Módulo VIII Fontecha 2022 Vacunas
Módulo VIII Fontecha 2022 Vacunas
Módulo VIII Fontecha 2022 Vacunas
Oh, espera,
no puedes. Están muertos. La vacunación es una de las mejores cosas que le ha pasado a la civilización.
Los imperios se derrumbaron como castillos de arena a raíz de enfermedades a las que hoy ni
recordamos. Si tomarse un momento para desarrollar ese punto hará que este libro sea impopular entre
un gran grupo de “antivaxxers”, está bien. Esto se siente como una buena colina para morir.
Seguramente es mejor que la que obtuvieron los incas".
-Jennifer Wright, Get Well Soon: History's Worst Plagues and the Heroes Who Fought Them.
“Logré un triunfo tan completo que ahora es raro encontrar a un estadounidense con marcas de viruela en
la cara ... Los beneficios son valiosos por su duración y extensión... pero el remedio benigno - La vacunación
- salva millones de vidas cada siglo , como el [regalo] del sol, universal y eterno.” [Comentario ya cerca
del final de su vida].
- Benjamin Waterhouse
J
unto a las campañas nacionales para proveer de agua potable, alcantarillas y drenajes a las
ciudades, los salubristas coinciden en que la vacunación preventiva es una de las grandes
medidas de la historia de la medicina que más ha contribuido a salvar vidas humanas. La
campaña mundial para la erradicación de la viruela demuestra los beneficios que pueden
alcanzarse a través de las redes internacionales de salud pública. El virus causante de la viruela
humana evolucionó a partir de un poxvirus de animales silvestres o domésticos. Restringido
originalmente a África o Asia, el virus fue transportado a Asia Central, China, Persia y Europa en la medida
que se iban dando los eventos migratorios de los primeros humanos, y se desarrollaron rutas comerciales.
Es probable que la viruela apareciera solo de manera esporádica en Europa en la Antigüedad, pero para
el siglo XVII, la viruela era una de las enfermedades infantiles inevitables. Un médico persa del siglo IX
llamado Rhazes (Al-Razi) creía importante diferenciar entre el sarampión y la viruela. Creía que la viruela
era el resultado de la fermentación de las impurezas de la sangre mientras el niño maduraba. En la
Inglaterra del siglo XVII, la viruela era tan común que Thomas Sydenham, conocido como el “Hipócrates
inglés”, también suponía que esta grave fiebre eruptiva era consecuencia inevitable de la madurez humana.
La viruela se transmite de persona a persona mediante las gotas expulsadas cuando las personas hablan,
tosen o estornudan. El virus también puede ser transmitido indirectamente mediante la ropa, o vendajes
contaminados con pus o tejido de las vesículas cutáneas. Unas dos semanas después de que el virus entra al
cuerpo, aparecen síntomas inespecíficos, como cefalea, tos, dolor muscular, fiebre, y fatiga, como evidencia
de una infección sistémica. Cuando aparecen las lesiones típicas en la piel, el paciente ya ha transmitido la
infección a otras personas. Las vesículas purulentas, que dejan cicatrices permanentes, usualmente aparecen
en el rostro, la boca, brazos, piernas e incluso en las palmas de las manos y las plantas de los pies. Las
víctimas de la “variola major” a veces mueren por colapso cardiovascular, infecciones secundarias, o
hemorragias. Algunas complicaciones frecuentes eran intoxicación séptica, neumonía, ceguera y sordera, y
la forma más severa de la enfermedad, conocida como “viruela negra” o hemorrágica era casi siempre
fatal.
Tanto Rhazes como Sydenham creían que un esmerado cuidado médico favorecía la curación y reducía la
posibilidad de un desenlace mortal. Sin embargo, un tratamiento incompetente podía conducir a pústulas
confluyentes, ceguera, fiebre cerebral y la muerte. Los pacientes que sobrevivían incluso a formas leves de
la viruela alcanzaban una inmunidad protectora permanente. La inmunidad, como el término virus, es un
vocablo latino que ha sido adoptado por la medicina. Originalmente, “inmunidad” se refería a una exención
especial de las obligaciones legales, como el tributo de impuestos. En medicina, inmunidad se refiere a la
resistencia frente a determinadas infecciones. Durante la mayor parte de la historia humana, la inmunidad
solo podía ser adquirida si se sobrevivía a la enfermedad. Quizás el haber reconocido que un caso leve
de viruela confería una inmunidad tan robusta como la de un caso severo, llevó a algunas personas a
intentar adquirir una enfermedad leve. Los padres pudieron haber expuesto sus hijos deliberadamente ante
personas con casos leves de viruela o a la ropa de cama que había sido usada por una persona
convaleciente. En África, Asia, India y Turquía, algunos médicos intentaron inducir viruela leve insertando
material de las pústulas dentro de una incisión en la piel de una persona sana. En China, los niños inhalaban
un polvillo hecho de las costras de las cicatrices de la viruela. Hasta el siglo XVIII, los médicos europeos
rechazaban estas prácticas por considerarlas bárbaras y supersticiosas.
La inducción deliberada de viruela fue llamada “injerto”, “inoculación” o “variolación” (del término latino
“variola” para la viruela). La viruela que se producía por inoculación era usualmente leve con unas pocas
lesiones y cicatrices. Lady Mary Wortley Montagu, al observar la costumbre turca de inocular viruela cuando
vivió en Constantinopla mientras su esposo servía como embajador, envió cartas describiendo el
procedimiento a sus influyentes amigos en Inglaterra. El hijo de Lady Mary fue exitosamente inoculado antes
de retornar a Inglaterra. Para animar a otros a adoptar la inoculación con viruela, Lady Mary organizó
todo para que su hija fuera también inoculada durante una epidemia de viruela en Londres. Como respuesta
a la condena que los clérigos y médicos hicieran sobre el método turco, calificándolo de inmoral y peligroso,
Lady Mary publicó un artículo anónimo en 1722 en un diario londinense bajo el título “Un relato sencillo de
la inoculación de la viruela por un comerciante turco”. El editor de “The Flying Post” no reveló su identidad, e
intentó bajar el tono de su indignación por la "picardía e ignorancia de los médicos". A pesar del escepticismo
de los médicos y religiosos, muchos miembros de la aristocracia y de las clases superiores adoptaron el
procedimiento. Unos recuentos menos incendiarios de la inoculación con viruela fueron publicados por
Emanuel Timoni y Jacob Pylarini en “Philosophical Transactions of the Royal Society” en 1714. Luego de que
estos artículos llegaran a las colonias británicas en Nueva Inglaterra, el reverendo Cotton Mather y Zabdiel
Boylston decidieron probar el procedimiento.
Durante un brote de viruela que asoló Boston en 1721, Mather y Boylston inocularon a casi 300 personas.
Los clérigos, médicos y funcionarios denunciaron el experimento, pero cuando finalizó la epidemia, los
meticulosos registros de Boylston demostraron el valor de la inoculación. Durante la epidemia, la tasa de
mortalidad era cercana al 14% (casi la mitad de los 12,000 habitantes de Boston contrajeron la
enfermedad, y murieron 844 personas). De 280 personas inoculadas, solo murieron 6, pero es posible que
estas personas contrajeran la infección antes de ser inoculadas. Una tasa de mortalidad del 2% para una
vacuna moderna sería totalmente inaceptable, pero en comparación con la tasa de mortalidad natural, los
beneficios de la inoculación eran claramente superiores a los riesgos. Para los padres que se enfrentaban
a la decisión de inocular a sus hijos, sopesar sus riesgos era una responsabilidad sin precedentes. A finales
del siglo XVIII, la inoculación había sido ampliamente aceptada a pesar de los resultados variables
reportados por diferentes inoculadores. La inoculación tuvo un impacto limitado sobre la incidencia global
de la viruela, pero sirvió para demostrar que una intervención médica podía modificar el riesgo de muerte
y desfiguramiento asociado con la viruela. Este antiguo procedimiento turco hizo posible que Edward Jenner
descubriera un método parecido, pero más seguro de prevención de la enfermedad.
Los críticos denunciaron la vacunación como un procedimiento desagradable y peligroso, pero a pesar de
la reticencia ante la idea de transmitir una enfermedad animal a los humanos, los análisis realizados en
prisiones y orfanatos indicaron que el procedimiento era seguro y efectivo. Los defensores de la vacunación
de Jenner consideraban que este era el mayor descubrimiento en la historia de la medicina. La vacunación
desplazó rápidamente a la inoculación en todo el mundo. Durante los viajes muy prolongados, la vacuna
era mantenida viva por una serie de transferencias entre personas, generalmente usando huérfanos sin
vacuna previa. La vacunación se hizo obligatoria en el Reino Unido en la década de 1850. Las autoridades
de salud predijeron que la viruela desaparecería cuando todas las naciones adoptaran la obligatoriedad
de la vacunación. En Estados Unidos, Benjamin Waterhouse, promotor de la vacunación, envió algunas de
sus vacunas a Thomas Jefferson, quien las utilizó para vacunar a todos los miembros de su casa. En una carta
dirigida a Jenner, escrita en 1806, Jefferson predijo que la vacunación erradicaría la viruela en un futuro
no lejano.
Los críticos de Jenner continuaron atacando la vacunación y advertían que interferir con la voluntad de Dios
y las leyes de la naturaleza era inmoral y peligroso, que la transmisión de humano a humano era un
procedimiento que podría transmitir la sífilis y otras enfermedades. Los líderes del movimiento anti-
vacunación objetaban con especial fuerza a las leyes que mandaban la vacunación obligatoria. Entre estos
opositores se encontraba el filósofo británico Herbert Spencer, que desaprobaba la vacunación voluntaria,
y detestaba absolutamente su obligatoriedad. Alfred Russel Wallace, un naturalista inglés, codescubridor
de la selección natural de las especies, denunció que la vacunación obligatoria era un crimen en contra de
la libertad, la salud y la humanidad. El movimiento antivacunas fue lo suficientemente amplio como para
atraer científicos, médicos, curanderos, liberales individualistas, grupos religiosos, y reformadores sociales,
quienes argumentaban que la vacunación hacía que el Estado y los ricos ignorasen las raíces sociales de la
enfermedad, como la pobreza, sobrepoblación y condiciones antihigiénicas.
Como respuesta a la aprobación de las leyes de vacunación obligada, los individuos anti vacuna crearon
organizaciones que escenificaban demostraciones, publicaban panfletos, y generaban un importante apoyo
público. Las protestas antivacunas a veces se tornaban violentas cuando las autoridades de salud intentaban
hacer cumplir la ley, aislar a los sospechosos, o encarcelar a quienes se negaban a vacunarse durante una
epidemia. Durante un brote de viruela en Boston en 1901, la Liga contra la Vacunación Obligatoria lideró
la oposición contra la vacunación. En el Reino Unido, los antivacunas proclamaron la victoria cuando se
garantizó el derecho para rehusar ser vacunado en 1907. Los intentos de derogar la ley de vacunación
obligatoria en el Estado de Massachusetts derivaron en un hito legal sobre la constitucionalidad de la
vacunación obligatoria (Johnson versus Massachusetts). En 1905, la Corte Suprema dictaminó a favor del
Estado. La Corte indicó que el Estado podía dictaminar leyes que mandaban la vacunación para proteger
al público de enfermedades transmisibles peligrosas. A pesar de las leyes de obligatoriedad, durante las
primeras décadas del siglo XX, la tasa de vacunación en los Estados Unidos fue la más baja de los países
industrializados. Las leyes de vacunación fueron reforzadas enormemente después de la Segunda Guerra
Mundial. Para los setenta el riesgo de contraer viruela en los EE. UU. era tan bajo que el Servicio de Salud
Pública recomendó no seguir vacunando.
En 1959, la Organización Mundial de la Salud lanzó el programa de erradicación de viruela. Cuando inició
el programa, la viruela seguía siendo endémica en 33 países, y otros 11 reportaban casos importados
esporádicos. Según la OMS, en 1966, hubo cien millones de casos de viruela en el mundo, con dos millones
de muertes, principalmente en Bangladesh, Brasil, India, Indonesia, Nepal, Paquistán, y el África
subsahariana. Los epidemiólogos eran mayormente escépticos sobre la posibilidad de erradicar la viruela
de las naciones más pobres, pero el programa de OMS logró grandes avances para conseguirlo. Para
1974, la viruela se había restringido a algunas partes de Paquistán, India, Bangladesh, Etiopía y Somalia.
Tres años después, los casos solo se reportaban en Somalia y Etiopía. En 1977, el último caso de viruela
adquirida fuera de un ambiente de laboratorio se diagnosticó en un paciente de 27 años llamado Ali Maow
Maalin, que trabajaba en un hospital de Somalia. Las autoridades del hospital no pudieron aislar a Maalin
cuando enfermó porque fue incorrectamente diagnosticado con malaria, y luego por varicela. En 1980,
después de tres años de vigilancia, la OMS declaró oficialmente un mundo libre de viruela humana. Los
responsables de la campaña de erradicación propusieron el siguiente paso lógico: utilizar las lecciones
aprendidas en la campaña contra la viruela para erradicar otras enfermedades infecciosas como la
poliomielitis, el sarampión, la difteria, la tosferina, y otras.
En 1982, la OMS recomendó el cese de la vacunación rutinaria y la destrucción de todos los ejemplares del
virus, con excepción de algunas muestras que serían almacenadas en laboratorios designados de EE. UU. y
Rusia. Estas colecciones de especímenes del virus son en realidad bastante grandes. La colección
almacenada en una instalación de alta seguridad en EE. UU. contiene cerca de 500 cepas del virus. Los
riesgos de mantener el virus en instalaciones de investigación fueron evidenciados en 1978, cuando Janet
Parker, una fotógrafa de la Escuela de Medicina de Birmingham, murió por la viruela. El virus
aparentemente escapó a través de una red de ductos de aire desde el laboratorio que la universidad
planificaba cerrar por ser muy viejo e inseguro para ser usado en investigación de la viruela. Después de
que ocurrió la tragedia de Birmingham, muchos investigadores coincidieron en que debían destruirse los
ejemplares del virus. Algunas organizaciones profesionales, como la Asociación Americana de
Microbiología, la Asociación Americana para la Virología, y la ATCC (Colección americana de cultivos tipo)
apoyaron la destrucción de todas las muestras del virus. Por motivos políticos y éticos, más que científicos,
muchos coincidieron en que todas las muestras del virus debían ser destruidas. La destrucción del virus de la
viruela nos recordaría que la cooperación mundial había logrado erradicar una enfermedad terrible, lo
que debía interpretarse como un mensaje inspirador.
Algunos científicos, sin embargo, propugnaban por preservar algunas muestras, para que las técnicas que
se desarrollaran en el futuro generaran información importante sobre la especificidad de los hospederos,
los factores de virulencia, y la evolución de los virus, que podrían llevar a mejores pruebas de diagnóstico
y el desarrollo de vacunas más seguras y nuevas drogas antivirales. Esta predicción fue confirmada cuando
la secuenciación genómica de varias cepas del virus condujo al descubrimiento de algunos genes muy
interesantes. El análisis comparativo de los genes de diferentes virus contribuye con una mejor comprensión
de la infectividad, virulencia y la historia natural de los virus. El consenso actual entre los científicos es que
los genes del virus de la viruela y de otros virus patógenos deben ser preservados y estudiados. El virus de
la viruela es un miembro de la familia de los Orthopoxvirus, que incluye a los virus de la viruela vacuna,
de los camélidos, de los porcinos, de los simios, y otros. Con base en las características de los poxvirus y de
sus secuencias genómicas, es probable que hayan evolucionado de un ancestro común cuyo hospedero
natural era un roedor. Aunque la viruela humana no posee ningún otro hospedero o reservorio, los poxvirus
recientemente descubiertos han demostrado su capacidad natural de saltar desde los animales a los
humanos. El virus de la viruela de los simios fue descubierto en los años cincuenta en monos de Zaire, pero
las ardillas, los ratones y otros roedores son sus hospederos naturales. Hasta la década de 1990, cuando
se dio un brote de viruela de los simios en África central, los científicos creían que era improbable que la
enfermedad se transmitiera a los humanos. Cientos de casos de viruela de los simios afectaron a las
personas, y la tasa de mortalidad fue de 10%. Esta enfermedad no había aparecido fuera de África, pero
en 2003, cuando unas ratas gigantes de Gambia fueron exportadas desde Ghana a unas tiendas de
mascotas en EE. UU., el virus fue transmitido a otros roedores, incluyendo perros de la pradera vendidas
como mascotas. Eventualmente, cerca de cien casos de viruela de los simios se reportaron en el medio oeste,
incluso entre personas que habían sido vacunadas contra la viruela en la infancia.
Los intentos de crear armas biológicas son intrínsecamente peligrosos para quienes trabajan con los
patógenos o las personas relacionadas con las instalaciones para su producción. En 1971, los soviéticos
realizaron pruebas para convertir el virus en un arma biológica, lo que causó un brote en Aralsk, una ciudad
pobre de Kazajistán. Los investigadores creen que un barco se acercó demasiado a una isla donde las
armas biológicas eran preparadas y analizadas. Un miembro infectado de la tripulación llevó el virus a
Aralsk y transmitió la enfermedad a otros. Diez personas contrajeron la enfermedad, tres de ellos murieron
porque no habían sido vacunados. Ken Alibek, un científico soviético que desertó en los EE. UU en 1992,
reveló posteriormente los detalles del programa de armas biológicas de la URSS. En su amplio relato de la
investigación soviética con armas biológicas llamado “Biohazard”, Alibek sugirió que algunas muestras del
virus de la viruela podrían haber sido vendidas o escondidas por los científicos que perdieron sus trabajos
cuando colapsó la Unión Soviética. Según Alibek, cuando la OMS anunció la erradicación de la viruela, los
soviéticos incrementaron su investigación sobre el virus como potencial arma. En 1997, incitado en parte por
las revelaciones de Alibek, el Pentágono inició un programa enorme para la fabricación de nuevas vacunas
para el ejército.
Sarampión
Animados por el éxito en la batalla contra la viruela, los salubristas convocaron para la erradicación del
sarampión, otra enfermedad altamente contagiosa transmitida por vía aérea. Los funcionarios de la OMS
creyeron que era una meta factible porque vacunas seguras y efectivas estaban disponibles desde los años
sesenta, y el virus aparentemente no tenía reservorios animales. Como en el caso de la viruela, la
erradicación del sarampión eliminaría la necesidad de la inmunización. El virus del sarampión es muy
cercano al virus de la peste bovina, lo que sugiere que una forma ancestral del virus saltó desde el ganado
a los humanos. Dado que el sarampión es una de las enfermedades humanas más contagiosas, solo puede
mantenerse en comunidades muy densamente pobladas. Cuando se introduce por primera vez en una
población sin inmunidad previa, la enfermedad puede ser mortal tanto para niños como para adultos, pero
todos los sobrevivientes desarrollan inmunidad protectora. Solamente los niños nacidos después de la
epidemia serán susceptibles a nuevas introducciones del virus.
A pesar de la creencia generalizada de que el sarampión es una más de las enfermedades infantiles leves
caracterizada por erupciones cutáneas, el virus puede conllevar neumonía, ceguera, convulsiones, encefalitis,
coma y muerte. Si el virus establece una infección latente, puede reactivarse meses o años después y
presentar una panencefalitis esclerosante subaguda, que es mortal. El sarampión aun mata cerca de un millón
de niños cada año, principalmente en países pobres. Se ha descubierto que los niños con deficiencia de
vitamina A tienden a quedar ciegos o a morir por el sarampión. Y dado que el virus suprime temporalmente
el sistema inmune, estos niños son vulnerables a otras enfermedades infecciosas.
A principios de la década de 1960, el sarampión mataba seis millones de niños por año. Después de la
introducción de la vacuna en 1963, el número de casos cayó dramáticamente en las naciones más ricas. En
los Estados Unidos, por ejemplo, el número de casos cayó de 500,000 en 1962 a unos 1,500 en 1983.
Para 1990, las tasas de inmunización habían disminuido y el número de casos de sarampión ascendieron a
unos 30,000. Los salubristas estiman que es necesario vacunar al 100% de la población en riesgo para
controlar el sarampión debido la alta contagiosidad del virus; así pues, la relación entre una tasa de
vacunación descendente y el resurgimiento del sarampión ha sido demostrada en varios países. La OMS
calcula que la campaña mundial contra el sarampión ha salvado más de veinte millones de vidas desde
1999. En algunas áreas, los niños vacunados contra sarampión y polio también reciben tratamiento
desparasitante, vitamina A y mosquiteros tratados con insecticidas.
Poliomielitis
La polio, o parálisis infantil, fue una de las seis enfermedades prevenibles seleccionadas por la OMS para
combatir mediante inmunización infantil universal. Antes de la introducción de la primera vacuna contra la
polio, la enfermedad era una de las más temidas enfermedades infantiles porque podía producir parálisis
permanente o la muerte. Durante la década de 1980, cuando la enfermedad aun infectaba unos 500,000
niños por año, la OMS convocó a la erradicación global de la polio para el año 2002.
En la historia, la poliomielitis paralítica ha sido relativamente poco frecuente en comparación con otras
enfermedades infecciosas pediátricas incluso en áreas donde era endémica, aunque existen evidencias de
casos en el antiguo Egipto y Grecia. Los médicos de los siglos XVIII y XIX describieron una enfermedad
epidémica entre los niños que producía debilidad permanente de los músculos de las piernas. Varios brotes
particularmente severos en Europa y Norteamérica a finales del siglo XIX sugieren que la enfermedad era
más común entre los niños y adultos jóvenes. Los epidemiólogos concluyeron que cuando la polio era una de
las enfermedades gastrointestinales comunes de la infancia, la mayoría de los adultos habían desarrollado
inmunidad. Los niños que se exponían al virus estaban protegidos por los anticuerpos maternos adquiridos
mediante la placenta o por la lactancia.
La historia de las enfermedades epidémicas demuestra que el saneamiento moderno afectó profundamente
la prevalencia y la incidencia de las infecciones intestinales, pero el impacto de los cambios en el
saneamiento urbano no fue el mismo para todas las enfermedades. Dado que el poliovirus es un enterovirus
y se encuentra en las deposiciones humanas, la amenaza de la polio paralítica dependía de las condiciones
higiénicas y del saneamiento ambiental. En las comunidades que realizaron mejoras significativas en el
saneamiento y el cuidado de los infantes, los niños mayores y los jóvenes se volvieron susceptibles al virus.
La gran mayoría de las infecciones por polio producen síntomas muy leves, pero una pequeña porción de
los casos resulta en parálisis permanente, e incluso en fallo respiratorio y muerte. Algunos pacientes de polio
experimentan una condición conocida como síndrome post-polio, caracterizado por fatiga, pérdida de
tejido muscular, dolor de articulaciones, y problemas respiratorios. Así, los expertos en polio advierten que
incluso si la enfermedad llega a ser erradicada, los problemas creados por las infecciones previas
perdurarán por décadas.
Los intentos infructuosos por identificar al patógeno de la polio hicieron pensar que podría ser causada por
un virus filtrable. En 1908, Karl Landsteiner demostró que soluciones filtradas acelulares de médula espinal
podían transmitir la polio paralítica a los monos. Los virólogos asumieron inicialmente que el poliovirus se
asociaba principalmente con el sistema nervioso central, pero en 1948, John Enders, Frederick Robbins y
Thomas Weller demostraron que era posible cultivar el virus en varios tipos de tejido humano. Por
desarrollar las técnicas que fueron cruciales para el desarrollo de las vacunas contra polio y otros virus,
Enders, Weller y Robbins recibieron el premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1954. Producir una
vacuna contra polio era complicado por existir tres subtipos del virus. Estas distintas cepas explicaban la
existencia de ataques repetidos de polio en una misma persona, aunque eran raros. La inmunidad ante un
tipo no producía inmunidad contra los otros. Para los años cincuenta los virólogos habían identificado tres
grupos inmunológicos importantes de poliovirus.
Hubo muchos intentos de crear una vacuna contra polio, pero una versión exitosa de una vacuna con virus
muertos fue desarrollada por Jonas Salk y fue la primera en ser aceptada universalmente. En 1974, Salk
obtuvo el apoyo de la Fundación Americana para la Parálisis Infantil, para que estudiara el poliovirus y
encontrase una vacuna. Salk desarrolló su vacuna inactivando el virus con formaldehído y probando sus
preparaciones en monos para asegurarse de que el virus estuviese muerto. Para demostrar su efectividad
y seguridad, Salk se vacunó a sí mismo, a su esposa y sus tres niños. Cuando Salk presentó sus hallazgos
preliminares en una reunión de la Fundación en 1953, hubo respuestas inmediatas para realizar ensayos
clínicos más grandes. Varias empresas farmacéuticas, incluidas Parke-Davis, Eli Lilly, y Cutter Laboratories,
compitieron para producir las vacunas que serían usadas en los ensayos clínicos que incluirían más de
400,000 niños. Cuando los resultados fueron analizados en 1955, los funcionarios de la Fundación y otros
expertos concluyeron que la vacuna de Salk era segura y efectiva. La publicidad mediática que siguió a
este anuncio fue abrumadora.
La Fundación dirigió los ensayos clínicos de 1954, pero solo el Gobierno Federal Americano tenía la
autoridad de licenciar y regular la comercialización de las vacunas. La Fundación exigió que los
manufactureros produjeran once lotes consecutivos de vacunas que demostraran haber pasado los análisis
de seguridad, pero el Gobierno Federal no apoyó esta demanda ni exigió estándares rigurosos. Producir
grandes cantidades de vacunas en instalaciones industriales genera problemas diferentes a los que se
encuentran los investigadores en un laboratorio que la produce en pequeñas cantidades. En 1955, una
vacuna defectuosa producida por Cutter Laboratories en Berkeley fue responsable de al menos 200 casos
de parálisis permanente y diez muertes. Lo que se llamó más tarde el “incidente Cutter” preparó el escenario
para un sistema de responsabilidad que llevó a muchas empresas farmacéuticas a abandonar el desarrollo,
las pruebas, la producción y la comercialización de vacunas.
Los primeros intentos para preparar vacunas de poliovirus vivos atenuados fueron fallidos porque algunos
de los individuos que habían sido vacunados excretaban viriones vivos y virulentos. Los críticos argumentaron
que las vacunas de poliovirus vivo eran intrínsecamente peligrosas porque los virus atenuados podrían mutar
o revertir a la forma virulenta. Albert Sabin pensaba que, aunque la vacuna de virus muerto era más fácil
de desarrollar que una vacuna viva atenuada, sus efectos no eran duraderos. Sin embargo, una vacuna
viva podía ser administrada por la boca, imitando el modo natural de infección del virus, e induciendo una
inmunidad prolongada o permanente. La vacuna de Sabin fue desarrollada mediante cultivos seriados de
los tres tipos de virus en células de riñón de mono, para producir cepas que ya no fueran peligrosas para
humanos. A pesar de las ventajas de la versión de Sabin, la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil
estaba comprometida con la vacuna de Salk y no estaba dispuesta a financiar vacunas rivales. La OMS, sin
embargo, siguió apoyando los análisis de las vacunas vivas, que eran más baratas y fáciles de administrar.
Después de los grandes y exitosos ensayos clínicos llevados a cabo en México, Checoslovaquia, Singapur y
la URSS, la vacuna oral de la polio fue ampliamente adoptada. Surgieron algunos problemas en la medida
que el número de personas vacunadas aumentó y el número de casos descendió. Los poliovirus vivos
atenuados podían infectar y producir inmunidad en las personas que entraban en contacto con los niños
vacunados. Este fenómeno conocido como inmunidad por contacto parecía ser una buena forma de elevar
el nivel de inmunidad general. Cuando la transmisión natural de la polio seguía siendo una amenaza, la
transmisión del virus desde los que habían sido vacunados a terceros se consideraba una ventaja. Si las
personas sin vacunar seguían en riesgo de contraer la polio, los beneficios de que el virus atenuado se
dispersara superaban a los riesgos. En los lugares donde era improbable contraer el virus silvestre de la
polio, la transmisión de un poliovirus atenuado era potencialmente peligrosa. Para la década de 1980, en
los países libres de polio, los riesgos asociados con la vacuna viva atenuada se hicieron mayores que el
riesgo de contraer la enfermedad. Las Américas fueron oficialmente certificadas como libres de polio en
1994. Ocho años después, Europa también se había certificado. Muchos países ricos abandonaron el uso
de la vacuna viva de Sabin, pero la vacuna inyectable de Salk sigue siendo necesaria en tanto la polio aún
exista en alguna parte del mundo.
Jonas Salk
Albert Sabin
Como en el caso de la viruela, los expertos determinaron que la manera más efectiva y equitativa de
prevenir los efectos adversos de la vacuna contra la polio en los países ricos, era adoptar la meta de
erradicar la enfermedad del mundo. En 1988, la Asamblea Mundial de la Salud estableció la Iniciativa de
Erradicación Mundial de la Polio con meta para el año 2002. Aunque estas metas demostraron ser
demasiado optimistas, la campaña mundial condujo a una drástica reducción de la incidencia de polio en
todo el mundo. En 1988, la polio seguía siendo endémica en 125 países, y la enfermedad paralizó a unos
mil niños por día. En el 2001, cerca de 600 casos se reportaron en 10 países. En el 2004, la enfermedad
seguía siendo endémica en India, Paquistán, Afganistán, Egipto, Níger y Nigeria. Para el año 2000 muchos
países habían alcanzado la eliminación de los tres poliovirus, pero la amenaza de casos importados seguía
existiendo. Esto se demostró por la reaparición de polio en Nigeria entre el 2000 y el 2006, y su dispersión
a los países vecinos. El incremento de casos en Nigeria se atribuyó a la resistencia que algunos grupos
oponían a la vacunación, principalmente entre los musulmanes. Para el 2005, cientos de casos de polio
paralítica en la región obligaron a los países africanos, declarados libres de polio desde el 2000, a retomar
las campañas de vacunación masivas. A pesar de los años de campañas transcurridos, la polio seguía siendo
una amenaza en la India, Nigeria, Somalia, Níger, Afganistán, Bangladesh, e Indonesia. En la India, los
epidemiólogos descubrieron que la vacuna oral de la polio era menos efectiva allí donde las enfermedades
diarreicas eran comunes. Para el 2006, los salubristas cuestionaban la factibilidad para erradicar la polio
sin un compromiso mundial por mejorar el agua de consumo y las instalaciones sanitarias de las regiones
más empobrecidas. Para el año 2021 solo tres países no habían logrado interrumpir la transmisión:
Afganistán, Nigeria y Pakistán.
Aunque la viruela y la polio pueden ser prevenidas mediante vacunación, y ambos virus parecen carecer
de reservorios animales o de vectores, hay diferencias significativas en la historia natural de las dos
enfermedades. A diferencia de la viruela, la polio es con frecuencia una infección silenciosa — no todos los
que se infectan presentan síntomas — y los individuos infectados excretan viriones mucho tiempo después
de culminar la fase aguda de la enfermedad. El pequeño genoma del poliovirus puede ser manipulado con
diversos fines. En el 2002, los científicos de la nueva ciencia llamada Biología Sintética anunciaron que
habían sintetizado un poliovirus que producía una enfermedad paralítica en ratones. Dados los peligros de
las infecciones asintomáticas y la posibilidad de que los bioterroristas podían crear cepas más virulentas
del poliovirus, un mundo supuestamente libre de polio podría seguir conteniendo amenazas escondidas para
las personas sin inmunidad. Los críticos del programa de erradicación de la polio cuestionan la suposición
de que la inmunización rutinaria puede ser abandonada en los países libres del virus. Varios casos de polio
en una pequeña comunidad Amish en Minnesota en el año 2005 confirmaron la necesidad de que la
vacunación universal debe continuar.
Las vacunas han tenido un impacto sobre la salud humana mayor que cualquier otro avance médico. Los
adultos actuales que nunca han experimentado las enfermedades infantiles del pasado tienden a subestimar
los peligros de estas enfermedades. Solo en los Estados Unidos, antes de que hubiera vacunación general
de la población, decenas de miles de niños morían cada año de viruela, tosferina y difteria. Cada año
20,000 bebés nacían ciegos, sordos o con retraso mental porque sus madres contraían rubéola durante el
embarazo. La polio paralizaba miles de niños y mataba a cientos. Después de la desintegración de la
URSS, se interrumpieron los servicios de inmunización rutinaria, y unos 200,000 casos de difteria y 5,000
muertes fueron reportados. Sin embargo, las vacunas también han sido asociadas con algunos riesgos y
efectos adversos, algunos inherentes a cualquier intervención médica, y otros, producto de errores de juicio,
manufactura o aplicación. El “incidente Cutter” fue uno de los más sonados y desastrosos casos asociados a
la producción de vacunas.
Las investigaciones sobre este caso encontraron que los laboratorios Cutter habían cometido varios errores
en su producción, y no habían detectado los virus vivos en el producto final. Luego del éxito del ensayo
clínico de 1954, el Laboratorio de Control de Biológicos, una agencia Federal de los NIH (Institutos
Nacionales de Salud de EE. UU.) fueron comisionados para licenciar la producción de vacunas de polio a
Eli Lilly, Parke-Davis, Pitman-Moore, Wyeth, and Cutter Labs. Dada la alta demanda de vacunas, los
laboratorios se apresuraron en producirlas, a pesar de las advertencias del Laboratorio de Control de
Biológicos. Poco tiempo después de la liberación de las vacunas producidas por Cutter, los médicos
empezaron a reportar casos de niños con parálisis en el brazo donde habían recibido la vacuna. Aunque
los científicos estaban seguros de que muchos lotes de la vacuna Cutter contenían virus vivos, fue difícil hacer
algo al respecto porque el Decreto de 1902 de control de biológicos, que daba al Gobierno Federal el
poder de regular el transporte de sueros, antitoxinas, y vacunas para enfermedades humanas, no le daba
la autoridad a la Agencia para forzar a los productores a detener la venta de vacunas con licencia.
Cuando el Cirujano General de EE. UU. (jefe operativo del Cuerpo Comisionado del Servicio de Salud
Pública de los Estados Unidos y, por lo tanto, el portavoz principal en asuntos de salud pública en el gobierno
federal de los Estados Unidos), solicitó a Cutter que retirara los lotes de su vacuna de polio, la compañía
cumplió, pero los directores de Cutter siguieron argumentando que su vacuna no era la responsable por los
casos de parálisis. Como la polio silvestre seguía siendo transmitida entre la población en ese momento, el
argumento de Cutter era posible, pero extremadamente improbable, según la evidencia estadística
presentada por los epidemiólogos de los CDC. Según Alexander Langmuir, del Servicio de Inteligencia en
Epidemias, la incidencia de parálisis en los niños que recibieron las vacunas contaminadas era diez veces
superior a lo esperado. En lugar de admitir la culpa, los directivos de Cutter arguyeron que la ciencia de
la virología y las dificultades en la producción de la vacuna eran irrelevantes para las compañías que
producían las vacunas que el gobierno había aprobado. Como fabricantes, Cutter alegó que ellos solo
siguieron las instrucciones establecidas por el gobierno. Muchas demandas civiles contra las compañías
fabricantes (Cutter, Wyeth, Eli Lilly y Parke-Davis) fueron resueltas fuera de la corte, pero el veredicto de
1958 de Gottsdanker versus Cutter Laboratories se volvió una referencia para futuros casos contra compañías
farmacéuticas. Los abogados de un niño paralizado por una vacuna de Cutter argumentaron que al vender
“vacunas de polio inactivadas”, Cutter era responsable por garantizar que la vacuna no produjese polio en
un 100% de los casos. En sus instrucciones para el jurado, el juez dijo que, si la vacuna paralizó al
demandante, el jurado debía encontrar culpable a la compañía Cutter, es decir, que Cutter no podía
eximirse de la responsabilidad por los daños diciendo que solo había seguido las instrucciones del gobierno.
El jurado encontró culpable a Cutter y concedió 125,000 dólares al demandante, si bien los miembros del
jurado no consideraron que Cutter hubiera actuado con negligencia. En una apelación fallida, los abogados
de Cutter advirtieron que una responsabilidad sin culpa inhibiría el desarrollo de nuevos productos. Como
antecedente legal, el veredicto contra Cutter introdujo el principio de que el fabricante podía ser
encontrado “no negligente”, y seguir siendo financieramente responsable por el daño que sus productos
pudieran ocasionar. La “decisión Cutter” además planteó preguntas sobre quien debería asumir la carga
de los daños causados por las vacunas: ¿las compañías farmacéuticas, el gobierno, las compañías
aseguradoras, las partes afectadas, o el público en general?
Los críticos de la demanda y de la decisión del tribunal que encontraron los laboratorios Cutter responsables
advirtieron de que este precedente impediría el desarrollo y comercialización de vacunas. Las vacunas
benefician a todo el mundo, pero representan apenas una pequeña parte de los beneficios de las grandes
compañías farmacéuticas y una parte muy grande de sus gastos por asuntos de responsabilidad legal.
Según un estudio publicado por los CDC en 2007, la tasa de muertes en los EE. UU. para trece enfermedades
que son prevenibles mediante inmunización infantil cayeron a su punto más bajo en 2006. Desde la
introducción de la vacunación rutinaria en los EE. UU. muchas de las enfermedades previamente letales para
los niños, incluyendo sarampión, difteria, polio, viruela y rubéola, han desaparecido, y otras han disminuido
drásticamente. Los niños son vacunados contra difteria, tosferina, tétanos, paperas, hepatitis B, polio,
neumonía bacteriana, meningitis por Haemophilus influenzae B, varicela, y rubéola, y otras vacunas están
siendo introducidas recientemente.
La vacuna contra la rubéola se administra generalmente como parte de la vacuna triple SRP (sarampión,
rubéola, paperas). A finales del siglo XX, en los países donde se empleó la vacuna contra rubéola, esta
enfermedad previamente tan frecuente, ha casi desaparecido. Sin embargo, dado que la enfermedad sigue
siendo endémica en muchos países pobres, el virus es aún una amenaza para todos los niños sin inmunización
y las mujeres en gestación. La rubéola, también conocida como “sarampión alemán” o “sarampión de tres
días”, es una enfermedad altamente contagiosa que produce una erupción característica, síntomas
respiratorios leves, e inmunidad permanente. Por estos síntomas, la rubéola fue considerada como una forma
leve del sarampión, pero para finales del siglo XIX, se reconoció oficialmente como una enfermedad distinta.
Las mujeres adultas a veces experimentan complicaciones severas al infectarse, pero el mayor peligro es
para el feto durante el primer trimestre de desarrollo. La relación entre la rubéola y los defectos de
nacimiento fue reconocida en la década de 1940 por Norman Gregg, un oftalmólogo australiano, quien se
percató de la alta frecuencia de cataratas congénitas en los bebés nacidos de madres que contraían
rubéola durante el embarazo. Brotes importantes de rubéola en la década de 1960 confirmaron la relación
entre la rubéola y un conjunto de enfermedades del bebé, conocida como síndrome de rubéola congénito
(SRC): cataratas, ceguera, anormalidades cardiacas, sordera, y retraso mental. Este síndrome también se
conoce como síndrome de T.O.R.C.H. por ser causado por el protozoo Toxoplasma gondii, Rubéola,
Citomegalovirus (CMV), Herpesvirus (HSV), y otros como la sífilis. Cuando se adquieren estas infecciones
durante el embarazo o el parto también pueden causar microcefalia, encefalitis, convulsiones, o la muerte.
El aislamiento del virus de la rubéola en 1961 y el aumento de casos de SRC llevó al desarrollo y utilización
masiva de vacunas de virus atenuados de rubéola.
Con una desconfianza creciente en las autoridades, el gobierno, la ciencia y la industria farmacéutica, se
incrementó también el escepticismo sobre la seguridad de las vacunas en las últimas décadas del siglo XX.
Los grupos antivacunas alegan que las vacunas son antinaturales e intrínsecamente peligrosas, responsables
por enfermedades y discapacidad. Las vacunas han sido responsabilizadas por muchos trastornos de salud,
incluidos el autismo, deficiencias de aprendizaje, esclerosis múltiple, y un síndrome neurológico conocido
como Guillain-Barré. Los pediatras indican que convencer a las personas de que los beneficios de la
vacunación sobrepasan por mucho a los riesgos, se torna cada día más difícil. La creciente resistencia a las
vacunas puede ser interpretado como una consecuencia del éxito mismo de la vacunación y de la suposición
tan común como falsa de que todas las enfermedades infecciosas pueden ser curadas con antibióticos. Las
vacunas habían sido tan exitosas para el año 2000, que la mayoría de las personas en los países ricos
nunca conoció personalmente la poliomielitis, la difteria, la tosferina, el sarampión, las paperas o la rubéola.
En consecuencia, subestiman el peligro de las enfermedades infecciosas y sobrestiman los riesgos de ser
vacunados. Aunque todas las intervenciones médicas pueden causar efectos adversos en algunas personas,
los efectos colaterales asociados con la vacunación son raros y generalmente mucho menos severos que los
efectos naturales de la enfermedad que previenen.
Muchas anécdotas sobre los efectos negativos que se atribuyen a la vacunación son buenos ejemplos de la
falacia lógica “post hoc ergo propter hoc”, que es una expresión latina que significa «después de esto,
aquello; entonces, a consecuencia de esto, eso». Es un tipo de falacia que afirma o asume que, si un
acontecimiento sucede después de otro, el segundo es consecuencia del primero. Este es un error
particularmente tentador, porque la secuencia temporal es algo integral a la causalidad: es verdad que
una causa se produce antes de un efecto. La falacia proviene de sacar una conclusión basándose solo en el
orden de los acontecimientos, lo cual no es un indicador fiable. Es decir, no siempre es verdad que el primer
acontecimiento produjo el segundo acontecimiento. Dos ejemplos de esta falacia son: Rompí un espejo y al
día siguiente recibí una mala noticia, por lo tanto, romper un espejo trae mala suerte. Pasé por debajo de
una escalera y poco después una moto me atropelló y me fracturé la pierna. Por lo tanto, pasar debajo de
una escalera da mala suerte.
De acuerdo con los dictados de la ciencia y de la lógica, los componentes de una vacuna no necesariamente
causan todos los eventos negativos que ocurren días, meses o incluso años después de la vacunación. Como
indican los postulados de Koch, demostrar la causalidad es un proceso difícil. Sin embargo, la influencia del
movimiento antivacunas ha ido creciendo desde los noventa, con crecientes demandas de exención para la
inmunización obligatoria en niños escolares. A pesar de las normas de inmunización obligatoria para la
mayoría de los sistemas escolares, obtener una exención no es muy difícil en algunos países democráticos,
basados en situaciones de salud (inmunodeficiencias, alergias), creencias religiosas, o convicciones
personales o filosóficas. Las exenciones religiosas han desatado brotes de polio, sarampión, y rubéola entre
las comunidades Amish, Menonitas, y los “cienciólogos”. Algunas iglesias pseudo-cristianas han sido creadas
solo como una manera de asegurar donaciones de padres de familia que buscan certificados que les
obtengan exenciones religiosas para sus niños. Estas solicitudes de exención son particularmente altas en
Estados Americanos como Oregón, Washington, y California.
Otros países, como Australia, ofrecen incentivos financieros para impulsar las tasas de cumplimiento de
inmunización infantil. Los padres reciben pagos libres de impuestos de A$ 129 por cada niño que cumpla
con los requisitos de vacunación entre los 18 y los 24 meses de edad, y nuevamente si el niño cumple con
los requisitos entre los cuatro y los cinco años. Algunas naciones, como Letonia, dicen que tienen políticas de
vacunación obligatoria, pero sostienen que la noción de "obligatoria" difiere de la de otras naciones. La
vacunación es obligatoria para las instituciones estatales y los proveedores de vacunación, pero para el
público se recomienda y se ofrece de forma gratuita. Eslovenia tiene uno de los programas de vacunación
más agresivos y completos del mundo. Su programa es obligatorio para nueve enfermedades designadas.
Dentro de los primeros tres meses de vida, los bebés deben ser vacunados contra la tuberculosis, el tétanos,
la poliomielitis, la tosferina y Haemophilus influenzae tipo B. Dentro de los 18 meses, se requieren vacunas
para el sarampión, las paperas y la rubéola y, finalmente, antes de que el niño comience la escuela, el niño
debe estar vacunado contra la hepatitis B. Si bien se puede presentar una solicitud de exención médica a
un comité, dicha solicitud por razones de religión o conciencia no sería aceptable y no está permitida.
Otros países parecen tener programas de vacunación obligatoria mucho más modestos o específicos de la
enfermedad. Bélgica, por ejemplo, tiene una política de vacunación obligatoria contra la poliomielitis, que
se remonta a 1967, que exige que todos los niños sean vacunados contra la enfermedad antes de cumplir
los 18 meses. Aunque el entorno de vacunación es ahora más hostil, las tasas de cumplimiento siguen siendo
altas. El noventa y nueve por ciento de la población belga no hace preguntas y se vacuna. O no les importa
o están de acuerdo con la política. La OMS no tiene una política oficial sobre las vacunas obligatorias. Si
bien es preferible que la alta demanda y aceptación de la comunidad haga innecesarios los programas
de vacunación obligatoria, la OMS comprende que algunos países pueden desear avanzar en esa dirección
cuando se enfrenten a una disminución de las tasas de vacunación y a los brotes de enfermedades. Pero la
OMS está muy interesada en aprender de la experiencia de los países que introducen la vacunación
obligatoria para comprender mejor el impacto en la cobertura de inmunización y las fortalezas y
debilidades de tales enfoques.
De cualquier manera, en muchos países desarrollados como Francia, EE. UU, Alemania y otros, las tendencias
a desconfiar de la vacunación son crecientes, y en esos países, los brotes de sarampión, paperas, tosferina
y otras, ponen en riesgo a los bebés no inmunizados, así como a otros niños o a personas susceptibles por
su edad o condición médica. Algunos padres que rechazan la vacunación por considerarla peligrosa y
antinatural piden que se regrese a la práctica popular antigua de exponer deliberadamente los niños a
otros niños infectados “naturalmente” para que desarrollen inmunidad, olvidando lo natural que era para
los niños morir o quedar lisiados por enfermedades que pueden ser prevenidas mediante vacunación. Como
advertía Benjamin Franklin a los padres, no hay forma de predecir la severidad o el desenlace de una
enfermedad que ha sido contraída por vías naturales. La resistencia a las vacunas no se limita a las naciones
ricas e industrializadas. La reaparición de polio en Nigeria e India, en áreas donde los musulmanes rechazan
la vacuna contra la polio por afirmar que provocaba esterilidad en las niñas, demuestra que muchos factores
pueden afectar la actitud de los adultos hacia la inmunización.
En 1986, los EE. UU. creó un Programa Nacional de Compensación por Daños causados por las Vacunas. El
propósito del Programa era animar a los fabricantes a continuar con la producción de las vacunas a pesar
de la amenaza constante de demandas judiciales. Los expertos evaluaron y revisaron la evidencia científica
y presentaron sus hallazgos ante una Corte especial. Las personas no podían demandar a los fabricantes
sin pasar primero por la Corte federal de vacunas, pero si la Corte creía que un niño había sido perjudicado
por una vacuna, el programa otorgaba compensación por gastos médicos y daños. Las compañías
farmacéuticas alegaron que el programa no daba suficiente protección y limitaba la disponibilidad y
desarrollo de las vacunas para adultos. Los críticos del programa argüían que el programa de
compensación aumentaba la sospecha y el temor ante las vacunas, y no educaba al público sobre los riesgos
y beneficios de la vacunación.
En la década de 1990, los productos más demandados fueron la SRP y el thimerosal (un preservante
basado en mercurio usado en algunas vacunas), según alegatos de causar autismo. El autismo es un
desorden neurológico que causa problemas de comportamiento, comunicación y relaciones sociales. Afecta
a uno de cada 150 niños. Entre 1999 y 2017, los padres de 5,000 niños con autismo llenaron un reporte
para la Corte federal de vacunas. La SRP ha sido usada ampliamente en EE. UU. desde 1970, y desde
1988 en Reino Unido. Estudios grandes y bien controlados que han seguido longitudinalmente a miles de
niños durante 12 años o más después de ser inoculados con SRP, no han encontrado ninguna relación entre
el autismo y la vacuna, con o sin thimerosal. Haber quitado el thimerosal de las vacunas en el 2001 no
parece haber tenido ningún efecto sobre la tasa de autismo. Otros estudios indican que la supuesta relación
de las vacunas con el autismo es netamente coincidencia y no causal. Los niños son vacunados rutinariamente
a la edad en la que el autismo suele diagnosticarse. El debate sobre el thimerosal dio un giro en el 2008
por un alegato que decía que el “estrés” de la vacunación causaba un desorden mitocondrial,
desencadenando en el llamado “autismo mitocondrial”.
Los estudios epidemiológicos que no han encontrado correlación entre autismo y la vacuna SRP han sido
grandemente ignorados por los medios y han tenido muy poco impacto sobre la percepción pública que
insiste en la peligrosidad de las vacunas. Los informes de los medios de comunicación generalmente ignoran
los estudios científicos y enfatizan en las historias sensacionalistas que relacionan las vacunas con el autismo.
La prensa presta atención particular a un artículo publicado en la revista The Lancet en 1998, cuyo autor es
el británico Andrew Wakefield. A pesar de que el estudio involucró a solo 12 niños y no tenía grupo control,
los reporteros publicaron que el trabajo de Wakefield demostraba que la SRP causaba autismo y
enfermedad inflamatoria intestinal. Un análisis detallado del trabajo de Wakefield realizado por científicos
y reporteros de investigación encontraron serias discrepancias en el artículo, así como un negocio muy
lucrativo entre Wakefield y los abogados que representaban a las familias de los niños autistas con
demandas pendientes contra las fabricantes de vacunas. Cuando se reportó que había conflicto de interés
evidente que generó dudas sobre la objetividad y la credibilidad de Wakefield, este argumentó que la
objetividad no era relevante para al artículo porque era solo un reporte de casos, y no un artículo científico.
Sin embargo, los reporteros siguieron enfocándose en la supuesta relación causal entre la vacuna SRP y el
autismo. El temor generado por la tormenta mediática que promovió los resultados de Wakefield causó una
estrepitosa caída en las tasas de inmunización, seguida de incrementos importantes en los casos de
sarampión y paperas.
Al evaluar la seguridad y la eficacia de las vacunas, el balance entre riesgos y beneficios puede diferir
mucho entre países ricos y pobres. Las vacunas preventivas se necesitan con desesperación en el mundo en
desarrollo, donde la tasa de enfermedades infecciosas es muy alta y los recursos médicos son limitados. Sin
embargo, las vacunas que son altamente efectivas en los países ricos puede que no lo sean tanto en las
regiones más empobrecidas, como lo demostró el problema de la vacuna oral de la polio y la vacuna contra
los rotavirus. Rotavirus, que causa diarrea en los niños, es tan común que casi todos los niños se exponen al
virus antes de los cinco años. La mayoría de los casos son leves, pero la diarrea y el vómito pueden producir
deshidratación severa y muerte. Aunque la rehidratación intravenosa es casi siempre efectiva, la
enfermedad mata a más de 600,000 niños cada año. Una vacuna contra rotavirus introducida en 1998 fue
retirada un año después porque se asoció con intususcepción, un bloqueo severo de los intestinos por
invaginación de un segmento dentro de otro. Esta condición, que ocurre espontáneamente por causas
desconocidas, se reportó en uno de cada 10,000 niños vacunados. Para los países pobres, los beneficios
de la vacuna habrían excedido este pequeño riesgo, pero los fabricantes no podían comercializar una
vacuna considerada insegura en los Estados Unidos. Cuando se aprobó una nueva vacuna en el 2006,
grandes ensayos clínicos sugirieron que la tasa de intususcepción era más o menos la misma entre niños
vacunados respecto a los no vacunados que recibieron placebo. En menos de un año, surgieron interrogantes
sobre la seguridad de la vacuna, incluso si los datos epidemiológicos indicaban que el número de casos de
intususcepción eran menores entre niños vacunados respecto al número de casos fortuitos.
La mayoría de las campañas antivacunas se han centrado en las vacunas pediátricas, pero los intentos de
introducir vacunas obligatorias entre grupos específicos de adultos también han sido controversiales. Como
respuesta a la amenaza bioterrorista, los tomadores de decisiones promulgaron la inmunización obligatoria
para los militares y personal de primera línea contra patógenos que podían ser usados como armas
biológicas. Las vacunas disponibles contra viruela y ántrax son controversiales por sus potenciales efectos
adversos. En 1998, como respuesta a las advertencias de que Irak y otras naciones islámicas producían
armas biológicas, el Departamento de Defensa de EE. UU. lanzó su programa de inmunización contra ántrax.
Los grupos anti-vaxxers se movilizaron en contra del programa, alegando de que causaba síndrome de la
guerra del golfo, y otros problemas médicos. En el 2002, el Pentágono accedió a vacunar solo a las tropas
con mayor riesgo de exposición al ántrax, pero muchos soldados se rehusaron a ser vacunados.
Desde el brote en China a fines de 2019, la enfermedad por el coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19) se
propagó rápidamente por todo el mundo. Debido a la urgencia de la pandemia, se realizaron esfuerzos
épicos para desarrollar vacunas contra la COVID-19, aprobarlas y ponerlas a disposición en el menor
tiempo posible. Estos esfuerzos tenían que seguir los mismos requisitos legales de calidad, seguridad y
eficacia farmacéutica que otros medicamentos. Los programas de inmunización contra COVID-19
comenzaron en Europa a finales de 2020. A pesar de ser reconocida como una de las medidas de salud
pública más exitosas, un número creciente de personas percibieron la vacunación como insegura e
innecesaria. Los movimientos contra la vacunación se han visto implicados en la disminución de las tasas de
aceptación de vacunas en todo el mundo y son parcialmente responsables por el aumento de los brotes de
enfermedades prevenibles por vacunación. Los estudios indican que las actitudes antivacunas para COVID-
19 estuvieron más relacionadas con el pensamiento conspirativo que con los prejuicios políticos o las
creencias religiosas, aunque algunas de estas últimas han jugado un triste papel a lo largo de la pandemia.
En este contexto, las vacunas contra el SARS-CoV-2 han sido blanco de todo tipo de fake news y
desinformación, en cuya campaña jugó un rol nefasto el entonces presidente americano Donald Trump. Los
grupos de antivacunas y provacunas en general se alinearon con dos comunidades políticas polarizadas,
segregadas en derecha versus izquierda, politizando o ideologizando una crisis sanitaria que debería ser
impermeable a argumentos que no fuesen netamente técnicos. Lo cierto es que para el mes de marzo de
2022, "las personas no vacunadas de 12 años o más tuvieron una tasa 17 veces mayor de muertes
asociadas con COVID-19, en comparación con las personas vacunadas con una dosis y un refuerzo", de
acuerdo a CDC.
Francis Peyton Rous estableció la correlación entre el cáncer y los virus en 1910. En 1966, Rous recibió el
premio Nobel de Medicina o Fisiología por sus contribuciones al estudio de los virus que causan tumores en
animales y por suscitar esperanzas en que las vacunas podrán prevenir el cáncer en el futuro. La primera
vacuna aprobada contra el cáncer causado por un virus fue desarrollada por Maurice Hilleman para
prevenir una enfermedad contagiosa y con frecuencia fatal que los granjeros denominaban “range disease”
(cojera) o la enfermedad de Marek. Esta infección por un herpesvirus causaba daño a los nervios de las
piernas de las aves, lo que producía parálisis y tumores en la piel, corazón, riñones, hígado, ovarios y bazo.
El virus que causa la enfermedad de Marek afectó 20% de todos los pollos criados en los Estados Unidos
y mató a cerca del 30% de todas las aves afectadas. Aunque poco conocido fuera del ámbito de la
vacunología, Hilleman es reconocido por contribuciones importantes en las vacunas contra sarampión,
paperas, hepatitis A, hepatitis B, varicela, meningitis, neumonía y Haemophilus influenzae B. La vacuna de
Hilleman contra la enfermedad de Marek puede verse como la prueba de que es posible hacer vacunas
que prevengan el cáncer inducido por virus. La vacuna contra hepatitis B, liberada en 1981, es la primera
vacuna para prevenir el cáncer humano asociado a la infección por el virus. Una vacuna más compleja y
controversial fue diseñada para prevenir el cáncer cervicouterino causado por ciertos genotipos del virus
del papiloma humano (HPV). Su aprobación ocurrió en el 2006.
Maurice Hilleman
En 1932, Richard Shope identificó un virus como la causa de un tipo muy raro de tumor encontrado en las
creaturas semi-legendarias americanas conocidas como jackalope (acrónimo de "liebre" (jackrabbit, en
inglés, y "antílope") - conejos con grandes verrugas o tumores que parecen cuernos. Shope demostró que
podía transmitir estos fibromas a conejos sanos de laboratorio al inyectarlos con extractos acelulares del
tumor. El virus del papiloma de conejo es un miembro de una gran familia de virus que causan verrugas
cutáneas, verrugas genitales, cáncer de cérvix, y otros problemas en humanos. La identificación del HPV y
su rol en el desarrollo del cáncer fue la culminación de siglos de observación, especulación, e investigación.
Un artículo publicado por el médico italiano Domenico Antonio Rigoni-Stern en 1842 sobre la prevalencia
de varias enfermedades, incluidas el cáncer de cérvix y el cáncer de mama, ha sido citado como uno de los
primeros intentos por encontrar diferencias entre los grupos de mujeres que fallecieron por estas
enfermedades. Dado que las mujeres casadas eran más propensas a morir de cáncer cervical que las monjas
(más correctamente llamadas “religiosas”), y las religiosas eran más propensas a morir de cáncer de mama
que las mujeres casadas, los médicos propusieron que el cáncer de cérvix podría estar relacionado con la
historia sexual de una mujer.
Los estudios epidemiológicos indicaban que cerca de la mitad de las mujeres con cáncer cervical tenían
historia de herpes genital. Al buscar otros posibles agentes virales que pudieran relacionarse con el cáncer
cervical, Harald zur Hausen encontró evidencia sugerente de que el HPV asociado con las verrugas
genitales podría estar relacionado con el cáncer. Zur Hausen y sus colegas encontraron dos cepas nuevas
de HPV, el 16 y el 18, en cerca del 70% de las biopsias de cáncer cervical. Para mediados de los ochenta,
zur Hausen ya buscaba apoyos para el desarrollo de una vacuna que previniera los cánceres inducidos por
HPV. Eventualmente, los virólogos identificaron más de cien diferentes cepas del virus. Unas cuarenta cepas
son transmitidas sexualmente y capaces de causar verrugas genitales, pero el HPV16 y HPV18 son
responsables de la gran mayoría de cánceres de cérvix, vagina, pene, ano y recto.
En los Estados Unidos, HPV se ha vuelto la infección de transmisión sexual más común. Se estima que al
menos 50% de los hombres y mujeres sexualmente activos contraen HPV genital, pero muchas personas no
tienen síntomas. Solo un pequeño porcentaje de mujeres infectadas desarrollan cáncer cervical, pero
470,000 nuevos casos y 240,000 muertes ocurren cada año. Cerca del 80% de todas las muertes por
cáncer cervical ocurren en los países pobres. En los países desarrollados, la prueba de Papanicolaou (por
George Papanicolaou) ha sido utilizada desde la década de 1950 para detectar lesiones precancerosas.
Nuevos análisis que detectan marcadores específicos de infección por HPV han sido desarrollados
recientemente. A pesar del énfasis en la detección temprana del cáncer cervical, decenas de miles de
mujeres mueren al año por esta enfermedad, y muchas más se someten a procedimientos médicos dolorosos
para remover las lesiones tisulares causadas por el virus.
Las compañías farmacéuticas han desarrollado varias vacunas experimentales. La versión de Merck,
Gardasil, fue aprobada para su uso en el 2006. Esta vacuna consiste en proteínas no infecciosas altamente
purificadas para cada tipo del virus del Papiloma Humano. Está dirigida a cuatro cepas del HPV que en
conjunto causan cerca del 70 a 90% de todos los cánceres cervicales y verrugas genitales. Dado que las
mismas cepas del HPV causan tanto el cáncer cervical como el rectal, las autoridades australianas y
europeas aprobaron Gardasil para los niños de 9 a 15 años. Muchos otros países han continuado con la
introducción de esta vacuna en sus esquemas nacionales de inmunización. La ilusión alrededor de la vacuna
que podía prevenir el cáncer fue muy alta al inicio, pero la recomendación de que todas las niñas recibieran
la vacuna al ingresar al sexto grado de escuela generó muchas controversias.
Gardasil desencadenó debates en torno al impacto económico, político y cultural de las inmunizaciones
preventivas. Los opositores a Gardasil agrupaban a los antivacunas, a quienes desconfían de la industria
farmacéutica, y a grupos conservadores que prefieren no discutir sobre temas sexuales con las niñas pre-
púberes. Estos críticos arguyen que las autoridades de salud no tienen razones contundentes para obligar
a inmunizar los escolares porque el virus no se transmite durante las actividades normales de una escuela.
Los fundamentalistas religiosos consideran que es una intromisión en los asuntos privados de la familia.
Aquellos que normalmente aceptan gustosos las vacunas, se preocupan por asegurar un acceso equitativo
de una vacuna sumamente cara, y sobre el peso económico que supone para los padres de familia, las
agencias gubernamentales y los programas internacionales de cooperación en salud pública.