Hacienda Pública
Hacienda Pública
Hacienda Pública
Decantación doblemente curiosa. Por una parte, porque si se justificaba inicialmente por la
necesidad de reflejar un campo más amplio con la nueva denominación, se acota
simultáneamente de forma notable, los objetivos de la economía pública son:
Según esta definición tradicional, la Hacienda Pública se ha considerado como una parte de
la Economía Pública, reservándose este último término a la parcela de la economía que se
decide por la autoridad. Sin embargo, en las últimas décadas el concepto de Hacienda
Pública ha sido ampliado considerablemente, desembocando en el más moderno de
Economía Pública, aunque en la práctica ambos términos suelen utilizarse como sinónimos.
Por otro lado, el sujeto de la Hacienda Pública es el sector público concebido en un sentido
amplio, que incluye no solo a las Administraciones Públicas sino también a las empresas
públicas.
Dentro del estudio de la Hacienda Pública coexisten tanto el enfoque positivo (centrado en
el “ser” de las cuestiones consideradas) como el normativo (referido al “deber ser”). La
Hacienda Pública “positiva” intenta explicar teóricamente y mediante la investigación
empírica el funcionamiento del sector público, y la “normativa” elabora recomendaciones
para poder decidir entre las políticas públicas más adecuadas ante una determinada cuestión
o problema y a partir de los objetivos previstos.
En las economías mixtas actuales, las principales cuestiones objeto de análisis por la
Hacienda Pública son las tres funciones que, en opinión de Musgrave, debe desarrollar
cualquier sector público; a saber: la asignación eficiente de los recursos, la distribución de
la renta y el fomento de la estabilidad y el desarrollo económico.
La Economía Pública es la actividad financiera con la que el Estado intenta satisfacer las
necesidades colectivas en el ámbito público a través de la elaboración y ejecución del
presupuesto, donde la financiación del mismo se nutre con un alto porcentaje de los
impuestos, y por efecto de la redistribución del gasto, el Gobierno Nacional transfiere a las
entidades territoriales.
las funciones principales de la Economía Pública, entre las que están la asignación: Los
bienes sociales o públicos no pueden suministrarse por los mecanismos del mercado, estos
son demandados y necesitados igual que los bienes privados por los consumidores; la
diferencia es que los bienes sociales no limitan su beneficio al consumidor concreto, sino
que alcanzan también a otros, en cambio los privados solo benefician a quien adquiere el
bien.
El sistema tributario óptimo se entiende ahora como aquel que puede aplicarse de forma
efectiva mucho más que el que mejor responde a una construcción teórica impecable. Así,
deja de ser un complejo entramado de matices para avanzar decididamente hacia la
simplificación. Los efectos se estudian desde el convencimiento de que vivimos en un
mundo imperfecto, donde la competencia es limitada, las externalidades generalizadas y la
in-formación incompleta y asimétrica.
La relación muestra los comportamientos optimistas y es el segundo y no el primer óptimo
el objetivo de toda política. Equidad y eficiencia comienzan a aparecer como objetivos más
veces coincidentes que Enfrentados. La utopía de la Hacienda Pública tradicional va
dejando paso de forma creciente a un escéptico realismo, mucho más modesto en sus
objetivos. Y quizás la Economía Pública vaya confluyendo progresivamente en problemas
de Gestión Pública: cómo conseguir con recursos escasos unas prestaciones razonablemente
equitativas que distorsionen mínimamente el funcionamiento del mercado y se financien de
la forma más sencilla posible. Ese realismo, esa necesidad de tener en cuenta las
restricciones externas, esas limitaciones del entorno social y político, al final, quizás estén
significando una cierta recuperación de algunos aspectos de la vieja Hacienda Pública.
Al final, la defensa del Estado de Bienestar exige buscar fórmulas para gestionarlo mejor.
La defensa de un Estado redistribuidor, con capacidad para corregir las desigualdades más
evidentes, exige analizar cómo hacerlo más eficiente. Al final, equidad y eficiencia pueden
converger sin necesidad de aparecer enfrentadas. Un Estado activo en la defensa de la
equidad sólo será posible si es eficiente.