Tema 6 Teoría Del Derecho 1º
Tema 6 Teoría Del Derecho 1º
Tema 6 Teoría Del Derecho 1º
Como ya vimos, la idea del Derecho como ordenamiento jurídico presupone que
las normas se organizan como un conjunto coordinado. Esta coordinación se manifiesta,
por un lado, en forma de estructura jerarquizada; es decir, como una especie de
pirámide normativa en la cual las normas superiores dan validez a las inferiores y en la
que cada sector del Derecho tiene una estructura propia, completa y coherente. Por otro
lado, el ordenamiento jurídico es un sistema dinámico; es decir, que contiene
mecanismos para la creación y modificación de sus normas. Desde estos dos
presupuestos cobra especial importancia la noción de “fuentes del Derecho”; es decir,
aquellos instrumentos a través de los cuales se genera el Derecho y sus diferentes
niveles o rangos normativos. Esto es lo que trataremos en este epígrafe, con particular
referencia al ordenamiento jurídico español.
Un aspecto importante de las fuentes del Derecho, como apuntamos, es que las
normas jurídicas tienen rangos distintos según su importancia en el Ordenamiento.
Están estructuradas jerárquicamente de manera que existen normas superiores e
inferiores. Algunos autores, inspirados en la Teoría pura del Derecho formulada por
Kelsen, han descrito el ordenamiento jurídico como una pirámide normativa, colocando
en la cúspide a la Constitución (la norma suprema que diseña todo el Estado y fuente
primaria del Derecho); luego las leyes en sentido técnico (normas que regulan los
aspectos esenciales de cada ámbito jurídico); en un plano inferior la multitud de normas
reglamentarias (disposiciones propias de las administraciones públicas) y, por último,
los actos que implican una ejecución de las normas superiores: actos administrativos y
sentencias.
El artículo 1.1 del Código Civil regulan expresamente las fuentes del Derecho en
su sentido formal. De acuerdo con su tenor literal, “Las fuentes del derecho español son
la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho”. A esta proclamación
formal hay que añadir la obligación que tienen jueces y magistrados de juzgar y hacer
ejecutar lo juzgado de acuerdo a este sistema de normas, según lo dispuesto por el art.
1.7 del propio Código Civil: Los Jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de
resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de fuentes
establecido. Este “deber inexcusable” supone que no se puede tomar ninguna decisión
jurídica al margen de este sistema de fuentes; es decir sin que estén fundamentadas
primariamente en la ley, en su defecto en la costumbre y, en defecto de ambas, en los
principios generales del Derecho.
Este apunte general, muy resumido, sobre las fuentes del Derecho en el
ordenamiento español debe completarse con algunas precisiones relativas a la
jurisprudencia. Como ya dijimos, el sistema diseñado en el Código civil se fija
solamente en el carácter formal de las fuentes del Derecho. Sin embargo, cuando nos
fijamos en su dimensión material cabría discutir si la jurisprudencia (también la doctrina
científica y las normas jurídicas negociales –contratos, convenios colectivos-) es o no
fuente del Derecho. La cuestión no está exenta de polémica. La jurisprudencia es la
opinión reiterada (la doctrina) que emana de los órganos jurisdiccionales de mayor
rango al interpretar y aplicar las normas. En el caso español, el art. 1.6 del CC la
configura como “la doctrina que, de modo reiterado, establece el Tribunal Supremo al
interpretar y aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del derecho”,
aclarando que su función consiste únicamente en “complementar” al ordenamiento
jurídico. De acuerdo con esta prescripción, en sentido estricto, la jurisprudencia no es
fuente del Derecho en España, tan sólo debe complementar con su doctrina. Pero, el
hecho de que los términos no sean muy claros obliga a relativizar esta opinión. En
efecto, la función principal de la doctrina del Tribunal Supremo consiste en dar
uniformidad a las interpretaciones y a la aplicación de la ley con el fin de garantizar la
igualdad formal y la seguridad jurídica, dotando así al ordenamiento de la necesaria
certeza. En base a esta función y a la existencia de recursos extraordinarios (recurso de
casación) que pueden presentarse alegando “infracción de las normas del ordenamiento
jurídico o de la jurisprudencia” podría concluirse que las sentencias del TS tienen un
claro valor normativo, pues los órganos jurisdiccionales inferiores siempre juzgarán
siguiendo la doctrina jurisprudencial ante el riesgo de que sus decisiones sean recurridas
por infracción de jurisprudencia. Por otra parte, analizando la naturaleza de las
sentencias, algunos autores defienden que el “fallo” de las sentencias, donde se resuelve
el litigio, opera como una norma particular que afecta y obliga directamente a las partes
para el caso concreto que se ha dirimido. Tiene virtualidad para el litigio y se agota una
vez se ha resuelto y ha sido ejecutada la sentencia.
De una manera menos sistemática, estos criterios vienen recogidos en el art. 3.1
del Código civil español: “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus
palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la
realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente
al espíritu y finalidad de aquellas”, y así se reproducen de similar manera en todos los
códigos de corte napoleónico. Los tres modelos fundamentales de praxis interpretativa
indicados en nuestro Código son los siguientes: la interpretación literal (o gramatical),
la interpretación histórica y la interpretación teleológica. El denominado “criterio
sociológico” (atención a la realidad social vigente, para corregir los desajustes
temporales que puedan producirse debido a la permanencia de las normas jurídicas en el
tiempo) suele incluirse en la teorización del criterio literal y en la del criterio
teleológico3. La praxis interpretativa del Derecho consistiría, pues, en determinar el
sentido y significado preciso de un enunciado normativo utilizando estos criterios para
culminar esa tarea. De ahí que podamos concebir la interpretación jurídica como el
conjunto de tareas (proceso) encaminadas a precisar el sentido de las disposiciones
jurídicas.
2
P. Talavera, Interpretación, integración y argumentación jurídica, El País, Santa Cruz, 2008, p.
3
Para un análisis desarrollado de estos criterios interpretativos vid.: P. Talavera, Interpretación,
integración y argumentación jurídica, cit., p.
El modelo tradicional ha mostrado numerosas deficiencias teóricas y prácticas, de
manera muy especial, en el contexto del Estado constitucional. La crítica al modelo
tradicional parte del presupuesto fundamental establecido por Gadamer: la actividad del
juez (o de cualquier jurista) no es una simple actividad mecánica, aséptica, neutral y
puramente deductiva; por el contrario, se trata de una decisión. Ciertamente, no es una
decisión arbitraria sino guiada por el razonamiento jurídico y vinculada al marco
normativo, pero de la que no puede excluirse la hermenéutica. En consecuencia, una
concepción de la interpretación jurídica acorde con este presupuesto debe apoyarse en
dos pilares: en primer lugar, el reconocimiento de que la tarea del juez no es ciega ni
mecánica: consiste en formular decisiones jurídicas; esto es, en la obtención de
soluciones a los problemas concretos, basadas en el Derecho vigente. En segundo lugar,
es necesario desvelar las dos grandes falacias de la concepción tradicional: de un lado,
la visión antropomórfica del legislador (de los órganos de producción normativa), como
si éste tuviera una especie de «voluntad propia» que sería posible –obligado- reconstruir
(eso que se ha llamado «voluntad auténtica»); de otro lado, que la interpretación
consista exclusivamente en conocer la voluntad auténtica del legislador para establecer
así la solución correcta (la «única y verdadera») que admite el caso enjuiciado4.
Conviene subrayar que las disposiciones normativas, como todos los enunciados
lingüísticos, no tienen un significado único, que podamos descubrir mediante un
ejercicio puramente cognoscitivo. La norma es, fundamentalmente, producto de la
interpretación. En realidad, hasta que no se realiza la tarea interpretativa, hasta que no le
atribuimos significado, no existe propiamente la norma. En otras palabras: no hay
verdadera actividad de producción normativa sin el concurso de la interpretación. Como
atinadamente apuntó Pérez Luño, «la norma jurídica no es el presupuesto, sino el
resultado del proceso interpretativo»5.
Por otra parte, hoy resulta difícil sostener que los órganos de producción
normativa cuenten con algo parecido a una «voluntad unívoca» susceptible de ser
descubierta. No tiene sentido distinguir entre interpretación de las palabras de la ley e
interpretación de la voluntad –pretendidamente objetiva- del legislador6. No existe tal
voluntad preexistente (más allá del contenido lingüístico de la norma) que determine al
juez en su actividad de interpretación. Por consiguiente, tanto la producción jurídica
como la interpretación/aplicación de las normas, realizada por los jueces son el
resultado de decisiones (jurídicas) que van más allá de lo que puede establecerse bajo
los parámetros de la lógica deductiva. Más que distinguir entre órganos de producción
normativa y órganos de aplicación, sería más acertado hablar de órganos primarios de
producción jurídica y órganos heterónomos de producción (aquellos que están más
condicionados en la creación de Derecho), que serían los jueces 7. Es cierto que el
ordenamiento jurídico (entendido en su sentido más amplio) vincula al juez en su
decisión, pero también es cierto que esa decisión no responde únicamente a tal
vinculación. El juez se ve en la necesidad de justificarla y para ello debe aportar un
fundamento racional. La necesidad de justificar racionalmente las decisiones judiciales
remite a la necesidad de profundizar en las claves del razonamiento jurídico, cuestión
de la que se han ocupado las teorías de la argumentación jurídica que abordaremos más
adelante.
4
R. Guastini, Dalle fonti alle norme, Torino, Giapichelli 1990, pp. 46-52.
5
A. E. Pérez Luño, Derechos Humanos, Estado de derecho y Constitución, op. cit., p. 342.
6
N. Bobbio, Teoria dell’Ordinamento Giuridico, Giapichelli, Torino 1960, p. 123.
7
L. Prieto, Ley, principios, derechos, op. cit., p. 78.
En definitiva, la concepción actual de la interpretación jurídica no casa con un
modelo mecánico, lógico deductivo, sino más bien con una forma de razonamiento
práctico. La interpretación, en efecto, no se reduce a un acto puramente declarativo
sobre el significado de las normas; va mucho más allá de las inferencias lógico-
formales. Se impone, pues, una revisión profunda del concepto mismo de interpretación
que además de ser una actividad noética (de comprensión, cuyo resultado es la
atribución de significado) sea contemplada también como una actividad dianoética (de
argumentación, de justificación de la decisión). En definitiva, el nuevo modelo
interpretativo, con el que debemos operar en la actualidad, supone una profunda
imbricación entre la tarea interpretativa del juez y la argumentación jurídica8.
8
L. Gianformaggio, “Lógica y argumentación en la interpretación jurídica o tomar a los juristas
intérpretes en serio”, Doxa nº4 (1987) p. 93.
Dicha interpretación reflejaba importantes lagunas argumentales (como el hecho de que
el art. 30 del Código civil también considera al nasciturus sujeto de derechos y se los
otorga), pero la importancia de las repercusiones políticas de la decisión del Tribunal
(constitucionalidad o no de la despenalización del aborto) acabó pesando más que la
pureza de la estricta argumentación jurídica del caso. Como ya dijimos, todas las
resoluciones del juez constitucional tienen una ineludible componente política de la que
éste debe ser consciente, aunque nunca deberían (como en este caso) prevalecer sobre
las jurídicas.
Por otra parte, el resultado de la actividad interpretativa en el Derecho dependerá
básicamente de la concepción hermenéutica que se sustente: la concepción subjetivista
(búsqueda de la voluntad del legislador) o la objetivista (búsqueda del sentido expresado
en la norma). La escuela francesa de la exégesis, con gran auge en el siglo XIX,
entendió que la interpretación subjetiva era la única posible, ya que una norma podía
definirse como la forma escrita que adquiría la voluntad del legislador, único actor
legitimado para regular conductas. En función de este presupuesto se generó la noción
de “interpretación auténtica”. Interpretar, pues, significaría no tanto indagar en el texto
normativo como en la voluntad de su autor (no tanto lo que la norma dice, cuanto lo que
su autor quiso decir). Como ya vimos, esta posición resultaba difícilmente sostenible;
por un lado, porque los órganos legislativos (senos de pactos, intereses y consensos con
frecuencia precarios) están lejos de constituir una especie de “cuerpo glorioso” al que
atribuir una voluntad concreta (la “voluntas legislatoris” es pura ficción). Por otro lado,
el tiempo pasa y las condiciones sociales y modos de vida ciudadanos cambian
radicalmente, pero el Derecho tiene vocación de permanencia y estabilidad, de manera
que aquello que pudiera considerarse la presunta voluntad del legislador en el pasado
seguramente carece de todo sentido en el presente (baste como ejemplo acudir al
concepto de matrimonio aplicado ahora a personas del mismo sexo).
Por otra parte, los textos constitucionales, aún teniendo carácter jurídico, poseen
una textura mucho más abierta y menos concreta que las disposiciones de otros sectores
del Ordenamiento. Las normas constitucionales son, en general, mucho más abstractas,
elásticas e indeterminadas que el resto de textos legales. De ahí que los problemas
interpretativos constitucionales sean, con más frecuencia que los que se plantean a los
jueces ordinarios, casos difíciles y ello provoca que la tarea interpretativa sea mucho
más compleja.
10
Las repercusiones económicas que pueden derivarse de una determinada interpretación
constitucional son fácilmente apreciables en algunos casos paradigmáticos (es mundialmente conocido,
por ejemplo, el caso de la expropiación por el gobierno español del holding Rumasa, luego convalidada
por el Tribunal Constitucional en una discutida sentencia, más política que jurídica, que provocó la
dimisión del presidente del Tribunal y generó al cabo de los años el amparo del TEDH para su propietario
y diversas sentencias del TS español de resarcimiento en su favor). En ese sentido, conviene subrayar de
nuevo la innegable carga política de las constituciones, aunque no sean un mero documento político. En
efecto, el texto constitucional es el resultado de un pacto fundante y fundamental entre fuerzas políticas,
por ello su interpretación tiene siempre amplias repercusiones en este ámbito. A nadie se oculta que la
tarea interpretativa del Tribunal Constitucional, con frecuencia, se proyecta directamente sobre decisiones
de carácter político y sobre los órganos responsables de ellas y, en no pocas ocasiones, su juicio
deslegitima tales decisiones, aun contando con el respaldo democrático. Podría afirmarse, pues, que la
labor del juez constitucional tiene una ineludible componente política de la que habitualmente carece la
tarea interpretativa del juez ordinario. Esto le obliga a ser muy consciente de las consecuencias que en
este campo generan sus resoluciones.
determina que la metodología interpretativa del juez ordinario no pueda ser
directamente traspasable al juez constitucional, especialmente en lo referente a los
parámetros dogmáticos de la subsunción, cuya mecánica resulta completamente ajena al
ámbito de la interpretación constitucional.
13
L. Prieto, Ley, principios, derechos, op. cit., pp. 65-67.
14
A. E. Pérez Luño, Derechos Humanos, Estado de Derecho y Constitución, op. cit., pp. 276-278.
15
El Tribunal Constitucional español, en este sentido, ha tenido que pronunciarse sobre un gran
Estado, sin limitarlas más allá de lo establecido en la propia Constitución y sin
suplantarlas16.
número de conflictos de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas (a modo de ejemplo
cabría citar, entre otras, la STC 27/ 1983 de 20 de abril, que establece la imposibilidad de que las
Comunidades Autónomas, en materias que sean competencia exclusiva del Estado, produzcan acto alguno
de carácter normativo; tan sólo «circulares» de efectos interpretativos y sin carácter de norma jurídica).
16
También, en este sentido, el Tribunal Constitucional español se pronunció con respecto al poder
judicial, en la STC 71/1984 de 12 de junio, estableciendo que «…corresponde a los Tribunales penales la
subsunción de las conductas en los tipos penales, y que tratándose de la interpretación y aplicación de la
legalidad ordinaria el criterio sustentado por los órganos judiciales no puede ser sustituido por el Tribunal
Constitucional...».
17
L. Prieto, Ley, principios, derechos, op. cit., pp. 68-69.
18
Seguimos aquí la estructura y contenido de A. E. Pérez Luño, Derechos Humanos, Estado de
Derecho y Constitución, op. cit., pp. 279-283
19
A. E. Pérez Luño, Derechos Humanos, Estado de Derecho y Constitución, op. cit., pp. 281-283.
Tribunal Constitucional, sin discutir esta primacía, debe restringir al máximo
la declaración de inconstitucionalidad de los actos del legislativo y evitar
convertirse en un “legislador no parlamentario”, asumiendo y usurpando
funciones que no le corresponden. Por otra parte, la actividad interpretativa del
Tribunal Constitucional, amparada por el deber de “conformación”, no puede
modificar o alterar de tal modo los textos legales que se le someten, que acabe
anulando su finalidad o transformando su sentido, algo que sólo corresponde a
quien ostenta la legitimidad parlamentaria20.
4. La analogía
20
En relación a este punto, el propio Tribunal Constitucional español ha señalado que es “el
intérprete supremo de la Constitución pero no legislador”, de tal modo que «no puede... tratar de
reconstruir una norma que no esté debidamente explícita en un texto, para concluir que ésta es la
interpretación constitucional (STC de 8 de abril de 1981).
21
En este sentido, el Tribunal Constitucional español, en su STC de 5 de mayo de 1982 sostuvo
que «A partir de la entrada en vigor de la Constitución es un imperativo para todos los poderes llamados a
aplicar la ley interpretarla conforme a aquella, esto es, elegir entre sus posibles sentidos aquel que sea más
conforme con las normas constitucionales». En el caso de nuestro país esto se extendería también a los
Estatutos de Autonomía. El Tribunal Constitucional ha manifestado también que éstos «deben ser
interpretados siempre dentro de los términos de la Constitución (art. 147.1 CE), pues en ellos se contienen
las competencias asumidas por cada Comunidad «dentro del marco establecido en la Constitución» (art.
147.2, d CE)».
Desde Carnelutti22 viene siendo clásico distinguir dos métodos para completar los
vacíos jurídicos: autointegración y heterointegración. El primero consiste en el recurso
a ordenamientos diferentes del que se pretende llenar o a fuentes diversas de la
dominante. Estaríamos ante el recurso al Derecho natural, a ordenamientos precedentes
en el tiempo y a ordenamientos extranjeros contemporáneos. Por ejemplo, el art. 7 del
Código civil austriaco de 1812, imponía al juez en caso de lagunas acudir a los
“principios del Derecho natural”. El art. 3 del Código civil italiano de 1865, inspirado
en el austriaco, remite a los "principios generales del Derecho" para ese fin. En el
Derecho autonómico español esta remisión se produce en el caso de la Ley 1 in fine de
la Compilación de Derecho civil foral de Navarra. También podría darse que el reenvío
se realizara a ordenamientos vigentes contemporáneos (incluido el Derecho eclesiástico
o canónico).
2. Las leyes penales, las excepcionales y las de ámbito temporal no se aplicaran a supuestos
ni en momentos distintos de los comprendidos expresamente en ellas".
22
F. Carnelutti, Teoria generale del diritto, Foro italiano, Roma, 1951, pp. 86 ss. Esta distinción será
acogida más tarde por N. Bobbio, Teoria dell'ordinamento giuridico, op. cit., pp. 161-167.
obscenas, es menos visible, pero es relevante, puesto que la cualidad común de unos y
otros es precisamente la razón de la prohibición23.
5. La equidad en el derecho
Según el papel que cumpla en la integración del Derecho, la equidad puede tener
una función interpretativa, cuando se limita a adecuar la generalidad de la norma al caso
particular, o una función creadora de derecho, en el caso de que sea utilizada por el juez,
en defecto de ley, como instrumento único en la resolución de un conflicto.
23
N. Bobbio, Teoria dell’ordinamento giurídico, op. cit., pp. 174-175.
En algunos ordenamientos existen preceptos concretos que otorgan expresamente
a los jueces ciertas facultades moderadoras del rigor de la ley. Así sucede, por ejemplo,
con el art. 1.151 del CC español, según el cual, pactada por los contratantes una pena
convencional para el caso de incumplimiento de contrato, los tribunales podrán
moderarla equitativamente en los casos de incumplimiento parcial o irregular. En este
caso, la equidad opera como factor corrector dirigido a obtener una proporcionalidad
deseable en la sanción. En el mismo sentido, el art. 1.103 CC, alude a la equidad como
poder moderador del alcance de la indemnización por incumplimiento negligente de las
obligaciones. En el art. 10 de la Ley de Consumidores, también se alude a la equidad
como proporcionalidad, considerando nulas o abusivas las cláusulas que perjudican de
manera desproporcionada o “no equitativa” al consumidor.