Gobernabilidad Uvalle

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Sociedad abierta, gobernabilidad y

gestión pública
Ricardo Uvalle

Maestro y doctor en Administración Pública por la Facultad de


Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autó-
noma de México; coordinador del Centro de Estudios en Admi-
nistración Pública; profesor y tutor del Programa de Posgrado
en Ciencias Políticas y Sociales e integrante del Sistema Nacio-
nal de Investigadores, Nivel III.

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Introducción
El comportamiento del poder en la sociedad contemporánea es un obje-
to de análisis que conlleva a temas complejos como la gobernabilidad;
más aún, cuando se alude a la sociedad abierta y la gestión pública. La
multiplicidad de actores, contextos y procesos son, hoy día, una cons-
tante que caracteriza a los sistemas dinámicos de poder.
La superación de las visiones estadocéntricas da paso a las postu-
ras multicentradas, las cuales reflejan que las sociedades contemporá-
neas se organizan y funcionan sobre esquemas de competencia intensa
que deben regularse con calidad institucional y pericia directiva. Ello
implica que los asuntos de la gobernabilidad no se agotan en la forma
de gobierno, sino que aluden al modo en que se consiguen resultados
eficaces para la vida comunitaria, porque implican la utilización de ha-
bilidades y prácticas orientadas a conseguir legitimidad en la obtención
de los resultados finales. El modo de gobernar es fundamental para la
comprensión de la gobernabilidad porque alude a resultados específicos
que se relacionan con la eficacia de las instituciones.
En este sentido, el modo de gobernar implica simultáneamente el
de conseguir resultados y éstos se relacionan, de manera directa, con la
gestión pública, que debe entenderse desde esta perspectiva, como la
herramienta a través de la cual se procede a la construcción de capa-
cidades que permiten a la comunidad vivir con equilibrios dinámicos,
reacomodos funcionales y el cumplimiento de las metas públicas que se
han definido. El modo de gobernar es un tópico de la mayor relevancia
en un mundo complejo, cambiante y contradictorio. Preocupa a los po-
líticos, los directivos y los actores protagónicos de la sociedad porque
se relaciona con la posibilidad de alcanzar los acuerdos básicos que
permitan generar certidumbre en favor de los mercados económicos y
los mercados políticos.
La categoría mercado (Quintana, 2006: 25) da paso a un espacio
en el cual se generan elecciones, decisiones, competencia, información,
intercambios, incentivos, preferencias, sanciones, votos de recompensa
y votos de castigo, dado que los individuos y grupos se organizan, con-
siderando la pluralidad de la sociedad moderna, situación que implica
capacidades de gobierno para asegurar una convivencia más efectiva, la
cual significa generar institucionalidad para que los conflictos y expec-
tativas de la sociedad tengan cauce efectivo.

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El modo de gobernar implica la forma en que se producen o no
capacidades de gobierno. Es por ello un aspecto fundamental en la vida
de las sociedades abiertas y competitivas, mismas que tienen como refe-
rentes ineludibles las libertades subjetivas civiles y las libertades subjeti-
vas políticas. En un esquema de competencia y apertura, el ejercicio del
poder tiende hacia la democracia y ésta es un sistema de vida que finca
en la diversidad y la pluralidad, la parte medular de su existencia. Por
ello, la gobernabilidad democrática es el punto más conspicuo de las
capacidades que tienen las instituciones públicas para articularse con
las instituciones privadas y sociales.
De la consistencia de la gobernabilidad depende la certidumbre
en la sociedad, la confianza en las autoridades y la adhesión de los ciu-
dadanos con el orden jurídico y político.
El propósito del presente trabajo que tiene alcance conceptual,
consiste en reflexionar acerca de la relevancia que tiene la gobernabi-
lidad en el ámbito de las sociedades abiertas, en las cuales los asuntos
públicos exigen capacidades acreditadas de gestión para dar paso a su
tratamiento y solución. La práctica del poder en la visión de lo público,
de ciudadanos organizados y la necesaria conducción de la vida comu-
nitaria, implica aludir a procesos que conllevan a cómo hacer y rehacer
las capacidades de gobierno, tomando en cuenta los factores y elemen-
tos cambiantes de la vida asociada. Esto implica que el vínculo entre go-
bernabilidad, espacios abiertos y gestión pública es el punto de partida
para enfocar las acciones colectivas en un horizonte de competencia y
complejidad que da lugar al modo en que se gobiernan las sociedades
contemporáneas sobre la base de los consensos y las oposiciones.
El objetivo del presente artículo es analizar y explicar la importan-
cia de cómo en las sociedades abiertas los asuntos de la gobernabilidad,
así como la importancia de la gestión pública, son elementos fundamen-
tales en la organización y el funcionamiento de las instituciones públi-
cas en tiempos que demandan, por parte de los gobernados, mejores
capacidades de respuesta.
Para fines de exposición el artículo se organiza del modo siguien-
te: 1) contexto; 2) sociedad abierta; 3) complejidad de los asuntos públi-
cos; 4) desafíos de la gobernabilidad; 5) atributos de la gestión pública:
eficiencia y democracia, y 6) conclusión.

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Contexto

Una característica de las sociedades contemporáneas es que su desarro-


llo se intensifica y diversifica más que en otros tiempos. Han ingresado
a etapas de vida que reflejan cómo los asuntos públicos son de impor-
tancia creciente para situar las exigencias de la vida civil y política de
manera constante. Los tiempos presentes son propios de actores que no
tienen punto de reposo para movilizar energías, recursos y organizacio-
nes que son consecuentes con los procesos de pluralidad y democratiza-
ción que se han desencadenado con intensidad desde la última década
del siglo pasado.
Las sociedades contemporáneas se caracterizan por tomar con-
ciencia del tiempo en que viven y por luchar por sus derechos con base
en la igualdad y la libertad de las personas. Asumen que los ciudadanos
no son súbditos que obedecen a la autoridad sin mayor exigencia a cam-
bio; ahora rebasan le esfera de la democracia representativa e intervie-
nen (Prats, 2005: 39) directamente en los asuntos públicos. La idea de
súbdito, propia de sociedades no activas, se abre como un horizonte de
realización para que lo público sea expresión intensa de formas de vida
que consiguen rebasar patrones tradicionales de convivencia.
Lo fundamental de las sociedades contemporáneas es que los ciu-
dadanos se sienten más libres y tienen mejor información (Prats, 2005:
39) en torno a los asuntos comunes y poseen iniciativa para asumir un
papel básico en la construcción de las agendas públicas. El tiempo de
las posturas verticales sin límite de cobertura ceden ante la necesidad de
escuchar y deliberar acerca de los temas y problemas que conciernen a
la vida en común. Las formas de consulta y deliberación indican que las
autoridades optan más por el método de consensuar y no de imponer a
los ciudadanos criterios o normas.
El aprendizaje de los valores democráticos es una constante para
que el poder público sea más reconocido y legítimo. Por tanto, los espa-
cios del poder no son cotos cerrados, sino sistemas de interacción que
dan vida a la correlación de fuerzas que nutren el ejercicio del mismo.
Los espacios públicos de la sociedad son un lugar que se disputa con la
participación de los movimientos ciudadanos.
En consecuencia, no hay lugar para que el secreto y el anonimato
puedan caracterizar los comportamientos en la vida asociada, cuando
se tiene como referente el universo de la pluralidad y la apertura del

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poder. Una lección de las transformaciones que han tenido el Estado y
la sociedad en los espacios democráticos, es que las tareas de gobier-
no tienen que ubicarse en el plano de relaciones de cooperación, no
de imposición; de consulta pública, (Garzón, 2005: 17) no de hechos
unilaterales y consumados; de deliberación entre los actores, no sólo
de racionalidad burocrática a cargo de expertos y ajenos al escrutinio
de los ciudadanos. Este cuadro de relaciones modifica a fondo la visión
que se tenía de los gobiernos para que el comportamiento de las auto-
ridades sea más flexible y eficaz, con el fin de dar respuesta a la suma
de problemas que se originan en los numerosos sitios de la vida social,
económica y política.
Las tareas de gobierno no son asunto reservado de manera exclu-
siva a las autoridades ni a los cuadros administrativos responsables de
concretar la oferta de políticas que se formula ante el público ciudada-
no. Si gobernar implica dirigir y coordinar, lo importante es hacerlo de
cara a los ciudadanos. No hay método infalible para gobernar; lo que
existe son pasos y aprendizajes (Dror, 1999: 80) que se valoran para arti-
cular respuestas de consenso a favor de una vida pública más intensa. La
lógica del poder contemporáneo es la apertura y la corresponsabilidad;
en este sentido, los ciudadanos son personas de carne y hueso que no
admiten la exclusión en las decisiones colectivas, menos ser considera-
dos un código o expediente que pueden registrarse en los archivos de las
oficinas de gobierno.
La irrupción de las energías sociales y políticas en el espacio de lo
público indica que la tarea de gobernar es impensable sin la participa-
ción de los ciudadanos en los procesos públicos, dado que éstos tienen
su origen en espacios no son estatales, que pertenecen a la vida coti-
diana de las personas, grupos y organizaciones. La democracia contem-
poránea reconoce la importancia de la participación y representación,
pero no se agota en las mismas; la calle, como lugar de lo público, da
cuenta de conductas, reacciones y estrategias que, mediante la movi-
lización de voluntades organizadas, confieren a las tareas de gobierno
otro perfil de valoración.
Las marchas, las protestas, las proclamas y las demandas no son
expresión simbólica de la sociedad civil, sino ejemplo de cómo la calle
se ha convertido en el terreno que las autoridades toman en cuenta para
calibrar el alcance de las decisiones colectivas. La visión de los gabine-
tes cerrados e integrados únicamente por expertos en tareas de gestión

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pública cede porque se reconoce que el gobierno de la república está
reservado únicamente a las autoridades y los administradores del Estado.
Si algo demuestra el ejercicio del poder, es que tiene que extenderse
hacia zonas de reacción ciudadana y hacia públicos que otrora tenían
perfil bajo de intervención en los asuntos de la comunidad.
Las tareas de gobierno no deben entenderse únicamente en la re-
lación de mando y obediencia propia de las monarquías absolutas, sino
considerar que, en la democracia, son los ciudadanos los que confieren
un mandato a los dirigentes políticos para que su voluntad sea tomada
en cuenta en la definición y el cumplimiento de las políticas públicas.
Democracia implica ciudadanos libres e iguales; por tanto, son sujetos
jurídicos y políticos que tienen los medios para calificar lo que el poder
realice e influir con su deliberación (Fearon, 1998: 88) y preferencia en
la correlación de las fuerzas políticas.
Gobierno sin ciudadanos, no es democrático, y gobierno que no
es democrático valora a los gobernados como sujetos que pueden ad-
ministrarse como si fuesen objetos cosificados. No es el caso de la de-
mocracia contemporánea, en la cual la razón de ser de los gobiernos
son los ciudadanos y el objeto de las políticas públicas son, sin duda, la
comunidad de personas que tienen, al mismo tiempo, derechos y obli-
gaciones. El ciudadano no es más una figura abstracta y universal, sino
concreta y específica. La diferencia entre el ciudadano real y el formal
no tiene lugar válido; a partir de lo abstracto y lo universal, el sujeto
jurídico y político es el ciudadano y, en ese sentido, tiene que consi-
derarse en sus condiciones reales de vida. Este patrón es fundamental
en las tareas de gobierno, lo cual implica que los asuntos públicos los
generan sujetos jurídicos y políticos que no están dispuestos a renunciar
un ápice de sus derechos ante la autoridad.
La visión de los gobiernos en contextos democráticos se afina
desde el poder para no dar lugar a prácticas piramidales; una lección
contemporánea de las democracias es que el público ciudadano tiene
claridad del lugar que ocupa en los procesos institucionales. En conse-
cuencia, las tareas de gobierno reconocen la horizontalidad de los movi-
mientos ciudadanos para que las relaciones de inclusión prevalezcan en
la construcción y aplicación de las políticas públicas. La horizontalidad
de los movimientos ciudadanos es un atributo distintivo de las democra-
cias contemporáneas para que los gobiernos utilicen medios de gestión
que sean congruentes con la savia ciudadana, y con la importancia de

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que un esquema de imposición es inviable en contextos de creciente
participación. La horizontalidad de los movimientos ciudadanos es una
tendencia que caracteriza a las sociedades que se nutren de la acción
política organizada, la cual tiene como sustento prácticas de identidad
que los miembros de la sociedad civil articulan para rebasar la esfera de
lo privado, ingresar con energía a la vida pública e influir en su orienta-
ción y acciones.
Gobernar no alude a lo que la autoridad desea y quiere hacer,
sino a la ponderación de realidades, contextos y actores para definir la
utilización de los recursos escasos en la vida comunitaria. La reacción
de los ciudadanos no es accidental, sino que se inscribe en la lucha por
los derechos civiles, políticos y sociales que tienen para evitar su anula-
ción como factor central en los rendimientos de la vida política y eco-
nómica. Únicamente el poder avasallador puede ignorar la importancia
de los ciudadanos en el quehacer colectivo. En las condiciones de las
sociedades contemporáneas, el poder avasallador no tiene elementos de
factibilidad para constituirse como un sistema de imposición y dirección
política. La reacción ciudadana es un contrapeso efectivo a las tentativas
de los autoritarismos reales y potenciales.

Sociedad abierta

Una característica del tiempo actual es que los movimientos sociales y


políticos abren caminos de lucha y participación que favorecen el forta-
lecimiento de los espacios públicos. Las sociedades tribales y cerradas
(Suárez, 2005: 25) entendidas como sociedades no modernas, se disuel-
ven con el empuje de las capacidades ciudadanas. Uno de los últimos
vestigios de esas sociedades es que se localizaban en Europa Central
durante más de cuarenta años en países como Berlín Oriental, Bulgaria,
Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania, Yugoslavia. El común de-
nominador en esos países es que el poder de las burocracias guberna-
mentales impedía la movilidad política y la renovación del poder a ma-
nos de los gobernados que, en sentido estricto, no tenían la oportunidad
de ejercer los derechos ciudadanos. Con la caída del Muro de Berlín en
1989 y la “revolución de terciopelo” que se llevó a cabo en el seno de
esas sociedades que eran tribales, importantes transformaciones deno-
taron la lucha por acceder a formas modernas de vida política, lo cual
implica que la lucha por el poder es ahora más abierta y competida.
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Las tendencias de la vida actual apuntan por la existencia de
sociedades que son abiertas, en las cuales se reconoce al individuo por
su mundo civil y político, considerando que es portador de derechos y
obligaciones. El individuo de la sociedad abierta (Suárez, 2005: 25) se
rige por valores liberales y democráticos. Se reconoce por sus capaci-
dades y responsabilidad para cumplir con las tareas colectivas. Tiene
conciencia de que vive en el mundo de las instituciones modernas, las
cuales que se caracterizan por el diseño de controles para evitar que el
poder incurra en abusos. Las instituciones (Popper, 1991: 129) son para
él las reglas a cumplir con sentido público y de civilidad; en este caso,
reconoce que el poder político no debe tutelar ni limitar a los goberna-
dos, y que en todo caso debe ser objeto de vigilancia para que no sea un
cuerpo extraño a la sociedad.
La sociedad abierta indica cómo la igualdad, la libertad y la de-
mocracia son instituciones que contribuyen a generar una vida asociada
más efectiva en términos de prosperidad y distribución de beneficios,
considerando la importancia del sufragio universal y el gobierno repre-
sentativo (Popper, 1991: 128). La eliminación de las relaciones consan-
guíneas o de parentesco es condición fundamental para el florecimiento
de la sociedad abierta. Ésta tiene como factores clave de convivencia,
relaciones impersonales, abstractas y universales para evitar el trato de
privilegio en favor de unos y en desventaja de otros.
El mundo de la sociedad abierta tiende al intercambio, la movili-
dad, el esfuerzo propio y la transparencia (Aguilar, 2006: 17), y las insti-
tuciones se entienden como medios de regulación, apoyo, coordinación,
incentivos y sanciones. Lo importante es la realización de las personas
en su condición civil y política, mientras que el sistema de autoridad se
caracteriza por hacer efectiva la vigencia del orden jurídico y político.
Por tanto, la organización y el ejercicio del poder están sujetos
a normas, procedimientos, tiempos e instancias que se encargan de
su aplicación con base en la constitucionalidad y legalidad. No hay
margen para el poder arbitrario (Popper, 1991: 126) y, cuando emerge,
existen sistemas y reglas que se encargan de sancionarlo. Además, des-
de el ángulo de la competencia política, en la sociedad abierta hay la
posibilidad de expulsar del poder de modo pacífico a los gobernantes
corruptos o ineficientes, lo cual significa que los ciudadanos, vía elec-
ciones, tienen la oportunidad de premiar o castigar a los dirigentes que
ellos mismos eligen.

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La sociedad abierta es una sociedad de instituciones, lo cual im-
plica, en un sentido amplio, que la razón política se ha convertido en
acuerdos y compromisos que se cumplen; la razón jurídica da paso a que
el ejercicio de la autoridad sea conforme a normas escritas y sanciona-
das, y la razón pública se integra con la coordinación de las autoridades
y ciudadanos para dar atención y respuesta a los problemas comunes.
En la sociedad abierta se estimula la igualdad, la confianza en la razón,
la responsabilidad individual (Popper, 1991: 193), el pensamiento libre,
la búsqueda de la verdad y el afán por la justicia.
No hay duda que la sociedad abierta es participativa, representa-
tiva e incluyente, debido a que su compromiso hacia la democracia es
claro y manifiesto. Su concepción del poder, parafraseando a Popper, es
una obra de “ingeniería” porque se sustenta en fuerzas que deben equi-
librarse para que funcionen con eficacia en el terreno de la vida comuni-
taria. No hay, por tanto, lugar para relaciones de opacidad o claroscuro
que nulifican la identidad del poder democrático que, por naturaleza, es
accesible (Garzón, 2005: 17) y visible a los miembros de la comunidad
civil y política.
Lo importante en la sociedad abierta es que el universo de los de-
rechos y obligaciones está vigente sobre bases legales y legítimas. Estos
atributos dan cuenta de que el poder no es una pieza más, sino núcleo
sujeto a normas y limitaciones que impiden, desde la perspectiva de la
formalidad escrita, que se convierta en elemento contrario a la convi-
vencia democrática.
La sociedad contemporánea debe entenderse como una sociedad
que es abierta, considerando elementos como la autonomía, la corres-
ponsabilidad, la cogestión y la coproducción. Estas categorías reflejan
cómo los movimientos ciudadanos crean y reproducen patrones de ges-
tión pública que se relacionan con el sistema de capacidades que se
producen en la vida comunitaria. La autonomía implica que los ciuda-
danos no están sujetos a relaciones que frenan su capacidad de movili-
dad y que al mismo tiempo deciden por sí mismos lo que conviene. La
corresponsabilidad significa que los ciudadanos tienen voluntad libre
para asumir compromisos con las autoridades al definir los asuntos pú-
blicos que serán objeto de atención. La cogestión da paso a relaciones
de convivencia, en las cuales la capacidad organizativa de los ciudada-
nos es parte de los esfuerzos públicos para superar contratiempos y res-
tricciones. La coproducción (Cunill, 2004: 66) indica que algunas tareas

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públicas se cumplen con la participación directa de agentes económicos
y sociales, y que la autoridad crea el marco regulatorio —incentivos y
sanciones—para la actuación de los propios agentes. Es el caso de las
concesiones y las privatizaciones, entendidas como ejemplo de política
pública.
Cuando el espacio público de la sociedad es activo y organizado,
la categoría relativa a la sociedad abierta tiene referentes empíricos para
que sean corroborados. Lo público de la sociedad es una franja de reali-
zaciones que frena la expansión administrativa de los Estados, debido a
que la acción de las organizaciones civiles es más intensa.
En este sentido, lo público de la sociedad indica que las relaciones
horizontales de poder tienen mayor auge ante las relaciones centralistas
y piramidales que caracterizan a los organismos burocráticos. Al modifi-
carse los patrones de desempeño social y económico, también se trans-
forman las relaciones políticas, transitando de una visión estadocéntrica
a un conjunto de relaciones multicéntricas. Este hecho es producto de
un mayor auge de comportamientos civiles y políticos que se condensan
en la categoría ciudadano no sólo desde el punto de vista formal, sino
real y efectivo.
La sociedad contemporánea, entendida como sociedad abierta, es
más plural y diversa. Sus componentes son más heterogéneos, situación
que indica que la democracia avanza como un sistema de relaciones,
en el cual los opuestos, sus expectativas y organizaciones, estimulan el
juego de la competencia y la cooperación. No hay, por tanto, centros
únicos de referencia relacionados con la construcción de las decisiones
públicas, sino un conjunto de influencias, presiones y tensiones que de-
ben tomarse en cuenta para decidir tipos y rumbos de la política pública.
No obstante, el Estado es y continúa siendo la organización más impor-
tante de la sociedad, desde el momento en que produce y da vigencia
al orden jurídico y político. Su función de vigilancia, sanción y coerción
es insustituible; pero en materia de problemas comunes relacionados
con la condición y calidad de vida, no tiene el monopolio para decidir a
espaldas de los gobernados lo que debe hacerse en la sociedad.
Para tal efecto, y tomando en cuenta el mundo activo y organiza-
do de la sociedad abierta, abre procesos de consulta, comunicación y
coordinación con los diversos actores políticos y sociales para dar paso
a fórmulas de entendimiento y cooperación efectivas que permitan el
diseño de las políticas públicas que demandan algunos sectores de la

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vida comunitaria. En las sociedades abiertas, el papel de las autorida-
des estatales es más de regulación, no de imposición; más de consulta,
no de sometimiento; más de persuasión, no de hechos consumados. El
perfil de la sociedad abierta se enlaza con los valores de la democracia
moderna y es funcional con la expresión de una vida comunitaria más
intensa y pujante. La sociedad abierta modifica los patrones tradicio-
nales de gobierno, en los cuales la autoridad decidía y los gobernantes
obedecían.
Ahora los procesos del poder se construyen de abajo hacia arri-
ba, encauzando las acciones, propuestas y reacciones de los ciudada-
nos, los cuales no están dispuestos a renunciar a su autonomía y espa-
cios de gestión. Los límites del poder estatal son ahora más diáfanos en
razón de que los contrapesos que se ejercen desde la sociedad abierta
tienen mayor presencia y efectividad. Lo estatal pertenece desde luego
al Estado, pero sujeto a la legalidad y legitimidad democráticas; en este
caso, el Estado como la organización política de la sociedad, tiene en
sus manos el poder político para subsistir e imponerse a los demás para
efectos de seguridad, conservación y sobrevivencia; pero en una visión
de la sociedad abierta, ha de crear las instituciones que permitan que
el espacio público de la sociedad tenga presencia en la gestión de los
asuntos públicos, los cuales conciernen a todos los miembros de la vida
asociada.

Complejidad de los asuntos públicos

Un saldo de la existencia productiva de la sociedad abierta es que los


asuntos públicos tienen ahora un radio de acción más puntual y visible.
En este caso, lo público del Estado no debe confundirse con lo público
de la sociedad, porque es un ámbito en el cual hay poderes, atribucio-
nes, leyes, organizaciones, decisiones y acciones que se desarrollan para
constituir la vida política de la propia sociedad, mientras que el espacio
público de ésta no tiene contenido estatal, sino energías, propuestas y
estrategias que brotan desde lo compartido para que sean considerados
en el espacio de las decisiones colectivas.
Los asuntos públicos, en consecuencia, no conciernen con carác-
ter de monopolio al Estado. Si bien se reconoce que el Estado no es
ajeno a los asuntos públicos, su intervención en los mismos tiene que

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puntualizarse sobre todo en materia de regulación, apoyo, incentivos y
coordinación para dar oportunidad a otros actores de que intervengan
en el debate y compromiso de la esfera común. La intervención del
Estado es fundamental para que los espacios públicos no se conviertan
en la lucha de todos contra todos, sino que los conflictos y problemas
tengan reglas del juego para que sean atendidos y canalizados por órga-
nos competentes y procedimientos institucionales. La intervención del
Estado en los asuntos públicos se realiza invocando su carácter de auto-
ridad suprema que tiene la autoridad, las normas, las instancias y las
decisiones para favorecer un ambiente idóneo que evite el enfrenta-
miento de los opuestos. Su papel regulador es esencial para que la vida
colectiva sea estable y pacífica.
Otrora había la oportunidad de que la agenda de lo público la de-
cidiera el Estado de manera unilateral; hoy se define con la participación
de los actores de la sociedad abierta en un proceso de comunicación,
deliberación y persuasión que son propios de la vida democrática. Los
asuntos públicos tienen como aspecto sobresaliente que son visibles a
todos y que preocupan a todos; su horizonte es lo público de la sociedad
y se relacionan con situaciones de vida que deben atenderse, mejorarse
y transformarse.
Los asuntos públicos son producto de voluntades asociadas en ra-
zón de necesidades e intereses compartidos con presencia en los espa-
cios de la sociedad, y son proclamados desde lugares con ubicación im-
portante en la vida pública. Su raíz se encuentra en la calle, la escuela,
la plaza, el kiosco, el mercado, el museo, entre otros sitios a destacar. Se
valoran como públicos porque rebasan el ámbito de lo doméstico y lo
privado ubicados en el hogar y la familia, pero al ocupar algún segmento
de lo compartido –la calle– tienen mayor relevancia, dado que están en
la mira de quienes transitan por áreas comunes en las cuales hay ciuda-
danos con derechos civiles y políticos.
La notoriedad de los asuntos públicos es indiscutible cuando em-
piezan a llamar la atención de diversos sectores de la sociedad y de las
autoridades mismas. La notoriedad significa que se proclaman a partir
de necesidades, problemas o carencias que afectan el modo de vida del
algún sector de la población, y que al darse a conocer a los demás, ge-
neran desde simpatías hasta solidaridad y apoyos.
Cuando la solidaridad y los apoyos son efectivos en favor de algu-
na causa o demanda puntual, lo que es doméstico o del hogar, es decir,

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del espacio privado, se sitúa en el mirador de la vida pública, y la forma
de entenderlo se enlaza con la ideología y preferencias de otros grupos
de la sociedad, que deciden apoyar en diversos foros la lucha que otros
han emprendido. Lo público de los asuntos significa que otros públicos
de la sociedad se interesan en alguna demanda específica y deciden,
en consecuencia, sumarse a la presión que se ejerce para que las auto-
ridades tomen cartas del asunto en cuestión.
En sí, los asuntos públicos no son domésticos, sino que lo domés-
tico es reconocido y entendido como una causa que puede no sólo de-
fenderse, sino apoyarse ante el poder público. Es fundamental entender
esta característica para situar la reacción de la autoridad ante la propia
causa y, en este caso, es importante destacar que no todas las causas
domésticas logran que la autoridad se interese en ellas.
Así, los asuntos públicos se valoran cuando la capacidad de or-
ganización, la publicidad y los apoyos conseguidos son significativos,
hasta ocupar un lugar destacado en la opinión pública —foros, marchas,
medios de comunicación, seminarios de discusión, difusión— para que
sean considerados de manera firme en el ámbito de las decisiones pú-
blicas. Los asuntos públicos son la parte neurálgica que determina el
sentido y alcance de las decisiones que la autoridad asume para movi-
lizar recursos, aplicar normas, alentar la gestión institucional, coordinar
esfuerzos y conseguir resultados.
La lógica de los asuntos públicos es la institucionalización (Hun-
tington, 1991: 29) democrática, la cual se integra por normas, reglas y
procedimientos que, conjugados, favorecen que las tareas de gobierno
sean objeto de tratamiento y solución, aplicando para ello, instrumen-
tos —decisiones, normas, procedimientos, políticas, presupuestos— que
permiten definir problemas y alternativas de solución en razón de las de-
cisiones institucionales que se adoptan. Frente a la autoridad y la agenda
institucional (Rosique, 2006: 70), el comportamiento de los actores, así
como las demandas que le formulan, son el indicador más fehaciente
de cómo entender los movimientos civiles y políticos que surgen en los
espacios comunes. La lucha por los recursos escasos y la articulación de
los intereses, es punto esencial para valorar cómo, por qué y cuándo,
hay asuntos que la autoridad atiende con base en la agenda institucio-
nal, la cual se define por el conjunto de compromisos que ésta adopta y
reconoce al proporcionarles los recursos que necesitan para su solución
o resolución.

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La tarea de gobierno es compleja, porque son complejos los asun-
tos públicos, es decir, los asuntos compartidos. La decisión en materia
de asuntos públicos implica considerar diversos factores que inciden en
su comportamiento; en ningún caso la adopción de las decisiones sobre
los asuntos públicos es un proceso lineal. Son decisiones que exigen
análisis, valoración y solución, las cuales se enlazan con los contextos
que dan lugar a presiones organizadas alentadas por diversos grupos de
interés.
Éstos se encuentran en el centro del quehacer institucional de los
gobiernos, y debido a su importancia las autoridades deciden como fa-
vorecer o no a otros grupos. Las decisiones de gobierno tienen como
referente el comportamiento de los actores sociales y políticos. Se cons-
truyen considerando la pluralidad de actores e intereses que están en
juego. Responden a factores objetivos de vida y, en ese sentido, su for-
mulación y reformulación es un proceso continuo.
El nexo asuntos y decisiones públicas es indisoluble, dado que la
autoridad y los diferentes grupos de interés tienen relación directa para
situar, en ámbitos institucionales definidos, las demandas y peticiones
que se originan en los espacios horizontales de la vida comunitaria.
Las decisiones públicas se conciben, formulan y adoptan, considerando
la naturaleza compleja de los asuntos públicos, y son caminos que se
analizan y seleccionan para revertir elementos adversos que dificultan el
desarrollo pleno de la vida comunitaria. No responden a planteamientos
sencillos o evidentes, sino que implican ejercicios de racionalidad que
sean entendidos de acuerdo con la correlación de fuerzas organizadas
y activas.
Lo público de los asuntos significa, además de los apoyos de or-
ganizaciones de la sociedad, el reconocimiento creciente por parte de
la autoridad de que ciertos intereses domésticos –privados– reúnen ca-
racterísticas para que sean objeto de tratamiento con los recursos de la
autoridad. Lo público de los asuntos se relaciona con el espacio de las
autoridades constituidas y con el reconocimiento que tienen por parte
de diversas organizaciones de la sociedad civil.
Lo público de los asuntos tiene como referente la existencia de
ciudadanos que, organizados, tienden a procesos de autonomía y lucha
de espacios para interactuar con los poderes públicos en la búsqueda de
soluciones comunes.

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De este modo, lo complejo de los asuntos públicos es la constante
de las sociedades contemporáneas, lo cual representa para las autoridades
retos de cómo gobernar, tomando en cuenta la pluralidad de intereses
en juego y la diversidad de planteamientos que se formulan desde dis-
tintos núcleos de la vida colectiva. Lo complejo es la suma de relaciones
e interdependencias que surgen con los actores, contextos, organiza-
ciones y acciones relacionados con asuntos que ocupan la atención y
el interés compartido. Lo complejo de los asuntos públicos tiene como
raíz la diversidad social y política de la sociedad abierta, además de las
actividades especializadas que se desarrollan en los diversos ámbitos del
quehacer gubernamental.
En sociedades activas, informadas y organizadas, lo público se re-
laciona con centros de propuesta que no descansan en el afán de luchar
por causas civiles, políticas o sociales. Este hecho da como resultado
una vasta red de vínculos, intereses y expectativas que deben canalizar-
se a través de respuestas institucionales que se ordenan con diferentes
políticas públicas. Las redes de lo público son amplias, diversas e inte-
rrelacionadas y funcionan sobre la base de los acuerdos, la solidaridad
y las ventajas compartidas. No tienen referentes únicos, sino que con-
vergen en su expresión, liderazgos y formas de organización social y
política que se unen a causas comunes para que sean ingresadas en la
agenda de gobierno.
Las redes de lo público tienen como respuesta estratégica tipos de
política pública –regulatoria, distributiva, de fomento, de coordinación–
que, al sumarse e interrelacionarse, se convierten en redes de políticas
que son testimonio de cómo se gobierna lo público de manera flexible
y focalizada. Las redes (Cabrero, 2006: 27) de política pública son pro-
ductos institucionales que se vinculan con necesidades y problemas que
tienen que solucionarse con la concurrencia de numerosas agencias pú-
blicas que, con programas diferenciados pero enlazados, se convierten
en respuestas puntuales ante demandas específicas. Las redes de política
pública indican la articulación informal de actores y voluntades que
tienen la oportunidad de participar en el debate y estructuración de las
soluciones que conllevan a la definición de cursos de acción —política
pública— encaminadas a generar formas de sinergia social y política
para dar paso a planteamientos efectivos de solución.
Los asuntos públicos no son de solución única ni predeterminada:
implican soluciones diversas, organizaciones especializadas y recursos

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múltiples para que la tarea de gobierno sea entendida más en el ángulo
de la horizontalidad, que sea consecuente con la pluralidad y diversi-
dad de las sociedades abiertas. Consecuentemente, los procesos de go-
biernos son ahora más dinámicos, deliberativos y persuasivos para evitar
que sean objeto de suspicacias y reclamos que erosionan su base de
legitimidad. La importancia de los procesos de gobierno es indiscutible
porque a través de los mismos se conjuntan esfuerzos de la sociedad y
los ciudadanos para encontrar salidas a problemas que afectan a secto-
res de la vida comunitaria.
El molde de los gobiernos unilaterales no es práctico para la plu-
ralidad y la consulta ciudadana, dado que se tienen que decidir en un
esquema de súbditos, no de ciudadanos. La diferencia entre el súbdito y
el ciudadano consiste en que el primero no tiene derechos y libertades
para que sea tomado en cuenta en los asuntos de interés general, mien-
tras que el segundo, el ciudadano, es portador de libertades subjetivas
tanto civiles como políticas que lo defienden ante el poder y tiene la
oportunidad de intervenir en la construcción de las decisiones colectivas.
Los asuntos públicos reclaman ciudadanos, no súbditos para evitar
que la autoridad decida sin consultar a los actores más relevantes de la
vida comunitaria. Por ello, los asuntos públicos en la democracia no se
agotan en lo público del Estado, sino que han ganado un lugar impor-
tante en lo público de la sociedad, con el fin de que los procesos de
gobierno sean abiertos y visibles. Tanto lo público del Estado como lo
público de la sociedad son áreas diferenciadas que es factible relacionar
para que la presencia de los ciudadanos en la esfera de la gestión públi-
ca, sea efectiva y cooperativa.
Debido a su complejidad, interés e impacto, los asuntos públicos
ocupan un espacio central en la vida comunitaria. Sin duda, la autoridad
y los ciudadanos organizados, son actores importantes en su defini-
ción y tratamiento, lo cual implica que la cooperación se convierte en
un aspecto relevante para las tareas de gobierno. Éstas son cada día más
complejas debido a que en su desarrollo concurren factores, fuerzas e
intereses que demandan atención y solución efectivas para superar res-
tricciones que prevalecen en lo colectivo.

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Desafíos de la gobernabilidad

En contextos de alta intensidad ciudadana, los asuntos públicos se enfo-


can de manera directa con la importancia de la gobernabilidad. Ésta es
un horizonte de complejidad creciente, debido a que los problemas del
mundo contemporáneo están ampliamente relacionados. La dinámica
de los problemas que se convierten en asuntos públicos implica que las
autoridades los atienden y solucionan sin perder de vista la importancia
de la estabilidad política (Alcántara, 1995: 23-26) en los asuntos públicos.
La correlación de elementos que son propios de su existencia, au-
menta la dificultad para visualizarlos en sí mismos, porque las causas y
efectos que los generan no son accidentales, sino producto de factores,
actores y contextos que dan lugar a situaciones conflictivas y tensas. Si
la gobernabilidad (Rosique, 2006: 59) se caracteriza por aludir al modo
en que se dirige la sociedad, las facetas que concurren en ese propósito
incluyen lo previsto y lo imprevisible; lo nacional y lo internacional; lo
local y lo regional; lo federal y lo estatal. Los ámbitos mencionados son
complejidades organizadas que tienen comportamientos heterogéneos,
no homogéneos.
En este caso, los contextos de gobernabilidad (Arbós y Giner,
1996: 13), además de diferentes, son específicos, lo cual significa que
los problemas que se abordan pueden ser análogos, pero no idénticos.
La óptica institucional que capta la esencia de los problemas relaciona-
dos con la gobernabilidad debe ser precisa para evitar análisis erráticos
que se traducen después en decisiones incorrectas. La gobernabilidad es
asunto de vital importancia para la vida de la sociedad y el Estado. Ins-
crita en el modo de gobernar, alude a las capacidades que deben tenerse
para evitar que los conflictos estallen; que los desajustes provocados
por políticas específicas se traduzcan en situaciones de confrontación.
Los problemas relacionados con la gobernabilidad se focalizan en la
capacidad que tiene el sistema de instituciones para atender, procesar y
resolver cuestiones puntuales.
Cuando el sistema de instituciones tiene fallas –dilaciones, in-
eficiencias, rezago– de operación, se complica la capacidad de movi-
miento de las instituciones del Estado. Las fallas institucionales tienen
repercusión en la sociedad civil y afectan la condición de vida de los
gobernados. Las fallas institucionales son producto directo de cómo fun-
ciona la estructura organizativa de los gobiernos. Su localización no

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está en la sociedad, sino en el centro que debe garantizar la cohesión de
la misma: en este caso, el sistema de instituciones que se ha diseñado
para funcionar en razón de los fines del Estado y las expectativas de la
sociedad.
La gobernabilidad, en consecuencia, no es un dato más en la vida
asociada. Es la clave que denota cómo el modo de hacer y rehacer las
políticas públicas se relaciona con los asuntos públicos, los cuales de-
mandan tratamiento eficaz para que la vida comunitaria tenga opor-
tunidad de reproducirse de manera pacífica, productiva y estable. Lo
importante en la gobernabilidad es destacar cómo las instituciones tie-
nen la capacidad para que la sociedad con sus problemas, ventajas y
beneficios, acceda a nuevas etapas de vida. Lo fundamental desde el
enfoque de la gobernabilidad, es que la vida ordinaria, regular y conti-
nua de la sociedad civil (Arbós y Giner, 1996: 23) se desarrolle con base
en sus principios, instituciones y capacidades tanto individuales como
colectivas.
La gobernabilidad necesita que los actores sociales, políticos y
económicos sean parte activa en la definición y aplicación de las re-
glas del juego que la comunidad necesita para crecer y desarrollarse.
La gobernabilidad es un asunto que debe considerarse en el mundo de
las instituciones y las políticas públicas (Alcántara, 1995: 116), no fuera
de ellas. En su producción hay elementos de la sociedad y el Estado
interesados en llegar a los acuerdos institucionales que permitan que el
mercado político y el mercado económico se desarrollen como motor
de los acuerdos que permiten la producción de la riqueza que la socie-
dad necesita para vivir y desarrollarse.
Por consiguiente, los acuerdos forman parte del régimen de las ins-
tituciones que se crean y funcionan para que la vida comunitaria tenga
certidumbre. Implica acercar posturas, asumir compromisos y valorar
los costos que deben asumirse para que lo colectivo pueda desarrollarse
de manera eficiente y productiva. Los acuerdos aluden a compromisos
que se establecen para superar restricciones y carencias que no es posi-
ble conseguir en ambientes de disputa intermitente.
Las democracias funcionan como formas de gobierno y sistemas
políticos en la institucionalidad del Estado de derecho (Lüders y Rubio,
1999: 27), cuando el modo de gobernar permite la articulación de inte-
reses, el ajuste mutuo de expectativas y el cumplimiento de los objetivos
que se han definido con el concurso de los actores principales de la vida

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productiva y política. La gobernabilidad tiene como punto de referencia
el modo de conseguir resultados exitosos, dado que implica procesos de
negociación que conduzcan al establecimiento de reglas del juego que
permitan regular la vida de los opuestos.
Todo orden jurídico y político es el resultado del acuerdo de volun-
tades que refleja cómo diversos actores están dispuestos a entenderse,
no a confrontarse. En las democracias, la gobernabilidad es fundamental
que se consolide para dar paso al gobierno de las instituciones (Rosique,
2008: 19), no al gobierno de las personas. En el gobierno (Cruz, 2008:
185) de las instituciones lo importante es cumplir las reglas del juego
que se acuerdan con base en la universalidad y generalidad de las nor-
mas positivas. El gobierno de las personas es contrario a lo universal y lo
general debido a que tiene prioridad la discrecionalidad de la autoridad,
lo cual implica que no se garantiza la certidumbre que los actores nece-
sitan para su mejor desenvolvimiento.
La filosofía institucional del mundo moderno proclama que las re-
glas vigentes, sancionadas y aceptadas por la comunidad civil y políti-
ca, no son objeto de excepción para su aplicación, ni de interpretación
discrecional. Se asumen como derechos y obligaciones o la democracia
no tiene los elementos medulares para que sobreviva con eficacia
institucional.
En este sentido, la gobernabilidad se enlaza con el mundo de las
instituciones formales, no con las figuras del caudillismo, el cesarismo
o el bonapartismo que dan vida a las relaciones informales que son
contrarias al espíritu de lo público y a la esencia –constitucionalidad,
legalidad– de la democracia política. Estas figuras no son modernas y
en ese sentido, la lógica de las instituciones pasa a un segundo plano de
valoración e importancia. En este caso, la gobernabilidad es autoritaria
y, por ello, excluyente, lo cual ocasiona irritación social y política entre
los miembros de la sociedad civil, debido a que los beneficios sociales
y las oportunidades de movilidad son limitados. La gobernabilidad de-
mocrática (Rosique, 2006: 59) en cambio, tiene como premisa que la
autoridad está supeditada a las normas, tiene limitaciones en el ejercicio
del cargo y cumple con la aplicación de las leyes, atendiendo a su espí-
ritu y contenido.
En la gobernabilidad democrática no hay lugar para los persona-
lismos –culto a la persona–, sino para la conjugación exitosa de la auto-
ridad y el liderazgo. Los equilibrios dinámicos de la gobernabilidad son

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punto nodal para que se consolide como un sistema de instituciones que
tienen como tarea definir incentivos y aplicar sanciones.
La gobernabilidad formalizada es un sistema de instituciones que
estructuran las tareas de dirección, coordinación, evaluación y control,
para que los sistemas políticos y sociales perduren con base en los pro-
cesos institucionales e informales que conllevan a la estabilidad política
y social. Si estabilidad significa durabilidad en el tiempo, considerando
los espacios cambiantes y complejos de la política y la vida pública, la
gobernabilidad alude al conjunto de capacidades institucionales que se
producen, amplían y vigorizan para que la sociedad, la economía de
mercado, los ciudadanos y el Estado articulen intereses, instituyan for-
mas de cooperación y definan metas comunes para dar paso a una vida
productiva más emprendedora y justa.
La importancia de la gobernabilidad es correlativa a la razón –de-
recho del Estado a vivir, sobrevivir y conservarse frente a los poderes–
del Estado y a la actividad emprendedora de la sociedad civil. En este
sentido, la gobernabilidad no es situación deseada, sino conseguida, es
decir, generada a partir de las habilidades, pericias y acuerdos de los
dirigentes del Estado y los dirigentes de las organizaciones más cons-
picuas de la sociedad para que la vida moderna fructifique como un
sistema de realizaciones que permita superar limitaciones y aprovechar
oportunidades para expandir las fuerzas productivas de la comunidad
civil y política.
La gobernabilidad no es equivalente, en ningún momento, a pun-
tos de reposo o pausas prolongadas que los sistemas políticos viven. Es
tarea continua que desarrollan las autoridades constituidas y los ciu-
dadanos para que la estabilidad perdure, favoreciendo un ambiente de
entendimiento, negociación y acuerdos entre los diversos actores del
quehacer político y social.
La gobernabilidad es un conjunto de procesos continuos que com-
prenden factores endógenos y exógenos que es importante valorar en
todo momento. No es causal que la gobernabilidad implique diversas
estrategias para su consolidación y eficacia institucional. En este caso,
es fundamental destacar que la gobernabilidad democrática implica
crear condiciones que: 1) favorezcan los acuerdos institucionales que
orientan la dirección de la sociedad hacia el cumplimiento de las metas
comunes; 2) generar certidumbre con el cumplimiento de las normas
convenidas para evitar dudas y sobresaltos entre los actores sociales

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y políticos; 3) que los conflictos sean abordados mediante reglas insti-
tucionales para diluir la discrecionalidad y el arreglo de camarillas; 4)
conjugar el crecimiento económico con la distribución de los benefi-
cios para ventaja de la sociedad y el Estado; 5) asegurar la vigencia de
la igualdad y la libertad como principios irrenunciables de la sociedad
moderna; 6) abrir canales de entendimiento y cooperación para estabi-
lizar conflictos y contradicciones; 7) que las autoridades favorezcan las
prácticas incluyentes en favor de las personas, grupos y organizaciones
sociales; 8) aplicar políticas consensuadas que diluyan las desigualda-
des sociales, políticas y económicas; 9) favorecer las prácticas demo-
cráticas como la transparencia y la rendición de cuentas, y 10) asegurar
la satisfacción de los bienes y servicios públicos más allá de cuestiones
partidarias o ideológicas.
La gobernabilidad tiene desafíos relacionados con la calidad de
vida de la sociedad civil, misma que debe armonizar la equidad y el
bienestar para que se traduzcan en políticas públicas que reducen las
asimetrías entre las personas, los grupos y las regiones. En la visión de
los asuntos públicos contemporáneos, los sistemas de autoridad estatal
enfrentan retos que se vinculan con el cambio climático –incremento
de temperaturas, emisión continua de gases tóxicos, deshielo de zonas
con temperatura cero, deforestación de bosques y selvas–, la crisis de
alimentos –aumento del consumo, sobre todo en países como China e
India, con alta densidad de población, disminución de las áreas dedica-
das a la siembra y las cosechas, el encarecimiento de los fertilizantes a
causa del aumento de los precios del petróleo, la erosión de las super-
ficies cultivables–, la contaminación de los mares y ríos, el aumento de
la pobreza, la extensión de las relaciones de exclusión, el problema de
las pensiones, el aumento de la presión demográfica, la recurrencia de
fenómenos naturales destructivos –huracanes, tornados, tsunamis, torna-
dos– entre otros, indican que la gobernabilidad democrática tiene ante
sí, desafíos importantes que exigen mejor capacidad de gobierno, lo
cual implica que las instituciones tienen que ser más eficientes.
No menos importante es la lucha contra el terrorismo, las pan-
demias, el sida, y los problemas migratorios que se han extendido,
y que en el caso de la Unión Europea dan lugar a un Pacto (Excélsior,
Sección Global, 2008: 4) que suscriben 27 países entre los que destacan
Alemania, España, Grecia, Francia, Países Bajos, Bélgica, Irlanda, Repú-
blica Checa e Italia y que tiene como capítulos básicos la inmigración

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legal, la inmigración ilegal, los controles en las fronteras, el asilo y la
asociación global entre los países de origen y tránsito. De igual modo
destaca la reunión del Grupo de los Ocho celebrada en Rusutsu, Japón
el 7 y 8 de julio de 2008 para abordar los problemas relacionados con
la crisis mundial de alimentos, el calentamiento global y los problemas
del desarrollo. Un hecho crítico que todo hace indicar es provocado por
calentamiento global es que el glacial argentino Perito Moreno, con una
extensión de 200 kilómetros cuadrados, tuvo un desmoronamiento (Ex-
célsior, Sección, Global, 2008: 2) importante en pleno invierno austral.
La gobernabilidad ha de continuar como parte fundamental en la
agenda de las instituciones estatales para que sea objeto de monitoreo
y evaluación, con el fin de que no tenga rendimientos a la baja. Se ha
convertido en asunto estratégico para la dirección de la sociedad y la
conservación efectiva del Estado, dado que se relaciona (Ayala, 2003:
113) con los mercados económicos, los mercados políticos, las políti-
cas públicas, los arreglos institucionales, las fórmulas de negociación,
el bienestar y la equidad, el desarrollo institucional, la capacidad para
superar imprevistos, la aptitud para continuar con el mejoramiento de
la vida colectiva, el respeto a la legalidad, la rendición de cuentas, la
política de transparencia, el desarrollo de la corresponsabilidad, la parti-
cipación de los ciudadanos en los procesos de carácter institucional.
La gobernabilidad tiene ante sí horizontes de complejidad y rea-
lización que demandan capacidades acreditas para que la gestión pú-
blica sea más efectiva. El modo de funcionar del Estado abre paso a los
procesos de gestión pública que son la base para construir y aplicar las
políticas públicas que se necesitan en la vida comunitaria. Por ello, el
nexo entre gobernabilidad y gestión pública caracteriza a sociedades
que han optado por combinar democracia y eficiencia como un sistema
que permite proponer y sugerir con base en la deliberación y la partici-
pación colectiva (Mariñez, 2008: 170), proyectos de vida, así como la
posibilidad de cumplirlos con la capacidad institucional y organizativa
que corresponde al mundo de la realización y los objetivos sociales,
económicos y políticos que se definen tomando en cuenta la pluralidad
y diversidad de los actores de la sociedad.

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Atributos de la gestión pública: eficiencia y democracia

Uno de los puntos centrales de la gobernabilidad es, sin duda, la gestión


pública, entendida como un conjunto de capacidades orientadas a que
las tareas de orden común sean diseñadas y cumplidas en razón de los
propósitos contenidos en la agenda institucional. Si la gobernabilidad es
un asunto de resultados, la gestión pública es el camino que debe reco-
rrerse para convertir en acciones específicas todo aquello relacionado
con planes y políticas públicas. El funcionamiento de las sociedades
democráticas es un aspecto de la mayor relevancia. De este modo, los
proyectos de vida necesitan de medios de acción que hagan posible su
mejor cumplimiento, atendiendo a la premisa de que gobernar implica
finalmente conseguir resultados que satisfagan el logro de las metas co-
munes. Por ello, la gestión pública (Uvalle, 2003: 297) es el centro de
las capacidades institucionales, dado que suministra los medios que
posibilitan el movimiento de las instituciones para asegura la consisten-
cia de los sistemas políticos.
La gestión pública se ha convertido en los últimos 30 años en
punto obligado de referencia y orientación del cual depende que los
gobiernos tengan o no reconocimiento desde el punto de vista de los re-
sultados. En este sentido, su aplicación depende de factores instituciona-
les que hacen posible su contribución a la gobernabilidad, tomando en
cuenta que se relaciona de manera directa con la capacidad realizadora
de los gobiernos. El núcleo de la gestión pública son los cuadros buro-
cráticos, debido al lugar que ocupan en las estructuras institucionales
de los gobiernos. La burocracia (Weber, 2001: 21-25) en este sentido,
es portadora de elementos de racionalidad –expedientes, metodologías,
rutinas, técnicas, tecnologías– que, aplicada por expertos, da lugar a la
producción de los resultados que se consiguen.
Las burocracias son un factor institucional de primer orden que
debe enfocarse a valorar la calidad de la gestión pública. Las burocra-
cias son expertas en el manejo de los sistemas de información que se uti-
lizan en la tarea de gobierno. Consecuentemente, tienen alcance fuentes
de formación de primera mano que se utilizan para la elaboración y
cumplimiento de las políticas públicas, considerando las reglas formales
que deben cumplirse. Son las burocracias el punto en el cual descansa
la efectividad de las democracias por cuanto que son el apoyo directo
que los políticos y las instituciones reciben para asegurar las tareas de
orden, estabilidad y distribución de los beneficios.
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En efecto, las capacidades directivas y operativas de la burocracia
son el medio para organizar e instrumentar las políticas públicas que
se definen mediante el reconocimiento de la presión creciente de la
pluralidad política y social. De su saber técnico y aplicado, depende el
modo de conducción, coordinación y puesta en practica de las políticas
públicas, entendidas como respuestas pensadas, intencionales y lleva-
das a cabo por los cuadros burocráticos. Por eso, la gestión pública debe
situarse en el universo de las burocracias, porque de ahí depende su
grado de efectividad. Si la gestión pública alude a la participación de las
organizaciones de la sociedad civil, tanto en los asuntos comunes como
en la integración de la agenda institucional, su materialidad y concre-
ción depende, de manera fundamental, de los cuadros burocráticos.
Con la gestión pública se cumplen objetivos, se movilizan y se
aplican recursos, además de que se organizan los movimientos que los
gobiernos llevan a cabo en la vida comunitaria. No obstante, la gestión
pública es variable dependiente de las burocracias, dado que su concre-
ción se enlaza con los tramos de autoridad y las líneas de mando que
están vigentes en las instituciones y de las cuales depende el trabajo
cooperativo de los gobiernos.
En este caso, la importancia institucional y operativa de las buro-
cracias es por demás relevante para la comprensión de la gestión públi-
ca. Sin aludir a la burocracia, la gestión pública es un ejercicio abstrac-
to, útil para la reflexión en sí, pero incompleto para situar la capacidad
de realización de los propios gobiernos en el universo de la pluralidad y
diversidad democráticas.
Corresponde a los políticos cuidar que la esfera de la gestión pú-
blica sea ocupada por personal calificado y competente para que la
elaboración e instrumentación de las políticas públicas tenga éxito. In-
cluso la manera como se relacionan los políticos con el público ciuda-
dano para fines de realización necesita de la capacidad técnica de las
burocracias para dar vida a determinadas políticas públicas, entendidas
como respuestas focalizadas de gobierno.
En este caso, los criterios de organización técnica, el diseño de fo-
ros y consultas ciudadanas, los sistemas de comunicación operativa en-
tre gobernantes y gobernados, así como la integración de la agenda con
tiempos, recursos e información, desempeñan un papel fundamental en
el entramado de las decisiones políticas y en las formas de corresponsa-
bilidad que los ciudadanos asumen para la atención de los problemas
comunes, y los mismos están a cargo de los cuerpos burocráticos.
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En consecuencia, de los cuerpos burocráticos depende la calidad
de la gestión pública y, en este sentido, corresponde a los políticos tener
los mejores elementos que la acompañen en el logro de la gobernabi-
lidad. La gestión pública es el medio que posibilita que los gobiernos
asuman compromisos en interacción de grupos de la sociedad abierta
para articular esfuerzos, información y capacidades.
Así, no menos importante es ubicar a la gestión pública en la com-
plejidad de la democracia. Si ésta además de una forma de gobierno es
un sistema de vida con elementos interrelacionados, los mismos se han
de dirigir, coordinar y regular con instrumentos de gobierno que permi-
tan su funcionamiento y estabilidad. En este caso, la funcionalidad de la
democracia se apoya en la gestión pública, dado que los movimientos
institucionales que genera necesitan de agendas, estructuras, decisiones
y acciones.
La democracia se caracteriza por la existencia de valores que son
universales, que se fincan en la constitucionalidad del Estado moderno
—bienestar, equidad, progreso, desarrollo—, que se concretan a través
de políticas y programas que se encargan de asegurar su racionalidad
aplicada, es decir, la racionalidad que es producto de habilidades y pe-
ricias a cargo de los cuerpos de la burocracia. La efectividad de la demo-
cracia (Dahl, 1999: 97-103) no sólo descansa en la deliberación y la to-
lerancia, sino en un conjunto de elementos aplicados –procedimientos,
técnicas, metodologías–, los cuales se encaminan a producir resultados
específicos en materia de la calidad de vida para los gobernados.
De este modo, la tarea de gobernar relaciona a gestión pública con
la democracia y lo conseguido en materia de resultados es fundamental
para que la economía de mercado, las políticas sociales y la distribución
de los beneficios favorezcan un ambiente más equitativo como modo
de vida.
Al tener como referente a la democracia, la gestión pública se
orienta a que la corresponsabilidad de los ciudadanos en los proyectos
comunes en los cuales también interviene la autoridad sea efectiva. La
corresponsabilidad ciudadana se inscribe en los procesos de coopera-
ción y definición de los asuntos públicos, los cuales se han de entender
como visibles y compartidos; en este caso, no son monopolio del gobier-
no, lo cual indica que la gestión pública es accesible e incluyente para
que la diversidad la caracterice como un sistema de operación que finca
en los consensos y los acuerdos la riqueza de su contenido institucional.

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La gestión pública no se agota en dimensiones técnicas o tecnoló-
gicas, sino que genera valores que la comprometen con la vida pública;
en este caso, con la calidad de vida, el desarrollo integral de la sociedad
y la aplicación de políticas públicas que transformen positivamente con-
diciones de vida. El horizonte de la gestión pública, desde la óptica de
la democracia, se relaciona con el mundo de los consensos y las capa-
cidades de realización de los gobiernos.
Por tanto, la eficacia de la gestión pública en la democracia impli-
ca también que sea congruente, responsable y calificada. Ello da paso al
marco institucional de la gestión pública producido por el orden jurídico
y político que debe cumplir para que ocurra una acción cooperativa que
se sustente en la constitucionalidad, la legalidad y la reglamentación.
El contenido institucional de la gestión pública es consustancial a
la vida democrática y debe ser objeto de consideración importante para
evitar que se convierta en una veta de expertos que únicamente se pre-
ocupan por los resultados finales. De este modo, la gestión pública no
es un espacio en el cual se definen “leyes fijas para el desarrollo”, sino
que da lugar a la producción de capacidades directivas y operativas que
tienen a su cargo la administración y gobernación de la sociedad.
La importancia de la gestión pública entendida desde la demo-
cracia, es que da vida a la gestión del gobierno, lo cual implica, a la
vez, el diseño y puesta en práctica de las políticas públicas. Por otra
parte, los resultados de la gestión pública se relacionan con el grado de
aceptación o rechazo que los gobiernos tienen en la vida comunitaria.
La legitimidad por resultados es fundamental para los gobiernos, motivo
por el cual la gestión pública se constituye en la palanca que permite
el cumplimiento de las metas colectivas, producto de múltiples arreglos
institucionales.
La eficiencia de la gestión pública en la democracia necesita la
definición de indicadores de operación que permitan conocer la calidad
del desempeño del gobierno, asociada, desde luego, a un ejercicio de
valoración cualitativa. Necesita que la calidad de los bienes y servicios
que producen las instituciones del propio gobierno sean objeto de eva-
luación por impacto para conocer las ventajas o inconvenientes de las
políticas públicas, así como que los costos y beneficios que se producen
en la vida colectiva sean ponderados para dar paso a la valoración cua-
litativa de la acción de gobierno.

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Para la democracia, la gestión pública es pieza fundamental para
transformar positivamente condiciones y relaciones de vida. Para la ges-
tión pública, la democracia es el núcleo de compromisos que acreditan
la razón institucional del gobierno, lo cual implica destacar, en todo mo-
mento, la relación compleja y tensa entre los gobernantes y los goberna-
dos. Entre uno y otros media el compromiso de la oferta de gobierno, la
cual es la suma de compromisos que la autoridad define en un periodo
determinado.
La democracia es un sistema de alta exigencia, convivencia e in-
terdependencia para los retos que enfrenta la gestión pública. Y ésta
tiene que acreditarse mediante decisiones y acciones que permitan la
gobernabilidad de la democracia con el concurso de la pluralidad y
diversidad de actores, organizaciones y grupos de la sociedad abierta.
No hay modo pues de aislar a la gestión pública de los valores de de-
mocracia y, en ese sentido, su alcance y efectividad se relacionan con la
calidad de las instituciones para dar con el concurso de la propia gestión
pública, a la calidad de las políticas públicas.
El nexo entre democracia y gestión pública es inextinguible, sobre
todo en ambientes que son de naturaleza competitiva y compleja. Gra-
cias a la democracia, los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad
tienen la oportunidad de participar e intervenir de modo directo en la
gestión de los asuntos públicos para dar paso a producción de bienes
y servicios que satisfagan necesidades individuales y colectivas en los
ámbitos de la economía de mercado y de la vida asociada. A través de la
gestión pública, la democracia funciona como un sistema de respuestas
diferenciadas orientadas a la atención y solución de los problemas co-
lectivos. En este caso, cada problema público genera su propia política
pública, lo cual permite la pluralidad de las políticas públicas que son
consecuentes con la pluralidad de la democracia.

Conclusión

La gobernabilidad es un asunto estratégico para impulsar el desarrollo de


las sociedades contemporáneas. Construirla, desarrollarla y consolidarla
en los marcos de las sociedades abiertas, liberales y democráticas, es
tarea de gran calado que demanda capacidad para formular y reformular
las políticas públicas que se necesitan para que la vida comunitaria y el
sistema de mercado funcionen con eficacia.
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La gobernabilidad es condición de vida que se logra cuando las
instituciones tienen la visión y los medios que permiten articular, con
sentido de organización y realización, tanto los valores como los obje-
tivos y las metas que aseguran la cohesión de la sociedad y los rendi-
mientos favorables de la economía de mercado. No hay gobernabilidad
positiva cuando los medios y fines carecen de acoplamiento; tampoco la
hay cuando los directivos y los operadores de las instituciones no con-
siguen incrementar la capacidad de gestión que tienen encomendada.
La gobernabilidad necesita, además, acreditación constante en la vida
pública, lo cual implica que es un asunto en el cual la sociedad y las
organizaciones civiles no son ajenos.
La gobernabilidad implica que los agentes del Estado y los actores
de la sociedad tienen la voluntad para establecer acuerdos que permitan
el mejor desempeño de las instituciones. Por eso, la capacidad de la ges-
tión pública es un imperativo de primer orden para considerarla como
el medio que posibilita que la sociedad al vivir bien, pueda vivir mejor.
No hay rutas seguras e invariables para producir la gobernabilidad; de-
manda sapiencia, habilidades y destrezas que deben acreditarse a través
del sistema de instituciones. El objetivo de las instituciones consiste en
definir y hacer cumplir las reglas del juego que posibilitan a la vida
comunitaria desarrollarse en un marco de oportunidades, restricciones,
recursos escasos y beneficios.
Consecuentemente, las instituciones se encargan de construir las
bases de la dirección y la coordinación públicas para que la sociedad, el
mercado y los ciudadanos tengan los elementos óptimos que permitan
lo mejor de su desarrollo. De este modo, la complejidad de la goberna-
bilidad consiste en que comprende el conjunto de la vida social, política
y económica, dado que por su grado de comunicación y correlación de
elementos, debe entenderse como un sistema que se integra por partes
activas y dinámicas que generan roles, expectativas y estrategias para
dar paso a la formulación y el cumplimiento de las metas colectivas.
La comunicación, correlación y funcionalidad de los elementos
vitales es una característica de las sociedades abiertas, las cuales se
integran por actores y organizaciones que demandan la vigencia de
libertades, derechos y formas de corresponsabilidad. Las sociedades
abiertas son consecuentes con los valores de la democracia y, en ese
sentido, necesitan de procesos de gestión pública que sean eficaces para
llevar a cabo la producción y reproducción de la gobernabilidad. Las

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sociedades abiertas tienen como horizonte el dinamismo de lo público,
el aumento de la diversidad y la multiplicación de la pluralidad que, al
conjugarse, dan lugar a exigencias crecientes que tienen que atenderse
con medios eficaces de gestión, con el objeto de atender, procesar y
solucionar las demandas en competencia.
Para las instituciones del Estado, la gobernabilidad es asunto de
primer orden para que las relaciones de obediencia, coordinación y con-
senso se enlacen y produzcan los resultados que la comunidad civil y
política ha definido mediante la agenda institucional. En consecuencia,
la gestión pública, en este caso, es condición para que las democracias
no sólo sean eficientes, sino que también mejoren la calidad de vida de
los gobernados con el diseño y ejecución de las políticas públicas. La
gestión pública en las sociedades abiertas es el modo en que los gobier-
nos producen resultados; es el camino para intervenir en el desenvolvi-
miento de la vida productiva y es la suma de procesos que se encaminan
a transformar con sentido positivo las condiciones y relaciones de vida.

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