que contienen. Tras practicar esto durante un tiempo, podremos entender y

profundizar poco a poco en la verdad, lo que nos aportará conocimiento de la

misma.

Estos son los tres principios de la lectura de la Escritura. Poniéndolos en

práctica podemos subsanar nuestros problemas de falta de esclarecimiento en la

lectura o de ausencia de gozo espiritual, madurar en la vida espiritual y cultivar

una relación de creciente cercanía con Dios. Queridos hermanos y hermanas, ¿a

qué esperáis? ¡Haced la prueba!


En cualquier momento durante este ejercicio tuviste a Dios como
uno de tus amigos? ¿Qué tipo de amigo es Dios para ti?

¿Es Dios tu amigo?


Posiblemente estás pensando: “Pero espera, ¿Dios como amigo?
¡Dios es nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Creador, nuestro
Dueño, nuestro Maestro, nuestro Rey! ¿Cómo puedo considerar a
Dios como un amigo?” Sí, Dios es infinitamente superior que
nosotros. ¡No hay duda de eso! Pero la Palabra de Dios nos muestra
que un ser humano puede ser un amigo de Dios. Isaías 41:8 dice:
"Pero tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien he escogido, descendiente
de Abraham, mi amigo…". Santiago 2:23 afirma esto: "y se cumplió
la Escritura que dice: Y Abraham creyó a Dios y le fue contado por
justicia, y fue llamado amigo de Dios". Miren lo que dice Jesús a
Sus discípulos en Juan 15:15. "Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos,
porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre".

Entonces, volvamos a nuestro ejercicio mental. ¿Dónde está Dios


entre tus categorías de amigos? ¿Es Él tu amigo íntimo que está más
cerca que tu familia, cónyuge, hijos/hijas, novio/novia, mejor
amigo/amiga? O, ¿es un amigo cercano? O, ¿es un amigo regular?
O, ¿es un amigo casual? O ¿un desconocido?

Confianza y amistad
Cuando probamos este ejercicio mental, se hace evidente que el
elemento esencial que determina la cercanía en una amistad es la
confianza. La confianza es lo que determina el nivel de
amistad. Enseñamos a nuestros hijos a no confiar en los
desconocidos. No les contamos a los desconocidos nuestros asuntos
privados. Confiamos un poco más en nuestros amigos casuales.
Confiamos aún más en nuestros amigos cercanos. Confiamos
completamente en nuestros amigos íntimos; podemos contarles
todos nuestros secretos, podemos confiarles nuestra información del
banco, llaves de la casa, etc. Otra vez, la confianza es lo que
determina el nivel de amistad.

Entonces, ahora mira una vez más Juan 15:15. "Ya no os llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he
llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de
mi Padre".

¿Pueden ver lo que Jesús está diciendo aquí a Sus discípulos? En un


sentido, Jesús está diciendo que ya no considerará a Sus discípulos
como amigos casuales sino como sus amigos íntimos. Aquí está mi
punto: Dios también tiene diferentes categorías de amistad como
nosotros.

Las categorías de amistad de Dios


De lo que veo a través de las Escrituras, me parece que las
categorías de amistad de Dios son un poco diferentes a nuestras
categorías. Primero, Dios tiene la categoría de “amistad perfecta e
infinita”. Esta categoría de amistad es la relación trina de Dios entre
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ningún ser humano ha tenido
una relación de este nivel. Solo las tres Personas de Dios pueden
experimentar entre Sí mismos esta amistad infinitamente gloriosa y
perfecta. Pero se ve que el resto de las categorías pueden ser
similares. Dios también tiene sus “amigos íntimos”, aquellos que lo
consideran su mejor amigo. Estos son los que lo aman y confían en
Dios más que cualquier otra cosa o persona. Es un grupo
verdaderamente privilegiado donde aún la mayoría de los ángeles
santos probablemente no pueden tomar parte. Hablando de los
ángeles, Job 15:15–16 dice: "He aquí, Dios no confía en sus santos,
y ni los cielos son puros ante sus ojos; ¡cuánto menos el hombre, un
ser abominable y corrompido, que bebe como agua la iniquidad!"

Dios también tiene sus “amigos casuales”. Estos son los que han
comenzado una relación con Dios a través de la sangre de Jesús,
pero todavía no confían en Él como deberían. De vez en cuando
dicen, “Hola Dios. ¿Cómo estás? Ayúdame. Amén.” No están muy
interesados en Dios con la excepción de cuando lo necesitan.
Encuentran más interés en las cosas del mundo que en Dios.

Dios también tiene a sus desconocidos. Estos son aquellos que no lo


conocen y a quienes Dios dirá (Mateo 7:23): "Jamás os conocí;
apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad".

¿Qué tipo de amigo?


Entonces, ¿qué tipo de amigo eres tú para Dios? Mi pregunta
anterior fue: “¿Qué tipo de amigo es Dios para ti?” Esta pregunta es:
“¿Qué tipo de amigo eres tú para Dios?” La primera pregunta está
buscando tu opinión de Dios. La segunda pregunta busca la opinión
de Dios sobre ti. Las preguntas son diferentes pero la respuesta está
conectada. Santiago 4:8a dice: "Acercaos a Dios, y El se acercará a
vosotros".

En otras palabras, la respuesta de una determinará la otra. Si Dios es


un desconocido para ti, entonces Dios también te considerará como
un desconocido. Si Dios te considera como un amigo casual, eso es
porque tú lo consideraste como un amigo casual. Si tú te acercas a
Dios y lo tratas como tu mejor amigo, Dios también se acercará y
será tu mejor amigo. Si Dios te trata como Su mejor amigo, eso es
porque tú lo trataste como tu mejor amigo.

Conclusión
Un día estuve acostado en mi cama meditando sobre Santiago 2:23
donde dice que Abraham fue llamado “amigo de Dios”. Abraham es
la única persona en el Antiguo Testamento a quien Dios lo llama
“mi amigo”. ¡Eso me pareció tan maravilloso y glorioso! Dios, el
Creador infinitamente glorioso, hermoso y majestuoso llamando a
un ser humano Su amigo… Sentí un profundo anhelo por también
ser reconocido como eso. Comencé a orar: “Oh Espíritu Santo,
quiero ser tu amigo como Abraham”. Esto no me pasa tanto, pero en
ese momento, inmediatamente, escuché una voz tan clara en mi
cabeza que me hizo abrir mis ojos con sorpresa. La voz dijo: “Yo
también quiero ser tu amigo”. Entiendo que fue solamente una
experiencia personal, pero fue tan sorprendente, inesperada y
poderosa que dejó mis ojos llenos de lágrimas.

Creo totalmente que Dios te está diciendo lo mismo: “Yo quiero ser


tu mejor amigo”. Dios desea tanto ser tu amigo que entregó a Su
propio Hijo Jesucristo, Su mayor tesoro, para morir por tus pecados.
Dios está dispuesto a ser tu mejor amigo, ¿tú también lo estás?
Estuve pensando sobre un artículo que habla de 11 razones para leer la Biblia. Estoy de
acuerdo con todo lo que propone la autora, que menciona que la lectura de la Biblia nos
hace más sabios; nos ayuda a vencer las tentaciones que enfrentamos todos los días; nos
trae paz y es una guía para la vida; nos ayuda a estar conscientes de nuestra relación con
Dios; nos enseña historia y nos hace entender la vida de Jesús; nos habla de fe y no de una
religión; y puede transformar nuestra vida para bien porque nos da una nueva perspectiva.

Después de leer eso, me quedé pensando acerca de por qué leo la Biblia todos los días y
cuáles son los beneficios que esa lectura ha traído a mi vida.

Empecé a leerla cuando tenía aproximadamente 11 años. Primero fue por curiosidad pues
mi padre la tenía abierta en su habitación. Pero a partir de los 12 empecé a leerla a diario,
junto con el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud, que la explica bajo un punto de
vista espiritual y trae La llave de las escrituras, contenida en 3 capítulos: Génesis,
Apocalipsis y Glosario. Este último es como un mini diccionario, pero los tres capítulos
fueron y todavía son fundamentales para mi comprensión global de todos los libros que
componen las Sagradas Escrituras.

Un estudio realizado por el Pew Research Center confirma que tres cuartos de los cristianos
en los Estados Unidos cree que la Biblia es la palabra de Dios, y yo soy una de ellos. Lo
digo porque, aunque la Biblia contiene muchos datos históricos, me baso en la palabra
inspirada de la Biblia para comprender mi relación con Dios, para guiarme en las
decisiones cotidianas, y para comprender la existencia, tanto en este plano humano como en
la vida eterna.

Por ejemplo, el primer capítulo del Génesis dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su
imagen y semejanza. Pero la Biblia también define a Dios de varias maneras, como espíritu,
como amor, como verdad, y otros términos que no son “humanos”. Y estas definiciones nos
ayudan a comprender que, por ser la semejanza de Dios, no somos meramente “humanos”,
sino mucho más que eso; somos expresiones del espíritu, y por lo tanto, espirituales; del
amor, y por lo tanto amorosos; de la verdad, y por lo tanto verdaderos, auténticos, dignos.

Me encanta ver en la Biblia cómo el concepto sobre Dios va evolucionando. En el Antiguo


Testamento, el libro de los Reyes cuenta que Elías tiene la revelación en el monte Horeb de
que Dios no está en el viento, en el terremoto, ni tampoco en el fuego, pero sí en la
tranquilidad y en la paz. Eso me ayuda siempre que enfrento algún problema. Es en la paz
interior donde encuentro a Dios, y desde allí puedo buscar soluciones.

Algo parecido aparece en Isaías, libro escrito por 3 profetas del mismo nombre; allí se
afirma que en descanso y reposo somos salvos; en quietud y confianza está nuestra
fortaleza. Como las palabras “salvo”, “salvación” y “salud” tienen la misma raíz, estas
ideas de descansar, reposar, callarse y confiar totalmente en Dios también me son
extremamente importantes cuando busco curación física para mí misma o para los demás.
Cuando nos sentimos salvados por Dios, cuando sentimos su amor y cuidado, encontramos
la salud espiritual que se manifiesta en nuestro cuerpo. Y aun cuando quizás venga el temor
o la sensación de soledad, el capítulo 41 de Isaías nos asegura que Dios es el amigo siempre
a nuestro lado que dice: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy
tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi
justicia”.

A su vez, el Nuevo Testamento es para mí la mejor guía para vivir en paz con Dios, con
uno mismo y con los demás. El ejemplo y las enseñanzas de Jesús, de sus apóstoles y
discípulos nos muestran cómo vivir sin juzgarse a uno mismo ni a los demás, cómo sentir y
demostrar el amor incondicional que sana y trae alegría, cómo vivir con honradez y
contribuir a un mundo más sano, equilibrado y justo.

¿Qué es lo que puede sustentar este mundo más sano? ¿Podrían ser leyes de armonía, leyes
del Amor, leyes de la creación perfecta de Dios? La palabra “ley” aparece casi 500 veces en
la Biblia, y no tengo duda de que leerla buscando entender y poner en práctica esas leyes en
relación a la existencia nos lleva a pensar más profundamente acerca del orden, el
equilibrio y la salud, y a verlos expresados más a menudo en nuestra vida diaria.

Mi oración constante es que, al fin y al cabo, todos puedan ver y sentir que “el
cumplimiento de la ley es el amor” incondicional que la Biblia nos enseña, y que sí hay
muy buenas razones para leerla.

¿Cuál es la importancia de la Biblia?”

Responder:

Es imposible exagerar la importancia de la Biblia. A lo largo de los siglos,


innumerables hombres y mujeres han escrito volúmenes para subrayar el
significado de las Escrituras. Pero no deberíamos creer en la palabra de ningún
humano. Lo que la Biblia nos dice sobre sí misma es lo único que importa.

Algunos escritores nos han llamado la carta de amor de Dios de la Biblia. Otros
han descrito que tiene nuestro manual de por vida. Son ambas cosas y mucho
más. La importancia de la Biblia se basa en el hecho de que es la revelación de
Dios para nosotros (Juan 1: 1–5). La Escritura es la Palabra de Dios para la
humanidad. Es inspirada o inspirada por Dios, es decir, cada palabra en cada
parte de los manuscritos originales proviene de Dios: “Toda la Escritura es
inspirada por Dios y es útil para enseñar, reprender, corregir y capacitar en
justicia, para que el siervo de Dios esté completamente equipado para toda buena
obra ”(2 Timoteo 3: 16-17). La Biblia también es infalible, lo que significa que cada
palabra en cada parte de su etapa original, escrita a mano, no tiene errores (2
Pedro 1: 20-21; Salmo 12: 6; Proverbios 30: 5; 1 Tesalonicenses 2:13).

La importancia de la Biblia es que nos da la oportunidad de ver y conocer a Dios.


Las Escrituras revelan Su carácter y naturaleza, Su soberanía y poder, y Su razón
para crearnos, el universo y todo lo que hay en él. Leemos sobre el trato de Dios
con la humanidad, Su bondad y gracia, Su luz y amor, Su santidad y justicia, Su
misericordia y compasión.

La Biblia revela el deseo de Dios desde el principio de tener un pueblo propio


(Levítico 26:12). En él, aprendemos acerca de la perfecta comunión que los
humanos tuvieron una vez con Dios en el paraíso y cómo fue quebrantada por el
pecado y la desobediencia. Pero mediante el sacrificio del Hijo de Dios, Jesucristo,
podemos ser perdonados. Descubrimos que Dios desea redimirnos y restaurarnos
a una relación correcta con Él (Romanos 5: 1–11, 18–19). Mediante la lectura de
la Palabra de Dios, podemos llegar a comprender el propósito de nuestras vidas,
así como los planes de Dios desde el principio de los tiempos hasta la eternidad (1
Pedro 2: 9; Efesios 2:10).

La importancia de la Biblia es que es un libro que da vida. La Palabra de Dios es


viva y poderosa, “más cortante que la espada de dos filos más aguda, corta entre
el alma y el espíritu, entre las coyunturas y la médula. Expone nuestros
pensamientos y deseos más íntimos ”(Hebreos 4:12, NTV). El Dios que desea
redimirnos le dio a Su Palabra el poder para salvarnos (2 Timoteo 3:15). “Hemos
nacido de nuevo, no de semilla perecedera, sino de lo imperecedero, por la
palabra viva y permanente de Dios” (1 Pedro 1:23).

La Biblia no solo tiene el poder de salvarnos, sino que también tiene el poder de
santificarnos: “Ahora que se han purificado a sí mismos al obedecer la verdad para
que se amen sinceramente el uno al otro, ámense profundamente unos a otros, de
la corazón ”(1 Pedro 1:22). La Palabra de Dios tiene el poder de limpiarnos,
santificarnos y hacernos santos (Juan 15: 3; 17:17; Efesios 5:26). Y Su Palabra
nos da el poder de vencer el pecado y llevar nuestros pensamientos a la
obediencia espiritual a Dios (2 Corintios 10: 4-5).

La importancia de la Biblia es que nos muestra la voluntad de Dios. Al obedecer lo


que el Señor dice en la Biblia, podemos mantenernos puros (Salmo 119: 9, 11).
Meditar en las enseñanzas de las Escrituras nos hará prosperar espiritualmente y
traerá bendiciones y verdadero éxito en la vida (Josué 1: 8; Santiago 1:25).

La Biblia contiene la sabiduría y la guía esenciales para hacer nuestro camino por
la vida: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:
105, ESV). Jesús nos enseñó a depender de la Palabra de Dios para nuestro “pan
de cada día”. No podemos subestimar la importancia de consumirlo regularmente,
porque es el combustible de nuestra vida espiritual (Deuteronomio 8: 3; Mateo 4:
1–4). La Palabra de Dios nos equipa y nos da poder para servirle (2 Timoteo 3:17;
Hebreos 4:12), y podemos blandirla como nuestra mayor arma ofensiva contra
nuestro adversario, el diablo y los poderes de las tinieblas (Efesios 6:17). .

La Palabra de Dios es eterna: “La hierba se seca y las flores se caen, pero la
palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isaías 40: 8). La verdad es
eterna: “La suma de tu palabra es verdad, y cada una de tus justas reglas perdura
para siempre” (Salmo 119: 160, ESV). ¿Cómo podemos dudar de la importancia
de la Biblia cuando leemos: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán jamás” (Mateo 24:35)?

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